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Hasta que la muerte nos separe ForBigMist

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Hasta que la Muerte nos


Separe

“Hasta que la muerte nos separe”. Seis palabras, seis simples palabras
que, juntas y ordenadas de forma concreta, tienen un significado que la
mayoría de las personas relacionan con la unión de dos personas y, por
tanto, con un momento feliz, aunque este último aspecto puede llegar a
ser muy relativo. Nadie que, en principio, pareciese estar en su sano
juicio, defendería que dicha construcción gramatical es de excesiva
complejidad, y menos personas aún, creerían que va ligada a una
reflexión filosófica profunda.

Sin embargo, ahí estaba ella, sentada en uno de los bancos de las
primeras filas, rodeada de personas que conocía muy bien y de otras
que apenas había visto un par de veces o, incluso nunca; y con esas
palabras asquerosamente simples, retumbando una y otra vez en su
cabeza. “Pues teniendo en cuenta que todas sus mujeres han muerto,
eso no parece tener mucho sentido…” Observó una vocecita interior un
tanto cruel que salió a la luz, cual espontáneo en un partido de fútbol.
Negó levemente con la cabeza, como auto reprobando el desafortunado
comentario de su subconsciente, aunque esbozó una leve sonrisa.

-¿De qué te ríes? –le susurró al oído una mujer con unos grandes ojos
azules, que aparentaba la misma edad que ella y que se encontraba
sentada a su lado izquierdo.

-De nada, sólo estaba pensando en lo mucho que se parece mi padre a


Barba Azul… -contestó ella sin borrar esa sonrisa sardónica, observando
como su padre y la que en unos minutos sería su esposa,
intercambiaban las alianzas.

-Aunque él no las mata… -observó la chica demostrando que compartía


con ella el mismo humor negro –o por lo menos, no mete sus cadáveres

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en una habitación de su casa.

-Deberíamos ir a inspeccionar la clínica, quizás las esconda allí –opinó


ella alzando las cejas.

-¿De qué habláis, Claudia? –quiso saber un chico que estaba sentado a
su derecha, acercando su cabeza a ellas.

-De las semejanzas entre su padre y Barba Azul –contestó la de los ojos
azules.

-¿Podéis callaros de una vez? –los interrumpió un hombre que se


encontraba en la fila de delante, girándose con cara de enojo.

-Siempre has sido el aguafiestas de la familia, Jerónimo –le susurró ella


acercándose a su cara y sacándole la lengua de forma burlona, por lo
que recibió una mirada divertida por parte de la mujer que estaba
sentada al lado de su hermano mayor –Y por lo que parece, Ana opina lo
mismo.

-Tu cuñada es un infierno –se quejó él dirigiéndose a su mujer.

-También es tu hermana… -contestó ella.

-Prefiero no recordarlo muy a menudo –dijo Jero poniendo los ojos en


blanco.

-¿Podéis callaros de una vez? –susurró ella con fingido enfado acercando
su rostro al banco de enfrente; provocando las risas ahogadas de sus
dos amigos y la mirada extremadamente molesta de una mujer que se
encontraba sentada en su misma fila pero en el banco del otro lado del
pasillo. Al sentirse observada, ella también dirigió su atención hacia
aquella mujer, contestando a su gesto de enojo con un guiño que, con
toda seguridad, la sacaría de quicio.

Y sus pronósticos se vieron cumplidos, puesto que apenas unos


instantes más tarde, un color rojizo cubría las mejillas de la otra mujer,
al mismo tiempo que apretaba sus mandíbulas como si tuviera que
hacer un esfuerzo enorme por no saltar encima de ella y abofetearla.

-¿Por qué no dejas de provocarla, Maca? Aunque sea sólo por un día –le
susurró Anna que había sido testigo del acto de su amiga y cuñada, que
sonreía provocativamente ante la reacción de la otra mujer.

-¿Yo? Me ofendes… Es ella la que se exalta cada vez que abro la boca…
-se defendió ella.

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Tras esa breve conversación, nadie dijo nada más durante los minutos
que quedaban para que la ceremonia finalizara. Puesto que nadie
deseaba los reproches que seguro les dedicaría el patriarca, si lo hacían.

-Pues ya tenemos otra “mamá” –observó Maca cuando los testigos se


acercaban al altar para firmar el acta de matrimonio, y el resto de
invitados ya se dirigían a la puerta de salida de la iglesia –aunque esta
me da mejor espina que la última.

-Cierto, -agregó Claudia –y a no ser que después de la boda cambie,


parece buena mujer, y hasta cariñosa. Aunque yo apostaría que esta
vez, la que te dará problemillas será su hija.

-Es decir, vuestra nueva hermanastra –añadió Anna añadiéndose a la


conversación. -¿Verdad, Jero?

-¿Habláis de la amiga de Maca? –quiso saber él mirando a su hermana


con una sonrisa maliciosa.

-Joder, que pesaditos estáis con el tema… Voy a ver si hay alguien
interesante con el que hablar –se quejó, huyendo de las risas burlonas
de ellos y desapareciendo entre la gente.
Cuando por fin llegó al exterior, tras haberse excusado ante numerosos
invitados que trataban de darle conversación, barrió con la mirada
aquellos jardines amplios y bien cuidados que rodeaban la iglesia, en
busca de algún lugar apto para poder esconderse. Sus ojos se
detuvieron en unos setos cercanos, situados algo a la izquierda, que le
permitirían fumarse aquel ansiado cigarrillo tranquilamente y sin
interrupción alguna.

Pocos segundos más tarde, ya con el pitillo entre los labios, buscaba de
forma desesperada el mechero dentro de aquel pequeño bolso de mano,
en el que tanto le había costado embutir el teléfono móvil y apenas
cuatro cosas más.

-Mierda de bolso… Tan pequeño y lo que cuesta encontrarlo… -se quejó


para si en un murmuro.

-¿Qué haces? –Preguntó una voz burlona detrás de ella.

-¡Joder! –exclamó girándose de golpe –que susto me has pegado,


cabrona –le dijo a otra chica que sonería tendiéndole un mechero –
gracias… ¿Crees que es normal llegar a estas horas a la boda del padre
de una de tus mejores amigas?

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-En mi defensa sólo puedo decir que me he dormido… Anoche olvidé


activar la alarma –se excusó encogiéndose de hombros -¿A quién en su
sano juicio se le ocurre casarse a las 12 del mediodía?

-Es verdad… ¡Habrase visto! Los organizadores de bodas de hoy en día


no tienen vergüenza –le siguió la broma, divertida. –Y a todo ésto,
¿dónde está Eduardo? –preguntó Maca, extrañada al verla llegar sin su,
desde hacía bastantes años, inseparable novio.

-Lo he dejado intentando aparcar el coche, ya sabes lo patoso que es


con esas cosas. Sácale de un parking con las rayitas del suelo marcadas,
y se pierde. ¡Hombres!

-Sí, será eso… Aunque creo que el problema está más bien en que te
buscas unos novios que son igual de desastres que tú. Francamente,
todavía no consigo entender cómo conseguís sobrevivir sin enteraros
nunca de nada.

-Son esos pequeños misterios de la vida… Por cierto, ¿cómo ha ido la


ceremonia? –quiso saber su amiga tomando el mechero para encenderse
ahora ella, un cigarrillo.

-Pues como siempre… -contestó exhalando un suspiro con resignación –


muy bonito todo, las mismas palabras, las mismas personas… Igual que
las otras, lo único que cambia es que todos envejecemos, bueno y la
novia… No entiendo porque se empeña siempre en repetir la misma
pantomima una y otra vez.

-No te quejes, Maca –la reprendió ella con una sonrisa –tienes que
aprender a ver el lado bueno de las cosas… Gracias a tu padre podrás
elegir de entre un gran abanico de iglesias y restaurantes donde poder
celebrar tu boda.

-Que graciosa eres, Martita –le espetó aun sin poder evitar reírse –
aunque tienes razón… Me será inmensamente útil tener una larga lista
de iglesias donde casarme. Lástima que las bodas lésbicas no suelan
celebrarse ahí…

-¡Buah! Pequeños detalles sin importancia –exclamó Marta –de todas


formas, veo menos probable que te cases, que al final la Iglesia católica
admita el matrimonio entre personas del mismo sexo.

-Lo mismo digo –las interrumpió otra voz a su espalda, pero con un tono
muy diferente al utilizado por la otra mujer –me parecería increíble que
alguien tuviera el mal gusto suficiente como para casarse contigo –
añadió con el mismo desdén con el que había hablado antes.

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-Vaya, has tardado bastante en aparecer –observó Maca con indiferencia,


sin girarse –definitivamente, estás perdiendo facultades…

-Déjate de tonterías, Macarena –la cortó aquella mujer -llevamos cinco


minutos esperando a que te dignes a aparecer para la foto familiar, ¿a ti
te parece normal estar desaparecida el día de la boda de tu propio
padre?

-Pues mira, sí –contestó ella con la misma indiferencia con la que le


había hablado anteriormente -de hecho, en todas las bodas de mi padre
he actuado así, y no ha habido ninguna desgracia destacable… A pesar
de la presencia de ciertas personas, claro.

-Que te jodan –le espetó la mujer, cuyos ojos centelleaban con espurias
de ira.

-Yo también te quiero Esther… -repuso Maca, dándose la vuelta sin más
hacia la iglesia –pero venga, vámonos. ¡Nos están esperando! –añadió
esbozando una sonrisa al ver el gesto contrariado de la que, a partir de
entonces, sería algo más que una conocida.
Por suerte, había sucumbido ante los repetidos ruegos de su padre para
que ayudara a su futura mujer con la disposición de las mesas. Este
hecho, le permitió poder poner una condición a cambio: sentarse en la
misma mesa que su hermano, su cuñada y el resto de sus amigos.
Además, se las ingenió para sentarse lo suficiente lejos de aquella
mirada inquisidora de Esther, que parecía estar atenta en todo momento
a sus actos, para poder reprobarlos a continuación; pero en una posición
en la que ésta pudiera ver lo bien que lo pasaba con ellos, mientras ella
se aburría soberanamente aguantando cumplidos que le dedicaba su
parentela.

Estaban algo apartados del resto de invitados, que se encontraban


desperdigados por aquel gran jardín, en el que se servía el aperitivo.
Aunque Maca tenía más facilidad para escaquearse de los cumplidos y
conversaciones de rigor, de aquel tipo de ocasiones; Jerónimo no la
tenía, así que, muy a su pesar, debía repartirse a tiempos iguales entre
sus amigos y los compromisos de los que debían encargarse. No
obstante, al final había tenido que sucumbir ante las insistencias de
unos amigos de su padre, que le reclamaba un brindis con ellos.

-¡Qué pesados! –exclamó Maca el llegar a su altura, con una copa que
contenía un líquido claro.

-¿Martini? –preguntó Marta al mismo tiempo que acercaba su nariz, para


olerlo –No sé cómo puedes beberte ésto… -añadió con una mueca de

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asco.

-Claro, a ti te va más el whisky a pelo –contestó ella –por cierto, ¿de


quién habláis? –quiso saber, conociendo las sonrisas que adornaban los
rostros de sus amigos.

-¡Pero fijaos en ella! –insistió una Claudia divertida, por quinta vez –No
deja de mirarnos, y lleva así todo el rato…

-Que pesadita estás, ¿eh? –observó Guille riéndose –aunque es cierto, y


la verdad es que da miedo…

-¿De quién…? –empezó Maca girándose, para ver quién era el centro de
la conversación -¡Ah! Ella…

-Oye, Maquita… -empezó Jero, sumándose a la conversación -¿seguro


que no le has hecho nada que tengas que compartir con nosotros?
Porque no creo que a papá le haga mucha gracia, ¿eh?

-A ver, Jerónimo… -contestó ella imitándolo -¿y tú crees que si le hubiera


hecho algo, me miraría con esa cara? Más bien estaría sonriendo, feliz
de la vida, y no con esa cara de amargada…

Poco rato más tarde, les informaron de que ya podían entrar en el salón
donde se celebraría el banquete, así que siguieron al resto de los
invitados hacia el interior del castillo.

-La verdad es que tu padre se lo ha currado esta vez, ¿eh? –comentó en


un susurro Marta.

-Todo el mérito es de la novia –contestó Jero con una sonrisa, viendo


como el resto de invitados observaban admirados aquél gran ventanal
que ocupaba parte de la pared, y que daba unas magníficas vistas al
mar. –Se ve que vino hace tiempo a una boda aquí, y quedó prendada
del lugar.

-No me extraña –exclamó Guille con la boca medio abierta, ese gesto tan
característico en él.

-¿Sabéis a quién he visto? –dijo Maca con voz cantarina llegando hasta
ellos.

-Pues no, pero seguro que tú nos lo vas a decir… -contestó Claudia con
una mueca.

-Carolina –anunció Maca contenta –lo que significa…

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-¿Que Bea no va estar? –acabó la frase Claudia –Maca, que haya venido
su hermana, no significa que ella no haya venido… -empezó de forma
cautelosa para que su amiga no se llevase un chasco, si finalmente Bea
estaba.

-Pero no sé, si su hermana ya ha venido en representación de la familia,


no creo que ella venga, ¿no? –observó ella preocupada.

-Definitivamente te equivocas –anunció Marta mirando hacia la puerta,


por donde acababa de aparecer una mujer junto con un hombre que
debía tener, más o menos, la misma edad.

-Mierda –susurró Claudia al ver la palidez del rostro de Maca, quien con
gesto desencajado miraba aquella figura que se alzaba soberbia frente a
ellos.

-Vámonos a la mesa –ordenó Maca, aunque sonó más como un ruego


que como una orden –por favor… -añadió al ver a sus amigos plantados
allí, sin saber muy bien qué hacer.

Marta la cogió del brazo, y la llevó rápidamente hacia la mesa número


cinco donde, según las listas que se encontraban a la entrada del salón,
debían sentarse. Desde lejos, Esther observaba intrigada aquella
escena, por lo extraña que le había parecido, aunque una de sus tías
abuelas le llamó la atención para seguir contándole lo bien que le iba
todo a su hija, por lo que no pudo prestar atención a lo que sucedía. Sin
embargo, a lo largo de toda la comida, apenas prestó atención a lo que
sus compañeros de mesa decían, atenta como estaba, a lo que ocurría
unas mesas más allá. Aquella nueva imagen de Maca la intrigaba, nunca
la había visto así: aquella mujer que siempre, aun en los momentos
difíciles, aparentaba una seguridad en si misma aplastante, ahora se
encontraba seria y ausente de la conversación que se desarrollaba entre
sus amigos.

-Basta ya, ¿no? –la reprendió en un susurro su hermano –se que su


presencia te afecta, pero ¿podrías al menos dejar esta cara de funeral
que tienes?

-Lo siento –se disculpó Maca –pero es superior a mí… Y tan siquiera se
ha dignado a saludarnos la muy…

-Maca, siento interrumpiros –dijo Esther en un tono muy diferente al que


utilizaba normalmente para dirigirse a ella –pero el baile está a punto de
comenzar y bueno… Ya sabes que deberás bailar con tu padre…

-Por si no lo sabes, he estado en sus dos últimas bodas, así que sé lo que

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tengo que hacer… -le espetó ella de forma borde –pero muchas gracias
por tu información, le haré saber a mi padre lo muy bien que estás
comportándote esta noche…

-Mira, no sé qué… –empezó Esther, aunque se lo repensó y decidió


callarse por una vez –ahora nos vemos.

-Te has pasado –observó Anna.

-¿Si? Pues ella se pasa conmigo cada vez que me habla, así que por una
vez que lo haga yo, no creo que se muera –agregó Maca enfadada –me
voy para allá.

-No veo el día en que finalmente supere lo de Bea –comentó Marta, una
vez se hubo alejado lo suficiente –creo que deberíamos empezar a
organizar una fiesta para cuando lo logre, debería ser a lo grande…

-¿Es que aún te quedan esperanzas? –quiso saber Guille.

Como Esther había dicho, después de la apertura del baile con el


tradicional vals, a Maca le tocó bailar con su padre, mientras la novia lo
hacía con su hermano. Cuando hubo cumplido con su obligación en todo
aquel paripé, volvió a reunirse con sus amigos.

Desde la lejanía, Esther, que se había apartado del espacio habilitado


para el baile, seguía con la mirada puesta en aquel pequeño grupo de
personas, que sonrientes hablaban entre ellos. No obstante, su actitud
cambió de repente al añadirse a ellos una mujer exuberante que iba
acompañada por, el que supuso, era su pareja. Se fijó en el hecho de
que saludó con dos besos a todos, pero ignoró completamente a Maca, a
quien solamente le dedicó un leve movimiento de cabeza. Y que ésta,
pocos segundos más tarde desaparecía de allí, cuando parecía que la
mujer les presentaba a su acompañante.

La tarde fue pasando, de hecho había empezado a oscurecer, y nadie


parecía querer marcharse todavía. Esther se encontraba hablando con
su hermano, cuando inconscientemente, su vista traicionera se dirigió
hacia uno de los balcones, cuyas puertas permanecían abiertas. Allí, una
Maca ausente y alejada del resto, se encontraba apoyada en la
barandilla, con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra. De
repente, vio a aquella mujer de la que ésta había huido antes, acercarse
a ella y empezar una conversación que Maca no parecía querer. Movida
por la curiosidad, se acercó hacia allí, lo suficientemente cerca como
para escuchar la conversación, pero colocada de tal modo, que no la
vieran.

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-No quiero que nuestra relación siga así –decía la mujer.

-Te recuerdo que la que me ignoras eres tú, Bea. Fuiste tú la que quisiste
que “nuestra relación” fuera ésto –contestó Maca, cortante.

-Maca… -insistió ella.

-No, Bea, no. ¿Tú sabes el daño que me has hecho? Tus repetidos
desplantes, cada vez que me ignorabas… Me has ridiculizado durante
años, y yo he seguido persiguiéndote, con mi dignidad por los suelos…

-Yo no…

-No, ahora me toca hablar a mí, tú ya lo has hecho durante años.


Contigo he hecho lo que nunca creí poder hacer: te pedí perdón por
cosas que no había provocado yo, te he perdonado actos
imperdonables… Estoy harta, Bea, harta de seguir sin poder enfadarme
contigo por más que lo intente, de no conseguir odiarte como te
mereces y de seguir enamorada de ti como una auténtica imbécil…

-Está mal escuchar las conversaciones ajenas –dijo la voz de Claudia a


su espalda, sobresaltándola.

-Lo sé… -se limitó a contestar Esther -¿quién es?

-Beatriz Fabré –contestó ella, borrando la sonrisa –la mayor pesadilla de


Maca… Y su mayor sueño a la vez… ¿No te acuerdas de ella? Iba a
nuestro colegio…

-Ah, sí… Es verdad… -se acordó Esther, queriendo que Claudia siguiera
con su relato.

-Lo cierto es que Maca lleva enamorada de ella desde el colegio, aunque
más que enamorada diría que la idealizó tanto que llegó un momento en
que se obsesionó con su perfección… Empezaron a hacerse muy amigas,
tenías que ver a Maca, toda su bordería desaparecía cuando estaba con
ella, se deshacía en atenciones… Eran algo así como inseparables, y lo
siguieron siendo cuando empezó la universidad. Hasta el momento
nadie sabía que Bea hubiese estado con alguien, así que Maca empezó a
hacerse ilusiones, y cada vez mayores. Pero llegó un día en que todo
cambió… Fue como si Bea, que siempre había sido la persona más dulce
sobre la faz de la tierra, se hubiese convertido en alguien irreconocible.
Guille siempre la compara con Darth Vader… -explicó esbozando una
sonrisa triste –no sé, todo empezó como un juego, primero se picaban en
broma; pero poco después, comenzó a tratar a Maca de una forma
repulsiva y, como veía que ella seguía yendo detrás suyo, cada vez se

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pasaba más… Estaba meses sin tan siquiera mirarla a la cara, en esos
momentos Maca se desesperaba y la llamaba pidiéndole perdón por si
había hecho algo malo. Todavía recuerdo una vez de estas, cuando Bea
volvió a hablarle, y Maca me vino llorando de alegría… Al final la cosa
era insostenible, así que dejamos de quedar con ella. Hacía como dos
años que no la veíamos… Y ahora va y la tía se presenta aquí con el que
se va a casar en dos meses…

En ese momento, Guille llamó a Claudia para que fuese a bailar con
ellos, ya que estaba sonando una canción que debía tener algún
significado especial para ellos, así que Esther se quedó sola
reflexionando acerca de lo que le acababan de contar. Sus piernas
empezaron a moverse sin ella haberles dado orden alguna, y sin saber si
lo que hacía era lo más apropiado, se acercó a aquellas dos mujeres que
seguían hablando.

-Maca, perdón por la interrupción, pero tenemos que hablar –anunció


interrumpiendo algo que Bea se disponía a decir, por lo que ésta la
fulminó con la mirada, molesta por su llegada.

-Tranquila, nosotras ya hemos acabado, ¿verdad? –dijo Maca, que seguía


con un rictus serio.

-¿Es una de tu noviecillas? –preguntó Bea, intentando que Esther se


fuera, acobardada, para seguir con la conversación.

-No, ahora somos familia. Pero tranquila, que si nos liamos te lo vamos a
notificar. En vista del interés que te despierto… -contestó Esther ante la
mirada sorprendida de Maca.

Bea decidió que no era el momento para empezar una disputa, así que
dio media vuelta y se fue de allí. Las otras dos mujeres se quedaron
quietas, sin moverse apenas, viendo como se alejaba.

-La verdad es que la chica es impresionante, lástima que no sea muda…


-susurró Esther pensando en alto.

-¿Qué querías? –quiso saber Maca, volviendo a apoyarse en la barandilla.

-Yo sólo… -empezó Esther sin saber que decir –te vi incómoda y…

-Mira, llevas comportándote fatal conmigo desde hace un año, por algo
que no fue ni culpa mía. Así que haz el favor y no intentes compadecerte
de mí, ahora. No lo necesito… -la cortó Maca sin tan siquiera mirarla.

Esther no se movió, no sabía porque, pero no podía. Aquél tono abatido,

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esos ojos tristes y su actitud perdida, lo impedían. No había razón alguna


que lo explicase, pero la visión que tenía hasta entonces de Macarena
Wilson, cambió por completo en aquel instante.

UN AÑO ANTES

Aquél, era un día extraño, sobretodo tratándose de ella. Su reloj


marcaba las dos del mediodía, y se encontraba saliendo de la ciudad,
rumbo a la casa donde vivía su padre, en una de las más exclusivas
urbanizaciones de los alrededores de la ciudad. Si se hubiera tratado de
cualquier otro día normal, en esos instantes, habría olvidado que era la
hora de comer, rodeada de informes y pruebas de sus pacientes,
valorando las diferentes opciones y riesgos que existían en cada caso.
Faltarían pocos minutos para que, puntual como un reloj suizo, como
siempre, Teresa entrase en sus despachos tras dar dos suaves golpes a
la puerta anunciando su llegada y el de su comida.

-Te he dicho miles de veces que no hace falta que te molestes, Teresita –
le decía día tras otro Maca levantando su cabeza de aquel montón de
papeles aparentemente desordenado, por primera vez en una hora y
algo dependiendo del día.

-Y yo te he contestado las mismas veces que, digas lo que digas, lo voy a


seguir haciendo… -repuso la mujer dejando un par de Tupper-Wares en
algún pequeño espacio libre del escritorio, para acercarse,
seguidamente, a una pared del amplio despacho cubierta por un amplio
mueble del que extrajo una pequeña mesa que a simple vista quedaba
imperceptible.

-Hay que ver lo útiles que pueden resultar a veces las pijadas de mi
padre, ¿eh? –comentó alguna vez la médico con una sonrisa malévola
esperando la reacción de la que siempre había sido su secretaria.

-No hables así del Dr. Wilson –la reprendía siempre que ella decía algo
malo de su padre.

-Eres un cielo, Teresa –no podía evitar repetirle siempre que daba el
primer bocado a la comida, mientras la mujer, sentada a su lado, la
observaba con una sonrisa –y con unas excelentes dotes culinarias.
¿Estás segura que no quieres dejar a Manolo y fugarte conmigo? –añadía
con una sonrisa pícara.

-Déjate de tonterías y come –la cortaba la mujer enrojecida, con


aparente enfado, pero encantada de los halagos recibidos.

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Pero aquel día era diferente al resto, puesto que dos noches antes, su
padre la llamó para notificarle que, le fuese bien o no, debía acudir a una
comida familiar, dándole fecha y hora que, como siempre, eran
inamovibles. Aquello no le extrañó demasiado, puesto que una vez cada
trimestre, más o menos, solía suceder exactamente lo mismo, ya que le
gustaba repasar con Maca las últimas decisiones tomadas por ésta
relacionadas con la clínica de la que, desde la jubilación de su padre,
ejercía la dirección.

No obstante, cuando la puerta que daba entrada a la finca se abrió, se


sorprendió al ver más coches de lo que era habitual, encontrándose con
dos vehículos que no conocía. No se inmutó demasiado, puesto que,
desde que Pedro Wilson no trabajaba, eran frecuentes las visitas que
amigos y conocidos le hacían. Aparcó la moto donde solía hacerlo, en un
lateral de la casa, donde un frondoso árbol la cobijaba de los
inclementes rayos de sol. Sin mucha prisa, como si quisiera alargar
aquel corto camino hacia la entrada del gran chalet, anduvo hasta la
puerta principal, que abrió sin pedir permiso.

-¡Hola! –exclamó en voz elevada nada mas cruzar el umbral.

-Buenas tardes, Macarena –la saludó una mujer mayor saliendo del
comedor –su familia la espera en el salón.

-Hola, Carmen –contestó ella con una sonrisa -¿cómo está?

-Bien, hija. Dentro de de poco les voy a avisar para la comida, creo que
le va a gustar…

-¿Paella? –preguntó Maca aun conociendo la respuesta –¡que rico! –


exclamó imaginando el gran plato que engulliría en unos momentos. –
Voy para adentro antes de que mi padre salga a buscarme.

A medida que se acercaba a la habitación en la que se suponía, estaba


su familia, fue escuchando las voces que salían de su interior,
sorprendiéndose al no reconocer un par de voces femeninas.

-Buenas tardes –dijo, anunciando así su presencia.

-Macarena, llegas tarde –le recriminó su padre con aspecto serio.

-Sí, lo sé, pero un caso se complicó a última hora y he salido cuando he


podido –se excusó ella sin darle mucha importancia, acostumbrada a sus
reproches.

-Bueno, da igual. Me gustaría presentarte a dos personas que de ahora

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en adelante serán muy importantes en mi vida, y por lo tanto, en la tuya


–empezó él, por lo que la cara de Maca empezó a cambiar de gesto:
sabía lo que vendría a continuación. –Encarna Ruiz y Esther García.

-¿Cuál de las dos es la novia? –quiso saber ella después de haber


saludado a ambas con sendos besos reglamentarios en la mejilla.
-No seas impertinente –le espetó él. –Encarna, por supuesto.

-Pues entonces, encantada, Encarna –dijo Maca con una sonrisa. -¿Qué
tal estás hermanito? –le preguntó a Jero, que mantenía un aspecto serio,
al sentarse a su lado.

-Bien, supongo –musitó él –no hubiese venido si Anna no se hubiese


empecinado en que lo hiciese –añadió lo suficientemente bajo para que
nadie más escuchase lo que decía.

-Por cierto, ¿dónde está? –quiso saber ella.

-Uno de los perros se ha hecho daño no sé donde, y ha ido a mirar que le


pasa –contestó Jerónimo con el mismo mal humor.

-Pues no le pasa nada, sólo es una pequeña herida –anunció Anna


entrando por la puerta del salón –vaya, por fin has llegado –le dijo a su
amiga al verla.

La habitación se encontraba sumergida en un silencio espeso e


incómodo, sólo interrumpido por cortos comentarios de uno y otro
intentando empezar una conversación.

-Quién nos iba a decir a nosotras que volveríamos a vernos en estas


circunstancias después de tantos años, ¿verdad Esther? –comentó
finalmente Anna.

-Pues sí, es cuanto menos, curioso –contestó ella con una sonrisa algo
forzada.

-¿Os conocéis? –quiso saber una Maca sorprendida.

-Claro –contestó su amiga mirándola –Es Esther García… -le dijo como si
fuese lo más obvio del mundo –Macarena, por favor, iba a nuestro
colegio. Al grupo A –añadió al ver que su cuñada no conseguía
recordarla.

-¡Ostras, es verdad! –exclamó –lo siento, pero estás cambiadísima. Te


recordaba… No sé, diferente…

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-Sí, me lo suelen decir –la cortó Esther de forma seca –el que ya no lleve
la ortodoncia y esas gafas de culo de vaso, ayuda bastante.

-Pues tengo que decirte que estás guapísima –se sinceró Maca con una
sonrisa.

-Macarena… -le recriminó su padre.

-¿Qué? –preguntó ella con falsa inocencia tras resoplar –¡ah!, perdón. Al
decirte que lo guapa que estabas, no pretendía insinuarme ni conseguir
meterte en mi cama. Lo siento de verdad si he dado a entender ésto…

-Esto ha estado fuera de lugar –dijo Pedro Wilson algo incómodo por el
cariz que empezaba a tomar la conversación.

-¿Acaso no les habías dicho que tu hija es lesbiana? –se sorprendió ella. –
Pues sí, lo siento pero lo soy, y mejor que te acostumbres de una vez
porque no tengo intención de que mi orientación sexual cambie. Al
menos a corto plazo…

-Perdonadnos por esta incómoda situación –se disculpó el señor Wilson


ante unas estupefactas Encarna y Esther.

-Aunque lo mejor será que se acostumbren, cada reunión familiar es así


desde hace unos tres años –murmuró Jero con resignación.

-¿Tres años? –preguntó Encarna espontáneamente y, al darse cuenta de


su atrevimiento, enrojeció avergonzada.

-Sí, fue cuando mi padre se enteró de que Maca era lesbiana… Se lo hizo
venir bien porque ya la había nombrado su sucesora en la clínica y, por
lo tanto, su despido sería improcedente –explicó él sin darle mucha
importancia.

-¡Eso no es verdad! –protestó la médico, indignada –Se enteró porque al


fin uno de sus amigos se atrevió a decírselo… Igual que cuando Teresa
tuvo que explicarle que tú no querías estudiar medicina sino
arquitectura.

-¿Eres arquitecto? –se interesó Esther –Mi hermano también lo es.

-Lo sé… -se rió Jero –hice la carrera con él. Sergio García, ¡menudo
elemento estaba hecho!

-Igual que tú, según me consta. Suerte que al empezar a salir con Anna
dejaste de hacer el cafre –comentó Maca de forma burlona.

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-Aún me acuerdo –añadió su amiga –todas estábamos locas por Jerónimo


Wilson, y las que no, lo estaban por su hermana, la rebelde estudiante
de medicina… Todas se morían por montar en tu moto.

-Y siguen haciéndolo, ¿verdad Maquita? –siguió Jero cada vez más


animado –Según tengo entendido Sergio está en Londres, ¿no?

-Sí –contestó una Encarna orgullosa –hace un par de años se casó con
una chica de allí, muy maja, y ahora están esperando un niño.

-Me alegro por él, guardo muy buenos recuerdos de nuestra época de
facultad –dijo Jero.

-¿Y tú, Esther? –quiso saber Anna sacando su vena cotilla.

-Pues soy abogada, al acabar la carrera dos amigas de la universidad y


yo montamos un despacho y la verdad, es que no nos podemos quejar…
-explicó ella.

-Pues yo sí me quejo –la cortó su madre –la niña no tiene ni novio ni


nada. Claro, con lo seca que es…

-Mamá… -protestó Esther.

-¿Veis lo que os quería decir? –exclamó la mujer arrancando las risas de


los presentes, y haciendo que Esther enrojeciera avergonzada.

-La comida está lista –anunció Carmen apareciendo de repente –cuando


quieran, pueden pasar al comedor.

A partir de ese momento, la conversación fue más amena y ágil,


enlazando un tema con otro. Anna, Encarna y los dos hermanos,
monopolizaban el turno de palabra, hablando de temas totalmente
banales pero cómodos para todos. Mientras que el patriarca Wilson y
Esther permanecían silenciosos, interviniendo, tan sólo, en contadas
ocasiones. La comida se alargó cerca de dos horas, tras las cuales
Macarena se disculpó por tener que marcharse, puesto que tenía una
cita inaplazable con una paciente.

-Es una rinoplastia bastante urgente –explicó –la mujer tuvo un


accidente y desde entonces le han quedado secuelas psicológicas por su
aspecto.

-Yo también debería irme –anunció Esther –tengo un juicio en un par de


horas.

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Anna y Jerónimo, en cambio, decidieron quedarse puesto que ya habían


dicho que tenían la tarde libre, y no encontraron ninguna excusa lo
suficientemente buena como para escabullirse.

Una vez fuera de la casa, tras haberse despedido de todos, incluida


Carmen que le hizo prometer a Maca que se cuidaría, ambas mujeres se
quedaron en silencio, sin saber muy bien como actuar.

-Bueno, pues ya está –dijo Maca, ante la mirada imperturbable de Esther.


-¿Has venido en tu coche o…?

-Sí –la cortó ella secamente -¿Por?

-Por nada –contestó la médico sorprendida por su actitud –por si querías


que te acercara o algo…

-Pues no, gracias. Puedo ir solita, hace años que me saqué el carné de
conducir, ¿sabes? –siguió Esther con el mismo tono de voz.

-Yo… Lo siento, no pretendí… -se excusó Maca cada vez más alucinada
por el tono de la abogada.

-Mira, me da igual lo que pretendieras –volvió a cortarla Esther –Delante


de mi madre voy a comportarme de forma educada, puesto que no me
queda otro remedio que aceptar su decisión, pero cuando ella no esté, te
ruego que dejes tu pose de simpática y adorable. Sé perfectamente
como eres, Macarena Wilson, y no me gustas.

Tras aquello, se dio la vuelta y sin decir ni una sola palabra ninguna de
las dos, se fue de allí. Dejando a una Maca estupefacta por lo que le
acababan de decir, e incapaz de moverse, ni hacer otra cosa que no
fuese seguir con su vista ese coche que se alejaba rápidamente por el
jardín de su padre hasta desaparecer tras una curva.

-¿Es que no había otro hombre? –preguntó Esther por enésima vez en
aquella tarde ante su compañera de piso y socia del bufete de
abogados.

-Por favor, Esther. ¿Quieres dejarlo de una vez? –le suplicó Laura al borde
de la desesperación.

-No, no quiero –contestó ella deteniéndose un momento, para seguir


dando vueltas por el salón murmurando algo que su amiga no conseguía
entender. –Es que tenía que elegir precisamente a su padre, el padre de
Macarena Wilson, para casarse –estalló enfadada –Macarena la lista, la

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guapa y la fantástica…

-¡Ya estoy harta de tanta tontería! –exclamó Laura apagando el televisor


con un gesto brusco y sentándose en el sofá en el que, hasta el
momento, había estado tumbada –Llevo una semana escuchándote
despotricar en contra de Maca, una pobre chica que lo único que hizo
fue…

-Ya sé lo que hizo –la cortó Esther sin querer escuchar el final, quizás
avergonzada por lo ridículo que podía llegar a sonar aquéllo en boca de
su amiga –Pero esa mujer no me cae bien.

-Esther, por favor… ¿Dónde está esa persona racional hasta lo


desesperante que yo conozco? Me estás diciendo que no puedes ver a
Macarena Wilson, y lo que es peor, que te comportaste como una
auténtica imbécil con ella, por algo que pasó cuando teníais dieciséis
años… ¡Y que ni tan siquiera fue culpa suya, por Dios!

-¿Cómo que no? –exclamó ella –se ha pasado la vida pavoneándose


delante de todo el mundo para que la gente le dijera lo fantástica y
maravillosa que es… Y yo no pienso seguirle el juego y hacer como
hacéis todos.

-Digas lo que digas, siempre se portó muy bien conmigo, es más, sin
necesidad de serlo fue agradable y simpática con todas nosotras. Hasta
nos prestaba apuntes… -intentó convencerla Laura.

-Claro, para que la adorarais como todo el mundo –insistió Esther. –Y ya


me dirás donde queda toda esta solidaridad, cuando se está ganando la
vida en la clínica privada que le montó papá operando la nariz de
ricachones sin otra cosa que hacer… -añadió creyendo haber encontrado
un buen argumento a su favor.

-Habló la que se pasa el día en campañas solidarias y haciendo servicios


sociales –observó su amiga con gran dosis de ironía –te recuerdo que
todas trabajamos para ganar dinero, y que cuando nos viene algún
ricachón, como tú les llamas, para que le llevemos algún caso, saltamos
de alegría.

-No es lo mismo –rebatió Esther enfurruñada.

-¿Sabes? Me da igual lo que pienses o digas, estoy harta de escucharte


diciendo tontería tras tontería, así que o te callas de una vez y empiezas
a razonar como la persona madura que eres, o que el menos
aparentabas ser, o te encierras en tu habitación para amargarte tu sola –
concluyó Laura cansada del numerito –porque a mí ya no me amargas

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más.

Después de haberle soltado todo aquello, volvió a encender el televisor


y a tumbarse, tal y como se encontrara antes de que su amiga
empezara a desvariar. Se encontraba de esta forma, cuando un portazo
proveniente del dormitorio de Esther le informó de que su amiga,
probablemente muy enfadada, pasaría el resto de la tarde ahí dentro.
Sin inmutarse, siguió en la misma posición, sin apenas moverse, hasta
que el sonido de la cerradura le indicó que alguien se disponía a entrar
en su casa.

-¡Hola! –gritó una voz a la vez que la puerta se cerraba.

-Hola, Eva –la saludó Laura sin mucho ánimo.

-Uy, a ti te pasa algo –observó la chica sentándose en sillón que


quedaba junto al sofá.

-¿Y cómo lo has deducido? –quiso saber la abogada.

-Pues muy fácil –concluyó Eva encogiéndome de hombros –has olvidado


gritarme que te dé mis copias de las llaves, y regañarme una vez más
por hacérmelas sin vuestro permiso…

-Siempre consigues asombrarme con tus absurdas teorías… -comentó


Laura volviendo a centrar su atención en el programa de actualidad que
estaba mirando.

-Por cierto, ¿dónde anda nuestra querida Esthercita? –quiso saber la


mujer intentando llamar la atención de su amiga.

-Se ha encerrado en su habitación… Está enfadada… -contestó la


morena.

-Vaya por Dios –dijo Eva en un suspiro -¿El sujeto M de nuevo?

-¿Qué coño es el sujeto M? –preguntó Laura aún de mal humor.

-Maca –le susurró como si Esther estuviera escuchándolas –es mucho


más fácil llamarla así, puesto que últimamente, nuestra querida amiga
parece tener un radar y cada vez que alguien nombra a esa pobre
mujer, aparece al instante echa una fiera… -añadió orgullosa por su
astucia.

-Lo que me faltaba por oír –se quejó Laura hundiendo su cabeza en uno
de los cojines del sofá.

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Como cada mañana, aparcó la moto en la plaza de parking que, como


directora, tenía reservada. El proceso que seguía era para ella como un
ritual, en el que, si se saltaba algún paso, sentía que perdía el hilo de los
demás y no estaba tranquila en el resto del día, como si hubiese
olvidado algo. Todos allí lo sabían, así que si alguien tenía algo que
comentarle esperaba hasta que dicho proceso acabara, es decir, con el
segundo café del día.

-Buenos días –dijo entrando en la sala donde varios médicos


comentaban casos entre ellos, o bien, intentaban despertarse a base de
cafés.

-Hola cariño –la saludó una mujer que revisaba un informe junto a un
hombre que parecía más interesado en la revista que otro estaba
leyendo.

-Tu marido no te hace ni caso –le susurró Maca señalándolo con la


cabeza.

-¡Rodolfo! –le llamó la atención la médico –tenemos esta operación en


tres horas –le recriminó escandalizada por el comportamiento de éste.

-Tiempo más que suficiente –contestó él sin más –debes tener en cuenta
que vas a operar con el mejor cirujano de esta clínica, así que estate
tranquila, anda –añadió arrancando un resoplido de su esposa y varias
carcajadas del resto de los presentes.

La directora se apoyó en el mueble donde descansaba la moderna


cafetera esperando a que la cápsula que acababa de meter en ella,
terminara de exprimir sus últimas gotas del líquido. Barrió la habitación
con la mirada, observando aquella decena de médicos que se movían
por allí. A pesar de no necesitar ir allí, puesto que su despacho tenía el
mismo equipamiento, le gustaba pasar al menos un cuarto de hora con
parte del personal.

-Me ayuda a conocer sus hábitos –le explicó una vez a Teresa cuando
ésta se atrevió a preguntarle por qué lo hacía –A saber como son.

Había pasado gran parte de su infancia entre aquellas paredes, conocía


cada planta de aquel edificio como la palma de su mano, aunque le
sabía mal reconocer que no sucedía lo mismo en los que su padre había
construido al ampliar la clínica. Muchos de los presentes la habían visto
crecer, por lo que les había costado verla como su nueva jefa y no como
la pequeña Macarena, algo con lo que tuvo que luchar desde que había
sustituido a su padre. En los últimos tres años, había procurado

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aprenderse el nombre de todo el personal que trabajaba allí, pero al


darse cuenta de su magnitud, desistió en el intento: con ella sumaban la
treintena de doctores en las diferentes especialidades, que aumentaban
a más de cien personas entre enfermeros, celadores y, encargados de la
higiene y limpieza. Sin contar con administración y algún que otro
departamento más.

Aunque detestaba todo lo que tenía que ver con, lo que ella llamaba,
papeleo, se había tenido que acostumbrar a numerosas reuniones con
contables y economistas en los que abundaban documentos con
balances, cuentas de pérdidas y gastos y, otros muchos informes que a
ella, al principio, no sabía ni por donde coger.

Tras los veinte minutos reglamentarios que solía pasarse en la sala de


descanso de médicos, y haberse bebido el café en apenas un trago, hizo
el ademán de marcharse de allí para dirigirse a su despacho.

-Espera, voy contigo –le comunicó Cruz levantándose de su silla -¿qué tal
todo? –quiso saber una vez se encaminaron hacia los ascensores.

-Bien, bien –contestó una Maca no muy animada –tengo una mañana
completita… Y por la tarde tengo reunión con los de contabilidad.

-Bufff –resopló su amiga compadeciéndose de ella -¿alguna operación


destacable?

-No, hoy sólo tengo que arreglar la cicatriz de una intervención de labio
leporino. Lo haremos Javier y yo, -explicó la directora con una mueca de
desagrado, por tener que operar con él -el problema es que la
malformación es muy grande y deberé intervenir cuando él acabe. Lo
peor es que es un niño de apenas cinco meses –añadió –el resto son sólo
visitas previas y pruebas. Una de ellas es Sandra.

-¡Vaya por Dios! Es extraño tenerla entre nosotras… -observó Cruz con
ironía –parece su segunda casa, no creo que sus hijos sepan ni que cara
tiene…

-¿Lo dices porque no aparece por allí o por la cantidad de operaciones


que lleva? –preguntó Maca riéndose.

-Por ambas… -contestó la cirujana divertida –por cierto, ¿ha dejado ya de


acosarte?

-Pues no, pero la entiendo. Es difícil resistirse a mi perfección… -dijo con


una carcajada. Justo en ese momento, pasó junto a ellas una enfermera
que dirigió una fugaz mirada a Maca, sonrojándose al instante.

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-¡Esto es increíble! –exclamó Cruz ante la situación -No sé lo que te


ven…

-Te lo acabo de decir… Soy irresistiblemente perfecta… -contestó Maca


con una gran sonrisa –Y les doy lo que quieren: las hago sentir
importantes.

-Eres lo peor –le espetó su amiga entrando en el ascensor –no me


extraña que la chica esa te odie tanto.

-¿Quién? –preguntó Maca desubicada -¿Esther? A esa lo que le pasa es


que está amargada y la ha cogido conmigo… -dijo sin darle mucha
importancia –nos vemos luego, guapa –añadió con un guiño saliendo del
cubículo.

Como toda la clínica, cada especialidad ocupaba una planta de uno de


los edificios, donde se encontraban los despachos de los médicos o de
los encargados de cada departamento, y también las salas donde se
realizaban las visitas. Teresa, su secretaria, era una de las preferencias
que iban incluidas con el cargo de directora, y que su padre le había
legado. Aunque no sucedió así con su despacho, puesto que a Pedro le
gustaba conservar algo físico que demostrase que todavía seguía
involucrado en aquella empresa, y así lo demostraba un par de veces al
mes, cuando se pasaba por ahí se sentaba en su gran butaca, y revisaba
varios documentos durante toda la mañana.

-Buenos días, Teresa –saludó a la mujer con voz cantarina -¿cómo ha ido
el fin de semana?

-Buenos días, hija… -contestó ella sin mucho ánimo –me lo he pasado
entero preparando una comida familiar… ¡Y no van mis hijos y ayer por
la mañana, y me dicen que no pueden venir! Total que me quedé con la
arpía de mi cuñada, que lo más bonito que me dijo fue que la paella me
había quedado salada…

-Te he dicho mil veces que cuando quieras voy a partirle la cara a esa…
-observó Maca con una sonrisa entrando en su despacho seguida por la
secretaria –que a mi Teresa nadie le critica la paella, ¡hombre!

-Ay, quita, quita… ¡El disgusto que pasaría Manolo si a Catalina le pasara
algo! –exclamó ella, aunque complacida –bueno, vamos a dejarnos de
tonterías –añadió para, a continuación, dictarle el horario de aquel día –A
las dos te traigo la comida, ¿eh? Que sino te olvidas de comer…

Tras decir aquéllo, se giró y se marchó de la habitación, cerrando la


puerta de forma suave. Maca se quedó sonriendo, pensando lo

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importante que era aquella mujer para ella. Recordaba haber pasado
gran parte de su infancia entre aquellas cuatro paredes, haciendo sus
deberes y ayudando con los papeles y recados. Había sido Teresa quien
la había ayudado cuando no sabía hacer sus tareas escolares, algo en lo
que también había colaborado un joven Rodolfo Vilches cuando éstas se
complicaron. Recordó como, mientras en casa la esperaban unas
madrastras a quienes los hijos de Pedro Wilson, les importaban más bien
poco, Teresa la llenaba de cariño y hacía el papel de aquella madre que
una vez tuvo, pero cuyo rostro apenas recordaba. Ella y Manolo la
habían ido a recoger a la llegada de sus viajes de fin de curso, y los
llevaban de vez en cuando a la casa del pueblo a pasar algunos días,
cuando su padre estaba de viaje. Obviamente, había sido a ella a quien
le contó sus primeros temores acerca de su sexualidad, y a quien le
había presentado todas sus novias más formales.

-Hola Maca –la saludó una voz sensual, unas horas más tarde –que bien
te veo.

-Sandra –contestó ella –lo mismo digo –añadió sin salir de detrás del
escritorio, manteniendo una distancia prudencial de aquella mujer de
cincuenta años que tenía la figura de una veinteañera a causa de sus
múltiples operaciones.

-¿No vas a darme ni un beso? –preguntó ella con el mismo tono,


acercándose provocativamente.

-No creo que sea lo más apropiado

-¿Desde cuándo lo importa eso a Macarena Wilson?

-Pues desde que tú no pudiste evitar contarle a una de las enfermeras lo


satisfecha que estabas con mis servicios, con todos… -contestó ella algo
cortante.

-¡Ah, eso! Fue un comentario sin importancia, no creo que a esas alturas
alguien vaya a escandalizarse por tu reputación. Todo el mundo sabe tu
facilidad por meterte en la cama con tus clientas, incluidos nuestros
maridos…

-A nadie de esta clínica le importa lo más mínimo en cuantas camas me


he metido. De hecho, me cuesta bastante esfuerzo mantener mi vida
privada al margen, así que nadie, y mucho menos tú, va a echarlo por
tierra –dijo sentándose de nuevo en su silla, sin mostrar ningún tipo de
alteración o sentimiento.

-Vamos, cariño, no te enfades… -insistió Sandra acercándose hacia la

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médico -¿por qué no solucionamos esto como nosotras sabemos?

-Voy a pasarle tu expediente a otro de nuestros médicos, Sandra. A


partir de ahora será otro quien lleve tus casos –la cortó Maca
apartándose de ella.

-Como clienta tuya, no creo ser merecedora de este trato, por eso voy a
tomar las medidas correspondientes –dijo la mujer herida por el rechazo
–tendrás noticias mías muy pronto, Macarena.

-Haz lo que creas oportuno –contestó la médico.

Teresa entró alarmada en el despacho tras el sonoro portazo que dio la


mujer al salir.

-Parece que no se lo ha tomado muy bien –observó Maca esbozando una


leve sonrisa, gesto que no fue correspondido por la secretaria, que se
limitó a mirarla de forma reprobatoria.

-Te lo mereces, a ver si aprendes de una vez –la riñó Teresa antes de salir
de la habitación.

-Mierda –se quejó ella –bueno, supongo que esto también viene con el
papel de madre… -añadió a modo de pensamiento en voz alta, para
volver a concentrarse en unas pruebas que debía comentar con su
siguiente paciente.

La gran tormenta que, desde hacía algo más de dos días, caía sobre la
ciudad, inundando calles y causando enormes colas de coches, les había
impedido salir a la calle y hacer cualquier otra actividad que habían
planeado para el fin de semana, así que decidieron quedarse en casa y
disfrutar del “no hacer nada”.
-Estamos de un vago que da asco –observó Guille mirando todas las
botellas de cerveza y bolsas de patatas que se amontonaban en la
pequeña mesa de centro.
-¡Qué le vamos a hacer! –exclamó Marta acurrucada entre los brazos de
Eduardo, el pelirrojo con el que llevaba varios años saliendo –es lo que
tiene la vejez… ¡Todavía recuerdo cuando éramos jóvenes!
-No digas tonterías, anda –le reprendió Joan, de mal humor, ante la
mirada sorprendida de todos.
-Estamos insoportables hoy, ¿eh? –le dijo Maca.
-Es que hoy teníamos guardia… -explicó Jaime, el marido de éste –y
claro, como Rosa no puede hacerse cargo de la farmacia por un día…

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-¡Ay, déjame! –exclamó Joan –nunca se sabe que puede pasar. No creo
que tenga que dar explicaciones por ser responsable con mi negocio.
-Ayer me encontré a Laura –anunció Claudia, como si acabara de
recordarlo de repente, en un intento de suavizar el ambiente.
-¿Qué Laura? –quiso saber Marta, sin saber de quien hablaba su amiga.
-Joder, Marta… Laura Llanos. ¡La del colegio! –exclamó Claudia
desesperada por lo despistada que la otra podía llegar a ser. –Vino el
otro día a la consulta con su madre, a la que operamos hace un par de
años…
-¿Esa no era amiga de Esther? –recordó Maca de repente.
-Si que te interesas por tu futura hermanita, ¿eh? –la pinchó Anna con
una sonrisa burlona –no creo ni imaginarme la cara de tu padre si te lías
con la hija de su futura mujer.
-A mí no me hace ni pizca de gracia, ¿eh? –se quejó Jero no queriendo ni
pensar en la situación -¡Dios! Sería horrible…
-Bueno, ¿qué te dijo Laura? –quiso saber Maca ignorando los
comentarios de su hermano y cuñada.
-Uy, uy, uy… Si que te importa… -se rió Claudia, aunque ante la mirada
de la médico, decidió proseguir –Pues me comentó que hace tiempo que
ellas quieren hacer una cena de esas de toda la clase, para celebrar que
hace quince años que nos graduamos… Y la idea es que cada uno vaya
con su pareja.
-Odio estas cosas… -se quejó Joan.
-A ti lo que te pasa es que te da palo que todo el mundo sepa que eres
gay… Tanto negarlo en el colegio, y mira… -lo cortó Maca, riéndose de
él. –Pero es verdad, suelen ser un muermo… En estas reuniones es
cuando te das cuenta de que ya no tienes nada en común con todas
esas personas, y que lo que os unió en su momento, ya no lo hace…
-Pues yo tengo ganas de ver a todos esos a los que vosotras
considerabais guapísimos –comentó Guille -¡ja! Todos calvos y con su
barriga cervecera…
-Ya será menos… -dijo Claudia –por cierto, Maca, ¿con cuál de tus
conquistas irás?
-Pues pensaba ir contigo, que para entonces tengo la esperanza de que
hayas caído en mis redes –contestó ella riéndose. –Lo que me da miedo
es que vaya Bea… -añadió seria, de repente.
-¡Ya estamos! –exclamó Anna, hastiada por el tema que surgía - Llevas
años obsesionada con ella, ¿es que no vas a superarlo nunca?

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-La tienes demasiado idealizada, y esto sólo te está haciendo daño…


-añadió Claudia.
-Esto no es verdad –se defendió Maca ante los ataques de sus amigos.
-Sí, sí lo es y los sabes… -dijo Guille –no sirve de nada que intentes
repetirlo una y otra vez, porque así no se va a volver real, ¿sabes?
-Vamos a ver –empezó la médico cansada del tema –cuando encuentre a
alguien que realmente valga la pena, será cuando olvide a Bea… Hasta
entonces, ¿de qué me sirve empecinarme en olvidarla?
-¡Fantástico! –exclamó Claudia –ésto es mucho mejor, ¡dónde va a parar!
Simplemente te escudas en el fantasma de Bea, para que nadie más te
haga daño…
-Pues yo no veo nada de malo en ello –observó Maca –yo no soy infeliz,
de hecho me considero una persona bastante feliz dentro de lo que
cabe: me río, salgo con mis amigos, y no soy la típica amargada que va
cada noche a un bar a emborracharme para olvidar tiempos mejores…
¿Que sigo sintiendo algo por Bea? Pues sí. ¿Estoy amargada por ello? No.
-Lo que tú digas Maca, pero saltando de cama en cama, no vas a lograr
nada –le espetó su hermano.
-Creo que no eres el más indicado para decir eso, ¿eh? –contestó algo
ofendida.
-Ya, pero eso fue hace años… Empieza a ser hora de que madures –
repuso Jero sin más contemplaciones.
-Bueno, ¿hace un japonés? –preguntó Marta para romper el hielo, en
vista de lo tensa que se estaba tornando la conversación.
-¿Otra vez? –se quejó Joan quien, al contrario que sus amigos, prefería
un simple bistec con patatas, antes que las innovaciones gastronómicas.
-¿Pizza y japonés, entonces? –propuso Marta haciendo gala de su infinita
paciencia, ya con los menús listos en la mano para llamar.
A partir de ese momento, el ambiente volvió a ser agradable, y las risas
inundaron el lugar de nuevo. A pesar de ello, Maca permanecía algo
seria y bastante más callada de lo normal: quizás sus amigos y su
hermano tuvieran razón, y a lo mejor, sí que había llegado la hora de
madurar. En ese momento recordó las últimas palabras que le había
dedicado Sandra antes de marcharse de su despacho y, por primera vez,
sintió miedo a lo que pudiera suceder. En ese momento, no le había
dado ninguna importancia, de hecho, esa noche se había acostado con
una de sus pacientes. Pero ahora, estaba asustada y eso le hizo
plantearse el buscar un abogado para poder consultarle las posibles
acciones que podría tomar Sandra.

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Los días pasaban rápido, y con ellos las semanas. O al menos, esto
pensaba Teresa mientras, como cada final de jornada, marcaba una cruz
en el día que acababa entonces, de aquel pequeño calendario que
reposaba encima de su mesa. Miró la hora que marcaban las agujas de
su reloj: como siempre se marcharía más tarde de lo que indicaba su
contrato. Su trabajo le gustaba, se sentía a gusto con las personas que
la rodeaban y, de hecho, a muchos de ellos los apreciaba mucho o,
incluso, les quería. Ese era el caso de la mujer que se llevaba horas
encerrada en el despacho que se encontraba a su izquierda y, a la que
cada día le preparaba la comida.

-Hola Tere –la saludó una voz sobresaltándola.

-Uy, niño me has asustado –exclamó ella con la mano en el corazón,


mirando con cariño a aquel chico, que le daba dos efusivos besos.

-Estamos perdiendo facultades, ¿eh? –comentó Guille con una sonrisa -


¿dónde está aquella mujer que parecía tener un radar?

-No seas tonto… ¿Qué te trae por aquí?

-Pues tú, ¿qué va a ser? Llevo días sin dormir pensando en tu sonrisa…
-contestó él divertido –por cierto, te has hecho algo en el pelo, ¿verdad?

-Ayer fui a la peluquería –dijo ella contenta por el comentario -¿qué te


parece?

-Que estás tan fantástica como siempre… -observó Guille apoyándose


de forma seductora en la mesa.

-Que tonto –exclamó Teresa sonrojada, dándole un pequeño golpe en el


brazo -¿sabes? Javier Sotomayor tiene novia… -añadió empezando la
conversación que siempre tenían con el chico.

-¿Y cuándo no? Por lo que se ve, su cartera lo hace más alto –la cortó,
haciendo referencia a las casi dos cabeza que él le sacaba al aludido.

-No seas malo, no es tan bajo… -argumentó Teresa.

-Bueno, si viviese entre los pitufos quizás sería el más alto… No soporto
su pedantería, en serio…

-No es mal chico, tan sólo…

-¡Qué va! –exclamó él –Simplemente se pasa el día con esa cara de asco
y…

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-A ti lo que te da rabia es que tuviese un lío con Claudia –le cortó Teresa
–que lo sé yo.

-Si no tuviera que aguantar a todos los que se han tenido algo con ella,
créeme que casi no podría ni andar por la calle…

-¿Tantos? –quiso saber ella, interesada.

-Algo así como Maca… -contestó él.

-Vaya –dijo Teresa, sorprendida.

En ese momento, la puerta del despacho se abría y, de él salía Maca,


todavía con bata, acompañada por una mujer despampanante, algo más
joven, con la nariz cubierta por una pequeña férula.

-Dentro de dos semanas, vuelves y lo comentamos todo, ¿vale? –decía


Maca acompañándola hasta el ascensor –puedes pedir cita abajo…

Cuando la chica hubo desaparecido tras las puertas del elevador, Maca
se giró sonriente hacia las dos únicas personas que quedaban en aquella
planta, y que la miraban boquiabiertos, sobretodo una.

-¿Qué? –quiso saber ella, divertida por sus ojos desorbitados.

-¡Que fuerte! –exclamó Teresa –es Nuria Casas… ¡La modelo! La que sale
con…

-¡Y te la has tirado! –casi gritó Guille, con algo parecido a la


desesperación -¡joder! Colecciono las revistas en las que sale y ni
siquiera se ha dado cuenta de que estaba aquí. Y en cambio tú, que no
sabes ni quien es –dijo, apuntándola con el dedo -¡te la has tirado!

-¿Cómo estás tan seguro de eso? –quiso saber Maca sonriendo.

-Primero, porque sé a qué se debe esta sonrisa de lado y, segundo,


porque llevaba la blusa mal abrochada. Y no creo que una revisión de
nariz requiera quitarse la camisa… -contestó triunfalmente por la astucia
demostrada.

-Te estás equivocando, Maca –observó Teresa de forma seria,


sorprendiendo a ambos -¿acaso no recuerdas lo que pasó con Gutiérrez?

-Han pasado tres semanas, Teresa –contestó la médico –si no he sabido


nada de ella hasta ahora, no creo que pase nada…

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-Sólo te digo que te andes con cuidado –le recomendó la mujer.

-¿Desde cuándo no he sabido cuidarme? –preguntó Maca volviendo a


sonreír -¿qué, nos vamos?

-Claro, vamos al feudo Wilson –contestó Guille –tengo el coche abajo,


porque en ese cacharro tuyo, ni muerto.

Tras despedirse de Teresa, e insistirle en si quería que la acompañaran a


casa, recibiendo varias negativas de la, todavía seria, secretaria; se
montaron en el deportivo del chico y se dirigieron hacia aquella
urbanización en la que se encontraba la casa de Pedro Wilson.

-Suerte que nos ha dicho que no –comentó Guille refiriéndose a la


negativa de Teresa –porque no sé como hubiésemos cabido aquí… Por
cierto, ¿de qué hablaba antes?

-Nada, tuve un pequeño problemilla con una de mis pacientes y me


amenazó… Pero creo que fue por el momento –contestó Maca sin darle
más importancia –a ver si hoy nos van a morder o no –añadió cambiando
de tema.

-Todavía no entiendo qué hago yo en una cena familiar –observó el chico.

-Probar si con la presencia de un hombretón guapo como tú, Esther se


apacigua un poco… -dijo Maca.

-¡Qué bien! Soy tu experimento… -suspiró Guille -¿Sabes? Ayer vino a la


galería una chica…

-¿Y?

-Pues que hablamos un rato y luego fuimos a tomar un café… -explicó él.

-¿Y…? –volvió a preguntar Maca, aunque esta vez con interés.

-Me compró un cuadro y nos dimos el número de teléfono, pero de todos


modos voy a verla la semana que viene cuando venga a recogerlo.

-Cuéntame acerca de ella.

-Tiene el pelo castaño claro, casi rubio; unos ojos verdes, enormes y,
tenemos un humor parecido…

-Vaya… Te gusta, ¿eh? –observó una Maca divertida. -¿Profesión?

-Es abogada… Creo que me da miedo, se la ve tan segura de ella misma

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que…

-No digas tonterías, anda… Eres un tío encantador, ¿qué más va a


querer?

-Pues no sé, ¿quizás a un tío guapo, rico y seguro de si mismo? –


contestó él desanimado.

-¡Venga ya! –exclamó ella –una de las revistas más prestigiosas de


negocios de Barcelona te ha puesto entre los cinco empresarios
revelaciones del año… Eres socio de una galería, una cafetería y una
tienda de ropa, que por cierto, están consideradas “lo más” en ese
mundillo intelectual-alternativo por el que te mueves… Así que eres un
partidón… Y sería imbécil si no apreciara tu forma de ser… Y si no lo
hace, me dices donde vive y voy a cantarle las cuarenta… Somos un
tándem, ¿recuerdas?

-Sí –contestó Guille con una sonrisa recordando las fiestas en las que
había surgido eso –pero recuérdalo tú la próxima vez que vayas a tirarte
a una modelo…

En ese momento, llegaban a la entrada de la casa de Pedro Wilson


donde, tras esperar a que se abriera la puerta, entraron. Ambos dejaron
escapar un suspiro, expectantes ante lo que podrían encontrarse aquella
noche.

Después de dejar el coche frente al garaje, y haber esperado que Guille


diese repetidas vueltas alrededor de su vehículo para cerciorarse de que
éste no corría ningún peligro, se dirigieron hacia la casa que se alzaba,
imponente ante ellos. Tras cruzar el umbral, escucharon algunas voces
que provenían del salón, donde supusieron estaban los integrantes de la
familia Wilson.

-Hola hijos –les saludó Carmen, saliendo por una de las puertas,
mientras se secaba las manos con el delantal.

-¿Qué tal todo, Carmen? –preguntó Maca dándole un fuerte abrazo -


¿quién está allí? Porque se parece haber mucha gente…

-Han venido tu tía, Joaquín Sotomayor y el niño –explicó Carmen con


cautela.

-Pero… –empezó Maca, antes de ver como Guille salía de nuevo al jardín
-¿adónde vas? –quiso saber siguiéndolo.

-No pienso comer con ese impresentable –contestó él como toda

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explicación –y mucho menos reírle sus estúpidas bromitas.

-Vamos a calmarnos, ¿quieres? –le rogó ella, haciéndolo sentar en uno de


los escalones del porche, mientras sacaba un paquete de tabaco de su
bolso –toma –le ofreció tendiéndole un cigarrillo. –Sé que ese tío es un
capullo, pero no servirá de nada irte corriendo nada más verle…

-Pero es que parece que el único objetivo en la vida es joderme –se


excusó él.

-Guille, cariño… No quiero quitarte protagonismo, pero el objetivo de


Javier es joderle la vida a quien se le cruce por delante… -dijo Maca para
quitarle hierro al asunto.

En el momento en el que se levantaban para volver a entrar en aquella


casa, esta vez de forma definitiva; escucharon el ruido de un motor que
indicaba que un coche se acercaba hacia ellos. Ambos se giraron, para
ver como de forma un tanto brusca, éste era aparcado y la conductora
bajaba de mala gana.

-Hola –la saludó Maca.

-Y que la primera persona que me encuentre tengas que ser tú… ¡Manda
narices! –contestó Esther, dejando a los dos amigos pasmados y sin
decir nada –Guillermo… -añadió a modo de saludo al pasar por el lado
del chico que la miraba boquiabierto.

-¿Qué ha sido ésto? –preguntó él sorprendido, una vez la abogada hubo


desaparecido en el interior.

-Ésto se llama Esther, y por lo que parece será mi hermanastra –


murmuró Maca que seguía mirando la puerta, aunque a diferencia de su
amigo, lo hacía con una leve sonrisa –Anda, vámonos dentro…

Si cualquier persona ajena a la familia hubiese presenciado la escena


que se desarrollaba en aquella habitación, lo más probable sería que
pensara que todo aquéllo no era más que una representación mala de
una telenovela, en la que los actores hacían caso omiso a las
instrucciones de un guión que quizás era bueno. En uno de los amplios
sofás, se encontraban los tres miembros de la familia Sotomayor, que
como siempre aparentaban ser la familia bien avenida, soñada por
todos; frente a ellos, se encontraban Anna y Jero, éste con cara de
desagrado por tener que aguantar a su primo y a sus tíos, junto a Esther
y Encarna que parecían discutir por algo y, por último, Pedro Wilson
presidía aquella imagen que tan escabrosa le parecía a Maca, sentado
en su butaca.

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-Hola, Guillermo –lo saludó éste, apretando su mano con gesto afable -
¿cómo andan tus padres?

-Bien, me mandan recuerdos para usted –contestó el chico con


amabilidad, a pesar de lo tenso que se encontraba.

-Macarena, te veo algo desmejorada –comentó la madre de Javier,


repasando su atuendo, cuando la médico se sentó en el brazo del sofá,
junto a su hermano.

-Es lo que tiene un cargo de tanta importancia, como es la dirección de


la clínica Wilson –contestó con una sonrisa falsa, sabiendo que le había
dado donde más le dolía.

-O tal vez sean todas esas noches que te pasas sin dormir, Maquita –
observó Javier, imitando su gesto, ante lo que la médico notó como
Guille, que se encontraba a su espalda, le apretaba el hombro con fuerza
intentando contenerse.

-No digáis tonterías –interrumpió Joaquín Sotomayor con una sonrisa


bonachona –la chica está guapísima… Y en edad de merecer, así que
debe aprovechar.

Maca miró a aquel hombre agradecida. Siempre se había preguntado


como no se daba cuenta de que aquella mujer a la que parecía
veneración, era en realidad una arpía sin sentimientos, que lo único que
parecía importarle era ella misma. Se entristeció al pensar que su tía era
de las pocas cosas que conservaba de su madre, aunque la esperanza y
las historias de Teresa, insistieran en que las dos hermanas poco tenían
en común aparte de la herencia genética. Todavía recordaba cuando su
tía cambió de actitud para con ella: fue el día en que les notificó que
estudiaría medicina. Hasta el momento, había tenido la esperanza que
ninguno de sus sobrinos seguiría la estela de su padre, debido al
resentimiento que se suponía, sentían por él; y por ello era su hijo Javier,
que hacía un par de años había empezado la carrera, el que lo sustituiría
como director de la clínica. Pero ese día, todas sus aspiraciones se
vinieron abajo, puesto que tuvo la certeza que Pedro Wilson ni siquiera
pensaría en otro candidato aparte de Maca. Tal y como dijo Teresa una
vez, este planteamiento demostraba que no conocía muy bien a su
cuñado, puesto que éste hubiese elegido al mejor candidato al margen
de que su hija fuese médico. El único problema es que él no vio a su
sobrino como una persona apta para el puesto: su prepotencia y el modo
con el que imponía sus ideas, no eran de su agrado; aparte del hecho de
que nunca lo hubiera visto esforzarse por nada. Pero contra su voluntad,
se vio obligado a incluirlo en su plantilla, como hizo en su día con

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Joaquín, con el que eran amigos desde la infancia, cuando éste fue
despedido de su trabajo. Debido a ello, la pareja se había sentido
siempre en deuda con Pedro Wilson, aunque Javier no parecía compartir
la gratitud de sus padres para con su tío.

-¿Y cómo os conocisteis? –quiso saber María Fernández, con esa sonrisa
que su hijo había heredado.

-En el club de Polo –explicó Encarna –yo juego al bridge allí una vez por
semana con mis amigas. Pedro suele ir por allí, y como tenemos algunos
amigos en común, bueno, nos conocimos y congeniamos…

-¿Eres socia del Club? –se extrañó la mujer –pues la cuota es cara… Le
será difícil a una viuda como tú seguir con ese rumbo de vida. Ya se sabe
que las pensiones de viudedad no son lo que se dice abundantes.
¿Porque tu marido era…?

-Notario –la cortó Maca molesta con la actitud de su tía, y por lo


incómodas que parecían sentirse Encarna y Esther –ya sabes lo difíciles
que son las oposiciones. En ésto no valen los enchufes… -añadió
esbozando una gran sonrisa, que no fue correspondida.

-Maca, hija –las interrumpió Pedro Wilson, tras carraspear -¿podrías venir
un momento a mi despacho, por favor? Tengo que comentarte algo de la
clínica…

-Claro, padre, ahora mismo voy –contestó, levantándose para dirigirse al


mueble bar, para después seguirlo -¿Qué quieres? –quiso saber una vez
hubo cerrado la puerta, quedándose apoyada en ella.

-Quiero que sepas que realmente agradezco el gesto que has tenido
para con Encarna, y por su cara creo que a partir de ahora tendrás una
firme defensora… -empezó él sirviéndose una copa.

-¿Pero? –lo interrumpió Maca.

-No me ha parecido correcto el modo en que lo has dicho… -contestó


Pedro –mira, sé que María no ha estado nada acertada, de hecho, ha
demostrado una mala educación imperdonable. Pero ante todo es tu tía,
y debes respetarla como se merece…

-Ella y su hijo llevan menospreciándonos a mí y a Jero durante años, así


que no me pidas que les respete como personas porque no lo merecen.
Seré correcta y educada porque ésto es lo que me has enseñado, pero
nada más –concluyó Macarena –Y ahora que hablamos de esto, me
gustaría comentarte otra cosa…

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-Otro día, ¿vale? –le dijo él –cuando tengamos más tiempo.

-Este ha sido siempre el problema, padre –contestó Maca en un suspiro –


que tú nunca tienes tiempo… -añadió dándole un trago a su copa, para
salir de aquella habitación.

El resto de la cena pasó sin pena ni gloria, aunque no hubo ningún otro
momento tenso después del vivido. Quizás fue por el hecho de que
todos intentaran hablar de temas banales, ajenos a cualquier posible
debate; o quizás fue porque Maca intentó ignorar totalmente los
comentarios de sus tía y primo, limitándose a conversar con su
hermano, su cuñada, Guille y Encarna, que por su parte, parecía sentirse
bien entre ellos.

-¿Así que sigues metido en lo del bar ese? –quiso saber Javier con
desdén, metiéndose en la conversación que ellos mantenían –me han
dicho que tiene mucha importancia dentro del ambiente… Porque así le
llamáis vosotros a vuestro, ¿cómo decirlo? entorno social, ¿verdad?

-Dentro del ambiente y fuera de él, Javier –intervino Esther, a quien


aquel chico le empezaba a no gustarle demasiado, y que además, se
sentía en deuda con Maca por su gesto en defensa de su familia -¿acaso
no sabes que Business les consideró a él y a sus socios, de entre las
cinco jóvenes promesas en el mundo empresarial? De hecho, yo he ido
alguna vez, recomendada por una amiga, y tengo que felicitaros por el
trabajo…

-Gracias –le sonrió Guille agradecido.

-Si ya se lo dije yo –añadió un Pedro Wilson orgulloso por el éxito que


parecía tener aquel proyecto que él mismo, hacía tiempo, había definido
como una mariconada –dentro de poco tendrá que firmarme un
autógrafo, y darme clases acerca de la gestión empresarial…

-Tengo que decir que es un gran profesor, a mí me ayudó mucho con mi


alergia inicial a los balances y esas cosas… -comentó Maca mirando
contenta a su padre por salir en defensa de su amigo -¿Y sabes que una
editorial de guías turísticas, les ha ofrecido salir en ella? –añadió
acariciando con cariño el brazo de su amigo, que estaba completamente
enrojecido por los comentarios.

Poco después de aquella escena, acabaron la cena y, tras la obligada


sobremesa, Maca y Guille decidieron marcharse, puesto que al día
siguiente ambos debían madrugar. Debido a ello, Jero, Anna y Esther,
también decidieron aprovechar e imitarlos. Una vez fuera, en el jardín, la

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abogada hizo que algo que nadie esperaba:

-¿Podemos hablar un momento, Maca? –le pidió, sin cambiar su gesto


adusto.

-Te espero en el coche, ¿vale? –avisó la doctora a Guillermo, puesto que


ambos coches se encontraban de lado –Dime –añadió con una sonrisa
mientras se dirigían a los vehículos.

-Mira, no sé por qué has salido en defensa de mi familia ante tu tía –


empezó Esther –con este gesto te has ganado a mi madre, que supongo
era tu objetivo. Pero sé defenderme sola, ¿de acuerdo? Así que la
próxima vez, abstente de hacerlo… -concluyó haciendo el ademán se
entrar en el coche.

-Espera –la paró Maca, que ahora mostraba el mismo gesto que su
acompañante, agarrándola del brazo -¿tienes algún problema conmigo?
¿Te he hecho algo…?

-Ésto es lo que más me revienta de las personas como tú, no sois


conscientes de vuestros actos, y no veis más allá de vuestro ombligo…
-le espetó ella –por cierto, mi madre está obsesionada en que te diga
que espera que nos ayudes con la distribución de las mesas por parte de
vuestra familia… Aunque francamente, yo espero que seas consecuente
con tu imagen de inmadura y te niegues… Me harías un favor… -tras
aquéllo, cerró la puerta y con un fuerte acelerón salió de allí, dejando a
Maca totalmente quieta, igual que sus tres espectadores, puesto que
Esther no se había molestado en bajar la voz.

-¿En serio le dijo eso? –preguntó una Teresita con los ojos desorbitados,
después de que Guille acabara con su narración de los sucesos de la
cena.
-¿Y Maca no le dijo nada? –quiso saber a su vez, Claudia con el mismo
tono que la secretaria.
Habían pasado varios días desde aquel accidentado encuentro, en los
cuales, Maca se mostró algo seca y más borde de lo habitual,
provocando comentarios de enfado de los "afortunados" que habían
tenido algún trato con la directora. El malestar del personal era tal, que
incluso llegó a oídos de Teresa, ante quien todos evitaban nombrar a la
médico, puesto que sabían de su estrecha relación. Aquel día, el grupo
de amigos había quedado para cenar, aprovechando que el día siguiente
era festivo y no tenían que trabajar. Según los planes establecidos por
Claudia, después irían a tomar algo por ahí, y quizás saldrían. Aquél era
el único método fiable, para evitar quedarse toda la noche en casa de

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Maca, algo que siempre acababan haciendo, a pesar de las quejas de los
vecinos, que estaban más que hartos de sus ruidosas reuniones.
-¿Nos vamos? –preguntó Maca más como una orden, que como una
proposición –vaya, has tardado lo tuyo en contárselo… -añadió con mal
humor al ver la expresión de sorpresa en la cara de ambas mujeres.
-¡Eh! Que el resto todavía no lo saben –se defendió Guille, alzando las
manos.
-Así que alguien ha conseguido dejarte con la palabra en la boca, ¿eh? –
comentó Claudia burlándose de ella –ésto no lo consiguió ni la
Innombrable en sus mejores tiempos…
-¿Cuándo las va a traer tu padre? –quiso saber Teresa, deseosa de
conocer a la famosa mujer –porque supongo que les enseñará su gran
obra, ¿no?
Maca hizo el ademán de abrir la boca, pareciendo que iba a salir de ella,
algo no muy agradable para sus destinatarios, aunque en el último
momento se lo pensó dos veces y, sin mediar palabra se dirigió hacia el
ascensor.
-Me voy, ya nos veremos en el restaurante –les informó de forma seca,
sin molestarse a girarse.
-¡Pero no te enfades! –gritó Claudia.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron, ninguno de los tres pudo
evitar hacer lo que llevaban minutos aguantándose: reírse. A pesar del
grosor de aquella gran masa de metal, Maca pudo distinguir sus
carcajadas, algo que no le sentó demasiado bien.
-¡Joder! –exclamó dándole un fuerte golpe a la pared.
Debido al mal humor acumulado durante la semana, pero sobretodo a
causa de la reacción de sus amigos; no le importó lo más mínimo poner
a prueba la velocidad de su moto, como tampoco le importaron los
pitidos e insultos que recibió de varios usuarios de la calzada, por sus
adelantamientos imprudentes. Sus amigos llegaron al restaurante media
hora después que ella, por lo que la mayoría ya se encontraba
esperándolos sentados en la mesa.
-Lo sentimos –se disculpó Claudia con una sonrisa divertida, mirando a
una Maca parecía no inmutarse, concentrada en su carta –no
encontrábamos parking. ¿Y Joan? Creo que es la primera vez que llego
antes que él.
-Ya nos lo ha contado –les informó Anna, al darse cuenta de las sonrisas
pícaras de los dos.
-¡Buah! Que aguafiestas eres, Maca –se quejó Guille, ante lo que ésta le

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dedicó un gesto, no demasiado amable, con la mano –Dos gin tonics,


¿verdad, Claudia? –le pidió al camarero que les había preguntado si
querían algo para antes de la cena.
-Vamos fuertes, ¿eh? –observó la cirujano.
-Igual que tú… -intervino Jero señalando su copa de Martini.
-¿Qué queréis hacer después? –quiso saber Marta, cansada del silencio
que se había instaurado en la mesa.
-El otro día no sé quien le dio a Pierre unas invitaciones para la
inauguración de un pub cerca de aquí -empezó Guille –el problema es
que es de ambiente… –añadió con resignación.
-Yo no lo veo un problema –opinó Claudia -¿irá Pierre?
-Sí, pero créeme, no tienes ninguna posibilidad… -contestó él sin querer
explicar mucho más, aunque al ver la cara de extrañeza de su amiga, se
vio obligado a seguir –ayer se me insinuó…
-Cámbiate de acera –comentó Maca -en serio, todos los gais que
conozco se han enamorado de ti… Serías algo así como el rey de la
fiesta…
-O la reina –añadió Claudia haciendo reír a todos menos al aludido.
-Lo siento, lo siento… -se disculpó un acalorado Joan llegando hasta
ellos, seguido de un tranquilo Jaime.
-Hablando del rey de Roma –murmuró Maca en voz baja, provocando que
las risas del comentario de Claudia se intensificaran.
–Uno de las yeguas se nos ha puesto de parto y bueno… ¿De qué
hablabais? ¿Qué haremos más tarde? ¿Ya habéis pedido? Porque yo me
muero de hambre…
-Me estás estresando –observó Maca –coge mi carta, yo ya he decidido…
-¿Un tailandés? ¿No podríamos ir algún día a comer algo normal? –se
quejó el farmacéutico.
-¡Pero si al final eres el que más comes! –exclamó su marido –Por cierto,
¿cuál es el plan?
-Iremos a un pub de ambiente, al que Guille fue invitado por uno de sus
conquistas… -explicó Marta recibiendo una mirada de reprobación por
parte de éste. –Por cierto, tenemos que contaros algo… -añadió en una
sonrisa cogiendo la mano de Edu, que hasta el momento había estado
hablando con Jero, como siempre –dentro de ocho meses, si todo va
bien, tendremos a un pequeñín por aquí…
Todos se levantaron de sus sillas para ir a felicitar a los futuros padres,

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que emocionados, les daban las gracias. Eran los primeros del grupo en
dar ese paso, a pesar de que tanto Joan y Jaime, como Anna y Jero,
llevaran ya algunos años casados.
-A ver cuando te animas tú, ¿eh? –le susurró Maca a su hermano con un
leve codazo –que acabaré pensando que no cumples con tus funciones
conyugales…
-Lo hago, y además muy bien –se defendió él, con una pose chulesca.
-¿Y para cuando la boda? –preguntó una Anna casi tan emocionada
como ellos dos.
-Bueno, esto ya lo decidiremos, porque se acercan unos tiempos con
muchos gastos… -contestó Edu sin borrar esa sonrisa que parecía ser
imborrable.
Tras dar cuenta de varios platos que finalmente acabaron compartiendo,
y de varias botellas de vino, se dirigieron hacia el famoso pub. Guille iba
guiándolos por esos estrechos callejones tan típicos del Born, y que tan
bien conocía, puesto que vivía y trabajaba allí…
-Esto no se acaba nunca –comentó Claudia, que iba cogida del brazo de
Marta, con una risilla.
-¿Vas borracha? –se extrañó Maca, mirándola burlona.
-Me he bebido cuatro copas de vino, y un gin tonic –se justificó ella –y yo
no soy una esponja como Guille y tú…
Al fin, llegaron al pub que más bien tenía la apariencia de una tienda de
muebles, por la gran variedad de estilos de sus muebles que iban de lo
más minimalista, al clásico extremo, pero sin dejar de ligar entre sí.
Definitivamente, era un local que la clientela de Guille hubiese calificado
como cool. Se encontraba en una casa antigua, como la mayoría de
aquella calle, aunque se veía a simple vista que la habían restaurado
hacía poco. Maca se fijó en que no había ningún cartel que indicase el
nombre del local, pero supuso que estaba fuera de onda y que aquel
hecho no era más que una moda. Dirigió la mirada hacia la puerta,
donde una veintena de personas esperaban detrás de una cinta gruesa
de terciopelo burdeos, a que los porteros los tacharan de una lista. Aquel
pequeño espacio era lo que diferenciaba a los triunfadores de los que
eran simplemente, normales, pensó Maca de forma irónica. Ella estaba
acostumbrada a estar al otro lado de la cinta, pero muchas veces se
había sentido como si no fuera así, la mayoría de las veces, cuando se
encontraba en compañía de Bea.
-No estamos en esa lista, ¿verdad? –quiso saber Joan mirando a Guille,
ante lo que éste respondió con un gesto negativo.
-Eres retrasado, en serio –exclamó Claudia haciendo reír al resto, por la

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cantidad de veces que le llegaba a repetir aquello.


Justo en el momento en que Guille iba a abrir la boca para contestar al
comentario ofensivo de su amiga, alguien lo llamó por su nombre desde
el otro lado de la cinta.
-¿Guillermo Acosta? –volvió a repetir la mujer, con un fuerte acento
inglés, al ver que el chico no sabía de dónde provenía aquella voz –he
estado varias veces en tu galería, me encanta, pero hasta el momento
no te había visto nunca, sólo en alguna foto… -añadió cuando él se
acercó -¿vienes con tus amigos? Entrad, entrad… -casi les ordenó
abriendo la cinta, dejándolos pasar.
-¿Qué decías? -le preguntó Guille con una sonrisa triunfal a Claudia,
quien no tuvo más remedio que callarse.
A pesar de estar bastante lleno, se notaba que las invitaciones habían
sido contadas para que el ambiente no fuese excesivo, dándole al local
cierto toque de amplitud. Maca sonrió al darse cuenta del porque no
había cartel alguno en el exterior, puesto que las paredes en tono
burdeos estaban repletas de letras de diversos tamaños, todos con un
mismo mensaje: In & Out. Si hasta va a conjunto con la cinta de fuera,
pensó Maca con ironía. La mujer los condujo a través de la gente, que se
acumulaba en la pista de baile, hasta un pequeño espacio algo apartado,
que supuso era la zona VIP. Sentados en unos sofás realmente cómodos,
conversaban alegres, con sendas copas en sus manos, que una
camarera les había servido. Parecía que la mujer no soltaría a Guillermo
en toda la noche, con el que se encontraba hablando de arte y las obras
de nuevos talentos. Ajena de la conversación que tenían sus amigos, se
dedicó a observar a aquella gente que bailaba en la pista al son de la
música que una, en teoría, famosa DJ pinchaba. En ese momento, cuatro
chicas se sentaron entre risas, en el sofá que quedaba a su lado, dando
cada una un trago a su bebida, acaloradas como estaban por lo mucho
que habían bailado.
-¿Habéis visto quién está ahí? –les susurró a Marta y a Claudia,
señalando con la cabeza a aquel grupo.

-¡Pero si es…! –exclamó la publicista, sorprendida al ver a aquella mujer


allí.

-¿Tú sabías que ella era…? –la cortó Claudia dirigiéndose a Maca.

-¿Lesbiana? –acabó la frase por ella -No… Pero vosotras tampoco lo sois
y también estáis aquí… Lo que no sé es quiénes serán sus amigas…

Quizás fue porque se sintió observada, o simplemente lo hizo porque sus


acompañantes le comentaron el interés que despertaba en aquellas

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mujeres que la miraban fijamente. El caso es que se giró hacia ellas,


dibujando en su cara un gesto de total sorpresa.

-¿Qué hacéis vosotras aquí? –exclamó ella acercándose con una sonrisa.

-Nosotras podríamos preguntar lo mismo, Laurita –observó Claudia con


un gesto simpático –invitaron a Guille y nos hemos pasado…

-Igual que yo… Nuestro despacho se encargó de los trámites para abrir
el local, e Isabel, la dueña, insistió mucho en que teníamos que venir y
aquí estamos–añadió ella.

-Así que no os habéis cambiado de acera, ¿eh? –comentó Maca con una
mueca de fastidio.

-Yo de momento no, por las otras no puedo contestar… –contestó Laura
con una carcajada –por cierto, ya me han dicho que dentro de poco
tienes bodorrio… Esther y yo somos compañeras de piso –aclaró ante la
mirada sorprendida de Maca -¡Chicas, venid que os presento! –llamó a
sus amigas que se acercaron hasta ellas –Eva, Lola y Mónica, trabajan en
el despacho…

-De hecho, yo soy una de las socias –añadió Eva fingiendo estar ofendida
por el descenso que había sufrido su rango.

-Ellas son Maca, Claudia y Marta; fuimos juntas al colegio –las presentó -
¡Anda pero si también están Joan y Anna! –exclamó tras darse cuenta de
su presencia.

Tras las presentaciones pertinentes, las cuatro mujeres se trasladaron de


sofá, para seguir conversando con ellos. Maca y Lola descubrieron que
tenían conocidos en común, así que entre risas comentaban anécdotas y
curiosidades de unos u otros.

-Así que ésta es la famosa Maca, ¿eh? –le susurró Eva a Laura, aunque
no lo suficientemente bajo como para que la aludida y sus amigas no la
escucharan. Aunque ella prefirió fingir no darse cuenta, para poder
seguir la conversación que sabía se daría lugar, pues sabía lo cotillas e
insistentes que podían llegar a ser sus amigos.

-¿Famosa? –se extrañó Anna, acercándose más a ellas para compartir el


que parecía sería un buen cotilleo.

-Sí, bueno… -contestó una Laura apurada, dirigiendo una mirada asesina
a Eva, que simplemente se encogió de hombros –Esther lleva unas
semanas un tanto pesadita con el tema de la boda y…

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-Vosotras sabéis porque le cae tan mal, ¿verdad? –quiso saber Joan con
un brillo extraño en los ojos, ese que compartía con Teresa, cuando olía
material del bueno.

-Eh, esto… -empezó Laura sin saber donde meterse –yo no sabía que le
cayese mal nadie, de hecho Esther es una persona que…

-Anda, cállate –la cortó Eva dándose cuenta de lo ridículo de la situación


–pues la chica anda un tanto mosqueada porque…

-¡Hola! Siento llegar tarde pero…. –las interrumpió Esther, que llegaba
un tanto apurada por la tardanza -¿estorbo? –preguntó con una sonrisa
al ver que todas estaban calladas y la miraban con cara de susto.

-Eh… ¡No! Claro que no… -contestó Eva, aunque con demasiado ímpetu,
como para que resultara creíble.

-¡Mira a quien nos hemos encontrado! –exclamó Laura para distraer la


atención de su amiga.

-¡Anda, hola! –los saludó Esther con una gran sonrisa –que casualidad,
¿eh? Hacía un montón que no nos veíamos…

-Bueno, conmigo no tanto –contestó Anna con una sonrisa afable.

Con ese comentario, la abogada cayó en la cuenta de algo: estaban en


un local de ambiente, sus amigos estaban allí, por lo que era muy
probable que Maca estuviera entre ellos... Pero, ¿dónde estaba?
Lentamente se giró y se encontró con una escena que le encogió el
corazón y le provocó un nudo en el estómago: Maca y Lola, su amiga
Lola, se encontraban algo apartadas, riéndose a carcajadas, por algún
comentario de la médico. No obstante, su gesto fue de total horror,
cuando su amiga le dio, casi a cámara lenta, un leve golpecito a Maca en
el brazo, como regañándola por dicho comentario. Pero lo peor es que
dejó su mano ahí, y a primera vista no parecía que tuviese intención de
quitarlo.

-Se va a armar la marimorena –observó Eva, aunque esta vez sin


molestarse a bajar la voz.

-Pues yo creo que Maca se lo va a pasar en grande –añadió Marta,


conociendo a su amiga y la actitud que tomaría durante toda la noche.

Sin querer montar un numerito, y sobretodo para evitar quedar en


evidencia ante toda esa gente. Esther se dio la vuelta y se sentó junto a
sus amigas, aunque tuvo la mala suerte de quedar de cara a Maca y Lola

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que seguían charlando, en apariencia, ajenas a la mirada asesina que


acababan de recibir.

-Oye, ¿y Guille? –les preguntó Joan a sus amigas.

-Pues no sé –contestó Claudia mirando hacia donde hasta hacía poco


estaban su amigo e Isabel -¿sabéis si la dueña del local es lesbiana o…?

-Digamos que es algo así como liberal –contestó Eva –me contó que no
le gusta poner etiquetas… ¿Por?

-Ha desaparecido con uno de nuestros amigos y bueno… -explicó Marta.

-Lo que sí sé es que tiene fama de conseguir todo lo que se propone, así
que si su objetivo de hoy era él, no parará hasta conseguirlo –comentó
Eva con una sonrisa.

-Mañana tenemos que llamarle, ¿eh? –dijo un emocionado Joan,


haciéndolas reír a todas.

A partir de ese momento, estuvieron hablando animadas durante algo


más de una hora, encadenando anécdotas, la mayoría del colegio, y
riéndose de ellas. Dedicaron a ponerse al día de lo sucedido desde
entonces, alegrándose Laura del embarazo de Marta. A su lado, Jero y
Eduardo, se mantenían al margen, como de costumbre, hablando entre
ellos y haciendo sólo contadas intervenciones en la conversación de las
chicas. Mientras, Lola y Maca seguían a lo suyo, algo alejadas. Ésta,
consciente de que Esther no le quitaba la mirada de encima, procuraba
hacer reír a su acompañante, y que los gestos cariñosos fuesen
abundantes, que le daban a entender a la abogada algo que no era, pero
que cumplían con su cometido: ponerla cada vez más nerviosa. Pero
Maca no era la única conocedora de donde se centraba la atención de
Esther, de hecho, todos estaban más o menos pendientes de las
reacciones de ésta que, sin ser consciente de ello, no podía evitar
apretar la mandíbula con fuerza cuando entre las dos mujeres se
producía algún tipo de acercamiento.

Justificaba su furia pensando que Maca estaba coqueteando con su


amiga, y que esto sólo le provocaría dolor a ésta, cuando descubriese
que había jugado con ella. Pero cuando su razón le indicó que nunca
había reaccionado así con el resto de ligues de Lola, se escudó en la
mala educación que demostraban ambas, por no haberla saludado al
llegar.

-¿Cuándo crees que tardará en saltarle a la yugular? –le preguntó Eva a


Laura.

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-No mucho… -contestó ésta, poniendo los ojos en blanco.

En un determinado momento en el que Esther consideró que el gesto


cariñoso intercambiado entre Maca y Lola, era excesivo. Se levantó
como un resorte, dispuesta a acercarse a ellas; pero lo pensó dos veces
y en vez de ello, se dirigió a la barra para poder justificar su acto.

-Así que soy importante, ¿eh? –le susurró una voz en su oído,
provocando un inexplicable cosquilleo.

-¿Perdona? –preguntó al girarse de forma brusca, encontrándose con el


gesto risueño de Maca.

-He oído que no dejas de hablar de mí… -le explicó ella, sin borrar esa
sonrisa que sacaba de quicio a la abogada –¿es verdad? –quiso saber.

En ese momento, justo cuando Esther se disponía a contestar, uno de


los clientes se tropezó, seguramente a causa del alcohol ingerido,
empujando a Maca, que no pudo evitar quedarse pegada a la abogada.
En otra circunstancia, seguramente se hubiera girado para decirle, de
forma no muy educada, al sujeto en cuestión que vigilase por donde iba;
pero en ese momento, sólo se limitó a sonreír.

-No me importas lo más mínimo –consiguió decir Esther, nerviosa por la


cercanía de su futura hermanastra, que la miraba como si pudiera leer lo
que le pasaba por la cabeza.

-¿Seguro? Porque eso no es lo que me han dicho… Y creo que me fío


más de mis otras fuentes… -insistió ella sabiendo que la tenía
acorralada, figurada y literalmente.

-Seguro.

-Es una lástima, aunque no creo que no creo que fuese lo más
apropiado, teniendo en cuenta nuestra futura situación… -concluyó
Maca, conocedora que estaba al límite –ya sabes, una hermanastra
enamorada de la otra… A mí no me importa, ya sabes, estoy muy
acostumbrada a que se haga lo que yo quiero y que todo el mundo vaya
detrás de mí; pero no estaría muy bien, ¿verdad? –le susurró en el oído
antes de irse hacia sus amigos, que la vieron acercarse con una sonrisa
triunfal, y se temieron lo peor.

Al pasar por delante de la puerta de su dormitorio, que desde que


habían vuelto la noche anterior, permanecía cerrada; sospesó la
posibilidad de entrar en la habitación. Sabía que seguramente se
negaría a contarle como estaba fingiendo que el alcohol le había

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sentado mal, a pesar de haber bebido apenas dos copas. De lo que sí


estaba segura era que no le contaría lo que había ocurrido entre ella y
Maca hasta que su orgullo lo hubiera superado, o bien hasta que
estuviera tan enfadada con ella de nuevo, que le resultase indiferente
dejar al descubierto la victoria dialéctica de su futura hermanastra.

Con un suspiro, y sintiéndose una mala amiga por no querer aguantar el


mal humor de Esther, a pesar de saber que lo necesitaba. Se dirigió a la
ducha, tras la cual empezaría a hacer la comida para ellas dos y Eva,
que demasiado perezosa para cocinar, probablemente se presentaría a
la hora de comer esperando tener un plato en la mesa. Y así fue, puesto
que tal y como había supuesto Laura, su amiga se presentó hacia las dos
y media, justo cuando estaba acabando de preparar la comida.

-¡Hola! –exclamó al entrar en la cocina, para darle un beso en la mejilla –


he traído helado, ¿lo meto en el congelador?

-Claro, pero aún queda del de la semana pasada… -comentó Laura


escurriendo la pasta.

-Oye, ahora que no nos oye Esther… -empezó Eva, en voz baja –me
parecieron muy majas esas chicas –observó refiriéndose al grupo de
Maca.

-Sí, la verdad es que siempre lo han sido… -le dio la razón, Laura –pero
ya sabes, el tema intocable… Como Esther no podía ver a Maca nunca
llegamos a ser lo que se dice amigas.

-Pues son muy simpáticas… Y el hermano es guapísimo, ¿eh?

-Con decirte que me pasé años enamorada de él… -suspiró Laura


recordando la de veces que los habían espiado disimuladamente en el
patio, cuando éstos se escondían para fumar –Bueno, voy a llamar a
nuestra querida amiga… Tú ve llevando ésto a la mesa.

-¿Aún no ha salido de su habitación? –preguntó Eva sorprendida,


recibiendo como respuesta la negativa de su amiga –pues tiene que
estar muy dolida por lo que pasó anoche…

Con cierto miedo ante la posible reacción de su compañera de piso,


Laura se dirigió lentamente hacia la habitación de ésta, como si quisiera
alargar más aquel corto pasillo. Picó la puerta levemente, dando a
entender que entraría a pesar de no recibir respuesta alguna, como así
fue.

-Esther –la llamó intentando acostumbrarse a la oscuridad absoluta que

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reinaba en el dormitorio –la comida ya está…

-No tengo hambre –gruñó ella.

-Vale –contestó Laura –pero luego, cuando recalientes los macarrones,


no quiero ninguna queja diciendo que están duros –añadió antes de
cerrar la puerta.

Tras haberse servido la pasta, y cuando ya empezaban a comer,


escucharon como la puerta de la habitación se abría. Unos minutos más
tarde, cuando hubo salido del baño, entró en el salón arrastrando los
pies y, sin decir nada, se sentó pesadamente en una silla.

-El plato no va a llenarse solo –comentó Eva con la boca llena.

-Dame, ya te sirvo yo… -dijo Laura al ver que no hacía ningún


movimiento.

-No, no hace falta –la cortó Esther de forma seca, impidiendo que
cogiera el plato –cuando invites a tu nueva amiga íntima ya la servirás…

-¿Se puede saber a qué viene esto? –preguntó Laura, enfadada.

-Viene a que las bocazas de mis amigas no pueden evitar irse de la


lengua… -empezó Esther pinchando con fuerza los macarrones –viene a
que os pasasteis toda la noche riéndole las gracias a doña Macarena
Wilson, y viene a que no entiendo cómo coño Macarena Wilson sabe que
hablo de ella…

-¿Fue esto lo que te dijo? –se sorprendió Laura.

-Pues sí, la tía me vino más chula que un ocho, como siempre, y me
preguntó si era cierto que no dejaba de hablar de ella, y que no le
importaba si estaba enamorada de ella, pero que debido a nuestro
futuro parentesco, no estaría muy bien… -explicó con rabia.

-¡Qué tía! –exclamó una admirada Eva, dando una carcajada, que se
cortó ante las miradas que recibió de ambas mujeres.

-Bueno… -empezó Laura –nos debió escuchar a Eva y a mí hablando del


tema, pero no lo hicimos con la intención de que nos oyera…

-¡Sólo faltaría! –exclamó Esther.

-Lo único que podemos decirte es que lo sentimos mucho –se disculpó
Eva –pero reconócelo, últimamente es raro el día en el que no sale el

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tema de Macarena Wilson…

-Eso no es… -empezó a defenderse Esther.

-Sí que es verdad, y lo sabes –la cortó Eva –antes de acostarme estuve
pensando un rato acerca de este tema, no pienses nada raro que fue
porque no podía dormir –aclaró rápidamente -y, bueno… No te enfades,
pero ayer cuando ella y Lola estaban hablando, tú no dejabas de
mirarlas y… ¿Estás segura de que sólo te cae mal? –preguntó con algo
de miedo –hace tiempo leí en algún sitio que el amor puede darse en
muchas formas y… bueno, parece que estés un poco obsesionada con
ella, ¿no? –titubeó buscando el apoyo de Laura.

-¿Yo? ¿Enamorada de esa? –se escandalizó Esther. –Pero si es una…

-Una mujer, sí… Pero creí que ésto ya estaba superado –intervino Laura.

-No es porque sea una mujer, es porque es ella… -contestó Estther –yo
nunca me enamoraría de ella, ¡santo cielo! No puedo creer que penséis
ésto… Voy a demostraros que no estoy obsesionada con ella, y mucho
menos que esté enamorada…

Hacía días que se anunciaban subidas de las temperaturas, pero a pesar


de ello, el calor que la recibió al salir del edificio, la sorprendió
desagradablemente. La humedad parecía haberse adueñado de todos
los poros de la piel, provocando que la pesadez que sentía en su cuerpo
debido a la falta de sueño, se convirtiera en un insufrible agobio que la
obligó a dar un paso atrás. El resto de personas que ocupaban la calle,
que debido a la hora eran pocas, se concentraban bajo los árboles y
junto los edificios, intentando refugiarse de esa leve tortura bajo la
sombra. Exhalando un profundo suspiro, se dirigió con paso firme y
rápido hacia el quiosco de la esquina, pensando quizás, que el tiempo
ahorrado disminuiría su sufrimiento. Como cada mañana, compró el
periódico, aunque ese día no se quedó a intercambiar las frases de rigor
con el hombre.

Pocos segundos más tarde, se encontraba de nuevo en su portal, a salvo


de los crueles rayos del sol que amenazaban en convertir ese verano, en
uno de realmente caluroso. Media hora más tarde, como siempre, debido
al rito mecánico que desarrollaba cada mañana, la puerta del garaje se
abría, y tras un considerable acelerón, salió de la calle en dirección a la
clínica.

A pesar de que las cosas le iban como siempre, es decir, relativamente


bien, hacía semanas que su humor no era el mejor. De hecho, ella

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misma se daba cuenta de que estaba bastante insoportable, y que si ya


de por si misma, solía ser borde, aquel aspecto de su personalidad se
había agravado. Tal vez, sólo se debiera a la presión que estaba siendo
sometida por su padre, primero en cuanto a la boda, pero sobretodo
respecto a la clínica, algo que realmente molestaba a Maca, que siempre
había estado acostumbrada a no tener que rendir demasiadas cuentas
con nadie. La fecha de la boda ya se había fijado, por lo que, si todo iba
bien, el día 26 de setiembre el estado civil de su padre, pasaría de viudo
a casado.

En una semana, había recibido algo más de ocho llamadas de su padre,


algunas de las cuales no se molestó ni en contestar, ya que el objetivo
de la mayoría era tratar de convencerla de que debía acompañar a
Encarna a realizar algunas de las tareas propias de una boda. No
obstante, el día anterior, tuvo la pésima idea de cogerle el teléfono, y
tenía que reconocer que su padre seguía ganándola de calle, en cuanto
a cabezonería.

-Eres tú el que se casa –le contestó cansada de tanta insistencia –


además, no veo porque no puedes acompañarla tú. Estás jubilado, y
aparte de ser el presidente de la fundación Wilson no tienes ninguna
otra obligación…

-No seas repelente –la regañó su padre –ya sabes que a mí estas cosas
no se me dan bien, y seguro que a Encarna le hace ilusión que la
acompañes…

-Mira, ella tiene dos hijos, por lo que supongo que le hará mucha más
ilusión que vayan ellos… -lo cortó ella -¡pero qué caray! Oye, a ver si
tengo que anular mis citas de una tarde entera, porque a su querida hija
no le dé la gana de ir con su madre… Además, hasta donde yo sé, tú
también tienes un hijo, ¿no? Que por cierto, tiene más experiencia en
esto de las bodas que yo…

-Mañana a las cinco Encarna te espera enfrente de la Illa –concluyó


Pedro Wilson, sin ni siquiera tomar en serio los argumentos de su hija.

-¡Padre! –exclamó con desesperación, aunque sólo pudo escuchar un


pitido que le indicaba que al otro lado habían colgado.

A causa de dicha conversación, ocho horas más tarde, debía estar


enfrente del gran centro comercial, para encontrarse con aquella cita
que se le había impuesto sin dejarle opción a réplica. La mezcla de este
suceso y el cansancio que se acumulaba debido a su insomnio, que se
había acrecentado últimamente, fue explosiva; y tras varios

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encontronazos decidió encerrarse en su despacho, con la finalidad de


avanzar informes contables que tenía pendientes y así, no tener que dar
explicaciones a nadie de su mal humor.

-He oído por ahí que tienes un humor de perros –observó Cruz entrando,
después de haber tocado la puerta, aunque sin haber esperado que se le
diera permiso.

-¿Y eso quién te lo ha dicho? ¿El borde de tu marido? –quiso saber la


directora, de forma seca –por cierto, ¿nadie te ha informado nunca de
que antes de entrar en un despacho ajeno, debes esperar a que te den
permiso?

-Pues sí que estás de mal humor, sí… -contestó la maxilofacial,


sentándose en una silla –mira, Maca llevas días inaguantable y la gente
empieza a quejarse… ¿Qué te pasa?

-Nada –contestó ella sin más –no lo sé… -rectificó al ver la expresión
escéptica en la cara de su amiga –de verdad que no lo sé… No ha
pasado nada en especial, pero salto a la mínima y cualquier
contratiempo me desespera. Además están mi padre y su estúpida boda,
la imbécil esa de Esther que no deja de tocar las narices… ¿Sabes que
ayer nos cruzamos por la calle y ni tan siquiera me saludó? –explicó
indignada.

-¿En serio? –se sorprendió Cruz -¡qué fuerte! ¿Y sigues sin saber qué le
hiciste?

-No, que yo recuerde no pasó nada entre nosotras… Lo hablé con esos, y
ellos tampoco. De hecho, creo que no había hablado nunca con ella, más
allá del típico saludo y poco más –explicó Maca –Pero, ¿qué querías?
Porque no creo que hayas venido a mi despacho sólo para saber el
origen de mi mal humor…

-Tienes razón –admitió Cruz directa aunque titubeante –hay rumores que
dicen que… Que dicen que Javier Sotomayor está moviendo hilos entre
los miembros del consejo, y que ha hablado con varios de los médicos
más veteranos…

-Hace semanas que lleva haciéndolo –la cortó Maca –Moreno me lo contó
el otro día…

-¿Y qué piensas hacer? –se interesó su amiga.

-Nada –se limitó a contestar Maca –mira, Cruz, desde que llegué a aquí
he sabido que Javier quería ocupar mi puesto, y que sentía que era una

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especie de derecho legítimo que ostentaba… No sé porque ha empezado


a hacerlo justamente ahora, supongo que o piensa que a mi padre le
queda poco para irse al otro barrio, o cree que tras casarse se volverá
imbécil…

-¿Lo has hablado con él? –quiso saber Cruz.

-¿Con mi padre? Sí, claro, al ocupar el puesto de directora general. Me


dijo que no tenía de que preocuparme, que Javier era una persona
ambiciosa pero no tenía las agallas suficientes como para empezar una
“revuelta”. Hace poco, cuando Moreno confirmó mis sospechas, volví a
insistir en el tema, pero me dijo lo mismo, así que…

-Así que te vas a quedar aquí encerrada mientras Javier intenta


convencer a todos para que le apoyen a él, ¿me estás diciendo ésto?

-No, te estoy diciendo que por ahora no voy a hacer nada… De todos
modos, no creo que se atreva a hacer nada mientras mi padre siga vivo,
sabe que no que no puede enfrentarse a él… En mi opinión sólo está
tanteando el terreno… De todos modos, nosotros tenemos más del
cincuenta por ciento de las acciones, así que es imposible que me
destituyan.

-Pero no te conviene estar tú sola en contra de el resto de la junta, Maca


–la advirtió ella.

-Y no lo voy a estar. Por el momento, tengo una serie de apoyos


asegurados… Tranquila, Cruz, me tomo muy en serio a Javier, más de lo
que parece –la tranquilizó –Y francamente, si lo consigue, quizás me
haga un favor, así podré volver a lo que más me gusta: la investigación.
¿Sabes? Los del Hospital Universitario Princeton-Plainsboro volvieron a
mandarme una carta hace un par de semanas…

-No irás a aceptar el trabajo, ¿no? –se asustó Cruz.

-No –contestó Maca con una carcajada –pero siempre va bien saber que
tienes un puesto de trabajo asegurado, si las cosas van mal… -añadió
encogiéndose de hombros.

Llegaba tarde, sólo cinco minutos, pero la impuntualidad era algo que
odiaba, así que evitaba hacerlo siempre que podía. Con prisa, aparcó la
moto como pudo, en aquel espacio habilitado para ello que estaba a
rebosar y, sin tan siquiera quitarse el casco, empezó a dirigirse hacia
donde su padre le había indicado que se esperaría Encarna. Con paso
rápido guardó las llaves en el bolso, tarea difícil con el casco puesto, ya
que apenas podía ver donde la había metido. Esbozó una sonrisa al ver a

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aquella mujer esperando pacientemente junto a una de las puertas de


entrada del edificio, aunque se sorprendió al ver que otra persona salía
de su interior, resoplando y se acercaba a ella.

-Llega tarde –se quejó la que acababa de reunirse con Encarna.

-Sólo cinco minutos –la defendió la mujer mirando su reloj.

-Lo siento, lo siento… -se disculpó Maca alcanzándola, mientras se


quitaba el casco –una operación se ha complicado más de lo pensado
y…

-Tranquila –la cortó la mujer con una sonrisa afable –sólo son cinco
minutos, y demás no tenías ni porque haberte molestado en venir.

-No tuve muchas opciones, ¿sabe? –contestó Maca riéndose –mi padre
puede llegar a ser muy persuasivo…

-Creo que me he dado cuenta –opinó la mujer –bueno, niña, dame dos
besos, ¿no?

-Claro, perdone –se disculpó la médico acercándose a ella, que la abrazó


levemente con cariño.

Al separarse, Encarna se quedó mirando a su hija que parecía más


interesada en los transeúntes que en lo que se desarrollaba a un metro
de distancia de ella. Como si acabara de despertarse, giró su cabeza
encontrándose con cuatro ojos observándola atentamente, y con un
suspiro comprendió lo que debía hacer a continuación.

-Hola Maca –dijo con desgana, maldiciendo las tradiciones que le decían
que debía darle a esa mujer los dos besos de rigor.

La directora no se movió, simplemente dejó que Esther se acercara a


ella y tuviera que ponerse de puntillas al no poder alcanzar su cara. Con
ese simple y cotidiano movimiento, una oleada de perfume inundó sus
fosas nasales, queriendo retener ese olor durante algún tiempo más. No
obstante, sus deseos no fueron escuchados y, tras un fugaz contacto de
sus mejillas, Esther se retiró algo cortada.

-¿Nos vamos? –preguntó la abogada para romper el silencio.

-Claro, -contestó Encarna –aquí detrás está la oficina de un organizador


de bodas, ¿te acuerdas de él? Fue el que montó la de Elvira –le comentó
a su hija –es que una de mis sobrinas se casó hace un año –le explicó a
Maca.

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-¿Y ya está? –se sorprendió ésta, algo molesta porque su padre le


hubiese obligado a ir sólo por eso.

-Bueno, allí tendremos que elegir entre varias cosas y describir más o
menos como queremos que sea la boda –expuso Encarna –como Pedro
no podía venir, serás tú, quien de algún modo, le represente.

-¿Dónde está? –se interesó Maca.

-Tenía que ir a no sé qué junta de la clínica, ¿no lo sabías? –se extrañó


Encarna.

-Pues no, se le debió olvidar contármelo –contestó Maca quitándole


hierro al asunto, aunque se quedó con la mosca detrás de la oreja
durante el resto de la tarde.

-Parece que no te enteras de mucho de lo que pasa en la clínica, ¿eh? –


dejó ir Esther –creo que estás descuidando tus funciones de directora…

-No seas impertinente niña, -la cortó su madre -Macarena tiene un


puesto de mucha responsabilidad, y seguro que tiene muchas cosas en
la cabeza…

Ante esa enervada defensa de su futura madrastra y la mirada de


reprobación que le había dirigido a su hija, Maca no pudo hacer otra
cosa que sonreír satisfecha. Recibiendo a cambio, una mirada de odio
por parte de Esther, que ofendida y avergonzada por su propia madre,
se calló hasta que no llegaron al famoso organizador de bodas.

Al entrar en el piso donde se encontraba la oficina, las tres se quedaron


ensimismadas observando aquel espacio, que parecía haberse inspirado
en el interior de un pastel de nata y fresa. En aquel lugar, el rosa parecía
el único color existente, aunque se desplegaba en todas sus tonalidades:
las paredes, en un rosa bastante fuerte, contrastaban con los muebles
blancos imitación Luis XVI, cuya tapicería era también de color rosa,
aunque en un tono pastel. Varios cuadros con imágenes de bodas,
cubrían gran parte de las paredes; algunos de los cuales, mostraban
fotografías de novias sonrientes. También los empleados, en su totalidad
mujeres, parecían parte de esa decoración, puesto que su indumentaria
se basaba en un vestido del mismo color que el resto de objetos, con
puntillas al final de las mangas y de la falda, haciéndolas prácticamente
invisibles al pasar junto a las paredes. Maca se quedó ensimismada al
percatarse de los dos grandes cisnes, que pretendían parecer de hielo,
aunque a primera vista fuese obvio que eran de plástico, y que presidían
la entrada.

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Con una sonrisa amplia y radiante, la recepcionista fue a su encuentro al


ver que ninguna de las tres mujeres se movía de su sitio, y las invitó a
esperarse en una de las salas de espera. Esther, al percatarse de que
Maca permanecía inmóvil, se giró para ordenarle que las siguiera,
aunque cuando vio su expresión entre asombrada y de asco, no pudo
evitar que se le escapara una sonrisa, que despertó a la médico de su
ensimismamiento para con los cisnes.

-¿Planteándote comprar uno para decorar tu habitación? –le preguntó


burlona.

-¡Qué horror! –susurró Maca, horrorizada por tal demostración de mal


gusto –no será contagioso, ¿verdad? –comentó arrancando otra sonrisa
en Esther quien, al darse cuenta, la borró de inmediato.

-Anda, no digas tonterías y vámonos –contestó Esther volviendo al


mismo tono de siempre, provocando un suspiro de resignación de Maca.

Al fin, tras algo más de media hora de espera, en la que todas


aprovecharon para ojear algunas revistas, todas acerca de bodas; la
puerta del despacho se abrió saliendo de él una pareja joven y
emocionada y, tras ellos, un hombre de unos cincuenta años, ataviado
con un traje beige y un fular rosa cubriendo su cuello, que las dejó a
todas boquiabiertas. Después de despedirse de forma afectuosa de
ellos, se acercó a las tres, con una amplia sonrisa, adornada por esa
perilla cuidadosamente recortada.

-Me encanta tener novias tan guapas a quienes organizarles la boda –


exclamó dándole dos efusivos besos a Maca que no pudo levantarse de
la impresión.

La médico, confundida, miró a sus acompañantes que la observaban del


mismo modo, y pudo ver que era la única que seguía con una revista en
las manos.

-Yo… Verá, yo no soy la novia –explicó Maca –venimos por ella –añadió
señalando a Encarna.

-¡Oh! Siento la confusión –se disculpó él colocando ambas manos en su


corazón, con un exagerado gesto, para darle más sentido a sus palabras
–pero es que mi secretaria me ha dicho que venían a hablar de una
boda. Se debe haber confundido… ¿Qué celebra, las bodas de plata o de
oro?

-Me temo que no ha habido ninguna confusión –explicó Encarna con una
sonrisa divertida –yo soy la novia.

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-¡Oh! ¡Mil perdones! –volvió a disculparse con un todavía más exagerado


gesto –por favor, pasen a mi despacho… ¿Quieren algo?

-Un café estará bien –contestó Maca deseando empezar con lo que fuese
que ese hombre les tenía preparado; parecía que la tarde no estaría tan
mal, al fin y al cabo.

Dos horas más tarde, tras discursos que parecían inacabables por parte
de aquel hombre que, a los ojos de Maca, cada vez tenía más pluma;
haberse quedado impresionadas, una vez más, por las floreadas tazas
que contenían su café y, después de haber elegido el lugar del
banquete, las flores, la tienda en la que se haría la lista de regalos y
otros aspectos de la futura boda, fue el turno de hablar del estilo de
ceremonia.

-Supongo que son católicos, ¿no? –quiso saber él, mientras se disponía a
apuntar los datos que iba tomando en una libreta cuyas hojas eran
rosas.

-Sí, claro –contestó Encarna.

-¿Y tienen ya alguna iglesia en mente? Porque últimamente algunas


están muy solicitadas y claro, tenemos poco tiempo…

-Bueno, habíamos pensado en la Parroquia de Santa María Reina, la


verdad es que nos gusta mucho –dijo Encarna.

-Claro, a ustedes y a quinientos más, ¿sabe lo larga que es la lista de


espera para casarse ahí? –se indignó él por su poco conocimiento –yo se
lo diré, señora mía: ¡dos años! Y ustedes planean casarse dentro de tres
meses y medio…

-Verá señor Pardo, estoy segura que esa lista no es tan larga –empezó
Maca apoyando sus codos en la mesa –mi padre siempre ha sido muy
generoso con sus donaciones… De hecho, si no creo recordar mal, hace
poco habló con el párroco y tengo entendido que no puso ningún
problema.

-En ese caso… -dijo él algo molesto no tanto por la información que
acababa de recibir, sino por el tono algo soberbio usado por la directora.

Media hora más tarde, salían de aquel edificio con la cabeza aún
retumbándoles por la gran cantidad de elecciones que les había hecho
tomar el hombre. Maca masajeó levemente su sien, pensando en si sería
posible que una Aspirina le quitase el dolor de cabeza que la
insoportablemente voz aguda del señor Pardo le había provocado.

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Cuando Encarna les propuso ir a tomar un café en un lugar cercano que


a ella, particularmente, le encantaba, Esther se escabulló argumentando
una excusa que, a Maca, le pareció bastante pobre. Se disponía a imitar
a su futura hermanastra, pero al hacerlo, se percató de la mirada
suplicante de Encarna, así que maldiciendo su bondad, que casi siempre
mantenía guardada, pero que en aquel momento decidió salir a la luz;
aceptó su invitación, dirigiéndose ambas a la famosa cafetería. Esther
las vio alejarse, mientras charlaban animadamente, maldiciendo la
capacidad que parecía tener Macarena Wilson para quedar bien con todo
el mundo, que acababan postrados a sus pies; ahuyentó esos
pensamientos con un movimiento de cabeza y se dirigió a la parada del
bus, que la llevaría al despacho.

Maca no se percató del instante en el que dejaron de andar separadas, a


una distancia prudencial, para hacerlo cogidas del brazo, con total
naturalidad y demostrando una confianza que, analizada fríamente,
parecía excesiva por el poco tiempo que hacía que se conocían.
Anduvieron tranquilamente, durante unos quince minutos, hasta llegar al
lugar del que le había habado Encarna.

-Solía venir aquí con mi abuela –comentó la médico con una sonrisa, al
reconocer la famosa cafetería –le encantaba el chocolate que hacían.

-Y hacen –la corrigió la mujer contenta por haber acertado –si te digo la
verdad, creo que lo de venir con las abuelas es algo así como un ritual.
¡Yo ya lo hacía con la mía!

Con decisión, Maca agarró de la mano a Encarna y la llevó al primer piso,


donde escogió una de las mesas situadas cerca de los grandes
ventanales. Desde ahí, disfrutaban de una bonita vista de la gran
avenida y, con ella, de la multitud de coches y personas que se movían
por allí a esas horas. Tras estar unos minutos ensimismada en el
espectáculo que se daba lugar a sus pies, dirigió su atención al resto del
local, percatándose de que nada parecía haber cambiado desde su
última visita, varios años atrás. Las mesas y las sillas de madera seguían
siendo las mismas, al igual que el tono amarillo de las paredes, que le
daban al lugar un toque acogedor y luminoso. Los cuadros y el resto de
los elementos de decoración seguían siendo los mismos, como también
aquellas fotografías en blanco y negro que mostraban una Barcelona de
posguerra e, incluso, anterior. Quizás, lo único que había variado era la
tapicería de las sillas y los sillones, así como las rayadas del parqué, que
habían aumentado. Con una sonrisa radiante, al recordar aquellas tardes
pasadas al lado de su abuela y sus amigas, en las que había aprendido a
jugar al bridge; se giró a Encarna que la estaba observando también
sonriente.

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-Gracias, había olvidado ésto por completo –le agradeció.

-Me alegro de haber acertado –contestó ella acariciando su mano con


cariño, sorprendiendo a Maca por el gesto.

Estuvieron largo rato hablando de las tardes que Maca había pasado allí,
de cómo cada sábado acompañaba a su abuela, primero allí y después a
la misa reglamentaria; de lo mucho que había echado de menos y, de la
gran pérdida que había supuesto para ella.

-La apreciabas mucho, por lo que veo –observó Encarna.

-Así es –afirmó Maca –más que una abuela fue como una madre para mí,
algunos de los mejores recuerdos de mi infancia los tengo a su lado…
Bueno, y al lado de Teresa, claro. Entre las dos nos educaron a Jero y a
mí. Sufrieron lo suyo con nosotros, sobre todo con él. Aunque ahora no lo
parezca pasó una época un tanto difícil, pero después de un par de
sustos cambió y así hasta ahora –explicó –tuvo un coma etílico y, poco
después, un accidente de coche tras una fiesta. El conductor, uno de sus
amigos, decidió que conducir y beber eran compatibles, así que estrelló
el coche contra otro. Murieron el copiloto y el conductor del otro vehículo
–añadió al ver la cara de querer saber más de Encarna - al menos hasta
donde yo sé.

-Debías ser muy pequeña cuando murió tu madre –comentó la mujer.

-Sí, tenía ocho años. Estaba a punto de hacer la primera comunión,


incluso me acuerdo de haber elegido el vestido con ella –explicó con
melancolía –el cáncer fue fulminante. Le dieron dos meses de vida y
acertaron. Fueron unos tiempos difíciles: mi padre se encontró con una
hija de siete años y un hijo con once, sin saber qué hacer. No me
malinterprete, Encarna, no fue nunca un mal padre, de hecho, nos dio
mucho más de lo que necesitamos jamás, pero aquello no para lo que
había sido educado. Se casó cuatro años más tarde y nosotros
aprendimos a vivir sin necesitar mucho de nadie. Aunque creo que esto
también nos ha ayudado a ser más fuertes, pero también quizás
demasiado independientes y fríos, a veces. Suerte que estaban Teresita
y mi abuela para pararnos los pies.

-¿Y tus madrastras? –se sorprendió Encarna.

-Bueno, ninguna de las dos era mala mujer, sólo que no se casaron con
Pedro Wilson para aguantar, ni mucho menos educar, a sus hijos.
Supongo que nos apreciaban, ahora lo veo, pero por aquel entonces la
mayor parte del tiempo nos ignorábamos: vivíamos en la misma casa,

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pero nuestra relación no traspasó nunca la cordialidad y el respeto


mutuo. La primera, Ana María, pasaba la mayor parte del día en eventos
y en clubes ampliando su círculo de amistades, hasta que diez años más
tarde, murió en un accidente de coche. Y Begoña, que así se llamaba la
segunda, llegó ya tarde como para que tuviéramos una relación
demasiado estrecha: para aquel entonces, yo ya estaba en la
universidad y poco después fui a los Estados Unidos a acabar medicina,
así que tuvimos poco contacto. De hecho, estaba allí cuando le
diagnosticaron la hepatitis C.

-Vaya… Para que luego Esther me eche en cara y se queje de su infancia


–dijo ella.

-Pues la próxima vez que lo haga, le dice de mi parte que no sabe la


suerte que ha tenido –observó Maca con una sonrisa.

-Se lo diré –contestó Encarna –por cierto, hablando de Esther, quería


comentarte una cosita…

-Claro, dígame –la animó Maca inclinándose en la mesa, apoyada en sus


codos.

-Mira, no es que quiera disculpar el comportamiento de mi hija, pero…


-empezó la mujer.

-No tiene que darme explicaciones de nada, en serio –la cortó Maca –la
razón de la actitud de Esther es cosa suya, y quizás no sea correcto que
sin ella saberlo, me inmiscuya en su vida.

-Sí tengo que darte explicaciones cuando parte de la culpa de que se


comporte así es mía –insistió Encarna –ya te he dicho que no pretendo
disculparla, porque su comportamiento de hoy para contigo ha sido muy
reprochable. No obstante, quiero que sepas que Esther y su padre
estaban muy unidos, tenían un carácter muy parecido, pero a pesar de
ser los dos tremendamente testarudos, siempre se llevaron muy bien.
No sé si me explico, pero parecía que tenían una unión especial. Creo
que incluso Esther estudió derecho por su padre, algo que a él le hizo
mucha ilusión; ya sabes, se sentía orgulloso que su hija quisiera seguir,
en cierto modo, sus pasos. Su muerte fue un golpe tremendo para ella, y
creo que ahora está resentida por el hecho de que me case de nuevo,
supongo porque piensa que lo estoy sustituyéndolo.

-Lo que no entiendo es donde entro yo aquí –observó Maca –al fin y al
cabo, usted no se casa conmigo, sino con mi padre.

-Si te digo la verdad, yo tampoco lo entiendo… -contestó Encarna

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encogiéndose de hombros –¿en el colegio no tuvisteis ningún


encontronazo o pelea…?

-No que yo recuerde –repuso la médico –aunque quizás fue algo que yo
no consideré importante y ella sí, pero no creo. Verá, ella y yo
prácticamente no nos relacionábamos, íbamos a clases diferentes y no
coincidimos nunca fuera del colegio…

-Bueno, sólo te pido que tengas paciencia con ella. La conozco y no creo
que tarde mucho en cambiar su actitud… ¿Sabes? Esther siempre ha
sido una persona algo fría y distante al principio, pero una vez la
conoces puede llegar a ser muy cariñosa.

-No se preocupe, a testaruda no puede ganarme nadie, así que tarde o


temprano cederá a mis encantos –comentó con una sonrisa –me refiero
como futura familia –aclaró al percatarse de la cara de susto que había
puesto la mujer ante sus palabras.

-Cambiando de tema, ¿te has quedado con ganas de ir a la próxima


visita con el señor Pardo? –quiso saber Encarna.

-Creo que sí, a pesar del dolor de cabeza con el que he acabado, lo
mucho que me he reído lo ha compensado con creces, así que dentro de
dos semanas, cuente conmigo para lo que sea…

-Eres un cielo –la alabó Encarna acariciando su mano–sé que no tenías


ningunas ganas de acompañarme, y que fue tu padre quien te obligó, así
que muchas gracias.

-De nada –contestó Maca apretando ahora ella, la mano de la mujer con
afecto –si le digo la verdad, me lo he pasado mucho mejor de lo que
habría imaginado jamás…

-Es una mujer encantadora, Teresa –concluyó tras relatarle como había
ido la tarde anterior con todo lujo de detalles, tal y como le había exigido
su secretaria –lo que no logro entender es de donde ha salido el
monstruo que tiene por hija.

-Entiéndela, Maca… Sé que su comportamiento no ha sido el mejor, pero


la chica debe estar enfadada por el hecho de que su madre se vaya a
casar. Y además, estás tú…

-¿Yo? –se extrañó ella -¿qué pasa conmigo?

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-A ver cariño, no me malinterpretes, ¿eh? Pero a veces puedes ser algo


soberbia, al menos de cara a los que no te conocen –opinó Teresita –yo
sé que no lo eres porque te conozco, pero la primera impresión que das
es de ser algo borde y estirada…

-No me puedo creer que me estés diciendo esto, precisamente tú –se


ofendió Maca.

-Ya te he dicho que yo no te veo así, pero sí sé que lo hacen muchas


personas que no te conocen del todo bien. De hecho, por aquí tienes
esta fama…

-¡Lo que hay que oír! –exclamó indignada –bueno, me voy que he
quedado con esos y a este paso voy a llegar tarde… -añadió apoyándose
en la mesa para darle un sonoro beso en la mejilla -¡para que luego
digan!

Cuando llegó a su casa, ya se encontró a Anna, a Guille y a Claudia


esperándola en el portal, que estaban charlando animados con el
portero. Tras arrancarlos, casi literalmente, de los cotilleos que éste les
contaba, se dirigieron al ascensor.

-Me encantan estas pijadas –observó Guille cuando Maca metió una
tarjeta magnética dentro de una ranura, ya que el ascensor daba
directamente en su piso.

-Lo encuentras muy bonito cuando te enseñan el piso, pero después te


das cuenta que es un coñazo –opinó Maca –por cierto, ¿os podéis creer
que Teresita me ha dicho antes que tengo fama de borde y de estirada?
–les preguntó indignada.

No obstante, a pesar de la intención de la médico, que esperaba el


apoyo incondicional de sus amigos y, una reacción sorprendida por parte
de ellos, ante tal barbaridad; éstos se quedaron callados, esperando a
que fuese otro que se atreviese a contestarle con la cruda realidad.

-Bueno, Maca… Verás… -empezó su cuñada titubeando.

-Es que eres borde –añadió Claudia al ver que Anna no sabía cómo
seguir –y a veces, puedes llegar a serlo mucho…

-Si te sirve de consuelo, más que estirada yo diría más bien prepotente y
distante –opinó Guille.

-Yo alucino… -dijo una Maca profundamente ofendida saliendo


rápidamente del cubículo para, tras dejar su bolso en recibidor, dejarse

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caer en el sofá -¿cómo podéis decir esto, precisamente vosotros que sois
mis amigos?

-Pues justamente por esto, porque tenemos la suficiente confianza y


porque a pesar de todos tus defectos te seguimos queriendo –contestó
Claudia.

-¿Os dais cuenta de lo buena gente que somos? –opinó Guille riéndose –
porque tenemos que serlo para ser amigos de alguien como tú…

-Además –añadió Anna ante la mirada incrédula de Maca –si te queremos


ahora, imagínate si no fueras borde y prepotente, ¡estaríamos
besándote los pies! –exclamó arrancando las carcajadas de los otros dos.

-¡Pero bueno! ¿Qué pasa, que tengo un “ríete de mí” pintado en la


frente? –se quejó la médico.

-Maca, cariño, no es que lleves nada, es tu cara –dijo Claudia haciendo


que todos se rieran aún más.

-Que os jodan –les espetó ella.

-Bueno, cambemos de tema –dijo Anna limpiándose las lágrimas que, a


causa del ataque de risa, habían inundado sus ojos –Laura Llanos me
llamó ayer para decirme que la famosa cena del curso está programada
para dentro de tres semanas.

-¿Ya? –se sorprendió Maca –pensé que lo decían por decir, y que sería de
esas cosas que al final nunca se hacen.

-Pues yo ya le he dicho que contase con todos nosotros, así que


apuntaros en la agenda que el sábado 2 de julio lo tenéis ocupado…

“2 de julio” pensó Maca. Llevaba esa fecha escrita a fuego en su


memoria, ya que había sido motivo de celebración año tras año, durante
mucho tiempo. Aunque ahora, sólo por el hecho de pensar en ello, se le
encogía el corazón.

-Ese día es el cumpleaños de Bea –murmuró ella, más como un


pensamiento en alto como para compartirlo con los presentes.

-Bueno, mejor así. De este modo seguro que no viene –concluyó Claudia
para animar a su amiga.

Dos semanas más tarde, sin explicación alguna, su humor había


mejorado. Seguía sin ser una de sus mejores épocas, pero parecía que el

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sarcasmo y su lado bromista habían vuelto en gran medida, y eso en


ella, era una señal de buen humor. No obstante, sin saber porque,
durante aquellos días, había vuelto a salir más de lo que acostumbraba
en los últimos tiempos, llegando a casa acompañada casi siempre por
alguna chica a la que, seguramente, no volvería a ver.

No solía frecuentar bares de ambiente con sus amigos, sobretodo desde


que Joan se casó, aunque a ellos no les importase acompañarla, ya que
Maca parecía sentirse culpable al hacerlos ir allí, para desaparecer a
media noche en compañía de alguien. A lo largo de los años, a causa de
su usual presencia por allí, empezó a conocer a algunas mujeres, con las
que acabó estableciendo una buena amistad y, era con ellas, con
quienes pasaba gran parte de la noche.

-Chicas interesadas a las seis –le informó una de ellas, un día que
decidieron ir al In&Out.

-Oído, cambio y corto –contestó Maca, riéndose de las palabras usadas


por su amiga –Hay que ver Paulilla… ¿Y están bien? –se interesó.

-Bueno, creo que podrás comprobarlo por ti misma, porque vienen hacia
aquí.

Maca se giró hacia donde le había indicado Paula, y se encontró a dos


chicas, más o menos de su misma edad, que se dirigían hacia ellas entre
susurros y risas. “Tiene posibilidades” pensó ella haciendo un repaso a la
exuberante rubia que le devolvió el gesto.

-Hola –las saludó ésta –mi amiga Nuria y yo no hemos podido evitar
fijarnos en vosotras y hemos decidido venir.

-Que bien, ¿no? –contestó Maca con ironía disgustada por el comienzo
de la conversación, recibiendo un codazo de Paula por su impertinencia.
“Que chicas tan originales…” pensó, “¿para qué dejar un poquito de
misterio pudiendo decir esto? Creo que un “estoy sola y quiero marcha”,
hubiese tenido más gracia…”

-¿Por qué no os sentáis con nosotras? –las invitó Paula, algo que las
mujeres, aceptaron gustosas, sentándose entre ellas.

-Vuestras amigas son un poco secas, ¿no? –observó la tal Nuria,


refiriéndose al resto del grupo que, ni tan siquiera, las habían saludado.

-Es que se olvidan del resto del mundo cuando están a lo suyo –las
justificó Paula.

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-Sí, es lo que tienen las conversaciones interesantes y con contenido –


añadió Maca con sorna recibiendo una mirada asesina por parte de su
amiga, quien temía quedarse sin ligue aquella noche por culpa de la
médico.

Estuvieron un rato hablando con aquellas dos chicas, quienes les


explicaron que habían llegado a la ciudad con la intención de abrirse
camino como actrices. A los pocos minutos, Paula monopolizó a Nuria,
por lo que Maca, que se encontraba en la punta del sofá sin nadie más al
lado, no tuvo más remedio que hablar con la rubia, que resultó llamarse
Blanca. La conversación estaba resultando de lo más insulsa y, Maca se
negó a las insistencias de ésta para ir a bailar.

-¡Qué pelmazo! –exclamó Maca aprovechando que las dos amigas


habían ido un momento al lavabo.

-Eres una exagerada –contestó Paula –si son majas…

-Lo que te pasa a ti es que como están buenas se te olvida el poco


cerebro que tienen –la cortó ella.

-Pero tienes suerte, porque creo que hay alguien más interesado en ti –le
susurró Paula señalando con la cabeza a alguien que se encontraba justo
detrás de Maca.

-Pues yo creo que te equivocas –dijo Maca tras haberse girado –más bien
me odia y está mirándome para ver si así me echa un mal de ojo…

-¿La conoces? –se extrañó su amiga.

-Me temo que sí… -contestó la médico –se llama Esther y será mi
hermanastra en tres meses.

-Pues no te quita el ojo de encima… -observó Paula de forma pícara –y la


chica no está nada mal.

-Me odia, no sé porque pero me odia y, no, no está nada mal…

En ese momento, Blanca y Nuria volvían del servicio, la primera con


síntomas de haber llorado. Fue entonces cuando Maca recordó el juego
que había empezado con Esther hacía unas semanas en aquel mismo
lugar, y sonrió de forma malévola.

-¿Te pasa algo? –le preguntó a Blanca con fingida preocupación


acariciando su muslo.

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-No… -contestó la chica sorprendida por el primer gesto cariñoso que le


había dedicado una Maca que hasta el momento había mostrado un total
pasotismo a sus intentos de seducirla.

-¿Quieres bailar? –le propuso ella con una sonrisa dulce.

-¡Claro! –exclamó la chica con entusiasmo tirando de ella hasta la pista.

Una vez allí, empezaron a bailar, primero algo distanciadas, para al cabo
de un rato, ir acercándose lentamente hasta bailar juntas. Maca se
alegró de ver que la poca inteligencia de la chica estaba compensada
por sus habilidades a la hora de bailar. En ese momento, la Dj decidió
poner una canción que “favorecía al manoseo justificado” como lo
llamaba Claudia, por lo que aprovechó para acercar todavía más a
Blanca hacia su cuerpo, y colocar una mano en su muslo y otra al final
de su espalda, para empezar un sensual baile. Ésta interpretó el gesto
como una declaración de intenciones, así que no dudó en comenzar a
besarle el cuello. Con una sonrisa, Maca vio que Esther ignoraba
totalmente a sus acompañantes, concentrada en reprobar cada gesto
suyo y, aprovechó ese instante para guiñarle un ojo al mismo tiempo
que se mordía el labio inferior. La abogada, al sentirse descubierta, giró
la cabeza rápidamente hacia sus amigas, en un intento vano de
disimular.

Dos horas más tarde, entre empujones, dos mujeres entraban a


trompicones en el piso de la médico, puesto que parecían no querer
separar sus labios. Una vez se escuchó la puerta cerrarse, pareció como
si de una señal de salida en una carrera se tratara, ya que al instante
ambas empezaron a desprenderse de su respectiva ropa. Pocos minutos
más tarde, Maca se encontraba tumbada en la cama, con la cabeza
echada hacia atrás y los puños apretados a causa del placer, mientras
que su acompañante tenía su cara entre sus piernas, estimulando su
clítoris con la lengua. La médico empezó a sentir como el orgasmo
llegaba, y al empezar los primeros efectos de éste, algo interrumpió el
silencio.

-Te quiero –le dijo la chica mirándola desde su posición.

-¡¿Qué?! –exclamó Maca inclinándose de repente, sintiendo como de


repente, y de la forma más cruel, el placer se desvanecía -¿cómo?

-Pues que creo que me he enamorado de ti… -contestó Blanca extrañada


por su reacción y, sobretodo por su cara de pánico.

-Pero… ¡esto es imposible! –casi gritó ella –me refiero a que… nos

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acabamos de conocer y no… -añadió en un tono más amable al ver el


disgusto que causaban sus palabras en la otra.

-¿No crees en el amor a primera vista? –quiso saber ella.

-Eh… No… -contestó Maca con gesto preocupado, dejando un silencio


incómodo entre ellas -¡vaya, qué tarde es! –exclamó mirando el reloj que
estaba en la mesilla de noche –hay que ver lo rápido que pasa el tiempo
cuando se está en buena compañía, ¿eh? Discúlpame, pero hasta ahora
no había recordado que mañana tengo un compromiso ineludible: tengo
cita con un organizador de bodas…

-¿Te casas? –se horrorizó Blanca.

-No, mi padre… Pero tengo que acompañarle, ya sabes… -contestó ella


levantándose para ponerse un albornoz que cubriese su desnudez –lo
siento mucho, pero te tendrías que ir, porque la cita es muy temprano y,
ya si eso, descansas mejor en casa… ¡Y de un tirón! –exclamó nerviosa
tendiéndole la blusa.

La chica cogió la prenda que le daba y se la puso, junto con las otras
prendas que se había quitado. Muy extrañada por la actitud que tenía en
aquel momento la médico.

-Ya nos llamaremos, ¿eh? –comentó Maca empujándola hacia la salida.

-Pero no tenemos el teléfono…

-Pues casi que mejor así, de este modo podremos encontrarnos al azar
en algún local… ¿No te parece romántico? –la cortó Maca –Bueno, adiós
y muchas gracias por tan agradable compañía… -añadió antes de darle
al botón del ascensor.

-Joder, eso es un coitus interruptus y lo demás son tonterías –susurró


cuando las puertas se hubieron cerrado.

Esa mañana, tal y como había quedado con Encarna, dos semanas atrás,
se dirigía a la oficina del señor Pardo, donde habían quedado en esa
ocasión. Había decidido ir andando hacia allí, puesto que no quedaba
muy lejos de su casa, pero pronto se arrepintió: el calor y, el cansancio
que sentía por haber salido la noche anterior, le estaban haciendo el
paseo de lo más fatigoso. Por fin, llegó a la calle indicada e, incluso,
pudo ver el edificio en el que se encontraba el organizador. Dirigió su
vista a la entrada, y se sorprendió al ver que Encarna todavía no había
llegado, así que para distraerse, empezó a observar la fachada
inmaculada, en la que no tardó mucho en distinguir las ventanas de la

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oficina, puesto que unas cortinas de un tono rosa bastante chillón así se
lo indicaron.

-Menuda suerte, la mía –oyó como alguien murmuraba de mal humor a


su lado.

Esa voz la sacó del ensimismamiento en el que se había adentrado,


recordando lo peculiar de ese hombre e, imaginando en lo que podría
suceder más tarde. La reconoció al instante y, por ello, se giró hacia ella
con una sonrisa radiante.

-Vaya, no creí que vinieras hoy –le dijo Maca.

-Es mi madre –le espetó ella –por lo visto tienes aguante… -añadió
haciendo referencia a la noche anterior.

-Sí, es una de mis muchas virtudes –contestó la médico con chulería –te
vi muy interesada en todos mis movimientos, por cierto…

-Tengo que confesar que me encanta verte metiéndole mano a una


chica… ¿No crees que estás un poquito mayor para ir tan salida?

-Bueno, mejor eso que no ser una reprimida amargada… -le soltó Maca
sin borrar esa sonrisa impertinente.

-¿Estás insinuando que yo…?

-¿Acaso tengo algún motivo por hacerlo? Reconócelo Esther, te pone


mirarme… -añadió acercándose a ella.

-Como des un paso más… -la amenazó la abogada.

-¿Qué? ¿Vas a demandarme? –quiso saber Maca.

-Pues quizás, pero de todos modos no creo que sea una situación nueva
para ti, ¿no? –le espetó Esther dibujando, ahora, ella una sonrisa.

-¿Qué quieres decir con…? –quiso saber ella quedando seria de repente.

-¡Hola! –las saludó Encarna feliz por encontrarlas hablando.

-Hola mamá –contestó Esther que en aquel momento parecía ser la


persona más feliz sobre la faz de la tierra.

-¿Estás bien, Maca? –se preocupó la mujer, al percatarse del gesto serio
de la médico.

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-Eh… Sí, sí, claro… ¿Entramos?

Aquella sesión pasó mucho más rápida para las tres, ya que mientras en
la anterior habían hablado prácticamente todo el rato de lo que querían
a un plano mucho más teórico; en esta eligieron entre tipos de flores, los
ornamentos que decorarían tanto el lugar del banquete como la iglesia
y, finalmente, decidieron una modista para el vestido de novia de entre
varios catálogos que Fran, como había insistido que le llamaran, les
había llevado.

-Es una mujer muy reconocida entre los expertos y sus diseños son muy
sobrios, justo lo que usted me dijo que buscaba –les explicó con esa voz
exageradamente aguda –en cuanto al vestuario del señor Wilson…

-No creo que haya mucha opción en este aspecto –lo cortó Maca –mi
padre no se pondrá otra cosa que no salga de su sastre de toda la vida…
Créame, lo he intentado durante años.

-En ese caso, un problema menos –contestó él con una sonrisa, ya que
en apenas una hora, su percepción de Maca había cambiado
radicalmente, y había descubierto que, al fin y al cabo, la chica parecía
tener más sensibilidad de lo que aparentaba –pero tenemos que elegir
donde hacer vuestros vestidos, y el de tu cuñada, claro…

-¿Tiene que ser necesariamente en la misma tienda? –quiso saber Esther


no muy contenta con la idea.

-Sería lo mejor, de este modo nos aseguraremos que aun ser diferentes,
comparten el mismo estilo… Además, no quiero a ninguna modista
incompetente que os haga un vestido largo.

-¿Qué tienen de malo los vestidos largos? –preguntó una Esther


ofendida, pensando en todos los que guardaba en su armario.

-Nada querida –dijo en un suspiro el señor Pardo, armándose de


paciencia –sólo que durante el día son del todo inapropiados… El vestido
largo únicamente puede usarse por la noche –le explicó como si fuera
algo elemental para triunfar en la vida.

-Mira que no saberlo –soltó Maca con sorna, recibiendo una mirada
asesina de la abogada.

-Pues eso es todo… La semana que viene iremos a visitar el castillo,


para probar los diferentes platos y allí hablaremos acerca del aperitivo.
Lo mejor sería tenerlo todo listo para antes de agosto, ese mes nadie
trabaja, así que… Y el martes podríamos empezar con las pruebas de los

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vestidos.

-Imposible –comentó Maca –ese día tengo una operación que no puede
ser aplazada.

-En ese caso, ya buscaremos un hueco en el que a ti te vaya bien –


contestó él de forma comprensiva –¡tú trabajo es tan importante! –
exclamó admirado.

Como siempre, las acompañó a la salida, donde se quedaron algunos


minutos hablando.

-Varias de mis clientas me han contado maravillas de tu clínica –


comentaba Fran.

-Bueno, todavía es de mi padre… -contestó Maca con una sonrisa –pero


cuando quiera, le doy una visita y se lo enseño todo.

-¡Me encantaría! –dijo el hombre emocionado.

-Señor Pardo… Quiero decir, Fran –corrigió ante su mirada reprobadora –


no quiero sonar impertinente, ¿pero no se marean con tanto rosa?

-La verdad es que se ha quedado desfasado… El color de moda es el


morado, ya he hablado con mi decorador, así que en breve haremos
unas reformitas… -explicó él –Rafaela, ¿a quién tenemos ahora? –le
preguntó a la recepcionista.

-A una pareja joven –contestó ella mirando el fichero –es su primera


reunión con usted, a ver… Se llaman Ricardo de Planas y Beatriz Fabré.

Esther se sorprendió al ver la palidez, casi blanquecina, que había


adquirido el rostro de Maca, y sobretodo la seriedad de sus facciones. En
apenas unos segundos, su mandíbula se había contraído de una forma
exagerada, y una de sus venas del cuello parecía querer estallar. Sus
ojos se veían ausentes, muy lejos de allí, como si al escuchar esos
nombres, su mente hubiera volado cientos de kilómetros.

-Vámonos –murmuró en apenas un hilo de voz.

Preocupadas por el aspecto de la cirujana, se apresuraron a despedirse


de Fran, quien no parecía enterarse de nada, ya que enfrascado en su
próxima visita, no había notado el cambio de Maca. Y cuando finalmente,
Encarna apoyaba su mano en el pomo de la puerta para salir de allí, el
timbre sonó, provocando que la palidez anterior, pareciera normal en
comparación de la adquirida.

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En un acto reflejo, Encarna giró el pomo, haciendo que la puerta se


abriera. Dese la perspectiva de Maca, todo sucedía a cámara lenta y
como si estuviera muy lejos de allí: el leve chirrido de la madera le
pareció suave, casi inaudible, y sentía que el trayecto de esa simple
pieza de madera, nunca llegaría a su fin. De repente, algo la despertó de
su letargo, una voz femenina, cuyo rostro seguía sin ser visible.

-Traigo un paquete urgente a nombre de Francisco Pardo –informó.

Ante ellos, se descubrió una mujer de unos cuarenta y tantos, cuya


indumentaria no dejaba dudas a que trabajaba para un servicio de
entregas. Macarena soltó un suspiro, por el que parecían escaparse su
angustia y sus miedos. Con paso rápido, salieron de allí, alejándose en
silencio de aquel edificio. En un momento determinado, cuando la
fachada estaba a punto de desaparecer a su espalda, Maca se giró y aun
a pesar de la lejanía, distinguió aquella silueta que, todavía ahora,
derrumbaba los cimientos de su vida, entrando acompañada por un
hombre.

-¿Estás bien, Maca? –se preocupó Encarna acariciando su brazo con


cariño.

-Sí… Sólo, sólo que no quería encontrarme con ellos –contestó señalando
el portal –lo siento pero tengo que irme, he quedado y ya llego tarde –se
disculpó alejándose de ellas con paso rápido.

-Vaya… Parece que Macarena Wilson teme a alguien –observó Esther con
un tono de burla en su voz –bueno, yo también me voy que Laura debe
estar esperándome para comer –añadió dándole dos besos a su madre.

Media hora más tarde, la abogada entraba en su casa mostrando una


sonrisa que hacía tiempo no se dibujaba en su cara. Se dirigió a su
habitación tatareando una de las canciones que había escuchado en la
radio del coche, y allí se cambió de ropa para ponerse algo más cómodo,
ya que no tenía intención alguna de salir a la calle en lo que quedaba de
día.

-Te veo contenta –observó una Laura extrañada, mientras sacaba una
gran fuente de comida del horno.

-Como siempre –se limitó a contestar Esther -¿viene Eva o has hecho
comida para el resto de la semana?

-Lo primero –respondió su amiga -¿cómo ha ido hoy?

-Bastante bien… ¿sabes? He descubierto que la maravillosa Macarena

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tiene un pasado algo oscuro…

-¿A si? –dijo Laura sin mucho interés. “Ya tardaba en salir el temita”

Esther interpretó aquel comentario como si su amiga verdaderamente


quisiera saber lo sucedido, así que con emoción le relató con pelos y
señales el extraño y, según ella, sospechoso comportamiento que había
tenido Maca al final de la mañana.

-La cuestión es que ha tenido algún encontronazo con alguno de los


dos… -concluyó.

-O quizás con ambos –observó Eva quien había llegado a la mitad de la


narración de Esther –por lo que me has contado no parece ser de las que
su conciencia les prohíbe acostarse con mujeres comprometidas. Deja
de montarte películas, anda.

-¿Y sabes el nombre de los misteriosos amigos de Maca? –quiso saber


Laura.

-Ricardo Planas y Beatriz no-sé-qué –contestó Esther sin lograr recordar


el apellido de la mujer.

-¿Beatriz? Me acuerdo que había una chica que se llamaba así en


nuestro curso, pero no creo que se trate de ella, se llevaba muy bien con
Maca… -comentó la morena –de todos modos, todo el mundo se lleva
mal con alguien, y tú no eres precisamente una excepción…

-¿Yo? Aparte de con Macarena Wilson me llevo bien con la mayoría de las
personas –se defendió Esther provocando las carcajadas de sus amigas.

-¡Qué bueno! –exclamó Eva limpiándose las lágrimas causadas por la


risa –en serio Esther, ¿cómo puedes tener tanto morro?

-¿Hace falta que te recordemos tu odio irracional hacia Raúl? –añadió


Laura.

-¿Irracional? Creo que mis sentimientos hacia él están más que


fundados.-contestó Esther algo ofendida.

-Bueno, quizás en esto sí tenemos que darle la razón, ¿eh? –la apoyó
Eva.

A media tarde, Esther y Eva se encontraban tumbadas, en el sofá


mirando totalmente embobadas una película que daban en la televisión.
Mientras Laura se había encerrado en el despacho para acabar de

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redactar un contrato que debía presentar a unos clientes ese mismo


lunes.

-El asesino es el marido –dijo Esther.

-¿En serio? –se sorprendió ella -¿cómo lo sabes?

-Siempre es el marido –contestó ella.

En ese momento, escucharon un portazo que supusieron provenía del


despacho. Asustadas, se giraron hacia la puerta del comedor, para ver a
qué se debía.

-¿Se puede saber qué es esto? –quiso saber Laura, entrando como un
huracán, mostrando unos papeles que se agitaban debido al movimiento
de su brazo –en serio, Esther, explícamelo y quizás entienda como
puedes haber caído tan bajo.

Esther se quedó mirando fijamente ese documento, cientos de


pensamientos pasaron por su cabeza en cuestión de milésimas de
segundos, muchos de ellos, posibles excusas, pero ninguna los
suficientemente buena como para salir airosa de la situación.
Finalmente, optó por lo más fácil: el contraataque.

-¿Y se puede saber qué hacías tú mirando mis cosas? –preguntó,


poniéndose a la defensiva.

-Simplemente buscaba el resumen de la reunión del viernes –contestó


Laura, a la espera de una explicación lógica.

-Pues como seguramente debes haber supuesto, es una denuncia por


acoso sexual… -se limitó a decir Esther.

-Deja de tomarme el pelo, ¿quieres? Sé lo que es, lo que quiero que me


expliques es por qué has aceptado el caso –insistió su amiga, ante la
mirada confundida de Eva que no sabía de qué iba la cosa.

-Lo he aceptado porque creo que esta señora tiene motivos más que
fundados como para interponer esta denuncia.

-¡Alucino contigo! –casi gritó Laura, fuera de sí.

-Laura, cálmate, ¿no? –se interpuso Eva –creo que estás sacando las
cosas de quicio.

-¿Qué me calme? –gritó Laura -¿pero tú sabes lo que ha hecho esta

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descerebrada? Ha aceptado llevar una denuncia por acoso sexual en


contra de Macarena Wilson.

Ante esta información, Eva dirigió una mirada de reprobación a su


amiga, que ahora se sentía totalmente acorralada y en una situación de
desigualdad de condiciones.

-¿En serio crees que Maca tiene motivos para haber acosado a una
mujer de casi cincuenta años? –quiso saber Laura, ahora de forma
mucho más calmada –porque hasta donde yo sé, puede tener a quien
quiera…

-Y hasta donde yo sé, no tengo porque daros explicaciones acerca de los


casos de llevo –se defendió Esther, enfadada por el juicio que estaban
haciendo sus amigas.

-En eso estás muy equivocada –intervino Eva –como tus socias en el
despacho, tenemos el derecho de saberlo. De hecho, ocultándonoslo has
infringido una de las normas que se establecieron al abrir el bufete, y
por la cual cada viernes hacemos una reunión para repasar los casos
que lleva cada uno.

-No hace falta que me des lecciones de los estatutos de nuestro


despacho, me los sé de memoria…

-Pues entonces explícame por qué nos lo has ocultado, y no nos lo dijiste
ayer –la cortó Laura –en serio, estoy ansiosa por saber el motivo de tu
actitud, si tan justificado encuentras el haber aceptado el caso.

-Porque sabía que os pondríais así –se justificó Esther.

-¿Y qué pensabas hacer? ¿No repartir los beneficios entre el resto de las
socias? Porque si no recuerdo mal, en la facultad nos enseñaron que
esto es un delito –dijo Eva.

-¿Y qué piensas contarle a Lola? –añadió Laura –porque los casos
penales son de su competencia, así que estás reduciendo la cantidad de
comisión que le damos or asunto llevado.

-Vosotras también lo hacéis.

-Con la diferencia de que es por insistencia explícita del cliente y, que


además, se lo decimos -contestó Eva –Y por Dios, que a Maca le pueden
caer de tres a cinco meses de cárcel…

-Sabes que en estos casos nunca se va a la cárcel, y que en todo caso, lo

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único que deberá hacer es pagar una multa y una indemnización por
daños y perjuicios –la cortó Esther.

-Mira, ¿sabes qué? Que hagas lo que te dé la gana –concluyó Laura


mirando a su amiga como si no la conociera –me has decepcionado,
Esther. Nunca te creí capaz de hacer algo como esto… ¿Has pensado en
tu madre?

Ante esta pregunta, Esther bajó la cabeza, dejando más que claro que
no lo había hecho. En ese momento, se dio cuenta de lo mucho que
podría afectarle aquello a Encarna y, de las posibles y más que
probables consecuencias que podrían acarrearle: ¿cómo se lo tomaría
Pedro Wilson y el resto de la familia de Macarena?

-Veo que no –observó Eva –sólo quiero que recapacites en lo que esto
puede provocar en la vida de Maca: si finalmente se acepta la denuncia
y la sentencia es condenatoria, puede suponer el fin de la carrera
profesional de Maca, por no hablar del daño que sufrirá la buena fama
de la clínica. Y sólo espero que, al menos, no hayas presentado aún la
denuncia al juzgado.

De nuevo, y por segunda vez en pocos minutos, Esther volvió a bajar la


cabeza, volviendo a darles la razón a sus amigas, provocando que éstas
emitieran un sonoro suspiro.

-Lo siento… -se disculpó Esther.

-No es a nosotras a quien tienes que decirle esto –contestó Laura, con
dureza –sé consecuente con tus actos y tus errores, porque esta vez, no
pienso sacarte de ésta…

-Me voy –anunció Eva -¿te vienes? –preguntó dirigiéndose a Laura.

Pocos minutos más tarde, ambas mujeres salían de aquel piso, sin ni tan
siquiera despedirse. Dejaron a Esther sola, pero en esta ocasión sola
tanto físicamente, como moralmente, ya que como le habían dicho, no
apoyaban su decisión y no estarían a su lado cuando la llevara a cabo.

Exactamente una semana más tarde, el piso de Maca parecía un


hervidero de gente, ya que seis personas se movían por todo el piso de
forma nerviosa, algunos de los cuales discutían por poder acceder al
baño. Los dos hermanos Wilson, ajenos al alboroto que se generaba a su
alrededor, se encontraban medio tumbados en el sofá, acabando de ver
lo que parecía una película interesante.

-No sé cómo puedes estar tan tranquila, de verdad –le recriminó Claudia

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apareciendo por el pasillo.

-¡Cállate! –le espetó Maca alzando la mano –que este es el mejor


momento de la película.

-Pero si la habéis visto como unas cinco veces… -se defendió Claudia.

-¡Que te calles! –exclamaron ambos hermanos mirando fijamente


aquella sucesión de escenas que mostraban un asesinato tras otro con
música de ópera de fondo.

-Creo que tu marido va a dejarte por Al Pacino –le comentó Claudia a


Anna, al entrar en una de las habitaciones donde ésta se cambiaba.

-¿Quién?

-El de El Padrino –aclaró la cardióloga desesperada por la incultura


cinematográfica de su amiga.

-Mientras no sea por la que hace de hija… -contestó ella encogiéndose


de hombros.

-Sofía Coppola –la corrigió Claudia –eres cruel, tampoco es tan fea.

-Si tú lo dices…

Pocos minutos más tarde, Maca entraba en su dormitorio, donde Guille


acababa de anudarse la corbata delante del espejo.

-¿No vais muy arreglados? –observó ella.

-Laura nos dijo que teníamos que hacerlo, así que yo me visto como me
mandan –contestó él -¿qué tal? –quiso saber girándose hacia ella.

-Muy guapo –opinó mirándolo con una sonrisa –me voy a la ducha –
añadió cogiendo un par de cosas del armario para dirigirse hacia el baño
–venga id saliendo que voy a ducharme –les soltó a los que se
encontraban en su interior.

-¿Ahora? –se quejó Anna –llevo media hora esperando a que Claudia y
Marta acabaran de maquillarse…

-Pues haberte arreglado en tu casa –le espetó Maca –no entiendo porque
siempre tenéis que venir aquí si siempre acaba pasando lo mismo.

Ante ese fuerte argumento, a Anna no le quedó más remedio que salir
de allí, sin haberse acabado de maquillar todavía; así que se dirigió al

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salón donde Jero, ahora junto con Eduardo, seguía mirando la televisión.
Se sentó junto a él, aunque empezó a leer una de las revistas del
corazón que estaban encima de la mesilla de centro.

-Nosotras ya estamos –le informó Marta apareciendo por allí.

-En un minuto voy –contestó ella de forma distraída con la atención


puesta en aquellas hojas.

-Siempre dices lo mismo y al final tenemos que esperarte… -observó su


marido –así que ve tirando.

-No seas pesado, anda. Si todavía queda mucho tiempo…

Apenas media hora más tarde, Maca salía del baño ya peinada y
maquillada. Sin reparo alguno, se dirigió a su habitación en ropa interior,
haciendo que Guille se girara al verla entrar.

-Vaya, creo que este modelo no es el más apropiado, aunque serás el


centro de la fiesta… -comentó en una sonrisa.

-Que tonto eres… ¿Qué me pongo? –preguntó pidiéndole consejo, al


abrir el enorme ropero, en cuya pared izquierda descansaban varias
prendas de gala.

-Vamos a ver… -contestó él entrando allí para mirar la ropa –vestido


largo, obviamente no, demasiado arreglado. Yo optaría por este vestido
negro –opinó sacando, como había dicho, un vestido negro de gasa
hasta las rodillas, algo apretado a la altura del pecho, pero más ancho
en el resto del cuerpo –sí, este es genial.

-Pues no se hable más… ¿zapatos?

-Supongo que vas depilada, ¿no? –quiso saber él –entonces no hacen


falta medias, así que unas sandalias –añadió tras recibir una mirada
ofendida por parte de Maca –¡éstas! –exclamó acercándoselas –y este
bolso con este chal, así le darás un poquito de color al conjunto –dijo
señalando los complementos, que eran de un tono lima.

-¿Seguro que no eres gay? –preguntó Maca con una sonrisa burlona.

-Que tenga un gusto exquisito para la moda no significa que lo sea.


Además, Joan es gay y no se caracteriza precisamente por su gusto para
vestir… -contestó dedicándole una mueca.

-En eso tienes razón…

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Algo parecido a esa situación caótica, se desarrollaba algunas calles


más lejos, en el piso de Laura y Esther, aunque de forma mucho más
silenciosa y tensa. En una habitación, Eva aconsejaba a su amiga acerca
de los posibles modelos que podía utilizar aquella noche; mientras
Esther lo decidía sola, encerrada en su dormitorio.

Sus amigas apenas le habían dirigido la palabra en la última semana, y


cuando lo hacían era, principalmente, por asuntos profesionales. Laura
pasaba la mayor parte de su tiempo libre fuera de casa, como dando a
entender que no quería pasar más tiempo del necesario junto a Esther, y
cuando estaba allí, lo hacía en compañía de Eva. En esos momentos, la
situación era tan tensa, que a Esther no le quedaba otro remedio que
quedarse encerrada en su habitación o en el despacho, con la esperanza
de que a sus amigas les pasara pronto el enfado.

Hacía algunos minutos que estaba lista, pero no se atrevía a entrar en la


habitación de Laura, por miedo a las miradas que seguro recibiría. Así
que se decidió a sentarse en el sofá del salón y leer el periódico, con la
esperanza de que su amiga le propusiera de ir juntas a la cena. De este
modo la encontraron Laura y Eva, poco tiempo más tarde.

-Bueno, nosotras nos vamos –anunció la primera –Cristina y el resto me


han llamado, así que están al caer.

-¿Vamos con ellas? –preguntó Esther, esperanzada.

-Yo sí –contestó ella con dureza –creo que no cabía nadie más en el
coche, pero estoy segura que la señora Gutiérrez estará encantada de
devolverte el favor y llevarte hacia allá –añadió con el mismo tono, para
salir de allí sin darle opción a réplica.

Cuando la puerta se hubo cerrado, Esther se levantó exhalando un


profundo suspiro y se dirigió de nuevo hacia su habitación para coger las
llaves de su coche, puesto que por lo que parecía, no le quedaba otra
opción. Deprimida y enfadada con todo el mundo, sobretodo con sus
amigas y con ella misma, condujo hacia las afueras, donde se
encontraba el restaurante que habían alquilado para la ocasión. Pero si
pensaba que la sensación de desazón que inundaba su cuerpo no podía
ser peor, se equivocaba, y así de lo demostró la escena que vio nada
más entrar en el terreno de aquel lugar.

Justo en la entrada del espacio que estaba habilitado como parking, se


encontraba el grupo de Macarena y sus amigas charlando de forma
animada. Maca permanecía algo alejada, mientras acababa de guardar
algo en el maletero de su todoterreno que, aun con el aspecto de ser

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bastante antiguo, permanecía radiante como el primer día. Con el rostro


serio, se vio obligada a aparcar cerca de ellos, ante la insistencia del
hombre que indicaba a los que llegaban, el lugar donde debían aparcar
sus coches.

Esperó pacientemente algunos minutos a que ellos se fueran, pero se


percató de que sus amigas del colegio la esperaban, así que no le quedó
otro remedio que salir y acercarse a ellos.

-¡Hola Esther! –la saludó Cristina a quien hacía meses que no veía.

-Hola –los saludó forzando una sonrisa.

-¿Qué tal? –se interesó Maca, que salió de repente de no supo donde,
justo a su lado.

-Bien, gracias –contestó aumentando su sonrisa forzada aún más, a


pesar de casi dolerle las mejillas. Al girarse, más por compromiso que
por otra cosa, sus ojos quedaron a su altura y, se sorprendió al ver lo
que le transmitían: esa mirada que siempre aparentaba una seguridad
aplastante; en esos momentos se le aparecían algo sombríos, y con algo
parecido al miedo.

-Hacía muchísimo que nos veíamos, ¿eh? –comentó Mar, otra de sus
amigas –sabía de ti por Laura, pero andas desaparecida…

-Ya, bueno… -contestó ella –ahora que nos vemos, puedes preguntarme
lo que quieras –añadió abriendo los brazos, dando a entender que
estaba a su disposición, provocando las risas del resto -¿cómo están los
niños?

Gracias a aquella pregunta, consiguió protegerse de la mirada


reprobadora de Laura, quien no había dicho nada, y se aferró a la
conversación que Mar había empezado, orgullosa de sus retoños. Entre
risas, se dirigieron hacia el restaurante, donde ya se encontraban una
veintena de ex compañeros suyos. Muchos de ellos, se sorprendieron
muchísimo de ver el cambio de Esther y, la mayoría la piropearon hasta
tal punto que ella enrojeció avergonzada, ante lo cual, sus amigas
empezaron a reírse de la situación, aumentando todavía más el color
que había cubierto por completo sus mejillas.

-Bueno, basta ya, ¿no? –les cortó Maca de forma cómica, al ver el apuro
de la abogada –que me estoy poniendo celosa… -añadió provocando las
carcajadas de alguno y un nudo en el estómago a Esther, por culpa de
los remordimientos.

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Los presentes empezaron a entrar dentro del local, donde otra veintena
les esperaban. La doctora, algo atrasada, miraba con miedo, la cara de
todos aquéllos, rezando no sabía a quién, para no distinguir las facciones
de Bea en esos rostros. Parecía que de momento, sus plegarias habían
sido escuchadas, porque no la vio. En ese instante, Laura se acercó a
ella con gesto amigable.

-Oye, Beatriz, tu amiga, me dijo que no podía venir… -le comentó.

-Ya… -contestó Maca sin saber que más decir –es que hoy era su
cumpleaños…

-Eso me dijo –añadió Laura –otra cosa… Estaba pensando que quizás
podríamos sentarnos en la misma mesa. Bueno, los sitios no están
fijados y creo que cabemos todos… Además, sois con los que hemos
mantenido más el contacto…

-Claro que sí, pero no tienes porque darme explicaciones, ¿eh? –dijo una
Maca mucho más risueña, por el peso que se había quitado de encima.

Finalmente sí se sentaron todos juntos, pasando la cena entre risas y


recordando anécdotas acontecidos en ambos grupos. Parecía que todos
se disputaran el turno de palabra, deseosos de contar desde su propio
punto de vista, los sucesos de años atrás. Fue Guille, quien al fin
consiguió acaparar la atención de todos, sobretodo a causa del don que
siempre había tenido por darles un tono divertido y jocoso a todas las
historias; siendo acompañado y ayudado por comentarios puntuales de
Maca y Claudia, la mayoría de ellos en tono irónico y jocoso.

Por su parte, Esther, aunque se mostraba contenta, no estaba muy


participativa, puesto que en su opinión, aquella no había sido lo mejor
época de su vida. Y aunque guardase buenos recuerdos de ella, también
los guardaba de malos.

-¿Os habéis dado cuenta de lo feo que está Roberto? –observó Laura con
una sonrisa un tanto cruel.

-Ya ves… ¡Con lo guapo que era! –añadió Claudia.

-Bueno, por no hablar de la barriga cervecera que se le ha puesto a Toni


–comentó Joan, que estaba en su salsa.

El resto de la cena la pasaron criticando a unos y otros, sobretodo de


aquéllos que hacía años, habían sido considerados los más guapos.
Aprovecharon para vengarse con creces de la actitud algo prepotente y
altiva que tenían todos éstos, por aquel entonces; y por ello se rieron de

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ellos a gusto.

Al acabar, los camareros les informaron que había una sala contigua, en
la que se había habilitado un espacio para bailar y, varias barras cuyas
bebidas iban incluidas en el precio.

-¿Barra libre? –se emocionó Guille, sentimiento que parecía compartir


Maca.

-Vosotros dos, no os paséis, que nos conocemos –les advirtió Claudia.

-Creo recordar que fui yo quien te sujetó la cabeza, mientras no dejabas


de vomitar… -contestó la directora con una sonrisa –e incluso, creo que
en más de una ocasión…

Aproximadamente una hora más tarde, la mayoría de los presentes se


encontraban bailando sin pudor en el medio de la sala, muchos de ellos
animados por la cantidad de alcohol ingerida. Algunos parecían estar
más contentos de lo normal, y una de esas personas, no era otra que
Laura, quien con una sonrisita se acercó a Maca que en esos momentos
se encontraba algo alejada, degustando la copa que sostenía en una
mano.

Cuando llegó a su altura, en un intento de imitar la postura de Maca, que


estaba apoyada en la pared, dio un ligero traspiés que la obligó a hacer
un extraño movimiento para no caer.

-Creo que vas borracha –observó Maca mirándola con una ceja alzada y
una sonrisa divertida.

-No, algo contentilla si eso… Borracha iré cuando me haya bebido un par
más de cubatas –contestó Laura -¿te pasa algo?

-No, ¿por?

-Bueno, como estás aquí, alejada de todos y, antes cuando te he


preguntado por Beatriz me ha parecido que estabas algo tensa… -dijo la
abogada encogiéndose de hombros.

-Ya, verás… Es que desde hace algún tiempo Bea y yo estamos algo
distanciadas, por no decir mucho. Es extraño lo mucho que pueden
llegar a cambiar las cosas, ¿verdad? Acabas el colegio teniendo un
futuro en mente y luego te das cuenta de lo que no hay nada de lo que
habías imaginado…

-Bueno, algo sí hay, ¿no? ¿Qué me dices de tu fantástico trabajo? Tu vida

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no está del todo mal, ¿eh? –comentó Laura sorprendida por la reflexión
que acababa de escuchar y, que para nada, iba con esa mujer.

-La verdad es que el trabajo está genial, pero por mucho que lo intento
no acabo de sentirme a gusto. No sé, nunca dejaré de ser la hija
enchufada…

-No creo que las cosas sean así, Maca –la cortó Laura –estoy segura de
que tu padre te escogió por ser la más apta. No creo que tirase todo el
esfuerzo hecho durante años por poner a su hija en el cargo, o yo al
menos no lo haría…

-¿Y a ti? –quiso saber Maca para cambiar de tema, ya que se sentía
analizada en exceso -¿qué os pasa a Esther y a ti? Porque casi no habéis
hablado hoy.

-Hemos tenido una pequeña pelea… Hay veces que la agarraría por el
cuello y no la soltaría –contestó Laura sin atreverse a mirarla a los ojos,
por estar mintiéndola de forma exagerada –por cierto, ¿tú conoces a
algún abogado penalista?

-Eh… Bueno… -titubeó Maca sorprendida por la pregunta –lo más que sé
del tema es que en la clínica tenemos a unos abogados contratados por
los temas mercantiles y eso... Ah, y que un bufete nos lleva siempre los
casos de denuncias por negligencias médicas y reclamaciones… ¿Estás
buscando un trabajo?

-No, sólo que de repente me he acorado de un chico que estudió con


nosotras en la facultad que era muy bueno en este ámbito. Hace mucho
tiempo que no sé de él y lo último que oí es que salía con una enfermera
de tu clínica… -explicó con total naturalidad. “Hoy estás sobrepasando el
límite de mentiras por minuto, Laurita” pensó.

-¿Y cómo se llama? –quiso saber Maca más por compromiso que por lo
que le pudiera interesar.

-Raúl Lara… -contestó –bueno, yo me voy, que veo que me reclaman –


añadió refiriéndose a Mar y a Cristina que le hacían señales con la mano
para que se uniera a ellas.

-Hasta luego –dijo Maca sorprendida por el comportamiento de aquella


mujer y por la extraña conversación que habían mantenido.

Laura se dirigió de forma algo insegura hacia donde estaban sus amigas,
ya que empezaba a notar que su estabilidad le fallaba. A medio camino,
alguien la agarró de forma fuerte del brazo, impidiendo que siguiera con

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su trayecto.

-¿Qué? ¿Ya se lo has contado todo? –le soltó una Esther enfadada, que
había estado atenta en todo momento de la conversación que
mantenían las dos mujeres.

-No, aunque no por ganas –contestó Laura de forma seca –mira Esther,
tú eres una de mis mejores amigas y aunque no apruebe lo que has
hecho, no voy a boicotearte.

-¿Y de qué hablabais? –quiso saber sin acabar de fiarse, puesto que
sabía que cuando llevaba varias copas encima, su amiga solía hablar
más de la cuenta.

-Sólo he hecho lo que mi conciencia me pedía que hiciera, pero puedes


estar tranquila, Maca tardará unos días en saber que la han
denunciado…

Algunas horas más tarde, los últimos que quedaban allí abandonaban
aquel restaurante. Por un lado, Maca estaba contenta por no haberse
encontrado con Bea y la tensión acumulada en los últimos días había
desaparecido; pero por otro lado, se sentía algo decepcionada por no
haberla visto, ya que siempre guardaba la esperanza de volver a oler su
perfume aunque sólo fuese durante el tiempo que duraba el darse dos
besos en la mejilla. Aquel sentimiento la ofuscaba, puesto que la
agobiaba el pensar que aunque ni proponiéndoselo, lograba olvidarla.

Era ya de noche cuando llegó, por fin, a casa. El día en la clínica había
sido de locos: un postoperatorio se había complicado sin motivo
aparente alguno, ya que se trataba de una intervención sencilla; por otro
lado, las jefas y la coordinadora de enfermeras prácticamente la habían
obligado a tener una reunión con ella para reclamar un aumento de
sueldo para todas y, que no acabó hasta que, tras horas de
negociaciones, cedieron a que Maca hiciese revisar los contratos de cada
una antes de decidirse al respecto. Y por último, había tenido varios
encontronazos con Javier, quien estaba más insoportable de lo habitual,
pero lo peor fue que una de las peleas tuvo de espectadores a varios
médicos.

Exhaló un profundo suspiro al recordar que todavía no había cenado, y


en esos momentos, lo último de lo que tenía ganas era de ponerse a
cocinar. Por ello, abrió uno de los cajones de la cocina donde guardaba
todas las tarjetas de los restaurantes que solía frecuentar y, tras
rebuscar entre ellas, sacó el menú de un restaurante japonés que tenía
servicio a domicilio.

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-Hola, quería pedir comida para llevar –dijo del tirón cuando una voz con
un fuerte acento oriental contestó al otro lado de la línea –no, no, para
que me lo traigan a casa… Sí, mire quería una ración de maguro sushi,
una de sake sushi y unos fideos especiales. ¿Jao Gao? No, no quiero
eso… Ni siquiera sé que es… Sólo quiero sushi de atún, de salmón y
fideos… -le explicó empezando a alzar en un intento de hacerse
entender –no, no quiero nada más… ¿Dentro de media hora? ¡Pero si
están a dos calles! Ya, que hay mucha gente en el restaurante… Mire, les
pago el doble si me lo traen en quince minutos… Vale, hasta ahora…

Tras colgar, tiró el teléfono inalámbrico encima del sofá y sin prestar
atención donde caía el aparato, se dirigió al baño, para darse una ducha
en un intento de quitarse ese olor que la acompañaba todo el día. El
agua caliente, casi hirviendo, le dejó toda la piel enrojecida, pero a la
vez consiguió relajarla de tal modo que ya no se acordaba de lo sucedido
durante aquel día. Justo en el momento en el que acababa de ponerse el
pijama, el interfono sonó, por lo que le dio la orden al ascensor para que
se pudiera subir hacia su casa sin necesidad de la llave.

Pocos minutos más tarde, se encontraba sentada en el sofá, mirando


una serie que no había visto nunca, pero que parecía ser buena,
engullendo con ansias cada porción de sushi. En un momento
determinado, no supo porque, su atención se fijó en un pequeño montón
de cartas que se encontraba encima de la mesa y que habían sido
subidas por la chica que limpiaba su casa. Con desgana las cogió y
empezó a revisarlas: la mayoría eran facturas y cartas de asociaciones
de las que era miembro. Por ello, iba a volver a dejarlas donde se
encontraban, pero algo la detuvo: vio un sobre que era diferente, así que
lo cogió y vio que parecía ser una carta de un particular, a pesar de que
su dirección estuviera escrita a ordenador, aunque no había remitente.
Con curiosidad, lo abrió y extrajo de él una sola hoja que empezó a leer
con atención.

Querida Maca,

Hace algo más de un mes te advertí de que pagarías caro el haberme


rechazado. Nadie, y mucho menos una cría como tú y que además
estabas sometida a mis deseos, como clienta tuya que era; va a
rechazarme y mucho menos a regodearse de ello ante todos sus
conocidos.

¿Sabes? Tú quizás no, pero yo tengo una reputación que mantener, y


eso precisamente es lo que me dispongo a hacer. Hace un par de
semanas me puse en contacto con una abogada, a quien creo que
conoces bien, y que me recomendó que la denuncia por acoso sexual

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era una buena táctica para hacerte recapacitar; además, claro está, de
una buena suma de dinero como indemnización por los daños y
perjuicios causados. Piénsalo bien, Maquita, ¿a quién creerá la gente: a
una señora de buena reputación o a una chica cuya tendencia en
meterse en camas ajenas es sabida por todos?

Si no me equivoco, la denuncia ya ha sido presentada al juzgado, por lo


que no creo que tarde en llegarte la notificación. Y quizás algo de esto
se filtre a la prensa, ¿te imaginas? La gran Macarena Wilson denunciada
por acoso sexual… No creo que te acepten en ningún otro, y supongo
que todo esto será la gota que colme el vaso en cuanto a tu padre…
Quien juega con fuego se quema, Maca, y tú lo has hecho. ¿Acaso no te
enseñaron en todos esos colegios privados que el cliente siempre tiene
la razón?

Atentamente,

Sandra Guitérrez

P.D: te adjunto una tarjeta de mi abogada, por si tienes cualquier duda…


Seguro que te sorprendes.

Al acabar de leer la carta, la estrujó entre sus dedos formando una bola.
Sus ojos centelleaban de rabia y enfado cuando miró dentro del sobre,
donde efectivamente había una tarjeta que antes le había pasado
desapercibida. Toda esa rabia e ira, se desvanecieron al leer el nombre
de aquella abogada, transformándose en angustia e incredulidad.

Durante unos segundos estuvo dudando en lo que debía hacer a


continuación. A esas horas el bufete de abogados de Esther estaría
cerrado, con lo cual, nadie contestaría; y por otro lado ninguno de sus
conocidos tenía el número de teléfono de su casa. En ese momento, una
idea cruzó su mente cual rayo y, recordó a alguien que con toda
seguridad tenía su teléfono: Encarna, que a su vez le había dado su
número el día que fueron a tomar un café, hacía ya varias semanas.

-Hola Encarna, soy Maca, siento llamar tan tarde, pero necesito el
teléfono de su hija con urgencia… No, tranquila no pasa nada, sólo que
habíamos quedado mañana para lo de los vestidos y no creo que pueda
ir… Sí, tengo un papel a mano. Muchas gracias, Encarna y sí, yo también
me alegro de que Esther y yo nos llevemos mejor… Adiós.

Justo después de colgar, marcó el número que la mujer le había dado,


aunque dudó unos segundos antes de pulsar el botón de llamada.

-¿Diga? –contestó una voz que al primer momento no reconoció -¿si?

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-¿Laura? –preguntó ella –soy Macarena Wilson.

-¿Maca? –repitió la chica con cierto temblor en su voz que denotaba


miedo. Y en ese momento, Maca recordó aquella extraña conversación
que habían mantenido apenas unos días atrás, en la cena del colegio, en
la que la abogada de había hablado de un buen abogado penalista: un
tal Raúl Lara. Ella sabía lo que Esther se traía entre manos y, de cierta
manera, quiso ayudarla.

-Tú lo sabías todo, ¿no? –quiso saber la cirujano, aunque sonó más como
una acusación.

-Yo… Lo siento, pero Esther es mi amiga… -se disculpó Laura.

-Pásamela –la cortó Maca –ahora mismo.

Laura bajó la cabeza con pesadumbre, pensando en que la Caja de


Pandora parecía haber sido abierta. Sin querer hacer esperar más de lo
necesario a Maca, se dirigió rápidamente hacia el despacho del piso,
donde se encontraba Esther.

-Es para ti –anunció tendiéndole el teléfono inalámbrico.

-¿Quién es? –quiso saber ella.

-Maca…

-No quiero hablar con ella -contestó de forma seca, Esther.

-Pero… -empezó Laura en un vano intento de hacer recapacitar a su


amiga –Maca, ahora mismo no puede.

-En ese caso dile que iré hasta allí y no dejaré de pulsar el timbre hasta
que me abráis… -dijo la médico.

Finalmente, Esther ante el fuerte argumento dado, accedió a contestar,


así que cogió el auricular con desgana y lo colocó en su oído para
escuchar lo que Maca tenía que decirle, sin sospechar de lo que se
trataba.

-Dime –le ordenó con un tono cansado.

-¿Cómo has podido? –soltó Maca más con angustia que con enfado –
dime, ¿cómo has podido hacerme esto?

-No… No sé de qué me hablas –titubeó Esther, puesto que era imposible

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que Maca supiera nada de la denuncia.

-Al menos actúa en consecuencia, sé una mala persona, pero no seas


cobarde… -le espetó Maca -¿sabes lo qué has hecho aceptando ese
caso? ¿Acaso lo has pensado?

-¿Cómo sabes…? –quiso saber la abogado.

-Acabo de leer una carta que me ha mandado tu querida clienta…


-contestó ella -¿pero qué más da eso?

-Importa mucho, créeme…

-¿Sabes? Me das mucha pena, Esther. No entiendo como alguien puede


estar tan amargado para no tener remordimientos al joderle la vida a
una persona como estás haciendo tú conmigo… Sabes tan bien como yo
que esta acusación es falsa…

-Yo no lo tengo tan claro –la cortó Esther, poniéndose a la defensiva.

-Que te jodan… -escupió Maca que, ahora sí, sentía como la rabia
inundaba todo su cuerpo –aunque ya te gustaría a ti que alguien tuviera
tanto estómago… -añadió antes de colgar.

Cuando se dio cuenta de que la línea se había cortado, Esther le tendió


el aparato a Laura, quien había sido una silenciosa espectadora en todo
momento.

-¿Qué ha pasado? –se interesó Laura.

-Que la gilipollas de mi clienta ha jodido el caso –contestó Esther.

-No pareces muy triste –observó su amiga.

-Creo que… Creo que en el fondo me alegro… -dijo ella dibujando una
sonrisa triste en su rostro.

Una Teresa visiblemente nerviosa parecía estar esperando a que alguien


apareciera por el ascensor, puesto que no dejaba de dirigir su mirada
hacia allí. Cansada de que sus expectativas no se cumplieran, se dispuso
a ordenar, por enésima vez, los escasos papeles que tenía encima de la
mesa y, por ello, su intento de distraerse un poco resultó ser en vano.
Pocos segundos más tarde, aun a pesar de haberse prometido que no lo
volvería a hacer, miró al ascensor, aunque esta vez sí ocurrió algo, ya
que como si hubiesen estado esperando una señal, las puertas se
abrieron dejando escapar ese torbellino con forma humana de la que le

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había avisado la recepcionista del centro. Esa figura se acercó hacia ella
con grandes zancadas y un gesto en su cara que evidenciaba el mal
humor con el que se había levantado aquel día.

-Búscame información de Raúl Lara y Esther García –le ordenó sin tan
siquiera saludarla antes –lo quiero saber todo de ellos, incluso cuentas
veces al día mean –añadió antes de entrar en su despacho dando un
sonoro portazo.

-Buenos días a ti también, Maca –murmuró Teresa ofendida por el tono


empleado.

Mientras descolgaba el teléfono para empezar con la búsqueda de datos


que, preveía ocuparía toda su mañana, bendijo en silencio a Toñi, una de
las recepcionistas, que había llamado para avisarla del mal humor con el
que había llegado la directora y, que le permitió dejarle el horario del día
encima de la mesa, algo que normalmente solía hacer de forma oral.

Poco más de cuatro horas más tarde, Macarena no había salido de su


despacho más que para acompañar a sus pacientes a la salida, para en
seguida, volver a encerrarse de nuevo entre esas cuatro paredes. No
habían cruzado ninguna palabra que no fuese exclusivamente de trabajo
y, la mayoría las pronunció Teresa anunciando la presencia de la
siguiente paciente. Tras pasarse las manos por ese pelo, que siempre
parecía salir de la peluquería, resopló por el cansancio y la tensión que
su espalda había acumulado, ya que no se había despegado del teléfono
y de la pantalla del ordenador en todo ese tiempo. Con lentitud cerró las
tapas que guardaban en su interior todo lo que había podido recopilar
sobre los dos abogados, como intentando disfrutar del momento que
indicaba que su trabajo como detective había acabado, por fin. Todavía
no creía en la gran suerte que había tenido, ya que había resultado que
la hermana de una de sus vecinas era la secretaria del Colegio de
Abogados de Barcelona, quien le había pasado por fax todos los datos
que tenían de ambos, y se había puesto en contacto con la universidad
en la que habían estudiado para que le hicieran llegar sus datos
académicos. Por otra parte, se acordó de que su sobrina había estudiado
derecho en la misma facultad, así que la llamó y resultó que había ido a
algunas clases con ellos, algo que le proporcionó mucha información de
carácter personal.

-Tome, doctora Wilson –le soltó de forma seca cuando su última paciente
de la mañana se hubo marchado, al tirarle aquella carpeta encima del
escritorio.

-¿Cómo has conseguido todo esto? –se sorprendió ella al ver el grosor

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del documento.

-Me ha ordenado que lo quería todo, ¿no? Pues aquí lo tiene –contestó
con el mismo tono.

-Venga Teresita, no te enfades… -empezó Maca relajando su gesto –sé


que antes no me he comportado contigo como debía, y lo siento mucho,
pero…

-No, si no me enfado –la cortó la secretaria –usted es mi jefa y yo soy


una simple empleada.

-Sabes que no es así –insistió Maca levantándose de su sillón, para


acercarse a ella –eres una de las personas más importantes de mi vida,
espero que lo sepas. Así que deja de hablarme de usted y de hacerte la
ofendida.

-Bueno, pues aquí está todo –se limitó a decir Teresa sin bajarse del
burro pero en un tono mucho más relajado, demostrando que aquellas
palabras la habían emocionado –por cierto, una vida muy movidita la de
ese tal Raúl Lara… -añadió son poder contenerse.

-¿Comemos y lo comentamos? –propuso Maca con una sonrisa mientras


la abrazaba con cariño.

Pocos minutos más tarde, ambas se encontraban sentadas en el sofá


que se encontraba a uno de los laterales del despacho rodeadas de
hojas, que analizaban mientras comían de los tuppers que Teresa había
preparado aquella mañana.

-A ver, según el expediente académico, ambos se graduaron el mismo


año, aunque con resultados muy diferentes -dijo la secretaria –por lo que
consta aquí, Esther García se licenció de entre los primeros de su
promoción, aunque Raúl Lara lo hizo de forma más modesta.

-Vaya con Esthercita… -soltó Maca en voz baja.

-Según mi sobrina, el chico este era el típico playboy que se las ligaba a
todas, aunque a finales del último curso pareció centrarse, puesto que
empezó a salir con Esther –siguió Teresa.

-Joder… Esto cada vez está más interesante… -observó Maca,


emocionada.

-Sí, pero poco después de acabar la universidad cortaron, se ve que hay


rumores que dicen que la engañaba con todo lo que se movía… Ahora es

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penalista en un bufete de bastante fama y por su nómina debe ser


bastante bueno...

-Vale, pues cuando puedas llama allí y pide cita para hablar con él. Lo
antes posible –concluyó Maca.

-¿Qué pasa? –se preocupó Teresa.

Tras haberle relatado con todo detalle lo ocurrido la noche anterior y, la


conversación mantenida con Laura; la secretaria cogió inmediatamente
el teléfono y marcó con decisión el número de aquel despacho.

-Buenos días, llamaba para que me dieran cita con el señor Raúl Lara –
decía Teresa a, la que supuso, era la secretaria –para lo antes posible,
sí… ¿Dentro de dos semanas? Mire es que llamaba de parte de Macarena
Wilson y… ¡ah! Que tienen un hueco para esta tarde, ya… Bueno pues
hasta luego, entonces.

Tal y como había quedado Teresa con quien fuera que había hablado por
teléfono, Maca se presentó a la hora acordada ante ese imponente
edificio, dentro del cual suponía se responderían muchas de sus
preguntas. Tras esperar apenas unos cinco minutos, una secretaria la
hizo pasar al interior de un despacho, que aunque amplio no podía
compararse con el suyo: dos de las cuatro paredes estaban cubiertas por
unas estanterías de madera oscura, como el resto de los muebles, que a
su vez, estaban repletas de libros. Maca pensó que aunque no podía
negarse que la decoración le daba al lugar un toque elegante, el tono
oscuro del conjunto, también resultaba algo claustrofóbico. Tal y como se
suponía debía hacer, se sentó en una de las dos sillas que estaban
enfrente del escritorio, dejando su abrigo y su bolso en la otra. Y cuando
se estaba preguntando por cuanto tiempo se tendría que esperar a que
la atendieran, la puerta se abrió dando paso a un chico de su misma
edad, cuyo físico no tenía nada que envidiar con el de un modelo. “Así
que este es el tipo de hombres que le gustan a Esther, ¿eh?” pensó
dibujando una sonrisa que el chico pensó que iba dirigida a él.

-Buenas tardes, soy Raúl Lara –la saludó tendiéndole la mano.

-Macarena Wilson –contestó ella, estrechándosela con firmeza –mire, no


me gusta andarme con rodeos, así que no pretendo ocupar mucho de su
tiempo. Ayer recibí esta carta y bueno, quería saber si tenía que
preocuparme…

-Vaya –murmuró él tras haber leído la hoja –por desgracia, la señora


Gutiérrez se tomó la molestia de escribir todo a ordenador, así que no es

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una prueba concluyente de que su actuación sea motivada por


despecho. Mañana por la mañana voy a ponerme en contacto con su
abogada para hablar del caso y para cerciorarme de que, efectivamente,
la denuncia ha sido presentada.

-¿Y si fuera así? –quiso saber Maca.

-Entonces lo más probable es que se pudiera llegar a un acuerdo


pecuniario para evitar las molestias del proceso para ambas partes y
todas sus consecuencias –explicó él.

-Pues me temo que es esto precisamente lo que ella busca. Por lo que
entendí de la carta, quiere dejarme en evidencia y no creo que lo logre si
sólo consigue mi dinero… -observó Maca, un tanto preocupada.

-Si hago bien mi trabajo, no tendrá ni eso, se lo aseguro –dijo él –pero


antes que nada, explíqueme lo que ocurrió con Sandra Gutiérrez.

-Ella era una de mis pacientes más asiduas, por llamarlo de alguna
manera. Solía hacerse un par de intervenciones anuales, como mínimo,
y esto produjo un acercamiento entre ambas. No le voy a mentir, no es
la primera vez que mantengo una relación que va más allá de lo
profesional con alguna de mis pacientes, pero siempre han sido con su
total consentimiento. Antes de que me encargara yo de sus operaciones,
su cirujano era otro miembro de nuestra plantilla, que se jubiló al poco
de llegar yo a la clínica. Desde el principio se me insinuó, pero no fue
hasta al cabo de unos meses, al encontrarnos por casualidad en una
fiesta, cuando empezó nuestra relación. Por mutuo acuerdo, no eran
más que encuentros esporádicos, sin ningún tipo de formalidad o
atadura, ya que ella estaba y está casada. Todo acabó cuando en el
postoperatorio de su última intervención, le explicó a una de las
enfermeras la relación que manteníamos, algo que se extendió por toda
la clínica. Y fue en su siguiente visita, cuando le dije que teníamos que
acabar con aquello y que pasaría su historial a otro de nuestros
cirujanos.

-¿La amenazó entonces? –se interesó Raúl que había ido tomando
apuntes de todo lo que su cliente le decía.

-Sí, creo que me dijo que lo lamentaría o que eso no acabaría así… No
me acuerdo muy bien. Aunque creo que mi secretaria lo escuchó…

-Bien, ¿estaría su secretaria dispuesta a declarar a su favor?

-Sí, claro –contestó Maca.

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-¿Eso es todo? –quiso saber el abogado.

-Eso creo –dijo ella.

-Muy bien. Haremos lo que ya le he dicho antes, ¿de acuerdo? Mañana


me pondré en contacto con Esther García y lo más probable es que
acabemos acordando una reunión de las partes, donde se discutirán lo
que defiende cada uno… Cuando haya hablado con la abogada me
pondré en contacto con usted.

-Claro –dijo Maca, haciendo el ademán de irse.

-Una última cosa, Macarena –añadió él cortando su acción –me ha


llamado la atención algo que la señora Gutiérrez mencionaba en su
carta, ¿tiene usted algún tipo de relación con Esther García?

-Dentro de tres meses si todo va según lo previsto seremos


hermanastras –explicó Maca dejando a Raúl boquiabierto –mi padre y su
madre se casan.

-Vaya… -dijo él –bueno, quizás también podamos usar esto en el caso…

-No –lo cortó –no quiero que Encarna ni mi padre se vean involucrados
en todo esto, de hecho, si no se enteran mejor.

-Claro –contestó Raúl, sorprendido por su vehemencia –hasta mañana


entonces.

Tras un nuevo apretón de manos, Maca salió de allí no mucho más


tranquila de lo que estaba al entrar, pero sí tenía las cosas mucho más
claras y, eso había aliviado en parte, la tensión. Sabía que a Esther no le
haría ninguna gracia que hubiese elegido a Raúl como abogado. “Pero si
lo que quería ella era jugar, tendrá juego” pensó mientras arrancaba la
moto para dirigirse de nuevo a la clínica donde todavía la esperaban dos
pacientes más.

Esa noche la pasó prácticamente toda en vela, puesto que además de su


ya usual insomnio, el nerviosismo que se había instaurado en su cuerpo
no la dejó dormir más de una hora seguida. Sabía que su futuro
probablemente dependía del resultado de la conversación entre su
abogado y Esther, ya que si finalmente la denuncia había sido
presentada los rumores correrían como la pólvora. También conocía el
efecto que todo aquello tendría en su padre, a quien ya le costaba lo
suficiente aceptar la condición sexual de su hija, como para tener que
lidiar, además, con el escándalo que todo aquello provocaría.

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Reconocía que se había equivocado quebrando esa línea que separaba


lo profesional de lo personal, algo que su padre le había advertido miles
de veces con que no hiciera. Hasta el momento, se podía decir que su
vida había ido sobre ruedas, pero parecía que era en ese momento
cuando debía empezar a pagar por los errores cometidos.

-Tenemos que dejarlo –le había dicho a una de sus pacientes, la famosa
modelo por la que Guille sentía una gran admiración, aquella misma
tarde –realmente me gustas muchísimo pero no puedo seguir con esto.

-¿Ha pasado algo? –quiso saber ella con preocupación mientras se


levantaba de sus rodillas, donde hasta el momento había estado sentada
-¿es por mi representante? Porque ya le dije que…

-No, tu representante no me ha dicho nada. Es solo que no me siento


bien con esto: tú eres mi paciente y por lo tanto no es ético… -se excusó
ella –eres fantástica, de hecho, eres la fantasía de cualquier persona
hecha realidad, pero no puedo.

-Tranquila, lo entiendo –contestó Nuria al ver la angustia de la cirujano,


acariciando levemente su hombro.

En el momento en el que la modelo salió de su despacho, sintió que algo


en su interior había cambiado: acababa de rechazar a una de las
mujeres más guapas que había conocido jamás. Como siempre le
pasaba, ningún sentimiento se había manifestado en su interior; pero se
sentía aliviada al pensar que había sido capaz de afrontar la situación.

Cansada de dar vueltas en la cama, se decidió ir al trabajo más


temprano aquella mañana, más que nada para ir avanzando el trabajo
contable que tenía atrasado. Teresa se sorprendió al encontrarla allí,
puesto que solía ser la secretaria quien llegaba primero, pero no le dijo
nada al respecto, sabiendo que sería Maca quien la iría a buscar si
realmente quería contarle lo que le pasaba. Pasó gran parte de la
mañana en el quirófano, algo que la ayudó a distraerse, evitando así que
se pasase todo el rato mirando el reloj. Poco antes de las dos de la tarde,
cuando ya se encontraba de nuevo en su despacho, Teresa le informó de
que tenía a Raúl Lara esperando al otro lado de la línea.

-Pásamelo –casi gritó Maca presa del nerviosismo.

-¿Macarena? –preguntó el abogado.

-Sí, soy yo. ¿Cómo ha ido? –quiso saber ella sin poder contenerse.

-Me alegra decirle que bastante bien –contestó él con seguridad al

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tiempo que Maca suspiraba por el peso que se había quitado de encima
–no había presentado todavía la denuncia y, aunque es poco probable
que lo haga, debo avisarla de que aún puede hacerlo. Ahora Esther tiene
que hablar con su cliente, así que en unos días se pondrá en contacto
conmigo posiblemente para concertar una reunión.

-¿Y ya está? –se sorprendió Maca.

-No, antes de la reunión nos pasará la cantidad que quiere que se le


pague a la señora Gutiérrez por los daños causados, algo que nosotros
negociaremos –explicó Raúl –mire, no quiero provocarle falsas
esperanzas, pero esa mujer no verá un duro de usted.

-¿Y cómo pretende conseguir eso? –preguntó la cirujana con


escepticismo.

-Al haber empezado con el juego sucio, la señora Gutiérrez nos ha


permitido de forma amable que nosotros también podamos actuar así…
-soltó el abogado –no se preocupe, soy bueno en esto y esa mujer
recibirá lo que merece.

Bastante más lejos de allí, tres mujeres almorzaban tranquilamente en lo


que parecía una sala de descanso. No obstante, la calma que reinaba
hasta el momento, se vio interrumpido al abrirse la puerta de forma
brusca, lo que provocó que las tres se girasen para ver quien era el
causante de la interrupción.

-¡Mierda! –exclamó esa persona mientras se dejaba caer en una silla –es
que me cago en mi mala suerte… -añadió pasándose las manos por el
pelo mientras exhalaba un profundo suspiro.

-Bueno, yo me voy que ya he acabado –se disculpó una de las que se


encontraban comiendo.

-Hasta luego, Lola –se despidió Eva mientras volvía a pinchar con el
tenedor los macarrones que llenaban completamente ese tupper
enorme.

-¿Os podéis creer que Raúl es el abogado de Maca? –preguntó una


Esther totalmente indignada.

-¿Y? –añadió Laura.

-¡Raúl Lara! –especificó ella pensando que sus amigas no la habían


entendido –mi ex, joder… Seguro que lo ha hecho por joderme… Es que
la odio, ¡la odio! Estoy segura de que incluso me ha investigado para

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conocer toda mi vida y lo ha elegido por esto…

-No veo porque debería joderte que Raúl lleve su caso, lo vuestro pasó
hace muchísimo tiempo –observó Eva mientras masticaba –además, ya
lo sabíamos…

-¿Cómo? –casi gritó Esther.

-Yo se lo recomendé –aclaró Laura –pensé que era lo más justo: tú la


jodiste a ella y ahora ella te la ha devuelto. Ahora estáis en igualdad de
condiciones. Lo que no le dije fue que es tu ex.

-¡Qué bien! –exclamó ella con ironía –ten amigas para esto… Lo que me
da más rabia es que tendré que verle la cara al imbécil ese. Y que por
culpa de la idiota de mi cliente, voy a perder el caso. ¡Fantástico! Voy a
quedar en ridículo ante esos dos… ¿Por qué tendré yo tanta mala
suerte?

-La verdad es que no sé a qué viene tanto odio hacia él –opinó Eva.

-¿Te recuerdo que me puso los cuernos con tres tías? –contestó una
Esther ofendida –que yo sepa, claro.

-Bueno, tú lo utilizaste de tapadera, ¿no? –observó la rubia encogiéndose


de hombros.

-Que no Eva… Lo que pasa es que Esther por aquel entonces todavía no
había asumido del todo que Raúl no acababa de ser su tipo… -dijo Laura
de forma maliciosa.

-Claro, y por eso se dedicaba a mirarnos el culo cada vez que nos
girábamos –soltó su amiga riéndose –eso también era debido a que no lo
tenía del todo asumido, ¿no?

-Que os den –les espetó Esther justo antes de marcharse de la sala,


aunque eso no impidió que sus amigas siguieran riéndose a carcajadas –
serán cabronas –susurró con una sonrisa negando con la cabeza,
mientras se dirigía a su despacho.

Esther había tardado unos días en llamar a Raúl, más por hacerse de
rogar que por otra cosa, puesto que había hablado con su cliente aquella
misma tarde. Sabía que el chico era muy bueno en el campo penal, al
contrario que ella, quien se había especializado en el ámbito mercantil
nada más acabar la carrera. Su vida profesional se movía entre las
empresas y aquello le resultaba extraño, e incluso había tenido que
desempolvar los libros y apuntes de la facultad.

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-Quiero denunciar –había insistido Sandra cundo Esther la llamó –quiero


que Macarena lo pase mal.

-Señora Gutiérrez –empezó la abogada con paciencia -¿usted sabe que la


denuncia falta es un delito?

-¿Desde cuándo? –se indignó ella.

-Desde que está tipificado en el artículo 456 del código penal… -contestó
Esther –mire, no tenemos ningún tipo de prueba concluyente que
indique que Macarena la acosó, es más, muchos de los trabajadores de
la Clínica Wilson testificarían a su favor.

-¿Y qué quiere que hagamos exactamente? –quiso saber Sandra.

-Concertaremos una reunión extrajudicial con Macarena y su abogado en


la cual reclamaremos una indemnización por los daños y perjuicios, bajo
la amenaza de que si no la aceptan, iniciaremos un proceso civil para
que lo decida un juez.

-¿Y por qué no la demandamos directamente? –insistió la cliente.

-Porque un juez no aceptaría la cantidad que nosotras vamos a reclamar,


puesto que, en realidad, no ha sufrido daño alguno por el
comportamiento de Maca –aclaró Esther.

-Se negó a tratarme –apuntó Sandra.

-Sí, pero si no recuerdo mal, ella puso a su disposición los servicios de


otro de los médicos de la clínica, igualmente cualificado –contestó la
abogada perdiendo la paciencia –además, su carta, aunque estuviese
escrita a ordenador y no pueda ser usada como prueba, sí es un indicio
de las razones que la impulsan a demandarla.

-Vale, haga lo que quiera… -cedió la cliente –pero acabemos con esto de
una vez.

Como abogada, sabía que Raúl no accedería tan fácilmente a que su


cliente pagara la indemnización, y mucho menos la cantidad que ellas
pedirían; puesto que, aparte de ahorrarse el fatigoso proceso que
comportaría la demanda civil, no les aportaba ningún beneficio. A la
mañana siguiente, llamó a Carlos, un ex novio de Laura con el que
mantenía una buena relación y que era psicólogo, para que falsificara
unos documentos que indicaran que Sandra Gutiérrez había requerido
un tratamiento debido al trato recibido por Macarena.

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-¿Sabes en el lío que podría meterme por hacer eso? –exclamó él


sorprendido por lo que su amiga le estaba diciendo.

-Venga Carlos, es lo único que tengo para evitar que un caso no quede
en nada… -insistió ella.

-No voy a hacerlo –contestó él –podrían inhabilitarme por ello.

-¿Hace falta que te recuerde quién no te cobró sus honorarios cuando


abriste la consulta? –preguntó Esther a la desesperada, aun siendo
consciente de que aquello no era ético –por no hablar de todas las
consultas jurídicas que no te he hecho pagar…

-No me puedo creer que digas esto… -se indigno el psicólogo –pásame la
factura y ya te pagaré lo que te debo, tranquila.

-Joder, Carlos –se quejó ella –el otro abogado es Raúl –aclaró por fin,
sabiendo que si ese argumento no convencía a su amigo, no lo haría
nada.

-¿Para cuándo los quieres? –quiso saber su amigo.

-A ser posible, para mañana –contestó ella con una sonrisa –Carlos…
Muchas gracias…

-De nada, mujer –dijo Carlos –por cierto, cuando quieras pegarle, yo te
falsifico lo que quieras…

-Lo tendré en cuenta –se rió Esther.

Una de las cosas que más habían contribuido al nacimiento de su


amistad, fue sin duda la aversión que ambos sentían hacia Raúl, puesto
que éste no dejó de tirarle los trastos a Laura durante todo el tiempo
que duró su relación con el psicólogo.

Finalmente, la tarde en la que se había acordado la reunión entre Maca y


Sandra y sus respectivos abogados llegó, provocando un gran
nerviosismo sobretodo a las tres mujeres, algo que a Raúl no le sucedió,
puesto que para él no era más que un caso cualquiera que tenía que
ganar.

Al mismo tiempo que se ponía el casco, sintió como si con ese gesto
quisiera también colocarse una coraza que la protegiera y la mostrara
segura durante aquella tarde. En el momento de subirse a la moto, se
miró las manos que mantenía extendidas, como si fueran a agarrar el
manillar, y se sorprendió al ver que habían dejado de temblar como lo

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habían hecho durante toda la mañana. Llevaba horas encerrada en su


despacho dando vueltas como si de un animal salvaje se tratara, hasta
que Teresa, cansada de la situación, le ordenó que se fuera de una vez.
En poco más de media hora más tarde, aparcaba la moto enfrente del
edificio donde se encontraban las oficinas de su abogado, donde había
quedado con él para ir juntos hacia el despacho de Esther. Todavía
faltaban unos veinte minutos para que fuese la hora acordada, por lo
que se dirigió hacia una de las cafeterías de esa calle para tomarse el
quinto café del día, e intentar que el tiempo pasara más rápido.

-Antes de nada, debemos planificar un poco lo que vamos a hacer allí –le
dijo Raúl tras saludarla, y haber tomado asiento –Esther García nos pide
una indemnización por valor de 24.000 euros…

-¿Cuatro millones de pesetas? –se escandalizó Maca.

-Bueno, alegan que la señora Gutiérrez ha requerido de la asistencia de


un psicólogo, que a mi juicio tiene un precio por visita realmente
excesivo; además de los daños morales y la exigencia de pagar la
minuta de la abogada en este caso.

-¿Y qué haremos? –quiso saber la médico.

-Usted nada, sobretodo le pido que no intervenga, y que cualquier cosa


que tenga que añadir, me lo diga a mí, no a ellas. Debe ser consciente
de que la intentarán atacar en la medida de lo posible, y lo que quieren
es que les siga el juego para que quede como una impulsiva –le explicó
cogiéndola de la mano, algo que a Maca no le pareció una conducta muy
profesional, aunque prefirió no decir nada.

-¿Nos vamos? –propuso la cirujana, ya que un silencio incómodo había


inundado la sala.

Debido a que era la hora en la que todos los niños salían del colegio y
que, además iban en coche, aquel trayecto duró bastante más de lo que
había tardado Maca en ir hasta la oficina de su abogado.

-Muy bonita su clínica, ¿eh? –comentó Raúl para romper el silencio que
se había impuesto entre ambos nada más entrar en el vehículo –había
oído que era grande, pero me quedé impresionado.

-Gracias –le agradeció Maca –aunque todo el mérito es de mi padre.

-Según tengo entendido no todo… Creo que la última ampliación fue


obra suya, ¿no? –dijo el abogado en su intento de seguir alabándola.

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-¿Eso se lo ha dicho la enfermera con la que sale? –quiso saber Maca


mirándolo por primera vez, con una sonrisa burlona y una ceja enarcada.

-Salía… -aclaró él devolviéndole la mirada, aprovechando un semáforo


en rojo –y sí, me lo dijo ella.

En ese instante, a Maca se le encendió la bombilla, cruzando por su


mente una idea realmente maquiavélica: sabía que a Esther no le hacía
ninguna gracia que Raúl fuese su abogado, pero si los veía tontear
descaradamente, conseguiría con toda seguridad sacarla de quicio.

-Creo que es usted un rompecorazones, señor Lara –observó Maca sin


dejar de sonreír.

-No tanto como usted, según tengo entendido –contestó él –y llámeme


Raúl, por favor.

-Creo que es aquí, Raúl –dijo Maca enfatizando la última palabra.

Por suerte, encontraron un aparcamiento cerca del despacho de Esther


donde poder dejar el coche. Y acto seguido se dirigieron hacia el edificio
moderno, que se veía claramente que solamente albergaba oficinas, que
se alzaba frente a ellos. La recepcionista les informó de que el bufete se
encontraba en la tercera planta y, debido a ello, entraron en el ascensor.

-¿Está bien? –quiso saber el abogado mostrando su estudiada postura de


caballero.

-Sí, gracias –contestó ella forzando una sonrisa, a pesar del nudo que se
había apoderado de lo que antes era su estómago.

Cuando las puertas se abrieron, se encontraron en un rellano con tres


puertas, una de las cuales estaba adornada por un cartel en el cual se
podía leer fácilmente: García, Llanos y Méndez asociados.

-Buenas tardes –les saludó la recepcionista, tras abrirles la puerta –


síganme –añadió guiándolos hasta la sala de reuniones –si son tan
amables de esperar aquí… ¿Quieren algo?

-Un café –pidió Maca.

-Otro –la imitó el chico.

A los pocos minutos, la puerta se abrió de nuevo entrando a través de


ella la recepcionista, que llevaba sus bebidas, pero también Laura quien
estaba visiblemente nerviosa.

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-Hola Maca –la saludó de forma afectuosa, ignorando, en cambio, a Raúl


–me acaba de llamar Claudia y me ha dicho si queríamos salir el viernes.

-Sí, sí lo sé –sonrió la médico –la cena es en mi casa.

-¿En tu casa? –se extrañó la abogada –entonces…

-Igualmente puedes decírselo a Esther, aunque no creo que quiera venir


a la guarida del ogro… Y díselo también a Eva y a las otras, me cayeron
muy bien –la cortó Maca.

-¿No será mucha gente? –se preocupó Laura –bueno, ya se lo diré –


añadió ante el gesto de negación de Maca –bueno, yo me voy ya, que la
situación no es muy profesional…

-Claro, hasta luego –se despidió Maca.

En el momento en el que Laura ya había abierto la puerta y salía de la


sala, se topó de bruces con Esther, quien se disponía a entrar
acompañada de Sandra. Debido a lo cual, le dedicó una mirada de
desaprobación a su amiga, algo que provocó una sonrisa divertida de
Maca, aunque la borró al instante al recordar el motivo de su presencia
allí.

-Buenas tardes –las saludó Raúl levantándose nada más verlas, aunque
no recibió ninguna contestación.

-Señor Lara, señora Wilson –se limitó a decir Esther a modo de saludo,
una vez tanto ella como su clienta se habían situado al lado opuesto de
la mesa ovalada.

-Señora García –repitió Maca con cierto tono burlón en su voz al apretar
la mano que la abogada le tendía.

-¿Empezamos? –propuso Esther cruzando sus manos encima de la mesa,


con el mismo gesto serio con el que había entrado.

-Claro –contestó Raúl –mira Esther, no sé si me has tomado por tonto o


qué, pero la oferta que le has hecho a mi cliente es inaceptable… De
hecho, la señora Gutiérrez no merece ni que se le paguen los costes de
la representación.

-No lo dice así el parte del psicólogo –rebatió ella acercándole varios
documentos.

-¿Carlos? Venga ya, no puedes decirlo en serio… -se rió Raúl –esto no

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tiene ningún valor…

-Bueno, quizás para el juez sí lo tenga, Raúl –agregó Esther –como


también lo puede tener el testimonio de una enfermera que dice haber
visto a Macarena Wilson acorralando a mi clienta contra una pared –
añadió tendiéndole otra carpeta –por no nombrar su reputación… Por lo
que sé, la digamos, ajetreada vida sexual de la señora Wilson no es
ningún secreto.

-Vaya veo que te lo has tomado en serio… -comentó el abogado mirando


el nombre de aquella enfermera que, casualmente era su ex novia –en
ese caso… -añadió rebuscando entre su maletín, sacando de él lo que
parecía un CD -¿tienes DVD?

-¿Qué es esto? –preguntó Esther de forma brusca.

-Una grabación de las cámaras de seguridad de la Clínica Wilson, en la


que se puede apreciar claramente como la señora Gutiérrez sigue a mi
cliente por uno de los pasillos y al alcanzarla la besa… Y créeme cuando
te digo que lo hace por voluntad propia…

-¡Esto no puede ser! –gritó Sandra –ella nunca quiso besarme en un


lugar donde nos pudieran ver…

-Bueno, también se aprecia como mi cliente se aparta y mira a ambos


lados cerciorándose de que nadie las ha visto… Aunque con su breve
intervención ha dejado más que claro que Macarena nunca la forzó a
nada… -explicó con una sonrisa triunfal.

-Me da igual lo que digan todos, ¡voy a denunciarla! –volvió a gritar la


mujer ya totalmente fuera de sí, recibiendo una mirada disgustada de
Esther, quien si siquiera trató de calmarla –estoy en mi derecho…

-No se equivoque, señora. Usted no están en derecho de hacer nada, de


hecho tendría que ser Macarena Wilson quien le reclamase una
indemnización a usted por la pérdida de tiempo que ha supuesto todo
esta pantomima –la cortó Raúl con dureza.

En ese momento, Maca se acercó al oído de su abogado acariciando


levemente su brazo, gesto que no pasó desapercibido por Esther, quien
dibujó una mueca de desagrado en su rostro. Estuvo algunos segundos
susurrándole algo a su abogado, que cambió su rostro serio pero
relajado, a uno de más tenso.

-No me parece bien –opinó él –como su abogado tengo que


desaconsejárselo.

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-Está decidido –contestó la médico con firmeza.

-Puede darle gracias a la generosidad de mi cliente –anunció Raúl aun


con gesto de desaprobación –Macarena Wilson quiere hacerse cargo de
los supuestos gastos del psicólogo, aunque no pretendemos pagar ni su
minuta, ni mucho menos la indemnización.

-No pienso… -empezó a decir una Sandra indignada.

-Escúcheme –la cortó Esther en un susurro –lo que le pagarán será


suficiente como para pagar mi minuta y, además, le sobrará dinero…
Acepte esta oferta, porque en caso contrario, no verá nada. Es más, si
sigue con esto lo único que conseguirá es salir perjudicada.

-De acuerdo –accedió finalmente viéndose acorralada.

Tras firmar los documentos que obligaban a Maca a pagarle dicha


cantidad de dinero, en el plazo de quince días, Raúl y ella se levantaron
para marcharse. Aunque antes de salir de la sala, se detuvieron al
escuchar la voz de Sandra:

-Eres patética, Macarena. Y lo peor de todo es que eres una cobarde…


¿Te crees que por pagarle dinero a la gente vas a librarte de los
problemas?

-¿Puedo hablar ya? –le susurró la médico, al oído a su abogado con algo
de ironía en su voz.

-Claro –contestó él sorprendido.

-Mira Sandra, la única razón por la que he accedido a pagar los gastos
de tus visitas al psicólogo es porque creo que realmente necesitas uno…
En serio, mírate al espejo algún día y analiza como eres –le espetó –
porque no sé si te has dado cuenta, pero toda tú estás podrida, no por
fuera, sino por dentro. Y por muchas operaciones a la que te sometas,
esto no va a cambiar –añadió para girarse y marcharse de ahí sin querer
escuchar una palabra más.

El abogado se quedó unos instantes junto a la puerta, como analizando


lo sucedido, aunque cuando se dio cuenta de que su cliente se había ido,
se giró para seguirla corriendo.

-Vaya, veo que el carácter del que me habían hablado no es una leyenda
–comentó divertido al llegar a su altura.

-¿Es eso un alago? –quiso saber Maca con una sonrisa burlona.

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-Definitivamente, sí –contestó él -¿quiere que vayamos a tomar algo?

-No creo que eso sea muy profesional –observó la médico –y sé que eso
suena raro viniendo de mí, pero es un aspecto de mi vida que estoy
poniendo en orden.

-Es una lástima –dijo Raúl cediéndole el paso al salir del ascensor.

-Además, soy lesbiana. Y eso sí que no tengo intención de cambiarlo –


añadió Maca riéndose.

-Claro, claro. Bueno de todos modos ha sido un placer conocerla… -dijo


él tendiéndole la mano a modo de despedida -¿la acompaño hasta
donde tenga su moto?

-Puedes tutearme –comentó Maca apretando su mano –ahora ya no soy


tu cliente y francamente, espero no volver a serlo jamás… Y no, gracias
creo que daré un paseo.

-Yo también lo espero –contestó Raúl con una sonrisa antes de hacer el
ademán de marcharse –una última cosa… ¿puedo hacerle una pregunta?

-Por supuesto –accedió Maca que había recuperado esa seguridad que
tanto la caracterizaba.

-¿A quién pretendías herir con todos los gestos cariñosos que has tenido
conmigo durante toda la reunión?

-A Esther García, por supuesto –contestó Maca con una gran sonrisa –
Sandra Gutiérrez me importa demasiado poco como para querer
herirla…

-Pues permíteme que te diga que creo que han surtido efecto –observó
el abogado.

-Eso mismo creía yo –contestó Maca que, a continuación, se giró para ir


a buscar su moto.

Aquella casa en la que, hasta el momento, el ambiente había sido


tranquilo y distendido, sólo alterado por los correteos por el pasillo de
dos personas, se quebró en ese instante. El causante de eso no fue otro
que un grito que provenía de una de las habitaciones, donde dos
mujeres parecían estar discutiendo de forma acalorada.

-Que no voy a ir –repitió Esther por enésima vez aquella semana.

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-¡Pero si vamos a ir todas! –insistió Laura –mira, si lo que te da miedo


es…

-Ella no me da miedo –la cortó Esther –la cuestión es que no encuentro


coherente asistir a una cena en su casa.

-¿Acaso sería diferente si fuese en un restaurante? –quiso saber su


amiga.

-Por supuesto -contestó Esther –me parece ridículo ir a gorronear a casa


de Maca cuando hace una semana la acusaba de acosar sexualmente a
alguien. Y además, ¿cómo crees que me mirarán sus amigos?

-¿Todo esto es por como puedan mirarte los amigos de Maca? –se
sorprendió Laura.

-Pues mira, sí. No me sentiría cómoda allí y mi presencia sólo causaría


tensión –explicó Esther.

-Pero si son muy buena gente… -observó su amiga.

-No estoy diciendo lo contrario, pero lo más lógico es que les caiga fatal
y que lo que menos les apetezca en ese momento sea verme –razonó
ella.

-Fueron ellos los que me llamaron para invitarnos, así que en el


momento en el que lo hicieron, sabían que existía la posibilidad de que
tú vinieras –insistió Laura.

-No seas pesada, anda –dijo Eva apareciendo por allí -¿no ves que a la
chica le da vergüenza?

-A mí no me da vergüenza –soltó una Esther ofendida.

-Pues demuéstralo –la retó la rubia con una sonrisa –tienes que aprender
mucho de mí todavía, pequeño saltamontes –le susurró a Laura antes de
volver al baño para acabar de arreglarse.

Mientras, en un ático de algunas calles más lejos de allí, el ambiente era


totalmente diferente, puesto que la música, los gritos y las risas
inundaban cada átomo del espacio. Maca se encontraba en la cocina
junto con Guille acabando de preparar lo que en menos de una hora,
debía ser su cena.

-¿Dónde está el cognac? –quiso saber su amigo.

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-Pues donde siempre, en el armario –contestó señalando uno de ellos –


pero no pongas mucho que sino la llama llegará hasta el techo…

-¿Cómo están los cocinitas? –preguntó una Claudia divertida entrando


ahí con una cerveza en la mano.

-Casi hemos acabado. Dame un trago, anda –dijo Maca cogiéndole la


botella.

-Pues la espaldas de cordero flambeadas con manzana ya está –anunció


Guille –ahora una horita en el horno, ¿no?

-Mira que hacer esto con lo fácil que es cocinar pasta… -se rió Claudia.

-Si tú no tienes ningún tipo de sensibilidad culinaria no es culpa nuestra


–contestó el chico -¿vamos al sentarnos?

-Bueno, al menos sabéis poner la mesa –comentó Maca de forma


burlona, mirando aquella gran mesa redonda que presidía su comedor.

-Y no veas lo que nos ha costado –dijo Jero con ironía –pensé que moriría
en el intento…

-¡Pero qué listo es mi hermanito! –exclamó la médico saltando encima


suyo, recibiendo a cambio varias quejas de los que, junto a Jero, habían
quedado debajo de Maca -¿vosotros creéis que vendrá? –preguntó una
vez los gritos desaparecieron.

-¿Esther? No sé, pero si lo hace significa que tiene muchas pelotas –


contestó su hermano, con ella todavía sentada en sus rodillas.

-Yo no creo que venga –añadió Anna –se arriesga a encontrarse en medio
de una situación muy tensa…

-Además de recibir vuestras miradas asesinas –observó Jaime, el marido


de Joan –que aún son más imponentes que lo otro.

-Nosotros no damos miedo –dijo Claudia sorprendida por el comentario.

-Sí lo dais –soltó Edu, el novio de Marta, apoyando a Jaime –sois una
especie de clan que comenta sus propias bromas y habláis casi en
clave…

-Como todos los grupos de amigos –comentó Maca.

-No –insistió Edu –al principio, uno se siente extraño. Es como si no

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perteneciera al “clan”, no sé pero me acuerdo cuando os conocí me


pareció que había entrado en un mundo aparte en el que sólo cabíais
vosotros.

-Y sois tremendamente dependientes los unos de los otros –añadió Jero –


rara es la semana en la que no quedéis al menos una vez, aunque Joan
viva lejos de aquí o cualquier otro tenga muchísimo trabajo…

En el momento en el que Maca abría la boca para disponerse a rebatir el


argumento de su hermano, el timbre sonó anunciando que el resto de
los invitados ya habían llegado.

-Yo abro –dijo Guille levantándose como un resorte, corriendo hacia la


puerta.

Mientras el chico seguía de pie junto al ascensor esperando a que Laura


y sus amigas llegaran, el resto seguían debatiendo acerca del “clan”
como lo había llamado Edu y de lo que cada uno pensaba al respecto.

-¡Es que nos estáis pintando como una secta! –exclamó Maca.

-Y a todo esto… ¿quién es el jefe? –quiso saber Claudia dejando al resto


totalmente sorprendidos por la salida de la chica –porque según tengo
entendido, las sectas se organizan de forma jerárquica…

-Tú, nuestra jefa eres tú… Ahora ya puedes estar tranquila –dijo Anna
arrancando las carcajadas de los presentes.

En ese momento, las puertas del ascensor se abrieron dejando ver el


rostro de las recién llegadas que lo miraban todo completamente
alucinadas.

-¡Me encanta la pijada del ascensor! –se escuchó comentar a Eva


haciendo que las carcajadas renacieran.

-¿Qué haces tú aquí? –quiso saber Guille con semblante sorprendido,


mirando hacia una aquellas chicas, haciendo que el piso se quedara en
silencio de repente.

-¿Ves? No ha sido una buena idea venir… -le susurró Esther a una Laura
que permanecía atónita a la cara de susto del chico que parecía no
reaccionar ante su presencia.

-Siento desilusionarte y tener que hundir una vez más tu egocentrismo,


Esther –contestó su amiga también en un susurro –pero creo que esta
vez, las cosas no tienen nada que ver contigo.

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En ese momento, notaron como alguien que estaba situada detrás de


ellas las apartaba de forma brusca y, de un salto se abalanzaba encima
del chico besándolo con efusividad, provocando el estupor de todos los
presentes y, también de Guille.

-¡Así se hace Guillermo! –exclamó Jero aplaudiendo.

-Cállate, tonto –le susurró su mujer emocionada por el momento,


dándole un golpe en el brazo.

-¡Campeón! –gritó Maca acompañada por los silbidos de su hermano.

-Sois los dos igual de insensibles –se quejó Anna que, como el resto,
observaba la escena como si fuese de una película romántica.

-¿Qué… qué haces aquí? –balbuceó Guille una vez Eva se hubo apartado
de su boca, aunque seguía con sus piernas rodeando su cintura.

-Laura y Esther son mis mejores amigas y las socias del bufete –explicó
la chica sin mostrar la más mínima intención de moverse.

-¿Este es el famoso Guille? –preguntó Esther.

-¿Esta es la famosa rubia? –repitió Maca al mismo tiempo que la


abogada, provocando las risas del resto.

Ambas mujeres no pudieron evitar mirarse algo ruborizadas por la


casualidad y la vergüenza de saberse el centro de la atención. En el
momento en el que sus ojos se cruzaron las dos giraron su cara de forma
exagerada, provocando que la risa de los presentes aumentara todavía
más.

-Por lo que se ve os parecéis más de lo que tú pensabas –observó Laura


en voz baja aunque no lo suficiente como para que el resto no la
escuchase.

-Te has quedado sin cena –soltó Maca apuntándola con el dedo, con una
sonrisa al mismo tiempo que Esther le dedicó una mirada reprobatoria.

-¿Qué hay de cenar? –quiso saber Eva bajando de los brazos de Guille.

-De primero, varias cosas de picar y de segundo, espalda de cordero


flambeado con manzana –explicó el chico.

-¿Y quién ha hecho todo eso? –se extrañó Laura, puesto que sus cenas
solían ser mucho más sencillas.

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-La anfitriona y Guille –contestó Claudia encogiéndose de hombros –pero


el resto hemos puesto la mesa y hemos ayudado, ¿eh?

Tras algunos minutos de charla en los que los hermanos Wilson


aprovecharon para beberse una cerveza, demostrando que la fama de
bebedores no se la habían ganado en vano, se sentaron en la gran mesa
redonda que parecía estar esperándoles.

-¿Siempre quedáis aquí? –se interesó Laura imaginando el tener que


cocinar para tantas personas.

-No, que va. Solemos ir a algún restaurante, aunque luego sí venimos


aquí la mayoría de las veces –contestó Marta.

-Lo que pasa es que son unos gorrones –añadió Maca recibiendo las
quejas de sus amigos –y como este es el piso que está más ordenado y
soy la que mejor cocina.

-También puede ser debido a que eres la que tienes una bodega más
amplia a causa de tu pequeño problemilla con el alcohol –se picó Claudia
–y que como eres la más rica, también tienes un piso más grande…

-¿Te recuerdo quién es la que os acaba aguantando la cabeza cada vez


que os emborracháis? –contestó Maca con una ceja alzada.

-Yo te la aguanté una vez… –intervino Guille.

-Eso fue un mal día –lo cortó Maca de forma seca.

Tras ese comentario se hizo un breve silencio algo tenso, debido a que la
mayoría de ellos conocían a que se había debido la gran borrachera que
había cogido la médico aquel día. Todos recordaban a una Maca hundida
la noche antes de marcharse a los Estados Unidos para acabar sus
últimos cursos de carrera allí, debido a que Bea no se había dignado a
aparecer por la fiesta de despedida. Laura, Eva y Esther, en cambio, se
miraron entre ellas sin saber que estaba pasando, aunque decidieron
callarse.

-Si tengo que decirte la verdad, nunca hubiese imaginado que sabías
cocinar –observó una Laura cansada del silencio.

-Es por todas los días pasados en casa de Teresa ayudándola a preparar
las comidas y las cenas –explicó Maca.

-¿Y tú por qué no sabes? –se atrevió a preguntarle Esther a Jero.

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-¡Sí que sabe! –exclamó Anna –lo que pasa es que él se especializó en
los postres. De hecho, el de hoy lo ha preparado él… -añadió provocando
que su marido enrojeciera avergonzado.

-Suerte que no lo supimos en el colegio… -comentó Laura con una


sonrisa.

-¿También eráis de su club de fans? –se burló Maca.

-Yo sí, pero Esther siempre ha tenido unos gustos algo… Diferentes a los
míos –contestó ella.

-¿Si, Esther? –preguntó la médico inclinándose hacia la mesa, apoyando


sus codos en ésta.

-Eso podría decirse –soltó la abogada mirándola fijamente, como


retándola.

Anna se afanó a cambiar de tema al ver como su cuñada se disponía a


seguir con aquella conversación que, con toda seguridad, acabaría mal.
El resto de la cena lo pasaron hablando de cómo se habían conocido Eva
y Guille y del porque no habían contado a nadie que habían empezado a
salir.

-Bueno… Queríamos tomarnos las cosas con calma y yo sabía que si os


lo contaba haríais lo que fuera con tal de conocerla –se disculpó el chico,
una vez ya todos sentados en el sofá con una copa en la mano.

-Dios te ha castigado por querer mentirnos –soltó Claudia arrancando las


risas del resto.

-No mentimos, sólo lo ocultamos… -lo defendió Eva.

-¡Qué romántico! –se burló Jero recibiendo un golpe de reprobación de su


mujer.

Poco a poco, el líquido de las botellas que descansaban encima de la


mesa fue disminuyendo, aunque no así las risas de los presentes que
tendieron a aumentar de forma considerable.

-Tus vecinos nos van a matar –le comentó Anna a Maca.

-No, que va. Este fin de semana están en su casa de la playa –contestó
ella levantándose para ir a bailar con Guille, que junto con Marta,
Claudia y Joan habían improvisado una coreografía algo extraña –venga
hermanito, demuestra que las clases de baile a las que te obligaron a ir

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te han servido para algo –añadió cogiéndole de la mano para arrastrarlo.

-¡Maca ven aquí! –exclamó Guille cuando una canción conocida por
todos empezaba a sonar.

-Mierda –murmuró Anna.

-¿Qué pasa? –se interesó Laura.

-Ahora lo verás… -contestó la veterinaria, contrariada.

Los cinco amigos se situaron cada uno en un punto determinado del


salón, con Maca y Guille en el centro, dejando claro que habían hecho
aquello muchas otras veces.

-Look at me, I’m Anna Be, lousy with virginity, won’t go to bed ‘til legally
wed I can’t, I’m Anna Be –cantaron todos al unísono, mirando hacia Anna
que parecía querer desaparecer de allí.

-Empezaron con la coñita cuando aún íbamos al colegio –les explicó a las
tres chicas que los miraban sorprendidas por lo que estaban viendo –una
vez en mi cumpleaños lo hicieron con pelucas y todo…

-¿En serio? –preguntó Esther todavía boquiabierta por la coreografía que


se estaban marcando.

-Pedidle a Maca que os enseñe los vídeos, les encanta hacer estas
chorradas –contestó Anna –y lo peor es que no se les da mal del todo…

-¡Pero qué bien baila mi chico! –exclamó una Eva emocionada uniéndose
a ellos.

En ese momento, Maca vio como Esther se dirigía a la cocina sola, así
que no lo dudó ni un segundo y se dispuso a dirigirse hacia allí.

-Vigila, ¿vale? –le advirtió Claudia al percatarse de sus intenciones.

-¿Acaso no lo hago siempre? –contestó con una sonrisa divertida.

Cuando entró allí vio a la abogada de espaldas a ella inclinada hacia el


congelador, de donde parecía querer sacar una bolsa con hielo, algo que
a primera vista, le estaba costando bastante esfuerzo. Sin querer
interferir en su ardua tarea, decidió permanecer apoyada en el marco de
la puerta, desde donde la observó con los brazos cruzados y una sonrisa
pintada en el rostro.

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-¿Te ayudo? –preguntó sobresaltándola –suele ir mejor cuando se abre


del todo el cajón –añadió acercándose a ella.

-Pues hazlo tú –contestó una Esther visiblemente molesta por haber sido
descubierta en esa situación.

-Ya está –dijo una Maca blandiendo la bolsa como si de un trofeo se


tratara.

-No logro entender como puede gustarte tanto ser el centro de la


atención –soltó la abogada.

-Supongo que se debe al déficit que tuve durante mi infancia –contestó


ella con una sonrisa -¿acaso no te ha gustado mi gran actuación de
antes?

-Eres insoportable –le espetó arrebatándole la bolsa y saliendo de allí


rápidamente.

-¿Qué le he hecho? –le preguntó a Laura, quien acababa de entrar allí,


dejando ver la desesperación que le provocaba aquella mujer.

-Nada… Pero ella está empecinada en que sí… -contestó la abogada


mientras se balanceaba intentando apoyarse en la encimera.

-¿Ya vas borracha? –se sorprendió la médico al ver sus ojos algo
entrecerrados –y luego soy yo la alcohólica, manda huevos…

-Es que me sube muy rápido –se disculpó Laura con una sonrisita.

-Te juro que intento ser agradable con ella… Sé que soy algo prepotente
y que mis bromitas pueden ser algo malas pero…

-No eres tú, Maca –la cortó Laura –mira, a Esther le da lo mismo como te
comportes. Hagas lo que hagas siempre encontrará una excusa para
reprobarlo…

-¿Y qué se supone que le he hecho? –quiso saber ella con un atisbo de
impaciencia en su voz.

-Yo no… -empezó a decir Laura –no creo que deba ser yo quien te lo
diga.

-Mira, ambas sabemos que si de Esther depende, nunca voy a saberlo y,


creo que al incumbirme tengo el derecho de saberlo –razonó Maca de
forma seria, con los brazos cruzados a la altura de su pecho.

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-Bueno, legalmente este derecho no se reconoce –comentó Laura en un


intento fallido de quebrar esa tensión que había inundado el ambiente –
pero es que yo no soy quien como para contarte nada. Y si además no te
causa ningún problema…

-Yo sí creo que me ha provocado algún que otro perjuicio, o yo al menos


lo considero así el que representase a alguien que quería denunciarme –
la cortó Maca –y no me digas que no fue para tanto, cuando
precisamente fuiste tú quien me recomendó a alguien que podía
ganarla.

-Vale… -se rindió Laura bajando la cabeza –todo ocurrió en segundo de


B.U.P., bueno, no sé si te acuerdas pero desde entonces el físico de
Esther ha cambiado mucho… Por aquel entonces, decía que le gustaba
un chico: Luís…

-¿Ese calvo y con barriga cervecera de la fiesta? –se sorprendió Maca.

-Por aquel entonces era considerado uno de los más guapos del colegio –
contestó Laura encogiéndose de hombros –pues resulta que al final,
después de mucho insistirle nosotras, Esther se le declaró… Y como
imaginarás el chico le dijo que él no sentía lo mismo, que lo sentía
mucho pero que no estaba preparado para una relación y, que además,
le gustaba otra chica. Teniendo en cuenta lo orgullosa que era y es
Esther se lo tomó fatal, y fue como si su autoestima hubiese sido
pinchada como un globo. Recuerdo que se pasó cuatro días sin querer
venir a clase, encerrada en su habitación y, diciendo que todo el mundo
lo sabría y se reiría de ella.

-¿Qué tiene que ver esto conmigo? –quiso saber la médico.

-¿No te acuerdas? –preguntó Laura –bueno, el día en el que por fin tuvo
el valor suficiente para volver al colegio, Luis se te declaró y tú le
rechazaste.

-¿Y…? –insistió Maca.

-Pues eso –contestó Laura –tú despreciaste algo por lo que ella hubiese
dado el brazo derecho. Mira, sé que tú no tienes la culpa de nada, pero
para ella fue como si la pisotearas…

-¡Pero si por aquel entonces yo estaba colada por Claudia! –exclamó


Maca recordando aquellos tiempos –y creo que ya empezaba a gustarme
Bea…

-No es por lo que tú hicieras o dejaras de hacer, sino lo que supuso para

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ella. Y Esther te hizo la culpable de todo –explicó la abogada.

-¡Fantástico! –se quejó Maca –joder, ¿y qué se supone que tengo que
hacer yo? ¿Luchar contra algo que ni siquiera hice?

-Aunque no te lo parezca ahora, Esther es una persona razonable y estoy


segura que, con el tiempo, acabará recapacitando.

-Ya, el problema es que yo estoy empezando a cansarme, ¿sabes? Puedo


llegar a tener mucha paciencia con las personas, pero cuando alguien se
me cruza es muy difícil que empiece a caerme bien… -soltó Maca
pasándose la mano por la cara, agobiada.

-Lo único que puedo decirte es que te alejes de ella, muéstrate educada
con ella, pero a no ser que sea exclusivamente necesario, no te dirijas
directamente a ella y mucho menos le hagas una de tus bromitas –le
recomendó Laura.

-Pero es que eso es lo mejor… -se quejó la médico -¿tú has visto la cara
que se le pone? ¿Y esas miradas asesinas?

-¿Te gusta? –le espetó Laura.

-¿A mí? ¡No! –exclamó una Maca sorprendida por la pregunta –pero no
sé, me gusta picarla…

Tras aquella breve aunque interesante conversación en le habían sido


reveladas muchas cosas a Maca, ambas mujeres volvieron al salón
donde se encontraron una escena parecida a la que habían dejado
minutos antes, al salir de allí. Pero algo había cambiado en aquella
ocasión, pues Esther, que se había pasado gran parte de la velada
hablando con Edu, el que menos a la defensiva estaba con ella, se
encontraba bailando animada junto a Eva y Guille formando los coros de
Marta y Claudia, quienes parecían saberse la letra de aquella canción de
memoria. Hacia las cuatro de la madrugada decidieron que empezaba a
ser tarde, por lo que todos se fueron a sus casas.

Dos semanas más tarde, ya a primeros de agosto, la boda estaba ya


prácticamente organizada, a pesar de las trabas que tanto Maca como
Esther habían puesto, ya que parecía que todo lo que le gustaba a una,
le desagradaba a la otra. Los vestidos estaban listos, las invitaciones
mandadas, las flores elegidas… Lo único que faltaba por concretar era el
menú de la comida, ya que no habían conseguido ponerse de acuerdo
en cuanto a las preferencias de cada uno.

Como cada año, toda la familia Wilson pasaba la primera quincena en su

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casa de la playa: una preciosa masía situada en medio de la Costa


Brava, justo a unos pocos metros de una pequeña cala y rodeada de
hectáreas de pinares. Allí era donde Maca y Jero más habían disfrutado
de la presencia de su padre, ya que en verano sus compromisos se veían
considerablemente reducidos. Además, aquel era el único lugar donde
Pedro Wilson conseguía relajarse completamente, ya que allí tenía su
más preciado tesoro: su viñedo, que le proporcionaba una pequeña
bodega en la que guardaba los vinos que producía. Como parecía lógico,
aquel verano Encarna también fue con ellos, aunque no así Esther quien
se negó a hacerlo hasta que su hermano y su cuñada llegaran a España,
a mediados de la segunda semana de agosto.

-¿Seguro que no os importa? Con ellos seremos ya nueve personas, y


quizás sean demasiadas para una sola casa –insistió Encarna con cara
de preocupación, mientras paseaba con la médico y Anna, por una de
las extensiones de la finca.

-Tranquila, mujer –contestó Maca estrechando su brazo que permanecía


entre uno de los suyos –en la casa hay cinco habitaciones y Sergio, su
mujer y el niño pueden dormir en el antiguo pajar, que así tendrán más
privacidad.

-Pero… -reiteró ella.

-No insista más –la cortó Maca -Además, a mi padre le encanta tener la
casa llena de gente.

-Estará contenta, ¿no? Su hijo llega ya mañana –comentó Anna


cambiando de tema.

-Sí, hija, sí. La verdad es que tengo unas ganas ya de ver a la pequeña…
A estas edades los niños crecen muchísimo y siempre me da pena
pensar que me estoy perdiendo su infancia.

-Mírelo por el lado positivo –observó Anna con dulzura –así la disfruta
más…

-Y no tiene que aguantarla cuando a sus padres les apetece salir –añadió
Maca en voz baja.

-En eso tenéis razón. Hay muchas amigas mías que tienen que cuidar de
sus nietos casi cada día porque sus padres trabajan –admitió Encarna.

Al día siguiente, todo estaba preparado para la llegada del resto de la


familia, como Pedro Wilson ya los había nombrado, sorprendiendo a
Maca y Jero, quienes acababan de descubrir una faceta familiar de su

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padre que desconocían por completo. Aprovechando que el tiempo había


refrescado un poquito y que parecía que aquel día, el sol no haría
aparición, Maca, Jero y Anna decidieron ir a montar a caballo por la finca,
algo que no fue del agrado del patriarca Wilson, puesto que la llegada de
Esther y el resto estaba prevista para antes de la comida.

-Que perro más pesado –se quejó Jero cuando el animal se cruzó por
tercera vez ante su caballo.

-No seas borde, anda –soltó Maca con una sonrisa –que el pobre se pasa
casi todo el año solo.

-¿Y Jorge? –comentó Jero refiriéndose al hombre que cuidaba de los


caballos y de la finca en general.

-¿Echamos una carrera? –propuso Anna al ver el cariz que estaba


tomando la conversación y, que seguro acabaría en una pelea entre
hermanos.

-No, que siempre ganas –se negó su marido.

-Vale –contestó Maca, básicamente para llevarle la contraria a su


hermano -¿hasta la puerta? –quiso saber señalando la enorme pieza de
metal que separaba el terreno de la finca del exterior.

-Me parece bien –dijo Anna asintiendo -¿a la de tres? Uno… Dos… ¡Jero! –
exclamó al ver como el chico salía disparado antes de acabar.

-¡Eres un tramposo! –le gritó Maca galopando detrás de su hermano –


mira, creo que ya están llegando –le comentó a su cuñada cuando ésta
pasó por su lado, adelantándola.

Los tres, prácticamente inclinados encima del caballo y con gesto serio,
azuzaban a sus respectivos caballos con la intención de llegar los
primeros. Una gran explanada de hierba, salpicada por algún que otro
árbol o arbusto, se extendía ante ellos. Esta finalizaba con la valla, por
un lado, y con el mar, aquel día de un tono grisáceo, por el otro.

-Vamos, pequeño, vamos –le susurró Maca al animal cuando sólo un


cuerpo la separaba de su hermano a escasos metros de la meta -¡ja, te
gané! –exclamó Maca alzando un puño al adelantarlo.

-De hecho, os he ganado yo –comentó Anna con una sonrisa triunfal en


la cara, justo enfrente de ellos.

-Normal, te has pasado media vida montada en uno de estos bichos –

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observó Jero con gesto contrariado –además, vosotras al pesar menos


que yo tenéis ventaja…

-Excusas… Eres malo –se burló Maca.

-Tú tampoco eres la mejor, ¿eh? –soltó Anna saliendo en defensa de su


marido.

-Ya sabes que a mí me gusta más montar otras cosas –contestó la


médico guiñándole un ojo.

-¡Salida! –le gritó su cuñada riéndose, cuando Maca se dio la vuelta para
dirigirse hacia el coche que estaba parado en el camino de tierra que
conducía a la casa.

Dentro del vehículo, tres personas mantenían la vista clavada en ellos,


habiendo sido testigos de la espectacular escena que se acababa de
producir instantes antes. La mujer, visiblemente embarazada, que se
encontraba sentada en el asiento del copiloto, movió ligeramente la
cabeza haciendo un barrido de todo lo que se extendía ante ellos: a lo
lejos, una serie de edificaciones, entre las que destacaba una gran
masía típica de la zona; el mar, justo detrás; el frondoso pinar que se
alzaba a la izquierda y la pequeña extensión de viñedos que se
encontraba a la derecha.

-Vaya, parece que vuestra madre ha hecho un buen partido –comentó de


forma distraída con un fuerte acento inglés.

-Joder, Maca sigue estando igual de buena que cuando tenía veinte años
–soltó el hombre que estaba a su lado, recibiendo una mirada asesina de
la chica que se encontraba en el asiento trasero, junto a una niña de
apenas unos cuatro años profundamente dormida –aunque quizás ha
empeorado un poco –añadió a toda prisa al percatarse de la reacción de
su hermana.

-¿Se han perdido? –les preguntó Maca con una sonrisa al llegar a su
altura.

Ante esa pregunta, Esther dibujó una mueca de fastidio que no pasó
desapercibida por nadie en aquel vehículo, como tampoco lo hizo en
Maca, quien no pudo evitar sonreír al tiempo que desmontaba del
caballo. Al mismo tiempo que la médico se acercaba al coche y se
disponía a inclinarse para quedar a la altura de las ventanillas
delanteras, el perro de Maca apareció de la nada y se abalanzó encima
del vehículo, quedando con las dos patas delanteras sobre el cristal
trasero, justo al lado de Esther.

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-¡Joder, qué susto! –exclamó la abogada al ver la enorme cabeza del


golden retriever a apenas unos centímetros de la suya.

-Bup, bup –dijo una voz todavía adormilada, cuya propietaria miraba al
animal con ojos desorbitados y lo señalaba como queriendo aclarar el
objeto centro de su atención.

-Sí, cariño es un perro –dijo Esther dedicándole una amplia sonrisa a su


sobrina.

-Venga Bond, baja de ahí –le ordenó Maca al perro, que obedeció de
inmediato.

-¿Bond? ¿Cómo el agente? –se extrañó la abogada, mirándola con gesto


burlón.

-Sí, bueno, siempre me gustó el personaje… -se excusó la cirujano.

-¿Y por esto has intentado superar su récord de mujeres conquistadas? –


quiso saber Esther alzando una ceja.

-Eso fue al principio, porque lo conseguí fácilmente. Ahora lo que me


propongo es poder entrar en una fábrica de soviéticos psicópatas, matar
a todos sus secuaces e irme sin tan siquiera despeinarme –contestó
Maca esbozando una sonrisa.

-Touché –murmuró Sergio por lo bajo, provocando la sonrisa de su mujer.

-¡Sergio García! –exclamó Jero al llegar a la altura del vehículo.

-¡Jerónimo Wilson! –contestó el otro, fundiéndose en un estrecho abrazo


con éste –vaya vida te tiras, ¿eh? Porque vaya con la casita…

-Se hace lo que se puede –repuso él encogiéndose de hombros –pero por


lo que me han dicho, a ti tampoco te va nada mal… Ya vas por el
segundo, ¿no? –comentó refiriéndose al embarazo de su mujer.

-Sí, esa pequeñaja de ahí es mi hija Elizabeth –dijo señalando a la niña


que seguía observando al perro –y te presento a mi mujer, Katherine.

-Encantado –la saludó Jero asomándose por la ventanilla -¿nos vamos?


Tu madre lleva dos días histérica esperando vuestra llegada.

-Quien me iba a decir a mí que serías tú quien me diría como está mi


madre –comentó Sergio -¿a quién se le ocurre casarse a estas edades?

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-Yo ya estoy más que acostumbrado –se resignó él -¿nos seguís? –


propuso volviendo a montar.

Pocos minutos más tarde, los tres jinetes, seguidos del vehículo llegaban
a la casa, de la cual salió una Encarna visiblemente nerviosa, que se
notaba había estado atenta esperando el ruido del motor de cualquier
coche que se acercara.

-¡Por fin! –exclamó mientras corría hacia ellos, antes de abrazar a su hijo
nada más salir éste del aparato.

Sonriendo por el efusivo abrazo que Sergio había recibido de su madre, y


que casi lo hace caer al suelo, Maca, Jero y Anna se dirigieron hacia los
establos para dejar los caballos. Cuando salieron de allí, vieron a Sergio
rodeado de maletas y varios utensilios de bebé, como si estuviera
ideando un plan para poder entrar todo aquello en el antiguo pajar en un
solo viaje.

-¿Necesitas ayuda? –se burló Jerónimo provocando que el chico saliese


de su estado de extrema concentración.

Las dos mujeres sonrieron y negaron con la cabeza, y siguieron andando


en dirección a la casa, donde entraron por la cocina. Allí se encontraba
Carmen, afanada en acabar de preparar la comida, pero que aún así, les
dedicó una mirada furibunda al verlas entrar con las botas de montar
llenas de barro. Por ello, ambas se apresuraron a sacárselas, sin tan
siquiera sentarse en una silla, por lo que la tarea las entretuvo varios
minutos.

-¿Nos da tiempo a una ducha? –preguntó Maca asomándose por encima


del hombro de la mujer, oliendo la comida.

-Si podéis ducharos y cambiaros en quince minutos, sí –contestó la mujer


malhumorada por las huellas que habían dejado en el impoluto suelo.

-Esto huele a comida de dioses –la peloteó la médico –¿has ido a la


peluquería hoy?

-Vete ya, zalamera –le espetó Carmen ahuyentándola con las manos –y
no comas nada –añadió al ver como Maca alargaba la mano para coger
uno de los dados de queso que se encontraban en un bol.

Como siempre hacía cuando tenía tiempo, la médico llevó la mini cadena
de música al baño, y puso el volumen lo suficientemente alto como para
escucharlo mientras se duchaba. Mientras se desnudaba, tatareaba la
canción que estaba sonando en aquellos instantes y moviéndose al

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compás, algo que provocó que casi se cayera en un par de ocasiones. A


pesar de que ese baño sólo lo usara ella, éste tenía dos puertas: una que
lo comunicaba con su dormitorio y otra que daba al pasillo. Y
acostumbrada como estaba a vivir sola y, que a todos en la casa
conocieran su manía de no compartir ese espacio con nadie más; olvidó
por completo echar el pestillo de la puerta del pasillo.

Por su parte Esther, había sido obligada por su madre a llevar a la niña al
baño, puesto que Katherine no podía hacerlo en su estado. Hacía apenas
unas semanas que la pequeña no llevaba pañales, pero tenía la manía
de no avisar cuando tenía que ir al servicio; por lo que cada hora tenían
que llevarla ellos mismos.

-Pipi –dijo Elizabeth con una sonrisa, en brazos de su tía, cuando estaban
subiendo por las escaleras.

-Joder, y se queda tan pancha la tía –murmuró Esther acelerando su


paso.

Debido a las prisas, pero sobretodo al hecho de no querer quedar


empapada, se metió en el primer baño del que se acordaba, tras la visita
casi turística, que le había hecho su madre por la casa. Se sorprendió al
escuchar la música que sonaba a todo volumen, pero no le dio mayor
importancia, puesto que pensó que alguien se habría dejado la radio
encendida. Cuando por fin sentó a la niña en el inodoro aguantándola
agachada a su lado, suspiró relajada, pero ese sentimiento se esfumó de
repente, al escuchar un leve carraspeo a su lado. Giró con rapidez su
cabeza, encontrándose a la altura de sus ojos unos muslos de piel
morena, bien contorneados y firmes. Sin ser consciente de ello, su
mirada ascendió por aquel cuerpo que se alzaba frente a ella, adornado
por cientos de gotas de agua, hasta llegar a unos pechos que se movían
armoniosamente, al compás de la respiración de su dueña.

-Suelen decir que la cara es la mejor parte de mi cuerpo –comentó una


voz de forma burlona.

-Yo… Lo siento… -balbuceó Esther mirándola a la cara –pero la niña… Y


con la música no he oído el agua y no sabía que estabas…

-¿Duchándome? –la ayudó Maca -¿me pasas la toalla? Gracias –añadió


tapándose con ella -¿esta pequeñaja es tu sobrina?

-Yo no soy pequeña –protestó la niña todavía sentada en el inodoro –soy


Elizabeth.

-Vaya, lo siento –se disculpó la médico saliendo de la bañera –yo soy

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Macarena, pero suelen llamarme Maca –añadió tendiéndole la mano de


forma solemne.

Ante la escena, Esther no pudo más que sonreír, aunque al recordar la


situación en la que se encontraba Maca, se apresuró a sacar a la niña de
allí y marcharse rápidamente.

-Vuelve cuando quieras –escuchó como decía la médico antes de cerrar


la puerta –pero la próxima vez, no hace falta que pongas de excusa a la
niña.

Cruzó el pasillo y bajó las escaleras casi corriendo, maldiciendo su


torpeza, a la niña y sus prisas, a su madre, a la música que le había
impedido darse cuenta de que alguien estaba duchándose en aquel
baño, pero sobretodo, maldijo esos pechos cuya imagen, su mente se
empeñaba en reproducir una y otra vez.

Aún con la misma amplia sonrisa que se le había quedado gravada en la


cara desde el incidente hacía apenas unos minutos, bajó al salón donde
supuso que faltaba poco para que Carmen empezase a servir la comida,
si no lo había echo ya. El poco tiempo que le había dado la mujer para
ducharse y cambiarse había impedido que pudiera secarse el pelo, algo
que por el otro lado, no solía hacer en verano, aunque sacase de quicio a
su padre quien siempre repetía que aquello no era apropiado nada más
que para estar en la playa.

Al entrar en el salón, se encontró a todos sentados en los sofás,


tomando lo que parecía un aperitivo. Anna y Jero conversaban de forma
animada con Sergio y Katherine, quien había monopolizado el bol con
dados de queso del que unos veinte minutos atrás, Carmen le había
prohibido a Maca comer. Por otro lado, Pedro y Encarna parecían estar
hablando acerca de la pequeña que, en esos momentos, se encontraba
jugando con una Esther algo distraída. La médico sonrió antes de
carraspear, informando de su presencia, lo que provocó que todos se
giraran hacia ella.

-¿No tenías nada más recatado en tu armario? –le susurró Anna cuando
ella pasó por su lado, haciendo referencia a la blusa con rayas blancas y
azul claro, que llevaba desabrochada hasta justo por encima de su
pecho, resaltando el canalillo.

-Es que todos los jerséis de cuello vuelto están sucios -contestó Maca
con ironía mientras se dirigía hacia la niña -¿te aburres mucho? –le
preguntó agachándose a su lado.

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-No, estamos jugando con Esther –dijo la niña con una sonrisa –pero
quiero ver los perros.

-Claro, después de la siesta vamos a verlos –propuso la cirujano


acariciando su pelo –y si tu tía se porta bien quizás la dejamos venir con
nosotras –añadió guiñándole un ojo a la susodicha -¿Esther? –preguntó al
ver que no reaccionaba ante su comentario.

En ese instante, la abogada despertó del ensimismamiento en el que se


había sumido y sus mejillas se tornaron de un color rojizo, al percatarse
de donde estaban mirando sus ojos: el escote de la médico, en el que
destacaba una peca muy cercana a su pecho.

-Pues de momento no te estás portando demasiado bien –observó Maca


alzando una ceja.

-Que te jodan –murmuró Esther.

-Seguro que tú te presentas voluntaria, como si lo viera… -contestó la


médico –pero haz el favor de no decir estas cosas delante de la niña.

-Eres insoportable –le espetó la abogada.

Ante ese comentario que pretendía ser un insulto, Maca sólo amplió
aquella sonrisa que aquel día parecía ser imborrable, aumentando
todavía más la frustración de Esther. Pocos segundos más tarde, Carmen
se asomó por la puerta avisando de que la comida estaba ya lista, por lo
que todos se levantaron para dirigirse a la mesa que los estaba
esperando. Aunque Elizabeth insistió en que fuera su tía quien le cortase
la carne y se la sirviera, fue finalmente Encarna quien lo hizo, dejando
patente su orgullo de abuela. La comida pasó entre conversaciones
alegres de unos y otros, pero fue la pequeña la que monopolizó la
atención de todos, puesto que no faltaron las anécdotas que ella había
protagonizado a lo largo de su corta vida.

Tras haber comido y tomarse la sobremesa con mucha calma, la mayoría


de ellos decidieron ir a echarse un rato, puesto que aunque ese día no
fuese especialmente caluroso, todos estaban bastante cansados: unos
por lo pesado del viaje, otros por el paseo a caballo y el resto por otras
razones que no quisieron especificar. Aquel día, a pesar de que lo usual
es que le tuvieran que insistir repetidas veces, Elizabeth accedió a la
primera para ir a hacer la siesta.

-Creo que le tendremos que comprar un perro –le susurró Katherine a


Maca –porque ha sido amenazarla con no ir a verlos, y se ha ido
corriendo a la cama…

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La médico por el contrario, salió al porche trasero de la casa, cuyas


vistas al mar habían dejado impresionado a más de uno. Si podía
evitarlo, nunca hacía siesta por la tarde, puesto que ya bastante
acentuado era su insomnio por las noches, como para encima tener la
presión que le provocaba el pensar que ya había dormido por la tarde, y
que por lo tanto no podría hacerlo por la noche. Aquello era algo que le
ocurría desde pequeña. Entonces, sentía pavor a no poder dormir por las
noches y eso era algo que arrastraba desde entonces, aunque con el
tiempo ya se había acostumbrado. Con paso lento, cogió una de las
cajetillas de tabaco que se guardaban en un cajón del salón, la botella
de vino blanco que no se habían terminado en la comida, una copa y, se
dirigió al porche donde se sentó en uno de los sillones de mimbre que
ocupaban el espacio. Con calma, se encendió un cigarrillo y se llenó la
copa, alegrándose de que el líquido estuviera todavía lo suficientemente
frío para su gusto.

-Me encanta esta calma – le comentó a otra persona que acababa de


salir de la casa y que no se había percatado de su presencia,
concentrada como estaba en la hermosa vista.

-Entonces, ¿por qué la rompes? –quiso saber aquella persona girándose


hacia ella. Su voz pausada y la calma con la que actuó, no obstante, no
pudieron ocultar el sobresalto que le había causado la “aparición” de la
médico.

-Bueno, quería alertarte de mi presencia en vista de que tú no te habías


dado cuenta –contestó Maca con una sonrisa que trataba de ser
pacificadora, mientras pensaba que aquella mujer tenía contestaciones
a todo tipo de comentarios, y excusas de lo más razonables para
encontrar mal todo lo que ella hacía.

-Vaya, gracias por el detalle –soltó Esther con una alta dosis de ironía en
su voz.

-¿Quieres? –le ofreció la cirujano señalándole con la cabeza la botella de


vino que descansaba en una mesilla que parecía hacer de línea divisoria
entre ambas.

-Un cigarrillo, por favor –dijo la abogada tomando asiento en el sofá de al


lado, mientras alargaba la mano esperando el pitillo.

-No sabía que fumaras –comentó Maca, más por romper el incómodo
silencio que seguro se interpondría entre ella, que por real interés.

-Ya ves, y tú que pensabas que lo conocías todo sobre mí –le espetó

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Esther enarcando una ceja.

-Cierto, creo que le pediré al detective privado que contraté que me


devuelva parte de lo pagado, puesto que no ha hecho el trabajo como
debía hacerlo –dijo ella mientras accionaba el mechero esperando a que
la abogada acercara el cigarrillo para encenderlo –aunque no sé de qué
me extraño, sus servicios eran realmente baratos en comparación a los
del resto. Y yo pensando que eran precios amoldados a la crisis, ¡qué
ingenua soy! –añadió exhalando un profundo suspiro de fingida
resignación.

-Así que contratando servicios rebajados, ¿eh? Pensé que usted no era
de esas, señorita Wilson –observó la abogada con una sonrisa, sin poder
evitar seguirle el juego.

-Querida, es esta maldita crisis que nos hace hacer cosas impensables
hasta el momento…

-Ya, pero sigo pensando que hay cosas en las que no se puede escatimar
dinero. Y el hacer indagar acerca de la vida de una persona es, sin duda,
una de ellas… -la cortó Esther sin borrar la sonrisa –me ofende
profundamente que haya utilizado unos servicios de mala calidad para
investigarme…

-Entonces debería demandarme, señorita García –concluyó Maca


guiñándole un ojo –algo que no creo que le resulte demasiado
complicado, teniendo en cuenta la práctica que ya tiene.

-Vete a la mierda –le escupió Esther levantándose de allí, para entrar de


nuevo en la casa.

-¿Pero qué...? –preguntó la médico sorprendida por su reacción –


fantástico, Maquita, menudo gambazo...

Sabiendo que en aquellos momentos Esther estaría poco receptiva ante


una disculpa y, que lo único que lograría al pedirle perdón sería que le
dedicara alguna bordería, Maca no hizo ni el ademán de seguirla, sino
que se recostó en el sillón y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos
y disfrutando de la leve brisa que acariciaba su piel, junto con el
envolvente sonido de las olas.

-¡Y qué perdón ni que leches! –susurró a modo de pensamiento en alto –


si sólo me he limitado a reproducir verbalmente la pura y cruel
realidad…

Algunos minutos más tarde, al volver a salir de nuevo al porche, Esther

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se la encontró en aquella posición que denotaba una total calma en el


estado de la médico, por lo que supuso que se había quedado dormida.
Ésta, al percibir quien era la persona que acababa de entrar, por la
oleada del perfume conocido que había llegado a sus fosas nasales; no
movió su postura ni un ápice, evitando así otro momento incómodo. No
fue hasta que su instinto le hizo buscar a tientas con la mano la copa de
vino, con la que remojar su ya seca garganta, que puso en evidencia que
estaba despierta.

-Pensé que estabas dormida –comentó Esther con algo de reproche en


su voz, por lo que ella había interpretado como un desprecio hacia su
persona.

-Francamente, no me apetecía otra tanda de reproches sin sentido –


repuso Maca con sinceridad, girando su cara hacia ella y abriendo un ojo
para mirarla.

-Eres la persona más pedante que he conocido nunca –dijo la abogada.

-Mira, sé perfectamente que te caigo fatal, es más, que no puedes


verme; tranquila que te has encargado de dejármelo claro. Pero, ¿qué tal
si hacemos una tregua? –propuso la médico.

-No creo que con esto consigamos que la percepción que tengo sobre ti
cambie, lo siento –opinó Esther.

-Lo sé, y esa no es mi intención. Pero de ahora en adelante tendremos


que vernos muy a menudo, más de lo que a ambas nos gustaría,
créeme, pero el que al menos llegásemos a tolerarnos facilitaría mucho
las cosas. Y tú no tendrías por qué ir poniendo excusas malas para
escaquearte y no verme –razonó Maca con voz tranquila.

En ese momento, un pequeño torbellino hizo una espectacular entrada


en escena: Elizabeth salió corriendo de la casa, seguida por su abuela
que trataba en vano de pararla. Fruto de las prisas y de su todavía torpe
coordinación, tropezó con la pata de una de las sillas y se cayó de forma
aparatosa. Con movimientos lentos se puso en pie, y en silencio miró a
todas las presentes que la observaban a la espera de su reacción. Unos
segundos más tarde, como si de una secuencia a cámara lenta se
tratase, sus ojos empezaron a empañarse para a continuación, empezar
a brotar de ellos enormes lágrimas acompañadas por sonoros sollozos.

-¡Cariño! –exclamó Encarna corriendo a su auxilio -¿Estás bien?

-¡No! –gritó la niña -¡duele!

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Maca y Esther, al contrario que la mujer, permanecieron sentadas, al


parecer todavía tratando de asimilar el gran cambio que había sufrido de
repente el ambiente. Con mucha calma y con una sonrisa conciliadora
pintada en el rostro, la médico se levantó y se acercó hasta la niña, que
a pesar de los intentos de su abuela, no dejaba de berrear.

-Si sigues llorando de esta manera, los perritos se asustarán y no


querrán acercarse a ti –le dijo a la pequeña, con voz dulce,
arrodillándose a su lado -¿quieres que vayamos a verlos?

-¡Si! –exclamó Elizabeth, sorbiendo los mocos, olvidándose totalmente


de lo que había provocado su llanto.

-¿Viene, Encarna? –la invitó Maca, cogiendo a la niña de la mano.

-No, no. Id vosotras, yo si eso os esperaré aquí –se excusó la mujer.

-Hay que ver como se escaquea tu abuela, ¿eh? –le susurró a la pequeña
cuando ya se dirigían al espacio vallado que habían habilitado para los
animales.

-¿Los tenéis siempre encerrados aquí? –se sorprendió Esther al ver


aquellos veinte metros cuadrados con varias casitas de perro, rodeados
por una alta valla.

-No, que va –contestó Maca –sólo están ahí cuando tenemos invitados.
Normalmente son inofensivos, pero más vale prevenir. Además, se
ponen muy nerviosos cuando ven a mucha gente desconocida, y aquí
están tranquilos.

-¿Inofensivos? –preguntó una Esther recelosa al ver el cartel que colgaba


del cerco, en el que con letras grandes y claras rezaba un “perros
peligrosos, no se acerquen”.

-Esto es una de las gamberradas de mi hermano… -se rió Maca -lo hizo
para evitar que los nietos de los amigos de mi padre los molestasen.
¿Acaso no te has fijado en el recibimiento que os ha hecho Bond? Creo
que si supieran donde las guardamos, serían capaces de dar las llaves
de la casa a los desconocidos.

Al escuchar su nombre y como si de una señal se tratara, el hermoso


perro salió corriendo de una de las casitas donde hasta el momento se
había guarecido del calor sofocante de la hora. Con destreza, empujó
con las patas delanteras la puerta del cercado, en la que no habían
colocado el candado, llegando hacia ellas en pocos segundos.

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-¿Qué tal, guapo? –lo saludó Maca acariciando la cabeza del animal, que
las miraba moviendo la cola –esta es Elizabeth –los presentó como si
fuese una persona –y este bicho de aquí se llama Bond –le dijo a la niña
que alargó su mano para tocar el hocico del perro.

Estuvieron allí durante algo más de una hora, las dos mujeres sentadas
bajo la sombra de un árbol, vigilando atentamente a la niña que jugaba
con los perros a escasos metros de ellas. Durante un rato, tras la
insistencia de Elizabeth, Maca la sujetó mientras la pequeña, sentada en
el lomo del golden retriever, imitaba la escena que había visto aquella
mañana con los caballos. Cuando ya empezaban a estar cansadas de
permanecer allí, y ambas se planteaban internamente el marcharse,
dejaron de estar atentas a los perros y a la niña. Las dos tenían la
mirada perdida, admirando el paisaje que se extendía enfrente de ellas,
por lo que no vieron el animal que se acercaba a gran velocidad y se
abalanzaba encima de ellas.

-¡Cuidado! –exclamó Maca, más rápida, al ver la sombra que se


proyectaba ya casi sobre sus cuerpos.

-¿Pero qué…? –se sorprendió Esther notando como un notable peso caía
irremediablemente sobre su torso y su cara era cubierta por un líquido
pringoso y ciertamente desagradable –joder, ya podías haber avisado
antes –se quejó con el perro encima que, contento, seguía lamiéndole el
rostro a pesar de su resistencia -¿pensáis ayudarme o qué? –se indignó
al ver como, tanto su sobrina como Maca se retorcían en el suelo a
causa del ataque de risa.

Tras aquel pequeño incidente, y sobretodo debido al mal humor que este
había generado a Esther; decidieron que ya empezaba a ser hora de
volver a la casa, donde seguramente ya estarían todos esperándolas.
Durante el trayecto de vuelta, la abogada anduvo todo el rato por
delante de las otras dos, deseosa de entrar en un baño y limpiarse la
cara. Maca y Elizabeth, por el contrario, iban andando tranquilamente,
cogidas de la mano, hablando sobre los perros y lo bien que lo habían
pasado.

-De esto, ni una palabra a nadie, ¿entendido? –las amenazó Esther


girándose hacia ellas, mientras las apuntaba con el dedo.

-Tu tía es un poco gruñona, ¿no? –le susurró la médico a la niña, quien se
rió por el comentario, al contrario que la aludida, que le dedicó una
mirada llena de furia.

Por suerte para Esther, pocos minutos más tarde llegaban por fin a la

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casa, donde todos ya las estaban esperando tomando el fresco en el


porche. Como era habitual en la familia, habían descorchado otra botella
de vino, que descansaba en la cubitera al lado de la mesilla. “Somos
unos alcohólicos” pensó Maca esbozando una sonrisa.

-Ya era hora, ¿eh? –exclamó Anna al verlas llegar -¿qué os ha entretenido
tanto?

-¡Nada! –contestó Esther de forma demasiado vehemente como para


sonar creíble.

La veterinaria dirigió una mirada extrañada a Maca, quien no pudo evitar


estallar en una sonora carcajada que alertó a todos que lo que decía la
abogada no era del todo cierto.

-¿Qué ha pasado? –le susurró su cuñada al oído cuando la médico se


sentó a su lado.

-Luego te lo cuento –contestó ella en el mismo tono -¿sabes que


Elizabeth quiere ser veterinaria como tú?

-What does vetenaria means, mum? –le preguntó la niña a su madre, en


voz baja pretendiendo que nadie la oyese.

-She’s a vet –le explicó su madre.

-Y no es vetenaria, cariño. Es veterinaria –la corrigió Sergio.

-Pues sí, ¡quiero ser vetenaria! –soltó la pequeña con orgullo, arrancando
las risas del resto.

Aquella noche, las dos parejas y Maca y Esther decidieron ir a cenar al


pueblo de al lado, aprovechando que debido al relativamente mal
tiempo, no habría tanta gente como acostumbraba a haber por aquellas
fechas. Encarna y Pedro, por el contrario, decidieron quedarse en casa
con Elizabeth, quien ya empezaba a estar cansada por el ajetreo del día.
La mujer encantada de ejercer el papel de abuela que tan poco podía
disfrutar, les insistió que no tuvieran prisa en volver, que ella ya se haría
cargo de todo.

-¿Y adónde nos vais a llevar? –se interesó Sergio.

-A un pequeño restaurante que se encuentra delante de la playa, justo al


final del paseo marítimo. El dueño es un viejo amigo de mi padre, de
jóvenes solían salir a pescar y aunque nunca lo hayan admitido, seguro
que más de una juerga se corrieron… –le explicó Jero de quien casi no se

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había separado desde que llegaron–, por cierto, hablando de juergas.


¿No las echas de menos?

-A veces, pero muy de vez en cuando. En Inglaterra las salidas por la


noche suelen acabar mucho antes que aquí, y entre el trabajo y la niña,
no veo la hora de meterme en la cama y dormir ocho horas.

-Hay que ver lo que has cambiado, ¿eh? –observó Jero dándole un par de
palmadas en la espalda.

-No como otros, hermanito –intervino Maca imitando ese gesto tan
masculino –que a ver cuando sentamos cabeza…

-Y me lo dices tú, ¡manda huevos! –exclamó él, mirándola alucinado por


el morro que podía llegar a tener su hermana.

Como habían llegado algo más de una hora antes de la que habían
acordado en la reserva, aprovecharon para pasear por el pueblo, del que
les enseñaron algunos de los aspectos más emblemáticos y curiosos.

-¿Veis aquella terracita de allí? –preguntó Maca señalando al lugar con


un dedo –pues por las noches acostumbra a haber música en vivo, y la
verdad es que hay unos sofás en los que se está de vicio…

-Sí, la mayoría de los días la música suele ser calmadita: jazz, blues…
Pero los viernes y los sábados la cosa se anima un poco, y van grupos
más marchosillos… –añadió Jero.

-No os dejéis engatusar –lo interrumpió Anna –a éstos lo que les pasa es
que les encanta ir porque conocen al dueño del bar y además de
invitarnos a copas, les deja jugar al futbolín gratis.

-A ti lo que no te gusta es perder –la pinchó Maca –que mira que eres
mala, con lo fácil que es darle a la bola…

-¿Te recuerdo quién ha ganado la carrera de esta mañana? –le soltó su


cuñada.

-¡Buah! Por una cosa en la que eres mejor que yo… -soltó la médico con
fingida indiferencia.

-¡Será posible! –exclamó Anna con indignación.

Como era habitual, Miguel, el dueño del restaurante, fue a recibirlos


personalmente cuando aparecieron por la puerta. El corpulento hombre,
ataviado con indumentario de cocinero y un delantal todavía blanco,

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algo que no duraría mucho, saludó efusivamente a ambos hermanos,


sobretodo a Maca, quien había accedido más de una vez en
acompañarlo a pescar, cuando nadie más quería hacerlo.

-Estás preciosa, niña –le dijo al separarse, después de bajarla del suelo,
tras el abrazo.

-Y tú cada vez estás más fuerte y más guapo… -contestó ella con una
sonrisa radiante, antes de darle un sonoro beso en la mejilla.

-Venid, os he guardado la mesa grande que da al ventanal –les ordenó


guiándolos a través del pequeño comedor-, que por cierto, la próxima
vez que llaméis para reservar me enfadaré de verdad. Ya sabéis que en
esta casa siempre habrá sitio para vosotros.

-Claro, hasta que lleguemos un día y esté lleno, ¿qué harás entonces?
¿Mandarás a tus comensales a comer a la playa? –se rió Maca.

-Aún no entiendo como siendo tan impertinente, puedo llegar a quererte


tanto –se lamentó Miguel con resignación.

-Tranquilo, eso es lo que nos preguntamos todos –soltó Anna provocado


las risas del resto y la fingida indignación de la aludida.

El menú de la cena, lo decidió como siempre Miguel, ya que siempre se


empeñaba en elegir para ellos el mejor pescado y marisco del día. Y
obviamente, lo mismo sucedía con el vino. Como bien apuntó Jero, era la
sorpresa una de las mejores cosas del lugar, ya que nunca se sabía qué
se acabaría comiendo. Katherine, o Kath, como había insistido que la
llamaran, alabó repetidas veces cada uno de los platos que les fueron
sirviendo, algo que alegró enormemente a Miguel, sobretodo al
enterarse de que era chef en uno de los mejores restaurantes de
Londres.

-¡Oh my god, this is amazing! –exclamó ella al degustar un percebe–,


how do you call it?

-Percebe –aclaró Sergio boquiabierto al ver como su mujer engullía una


cosa tras otra sin apenas descanso para respirar.

-En serio, tenemos que volver –dijo ella de repente con emoción –este
lugar es fabuloso. Me encanta la comida, las vistas, el local… ¡Lástima
que no pueda probar el vino!

-Sí, la verdad es que el sitio es precioso –le dio la razón Jero mirando el
espacio: el techo se dividía en varios arcos que quedaban unidos por

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unas gruesas vigas de madera pintadas en tono azul oscuro, al igual que
todo el mobiliario y, que contrastaba con las paredes, adornadas por
varias marinas y demás motivos marítimos y de pesca, eran de un color
azulado casi blanco –fue su mujer, Montse, la que lo decoró. Siempre
llevaron juntos el restaurante: él en la cocina y ella encargándose del
comedor. Cuando ella murió hace unos cinco años, se planteó
seriamente venderlo. Suerte que no lo hizo, porque su implicación en él
lo ayudó a salir del bache.

-Es muy bonito que alguien disfrute tanto con su trabajo –observó Esther
con aire soñador. Aunque al darse cuenta de sus palabras y del tono que
había usado al pronunciarlas, enrojeció sobremanera y le dio un trago al
vino, aprovechando para esconderse tras la copa. Esto provocó la
sonrisa divertida de Maca, a quien cada vez le gustaban más aquellos
gestos de la abogada; aunque por suerte, la aludida no se percató de
ello, ya que, sin duda, le hubiese sentado realmente mal verse
descubierta en un momento de debilidad por la médico.

-Por cierto Maquita, ¿cuándo vienen tus amiguitos? –se interesó Jero,
aprovechando el momento de silencio que se había producido tras el
comentario de Esther.

-Pues creo que en un par de días –contestó ella –no sé, todavía tengo
que acabar de quedar con Guille y Claudia, porque serán los únicos que
se queden a dormir. Supongo que Edu y Marta se quedarán en casa de
los padres de él, que está a pocos minutos en coche.

-¿Y Joan y Jaime? –se extrañó Anna.

-Están en el crucero ese -dijo Maca con tono de infinita paciencia-, llevan
repitiéndolo medio año.

-¡Ay, sí! Se me había olvidado por completo… -se disculpó su amiga.

No obstante, había alguien en aquella mesa a quien la visita de los


amigos de Maca no le hacía mucha ilusión, y que al escuchar la noticia,
su rostro había empalidecido considerablemente: Esther. Si bien Maca se
caracterizaba por la seguridad en si misma arrolladora que mantenía en
todas las situaciones, esta se incrementaba muchísimo con la presencia
de sus amigos, llegando a ser realmente imponente, incluso para la
abogada.

-¿Pero… pero cabremos todos? –balbuceó ella buscando cualquier


excusa para librarse de aquella reunión, comentario que provocó que
todos se giraran hacia ella, extrañados –quiero decir que si queréis

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nosotros nos vamos a un hotel o…

-No te preocupes, Esther –la cortó Jero-, hace algunos años, mi padre
convirtió el trastero en un gran espacio diáfano con varios sofás lo
suficientemente largos y anchos como para hacer la función de cama. Y
además, también tenemos varios colchones hinchables de esos.

-O siempre podemos apretarnos un poquito: no sé, podríamos dormir tú


y yo juntas… -añadió Maca con una sonrisa divertida, provocando las
carcajadas de unos y que la abogada le dedicara una mirada asesina, a
pesar del enrojecimiento de sus mejillas, cada vez más evidente.

Aquella noche tardaron poco en volver a casa, puesto que a pesar de


haber descansado por la larga siesta que la mayoría habían hecho, todos
se encontraban demasiado cansados como para salir a tomar algo
siquiera. No obstante, Maca y Jero les hicieron prometer al resto que
antes de que se marcharan, tenían que ir a la terraza de la que habían
hablado antes de la cena.

-Si está tan bien como el restaurante, no tenéis que repetirlo dos veces –
dijo Sergio ante tal insistencia.

Al día siguiente el calor característico de aquellas fechas volvió a


aparecer, por lo que lo pasaron prácticamente enteramente en la playa,
de donde no se movieron ni para comer, puesto que Carmen les preparó
un picnic que Jero y Sergio se vieron obligados a ir a buscar a la casa
cuando las tres mujeres empezaron a tener hambre.

-¿Por qué tengo que ir yo? –se resistió Jerónimo sin querer levantarse de
la toalla, en la que estaba sentado.

-Pues porque tú eres el hombre –contestó su mujer con voz cansada, sin
molestarse a abrir los ojos.

-Ya, pero luego sois vosotras las que pedís que no se os discrimine por
ser mujeres, y exigís la igualdad de trato –insistió él.

-Mira cariño, deberías empezar a diferenciar el machismo del ser


caballeroso –soltó su mujer ahora sí, girando su cabeza para mirarlo.

Finalmente, Jero cedió pero obligó a Sergio a acompañarlo, puesto que


como dijo, si él debía comportarse como un caballero, el otro también
tendría que hacerlo. Cuando ambos estuvieron lo suficientemente lejos
como para no oírlas, las tres mujeres estallaron en una fuerte carcajada,
ante una Elizabeth que no sabía a qué se debía tanto alboroto.

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-Pobre… Lo tienes totalmente dominado –comentó Kath entre risas.

-Se tienen que establecer unos límites, que sino se relaja y luego tengo
que hacerlo todo yo –contestó Anna sin darle mucha importancia.

-Me estoy muriendo de calor. ¿Alguien viene a darse un baño? –soltó


Maca, de repente.

-¡Yo! –exclamó la niña levantándose a toda prisa de la arena, donde


hasta el momento había intentado hacer un castillo. Proyecto que no
había alcanzado un grado demasiado óptimo, puesto que se limitaba a
un montón de arena sin ninguna figura determinada.

En un arrebato, la médico cogió a la pequeña en brazos, como si de un


saco se tratara y con pasos rápidos, sobretodo debido a lo mucho que
quemaba el suelo a aquellas horas, se dirigió al mar. Durante el corto
trayecto, Elizabeth no dejó de patalear entre risas, tratando que Maca la
soltara, algo que no consiguió hasta que el agua le llegó a ésta a la
altura de la cintura, momento en el cual, la dejó caer sin previo aviso,
aunque vigilando en todo momento que no le ocurriese nada.

-¡Eres mala! –le recriminó la niña cuando la cirujano la volvió a sostener,


debido a que no daba pie.

-Con que esas tenemos, ¿eh? –murmuró Maca entrecerrando los ojos -
¡ahora verás! –exclamó acercándose a la orilla, donde Elizabeth ya podía
mantenerse en pie por si sola, lo que provocó que ésta empezara a
correr alejándose de ella -¿sabes? Me estoy muriendo de hambre, así
que… ¡hoy serás mi comida! –exclamó corriendo tras la pequeña,
fingiendo querer atraparla.

-Nunca imaginé que le gustaran los niños –comentó una Esther distraída
mirando la escena.

-Y la mayoría de ellos no le gustan, pero si se encapricha de uno se sale


la vena maternal… -contestó Anna incorporándose para ver lo que hacía
su amiga –aunque yo siempre he creído que el papel ideal de Maca en la
vida de un niño es de la típica tía que lo encapricha, juega con él y luego
se vuelve a su casa para seguir con su vida de soltera sin
responsabilidades ni compromisos.

-Pues está consiguiendo que Liz lo esté pasando en grande… -intervino


Kath con una sonrisa –y que por la noche esté tan cansada que se va a
dormir sin rechistar.

Unos diez minutos más tarde, Jero y Sergio volvieron cargados con un

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par de cestos de mimbre y algunas bolsas, provocando las risas de las


mujeres al verlos llegar con todo aquello, y su cara de sofoco. Gracias a
la previsión de Anna y Kath, por la mañana habían llevado con ellos
varios parasoles, bajo la sombra de los cuales pudieron caber todos y así
no quedar expuestos a los calurosos rayos que caían a aquella hora.

-¡Qué hambre! –exclamó Maca llegando hasta ellos, mientras se secaba


el pelo con la toalla, bajo la atenta mirada de los dos hermanos García
que no pudieron evitar distraerse con aquella escena.

-Dios, me encanta esta tortilla –murmuró Jero mientras saboreaba uno


de los dados en los que Carmen la había cortado.

-¡Quieto parao! Esto es mío –le espetó Maca apartándosela de delante,


con la intención de acercarla hacia donde estaba ella.

-Tranquila Maquita, que todos sabemos lo mucho que te va el tema –


soltó él con una sonrisa burlona.

-Sí, y lo mucho que te gusta a ti imaginártelo… -contestó la médico con


la misma sonrisa que su hermano.

A diferencia del día anterior, aquella noche se quedaron a cenar en casa,


principalmente porque sabían que si Guille y Claudia finalmente llegaban
al día siguiente, les obligarían a salir con ellos. Y eso provocaba la
mirada reprobadora de Elizabeth quien, a pesar de adorar a su abuela,
no le gustaba que todos se fueran y la dejaran con ella, con quien aun
sin llegar a aburrirse, no se lo pasaba muy bien.

Como bien habían anunciado, los dos amigos de Maca llegaron a media
tarde del día siguiente, aunque como siempre, llegaron una hora más
tarde de lo planeado. Todos los habitantes de la casa, salieron de ésta
para darles la bienvenida alertados por los ladridos de los perros, pero
sobretodo por la música que se escuchaba, tan alta que incluso ahogaba
el ruido del motor del coche.

-¿Qué es lo que tiene la chica esa en la mano? –le susurró Encarna a


Esther, boquiabierta por el espectáculo que estaban presenciando.

-Un paraguas… -contestó ésta con resignación.

-¿Y qué hace con un paraguas en la mano? ¡Pero si no está lloviendo! –


se extrañó la mujer sin entender nada, y cada vez más perdida.

-Bueno, es que la canción habla de esto… -le explicó la abogada con


cara de circunstancias, sin saber muy bien qué más decirle a su madre.

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-Si es que los jóvenes de hoy en día escucháis unas canciones… -se
lamentó Encarna, acompañando la observación con un suspiro.

Mientras madre e hija mantenían aquella trascendental conversación, el


coche ya había llegado a la altura de la casa, bajando de él los dos
amigos, que parecían acabar de llegar de la playa por su atuendo: un
pareo y una camiseta de finas tiras ella, y un bañador y una camiseta él.

-¡Por el camino nos hemos parado en una cala preciosa y nos hemos
dado un bañito de esos que hacen historia! –exclamó Claudia sin ni tan
sólo saludar antes.

-Así me gusta –soltó Maca con ironía –y yo aquí esperando a que los
señores llegaran…

-No te enfades, cielo. Que te pones muy fea –le espetó la cardióloga
dándole un abrazo -¡señor Wilson! –exclamó al ver al hombre que los
miraba con rostro circunspecto, desde lo alto de la escalera. Sabía que a
él no le gustaba que los amigos de su hija lo llamaran así, pero la
confianza adquirida después de tantos años, les permitía llamarlo así de
vez en cuando.

-Señorita Bernardos –contestó él con una sonrisa, acompañando el


saludo con un leve movimiento de cabeza.

Maca y Anna fueron las encargadas de acompañar a los recién llegados


al desván para que dejaran su equipaje, que teniendo en cuenta la poca
duración de su estancia allí, era realmente excesivo. Mientras Guille
guardaba sus cosas y ordenaba algunas otras, Claudia se tumbó en uno
de los sofás, gesto que las otras dos mujeres imitaron al instante.
Hicieron algo de tiempo hasta que el chico acabó con su ardua tarea,
explicándose las novedades y lo acontecido desde la última vez que se
vieron, aproximadamente un par de semanas atrás.

-¿Y qué tal con la nueva hermanita? –se interesó Claudia.

-Teniendo en cuenta que esta no deja de pincharla, bien –contestó Anna


con resignación –al principio es realmente divertido, pero llega un
momento en el que las caras de hastío de Esther son cansinas. Por no
hablar de la cara que se le pone a esta…

-¿La de superioridad? ¿Esa que cuando te la dedica estarías a punto de


pegarle un guantazo? –se rió Claudia.

-Te recuerdo que tú me lo diste –apuntó Maca.

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-No me acuerdo del momento, pero seguro que te lo merecías –soltó su


amiga.

-Pues sí, esa misma. Pero además mezclada con esa de estoy deseando
acorralarte contra la pared y comerte los morros… -añadió Anna.

-¿Quieres hacerle eso a Esther? –se escandalizó la cardióloga –eso sería


incesto…

-Mejor vamos bajando, ¿no? –se limitó a decir Maca al ver que, por
suerte, Guille cerraba el último cajón.

-¡Eso, huye cobarde! –le chilló Claudia cuando la otra ya salía de allí -
¿me guardas ahora lo mío? –le preguntó a su amigo que, como
respuesta, le dedicó un gesto algo grosero con la mano.

Cuando bajaron al porche, ya se encontraron a Maca allí, junto al resto


de los miembros de la “familia”, algunos de los cuales los miraban con
interés, como si intentaran averiguar cuál era su planeta de
procedencia, entre los que destacaba Encarna. No obstante, pocos
minutos más tarde, ya se habían ganado la simpatía de éstos, y la mujer
opinaba que eran unos muchachos encantadores.

-Esta noche playita, ¿no? –quiso saber Claudia sonriendo de forma


pícara.

-Obviamente –contestó Maca recostándose en el sillón -¿qué creías? Las


tradiciones no pueden romperse así como así. Pero Marta y Edu no
pueden venir hoy, así que tendremos que hacerlo sin ellos…

-Igualmente Marta no puede beber, así que se aburriría como una ostra –
observó Guille.

-Creo que yo voy a quedarme aquí –le susurró Kath a su marido.

-De eso nada –exclamó Anna –que estos son unos exagerados, pero
tranquila que no todos somos como ellos… Por cierto, tendríamos que ir
a comprar, ¿no?

-Cierto –la apoyó Maca -¿vais vosotros a comprar las antorchas y lo que
necesitamos y nosotros vamos donde Laia?

-Claro –accedió Jero –nosotros mejor vamos tirando porque sino la tienda
cerrará.

Por mala suerte para Esther, el “nosotros” empleado por Jerónimo no la

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incluía a ella, sino que se refería a Anna, a Sergio y a su cuñada, así que
pronto adivinó que ella estaba en el grupo conformado por Guille,
Claudia y Maca. Al entrar en el coche, su decepción fue todavía mayor,
puesto que le tocó sentarse junto a la cardióloga, quien la
desconcertaba e imponía a partes iguales; al menos con Maca sabía a lo
que se atenía, pero no ocurría lo mismo con aquella morena de grandes
ojos azules.

-¿Qué haces, Guille? –quiso saber Claudia cuando su amigo tomó un


camino diferente del que solían utilizar.

-Se va más rápido por este: en parte del tramo se puede ir a 120 –
contestó él.

-Ya, pero el resto está plagado de semáforos –observó la cardióloga.

-A ver, voy por esta carretera una vez a la semana. Por lo tanto, sé mejor
que tú por donde se va más rápido –rebatió Guille.

-No, perdona. Cada vez que vienes aquí, lo haces con Noelia. Esto quiere
decir que lo que te gusta es que el trayecto sea más largo para estar
más tiempo con ella, y no sé si te has dado cuenta pero ninguna de
nosotras en Noelia. Así que la has cagado –concluyó Claudia.

-No seas pesada, anda –la cortó él –y a mí no me gusta Noelia, sólo


trabajo con ella.

-Ya, claro… -murmuró la chica –no quiero ni saber qué camino cogerás
cuando vengas con Eva… ¿Si es que a quién se le ocurre pasar por aquí?

-Voy a fumar, ¿vale? –les informó Maca bajando la ventanilla.

-Que te digo que por aquí se va más rápido… -insistió Guille.

-Es que te juro que lo voy a buscar en internet –soltó una Claudia
convencida de que tenía razón –y como sea yo quien esté en lo cierto, te
lo voy a restregar por tu enorme nariz durante semanas.

-Me parece muy bien –intervino Maca –pero me estás poniendo la cabeza
como un bombo.

-¿Y tú qué haces con la ventanilla bajada? ¡Tengo frío! –le espetó
Claudia.

-Lo he dicho antes, así que no me toques las narices –contestó la


cirujana sin inmutarse.

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-¿Ves? Vamos a 120 –dijo Guille con orgullo.

-Muy bien, ¿qué hago? ¿Te doy una medalla? –replicó Claudia con sorna.

Unos cinco minutos más tarde, entraban en un pueblo, donde tal y como
había dicho la cardióloga antes, se encontraron con un semáforo, que
por desgracia para Guille, estaba en rojo.

-¡Vaya! ¿Qué debe ser eso? –inquirió ella divertida –No sé que debe ser,
pero está en rojo y no está haciendo perder tiempo…

Por suerte, tanto para Maca como para Esther, pronto llegaron a su
destino, lo que les permitió alejarse de los otros dos, que seguían
enfrascados en su acalorada discusión. La abogada se sorprendió al
encontrarse ante una pequeña tienda de ultramarinos, y no un gran
supermercado como había imaginado.

-Hola –saludó la cirujana nada más cruzar el umbral de la puerta, al


mismo tiempo que sonaba un tintineo que indicaba la entrada de
clientes.

-Però mira a qui tenim aquí! (¡pero mira a quién tenemos aquí!) –
exclamó una chica más o menos de su misma edad, saliendo de la
trastienda.

-Ja sé que no tinc perdó, però ja em coneixes… (sé que no tengo perdón,
pero ya me conoces) –se disculpó Maca recibiendo un fuerte abrazo por
parte de la chica.

-Quan feia que no em venies a veure? Un parell d’anys? Doncs, no, no


tens perdó (¿cuánto hacía que no venías a verme? ¿Un par de años?
Pues no, no tienes perdón) –la regañó la dependienta.

-Vaig venir la setmana passada, però no hi eres. Així que tampoc és tan
greu (vine la semana pasada, pero no estabas. Así que tampoco es tan
grave) –se defendió Maca.

-Al menys veig que segueixes sent la mateixa caradura de sempre… (al
menos veo que sigues siendo la misma caradura de siempre) –observó
Laia con una sonrisa, mientras le acariciaba la mejilla con cariño.
Demasiado cariño, desde el punto de vista de Esther, quien se sentía
como un jarrón con flores, totalmente ignorado.

-Laia! –exclamó Claudia entrando como una exhalación –per on es tarda


més? Per la carretera de la costa o la de l’interior? (¿por dónde se tarda
más? ¿Por la carretera de la costa o la del interior?)

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-Doncs… Més o menys igual… (Pues… Más o menos igual…) –contestó la


chica extrañada por la pregunta.

-Os está bien a ambos por pesados –le espetó Maca a su amiga.

Tras aquella interrupción, compraron todo aquello que les pareció


necesitarían aquella noche: varias botellas de alcohol, puesto que a
todos les gustaba algo diferente; comida que les serviría para picar si les
entraba hambre, y algunas cosas más que Laia insistió en endosarles.

-Això em sona a festa, m’equivoco? (esto me suena a fiesta, ¿me


equivoco?) –observó la dependienta al repasar el contenido de las
bolsas.

-No, ja saps, la tradicional de cada any (no, ya sabes, la tradicional de


cada año) –contestó Maca con una sonrisa –la farem a la cala de davant
de casa meva, així que si t’hi vols afegir, vine quan vulguis (la haremos
en la cala de delante de mi casa, así que si quieres venir, hazlo cuando
quieras).

-Ja veurem, aquesta nit tinc un sopar, però potser després m’hi passo
(ya veremos, esta noche tengo una cena, pero quizás después paso por
allí) –dijo Laia acariciando la mano que la médico había dejado encima
del mostrador, gesto que no pasó desapercibido por Esther.

Pocos minutos más tarde, y tras una cariñosa y demasiado larga


despedida entre Maca y aquella chica, se encontraban de nuevo en el
coche, en el que Claudia y Guille, ahora ambos sentados delante,
conversaban animadamente habiendo olvidado su discusión.

-Veo que tu fama de conquistadora te persigue allá donde vas –comentó


Esther sin poder callárselo por más tiempo -¿una antigua novia?

-No, una antigua amiga –contestó Maca con una sonrisa divertida -¿te
molestaría lo contrario?

-Creo que no podría vivir con ello –soltó la abogada con una gran dosis
de sarcasmo en su voz.

-Eso creía yo… Por eso he evitado decirte la verdad… -la pinchó Maca
guiñándole un ojo de forma provocadora.

Tras un par de miradas fulminantes más por parte de Esther y varios


kilómetros, llegaron de nuevo a casa de los Wilson. En seguida metieron
en la nevera todo lo que habían comprado, para tenerlo todo preparado
para cuando se marcharan. Por su parte, Anna y Katherine ya habían

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predispuesto el resto de las cosas, para de este modo, no tener que


preocuparse nada más que para cogerlo después de cenar, cuando se
irían a la playa.

Una sensación de tensión realmente desagradable había invadido desde


hacía rato el cuerpo de la abogada, por lo que en aquellos momentos su
cara no era el reflejo de la felicidad, a diferencia del resto, que estaban
tan emocionados que en vez de estar planeando una simple fiesta,
parecía que organizasen una boda. Incapaz de aguantar por más tiempo
aquel ambiente de euforia inexplicable a sus ojos, se dirigió al porche,
donde halló la tranquilidad y el silencio que necesitaba. Y fue allí donde
la encontró su cuñada, que extrañada por su súbita desaparición,
decidió ir en su busca.

-¿Vas a explicarme qué te pasa? –le preguntó con dulzura, aunque de


forma directa, al sentarse a su lado.

-Me estaba agobiando, nada más –contestó ella sin querer ir más allá,
aun sabiendo que aquella explicación no le valdría a Kath.

-Soy inglesa, pero no tonta –soltó su cuñada alzando una ceja.

-Sé que no lo eres, pero…

-Mira, te conozco bastante bien, y sé perfectamente que no quieres


contarme lo que te pasa, pero creo que te iría bien hacerlo. Aunque eso
suponga tener que deshacerte de este escudo de frialdad con el que te
empeñas en protegerte –la cortó Kath.

-Me siento incómoda –dijo finalmente Esther en un suspiro –lo que


provoca que esté tensa, que a su vez comporta que esté de mal
humor…

-¿Y todo esto lleva al Lado Oscuro? –preguntó con voz burlona Sergio,
apareciendo por allí.

-No le hagas caso –le recomendó Kath, tras dedicarle una mirada
reprobatoria a su marido –creo que el problema reside en que tú ya ibas
predispuesta a pasarlo mal estos días, sobretodo desde que te enteraste
de que los amigos de Maca vendrían. Lo único que puedo decirte es que
te relajes e intentes pasártelo bien.

-¿Y cómo se supone que tengo que hacerlo, señora psicóloga? –quiso
saber la abogada sin cambiar su postura reticente.

-Olvidando quienes son. Aparta de tu cabeza lo que ellos representan

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para ti, y finge que son dos conocidos con los que lo vas a pasar bien. No
te tomes las cosas tan a la tremenda, Esther, porque lo único que
conseguirás con esto es amargarte y pasarlo realmente mal.

Sin estar muy convencida, pero algo más tranquila gracias al apoyo de
su cuñada, volvió de nuevo adentro, puesto que ya faltaba poco para la
cena y aún tenía que cambiarse. Siguiendo las recomendaciones de
Anna, se puso unos vaqueros algo desgastados y una camiseta,
guardando el jersey en la bolsa de playa que también usaría aquella
noche. La veterinaria le había dicho que por las noches refrescaba un
poquito a causa de la brisa que venía del norte, aunque así y todo, la
temperatura era lo suficientemente alta como para pasar la noche a la
intemperie.

-Y cógete un bikini –añadió –nunca se sabe donde va a acabar una, y es


mejor ir preparada.

Aquel comentario no le hizo la más mínima gracia a Esther, puesto que


su mente no tardó mucho en imaginar algunas escenas de lo más
rocambolescas con ella de víctima principal, en las que siempre acababa
en el mar a punto de ahogarse, o bien, ahogada del todo. Algo que
tampoco cambiaba de esas escenas era la culpable de tales crueldades:
Maca, que siempre estaba ayudada por uno de sus amigos. Después de
que una docena de historias, a cada cual más surrealista, pasase por su
cabeza; se dio cuenta de lo absurdo de la situación y, tras negar con la
cabeza, se dispuso a preparar todo lo que quería llevarse para no
hacerlos esperar más tarde, y no darle otro motivo más a Maca para
reírse de ella. Pocos minutos más tarde, su hermano entró en su
habitación sin llamar, como siempre había hecho, por lo que ni se
molestó en repetirle otra vez la mala educación que demostraba aquel
acto.

-No es mala educación, se llama confianza, Esthercita –le contestaba


siempre él con una sonrisa.

El motivo de la entrada intempestiva no era otro que informarle de que


la cena ya estaba lista, y que por lo tanto se serviría en pocos minutos.
Con prisas, acabó de prepararlo todo, asegurándose de que no se
olvidaba nada y, al fin, los dos hermanos bajaron al comedor donde
todos menos Maca ya estaban esperando.

-¿Por qué no vas a buscarla? –le propuso Encarna a su hijo en voz baja.

-Ya me has hecho subir a avisar a mi hermana. Ahora le toca a Jero –


contestó exhalando un profundo suspiro.

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Al ver que la médico no bajaba, Pedro Wilson le dio la orden a Carmen


de que empezara a servir la cena. Él tenía hambre, y había pocas cosas
que molestasen tanto al patriarca de los Wilson como tener que esperar
a alguien para comer: en aquella casa se seguían unos horarios
establecidos décadas atrás, por lo que todos los miembros las conocían
ya. Y además, cualquier cosa que se estuviera haciendo, bien podía
esperar a ser acabada media hora más tarde.

-Ya estoy aquí, ya estoy aquí –dijo Maca a modo de disculpa con la voz
entrecortada por la carrera que se había echado bajando las escaleras.

Todos los presentes, ya sentados en la mesa, se giraron en dirección a la


persona que había entrado como una exhalación, interrumpiendo el
ambiente tranquilo que había reinado hasta el momento. De forma
completamente inconsciente, las cejas de Esther se arquearon de tal
modo que parecían querer confundirse con su pelo: ante ella se
encontraba una Maca que no había visto nunca, acostumbrada como
estaba a sus trajes hechos a medida o de alta costura u otra
indumentaria que le aportaba esa elegancia de la que hacía gala. Pero
en esos instantes, la vio con unos vaqueros tan desgastados que se
podían distinguir fácilmente varios agujeros, y una camisa blanca de
hombre que le iba varias tallas grande.

-¿No tenías nada más viejo para ponerte? –se interesó su padre con
sarcasmo.

-No, y mira que lo he buscado, ¿eh? –contestó Maca con indiferencia,


mientras se sentaba en la mesa junto a su hermano, que intentaba
aguantarse la risa sin mucho éxito -¿por qué te creías que tardaba
tanto? Estaba buscando las cosas más viejas de la casa. De hecho, las
bragas son de la abuela…

Contra todo pronóstico, ante ese comentario impertinente por parte de


su hija, Pedro Wilson se limitó a esbozar una sonrisa, para a
continuación, bajar la cabeza de nuevo hacia su plato y seguir pelando
las gambas.

-Como se nota que eres su preferida –le susurró Jero –le llego a decir yo
esto y me cruza la cara de un guantazo.

El resto de la cena fue amena, sin ningún otro incidente destacable, por
lo que algo más de media hora más tarde, los más jóvenes habían ya
terminado de comer, y sólo faltaba el señor Wilson quien, desde su
jubilación, se tomaba un tiempo excesivo en degustar la comida.

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-Podéis iros ya –les dijo al percatarse de que nadie se atrevía a


levantarse de la mesa hasta que él hubiera acabado –no vaya ser que
lleguéis tarde y os hayan cerrado –añadió en tono burlón.

-Pues sí, será lo mejor –soltó Maca levantándose, dando la señal para
que el resto la imitaran –vamos a ver, Jero, Guille y Sergio, vosotros vais
a la cocina y cogéis todo lo que necesitemos; Anna y Kath lleváis las
antorchas y los altavoces y, nosotras tres cogemos el resto.

-¿Por qué ellas tienen que llevar una mierda de altavoces y cuatro
antorchas, mientras nosotros tenemos que coger como seis bolsas
repletas de botellas y comida? –se quejó Jero.

-Pues porque una está embarazada y porque la otra es tan patosa que
seguro que se caería por las escaleras y rompería lo que llevase –
contestó Maca sin más, recibiendo un fuerte palo en el brazo por parte
de su cuñada, ofendida por la observación.

La bajada a la playa fue un trayecto realmente difícil para todos, puesto


que las escaleras no eran precisamente nuevas, por ello los escalones
estaban desgastados y eran desiguales. Además, el camino estaba mal
iluminado, y no tenían manos suficientes como para alumbrar con una
linterna, ya que todos iban cargados con toda la cantidad de cosas que
resultó ser excesiva; y debido a ello, invertían demasiado tiempo cada
vez que daban un paso. Fue a Maca a quien le tocó ser la primera de la
pequeña comitiva, así que también fue la primera en poner los pies
sobre la arena.

-¡Venga! ¿A qué estáis esperando? ¡Qué tampoco es para tanto! –les


gritó al resto, que con pasos lentos y la mirada fija en el suelo,
descendían por las escaleras.

-La voy a matar, juro que si salgo de aquí la mato –murmuró Anna con
enfado, aun sin levantar la vista de sus pies –es que como soy tan
patosa, quizás si voy más rápido me caigo… Y claro, sería un detalle
muy feo para los que están delante de mí –añadió alzando la voz lo
suficiente como para que su amiga la escuchase.

-Quien se pica ajos come, ¿lo sabías Annita? –soltó Maca con tono
burlón.

-Ahora sí que la mato… -repitió la veterinaria, mientras Guille y Claudia,


detrás de ella, intentaban aguantar la risa para no ser ellos las víctimas
de su creciente enfado.

Fue Esther la segunda en pisar “tierra firme”, y lo primero que hizo fue

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desprenderse, no de la forma más delicada, de aquellas mochilas que le


estaban destrozando los hombros. Debido al gesto, Maca le dirigió una
mirada algo reprobatoria, que fue respondida por otra retadora por su
parte.

-No hay nada que pueda romperse, tranquila –comentó la abogada a la


vez que observaba aquella empinada escalera, congratulándose por la
hazaña conseguida.

-No lo ha hecho tan mal, señora letrada –comentó Maca.

-Y usted, señora doctora, no lo ha hecho tan bien como debería,


teniendo en cuenta que ha pasado aquí todos los veranos de su niñez –
observó Esther con una sonrisa.

-Touché –soltó Maca fingiendo gesto de dolor, mientras se tocaba el


corazón con una mano para aumentar el efecto dramático de la
situación.

Al mismo tiempo que aquella conversación se desarrollaba, el resto


alcanzaron la arena, algo de lo que ellas no se percataron debido a lo
concentradas que estaban en tirarse puyas.

-¿Pensáis venir aquí o seguiréis haciendo chorradas durante mucho más


tiempo? –les gritó Claudia desde el centro de la playa, extendiendo
varias toallas en la arena.

Las palabras de la cardióloga surtieron el efecto deseado, así que ambas


se acercaron a ellos para acabar de ayudar en lo que estaban haciendo.
El resultado no fue otro que una escena algo bucólica: todos
permanecían sentados formando un círculo casi perfecto encima de las
toallas que Claudia se había encargado de desplegar; alrededor de ellos,
habían puesto varias antorchas de aceite cuyas llamas parecían bailar al
son de la suave brisa, que también avivaba las olas del mar, que
provocaban un relajante sonido al llegar a la orilla.

-Esto es precioso –opinó Kath mirando embobada al cielo, donde se


podían distinguir fácilmente las estrellas.

-¿Jugamos a las cartas? –propuso Claudia extrayendo una baraja de su


bolso, mientras subía y bajaba las cejas como si estuviera ofreciendo un
planazo imposible de ser rechazado.

-¡Me niego! –exclamó Anna -¿de dónde las has sacado? Antes he
buscado por entre todas tus cosas y no he encontrado ninguna maldita
baraja…

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-Cielo, esto es porque lo llevaba dentro de una funda en el bolso –


contestó la cardióloga orgullosa por haber conseguido engañar a su
amiga.

-¿Qué pasa? –se interesó Sergio, que como su mujer y su hermana, no


entendía a qué se debía tanto alboroto por una simple baraja de cartas.

-Anna tiene una suerte terrible jugando a las cartas. Bueno, de hecho,
tiene mala suerte en casi todos los juegos de sobremesa… -explicó Jero.

-Vamos a ver, el problema no es que tenga mala suerte, es que es


realmente mala –intervino Maca –y claro como tiene mal perder…

-Mira, bonita, aquí la única que tiene mal perder eres tú. El problema son
vuestras estúpidas reglas –la cortó su cuñada –veréis, juguemos al juego
que juguemos, sólo hay una regla que no cambia, y es que el que pierda
le toca hacer una acción que los otros le digan. Bueno, a no ser que
juguemos al streap poker, claro…

A medida que aquella explicación se iba desarrollando, la cara de Esther


había ido empalideciendo gradualmente, puesto que las imágenes que
horas antes habían invadido su mente ahora volvían a ella, pero en
aquel momento con una razón explicable.

-Venga, no seas aguafiestas –intervino Maca –ya sabes lo que dicen:


afortunado en el juego, desgraciado en amores.

-Eres insportable –soltó su cuñada.

-No entiendo porque todo el mundo me dice lo mismo… -contestó ella


dirigiendo una fugaz mirada a Esther, que enrojeció, dándose por
aludida.

Finalmente, tras varios minutos de discusión en los que todos daban su


opinión de lo que se debía hacer, decidieron utilizar el método
democrático. Como era previsible, la opción ganadora fue la apoyada
por Maca, Claudia, Guille, Jero y Sergio; por lo que las otras tres tuvieron
que resignarse y ceder.

-¿Y no sería mucho mejor charlar tranquilamente? –intentó convencerles


Anna, quemando el último cartucho.

Las miradas de sus amigos y marido, sustituyeron cualquier posible


respuesta, por lo que a la veterinaria no le quedó otro remedio que
recoger las cartas que Sergio ya le había repartido. Como siempre, todos
estaban atentos a su reacción al mirarlas, y por ello, todos rompieron en

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carcajadas al ver su cara desencajada que era un signo más que


evidente de que sus cartas eran realmente malas. Por suerte para ella,
no obstante, aquella partida era de prueba, ya que la utilizaron para
enseñarle a Kath como se jugaba.

-Tío, no he conocido a nadie que mezcle las cartas tan mal como tú –le
espetó Maca a Guille, tras unas cuantas partidas, cuando el contenido de
las botellas empezaba a descender de forma alarmante.

-Pues ya sabes, la próxima vez lo haces tú –contestó él.

-Joder, es verdad. ¿Por qué seguimos dejando que lo haga? –se lamentó
Claudia -¿cómo las tienes tú, Anna?

-¿Es broma? ¿Cómo quieres que las tenga? –repuso esta con un gesto
mezcla de pena y de resignación.

No obstante, unos cinco minutos más tarde, tras librarse una tras otra
de sus cartas, ante la mirada estupefacta mirada del resto; la veterinaria
soltó un grito de júbilo acompañado de varios movimientos
estrambóticos con los brazos.

-¡Y tres ases! ¡Ja! ¡He ganado! ¿Qué decís a eso, eh? –exclamó con voz
triunfal, mostrando a todos las tres cartas de la victoria.

-Joder –murmuró Maca mirando el montón de cartas que apenas podía


sujetar en sus manos y que parecía imposible de ser reducido.

Como había sido previsible desde el comienzo de la partida, fue Maca la


que perdió, por lo que tuvo que alejarse algunos metros mientras el
resto se acercaban, formando un círculo para decidir lo que debería
hacer la médico.

-Ahora me las va a pagar todas juntas… -susurró Anna con una sonrisa
un tanto cruel -¿cómo puede decir que soy patosa? Esto ya es lo último
que me faltaba por oír…

-Tía, cálmate un poco, ¿no? Que tampoco ha sido para tanto –le dijo
Claudia algo asustada por el comportamiento de su amiga –a ver, ¿qué
hacemos?

-Yo tengo una idea, a ver qué os parece… -contestó la veterinaria


sonriendo ampliamente.

Algunos minutos más tarde, después de que Maca hubiese podido


distinguir como todos parecían moverse nerviosos, algunos con

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emoción, y los otros dubitativos; deshicieron el círculo y volviendo a sus


posiciones, la llamaron para que se acercara. Por ello, apagó el cigarrillo
que tenía entre las manos, y se dirigió hacia ellos haciendo gala de la
seguridad en sí misma que tanto la caracterizaba.

-¿Asustada? –quiso saber Claudia mirándola con algo de compasión.

-En absoluto –contestó ella con firmeza, sentándose a su lado -¿qué


tengo que hacer?

-Debes bañarte en el mar –anunció Anna –desnuda.

-¿Qué? –se escandalizó Maca -¡ah, no! Ni de coña, vamos. No lo pienso


hacer, pedidme que suba y baje cinco veces las escaleras, pero no
pienso desnudarme.

-Pero si todos te hemos visto ya… -observó Guille intentando quitar


hierro al asunto.

-Sí, el problema es que todavía no llevo la suficiente cantidad en alcohol


en vena como para hacerlo… -se justificó la médico.

-La verdad es que no entiendo como puede darte tanta vergüenza –


observó Esther, recordando lo tranquila que se había quedado cuando se
la encontró en la ducha.

-Que tenga una vida sexualmente activa, no significa que sea


exhibicionista –contestó ella –la exhibicionista de la familia es Claudia,
no yo…

-¿Qué pasa? Estoy orgullosa de mis atributos… Tienes que hacerlo Maca,
son las reglas. A todos nos ha tocado hacer cosas que no queríamos
hacer… -le dijo la cardióloga.

Finalmente, Maca accedió a cumplir con lo que le habían ordenado, así


que con paso lento aunque decidido, se acercó a la orilla mientras el
resto la observaban divertidos sin levantarse. Despacio, se desprendió
de los vaqueros y la camisa, quedando sólo con un bikini cubriendo su
cuerpo. En ese instante, se giró hacia ellos.

-Tengo que bañarme desnuda, ¿no? –se aseguró antes de meterse en el


agua.

-Sí –contestaron algunos de ellos.

Ante aquella respuesta, esbozó una enigmática sonrisa y, con decisión

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se zambulló en aquellas aguas negras aunque relucientes, bajo las


cuales permaneció algunos segundos. A pesar de la oscuridad de la
noche, pudo distinguir algunas rocas que estaban debajo de ella,
sobretodo gracias a lo cristalina que era siempre el agua en aquella
zona.

-¿Qué haces? –le preguntaron algunos, alzando sus voces cuando por fin,
salió a la superficie.

-Nada, bañarme desnuda –contestó alzando uno de sus brazos


mostrando las dos piezas del bikini.

-Será cabrona… -exclamó Claudia con una carcajada -¿cómo está?

-¡Fantástica! –contestó ella.

La cardióloga y Guille no tardaron ni un segundo en cruzar sus miradas


y, como si de una señal se tratara, ambos se levantaron como un resorte
y corrieron hacia la orilla, donde Maca permanecía nadando
tranquilamente. Los dos entraron en el agua de forma brusca,
salpicándose recíprocamente y haciéndose aguadillas.

-A mí ni os acerquéis, ¿eh? –les advirtió Maca al ver que empezaban a


nadar hacia ella.

-¿Y qué harás? ¿Atizarnos con el bikini? –se interesó Claudia con una
sonrisa burlona.

-Pues sí, y te advierto de las bolitas estas que llevan al final de las tiras
duelen –contestó ella nadando en dirección contraria -¡Jero, no! –le gritó
a su hermano al verlo aparecer enfrente de ella, pero ya fue demasiado
tarde, puesto que él ya se había abalanzado sobre ella.

Pronto, Sergio con Esther en brazos, pataleando y chillando para que la


bajara; también se metieron en el agua, participando en la lucha de
aguadillas que los otros cuatro habían empezado ya.

-¿Habéis visto mi bikini? –preguntó de repente Maca, cuando los otros


empezaban a salir.

-¿Te refieres a este? –quiso saber Claudia ya desde la orilla alzando


aquellas dos piezas de color naranja.

-¡Devuélvemelo! –le ordenó ella –y tú, deja los pantalones ahora mismo –
añadió dirigiéndose a su hermano.

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-No seas quejica, anda que te hemos dejado la camisa –contestó Jero
ignorando su orden y alejándose de ella.

Pronto se dio cuenta de que nadie tenía la más mínima intención de


devolverle sus prendas, así que aprovechó un momento en el que todos
parecían distraídos charlando, para salir a toda prisa del agua y ponerse
aquella camisa que, por suerte, le llegaba hasta medio muslo.

-Si sigues estirándola tanto se romperá –opinó Anna al verla llegar


andando con rapidez, con los brazos completamente estirados, tirando
de la camisa hacia abajo para que no se subiera más de la cuenta –
toma, tu bikini.

-Gracias –refunfuñó ella mientras se ponía la braguita, obviando la parte


de arriba –no soporto que se me moje la camisa –le explicó a Esther,
quien le había dedicado una mirada interrogativa.

Después de aquel breve descanso, decidieron jugar un par de partidas


más, cediendo ante la insistencia de Anna, que estaba empeñada en
que estaba en racha y tenía que aprovechar el momento. Y aquello
parecía, puesto que aun sin ganar ninguna de las dos partidas
siguientes, no perdió ninguna, algo que realmente sorprendió a todos.

-Mierda –murmuró Esther cuando Guille dejó su última carta encima del
montón.

-Tranquila hermanita, que seremos buenos… -la consoló Sergio, dándole


un par de palmaditas en la espalda a modo de apoyo.

Como ya habían hecho todos anteriormente, la abogada se alejó de


ellos, para sentarse en la misma roca en la que apenas media hora antes
también había estado Maca. Parecía que con ella no conseguían ponerse
de acuerdo, así que la cosa se estaba alargando más que con el resto.
Se sorprendió al ver como Maca se levantaba y se dirigía hacia el
barreño repleto que horas atrás había estado repleto de hielo, y ahora
estaba cubierto por agua, en el que habían metido las botellas para que
permanecieran frías.

-Creo que he dado con una idea con la que todos estaréis de acuerdo
-susurró Claudia dibujando una amplia sonrisa, que provocó la emoción
del resto.

Aun Esther desde la lejanía pudo escuchar los murmullos de excitación


que provenían de aquel pequeño círculo. No sabía por qué, pero no le
dieron muy buena espina, sobretodo cuando algunos de ellos, giraron
sus cabezas en su dirección para mirarla y esbozaron una sonrisilla

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nerviosa. Realmente aquéllo tenía muy mala pinta. En aquel momento,


sin razón lógica alguna, la palma de sus manos empezaron a
humedecerse, como síntoma del nerviosismo que empezaba a
apoderarse de ella.

-Pero si es un juego –intentó convencerse a ella misma –ya, pero como


me hagan desnudar como a Maca, me muero de vergüenza… -se
autocontestó –genial, y ahora hablo sola…

En un intento de distraerse, palpó por encima de los bolsillos del


pantalón en busca del paquete de tabaco, búsqueda que obviamente,
fue del todo infructuosa: se lo había olvidado encima de la toalla en la
que estaba sentada. Concentrada como estaba no se percató de que
alguien se acercaba a ella, y no fue hasta que la tuvo prácticamente a su
lado, que notó su presencia. Al hacerlo, levantó su mirada de sus
pantalones, donde hasta el momento había estado, y se sorprendió al
ver a Macarena con gesto sereno aunque serio, con dos vasos en sendas
manos, mientras la observaba en silencio.

-¿Qué haces aquí? –le preguntó de forma un tanto brusca, aunque


realmente esa no había sido su intención.

-Quedaría muy bien contestando que me dabas pena aquí sola y que he
decidido venir a hacerte compañía, pero no estaría diciéndote la
verdad… -contestó la médico sin cambiar su rostros serio.

-¿Y cuál es la verdad? –insistió Esther.

-Bueno, supongo que la acción que te hagan hacer tendrá que ver
conmigo, serían idiotas si no lo aprovecharan… Y como no quiero que
pienses que tengo algo que ver con eso, he decidido escabullirme y
venir contigo –explicó Maca como si fuera una total obviedad.

-¿Y además de tu egocentrismo, qué es lo que te hace pensar que lo que


sea que tenga que hacer, te incluye a ti? –se interesó la abogada.

-Sería lo que yo haría: desde luego, es lo que más te fastidiaría. Por ello,
tú te pondrías nerviosa, yo estaría tensa y, por lo tanto la escena sería
de lo más suculenta para todos ellos –contestó Maca –pero bueno, eso
no será hasta dentro de unos cinco minutos más, cuando den con la
acción más apropiada, y todos tengan que convencer a Anna y Kath
quienes dirán que les parece un tanto cruel, y se negarán al principio
pero acabarán cediendo.

En ese preciso instante, Esther reparó en lo extraño que le parecía que


Maca llevase dos vasos. La explicación más lógica era, sin duda, que uno

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de ellos era para ella, y obviamente era aquel del que Maca no había
bebido. La médico, al percatarse de que estaba mirando sus manos,
supuso que estaba librando una batalla interna, decidiendo si tenía que
preguntarle si la bebida era para ella o no. Aquello la hizo sonreír para
sus adentros, puesto que no podía evitar sorprenderse ante lo absurdo
que era el comportamiento de Esther a veces. Fueron el frío que
empezaba a notar en las yemas de sus dedos, y especialmente las
ganas de fumarse un cigarrillo, los que la empujaron a tenderle el vaso a
la abogada, que lo cogió tratando que sus manos no se rozaran.

-A pesar de que beba bastante, no suelo ir siempre con dos copas,


¿sabes? –no pudo evitar decirle a la abogada.

-Contigo nunca se sabe –contestó ella, percatándose en ese momento de


lo ridículo de la situación -¿puedes darme un cigarrillo? –le pidió al ver
que se encendía uno.

Maca no contestó tácitamente, sino que se limitó a tenderle la cajetilla


en silencio, para que lo cogiera ella misma. Tras aquello, ambas
permanecieron calladas, una al lado de la otra, apoyadas en la misma
roca y mirando hacia el mismo lugar: el corrillo que habían formado sus
amigos. De vez en cuando, alguna de ellas le daba un trago a su vaso, y
hacía algunos segundos que Esther había apagado su colilla, lo que
significaba que los cinco minutos que había calculado Maca, ya habían
transcurrido por lo que la decisión se estaba alargando demasiado.

-Me parece cruel lo que estamos haciendo –susurró Anna al resto,


mirando de forma disimulada a las dos mujeres, que seguían en silencio.

-Pues bien que hace media hora te has cebado con Maca –rebatió
Claudia.

-Ya, pero lo de antes era por venganza, ahora ya es cebarse con ella… Y
más si alargamos la espera para que estén ellas dos ahí solas –contestó
la veterinaria.

-Pero si se las ve de lo más divertidas –le dijo Jero en tono burlón.

Algunos metros más allá, la situación era la misma que hacía unos
minutos. La médico sabía que sus amigos estaban alargando aquello
aposta, con la única intención de hacerlas permanecer juntas, y ver cuál
era su comportamiento. Esbozó una sonrisa irónica al pensar que no
eran más que un experimento para ellos, y que seguramente el próximo
paso sería meterlas dentro de una jaula.

-¿Puedo hacerte una pregunta? –inquirió Esther de repente, girando su

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cabeza para mirarla.

-Claro –contestó Maca –soy un libro abierto.

-¿Por qué te importa que yo pueda pensar que tú tienes algo que ver con
lo que estén hablando?

-Sean los que sean, ya tienes suficientes motivos como para echarme en
cara todo lo que hago. Simplemente, no quiero darte otro –explicó la
médico, encogiéndose de hombros –ahora que lo pienso, es una tontería,
porque siempre encontrarás una explicación razonable para estar en
desacuerdo con todas mis acciones pero…

-Maca, yo… -empezó Esther intentando ofrecer una excusa creíble a


esas palabras.

-¡Ya está! –gritó Anna lo suficientemente alto como para que la oyeran,
recibiendo una mirada recriminatoria del resto.

Con paso lento, ambas mujeres se acercaron a ellos, que las miraban
con una sonrisa divertida deseando desvelarles la acción a hacer. El
nerviosismo de Esther causado por el juego había desaparecido, siendo
sustituido por una sensación de congoja al pensar que su
comportamiento con Maca había sido erróneo e injustificado, puesto que
ella había demostrado que en el fondo era buena persona, no
merecedora de aquello. Cuando apenas faltaban unos metros para
darles alcance, notó como una mano agarraba con seguridad su
muñeca, haciendo que detuviera sus pasos. Se volvió para pedir una
explicación del gesto, pero nada más girarse se sorprendió al ver el
rostro de Maca demasiado cerca al suyo, y el desconcierto fue todavía
mayor al notar sus labios sobre los suyos. Las seis personas que ejercían
de público, observaban asombradas como Maca había rodeado con
seguridad la cintura de Esther, y la besaba con fuerza, mientras la otra
parecía no ofrecer ningún tipo de objeción. De hecho, la abogada se
encontraba tan sorprendida que ni siquiera había tenido tiempo para
entender lo que estaba sucediendo, y sólo era consciente de que en
aquellos precisos instantes una lengua estaba abriéndose paso en su
boca, una lengua que, todo sea dicho de paso, se movía a las mil
maravillas. Pero tal y como empezó, el beso acabó, es decir, la cirujana
se separó y con una sonrisa radiante se giró hacia su público.

-Bueno, ya está, ¿no? –soltó como si nada hubiese pasado.

Ante esa afirmación sólo hubo silencio que, tras apenas unos segundos,
fue quebrantado por varias carcajadas, y algunos cuerpos retorciéndose

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de risa en la arena. Cuatro rostros eran inundados por lágrimas que no


podían ser paradas, y los dueños de éstos, se agarraban fuertemente de
la tripa, incapaces de controlar el dolor que empezaba a surgir debido a
los espasmos causados por el fuerte ataque de risa. Mientras, Kath y
Anna se habían tapado el rostro, queriendo esconder o quizás disimular
las carcajadas que luchaban por salir, sin todavía creerse la gran
metedura de pata de Maca.

-No… no era eso –intentó decir Claudia, a pesar de no poder parar de


reír.

-¡Y nosotros creyendo que hacerlas besarse era demasiado! –exclamó


Guille en el mismo estado que su amiga.

Aquel ataque de risa que había invadido sus cuerpos y, que parecía
imparable por al menos, unos cuantos minutos más, resultó sí serlo,
puesto que toda risa fue cortada de repente por un sonido seco. Maca se
llevó una mano a la mejilla que había sido la víctima de la bofetada
recibida, para a continuación, dirigir su confusa mirada hacia una Esther
con ojos centelleantes de enfado, que acariciaba la palma de su mano
derecha, sin duda dolorida por el impacto.

-¿Pero qué coño haces? –le preguntó la cirujana sin entender a qué venía
aquello.

-¿Que qué…? ¿Pero tú quién te has creído que eres? –gritó Esther
deseando repetir el gesto -¿a ti te parece normal lo que has hecho?

-Yo… Mira, creía que ellos querían que nos besáramos… Y bueno, sabía
que tú te negarías y que estaríamos hasta las tantas intentando
convencerte, así que he pensado que si te pillaba desprevenida sería
menos embarazoso –se explicó la cirujana, dando un paso hacia atrás
por miedo a recibir otra bofetada.

Esther se limitó a dedicarle una mirada fulminante, seguramente la más


cargada de rabia que le había dedicado a la médico; para a
continuación, llegar finalmente a la altura del resto y sentarse de forma
brusca. A pesar de saber que la abogada esperaba que alguien hablase,
todos se mantuvieron en silencio, intentando escaquearse y que hablase
otro.

-¿Es que nadie va a abrir la boca? –soltó ella empezando a perder la


paciencia.

-Esto no le va a gustar nada… -le susurró Claudia a un Guille que se


había escondido detrás de ella, para quedar fuera del campo de visión

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de la abogada.

-Tienes que darle un masaje de diez minutos a Maca –dijo Sergio de


carrerilla– ¡pero yo no he tenido la idea! –se apresuró a añadir al ver el
gesto de hastío de Esther.

-¡Ah, no! Me niego –intervino Maca –lo mínimo que puede hacerme es
arrancarme la piel de la espalda de un mordisco…

-Son las normas, Macarena –contestó Jero con una sonrisa.

-Pues vamos allá. Cuando antes empecemos, antes acabaremos –dijo


Esther con decisión, sorprendiendo a todos los presentes.

-Pero con cuidado, ¿eh? –le advirtió la médico sin acabar de tenerlas
todas consigo, mientras se tumbaba bocabajo en una de las toallas.

Al ver como Esther se sentaba a horcajadas encima de los muslos de


Maca, justo debajo de su trasero, para disponerse a empezar con el
famoso masaje, los seis se miraron serios unos a otros, como si tuvieran
que decir algo más y ninguno de ellos se atreviese.

-Eh… Veréis, el masaje tiene que darse sin la camisa… -apuntó Guille
con algo de miedo en su voz.

-¡Sí, y haciendo el pino! –soltó Maca, pensando que les estaba tomando
el pelo- ¿no es broma?

-Estás bocabajo, nadie te ve; así que rapidito que quiero acabar con
esto… -le espetó Esther cansada de darle vueltas al asunto.

Sabiendo que, en aquellos momentos, era Esther quien tenía la sartén


por el mango, decidió que lo mejor era hacerle caso sin rechistar. Por
ello, sin decir una palabra más, se desabrochó los botones de la camisa
con prisas y, con un rápido movimiento se desprendió de ella, dejándola
bajo su cabeza a modo de almohada.

-Y la cuenta atrás empieza… ¡Ya! –dijo Jero activando el cronómetro de


su reloj, que les serviría para calcular los diez minutos que debía durar el
masaje.

Como se cansaron muy rápido de observar el gesto serio de ambas, y


hasta el momento, el masaje era de lo más normal y corriente; pronto
empezaron a hablar entre ellos, por lo que ellas se quedaron algo
rezagadas de las conversaciones que fueron surgiendo.

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-Se te da bien –susurró Maca con los ojos cerrados, totalmente relajada.

-Tengo una amiga fisioterapeuta y me enseñó –contestó Esther


secamente -¿cómo te has hecho esto? –no pudo evitar preguntarle,
movida por la curiosidad, al verle un par de pequeñas marcas algo más
arriba de los omoplatos.

-¿El qué? –dijo Maca sin saber a qué se refería, tocando aquella parte de
su espalda, para identificarlo -¡ah! Bueno, digamos que la fogosidad no
siempre es buena… ¿Te molesta?

-¿Por qué debería hacerlo? –quiso saber Esther ejerciendo más fuerza de
la necesaria en el cuerpo de Maca.

-¡Ay! Vale, me ha quedado claro, no hacía falta que me destrozases la


espalda para que me lo creyera… -se quejó la doctora.

-Pues la próxima vez, piénsatelo mejor antes de hablar… -soltó la


abogada.

La fiesta no duró mucho más, puesto que el cansancio hacía rato que
había hecho mella en todos, así que decidieron no alargarlo más y
volvieron a casa, ahora mucho menos cargados, puesto que algunas de
las cosas pudieron tirarlas en las papeleras de la cala. Ya en su cama,
Esther intentaba, en vano, borrar de su mente aquella piel que hacía
poco más de una hora se había visto obligada a acariciar durante un
buen rato. Todavía podía notar en las yemas de los dedos la suavidad
que desprendía, su tono moreno iluminado por la luz de la luna y la
sensación que había producido en ella, el notar los escalofríos de Maca a
causa de algunos de sus propios gestos. Regañándose a sí misma por
esos pensamientos, se giró con brusquedad, quedando así de cara a la
ventana. El que pudiera ver el cielo estrellado, le informó de que había
olvidado de cerrar las contraventanas lo que provocaría que pocas horas
más tarde, la habitación se llenase de luz; así que con fastidio, se
levantó para ir a cerrarlas. Su habitación daba al jardín trasero de la
casa y, por lo tanto, tenía unas vistas preciosas del mar. Debido a ello,
no pudo evitar quedarse algunos instantes embobada admirando el
paisaje nocturno que tenía enfrente de ella, pero algo no cuadraba en
ellas: tumbada en una de las hamacas del jardín, pudo distinguir una
figura que, a juzgar del humo que salía por su boca, se encontraba
fumando; aquella persona, estaba acompañada por un perro que, a
pesar de la distancia, podía apreciarse estaba siendo acariciado por la
persona en cuestión.

La figura, como si hubiese notado la mirada de alguien clavada en ella,

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se giró hacia la casa y, aunque Esther no lo viese, esbozó una sonrisa de


satisfacción al verla asomada a la ventana. No lo dudó mucho, así que
sin cortarse un pelo le hizo un gesto con el brazo invitándola a unirse a
ella, aunque con pocas esperanzas a que realmente lo hiciera.

Al ver la señal que le hacía aquel misterioso personaje, se supo


descubierta. Por lo que, como acto reflejo, se apresuró a cerrar de una
vez las malditas contraventanas que la habían hecho levantarse de la
cómoda cama, y de un salto se metió en ella. Al fin, la imagen de Maca
tumbada debajo de ella había dejado de repetirse en su mente; pero el
problema es que lo había hecho siendo sustituida por otra que le
provocaba el mismo estado nervioso: aquel gesto de invitación.

Sin ser consciente de lo que realmente se disponía a hacer, y sin pensar


en lo irresponsable e imprudente que podía llegar a ser su actitud, se
dirigió al jardín trasero sin ni siquiera cambiarse de ropa, para unirse a
aquella persona de la que desconocía su identidad. No fue hasta que
estuvo a escasos metros de distancia de la misteriosa persona que no
logró identificarla, y en ese momento estuvo realmente tentada a volver
a su cama.

-Pensé que al final no bajarías… -comentó Maca al notar su presencia,


todavía tumbada en la hamaca de espaldas a ella.

-No podía dormir, y tampoco tenía nada mejor que hacer, así que…
-contestó Esther sentándose a su lado -¿qué le pasa a este perro? –le
preguntó al notar como el animal intentaba lamerle la mano, en busca
de atención.

-Sólo quiere cariño. Esto es lo que buscamos todos los seres vivos, ¿no?
–contestó encogiéndose de hombros- ¿A qué sí, bicho? –añadió
dirigiéndose al perro, mientras le acariciaba la cabeza, que ahora
reposaba en sus piernas.

-¿Así que es eso lo que buscabas en tu larga lista de conquistas? Vaya


Wilson, eres decepcionante… -observó la abogada.

-¿Y qué se supone que debería querer de mis conquistas para ser
interesante?- le preguntó Maca, siguiéndole el juego.

-No sé, pero te va más el interés único y exclusivo de saciar tu apetito


sexual…- le espetó Esther.

-¿Me estás llamando salida? –quiso saber la médico con fingida


indignación.

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-Sí, eso creo –se limitó a contestar ella.

-Vaya, me entristece la concepción que tienes de mí… -exclamó con el


mismo tono melodramático.

-Es la que te has ganado…-soltó Esther -¿qué haces despierta a estas


horas?

-Suelo tener insomnio y en verano se agrava. Y como no hay cosa que


me ponga más nerviosa que dar vueltas en la cama sin poder dormir, he
decidido bajar a aquí –le explicó Maca.

-¿Tu conciencia no te deja dormir por los remordimientos?

-Bueno, quedaría más interesante y seguro que te gustaría mucho más


si te contestara que sí, pero es algo que me sucede desde pequeña. De
hecho, es la herencia materna que me ha tocado… ¿Y tú, qué haces
aquí? –le devolvió la pregunta Maca.

-Creo recordar que tú me has invitado, pero antes de esto yo tampoco


podía dormir. Y para que no tengas que preguntar, si estaba en la
ventana no era para espiarte, sino porque me había olvidado la
contraventana abierta –se explicó Esther.

-¿Siempre das tantas explicaciones por todo? –quiso saber Maca –¿o
como no dices la verdad sientes la necesidad de parecer más creíble?

-¿Qué quieres decir con esto? –preguntó Esther, confundida por lo que
acababa de escuchar.

-No sé… Pero me da la sensación que, si es cierto lo de que no podías


dormir, era por alguna razón que quieres ocultar… ¿Algún pensamiento
obsceno que no querías tener? –le preguntó de forma suspicaz con los
ojos entrecerrados, aunque sin saber que lo que estaba diciendo era
totalmente cierto.

-¡Me has pillado! –exclamó la abogada con ironía –llevo varios días
pensando en ti y en ese cuerpo de escándalo que insistes en pasarme
por la cara una y otra vez… ¿Contenta con la respuesta?

-Muchísimo, no te imaginas cuanto –contestó Maca con una sonrisa


pícara –pero creo que te has olvidado de ese beso por el que sigues
temblando de emoción…

-Eres insoportable –le espetó ella, levantándose de la hamaca con la


intención de volver a entrar en la casa.

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No obstante, su objetivo se vio truncado muy pronto, puesto que el


animal no dejaba de cruzarse en sus pasos, impidiéndole avanzar sin
tener que esquivarlo. Cansada de ese juego estúpido, se detuvo para
observar qué hacía el perro a continuación, pero éste se limitó a imitarla,
mirándola en busca de atención.

-Eres tan insoportablemente insistente como tu dueña –le susurró antes


de arrodillarse a su lado para acariciar su lomo, ante lo que Bond se
tumbó en el suelo facilitando su tarea –y tienes el mismo morro que
ella…

-Está feo criticar a la gente a sus espaldas –observó la aludida en un


susurro justo detrás de ella.

-Sólo me limito a ser realista…

-Ya, bueno. ¿Sabes? Ahora que has caído ante sus encantos, no dejará de
seguirte… -le explicó con una sonrisa –quizás yo debería insistir tanto
como él…

-¡En serio, eres insoportable! –exclamó con desesperación la abogada,


mientras se levantaba para, ahora sí, entrar en la casa y volver a su
cama.

-Y tú te repites… Al menos podrías cambiar de insulto, ¿no? –contestó


Maca alzando la voz lo suficiente como para que la escuchara, y
sonriendo al distinguir el gesto, algo rudo, que ella le hizo con la mano,
como toda respuesta.

Al día siguiente, cuando Maca se despertó al fin, el sol estaba ya en su


punto más alto del día, por lo que hacía ya rato que en la casa había
renacido la actividad de nuevo. Encarna y Pedro hacía muchas horas que
se habían levantado, y ambos se encontraban en el salón,
resguardándose del calor de aquellas horas, mientras leían el periódico:
uno de economía él y uno generalista ella. Por otro lado, Sergio y Kath se
habían visto obligados a interrumpir su descanso a causa de la
insistencia de la pequeña, que cansada de mirar los dibujos de la
televisión sola, reclamó su atención hasta conseguirla. La médico no se
sorprendió al encontrarse a su hermano, todavía en pijama, sentado en
la mesa del porche desayunando, a pesar de que apenas faltasen unas
horas para que Carmen los llamase para comer.

-Buenos días, marmota –la saludó él dándole un gran mordisco a un


croissant al que apenas le faltaban pocos centímetros para ser engullido
del todo -¿quieres café?

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-Sí, por favor. Y pásame uno de chocolate –contestó Maca comiéndose


con la mirada una de aquellas piezas de bollería -¿y Anna, Guille y
Claudia?

-Mi querida mujer se ha despertado hace horas y se ha ido a montar… Y


los otros dos han bajado a la playa -le explicó él sin apartar su mirada de
la revista de arquitectura que estaba leyendo con concentración.

-Bueno, supongo que es lo que hace la necesidad de no tener lo que


quieres en casa… Después se tiene que buscar fuera –soltó ella con una
sonrisa burlona, comentario por el que recibió el impacto del trozo de
croissant que instantes antes tenía Jero en la mano.

-Ya te gustaría a ti dejarlas la mitad de satisfechas que yo…

Tras la asombrosamente aguda contestación de Jerónimo, ninguno de los


dos dijo una palabra más, una atareada en su desayuno y el otro
concentrado en aquella publicación que tan interesante parecía, puesto
que no dejaba de apuntar cosas en un pequeño bloc que permanecía a
su lado, y de doblar la esquina superior de algunas hojas. Así los
encontraron Pedro y Encarna, quienes una vez finalizada su lectura de la
actualidad, decidieron salir a tomar un poco el aire.

-Vaya, veo que la única que queda por despertarse es la dormilona de mi


hija –observó la mujer.

-Anoche le costó dormirse –la informó la médico de forma distraída sin


ser consciente de la interpretación errónea a la que podían conducir sus
palabras –yo tampoco podía, y nos encontramos en el jardín –les explicó
al percatarse de las miradas asombradas que le dedicaron los otros tres.

-¿Te importaría mucho ir a despertarla? Porque a este paso dormirá tres


horas más… -le pidió ella.

-Eh… No se ofenda, Encarna… Bueno, y tú tampoco, hermanita; pero no


creo que a Esther le haga mucha ilusión que sea Maca la primera cosa
que vea de un nuevo día… -intervino Jero con una sonrisa inocente.

-Ya, bueno. Quizás tengas razón… Además, todavía no tenéis la


suficiente confianza para esto, así que lo mejor será que vaya yo –se
apresuró a decir la mujer antes de levantarse del sillón para subir a la
planta de arriba.

Tras la salida de Encarna, el silencio volvió a apoderarse del ambiente,


puesto que los dos hermanos habían vuelto a sus quehaceres y Pedro
permanecía en silencio observando el mar que brillaba a causa de los

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rayos que el sol proyectaba sobre él.

-¿No tienes dinero para un pijama, hija? –preguntó finalmente, incapaz


de aguantarse las ganas de decirlo por más tiempo. Refiriéndose a
aquella vieja camiseta imperio blanca que la cirujano había conjuntado
con unos bóxers anchos a cuadros –porque la última vez que revisé tu
sueldo pensé que no podías quejarte.

-Y no lo hago, padre –contestó ella sin darle importancia –lo que pasa es
que como el calor no me dejaba dormir, he cambiado mi pijama por este
conjunto que tanto te gusta… Y los calzoncillos son unos que tía María le
regaló a Jero pero que a él le iban pequeños.

-De todos modos, seguro que tienes cosas más apropiadas para
pasearte por casa –insistió él, aunque se calló al ver como Encarna, esta
vez acompañada por su hija, volvía al porche.

-Buenos días –les saludó Esther todavía con voz de dormida y los ojos
entrecerrados a causa de lo molesta que le resultaba tanta luz.

-¿Café? –le ofreció Jero con una sonrisa, gesto ante el cual la abogada
asintió con la cabeza –mi querida mujer amante de los animales ha
pensado que sería una buena idea dar un paseo a caballo por la finca al
atardecer.

-Por mí bien –opinó Maca –el problema está en que Kath obviamente no
puede montar a caballo…

-Bueno, puede quedarse conmigo –intervino rápidamente Esther a quien


la idea no le había acabado de entusiasmar.

-De eso nada, hija. Que el paseo debe ser precioso y por algo te
pagamos todas esas clases de hípica –la cortó Encarna avergonzando,
sin pretenderlo, a su hija que tuvo que soportar la sonrisa divertida de
los dos hermanos.

Cuando Maca acabó de desayunar se levantó con la intención de


cambiarse e ir a la playa, para unirse con sus dos amigos. Fue en ese
momento, cuando Esther se percató del atuendo de la médico,
centrando toda su atención en cierto punto de su anatomía que se
transparentaba de forma escandalosa a causa de lo fina que era la tela
de la camiseta. Por suerte, la otra no se dio cuenta de la causa de su
repentino ensimismamiento, por lo que se ahorró otra dosis de ironías y
bromitas que no creía podría soportar.

Hacia las cinco de la tarde, después de que la mayoría se echase la

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siesta, decidieron bajar a la playa, puesto que aunque seguía haciendo


calor, la temperatura ya no era tan sofocante como lo era horas antes.
Hacía ya un buen rato que estaban tostándose bajo aquellos rayos
todavía quemaban la piel, por lo que las escapadas al agua eran
frecuentes para todos, menos para Claudia y Anna quienes parecían
salamandras quemándose al sol. En esos momentos Maca y Elizabeth se
encontraban en el agua jugando a pasarse una pelota, cuando un grito
les llamó la atención: Laia apareció por un estrecho camino que
bordeaba la costa y que unía todas las calas y pueblos marítimos de la
Costa Brava. Se acercó a ellos corriendo y en pocos segundos estaba ya
con Maca y la niña compartiendo sus juegos, aunque al poco tiempo Liz
se cansó de haber dejado de ser el centro de la atención de la médico y
fue junto a sus padres.

Finalmente, Laia fue con ellos a dar el paseo en caballo, algo que
disgustó a partes iguales tanto a Pedro Wilson, a quien nunca le había
gustado la “amistad” de verano que mantenía su hija con aquella chica;
como a Esther, a quien el entusiasmo que Laia mostraba por todo
empezaba a parecerle considerablemente cansino.

Un par de semanas más tarde, Maca se encontraba de nuevo entrando


en la Clínica Wilson, donde todos le hablaron del bonito moreno que
lucía y lo bien que éste le sentaba. Como hacía cada mañana, hizo una
visita a la sala de descanso de los médicos, donde sólo se encontró a
Cruz con gesto cansado y malhumorado. Esta se giró al notar que
alguien entraba y esbozó una sonrisa al ver en otra persona el mismo
rostro que ella.

-Como me digas que me sienta bien el moreno te tiro el café por encima
–soltó Maca a modo de saludo.

-Buenos días a ti también –contestó la otra sin borrar la sonrisa –y sí, mis
vacaciones han ido muy bien, gracias por tu interés.

-Perdona, pero es que entre el peloteo sinsentido de la gente y sólo con


pensar que tendré que tendré que madrugar durante una temporadita
larga… -se disculpó ella acompañando sus palabras con un profundo
suspiro –bueno, me voy al despacho a desesperarme al ver el montón de
cartas que seguro ocupan todo mi escritorio…

La clínica estaba más vacía que de costumbre, puesto que muchos de


los trabajadores les habían tocado de vacaciones la segunda quincena
de agosto, por lo que todavía estaban disfrutando de ellas. Teresa era
una de ellas, puesto que habían decidido que sería ella la que se haría
cargo del papeleo de Maca cuando ésta no estuviera, ya que era la

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persona en la que más confiaba para encargarse de sus cosas. Su


puesto lo cubriría aquellos días Alicia, una chica joven, de unos
veintitantos años, que era una de las secretarias del departamento de
maxilofacial.

Llevaba toda la mañana toda la mañana metida en su despacho, puesto


que, como siempre hacía los primeros días al volver de las vacaciones,
no tenía ninguna visita planeada para así poder concentrarse
exclusivamente en la gestión de los temas que le había quedado
atrasados. A causa de la ausencia de Teresa, ni siquiera se acordó de
comer, por lo que hacia las cuatro de la tarde un leve rugido proveniente
de sus tripas, la alertaron de que debía tomar algo. Uno de los grandes
logros de su padre había sido el poner un restaurante en la Clínica
orientado a los familiares de los pacientes, en el que para nada se tenía
la sensación de estar en un centro sanitario, debido a su decoración de
diseño minimalista y, a la calidad de su comida. Deseando estirar un
poco las piernas y salir de aquellas cuatro paredes que comenzaban a
agobiarla soberanamente, bajó hasta el restaurante para ver si podía
comer algo. Con rapidez, en cocina se encargaron de prepararle en poco
más de diez minutos los platos del menú que había pedido, y con ellos
en una bandeja, volvió a subir a su despacho para seguir con lo que
había dejado a medias.

La tarde antes, su padre le había dicho que se pasaría un rato por la


Clínica, para ponerse al día de los asuntos de ésta y, para reunirse con el
patronato de la Fundación Wilson de la que él era el presidente, en la
reunión de la vuelta de vacaciones que se celebraba cada año para
tomar las decisiones pertinentes del trimestre que comenzaba.
Normalmente, cuando Pedro iba a la Clínica se pasaba un rato por el
despacho de su hija, para comentar con ella los nuevos proyectos; pero
aquel día no se pasó. Maca no le dio mucha importancia a la ausencia de
su padre, puesto que pensó que seguramente había empleado
demasiado tiempo en otros menesteres y no había podido pasarse por
su despacho.

Hacia las cinco, levantó la cabeza de aquellos documentos en los que


hasta el momento había estado trabajando, y notó un fuerte pinchazo en
las cervicales, que empezaban a resentirse, a causa de la mala posición
que desde pequeña tenía cuando escribía. En un intento de
desentumecer los músculos de su espalda, se recostó en el sillón,
estirando los brazos por encima de su cabeza para, a continuación,
pasarse las manos por el pelo. Su mirada se dirigió de forma
inconsciente hacia el armario que ocupaba parte de la pared de la
derecha de su escritorio, dentro del cual descansaba lo primero que
había puesto en su despacho tres años atrás: una moderna cafetera.

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Con decisión, se levantó y tras pocos minutos ya tenía una taza de café
humeante entre sus manos. Sonrió agradecida al notar como el sabor
amargo del líquido inundaba sus papilas gustativas, para bajar después
por su garganta.

En aquello momento, varias imágenes de hacía dos semanas cruzaron


su mente, provocando una sonrisa entre melancólica y divertida en su
rostro. Ella y su hermano todavía se reían a carcajadas al recordar los
sonoros suspiros de resignación que exhalaba Esther cada vez que Laia
abría la boca para decir algo, algo que hacía varias veces por minuto.

-M’encanta aquesta vista! No entenc perquè, però encara que vingui


gairebé cada estiu em segueix sorprenent (¡me encanta esta vista! No
entiendo por qué, pero aun viniendo casi cada verano me sigue
sorprendiendo) –repitió la dependienta por tercera vez en media hora,
haciendo que Esther, detrás de ella, pusiera los ojos en blanco –la meva
mare sempre diu que aquesta és una de les més boniques de la zona
(mi madre siempre dice que ésta es una de las más bonitas de la zona).

-Doncs el nostre pare va estar a punt de vendre’s la casa ara farà cinc
anys. Deia que estaba cansat de venir… (pues nuestro padre estuvo a
punto de vender la casa ahora hará cinco años. Decía que estaba
cansado de venir) -comentó Maca.

-Però què me dius! (pero qué dices!) –exclamó la chica sin entender que
alguien en su sano juicio quisiera vender aquella maravilla.

-Joder, que pesada… -murmuró Esther aunque no lo suficientemente


bajo como para no ser oída por las dos mujeres.

-Puc preguntar-te una coseta? (¿puedo preguntarte una cosita?) –le pidió
una Laia algo cortada a Maca que sonreía por la salida de la abogada –tu
i aquesta noia…? Vull dir que si esteu liades o… Perquè sembla una
miqueta enfadada, i havia pensat que potser, com que estic acaparant
tota la teva atenció, s’ha posat gelosa… (¿tú y esta chica…? Quiero
decir que si estáis liadas o… porque parece un poco molesta y había
pensado que quizás, como me está prestando tanta atención, se haya
puesto celosa…)

-No, no hi ha res. De fet, d’aquí poc serem germanastres… (no, no hay


nada. De hecho, dentro de poco seremos hermanastras…) –contestó
Maca.

-Poc que te crec! M’ho dius de veritat? (¡no te creo! ¿Me lo dices de
verdad?) –exclamó la chica.

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-Doncs sí, algun problema? (pues sí, ¿algún problema?) –soltó Esther de
forma seca pasando por su lado al avanzarlas, junto a su hermano.

-Tranquila, sempre és igual de simpática (tranquila, siempre es igual de


simpática) –le susurró Maca a Laia, que la miraba sin saber qué era lo
que había dicho y que tanto había molestado a la abogada.

Fue el sonido del teléfono el encargado de interrumpir aquel breve


momento de gloria que había supuesto el pequeño descanso, algo que a
Maca no le hizo mucha gracia.

-Dime, Alicia –contestó de forma seca al coger el auricular.

-Es su hermano, dice que es urgente –anunció la chica con voz trémula a
causa del miedo que le infundía su jefa.

-Pásamelo –le ordenó Maca pensando que sería una broma de su


hermano, sin ni siquiera sospechar lo que se le avecinaría en pocos
segundos.

Unos instantes más tarde, tras escuchar lo que tenía que decirle Jero y
contestar con simples monosílabos, la médico colgó con fuerza el
aparato, y con rapidez cogió el jersey y el bolso que tenía guardados
dentro del armario y salió de allí como alma que lleva el diablo.

-Me voy, quizás mañana no pueda venir. Por si acaso, anula todo lo que
tenga, pero llámame si hay algún problema, ¿vale? –le dijo a la
secretaria a modo de despedida, quien se quedó esperando una
explicación, que no llegó, del porque de su marcha repentina.

La moto parecía volar en sus manos, puesto que la velocidad que había
alcanzado era mucho superior a la permitida en aquella zona de dentro
de la ciudad, que se limitaba a unos escasos 50 kilómetros por hora. Ni
siquiera se planteó la posibilidad de que le pusieran una multa o que
uno de los numerosos radares de aquella calle la detectara. En apenas
diez minutos, tras haber recibido cuantiosos insultos y llamadas de
atención por parte del resto de usuarios de la vía, llegó a aquel enorme
hospital que le había indicado su hermano. Era uno de los mejores de la
ciudad, sino el mejor, y su imponente construcción, así como los
cuidados jardines que rodeaban el magnífico edificio, daban una
constatación más que convincente de ello. Con impaciencia esperó a
que una de las recepcionistas quedara libre, y sin molestarse a desearle
unas buenas tardes, le preguntó donde se encontraba la unidad de
cuidados intensivos para, a continuación, seguir a toda prisa sus
indicaciones.

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Cuando llegó a la sala de espera, se encontró un cuadro de lo más


desolador: su hermano no dejaba de dar vueltas por la habitación,
ampliando en ocasiones su recorrido hacia el pasillo; Anna cansada de
ver a su marido de aquel modo, había decidido invertir su tiempo en la
lectura de una de las numerosas revistas y, por último, Encarna tenía la
mirada fija en cierto punto de la sala que, en ocasiones, se desplazaba
hacia Jerónimo, siguiendo su ruta interminable.

-Por fin has llegado –le dijo su hermano a modo de saludo cuando la vio
entrar allí.

-Pero si sólo hace quince minutos que la has llamado –le corrigió Anna -
¿cuántos semáforos te has saltado? –quiso saber al tiempo que la
abrazaba.

-Un par, pero siempre asegurándome de que no venía nadie –contestó


Maca con inocencia, esbozando una leve sonrisa -¿cómo está?

-Los médicos dicen que no está mal del todo, aunque tenemos que
esperar a que pasen un par de horas para asegurarnos –ele informó Jero
con cara de agobiado –no he entendido nada más de lo que me han
dicho, mejor ve tú y que te lo expliquen bien.

Maca asintió con la cabeza y, tras acariciar el hombro de Encarna con


afecto, se dirigió a una de las enfermeras para preguntarle por el médico
que estaba tratando a su padre. Como supuso, pocos minutos más
tarde, Antonio Dávila, un viejo amigo de su padre, apareció detrás de las
puertas del ascensor.

-¿Cómo lo ves, Antonio? –quiso saber la médico cuando él estuvo lo


suficientemente cerca.

-A ver, el infarto parece que de momento no presentará mayor


complicación. Pero hace ya un par de años que le diagnostiqué a tu
padre una estenosis valvular, la deficiencia todavía no era muy grave. Ya
sabes como es tu padre, así que decidió no operarse, a pesar de que yo
le insistiera –le explicó él.

-Y el infarto ha agravado la dolencia, ¿no? –supuso Maca -¿cuál es el


tratamiento adecuado para esto?

-Bueno, primero deberíamos esperar a que se recuperase del todo, y


luego se le tendría operar para reparar la válvula o implantar una de
artificial. Pero teniendo en cuenta lo dañada que está en estos
momentos, seguramente deberemos proceder a la segunda opción. No
quiero mentirte, Maca. Tu padre no está bien –contestó Antonio –lo

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siento, pero en media hora tengo una operación y me tendría que ir. No
es muy larga, así que cuando termine me paso enseguida a ver como
sigue.

-Claro, hasta luego –dijo Maca.

Tras explicarles a los otros tres de forma entendedora en qué se basaba


la dolencia de Pedro y, todo lo que le había dicho Antonio obviando las
últimas palabras referentes al estado de su padre para no preocuparles
más, se volvieron a sentar en aquellas sillas para esperar pacientemente
a que el cardiólogo acabara con su intervención y les informara de algo.
La cirujano se sentó al lado de Encarna, que prácticamente no había
cambiado su posición desde que llegara: su espalda permanecía
completamente erguida; sus pernas, bajo una falda que le llegaba poco
más arriba de las rodillas, estaban juntas y algo inclinadas hacia la
derecha, y sus brazos rodeaban su bolso, como si se tratara del más
preciado de los tesoros. Con suavidad para no asustarla, puesto que
parecía que su ensimismamiento no le permitía ver lo que ocurría a su
alrededor, y puso su mano encima de sus manos entrelazadas.

-Tranquila, ¿vale? –le susurró Maca.

La mujer se limitó a asentir, y por el gesto de sus mejillas, la médico


supuso que había intentado dibujar una sonrisa. De este modo, pasaron
cinco minutos que se les antojaron como cinco horas. El silencio era
sepulcral, sólo quebrantado por el sonido que las suelas de los zapatos
de Jero hacían al entrar en contacto con el suelo. Maca notaba lo tensa
que se encontraba Encarna, así que dirigió su mirada de nuevo hacia
ella para intentar arrancar alguna palabra de su boca.

-¿Quiere que llame a Esther? –le preguntó en el mismo tono dulce


utilizado anteriormente.

-Ya lo he hecho yo –contestó Jero al percatarse de que la mujer no


parecía tener la intención de hacerlo –estaba en una reunión y se lo he
dicho a su secretaria.

-Vale –asintió Maca –deberíamos hablar de la boda –le susurró a su


hermano acercándose a él –apenas quedan tres semanas, y papá no
estará en condiciones de pasar por ello.

-¿Llamo yo al organizador? –propuso Jero haciendo el ademán de sacar


el teléfono móvil de su bolsillo.

-No, espera. Creo que aunque no haya más opción que posponerla,
deberíamos decírselo a Encarna, al fin y al cabo es su boda. Pero no creo

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que este sea el mejor momento para ello, ya ves como está.

En ese momento dos personas entraban a toda prisa en la sala de


espera: Esther y Claudia. La primera, fue enseguida a abrazar a su
madre, quien pareció salir del trance en el que se había sumido, puesto
que varias lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. La segunda, en
cambio, se quedó quieta a poca distancia de Maca con cara de
enfadada, aunque la cambió a los pocos segundos para esbozar una
sonrisa.

-Te parecerá bien no avisarme –la regañó su amiga cuando se unieron en


un fuerte abrazo.

-Lo siento, la verdad es que ni siquiera he reparado en ello –se excusó


Maca.

-Tranquila. Pero mira que tener que enterarme por Esther… -comentó la
cardióloga con una sonrisa –me la he encontrado en el pasillo de abajo –
le explicó al ver la cara de su amiga.

Después de saludar con el mismo gesto tanto a Anna como a Jero,


Claudia entró en la UCI para ver como evolucionaba Pedro, y así
informarles. Poco tiempo después de que la cardióloga hubiese
desaparecido detrás de esas puertas, Esther se acercó a los dos
hermanos, que permanecían de pie en el mismo sitio donde los había
dejado Claudia.

-Deberíamos hablar de la boda –les dijo.

-Claro, en cuanto sepamos como está nuestro padre –contestó Maca, de


forma seca y algo tajante.

-Creo que es una estupidez alargarlo por más tiempo. Cuanto antes lo
digamos, antes lo habremos solucionado –razonó Esther-, ya me
encargaré yo de todo.

-Haz lo que te dé la gana. Siempre lo haces –soltó la médico sin ni


siquiera molestarse a mirarla-, voy a por un café, ¿alguien quiere algo?

Sin apenas haber esperado a que alguien le contestase, salió de la sala


de espera para preguntarle a una enfermera donde podía ir a tomar ese
café que tanto anhelaba. Una chica le informó de que en todas las
plantas había una pequeña sala en la que se podían encontrar cafeteras,
algunas bebidas y también comida; por lo que siguió sus indicaciones y
se dirigió hacia allí. Se sorprendió al entrar en aquella habitación, puesto
que parecía más una parte de un buffet del desayuno de un hotel, que

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no un espacio de refrigerio como lo había llamado la enfermera: encima


de una larga mesa se encontraban dos máquinas que ofrecían casi todas
las formas de café que Maca conocía, varias jarras con zumos, una
pequeña nevera con refrescos y, un par de bandejas con bocatas y
bollería. Esperó pacientemente a que la máquina acabara de expulsar
las últimas gotas de su expresso en aquel pequeño vaso de cartón, y se
sentó en uno de los taburetes que ocupaban el pequeño espacio de la
sala y, que al estar sola pudo elegir con plena libertad. Como si de un
autómata se tratara, empezó a remover el café, a pesar de no tomar
azúcar, pero era una manía que siempre había tenido. De este modo la
encontró Esther quien, a su pesar, se vio en la obligación de ir a hablar
con ella.

-Maca, me voy a la oficina de Pardo para arreglar todo lo de la


cancelación de la boda -le informó-, supongo que en una hora, más o
menos, estaré de vuelta…

-No te molestes en volver –le cortó la médico con voz seca, sin levantar
la mirada del café-, debes estar encantada con la situación, ¿eh? Al viejo
le coge un patatús y tú te libras de esa boda que nunca has querido, y
de la hermanastra, claro.

-No digas tonterías –repuso Esther con una mueca de disgusto –el hecho
de que no me guste que mi madre se case, no comporta que me alegre
de que tu padre esté mal.

-Ya… Y ahora me dirás que no sería un alivio si él se muriera –insistió


ella.

-No te equivoques, Macarena. Nunca he deseado la muerte de nadie, y


no voy a empezar a hacerlo ahora. Y a pesar de que no seas santo de mi
devoción, para nada querría que mi madre pasara por ésto. No eres el
centro del mundo, y mucho menos del mío, así que no pienses ni por un
momento que deseaba que esto pasara –se defendió Esther.

-¿Y por eso te empeñas tanto en cancelar la boda? –quiso saber Maca
que seguía en sus trece.

-Es absurdo retrasarlo más. Y mira, ¿sabes qué? No me parece que este
sea ni el momento, ni el lugar adecuado para hablar de esto. Así que ya
sabes, cuando estés más calmadita y seas razonable, ya hablaremos.

-¿Y tú me hablas de ser razonable? En mi casa esto se llama ser


hipócrita, Esther –le espetó Maca que, no sabía por qué, pero en aquellos
momentos necesitaba pelearse con alguien, que sin duda respondía al

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nombre de Esther –ya sabes, esto de comportarse como una verdadera


imbécil con alguien durante meses sin razón aparente.

-¿Y cómo sabes tú que no hay ninguna razón? –preguntó la abogada


empezando a ponerse nerviosa, aun sabiendo que estaba cometiendo
un error al seguir con esa conversación.

-A ver si nos dejamos ya de gilipolleces, Esther. Las dos sabemos a que


se debe tu actitud, ¿necesitas que te lo recuerde o vas a ser sincera de
una vez? –la retó la médico clavando su mirada en la suya.

-Este no es el momento para… -empezó a decir la abogada en un intento


de cambiar el rumbo de la conversación.

-Seguramente no, pero ya me has hartado de tanta tontería. ¿Qué pasa?


¿No te atreves a reconocer que tu borderío y los desplantes se deben a
que un chico te rechazó a los dieciséis años? Porque escucharlo en boca
de alguien parece un tanto ridículo, ¿verdad? –soltó la cirujana.

-Tú no sabes nada de mi vida, así que no te atrevas a juzgarme –le


espetó Esther.

-Sólo me limito a hacer lo que tú has hecho durante todo este tiempo…
-atinó a decir Maca justo antes de que la desapareciese detrás de la
puerta.

Una vez sola, bajó la cabeza de nuevo hacia su café, al que había
olvidado por completo a pesar de estar sosteniéndolo entre sus manos
durante todo ese tiempo. Sabía que se había equivocado hablándole así
a Esther, pero el autocontrol parecía haberse esfumado de su cuerpo, y
el miedo y la angustia que se habían apoderado de ella al conocer el
verdadero estado de su padre, habían provocado que estallase, y a
víctima no había sido otra que la abogada. Sabía que a partir de ese
momento las cosas entre ellas serían mucho peores y que,
probablemente, la otra no querría ni siquiera dirigirle la palabra a no ser
que fuese estrictamente necesario.

Después de dejar escapar un profundo suspiro, se bebió de un trago el


café, y dio una mueca de desagrado al notar que no estaba tan caliente
como a ella le gustaba. De un salto, bajó del alto taburete, y estrujando
el vaso con una mano, lo tiró con fuerza dentro de la papelera en un
intento de desahogarse y librarse del sentimiento de desasosiego que
había inundado cada poro de su piel.

Y Maca no se equivocó, puesto que cuando a su padre le dieron el alta


médica dos semanas más tarde, tras quejas e insistencia por parte de

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éste, Esther seguía sin dirigirle la palabra. De hecho, podía contar con
los dedos de una mano las veces que se había dirigido a ella al hablar.
No obstante, la médico no podía echarle en cara su actitud, puesto que
la suya no había sido mejor: no se había molestado en pedirle disculpas
por lo que le había dicho, y en ningún momento se había mostrado
arrepentida, sino más bien lo contrario, puesto que esa imagen de
seguridad se había incrementado, llegando a ser desafiante.

Lo que la médico no sabía era que las cosas estaban igual en casa de la
abogado, puesto que Esther tampoco le dirigía la palabra a Laura, nada
más que para hablar de trabajo. Cuando llegó por la noche al piso que
compartían, después de pasar toda la tarde en el hospital, y tras dejarse
convencer por todos para que ella y su madre se fueran a descansar,
entró en la habitación de su compañera como si de un huracán se
tratara y no se marchó de allí hasta que no logró que confesara que
había sido ella la que le había contado a Maca lo de Luís.

Aun a pesar de las numerosas veces que su amiga le pidió perdón por
haberle contado aquello a Maca, y de las cuantiosas excusas que le
había dado, Esther se tomó aquel acto como una traición, por lo que
siguió con su actitud. La abogada pensó un par de veces que quizás
estaba exagerando, que al fin y al cabo, su amiga había actuado bajo los
efectos del alcohol, pero después recordaba las palabras de Maca, y lo
ridícula que se había sentido ante ella. Y la conclusión era siempre la
misma: no podía perdonarle a su amiga que hubiera provocado que
quedara en evidencia ante Macarena Wilson.

Aquella mañana, como venía sucediendo durante las dos últimas


semanas, las dos compañeras desayunaban en un silencio sepulcral,
ambas leyendo el mismo periódico que habían ido a comprar al quiosco
de abajo por separado. Laura esbozó una leve sonrisa al recordar la cara
de incomprensión y sorpresa del quiosquero, al verlas comprar, con
cinco minutos de diferencia, el mismo periódico aun viviendo juntas.
Esther se percató del gesto de su amiga, y no pudo evitar dibujar una
mueca de reprobación que fue captado por la otra.

-¿Qué pasa, ahora ya ni sonreír se puede? –estalló Laura quemada por la


situación.

-Haz lo que quieras, al fin y al cabo, siempre lo haces –contestó Esther


refiriéndose a la gran traición de su amiga.

-Mira, te he pedido perdón como unas quinientas veces, y no lo pienso


volver a hacer. Y es simplemente, porque aun sabiendo que me
equivoqué, que no debí contárselo, también creo que te mereces que

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ella lo sepa y que te dijera lo que te dijo –soltó la morena que sintió
como se quitaba un gran peso de encima.

-Aun así no tenías derecho a decírselo. Si no me equivoco, lo que hacen


las amigas es protegerse –insistió Esther.

-Lo sé, y como ya te he dicho, reconozco mi error, pero esto no comporta


que tú no te equivocaras. ¿Sabes qué es lo que me dijo Maca para
convencerme?

-No, y no me interesa lo más mínimo –contestó ella haciendo el ademán


de marcharse de la cocina.

-Me da igual, porque me vas a escuchar. Esta vez no vas a escaparte –la
retó su amiga cerrando la puerta y quedándose delante de ella para
evitar que se escabullera, como siempre hacía –lo único que se limitó a
decirme fue que ella sí tenía derecho a saberlo porque de otro modo, no
sabía como enfrentarse a ti, estaba preocupada, ¿sabes? Sobretodo
después de contarle a que se debía su actitud con ella. Me pidió consejo
para lograr hacer las paces contigo, aunque creo que nunca llegó a
hacerme caso… Mira Esther, Maca no es una mala persona, quizás no
pueda caerte bien por muchas razones, pero desde luego que no se
merece como la has estado tratando. Así que sé coherente, asume tu
responsabilidad y deja de ser una cobarde.

-Yo no soy… -empezó a defenderse Esther, sorprendida por las palabras


de su amiga.

-Sí, sí lo eres. Llevas toda tu vida intentando ocultar lo que eres. Primero
te escudaste en tu relación con Raúl, y cuando conseguiste asumir que
eras lesbiana, no has logrado mantener una relación que no se basara
en encuentros esporádicos –insistió Laura.

-¿Y tengo yo la culpa de no tener suerte en el amor? –siguió en sus trece


Esther.

-Claro que no, pero ese es el problema. Tú no buscas amor. Te pasas el


día criticando a Maca por su promiscuidad, pero tú actúas exactamente
del mismo modo, aunque por motivos mucho más reprobables. Has
establecido un límite absurdo y no te atreves a establecer una relación
afectiva con ninguna mujer más allá de él por miedo a enamorarte y a
sufrir.

-Tú no lo entiendes –repuso Esther a quien los ojos empezaban a


humedecérsele.

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-Tienes razón, no lo entiendo. No sé lo que se siente al ser lesbiana, pero


créeme, todavía entiendo menos la actitud que has tomado con la vida.
Porque a pesar de tenerlo todo profesionalmente, has perdido la ilusión
por todo y no eres feliz. Sé que es difícil soportar el que la gente no te
acepte por lo que eres pero, ¿en serio vale la pena vivir así? Quizás
cuando asumas del todo lo que eres descubrirás que no todos te dan la
espalda, ¿acaso lo hemos hecho tus amigas?

-No puedo creerme que tú precisamente me estés diciendo esto –le


recriminó Esther.

-Precisamente te lo digo porque soy yo, cielo –contestó Laura


acercándose a ella para abrazarla, algo que la otra agradeció
apretándola entre sus brazos con fuerza. En ese momento lloró como
hacía mucho tiempo no lloraba, de hecho, ni siquiera podía recordar la
última vez que lo había hecho en público.

Como cada noche desde que su padre había tenido el infarto, Maca se
pasó por su casa, donde cenaba y le contaba a Pedro los sucesos del día
en un intento de que se distrajera un poco. Sobretodo, se centraba en la
Fundación Wilson, de la que había sido nombrada la presidenta temporal
del patronato. Cada día le llevaba varias carpetas de documentos que él
leía durante el día, y comentaban juntos al anochecer.

-Papá, quería comentarte algo con respecto a la Fundación –empezó ella


con cierto miedo –verás, llevo varios días reflexionando sobre un
proyecto…

-Cuéntame –la animó a seguir él.

-Hace una semana, más o menos, me enteré de que uno de las fincas
que linda con el terreno de la Clínica está en venta. Me he informado y
pertenece a un promotor inmobiliario que necesita con urgencia
venderla por los problemas de liquidez que tiene su empresa. Antes de
ayer me puse en contacto con él y el precio que pide no supondría
ningún problema para nosotros; además, por lo que me pareció, si le
hiciésemos una oferta razonable, podríamos conseguir una reducción
bastante importante –explicó Maca haciendo una pausa para que su
padre diera su opinión.

-¿Y qué quieres hacer con él? –quiso saber Pedro Wilson.

-Bueno, el espacio que tenemos destinado en la Clínica para operaciones


gratuitas se está quedando pequeño. Gonzalo Ramírez, el dueño de la
finca, me facilitó los planos de la casa y Jero me dijo que a simple vista,

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le parecía que el edificio nos proporcionaría espacio para cien plazas


más.

-¿Sabes la cantidad de dinero que nos costaría hacer todo eso? –le
preguntó su padre más retóricamente que esperando una respuesta por
parte de Maca.

-He calculado un presupuesto estimado, y no creo que baje de 20


millones… Pero piénsalo bien, el precio del terreno es inmejorable,
además de la situación. El edificio es un palacete renacentista, por lo
que está catalogado y tenemos que conservarlo, pero podríamos
trasladar toda la Fundación allí, por lo que quedaría bastante espacio
libre en la Clínica y nos ahorraríamos la ampliación que teníamos
prevista. Por no hablar de las subvenciones que podemos recibir…

-No sé, Maca. La idea, tal y como la formulas, parece muy buena, pero
necesitamos un presupuesto mucho más preciso. También tendríamos
que hablar con el ayuntamiento y la Generalitat para informarnos de lo
de las subvenciones que, dado el momento económico en el que
estamos, no creo que sean muy abundantes…

-Bueno, en eso último es donde entras tú –dijo la chica con una sonrisa –
Jero está trabajando ahora con los planos, haciendo un proyecto
aproximado. Cuando los tenga me ha dicho que iría a hablar con un
constructor que conoce y con el que últimamente ha tenido mucho trato,
para que nos haga un presupuesto de lo que valdrían las reformas.

-Pues cuando lo tengamos todo, lo hablaremos. Pero ten en cuenta que


el resto del patronato tienen que estar de acuerdo también –concluyó
Pedro, aunque empezaba a sentirse tentado por la idea de su hija.

-Hay una cosa más que tengo que comentarte –se apresuró a decir Maca
–Francisco Pardo, el organizador de la boda, me ha llamado esta mañana
para preguntar si sería posible programar ya un fin de semana.

-Bueno, tendríamos que hablarlo con Encarna, pero diría que a finales de
abril o primeros de mayo estaría bien. Ya sabes que no soporto las bodas
en una época demasiado calurosa, así que a ser posible, no más tarde
de mediados de mayo –opinó él.

Ante la solidez del proyecto final que sus hijos le presentaron, además
de la rentabilidad que la adquisición de la finca adyacente a la Clínica
Wilson podía llegar a proporcionarles, Pedro Wilson no tuvo otra opción
que ceder ante la insistencia de los dos hermanos y acceder a tirar
adelante con la obra. No obstante, y aun haber tenido siempre un fuerte

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espíritu empresarial que le hacía rechazar todo plan que no pudiese


ofrecerle unos beneficios cuantiosos, el patriarca hubiese accedido a ello
aunque las posibilidades del proyecto no hubiesen sido tan favorables.
Puesto que para él, que sus hijos estuvieran unidos en aquello suponía
un auténtico logro personal, pero sobretodo el ver a Jero ilusionado con
algo relacionado con la Clínica, que siempre había sido muy importante
para él, pero que a su hijo nunca le había despertado el menor interés.

Le llenaba de orgullo ver a una Maca sonriente llegar a su casa, después


de un largo día de trabajo, con varios documentos bajo el brazo para
comentarlos con él; o simplemente visitándolo para hacerle compañía y
compartir los planes que tenían ambos para con aquel proyecto. Pero no
fue hasta un día concreto, con una simple frase por parte de su hija, que
su felicidad y su orgullo llegaron a su punto máximo.

-Eh… Papá, yo… Quería comentarte algo que había pensado… Pero si no
te parece bien, no pasa nada, ¿eh? –empezó la médico de forma
titubeante. Llevaba meses pensando en aquéllo; de hecho, desde que
comenzara a divagar en ese proyecto ya lo tenía en mente. Y realmente
temía una negativa por parte de su padre.

-Dime –la instó a seguir, al tiempo que hojeaba un dossier que la


consejera de sanidad de la Generalitat le había mandado aquella misma
mañana.

-Verás, había pensado que, puesto que todos los pabellones de la Clínica
tienen un nombre, el edificio de la Fundación también debería tenerlo,
¿no? –explicó Maca recitando la introducción del discurso que se había
pasado la mañana ensayando-. Pues he pensado que, si a ti no te parece
mal y lo encuentras acertado, podríamos llamarlo Rosario Fernández…
No sé, tú siempre me has contado lo involucrada que estaba en la
Fundación y, bueno, algunos de los propósitos iniciales fueron idea suya
así que he pensado que sería bueno que tuviera su nombre, ¿tú qué
crees?

Tras acabar con su discurso que, finalmente había sido modificado a


causa de los nervios, se quedó a la espera de la respuesta de su padre.
Con impaciencia, aguardó una reacción suya, una mínima señal que le
indicara la opinión de Pedro respecto a su propuesta. Pero éste de
momento no parecía que fuera a hacer nada, puesto que permanecía
callado, con la mirada todavía fija en aquellas hojas que había estado
leyendo. El único cambio que Maca pudo percibir en él fue un leve
temblor de manos, que hubiese sido prácticamente imperceptible de no
ser por el movimiento de los papeles que agarraba. Cuando la chica,
cansada de esperar, se dispuso a abrir la boca para repetirle que qué

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opinaba de la idea, su padre levantó de repente la cabeza, clavando


aquella mirada penetrante, que tanto se asemejaba a la suya, en la de
ella.

-Me parece una idea fantástica, hija. De hecho, es tan buena que no
entiendo cómo no se me ocurrió a mí –añadió para cortar el
sentimentalismo del momento, que empezaba a ser excesivo.

Maca se limitó a dibujar una amplia sonrisa en su rostro como toda


respuesta, sabiendo que aquella coletilla de su padre era, única y
exclusivamente, un intento de ocultar los verdaderos sentimientos que
la propuesta le había provocado. Parecía mentira que, a pesar de las
muchas cosas que los diferenciaban, también eran muchas las
semejanzas que ambos tenían.

Debido al poco tiempo que quedaba ya para que llegasen las vacaciones
de Navidad, y al “pequeño” cambio que había sufrido la estructura
familiar, era necesario saber qué harían en aquellas fechas y lo más
importante, dónde. Hacía muchos años que los Wilson celebraban la
Nochebuena y la Navidad en su pequeña casa de la montaña, tantos que
incluso había llegado a convertirse en una tradición. La falta de
familiares había provocado aquello, puesto que Pedro era hijo único y
Rosario y María, la madre de Javier, sólo eran dos; por lo que estaban
exentos de compromisos familiares. Los dos últimos matrimonios de
Pedro Wilson no habían alterado esa rutina, puesto que decidieron que la
comida familiar pertinente con la familia de las respectivas mujeres,
sería el día de reyes. Algo que, todo sea dicho de paso, no les hizo
mucha gracia a los dos hermanos, quienes estaban acostumbrados a ir a
pasar la tarde de ese día en casa de Teresa, conducta que recuperaron al
enviudar por tercera vez su padre.

Por otro lado, Encarna y sus hijos, desde la muerte de Emilio, pasaban
aquellas fechas en casa la casa familiar de los Ruiz, situada en una
pequeña ciudad de la Cataluña interior, y que había quedado en manos
de Soledad, su hermana mayor, al morir sus padres. No obstante, ese
año Sole y su marido, aprovechando que sus hijos tampoco estarían
porque ambos lo celebrarían con la familia de sus respectivas mujeres,
decidieron hacer algo que siempre habían deseado: ir a pasar esas
fechas a París, donde cuarenta años atrás habían pasado su luna de
miel.

-Así que al final nos vamos al Valle, ¿no? –quiso saber Maca durante la
cena del viernes en casa de su padre, y en la que se encontraban todos.
Aquellas veladas, normalmente celebradas una vez a la semana, se
habían convertido en obligadas para todos desde el infarto de Pedro; así

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que Esther había tenido que verla más de lo que habría deseado.

-Eso parece, aunque según Antonio tendré que abstenerme de pisar las
pistas durante una buena temporada –comentó su padre.

-Francamente, me alegro porque así me harás compañía y no tendré que


estar sola –añadió Encarna sorprendiendo a todos y arrancando una
sonrisa de Pedro-, porque a pesar de que los niños intentaron
enseñarme, y de ir a unas cuantas clases particulares, nunca acabé de
cogerle el truquillo.

La única que no se mostraba especialmente encantada con el plan era


Esther, puesto que lo de pasar dos días perdida en medio de la montaña
junto con Maca, Pedro y su madre no acababa de gustarle. Había sido
Anna la encargada de decirle que la Nochevieja la solían pasar con su
familia y que, por tanto, no subirían hasta el día de Navidad.

-Por cierto, ¿qué queréis que os regale este año? –quiso saber Pedro
cuyo carácter, tras verse postrado en la cama durante casi un mes,
había mejorado sustancialmente.

-No sé, mientras no sean libros de medicina y economía otra vez, me


conformo –opinó Maca con una mueca de resignación al recordar la gran
colección que tenía gracias a su padre.

-Pensé que te gustaban –se disculpó él, sorprendido al descubrir aquello.

-Y lo hacen, no me malinterpretes. Pero son cosas que ya puedo


comprarme yo cuando las necesite… Y no sé, hay cosas que hacen más
ilusión como regalo de Navidad que no un libro… -contestó la médico.

-¿Dais los regalos en Navidad? –se extrañó Encarna, puesto que ellos
siempre los habían dado el día de reyes.

-De pequeños nos regalaban cosas tanto en Navidad como en Reyes,


pero cuando crecimos pasamos a dárnoslos sólo el día 25. Fue una
decisión más bien práctica, ya que así teníamos tiempo de
aprovecharlos en vacaciones –le explicó Jero provocando la indignación
de la mujer, que creía que era un crimen cambiar las tradiciones por
simple pragmatismo, aunque no lo exteriorizó por miedo a ofenderlos.

-Tranquila, Encarna. La falta de sentimentalismo es una de las


excentricidades de esta familia. De hecho, si insistimos tanto en que
pase tiempo con nosotros, aparte de por querer disfrutar de su
presencia, es porque queremos que tenga tiempo de dar marcha atrás
antes de la boda… -soltó Maca, dejando a una Encarna totalmente fuera

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de juego, sin saber si tenía tomarse en serio o no aquel comentario.

Finalmente, aquellos días tan temidos para Esther llegaron. Le parecía


extraño pensar lo mucho que podían llegar a cambiar las cosas con los
años, puesto que todavía recordaba la ilusión y el anhelo con los que
esperaba esas fechas de pequeña, y las pocas ganas con los que las
recibiría aquel año. Aun cuando ya era bastante mayor, consideraba
aquellos días casi como “sagrados”, puesto que suponían la excusa para
encontrarse con sus primos, a los que apenas veía. Y a pesar de saber lo
que le regalarían, siempre le había hecho ilusión entrar en el salón y
encontrárselo lleno de paquetes.

De este modo, aquella mañana, por la que había rezado para que no
llegara, finalmente llegó. Tal y como habían quedado hacía ya más de
dos semanas, a las seis en punto de la tarde el gran Jeep de los Wilson
aparcaba en frente de su portal, a la espera de que ella bajara. Una
Maca solícita, principalmente porque había sido obligada por su padre,
salió del coche con la intención de ayudarla a meter la maleta en el
coche, y sus esquís en el portaesquís que habían montado en techo del
vehículo; propósito que fue rotundamente rechazado por parte de la
abogada:

-Ya puedo yo, gracias –soltó Esther de forma seca apartando su bolsa de
Maca, al ver el ademán que ésta hacía para cogerla.

-Como tú quieras –contestó la otra encogiéndose de hombros, mientas


se dirigía hacia los esquís para cogerlos.

-Ni te atrevas a tocarlos, ¿vale? –le advirtió la abogada con tono


amenazante.

-No me montes numeritos –le espetó la médico ignorando lo que le había


dicho, cogiéndolos con no demasiada delicadeza para meterlos en el
portaesquís–, mira, tendremos que pasar dos días solas, así que lo mejor
será que nos ignoremos y evitemos las confrontaciones directas –añadió
en un susurro procurando que ni Encarna, ni su padre pudieran oírlas.

Durante las cuatro horas que duró el trayecto, la conversación fue


monopolizada prácticamente en su totalidad por Encarna y un Pedro
mucho más hablador de lo que había sido siempre. Maca, que
normalmente era extraño verla callada, tenía toda la atención puesta en
la carretera, ya que el hecho de que hubieran decidido marcharse a
aquella hora había provocado que tuvieran que hacer todo el viaje de
noche. No obstante, de vez en cuando intervenía en la animada charla
entre su padre y Encarna, dejando ir algún que otro comentario de los

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suyos, cuya ironía habían aprendido a interpretar todos. De hecho, los


miembros de la familia Wilson todavía se reían al recordar la cara
pasmada de Encarna ante la broma que le había gastado Maca en
aquella cena, un par de semanas atrás. Aquel día, el ataque de risa que
le cogió a Jero al ver el gesto de la futura mujer de su padre, duró
prácticamente toda la velada, ante la mirada reprobadora de Esther, a
quien el comentario no le había hecho la menor gracia y no lograba
entender a qué venía el reírle siempre las bromitas a Maca.

La conversación entre Pedro y Encarna, que en aquellos momentos se


basaba en sus opiniones acerca de una ópera que irían a ver el día dos
de enero, fue interrumpida por el pitido del móvil de la abogada,
avisándola de que alguien la estaba llamando. Su madre la miró
sorprendida cuando colgó el aparato al ver, en la pantalla, la identidad
de quien estaba al otro lado de la línea. No obstante, en un súbito
arranque de discreción, prefirió no decir nada al respecto e intentar no
darle importancia a lo sucedido. Poco más tarde, decidieron hacer una
breve parada en una estación de servicio para repostar gasolina y así
aprovechar para que Pedro pudiera estirar un poquito las piernas, ya que
no era bueno para su salud el estar mucho tiempo sin moverse. En
seguida, Esther se escabulló argumentando que tenía que ir al lavabo;
por otro lado, Encarna y Pedro entraron en el establecimiento para
pagar el carburante y comprar un par de botellas de agua; así que a
Maca no le quedó más remedio que quedarse sola en el coche y llenar
ella misma el depósito.

Cuando acabó, se percató de que tenía las manos totalmente machadas


de grasa, puesto que, como siempre le pasaba, había olvidado ponerse
uno de esos guantes de plástico que ahora parecían reírse de ella, justo
a su lado. Intentando no tocar nada para no mancharse, se acercó a la
tienda donde todavía estaban su padre y Encarna, y a través del cristal
les indicó que iba un momento a los servicios, cuya entrada estaba en el
lateral del edificio. Al llegar allí, se sorprendió al no encontrarse con
Esther, aunque no le dio mayor importancia y, con una sonrisa, pensó
que seguramente estaría haciendo autostop con la intención de volver a
Barcelona. No obstante, mientras estaba lavándose las manos, le
pareció oír su voz, algo alterada, proveniente de la parte trasera de la
construcción. Con paso sigiloso, para no ser descubierta, se acercó allí
para hacer algo que siempre había reprobado: escuchar una
conversación ajena.

-Ya te he dicho que antes te he colgado porque no podía hablar –le decía
Esther a la persona con la que hablaba por teléfono –pues porque estaba
en el coche con otras personas y no era un buen momento… No, hoy no
puedo quedar… ¡Pues porque prácticamente estoy llegando a Vaqueira!

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Tras aquella exclamación, la abogada permaneció callada unos


segundos, por lo que Maca supuso que, quien fuera que estaba al otro
lado de la línea, le estaba pidiendo explicaciones y, a juzgar por el hecho
de que incluso ella pudiera oír su voz, lo hacía de forma alterada.

-No me grites –dijo Esther con voz cansada –mira, te lo dejé muy claro al
principio: no me gusta dar explicaciones, así que no me las pidas. Vuelvo
el día 28, así que ya te llamaré entonces… Pues sí, tienes razón, quizás
no lo haga… -añadió dando por finalizada la conversación.

Maca se apresuró a volver a los servicios, y esperó unos segundos en el


interior, para salir de nuevo fingiendo que secaba sus manos en el
pantalón. Con unas dotes artísticas que bien hubieran podido valerle un
Oscar, dibujó en su cara un gesto de sorpresa al ver como la abogada se
acercaba a ella.

-¿Todo bien? –quiso saber con voz inocente, aun sabiendo que
probablemente no recibiría contestación alguna.

-Claro –respondió Esther de forma seca, mientras seguía andando a paso


rápido.

Una hora más tarde, llegaron al fin a la urbanización donde se


encontraba la residencia de montaña de los Wilson: una casa adosada
de piedra, prácticamente igual que todas las del complejo. Maca aparcó
el coche enfrente de la casa para que ellos sacaran el equipaje y,
mientras lo entraban en la vivienda y empezaban a preparar todo, fue a
dejar el vehículo en el parking subterráneo destinado a los residentes.
Tanto Encarna como Esther se sorprendieron al ver la decoración de
aquella casa, muy diferente a las otras dos: el diseño en general era de
inspiración minimalista, aunque gracias a los tonos tirando a oscuros
que habían elegido para el mobiliario, no daba sensación de frialdad
como a veces ocurría con ese tipo de decoración. La abogada ayudó a
su madre y a Pedro a subir las cosas al piso de arriba, donde se
encontraban los dormitorios.

-Esta es la habitación de invitados –les indicó el hombre, abriendo la


puerta de la estancia que tendrían que compartir durante aquellos seis
días.

Tras dejar su maleta encima de la que sería su cama, se acercó a la


ventana que daba a un amplio balcón al que no dudó en salir aun a
pesar de las quejas de su madre debido al aire helado que había entrado
cuando abrió la puerta. El frío de aquellas horas se apoderó de su cuerpo
a pesar del grueso jersey de lana que llevaba, se apoyó en la barandilla

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de madera, y se sorprendió al ver, en medio de una plaza, un telesilla


que debía comunicar la urbanización con las pistas.

-Se nota que son ricos –murmuró para sí misma, al tiempo que esbozaba
una sonrisa.

Lo cierto era que las vistas desde allí eran preciosas, aunque debido a la
oscuridad de la noche, y de la poca iluminación, no podía ver mucho.
Giró su cabeza hacia otra dirección, para encontrarse con unas
pequeñas luces que probablemente eran las máquinas aplanadoras que
acondicionaban las pistas para la jornada siguiente. Suspiró al pensar lo
mucho que le gustaría todo aquello a su hermano, que siempre había
sido un amante del esquí, pero que aquel año no podrían unirse a ellas
debido a que hacía apenas dos meses que Kath había dado a luz.
Recordó la cara de su sobrino, al que había ido a ver aprovechando un
puente, y sonrió al recordar el gesto de contrariedad de su madre al
conocer el nombre del pequeño: William.

-Es que no sé qué tienen de malo los nombres españoles –había


comentado la mujer.

-Nada, mamá. Pero viviendo en Londres, y sin la intención de volver, lo


más lógico es que les pongan a sus hijos nombres ingleses –razonó ella,
aun sabiendo que su madre seguiría en sus trece y usaría la traducción
española al llamar a su nieto.

Una oleada de viento helado la golpeó en la cara, haciendo que tiritara y


saliese de su ensimismamiento de la forma menos delicada posible. Por
ello, entró de nuevo a la habitación, sorprendiéndose al no encontrar a
su madre allí, y su maleta vacía. Extrañada, abrió el armario, donde se
encontró con todas sus cosas y sonrió al pensar que su madre nunca
cambiaría. Tras ir al baño, bajó a la cocina, en la que Encarna y Maca
preparaban la sencilla cena de aquel día mientras discutían acerca de
cual era la mejor manera de hacer pescado al horno.

-Pues yo creo que el limón le da un toque muy sabroso –opinaba su


madre.

-No sé, a mí no me acaba de gustar del todo –contestó Maca, al tiempo


que ponía un par de rodajas de pan en la tostadora –lo prefiero sólo con
patatas, cebolla y un poquito de tomate.

-Por cierto, ¿qué plan tenéis para mañana? –quiso saber la mujer,
cambiando radicalmente de tema, al tiempo que, sin pretenderlo,
forzaba a Maca a incluir a la abogada en sus planes.

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-Yo tengo la intención de levantarme a las ocho e irme pitando a las


pistas, que hace casi un año que no las piso y me estoy muriendo de
ganas. La verdad es que no lo he hablado con Esther… ¿Le gusta
esquiar?

-Le encanta. De hecho, se empeñó en apuntarse a un club, y llegó a


competir y todo… -le explicó Encarna ante la sorpresa de Maca, que por
nada del mundo hubiese imaginado aquello –si le cuentas tu plan,
seguro que se apunta de inmediato.

-Claro, en la cena se lo comento –contestó ella a pesar de dudar


seriamente que la abogada fuera a hacerlo.

No obstante, a pesar de que las predicciones de Maca en cuanto al


comportamiento de Esther solían cumplirse, aquella vez la abogada la
sorprendió, puesto que aun sin mostrarse eufórica, estuvo de acuerdo en
seguida en ir con ella al día siguiente.

Un sonido estridente, proveniente de su mesilla de noche, fue lo primero


que oyó aquel primer día de sus cortas vacaciones navideñas. Odiaba
aquel ruido, y lo hacía con todas sus fuerzas, puesto que era el causante
del peor momento del día. Sin molestarse a abrir los ojos, palpó con una
mano la superficie de la mesilla, intentando dar con ese aparato
impertinente que no dejaba de sonar. Al fin, notó una figura redondeada
de plástico bajo sus dedos, por lo que, sin cerciorarse antes de que era
lo que estaba tocando, le dio un fuerte manotazo para que se callara.

-¡Joder! –exclamó tapándose los ojos a causa de la fuerte luz que de


repente, la cegaba.

En vez de haber apagado el despertador, había encendido la lámpara.


Por lo que no le quedó otro remedio que incorporarse para, ahora con los
ojos abiertos, acallar aquel aparato. Aquel incidente había provocado
que el mal humor fuese el primer estado del día y debido a ello, se
levantó de su cómoda cama con gesto enfurruñado para dirigirse al
baño, con el fin de despejarse bajo el agua caliente. Mientras se ponía
los pantalones de esquí, miró el reloj para cerciorarse de que iba bien de
tiempo, y sonrió al ver que todavía le quedaba media hora para poder
desayunar tranquilamente. Al acabar de vestirse, salió de la habitación
intentando no hacer demasiado ruido para no despertar a su padre y a
Encarna, a quienes todavía les quedaban algunas horas para levantarse.
Suponía que se encontraría a Esther en la cocina, tomándose su
segundo café del día y, regañándola por llegar tarde y no ir con el
tiempo suficiente; por ello, su sorpresa fue mayúscula al encontrarla
vacía y sin señales de que alguien hubiese pasado por allí durante las

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anteriores ocho horas.

Dudó algunos minutos entre lo que debía hacer: si ir a la habitación de la


abogada para despertarla en el caso de que se hubiera quedado
dormida, o quedarse donde estaba y desayunar tranquilamente.
Finalmente, fue la segunda opción la que tuvo más peso, por lo que
empezó a preparar lo que sería un completo y suculento desayuno. No
obstante, cuando se disponía a sentarse para degustar los primeros
sorbos del caliente café pasando por su garganta, su conciencia hizo
aparición. Así que, enfadada consigo misma, salió de la cocina y subió
de nuevo hacia las habitaciones. Despacio, intentando no hacer ruido, se
acercó a su puerta para ver si se oía algo al otro lado que le indicara que
Esther estaba despierta, y así ahorrarle el tener que entrar; pero por
desgracia, no escuchó ruido alguno. De forma sigilosa, giró el pomo de la
puerta y la abrió lentamente, evitando el crujido de la madera; pero
cuando el espacio fue el suficiente como para asomar su cabeza, la
escena que se encontró, no era para nada la imaginada.

-¿Pero qué…? –chilló Esther tapándose el torso con lo que tenía más a
mano: su anorak de esquí.

-Baja la voz o vas a despertar a toda la urbanización –le cortó Maca en


un susurro sin apartar la mirada de aquel cuerpo semidesnudo.

-¿Es que a ti no te han enseñado a llamar? –soltó la abogada al tiempo


que se cubría mejor.

-Sí, pero al no encontrarte abajo creí que te habías quedado dormida y…


-se excusó la médico.

-Ya… ¿Y la luz que salía de la habitación mientras abrías la puerta? –se


interesó Esther levantando las manos en un gesto de ofuscación, por lo
que el anorak cayó, irremediablemente, a sus pies –bueno, da igual…
Total, ya lo has visto todo –se resignó procediendo a ponerse el sujetador
-¿vas a seguir mirándome durante mucho más tiempo?

-Yo… ¿Quieres café? –le preguntó Maca en un intento de justificar su


presencia allí.

-Sí –contestó Esther en un suspiro, dándose por vencida ante la actitud


de la cirujana –y si me haces un par de tostadas te lo agradeceré…

-Bueno, es que ya te había preparado un bocadillo –dijo ella teniendo la


ligera impresión que tras aquel comentario, la otra le tiraría su zapatilla
a la cara pensando que se estaba riendo de ella.

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-Un bocadillo está bien… -se resignó la abogada -¿ahora vas a dejar que
me vista tranquila?

Sin decir nada más, cerró la puerta con cuidado, para bajar de nuevo a
la cocina y empezar, ahora sí, a desayunar. Mientras le daba por fin, un
trago a su café con leche, esbozó una sonrisa al recordar lo surrealista
de lo que acababa de vivir minutos antes. “Joder, la verdad es que no
está nada mal…” pensó al tiempo que su sonrisa se ampliaba.

Diez minutos más tarde, cuando Esther ya no aguantaba ni un minuto


más ante aquel gesto de la médico, que parecía no querer borrarse en
todo el día, se dirigieron a la plaza de detrás de la casa de los Wilson,
donde compraron el forfait y cogieron el remonte hacia las pistas.
Hicieron todo el viaje en silencio, la médico fumando el primer cigarrillo
del día mientras le mandaba un mensaje a alguien, y la abogada
observando ensimismada el paisaje que se extendía ante ellas: justo
enfrente se alzaba un conjunto montañoso imponente totalmente
nevado, cuya blancura sólo era rota por conjuntos de abetos y algunos
puntos de colores que se deslizaban por la pendiente.

-Bonito, ¿eh? –observó Maca, cuya sonrisa finalmente había


desaparecido.

-Algunas de los momentos más especiales de mi vida los he vivido en


lugares como éste –explicó Esther que parecía haber olvidado la
identidad de su acompañante-, todavía me estremezco al recordar la
sensación de inmensidad que me invadió una vez que fuimos a Gstaad.
Allí las pistas son interminables, puedes perderte fácilmente sólo con
coger el camino equivocado, e ir a parar a kilómetros de donde
querías…

-Nunca he esquiado en Suiza. De hecho, la única vez que he esquiado en


los Alpes fue en un viaje que hicimos en verano con Anna y compañía, y
aprovechamos para ir a esquiar a Tignes. Me impactó muchísimo lo de
poder hacerlo en verano –comentó Maca.

-Pues tienes que ir, en serio, es una sensación completamente diferente


–exclamó una emocionada Esther, que al percatarse del tono usado,
volvió a su postura distante de siempre.

Pocos minutos más tarde, llegaban al fin al pie de las pistas. Sin perder
tiempo, Esther se puso los esquíes, y algo en lo que Maca no había
reparado todavía: un casco. La médico no pudo evitar negar con la
cabeza al tiempo que esbozaba una sonrisa divertida, al pensar en lo
extremadamente responsable que parecía ser la abogada para todo. Al

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ver que su acompañante ya estaba lista, se apresuró a imitarla para no


tener que aguantar un sermón acerca de lo feo que era hacer esperar a
las personas. Maca barrió con la mirada la explanada en la que se
encontraban, y donde obviamente no había ni rastro de Claudia y Guille,
con los que había quedado el día antes. Sin querer provocar un enfado
de la abogada, decidió que ya quedaría con ellos más tarde, así que se
dirigieron a otro remonte para acceder a otras pistas más altas y de
mayor dificultad. No obstante, cuando ya estaban en la cola, notó un
peso considerable en su espalda, lo que significaba que sus amigos ya
habían llegado y que Claudia había saltado encima de ella.

-Sal de aquí, anda –le dijo a la cardióloga haciendo un gesto para que le
hiciera caso.

-Hay que ver lo sosa que eres –le recriminó ésta, al tiempo que se ataba
la tabla de snow a los pies-, ¿has visto lo que le ha cambiado la cara a tu
hermanastra?

-Futura hermanastra –puntualizó Maca, observando como Esther se


había fundido en un cariñoso abrazo con Eva ante la atenta mirada de
Guille -¿presentación oficial?

-Que va, mis padres han ido a pasar la Navidad a New York para pasar
estos días con mi hermana. La tía intentó escaquearse diciendo que no
querían venir por la crisis y no sé qué cuentos, y ahora los tiene allí…
-explicó el chico.

-¿Y tus tías? –se interesó Maca, extrañada por el cambio de tradición de
la familia de su amigo.

-Con ellos. Pasar las navidades en Madrid ya no está de moda, Maquita.


Ahora lo que se lleva es irse a New York… -contestó él con ironía –y
antes de que te dejes llevar por la influencia de Teresita, mañana vamos
a comer a casa de Claudia.

-Vaya… Pues veniros con nosotros el día de San Estaban –le propuso la
médico –así Esther va a quitar esa cara de asco al menos durante la
comida-, añadió en un susurro confidencial.

Dos horas más tarde, en las que no habían parado de esquiar, cogieron
otro remonte, por el lado del cual, había una pista repleta de bams. Los
ojos de Esther se clavaron en ellos, y Eva se encargó de informar al resto
de la afición que tenía su amiga a esos “montoncitos de nieve”, tal y
como los llamó ésta. Fue allí donde la abogada les hizo una espectacular
demostración de su habilidad con ese deporte, pero no sería hasta unos

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minutos más tarde, cuando todos se quedaron maravillados con sus


dotes. Para entonces, Claudia llevaba ya varios intentos para que
accedieran a ir al snowpark de la estación en el que la cardióloga quería
practicar unos saltos que su anterior novio le había enseñado.

-Yo no me subo ahí ni de coña –observó Eva al ver la altura de uno de los
saltos.

-Tranquila, que yo me quedo contigo –dijo Guille imitando a su novia, y


sentándose en la nieve, en un lateral de aquel parque, desde el que
tenían unas magníficas vistas de las sucesivas caídas de Claudia.

-Y yo también –añadió Esther haciendo el ademán de sentarse junto a


ellos.

-Ni de coña, tú te vas con ellas y te luces un ratito -se negó Eva-, y así
nos dejas solos…

Finalmente, la abogada le hizo caso a su amiga, aunque a


regañadientes; por ello, se dirigió lentamente hacia donde estaban las
dos médicos, que se reían como niñas intentando hacer alguno de los
saltos que le habían enseñado a Claudia.

-Oye Esther, tú no sabrás hacer un 180, ¿no? –quiso saber ésta, cuando
la abogada llegó a su altura.

-¿Un 180? –repitió ella sorprendida –y si quieres te hago un 720 –añadió


de forma chulesca.

-¡Venga ya! –repuso Maca incapaz de creer que Esther supiera hacer
aquéllo.

La abogada le dirigió una mirada retadora, y subió unos cuantos metros


de la pendiente para poder coger más velocidad en el salto. Así que tras
unos segundos, se encontraba deslizándose en dirección a aquel alto
montón de nieve que la propulsaría, para a continuación, girar 720
grados en el aire y caer con un estilo envidiable. Claudia emitió un
extraño aullido que pretendía ser un acompañamiento de los vítores que
le dedicaban Guille y Eva.

-¿Ha sido suficiente para ti? –le preguntó a Maca, con una sonrisa
triunfal. Después de haber fingido que saludaba a un gran público, algo
que solían hacer con Eva y Laura.

-Te doy un aprobado –contestó la cirujana con la misma sonrisa que ella,
clavando su mirada en aquellos ojos que, como siempre, parecían

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retarla.

El resto del día transcurrió en las pistas, exactamente igual que hasta el
momento: Esther al frente dándoles una lección de su impecable estilo,
y el resto tras ella, admirándolo. Hacia el final de la tarde, Claudia y la
abogada intercambiaron sus equipos, puesto que la cardióloga estaba
harta de la tabla y, Esther era la única que tenía la misma talla de pie
que ella.

-La verdad es que me alegro que se le dé tan mal, porque mi autoestima


empezaba a estar bajo mínimos –le susurró Maca a Guille, que se
encontraban sentados a un lado de una de las pistas más fáciles de la
estación, mientras observaban como Esther se caía una y otra vez,
incapaz de mantenerse en pie.

-Eres de un competitivo que das asco –se burló su amigo, justo en el


momento la abogada volvía a aterrizar sobre la nieve, pero esta vez sin
haber tenido tiempo de anteponer sus manos al resto de su cuerpo, por
lo que fue su culo el que recibió todo el impacto.

-Sólo me gusta ser buena en todo lo que pueda –replicó ella.

-Eso, en mi casa, se llama ser competitivo –repuso Guille alzando una


ceja.

-Ya, bueno, lo que tú digas. Nunca he sido de letras –se defendió la


médico, al tiempo que rebuscaba en su anorak para dar con el
escurridizo mechero.

-¿No fumas demasiado? –observó su amigo, con un cierto tono de


reprobación en su voz.

-Tú también lo haces, y hasta donde yo recuerdo, la médico aquí soy yo.
O al menos eso dice un papelito colgado en la pared de mi despacho –le
espetó ella de forma cortante aunque esa no fuera realmente su
intención.

-Uy, uy uy… Que Maca se nos ha puesto borde… -intervino Claudia con
tono burlón, sabiendo que aquello haría sonreír a su amiga.

-¿Ya os habéis cansado de jugar, niñas? –quiso saber Maca del mismo
modo que la cardióloga al percatarse de que las tres habían llegado
donde ellos estaban.

-Joder, necesito un cigarrillo –se quejó Esther dejándose caer en la nieve


–no entiendo como a la gente le puede gustar montarse en esta mierda

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de trozo de madera…

-Es divertido –se justificó Claudia quien se sentía algo culpable por el
dolor que seguramente estaba sintiendo la abogada tanto en sus
muñecas como en varias partes más de su cuerpo.

-Ya, y por eso has insistido tanto en que te dejara los esquís un rato, ¿no?
–la pinchó Maca con una sonrisa un tanto cruel.

-El próximo día más te vale traerte los esquís, porque yo esto no lo
quiero volver a ver en mi vida –le dijo Esther con una sonrisa dejando
claro que, a pesar de que sus palabras fueran ciertas, estaba de broma.

Permanecieron unos minutos más en aquella posición, esperando a que


Maca y Esther acabaran de fumarse sus respectivos cigarrillos, y cuando
esto sucedió, decidieron que lo mejor era volver a casa para tener
tiempo de descansar un rato, y prepararse para celebrar la Nochebuena.
Tras varios intentos, Eva y Claudia consiguieron que Esther se
mantuviera en pie sobre la tabla, y le indicaron lo que debía hacer para
bajar los escasos cincuenta metros que la separaban del final de la pista.
Su amiga y la cardióloga ya habían alcanzado aquel punto, y desde allí
la animaban con gestos y gritos a que se decidiera a bajar de una vez.
Por el otro lado, Guille y Maca acababan de ponerse los guantes cuando
la abogada empezó a coger más velocidad de la debida.

-¿Cómo coño se para ésto? –chilló Esther dirigiéndose a las dos chicas,
sin percatarse del gran árbol del que cada vez estaba más cerca. Por
ello, al girar su cabeza y ver aquel enorme tronco, sus gritos se
intensificaron. Cuando apenas dos metros la separaban de la
irremediable colisión, notó como alguien la agarraba del anorak y tiraba
con fuerza de ella hacia atrás. El prácticamente nulo control que tenía
sobre la tabla, provocó que perdiera el equilibrio, por lo que su propio
peso provocó que se cayera encima de la persona que había acudido a
rescatarla y, unos instantes más tarde, se encontraban abrazadas
rodando por la nieve, incapaces de detenerse.

-¡Clava la tabla en la nieve! –exclamó entre risas la dueña del cuerpo


que tenía debajo, y que estaba haciendo las funciones de trineo.

-No puedo… -contestó la abogada al tiempo que movía las piernas sin
ninguna coherencia, intentando hacer lo que Maca le había dicho.

Debido a la poca pendiente de la pista, su descenso duró apenas unos


segundos más, tras los cuales fueron a parar a los pies de Claudia y Eva,
quienes se encontraban en medio de un incontrolable ataque de risa y ni

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siquiera se inmutaron al ver a sus amigas tendidas en el suelo.

-¿Estáis bien? –quiso saber la cardióloga, aunque tras aquella corta frase
la risa volvió a inundar su boca.

--Sí, gracias –contestó Maca empezando también a reírse–, pero creo que
he perdido mis esquíes.

-Aquí los tienes –intervino Guille llegando a su altura, dejándolos caer


sobre la nieve, junto a ellas–, te han saltado nada más caeros…

La médico giró la cabeza, dejando de mirar a su amigo para hacerlo al


frente. Se sorprendió al encontrarse a la abogada todavía encima de
ella, puesto que a pesar del peso de su cuerpo, había olvidado
completamente la situación en la que se encontraban, debido a la
intervención del galerista. Esther, por su parte, tampoco parecía ser muy
consciente de la identidad del cuerpo sobre el que estaba, y se reía al
ver los intentos fallidos de Eva al intentar frenar de una vez aquel
incontrolable ataque de risa. Maca pensó en lo diferente que se había
mostrado la abogada a lo largo del día, su carácter distante y huraño se
había endulzado notablemente, y eso le había permitido descubrir a una
Esther mucho más jovial y risueña de lo que jamás hubiera llegado a
imaginar. Ésta, por su parte, al sentirse observada bajó su mirada hacia
aquellos ojos que la observaban casi sin pestañear a escasos
centímetros de su cara; sin ser consciente de ello, su cuerpo se movió
levemente buscando una posición más cómoda en la que amoldarse a
su homónimo. Aquel gesto provocó una imperceptible sonrisa en el
rostro de la médico, cuyos ojos empezaron a tener un brillo
indescifrable.

-Te aseguro que me encanta estar así, pero mi culo está tan frío que
estoy empezando a perder sensibilidad –le dijo en un susurro dejando
escapar el aliento de la cirujana que, debido a la cercanía, impactó en
los labios de Esther.

Aquella palabras parecieron sacar a la abogada del profundo


ensimismamiento en el que se había sumido, quien a pesar de seguir
con la tabla atada a sus pies, se levantó a toda prisa, alejándose de
aquel cuerpo que la estaba quemando. Tras despedirse de sus amigos,
se pusieron de nuevo los esquíes para bajar una pista que acababa justo
en la urbanización donde se encontraba la casa de los Wilson. El resto
del camino hacia la vivienda lo hicieron en un completo silencio, y éste
siguió incluso al llegar.

-Me voy a la ducha –anunció Esther de forma escueta, tras saludar a su

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madre y a Pedro.

-¿Ha pasado algo? –quiso saber Encarna con preocupación.

-No, que va… Es sólo que no hemos parado en todo el día… -la
tranquilizó Maca-, ¿sabe que usted ha hecho un milagro? –dijo con una
sonrisa divertida cambiando de tema-, es la primera persona que
consigue que mi padre entre en una cocina para algo que no sea abrir la
nevera-, añadió mirando a Pedro que se encontraba junto a la mesa
donde desayunaban, colocando en pequeñas bandejas lo que se suponía
serían los entrantes de la cena.

-Muy graciosa, hija. Acabas de quedarte sin cena –soltó él sin girarse,
mientras seguía con su difícil tarea.

-Vamos, papá. Si estoy orgullosísima de ti… -le dijo con voz inocente al
tiempo que lo abrazaba por la espalda.

-Anda, ve a ducharte…

-Me encanta tu sutileza para decirme que huelo mal –bromeó ella al
tiempo que cogía un trozo de queso y salía de la cocina, dirección al
baño.

Al contrario de lo que las dos chicas habían pensado, la cena de


Nochebuena transcurrió de forma animada y divertida, principalmente a
causa de las anécdotas infantiles que tanto Encarna como Pedro se
encargaron de explicar con todo detalle ante la avergonzada presencia
de sus respectivas hijas.

-Entonces veo salir a la niña de detrás de los establos. Le pregunté que


qué hacía, y completamente roja me contestó que nada. Total, que me
acerco a ella, y el olor a tabaco que desprendía su ropa era
indescriptible –acabó de contar él provocando las risas de Encarna y
Esther –pero lo mejor de todo eran las excusas que daba para poder
escaparse y fumar: cada día se le acababa el bolígrafo azul, y de pronto
se prestaba para ir a comprar lo que hiciera falta.

-Pero fue mucho peor lo de Jero –añadió Maca intentando llevar la


conversación a otros senderos-, todavía me acuerdo de tu cara cuando
te enteraste de que se había hecho el tatuaje.

-¿Jero tiene un tatuaje? –preguntó Esther extrañada, puesto que en la


playa no lo había visto.

-Bueno, es que lo lleva en una parte del cuerpo que no suele enseñar a

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menudo –explicó Maca-, mi padre se enteró un día que entró de


improvisto en su habitación, y el pobre se estaba vistiendo…

-¿Hace falta que te recuerde el piercing que te hiciste y que llevaste


durante un año pensando que yo no me había dado cuenta? –intervino
su padre, que no parecía muy dispuesto a abandonar las anécdotas que
ella había protagonizado.

-¿En serio lo sabías? –se sorprendió la médico-, y yo tapándomelo con el


pelo… -añadió recordando los esfuerzos que había hecho para taparse el
cartílago de la oreja.

A pesar de la insistencia de Maca, que ansiosa como una niña por abrir
sus regales, se había empeñado en que los dieran aquella noche;
decidieron que lo mejor era esperar al día siguiente ante la presencia de
Jero y Anna. La velada duró hasta algo más de las dos, cuando todos
decidieron de forma unánime que ya era muy tarde, y aquella
Nochebuena podía darse por finalizada. Una hora más tarde, Esther
permanecía tumbada en la cama con los ojos abiertos como platos. Poco
después de irse a dormir, su madre había caído rendida y desde
entonces, sus ronquidos no habían dejado de retumbar por toda la
habitación. Con cuidado de no despertarla, decidió salir un rato al
balcón, para ver si con el frío lograba borrar el agobio que había
empezado a apoderarse de ella.

-Tenemos que dejar de encontrarnos a estas horas, ¿eh? –observó la voz


de Maca a su lado, pronunciando las primeras palabras dirigidas
directamente a ella desde el incidente de las pistas.

-¿No puedes dormir? –preguntó Esther, más por evitar el incómodo


silencio que por real interés.

-Sí, he cometido el error de beberme un café después de la cena…


Puedo tomarme cuantos quiera con la única condición de no hacerlo más
tarde de las ocho de la tarde –explicó la médico-, ¿y tú?

-Los ronquidos de mi madre me están poniendo nerviosa –contestó la


abogada con algo de fastidio en su voz-, por cierto, gracias por lo de
antes. Aunque creo que casi hubiese preferido chocar contra el árbol.
Siento decirte que los rescates no acaban de ser lo tuyo…

-De nada, ya procuraré mejorar para la próxima vez… Yo… Siento si te


he incomodado después, no ha sido mi intención –se disculpó Maca,
apoyada como ella en la barandilla de madera, con la mirada fijada en
las montañas.

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-Pues lo ha parecido. Seguramente es debido a mi egocentrismo, pero


me da la sensación que muchas de las cosas que dices tienen ese
objetivo –opinó Esther, aunque ella sí la miraba.

-Tienes razón… -reconoció la médico-, no me malinterpretes, mi


intención no es para nada hacerte daño o hacerte sentir mal, pero no
puedo evitarlo…

-Pues inténtalo porque a mí este juego está empezando a cansarme –


soltó de forma seca la abogada-, buenas noches –añadió al mismo
tiempo que abría la puerta y entraba de nuevo a su habitación.

-Pues a mí me encanta –repuso Maca en un murmuro, al mismo tiempo


que exhalaba un profundo suspiro provocado por ese pensamiento en
alto.

Los días siguientes no fueron más que la típica y corriente celebración


de aquellas fechas: excesivas cantidades de comida, largas
conversaciones en la mesa acompañadas de risas, y lo más esperado
para Maca: el reparto de los regalos. De no haber sido porque aquel día
aprovechó para dormir lo máximo que su cuerpo le pidió, la médico se
hubiese pasado toda la mañana como un león enjaulado paseando
arriba y abajo, a la espera de que su hermano y su cuñada llegaran.
Aquélla era una manía que tenía desde pequeña, y a esas alturas no
pensaba dejar de tenerla. Al fin, poco antes de la comida llegaron Anna y
Jero, quienes fueron a dejar sus cosas a toda prisa a su habitación, para
bajar de nuevo corriendo al salón donde Maca ya hacía rato que había
dejado sus regalos.

Como cada año, la cirujana permaneció unos instantes admirando


aquella pila de paquetes que se amontonaban en el suelo, junto a un
pequeño árbol de navidad que su padre y Encarna habían montado el
día anterior. Sonrió al ver su nombre escrito en algunos de ellos, así
como el del resto de su familia.

-Aparta, que empiezo yo –soltó Jero alargando el brazo para coger uno
que tenía su nombre. Esbozó una pequeña sonrisa al recordar la
cantidad de enfrentamientos que aquel simple movimiento había
provocado años atrás, en el que siempre acababa ganando ella gracias
al apoyo de su padre. “Deja a la niña abra el primero” decía siempre
Pedro poniendo punto y final a aquellas discusiones. Pero aquella vez, al
contrario que las anteriores, se limitó a sonreír y a convertirse en una
mera espectadora de la cara de ilusión de su hermano mientras rasgaba
sin ningún cuidado el papel satinado. “Estaré madurando” pensó al
tiempo que Jero se abalanzaba sobre ella para abrazarla.

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-Muchísimas gracias –exclamó él con emoción estrechándola entre sus


brazos.

-De nada, no tiene mucho mérito. Sabía cuanto deseabas tenerla y que
no te atrevías a comprártela por tu señora esposa –contestó Maca
cuando él se apartó para seguir admirando aquella consola reluciente-,
eso sí, me vas a tener que dejar jugar siempre que quiera.

-Eso está hecho –dijo él, al mismo tiempo que Anna miraba la escena
entre divertida y resignada pensando en lo que le venía encima.

-Vamos a tener que establecer un horario, ¿eh? Porque no pienso


pasarme las noches viendo como juegas con el aparatito –le advirtió
ésta.

El siguiente en abrir sus regalos fue Pedro, cuyo contenido también le


hizo mucha ilusión, puesto que era un magnífico tocadiscos y el suyo se
había estropeado unos meses atrás. Para ninguno de los presentes era
un secreto la devoción que él sentía por la música clásica, sobretodo por
las óperas. Por ello, Encarna le regaló unas entradas para ir a ver El
ocaso de los dioses, su ópera de Wagner favorita, y la abogada por su
parte, le obsequió con la colección completa de las obras del mismo
compositor en DVD, para que se distrajese durante la recuperación de su
operación, que estaba prevista para un mes más tarde.

Encarna, por su parte, recibió principalmente ropa y complementos,


tanto de su hija como de Jero y Anna. Maca le regaló un completo pack
para que jugara a las cartas con sus amigas, con diferentes barajas,
complementos de los diferentes juegos y un mantel especial destinado a
esa actividad. Y finalmente, Pedro le regaló una bonita sortija cuyo
precio hubiese escandalizado a cualquiera.

Los regalos de Anna fueron muy parecidos a los de Encarna, aunque no


hubo ninguno por parte de su marido ni por parte de su cuñada, que con
un gesto discreto que pasó desapercibido para el resto, le indicó que se
lo daría más tarde cuando estuvieran a solas.

-Si que te ha afectado la crisis, Jerónimo –se burló de él Maca, cuando la


veterinaria acabó de abrir los paquetes.

-Lo cierto es que me dio su regalo ayer –intervino ésta con una enorme
sonrisa-, los planos de nuestra futura casa con un jardín lo
suficientemente grande como para que quepa una piscina y varios
perros.

Unos minutos más tarde, la cirujana abrazaba a su padre con fuerza,

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como agradecimiento por las llaves de moto que le había entregado


dentro de una cajita. Lo cierto es que la suya empezaba a fallarle, y raro
era el mes que no tenía que llevarla al taller para que le cambiaran una
u otra pieza. Encarna, por su parte, le regaló una máquina que según
ella hacía maravillas con la comida. Al abrir el tercer paquete, la médico
sonrió al encontrarse con la misma consola que ella le había regalado a
su hermano, quien se encogió de hombros con resignación.

-Así podremos intercambiarnos los juegos, ¿no? –dijo él en un intento de


buscarle el lado positivo a aquella coincidencia.

Barrió la habitación con la mirada y vio que sólo quedaba un último


regalo para ella, y no podía ser de nadie más que de Esther. Se
sorprendió al ver que su tamaño era considerable y al abrir la bolsa se
extrañó todavía más cuando vio que en su interior había dos paquetes.
Con prisa, a causa de la intriga, desgarró el papel que lo envolvía y al
percatarse de su contenido estalló en una sonora carcajada.

-“Madurar después de los treinta” y “La adolescencia no es eterna” –dijo


Jero, leyendo los títulos de los libros por encima del hombro de su
hermana-, creo que es el regalo más indicado que podrían haberte
hecho.

Maca miró a Esther quien había enrojecido notablemente, y parecía


querer esconderse detrás del sofá más próximo. En aquellos momentos,
estaba deseando llamar a Laura y a Eva para cantarles las cuarenta,
puesto que habían sido ellas quien habían comprado el regalo.

-Como supusimos que no lo habías hecho, hemos comprado esto –le dijo
su compañera de piso dos días atrás-, Esther, no puedes presentarte ahí
sin un regalo para ella…

La médico abrió el segundo paquete, y una exclamación salió de su boca


al ver su contenido: un par de guantes especiales para moto que, a
juzgar por la marca, no le habían salido precisamente baratos.

-Muchas gracias –le agradeció acercándose a ella para darle los dos
besos de rigor-, te prometo que me voy a leer los libros, y seguiré sus
consejos en la medida de lo posible.

-De nada –musitó la abogada siendo consciente que había llegado su


turno y que en los próximos minutos que convertiría en el centro de la
atención, algo que no le gustaba nada.

Fue agradeciendo uno a uno sus regalos: una bufanda y un par de


guantes, un gorro que nunca se pondría y que seguramente acabaría en

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el armario de Eva, un bolso enorme, y un precioso maletín negro de piel


para el trabajo. Ninguno de ellos venía de Maca, así que supuso que el
suyo era el único que quedaba, por lo que se dispuso a abrir aquel
paquete con nerviosismo y miedo a lo que pudiera encontrarse en su
interior. Esbozó una sonrisa de resignación al coger un precioso marco
de diseño que contenía una foto en la que salían ella y Maca, y que su
madre se había empeñado en hacerles aquel verano. Recordó aquel
momento, y lo mucho que había intentado negarse a ello, pero como
siempre la insistencia de su madre al final venció.

-Yo salgo mucho mejor que tú, de eso no hay duda, pero pensé que
quedaría genial en tu mesilla de noche –observó Maca que de pronto se
encontraba pegada a su espalda, al tiempo que miraba aquella
fotografía en la que se veía a sí misma sonriente, rodeando los hombros
de una seria Esther.

La abogada prefirió no contestar a esa provocación, puesto que sus


palabras no hubiesen sido las más adecuadas dado el momento. Sin
muchas ganas, desenvolvió el otro regalo, que resultó ser un simple
sobre. Fue entonces cuando ocurrió algo que nunca hubiese imaginado,
puesto que una repentina felicidad inundó su cuerpo, y la causante de
ello no era otra que Maca.

-Laura dijo un día que te gustaba Coldplay y no sé… -se explicó ella
cuando Esther se giró para mirarla, sujetando aquellas entradas con una
mano temblorosa. Hacía apenas tres días había ido al cajero
esperanzada para comprar aquellas entradas, pero a pesar de que
faltase más de medio año para el concierto, ya estaban agotadas.

-¡Muchísimas gracias! –exclamó ésta saltando a su cuello para abrazarla


con emoción, ante la sorpresa de todos–, eh… gracias, de verdad, me
encanta –añadió mucho más calmada al separarse de ella, algo que hizo
rápidamente al ser consciente de lo que había hecho.

-Bonita moto –opinó Teresa al pasar por su lado, mientras ella se


cercioraba de que había puesto correctamente el seguro.

-¿A que sí? –contestó Maca con emoción separándose unos metros para
imitar a la secretaria y admirarla durante unos segundos.

-Es muy grande –observó la mujer con cierto tono reprobatorio en su


voz-, más que la otra.

-Pues sí, pero muy poco, ¿eh? La ventaja de esta es que es algo más
baja –defendió Maca a su nuevo “juguete”-, y es más potente.

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-R1200R –murmuró Teresa leyendo el nombre del modelo inscrito en el


depósito-, ten cuidado, ¿eh?

-¿Y cuándo no lo tengo? Bueno, dame un beso, ¿no? –añadió cambiando


de tema al notar que a la mujer no le hacía ninguna gracia la moto que
le había comprado su padre-, ¿cómo os fue la Navidad?

-Bien, hija bien. Lo de tener que preparar la comida para tanta gente es
una faena, pero bueno… -contestó ella cuando ya cruzaban la puerta
para entrar en el edificio.

-Espero que tu cuñada se portara bien. Odiaría tener que volver a rajarle
la puerta del coche… -comentó ella de forma distraída ya dentro del
ascensor, recibiendo un golpe en el brazo por sus palabras.

-Te prohíbo que lo vuelvas a hacer, porque está convencida de que fui
yo. ¿A quién se le ocurre? –la regañó Teresa aunque se le notaba
orgullosa por el acto que había hecho Maca para defenderla, años atrás.

-Estoy segura de que desde entonces, se le bajaron los humos –se


defendió la médico-, además, se merecía algo mucho peor de lo que le
hice… Es que se tiene que ser imbécil para ir a gorronear a casa de
alguien, y encima criticar la comida…

-Tienes razón –admitió la mujer-, pero esas no son las maneras


adecuadas. ¿Te espero para comer?

-No, hoy no. Déjame el tupper en el despacho, porque hoy tengo un día
apretadito y tengo una operación programada a las dos…

Los tres días siguientes fueron muy parecidos a aquél, aunque Maca se
planteó seriamente el porqué había decidido ir a trabajar el día 31. Los
días anteriores a una festividad o fecha que mereciera una especial
celebración, las habitaciones de la Clínica se vaciaban como por arte de
magia, puesto que, obviamente, a nadie le apetecía estar allí en día
como Nochevieja. Como cada año desde que había vuelto de los Estados
Unidos, pasaba aquella noche con sus amigos en alguna de las fiestas
que se organizaban. Aquel año, la elegida había sido la cena que se
celebraba en un club social del que los padres de Guille eran socios, algo
que no hizo mucha gracia a algunos de los integrantes del grupo de
amigos.

-¿En serio creéis que mi plan ideal para esa noche es ir a una cena de
gala rodeada de pijos que se pasarán todo el rato mirándome la barriga?
–se escandalizó Marta cuando le contaron el plan.

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-¡Y lo dice la que se ha estudiado en un colegio y una universidad


privados! –exclamó Maca poniendo los ojos en blanco.

-Sabes que si no hubiese sido porque mi madre trabajaba ahí, no


hubiese ido nunca a ese colegio… -le corrigió la publicista-, pero de
todos modos, creo que hubierais podido consultarme antes de reservar
sitio para mí, ¿no?

-Es que Eva irá a allí, y como sabíamos que a ti no te haría ninguna
gracia… -intervino Guille consiguiendo calmar a su amiga. Él siempre
había sido el ojito derecho de Marta, de hecho, todos habían pensado
siempre que acabarían juntos, pero ella conoció a Edu y aquella historia
que ni siquiera había comenzado, se acabó.

Hacía cinco minutos que Claudia le había llamado para avisarla de que
estaban cerca de su casa y, llegarían en aquel corto plazo de tiempo. Y
como siempre, hacía cinco minutos que estaba en el portal esperando,
muerta de frío, a que el taxi hiciera acto de presencia.

-Hola bollito –la saludó su amigo recibiendo una sonrisa como toda
respuesta. Aquella denominación por parte del chico era habitual desde
que ella le había revelado su condición sexual, unos dieciséis años
atrás-, vaya, parece que esta noche veas dispuesta a seducir a alguien –
añadió alabando el atuendo de su amiga.

-Ya que tú te has empeñado en que vayamos a una cena que requiere
vestido largo, digo yo que tendré que estar a la altura, ¿no? –contestó
ella aun pensando que su amigo estaba en lo cierto.

Apenas unos quince minutos más tarde, el taxi se detuvo enfrente de un


elegante edificio, de estilo modernista que ejercía la función de sede de
aquel club y, que sería el silencioso testigo de otra de tantas fiestas que
se habían celebrado en él. Tras esperar a que el resto de sus amigos
llegaran, algo que sucedió en un espacio de tiempo de poco más de
cinco minutos, subieron aquella espectacular escalinata que los llevó a
un hall no menos espléndido. Como la mayoría de aquellas fiestas, el
espacio para la cena se dividía en dos espacio: uno destinado a los
“jóvenes” y, otro a los que pasaban los cincuenta y preferían un
ambiente más relajado. Claudia y Maca, las únicas sin pareja aquella
noche, iban detrás de Guille quien dirigía la comitiva, y buscaba entre el
gentío a su novia sin mucho éxito.

No obstante, otra persona de aquella sala sí los vio, algo que no le hizo
demasiada gracia. ¿Es que no podía pasar una semana sin verla?
Barcelona no era una ciudad pequeña, y estaba segura de que había

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decenas de fiestas como aquella. Entonces, ¿por qué siempre tenían que
encontrarse? La respuesta le llegó de la mano de Eva quien, sin el
mínimo atisbo de sorpresa, salió corriendo para encontrarse con Guille
nada más vislumbrar su cabeza por encima el resto. Supuso que había
sido la abogada quien le había dicho a su novio donde irían, y que éste
había convencido a sus amigos para que fueran allí y así poder pasar
esa noche con ella. “Algo de lo más comprensible y normal, por otra
parte” observó su parte más racional, aquélla que desde hacía algún
tiempo se había sabido muy poco.

-Es su novio –dijo Laura a modo de advertencia temiendo el enfado de su


amiga-, no la culpes por querer estar con él en una noche como esta.

-Lo sé –contestó ella con una sonrisa tomando un sorbo de la copa de


cava que sostenía en una de sus manos-, yo también hubiera hecho lo
mismo, sólo que…

-Y yo no voy a dejarte sola si es eso lo que te preocupa –añadió su amiga


mirando de reojo al rubio que la acompañaba aquella noche.

-Tampoco es eso –dijo ella exhalando un suspiro tras aquellas palabras


mientras observaba a una Maca sonriente que le cedía su abrigo a uno
de los camareros-, Julia está aquí…

-¿Y? Creo recordar que le dejaste muy claro que lo vuestro se había
acabado, ¿no? –se extrañó su amiga puesto que Esther no solía
preocuparse demasiado por sus conquistas.

-Hace un par de días me acosté con ella –le reveló sin apartar la vista de
la médico que acababa de dedicarle un guiño a modo de saludo-, y me
da miedo que pueda malinterpretarlo.

-Lo que no sería extraño… ¿En qué pensabas? –le recriminó Laura que
pensaba que nunca conseguiría entender la actitud de su compañera-,
no contestes, porque en lo que estabas pensando está muy claro.
¿Acaso no ves que esa chica siente algo por ti?

-Claro, sino no se acostaría conmigo –contestó Esther como si fuese una


obviedad.

-No me refiero a esto, joder. Que parece que en vez de sangre tengas
horchata… Esther, a esa chica le gustas, y me atrevería a decir que
bastante. Así que si no quieres hacerla sufrir, acaba con ésto, pero hazlo
ya.

En ese momento, los siete amigos guiados por Eva llegaban a su altura.

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Tras las presentaciones de rigor, decidieron sentarse ya en la mesa que


les había sido asignada, puesto que no le encontraron sentido alguno al
permanecer de pie esperando a que la cena diera comienzo. Por suerte
para Esther, Maca y ella quedaron sentadas algo lejos, aunque debido a
que la mesa era redonda, la sorprendió con la mirada fija en ella en un
par de ocasiones. No obstante, la cirujana no dio ninguna otra señal que
le hiciera pensar que estaba pendiente de ella en toda la velada; de
hecho, alguien ajeno a aquella mesa, hubiese asegurado que ambas
mujeres no se conocían. Aquella falta de interés le provocó a la abogada
dos sentimientos totalmente contradictorios: por una parte, se sentía
liberada al no ser la diana de los comentarios de Maca; pero por otro
lado, se sentía extraña precisamente por ese motivo, puesto que cuando
estaban juntas, ella parecía convertirse en el centro de la atención de la
médico, o así lo demostraban sus actos.

-¿Y sabéis lo que me regaló la muy guarra? –exclamó Anna provocando


que saliera de sus pensamientos-, un conjunto de ropa interior de
encaje. Y va y me suelta, a ver si con esto consigo que me hagáis tía de
una vez.

-Pero digo yo que útil sí habrá sido, ¿no? –se defendió Maca elevando la
voz para que se la pudiera oír a pesar de las carcajadas de los
integrantes de la mesa.

-Eso no lo dudes ni un momento –contestó su hermano mirando de


forma lasciva a su mujer que le arreó un cachete en el brazo.

Además, para acabar de ponerla nerviosa, Julia estaba sentada una


mesa más allá, justo enfrente de ella y sin dejar de mirarla. Aquellos ojos
estaban consiguiendo ponerla histérica, algo que Laura –que estaba
sentada a su lado-, presintió y le acarició el brazo para tranquilizarla. Al
fin llegó el momento por el cual se estaba dando la cena: las
campanadas. De repente, un proyector iluminó una de las paredes y, en
ella pudieron ver el momento retransmitido por televisión. Como
siempre, tras intentar comerse todas las uvas en el tiempo que duraron
las campanadas, los abrazos, besos y felicitaciones varias se sucedieron.
Algunos empezaron a tirar las serpentinas que les habían entregado
dentro de la típica bolsa, y el ruido de los espanta suegras inundó la
sala. Esther se quedó algo sorprendida al ver que el único gesto de Maca
para con ella se limitaba a un simple movimiento de cabeza desde lo
lejos. La que sí se acercó a ella con la excusa de felicitarle el año nuevo
fue Julia, acercamiento que aprovechó para dejar sutilmente su mano en
la cadera de la abogada durante más tiempo del necesario y, susurrarle
al oído que cuando quisiera podían encontrarse en un lugar más privado.

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-Ahora vas a pasarte toda la noche sin ir al baño, ¿no? –le dijo Laura
quien había escuchado la proposición, y podía presumir de conocer muy
bien a su amiga.

-Algo parecido –contestó la abogada dándole un largo trago a su copa.

Como en todas las fiestas de fin de año, lo próximo fue el baile que, al
igual que la cena, se desarrolló en dos salas diferentes: una con música
más calmada y otra con la más moderna y ruidosa, como la hubiera
llamado Pedro Wilson. Sin dudarlo un instante, el grupo se quedó en la
segunda, en la que permanecieron hasta altas horas de la madrugada.

Maca a lo largo de la velada, ya se había encontrado con media docena


de amigas suyas, algunas de ellas con sus respectivos novios, y las que
estaban solas, no dudaron en insinuarle que podía acompañarlas a casa
más tarde. La médico fue rechazando amablemente cada proposición
argumentando que le apetecía quedarse con sus amigos. Por otro lado,
Claudia también se había encontrado con un viejo amigo, aunque ella no
había dudado en prestarle toda su atención; por lo que Maca, se vio de
repente rodeada de parejitas prodigándose el amor que sentían.
Cansada de presenciar aquella empalagosa escena, y temiendo que
pudiera contagiársele algo, se dirigió a la barra. Allí vio como una chica
se acercaba a Esther, lo cierto es que había visto como lo hacía en dos
ocasiones, y esa mano que descansaba en la cadera de la abogada, le
resultó de lo más sospechosa. Negando con la cabeza por lo absurdo de
sus teorías, se dirigió al baño donde esperaba poder evadirse durante
unos instantes del ruido exterior. Se alegró al ver que no había nadie en
los servicios, algo que a la vez la extrañó, aunque sin darle mayor
importancia, se metió dentro de uno de los cubículos. Pocos segundos
antes de salir de allí, mientras se arreglaba de nuevo el vestido y se
aseguraba de que todo estuviera en el sitio donde debía estar, oyó como
la puerta se abría de forma algo brusca. Pensando que se había debido a
la urgencia de alguien, salió por fin con la intención de lavarse las
manos, aunque lo que se encontró allí no lo hubiese esperado jamás.

-Vaya, parece que por estas fechas los hoteles están completos –observó
de forma sarcástica.

Las dos personas que segundos antes estaban besándose


apasionadamente, y en una actitud no demasiado decorosa, se
separaron con rapidez, como si en vez de la voz de Maca, hubieran oído
un disparo. La médico pasó por su lado evitando tocarlos, aunque se
tratase de una tarea realmente difícil por el poco espacio disponible. Sin
tan siquiera molestarse a mirarlos, se lavó de forma concienzuda las
manos, como queriendo alargar el momento, mientras evitaba esbozar

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una sonrisa maquiavélica. Al fin, se dirigió al seca manos, del que no se


separó hasta que el agua se hubo evaporado completamente.

-De verdad, ¿no creéis que estáis un poco mayorcitos como para montar
esta clase de numeritos? –les preguntó cuando ya tenía la mano
envolviendo el pomo, y empezaba a tirar de la puerta.

-Eh… Nosotros… -balbuceó la chica sin saber muy bien qué excusa
poner.

-Joder, Claudia, que esto se hace cuando se es adolescente y tus padres


están en casa. Y al menos, entrad dentro de alguno de los cubículos –la
cortó ella de forma seca despareciendo tras la puerta.

Sin muchas ganas de volver a rodearse de todas aquellas parejas, se


dirigió de nuevo a la barra donde pidió otra copa y pronto se vio
acompañada de la prima de una antigua compañera de facultad quien
tampoco parecía pasarlo del todo bien. Estuvieron un rato charlando,
pero al cabo de unos diez minutos, la chica fue reclamada por una de
sus amigas y se fue de allí, dejándola sola de nuevo. Barrió con la
mirada la gran sala deteniéndose a admirar la fabulosa arquitectura
modernista de la cual estaban dotadas las columnas. En un momento
determinado, sus ojos se fijaron en Laura quien estaba bailando de
forma animada con su acompañante, cuyo nombre no lograba recordar,
y en ese momento se dio cuenta que no había rastro de Esther. Con un
poco más de detenimiento, se dedicó a observar el rostro de los
presentes y, aunque no recordaba muy bien su cara, tampoco identificó
a la chica que acompañaba a la abogada minutos antes. Sin darle
demasiada importancia al asunto, supuso que a causa del aburrimiento,
Esther había decidido marcharse a casa, o bien, que había ido a dar una
vuelta con su amiga por el resto del edificio. Estaba tan concentrada en
los posibles lugares en los que podía encontrarse la abogada, que no se
percató de la presencia de Anna a su lado hasta que ésta decidió decir
algo para revelarle su presencia.

-¿Qué te pasa? –se interesó la veterinaria acompañando sus palabras


con una leve caricia en su brazo.

-Nada –contestó Maca de forma seca, por lo que su intención de sonar


convincente no fue muy lograda.

-Ven –le ordenó su cuñada tirando de su mano, para llevarla a un sofá


que dos chicos acababan de dejar libre-, ¿me lo vas a contar o te tendré
que insistir mucho?

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-A ver… Sé que puede sonar infantil e inmaduro…

-Seguro que sí, pero ya sabes que no me importa –la cortó Anna
invitándola a seguir.

-Bueno, pues que me jode muchísimo el hecho de que Claudia se olvide


del resto del mundo cuando tiene a un tío delante… Mira, sé que ella es
así, y que no va a cambiar; pero yo me he pasado toda la noche
declinando ofertas de chicas guapísimas que me invitaban a su casa
para que no se quedara sola y deprimida porque hace dos semanas la
dejó el novio, y ahora se está magreando en el baño con un tío al que
acaba de conocer… Y lo que más me jode es que siempre hace lo mismo
y yo sigo cayendo… –explicó Maca del tirón desahogándose ante la
mirada comprensiva de su cuñada.

-Sabes que no estás sola, ¿no? Que en estas ocasiones nos tienes al
resto, que tendemos a no ser tan “efusivos” con nuestras parejas. Y no
me digas que te sabe mal y que no te gusta estar de sujeta velas,
porque ya sabes que ni yo ni Jero nos vamos a morir por no estar
comiéndonos la boca constantemente. Y con Juan y Jaime, y Marta y Edu
más de lo mismo… -replicó su cuñada apretando su mano con cariño.

-Lo sé, lo sé… Y también sé que no me tendría que poner así, pero…
Además, con todo eso de la boda de mi padre y que Marta en pocas
semanas tendrá un hijo no sé, como que he empezado a replantearme
cosas que hacía mucho tiempo tenía abandonadas en un rincón de mi
mente…

-Tienes que olvidarla Maca, y con ésto quiero decir que dejes de
imaginar tu futuro sólo con ella. Bea no es el futuro, ni nunca lo será…
-concluyó Anna tirando de ella con una sonrisa para llevarla a la pista.

Hacía ya tres semanas de aquella noche y a los ojos de su cuñada, la


médico parecía haber olvidado el cambio de rumbo de su vida, puesto
que volvía a ser la misma de siempre: su humor ácido se había
endulzado un poco, las bromas se sucedían una tras otra, y sabía por
algún comentario de la propia Maca que había hecho más de una salida
nocturna que contribuyó a ampliar su larga lista de conquistas. Pero algo
había cambiado en ella, quizás algo casi imperceptible, pero que hacía
que Maca no fuese la misma de los últimos años, sino una más parecida
a la que conoció antes de que se marchara a los Estados Unidos, antes
de que huyera.

Aquella tarde de un viernes, la cirujana se disponía a salir de la zona


séptica, tras más de dos horas de una operación que, inexplicablemente,

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se había complicado en el último momento, cuando una excitada Teresa


la abordó.

-Maca, Anna me ha llamado… -empezó intentando recobrar el aire


perdido después de la carrera que se había echado-, Marta se ha puesto
de parto.

-¿Ya? –se sorprendió ella-, ah, claro, que ya estamos a finales de enero...
¿Tengo alguna visita más? –quiso saber la médico con tranquilidad.

-No, la señora Casamitjana ha anulado la suya, así que ya estás –


contestó la secretaria extrañada por la falta de emoción por parte de la
chica.

-Vale, pues me paso a despedirme de un par de pacientes a los que se


les tiene que dar el alta hoy mismo y me voy para allá… ¿En qué
hospital me has dicho que estaba? –quiso saber cuando ya se
encontraba a unos metros de ella.

Tal y como le había dicho a Teresa, una hora más tarde, tras haber
pasado por aquellas habitaciones, llegó a la planta de maternidad del
hospital indicado. No le fue difícil encontrar la habitación de Marta,
puesto que en la puerta se encontraban algunos de sus amigos junto
con el padre de la recién estrenada madre.

-¿Dónde estabas? –le preguntó su hermano al verla llegar-, he llamado a


la Clínica hace más de dos horas…

-Estaba en quirófano –contestó ella a modo de toda explicación, a la vez


que lo esquivaba para adentrarse en la habitación donde una Marta
radiante permanecía en compañía de su madre, su hermano y Edu-,
¡enhorabuena, guapa! –exclamó mientras la abrazaba con cariño -¿cómo
ha ido todo?

-Muy bien. El niño ha salido sin problemas. Los médicos me han dicho
que para ser una madre primeriza ha salido my rápido y con facilidad,
así que no puedo quejarme… -explicó Marta con una enorme sonrisa.

-Bueno, ya sabes que cuando esté un poco más crecidito y necesitéis un


descanso, puedes dejármelo para que lo malcríe –se ofreció Maca-, eso
sí, no más de un par de noches, ¿eh? Que nos conocemos…

Los días en los que Marta permaneció ingresada en el hospital


recuperándose del parto, las visitas de todo el grupo fueron diarias, e
incluso en una de ellas Maca estuvo acompañada de su padre. El último
día de su estancia allí, cuando la publicista ya empezaba a estar

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realmente aburrida e impaciente para marcharse a casa, hubo una visita


inesperada para todos: Laura, Eva y Esther, las cuales alagaron hasta el
cansancio al pequeño que sólo se despertó una vez a lo largo de toda su
visita. Hacía apenas una hora que se encontraban allí cuando la puerta
se abrió de forma enérgica, dando paso a un enorme y colorido ramo de
flores, detrás del cual se escuchaban varios suspiros y quejas.

-Hay que ver lo que pesa el bicho este –se lamentó la persona que lo
llevaba-, al menos si la florista se hubiese dignado a comentarlo…

-Bueno, seguramente supuso que lo sabrías cuando le pediste el ramo


más grande –observó una Marta divertida.

-Te lo mereces, por haber hecho algo de lo que yo nunca seré capaz –
contestó la médico dejando aquel enorme montón de flores encima de
una mesa-, hola campeón, ¿qué tal te cuida mami? ¿A que me echabas
de menos? –le dijo encaramándose al pequeño que dormía
plácidamente-, ha salido a ti, ¿eh? Ninguno de los dos os enteráis de
nada cuando dormís…

-Bueno, es normal en un niño de menos de una semana –soltó Esther


desde el sofá-cama, recibiendo un codazo por parte de Laura.

-¡Anda! Perdonad, pero no os había visto… -se disculpó Maca


acercándose a ella para saludarlas-, y se llama broma, Esther. B-R-O-M-
A. Son cosas que dice la gente con la finalidad de reírse –añadió
vocalizando exageradamente para que la abogada pudiera entenderlo
mejor.

Una semana más tarde, toda la familia volvía a reunirse de nuevo en un


hospital, pero esta vez por una razón que nada tenía que ver con el
nacimiento de un pequeño. Los dos hermanos Wilson se habían cogido la
tarde libre en el trabajo para poder hacerle compañía a Encarna
mientras esperaban a que su padre saliera del quirófano. A pesar del
ofrecimiento de Dávila para que se uniera a ellos en la operación, ella
prefirió permanecer al lado de la mujer, puesto que se notaba que los
hospitales no eran de su agrado y su nerviosismo era fácilmente
palpable. Hacía ya mucho rato que se habían llevado a Pedro, o al
menos eso les parecía a ellos, a pesar de intentar matar el tiempo con la
gran televisión de plasma de la habitación.

-¿No tardan mucho? –se atrevió a preguntar Encarna tras varios minutos
de formular aquella cuestión en su cabeza.

-No, tranquila. Antonio ha dicho que la media solía ser de dos horas y

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media –contestó Maca girando su cabeza hacia ella-, mire, es mucho


mejor que tarden que no que se presenten de vuelta al cabo de media
hora.

-Visto así… -murmuró la mujer a pesar de que se le notaba que no


estaba nada tranquila.

-¿Quiere que le vaya a buscar algo? No sé, quizás una tila le sentaría
bien –se ofreció Jero, aunque ni siquiera esperó una respuesta por su
parte, puesto que salió de la habitación nada más acabar de decir
aquellas palabras.

Tal y como les había dicho Antonio, hora y media más tarde la camilla en
la que descansaba su padre entraba en la habitación empujada por uno
de los celadores. El cardiólogo les informó que tardaría bastante en
despertarse, por lo que podían ir a tomarse algo en la cafetería de abajo.
No obstante, Maca insistió en que fueran su hermano y Encarna quienes
salieran un rato mientras ella se quedaba allí junto a Pedro. Aunque al
principio la mujer no parecía muy conforme, al final acabó cediendo,
puesto que lo cierto es que las piernas empezaban a dolerle por
permanecer tanto rato en la misma posición. Al poco de haber salido la
puerta volvió a abrirse de nuevo para dejar entrar a Anna y a Esther que
lucían sendos rostros de preocupación.

-¿Qué tal? –quiso saber su cuñada en un susurro, quedando la abogada


en un segundo plano.

-Bien, bien. Antonio ha dicho que había salido todo según lo previsto, así
que dentro de nada lo tenemos de nuevo dando guerra –contestó ella
con una sonrisa dejando el periódico que se encontraba leyendo a un
lado-, pero podéis hablar alto, ¿eh? Que está anestesiado, no dormido.

-¿Y mi madre? –se extrañó Esther al no encontrarla allí.

-Ella y Jero han bajado a la cafetería un ratito. Ve con ellos si quieres –le
explicó la médico.

-No, no. Mejor me quedo aquí, no vaya a ser que me los cruce…
-contestó la abogada sentándose en el sillón que quedaba enfrente del
sofá-cama en el que estaban las dos amigas.

-¿Y cómo acabaste el fin de año? –se interesó Anna con la intención de
cortar aquel silencio que se había establecido en la habitación-, que
aquella noche desapareciste y hasta ahora no nos habíamos vuelto a
ver…

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-Yo… Es que me encontré a una conocida y… Bueno, fuimos a dar una


vuelta por el edificio y luego ya me acompañó a casa –contó intentando
sonar convincente, aunque sus titubeos no la ayudaran mucho.

-¿Ves, Maquita? Otra que no ligó… -le soltó a su amiga provocando que
ambas se sonrojaran avergonzadas por el comentario-, es que aquí la
niña se pasó un ratito buscándote porque se sentía sola rodeada de
tanta parejita y…

-Pero seguro que al final encontraste a alguien más interesante –la cortó
Esther mirando de forma retadora a la médico.

-Pues lo cierto es que no… Has dejado el listón demasiado alto como
para poder conseguirlo –contestó ella con una sonrisa, aceptando el reto
de la abogada de forma tácita.

El hecho de que Pedro fuera operado un viernes, les permitió a todos ir a


visitarlo al hospital durante el fin de semana sin tener que hacer
malabarismos para compaginar los turnos con sus respectivos trabajos.
No obstante, Maca había dejado a cargo de su departamento a Vilches,
quien se encargaría de los pequeños pormenores que pudiesen surgir en
su ausencia, como hacían siempre que ella debía ausentarse de la
Clínica en sus usuales salidas del país cuando era reclamada para hacer
alguna conferencia. Tal y como les dijo Antonio en su día, la recuperación
de Pedro sería lenta, sobretodo a la hora de retomar su agitada actividad
diaria, por lo que tendrían que ayudarlo en la medida de lo posible para
que no se desesperara. Aquello sería realmente difícil, sobretodo a partir
de una semana más tarde –cuando estaba previsto que le dieran el alta-,
ya que al menos en el hospital estaba controlado por las enfermeras;
pero todos tenían serias dudas de que la cabezonería de Pedro accediera
a hacer el reposo recomendado.

De aquella forma pasaron los tres meses que los separaban de la tan
esperada boda. Lo cierto es que el patriarca de los Wilson los sorprendió
gratamente a todos, puesto que, a pesar de algún par de episodios en
los que intentó escaparse de su casa, hizo caso de las prescripciones de
Antonio: se tomó todas las pastillas que debía, se pasó el primer mes
prácticamente encerrado en casa e, incluso, accedió a olvidarse del
tabaco por un largo período de tiempo. Aquel viernes, justo dos semanas
antes del enlace se habían vuelto a reunir todos en casa de los Wilson
para cenar, donde acababan de ultimar los escasos detalles que todavía
tenían pendientes de la boda.

-¿Y la despedida de solteros? –preguntó Maca con una sonrisa traviesa al


imaginarse a su padre y a Encarna en algún club de striptease cutre.

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-Bueno, habíamos pensado en hacer una cena íntima, ya sabéis: los


amigos y los familiares más allegados –explicó Pedro.

-Supongo ya tendréis escogido el lugar, ¿no? -quiso saber la médico.

-Por supuesto, uno de los salones del Palace nos ha parecido lo más
apropiado. Además, de este modo los familiares de Encarna que tengan
que quedarse en la ciudad, podrán hospedarse en el hotel –contestó su
padre.

-¿Sabe la tía Carmen que va a dormir en el Palace? –se extrañó Esther


mirando a su madre.

-Está encantada, aunque el que no lo está tanto es tu tío. Ya sabes lo


tacaño que es para estas cosas –contestó Encarna sin darle mucha
importancia, al tiempo que daba un sorbo de su copa-, los que se han
escaqueado han sido tus primos, algo que no me extraña por otra
parte…

-¿Cuándo será todo ésto? –quiso saber Maca.

-El viernes que viene, por supuesto –contestó su padre como si fuera lo
más obvio-, supongo que todos sabéis cual es el atuendo apropiado para
una noche como esa…

-Claro, vaqueros y camiseta, ¿no? –soltó la cirujana con gesto inocente.

-Vestido largo y esmoquin –aclaró él poniendo los ojos en blanco por la


poca seriedad que mostraba su hija-, en tu caso vestido, no vaya a ser
que te confundas.

-Fantástico, otra noche vestido de pingüino –murmuró Jero recibiendo un


codazo divertido por parte de su mujer.

-Por cierto, vuestros amigos están invitados –dijo Pedro-, y las tuyas
también Esther, claro.

De este modo, una semana más tarde se encontraban enfrente de la


impresionante fachada de aquel hotel que, como la mayoría de los
edificios señoriales de principios del siglo XX, estaba adornada con todo
tipo de moldes alrededor de las ventanas y amplios balcones en la
primera planta. Maca frunció el ceño cuando uno de los botones se le
abrió la puerta del coche y se dispuso a entrar en él para ir a aparcarlo;
pero su gesto se endureció todavía más al ver aquella fachada quizás
excesivamente iluminada. Esperó ahí fuera algunos minutos para que
llegaran su hermano y Anna, quienes le habían dicho que se retrasarían

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un poco –algo no muy raro en su cuñada-; así que se apoyó en una


pared, justo al lado del atril del conserje, y encendió un cigarrillo para
amenizar la espera. Justo en el momento en el que lo apagaba con la
suela de su zapato, el BMW de Jero se detenía enfrente de ella de forma
algo brusca, del que bajó una Anna ligeramente pálida a pesar del
maquillaje.

-Desde que se compró la maquinita esa que detecta los radares es


imposible ir con él –se quejó su cuñada con gesto de fastidio.

-Vaya, hermanita, creo que te has confundido… -observó el chico de


forma burlona repasando su atuendo.

-Perdona, pero el esmoquin femenino es, protocolariamente hablando,


igual que el vestido largo –se defendió ella con voz repelente.

-Eso cuéntaselo a tu padre, a ver si lo entiende –le dijo Anna dándole


una palmadita en su espalda, como queriendo transmitirle su apoyo.

Tras aquella breve conversación entraron en el hall del hotel, aunque


Maca ya había estado allí en diversas ocasiones, siempre se detenía
algunos segundos a observar aquella gran sala algo ostentosa aunque
sin dejar de ser magnífica: la luz de la enorme araña que colgaba del
techo relucía en el brillante suelo de mármol blanco y negro, los moldes
y las pinturas del techo se conservaban igual que el primer día y, al final,
el clásico bar decorado exclusivamente en madera oscura de teca,
estaba ocupado por algunos de los clientes del hotel.

-Tenemos que ir la última planta –indicó Jero dirigiéndose a los


ascensores-, papá se está gastando los cuartos con todo ésto, ¿eh?

-No me digas que vamos al salón Gaudí –se extrañó ella recordando la
elegante sala de tamaño mediano, en la que una de sus paredes no era
más que una gran cristalera que ofrecía unas vistas envidiables de la
ciudad.

Las puertas del elevador se abrieron ya dentro del mismo salón, por lo
que lo primero que vieron fue a Pedro mirando de forma impaciente su
reloj y, sentadas en un sofá a su lado, a Encarna y a Esther, a la última
de las cuales se la veía realmente aburrida. La mirada que su padre le
clavó a su hermana hizo sonreír levemente a Jero quien ya se esperaba
una tanda de reproches por su parte.

-Veo que no me entendiste la semana pasada… -se limitó a observar él.

-No te enfades que te pones feo –soltó Maca dándole dos besos-,

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además, me he informado bien y el protocolo lo admite.

-Ya, pero no es lo mismo… -empezó él intentando rebatirle el argumento.

-Y se considera una de las grandes innovaciones de la moda. Mira, Yves


Saint Laurent lo introdujo en 1966, por lo tanto ya es un clásico, ¿no?

-Por cierto, hija –dijo Pedro prefiriendo cambiar de tema-, he olvidado


llamarte antes para contártelo, pero he reservado un par de
habitaciones en el hotel para ti y tu hermano. Toma, esta es la llave de la
tuya: la 207 –añadió entregándole una tarjeta.

-Vaya, gracias. Pero no hacía falta, de verdad… -le agradeció ella.

En ese momento, las puertas del ascensor volvieron a abrirse, dando


paso a dos mujeres cuyo parecido con Encarna era evidente, aunque a
una se la veía más mayor y a la otra más joven, acompañadas de sus
respectivos maridos y una chica de aproximadamente su misma edad.

-¡Cris! –exclamó Esther levantándose como un resorte del sofá, para


correr hacia la chica y abrazarse a ella.

-Primita –contestó ella estrechándola entre sus brazos,- ¿qué tal todo?

-Bien, como siempre. ¿Y tú, qué tal por Milán?

-Ya sabes, rodeada de italianos pesados… -dijo ella con una sonrisa-,
pero ya sabes que me encanta…

En seguida, Encarna le robó a su prima para proceder a presentarle los


nuevos miembros de la familia, siendo Maca la última de ellos, ya que se
había quedado algo rezagada observando aquel emotivo encuentro.
Cristina no pudo evitar repasar detenidamente a aquella chica que se
encontraba unos metros separada del resto tras haber saludado a sus
padres y sus tíos. A pesar de lo que le había contado su prima de ella, su
mirada era limpia, y tuvo que reconocer que se había quedado corta al
decirle que era guapa. Aquellos pantalones de corte recto y talle alto
que finalizaban en un fajín de color burdeos, hacían que sus piernas
parecieran interminables; aunque supuso que los altos tacones también
contribuían a ello. Notó que su tía tiraba de su brazo para llevarla donde
ella, así que no opuso resistencia y se dejó guiar.

-Maca, te presento a mi sobrina Cristina. Cris, ella es Maca, la hija de


Pedro –les presentó Encarna con una sonrisa, esperando que su sobrina
se llevara mejor con ella que su hija.

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-Encantada –la saludó Maca acercándose a ella para darle los dos besos
reglamentarios-, he oído que estás en Milán, ¿cómo te tratan los
italianos?

-Bien, la verdad es que demasiado… Aunque con el trabajo y todo eso no


me da mucho tiempo de salir por ahí –contestó Cristina pensando que
aquella mujer no estaba tan mal.

Encarna, satisfecha, se separó de ellas al ver que habían empezado una


conversación amena, y se fue hacia donde estaban sus dos hermanas
riendo junto a su hija y Anna. A la que no le hizo tanta gracia la buena
química que parecían tener ambas chicas, fue a Esther. Lo cierto es que
hacía más de un año que no veía a su prima y, aunque se llamaban a
menudo, tenía ganas de hablar con ella y ahora parecía que Maca había
monopolizado toda su atención. Decidió volver a centrarse en la
divertida conversación que mantenía con sus tías, pero unos segundos
después de haberse girado, una carcajada hizo que se volviera para ver
de donde provenía. Con paso decidido, se acercó a ellas para descubrir
qué era lo que le hacía tanta gracia a su prima, pero al llegar, ambas
mujeres se quedaron calladas, todavía con una amplia sonrisa en su
rostro.

-¿Interrumpo algo? –quiso saber ella algo molesta, aunque sonriendo de


forma forzada.

-No, que va. Cris me estaba contando sus peripecias en Milán –contestó
Maca mirándola fijamente y, percatándose de lo extremadamente guapa
que estaba la abogada aquella noche.

-¡Anda! Si vais a conjunto –exclamó Cris refiriéndose al color burdeos


tanto del vestido de su prima, como del fajín y el pañuelo que la médico
llevaba anudado al cuello-, ¿os habéis puesto de acuerdo?

-Lo cierto es que sí. La llame ayer para saber que se pondría y bueno…
-bromeó Maca, siguiéndole el juego.

-Oye, Cris ¿me acompañas un momento al servicio? –soltó de pronto


Esther ante la extrañada mirada de ambas chicas-, así me ayudas con el
vestido y eso…

-Si quieres te ayudo yo –se ofreció Maca.

-No, gracias, pero con ella creo que será suficiente –contestó de forma
seca la abogada, tirando de su prima para alejarla de ella.

-Una excusa muy buena, si señora –le susurró Cris que se lo estaba

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pasando en grande con la situación-, por cierto, no me habías dicho que


era tan guapa…

-¡No me lo puedo creer! –exclamó Esther con indignación.

-Bueno, lo es. Eso tienes que reconocerlo… -repuso ella con una sonrisa
al ver la reacción de su prima-, por cierto, tú y ella nunca…

-¡Por favor, Cristina! –se escandalizó la abogada, que no podía creer lo


que estaba escuchando.

-Tampoco es tan raro, no sé. Tú eres lesbiana, ella también… La chica


está realmente bien aunque tú lo niegues, es lista, rica, simpática, tiene
un puntito borde y sarcástico… No lo niegues, estoy describiendo a la
mujer perfecta para ti…

-Eso no es verdad –se enfurruñó Esther-, y sigo sin entender porque te


dije que era lesbiana, desde entonces no has dejado de emparejarme
con toda mujer que conoces.

-Porque soy tu prima favorita, y lo hago porque lo necesitas, cielo –


contestó Cristina.

-Créeme cuando te digo que no lo necesito… -concluyó ella saliendo de


allí, con gesto ofendido.

Pronto empezaron a llegar los invitados, entre los que se encontraban


los amigos de ambas, Antonio Dávila y su mujer; algunos de los médicos
más veteranos de la Clínica, entre los que se encontraban Rodolfo y
Cruz; Teresa y su marido y, obviamente, Javier Sotomayor acompañado
por sus padres y una exuberante rubia que le sacaba un palmo.

-Parece que te has olvidado de las normas de protocolo –susurró con


desdén una voz en el oído de Maca, quien se giró automáticamente para
encontrarse con esa cara de asco tan característica de su primo.

-Y tú parece que te has olvidado de las alzas que sueles ponerte en los
zapatos –le soltó ella con una sonrisa haciendo referencia a la diferencia
de estatura existente entre él y su acompañante-, aunque si quieres te
dejo los míos…

-¿A cuántas de aquí te has tirado ya? –quiso saber él con un tono de voz
más elevado de lo normal.

-Seguro que más de las que te has tirado tú en toda tu vida –contestó
ella sin borrar su sonrisa-, ¿quieres que te presente a alguien para que

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no estés tan solo?

-Eres una prepotente, y algún día lo vas a pagar –le susurró él dibujando
él también una sonrisa desdeñosa.

-¿Y qué le vas a hacer? ¿Morderle en un muslo o acaso has crecido un


poco y ya le llegas a la cintura? –intervino Guille detrás del médico.

-Veo que al fin alguien ha accedido a salir contigo. Dime, ¿cuánto le


pagas? –le espetó él con rabia, haciendo referencia a la presencia de
Eva, quien iba cogida de la mano de su novio.

-La verdad es que mi tarifa es alta, pero creo que para salir contigo la
subiría todavía más –soltó la abogada con una sonrisa radiante.

Como siempre que hacían una cena de esas características todo el grupo
se sentó junto, formando la mesa más grande de todas las de la sala, y
esa ocasión tuvieron a Cristina como invitada especial. Ésta se sentó
entre su prima y Laura, con quienes estuvo hablando durante
prácticamente toda la cena. Maca, por su parte, luchaba contra sus
propios ojos, quienes se habían empeñado en no separarse de Esther. No
sabía que le pasaba, pero de pronto veía a la abogada como lo que era:
una mujer; y no como a su futura hermanastra. Una mujer lista, con
quien podía intercambiar comentarios punzantes sin descanso, guapa y
que ahora le mostraba una de las sonrisas más bonitas que había visto
jamás. Sus ojos, cada vez más atrevidos, bajaron más allá de aquel
rostro, y de pronto sintió un deseo casi salvaje de besar, morder y
succionar aquel cuello hasta la saciedad. Pero sus ojos no se detuvieron
ahí, sino que siguieron descendiendo hasta el comienzo de su vestido,
que dejaba entrever el principio de su escote. Quiso quitarse esos
pensamientos de la cabeza, y en un intento para lograrlo le dio un
considerable trago a su copa de vino blanco, cuya frescura bajando por
su garganta le ofreció una pequeña tregua. No obstante, sus rebeldes
ojos volvieron a fijarse en ese mismo punto, pero esta vez se
encontraron con algo que no esperaban: sus homónimos también los
miraban fijamente, y tenían el mismo brillo indescifrable que ellos.

-¿Sabes, cielo? Lo que tienes en tu plato se llama comida, y lo que está


al otro lado de la mesa es una persona. Deja de mirarla como si fueras a
devorarla, por favor, que me estás incomodando hasta a mí –le advirtió
Anna en un susurro.

-No te inventes cosas, anda –se defendió Maca molesta por la


interrupción del duelo al que estaban siendo sometidos sus ojos, y que
había perdido por culpa de su amiga.

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-Sí, será que nuestra imaginación está muy desarrollada últimamente –


murmuró la veterinaria poniendo los ojos en blanco.

-¿Nuestra? –se extrañó la médico, aunque lo comprendió al ver la mirada


divertida de sus amigos, quienes intentaban aguantarse la risa-, que os
jodan –vocalizó ella de mal humor por saberse pillada.

Como siempre se hace en aquel tipo de veladas, después de la cena y


tras la típica sobremesa, una leve música empezó a inundar la sala.
Todos dirigieron su mirada hacia allí, y se sorprendieron al ver una
pequeña pista de baile de la que muy pocos se habían percatado
anteriormente.

-¡Barra libre! –exclamó Guille,- adoro a vuestro padre…

-Se lo haré saber – dijo Maca con una sonrisa divertida.

Como era costumbre, los primeros en atacar aquella larga mesa


dispuesta con todo tipo de bebidas, fueron ellos. Y de igual modo, fueron
los primeros en ocupar la pista de baile, eso sí, tras pedirle al encargado
de la música si podía poner alguna canción más movida. Muy pronto, la
mayoría de los invitados también se animaron y se unieron a ellos. Un
par de horas más tarde, y con una elevada tasa de alcohol en sangre,
Maca se dirigió de nuevo a la barra para pedir otra copa, y así intentar
que ese calor infernal se redujera un poco. Cuando se disponía a volver
de nuevo a la pista, empezó a sonar una canción lenta, por lo que todos
se abrazaron a sus respectivas parejas como por arte de magia.
Negando con la cabeza, decidió que aquel era un buen momento para ir
al servicio y quizás, con un poquito de suerte, la música se había vuelto
a animar a su vuelta. Al entrar, se encontró con la mujer de un amigo de
su padre retocándose el maquillaje, con quien habló durante unos
minutos intentando que no se le notara mucho que su falta de
vocalización se debía a la excesiva ingesta de alcohol. Cuando la mujer
se marchó de allí dejándola sola, corrió hacia el lavamanos donde cogió
una de las pequeñas toallitas que descansaban en un cesto y la mojó
para pasarla por su nuca.

-Creo que alguien se ha pasado con la bebida –observó alguien detrás de


ella, mirando fijamente sus ojos levemente entrecerrados que ahora
también le devolvían la mirada.

-Y yo creo que no he sido la única –contestó ella con una sonrisa,


percatándose de lo pastosa que se había vuelto la lengua de la abogada.

-Por primera y única vez en mi vida, voy a reconocer que tienes razón –

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dijo Esther dirigiéndose a uno de los cubículos.

-¿Ahora no necesitas a nadie que te ayude con el vestido? –quiso saber


Maca con una sonrisa traviesa, acercándose a ella lentamente.

-¿Quieres ayudarme tú, acaso? –se interesó la abogada sonriendo de


igual modo, y sin moverse de allí, aunque decidió apoyarse en la pared,
previendo que aquéllo iría para largo.

-¿Te gustaría? –reiteró ella prosiguiendo con sus tambaleantes pasos,


hasta plantarse a pocos palmos de su cuerpo.

-Bueno, quizás de este modo conseguiría que dejaras de desnudarme


con la mirada como has hecho durante toda la cena –contestó la
abogada acompañando sus palabras con una carcajada que hizo que
tirara la cabeza algo para atrás.

-Durante la cena no te estaba desnudando –replicó Maca ante la mirada


incrédula de Esther-, sólo me moría de ganas de…

-¿De…? –la animó la otra.

-De besarte –concluyó ella atrapando con ansias aquellos labios que la
esperaban entreabiertos, y que no pusieron ningún impedimento ante el
ataque.

Cuando Maca hizo el ademán de separarse de ella, y estaba a punto de


salir corriendo de los servicios para ahorrarse las probables represalias
que se tomarían en su contra, Esther volvió a tirar con energía de su
nuca, donde tenía una de sus manos. Por ello, sus lenguas volvieron a
enzarzarse en una batalla cuyo objetivo no era más que descubrir el
territorio hasta ahora desconocido. A pesar de que sus sentidos estaban
completamente centrados en la mujer que la tenía atrapada entre su
cuerpo y la pared y la besaba con pasión, la abogada oyó como unos
pasos se acercaban a la puerta, por lo que volvió a tirar de ella y se
metieron dentro de uno de los cubículos. Aquella vez fue ella la que
aprisionó el otro cuerpo contra la puerta, tomando, de algún modo, el
control sobre situación. Sus manos, que parecían haber cobrado vida
propia, capturaron los pechos de la médico, cuya boca había pasado
ahora a atacar su cuello.

-Vámonos a la habitación –le susurró Maca a su oído, provocando que su


aliento chocara con éste, y un fuerte escalofrío la recorriera de la cabeza
a los pies.

Ella no se molestó en contestar, simplemente abrió la puerta dándole a

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entender de forma tácita que aceptaba su invitación. De forma


presurosa salieron de allí, encontrándose de frente con una extrañada
mujer que la médico recordaba haber visto en un par de ocasiones en
casa de su padre.

-Estos vestidos son imposibles –se excusó Esther tirando de Maca


mientras salían de los servicios entre risas-, ¿y ahora dónde se supone
que tenemos que ir?

-Habitación 207 –contestó ella pulsando el botón del ascensor que,


solícito, abrió sus puertas pocos segundos más tarde-, mi padre ha
tenido el acierto de reservar una habitación para mí –añadió volviendo a
atrapar sus labios una vez las puertas se hubieron cerrado.

A pesar de haber intentado comportarse con normalidad, alguien las


estaba observando sonriente desde la pista de baile, alguien que supuso
lo que se traían entre manos y que negó con la cabeza al imaginarse lo
que le podía venir encima al día siguiente.

-¿De qué te ríes? –le preguntó Claudia acercándose a ella, para no tener
que gritar mucho y poder oír bien la razón que tanto parecía divertir a
Anna.

-De Maca… -se limitó a contestar ella.

-Por cierto, ¿dónde se ha metido? –se extrañó la cardióloga.

-Diría que ahora mismo en una habitación de este hotel… Con cierta
abogada a la que mañana no se atreverá ni a mirar a la cara…

Tal y como había dicho Anna, ambas mujeres acababan de cruzar el


umbral de la habitación, y el ruido de la puerta al cerrarse, fue como una
señal para ellas, puesto que de nuevo volvieron a retomar la batalla que
habían interrumpido momentáneamente para cruzar el pasillo. Sin dejar
de besarse y sintiendo como sus respectivos cuerpos habían sido
tomados por sus manos que los recorrían frenéticas, avanzaron a base
de trompicones hacia la cama que parecía estar esperándolas. Todavía
de pie junto a ella, las manos de Maca se apoderaron de la cintura de la
abogada, consiguiendo bajar la cremallera del vestido con un rápido
gesto, provocando que la prenda cayera a sus pies. La médico esbozó
una sonrisa al ver aquel cuerpo enfrente de ella sólo cubierto por dos
pequeñas piezas, y supo que aquello que había estado deseando hasta
agobiarse durante la cena, sería por fin suyo. Esther, por su parte, sin
querer se menos que ella, agarró con decisión las solapas de aquella
americana con el objetivo de dejar a Maca en las mismas condiciones

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que ella, algo en lo que la otra colaboró de forma desinteresada. Tras


desprenderse de aquella prenda y del pañuelo que cubría su cuello se
dispuso a desabrochar los botones de aquella camisa, aunque aquéllos
parecían desafiarla y la tarea se convirtió en imposible. Cansada de
pelearse con ellos, pero sobretodo de aguantar la divertida mirada de
Maca por la prisa que parecía tener, decidió que lo mejor sería quitársela
por la cabeza, así que no lo dudó mucho más y tiró rápido de ella. No
obstante, parecía que aquella prenda se había confabulado en su contra,
puesto que se atascó en la cabeza de la médico, dejando sólo su boca y
parte de su nariz libres de ella. Cansada de aquel extraño juego, se
abalanzó de nuevo sobre sus labios dejando aquella tarea a medias.

-Pareces ansiosa –comentó Maca en tono burlón.

-Si no besaras tan bien te mandaría a la mierda –soltó ella pasando a


atacar ese cuello que había quedado libre al fin.

La médico, aburrida de no ver nada a causa de la camisa, la cogió con


sus manos y con un seco movimiento la abrió, provocando que los
botones que todavía no habían sido desabrochados, volaran por el suelo
de la habitación.

-Me debes una camisa nueva –susurró al tiempo que empujaba a la


abogada haciendo que ésta cayera sobre la cama, y recostándose
encima de ella tras haberse despojado de los pantalones.

Los siguientes minutos los emplearon para rodar por aquella superficie,
intentando conseguir el control sobre la otra. Finalmente, fue la abogada
quien lo consiguió, quedando sentada a horcajadas encima de la cadera
de la otra, que rápidamente se conformó con la situación. Para evitar la
posible tentación de Maca de querer volver a recuperar el control, Esther
cogió sus muñecas y las puso encima de la cabeza de ésta,
aprovechando el movimiento para juntar de nuevo sus labios, posición
de la que Maca también se benefició desabrochando el sujetador de la
abogada.

-Menuda práctica, ¿eh? –observó ésta al tiempo que mordía el lóbulo de


su oreja, refiriéndose al leve movimiento que le había valido a la mano
de la médico para desbrochar aquella prenda.

-Y eso no es nada… -contestó ella intentando liberarla completamente


del sostén.

-¿Me estás chuleando Wilson? –quiso saber ella incorporándose para


ayudarla con su tarea.

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-Dios no lo quiera –soltó ella con una sonrisa admirando aquel torso libre
de todo obstáculo que le impidiera la visión, y que en aquellos
momentos permanecía totalmente erguido-, no sabes el tiempo que
llevo esperando ésto –añadió en un susurro incorporándose ella también
para abarcar uno de sus pechos con la boca.

Al notar el contacto, Esther echó su cabeza ligeramente hacia atrás, y


sus manos pasaron a la espalda de la médico para evitar que se
apartara de ella, aunque a simple vista no pareciese que ésta tuviera la
más mínima intención de hacerlo. De hecho, el único movimiento que
hizo Maca fue deslizar una de sus manos entre sus cuerpos, e
introducirla dentro de la pequeña braguita que todavía cubría aquella
parte del cuerpo que tanto deseaba poseer.

-Vaya señorita García, parece que está usted perdiendo el autocontrol…


–susurró al notar entre sus dedos la creciente humedad de la abogada, y
el leve gemido que había salido de su boca.

-Cállate y sigue Maca, por Dios –soltó ella besándola con ansias, al
mismo tiempo que cogía su mano y la guiaba para que no se quedara
quieta, como había hecho.

La médico, solícita, accedió a hacer lo que le había pedido la dueña del


cuerpo que estaba encima de ella, y que había empezado a mover las
caderas por inercia. Tras entretenerse durante algunos segundos en
aquellos pliegues, buscó con su pulgar el clítoris ya más que hinchado
de la abogada, introduciendo el índice y el medio en su interior,
provocando un ronco gemido de la abogada, quien en aquellos
momentos tenía la cabeza apoyada en su hombro.

-Más rápido… -le imploró ésta al notar el lento movimiento de esos


dedos en su interior.

Maca, mordiéndose la lengua para no dejar ir otro de sus comentarios, le


hizo caso sabiendo que a la otra le quedaba muy poco para estallar. De
este modo, aumento la rapidez de sus movimientos, también ayudada
por el balanceo del cuerpo de la abogada que también se había
incrementado. Cuando notó que el sexo de Esther empezaba a
contraerse alrededor de sus dedos y que el movimiento de su cuerpo se
ralentizaba, subió su mano izquierda, que hasta el momento había
permanecido en la espalda de la abogada y la llevó hacia su pelo.

-Mírame –le ordenó en un susurro-, quiero verte…

Y así lo hizo, con gran esfuerzo se incorporó quedando frente a frente

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con ella, intentando mantener los ojos abiertos a pesar de que todos sus
músculos parecían haberse quedado agarrotados; todos menos sus
cuerdas vocales, puesto que estalló en un sonoro gemido, tras el cual
sus labios fueron cubiertos por otros y su lengua se enzarzó en una
nueva batalla con su homónima.

-Ya te he dicho que lo del sujetador no era nada comparado con la


habilidad que tenía en otras cosas… -comentó Maca volviendo a atacar
aquel cuello que la había traído loca durante toda la cena.

-En serio, cuando abres la boca pierdes todo el encanto –soltó una
molesta Esther acallando una posible respuesta con su boca, y
ejerciendo presión sobre su cuerpo para que quedaran ambas
recostadas sobre el colchón, con la intención de volver a retomar el
control.

-¡Joder! –exclamó Maca unos minutos más tarde, intentando recobrar el


ritmo normal de su respiración.

La abogada, tumbada a su lado bocarriba, al igual que ella, se pasó la


mano por el pelo en un intento de que la misma idea dejara de retumbar
en su cabeza una y otra vez: ¿Qué estoy haciendo? A pesar de que
intentara sacarse aquellas molestas palabras de su mente de forma
insistente, no lo conseguía; aunque al notar una mano apoyada en su
cadera y unos ojos fijos en su rostro, se quedó completamente en
blanco, y lo único que pudo hacer fue girar su cabeza hacia donde se
encontraba Macarena. “¿Es que esta mujer es insaciable?” pensó,
aunque debía reconocer que la idea de volver a sentir sus caricias por su
cuerpo no le desagradaba del todo.

-Sé que lo que te voy a decir sonará inmaduro e irresponsable –empezó


a decir la médico mucho más serena de lo que había parecido durante
toda la noche, haciendo que Esther pensara lo peor-, pero deja de
preocuparte. Ya habrá tiempo de eso mañana.

-Lo sé –musitó ella-, oye, una cosita que quería decirte… Esa práctica de
la que me hablabas… No sé, pero juraría que tus gemidos han sido
mucho más fuertes que los míos, y eso que yo no tengo tanta… -añadió
con una sonrisa traviesa.

-¿Quieres que vuelva a poner a prueba tus cuerdas vocales? ¿Es eso lo
que quieres? ¿Eh? –contestó ella acercándose a su boca para volver a
enzarzarse en una batalla de lenguas y caricias que culminó en un
rápido movimiento de Maca para ponerse encima de la abogada-, oh,
mierda –exclamó ella levantándose como un resorte para ir corriendo

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hacia el lavabo.

Esther puso los ojos en blanco al escuchar unas sonoras arcadas que
provenían de allí, y tras ver que al cabo de unos segundos éstas
seguían, decidió que lo mejor sería ir con ella. Se quedó parada en el
umbral de aquel clásico y elegante baño, apoyada en el quicio de la
puerta, mientras observaba aquel cuerpo todavía desnudo que se
convulsionaba cada vez que expulsaba de su cuerpo todo el alcohol
ingerido. Lo cierto es que la médico parecía tener estilo incluso en
aquella situación, y la escena hubiese sido bonita si la cabeza de Maca
no hubiese estado prácticamente medita dentro del inodoro. Con pasos
lentos se acercó a ella, recogiéndole el pelo con una goma que llevaba
en la muñeca, y cubriéndola con uno de los dos albornoces que colgaban
de un perchero.

-¿Estás bien? –se interesó al mismo tiempo que la cirujana tomaba una
buena cantidad de papel higiénico para limpiarse la cara y tiraba de la
cadena-, anda ven, que te ayudo –añadió tomándola de las axilas para
que se levantara.

Tras hacer que se lavara los dientes y las manos para que aquel fuerte y
desagradable olor se desprendiese de su cuerpo, la llevó de nuevo a la
cama donde la arropó como si de una niña pequeña se tratara. Maca
cayó dormida apenas unos minutos más tarde, por lo que ella decidió
que lo mejor sería volver de nuevo a la fiesta. Y así lo hizo, se vistió a
toda prisa y, tras comprobar en el espejo del baño que el maquillaje no
se había estropeado del todo, salió que aquella habitación. Cuando entró
en la sala, vio que todo seguía más o menos igual que cuando Maca y
ella se habían ido, a pesar de que algunos de los amigos de Pedro Wilson
se habían marchado ya. Buscó con la mirada a su prima, y se sorprendió
al ver que se acercaba a ella desde la pista de baile con una enorme
sonrisa que no le gustó ni un pelo.

-Vaya, veo que habéis tardado poco… -observó Cris de forma burlona-,
creí que el libraros de toda esa tensión sexual os tomaría algo más de
tiempo…

-No digas tonterías, ¿quieres? Sólo la he acompañado a la habitación y


ayudado a vomitar… -le cortó ella de mal humor pensando que, al fin y
al cabo, tampoco era del todo mentira.

-Pues sus amigos no piensan lo mismo, y yo tampoco… ¿El chupetón te


lo ha hecho mientras vomitaba? –se rió su prima al ver la cara de susto
que ella había puesto.

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-Ni una palabra de ésto a nadie, ¿vale? En esa habitación no ha pasado


nada.

-No diré nada si tú me contestas a una pregunta –dijo Cristina recibiendo


como respuesta la mirada reprobatoria inicial de Esther aunque al final
acabó afirmando con la cabeza, accediendo a la condición-, ¿qué ha
pasado realmente?

-Si te lo dijera, tendrías sueños eróticos durante varias semanas –le


susurró al oído la abogada con una sonrisa.

-Bueno, pues dime sólo cómo ha ido –insistió ella tras sus pasos al ver
como Esther empezaba a andar hacia la pista.

-Bien –contestó-, realmente bien –añadió en un susurro que su prima no


logró escuchar.

El teléfono sonaba, lo sabía, pero algo le impedía cogerlo. Quizás fuese


el hecho de que aquel insistente y agudo pitido parecía provenir de
kilómetros más allá, a juzgar por lo amortiguado que llegaba a sus
orejas. Por fin, el ruido la hizo despertar del todo, percatándose de que
la noche anterior se había olvidado de bajar las persianas, puesto que
una reluciente luz provocada por el soleado día, la cegaba, impidiendo
acabar de abrir los ojos más de unos milímetros. Dándose por vencida,
alargó el brazo y descolgó el auricular, llevándolo con un pesado
movimiento hasta su oreja.

-El señor Wilson nos pidió anoche si podíamos llamarla a esta hora para
notificarle que en dos horas la espera en su casa –le informó una voz
amable al otro lado de la línea.

-Gracias… -contestó la médico como pudo-, joder, me va a estallar la


cabeza… -se quejó poniendo una de sus manos en la frente para
intentar acallar aquel tambor que parecía haberse instalado en su
cerebro.

Tras un considerable esfuerzo, consiguió abrir los ojos al fin, y se sentó


en la cama diciéndose a sí misma que en como antes se marchara,
antes llegaría a su casa para darse una ansiada ducha. No obstante, lo
que vio a sus pies la golpeó como si le hubiesen pegado una bofetada:
su ropa permanecía tirada en el suelo dibujando un bonito mosaico. Fue
en aquel momento cuando se percató de que estaba desnuda. El golpe
fue todavía mayor cuando decenas de escenas empezaron a
reproducirse en su mente cual flashes cegadores de luz.

-Oh… Mierda –susurró pasándose las manos por el pelo-, no me lo puedo

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creer…

Olvidando aquel insistente dolor de cabeza que instantes antes era


insoportable y el centro de su atención, se vistió con prisa, tirando la
camisa sin botones a la papelera. Se cercioró que la americana del
esmoquin cubría su torso lo suficiente como para no llamar mucho la
atención, y aun así se anudó el pañuelo intentando que le cubriera el
canalillo. Tras llamar a recepción para informarles de su inminente
partida y pedirles que tuvieran el coche listo en la entrada, cerró la
puerta de aquella habitación que había sido testigo de quizás la mayor
locura de su vida. Algo más de media hora más tarde, después de haber
tenido que soportar la mirada del botones clavada en su escote mientras
ella le daba la propina, llegaba a casa. Nada más entrar, empezó a
desnudarse con la intención de meterse en la ducha, pero se detuvo un
momento en la cocina para coger un vaso de agua y tomarse la primera
pastilla que pillara, que pudiera servir para mitigar un poco aquel dolor
de cabeza.

Como siempre le ocurría, el agua caliente la despejó lo indescriptible,


por lo que al salir del baño parecía una persona diferente a pesar de que
los síntomas de la resaca todavía hiciesen mella en su rostro. “Nada que
el maquillaje no pueda ocultar” pensó tratando de calmar los nervios
que poco a poco iban surgiendo al imaginarse la comida familiar que
tendría que aguantar en menos de una hora. No sabía la reacción que
tendría Esther al verla, lo cierto es que lo último que recordaba de
anoche era cuando la abogada la acompañó a la cama después del
numerito en el baño. Fue entonces cuando la posible solución se
encendió en su cabeza cual bombilla. Con una sonrisa, se dirigió a su
habitación para vestirse, y tras repasar un par de veces el armario en
busca del atuendo más indicado para una comida familiar, se decidió por
unos vaqueros oscuros, una camisa blanca y una americana color camel
a conjunto con unos zapatos de tacón. Estaba maquillándose enfrente
del espejo del baño cuando el móvil empezó a sonar, obligándola a dejar
el lápiz de ojos en el lavamanos para ir corriendo hacia su habitación e
intentar encontrar el aparato entre el desorden.

-Buenos días –la saludó la voz cantarina de Anna. “Mal empezamos”


pensó ella-, en cinco minutos pasamos a recogerte, ¿estás lista?

-Eh… Sí, claro… -farfulló ella aunque instantes después se maldijo por
haber dicho eso. Sabía la razón por la que su hermano y su cuñada
habían ido a buscarla, y no era otra que intentar sonsacarle lo que había
ocurrido anoche.

-Vale, pues hasta ahora –se despidió ella cortando la comunicación para

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evitar que la médico pusiera alguna excusa.

Tal y como le había dicho a la veterinaria, cinco minutos más tarde


esperaba en el portal de su casa siguiendo el aburrido monólogo de su
portera, que era como Teresa pero sin la gracia de su ésta. Al fin, un
bocinazo le advirtió de la llegada de su hermano, así que se despidió
rápidamente de la mujer para huir corriendo.

-Menuda cara de resaca, hija –observó Anna a modo de saludo-, pero


tranquila, que si no te conociera como lo hago, ni se me cruzaría la idea
por la cabeza.

-Vaya gracias –se limitó a contestar ella poniéndose el cinturón de


seguridad.

-¿Has hablado ya con Esther? –quiso saber su cuñada sin poderse


aguantar más, tras unos minutos de silencio.

-No.

-¿Y eso? ¿Tan decepcionante fue? Porque a su vuelta ella tampoco


parecía muy radiante… -la pinchó Jero con una sonrisa burlona.

-¿Qué fue lo que os dijo? –preguntó ella sin poder evitar que la
curiosidad ganara a la prudencia.

-Que te había encontrado en los servicios muy mareada y que te había


acompañado a la habitación –explicó Anna sabiendo que a su amiga no
necesitaría que le insistieran mucho más para contarles al fin lo que
realmente había ocurrido entre ellas.

-Ya… Pues tranquila que ya le agradeceré su gesto cuando la vea… -dijo


ella de forma seca.

-Uy, uy, uy… Que diría que a Maquita le ha sentado mal la impasibilidad
de Esther –soltó su hermano que parecía estar pasándoselo en grande.

-¿Qué queréis que os diga? –estalló finalmente la médico sin saber


realmente porque la estaba crispando tanto aquella conversación-, ¿Que
me la follé? Pues sí, lo hice. ¿Contentos?

-Tampoco es para que te pongas así, Maca –intentó calmarla su amiga


sin entender tampoco su reacción.

-No, es que me toca las pelotas que estéis siempre metiéndoos donde
no os llaman… ¿Acaso lo hago yo? –le espetó totalmente enfadada,

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aunque no sabía si era con ellos o consigo misma-, y no quiero que esta
conversación salga a relucir en el almuerzo bajo ninguna circunstancia,
¿vale? De hecho, nunca. Ya se lo podéis decir al resto, porque no estoy
dispuesta a aguantar ningún comentario al respecto, ¿entendido?

El resto del trayecto lo hicieron en absoluto silencio, sólo roto en


contadas ocasiones por algunas palabras banales que intercambiaron
Anna y Jero. Cuando el ambiente era ya prácticamente inaguantable,
llegaron a su destino, y tras dejar el coche junto al garaje, la médico se
bajó con prisas alejándose de ellos, que intercambiaron una mirada
confundida por no acabar de entender lo que había ocurrido dentro de
aquel vehículo. Cuando entró en la casa, se encontró con las hermanas y
los cuñados de Encarna ocupando los dos de los tres sofás del salón, y a
Esther y su prima sentadas en el otro que conversaban entre ellas con
una amplia sonrisa en sus rostros. Su presencia allí provocó el
enmudecimiento de Cristina, quien le dio un no demasiado discreto
codazo a la abogada para que se girara.

-Eh… Buenos días –saludó ella en general huyendo de aquella mirada


penetrante que, por primera vez no le provocaba ganas de soltar uno de
sus comentarios para reírse de ella.

Anna y Jero, ambos algo serios, aparecieron justo tras ella y la imitaron
saludando a todos en general. Aún no habían ni tenido tiempo de
sentarse con ellos, cuando Carmen entró para avisarles de que la
comida ya estaba hecha y que cuando quisieran la serviría. De este
modo, cinco minutos más tarde, se encontraban todos sentados
alrededor de una gran mesa que se encontraba debajo de la pérgola de
madera del jardín trasero de la casa. Maca estaba más seria de lo
habitual, o al menos eso le parecía a Esther, a quien le extrañó que la
médico no se pasara toda la comida monopolizando alguna que otra
conversación y, mandándole sutiles indirectas acerca de lo que había
pasado anoche. De hecho, incluso parecía que le rehuía la mirada. No
sabía porque pero de repente, una sensación de enfado empezó a crecer
en su cuerpo: sabía que Maca huía de cualquier tipo de compromiso
emocional y, en vista de su comportamiento aquel día, eso era
precisamente lo que parecía estaba haciendo. ¿Acaso la muy pedante
pensaba que ella le montaría algún numerito diciéndole que aquélla,
había sido la mejor noche de su vida y, pedirle matrimonio? Cuando al
fin llegó el momento de los cafés, se disculpó y se fue al lavabo para
intentar serenarse un poco, puesto que la presencia de la médico no
hacía más que ponerla nerviosa.

-Creo que deberías ir con ella –le susurró Anna con algo de miedo,
acompañando sus palabras con un leve codazo.

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-¿Por qué? –se extrañó Maca.

-Porque en vista de las miradas que te ha echado, la causa de su huída


eres tú… Así que sé valiente y enfréntate a ello…

Quizás no fueron las palabras de su amiga, sino el hecho de pensar que


tarde o temprano tendría que hablar con ella; pero le hizo caso a Anna e,
imitando a la abogada, se excusó y entró en la casa. Se paró enfrente
del baño de cortesía, como los llamaba su hermano, cuya puerta
permanecía cerrada. Cansada de esperar a que Esther saliese, se armó
de valor y le dio un par de golpes con los nudillos a aquella tabla de
madera.

-Esther, soy yo, ¿puedes abrir? –dijo al ver que la otra no contestaba,
apoyando la frente en la puerta-, Esther, por favor…

-¿Qué quieres? –preguntó al fin, aquella voz.

-Que hablemos, creo que tenemos que hacerlo… Bueno, ¿te espero en
mi habitación? Segunda planta tercera puerta a la derecha –propuso
pensando que quizás la abogada realmente estaba haciendo uso del
baño y que por eso no abría la puerta.

Cinco minutos más tarde, una Esther no muy convencida entraba en


aquel dormitorio que había sido de Maca algunos años atrás, pero que
conservaba el carácter juvenil: varias fotos de la médico con sus amigos
de adolescentes adornaban las estanterías, así como algunas fotografías
en blanco y negro de varias ciudades estaban colgadas en la pared. La
cirujana estaba sentada en la cama pasando el tiempo con lo que
parecía un álbum de fotos y, a juzgar por el hecho de que no había
despegado su mirada de allí, supuso que no se había percatado de su
presencia. Sin pensarlo mucho, se sentó a su lado y se inclinó levemente
para ver aquellas imágenes, algunas de las cuales eran de viajes
escolares que ella también había hecho.

-Creo que esa fue una de las mejores semanas de mi vida –comentó
Maca de forma distraída acariciando una foto que pertenecía al viaje a
Londres que hicieron al acabar el COU. En ella, aparecían Claudia, Guille
y los demás, junto con una chica sonriente que estaba abrazada a Maca,
y que si su memoria no le fallaba estaba en su grupo del colegio-,
después de eso todo cambió…

-Maca, yo…

-No, creo que la que tengo que empezar soy yo… Mira, quería pedirte
disculpas por lo de anoche… -la interrumpió ella.

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-No pasó nada que ambas no quisiéramos, pero… -la cortó a su vez la
abogada.

-Ya pero mira, no es que recuerde mucho de aquello, pero Anna y mi


hermano que me han dicho que me acompañaste a la habitación, y lo
último de lo que me acuerdo es de ti aguantándome la cabeza mientras
yo vomitaba… De verdad, siento el numerito, y te agradezco mucho que
lo hicieras… -dijo Maca del tirón sabiendo que, si no lo hacía así, al final
no sabría qué decirle, y tendría que escuchar decenas de excusas de
Esther de las razones por las que había acabado en aquella cama. Y
finalmente, obviamente le diría que aquéllo había sido un error, un
enorme error que no podía repetirse. Y no estaba dispuesta a escuchar
aquéllo, no otra vez.

-¿No recuerdas nada? –se sorprendió Esther.

-Eh, bueno… Sólo tengo flashes determinados… ¿Pasó algo más?

-No, no. Claro que no… -se apresuró a contestar la abogada confirmando
las sospechas de Maca: Esther pensaba que todo lo ocurrido no había
sido más que algo que se debía olvidar-, bueno, yo mejor voy bajando,
no se vayan a pensar cosas raras…

Sin decir nada más, se apresuró a levantarse y a salir de allí lo más


rápido que pudo. Parecía como si aquella habitación tuviese efectos
calmantes sobre su cuerpo, puesto que nada más salir, una sensación de
rabia y enfado empezó a invadir de nuevo su cuerpo. ¿Es que acaso sólo
ella recordaba sus gemidos dejados escapar en su oído, la convulsión de
su sexo en su boca? ¿Es que acaso sus caricias, que habían provocado el
arqueamiento de su espalda, eran tan fáciles de olvidar? Que recordara,
la médico no había bebido tanto como para ello, e incluso, le había
parecido que, en determinado momento de la noche, estaba bastante
sobria. No obstante, una leve tranquilidad también la invadió, puesto
que la laguna de Maca había facilitado mucho las cosas: ahora ya no
tendrían que fingir que nada había pasado, porque a los ojos de la
médico, no lo había hecho. Algo que sin duda alguna, le daba una
posición ventajosa a ella, que sí lo recordaba: ahora sabía que a Maca no
le era del todo indiferente, y aunque para ella la médico tampoco lo
fuera del todo, ésta no lo sabía. A pesar, de aquel lado positivo de la
situación, no pudo evitar pensar que Macarena había herido su orgullo
por segunda vez.

Durante aquella semana que los separaba de la esperada boda, tuvieron


que verse más de lo que a ambas les hubiera gustado. La insistencia y
empeño que Fran Pardo había puesto para que las dos fueran a la misma

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modista para hacerse el vestido, las obligó a ir allí prácticamente todas


las tardes, puesto que aunque ya tuvieran uno casi acabado en agosto,
Fran argumentó que no podían ir con los mismos colores en primavera
que en otoño. Así que a las dos mujeres no les quedó otro remedio que
volver a las interminables pruebas de los vestidos, y que ambas habían
dejado para el último momento.

Al fin, aquel jueves sería el última vez que Maca tendría que pisar aquel
pequeño taller lleno a rebosar de telas y cartones con las medidas de
sus clientas, puesto que sólo debía probarse aquel vestido, que ya tenía
aburrido, para cerciorarse de que le estaba como un guante, y llevárselo
para casa. Al entrar, la recepcionista le informó que Antonia, la modista,
la esperaba junto a los probadores, así que siguió recto a través de aquel
laberinto ropa y percheros hasta llegar a una sala considerablemente
grande –teniendo en cuenta el tamaño del taller-, donde se encontraban
los probadores.

-Buenas tardes –saludó ella de forma distraída observando un vestido


estampado con grandes flores, que se asemejaba a unas cortinas
horribles.

-Hola, querida. Precisamente ahora mismo le estaba diciendo a Esther


que los del tiempo dicen que este fin de semana hará muy buen tiempo
–comentó la mujer, provocando que, al oír su nombre, sus ojos se
posaran casi de forma automática sobre aquella figura enfundada en un
bonito vestido-, ¿qué te parece? ¿A que le queda precioso?

-Eh… Sí, es verdad… -balbuceó Maca sin saber muy bien como
responder a esa pregunta notando la fría mirada de la abogada a través
del espejo.

Lo cierto es que al contrario de lo que ella esperaba, desde que salieron


del dormitorio su relación no había empeorado en demasía. Sino que
Esther simplemente se había limitado a ignorar por completo su
presencia, y a fulminarla con la mirada cuando ella hablaba. A pesar de
que en ocasiones no podía evitar pensar que se había equivocado al
decirle que no recordaba nada de aquella noche; la mayor parte del
tiempo opinaba que había sido lo mejor, puesto que no quería ni
imaginarse la actitud que hubiera tenido la abogada para con ella.
“Seguramente me habría acusado de violación…” pensó esbozando una
sonrisa irónica al mismo tiempo que volvía a quedarse ensimismada en
uno de esos horribles trajes de fiesta. Al fin, Antonia la llamó para que
entrara en el probador donde ya la esperaba su vestido que, para su
alegría, le iba como un guante. Quizás, al fin y al cabo, todas esas
oraciones habían servido de algo.

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-¡Pero qué guapa estás! –exclamó la modista cuando ella descorrió la


cortina, mostrando su cuerpo enfundado en aquel vestido color azul
cielo que le llegaba a medio palmo por encima de las rodillas -, aunque
yo creo que quizás un poco demasiado corto… ¿a qué sí, Esther?

-Eh… Yo creo que le queda bien –murmuró ella en un tono casi inaudible,
observando aquellas piernas contoneadas y largas, de un moreno
incipiente, adquirido en una escapada que la médico había hecho a la
playa, y que tanto había disfrutado hacía menos de una semana.

-Pues yo creo que está en la medida perfecta, ¿tú qué opinas, Esther? –
preguntó con una sonrisa inocente fingiendo que no la había oído.

-Así está bien –contestó de forma seca la abogada, esta vez algo más
alto. “Quizás se debería alargar el vestido por arriba para taparle esa
bocaza” pensó al mismo tiempo.

La tarde fue pasando, de hecho había empezado a oscurecer, y nadie


parecía querer marcharse todavía. Esther se encontraba hablando con
su hermano, cuando inconscientemente, su vista traicionera se dirigió
hacia uno de los balcones, cuyas puertas permanecían abiertas. Allí, una
Maca ausente y alejada del resto, se encontraba apoyada en la
barandilla, con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra. De
repente, vio a aquella mujer de la que ésta había huido antes, acercarse
a ella y empezar una conversación que Maca no parecía querer. Movida
por la curiosidad, se acercó hacia allí, lo suficientemente cerca como
para escuchar la conversación, pero colocada de tal modo, que no la
vieran.

-No quiero que nuestra relación siga así –decía la mujer.

-Te recuerdo que la que me ignoras eres tú, Bea. Fuiste tú la que quisiste
que “nuestra relación” fuera ésto –contestó Maca, cortante.

-Maca… -insistió ella.

-No, Bea, no. ¿Tú sabes el daño que me has hecho? Tus repetidos
desplantes, cada vez que me ignorabas… Me has ridiculizado durante
años, y yo he seguido persiguiéndote, con mi dignidad por los suelos…

-Yo no…

-No, ahora me toca hablar a mí, tú ya lo has hecho durante años.


Contigo he hecho lo que nunca creí poder hacer: te pedí perdón por
cosas que no había provocado yo, te he perdonado actos
imperdonables… Estoy harta, Bea, harta de seguir sin poder enfadarme

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contigo por más que lo intente, de no conseguir odiarte como te


mereces y de seguir enamorada de ti como una auténtica imbécil…

-Está mal escuchar las conversaciones ajenas –dijo la voz de Claudia a


su espalda, sobresaltándola.

-Lo sé… -se limitó a contestar Esther -¿quién es?

-Beatriz Fabré –contestó ella, borrando la sonrisa –la mayor pesadilla de


Maca… Y su mayor sueño a la vez… ¿No te acuerdas de ella? Iba a
nuestro colegio…

-Ah, sí… Es verdad… -se acordó Esther, queriendo que Claudia siguiera
con su relato.

-Lo cierto es que Maca lleva enamorada de ella desde el colegio, aunque
más que enamorada diría que la idealizó tanto que llegó un momento en
que se obsesionó con su perfección… Empezaron a hacerse muy
amigas, tenías que ver a Maca, toda su bordería desaparecía cuando
estaba con ella, se deshacía en atenciones… Eran algo así como
inseparables, y lo siguieron siendo cuando empezó la universidad. Hasta
el momento nadie sabía que Bea hubiese estado con alguien, así que
Maca empezó a hacerse ilusiones, y cada vez mayores. Pero llegó un día
en que todo cambió… Fue como si Bea, que siempre había sido la
persona más dulce sobre la faz de la tierra, se hubiese convertido en
alguien irreconocible. Guille siempre la compara con Darth Vader…
-explicó esbozando una sonrisa triste –no sé, todo empezó como un
juego, primero se picaban en broma; pero poco después, comenzó a
tratar a Maca de una forma repulsiva y, como veía que ella seguía yendo
detrás suyo, cada vez se pasaba más… Estaba meses sin tan siquiera
mirarla a la cara, en esos momentos Maca se desesperaba y la llamaba
pidiéndole perdón por si había hecho algo malo. Todavía recuerdo una
vez de estas, cuando Bea volvió a hablarle, y Maca me vino llorando de
alegría… Al final la cosa era insostenible, así que dejamos de quedar con
ella. Hacía como dos años que no la veíamos… Y ahora va y la tía se
presenta aquí con el que se va a casar en dos meses…

En ese momento, Guille llamó a Claudia para que fuese a bailar con
ellos, ya que estaba sonando una canción que debía tener algún
significado especial para ellos, así que Esther se quedó sola
reflexionando acerca de lo que le acababan de contar. Sus piernas
empezaron a moverse sin ella haberles dado orden alguna, y sin saber si
lo que hacía era lo más apropiado, se acercó a aquellas dos mujeres que
seguían hablando.

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-Maca, perdón por la interrupción, pero tenemos que hablar –anunció


interrumpiendo algo que Bea se disponía a decir, por lo que ésta la
fulminó con la mirada, molesta por su llegada.

-Tranquila, nosotras ya hemos acabado, ¿verdad? –dijo Maca, que seguía


con un rictus serio.

-¿Es una de tu noviecillas? –preguntó Bea, intentando que Esther se


fuera, acobardada, para seguir con la conversación.

-No, ahora somos familia. Pero tranquila, que si nos liamos te lo vamos a
notificar. En vista del interés que te despierto… -contestó Esther ante la
mirada sorprendida de Maca.

Bea decidió que no era el momento para empezar una disputa, así que
dio media vuelta y se fue de allí. Las otras dos mujeres se quedaron
quietas, sin moverse apenas, viendo como se alejaba.

-La verdad es que la chica es impresionante, lástima que no sea muda…


-susurró Esther pensando en alto.

-¿Qué querías? –quiso saber Maca, volviendo a apoyarse en la


barandilla.

-Yo sólo… -empezó Esther sin saber que decir –te vi incómoda y…

-Mira, llevas comportándote fatal conmigo desde hace un año, por algo
que no fue ni culpa mía. Así que hazme el favor y no intentes
compadecerte de mí ahora. No lo necesito… -la cortó Maca sin tan
siquiera mirarla.

Esther no se movió, no sabía porque, pero no podía. Aquél tono abatido,


esos ojos tristes y su actitud perdida, lo impedían. No había razón
alguna que lo explicase, pero la visión que tenía hasta entonces de
Macarena Wilson, cambió por completo en aquel instante.
Tras permanecer algunos minutos en silencio, apoyadas en aquella
barandilla de piedra tallada una al lado de la otra, apenas a unos
centímetros de distancia, la abogada fue requerida por alguna de sus
tías. A pesar de no querer moverse de allí, de que la curiosidad la
empujara a querer saber más de aquella historia, se alejó sin decir nada
más, dejando atrás a aquella mujer que seguía de espaldas al resto de
los invitados con la mirada fija en aquella infinita extensión de mar que
se encontraba a sus pies.
Pedro y Encarna se fueron a la semana siguiente de viaje de novios, a la
mujer siempre le había hecho ilusión ir a los Fiordos Noruegos, por lo que

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el señor Wilson no dudó en contratar un crucero de ocho días, a los que


añadieron algunos más para visitar la ciudad de Oslo. Debido a ello, sus
respectivos hijos quedaron libres de todo compromiso familiar, lo que
provocó que Esther no coincidiera con sus ahora hermanastros durante
casi tres semanas. Aquel período de tiempo si bien no la ayudó a dejar
de recordar aquella conversación de la que había sido testigo, sí
contribuyó a que no pensara tanto en ella. Maca, por su parte, se pasó
aquellas tres semanas prácticamente encerrada en su despacho, sólo
saliendo de él para ir a dormir a sus piso y poco más. Sus amigos,
sabiendo que tomaba aquella actitud cada vez que tenía noticias de Bea
y que lo mejor para ella era dejarle su propio espacio, no insistieron
demasiado en hacerla salir de aquel encierro autoimpuesto, sino que se
limitaron a llamarla por teléfono para demostrarle su apoyo a pesar de
que las conversaciones fueran más bien cortas.
No obstante, aquel viernes Pedro Wilson se empeñó en enseñarles su
gran creación a su mujer y a Esther, por lo que algunos días antes llamó
a su hija para notificarle la noticia y así, dejarle claro de forma tácita que
quería que los acompañara en su visita. No obstante, Maca no compartía
la misma ilusión que su padre, así que programó una operación para
aquella misma tarde y así poder ausentarse. De este modo, poco
después de las cinco de la tarde, Pedro, Encarna y Esther cruzaban las
puertas automáticas de un cristal reluciente de la Clínica. Muy pronto
fueron abordados por algunos de los trabajadores algunos de los cuales
querían darle la enhorabuena al patriarca por su última boda, mientras
que otros se acercaban sólo para ver quien había sido la afortunada de
cazar al viudo. Tras enseñarles la planta baja, en la que además de la
recepción, se encontraban también la cafetería y el restaurante,
subieron a la última planta –donde se encontraban el despacho de
Macarena y el suyo-, para que ésta se uniera a ellos.
-Buenas tardes, señor Wilson –lo saludó la que había sido su secretaria
extrañada por su presencia, puesto que Maca no le había dicho nada.
-Mira Teresa, te presento a Encarna y a Esther –las presentó él con una
amplia sonrisa-, sé que os visteis en la boda pero como no te dignaste a
acercarte para saludarnos… -añadió con gesto divertido, ese que su hija
había heredado.
-Si no hubiese sido por la cantidad de gente que les rodeaba todo el rato
lo hubiera hecho –contestó ella con una sonrisa.
-Maca me ha hablado mucho de usted –comentó su mujer de forma
afable acercándose a ella para darle dos besos, algo que hasta el
momento ninguna de las últimas dos mujeres de Pedro Wilson habían
hecho jamás-, se nota que le tiene un gran aprecio y que la quiere
mucho…

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-¡Si es que la niña es un sol! –exclamó Teresa orgullosa por sus


palabras-, esperen un momento, que la aviso de que han llegado…
-No hace falta, mujer –le cortó Pedro-, a ver si ahora tendré que pedir
permiso para entrar al despacho de mi propia hija –añadió acercándose
a esa puerta de forma decidida, aunque al abrirla se quedó parado por
los fuertes gritos que se extendían con toda nitidez prácticamente por
toda la planta.
-Y yo ya le he dicho que me importa una puta mierda si se le ha averiado
el camión –gritó Maca que parecía estar fuera de sí-, mire, si usted de
compromete a traerme una puñetera máquina un día determinado, la
trae y punto. No, no me cuente su vida, no me interesa una mierda. ¡Ah!
¿Qué no trata con histéricas? ¿Pues sabe lo que le digo? Que acaba de
perder a su mejor cliente –concluyó poniendo el auricular sobre el
teléfono con un fuerte golpe, que hizo algunos de los otros objetos que
ocupaban el escritorio se tambalearan.
-Eh… Hija, ¿te vienes con nosotros? –dijo Pedro aunque sin estar seguro
de que la presencia de su hija en aquel estado fuera la mejor compañía.
-Ahora no es un buen momento, padre. Tengo una operación en media
hora y… -se excusó ella de forma seca.
-Manuel acaba de llamar para decir que la señora Robredo tiene fiebre y
que por lo tanto, lo mejor es aplazar la operación al lunes –intervino
Teresa con algo de miedo sabiendo que a la médico no le haría ninguna
gracia.
-Joder… Ya hemos aplazado su mamoplastia dos veces… -se quejó ella
pasándose la mano por la frente-, mira, papá tengo que conseguir que
algún maldito distribuidor nos traiga una máquina que necesitamos para
el miércoles y…
-Da igual, ya vendrás cuando hayas acabado. Y si no tienes tiempo no
pasa nada… -contestó el hombre algo decepcionado, haciendo el
ademán de cerrar la puerta de aquel despacho, aunque dudó unos
segundos antes de hacerlo finalmente.
Se entretuvieron algunos segundos más en el que había sido el
despacho de Pedro Wilson que, a pesar de no ser utilizado regularmente,
permanecía impoluto e igual que como lo dejó él al jubilarse. Cuando ya
se despedían de la secretaria y estaban a punto de entrar al ascensor
para seguir con su visita hacia la planta de administración y gestión,
Teresa detuvo sus intenciones.
-¡Esther! ¿Podrías llevarme estos documentos a administración?
-Que yo sepa, tenemos a personal para se encargue de estos
menesteres –intervino Pedro sorprendido por la extraña petición.

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-Tranquilo, a mí no me importa. Ya nos veremos ahí –dijo Esther


volviendo a acercarse a la secretaria-, ¿qué quieres en realidad? –quiso
saber una vez las puertas del ascensor se hubieron cerrado, y al ver que
Teresa no hacía gesto alguno para darle los papeles.
-Me han hablado mucho de ti, ¿sabes? –comentó la mujer obviando
aquella pregunta al mismo tiempo que la observaba fijamente por
encima de sus gafas de media luna.
-Supongo que no todo ha sido bueno, ¿no? –contestó la abogada
esbozando una sonrisa y suponiendo que había sido Maca la que la
había nombrado.
-Lo cierto es que la mayoría de lo que me han contado sí lo ha sido –dijo
Teresita sorprendiéndola-, hacía tiempo que me preguntaba cuándo
podría hablar contigo al fin… Mira, sé que lo que te voy a decir va a
sorprenderte y pensarás que estoy totalmente loca, pero te pido por
favor que hables con Maca.
-¿Yo? –exclamó Esther sin entender lo que pretendía aquella mujer-, no
sé lo que le habrá dicho ella, pero nuestra relación no es precisamente la
mejor…
-Pero aun así creo que eres la única persona por la que en estos
momentos siente un poco de respeto, y a la que escuchará… Con el
resto tiene demasiada confianza como para tomarnos en serio. Sé que
no me conoces, pero si no lo quieres hacer por Maca al menos hazlo por
mí –le pidió Teresa aunque por su tono de voz parecía que le estuviera
implorando-, y si se resiste dile que los del departamento de servicio
técnico no son tan tontos como para no encontrar la dichosa máquina…
Dándose por vencida ante lo desesperada que veía a aquella mujer se
acercó a la puerta cerrada del despacho, al mismo tiempo que exhalaba
un profundo suspiro. Dudó algunos segundos sospesando si debía llamar
o no, pero fue consciente que si lo hacía, probablemente Maca le pediría
“amablemente” que no la molestase. Así que armándose de valor y
suspirando por última vez, colocó su mano en el pomo y abrió la puerta.
-¿Acaso no te han enseñado a llamar a la puerta? –le increpó la médico
de mal humor, sin molestarse a levantar la mirada de unos papeles que
hasta el momento estaba leyendo.
-A mí no me hables así, ¿quieres? –la retó la abogada cerrando la puerta
detrás de ella, acercándose a ese escritorio, aunque quedándose de pie
a escasos pasos de éste.
-No necesito ningún sermón ahora mismo, Esther –le dijo en tono
cansado, mirándola y recostándose en el sillón, provocando que éste
chirriara levemente.

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-Pues yo creo que sí –insistió ella-, ¿qué se supone que estás haciendo?
-¿Trabajar? Me parece bastante obvio. Sé que parece difícil de creer que
alguien como yo lo haga, pero es así…
-No fue por compasión, Maca –murmuró ella, apoyando sus manos en
una de las dos sillas que estaban enfrente del escritorio-, no me acerqué
por compasión-, añadió al ver el gesto de la cirujana que le indicaba que
no sabía a qué se refería.

-No quiero hablar de ello –dijo ésta bajando la mirada, incapaz de


sostener aquella otra que parecía estar juzgándola.

-Como quieras –se rindió Esther haciendo el ademán de irse.

-¿Y qué fue entonces? –preguntó la médico que, a pesar de no querer


seguir con la conversación, pronunció aquellas palabras como coraza
para esconder lo vulnerable que se sentía en aquellos momentos.

Esther no supo que contestar. ¿Qué debía decirle? ¿Que el hecho de


verla derrumbarse había provocado que la imagen que tenía de ella,
como ser superficial pero casi perfecto, se había evaporado? ¿Que parte
de ese cambio sí estaba causado en parte por la compasión? ¿Que se
sentía identificada con ella porque algo les impedía ser totalmente
felices a ambas? O quizás la respuesta más acertada sería decirle que
todo aquéllo había hecho que la sensación de inferioridad que sentía
cada vez que estaba cerca de ella se había esfumado, puesto que ahora
eran dos seres iguales: dos personas que temían a algo, y ese algo no
era más que a la propia felicidad.

-No lo sé –contestó ella al fin, tras unos segundos en los que no tuvo el
valor suficiente para reconocer lo que realmente pasaba por su cabeza-,
pero no es compasión.

-Ya… -soltó Maca con tono escéptico, volviendo a mirarla para a


continuación fijar su mirada en algún punto de aquellas paredes-,
¿sabes? Gran parte de mi carácter actual se lo debo a ella, sobretodo
esa promiscuidad que tanto te gusta… -añadió esbozando una triste
sonrisa-, me marché a los Estados Unidos para huir de ella, o con la
esperanza de que me hubiese echado tanto de menos durante esos dos
años que, al volver, se tirase a mis brazos. Ya ni me acuerdo de la razón.
Obviamente eso no ocurrió, así que me prometí a mí misma que no me
volvería a enamorar de alguien que no me correspondiese. Pero me di
cuenta de que eso es imposible de controlar: no puedes hacer que la
persona de la que estás enamorada sienta lo mismo, como tampoco es
posible empeñarte en enamorarte de una persona que sí lo está de ti.

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-¿Y decidiste acostarte con todas esas mujeres para solventar esa
carencia? –preguntó Esther con cierto tono de reproche, aunque esa no
fuera realmente su intención.

-No, simplemente seguí con mi vida. Mi vida de hasta el momento pero


con la presencia constante de Bea en mi mente. Nunca he perdido la
esperanza de tenerla, de hecho nunca lo he intentado. Siempre pensé
que la olvidaría cuando alguien especial se cruzase en mi camino, pero
esa mujer no ha llegado. ¿Sabes? Bea sacó lo mejor de mí durante un
tiempo, pero después hizo lo contrario. Sé que eso no es del todo culpa
suya, y que si yo no hubiese querido, la persona sin compromisos y sin
demasiadas ilusiones para nada que tienes delante, no existiría; pero
después de lo que ocurrió con ella, no tenía ni fuerzas, ni ganas para
intentarlo.

-Pero es que la vida de nadie es perfecta, y nunca nadie es feliz del todo.
Siempre sientes que necesitas algo más, quizás sí sea posible sentir que
estás completo durante unos instantes, quizás durante unas horas y
algunos afortunados consiguen que esa sensación perdure algunos días.
Pero la felicidad permanente no existe –razonó Esther.

-Pues a veces hay gente que parece serlo, no sé… Fíjate en Anna o en
Claudia, siempre han tenido unas vidas fáciles… -insistió ella con
desánimo-, ellas sí son felices.

-¿Acaso sabes tú lo que pasa por sus cabezas? La vida del resto siempre
parece mucho más fácil y mejor que la propia, pero todos tenemos
problemas, y esta regla no tiene excepción. Maca, el que uno no sea feliz
del todo no comporta que sea infeliz. Y ahora haz el favor de levantarte
de este sillón y contribuye al menos en la felicidad de tu padre –concluyó
Esther con una sonrisa.

-Tengo que…

-Los del departamento de servicio técnico no son tan tontos como para
no encontrar la dichosa máquina –soltó la abogada recordando lo que le
había dicho la secretaria-, me lo ha dicho Teresa…

-¿Sabes? Quizás no en el fondo no eres tan mala persona… -comentó


una Maca mucho más animada quitándose la bata para ponerse una
americana azul oscuro del mismo tono que el pantalón.

-No me digas que he perdido mi título de hermanastra fea y mala –soltó


Esther fingiendo estar ofendida.

-Por supuesto que no, aunque el de fea no lo has tenido nunca –contestó

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la médico abriendo la puerta para dejarla pasar, al mismo tiempo que le


guiñaba un ojo.

Ante una Teresa boquiabierta, que las observaba con los ojos como
platos, salieron sonrientes de aquel despacho, y se acercaron, todavía
hablando entre ellas, al mostrador donde se encontraba la sorprendida
secretaria.

-¿Puedes mandarles un mail a los de servicio técnico con todos los datos
de la máquina que necesitamos para el miércoles? Y presiónales como
tú sabes, ¿vale, Teresita? –le pidió Maca mirándola como si quisiera
pedirle perdón por el comportamiento que había tenido durante las
últimas semanas.

-Si quiere lo hago yo, Teresa. Total, ya empiezo a acostumbrarme a hacer


de recadera… -comentó Esther con una sonrisa al mismo tiempo que le
guiñaba un ojo a la secretaria sin que la médico la viera.

-¡Ai, sí! Tienes razón, hija. Toma los papeles, que me olvidaba –dijo la
mujer respondiendo a esa sonrisa con una igual-, aunque con lo otro,
creo que me apaño sola…

La abogada cogió aquel pequeño montón de documentos que le tendía


y, con la mano que le quedaba libre tiró del brazo de Maca para llevarla
a los ascensores. Una vez dentro, tras unos segundos de silencio y
sabiendo que la secretaria ya no podría escucharlas; Maca se decidió a
hablar.

-¿Para qué te ha dado esto? –quiso saber, confundida al no entender lo


que ambas mujeres se llevaban entre manos.

-Simplemente porque ya que tenía que ir a administración, de paso le


hacía el favor y no tenían que mandar a nadie para recogerlos –contestó
ella como sin nada.

Las dos horas siguientes transcurrieron entre pasillos, alguna habitación


vacía, diferentes departamentos, jardines meticulosamente cuidados y
la última adquisición de la Clínica: el edificio renacentista que, en un
futuro no muy lejano, albergaría la sede de la Fundación Wilson y las
habitaciones y quirófanos destinados al servicio gratuito que ésta
financiaba.

-Este edificio es precioso –murmuró Esther admirando aquellos


trabajados moldes que enmarcaban cada ventana, a pesar de que gran
parte de la pintura de las paredes se encontrase esparcida en el suelo

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-Sí, pero necesitará una gran inversión para restaurarlo –comentó Maca
justo a su lado con las manos metidas en los bolsillos delanteros de su
pantalón.

-¿Cuánto? –se interesó la abogada girando su cabeza para mirarla.

-Al menos un millón, y eso sin contar que se tiene que habilitar en parte
como una Clínica –contestó ella encogiéndose de hombros.

Media hora más tarde, cuando ya empezaba a anochecer, volvían a


estar enfrente de aquellas puertas de cristal por las que se accedía a la
recepción principal de la Clínica Wilson. Permanecieron algunos minutos
charlando o, al menos lo hacía Encarna, quien estaba impresionada por
el enorme complejo que acababa de visitar. Tras mirar disimuladamente
su reloj, Pedro se ofreció para acompañar a Esther a su casa, a lo que
ella se negó puesto que debían cruzar media ciudad para después volver
a retroceder.

-Si quieres te llevo yo –intervino Maca al ver que su padre no dejaba de


insistir y que la abogada ya no encontraba otra manera que denegar el
ofrecimiento-, si no te dan miedo las motos, claro…

-Eh… No, mejor me cojo un taxi –contestó Esther deseando que la


dejaran en paz de una vez para poder irse a su casa.

-No seas tonta, niña. Ya sabes que por este barrio apenas pasan taxis,
así que te vas con Maca y punto –concluyó Encarna, para a continuación
darles dos besos a cada una, a modo de despedida sin dejarles decir
nada más.

Ambas mujeres se quedaron quietas al ver como ellos se dirigían al


coche. Maca, por un lado, temía recibir una reprimenda por parte de
Esther por el hecho de haber insistido en acompañarla y, la abogada,
por el otro, no sabía qué se suponía que estaban haciendo paradas en
medio de aquella enorme entrada. Al fin, Maca salió de su
ensimismamiento y empezó a andar hacia los ascensores, aunque al ver
que la otra no la seguía, detuvo sus pasos para mirar alrededor
confundida.

-¿Qué haces? –le preguntó a Esther al verla en el mismo lugar donde se


encontraban antes.

-No sé, no me has dicho que te siguiera ni nada… Parecías poseída o


algo… -se excusó la abogada encogiéndose de hombros.

-Pues vamos arriba a recoger mi bolso y un par de informes que tengo

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que repasar este fin de semana y te llevo a casa, ¿vale?

No obstante, al abrirse las puertas del ascensor ya en la última planta


del edificio, ambas pensaron que sus planes habían cambiado, puesto
que Claudia, Guille y Eva se encontraban apoyados en el mostrador,
charlando animadamente con Teresa. Los cuatro estaban tan
enfrascados en su conversación que ni se dieron cuenta cuando ambas
llegaron a su altura, y se detuvieron a su lado, expectantes para
escuchar la razón de su presencia.

-Vaya, el dúo Pimpinela –soltó Claudia con una sonrisa divertida,


provocando que los otros tres se giraran hacia ellas.

-Voy a buscar mi bolso –le dijo Maca a Esther ignorando el comentario de


su amiga.

-Pues yo sigo sin verla bien, ¿eh? Creo que te has anticipado un poquito,
Teresita –observó la cardióloga en un susurro-, de haber sido así, me
hubiese cantado el “vete, olvida mi nombre, mi cama, mi casa”

-Es “mi cara, mi casa”, ninfómana –la corrigió Guille negando con la
cabeza.

-Siento no saberme la letra de memoria, ¿eh? A diferencia de otros


Pimpinela no se encuentra dentro de mis discos favoritos… -soltó
Claudia riéndose.

-Vaya, acabas de hundirme en la miseria –se quejó Maca a su espalda-, y


yo que pretendía pedirte la recopilación de los mejores éxitos…

-Bueno, veré lo que puedo hacer –contestó la otra con una sonrisa-, ¿nos
invitas a cenar a tu casa? Lo digo porque está empezando a hacerse
tarde, y como tardemos mucho, el japonés tardará siglos en traernos la
comida…

-Id tirando y decidle a Josefa que os dé las llaves de mi casa –se resignó
Maca ante la mirada perpleja de Esther que ahora suponía que no le
quedaría otro remedio que coger un taxi. ¿Es que esa mujer no sabía lo
que era la consideración?

-¡Oh! No te preocupes por eso… Anna y Jero ya están allí –soltó Guille
soltando una carcajada al ver el gesto de la cirujana.

-Esther, espérame un momento, que me he olvidado unos papeles en el


despacho… -le informó mientras volvía a cruzar la puerta.

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Pues al final sí parecía que la llevaría a casa, aunque no supo porque


pero no le acabó de gustar que nadie le hubiera dicho nada de la cena.
Vale que hasta el momento no había sido la persona más sociable con
esa gente, ¿pero Eva? Se suponía que ella era una de sus mejores
amigas, y no había hecho ni el más mínimo gesto de incluirla en el plan
Sintió como la sensación de enfado volvía a su cuerpo, y éste se
acrecentó cuando vio salir a Maca de nuevo con una amplia sonrisa en el
rostro.

-Hasta el lunes, Teresa –se despidió de la mujer dejándole un cariñoso


beso en la mejilla -¿te vienes a cenar o te llevo a casa? –le preguntó una
vez estuvieron las dos dentro del ascensor-, ¡oh, venga! No me irás a
decir que te pensabas que no te diría nada… -se rió al ver su mueca de
sorpresa.

-No… Yo sólo… -titubeó Esther intentando encontrar una buena excusa a


su excesiva expresividad, y que en aquellos momentos maldecía.

-Aquí la hermanastra mala eres tú, ¿recuerdas? Yo soy la buena,


Blancanieves o alguna de esas… -soltó Maca todavía riéndose.

-Blancanieves no tenía hermanastras, esa era Cenicienta –la corrigió


Esther-, ¿qué quieres? Tengo una sobrina de cuatro años.

-Ya, bueno… No tienes que escudarte en ella, ¿eh? Si te sirve de


consuelo yo me pasé mi más tierna infancia enamorada de Maléfica, la
mala de la Bella Durmiente… -explicó Maca recordando las veces que
Teresa le había contado lo pesada que se ponía con aquella mujer.

-¿La de los pinchos? –se escandalizó la abogada.

-Sí… ¿Pero y lo mala que era? –dijo Maca mordiéndose el labio con un
gesto lascivo recibiendo un manotazo en el brazo-, eso, tú maltrátame.
Que a ver como llegaremos a casa con la conductora lesionada.

Cerca de quince minutos más tarde, tras haber temido por su vida varias
veces a causa de que la moto no dejaba de serpentear esquivando los
coches, se detuvieron enfrente de la entrada del garaje del bloque de
Maca. Esperaron unos segundos a que la puerta se abriera y, con un
acelerón quizás demasiado brusco, que provocó que Esther se aferrara a
la cintura que tenía delante, se adentraron en él. Hicieron todo el
trayecto hasta el piso en absoluto silencio, puesto que la abogada creía
que si abría la boca sólo saldrían de ella gritos e insultos dedicados a
Maca por la velocidad que había tomado, y ésta, por su parte, intentaba
contener la risa que luchaba por salir.

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-¡Hola! –exclamó Maca al cruzar la puerta del ascensor -¿ya está la


comida?

-Sí, la acaban de traer –contestó Guille saliendo de la cocina con un par


de botellines de cerveza en cada mano, dos de las cuales se las tendió a
ellas.

-¿Estás bien, Esther? Te veo algo pálida –se preocupó Eva al ver como su
amiga le daba un largo trago a la bebida.

-Sí, sí. Sólo que… No te subas nunca en una moto si ella conduce, ¿vale?
–le recomendó ella intentando sonar muy atemorizada, y provocando las
risas del resto.

Pronto, cada uno se hizo con las bandejitas de cartón que contenían
varias porciones de sushi, salvo Jerónimo, que empezó a atacar unos
fideos, recibiendo alguna que otra mirada reprobadora de Anna cada vez
que algunos de ellos se le quedaban colgando de la boca. En una de
esas ocasiones, no pudo aguantar más y le pegó un codazo en las
costillas que hizo que él pegara un exagerado bote, lo que provocó que
Maca empezara con un ataque de risa. No obstante, los papeles se
intercambiaron cuando ella se atragantó con un trozo de sashimi de
atún.

-¿Quieres beber? –se preocupó Esther, que se encontraba a su lado, al


ver que no dejaba de toser, tendiéndole un botellín de cerveza.

Ante la mirada sorprendida de todos, debido al cambio de actitud de


ambas, que habían intercambiado varios comentarios civilizados durante
la cena; Maca le hizo un gesto con la mano como queriendo que le
golpeara la espalda. Algo que Esther hizo sin tan siquiera inmutarse.

-Maca, ¿me acompañas un momento a la cocina? –dijo Anna de repente,


tras algunos segundos en los que todos permanecieron calladas.

-¿Qué pasa? –preguntó la médico confundida por el arrebato que le


acababa de dar a su amiga.

-¿No crees que debería ser yo quién lo preguntara? Esther y tú… ¿Qué
ha pasado? –quiso saber la veterinaria sin poder aguantar más su
curiosidad.

-Eso, eso, cuéntanos… -susurró Claudia entrando como una exhalación.

-Nada, simplemente que nos hemos dado cuenta que hablar entre
nosotras no es tan difícil –contestó Maca encogiéndose de hombros.

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-¿Y ya está? –se sorprendió la cardióloga con decepción-, ¿y no ha


habido ningún beso de por medio? –preguntó esperanzada-, ¿magreo? –
siguió intentando tras obtener una negación con la cabeza por parte de
Maca-, joder, que poco lanzada eres a veces.

-Vamos a ver, que Esther es mi hermanastra, ¿eh? Y aunque no lo fuera,


no me gusta…

-Claro, por eso mismo te la tiraste –la cortó Anna recibiendo una mirada
fulminante de Maca.

-¿Os habéis perdido? –preguntó Jero desde el salón.

-Ahora vamos –contestó su hermana alzando la voz-, y vosotras dos,


dejaos de tonterías, ¿vale?-, añadió apuntándolas con el dedo a modo de
advertencia.

Hacia la una de la noche, todos decidieron que era una buena hora para
volver a casa, decisión que fue causada en gran parte por los numerosos
bostezos de la anfitriona. El hecho de que tuvieran que bajar
obligatoriamente en ascensor, hizo que tuvieran que marcharse en
varias tandas, así que los últimos que quedaron en el piso fueron Guille,
Eva y Esther. La última de los cuales esperaba paciente a que los otros
dos acabaran de despedirse de la médico, sin saber qué se suponía que
debía hacer ella: el gesto escueto con la mano que había utilizado hasta
el momento con ella, le parecía excesivamente frío teniendo en cuenta
que habían firmado una tregua; el abrazo estrecho que le acababa de
dar Guille le parecía demasiado cariñoso, por lo que estaba totalmente
descartado; lo más lógico sería darle dos besos, ¿no? El problema es que
nunca sabía por qué mejilla empezar, por lo que más de una vez se
había encontrado haciendo un extraño baile de cabezas, a menudo con
completos extraños que acababan mirándola como una loca.

-¿Esther? –preguntó Maca con una sonrisa, chasqueando sus dedos


enfrente de sus ojos, provocando que saliera de forma brusca de sus
pensamientos-, ¿estás bien?

-Eh… Sí, sólo algo cansada… -se excusó ella sintiéndose ridícula-,
gracias por la cena.

-No tienes porque darlas –contestó la médico-, al fin y al cabo ahora


somos familia, ¿no?-, añadió de forma cómica al mismo tiempo que se
acercaba para darle dos besos. En ese momento Esther decidió que lo
mejor era quedarse quieta, y esperar a que fuera la otra la que hiciera el
movimiento-, muchas gracias –le susurró al oído haciendo que su aliento

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provocara un leve cosquilleo por su cuerpo.

-¿Nos vamos? –quiso saber Guille al ver que ambas mujeres se habían
quedado paradas, una enfrente de la otra, sin moverse.

-Las llevas tú, ¿no? –le preguntó ella a su amigo.

-Sí. Además yo me quedo a dormir a casa de Esther esta noche, ha


venido mi tía con mi prima pequeña y me he quedado sin habitación –
contestó Eva por él.

-Si algún día lo necesitas ya sabes, ¿eh? A mí me sobra espacio –se


ofreció Maca.

-Ya, tú lo que quieres es quitarme a mi novia –intervino Guille


abrazándola de forma posesiva.

-Pues vigila porque durante la cena me ha echaba miraditas insinuantes,


¿eh? –se rió Maca-, anda, iros ya que Claudia deber estar acordándose
de vuestras familias…

-Buenas noches –se despidieron los tres al unísono, entrando en el


ascensor.

-Buenas noches –repitió ella con una sonrisa mirando a Esther que
parecía estar muy entretenida en el panel de controles del aparato.

El noviazgo cada vez más oficial entre Guille y Eva, provocó que ésta
última también incluyera a sus dos socias del despacho en los planes
que hacían su novio y sus amigos. Por ello, era extraño el día que no
debían reservar mesa para doce, puesto que incluso la enorme mesa del
piso de Maca se había quedado pequeña para todos. En aquellas
reuniones, el ambiente había mejorado notablemente desde que las dos
hermanastras habían firmado la tregua y, aunque si bien era cierto que
seguían con sus habituales piques, éstos rara vez acababan con alguna
de las dos enfadadas. La razón de su incipiente amistad seguía siendo
un misterio para el resto, ya que ninguna de las dos había querido dar
detalles acerca de la conversación que habían tenido en la Clínica.

Aquel sábado de mediados de junio, aprovechando que Juan y Jaime


tenían guardia en la farmacia, y que Edu y Marta tenían que quedarse en
casa porque el pequeño tenía unas décimas de fiebre, decidieron pasar
la lluviosa tarde en casa de Maca para ver alguna película. Como
siempre, los primeros en llegar fueron Anna y Jero quienes se
acomodaron tranquilamente en el sofá mientras Maca terminaba de
revisar unos informes.

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-Eres la peor anfitriona que he conocido –comentó su hermano al cabo


de un rato de haber llegado.

-¿Eh? –preguntó Maca confundida saliendo del estado de concentración


en el que se había sumido.

-Llevamos cerca de media hora aquí y todavía no nos has ofrecido nada
–dijo él fingiendo estar ofendido.

-Vamos a ver Jerónimo –empezó ella cerrando el dossier que tenía en las
manos-, lo primero que has hecho ha sido entrar en la cocina, así que no
he creído que hiciera falta ofrecerte nada…

-¡Por Dios, Macarena! ¿Dónde se refleja todo el dinero que he invertido


en tu educación? –exclamó él imitando la voz grave de su padre.

-Anda, déjate de chorradas y déjame sitio a tu lado –soltó la médico


apartando sus piernas para poder sentarse en el sofá en el que hasta el
momento, él había estado completamente tumbado-, ¿de qué va?

-De una madre que intenta probar que su hija fue violada por un
profesor, pero como la niña era la guarrilla del instituto nadie la cree –
explicó Anna sin apartar la mirada de la pantalla, al mismo tiempo que
se metía un cacahuete en la boca.

-Mmh… Que interesante… -murmuró Maca con sarcasmo.

Unos cinco minutos más tarde, el móvil de la veterinaria empezó a sonar


avisándola de que alguien la llamaba. Refunfuñando por tener que
perderse parte de los diálogos de aquella película, descolgó con
desgana, dejando ir solamente monosílabos como respuesta a lo que le
decían al otro lado de la línea.

-Era Guille –les informó ella tras dejar de nuevo el móvil en el bolso-, se
ve que a Eva le ha sentado mal algo que ha comido y lleva toda la
mañana vomitando. Y obviamente él se quedará a hacerle compañía.

-Será eso… Anda que no es mala excusa –refunfuñó Jero medio


adormilado.

Algunos minutos después, en los que el salón se volvió a sumir en un


completo silencio sólo roto por las voces de la televisión y los ronquidos
de Jero, el interfono empezó a sonar de forma estridente, anunciando
que alguien estaba esperando abajo. Maca se levantó con desgana y sin
ni siquiera molestarse a preguntar quien era, pulsó el botón que
permitiría, a quien fuera que esperaba, coger el ascensor y subir al piso

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de la médico. Cuando las puertas se abrieron, Maca se quedó algo


sorprendida al ver a Esther vestida con uno de los trajes oscuros que
utilizaba para ir a trabajar.

-¿Va a dejarme pasar, señorita Wilson? –preguntó la abogada con una


sonrisa al verla inmóvil en medio de la puerta.

-Claro, claro. Oye, muy guapa se nos has puesto tú hoy, ¿no? –comentó
ella apartándose a un lado, al mismo tiempo que la abogada entraba en
el salón y se quitaba la americana.

-Perdona, pero lo estoy siempre –contestó ella haciendo una mueca de


indignación-, he traído palomitas dulces y saladas. Eva es incapaz de ver
una película sin meterse algo en la boca…

-Pues yo creo que hoy se meterá otra cosa, porque ha llamado Guille
hace un cuarto de hora diciendo que se ella encontraba mal… -intervino
Jero que había aprovechado la ausencia de Maca para ocupar de nuevo
todo el sofá.

-Eres un guarro –soltó Anna tirándole un cojín a la cara.

-Me refería a un jarabe, mujer –se quejó él-, no os culpa mía que me
malinterpretéis.

-Pues me ha llamado hará cosa de dos horas para recordarme que de


camino aquí me parara en algún súper a comprar palomitas –murmuró
Esther pensando que su amiga cada vez se inventaba excusas peores,-
¿qué peli vamos a mirar?

-No sé, elige tú mientras Anna y yo metemos ésto en el microondas.


Están en el cajón de debajo de la tele –le indicó al mismo tiempo que
tiraba de su cuñada para que apartara la mirada la televisión que
parecía haberla abducido.

-Deja que acabe de verla. Sólo quedan diez minutos –suplicó ésta
resistiéndose.

-Venga ya, pero si todas acaban igual… -insistió Maca tirando de ella con
más fuerza.

Un par de minutos más tarde, ambas salían de la cocina con varias


botellas de cerveza y un par de boles con patatas. Sin demasiada
delicadeza, Maca soltó uno de los botellines encima de su hermano,
quien se despertó bruscamente y le dedicó algún que otro comentario
no muy agradable. Mientras tanto, Esther permanecía agachada junto a

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la tele, mirando la sinopsis de algunas de las películas con el ceño


fruncido.

-¿No tienes ninguna que no vaya de lesbianas? –le preguntó al notar la


presencia de la médico a su lado.

-Bienvenida al mundo Wilson, donde todo está protagonizado por


mujeres… -intervino Anna dando un sorbo a su vaso de agua.

-Bueno, si quieres, las porno están en el cajón de al lado –comentó Maca


de forma burlona-, pero también tengo la triología de El Padrino, alguna
de los Monty Python, The Queen… Y creo que hay varias de Claudia…

-¡Anda! La vida de Brian –exclamó Esther con emoción-, nunca he


conseguido verla entera…

-Me niego a ver cualquiera de los Monty Python o de tiros, antes me


trago una temporada entera de The L Word –intervino Anna-, ¿por qué
no vamos al videoclub de abajo?

-¿Miras esa serie? –preguntó Esther levantando la mirada hacia ella,


aunque la bajó automáticamente con las mejillas enrojecidas.

-Y tiene todos los capítulos… Si es que la niña nos ha salido de ideas fijas
–dijo la veterinaria ante la mirada divertida de Maca que observaba con
curiosidad la reacción de Esther.

-¿Vemos ésta? –propuso la abogada levantándose con la primera película


que encontró, sólo con el fin de cambiar de tema.

-D.E.B.S.: Espías en acción –murmuró Anna leyendo el título mientras


una de sus cejas se enarcaba-, en serio Maca, eres una degenerada…

-¿Qué pasa? Es entretenida –se excusó ella alzando las palmas de la


mano con inocencia.

-Ya… Y son niñas. ¡Con faldas de cuadritos! ¡Muy cortas! –exclamó la


veterinaria.

-No son tan pequeñas, ¿eh? Que tendrán sus veintitantos años –se
defendió la médico.

-¿Y ésta? –propuso Esther enseñando otra que todavía tenía el envoltorio
de plástico.

-27 Vestidos, me la regalaron con una revista… Me han dicho que no

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está muy bien, no sé… -opinó Maca.

-Bueno, de todos modos para un sábado por la tarde tampoco vamos a


ser muy exigentes, ¿no? –intervino Jero cansado de darle tantas vueltas
al asunto, mientras se levantaba y le cogía la caja de las manos, para
desenvolverla y poner el DVD en el reproductor-, espero que el olor a
humo no sea de las palomitas…

Maca salió corriendo hacia la cocina a tiempo para ver como una especie
de neblina empezaba a extenderse por aquel espacio. Con rapidez, abrió
la ventana y apagó el microondas. Con gesto resignado cogió un par
más de bolsas de patatas volvió al salón, mostrándolas como dando a
entender que se habían quedado sin palomitas. Tras aguantar las burlas
de su hermano, se sentaron en los sofás, aunque al poco rato ya se
encontraban los cuatro prácticamente recostados. La médico, que se
estaba aburriendo sobremanera con la película, esbozó una sonrisa
divertida al darse cuenta que Esther no dejaba de moverse intentando
encontrar una postura cómoda, algo que parecía no conseguir. Ésta, al
sentirse observada miró a Maca y dibujó una mueca en su cara que
provocó una carcajada de la médico.

-A mí no me hace gracia. Claro, como tú ocupas todo el sofá… -refunfuñó


la abogada.

-Anda, ven aquí –la invitó Maca estirando su brazo para que se recostara
en ella. Esther enarcó una ceja sospesando algunos segundos en si
debía aceptar aquella proposición o no, pero al final su parte pragmática
se impuso y se acercó a ella-, oye, que si te interesa algún capítulo de
The L Word yo te lo dejo, ¿eh? –le susurró en el oído.

-Tranquila que ya te lo pediré –contestó Esther-, la que sí podrías


dejarme es La Vida de Brian…

-De eso nada, que después no me la devuelves. Ya si eso, te vienes


algún día y la vemos. Pero de esta casa no sale –soltó Maca.

-Hay que ver lo generosa que eres, ¿eh? –se rió la abogada provocando
que Anna se girara hacia ellas para regañarlas, aunque al verlas esbozó
una sonrisa y le dio un codazo a su marido para que también lo hiciera.

-A mi padre no le va a gustar nada… -murmuró él volviendo a centrar su


atención en la rubia que protagonizaba la película.

-Oye… ¿seguro que no quieres que te preste ningún capítulo? –susurró


Maca para no molestar a su cuñada que parecía sumamente
concentrada en la escena que se desarrollaba en el filme.

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-¡Dios! Eres de un pesado que da asco –le espetó Esther incorporándose


para no tener que sentir otra vez aquel aliento torturando a su cuello.

-Sólo me estoy aburriendo… Esta película es un peñazo –se quejó la


médico dibujando una mueca de fastidio-, ¿estás segura? Porque antes
te he visto muy interesada, ¿eh?

-Eres insoportable, ¿sabes? –soltó la abogada que se encontraba


desahogando su frustración en uno de los cojines del sofá, algo en lo
que no ayudaba mucho la sonrisa divertida de Maca.

-Mmmh… Pesada, insoportable… Me estás definiendo como a la mujer


perfecta –contestó ella ampliando su sonrisa, aunque al cabo de unos
instantes se puso totalmente seria-, sé que puede resultarte difícil
asimilar lo que voy a decirte, pero creo que debemos dejar las cosas
claras desde el principio… Esther, tú sabes que eres una persona
maravillosa, de hecho, cualquiera daría su brazo derecho para estar al
lado de alguien como tú. Pero yo no puedo… Siempre he querido tener
una hermana con la que jugar a muñecas y ahora que por fin he visto
como mi sueño se cumplía, no pienso estropearlo… -dijo de carrerilla
para evitar que la abogada la interrumpiera-, y por eso… ¿Quieres que
compartamos nuestros juguetes? –le pidió cogiendo sus manos entre las
suyas con solemnidad.

-Sí, quiero –contestó Esther fingiendo una sonrisa-, pero antes vete a la
mierda-, añadió levantándose para marcharse dirección a la cocina.

-¡Oh, venga! Iba en serio… -le gritó Maca recibiendo una mirada asesina
por parte de Anna, puesto que por su culpa se había perdido el momento
más emotivo de la película-, ¿qué?

-¿Podrías hacerme el favor de tontear con ella un poquito más bajo? Por
tu culpa me he perdido lo que le dice cuando se declara –le espetó Anna
en voz baja para que la abogada no la oyese.

-Perdóname por no dejarte ver esta maravillosa película digna del Oscar
al mejor guión original… Porque ésto no se parece para nada al resto de
películas romanticonas… -se excusó Maca, con la cejas tan arqueadas
que parecían querer fundirse en su cuero cabelludo-, por Dios, esta
película es una auténtica mierda y necesito que alguien me preste
atención…

-¿Y ese alguien tengo que ser yo? Porque dese mi punto de vista, no lo
veo realmente necesario… -soltó Esther sacando su cabeza por la puerta
de la cocina.

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-Técnicamente ahora eres mi hermana mayor –contestó la médico


levantándose ella también para ir con la abogada y no tener que
aguantar la mirada reprobadora de su cuñada, clavada en la nuca.

-Tenemos la misma edad, Maca –repuso la abogada con paciencia,


mientras abría su tercero botellín de cerveza.

-Bueno, no exactamente… Ahora mismo tú tienes 34 años mientras yo


sigo teniendo 33 –insistió ella-, y tengo que decirte que como hermana
mayor estás siendo una mala influencia… ¿Cuántas de esas llevas ya?

-Tres, ¿por? –contestó Esther sin darle importancia.

-¿No crees que es muy pronto para emborracharte? No son ni las ocho
de la tarde… -observó Maca cogiéndole el abridor de la mano.

-¿Hace falta que te recuerde quién fue la que acabó sujetando la cabeza
y quién estaba vomitando? –le espetó la abogada con una amplia
sonrisa triunfal.

-Vas a restregármelo por la cara el resto hasta el último de mis días,


¿verdad? –quiso saber ella gesticulando de forma melodramática.

-No, sólo te recuerdo que me debes una muy gorda…

-Ya, y tú me debes una camisa y yo no digo nada –soltó la médico sin


pensarlo al mismo tiempo que le daba una palmada en el trasero.

-¿Qué? –exclamó Esther con los ojos abiertos como platos, deseando que
su oído le hubiera jugado una mala pasada.

-Eh… Que me debes una canica, creo recordar que cuando éramos
pequeñas rompiste una de las mías… -dijo Maca saliendo de allí de
forma apresurada, dibujando una mueca extraña en su cara. “Ahí te has
lucido, Maquita…” la regañó su conciencia.

Aquella noche, a Esther le costó dormirse. De hecho, para caer al fin


rendida, fueron necesarias varias vueltas en la cama, tres horas y tener
que levantarse un par de veces para volver a poner bien las sábanas,
puesto que, a causa de sus constantes movimientos, se movían de
debajo el colchón. Aquella frase retumbaba una y otra vez en su cabeza
y por mucho que intentase ocultarse bajo la almohada o las sábanas, no
conseguía que se fuera. Sabía que Maca no había dicho nada de una
canica, y si de algo podía presumir era de su buen oído. Además, que
recordase, ellas dos jamás habían jugado a eso, o por lo menos, no
juntas. ¿Acaso le había mentido y sí se acordaba de lo que había

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ocurrido aquella noche? No obstante, si una cosa tenía clara es que las
cosas entre ambas estaban muy bien en ese momento, así que no
pensaba decir nada al respecto por más que su curiosidad la torturase.
Además, ¿qué iba a decirle? “Oye Maca, que el otro día me pareció
entender que te debía una camisa, y bueno, ya sabes… La bromita
surgió porque yo era incapaz de desabrochar los botones porque te
estaba comiendo la boca y claro, tú te la cargaste… Por cierto, tú te
acuerdas de que nos pasamos cerca de una hora retozando en esa
habitación, ¿verdad?” No, definitivamente no era una buena idea. Así
que pasó al plan B y se autoconvenció de que sí habían jugado a las
canicas alguna vez y que Maca tenía mejor memoria que ella.

A las doce, y después de haber dormido apenas seis horas y pico, el


despertador empezó a sonar, avisándola de que ya era hora de
levantarse si quería desayunar y leer el periódico tranquilamente antes
de empezar a vestirse para asistir a esa comida familiar. Aquella semana
había sido el cumpleaños de Encarna, así que sus tías irían a comer a
casa de los Wilson. Normalmente, solía esperar aquellas celebraciones
con ansias, puesto que era una de las pocas ocasiones en las que veía a
Cris, pero ésta había vuelto a Milán pocos días después de la boda, por
lo que obviamente no asistiría. No obstante, se consoló pensando que
quizás, en un alarde de generosidad, sus tías le habrían traído ese
salchichón típico de su ciudad que tantos empachos le había provocado
de pequeña pero que, aún así, le seguía volviendo loca.

-Buenos días –saludó de mal humor, todavía con los ojos entrecerrados,
sin ni siquiera molestarse a mirar quién había en el salón.

-Vaya, creo que a alguien le costó dormirse anoche… -observó Eva, que
estaba tumbada en el sofá, con una sonrisa.

-¿Tú no estabas enferma? –se sorprendió Esther abriendo los ojos un


poco para cerciorarse de que la voz era, efectivamente, de su amiga.

-Ya… Bueno, ya sabes que tengo una gran facilidad para reponerme de
las indigestiones –contestó la chica encogiéndose de hombros.

-Pues no, no lo sabía… ¿Queda café?

-Sí, Laura ha hecho un poco más de la cuenta –explicó ella-, ha ido un


momento al quiosco para comprar el periódico. ¿Vas a contarme la causa
de tu insomnio?

-Mmh… Creo que no –repuso Esther tras fingir que lo pensaba unos
segundos.

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-Sabes que yo, a diferencia de tu compañera de piso, no voy a juzgarte y


que me limitaré a darte la razón, ¿verdad? –insistió Eva acariciando la
espalda de su amiga, mientras ésta se servía la amarga bebida.

-Quizás sí deba desahogarme con alguien… Pero ni una palabra a Laura,


¿entendido? –cedió ella-, a ver, ¿por dónde empiezo? Ayer, cuando tú y
tu novio os escaqueasteis de mala manera, nos quedamos los cuatro –
Anna, Jero, Maca y yo-, viendo una peli en su casa…

-¿Tan mala era como para provocarte insomnio? –se extrañó Eva,
recibiendo una mirada reprobadora pro parte de Esther.

-Claro que no, que una ya tiene una edad… Lo que ocurrió es que Maca
se aburría y empezó con sus bromitas. Así que como Anna sí quería ver
la peli y comenzaba a enfadarse porque nosotras no dejábamos de
hablar, acabamos en la cocina y bueno, seguimos con nuestra
interesante conversación hasta que, no sé por qué, Maca acabó
recordándome que le debía una camisa…

-¿Y…?

-Pues que lo de la camisa tiene su origen en la despedida de solteros de


mi madre y Pedro… -explicó Esther en un intento de que su amiga se
hubiera enterado de lo que pensaban los amigos de Maca y no tuviera
que contárselo ella.

-Ya… Sigo sin entenderlo –dijo su amiga. Por lo visto aquella fiesta no
había sido una excepción para el carácter despistado de su amiga, quien
tenía una facilidad asombrosa para perderse en su propio mundo que se
encontraba a años luz del resto.

-Nos acostamos –murmuró Esther bajando la cabeza para no tener que


ver la cara estupefacta que Eva tenía con toda seguridad en aquellos
momentos.

-¡Hola! –las saludó Laura que en aquellos momentos entraba en la


cocina con el periódico bajo el brazo-, ¿qué pasa? –quiso saber al
encontrarse con sus dos amigas, una enfrente de la otra, en total
silencio.

-¿Tú sabías que ésta se había tirado a Maca? –preguntó Eva que había
sustituido su inicial estado de shock, por uno de excitación.

-Me lo suponía… Pero no porque la bruja de nuestra amiga nos lo


contara, sino por las miraditas que se dedican cuando creen que nadie
las ve, y con ello incluyo a la otra… Aunque tengo que admitir que antes

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de que me fijara, fue Claudia la que me lo dijo un día -contestó Laura


dirigiéndose al salón para sentarse en el sofá y empezar a leer el
periódico.

-¿Y por qué no me lo dijiste? –se escandalizó Eva.

-Porque me olvidé de lo empanada que eres a veces y supuse que ya te


habías dado cuenta… -repuso su amiga.

-No sé de qué película os habéis montado entre todos, pero entre Maca y
yo no hay ningún tipo de miraditas. Simplemente nos llevamos mejor…
-intervino Esther un tanto molesta por saberse el centro de las
conversaciones que mantenían sus amigos.

-Así que no, ¿eh? –se rió Laura girando su cabeza para mirarla-, cielo,
cada vez que dejas a Maca con la palabra en la boca, parece que te va a
comer…

-¡Es verdad! Yo en eso sí me he fijado… De repente tiene una mirada así


como… -intervino Eva aunque sin saber cómo describir con exactitud a
lo que se refería.

-Lasciva –la ayudó Laura.

-¡Exacto! Y además tiene una sonrisa de lado que es… -siguió Eva con
emoción.

-¿Viciosa? –intentó de nuevo su amiga.

-Sí, aunque yo más bien diría que es en plan: “¡Dios!”. Pero no en el


sentido de que pesada es, ¿eh? Sino del estilo de “¡Dios! Como me
gusta…” –se explicó Eva gesticulando exageradamente con las manos.

-No, no es en plan “me gusta” sino “me pone” –la corrigió Laura que
había vuelto a esconderse detrás del periódico-, es curioso lo poco que
cambia la gente, ¿eh? Maca ya tenía ese gesto en el colegio. Lo hacía
mucho cuando hablaba con una chica que ahora no recuerdo como se
llamaba…

-¿Beatriz? –la ayudó Esther.

-¡Eso! Pues eso que la chica esta y yo íbamos a la misma clase en COU,
y Maca se pasaba el día allí… Y no sé, pero te mira igual que a ella…
-contestó Laura.

-Seguro que mira así a todas las mujeres que le pasan por delante –le

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rebatió su compañera de piso.

-Pues nosotras debemos ser la excepción que confirma la regla -observó


Laura sin inmutarse.

-O no nos ve como mujeres… -añadió Eva-, ¡Dios! Te dije que lo de dejar


de depilarnos no era una buena idea…

-¿Sabéis qué? Ante esta cantidad de estupideces que estáis soltando lo


mejor será que me vaya a la ducha –les espetó Esther.

-¡Y que sea fría! –le gritó Eva cuando ella ya se encontraba a la mitad del
pasillo.

A pocas calles más al centro de la ciudad, se desarrollaba una escena


muy parecida. No obstante, las risas y las burlas de las dos socias
habían sido sustituidas por un gesto serio aunque maternal. Conociendo
a Maca, Anna y Jero sabían que ella habría apagado el despertador de un
manotazo y que seguramente se habría dormido de nuevo, a no ser que
fueran a buscarla antes de tiempo no llegarían a la hora prevista. Por
ello, hacia las doce y media, se dirigieron al piso de la médico para
desayunar con ella y obligarla a levantarse.

-Es que no entiendo la afición que le ha cogido a hacer comiditas y


cenitas cada dos semanas… -se quejó Maca dándole un sorbo a su taza.

-Es el cumpleaños de Encarna –dijo Anna con paciencia.

-¿Y? Que yo recuerde nunca habíamos celebrado el cumpleaños de mi


padre. Si es que cada vez nos parecemos más a la tribu de los Brady –
insistió ella.

-Con la leve diferencia de que en la nuestra hay una incipiente relación


incestuosa. Y lésbica –soltó Jero.

-No sé a qué te refieres –dijo Maca haciéndose la sueca.

-Pues yo estoy seguro de que sabes por donde van los tiros –siguió
insistiendo su hermano con una sonrisa traviesa.

-En serio Maca, tienes que cortarte un poco –intervino Anna-, tus
miraditas, hija, tus miraditas… -añadió al ver que su cuñada no sabía a
qué se refería.

-¡Pero si yo no hago nada! –exclamó ella en un vano intento de


defenderse.

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-Sí que lo haces. Pones esa mirada tan tuya –la corrigió su amiga.

-Exacto, esa de “¡Dios! Como me pone” –añadió Jero.

-¡La lasciva! –gritó una voz que provenía del pasillo, que al final resultó
ser de Claudia, quien apareció en pijama y totalmente despeinada.

-¿Qué haces tú aquí? –se sorprendió Anna.

-Oh, bueno. Ayer por la noche Eva y Guille se lo estaban pasando en


grande. Ya sabes que las paredes de nuestro piso no se caracterizan por
su grosor, así que como no podía dormir me vine aquí… -explicó ella
como si fuera lo más lógico del mundo-, y claro, como nadie se ha
dignado a despertarme para decirme que el desayuno ya estaba hecho,
mi sueño se ha visto interrumpido por vuestras dulces voces.

-Sensual –la corrigió Maca con una sonrisa-, mi voz no es dulce. Es


sensual.

-Es verdad, perdona –se disculpó la cardióloga con fingido


arrepentimiento-, ¿qué decíais de la mirada lasciva de Maca?

-Pues que así es como mira a Esther –contestó Anna.

-Sí, es cierto. El otro día lo comentamos con Laura –la apoyó Claudia.

-¿Pero vosotros de qué coño vais? –se escandalizó Maca-, ¿qué pasa, que
no tenéis nada mejor que hacer que hablar de mí?

-La verdad es que no… -reconoció la cardióloga-, en mi familia no hay


ninguna relación lésbicoincestuosa, así que tengo que conformarme con
la vuestra.

-¡Oh, claro! Es que me había olvidado del tórrido romance que


mantenemos Esther y yo. Tendré que dejarla porque ahora que ya no es
secreta no tiene ningún tipo de gracia… -soltó la cirujana dando un
golpe a la mesa con la palma de su mano.

-Pues es precisamente eso lo que más miedo me da –intervino Anna-,


ahora, para ti Esther tiene su gracia: os picáis, te contesta, a veces te
deja con la palabra en la boca… Pero después, ¿qué? ¿Qué pasará
cuando te canses? No es una de otras tantas, Maca.

-No, es mi hermanastra. Eso ya lo sé, pero gracias por recordármelo –le


espetó de forma borde-, mira, no sé qué os estáis imaginando, pero
entre Esther y yo no hay nada. Simplemente nos llevamos bien y punto.

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-No sé, pero ándate con cuidado –le advirtió su cuñada.

-Anna, creo que te estás olvidando de que Esther es una persona adulta,
y bastante inteligente por lo que creo. No la conozco mucho, pero la
imagen que da es de pensar mucho las cosas y no veo muy probable
que se lance a tener algo con Maca. Además, hasta donde yo sé no es
lesbiana –opinó Jero.

-Vale, me ha quedado claro. Yo para ella soy caca, así que tranquilos no
voy a saltarle a la yugular –refunfuñó Maca-, y para que os quede clarito,
no la miro de ningún modo raro.

-Oh, sí que lo haces –la corrigió Claudia-, pero tranquila que ella te mira
igual…

-¿En serio? –quiso saber Maca esbozando una sonrisa traviesa.

-¡Eres insoportablemente egocéntrica!-exclamó su cuñada.

-Annita, cielo. Por mucho que lo intentes no te sale tan genuino como a
Esther –soltó la médico guiñándole un ojo y saliendo de forma
apresurada de la cocina antes de que cualquier objeto volara en
dirección a su cabeza.

-Lo que no entiendo, es a qué viene la comedura de coco… -soltó Eva


cuando Esther volvió a entrar al salón ya vestida, al cabo de unos
minutos.

-El día después de la despedida, Maca me dijo que no recordaba nada de


lo que había ocurrido en la habitación. De hecho, según ella, lo único
que sabía era por Anna, y se ve que ella le dijo que yo la había
acompañado para que durmiera la mona… -explicó Esther.

-Es decir, la versión que nos diste a todos –la cortó su compañera de
piso que seguía enfrascada en la lectura del periódico-, así que supongo
que el rollo este de la camisa, tiene que ver con algo que ella no debía
recordar…

-¡No me jodas que se la rompiste! –exclamó Eva con emoción-, ¡Dios!


Debió ser algo así como salvaje… Vale, voy a borrar esa imagen de mi
cabeza ahora mismo…

-Por lo tanto, parece ser que no dice la verdad y sí se acuerda –siguió


Esther haciendo caso omiso de Eva.

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-Lo que no entiendo, es por qué tendría que haberlo hecho. No sé, no le
encuentro una razón lógica. Además, teniendo en cuenta la relación que
teníais Maca y tú por aquel entonces, eso le hubiera dado un argumento
más que bueno como para meterse contigo… -razonó Laura.

-Quizás, lo hizo porque… Esther, no te enfades, ¿eh? Pues quizás lo hizo


porque, conociéndote, pensó que tú la acusarías de haberse
aprovechado de la situación. Bueno, todas sabemos que tú ibas algo
tocada y eso te hubiera dado una buena excusa. También puede ser que
la razón fuese que no quería aguantar el típico rollo de: “ha sido un error
que jamás hubiera tenido que pasar y nunca más volverá a ocurrir…” –
caviló Eva al mismo tiempo que gesticulaba de forma un tanto
exagerada-, aunque también podría ser que temiese que la situación
entre vosotras, que ya de por sí era difícil, se volviera insostenible; y al
decir que ella no se acordaba, hacía que tú no te sintieras incómoda y
estuvieras más relajada y receptiva ante su presencia.

-¡Claro! Y también podría ser que en el fondo para Maca esa hubiera sido
la mejor noche de su vida, se hubiera dado cuenta de que estaba
profundamente enamorada de mí, y no podía soportar que yo le dijera
que había sido un error –añadió Esther con ironía-, algo que sabemos
que no es cierto porque sigue completamente
enamorada/obsesionada/lo que sea con Bea… En serio, Eva deja de ver
tantos culebrones.

-Yo estoy con Esther –la apoyó Laura-, aunque posibles, tus teorías son
algo rocambolescas. Y conociendo a Maca, no mintiera –si lo hizo-, por
estas razones. Es más, en mi opinión creo que es verdad que no
recuerda nada y que tú te estás montando una paranoia de las que
hacen historia. Así que deja de pensar en ello y márchate ya, que a este
ritmo llegarás tarde.

-Quizás tengas razón… -admitió ella-, en cuanto a ti, espero que no se te


ocurra contarle nada de lo que se ha dicho en esta conversación a
Guille. Porque tu novio es tan bocazas como tú y a los dos segundos,
Maca ya se habría enterado.

Cinco minutos más tarde, con el tiempo justo para llegar puntuales a la
comida, dos coches salían prácticamente a la vez de sus respectivos
garajes. Como siempre, a pesar de que su mujer le hubiese repetido
cientos de veces en que no lo hiciera, Jero apretó el acelerador a fondo,
motivo por el que algún que otro conductor le dedicó varios bocinazos,
normalmente acompañados de miradas fulminantes. La velocidad era
sin duda una de las cosas que ambos hermanos compartían, por lo que
Maca, sentada en el asiento trasero, disfrutaba como una enana

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mientras pinchaba a su cuñada haciendo comentarios acerca de lo


mucho que se acercaban algunos coches.

-Esta vez te doy un aprobado –se burló la médico saliendo del vehículo,
cuando Jero aparcó el coche en el jardín.

-Los dos sois un par de inconscientes –les regañó Anna-, a la vuelta


conduzco yo.

En el momento en el que se disponían cruzar la puerta de entrada de la


casa, una leve derrapada llamó su atención, por lo que los tres giraron
180 grados justo para ver como una pequeña cantidad de la gravilla que
cubría esa parte del jardín, salía despedida hacia el cuidado césped. Con
un movimiento ágil, Esther aparcó el coche entre el de Jero y el de uno
de sus tíos, saliendo de él a los pocos segundos. Maca esbozó una
sonrisa al verla con unas enormes gafas de sol estilo aviador, que le
recordaron de forma irremediable a algunas americanas que había
conocido durante su estancia en Los Angeles, quienes no se quitaban en
todo el día las gafas oscuras cuando tenían resaca.

-Parece que alguien no ha dormido mucho –comentó su hermano al


percatar en el gesto malhumorado que lucía la abogada-, ayer nos
fuimos de fiesta, ¿eh? –añadió con una sonrisa divertida.

-Cállate, anda –le espetó ella pasando por su lado sin tan siquiera
saludar a las dos mujeres.

-Realmente debe haber pasado una mala noche –murmuró Jero


siguiéndola hacia el salón como si él no fuera más que un invitado.

La cara de hastío que le habían visto a la abogada desde que había


salido del coche, se transformó a una de totalmente opuesta que
reflejaba una mezcla entre sorpresa y alegría. Nada más entrar en el
salón, se abalanzó sobre su prima, quien se dejó abrazar entre risas. El
resto de los presentes observaban aquel emotivo encuentro con una
sonrisa, aunque había una persona que, proponiéndose llevar la
contraria, permaneció algo seria y el único gesto que hizo fue arquear
una ceja.

-¿Qué haces aquí? –le preguntó Esther aflojando el abrazo aunque sin
soltarla totalmente-, creí que estabas en Milán.

-Y estaba allí hasta ayer. Los jefes me han propuesto venirme a la oficina
de aquí y bueno, acepté… Se ve que con todo lo de la crisis el volumen
de trabajo ha bajado considerablemente y por lo que me dijeron, los
encargados no han sabido afrontarla muy bien. Así que me han elegido a

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mí como apagafuegos… -explicó Cris con una sonrisa radiante.

-¿Y tienes ya dónde quedarte? Porque a malas puedes quedarte en mi


piso. Bueno, no hay habitaciones para todas pero por dos días que
durmamos juntas… -propuso la abogada.

-Pues mira, le iría muy bien –intervino su tía Carmen-, porque los del
trabajo le pagan el piso, pero claro, como todo ha sido tan rápido no les
ha dado tiempo a buscar ninguno…

-Mamá –se quejó la chica-, muchas gracias por ofrecerte, de verdad,


pero ya tengo una reserva en un hotel y…

-¿Pero cómo te vas a quedar en un hotel pudiendo venir a mi casa? –


insistió Esther.

-Claro, ¿a quién le gustaría vivir en un hotel? Sólo te limpian la


habitación cada día, te hacen la cama, la comida, tienes un baño con
una bañera enorme… -murmuró la cirujana con sarcasmo, poniendo los
ojos en blanco.

-¿Y por qué no te quedas en casa de Maca? –propuso Anna de repente


con una sonrisa traviesa, ante la mirada estupefacta de la aludida-, a
ella le sobran habitaciones e incluso tendrías una habitación con terraza
y baño propio… Además, no encontrarás a una compañera de piso
mejor: es limpia, trabaja casi todo el día, sabe cocinar, es silenciosa… ¿A
qué sí, Maca?

-Eh… Sí, sí, por supuesto… -balbuceó ella maldiciendo a su cuñada y a


parte de la familia de ésta.

-Sólo tendrás que preocuparte de sus ligues, aunque con suerte, si


consigues encontrar un piso en poco tiempo, no tendrás que aguantar a
muchas –soltó Jero recibiendo una mirada reprobadora tanto de su
padre, como de la propia médico-, porque según mis fuentes, en esas
ocasiones no eres precisamente silenciosa –susurró lo suficientemente
bajo para que sólo los que se encontraban más cerca lo escucharan.
Esther, que se encontraba entre ellos, bajó la cabeza sonrojada,
deseando que aquel comentario no hubiese ido con segundas y dirigida
a ella.

-Pues asunto arreglado –concluyó Carmen-, por cierto, antes de que me


olvide, hemos traído salchichón para todos.

-¡Por fin! –exclamó la abogada de forma espontánea, provocando la risa


de todos-, ¿qué pasa? Me gusta.

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-Y que lo digas –afirmó Encarna-, todavía recuerdo cuando íbamos a Vic


en vacaciones y te cogías esos empachos… Y lo peor es que como te la
comías a escondidas no sabíamos de dónde venían.

Aquel fue sin duda uno de los temas estrella de la comida, aunque acabó
evolucionando hacia otras anécdotas acaecidas muchos años atrás en
aquella ciudad. Algunas de ellas se remontaban incluso a la infancia de
las tres hermanas, y lo mal que les había sentado que mandaran a su
padre allí como notario y que provocó que ellas tuvieran que abandonar
a su Valladolid natal, para ir a aquella pequeña ciudad donde se hablaba
un catalán cerrado que les sonaba a chino y, en invierno, era difícil ver el
otro lado de la calle a causa de la espesa niebla. Bromearon al comentar
que, a pesar de lo mal que lo habían pasado por aquel entonces, pocas
habían sido las ocasiones en las que habían vuelto a la ciudad que las
vio nacer y que al final, las dos que más se habían quejado, fueron las
que se casaron con esos “payeses” de extraño acento que tanto habían
despreciado al principio. No obstante, la mayoría de anécdotas giraron
alrededor de las travesuras de Cris y Esther, muchas veces, en
compañía de sus ahora desaparecidos primos y de Sergio; algunas de las
cuales fueron contadas por las propias protagonistas que se reían a
carcajadas al recordarlo.

-Hay que ver lo que cambian las cosas… -comentó Soledad, a quien
todos llamaban Sole, con nostalgia-, con lo cariñosos que eran los niños
de pequeños, ahora casi les tenemos que dar gracias si les vemos el
pelo.

-No seas así, mujer –replicó Jaume, su marido-, tanto Miquel como Jordi
trabajan mucho, así que es normal que cuando tienen tiempo libre
prefieran pasarlo con sus mujeres y no con los viejos de sus padres…

-Sí, pero al fin y al cabo, los viejos de sus padres que los educaron y les
pagaron todos los caprichitos. Los mismos que se quedan con los niños
cuando a ellos les apetece salir por ahí –insistió ella, que se la notaba
algo quemada con el tema-, y ya me dirás a santo de qué viene ponerle
Gil al pequeño.

-Te recuerdo que mi padre se llamaba así, y que si no hubiera sido por tu
inexplicable negación, según la tradición de mi familia, Miquel debería
llamarse como él –repuso el hombre algo molesto.

-Pues porque hasta que te conocí, pensaba que Gil era un apellido, no un
nombre –contestó Sole-, ¡con lo bonito que es Antonio! No entiendo
porque le tuvieron que poner el nombre de tu padre y no del mío.

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-Porque el tuyo murió antes de que el Miquel naciera, algo que impidió
que se forjara una relación demasiado estrecha entre ambos –le espetó
él.

En aquel momento una sonora carcajada de Esther, provocada por algún


comentario de su prima, cortó aquel tenso intercambio de opiniones,
haciendo que volvieran a centrarse en las travesuras infantiles de las
dos chicas. La única que parecía no disfrutar del todo son esa
conversación, a pesar de que no pudiera evitar reírse de vez en cuando,
era Maca, que se pasó gran parte de la comida sin abrir la boca mientras
se limitaba a degustar los platos que Carmen había preparado.

-¿Se puede saber qué te pasa? –le susurró Anna de forma disimulada,
para que el resto no se percatara de sus cuchicheos.

-¿A mí? Nada –contestó Maca, fingiendo tener un gran interés por lo que
Encarna contaba en aquellos momentos. Aunque no pudo evitar que el
tono empleado sonara un tanto molesto.

-En serio, eres como una niña pequeña mimada y consentida –le
reprendió su amiga.

-¿Qué se supone que he hecho yo ahora? –quiso saber la médico


fingiendo indignación-, además, teniendo en cuenta que tuve una
carencia de amor paterno en mi infancia, creo que tengo que solventarlo
por algún lado, ¿no?

-No te hagas la tonta que nos conocemos –insistió ella-, nos vamos un
momento al coche, que creo que he dejado allí el móvil –anunció en voz
alta al mismo tiempo que tiraba de ella para poder regañarla
tranquilamente.

Con paso rápido, se alejaron de la mesa, dejando atrás algunos


comentarios acerca de la gran dependencia de los jóvenes de hoy en día
respecto a esos aparatos. “En mi época, con las cartas y los teléfonos ya
nos apañábamos” comentó una de las hermanas de Encarna. Al ver que
Anna no se detenía, Maca llegó a pensar que quizás era cierto que iban
a buscar el móvil, por lo que empezó a vislumbrar una pequeña
esperanza de no tener que soportar un sermón. No obstante, su cuñada
se detuvo de forma brusca al llegar al salón, donde le indicó con una
mirada que se sentara, algo que la médico no hizo por si llegaba el
momento en el que debía huir.

-Ahora vas a contarme qué se supone que te pasa –le ordenó la


veterinaria.

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-No. Y simplemente no voy a hacerlo porque no me pasa nada –la


desafió ella.

-Vale, entonces voy a decirlo yo. Te estás comportando como una


auténtica egocéntrica, mimada y consentida que lo único que quiere es
ser el centro de la atención. Me parece muy fuerte que a estas alturas
estés celosa, Maca –soltó Anna aceptando el desafío-, y no te atrevas a
decirme que no lo estás. Porque llevas desde que ha aparecido Cristina
con unos morros de aquí te espero.

-¡Oh! Quizás es porque alguien la ha invitado a hospedarse en mi casa


sin mi permiso –estalló la médico-, ¿acaso te obligo yo a meterte a gente
que apenas conoces en tu casa? Porque yo a esa chica sólo la he visto
en tres ocasiones. Así que me enfado porque de repente me veo privada
de mi propio espacio y la mala soy yo, ¿verdad? Podrás echarme en cara
muchas cosas, Anna, pero creo que en esto tengo toda la razón.

-Sabes tan bien como yo que esa no es la causa de que estés así. A ti te
encanta invitar a la gente… Y lo que de verdad te molesta es no ser tú la
que provoca su risa y la causa de la tranquilidad y felicidad que irradia
en estos momentos. Te jode soberanamente no ser el centro de SU
atención. Además, Cris sólo estará en tu casa dos semanas como
mucho, algo que sin duda te permitirá ver mucho más a Esther –insistió
ella alzando ligeramente la voz.

-¿Pero tú quién coño te crees? –gritó Maca-, ¿quién te ha dicho a ti que


yo quiera ver a Esther? ¿Qué pasa si no es eso lo que yo quiero? No
tienes ningún derecho a hacer lo que has hecho, ni con ella ni con nadie.
Y te recuerdo que Esther no ha dado muestra alguna de querer verme a
no ser que sus amigas estén incluidas en el plan; que yo le guste o ni
siquiera que pretenda tener algo más que una relación de simple
cordialidad conmigo. Así que dejad todos de meteros en mi vida, olvidad
esa película que os habéis montado y dejadme vivir tranquila.

-Eh… Siento interrumpir, pero se os oye desde fuera –intervino Cris


asomándose por la puerta con algo de reparo.

-Tranquila, yo ya me voy –dijo Anna mucho más calmada-, ¿sabes qué?


Que hagas con tu vida lo que te dé la real gana, yo ya estoy harta de
hacerte de conciencia y recibir sólo palos a cambio –añadió antes de
salir de la sala.

-Anna… -la llamó Maca, aunque ésta no se giró y siguió con su camino-,
lo siento –se disculpó a Cris.

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-Tranquila, de todas formas no pensaba quedarme en tu casa –contestó


ella con una sonrisa dulce-, pero es que mi madre se embala y no hay
quien la pare… De todos modos, hubiera sido algo extraño vivir juntas,
¿no? Es decir, apenas nos conocemos y…

-Quédate –la interrumpió Maca-, lo digo en serio. Mira, tienes razón,


apenas nos conocemos pero me caes bien, y me da la impresión de que
si yo necesitara un favor tú me lo harías, así que… Además, no creo que
Esther deje que te quedes en el hotel, y creo que tener una habitación
para ti sola, a pesar de que sea compartiendo piso con una tía que
seguramente ahora te parece una excéntrica; es mucho mejor que
compartir cama con tu prima y el baño con su socia.

-Bueno… Con Esther no se duerme mal, ya sabes, apenas se mueve, no


habla en sueños, no da patadas… -bromeó Cristina dando a entender
que era todo lo contrario a lo que ella decía.

-Pues no, no lo sé. Pero te prometo que en cuanto tenga la más mínima
oportunidad voy a intentar experimentar esa vivencia –contestó Maca
siguiéndole la broma-, por cierto… ¿se entendía lo que decíamos?

-No, tranquila. Sólo se oía que estabais discutiendo de forma algo


acalorada. Y por mí no te preocupes, que yo tampoco me he enterado de
nada…

Tras tener que aguantar las miradas curiosas de las hermanas de


Encarna, quienes intentaron averiguar de una forma no demasiado sutil
la razón de la discusión entre las dos amigas, y que ambas se excusaran
diciendo que se había debido a que no encontraban el móvil; acabaron
de comer e hicieron una larga sobremesa que duró hasta las seis.

Decidieron que lo mejor era que Cris se quedara ya aquella noche en


casa de Maca, puesto que así se iba habituando a la disposición del piso
y el hecho de que el día siguiente ya fuera lunes, hacía que las dos
tuvieran que trabajar, por lo que ninguna tendría demasiado tiempo
como para hacer la pequeña mudanza que se limitaba a un par de
maletas llenas de ropa. Sería Esther la que la acompañaría hasta el
hotel, donde debían cancelar la reserva, para después llevarla a casa de
Maca. Mientras las dos primas hablaban de forma animada, el ambiente
del otro coche era radicalmente distinto, puesto que Jero, en vista del
mal humor que tenían su hermana y su mujer, había decidido que lo
mejor era que Anna condujera, para quedarse él observando el paisaje
embobado. El chico sabía que en aquellas ocasiones lo mejor era no
decir nada, puesto que en caso contrario, acabaría él recibiendo por
todos los lados. No obstante, cuando llegaron a casa de Maca, propuso

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subir para ayudarla a preparar la habitación de invitados y así quedarse


a cenar, algo que no le hizo mucha gracia a la veterinaria.

-Déjala disfrutar de su espacio y de su vida, Jero. Te estás comportando


como un egoísta –soltó Anna con ironía.

-¡Pero si sólo quería ayudarla! –exclamó él sin saber por donde iban los
tiros.

-Mira, eso me suena de algo –murmuró su mujer lo suficientemente alto


como para que Maca, sentada en el asiento trasero, lo oyera.

-Vale, lo siento –se disculpó viendo que el mal humor de su amiga no


mejoraba-, en serio, siento haberte gritado de esa manera y haberte
dicho algo que no pienso…

-Tranquila, es tu vida. No tienes porque darme explicaciones sobre lo que


haces y lo que dejas de hacer –dijo Anna que seguía en sus trece.

-Joder… ¿Qué más quieres que te diga? Si quieres me fustigo un rato


para demostrarte que mi arrepentimiento es real –soltó ella con
sarcasmo.

-Bueno, quizás si lo haces me lo pienso –le espetó la veterinaria con


dureza aunque esbozó una pequeña sonrisa que no pasó desapercibida
para su marido.

-Aprovechando que el humor ha mejorado ligeramente, me veo en la


obligación de aconsejaros que la próxima vez os busquéis una excusa
mejor, porque en medio de vuestra acalorada discusión, tu móvil ha
empezado a sonar. ¿Y adivina qué? Estaba en tu bolso –comentó Jero
que parecía estar pasándoselo en grande-, ¿nos vamos?

La médico se despidió de ambos con un beso en la mejilla, para bajarse,


a continuación, del coche ante la mirada atenta de su hermano y su
cuñada.

-¿Ves? Ahora ya sabemos lo que se siente cuando tu hija se va de


excursión –comentó él de forma burlona al mismo tiempo que bajaba la
ventanilla-, pórtate bien, ¿eh? Que no me diga la profe que has hecho
alguna de tus trastadas –añadió alzando la voz, al mismo tiempo que
recibía un gesto con la mano como toda respuesta.

Aunque fuese lo último que le apetecía hacer en aquellos momentos, se


dirigió a la habitación de invitados para cerciorarse de que estaba como
debía, aunque al entrar, suspiró al percatarse que Claudia no había

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tenido ni el detalle de hacer la cama y que las sábanas estaban,


inexplicablemente, desperdigadas por el dormitorio. Con movimientos
pesados, las cogió para llevarlas a la habitación donde se encontraba la
lavadora, y las dejó tiradas en un rincón. Con la misma falta de ganas,
volvió al dormitorio y abrió el armario donde en teoría se encontraban
las sábanas y las toallas que debían usar sus invitados, pero se
sorprendió al encontrarse con varias prendas que seguramente
pertenecían a la cardióloga. “Manda narices” murmuró cogiendo un
juego se sábanas limpias para poder hacer la cama. En esos momentos,
estaba maldiciendo a Teresa y a sus sermones acerca de lo que debía
hacer un buen anfitrión, que no hubieran dejado en paz a su conciencia
si Cristina no se hubiera encontrado con todo predispuesto a su llegada.
Al acabar, cogió la ropa de Claudia, se cercioró de que el baño estaba
bien y que tenía todo lo necesario y se fue a la cocina para coger una
bolsa de plástico donde meter aquellas prendas. “Lo lleva claro si se
cree que voy a devolverle la ropa limpia y planchada”. Apenas hacía
cinco minutos que había abierto la novela que hacía un par de semanas
había empezado, cuando el timbre sonó, avisándola de que las dos
primas habrían llegado.

-Lo primero que voy a necesitar es un cursillo para entender como se


supone que funciona este ascensor –soltó una Cris alucinada sin apartar
la vista de la ranura donde debía meterse la llave.

-Es fácil, metes esto dentro de la ranura y pulsas el botón con el número
5 –le explicó Maca al mismo tiempo que le tendía una llave-, ¿tienes
coche? Porque yo tengo dos plazas y sólo ocupo una.

-Por no tener no tiene ni el carné –contestó Esther por ella.

-Al menos me ahorro el tener la certeza de que conduzco tan mal como
tú –le espetó su prima-, ahora al menos me queda la esperanza de que
podría hacerlo bien. Bueno, ¿dónde tengo que dejar esto? Luego si eso
me dices donde está todo y me hago la cama…

-Tranquila, ya está todo hecho –contestó Maca, volviendo a sentarse en


el sofá al ver que Esther había cogido a su prima de la mano y se
disponía a enseñarle el piso ella misma.

Durante los diez minutos siguientes, siguió medio tumbada en el sofá


con esa novela entre sus manos, sin saber por qué no lo encontraba tan
interesante como en otras ocasiones. Las voces de las dos primas
llegaban amortiguadas hasta ella, por lo que sólo pudo entender
claramente alguna exclamación de Cris acerca de lo bonito que era el
piso y poca cosa más. Cansada de no conseguir concentrarse en la

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lectura, decidió que ambas chicas ya habían tenido un momento de


intimidad suficiente largo, así que dejó el libro en la mesilla auxiliar y se
dirigió a la habitación de invitados, donde supuso se encontraban.
Estaba a punto de llegar cuando oyó su nombre en un susurro, por lo
que detuvo sus pasos y se quedó a escasos palmos de la puerta.

-A ver, Esther, claro que quiero que te quedes a cenar, pero me siento
como si te estuviera invitando yo… Y francamente, no quiero que Maca
piense que me da miedo o reparo quedarme con ella a solas… -decía
Cristina intentando no alzar la voz.

-Pero es que no tiene porque pensar eso –insistió Esther-, además,


todavía no te he enseñado todo el piso…

-Ya, pero es que no eres tú quien tiene que enseñármelo –la cortó su
prima-, ella es la dueña, y no sé… Además, contigo aquí me siento como
si estuviera estorbando, ya sabes esa relación rara que tenéis no ayuda
mucho a que me sienta cómoda.

-¿Te quedas a cenar, Esther? –intervino Maca sin querer oír como seguía
la conversación. ¿Por qué todos se empeñaban en que tenían una
relación? ¿Desde cuándo una relación se basaba en alguna que otra
conversación y siempre con gente revoloteando alrededor? “Desde que
te acuestas con ella entre medio” repuso una voz repelente que ella
identificó como su conciencia.

-Claro –contestó la abogada con una sonrisa-, ¿acabamos de enseñarle


el piso? Todavía quedan tu habitación, tu despacho y la terraza de arriba.

-Es decir, medio piso… No quiero ni imaginarme lo que habréis estado


haciendo durante diez minutos –dijo Maca.

-¿Qué pasa? ¿Los contabas? –la pinchó Esther.

-Me has pillado… Siempre cuento nos segundos que me separan de tu


dulce voz –contestó ella poniendo los ojos en blanco-, pues esta es mi
habitación –añadió abriendo la puerta y dejando que pasaran dentro de
aquella amplia estancia decorada de forma minimalista, aunque con
cierto toque oriental que, junto a los muebles de tono marrón oscuro le
daban al conjunto un aire bastante acogedor-, y bueno, eso de ahí es el
vestidor y la puerta da al baño.

-¿Esto es un vestidor? –exclamó Cris asomándose a aquel espacio que


estaba separado del resto del dormitorio por un biombo de inspiración
japonesa-, es casi tan grande como la habitación que tenía yo en Milán…
Creo que en estos momentos me siento como si fuera una de las

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protagonistas de la peli de Sexo en Nueva York…

-Yo no tengo mi ropa ordenada cromáticamente –dijo Maca con una


sonrisa aun a pesar de sentirse un poco incómoda al sentir como su
intimidad era analizada.

-Así que aquí es donde traes a esos ligues con los que dejas de ser
silenciosa, ¿eh? –le susurró Esther con una sonrisa burlona que provocó
que la médico se ruborizara ligeramente-, vaya, así que es verdad… ¿No
se te han quejado nunca los vecinos?

-¿Por contribuir a que su vida sea menos aburrida? Claro que no –


contestó la cirujana, mordiéndose la lengua para no decirle que no había
sido precisamente ella la que había demostrado ser la más ruidosa de
las dos.

-No me puedo creer que tengas un jacuzzi en la terraza –soltó Esther con
sorna cuando llegaron al piso superior donde Maca había habilitado el
espacio diáfano como despacho. Aquella habitación estaba separada por
una enorme puerta corredera, que ocupaba toda una pared, de una no
menos grande terraza, denominada solárium por el promotor, recubierta
en su totalidad por paneles de madera.

-En teoría es una piscina –dijo Maca encogiéndose de hombros-, aunque


en realidad se asemeje más a una bañera grande.

-Lo que viene siendo un jacuzzi cuando en las paredes salen chorritos de
agua que producen burbujas… -se burló Esther-, eres de un pijo que da
asco.

-No te equivoques, soy generosa. ¿Sabes? Gracias a mí, los vecinos de


enfrente disfrutan de unas hermosas vistas… -contestó la médico con
chulería.

-Y además modesta. En serio, eres la perfección personificada –le espetó


la abogada con ironía.

-Eso dicen –repuso Maca, con las manos metidas en los bolsillos
delanteros de sus vaqueros, ampliando su sonrisa al ver la mueca de
fastidio de la otra.

-No me quiero ni imaginar lo que habrás llegado a hacer aquí –comentó


una Cristina distraída, provocando que la médico arqueara una ceja al
suponer a lo que se refería la prima de Esther.

-Bueno… Siento hundir los sueños eróticos que tienes respecto a mí,

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pero el exhibicionismo no acaba de ser lo mío –comentó Maca con tono


divertido, cuando la chica enrojeció considerablemente al percatarse
que su pensamiento había sido en alto, provocando también una
carcajada de Esther-, no me haría demasiada gracia eso de salir en
alguna de esas webs de pillados.

-De hecho, los vecinos no tendrían porque verte. Los setos son lo
suficientemente altos como para tapar la zona del jacuzzi, de hecho, si
bajas el toldo, apenas quedan unos metros a la vista –respondió Cris
agachándose detrás de las plantas para probar que lo que decía era
cierto.

-Vaya primita, has hecho todo un estudio en apenas cinco minutos –se
burló Esther.

-Teniendo en cuenta que es mi trabajo… -contestó ella haciendo una


mueca-, de todos modos, no es seguro al 100%, pero puedes pasearte
por aquí con toda libertad…

-Bueno, para hacer depende qué cosas prefiero la bañera de abajo…


¿Sino por qué creías que era tan grande? –bromeó Maca riéndose junto a
Cristina.

-Eh… ¿Bajamos? –propuso Esther algo incómoda tras el anterior


comentario.

-Claro –asintió su prima-, oye, me encanta como has dejado esto, ¿eh? –
añadió una vez entraron de nuevo en el despacho.

-La verdad es que ha quedado bonito, sí. Aunque tengo que reconocer
que al principio me dio algo de miedo, ya sabes, una habitación con los
muebles y las paredes blancas puede dar una sensación muy fría… Pero
una de las interioristas del estudio de mi hermano insistió mucho –
explicó Maca.

-Pues tengo que admitir que hizo un muy buen trabajo. El contraste con
la madera oscura de la terraza queda genial, y los ventanales le dan
mucha luminosidad al espacio –opinó ella con entusiasmo, dejando más
que claro que su trabajo le apasionaba.

-Pues creo que podrás decírselo tú misma. Cada año, por esta época, mi
hermano y sus socios organizan una pequeña fiesta para el personal, los
mejores clientes y creo que también suelen invitar a los directivos de
algunos estudios con los que colaboran. Si quieres le digo que te incluya
en la lista de invitados, o se lo dices tú misma, como quieras… -se
ofreció la médico.

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-Claro, sería fantástico –contestó la interiorista, agradecida-, luego si eso


me das su teléfono y mañana lo llamo. Por cierto, ¿cuándo es?

-Diría que dentro de tres semanas, a principios de julio, pero no me


hagas mucho caso. Para el tema fechas soy un desastre –respondió ella
con una sonrisa.

-De verdad que el tema es apasionante, pero digo yo que podríamos


bajar y hablar de ello cómodamente sentadas en el sofá, ¿no? –propuso
Esther algo cansada de estar al margen de la conversación.

-No te quejes, que cuando tus amiguitas y tú os ponéis a hablar de


derecho yo me aguanto –soltó Maca

Aproximadamente una hora más tarde, sentadas ya en el sofá, Maca y


Cris seguían charlando de forma animada acerca de la decoración del
piso y de las decisiones al respecto que había tomado la propia Maca,
mientras Esther permanecía en un segundo plano, limitándose a
intervenir en contadas ocasiones y a distraerse con la cerveza que
sostenía en la mano, a la que ya le quedaba muy poco contenido.

-En resumidas cuentas, que sólo hace dos días que has vuelto y
ya tienes planeada una fiesta –comentó la abogada cuando las dos
mujeres volvieron a sacar ese tema.

-Tú también puedes venir, ¿eh? –dijo Maca sonriendo al notar el deje
molesto que desprendía el tono usado por Esther.

-¿Y qué pinto yo allí? –quiso saber ella más de forma retórica que
esperando realmente una respuesta.

-Aunque no lo parezca, el hablar con constructores y promotores


ricachones acerca de lo mal que lo están pasando porque los bancos no
les dan créditos es divertidísimo –comentó Maca con ironía dándole una
leve palmada en el muslo.

-Fascinante. El sueño de mi vida, vamos –soltó ella poniendo los ojos en


blanco.

-Bueno, siempre puedes venir como mi acompañante –añadió la médico


riéndose-, entonces serías el centro de los comentarios de la fiesta.

-Claro, y después hago un striptease en la barra –dijo Esther con


sarcasmo.

-Entonces no serías el centro de los comentarios de la fiesta, lo serías de

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la ciudad entera –contestó Maca soltando una carcajada.

-Ese sí sería mi sueño hecho realidad… -exclamó la abogada.

-No te engañes, Esther. Tu mayor aspiración en la vida es llevarme a la


cama –soltó Maca de forma automática, arrepintiéndose al instante,
aunque lo disimuló con otra carcajada.

-¿Vais a estar todo el rato así? Porque si no estás dentro del jueguecito
no es tan divertido como parece –intervino Cristina al ver como su prima
se quedaba con los ojos abiertos como platos. Conociéndola como lo
hacía, sabía que cualquier tipo de comentario ingenioso se había
quedado atascado en algún lugar de su cerebro sin poder llegar a su
boca.

-Bueno, si quieres nos metemos contigo, ¿eh? –propuso Esther con una
sonrisa-, ¿no te parece, Maca?

-Claro, claro. Pero estoy segura que después tomarías represalias contra
mí, así que creo que paso, ¿qué queréis para cenar? –contestó ella
dedicándole una mueca burlona.

-A mí me apetece una ensalada, de esas muy, muy grandes y que lleva


de todo –dijo Cris a quien se le hacía la boca agua con tan sólo
imaginarlo.

Como no conseguían ponerse de acuerdo acerca de cuales debían ser


los ingredientes de la famosa ensalada, decidieron prepararse cada una
la suya, y así evitar la discusión que empezaba a iniciarse entre las dos
primas. Optaron por comer en el sofá con la televisión encendida,
aprovechando para comentar y reírse de algunos de los programas que
daban a aquella hora.

-Es que os juro que no entiendo qué criterio siguen para contratar a los
encargados del vestuario –comentó una Esther indignada provocando las
risas de las otras dos-, no os riáis, que va en serio. ¿Pero es que no ven
que le presentadora parece una morcilla? Si es que por lo menos debe
llevar un vestido dos tallas más pequeño de lo que debería.

-Por no hablar del escote de la tertuliana de la derecha… Os apuesto


diez euros a que antes de que se acabe el programa se le ha visto un
pecho –dijo Cristina a su vez.

-Pues ahora que lo dices, no estaría mal, ¿eh? –murmuró Maca


llevándose un manotazo en el muslo que resonó de forma exagerada,
acompañado de una mirada fulminante por parte de Esther-, ¿qué? Sólo

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era un comentario inocente…

-Mira, tú tienes de inocente lo que ella tiene de cariñosa –soltó Cristina


levantando las quejas de ambas que por unos momentos se unieron en
un frente común.

Una hora más tarde, cuando apenas faltaban unos minutos para que el
reloj marcara las doce de la noche, Cris y Maca se despedían de Esther
enfrente del ascensor, invitándola a cenar al día siguiente. Algo a lo que
la abogada accedió gustosamente aunque antes les hizo prometer que
serían ellas las que cocinarían.

Lo cierto es que a Maca no le costó demasiado acostumbrarse a tener


que compartir su casa con alguien, era algo que nunca había hecho
desde que se había independizado e, incluso, evitó hacerlo durante su
estancia en los Estados Unidos a pesar de que todo el mundo le dijera
que si se iba a vivir a un piso y sin compañeras, se sentiría demasiado
sola. Su libertad había sido siempre uno de sus bienes intangibles más
preciados y la había defendido hasta la saciedad. No obstante, la
convivencia con Cristina era realmente fácil, puesto que ambas estaban
acostumbradas a llevar el mismo modo de vida, consideraban que la
limpieza era un aspecto clave, aun sin llegar al extremo maniático, y
habían llegado a un acuerdo tácito por el que cada una hacía lo que
mejor se le daba. De este modo, Maca solía encargarse de la parte
referente a la comida, mientras que Cristina se encargaba de la limpieza
de la ropa y otros menesteres. De hecho, la médico se había
acostumbrado a la presencia de la interiorista en su vida e incluso,
procuraba terminar antes en la Clínica o llevarse algunos informes a
casa, sabiendo que allí habría alguien esperándola.

Además de aprender a convivir con alguien más, también había tenido


que acostumbrarse a la casi permanente presencia de Esther, quien huía
de su propio piso en cuanto tenía la ocasión. Hacía un par de semanas,
Laura había tenido un reencuentro de lo más fogoso con un ex novio
suyo que era piloto de aviones y ahora estaba disfrutando de unas
largas vacaciones que parecía querer pasar en su totalidad en la cama
de su socia. Así que tuvo que resignarse a compartir piso con otra
personas más: un tío al que le gustaba pasearse por la casa en
calzoncillos, haciendo gala de lo generosa que había sido la genética al
darle aquella mata de pelo que cubría su torso y su espalda; la ignoraba
completamente, limitándose a dedicarle un leve movimiento de cabeza
cuando coincidían en algún lugar del piso y, que aprovechaba la más
mínima oportunidad para lanzarse al cuello de Laura importándole muy
poco si ella estaba presente o no. Aquella actitud había sido la causa de
alguna que otra discusión entre las dos compañeras de piso, en las que

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una argumentaba que estaba hasta las narices de aguantar a ese


impresentable y que además no tenía porque hacerlo y, la otra defendía
que era una actitud muy egoísta por parte de su amiga el no entender
que quisiera pasar tiempo con él aprovechando que se pasaba medio
año viajando alrededor del mundo.

Aquella situación había provocado que Esther fuera prácticamente como


otra inquilina del piso, algo que había provocado que la relación entre
ellas se afianzara a pasos agigantados que ahora se basaba en algo más
que el intercambio de puyas verbales y batallas dialectales. Aunque
ninguna de las dos había cambiado, por lo que éstas seguían estando
presentes a menudo.

-Es que sigo sin entender por qué lo aguantas –le repitió Maca por
enésima vez, cuando la abogada llegó enrabietada a su piso tras el
último encontronazo con el chico-, en serio, si quiere tener al tío ese
metido en su cama que se vaya a un hotel. No sé, tú eres la abogada,
pero desde mi punto de vista, si en un principio se pacta que el piso se
comparte entre dos, se hace y punto.

-Visto así es muy fácil, pero Laura no deja de ser mi amiga y mi socia.
¿Qué quieres que le diga? –preguntó Esther con fastidio, aunque
resignada, observando como la médico, de espaldas a ella, seguía
preparando la cena.

-Mira, la amistad es muy bonita y todo lo que tú quieras, pero hay una
cosa que se llama abusar del personal, y eso mismo es lo que está
haciendo Laura. ¡Por favor! Si llevas durmiendo con la cosa esa en la
habitación de al lado desde hace dos semanas… Digo yo que ese tío
también causa gastos, ¿no?

-No es cuestión de dinero –repuso Esther algo molesta por lo fácil que lo
veía todo Maca-, sé que en una semana él tiene que volver a Londres
para empezar a trabajar y me sentiría como una egoísta diciéndole a
Laura que no lo quiero ver más en mi casa.

-Sé que no es cuestión de dinero, pero creo que es ella precisamente


quien está actuando de forma egoísta –insistió ella con indignación
girándose un instante para mirarla-, es que me parece increíble que te
esté obligando a vivir con un tío que no tiene la más mínima educación,
que sabe que te trata fatal y encima no se preste a hacerse cargo de un
porcentaje más elevado del precio del alquiler. ¡Si es que encima tendrás
que mantenerlo tú! –exclamó al mismo tiempo que cortaba un trozo de
carne con demasiado ímpetu, provocando que el cuchillo chocara
estrepitosamente contra la madera.

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-Tranquila, ¿mmh? Que parece que seas tú la que lo esté aguantando –


dijo Esther sonriendo ampliamente, levantándose del taburete donde
había estado sentada desde su llegada, para acercarse a ella y tirar de
su brazo para que se girara hacia ella.

-Es que este tipo de comportamiento me saca de quicio –se excusó ella
apartando la mirada de sus ojos para clavarla en la puerta metálica de la
nevera-, los he sufrido un par de veces y es algo que supera mi
paciencia.

-¿Me lo vas a contar? –la animó ella dándole un leve empujón con su
hombro.

-Claudia suele olvidarse del significado de la palabra amistad en cuanto


un tío se para enfrente de ella –contó Maca exhalando un profundo
suspiro-, lo ha hecho siempre, por lo que he aprendido a quererla con
este pequeño defecto. Ahora sé a lo que atenerme, pero hace unos
cuantos años no, así que se puede decir que he aprendido a base de
algún que otro numerito. No sé, me acuerdo de una vez hará unos cinco
años; ella acababa de dejarlo con el chico con el que llevaba saliendo
dos años. Creo que yo aquella noche ya tenía planes, diría que un
cumpleaños de una de la facultad o algo así, no sé, pero recuerdo que
habíamos alquilado una casita rural para todo el fin de semana y bueno,
una de las amigas de mi compañera me gustaba….

-Estás hecha una devora-mujeres, ¿eh? –bromeó Esther llevándose un


leve manotazo por parte de la médico-, sigue, anda.

-Pues eso, que me llamó cuando me disponía a salir de casa diciéndome


que estaba destrozada, que aquella había sido la peor semana de su
vida y que necesitaba salir para despejarse. No sé por qué, pero ninguno
de nuestros amigos estaba en la ciudad. Así que llamé a Leticia, mi
compañera, y le dije que lo sentía mucho pero que no podía ir, algo que
obviamente no le hizo mucha gracia. Total, que acabamos en una
discoteca en la que ella se lió con el primer tío que le dio bola y yo me
quedé muerta de asco en una esquina, maldiciéndola a ella y a toda su
familia.

-¿Y cuántas de estas te ha hecho? –se sorprendió la abogada.

-Unas cuantas. Pero bueno, nadie es perfecto, ella tiene este defecto y
yo tengo los míos, que no son pocos. Simplemente he aprendido que
hay momentos en los que se debe decir que no y establecer un límite.
Porque una cosa es ser buena persona, y otra cosa muy diferente es que
te tomen el pelo –contestó ella encogiéndose de hombros-, de todos

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modos, sabes que te puedes quedar a dormir aquí siempre que quieras,
¿no? Que no tienes que esperar a estar a punto de sufrir un ataque de
histeria, vamos.

-Claro, pero es que no puedo evitar pensar que me comporto como él…
No sé, ya te encasquetamos a mi prima y ahora sólo falta que te venga
la otra –dijo ella bromeando aunque diciendo lo que verdaderamente
sentía.

-No digas tonterías, anda. Si tú te quedas es porque la propietaria de la


casa te invita. Y el que lo hagas, aun teniendo que aguantar a la pesada
de la dueña, viene dado porque eres demasiado buena persona o
cobarde, todavía no lo sé, lo que automáticamente de excluye del grupo
de los gorrones –repuso Maca con una sonrisa al mismo tiempo que
acariciaba su brazo para darle más énfasis a sus palabras-, eso sí, esta
noche se van a seguir mis reglas, por lo que como la cosa esa se pase
un pelo, se va de patitas a la calle. Y si hace falta, lo tiro por la terraza.

-¿Crees que sería pedir demasiado si te pidiera que me abrazaras? –


preguntó Esther algo avergonzada.

-Claro que no –contestó ella acercándose a ella para rodearla


fuertemente entre sus brazos-, no soy tan mala persona como pensabas
al principio, ¿eh?

-No, tengo que admitir que me equivoqué un poquito –susurró apoyando


su cabeza en el hombro de la médico.

-Y que soy irresistible… -añadió ella dibujando una sonrisa divertida.

-Cállate, anda. Que hasta el momento ibas muy bien –soltó Esther
dándole un leve golpe en la espalda.

-Estás muy cariñosa tú hoy, ¿eh? –comentó Maca al ver que a abogada
no deshacía el abrazo.

-Y tú siempre eres igual de insoportable… -le espetó la otra separándose


de ella, aunque no lo suficiente como para provocar que la médico
apartara las manos de su cadera.

-Pero irresistible al fin y al cabo –repitió la cirujana sin borrar su sonrisa,


aquella que pocos meses atrás, tanto sacaba de quicio a la abogada.

-Será eso –replicó Esther con escepticismo.

-Pues yo creo que sí. ¿Y sabes qué? Está muy feo mentir… -dijo ella en

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un susurro como si le contara un secreto que no debía ser contado a


nadie más.

-¿En serio? Jamás me lo habían dicho –repuso la otra mientras, sin saber
por qué, su cabeza acortaba algunos de los centímetros que la
separaban de su homónima.

-Eso es porque los abogados os ganáis la vida así. Y en la facultad os


lavan el cerebro y os inculcan que está bien… -insistió ella imitando su
movimiento.

-Claro, y tú, desde tu posición privilegiada y tus conocimientos


prácticamente infinitos, te has visto obligada a mostrarme la realidad,
¿no? –arguyó Esther en un susurro cuando escasos centímetros la
separaban de su boca.

-Eso mismo… -contestó Maca apartando la mirada de sus ojos para


bajarla a aquellos labios que permanecían entreabiertos, al mismo
tiempo que se mordía el suyo propio, sabiendo que la mente de la
abogada pensaba lo mismo que la de ella. De pronto, toda su razón y su
responsabilidad se esfumaron; sabía que aquello que se disponía a hacer
no estaba bien, que no era lo correcto y, aun así, no pudo evitarlo.

-¡Ya he llegado! –anunció Cristina desde el recibidor, alzando la voz para


que la oyeran, provocando que sus cuerpos se separaran de forma
brusca cuando sus labios se encontraban apenas a unos milímetros de
distancia-, ¿qué hacéis? –preguntó sorprendida al encontrarlas en
silencio, mirando a la puerta.

-Nada… -soltó Maca con demasiado ímpetu-, bueno, voy a empezar a


freír la carne… El arroz lo empezamos a hervir cuando lleguen los
primeros, ¿no?

-No sé, tú eres la experta –contestó Cris cada vez más extrañada por la
actitud de ambas mujeres-, espero que no hayáis vuelto a pelearos…

-No digas tonterías, anda –le espetó Esther-, voy arriba a empezar a
poner la mesa, ¿vale? –añadió mientras salía de forma apresurada de la
cocina.

-¿Qué ha pasado, Maca? –quiso saber la interiorista, cuando oyó que su


prima estaba en la planta superior.

-Nada, sólo que tenemos diferentes opiniones respecto al asunto de


Laura –explicó ella rezando para que sonara convincente-, y bueno, creo
que yo he defendido la mía con demasiado ímpetu…

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Cinco minutos más tarde, Anna y Jero llegaban para ayudarlas con los
preparativos de la cena, puesto que, como eran demasiadas personas
como para caber en una sola mesa, Maca les había pedido que trajeran
una de las mesas con caballetes que usaban en el estudio. Su hermano
se limitó a asomarse por la puerta para saludarlas con un simple
“buenas noches”, y subió arriba para montar la mesa y así poder
pasarse el resto del tiempo tirado en alguna de las tumbonas de la
terraza mientras degustaba una cerveza. El gesto concentrado y
demasiado serio de su cuñada, no pasó desapercibido para Anna, quien
se apuntó mentalmente que debía preguntarle qué había pasado en
cuanto Cristina desapareciera. Poco después, fueron Guille y Eva
quienes llegaron, ella quejándose de lo borde que había sido Marcos, el
piloto, al coger el teléfono de casa de Laura y Esther y, decirle que no
hacía falta que fueran a buscarlos.

-Anda, Cris, ve a cambiarte que éstos ya me ayudan –le dijo Maca


refiriéndose a sus dos amigos.

-¿Yo no tengo que hacer nada? –quiso saber Eva, deteniendo un


momento la retahíla de insultos con los que estaba definiendo al
“impresentable”, como lo había bautizado.

-Ayuda a Esther si quieres. Jero y ella están montando la mesa –contestó


la médico.

Ante la mirada extrañada de Guille, Anna se asomó por la puerta,


cerciorándose de que todos estaban donde debían estar, y que por lo
tanto, nadie estaba cerca y podía escuchar la conversación que se
disponía a empezar.

-¿Qué te pasa? –le preguntó a la médico cuando hubo concluido su


misión.

-¿Por? –contestó ella haciéndose la sueca mientras seguía añadiendo


especias a la salsa de forma distraída con la ayuda de Guille.

-No vayas por ahí que te conozco como si te hubiera parido –le espetó la
veterinaria cruzándose de brazos, apoyada en la encimera.

-Por desgracia –murmuró ella, molesta por la insistencia de su cuñada,


pero sobretodo porque sabía que era verdad y que no tardaría mucho
más en ceder.

-¿Y? –intervino Guille quien, a pesar de no saber exactamente lo que


estaba pasando, lo intuía y se estaba muriendo de curiosidad.

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-Hemos estado a punto de besarnos –musitó ella con la mirada fija en


aquella salsa de color anaranjado.

-¿Qué? –exclamó Anna elevando la voz un poquito más de lo normal, por


lo que recibió una mirada de reproche por parte de Maca.

-Pero ha llegado Cristina –siguió explicando ésta.

-Joder… -murmuró Guille dibujando una sonrisa divertida y emocionada


que borró al ver la cara con la que lo miraron las otras dos.

-Se te está yendo de las manos –opinó Anna-, si es que no lo ha hecho


ya… ¿Qué sientes por ella, Maca?

-Nada… -se apresuró a contestar ella-, a ver, me gusta como persona,


me siento bien con ella, no sé… -rectificó al ver el gesto escéptico de sus
amigos.

-Eso también lo sientes por nosotros, ¿no? –la cortó la veterinaria en un


intento de que su cuñada se dejara de tonterías.

-La única diferencia es que a nosotros no nos besa… -añadió el chico sin
poder evitar que su tono tuviera un deje divertido.

-Mirad, estoy hecha un lío, ¿vale? No sé qué es lo que realmente siento


por ella, sólo sé que me gusta estar con ella y que a su lado me siento
cómoda. Aunque sí es cierto que quizás un poquito más de lo que es lo
normal… Y sí, sé que la situación se me está yendo de las manos, que
Esther no es como el resto de las tías, que no puedo arriesgarme a
intentar nada y que por si fuera poco, nos une esta relación rara de
parentesco porque a mi padre no se le ocurrió otra cosa que casarse por
cuarta vez en su puñetera vida… Así que seré buena chica, guardaré mi
lívido bajo llave y no voy a propiciar ningún otro encuentro más allá de
lo estrictamente fraternal –dijo de carrerilla como si temiera olvidarse
algo si se detenía a pensar aunque fuera sólo durante unos segundos.

-Por no decir que hasta donde sabemos, la chica es heterosexual –añadió


Guille.

-Bueno, no sé, quizás yo sea de mente demasiado cuadriculada, pero al


menos a mí no se me ocurriría nunca liarme con una mujer –intervino
Anna, aun sabiendo que diciendo aquello podía estar dándole falsas
esperanzas a su cuñada.

-De momento –apuntó Maca.

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-Vale, siempre puede pasar que de pronto te des cuenta de que te


sientes atraída por las mujeres, o por una en concreto; pero esto según
lo que me enseñaron en casa se llama…

-¿Ser un degenerado? –bromeó Guille-, vale, lo he captado: callado estoy


más guapo…

-Pues eso, que en ese caso, o eres bisexual, o eres homosexual… Pero
no sé, algo en el comportamiento de Esther no me acaba de cuadrar…

-¿Que se haya acostado con Maca, por ejemplo? –preguntó el chico con
sorna, recibiendo de nuevo, otra tanda de miradas reprobatorias-, joder,
no se puede decir nada…

-No, lo que me extraña es su reacción ante ese hecho… No sé, quizás


Esther es la persona más fría sobre la faz de la tierra o con la mente más
abierta respecto a este tema, pero si a mí me pasara esto estaría
realmente asustada –razonó Anna.

-Pero no sabemos si esa preocupación la exteriorizó con sus amigas –


intervino Maca-, y en ese caso, no creo que Eva se hubiera ido corriendo
para contárselo a Guille. Vale que los dos son igual de bocazas, pero
tienen unos límites.

-Ya, pero aun así, yo en su caso casi ni me atrevería a acercarme a ti. En


cambio ella actúa con toda normalidad, como si nada… No sé, si a ti te
costó empezar a planteártelo cuando tenías dieciséis años no quiero ni
imaginarme lo que debe ser hacerlo a los treintaytantos cuando tienes
toda tu vida planeada –insistió Anna.

-Te olvidas de que ella cree que Maca no recuerda nada de lo que pasó,
por lo que no tiene que fingir que no le importó, sino que ante ella sólo
debe aparentar que la versión de Maca es la cierta y ya está –observó
Guille.

En ese momento, el timbre volvía a sonar de nuevo, dando paso a Juan y


a Jaime, junto con Marta, Edu y el pequeño, que dormía plácidamente en
el cochecito. Como pasaba en todas las ocasiones en las que el niño
estaba presente, el centro de la atención pasó automáticamente a su
persona. Por lo que todos se arremolinaron a su alrededor comentando
en voz baja las semejanzas que compartía con los padres, y que cada
vez eran más disparatadas y diversas. Aunque todos estaban de acuerdo
en que había heredado el cabello pelirrojo de su padre, mientras que los
ojos se asemejaban más a los de Marta. Tras aquella discusión que
parecía ser interminable y que seguramente perduraría hasta que el

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niño fuera mayor, o que quizás no acabaría nunca; el turno pasó a Juan y
a Jaime, con los que bromearon acerca de lo mucho que tardaban en
tener un hijo.

-Si yo lo intento, pero nada, que el chico no se me queda embarazado –


se rió Jaime rodeando con su brazo los hombros de su marido que le dio
un manotazo cariñoso.

-Quita, quita que nosotros estamos muy bien tal y como estamos ahora –
añadió Juan haciendo una mueca horrorizada imaginándose lo que
comportaría tener un hijo.

Poco rato más tarde, finalmente llegaban los últimos: Laura y Marcos,
junto a Claudia, con quien se habían encontrado en la puerta. Las dos
chicas los saludaron uno a uno, dándoles los respectivos dos besos de
rigor; mientras él se quedaba plantado en medio del salón, con las
manos en los bolsillos de sus vaqueros y barría con la mirada la
estancia, con un deje de desprecio en el rostro. Maca lo observó durante
unos segundos, lo cierto es que el chico no era feo, de hecho, se podía
decir que era bastante guapo. Aunque toda esa belleza exterior,
quedaba a un segundo plano en cuanto uno se fijaba en su cara de asco.

-¿Queréis algo? –les ofreció la médico esbozando una sonrisa falsa.

-Una cerveza –contestó él sin tan siquiera molestarse a mirarla. “Y ahora


es cuando añades el por favor. ¡Capullo!” pensó Maca, girándose para
volver a entrar en la cocina, mientras apretaba la mandíbula para no
saltarle a la yugular-, increíble, increíble…

-Cielo, tranquilízate, ¿quieres? –susurró Anna ante la mirada divertida del


resto que observaban atentamente como Maca cerraba la puerta de la
nevera con fuerza y volvía de nuevo al salón donde le tendía el botellín
sin muchas ganas.

-¿Una San Miguel? –preguntó él con indignación, como si en vez de una


cerveza le hubiera tendido un bote con cianuro.

-Sí. ¿Algún problema? –quiso saber la cirujana, desafiándolo al mismo


tiempo que alzaba una ceja-, y quita los pies de aquí –le espetó
señalando sus pies que se encontraban apoyados en la mesilla auxiliar
de enfrente del sofá.

-La verdad es que el piso no es tan bonito como me dijiste. A veces eres
de lo más exagerado –le dijo el piloto a Laura bajar la voz, por lo que
todos lo pudieron oír a la perfección.

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-Será gilipollas –exclamó Maca ya dentro de la cocina, haciendo el


ademán de salir al salón para cantarle las cuarenta, mientras sus amigos
se reían en medio de la puerta, para impedirle el paso-, dejadme, en
serio, sólo voy a limitarme a devolverlo a Londres de una patada.

Finalmente, cuando la cena estaba prácticamente lista y le habían hecho


prometer a Maca que no intentaría pegar al piloto, decidieron que lo
mejor sería subir a la terraza para ver si debían ayudar en algo. A pesar
de todo el ruido, el pequeño Santi no se había inmutado, por lo que
seguía profundamente dormido, lo que provocó numerosas burlas acerca
del gran parecido que tenía con Marta en ese aspecto, puesto que su
madre gozaba de un sueño profundo del que era prácticamente
imposible sacarla sin utilizar la fuerza. Al salir al salón, todos estallaron
en una carcajada al ver como Maca detenía sus pasos de repente y
observaba con los ojos entrecerrados la escena que se desarrollaba en el
sofá: Marcos estaba prácticamente tumbado encima de Laura, con una
de sus manos perdidas dentro de su camiseta, y con los pies todavía
apoyados en la mesilla.

-¡Eh, tú, como te llames! –gritó la médico para llamar su atención-, que
quites los pies de la mesilla. ¿Cuántas veces más crees que te lo tendré
que volver a repetir? ¿O es que acaso no entiendes alguna de las
palabras?

-Marcos, me llamo Marcos –soltó él con enfado ante la interrupción.

-Como si me importara lo más mínimo –dijo Maca en un suspiro al mismo


tiempo que desaparecía por el pasillo, haciendo un gesto con sus manos
como si lo quisiera ahogar.

Al llegar a la terraza, vieron que el tiempo empleado por el resto -del


que se habían reído ellos preguntándose cuánto se tardaba en poner una
mesa-, había sido bien empleado. Puesto que, aparte de que ésta se
notaba que estaba puesta con esmero, Cris y Eva habían encendido
algunas velas alrededor de la terraza que, junto con los focos de la
piscina, hacían innecesario abrir las luces, haciendo que el lugar tuviera
un clima cálido e íntimo. Jero además, había clavado un par de antorchas
en las macetas haciendo que la mesa estuviera más iluminada, aunque
se llevó una buena bronca por parte de su hermana por haberse cargado
un par de ramas de sus geranios. Después de los halagos a los
decoradores, llegó el turno de las críticas respecto al “impresentable”,
que se extendieron durante algunos minutos, sobretodo por parte de
Eva y Maca, la última de las cuales contó indignada lo que había
ocurrido abajo.

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-Así que ahora haces de criada, ¿eh? –se burló Jero llevándose una
colleja por parte de su hermana.

-Mirad, mientras se queden abajo por mí no hay problema –dijo ella


hastiada a causa de la mala educación del chico.

-Pues yo no te lo recomendaría –intervino Esther-, ese tío es peor que un


perro en época de cambio de pelo… Y tiene la molesta tendencia en
meterse en las habitaciones ajenas.

-¿No estarás insinuando que están en mi…? ¡Joder! –exclamó al mismo


tiempo que se levantaba como un resorte, bajando de forma precipitada
por las escaleras.

Todos estallaron en una sonora carcajada al escuchar un “¿Pero qué?”


dicho en un grito, seguido por un “Subid o no me hago responsable de
mis actos”. Tras aquéllo, pareció que Marcos había decidido contener su
lívido, por lo que pocos minutos más tarde, él y Laura aparecían en la
terraza, aunque no había rastro de Maca. “Debe estar desinfectando su
cama” murmuró Guille que se lo estaba pasando en grande. No
obstante, el ruido de un motor les alertó de que la médico debía
encontrarse en la cocina, y que estaba mandando los entrantes hacia
arriba mediante el pequeño montacargas. Algunos se levantaron para
acercarse al aparato e ir sacando los platos, para que la médico pudiera
poner los que quedaban. De este modo, cinco minutos más tarde, ya se
encontraban todos sentados alrededor de las dos mesas, degustando las
bandejas con diferentes cosas para picar. A causa de la extensión de la
mesa, las conversaciones se dividieron muy pronto. Maca, Jero, Guille,
Claudia, Edu y Esther discutían acerca de las últimas declaraciones de
un político que habían causado un gran revuelo; mientras que Anna,
Eva, Jaime, Juan y Marta hablaban sobre lo caro que era mantener a un
bebé, y lo difícil que estaba el encontrar plaza en una guardería y, por
último, Laura y Marcos se encontraban en una punta de la mesa,
prodigándose amor y cariño. “Es el efecto ventosa” comentó Eva
refiriéndose al hecho de que no pudieran permanecer con sus labios
separados durante más de dos minutos. No obstante, al empezar el
segundo plato, los temas de conversación se habían fundido a uno solo,
por lo que empezaron a contarse anécdotas vividas.

-Y es que además, la tía no estudiaba –decía Claudia señalando a la


cirujana que puso los ojos en blanco-, sacaba excelente y sin estudiar.

-Pero cuando había una asignatura que se le atragantaba, no había


quien la sacara de allí. Todavía me acuerdo del pollo que se montó en
casa, cuando le dio por odiar la filosofía y se negó a aprobar hasta junio

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–contó Jero.

-¡Es verdad! –exclamó Anna-, ya no me acordaba de eso… La verdad es


que al pobre hombre se las hiciste pasar canutas, incluso decían que por
tu culpa le habían salido canas…

-¡Pero qué exageración! –se indignó Maca elevando la voz más de la


cuenta, por lo que despertó al pequeño, que empezó a sollozar-, anda,
campeón, ven con tía Maca –añadió cogiéndolo entre sus brazos
mientras lo dejaba en su regazo, mientras jugaba con él en un intento de
distraerlo y que dejara de llorar-, se nota que lo alimentáis bien, ¿eh?
Cada vez pesa más…

-Me fascina tu habilidad para cambiar de tema –soltó Guille provocando


las risas del resto-, anda, Anna sigue.

-Pues eso, y lo peor es que claro, como la niña era la primera del curso,
el resto del claustro de profesores pensaba que la culpa era del de
filosofía…

-Pero al final aprobé -apuntó Maca.

-Claro, después de que el pobre hombre llamara a todos tus amigos para
que te sermonearan y te convencieran de aprobar la asignatura –
contestó ella riéndose-, y lo que nos costó… Al final, la que te tuvo que
convencer fue… -añadió quedándose un momento en silencio
sospesando si era buena idea decir su nombre o no.

-¿Bea? –la ayudó Maca-, de hecho, aunque ella no me hubiese dicho


nada hubiera aprobado de todas formas, me jugaba demasiado como
para no hacerlo. Si quería entrar en medicina era mi única opción.

-En eso tienes razón –la apoyó Claudia.

-Y podéis decir su nombre, ¿eh? El que se haya comportado como una


auténtica zorra conmigo no quita el que fuera importante para todos
durante una época –añadió la cirujana-, sería una estupidez intentar
obviarlo. ¿A qué sí, pequeñín?

Sus amigos dibujaron una enorme sonrisa en sus rostros, puesto que
hasta el momento, Maca siempre había intentado evadir cualquier
comentario que tuviera que ver con la que había sido su amiga. Y
aquellas palabras comportaban que ésta había dejado de tener
importancia en la vida de la médico, o que al menos, empezaba a
hacerlo. No obstante, Anna se quedó algo pensativa, sin querer
imaginarse a qué se debía ese cambio; había oído a su amiga decir

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muchas veces que olvidaría a Bea en cuanto alguien importante


apareciera en su vida, y le daba auténtico miedo quien podía ser aquella
persona. Sin darse cuenta, miró a la abogada que observaba
ensimismada como Maca jugaba con Santi, que se reía divertido cada
vez que la cirujana lo hacía saltar unos centímetros con el movimiento
de sus piernas.

-Entonces, ¿es bollera? –le preguntó Marcos a Laura en un susurro que


fue audible para todos, que se quedaron en silencio a la expectativa de
la reacción de la aludida-, coño, pero si esto parece una carroza del día
del orgullo gay. Entre los dos maricas y la bollera…

-Vale, ya he aguantado lo suficiente, fuera de mi casa –soltó la médico


levantándose de la silla, con el niño todavía en brazos-, ¿no me has
oído? Que te vayas, gilipollas –añadió al ver que el piloto no se movía.

-Maca, discúlpalo –intervino Laura-, él no pretendía…

-¿En serio? Pues lleva tocándome las narices desde que ha llegado, y por
una cosa que él no tiene llamada educación, he aguantado hasta el
momento. Pero no tengo la obligación de hacerlo más, así que largo.

-No es para tanto –le disculpó la abogada.

-Vale, quizás el problema es que ninguno de los dos conocéis el


significado de esa palabra –repuso Maca con tranquilidad-, vamos a ver,
cuando se llega a una casa en la que has sido invitado, se saluda; y si no
los conoces, te presentas; después, normalmente, la gente se presta
para ayudar al anfitrión y en caso de que éste te diga que no, te unes al
resto de los invitados. Pero lo que no se hace, es llegar con cara de asco,
no saludar a nadie, sentarse en el sofá esperando a que te traigan algo
sin pedirlo por favor y sin dar las gracias; empezarte a magrear con tu
novia en el sofá y mucho menos, hacerlo en la cama de la dueña de la
casa, y si se te dice que quites tus pies de la mesilla, lo haces, punto. Así
que yo sí creo que es suficiente, y como tengo la ventaja de que esta es
mi casa y puedo hacer lo que me dé la real y puñetera gana, voy a
volver a repetirlo por última vez: largo de aquí.

Con enfado, el chico se levantó de forma brusca, provocando que una de


las copas de vino se tumbara esparciendo todo su contenido por el
mantel. No soportaba que nadie lo ridiculizara y aquella mujer lo
acababa de hacer frente a diez personas más. Sólo los leves balbuceos
del pequeño rompían el espeso silencio que había invadido el ambiente,
puesto que todos observaban atentamente como Laura y Marcos se
levantaban y se disponían a salir. El chico hizo el ademán de ir a decir

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algo, pero ella lo agarró por el brazo y tiró de él para que empezara a
bajar por las escaleras; no sin antes girarse para mirar a sus dos amigas
que le sostuvieron la mirada con firmeza y negaron levemente con la
cabeza, dándole a entender que en aquella ocasión, se había
equivocado. La médico permaneció unos segundos más junto a la
puerta, cerciorándose de que escuchaba las puertas del ascensor
cerrarse, para a continuación, volver a sentarse en su silla.

-Bueno… -dijo Eva intentando cortar la tensión y que alguien empezara


un tema de conversación.

-Empezaba a echar de menos estos arranques tuyos –comentó Guille


que parecía divertirse-, hasta llegó un punto que creí que con la edad
esa fiera que llevas dentro se habría apaciguado…

-Me he pasado, ¿no? –quiso saber Maca sonriendo por el comentario de


su amiga.

-No –contestó Esther de forma rotunda-, alguien tenía que pararle los
pies a ese tío, y te ha tocado a ti. Lo único que me sabe mal es no haber
tenido el valor de hacerlo yo misma y, bueno, que Laura no deja de ser
mi amiga…

-Pues yo creo que ha sido alucinante –opinó Eva con emoción -, en serio,
sólo te ha faltado cogerlo por las solapas de la chaqueta y tirarlo por las
escaleras…

-¿Es que a quién se le ocurre llamarnos maricas? –apuntó Juan con


indignación a su vez, con esa pluma que se le notaba a la legua.

-Tienes razón, hubiese sido mucho más acertado si te hubiera llamado


maricona –soltó Maca provocando la risa de todos.

-Me parece increíble, vamos –exclamó él fingiendo estar ofendido-,


montas ese numerito porque el impresentable ese nos insulta y, va y tú
haces lo mismo…

-No te equivoques Juanito, que sólo lo ha hecho porque la ha llamado


bollera –intervino Claudia.

-Ya sabéis que a mí eso me da absolutamente igual, al fin y al cabo lo


soy, ¿no? Lo que me toca las narices es la actitud de aquel tío y el tonito
que ha utilizado al decirlo –se defendió Maca.

-¿Cambio de tema? –propuso Anna levantando las quejas de Guille y Eva


que se lo estaban pasando en grande, dejando verde al piloto.

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Finalmente, la conversación tomó un rumbo menos violento, y


empezaron a hablar de las consecuencias que tenía la famosa crisis en
sus respectivos trabajos, siendo Jero y Cris los que se habían visto más
perjudicados por el descenso de la actividad del sector inmobiliario. Un
Santi desvelado que parecía no querer volver a dormirse, seguía sentado
en el regazo de Maca, quien jugaba de forma distraída con él
acercándole un dedo a su cara para volver a apartarlo, mientras el niño
intentaba cogérselo.

-Tío Jero es aburrido, ¿eh? –le murmuró al pequeño, dejando un cariñoso


beso en su cabeza, cuando su hermano y Edu empezaron a discutir
acerca de algo de sus respectivas empresas.

Esther, que estaba sentada justo enfrente de la médico, no pudo evitar


quedarse algo embobada ante ese gesto, esbozando de forma
inconsciente una leve sonrisa. Cristina, que estaba sentada a su lado, y
se había pasado toda la cena pendiente del comportamiento de las dos
mujeres, puesto que seguía con la mosca detrás de la oreja desde su
llegada al piso; le dio un discreto codazo a su prima para que borrara
ese gesto atontado que se le había quedado.

-¿Te traigo ya el cubo o espero un poquito más? –le susurró al oído-, la


baba, Esther, la baba –le aclaró al ver que no había entendido a qué se
refería.

-Imbécil –le espetó ella un tanto molesta aunque pocos segundos más
tarde de puso a reír.

Sin saber por qué sus ojos habían cobrado vida propia, su mirada volvió
a centrarse en Maca, aunque la imagen que se encontró no era la misma
que segundos antes: ahora, la médico que parecía divertida por alguna
razón que ella no alcanzaba a comprender, le devolvía la mirada. Al ver
que tras unos segundos, ella no la apartaba Maca sonrió y le guiñó un
ojo antes de volver a bajar la vista hacia el pequeño, que le estaba
reclamando su atención.

-¿Tus padres siguen teniendo habitación de invitados? –le preguntó


Esther a Eva, ya con la chaqueta puesta, como el resto, y con la
intención de irse ya de aquel piso. Ambas estaban algo apartadas del
resto, esperando a que Guille acabara de despedirse de Maca y Cris.

-Pues no, lo cierto es que como hacía ya tiempo que no venía nadie a
dormir a casa, mi madre lo transformó en un pequeño gimnasio… Eso sí,
las máquinas están prácticamente para estrenar, así que si quieres
dormir en la cinta esa para correr… -contestó su amiga encogiéndose de

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hombros.

-Joder. Pues ya me dirás qué hago yo ahora, porque tal y como están los
ánimos, irme a mi piso como que no me hace mucha ilusión –se quejó
ella, pasándose la mano por el pelo, demostrando con aquel gesto, su
frustración.

-Quédate aquí, mujer –le propuso su prima, que se había acercado a


ellas durante el transcurso de la conversación-, ¿te importa, Maca?

-¿El qué? –quiso saber ésta que en aquellos momentos, se encontraba


hablando con Guille.

-Que Esther se quede a dormir –aclaró la interiorista-, no le hace mucha


ilusión irse a casa con Marcos y Laura. Aunque no sé por qué, con lo
majo que es el chico…

-Claro que puede –contestó ella con una sonrisa-, mientras no se vuelva
a invadir mi habitación podéis hacer lo que queráis.

-Entonces no se hable más –exclamó Cristina pasando su brazo por los


hombros de su prima-, así que ya te puedes quitar la chaqueta y
ayudarme a acabar de arreglar la cocina –añadió con una sonrisa.

-Ya si eso podríamos hacerlo mañana por la mañana, ¿no? –intervino


Maca con pereza.

-Pues nos vamos a dormir –concluyó la interiorista que parecía


emocionada al pensar que aquella noche dormiría con su prima como
cuando eran pequeñas.

-Que forma más sutil tienes para decirnos que nos marchemos de una
vez –comentó Guille con sorna, mientras cogía a su novia de la mano y
tiraba de ella-, venga, Eva, nos vamos, que en esta casa se ve que no
nos quieren…

Dos horas más tarde, cerca de las cuatro de la madrugada, la abogada


cruzaba en el salón con el objetivo de ir a la cocina para coger un vaso
de agua. Maca, sentada en el sofá con un libro entre sus manos, levantó
la mirada y se encontró con aquella figura totalmente despeinada y con
los ojos entrecerrados, vestida con un pijama que le iba un par de tallas
grandes. Sonrió divertida al percatarse de que Esther no se había dado
cuenta de su presencia, y supuso que debía estar muy dormida como
para no fijarse en la luz que desprendía la lámpara de pie que se
encontraba junto a ella.

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-¿Te has perdido? –preguntó de repente, cuando la abogada palpaba la


pared buscando el interruptor para abrir las luces de la cocina.

-¡Joder! –exclamó ella al mismo tiempo que daba un bote considerable a


causa del susto, gesto que provocó la risa de Maca-, ¿qué haces aquí?
¿No puedes dormir?

-No… Y si me quedo en la cama todavía me pongo más nerviosa, así que


aquí estoy. Y por lo que parece todavía me queda un ratito, porque ni
con este tostón consigo dormirme… -contestó ella mostrándole la tapa
del libro.

-La insoportable levedad del ser –murmuró Esther leyendo el título-, veo
que tu amor por la filosofía perdura a pesar del tiempo, ¿eh?

-Ya ves, hay cosas que no cambian. ¿Y tú, qué haces aquí? Porque por tu
cara diría que tú sí estabas durmiendo…

-Cris me ha dado un golpe considerable en la cara y me ha despertado.


Supongo que si no fuera por lo que me duele la nariz me hubiera vuelto
a dormir en seguida, pero me he desvelado… Así que para evitar
devolvérsela, que era lo que me apetecía, he decidido que lo mejor era ir
a tomar un vaso de agua –explicó Esther de carrerilla.

Sin saber por qué, sus piernas, autónomas del resto de su cuerpo,
habían decidido que lo mejor era acercarse al sofá, y sentarse en una
butaca que estaba junto a éste. Por ello, se encontraba a escasos
palmos del cuerpo de la médico, que la miraba divertida. Notaba que
todos sus músculos se habían tensado de repente, seguramente a causa
del nerviosismo que le provocaba aquella cercanía, aunque también era
probable que la razón fuera que desde aquel corto momento en la
cocina, ambas habían evitado coincidir asolas. Y ahora, mientras ella
seguía con la mirada fija en la tapa del libro que Maca sostenía en sus
manos, podía notar los ojos de ella clavados en su rostro; algo que, dado
el aspecto que debía tener en aquellos momentos, no le hacía mucha
gracia. De repente, una idea cruzó su cabeza: ella se había pasado toda
la cena reflexionando acerca de lo que había ocurrido en la cocina, la
sensación que le había provocado la cercanía de los labios de Maca
sobre los suyos, el notar su respiración y aquellas manos abarcando su
cadera, no la había abandonado en lo que duró la velada, martilleando
una y otra vez en su mente; y era más que probable que a la médico le
hubiera ocurrido lo mismo o, si más no, algo parecido. En ese instante
tuvo miedo de que ésta quisiera hablar acerca de ello, expresar sus
dudas al respecto, algo que ella no se veía capaz de afrontar. No quería
tener que darle explicaciones acerca de su comportamiento; en aquellos

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momentos, lo último que necesitaba era tener que reconocer que no era
tan heterosexual como toda su familia creía. Sabía que Maca no se lo
tomaría mal, de hecho, no podía hacerlo teniendo en cuenta que ella
también era lesbiana, pero temía no saber controlarse, le daba pavor
sólo en pensar en qué podía transformarse su relación si entre ellas no
existía la barrera de su heterosexualidad fingida. Pero, ¿qué le
respondería si le preguntaba acerca de su comportamiento? Llevaba
toda la vida criticando a aquellas personas que decían llevarse por el
corazón, a quienes argumentaban que había situaciones en las que la
razón quedaba a un segundo plano. ¿Qué le diría? ¿Que cuando ella
estaba cerca, la parte razonable y responsable de sí misma, aquélla que
llevaba mandando sobre su cuerpo desde que tenía uso de conciencia,
la abandonaba? ¿Que era el deseo el que tomaba el control? ¿Qué
cuando aquéllo ocurría la odiaba pero a la vez deseaba estar todavía
más cerca de ella? No, definitivamente no iba a decirle ninguna de esas
cosas.

-¿Estás meditando o te has quedado dormida con los ojos abiertos? –


bromeó Maca cansada y algo incómoda al tenerla delante con la mirada
fija en aquel libro, como si aquel trozo de cartón con una simple frase le
estuviera contando algo sumamente interesante.

-¿Qué? –preguntó ella sobresaltada, saliendo de repente del


ensimismamiento en el que se había sumido.

-Nada, nada. Era una chorrada… -contestó la médico con una leve
sonrisa, que fue borrándose paulatinamente al percatarse de lo
incómoda que parecía estar la abogada-, ¿estás bien? Te has quedado
como ida…

-Sí, sí, claro –se apresuró a responder ella, aun sin sonar muy
convincente a los oídos de Maca.

-Ehm… Yo… Seguramente no te apetecerá hablar de ello, pero…


-empezó a decir Maca de forma titubeante, suponiendo a qué se debía la
incomodidad de su acompañante-, pero creo que lo mejor será hacerlo
y…

-Me voy a la cama –la cortó la abogada levantándose como un resorte de


la butaca.

-No, tenemos que hablar, Esther –dijo Maca agarrándola por el brazo,
impidiendo que se fuera-, mira, yo estoy hecha un lío y…

-En serio, quiero irme a la cama –repitió ella, que estaba cada vez más

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nerviosa.

-Vale, cuando respondas a una sola pregunta, ¿qué ha pasado antes?

-Nada, antes no ha pasado nada –contestó Esther de forma contundente.

-Sabes tan bien como yo que no es verdad –insistió Maca con aparente
tranquilidad aunque empezaba a perder los nervios-, hemos estado a
punto de…

-De nada, Maca. No sé qué te habrás imaginado tú, pero no ha pasado


nada –reiteró ella ya totalmente de los nervios, implorándole con la
mirada que no siguiera con el tema y que la dejara marcharse.

-¿En serio? –soltó de forma sarcástica cansada de la actitud de la


abogada. Tiró fuertemente de aquel brazo que todavía tenía agarrado,
pegándola a su cuerpo-, porque yo diría que sí… -añadió en un susurro a
causa de la cercanía de sus caras, mientras rodeaba su cintura con sus
brazos, uniendo sus cuerpos todavía más.

-Suéltame –le ordenó Esther aunque sonó más bien como una
imploración.

-Prácticamente no estoy haciendo fuerza, puedes irte cuando quieras –


contestó Maca que seguía hablando en susurros, cada vez más cerca de
ella-, vete, porque sino voy a besarte –le advirtió, provocando que, al
decir aquellas palabras, sus labios se rozaran.

Se detuvo unos instantes para darle tiempo a irse, si era aquéllo lo que
quería. No obstante, no hubo ninguna palabra o gesto que le indicaran
que la abogada no deseara aquel beso tanto como ella misma lo hacía.
Así que sin detenerse a pensarlo más, ladeó ligeramente la cabeza,
acabando de acortar distancias y, al fin, atrapó aquellos labios que
parecían estar esperándola desde hacía mucho tiempo. Sus brazos
rodearon por completo la cintura de Esther, pegándola completamente a
su cuerpo, sin dejar siquiera que el aire pudiera pasar entre ellos. Sonrió
al notar como las manos de la abogada cobraban vida de repente, y se
perdían entre su pelo, ejerciendo una leve presión sobre su cabeza,
aunque suficiente como para que le resultase difícil separarse de aquella
boca. Esos cortos instantes de distracción fueron aprovechados por la
abogada, quien tomó el control de aquel beso, en el que sus lenguas
estaban librando una batalla que Maca sabía que tenía perdida de
antemano, por lo que decidió que lo mejor sería buscar otros terrenos
por los que atacar. De este modo, sus manos se deslizaron por debajo de
la camiseta del pijama, tarea no demasiado difícil teniendo en cuenta lo

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ancha que le quedaba a la abogada, y se dedicó a acariciar la suavidad


de la piel de Esther. Sus manos, totalmente extendidas, parecían querer
abarcar aquella espalda por completo, a pesar de ser un objetivo
imposible de conseguir. Sin saber por qué, ese beso que parecía querer
ser interminable, se acabó, puesto que Esther se apartó unos
centímetros de Maca. Sus miradas se cruzaron, quedándose fijas en los
ojos de la otra; ninguna de las dos supo descifrar o interpretar la mirada
de la otra, ninguna sabía si aquellos ojos transmitían desafío, deseo,
rabia o amor.

–Pues por lo que parece sí recordabas lo que había ocurrido antes…


-soltó Maca con algo de dureza en aquellas palabras-, aunque… ¿Ésto
también lo vas a olvidar mañana?

Un considerable dolor que se extendía por su mejilla izquierda fue toda


la respuesta que recibió a su provocación. Su cabeza, que a pesar del
impacto no se había movido ni un ápice, sí bajó unos centímetros al ver
aquellos ojos que la miraban con reproche y enfado.

-No vuelvas a hacerlo, ¿entendido? –le advirtió Esther.

-¿El qué, besarte o decirte la verdad? –la desafió ella, mirándola algo
dolida, o al menos eso le pareció a la abogada.

-Ninguna de las dos cosas, de hecho, si no te acercas a mí, mejor que


mejor…

-Ya, ¿y qué harás para impedírmelo? ¿Me denunciarás por acoso o te


empeñarás en que nada de esto ha ocurrido? Porque claro, la señora
abogada va dando lecciones de madurez, pero es incapaz de afrontar las
cosas –le espetó la cirujana.

-Vete a la mierda, Maca –dijo Esther antes de salir de forma apresurada


del salón.

-Eso, huye –murmuró ella cuando oyó que la puerta de la habitación de


Cris se cerraba.

La médico se dejó caer de forma abatida en el sofá. Apoyó la cabeza en


el respaldo y se la cubrió con el antebrazo, en un intento de dejar la
mente en blanco y no pensar en lo que acababa de ocurrir. Ya antes de
hacerlo, sabía que sus palabras no sentarían bien a Esther, pero se había
cansado de su actitud. Estaba harta de no saber a qué atenerse con la
abogada, quien a veces parecía la persona más cariñosa y accesible del
mundo y, a los pocos minutos, se comportaba de forma distante y
construía una muralla alrededor de su persona. No entendía por qué era

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incapaz de hablar las cosas; sabía que aquella situación no era fácil,
pero no lo era para ninguna de las dos y ella sí estaba dispuesta a
afrontarlo. Pero lo que más inalcanzable para su comprensión era la
propia persona de la abogada, porque ¿quién era Esther? ¿La que se
había dejado ir momentos antes, la que se había mostrado furiosa y la
había abofeteado, o la nerviosa al borde de la histeria, que intentaba
huir de ella? De forma distraída, rozó con la yema de sus dedos la mejilla
magullada que todavía le seguía ardiendo. Sabía que si seguía
insistiendo en acercarse a Esther, probablemente acabarían haciéndose
daño mutuamente, no el físico que sentía ella en aquellos momentos,
sino uno más profundo; y que posiblemente ese daño se transformaría
en odio. Pero había algo que la empujaba a hacerlo, quizás su
inconsciencia y la curiosidad por saber quién se escondía detrás de la
coraza de la abogada, pero fuera lo que fuera, era algo que era más
fuerte que su razón, que le insistía en que debía poner una distancia
prudencial entre ambas.

-Buenos días –le dijo a Cristina a modo de saludo, acompañando sus


palabras con un sonoro bostezo, al entrar en la cocina.

-Buenos días –contestó la interiorista, que se encontraba junto a la


encimera, esperando a que la cafetera acabara de cumplir con su
función y expulsara las últimas gotas de café-, ¿quieres?

-Por favor –le agradeció ella al mismo tiempo que sacaba el pan de
molde del armario.

Pocos minutos más tarde, se encontraban ambas ya sentadas alrededor


de la mesa de la cocina, degustando en silencio el desayuno. Mientras la
médico ojeaba de forma distraída una revista de medicina que le habían
mandado los del Colegio de Médicos, Cristina la observaba de reojo,
debatiéndose entre si debía preguntarle algo que llevaba matándola de
la curiosidad desde que se había levantado.

-Oye… Esta noche me ha parecido escuchar unas voces que provenían


del salón y, no sé, parecía que estaba discutiendo –empezó ella
cediendo a su curiosidad, aunque regañándose porque sabía que no
había sido un buen comienzo si pensaba sonsacarle algo a la médico.

-Pues lo habrás soñado –contestó Maca mintiendo descaradamente,


aunque sin inmutarse.

-Ya, eso mismo pensé yo, pero bueno, resulta que Esther no estaba en la
cama y… -insistió la interiorista.

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-Seguramente no podría dormir y encendió la televisión –repuso la otra


sin apartar la mirada de la revista-, por cierto, ¿dónde está?

-Debe haberse levantado temprano, porque cuando yo me he


despertado ya no estaba… Me ha dejado una nota diciendo que tenía
que mirar no sé qué de un caso urgente –explicó Cristina escrutando el
rostro de la médico, en busca de cualquier reacción.

-¿En domingo? Lástima que no sea médico, hubiese sido un buen fichaje
para la Clínica –bromeó Maca mientras se llevaba el sándwich a la boca.

-Ya, lo cierto es que es raro, porque con lo que le gusta dormir, suele
procurar dejar el trabajo por la tarde, por muy urgente que sea. Aunque
si me dices que no pasó nada… -volvió a la carga ella, sin dar su brazo a
torcer.

-A ver, ¿qué quieres saber? –accedió la médico finalmente, recostándose


en la silla, a la vez que apartaba con desgana la revista.

-¿Empezamos por ayer por la noche? –propuso ella un tanto nerviosa por
la mirada penetrante de la otra.

-¿Qué pasó ayer por la noche? –preguntó la cirujana haciéndose la


despistada.

-No te hagas la tonta, ¿quieres?

-Pues entonces, deja de dar rodeos y pregúntame de una vez lo que


quieras saber –soltó Maca, cansada del tema que le había impedido
poder dormir dos horas seguidas, y que llevaba retumbando en su
cabeza hacía más de doce horas.

-¿Qué ha pasado esta madrugada?

-Hemos discutido –contestó la médico como toda respuesta-, porque tu


prima tiene cierta tendencia a evitar hablar sobre ciertos temas –añadió
sabiendo que Cristina no se conformaría con la primera parte.

-¿Cómo lo que fuese que interrumpí antes de la cena, por ejemplo? –


intentó ella.

-Exacto…

-Porque supongo que eso, se basaba en un beso, ¿no? –siguió insistiendo


la interiorista ante la mirada algo sorprendida de Maca-, venga, que no
nací ayer, ¿sabes? Además, tu explicación no fue demasiado

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convincente que digamos…

-Un intento de beso, para ser más precisas. Aunque creo que eso
deberías hablarlo con tu prima. Al fin y al cabo es ella la que parece que
tiene una memoria un tanto selectiva –concluyó Maca acabándose el
sándwich de un bocado, y haciendo el ademán de salir de allí con la taza
de café.

-No la atosigues –soltó Cristina alzando levemente la voz para que


pudiera oírla-, Esther necesita procesar las cosas durante bastante
tiempo…

-El problema es que quizás no haya mucho que procesar –le dijo la
médico deteniendo sus pasos por unos instantes, ya en el quicio de la
puerta, para a continuación retomar su camino.

Aquella semana fue de locos; sabía que en parte era por su propia culpa
y por empeñarse siempre en decir que podía llevar todos los casos para
los que era requerida, pero lo cierto, es que llegaba tan cansada a casa
que incluso su insomnio le había dado una tregua. Durante aquellos
cinco días, tuvo programadas cuatro operaciones diarias, más las
rutinarias visitas de los pacientes que eran la parte que más odiaba de
su trabajo y, que a pesar de la crisis, prácticamente no habían
disminuido. Le cansaba sobremanera el tener que discutir una y otra vez
con sus pacientes acerca de qué talla de pechos era la más acertada, su
forma y mil aspectos más de varias partes del cuerpo. Y lo peor es que
no conseguía hacerles entender que los glúteos de Jennifer López eran
muy bonitos en ella, pero que en una misma se veían demasiado
grandes. A pesar de que ya estaba acostumbrada, no podía evitar odiar
a toda aquella gente que pasaba por su despacho creyendo que la
cirugía estética era algo sin importancia en la que si no se quedaba
satisfecho con el resultado, se podía cambiar al cabo de un mes. Sabía
que la mayoría de las personas creían que aquélla, era la rama más
frívola y superficial de la medicina, así que gran parte de las
intervenciones se hacían por puro capricho; pero ella había visto el
rostro de personas que llevaban mucho tiempo ahorrando para
conseguir que alguien les modificara una parte de su cuerpo que les
impedía estar felices con su cuerpo; había conocido a madres
desesperadas por conseguir que le quitaran a sus hijos enormes
manchas en la cara, y podía asegurar que aquéllo no era frívolo. No
obstante, personas como Sandra Gutiérrez que sólo perseguían el ideal
de belleza perfecta y luchaban a viento y marea contra el paso del
tiempo, eran el rostro y la identificación de la cirugía plástica; y tenía
que admitir que ella había contribuido a ello.

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Llevaba ya algún tiempo preguntándose si verdaderamente dirigir


aquella Clínica era su vocación. En esos cinco días, la carta que
guardaba en un cajón de su despacho, aquélla que le decía que siempre
tendría un puesto de trabajo asegurado en el Hospital Universitario
Princeton-Plainsboro, allí donde se había sentido verdaderamente
realizada como médico, no sólo operando, sino también investigando y
poniendo a prueba toda su capacidad como cirujano. Seguramente
aquellas dudas solamente se debían al cansancio o quizás, al ver la
mirada reprobatoria que le dedicaba Cristina cuando ella llegaba a las
once de la noche a casa, probablemente pensando que el trabajo era
únicamente una excusa para huir de la prima de su hermanastra y así no
tener que hablar de la abogada. Lo cierto, es que algo de verdad en esa
teoría sí había, puesto que si había accedido a aceptar toda aquella
masa de trabajo, se debía en parte al querer olvidar sus palabras. Tal y
como le había dicho Esther aquella noche, no se había vuelto a acercar a
ella, claro que tampoco tenía muchas posibilidades, como tampoco lo
había hecho la abogada, quien no había vuelto a aparecer por el piso de
Maca. Pero la verdad es que tampoco sentía que debiera decirlo algo a
Esther; quizás lo lógico sería llamarla para pedirle perdón, pero el
problema es que ella no sentía haberle dicho aquello, de hecho, lo haría
de nuevo si tuviera la oportunidad; aunque debía reconocer que también
le daba miedo tener a la abogada frente a frente, puesto que sabía que
su inconsciencia, ya de por sí excesiva, con Esther delante se volvía
imparable.

Así que aquella tarde de viernes, como las de toda la semana, se


encontraba encerrada en su despacho tras la reunión con los de
administración, repasando las pruebas de una de sus pacientes que le
dirían si ésta podría someterse a la operación de aumento de pecho a la
semana siguiente. En teoría, aquella noche debía asistir a la fiesta que
daba el estudio de su hermano, pero las enormes ganas que tenía de
llegar a casa y tumbarse en la cama para dormir hasta el mediodía del
día siguiente, la habían hecho llamar a la secretaria de Jero para decirle
que se encontraba indispuesta y que le sería imposible asistir; así que le
dijo a Teresa que, a pesar de que él argumentase lo que fuera, no le
pasase ninguna de sus llamadas, puesto que estaba convencida de que
intentaría convencerla de que debía ir. Cansada de imaginarse la
reacción de la paciente al decirle que su operación debería esperar
algún tiempo, se recostó en su sillón y se masajeó las sienes en un
intento de hacer desaparecer el dolor de cabeza. Recordó la reunión que
había mantenido con los directores médicos de cada departamento, en
el que se les informó de la ampliación que sufriría la Clínica, así como
que se esperaba de ellos que participasen de forma activa en las
operaciones gratuitas cuando esa ampliación se hiciera efectiva. No

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obstante, el ruido del teléfono la sacó de ese pequeño descanso. “Parece


que el dolor de cabeza deberá esperar” pensó ella esbozando una
sonrisa sarcástica.

-Maca, Javier Sotomayor quiere verte –le anunció Teresa desde el otro
lado de la línea, cuando ella descolgó.

-Dile que me he ahorcado –se quejó ella escondiendo su cara detrás de


sus manos.

-Maca… -le advirtió la secretaria en un susurro, por lo que la médico


supuso que tenía al maxilofacial enfrente.

-Vale, vale, eso ha sonado poco convincente… ¿Qué tal si le dices que
me he prendido fuego y que he saltado por la ventana cual bonzo? –
bromeó ella todavía escondida detrás de sus manos, por lo que su voz
sonó amortiguada.

-No sé qué estás diciendo, pero lo hago pasar, ¿vale? –soltó la mujer
deseando librarse de esa mirada desdeñosa.

En apenas dos segundos, Maca recuperó la compostura que había


perdido en apenas cinco minutos, por lo que se sentó erguida en el
sillón, se atusó ligeramente el pelo, y volvió a retomar la lectura de
aquel informe que ya se había aprendido de memoria. Ni siquiera se
inmutó cuando oyó que la puerta se abría, como tampoco lo hizo al
escuchar el ruido que hacían las suelas de los zapatos de su primo
contra la madera a causa de la manía que tenía éste de arrastrar los
pies cuando andaba.

-Dime, Javier –le dijo levantando la vista de los papeles, cuando él se


hubo sentado y carraspeó para hacer notar su presencia. “No te
preocupes, los litros de perfume que te echa mamá te delatan al
instante” pensó ella esbozando una sonrisa de lado.

-No me parece correcta la ampliación de la zona de servicio gratuito –


soltó el chico con esa cara de asco tan característica en él-, en mi
opinión, no es viable y sólo provoca que los médico tengamos una
mayor carga de trabajo que no nos será remunerada.

-En primer lugar, no es gratuita –lo corrigió Maca armándose de


paciencia ante el rollo que se le avecinaba-, sabes que la mayoría de las
intervenciones realizadas las cobramos, es cierto que a un precio mucho
menos, por lo que no cubren todos los gastos, pero sí algunos de ellos. Y
en segundo lugar, sólo se ha requerido la colaboración de los directores
de cada departamento, por lo que puedes estar tranquilo ya que tu

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presencia allí será prácticamente nula.

-Yo sólo me limito a hacerte llegar algunas de las quejas que han llegado
a mis oídos. Muchas de estas personas se sienten obligadas y
coaccionadas a colaborar con este proyecto utópico tuyo, aun en contra
de su voluntad –insistió él.

-Bueno, no sé qué habrá sido lo que has escuchado Javier, pero en la


reunión se insistió en diversas ocasiones que la colaboración era
completamente voluntaria; que ésta sería remunerada, si bien es cierto
que a un nivel que no puede compararse con los sueldos que tienen aquí
en la Clínica y, que obviamente no estaría limitada sólo a los jefes de
cada departamento, sino que puede sumarse el que quiera, por lo que
este proyecto utópico no les quitará apenas su preciado tiempo.

-Si puede sumarse el que quiera, ¿por qué el resto no hemos sido
informados? –quiso saber él.

-Porque eso es algo que se hará cuando todo esto esté en una fase más
avanzada y, porque es algo de lo que se encargarán los directores, que
son directamente responsables de sus respectivos departamentos –
explicó Maca preguntándose si aquel chico se daría por enterado de que
su opinión al respecto le importaba muy poco-, en cuanto al adjetivo que
has utilizado para definir a mi proyecto, debo decirte que se ha
estudiado a fondo, que se ha consultado con especialistas y que el
consejo del Patronato Wilson en su totalidad votó a favor.

-No es eso lo que me consta.

-Pues te han informado mal, porque yo estaba delante, y si quieres le


digo a Teresa que te haga llegar el resumen de la reunión en cuanto
tenga tiempo –soltó ella agarrando sus manos con fuerza para evitar que
fueran hacia el cuello de su primo.

-De todos modos, me veo en la obligación de hacerte llegar mi


desacuerdo con esta empresa como dueño de un porcentaje bastante
importante de las acciones de esta Clínica –repuso Javier con
prepotencia.

-Agradezco tu gesto, pero el que tu padre tenga un quince por ciento de


las acciones; lo repetiré por si no te ha quedado claro, tu padre, no
comporta que su opinión o la tuya puedan cambiar el rumbo de este
proyecto. Además, como veo que no has acabado de informarte
correctamente, te diré que todo gasto corre a cargo de la Fundación, así
que no debes preocuparte porque tu nómina no sea ingresada

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mensualmente y de forma puntual en tu cuenta bancaria. Así que si me


disculpas, todavía tengo mucho trabajo que hacer como directora de la
Clínica –le espetó recalcando sus últimas palabras, conociendo el efecto
que tendrían en su primo.

El maxilofacial contrajo la mandíbula con fuerza, tanto que Maca llegó a


pensar que podría oír el chirriar de sus dientes. Sabía que Javier estaría
pensando una buena respuesta pero, por suerte para ella, él no era ni
mucho menos tan audaz como ella, por lo que aunque lograse encontrar
unas palabras lo suficientemente punzantes, el que hubiera tardado
excesivamente y, que por lo tanto, lo dijera a destiempo, hacía que
dicha respuesta, por muy aguda que fuera, no tuviese el mismo impacto.
De este modo, esbozó una sonrisa de fingida inocencia y enarcó
ligeramente las cejas para darle a entender que no comprendía la razón
por la que él seguía enfrente de suyo; gesto que acabó de enfurecer a
Javier que se levantó bruscamente de la silla y salió de forma
apresurada del despacho.

-No se puede ser más tonto que este chico –le dijo a Teresa cuando la
secretaria se asomó por la puerta.

-Ya le conoces –se limitó a contestar la mujer con la intención de quitarle


hierro al asunto-, Anna está aquí –añadió apartándose para que la
veterinaria entrase como una exhalación.

-Vaya, que elegante te nos has puesto, Anneta –comentó ella de forma
burlona al verla con ese vestido de color amarillo pálido por el que tanto
le había costado decidirse un día que fueron de compras.

-No me vengas con chorradas, ¿eh? –le espetó ésta-, anda, recoge tus
cosas que nos vamos a tu piso que todavía tienes que arreglarte y a este
paso llegaremos tarde.

-¿No te ha dicho tu querido marido que no voy a ir? –se sorprendió Maca
aun sabiendo que esa era precisamente la razón de la presencia de su
amiga.

-Voy a hacer como que no te he oído… Tu hermano está histérico porque


no vas a ir, porque el proyecto de la Clínica es el único grande que
tienen actualmente…

-Pero el hecho de que sea yo la que vaya explicando las grandezas de


Jero no me hace muy creíble, ¿no? Al fin y al cabo es mi hermano, por lo
que la elección del estudio de arquitectura no ha sido muy objetiva –la
cortó la médico.

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-Ahora no me vengas con tu razonabilidad, ¿eh? –le dijo su cuñada


mirándola con enfado-, Jero te necesita, así que levanta tu culo de ahí y
date prisa. No quiero llegar tarde a una acto tan importante para él.

Viendo que la situación no estaba como para soltar uno de sus


comentarios sarcásticos o irónicos, y que lo único que conseguiría con
ello sería lograr que Anna se enfadara todavía más para acabar
haciendo lo que ella le decía; recogió sus cosas en silencio y la siguió
hasta la salida, no sin antes guiñarle un ojo a Teresa que las observaba
divertida. Casi corriendo, para seguir las grandes zancadas de la
veterinaria, salieron del edificio, donde Anna no se detuvo hasta que
llegó a su Mini en el que se sentó de forma brusca.

-Espero que cuando yo llegue ya te hayas duchado –le espetó antes de


cerrar la puerta con fuerza, mientras ella pensaba que no le quedaba
otro remedio que meterle caña a la moto.

Procurando no saltarse el límite de velocidad ni cometer ninguna


infracción alarmante, se apresuró a llegar a su casa, diciéndole a la
portera que utilizase la llave maestra para dejar que Anna pudiera subir
a su casa. Sin molestarse a preocuparse por dejar el traje que llevaba
bien doblado, se metió a toda prisa en la ducha esperando tener el
suficiente tiempo como para poder secarse el pelo, porque en caso
contrario se le rizaría, algo que le resultaba realmente incómodo.
Cuando salió del baño, se encontró a Anna sacando vestidos de su
armario de forma compulsiva. Exhaló un profundo suspiro intentando
encontrar la paciencia y la calma suficiente como para no echarla de su
casa, y pasó por su lado para coger un conjunto de ropa interior, una
camisa negra y unos pantalones de tallo alto de color gris merengue y
unos zapatos a conjunto con la blusa con un tacón considerablemente
alto.

-No piensas ponerte esto, ¿verdad? –se escandalizó Anna-, por favor,
estamos en verano y esto es demasiado oscuro…

-Bueno, querías que fuera allí, ¿no? Pues voy a ponerme lo que me dé la
gana, así que saca el collar de perlas del joyero y los pendientes a
conjunto –le ordenó Maca, mientras empezaba a vestirse.

-¿Ya no te da vergüenza que te vea desnuda? –se burló su cuñada.

-Lo cierto es que sí, pero he pensado que si empezaba a hacer


malabares con la toalla y perdía un segundo de tu precioso tiempo, me
saltarías a la yugular –contestó ella, a la vez que se ataba el sujetador.

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-Por cierto, ¿y Cris? –se interesó Anna.

-Me ha dicho esta mañana que iría directamente desde el trabajo que
tenía que hacer no sé que…

Veinte minutos más tarde, después de que a Maca obviamente no le


hubiera dado tiempo a secarse el pelo, y de que apenas pudiera
maquillarse a causa de la presión que Anna le metía, el coche de la
veterinaria se adentraba en el tráfico de la ciudad condal con un fuerte
acelerón. Así que unos cuarenta minutos después dejaban el vehículo en
un parking que se encontraba a escasos metros del edificio en el que
estaba el despacho de Jero. A pesar de la insistencia de la veterinaria
para subir por las escaleras, ya que así llegarían antes, Maca se negó a
hacerlo, puesto que dijo que subir hasta un quinto a pie le parecía
excesivo, y que nadie se moriría si llegaban dos minutos más tarde,
aunque ella sí lo haría si la obligaba a subir hasta allí. Cuando las
puertas del ascensor se abrieron, un Jero completamente nervioso
apareció enfrente de ellas, sumergiéndolas entre todas aquellas
personas, y presentándolas a unos y otros. Maca, agobiada y cansada de
hablar con gente que no había visto en la vida, aprovechó un momento
de despiste para escabullirse y dirigirse a la barra con bebidas que
habían montado a un lado de la sala para pedir su deseado Martini.

-Pídeme una copa de cava –le pidió Anna que en esos instantes llegaba a
su lado.

-Anda que después de darme tanta prisa vas y te escaqueas… Manda


narices –se quejó ella.

-Es que tu hermano me está estresando –se excusó su cuñada.

-Cada año pasa lo mismo, así que ya te lo podías imaginar, ¿no? –


contestó ella mientras cogía las dos copas, esbozando una sonrisa como
agradecimiento a la camarera-, ¿qué hace ella aquí? –preguntó
cambiando su gesto sonriente por uno de serio, al darse la vuelta y
distinguir la figura que acababa de llegar.

Anna se giró extrañada por la reacción de su amiga hacia donde ésta


estaba mirando. El cambio que había sufrido el rostro de Maca le hizo
sospechar que algo que ella desconocía había pasado entre ellas, sonrió
al pensar que su cuñada no cambiaría nunca, y lo peor es que ella se la
había creído cuando le dijo que no intentaría nada con ella y que su
relación se basaría únicamente en la que pudieran tener dos
hermanastras. Se percató de que seguían en medio de la barra y que por
lo tanto, había algunas personas que empezaban a mirarlas mal porque

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estorbaban; así que cogió a Maca del brazo y la llevó a una esquina de la
sala donde no había mucha gente y podrían hablar tranquilamente.

-Habrá venido con su prima, aunque creo que Jero le mandó una
invitación –le dijo una vez se cercioró de que nadie las estaba
escuchando-, está guapa, ¿eh?

-Bueno, las he visto de mejores –contestó Maca con fingida indiferencia


mientras le daba un trago a su copa-, odio que no le pongan una
aceituna al Martini…

-Eso, eso tú cambia de tema… -soltó Anna riéndose, contagiándosela a


la médico a pesar de querer evitarlo-, y bueno, está difícil competir
cuando tú sueles tratar con modelos. Aunque tienes que reconocer que
ella te gusta mucho más que todas esas tías recauchutadas con las que
te acuestas normalmente.

-Pues mira, ahí va una de ellas –comentó en voz baja al ver como una
mujer de unos cuarenta años que lucía una figura envidiable, se
acercaba sonriente a ellas.

-Cuanto tiempo, Macarena –dijo la mujer a modo de saludo ignorando


completamente a Anna.

-Hola, Natalia –contestó la cirujana sonriendo ampliamente mientras


recibía dos besos sospechosamente cerca de sus labios-, pues creo que
desde que te casaste… Por cierto, ¿cómo te va con…? ¿Cómo se
llamaba?

-Jorge, se llamaba Jorge. Y bueno, nos divorciamos hará cosa de un mes


–explicó Natalia. “Lo que significa que puedes saltarme encima cuando
quieras” pensó Anna esbozando una sonrisa sardónica, quien
sintiéndose completamente ignorada se alejó de ellas sin molestarse a
despedirse.

-Vaya, lo siento –dijo Maca aun notándose que no lo hacía en absoluto-,


¿y cómo te van las cosas ahora?

-Digamos que el divorcio me ha dejado un mullido cojín para disfrutar de


la vida durante algunos años, así que no puedo quejarme –respondió la
mujer a la vez que le acariciaba el brazo de forma insinuante-,
¿podríamos ir a un lugar más privado?

-Creo que sé de uno en el que nadie nos va a molestar –soltó Maca


tirando de ella, mientras la guiaba entre los invitados.

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A unos cuantos metros de ambas mujeres, varios rostros divertidos


observaban la escena comentando en susurros las teorías de cada uno.
Jero parecía indignado porque su hermana no se había molestado a
hacerle propaganda del proyecto y ahora se llevaba a una de sus
clientas a un lugar que no le apetecía mucho que fuera utilizado para
esos menesteres.

-Vale, ahora mi despacho se ha convertido en un picadero –se quejó él.

-¿Quién es esa mujer con la que Maca entraba en un despacho? –quiso


saber Cristina apareciendo detrás de ellos, más pendiente de la reacción
de su prima que de la posible respuesta.

-La típica cazafortunas que mi hermana utiliza para satisfacer sus


necesidades –contestó Jero de mal humor.

-Vaya… ¿En serio se acuesta con esa clase de tías? –se extrañó la
interiorista aunque sonrió al percatarse de la mueca que se dibujó por
un instante en el rostro de Esther.

-No es ninguna novedad –soltó ésta que parecía estar del mismo mal
humor que su hermanastro.

-Bueno, que yo sepa ahora hacía bastante tiempo que no tenía una
aventura de estas –comentó Anna con gesto inocente-, no sé, debe
rondarle algo por la cabeza porque llevaba semanas portándose
demasiado bien…

-¿Y no sabes por qué? –le siguió el juego Cristina sospechando hacia
donde iban los tiros-, no será porque estoy en su casa, ¿no?

-Claro que no –contestó la veterinaria-, creo que la cosa se debe más a


una misteriosa mujer de identidad desconocida que por tu presencia en
su piso…

-Pues no debe importarle demasiado si a la de cambio ya se está


acostando con otras –soltó Esther visiblemente molesta.

-Bueno, mujer… Todos tenemos que satisfacer nuestras necesidades, y


digamos que Maca suele hacerlo más de lo que es medianamente
normal… -la defendió Anna mientras intentaba aguantarse la risa.

-Siempre he querido tener una aventura con alguien como Maca, no con
una mujer, pero sí como ella. Ya sabes, sin compromisos, tórrida…
-comentó Cristina que se lo estaba pasando en grande.

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-Pues según he oído, la chica es muy fogosa, por llamarlo de alguna


manera –añadió Anna-, quizás deberías empezar a plantearte el género.
Aunque sería algo raro viviendo en la misma casa…

-En eso tienes razón, la gracia está en esconderse y esas cosas -la apoyó
la interiorista haciendo verdaderos esfuerzos para no estallar en una
carcajada al ver la cara de circunstancias de Esther.

-Os recuerdo que es mi hermana, ¿eh? –intervino Jero que seguía de mal
humor-, mejor me voy a hablar con alguien que tenga una conversación
más interesante…

Cinco minutos más tarde, el tema seguía siendo el mismo, aunque se


habían apoderado de unos sofás que se encontraban en un rincón de la
sala, en los que estaban sentadas cómodamente. Anna y Cristina se lo
estaban pasando en grande soltando comentarios cada vez más
disparatados, muchos de ellos con doble sentido, acerca de Maca,
mientras Esther permanecía a un segundo plano hablando de vez en
cuando con algunos clientes que se había encontrado allí. Tratando de
huir por algunos instantes de los comentarios de las dos mujeres, se
acercó a la barra para pedirse una copa, rezando para que a su vuelta el
tema de conversación hubiera cambiado. No obstante, no fue así, por lo
que tuvo que seguir escuchando como Anna relataba algunos de los
escarceos amorosos más protagonizados por la médico. La abogada
empezaba a sospechar que la insistencia por seguir con ese tema no era
otra que picarla a ella, pero tenía muy claro que no iba a decir nada más
que pudiera indicarles a ambas mujeres que escuchar todo eso le
importaba lo más mínimo. No obstante, cada vez que Anna contaba las
trastadas que Maca había llegado a hacer para llevarse a alguna mujer a
la cama, no podía evitar imaginar su cuerpo arqueándose bajo el suyo
en aquella habitación de hotel, o su lengua luchando con la suya una
semana atrás.

-Yo no sospechaba que estaban liadas, así que fui al cobertizo donde Jero
me había dicho que estaban y bueno, que las pillé en el momento
álgido… Suerte que estaban tan enfrascadas que no se dieron cuenta de
que yo estaba allí –contaba la veterinaria entre risas, acompañada por
las de Cristina.

-¿Y qué hiciste? –quiso saber la interiorista ansiosa por seguir


escuchando el relato.

-Marcharme corriendo, ¿qué querías que hiciera? ¿Unirme a ellas? No,


no, me fui a toda prisa pensando que la chica hubiese valido como
cantante de ópera, porque tenía una proyección de voz… -contestó Anna

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de forma cómica-, creo que nunca he vuelto a ver ese cobertizo con los
mismos ojos…

-¿Qué cobertizo? –quiso saber Maca apareciendo por detrás de ellas,


provocando que ambas dieran un respingo de forma involuntaria.

-El de la casa de tu padre en la Costa Brava –respondió su cuñada


rezando para que no atara cabos.

-Ya… ¿Se puede saber qué les estabas contando? –preguntó


entrecerrando los ojos, con un tono un tanto molesto.

-¡Nada! –exclamó la veterinaria de forma demasiado vehemente como


para resultar realmente creíble-, sólo algunas batallitas… -añadió en un
intento de arreglarlo.

-Es curioso, porque yo sólo recuerdo una que tenga como escenario el
cobertizo –insistió Maca-, bueno, al menos espero que el haber
cuchicheado acerca de mí a mis espaldas os haya divertido…

-No ha estado mal –soltó Esther desafiándola con la mirada-, por cierto,
has tardado muy poco, ¿no?

-Ya ves, les pongo tanto que a la mínima que las toco se corren –le
espetó la médico sin amedrentarse.

-Vaya, Maca, empezaba a echar de menos tus vulgaridades –observó


una voz fría detrás de ella que hizo que la aludida se quedara clavada
sin poder girarse, al identificar la voz de aquella mujer.

-Y yo empezaba a echar de menos tu dulzura –contestó la médico


esbozando una sonrisa falsa al mismo tiempo que se giraba para ver a
una Bea imponente frente a ella-, ¿qué haces aquí?

-Uno de los socios de tu hermano nos ha diseñado la casa en la que


iremos a vivir Roberto y yo cuando nos casemos –explicó la chica
recalcando las últimas palabras-, Anna, ¿qué tal estás?

-Bien, muy bien… ¿Y tú? –dijo la veterinaria un tanto apurada por la


tensión que se había formado en pocos instantes,

-Genial, ya me ves, estoy a punto de cumplir mi sueño… -repuso ella


emocionada. No obstante, Maca sabía que el tono dulzón que había
utilizado iba más destinado a ella que no a Anna. Si algo le había
gustado siempre de Bea era lo poco dada a las cursilerías que era

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-Lástima que no sea completo, ¿eh? Ya sabes, la parte esa de querer


llegar virgen a los brazos del hombre de tu vida –soltó la médico de
forma aparentemente inocente, aunque no pudo evitar un deje algo
burlón.

-Bueno, yo siempre he creído que el amor sólo se hace cuando se da


entre personas que se quieran, y hasta Roberto no fue así, al menos por
mi parte –arguyó Bea esbozando una sonrisa al saber el impacto que
tendrían sus palabras en Maca.

-Vaya, entonces yo sigo siendo virgen –intervino Esther fingiendo estar


consternada, quien a pesar de no estar pasando su mejor momento con
la médico, todavía soportaba menos a la otra mujer.

-¿Y tú eres…? –quiso saber Bea con altivez fingiendo que no recordaba el
episodio de la boda.

-Esther García, ¿no la recuerdas? Os conocisteis en la boda de mi padre –


contestó Maca con una sonrisa-, por cierto, ¿qué es eso de que sigues
siendo virgen? ¿Y todos nuestros encuentros sexuales apasionados
donde quedan? –añadió dirigiéndose a la abogada, dejando claro que
estaba bromeando por el tono empleado.

-Cariño, estoy segura que tu amiga cuando hablaba de personas que se


querían no se refería al amor fraternal que nos profesamos nosotras…
-contestó ella siguiéndole la broma.

-Ah… ¿En serio? –dijo Maca fingiendo estar sorprendida-, ¿entonces


tampoco incluyes todas las veces que nos acostamos, Bea? –soltó
mirando fijamente a la aludida.

-No vayas por ahí –le advirtió ésta.

-¿O qué? Que yo sepa tienes más interés tú que yo en que esto no salga
a la luz. Seguramente a como-se-llame no le haría mucha gracia…
-contestó ella con dureza-, mira, todos los presentes aquí, o al menos la
mayoría saben que soy lesbiana, y por lo que a mí respecta, puedes
gritarlo a viva voz. Siempre has sido tú a quien le ha dado miedo que
alguien pudiera sospechar que sentías algo más por mí de lo que se
siente por una simple amiga…

-Sabes que eso no es verdad –la cortó Bea sintiendo como la mirada de
las otras tres mujeres estaban clavadas en ella, especialmente la de
Anna.

-No, claro… Porque tú no te pasaste cerca de seis meses viniendo a

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dormir a mi cama diciendo que me echabas de menos, ¿no? Y tampoco


hiciste el amor conmigo todas y cada una de aquellas noches… -le
espetó visiblemente enfadada aunque sin elevar la voz para no montar
ningún numerito.

-No tengo porque seguir escuchando semejantes sandeces –soltó Bea


dándo media vuelta para marcharse de ahí.

-Vamos al despacho de Jero, anda –propuso Anna tirando de la mano de


su cuñada que se había quedado quieta observando la espalda de su
antigua amiga alejándose-, ¿qué ha sido eso? –le preguntó una vez hubo
cerrado la puerta detrás de ellas-, ¿qué es eso de que os acostasteis?
¿Cuándo? ¿Por qué?

-Te ha faltado el cómo –comentó Maca en tono burlón, aunque borró su


sonrisa al ver el gesto serio de la veterinaria, mientras Cris y Esther se
miraban preguntándose qué estaban haciendo ellas allí-, antes de que
yo me marchara a los Estados Unidos… De hecho, la razón de que me
fuera fue porque no soportaba más la relación que teníamos…

-¿Y por qué no nos lo contaste? –se sorprendió ella.

-Porque ella no quería, ya sabes lo que opina Bea al respecto. Y el estar


conmigo no era ni mucho menos lo que tenía planeado para su vida… Y
no sé, contároslo después ya no tenía sentido, y en cierto modo sentía
que le debía el no decíroslo.

-¿Y por qué ahora? –quiso saber Cristina, enrojeciendo al instante al ser
consciente de la pregunta que había hecho.

-Porque ahora no siento que le deba nada –contestó la médico como


toda respuesta-, no sé cuándo ocurrió, pero ha dejado de importarme en
la magnitud con la que lo hacía antes.

-Cris, me gustaría presentarte a alguien –anunció Jero asomándose por


la puerta.

-Yo también voy –dijo la abogada, sintiendo que no pintaba nada allí.

-Esther –la llamó Maca-, muchas gracias…

-No te equivoques, las cosas entre nosotras siguen igual. Sólo lo he


hecho porque no me gustan las personas como Bea, no por nada más –le
espetó ella antes de salir del despacho.

-Visto lo visto, supongo que no cumpliste tu promesa de acercarte a ella

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sólo como hermanastra, ¿me equivoco? –observó Anna.

-Es que me cansa, en serio, con ella todo es “ni un contigo ni sin ti”; no
sé, tan pronto está de buenas como de malas. Por no hablar de las veces
que se pone cariñosa, como cuando se recuesta en mí para mirar la tele;
para después distanciarse y prácticamente no mirarme a la cara…
-contestó ella agobiada, escondiendo su cabeza detrás de sus manos.

-¿Sabes lo que creo? Que Esther es una persona que necesita tenerlo
todo bajo control y contigo no es así. No sé, quizás ahora se ha dado
cuenta que le puede gustar una mujer y claro, darse cuenta de ello
pasados los treinta no debe ser muy fácil… Además, está vuestra
peculiar relación familiar, algo que tampoco facilita mucho a que la chica
se relaje…

-¿Tú crees que es eso? –quiso saber Maca mirándola con algo parecido a
la esperanza en sus ojos.

-¿Sino qué puede ser? No conozco mucho a Esther, pero diría que es una
persona con una personalidad bastante fuerte; por lo que si fuera
lesbiana y lo tuviera asumido desde hace tiempo no le costaría tanto
abrirse, ¿no? Lo más lógico sería que en ese caso lo hubiera hablado
contigo o, en su defecto, ya nos habríamos enterado por Eva… -razonó
ella.

-Visto así… Pero es que no sé por qué pero consigue desesperarme, ya


no sé qué hacer para estar a buenas con ella…

-Quizás el aprender a saber cuál es el momento adecuado para tus


comentarios ayudaría –le espetó Anna mirándola con las cejas alzadas-,
contéstame a una pregunta, pero hazlo honestamente… ¿Te gusta?

-No –contestó ella con rotundidad-, bueno, no sé…

-Vamos a ver, Maca, que es una pregunta muy simple, ¿eh? –repuso su
cuñada cruzándose de brazos enfrente de ella.

-Seguramente. Sí, creo que sí -titubeó la médico-, es que no sé, está tan
mona cuando se enfada…

-Joder… -murmuró Anna poniendo los ojos en blanco. Conocía el


significado que tenía para su amiga el término “mona”, y teniendo en
cuenta que iba dirigido a la hija de la mujer de su padre, no sabía hasta
qué punto aquéllo era bueno-, ¿eres consciente de lo que significa ésto?

-Sé que no soy la persona más reflexiva del mundo, pero tampoco soy

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imbécil, ¿eh? –replicó ella un tanto molesta.

-Ahora no te hagas la ofendida porque sabes que tengo razón –la regañó
la veterinaria-, mira, ambas sabemos que tú tienes la tendencia de
idealizar a las personas y, que cuando descubres que son humanas el
encanto se esfuma y pasas del amor más radical al aborrecimiento
extremo.

-Con Bea nunca pasó eso –se defendió Maca.

-Porque nunca llegaste a tenerla. Siempre fue ella la que tenía la última
palabra, y precisamente te cansas de las mujeres cuando ves que
sienten algo por ti… -insistió Anna.

-Dicho así suena fatal –observó ella pensativa.

-Pero es así, y lo que quiero decirte con eso es que con las otras sí
puedes desaparecer del mapa, pero con Esther tienes un vínculo que va
más allá de vuestra relación –razonó su amiga.

-¿Y qué se supone que tengo que hacer, señora sabelotodo? –quiso
saber Maca con sorna.

-Primero, conocerla más, tómate tu tiempo para cerciorarte de que


realmente te gusta y que no es un espejismo. Y lo segundo, deja tus
bromitas y tus comentarios por un tiempo a no ser que estés segura de
que los haces en el momento oportuno y que serán bien recibidos –le
aconsejó Anna con gesto serio-, déjale su espacio, demuéstrale que la
respetas y que te la tomas en serio.

-Pero es que yo no soy así… Las bromas absurdas forman parte de mí,
no quiero aparentar algo que no soy porque entonces será ella la que
vea un espejismo –argumentó Maca-, yo no soy romántica, no me van
los detalles, no me acuerdo de los cumpleaños a no ser que me ponga
una alarma en el móvil, hago bromas fuera de lugar, me escudo en el
sarcasmo y el cinismo para no tener que tomarme las cosas en serio…

-Todo eso ya lo sabe Esther, créeme –la cortó su cuñada-, y sí eres


detallista, ¿acaso no te acuerdas de la cantidad de chorradas que
llegaste a hacer para ver sonreír a Bea o, de las flores que le hacías con
las servilletas cuando ella se quejaba de que no había recibido ninguna
rosa por Sant Jordi?

-Yo ya no soy aquella persona –repuso Maca de forma un tanto cortante.

-Sí, sí que lo eres, porque yo te he visto haciendo las mismas cosas con

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Esther: al principio siempre te sentabas cerca de ella para que no se


sintiera fuera de lugar con nosotros, procuras hacerla partícipe de todas
las conversaciones, te cansas de hacer bromas con la intención de que
se ría, ¿hace falta que siga?

-Ya, todo eso es muy bonito, pero te recuerdo que ahora mismo Esther
no me quiere ni ver…

-Dale tiempo, Maca, dale tiempo para asimilarlo y estar segura. A ella le
gusta controlarlo todo, ¿no? Pues entonces procura que se sienta así, me
da la sensación que sólo entonces podrás acercarte a ella…

Sabía que Anna tenía razón, como también debía reconocer que la única
opción que parecía tener por el momento era seguir con sus consejos.
Quizás, al fin y al cabo, el alejarse de Esther y poner un poco de
distancia entre ellas, ayudaba a que ella la viera de otra forma o, a lo
mejor, con ello hacía que la abogada se sintiera menospreciada y se
alejara todavía más. Aunque también cabía la posibilidad que el no
tenerla pendiente en todo momento de sus movimientos provocara que
fuese la abogada quien diese el paso y se lanzara por miedo a haberse
pasado aquella vez; al fin y al cabo, eso siempre le había servido con
Bea.

No obstante, tenía que admitir que a pesar de las dudas que tenía
acerca del plan de Anna, se encontraba emocionada al respecto y con la
motivación suficiente como para aguantar la indiferencia con la que la
trataba Esther y no desistir en el intento. Aunque también era cierto que
la adrenalina que le producía el intentar seducirla, se veía aplacada
cuando era realmente consciente de lo que pretendía hacer y el miedo
se apoderaba de ella. No podía evitar encontrar demasiadas semejanzas
entre aquella situación y la que vivió con Bea, pero si de algo estaba
segura era de que ahora no estaba dispuesta a dejar que su dignidad
quedara en un segundo plano como entonces. ¿Que Esther al final se
decidía y optaba por ella? Muy bien. ¿Que sucedía lo contrario? Tendría
que aguantarse, reconocer la derrota y seguir con su vida.

Aquel viernes de finales de julio el calor en la capital catalana era


agobiante, demasiado para su gusto. Nunca había soportado las altas
temperaturas, pero todavía aguantaba menos la humedad de la ciudad,
aquélla que provocaba que se sintiese pegajosa durante todo el día, a
excepción de cuando entraba en algún edificio en el que el aire
condicionado funcionaba a toda máquina. Aunque aquello tampoco
acababa de gustarle, ya que siempre conseguían que pillase algún
resfriado y se le secara la garganta sin remedio. Por esa razón, su humor
no era el mejor en aquellos días, algo que intentaba disimular cuando se

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encontraba con Esther, puesto que en esos momentos se mostraba


alegre aunque sin excederse, manteniéndose siempre en un segundo
plano. Aquellos encuentros que se producían sobre todo gracias al
noviazgo de Eva y Guille, le habían servido para darse cuenta de que, a
pesar de que la abogada siguiera sin estar dispuesta a propiciar un
acercamiento con ella, no podía evitar reírse por sus comentarios, algo
que sin duda era una buena señal.

Habían pasado dos semanas ya desde la fiesta del despacho de Jero y,


aunque la situación entre ambas era menos tensa, Esther seguía
dirigiéndose a ella sólo para lo estrictamente necesario. Por ello, las
visitas que hacía a su piso, donde Cris seguía viviendo y por lo que
parecía no tenía intención alguna de marcharse, se limitaban a cuando
sabía con certeza que la médico no se encontraría allí; por lo que Maca
sólo sabía de ellas por algunos comentarios sueltos que había hecho la
interiorista al respecto. Lo cierto es que la actitud de la abogada para
con ella empezaba a cansarla, por lo que la emoción del principio se
había convertido en desazón, desmoralizándola considerablemente. A
pesar de ser la causa de la risa de Esther en algunas ocasiones, lo cierto
es que la cosa no había mejorado mucho, por no decir nada, aunque sus
amigos se empeñasen en decirle que la habían pillado varias veces
mirándola cuando ella no se daba cuenta. Porque claro, Anna no había
tardado mucho en hacerles saber al resto lo que Maca le había
confesado en la fiesta.

-¿Y qué te dijo? –quiso saber Claudia prácticamente desesperada


mientras la veterinaria alargaba su agonía saboreando el trozo de
croissant de chocolate que se estaba comiendo-, ¡coño, trágatelo ya! –
exclamó elevando la voz más de lo necesario por lo que varios de los
clientes que se encontraban sentados en las mesas circundantes a la
suya se giraron a mirarla.

-Que es mona –contestó Anna de forma resignada como si estuviera


contando que Maca pretendía pedir a Esther en matrimonio.

-¿En serio? –soltó Guille impresionado.

-¿Y eso es malo? –quiso saber Marta a la vez que le daba el biberón a
Santi.

-Con Bea empezó así… -dijo Claudia como toda respuesta mientras
ponía los ojos en blanco ante la poca vista de su prima.

-Y no lo ha dicho con nadie más –añadió el galerista-, ¿acaso no te


acuerdas de lo monotemática que se vuelve cuando se enamora?

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-Por lo que esta vez me temo que va en serio –opinó Anna-, lo que me da
miedo, porque empiezo a encontrarle muchas similitudes a la relación
que tenían con Bea…

-¿Lo que indiscutiblemente lo convierte en malo? –preguntó Marta-, no


sé, pero creo que estáis haciendo una montaña de un granito de arena…
A ver, creo que soy la que menos conoce a Esther de los que estáis aquí,
pero me resulta bastante difícil imaginarme a alguien tan complicado
como Bea. Y con tanto orgullo…

-Vale, definitivamente no conoces a Esther –soltó la veterinaria-, si Maca


ha admitido que le gusta esa chica y, lo que es peor, que la encuentra
“mona” significa que lleva bastante tiempo comiéndose la cabeza…

-Y que necesitaba explicárselo a alguien porque sino la cabeza le iba a


estallar –añadió Guille apuntándola con la pajita que le habían traído con
la bebida y, que hasta el momento había estado dentro del vaso por lo
que las salpicó.

-¿Te importaría meterte la puñetera pajita por el…? –le amenazó Claudia.

-Vale, tranquila –intervino Anna-, y tú aparta eso, que es la segunda vez


que lo haces.

-Lo siento, lo siento –se disculpó él mientras era fulminado por Claudia
que se secaba las gotas de Coca-Cola de la cara con un gesto
exagerado-, ¡oh, venga! ¿Quieres una toalla? –añadió con sorna.

-No, gracias –contestó la cardióloga de mal humor-, con que apartes eso
me conformo…

De este modo, sus amigos llevaban cerca de dos semanas dándole la


tabarra con el tema de Esther; obviamente junto a Teresa a quien se lo
había contado Guille una vez que fue a buscarla a la Clínica. Maca
realmente agradecía las molestias y las atenciones que le prestaban sus
amigos, pero visto el poco éxito que estaba teniendo su estrategia,
hubiese preferido que Anna hubiera cerrado la boca para no hacer el
ridículo más de lo que ya estaba haciendo.

Además, aquella noche tenía que ir a cenar con el consejero de sanidad


de la Generalitat y con los regidores de urbanismo y sanidad del
ayuntamiento de Barcelona. Parecía que a los políticos les encantaba
apuntarse al carro en masa en cuanto se trataba de proyectos que
podían darles coba y buena propaganda, pero a la hora en que se
avecinaban los problemas desaparecían, también en masa. Obviamente,
en ningún momento se habló de las posibles subvenciones que esperaba

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obtener la Clínica o la Fundación, así como de los beneficios fiscales a


causa de su actividad benéfica, temas que los políticos se encargaron de
eludir con facilidad cada vez que aparecía la más mínima posibilidad de
hablar de ellos. Por suerte, el consejero se tuvo que marchar antes de lo
previsto argumentando que al día siguiente debía ir a Bruselas y que
salía de madrugada. Noticia que Maca hubiese criticado en otro
momento arguyendo que el vuelo en primera clase y el hotel de cinco
estrellas en el que seguro se hospedaría, salían de sus impuestos y por
lo tanto, de su bolsillo; aunque en aquella ocasión, se limitó a sonreír y a
desearle un buen viaje, pensando que gracias a ello podría llegar antes a
casa.

No obstante, aquella noche no podría comentar la cena con Cristina,


puesto que ésta se iba de viaje con unas amigas a New York y
seguramente cuando llegara ya se habría ido al aeropuerto. Lo cierto es
que no le había sido muy difícil encariñarse con la interiorista quien, al
contrario que su prima, parecía estar siempre de buen humor. Por ello, la
búsqueda del piso se había estancado y no se había vuelto a hablar más
del tema. Así que con cansancio, condujo como una autómata hasta
casa sin ni siquiera prestar atención por donde pasaba. Sin embargo,
cuando las puertas del ascensor se abrieron, las luces del pasillo estaban
abiertas y se oía la voz de Cris, que parecía estar hablando con alguien,
proveniente de su habitación. Se acercó sigilosamente, no sin antes
quitarse los zapatos de tacón para evitar cualquier ruido, esperando
encontrársela hablando por teléfono y poder cogerla desprevenida,
aunque otra voz muy conocida detuvo sus pasos cuando ya se
encontraba a apenas unos centímetros del marco de la puerta.

-¿Quieres dejar de mirar el reloj? –exclamó Cristina con desesperación,


mientras de fondo se oía el sonido de cajones cerrándose con fuerza-, ya
te he dicho que Maca tenía una cena de trabajo, y normalmente no suele
llegar antes de las dos, y aún son las doce.

-¿Y si hoy llega antes? –repuso Esther sin estar muy convencida.

-¿Y si nos cae un rayo encima? –soltó la interiorista con sorna-, pues os
saludáis y tú te vas. O no, mejor te disculpas por tu comportamiento
estúpido. Por favor, Esther que ya estamos mayorcitas, ¿eh?

-Joder, ¿y yo qué quieres que le haga si me saca de quicio? –se defendió


la abogada.

-Mira, para empezar puedes ir dejando atrás esta frasecita, porque todas
estamos hartas de decirte que eso no es precisamente lo que te provoca
Maca…

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Hasta que la muerte nos separe ForBigMist
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-¿Y según tú qué es lo que me provoca, señora sabelotodo? –la retó


Esther.

-En serio, es que parece que te guste que te lo repita una y otra vez…
-resopló Cristina-, ¡que estás enchochada! Y no un poquito, sino
mucho… Y que estás acojonada porque no te gusta sentirte así. ¿Pero
sabes qué? Que me alegro, porque empezaba a creer que tienes
horchata en vez de sangre… Mira, no es que yo sea una experta en el
tema, pero creo que los treinta y tres son una buena edad para asumir
de una vez que eres lesbiana.

-Sabes perfectamente que hace mucho tiempo que lo tengo más que
sumido –se quejó la abogada.

-Pues no lo parece… En serio, no logro entender porque todavía lo


escondes –observó Cristina.

-No lo escondo, simplemente no lo pregono por ahí. Lo saben todas mis


amigas y tú, no creo que sea necesario que lo sepa nadie más…

-Aparte de tu familia, querrás decir –la corrigió su prima.

-Ya sabes que no puedo… -se justificó Esther.

-¿Por qué? ¿Por algo que pasó cuando tenías veinte años? Supéralo de
una vez, el resto no tiene porque reaccionar como lo hizo él. Mira, se
murió y sí, hubiese sido bonito que hubieseis solucionado las cosas
antes de que ocurriera, pero la vida es así… -razonó Cristina.

-¿Pero es que no lo entiendes? –estalló la abogada con lo que a Maca le


pareció un sollozo-, él era la persona que más quería… Tú no viste su
cara cuando se enteró, no escuchaste su voz cuando me habló, ni fue a
ti a quien miró con repulsión.

-Mira, hemos tenido esta conversación como cien veces –repuso la


interiorista-, sé que es duro, sé que no te lo merecías y sé cuanto de
dolió entonces y como lo sigue haciendo. Pero creo firmemente que ya
empieza a hora de superarlo… Mira, siento dejarte así, pero tengo que
irme porque sino me voy a quedar en tierra y el vuelo y el hotel valen
una pasta.

-Tranquila, anda… Que yo me quedo para recoger un poco esto, que lo


has dejado como una leonera –contestó Esther ya más tranquila.

-Gracias, y acuérdate de coger el jersey de mi madre, que sino se


pondrá hecha una fiera… -dijo Cristina mientras le daba dos sonoros

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besos a su prima.

A pesar de que las palabras que acababa de escuchar de forma


involuntaria en un principio, habían hecho que se quedara clavada en el
suelo; sus piernas, autónomas de su cuerpo, la llevaron al cuarto de la
lavadora, que se encontraba al lado de la cocina, por lo que no sería
vista. Apoyada en la lavadora, con la cabeza gacha e intentando
procesar la información que acababa de recibir, escuchó como las dos
primas se despedían en el recibidor, y como la puerta del ascensor se
cerraba. Tenía la cabeza que no paraba de darle vueltas a causa de las
palabras que todavía retumbaban en su ella. Con ellas, su mente, que
parecía ir mucho más rápido que el resto de su cuerpo, empezó a
formular una pregunta tras otra. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Desde
cuándo Esther era lesbiana? ¿Por qué no se lo había dicho? Aunque la
que conseguía preponderar sobre el resto era la peor: ¿por qué se
suponía que llevaba prácticamente un mes haciendo el ridículo, dándole
tiempo a Esther si ésta ya lo tenía todo claro? Al final, fue el deseo de
ver contestadas todas aquellas cuestiones sin respuesta el que la llevó a
aquella habitación de la que salía la única luz que había en aquellos
momentos en todo el piso. Notaba su mandíbula contraída, y todos sus
músculos tensos, como cuando se disponía a practicar una operación
con un elevado riesgo o de gran dificultad. No obstante, a medida que se
acercaba a aquella puerta, sus piernas empezaron a temblar, y sus
manos se cubrieron de un sudor frío realmente desagradable.
Finalmente, logró llegar a su objetivo y, como pudo se apoyó en el quicio
de la puerta para conseguir calmarse y aparentar tranquilidad, mientras
observaba a la abogada trastear por la habitación de espaldas a ella y
ajena a su presencia.

-Así que lesbiana, ¿eh? –soltó, aunque más bien pareció que escupiera,
sorprendiéndose incluso ella de lo fría que había sonado su voz.

Si Maca creía que sus músculos estaban tensos era porque no conocía el
estado de los de Esther, cuyo cuerpo se convirtió en algo parecido a una
escultura de yeso en cuanto escuchó aquellas palabras. A pesar de lo
agarrotada que sentía su musculatura, se irguió lentamente, aunque
permaneció se espaldas a ella, incapaz de girarse y enfrentarse a la
dueña de aquella voz. Cerró los ojos con pesar, sabía que aquélla había
sido la peor de las maneras por las que Maca hubiera podido enterarse
de su sexualidad; y también era consciente de que no le haría ninguna
gracia haber estado varias semanas mordiéndose la lengua esperando
algo que no existía.

Hacía algunos días que Eva le había contado con emoción que había
escuchado a Guille hablando con alguien por teléfono, diciéndole que no

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creía que Maca aguantase mucho más ante su actitud, que la última vez
que había hablado con ella se la veía desmoralizada y que a pesar de
que ya no escondía lo que sentía por ella, no estaba dispuesta a
renunciar a su dignidad. En un primer momento se alegró de escuchar
aquéllo, pero poco después, el miedo la invadió. No sabía exactamente
lo que pretendía la médico, conocía de sobras su reputación de
promiscua, pero sobretodo, lo que más la atemorizaba era lo que podía
llegar a sentir por Maca. Así que decidió que lo más sensato era seguir
con su comportamiento distante con la intención de que la médico se
cansara de ella y olvidase lo que sentía.

-¿No tienes ni el valor de mirarme a la cara? –quiso saber la cirujana con


el mismo tono que había empleado antes.

Esther bajó la cabeza, sin querer reconocer que ella tenía razón, y que
se estaba comportando como una cobarde. Como si de repente su
cuerpo pesara varias toneladas, se giró lentamente, logrando al fin,
encontrar el coraje suficiente de mirarla a los ojos. Lo que se encontró
no fue ni mucho menos lo que había esperado, sino mucho peor: una
tela sombría parecía recubrir los ojos de Maca, que la miraba de forma
fría, con la cabeza levemente elevada, como si quisiera demostrarle de
forma tácita que se encontraba por encima de ella. Aparentemente, la
médico estaba completamente tranquila, o eso le hacía deducir su
postura, puesto que se encontraba apoyada en el quicio de la puerta,
con los brazos y las piernas cruzados, como tantas veces la había visto,
aunque en aquella ocasión su pose chulesca se había convertido en una
de hermética.

-Y yo pensando que era la bollera de la familia –comentó Maca


esbozando una sonrisa cínica-, hay que ver como son las cosas, ¿eh?
Ahora resulta que somos dos…

-Maca, yo… -empezó a decir ella esperando que su voz, a los oídos de la
médico, sonara más segura de lo que le había parecido a ella.

-No, no, ahora me toca a mí –la cortó la cirujana-, creo tú ya lo has


hecho lo suficiente por hoy… Te lo habrás pasado bien, ¿no? Porque al
menos espero que el espectáculo que te he ofrecido durante las últimas
semanas haya servido al menos para eso.

-Yo nunca te mentí –se excusó la abogada.

-En eso tienes razón… -admitió Maca-, no, si es que la culpa es mía por
creerme a mis amigos y a Cristina. ¿Sabes? Seguramente si ellos no me
hubiesen comido la cabeza yo ahora estaría disfrutando de mi vida,

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sentiría lo mismo por ti, pero al menos no hubiese estado haciendo el


ridículo…

-Yo no te pedí que lo hicieras. De hecho, te dije lo contrario –soltó Esther.

-Olvidaba que estaba hablando contigo, la que nunca pide nada, pero
que cuando le apetece está cariñosa y cuando ella lo decide
unilateralmente de aleja… ¿Y el resto qué, eh? ¿Dónde quedamos el
resto? –preguntó esbozando una sonrisa sardónica.

-No hagas eso… -le suplicó Esther quien, a pesar de todo, seguía
aguantándole la mirada.

-¿El qué? ¿Reírme, hablar o qué? Porque es que yo ya no tengo ni idea


de lo que se supone que tengo que hacer contigo, ¿sabes? Y es que me
parece increíble, realmente increíble, que no me dijeras nada… ¡Joder!
¿Qué esperabas, que al enterarme te saltara a la yugular o que me
empeñase a ir contigo a ligar? Es que no lo entiendo… Llevo tres
semanas comiéndome la cabeza, y dos haciendo el ridículo delante de
todos mis amigos para darte tiempo, ¡tiempo! No quiero ni imaginarme
lo que te habrás reído a mi costa…

-Nunca me he reído de ti –la corrigió Esther.

-¿En serio? Pues yo creo que llevas un puñetero año riéndote de mí,
haciéndome creer algo que no es. Primero te comportas como una
auténtica impresentable por algo que ocurrió cuando teníamos dieciséis
años y que no fue ni culpa mía; después, un día, no se sabe por qué te
acuestas conmigo, para volver a estar borde de nuevo, y al cabo de una
semana, de forma inexplicable, empiezas a comportarte como una
persona mínimamente normal –rebatió la médico.

-¡Claro! Una no puede esconder que es lesbiana, pero tú eres libre de


fingir que no te acuerdas de que nos acostamos, ¿no? –estalló la
abogada.

-No es lo mismo, yo lo hice porque sabía que me dirías que había sido un
error y, conociéndote y sabiendo lo lunática que eres a veces, quizás me
hubieras acusado de haber abusado de ti –arguyó Maca-, pero mira, sólo
quiero saber una cosa: ¿cómo logras vivir así? No lo digo por mí, lo digo
por ti… ¿Cómo consigues dormir por las noches?

-Mira, tú no tienes ni puta idea de cómo soy, de mis razones para…


-gritó Esther cansada de escuchar como los reproches salían de forma
incesante por aquella boca que, a pesar de todo, seguía queriendo
besar.

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-Pues sí, tienes razón –la cortó Maca elevando la voz por encima de la
suya, a la vez que se acercaba a ella con paso decidido-, ¿pero a qué no
sabes de quién es culpa? Yo te lo diré: la culpa es tuya y de esa
cabezonería tuya por no dejar que nadie traspase ese estúpido muro
que has construido alrededor de tu persona.

-No te atrevas a… -la amenazó la abogada sin amedrentarse a pesar de


la cercanía de sus cuerpos, que se encontraban a pocos palmos.

-¿A juzgarte? Creo que es eso precisamente lo que llevas haciendo


desde hace mucho, ¿me equivoco? Pero mira, no pienso seguir
consintiendo que una amargada como tú ocupe mi mente ni un segundo
más –le espetó ella.

-Que te jodan –soltó Esther con rabia.

-Hazlo –la retó la médico encarándola.

Lo cierto es que esperaba recibir otra bofetada por parte de la abogada,


aunque tenía que reconocer que lo que hizo ésta a continuación fue, sin
duda, mucho mejor. De repente, y sin saber cómo, las manos de Esther
se encontraban perdidas en su pelo, ejerciendo presión para que bajara
la cabeza, mientras sus labios se habían apoderado de los suyos y su
lengua estaba peleando con la suya. Siempre se había burlado de
aquellas novelas románticas a las que tan asidua era Anna, en las que se
definía los besos que los protagonistas intercambiaban como un cúmulo
de sentimientos: amor, pasión, necesidad, ternura… Y en aquel
momento, pensó que seguía sin estar equivocada, un beso sólo podía
transmitir una cosa, dos a lo sumo, y en el que estaba compartiendo con
Esther sólo había deseo y, quizás un atisbo de necesidad. Sus manos,
más ágiles que el resto de su cuerpo, reaccionaron rápido rodeando la
cadera de la abogada, y apretándola fuertemente contra ella. A
trompicones, Maca la aprisionó contra las puertas del armario, tomando
la iniciativa. No sabía por qué, pero sus manos parecían estar fuera de
control, paseándose por ese cuerpo que respiraba agitado pegado al
suyo.

-Aquí no… Vayamos a tu cama –susurró Esther como pudo mientras la


cirujana atacaba su cuello.

Sin querer esperar un segundo más, la agarró con fuerza por los glúteos,
tirando de ella hacia arriba para que rodeara con las piernas su propia
cadera. De este modo, la llevó hacia su dormitorio, deteniéndose un par
de veces a lo largo del pasillo para volver a aprisionarla contra la pared
y besarla con fervor. La abogada aprovechó su posición para quitarse los

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zapatos con los pies, haciendo que éstos cayeran de forma estrepitosa al
impactar con el suelo. La médico se encontraba tan enfrascada en el
cuello de Esther que no se percató del ruido, como tampoco lo hizo
cuando llegaron al pie de la cama, por lo que cayeron de forma brusca
sobre el colchón.

-Que delicada eres –observó la abogada al mismo tiempo que era


despojada de su camiseta, tras lo cual, Maca se quitó la americana que
le impedía la plena libertad de sus movimientos.

La médico, se sentó erguida, a horcajadas encima de las caderas de


Esther, posición que ésta aprovecho para conducir sus manos a los
botones de la camisa de Maca e intentar desabrocharlos.

-Eso mejor lo hago yo… No quiero acabar con otra blusa rota… -dijo ella
atrapando sus muñecas con un gesto rápido, inmovilizando sus brazos
sobre la cabeza de la abogada-, ¿siempre usas sujetadores de encaje? –
le susurró al oído para volver a atacar su cuello de nuevo, que agasajó
con mordiscos leves y besos húmedos.

-¿Te gustan? –quiso saber Esther esbozando una sonrisa divertida, con el
escalofrío que le había provocado el susurro, todavía recorriendo su
cuerpo.

-Ahora mismo los odio –contestó la médico liberando sus muñecas con la
intención de abarcar con sus manos otra parte de su anatomía mucho
más interesante a su juicio.

Consciente de que la abogada era conocedora de sus intenciones,


decidió que no le daría el gusto de que la viera previsible, así que se
entretuvo unos minutos acariciando sus brazos, mientras que su boca
saboreaba el hueso de la clavícula que sobresalía ligeramente. De forma
involuntaria, sus manos cedieron a la tentación que suponían para ella
los pechos de la abogada, así que se desplazaron hacia ellos,
apretándolos por encima de la fina tela que los cubría. No se conformó
muchos segundos más con la situación, ya que con un rápido
movimiento una de sus manos voló a la espalda de Esther
desabrochando con agilidad el sostén, que segundo más tarde ya se
encontraba en el suelo de la habitación. Sabía lo que Esther esperaba
que hiciera a continuación, pero esbozó una sonrisa traviesa, se irguió y
empezó a desabrocharse lentamente la camisa mientras observaba
atentamente aquellos pechos que se movían al compás de la respiración
algo agitada de la abogada. Inconscientemente, humedeció sus labios
conocedora de que en pocos instantes podría saborearlos; sin saberlo,
su propio plan se había vuelto en su contra, puesto que parecía ser ella

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la que tenía más ganas de prestarles la atención que requerían, así que
en un intento de que la lejanía no doliera tanto, dirigió su mirada hacia
el rostro de la abogada, que la observaba con una ceja alzada,
preguntándose si tardaría mucho en su tarea.

-Ya estoy –dijo volviendo a su posición anterior, muy cerca de la boca de


Esther-, siempre me han dicho que era lenta…

-Gracias por avisar –contesto ésta incorporándose ligeramente para


atrapar los labios de la médico con ansias-, aunque ya puestas, hubieras
podido quitarte el sujetador…

-Eso te lo dejo a ti –soltó ella guiñándole un ojo antes de descender por


su cuerpo con la intención de degustar sus pechos al fin.

Sin más dilación, atrapó uno de sus pezones con su boca,


sumergiéndose en un extraño juego entre él y su lengua. Mientras que
llevaba una mano al otro pecho, que empezó a masajear con delicadeza.
Notaba como se endurecían cada vez más, aumentando su rugosidad,
algo que le hizo sonreír al cerciorarse que Esther estaba disfrutando
aunque nunca lo llegara a admitir. A pesar de gustarle sobremanera la
parte del cuerpo de la abogada al que estaba prestando atención, tenía
que admitir que echaba de menos su boca, así que volvió a ascender y
atrapó sus labios, empezando una nueva batalla entre sus lenguas. Sin
saber cómo había pasado, la abogada se encontraba luchando con sus
brazos para liberarla de su sujetador, que se había encargado de
desabrochar sin que ella fuera consciente de ello. Sonriendo entre sus
labios, la ayudó con su tarea, incorporándose ligeramente, por lo que al
volver a su posición anterior, sus pechos entraron en contacto con los de
la otra, algo que a la abogada le gustó, a juzgar por el profundo suspiro
que se escapó de su boca.

Maca sentía que necesitaba más de ese cuerpo, por lo que empezó a
descender por él, deteniéndose de nuevo en los senos de Esther, a los
que volvió a agasajar a besos y leves mordiscos para, a continuación,
substituir su boca por sus manos. Su siguiente víctima no fue otro que el
ombligo de la abogada, que besó con suavidad mientras sus dedos,
ávidos por seguir explorando ese cuerpo que se arqueaba bajo el suyo,
desabrochaban con prisas el botón del vaquero que todavía cubría las
piernas de Esther, quien exhaló un sonoro suspiro al notar como aquellas
manos que la torturaban, acompañaban el trayecto descendente de su
pantalón son caricias.

-¿Qué coño estamos haciendo? –murmuró ella una vez se vio libre de
aquella prenda.

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-No creo que necesites que te lo explique –susurró Maca que había
reptado por su cuerpo en un tiempo récord y ahora volvía a estar
perdida en su cuello-, déjate llevar…

-Sólo por esta noche –añadió la abogada mientras se mordía el labio


inferior al notar como una de las manos de la médico se abría paso
debajo de sus braguitas, haciendo que abriera las piernas de forma
inconsciente.

-Y algunas otras –apuntó la cirujana besándola con pasión, al mismo


tiempo que sus dedos jugaban con el clítoris de Esther, cuyo gemido se
vio amortiguado por la lengua de Maca.

-Sí… Pero no muchas… -se resistió ella.

-Cuando nos apetezca –insistió la médico introduciendo sus dedos índice


y medio en su interior con facilidad a causa de la humedad creciente de
la abogada, conocedora de que en el estado de excitación en el que se
encontraba Esther no se opondría mucho más.

-Pero sólo de noche –aclaró ésta.

-Sólo de noche –repitió la médico en su oído-, pero entonces serás mía,


¿vale? Sin complicaciones, sólo tú y yo… Quiero que seas tú, sin
miedos…

-Más rápido –le pidió Esther dando por concluido el tema.

Solícita, Maca intensificó la velocidad de sus dedos, mientras que, con


el pulgar estimulaba su cada vez más hinchado clítoris. Las caderas de
la abogada parecían haber cobrado vida propia, puesto que seguían el
movimiento de la mano de la médico. Y al fin, el momento que ambas
sabían que estaba al caer, llegó, provocando la contracción de todos y
cada unos de los músculos de la abogada, cuando ésta alcanzó el clímax
que se vio amortiguado por la boca de Maca.

Sin dejarla ni siquiera reponerse y volver a recobrar el ritmo normal de


su respiración, la médico serpenteó por su cuerpo, quitándose con un
rápido movimiento los pantalones y la prenda de ropa interior que
todavía las cubría a ambas. Con una sonrisa, abrió todavía más las
piernas de la abogada, y se situó entre ellas. Sus ojos, traviesos, se
dirigieron hacia el hueso de la cadera que, por la posición de Esther,
sobresalía notablemente, y que no dudó en morder con cuidado. Su
adoración por aquella parte del cuerpo femenino siempre la había
acompañado sin saber por qué, obligándola a entretenerse unos
instantes en ella. Colocó sus brazos por debajo de los muslos flexionados

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de la abogada, rodeándolos, y bajó su cabeza en aquella zona que antes


había invadido con su mano. Sonrió al notar como la respiración de
Esther, que no había llegado a normalizarse, volvía a estar agitada de
nuevo; provocando que el aliento impactara con su sexo y la abogada
diera un leve respingo. Sin esperar un segundo más, hundió su lengua
entre aquellos pliegues que se alzaban frente su rostro, impregnándose
de su sabor. Atrapó su hinchado clítoris entre sus labios, acariciándolo
con la lengua, mientras volvía a hundir sus dedos en su interior,
acariciando con sus yemas aquellas paredes que se cernían sobre ellos.
Incrementó el ritmo de su mano cuando notó que la abogada empezaba
a impacientarse, sabiendo que ya le quedaba muy poco para alcanzar el
clímax por segunda vez en aquella noche. Y así fue, pocos segundos
más tarde, los músculos de la vagina de la abogada se contraían contra
sus dedos, y ésta estallaba en un sonoro gemido que le indicó que ese
momento había llegado ya.

Se entretuvo algunos instantes más prestándole atención a aquella


zona, dejando suaves besos en ella; tras los cuales ascendió por el
cuerpo de Esther, que la observaba con los ojos entornados y la frente
brillante por las perlas de sudor. La abogada arqueó su espalda al notar
como sus sexos se encajaban y Maca empezaba un baile lento encima
de ella, provocando la fricción de éstos. A pesar del cansancio, incorporó
su cabeza para besarla, probando así, su propio sabor que todavía
permanecía en la boca de la médico. Sus piernas, que parecían más
despiertas que el resto de su cuerpo, rodearon la cintura de la cirujana,
aumentando de este modo, el contacto entre ambos sexos. Notaba el de
Maca, palpitante sobre el suyo, y no pudo evitar que aquéllo la excitara
todavía más si cabía. Finalmente, notó como llegaba por tercera vez al
orgasmo, en aquella ocasión con el rostro de Maca a la altura del suyo, y
la mirada de ésta fija en la suya. Pocos segundos más tarde, era la
médico quien exhalaba un grave gemido y caía rendida sobre su cuerpo,
uniéndolos completamente, escondiendo su cara en su cuello.

-Tú quieres matarme, ¿verdad? –soltó Esther con la voz ronca, tras
algunos segundos.

-Bueno, quería asegurarme de que no vas a echarte atrás –contestó ella


incorporándose para mirarla con una sonrisa y los ojos brillantes-, por
cierto, ha quedado más que demostrado que tú eres con diferencia la
más escandalosa de las dos, ¿eh?

-Eso es mentira –se quejó ella.

-Tienes que admitir que cada vez que hacemos el amor, las paredes
tiemblan con tus gemidos –insistió ella dejando un beso en sus labios.

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-Técnicamente, has sido tú la que me has hecho el amor, porque podría


decirse que hoy todavía no he participado… -apuntó Esther.

-Tendremos que solucionarlo, ¿no? –propuso Maca mientras ambas


rodaban por la cama quedando la abogada encima de ella-, por cierto,
sigues debiéndome una camisa…

-Eres insoportable –se quejó ella acallándola con un profundo beso,


mientras su mano se perdía en su cuerpo.

Los rayos del sol, que ya se encontraba en su punto más álgido, se


filtraban por las persianas medio bajadas, impactando directamente
sobre dos cuerpos desnudos entrelazados entre sí. Las sábanas, de un
blanco impoluto, permanecían arrugadas y desordenadas, cubriendo
sólo ciertas partes de sus figuras. La disposición de las ventanas hacía
que la luz, a pesar de ser considerable, no alcanzara sus rostros, zona
que todavía permanecía en la sombra. El cansancio había hecho mella
en ellas, puesto que ninguna de las dos se movía ni un ápice, y la
respiración profunda de ambas era lo único que rompía el absoluto
silencio que reinaba en todo el piso. Ninguna se inmutó al sentir el calor
que provocaba el impacto de los rayos sobre sus cuerpos, como
tampoco lo hicieron cuando varios coches empezaron a pitar al quedarse
un camión aparcado en medio de la calzada. De pronto, un golpe seco
que provenía de la ventana hizo que Maca abriera los ojos de repente, y
girara su cabeza hacia allí, justo para ver como un pequeño pájaro
retomaba el vuelo algo aturdido, detrás del cual se podía vislumbrar un
cielo azul intenso que le hizo suponer que era cerca del mediodía.
Intentando no despertar a la abogada, alzó su brazo derecho, que hasta
el momento reposaba en la cadera de ésta, para ver la hora y confirmar
que la aguja marcaba la una del mediodía.

Exhaló un profundo suspiro al recordar lo que había ocurrido pocas horas


antes, haciendo que su aliento chocara contra el pelo de Esther, cuya
cabeza se encontraba sobre su pecho por lo que su rostro quedaba fuera
de su campo de visión. Como pudo, a base de movimientos extraños,
alcanzó la coronilla de la abogada con su boca, dejando un beso en él
después de haber saboreado el olor que desprendía su pelo. Sin saber
cuándo habían empezado a hacerlo, sus dedos se deslizaban por la
espalda desnuda de Esther, apenas rozando la piel con sus yemas.
Parecía que aquéllo era del agrado de la abogada, puesto que un suspiro
se escapó de su boca y comenzó a moverse.

-Buenos días –susurró Maca con seriedad a la expectativa de la reacción


de la otra.

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-Buenos días –repitió ella con voz ronca y adormilada, incorporándose


ligeramente para mirarla.

-¿Cómo estás? –se interesó la médico esbozando una sonrisa traviesa al


ver que una de las manos de Esther se había situado estratégicamente
sobre su pecho.

-Bien… ¿Por? –contestó la abogada extrañada por su gesto-, eres una


salida –le espetó cuando Maca dirigió sus pupilas hacia su mano,
tumbándose a su lado bocarriba.

-No soy yo la que voy metiendo mano nada más despertarme… -observó
ella de forma divertida, incorporándose con la intención de besarla.

-Me voy a la ducha –soltó Esther, a la vez que se apartaba y salía de la


cama-, y no es una invitación –añadió sin girarse.

Maca apoyó su codo sobre el colchón observando como la abogada


cruzaba la habitación, sin molestarse a taparse y se metía en el baño.
Notó como el deseo volvía a invadirla al ver de nuevo aquel cuerpo
desnudo en todo su esplendor. La tentación de entrar en aquella ducha
era prácticamente irresistible, pero Esther había sonado muy
convincente; además, lo último que quería en aquellos momentos era
provocar su enfado y acabar con su mano marcada en la mejilla de
nuevo. Así que se resignó y se tumbó completamente sobre la cama al
mismo tiempo que se cubría el rostro con el antebrazo.

-Sólo de noche –dejó escapar en un murmullo entendiendo que la


abogada ya había cedido mucho anoche, y que no parecía tener la
intención de hacerlo más.

Si la intención de Esther era que ella empezara a hacer el desayuno, lo


llevaba claro después de su huida. De todos modos, ahora que lo
pensaba, dada la hora lo más lógico hubiera sido almorzar, y no estaba
segura de que la intención de la abogada fuera quedarse allí. Así que se
puso una camisa que le había dado Jero años atrás porque se le había
quedado pequeña, aunque a ella le iba varias tallas grande y volvió a
tumbarse en la cama. Como Esther empezaba a demorarse en la ducha,
cogió un par de informes que tenía que revisar para el lunes y se dispuso
a leerlos, aunque estaba más pendiente de la puerta que de los papeles
que sostenía. Al fin, la abogada salió con una toalla enrollada alrededor
de su cuerpo, y enarcó una ceja al encontrarse a Maca allí y
aparentemente concentrada leyendo. Se quedó algo sorprendida al verla
con unas gafas de pasta oscura, puesto que no sabía que la médico
tuviera problemas de vista a la hora de leer. Algo nerviosa por su

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presencia, se dispuso a buscar su ropa interior, aunque tras dar un par


de vueltas por la habitación, sus braguitas seguían en paradero
desconocido. Cansada de su búsqueda infructuosa miró a Maca con
agobio, quien seguía enfrascada en la lectura sin hacerle el menor caso.
Sin poder aguantarse más, y sabiéndose observada, la médico esbozó
una sonrisa, aunque no apartó la mirada de los papeles.

-¿Te parece bonito? –preguntó una Esther molesta, cruzándose de


brazos.

-¿El qué? –quiso saber ella con tono inocente, haciéndose la despistada.

-Hacerme perder el tiempo, mientras tú te ríes de mí –contestó la


abogada.

-No te sigo…

-Déjate de chorradas, ¿quieres? –soltó ella empezando a cansarse del


jueguecito.

-Ahora que lo dices, creo que he visto como algo desaparecía


rápidamente dirección al pasillo… -contó Maca sonriendo ya
ampliamente pero sin dejar de fingir que leía-, pero como me ha pedido
que no te diga nada, voy a cumplir mi promesa…

-En serio, a veces me pregunto como pudiste hacer la carrera de


medicina –suspiró Esther acercándose a ella.

-Y con nota, además –apuntó la cirujana con tono repelente-, aunque…


Quizás, si me das algo a cambio me lo pienso y te digo donde están.

-¡Son mías! No tengo que darte nada –se enfurruñó la abogada, aunque
aprovechó que Maca no la miraba para esbozar una sonrisa y correr la
sábana con un movimiento rápido.

-¿No tuviste suficiente anoche? –quiso saber Maca levantando la vista,


mientras se quitaba las gafas para dejarlas en la mesilla de noche.

-Lo cierto es que no eres tan buena como recordaba… Será el alcohol,
que distorsionó mis recuerdos –soltó ella con una sonrisa, aunque su
sonrisa de borró al notar como unas manos rodeaban de repente y, sin
saber cómo, acababa tumbada sobre el cuerpo de la médico.

-¿Decías? –susurró ésta esbozando una sonrisa pícara mientras se


acercaba lentamente a su rostro, haciendo que desde la posición de la
abogada, su escote se hiciera más visible, algo que la hizo sonreír al ver

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algo negro que sobresalía.

-¿No sabes que eso no se pone ahí? –preguntó ella tirando de sus
braguitas al mismo tiempo que se levantaba de forma triunfal.

-¿En serio? Y yo convencidísima de que sí… Bueno, tendrás que


enseñarme donde se pone, ¿no? –comentó sin borrar su sonrisa-, por
cierto, ¿te quedas a comer?

-No, que va. He quedado con Laura y Eva, que por cierto, ya estarán
haciendo una porra acerca de donde me he metido –contestó ella
mientras empezaba a vestirse.

-Ni que se lo dijeras se lo creerían –soltó Maca haciéndola reír-, pero esta
noche si vendrás, ¿no?

-¿A la cena? Claro, sino Laura me mata… Teniendo en cuenta el miedo


que le das ahora… -comentó Esther riéndose-, se cree que la próxima
vez que la veas te vas a tirar encima de ella, y no en el mejor de los
sentidos…

Pocos minutos más tarde, la abogada salía del piso tras despedirse de
ella con un casto beso en la mejilla. Quedando que se verían hacia las
nueve, hora a la que Guille había reservado mesa en un restaurante del
centro que habían abierto pocas semanas atrás y que era de un amigo
suyo.

Como suponía la llegada a su piso no fue, ni por asomo, tranquila. Eva y


Laura se encargaron de ello, puesto que nada más oír como la puerta se
abría, la corrieron hacia el recibidor para acribillarla a preguntas. Si en
vez de un tercer grado se hubiera tratado de un examen, bien podría
haber sacado una matrícula, puesto que su explicación fue que, tras
dejar a su prima, la había llamado una de sus relaciones esporádicas,
con la que había ido a un bar para acabar en casa de ella. El tono que
empleó fue tan seguro y tajante que a sus amigas no les quedó otra
opción que creérsela a rajatabla, no sin antes preguntarle si por
casualidad se había encontrado a Maca en su piso, cuestión a la que ella
contestó con una rotunda negación.

Después de conseguir librarse de ellas argumentando que los


macarrones, el plato estrella de Laura, se debían estar pegando, se fue a
su habitación para cambiarse y ponerse algo más cómodo. Fue allí
cuando se dio cuenta de que aquella mañana, con las prisas, se había
olvidado el jersey de Cris que debía darle a su madre para que ésta, se
lo diera a su tía Carmen cuando se vieran. Tras cerciorarse que sus

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amigas se encontraban en la cocina, entretenidas intentando que la


salsa no se les quemase, sacó el móvil y llamó a Maca para pedirle que
lo llevase a la cena. No obstante, el contestador se activó sin ella haber
contestado, así que supuso que se había dejado el teléfono en casa o
que no lo oía, así que colgó sin más. Suspiró cuando Laura le anunció
con un grito que resonó por todo el piso, que la comida ya estaba lista, y
que como tardase mucho, Eva se iba a comer su parte.

Con una sonrisa algo forzada, se sentó en el sitio que solía ocupar
siempre, y acabó de pulir los últimos detalles de la historia que se había
inventado de camino a casa, y que sabía que debería contar con todo
detalle. Así que, como suponía, su compañera de piso, tras intercambiar
algunas miradas cómplices con Eva, se decidió a preguntarle. Como
siempre, ella se hizo de rogar un poco, aunque al final, también como
siempre, acabó cediendo. Pero lo que sus amigas no sabían era que
aquéllo que escuchaban atentamente y con emoción, no era verdad, y
por ello, se dieron por satisfechas.

Se pasaron toda la tarde tumbadas en el sofá disfrutando con una


película que Eva había alquilado de camino a su casa aquella mañana.
Lo cierto es que Esther estaba más pendiente de su cabeza, que desde
que había salido del piso de Maca no había dejado de trabajar, aunque
fingía que aquel drama romántico la había abducido por completo para
no tener que contestar a los comentarios de sus amigas. Cuando la
película se acabó, Laura salió corriendo hacia el lavabo, donde no había
querido ir hasta el momento para no perderse ni un solo instante de tan
interesante filme.

-¡Esther! Tu móvil está sonando –exclamó desde el pasillo-, ¿te lo traigo?

-Vale –contestó ella girándose para observar como su amiga llegaba con
gesto extrañado mirando la pantalla del aparato.

-Es Maca –informó su compañera mirándola de forma suspicaz.

-Dame –se apresuró a decir Esther mientras se levantaba como un


resorte del sofá y se lo cogía de las manos con algo de brusquedad-,
dime.

-¿Te pillo en un mal momento? –quiso saber la médico ante el seco


saludo que le había dedicado su interlocutora.

-No, no –contestó la abogada algo más relajada, mientras se alejaba de


sus amigas que la miraban atentamente, y entraba en su habitación.

-Es que cuando me has llamado había ido a por el periódico, y luego

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entre la lucha y la comida se me ha pasado… -se excusó Maca-, ¿querías


algo o es que ya me echabas de menos?

-Me has pillado, en cuanto he llegado a casa me he dicho: llámala y


escucha su dulce voz… -soltó Esther con ironía.

-Ya decía yo –apuntó la cirujana con chulería-, ¿y también me llamarás


cada noche antes de acostarte?

-Claro, para que me leas un cuento –contestó ella esbozando una


sonrisa.

-Pues dicen que lo hago de maravilla, aunque he recibido mejores


críticas en otros menesteres –dijo Maca en un tono de voz que no dejaba
lugar a dudas acerca de a qué se refería.

-¿Siempre piensas en eso o qué? –quiso saber Esther fingiendo estar


escandalizada, pero esbozando una sonrisa divertida.

-Sólo cuando estoy contigo –soltó la médico de forma chistosa-, ahora en


serio, ¿qué querías?

-Verás, es que ayer tenía que coger un jersey de Cris que mi madre tiene
que darle a mi tía Carmen, y como me he olvidado pensaba que podrías
traerlo esta noche… -le pidió la abogada.

-Dime como es y veré lo que puedo hacer, aunque digo yo que tendrás
que darme algo a cambio, ¿no? –contestó Maca insinuante.

-¿A qué hora hemos quedado para la cena? –preguntó Esther.

-A las diez, ¿por? –se extrañó ella.

-Estate ahí a menos cuarto, ya veré lo que te doy a cambio, ¿vale? –dijo
la abogada colgando antes de que Maca pudiera contestar.

Al oír el pitido que la avisaba de que la línea se había cortado, la médico


se quedó observando el móvil como si fuera un objeto extraño que de un
momento al otro, tuviera que cobrar vida. Lentamente, una sonrisa se
fue dibujando en su rostro. Dirigió la mirada hacia el reloj que estaba
colgado en la pared del salón, y vio que todavía quedaban cuatro horas
para que fueran las diez menos cuarto, tiempo más que de sobra como
para disfrutar de un baño, arreglarse con calma y leer un par de
capítulos de aquella novela que tenía a medias y que se le estaba
resistiendo. Así que cogió el libro y, sin borrar la sonrisa, se sumergió en
aquellas letras que se sucedían.

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Esther, por su parte, tuvo que soportar al segundo interrogatorio de


aquel día, preguntándose si llegaría un tercero. Al entrar de nuevo en el
salón, sus amigas la esperaban ansiosas sentadas en el sofá, por lo que
a ella no le quedó otra opción que sentarse en la butaca que quedaba
frente a éste. Les explicó por encima la conversación que había tenido
con la médico, obviando algunas partes y añadiendo otras sobre la
marcha, algunas de las cuales fueron que, finalmente, habían acabado
discutiendo. A raíz de esto, tuvo que aguantar un sermón de ambas,
quienes seguían sin entender porque se empeñaba en seguir con aquella
actitud para con Maca. Aguantó estoicamente sus reproches,
mordiéndose la lengua para no soltarles que ellas no sabían nada, y
contarles lo que realmente había ocurrido la noche anterior. Cuando
parecía que a sus amigas ya no les quedaban ganas de seguir con su
regañina, se excusó diciendo que estaba cansada y que se iba a tumbar
un momento. A pesar de no haber dormido demasiado la noche anterior,
no tenía sueño, así que simplemente se tumbó en la cama y cogió el
expediente de uno de los casos que estaba llevando con la intención de
que el tiempo que quedaba para tener que marcharse pasase rápido.
Fue entonces cuando se acordó de que al final no le había dicho a Maca
como era el jersey, por lo que cogió el móvil y le escribió un mensaje
algo escueto: “El jersey es verde, creo que lo dejé en una bolsa encima
de la cama. Hasta luego”. Lo releyó un par de veces, consciente de que
era realmente seco, y pulsó el botón correspondiente para mandarlo.

Dos minutos más tarde, el aparato vibraba a su lado, informándola de


que acababa de recibir la respuesta al mensaje. Con una sonrisa, lo
cogió y leyó lo que Maca le había escrito: “Eres de un borde que da
asco… ¿En serio crees que así vas a conseguir que te traiga el jersey?”.
Sin borrar aquella mueca, contestó rápidamente, siguiendo de forma
inconsciente el juego que había iniciado la médico: “Claro que lo creo,
porque sé que llevas una hora mordiéndote las uñas preguntándote qué
será lo que te dé a cambio…” Aquella vez, la respuesta no se hizo
esperar ni un minuto, ya que transcurridos unos instantes, el móvil
volvía a vibrar en sus manos: “No te equivoques, llevo una hora de lo
más entretenida con una de mis vecinas, que ha venido a por azúcar y
hemos acabado en la cama… El jersey es de hombre, ¿lo sabías?” Dejó
el aparato en la mesilla de noche negando con la cabeza, pero con una
amplia sonrisa en su rostro y dejando a Maca sin el gusto de darle una
respuesta a aquella provocación en toda regla que le había mandado.

A las diez menos cuarto, tras haber mentido descaradamente de nuevo


a sus amigas diciendo que tenía que ir un momento al despacho a por
un expediente que había olvidado, salía del parking en el que había
dejado el coche y que estaba segura le costaría un ojo de la cara. Esbozó
una sonrisa al distinguir desde lejos la figura de Maca apoyada en su

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moto. Tenía que reconocer que la médico era realmente guapa, algo que
ella se encargaba de resaltar con los favorecedores conjuntos que
llevaba, y que aquel día se limitaba a unos vaqueros oscuros, unos
zapatos de tacón y una blusa blanca de estilo ibicenco algo
transparente. Borró su sonrisa al llegar a su altura, momento en el cual
la cirujana levantó su vista que hasta el momento había estado fija en el
suelo.

-Vaya, la puntualidad no acaba de ser lo tuyo, ¿eh? –dijo Maca a modo de


saludo.

-Espero que puedas perdonarme por haber llegado cinco minutos tarde –
contestó ella arqueando una ceja.

-Bueno, ya pensaré alguna forma para cobrármelo… Por cierto, ¿qué es


lo que tenías que darme? –quiso saber sonriendo de forma pícara.

-¿Has traído el jersey?

-Pareces una traficante, lo sabes, ¿no? –soltó Maca riéndose-, sí, lo tengo
en la caja de la moto… ¿Te lo enseño o te fías de mí?

-Dámelo, anda –contestó Esther sonriendo por su salida.

-No, no, antes quiero mi recompensa –dijo la médico incorporándose


para quedar frente a ella, a pocos palmos de su cuerpo.

-Vale, pero aunque si no te gusta te aguantas, ¿eh? –contestó Esther a la


vez que abría su gran bolso y sacaba de él una bolsa-, toma. No quiero
que el temita vuelva a salir, ¿estamos?

-¿Una camisa? ¿Me has traído una camisa? –se escandalizó Maca
sacando la prenda y extendiéndola delante de sus caras-, es broma,
¿no?

-Bueno, tampoco es tan fea… -se excusó la abogada con una sonrisa
burlona-, de hecho, es bastante de tu estilo.

-No, si bonita es… Pero joder, me esperaba otra cosa –opinó la médico.

-¿Como por ejemplo? –quiso saber Esther.

-No sé, pero algo menos material –contestó Maca todavía con el rostro
desencajado.

-Bueno, eso podemos solucionarlo, ¿no? –propuso ella acercándose a su

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cuerpo.

-¿En serio? –preguntó la médico imitándola.

-Ahá… Pero mejor de noche –soltó a la vez que se apartaba cuando sus
labios ya se estaban rozando.

-Ya ha anochecido –la contradijo Maca agarrándola de la cintura,


volviendo a acercar a ella.

-Pero todavía no es de noche, noche –insistió la abogada resistiéndose


aunque sin muchas ganas.

-Si quieres podemos hacer una encuesta a los simpáticos transeúntes


que nos están mirando para saber su opinión al respecto… -propuso la
cirujana con ironía rozando sus labios con cada palabra.

-Creo que paso, siempre he sido muy vergonzosa para estas cosas –
contestó Esther justo antes de que Maca enredara su lengua con la suya.

Aprovecharon los escasos cinco minutos que quedaban para que el resto
llegaran, rezando para que la impuntualidad que los caracterizaba no
fallase en aquella ocasión. Cuando pasaban algunos minutos de las diez,
Maca divisó el coche de Jero entrando el mismo parking en el que Esther
había dejado su coche, así que tras un último beso, la abogada entró en
el restaurante dejando a la médico en la misma posición con la que se la
había encontrado. Con una sonrisa, Maca cogió su móvil y escribió un
mensaje que mandó a continuación. Justo en el momento en el que
guardaba de nuevo el aparato en el bolso, Anna y Jero llegaban a la
puerta del restaurante, deteniendo sus pasos para esperarla.

-¿Qué haces aquí? –se extrañó su cuñada.

-Esther está dentro, y no es la mejor de las compañías que digamos –


contestó ella con tono indiferente, encogiéndose de hombros.

-Espera, espera –la detuvo la veterinaria agarrándola del brazo cuando


hacía el ademán de abrir la puerta-, ¿cómo que no es la mejor de las
compañías? Pero si deberías estar ahí dentro haciéndola la pelota… No
sé, la última vez que quedamos parecía que la cosa iba mejor…

-Ya, pero yo ya me he cansado. Además, he conocido a alguien que la


que me lo paso mucho mejor –soltó Maca sin darle importancia.

-¿Qué? Tienes que estar de broma –repuso Anna sorprendida.

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-Pues no lo estoy… ¿Entramos? Estoy empezando a cansarme de estar


de pie –dijo ella dando por la conversación por concluida a la vez que
entraba en el restaurante, donde se encontró a Esther sentada en un
taburete junto a la barra que presidía la entrada del local, dándole un
sorbo a lo que parecía un Martini.

-Hola –les saludó la abogada intentando ignorar a Maca.

-¿Qué tal? –contestaron ellos todavía en estado de shock por lo que les
acababa de decir la médico.

-Bien, muy bien… ¿Os pasa algo? Estáis raros –observó fingiendo
preocupación a la vez que Maca le guiñaba que pasó desapercibido para
los otros dos.

-Eh… No, no, estamos bien… Sólo que hemos tenido un pequeño susto
con el coche mientras veníamos –explicó Jero algo apurado.

En ese momento, un camarero llegó a su altura preguntándoles si


querían ir a la mesa o esperar allí. Tras una corta discusión, decidieron
que lo mejor era ir tirando, puesto que conociendo a Claudia y a Guille,
probablemente llegarían tarde. Una vez en el pequeño salón privado que
el amigo del galerista les había reservado, pidieron algo para beber
mientras esperaban.

-Voy un momento al baño –anunció Anna a la vez que se levantaba.

-Espera, voy contigo –añadió Jero siguiendo a su mujer.

Maca echó su silla hacia atrás, para cerciorarse de que ambos hacían lo
que habían dicho, y cuando lo hizo, esbozó una sonrisa divertida y se
apoyó en la mesa con los codos para quedarse mirando fijamente a
Esther.

-No son muy disimulados, ¿eh? –comentó ésta-, ¿qué les has dicho?

-Nada, que había conocido a alguien me lo hacía pasar muy bien…


-contestó Maca riéndose.

-¿Y se lo han creído? Pero si se nota a la legua que estás loca por mí…
-se burló Esther.

-Será eso –soltó ella irónicamente-, por cierto, ¿te ha gustado mi


mensaje?

-Mucho –dijo la abogada de forma sarcástica-, aunque tengo que decirte

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que no te echaba de menos y que me pensaré eso de desaparecer a


media cena para ir al lavabo contigo…

-Si te estás muriendo de ganas –repuso la médico levantándose para


acercarse a ella.

-Nos van a ver –se resistió Esther conociendo sus intenciones.

-No viene nadie, me he asegurado –contestó Maca atrapando sus labios


con pasión.

-Anda, vuelve a sentarte –dijo la abogada una vez concluido el beso, al


mismo tiempo que le daba una palmada en el trasero.

-¿Seguro? –preguntó la médico con una sonrisa.

-Tira, payasa –insistió Esther contestando con el mismo gesto.

A su vuelta, Anna y Jero las encontraron con el rostro serio, en absoluto


silencio y cada una mirando a un lugar diferente del salón. Ambos
exhalaron un suspiro, y se sentaron entre ellas dispuestos a hacer que el
ambiente fuera más distendido a la llegada del resto.

Algunos minutos más tarde, cuando el reloj marcaba ya las diez y veinte,
el resto del grupo hizo su aparición. Laura permanecía lago rezagada
entre sus dos amigas, puesto que había evitado unirse a sus cenas
desde el pequeño accidente con Marcos, el piloto. No obstante, pronto
se dio cuenta que todos parecían haber olvidado aquel suceso y la
trataban con total normalidad y cordialidad, algo que todavía la hizo
sentir peor, que se sintió todavía más culpable y avergonzada por
aquéllo.

Maca y Esther, por su parte, siguieron interpretando sus respectivos


papeles. Por lo que, a pesar de estar sentadas prácticamente enfrente
de la otra, se pasaron toda la cena ignorándose. Sin embargo, la médico
no pudo evitar que sus amigos le preguntaran acerca de aquella
misteriosa mujer con la que compartía su tiempo libre; Anna se había
encargado de informarles de su existencia nada más llegar, por lo que
parte de la cena se basó en preguntas comprometidas sobre la mujer en
cuestión. Mientras la abogada escuchaba atentamente las respuestas
que ésta daba con algo de temor, Maca parecía estar pasándoselo en
grande soltando alguna que otra indirecta dirigida a ella y que pasaron
desapercibidas para el resto.

-¿Y a qué se dedica? –quiso saber Guille, completamente metido en su


papel de padre protector.

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-Es abogada –contestó la médico esbozando una sonrisa divertida al


mismo tiempo que Esther le daba un generoso trago a su copa de vino-,
creo en el ámbito mercantil…

-¿En serio? –se sorprendió Eva-, entonces, quizás Esther la conoce –


añadió recibiendo una mirada fulminante de ésta que hizo que se callara
al instante.

-Y a todo esto… ¿Cómo se llama? Porque te has estado escaqueando


hábilmente –intervino Claudia con una sonrisa suspicaz.

-No pienso deciros su nombre. Que os conozco y sois capaces de ir a su


oficina fingiendo que queréis que os lleve un caso –se negó Maca entre
risas.

-¡Eso sólo lo hicimos una vez! –se defendió Guille arrancando las
carcajadas del resto.

-¿En serio? –se indignó la médico.

-Eres imbécil –le espetó Claudia a su amigo-, ¿tan difícil te es tener esa
boquita cerrada?

-Pero si fue hace mucho tiempo… -se excusó él-, y total, no nos sirvió de
nada porque como se inventó el nombre nos encontramos con una
mujer que debía tener unos cincuenta años y su despacho estaba lleno
de fotografías de sus hijos y su marido –contó provocando que más de
uno tuviese que secarse las lágrimas debido al ataque de risa.

-Pero bueno, cuéntanos más de ella. No sé, ¿qué hacéis? –se interesó su
hermano.

-¿De verdad quieres saberlo? –contestó ella sin dejar lugar a dudas
acerca de cómo pasaban el tiempo.

-¿En serio hacéis sólo eso? –preguntó la cardióloga escandalizada-, joder,


debe ser muy buena…

-Bueno, de hecho no está mal… -repuso Maca con algo de indiferencia-,


aunque las he visto de mejores –añadió esbozando una sonrisa al ver el
gesto indignado de Esther.

-¿Pero qué clase de relación es esa? –quiso saber Anna algo molesta por
la actitud de su cuñada. Hacía dos días le daba la tabarra con la
abogada y ahora todo se había acabado de un plumazo por la llegada de
una mujer con la que sólo se acostaba y de la que no hablaba muy bien.

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¿Acaso no sería todo una táctica para poner celosa a Esther.

-Buena pregunta –dijo la médico-, ahora que lo dices yo tampoco tengo


muy claro qué tipo de relación tenemos… ¿Vosotros que creéis?

Tras aquella invitación para que dieran su opinión, todos empezaron a


discutir acerca de su propia experiencia al respecto. Algunos
argumentaban que aquello no era ético, mientras los otros defendían
que estaba bien si lo que se pretendía era una relación sin demasiadas
ataduras. Aunque todos estuvieron de acuerdo en que no solían durar
mucho. Aquel debate permitió a Maca dejar de ser el centro de la
atención, y lo aprovechó para mirar disimuladamente a la abogada,
quien le devolvió el gesto de forma reprobatoria con una ceja enarcada.

-¿Y tú qué crees, Esther? Que todavía no has dicho nada al respecto –la
desafió ella guiñándole un ojo.

-¿Yo? –se sorprendió la abogada carraspeando para que la voz le saliera


más segura-, que puedes hacer con tu vida lo que te dé la gana, y que a
mí no me importa lo más mínimo… -añadió de forma seca al mismo
tiempo que se levantaba de su silla-, voy un momento al servicio.

El silencio se apoderó del salón, puesto que nadie sabía exactamente


qué decir ante aquellas palabras. Todos siguieron con la mirada como
Esther salía de allí con paso seguro y rápido, sin atreverse a decirle nada
a Maca quien, por el otro lado, permanecía tranquilamente, como ajena
a todo, acabándose de un trago su copa. Tras unos instantes, Anna, que
se encontraba sentada justo al lado de la médico, le acarició el brazo
como señal de apoyo.

-Vaya, la botella se ha acabado –soltó Maca de repente-, voy a pedirle a


algún camarero que traiga otra –añadió saliendo de allí rápidamente.

Por suerte, se encontró con uno nada más salir, por lo que hizo lo que les
había dicho a sus amigos y siguió con su camino hacia los servicios.
Nada más entrar, se encontró con la abogada apoyada en el lavamanos,
de cara a la puerta, mirándola con gesto desafiante, a lo que ella
respondió con una sonrisa. Se acercó lentamente a ella, y al hacerlo
apoyó sus manos en la cerámica haciendo que la otra quedara algo
reclinada hacia atrás en su intento de mantener sus caras separadas.

-Te parecerá bonito lo que has montado ahí fuera –le recriminó Esther.

-¿El qué? –quiso saber ella haciéndose la despistada.

-¡A los ojos de todos me has sustituido por una tía que es mala en la

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cama! –exclamó la abogada con indignación.

-Bueno, pues esto tiene una solución muy fácil, ahora mismo salimos y
les digo que es muy buena, ¿vale? –propuso Maca riéndose-, aunque
tampoco sería cierto del todo… -añadió haciendo el ademán de besarla.

-No, mira, ¿sabes qué? Mejor búscate a otra que sea mejor que yo en la
cama –dijo ella apartándola para marcharse de ahí, dejando atrás a
Maca, a quien le era difícil controlar sus carcajadas.

Al entrar en el salón privado de nuevo, todos se callaron de repente al


ver llegar a Esther, haciéndole más que evidente a esta, que habían
estado hablando de ellas hasta el momento. Esbozó una sonrisa forzada
al tomar asiento, notando todas las miradas clavadas en ella. Lo cierto
es que siempre había odiado ser el centro de la atención, algo que a
Maca parecía encantarle, pero tenía que admitir que su salida y la
actitud que mostraba no ayudaban mucho. Definitivamente, tenía que
hablar con Maca para acabar con aquella situación. Debía reconocer que
el desconcierto de sus amigos la divertía, pero ahora que lo pensaba, no
quedaba muy creíble el que la médico hubiese cambiado tan
rápidamente de actitud para con ella.

-¿Has visto a Maca? –quiso saber Anna.

-Creo que estaba hablando con alguien de una de las mesas de la


entrada –se limitó a contestar la abogada con indiferencia.

Pocos segundos más tarde, era la cirujana la que hacía su aparición,


justificando su tardanza por haber encontrado a una antigua compañera
de la facultad. Al sentarse, cogió la silla de forma algo brusca, por lo que
el bolso, que tenía colgado en el respaldo, se cayó al suelo. Fue su
cuñada la que agachó para cogerlo, descubriendo en su interior la bolsa
que contenía la blusa que Esther le había dado antes de la cena.

-¿Qué es esto? –preguntó la veterinaria sacando la bolsa.

-Eh… Nada, nada –contestó Maca intentando cogérsela de las manos.

-Vamos a ver, bollito, ¿qué escondes? –intervino Guille atrapando las


asas con un movimiento rápido.

-¿Una camisa? –observó Claudia un tanto decepcionada cuando su


amigo extendió la prenda para mostrársela a todos-, ¿todo este
numerito por una simple camisa?

-Es bonita… –opinó Esther ante la sorpresa del resto.

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-Sí, pero no deja de ser una blusa –insistió Claudia arrancando una
carcajada de Maca, ante la cara de circunstancias de la abogada-, no sé,
me esperaba algo menos…

-¿Corriente? –la ayudó Marta-, aunque estoy con Esther, es bonita. Muy
de tu estilo.

-Sí, está bien –añadió la médico asintiendo.

-¿Y nos vas a contar a qué se debe tanto secretismo, o qué? –intervino
Anna.

-Nada, que me la han regalado y… -se excusó ella. “Mala idea Maca…”
pensó Esther.

-¿Quién? –preguntaron todos al unísono. “¿Ves?” exclamó la conciencia


de Esther de forma triunfal.

-La chica esa –contestó la médico con paciencia.

-Pues tiene que conocerte bien, porque ha acertado –observó Claudia.

-Tranquila que le haré saber que a todos os ha gustado mucho –repuso


Maca de forma algo cortante-, ¿cambiamos de tema?

Después de cenar, Marta y Edu se fueron a casa, puesto que la madre de


ella se había quedado con el pequeño, pero no querían dejarlo con ella
toda la noche. El resto, sin muchas ganas de irse a dormir, decidieron
salir un rato y, tras una discusión que les tomó el resto de la cena,
optaron por el In & Out, aquel pub del Born al que habían ido el día de su
inauguración hacía ya más de un año. En aquella ocasión, la entrada fue
mucho más tranquila, puesto que en la puerta apenas había un par de
parejas. Maca inspiró con ganas cuando el portero les cedió el paso,
recordando el ambiente que hacía semanas no visitaba: la notable
concentración de humo, la música algo fuerte pero no de forma
exagerada, todas aquellas personas que se arremolinaban en la pista,
algunas otras peleándose para conseguir ser atendidas en la barra…

De repente, vio como alguien se acercaba rápidamente a ellos,


abrazándose de forma afectuosa con alguien, que resultó ser Esther. Sin
perder ni un solo instante, tiró de su mano y los guió hacia un espacio
algo más privado, con varios sofás y mesas bajas, donde la música
llegaba algo amortiguada. Definitivamente, aquello era la sala VIP. Una
apuesta camarera surgió de la nada, llevando con ella una botella de
champán metida en una cubitera y varias copas.

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-¿Queréis algo más? –les ofreció la dueña del local, cuyo nombre no
conseguía recordar, con un notable acento anglosajón.

-Un Martini –pidió la médico sin dejar de fulminar con la mirada la mano
de aquella mujer que se había posado en la cadera de Esther, quien
sonrió divertida.

-Ariadna, ¿podrías traernos una botella de Martini? –dijo ella dirigiéndose


a la camarera que se apresuró a obedecer-, esta chica es un encanto –
comentó repasando la silueta de la chica mientras se alejaba.

-Nunca cambiarás, ¿eh? –se rió Esther-, creo que ya conoces a algunos
de mis amigos.

-Claro, Guillermo y yo somos viejos conocidos –contestó ella de forma


chistosa ante la mirada avergonzada del chico-, creo que es el único de
aquí que ha osado rechazarme… Sin contarte a ti, claro.

-Sabes que lo nuestro hubiera sido una historia imposible –bromeó la


abogada-, además, no suelo liarme con clientes. Por aquello de la ética
profesional y eso. Algo de lo que otras no pueden presumir –añadió
mirando de forma significativa a Maca quien contestó poniendo los ojos
en blanco-, bueno, chicos, esta es Isabel.

Todos saludaron a la mujer con una sonrisa menos dos personas que se
limitaron a dedicarle un leve movimiento de cabeza: Eva y Maca. La
primera, estaba algo molesta por la mirada que le había dedicado a su
chico, y además, conocía por boca de la propia Isabel que no soportaba
un rechazo, por lo que no paraba hasta conseguir que la persona en
cuestión sucumbiera a sus encantos. Y las razones de la segunda, se
limitaban a que aquella mujer no le gustaba. Se negaba a admitir que
pudieran ser celos, pero sin saber por qué, le molestaba la actitud que
Esther tenía con aquella mujer, porque definitivamente, estaba
tonteando descaradamente con ella. Quizás era porque hasta el
momento, nunca había visto a la abogada hacer aquello con otra
persona que no fuera ella misma, y de hecho, se podía decir que ellas
dos jamás lo habían hecho en ese plan. En aquel momento, notó una
presencia justo a su lado, que resultó ser la guapa camarera que le
tendió el Martini que había pedido. Al contrario que había hecho con su
jefa, esbozó una amplia sonrisa de agradecimiento, que fue respondida
por la chica, junto con un leve rubor en las mejillas. Se quedó unos
instantes observando la copa de forma triangular que sujetaba con su
mano derecha, y suspiró fastidiada al ver como un palillo con dos
aceitunas se movía al compás del líquido. “Joder, con lo que me cuesta
que me lo sirvan así, lo tienen que hacer en este puñetero local. ¿Es que

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la tía esta lo hace todo bien?” pensó malhumorada. “Eso parece pensar
Esther, a juzgar por la mano que acaba de colocar hábilmente en su
muslo” repuso una voz repelente que ella identificó como su conciencia.

-Me cago en su… -murmuró observando como, efectivamente, la mano


de la abogada descansaba en aquella parte de la anatomía de Isabel.

-Parece que Maca no es la única que ha encontrado una sustituta


rápidamente –escuchó como Eva le comentaba a Laura, provocando que
su estómago formara un nudo contundente.

Ahora que lo pensaba, Esther y ella no habían hablado acerca de su


relación. De hecho, no sabía ni siquiera que se pudiera definir aquéllo
con ese término. Unas horas antes, la mayoría de sus amigos se lo
habían dejado muy claro cuando habían discutido acerca de ello, y la
mayoría llegó a la conclusión que como mucho, podía denominarse
aventura. El tiempo que habían pasado juntas y a solas, se habían
limitado a intercambiar comentarios irónicos en sus habituales peleas
verbales, a besarse y a hacer el amor; pero lo cierto es que ninguna
había hablado de ello. En aquel momento, una determinada escena se
reprodujo en su mente con toda claridad:

-¿Qué coño estamos haciendo? –murmuró ella una vez se vio libre de
aquella prenda.

-No creo que necesites que te lo explique –susurró Maca que había
reptado por su cuerpo en un tiempo récord y ahora volvía a estar
perdida en su cuello-, déjate llevar…

-Sólo por esta noche –añadió la abogada mientras se mordía el labio


inferior al notar como una de las manos de la médico se abría paso
debajo de sus braguitas, haciendo que abriera las piernas de forma
inconsciente.

-Y algunas otras –apuntó la cirujana besándola con pasión, al mismo


tiempo que sus dedos jugaban con el clítoris de Esther, cuyo gemido se
vio amortiguado por la lengua de Maca.

-Sí… Pero no muchas… -se resistió ella.

-Cuando nos apetezca –insistió la médico introduciendo sus dedos índice


y medio en su interior con facilidad a causa de la humedad creciente de
la abogada, conocedora de que en el estado de excitación en el que se
encontraba Esther no se opondría mucho más.

-Pero sólo de noche –aclaró ésta.

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-Sólo de noche –repitió la médico en su oído-, pero entonces serás mía,


¿vale? Sin complicaciones, sólo tú y yo… Quiero que seas tú, sin
miedos…

Ahora que lo pensaba fríamente, parecía que no existía ningún tipo de


compromiso entre ellas, que nada las unía más allá de “algunas noches”
y sólo aquéllas en las que “les apeteciera”. ¿Qué se suponía que
significaba eso? Porque a juzgar por la actitud de Esther en aquellos
momentos, no había más que sexo; por lo que el resto del tiempo no
serían más que hermanastras o lo que se supusiera que tenían que ser.
¿Así que ahora resultaba que ambas podían andar con quienes quisieran
a no ser que les apeteciera echar un polvo con la otra? Nunca le habían
gustado ese tipo de relaciones porque solían acabar mal en el momento
que una de las partes empezaba a querer más. Podía resultar raro
escuchar algo así de la boca de una persona como ella, con reputación
de no tener demasiados perjuicios a la hora de acostarse con quien
fuera, pero siempre había tenido una mentalidad un tanto radical en
cuanto a las relaciones sentimentales: para ella, o se basaban en una
sola noche o, en su defecto, en algunas más de esporádicas o, por el
contrario, eran serias y estables. Ya había sufrido en sus propias carnes
lo que ocurría en aquellas situaciones, y en esa situación había sido ella
la que había salido malparada; así que no pensaba volver a repetirlo de
nuevo.

De todos modos, no le quedaba otra que esperar pacientemente a la


próxima ocasión que se le presentara para hablar con la abogada acerca
de ello. Por esto, le dio un buen sorbo a su bebida y se dispuso a unirse
a la animada conversación que mantenían sus amigos y en la que ni
Esther, ni Isabel participaban. No obstante, transcurridos veinte minutos,
no había conseguido quitarse de la cabeza la imagen de la abogada
acariciando el muslo de la inglesa. No sabía por qué, pero una sensación
de mal humor que iba en aumento empezó a invadirla. Sabía que no
tenía ningún derecho a pedirle fidelidad a Esther no, teniendo en cuenta
que en principio su relación no se basaba en nada más que en sexo. Pero
a ella nunca se le hubiera ocurrido tontear descaradamente con alguien
enfrente de la abogada; era algo que no le parecía correcto y, además,
era algo que no solía hacer cuando salía con sus amigos. Cansada de la
insustancial conversación que mantenían sus amigos, y que le parecía
de todo menos interesante, se dedicó a pasear su mirada por aquel
local, observando como decenas de personas parecían pasárselo en
grande. En aquel momento, un rostro conocido se cruzó con su mirada.
Su dueña pareció sentirse observada, puesto que giró su cabeza hasta
dar con sus ojos, y esbozó una amplia sonrisa.

-¡Coño! ¿Habéis visto quién está ahí? –exclamó Jero con sorpresa-,

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¿vosotros sabíais que era lesbiana?

-Algo sabía, sí –contestó Guille recordando aquella vez que la había visto
en la Clínica-, pero mira, creo que podrás hablar con ella, porque se
viene hacia aquí…

Y efectivamente estaba en lo cierto, porque Nuria Casas, una de las


modelos de moda de la que todo el país se enorgullecía y, de la que los
medios no se cansaban de recordar una y otra vez que era la musa de
uno de los diseñadores más prestigiosos del panorama actual; se
acercaba a ellos con paso decidido. Cuando la chica cruzaba la cinta que
separaba el espacio en el que se encontraban del resto del local, Maca
se puso en pie ante la mirada expectante del resto.

-¡Macarena Wilson! –fue el saludo de la modelo, a la vez que le daba dos


efusivos besos a la cirujana.

-Nuria Casas –contestó ella esbozando una sonrisa-, vaya, cada día estás
más guapa…

-No tiene ningún mérito, créeme. Mi agente se ha empeñado en que


tenga un séquito de asistentes que me dicen en todo momento lo que
tengo que ponerme… -repuso la chica dándole un suave toque en el
brazo-, pero tú sí estás realmente bien.

-Y eso que yo no tengo ningún asistente, ¿eh? –bromeó Maca-, pero


espera, que te presento a mis amigos: Claudia, Eva, Laura, a Guille ya le
conoces, Anna, mi cuñada; ese que está babeando es Jero, mi hermano;
Jaime, Joan, Esther e Isabel. Chicos, ella es Nuria.

Todos la saludaron con un “hola” generalizado, acompañado por una


sonrisa. Las únicas que no parecían estar emocionadas por la presencia
de la modelo eran Eva, a quien parecía que las posibles pretendientes de
su novio se le acumulaban aquella noche, y Esther, que miraba con
suspicacia a aquella exuberante mujer que parecía tener tanta confianza
con Maca. La primera cambió su impresión de Nuria a los pocos minutos,
puesto que la chica parecía mucho más interesada en el sexo femenino
que en su chico. No obstante, a su socia no le hacía mucha gracia la
presencia de la modelo, que se había convertido automáticamente en el
centro de atención de todos sus amigos que la escuchaban embobados.

-Pues no sabía que eras lesbiana –soltó Jero-, y eso que puedo presumir
de saber bastante de ti…

-En eso tiene razón –lo secundó su mujer encogiéndose de hombros-, se


lee todas las revistas en las que apareces tú…

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-El problema es que dicen lo que les da la gana –repuso ella-, o lo que
les ordenan que digan…

-¿Y qué haces aquí? –se interesó Maca-, te hacía en Nueva York.

-Llegué antes de ayer. He estado un par de días en Madrid desfilando


para un amigo diseñador, y bueno, como parece que últimamente todas
las modelos tenemos que protagonizar algún escándalo, tengo que ser
vista en algún bar de ambiente. Tengo que reconocer que no me gusta
nada; de hecho, hasta ahora había ido con mucho cuidado, pero puede
suponer una buena oportunidad profesional… -contestó Nuria con
resignación.

-Y ahora todas las firmas se rifarán a la modelo lesbiana, ¿no? –añadió la


médico.

-Exacto –dijo ella con un deje de fastidio en su voz.

-Nosotras nos vamos a dar una vuelta por aquí, ¿vale? –anunció Esther
mientras Isabel tiraba de su mano.

Maca las observó alejarse con el ceño fruncido y siguió en aquella


posición hasta que las vio adentrarse entre toda aquella gente y
desaparecieron de su campo de visión. La única que pareció darse
cuenta de ese pequeño detalle fue Nuria, que la miró esbozando una
sonrisa traviesa. Y fue así como se la encontró la médico al volver a girar
su rostro.

-¿Qué? –preguntó ella de forma un tanto cortante.

-Creo que tendrías que ser tú la que me contara algo, ¿me equivoco? –la
pinchó la modelo sin borrar su mueca.

-Pues sí, te equivocas, porque no hay nada que contar. Nada de nada –
contestó la cirujana de mal humor.

-Vaya, parece que la gran Macarena Wilson ha sido cazada –comentó una
Nuria divertida por la situación.

De forma involuntaria, un profundo suspiro se escapó de su boca,


siendo más que evidente que, efectivamente, pasaba algo. Observó a
aquella atractiva mujer durante unos instantes. No se conocían mucho,
sólo lo que duraba una operación de estética, sus visitas previas y las
posteriores, aunque sí lo suficiente como para saber que era buena
persona y que podía confiar en ella. Recordó el momento en el que era
su paciente y, como con tantas otras, se acostó con ella olvidando la

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ética profesional de la que había hablado Esther momentos antes. Pero


entonces se enteró de que Sandra Gutiérrez tenía la intención de
denunciarla, algo que le hizo cambiar su actitud y, por lo tanto, dejar de
tener aquel tipo de relaciones con sus pacientes. La reacción que tuvo la
modelo cuando le dijo que a partir de aquel entonces sólo serían médico
y paciente, se apareció en su mente: su comprensión, la sonrisa
tranquilizadora que esbozó y aquel comentario bromista que dejó caer
en su última visita: “Ahora que ya no eres mi médico, sabes que puedes
contar conmigo para lo que quieras…” Definitivamente, podía fiarse de
ella. En un arrebato, se acabó el contenido de su copa de un trago y
agarró su mano para llevársela lejos de sus amigos y de la mirada
indiscreta de éstos.

-Ey, ey, para, ¿no? –dijo Nuria tirando de ella hacia atrás, provocando
que detuviera sus pasos-, ¿qué te pasa, Maca?

-Que estoy liada con Esther –soltó ella de carrerilla-, que es mi


hermanastra, y que además, hasta hace dos días no sabía que era
lesbiana, noche en la que nos acostamos por segunda vez, aunque la
primera fingí que no me acordaba. Y bueno, debido a su empeño por no
salir del armario y a su excentricismo mantenemos una relación que se
basa en sexo. Por no hablar de que hace más o menos un año, pensaba
llevar una denuncia contra mío.

-¿Estás de broma? –se rió la modelo-, tú has visto muchos culebrones


últimamente, ¿no?

-Ahora que lo dices, realmente suena como una telenovela –le dio la
razón la médico con fastidio-, pero es la pura y asquerosa verdad

-Espera, espera… -dijo Nuria como si acabara de reparar en algo-, ¿me


estás diciendo que ella era la abogada de esa paciente tuya por la que
no quisiste verme más?

-Sí –contestó ella en un profundo suspiro bajando la cabeza-, ¡Dios!


Necesito una copa –añadió dirigiéndose hacia la barra que, por suerte,
en aquellos momentos no estaba muy llena, por lo que muy pronto tuvo
en sus manos su preciada copa de alcohol.

-¿Mejor? –quiso saber la modelo mirándola divertida. Lo cierto es que


tenía que admitir que, a pesar de no tener ningunas ganas de ir a aquel
bar cuando su agente se lo dijo, ahora se lo estaba pasando en grande-,
bueno… Supongo que tendría que devolvérsela a Esther, ¿no?

-¿Qué quieres decir? –preguntó ella sin entenderla.

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Hasta que la muerte nos separe ForBigMist
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-A ver, en parte por su culpa, tú decidiste que tenías que convertirte en


una médico a quien le importase la ética profesional. Lo que me afectó
directamente, así que…

-No sé qué está pasando por tu cabeza ahora mismo, pero olvídalo –la
cortó Maca.

-No me digas que no te gustaría darle un poquito de celos –propuso


Nuria.

-¡Oh, no! Ni de coña, vamos… -se negó la cirujana asustada por la idea-,
tú no conoces a Esther, seguramente estamparía un vaso en nuestras
caras justo antes de abofetearnos. Aunque quizás no le importa una
mierda, teniendo en cuenta lo a gusto que se encuentra en estos
momentos –añadió con algo de rencor, mientras dirigía su mirada hacia
donde la abogada e Isabel se encontraban bailando animadamente con
un grupo de chicas.

-¿Sabes? Esta noche me estás decepcionando –la pinchó la modelo-, me


pensaba que eras más valiente. Pero ahora me doy cuenta de que en
realidad, cuando te quitas esa coraza de chica dura, eres una cobarde.

Al escuchar aquellas palabras, Maca giró su cabeza rápidamente hacia la


mujer que tenía enfrente, a quien miró con los ojos entrecerrados. Ésta,
lejos de amedrentarse, mantuvo su gesto serio, haciendo gala de sus
dotes de interpretación, aunque estuviera haciendo verdaderos
esfuerzos por echarse a reír. Algo que sí hizo la médico finalmente, al
tiempo que negaba con la cabeza.

-Es la peor idea que he oído en mucho tiempo… De hecho es estúpido, y


como si volviera a tener quince años…

-¿Y lo bien que nos lo vamos a pasar? –insistió Nuria dibujando una
amplia sonrisa.

-No te recordaba tan insistente –dijo Maca dándose por vencida.

-Genial, vamos a enseñarles a todas esta gente como se baila –repuso la


modelo tirando de ella, dirección a la pista de baile.

En aquellos momentos, empezó a sonar una canción conocida por todos


los presentes, a juzgar por los gritos que algunos empezaron a soltar. Lo
cierto, es que aquella melodía no favorecía mucho a los planes que tenía
Nuria, puesto que ésta esperaba una canción que justificara un
acercamiento entre ambas, con el que darle celos a la abogada. No
obstante, Maca esbozó una sonrisa traviesa, sabiendo que aquel grupo

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era el favorito de Esther, y que si lograban su propósito, aquella canción


que tanto le gustaba, se le atragantaría. De este modo, la cirujana cogió
su mano con decisión y, tras hacerla girar sobre sí misma, empezaron a
bailar al son de la melodía. Lo cierto, es que a pesar de haberla
escuchado decenas de veces, no conseguía dar con el significado de la
canción, seguramente por su falta de sensibilidad artística; aunque
probablemente era porque todos sus amigos le habían dado una opinión
diferente al respecto: Guille que iba de la muerte de Luis XVI y el fin del
absolutismo, Claudia defendía que trataba de las cruzadas, Anna
argumentó que iba acerca de la amistad, y Marta se limitó a contestar
que no la había escuchado nunca. A los pocos segundos, Claudia y Guille
se unieron a ellas, formando un particular coro que seguía la voz del
cantante con más desacierto que notas afinadas. Sin embargo, aquello
no pareció importarles a la gente que estaba a su alrededor, quienes se
separaron de ellos para dejarles el suficiente espacio como para que
siguieran con su improvisada actuación.

A pocos metros de ellos, el resto de sus amigos los observaba, algunos


de ellos aplaudían, mientras que los otros se hacían los despistados,
avergonzados por el espectáculo. Esther, por su parte, los miraba con
una sonrisa al pensar en lo payasos que podían llegar a ser, aunque en
un momento determinado, en el que Maca y Nuria se acercaron más de
la cuenta, su rostro se ensombreció, e hizo una mueca de desagrado.

-Parece que tu chica se le da bien lo del baile –comentó Isabel en su


oído.

-Y lo de hacer el tonto también –contestó ella dando un respingo al salir


de su ensimismamiento-, y no es mi chica.

-Pues suerte, porque tu-no-chica acaba de arrodillarse ante una modelo


–se rió la dueña del bar-, si yo tuviera algo con ella estaría de los
nervios…

-Muy graciosa –soltó Esther de forma irónica dedicándole una mueca,


mientras volvía a dirigir la mirada hacia aquel grupo. “¿Ves lo que pasa
por hacer el tonto?” soltó su conciencia cuando Nuria tiraba de la mano
de la médico para que se levantara del suelo y la abrazaba entre
carcajadas.

-Claro que si fuera mi chica, yo estaría rezando para que la próxima no


fuera una lenta o una de aquellas que propician el acercamiento…
-añadió Isabel sin borrar su sonrisa.

Poco más tarde, la canción llegaba a su fin, por lo que el espectáculo

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improvisado de Guille, Claudia, Nuria y Maca también acabó. No así los


aplausos y los vítores que les dedicaron los que se encontraban a su
alrededor formando un corro, muchos de los cuales se habían acercado
para ver a la famosa modelo en aquella situación. A cambio de los
piropos, ellos se limitaron a saludar como si realmente fueran famosos
que agradecen la presencia a sus fans, dedicándoles algunas
reverencias. Sin embargo, cuando otra melodía empezó a sonar, la
gente volvió a centrarse en sus propios grupos, por lo que el espacio que
los separaba de los cuatro se redujo. Las conversaciones a voz en grito
volvieron a inundar el local, al igual que las risas. No obstante, no muy
lejos de ahí, a Esther se le había instalado un nudo en el estómago al
identificar la cantante de la canción que sonaba en aquellos momentos:
Shakira, y aquello no podía ser bueno. No era una gran seguidora de la
cantante ni mucho menos, pero algo sí sabía, y era que sus canciones
tendían a propiciar el acercamiento entre las personas. Aun así, se limitó
a apretar la mandíbula y a maldecir a Isabel, a la Dj, y a ella misma por
no encontrar ninguna excusa acertada para acercarse a Maca y cortarle
las zarpas de la modelo que, en aquellos instantes, se encontraban
hábilmente situadas en las caderas de la médico.

-Me encanta aquella canción, en serio. Me parece increíble su


significado… -escuchó como le comentaba Guille a Claudia mientras
esperaban a que les sirvieran una copa, justo a su lado.

-Sí, ¿verdad? Lo de las cruzadas siempre me ha parecido un tema de lo


más interesante… -añadió la cardióloga.

-¡Pero si va de la muerte de Luis XVI! –exclamó él echándose a reír.

-Vamos a ver, imbécil. ¿No ves que habla de Jerusalén y de unas tropas?
–replicó la chica indignada.

La abogada esbozó una sonrisa a la vez que negaba con la cabeza.


Definitivamente, aquellos dos parecían destinados a no estar nunca de
acuerdo con sus opiniones, fuera cual fuera el tema. Lo cierto, es que al
principio de conocerlos, le había dado un poco de miedo la relación que
mantenían, porque ambos se pasaban el día juntos, y no sabía hasta qué
punto llegaba su relación y como podría repercutir aquéllo en Eva; pero
pronto se dio cuenta de que lo que les unía no era más que amistad y un
fuerte amor fraternal. Su sonrisa se borró en el preciso instante en que
sus ojos, traviesos, se clavaron en las figuras de Maca y Nuria bailando,
la segunda de las cuales se dedicaba a restregar con movimientos
sensuales, su trasero en una parte de la anatomía de la médico que a
ella no le hizo ninguna gracia. Se percató en la risa que seguramente
salía de la boca de Maca, a juzgar por las leves convulsiones de sus

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Hasta que la muerte nos separe ForBigMist
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hombros. Pero lo peor de todo, fue sin duda cuando ésta giró el cuerpo
de la modelo con un rápido movimiento, y quedaron frente a frente
mirándose con intensidad, o eso le pareció a ella. Como si todo se
reprodujera a cámara lenta, y aquéllo no fuera más que una película,
observó horrorizada como la modelo la miraba de reojo para, a
continuación susurrarle algo a Maca en el oído, quien esbozó una sonrisa
traviesa.

-Creo que si las miradas matasen, mi carrera se habría visto


fulminantemente terminada –le comentó Nuria a la médico.

-¿Nos está mirando muy mal? –quiso saber ésta.

-A ti no sé, pero lo que es a mí, espero que no lleve ninguna arma


encima… -contestó la modelo.

Vale, definitivamente estaban hablando de ella, y se podía decir que la


discreción no acababa de ser lo suyo, porque Maca la miró durante unos
instantes para volver a centrarse en su pareja de baile. ¿Acaso se
estaban riendo de ella? Con un gesto rápido, le cogió a Isabel la copa
que ésta sostenía en sus manos, acabándose su contenido en un solo
trago. La dueña del bar prefirió no decir nada al respecto, al fin y al
cabo, a ella no le suponía un gasto excesivo cogerse otra bebida, y tal y
como se encontraba Esther en aquellos momentos, no le pareció muy
buena idea recriminarle nada. Ésta, por su parte, volvió a mirar hacia la
pareja, encontrándose con la mirada divertida de Maca fija en la suya a
la vez que no dejaba de mover sus caderas al compás de las otras. Notó
como el fuerte líquido que acababa de beberse se atascaba en su
descenso a su estómago cuando la médico le guiñó un ojo para volver a
mirar a la modelo. Evidentemente, aquéllo no era más que un juego
para ambas mujeres, así que sin pensarlo dos veces, empezó a
acercarse a ellas con paso decidido, con la intención de cantarles las
cuarenta. No obstante, Nuria no parecía tener las mismas intenciones
que ella, puesto que dejó un corto beso en los labios de Maca y se alejó
rápidamente de la médico, quien se giró hacia ella con la misma sonrisa
que le había dedicado antes.

-Vaya, creo que te han dejado sola… -le espetó ella nada más llegar a su
altura-, ¿adónde se ha ido?

-Creo que ha huido de ti –contestó la médico tirando de la hebilla de su


pantalón para acercarla a su cuerpo-, a veces das mucho miedo.

-¿A qué coño estás jugando, Maca? –preguntó la abogada de mal humor
aunque sin oponer resistencia a las intenciones de la cirujana.

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-¿Y tú? ¿Qué pretendes tú? –respondió ésta-, porque lo que yo quiero
está muy claro, o al menos eso pienso yo…

-Pues llevas toda la noche pasándotelo en grande con otra, a mí no me


parece tan claro –repuso Esther dejándose llevar por el movimiento de
aquel cuerpo pegado al suyo.

-¿Hace falta que te recuerde que te has pasado toda la noche


ignorándome? –dijo Maca mirándola con los ojos completamente
abiertos y las cejas alzadas.

-Yo no he sido la que se ha magreado con una modelo…

-Claro, porque estabas muy ocupada metiéndole mano a la dueña del


bar –la cortó la médico empezando a enfadarse-, ahora entiendo a qué
venía tanto interés por venir aquí. Pero mira, ¿sabes qué? La próxima
vez que quieras volver a hacerlo me avisas y así no tengo por qué
presenciarlo…

-Bueno, de todos modos, no parecía que te importase mucho –le espetó


la abogada.

-¿Y qué querías que hiciera? ¿Ponerme a llorar? –le preguntó-, joder,
Esther, que ya somos mayorcitas para montar estos numeritos, ¿no te
parece?

-Y lo dice la que ha empezado a jugar a dar celos… ¡Manda narices! –


exclamó ella indignada.

-¿Te has puesto celosa? –quiso saber Maca cambiando su tono, para
hablar con uno de divertido y esbozar una sonrisa-, porque esa no era mi
intención…

-Ya, seguro –soltó Esther con ironía-, y no, no me he puesto celosa. No te


adules de esta forma, ¿eh?

-Pues hace un momento no parecía esto… -la pinchó la médico


acercándose peligrosamente a su cuello, donde se perdió de forma
irremediable.

-Maca, para… Nos van a ver –dijo la abogada en un intento fallido de


resistirse-, ¿por qué no vamos al lavabo?

-No pienso ir a los servicios mugrientos de un bar a hacer lo que quiero


hacerte –contestó la cirujana sin abandonar su cuello-, que ya empiezo a
estar mayor…

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-Pues vámonos de aquí, pero hagámoslo ya… -susurró Esther.

-¿Y cómo lo hacemos? Porque si nos marchamos juntas va a cantar un


poco, ¿no? –observó Maca.

-Como si no fuera sospechoso que llevaras cinco minutos amarrada en


mi cuello –soltó la abogada-, pero tienes razón, mejor voy yo primero,
les digo que estoy cansada y luego vas tú, un poco más tarde, y finges
que te largas con alguna…

-¿Por qué tengo que ser yo la que se vaya con una? –se quejó la médico.

-No soy yo la que me he ganado a pulso la reputación de ser algo…


Digamos ligera de cascos, ¿recuerdas? –se rió ella dándole una palmada
en el trasero-, no tardes mucho, ¿eh?

-En dos minutos me tienes en la puerta –dijo Maca dejando un beso en


sus labios antes de que se marchara.

Y así lo hicieron. Ninguna de las dos se explayó demasiado en


explicaciones innecesarias, como tampoco hicieron mucho caso de las
preguntas de sus amigos, quienes le comentaron a Maca de forma
inocente que ya eran dos, las bajas en apenas cinco minutos. La médico
sonrió forzadamente, desentendiéndose hábilmente de la repentina
huida de Esther, y argumentó que una vieja conocida la estaba
esperando impaciente. Con dos rápidos besos en la mejilla, se despidió
de Nuria y de sus tres amigas, quienes se habían unido a su grupo; y
prometiéndole a la modelo que le contaría con todo detalle como había
ido la noche, desapareció de sus vistas en un abrir y cerrar de ojos.

Para ganar tiempo, decidieron ir en la moto de Maca, puesto que,


además, había sido la que menos había bebido de las dos y, la que más
aguantaba el alcohol. En aquellos momentos, no le dieron mucha
importancia al hecho de que el coche de Esther se quedara en un
parking cuyo precio al día siguiente sería escandaloso. Nada más llegar
al ascensor psicodélico del bloque de la médico, ésta atacó de nuevo el
cuello de la abogada, al que parecía haberse vuelto adicta. Esther no se
molestó en contradecir sus deseos, así que se dejó aprisionar contra la
fría pared del elevador sin rechistar lo más mínimo. Cuando ambas
empezaban a pensar que el trayecto se les estaba haciendo demasiado
largo, se percataron de que hacía ya un buen rato que las puertas
estaban abiertas mostrando el recibidor del piso de Maca.

Este hecho provocó sendas sonrisas en sus rostros, aunque pocos


segundos más tarde, ya se encontraban enzarzadas en un pasional

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beso. No tardaron mucho más en estar en medio del pasillo, dejando


atrás un considerable reguero de prendas de ropa que se mezclaban con
sus bolsos y sus zapatos. Llegaron a la habitación sólo con dos escasas
piezas cubriendo sus cuerpos que, a pesar de ser pequeñas, les
molestaban sobremanera.

-Hay que ver lo pija que llegas a ser, ¿eh? –comentó Esther ya tumbada
en la cama notando como sus pechos eran abandonados por la tela del
sujetador, que era sustituida rápidamente por las manos de la médico.

-Con lo bien que estaríamos ahora en un cubículo de unos servicios


cutres… -repuso Maca con ironía, mientras besaba su clavícula.

-En realidad son bastante bonitos –insistió ella como pudo, con la
respiración entrecortada.

-¿En serio? –preguntó de forma distraída Maca, volviendo a sus labios.

-Sí –contestó ejerciendo fuerza para quedar ella encima y poder llevar el
control de la situación-, vaya, por lo que parece la cosa empezaba a ser
urgente, ¿eh, señorita Wilson? –observó al notar la humedad que
desprendía su centro cuando llevó su mano hacia ese punto.

-Las modelos siempre han sido mi punto débil –la pinchó la médico
arqueando su espalda al notar la boca de Esther jugando con uno de sus
pezones.

-Si quieres me voy y le digo que venga –propuso la abogada haciendo el


ademán de parar, aunque se detuvo esbozando una sonrisa al ver como
la mano de Maca volaba rauda hacia la suya impidiendo que dejara de
hacer presión sobre su centro-, parece que no te ha gustado la idea…

Las manos de Maca atraparon su rostro tirando de él para acercarlo a su


rostro y acallarla con un profundo beso, uniendo sus lenguas en aquellas
batallas a las que tan acostumbradas las tenían ya. Lentamente, Esther
se apartó de esos labios hinchados que parecían tentarla a todas horas,
para empezar a descender por su cuerpo. Se detuvo unos minutos
succionando y acariciando sus pezones, que la esperaban endurecidos,
muestra de la excitación de la médico. Notaba bajo su cuerpo como su
espalda se arqueaba en busca de más contacto, algo que la hizo sonreír
al saberse dueña de aquel cuerpo y ser consciente de lo dependiente a
ella que era Maca en aquellos momentos. Sin querer realmente
abandonar ese punto, su cabeza siguió descendiendo hasta llegar a su
ombligo, que saboreó unos instantes mientras sus manos volaban hacia
las braguitas de la médico de las que la liberó, ayudada por las ansiosas

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piernas de ésta.

-No tan rápido –dijo al notar como sus extremidades inferiores se abrían
inconscientemente, como queriéndole dar la bienvenida.

Reptó de nuevo por su cuerpo dirección a sus pechos, aunque al final lo


pensó mejor, y atrapó sus labios de nuevo, fundiéndose en otro beso. Se
percató de que Maca empezaba a estar realmente nerviosa, así que sin
querer hacerla esperar más, dirigió su mano derecha a su entrepierna,
por la que se deslizó fácilmente a causa de la humedad de la médico.
Parcialmente tumbada encima de ella, notó como los pechos agitados de
Maca se rozaban suavemente con los suyos propios a causa del vaivén
de sus cuerpos.

-¿Sabes? Si quince años atrás me hubieran dicho que estaría aquí,


después de que me prefirieras a mí antes que a una modelo, me hubiera
reído –le susurró en su oído a la vez que atrapaba su clítoris entre dos de
sus dedos, ante lo que Maca dejó escapar un profundo suspiro.

-Y yo… -apenas pudo contestar ésta.

-¿Por qué lo has hecho? –quiso saber empezando a introducir sus dedos
en su interior.

-Porque… Porque soy masoquista –dijo ella girando su cabeza para


mirarla con los ojos entrecerrados.

-¿En serio? –preguntó deteniendo sus movimientos de repente.

-Sigue –le pidió Maca-, por Dios, no me hagas esto…

-Dímelo –insistió Esther volviendo a penetrarla al ver la desesperación


en sus ojos.

-Ya te lo he dicho… -contestó notando como, de nuevo, Esther dejaba de


hacer lo que debía hacer. Por lo que llevó una de sus propias manos
hacia allí, para seguir ella misma.

-No, no… Dímelo –repitió apartando su mano.

-Porque te prefiero a ti, porque me gustas más y porque tú me lo haces


mejor… -se rindió la médico al fin, notando como Esther volvía a iniciar
sus movimientos, al mismo tiempo que atrapaba sus labios con pasión.

-Bonita respuesta –observó la abogada con una sonrisa incrementando la


velocidad de su mano, conocedora de que a Maca le faltaba muy poco,

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algo que sucedió segundos más tarde, cuando la médico estalló en un


sonoro orgasmo que fue amortiguado por sus labios.

-Joder, a este paso voy a tener que comprarme un vibrador –se quejó
ésta una vez hubo recuperado el habla, provocando que Esther soltara
una carcajada.

Aproximadamente una hora más tarde, se encontraban tumbadas de


medio lado, lo que les permitía estar cara a cara. A causa del calor
sofocante de la ciudad, habían dejado un pequeño espacio prudencial
entre sus cuerpos, que solamente tenían como nexo de unión el brazo
de Maca, que descansaba en la cadera de la abogada. Llevaban unos
minutos hablando de temas banales, puesto que parecía que ambas
temían el quedarse en silencio, algo que podría hacer de aquel
momento, una realidad más profunda de la que realmente era. De
repente, la médico se incorporó dejando que la sábana resbalase por su
cuerpo, por lo que su torso quedó completamente al descubierto.

-Odio la humedad de esta ciudad –se quejó a la vez que se levantaba


para ir a abrir la ventana y encender un ventilador que colocó al pie de
la cama.

-Hubieses podido hacerlo antes, ¿no te parece? –observó Esther cuando


se volvió a tumbar a su lado.

-O tomar tú la iniciativa –añadió Maca dejando un beso en sus labios.

-Que mala anfitriona eres –se rió la abogada.

-No decías lo mismo hace un rato –comentó ella volviendo a besarla,


aunque esta vez de forma algo más profunda-, por cierto, ¿qué le dirás a
Laura cuando vea que no has dormido en casa?

-Pues ahora que lo dices, no había pensado en ello… Supongo que le


contaré que me encontré con alguna conocida que hacía tiempo que no
veía, y con la que debía ponerme al día… -contestó sin darle mucha
importancia.

-¿Y haces esto muy a menudo? –quiso saber la cirujana con interés.

-De vez en cuando…

-¡Y luego soy yo la promiscua! –exclamó Maca indignada.

-Bueno, es que no lo hago tan a menudo como tú –se excusó Esther


entre risas.

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-¡Eh! Que llevo un tiempo portándome muy bien –se defendió la médico.

-Bueno, según Anna tienes que saciar tus más bajas necesidades de
forma más habitual que el resto de las personas –comentó la abogada
con tono divertido.

-La voy a matar… -murmuró-, mi propia cuñada me deja como una


ninfómana…

-Tienes que admitir que algo de razón sí tiene –opinó Esther quien se lo
estaba pasando en grande-, en este aspecto eres un tanto… Insaciable.

-La única razón de ello, querida, es que tú te empeñes en no taparte –


contestó Maca subiendo la sábana, para así, cubrir el torso de la
abogada, que hasta el momento había permanecido en su campo de
visión, provocándola-, tendría que darte vergüenza…

-No es mi culpa que haga un calor sofocante, ¿sabes? Como tampoco lo


es que tú tengas esta mente tan prvertida –se rió ella volviendo a
destaparse, provocando que la mirada de la médico volara de forma
inconsciente hacia sus pechos desnudos. Aunque fueron cubiertos
rápidamente por una de las manos de Maca y su boca.

-Tú sigue provocándome… -la amenazó ésta mientras la mano que le


quedaba libre se deslizaba por su cuerpo hasta encontrar su centro.

No fue hasta un par de horas más tarde cuando al fin, cayeron dormidas.
A pesar de empezar a hacerlo abrazadas, poco a poco, sus cuerpos se
fueron separando de forma inconsciente seguramente debido al calor,
buscando un mínimo espacio frío en aquel gran colchón. No obstante,
parecía que sus cuerpos parecieran querer encontrarse de todos modos,
puesto que en un determinado momento sus manos se entrelazaron. De
esta manera se despertó Esther, quien abrió los ojos lentamente y de
forma perezosa. Lo primero que vio de aquel nuevo día fue el rostro
relajado y dormido de Maca justo enfrente del suyo, quizás unos
centímetros más abajo. Todavía adormilada, volvió a cerrar los ojos,
aunque unos minutos más tarde, incapaz de dormirse de nuevo, decidió
que quedarse observando a la médico sería un buen pasatiempo. Desde
ahí, podía escuchar el ruido de los coches y los viandantes, amortiguado
por el grueso cristal de las ventanas, sólo superado por la respiración
profunda y acompasada de Maca. Realmente le parecía increíble que a
alguien que le costara tanto dormirse por las noches, pudiera hacerlo
tanto por la mañana. Era cierto que se habían dormido tarde, pero
prácticamente era la hora de la comida, y la médico no parecía tener
intención alguna de despertarse. Sin ser consciente de lo que hacía,

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acercó sus labios a la frente de la cirujana, dejando un beso en aquella


piel que, horas antes brillaba a causa de las perlas de sudor que surgían
a causa de lo que habían hecho aquella noche. La verdad es que si se
paraba a pensar fríamente en aquéllo, sentía un miedo atroz creciendo
en su interior. Siempre había evitado cualquier tipo de relación que
pudiera significar demasiado para ella, estableciendo unos límites que,
por nada del mundo, debían ser cruzados. Y con Maca lo estaba
haciendo. Pero lo peor de todo era que además de ellas, había más
gente implicada, empezando por su propia madre y el resto de su
familia. Ya había visto una vez el rechazo pintado en los ojos de alguien
de ésta, y no pensaba volver a hacerlo.

En aquel momento, notó como Maca empezaba a despertarse, así que


se levantó con cuidado y entró en el baño dispuesta a darse una ducha y
borrar con el agua todos aquellos pensamientos que, en aquella casa, no
eran bienvenidos. En un par de ocasiones en las que cerró el grifo, pudo
escuchar como Maca trasteaba en algún lugar de la casa, seguramente
en la cocina, y supuso que estaría preparando algo de comer. Por ello, no
se molestó en cubrirse con la toalla al salir del baño. No obstante, al
entrar en la habitación, se encontró con una Maca sonriente, apoyada en
el quicio de la puerta, observándola atentamente.

-¿No tienes nada mejor que hacer? –soltó ella mientras buscaba su ropa
interior.

-Me temo que ahora mismo no –contestó la médico ensanchando su


sonrisa-, por cierto, ¿qué haces el fin de semana que viene?

-Maca… -empezó ella con tono de infinita paciencia-, tu padre, mi madre


y yo nos vamos cuatro días a Londres a ver a mi hermano, ¿no te
acuerdas?

-¡Ostras, es verdad! –exclamó la cirujana-, bueno, en ese caso, tendré


que aplazar los planes que tenía preparados para ti…

El hecho de que Cristina estuviera fuera de la ciudad durante aquella


semana, les permitió poder disfrutar del piso de Maca con plena libertad,
evitando así, tener que darle explicaciones a alguien. Pareció que ambas
decidieran de mutuo acuerdo que debía aprovechar aquella situación y
los escasos cuatro días que les quedaban de margen para que Esther se
fuera a Londres. Así que la abogada pasó cada noche en casa de Maca,
dejando a Laura y Eva con la mosca detrás de la oreja, puesto que no
entendían a qué se debía la desaparición repentina de su amiga. Ambas
podían presumir de conocer muy bien a Esther, de hecho, eran las
personas que más lo hacían, por lo que les resultaba realmente extraño

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que la abogada pasara más de dos días seguidos con la misma persona,
y por lo que parecía, llevaba haciéndolo casi una semana.

Por su parte, Maca tampoco estaba siendo muy discreta respecto a sus
amigos, ya que prácticamente no devolvió ninguna de sus llamadas, ni
contestó los mensajes que le llagaban proponiéndole algún plan. Y
aunque los escarceos de la médico fueran usuales, siempre tenía tiempo
para sus amigos, algo que ella se había encargado de dejar claro,
diciéndoles una y otra vez, que sus “chicas”, como solían llamarlas, eran
algo secundario cuando las comparaba con ellos.

-Que te digo yo que le pasa algo –le repitió Anna por enésima vez en
aquellos escasos cuatro días, a un desinteresado Jero que se limitaba a
fingir que la escuchaba mientras se entretenía leyendo de forma
disimulada los titulares del periódico.

-Y yo que debe tener algún lío sin importancia que la tiene


completamente absorbida –repuso él como cada vez que salía el dichoso
tema.

-Pero es que no me cuadra –se quejó ella mientras limpiaba el polvo de


las estanterías de forma demasiado brusca.

-¿Por qué no? –quiso saber él, más para quedar bien que no con la
intención de querer saberlo.

-Pues porque Maca nunca ha actuado así, ni siquiera en la época en la


que estaba liada con Bea, que en teoría ha sido el “amor de su vida”…

-Hasta el momento –apuntó él.

-No querrás decir que ahora está enamorada de alguien, ¿no? –dijo la
veterinaria girándose de repente, para mirarlo de forma suspicaz-, ¿tú
sabes algo?

-Claro que no –se apresuró a contestar Jero-, mi hermana nunca ha


confiado demasiado en mí. O no al menos en la magnitud con la que lo
hace contigo… Mira, cariño, si a ti no te ha contado nada, que además
de ser su cuñada eres su mejor amiga, significa que no hay nada por lo
que preocuparse…

-¿Y si tiene algún problema? –le cortó con preocupación.

-¿Qué problema quieres que tenga? –repuso el arquitecto-, y aunque lo


tuviera, Maca siempre tiende a explicar lo que le pasa tarde o temprano.

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-¿Y si no puede? –insistió ella empecinada en su teoría-, ¿y si está liada


con alguien de la que no puede saberse su identidad?

-Definitivamente has visto demasiadas películas, cielo –soltó Jero-, ¿con


quién quieres que esté liada? ¿Con la mujer del presidente? ¡Venga ya!
Aún así te lo hubiera contado…

-¿Y si es Esther? –preguntó ella de repente, abriendo los ojos de manera


exagerada como si acabara de descubrir el secreto mayor escondido de
la historia del hombre-, ¿y si está liada con ella? –repitió al ver la cara de
desconcierto de su marido.

-No digas tonterías –le espetó éste cogiendo el periódico para poder
leerlo al fin, pensando que su mujer se había vuelto definitivamente una
paranoica.

-¡No lo son! –se defendió ella-, en realidad es lo que más cuadra… Fíjate,
el sábado desaparecieron ambas con escasos minutos de diferencia,
Guille me dijo ayer que Eva le había contado que Esther hacía días que
apenas aparecía por su casa, y ninguna de las dos da explicaciones
acerca de qué es lo que hacen…

-Pero sabiendo lo muy orgullosa que es Maca, hubiera venido corriendo a


contárnoslo, ¿no? Lo lógico es que hubiera querido probar que ha podido
conquistar a otra, y Esther es, sin duda, un trofeo fantástico…

-A no ser que para ella no lo sea… -lo corrigió Anna.

-Ya, claro, ahora resulta que está profundamente enamorada de nuestra


hermanastra y que ha descubierto que es el amor de su vida -se rió Jero.

Mientras Anna volvía a la carga con múltiples argumentos que apoyaban


su teoría ante la mirada escéptica de su marido, en un ático de unas
calles más al norte de la ciudad, dos personas se peleaban entre risas
disputándose el último cigarrillo que quedaba en la cajetilla. No supieron
cómo, pero de pronto, aquel trozo de cartón voló de entre sus manos,
yendo a parar a la otra punta del salón. La dueña del cuerpo que
permanecía encima del otro, esbozó una sonrisa divertida, sabiendo que
si echaba a correr, llegaría antes que la otra. No obstante, ésta no
parecía compartir la misma opinión, puesto que aprovechó su posición
para tirar de su nuca y acercarla a su boca.

-No vas a conseguir distraerme –le advirtió Maca sin moverse de encima
de ella-, es mío, yo lo compré…

-Como invitada tuya debería ser para mí –observó la abogada colando su

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pierna entre las suyas, para ejercer presión con el muslo en una parte de
la anatomía de la médico que provocó que ésta se mordiera el labio de
forma involuntaria.

-Y así tampoco vas a conseguirlo –añadió ella mirándola fijamente.

-¿Estás segura? Un poquito más y te tendré comiendo de la palma de mi


mano –dijo Esther con altivez.

-Nunca cuando se trata de mis cigarrillos –insistió Maca escondiendo su


rostro en el cuello de la abogada, dejando escapar un profundo suspiro
en él, al notar como la presión se intensificaba-, además, deberías
compensarme por abandonarme…

-¿Abandonarte? –repitió la abogada con tono burlón-, no seas


melodramática, anda. Que tú mañana te irás a la playa con tus amigos,
y por la noche estarás tan borracha que ni siquiera te acordarás de mí…

-Quienes me van a someter a un tercer grado para saber cuál es la


causa de mi desaparición –apuntó la médico-, y no bebo tanto.

-¿Y qué les vas a decir? –quiso saber Esther con una sonrisa.

-Que tengo una amante que es borde, me maltrata psicológicamente, no


sabe apreciarme como es debido pero, que es muy buena en la cama…
¿Qué te parece? –contestó sonriendo sin salir de su cuello-, creo que es
bastante realista.

-Te has olvidado de que es guapa, inteligente, con un puntito sarcástico


y borde irresistibles y, muy buena persona. En definitiva, que raya a la
perfección –opinó la abogada deslizando sus manos por dentro del
pantalón de la médico, agarrando sus glúteos con fuerza-, eso sería
mucho más realista… ¡Ah! Y no te olvides de contarles que estás loca
por ella…

-¿Y les digo también que no tiene abuela? –preguntó Maca de forma
burlona-, ¿o mejor lo dejo como un pequeño secreto entre nosotras?

-Me gusta más la segunda opción. En caso contrario seguramente


sabrían que soy yo… -se rió la abogada, aunque detuvo sus carcajadas
al notar como una mano de la médico se colaba bajo su falda.

La alarma del móvil de Esther las despertó a las ocho de la mañana en


punto. Fue su dueña la que se encargó de acallar aquel sonido agudo e
insistente que estaba torturando sus oídos. Sorprendida por no escuchar
ninguna queja por parte de su acompañante, se giró para mirarla,

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esbozando una sonrisa divertida al verla completamente dormida, ajena


a lo que ocurría a su alrededor. Tras dejar un beso en su hombro
desnudo, por el que la médico ni se inmutó, se fue al baño con la
intención de darse una ducha rápida, puesto que antes de ir al
aeropuerto debía pasar un momento por el despacho. Sin embargo, sus
planes se vieron frustrados cuando notó como unas manos se posaban
en su abdomen, y un cuerpo se pegaba a su espalda.

-Maca… -se quejó notando como su cuello era invadido por besos
húmedos.

-Ya sé que no es de noche, pero estaremos mucho tiempo sin vernos…


-repuso Maca deslizando sus manos en sentido descendente,
perdiéndose en su entrepierna.

-No seas exagerada –dijo Esther de forma entrecortada, apoyando su


cabeza en el hombro de la médico-, serán sólo cinco días.

-Cinco días en los que mi cama será demasiado grande para mí sola –
añadió ésta con una sonrisa.

-¿Sólo me vas a echar de menos por eso, por calentar tu cama? –quiso
saber la abogada antes de dejar escapar un profundo suspiro al notar los
dedos de Maca perdiéndose en su interior.

-Sabes que sí… Aunque yo no he dicho que vaya a echarte de menos –


contestó la cirujana con una sonrisa, al mismo tiempo que mordía su
cuello.

-Esto no te lo crees ni tú –le espetó Esther apoyando sus manos en la fría


cerámica de las baldosas de la pared, para sostener sus temblorosas
piernas.

No era hasta una hora más tarde, cuando la abogada salía de forma
apresurada del portal de la cirujana, maldiciéndose por no haber podido
resistirse a esa ducha compartida, que provocaría de forma irremediable
su retraso. Todavía con el sabor de Maca en sus labios, metió su equipaje
en el maletero del taxi que la esperaba aparcado en doble fila, y llamó a
su madre para informarla de que llegaría tarde al aeropuerto, llevándose
un buen sermón por su parte.

-Joder –soltó al colgar, mientras su mente de dejaba de rememorar la


efusiva despedida con la que le había obsequiado la médico ya en el
recibidor del piso, y que le hizo perder veinte minutos más de su valioso
tiempo-, ¿qué está mirando? –le espetó de mal humor al taxista, al
percatarse de que éste observaba fijamente su escote desde el

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retrovisor.

-Perdón… Pero es que lleva la blusa mal abrochada –se excusó éste
volviendo su mirada a la carretera.

-Mierda –rezongó ella viendo como, efectivamente, los botones no se


correspondían con su correcta disposición. Y pensando que mataría a
Maca cuando la viera. “Está todo en su sitio, tranquila” le había dicho
ésta con una sonrisa traviesa cuando se despedían con un último beso y
ella insistía en ir a mirarse en un espejo-, será cabrona…

Poco más tarde, después de haber dejado la moto en la plaza que estaba
reservada para el uso exclusivo de la directora, Maca cruzaba las
grandes puertas automáticas de cristal. Cuando saludó a las dos
recepcionistas, le pareció ver algo extraño en la sonrisita nerviosa que
intercambiaron una vez ella estuvo a unos cuantos metros. Pensó que
seguramente sólo serían imaginaciones suyas, por lo que siguió con su
camino hacia los ascensores, sin reparar en que todos los pacientes y
personal la observaban con gesto extrañado cuando pasaba por su lado.
Sin embargo, al entrar en la sala de descanso de los médicos, tuvo que
admitir que algo raro estaba pasando, puesto que algunos la miraban
fijamente, unos con una sonrisa divertida en el rostro, y otros
boquiabiertos, mientras que el resto cuchicheaban entre ellos.

-¡Vaya! Si aquí está nuestra Casanova particular –exclamó Vilches por


encima de los susurros, provocando las sonrisas nerviosas de algunos.

-¿Qué pasa? –quiso saber ella sin entender a qué venía aquel
comentario.

-No le hagas caso –intervino Cruz que había sido la única que había
seguido con su tarea después de la llegada de su jefa.

-¿Perdón? –soltó su marido fingiendo estar indignado-, pero me veo en la


obligación de presentar una queja respecto al funcionamiento de esta
Clínica, especialmente en cuanto a la poca generosidad de la directora…

-¿Alguien me va a contar qué está pasando? –le cortó Maca empezando


a enfadarse.

-Juzga tú misma –le dijo él con una amplia sonrisa, a la vez que le tiraba
una revista.

-Mierda –murmuró ella al ver como una foto de ella misma presidía la
portada de aquella publicación. En ésta se las veía a Nuria y a ella
abrazadas, mientras la modelo le susurraba algo al oído. Obviamente

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tenía que ser del fin de semana pasado, cuando se encontraban


bailando poco antes de que Esther decidiera intervenir. Con rapidez,
pero intentando aparentar tranquilidad, pasó algunas páginas hasta
encontrar el reportaje en el que se hablaba de ella como la posible novia
de la modelo, con algunas imágenes más-, tranquilo, Rodolfo, que me
encargaré de mandarte a tu despacho a la próxima modelo que llegue –
le espetó arrancando las risas del resto e incluso del aludido.

-Eso espero, porque si algo no soporto es que la gente no sepa compartir


–contestó Vilches llevándose una mirada fulminante de su mujer.

-¿Me acompañas al despacho? –le pidió ésta a Maca de pronto, aunque


sonó más como una orden.

-Como me entere que además de dejarme sin modelo me has robado a


mi mujer te las verás conmigo, ¿eh? –bromeó Rodolfo.

La directora le contestó con un guiño divertido antes de desaparecer con


Cruz por la puerta. Ambas anduvieron en silencio hasta los ascensores,
una leyendo de forma distraída el mismo informe con el que estaba
trabajando en la sala de descanso, y la otra observando su café como si
fuera lo más interesante del mundo.

-¿Qué piensas hacer? –le preguntó la maxilofacial una vez cerró la puerta
de su despacho detrás de ellas.

-No lo sé, pero supongo que nada… -contestó ella encogiéndose de


hombros-, ¿qué quieres que haga? Al fin y al cabo no tiene nada que ver
con la Clínica.

-Sabes que eso no es lo que opinarán algunos de los de la junta de


accionistas –le advirtió Cruz.

-Ya lo sé, sé que dirán que he estado liada con ella desde que fue mi
paciente, y vete a saber tú cuantas memeces más. Pero yo no puedo
hacer nada al respecto…

-¿Y si les convocas a todos en una reunión? –propuso su amiga.

-No –se negó Maca de forma rotunda-, con eso sólo conseguiría darle
más importancia de la que realmente tiene, como tampoco pienso
empezar ningún absurdo juego con los medios.

-En eso tienes razón, pero no me puedo creer que no vayas a hacer nada
–insistió Cruz.

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-No es que no vaya a hacer nada, simplemente voy a mantenerme al


margen. De todos modos, como más me empeñe en querer ocultarlo o
justificarme, más grande se hará la bola. Así que esperaré
pacientemente a que todo esto pase lo más rápido posible…

-Visto así… -admitió la maxilofacial.

-Bueno, me voy a trabajar, que ya que no soy un buen ejemplo en mi


vida privada, al menos lo seré en la profesional… -concluyó Maca
levantándose de la silla-, y Cruz, muchas gracias por todo –añadió con
una sonrisa agradecida antes de cerrar la puerta.

Al llegar a su planta, se detuvo en el mostrador donde la esperaba una


impaciente Teresa con aquella revista, ya medio arrugada, en las manos.
Haciendo gala de toda su paciencia, le contó lo que realmente había
ocurrido esa noche, pasando por alto aquello relacionado con Esther.
Una vez sentada en su cómodo sillón, se sorprendió al pensar que era
extraño que la hubieran relacionado con la modelo, cuando el fotógrafo
seguramente la habría visto en actitud mucho más cariñosa con la
abogada. Sin perder más tiempo, buscó en su agenda el número de
Nuria, al que tuvo que llamar un par de veces hasta que la modelo le
cogiera el teléfono al fin.

-Antes que nada lo siento mucho –fueron las primeras palabras de la


chica, cuyo tono era realmente de arrepentimiento.

-Tranquila, no es culpa tuya al fin y al cabo –contestó Maca recostándose


en el sillón-, ¿hay algo más de todo esto que yo tenga que saber?

-Bueno, mi agente tuvo que utilizar toda su influencia para que no se


publicaran tus fotos con Esther. Ya sabes, un titular diciendo que la gran
modelo se había quedado sin ligue era mucho más suculento…

-¿Y dónde están esas fotos? –se apresuró a preguntar la médico


visiblemente preocupada.

-Nos las han dado a cambio de una exclusiva mía con esa revista –
explicó ella-, en la que obviamente diré que tú no eres más que una
buena amiga y que nunca hemos tenido nada.

-Eso no me preocupa, de hecho, tengo a algunos médicos por aquí que


se mueren de la envidia –se rió Maca-, lo que no puede salir en ningún
lado es lo de Esther.

-¿Cómo crees que se lo va a tomar? –se interesó Nuria.

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-La verdad es que hasta ahora no me lo había planteado… Y lo cierto es


que no tengo ni idea, Esther es ligeramente imprevisible… -contestó ella
a la vez que se pasaba la mano por el pelo y resoplaba.

Poco después de las tres de la tarde, Maca y Teresa se encontraban


comiendo en el despacho de la primera. Ambas degustaban en silencio
el contenido del tupper, tras haberse explayado comentando los
pormenores de la noticia. Gracias a las dotes de espía que la secretaria
había adquirido a lo largo de los años, la médico casi podía conocer de
primera mano la reacción que sus empleados habían tenido al enterarse
de la que seguramente sería el tema de conversación de las siguientes
semanas. Por ello, Maca agradeció en silencio que sus vacaciones de
verano empezaran ese mismo día, lo que hacía que no tuviera que pisar
de nuevo la Clínica en las dos próximas semanas. Cuando las dos se
disponían a comerse algunas de las porciones de fruta que Teresita se
había encargado de llevar, el móvil de Maca empezó a sonar de forma
insistente.

-Mierda, es mi padre –se quejó ella mirando a la secretaria con miedo-,


¿se habrá enterado ya?

-No creo –opinó la mujer volviendo a centrarse en el melocotón.

-Dime, papá –dijo Maca tras haber descolgado.

-¿Sabes lo primero que he visto nada más llegar a Londres? –vociferó


Pedro que estaba visiblemente de mal humor.

-No, la verdad es que no –contestó ella temiéndose lo peor.

-¡A ti! Abrazada con una mujer que ha resultado ser la modelo de moda
–la informó su padre elevando la voz, por lo que ella tuvo que bajar el
volumen del teléfono si no quería quedarse sorda.

-Verás, papá, puedo explicártelo… -empezó a decir Maca.

-No, no quiero que me expliques nada. Sólo quiero saber por qué estás
en esa revista, y por qué tengo once mensajes en el buzón de voz de
Javier Sotomayor y de tres amigos míos –la cortó él-, ¡once!

-Estoy en esa revista porque bailé con una amiga en un pub –le explicó
empezando a enfadarse ella también-, una amiga que resulta que es
modelo, pero con la que no me une nada más. Y en cuanto a las
llamadas de tus amigos y el imbécil de tu sobrino, no te lo puedo
explicar, pero seguramente se debe a que son unos morbosos.

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-Arréglalo, ¿vale? –le espetó Pedro.

-Ya lo he hecho. En una semana, saldrá una entrevista en la que Nuria


especificará que no somos más que buenas amigas –contestó la médico.

-Manda una nota de prensa a los medios desentendiéndote del asunto –


le ordenó él.

-No pienso hacer eso, ¿no ves que lo que quieren es que les siga el juego
y les dé más oportunidades para hablar del tema? –se negó Maca.

-Te recuerdo que como dueño de la Clínica…

-Y yo soy la directora. Yo no me meto en tus asuntos, así que tú no te


metas en los míos. Y si quieres mandar lo que sea a los medios o
convocar una rueda de prensa, nombra a otro para que se haga cargo de
tu puñetera Clínica, o hazlo tú, así seguro que dejas de encontrarle
pegas a todo –soltó ella colgando el teléfono con fuerza-, mierda.

-Creo que te has pasado –opinó Teresa mirándola con gesto reprobador.

-No he sido yo la que he empezado a atacar de buenas a primeras –se


defendió la médico ofendida.

La secretaria optó por no decir nada más al respecto, sabiendo que


Maca se empecinaría en que había actuado bien, y sólo conseguiría
aumentar su mal humor y que se enfurruñara como una niña pequeña.
Una vez sola, la médico reparó en que si su padre ya se había enterado,
también lo habría hecho Esther, por lo que decidió mandarle un mensaje
de texto al móvil pidiéndole que la llamara en cuanto pudiera. No tenía
ni idea de cuál sería la reacción de la abogada al respecto, puesto que
conociéndola, tanto podía estar divertida por la situación, como
realmente enfadada. Sabía que tenía que contarle lo de las fotos de
ambas, pero también era consciente que con ello sólo conseguiría
preocuparla y, quizás, que no quisiera dejarla.

-¿Dejarte? Venga ya, Maca, que ni siquiera estáis juntas –soltó en voz
alta-, joder, y todavía no hemos hablado acerca de qué es lo que hay
entre nosotras…

Y era cierto, puesto que ambas habían procurado huir del tema siempre
que estaban juntas; de hecho, era entonces cuando se olvidaban de que
todavía había algo pendientes entre ellas de lo que debían hablar. Cada
tarde, cuando estaba en el trabajo, no dejaba de pensar en posibles
maneras de sacar el dichoso tema, pero al llegar a casa y encontrarla
ahí, o tener que esperarla mientras hacía la cena, esa idea desaparecía

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de su cabeza sin dejar rastro, como por arte de magia.

Cinco minutos antes de las seis, hora en la que tenía previsto marcharse
a su casa para ir a recoger la maleta e ir a por Claudia –con la que haría
el viaje-, Teresa le informó de que Javier había solicitado que pasase por
su despacho cuando le fuera posible. Sintió como una oleada de rabia de
apoderaba de su cuerpo, al ser consciente de lo que podían llegar a
significar aquellas palabras, puesto que obviamente, como subordinado
suyo, era él el que tenía que ir a su despacho si quería hablar de algo, y
no al revés. Le pidió a la secretaria que llamase a Javier para preguntarle
si su presencia era requerida por temas médicos, y al recibir una
respuesta negativa, cogió un par de informes que acabaría de completar
en casa, recogió su despacho, y se despidió de Teresita con un cariñoso
abrazo, no sin antes hacerle prometer que ella y Manolo irían a
visitarlos.

-Hay cinco compañeros míos que me han pedido un autógrafo tuyo –fue
el saludo de Claudia, después de que ésta hubiera dejado su maleta en
el portaequipajes, veinte minutos después de la hora acordada, en los
que Maca la estuvo esperando pacientemente dentro del coche.

Ella se limitó a resoplar y a pasarse una mano por el pelo, siendo


consciente de la cantidad de bromas y comentarios que tendría que
aguantar durante aquellas vacaciones. Con un par de maniobras, sacó el
vehículo de aquella pequeña plaza que, por suerte, había encontrado
justo enfrente del portal de la casa de su amiga, y se metió en el denso
tráfico de la ciudad condal.

-Sal por la Meridiana –le recomendó la cardióloga mientras rebuscaba


una canción de su gusto en el iPod de Maca.

-No pienso salir por ahí –le espetó ella cogiendo torciendo por una calle,
mientras le hacía un gesto con la mano a un conductor que había dejado
la furgoneta justo después del cruce-, sólo se puede ir a cincuenta, y
está lleno de semáforos.

-¿Y por dónde piensas ir? –quiso saber Claudia son sorna como si no
hubiera otra oportunidad.

-Pues por Gran Vía y allí cogeré la AP-7 dirección Gerona, ¿te parece
bien? –repuso ella con tranquilidad.

-Me gusta más la Meridiana –insistió ella enfurruñada.

-Teniendo en cuenta que apenas sabes ir por las calles que rodean tu
casa, no voy a darle mucha importancia al hecho de que no estés de

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acuerdo conmigo –le espetó Maca esbozando una sonrisa-, y quita esta
canción, es horrible.

-Pues está en tu iPod… -contestó ella volviendo a coger el aparato para


seguir con su búsqueda-, por cierto, vaya putada lo de la modelo, ¿eh?

“Ya estamos, joder” pensó Maca a la vez que apretaba con más fuerza el
acelerador de forma inconsciente, aumentando así, la velocidad del
coche. “Mierda de vacaciones que me esperan…” añadió su mente,
notando como su cuerpo le pedía llegar de una vez a la autopista para
poder alcanzar la velocidad que deseaba. “No, si al final será verdad eso
de que echarías de menos a Esther” repuso su conciencia de forma
repelente.

Algo más de una hora y media después, el vehículo cruzaba la gran y


elaborada puerta de hierro forjado que daba entrada a la finca. Parecía
que el encargado que tenían para esas cosas, no se había preocupado
de nivelar la estrecha carretera que cruzaba los terrenos después de las
últimas lluvias, puesto que el trayecto hasta la casa estuvo repleto de
baches. Maca dejó el coche justo enfrente de la entrada principal, para
así no tener que cargar con el equipaje más de lo estrictamente
necesario. A pesar del bochorno casi insoportable que impregnaba el
ambiente, al abrir la pesada puerta de madera que, cuando vivían allí
solía estar permanentemente abierta, notó como una oleada de aire frío
impactaba con su rostro. Aquella era una de las razones por las que su
abuelo se había enamorado de la casa muchos años atrás, ya que por
mucho calor que hiciera, la casa siempre permanecía fresca gracias a
sus gruesas paredes de piedra. Y la otra, obviamente iba relacionada
con las preciosas vistas del mar que se tenían desde la parte trasera del
edificio. Ambas se encargaron de abrir todas las ventanas para que la
casa se aireara un poco antes de la llegada del resto, puesto que aunque
una mujer del pueblo se encargaba de cuidar de ella de forma periódica,
no podían evitar que la casa oliera a humedad tras todos aquellos meses
en la que permanecía vacía. Agradeció que su cama estuviera hecha,
puesto que lo último que le apetecía en aquellos momentos era tener
que hacerla; no obstante, sintió un escalofrío al imaginarse la sensación
que tendría aquella noche al meterse entre las húmedas sábanas. Con
algo de brusquedad, abrió las contraventanas, provocando que chocaran
estrepitosamente contra la pared de piedra, y se quedó unos segundos
ensimismada observando aquel mar que parecía infinito, y que en
aquellos instantes, permanecía en calma, sólo quebrantado por la suave
brisa. En aquel momento escuchó ruido en la planta inferior, donde
supuso que su amiga estaba trasteando con algo.

-Tendremos que ir a comprar algo –comentó Claudia con la cabeza casi

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metida dentro de la nevera, que se encontraba completamente vacía,


cuando ella entró en la cocina.

-Acabo de hablar con Anna, ellos se van a encargar de eso –contestó


Maca cogiendo una bolsa de patatas de la despensa-, aunque siempre
podemos alimentarnos a base de esto…

-Claro, siempre nos quedarán las conservas y la pasta –la apoyó la


cardióloga a la vez que metía la mano dentro de la bolsa y sacaba la
patata más grande-, por cierto, ¿qué es lo que te ha dicho Anna
exactamente?

-Pues eso, que en diez minutos llegarían al supermercado y que se


encontrarían allí con Guille, Eva y Laura –respondió la cirujana extrañada
por la pregunta-, ¿por?

-Bueno, se podría decir que anda un poco mosqueada por tu


desaparición de estos días –le contó Claudia sin darle demasiada
importancia-, lleva días llamándonos a todos para contarnos sus cada
vez más disparatadas teorías. La última fue que estás liada con Esther,
como ella también está escurridiza… ¿Estás bien? –le preguntó
preocupada, cuando Maca empezó a toser de forma compulsiva al
haberse atragantado con el agua que estaba bebiendo.

-Sí, sólo que me has pillado de improvisto… -se apresuró a contestar ella
mientras intentaba recuperar la respiración-, pero tienes razón, es una
teoría completamente absurda y descabellada.

-No sabía que Laura también venía –comentó Claudia cambiando de


tema.

-Sólo estará aquí durante el fin de semana –dijo Maca-, ella tiene las
vacaciones a finales de agosto. No quieren cerrar el despacho, aunque
en agosto no haya mucho movimiento.

-¿Cómo sabes tú eso? –se extrañó su amiga, mirándola fijamente.

-Supongo que lo dijeron en alguna cena –respondió la cirujana


rápidamente, maldiciendo su torpeza, puesto que había sido Esther
quien se lo había comentado unos días atrás.

-Pues a mí no me suena –apuntó Claudia con suspicacia.

-Deberías estar distraída –soltó Maca haciéndose la distraída-, voy a ver


dónde andan los perros, es raro que Bond no haya salido nada más oír el
ruido del motor del coche.

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Exhaló un profundo suspiro cuando estuvo segura de que estaba fuera


del campo de visión de su amiga. Anduvo tranquilamente durante
algunos minutos por el jardín de la casa, donde no había ni rastro de los
perros. Extrañada, se dirigió a la zanja donde los metían cuando tenían
invitados, y se sorprendió al encontrarlos allí; la mayoría de ellos
dormidos bajo la sombra que les proporcionaba un gran árbol. Sin
embargo, cuando escucharon sus pasos, algunos de ellos levantaron la
cabeza para, a continuación, abalanzarse sobre la valla y reclamarle su
atención. Agradeció el haber sido previsible y haber cogido el saco en el
que guardaban la comida de los perros, cuyo contenido vació a unos
pasos de ella en pequeños montoncitos. Todos los animales se
arremolinaron raudos alrededor de su comida menos uno, que
permaneció quieto mientras la miraba fijamente meneando su cola con
nerviosismo.

-Hola, precioso –lo saludó ella agachándose frente a él a la vez que le


tendía una de sus manos, que contenía un considerable hueso que le
había sobrado de la cena del día anterior-, como me conoces, ¿eh? Si es
que eres mi enchufado –añadió acariciándole el lomo mientras el perro
saboreaba su regalo-, vamos a dar una vuelta, ¿quieres?

Sin esperar una respuesta por parte del perro, se incorporó y empezó a
andar lentamente alejándose de la casa. Esbozó una leve sonrisa al
notar la presencia del animal a su lado, mientras escuchaba como el
hueso crujía entre sus dientes. Anduvieron durante algunos minutos
más, hasta que divisaron una hamaca que se encontraba colgada entre
dos árboles que la naturaleza había hecho que crecieran relativamente
cerca. Agradeció que su padre no estuviera allí, puesto que no le hubiera
gustado mucho que se hubieran olvidado de guardarla en su última
visita. Parecía que aquella tela se resistía al paso del tiempo, ya que a
pesar de la tramontana, tan frecuente en esa zona, se mantenía en buen
estado. Se apuntó mentalmente que debían lavarla, puesto que el tono
amarillento que había adquirido distaba mucho del blanco impoluto que
tenía antes, aunque quizás lo más lógico sería comprar otra. Sin
importarle mucho lo sucia que estaba, se tumbó en ella, y ni siquiera se
inmutó al notar un leve crujido de la tela cuando lo hizo. Al cabo de unos
minutos, -en los que la modorra del viaje empezaba a hacer mella en su
cuerpo y había permanecido con los ojos cerrados, disfrutando de la
suave brisa de aquella hora y acariciando de forma distraída la cabeza
de Bond, que dormitaba dejando escapar algún ronquido de vez en
cuando-, el móvil empezó a vibrar en su bolsillo. Sin abrir los ojos,
descolgó el aparato con pereza y lo llevó a su oído.

-¿Si? –preguntó con voz soñolienta.

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-Vaya, la efusividad de tu saludo me emociona –soltó Esther con ironía


desde el otro lado de la línea.

-Lo siento, es que estaba casi dormida –se disculpó Maca cambiando su
tono de voz-, hola…

-Hola –repitió la abogada esbozando una sonrisa-, ¿qué tal todo?

-Pues aquí, vagueando con Bond. Que ahora que lo pienso, el resto ya
debe haber llegado y es probable que me están criticando por haberme
escaqueado… -le contó la médico-, ¿qué tal todo por ahí?

-Bueno, acabamos de cenar… Desde que llegamos no ha parado de


llover, y los niños están enormes… Por cierto, mi hermano, Kath y Liz te
mandan muchos besos –contestó.

-Pues ya me los darás, porque mi padre no creo que esté por la labor…
-soltó Maca acompañando sus palabras con un suspiro.

-Es que ya te vale –se rió Esther-, mira que dejarte fotografiar en un pub
de ambiente en actitud cariñosa con una modelo…

-Te recuerdo que no fue más que un juego para ponerte celosa –la cortó
la cirujana.

-Bueno, al menos ha servido para que lo reconozcas de una vez –le


espetó la abogada con una carcajada.

-Por cierto, ¿qué te han parecido las fotos? –la pinchó Maca.

-Que el fotógrafo no tiene muy buen pulso a juzgar por lo borrosas que
están, y que no ha sabido sacar tu mejor lado…

-Muy graciosa –observó la médico con ironía-, ¡pero si salgo guapísima!

-Tengo que admitir que no estás nada mal, a pesar de que competir con
una modelo no sea fácil –reconoció Esther-, y te lo digo yo, aunque
obviamente la ganara de carrerilla…

-Eso no tiene mucho mérito, ¿sabes? De hecho, lo único que puso la


balanza a tu favor fue ese lado borde que tienes –se rió Maca.

-Sabes que te encanta… -repuso la abogada de forma chulesca.

-Tanto como a mi padre las fotos –apuntó ella con fastidio.

-En eso sí tienes razón, porque no creo que tu padre esté para darte

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muchos besitos cuando volvamos…

-Joder, ¿se lo ha tomado muy mal? –quiso saber Maca.

-Digamos que muy contento no está. Y tu conversación con él no ha


ayudado mucho a que su humor mejore –contestó Esther-, pero yo creo
que en un par de días se le habrá pasado.

-Supongo que no me queda otra que fiarme de tu criterio, ¿verdad? Por


cierto, hay algo que tengo que contarte…

-Mierda, te llamo mañana, ¿vale? Que mi hermano se está acercando –la


cortó la abogada.

-Vale, pero no te olvides de esos besos que me debes –se apresuró a


decirle antes de que colgara.

-Me lo pensaré –repuso Esther esbozando una sonrisa.

Despacio, volvió a meterse el móvil en el bolsillo, mientras llevaba la


otra mano a su frente. Aquello no le gustaba nada. Por un lado se había
visto realmente aliviada cuando la abogada le había dicho que debía
colgar, puesto que todavía seguía sin saber cómo se suponía que debía
contarle lo de las fotos de ambas; pero por el otro lado, sabía que como
más tardara peor sería la reacción de Esther, que ya de por sí,
sospechaba no sería muy buena. No era ningún secreto que no quería
salir del armario con su familia; de hecho, parecía que tenía pavor sólo
con pensarlo, así que definitivamente no le haría mucha gracia.

Una oleada de brisa la hizo estremecerse, puesto que, a pesar del buen
tiempo, hacía ya un buen rato que había anochecido. El cambio de
temperaturas entre el día y la noche, había sido siempre el problema de
aquella zona, sin contar, obviamente con la tramontana que a veces se
hacía insoportable. Pensó que ya era la hora de volver, algo que no le
hacía demasiada ilusión, ya que sabía que le esperaba una buena
regañina por haberse escaqueado, que seguramente estaría seguido de
un interrogatorio sin piedad. Esbozó una sonrisa al pensar en sus
amigos, y en lo mucho que los quería. Siempre habían sido muy
importantes para ella, demasiado, según su padre, quien opinaba que al
final, con los únicos que se podía contar era con los miembros de la
familia. Por su vida habían pasado muchas personas, algunas de las
cuales seguían estando en su vida, pero nunca habían llegado a tener
tanta influencia sobre ella como esos cinco. Marta, quien nunca se
enteraba de nada y siempre andaba en su mundo particular, provocando
las bromas del resto; Joan, el radar personificado que siempre se

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enteraba de los cotilleos más insospechados; Guille y Claudia, siempre


peleándose pero si poder separarse por mucho tiempo el uno del otro, él
siempre realista y ella idealista, uno británicamente puntual y la otra
siempre tarde y, Anna, esa que la había sacado de quicio tantas veces,
pero con la que siempre había podido hablar de todo, o casi, “te conozco
como si te hubiera parido” le había repetido cientos de veces. Tenía que
admitir que los quería, y que ahora no podría vivir sin ellos, sin sus cosas
buenas, sin sus defectos, sin sus comentarios…

Su mente viajó de forma irremediable hacia dos personas que también


habían sido muy importantes para ella, una de las cuales llegó a pensar
que imprescindible: Bea y Esther. Le asustaba pensar en las numerosas
similitudes que podía encontrar fácilmente entre ellas, así como en lo
parecida que parecía ser la relación que había mantenido con ambas. No
obstante, ella había crecido, había madurado, por lo que no se
encontraba tan expuesta como lo había estado años atrás, o al menos,
eso le gustaba pensar. A pesar de las semejanzas, había algo muy
diferente: a la abogada nunca la había idealizado como sí había hecho
con Bea; con ella sabía a lo que atenerse, aunque en ocasiones no le
gustase demasiado, y Esther, a pesar de las reticencias que mostraba
para exteriorizar sus sentimientos, era mucho más transparente que la
enfermera. Tenía que reconocer sí había algo muy importante que
ambas tenían en común: su facilidad y rapidez verbal, aquélla que hacía
que ella misma se quedara sin palabras, y sin la cual no podía concebir
una relación. Era algo intrínseco en ella, y además le gustaba, por lo que
no pensaba cambiarlo. Sin embargo, con Esther había un límite que
ninguna de las dos cruzaba nunca y, a diferencia de Bea, se podía
mantener con ella una conversación intrascendente, normal y banal. Se
había resistido a contárselo cuando se lo preguntó, pero había sido esta
la razón por la que la había preferido a ella antes que a la modelo, o al
resto de mujeres con las que podría mantener una relación; puesto que
aquella relación que tenían, aunque no era perfecta ni mucho menos, no
la hubiese cambiado por nada del mundo.

-¡Hombre! La desaparecida –exclamó Guille sentado en una de los


sillones de mimbre del porche trasero, cuando la vio-, espero que lo de
salir en las revistas no haya provocado que se te suban los humos…

-La discreción no acaba de ser lo tuyo, ¿verdad? –le espetó ella de mal
humor sentándose a su lado-, ¿cómo anda la cena?

-Casi lista, y no es precisamente por la ayuda que nos has prestado –


soltó Anna de mal humor justo detrás de ella.

-Por un día que Guille y yo no os preparemos la comida no creo que pase

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nada –se defendió Maca-, voy a por una cerveza –añadió pasando por el
lado de su amiga sin tan siquiera mirarla.

-¿Ves como sí está rara? –escuchó como le decía Anna a Guille.

-Ninguno de nosotros ha dicho lo contrario –replicó el galerista con


paciencia-, lo problema es que nadie piensa que tus teorías puedan ser
factibles…

Poco más tarde, después de haber sacado la mesa al porche, aquélla


que su padre se empeñaba en querer entrar cada vez que se iban,
porque sino se ensuciaba; empezaron a comer entre las risas y
comentarios habituales. Parecía que el sarcasmo de Maca no había
desaparecido a pesar de su actitud “diferente”, algo que provocaba las
carcajadas de todos menos de la víctima a la que iba destinado.

-¿Cómo va la venta de tus cuadros raritos? –le preguntó a Guille, siendo


apoyada por Claudia, quien estaba absolutamente de acuerdo con el
adjetivo que había utilizado.

-Por el mero hecho de ser consciente de tu poca sensibilidad artística,


voy a evitar hacerte entender una vez más que se trata de arte
abstracto… Pero bueno, la cosa anda bien a pesar de todo –contestó el
chico sin enfadarse.

-Me alegro de que al menos a alguien no le afecte la dichosa crisis –


comentó Jero-, los únicos proyectos que nos han encargado estos
últimos meses, han sido de reformas y ampliaciones de casas
unifamiliares.

-Teniendo en cuenta el buen pico que te llevaste por aquellos edificios de


oficinas que hiciste, no creo que suponga un problema –soltó Maca-, y
mira que algunos de ellos eran feos a matar…

-Claro, tus aumentos de pechos y demás operaciones son mucho más


bonitos. Todavía no entiendo porque no se dan premios de eso… -repuso
su hermano con sorna.

-Con saber que mis pacientes y sus seres allegados lo disfrutan mucho
más que una casa o un cuadro, me conformo –le espetó esbozando una
sonrisa.

-Por no hablar de la médico, ¿no? Porque si no recuerdo mal, tú también


has disfrutado de ellos alguna que otra vez –intervino Claudia de forma
suspicaz.

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-Hace mucho tiempo de eso –se defendió Maca.

-No tanto, a juzgar por ciertas fotos tuyas que he visto con una antigua
paciente tuya –la pinchó Anna provocando las carcajadas del resto.

-¿Qué fotos? ¿Por qué lleváis todo el día hablando de fotos? –quiso saber
Marta que era la única a quien el comentario no le hizo gracia,
comentario que arrancó más risas todavía.

-Ésta, que lo tiene que hacer todo a lo grande, y no se le ha ocurrido otra


cosa que salir en la portada de no sé qué revista dándose el lote con
Nuria Casas –le explicó Jero-, que por cierto, tienes a papá contento…

-¿Y qué hacías tú con una modelo? –preguntó Marta.

-Nos la encontramos el sábado en un pub –le contó Maca-, fue paciente


mía hace un tiempo. Pero simplemente bailamos…

-Al menos no te fotografiaron con tu ligue de después –observó Laura,


cuyo rostro, aunque impasible, advirtió a la médico que sabía más de lo
que debía-, no creo que le hiciera mucha gracia a la chica eso de salir en
las revistas de medio mundo…

-En eso tienes razón –la apoyó Anna que, con ese comentario vio el cielo
abierto-, hablando de eso, ¿es ella la causa de que pases de nosotros?

-Yo no hago eso –replicó Maca con indignación-, vale que no hemos
quedado en toda la semana, pero os he llamado cuando vosotros lo
habéis hecho, y no es que haya desaparecido precisamente.

-¿Cómo que no? –repuso su cuñada escandalizada-, tuve que llamarte


tres veces para que te dignaras a contestarme. Y Teresa me contó que
no has salido ni un día más tarde de las siete, algo que nunca habías
hecho.

-¿No te has parado a pensar que quizás es porque estos días casi no
tenemos trabajo? ¿O que estaba cansada? –insistió la médico con
cansancio.

-Pero como te conocemos tan bien y sabemos que si fuese por eso nos
habrías llamado, también somos conscientes de que estás mintiendo –
intervino Joan.

-Vale, pues sí, lo que vosotros digáis –aceptó Maca de mala gana,
recostándose en la silla-, ¿qué queréis saber?

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-¿Cuándo nos la vas a presentar? –se apresuró a preguntar Anna.

-No lo sé, pero de momento no creo que lo haga –contestó ella.

-¿Por qué? ¿Está casada o algo? –quiso saber Guille.

-Eh… Sí, y no quiere que su marido sospeche. Se ve que es muy celoso –


explicó la médico rogando que su nariz no empezase a crecer.

-No será Bea, ¿no? –dijo Claudia mirándola de forma suspicaz.

-¡No! Por favor –respondió Maca indignada-, ¿Bea? ¿Cómo habéis podido
pensar eso?

-Bueno, en realidad no sería la teoría más descabellada que he oído, y


de hecho, cuadra con la situación: no nos dices quién es, no nos la
quieres presentar, es lo suficientemente importante para ti como para
que nos “abandones”… -se justificó la cardióloga.

-Creo que no voy a preguntar cual ha sido la peor –murmuró la cirujana.

-Ya te la he contado antes: que estabas liada con Esther –contestó su


amiga.

Si bien era cierto que ya lo había oído, hacerlo por segunda vez tuvo los
mismos efectos que la primera, puesto que parecía no aprender y se
empeñaba en beber algo justo cuando sus amigos soltaba aquella clase
de bombas. Así que volvió a atragantarse de nuevo, aunque esta vez
con la cerveza, algo que no fue nada agradable, provocando las risas de
sus amigos, el sonrojamiento de Anna, que había sido la artífice de la
teoría, y una leve sonrisa de Laura que se limitó a mirarla fijamente,
como si le estuviera confirmando que efectivamente sospechaba algo.

Aquella noche, ninguno se demoró demasiado en irse a la cama, puesto


que el tener que dejar todo listo en la última jornada de trabajo y el viaje
en coche habían hecho mella en todos, por lo que se encontraban lo
suficientemente cansados como para no querer alargar más ese día. Por
ello, cuando faltaban cinco minutos para la una, Eva y Guille se
levantaron y se despidieron de las dos únicas personas que quedaban
ahí, y que no parecían tener intención de marcharse todavía: Laura y
Maca. Ambas permanecieron en silencio después de que se fueran,
disfrutando de la suave brisa que movía ligeramente las hojas de los
árboles, y de la tranquilidad de la noche. La médico temía lo que pudiera
decirle la compañera de Esther, aunque si algo tenía claro era que no
pensaba huir de la situación; además, empezaba a estar harta de tener
que dar explicaciones y de mentir.

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-Parece que la teoría de Anna no es tan descabellada al fin y al cabo,


¿eh? –soltó la abogada de repente.

-Explícate –le pidió Maca.

-Bueno, no se tiene que ser demasiado listo para atar cabos, ¿no te
parece? A ver, ambas estáis algo desaparecidas, aunque de hecho,
Esther lo está mucho: podría contar con los dedos de la mano los
minutos que ha pasado en casa esta semana… Tú no quieres revelar la
identidad de la misteriosa mujer, y ella cometió la equivocación de
cambiar el nombre de la tía con la que pasa las noches.

-¿En serio? –preguntó la médico sorprendida esbozando una sonrisa


divertida.

-Sí, por la tarde me dijo que pasaría la noche en casa de Julia, y por la
mañana me habló de Victoria. Así que puede decirse que la chica muy
hábil no ha sido -se rió Laura-. Además, tengo que reconocer que os vi
abrazadas en el pub… -añadió encogiéndose de hombros.

-Ya… -murmuró Maca-, y luego ambas nos fuimos y sumaste dos más
dos.

-Exacto –repuso la abogada-, la verdad es que no tiene mucho mérito,


ahora que lo pienso. Lo extraño es que el resto no se haya dado cuenta.

-Anna sí lo ha hecho, aunque fuese inconscientemente y por pura potra –


apuntó la médico-, ¿qué opinas de todo esto?

-Pues si tengo que serte sincera, no lo sé… Sólo te diré que te andes con
cuidado. Esther es muy amiga mía y la quiero mucho, pero ambas
sabemos como es; he visto pasar muchas chicas por su vida que han
intentado cambiarla sin conseguirlo…

-Pero es que yo no quiero cambiarla –replicó Maca-, sólo quiero estar con
ella como ahora.

-Ya, pero ese es precisamente el problema de Esther, que nunca está


demasiado tiempo con la misma persona. Supongo que ya te habrás
dado cuenta, pero le cuesta mucho abrirse en ese aspecto. Como amiga
es un diez, pero como amante o compañera sentimental no puede
decirse lo mismo…

-¿Tan mal está la cosa? –preguntó bajando la cabeza.

-Te mentiría si te dijese que no. No voy a contártelas porque creo que

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eso es algo que debe hacer ella, pero Esther tiene sus razones para
comportarse como lo hace, y tienen que ver con el miedo ese que tiene
para decírselo a su familia. No hemos hablado demasiado del tema, pero
creo que ella piensa que si se ata demasiado a una persona, si traspasa
esa línea y luego no es capaz de darle a esa persona lo que ella le pide –
que oficialicen su relación-, sufrirá, y es eso precisamente de lo que
huye Esther.

-Pues no me estás dando demasiadas esperanzas, la verdad –observó


Maca.

-No, pero es lo que hay. Me caes bien, te aprecio mucho, y es por eso
mismo por lo que quiero que seas realista y no te montes una película
que luego no se va a cumplir… Mira, he visto a bastantes mujeres
marchándose de mi casa llorando, más de las que a mí me hubiese
gustado; y otras tantas cruzarle la cara a Esther cuando nos las hemos
encontrado en algún sitio…

-Yo nunca haría eso, no soy de montar numeritos –la cortó la médico.

-Lo sé, pero me gustaría evitar que pudiese darse la situación en la que
tuvieras ganas de hacerlo –replicó Laura-, si eso es posible aún… -añadió
en un susurro-, bueno, creo que es hora de que me vaya a la cama.
Buenas noches, Maca.

-Buenas noches –repitió ella observando, ligeramente girada, como la


abogada entraba en la casa y desaparecía de su campo de visión al
cruzar la puerta que la llevaría al pasillo. Negó con la cabeza un par de
veces y, tras darle un sorbo a la botella de cerveza, se quedó
ensimismada en la extensión de agua que parecía bailar a sus pies.

Lo que no sabía Maca era que Laura no había sido del todo sincera con
ella. Como le había dicho a la médico, había visto a bastantes mujeres
pasar por la cama de su amiga, sólo eso. Las relaciones de Esther se
habían basado siempre en eso, puesto que ella siempre decía que para
hablar ya tenía a sus amigos, y que era precisamente lo que no podía
tener con ellos, lo que buscaba en aquellas mujeres. Pero lo que había
visto en su amiga cuando estaba con Maca no se parecía a aquello ni
mucho menos; quizás era porque entre ellas ya existía una relación
previa, o quizás porque en esa ocasión Esther sí empezaba a cruzar
aquella línea. Pero cualquiera que fuera la razón de aquel cambio, que
podía no ser más que simples imaginaciones suyas, no quería darle
falsas esperanzas a Maca, y si le revelaba sus sospechas podía muy bien
ser que se las diera. Así que decidió esperar a los sucesos venideros,
puesto que, al fin y al cabo, su amiga regresaría en cuatro días y, según

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lo que le había contado, pasaría al menos una noche en su piso antes de


emprender rumbo a la casa de veraneo de los Wilson, por lo que tendría
tiempo más que suficiente como para intentar sonsacarle a Esther lo que
verdaderamente ocurría allí.

De forma lenta, aunque en ocasiones más rápidamente, los días se


fueron sucediendo. Como tenían planeado, el domingo por la noche Eva
y Laura se marcharon a Barcelona en el coche de la primera, para
reemprender sus obligaciones profesionales. No obstante, ambas
aprovecharon al máximo el fin de semana, en el que no faltó la fiesta en
la playa que hacían cada año y se había convertido ya en una tradición.
La presencia del pequeño Santi provocó que Marta y Edu tuvieran que
ausentarse pronto por la noche; además de no permitirles al resto hacer
demasiado alboroto llegada una hora.

A pesar de que parecían haberle dado una tregua, sus amigos no


estaban del todo conformes con la explicación que les había dado la
médico acerca de su nueva amante; en especial Anna, que de vez en
cuando dejaba ir algún comentario con doble sentido e indirectas a los
que Maca respondía haciéndose la sueca. La cirujana recordaba con
especial cariño un par de puyas que le había lanzado mientras los otros
hablaban de un tema que nada tenía que ver con aquéllo:

-Pues a mí me decepcionó bastante –opinó Guille refiriéndose a la última


película que había visto-, la encontré lenta.

-¿Decepcionante en el sentido de medio recomendable, o en el de ni se


os ocurra? –le preguntó Claudia.

-Lo segundo –contestó él de forma rotunda.

-¿Cómo si una amiga que crees que confía ciegamente en ti, te miente
descaradamente? –añadió Anna ante la mirada sorprendida de todos,
mientras Maca ponía los ojos en blanco cubiertos por las gafas de sol.

Sin embargo, la paciencia de Maca no fue infinita; de hecho, se acabó el


domingo por la mañana, cuando todos se encontraban desayunando
tranquilamente en el porche. Algunos de ellos estaban leyendo la prensa
del día, que Guille se había encargado de ir a comprar puesto que, como
siempre, se había levantado antes que el resto.

-Si papá nos viera así, le daría un síncope… -comentó Jero llegando hacia
allí con otra cafetera, refiriéndose al hecho de que estaba desayunando
a las doce del mediodía y todos en pijama.

-Seguramente nos lo haría tener a nosotros a causa de su sermón

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soporífero acerca del saber estar, la adecuación, las maneras… –repuso


Maca.

-Espera, espera –la cortó Jero levantando las manos-, me lo estoy


imaginando, sería algo así como: esta actitud es inconcebible, hijos, no
puedo entender dónde ha ido a parar toda esa inversión en colegios
privados… ¡Esta situación es inaguantable! –añadió imitando la voz de
su padre.

-Lo que no sé, es si se referiría a tan inconcebible como que alguien de


tu familia te mienta con todo el descaro del mundo y alevosía… -soltó
Anna.

-¿Cómo cuando tú y Jero no nos dijisteis que estabais juntos hasta al


cabo de dos meses? –intervino Maca empezando a mosquearse-, o no,
espera, que no nos lo contasteis… ¿No os pillamos detrás de la caseta
de la piscina?

-No, más bien me refería a que tu cuñada y mejor amiga tenga el valor
de mentirte una y otra vez sin inmutarse –la desafió la veterinaria sin
estar dispuesta a dar su brazo a torcer.

-Vale, me ha quedado claro, soy muy mala persona… ¿Pero sabes qué?
Por eso mismo no te voy a contar lo que quieres saber –le espetó antes
de acabarse lo que le quedaba del café de un trago y levantarse de la
silla-, me voy a la piscina…

-Espera al menos una hora en bañarte –le recomendó Anna elevando la


voz.

-Lo que tú digas, mamá –contestó Maca sin girarse.

Mientras tanto, en Londres parecía que la lluvia había decidido dar una
pequeña tregua, siendo sustituida por un sol inclemente que provocó el
aumento de la temperatura en varios grados. Además de recuperar el
tiempo perdido con sus sobrinos, Esther aprovechó para reunirse con
algunos conocidos que vivían en la capital inglesa. Una de ellos era una
antigua compañera de la facultad, quien llevaba establecida ahí cerca de
cinco años y no tenía la más mínima intención de volver a su país de
origen. La tarde del domingo, ambas se encontraban tumbadas en el
césped exageradamente verde de Regent’s Park, justo enfrente del
pequeño estanco, observando de forma distraída como las barcas que se
podían alquilar se deslizaban tranquilamente por el agua. Esther giró
levemente la cabeza para dar con el paradero de su sobrina, quien en
aquellos momentos se distraía con un par de ardillas que aprovechaban

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los restos de un pic-nic.

-Quién nos iba a decir a nosotras que estaríamos aquí con tus sobrinos,
¿eh? –comentó Emma esbozando una sonrisa.

-¿Lo dices por estar en Londres o por qué mi hermano tenga dos hijos? –
preguntó ella entre risas.

-Por ambas cosas –contestó imitándola-, no sé, supongo que nunca


hubiese imaginado vivir aquí, sin echar de menos mi ciudad… Aunque si
te digo la verdad, lo más raro de todo es que siempre supuse que serías
tú la que estarías aquí, en un gran despacho internacional…

-No era lo mío –se limitó a explicar Esther mientras algunos de los
momentos que pasó en esa misma ciudad como abogada de uno de
aquellos despachos-, creo que me agobié con tanta gente en una misma
planta… Pero reconoceré que si en la facultad me hubiesen dicho que
iba a dejar mi puesto en uno de los bufetes del Magic Circle*, hubiera
muerto de la risa…

-Tienes razón, a veces es algo estresante. Pero he oído que el vuestro


tampoco está nada mal –repuso Emma.

-No nos podemos quejar –reconoció ella-, hace poco un despacho de


aquí nos hizo una propuesta interesante: una alianza estratégica.

-¿Pensáis aceptarla?

-No lo sabemos, todavía estamos estudiándolo. Es una buena


oportunidad de expansión, pero eso significaría tener que ampliar el
personal, nuestros servicios… En definitiva, más gastos, y por otra parte
en estos momentos la cosa no está muy segura –contestó Esther con
algo de preocupación.

-Dejemos de hablar de trabajo. ¿Qué es de tu vida? Espero que al final te


olvidaras de todo ese rollo de novios-tapadera –bromeó Emma.

-Para le desgracia de mi madre sí. Todavía me pregunta por qué no he


vuelto a tener ningún novio desde Raúl –se rió ella.

-Y yo sigo sin entender como pudiste salir con eso –opinó su amiga
dibujando una mueca de asco-, vale que estaba bueno y todo eso, pero
como persona dejaba bastante que desear. ¿Ahora no hay nadie en tu
vida?

-Algo hay, pero ya me conoces. Me pongo a temblar cada vez que oigo la

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palabra compromiso –contestó Esther-, y se puede decir que nuestra


situación es algo complicada.

-¿Casada?

-No, mi hermanastra.

-¡No jodas! –exclamó Emma sorprendida-, para no querer complicarte la


vida estás siguiendo el camino más fácil, sí señor. Pero cuéntame, ¿cómo
es ella?

-¿También tengo que decirte en qué lugar se enamoró de mí? –bromeó


Esther-, bueno, a ver, es guapa, muy guapa; inteligente; divertida; rica,
muy rica; médico y directora de la clínica familiar…

-¿Morena, rubia, alta, baja…?

-Morena y alta. ¿Has visto las fotos de la modelo esa española? –


preguntó con una sonrisa.

-Como para no verlas, ¿por? –quiso saber extrañada por la pregunta.

-Es la acompañante –contestó Esther bajando la cabeza algo ruborizada.

-¡Coño! Realmente tu vida es de lo más normal y corriente –observó


Emma boquiabierta-, ¿y qué hacía con ese pedazo de mujer?

-El tonto… -dijo sin querer dar más explicaciones de las necesarias-, se
conocieron porque Nuria fue su paciente y la semana pasada nos la
encontramos en un pub, bailaron un par de canciones y aquí se acaba la
historia.

-Vaya, ¿y qué tal con ella?

-Bien, muy bien. Nos lo pasamos bien juntas, no sé, en parte es extraño
porque es como si tuviera una amiga durante el día con la que me
acuesto por la noche...

-A eso se le llama relación, Esthercita –se rió Emma-, ¿y por la noche qué
tal?

-Podríamos decir que mejor que bien… -contestó ella ruborizada


escondiendo su rostro bajo el antebrazo-, aunque con la experiencia que
tiene no es de extrañar…

-A ver, recapitulemos, estás liada con tu hermanastra, que sale en las

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revistas con una modelo, y a la vez es un putón, ¿voy bien? –la pinchó su
amiga.

-Algo así, pero no es un putón. Digamos que… No sé, es ella, sin más…
-la corrigió Esther-, el problema es que siento que las cosas se están
embalando demasiado…

Y finalmente, algo inevitable ocurrió: llegó el martes. El matrimonio y


Esther se despidieron de forma efusiva de Sergio, Kath y los niños
cuando apenas faltaban unos minutos para que les dieran la señal de
embarcar. Una Encarna llorosa, le prometió a su hijo que acostumbraría
a William a que le llamaran Guillermo, puesto que en aquellos cinco días,
el pequeño seguía sin hacerle el menor caso a su abuela cuando ésta le
llamaba por su nombre en español. Lo cierto, era que aquellos intentos
frustrados habían provocado más de una risa durante el viaje, sobretodo
por parte de sus hijos.

No fue hasta las siete de la tarde, cuando Esther bajó del coche de Pedro
Wilson y entró en el portal con pasos cansados, mientras arrastraba de
mala gana su trolley. Agradeció que Laura no estuviera todavía en casa,
puesto que lo último que le apetecía en aquellos momentos era tener
que contar con todo tipo de detalle lo que había hecho en Londres, y
mucho menos, escuchar con fingido interés lo bien que se lo había
pasado ella en la casa de veraneo de los Wilson. Sin molestarse a
deshacer la maleta, se dirigió directamente al baño con la intención de
regalarse una larga ducha a poder ser con el agua relativamente fría.
Aquellos días en Inglaterra le habían hecho olvidar las altas
temperaturas de la ciudad condal, por lo que la oleada de calor que
había impactado en su cara al salir del aeropuerto había sido una
sorpresa realmente desagradable. Exhaló un profundo suspiro al pensar
que al día siguiente le esperaba un nada tentador viaje en coche de
cerca de dos horas, que gracias a que Pedro y Encarna se habían
escaqueado, debería hacer sola. Al salir de su ducha reparadora, se
vistió con lo más ligero que encontró en su armario –unos pantalones
cortos y una camiseta de tirantes-, y se tiró encima del sofá, dispuesta a
ponerse al día de los programas de televisión que hacían a aquella hora.

Hacia las ocho, la puerta del piso se abrió dando paso a unas voces que
parecían discutir. Esther, adormilada y sin ser consciente de lo que
ocurría a su alrededor, se dio la vuelta en el sofá, quedando de cara al
respaldo. Aprovechando el cansancio de su compañera de piso, Laura
intentó disuadir a Eva de que quedarse a cenar era una buena idea,
puesto que aquéllo echaría por tierra sus planes de hablar seriamente
sobre Maca y lo que pretendía con ella. Pero su socia pareció no
entender la razón de su interés, así que cogió el teléfono y llamó al

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restaurante chino para pedir que les trajeran la cena. De este modo, a la
mañana siguiente, Laura se despidió refunfuñando de Esther, no sin
antes sucumbir ante aquella parte de su ser que le insistía en querer ser
la razón de su amiga.

-Espero que seas consciente de lo que haces con ella. No me gustaría


que acabara como las otras –le advirtió justo en el quicio de la puerta.

-¿Cómo…?

-Ella no me lo ha dicho; de hecho fuiste tú. ¿Sabes? No quedó muy


creíble lo de Julia y Victoria en una misma noche.

-Pensé que no te habías dado cuenta –murmuró Esther.

-Pues ya ves. Me voy que sino llegaré tarde –le dijo dándole un beso en
la mejilla-, que tengas un buen viaje y disfruta.

Cuando la puerta se cerró, respiró hondamente y volvió a la cocina para


recoger la mesa sobre la que todavía quedaban los restos del desayuno.
Sin demasiado ánimo miró la hora en el reloj que colgaba de la pared, y
vio que tenía tiempo suficiente para hacer el equipaje, meter en la
lavadora la ropa sucia del viaje y darse una ducha tranquilamente. Sabía
que a Laura no le haría ninguna gracia tener que colgar su ropa cuando
volviese del trabajo, pero confió en que no habría represalias a su
vuelta. Así que poco antes de las doce, su coche se adentraba en el
denso tráfico de la ciudad condal, del que no saldría hasta una hora más
tarde, por lo que llegaría bastante más tarde de lo previsto. Cerca de las
tres de la tarde, dejaba el vehículo junto con los otros, extrañada de que
nadie hubiese salido a su encuentro al oír el ruido del motor.

Sin sacar el equipaje del maletero, entró en la casa que permanecía en


un silencio sepulcral. Aunque supuso que aquello se debía a que habían
decidido bajar a la playa. No obstante, al salir al porche se encontró a
Maca sentada en uno de los sillones sosteniendo en una de sus manos lo
que parecía un café con hielo, y en la otra un cigarrillo. Se quedó
observándola en silencio durante algunos segundos, en los cuales pensó
que no se equivocó al decirle a Emma que la médico era realmente
guapa.

-¿Te quedarás mucho rato ahí, o piensas saludarme como es debido? –


preguntó Maca de repente sin abrir los ojos, aunque esbozando una
sonrisa.

-Habló la que me ha recibido con honores… -soltó Esther riéndose,


mientras hacía el ademán de sentarse en un sillón que se encontraba

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junto al suyo.

-Ven aquí, anda –le ordenó atrapando su cintura con el brazo en el que
sostenía el cigarrillo vigilando de no quemarla, para atraerla hacia ella y
hacer que se sentara en sus piernas.

-Maca… Nos van a ver… -le dijo sin mucho convencimiento entre besos,
cuando notó la lengua de la médico adentrarse en su boca.

-No hace ni diez minutos que se han ido a hacer la siesta, y su media es
de cuarenta minutos como mínimo –contestó la cirujana, deteniendo sus
besos por un instante para observarla fijamente a los ojos.

-¿Y si resulta que esta vez es diferente? –insistió la abogada.

-Entonces, les diremos que durante estos días en los que hemos estado
tan lejos nos hemos dado cuenta de que nos echábamos de menos y
que es una tontería el no hablarnos –repuso Maca.

-¿Mientras nos besamos?

-Es que nos hemos echado muchísimo de menos… Tranquila, lo


entenderán, son muy comprensivos –insistió la médico.

-¿Por qué no nos vamos a tu habitación? –propuso Esther.

-Porque justo al lado están Joan y Jaime –contestó ella-, pero podemos
aprovechar para ir a dejar tu equipaje en la casa de invitados y de
paso…

-Pensé que allí dormirían Marta y Edu –comentó la abogada cuando ya


estaban cerca del coche.

-Los padres de Edu tienen un apartamento en Palamós, y como está a


menos de media hora, han decidido que estaban mejor allí por el niño y
eso –le explicó Maca mientras sacaba la maleta y esperaba a que Esther
cerrara el coche-, además, así tú tendrás más independencia del resto…

-Anda que no tienes morro tú ni nada –se rió la abogada.

Cinco minutos más tarde, después de haberle enseñado a Esther la


disposición de las estancias de aquel pajar reformado, y donde se
encontraba todo lo que podía necesitar; Maca aprisionaba a la abogada
contra una de las paredes de la habitación principal. Las escasas
prendas que cubrían sus respectivos torsos habían desaparecido como
por arte de magia, y parecía que el resto de la ropa iba a sufrir muy

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pronto el mismo destino. Las manos de Maca, más rápidas que sus
homónimas, descendieron por el cuerpo de Esther, acercándose
peligrosamente a su centro. En el momento preciso en el que sus dedos
se adentraban en aquella humedad, una voz proveniente del exterior de
la casa surgió de la nada.

-¿Esther? –la llamó por segunda vez quien identificaron como Anna.

-Mierda –murmuró la aludida con frustración, sobretodo porque Maca


seguía con la mano en su sexo y había reanudado los movimientos de
sus dedos-, para…

-Dile que te estás cambiando y que ahora sales –le susurró ella al oído.

Con voz entrecortada, la abogada hizo caso a sus más bajos instintos
antes que a su razón, y llevó a cabo lo que Maca le había dicho.
Escucharon como la veterinaria entraba en la casa y se quedaba en el
salón, donde encendió la tele a juzgar por el ruido. Agradecieron en
silencio aquel gesto, y que ambas hubieran tenido la precaución de
cerrar la puerta del dormitorio al entrar. Pocos minutos más tarde, Esther
estallaba en un orgasmo que fue silenciado por los labios de la médico.

-Vete, anda –le dijo la abogada recuperando el ritmo de la respiración,


señalando con la cabeza las ventanas de la habitación que, por suerte
quedaba en la planta baja.

-Joder, parece que tenga quince años –se quejó Maca mientras recogía
su ropa del suelo y se la ponía a toda prisa.

-Espero que con esa edad no hicieras esto… -soltó Esther mirándola con
una ceja alzada.

-Te sorprendería saber lo que tardé en hacer estas cosas –repuso la


médico dejando un último beso en sus labios antes de salir de allí con
una agilidad sorprendente.

Cuando se hubo cerciorado de que Maca ya estaba lo suficientemente


lejos, se vistió con lo primero que encontró, que resultó ser un bikini y un
pareo, y entró en el salón para darle encuentro a la veterinaria, que se
levantó del sofá para saludarla con dos besos en sendas mejillas y
preguntarle por su viaje.

-¿Estás bien? –le preguntó al percatarse de su rostro visiblemente


acalorado.

-Eh… Sí, es que el viaje ha sido un poco pesado y nada más llegar me he

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puesto esto –le explicó Esther.

-Tranquila, esta época a veces es como una pesadilla. Por cierto, ¿has
visto a Maca?

-Sí, ha sido ella la que me ha dicho que viniera aquí, pero luego se ha ido
a ver a los perros o algo así.

-Pues es raro, porque acabo de estar allí… Aunque quizás haya ido a los
establos –repuso una Anna pensativa-, bueno, voy a ver si la encuentro,
¿vale?

-Claro, yo iré a darme un chapuzón a la piscina –contestó la abogada.

-Entonces, nos veremos allí. Esther, ¿seguro que estás bien? –volvió a
preguntar antes de salir de la casa.

-Sí, sí, claro. Nada que no se arregle con un buen baño –respondió ella
con una tranquilidad que no tenía-, de agua fría, muy fría -añadió una
vez la puerta se hubo cerrado.

Un cuarto de hora más tarde, Maca y Anna aparecieron en la piscina,


ambas ataviadas con sendos bikinis y sus respectivas toallas bajo el
brazo. Esther seguía metida en la piscina disfrutando del agua que se
encontraba a una temperatura ideal para su gusto. Por la actitud que
mantenían las dos mujeres, parecía que la veterinaria no sospechaba
nada, o al menos, no lo hacía respecto a lo que había ocurrido cuando
ella entró en la casa de invitados. Mientras su cuñada extendía
cuidadosamente la toalla encima de una de las tumbonas que rodeaban
la piscina, y se esparcía la crema protectora, Maca tiró la suya de
cualquier modo y sin esperar un segundo más se tiró de cabeza en el
agua. Como siempre solía hacer, buceó todo el largo de la piscina, por lo
que al salir de nuevo, casi sin respiración, se llevó una buena
reprimenda por parte de su cuñada quien le repitió que parecía una
adolescente.

-Di lo que quieras, pero tú nunca has conseguido pasar de la mitad –


repuso Maca con una sonrisa burlona.

Anna no se molestó en contestar a la provocación de la médico, sino que


simplemente puso los ojos en blanco y acabó de aplicarse la crema
protectora para, a continuación, tumbarse completamente. Esther,
sentada en uno de los escalones de la amplia escalera que ocupaba
parte del lado menos hondo de la piscina, observaba la escena con
diversión y una leve sonrisa, gesto que se amplió cuando Maca le dedicó
un guiño y empezó a acercarse a ella con lentas brazadas. El que la

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veterinaria hubiese adoptado esa pose ofendida, en la que parecía


indispensable permanecer con los ojos completamente cerrados, le
permitió a la cirujana sentarse justo al lado de Esther, algo que no
hubiese podido hacer si hubiese empezado una conversación con su
amiga.

-Anna tiene razón, eres como una niña –la pinchó Esther con una sonrisa.

-Claro que la tengo –intervino la aludida sin moverse de su posición.

-Seguro que tú tampoco llegas ni a la mitad –la retó Maca.

-Mañana te demuestro que puedo hacer dos como esta –accedió la


abogada entrecerrando los ojos para darle más énfasis a sus palabras.

-¡Esperad un momento! –exclamó Anna incorporándose como un resorte,


quedando medio sentada en la tumbona mientras las miraba con los
ojos abiertos como platos-. ¿Desde cuándo os habláis como personas
mínimamente normales?

-Vaya, gracias por el cumplido –soltó Maca con sorna-, suerte que no
somos del todo normales…

-Déjate de coñas y largad, venga –la apremió la veterinaria mientras se


acercaba al borde de la piscina y se sentaba allí.

-No hay mucho que contar, la verdad. Simplemente hemos hablado y


hemos decidido que era una tontería estar así –explicó la médico con
algo de indiferencia en su voz, como si quisiera demostrar que aquéllo
no significaba demasiado para ninguna de las dos.

-¿Y ya está? –preguntó Anna con desilusión.

-Bueno, el ramo de flores y el collar de diamantes que le he relgalado


para que acceda al suplicio de hablar conmigo los traerán mañana –
contestó Maca con sarcasmo-. ¿Así mejor?

-A veces eres imposible –le espetó su cuñada ofendida, volviendo a la


tumbona ante la mirada divertida de las otras dos.

-Eres cruel –le susurró Esther sonriendo-, y una mentirosa compulsiva.

-Y ella es una cotilla de mucho cuidado –se defendió la médico dejando


un rápido beso en sus labios, gesto que fue interpretado por la abogada
como un desafío.

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Pocos segundos más tarde, ambas se encontraban nadando una detrás


de la otra, mientras intentaban hacerse aguadillas y se salpicaban
cuando una estaba demasiado cerca. Anna por su parte, seguía
impasible al alboroto que se había formado, incorporándose una vez sólo
lo suficiente como para ver lo que estaba ocurriendo. Puso los ojos en
blanco al encontrarlas en aquella situación, y exhaló un profundo suspiro
al pensar que incluso Esther, siempre tan seria y tan correcta en todas
las situaciones, se había dejado llevar por ese lado infantil de Maca. No
obstante, su gesto de desesperación se acrecentó cuando su marido
llegó de la nada, y se unió al juego, tirándose a la piscina haciendo la
bomba. Ambas mujeres se quejaron ante ese acto cuando una
considerable cantidad de agua impactó contra sus rostros, por lo que
decidieron unir sus fuerzas contra Jero de forma tácita.

Poco después el resto del grupo llegó a la piscina alertado por los gritos
que llegaban hasta la casa. Todos se quedaron sorprendidos al
encontrarse a los dos hermanos persiguiendo a la abogada por la
piscina, por lo que miraron a Anna de forma interrogativa en busca de
una explicación coherente, gesto al que ella respondió encogiéndose de
hombros dando a entender que no sabía mucho al respecto. En un
momento determinado de la tarde, aproximadamente una hora más
tarde, los tres decidieron salir del agua, principalmente porque se
estaban quedando como pasas. No obstante, poco después, Maca, que
no era muy dada a permanecer mucho tiempo tumbada tomando el sol,
empezó a impacientarse y a preguntar al resto si querían acompañarla
de nuevo a la piscina, recibiendo respuestas negativas por parte de
todos.

-¿Por qué no te coges un libro o algo con lo que distraerte? Siempre te


pasa lo mismo –le dijo Guille cuando la médico volvió a preguntarle si
quería acompañarla.

-Ya me he acabado la novela que estaba leyendo, tendré que ir a


comprar otra cuando bajemos al pueblo –replicó Maca con fastidio
mientras se levantaba y de un salto de zambullía en el agua.

Ninguno de ellos se inmutó al no oír ningún otro ruido, puesto que


algunos supusieron que la médico se dedicaba a nadar tranquilamente,
y los otros ni se molestaron en pensar en ello. No obstante, Esther notó
como la claridad que se vislumbraba a través de sus párpados se
ennegrecía de repente, síntoma inequívoco de que algo estaba tapando
el sol. Descartó la posibilidad de la presencia de alguna nube, puesto
que el resto de su cuerpo seguía ardiendo, por lo que sólo le quedaba
una única opción.

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-Ni se te ocurra hacer lo que estés pensando –la amenazó sin abrir los
ojos aún, justo antes de notar como una considerable cantidad de agua
impactaba sobre su rostro.

-¡La madre que te parió! –exclamó incorporándose como un resorte,


mientras abría los ojos justo a tiempo para ver como Maca se alejaba de
ella corriendo.

No tardó muchos segundos más en estar corriendo detrás de ella, a la


vez que le dedicaba amenazas varias. Sin embargo, en un momento
determinado, cuando ya estaba a punto de darle alcance, la médico se
giró de repente encarándose a ella, algo que no le dio buena espina a
juzgar por el gesto pícaro que había dibujado en su rostro. Sus reflejos le
fallaron cuando se suponía que tenía que correr en dirección contraria,
por lo que no tardó mucho en encontrarse pataleando en los brazos de
Maca mientras ésta se dirigía con paso rápido hacia la piscina, donde la
soltó sin más miramientos y ante la mirada sorprendida del resto, que
contuvieron la respiración a la expectativa de la reacción de la abogada.
Hacia las seis de la tarde, parecía que el ambiente se había calmado,
puesto que hacía un buen rato que todos se encontraban tumbados
mientras discutían acerca de los posibles planes de la noche.

-Yo quiero ir al restaurante ese al que nos llevasteis el verano pasado –


intervino Esther.

-No tiene mal gusto la chica –observó Jero con una sonrisa-. Deberíamos
llamar a Miquel ya, porque sino no tendremos sitio ni en el patio trasero.
Y mejor que lo haga Maca, que siempre ha sido la niña de sus ojos…

-Vale, ahora lo llamo yo –dijo ésta sacando el móvil de la bolsa de playa


de Anna-. Miquel! Hola, què tal? Nosaltres molt bé, sí. No, el meu pare
vindrà d’aquí un parell de setmanes, es veu que no li ha fet cap gràcia
tenir la casa ocupada… Una coseta, no tindràs una taula lliure per vuit
persones, oi? Ja saps que no només et truco per interès, no siguis
exagerat… Sí, sí, quan vulguis t’acompanyo a pescar… Fins aquesta nit,
doncs. (¡Miguel! Hola, ¿qué tal? Nosotros muy bien, sí. No, mi padre
vendrá dentro de un par de semanas, se ve que no le ha hecho ninguna
gracia tener la casa ocupada… Una cosita, ¿no tendrás una mesa libre
para ocho personas, ¿no? Ya sabes que no sólo te llamo por interés, no
seas exagerado… Sí, sí, cuando quieras te acompaño a pescar… Hasta
esta noche, entonces).

Tras amenazar repetidas veces a Claudia y a Anna para que se dieran


prisa, diciéndoles que las dejarían en casa si a las nueve en punto no
estaban preparadas, dos coches salían por la puerta de hierro forjado y

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se metían en aquella carretera comarcal que les llevaría al pueblo. A


causa de la insistencia de su hermano, Maca accedió a ir por el camino
de la costa, algo que sin duda les tomaría mucho más tiempo que si
hubieran ido por el interior, aunque tuvo que reconocer que las vistas lo
compensaban. Como se suponían, el trayecto que en otra época no les
hubiera tomado más de quince minutos, duró cerca de tres cuartos de
hora a causa de la aglomeración de coches que, como ellos, habían
decidido ir a dar una vuelta por Palamós. Al llegar al pueblo, el caos fue
todavía mayor, puesto que algunos de los vehículos ralentizaban su
velocidad en busca de un aparcamiento en la calle, tarea prácticamente
imposible.

-Suerte que Miguel tuvo la sensatez de comprar esa parcela justo al lado
del restaurante cuando aún se podía y convertirla en parking –comentó
Maca pensando en alto.

-Pero si la vendiera ahora se forraría –observó Esther-, bueno, quizás


ahora mismo no sea el mejor momento, pero cuando se haya superado
la crisis…

-La verdad es que no lo necesita –dijo la médico mirándola por el


retrovisor-. No se puede decir que sea rico, pero su situación económica
es muy cómoda, y lo de los lujos no acaba de ser lo suyo.

Nada más entrar en el restaurante, unos brazos rodearon con rapidez a


Maca, quien presidía la comitiva y que empezó a reírse con ganas
pegada a ese hombre corpulento que le sacaba un par de cabezas y la
abrazaba con cariño. Miguel no la soltó hasta que ella hubo accedido a
darle varios besos sonoros y haberle prometido que iría a pescar con él
antes de marcharse. Tras saludarlos a todos, a algunos de forma más
efusiva que a otros, los guió a través de las mesas hasta llegar a una
estrecha escalera que llevaba a la planta superior. Aquel siempre había
sido el rincón favorito de la médico, puesto que al estar allí le invadía de
forma inevitable una sensación de tranquilidad gracias a lo acogedor del
lugar. Recordaba haber pasado muchas tardes de su infancia junto a
esos ventanales que se abrían al mar junto a su abuela y a Montse, la
mujer de Miguel, viendo como el sol desaparecía a su izquierda tras las
montañas que escondían el pueblo de Sant Feliu de Guíxols. Poco
quedaba ya de aquel acogedor espacio que Montse había hecho suyo,
que años tras apenas estaba decorado con una pequeña mesa, un
destartalado pero cómodo sillón que solía ocupar su abuela, un par de
sillas y una antigua alacena con puertas de cristal que Montse había
heredado de su abuela. De hecho, sólo quedaba de él el blanco
reluciente de las paredes, sólo quebrantado por el azul oscuro de los
marcos de las ventanas, y aquella alacena que ahora se encontraba en

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un rincón dejando espacio para los comensales especiales a quienes


Miguel llevaba ahí. Debido al ensimismamiento de Maca, que se había
quedado parada justo al final de las escaleras, el resto ya había tomado
asiento tras pelearse por conseguir los sitios que quedaban justo
enfrente del mar. Por ello, el único espacio libre era el que se encontraba
de espalda a la playa, justo enfrente del que había ocupado Esther en un
hábil y rápido movimiento.

-Siempre me ha deprimido subir aquí arriba –le dijo el hombre en voz


baja.

-Todavía la echas de menos, ¿eh? –comentó ella sorprendida al no


haberse percatado de su presencia a pesar de lo voluminoso que era.

-Sería imposible no hacerlo –contestó Miguel encogiéndose de hombros-.


Pero ya me he resignado a hacerlo el resto de mi vida.

-Todavía eres joven, podrías…

-¿Casarme? –la cortó él entre risas-. No, creo que eso se lo dejo a tu
padre. Yo siempre he sido hombre de una sola mujer…

-Y te sentirías como si la estuvieras traicionando –añadió Maca


esbozando una sonrisa algo triste-. Daría lo que fuera para tener ni
siquiera una parte de lo que vosotros tuvisteis…

-Todavía eres joven, Macarena. Y estoy seguro de que lo tendrás, si es


que no lo tienes ya… -observó Miguel guiñándole un ojo.

-No creo que sea ella –dijo ella perdiéndose en la risa de Esther-. Y
aunque lo fuera, es complicado, demasiado como para que pueda
funcionar.

-Nadie dijo que sería fácil, hija. De hecho, nada de que realmente valga
la pena lo es. Yo no supe lo que era el amor hasta los cuarenta, cuando
ya ni siquiera tenía la esperanza de encontrar a esa mujer, pero un día
llegó al pueblo cierta persona que huía de la ciudad y me quedé
embobado. Tengo que admitir que me costó lo suyo que aceptara cenar
conmigo, pero un año más tarde se convirtió en mi mujer, y veinticinco
después, dos meses antes de que pudiéramos celebrar nuestras bodas
de plata, se fue tal y como había llegado.

-¿Sabes? Acabas de echar por tierra la visión que tenía de los machos
hasta ahora –bromeó Maca apoyando la cabeza en su brazo.

-Creo que voy a ir a recuperarla con mi cocinero –contestó él dejando un

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beso en su pelo para, a continuación, desaparecer por la escalera.

Como siempre solían hacer, fue Miguel quien eligió los platos que les
serviría, presumiendo acerca de lo mucho que conocía los gustos de los
dos hermanos y encantado de ofrecerles el pescado y marisco de la
mejor calidad que tenía y que, como cada día, había ido a comprar a la
lonja de Palamós. Obviamente, no faltaron las gambas, el producto
estrella del pueblo, como tampoco escaseó la cantidad, a pesar de que
Anna y Claudia se quejaran argumentando que si seguía llevándoles
comida, no tendrían espacio alguno en el estómago para saborear
alguno de los pasteles que hacía la sobrina de Miguel.

En un momento determinado de la cena, Maca se excusó y bajó a la


planta inferior, arguyendo que tenía que ir al servicio. Sin embargo, con
una sonrisa pícara, empezó a buscar al dueño del restaurante, tarea que
no le fue demasiado difícil a causa de su volumen y de los llamativos
pantalones rojos que sobresalían por debajo del impoluto delantal blanco
que llevaba atado a la cintura. Sonrió al observar, desde una distancia
prudencial, la facilidad con la que se deslizaba entre las mesas, algunas
de las cuales se encontraban relativamente cerca, mientras hablaba de
forma animada con los comensales. No pudo evitar cuestionarse una vez
más, como siempre que era testigo de la misma escena, cómo era
posible que alguien que ocupaba tanto espacio mientras estaba quieto,
parecía reducirse a la mitad cuando había mesas de por medio. Esperó
pacientemente a que acabara de hablar con una pareja que le sonaron
de haber visto en el club de golf que frecuentaba su padre, y se acercó a
él para hacerle un pedido especial, dejando un pequeño paquete en su
mano.

-Creo que ya no me cabe nada más –soltó Anna recostándose en el


respaldo de su silla, a la vez que se acariciaba la tripa.

-Pues yo creo que te tendrás que aguantar porque todavía queda algo –
dijo Miguel apareciendo de repente con un pastel de chocolate en sus
manos y dos velas rojas que formaban un 33.

-Oh, mierda –se quejó Claudia tapándose la cara con las manos-. Sois
crueles, creí que habíais olvidado que era mañana…

-¿En serio pensabas que perderíamos la oportunidad de regodearnos en


lo vieja que eres? –se rió Maca.

-No te pases ni un pelo, enana –la amenazó Jero tirándole su servilleta a


la cara-. Creo que papá ya te ha hablado más de una vez acerca del
respeto que se les debe tener a los mayores, y creo recordar que dentro

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de un par de meses tú también vas a cumplirlos.

Tras cantarle el “Cumpleaños feliz” a viva voz a Claudia, y tener que


encender las velas de nuevo porque se había olvidado de pedir el
obligado deseo, dieron buena cuenta al pastel a pesar de que ninguno
de ellos tuviera hambre todavía. Anna se quejó varias veces diciendo
que aquello era gula, y que arderían en el infierno por haber
quebrantado con alevosía un pecado capital; aunque siguió llevándose
considerables trozos de aquella masa de chocolate a la boca. La única
que apenas lo probó fue Maca, a quien los dulces no la acababan de
convencer, y se limitó a beberse un café.

-No sé como puedes no caer en la tentación, está de vicio –opinó Claudia


llevándose un trozo a la boca, a la vez que ponía los ojos en blanco.

-Ya sabes que no es lo mío –repuso ella encogiéndose de hombros.

-Eso es lo que dicen todas –bromeó Jero dirigiendo una mirada


significativa a su mujer que parecía engullir todo lo que llevaba
chocolate.

-Seguramente es porque no quiere quebrantar otro pecado capital


teniendo en cuenta la de veces que lo ha hecho con la lujuria… -añadió
Guille, ganándose un gesto obsceno por parte de la aludida.

Algo más tarde, salían del restaurante después de haberse despedido de


Miguel y su sobrina, quien fingió estar ofendida porque Maca no la había
avisado de su presencia en el pueblo. Por unanimidad decidieron el
siguiente destino: un bar que se encontraba en la parte antigua del
pueblo, a unos cinco minutos de allí, y desde cuya terraza algo elevada,
se tenían unas vistas privilegiadas de la playa y del resto del pueblo.
Como siempre, lo primero que hicieron los dos hermanos fue dirigirse al
futbolín que estaba situado a un lado, donde saludaron a algunos
conocidos que estaban allí. Algo que a Esther no le hizo demasiada
gracia, puesto que entre ellos se encontraba Laia, que abrazó
efusivamente a la médico. Por suerte, un par de sofás estaban libres, por
lo que se pudieron sentar rápidamente y disfrutar de sus respectivas
copas con tranquilidad. Parecía que Maca y Jero no tenían ninguna
intención de volver con ellos a corto plazo, a pesar de que ya hubieran
encadenado varias partidas, y a juzgar por el aspecto de las dos parejas
que esperaban su turno ganarían otras dos. Y así fue.

Cansado de verles jugar y de escuchar sus exclamaciones de júbilo cada


vez que anotaban un nuevo gol, Guille preguntó si alguien quería formar
equipo con él. Lo cierto, es que Esther no se hizo de rogar mucho, por lo

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que cinco minutos más tarde, las palmas de sus manos entraban en
contacto con la madera que cubría las barras de hierro. Mientras, Maca
la observaba divertida con una ceja alzada, como si le dijera de forma
silenciosa que no sabía qué estaba haciendo allí si estaba totalmente
claro que les iban a dar una paliza. Cuando la abogada levantó la
mirada, se limitó a sonreír con tranquilidad y templanza, haciéndole una
señal a Jero con la cabeza para que tirara la bola dentro del campo.

-¡No me lo puedo creer! –exclamó Maca sorprendida al ver que no


quedaban más bolas y que habían perdido por un punto.

-Pues lo mejor para superarlo es empezar a asumirlo –le espetó Esther


divertida, antes de darle un trago a su copa.

-Si es que eres un portero pésimo –le recriminó a su hermano que la


miró entrecerrando los ojos, mientras parecía que se estaba mordiendo
la lengua para no soltarle una barbaridad.

-Enhorabuena –se limitó a decir Jero encajando la mano de sus hasta


ahora rivales-. Tengo que decirte que eres realmente buena –le dijo a
Esther.

-¡Eh! Que yo también estaba –se quejó Guille, ofendido.

-Sí, y a pesar de eso habéis ganado –se rió el arquitecto, dando media
vuelta para unirse al resto del grupo, seguido de Guille.

-No sabía que sabías jugar –le dijo Maca una vez a solas.

-Soy una caja de sorpresas –contestó Esther sonriendo ampliamente-. De


hecho no tiene mucho mérito: en casa de mis tíos hay un futbolín y mis
primos se han pasado todos los veranos de mi vida obligándonos a Cris y
a mí a jugar con ellos.

-Y yo que tenía la esperanza de que fuera la suerte del principiante…


-murmuró la médico con abatimiento-. Luego tendrás que compensarme
por este trauma insuperable, ¿eh? –le advirtió señalándola con el dedo.

-Bueno, veremos lo que puedo hacer para que se convierta en superable


–repuso guiñándole un ojo para seguir los pasos de los otros dos tras
darle una palmada en el trasero.

Dos cuerpos permanecían entrelazados encima del colchón. Ambos se


encontraban parcialmente cubiertos por las sábanas desordenadas, cuyo
blanco resaltaba con el moreno de sus pieles. Sus respiraciones eran
pausadas y relajadas, aunque no lo suficientemente profundas como

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para que estuvieran dormidas. Una mano se deslizaba perezosamente


por la espalda de la otra, dejando figuras inconexas y sin significado
alguno con las yemas de sus dedos. De repente, unas leves convulsiones
la alertaron, haciendo que bajara la cabeza para mirar su rostro, viendo
como la abogada se reía de forma silenciosa.

-¿Qué pasa? –preguntó con curiosidad.

-No sé por qué me acaba de venir a la mente nuestra entrada triunfal –


explicó Esther sin dejar de reír-. Y no sé, pero al verlo desde lejos me ha
dado la sensación de que parecíamos dos animales en celo.

-Ahora me dirás que no te ha gustado que te arrinconara contra la


puerta… -la retó Maca dándose la vuelta para quedar encima de ella,
aguantando su peso con sus brazos.

-Yo no he dicho eso… Pero sigo pensando lo mismo –contestó ella


incorporándose para atrapar sus labios, algo que no consiguió puesto
que la médico alejó su cara.

-Y que te hiciera el amor en la mesa del comedor –añadió ignorando su


comentario.

-Tampoco he dicho eso –repitió Esther, intentando besarla de nuevo, sin


volver a conseguirlo. Aunque en aquella ocasión desvió su boca a los
pechos de la cirujana.

-Y que te lo volviera a hacer otra vez en el pasillo…

-Creo que hace muy poco te he demostrado que me ha gustado, mucho


–la interrumpió la abogada mientras seguía descendiendo por aquel
cuerpo notando como los brazos de Maca empezaban a temblar,
amenazando con derrumbarse encima de ella.

-Verás, creo que tengo que contarte algo… -empezó a decir la médico
una vez hubo recuperado la respiración por segunda vez en aquella
noche, y acariciaba de nuevo la sedosa piel de la espalda de Esther.

-Dime –la animó ésta sin moverse ni un ápice de su posición, notando


como los movimientos de la mano de Maca se ralentizaban hasta tal
punto que desaparecieron.

-Cuando… Cuando lo de las fotos esas que salieron en las revistas, hablé
con Nuria… Bueno, quería aclarar el tema y eso… La cuestión es que me
comentó que aparte de esas imágenes, el paparazzi había tomado
otras… -explicó atropelladamente, para acabar con un profundo suspiro

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al ver como la abogada se incorporaba levemente y la miraba con ojos


temerosos por lo que pudiera escuchar a continuación-. Y éstas eran de
nosotras dos -aclaró desviando la mirada hacia el cielo oscuro que se
divisaba a través de la ventana.

-¿Cómo?

-Según me contó salíamos abrazadas, no sé exactamente como, pero


fue después de que ella se marchara. No quiero mentirte, pero el plan
inicial de la revista era sacarlas diciendo que el ligue de la gran modelo
le había dado plantón o algo así, pero se echaron atrás cuando Nuria les
prometió una entrevista exclusiva con ellos a cambio de que no
salieran…

-¿Quién tiene esas fotos? –quiso saber Esther con voz seca,
incorporándose totalmente, quedando así sentada dándole la espalda a
la médico.

-Se las dieron al agente de Nuria. Los negativos también –contestó Maca
imitándola para quedar a su lado.

-Quiero tenerlas yo –soltó ella de repente tras algunos segundos en los


que permanecieron en silencio-. No quiero correr el riesgo de que
acaben en manos equivocadas.

-Mañana intentaré ponerme en contacto con Nuria –accedió la médico


apoyando la barbilla en sus rodillas-. Lo siento…

-Tú no tienes la culpa, Maca. O en cualquier caso, ambas la tenemos en


las mismas proporciones –la cortó Esther sin mirarla.

-Pero fui yo quien insistió, tú me pediste que me apartara y yo no…

-Déjalo, ¿quieres? –volvió a interrumpirla la abogada de forma brusca-.


Mira, ambas nos equivocamos, pero al fin y al cabo soy yo la que no
quiere que se sepa, así que debería ser capaz de controlar estas
situaciones.

Tras aquellas palabras, la abogada salió de la cama, se puso una


camiseta que le quedaba algo grande y se fue de la habitación sin decir
una palabra más. Maca, que no había apartado la mirada de la ventana,
y del paisaje borroso y oscuro que se distinguía tras los cristales; se
quedó observando algunos instantes la puerta entreabierta cuando
Esther se hubo ido. Exhalando un profundo suspiro, se dejó caer de
forma brusca sobre el colchón, provocando que un escalofrío la
recorriera cuando su espalda entró en contacto con la ya fría sábana.

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Con pasos lentos y pesarosos, se dirigió a la cocina, aunque no llegó a


entrar, puesto que se quedó en el quicio de la puerta observando como
Esther esperaba pacientemente que la aspirina efervescente se
deshiciese. Su estómago se contrajo al ver como la abogada apoyaba
sus manos en el mármol de la encimera y bajaba la cabeza, indicio
inequívoco que la noticia le había sentado realmente mal. De repente,
sus piernas parecieron haber cobrado vida propia, puesto que una detrás
de otra, fueron avanzando hasta llegar a ella y abrazarla por la espalda.

-¿Quieres contármelo? –le preguntó en un susurro que provocó que


Esther dejara escapar el aire que había contenido desde que había
notado su cuerpo desnudo pegado a ella.

-No lo sé, pero creo que sí –contestó la abogada de forma casi inaudible.

-Vale –dijo a la vez que cogía el vaso y tiraba de ella dirección a la


habitación, donde se tumbaron en la cama, quedando la cabeza de
Esther apoyada en el pecho de la médico.

-Tenía veinte años –empezó a contar ella con una voz extrañamente
calmada-. Aquel verano había ido de viaje a Córcega con algunas
compañeras de la facultad entre las que se encontraban Laura y Eva.
Apenas fueron diez días, pero la coincidencia hizo que una amiga del
colegio de una de las del grupo se hospedara en el mismo hotel que
nosotras. Obviamente empezamos a salir todas juntas: hacíamos
excursiones por la isla, íbamos a la playa, salíamos de noche, no sé lo
típico. Patricia, una de las amigas de aquella chica, y yo congeniamos
muy bien en seguida… Y bueno, un par de días antes de la vuelta pasó
lo que supongo tenía que pasar: nos liamos. Una vez en Barcelona, nos
seguimos viendo bastante a menudo, creo que podría decirse que
estábamos juntas. Supongo que mi padre me vio más contenta de lo
normal, así que un día que estábamos solos en casa, me cogió por
banda y me preguntó si había algo que tenía que contarle. No sé si lo
sabes, pero para aquel entonces, él era la persona a la que más quería,
la más importante de mi vida. No me malinterpretes porque a mi madre
también la quiero mucho, pero él era algo así como mi objetivo a seguir,
nos adorábamos mutuamente. Así que obviamente me dejé llevar por la
alegría del momento y mi confianza ciega hacia él y le conté que me
había enamorado, que estaba saliendo con alguien y que ese alguien se
llamaba Patricia. Pero su reacción no fue la que yo esperaba: de repente
su sonrisa se borró, y se sustituyó por una mirada fría, de reproche e
incluso de asco, si no recuerdo mal. Se dio la vuelta y lo siguiente que
me dijo fue que nunca me faltaría de nada, que era mi padre y que tenía
la obligación de respaldarme económicamente, pero que empezase a
buscar un piso en el que vivir, y que llamase algún sitio donde poder

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dormir hasta que lo encontrase.

-¿Te echó de casa? –preguntó Maca sorprendida.

-Podría decirse que sí. Pero cumplió su promesa, porque nunca me faltó
nada. Me dio una tarjeta de crédito sin límites, me compró el piso en el
que ahora vivo con Laura, y siguió pagándome todo lo referente a los
estudios. Pero a cambio, sólo volví a casa por las fechas importantes, un
par de domingos cada mes y pocas veces más. Delante del resto de la
familia nos comportábamos de forma relativamente cordial, pero cuando
estábamos a solas ni siquiera me miraba. Y un año más tarde, se murió.
Lo último que vi en sus ojos fue reproche y decepción. Obviamente,
Patricia y yo ya no estábamos juntas; pero a partir de entonces, dejé de
salir con chicas, les dije a mis amigas que olvidaran mi lesbianismo y
empecé a salir con Raúl a la mínima oportunidad que tuve hasta que los
cuernos que me ponía fueron demasiado visibles.

-¿Y tu madre?

-Podría decirse que ella siempre ha evitado los problemas, así que
cuando la relación con mi padre cambió no dijo nada. Supongo que creía
que nos habíamos peleado y que no sería más que una riña, así que no
le dio demasiada importancia. En ese sentido es como el ejército
americano, sigue la máxima del “Don’t ask, don’t tell”.

-Lo siento.

-No tienes porque hacerlo, hace ya mucho tiempo que lo superé, pero no
quiero volver a ver esa mirada en mi madre o en mi hermano. ¿Sabes? Él
es muy parecido a mi padre, heredó su mismo carácter, por eso siempre
tuvieron problemas…

-Pero él no es tu padre, Esther. Por mucho que se parezcan, no son la


misma persona. Mira, no conozco mucho a Sergio, pero no me dio la
sensación de que fuera tan intolerante como para no entenderlo.

-Tampoco lo parecía mi padre –se limitó a decir ella.

-¿Me estás diciendo que llevas sacrificando tu felicidad para no tener


que enfrentarte a ellos?

-Tú no sabes lo que es ver en los ojos de tu propio padre que siente asco
por lo que eres. Puede que el tuyo no se lo tomara muy bien al principio,
puede que siga sin parecerle del todo bien, pero al fin y al cabo te
respeta, y ha aprendido a quererte por lo que eres. Mi padre me dejó de
lado, me repudió como hija e incluso cambió el testamento para dejarme

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sólo con la legítima.

-Creo que te estás equivocando –se atrevió a opinar Maca.

-Mira, esta decisión la tomé hace mucho tiempo y no tengo intención de


cambiar mis planes a estas alturas.

-¿Pero qué pasará si un día te enamoras?

-Por suerte, esto no ha pasado todavía, por lo que nunca he tenido que
dejar a nadie de la que estuviera realmente enamorada –concluyó Esther
con firmeza dejando claro que daba por finalizada aquella conversación.

Finalmente, la reunión se había alargado más de lo previsto, aunque


quizás la causa de que hubiese llegado a aquel portal a las nueve menos
algo se debía más bien a que sus clientes se habían presentado en su
despacho una hora más tarde de lo acordado. Aquel tipo de
comportamientos eran una de las cosas que menos le gustaban de su
trabajo; de hecho, ahora que lo pensaba, todo lo que tenía que ver con
aquellos hombres trajeados que la miraban por encima del hombro la
sacaban de quicio. Y tenía la mala suerte de que la mayoría de sus
clientes siguieran a rajatabla esa descripción. En momentos como ese,
entendía porque su padre se había pasado cuatro largos años encerrado
en su casa estudiando para las oposiciones de notario, puesto que era
ahora cuando por fin comprendía que los abogados eran siempre el
último mono: algunos debían aguantar las no pocas excentricidades de
los jueces, otros como ella tenían que soportar los desaires de sus
clientes y, además, todos acababan peleándose con sus compañeros
tarde o temprano si no sabían separar la realidad de un caso concreto
con la de la vida real. Sin embargo, si quería seguir comiendo y con su
rumbo de vida, no le quedaba otro remedio que bajar la cabeza y seguir
con una sonrisa estúpida mientras sus clientes utilizaban la máxima
“quien paga manda”, y le daban lecciones acerca de su propio trabajo.
Porque esa era otra cosa que la sacaba de quicio: todo el mundo piensa
que sabe de derecho, y que los picapleitos sólo sirven para cobrar
mientras se miran en su propio reflejo que les devuelve el impoluto y
brillante escritorio; sí, exactamente igual que una sanguijuela se agarra
a un cuerpo que osa cruzar un estanque.

En definitiva, aquel día le había tocado aguantar a más de un cliente que


cumplía con todas aquellas características, cuyo máximo exponencial
había sido precisamente aquel del que acababa de despedirse hacía
apenas veinte minutos. Obviamente después de haber declinado
amablemente las insistentes proposiciones referentes a que lo
acompañara a tomar algo a un bar donde servían los mejores Martinis de

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toda la ciudad. Era una lástima que le gustara tanto el Martini, porque
sino no hubiese dudado en no volver a tomar otro en su vida. Cuando las
puertas del ascensor se abrieron, ya se había quitado la americana del
traje, por lo que la prenda no tardó ni dos segundos en estar colgada en
el perchero. Sin demasiada delicadeza, dejó el maletín junto al único
mueble del recibidor, y entró en el salón encontrándose con una escena
que le hizo esbozar una leve sonrisa: Maca estaba medio tumbada en el
sofá, presumiblemente concentrada en un libro que sostenía con una de
sus manos, mientras que en la otra sostenía una copa de vino tinto al
que le daba pequeños sorbos de vez en cuando. Se acercó de forma
silenciosa a ella y se sentó a su lado a la vez que, con un movimiento
quizás demasiado lento, apartaba algunos mechones de pelo que caían
sobre su cara y los dejaba detrás de su oreja.

-Vaya, creí que hoy no te vería… ¿Cómo ha ido el día? –preguntó la


médico cuando acabó de leerse la página en concreto, manía que Esther
había descubierto hacía poco, y dejaba la novela encima de la mesa
auxiliar.

-¿Te digo mi conclusión o la sensación con la que se han ido mis


clientes? –quiso saber la abogada con sorna mientras se recostaba sobre
su pecho.

-La de tus clientes, me temo que con tu cara tu opinión al respecto es


más que evidente –contestó Maca acariciándole el pelo de forma
distraída.

-Pues ellos deben estar encantados después de la sarta de estupideces


que han soltado. ¿Te puedes creer que uno me ha querido corregir la
cláusula de un contrato?

-Bueno, quizás le ha dado la sensación de que…

-Ni sensaciones, ni nada, joder. ¿Acaso tus pacientes te dicen por dónde
tienes que abrirles? ¿A qué no? Pues esto es exactamente lo mismo –la
cortó Esther con enfado.

-Pues ahora que lo dices, hará un par de meses una mujer me


recomendó no sé qué técnica de operación que según ella era menos
agresiva. Obviamente lo había leído en un blog. Así que no sólo tú tienes
que aguantar a personas que se creen que saben más que tú. ¿Vamos a
cenar?

-¿Has hecho la cena? –se sorprendió la abogada incorporándose


levemente.

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-Por supuesto –contestó Maca mirándola con una ceja arqueada-. No


consigo entender como sigues sin comprender que soy de lo más
completa…

-Sí, cariño, como la Thermomix esa de mi madre –repuso Esther con


sorna.

-Anda, vamos a cenar, cariño –dijo la médico recalcando de forma


exagerada esa última palabra, a la vez que la miraba de forma divertida.

-Imbécil –le espetó ella tirándole un cojín a la cara que, al rebotar,


impactó contra una lámpara.

-Eso, eso, tú destrózame la casa… -soltó Maca entre risas antes de


desaparecer por la puerta de la cocina.

Cenaron entre comentarios banales y risas, muchas de la cuales fueron


causados por bromas de la médico referentes a la tendencia asesina que
Esther parecía haber desarrollado en contra de las lámparas del piso de
Maca. Lo cierto, es que aquel mismo episodio ya se había dado un par
de veces antes en aquella semana, siempre como respuesta a alguna
salida de la cirujana, aunque, como en aquella ocasión, ninguna de sus
víctimas había sufrido un daño irreparable. Mientras Maca se regodeaba
recordando cada episodio entre carcajadas que apenas la dejaban
comer, la aludida ponía los ojos en blanco y seguía impasible a aquellos
comentarios. Hasta que finalmente, cansada de que no le siguiera el
juego, la médico se calló dándole vía libre a Esther para que empezara
un tema que fuera más de su agrado. Después de cenar, mientras la
abogada recogía la mesa, Maca lavaba los utensilios que había utilizado
para cocinar; momento que aprovecharon para planear lo que harían
hasta la hora de acostarse. La opción ganadora fue finalmente ver
alguna de las películas de la colección de la médico, ocasión que fue
aprovechada por Esther para reírse de sus gustos cinematográficos.

-Eres la persona más superficial que conozco en este aspecto –observó


mientras descartaba otra comedia sin demasiada profundidad.

-Perdona que no tenga una amplia colección de cine independiente, ¿eh?


Pero es que este tipo de películas me deprimen a más no poder… -se
defendió ella.

-Yo no te he dicho nada de cine independiente, pero no estaría mal algo


con un poquito más de profundidad. Y tampoco te pido un drama de
esos que hagan llorar…

-Como si a ti te hiciera llorar algo –le espetó Maca levantando una ceja-.

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Cariño, eres la dama de hielo personificada…

Obviamente, aquel comentario y sobretodo el tono burlón que había


utilizado para decir la palabra “cariño”, provocaron que otro cojín
impactara contra su cara, y estuvo a punto de seguirle otro cuya
trayectoria fue desviada por la mano de la médico. Sin decir nada más,
Esther siguió buscando una película que fuera de su agrado, aunque las
que lo hacían eran demasiado largas para aquel momento. Al fin,
encontró una con algo de sustancia que la convenció relativamente, y
que como era de esperar levantó las quejas de Maca. A pesar de los
intentos de ésta para que cambiara de opinión, acabó por darse por
vencida, puesto que estaba claro que la abogada no daría su brazo a
torcer. De esta manera, poco más tarde, ambas se encontraban
parcialmente tumbadas en el sofá, una completamente sumergida en la
trama, mientras que la otra se limitaba a mirar la pantalla a la vez que
seguía dando buena cuenta del vino que había sobrado de la cena.

-Me encanta esta mujer –comentó Esther en un momento determinado


de la película.

-¿Cómo no iba a hacerlo? Es como tu alter ego, o tu segundo alter ego –


se burló Maca llevándose un palo en el brazo como respuesta-. Pero
tranquila, cariño, que cuando hagan la película de Margaret Thatcher
seremos las primeras de la cola del cine…

-Eres imbécil, en serio –se quejó la abogada sonrojándose levemente.

-Ahora dime que nunca has sentido admiración por “la dama de hierro” –
soltó la médico mirándola con una ceja alzada.

-Joder, tengo que admitir que muchas de las medidas que tomó fueron
crueles, pero al fin y al cabo, no todo el mundo sería capaz de hacer lo
que hizo. Admiro que fuera capaz de defender sus ideas hasta tal punto
–se justificó Esther.

-Recuérdame que te regale su biografía.

-Ya la tengo… -murmuró ella algo avergonzada provocando las


carcajadas de Maca.

-¿En serio? –exclamó la médico medio muerta de la risa.

-Cállate, que no me estoy enterando de nada –le espetó Esther


apartándose de su pecho, donde hasta el momento había estado
apoyada, y se deslizaba hasta la otra punta del sofá.

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-Me parece increíble lo que hizo este hombre. No sé cómo se puede ser
capaz de casarte con una persona estando enamorado de otra…
-comentó Maca una vez se acabó la película.

-¿Quién te ha dicho que sea amor lo que siente?

-No sé, pero al final se casaron, ¿no? –contestó la médico encogiéndose


de hombros-. Si después de tanto años, tienes el valor de enfrentarte a
la opinión pública aun sabiendo que esa boda será impopular, es que
algo de amor tiene que haber.

-Me da miedo pensar que algo así puede suceder –murmuró Esther
dejando escapar un pensamiento en voz alta, sintiéndose identificada en
cierta forma con la situación.

-Pues puede, y según dicen es de las cosas más bonitas que se puede
sentir en la vida.

-¿Tú crees?

-La única vez en la que creo que he estado enamorada no fui


correspondida, así que no lo sé. Pero tengo la esperanza de poder
contestarte pronto… ¿Tú te lo crees?

-Si te digo la verdad, la mayor parte del tiempo pienso que eso no son
más que historias que se nos cuentan de pequeños para que al menos
conservemos la esperanza en algo. O una utopía que nos empuje a
querer ser felices…

-Pues espero con ansias a que llegue un día en el que tú también puedas
contestarme, y que la respuesta sea afirmativa. Realmente lo espero –
soltó Maca levantándose del sofá con la intención de ir ya a la
habitación.

La abogada se quedó en silencio observando como su figura desaparecía


tras la puerta del pasillo, y se dejó caer bruscamente sobre el mullido
sofá. En un vano intento de silenciar su mente y dejarla en blanco, se
masajeó las sienes que parecían querer estallar a juzgar de lo mucho
que retumbaban al paso de decenas de pensamientos, cada vez más
disparatados, por segundo. Finalmente, fue su antebrazo el que cubrió
por completo su rostro, como si intentara esconderse debajo de esa
parte de su cuerpo de todo aquel torrente de estupideces que se
cruzaban sin parar por su cabeza. Sin embargo, una pregunta, una sola
pregunta, le estaba ganando la batalla a toda su fuerza de voluntad y su
empeño en mantener la mente en blanco: ¿qué se suponía que había
querido decir Maca con aquéllo? Sin querer pensar más, se levantó como

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un resorte y se dirigió ella también a la habitación, donde se encontró a


la médico de espaldas a ella, con el torso desnudo, mirando fijamente su
pijama completamente inmóvil como si temiera que fuera a morderle de
repente.

-¿Estás bien? –preguntó con cautela, utilizando un tono quizás


demasiado dulce teniendo en cuenta que era ella quien lo decía.

-Sí, sí. Sólo algo cansada… Llevo un día de locos, y Javier sigue dando
por saco con el tema dichoso de las fotos desde que volví de vacaciones.

-¿Por qué no me lo habías contado? –quiso saber abrazándola por la


espalda, aprovechando aquella posición para dejar lentas caricias sobre
su abdomen.

-Porque me da la sensación estúpida de que si hablo del tema fuera de


la Clínica con alguien que no sean Cruz o Rodolfo, le estaré dando más
importancia de la que debería tener…

-¿Quieres contármelo?

-No es que sea algo que me quite el sueño, ¿eh? De hecho, he sido
consciente de que Javier se siente como el director legítimo desde que
relevé a mi padre, pero hasta el momento no había estado tan nervioso,
ni tan activo como ahora –explicó con indiferencia como si quisiera
quitarle hierro al asunto-. Por cierto, el viernes que viene ya es el
concierto de Coldplay, ¿no? –comentó en un intento de cambiar de tema.

-Sí –contestó ésta con un atisbo de emoción en su voz, aunque sin estar
demasiado convencida de querer abandonar la conversación anterior.

-¿Y ya tienes pensado qué harás con las otra tres entradas?

-No te estarás auto invitando, ¿verdad? –se interesó Esther dejando un


beso en su omoplato todavía desnudo, aprovechando que todavía no se
había puesto la camiseta del pijama.

-¿Yo? Jamás haría tal cosa –contestó Maca fingiendo indignación-. ¿Por?
¿Pensabas hacerlo?

-Ni siquiera se me había pasado por la cabeza –repuso la abogada de


forma rotunda-. Pero la verdad es que me sobra una… A Eva no le
gustan, y no sé, no me apetece invitar a nadie más…

-De todos modos, digo yo que quien te las regaló debería tener algún
tipo de ventaja o trato especial, ¿no?

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-Ya pero…

-Además, teniendo en cuenta que gracias a ella estás teniendo las


mejores noches de tu vida, y estás ampliando tu repertorio de películas
insustanciales –replicó jugando con el borde de su camisa.

-Creo que te olvidas que gracias a mí esa persona ya no tiene insomnio


por las noches –se la devolvió Esther, mientras acariciaba de forma
distraída su abdomen.

-¿Entonces qué? Me reservo el viernes que viene, ¿no? –soltó con más
morro que otra cosa.

-Creo que tengo que acabar de pensármelo -se resistió Esther-. Aunque
con un poco de ayuda, quizás…

-Pues será cuestión de ayudar, ¿uhm? –repuso la médico perdiéndose en


su cuello.

A pesar de que la habitación estuviera completamente a oscuras, sus


ojos seguían abiertos perdidos de forma distraída en el techo. Siempre le
había fascinado la capacidad que tenían desarrollada los animales para
adaptar su vista a la oscuridad, por muy profunda que ésta fuera. Sin
duda, habían sido cuestiones como aquélla las que habían hecho que
tomara el camino hacia la medicina, y era precisamente por eso por lo
que no entendía que personas como su hermano no sintiesen ni el más
mínimo interés por el estudio de las personas o por los seres vivos en
general. De hecho, ahora que lo pensaba fríamente, quizás la razón de
que se hubiera decantado por la medicina y no otra carrera científica,
residía en sus ansias de querer encontrar siempre la respuesta más
acertada para todo, y probablemente era aquella carrera la que resolvía
los problemas más valorados por la sociedad. De repente, notó como la
cabeza de Esther se movía levemente, provocando que su pelo
acariciara de forma irremediable la piel de sus pechos. Y no supo
porque, pero en aquel momento, varias escenas de aquellos días que
habían pasado juntas en la playa se reprodujeron en su cabeza,
provocando la formación de una sonrisa espontánea en su rostro.

“-Mierda, Maca despierta –le dijo con voz nerviosa la abogada mientras
la zarandeaba sin ningún cariño-. Joder, joder… Anna y los demás están
aporreando la puerta…

-Diles que vayan tirando para la playa y que ya iremos más tarde –
contestó ella medio dormida aún, a la vez que se daba la vuelta con la
intención de seguir durmiendo.

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-Coño, Maca, que te están buscando… -replicó Esther perdiendo los


nervios ante su actitud.

-Pues ya me han encontrado. Yo no le veo el problema –opinó justo antes


de notar como la abogada le propinaba un fuerte empujón que la hacía
caer de bruces al suelo.”

“-¿Qué hace esta otra vez aquí? –escuchó que decía Esther de visible
mal humor.

-¿Quién? –preguntó ella incorporándose para quedar parcialmente


sentada, viendo como Laia se acercaba a ellos mientras agitaba la mano
ampliamente a modo de saludo-. Pues nada, suele hacerlo todos los
veranos…

-Mira que bien –murmuró la abogada a la vez que quitaba bruscamente


los escasos granos de arena que habían osado colarse sobre su toalla.

-¿Estás celosa? –la pinchó con una sonrisa traviesa, aprovechando que
todos sus amigos se encontraban en el agua, y que la dependienta
todavía estaba demasiado lejos como para poder oírlas.

-No digas tonterías, anda –le espetó Esther con indignación.”

“-Oye, ¿a ti Laura te ha dicho algo de lo nuestro? –preguntó la abogada,


mientras esperaban a que el resto acabara de arreglarse para ir a cenar
al pueblo.

-Algo así, ¿por?

-No sé, bueno, miento, sí lo sé. El otro día, en Barcelona, me sacó el


tema justo antes de irse a trabajar.

-¿Y qué te dijo?

-Nada realmente interesante o digno de mención. ¿A ti?

-Que me anduviese con cuidado contigo. Algún día tienes que contarme
con detalle porque todos tus ligues acaban con el corazón hecho trizas…

-Creo que tendré que mantener una seria conversación con ella acerca
de la fidelidad que deben profesarse las amigas y lo que se debe contar
sobre ellas.

-No hace falta. Ya sabes que a mí me encantan los detalles morbosos y


que tú seas una devoramujeres cruel.

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“-¿Por qué tienes miedo a enamorarte? –le preguntó mientras acariciaba


de forma distraída su espalda, mientras la abogada se entretenía con su
abdomen.

-Porque no quiero ni pensar lo que me dolería decirle a una persona que


pudiese tan importante para mí como para haber conseguido
enamorarme, que lo nuestro no puede seguir o que si lo hace, deberá
ser a escondidas de mi familia.

-¿Acaso piensas vivir así hasta que tu madre se muera? –se sorprendió
cesando sus caricias de repente.

-A decir verdad, hasta ahora sólo me había preocupado en vivir el día a


día. Pero ahora que lo dices, la verdad es que no lo sé…

-Espero que seas consciente de que llevar una relación a largo plazo sin
contárselo a nadie es una situación inviable. Y que si sigues con tus
planes acabarás siendo una solterona con siete gatos, cuyo único tema
de conversación será acerca de los increíblemente complicados casos
que llevó cuando era la socia de un próspero bufete de abogados.

-¿Que abandoné para aislarme en una casa prácticamente abandonada


frente a un acantilado contra el que impactan las olas de un mar gris
durante todas las épocas del año?

-Exacto.

-Bueno, siempre me quedará la esperanza de que otra solterona


amargada que habrá abandonado su próspera clínica familiar para
aislarse en un pueblo de montaña solitario, venga a visitarme.

-Espero que no te estés refiriendo a mí. Porque entre mis planes de


futuro entran un par de hijos, a ser posible, niñas, una mujer y quizás un
perro.

-Lo de los hijos y el perro todavía lo veo factible. Siempre puedes


inseminarte o adoptar, y el chucho, con que lo compres basta. Pero en
mi opinión veo realmente imposible que una mujer pueda llegar a
aguantarte durante tanto tiempo…”

Fue aquella última conversación con la que finalmente cayó dormida,


por lo que las palabras dichas y los gestos que las acompañaron, se
dilucidaron lentamente en su cabeza hasta llegar a ser una leve neblina,
que acabó por desaparecer cuando sus ojos se cerraron y su cabeza se
ladeó apoyándose en el pelo de la abogada.

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Desde su punto de vista nada optimista, la cola parecía no tener fin. De


hecho, en el supuesto de que su pesimismo no hubiese hecho ese acto
de aparición estelar, tendría que haber admitido que a su alrededor sólo
se vislumbraban cabezas, pelo y más pelo, y algunas pancartas y
carteles hechos por los fans más entregados. Puso los ojos en blanco
cuando escuchó a una chica decirle a otra, que debía de ser su amiga,
que aquel era el cuarto concierto de aquel grupo al que asistía. Se
escandalizó al saber que el primero había sido en Nueva York, donde
había permanecido sólo por una noche y con el único fin de ver a su
grupo favorito en el escenario. “Al menos hubiese podido aprovechar y
hacer algo de turismo. ¿Pero qué importancia puede tener una de las
ciudades más impresionantes del mundo enfrente a cuatro ingleses
memos que cantan?” pensó con sarcasmo. Perdida en sus pensamientos
que se dedicaban a dejar a aquella pobre chica a la altura del betún, no
se percató del momento en el que alguien la cogió de la mano, aunque
no le quedó otro remedio que despertarse cuando notó como ese
alguien tiraba de ella con decisión guiándola hacia alguna parte que ella
no lograba entender.

-En teoría deberíamos pasar por allí –dijo una Laura apesadumbrada
refiriéndose el inicio de aquella larga cola.

-Bueno, quizás mañana llegaremos –soltó Maca cruzándose de brazos,


maldiciéndose a ella misma por su insistencia para asistir a aquel
concierto.

-O no… Quedaos aquí, ahora vuelvo –les ordenó Cris dirigiéndose con
decisión hacia un punto en concreto que resultó ser una chica a la que
saludó efusivamente.

Debido a la determinación con la que la interiorista había dicho aquellas


palabras, ninguna de las otras tres mujeres se atrevió a llevarle la
contraria, por lo que se limitaron a quedarse en aquel lugar mientras
decenas de personas se movían a su alrededor. Se sorprendieron al ver
como Cristina volvía a su lado con la misma rapidez con la que se había
ido hacía apenas unos minutos, llevando algo en sus manos.

-Poneos esto, anda –les dijo con una sonrisa radiante mientras les tendía
a cada una, una fina cuerda de la que colgaba un pase-. En teoría son
para los organizadores pero Rosa me ha dicho que no deberíamos tener
ningún problema para que nos dejen pasar antes que al resto.

-Vaya, parece que tus contactos son buenos, ¿eh? –observó Maca con
sorna.

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-A ti lo que te pasa es que te da rabia que no fuese una amiga tuya –le
espetó Esther acompañando sus palabras con una mueca.

-De hecho sí es una vieja conocida suya. Saliste durante un tiempo con
su hermana –intervino Cris-. No veas lo que me ha costado convencerla
para que me diese un pase para ti también.

-Ya decía yo que me sonaba de algo –murmuró la médico, pensativa-.


Pero en mi defensa diré que su hermana es una neurótica. De hecho, no
llegamos a salir, sólo quedamos un par de veces. Ese era precisamente
el problema: se pensó que lo nuestro ya era oficial. Con deciros que
empezó a hablar de boda e me tendió una trampa para que conociera a
su familia…

La vuelta de Cristina había supuesto un cúmulo de sentimientos


contradictorios tanto para Esther como para Maca. Lo cierto es que
ambas se alegraron de verla, puesto que hacía prácticamente un mes
que la interiorista no se dejaba ver. Aunque al principio no lo tuviera
planeado, después de ir a Nueva York donde pasó sus quince días de
vacaciones, sus jefes la llamaron requiriendo su presencia en Milán para
hablar de algunos temas concernientes a la empresa. Aquella reunión
supuso su nombramiento definitivo como directora de la oficina de
Barcelona, y consecuentemente, su no retorno a la ciudad italiana.
Ambas tenían que admitir que habían echado de menos a Cristina,
puesto que sin ella y sus salidas parecía que al piso le faltaba algo. Sin
embargo, no podían evitar sentir que en cierta forma también les
sobraba su presencia, ya que desde su vuelta, las ocasiones de verse se
habían reducido considerablemente. No obstante, a pesar de aquel
impedimento, se las habían ingeniado bastante bien para verse,
aprovechando cualquier salida de Cristina.

-¡Dios, ha estado genial! –exclamó Esther con emoción repitiendo las


mimas palabras que la mayoría de las personas que, como ellas, salían
del Estadio en el que se había celebrado el concierto.

-Y eso es gracias a… -intervino Maca invitándola a acabar la frase y a


que le agradeciera el gesto.

-A cierta persona a quien le encanta que le den las gracias una y otra
vez –contestó la abogada haciéndose la dura, aunque dejó un beso en su
mejilla.

Laura y Cristina dibujaron sendas muecas de sorpresa en sus rostros


ante aquel gesto impulsivo de la abogada, algo que ésta se encargaba
de no prodigar en demasía. Su socia esbozó una sonrisa esperanzada al

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ver como la médico reaccionaba rodeando su cintura con un brazo,


mientras alborotaba su pelo con la otra mano provocando las quejas de
Esther. Y la interiorista, por su parte, acentuó todavía más su mueca de
sorpresa, puesto que a pesar de las explicaciones que le habían dado, no
lograba entender cómo era posible que aquellas dos se llevasen tan bien
de repente. Además, si no recordaba mal, la última vez que las había
visto, fue el día en el que se marchó a Nueva York, cuando ninguna de
las dos parecía tener intención de mejorar su relación.

A pesar de que fuese algo tarde, decidieron ir al centro en busca de


algún local mínimamente decente donde poder cenar. Finalmente, el
elegido fue uno que anunciaba con un gran cartel en la puerta de
entrada que regalaban la tercera jarra de sangría, algo que le hizo
mucha ilusión a Cristina por lo que no dejó de insistir hasta que las otras
tres accedieron a cenar en aquel bar de aspecto algo descuidado.

-Es bohemio –lo defendió la interiorista.

-Es cutre –la corrigió Maca de mal humor, mientras intentaba dar con
una silla que no tuviera una pata rota.

-Allí hay una que parece fiable –la ayudó Esther señalando con la cabeza
aquélla que parecía poder sostener su peso.

-Eso mismo has dicho con las otras dos y casi me caigo de culo al suelo –
le espetó la médico antes de ir a buscarla.

-Por lo que parece, el grupo no la ha entusiasmado –opinó Cris en voz


baja aprovechando la ausencia de Maca.

-Me contó Anna que en general no le gustan los conciertos. De hecho, no


soporta nada que tenga que ver con la aglomeración masiva de gente –
intervino Laura.

-Pues me extraña porque fue ella la que se empeñó en venir –dijo Esther
mirando a la médico que seguía peleándose con las sillas del local.

-Como si tú no tuvieras claro desde hace tiempo que querías que viniera
–soltó Laura recibiendo una mirada asesina por parte de la abogada, y
una de extrañada de la interiorista.

-Recuérdame que no te contrate nunca para decorar nada –le espetó


Maca a Cris en un bufido cuando llegó a la mesa, llevando al fin una
silla-. Bohemio… Será perra la tía, y sólo para conseguir una puta jarra
de sangría gratis… Ya veremos cuando mañana tengamos una
indigestión de dos pares de narices… -añadió en un murmullo que

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provocó las carcajadas de la aludida.

Tres semanas más tarde, Cristina les dijo que había decidido sucumbir a
las insistencias de su madre e ir a pasar aquel fin de semana con sus
padres. Consciente de que la reunión que tenía con un cliente a última
hora de la tarde se alargaría, decidió llevarse el equipaje al despacho
para así no tener que volver a casa y no perder más tiempo del
necesario. Por ello, Maca no dudó en invitar a Esther a cenar aquella
noche, propuesta que ambas sabían que probablemente se alargaría
todo el fin de semana. Al fin y al cabo, debían recuperar el tiempo
perdido. De esta manera, la abogada se presentó puntual a las nueve
arrastrando un considerable trolley que provocó las burlas de Maca
acerca del poco significado que parecía tener para Esther la palabra
superfluo. “Nunca se sabe lo que se va a necesitar” contestó ella con
dignidad.

No tardaron mucho tiempo en demostrarse lo mucho que habían echado


de menos el poder hacer el amor sin miedo a que Cristina apareciera de
un momento a otro. Por ello, cuando la película que había alquilado la
abogada quedó relegada a un segundo plano muy pronto, hasta tal
punto que seguía en marcha cuando ellas ya se encontraban en la
habitación.

La mañana siguiente amaneció soleada, aunque teniendo en cuenta que


la primera en despertarse lo hizo cerca de la una del mediodía, podría
decirse que de la mañana quedaba ya muy poco. Con una sonrisa, Maca
se dirigió a la cocina solo ataviada con aquella camisa blanca que había
heredado de Jero tiempo atrás y que la cubría hasta medio muslo. Con
agilidad encendió la cafetera y sacó varios productos de alimentación no
demasiado sanos de algunos de los cajones. Cuando se disponía a cortar
por la mitad la segunda naranja para hacer zumo, notó una mirada
clavada en su nuca, algo que provocó que esbozara una sonrisa
divertida.

-Vaya, parece que nos hemos quedado sin desayuno en la cama –


comentó sin girarse mientras seguía con su tarea.

-Y también parece que no te he dejado tan sola como me dijiste ayer –


soltó Cristina de forma burlona.

-¿Qué…? ¿Qué haces aquí? –preguntó Maca sobresaltada por aquella voz
que no esperaba, a la vez que se giraba para encontrarse a la
interiorista apoyada en el quicio de la puerta mirándola divertida.

-Al final me llamó una amiga a la que hacía tiempo que no veía y

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quedamos para cenar e ir a tomar algo –contestó Cris-. Pero bueno, que
yo me voy en una hora, ¿eh? Así que te dejo el piso para que sigas
disfrutando de tu acompañante. Que, por cierto, tiene que ser muy
buena, porque menudos alaridos soltabas cuando llegué.

-¡Maca! ¿Te acuerdas de dónde dejé mi neceser? –se escuchó como


gritaba Esther desde la habitación.

El rostro de Cristina se transformó en cuestión de milésimas de segundo,


pasando de ser una mezcla entre divertido y burlón, para transmitir
solamente una completa sorpresa. Dirigió su mirada hacia Maca en
busca de una explicación plausible, con los ojos tan abiertos que
parecían querer salirse de sus órbitas. Pero la médico se limitó a
encogerse de hombros y a devolverle la mirada con cara de
circunstancias.

-En serio, espero que hayas preparado desayuno para un regimiento


porque me estoy muriendo de hambre –soltó Esther ya en el pasillo-.
¿Qué coño haces tú aquí? –soltó al entrar en la cocina y encontrarse a su
prima mirándola con una ceja alzada.

-Me gustaría preguntarte lo mismo, pero creo que sería algo absurdo –
contestó Cristina haciendo alusión a que la abogada no hubiese tomado
la precaución de vestirse-. En serio, Maca eres un desastre, al menos
podrías haberle ofrecido algo para vestirse.

-Buena idea, mejor voy a la habitación a coger algo –se apresuró a decir
la médico, deseosa de salir lo antes posible de aquella habitación en la
que no faltaban los cuchillos y demás instrumentos peligrosos.

-No, no tú te quedas aquí que creo que ambas tenéis que contarme algo,
¿no? –le ordenó Cris cortándole el paso con su brazo.

-Es que a mí no me ha gustado nunca meterme en asuntos familiares,


así que dejaré que la fiera de tu prima te cuente su versión –se escaqueó
Maca esquivando la mano de su compañera de piso que intentaba
detenerla de nuevo-. Guapa –le susurró a Esther cuando pasó por su
lado.

-Será cabrona –murmuró ésta viendo como se alejaba corriendo por el


pasillo.

-¿Entonces…? –la animó Cristina sentándose en uno de los taburetes de


la cocina.

-¿Es realmente necesario? –intentó resistirse Esther dibujando una

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mueca de disgusto en su rostro.

-Ya me conoces. Me encantan los detalles morbosos y necesito


alimentarme de cotilleos para sobrevivir, así sí, es necesario.

-En ese caso, sólo te diré que empezó el mismo día en el que tú te fuiste
a Nueva York.

-¿Lleváis más de un mes así? –preguntó Cris sorprendida-. ¿Te das


cuenta que es la relación más larga que has mantenido aparte de la
farsa de Raúl?

-Sí…

-¿Y?

¿Y qué?

-Que me cuentes el resto, que a veces pareces tonta.

-No te voy a contar nada más. Si quieres saberlo contrata un detective


privado o pregúntaselo a Maca cuando yo no esté.

-¡Pero ella no me dirá nada! Ya la has oído… Además, tú eres mi prima,


nos conocemos desde siempre…

-Y por eso mismo no voy a decir nada más al respecto –la cortó Esther-.
Sólo una cosa, como a tu enorme bocaza se le escape algo en presencia
de tu madre, te perseguiré hasta el fin de nuestros días, ¿entendido?

-Pues no será fácil, porque ella y tía Sole llevan unos cuantos días
insistiendo en el temita. Según ellas, la última vez que te vieron tenías
mejor aspecto…

-¡Eso es por el deporte que ha hecho! –intervino Maca de forma burlona


desde el recibidor-. Voy a buscar el periódico y a devolver la película al
videoclub, ¿vale?

-¿Acaso piensas escaquearte durante todo el día? –quiso saber Cristina


utilizando el mismo tono que la médico.

-Eso tenía planeado, sí. De todos modos, con tu prima de esta guisa, me
superan mis propios impulsos, y francamente, no quiero que te
escandalices –contestó ella asomando su cabeza por un instante antes
de marcharse, aunque fue el tiempo suficiente como para que Esther le
tirara lo primero que tenía a mano que, por suerte, no era más que un

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pañuelo de cocina.

-Eres… Eres…

-¿Insoportable? –la ayudó la médico desde el ascensor-. Lo siento cariño,


pero prefiero eso a ser una exhibicionista. Por cierto, estate vestida para
cuando regrese, ¿umh? Aunque ahora que lo pienso, tampoco sería un
mal recibimiento que siguieras desnuda…

Por suerte, las puertas del ascensor eran rápidas, por lo que cuando la
abogada hizo el ademán de abalanzarse encima de ella, seguramente
con el fin de estrangularla, Maca ya había desaparecido detrás de
aquellas gruesas placas de metal. Sintiéndose ridícula, Esther se dirigió
a la habitación de la médico para vestirse y, cuando lo hubo hecho,
volvió a la cocina para desayunar junto a su prima. Cristina, por su
parte, no olvidó el tema tan fácilmente por lo que siguió insistiendo para
que le contara los detalles más morbosos de su relación. Finalmente, al
ver que no conseguía su propósito, trasladó todas sus energías en reírse
de Esther y de la manera con la que Maca la manejaba, así como a
insinuar que si ella no le quería contar nada, podía muy bien ser que se
le escapase algo en presencia de su madre o su tía. Mientras, en la
cabeza de la abogada sólo había lugar para una sola idea, y era la
búsqueda de un plan maquiavélico para vengarse de Maca y de su
impertinencia.

-Así que no vas a contarme nada, ¿no? –dijo Cristina al fin, dándose por
vencida.

-Bueno, al menos has conseguido entenderlo… -contestó Esther en un


suspiro, justo en el momento en el que el móvil de la interiorista vibraba
en el mármol de la cocina.

-¡Dios! Tu hermanastra es un crack –exclamó tras leer el mensaje de


texto-. La tía me dice que deje de insistir, que ya me lo contará ella
cuando “la pequeña fiera” no esté delante. Esa eres tú, por si no lo
habías entendido.

-Gracias por la aclaración, no sé que hubiese sido de mí si no llego a


entender a qué se refería con eso –replicó Esther con sorna.

-Ahora en serio, ¿eres consciente de lo que estás haciendo? –quiso saber


Cristina endureciendo su rostro de repente.

-Mira agradezco tu preocupación, pero ya tengo a Laura como madre-


conciencia pesadita, así que prefiero tu insistencia por saber los detalles
a que te pongas trascendental…

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-Vale, vale… En ese caso, sólo dime una cosa y a cambio te prometo que
no seguiré con el tema y que mi boca no se abrirá en presencia de
nadie.

-Acepto –accedió Esther encajando la mano que le tendía su prima por


encima de la mesa.

-¿Desde cuándo eres tan buena en la cama? Porque los alaridos que
soltaba Maca eran como para grabarlos y mandarlos a Cuarto Milenio –
quiso saber entre risas recibiendo como única respuesta una servilleta
que impactó contra su cara-. A no ser que… ¿Qué hacíais hacia las
cuatro de la madrugada?

-¿En serio me estás preguntando ésto? –se extrañó la abogada.

-Bueno, me refiero a quien era la que estaba… Ya sabes… -se explicó su


prima levemente enrojecida, haciendo un gesto con las manos dejando
claro a lo que se refería.

-Pues no, no lo sé. Si me lo explicas, quizás… -la pinchó Esther


disfrutando al ver a Cristina tan apurada.

-Joder, que quien era la que se lo hacía a la otra –especificó enrojeciendo


totalmente, por lo que sus mejillas tenían un tono muy parecido al
granate.

-¿Tú te crees que en esos momentos estoy pendiente de la hora que es?

-A ver, supongo que no os cronometráis, pero no sé, al menos una


aproximación…

-Pues creo que era ella –contestó Esther con aparente tranquilidad
deseando acabar con ese tema y aparcarlo a un lado.

-¡Joder! Entonces es a ti a quien tenemos que mandar a Cuarto Milenio –


exclamó Cris entre carcajadas-. Ahora que lo pienso, creo que he estado
desperdiciando estos meses que he vivido con Maca… Lo llego a saber y
la seduzco o dejo que me seduzca ella…

-De verdad, sois ambas de patada en la boca –se quejó Esther fingiendo
estar ofendida a pesar de que en el fondo la situación la divirtiese.

-Lo que tú digas, pero en el fondo nos quieres –soltó Maca apareciendo
de nuevo por allí, con una sonrisa radiante-. Vaya, ya habéis
desayunado. Y yo que había comprado cruasanes en la pastelería de
abajo…

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-Trae aquí, que aún tenemos espacio para ellos –exclamó la interiorista
cogiendo la bolsa de papel-. Mujer, no le vamos a hacer el feo a la pobre,
¿no? –le dijo a Esther que la miraba con el ceño fruncido, a modo de
disculpa.

Habían pasado ya dos semanas desde que Cristina las pillara in fraganti,
como ella se encargaba de recordarles de forma regular a ambas. La
mayoría de las veces, la dos se tomaban aquellos comentarios con
humor; de hecho, Maca solía seguirle la broma y acababan debatiendo
entre risas acerca de las tendencias exhibicionistas que la abogada
parecía haber desarrollado en los últimos tiempos. Ésta, por su parte, se
limitaba a hacerse la sueca cuando ésto sucedía, fingiendo que estaba
demasiado concentrada con la película o el libro de turno como para
prestarles la menor atención. Aunque lo cierto, era que en el fondo la
situación la divertía bastante.

De hecho, una situación muy parecida a aquélla había provocado que su


prima se enterara de su condición sexual, puesto que un día se había
presentado sin avisar al piso que compartía con Laura y, como siempre,
había entrado en su habitación sin llamar con la intención de
abalanzarse sobre ella y despertarla. Sin embargo, en aquella ocasión
fue ella misma la que se llevó la sorpresa, puesto que Esther no se
encontraba sola, sino que estaba en compañía de otra mujer.
Obviamente, el hecho de que ambas estuvieran desnudas, no le dejó el
mínimo margen de error a Cristina en cuanto a la interpretación de la
situación. Lógicamente, aquel suceso también salió a relucir uno de esos
días, por lo que las bromas de Maca y Cris se intensificaron todavía más.

Aquel lunes por la mañana, el cielo las recibió nublado y de un tono gris
oscuro que no presagiaba demasiado buenos augurios. Aquella noche,
Esther se había quedado a dormir en el piso de Maca, puesto que el día
anterior había sido invitada por su prima a cenar, y al final se les había
hecho demasiado tarde como para volver a su casa.

-¿No vas a coger el coche? –quiso saber Esther al ver como la médico
llevaba las llaves de la moto en la mano.

-¿Por? Tardaría el doble de tiempo –repuso ésta mirándola sorprendida.

-¿Acaso no has visto el día que hace hoy?

-¿Y?

-Pues que va a llover y te vas a mojar. Eso sí, como me vengas diciendo
que te has resfriado, los calditos te los hará otra.

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-Claro, ¿por qué te piensas que le dije a Cris que se viniera a vivir aquí? –
soltó Maca con sorna., mientras la aludida las miraba alternativamente
como si de un partido de tenis se tratara.

-¿Sois conscientes de que parecéis un matrimonio? –intervino la


interiorista.

-Lo que tú digas –contestó la médico con indiferencia-. De todos modos,


no lloverá.

-¿Qué te apuestas? –la desafió Esther.

-Lo que tú quieras –repuso Maca aceptando el reto-. ¿Una cena?

-No, demasiado simple. ¿Qué tal si me haces un masaje de media hora


cada día durante toda una semana?

-¿Y si gano yo?

-Te haré la cena durante una semana.

-No gracias, no quiero morir intoxicada… Mejor me haces tú el masaje –


replicó tendiéndole la mano para que la encajara.

Cuando Teresa le dio el horario que tenía aquel día, se preguntó si todos
los años de estudio y de irse a dormir a altas horas de la madrugada
durante los exámenes había valido realmente la pena. Al fin y al cabo, la
tarea más emocionante de aquel día, era recibir a una paciente y
discutir con ella los últimos resultados de las pruebas que se solían
hacer antes de una intervención, y programar el día de ésta. El resto del
día, lo pasaría ocupada con otras nueve visitas, un montón de papeleo
atrasado que debía poner al día, una reunión con los del departamento
de nutrición y dietética para hablar de la compra de una máquina y,
probablemente, huyendo de Javier a la mínima que éste intentara
acercarse para darle la brasa.

Al llegar el fin del día, podía decirse que en general todo había salido
según lo previsto: había sido de lo más aburrido, las visitas habían
resultado de lo más normales, había conseguido reducir notablemente el
montón de informes atrasados, y la reunión bien hubiese podido basarse
en una mera llamada por parte del jefe de departamento, puesto que la
máquina no era nada del otro mundo, y se veía a la legua que no se
salía del presupuesto. Era en ocasiones como aquella, cuando se
preguntaba si el criterio de contratación que utilizaban los de recursos
humanos era el correcto; puesto que en su opinión, debería incluirse un
punto que demostrase que la persona en concreto no se ahogaría en un

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vaso de agua a la mínima de cambio. Sin embargo, Javier sí había


conseguido dar con ella, seguramente porque al final no se había
movido de su despacho, por lo que la única salida que le quedaba era la
ventana y, teniendo en cuenta que se encontraba en un cuarto piso, no
tenía intención de tirarse al vacío.

-¿Qué quieres Javier? –le preguntó con voz cansada cuando su primo
abrió la puerta después de que Teresa informase de su presencia.

-Hablar contigo, aunque parece que no te ha quedado claro, teniendo en


cuenta que llevas evitándome desde hace dos semanas –repuso él
sentándose en una de las sillas que quedaban enfrente del escritorio de
Maca-. Por no hablar de que me diste plantón el último día de julio.

-Ya, ¿y de qué quieres hablar? –quiso saber recostándose en su sillón a la


vez que cruzaba los brazos a la altura de su pecho.

-Bueno, no sé si recordarás que hace algún tiempo te dije que a la gran


mayoría de los médicos no les parecía acertada la ampliación de la
Clínica y como me pareció que no te lo habías tomado en serio, he
decidido programar una reunión con ellos.

-Vamos a ver, Javier. He intentado ser educada contigo y aguantar todas


tus memeces con el mayor respeto que he podido, pero es que no lo
entiendo. ¿Cuál es exactamente tu problema? Porque yo ya no sé si eres
tonto o muy tonto… Te lo voy a decir por última vez, mi padre me dio
poderes absolutos para hacerme cargo del 53% de las acciones de la
Clínica, así que me importa tres pepinos si a ti te gusta la idea o no.

-Estás hablando como un tirano, lo sabes, ¿no?

-Pero es que esto es precisamente una empresa privada. No sé si tu


cerebro no te da para más, pero en una junta de accionistas, las
decisiones se toman de forma ponderada, es decir, como más acciones
se tienen, más cuenta tu voto. Y como yo tengo la suerte de tener más
del cincuenta por ciento, yo decido.

-¿Y no te parece que es una decisión poco democrática?

-¡Es que no lo tiene que ser! Mira, esto no es una cooperativa, ni un


conjunto de propiedades comunales, ni nada por el estilo. Esto es una
puta empresa privada, así que tú, que no tienes ninguna acción a tu
nombre, no tienes ni voz ni voto.

-No has dicho lo mismo cuando otros han venido a hacerte


sugerencias…

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-Pero es que las suyas tenían pies y cabeza. Y lo tuyo es única y


exclusivamente para tocar las narices al personal.

-Te estás equivocando, Maca. Tus ideales sólo llevarán a esta empresa a
la quiebra. Además, tengo que advertirte que, aparte de ese sector de
fieles que tienes, el resto estamos muy descontentos con tu manera de
llevar la Clínica.

-Me alegra oírlo, Javier. ¿Pero sabes qué? Para eso están las reuniones
mensuales con la junta de accionistas y los encargados de cada
departamento, en los que tú no estás incluido, todo sea dicho de paso.
Por lo que será en ellos donde se discutan estos temas. Y ahora, si me
disculpas, tengo mucho trabajo, que seguramente haré lo peor que
pueda para que así tú puedas seguir criticándome.

-Esto no acabará así…

-Me parece perfecto, pero de ahora en adelante, agradecería que te


limitaras a dirigirte a mí por temas exclusivamente médicos.

-Algún día, no muy lejano, te vas a arrepentir de haberme hablado así.

-Me encantará verlo, Javier. De hecho, estoy deseando ver como un niño
de papá que sólo mide medio metro cumple de una vez con sus
amenazas –repuso con una sonrisa prepotente y altiva, la misma que
había utilizado en toda la conversación.

Sabiendo que su primo no diría nada más, volvió a abrir el informe en el


que estaba trabajando cuando Javier llegó, y se perdió en él esperando a
que su invitado se fuera. Finalmente, un fuerte portazo le informó de su
salida, por lo que ella pudo permitirse el lujo de apartar la mirada de
aquel conjunto de hojas con datos médicos y esconder el rostro entre
sus manos.

-¿Qué ha pasado? –quiso saber Teresa entrando como un torbellino en el


despacho-. Se os oía gritar desde fuera.

-Nada, sólo le he dado vía libre para empiece a mover sus hilos –
contestó con una sonrisa marcada por la amargura.

“Joder” fue lo primero que le vino a la cabeza al ver el torrente de agua


que caía justo enfrente de ella. Llevaba todo el día deseando salir de allí
y, cuando al fin lo conseguía, con lo primero que se topaba era con una
abundante lluvia que parecía reírse de ella. Le parecía mentira no
haberse dado cuenta hasta el momento, puesto que si por algo se
caracterizaba su despacho era por los grandes ventanales que daban a

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los jardines de la Clínica. Exhaló un profundo suspiro cargado de


resignación antes de empezar la carrera hacia la moto, puesto que no
tenía intención alguna de dejarla ahí. Al llegar a la altura de su preciado
medio de transporte, se percató de que había un pequeño papel
completamente mojado colgando del manillar.

“Parece que finalmente hoy vas a mojarte. P.D: Creo que me debes
varios masajes” consiguió leer a pesar de que la tinta estuviese
prácticamente corrida.

-Será cabrona –murmuró mientras se ponía el casco y se guardaba la


nota en el bolsillo. “No me puedo creer que haya venido hasta aquí sólo
para dejarme ésto. Al menos hubiera podido tener el detalle de
esperarme y llevarme a casa”.

Como ya era de suponer, no fueron pocas las veces en las que tuvo que
aguantar las burlas de Esther y Cristina respecto a su poca capacidad de
predecir el tiempo. Aunque sobre todo era la primera quien más se
regodeaba en el tema, sacándolo sin cesar, sobre todo cuando tenía que
cumplir con la apuesta y darle los masajes debidos. Su pobre defensa se
basaba al principio en que el día anterior, el hombre del tiempo había
pronosticado un día soleado, pero debido al incremento de las burlas
que aquello supuso, se limitó a hacer oídos sordos y a seguir con lo que
hacía ignorándolas por completo.

En más de una ocasión, aquel tipo de comentarios y bromas se les


habían escapado cuando estaban en compañía de sus amigos, por lo
que tuvieron que hacer gala una vez más de su capacidad de
improvisación, que parecía mejorar con el tiempo. Sin embargo, la
presencia de Cristina en casa de Maca aportaba muy buenas excusas,
por lo que este hecho las había salvado en no pocas ocasiones.

Aquel viernes, ambas se habían podido escabullir de la cena que habían


organizado sus amigos, puesto que la interiorista no estaría en todo el
fin de semana, y su intención era aprovechar al máximo la libertad que
les daba tener todo el piso para ellas solas. Como siempre, fue Esther la
que llegó más tarde puesto que, si bien Maca tenía una mayor
flexibilidad en cuanto al horario de visitas, los clientes de la abogada
solían empeñarse en reunirse con ella a horas intempestivas. Así que
cuando llegó, la cirujana ya se encontraba allí, sentada cómodamente en
el sofá leyendo la última novela de uno de sus autores favoritos. Con
cansancio, se arrastró hacia allí, para dejar caer su cuerpo con
brusquedad en aquel mullido sofá.

-¿Estás muy cansada? –se interesó Maca dejando el libro a un lado, para

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colocar la mano en su muslo como muestra de apoyo.

-Un poco… Pero vamos, que me doy una ducha y como nueva, ¿eh? –
repuso ella, aunque en vez de hacerlo, se recostó en su pecho y se dejó
rodear por su brazo.

-¿Seguro? Es que ya te lo dice tu madre: trabajas demasiado y una a tu


edad empieza a resentirse… -la pinchó la médico estrechando el abrazo.

-Lo que tú digas.

-Oye, estaba pensando una cosa… ¿Qué te parece si nos arreglamos un


poquito y nos vamos a cenar fuera?

-Creía que no habíamos quedado con el resto para poder encerrarnos


como ermitañas aquí –repuso Esther extrañada.

-Ya, bueno. Pero no sé, podemos salir un ratito y volver aquí pronto, muy
pronto. Y nos quedamos encerradas aquí el resto del fin de semana.
¿Qué te parece? –le propuso besando su cuello.

-Pero es que me da pereza, Maca –protestó la abogada.

-¿Acaso no estás cansada de quedarte siempre aquí? No sé, es sólo un


ratito y he reservado mesa en un restaurante que seguro que te va a
gustar…

-Lo tenías todo preparado, ¿eh? –observó Esther enarcando una ceja.

-Ya sabes que yo lo tengo todo siempre bajo control… -repuso la médico.

-Sólo una condición: que me prestes una mano con la ducha que
pretendo darme, ya sabes que no puedo llegar muy bien a mi espalda…

El que Maca se pusiera en pie como un resorte ante aquellas palabras


provocó una fuerte carcajada de Esther, aunque no tuvo mucho tiempo
para seguir riendo puesto que fue cogida en brazos y llevada
rápidamente al baño de la habitación. Allí no tardó mucho en verse
desprovista de toda su ropa, y sonriendo observó como la propia Maca
se desprendía de la suya con aparente impaciencia.

Algo después de las diez, una vez arregladas y tras haberse tenido que
dar prisa porque al final se habían entretenido más de la cuenta, salían
del garaje montadas en la moto de la médico dirección al famoso
restaurante. Al llegar, Esther la miró con el ceño fruncido esperando una
explicación al local que se encontraba enfrente de ellas.

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-¿Un italiano? ¿Me has traído a un italiano? –preguntó la abogada,


escandalizada.

-El mejor de la ciudad –matizó Maca tirando de su mano para entrar en


el restaurante.

-Pero no deja de ser un italiano –siguió quejándose ella.

-Espera a probar la pasta y los postres –insistió la cirujana guiñándole un


ojo-. Con decirte que incluso a mí me gustan los pasteles que hacen, y
eso que no soy demasiado de dulces…

Después de haber dado su nombre al camarero que se encontraba en la


entrada, que saludó a Maca de forma efusiva, fueron guiadas hacia su
mesa. Ésta estaba situada en un pequeño salón del final del restaurante,
junto a unas ventanas que daban a un pequeño jardín cuidadosamente
arreglado e iluminado por focos dispersos que le daban al lugar un toque
algo fantasioso. A regañadientes, Esther dejó que la médico eligiera la
cena para las dos, no sin antes hacerle prometer que no le gastaría
ninguna bromita pesada en cuanto al picante de su plato. “Me has
chafado la sorpresa” repuso la cirujana con sorna ante la desconfianza
de la abogada. Finalmente, Esther tuvo que tragarse sus palabras,
puesto que tuvo que reconocer ante una sonriente Maca que era el
mejor plato de pasta que había probado en su vida, y que los entrantes
no se quedaban atrás.

-¡Maquita! –exclamó una voz de repente, cortando la conversación que


estaban manteniendo.

-¡Hombre! Si es la señora farmacéutica –contestó ella, mientras se


levantaba para abrazarse a una mujer que aparentaba tener su misma
edad-. ¿Qué tal estás, petarda?

-No tan bien como tú, señora directora y cirujana de prestigio –repuso la
chica mirándola con una amplia sonrisa-. Te veo bien, ¿eh?

-Ya ves, una que no pierde su encanto –soltó con chulería a la vez que
abría los brazos como mostrándose en su esplendor-. Pero tú tampoco
estás nada mal.

-Que no te oiga Carlos. Todo el mundo le dice que se ha envejecido y


que parece mi padre… Después vendrá a saludaros, que mi madre lo ha
secuestrado y lo ha metido en la cocina -dijo entre risas.

-Ven que te presente. Esther, esta es Silvia, una antigua compañera de


facultad que nos traicionó para irse a estudiar farmacia.

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-Encantada –la saludó la abogada levantándose para darle los dos besos
de rigor.

-Vaya, perece que al fin has sentado cabeza –observó Silvia dándole un
leve codazo a su amiga en las costillas-. ¿Hace mucho que estáis juntas?
–quiso saber provocando un ligero malestar en Esther, que se movió
intranquila.

-Pues desde que su madre y mi padre se casaron hará casi medio año…
-contestó Maca con una sonrisa cómica, percatándose del gesto de la
abogada.

-Vaya, lo siento. Pero es que al veros, parecíais… Bueno, da igual –se


disculpó la farmacéutica.

-Tranquila, suelen decírnoslo –repuso la médico.

Permanecieron algunos minutos más poniéndose un poco al día acerca


de sus vidas: los hijos de una, el trabajo de la otra, sus respectivas
familias y, en definitiva, los aspectos más representativos que habían
ocurrido durante los años en los que no se habían visto. Finalmente,
Silvia se marchó no sin antes hacerles prometer que irían a la cocina a
despedirse, y a saludar al resto de su familia.

-¿Te ha molestado lo que ha dicho? –le preguntó Maca con preocupación


una vez estuvieron a solas.

-No, que va. Sólo me ha cogido de improvisto –contestó Esther cogiendo


su mano para tranquilizarla-. De hecho, es lo más normal. Seguramente
hubiese pensado lo mismo si hubieses estado con Cris o con cualquier
otra mujer.

-¿Seguro? -quiso asegurarse la médico.

-Claro, no te preocupes.

El mes de noviembre había hecho su aparición en el calendario con un


tiempo odiosamente variable en la ciudad condal. Hacía una semana
que era imposible asegurar si la temperatura del día sería alta o baja, si
llovería o al final el cielo se abriría o, en definitiva, cualquier otra pista
que pudiera indicar si uno tenía que llevar chaqueta, abrigo o
simplemente ir en mangas de camisa. Como solía sucederle, aquel
tiempo variable había hecho mella en Maca, que se encontraba más
arisca y de peor humor de lo normal. Normalmente, acostumbraba a
recibir el invierno con los brazos abiertos, puesto que siempre se había
confesado una amante del frío y no era un secreto para nadie el odio

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que le tenía al calor del verano, algo que la agobiaba sobremanera. Por
suerte, en el programa del tiempo habían asegurado que a partir de la
semana siguiente, el tiempo se estabilizaría, y que las temperaturas
empezarían a bajar conforme a la época del año en la que se
encontraban. Sin embargo, desde el chasco que se había llevado desde
aquel fatídico día en el que tuvo que regresar a casa completamente
empapada para encontrarse a Cristina y Esther esperándola muertas de
la risa, había decidido que nunca más volvería a confiar en ellos.

Por suerte, aquel día era sábado, por lo que hasta la noche no tenía que
moverse de casa, y probablemente no tendría que hacer ni eso puesto
que, en aquella ocasión, la cena que había organizado con sus amigos,
se haría en su casa y probablemente se quedarían allí si nadie se
empeñaba en querer salir. Hacía ya tiempo que Laura, Eva, Esther y Cris
estaban totalmente integradas en su grupo, aunque la primera era la
que menos salía con ellos, ya que prefería quedar con sus ligues y así
evitaba ponerse nerviosa con la actitud de su compañera de piso y
Maca, que no dejaban de soltarse indirectas que solían pasar
desapercibidas para el resto.

Como siempre, algo antes de la hora acordada, llegaron Anna y Jero con
la intención de ayudar a las dos anfitrionas. Sin embargo, poco más
tarde, se unieron a ellos Laura y Esther, por lo que acabaron los cuatro
sentados cómodamente en el sofá, mientras Cris acababa de poner la
mesa y Maca ultimaba los detalles de la comida. Ésta última no obvió el
comportamiento de sus invitados, por lo que no tardó en salir de la
cocina reprochándoles lo poco que la habían ayudado.

-En serio, es que no sé por qué os molestáis viniendo antes que el resto
–les espetó antes de darle un trago a la cerveza de Esther.

-Porque Laura no me compra cervezas de estas y me veo obligada a


venir a gorronear de las tuyas –se limitó a contestar ésta provocando las
risas del resto.

-Lo siento señorita Escarlata, la próxima vez no se me olvidará –intervino


la aludida imitando el acento de la criada de la famosa película.

-Eso espero –repuso Esther con fingida prepotencia-. En caso contrario


me vería obligada a despedirte.

Como era habitual, el resto llegó más tarde de la hora acordada, por lo
que se llevaron la habitual reprimenda por parte de los que ya se
encontraban allí, aunque pareció que no surtía ningún efecto en los que
la recibieron. No tardaron mucho en estar todos sentados en la mesa

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dando buena cuenta de la cena, por lo que tampoco se demoró


demasiado la sobremesa obligada. Sin embargo, en aquella ocasión,
esta última sufrió variaciones, puesto que acabaron sentados en los
sofás, por los que se pelearon, y en algunos pufs que ellos mismos le
habían regalado a Maca hacía un par de años en vista de que en sus
reuniones faltaban plazas para sentarse.

-¿Quieres algo? –le ofreció Maca a Anna cuando sacó varias botellas de
alcohol del armario.

-No, gracias –rehusó ésta mirando de reojo a su marido.

-¿Te ocurre algo? Porque tampoco has bebido vino en la cena –se
preocupó la médico-. A no ser que… Espera, ¿estás…? ¿En serio? –
preguntó atropelladamente cada vez más emocionada.

-¡Sí! –contestaron ella y Jero al unísono, con no menos emoción.

-¿De cuánto? –quiso saber Claudia alzando la voz por encima del resto
de felicitaciones a los futuros padres.

-Dos meses –contestó la veterinaria-. Queríamos tenerlo muy claro y


haber pasado el período más delicado antes de contároslo. Ya sabéis…
-añadió refiriéndose al aborto que había sufrido dos años atrás.

-Así que en mayo tendré una sobrina, ¿no? –soltó Maca todavía abrazada
a su hermano, haciendo las cuentas.

-O un sobrino –apuntó éste con una sonrisa radiante.

-¿Os imagináis que es una niña y acaba con Santi? –comentó Claudia,
como siempre adelantando acontecimientos.

-A mi hija ni tocarla, ¿eh? –saltó Jero apuntando de forma amenazadora a


Edu y a Marta.

-Lo mismo digo respecto a mi niño –replicó ésta-. Que seguro que el
pobre acaba con el corazón destrozado…

-Si sale como la familia paterna seguro –intervino Esther provocando las
risas de todos menos de los aludidos.

Aquella noticia fue recibida con muchos brindis que acabaron


degenerando en temas que no tenían nada que ver pero que justificaban
el que el contenido de las botellas fuera bajando a un ritmo alarmante.
Poco a poco, las risas se tornaron algo más ruidosas y escandalosas de

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lo normal, del mismo modo que la conversación fue subiendo de tono.


Algunos no desaprovecharon la ocasión para picarse con Jero y hacer
referencia a que empezaban a pensar que su virilidad no se
correspondía con su reputación, comentarios a los que él respondió con
una sonrisa radiante que era un fiel reflejo de su felicidad.

-¡Vamos a jugar a algo! –propuso Claudia con los ojos brillantes y


claramente influenciada por el alcohol.

-¿Es realmente necesario? –preguntó Maca sumándose a otros


comentarios que se resistían a ello.

-Yo secundo la idea –la apoyó Cris levantando su copa.

-¡Yo también! –añadieron Laura y Eva.

-Vale, pues jugamos –concluyó la cardióloga-. A ver, por respeto a Anna


no será de esos en los que se tiene que beber…

-Por favor, porque si tengo que ir a base de tragos de agua me pasaré la


noche en el lavabo –intervino la aludida.

-Pues eso, que la cosa va de que por turnos se hagan preguntas a las
que todos tendremos que responder, incluso el que pregunte –explicó
Claudia-. Por ejemplo, decidme el lugar más extraño en el que habéis
hecho el amor, cada uno tiene que contarlo…

-¡Pero si lo sabemos todo de todos! –protestó Maca.

-Siempre acaba saliendo algo que no sabíamos –replicó Guille mirándola


de forma significativa.

Aunque algunos seguían sin estar muy de acuerdo con la idea, al final
acabaron accediendo a regañadientes. Así que empezó el juego y, los
temas que empezaron siendo más relajados fueron subiendo de tono
según la cantidad de alcohol que hubiese bebido el que hacía la
pregunta.

-A ver, ¿qué es lo más sensual que habéis visto en el último medio año?
–preguntó Cristina, mirando de reojo a su prima-. En mi caso es el
cuerpazo de un americano que se machacaba en el gimnasio. El pobre
era tonto a matar, pero estaba buenísimo.

-Supongo que te deleitaste con sus abdominales en tu cama, ¿no? –le


espetó Esther haciendo tiempo para no tener que contestar, puesto que
estaba al lado de la interiorista-. Vale, vale… A ver… El torso peludo del

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novio piloto de Laura… No, en serio, creo que yo me decanto por alguien
vestido sólo con una camisa…

-¿Blanca, que le iba grande y le llegaba por los muslos dejando ver sus
piernas morenas en todo su esplendor? –especificó Cris con maldad ante
la mirada sorprendida del resto y una sonrisa triunfal por parte de Maca
que ésta escondió tras su copa-. Bueno, es que vi a esa persona de esta
guisa –aclaró para no crear confusiones.

-Mi mujer con el test de embarazo en la mano –dijo Jero provocando las
risas de todos y algunos comentarios que se referían a lo asqueroso de
la situación-. ¿Maca?

-Mirar a la cara de alguien a quien le hago el amor –soltó ésta con toda
tranquilidad, mirando de reojo a la abogada que enrojeció al instante al
notar los ojos inquisitivos de Laura y Cris clavados en ella.

-¡Eso no se vale! Puede tratarse de un montón de tías… -se quejó


Claudia.

-Estoy segura que no tantas –murmuró Anna que se encontraba al lado


de Cristina y la descripción que había hecho ésta de la camisa en
cuestión le había resultado vagamente familiar.

Un par de horas más tarde, los que estaban más sobrios empezaron a
recoger el salón mientras los otros permanecían sentados siguiendo con
sus conversaciones profundas y de alto contenido intelectual. Con pasos
lentos, intentando controlar la bandeja llena de copas que llevaba en sus
manos, la veterinaria entró en la cocina encontrándose a Esther y a
Maca discutiendo acerca de la disposición del contenido del lavavajillas.

-Que te digo que si pones esos vasos ahí, cabrán tres más –insistió la
abogada ante la mirada enfurruñada de la otra.

-¿Pero es que no ves que no caben aunque les haga hacer el pino-
puente? –replicó la médico con paciencia.

-Joder, a veces eres de un terco que da asco –le espetó Esther


intentando probar lo que decía.

-¿Os dais cuenta de que parecéis un matrimonio? –soltó Anna dejando la


bandeja en la encimera-. Y de hecho, hacéis buena pareja y todo –añadió
con toda la intención del mundo.

-Me voy a acabar de recoger lo que queda –dijo Esther de forma más
seca de lo que realmente pretendía, escabulléndose de ahí.

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-¿He dicho algo malo? –se preocupó la veterinaria mirando a su cuñada.

-Lo peor que se te hubiese podido ocurrir –murmuró Maca de forma


inaudible saliendo detrás de la abogada-. No, tranquila –añadió para que
Anna pudiera oírla.

El transcurso de aquella semana no fue ni mucho menos emocionante:


las operaciones en las que había tenido que intervenir fueron las de
siempre, los pacientes tenían las mismas manías que de costumbre y,
además, el ambiente en la Clínica parecía estar enrarecido. Para
confirmar sus sospechas y que aquella sensación no se basaba sólo en
su imaginación, contrastó su opinión con Cruz y con Teresa, quienes
parecía que últimamente sabían más detalles que ella acerca de lo que
se cocía allí. Y ambas lo hicieron, le confirmaron que algo se movía a sus
espaldas. Maca sonrió al pensar que todo aquello parecía un movimiento
revolucionario, y que ella no hacía sino la función de un gobierno
decadente que hacía oídos sordos ante lo que sucedía justo enfrente de
sus narices. Por lo visto, algunas de las compañeras de Teresita le habían
dicho que Javier Sotomayor había llamado en más de una ocasión a
algunos médicos y accionistas, y que por lo visto, se había programado
una reunión en la propia Clínica. El hecho de que Teresa fuese vista por
el resto de secretarias como su propia jefa, aunque no estuviese escrito
en ningún lugar, hacía que éstas le prodigaran más respeto a ella que a
los propios médicos con los que trabajaban en su día a día.

-Tenemos que hacer algo –exclamó una Cruz visiblemente exaltada


cuando ella fue a verla a su despacho.

-Hola, Rodolfo –lo saludó Maca tranquilamente y con su sonrisa habitual,


al percatarse de la presencia del médico en el despacho.

-Señora directora –repuso él con algo de sorna en su voz.

-¡Maca! –prácticamente gritó la maxilofacial para llamar la atención de


ambos, que permanecían mirándose a los ojos con una sonrisa
cómplice-. Tenemos que programar una reunión o algo para que vean
que somos conscientes de lo que pretenden.

-No pienso hacer eso –se negó la directora tomando asiento junto a
Vilches, que permanecía igual de sereno que ella por desgracia para su
mujer-. Si lo hiciera, además de seguirle el juego al imbécil ese, sólo
conseguiría dividir la Clínica en dos bandos, y lo último que quiero es
una confrontación.

-¿Y piensas quedarte con los brazos cruzados? –se desesperó Cruz.

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-Yo no he dicho eso, pero no tengo ninguna intención de mezclaros en


todo esto. Imaginaros por un momento que Javier, por los motivos que
sean, consigue hacerse con la Clínica…

-Maca, él ya nos tiene catalogados como tus incondicionales, así que


recibiremos el mismo trato tanto si colaboramos contigo como si nos
quedamos al margen –intervino Vilches.

-Ya, pero no pienso involucraros en esta mierda directamente. Así que


tranquiliza a tu mujer, calmad los nervios del resto y concentraos en
vuestro trabajo que para eso estamos todos aquí aunque haya gente
que lo haya olvidado.

-¿Y qué piensas hacer respecto a esa reunión que ahora mismo se está
celebrando en la sala de juntas que tu propio padre construyó? –quiso
saber Cruz antes de que la directora abriese la puerta, sorprendiéndose
cuando ésta empezó a reírse.

-La verdad es que en un principio pensé presentarme ahí diciendo que


se les había olvidado avisarme, pero creí que lo más oportuno sería
mandarles unas cuantas bandejas de catering por si se les había
olvidado comer… -contestó ella divertida.

-Eres retorcida –observó Vilches con una sonrisa-. Por eso me gustas
tanto…

A pesar de las ganas que tenía de que llegara Teresa y le describiera con
todo tipo de detalle la cara que había puesto Javier ante la aparición de
las bandejas con comida, decidió encerrarse en su despacho y llamar al
miembro de contabilidad al que más confianza le tenía para encargarle
un pequeño trabajo. Después de estar un buen rato hablando con él, se
puso en contacto con el jefe de seguridad que, desde los tiempos de su
padre, era el encargado de controlar las entradas y las salidas de los
empleados; y con el departamento de recursos humanos con los que
concertó una reunión urgente para aquel mismo día.

-¡Maca! –exclamó la secretaria entrando como una exhalación en el


despacho-. ¡Tendrías que haberme dado una cámara de esas digitales
para hacerle una foto!

-¿Tan espectacular ha sido? –quiso saber ella con los ojos brillantes.

-Más de lo que crees. He hecho exactamente lo que me habías dicho: he


llamado a un par de secretarias más para que me ayudaran y, a la hora
acordada hemos entrado en la sala de juntas para darles la comida –
explicó Teresa-. Al principio Javier no entendía nada, pero poco a poco se

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ha ido volviendo blanco… ¡Tendrías que haberle visto! Y cuando yo le he


soltado que la directora sentía no poder asistir a la reunión pero que
había avisado a un catering por si no habían comido, se ha puesto de un
tono granate bastante sospechoso.

La noticia del embarazo de Anna había sido como una bomba para
todos, sobre todo para su padre quien, al enterarse, lo primero que hizo
fue ir a comprar el mejor carrito para bebés que encontró. A Maca
aquella reacción no le había sorprendido lo más mínimo, puesto que era
consciente de las ganas que tenía de ser abuelo y poder colmar a sus
nietos con los regalos más variopintos. Siempre había pensado que
aquel deseo no era más que un intento de redimirse por las pocas
atenciones que les había prestado a su hermano y a ella,
compensándolo con creces con sus nietos. Y también era consciente de
que su mala reacción al conocer con certeza su orientación sexual, se
debía en parte a aquel deseo de llenar su casa de niños pequeños. Por
esa razón, el domingo anterior no había podido escabullirse de una
comida familiar organizada para celebrar la comida; del mismo modo
que sabía que tampoco podría hacerlo en la cena que habían
programado sus amigos para aquel mismo viernes.

Para todos ellos, aquélla era la manera de superar definitivamente uno


de los episodios más tristes que habían vivido, y es que el aborto de
Anna había supuesto un duro golpe para todos. Todavía se le encogía el
corazón cuando recordaba a su hermano sacando con furia todos los
regalos que les habían dado con motivo del nacimiento de su hijo, o el
rostro sombrío que su cuñada había lucido durante semanas. Ella
misma, por su parte, había tenido que obligarse a dejar de imaginarse
su cara, y a borrar de su mente todos los planes que había hecho para
cuando creciera.

-Después saldremos, ¿no? –preguntó Claudia cuando ya se encontraban


en el segundo plato.

-Eso, eso, fiesta –la secundó Cris.

-Vamos a ver, que yo no puedo beber y lo que me apetece es


zambullirme en un montón de cojines –intervino Anna.

-Entonces vamos al Chill Out ese del amigo de Guille, ¿te parece? –dijo
Maca.

-¿No está muy lejos? –protestó la veterinaria.

-A diez minutos andando. No seas vaga, anda –le espetó su cuñada.

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El que Guille estuviera metido en el mundillo intelectual de la ciudad y


que, además, estuviera bastante bien considerado en él, les había
permitido conocer lugares de lo más variopintos, aunque debían
reconocer que algunos de ellos eran también muy interesantes. Una de
las últimas adquisiciones había sido aquel local situado en una casa
destartalada en medio del barrio de la Ciutat Vella, cuya fachada no
hacía sospechar por nada del mundo lo que se ocultaba detrás de ella. El
establecimiento ocupaba un local diáfano, aunque en él se podían
encontrar rincones bastante íntimos gracias a la disposición de los
muebles de estilo colonial. Hacía poco se habían enterado de que el
padre del dueño tenía una tienda de muebles, lo que propiciaba que los
sofás se cambiaran de forma regular y permanecieran siempre mullidos
y en buen estado. Las paredes en tono claro contrastaban con los
muebles oscuros, y la iluminación escasa pero acertada contribuía a que
el local fuera acogedor.

-Me encanta este lugar –opinó Anna dejándose caer en uno de los sofás,
mientras el resto se apoderaban de los enormes cojines que se
encontraban desperdigados por el local.

-¿A quién no? –dijo Maca sentándose a su lado, a la vez que le daba un
par de palmadas en el muslo-. ¿Cómo te encuentras?

-Por favor, tú no… -se quejó su cuñada-. No seas Jero, por favor. Lleva
semanas tratándome como a una inválida.

Las conversaciones se sucedieron entre idas a la barra para pedir más


bebidas y alguna que otra visita de los ocupantes de algunas de las
mesas vecinas. Éstos últimos fueron víctimas de un juego cruel por parte
de Claudia, Cris y Laura quienes le seguían el juego al principio, para
acabar diciéndoles que las dos primeras eran pareja desde hacía dos
años y, que el marido de la tercera estaba de guardia en el hospital.
Hacia las tres de la madrugada, Esther se levantó con la intención de ir a
la barra y pedir su tercera copa de la noche. Al ver que no volvía, Maca
miró hacia aquel lugar encontrándosela hablando con un hombre o, más
bien, escuchándolo.

-Parece que a tu chica se le ha acercado un moscardón –le susurró Cris


al oído-. Y como supongo que vas a ir para allá, tráeme otro whisky,
anda.

Con paso decidido, se dirigió hacia ellos, quedándose a pegada a ellos,


apoyada en la barra, fingiendo que estaba muy concentrada esperando
a que la camarera le prestara atención. Por el rabillo del ojo, vio como el
hombre en cuestión apoyaba su mano en la cadera de la abogada y se

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acercaba a ella con la intención de susurrarle algo al oído.

-¿Qué te crees que haces? –le espetó de mal humor interrumpiendo el


trayecto de su cara.

-¿A ti qué te parece, guapa? –repuso él mirándola con desdén, aunque


no menos del estaban impregnados los ojos de ella.

-Yo diría que tocar las narices.

-¿Y tú quién coño te crees? ¿Su madre?

-No, su novia –soltó provocando que los dos la miraran con los ojos
completamente abiertos.

-¿A qué coño ha venido eso? –le espetó Esther cuando él se hubo
marchado no sin antes dedicarles una mirada a ambas cargada de todo
menos de cariño.

-Quizás tendría que ser yo quien lo preguntase, ¿no? –replicó la médico


mirándola con ojos acusadores-. Porque no sé, pero me ha dado la
impresión que la que tonteaba descaradamente con él has sido tú.

-¡Por Dios, Maca! Soy lesbiana, no tenía ninguna intención de hacer nada
con ese tío…

-Que yo recuerde, eso no te ha impedido tener relaciones con muchos


otros hombres –la cortó a la vez que se cruzaba de brazos.

-Y mira, ¿sabes qué? Que de todos modos, no tengo porque darte ningún
tipo de explicación al respecto.

-¿Eso crees? –preguntó la cirujana con enfado, elevando el tono de voz,


provocando así que varias personas que se encontraban en torno a ellas
las miraran.

-Vámonos fuera –le pidió Esther consciente de que estaban llamando al


atención.

-¿Qué pasa? ¿No quieres que la gente se entere de que estás liada
conmigo, o qué?

-No, simplemente no me da la gana montar ningún numerito –repuso la


abogada viendo como Maca emprendía el camino hacia la puerta-.
¿Ahora sí podemos hablar? –preguntó con sorna apoyada de espaldas a
la pared de la fachada.

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-Mira, Maca, no sé qué te has pensado que estaba haciendo con aquel
tipo, pero no tienes ningún derecho a hacer lo que has hecho.

-¿Y qué he hecho según tú?

-Para empezar, presentarte ahí como si fueras mi perro guardián, para


atacar sin razón alguna.

-¿Qué? Esther, ese tío estaba ligando contigo descaradamente.

-¿Y? Que yo sepa hasta el momento he demostrado que puedo


defenderme solita.

-Sólo… Sólo contéstame a una cosa: ¿qué te ha molestado más, que


viniese o que haya dicho que era tu novia?

-Lo segundo –contestó la abogada con sinceridad, aunque no pudo evitar


bajar la cabeza.

-Ya…

-Creo que esto se nos está yendo de las manos, Maca. Tú sabías desde el
principio lo que era tener una relación conmigo, nunca te he engañado
en ese aspecto.

-Ese es el problema, Esther, que eso no es una relación, ni es nada. Mira,


amigas con derecho ya tengo muchas, no necesito ninguna más. Y no
tengo ningún problema en volver a mantener relaciones esporádicas con
otras mujeres. Así que…

-¿Me estás dejando? –la interrumpió con un deje de desespero en su voz,


aunque a la médico le sonó más como un desafío.

-No se puede dejar a alguien que no es tu novia, ¿no? –repuso ésta con
frialdad-. Y te has encargado de dejarme muy claro que tú y yo no lo
somos.

-¿Y qué se supone que tiene que pasar ahora?

-Yo de momento me voy a casa. Tú haz lo que quieras, al fin y al cabo,


siempre lo haces –contestó con sequedad, dando la conversación por
concluida, a la vez que se giraba para entrar de nuevo al local para
recoger sus cosas.

Ni siquiera se molestó en ofrecerles a sus amigos una excusa


medianamente decente, sino que simplemente les dijo que la cena no le

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había sentado del todo bien, y prefería irse a casa. Tampoco les dio
importancia a aquellos rostros preocupados que dejó atrás. Aunque no
quería hacerlo, sus ojos volaron autónomos por el establecimiento en
busca de Esther, pero parecía que la abogada de había evaporado como
por arte de magia. Así que sin pensarlo más, salió con paso rápido de
allí, y se adentró en aquellos estrechos callejones que la llevarían hasta
donde había dejado la moto. En ningún momento miró atrás, de hecho,
parecía un caballo al que le hubieran puesto anteojeras que sólo podía
mirar al frente; quizás fuese esa la razón por la que le pasó
desapercibida la figura de una Esther derrotada, que la observaba
alejarse de ella a la vez que una sola lágrima se deslizaba lentamente
por su mejilla.

Aquella semana pasó lentamente. De hecho, las horas parecían


interminables, y los días no tenían fin. Los únicos momentos en los que
su mente permanecía serena y tranquila eran aquellos pasados dentro
de la sala de operaciones donde, a pesar de que la intervención fuese de
lo más sencilla, volcaba sus cinco sentidos al completo. Y lo cierto era
que incluso en esa situación, no podía dejar de pensar en ella, en lo que
había ocurrido en aquel bar y en aquel estrecho callejón maloliente
donde sentía que había cometido uno de los peores errores de su vida.
En otra ocasión, su carácter se hubiese vuelto agrio y arisco, haciendo
que las malas contestaciones saliesen fácilmente por su boca; pero
aquellos días simplemente se encontraba distante, como si estuviera
realmente lejos del resto de las personas, y terriblemente seco. No había
contestado a ninguna de las llamadas de sus amigos, preocupados por
su huida de aquella noche. Y a aquellos a los que no podía evitar, como
eran Cris o Teresa, los dejaba con la palabra en la boca, escabulléndose
de cualquier tipo de conversación que tuviera que ver con su humor.

-Mañana tenemos la fiesta de Navidad del estudio, ¿vendrás, no? –le


comentó la interiorista el jueves, mientras cenaban.

-¿Es mañana? No me acordaba –contestó sin levantar la mirada del


plato.

-Eso mismo me ha dicho Esther cuando comíamos –soltó Cris, aunque


tras decir aquellas palabras, deseó haber nacido muda.

-¿No es muy temprano? Me refiero a la fiesta. ¿No es muy temprano


como para celebrar la Navidad? –se apresuró a preguntar para cambiar
rápidamente de tema, en un intento que aquel nombre dejara de
retumbar en su mente.

-Bueno, como estas cosas siempre acaban siendo los mismos días,

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pensamos que desmarcarnos un poco estaría bien –le explicó, aun


sabiendo que hacía tiempo ya se lo había contado-. Maca, yo…

-Me voy a la cama. Estoy molida –la interrumpió levantándose con sus
platos.

-¿Te encuentras bien? –se preocupó Cristina alzando la voz para que
pudiera oírla desde la cocina.

-Sí, sólo me duele la cabeza –contestó entrando de nuevo en el comedor


mientras se secaba las manos en el pantalón del pijama-. Buenas
noches.

-Buenas noches –repitió observando con tristeza como se alejaba por el


pasillo.

Apoyada en la barandilla del balcón, observaba el considerable tráfico


que había en la calle teniendo en cuenta que ya eran pasadas las once
de la noche. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza recordándole el
mes en el que se encontraba, y su poca responsabilidad al no ponerse
un jersey. Con manos temblorosas, abrió la cajetilla de tabaco, y exhaló
un profundo suspiro al ver que un único cigarrillo permanecía allí.
Aquella semana, su consumo de tabaco se había incrementado
considerablemente, llegando a ser de un paquete diario, algo que no le
hacía ninguna gracia. “Esto es una mierda” se dijo mientras se encendía
el pitillo, tapando la llama del mechero con una mano para evitar que el
viento la apagara. “Una gran y jodida mierda”.

Como le venía ocurriendo los últimos días, el dolor de cabeza fue lo


primero que sintió cuando abrió los ojos. Con la salvedad de que aquel
viernes parecía más fuerte de lo habitual. Sin poder terminarse la insulsa
tostada de pan de molde, se metió la pastilla en la boca y se la tragó
junto con el café con leche, procurando sus papilas gustativas obviaran
aquel sabor horrible.

-¿Todavía sigues encontrándote mal? –se preocupó Cristina entrando en


la cocina, al ver su gesto de desagrado. En la última semana, había
podido ver aquella misma mueca por lo menos dos veces al día, por lo
que ya sabía a que se debía.

-En nada se me pasará –contestó Maca con la esperanza de que sus


palabras fueran ciertas.

-Oye, que si esta noche no puedes venir, no pasa nada, ¿eh? –le
comentó, presintiendo que ver a su prima quizás no fuera la mejor
medicina.

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-Tranquila, ahí estaré.

Sin decir una palabra más, se acabó el café y volvió a su habitación para
lavarse los dientes e intentar cubrir sus ojeras con alguno de aquellos
productos que ocupaban las estanterías del baño y que casi nunca
usaba. Cristina la vio pasar por delante de la puerta abierta de la cocina
con su traje oscuro impecable y el abrigo colgando del brazo. “Adiós, que
tengas un buen día” escuchó como le decía ya en el ascensor.

A pesar de haberle dicho a la interiorista que asistiría a aquella fiesta


que había organizado con tanto esmero, lo cierto es que la jaqueca no
había disminuido lo más mínimo, más bien al contrario. Nunca había
tenido migrañas, pero suponía que no podía alejarse mucho de lo que en
aquel momento martilleaba en su cabeza, provocando que se pasara
todo el día con el ceño fruncido y actitud arisca. Ni siquiera los cuidados
de una Teresa preocupada surtieron el efecto habitual, así que no le
quedó otro remedio que hacer caso a la repetida insistencia de su
secretaria y marcharse a casa más pronto de lo que tenía planeado. Lo
primero que hizo al llegar fue arrastrarse hasta el dormitorio y dejarse
caer en su cama. Quizás fue ese dolor de cabeza, o quizás fue lo poco
que había lograr dormir aquella semana, pero no fue consciente del
momento en el que cayó profundamente dormida.

Cuando se despertó, el cielo ya se vislumbraba oscuro a través de la


ventana. Con movimientos cansados, se quitó la americana, que estaba
completamente arrugada, y miró el gran reloj que ocupaba toda su
muñeca izquierda. Las ocho. Sólo faltaba una hora para tener que estar
en la fiesta de Cristina, y la jaqueca seguía torturándola, al igual que la
presencia de Esther. Sin estar muy convencida de que fuese lo mejor,
cogió el móvil y llamó a la interiorista para confirmarle que no asistiría,
algo que a ésta no le extrañó demasiado. Las tres horas siguientes las
pasó enfrente de la televisión, encadenando películas que daban en los
canales de cable. Ni siquiera se levantó para prepararse la cena, como
tampoco lo hizo cuando el teléfono sonó varias veces. Sin embargo, no
le quedó otro remedio cuando el interfono empezó a pitar de forma
insistente. Supuso que era Anna que, alertada por Cris, se había
acercado para saber como estaba; por lo que no se molestó a preguntar
quién era, así que se limitó a pulsar el botón que daba permiso para
entrar en el ascensor.

-¿Qué…? ¿Qué haces aquí? –preguntó con voz entrecortada al ver como
aquella imponente figura se alzaba enfrente de ella, cuando las puertas
se abrieron.

-Quería verte. Necesitaba hacerlo –contestó Bea saliendo del elevador

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con dos zancadas seguras, tanto como ella, o como lo había sido la
médico una vez.

-¿Por qué? –quiso saber intentando no achantarse ante su presencia,


procurando mantener aquella actitud distante.

-¿Acaso no vas a invitarme a pasar? –preguntó ella a su vez con toda


tranquilidad, mientras colgaba su abrigo en el armario de la entrada.

-¿Acaso hace falta? –se resignó Maca, siguiéndola hacia el salón.

-¿No vas a sentarte? –dijo extrañada, al verla de pie enfrente de ella.

-No creo que sea una buena idea. ¿Quieres tomar algo?

-Sigues igual, ¿eh? Siempre la educación por delante –observó Bea con
una sonrisa-. Pero un Martini no me iría nada mal.

-Es lo que me enseñaron. Digamos que lo de no saludar a la gente que


conozco no va conmigo –contestó la médico, mientras se dirigía al
mueble bar para preparar sus dos copas.

-Touché –admitió entre risas.

Consciente de que aquella conversación sería larga, a no ser que la


sacara de su casa a patadas; decidió tomar asiento en la butaca que se
encontraba al lado del sofá, por lo que quedó a escasos palmos del
cuerpo de su antigua amiga. Ésta, por su parte, lucía aparentemente
tranquila y relajada, algo que ella no estaba ni por asomo, por lo que se
sentía en una fuerte desigualdad de condiciones. De repente, sus ojos,
traicioneros, se dirigieron a una parte de su cuerpo que había intentado
evitar a toda costa: su cara. Tuvo que reconocer que si ella misma
seguía igual, Bea no era una excepción: sus enormes ojos tenían aquel
toque de inocencia e ingenuidad que se mezclaban con la astucia; sus
labios, carnosos, permanecían entreabiertos como si les doliera entrar
en contacto y, su piel estaba tan morena como siempre.

-¿Tan poco importante fui para ti? –preguntó de repente, refiriéndose a la


cantidad de fotografías que decoraban el salón, y en las que ella estaba
ausente.

-Quité todas aquellas en las que salías tú –contestó Maca esbozando una
sonrisa triste. Al fin y al cabo, parecía que no habían perdido la habilidad
de entenderse mutuamente a pesar de que las preguntas fuesen de lo
más vagas e imprecisas.

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-¿Tanto llegaste a odiarme?

-Nunca podría hacerlo, ya lo sabes.

-Recuerdo cuando me lo decías en el colegio. “Aunque lo intente, nunca


podré enfadarme contigo” –dijo imitando su tono de voz hastiado, aquél
que utilizaba siempre al decir esa frase que había oído hasta la
saciedad.

-¿Qué haces aquí, Bea?

-Ya te lo he dicho, quería verte.

-Creí que estabas felizmente casada. De hecho, me consta que fue un


bodorrio.

-Roberto me engaña con otra. Y aunque no fuese así, no soy feliz. Al


menos no como lo era cuando estaba contigo.

-¿Eso no había sido un error? –preguntó Maca con frialdad-. Creo


recordar que fue eso lo que me dijiste la última vez que nos vimos.

-Cambia esta pose de ofendida, ¿quieres? Ya sabes que si quiero, puedo


llegar a ser mucho más borde que tú.

-He aprendido mucho acerca de eso, últimamente… ¿Para qué querías


verme?

-¿Realmente hace falta que te conteste a eso?

-Vale. Así que soy tú venganza, ¿eh? Tu marido te hace el salto y tú le


engañas conmigo. Empate uno a uno. Y otro punto para ti por tirarte a
una mujer –le espetó bebiéndose su tercera copa de un trago.

-No seas cínica. Ya sabes que tú eres mucho más que eso para mí.

-Y esta frasecita será lo que me repetirás cada vez que vengas aquí a
acostarte conmigo, hasta que te quedes embarazada y me digas que no
puedes seguir con esto. ¡Venga ya, Bea! Mira, no me gusta presumir de
ello, pero he estado con muchas mujeres casadas, y puedo decir que
conozco las reglas del juego bastante bien…

-¿Sigues enamorada de mí? –le preguntó a bocajarro.

-No –contestó con sinceridad-. Ahora puedo decir que no, y dudo que
alguna vez lo estuviera realmente.

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-Pues entonces, yo no le veo problema alguno. Nos gustamos, pero


ninguna espera demasiado de la otra.

-Esto no es una ecuación matemática, Bea.

-No, es mucho más sencillo –contestó acercándose peligrosamente a


ella, a la vez que le cogía la copa de la mano y la dejaba en la mesilla
auxiliar.

Mientras tanto, en otra parte de aquella ciudad, en un edificio de oficinas


no mucho más lejos de allí, una persona permanecía sentada en un
incómodo sofá de diseño. En aquel rincón observaba los rostros
sonrientes de la cincuentena de personas que conversaban alegremente
entre ellos y, a pesar de estar rodeada de todos ellos, se sentía la
persona más sola de toda la fiesta. Sin mucha dificultad, podía ponerles
nombres a esas caras, puesto que muchos de ellos trabajaban con su
prima. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que ni siquiera se
percató cuando Cris y Laura se sentaron a su lado con sendos rostros de
preocupación.

-Maca no va a venir -le advirtió la interiorista-. Lo digo por si esta cara de


acelga se debe a que temes su aparición de un momento a otro.

-¿Por qué? –quiso saber de forma ausente, dando pie por primera vez a
que hablaran de la médico.

-Lleva toda la semana con dolor de cabeza –le contó su prima.

-Ve con ella –dijo Laura de repente-. Tienes que ir con ella.

-No puedo. No me lo merezco –contestó una Esther derrotada.

-Creo que eso debería decidirlo otra persona, y si no le das la


oportunidad no podrá hacerlo. De verdad, cielo, tienes que dejarte de
todas esas tonterías y empezar a vivir…

-Ten, coge mis llaves y sal pitando –le ordenó Cris al ver que se le veía
más convencida.

Cuando los labios de Bea estaban ya rozando los suyos propios, un rayo
pareció cruzar la mente de Maca. De repente, vio la imagen de Esther
justo enfrente de ella, sonriéndole, y fue entonces cuando pudo hacer
algo que sus músculos rígidos no le habían permitido hasta el momento:
moverse.

-No puedo –murmuró.

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-¿Por qué? –quiso saber la enfermera separándose de ella, pero no lo


suficiente como para que dejara de notar su presencia abrasándola.

-Simplemente, no puedo hacerlo.

-¿Estás con alguien? ¿Tienes novia? –preguntó sin saber que aquellas
palabras se habían clavado como cuchillos afilados en el cuerpo de
Maca. “Sólo… Sólo contéstame a una cosa: ¿qué te ha molestado más,
que viniese o que haya dicho que era tu novia?” “Lo segundo –contestó
la abogada con sinceridad, aunque no pudo evitar bajar la cabeza.”

-No.

-¿Entonces? Si estás ligada a nadie, ¿qué es lo que te lo impide?

-Estoy enamorada de otra persona.

-¿Te corresponde?

-No –contestó con sorprendente frialdad. “Creo que esto se nos está
yendo de las manos, Maca. Tú sabías desde el principio lo que era tener
una relación conmigo, nunca te he engañado en ese aspecto.” Aquella
había sido su interpretación de aquellas palabras que habían salido de la
boca de Esther hacía una semana.

-Entonces, déjame ser ella por una noche –susurró acercándose de


nuevo a ella-. Las dos estamos solas, Maca. Nada ni nadie nos lo impide.
Además, mañana no será más que las consecuencias del alcohol.

No supo cuando pasó, pero de pronto se vio tumbada en la cama,


solamente en ropa interior, y con los labios de Bea paseándose
libremente por su cuello. Sin saber por qué, su cabeza se giró hacia un
lado y sus ojos se clavaron en un marco que permanecía bocabajo desde
hacía una semana. De repente, un pinchazo de culpabilidad cruzó su
cuerpo, algo que ella se encargó de silenciar haciéndolas rodar por el
colchón para tomar el control de la situación. Sentía la respiración
agitada de Bea impactar contra su oído, mientras notaba como las
manos de ésta volaban hacia su entrepierna. Con un movimiento brusco,
se encargó de apartarlas de allí, a la vez que conducía su propia mano
hacia su sexo ante la mirada sorprendida de la enfermera.

-Genial, Maca. Eres la ostia, de verdad –dijo una voz detrás de ella con
desprecio, haciendo que todos los músculos de su cuerpo se congelaran.

Sin saber como lo logró, se levantó como un resorte y salió disparada


detrás de ella. Consciente de que aunque se desgañitara llamándola, la

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única forma posible de detenerla era alcanzarla, corrió tras aquel cuerpo
que se alejaba a toda prisa por el pasillo. No aminoró su marcha hasta
que la encontró frente al ascensor intentando meter su llave en la
cerradura del aparato para que éste respondiese y le permitiese salir de
aquel lugar.

-Si me escucharas, sabrías como funciona –comentó tirando de ella para


sacarla de allí.

-No me toques –le espetó con furia moviendo su brazo para que la
soltara.

-Escúchame entonces –repuso con una tranquilidad de la que ella misma


se sorprendía.

-No quiero. Al menos hubieses podido tener la decencia de taparte un


poco.

-Creí que esto era lo que querías de mí. ¿Acaso no era sólo por mi
cuerpo por lo que venías a mí? Disfrútalo ahora.

-Vete a la mierda, Maca. Vete a la mierda –le espetó con algo muy
parecido al odio.

-Ahí es donde estoy gracias a ti. Pero contéstame a una pregunta, ¿a qué
has venido?

“A decirte que te quiero” pensó Esther, justo en el preciso instante en el


que una Bea visiblemente avergonzada hacía su aparición, seguramente
con la intención de marcharse.

-Yo… Bueno, creo que lo mejor será que… -musitó de forma casi
inaudible.

-No, mujer, quédate. No tiene ningún sentido que te vayas ahora sin
haber terminado la faena, ¿verdad? Además, al fin y al cabo, eres el
amor de su vida, ¿no? –la cortó Esther.

-Vete –le ordenó Maca sin mirarla-. Esto es entre nosotras dos.

-Que te quedes, joder. ¿Por qué no vas a calentarle la cama para que a
su vuelta no la encuentre fría?

Temiendo que si seguía allí, tarde o temprano acabaría siendo la diana


de la disputa, Bea decidió que la actuación más prudente sería retirarse
lejos de aquella pelea de titanes. Por ello, dio media vuelta, y volvió a la

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habitación de Maca, dejándolas a ambas frente a frente, mirándose


fijamente, desafiándose con rabia impregnando sus ojos.

-En serio, Esther, ¿a qué has venido?

-Cristina me dijo que te encontrabas mal y quería saber cómo estabas –


mintió en parte la abogada.

-Con la esperanza de que si me cuidabas un poco, mañana tendrías un


buen polvo como recompensa, ¿no? –le espetó la médico con sorna.

-¿De verdad piensas eso de mí? –quiso saber Esther mirándola con el
ceño fruncido, como si acabara de descubrir la identidad de la persona
con la que hablaba.

-Sí. Y es eso mismo lo que tú te has encargado de hacerme ver durante


meses.

-Pues te equivocas.

-¿Sabes qué? Que ahora me da igual. Que me es absolutamente


indiferente lo que tú pienses, o sientas. Porque ahora me doy cuenta de
que yo buscaba exactamente lo mismo en ti.

-¿A qué vino entonces el numerito de la otra noche? –la desafió en un


intento de que aquellas palabras fuesen falsas.

-A que no me dio la gana de que alguien disfrutara de lo que era mío.


Era yo quien tenía que follarte, no él.

-Eres una cerda –le escupió Esther con rabia.

-Todos tenemos nuestros pequeños defectos, ¿no? Yo soy una promiscua


y una cerda, y tú eres una persona incapaz de ser feliz y de hacerlo al
resto por miedo.

-¿A cuánta gente le has provocado tú la felicidad?

-Quizás no a mucha, pero al menos no hago que las personas que me


rodean se amarguen porque yo sea una amargada infeliz –replicó con
dureza.

-Que te jodan.

-Seguramente lo harán, pero puedo asegurarte que no serás tú.

-No sabes lo mucho que me alegra oír eso.

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Después de aquellas últimas palabras de la abogada, ninguna dijo nada


más, haciendo que un espeso silencio invadiese la casa. Ambas
permanecían mirándose fijamente a los ojos, retándose en silencio y sin
retroceder un solo centímetro. Parecía que un hilo invisible las uniese, y
que si alguna apartaba su mirada, aquél se rompería, lo que supondría
una derrota para la que lo hiciera.

-Aquí se acaba todo, ¿no? –comentó al final Esther, dándose por vencida,
admitiendo que había perdido.

-Sí –se limitó a decir la médico de forma seca, aunque ya no había rastro
de rencor en su voz.

-Supongo que es lo mejor, y que lo único que conseguiríamos


empeñándonos en esto sería autodestruirnos –razonó con resignación,
sin querer parecer radical. Sin embargo, fue ese tono entre impasible y
pasota el que hizo que Maca se sintiera herida y verdaderamente
derrotada.

-Y nos odiaríamos –añadió ésta para evitar que la última palabra la


tuviera la abogada o, quizás, para que aquella conversación no se
acabara nunca y de esta manera, que ella no se fuera de allí.

-Ya nos veremos –se despidió Esther entrando, ahora sí, en el ascensor.

-Al fin y al cabo, no nos queda otro remedio –repuso la cirujana antes de
que las puertas se cerraran, sin querer evitar la última oportunidad de
herirla, y hacerla sentir tan mal como ella misma se sentía, a pesar de
que aquello le doliera en lo más profundo de su corazón.

-Maca, yo… -empezó Bea, al cabo de unos segundos, con voz apenas
inaudible. Había esperado pacientemente a oír que las puertas del
ascensor se cerraban, y las voces cesaban.

-No me hales, y mucho menos te atrevas a tocarme –le espetó con


frialdad al notar como la enfermera tenía la intención de acariciar su
hombro.

-Yo… Lo siento mucho…

-Vete. Sé que es imposible que no vuelva a verte jamás, pero cuando nos
encontremos, finge por favor que no me conoces, que no sabes mi
nombre, y olvida todo lo que una vez pudo unirnos. Y hazlo porque esto
simplemente ya no existe, ni volverá a hacerlo jamás.

Sólo pudo levantar la mirada cuando supo a ciencia cierta que Bea

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estaba de espaldas a ella y, conociéndola, sabía que no se giraría para


dedicarle una última mirada. Sin embargo, el espejo del ascensor las
traicionó a ambas, provocando que por última vez, sus miradas se
cruzaran. Justo cuando las puertas entraban en contacto, a Bea le
pareció ver un proyecto de sonrisa en el rostro de Maca. Lo que nunca
sabría, era que ésta únicamente se debía a que la médico, por fin, había
podido ver una absoluta indiferencia en sus ojos cuando miraba a su
antigua compañera, a aquella persona que una vez creyó que era el
amor de su vida. De repente, aquella mueca se tiñó de amargura y
cinismo al pensar que las dos mujeres que hasta el momento habían
sido, seguramente, las más importantes de su vida, acababan de salir
por el mismo sitio con una diferencia de apenas cinco minutos. Y lo peor
era que ambas lo habían hecho con el fin de alejarse de ella
seguramente para no volver.

Nunca había creído en el destino, nunca. Como tampoco lo hacía con los
hechos paranormales o demás teorías que tenían que ver con una fuerza
superior no probada. Siempre había considerado que todo aquello no
eran más que tonterías y una sarta de mentiras que la gente se
inventaba para ganar dinero y quitárselo a quienes verdaderamente
creían en ello. En lo que sí creía, sin embargo, era en la suerte, algo que
parecía estar evitándola a toda costa últimamente. No obstante,
agradeció a aquel pedacito de coincidencia que hizo que aquella
semana, precisamente aquella en la que pensaba que no podría quitarse
a Esther de la cabeza, tuviera que volar a Berlín para asistir a una
convención. Desde que había sucedido a su padre en el negocio familiar,
su presencia en aquel tipo de actos se había acrecentado drásticamente.
Algo que ella siempre había aprovechado para prolongar unos días más
su estancia y así poder visitar la ciudad en cuestión. Sin embargo, en
aquella ocasión, solamente le serviría como la excusa perfecta para
saltarse un par de comidas familiares, y así poder distraerse un poco,
tanto del tema relacionado con la abogada, como del ambiente tenso
que se respiraba en la Clínica.

De esta manera, el martes por la tarde, se encontraba sentada en uno


de los cómodos sofás de la sala VIP del aeropuerto del Prat, esperando
pacientemente a que la llamaran para embarcar. Como siempre, aquel
salón permanecía prácticamente vacío, por lo que pudo apoderarse de
una mesa, que cubrió con todos los papeles que tenía preparados para
su exposición, mientras que en su mano derecha sostenía un vaso con
zumo de tomate. Tomarse aquella bebida era como un ritual para ella
cada vez que pisaba un aeropuerto, y le resultaba realmente difícil pasar
sin él. Por suerte, había sido previsora y había programado la alarma del
móvil a la hora en la que, en teoría, debía dirigirse a la puerta de
embarque; ya que, de no haber sido así, seguramente hubiese estado

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tan ensimismada repasando una vez más aquellos papeles que se le


habría pasado la hora. Nunca había sido capaz de llevarse una malera
pequeña por muy corto que fuese el viaje, algo que sin duda había
aprendido de Teresa, a pesar del enfado que aquello provocaba en su
padre; por lo que no le había quedado otro remedio que dejar su maleta
en el check-in, y resignarse a llevar con ella su bolso y su portátil.
Debido a que había querido ir a la Clínica aquella mañana para ultimar
algunos detalles, no iba todo lo cómoda que le hubiera gustado. Se
sentía tremendamente incómoda al oír el ruido que provocaban sus
tacones al impactar con las impolutas baldosas de tono gris claro que
cubrían el suelo de aquella terminal.

Tres horas y media más tarde, tras una de retraso por parte de su
compañía (algo que por otra parte no le había extrañado demasiado),
recogía su maleta de aquella cinta oscura que se deslizaba a base de
rechinamientos por la estructura de metal. Al salir de aquella enorme
sala, demasiado para su gusto, exhaló un profundo suspiro al
encontrarse a decenas de personas mirándola fijamente, mientras
esperaban a que alguien conocido apareciese por aquellas puertas. Por
suerte, la organización que se encargaba de la convención le mandase a
alguien para que fuera a buscarla y la llevara al hotel. Apenas recordaba
algunas palabras de alemán que había aprendido en el colegio, puesto
que lo suyo siempre había sido el inglés o, como mucho, el francés. En
aquel momento, notó un leve pinchazo en la boca del estómago
provocado al acordarse de que Esther sí hablaba perfectamente aquel
idioma, y de las veces que habían bromeado al respecto.

Vilhelm, como resultó llamarse el chófer que había acudido a buscarla y


al que encontró esperándola luciendo un considerable cartel, la llevó
hasta el hotel donde se hospedaría. Éste resultó estar ubicado en un
gran edificio algo alejado del céntrico neurálgico de la ciudad, que
estaba dotado de numerosas salas de convenciones. Se notaba a la
legua que estaba orientado a un público que para nada visitaba Berlín
para disfrutar de sus calles y sus importantes innovaciones
arquitectónicas, o antiguos monumentos. Por suerte, en recepción la
atendieron nada más llegar, por lo que apenas tuvo que facilitarles sus
datos y ya estaba en disposición de la tarjeta magnética que hacía las
funciones de llave de la habitación. Fue al llegar allí, en cuanto miró por
la ventana y sólo vio edificaciones modernas sin demasiado interés,
cundo supo a ciencia cierta que debía buscar otro hotel para pasar los
dos días que había alargado su estancia. No le fue muy difícil dar con
uno que fuera de su gusto en la guía turística que había comprado, y
tampoco tardó mucho en llamar para hacer una reserva para las noches
del viernes al domingo. Al colgar, sonrió satisfecha por su hazaña.
Definitivamente, alojarse en un hotel situado en plena Kurfürstendamm,

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popularmente llamada Ku’Damm, suponía una mayor perspectiva que


quedarse en aquél que estaba lejos de todas partes.

Lo primero que vio al día siguiente cuando descorrió las cortinas, no fue
más que un cielo nublado de un tono gris oscuro nada esperanzador. Sin
demasiada prisa, se fue a la ducha y tras ésta, se vistió con uno de los
trajes oscuros que había llevado para la ocasión. Al mirarse en el espejo,
se dio cuenta que más que médico su imagen se correspondía más a la
de una empresaria que se encontraba a punto de cerrar un importante
trato. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquello no le gustaba
demasiado, y que añoraba aquella época en Nueva Jersey en la que
podía ir vestida de manera bastante más informal y, porque no decirlo,
mucho más cómoda. Aquel pensamiento apareció algunas veces más
durante su estancia, aunque lo hizo de forma menos dramática cuando
se vio rodeada de compañeros de profesión cuyos atuendos eran
realmente parecidos al suyo, tanto que casi parecían que fuesen de
uniforme.

Como siempre, acabó sintiéndose más cómoda de lo que en principio se


temió. Al fin y al cabo, a pesar de que en cada acontecimiento de
aquellos se viesen caras nuevas, había algunas que no cambiaban, por
lo que conocía a muchos de los que se encontraban ahí. Podía decirse
que, aunque se empeñasen en ser innovadores, eran como un gran club
social en el que algunos socios no cambiaban a lo largo de los años. Sin
embargo, la presencia de algunos conocidos no fue del todo un alivio,
puesto que se vio obligada a aguantar a más de algún compañero
bastante pasado de copas, intentando ligar de forma descarada con ella
o con cualquier falda que les pasara por delante. Obviamente, todos
ellos estaban casados y, en alguna ocasión había podido conocer a sus
mujeres e, incluso a sus hijos.

-You’re a fucking asshole, James –le espetó una de sus acompañantes


cuando uno de aquellos hombres le manchó sus zapatos con parte del
contenido de su copa, al estrellarse ésta contra el suelo.

-Tranquila, Lisa –la calmó Maca tendiéndole una servilleta de papel.


Mientras observaba divertida como él huía de aquella mirada asesina.

-Fuck. I spent a lot of money with these Jimmy Choo…

-Eso te pasa por gastarte todo tu sueldo en zapatos –se rió ella.

-Es lo mismo que me dice Greg –contestó Lisa con un fuerte acento
anglosajón-. Justo antes de decirme que tendría que invertirlo en un
aumento de pecho.

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-Todavía sigue con eso, ¿eh?

-Desde que te fuiste y le dejaste sin poder hacer chistes guarros sobre
lesbianas, he pasado a ser el centro de sus comentarios.

-Tus pechos, querrás decir –la corrigió Maca.

-Whatever –murmuró Lisa con hastío-. ¿Cómo te va por Barcelona?

-Podría ir mejor, la verdad. Quizás acabe aceptando el puesto de tu


hospital –añadió dejando claro que bromeaba.

-Sabes que siempre habrá un hueco para ti. Además, Greg ha contratado
a una chica bisexual como ayudante, muy mona y muy de tu tipo.

-Ya… ¿Y Allison?

-Ella y Robert se fueron. Ahora está en urgencias, es la directora, de


hecho.

-Me alegro por ella… -comentó Maca con una sonrisa al recordar a
aquella chica con la que había hecho tan buenas migas.

-Tiene Huntington. La nueva –soltó de repente la directora del hospital.

-Vaya… Veo que Greg sigue igual. Le va la marcha –observó ella-. Da


igual, olvídalo –añadió al ver la mueca de desconcierto que se había
dibujado en el rostro de su acompañante.

-Con decirte queme cambió la carpeta en la que guardaba mi exposición,


por una en la que había una Penthouse… -le contó con resignación-.
Bueno, yo me voy a la habitación que mañana tengo que acabar de
prepararme mi intervención y no quiero que otro borracho me manche
mis zapatos.

No tardó mucho más en seguir los pasos de su amiga y exjefa, puesto


que el ambiente del bar del hotel empezaba a ser demasiado subido de
tono incluso para ella. Odiaba aquella parte de las convenciones en las
que todos sus compañeros, en apariencia formales padres de familia, se
pasaban con las copas y aprovechaban la menor ocasión para tener una
corta aventura con cualquiera que les siguiera un poco el rollo.
Aprovechó aquella mañana en la que no había nada interesante a lo que
asistir para desplazarse al centro y conocer un poco mejor aquella
ciudad que ya había visitado en un par de ocasiones. Como siempre,
empezó por la famosa y espectacular Potsdamer Platz, donde se
encontraba el Sony Center. Ya la había visto la última vez que estuvo en

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Berlín, pero no pudo evitar quedarse ensimismada de nuevo ante


aquella enorme estructura moderna que cubría la plaza, y que tanto su
hermano tanto había insistido en visitar. Sonrió al recordar cuando éste
le explicó con la moción de un niño que allí se había instalado el primer
semáforo de Europa, sentimiento que ella no quiso estropear diciéndole
que ya lo había leído en la guía. Anduvo tranquilamente por la
Ebertstraβe entreteniéndose con los edificios y los demás transeúntes,
pensando que hacía apenas veinte años todo lo que veía en aquellos
momentos no era más que un paraje desolado en el que se alzaba el
famoso muro que separaba dos mundos completamente diferentes. No
tardó mucho en llegar a la Brandenburger Tor, quizás el monumento más
famoso y fotografiado de la ciudad y que a ella particularmente le había
decepcionado considerablemente. En vez de seguir hacia la antigua
parte soviética por la avenida Unten den Linden, que se encontraba
limitada por sobrios edificios que imponentes habían resistido las
atrocidades que habían presenciado y que se mezclaban con modernas
creaciones arquitectónicas, se dirigió hacia el Reichstag, un imponente
edificio neorrenacentista, que se había visto sometido a una reforma
considerable, donde destacaba una enorme cúpula de cristal.

Cuando miró el reloj, se dio cuenta de que debía volver al hotel si no


quería perderse la ponencia de Lisa, algo que con toda seguridad
provocaría el enfado de ésta. Así que se detuvo en medio de aquella
gran avenida que cruzaba el no menos grandioso parque que ocupaba
parte del centro de la ciudad, y esperó pacientemente a que apareciese
un taxi para dirigirse a aquella gran mole de cemento en el que se
hospedaba. Debido al tráfico y lo mucho que había tardado en divisar un
taxi libre, llegó con el tiempo justo para encontrar sitio en la sala de
convenciones del hotel. Tuvo que reconocer que la idea de Greg de
cambiar la exposición por una Penthouse no habría sido mala del todo,
puesto que de entre todas las cosas buenas que tenía su amiga, no se
encontraba la de hacer una ponencia amena o mínimamente divertida.

Se estaba distrayendo mientras pintarrajeaba en el programa con un


bolígrafo que había recuperado de las profundidades de su bolso,
cuando notó que éste empezaba a vibrar junto a su pierna. Extrañada,
sacó el móvil y vio que quien la llamaba era su hermano. Suponiendo
que la razón de aquel gesto no se debía a nada más que no fuera
interesarse por su estancia, volvió a meterlo en uno de los pequeños
departamentos en los que se distribuía su bolso. Sin embargo, parecía
que su hermano no se daría por vencido tan fácilmente, puesto que a
aquella llamada la siguieron dos más. Finalmente, no le quedó otro
remedio que salir de la sala y pulsar el botón verde para aceptar la
llamada.

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-¿Qué quieres? –le preguntó de forma brusca a modo de saludo algo


mosqueada por su insistencia.

-Tienes que venir, Maca –fue la única respuesta de Jero.

Por suerte, en aquella ocasión los contactos de su familia, no fueron un


incordio o una fuente de problemas (algo que solían ser), sino que le
fueron bastante útiles. Por ello, pudo coger el primer vuelo que salía
destino Barcelona. Con prisas, hizo su equipaje e informó en recepción
que su estancia sería más corta de lo prevista, dejándoles una nota para
Lisa en la que se despedía de ella y se disculpaba por no haber podido
acabar de presenciar su “interesante” ponencia. Sabía que para su
amiga era realmente frustrante que gran parte de sus espectadores no
fueran más que curiosos con la esperanza de que, en aquella ocasión,
hubiese asistido con aquel famoso médico que había adquirido su
reconocimiento internacional por sus excentricidades, además de por
sus logros médicos. En el taxi, llamó al hotel en el que debía hospedarse
aquel fin de semana para cancelar la reserva, y suspiró cuando le
informaron que tendría que pagar parte del precio por la poca antelación
con la que había avisado.

Por suerte, el avión que tenía que coger salía en poco tiempo,
demasiado poco para su gusto, por lo que tuvo que pelearse con un par
de azafatas sentadas cómodamente detrás del mostrador del check-in,
para que accedieran a validarle el billete y a aceptarle la maleta. Esto
último obviamente no pudo ser posible debido a lo tarde que era, por lo
que tuvo que ir acompañada de un trabajador del aeropuerto con pinta
de armario empotrado con el pelo rubio y la piel rojiza, el cual se dedicó
a seguirla mientras arrastraba su maleta de forma no demasiado
cuidadosa.

Una vez sentada en aquel cómodo sillón de primera clase, permaneció


con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, mientras observaba lo
que se veía a través de la ovalada ventanilla. Pasó el vuelo intranquila, a
pesar de que Jero intentara calmarla diciéndole que la razón de sus
prisas no era grave sino urgente. Sin embargo, el hecho de que hubiese
cortado la comunicación a toda prisa, y que no le hubiese querido dar
más detalles al respecto, hacía que estuviera ansiosa por llegar. Al
principio, lo primero que le pasó por la cabeza fue que Javier había
organizado algo parecido a una revolución en la Clínica, aunque luego
pensó que más que una revolución, lo más adecuado sería un golpe de
Estado, sobre todo si acababa fusilada en el jardín de la Clínica o su
cabeza en el despacho del nuevo director a modo de decoración. Su
nerviosismo se acrecentó al encontrarse a Guille esperándola a la salida
de la sala de recogida de equipajes, y sobre todo, cuando él no quiso ser

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demasiado conciso en sus explicaciones.

-¿Me vas a decir qué coño ha pasado? –le preguntó alzando la voz
cuando fue consciente del lugar al que se dirigían.

-No lo sé, Maca. A mí sólo me ha llamado Jero para que fuera a buscarte
al aeropuerto –se limitó a contestar él cuando ya estaban entrando en el
parking subterráneo de aquel hospital.

No esperó a su amigo, sino que salió del coche cuando éste estuvo
aparcado. Ya casi se encontraba en la puerta de salida directa al interior
del edificio, cuando escuchó como Guille le decía en un grito que tenía
que ir a la cuarta planta. Corrió hasta los ascensores sin ni siquiera
esperar a una pareja que la miraron de forma reprobadora cuando las
puertas se cerraron justo enfrente de ellos. Ni siquiera le importó lo más
mínimo, siempre había considerado que la educación era lo último que
se debía perder en una situación, cualquiera que fuese; pero en aquellos
momentos, lo único que le importaba era saber qué era lo que estaba
ocurriendo, y sólo sabía que la respuesta se encontraba en la cuarta
planta.

-Soy Macarena Wilson y… -dijo con nerviosismo, abalanzándose sobre el


mostrador que estaba delante de los ascensores.

-Al final de pasillo a la derecha –le contestó una de las enfermeras que
se encontraban detrás del mueble, con algo pintado en los ojos que a
ella le recordó lo que veía ella cuando le comunicaban a un familiar de
un paciente que algo no había ido bien.

Corrió tan rápido como sus piernas le permitieron a través de aquel


pasillo que le pareció interminable. No hizo caso de los numerosos
carteles que adornaban las blancas paredes y que rogaban silencio por
respeto a los pacientes. Al fin llegó a su destino, exhausta por la carrera
y, lo que vio allí no le provocó ninguna buena premonición. En aquella
pequeña sala de espera se encontraban algunas de las personas más
importantes de su vida, todas ellas cabizbajas, algunas abrazadas o
manteniendo algún tipo de contacto a modo de apoyo, y otras con los
ojos rojos e hinchados por el llanto. Cuando su hermano se levantó al fin
la cabeza para mirarla, sus ojos negados por las lágrimas provocaron
que su estómago se contrajera y un nudo se formara en su cuello.
Agradeció aquella reacción de su cuerpo, porque de no haber sido así,
seguramente las arcadas que amenazaban por aparecer la hubiesen
obligado a salir de allí, y aquello era lo último que quería.

-Dime que no es verdad, que no le ha pasado nada –le imploró con una

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serenidad que la sorprendió incluso a ella misma.

-El médico… El médico ha dicho que ha sido un derrame cerebral,


imposible de prever… No ha sufrido, Maca, no lo ha hecho –contestó con
voz entrecortada.

Y con aquellas palabras supo, al fin, que sus peores sospechas se habían
confirmado. Ya no quedaba nada por lo que luchar.

No lloró, no pudo hacerlo, y seguramente aquella falta de lágrimas en


sus ojos sería algo que se recriminaría el resto de su vida. Tampoco dijo
nada ante aquellas palabras de Jero, sino que se limitó a acercarse a él
y, a rodear aquel cuerpo mucho más corpulento que se convulsionaba
por el llanto. De repente, una sensación de déjà vu la invadió, y se
recordó a sí misma hacía muchísimos años, en una habitación cuyas
paredes estaban adornadas por pósters deportivos y musicales,
abrazando a un Jero de unos diez años que lloraba como en aquellos
momentos. En el funeral de su madre tampoco había llorado.

Cuando pareció que su hermano se calmaba, separó sus cuerpos


lentamente y dirigió su mirada hacia una persona en concreto que había
permanecido en todo momento cabizbaja y con un pañuelo cubriéndole
la nariz. No tardó mucho en estar enfrente de ella, gesto que provocó
que la mujer levantara la cabeza para mirarla.

-Lo siento mucho –le dijo abrazándose también a ella, notando como su
camisa empezaba a humedecerse a la altura de su hombro.

Tuvo que admitir que el hospital se portó realmente bien con ellos,
facilitando en todo momento el traslado del cuerpo al tanatorio, y
ayudándoles con todos los trámites necesarios. De aquella manera, a las
doce de la noche ya se encontraban todos en una pequeña sala, provista
de sillones y sofás, con otra pequeña habitación adyacente en la que se
encontraba su padre. La puerta que unía ambas estancias permanecía
entornada, y nadie parecía tener la más mínima intención de abrirla.
Ella, al menos, no pensaba hacerlo. Siempre había evitado aquel tipo de
escenarios, puesto que creía firmemente que sería aquella, la imagen
que se le quedaría clavada en la memoria. No quería recordar a su padre
como un ser inerte metido en una caja, la más cara, entre telas de satén
blancas y, cubierto por un cristal. Quería hacerlo como la persona
enérgica que una vez fue, a veces de mal humor, otras tantas alegre. Su
intención era no olvidar sus malas contestaciones, aquel cinismo y
sarcasmo que ella misma había heredado aunque a un nivel más
moderado.

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El funeral fue programado para dos días más tarde por la tarde, para que
los que tuvieran intención de darle el pésame a la familia y rendir un
último homenaje al fallecido, pudieran hacerlo. Y de aquella manera
pasaron las siguiente treinta y pico horas: abrazando a gente que
apenas conocían, aceptando pañuelos de manos que no habían visto
antes, consolando a personas y dejándose consolar. La mayor parte de
los médicos de la Clínica se pasaron por el tanatorio, entre los que no
fallaron Cruz y Vilches. También tuvieron el placer de disfrutar de la
presencia de la familia Sotomayor, y de ser espectadores en primera fila
de las abundantes lágrimas que caían por el rostro de María Fernández.
Como siempre que su tía montaba algún numerito como aquél, Maca
sintió como las arcadas amenazaban con hacerla ir a los servicios más
próximos. Parecía que, al fin y al cabo, aquella mujer no había perdido la
habilidad de hacerse notar cualquiera que fuese la situación.

A la hora de comer del día en el que estaba programado el funeral, tras


haber recibido las obligadas condolencias del dueño del tanatorio, un
viejo amigo de su padre que se ofreció para lo necesario, Jero y Anna se
llevaron a Encarna al restaurante que se encontraba en el mismo
recinto. Ella, sin embargo, prefirió quedarse un rato más en aquel lugar,
disfrutando de la tranquilidad que se respiraba sabiéndose a solas.
Sentada en uno de los relativamente cómodos sillones, dejó caer su
cabeza hacia atrás y cerró los ojos en un intento de relajarse. Sin
embargo, éstos se abrieron a los pocos minutos, quedándose clavados
en aquella puerta que permanecía entornada. Como una autómata, sin
ser dueña de sus piernas, se dirigió hacia allí. Empujó la puerta con una
mano temblorosa, y se acercó al cristal con pasos titubeantes. Allí esta
su padre, con la piel cetrina, vestido con uno de sus trajes, y las manos
unidas a la altura de su pecho. Su mirada se quedó fija en su rostro,
aquel que la última vez que lo vio estaba tan lleno de vida y cubierto por
una sonrisa, mueca que no lo había abandonado desde que supo que
sería abuelo.

Fue en aquel momento, cuando una simple frase de Teresa apareció en


su mente: “Esa era la misma cara que tenía cuando tu madre estaba
embarazada”. Aquellas palabras que había oído hacía apenas una
semana y que le habían pasado por alto retumbaron con fuerza en
aquellos momentos. Su mano, autónoma del resto de su cuerpo, se
deslizó hacia el cristal, donde se posó totalmente extendida, como si
quisiera traspasar el material y así tocar por última vez aquel cuerpo sin
vida. Y fue entonces, cuando una primera lágrima apareció en sus ojos,
una a la que siguieron otras tantas.

Su padre había muerto, una persona que ella siempre había visto como
un ser casi superior, inmortal, la dejaba sola. Como habían hecho otras

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tantas a lo largo de su vida: su madre, cuyo rostro sólo conseguía


recordar por las fotografías que inundaban los álbumes del desván; las
dos anteriores mujeres de su padre, a quienes nunca había conseguido
apreciar como tales; su abuela; aquel sobrino al que nunca había
logrado conocer… Y los que no se habían ido por aquella razón, habían
huido de su lado por propia voluntad: Bea, Esther… Fue en aquel
momento cuando se reprochó todo lo que le había dicho a su padre,
todas las recriminaciones que habían salido de su boca acerca de la
lamentable figura paterna que había representado, y todo aquello que
nunca había conseguido decirle. Y entendió también que si se había
casado dos veces después de la muerte de su madre, había sido
precisamente por ellos dos, para que tuvieran aquello que él no podía
darles, o no se sentía capacitado para ofrecerles. Entonces, fue
consciente de que sólo había sido Encarna quien había conseguido
ganarse realmente el corazón de Pedro Wilson después de la muerte de
Rosario.

No supo cuando había acabado arrodillada en el suelo, junto al ataúd de


su padre, llorando como una niña desconsolada que acababa de perder
su juguete más preciado. Sin embargo, su llanto aumentó en intensidad
al notar como unos brazos la rodeaban, cuya dueña supo identificar por
su perfume, aquél que había estado presente en inmensidad de
momentos de su vida.

-No me dejes, por favor… -le suplicó entre sollozos-. Tú no…

Lo que ninguna de las dos sabía era que en la puerta alguien más era un
testigo silencioso de aquella escena. Y que a esa persona se le había
encogido el corazón al presenciar aquel momento de debilidad de la
médico que se dejaba mecer por quien finalmente había acabado
ejerciendo el papel materno en su vida, como también el paterno.
Aquella que cada mañana se levantaba temprano para hacerle la
comida, y que compartía con ella al mediodía, la que la regañaba
cuando hacía algo mal, la miraba con gesto reprobador cuando lo
merecía, pero que la hacía partícipe de su orgullo por ella cuando se
sentía así. Supo que ella nunca podría hacer aquellas cosas por Maca, no
se veía capaz; jamás sería tan importante para la médico como lo había
sido Teresa. Así que se alejó de allí sin hacer ruido, tal y como había
llegado.

Como preveía, el funeral fue cuanto menos, multitudinario. Entre todas


las personas que se encontraban sentadas en los largos bancos de la
iglesia, pudo distinguir fácilmente a muchos amigos y antiguos
compañeros de su padre, así como a pacientes, parte de la plantilla de la
Clínica e, incluso algunas personalidades del mundo de la política.

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Esbozó una sonrisa cínica al ver al presidente de la Generalitat entre


ellos, que con orgullo decía ser ateo, aunque permanecía atento al
sermón del cura. Al escuchar una retahíla de alabanzas dedicadas a su
padre, recordó con tristeza lo que él siempre solía decir cuando leía
artículos en el periódico ensalzando a algún personaje famoso
recientemente fallecido: “Guárdate de la hora de las alabanzas”.
Normalmente solía aborrecer aquel momento de un funeral, puesto que
siempre había considerado una postura realmente hipócrita que un cura
que no conocía de nada a la persona en cuestión, empezase a enumerar
una a una todas las virtudes de ésta. Sin embargo, el hecho de que
aquel hombre y su padre se conocieran desde hacía años, teñía el
discurso de un tono más real.

Aguantó con aplomo que decenas de personas la abrazaran creyendo


que con aquel gesto la apoyaban y le daban ánimos, sin saber que a ella
le solía incomodar sobremanera aquel gesto. Otros, más moderados en
su generosidad con respecto al cariño, se limitaron a encajar sus manos
o a palmear su hombro. Una vez en el cementerio, rodeada sólo de los
amigos más íntimos de su padre y del resto de su familia, presenció con
aplomo como el ataúd era introducido en el panteón familiar, y como
pocos minutos más tarde, desaparecía tras una pared de ladrillos.
Siempre le había impactado enormemente aquel momento, puesto que
significaba el final definitivo, la prueba absoluta de que aquella persona
ya no volvería. Poco a poco, sus acompañantes se dieron la vuelta y
algunos empezaron a despedirse del resto. Ella, sin embargo,
permaneció quieta con la mirada fija en los trabajadores que acababan
de poner los últimos ladrillos y de aplicar cemento en las fisuras.

-¿Nos vamos? –le propuso su hermano, reposando la mano en su


hombro.

-Sí –asintió ella, dedicándole una última mirada a lo que quedaba de su


padre-. Sabes lo que diría papá ahora, ¿no? –le comentó con una leve
sonrisa mientras andaban por aquel camino de gravilla que los conducía
a la salida.

-El cementerio está lleno de imprescindibles –contestó él rodeando su


cintura-. Estás muy guapa, ¿sabes? Incluso con estas gafas de aviador
que él odiaba.

-Ya… Tú tampoco estás nada mal con este traje –repuso ampliando su
sonrisa.

-¿Le estás tirando los trastos a mi marido? –intervino Anna uniéndose a


ellos.

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-Eso sería algo… -empezó Jero.

-¿Incestuoso? –le cortó Maca arqueando una ceja por encima de las
gafas.

-Raro, sería raro –la corrigió.

-Siento interrumpir, pero tengo que hablar con vosotros –dijo Esther
acercándose a ellos-. Como me pediste, ya he mandado la partida de
defunción al Registro general de actos de última voluntad, así que en un
par de semanas podréis acceder al testamento de vuestro padre –
explicó dirigiéndose sobre todo a Jero.

-Bueno, no hacía falta darse tanta prisa, ¿no? –observó la médico,


mirándola fijamente-. Hace ya unos cuantos años que todos sus bienes
estaban en una sociedad en la que Jero y yo formábamos parte, así que
es lógico que nos pertenece el cincuenta por ciento a cada uno.

-Lo sé, Pedro me lo comentó hace algún tiempo –contestó la abogada-.


Fue un buen consejo de sus asesores jurídicos, no quiero ni imaginarme
lo que hubieseis tenido que pagar de impuesto de sucesiones… De todos
modos, hay algo de lo que creo deberíamos…

-Encarna tiene todo el derecho a quedarse en la casa de Sant Cugat, o


puede mudarse al piso de Barcelona si lo prefiere –la interrumpió Maca
con seriedad-. Además, recibirá un porcentaje del dinero que tenía mi
padre en sus cuentas corrientes personales, así como de los ingresos
que percibamos tanto de las acciones de la Clínica como del resto de las
posesiones.

-Sabes que no es a eso a lo que me refería, Maca –le espetó Esther


dolida por el tono que había utilizado para dirigirse a ella.

-Entonces tranquila, que te pagaremos los servicios prestados con la


tramitación del acta de defunción y todo eso. Mándame la factura a la
Clínica, por favor.

-Eres gilipollas –le espetó ante la atenta mirada de Jero y de Anna, que
las observaban como si de un partido de tenis se tratara.

-Ya, eso me quedó muy claro hace una semana, ¿lo recuerdas? –contestó
con una actitud un tanto altanera.

-De todos modos, sólo venía a pediros si os importaría demasiado pasar


algún día de las fechas de Navidades con nuestra familia. No es
necesario que sea ese día precisamente, pero creo que a mi madre le

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gustaría y… -les pidió visiblemente nerviosa.

-Claro, allí estaremos –accedió Anna con una sonrisa afable.

-Yo pienso irme a Vaqueira, así que… -soltó Maca en un tono muy
diferente al empleado por su cuñada.

-Pues que te vaya bien –le deseó Esther con sorna-. Ya nos veremos –les
dijo a los otros dos cuando ya se daba la vuelta para unirse a su madre y
a sus tíos.

-Te has pasado –le recriminó la veterinaria cuando la abogada estuvo lo


suficientemente lejos-. Así que hazte un favor y deja de actuar como una
niñata mimada y consentida. ¿Nos vamos, cariño?

Giró la llave en el contacto con brusquedad y, de la misma manera, le


dio al pedal del gas provocando que el coche emitiera un sonoro rugido
bastante semejante al de un animal salvaje enjaulado. La tristeza había
sido sustituida por el enfado, una sensación que había crecido en su
interior hasta hacerse mayúsculo. Lo estaba con Esther, con su padre,
con Anna y, sobre todo, con ella misma. Principalmente por haber
reaccionado de aquella manera ante su mera presencia, pero también
porque con aquellas palabras sólo había conseguido dejarse en
evidencia delante de ella, de su hermano y de su cuñada. Sin ser
consciente de ello, su instinto la condujo a la Clínica, frente a la cual se
detuvo sin saber qué hacer. Al ser sábado, el bullicio que reinaba
normalmente habría desaparecido por completo, por lo que podría
ponerse al día tranquilamente. Lo cierto era que en aquellos instantes,
ponerse a trabajar era lo último que le apetecía, aunque tuvo la
esperanza de que, quizás, si se sumergía entre historiales e informes
conseguiría dejar que su mente descansara un poco.

La llegada del lunes fue como agua de mayo para ella. En su vida
hubiese pensado que algo así ocurriría, pero convivir con Cris en aquella
situación se le hacía de lo más difícil. Si bien era cierto que la interiorista
no había dicho nada al respecto de su ruptura con Esther, y ni siquiera
había hecho el intento para hablar del tema, no dejaba de ser su prima
por lo que el ambiente era ciertamente violento. Tuvo suerte de que
Cristina hubiese ido a comer en su casa, donde Encarna pasaría algunos
días para recuperarse del disgusto. Aquel hecho, hizo que pasara toda la
tarde fuera, y que no volviera hasta la hora de cenar, momento en el
que ella se encerró en el despacho argumentando que tenía mucho
trabajo.

La vuelta a la Clínica fue realmente agobiante. En el fondo agradecía

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todas las muestras de apoyo y las condolencias que le ofrecían los


trabajadores con los que se cruzaba, pero aquello sólo conseguía que su
malestar aumentara todavía más. Aquella mañana ni siquiera entró en la
sala de descanso de los médicos, sino que se dirigió directamente a su
despacho para proseguir con los cambios que eran necesarios tras la
muerte de su padre. Lo primero y más urgente era reunirse con la junta
de accionistas, así como con el patronato de la Fundación. La relativa a
los encargados de cada departamento médico y otros sectores, la
dejaría para más adelante, puesto que al seguir ella como directora no
se producirían variaciones en la organización. Por ello, le encargó a
Teresa que se pusiera en contacto con todos los accionistas y los
convocara para una reunión urgente para el día siguiente por la tarde.

Suponía que sería tranquila, puesto que hacía ya bastante tiempo que su
padre no aparecía en la junta y que era ella misma la que tomaba las
decisiones vinculadas a la Clínica. Además, fuera lo que fuera que Javier
tuviese en mente, no creía que lo expusiese cinco días después de la
muerte de Pedro Wilson, sino que esperaría un tiempo prudencial para
que ella metiese la pata en algún aspecto. Sin embargo, a pesar de estar
muy tranquila, no pasó una buena noche, puesto que acabó tumbada en
el sofá mirando películas antiguas que daban en los canales de cable.
Aquel martes amaneció nublado, y un cielo de color gris oscuro nada
esperanzador la saludó cuando subió la persiana.

-Hoy supongo que llegaré tarde –le dijo a Cris cuando ya acaban de
desayunar.

-¿Y eso?

-Tengo reunión con la junta de accionistas –le contestó sin demasiado


entusiasmo dejando muy claro que no le apetecía para nada.

-Entonces hago yo la cena, tranquila.

-Eres un cielo –le dijo Maca esbozando la primera sonrisa amplia que le
había visto en las dos últimas semanas.

-Eso dicen… -repuso Cristina con chulería.

Aquella mañana, a pesar de lo poco que había dormido la noche anterior


y de lo difícil del momento, se sentía extrañamente de mejor humor.
Este cambio fue rápidamente percibido por Teresa, quien se la quedó
observando con gesto de preocupación, preguntándose a qué se debería
aquel cambio. Durante la comida no desaprovechó la oportunidad de
preguntarle sutilmente la razón de que su ceño no luciese

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permanentemente fruncido, temiendo que fuese sólo por alguna nueva


conquista que había hecho en sus habituales salidas nocturnas.

-¿Qué pasa? ¿Te piensas que anoche me tiré a alguien, o qué? –le
preguntó con sorna al percatarse de su mirada suspicaz.

-¿Yo? ¡No! –se apresuró a contestar con vehemencia.- ¿Es por eso? –
quiso saber a continuación provocando una carcajada de Maca, que
negó con la cabeza, divertida por su salida.

-Me indigna la concepción que tienes de mí –opinó haciéndose la


ofendida.

-Pues es la que tú me has encargado de mostrarme a lo largo de los


años –se defendió la secretaria.

-Entonces, tengo que decirte que mis escarceos se han visto


considerablemente reducidos en los últimos tiempos.

-Y ahora me dirás que no aprovechaste tu estancia en Berlín para


recuperar el contacto con antiguas conocidas –le espetó Teresa haciendo
gala de lo mucho que la conocía.

-Pues sí, porque me porté como una buena niña y mis manos se
estuvieron quietas en todo momento –contestó ella con orgullo.

-¿Quieres que le pida a Cruz que te haga un chequeo? Porque esto sólo
puede deberse a algún tipo de enfermedad de esas exóticas o
tropicales…

-¿Pero cómo voy a tener algo de eso si lo más lejos que he estado
últimamente ha sido Berlín? –repuso Maca completamente sorprendida
por la salida de la secretaria-. Además, ¿a ti te parece normal insinuar
algo así? ¡Ni que fuese una ninfómana pervertida!

-Mujer, eso no pero tienes que reconocer que siempre has sido un
poquito… abierta de miras –se justificó Teresa sabiendo que poco a poco
iba metiendo todavía más la pata.

-Y de piernas también, ¿no? –soltó ella con una sonrisa alucinada, sin
saber si reír o llorar.

-¿Ves como no se puede hablar contigo? Siempre acabas sacando


conclusiones precipitadas e interpretándolo todo a tu manera –se
defendió sabiendo que si seguía intentando arreglar lo que había dicho,
lo estropearía todavía más.

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Ninguna dijo mucho más mientras acaban de comer los postres,


limitando a concentrarse en la fruta. El resto de la tarde lo pasó entre
una operación y varias visitas que se le hicieron más pesadas que de
costumbre, puesto que tuvo en mente en todo momento la reunión con
la junta. Cinco minutos antes de la hora acordada, empezó a recoger sus
cosas y, al salir, se sorprendió al encontrarse a su hermano charlando
animadamente con Teresa.

-¿Qué haces tú aquí? –le preguntó cuando llegó a su altura.

-Bueno, ahora soy un accionista, así que Teresa me llamó ayer –contestó
él sin mucho entusiasmo-. De todas maneras, quería hablar contigo
acerca de los poderes.

-¿Qué poderes?

-Los que pienso otorgarte respecto a todo lo referente a la Clínica. Me


parece absurdo que sin yo entender nada acerca de esto, y siendo tú la
que te has encargado siempre de todo, pueda tener algún derecho a
decidir algo.

-Como quieras –accedió Maca encogiéndose de hombros.

-También me gustaría que habláramos acerca del porcentaje del


beneficio que vas a quedarte de las mías.

-De eso nada.

-Vamos a ver, Maca. Si eres tú la que estás al frente, no encuentro justo


que nos llevemos los mismos beneficios.

-Pero es que yo, para estar al frente, gano un sueldo nada despreciable.
De todos modos, si te parece que estás ganando dinero que no te
mereces, piensa que es un regalo para mi sobrina. Además, con la crisis
del sector inmobiliario y los gastos que va a suponer la niña, no estás
como para ir rechazando ingresos.

-Bueno, ya hablaremos de esto más tarde. En cuanto a lo de tu sobrina,


ya lo veremos la semana que viene, que es cuando Anna tiene la
próxima ecografía y, si todo sale bien, nos dirán el sexo.

-Será una niña, ya lo verás –dijo Maca totalmente convencida-. Hasta


mañana, Teresa.

-Que os sea leve –les deseó ésta, recibiendo como respuesta un gesto de
escepticismo por parte de ambos hermanos.

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Como suponía, cuando entraron en la sala de juntas, se encontraron a


algunos de los accionistas sentados en el lugar que solían ocupar en la
gran mesa ovalada. Saludaron a todos encajando sus manos y
recibiendo una vez más sus condolencias. Como siempre, Maca se sentó
en uno de los extremos, y para amenizar la espera, se sirvió un poco de
agua en el vaso que se encontraba enfrente de ella. Poco a poco, fueron
llegando los miembros de la junta que faltaban, sin embargo, Joaquín
Sotomayor no hacía acto de presencia, algo que extrañó a todos debido
a la puntualidad de la que siempre hacía gala. Cuando algunos
empezaron a impacientarse por el retraso e insinuaron que la reunión
debía empezar, la puerta se abrió bruscamente dejando entrar a un
aparentemente nervioso Javier que se disculpó por la tardanza
excusándose en una operación que se había complicado. La médico
aprovechó aquel momento de distracción en el que saludó al resto de
accionistas para llamar de forma discreta a Teresa y hacerle un encargo
urgente.

-Vengo en representación de mi padre –les informó a todos, aunque lo


dijo mirando de manera desafiante a su prima, que se limitó a asentir
con tranquilidad recostada en su sillón.

-Ya que estamos todos –empezó Maca con un cierto deje de ironía en su
voz-, empecemos la reunión. Como todos saben, mi padre falleció el
pasado jueves. Debido a ello, Jerónimo y yo misma, sus únicos
herederos, pasamos a ocupar su puesto en esta junta, teniendo un
26,5% del total de las acciones cada uno. Sin embargo, a partir de
ahora, seré yo quien actúe en nombre de ambos.

-Una pregunta –intervino Javier-. ¿No deberías esperar a hacer estas


afirmaciones cuando estés en posesión del testamento?

-Eso sería así en caso de que las acciones no estuvieran a nombre de


una sociedad limitada de la que mi hermano y yo formábamos parte
junto a mi padre. Por lo que a su muerte, todos los bienes que estaban
incluidas en ella, han pasado automáticamente a estar a nuestro
nombre. De todos modos, ya se han iniciado los trámites necesarios
para que su testamento pueda ser conocido. No hace falta decir que
esto ha sido para cerciorarnos completamente de que no hay ninguno
reciente que comporte algunos cambios en el régimen de la herencia. Y
como supongo que saben, no sabremos el contenido del mismo hasta
dentro de dos semanas como mínimo debido al plazo que el Registro
tiene establecido para asegurarse de que no aparezca ningún
testamento ológrafo de última hora o cualquier otro contratiempo.

-Creo que deberíamos hablar de cómo afectará la muerte de Pedro a la

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gestión de la Clínica –opinó Javier de nuevo.

-De ninguna manera. En los últimos cuatro años he sido yo la que me he


encargado de ello. Como todos sabéis, mi padre sólo tenía un papel
activo en el patronato de la Fundación, así que en principio no debería
cambiar nada destacable. ¿Por qué? ¿Tienes otros planes?

-Pues me temo que sí –contestó él mientras repartía un dossier


perfectamente encuadernado a cada uno-. Me he molestado en preparar
este estudio en el que queda claramente reflejado que el proyecto de
ampliación previsto para la Fundación Wilson es inviable, a causa del
cuantioso aumento de personal y de los nada despreciables gastos que
supondría en estas épocas de crisis. Y además, que ciertas decisiones
tomadas por, la hasta ahora, directora y presidenta son cuestionables.

-¿Cómo la guardería? –se sorprendió Maca refiriéndose a un gráfico


representado en una de aquellas páginas.

-Así es –confirmó él satisfecho por su trabajo, ante la mirada incómoda


de algunos de los accionistas, y la satisfecha de los otros.

-Todos estos gastos son ciertos, pero no creo que precisamente esto sea
un ejemplo de mi mala gestión, Javier. Quiero que se sepa que antes de
poner en marcha este servicio para pacientes y empleados, se hizo un
estudio exhaustivo de sus posibles repercusiones. En primer lugar, un
elevado porcentaje de nuestros pacientes son mujeres de mediana edad
casadas y con hijos, de los que ellas mismas se hacen cargo. Y en
segundo lugar, se ha comprobado que los trabajadores que hacen uso
de este servicio prácticamente gratuito, y recalco el prácticamente para
que quede claro, rinden más en su horario laboral y están más
satisfechos, algo que es importante si queremos tener a la élite. En
cuanto a la ampliación de la Fundación, ni me molestaré a nombrarla
debido a las numerosas memeces que han salido de tu boca respecto al
tema.

-Pues pasemos a hablar de ciertos favoritismos, como es el hecho de


pagarles la escuela de sus hijos a ciertos trabajadores…

-Como ya se dijo en su día, esto es un plan que se empezó debido a la


amenaza de crisis que nuestros analistas previeron. Y como también
decía, es precisamente para atraer a posibles talentos u otros
profesionales que nos interesaba tener por su fama. De esta manera, no
se les ofrecía unos sueldos desorbitados, sino que se les cubría una serie
de gastos personales que no suponían, ni mucho menos, un desembolso
igual. De todas formas, Javier, éste y otros proyectos que seguramente

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salen en este dossier tan completo que nos has dado, fueron aprobados
por esta misma junta. Por lo que no veo la razón de sacarlos a relucir en
estos momentos. ¿O es que ahora que mi padre se ha muerto por fin te
has atrevido a plantarme cara?

-Solamente me interesa el funcionamiento de esta empresa, de la


misma manera que supongo lo hace al resto de los presentes. Y es
precisamente por la memoria de tu padre que me resisto a que tus
decisiones irreflexivas puedan afectar al porvenir de la Clínica.

En aquel momento, Teresa abrió la puerta con cuidado de no hacer


demasiado ruido, y dejó unas carpetas enfrente de Maca. Ésta le
agradeció el gesto con una sonrisa y un guiño que pasó desapercibido
para el resto. De la misma manera silenciosa con la que había entrado,
la secretaria se marchó, no sin antes dedicarle una mirada nada
agradable a Javier. En aquel momento, la médico se puso en pie y se
acercó al gran ventanal de la sala que daba a los jardines de la Clínica.
Se recordó a sí misma jugando con Teresa y su hermano en ellos, y
también siendo perseguida por un Vilches que recién había acabado su
residencia. Todavía de espaldas al resto, esbozó una sonrisa triste,
consciente de lo que se disponía a hacer.

-Miren, no tengo intención alguna de entrar en una guerra con mi primo


–empezó refiriéndose al resto de los accionistas-. Primero, porque no
quiero ser la causante directa de que la empresa que tanto trabajo le
costó a mi padre y a mi familia construir, se divida en dos bandos
enfrentados. Y segundo, porque no tengo ganas de hacerlo. Estos
documentos que les estoy dando ahora aportan argumentos suficientes
como para demostrar sin posible prueba en contra, que mi gestión ha
sido en todo momento transparente y sólo orientada a aumentar los
ingresos y los servicios prestados. Además, no sé si se han percatado,
pero mi hermano y yo seguimos teniendo más del cincuenta por ciento
de las acciones, así que incluso por votación en esta junta, les resultaría
imposible que yo dejara mi puesto. Pero, ¿saben qué? Que no tengo
ganas de seguir aguantando esto, ni la falta de ética de algunos de
ustedes que son capaces de hacer esto cuando no hace ni una semana
que enterré a mi padre. Y sí, sé quienes de ustedes están detrás de esto,
por la misma razón que sé que mi querido primo no tiene la suficiente
habilidad para promover todo esto por su cuenta. No te ofendas, Javier,
pero no eres más que una marioneta que les serás útil mientras sigas
sus órdenes. Lo más triste de todo, sin embargo, es que a la mayoría de
los presentes, mi padre les tenía en una gran consideración y no quiero
ni imaginarme como le sentaría esta última traición a su memoria. Así
que no me vengas con gilipolleces y demagogia barata, porque tu única
intención es poder decirles a tus putas que eres el director de esta

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clínica.

-Macarena, yo… -empezó a decir un antiguo compañero de facultad de


su padre, visiblemente conmocionado por aquellas palabras.

-No te preocupes Jorge –lo tranquilizó ella con una sonrisa-. Hasta el
viernes voy a estar en la Clínica, me encargaré de informar a todo el
personal de mi dimisión de la forma que yo crea pertinente y de dejar
arreglados una serie de asuntos. Y el lunes, mi despacho estará libre
para el que me suceda al cargo que, francamente, me importa una
mierda quien sea.

Sin decir nada más, recogió sus cosas, le dedicó una mirada nada
amistosa a su primo y a un par de accionistas más, y se marchó de allí
con paso rápido y seguro, seguida de su hermano que no conseguía
entender qué era lo que acababa de ocurrir allí dentro. “Espero que esto
no sea siempre así” pensó él mientras intentaba darle alcance a Maca.

Jero no se atrevió a abrir la boca durante el tiempo que duró el trayecto


en ascensor, ni siquiera cuando se dio cuenta que en vez de bajar a la
planta baja para salir de allí, subían al último piso. La médico, por su
parte, tampoco parecía tener intención alguna de empezar una
conversación puesto que su mirada impertérrita permaneció fija al frente
en todo momento. Con paciencia, la siguió por el pasillo hasta que se
detuvo enfrente del mostrador tras el que se encontraba Teresa que, por
su mirada afligida, ya sabía lo que había ocurrido después de que ella
saliera de aquella sala.

-¿Has preparado los papeles de tu despido? –le preguntó cuando llegó a


su altura, sin modificar ni un ápice su gesto indescifrable.

-¿Qué? –exclamó el arquitecto sorprendido por lo que acababa de oír-.


¿Cómo que despido?

-A Teresa sólo le queda un año y medio para jubilarse, así que no pienso
dejar que tenga que soportar esta mierda ni un segundo más. He hecho
mucho por esta empresa, por lo que no creo que pagar una
indemnización por despido suponga un gran golpe a su economía. ¿No
querían favoritismos y amiguismos? Pues aquí los tienen.

-Pero es un fraude –protestó Jero ante el gesto resignado de la


secretaria, que se había negado desde el principio al plan de Maca. A
pesar de lo que hubiera podido pasar con Javier, al fin y al cabo, ella
había pasado toda su vida viendo como el proyecto de Pedro Wilson
prosperaba hasta convertirse en una de las clínicas de cirugía plástica

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más reconocidas de Europa, y no podía evitar que su fidelidad por


aquello saliese a relucir.

-Me da igual lo que sea. Llevo muchos años pagando mis impuestos, que
no son pocos, religiosamente. Al contrario de otras personas, no he
cambiado mi residencia a Andorra o Mónaco para evitarlo, porque no me
parecía justo. Así que me importa una mierda si la Administración o
quien sea tiene que pagarle a Teresa dos años del paro.

-Ya pero… -intentó replicar el arquitecto.

-Ni peros ni nada –le cortó mientras firmaba los papeles que la secretaria
le había dado, sin molestarse siquiera a leerlos-. Mira, te seré franca. A
mí el Estado no me ha dado nada a pesar de que haya ayudado a que la
economía se mantuviese activa, y a penas haya ocultado nada a
Hacienda. Cada vez que cojo el coche y tengo que salir de Barcelona,
tengo que pagar un pastón de autopista vaya por donde vaya; el
transporte público hace años que no lo utilizo porque es una mierda;
tengo que pagar una mutua médica porque la seguridad social da asco;
cada cuatro años, cuando hay elecciones de lo que sea, tengo que hacer
cuantiosas donaciones a todos los partidos políticos porque sino hay
malas caras y, cuando yo les pido un favor, resulta que nadie sabe nada.
Así que sí, me dispongo a hacer un acto en fraude al Estado, y no tengo
ningún tipo de remordimiento por ello.

Sin decir nada más al respecto, dio la vuelta sobre sus tacones y, tras
despedirse sin más de Teresa, emprendió su camino, ahora sí, hasta la
salida. A pesar de lo que le dijera a Javier, sólo tenía intención de volver
al días siguiente para reunirse con los encargados de cada
departamento para comunicarles su dimisión, despedirse de aquellos
por los que sentía más aprecio, y recoger sus escasas pertinencias
personales. Ni siquiera pensaba cerrar con llave la puerta de su
despacho para hacerle cambiar la cerradura. De hecho, suponía que
Javier se instalaría en el de su padre, para hacer sustituirla a lo grande. Y
lo único que pensaba sacar de allí era la foto que adornaba su escritorio
en la que salían ellos tres y su madre, los diversos diplomas y títulos que
decoraban la pared y un par de libros.

Sin embargo, y como suponía, cuando al día siguiente entró en el hall,


las miradas de sus trabajadores le dijeron claramente que todos ya
sabían que aquella era su última semana allí. Contestó sus saludos con
una sonrisa fingida aunque radiante, y siguió su camino hacia la sala de
descanso de los médicos donde otra tanda de miradas sospechosas la
recibieron. Se encontraba apoyada de espaldas a la mesa removiendo
tranquilamente su café, cuando notó como una mano asía con fuerza de

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su brazo, la sacaba de allí, y tiraba de ella hasta llegar a su despacho


que, para la felicidad de aquella parte de su cuerpo, no quedaba muy
lejos.

-¿Qué coño se supone que significa lo que me acaban de decir? –le


preguntó una Cruz un tanto alterada.

-No sé –se limitó a contestar Maca mirándola con una ceja arqueada-.
Quizás si me lo cuentas puedo ayudarte.

-No te hagas la tonta, Macarena –le espetó todavía más nerviosa-. Dime
que no es verdad.

-Si lo que te han dicho era que eres fea, no, no es verdad. Tampoco
tienes ojeras y tu pelo está espléndido, así que no entiendo qué es lo
que tan mal puede haberte sentado.

-No quiero que Javier sea mi jefe. Ni el de nadie, vamos, que no soy tan
cruel como para desearle eso a ninguna persona que conozca –soltó
Cruz cansada de tanta bromita.

-Pues te tendrás que aguantar, porque este es mi último día. De hecho,


en veinte minutos tengo una reunión con tu marido y una multitud de
médicos más para confirmarles mi dimisión. Aunque por lo visto, mi
querido primo se ha encargado de hacerme el trabajo sucio.

-No te entiendo, Maca. De verdad que no lo consigo. ¿Cómo puedes


abandonar esto ahora? Después de tantos esfuerzos, luchas…

-Pues precisamente porque es ahora. Te seré clara, en estos momentos


no tengo incentivos suficientes como para seguir. Volví de los Estados
Unidos, donde hacía un trabajo que me llenaba, porque mi padre me lo
pidió; he aguantado carros y carretas por respeto a él, pero ahora mismo
no hay nada que me ate a esta ciudad: él se ha muerto, por el momento
no tengo ningunas ganas de ver a Esther y todos mis amigos tienen su
vida hecha. Así que por una vez voy a actuar de forma egoísta, pensaré
sólo en mí misma y volveré a hacer lo que verdaderamente me gusta:
ser adjunta, enseñarles lo que sé a mis residentes a pesar de me saquen
de quicio, e investigar.

-¿Aunque suponga dejar en manos de un inútil como Javier algo por lo


que tanto tú como tu padre habéis luchado tanto?

-Mira, él es sólo una marioneta que sigue las directrices de algunos de


los accionistas que aspiran a tener más poder de decisión y embolsarse
algún dinero extra con sus chanchullos. No me cabe la menor duda que

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se han confabulado con alguien de contabilidad y administración que


trabajarán para ellos y falsearán algunos datos. Pero tengo la esperanza
de que algún día tenga motivos suficientes como para volver y, en ese
momento, Javier la haya cagado tanto, que ya no le queden argumentos
para querer seguir aquí. De todos modos, no me sirve de nada
empeñarme en seguir si tengo que tener a parte de la junta en contra
mío pendiente de mis errores y preparados para aprovechar mi más
mínimo despiste.

Finalmente, la reunión no fue del todo mal. De hecho, muchos de sus


médicos se opusieron fervientemente al cambio y a su sustitución por
Javier Sotomayor que resultó haberse ganado también muchos
enemigos. Aunque satisfecha de escuchar aquellas palabras de apoyo
de boca de personas que tenía en gran estima, intentó calmar los
ánimos y convencerles de que el único motivo de la presencia de todos
allí era hacer su trabajo lo mejor posible, algo que no debía depender de
quién estuviera a cargo de la dirección y la presidencia de la Clínica. Sin
embargo, Vilches y unos cuantos más siguieron en sus trece hasta que
ella se plantó, haciéndoles ver que con aquella actitud sólo conseguirían
que los echaran a todos a la calle y, de paso, hundir la Clínica. Al final
del día, se despidió de Teresa con un cariñoso abrazo, y salió de aquel
lugar, que bien hubiese podido ser su segunda residencia durante toda
su vida, sin mirar atrás y con apenas un par de cajas en los brazos.

Sabía que todavía tenía muchas cosas pendientes de ultimar. Primero,


debía hablar con Cristina; después, llamar a Cuddy para darle lo que
seguramente ella creería sería una buena noticia y, finalmente,
contestar a las llamadas de Anna, que no había dejado de telefonearla
en todo el día, para que organizara una cena con todo el grupo a la que,
bajo ninguna circunstancia, debía asistir Esther.

En un principio, una Cris completamente sorprendida por las nuevas


noticias, rehusó quedarse en el piso de la médico mientras ella no
estuviera. Sin embargo, acabó cediendo ante sus argumentos razonados
y consistentes. Le dijo que ella debería correr con los gastos mensuales
del piso, pero que no quería que le pagara nada en concepto de alquiler.
De hecho, jamás hubiese cabido la posibilidad de hacer aquello, puesto
que no necesitaba el dinero, y les tenía demasiado cariño a aquel
conjunto de paredes y muebles como para arriesgarse a que alguien
desconocido pudiera dañarlos. Confiaba en la interiorista y sabía a
ciencia cierta que cuidaría de su piso como si fuera suyo.

Hacia las nueve de la noche, mientras Cris acababa de hacer la cena, se


encerró en su despacho, y sacó de uno de los cajones aquella carta que
últimamente había mirado más de la cuenta. Miró la hora en su reloj de

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muñeca y calculó la diferencia horaria, para cerciorarse de que no


llamaba a horas intempestivas y que encontraría a alguien que
contestara al otro lado de la línea. Sin pensarlo mucho más, marcó los
dígitos que figuraban en aquella hoja, justo debajo de la dirección del
hospital, y esperó pacientemente a que descolgaran el teléfono.

-Pizza Hut, wait a second –dijo un hombre con voz grave que a ella le
resultó vagamente familiar y le hizo esbozar una sonrisa.

-¿Greg?

-No, I’m Jennifer, doctor Cuddy’s new secretary –contestó agudizando la


voz, aunque no lo suficiente como para resultar creíble.

-I’m sorry to say that the hormones are not really working –bromeó ella
siguiéndole el juego.

-¿Macarena? –preguntó el médico, con la misma mala pronunciación de


siempre-. Paella, flamenco, playa, sexo, alcohol –añadió haciendo gala
de las pocas palabras que conocía en español.

-Vamos progresando, ¿eh?

Estuvo algunos minutos más hablando con aquel hombre que siempre
conseguía arrancarle una sonrisa, a pesar de que en muchas ocasiones
hubiese estado tentada de quitarle su inseparable bastón antes de
hacerle la zancadilla. Soportó con paciencia la retahíla de comentarios
subidos de tono respecto a su sexualidad, y las descripciones detalladas
del espectáculo erótico con el que esperaba que le deleitase ahora que
él había contratado a una médico bisexual. No pudo más que reír cuando
le dijo que la chica era igual de promiscua que ella, por lo que no
tendrían problemas de compromiso. Finalmente, tras una no breve
discusión con Lisa por conseguir el teléfono, la directora se puso al
aparato. Como esperaba, le dijo que no había ningún problema con su
incorporación, y que lo tendría todo preparado para su llegada. Maca
rehusó el ofrecimiento de quedarse en su casa hasta que encontrara
algún lugar donde dormir, puesto que no tenía ningunas ganas de
aguantar los habituales ataques de histeria que le daban a la directora
cuando Greg se presentaba allí a horas intempestivas para hablarle
sobre el caso médico que llevaba en aquellos momentos, o
simplemente, para desvalijar su nevera y sentarse cómodamente en el
sofá.

Tal y como le había pedido, Anna organizó a regañadientes la cena para


el viernes. Debido al misterio que había rodeado todo aquello, sus

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amigos empezaron a llamarla la última cena. Aquel término no se debió


a que sospecharan su inminente huida al otro lado del Atlántico, sino
porque todos ya estaban al corriente de su abandono del cargo en la
Clínica y bromeaban acerca de que se auto-inmolaría en el despacho de
su padre, para impedir que Javier lograra su objetivo al fin. La “leyenda”
que empezó siendo un comentario sin importancia, que surgió en una
conversación entre Claudia y Guille, acabó extendiéndose a todo el
grupo, principalmente porque Maca parecía negarse a dar cualquier
explicación al respecto.

De esta manera, el viernes a las nueve y media de la noche, la médico


se encontraba esperando pacientemente a que el resto llegara. No había
sido muy difícil que Esther no se uniera a la celebración puesto que,
como venía ocurriendo desde aquella noche en la habían puesto punto y
final a su relación, la abogada se excusaba cuando sabía que Maca
acudiría, y viceversa. Pocos minutos más tarde, llegaron Guille y Eva y,
sucesivamente, los demás hicieron su aparición hasta que, veinte
minutos más tarde, Claudia entró en el local disculpándose por su
tardanza. Acostumbrados como estaban a que la cardióloga llegara una
media de veinte minutos tarde a todas partes, nadie se molestó en
hacer ningún comentario al respecto. Lo que sí hicieron fue alabar el
local y su implacable decoración.

-No es mérito mío –dijo Laura que había sido quien le había
recomendado el restaurante a Anna-. Me dijeron que estaba bien y yo
sólo pasé el parte.

-Pues dile a quien sea que tiene muy buen gusto –opinó Maca.

-Lo haré –contestó la abogada esbozando una sonrisa divertida al pensar


en el momento en el que Esther le había dicho que no podía dejar de ir a
aquel lugar.

Cuando les llevaron las cartas, el tema de conversación pasó a que


platos elegiría cada uno. Una Anna indecisa, pareció querer hacer una
encuesta a todos, puesto que les pidió consejo acerca de qué era lo que
mejor pinta tenía. Aquella actitud provocó varias bromas del resto,
quienes le dijeron que el embarazo la había vuelto más insegura todavía.
Tras una retahíla de temas banales y sin demasiada importancia, Claudia
sucumbió a su curiosidad cuando se terminaban el segundo plato,
preguntando directamente lo que todos querían saber pero que nadie se
atrevía a decir.

-¿Nos vas a decir a qué vienen tantas prisas por hablar con nosotros, o lo
tendremos que adivinar? –quiso saber, provocando que toda la mesa

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enmudeciera.

-¿Acaso no puedo querer cenar con mis amigos? –repuso la cirujana


recostándose en su silla.

-Maca, que nos conocemos, ¿eh? –intervino Anna sin ninguna intención
de dejar que su cuñada se fuera por las ramas como siempre hacía
cuando no tenía ganas de hablar acerca de algo.

-Me voy a los Estados Unidos –soltó con tranquilidad.

-Pues muy bien que haces –opinó Marta interpretando erróneamente las
palabras de su amiga-. Te mereces unas buenas vacaciones.

-No me has entendido. Me voy a trabajar allí. Vuelvo a Nueva Jersey –le
explicó Maca.

-¿Huyes otra vez? –preguntó Anna, aunque sonó más como un reproche.

-Sí. Ahora mismo no tengo nada que me ate realmente aquí –contestó
encogiéndose de hombros-. No me malinterpretéis. Ya sabéis que sois
todos muy importantes para mí, pero lo seguiréis siendo aunque me
vaya a Australia. Creo que ya es hora de que tome las riendas de mi
vida, y francamente, estoy cansada de dejarme llevar por las
circunstancias.

-Esther –murmuró Laura de repente, haciendo que todos la miraran con


gesto confundido.

-¿Qué tiene que ver ella ahora? –quiso saber Eva sin comprender a lo
que se refería.

-Que está en esa mesa de ahí, y que se acerca hacia aquí –contestó su
socia sabiendo que la situación que se avecinaba sería de todo menos
cómoda. De hecho, de lo único que estaba totalmente segura, era de
que a su compañera de piso, no le haría ninguna gracia saber que Maca
se iba.

Con aparente tranquilidad, tal y como había permanecido durante toda


la noche a los ojos del resto, la médico se giró lentamente para
encontrarse a una Esther yendo hacia ellos con seguridad. Esbozó una
sonrisa altiva justo antes de darse la vuelta de nuevo, cerciorándose de
que aquella mueca no había pasado desapercibida para la abogada. Con
gestos lentos, estudiados hasta el último detalle, tomó su copa de vino
por el tallo, y le dio un corto sorbo, justo lo necesario para humedecerse
los labios que, a pesar de su aparente seguridad se habían secado

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irremediablemente. Una vez había leído en algún lugar, no sabía dónde,


que cuando una persona permanecía con los brazos cruzados,
comportaba que estaba a la defensiva. Quizás se lo habían dicho, no
estaba demasiado segura. Lo único que sabía era que aquella era la
última sensación que quería darle a Esther, así que se acomodó en su
silla y entrelazó sus manos sobre su regazo, apoyando los codos en el
reposabrazos. Vio como todos sus amigos se levantaban para saludar a
la abogada con dos besos, algunos visiblemente incómodos por su
presencia, otros simplemente temerosos. Puesto que para ninguno había
pasado desapercibido el distanciamiento entre ambas, aunque la
mayoría lo asociaba a una de sus habituales peleas. Ella, sin embargo,
permaneció sentada, sin inmutarse ante la llegada de la que una vez, no
hacía mucho, fue su hermanastra.

-Vaya, que casualidad –comentó Esther tras los saludos, una vez todos
se hubieron sentado de nuevo.

-No tanta, de hecho –contestó Anna rogando a no sabía quién para que
la abogada volviera a unirse con sus amigas-. Al fin y al cabo, estamos
aquí porque tú le recomendaste el restaurante a Laura.

-¿Y os gusta? –quiso saber ella sin borrar aquella sonrisa que no la había
abandonado en ningún momento.

-Mucho, pero seguramente nos quedará un mal sabor de boca tras las
noticias recibidas –soltó Eva sin más.

-¿Qué noticias? –preguntó Esther visiblemente intrigada.

Laura maldijo en silencio aquel día de hacía ya quince años, en el que se


había sentado al lado de la que ahora era su socia en la soporífera clase
de historia del derecho, y en la que habían empezado a hablar. En una
acto reflejo rodeo su tabique nasal con sus dedos, en un intento de no
querer presenciar lo que ocurriría a continuación. Conocía a Esther, lo
hacía desde los primeros cursos de EGB, y sabía que su reacción sería
fría. De hecho, probablemente no existiría tal reacción. Su rostro
simplemente permanecería hierático oyera lo que oyera, a pesar de que
fueran las palabras más crueles que le hubieran podido decir.

-¿No lo sabes? –añadió Eva sin percatarse de que seguía metiendo la


pata hasta el fondo-. Creí que lo sabrías por Cris…

-¿Qué ha pasado? –preguntó comenzando a asustarse.

-Maca se va a Nueva Jersey –dijo Laura en un murmullo que a ella se le


antojó como una bofetada.

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-Vaya… -se limitó a decir girando su cabeza hacia la médico que seguía
tranquila, como si fuera una mera espectadora silenciosa-. ¿Y la Clínica?

-Parece que allí ya no me quieren –contestó Maca, al fin, a la vez que


esbozaba una sonrisa impregnada de ironía-. Además, aquí ya no hay
nada que me ate realmente.

-¿Cómo que no? Estamos todos nosotros y en pocos meses serás tía –
intervino Marta quien, como Eva, parecía no enterarse del doble
significado que transmitían aquellas palabras.

-Vosotros seguiréis estando aquí aunque yo me vaya, como lo habéis


hecho durante todos estos años. Pero tenéis vuestra vida, vuestras
parejas e, incluso, hijos. Ahora ellos son lo primero, de la misma manera
que lo serían para mí si yo tuviera. Pero no los tengo, así que lo que me
apetece realmente ahora es volver a Nueva Jersey, de donde conservo
unos magníficos recuerdos. Quiero aprovechar los años que me quedan
sin responsabilidades, y ya que la Clínica ha dejado de serlo…

-No me extraña que conserves buenos recuerdos de allí –soltó Marta


haciendo que todos sus amigos cerraran los ojos temerosos de lo que
podía salir por aquella boca-. Seguro que la cantidad de amiguitas que
hiciste allí siguen acordándose de ti, y están preparándote una fiesta de
bienvenida a lo grande.

-Eso seguro –dijo Maca soltando una carcajada que, a sus oídos resultó
espantosamente falsa-. Ahora que lo dices quizás debería haber elegido
otro destino para ampliar mis amistades y recuperar el tiempo perdido.

-No digas tonterías, anda –le espetó Anna asustada por el cariz que
estaba tomando la conversación-. Tú no has estado perdiendo en
tiempo.

-¿En serio? Pues ésta es la sensación que me da desde este verano –se
justificó con una sonrisa que ocultaba lo incómodo que estaba
resultando todo aquello para ella. Sabía que su cuñada le estaba
recriminando su actitud con la mirada, por ello la rehuyó y se escudó
detrás de su copa de vino.

-Bueno, yo me voy ya, que esas deben estar pensando que les he dado
plantón –consiguió decir Esther sonriendo de forma forzada, mientras se
despedía de ellos con un gesto de su mano-. Que te vaya muy bien a
donde sea que vayas al final –le dijo a Maca con frialdad cuando pasó
por su lado.

El martes, Anna se pasó por su casa al terminar del trabajo. Cuando se

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giró, todavía agachada enfrente de una caja, Maca se la encontró con


una mueca de disgusto observando las maletas abiertas llenas de ropa
perfectamente doblada. Se saludaron con un simple “hola” y la médico
se preguntó por qué la había ido a ver si su intención era estar con
aquella cara de asco durante todo el rato. El día anterior habían tenido
una considerable discusión que acabó a gritos cuando ella le dijo que no
pensaba volver para las fiestas y, que seguramente no lo haría hasta
que el bebé naciera. Ignorando la presencia de su cuñada, siguió
enumerando en silencio las cosas que pretendía llevarse a Nueva Jersey,
la mayoría de las cuales ya estaban metidas en aquella caja.

-¿Cuándo te vas? –preguntó la veterinaria de repente.

-Pasado mañana –contestó ella levantándose para coger un par de libros


de medicina y dejarlos encima de la cama, junto a otras muchas cosas.

-¿Y pensabas decirlo antes de irte o después? –quiso saber Anna con
tono molesto.

-Mira, no quiero discutir contigo –repuso la médico con voz cansada.

-Pues lo disimulas muy bien… Al menos hubieras podido esperar a que


yo me hiciera la ecografía, a Jero le hubiera gustado.

-Nadie me lo pidió –se limitó a decir a modo de disculpa, encogiéndose


de hombros.

-Joder, Maca –bufó su cuñada-. Espera, espera… ¿El viernes no es tu


cumpleaños?

-Pensé que te habías olvidado. De todos modos, ¿qué más da?

-Guille está preparándote una fiesta sorpresa para entonces, pensamos


que también serviría para la despedida.

-Anna, la despedida fue el viernes pasado… Llámalo y dile que lo


cancele todo.

-Bea también esté invitada, quizás podrías volver a tirártela delante de


Esther –le espetó sabiendo que aquello era un golpe bajo.

-¿Qué has dicho? –le preguntó girándose para mirarla fijamente.

-Laura me ha llamado. Esther se lo contó anoche cuando llegó a casa a


las tres, justo antes de quedarse dormida a causa de la borrachera que
se pilló –le explicó deseando que aquellas palabras provocaran algún

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tipo de reacción que no fuese aquel pasotismo con el que llevaba


actuando desde hacía semanas.

-Espero que al menos su salida le sirviera para liarse con alguien y así
reivindicar su libertad, aquella de la que tanto presume –murmuró con
sorna.

-¿Cuándo pensabas contarme que estabais juntas? –le preguntó dolida


por todas aquellas mentiras que le había dicho durante ese tiempo.

-No estábamos juntas –se limitó a contestar Maca-. Al menos eso resultó
al final.

-¿Cómo pudiste ocultarme algo así?

-De la misma manera que tú lo hiciste durante meses cuando empezaste


a salir con Jero –contestó ella con dureza.

-No te entiendo, Maca. De verdad que no lo hago. Tenías algo con


alguien que realmente te gustaba, ¿por qué acostarte con Bea?

-Porque ella tenía razón: estoy sola –susurró sentándose en la cama-.


Porque estaba harta de la relación que tenía con ella, porque ya no
estábamos juntas y no volveríamos a estarlo, o al menos no como yo
quería. Pero sobre todo, porque me he enamorado de Esther y ella no
siente lo mismo. ¿Sabes lo más triste de todo? Que en aquel momento y
después de todo, no le hacía el amor a Bea, sino a Esther.

-Entonces, ¿por qué te vas? Si estás enamorada de ella…

-Porque si sigo aquí, seguiré encontrándomela continuamente, me veré


en la obligación de visitar a Encarna y todo seguirá recordándomela.
¿Pero qué más da? De todos modos, ella no me ha pedido que me
quede, así que… -acabó diciendo recomponiéndose, mientras se secaba
disimuladamente las lágrimas que luchaban por inundar sus ojos.

A través de la ventana de aquel taxi, veía como la lluvia formaba figuras


serpenteantes en el cristal. A su alrededor, decenas de edificios borrosos
se quedaban atrás, al igual que las calles adornadas por las escasas
iluminaciones típicas de aquellas fechas, por las que había pasado
tantas veces de camino a la Clínica. Como cada vez que se alejaba de la
ciudad condal por un período de tiempo largo o indeterminado, una
sensación de nerviosismo nada agradable la había invadido. Aquel
estado intangible se había materializado en un consistente nudo en su
estómago, que le había impedido comer nada en todo el día.

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A pesar de odiar las despedidas y de haber hecho todo lo posible para


que ninguno de sus amigos fuera a visitarla, no había podido impedir
que hacia las siete de la tarde su casa se viera invadida por ellos. Todos
se esforzaron en actuar con normalidad, pero sus expresiones de tristeza
e incomprensión delataron a la mayoría. Ella mostró entereza incluso
cuando los ojos de Claudia empezaron a humedecerse en el momento
preciso en el que se abrazaron ya en el portal. Y agradeció en silencio el
carraspeo de aquel taxista impaciente que parecía tener prisa para
emprender el camino hacia el aeropuerto. Sin embargo, sus amigos
intentando retenerla lo más posible, no los dejaron marcharse tan
fácilmente. Puesto que para ello fue necesario otra tanda más de besos
y abrazos, y que Maca les prometiera, ya desde dentro del vehículo, que
les llamaría regularmente y les haría una visita antes de Semana Santa.

Ya en la sala VIP, cómodamente sentada en uno de los sofás que


ocupaban la estancia, se entretenía leyendo un periódico de economía
mientras daba distraídos sorbos a su zumo de tomate, aquel que ella se
había encargado de convertir en un ritual casi sagrado. A aquellas horas,
el aeropuerto estaba extrañamente silencioso y vacío, por lo que ella era
prácticamente la única ocupante de aquella sala. Echó un vistazo a su
alrededor, distinguiendo entre sus “compañeros” a un par de ejecutivos
que hablaban entre ellos, a una pareja con un niño que aparentaba tener
unos doce años y a dos mujeres que, como ella, se encontraban
enfrascadas en la lectura de algún periódico. De forma inconsciente,
miró su reloj que le informó que todavía quedaba una hora para que
tuviera que ir a la puerta de embarque. Sabiendo que allí su portátil no
correría ningún peligro, se dirigió a la pequeña sala de fumadores,
aunque quizás denominar a aquel pequeño espacio acristalado,
demasiado parecido a una pecera, con aquella palabra sería exagerar.
Cuando volvió a sentarse, notó que el inconfundible olor a tabaco se
había quedado impregnado en su ropa de forma irremediable. Aquello
era sin duda una de las cosas que más le molestaban de aquel vicio que
había adquirido hacía mucho tiempo, a pesar de las advertencias que les
hicieron al respecto sus profesores. Suspiró al pensar los malabarismos
que tendría que hacer en Nueva Jersey, aunque pensándolo bien, con las
restricciones que se habían implantado en España desde el 2006, el
cambio no sería tan drástico como lo fue en su residencia, cuando en su
país natal se podía fumar prácticamente en todos los lugares habidos y
por haber. Menos en los hospitales, obviamente. “Parece que tu vida ha
estado siempre llena de contradicciones” dijo una voz que salió de algún
lugar recóndito de su cabeza. Volviendo a centrar su atención en
aquellas hojas color salmón del periódico, buscó a tientas su iPod que
debía encontrarse perdido en algún rincón en el interior de su bolso. Y
cuando finalmente lo encontró, se ajustó los auriculares en sus oídos y

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deslizó su dedo pulgar por aquel círculo tan característico, con la


intención de que empezaran a sonar los acordes de la canción que había
escuchado por última vez.

Confundida, miró la pantalla que, con una claridad insultante, le informó


de que su oído no la había engañado y que aquel no era su iPod. En
aquel momento, le vino a la cabeza como si de un flash se tratara, el
enfado de la abogada cuando le mostró su nueva adquisición, y cuando
ésta le dijo que sería un milagro si no se confundían y tenía que soportar
su horrendo gusto musical. Definitivamente, no había sido una buena
idea que Esther y ella se compraran aquel aparato del mismo color. De
forma distraída, acarició la funda de su portátil como si esperara a que
con aquel contacto, la música que tenía guardada en él se traspasara
como por arte de magia a aquella pequeña máquina que parecía reírse
de ella mientras descansaba en su propio regazo.

Mientras, en algún lugar de Barcelona, una puerta se abría lentamente


dando paso a la absoluta oscuridad que reinaba en aquella habitación. El
chirrido de ésta y los sigilosos pasos de la persona que entraba
quebraron el espeso silencio que, a primera vista, parecía inundar la
estancia. Sin embargo, tras algunos segundos en los que sus ojos
pudieron acostumbrarse a la falta de luz, pudo distinguir como un
cuerpo se convulsionaba entre las sábanas seguramente a causa del
llanto. Con cuidado se acercó hacia la cama hasta sentarse sobre el
colchón, a la vez que su mano se deslizaba por el brazo de su amiga en
un intento de consuelo silencioso. Tras unos minutos que transcurrieron
largos como horas interminables, aquellos sollozos ahogados por la
almohada parecieron remitir, aunque quizás fuese su propia imaginación
o, que ya se había acostumbrado a ellos.

-Se ha ido…

No sabía si realmente aquellas palabras habían salido de la boca de su


amiga, o si había sido solamente otro sollozo que su oído había
malinterpretado. Pero lo cierto fue que aquel quejido desgarrador
provocó que su corazón se encogiera, y que su cuerpo se moviese de
forma inconsciente para quedar tumbada a su espalda y rodearla entre
sus brazos, en un vano intento de protegerla o, quizás, de mitigar aquel
dolor.

-Se ha ido…

Aquella vez sí estuvo segura de que había oído lo correcto, y que no


había sido ningún fallo de su imaginación. Intensificó el abrazo cuando
notó que los sollozos volvían a coger intensidad y hundió su rostro en

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aquel pelo rizado y rebelde del que tantas veces se había quejado su
amiga.

-Volverá, estoy segura de que lo hará –dijo en un intento de


reconfortarla.

-El otro día… Cuando salí y me emborraché, tenía la intención de liarme


con la primer tía que se me cruzara pero no pude… La quiero –murmuró
la otra con la voz quebrada.

-Lo sé.

-Se lo iba a decir aquella noche. Pero cuando la vi con ella yo no…

-No tienes porque contármelo –le advirtió consciente de lo mucho que le


costaba a su amiga decir aquellas palabras. Aun sabiendo que el
desahogarse con alguien al fin, quizás le sería de ayuda.

-Cuando la vi con ella sentí que no tenía derecho a decirle aquello, que
no la merecía y que había sido por mi culpa que hubiese vuelto a caer
en sus brazos. Aquella noche… Aquella noche iba a decirle que quería
luchar por lo nuestro, que no me importaba lo que pudiera pensar mi
madre…

-Cariño…

-Y… Y cuando supe que se iba, cuando dijo que todos estos meses
habían sido una pérdida de tiempo… Fui consciente de que había hecho
lo correcto y que no tenía, ni tendré nunca el derecho de decirle que se
quedara a mi lado…

Cansada de escuchar canciones que no hacían más que recordarle a


Esther, se quitó los auriculares con un movimiento brusco y apagó el
iPod para, a continuación, dejarlo en el asiento de al lado. Agradeció en
silencio aquella crisis que hacía que la zona de primera clase del avión
estuviera prácticamente vacía, y reclinó la butaca de piel hasta lo que
ésta le permitió, mientras estiraba las piernas aprovechando el
considerable espacio que había entre su asiento y el de delante.

Le agradeció con una sonrisa el vaso de whisky que le tendió la azafata,


que le contestó el gesto con otro de muy parecido antes de seguir con
su camino no sin antes dedicarle una mirada un tanto insinuante. Un par
de horas más tarde, cuando el resto de los pasajeros de aquel vuelo
parecían estar profundamente dormidos, o bien, miraban con atención la
película de turno; ella descorría las cortinas que la llevaban de nuevo a
la zona de primera clase. Antes de volverlas a colocar en su correcta

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posición, su mirada se fijó en aquella azafata cuya blusa se encontraba


más arrugada de lo normal y que salía del pequeño servicio aparentando
normalidad sin lograrlo realmente. Definitivamente, parecía que su vida
volvía a ser como antes y, lo cierto, era que ella se sentía más vacía de
lo que jamás lo había hecho.

Al fin había llegado el día 24 de diciembre, una fecha esperada por


muchos pero al mismo tiempo odiada por otros tantos. A pesar de que
hubieran pasado tantos años que hacían que aquel momento se le
antojara como otra vida, todavía podía sentir la emoción que la
embargaba durante toda la noche ante lo que se encontraría al día
siguiente debajo del árbol. De la misma manera que le pasaba el día 5
de enero tras haber presenciado la espectacular cabalgata de reyes de
Sarrià, barrio en el que vivieron hasta poco después de que su madre
falleciera, cuando su padre compró la casa de Sant Cugat. Recordó estar
sentada en los hombros de él viendo como las carrozas y los pajes
pasaban por delante de ella sucesivamente, y como su hermano se
peleaba con algunos amigos del barrio por los caramelos.

Y lo cierto es que en aquellos momentos se encontraba sentada en el


sillón de aquel despacho que todavía olía a pintura y a mueble nuevo,
repasando el informe que había redactado el residente que le había sido
asignado quien, por cierto, debía haberse perdido todas las clases de
lengua y gramática inglesa para centrarse en las asignaturas de ciencia.
Todavía le sorprendía como alguien podía ser capaz de escribir un texto
simple como aquel con una cantidad tan espeluznante de errores
gramaticales, de conexión y asombrosas faltas de ortografía. Cansada
de tanta incompetencia, se recostó en su sillón y se pasó las manos por
el pelo en un intento frustrado de serenarse y no salir en busca de aquel
residente inepto para cantarle las cuarenta. Al fin y al cabo, quizás había
exagerado un poco cuando le dijo a Cruz que aquello era realmente lo
que la llenaba.

Suspiró al pensar que a aquellas horas su hermano y Anna estarían


acabando de arreglarse para marcharse hacia Vic, donde finalmente
pasarían la Nochebuena y el día de Navidad. Sonrió al recordar la
conversación que había mantenido con su cuñada en la que ésta se
había desahogado, diciendo que sus padres la habían llamado como
cinco veces en los dos últimos días para que reconsiderara aquella
decisión. Como sospechaba, a su abuela no le había hecho ninguna
gracia que su única nieta pasara aquel señalado día lejos de su familia,
por lo que al final no le había quedado otro remedio que sucumbir a las
insistencias de Encarna e invitarlos a ellos también. “Y ahora mi madre y
tu ex-madrastra parecen las mejores amigas del mundo. Se pasan el día
hablando de posibles nombres para el niño. Obviamente a cada cual

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más feo” se quejó la veterinaria mientras ella no podía más que reírse.
Su sonrisa se convirtió en una mueca de amargura al percatarse de que
por primera vez en su vida, pasaría aquellas fechas sola y sin ningún
plan interesante a la vista. Finalmente, Lisa había decidido aceptar la
invitación de su hermano e ir a pasar aquellos dos días a algún pueblo
perdido de Connecticut, donde había crecido. Así que lo único que le
quedaba era pasarse la noche tumbada en el sofá, mirando la tele y
tratando de evitar cualquier programa que hiciera la más mínima
referencia a aquellas fechas. Objetivo realmente difícil teniendo en
cuenta que todo lo que se daba en las últimas semanas eran películas
que tenían a Santa Claus como protagonista. Lo más probable era que al
final acabara emborrachándose mientras sucumbía a alguna de aquellas
interesantes películas destinadas a un público infantil.

-Esta noche en mi casa. Hay partida de póker –soltó Gregory entrando


de repente en el despacho, mientras salía tal y como había entrado.- Tú
traes las cervezas –añadió en un grito ya desde el pasillo, haciendo que
varias enfermeras se giraran asustadas.

O quizás sí había otro plan alternativo. Parecía que al final acabaría


emborrachándose en una casa ajena mientras jugaba al póker con el
médico y aquellos amigos de lo más variopinto que tenía. “Genial, ahora
puedo decir que mi vida es una mierda” pensó frustrada, aunque esbozó
una sonrisa divertida. Al fin y al cabo, lo pasaría bien.

Mientras, a algo más de seis mil kilómetros de allí, en la ciudad condal,


Laura se encontraba sentada en el sofá del salón ya arreglada,
intentando distraerse con la televisión. Su propósito se veía
imposibilitado a causa del fuerte estruendo que provenía de la
habitación de Esther. Sospechaba que su compañera estaba tirando al
suelo algunas de sus pertenecías y, por el ruido que había escuchado,
parecía que algunas se habían roto con el impacto. Nunca había sido
muy dada a la psicología, por lo que no sabía si en el proceso de
superación de una relación fallida existía un paso en el que la rabia y el
enfado con el resto del mundo sustituía la tristeza. Sin embargo, aquella
era la sensación que a ella le daba respecto a su amiga, quien llevaba
con un humor de perros desde hacía varios días. Y en aquellos había
tenido tiempo más que suficiente como para mandar a la mierda a un
par de clientes, casi llegar a las manos con un ciclista que circulaba por
la acerca y que había estado a punto de llevársela por delante, y
pelearse con prácticamente todo el personal del despacho. El
inconfundible ruido de un cristal rompiéndose le hizo sospechar que su
última víctima había sido aquella fotografía que Maca le había regalado
en las anteriores navidades. No le sorprendía, de hecho, le extrañaba
que no lo hubiera hecho antes. Desde que vio como tiraba a la basura

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un objeto chamuscado que había resultado ser el regalo del cumpleaños


de Maca, parecía que nada podía sorprenderla. Definitivamente, su
amiga se había vuelto loca o completamente histérica, lo que venía a ser
lo mismo. Exhaló un profundo suspiro cuando el timbre de la puerta
sonó, avisándola de la llegada de Encarna. Como Esther evitaba
contestar a cualquiera de las llamadas de su madre, sabía por la mujer
que pasarían a recogerla sobre las siete y media de la tarde, después de
que Sergio y su familia llegaran y alquilaran un monovolumen. “Éramos
pocos y parió la abuela” pensó mientras pulsaba el botón que daba
permiso para entrar.

En el momento preciso en el que Encarna cruzaba la puerta, otro ruido


de cristales impactando contra el suelo volvió a resonar. “Eso sí ha sido
la foto, lo de antes debía ser el espejo o un vaso” pensó, a la vez que
bajaba la cabeza ante la mirada interrogativa de la madre de su amiga.

-Pase, creo que está acabando de hacer la maleta –fue lo único que se le
ocurrió decirle a la mujer-. Iré a avisarla de que ha llegado.

-No, iré yo –la contradijo Encarna agarrándola del brazo para impedirle
que saliera corriendo hasta la habitación de Esther.

“No creo que eso sea una buena idea” le hubiese gustado decir, aunque
finalmente se limitó a hacerse a un lado y dejarle vía libre para entrar en
lo que seguramente sería una leonera repleta de objetos rotos.

-Supongo que al final sabré porque lleva tantos días sin querer contestar
a ninguna de mis llamadas –dijo la mujer antes de abrir la puerta sin
molestarse a llamar-. Al fin y al cabo, no creo que fuese por el gran golpe
que supuso para ella la muerte de Pedro.

Varias horas más tarde, Maca se encontraba medio tumbada en un sofá


de un salón repleto de humo. Los olores se cruzaban en su cabeza que
ya empezaba a darle vueltas aunque cerrara los ojos. Podía distinguir
con facilidad el fuerte y ligeramente desagradable de los habanos, así
como el del tabaco de pipa que se había fumado uno de los amigos de
Greg. Al abrir los ojos, se encontró un cenicero lleno a rebosar de colillas,
sin duda todas suyas, lo que la hizo escandalizarse al pensar en lo
mucho que había llegado a fumar aquella noche. Sonrió cuando llegó a
ella un olor vagamente familiar de sus épocas más rebeldes, y que para
nada podía considerarse legal en aquel estado.

-No creo que mezclar eso con los chutes de Vicodina que te das sea muy
bueno –comentó volviendo a cerrar los ojos, oyendo su voz como algo
muy lejano.

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-Tú te has puesto hasta el culo de tequila, así que no me des lecciones
de moralidad Wilson –repuso él mientras cojeaba hasta el aparato de
DVD donde puso un disco.

-¿Decías algo? –preguntó su amigo, el único mínimamente sobrio,


saliendo de la cocina donde había estado intentando arreglar el
estropicio causado.

-Olvídalo, James –repuso Maca esbozando una sonrisa-. ¿Vamos a ver


algo?

-Toma –contestó Greg mientras le tiraba la caja del DVD.

-¿Santa gets horny? –preguntó ella cuando al fin pudo leer el título cuyas
letras parecían reírse de ellas mientras se movían enfrente suyo-. No
pienso ver una peli porno el día de Nochebuena.

-Mierda, me he equivocado de carátula. Vamos a ver los capítulos que


llevaba atrasados de la telenovela.

-Vale, éste es un buen momento para marcharme –soltó a la vez que se


ponía en pie, dejando ver la poca estabilidad que tenía en aquellos
momentos.

-¿Si te pongo The L Word vas a quedarte? –preguntó él con sorna.

-Eres un pervertido –le espetó, divertida por la situación.

-Ya sabes que es mi serie favorita –repuso él.

A pesar de lo que les había prometido a sus amigos, no llamó tan a


menudo como debía, de la misma manera que tampoco volvió a
Barcelona en Semana Santa. El recuerdo de Esther seguía muy presente,
tanto en sus pensamientos diarios como en sus sueños, en los que solían
aparecer ella y Bea saliendo de su casa una detrás de la otra. En
ocasiones, las pesadillas variaban y en éstas, ambas desaparecían tras
las puertas del ascensor riendo cómplices, cogidas de la mano. Sabía por
las fotos que su hermano se encargaba de mandarle periódicamente que
la tripa de Anna ya no podía disimularse por mucho empeño que ella le
pusiera. Entre risas, escuchaba como Jero se quejaba de que los antojos
habían sido sustituidos por un mal humor considerable, ya que la
veterinaria no podía dormir bien a causa del enorme bulto que ahora era
parte de su cuerpo.

-Yo yo que siempre había pensado que las embarazadas llevaban una
sonrisa pintada en la cara e irradiaban dulzura –dijo él una vez

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apesadumbrado, después de que su mujer lo mandara a dormir a la


habitación de invitados porque su cuerpo le transmitía demasiado calor-.
¿Qué culpa tengo yo de no ser un témpano de hielo?

-A mí vuestras intimidades no, ¿eh? –soltó Maca riéndose a carcajadas


por lo desesperado que notaba a su hermano.

Si bien tenía que reconocer que se lo pasaba en grande con aquellas


amistades que había recuperado y que hacía tanto tiempo que no veía, y
que se había vuelto a sentir verdaderamente realizada
profesionalmente; también debía admitir que se sentía mal por estar
perdiéndose aquellos momentos tan importantes para su hermano y su
cuñada. No podía evitar pensar que les estaba fallando, sobre todo a su
mejor amiga con quien hacía muchos años bromeaba acerca de esa
situación que, por otra parte, nunca se habían planteado pasar
separadas. Anna tampoco contribuía en demasía que aquella sensación
se desvaneciera, puesto que desde que se había ido sus conversaciones
eran algo más fría, y notaba a su amiga con una actitud distante. Quizás
aquello fuese debido a que la veterinaria parecía tener una necesidad
imperiosa de sacar a relucir temas que tenían que ver con Esther fuera
de forma directa o indirecta, algo que ella se encargaba de cortar de
inmediato. No sabía por qué, pero siempre que hablaban acababan
discutiendo, por mucho que no fuera más que por una estupidez, lo que
hacía que ambas colgaran el teléfono con mal humor y prometiéndose
que tardarían mucho en volver a llamarse. Obviamente, el espacio de
tiempo que existía entre una conversación y la siguiente no solía ser
mayor a los tres días. Podía parecer una actitud egoísta, pero la verdad
era que lo que más miedo le daba de aquellas conversaciones era
enterarse de que Esther había encontrado a alguien, algo que ella
parecía ser incapaz de hacer, y que movida por el amor hacia esa
persona había conseguido dejar sus miedos atrás y enfrentarse a su
familia.

Una rutina para nada tediosa se había instalado en su día a día y,


aunque parecía que su horario siempre era el mismo, los
acontecimientos que se sucedían en él solían variar considerablemente.
Hacía algo más de un mes que había llegado su moto al fin, algo que
finalmente se había demorado más de lo previsto. Pero como se duele
decir, todo lo bueno tiene una parte negativa, y ésta se encontraba
precisamente en Gregory, quien al enterarse de la buena nueva adquirió
la molesta y extraña costumbre de esperarla en el portal para retarla a
una carrera matutina hasta el hospital. La búsqueda de su nueva casa
también había sido más larga de lo que esperaba, puesto que a pesar de
que a causa de la crisis los caseros y las inmobiliarias la recibían con los
brazos abiertos, no lograba dar con el piso que buscaba. Al fin, a

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principios de febrero, cuando pensaba que tendría que quedarse en


aquel hotel el resto de su vida, dio con un bonito y soleado ático que
nada tenía que ver con aquél que había habitado en Barcelona. Y aquello
era justamente lo que ella quería. Sin embargo, estaba orgullosa de
aquel piso que tenía la mitad de metros cuadrados que el suyo, y en
cuyo salón apenas cabían el sofá y la mesa pero sí que lo hacían, de
forma inexplicable, todos los trastos que se había llevado.

Aquel día de finales de mayo, sin embargo, parecía que las cosas no se
desarrollarían como de costumbre, o al menos, eso le pareció cuando la
secretaria de Lisa le hizo saber que la directora la esperaba en su
despacho a las doce. Debido a las explicaciones detalladas que tuvo que
darle al familiar de un paciente deseoso de conocer todos los
pormenores de la operación de éste, se retrasó unos quince minutos. Por
ello, cuando cruzó la puerta de aquel despacho, la mirada de la directora
no fue demasiado amigable.

-Siéntate –le dijo ésta a modo de saludo, mostrándole con la mano la


silla que se encontraba enfrente de su escritorio.

-Esto me suena a reducción de personal –bromeó ella haciéndole caso-.


Pero antes, déjame decirte que tu nuevo corte de pelo te sienta genial.

-No me vengas con esas, Maca. Hace tres semanas que no voy a la
peluquería por los quebraderos de cabeza que me dais tu amiguito y tú.

-¿Para qué querías verme? –se apresuró a preguntar al ver que la cosa
no tomaba el camino deseado.

-A finales de setiembre hay una convención a la que quiero que vayas…

-No –la cortó la cirujana-. Te pedí una semana libre esos días para poder
irme a Barcelona. Es la fecha planeada para el bautizo de mi sobrino, he
tenido que jurar decenas de veces que iría, y como no vaya sus padres
me van a matar.

-Vale, no me he explicado bien. No te estoy pidiendo que vayas, te lo


estoy ordenando. Mira, hace muchos años que no tenemos un buen
equipo en tu materia, y ahora que lo tenemos, no pienso desaprovechar
la oportunidad. Además, con un poco de suerte podrán cambiar la fecha
y todo.

-Han mandado las invitaciones.

-¿Y? Que digan que ha sido un error de quien sea y que las vuelvan a
mandar.

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-Joder… Por favor, hace dos semanas que nació mi sobrino y sólo lo he
visto mediante fotos y vídeos estúpidos que Jero se encarga de
mandarme cada dos días –le suplicó en un último intento-. Y puedo ir a
la próxima convención. No me jodas, no viene de una.

-El problema, Maca, es que no tengo muy claro que tú vayas a estar aquí
hasta la próxima… Digas lo que digas, eres la dueña de una próspera
Clínica y, por lo tanto, su directora legítima. Además, tendrías que
agradecérmelo, así no tendrás que ver a una Esther radiante después de
vuestra ruptura.

-Que te jodan –le espetó ella levantándose de la silla-. Dentro de dos


semanas me voy siete días a Barcelona, te guste o no. Y no me los
descontarás de mis vacaciones, ¿entendido?

-Te has ablandado con el tiempo, ¿eh? Cuando te conocí, te habrías


escapado con la ayuda de Greg y habrías cogido un avión sin avisarme –
se burló irguiéndose, mientras cruzaba sus brazos sobre la mesa,
aguantando el peso de su torso.

-Será la edad –refunfuñó ella sabiendo que aquello era cierto.

-O que de verdad te enamoraste y que no te hace demasiada ilusión ver


a Esther. O bueno, quizás es miedo a que lo que yo haya dicho sea
verdad…

-Quiero un hotel de cinco estrellas como mínimo donde quiera que sea la
puñetera convención –la cortó Maca mientras salía del despacho-. Y
todos mis Martinis correrán a cargo del hospital –añadió desde el pasillo.

Greg, que en aquellos momentos se cruzaba con ella con la intención de


entrar en el despacho de Cuddy, secundó sus palabras con un eufórico
“¡Martini para todos! El hospital os invita a una ronda esta noche en el
bar de Joe”. Aquella exclamación provocó una sonrisa traviesa por parte
de Maca, y un suspiro de frustración de la directora que dejó caer su
cabeza sobre sus brazos, maldiciéndose cuando éstos no fueron lo
suficientemente mullidos como para que aquella posición fuera
realmente cómoda.

-¿Sigues con el yoga? –preguntó Gregory de forma socarrona-. No me


extraña que luego te quejes de tortícolis.

Todavía era la una del mediodía, y la mayoría de los comensales de


aquel restaurante estaban ya degustando los postres e, incluso pagando
sus cuentas. Definitivamente parecía que la teoría de Claudia era cierta
y que la llegada del frío y el horario de comidas de las personas se

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encontraban directamente relacionados. Aquello era sin duda a lo que


más le costaba acostumbrarse cuando estaba en aquel país. En España
sus comidas no solían empezar nunca antes de las tres, hora que allí ya
se consideraba bastante tarde, y en las cenas, sobre todo si eran en
grupo, era a las once cuando se sentaba o llegaban los primeros platos.
Echó un vistazo a su alrededor disfrutando de aquel restaurante de
moda del Soho, reconociendo allí a algunas de las celebridades de la
televisión y del mundo del arte. Irremediablemente, pensó en Guille y en
lo emocionado que se encontraría su amigo si estuviera allí rodeado de
aquellas personas. Recordó las tardes en las que el galerista y ella
comentaban sin descanso la gala de los Oscar, criticando sin piedad los
tediosos discursos de agradecimiento con los que deleitaban los
galardonados, y que parecían no variar a pesar del transcurso del
tiempo.

Era consciente de que no actuaba correctamente, pero no había podido


evitar querer compensar todos aquellos meses de “abandono” con
algunos regalos para sus amigos. Así que había ampliado un par de días
sus vacaciones de navidad, y se había instalado cómodamente en un
hotel de aquel barrio de Manhattan. Había llegado un punto en el que ni
tan siquiera se inmutaba cuando se cruzaba con alguna de las estrellas
de Hollywood, a cada cual vestido de una forma más extravagante que
el anterior. Parecía que aquello era lo que se llevaba aquellos días, y que
como más tirado fuese uno, más estilo imprimiría su apariencia. “Al
menos podrían dar la sensación de que se han dado una ducha antes de
salir de casa” pensó mal humorada cuando una oleada nada agradable,
proveniente de la celebridad que estaba sentada detrás de ella, volvió a
invadir sus fosas nasales. No tenía muy claro por qué la cara de aquella
chica le resultaba familiar, pero lo que sí sabía era que, a pesar de
aparentar unos veinte años, pasaba de los veinticinco. Ensimismada en
sus pensamientos, no se percató de la presencia de dos mujeres que
esperaban pacientemente junto a su mesa, que ella decidiera al fin alzar
la vista.

-¿Dr. Wilson? –dijo finalmente una de ellas, en vista de que la médico no


se daba por aludida.

-Kate –consiguió articular Maca, tras unos breves momentos de


desconcierto en los que no comprendió por qué alguien se refería a ella
de aquella manera.

-¿Le importa si nos unimos a usted o espera a alguien más? –preguntó


señalando las sillas que permanecían vacías, tras haberse unido en un
estrecho abrazo, quizás excesivo por haber sido fruto de una mera
relación médico-paciente-. No sé, quizás a alguna modelo famosa con la

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que se deje fotografiar…

-No, no, claro –accedió ella, todavía atontada, dejando a un lado las
numerosas bolsas que hasta el momento habían descansado en las
sillas-. Las modelos están haciendo cola en las puertas de mi hotel…

Lo cierto era que la relación que había adquirido con aquella mujer
durante el corto período que había pasado en la Clínica, se podía
considerar de todo menos habitual. En un primer momento, le había
sorprendido muchísimo que Teresa le dijera de forma confidencial que
había llamado el agente y representante de la actriz, cuyo rostro
ocupaba innumerables carteles de los cines y calles en aquellos
momentos, para saber si sería posible que la directora le realizara a su
representada una intervención de abdominoplastia. Hacía muy poco que
Kate había dado a luz su segundo hijo y su próximo papel incluía un
desnudo de su torso, escena que ella se negaba a rodar con una doble.
Así que aceleraron el proceso de pruebas necesarias y, una semana más
tarde, la actriz inglesa entraba por una de las puertas de servicio
dirección a la enorme habitación que ocuparía durante los siguientes
días. A pesar de haberse visto obligada a firmar decenas de documentos
que le impedían hablar con nadie de la identidad de su paciente y de la
operación a la que se sometía, en más de una ocasión se vio realmente
tentada de decirle a Guille que había tenido el placer de tener en sus
manos el abdomen de su actriz favorita. Y allí se encontraba de nuevo,
con una sonrisa amable en la cara, acompañada de otra compañera de
profesión no menos famosa que la miraba con gesto divertido. A juzgar
por su rostro, el rebelarle que era una fiel admiradora de su trabajo y
que, se había planteado seriamente decorar su habitación con una
fotografía a tamaño real suya, no parecía ser una buena idea.
Seguramente, si le hubiera dicho aquello, la mujer se hubiese echado a
reír o su mueca divertida se hubiese acentuado todavía más.
Definitivamente, no quería aparentar ser más imbécil de lo que ya debía
suponer.

-¿Conoces a Jen? –quiso saber Kate con la intención de que su antigua


médico borrara aquella cara hipnotizada.

-Me suena –contestó Maca con una sonrisa burlona, retomando de


repente, el control de la situación-. Eres tenista, ¿no?

-Profesional, sí. Con dos Wimbledon y un Roland Garros –se rió la actriz
siguiéndole el juego, mientras encajaba la mano que ella le tendía por
encima de la mesa.

-Macarena Wilson –se presentó, en vista de que Kate se limitaba a seguir

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con su particular estudio de la carta-. ¿No vais un poco tarde? –preguntó


con sorna sabiendo lo maniática que era su antigua paciente para el
horario de las comidas.

-Llevamos horas andando de una galería de arte a otra en busca de


fotografías de no sé qué –se quejó la inglesa sin apartar su mirada de
aquellos platos con nombres ininteligibles.

-Suena apasionante… Yo iré a una esta tarde, tengo que hacerle un


regalo a un amigo que lleva meses dando la lata con una joven promesa
cuyas obras sólo se encuentran en una galería cochambrosa del Soho.

-Oh, sí… Como más cutre sea el lugar de mayor calidad son sus obras –
añadió Kate con el mismo tono burlón que había utilizado la médico.

-Hay que ver lo profundas que sois –soltó con un suspiro de frustración,
la americana.

El resto de la comida pasó entre anécdotas contadas por una u otra, de


entre las que destacaron las peripecias vividas por ambas actrices a las
órdenes de excéntricos directores, a la vez que tenían que lidiar con las
extravagancias de sus compañeros. Kate insistió en que ambas debían ir
juntas a la galería, procurando escaquearse hábilmente de tenerlo que
hacer ella misma. Las tres coincidieron que a pesar de la cuidada
presentación de cada plato, la cantidad de comida que contenía cada
uno era alarmantemente escasa en comparación del precio. En un
momento determinado, Maca se vio obligada a explicar por encima las
razones de su repentino traslado laboral a aquel continente, situación
que provocó la indignación de Kate, que se prestó para mandar
personalmente una misiva de queja al respecto.

-¿Hacia dónde vamos? –quiso saber Jen, una vez salieron del restaurante
y la inglesa se hubo separado de ellas en un descuido de ambas.

-De momento, a mi hotel –contestó la médico emprendiendo el camino-.


Nos pilla de camino y no tengo ninguna intención de arrastrar esto por
más tiempo del necesario.

-¿Qué llevas ahí?

-Objetos inútiles para bebé que a mi cuñada la harán volver loca, un


bolso para mi ex-madrastra y la que había sido mi secretaria, un par de
cosas para mi hermano y ropa para mis amigas.

-Parece que los vas a colgar de regalos…

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-Espero que así consiga que me hablen. Tendría que haberlos llamado
más a menudo, haber estado más días en vacaciones y no sé cuantas
cosas más que ahora me echan en cara. Y no sé por qué te estoy
contado todo esto, la verdad… -añadió a la vez que entraba ya en el hall
de su hotel.

-Vaya, pensaba que a los médicos les pagaban menos –murmuró la


actriz, mientras Maca se encontraba hablando con un botones para que
le subiera las bolsas a la habitación, a quien le dejó un billete en la mano
antes de despedirse.

-¿Nos vamos? –propuso Maca, cediéndole paso para que saliera antes
que ella por la puerta que el conserje les había abierto amablemente.

-Claro. ¿Qué busca alguien a quien no le gusta el arte en una galería?

-Un regalo para un amigo galerista que sí está loco por todo lo que sea
cuadrado y tenga algo pintado en su interior… Y a ver, no es que no me
guste, pero no sé apreciarlo cuando lo veo. Delante de un cuadro sólo
puedo decir si es bonito o feo, o si lo colgaría en el salón de mi casa o
no. Tengo poca sensibilidad para esas cosas…

-Yo aprendí a valorarlo realmente en mi última serie. Para preparar el


personaje me pasé varias semanas dando tumbos por museos y
galerías, hasta que me entró el gusanillo.

-¿Has hecho una serie? –bromeó Maca arrancando una carcajada de la


actriz.

-¿La has visto alguna vez?

-Alguna que otra, sí. No estaba mal…

-Vaya, gracias, es un honor escuchar algo así.

-No, en serio. ¿Sabes que debes ser la mujer que más sueños de
lesbianas ha protagonizado?

-Algo me han dicho en alguna ocasión, sí –contestó bajando la cabeza


algo avergonzada.

-Yo soy claramente una de ellas, ¿eh? –soltó socarrona a la vez que
giraban hacia una calle más estrecha.

-¿Me está tirando los tejos, doctora?

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-Eso es algo que jamás se me ocurriría… Me consta que estás casada, y


no soy fan de acabar con un ojo morado.

-Y a mí me constaba que el matrimonio no solía suponer un impedimento


para ti.

-Parece que han cambiado muchas cosas en muy poco tiempo –murmuró
ella, pensativa, a la vez que abría la puerta de la galería y le cedía el
paso.

La verdad es que al entrar en aquel local tuvo que reconocer que se


había equivocado al ir con ideas prejuzgadas puesto que, si bien tenía
un toque industrial y funcional, los detalles estaban cuidados hasta el
límite haciendo de aquél un lugar moderno y a la vez elegante. La
estancia diáfana estaba dividida en dos plantas que se encontraban
unidas por una escalera de hierro estudiadamente oxidado, y
obviamente, sus paredes blancas casi relucientes, estaban repletas de
cuadros. Al llegar arriba se quedó impactada al encontrarse con varias
fotografías de tamaño considerable, todas ellas en blanco y negro. Se
quedó ensimismada enfrente de una imagen nocturna de un puerto, en
cuyas aguas se reflejaban de forma alargada las luces de la ciudad que
escalaba por las montañas circundantes.

-Impresionante, ¿eh? –comentó Jen al llegar a su lado.

-Sí… -repuso ella sin poder apartar la mirada de aquel papel que la había
cautivado-. Perdone, ¿cuánto vale? –le preguntó a un chico que se
encontraba cerca de ellas atento a poder ayudarles con alguna
explicación.

-Este tiene un precio de 4.030 dólares –contestó él, consultando el precio


en un catálogo.

-Lo que viene a ser medio millón de las antiguas pesetas –murmuró una
Maca boquiabierta tras haber hecho el cálculo-. Tiene que ser una
broma, ¿no? Es una puñetera foto, joder –le susurró a la actriz, que se
vio obligada a ahogar una carcajada.

-Es una imagen del puerto de Marsella –siguió explicando el chico


confundiendo aquel susurro con un comentario de admiración-. La
autora es una fotógrafa española de gran reconocimiento en Europa.

-Que bien –consiguió decir sonriendo forzadamente. “Pues será en su


casa y a la hora de comer, porque lo que es yo…” pensó para sí misma,
sintiéndose la persona más inculta sobre la faz de la tierra-. Mire, lo
cierto es que yo estoy buscando algo de Robert Predzick, si fuera tan

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amable de guiarme y…

-Por supuesto, vengan conmigo –la interrumpió él mientras se dirigía a


una puerta que resultó dar a una habitación adjunta repleta de
estanterías llenas otras tantas obras.

Tenía que reconocer que el latazo que le había dado Guille con ese
fotógrafo había acabado mereciendo la pena, puesto que sus obras eran
cuanto menos impresionantes. Al contrario de lo que ocurría con aquella
española de renombre mundial de la que ella jamás había oído hablar, el
precio de aquellas imágenes era sustancialmente inferior, supuso que
porque el chico no era más que una promesa y su cotización era
también inferior. Compró un par de fotografías para Guille, otra para Cris
y dos más para ella que pensaba colgar en las todavía vacías paredes
del piso de Nueva Jersey. Al salir, volvieron a pasar por delante de
aquella imagen que tanto le había impactado al principio y se sintió
obligada a detenerse algunos instantes enfrente de ella.

-Me la llevo –anunció al fin, exhalando un profundo suspiro.

Aunque sabía que la llegada de aquellas obras a España se demoraría,


no había tenido en cuenta que por las fechas, todavía tardaría más. Así
que hizo un par de llamadas a un buen amigo de su hermano que
trabajaba en la compañía aérea que, por casualidad, era en la que ella
volaría, para preguntarle si sería posible que incluyeran aquellas cajas
en el vuelo a pesar de ser comercial. Ahora sólo faltaba que la compañía
se transporte cumpliera con su cometido y entregase aquella caja al
lugar adecuado antes de las siete de la tarde del día siguiente.

Como todavía era temprano y la actriz no tenía obligaciones familiares al


estar allí por trabajo, como le había comentado entre risas, decidieron ir
a tomar algo al acogedor bar del hotel de Maca. De camino hacia allí, la
médico vislumbró algo por el rabillo del ojo que parecía estar llamándola
desde un escaparate. Detuvo sus pasos de repente, y se acercó allí sin
decir ni una palabra ante la extrañada mirada de su acompañante.
Como si sus piernas hubiesen adquirido vida propia, entró en la tienda y
se dirigió a la primera dependienta que se encontró anunciándole sin
más que se quedaba aquel anillo.

-¿Un regalo o es para ti? –se atrevió a preguntarle Jennifer cuando salían
de la joyería.

-Un regalo –contestó Maca saliendo de aquel ensimismamiento extraño


en el que se había sumido.

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-¿Otra persona con la que redimirse?

-Algo así –repuso con un profundo suspiro-. De hecho, no sé por qué lo


he comprado, no se lo voy a dar. Pero solían gustarle los anillos grandes,
y éste parecía llevar gravado su nombre.

-¿Cómo se llama?

-Esther, y la voy a ver en un par de días después de más de un año de


no querer saber nada de ella.

-¿Sabes? Desde que Encarna me llamó hará unas tres semanas, estoy
completamente histérica –se quejó mientras le daba un pequeño sorbo a
su copa de vino tinto.

Llevaban cerca de una hora sentadas en aquel bar de cómodas butacas


orejeras, hilo musical prácticamente inaudible y una iluminación a baja
intensidad que dibujaba unas sombras extrañas en las paredes, a la vez
que daba la sensación que allí dentro siempre fuera de noche. A pesar
de que ya fuera la hora de cenar, la buena cuenta que habían dado a los
boles con frutos secos que habían acompañado sus bebidas, hizo que
ninguna de las dos tuviera hambre, por lo que decidieron quedarse allí
un rato más.

-¿Cuánto hace que no la ves?

-Desde el 9 de diciembre del año pasado… ¡Oh, mierda! Esto ha sonado


realmente mal… -se lamentó escondiendo el rostro tras sus manos-. Sólo
me ha faltado decir los días, las horas y los minutos.

-Sí que ha sonado un poco raro, sí –observó la actriz entre risas.

-Supongo que me acuerdo porque fue justo la semana antes de mi


cumpleaños.

-Tranquila, todos tenemos un lado psicótico –le dijo con fingida


comprensión mientras acariciaba su mano.

-Que te jodan –le espetó Maca riéndose-. A mí no me hace ni puñetera


gracia.

-Así que te liaste con tu hermanastra que resultó tener fobia al


compromiso o a cualquier relación que comportase revelar su
orientación sexual. He leído guiones con tramas mucho peores.

-No te preocupes, que cuando los de Hollywood vengan a comprarme los

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derechos para hacer una película sobre mi vida, la única condición será
que tú salgas en ella. De hecho, el papel de Teresa realmente te pega…

-Mientras no fuese para interpretar tu papel, yo encantada.

-Eso realmente ha dolido –dijo la médico tocándose el corazón con


ambas manos, como si verdaderamente la hubiese herido.

-No menos que el hecho de que me compararas con una mujer que se
acaba de jubilar…

-Hay que ver lo mal que sienta escuchar la verdad.

-Y que lo digas. Por cierto, todavía no me has dicho a que ha venido tu


ímpetu para comprar el anillo. Por lo que me has contado, las cosas
entre Esther y tú no acabaron muy bien.

-Creo que ha sido como un acto reflejo. No sé, lo he visto ahí y era como
si llevara si nombre… Además, si tenemos que pasar el día de Navidad
juntas y he comprado regalos para el resto, no sería de muy buena
educación no llevar nada para ella, ¿no?

-¿Y le regalarás nada menos que un anillo?

-¿Qué tiene de malo eso?

-No sé mujer, quizás que se suele asociar al compromiso y hasta donde


yo sé, Esther parece tenerle alergia a esa palabra –le explicó mientras
hacía verdaderos esfuerzos para que la risa no se le escapara.

-Joder, no lo había visto desde este lado… De todos modos, no es el


típico anillo que se regalaría con esa intención, ¿no? –murmuró una Maca
pensativa, provocando que la actriz estallara en una sonora carcajada-.
¿Te estás riendo de mí?

-¿Yo? Apenas… -contestó con una sonrisa socarrona.

Llevaba ya un buen rato tumbada en aquella enorme cama que ocupaba


gran parte de su habitación. De hecho, de haber querido, hubiese podido
dormir con los brazos completamente abiertos o, incluso de forma
perpendicular a la que en teoría se debería. Algo que en lo que su
profesión había contribuido a lo largo de los años era a librarse de
muchos de los perjuicios sociales con los que veía a sus clientas en un
principio. Por sus manos habían pasado, además de amas de casa
superficiales cuyos maridos les pagaban cuanto querían, mujeres cuya
máxima aspiración era salir en una revista, y famosas que se limitaban a

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Hasta que la muerte nos separe ForBigMist
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seguir las órdenes de sus representantes sin rechistar. Sin embargo,


también había visto a muchas mujeres con un enorme carácter y
personalidad, pasar por sus manos simplemente porque no estaban a
gusto con un aspecto de sus cuerpos; actrices que dependían de sus
cuerpos y de que éstos estuvieran en su máximo esplendor y, que por
ello, acababan entrando en un quirófano. Kate sin duda se encontraba
en este segundo grupo, siempre había sido una firme defensora de la
belleza natural, pero supuso que aquello quedaba en un segundo plano
cuando tu forma de vida y la subsistencia de tus hijos estaban en
peligro.

Ella particularmente no sabía qué habría hecho de estar en su situación.


Debía reconocer que la genética se había portado bien con ella, y que no
podía quejarse de lo que le había tocado como cuerpo. ¿Pero qué
hubiese hecho de depender de su cuerpo para trabajar o para asegurar
su propia subsistencia? La respuesta era siempre la misma: no lo sabía.
Y seguramente no lo sabría hasta llegado el momento. Había mantenido
muchas veces aquel tipo de reflexiones con sus amigos y conocidos.
Anna y Claudia se consideraban unas críticas feroces al respecto, puesto
que defendían que aquel tipo de operaciones sólo deberían darse en
casos de necesidad y no para usos superficiales e irreflexivos. Marta,
Guille y Joan se habían mantenido siempre muy imparciales,
argumentando que cada uno hacía con su vida lo que quería, y que si el
sueño de una persona era estar llena de cicatrices y productos químicos
era su problema. Ella nunca opinaba al respecto.

No le era muy difícil recordar la última conversación que había girado en


torno a ese tema, puesto que se había dado en la última ocasión en la
que habían estado todos reunidos. Si su memoria no la fallaba, había
sido a finales de agosto de aquel mismo año, justo a un par de días de
su vuelta a Nueva Jersey, y a más de una semana del famoso bautizo de
su sobrino. Parecía que Anna al fin había asumido que ella no asistiría,
aunque no por ello había dejado de soltarle indirectas al respecto de vez
en cuando.

-No te ofendas Maca, pero siempre pensaré que la mayoría de las


intervenciones que practicas serían completamente prescindibles si no
fuera por los perjuicios sociales –argumentó Claudia.

-Bueno, algo de importante tienen que tener si incluso pueden impedir


que vaya al bautizo de su propio sobrino –soltó Anna.

-¿Cuántas veces tendré que decirte que lo siento? –quiso saber Maca
algo cansada del tema-. Te he dicho miles de veces que no puedo hacer
nada. Y si tantas ganas tenías que fuera, haber cambiado el día.

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-¡Será posible! Te lo dije con varios meses de antelación, incluso antes


de que el niño naciera…

-Y de que le pusieras este nombre horrible –murmuró la cirujana,


comentario que fue apoyado por una sonrisa cómplice de Guille.

-¡Luis no es feo! –se defendió la veterinaria-. Además, es un nombre


tradicional en mi familia.

-Cielo, que en tu familia tengáis mal gusto y lo hayáis convertido en una


tradición, no implica que no sea feo –le espetó Maca-. Porque lo es y
mucho.

-Pues a él parece que le gusta –opinó Jero encogiéndose de hombros.

-Tiene tres meses y medio, lo único que hace es dormir y comer. Así que
tendría la misma actitud aunque lo hubieseis llamado Cerdo –le dijo su
hermana, mirándolo con una ceja arqueada.

-¡Cerdo no es feo! Es una tradición de mi familia –exclamó Guille


imitando la voz indignada de Anna.

-Que os jodan a todos –les espetó la aludida-. Y a ti sobre todo. Mira que
no ir al bautizo de tu ahijado.

-Guille hará las funciones de ambos padrinos, así que no pasa nada…

-O quizás se lo pedimos a Esther –soltó la veterinaria, provocando que la


sonrisa de Maca se borrara como por arte de magia-. Mira, haré un acto
de fe y me creeré que el que ella venga no tiene nada que ver con tus
compromisos ineludibles.

-Sabes que no me importa lo más mínimo que ella esté o no –se


defendió ella, obteniendo las miradas escépticas del resto-. Vale, quizás
haya exagerado, pero jamás dejaría de ir al bautizo de mi sobrino por
algo así y lo sabéis.

Aunque hubiera conseguido engañar a todos sus amigos y familia, e


incluso hubiera intentado hacerlo con ella misma, la verdad era que la
presencia de Esther en aquel bautizo había pesado y mucho. Como le
había dicho Lisa en su día, en otros tiempos hubiese cogido el primer
avión destino Barcelona y se hubiera escapado aun incluso
desobedeciendo las órdenes directas de su jefa. Pero ahora era distinto.
Parecía que ella había cambiado, y también parecía que sin ser
consciente de ello, se había convertido en la peor tía posible. Había
bromeado durante años con sus amigos acerca de que ella era el

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prototipo de tía ideal: cubriría a su sobrino de regalos, jugaría con él


cuando lo viera, y le permitiría todas las travesuras posibles a las
espaldas de sus padres. Pero hacía ya más de medio año que Luis había
nacido y sólo lo había visto en tres ocasiones, en las que nunca se había
quedado con él toda la noche para darles a Anna y a Jero una tregua
como padres, y sólo lo había cubierto de regalos. Definitivamente,
parecía que ella había cambiado y había sido nada más y nada menos
que Esther, la que había tomado su relevo como tía perfecta.

Sabía que no conseguiría dormir por mucho que se lo propusiera. Nunca


había podido, así que solía entretenerse con aquellas películas que les
ofrecía la compañía aérea. Por suerte la mitad del trayecto ya había
pasado, por lo que apenas faltaban cuatro horas para poder pisar tierra
firme. A pesar de la importante cantidad de viajes que llevaba a sus
espaldas, y de que hubiese tenido la suerte de no haber perdido nunca
la maleta, el temor de estar enfrente aquella cinta y que su equipaje no
apareciera siempre le daba miedo. Por lo que le había dicho Manuel, el
amigo de Jero que la había ayudado con la caja de los regalos, el
paquete sería mandado directamente a su casa, por lo que no se tendría
que preocupar por él. De forma inconsciente su mirada se desplazó
hacia aquel pequeño aparato de color verde chillón que hacía más de un
año que no encendía. Se había visto incapaz de mover su música al iPod,
puesto que esto hubiese significado borrar la de Esther. Por ello, aquel
aparato había permanecido en un cajón de su mesilla de noche, a la
espera de ser devuelto a su dueña legítima.

De repente, su mente voló a aquella mañana en la que su secretaria le


informó de que tenía una llamada de una tal Encarna Ruiz, quien
esperaba pacientemente al otro lado de la línea. Se vio seriamente
tentada a pedirle que le dijera que no se encontraba disponible, pero un
resquicio de culpabilidad por saber de aquella mujer con la que hacía
varios meses que no hablaba, tuvo más fuerza. Al notar su voz
dubitativa se temió que algo malo hubiese ocurrido, y que aquella
llamada sólo se debiese a una mala noticia relacionada con Esther. Pero
resultó que nada tenía que ver con la abogada, sino que la viuda de
Pedro Wilson la llamaba para proponerle pasar las fechas navideñas con
su familia.

-No sé si lo sabes, pero tu hermano y Anna ya vinieron el año pasado.


Hablé con ellos hace un par de días y parece que este año volverán. Y
bueno, seguramente los padres y la abuela de Anna también estarán…
-le contó siguiendo con su particular monólogo, puesto que parecía que
una vez empezado su discurso, había cogido carrerilla-. Sé que desde la
muerte de tu padre estas fechas no te gustan demasiado, pero al fin y al
cabo es una época para pasar en familia… Bueno, no estoy diciendo que

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nosotros seamos tu familia, porque al fin y al cabo no nos unen lazos


sanguíneos pero…

-Me encantará ir –la cortó Maca con una sonrisa causada por la
verborrea imparable de la mujer-. Y me encantará pasar estas fechas en
familia.

A decir verdad, Encarna siempre le había caído bien y le había sido muy
fácil encariñarse con aquella mujer. Era una persona con la que era
asombrosamente sencillo hablar, por lo que las charlas que había
mantenido con ella durante los preparativos de la boda habían resultado
distendidas y cómodas. Esbozó una sonrisa sardónica al pensar que
parecía que las mujeres de aquella familia siempre acababan
cautivándola de una manera u otra.

Durante el trayecto del viaje, tuvo tiempo de recordar los episodios más
importantes de sus dos visitas a Barcelona. Aquellas que podían
definirse como efímeras y demasiado cortas para todos. El hecho de que
fuese nueva en el hospital, había provocado que no pudiese disfrutar de
sus vacaciones de verano hasta finales de agosto, por lo que apenas
pudo disfrutar un par de días de la casa de la playa. Sin embargo, sus
fugaces estancias en la ciudad condal fueron productivas, puesto que se
volcó en ayudar a Anna con los últimos detalles del bautizo y estuvo
dispuesta a hacer todo lo que sus amigos le pedían.

-Comportarte como un perro manso no ayudará a redimirte –le espetó


una Anna todavía dolida, cuando ella se ofreció voluntaria a ir a
controlar que los recordatorios con la foto del niño estuvieran listos.

-No ir al bautizo de un sobrino no es un pecado, ¿sabes? –se defendió


Maca cansada de ser la diana del mal humor de su cuñada-. Pero si tanto
te molesta que te ayude, mejor me voy a casa a hablar con Cris que con
ella al menos me río…

-Así no lo mejoras –la advirtió Jero en un susurro.

-Pues nada, voy a flagelarme un ratito a ver si así me gano su perdón –


soltó la médico con ironía.

-A mí no me vengas con tu sarcasmo, ¿eh? –la amenazó la veterinaria,


apuntándola con el dedo para darle más énfasis a sus palabras.

-¿O qué? ¿No dejarás que vaya al bautizo de Luis? –quiso saber Maca
riéndose, aun sabiendo que aquel comentario podía acarrearle muchas
represalias en un futuro.

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-Eres tan imbécil, pero tanto –refunfuñó Anna.

-Sí, pero me quieres, y este hombretón de aquí también. ¿A que quieres


a tu tía? –le preguntó al pequeño que con todo el ruido se había
despertado, y había empezado a moverse en la cuna-. A ver si os
controláis un poco a la hora de darle de comer, ¿eh? Que el pobre
parece un cerdo de engorde.

-Por un momento había olvidado que estaba hablando con Maca “la
experta en criar hijos” –comentó Jero con sorna.

-Pues creo firmemente que un par de consejos vistos desde la distancia


os vendrían muy bien –opinó ella.

-Sí, tanta distancia que no puedes ni ir al bautizo –soltó Anna volviendo a


retomar el famoso tema, haciendo que la médico pusiera los ojos en
blanco, armándose de paciencia.

A pesar de la mayor parte de las veces se tomara aquellas


conversaciones a broma, y dejase que su sarcasmo saliese a flote con
todo su esplendor; la verdad era que un par de comentarios de su
cuñada sí habían conseguido hacer mella en ella y que se sintiera
realmente culpable. Como siempre se encargaba de recordarle, Anna la
conocía muy bien, algo que solía ser buena la mayoría de las veces, pero
que se giraba en su contra cuando la intención de la veterinaria era
hacerle daño. Y ciertamente consiguió su propósito cuando, hacía un par
de semanas, le explicó con todo tipo de detalles, lo bien que se lo había
pasado Luis cuando Esther se lo llevó a la piscina cubierta del club de
tenis. Su lado menos sensiblero, aquél que se empeñaba en hacerse el
duro en todo momento, le dijo que el nudo que se había instaurado en
su estómago al escuchar aquella narración se debía a que se había
imaginado a la abogada en bikini, lo que le había recordado el tiempo
que llevaba auto-imponiéndose el voto de castidad. Sin embargo, aquel
lado de su propia personalidad del que había renegado toda su vida le
dijo con algo de sorna que el malestar se debía, simple y llanamente,
porque seguía enamorada hasta las trancas de Esther. “Puedes seguir
engañándote a ti misma, pero fuiste tú la que compraste ese anillo para
poder dárselo a Esther algún día. Y serás tú la que lo ponga en el bolso
el día de Navidad con la esperanza de reunir el suficiente valor y
hacerlo” le espetó una voz repelente. “Fantástico, ahora me he vuelto
completamente loca y hablo conmigo misma en tercera persona” pensó
ella subiendo el volumen de sus auriculares de forma inconsciente.

Al fin, tras ocho horas y media de vuelo, las ruedas del avión entraron en
contacto de forma brusca con el asfalto de la pista de aterrizaje. De

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nuevo, aquel edificio acristalado de dio la bienvenida a su ciudad natal,


aquella de la que había huido tantas veces, pero a la que acababa
volviendo de forma irremediable. Parecía que la suerte seguía de su
lado, puesto que su maleta no tardó en aparecer por aquella cinta que
se deslizaba con esfuerzo y a base de chirridos por la estructura de
metal. Era una suerte que en primera clase el límite de peso se
encontrara en cuarenta kilos, puesto que de haber tenido que respetar
los veintitrés de clase turista, el sobrepeso a pagar le hubiese servido
para pagar otro billete. Como siempre le ocurría, cuando las puertas
acristaladas se abrieron para dejarle paso a la salida de la sala de
recogida de equipajes, le dio la sensación de ser una famosa a la que
persiguen los fotógrafos, puesto que enfrente de ella se encontró a un
centenar de ojos que la observaban atentamente, expectantes a la
salida de sus seres queridos. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios
al ver que Jero y Guille no habían cumplido sus amenazas y la habían ido
a esperar con una enorme pancarta de bienvenida. Lo que sí vio fue el
rostro de una emocionada Teresa que la esperaba a unos metros con
ojos brillantes, junto a un Manolo con cara de circunstancias.

-Lo siento. Le he dicho que estarías cansada, pero se ha empeñado en


venir –le dijo él mientras la que había sido su secretaria se abalanzaba
sobre ella para abrazarla con fuerza.

-¿Cómo no iba a venir a ver a mi niña cuando hace más de medio año
que no la veía? –repuso ella, ofendida por aquellas palabras.

-Si es que irte de viaje justo cuando yo estoy aquí –bromeó Maca cuando
sus mejillas eran cubiertas por sonoros besos-. Me acabas de dejar
sorda…

-Siempre tan arisca –le recriminó la mujer.

-Ya sabes que me encanta que hayáis venido a recibirme.

-Pues nada, ahora mismo nos vamos a tu piso que he dejado la comida a
manos de Cristina y a saber lo que habrá hecho con la carne –dijo a la
vez que tiraba de ella para guiarla al exterior del edificio.

-Comérsela, Teresa, comérsela. ¿A quién se le ocurre dejar comida con


alguien de la familia Ruiz sin nadie que la vigile?

-Oh, de eso nada. El resto está allí esperándote. ¡Mierda! Eso en teoría
era una sorpresa, así que haz el favor de hacerte la sorprendida. Manolo,
ve a pagar el ticket del parking mientras nosotros vamos tirando para el
coche.

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-Lo que usted mande, mi señora –contestó él con resignación,


provocando las carcajadas de Maca.

Apenas media hora más tarde, el vehículo se adentraba en las


profundidades del garaje del edificio, donde Manolo lo aparcó junto al
Mini de Cristina. Siempre había considerado que aquel coche podía
integrarse sin duda en la categoría de pijadas, puesto que su motor no
justificaba bajo ningún argumento el precio por el que lo había adquirido
la interiorista. Sin embargo, cuando ésta se lo enseñó con emoción, fue
incapaz de decirle su verdadera opinión al respecto, y se limitó a
contentarla diciéndole lo bonito que era y lo mona que quedaría
montada en él.

-¿Y quiénes están arriba? –quiso saber Maca ya una vez dentro del
ascensor.

-Pues básicamente, todos.

-¿Todos? –repitió temerosa, valorando sus posibilidades de escape, que


eran realmente escasas.

-Esther se ha escaqueado hábilmente, si es eso lo que te preocupa –


aclaró Teresa-. Recuerda que tú no sabes nada.

-¿Cómo está? –preguntó por primera vez en mucho tiempo, provocando


la mirada sorprendida de su antigua secretaria.

-No demasiado mal. De hecho, se podría decir que sus ojeras son
bastante menos exageradas que las tuyas.

-¿En serio?

-Espero que el deje de decepción que me ha parecido notar en tu voz,


sea sólo algo de mi imaginación. No te sigas adulando, Maca, porque no
fuiste tan importante para ella –le espetó, esbozando una sonrisa un
tanto cruel al ver el gesto contrariado de la médico.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, le pareció oír algo


relacionado con “empujoncitos y los jóvenes de hoy en día” saliendo de
la boca de Teresa a modo de murmullo, pero los gritos y exclamaciones
de bienvenida hicieron que se olvidara rápidamente del tema, y que lo
atribuyera a las horas de vuelo.

-Cualquiera diría que estarás por aquí sólo un par de semanas –observó
Guille refiriéndose a las dos enormes maletas que se habían quedado
abandonadas en el recibidor.

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-Quince días dan para mucho, ¿no lo sabías? –replicó ella con tono
travieso, haciendo que todos se temieran lo peor-. Tranquilos, que me
refería a que tenía que llevar mucha ropa por lo de las fiestas y eso…

-Sí, será eso –soltó Claudia con escepticismo-. Por cierto, ¿a qué hora os
vais mañana?

-Supongo que hacia las seis de la tarde para estar en Vic a las siete, más
o menos –contestó Jero, a la vez que se llevaba una aceituna a la boca.

-A todo esto, ¿dónde está mi niño? –quiso saber Maca, repasando la


estancia con la mirada en busca del cochecito de su sobrino.

-Con mis padres. Pero tranquila que mañana lo verás –le explicó Anna.

-Por las fotos que me mandó Jero, tiene que estar enorme –comentó la
médico-. Hablando de esto, todavía no tengo todos vuestros regalos, se
supone que tienen que llegar mañana por la mañana. ¿Os los doy ahora
o me espero?

-¡Ahora! –exclamó Claudia con ímpetu.

-En teoría este era el momento ideal para hacer gala de tu fuerza de
voluntad y solidaridad, y decir que teníamos que esperarnos a tenerlos
todos… -le espetó Guille.

-Vale, vale. ¿Cuáles faltan?

-El de Marta, el de Guille, los del niño y el tuyo –contestó Maca con una
sonrisa cruel.

-Pues está decidido, nos esperamos a mañana. Comemos juntos, ¿no? –


concluyó la cardióloga exhibiendo sin ningún pudor el gran morro que
podía llegar a tener-. Por cierto, ¿por qué algunos llegan más tarde que
los otros?

-Porque eran los que abultaban más y le pedí a un amigo de Jero si me


los podía colar en el avión. Me los traen mañana por mensajero –le contó
Maca, encogiéndose de hombros-. Pero antes, tengo que contaros una
cosita… ¿A qué no sabéis con quien comí antes de ayer?

Un Guille verde de la envidia le pidió que repitiera su relato varias veces


y con todo lujo de detalles. Casi le suplicó que definiera a su actriz
favorita con todos los adjetivos calificativos posibles, e incluso se
empecinó en que le describiera su voz al natural. La admiración de éste
y Jero contrastaba con la pasividad de las chicas, que permanecieron

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con muecas de aburrimiento durante el resto de la tarde. La excepción


entre ellas era Eva que, divertida, no se perdía ningún detalle del
numerito que estaba montando su novio. Hacia las ocho de la tarde un
considerable alboroto proveniente del recibidor los alertó de que alguien
acababa de tropezar con el equipaje de Maca. La médico se levantó
como un resorte para ir a socorrer a quien fuera que se encontraba en el
suelo entre maletas, mientras palabras inconexas salían de su boca. Al
ver a la interiorista de aquella guisa no pudo más que dejar que sus
carcajadas se apoderaran de ella, presa de un ataque de risa.

Poco más tarde, sus “invitados” se marcharon a sus respectivas casas,


no sin antes quedar para la comida del día siguiente que se celebraría
allí mismo. Cuando ambas se quedaron a solas, se dirigieron a la
habitación de la cirujana para que ésta pudiera deshacer las maletas con
tranquilidad mientras aprovechaban para ponerse al día. Una vez en la
cocina, donde se prepararon una cena ligera, Maca se percató de que
Cris había cambiado la distribución de muchas cosas. Durante la tarde
no se había dado cuenta, pero en las estanterías del salón, además de
sus fotografías, se habían añadido algunas otras. Tampoco se había
fijado en un cuadro abstracto, que no le desagradaba del todo a pesar
de ser de ese estilo y que la interiorista había colgado en la pared del
pasillo. Tuvo que reconocer que los cambios le gustaban, pero un atisbo
de tristeza la invadió al pensar que aquel piso que había sentido tan
suyo una vez, ahora parecía pertenecer más a Cristina que a ella misma.
Sin previo aviso, sus ojos volaron hacia una de las imágenes que se
encontraban junto al televisor, en la que aparecían la interiorista y
Esther muy sonrientes. El moreno de sus pieles y el que su única
vestimenta fuera sendos bikinis, le hizo sospechar que había sido
tomada en verano, seguramente aquel mismo agosto.

-Está igual, ¿eh? –se le escapó a modo de murmullo que no pasó


desapercibido por Cris.

-Que va, si es de hace dos años –contestó ésta, acercándose a ella para
quedar a su lado-. Este verano no pisó la playa ni siquiera un día, así que
está más blanca que un fantasma. Aprovechó sus vacaciones para irse a
Londres a visitar a su hermano.

-¿Y eso?

-No eres la única que ha estado escondiéndose, ¿sabes? Parece que a


ambas se os da maravillosamente bien huir de la otra.

-Que madurez la nuestra, ¿eh? –soltó Maca con ironía-. ¿Cómo está?

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-Bien, ahora bien. Pero mañana ya lo podrás ver por tú misma… A no ser
que una de las dos se escaquee a última hora, claro.

-No me tientes, no me tientes –murmuró la cirujana, exhalando un


profundo suspiro.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Claro.

-¿A qué viene preguntar por ella ahora? Llevas más de un año evitando
el tema a toda costa, saliendo de la habitación sólo con que se la
nombrara…

-Puedes llamarlo cobardía, si quieres. O quizás sea miedo, quien sabe.

-¿De qué?

-Sé que sonará egoísta, pero creo que de saber que ella estaba como
una rosa mientras yo me daba cabezazos contra la pared, a pesar de
haber puesto más de seis mil kilómetros de distancia.

-¿En serio hacías eso? –preguntó Cris con tono divertido, haciendo que
Maca la mirara con una ceja alzada-. Suerte, porque estaba a punto de
darte la tarjeta de un psiquiatra amigo mío.

-La autolesión no acaba de ser lo mío. Yo soy más de tirar las cosas al
suelo… Es más caro pero menos doloroso.

-Si es que para esto sois iguales –murmuró la interiorista.

-¿Has dicho algo?

-No, no… Que eso es mucho mejor. ¡Dónde va a parar! –se apresuró a
contestar Cristina-. ¿Nos vamos a la cama o tú estás con el jet lag?

-Por suerte no suelo tener, y como no he dormido en todo el vuelo, me


estoy cayendo del sueño…

A pesar de que aquello fuera cierto, tardó bastante en sucumbir a los


deseos de su cuerpo y caer dormida. Por su mente no dejaban de pasar
imágenes de su reencuentro con Esther que, a pesar de parecer que no
llegaría nunca, se daría al día siguiente. Su imaginación, empeñada en
cebarse con ella, la torturaba con sucesivas escenas en las que la
abogada la recibía sonriente, acompañada de otra mujer cuyo rostro
siempre permanecía borroso. Aunque también había la versión en la

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que, al verla, Esther enfurecía y le gritaba con enfado, no sin antes


saludarla con un sonoro bofetón. Al día siguiente, cuando se despertó,
no fue capaz de asegurar a ciencia cierta si había soñado todo aquello o
lo había visto antes de dormirse; lo único que sabía era que la imagen
de la abogada no la había abandonado en toda la noche.

Aunque hubiese pasado cientos de veces por aquella carretera, y que el


trayecto tuviera una duración aproximada de hora y media, el viaje en
coche se le hizo eterno. Debido a las horas y a la época del año en la
que se encontraban, hacía ya un par de horas que había anochecido, por
lo que los faros de los coches que circulaban en dirección contraria la
cegaban cuando sus ojos se quedaban fijos en ellos. Sabía que no debía
hacer eso, pero le resultaba inevitable cada vez que ocupaba uno de los
asientos que no era el del piloto. A pesar de haber prácticamente
encadenado un cigarrillo tras otro durante todo el día, su cuerpo le
mandaba señales recordándole que necesitaba de nuevo otra dosis de
nicotina. De buena gana se hubiera fumado uno, pero Anna odiaba el
olor a tabaco y, además, bajar la ventanilla con el viento helado
impactando contra ella no le apetecía demasiado en aquellos momentos.

Al adentrarse en la planicie en medio de la cual se alzaba la ciudad a la


que se dirigían, la denominada Plana de Vic, sus fosas nasales se
impregnaron de aquel aroma de purines tan característico de la zona y
objeto de muchas de las burlas dirigidas a sus ciudadanos. De hecho,
ella misma había colaborado en aquel tipo de bromas durante su época
universitaria. Sin embargo, se aburrió en seguida puesto que la
compañera a la que iban dedicadas, se mostraba impasible ante
cualquier comentario de aquel tipo. «Cuando has vivido allí toda tu vida
no te das ni cuenta. Además, supongo que es el precio que tenemos que
pagar para tener embutidos como los que tenemos» había dicho una vez
aquella chica sin perder la tranquilidad.

Junto con el olor, otro elemento típico de la zona hizo su presencia: la


niebla. Aquella de la que tanto se quejaban sus habitantes, pero que los
más mayores de empecinaban en decir que había disminuido en los
últimos años.

-¿Has puesto las anti-niebla? –le preguntó Anna a Jero.

-No es tan espesa como para que no se nos vea con las luces normales –
contestó él, mientras conducía tranquilamente.

-Ponlas de todos modos, que nunca se sabe.

Unos quince minutos más tarde, el vehículo se adentraba en la avenida

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que conformaba una de las entradas a la ciudad. Como en la mayoría de


municipios, aquel barrio podía clasificarse como “obrero”, o así lo
hubiese llamado su abuela. A pesar del frío, las aceras estaban
atestadas de pequeños grupos de inmigrantes, algunos de los cuales
esperaban su turno en el locutorio. Aquella visión le hizo recordar una
conversación que había tenido una vez con Encarna, quien le había
contado que la ciudad había sido importante por sus fábricas de pieles
durante la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, la competencia de
otros países que ofrecían aquel producto a un menor precio, había hecho
que la mayoría de las empresas se trasladaran a países con una mano
de obra mucho más barata. De esta manera, los inmigrantes que habían
acudido a aquella ciudad para hacer el trabajo en las fábricas que nadie
más quería hacer, se quedaron sin trabajo, pero ninguno parecía tener la
intención de marcharse de allí de momento.

Al final de aquella avenida, cruzaron un parque cuyo césped brillaba a


causa de las pequeñas gotas que desprendía la niebla. Frente a ellos, se
alzaba el lateral imponente de la catedral, cuyas paredes marrones
contrastaban notablemente con los colores nada discretos del palacio
episcopal. El coche bordeó las murallas que databan del siglo XVI y parte
de las cuales todavía se mantenía en pie. Se notaba que Jero conocía el
camino hacia la casa de los Ruiz, puesto que no dudó en ningún
momento del camino a tomar. De esta manera, se introdujeron en las
estrechas calles adoquinadas del casco antiguo hasta llegar a una
pequeña plaza que apenas podía denominarse de aquella manera.

Cuando Encarna le había dicho que su hermana mayor vivía en la casa


familiar, no pensó ni por un momento que se refiriera a un edificio como
aquel. Una fachada de estilo se alzaba enfrente de ella, cuyos moldes
destacaban alrededor de las ventanas. Se fijó en las elaboradas
barandillas de hierro forjado de los balcones de la planta noble, y en las
columnas con formas serpenteantes de la galería que daba a la calle. Por
lo que recordaba, Encarna le había contado que su padre había
comprado aquella casa a un industrial arruinado hacía más de cuarenta
años. Por aquel entonces, hacía ya unos diez años que la familia Ruiz
vivía en aquella pequeña ciudad del centro de Cataluña, y
acostumbrados a ella, decidieron quedarse allí cuando Antonio se
jubilara. Había sido Soledad, la mayor de las tres hijas, la que había
heredado el piso de sus padres; mientras que las otras dos recibieron las
dos plantas superiores del edificio, que se dividían cada uno en dos pisos
diferentes. La cuota mensual del alquiler de sus dos pisos, le permitía a
Encarna llevar una vida cómoda que hubiese sido inviable sólo con la
pensión de viudedad.

Alertado por el ruido de sus voces y de las maletas al impactar contra el

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suelo, apareció Jaume, el marido de Sole, acompañado por sus dos hijos,
Jordi y Miquel. Los dos chicos se ofrecieron para ayudarles con el
equipaje, mientras su padre acompañaba a Jero a dejar el coche en el
garaje. Como había supuesto, la entrada del edificio no era menos
espectacular que la fachada; frente a ella se alzaba una amplia e
impresionante escalinata que llevaba hasta el primer piso y que, como
ocurría en aquel tipo de casas, se estrechaba y simplificada a partir de
los siguientes. Subió a pie junto con uno de los primos de Esther,
mientras el otro y Anna lo hacían en ascensor. Se quedó ensimismada en
un vitral típicamente modernista cuyos colores vivos formaban figuras
florales.

-Es bonito, ¿verdad? –dijo Jordi-. Hará un par de años mi madre lo mandó
restaurar, y no veas el follón que se armó cuando resultó que las juntas
estaban hechas de plomo y que se tenía que sustituir por no sé qué
material.

-Es precioso…

-No se lo digas a mi madre porque es capaz de pasarse horas y horas


hablando de su significado… Y entre las claraboyas y éste, la cosa da
para mucho…

-Lo tendré en cuenta, entonces –contestó con una sonrisa, a pesar de los
nervios que habían vuelto a florecer y ahora parecían estar en su punto
álgido.

Sin embargo, el nudo en la boca del estómago producto de su estado de


casi histeria se convirtió en una masa compacta cuando Jordi abrió la
puerta del piso. Anna y Miquel ya habían entrado las maletas, que en
aquel momento descansaban en el amplio recibidor. A través de éste,
pudo vislumbrar un largo pasillo de altos techos que acababa en un
salón que hacía las funciones de distribuidor. Uno de los dos hermanos
abrió una de las puertas acristaladas del gran armario que decoraba el
recibidor y encendió el interruptor que se encontraba en una de las
paredes. Para su sorpresa, en vez de abrigos y estantes con ropa, vio
una escalera que conducía al piso de abajo.

-Jero y tú dormiréis aquí –les informó Miquel-. Antes eran las estancias
reservadas al servicio, pero lo remodelamos y ahora es un pequeño
apartamento –añadió empezando a bajar con una de las maletas.

-Tranquila, que no se ha olvidado de ti –le susurró Jordi con una sonrisa


amable-. A veces puede ser un poco seco, pero en el fondo es buen tío…
Tú, Cris, Esther y la familia de Anna dormiréis en las habitaciones del

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piso contiguo. Cuando éramos pequeños ocupábamos los dos, pero


ahora que mis padres están solos, cerramos el otro para ahorrar en
calefacción y estas cosas. Si no me equivoco a ti te han reservado la
habitación del fondo, se ve que eres la invitada ilustre y te has quedado
con la que tiene buenas vistas…

-Que honor el mío –soltó esbozando una sonrisa. Lo cierto era que aquel
chico le caía bien, y se sentía cómoda con él.

Cuando Miquel y Anna volvieron al recibidor, se dirigieron al salón


principal donde los esperaba el resto de la familia, incluidos los padres y
la abuela de la veterinaria. A pesar de las advertencias de Jordi, Maca no
pudo evitar alabar el piso, haciendo que Sole le prometiera que al día
siguiente se lo enseñaría por completo y le explicaría su significado.
Separado del salón por unas puertas correderas acristaladas, se
encontraba el comedor, que estaba presidido por una mesa larga y por
una enorme chimenea que en aquel momento estaba encendida. El
peculiar baile de las llamas provocaba unas sombras extrañas en las
paredes, donde se reflejaba la araña de cristal. El techo estaba decorado
con frescos cuidadosamente restaurados que reproducían un cielo claro
y azul que se vislumbraba a través de un manto de hojas.

-Se ve que es una copa de un salón de un castillo de Milán que pintó


Leonardo Da Vinci –le explicó Jordi en un susurro-. Pero creo que mañana
mi madre se encargará de explicártelo con más detalle…

En aquel momento, unos ruidos provenientes de la cocina hicieron que


dirigiera su mirada hacia allí. Tragó la poca saliva que quedaba en su
boca completamente seca ante lo que podía avecinarse, pero por suerte,
parecía que el momento se atrasaría algunos minutos más. Puesto que
fue Encarna la que apareció a través de aquellas puertas. A pesar de lo
que había imaginado, el saludo de la mujer fue un tanto seco. No sabía
por qué le había dado esa sensación, ya que la había abrazado con
cariño y besado en sendas mejillas, pero le pareció ver algo parecido al
enfado en sus ojos. Otro estruendo de la cocina la advirtió de que ahora
sí había llegado el tan temido momento o, al menos, de que apenas
unos metros la separaban de la abogada.

-Pasan los años, pero esta hija mía siempre conserva la pachorra –se
quejó Encarna-. A ella y a Cris no se les ha ocurrido nada más que
subirse un momento a la terraza de arriba a hacer vete tú a saber qué…

-Ya –fue lo único que consiguió decir Maca.

Cuando se disponía a abrir de nuevo la boca para decir algo más y así no

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quedar como la completa estúpida que se sentía, las puertas de la


cocina volvieron a abrirse. Contuvo la respiración, a la vez que sentía
como las palmas de sus manos se humedecían a causa del sudor frío
que la hacía sentir más incómoda si cabía. A través de aquellas láminas
de madera de color oscuro, aparecieron Cristina y Esther. La primera
parecía empujar a la otra mientras le decía algo con una sonrisa entre
cruel y divertida. La abogada, por su parte, se dejaba llevar por su
prima, a la vez que se pasaba las manos por el pantalón, como si se las
secara. Mientras la veía acercarse como a cámara lenta, le dio tiempo a
repasar su cuerpo que estaba más delgado de lo que recordaba y su piel
lucía también más pálida. Cuando la abogada estaba ya a apenas unos
metros de distancia, sus miradas se cruzaron por primera vez después
de casi trece meses, tantos que parecían una vida entera.

-Me pregunto si algún día conseguiré que te quites estos dichosos


vaqueros –le espetó Encarna a su hija, rompiendo el silencio que se
había instalado-. No lo digo por ti, querida; a ti te quedan muy bien –
añadió al percatarse de que Maca también vestía unos, y que ante el
reproche anterior no había podido evitar encogerse levemente,
sintiéndose culpable.

-Hola, Esther –la saludó la médico, consciente de que no podría decir


nada coherente aparte de aquello.

-Hola –repitió la abogada, esbozando una leve sonrisa.

Era consciente de que debía decir algo, cualquier cosa, para no quedar
como una completa estúpida. Notaba su corazón palpitar con fuerza en
su pecho, y durante unas milésimas de segundo temió que saliera
disparado a las manos de Esther. «Tampoco estaría tan mal» pensó para
sus adentros con cierto sarcasmo. «Quizás si tuviera los reflejos
suficientes como para cogerlo, podría soltarle una cursilada del tipo
“Tómalo, porque es tuyo”. Claro que después moriría, así que no me
serviría de mucho». Como solía ocurrirle, aquel tipo de pensamientos
provocaron que se dibujara una sonrisa inconsciente en su rostro.
Obviamente, ella no se percató de aquella mueca que había aparecido
en el peor de los momentos, hasta que vio el gesto extrañado de
Cristina.

-¿Qué tal? –se apresuró a preguntar, en un intento frustrado de romper


el hielo. «Muy original, sí señora» se regañó a sí misma.

-Bien, bien… ¿Y tú?

-Liada con el trabajo, pero bien… -contestó, sintiéndose la persona más

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ridícula del mundo. «Muy bien, ahora es cuando te pones a hablar del
tiempo y ya te ganas el título a la más imbécil».

-Yo me vuelvo a la cocina a acabar de preparar las cosas –anunció


Encarna con un tono que a ella le pareció malhumorado.

-¿Quiere que la ayudemos? –se ofreció ella, deseando salir del campo de
visión de Esther con la esperanza de poder darse cabezazos contra la
pared más dura.

-No hace falta, pero gracias. De todos modos, odiaría ser la causa de la
interrupción de esta conversación tan amena… -soltó la mujer con un
más que evidente sarcasmo.

Definitivamente, aquella no era la misma Encarna que ella había


conocido más de dos años atrás. Quizás sí era cierto que tenía memoria
selectiva, pero la recordaba algo más dulce y cariñosa, al menos, para
con ella. Desechó la idea de que el carácter de la mujer se había agriado
a causa del duro golpe que había supuesto la muerte de su padre. Así
que decenas de ideas a cada cual más improbable, empezaron a circular
por su mente a toda prisa.

-Procura mantenerte alejada de ella durante estos días –le recomendó


Cris en su susurro, al pasar por su lado.

Ni siquiera le dio tiempo a preguntar un simple “por qué”, puesto que la


interiorista parecía haber adquirido poderes que aumentaban la
velocidad de sus movimientos, y ya se encontraba abrazando a Anna. Le
hubiese encantado permanecer en aquella postura en la que su cabeza
estaba medio ladeada hacia atrás, pero supuso que dentro de poco la
tortícolis sería insoportable y que además, era una actitud poco educada
para con Esther. «Y poco madura» añadió su conciencia.

-Hay que ver lo rápido que ha bajado la niebla, ¿eh? –soltó de carrerilla,
cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los de la abogada.

-Sí, es impresionante –asintió ésta con un deje divertido.

-Esto es patético –reconoció al final, bajando la cabeza como si admitiera


su derrota-. Al menos hubiese podido aprovechar el vuelo para hacerme
una lista con posibles temas interesantes a sacar…

-O yo te hubiese podido echar una mano –añadió Esther a modo de


disculpa.

-No te culpo. De haber estado en tu lugar, yo hubiese hecho

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exactamente lo mismo. Mi cara debía ser de lo más gracioso.

-Sí que lo era, sí. ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Eh… Creo que sí –accedió Maca aun temiéndose que la aparente


amabilidad de hasta entonces sería sustituida, al fin, por una retahíla de
reproches, a los que se uniría el resto de la familia de Esther y que
acabaría con su fusilamiento en la plaza de la ciudad.

-La sonrisa de antes, ¿a qué se debía? –preguntó tras unos segundos en


los que pareció armarse de valor. «Vale, esto es mucho peor que los
insultos» pensó ella.

-Contéstame tú antes a otra cosa, ¿vale? ¿A qué se refería Cris con lo de


no acercarme mucho a tu madre?

A pesar de que la abogada no llegara a contestar debido a que su


presencia fue requerida en la cocina; el repentino sonrojamiento de sus
mejillas, sin embargo, le había hecho sospechar que la respuesta estaba
vinculada a ella misma. Y que además, le avergonzaba tener que
contárselo. A pesar de haber saciado levemente su curiosidad por
entender el cambio de Encarna para con ella, las posibilidades que se
planteaba ahora no eran para nada halagüeñas. ¿Acaso se había
enterado Encarna de que los gustos de su hija no iban por donde ella
creía? Y de ser así, ¿se lo habría contado Esther, o las fuentes serían
otras? ¿La culparía a ella por el repentino cambio de acera de su hija?
¿Pero en qué sentido? Probablemente pensaba que ella se había
encargado se seducir a la abogada hasta llevarla por el camino de la
perdición o, simplemente, la culpaba por haberla dejado tirada mientras
ella estaba pasándoselo en grande en Nueva Jersey.

Eran demasiadas preguntas y posibilidades sin respuesta las que se


planteaban en su ya embutida cabeza. Lo único que tenía claro en aquel
momento, era que todavía tenía por delante dos largos días y dos
interminables noches. Ahora que lo pensaba, seguramente lo más
sensato sería coger prestado un cuchillo de la cocina y llevárselo a la
habitación por si entre los cambios de la personalidad de Encarna, se
encontraba el homicida. Como medida alternativa a la fuga, decidió que
se escondería tras su sobrino, del que no se despegaría en todo aquel
tiempo. Le importaba muy poco con cuantos abuelos y familiares tendría
que pelearse para conseguirlo, pero ella era su tía, y veía a Luis muy
pocas veces al año. Por lo tanto, podía decirse que ahora poseía todo su
tiempo de forma legítima. Los padres de Anna también le servirían como
un buen escudo, siempre se habían llevado bien, así que no le sería
difícil rodearse de ellos y, así protegerse de los posibles y más que

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probables ataques de la familia Ruiz.

A pesar de su actitud un tanto distante, Encarna se empeñó en sentarse


al lado de Maca, por lo que ésta no tuvo otro remedio que intentar
mantener una conversación distendida con ella durante toda la cena.
Contestó con educación todas y cada una de las preguntas que la mujer
le hizo acerca de sus actividades del último año, explicando algunas de
las anécdotas que había protagonizado Gregory. Cristina la obligó a
contar como, en su última visita a Barcelona el agosto pasado, se había
encontrado al médico montado en el mismo avión que ella.

«-¿Qué coño haces tú aquí? –le espetó Maca al verlo sentado en el


asiento de detrás del suyo.

-Creo que es bastante evidente, Macarena –se limitó a contestar él con


tranquilidad-. Me he escapado del hospital para conocer de primera
mano tu país.

-Supongo que tienes planeado coger otro avión dirección al sur.

-¿Lo dices en serio? Tengo la intención de que tú misma me muestres


esas cantidades de alcohol y sexo por los que sois tan famosos…

-Ni lo sueñes. He venido para pasar unas vacaciones familiares, y lo


último que pretendo es que mi sobrino tenga un trauma infantil por tu
culpa.»

-¿Y qué hiciste? –quiso saber Jordi que se encontraba sentado enfrente
de ella.

-Lo aguanté durante un par de días y después lo obligué a meterse en


un avión destino Nueva York –contestó la médico encogiéndose de
hombros-. Pero en vez de eso, el tío se cogió uno para Marbella y se tiró
ahí una semana más… No quiero ni saber lo que hizo.

-Seguramente lo que hacíais juntos durante tu residencia –soltó Jero con


gesto inocente.

-Hablando de esto, ¿no has encontrado ninguna novia por allí? –se
interesó Encarna, haciendo que toda la mesa enmudeciera, a excepción
de los tíos de Esther que seguían conversando entre ellos.

-Eh… Pues no… -contestó ella con apuro-. La verdad es que no.

-Así que supongo que sigues picando de flor en flor.

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-Yo… No… -titubeó avergonzada, mientras se escudaba en su copa de


vino.

-Bueno, quizás sea mejor. Así puedes sacar a Esther algún día por ahí,
que hace muchísimo que no sale. Además, tú seguro que conoces un
montón de bares de esos… Ya que ahora resulta que lo de los novios ha
pasado de moda, al menos podría encontrar una novia decente…

Realmente, había sido una mala idea lo de esconderse tras el vino,


puesto que al escuchar aquellas palabras, el líquido se atascó en su
garganta y tomó el camino incorrecto. Un ataque de tos compulsivo y
para nada adecuado dado el momento, la invadió por completo
provocando que su rostro enrojeciera más de lo que ya estaba, y que las
lágrimas empezaran a brotar en sus ojos. Sabía que toda la mesa la
estaba mirando, algunos con preocupación y otros con curiosidad. Por
suerte, Anna, que se encontraba sentada a su lado, se apresuró a
propinarle suaves palmadas en la espalda, algo que consiguió calmarla
un poco. Una vez recuperada del numerito que había montado en un
momento, sus ojos se cruzaron con los de Esther que, si bien no había
sufrido un ataque de tos, lucía tan o más roja que ella. Era bastante
evidente que la abogada estaba realmente avergonzada por las palabras
de Encarna.

-No es que hayan pasado de moda, madre –le dijo a su madre,


visiblemente enfadada por su salida.

-Pues ya me dirás a qué viene que de repente te plantees tu vida al lado


de una mujer –contestó la mujer con aparente tranquilidad.
Indudablemente, debían haber mantenido aquella misma conversación
decenas de veces.

-No creo que este sea ni el momento, ni el lugar adecuados para hablar
de este tema. Ya lo discutiremos cuando lleguemos a Barcelona, ¿vale?
Una vez más, claro…

-¿Qué lugar mejor que hacerlo en familia?

-Mamá, estás montando un numerito y aguando al resto la Nochebuena


–le advirtió Esther, incómoda por la situación.

-¿Es eso verdad? ¿Os estoy estropeando la noche? –quiso saber la mujer,
dirigiéndose al resto.

-No, pero mejor cambiemos de tema –se atrevió a decir Sole, en vista de
que nadie más abría la boca.

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-Es que lo que yo quiero saber y no logro entender, es que cómo es


posible que mi hija de treintaicuatro años haya sido incapaz de decirme
hasta ahora que es de la acera de enfrente.

-Lesbiana, mamá; lesbiana.

-Lo que sea. No sé, quizás es porque no tengo mucha experiencia en el


asunto, pero normalmente se sabe antes, ¿no? Por ejemplo, Maca; ¿nos
podrías decir cuándo fuiste consciente de que te gustaban las mujeres?

-No lo sé –contestó ella dejando claro que no pensaba tomar partido en


aquella conversación que se estaba tornando cada vez más tensa e
incómoda-. Pero sí estoy de acuerdo con Esther en que deberían hablar
acerca de este tema a solas.

Tras decir aquellas palabras, la médico siguió degustando la cena de


forma impasible, mientras intentaba ignorar las miradas asombradas del
resto de comensales que se habían centrado en ella. Su intención al
“plantarle cara” a Encarna no había sido posicionarse al lado de Esther
ni mucho menos; no esperaba para nada que la abogada le agradeciera
el gesto, pero lo que sí le resultaba realmente incómodo era que se la
mezclara en todo aquello. No acababa de entender la causa del cambio
de actitud de Encarna, suponía que tenía que ver con la orientación
sexual de su hija; como tampoco comprendía la razón que había
impulsado a la mujer a llamarla para invitarla a pasar dos días en su
casa familiar. Le preocupaba realmente la actitud que tendría a partir de
ahora para con ella, sobre todo, teniendo en cuenta que estaba en su
territorio y rodeada de sus hermanas, cuñados y sobrinos. No tenía muy
claro de lo que se suponía que era culpable, pero lo que sí era más que
evidente era que Encarna la culpaba de algo. La cuestión era si el resto
de la familia compartía la opinión de la mujer.

Sin embargo, a pesar de haber pensado alguna vez que aquello la


afectaría, el que la viuda de su padre fuera ya consciente de que la
abogada era lesbiana, no la preocupaba en demasía. De hecho, siempre
le había extrañado que Encarna no lo sospechara, puesto que la
consideraba una persona inteligente y lo suficientemente astuta como
para darse cuenta de algo así. No obstante, seguramente esto se debía
a que, como muchas personas de su misma generación, no había
querido darse cuenta de ello aun existiendo pruebas suficientes y
evidentes que se empeñasen en confirmarlo.

Tras un comentario gracioso de Cristina que Jordi se encargó de ampliar,


el tono de la conversación se destensó y el ambiente pasó a ser menos
violento. Tenía que reconocer que aquel chico le había caído bien desde

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el principio, a diferencia de su hermano al que no había visto sonreír en


ningún momento. Su carácter extrovertido y bromista le recordaba
muchísimo al de la interiorista, por lo que no le extrañaba que se
llevaran tan bien. La mujer de Jordi también se le antojaba realmente
agradable, aunque quizás, la causa de ello no fuese más que aquella
sonrisa dulce que no se había borrado en toda la cena. Encarna, por su
parte, a pesar de no mostrarse signos de enfado, no dijo mucho más en
lo que quedó de celebración. Sin demasiado disimulo, sus hermanas se
la llevaron a la cocina supuso que para echarle la bronca por su actitud
descarada; no creía que nada de lo que le hubiesen dicho podría hacer
que Encarna cambiara de opinión, pero al menos sirvió para que se
mostrara un poco más participativa.

La velada se alargó hasta hacia las dos de la madrugada. Tras la


sobremesa reglamentaria se trasladaron a la zona del salón con la
intención de estar más cómodos y así alargar la charla. A pesar de que
se hubiera desvelado a causa del cambio de horario al que estaba
acostumbrado, Luis no tardó en dormirse en sus brazos; por lo que lo
llevaron a la habitación que se le había reservado. La leña crepitaba en
la gran chimenea de hierro forjado que ocupaba prácticamente una de
las paredes en su totalidad. Jordi le admitió en un susurro que aquellas
llamas altas y espléndidas habían sido fruto de los arduos esfuerzos de
los respectivos miembros de la familia. No fue hasta una hora más tarde,
cuando Sole recordó que tenían unas pastillas para avivar el fuego, que
consiguieron que las llamas prendieran en la leña.

Parecía que tanto Maca como Esther habían decidido de muto acuerdo y
de forma tácita que no debían acercarse demasiado la una a la otra. No
es que se evitaran de manera evidente, pero si podían impedirlo, no
estaban en la misma conversación. Sin embargo, su fuerza de voluntad
demostró no ser tan fuerte como creían, puesto que sus ojos volaban
frecuentemente al cuerpo de la otra cuando se encontraba distraída. A
pesar de ello, sus miradas se cruzaron en más de una ocasión, haciendo
que las mejillas de ambas enrojecieran levemente y giraran sus caras al
instante en un intento fallido de disimulo. De esta manera, apenas
intercambiaron un par de frases, todas ellas promovidas por Cris o Anna
que, compinchadas, parecían pasárselo realmente bien.

Sentía que el frío se había apoderado de todas las partículas de su


cuerpo desde que había entrado en aquella habitación. El dormitorio
podía ser el que tenía las mejores vistas, no dudaba de la palabra de
Jordi, pero debido a la espesa niebla no se podía ni ver el otro lado de la
calle, así que no pudo probarlo. Sin embargo, también era el más frío.
Según le había dicho Cris, que dormía en la habitación de al lado, se
encontraba encima de la entrada del edificio que, obviamente, carecía

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de calefacción alguna. Por ello, el frío subía hacia arriba y provocaba que
fuera necesaria la ayuda de un calefactor extra que, a juzgar por su
tamaño, sólo llegaba a calentar hasta dos metros a la redonda.

A pesar de haber probado mil y una posturas diferentes, no conseguía


entrar en calor. De hecho, le parecía que sus pies estaban cada vez más
fríos, y empezó a temer que a la mañana siguiente se los encontraría de
un color azulado nada bonito. «En ese caso, estoy segura que Encarna
estará encantada de llevarme a un hospital para que me los amputen»
pensó con cierto cinismo. Nunca había podido dormir con calcetines, no
ya por el simple hecho de que a su juicio fuera terriblemente
antiestético, sino porque le resultaba increíblemente incómodo.

Cansada de dar vueltas en la cama y temiendo que si seguía allí todavía


tendría más frío, apartó el grueso edredón y salió de entre las sábanas.
Por increíble que pareciera, fuera todavía hacía más frío. Tiritando, corrió
hacia el armario y cogió una sudadera forrada por dentro que se había
cogido por precaución. Aquella prenda no acababa de ser de su gusto,
puesto que al quitársela la camiseta que llevaba debajo siempre estaba
llena de pelusa roja que tardaba tres lavadoras en desaparecer del todo.
Pero aquello no le importaba lo más mínimo en aquel momento. Lo único
que quería era que aquel frío infernal que le había calado hasta los
huesos desapareciera. Abrió la puerta lentamente, queriendo evitar así
el chirrido que emitían las viejas bisagras. Agradeció para sí misma que
ninguna de las baldosas estuviera suelta, puesto que estaba segura que
de haber sido así habría tropezado y acabado en el suelo. A pesar de la
poca luz y gracias a que sus ojos se habían acostumbrado ya a la
oscuridad, fue siguiendo los elaborados dibujos del mosaico hasta llegar
a uno de los salones. No tenía ni idea donde podía encontrar otra manta
o cualquier cosa que le sirviera para calentar su cama, así que siguió
andando con la esperanza de encontrar un armario. «Y si tuviera un
cartel con un “aquí hay mantas de lana” sería de mucha ayuda».

De repente, el absoluto silencio en el que hasta el momento había


estado sumida, se quebró a causa de un murmullo ahogado. Siguió
caminando y le pareció que dicho rumor se transformaba en una
melodía. Nunca había sido una experta en el tema, de hecho sus
conocimientos técnicos sobre música se limitaban a las clases del
colegio; pero hubiese jurado que alguien estaba tocando el piano, o
escuchaba una pieza tocada en ese instrumento a un volumen
demasiado elevado dadas las horas. Con la esperanza de que se
encontraría a alguien despierto a quien preguntarle por el paradero de
las mantas, siguió adelante. La música cada vez sonaba más fuerte,
señal de que se acercaba a ella, hasta que puso distinguir claramente
cada nota cuando ya hubo cruzado prácticamente todo el piso. El largo

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pasillo acababa en un nuevo salón, éste algo más pequeño que los
anteriores. Sin embargo, a pesar de lo que había creído, allí no había
nadie tocando el piano e, incluso, parecía que la melodía se encontraba
más lejana. Giró sobre sus talones y volvió sobre sus pasos
retrocediendo el camino hecho.

Alcanzados apenas un par de metros, le dio la sensación de que la


música había vuelto a aumentar de volumen. Confundida, repasó el
pasillo y se sorprendió al ver un armario de tamaño considerable a un
lateral. Recordó como aquella misma tarde, Miquel había abierto las
puertas de uno muy parecido y en su interior se encontraban unas
escaleras. Sin dudarlo ni un segundo, imitó al chico y sonrió cuando la
melodía llegó de forma más nítida todavía a sus oídos. Descendió por los
escalones ayudada por la tenue luz que llegaba desde el piso inferior, y
se quedó en silencio al encontrarse con lo que parecía una sala de estar.
Los muebles debían ser de los años setenta, a juzgar por el estampado
de tapizado del sofá y las sillas. La estancia era realmente pequeña,
aunque quizás le diera esa sensación a causa de la gran cantidad de
muebles que se amontonaban allí. En el rincón más alejado se distinguía
un tresillo cuya tapicería se notaba ya desgastada y, al lado del cual se
encontraba una notable librería repleta de libros, carpetas y revistas
varias. Pudo distinguir algunas de las mismas revistas sobre la mesilla
auxiliar de madera y, a juzgar por sus portadas, databan de algunas
décadas atrás. Junto a la librería había una salamandra antigua que en
aquel momento funcionaba a poca potencia, aunque a pesar de ello, el
calor que desprendía llegaba hasta ella. Finalmente, sus ojos se posaron
en un piano vertical de madera oscura que había sido arrinconado
contra una pared y que era el causante de aquella melodía que la había
llevado hasta allí. Aunque lo más acertado sería decir que el autor era la
persona que deslizaba sus dedos con habilidad por las teclas de un tono
amarillento que en otras épocas deberían haber sido de un blanco
reluciente.

-No sabía que tocaras el piano –comentó, haciendo que su presencia


quedara al descubierto.

-Y yo casi había olvidado tu insomnio –dijo Esther a la vez que se giraba


para mirarla.

-Creo que eres la hija que mi padre hubiese deseado tener. Se pasó años
intentando que aprendiera a tocar el piano, pero sólo consiguió que
como acto de rebeldía me apuntara a clases de guitarra.

-¿En serio?

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-Sí, y no se me daba nada mal. Pero apenas me acuerdo de nada, así


que no me pidas que coja una porque no sabría ni tocar un acorde…

-A mí me apuntaron a los siete años y lo dejé al empezar la universidad.


He perdido algo de práctica pero todavía me suena algo. ¿Te he
despertado?

-No, que va; a penas se oía. No podía dormir a causa del frío… Estaba
buscando mantas.

-¿Has mirado en tu armario? Creo que en la estantería de arriba había un


par.

-Mierda… Soy imbécil –se lamentó la médico.

-No creo que sea eso, supongo que no te fijaste. La verdad es que esa
habitación es bastante fría.

-Y la cama demasiado grande para una sola persona –añadió Maca con
una sonrisa, en un intento de romper el ambiente tenso.

-Siempre puedes llamar a alguien para que te ayude a calentarla –le


espetó Esther con algo de dureza.

-No tengo a nadie que pueda hacerlo –replicó ella enarcando una ceja
ante el comentario de la abogada.

-¿Has perdido la agenda? Porque hasta donde yo recuerdo, tenías a


bastantes voluntarias… -prosiguió sin medir sus palabras.

-Mejor me voy a la cama.

-Lo siento, lo siento. No tengo ningún derecho a decirte esto. Pero es que
la situación me tiene desbordada: mi madre, mi familia, tú…

-Si te sirve de consuelo yo estoy rodeada de personas que seguramente


me odian y que me han puesto en una habitación con la esperanza de
que me muera de frío –la tranquilizó la cirujana, apoyándose en el quicio
de la puerta.

-Nadie te odia, Maca. De hecho, los tenías a todos emocionados por tu


llegada. Mi madre ha limpiado dos veces tu habitación…

-Lo tendré en cuenta por su ha dejado algún tipo de veneno que se


transmita por el contacto –bromeó ella.

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-Mi madre te adora, lo ha hecho siempre…

-Pues últimamente no me ha dado esa impresión. La cena no ha sido


muy cómoda que digamos.

-Te parecería una Nochebuena ideal si hubieses estado en la del año


pasado. Justo tres horas antes mi madre se había enterado de que soy
lesbiana y llegó aquí hecha un obelisco.

-¿Puedo…? ¿Puedo preguntarte cómo se enteró?

-Claro. Digamos que yo no estaba pasando por mi mejor momento, uno


de esos en los que estás cabreado con todo el mundo y lo único que te
apetece es tirar todo al suelo, ¿sabes? El único problema es que yo
sucumbí a ese impulso. Así que me dediqué a ensañarme con mi
habitación. Estaba tan enfrascada en ello que no me di cuenta de la hora
y de que había quedado con mi madre para ir a buscarla a su casa y
venir para acá. Se ve que estuvo llamándome durante un rato pero yo
no contestaba, supongo que tenía en móvil en silencio, no sé. Total, que
al final se cogió un taxi y fue a mi casa… Me encontró en medio de mi
dormitorio como una auténtica histérica.

«-¿Puedes contarme qué se supone que está pasando? –soltó nada más
abrir la puerta y encontrarse el suelo cubierto de ropa, cristales rotos del
marco y demás objetos de su hija.

-Me… Me he tropezado y en un intento de no caerme me he agarrado a


lo primero que he encontrado que ha resultado ser la estantería –fue la
primera excusa que se le ocurrió a Esther.

-Mira, a veces puedo parecer tonta, pero no lo soy. Así que no me


insultes y cuéntame el porqué de tu mal humor de las últimas semanas.

-El trabajo no va tan bien como debería.

-Te he dicho que no me insultes, Esther. Estamos en tiempos de crisis,


todo el mundo habla de ello, así que no me digas que el trabajo no te va
bien. Por esa misma regla de tres, todo el mundo debería estar tirando
sus cosas al suelo, y yo veo a Laura muy calmada.

-Pues a mí me da por ahí, ¿vale? –replicó la abogada alzando la voz.

Encarna empezaba a perder la paciencia en vista de que su hija seguía


en sus trece y no parecía tener la más mínima intención de revelarle la
causa de su enfado. En aquel momento tuvo unas ganas casi
irrefrenables de zarandearla y abofetearla hasta que entrara en razón y

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empezara a actuar como la persona adulta que en teoría era. Pero no


podía recriminarle a su hija haber actuado de forma compulsiva si ella
hacía lo mismo, así que se limitó a bajar la cabeza intentando encontrar
las palabras adecuadas para intentar razonar con ella. Pero en vez de
hallar la paciencia que buscaba, se topó con un marco hecho añicos que
contenía una fotografía que le era vagamente familiar.

De repente, una idea cruzó su cabeza como si fuera un rayo. En aquel


momento, diversos cabos sueltos de la vida de su hija y de la suya
propia se unieron y ataron como por arte de magia. Recordó el
distanciamiento entre Emilio y Esther, aquél tan repentino y que tanto le
había extrañado teniendo en cuenta lo unidos que siempre habían
estado. Se sorprendió al percatarse de que su hija nunca había tenido un
novio conocido a excepción de Raúl, quien había aparecido de repente y
había desaparecido del mismo modo. La cara sonriente de la hija de su
marido fallecido parecía reírse de ella dentro de aquel marco. Se dio
cuenta de que el mal humor y la taciturnidad de Esther habían
empezado cuando Maca se había ido, ni antes ni después. Realmente le
parecía inconcebible que aquella idea no hubiese pasado por su cabeza.
¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta de que las miradas
que se intercambiaban ambas chicas transmitían algo más de lo que ella
creía? ¿Cómo no se extrañó cuando de la noche al día dejaron de tirarse
los trastos a la cabeza para ser inseparables? Ahora, quizás ya
demasiado tarde, se daba cuenta de que sus visitas al baño simultáneas
eran siempre demasiado largas.

-Es por Maca, ¿verdad?

-¿Qué?

-¿Qué sientes por ella? ¿Estás enamorada o es sólo un experimento para


saber lo que se siente?

-Yo… No…

-¿Eres lesbiana?

-Sí.

-¿Estás así por ella?

-Sí.

-¿Te has enamorado de Maca?

-Sí.»

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La médico observaba a Esther un tanto extrañada por su repentina


interrupción de su relato. Hacía ya algunos minutos que se había
sentado en una de las piezas del tresillo, pero parecía que la abogada ni
siquiera se había percatado del cambio, a juzgar por su impasibilidad y
su mirada perdida. Supuso que estaba recordando la conversación que
había mantenido con su madre, así que se armó de una paciencia que
no tenía y esperó a que prosiguiera. Al fin, Esther se pasó las manos por
el pelo, alborotándolo, y parpadeó un par de veces como si hubiera
despertado de un largo letargo. Permaneció callada durante algunos
segundos más, intentando encontrar las palabras adecuadas y
sospesando hasta donde era prudente contar. Finalmente, exhaló un
profundo suspiro y prosiguió.

-Mi madre vio la foto esa que me regalaste hace dos navidades en el
suelo. El cristal se había roto cuando se cayó al suelo. Todavía no
entiendo cómo empezó a atar cabos; la cuestión es que lo hizo. Fue ella
la que dedujo lo que ocurría: que habíamos estado juntas y que yo soy
lesbiana.

-Y supongo que me culpa a mí de que lo seas, ¿no?

-Si te digo la verdad, no tengo ni idea de lo que pasa por la cabeza de mi


madre en estos momentos. Sé y puedo asegurarte que te aprecia
mucho, te la ganaste en los preparativos de la boda y desde entonces te
tiene mucho cariño.

-Pero en estos momentos me odia, así que creo que parte de esa estima
se ha esfumado un poco…

-No es que te odie, pero creo que te hace responsable de algo aunque
en el fondo sepa que no es así. No sé si es que sigue creyendo que me
sedujiste hasta llevarme al lado oscuro, o que considera que me
abandonaste…

-Perdona, ¿que yo te abandoné? ¿Se puede saber qué le has contado a


tu madre sobre nosotras? Porque me da la sensación de que te saltaste
un par de cosillas importantes –la cortó exaltándose. Al fin y al cabo,
parecía que la herida no estaba tan cicatrizada como debía.

-Cálmate, ¿quieres? –le espetó Esther de forma seca-. No le he contado


nada sobre nosotras, nunca. Si lo hubiera hecho, sabría de qué te culpa,
¿no crees?

-Lo que no entiendo, es porque me llamó para invitarme.

-Porque quería que estuvieras aquí. Todos lo queríamos. Hacía un año

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que no sabía nada de ti y creo que se pensaba que te pasaba algo con
ella… De todos modos, no le tengas en cuenta lo de esta noche; la cosa
se le ha ido de las manos.

-¿Todos?

-¿Qué? –dijo sin saber a qué se refería.

-Que si es verdad que todos queríais que viniera.

-Sí.

-¿Tú también?

-Si te digo la verdad, hasta antes de ayer no tenía ni idea de que


vendrías, así que no participé demasiado en la decisión de llamarte…

-Ya…

-¿Decepcionada? ¿Qué pensabas, que le había suplicado a mi mamá que


te llamara para poder verte? –quiso saber la abogada esbozando una
sonrisa divertida a la vez que enarcaba una ceja.

-Pues no hubiese estado nada mal, sobre todo si te hubieras arrodillado


y llorado –contestó Maca de forma burlona.

-Por cierto, me han contado que ahora te codeas con actrices famosas y
que para más inri te vas de compras con ellas… Ha sido lo primero que
me ha dicho Cris nada más llegar esta tarde. Según ella os habéis hecho
íntimas.

-¿Celosa? –se interesó la médico con una sonrisa provocativa.

-¿De una mujer cuya cuenta corriente es quince veces la mía y que ha
sido la protagonista de tus sueños más inconfesables? Apenas.

-Me refería a si estabas celosa de mí… -la corrigió Maca entrecerrando


los ojos, satisfecha por la respuesta anterior.

-No, ya sabes que nunca ha sido una de mis actrices favoritas –contestó
la abogada con tranquilidad, aunque consciente de que había quedado
en evidencia.

-Así que estás celosa de ella, ¿eh? –se burló la cirujana entre risas-.
Tranquila porque está felizmente casada, así que no supondrá una
competencia demasiado dura para ti…

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-Como si tuviera la más mínima intención –gruñó la abogada con


fastidio.

-Ya, lo que tú digas. Pero negarlo no tiene ningún sentido cuando es más
que evidente que estás loca por mí –siguió burlándose Maca con una
amplia sonrisa que denotaba lo bien que se lo estaba pasando.

-Vale, me has pillado. Desde que supe que venías no he podido pegar
ojo. De hecho, ahora mismo estaba intentando componer una canción
romántica para ti –le espetó con sarcasmo-. Y hablando de esto… Me
han comentado que esta anoche no dormiste demasiado, ¿no?

-Será cabrona…

-Será como tú quieras, pero la pobre se pasó toda la noche oyéndote…


Por cierto, me encantaría saber cómo te ganaste a la actriz esa.
¿También le hablaste del tiempo?

-Sí. Pero sobre todo, comentamos lo bonito que era el mobiliario de mi


habitación –contestó sin perder la sonrisa-. No veas lo cómoda que era la
cama. Y grande. Cabían dos personas perfectamente en cualquier
postura…

-Estoy segura de que la mantuviste mucho más caliente que la de aquí.

-Bueno, eso no es muy difícil teniendo en cuenta que esta habitación


debe tener una temperatura media de cero grados…

-Hay que ver lo poco exagerada que eres, ¿eh?

-Y aún así te tengo loca –soltó Maca con tono chulesco.

-¿Quieres parar ya con la bromita? –le pidió Esther, aunque más bien
sonó como una orden.

-Sólo si tú me respondes una pregunta…

-Lo que sea con tal de que te vayas a dormir.

-Venga mujer, no me digas que no tendría su punto si ahora entrase tu


madre y nos pillara juntas a altas horas de la noche.

-Muchísimo; de hecho es el sueño de mi vida. ¿Me vas a decir tu


preguntita o no?

-¿Por qué estabas así cuando entró tu madre en la habitación? Me refiero

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a qué es lo que hizo que estuvieras tan enfadada como para tirar tus
cosas al suelo, incluida mi foto –preguntó al fin, mucho más seria de lo
que había estado en toda la conversación.

No podía creerse que aquellas palabras hubiesen salido de la boca de


Maca. Y por su cara preocupada y las arrugas que se habían formado en
su frente, parecía que ésta también estaba sorprendida por su valentía.
¿Qué contestar a aquello? Esa era la pregunta del millón, y no sabía la
respuesta. Se sentía como si hubiese llegado al final de un difícil
concurso y tuviese la solución delante de sus narices, pero no conseguía
llegar a ella. Recordaba la respuesta vagamente, como si la hubiera
sabido en otra vida o quizás mucho tiempo atrás. ¿Qué decir? Nunca le
había gustado mentir ante preguntas directas. Algo contradictorio
teniendo en cuenta que era abogada y debía hacerlo a menudo para
defender los intereses de sus clientes. Pero no le gustaba.

Su mente trabajaba a toda velocidad, sospesando los pros y los contras


de decir una cosa o la otra. Como en la figura de la justicia, a un lado de
la balanza se encontraba la verdad y en la otra la mentira, y ella era la
encargada de decidir. Sin embargo, a diferencia de la imagen que
decoraba el Colegio de Abogados, ella no tenía los ojos vendados, no era
imparcial, como tampoco era ajena al conflicto. ¿Qué hacer? Pensándolo
fríamente, ¿qué podía pasar si desvelaba la razón verdadera?
Seguramente sería Maca la que se quedaría sin palabras. Ella se pondría
en evidencia, sí; quizás perdería parte de su orgullo, también. Pero, ¿qué
le había dado su orgullo hasta ahora? Nada, o al menos no en aquel tipo
de ocasiones.

A pesar de saber que aquella coraza de pasotismo y serenidad aparente,


que se había encargado de construir en los dos últimos días, quedaría
malherida fue consciente de que tampoco le importaba demasiado.
«Defectos de fabricación. Nada puede cumplir en triángulo de rápido,
bueno y barato. Pueden existir dos valores juntos, pero nunca los tres».
Definitivamente, aquella coraza había sido rápida y barata, así que no
era buena. Si le decía la verdad quedaría expuesta y vulnerable ante sus
ojos, pero como había aprendido durante todos aquellos años de batallas
dialécticas frente a otros letrados, todo dependía de la actitud con la que
se enfrentara a las cosas.

-No hace falta que me contestes si no quieres –dijo Maca al ver que no
decía nada. Malinterpretando aquel silencio; confundiéndolo con el de
una persona que no se atreve a contestar.

-Porque te habías ido –fue la única respuesta de Esther.

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-¿Qué?

-Estaba enfadada porque me habías dejado aquí y tú habías vuelto a


huir como hiciste hace años –añadió con toda tranquilidad, como si
aquello hubiese ocurrido lustros atrás, como si realmente fuera algo del
pasado que ya no importaba.

-Creí que no te importaría que lo hiciera, que te habías sacado un peso


de encima.

-Pues te equivocaste.

-No me pediste que me quedara.

-Tampoco parecía que quisieras que lo hiciera.

-Pues te equivocaste.

-No, Maca; fuiste tú la que dejaste claro que todo había sido un error.
“Una pérdida de tiempo” creo que fueron tus palabras literales. ¿En serio
crees que después de eso podía pedirte que te quedaras?

-No fui yo la que se pasó meses defendiendo a capa y espada que


nuestra relación no era tal. ¿Hace falta que te recuerde que fuiste tú la
que se empeñó en cargarse lo nuestro? Porque si de lo que se trata aquí
es de citar frasecitas célebres yo tengo unas cuantas para soltar. ¿Qué
tal el “no somos novias” y el “no tienes derecho a decirle a un tío que
me está sobando descaradamente que aparte sus manos de mí”?

-Nunca dije eso.

-No, pero ese era el verdadero significado. Y sí, sé que me equivoqué al


acostarme con Bea y seguramente en muchas otras cosas, pero fuiste tú
solita la que saboteó lo nuestro. ¿Y por qué? Por no decirle a tu madre
que eres lesbiana. Suerte que tomaste tantas precauciones porque
quizás de no haber sido así, ahora te habría repudiado.

-No tienes ni puta idea de lo que pasó. Y lo peor de todo es que después
de todos, ni te molestaste en saber como soy. ¿Por qué coño te crees
que no te pedí que te quedaras? Porque sabía que no tenía ningún
derecho a hacerlo, después de como te había tratado.

-¿Y por qué crees que es eso? ¿Acaso no se te ha ocurrido pensar que es
por tus malditas corazas y por esa manía tuya de ser más impenetrable
que una puta muralla? Cuéntame como es la verdadera Esther García,
porque me estoy muriendo de ganas de saberlo –le espetó ya alzando la

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voz, completamente fuera de sí.

-¿Lo quieres saber? Pues es la que esa jodida noche en la que a ti no se


te ocurrió nada más que tirarte a tu amiguita, fue a tu casa como una
auténtica imbécil para decirte que te quería, y que por eso estaba
dispuesta a contarle a su madre lo que fuera. Algo que tú nunca hiciste a
pesar de lo mucho que “luchaste” por nuestra relación. ¿Y sabes lo que
creo? Que aunque digas que tú querías formalizarla, que querías más;
en realidad ya te iba bien lo que teníamos.

-¿Perdona?

-¿Acaso me dijiste alguna vez que me querías o que querías más de mí?
No que yo recuerde.

-Creo que era bastante obvio.

-Para mí no. Lo siento, pero la capacidad de saber lo que piensa la otra


sólo con mirarla, únicamente sale en las películas y en las novelas
románticas –le dijo con tono cansado, mientras se levantaba de la
banqueta del piano.

-¿Y qué crees que me hubieses dicho tú si yo te hubiera dicho que te


quería? Joder, Esther; ni siquiera querías que nuestros amigos lo
supieran, tenías alergia a salir a cenar conmigo, ¿recuerdas? Por no
decir, claro, las caras que ponías cuando alguien insinuaba que
estábamos juntas.

-¿Pero es que no has escuchado lo que acabo de decirte? Que te quería,


joder. Porque te lo puedo decir más alto, pero no más claro.

-¿Me querías o me quieres? –le preguntó ya más calmada, acercándose a


ella.

-No me hagas esto –le pidió Esther en un susurro, dando un paso


titubeante hacia atrás.

-Contéstame.

-Maca… No…

-Sabes que dicen que quien calla otorga, ¿no? –soltó esbozando una leve
sonrisa burlona, a la vez que seguía con su acercamiento.

-No me vengas con esas –le dijo Esther algo molesta.

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-Dímelo.

-Te quería… -murmuró con voz casi inaudible, dando la sensación de que
pretendía seguir pero no se atrevía, o no sabía cómo hacerlo.

-Y…

-Y todavía lo hago.

-Me alegro, porque yo también te quiero.

Aquellas palabras, a pesar de ser dichas en un leve susurro, resonaron


por toda la estancia como si se hubiesen tratado de un grito. O al
menos, eso le pareció a Esther quien tuvo la sensación de que un
escalofrío le recorría todo el cuerpo, cruzando su columna vertebral y
dejando un leve cosquilleo en los hombros. Un nudo se apoderó de la
boca de su estómago, y éste se estrechó cuando fue consciente de lo
cerca que se encontraba Maca. Lentamente, sus labios se fueron
acercando, como si se atrajeran como imanes; hasta que finalmente,
entraron en contacto. Se acoplaron como si hubieran estado en aquella
posición toda la vida. No quedaba duda de que esa parte de su cuerpo
había echado de menos a su homónimo, a juzgar por como se buscaban
y se succionaban. No fue consciente del momento preciso en el que su
espalda entró en contacto con la fría pared recubierta por un ya
envejecido papel de tono salmón; sólo supo que de repente entre su
cuerpo y el de Maca no pasaba ni un ápice de aire y que las manos de la
cirujana se habían apoderado de su cadera. Ella sólo pudo perder la
poca cordura que le quedaba en aquella lengua que le pedía paso,
mientras sus manos se dedicaban a alborotar el pelo de Maca para
evitar que pudiera separarse de ella.

Una parte de su mente le decía que debía parar aquello cuanto antes,
cortar por lo sano. Pero su fuerza de voluntad parecía haberse ido muy
lejos, tanto que ya ni sabía dónde estaba; quizás en paradero
desconocido. Desde que aquellos labios habían entrado en contacto con
los suyos, en el preciso momento en el que un escalofrío la recorrió a
causa de un leve roce, su razón se había evaporado como por arte de
magia. El papel de la pared ya no le torturaba la espalda, seguramente
por el propio calor de su cuerpo que iba en aumento, aunque seguía
percibiendo el frío que desprendía la piedra que se escondía detrás de
aquellas flores asalmonadas.

De pronto, un destello cruzó su mente. En un primer momento pensó


que alguien las había pillado y se dedicaba a hacerles fotos, pero pronto
se dio cuenta de que había sido producido por el avance de las manos

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de Maca. Éstas habían sorteado una barrera que hasta el momento


había permanecido infranqueable: su camiseta. La médico no parecía
muy dispuesta a detener sus avances, como si después de haber
reunido el valor suficiente para ser capaz de acariciar aquella piel, ya no
le quedaran fuerzas para controlar su deseo.

-Maca… -consiguió decir Esther entre besos, cuando las manos de la otra
habían alcanzado ya sus pechos-. No…

Sin embargo, la cirujana hizo caso omiso a aquella petición hecha en un


susurro entrecortado, y siguió con sus menesteres a la vez que pasaba a
atacar el cuello de la abogada.

-Para, en serio –le pidió de nuevo, aunque en esta ocasión con algo más
de vehemencia.

-¿Qué pasa? –quiso saber Maca, separándose algunos centímetros para


mirarla confusa.

-Que no quiero un polvo de aquí te pillo, aquí te mato. Eso es lo que


pasa –contestó Esther.

-¿Quién ha dicho que vaya a ser eso?

-Mira, lo último que me importa ahora mismo es encontrar un buen


adjetivo para definirlo. Pero seamos realistas: en menos de dos semanas
tú te irás otra vez a Nueva Jersey, donde por ahora tienes tu vida.

-¿Y? Eso son muchos días…

-Pues que no quiero estar diez días, o los que sean, follando
esporádicamente para que después tú te vayas pasado ese tiempo. Me
ha costado muchos meses estar bien de nuevo, y francamente, no me
hace mucha ilusión pasarme otros tantos llorando por los rincones
porque tú has vuelto a marcharte.

-¿Y qué pretendes que hagamos? Porque está claro que no podemos
estar asolas en una misma habitación durante mucho rato…

-Lo que haremos será comportarnos como las personas adultas y


maduras que somos, no como gatas en celo.

-No sé si a mí me convence del todo este trato, ¿eh?

-Pues lo mejor será que te convenza rápido porque a partir de ahora


mismo te mantendrás a más de medio metro de mí como mínimo.

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-¿Y si no quiero? –la desafió Maca sin apartarse ni un ápice a pesar de


las palabras de la abogada, manteniendo las manos apoyadas en sus
caderas.

-Que te quedarás sin piruleta y sin regalos. Por favor, que pareces una
niña…

-Espero que no me esté dando lecciones de madurez, señorita no-quiero-


contarle-a-mi-madre-que-soy-lesbiana-porque-me-da-miedo-que-me-de
je-sin-paga.

-Eres insoportable, ¿te lo había dicho ya?

-No en el último año –contestó con una sonrisa provocadora-. Pero creía
que era el amor de tu vida, o eso me ha parecido oír hace pocos
minutos.

-¡Ah! ¿Pero es que antes no hablábamos de amor fraternal?

-No sé tú, pero yo no suelo hacer con mi hermano lo que hago contigo…

-¿En serio? Siempre has sido rarita.

-¿Te estás riendo de mí?

-Ni se me pasaría por la cabeza –repuso con sorna.

-¿Sabes que me encanta cuando sonríes así? –le dijo mientras se


acercaba peligrosamente a ella.

-Maca, por favor… -se quejó Esther girando su cara a un lado.

-Vale, vale –se rindió la médico apoyando su frente en el hombro de la


abogada-. Mejor me voy a mi habitación, que se nos ha hecho
tardísimo…

-Pues sí, porque mañana tendremos que levantarnos mínimamente


temprano. O yo, por lo menos; a no ser que quiera que mi madre me
eche a patadas de la cama para que la ayude a preparar la comida.

-Entonces, voy a ponerme la alarma; no vaya a ser que Encarna tenga


otro argumento más para echarme en cara…

-¿Además de haber seducido a su hija?

-Exacto. Dios, que bien se está aquí.

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-Sí, muy bien. Pero tienes que irte.

-Ya lo hago, ya lo hago. Sólo… Sólo dame un par de segundos más.

-Me lo estás poniendo difícil, ¿sabes? –le dijo algo incómoda a causa del
cosquilleo que le provocaba el aire que Maca expulsaba al respirar.

-Sólo me limito a conservar la esperanza de hacerte cambiar de opinión.

-Sabes que es lo mejor.

-Sí, lo sé. Nos vemos mañana… -dijo separándose al fin de ella, sin
muchas ganas. Quizás por esa falta de ganas no consiguió alcanzar el
objetivo que se había marcado inicialmente y se quedó a escasos
palmos de su cara.

-Bien.

-Bien –repitió dejando que sus ojos se clavaran en sus labios-. Buenas
noches –añadió dejando un breve beso en ellos.

-Buenas noches –repuso Esther intentando retener el sabor de aquella


parte del cuerpo de la médico-. Anda, tira –le ordenó propinándole una
palmada en el trasero.

Con pasos desganados Maca finalmente desapareció por las escaleras,


dirección a la planta superior. Al salir de aquella pequeña sala, el
ambiente frío azotó su rostro y volvió a invadirla. Dudaba que aquellas
mantas consiguieran que entrara en calor, teniendo en cuenta que los
grados de su dormitorio era todavía más bajos que los de aquel pasillo.
Una parte de ella la regañó diciéndole que era una exagerada y que lo
que pasaba era que notaba el cambio de temperatura debido al calor
que hacía en aquel pequeño salón. Así que se armó de valor y, haciendo
gala de su fuerza de voluntad se dirigió a su habitación con paso rápido
deseando meterse bajo una montaña de mantas.

Esther, por su parte, hacía ya un buen rato que estaba en su cama,


disfrutando de la comodidad de su colchón de lana. Parecía mentira,
pero aquél era el más cómodo que había probado en su vida a pesar de
lo viejo que era. Inconscientemente, dibujó una sonrisa al recordar las
promesas incumplidas que le había hecho aquel dependiente que le
había vendido su colchón de látex que en teoría se moldeaba según su
postura. Cuando empezaba a notar que los párpados le pesaban más de
lo normal, señal inequívoca de que caería dormida en breve, oyó como
la puerta se abría detrás de ella. Se giró para identificar al causante de
dicha intromisión y no se sorprendió demasiado al encontrarse la cabeza

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de Maca asomarse por el espacio que había dejado.

-Prometo no pasarme, lo juro. Pero es que en mi habitación hace un frío


que pela y ya que estamos en crisis, ¿qué mejor que economizar el
espacio? Además, a mi móvil le queda muy poca batería y sería una
tragedia si no sonara la alarma.

-Tienes un morro que te lo pisas –le espetó con voz ronca debido a su
estado adormilado, aunque con un simple movimiento de su brazo
levantó las sábanas a modo de invitación-. Pero las manos quietas, ¿eh?

-Te doy mi palabra –contestó de forma solemne-. Qué bien se está aquí –
comentó con un suspiro al notar el calor que invadió su cuerpo.

-Pues no te acostumbres porque mañana duermes en tu habitación. Ya


me encargaré yo de que esté bien.

-Hija, hay veces que eres de un soso.

-Alguna de las dos tiene que conservar el sentido de la responsabilidad.


Y ya que a ti no te veo muy dispuesta a hacerlo, me ha tocado a mí.

La médico no contestó a aquellas palabras, simplemente se dio la vuelta


y se tumbó sobre ella. La exclamación de protesta que se disponía a salir
de la boca de Esther se quedó encallada a media garganta, al ver que no
había ninguna sospecha que indicara que Maca iría más allá. Una de sus
manos, autónoma de su mente, se deslizó por su espalda hasta posarse
a mitad de ésta, rodeándola así con el brazo. No sabía qué hacer
exactamente con la otra; de hecho, le daba la molesta sensación de que
le sobraba. Sin embargo, aquel dilema no duró mucho más, puesto que
pronto la vio cubierta por la homónima de la cirujana, quien no necesitó
de mucho empeño para que sus dedos se entrelazaran. Notó como la
respiración de Maca se acompasaba y tranquilizaba tras un leve suspiro
y supo que no faltaba mucho para que cayera rendida.

-Buenas noches –susurró antes de dejar un beso en su pelo.

Cuando se despertó, le pareció tener el vago recuerdo de haber oído una


alarma en algún momento de la noche. Supuso que había sido un sueño.
De pequeña, muchas noches solía sucederle aquello cuando al día
siguiente tenía algo importante o debía levantarse pronto. Imaginando
que todavía sería muy pronto, echó una ojeada perezosa a su reloj.
Definitivamente, no había sido un sueño. Las agujas, de un tono
amarillento debido a la oscuridad, no dejaban lugar a dudas de la hora al
marcar las doce y cinco. El primer instinto fue incorporarse de sopetón,
aunque un peso en su torso del que no había sido consciente hasta el

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momento, y un leve gruñido de desaprobación impidieron que


consiguiera su objetivo. A pesar de que durante unos segundos pensó
que la había despertado, la abogada seguía plácidamente dormida con
la cabeza sobre su pecho. Con cuidado, para no despertarla, se zafó
como pudo de su abrazo. Salió sigilosamente de la habitación,
procurando cerrar la puerta de manera que las bisagras no chirriaran
demasiado, y se marchó de allí a toda prisa dirección a su dormitorio.
Una vez allí, a salvo de cualquier mirada indiscreta, se quitó el pijama
para vestirse con cualquier cosa. No sabía exactamente donde se
suponía que tenía que ducharse, pero no pensaba aguantar una mirada
reprobadora de Encarna al presentarse en la cocina en pijama.

Al sacarse la camiseta una oleada de un perfume demasiado conocido


inundó completamente sus fosas nasales. Lo cierto era que tenía que
reconocer que había echado de menos aquel aroma. Y hasta el momento
no había sido consciente de cuanto. No sabía por qué, aquel aspecto de
las personas se le quedaba fácilmente grabado en la memoria, pudiendo
identificar rápidamente quien llevaba cada perfume cuando lo olía. Y
Esther no había sido la excepción. De hecho, se había pasado todo un
año creyendo percibir su perfume; le pasaba en todas partes. Cuando
aquello ocurría, no podía más que girar su cabeza buscando al causante
de la vuelta a su mente de todos los recuerdos que vinculaban a la
abogada, aunque nunca pudo evitar inhalar profundamente los últimos
vestigios de aquel aroma en un intento de que permanecieran en sus
fosas durante el mayor tiempo posible.

De pronto, sacudió su cabeza con fuerza para quitarse aquellos


pensamientos de la cabeza y acabar de vestirse lo más rápido posible. Al
acabar, salió de la habitación para dirigirse a la cocina, donde supuso
que estarían todas las mujeres de la casa preparando la comida. Cuando
apenas se encontraba a escasos metros de la puerta, exhaló un suspiro,
que a ella se le antojó demasiado ruidoso, para conseguir las suficientes
fuerzas como para soportar con paciencia las miradas divertidas que
Anna y Cris le dedicarían con toda seguridad.

-Mira, la Bella Durmiente –soltó la interiorista nada más verla.

-Buenos días –saludó de forma generalizada, entrando en la cocina con


aparente tranquilidad-. Siento las horas pero ayer no conseguía
dormirme y mi móvil se ha quedado sin batería.

-Si quieres darte una ducha, en el armario del baño que está al lado de
tu habitación puedes encontrar toallas. Coge las que quieras –le dijo Sole
con una sonrisa amable.

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-Tranquila, ya la acompaño yo –se ofreció Cris, a toda prisa.

-Voy con vosotras –anunció Anna-. ¿Os importa?

-Claro que no, hija. Si ya está casi todo preparado –contestó Carmen.

-Creo que podré ducharme sola, ¿eh? –les espetó Maca cuando
estuvieron lo suficientemente lejos como para que no las oyeran.

-Por si acaso –dijo su cuñada con una sonrisa.

-Así que anoche te costó dormir, ¿eh? –comentó Cris una vez en la
habitación que ocupaba la médico mientras ésta buscaba en el armario
la ropa que tenía que ponerse-. Ahora entiendo a qué venía tanta
entrada y salida de tu habitación…

-Pues si me hubieses dicho que estabas despierta, me hubieses


ahorrado una bonita ruta en busca de mantas.

-Ya… -repuso Anna con escepticismo.

-A ver, ¿qué queréis saber? –les preguntó cruzándose de brazos de


forma desafiante.

-Antes que nada, decirte que has estado muy aguda con lo del móvil. Yo
casi me lo creo –se burló la interiorista-. Pero no creo que mi tía lo haya
hecho…

-¿Me vais a decir qué se supone que está pasando o tendré que esperar
a que me lo suelte Encarna?

-Pues ahora que lo dices, me gusta la idea de que te coja desprevenida…

-Pero como somos muy buenas –añadió su cuñada-, nos vemos


obligadas a decirte que no nos parece bien que a la primera de cambio
ya estéis la dos metidas en la misma cama.

-¿Cómo sabéis eso?

-Tu suegra se ha encargado de anunciarlo entre quejas y bufidos cuando


ha vuelto de su corta expedición para despertar a Esther. Algo que
finalmente no ha hecho al ver que a mi querida prima no le gusta perder
el tiempo.

-Mierda –gruñó Maca-. Esther me va a matar cuando se entere.

-Bueno, si lo miras por el lado bueno, al menos tu excursión nocturna te

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evitó tener que usar las mantas, ¿no? –observó Cris con sorna.

-Joder…

-De todos modos, a mí personalmente me importa un pepino qué hiciste


con las mantas, como si planeas casarte con ellas… Lo que yo quiero
saber es qué pasó con Esther.

-Eso, eso –la secundó Cris con emoción.

-¿Hicisteis…? –preguntó Anna, a su vez.

-¿Cómo acabaste en su cama? –quiso saber la interiorista.

-Eso mismo me gustaría saber a mí –soltó una voz detrás de ellas,


seguramente desde la puerta, haciendo que todas se sobresaltaran y se
giraran para mirar a la persona que acababa de hacer su aparición.

-Joder, que susto me has dado, cabrona. Pensaba que eras tu madre –se
quejó Cris con la mano en el pecho.

-Eso os pasa por cotillas. Tendríais que haberos visto las caras –dijo la
abogada entre risas.

-Pues a mí no me ha hecho ni la más mínima gracia –soltó Maca con


enfado, mirándola de forma acusadora; aunque sus ojos se clavaron de
forma inconsciente en una parte determinada de la anatomía de la
abogada que se marcaba ligeramente a través de su camiseta de
pijama, seguramente a causa del frío.

-Primita, tápate, que a algunas se les va la vista hacia tus atributos


femeninos… -le recomendó Cristina de forma divertida, al percatarse de
la causa del ensimismamiento de la médico.

-Ahora no te hagas la ofendida que la que se ha ido sin despertarme has


sido tú –la acusó Esther, ignorando el comentario de su prima.

-Y gracias a eso, a la primera que Encarna ha mirado mal ha sido a mí –


se defendió la cirujana-. Porque al menos espero que tras la mirada
asesina que me ha dedicado, se haya desahogado un poquito…

-Pero si tu suegra de adora, Maquita –comentó Anna, consciente de que


la palabra empleada para referirse a Encarna volvería a encauzar la
conversación y, además, pondría a las dos mujeres de lo más nerviosas.

-Primero, no es mi suegra, así que ¿podrías dejar de llamarla así? Y

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segundo, me voy a la ducha que estoy cansada de escuchar tantas


tonterías –les espetó saliendo rápidamente de ahí.

-Pero mujer, no te vayas así que estoy segura que a Esther le encantaría
frotarte la espalda –dijo Cris alzando la voz para que pudiera oírla, algo
que consiguió a juzgar por la contestación que obtuvo de la médico-.
Hay que ver la facilidad que tienen algunas para escaquearse.

-Y ya que todavía te tenemos a ti, y dado que tu única opción es irte con
tu madre…

-Lo mejor será que desembuches –prosiguió la interiorista.

-No pienso contaros nada. Simple y llanamente porque no pasó nada.

-¿A acabar durmiendo juntas le llamas nada? –preguntó su prima con


indignación.

-A ver –accedió al fin, dándose por vencida-. Maca apareció por allí
porque estaba en búsqueda y captura de mantas. Yo no podía dormir por
lo que me puse a tocar el piano…

-Seguro que una canción de amor con la que pensabas deleitarla –la
cortó Cris sin poder resistirse-. Algo así como el Para Elisa pero dedicada
a ella. Vale, vale, me callo –añadió al ver la ceja arqueada de la
abogada.

-Si quieres te dejo seguir, ¿eh? Ya que parece que lo conoces de primera
mano –repuso ésta.

-No, no, sigue –se apresuró a contestar la interiorista, principalmente por


la mirada asesina que acababa de recibir por parte de Anna.

-Pues eso, que empezamos a hablar de temas sin demasiada


importancia. No sé cómo, la cosa se torció ligeramente y acabamos
reprochándonos lo que no debíamos…

-¿Y? –la animó a seguir la veterinaria, ansiosa por llegar a la parte


morbosa del asunto.

-Nada –se limitó a contestar Esther.

-¿Cómo que nada? Soy tu prima mayor, te conozco desde que naciste y
por tu cara sé que algo pasó –se indignó Cristina.

-Nos besamos –soltó Maca apareciendo por la puerta, envuelta en una

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toalla que resultó ser más pequeña de lo que ella había pensado, y con
el pelo todavía húmedo-. De forma apasionada, y luego hicimos el amor
como posesas hasta que los vecinos de arriba nos gritaron que
paráramos porque no podían dormir. ¿Contentas?

-Lo estaría si fuera cierto –dijo Anna-. Pero teniendo en cuenta que nos
has dicho eso, debió pasar algo todavía más importante.

-Mierda, nos han pillado Esther. Tendremos que contarles que nos
declaramos, que nos dijimos que nos amábamos como nunca habíamos
hecho hasta el momento, y que el sol sin la presencia de la otra no brilla.
Y todo eso obviamente con música de violines sonando de fondo –dijo
con un sarcasmo más que evidente.

-¿En serio? ¿Y el violinista, lo alquilasteis o apareció de forma


espontánea? –quiso saber Cristina con fingido entusiasmo.

-Tonterías aparte, yo creo que realmente pasó algo importante. Pero no


lo que tú querías –opinó la veterinaria apuntando a Maca con el dedo-.
De lo contrario, sabiendo que a ti te gusta ducharte con agua casi
ardiendo, ahora mismo tu piel estaría roja.

-Y no lo está, lo que significa que te has dado una ducha fría, o por lo
menos, con el agua a una temperatura más baja de lo habitual –
prosiguió Cristina.

-Ergo, ayer te quedaste con las ganas –concluyó Anna-. Y la cuestión es


el porqué.

-¿Os aplaudo por esta muestra de agudeza o me limito a daros un par de


palmaditas a cada una?

-Que borde eres cuando quieres –le recriminó su cuñada.

-Pero eso ya lo sabías cuando decidiste casarte con Jero y entrar a


formar parte de mi familia… Así que aun a pesar de que vuestras teorías
infundamentadas sean de gran interés, agradecería que me dejarais
vestir tranquilamente.

-¿Por qué? Todas las presentes ya te hemos visto desnuda. Algunas más
que otras pero…

-Yo no –apuntó Cris encogiéndose de hombros-. Desde que un día entré


por descuido en su baño mientras se estaba duchando y un poco más y
se descalabra, dejé de intentarlo. Pero tengo que admitir que tengo
curiosidad por saber si el atolondramiento de Esther es fundado o no.

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-Esto… Creo que os habéis olvidado, pero sigo aquí –dijo la aludida, algo
molesta por la actitud de las dos mujeres.

-Tranquila, nos acordamos –contestó su prima-. Aunque ahora que lo


pienso, creo recordar que mi madre me dijo que tenía que poner la
mesa…

-Sí, y yo tengo que ir a ver qué tal está el niño –la secundó Anna
mientras ambas salían de la habitación.

Maca siguió su trayecto con la mirada hasta que desaparecieron tras la


puerta. Sonrió al ver como la abogada se asomaba por el pasillo para
cerciorarse de que realmente se habían marchado y no estaban
apostadas detrás de la madera. Tras corroborarlo, entrecerró la puerta y
se sentó en el borde de la cama todavía desecha, ante la atenta mirada
de la médico que la miraba con la ceja levantada.

-Recuérdame porque todavía no hemos huido de esta casa de locos –se


quejó Esther con la voz amortiguada debido a que había escondido su
rostro detrás de sus manos.

-No está tan mal cuando sólo los aguantas un par de veces al año.

-Ya… Oye, ¿por casualidad en el hospital en el que trabajas no


necesitarán de los servicios de una abogada? Aunque ahora mismo me
conformo con lo que sea…

-Odiaría que tu madre me persiguiera hasta el otro lado del Atlántico


para pedirme explicaciones sobre tu huida repentina, así que voy a
responder que no.

En aquel momento, Esther notó la presencia de la médico mucho más


cerca de lo que estaba antes. Supuso que se había acercado a ella en el
transcurso de la conversación. Apartó las manos de su cara lentamente,
y tuvo que tragar la poca saliva que quedaba en su boca al encontrarse
los muslos de Maca justo enfrente de sus ojos. ¿Desde cuándo las toallas
eran tan pequeñas en aquella casa? Aquella pregunta martilleó en su
cabeza de forma contundente, hasta que no fue capaz de reunir la
suficiente fuerza de voluntad como para conducir sus traviesos ojos
hasta los homónimos de la cirujana.

-Puedes tocarlos si quieres, ¿eh? –la invitó Maca de forma socarrona-.


Son fruto de las sesiones de spinning a las que Cuddy me obliga a ir.

-Vete a la mierda –le espetó Esther visiblemente sonrojada, molesta por


saberse descubierta-. Mejor me voy y dejo que te vistas.

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-Tranquila, Anna tiene razón ya me has visto desnuda. Y en situaciones


algo más intimas que ésta, además.

-Te lo estás pasando bien, ¿verdad?

-Ni te lo imaginas.

-Pues deja de intentarlo porque no pienso sucumbir por muchos


comentarios con segundas que sueltes –le advirtió saliendo del
dormitorio.

-Eso ya lo veremos –murmuró Maca dejando caer la toalla al suelo para


empezar a vestirse.

Debido a que había sido poca la ropa que se había llevado y que ya
sabía lo que iba a ponerse en aquel día de Navidad, no tardó demasiado
en vestirse. Así que salió de la habitación tras arreglarse lo
estrictamente necesario y secarse el pelo todo lo que la ya humedecida
toalla le permitió. Nada más entrar en el comedor se encontró a Cristina
siendo regañada por su madre debido a que había colocado las copas de
cava a la derecha del agua en vez de a la izquierda. Al principio tuvo la
tentación de ir a rescatar a su okupa, como solía llamar; pero finalmente
su lado malvado venció y fue a saludar a los hombres de la casa que, en
aquellos momentos, discutían acerca de algún tema político. Sin
embargo, no tardó mucho en sentirse culpable a causa de la poca
colaboración en la preparación de la comida; por lo que volvió al
comedor y esperó pacientemente a que Carmen acabara de quejarse de
la inútil de su hija para preguntar si necesitaban su ayuda para algo.

-Podrías traer las copas de vino, ¿por favor? Y Cris, por Dios, pon las
servilletas con un poco más de gracia. Mira, para hacer las cosas así
mejor que no me ayudes.

-Joder, mamá; es que no entiendo porque me pidas que venga si nunca


te parece bien como hago las cosas –se quejó la interiorista, mientras se
marchaba hacia donde se encontraban los demás, seguramente en
busca de protección paterna.

-¡Será posible! Como vuelvas a soltar un taco como ese delante de mí,
te lavo la boca con jabón –le gritó con indignación-. Tanto colegio de
pago y tantos sacrificios para que sea una mal educada.

Sin saber atreverse a moverse lo más mínimo por si acaso alguno de los
reproches acababa dirigiéndose a ella, la médico permaneció algunos
segundos más en el comedor. Finalmente, se dirigió hacia la cocina,
temerosa de encontrarse alguna escena semejante a la que acababa de

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vivir. No cabía duda que si algo les faltaba a las mujeres de la familia
Ruiz no era precisamente un carácter fuerte. Y lo que más miedo le daba
era que Encarna no parecía ser una excepción. No dudaba de que lo que
le había dicho Esther respecto a que su madre no la odiaba, no fuera
cierto; pero al fin y al cabo, en aquellos momentos para la mujer ella no
era más que la degenerada que se acostaba con su hija. «Y lo más triste
de todo es que ni siquiera nos acostamos» pensó a la vez que esbozaba
una sonrisa irónica. Al entrar en la cocina se encontró a una atareada
Encarna que se estaba peleando con lo que fuera que se cocía en el
horno, mientras que Sole ultimaba los detalles de los entrantes con la
ayuda de una más que perdida Esther.

-Lo estás poniendo en el orden incorrecto –la avisó su tía.

-¿Pero qué más da que los quesos estén de una manera o de otra?

-Es importante ponerlos de los más suaves a los más fuertes. Sino los
primeros perderían parte del gusto.

-Esto… -las interrumpió Maca con algo de vergüenza-. Carmen me ha


pedido que lleve las copas de vino y…

-Están en ese armario de ahí –contestó Sole señalando precisamente el


que se encontraba justo encima de Esther.

La médico no pudo evitar dibujar una sonrisa traviesa al conocer el


paradero de las copas, gesto que borró de inmediato al notar la mirada
de Encarna clavada en ella. Con paso titubeante se acercó hacia donde
se encontraba la abogada y se colocó a su lado a la espera de que ésta
se apartara un poco para que ella pudiera alcanzar las copas más
fácilmente. Sin embargo, parecía que Esther no tenía la más mínima
intención de hacerse a un lado, puesto que siguió colocando las láminas
de queso en la bandeja. No estaba segura de si su imaginación les
estaba jugando una mala pasada, pero hubiese jurado que los
movimientos de la abogada se habían ralentizado de repente. En aquel
preciso instante la presencia de Encarna se borró de su mente, así que
se acercó al oído de Esther lentamente donde tardó algunos segundos
antes de empezar a hablar.

-¿Puedes apartarte un poco? –le pidió aun sospechando que obtendría


una negativa por su parte.

-Desde aquí puedes coger las copas perfectamente, así que déjame
seguir con lo mío –le espetó la otra.

-Vale, como tú quieras –accedió dibujando una sonrisa triunfal.

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Apenas tardó unos instantes en pegar su cuerpo a la espalda de Esther


todo lo que pudo, de manera que a la abogada no le quedó más remedio
que apoyarse en la encimera con las manos si no quería acabar encima
de las bandejas de los entrantes. Notó la sonrisa de la médico en su
cuello, del mismo modo que el aire que salía de sus fosas nasales
impactaba contra esa parte de su cuerpo. Un escalofrío considerable la
recorrió de pies a cabeza cuando la cirujana posó su mano en su cadera,
utilizándola como punto de apoyo mientras con la otra cogía las copas
para colocarlas de forma desordenada encima de la encimera de mármol
blanco. No le quedaba ninguna duda de que Maca se lo estaba pasando
en grande, y la confirmación definitiva le vino de la mano de una simple
frase dicha en un susurro: «Tú te has empeñado». Como acto reflejo a
ese hormigueo que sintió en su oído, levantó su pie derecho en busca
del de la médico y lo pisó con la suficiente fuerza como para que a ésta
no le quedara otro remedio que apartarse.

-Lo siento, ¿te he hecho daño? –se interesó con fingida preocupación.

-No pasa nada, cariño –contestó Maca con una sonrisa pícara,
enfatizando aquella última palabra-. De todos modos, ya estoy. Voy a
ayudar a Carmen –añadió saliendo de la cocina a toda prisa, notando la
mirada malhumorada de Esther clavada en su nuca.

-A esta chica le va la marcha –soltó Sole como si nada-. Definitivamente,


me gusta. A ver si ésta no se te escapa.

Debido a que ni siquiera se molestó a levantar la mirada de las


bandejas, no pudo percatarse del gesto contrariado de su hermana, ni
de las mejillas ya enrojecidas de Esther que adquirieron un tono granate
nada apropiado dado el momento. Lo que sí pudo oír fue el chasquido de
desaprobación que emitió Encarna.

-Tú y yo tenemos que hablar seriamente –le dijo ésta a su hija con un
cuchillo de dimensiones considerables en su mano, que hizo que la
abogada tragara saliva temiéndose un sermón interminable.

Hacía ya algo más de media hora que habían salido de Vic dirección
Barcelona, y a lo lejos ya se podían divisar los edificios de la ciudad de
Granollers. Maca miró hacia la carretera cerciorándose de que seguía sin
haber mucho tráfico, lo que le garantizaba que en menos de tres cuartos
de hora estaría disfrutando del sofá de su casa. Su hermano no había
dejado de quejarse en todo el trayecto de los absurdos límites de
velocidad que se reducían a 100 kilómetros por hora, argumentando que
era una vergüenza que una carretera de aquellas características no
fuese una autopista. A aquellas quejas se sumaron las causadas por los

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numerosos tramos en obra con los que se encontraron, y que no


permitían conducir a más de 60 kilómetros por hora, a pesar de que el
tráfico fuera nulo y de que debido que era un día festivo no hubiese
ningún operario que corriese peligro de ser atropellado. Su marcha, en
principio prevista para más tarde, había sido adelantada debido a los
incipientes copos de nieve que empezaron a caer sobre la ciudad
vigatana. A primera vista no parecía que tuviera que ir a más, pero lo
común era que la carretera quedara cortada por accidentes o algún
camión atascado cuando el tiempo no era el mejor.

-En este país todo funciona igual de mal –repitió Jero por enésima vez en
aquella media hora.

Tanto Anna como ella se limitaron a poner los ojos en blanco y a ignorar
aquel comentario para no darle más pie a que siguiera con su retahíla de
quejas y críticas hacia la gestión del gobierno y la administración en
general. Por suerte, Luis no se había dormido, por lo que pudo
entretenerse jugando con él durante casi todo el trayecto.

-Este niño es un santo –comentó mientras el pequeño se reía a pesar de


que lo hiciera rabiar quitándole sus juguetes-. Cuando le hago esto a
Santi se pone hecho una fiera.

-Es una suerte que no haya heredado eso de vosotros –soltó Anna-. Que
por cierto, te lo has pasado bien, ¿eh?

-No sé a qué te refieres –dijo ella haciéndose la despistada.

-Pues yo creo que Esther no olvidará tan fácilmente lo mal que se lo has
hecho pasar. ¿A quién se le ocurre pasarse dos días llamándola cielo y
cariño enfrente de su madre?

-Bueno, así conseguí que mi habitación estuviera más caliente que un


horno. Aunque al final creo que Encarna se pasó poniéndome dos
calefactores.

-Pues claro, la pobre mujer no quería darte otra excusa para meterte en
la cama de su hija –la defendió Anna.

-Algo que al final consiguió. Porque perdona que te lo diga, pero me he


portado muy bien.

-La verdad es que tengo que reconocer que es cierto. Será que al final
has madurado un poquito…

-Y que Esther parecía que llevara puesto un cinturón de castidad –añadió

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Maca entre risas.

-No será porque Encarna no hiciera el intento.

-Hubiese sido más fácil hacer guardia en la puerta de la habitación de


Esther.

-Lo hizo. Esta mañana Cris me ha contado que anoche se la encontró en


el pasillo cuando iba a la cocina a buscar agua.

-¡No me jodas! –exclamó la médico estallando en una carcajada.

-Vigila tu vocabulario delante de mi hijo –la regañó su cuñada-. Y tienes


suerte de que a Carmen y a Sole les caigas bien y te hayan defendido,
porque sino Encarna hubiese sido capaz de montarte un pollo.

-¿Tan mal se lo tomó? –quiso saber borrando su sonrisa.

-Peor. Tendrías que haberla visto entrar en la cocina después de pillaros


durmiendo juntas. Si es que sólo se os ocurre a vosotras hacer algo así
de buenas a primeras.

-¿Quién durmió con quién? –quiso saber Jero mirando a su mujer con
gesto contrariado.

-Tu hermana y Esther, que no te enteras de nada –le espetó Anna con
frustración.

-¡Ah! Por eso las vi discutir ayer antes de comer –repuso él sin darle
demasiada importancia-. Encarna decía algo así como que le parecía una
falta de respeto hacia el resto de la familia, y Esther le contestó que no
había hecho nada.

-¿Y no lo has contado hasta ahora? –se escandalizó la veterinaria-. ¿Qué


más dijeron?

-No pensé que tuviera importancia. Llevan discutiendo el mismo tema


desde hace un año –contestó Jero encogiéndose de hombros-. Y bueno,
no escuché mucho más, sólo que Esther le preguntó si seguiría mucho
tiempo dando la lata con eso y que ya era lo suficientemente mayorcita
como para acostarse con quien le diera la gana. Obviamente, a Encarna
no le hizo mucha gracia esto último.

-¿Qué dijo? –lo apremió Maca.

-Pues que no le importaba con quien se acostara, pero que había

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muchas otras mujeres aparte de la hija de su difunto marido… -contó sin


atreverse a seguir con su relato, a la vez que se maldecía por haberles
revelado que había sido testigo de aquella conversación.

-¿Y? –lo animó su hermana notando su titubeo.

-Pues que… Que lo que a ella le preocupaba era saber qué pasaría
cuando tú te cansaras de Esther, algo que seguro que ocurriría teniendo
en cuenta tu historial. Y que te quería mucho, pero que ella seguía
siendo su hija y no pensaba permitir que Esther se pasara otras tantas
semanas llorando por alguien que no la merece. Pero tranquila, que tu
chica te defendió como una leona y le dijo que ella no te conocía para
nada y que dejara de decir estupideces.

-Ya… Así que era eso. Supongo que tengo merecido que Encarna no se
fíe ni un pelo de mí –comentó la médico con entereza, aunque se la
notaba algo tocada por aquellas palabras.

-A ver Maca, no es eso –intentó animarla su cuñada-. Pero tienes que


entender que ella sólo sabe lo que tu padre le debió contar. Y durante las
relativamente pocas veces que te vio no nos cortábamos precisamente
al hablar de tus conquistas.

-Si mi propio padre le habló de mí como si fuera una degenerada,


imagínate lo que pensará ella.

-Mira, nadie piensa que seas eso. Encarna sabe que eres una buena
persona, sólo que ahora mismo está protegiendo a su hija, algo que tú
también harías en su misma situación. Y en cuanto a Esther, no te
preocupes porque no creo que a estas alturas se deje llevar por lo que
su madre opine al respecto.

El resto del trayecto transcurrió entre conversaciones un tanto


superficiales entre Anna y Jero, quienes no se rendían en su intento de
que el silencio no se apoderara del vehículo. Sin embargo, la cirujana no
parecía estar muy dispuesta en contribuir a esos esfuerzos, puesto que
se pasó la media hora restante callada y observando el paisaje de forma
distraída a través de la ventanilla. Ninguna palabra salió de su boca
hasta que no hubieron llegado a su casa. Agradeció con una sonrisa
visiblemente forzada el viaje y denegó amablemente el ofrecimiento de
su hermano para llevarle la maleta hasta su piso. No obstante,
aprovechando un momento a solas en el que Anna había ido a ver qué le
pasaba al pequeño, que se había puesto a llorar; lo apartó un poco del
vehículo para hablar tranquilamente con él.

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-¿Has conseguido lo que te pedí? –le preguntó en voz baja.

-Sí, y no veas lo que nos costó que nadie sospechara –contestó Jero con
preocupación-. ¿Qué estás tramando?

-Mira, mañana me paso un momento por tu despacho y hablamos


tranquilamente del tema, ¿vale? Tú sólo haz lo que te pedí.

-¿Lo organizo todo para dentro de un par de días?

-Exacto, pero sobre todo no digas nada de mí.

-¿No crees que sospecharán que tú andas detrás de la reunión?

-Supongo, pero no se lo confirmaremos hasta llegado el momento.

Como ya le había dicho cuando se despidieron en casa de su tía, Cris


llegó al piso justo antes de cenar, después de ir a dejar a la abogada en
el suyo. Al entrar en el salón se encontró a la médico totalmente
tumbada en el sofá, mirando alguna serie por el canal por cable. Lo
cierto era que ya había visto aquel capítulo hacía un par de meses
cuando lo emitieron en los Estados Unidos, pero siempre le había hecho
gracia comparar las series cuando se doblaban. Y en aquella ocasión, las
voces en español no le cuadraban para nada con los personajes, si bien
la del protagonista masculino era mucho más agradable que la voz nasal
del actor.

Se limitó a saludar a la interiorista con un simple “hola”, y a contestarle


un “muy bien” monótono cuando Cristina le anunció que iba a deshacer
la maleta. No tenía muy claro qué era lo que su amiga le estaba diciendo
a voz en grito desde su habitación, por lo que se limitó a soltar algún
monosílabo cuando ella se callaba. Supuso que en algún momento no
contestó como se suponía, puesto que a los pocos minutos, Cris entró de
nuevo en el salón con gesto serio que denotaba que estaba ofendida.

-Hija, hay veces que eres de un soso que da asco –le espetó, dejándose
caer en una butaca.

-¿Por? –quiso saber Maca confundida por ese reproche.

-Joder, te propongo quedar a cenar con Esther y Laura mañana y lo


único que me he obtenido como respuesta ha sido un “vale” pasota.

-Perdona, es que había entendido otra cosa –se disculpó ella de forma
considerablemente convincente-. ¿Y qué quieres hacer?

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-En principio había pensado en organizarlo aquí. Llevamos un par de días


comiendo más de la cuenta, y en un restaurante será más de lo mismo…

-Y como yo estoy de vacaciones, podré pasarme toda la tarde cocinando,


¿no? –la cortó Maca, arqueando una ceja.

-Pues mira, sí. Que aparte de estar todo el día tirada en el sofá, algo
podrás hacer, digo yo.

-¿Y quién te ha dicho que no tenga nada planeado? –preguntó algo


molesta.

-Hay que ver como estás hoy, ¿eh? ¿Acaso ha pasado algo durante el
trayecto de vuelta?

-No –negó rotundamente la cirujana, aunque a Cris no le sonó


demasiado creíble.

-Ya… Voy a hacer como que me lo creo, ¿vale? –soltó mirándola con
escepticismo-. De todas maneras, ni necesitas hablar con alguien ya
sabes. Y prometo no decirle nada a ella.

-No hay nada de lo que hablar –contestó Maca de forma más seca de lo
que realmente pretendía.

-Pues a mí no me parece eso, pero bueno. Si es por mi tía no se lo tomes


en cuenta, ya sabes que…

-No es por Encarna –la interrumpió de mal humor, confirmando así sus
sospechas.

-Eso es que sí es por ella –resolvió la interiorista con una sonrisa triunfal.

-Vale, pues sí. ¿Contenta?

-¿Qué pasa, Maca? Porque cuando os habéis ido no tenías pinta de estar
muy preocupada por este tema.

-Ya, pero… ¿Y si tiene razón? Pensándolo fríamente hasta el momento


sólo he estado enamorada de espejismos e imposibles: primero Bea, y
después Esther. Ahora mismo sólo sé que la quiero, y que me gustaría
poder estar con ella. ¿Pero quién me asegura que si vuelvo a Barcelona
y empezamos, algo no voy a cansarme de ella? Quizás me pasa como
siempre, y cuando sepa que la tengo, en el preciso instante en el que
tenga la certeza de que está enamorada de mí, ¡zas! La magia se acabe
de un plumazo.

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»Pero por otra parte –prosiguió con el mismo tono que evidenciaba la
frustración que sentía-. Por otra parte, nunca, jamás, había sentido algo
así por nadie. Lo que supongo que significa que Esther es diferente. Y
claro, en su caso no la tengo idealizada, porque si algo conozco de ella
son sus defectos…

-Mira, yo lo que creo es que tienes miedo de cagarla. Y siento decirte


eso, pero nadie puede garantizarte que no lo hagas. Además, ¿quién te
dice a ti que no será Esther quien lo fastidie?

-No es que tenga miedo, es que estoy aterrorizada. Y esa es otra, ¿qué
pasa si es ella la que me ha idealizado y a los dos días de haber vuelto
me da una patada?

-Lo que yo no entiendo, es a qué vienen ahora todas estas películas. ¡Por
Dios, Maca! Has tenido un largo año para pensar en todo eso…

-Ya, pero resulta que durante todo ese tiempo yo creí que Esther seguía
con la puerta del armario cerrada a cal y a canto. Así que ni siquiera me
planteé la posibilidad de volver con ella.

-¿Y ese cajita sospechosa que encontré por casualidad en tu maleta?


Porque lo siento, pero no me creo que esa recopilación de sentencias
fuese tu primera opción como regalo.

-Vale, en un arrebato compré un anillo de esos que le gustan a ella en


una joyería de Nueva York.

-Yo sólo te voy a decir una cosa: te quiero mucho, eres mi amiga, y no te
voy a culpar si al final os decidís y resulta que lo vuestro no funciona.
Pero en ese caso, jamás te perdonaría que la engañaras con otra o…

-¡Yo nunca le he puesto los cuernos a nadie! –exclamó la médico entre


ofendida e indignada por aquella acusación.

-Pues que esa no sea la primera vez –le advirtió Cris.

-¿Pero por quién me habéis tomado? Joder, ni que fuese un monstruo


que se dedica a follarse a toda mujer que se cruza en su camino para
luego dejarlas tiradas y con el corazón roto.

-Yo no quería decir eso –se disculpó la interiorista.

-Pues lo ha parecido –refunfuñó Maca con enfado-. ¿Sabes qué? Mejor


me voy a dormir, porque sino acabaremos tirándonos los platos por la
cabeza.

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Cuando se despertó a la mañana siguiente, Cristina hacía ya algunas


horas que se había ido a la oficina. Nada extraño teniendo en cuenta que
las agujas de su despertador marcaban las doce del mediodía. A pesar
de haber dormido prácticamente once horas, se tomó varios minutos
hasta que fue capaz de deprenderse de la modorra y levantarse de la
cama. Al entrar en la cocina, la mesa perfectamente preparada para el
desayuno la saludó como si le recriminara su vagancia. Dejó la taza de
café ya frío en la encimera, guardándola para después de la comida; sin
embargo, sí tiró a la basura el croissant con pinta de estar más duro que
una roca, pensando que si tuviera un perro al menos lo hubiese podido
aprovechar. Aquello la llevó a pensar en Bond, ese perro fiel que la había
acompañado durante tantos veranos y que se había muerto aquel
mismo verano. Con pereza recogió aquel desayuno que no había
comido, sabiendo que era la manera que tenía Cris para pedirle
disculpas por su conversación de la noche anterior. De vuelta a su
habitación, llamó a Jero para proponerle que comieran juntos, tiempo
que podrían aprovechar para comentar y discutir los asuntos
concernientes a los bienes que su padre les había dejado en herencia.

Sabía que su hermano se había encargado perfectamente de administrar


aquel patrimonio que compartían a partes iguales. Quizás, porque la
mayoría de cosas ya estaban arregladas a la muerte de Pedro Wilson. La
mayoría de inmuebles estaban alquilados, a excepción de un par de
naves industriales cuyos inquilinos habían interrumpido el contrato
debido a la quiebra de sus respectivas empresas. Aquella era una mala
época para poder alquilar ambas construcciones, pero debido a los
cuantiosos ingresos que les aportaba el resto de sus bienes, no tenían
demasiada prisa para lograrlo. Sin embargo, sí tenía en mente un par de
arreglos de la distribución de la herencia, y quería comentárselos a su
hermano.

-¿Cómo que quieres poner tu parte de la casa a mi nombre? –se


sorprendió Jero cuando la cirujana le expuso sus intenciones.

-No es una idea tan disparatada. Es cuestión de tiempo que tú y Anna os


mudéis a la casa de Sant Cugat. Sé que compraste un terreno cerca de
allí con la intención de haceros otra, pero desde mi punto de vista es
una tontería teniendo ya una… Desde que Encarna se mudó al piso de
Barcelona ha estado cerrada lo que sólo supone gastos y más gastos.
Mira, como alquiler no tiene salida y vender la casa de papá me da cosa.
Pero si eso es lo que tú quieres hacer…

-No, no. Pero no me parece justo que yo me quede con toda la casa –
repuso él.

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-Bueno, había pensado que a cambio podías darme tu mitad de la casa


de Vaqueira. A Anna lo de esquiar no le entusiasma, y ahora con el
pequeño no creo que subáis mucho. De todas maneras, podríais hacerlo
siempre que quisierais, sobre todo ahora que yo estoy en Nueva Jersey.

-Pero…

-Por el valor de ambas no te preocupes. Hace algunos años papá hizo


hacer una tasación y las dos tienen más o menos el mismo precio. De
todas maneras, háblalo con Anna, lo discutís y me lo dices cuando sea.
Si al final resulta que no queréis la casa de Sant Cugat, ya veremos lo
que hacemos con ella.

-¿Y tú?

-¿Yo qué?

-¿No te has planteado nunca irte a vivir allí?

-Ni que me pagasen lo haría. Ya sabes que yo soy de grandes ciudades y


que siempre he pensado que un niño es igual de feliz si vive en un piso
como si lo hace en una casa con jardín y piscina. Además, odiaría tener
que coger el coche para ir a todas partes; ahora puedo ir a todas partes
a pie. Y suponiendo que consiguiese formar una familia aquí, a tres
calles de mi piso hay una guardería fantástica y a cuatro paradas en
ferrocarril hay decenas de colegios.

-Oye… ¿Has hablado de ello con Esther? –le preguntó socarrón-. Porque
quizás a ella sí le gustaría vivir en una chalet a las afueras.

-Muy gracioso –contestó ella con ironía, fingiendo que el comentario le


había muchísima gracia-. Por cierto, ¿cuándo has dicho que será la
reunión?

-Pasado mañana a las siete de la tarde –repitió él sin acabar de entender


cuál era la causa de la sonrisa que su hermana había dibujado en su
rostro. Personalmente, a él aquella situación le provocaba de todo
menos ganas de reír.

Llevaba ya un buen rato metida en la cocina preparando la cena. Jamás


había considerado que el término ama de casa pudiera ir con ella; de
hecho, era un desastre en todas las demás áreas: la plancha se le daba
fatal, odiaba hacerse la cama y nunca había conseguido que los cristales
le quedasen realmente limpios. Pero cocinar era una de las cosas que
más la ayudaban a relajarse. Aunque quizás aquella no fuese la palabra
más apropiada. Mejor dicho, contribuía a que dejase la mente en blanco,

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pudiendo sólo concentrarse en los ingredientes y en los tiempos


necesarios para que unos no se quemasen y los otros no se quedasen
crudos. Normalmente le gustaba experimentar con recetas nuevas,
muchas de las cuales se inventaba a partir de lo que su nevera contenía,
y a decir verdad aquellos ensayos solían salirse bastante bien. Sin
embargo, en aquella ocasión había decidido no complicarse demasiado
la vida, así que decidió hacer un simple pescado al horno que le causó
pocos problemas. Aprovechando su viaje a la pescadería, compró
diferentes tipos de marisco para hacer al vapor, así como unas cuantas
gambas.

Cristina le había dicho que llegarían hacia las nueve, incluida ella,
puesto que antes tenía que pasarse por el piso de Esther para recoger
unas cosas que tenía allí. No supo por qué, pero aquella excusa no le
sonó del todo creíble. Siempre le quedaba la esperanza de que la
abogada estuviera tan nerviosa que necesitaba del consejo de su prima
para elegir la ropa. Aunque seguramente todo eso no era sino una mala
jugada de su excesiva imaginación. Como suponía, hasta las nueve y
cuarto no oyó aquel ruido mecánico tan característico de las puertas del
ascensor cuando se abrían.

-¡Hola! –la saludó Guille entrando en la cocina.

-No es que no me alegre de verte, pero ¿qué haces tú aquí? –preguntó


sorprendida por su presencia.

-Eva iba a cenar al piso de éstas, pero como le han dicho que venías
aquí, al final nos hemos apuntado nosotros también.

-Pues me parece perfecto –repuso ella un tanto molesta por la


autoinvitación-. Pero yo sólo tengo cena para cuatro.

-Bueno, sólo somos tres más… ¿No tienes nada en la nevera que nos
pueda servir?

-¿Cómo que tres más?

-Claudia al final también ha venido.

-Joder, ¿sabes qué? La próxima vez me avisáis y así no me paso una


hora en la cocina –le espetó saliendo de mala gana del comedor-. Sería
de agradecer que alguien me tuviera en cuenta cuando se trata de venir
a mi casa –les dijo al resto, antes de ponerse a recoger la mesa para
poder alargarla.

-Creo que voy a ayudar a Guille con la cena –anunció Claudia huyendo

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hábilmente del mal humor de su amiga.

-Voy contigo –la secundaron al unísono Eva y Cris.

-¿Te ayudo con algo? –se ofreció Laura, mientras se acercaba a ella de
forma cautelosa.

-Si traes tres platos más me harías un favor –contestó ella algo más
calmada-. ¡Y tres vasos! –añadió alzando la voz para que pudiera oírla
desde la cocina.

A pesar de no quedar nada encima de la mesa, parecía que esta se


resistía a separarse en dos partes. Sabía que estaba desahogando su
enfado en aquellas dos placas de madera, y que de aquella manera no
conseguiría nada. Sin embargo, seguía tirando y forcejeando con ambas,
sin molestarse a probar ningún otro método más efectivo que la fuerza
bruta. Frustrada consigo misma, se apartó algunos pasos de la mesa,
mirándola fijamente con las manos en las caderas, como si la estuviera
desafiando. Un sonido ahogado, semejante a un intento de carcajada,
provocó que girara su cabeza hacia el sofá, donde se encontraba una
Esther que la miraba con gesto divertido. O al menos aquello parecía a
juzgar por su sonrisa.

-¿Te lo estás pasando bien? –le espetó con mal humor.

-Pues sí –contestó la abogada sin amedrentarse-. Siempre es divertido


ver como una simple mesa de madera consigue ganar una batalla sin el
menor esfuerzo.

-Muy graciosa, sí señora –refunfuñó ella-. Al menos podrías ayudarme,


¿no?

-Creo que prefiero quedarme aquí viendo como sigues comportándote


como una niña enfurruñada –repuso sin borrar aquella sonrisa que
estaba sacando de quicio a Maca-. ¿Por qué no te sientas conmigo, te
relajas un poco y dejas que ellos se encarguen del resto?

-Es que me toca la moral que las cosas se hagan así –se quejó dejándose
caer a su lado.

-Sabes que lo han hecho con la mejor de las intenciones –los defendió
Esther, girándose levemente para quedar frente a ella, con una pierna
doblada encima del sofá.

-Ya… Pero digo yo que tampoco debe costar mucho llamar antes de
presentarse a una casa ajena, ¿no? O a mí por lo menos no me parece

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tan difícil –replicó de forma seca.

-¿Te han dicho alguna vez que eres de un borde que da asco?

-En alguna ocasión que otra –contestó Maca esbozando una sonrisa, que
aumentó en tamaño en cuanto notó la mano de la abogada posarse
distraídamente en su muslo.

-¿Y esa sonrisita tonta? –se interesó Guille, recibiendo una mirada
fulminante por parte de la médico-. Vale, vale. Lo he entendido: mejor
me quedo calladito en la cocina.

-Sí, mejor –le espetó Maca volviendo a su tono enfadado-. Sí, lo sé, soy
muy borde –dijo cuando el chico hubo salido del salón.

-Pues sí. ¡Qué le vamos a hacer!

-Eso mismo pienso yo… Por cierto, me gustaría pedirte consejo sobre un
par de cosas.

-¿Consejo profesional?

-Y personal ya que estamos.

-Bueno, pues mañana te pasas por el despacho y hablamos


tranquilamente.

-¿Y vamos a comer?

-Esto… No sé si es una buena idea –contestó dubitativa, sospesando si


realmente era prudente pasar tanto tiempo con Maca.

-En un restaurante. Ya sabes, un lugar público, con mucha gente a


nuestro alrededor, donde no pueda montar ninguna escenita…

-No me refería a eso, Maca –la cortó visiblemente incómoda, puesto que
había dado la impresión de que estaba a la defensiva en todo momento,
y que tener cerca a la médico la privaba de todo autocontrol.

-¿En serio? Pues tenía toda la pinta –opinó mirándola con el ceño
fruncido.

-Vale, pasa a buscarme hacia las dos y comemos juntas.

-Muy bien, y líbrate de tus compromisos a partir de las siete de la tarde,


porque estarás ocupada –concluyó levantándose del sofá, a la vez que
dejaba una palmada cariñosa en su muslo.

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-¿Cómo?

-Mañana te cuento todo. Tú sólo preocúpate de cancelar lo que tengas a


partir de las siete. ¡Ah! Y si la cosa sale bien, empieza a buscar un
vestido bonito porque por la noche saldremos a celebrarlo al mejor
restaurante de Barcelona.

-¿Estás segura de que quieres hacerlo? –le preguntó por tercera vez en
aquella comida.

-Completamente –se limitó a contestar Maca, con una confianza en sí


misma aplastante.

-Ya te he dicho que es arriesgado y que siempre queda la posibilidad de


que te quemes, pero en principio tienes las de ganar.

Hacía ya un buen rato que se encontraban en aquel restaurante. Debido


a su situación, una de las calles perpendiculares a Avenida Diagonal, y
que los edificios circundantes eran principalmente de oficinas; las mesas
de su alrededor estaban ocupadas por hombres y mujeres de negocios
que habían acudido allí para degustar el correcto menú a un muy buen
precio. A través de la ventana, Maca podía divisar un gran cartel de
“Starbucks”, bajo el cual se encontraban algunas mesas metálicas que,
en aquellos momentos, gozaban de los rayos del sol que caían
directamente sobre ellas. Quizás esa fuese la razón de que gran parte de
la clientela, la mayoría de ellos estudiantes, hubiese optado por
desprenderse de jerséis y chaquetas, además de colocarse sus
respectivas gafas de sol.

-¿Te has fijado en que parecen todos iguales? –le comentó a Esther,
señalándolos con la cabeza-. El mismo estilo de gafas, de pantalones…
Desde aquí son como clones los unos de los otros.

-¿Y qué te crees que parecíamos nosotras a su edad? O yo, al menos –


dijo la abogada-. Me recuerdo a mí misma en una terraza como ésta a la
salida de la facultad, sentada como ellos: adorando al sol, y hablando de
las mismas cosas una y otra vez. En realidad, ahora me siento
exactamente igual. La única diferencia es que en vez de ir con vaqueros
y camiseta, llevo un traje chaqueta oscuro y una camisa.

-Ya les gustaría a ellos parecerse a ti –soltó de forma distraída


refiriéndose al resto de los comensales de su restaurante.

-Vaya… No estará intentando seducirme, ¿verdad, doctora Wilson?

-No creo que haga demasiada falta –contestó de forma chulesca.

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-A ti la palabra modestia no te dice mucho, ¿no?

-¿Qué es eso? –bromeó haciendo que Esther pusiera los ojos en blanco-.
Esto… ¿Te apuntas al plan de Nochevieja? –quiso saber con algo menos
de seguridad de la que acostumbrada, formulando la pregunta que se le
había estado atragantando durante toda la comida.

-No lo sé –contestó haciéndose la remolona, aunque tenía muy claro lo


que acabaría haciendo finalmente-. La verdad es que unos amigos ya
me propusieron ir a la fiesta del Club de Polo, y como Eva y Laura no
habían dicho nada, les dije que sí. Además, tienes que reconocer que la
cosa tiene mejores perspectivas que una cena en tu casa.

-Pues espero que te vaya muy bien –le deseó Maca con fingida
indiferencia, aunque no pudo evitar que sus palabras se formularan con
un deje de molestia.

-Bueno, ya sabes lo que ocurre siempre en ese tipo de fiestas: todo el


mundo va pasado de copas, está más suelto de lo normal y busca
desesperadamente a alguien con quien pasar la primera noche del año.
Así que sí, yo también espero pasármelo bien –dijo sin poder contener
una sonrisa algo malvada.

-Me parece muy bien. Ya me contarás –repuso la médico con una


crispación más que evidente.

-Sí, sí, tranquila. Te haré un resumen de lo más detallado –contestó ya


sin poder evitar de ningún modo la risa que luchaba por salir.

-¿Te estás riendo de mí? –preguntó la cirujana con gesto ofendido.

-¿Yo? –dijo con fingida indignación-. Sí, claro. Pero déjame decirte que
estás perdiendo facultades, y que te pones muy mona cuando estás
celosa.

-Monísima –refunfuñó Maca.

-Y tranquila, que no tengo ninguna intención de perderme una fantástica


fiesta en tu casa rodeada de los locos de tus amigos y de sus hijos –
añadió acariciándole la mano con sorna.

-Eres una cabrona.

-Quizás, pero te mueres de ganas por pasar la Nochevieja conmigo –


replicó con una sonrisa divertida.

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-Tendré la cámara preparada para cuando te atragantes con las uvas –


dijo guiñándole un ojo.

Un Jero visiblemente nervioso jugaba con su anillo de casado de forma


distraída, mientras no apartaba su mirada de la puerta de entrada de
aquella sala de juntas. Por suerte, la mesa lo cubría hasta medio
abdomen, por lo que el resto de los ocupantes de la larga mesa ovalada
no eran conscientes de que el arquitecto estaba volcando todos sus
nervios en un juego inconexo de manos. Miró por enésima vez su reloj,
cerciorándose de que funcionaba correctamente y de que su hermana,
definitivamente llegaba tarde. Aquel estado de ansiedad empezó a
transformarse en uno de enfado, puesto que no entendía que tras tanta
insistencia ahora fuera a dejarlo a la estacada. Intentó tranquilizarse
pensando que Javier, el actual director del hospital, tampoco había
llegado, y que la reunión no daría comienzo hasta que éste no hiciera su
aparición. Sin embargo, su esperanza se disolvió cuando, apenas medio
minuto más tarde, su primo cruzó el umbral de la puerta.

-Bueno, ahora que ya estamos todos, se da por empezada la última


reunión de accionistas de este año –anunció un hombre mayor que tras
la marcha de Maca había tomado el rol dominante-. Jerónimo, creo que
no soy el único que está expectante para conocer la razón de tu
insistencia a que se celebrara esta reunión.

-En ese caso, no te voy a hacer sufrir más. Odiaría hacerlo –contestó el
arquitecto con una ironía evidente que hizo que algunos dibujaran una
discreta sonrisa, mientras que el aludido contrajo los músculos de su
barbilla-. En primer lugar, quiero agradecerles a todos su presencia, a
pesar del carácter excepcional de este acontecimiento –empezó a decir
con la intención de ganar tiempo, a la vez que se congratulaba a sí
mismo por su gran habilidad recién descubierta para improvisar
discursos absurdos-. Creo que hoy es un buen momento para recordar la
memoria de mi padre, que hace un año y quince días nos dejó y que
tanto hizo por esta empresa. Además, me gustaría rendirle un pequeño
homenaje a mi querido primo, el doctor Javier Sotomayor, quien ha
demostrado tener una gran habilidad como director de esta Clínica tan
querida por todos. Así que creo que deberíamos agradecerle su gestión
con un merecido aplauso –propuso ante la mirada atónita del resto.

Sorprendiendo todavía más a los accionistas, se levantó de su silla y se


dirigió a la otra punta de la mesa para unirse en un estrecho abrazo con
Javier, a quien le propinó unas sonoras palmadas en la espalda que
resonaron por toda la estancia. Se sentía inmensamente ridículo; de
hecho, no recordaba ningún momento de su vida en el que estuviera tan
avergonzado como en aquellos instantes. Sin embargo, siguió

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aplaudiendo con fingida emoción, mientras era secundado por los


demás, aunque a un nivel de efusividad mucho menor.

-También me gustaría invitarles a todos a una copa de cava al finalizar


para celebrar que hace medio año nació mi hijo. Al que sin duda traeré a
la próxima reunión para que empiece a empaparse de su enorme
sabiduría. Porque realmente les agradezco de todo corazón que me
librasen de la arpía de mi hermana. ¿Saben que intentó seducir a mi
mujer en su despedida de soltera? ¡Pues sí! –exclamó con ímpetu-. ¿Les
parece normal? Porque a mí no. ¿Y saben que también lo ha hecho con
algunas de sus esposas? Aunque creo que en este caso sí lo consiguió…
De hecho, creo que les voy a invitar a dos copas de cava. ¿Qué les
parece?

-Que tendrías que ir a un psiquiatra urgentemente –contestó una voz


desde la puerta-. Les pido que por favor disculpen a mi hermano por
este ataque de sinceridad aplastante. Les presento a mi abogada, la
señora Esther García, y al que será el nuevo gerente de esta Clínica, el
señor Ricardo Casanovas –añadió señalando a sus acompañantes
mientras se dirigía hacia donde se encontraba su hermano.

-¿Nuevo gerente? –estalló el accionista que había dado comienzo a la


renión.

-Exacto. Veo que conservas un buen oído a pesar de tu edad avanzada,


Gonzalo. Además, me gustaría hacerles partícipes de una serie de
remodelaciones que sufrirá esta junta.

-Eso no puedes hacerlo. Fue tú padre el que nos nombró accionistas de


esta Clínica y tú no tienes ningún poder para que nos despojemos de
ellas.

-¿Has oído hablar alguna vez del chantaje? –quiso saber siguiendo con
su postura prepotentemente cínica-. De hecho, esto me recuerda que he
preparado unos dossiers en los que se explica detalladamente todos los
cambios que a partir del 1 de enero de este próximo año va a sufrir la
Clínica Wilson. Como pueden ver, esta vez sí están a la altura de los de
Javier. ¿Han visto? El encuadernado es el más caro de la imprenta. En
primer lugar, si van a la página cuatro encontrarán una lección de
cultura general bastante interesante –dijo mientras pasaba unas cuantas
páginas hasta dar con lo que buscaba-. Gracias a mi abogada, he sabido
que la estafa es un delito; pero como no creo que ustedes lo hayan
consultado con los suyos, lo mejor será que leamos el precepto
pertinente a este delito en el Código Penal.

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»De esta manera, el artículo 248 apartado uno reza que “cometen estafa
los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir
error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio
propio o ajeno.” Creo que a algunos de ustedes les sonará, ¿verdad?

-Y lo que tú estás haciendo se llama calumnia –le espetó el mismo


accionista.

-Sería eso si no tuviéramos la certeza de que algunos de ustedes han


cometido este delito, pero como además de saberlo, tenemos pruebas
que lo demuestran… –intervino Esther con seriedad.

-Quiero ver esas pruebas –insistió otro.

-En las páginas doce y siguientes se pueden apreciar los documentos


contables que fueron falseados por un miembro del personal de esta
Clínica que siguió sus directrices. Creo que es bastante evidente que la
intención de algunos de los miembros de esta junta era quedarse con los
dividendos que pertenecían legítimamente al resto de los accionistas.
Acto que constituye un delito de estafa, además del de falsedad en
documento mercantil –prosiguió Esther.

-Esto no es más que un complot de los hermanos Wilson para quedarse


con nuestras acciones –los acusó un tercero.

-En esto se equivoca –contestó la abogada con seguridad-. Lo que nos


lleva al trato que queremos ofrecerles. Ustedes cuatro les venderán a un
precio simbólico sus acciones a los doctores Vilches, Martín y Gándara a
cambio de que estos documentos no lleguen a manos de los tribunales
pertinentes en forma de querella criminal. Creo que es un trato más que
bueno teniendo en cuenta que su otra opción es pasar de seis meses a
tres años en una cárcel. Y eso teniendo en cuenta que no se les impute
algún agravante, algo bastante probable, con lo que nos moveríamos en
plazos de uno a seis años.

-Obviamente, Javier Sotomayor quedará destituido de su cargo actual


debido a su carencia de habilidades para gestionar esta Clínica, y en su
lugar se nombrará al señor Casanovas, puesto que yo no tengo ningún
interés en volver. Tienen un plazo de quince días para vender las
acciones, pasado este período de tiempo, no tengan ninguna duda de
que haremos llegar estas pruebas a los tribunales –añadió la médico sin
modificar ni un ápice se actitud de indiferencia y seguridad que le daban
una apariencia prepotente-. Y ahora sí se da por terminada esta reunión.
Les doy cinco minutos para salir de esta propiedad, en caso contrario les
mandaré al personal de seguridad.

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-Macarena –la llamó Javier cuando los accionistas ya salían por la puerta,
algunos con una sonrisa y otros con muecas ofendidas-. Sabes que yo no
estaba al corriente de estos trapicheos, por lo que no veo justa mi
destitución.

-Mira, Javier. Durante un año no has hecho más que demostrar que eres
un inútil como director. Dejando de lado las modificaciones que se hayan
podido hacer, los ingresos han bajado considerablemente, y no sé cómo
te lo has hecho, pero los gastos han aumentado. Sé que estamos en
tiempos de crisis económica y que no entran tantos casos, pero este
cambio no es justificable. Por ello creo mucho más conveniente que se
nombre a un gerente con los estudios y preparación necesarios para
gestionar esta empresa de forma correcta.

»Además –prosiguió esbozando una sonrisa-. Tú llevas toda tu vida


puteándome, ¿por qué tendría yo que darte un voto de confianza ahora?
Te doy un mes, más de lo estipulado por la ley, para que te busques otro
trabajo y te largues de aquí. No puedo evitar que tú y yo seamos familia,
pero lo que sí puedo hacer es que no vuelvas a pisar esta Clínica en
mucho tiempo, al menos hasta que tu padre se muera y tú heredes sus
acciones.

-Te arrepentirás de esto.

-Quizás, pero de momento lo único que puedes hacer es ir a quejarte a


tu madre. Y francamente, lo que ella pueda decir me trae sin cuidado;
vamos, que me da absolutamente igual.

Sabiendo que en aquel momento era Maca la que tenía la sartén por el
mango, se dio la vuelta y salió de la sala no sin antes dedicarles una
mirada nada amistosa a las cuatro personas que quedaban allí. Cuando
su primo desapareció de su vista, Jero se recostó en el sillón y empezó a
reírse de manera bastante escandalosa, haciendo que los otros tres lo
mirasen de forma interrogante.

-Lo siento, pero es que me acabo de acordar de sus caras cuando les he
soltado mi monólogo.

-Tú y yo ya hablaremos más tarde –le espetó su hermana señalándolo


con el dedo de forma amenazante-. Aunque tengo que reconocer que lo
de arpía no ha estado mal del todo.

-Realista más bien –apuntó Esther con tono burlón, ganándose una
mueca reprobatoria de Maca.

-A las nueve y media en punto os espero a todos en la puerta del Via

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Veneto. Ricardo, díselo a tu mujer si quieres.

-Yo no puedo, el pequeño se nos ha puesto enfermo –se disculpó él.

-Yo tampoco, nos ha sido imposible encontrar una canguro para Luis –
añadió Jero encogiéndose de hombros.

-Entonces, vamos a cenar tú y yo, ¿no? –le propuso a Esther.

-Me parece bien. Pero tú invitas.

-Y luego dices que no me quieres sólo por el dinero.

-Cariño, siempre se tiene que dejar algo de misterio –contestó la


abogada con una mueca burlona.

Haciendo gala de su puntualidad británica, a las nueve y cuarto en punto


su dedo índice se posaba en el botón del interfono. Lo pulsó ejerciendo
la mínima presión, provocando que un pitido bastante molesto le
indicara que en la vivienda de dos pisos más arriba ya conocían de su
presencia en ese portal. En un intento de acallar los nervios que se
habían instalado en su estómago, se giró hacia el coche, todavía sin
poder creerse que había logrado aparcar justo enfrente del edificio sin
tener que dar cinco vueltas a la manzana.

Dos minutos más tarde seguía prácticamente en la misma posición, y


nadie se había dignado a responder a su llamada con un simple “ya
bajo” o un “espera”. Con impaciencia miró su reloj, y volvió a picar aun
sabiendo que sus ansias quedarían al descubierto. Supuso que en el piso
todo serían carreras de un lado al otro del pasillo, acabando de escoger
zapatos, complementos o quizás, los pendientes que mejor quedaban
con el vestido de turno. Siempre le había sorprendido lo mucho que
podían tardar las mujeres en general a arreglarse, ya que a ella no solía
tomarle más de media hora. Una a lo sumo si tenía que lavarse el pelo.
De repente, una voz entrecortada proveniente de aquel aparato que
decoraba la pared rojiza la sacó de sus pensamientos.

-Dice que eres una impaciente y que no te quejes porque has llegado
cinco minutos antes de lo acordado –recitó Laura con paciencia-. Y ahora
que no me oye, te diré que la tienes dando tumbos por el piso
completamente histérica. ¡Joder! ¿Cuántas veces te he dicho que los
cojines no se tiran?

-Pues dile que va tres minutos tarde –contestó ella, sintiéndose estúpida
al estar hablándole a una pared.

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-Ahora mismo sale, así que si no se cae de camino, en treinta segundos


tendrás a tu princesa junto a su carroza.

-Hay veces que se parece más a la bruja –soltó Maca entre risas.

-Y vigila, porque hoy va incluso con la escoba –le siguió la broma.

-¿Tantas prisas para encontrarte de charla con la traidora de mi


compañera de piso? –refunfuñó Esther, apareciendo por la puerta
acristalada que separaba el portal de la calle.

-¿No te había dicho que era a ella a quien esperaba? ¡Qué fallo el mío! –
dijo la médico con sorna-. Pero ya que te has puesto tan guapa no pienso
hacerte el feo…

-Que amable eres –murmuró Esther con ironía.

-No, en serio, estás guapísima –la alabó repasando su atuendo con la


mirada-. Y ahora mismo no te cambiaría por nada del mundo.

-¡Eso ha sido cruel! –exclamó la voz de Laura desde el interfono con


fingida indignación.

-Vámonos –se limitó a decir Esther poniendo los ojos en blanco, a la vez
que tiraba de su mano para dirigirse hacia el coche.

Por suerte, el restaurante no quedaba muy lejos de allí, por lo que el


trayecto no duró más de un cuarto de hora. A pesar de los intentos de
empezar una conversación fluida, todo quedó en unos cuantos
intercambios de frases cortas sin demasiada sustancia que sólo
contribuyeron a enrarecer el ambiente. Maca dejó el vehículo enfrente
de la entrada a la espera de que el encargado fuera a recogerlo para
aparcarlo, algo que hizo casi al instante. Aceptó con una sonrisa el
papelito con el número que le había sido asignado a su coche, y con
paso decidido se adentró en aquel lujoso restaurante seguida por la
abogada.

-Así que te has quedado con el coche de tu padre, ¿eh? –comentó Esther
una vez ya sentadas en su mesa, con la intención de romper el hielo.

-Bueno, estaba en el garaje sin que nadie lo utilizase, así que lo he


cogido sin más –contestó la médico sintiéndose imbécil.

-Ya… Nunca he conducido un Jaguar –fue lo único que se le ocurrió decir.

-Pues cuando quieras puedes hacerlo. Sólo tienes que pedirle las llaves

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al portero –repuso con su vista clavada en el mantel de un tono rosado


impoluto-. Parecemos idiotas.

-Sí –la secundó Esther riéndose de forma nerviosa-. Y no entiendo


exactamente el porqué.

-Quizás porque es lo más parecido a una cita que hemos tenido.

-Puede ser…

-¿Desean algo de aperitivo? –las interrumpió el camarero, a la vez que


les tendía las cartas.

-Un Martini –pidieron ambas al unísono.

-¿Blanco?

-Sí, por favor –dijo Maca con una sonrisa-. Poniéndote a tono, por lo que
veo –añadió cuando el chico se hubo ido.

-Igual que tú –la desafió la abogada, mirándola con una ceja arqueada.

-Ya sabes que a ti se te sube más fácilmente –contestó con una sonrisa
burlona.

-Teniendo en cuenta que tú eres como una esponja, no es muy extraño –


le espetó Esther, provocando una carcajada de la otra.

Por muy extraño que fuera, aquel simple comentario hizo que las dos
mujeres se relajasen y los temas de conversación se fueran
encadenando sucesivamente. Parecía que ese breve pique entre ambas
hubiese hecho que se olvidaran de su alrededor lujoso, los platos
rigurosamente elaborados hasta el último detalle y demás detalles sin
importancia; para volver a retomar aquel ambiente cómodo que una vez
existió entre ellas. De hecho, desde la vuelta de la cirujana ambas se
habían sentido tensas cuando la otra estaba presente, como si
estuvieran en un escenario representando una obra cuyo guión no
podían olvidar, y temiendo en todo momento decir algo inapropiado.
Aunque quizás nunca, ni en los tiempos en los que su relación estaba en
su etapa más álgida, habían mantenido una conversación tan
intrascendental pero a la vez significativa como aquella.

-Así que ahí estábamos todos –contaba la médico entre risas al recordar
aquel suceso-. Llevaba tres días lloviendo sin parar, así que nos
quedamos en mi casa asqueados viendo una película que Guille había
alquilado.

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-¿Que era…?

-El Diario de Bridget Jones. Obviamente, a algunos nos encantó y a otros


no les gustó nada; como siempre. Y bueno, justo en el preciso instante
en el que la peli se acaba y empiezan a salir los créditos, coge Claudia y
suelta toda tranquila: «Dios, esto es como ver la biografía de Anna».
Creo que todavía no se ha recuperado del cojinazo que recibió por parte
de ésta.

-No me extraña –opinó Esther comprendiendo la reacción de la


veterinaria.

-Pero es que lo mejor fue que tenía razón… Es la única persona que
conozco capaz de que le pasen cosas semejantes.

-Tampoco es para tanto…

-Porque tú no la conociste en sus buenos momentos… Todavía me


acuerdo de una noche, debíamos estar haciendo tercero o cuarto de
carrera, y bueno, lo típico, empezamos a beber en casa de alguien para
después irnos a una discoteca. Total, que a Anna se le fue un poquito de
las manos y acabamos llevándola entre un par porque la pobre casi no
podía ni andar del pedo que llevaba. A todo esto empezó a llover y
tuvimos que refugiarnos en un escaparate, fue horrible. Lo bueno, es
que no sé en qué momento de la noche, yo vi un muñequito de esos de
plástico con la figura de un ñu, y se lo di para que se entretuviera un
poco. Supongo que alguien pensaría que lo había cogido ella y lo tiró a la
basura… Se pasó el resto de la noche repitiendo una y otra vez que
quería su ñu.

-Y claro, tú llevas desde entonces recordándoselo, ¿verdad?

-Como para no hacerlo. Pero que la tía después se vengó de Claudia,


¿eh? Empezó a relacionarnos a cada uno con una película, y a cada cual
peor –se defendió todavía con lágrimas en los ojos por el ataque de risa-.
Este rodaballo está buenísimo, ¿quieres?

-No, gracias. Lo que quiero es saber cuál te dijeron a ti.

-Bueno, nos dijo que Claudia, Marta y yo éramos como las Brujas de
Eastwick… -murmuró sabiendo que aquello provocaría una carcajada
conforme a la decisión de su cuñada-. Y añadió que individualmente me
veía más como El Diablo se viste de Prada…

-Sabia decisión. No podía haber elegido una mejor.

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A pesar de que la cena y la sobremesa se hubiesen alargado hasta las


doce, decidieron ir a tomar algo a un local tranquilo al que Esther había
estado una vez y del que había quedado realmente impresionada. La
decoración minimalista y de extremo diseño se mezclaba con sofás de
imitación estilo Luis XVI de tapizado oscuro que le daban al lugar un
toque extraño. Sin embargo, Maca tuvo que reconocer que el resultado
final del experimento no le desagradaba. Y aunque a primera vista
parecieran realmente incómodos, los cojines mullidos hacían que fuese
todo lo contrario. Debido a que tras aquella ronda tenía que coger el
coche y a que lo último que necesitaba su carné por puntos era una
prueba de alcoholemia con resultado positivo, Maca se limitó a pedirse
una copa de vino. No así la abogada, que se bebió su Bloody Mary como
si se tratase de agua.

Cuando el pub empezó a animarse y la conversación se volvió


demasiado complicada a causa del ruido creciente, decidieron
marcharse ya para casa. Además, el día siguiente era laborable, por lo
que la abogada debía asistir religiosamente a un par de reuniones con
unos clientes que había organizado para la mañana siguiente. Debido a
las horas, el tráfico era prácticamente nulo, por lo que el trayecto se les
hizo realmente corto.

-Ya hemos llegado a tu palacio –dijo la médico dejando el coche en el


vado de la entrada del garaje.

-Me lo he pasado muy bien. Gracias por la cena –le agradeció Esther,
girándose para quedar de cara a ella.

-Gracias a ti por la compañía, ya que el resto se ha escaqueado


hábilmente… Por cierto, ¿te he dicho ya que estás guapísima?

-Creo que sí. Pero por mucho que lo repitas no voy a invitarte a subir.

-Ya… Aunque siempre nos queda la opción del coche, ¿no? –repuso de
forma pícara.

-Demasiado incómodo para mí.

-Pues te brillan los ojos sólo con pensarlo.

-Es posible que sea por el alcohol, ¿sabes? Que gracias a ti, mañana no
podré ni levantarme de la cama.

-Que yo sepa, el Martini, la media botella de vino y el Bloody Mary te los


has bebido solita, ¿eh? –observó acercándose a ella-. No me hace falta
emborracharte para que sucumbas a mis encantos…

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-Eso ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes –soltó Esther realmente


desinhibida a causa de la cantidad de alcohol que se acumulaba en su
sangre.

-¿Y piensas hacer algo al respecto? –quiso saber la cirujana tan cerca de
su rostro que pudo notar como sus labios casi se rozaban.

-Lo único que se me pasa ahora mismo por la cabeza sería un error.
Enorme, además.

-Podríamos considerarlo un paréntesis –propuso Maca.

-¿Y después?

-Cerramos el paréntesis.

-No es tan fácil.

-Lo sé. Pero lo necesito y sé que tú también. De una manera u otra


acabaremos cometiendo un error, así que encuentro ridículo esperar
más tiempo…

Por segunda vez en menos de una semana, su mente se quedó en


blanco y toda su fuerza de voluntad se evaporó de un plumazo como por
arte de magia. No supo qué ordenó a sus labios que se entreabrieran,
pero de lo que sí estaba totalmente segura era de que la médico había
interpretado aquel gesto como una invitación. Una que se basaba en
acabar de recurrir los escasos milímetros que todavía separaban sus
bocas para acabar uniéndose en una de sola. Sus lenguas se
entrelazaron de forma inconexa, sólo con la intención de abarcar el
máximo espacio posible de la cavidad bucal ajena. En cuanto a las
manos, parecía que ambas habían perdido el control de aquella parte de
sus respectivos cuerpos, puesto que ninguna de las cuatro permanecía
en el mismo lugar por un período mayor a unos escasos segundos. A
pesar de tener que sortear varios obstáculos que no le hacían nada fácil
la consecución de sus intenciones, la médico se recostó lentamente
sobre el cuerpo de Esther.

-Joder –se quejó todavía pegada a sus labios-. Mierda de cambio de


marchas…

-Vámonos arriba –ordenó Esther volviendo a tirar de su rostro.

-Estabas tardando en decirlo… Pero no puedo dejar el coche aquí.

-Déjalo en mi plaza, el mío está en el taller –le dijo esperando a que se

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pusiera de nuevo frente al volante, a la vez que accionaba la puerta con


el mando, haciendo que ésta se plegase hacia arriba de forma lenta.

-Ya… Y ahora es cuando me dices que no lo tenías todo preparado –soltó


la médico con una sonrisa traviesa.

-Me has pillado, todo esto es un complot destinado a meterte en mi


cama.

-¿Cama? ¿Quién ha hablado de camas? Yo pensaba que íbamos a jugar


al parchís.

-Lo haremos en mi habitación. Ya sabes, para no despertar a Laura y


eso…

-Me parece buena idea –asintió sin borrar la sonrisa-. Por cierto, tengo
que decirte que entro mucho mejor el coche yo que tú, y eso que no
tengo las medida cogidas a la plaza.

-Más te gustaría a ti…

Ninguna de las dos estaba segura de lo que se disponían a hacer, y esas


dudas se habían acrecentado con aquella breve pausa que había
supuesto la entrada en el garaje. Sin embargo, en vez de exteriorizar
ese estado vacilante en el que se encontraban, lo acallaron en su
interior, mostrándose seguras y decididas hacia la otra. El trayecto entre
el vehículo y el ascensor lo hicieron en silencio, dejando más que
evidente que la situación se había vuelto realmente tensa. Aquello ya no
era algo fruto del calentón del momento; ahora se había convertido en
un plan premeditado hecho con alevosía. Al igual que la puerta, el
elevador parecía ir más lento de lo habitual, puesto que la espera
necesaria para que bajara hasta aquel segundo subterráneo se les hizo
eterna. Finalmente, Maca sucumbió a sus impulsos y se acercó a ella
para abrazarla por la espalda y dejarle un suave beso en el cuello.

-¿Quieres montar un espectáculo erótico para que nos pille alguno de


mis vecinos? –preguntó Esther al sentir como las manos de la médico se
colaban debajo de su vestido.

-Seguro que más de uno se quedaría muy contento –contestó dándole la


vuelta para quedar de cara.

-No te adules de esta manera, ¿quieres? –le susurró la abogada en el


oído, sabiendo lo que aquel gesto provocaría en Maca.

-Ven aquí –le ordenó tirando de su nuca hacia ella con vehemencia para

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besarla de forma apasionada-. Haces de mí lo que quieres.

-Es que eres de fácil provocar, cariño –le espetó justo antes de esbozar
una sonrisa al ver el brillo de los ojos de la cirujana.

-Me encantas cuando te pones así –le dijo perdiéndose en su cuello, que
ella misma se encargó de dejar a plena disposición echando la cabeza
hacia atrás.

-Lo sé –repuso Esther con tono chulesco.

-Dios, no sabes como odio estas medias ahora mismo –se quejó mientras
acariciaba sus muslos por debajo del vestido.

-Te veo ansiosa –se burló la abogada, aunque su voz entrecortada la


delató, y le hizo saber a Maca que se encontraba igual que ella.

-Quiero oírte gemir y pedirme más –le susurró en su oído, al mismo


tiempo en el que las puertas del ascensor se abrían ya en su planta.

-Pues será cuestión de complacerte. Aunque si dejas tus manitas quietas


quizás consiga abrir la puerta.

Apenas unos segundos más tarde, y a pesar de que la médico hubiese


hecho oídos sordos a esa petición, Esther logró que la llave entrara en la
cerradura y que girara en su interior, haciendo que la puerta se abriera
al fin. Nada más entrar en el recibidor, Maca aprisionó a la abogada
contra la pared con un gesto brusco que provocó que ésta dejara caer
las llaves al suelo.

-Como sigamos así, despertaremos a Laura –la reprendió en voz baja,


notando como las manos de la cirujana volvían a vagar sin control por su
cuerpo.

Con decisión, aunque a base de trompicones debido a que no quiso


separarse de ella lo más mínimo, Maca la guió hacia el dormitorio como
si fuera el suyo. No había lugar a dudas que a la médico le gustaba
llevar el control, aunque quizás aquella actitud sólo estaba causada por
las ganas irrefrenables de encontrarse en esa cama que suponía su
destino. El pasillo se alargó más de lo debido a causa de las numerosas
paradas que hicieron por el camino simplemente para besarse con más
tranquilidad o empezar a desprenderse de algunas de las prendas que
en aquellos momentos no hacían más que molestar. A Esther ni siquiera
se le pasó por la cabeza el paisaje que se encontraría al día siguiente su
compañera de piso al levantarse, como tampoco le importó lo que ésta
pudiera pensar al respecto.

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Finalmente, llegaron al final del pasillo, donde estaba el dormitorio de la


abogada, cuya entrada se les complicó levemente, puesto que insistían
en pasar las dos al mismo tiempo. Sin demasiada suavidad, Maca cerró
la puerta con el pie, haciendo que el ruido resonara por toda la estancia.
Pero en aquella ocasión Esther ni siquiera se inmutó, demasiado
preocupada en desabrochar los botones de la blusa de seda de la
médico que se le estaban resistiendo en exceso.

-Me debes otra camisa –soltó ésta cuando la abogada, presa de la


ansiedad, la abrió con un gesto brusco, haciendo que los botones
salieran disparados en todas direcciones.

-Déjate de estupideces –le espetó desde su cuello, mientras cubría el


sujetador de encaje negro con sus manos.

-La compré en Armani, así que de estupideces nada, bonita…

-¿Por qué siempre que estamos en momentos parecidos no puedes dejar


de hablar? –quiso saber Esther con evidente frustración.

-Porque cuando me pongo nerviosa me entra la verborrea –admitió la


médico empujándola para que cayera sobre el colchón.

-¿Estás nerviosa? –le preguntó divertida, mirando como sus medias se


deslizaban por sus piernas en dirección descendiente.

-Mucho. Pero sé que tú también, así que no me preocupa demasiado.

Apoyada en sus codos, se deleitó observando como Maca se desprendía


de sus propios pantalones, lanzándolos a un rincón de la habitación para
que se quedaran ahí el resto de la noche. Tragó saliva con dificultad al
ver aquella figura estilizada con la que tanto había soñado aquel último
año, aquélla que se irguió sólo cubierta por la ropa interior y cuya dueña
la miraba fijamente desde esa posición dominante, como si estuviera
planeando cuidadosamente su próximo paso. La vio inclinarse hacia ella
con los ojos brillantes y una sonrisa pintada en sus labios y un nudo se
apoderó de su estómago cuando empezó a gatear de forma sensual para
llegar hasta ella.

-Eres guapísima –dejó escapar de su boca sin ser realmente consciente


de ello.

-Lo sé –contestó ella sin variar lo más mínimo su expresión-. Pero no más
que tú. Así que tengo la tranquilidad de que nuestras niñas también lo
serán.

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-¿Niñas? –repitió Esther confundida, y sin acabar de entender a lo que se


refería. Quizás porque su mente estaba demasiado concentrada en las
manos de la médico que ya habían sorteado su vestido y acariciaban sus
costados, acercándose peligrosamente a sus pechos.

-Dos. Yo elijo el sexo, tú eliges los nombres –repuso Maca con


convencimiento, justo antes de unir sus labios en un beso húmedo.

-Eso no se puede elegir…

-Hazme caso, serán niñas.

Ante la seguridad aplastante con la que dijo aquellas palabras, Esther


optó por no contradecirla y dejar aquel tema a un lado. De todos modos,
tampoco creía que aquel fuera el mejor momento como para empezar
una disertación o un debate. Por ello, se recostó completamente sobre el
colchón y se concentró en aquel vestido que cada vez estaba más arriba
y que al día siguiente estaría completamente arrugado. No tardó mucho
en sentir los labios de Maca divagar por su abdomen, formando figuras
inconexas. Aquella prenda que había elegido por la tarde le resultaba en
aquellos momentos terriblemente incómoda, por lo que alcanzó como
pudo la cremallera lateral y la bajó con un certero movimiento. Vio un
extraño brillo en los ojos de la médico como reacción a ese gesto;
aunque rápidamente lo identificó como algo bueno, ya que sus manos
volaron hacia sus hombros para deslizar los finas tirantes por sus brazos.

Maca reptó por su cuerpo hasta llegar a la altura de su rostro, uniendo


sus labios de nuevo, como si quisiera despedirse por largo período de
tiempo. Lentamente se separó de ella y emprendió un viaje
descendiente que tuvo su comienzo en su cuello. Esther estaba segura
que quería torturarla, sino ese tiempo que se estaba tomando la cirujana
para besar y succionar cada poro de su piel no tenía ningún sentido.
Dobló los brazos con ansias para ayudarla a que los tirantes de su
vestido se olvidasen al fin de su cuerpo, haciendo que la prenda quedara
completamente arrugada a la altura de su cadera. Cuando parecía que
Maca no llegaría jamás a ese punto, notó los dedos de ésta en su
espalda y, tras un leve movimiento de muñecas, supo que al fin también
se había librado del sujetador. Sin pensarlo demasiado la imitó al pie de
la letra, deseosa de sentir el roce de sus pechos con su propia piel. Por
suerte, la médico no opuso resistencia de ningún tipo, es más, la ayudó
con su propósito acabando de desprenderse ella misma de él. Realmente
no estaba segura de querer que Maca alcanzara el siguiente paso,
puesto que sabía que su tortura se acrecentaría. Sin embargo, cuando
sintió la lengua de la cirujana pasearse libremente por su aureola deseó
que se quedara allí el resto de sus vidas.

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La médico no escatimó en atenciones de ningún tipo, puesto que


mientras se dedicaba a saborear el pezón derecho de Esther y a
complacerlo con su lengua y leves mordiscos; el otro era masajeado por
su mano, como si temiera que fuera a ponerse celoso. Aunque pareciera
que le costara horrores apartarse de aquella parte del cuerpo de la
abogada, finalmente siguió con su camino, rindiéndole un especial
homenaje al ombligo de Esther. Ésta no pudo más que encoger su tripa,
haciendo más evidentes sus costillas, que se marcaron de forma notable
bajo su piel. Si bien pocos segundos más tarde arqueó la espalda como
si se ofreciera a ella.

De repente y sin esperarlo, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza,


haciendo que tuviera que ahogar un gemido que al final salió de su boca
como un suspiro largo y profundo. Sin ella darse cuenta, la mano de
Maca había volado hacia su entrepierna y había recorrido su sexo de
forma ascendente como si quisiera reconocer un territorio no explorado
y desconocido. Por inercia sus piernas trataron de cerrarse, algo que no
consiguieron al toparse con el cuerpo de la médico que ya empezaba a
tomar posiciones para la misión que se disponía a llevar a cabo. No tardó
demasiado en notar el cálido aliento de la cirujana chocar contra su ya
palpitante clítoris. Cerró sus ojos con fuerza, distinguiendo pequeños
destellos blancos a pesar de que sus párpados no dejaran pasar ni un
ápice de luz.

-Por favor –le imploró con voz entrecortada-. Haz lo que tengas que
hacer de una vez.

Maca esbozó una sonrisa de satisfacción al saber a ciencia cierta que en


aquellos momentos la abogada estaba bajo su control, y que aunque
quisiera no podría escapar de él. Sus ojos recorrieron aquel conjunto de
pliegues rosados que, a pesar de la poca iluminación del dormitorio,
brillaba a causa de la humedad que los invadía. El orgullo la invadió
sabiéndose la causante de aquel estado, si bien ella no estaba mucho
mejor. En aquel instante, un nervioso movimiento de las caderas de
Esther le recordaron que no estaba haciendo lo que se suponía, y que la
abogada se estaba impacientando por momentos. Así que sin esperar
más, decidida a complacerla y a no alargar aquella tortura sin piedad a
la que la estaba sometiendo, acercó su rostro a su sexo, paseando su
lengua libremente por él. Degustó aquel sabor tan familiar y que tanto
había echado de menos y, aunque sabía que pensado fríamente sonaría
como una degenerada perturbada, en aquel momento se sintió en casa.
Por el rabillo del ojo vio como las sábanas se arrugaban entre los puños
fuertemente apretados de la abogada, y no pudo más que sonreír
complacida. Sus labios rodearon con cuidado aquella parte tan delicada,
y la estimuló con la ayuda de su lengua, mientras su mano izquierda se

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escapaba para masajear el pecho de Esther. Suspiros profundos y


gemidos acallados se sucedían en los labios de la abogada que, cansada
de la parsimonia de Maca, llevó una de sus manos a la cabeza de la
médico ordenándole que incrementara su ritmo. De pronto, sintió dos
dedos entrando en su interior, moviéndose dentro de ella, haciendo que
se desprendiera de la poca razón que le quedaba.

-Esto no está bien –se escapó de su boca.

-¿Quieres que pare? –quiso saber la cirujana con voz malévola, a la vez
que detenía sus movimientos.

-Como te atrevas te mato –la amenazó incorporándose lo mínimo como


para que sus ojos se cruzaran y Maca fuera consciente de que no
bromeaba.

Finalmente, un gemido más sonoro que los anteriores inundó la estancia.


Lentamente, los músculos de Esther se relajaron, a pesar de que su
respiración seguía agitada. Cerró los ojos tratando de recomponerse lo
más rápidamente posible; odiaba sentirse tan vulnerable, y en aquel
momento lo estaba y mucho. Sin embargo, unos labios recorriendo de
nuevo su cuerpo, esta vez en dirección ascendente, truncaron su
objetivo, haciendo que sólo pudiera concentrarse en sentir aquel
contacto de nuevo.

-Hola –la saludó Maca con una sonrisa divertida, al llegar a la altura de
su rostro.

-Tonta –le espetó robándole un beso que hizo que sus papilas percibieran
su propio sabor que parecía haberse quedado impregnado en los labios
de la cirujana.

-¿Sería muy inapropiado que a partir de ahora te llamara doña


gemiditos? –la picó la médico, que seguía sobre su cuerpo.

-Mucho –se limitó a contestar con una mueca-. Porque entonces te


quitaría tu mote.

-Eres una petarda –le dijo besándola con profundidad.

-Sí, pero al fin y al cabo, soy la petarda que te hará gemir hasta que te
quedes afónica –contestó a la vez que hacía que sus cuerpos giraran por
el colchón.

A pesar de la sacudida que recorrió su cuerpo y de la punzada que sintió


en su sexo que notaba más húmedo de lo normal, su mente le pedía otra

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cosa. Aunque quizás eran sus labios los que se lo pedían. Desde que
había vuelto a besar a la abogada, aquella noche fría en casa de su tía,
había tenido que hacer verdaderos esfuerzos para no saltar sobre su
boca a la primera de cambio. Su cuerpo le pedía sentir esos labios sobre
los suyos hasta acabar con ambos hinchados y doloridos.

-Bésame –le pidió justo en el momento en que las manos de Esther la


estaban desprendiendo de la última prenda que cubría su cuerpo-. Sólo
bésame.

-¿Estás segura? –le preguntó algo extrañada por dicha petición.

-Sí –se limitó a contestar atrayéndola hacia ella con decisión.

Una leve punzada de deseo hizo que abriera los párpados que parecían
pesarle toneladas. Confundida por aquella sensación que la había
sacudido haciéndola despertarse, repasó la habitación en la que se
encontraba. Notó la parte derecha de su cuerpo notablemente
entumecida, seguramente por el peso que había soportado durante
aquellas escasas horas. En aquel preciso instante, otra señal
proveniente de su sexo la obligó a apretar los puños con fuerza,
atrapando entre ellos las sábanas, y a morderse el labio inferior para
contener el gemido que luchaba por salir. Su cuerpo le estaba pasando
factura. Anoche había preferido pasarse más de una hora con los labios
de la abogada pegados a los suyos, disfrutando del baile silencioso de
sus lenguas, pero en aquel momento le pedía algo muy diferente. Lo
peor era que, al parecer, Esther seguía dormida y, a juzgar por la
cantidad de alcohol que había ingerido la noche anterior, no sabía en
qué estado se despertaría.

Por su parte, la abogada llevaba ya varios minutos con la mente


totalmente despejada. Era cierto que sentía un leve dolor de cabeza,
pero era el único síntoma de resaca que tenía, y sabía que con una
pastilla desaparecería en pocos minutos. No era precisamente aquello lo
que la preocupaba, sino más bien el contacto de su pierna con ese
escaso vello púbico que estaba poniendo a prueba toda su fuerza de
voluntad. Se moría de ganas por acariciar ese cuerpo que estaba bajo el
suyo, pero no sabía si aquel paréntesis seguía abierto, y empezaba a
darle complejo a obsesa. Y en aquel momento, su pierna, autónoma e
independiente de las órdenes de su cerebro, se movió incrementando el
roce con aquella parte del cuerpo de Maca que quería deseaba hacer
suyo de nuevo con todas sus fuerzas. Un suspiro ahogado hizo que
cerrara sus ojos como acto reflejo, aunque al percatarse de lo que
aquello quería decir, los abrió y esbozó una sonrisa.

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-Buenos días –dijo irguiéndose lo justo para ver la cara de la médico-.


¿Estás bien? –quiso saber de forma pícara al sospechar a qué se debía el
brillo de la mirada de Maca.

-Podría estar mejor –contestó con el ceño fruncido y los ojos


entrecerrados.

-¿En serio? –la picó mientras su mano derecha se deslizaba lentamente


por el cuerpo de la cirujana hasta llegar al punto de destino-. Vaya… Hay
que ver lo animadas que nos despertamos, ¿eh? –añadió al palpar una
más que considerable humedad.

-Si no me provocases… -se defendió ella como pudo, mientras intentaba


atrapar sus labios que huían de ella en un juego cruel.

Con un movimiento rápido, se incorporó más de lo que Esther esperaba


y la besó con pasión, casi con furia. Lentamente, el cuerpo de la
abogada había ido deslizándose hasta quedar totalmente encima de
Maca. Ambas podían sentir sus pieles completamente pegadas, sus
pechos se rozaban y sus piernas se entrecruzaban formando una unión
de cuerpos extraña. Un gemido demasiado alto se escapó de la boca de
la cirujana al notar la presión que ejercía una de las piernas de Esther
sobre su sexo.

-¡Joder, Esther! Ayer debiste llegar como una cuba, porque dejaste el
pasillo hecho un asco –oyeron como la reprendía Laura justo enfrente de
la habitación.

No pudieron reaccionar. Los reflejos les fallaron a ambas, y fueron


incapaces incluso de gritar para avisar a la chica que con toda seguridad
entraría en el dormitorio. De hecho, ni tan siquiera pensaron en cubrir
sus cuerpos desnudos con las sábanas que se arremolinaban arrugadas
a sus pies.

-Como no te des un poco de prisa no llegamos –le advirtió mientras abría


la puerta-. ¡Oh, coño! Perdón… -se disculpó completamente enrojecida, a
la vez que escondía su cabeza detrás de la madera de nuevo-. Ahora
entiendo porque no querías cambiarla anoche… Porque desde luego, yo
no haría eso contigo ni loca.

Parecía como si una fuerza invisible les impidiese moverse lo más


mínimo. No podían dejar de mirarse a los ojos fijamente y, el único gesto
que indicaba que seguían conscientes era el suave movimiento de sus
cuerpos al respirar. De pronto, una sonrisa empezó a dibujarse en el
rostro de Maca, que acabó convirtiéndose en una carcajada sonora que,

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a su vez, derivó en un ataque de risa incontrolable. Como si aquella


reacción se hubiese tratado de la señal de salida en una carrera, Esther
la imitó al instante, escondiendo su cara en el cuello de la médico,
mientras notaba como los ojos empezaban a llenarse de lágrimas. El
contacto de sus cuerpos se incrementó debido a las sacudidas causadas
por la risa, haciendo que se rozasen de forma irremediable. En uno de
esos espasmos, la presión que ejercía la pierna de la abogada sobre el
sexo de Maca se incrementó, provocando que ésta se pusiera seria
inmediatamente y tuviera que apretar los labios con fuerza contra el
hombro de Esther para no dejar escapar un gemido y escandalizar
todavía más a Laura.

-¿Qué te pasa? –se preocupó la abogada al percatarse de su silencio-. No


me lo puedo creer… Eres insaciable… -soltó mirándola divertida, cuando
descifró la causa de aquello.

-¿A qué hora tienes la primera reunión? –quiso saber la cirujana con voz
entrecortada, mientras la mano de Esther descendía de nuevo por aquel
cuerpo.

-A las doce –contestó desde su cuello.

-Entonces… Todavía nos quedan unas cuantas horas, ¿no?

-Exacto –repuso sonriendo-. ¡Laura! No llegaré al despacho hasta las


once y media. Antes tengo que pasarme por el juzgado –gritó lo
suficiente como para que su compañera pudiese oírla.

-¿Juzgado? Tú no pisas el juzgado desde que acabaste la pasantía –


exclamó la chica desde el pasillo-. ¡Que lo paséis bien! –añadió entre
risas.

Por suerte, el día 31 Cristina había podido tomarse la tarde libre. Aquello
les había permitido que no tuviera que ser Maca la que se encargara de
todos los preparativos de la fiesta. La verdad era que tampoco había
tanta cosa por hacer, puesto que gran parte de la comida se basaba en
entrantes fríos que habían comprado ya hechos. Sin embargo, sí había
unos cuantos platos que se tenían que cocinar, y la interiorista se había
empeñado en que tenían que decorar el piso para la ocasión. De hecho,
desde que habían decidido que la celebración se haría allí, se había
pasado los cuatro días haciendo bocetos varios y desplegando toda su
profesionalidad. La primera vez que la vio completamente enfrascada en
sus dibujitos, como los llamaba Maca, la médico no había podido evitar
burlarse de ella con ganas, a pesar de los argumentos que Cris le daba
diciendo que aquella noche era una de las más importantes del año y

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que ellas debían estar a la altura.

-¿Qué te parece? –quiso saber mostrándole un par de hojas tamaño


DINA3 en las que se podía distinguir su salón y las diferentes opciones-.
A mí personalmente me convence más éste. No sé, creo que a pesar del
colorido no transmite una sensación chillona. ¿Tú qué crees?

-Que tendremos que comprar Ferrero Rocher para estar a la altura de


las circunstancias… -contestó Maca con sorna.

-Joder, es imposible hablar contigo –le espetó Cristina, ofendida por la


respuesta obtenida. Sabía que la médico opinaba que nada de aquello
hacía falta, pero un poquito de emoción por su parte tampoco hubiese
estado nada mal.

-¿Qué pasa? No veo por qué la Preysler puede y nosotras no… Estoy de
acuerdo en que puede quedar un poquito cutre dar sólo eso, pero si ella
lo hace y además se congratula de ello en la tele…

-Cuando te pones así no hay quien te aguante, de verdad. Me voy a


comprar los adornos.

-¿Ahora? Cris, son las cuatro. A estas horas no habrá ninguna tienda
abierta.

-Me voy al chino de la esquina, y ese no cierra.

-¿Te pasas cinco días dándome la brasa con tus dibujitos para después ir
a comprarlo a los chinos? Me parece increíble.

-Y yo creo que es una tontería gastarse un dineral en una serie de cosas


que sólo utilizaremos una vez. Además, con un poquito de gracia, algo
que tú obviamente no tienes, se puede sacar mucho partido de lo que
sea. ¡Y no son dibujitos!

-No te pongas así, mujer. Que es el último día del año.

-Me parece muy bien. Pero cuando tú me vengas preguntándome como


te han quedado las dichosas gambas de Palamós o el cocktail de lo que
sea, yo también me lo voy a tomar a risa… -le soltó mientras se ponía el
abrigo-. Manda narices –añadió en un refunfuño a la vez que entraba en
el ascensor.
Maca se limitó a poner los ojos en blanco y a seguir enfrascada en la
lectura de aquella revista médica que había tomado prestada de la
Clínica el día anterior. Cuando llegó a casa aquel mediodía pensaba

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encontrarse a la interiorista esperándola ansiosa en el salón con los


brazos cruzados, a la expectativa de recibir una explicación convincente
que le explicase la razón de su desaparición la noche anterior. Sin
embargo, Cristina había llegado más tarde que ella, y por lo que parecía,
pensaba que había sí había ido a dormir a casa. Sintió un gran alivio
cuando la prima de Esther le preguntó cómo había ido la cena, y a juzgar
por su falta de insistencia, se quedó satisfecha con su breve descripción
del restaurante y del pub al que fueron más tarde. Al fin y al cabo,
parecía que Laura había reprimido sus impulsos y lo primero que había
hecho de casa no había sido llamar a todos sus amigos en común para
hacerles partícipes de la noticia. «Lo que significa que soltará la bomba
cuando estemos todos aquí. Algo que es, definitivamente, mucho peor
que si ya se hubiesen hecho a la idea…» pensó para sí mientras pasaba
la página, para leer atentamente un artículo sobre una nueva técnica
quirúrgica mucho menos agresiva. «No, si al final ni siquiera nos
mancharemos de sangre cuando operemos. Esto está perdiendo toda su
gracia».

Realmente, Cristina debía tener las ideas muy claras respecto a su


pequeño proyecto casero, puesto que apenas tardó media hora en
volver cargada de enormes bolsas de plástico sin ningún mensaje
gravadas en ellas. Sin apenas saludarla, empezó a extender su
considerable arsenal de materiales, sin preocuparle lo más mínimo si
invadía o no el espacio de Maca, quien de pronto se vio rodeada de
decenas de cosas plastificadas que no sabía exactamente como
clasificar. Cansada de los bufidos de su amiga, que denotaban que
seguía ofendida por la poca importancia que le había dado a su
proyecto, se levantó y se dirigió a la cocina.

-Anda, no te enfades, petarda –le soltó con una sonrisa conciliadora, sin
poder evitar darle un pequeño empujoncito haciendo que se cayera al
suelo debido a que se encontraba arrodillada.

-¡Me cago en la…! Ven aquí pedazo de cabrona –exclamó levantándose


lo más rápido que pudo con la intención de perseguir a la médico que
había tenido tiempo de encerrarse en la cocina.

-Esto está lleno de utensilios peligrosos, así que piénsate dos veces lo
que vas a hacer. De hecho, justo enfrente de mí hay un cuchillo
jamonero… -intentó disuadirla, aunque ambas sabían que jamás sería
capaz de utilizar aquel instrumento.

Finalmente, la bromita le valió un contundente cojinazo en todo el rostro


cuando, diez minutos más tarde, se atrevió a salir de allí. Puesto que

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todavía faltaba demasiado como para empezar a hacer la cena y a


preparar la comida, se ofreció a ayudarla. Sin embargo, muy pronto
ambas se dieron cuenta que entre las virtudes de la cirujana no se
encontraba la decoración de salones para fiestas.

-Si no fuesen cosas del chino seguro que se me daría mucho mejor –se
justificó Maca, desafiando con el ceño fruncido un trozo de plástico que
no conseguía encajar donde debía.

-Claro –repuso Cristina con sorna-. Pero tranquila, la próxima vez me


encargaré de comprar estas chorradas en la tienda más cara de
Barcelona.

Hacia las nueve, quizás algo después, llegaron Anna y Jero, como
siempre los primeros, para ofrecerse a ayudar en lo que pudieran. La
médico aprovechó la presencia de su cuñada para dejarla a cargo de la
cocina, puesto que si ella era una decoradora nefasta, Cris era todavía
peor en lo que a la comida se refería. Como era habitual en ella, hacía ya
varios días que había decidido cual sería su atuendo de aquella noche,
por lo que apenas le tomaría media hora darse una ducha rápida,
vestirse y maquillarse. Cuando salió, Jero ya se había encargado de
alargar la mesa, que ya se encontraba cubierta por el mantel que solía
reservar para las fiestas y un par de columnas de platos
estratégicamente puestos en medio para que no pudieran caerse al
suelo –algo bastante probable rondando Guille por allí-.

Con la intención de evitar que cualquier cosa pudiera mancharla a la


primera de cambio, se cubrió el pantalón y la blusa con el delantal más
grande que encontró en los cajones de la cocina, y que resultó ser una
imitación de un traje de faralaes con volantes incluidos que Teresa le
había traído hacía un par de años de Sevilla. Aquel atuendo había
servido para todo tipo de bromas de sus amigos, incluido un breve
espectáculo nada agraciado de un Guille bastante perjudicado por el
alcohol. En el preciso momento en el que acababa de anudarse el
delantal a la cintura, el interfono emitió su pitido característico,
informándoles de que el resto de los invitados empezaban a llegar.
Cuando oyó las puertas del ascensor abrirse y el sonido inconfundible de
los besos de saludo de rigor, sacó la cabeza por la puerta de la cocina.
Frente a ella se encontraban Laura y Esther desprendiéndose de sus
abrigos que una Anna solícita se encargó de colgar en el armario del
recibidor. Sus ojos recorrieron la figura de la abogada, la suya, que
estaba enfundado en un vestido negro bastante parecido al del día
anterior que le hizo rememorar la noche anterior. Su mirada bajó por
aquel cuerpo, fijándose en los tacones realmente altos de los zapatos de

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Esther. Finalmente, su vista se dirigió a su rostro, aquél que había


besado durante horas sin cansarse, y se encontró con unos ojos serios
aunque brillantes que la miraban fijamente.
No sabía cuál era la razón por la que no podía apartar su mirada de
aquella otra profunda y penetrante, sólo era consciente de que había
algo que se lo impedía. Tampoco estaba muy segura de cómo debía
comportarse con ella. Desde que se habían despedido aquella mañana
no había vuelto a tener noticias de la abogada; algo normal teniendo en
cuenta que no habían pasado ni diez horas. De hecho, lo contrario le
hubiese extrañado y sorprendido a la vez, y probablemente no le
hubiese gustado. Podía parecer raro, pero una de las cosas que más le
gustaban de Esther era que no le ponía las cosas fáciles, nunca había
estado todo el día pendiente de sus movimientos y, aunque en
ocasiones aquello pudiese resultar frío y distante, se mostraba cariñosa
cuando debía. Definitivamente, le iba la marcha.

Debido a las prisas con las que habían salido del piso y se habían
despedido, ninguna hizo mención alguna de lo que suponía lo que había
pasado aquella noche. Aunque posiblemente, la razón recayese en que
no habían tenido el valor suficiente como para sacar el tema a relucir.
Así que en aquel preciso instante no tenía ni idea de lo que era ella para
Esther y de lo que se suponía que tenía que hacer a continuación. Sus
dudas se acrecentaron todavía más cuando un cambio en la escena la
despertó de su ensimismamiento: los ojos de la abogada se
empequeñecieron de repente, a causa de la sonrisa que se dibujó en su
rostro. No sabía qué era lo que divertía tanto a Esther, pero sospechaba
que su embobamiento tenía algo que ver. Aunque quizás fuese aquel
atuendo nada acertado.

Una sonrisa igual de amplia se formó en sus labios cuando uno de los
ojos de la abogada se cerró durante una fracción de segundo en un
guiño que hizo las funciones de saludo. Al percatarse de que las otras
dos personas que se encontraban con ellas en el recibidor la miraba
extrañadas por su falta de reacción, acabó de salir de la cocina y se
acercó a ellas con paso decidido.

-Vaya, creo que te estás encogiendo –soltó la abogada, sin modificar ni


un ápice su sonrisa divertida que en aquellos momentos estaba
provocada por las zapatillas de andar por casa que llevaba puestas la
médico.

-Espera a que me ponga los zapatos y volveré a sacarte un par de


palmos, así que estate tranquila.

-No exageres que, como mucho, mides unos cuantos centímetros más

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que yo.

-Sí, unos trece… Pero no te preocupes cielo, que aunque seas bajita aquí
se te aprecia igual… Así que cuando los demás niños te digan que
pareces una ciudadana de Lilliput, tú les contestas que ahí eran todavía
más bajos, aunque eso resulte difícil de creer.

-Ja, ja, ja. Tu humor siempre consigue sorprenderme. Hay que ver lo
graciosa que eres, ¿eh? –repuso Esther con evidente ironía.

-¿A que sí? Suelen decírmelo a menudo. Pero bueno, dejémonos de


alabanzas y ayúdame a acabar de preparar la cena –concluyó
cogiéndola de la mano y tirando de ella para que la siguiera hacia la
cocina.

Ante la sorpresa de la abogada, la mesa de aquella estancia estaba


cubierta por bandejas de diferentes formas y tamaños que contenían los
diferentes platos en los que consistiría la cena. La larga encimera estaba
decorada del mismo modo, aunque sobre el mármol también se
encontraban algunos alimentos que todavía debían ser calentados.
Lentamente giró sobre ella misma, observando atentamente toda
aquella cantidad de comida que, cuidadosamente dispuesta, se
amontonaba en la cocina. No es que fuera una cocinera demasiado
experta; de hecho, apenas se defendía en las recetas más simples, pero
por lo que parecía, la cena podía estar lista en cinco minutos. Diez a lo
sumo. Por ello, no creía que su ayuda fuese imprescindible para Maca.

-¿Puedo saber para que me necesitas? –se interesó mirándola con la ceja
alzada.

-Bueno, el día de Navidad vi que se te daba maravillosamente bien


poner las lonjas de queso en las bandejas, así que he pensado que
podrías ayudarme con eso –contestó Maca en un más que indudable
tono de burla.

-Eres insoportable –le espetó, aunque no pudo evitar esbozar una


sonrisa.

-Y también quería saludarte como Dios manda –prosiguió ignorando su


comentario, a la vez que la atraía hacia ella-. Hola, cariño.

Aquel brazo que, sin haberse dado cuenta había rodeado su cintura, se
ciñó todavía más alrededor de aquella parte de su cuerpo. Sus torsos
chocaron debido al impulso y a la fuerza utilizados por la cirujana;
exactamente de la misma manera como lo hicieron sus labios. Mientras
sus lenguas se unían en un baile tranquilo, Maca esbozó una sonrisa de

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satisfacción, quizás también de felicidad. Finalmente parecía que aquel


paréntesis que habían abierto la noche anterior, no se había cerrado
todavía y, además, aún tenían seis largos días por delante.

-¿Para quién te has puesto tan guapa? –le preguntó con fingida inocencia
una vez se separaron.

-Bueno, me han dicho que por aquí hay un muy buen partido que tengo
que cazar, así que…

-Has decidido sacar toda la artillería pesada, ¿no? –prosiguió Maca por
ella.

-Exacto.

-Eres una petarda –le espetó volviendo a besarla.

-¡Oh, miradlas! Son una monada –oyeron que decía una voz desde el
quicio de la puerta.

La primera reacción de Esther fue apartarse rápidamente de la médico


por instinto; pero el brazo que ésta seguía manteniendo alrededor de su
cintura le impidió que pudiera separarse demasiados centímetros.
Ambas dirigieron sus miradas hacia allí para descifrar la identidad de la
persona que las había interrumpido, encontrándose Anna que las miraba
con emoción y, a quien se le iban uniendo el resto de los que ya habían
llegado. Podría muy bien decirse que aquella era la situación más
embarazosa que había vivido Esther en toda su vida: frente a ella se
encontraban varias cabezas asomadas por el quicio de la puerta, todas
ellas observándola atentamente y con sendas sonrisitas burlonas. Y ella
no pudo más que permitir que sus mejillas le ardieran, supuso que por el
tono rojizo que estaban adquiriendo, y rezar para que sólo pudiera
notarlo ella.

-Te estás poniendo roja –le susurró Maca de forma socarrona.

-Esto no es un espectáculo, así que volved todos a lo que sea que


estabais haciendo.

-Pero es que poner la mesa no es tan emocionante como ver esta escena
pastelona –replicó Anna.

-En ese caso, tendréis que pagar 5 euros –soltó la médico-. Mujer, ya que
les alegramos el día tendremos que obtener algo a cambio, ¿no? –añadió
al recibir una mirada contrariada de la abogada.

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-Bueno, yo voy a seguir con mis adornos –anunció Cristina-. Pero ninguna
de las dos se ha librado de una larga charla acerca de la confianza y la
no revelación de información importante.

Cuando la cena ya estaba prácticamente lista, llegaron Claudia, Guille y


Eva, quienes como siempre eran los últimos. Hasta el momento, ambas
habían conseguido mantener el tema bastante controlado, sólo con
algunos comentarios sueltos de Cris o Anna acerca de la facilidad que
parecían tener para mantenerlas al margen de sus vidas. Sin embargo,
volvió a salir con mucha más fuerza cuando lo primero que dijo la
cardióloga al entrar en el piso fue un «¡hay que ver lo rápido que va
nuestra parejita!», dicho a viva voz.

-¿Cómo os habéis enterado? –le preguntó Maca a Marta de forma


disimulada cuando se encontraron a solas en la cocina.

-Laura nos ha mandado un mail nada más llegar al despacho –contestó


ella encogiéndose de hombros.

Como siempre, la publicista se mantenía al margen de aquellos temas,


principalmente porque, a diferencia del resto, no les daba demasiada
importancia. No es que lo que le ocurriera a la cirujana le resultara
indiferente, pero creía que todo el mundo debía hacer su vida como
quisiera, por lo que no encontraba necesario pasarse horas y horas
hablando de lo que hacían y dejaban de hacer los demás.

-¿Cómo? –se escandalizó la médico, aunque sobre todo estaba


extrañada porque nadie le hubiese dicho nada al respecto.

-Pues eso. Que hacia las nueve y media de la mañana nos ha mandado
un mail, contando que os había pillado en la cama. Obviamente la cosa
se ha trasladado a un tema de conversación de esos en el Facebook, y
ha durado hasta que nos hemos ido a comer.

-¿Qué?

-No te puedo decir con todo detalle lo que se ha dicho porque he tenido
una reunión a media mañana, pero supongo que estarían discutiendo las
diferentes hipótesis que se les han ocurrido sobre vosotras. Ya sabes:
cómo os comportaríais esta noche, si se supone que estáis juntas formal
y oficialmente, etcétera.

-Lo que no entiendo, es por qué nadie me ha llamado para preguntarme


al respecto. No sé, he estado con Cris durante toda la tarde y no ha
hecho ni la mínima mención del tema.

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-Porque estaba esperando a que me lo dijeras tú –soltó la interiorista


entrando en la cocina acompañada de Anna.

-Y porque queríamos ver cómo vuestro comportamiento creyendo que no


lo sabíamos. Hemos supuesto que el que Laura nos lo hubiera contado,
haría que os cortarais y, por lo tanto, no hubiésemos podido ser testigos
de una escena como la que se ha dado antes.

-Sois todos unos cabrones –les espetó Maca fingiendo estar ofendida,
aunque su sonrisa la delató rápidamente.

-Y tú estás tonta perdida –replicó su cuñada con tono burlón-. Sólo falta
un hilillo de baba cayendo por tu boca para que seas la imagen perfecta
del atolondramiento.

-¿De qué habláis? –quiso saber Esther, apareciendo de pronto por allí
con la intención de llevar algunas bandejas al salón.

-De ti, ¿de quién va a ser sino? Y de lo embobada que tienes a Maquita –
contestó la veterinaria.

-¿Te tengo embobada? –le preguntó a la aludida, alzando una ceja.

-Ya sabes que sí, mi amor –repuso la médico de forma acaramelada,


acompañando sus palabras con un profundo suspiro-. Bueno, ahora que
ya hemos cumplido vuestras expectativas de pasteleo, ¿podemos
empezar a cenar? –añadió cambiando radicalmente su tono de voz, que
volvió a su estado normal.

-Joder, hay que ver lo sosas que sois. Realmente hacéis buena pareja –se
quejó Cristina cogiendo varias copas, y saliendo con paso rápido de allí.

Anna siguió con la mirada a la interiorista y esbozó una sonrisa al ver su


gesto indignado. No sabía exactamente qué habían esperado todos de la
revelación que les había hecho Laura algunas horas atrás, pero
conociendo a Maca como lo hacía, sabía que la médico jamás se
profesaría muestras de afecto demasiado evidentes con nadie delante
de otras personas. No, definitivamente aquel tipo de comportamientos
no iban con su amiga. Sin embargo, aquel brillo en sus ojos la delataba
con gran facilidad, al igual que su ya inseparable sonrisa. A pesar de lo
distante que podía parecer en un principio, la cirujana era en realidad
bastante transparente, o al menos así se mostraba frente a ella, y eso
era precisamente lo que le preocupaba. No dudaba de que Esther fuera
buena persona, pero temía que pudiera hacerle daño a su cuñada.
Además, no entendía a qué venía ahora todo aquello, puesto que estaba
más que claro que Maca volvería a Nueva Jersey en pocos días.

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Como era previsible, la cena transcurrió de forma animada. Maca y


Esther tuvieron que soportar no pocos comentarios sobre su “relación”,
ante los cuales ambas hicieron oídos sordos. No obstante, ninguna de las
dos dudó en reprocharle a Laura su poca discreción, indignadas de que
la chica no hubiese sido capaz de mantener la boca cerrada ni una hora.
Pero a pesar de los sólidos argumentos que utilizaron en su sermón,
Laura no se achantó y permaneció como si oyera llover.

-Tenía que compartir con alguien el trauma insuperable que me ha


producido esa escena –se defendió haciendo gala del morro que podía
llegar a tener.

-¿Perdona? –exclamó una Esther profundamente ofendida-. Yo he tenido


que llegar a soportar decenas de novios tuyos paseándose por mi piso
en calzoncillos, y eso en los mejores casos. Así que no me vengas con
traumas insuperables, porque la que entró sin llamar fuiste tú.

-Ya pero…

-Además, tampoco creo que te diese tiempo a ver mucho –la ayudó
Maca.

-¿Que no? Gracias a ella nuestros conocimientos sobre sexo entre


mujeres se han ampliado considerablemente –intervino Claudia
arrancando las carcajadas de los que estaban escuchando.

-¿Exactamente qué les has contado? –quiso saber Esther cruzándose de


brazos.

-Bueno, nos ha deleitado con una narración bastante detallada de la


escena –aportó Joan.

-Joder –se quejó la abogada volviéndose hacia su compañera de piso que


la miraba con rostro inocente.

-Oye, Eva. Antes me has dicho que querías comentarme algo, ¿no? –
soltó de forma enérgica, dándose la vuelta y escabulléndose de ahí a
toda velocidad.

-Eso, eso, huye. Pero ya hablaremos tú y yo –le advirtió Esther alzando la


voz.

-No lo creo –contestó Laura con una sonrisa provocadora-. Teniendo en


cuenta que la obsesa de tu novia y tú sois iguales, no creo salgáis de la
cama hasta pasado mañana, y para entonces ya se te habrá olvidado.

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-¡Ahí has estado bien! –exclamó Eva con admiración.

-¿Puedes recordarme por qué tenemos unos amigos así? –le preguntó la
abogada a Maca en un susurro.

-Francamente, no tengo ni idea. Seguramente porque debimos darnos


un fuerte golpe en la cabeza que nos dejó secuelas.

-Recuerda que el exceso de sexo también provoca secuelas. Ya sabes,


demasiada concentración de sangre en partes del cuerpo que no son el
cerebro –murmuró Claudia como si nada, al pasar por su lado.

-Pues ese golpe en la cabeza debió de ser muy fuerte –repuso Esther en
un profundo suspiro de resignación.

-Recuérdame que me apunte en la agenda que tengo que cambiar de


amigos –le pidió con una mueca cómica.

-Venga, no seas así, que sabes que en el fondo no puedes vivir sin
nosotros –soltó Anna con una sonrisa radiante que intentaba aparentar
inocencia.

-Eso es precisamente lo que me preocupa.

-Por cierto, os ha quedado genial el piso, ¿eh? Me encantan esas cosas


que cuelgan de las luces –dijo Jaime intentando zafarse de la mano de su
marido, que aquel día estaba especialmente empalagoso.

-Pues no es gracias a Maca –soltó Cris mirando a la aludida con el ceño


fruncido-. Se ha pasado cinco días riéndose de mí.

-No le hagas caso, ya sabes como es –intervino Jero dedicándole a su


hermana una sonrisa burlona.

-Mira que bien, ya he vuelto a recibir. Hoy es el día de metámonos con


Maca, ¿no?

-Exacto –contestaron varias voces al unísono.

-Pero tranquila, que breves le tocará el turno a tu novia –añadió Eva.

-Por mí no os sacrifiquéis, ¿eh? –repuso la aludida-. Podéis centraros en


ella tranquilamente que yo prometo no ponerme celosa.

-Así me gusta, que me apoyes –le dijo la médico con ironía.

Poco antes de las doce, alguien se encargó de encender el televisor para

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poder presenciar las tradicionales campanadas. Parecía que nunca se


pondrían de acuerdo acerca de cuál era el mejor canal para verlas,
puestos que unos estaban empeñados en ver a Ramón García con su ya
famosa capa, otros no querían perderse el toque de humor que le daba
la cadena autonómica y, Guille y Jero defendían la opción de la modelo
que salía en otro canal. Fue Maca la que finalmente, cansada de tanto
grito, se apoderó del mando a distancia y, argumentando que al ser su
casa ella decidía, acabó poniendo la que ella quería. Acción que,
obviamente, se encontró con varios intentos revolucionarios que
acabaron fallidos y muchas quejas.

-¿No has pelado las uvas? –se escandalizó Anna cuando le dieron la copa
en la que las habían depositado.

-Pues no. Me he pasado la tarde en la cocina, así que sólo me faltaba eso
–contestó sin más la médico.

-Pero es que a mí me da asco comerme la piel.

-Eso tiene una solución muy sencilla: no te las comas. O haberlas pelado
tú misma.

-Joder, Maca. Cuando te pones así de borde eres imposible.

-¡Callaos! Que ya suenas los cuartos –les ordenó Marta-. Y no hagáis


tanto ruido que los niños se van a despertar.

Como mandaba la tradición, todos sin excepción se concentraron en las


imágenes que se sucedían en la televisión. Frente a ellos, como desde
hacía ya algunos años, se alzaba la torre Agbar iluminada para la
ocasión, siguiendo las campanadas con un ritmo luminoso. Al igual que
solía ocurrirle desde que el escenario era aquel edificio, Jero no pudo
reprimir un ataque de risa incontrolable en cuanto éste se iluminó de
forma ascendente con el primer repique de campanas. El resto, sin
embargo, lo ignoró completamente mientras intentaban tragarse una
uva por cada campanada que oían. Algunos se confundieron cuando el
presentador de turno se descontó, por lo que optaron por empezar a
comérselas tranquilamente, pasando así de la tradición, y riéndose de
los esfuerzos de los que seguían con ella. Finalmente, un “feliz año
nuevo” general, exclamado en voz en grito, se apoderó del salón.

A pesar de las pequeñas disputas que habían protagonizado la cena,


comenzó una tanda prácticamente interminable de abrazos, besos y
deseos para el nuevo año. No sabía cómo había ocurrido, pero Esther
había ido a parar a la otra punta de la estancia, por lo que estaban

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separadas por una pared infranqueable de una decena de personas


abrazándose entre sí. Cuando al fin llegó a su altura, y tras haberse visto
obligada a cumplir con el numerito obligatorio con el resto de los
presentes, se quedó clavada en el suelo sin saber exactamente qué se
suponía que tenía que hacer. Era consciente de que aquél había sido el
momento más esperado para la mayoría de sus amigos, quienes
deseaban presenciar la reacción de ambas en aquella situación. De
hecho, no le cabía la menor duda de que habían hecho una porra al
respecto. Esbozó una sonrisa al ver una homónima inundando el rostro
de la abogada y, en aquel instante, sus piernas volvieron a funcionar
llegando finalmente a la meta.

-Feliz año nuevo –fue lo único que se le ocurrió decir a su ingeniosa


boca.

-Lo mismo digo –repuso Esther mientras se unían en un fuerte abrazo-.


¿Les damos lo que quieren o les dejamos con las ganas? –le susurró al
oído con voz maliciosa.

-Lo primero –contestó de forma rotunda, provocando una sonora


carcajada de la otra.

Debido a aquel gesto, sus rostros se habían separado, dejándolas cara a


cara, a pocos centímetros la una de la otra. Ambas sentían las miradas
de sus amigos clavadas en ellas, ya que aunque algunos intentasen
disimular fingiendo que hablaban entre ellos; otros lo hacían de forma
descarada y sin ningún reparo. Sendas sonrisas se volvieron
prácticamente idénticas, las dos igual de maliciosas, ambas intentando
encubrir el deseo que sentían para que aquello ocurriera de una vez.
Finalmente, sus labios ya entreabiertos se unieron con una facilidad y
una familiaridad pasmosas, como si hubieran estado así toda su vida.
Sus lenguas no tardaron en abrirse camino y hacerse un hueco,
adentrándose en un territorio ya más que conocido.

-¡Así se hace hermanita! –exclamó Jero acompañado por los silbidos de


Guille y una ovación del resto.

-No las animéis, que la que tendrá que aguantar sus fiestas seré yo –se
quejó la voz de Laura entre tanto barullo.

-¡He ganado la porra! –soltó Claudia ante la mirada resignada de Marta y


Edu, que parecían no entender la causa de aquella emoción que se
había apoderado de sus amigos.

-Ahora no te quejes cuando nos digan que somos unas obsesas, ¿mmh?

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–le dijo Maca con una sonrisa mientras una Esther algo sonrojada se
escondía en su cuello.

-Tranquila, aguantaré estoicamente.

-No puedo creerme que después de todo sigas poniéndote como un


tomate.

-Ni yo, ni yo –contestó con un suspiro.

Tras haber conseguido su propósito, las conversaciones derivaron a


temas más diversos, algo que les dio una tregua a las dos. Entre todos
recogieron los restos de la cena y aprovecharon el espacio que había
quedado en la mesa para sacar todo el arsenal de alcohol que tenían
preparado para la ocasión. «Realmente espero que papá no pueda ver
esto, sino sería capaz de salir de donde esté y venir a deleitarnos con
uno de sus sermones» pensó Maca mientras se servía una copa.

Al cabo de un rato, la médico se levantó de nuevo del gran cojín al que


había sido relegada, ya que los sofás había sido ocupados con
asombrosa rapidez, para rellenar su vaso y el de Esther. Le parecía
increíble la capacidad que tenía aquella mujer para engullir el contenido
de sus copas, y ya era la tercera vez que se dirigía a la mesa porque ella
se lo había pedido. Desde aquella posición privilegiada, se tomó unos
instantes para observar la escena que se desarrollaba enfrente de ella: a
un lado se encontraban Jero, Anna, Marta y Edu seguramente hablando
acerca del tema “niños”, discutiendo sobre guarderías y colegios; a su
izquierda, se encontraban Laura y Claudia riendo con ganas de algo que
había dicho la primera; Joan y Jaime parecían estar comentando algo de
la farmacia, aunque por lo visto no se ponían de acuerdo y, finalmente,
Guille, Eva, Cris y Esther charlaban animadamente entre bromas del
primero.

Su mirada se quedó clavada en aquella amplia sonrisa que inundaba el


rostro de la abogada, desde allí le era muy fácil distinguir el sonido de
sus carcajadas, aquellas que hacían que su cuerpo se convulsionase
levemente. Sus mejillas se habían enrojecido notablemente, debido
probablemente al calor que hacía allí y a la ingesta de alcohol. La vio
secarse los ojos con el dorso de la mano, y sonrió al pensar lo mucho
que había cambiado Esther desde aquella vez que la vio en el salón de
la casa de su padre. Recordaba con facilidad esa mirada fría y distante
con la que la había saludado, su poca amabilidad del principio y lo poco
amigable que se había mostrado durante algunos largos meses. De
pronto, como si de una película se tratara, se desarrolló en su cabeza
aquella fiesta que habían dado antes de la boda, aquel día que supuso

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un cambio entre ellas. También recordó el momento preciso en el que


Esther hizo su aparición en aquel balcón, ahorrándole una pelea con
Bea; evocación que la llevó a aquella noche en la que la abogada había
aparecido en su piso y la había sorprendido en la cama con la que una
vez fue su amiga. En su momento se habían dicho cosas que ninguna
sentía, se habían reprochado comportamientos de la peor de las
maneras y se habían hecho daño mutuamente aun sin quererlo. «Tú sí
quisiste, Maca. Y hubo un momento en el que lo deseaste con todas tus
fuerzas» apuntó su conciencia.

De pronto, unos ojos penetrantes la sacaron de su ensimismamiento. Los


mismos de los que estaba profundamente enamorada desde hacía
mucho tiempo, tanto que se le antojaba como toda una vida. Interpretó
aquella mirada como interrogante y, en aquel preciso instante, se dio
cuenta de que finalmente había conseguido conocer a Esther y saber
como se sentía. Esbozó una sonrisa para tranquilizarla, cogió las dos
copas ya llenas que había dejado sobre la mesa y volvió a su lado. A
pesar de aquel gesto, la abogada seguía preguntándole de forma
silenciosa a qué se debía su estado ausente de pocos minutos antes, a
lo que ella se limitó a dejarle un corto beso en los labios para que le
quedara claro que todo estaba bien.

No fue hasta bien entrada la madrugada cuando los primeros empezaron


a desfilar hacia sus respectivas casas que, como era de esperar, fueron
los que tenían a su cargo aquellos pequeños que llevaban toda la noche
durmiendo plácidamente en una de las habitaciones. Al fin, los últimos
se despedían entre bostezos de una Cristina que tenía que aguantarse
en las paredes para mantenerse de pie, según ella por el cansancio.

-La edad que no perdona, primita –le espetó Esther con una sonrisa
maliciosa cuando la vio pasar por el salón con paso cansado, mientras
bostezaba escandalosamente.

-Ya te digo –la apoyó Maca, guiñándole un ojo.

-Iros a tomar viento, anda –soltó la interiorista con una voz más pastosa
de lo que ella hubiese deseado.

-Aunque quizás la razón radique en esa botella de ron que os habéis


pimplado entre tú y Claudia –observó la abogada, a quien de repente le
había dado la risa floja.

-Tú tampoco puedes dar muchas lecciones al respecto, ¿eh? –le dijo la
médico con una ceja arqueada, mirándola divertida-. Porque
últimamente estás que te sales…

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-Tienes razón, tienes razón.

-Anda, vamos a la cama.

-¿Es una proposición indecente? –preguntó con un brillo extraño en los


ojos, mezcla de deseo y de lo que le costaba mantener una imagen fija.

-No quiero que mi conciencia cargue con haber abusado de una pobre
borracha. Y teniendo en cuenta tu estado de embriaguez, no creo que
me aguantases ni un asalto.

-Perdona, nena, pero tú no has visto el aguante que puedo llegar a


tener…

-¿Me has llamado nena? Anda, tira, Danny Zuko, que me tienes contenta
–le ordenó tirando de ella para que se levantara del sofá.

Le costó lo suyo llevarla hasta la habitación, puesto que la abogada no


cesaba en su empeño de demostrarle aquella inacabable resistencia que
según ella tenía. La verdad es que tenía que reconocer que la situación
era de lo más cómica y que, si no hubiese tenido que luchar contra su
propio deseo, se lo hubiese pasado en grande. Sin embargo, se consoló
pensando que aquello sería algo que podría sacar a relucir durante
mucho tiempo. Por suerte, Esther sí estuvo por la labor de desvestirse,
aunque sus razones estuvieran algo alejadas de las de la cirujana. Por
ello, en cuanto vio que ésta se alejaba de ella tras cubrirla con el
edredón no pudo evitar una mueca de decepción.

-¿Por qué yo tengo que estar desnuda y tú llevas pijama? –le preguntó
con voz repelente cuando Maca se metió entre las sábanas.

-Porque no has sido lo suficientemente previsora como para traerte uno.


Y no te pienso dejar uno mío.

-¿Por qué no?

-Pues porque me has dejado sin la celebración del nuevo año que tenía
en mente –contestó con resignación.

-Pero eso no comporta que esté en esta situación de desigualdad. Ya me


dirás de qué sirve tanto Ministerio de Igualdad…

-Cariño, eso es para la igualdad de sexo.

-Pues lo que yo decía –insistió, empeñada en seguir con el tema.

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-Vale, tú ganas. ¿Contenta? –dijo algo desesperada mientras se


desprendía rápidamente de su pijama.

-No, abrázame –le ordenó a la vez que apoyaba su cabeza en su pecho,


dejando escapar un profundo suspiro al notar las caricias que las yemas
de los dedos de la médico dejaban en su espalda-. Maca…

-Dime.

-¿Lo de las dos niñas iba en serio?

-Totalmente. Tú eliges el nombre, mientras no se llamen Hermenegilda y


Petronila…

-Me parece bien –murmuró justo antes de quedarse profundamente


dormida.

Como era de esperar, el humor de Esther el primer día de aquel nuevo


año no era el mejor. Parecía que un timbalero se había apoderado de su
cabeza, a juzgar por incesante ruido que resonaba torturando sus
sienes. El tono rojizo que habían adquirido las persiana, que todavía
cubrían las ventanas, le indicó que el sol ya daba en ellas. Además, y a
pesar de que aquel material opaco impidiese la entrada de la luz, no
habían sido cerradas del todo, por lo que los espacios abiertos
impactaban con energía sobre ciertos puntos de la habitación. Con un
gruñido causado por su mal estar se incorporó en aquella cama en la
que se encontraba sola. Abrió el cajón de la mesilla de noche que estaba
a su lado en busca de algo que le hiciera pasar el dolor de cabeza, pero
sólo encontró la base de la madera oscura. Supuso que si en aquel
dormitorio había algo que pudiera servirle estaría en la mesilla de Maca
que, al fin y al cabo, debía ser la que ella usaba. Con movimientos lentos
se arrastró hasta el otro lado de la cama, sólo lo suficiente como para
alcanzar el tirador del cajón. Por lo que parecía, allí tampoco encontraría
ningún analgésico, así que se dispuso a volver a cerrarlo. Sin embargo,
un pequeño objeto en su interior hizo que detuviera su brazo. Con
cuidado cogió lo que resultó ser una cajita envuelta en un papel de
regalo elegante. «Incluso las tiendas a las que va a comprar son pijas»
pensó mientras se peleaba con su conciencia y el impulso que le decía
que abriese aquel supuesto regalo. Finalmente, su fuerza de voluntad se
retiró y sus dedos se colaron entre ese papel satinado para despegar la
cinta adhesiva con cuidado de no rasgarlo. Aunque por el tamaño de la
caja ya podía haberlo supuesto, cuando la abrió se quedó sorprendida al
ver su contenido. Decenas de posibilidades cruzaron su cabeza a toda
velocidad, a cada cual más improbable. De repente, cuando ya pensaba
que Maca tenía una amante secreta a la que agasajaba con todo tipo de

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regalos, sus ojos, más inteligentes que ella, se desviaron hacia su propia
mano, encontrándose con un anillo del mismo estilo que el que
descansaba en aquella cajita.

Una amplia sonrisa se apoderó de su rostro, iluminándolo por completo.


Por el nombre que grabado en el estuche, dedujo que la tienda en la que
había sido comprado no era de la ciudad, por lo que supuso que la
médico lo había comprado en los Estados Unidos. Lo cierto era que el
regalo que le había hecho en Navidad la había decepcionado
notablemente y se había sentido dolida cuando Cris le describió con todo
tipo de detalles los regalos que había traído para todos. No obstante, en
su momento se consoló pensando que, al fin y al cabo, la cirujana no
tenía ninguna obligación de comprarle ningún regalo, y que ya era
mucho que le hubiese dado aquella recopilación de sentencias.

Tras guardar de nuevo el regalo, entró en el baño con la intención de


tomarse de una vez por todas algo que acabara con su dolor de cabeza.
Sin embargo, nada más abrir la puerta se topó con la figura desnuda de
Maca detrás de la mampara de cristal de la ducha. El que no se
inmutase lo más mínimo y siguiera en su misma posición como si tal
cosa, le hizo sospechar que no se había percatado de su entrada.
Olvidándose temporalmente de aquel martillero constante y de la
pastilla que había ido a buscar, se acercó a la ducha con paso lento y
abrió la mampara para unirse a ella.

-Ahora no, que Esther puede despertarse en cualquier momento –soltó


Maca al sentir su cuerpo pegado a su espalda, y unas manos recorriendo
su abdomen.

-¿Esther? ¿Ese bellezón de la que todos hablan? Me han dicho que


además de guapa es lista, simpática y muy buena en la cama…

-Y también increíblemente modesta –se burló la médico, dándose la


vuelta para quedar frente a ella.

-Lo dicho, prácticamente perfecta –concluyó la abogada de forma


chulesca.

-Sí tú lo dices… -murmuró poniendo los ojos en blanco-. Por cierto, ¿qué
tal tú resaca?

-Pues ahí, campando a sus anchas. Pero podría ser peor.

-Durante este año te me has convertido en una alcohólica perdida, ¿eh?

-Ya sabes, el dolor de tu ausencia –contestó con sorna.

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-¿Y también por eso te levantas cada mañana con ganas de marcha? –
quiso saber arqueando una ceja cuando una de las manos de la abogada
se apoderó de uno de sus pechos.

-No, eso es porque como no me sigues el ritmo, me quedo con ganas por
la noche…

-La verdad es que no me extraña que tus amigos se pasen el día


diciendo que somos unas obsesas.

-Te recuerdo que la mayoría son más amigos tuyos que míos –replicó
besándole el cuello, notando como Maca suspiraba en su oído-. Y tienes
que reconocer que tienen razón, estás tan loca por mí que no puedes
mantener las manos quietas.

-No soy yo la que tiene sus manos en unos pechos ajenos.

-Si quieres paro, ¿eh? –le dijo Esther apartándose para ver su ya
acalorado rostro, y esbozar una sonrisa maliciosa al constatar sus
ansias.

-Ni se te ocurra –contestó con vehemencia.

Agradeciendo en silencio las baldosas rugosas que cubrían el suelo de la


ducha y que evitaban que se descalabrasen, hizo que la médico se
apoyase en la pared, quedando entre ésta y su cuerpo. Un escalofrío
recorrió a Maca cuando su espalda entró en contacto con la fría
cerámica; sin embargo, su atención se centró rápidamente en aquellos
labios que aprisionaban los suyos y, en especial, en esa mano que había
empezado a deslizarse por su cuerpo. Su boca se abrió por inercia,
intentando conseguir aire para sus pulmones, cuando aquella mano
llegó a su centro. Se mordió el labio inferior conteniendo el gemido que
luchaba por escaparse, a la vez que una de sus manos recorría la pared
en busca de algo a lo que agarrarse, puesto que notaba como sus
piernas empezaban a temblar amenazando con doblarse bajo su peso. El
ritmo de la mano de la abogada se incrementó al mismo tiempo que lo
hacía su propia respiración. Sabiendo que no podría contener ese
gemido por mucho que lo intentara, bajó su cabeza hasta su hombro y
apretó sus labios contra él.

-Déjame que te oiga –le susurró Esther al oído.

-Joder –se quejó ella con la voz entrecortada-. Me estás matando…

Finalmente, la boca de Maca se abrió para alojar la mayor cantidad de


oxígeno posible, conocedora de que el momento en el que se le cortaría

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la respiración estaba muy cerca. Tal y como había entrado, ese aire salió
despedido acompañado por un gemido que impactó contra el oído de la
abogada. Los brazos de ésta rodearon con firmeza su cintura,
manteniéndola de pie con la ayuda de la pared.

-¿Quién es ahora doña gemiditos? –le preguntó con una sonrisa divertida
mientras la médico recuperaba el ritmo normal de la respiración.

-Dios, me vuelves loca –gimió besándola casi con furia.

Media hora más tarde, Esther salía de la habitación vestida con una
camiseta y unos vaqueros de la cirujana que le quedaban demasiado
largos, tanto por la diferencia de altura entre ambas como porque al irle
también grandes, los llevaba más debajo de lo debido. Entró en el salón
mientras se secaba el pelo con una toalla pequeña, por lo que su campo
de visión se veía parcialmente limitado. Quizás por eso no vio que
Cristina estaba acompañada por otra persona, que se encontraba
sentada en uno de los sofás quedando de espaldas a ella.

-¿Cómo anda la comida? –quiso saber todavía con la toalla tapándole


hasta la nariz.

-Mal, muy mal. Por eso he venido yo… Que sino ya os veía comiendo las
sobras de ayer –contestó una voz que no esperaba para nada.

-¿Qué haces aquí? –preguntó sorprendida con los ojos excesivamente


abiertos.

-Lo mismo podría decir yo –repuso la mujer.

-Me quedé a dormir porque acabamos muy tarde…

-¿Y Laura?

-Guille y Eva la acompañaron a casa, pero no cabía más gente en el


coche –consiguió decir, auto felicitándose por su capacidad de
improvisación-. Además, no había camas suficientes como para que se
quedara ella.

-Ya… -murmuró mirándola con escepticismo, como si le preguntara en


silencio si se pensaba que era tonta.

-Por tu culpa no podré mirar esa ducha con los mismos ojos –dijo Maca
desde el pasillo-. ¡Encarna! ¡Qué sorpresa! –exclamó con una mueca
aterrorizada, moviendo la mirada de la mujer a la abogada, quien se
había tapado los ojos con una mano.

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Un silencio espeso y terriblemente incómodo se apoderó de la sala,


puesto que nadie se atrevía a decir nada, y la que lo hacía, se mordía la
lengua para evitar soltar lo que quería. Al fin y al cabo, se encontraba en
su casa, y no era de buena educación reprocharle nada en aquel lugar.
Además, su hija tenía ya treinta y cuatro años, camino de los treinta y
cinco, por lo que ya era mayorcita para hacer lo que le viniera en gana,
incluso meterse en la boca del lobo si eso era lo que quería. Por su parte,
Cristina, sentada enfrente de su tía, hacía verdaderos esfuerzos para no
reírse, algo que le estaba resultando realmente difícil.

-Tendría que haber visto el leñazo que se ha pegado la pobre –soltó la


médico de repente, con toda tranquilidad-. Yo no sabía que ella estaba
en la ducha y al entrar la he asustado.

-Siempre ha sido muy patosa –repuso Encarna esbozando una pequeña


sonrisa.

El hecho de que su hija no dijera nada, que no se quejara por aquellas


palabras, le acabó de reafirmar que aquello no era del todo cierto.
Además, para terminar de arreglarlo, en el rostro de su hija sólo pudo
ver un atisbo de alivio al pensar que ella se había creído la estúpida
excusa de Maca. Definitivamente, aquellas dos mocosas se pensaban
que era tonta. ¿Acaso imaginaban que con la edad las personas dejaban
de darse cuenta de las cosas? ¿Que ella no había vivido? Quizás nunca
había sentido una pasión desbordada por nadie, como tampoco había
experimentado un deseo irrefrenable que nublaba toda razón, pero sí
había querido mucho tanto a Emilio como a Pedro, podía asegurar que
había estado enamorada y, desde luego, conocía el significado de la
palabra sexo. Lo único que no acababa de saber con certeza era qué se
suponía que hacían ellas en la cama que provocase aquel brillo en la
mirada de su hija.

-Seguro que tú le has echado una mano rápidamente –dijo por lo bajo sin
poder morderse la lengua por más tiempo.

-Espero que se quede a comer –se apresuró a decir Maca cuando vio que
la abogada se disponía a abrir la boca con la intención de responder a
esa provocación de su madre. Lo último que le apetecía ese día era
aguantar una pelea madre-hija, y si dejaba que Esther hablase, aquello
ocurriría con toda seguridad.

Aunque Encarna mostró algo de falsa reticencia al principio, finalmente


consiguieron “convencerla” de que se quedase. A la que menos gracia le
hacía la presencia de la mujer era su propia hija quien, conociendo a su
madre, sabía que le costaría mucho reprimir sus comentarios con

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segundas. Sin embargo, Maca y Cris insistieron argumentando que ya


que se había molestado en ir, era una tontería que se marchara cuando
ya era la hora de comer. A pesar de las sospechas de Esther, lo cierto
fue que Encarna se comportó debidamente en todo momento, bajando
la guardia ante la médico. Quizás aquel cambio de actitud estuvo
causado por esta misma, puesto que Maca no dejó de deshacerse en
atenciones para con la mujer que sonreía complacida cada vez que la
cirujana le ofrecía algo.

-¿Seguro que no quiere otra copita? –le preguntó tendiéndole la botella.

-Ay no, hija. Que se me suben a la cabeza con mucha facilidad y


además, he oído que el alcohol engorda mucho.

-Como si tuviera que preocuparse por eso. Mire, a lo largo de mi vida he


visto a muchas mujeres que ni tras cuatro operaciones estaban tan bien
como usted…

-¡Pero qué cosas tienes! –exclamó con modestia y ligeramente


ruborizada por los halagos recibidos.

-Haced lo que queráis, pero dejad de pasar esta botella por delante de
mi cara, que me viene todo el olor –soltó Esther con una mueca de asco.

-¿Desde cuándo te molesta eso a ti? –se sorprendió su madre.

-Ayer bebí un poco más de lo habitual y me sentó mal.

-Si es que llevo años diciéndote que tienes que beber una copita de vino
al día, que va bien para la tensión y luego, como no estás acostumbrada,
pasa lo que pasa.

-Pero es que a Esther no le gusta demasiado el alcohol, entiéndela –


intervino Cristina con un deje burlón que pasó desapercibido por su tía, a
la vez que intercambiaba una mirada cómplice con Maca.

En aquel momento, el móvil de la cirujana empezó a sonar desde la


mesilla auxiliar, informándoles de que alguien la estaba llamando. Sin
saber quién podría ser a aquellas horas, se disculpó y se levantó para
cogerlo. Al final resultó que era su hermano para recordarle que Teresa
los esperaba en su casa hacia las seis. No dudó en burlarse de ella
cuando la médico reconoció que se había olvidado, preguntándole con
tono socarrón que qué estaría haciendo para no acordarse de algo como
aquello.

-Lo siento, pero tengo que ir a cambiarme –les dijo al colgar-. Se me

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había pasado que dentro de una hora tengo que estar en casa de Teresa.

-¿Y eso? –quiso saber Encarna sin poder acallar la curiosidad que aquel
hecho le producía.

-Bueno, a raíz de los compromisos que tenía mi padre en Nochevieja, mi


hermano y yo solíamos quedarnos con Teresa un par de días. Y cuando
crecimos, seguimos yendo allí a pasar la tarde del 1. Así que puede
decirse que se ha convertido en una tradición navideña más.

-Pues me parece un detalle muy bonito, seguro que a ella le hace mucha
ilusión.

-Hay veces que creo que estorbamos bastante, pero bueno –contestó
Maca entre risas-. ¿Se espera a que acabe y así la acompaño a casa? Me
queda de paso.

-Claro.

-Y ya si eso me dejas a mí también, que estoy a tres calles del piso de


Teresa –añadió Esther algo ofendida por el descuido de la médico.

Algo después de media hora más tarde, Encarna bajaba del coche y se
despedía de ambas con sendos besos efusivos en la mejilla y una
sonrisa. Maca la observó con una mueca divertida mientras la mujer
entraba en el portal, y la abogada pasaba al asiento de delante.
Mordiéndose el labio inferior para no decir lo que se le pasaba por la
cabeza en aquellos momentos, salió del espacio de carga y descarga en
el que había estacionado y se incorporó a la carretera.

-Tengo a tu madre en el bote –soltó al fin, sin poder contenerse más.

-Ya lo he visto, gracias. Ha habido un momento en el que he creído que


necesitaríamos un cubo para sus babas –contestó algo malhumorada-.
Claro que con lo pelota que has sido no me extraña.

-¿Estás enfadada? –preguntó entre sorprendida y divertida por lo


surrealista de la situación.

-Joder, es que os habéis pasado la comida entera dedicándoos piropos


mutuamente…

-Espero que a estas alturas no estés celosa de tu propia madre –


comentó aguantándose la risa a duras penas.

-Sólo me he sentido ignorada por completo –repuso sin dejar de mirar

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por la ventanilla.

-Mira, hacemos una cosa: te dejo en casa, te cambias, te vienes para


casa de Teresa y así te presto toda la atención del mundo, ¿vale? A mí
ahora mismo ir allí tampoco es lo que más me apetece, pero les debo los
regalos de Navidad y Teresita está de los nervios…

-No pienso ir a esa casa. Esa mujer me odia.

-¿Cómo va a odiarte si casi no os conocéis?

-Me la he encontrado varias veces por el barrio y apenas me saluda. De


hecho, creo que se siente tentada a morderme a juzgar por las miraditas
que me dedica.

-No seas exagerada, anda. Lo que pasa es que Teresita seguramente te


ve como la fresca que acecha a su dulce e inocente cachorro.

-Como si tú tuvieras algo de eso…

-Pero ella lo cree, y como tú no vas a contarle nada de lo que hacemos


en la intimidad seguirá siendo así, ¿verdad?

-Estoy segura de que sabe perfectamente a lo que has dedicado tu


tiempo libre en los últimos años, por lo que no creo que se asuste a
estas alturas. Y mucho menos después de haber visto las caras de tus
pacientes al salir de tu despacho…

-¿Qué estás insinuando exactamente? –quiso saber Maca arqueando una


ceja mientras giraba la cabeza para mirarla brevemente.

-No insinúo, lo estoy diciendo claramente –contestó ella sin más.

-Vamos a ver, ¿qué te pasa?

-Nada, no me pasa nada.

-Esther, que nos conocemos…

-Pues me pasa que le vas dando regalitos a todo el mundo menos a mí –


soltó sin poder aguantarse más.

-¿Te pareció poco el libro?

-Preferiría algo un poco menos… No sé, ¿normal?

-¿Cómo? –quiso saber mientras ya entraban en el garaje de la abogada,

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donde finalmente dejarían el coche.

-Un anillo, por ejemplo –dijo dejando claro a lo que se refería.

-Vale, lo has visto. ¿Cuándo?

-Esta mañana cuando me he despertado. Estaba buscando algo para el


dolor de cabeza y…

-¿A eso se ha debido tu arrebato? –la cortó a la vez que giraba la llave en
el contacto para apagar el motor.

-No, eso ha sido porque te he visto desnuda. Es lo que me pasa cada vez
que te veo así.

-Ya… ¿Te ha gustado? –se atrevió a preguntar sin apartar su mirada del
volante.

-Mucho. Lo que no entiendo es por qué no me lo diste.

-¿Quién te ha dicho que es para ti? –preguntó en un intento de quitarle


seriedad al momento-. La verdad es que no lo sé, ni siquiera estoy
segura de por qué lo compré. Cuando lo traje no tenía ni la más mínima
intención de dártelo, ya sabes, presentarme allí con toda tu familia y
regalarte un anillo como que me daba un poquito de reparo… Después
supongo que fue vergüenza. Jenn me dijo que podía interpretarse mal
y…

-Te dejaste convencer por el argumento de uno de tus amores platónicos


–prosiguió Esther por ella-. Mira, cariño, no me ha molestado que no me
lo dieses. Al fin y al cabo, fuiste tú quien lo compró y tienes que ser tú
quien decida si quieres dármelo o no. De hecho, no sé ni por qué he
sacado el tema. Se me han cruzado los cables y…

-Anda, ven aquí –la invitó Maca abriendo los brazos para demostrarle sus
intenciones.

-Te quiero mucho, ¿sabes?

-Y yo a ti, y yo a ti –contestó con un suspiro-. Cada vez tengo menos


ganas de ir a casa de Teresita. ¿Qué te parece si nos quedamos
encerradas un par de días en tu habitación?

-Tentador, pero mejor salimos de aquí y tú empiezas a pasar, ¿vale? Yo


estaré allí en menos de media hora.

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Quizás fuese el radiante sol con el que había empezado ese nuevo año,
o quizás fuese por lo que había ocurrido en aquel coche apenas unos
minutos antes, pero lo cierto era que Maca no podía borrar la radiante
sonrisa que se había instalado en su cara. Andaba con paso tranquilo por
aquella acera de la calle de Esther, disfrutando del paseo mientras
admiraba aquella calle zigzagueante que acababa en la Ronda de Sant
Antoni, relativamente cerca de Plaza Catalunya, y que siempre le había
recordado a las de San Francisco. «Tampoco exageres, que las de allí
tienen mucha más pendiente» le espetó su conciencia. Los rayos del sol,
que hasta ahora sólo impactaban en las casas del otro lado de la calle, le
dieron en la cara con fuerza al pasar por un edificio más bajo. Buscó a
tientas en su bolso el estuche de las gafas de sol, sin lograr su propósito
hasta que lo abrió totalmente y empleó su mirada. En el preciso instante
en el que elevó la vista ya con las lentes oscuras cubriéndole los ojos,
éstos se toparon con una figura demasiado familiar que se acercaba a
ella. Irremediablemente, su atención se centró en esa barriga abultada
que no dejaba lugar a dudas de que la mujer estaba en estado, algo que
le hizo esbozar una sonrisa ladeada. Sin borrar esa mueca, ni modificarla
ni un ápice, llegó a su altura. El hecho de que la mujer la mirara
fijamente, le indicó que la había visto y reconocido, por lo que su buena
educación le impidió pasar de largo, obligándola a detenerse y comenzar
lo que sería, con toda seguridad, una conversación tensa e incómoda.

-Vaya, te veo radiante de felicidad –soltó la mujer a modo de saludo.

-Ya ves. El sol, que sienta muy bien –contestó Maca pensando que, a
pesar de los años, seguía siendo igual de directa que cuando iban al
colegio-. Y yo te veo embarazadísima…

-Estoy de siete meses –aclaró mientras acariciaba su tripa de forma


distraída-. Es una niña.

-Al fin tendrás a tu pequeña princesita, ¿eh? Como su madre… Las cosas
te van bien.

-O todo lo bien que podrían irme. Todavía me acuerdo de cuando me


llamabais así –dijo ella con resignación-. ¿Vas a ver a Teresa?

-Sí, mi vida no cambia…

-Bueno, he oído que has vuelto a los Estados Unidos. Si eso no es un


cambio… ¿Qué tal por ahí?

-Bien, muy bien. Como siempre, de hecho. Parece que no haya pasado el
tiempo, sólo que todos estamos más viejos y con peor carácter. ¿Y tú,

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qué haces lejos de tu chalet con jardín?

-La hermana de Roberto vive a un par de manzanas de aquí, justo


enfrente del bloque de Esther.

-¿En serio? Joder, que coincidencia… -repuso sorprendida por aquel


hecho-. No me había dicho nada.

-Bueno, no creo que sepa a quién voy a ver, y apenas nos hemos
encontrado un par de veces en la calle. Hablando de eso, yo…

-No hace falta, ¿vale? –la tranquilizó Maca llevando su mano al brazo de
la mujer-. No fue culpa tuya, sólo mía. Así que no te disculpes por nada.

-Nunca te merecí –dijo Bea bajando la cabeza para toparse con aquella
unión de sus cuerpos.

-Y yo me empeciné en algo que no podía ser. Mira, con los años he


aprendido que las cosas no son blancas ni negras, como tampoco hay
culpables e inocentes al cien por cien. Pero yo sigo siendo la misma
tonta de siempre, y me es imposible enfadarme contigo por mucho que
lo intente.

-Me alegro que no hayas cambiado, algunos daríamos nuestro brazo


derecho para que fuese así. ¿Cómo van las cosas con Esther? –quiso
saber esbozando una sonrisa.

-Bien, ahora bien. Creo que ambas necesitábamos un tiempo para saber
lo que queríamos. Pero en cinco días me vuelvo a Nueva Jersey, así que
no sé… Tenemos una conversación pendiente.

-Espero que todo os vaya muy bien. ¿No hay ninguna manera de que no
tengas que ir?

-Tengo un contrato para medio año más y tengo unos residentes a los
que no puedo dejar tirados…

-Deberías dejar de ser tan legal y fiel con todo el mundo.

-Bueno, estoy enamorada de una abogada, así que lo veo difícil –repuso
con una sonrisa alegre que se borró al ver una mueca extraña de Bea.

-¿De quién estás enamorada tú? –se interesó una voz desde detrás de
ella.

-Eh… De una chica que vive a un par de calles de aquí. Quizás la

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conoces, es abogada como tú.

-¿En serio? Pues espero que no sea Laura, porque no me quedaría otro
remedio que echarla de casa –dijo con una tranquilidad que sorprendió a
Maca, quien empezaba a creer que le habían dado el cambiazo-. Hola,
¿qué tal? –añadió dirigiéndose a Bea que tenía la misma cara de
desconcierto que la médico.

-Bien, gracias –contestó a duras penas mientras recibía dos besos en


sendas mejillas como saludo.

-Creo que te debo una disculpa –soltó de pronto Esther tras un breve
silencio-. Sé que llega más de un año tarde, pero te monté un numerito y
te hice responsable por algo que no era tu culpa.

-Supongo que ninguna de las tres estuvimos muy finas aquella noche,
así que mejor olvidémoslo.

-Me parece bien –accedió la abogada mientras asentía con la cabeza.

-Bueno, nosotras nos vamos que sino Teresita se enfada y no hay quien
la aguante –intervino Maca deseando escapar de aquella situación
cuanto antes.

-Pues nada, que os vaya muy bien –les deseó Bea con una sonrisa un
tanto forzada.

-Igualmente –contestó la médico dirigiendo una rápida mirada a aquella


tripa abultada-. ¿Cómo se llamará? –le preguntó cuando ya estaban a
unos metros.

-Belén –dijo ampliando su sonrisa.

Siguieron andando tranquilamente, a ritmo de paseo, ambas con sus


manos en los bolsillos de sus abrigos. Maca sabía que le caería una
buena bronca de Teresa por el retraso, pero en aquel momento le daba
absolutamente igual. Además, los enfados de la que fuera su secretaria
por suerte duraban muy poco. Habiendo bajado una manzana más,
giraron hacia la derecha introduciéndose en una calle más estrecha y
mucho menos transitada que la que acababan de abandonar. Por
desgracia, el sol impactaba con fuerza, por lo que todo lo que podían ver
eran figuras de un tono amarillento y borrosas a contraluz. Desde que se
habían despedido de Bea, ninguna de las dos había abierto la boca, una
porque no sabía qué decir ante el silencio de la otra, y ésta porque
seguía sin entender el comportamiento de la abogada.

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-¿Qué ha pasado antes?

-¿A qué te refieres? –quiso saber mirándola con una sonrisa divertida.

-Me gustaría saber qué ha sido de la Esther que le habría sacado los ojos
a Bea, esa que habría soltado una bordería y se habría quedado tan
ancha.

-Mira –contestó entre risas-. Antes, cuando he subido a cambiarme, me


he dado cuenta de que no quiero estar de morros durante estos días, no
quiero amargarme por tonterías. Además, si hubiese montado un
numerito de celos, ahora mismo me sentiría terriblemente ridícula, así
que…

-Vaya, y yo que pensaba que la fiera que llevas dentro se había calmado
gracias a mis bonitas palabras –comentó con fingido fastidio.

-Bueno, la verdad es que también han ayudado un poquito –reconoció


esbozando una sonrisa.

-Eso ya me gusta más –asintió satisfecha, rodeando sus hombros con el


brazo.

Como era de esperar, cuando llegaron a casa de Teresa, ya se


encontraron con todos sentados en el salón. Maca puso los ojos en
blanco al ver la sonrisa triunfal de Anna al ver a Esther con ella, y al
mirar a la mujer, supo que Esther tenía razón: a Teresita no le gustaba
demasiado la abogada. Ambas aguantaron estoicamente el sermón que
les cayó, escuchando lecciones acerca de la puntualidad y la buena
educación que las transportaron de nuevo a su niñez. Siguiendo sus
órdenes, Esther se quedó en el salón con el resto mientras Maca
acompañaba a Teresa a la cocina para ayudarla con esa “pequeña”
merienda que había preparado.

-Estás tardando en contarme lo que pasa entre tú y ella –soltó la


secretaria con los brazos en jarras y mirándola seriamente.

-¿No tenía que ayudarte con el café?

-Maca que nos conocemos… ¿Pero es que os habéis vuelto locas?

-Joder, Teresa, tú no por favor.

-Primero, no digas palabrotas y segundo, me gustaría saber qué tienes


en la cabeza aparte de serrín y muchas hormonas.

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-Pues mira, es muy fácil, la quiero y ella a mí. Y ahora mismo lo que
menos me apetece es pensar en lo que ocurrirá en una semana.

-Pero si no me equivoco, tú te marchas en cinco días.

-Ya, bueno, eso es un pequeño problema pero…

-¿Pequeño? Me encantaría saber cuál es tu concepto del término. Ya


sabes que te quiero mucho, pero esto, lo mires por donde lo mires, no es
más que una enorme y absoluta locura.

-¿Y qué hago? Dímelo porque estoy deseando encontrar una solución.

-En primer lugar, lo que deberías haber hecho es no acostarte con ella
nada más volver aquí. Y en segundo lugar, esperaros a empezar algo
hasta haber aclarado las cosas y tenerlo todo claro. Que yo me alegro
mucho de que os hayáis dejado de tonterías, pero las cosas no se hacen
así. ¡Si es que no entiendo cómo puedes tener las hormonas tan
revolucionadas!

-Lo entenderías si hubieses experimentado lo buena que puede llegar a


ser en la…

-¡Como sigas te atizo con una sartén! –la amenazó alzando la voz-.
Degenerada, que eres una degenerada –añadió escandalizada.

-Bueno, nadie es perfecto –se defendió Maca con una sonrisa socarrona
saliendo a toda prisa de allí para evitar que un trapo volador impactara
contra su cara-. Oh, mierda, aquí viene la otra –se quejó al ver como
Anna se acercaba por el pasillo.

-Yo también me alegro de verte –soltó la veterinaria con ironía-. Por


cierto, que ya me han contado que tienes a tu suegra en el bote, ¿eh?

-Te voy a decir un par de cosas. Primero, espero que tengáis una tarifa
especial, porque lo de iros pasando el parte los unos a los otros
realmente os debe salir carísimo. Dos, no es mi suegra y, tres, claro que
la tengo en el bote, no hay mujer que se resista a mis encantos.

-Y como yo soy muy maja, también voy a responder tus cuestiones: sí,
tenemos una tarifa con la que las llamadas nos salen más baratas, lo
sabrías si ni hubieses salido corriendo a Nueva Jersey hace más de un
año. Y bueno, me alegro que sigas viendo a Encarna como tu madrastra,
de verdad que lo encuentro muy tierno, pero tienes que reconocer que
no es muy adecuado teniendo en cuenta que te tiras a su hija.

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-En este momento me siento como un objeto sexual –intervino Esther


apareciendo en la escena-. De hecho, me siento peor que una muñeca
hinchable.

-Joder, Esther, lo siento… -se disculpó una Anna visiblemente sonrojada.

-Francamente, no sé qué os pasa a la juventud de hoy en día, pero no


dejáis de decir una palabrota detrás de otra –soltó Teresa de forma
crispada saliendo de la cocina-. Y al menos podríais tener la decencia de
ayudar un poco, ¿no?

-Creía que esos ataques de mal humor sólo eran debido a la


menopausia, pero de eso hace ya unos cuantos años así que…

-Impertinente –soltó la mujer indignada por aquel comentario.

-Así que en la ducha, ¿eh? Debió de ser un polvazo para no poder volver
a mirarla con los mismos ojos… –prosiguió Anna con una mirada pícara
ignorando la interrupción de Teresita.

-¡Anna! –exclamó Maca escandalizada por lo que acababa de escuchar.

-Una obsesa, eso es lo que es –gruñó la mujer entrando ya en el salón.

-Genial, por tu culpa ahora cree que soy una ninfómana.

-Cariño, te lo has ganado a pulso durante años –soltó Esther sin más
dirigiéndose a la cocina, dejando atrás a una Maca totalmente perpleja y
a la veterinaria muerta de risa.

-Así que lleváis dos días follando como leonas, ¿eh? –se burló su cuñada
en un susurro.

-Esa frase es mía, y todavía suena más vulgar cuando lo dices tú –


contestó ella-. Y sí, hemos dejado la cama para el arrastre, ¿contenta?

-No, quiero los detalles.

-Eres una jodida morbosa, en serio, estás enferma.

Más rápido de lo que les habría gustado, aquellos escasos días que las
separaban de la marcha de Maca fueron pasando. Se sucedieron uno
detrás de otro, en ocasiones lentamente y en otras tan deprisa que
parecía que todo formara parte de un sueño. A pesar de que en el fuero
interno de ambas no dejase de repetirse que tenían que hablar y dejar
las cosas claras, ninguna de las dos fue capaz de sacar el tema, por lo

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que tan importante conversación no se dio lugar. Las horas previas a


cada cita, que solían darse cuando la abogada salía de trabajar, Maca no
podía evitar recorrer con nerviosismo su piso mientras ensayaba
diferentes maneras posibles para sacar a relucir esa dichosa cuestión
que no era otra que qué pasaría cuando ella cogiese ese avión. Aquella
pregunta apenas abandonaba su cabeza y sólo conseguía que le diese
una pequeña tregua cuando se encontraba en compañía de Esther.

Ésta, por su parte, tampoco estaba fuera del alcance de ese dilema. De
hecho, todavía estaba más preocupada si cabe. Al fin y al cabo, sería
ella la que se quedaría allí, en aquella ciudad que tanto le recordaba a la
cirujana, con las mismas personas que provocaban ese mismo efecto,
con sus amigos de la infancia que siempre, en un momento u otro,
acababan por sacar a relucir alguna anécdota que Maca había
protagonizado. Y aunque fuese consciente de que para la médico
tampoco sería fácil, no podía evitar pensar que al menos ésta
conseguiría evadirse de aquella realidad en Nueva Jersey. Además de
todas estas cuestiones, en los últimos días una nueva duda se había
asentado en su cabeza: ¿a cuántas mujeres había dejado atrás la
cirujana cuando volvió a Barcelona? ¿Cuántas la estarían esperando con
ansias a su regreso? No es que desconfiase de Maca, la razón no
radicaba en que dudase de que la quería pero, a fin de cuentas, la
médico siempre se había caracterizado por lo mucho que le gustaban las
mujeres en general. Y por lo mucho que les gustaba a ellas. No podía
negarse que parecía que tenía un don para atraerlas como moscas,
haciendo que todas cayeran rendidas a sus pies. Cuando la conoció ya lo
sabía, como también era completamente consciente de ello en el
momento en el que se enamoró de ella. Pero ahora las cosas habían
cambiado, puesto que aquello que siempre había evitado había ocurrido
finalmente: se había vuelto dependiente de Maca, y en su mundo ya no
estaba ella sola. En la actualidad, su felicidad estaba estrechamente
vinculada a otra, a una que no estaba supeditada a sus propias acciones
sino a las de una persona ajena a ella misma.

Las tradiciones nacionales y la insistencia de su madre, provocaron que


el último día que la médico estaría en territorio español tuvieran que
pasarlo separadas. Aunque quizás su escasa resistencia para ir a pasar
el día de Reyes a casa de su tía también contribuyó. Hubo muchos
momentos en los que se arrepintió de su decisión, pero habiéndolo
pensado fríamente estaba segura de que le sería imposible pasar
aquellas últimas horas a su lado. Además, Maca iría a casa de Teresa a
comer, para así compensar lo poco que se habían visto durante aquellos
quince días, y a pesar de que su relación con la mujer no fuese mala del
todo, tampoco había la suficiente confianza como para estar presente en
una comida familiar.

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El que la médico hubiese elegido aquel día para marcharse, provocó que
la mayoría de sus amigos no pudiera ir a despedirla debido a sus
respectivos compromisos familiares. Algo que por otra parte supuso un
alivio para Maca, puesto que no le apetecía demasiado tener que
soportar las escenitas dramáticas con las que la obsequiarían sus
amigas. Ya lo había sufrido una vez, y las miradas furtivas que les
dedicaron las personas que estaban o pasaban por su lado hicieron que
quisiera desaparecer bajo las brillantes baldosas del suelo. Siempre
había odiado protagonizar aquel tipo de escenas, podía gustarle llevar la
voz cantante en una conversación o ser la causa de las risas en una
cena, pero no soportaba que personas desconocidas clavasen su mirada
en ella por aquella razón.

Sin embargo, no pudo ni quiso evitar que aquella escena se repitiese en


su casa con la cena que habían organizado sus amigos con la ayuda de
Cris. Por ello, hacia las siete de la tarde vio como su piso era invadido
por una docena de personas que, con la mejor de las intenciones, la
mandaron a sentarse en el sofá y a no hacer nada. Su educación y
aquella parte considerada que acababa de descubrir, salieron a la luz
impidiéndole que les espetara que no pensaba permitir que tocasen su
querida e impoluta cocina, así que no le quedó otra que resignarse y
hacerles caso.

-No Guille, no quiero más vino –soltó con voz cansada cuando vio al
chico asomarse por la puerta de la cocina con una botella en la mano-.
Hace cinco minutos me lo has preguntado y te he dicho que tenía la
copa medio llena, no suelo bebérmelas en plan chupito, ¿sabes?

-¡Pero yo si quiero! –exclamó Claudia elevando su vaso.

-Jamás he visto a nadie con tanto morro como tú –le espetó el galerista
con el ceño fruncido.

-Es que yo no sé cocinar –fue toda la excusa de la chica.

-Joder, pero digo yo que la mesa sí la sabes poner, ¿no?

-Claro, simplemente no me parece bien dejar a la pobre Maca sola.

-Mira, mejor me callo que sino sólo podría soltar una barbaridad. Y
obviamente, si quieres más vino, te vienes a la cocina y te lo pones tú.

-¿Pero qué le pasa a éste? –preguntó sorprendida una vez Guille hubo
salido del salón con un paso enérgico que evidenciaba su enfado.

-Pues que tiene razón. Cariño, yo te quiero mucho, pero es que tienes un

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morro que te lo pisas –contestó la cirujana.

-¿Yo? –se escandalizó Claudia.

-A veces eres increíble, en serio –opinó Maca con un suspiro.

-No entiendo a que viene… -empezó a protestar por ese complot en


contra de su persona cuando el sonido del interfono interrumpió el que
prometía ser un largo monólogo.

-Salvada por la campana –dijo la cirujana en un murmullo casi inaudible


pero lleno de alivio.

Lo último que deseaba aquella noche era escuchar como la cardióloga se


quejaba de lo poco que la valoraban y hablar sobre ella; en realidad la
quería mucho, pero en no pocas ocasiones había sentido el impulso casi
irrefrenable de ahogarla con un cojín. Esbozó una sonrisa amplia al
identificar la dueña de la voz que se oyó a través de aquel modero
aparato de diseño y dicha mueca se hizo todavía más notable cuando,
apenas un minuto más tarde, las puertas del ascensor se abrían dejando
paso a la abogada.

-Soy la última, ¿no? –quiso saber de forma hastiada.

-Pues sí, ¿a quién se le ocurre citar a un cliente a estas horas?

-Mira, no me calientes que la tendremos montada –la amenazó


apuntándola con el dedo índice.

-Vale, seré buena –se apresuró a decir con fingida inocencia mientras
levantaba las palmas de las manos-. ¿Sabes que este traje te sienta
genial? A ver cuando te pones tan guapa para mí…

-Hoy lo he hecho, ¿no? –replicó siguiéndole la broma.

-Sí, sí, pero ni siquiera un saludo decente me has dado –se acercó con la
intención de besarla.

-¿Contenta? –quiso saber con una sonrisa maliciosa tras darle un beso
en la mejilla.

-Eres una petarda –soltó Maca siguiéndola con la mirada hasta que
desapareció tras la puerta de la cocina-. Mierda, ahora tendré que volver
con Claudia…

-¿Decías algo? –preguntó Joan mirándola confundido mientras sostenía

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una cantidad considerable de platos.

-Que si querías que te ayudara.

-Quita, quita que en teoría tú hoy no puedes hacer nada…

-Anda, deja que ponga los platos al menos –le imploró con cara de pena-.
Es que si no me toca aguantar el rollo de Claudia.

-Pues venga, coge algunos platos –sentenció comprensivo-. La pobre


está de un pesado últimamente, creo que se siente sola. Como ahora
todos tenemos pareja y antes era ella la que iba encadenando novio con
novio… –añadió sacando su lado más cotilla, mientras la cirujana ponía
los ojos en blanco.

A la cardióloga no le fue fácil conseguir que sus amigos dejaran de


debatir lo vaga que podía llegar a ser y lo malas que eran sus excusas
para quedarse cómodamente sentada en el sofá. Todos lo decían con
una sonrisa pintada en el rostro y acompañando cada comentario con
sonoras carcajadas, pero lo cierto es que cada palabra iba cargada de
toda la intención del mundo. Y ella lo sabía. Lo cierto era que captar el
doble sentido de sus amigos no tenía demasiado mérito, puesto que
siempre actuaban así cuando algo les molestaba soberanamente en
alguien. Pocas veces se habían enfadado realmente, ya que
normalmente aquel método les era lo suficientemente útil como para
que la persona en cuestión dejara de hacer lo que a ellos les molestaba.

-También está la clásica solución del libro de cocina. Es un poco pesadito


pero eficaz, al fin y al cabo –apuntó Maca, añadiendo otra opción para
aprender a cocinar-. Claro que donde esté un buen sofá… -añadió
dedicándole una mirada significativa a su amiga.

-El problema en la cocina son los tiempos –intervino Marta que, por una
vez, estaba al tanto del contenido de la conversación-. Cada ingrediente
tiene sus minutos para cocerse y claro, si no eres capaz ni de ser
puntual al cine…

-¡Vale! –exclamó Claudia al fin, rindiéndose al ver que si no decía algo


aquello iría para largo-. Ya me he dado por aludida, así que os prometo
que la próxima vez que quedemos seré puntual.

-Ya me llamaréis y me lo contáis, ¿eh? –soltó la cirujana haciendo que


algunos borraran su sonrisa-. Si hacéis una porra yo digo que tarda
quince minutos en aparecer donde sea.

-Que cabrona –observó Guille estallando en una carcajada-. Pero te tomo

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la palabra, ya te diremos quien gana…

-Pues nadie, porque voy a ser tan puntual como un reloj suizo –se
defendió la cardióloga.

-No te ofendas, pero hay cosas que nunca cambian –opinó Anna-. Y
francamente, estás muy mayor para empezar a hacerlo.

-Oye, os estáis cebando con la pobre, ¿no? –se atrevió a comentarle


Esther en un susurro a la cirujana.

-Sólo un poquito, pero te voy a contar un secreto: a ella le encanta –


contestó guiñándole un ojo.

-¿Cómo le va a gustar que todos os metáis con ella?

-Bueno, no es eso. Simplemente adora ser el centro de todos los


comentarios… ¿No te has fijado en la sonrisa que tiene? –le dijo de
forma socarrona.

-Esto es retorcido –opinó la abogada con el ceño fruncido.

-Como si tú no lo fueras… Que nos conocemos, preciosa.

A medida que la cena fue avanzando los temas de conversación fueron


diversificándose y empezaron a dividirse en pequeños grupos que
facilitaban la conversación. Como si todos hubiesen establecido de
forma tácita y de mutuo acuerdo que, en aquella ocasión, la velada no
se alargaría mucho, permanecieron sentados alrededor de la mesa a
pesar de hacer ya un buen rato que la última porción del postre había
desaparecido. Algunos se atrevieron a servirse una copa aunque, al
contrario de lo que ocurría normalmente, a ésta no le sucedió ninguna
otra. Hacia la una y media, Marta y Edu salían del piso tras una buena
dosis de abrazos y besos porque la canguro que se había quedado con el
niño no podía quedarse hasta más tarde. Poco más tarde, fueron
imitados por el resto. Maca se despidió con cariño de su sobrino que
dormía plácidamente en su cochecito, lamentándose por no poder
hacerlo tan efusivamente como a ella le hubiese gustado. Sin embargo,
sí lo hizo con el resto, de los que intercambió sonoros besos y estrechos
abrazos que casi la dejaron sin respiración. La mayoría la obligaron a
prometer que les llamaría una vez por semana, y los que no lo hicieron
fue porque sabían que dichas promesas caerían en saco roto.

-¿Y tú a dónde vas? –quiso saber la médico extrañada al ver a Cristina


con un abrigo y el bolso.

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-Eso… Bueno, las solteronas vamos a tomar una copita por ahí…
-contestó sin sonar todo lo creíble que pretendía-. Ya sabéis, por eso de
ahogar las penas y esas cosas…

-Ahogar las penas… -repitió Maca mirándola con escepticismo.

-Tú lo que quieres es no tener que recoger todo este estropicio –se rió
Anna.

-Vale, vale. Me habéis pillado –dijo levantando las palmas de las manos-.
Pero igualmente tendrás la ayudita desinteresada de alguna de otra
personita, ¿no? Así que lo único que haría sería interrumpir y molestar
con mi presencia.

-Anda tira, petarda –le espetó su prima empujándola para que entrara de
una vez en el ascensor.

-¿Mañana nos vemos? –preguntó la cirujana.

-Claro, cuando vuelva con una de esas caras de resaca que hacen
historia –contestó la interiorista-. ¡Buenas noches!

Con un leve nudo en el estómago vio como las caras de sus amigos,
aquellas personas tan importantes para ella, desaparecían detrás de las
gruesas puertas metálicas del aparato. Aquella sensación se intensificó
al percibir la tristeza que todos ellos intentaban camuflar bajo sus
sonrisas un tanto forzadas, aunque quizás la razón de ello radicase en el
hecho de que ahora sí que no podía postergar por más tiempo aquella
conversación. Con una extraña energía que había salido de no sabía
dónde, la abogada empezó a recoger las cosas. Era plenamente
consciente de que aquel comportamiento se debía única y
exclusivamente a intentar evitar unas palabras que sabía llegarían tarde
o temprano.

Cuando al fin terminaron y lo tuvieron todo mínimamente decente, se


dirigieron al sofá, donde se sentaron cada una en una punta como si no
se atrevieran a acercarse. Fue en aquel momento, tras un breve e
incómodo silencio, cuando una verborrea insustancial se apoderó de la
boca de Esther, quien hablaba tan rápido que casi ni podía detenerse a
respirar. Aprovechando uno de esos momentos en los que la abogada se
vio obligada a hacer una corta pausa en su discurso para no ahogarse,
Maca se armó de valor y se decidió a expulsar todo aquello que la
estaba martirizando.

-Esther –la llamó en el preciso instante en el que la otra reanudaba su


monólogo-. ¡Esther! –repitió con un poco más de vehemencia

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consiguiendo que se callara al fin.

-¿Qué? –preguntó ésta con algo de temor en su voz.

-Que tenemos que hablar, ¿no crees?

-Sí, sería lo mejor –accedió dándose por vencida.

-Yo… Francamente, no sé muy bien qué se supone que tengo que decir…
-empezó intentando mostrar entereza y seguridad-. De hecho, sólo sé
que tenemos que dejar las cosas claras antes de que me vaya…

-Bueno, está muy claro, ¿no? Ese paréntesis tenía que cerrarse tarde o
temprano –la interrumpió Esther visiblemente molesta por la indiferencia
con la que, a su parecer, actuaba la médico. No entendía como podía
estar tan tranquila mientras ella sentía que se pondría a llorar de un
momento a otro.

-¿Eso ha sido para ti? ¿Lo de estos días se ha reducido sólo a eso? –saltó
la cirujana dolida por el comentario.

-No, ya sabes que no –musitó bajando la cabeza para no mirarla-. Pero


Maca, seamos razonables…

-Joder, no me vengas con esas –replicó enfadada por la situación.

-Sí, sí te vengo con esas porque la que se queda aquí soy yo. Otra vez.
Seré yo la que tenga que aguantar con una sonrisa como tus amigos no
dejan de hablar de ti los primeros días, la que tenga que escuchar
decenas de anécdotas del colegio. No serás tú a quien le vayan
recordando una y otra vez que su cama es cada vez más grande y más
fría, y que está perdiendo el tiempo como una gilipollas.

-¿Por qué no te vienes conmigo? –propuso Maca con un atisbo de


esperanza aun sabiendo que aquello era del todo improbable.

-Sabes que no puedo… No pudo hacerles esto a Laura y a Eva, y mucho


menos ahora. Cuando decidí abandonar un gran bufete y empezar por
mi cuenta era completamente consciente de que tendría que estar ahí
sobre todo en los malos momentos. El trabajo ha bajado mucho, los
casos que entran son de baja remuneración y tenemos suerte si los
clientes nos pagan de forma puntual sin rebajar la factura. Nada me
gustaría más que irme contigo, pero sé que cuando pisara la primera
calle de Nueva Jersey sabría que he traicionado a mis dos mejores
amigas, y la culpabilidad sólo conseguiría amargarme a mí y por ende a
ti.

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-Lo… Lo entiendo… -dijo la médico con un hilo de voz-. Pero es que yo no


puedo volver hasta que se acabe mi contrato… Le prometí a Lisa que al
menos aguantaría hasta que mis residentes de último curso acabaran.

-Lo sé, cariño. Y por eso no te lo voy a pedir. Creo que sería injusto que
me empeñara en que te quedaras, aunque sea lo que más quiero en
estos momentos. Ni tú ni yo somos así, ambas tenemos unas
responsabilidades que no podemos ni queremos ignorar, como tampoco
estamos dispuestas a romper la confianza que algunas personas han
depositado en nosotras. Al menos a mí no me parece ético.

-¿Y qué hacemos entonces? –quiso saber con la esperanza de que la


abogada se sacara una solución maravillosa de la manga como el mago
que extrae un conejo de su sombrero.

-No lo sé –admitió Esther rascándose la frente como siempre hacía


cuando se veía sobrepasada por las circunstancias-. Pero de lo que sí
estoy segura es de que en estos momentos soy incapaz de soportar una
relación a distancia contigo, no podría aguantar hablar contigo cada
día…

-¿Y qué quieres? ¿Nos pasamos otro año sin hablar, sin saber la una de
la otra nada más que por lo que nos cuenten ellos?

-No, claro que no. Ni siquiera se me pasa por la cabeza que pudiera ser
capaz de hacer eso… No quiero que perdamos el contacto, que nos
pasemos estos meses sin hablar, Maca. Podemos llamarnos por teléfono,
mandarnos mails, yo qué sé.

-Pero es que yo no quiero eso –se quejó la médico, empezando a


asustarse al ver que sus peores miedos, aquellos que tantas veces había
imaginados en esos días, se hacían realidad.

-¿Y tú te crees que yo sí? ¿Que es el sueño de mi vida? Pues siento


decepcionarte pero no –replicó empezando a perder la paciencia-. Pero
es que no puedo, no puedo estar contigo, mantener una relación estable
en la distancia.

-Claro, porque mandarnos un puto mail cada tres semanas será mucho
mejor, ¿no? –le espetó con ironía, dolida sin saber exactamente por qué.

-¡Mierda, Maca! –exclamó ya desesperada por la poca colaboración de la


médico-. Te quiero, joder. Mucho. Pero es que soy incapaz de escuchar tu
voz cada puñetero día y que tu presencia sea todavía más insoportable.
¿Es que no te das cuenta? ¿Tan difícil es entenderlo?

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-Pero es que yo quiero estar contigo –insistió la cirujana.

-¿Y qué hacemos? ¿Nos pasamos el día pegadas al teléfono? Maca, por
favor. Ya te han dado gran parte de tus vacaciones de este año; no sé si
te acuerdas pero llevas dos semanas aquí…

-Puedes venirte tú.

-Una vez, dos a lo sumo. Pero es que no tengo dinero, todos los ahorros
de mi vida están invertidos en el puñetero bufete que ahora
prácticamente sólo cubre gastos. Y como se te ocurra decirme que tú
puedes pagarme el vuelo me corto las venas, porque no llevo casi
quince años trabajando sin parar como para acabar siendo una
mantenida –contestó derrotada mientras se levantaba pasándose la
mano por el pelo.

-Ya… Siento haberme puesto así –se disculpó acercándose a ella.

-¿Puedes abrazarme? Por favor –le pidió, casi imploró a lo que la cirujana
esbozó una sonrisa tintada de tristeza-. Te quiero.

-Y yo te llamaré cada semana.

-No hagas promesas que no puedas cumplir, ¿vale? –le dijo entre risas,
aunque notando como las lágrimas empezaban a deslizarse por sus
mejillas.

-No es una promesa, es que lo voy a necesitar… -contestó estrechando


el abrazo-. Te quiero, mucho.

-Y yo a ti.

-¿Vamos a la cama? –propuso apartándose justo lo necesario para poder


pasar sus pulgares por las mejillas, limpiando así el rastros de aquellas
lágrimas que segundos antes-. A dormir –añadió con una media sonrisa
al ver la mueca de Esther-. No soy tan obsesa como tú crees, ¿sabes?

Cuando al día siguiente sus párpados se abrieron de forma pesada,


descubrió que lo que había intentado evitar durante toda la noche
finalmente había ocurrido: el sueño la había vencido y no quedaba rastro
de Esther por ningún lado. Esa desaparición no le sorprendió en
absoluto; de hecho, cuando la abogada había caído rendida hacia las
cinco de la madrugada, ella se había pasado un buen par de horas
observándola en silencio intentando aguantar despierta toda la noche.
Podía decirse que en aquellos momentos conocía todas las pecas que
salpicaban el rostro de Esther, que había memorizado los gestos que

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hacía cuando estaba dormida y que había retenido todavía más en su


mente el olor que desprendía su pelo, si eso era posible. Conociéndola
como lo hacía, era consciente de que la abogada no se despediría de
ella al día siguiente y, que si lo hacía, lo haría al encontrarla despierta.
Pero ahora que lo pensaba fríamente, le parecía recordar que, en medio
de aquel duermevela al que había sucumbido finalmente, una mano
había acariciado su mejilla con cuidado y que alguien la había besado.
Inconscientemente, se llevó una mano a sus labios, intentando descubrir
si aquello había sido real o simplemente un sueño.

Giró su cabeza hacia el lado derecho de la cama, aquél que había


ocupado la abogada y que todavía conservaba las señales de su
presencia. Y esbozó una sonrisa al encontrarse con aquella cajita
abierta, en la que ya no quedaba rastro de su contenido.

«-Mejor me lo das cuando vuelvas, ¿vale? –le había dicho Esther jugando
con aquel anillo que segundos antes ella misma había depositado en sus
manos.

-Cariño, cuando vuelva voy a traerte un diamante –le contestó con una
sonrisa al ver como se incorporaba rápidamente de su pecho para
mirarla con sorpresa.

-Me encantará ver como la doctora Wilson se compromete, renegando


de los placeres carnales –se burló la abogada.

-¿Y quién te ha dicho a ti que vaya a ser de compromiso? Simplemente


es que me apetece gastarme un pastón en un anillo que lleve diamantes
–replicó alzando una ceja.

-Me caes muy mal cuando vas de sobrada.

-Pero como te tengo en el bote sigue siendo una parte más de mi infinito
encanto…

-Eres insoportable, cariño –le espetó antes de darle un beso y volver a su


posición anterior.»

Aquella sonrisa que se había dibujado de forma inconsciente en su rostro


al recordar dicha escena, se tiñó de tristeza al descubrir un par de
maletas de tamaño considerable a los pies de la cama. Esa imagen le
dijo que seguramente aquélla sería la última vez en mucho tiempo en la
que podría hablar con la abogada cara a cara y con sus cuerpos en
contacto. Se duchó y vistió con toda la tranquilidad del mundo, puesto
que todavía faltaban unas tres horas para que tuviera que ponerse en
marcha e ir a casa de Teresa. Aunque el vuelo saliese de noche y supiera

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que antes pasaría por allí, dejó el equipaje prácticamente listo a


excepción de un par de jerséis que todavía estaban secándose. Al entrar
en el baño, lo primero que vio fue su propio reflejo en el gran espejo que
ocupaba parte de una de las paredes. Unas ojeras espantosas se habían
apoderado de la parte superior de sus pómulos, creando una imagen
demacrada y bastante aterradora. Sin duda aquella era la señal que les
revelaría al resto durante un par de días que no había descansado las
horas que hubiera debido. Sin embargo, tenía la esperanza de que aquel
tapa ojeras milagroso que presidía uno de los estantes no le fallase en
aquella ocasión.

Cuando estaba tomándose su segundo café con leche para intentar


despejarse un poco y hacer que su cara dejara de ser tan parecida a la
de un muerto, una imagen no mucho mejor que la que había visto
reflejada en el espejo entró con pasos cansados en la cocina. Esbozó una
sonrisa que escondió detrás de su taza, al darse cuenta de que Cristina
no había reparado en su presencia.

-Ahora mismo tengo dos opciones igual de válidas –soltó de pronto,


provocando un pequeño salto de la interiorista que se giró sin saber de
dónde provenía aquella voz-. La primera es que te has hecho mayor y
que ya no aguantas ni una noche de fiesta y, la segunda es que vas tan
borracha que ni siquiera te has dado cuenta que alguien tenía que haber
hecho ese café que te estás sirviendo.

-Mi cara horrible se debe a lo primero, lo que es profundamente


deprimente. Y para tu información, sí me había dado cuenta que alguien
había preparado este café, pero creía que ahora mismo estarías en tu
cama llevando a cabo el polvo de despedida. Aunque por tu cara
deduzco que esta noche, nada de nada y que mi querida prima se ha ido
antes de que te despertaras.

-Supongo que esto te lo habrá revelado tu bola, ¿no? –se burló Maca
poniendo en práctica la dicha de “la mejor defensa es un buen ataque”.

-Pues sí, así que a partir de ahora espero que me llames pitonisa Lola –
contestó tomando asiento en el primer taburete que se encontró-. Joder,
esto será muy bonito, pero es lo más incómodo que me he tirado a la
cara.

-Lo hice a propósito para no entretenerme más de la cuenta en el


desayuno –se justificó la médico.

-Ya, bueno. Es tu casa al fin y al cabo, por lo que no tienes que darme
explicaciones.

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-Ahora es tuya más que mía. Y así queda demostrado sólo con entrar en
el despacho y ver la leonera en la que se ha convertido.

-Pues la ordené antes de que llegaras… Pero sigamos con lo importante,


así que mi primita se ha escapado con el rabo entre las piernas, ¿eh?

-Sí, pero creo que yo hubiese hecho lo mismo antes de montar un


numerito…

-Bueno, visto así supongo que es casi mejor que tener que comprar una
barca para movernos por aquí. Además, supongo que con tanta lágrima
hubiese habido filtraciones y no creo que a los vecinos les hiciera
demasiada gracia.

-Al menos tu edad avanzada no te ha quitado el buen humor… Por


cierto, conozco a un par de cirujanos que te quitarían esas patas de gallo
de un plumazo.

-Ay, Maquita. Entiendo que la sequía hace mella en tu personalidad, y


como soy una persona de lo más comprensiva no voy a seguir con este
intercambio de puyas con el que tan bien me lo estoy pasando. Voy a
ver si duermo un par de horas antes de irme para Vic.

-¿Qué os pasa en tu familia con las despedidas? ¿Habéis tenido algún


trauma, o qué?

-¡Anda! Que no me acordaba… Dame un abrazo, cariño. Y acuérdate de


llamar, ¿eh?

-Claro, aunque también podéis llamar vosotros, ¿eh? Porque hasta donde
yo sé, vuestros dedos también sirven para eso…

-Ni es estos momentos puedes ser agradable –le espetó antes de darle
un beso en la mejilla y deshacer el abrazo.

Unas cuantas horas más tarde, en la misma ciudad pero a unas calles
más hacia la montaña, la médico escuchaba atentamente las
explicaciones que Manolo le ofrecía acerca de las reformas que habían
hecho en los baños hacía un par de meses. La verdad era que aquello le
importaba muy poco, pero aun así prestó toda la atención del mundo
intentando no distraerse con la voz algo pastosa del hombre, causada
por la ingesta de vino.

-Anda, déjamela un ratito que a este paso no podré disfrutar apenas de


ella –intervino Teresa rescatándola de sus garras.

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-Gracias, te debo una.

-Lo he hecho por mí, no me gustaría que no quisieras volver nunca más
por aquí por culpa del pesado de mi marido.

-Os quiero demasiado a ambos como para hacer eso… -le dijo dándole
un sonoro beso.

-¡Ay! Pero que zalamera eres –exclamó la mujer sonrojada, aunque


tremendamente orgullosa.

Al mismo tiempo, a unos setenta kilómetros de allí, dos mujeres


hablaban entre susurros en la habitación de una de ellas. La que parecía
mayor se encontraba regañando a la otra un tanto alterada, aunque
intentando no subir el tono de voz. Y ésta se limitaba a mirar el suelo
con gesto rendido. En un momento determinado, a causa de algo que
debía haberle dicho su prima, la abogada levantó la cabeza para
dedicarle una mirada dolida.

-Es lo mejor –se justificó Esther-. Además, no sé por qué tengo que darte
explicaciones.

-Pues porque ya que tú pareces haber perdido el juicio, tiene que haber
alguien que te lo haga recuperar o que actúe como tal.

-Vaya, muchas gracias Pepito Grillo, pero creo que ya soy mayorcita
para…

-No, no lo eres cuando lo único que se te ocurre hacer es ponerte en


plan melodramático y escaparte cuando la pobre Maca está dormida.

-¿Y qué querías, que me pusiera a llorara como una desesperada


diciéndole que no se marchara? Porque eso precisamente es lo que
hubiese hecho. ¡Y no me puse melodramática! –añadió ofendida por el
adjetivo.

-¡Qué va! Sólo pareció que de repente fueses la protagonista de un


culebrón barato –replicó Cristina con sorna-. ¡Oh, Maca! La vida sin ti no
será vida, los días serán más largos sin tu presencia y el aire no llegará a
mis pulmones sin tu boca alimentando mis labios –añadió sobreactuando
exageradamente.

-¡Yo no hice eso! –se indignó Esther.

-Pues poco debió faltarte… ¿No probaste con amenazarla y decirle que si
ella se iba tú te ibas a cortar las venas? Porque no hubiese desentonado

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mucho dado la escena. Aunque si esta mañana te hubiese encontrado


muerta con un frasco de cianuro vacío quizás hubiese sido romántico y
todo… ¡Mira! Incluso alguien podría escribir una obra de teatro acerca de
eso.

-Julieta se muere así en la obra de Shakespeare.

-¿No es Romeo?

-¡Y yo qué coño sé! Pero no me gusta ni un pelo que me llamen cursi y
melodramática.

-Cariño, como antes lo aceptes, antes lo superarás.

-¿Y qué se suponía que tenía que decir, señora sabelotodo?

-Pues eso seguro que no. ¿Es que no te das cuenta? Le has dado vía libre
para que se tire a todo bicho con vida durante este tiempo.

-Maca no haría algo así –replicó con seguridad.

-¿A no? ¿Y eso por qué? Porque hasta donde yo sé, no tiene ninguna
obligación de guardar celibato cuando has sido tú la que has dicho que
no querías una relación a distancia.

-Joder, ¿tú crees? –preguntó con preocupación, mientras jugaba de


forma inconsciente con aquel anillo que había recibido pocas horas
antes.

-Yo lo que creo es que no dejasteis nada claro y que tendrías que salir
corriendo de aquí, ir al aeropuerto cagando leches y comprar un bonito
ramo de flores por el camino.

-Y lo del ramo no es cursi, ¿no? –soltó mirándola con una ceja levantada.

-Vale, olvídalo. Aunque quizás una caja de bombones le ameniza el


vuelo… -añadió entre risas.

-Estás de broma, ¿no?

-Jamás he hablado tanto en serio –contestó Cristina con una media


sonrisa-. Y como no te des un poco de prisa, no llegarás a tiempo.

Algo cansada y con la cabeza retumbándole, salió al fin de casa de


Teresa. Realmente le parecía increíble la capacidad que podía llegar a
tener aquella mujer para dramatizar los momentos e improvisar en un

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segundo una verdadera tragedia griega. A pesar de haber vivido ya una


decena de veces aquella misma escena, no podía dejar de sorprenderle
el hecho de que pudiera tardar más en despedirse de una sola persona
que de todos sus amigos, que eran unos ocho contando a su hermano, y
que en el último año habían aumentado a diez. Realmente empezaba a
pensar que había sido una suerte que Esther no quisiera despedirse de
ella, porque sino el día hubiese sido de lo más dramático y todavía más
deprimente de lo que ya estaba siendo.

Con pasos cansados y que denotaban lo derrotada que estaba, se dirigió


al parking donde había dejado su coche. Que si bien quedaba justo al
lado de casa de Teresa, el precio de sus tarifas era desorbitado. Sin
fijarse en el precio que le marcaba el cajero automático para no
deprimirse todavía más, metió la tarjeta de crédito en la ranura y esperó
pacientemente a que la máquina le cobrara el importe. Cerró los ojos un
instante tratando de infundirse la paciencia suficiente como para no
saltar a la yugular de aquel hombre que tamborileaba nerviosamente su
pie con el suelo, y se marchó de allí a toda prisa no sin antes dedicarle
una mirada llena de resentimiento.

-Capullo –murmuró a la vez que accionaba el mando del vehículo, que


encendió sus luces para indicarle su posición exacta-. Vamos a
encerrarte durante otro largo período de tiempo, pequeñín –le dijo una
vez ya sentada en el asiento del piloto, mientras acariciaba con cariño
aquel volante de cuero.

Debido al carácter festivo de aquel día, el tráfico que se encontró fue


prácticamente inexistente. Sin embargo, parecía que todos los
conductores inútiles de la ciudad habían salido a lucir sus pocas
habilidades al volante. «Hay personas que deberían estar clasificadas
como peligro público, o quizás tendríamos que cortarles las manos para
que no pudieran coger el coche» pensó de mal humor al esquivar el
tercer vehículo que hacía una maniobra prohibida con muy poca gracia.
Al llegar a su piso, ya sin rastro de la presencia de la interiorista, miró la
hora y vio que no le sobraba mucho tiempo si quería llegar
tranquilamente al aeropuerto. Buscó en su agenda el teléfono de un
taxista al que conocía de otras veces y que siempre estaba disponible y
lo llamó quedando con él diez minutos más tarde en el portal del
edificio.

Dio un repaso rápido por el piso cerciorándose de que no se olvidaba


nada importante y cerró sus dos maletas que, por suerte, no le dieron
demasiada guerra. Odiaba viajar en invierno, puesto que además de
todos sus bártulos, que no eran pocos, debía cargar con un grueso
abrigo con el que acababa completamente empapada de sudor. Así que

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luchando para que su bolso no se deslizase por su brazo derecho, las


ruedas de ambas maletas no se cruzasen y que ninguna de éstas pillase
el bajo de su abrigo, entró en el ascensor y consiguió pulsar el botón de
la planta baja tras varios intentos fallidos. Cuando al fin lo logró, se
encontró con que el taxista no había llegado aún, por lo que supuso que
debería pasar algunos minutos en la intemperie soportando el frío viento
que había empezado a soplar después de la comida.

Suspiró satisfecha por su proeza al bajarse del vehículo y encontrarse


enfrente de aquella fachada cubierta por placas de cristal oscuro. Debido
a las horas, el cielo estaba ya completamente oscuro, por lo que el
paisaje que tenía a su alrededor era bastante tétrico. A diferencia de lo
que ocurría durante el día, el aeropuerto estaba extrañamente vacío y
silencioso, aunque no así la cola de su vuelo. Por suerte, aquello no solía
suceder en el mostrador de primera clase, donde sólo había un hombre
de negocios impecablemente trajeado. Cuando dejó caer la primera
maleta sobre aquella cinta que la llevaría hasta no sabía muy bien
donde, un fuerte ruido metálico hizo que la azafata le dedicara una
mirada reprobatoria a la que ella contestó encogiéndose de hombros.
«Genial, Maquita, te has lucido. Ahora seguro que te pondrá en el
asiento que está al lado del baño» pensó dejando escapar un profundo
suspiro que provocó otra mirada nada amigable de la mujer uniformada.

Cuando por fin la chica hubo terminado todos los trámites necesarios y
dejó de teclear rápidamente en el teclado de un ordenador que ella no
podía ver y, que siempre había creído que era sólo una excusa para
justificar su sueldo, se alejó de allí a paso rápido con su billete en la
mano. Se sentía extraña, tremendamente rara. Una sensación que no
sabía descifrar la había invadido provocándole un escalofrío bastante
desagradable. No supo por qué, sintió la necesidad imperiosa de barrer
con la mirada aquel espacio diáfano lleno de pantallitas y mostradores.
Negando con la cabeza volvió la vista al frente y se dispuso a subir las
escaleras mecánicas que la llevarían hasta el control y, después, a la
sala VIP. Cuando apenas unos metros la separaban de su destino, una
mano en su brazo detuvo sus pasos, impidiéndola seguir con su camino.
Se giró algo asustada por la presión que ejercía aquella persona
desconocida, y se quedó completamente inmóvil, prácticamente
catatónica, al ver quien era su dueña.

-Hola.

-¿Qué…? ¿Qué haces aquí? –consiguió decir sin salir de su asombro.

-Bueno, quería despedirme de ti como Dios manda –contestó la mujer


bajando la mirada, visiblemente avergonzada-. Toma, esto es para ti.

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-¿Flores? –preguntó esbozando una sonrisa-. ¿De dónde las has sacado?

-Bueno, no lo sabía, pero se ve que en Barcelona hay un par de


floristerías que trabajan todos los días del año… No es que tengas un
material de una gran calidad pero es lo único que Cris ha podido
encontrar en internet.

-Ya… -murmuró arqueando una ceja.

-Y bueno, también son a cambio de ese anillo que me prometiste –


prosiguió sintiéndose cada vez más estúpida.

-Un ramo pocho a cambio de un diamante… Es un buen intercambio en


el fondo –soltó Maca de forma socarrona.

-Vale, no, no lo es. Pero la imbécil de mi prima ha insistido en que no


podía venir con las manos vacías… ¿Podemos ir fuera? Es que con la
calefacción y la carrera que me he pegado me estoy muriendo de calor.
Y también me iría bien un cigarrillo.

-Claro –asintió empezando a andar junto a ella, ambas sin mirarse ni


decir nada-. ¿Para qué has venido? –quiso saber una vez estuvieron en la
acera y Esther hubo encendido su pitillo con manos temblorosas.

-Porque… Porque no quería que lo último que oyeras de mí fueran


estupideces y que cuando te acordaras de mí lo hicieras de una histérica
en pleno ataque melodramático.

-¿Y qué te hace pensar que voy a pensar en ti? –preguntó intentando
cortar un poco la tensión y relajar el ambiente.

-¿Perdón? –dijo Esther mirándola con enfado.

-Nada, nada… Sigue… -se apresuró a disculparse con gesto inocente.

-Pues eso, y que quiero que olvides todo lo que te dije ayer. Llámame
todas las veces que quieras, mándame los mails que te dé la gana,
porque yo también lo haré… Y bueno, que quiero seguir con esto a pesar
de lo difícil que pueda ser y que ya veremos lo que pasa cuando se
acabe tu contrato.

-Me parece bien –repuso con tranquilidad.

-¿Que te parece bien? ¿Llevo toda la tarde yendo de culo para poder
estar aquí, corriendo como una loca, y a ti sólo se te ocurre decirme eso?
¿Estás de coña?

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-No, no… Que me parece fantástico, cariño. Y que me encantan tus


flores, ha sido un detalle muy bonito…

-Ha sido cursi y cutre –opinó la abogada con desánimo-. Seguramente es


el ramo más feo que he visto jamás.

-Pues a mí me encanta, y espero que me lo dejen pasar, porque si no


pienso pegarme con el primer tío con uniforme y porra que se atreva a
decirme que no. Anda, ven aquí, tonta –la invitó abriendo sus brazos.

-Eso, tú insúltame y acaba de hundirme todavía más.

-Te voy a echar mucho de menos.

-Y yo a ti… -contestó apartándose y rompiendo el abrazo-. Una cosita


que quería decirte… ¿Podrías hacerme un favor y decirles a esos
moscardones que te esperan allí que como se acerquen a más de dos
metros me las voy a comer con patatas?

-Vale –accedió la médico sorprendida por esa salida-. ¿Algo más?

-Que tu novia es muy celosa y que tiene unos ataques violentos muy
peligrosos.

-¿Novia? –repitió arqueando las cejas, a la vez que sus ojos se abrían de
forma desmesurada.

-Tú diles eso –repuso con seguridad, evadiendo la parte importante de la


pregunta.

Habían pasado ya algunos meses desde aquel último encuentro en el


aeropuerto. Muchas llamadas telefónicas habían sucedido a esas
palabras dichas en la penumbra y en la oscuridad de aquella noche de
principios de enero. Ahora el día era más largo y el cielo tardaba más en
oscurecerse; de la misma manera que el frío invernal había sido
sustituido por un clima más atemperado característico de la llegada de
la primavera. A pesar de todas aquellas llamadas casi interminables,
hechas esquivando la diferencia horaria, un mundo seguía
interponiéndose entre las dos.

Esther llevaba una semana quejándose del calor infernal que había
hecho acto de presencia sin avisar en la ciudad condal, haciendo que las
chaquetas y las botas quedaran apartadas repentinamente en un lugar
recóndito del armario. Mientras escuchaba sus quejas y lamentos, la
médico se limitaba a sonreír de forma comprensiva y, cuando se
cansaba del tema, soltaba que en Nueva Jersey hacía una temperatura

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Hasta que la muerte nos separe ForBigMist
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de lo más agradable con la intención de picarla.

-Bueno, en cinco días tendré una tregua de esta humedad insoportable –


replicó Esther, sorprendiéndola al no esperar dicha respuesta.

-¿Y eso?

-Pues porque me voy una semanita a Londres con mi madre –contestó


sin más.

-No me lo habías contado.

-Es que no lo sabía. Han sido planes de última hora. Mi hermano nos hizo
una visita relámpago hará cosa de un mes, pero hace un montón de
tiempo que no vemos a los niños. Ya sabes lo pesadita que se pone mi
madre con el tema “nietos”: que si la van a olvidar, que si ella apenas
los conoce por fotos…

-Me parece muy bien –opinó la cirujana de forma algo molesta.

-¿Qué te pasa?

-¿A mí? Nada –contestó con el mismo tono.

-Vamos, Maca, que nos conocemos –repuso Esther poniendo los ojos en
blanco al otro lado de la línea.

-No hagas eso.

-¿El qué? –quiso saber confundida por la salida.

-Poner los ojos en blanco, que yo también te conozco. Y tampoco soy tan
pesada como para que lo hagas.

-Vale, lo que tú digas. Pero no me cambies de tema. ¿Qué te pasa?

-Pues simplemente que me parece fantástico que te vayas una semana


a Londres y que luego me pongas excusas para no venir aquí.

-Maca, no son excusas –se defendió Esther-. No tengo ni el tiempo ni el


dinero y lo sabes. Y antes de que digas cualquier chorrada, es mi madre
la que paga el viaje.

-Claro, y para ellos sí tienes tiempo, ¿no? No sé, digo yo que el trabajo
habrá desaparecido como por arte de magia.

-¡Por Dios! La última vez que vi a mis sobrinos fue en octubre, y de eso

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hace ya más de medio año.

-Y el hecho de que a mí no me hayas visto en cuatro meses no importa,


¿no?

-Joder, cuando te pones así no hay quien hable contigo.

-Pues nadie te obliga a hacerlo.

-¿Piensas estar en este plan de niña repelente mucho más tiempo?


Porque la factura del teléfono no es precisamente barata…

-¿Pero es que no puedes olvidarte del puto dinero ni cinco minutos?

-Lo siento pero no. No todas somos millonarias, ¿sabes?

-Claro, y estando conmigo ese tema quedaría solucionado, ¿eh?

-¿Qué estás insinuando? Porque no me gusta ni un pelo…

-Lo estoy diciendo claramente.

-Muy bien. Buenas noches, Maca –repuso secamente colgando el


teléfono con enfado-. Será gilipollas –murmuró ante la atenta mirada de
Laura que, hasta el momento, había sido una testigo silenciosa dese el
quicio de la puerta.

-¿Problemas en el paraíso?

-Acaba de decirme que sólo estoy con ella por su dinero –contestó
visiblemente ofendida.

-Tendrá un mal día, mujer. No se lo tengas en cuenta –intentó disculparla


sabiendo que aquello sólo habría sido fruto de un arrebato-. Pero
menuda cabrona –añadió al ver la mirada que le dedicaba su amiga por
la falta de apoyo recibido.

-Espero por su bien que llame para disculparse, porque hasta que no lo
haga no tendrá noticias mías –sentenció Esther levantándose del sofá
para irse a la cocina.

Y así fue, hasta que al cabo de una semana Maca no se olvidó de su


orgullo y la llamó para pedirle perdón por lo que le había dicho, la
abogada se mantuvo firme en su decisión. A ambas les había costado lo
suyo no sucumbir, pero sus orgullos fueron mayores, por lo que no les
quedó otro remedio que aguantar estoicamente hasta que una de ellas

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cedió finalmente. Ese no había sido ni mucho menos el primer


encontronazo que habían tenido en todos aquellos meses, pero sí era el
de más gravedad con diferencia. Era fácilmente palpable que la
distancia estaba haciendo mella en ellas, aunque quizás lo que más
quemadas las tenía era la situación que las dos vivían de forma
separada. Por un lado, el bufete se había visto obligado a prescindir de
una serie de privilegios que, hasta el momento, habían considerado
imprescindibles y también habían tenido que reducir la jornada de una
secretaria y de la recepcionista, por lo que ahora no era extraño que
fuera una de las abogadas la que contestara al teléfono. Y por el otro
lado, el Princeton-Plainsboro tampoco había quedado al margen de la
crisis, puesto que varias de sus inversores habían recortado el capital
que les destinaban anualmente y, debido a ello, a Cuddy no le había
quedado otra que suspender temporalmente una serie de
investigaciones y de mejoras técnicas en los que Maca se había visto
directamente afectada.

-Sabes que tu ámbito no tiene tanta importancia para nosotros como el


resto –se defendió Lisa cuando la cirujana se presentó hecha un obelisco
en su despacho.

-Genial, nosotros somos los frívolos y superficiales que hacemos que


operamos por puro capricho, mientras que Greg tiene vía libre para
gastarse todo el dinero que quiera en pruebas innecesarias. Porque
claro, es muchísimo más importante que ese desquiciado siga
solucionando doce casos al año que no que los niños que yo opero no
tengan un trauma de por vida por culpa de accidente o malformaciones.

-Eso ha sido un golpe bajo, mi querido bollito –soltó el aludido que, en


aquel momento, entraba en el despacho.

-¿Es que en este hospital nadie sabe llamar a la puerta? –se desesperó la
directora.

-No, perdona, lo que ha sido un golpe bajo es que yo me pase años


recibiendo cartitas para que venga aquí y que, cuando lo haga, se me
recorte el presupuesto de mis investigaciones.

-¡Joder, estamos en crisis! –dijo Cuddy alzando la voz.

-Pero eso ya lo sabías cuando me contrataste –la retó Maca.

-Ahí ha estado bien, tienes que reconocerlo –intervino Greg.

-¡Cállate! –le espetaron ambas al unísono.

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-¡Pelea de gatas en el despacho de la directora! –gritó el médico a pleno


pulmón abriendo la puerta, haciendo que todos los que estaban en el
pasillo lo miraran sorprendidos-. En cinco minutos lucha de barro.
¡Vamos! ¿Os vais a perder las tetas enormes de Cuddy luchando contra
una lesbiana buenorra? –añadió al ver la indiferencia del resto.

A pesar de que a aquella conversación le sucedieron muchas otras


semejantes, la cirujana no consiguió que la directora cediese ni un ápice
a sus pretensiones. De hecho, ya era consciente de ello cada vez que
entraba sin avisar en aquel despacho, pero consideraba que era su
obligación como médico adjunta y como encargada de algunas de las
investigaciones que se habían detenido. Además, tenía que reconocer
que poner en aprietos a Lisa le resultaba de lo más divertido, sobre todo
si Greg participaba en sus boicots y, hacía ya mucho tiempo que no
sacaba a relucir su lado más reivindicativo. En no pocas ocasiones había
tenido que soportar las bromas de algunos médicos al respecto que, con
fingido interés le preguntaban por qué no se había decantado por fundar
la carrera sindicalista.

-Le falta demasiado glamour –se limitaba a contestar ella con


indiferencia, cada vez que alguien le salía con aquello.

Mientras, Esther paseaba en compañía de su reencontrada amiga Emma


por las húmedas calles de Londres. Ya poco quedaba de aquel país que
algunos años atrás había sido la gran potencia mundial y que no le había
quedado otro remedio que cederle aquel puesto de honor a una antigua
colonia, o de aquella ciudad que había reunido bajo su poder un nada
despreciable “imperio”. Sin embargo, había algo que seguía
provocándole la impresión de que aquél era un lugar especial. No sólo
permanecían los majestuosos restos arquitectónicos, a la par que
sobrios y austeros, que la delataban como tal, sino que había algo en
sus gentes, quizás aquella seguridad aplastante o esa leve arrogancia
que tanto los caracterizaba, que le decía que aquél sería siempre el
origen de algo indescriptible o el centro de un mundo paralelo.

-Bueno, seguramente eso es debido a que se empeñan en seguir


conduciendo por la izquierda –opinó su antigua compañera de facultad
cuando ella la hizo partícipe de su teoría-. O quizás porque algunos
todavía parece que lleven un palo metido en el culo.

-Puede ser –repuso entre risas a la vez que miraba distraída el


escaparate de una tienda de ropa.

-¿Sabes? Siempre he creído que te equivocaste de país y que deberías


haber nacido aquí o en cualquier otro lugar parecido a éste.

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-Vaya, gracias –soltó mirándola con una ceja alzada, entre ofendida y
divertida. En realidad, no era la primera vez que le decían aquello, y
seguramente tampoco sería la única.

-A ver, no me malinterpretes. Sólo que entre tu puntualidad maniática,


esa rigidez y seriedad tuyas y toda tu personalidad en general… No sé,
pero no es que seas un exponente ejemplar del carácter latino
precisamente.

-Vale, o sea que ahora soy algo así como la dama de hielo, ¿no?

-Siempre lo has sido, cielo. Y jamás me ha dado la impresión de que no


te sintieras orgullosa de ello. Aunque, por lo que me han contado,
cuando se trata de cierta cirujana te derrites y te conviertes en un
charco de agua…

-¿Laura? La voy a matar.

-No te ofendas, que si no fuera por ella apenas sabría de ti. Que por
cierto, ya estás tardando en contarme más cosas de esa mujer que te
tiene enloquecida. Porque la última vez que hablé contigo estabas
muerta de miedo y ahora no hay más que ver tu sonrisita tonta…

-Yo no estoy así –protestó Esther.

-Vale, no, pero déjame disfrutar de mi imaginación. Así que cuéntame,


¿qué hace aparte de dejarse fotografiar con modelos famosas?

-¡Ostras, es verdad! Ya no me acordaba de ese numerito… Pues la


verdad es que no hay mucho que contar, aparte de que es una cirujana
plástica renombrada que trabaja en New Jersey y que el otro día me
soltó que sólo estaba con ella por su dinero…

-¿Y lo estás? –bromeó Emma para quitarle hierro al asunto.

-Obviamente. ¿Para qué iba a estar con ella sino? –le siguió el juego
aunque esbozó una sonrisa algo triste-. La verdad es que hace un par de
semanas que las cosas no andas como deberían. No sé, supongo que
entre la distancia y que ambas estamos algo estresadas con el trabajo,
contribuye a que todo se haga más cuesta arriba. Lo que más me
preocupa es que ya estamos a abril y todavía no me ha dicho nada de lo
que piensa hacer.

-Bueno, mujer. No te preocupes, seguramente no te habrá querido


avanzar nada hasta que no lo tenga todo atado.

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-Eso espero, eso espero… -murmuró con un suspiro profundo que le salió
del alma.

-Cambiemos de tema, ¿cómo va esa alianza con un bufete de no sé


dónde de la que me hablaste la última vez? –se interesó pasando su
brazo entre el suyo y retomando la marcha, adentrándose entre el
gentío que inundaba las concurridas aceras de Regent Street.

Una sensación extraña la invadió desde que aquel vuelo de British


Airways despegó, poniendo punto y final a su estancia en aquel país,
hasta que aterrizó en territorio barcelonés. Seguramente aquel peso en
su estómago se hubiese vuelto mucho más leve si se hubiese sentido
capaz de compartir lo que sentía con su madre, pero no podía, sabía que
no lo entendería. No sabía exactamente por qué, pero al despedirse de
su hermano y sus sobrinos en el aeropuerto no había sentido
exactamente lo que en teoría hubiese debido. No es que no le diera
pena separarse de ellos después de aquellos días juntos, pero a pesar de
querer con locura a esos dos niños, tampoco podía evitar sentirlos como
algo lejano. Sí, eran sus sobrinos, pero unos a los que prácticamente
sólo veía un par o tres de veces al año y William apenas sabía hablar
español, por lo que su relación con él era todavía más distante.

Sin ser consciente de ello, sus recuerdos se trasladaron a la última vez


que había visto al pequeño Luis, ese niño de grandes ojos marrones y
pelo rubio que estaba a punto de hacer un año. Había sido en una
comida con Anna y le había resultado asombrosamente difícil dejar el
niño en su cochecito y no en sus piernas. Comparó lo que había sentido
una vez con Elizabeth con lo que sentía por aquel niño totalmente ajeno
a sus genes, y fue consciente de que era prácticamente lo mismo. Sabía
que en parte era normal, aquellos niños habían vivido y seguramente
vivirían toda su vida en Londres; eran ingleses, al igual que Sergio que
ya se sentía más londinense que barcelonés. Resultaba extraño pensar
como sus vidas habían cambiado tanto, llegando a distanciarse a
medida que ellos iban tomando caminos diferentes. Quizás la razón de
ello radicase en que jamás habían sido los típicos hermanos confidentes
que se pasaban horas hablando y mucho menos en la adolescencia.
Seguramente por eso Esther no había visto a Sergio como la persona a
quien contarle sus primeras dudas acerca de su orientación sexual.
Aquel hecho fue la causa de una de las mayores discusiones que habían
tenido nunca, puesto que al arquitecto no le hizo ni pizca de gracia
enterarse de que su hermana era lesbiana cuando parecía que todo el
mundo lo sabía.

-¿Tan poco confías en mí? –le preguntó dolido.

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-Claro que lo hago, pero las cosas sucedieron así, sin más –se justificó
Esther intentando quitarle hierro al asunto.

-¿Tan mal hermano mayor he sido? Porque se supone que tendría que
haberlo sabido yo antes que papá y mamá.

-No digas estupideces y te pongas en plan melodramático, ¿eh? Mamá lo


dedujo solita, y teniendo en cuenta como se lo tomó papá no tenía
muchas esperanzas con el resto de la familia.

-Pero yo no soy él.

-Eso ya lo sé, gracias. Mira, de verdad que te quiero mucho, eres mi


hermano así que supongo que no podría ser de otra manera. Pero, y que
conste que no es un reproche, jamás me preguntaste por qué me fui de
casa o por qué papá y yo dejamos de hablarnos de repente. Cuando yo
quería jugar contigo tú estabas en plena edad del pavo y no querías ni
oír ni hablar de una hermana pequeña, y cuando a ti se te pasó la
tontería era yo la que estaba en esa época. Supongo que después se nos
hizo difícil volver a tener la confianza que teníamos de pequeños.

-Seguramente tienes razón… Pero bueno, cuéntame ¿qué tal con esa
macizorra que tienes como novia?

Y esa era precisamente una de las cuestiones que ella misma se hacía
por aquél entonces. Cuando Sergio le preguntó aquello el otoño anterior,
tuvo que responderle que no eran novias; de hecho, hacía casi un año
que no sabía de ella y pensaba que las cosas seguirían así. Pero todo
había cambiado, ahora en teoría sí lo eran o, por lo menos, algo muy
parecido a ello. «Al menos puedes ponerte en la piel de esos amantes de
principios de siglo que sólo podían hablar cuando estaban acompañados
y no se les permitía ni besarse. Aunque nosotras podemos hablar por
teléfono sin ningún testigo…». Cuando por fin llegó a casa, hacía ya
bastante rato que había anochecido. El vuelo había sido por la tarde, ya
que querían aprovechar hasta el último momento su estancia en
Londres. Lo malo, era que ahora apenas tenía un par de horas para
prepararse mentalmente para el fin de las vacaciones de Semana Santa.

-Maca ha llamado hará una media hora –anunció Laura al verla entrar en
el salón, tras deshacer las maletas.

-Pues que lo haga otra vez –repuso ella todavía ofendida.

-¿Aún estáis así? No me lo puedo creer…

-¿Qué es eso? –quiso saber Esther refiriéndose a un enorme ramo de

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flores que descansaba en un jarrón que ahora le parecía ridículamente


pequeño, y en el que no había reparado antes.

-Es para ti, ha llegado esta mañana. Quiero que conste que he tenido
que reprimir mis impulsos para no leer la nota. Que por cierto, la he
dejado ahí encima.

-Ya la leeré mañana –repuso ella con malicia.

-¡No seas mala! Llevo todo el día luchando contra mí misma… Así que
haz el favor y no alargues todavía más esta agonía.

-Que poco exagerada eres a veces –le espetó con infinita paciencia,
aunque se levantó del sofá y se dirigió a aquella nota cuyo contenido
permanecía oculto tras el sobre.

Una parte de ella se había sentido realmente contenta al saber la


identidad del remitente de aquel ramo, y dicha sensación se había
plasmado en una sonrisa que ella había tratado de esconder en vano.
Sin embargo, también temía las consecuencias que podría tener sobre
ella. Sabía la facilidad que Maca tenía para calmarla y hacerle olvidar; de
hecho, una simple llamada telefónica por su parte había provocado que
gran parte de su enfado hacia ella desapareciera como por arte de
magia. Pero una importante parte de su persona, su orgullo, le había
ordenado que no cediese tan fácilmente, por lo que durante toda la
conversación con la cirujana se mantuvo distante y seca.
Probablemente, esa nota acabaría de desmontar esa coraza que se
había autoconstruido. Y así fue, sólo hizo falta un “te quiero” escrito con
una cuidada caligrafía que supuso sería de la encargada de la floristería,
para hacer que su sonrisa se ensanchara todavía más.

-Que cabrona –murmuró al leer una frase al final de aquel papel, en la


que no había reparado en la primera lectura.

-¿Qué dice? –quiso saber Laura empezando a impacientarse al no


percibir ninguna evidencia del contenido de la nota.

-Que me quiere y que, aunque el ramo no sea tan bonito como el que yo
le regalé en el aeropuerto, espera que me guste –contestó consciente de
que aquello arrancaría una carcajada de su amiga.

-Esa mujer es mi ídolo –sentenció ésta.

La segunda llamada de Maca no se hizo esperar demasiado y, a pesar de


que aquel ramo había surtido el efecto deseado, Esther se hizo la dura y
la dolida durante toda la conversación, de la misma manera que lo

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siguió haciendo hasta que incluso ella empezó a sentirse culpable.


Finalmente, aquella salida de tono desafortunada fue quedando en el
olvido hasta ser considerada como una anécdota más.

De forma pesadamente lenta algunas veces y, espeluznantemente


rápida otras, los días fueron cayendo. Por muy malo que uno fuera,
Laura nunca olvidaba marcar con una gran cruz roja en forma de x el
espacio reservado para cada fecha. El mes de mayo pasó sin pena ni
gloria, todos esperaban la visita de la cirujana para el primer
cumpleaños de Luis, pero al final le fue imposible viajar a Barcelona
puesto que los internos del hospital se examinaban para entrar en la
residencia, a la vez que algunos de estos pasaban a ser ya médicos
licenciados. Según Lisa su obligación como médico adjunto era estar allí
aquellos días, así que por mucho que se quejó, por numerosos boicots
organizados con la ayuda inestimable de Greg, no tuvo más remedio que
acatar sus órdenes.

No supieron cuando, llegó el mes de junio y con él, el calor sofocante en


la ciudad condal. Mayo había estado caracterizado por los cambios de
tiempo: un día estaba nublado y el viento soplaba obligando a sus
habitantes a llevar una chaqueta por muy fina que fuese y, al siguiente,
el sol azotaba cada rincón haciendo que toda prenda sobrara. Así era
como se sentía Esther aquel día de finales de mes. Además, para acabar
de arreglar la situación el inclemente sol de la mañana había sido
sustituido por unos nubarrones que amenazaban una fuerte tormenta,
haciendo que la humedad del ambiente fuese inaguantable.

Cansada de leer expedientes, redactar contratos y demás menesteres


en los que había ocupado la tarde, giró el sillón para quedar de frente a
la ventana. Exhaló un profundo suspiro al ver aquel color oscuro nada
halagüeño, y pensó que los del tiempo se habían vuelto a equivocar en
su pronóstico, otra vez. Con cansancio miró su reloj de muñeca y se
recostó en aquel sillón, seguramente la mejor inversión que había hecho
jamás a lo largo de su vida laboral. Le había salido por un ojo de la cara
y parte del otro, pero tenía que reconocer que era de lo más cómodo. El
contacto de su cabeza con el respaldo provocó que un leve quejido
saliese de su boca: llevaba demasiado tiempo en la misma postura y sus
cervicales se habían acabado resintiendo. Se masajeó dicha zona con la
yema de los dedos durante unos minutos, aun sabiendo que nada de lo
que hiciese conseguiría que el dolor remitiese aparte de irse a la cama.
Las agujas de su reloj marcaban ya las ocho de la tarde, por lo que
supuso que estaría sola en el despacho. En teoría, a aquella hora
debería estar hablando con Maca desde el sofá de su piso, pero hacía
unos días que el horario de la cirujana era muy apretado, habían tenido
no sabía qué problemas en el hospital, por lo que había decidido

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aprovechar esa ausencia de llamadas telefónicas para avanzar trabajo.


Recogió algunos expedientes que tenía previsto repasar antes de ir a
dormir y salió de su despacho cerciorándose de que todo estaba en su
sitio.

Al rodear con su mano el pomo de la puerta para cerrarla, sus dedos


entraron en contacto con algo que no debía estar allí y, que al instante
no supo identificar. A modo de acto reflejo se giró barriendo la estancia
con la mirada, aunque lo único que encontró fue una escena
fantasmagórica en la que las mesas desprovistas de ocupantes eran las
protagonistas. Sin embargo, una sonrisa se dibujó en su rostro cuando
sus ojos volvieron a centrarse en aquella pieza de madera a la que
nunca le había dado demasiada importancia, pero sobre todo, en aquel
objeto que no debería estar allí.

La primera posibilidad que pasó por su cabeza fue que había sido Laura
quien había dejado aquel paraguas ahí en un arrebato de buena
voluntad. No hacía mucho su compañera había pasado por su despacho
para notificarle que ella ya se iba a casa y le sonaba vagamente que le
había comentado el gran cambio que había sufrido el tiempo. Entonces
no le había hecho mucho caso, ya que se encontraba enfrascada en la
redacción de un contrato de arrendamiento de un local comercial y no
quería perder el hilo, por lo que se limitó a asentir con la cabeza y a
soltar algún que otro monosílabo como toda respuesta. Con una sonrisa
de alivio al pensar que ya no tendría que mojarse en el trayecto que iba
del despacho al metro y de éste a casa, cogió aquel paraguas por el
mango, que se encontraba colgado del pomo y se dirigió hacia el
ascensor. Una vez dentro, pensó que su amiga hubiese podido dejarle
uno que no fuese de un color tan llamativo, aunque suponía que debía
ser uno de los que tenían de repuesto en el despacho para esos casos y,
cuyo origen, era el despiste de los clientes o de los mismos trabajadores.
Siempre había tenido la tendencia, casi manía, de comprarse paraguas
de tonalidades oscuras, quizás porque eran aquellos colores los que más
ligaban con el tiempo que propiciaba su uso; y la verdad es que ir con
uno de un tono rosa chillón le daba algo de reparo. Más bien le daba
vergüenza, mucha vergüenza. No obstante, intentó pensar
positivamente y con optimismo para convencerse de que lo importante
en aquellos momentos era que aquel objeto cumpliese la función por la
que había sido diseñado: que el que lo llevase no se mojase.

-Aunque ya me dirás si para eso es necesario que sea de este color


horrible –pensó en voz alta-. Esther, piensa en positivo, lo importante es
que no te mojes este traje de Zara que te compraste porque no podías
permitirte aquel tan bonito de Armani –se contestó autorregañándose
por su pesimismo-. Mierda, esto ha sido más bien negativo… Pero es que

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es verdad, me quedaba mucho mejor el otro… Aunque claro, por el


precio de uno me podía comprar cuatro de los otros… Muy bien, Esther,
ahora es cuando dejas de hablar sola y de parecer una pobre
esquizofrénica que acaba de escaparse del frenopático.

Cuando las puertas del aparato se abrieron, un escalofrío la recorrió de


pies a cabeza al ver aquel gran vestíbulo completamente vacío de toda
vida. Lo cierto es que debería estar acostumbrada a aquella sensación,
puesto que no era la primera vez que salía tan tarde; de hecho, en no
pocas ocasiones se había ido de allí a horas bastante más intempestivas.
Supuso que a aquella sensación tan desagradable también contribuiría
el paisaje deprimente que se divisaba a través de las puertas de cristal,
donde se podía ver una Avenida Diagonal casi desprovista de peatones
y, los pocos que pasaban se cobijaban bajo sus respectivos paraguas,
con muecas que evidenciaban su mal humor. También podía ser
consecuencia de aquella oscuridad que se había apoderado de la ciudad
y que provocase que, aun ser de día todavía, pareciese que salía mucho
más tarde de lo que en realidad era. La cuestión era que no sabía
exactamente el origen de sensación tan extraña y molesta a partes
iguales, aunque ésta se acrecentó cuando el conserje la saludó,
haciendo que su voz grave resonase por las paredes del vestíbulo
provocando un eco espeluznante.

-Buenas noches, José –contestó ella a la vez que conseguía esbozar una
sonrisa un tanto forzada.

-Hoy salimos tarde, ¿eh? –comentó el hombre deseando alargar lo más


posible lo que seguramente sería su última distracción en lo que
quedaba de noche-. Aunque hace ya algunos días que te veo y eso es
mala señal.

-O buena, al menos significa que seguimos teniendo trabajo y eso, en


estos tiempos que corren, es decir mucho –repuso Esther apoyando sus
codos en el mostrador.

-¿Sabes que los de la constructora del quinto han cerrado? Se ve que no


han conseguido vender ni un piso en lo que llevamos de año y se han
tenido que declarar en concurso de acreedores…

-Algo había oído, sí –asintió la abogada con un suspiro-. Es una mala


época, pero sobre todo para ellos.

-¿Y qué tal tu cuñado?

-¿Mi cuñado? –repitió Esther sin saber a quién se refería en un primer

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momento.

-Sí, me contó Eva que es arquitecto –se explicó él como si tal cosa.

-Eh… Bueno, no hablamos mucho del tema, pero creo que bien –
contestó un tanto cortada por la situación. ¿Es que ninguna de sus
amigas podía mantener la boca cerrada? ¿Era realmente imprescindible
que fueran contando los entresijos de mi vida a todo el mundo?

-Mejor dejo de darte la lata que estarás deseando llegar a casa ya de


una vez –dijo José al percatarse de que había mirado el reloj que
quedaba justo detrás de él.

-Pues la verdad es que sí…

-Bueno, al menos Laura te tendrá la cena preparada, ¿no?

-Eh… Supongo que sí, o al menos lo espero –repuso Esther cada vez más
alucinada. ¿Acaso ese hombre conocía toda su vida?-. Buenas noches, y
que te sea leve.

Nada más salir del edificio, una leve brisa cálida le dio la bienvenida. No
sabía si eran imaginaciones suyas pero le daba la sensación que había
empezado a llover con más fuerza, por lo menos aquello era lo que le
indicaban las gotas que caían sobre el charco que tenía justo enfrente de
ella. A modo de acto reflejo abrió el paraguas a la vez que lo levantaba
por encima de su cabeza. De pronto y sin avisar, un papelito blanco
quedó colgado de una de las varillas metálicas a la altura de sus ojos. En
un primer momento pensó que era la etiqueta del paraguas, suponiendo
que éste debía ser nuevo; aunque pronto se dio cuenta de que no se
ajustaba a sus características. Malhumorada, bajó el paraguas
manteniéndolo en horizontal para quitar ese papelito impertinente,
encontrándose con que un lateral del paraguas estaba completamente
roto, dejando las varillas al descubierto. Estuvo tentada de tirarlo lo más
lejos posible, aunque en el último minuto desechó la idea, quizás con
miedo a que impactara contra algún coche. No quería ser la responsable
de la muerte prematura de algún conductor, sus remordimientos no la
dejarían vivir sabiendo que toda una familia la odiaría por el resto de sus
días y todo por una mierda de paraguas roto.

No supo por qué, pero sintió la curiosidad de saber qué era realmente
aquel papelito que, de hecho, la había salvado de quedarse
completamente empapada, ya que de no haber sido por él, no hubiese
reparado en que el paraguas estaba roto. Intentó romper el hilo que lo
unía con la varilla con los dedos, pero a pesar de esfuerzo que hizo no lo

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consiguió. Frustrada por la mala suerte que estaba teniendo aquel día,
decidió hacer algo que no le gustaba nada: utilizar los dientes. Siempre
le había dado mucho repelús romper las cosas de aquella forma; de
hecho, se estremecía cada vez que Laura lo hacía con cada nueva
prenda que se compraba. Finalmente, aquel pequeño trozo de cartón
cayó sobre una de sus manos, por lo que no dudó en dejar caer el
inservible paraguas al suelo y acercar esas letras a su rostro para poder
verlo mejor. Se sorprendió al darse cuenta de que en realidad estaba
doblado, lo que le impedía saber si había algo o no. Ni saber la razón del
repentino temblor de sus manos, despegó con nerviosismo uno de los
lados que parecía contener pegamento. “¿Pegamento? ¿Desde cuándo
ponen eso en las etiquetas?” se preguntó aun sabiendo muy bien que lo
que tenía entre manos no era lo que se empeñaba en creer,
seguramente para no desilusionarse ni no acababa siendo lo que ella
creía.

Al fin, consiguió abrir aquel papelito y unas letras escritas a mano


provocaron un aumento considerable de aquel temblor que la había
invadido. Con temor, sus ojos empezaron a deslizarse por aquella corta
frase que se dividía en dos líneas a causa del tamaño del papel. Y
cuando llegaron a la última letra, volvieron al inicio para releerlo otra
vez: «Parece que finalmente hoy vas a mojarte». Su primer instinto fue
levantar la mirada y mirar alrededor, aun sabiendo que lo que buscaba
-mejor dicho, a quien- no se encontraría allí con toda seguridad. Sin
embargo, su intuición le falló, por suerte.

A pocos metros de distancia, una figura permanecía aguantando con


templanza bajo aquella incesante lluvia. Su pelo empezaba a ondularse
por las puntas debido a la humedad que se iba acumulando en él, y una
gabardina de color beige que le llegaba hasta las rodillas brillaba a
causa de las finas gotas de agua que se habían apoderado de la ropa.
Esbozó una sonrisa al verla allí, con la cabeza algo gacha, como si
estuviera avergonzada o temiese una mala reacción por su parte; una
sonrisa tímida en su rostro y, una mano metida en el bolsillo de aquella
prenda que tan bien le quedaba mientras que escondía su otro brazo
bajo la tela. Enarcó una ceja preguntándose el por qué de aquello,
aunque parecía que sus piernas no respondían. De hecho, no lo hacía
ninguna parte de su cuerpo.

Llevó su mirada al cielo unos instantes, observando como la lluvia caía


desde allí como una cortina. Siguió con los ojos aquellos pequeños
puntitos que descendían rápidamente hasta estrellarse contra el suelo,
formando a veces algunos charcos aprovechando el desnivel de algunas
zonas. Sin pensarlo más, se apartó de la puerta, saliendo de la guarida
que le proporcionaban los balcones del primer piso y, que hasta el

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momento, habían impedido que se mojara. Anduvo a pasos lentos


aunque seguros hasta llegar a su altura, momento preciso en el que la
cirujana alzó la vista para encontrarse con sus ojos por primera vez en
mucho tiempo, demasiado.

-Hola –musitó siendo lo único mínimamente coherente que pudo salir de


su boca y, aun así, su voz sonó algo ronca por lo que tuvo que
carraspear.

-Hola –repitió Maca, a la vez que ampliaba su sonrisa, que se transformó


en una de radiante en un abrir y cerrar de ojos.

-Me ha gustado mucho el paraguas, no es exactamente de mi estilo pero


bueno. Lástima que no hayas encontrado uno que no estuviera roto –
soltó sin pensar antes si era lo más inteligente o ingenioso dado el
momento.

-Me alegro… Y bueno, me preguntaba si te gustaría mojarte conmigo –le


propuso desviando su mirada por unos instantes.

-¿Te has tomado la molestia de subir hasta el despacho procurando que


no te viera y no te has traído el coche?

-Es que acabo de llegar de New Jersey y no me daba tiempo de ir a


buscarlo –se excusó encogiéndose de hombros.

-¿Qué haces aquí? –le preguntó temiendo la respuesta, aunque


queriendo dejar las cosas claras.

-He venido a recuperar lo que es mío –reveló con una seguridad


aplastante, aquella que tanto le gustaba a ella, mirándola fija y
penetrantemente a los ojos.

-¿Te refieres a la Clínica?

-No, me refería a ti. Pero ya que estamos… -contestó ladeando la


cabeza.

-¿Es una proposición indecente, doctora? –quiso saber esbozando una


sonrisa.

-Totalmente.

-¿Sabes? Creo que le veo a un problema a este fantástico y tentador


plan –soltó de repente, deteniéndose algunos segundos para hacerla
sufrir-. Cuando te fuiste me prometiste un diamante, y yo no lo veo por

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ningún lado.

-Todo en su momento, pequeña –repuso de forma chulesca, mientras


acercaba su rostro al de ella lentamente, tanto que Esther empezó a
impacientarse.

-¿Vas a besarme o vas a esperar a que tengamos una pulmonía?

-Tranquila, tienes a toda una señora doctora a tu completo servicio –


susurró ya rozando sus labios.

-¿Crees que necesito operarme ya? –bromeó presa de los nervios que
amenazaban con hacer que su corazón saliese disparado a través de su
pecho.

-Tonta… Y no, creo que estás fantástica –contestó atrapando su labio


inferior entre los suyos, al fin-. ¿Nos vamos a casa? Que tengo un taxi
esperándonos, ¿qué te creías?

-¿A casa?

-Sí, creo que nos están esperando con una fiesta “sorpresa”… -explicó
haciendo el gesto de las comillas con sus dedos.

-Así que yo era la única que no sabía que venías, ¿eh?

-Que lista es mi niña –soltó besándola brevemente.

-Oye, una cosita, ¿qué te ha pasado en el brazo?

-Eso mejor te lo cuento de camino, que a este paso la escayola se me


quedará hecha un asco… -contestó tendiéndole su mano buena para
que se la cogiera.

No es que no apreciara la buena voluntad de sus amigos, que lo hacía,


pero una fiesta sorpresa era lo que menos le apetecía en aquellos
momentos. Pero entre el cansancio acumulado del largo viaje, que se le
había hecho interminable y, las ganas que tenía de estar a solas con
Esther, estaba deseando decirle al taxista que se pasara de largo y las
llavera a cualquier lugar con no fuera su piso. De hecho, si el plan
hubiese sido estar con ella en casa tranquilamente, el cansancio habría
desaparecido con toda probabilidad, pero era imaginarse tener que
aguantar a sus amigos hasta las tantas y entrarle una pereza
considerable.

Debido a la lluvia, el tráfico era más denso de lo habitual dado la hora,

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por lo que el trayecto que debería haber durado unos diez minutos se
alargó hasta casi media hora. Al principio se mantuvieron calladas, pues
parecía que la presencia del taxista las había cortado lo suficiente como
para no poder seguir con la conversación que se había quedado a
medias cuando entraron en el vehículo. Sin embargo, al ver que la cosa
iba para largo, más de lo previsto, Esther decidió retomar el tema que le
parecía menos personal.

-¿Me vas a contar qué te ha pasado en el brazo?

-Nada importante, sólo tengo una pequeña fisura en el hueso de la


muñeca. Me caí de la moto hará una semana…

-Ya te dije yo que ese trasto es peligroso –repuso la abogada apartando


la gabardina, a la vez que fruncía el ceño al ver aquella aparatosa
escayola.

-Tú nunca me dijiste eso –protestó Maca enarcando una ceja.

-Bueno, pero lo he pensado muchas veces –se defendió ella.

-No, si encima será culpa mía el no haber aprendido el útil arte de la


telepatía… -murmuró divertida-. Pues eso, que tuve que esquivar a un
niñato borracho cruzó la calle sin mirar y esto ha sido la consecuencia –
añadió levantando la mano izquierda para mostrarle a qué se refería.

-Y supongo que debido a esto tu y al no poder operar, tu jefa te ha dado


un tiempo de baja, ¿no?

-Exacto, que casualmente coincide con el fin de mi contrato –asintió con


una amplia sonrisa-. Obviamente, al principio se pensó que era otra de
mis tretas para boicotearla, pero se convenció al ver las radiografías.

-A saber lo que le habrás hecho pasar a la pobre…

-Que no, que me he portado muy bien –se defendió con gesto inocente.

-Ya… -repuso incrédula, poniendo los ojos en blanco.

Una vez aclarado aquel tema, ambas volvieron al silencio inicial aunque
con una pequeña diferencia: la mano buena de la cirujana había
aprovechado un descuido de Esther y se coló con facilidad por el muslo
de la abogada. Ninguna de las dos fue consciente de ello hasta que
pareció cobrar vida propia y empezó a pasearse por aquella parte de su
cuerpo de forma distraída. De pronto y sin previo aviso, la mano de
Esther detuvo sus movimientos de forma brusca cuando ya se

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encontraba demasiado arriba, donde la prudencia comenzaba a brillar


por su ausencia. Extrañada por la fuerza que la abogada ejercía sobre su
mano, Maca la miró con sorpresa, recibiendo como toda respuesta un
brillo en los ojos de la abogada que le resultaba vagamente familiar y
que le hizo esbozar una sonrisa de satisfacción.

-¿Qué te pasa? –le preguntó en un susurro pícaro.

-No te pases ni un pelo –le advirtió Esther con una voz algo más ronca
de lo habitual.

-No tengo ni idea de lo que hablas –replicó con fingida inocencia como
toda defensa.

Al fin llegaron a la calle de la cirujana y, debido a la escasez de plazas de


aparcamiento o, quizás, al exceso de vehículos, el taxista tuvo que parar
el coche en medio de la calzada. No tardó demasiado en aparecer otro
vehículo, cuyo conductor debía tener prisa para llegar a casa a juzgar
por los bocinazos que empleó para anunciar su presencia.

-Gilipollas –murmuró Maca mirándolo de forma despectiva.

-Anda, vamos –le pidió Esther al percatarse de que la médico había


ralentizado sus movimientos sólo para alargar la espera de aquel
hombre-. ¿Por qué no me dijiste nada? –preguntó una vez en la acera.

-¿De qué?

-Tu brazo…

-Primero no quise preocuparte y después, cuando Lisa me comentó la


posibilidad de volver antes se me ocurrió la idea de darte una sorpresa.

-Ya… ¿Y qué pasa con esa investigación sobre no sé qué que estabas
haciendo?

-Bueno, creo que ya te conté que me habían recortado el presupuesto.


De todas maneras, a Cuddy se le ocurrió la idea de que podía seguirla
aquí. Obviamente, si logro algo se diría que se ha hecho con la
colaboración inestimable del Princeton-Plainsoboro. Además, si
empezáramos a investigar, aunque sólo fuese de forma puntual, sería
una buena propaganda para la Clínica.

-Hablando de eso, ¿qué piensas hacer?

-Mejor os te lo cuento cuando estemos todos juntos, ¿vale? Así no tengo

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que hacerlo dos veces –repuso cuando ya esperaban el ascensor.

-Que perra eres.

-También, pero es que me apetece aprovechar estos pocos minutos a


solas –contestó abrazándola por la espalda mientras empezaba a atacar
su cuello con besos húmedos y algún que otro mordisco.

-Maca… -se quejó la abogada intentando zafarse de ese abrazo-. El


edificio está lleno de cámaras.

-¿Y? Nadie mira las grabaciones, y si lo hiciesen, esa alegría que se


llevarían –insistió ejerciendo más fuerza para que Esther no pudiera
apartarse, aprovechando que las puertas se habían abierto.

Pero aquella no era ni por asomo la intención de la abogada, puesto que


se abalanzó sobre ella en el preciso instante en el que quedaron
cubiertas por esas gruesas placas de metal y, por lo tanto, protegidas
del objetivo de las cámaras. Maca recibió gustosa dicho arrebato
pasional, esbozando una sonrisa complacida cuando los labios de Esther
le dieron una mínima tregua que, por otra parte, no fue muy larga.
Ninguna de las dos fue consciente del momento en el que pasaron a
estar en medio del espacioso ascensor para estar junto a la pared.
Mientras las manos de la cirujana seguían ancladas en la cintura de
Esther, las de ésta habían cobrado vida propia y se paseaban libremente
por la espalda de la otra, acariciando la piel que quedaba bajo la ropa.
Enfrascadas en lo que se traían entre manos, no recordaron el motivo
por el que estaban aprovechando aquellos escasos segundos a solas, de
la misma manera que tampoco se percataron de que las puertas del
ascensor se abrían.

-¡Sorpresa! –exclamaron una docena de voces, al principio con energía


para pasar a un leve murmullo en las últimas letras.

-Os dije que era una mala idea –soltó Guille por encima del resto-. Pero
claro, como Guille es un salido y sólo piensa en una cosa...

-Es que habíamos olvidado su faceta obsesa -se defendió Anna, sin
percatarse de la mirada reprobatoria de su cuñada.

-¡Pero si son monísimas! –opinó a su vez Laura con emoción-.


Ninfómanas pero monas.

-Me gustaría verte a ti después de casi seis meses a pan y agua


-intervino Eva de forma maliciosa.

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-Pues yo creo que es normal –apuntó Marta encogiéndose de hombros.

-Suerte que no se lo hemos dicho a la madre de Esther. ¿Te imaginas? –


murmuró Joan, arrancando una carcajada de Jaime.

-Si es que ya se comportan como una pareja normal y todo –dijo Claudia
sin querer quedarse atrás, a la vista de que todos habían opinado al
respecto-. ¡Las niñas se nos han hecho mayores!

-¿Cuándo has dicho que cambiábamos de amigos? –le susurró Maca a


Esther en el oído.

-Pronto. ¿Tú crees que encontraremos anuncios en las Páginas Amarillas?


–contestó con una sonrisa.

-Podemos probar. De todos modos, no creo que sean peores que estos –
repuso dejando un corto beso en sus labios, mientras cogía su mano
para entrar en su casa.

La cena transcurrió de la manera más previsible posible: los comentarios


guasones referentes a su relación siguieron durante toda la velada, era
fácilmente palpable que sus amigos se lo estaban pasando en grande
con el tema y poniendo a prueba su ingenio con burlas cada vez más
elaboradas. Ellas dos se limitaban a sonreírse cómplices, aguantando
estoicamente y haciendo oídos sordos ante esas palabras impertinentes.
En alguna que otra ocasión intercambiaron miradas que pretendían
compartir con la otra lo mucho que les estorbaba el resto. Sin embargo,
trataron de no pensar mucho en lo que hubiese ocurrido con toda
seguridad si éstos no estuvieran allí y mucho menos de no imaginárselo.

En un momento determinado de la noche, Esther se extrañó de no verla


en el salón, aunque supuso que habría ido al baño o que algo se habría
acabado y había ido a por ello a la cocina. No obstante, cinco minutos
más tarde, la cirujana seguía sin aparecer, por lo que su curiosidad no
pudo más y le preguntó a Anna que en aquellos momentos se
encontraba a su lado.

-Me ha dicho que iba un momento al baño –contestó ésta con una
sonrisa perspicaz.

-Ya… -repuso sin acabar de estar conforme con la respuesta. Maca debía
haberse perdido porque no era normal que tardase tanto. Aunque quizás
se la había tragado el inodoro.

-¿Sólo cinco minutos separada de ella y ya la echas de menos? –la


pinchó Eva de forma burlona, rodeándola por los hombros.

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-Vete a la mierda, graciosilla –le espetó ella con una mueca de fastidio,
aunque debía reconocer que en el fondo aquellos comentarios le hacían
cuanto menos gracia.

-Graciosilla y con razón. ¡Si es que soy un partidazo! –exclamó exultante.

-Si tú lo dices… -soltó de pronto una voz, haciendo que la aludida se


girara con gesto ofendido hacia el origen de tal insulto.

-Joder, Esther, ya te hubieses podido echar una novia más maja –se
quejó refunfuñando.

-Pero si yo soy lo más majo que ha existido jamás en este mundo –se
defendió Maca con una sonrisa divertida-. Además de modesta,
obviamente.

-Eso seguro… No tienes tú los humos subidos ni nada –observó Anna,


provocando las risas de los que habían estado siguiendo la conversación.

-¿Dónde estabas? –quiso saber la abogada cuando volvieron a estar a


solas.

-En el baño. ¿Qué pasa, me echabas de menos? –preguntó socarrona.

-No, sólo quería saber si teníamos que llamar a alguien para que
desatascara el inodoro…

-Que capulla eres.

-Yo también te quiero, cariño –soltó guiñándole un ojo y mandándole un


beso mientras se alejaba de ella.

Aunque a los ojos del resto el comportamiento de la cirujana no hubiese


variado lo más mínimo, desde la otra punta del salón, Esther tenía la
impresión de que estaba más nerviosa que antes de desaparecer
repentinamente del salón. Como siempre ocurría cuando quería
esconder que le pasaba algo, se escudaba en las bromas y en
carcajadas que demostraban lo bien que se lo estaba pasando cuando
podía bien ser todo lo contrario. No dudaba de que se estuviera
divirtiendo, pero empezaba a sospechar que Maca se traía algo entre
manos. No tenía ni la más remota idea de qué, pero algo le decía que así
era.

Algo después de una hora más tarde, después de la cirujana se hubiese


mantenido a una distancia prudencial de ella en todo momento, sintió su
presencia justo a su lado cuando se encontraba hablando con Laura y

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Claudia. Se extrañó al notar como una mano se introducía en uno de los


bolsillos delanteros del pantalón, para salir unos segundos más tarde. De
forma disimulada, palpó aquella parte de su prenda, percibiendo que
dentro ahora había lo que parecía un papel.

-Desde que has vuelto te gustan a ti mucho las notitas, ¿eh? –le susurró
mientras Maca se hacía la despistada sirviéndose una copa.

-Y que lo digas –se limitó a contestar ésta con una sonrisa pícara.

Queriendo evitar que cualquiera de sus amigos pudiera compartir lo que


fuese que se traía la cirujana entre manos, se dirigió a la cocina con
paso rápido. En el preciso instante en el que cruzó el umbral de la puerta
sacó el papelito y lo leyó rápidamente: Maca la citaba en el baño.
Suspiró pensando en lo poco romántica que podía llegar a ser a veces.
No es que ella lo fuese demasiado, tampoco le gustaban las grandes
muestras de amor, pero ¿un baño? La médico tenía una fantástica
habitación, por lo que hubiese sido mucho mejor ir allí. Sin embargo, no
lo dudó demasiado, quizás porque estaba deseando saber cuál era el
verdadero plan de Maca y, porque no engañarse, se estaba muriendo de
ganas de besarla. Cuando llegó allí, el pasillo estaba desierto, aunque
por debajo de la rendija de la puerta se podía divisar que había luz
dentro del lavabo. Mordiéndose el labio inferior, bajó la manilla y entró
rápidamente.

-¡Dios, que pesados son! –exclamó Maca al cerrar la puerta detrás de


ella, justo antes de que sus labios fueran cubiertos de forma casi
violenta por los de la abogada.

Ante aquella declaración de intenciones evidente, la cirujana no pudo


más que apoyarse en la pared, aunque debido a la brusquedad, su
primer instinto fue intentar agarrarse a algo, que resultó ser el jabón que
descansaba en el lavamanos y que cayó de manera escandalosa al
suelo. Sin embargo, ninguna de las dos se inmutó lo más mínimo ante el
ruido, siguiendo concentradas en lo que se traían entre manos.

-Parecemos adolescentes en celo… -susurró Esther perdida en el cuello


de la médico.

-Y que lo digas… Si hasta estamos en un baño y todo… -contestó ésta


echando la cabeza hacia atrás, dejándole vía libre.

-Te recuerdo que ha sido idea tuya… Me estoy muriendo de ganas de


que se vayan.

-¿Y si calamos fuego al edificio?

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-Te quedarías sin casa y por ende lo haría mi pobre prima… Y si las cosas
salen como espero, yo también y tu piso me gusta mucho.

-¿Eso es una proposición indecente? –quiso saber con una sonrisa,


apartándose unos centímetros para poder mirarla a los ojos.

-Completamente, pero con calma, ¿eh?

-Me parece bien… Pero ya sabes que en mi casa siempre han sido muy
tradicionales, y nos inculcaron valores conservadores tanto a Jero como
a mí, por lo que antes de irnos a vivir juntas tendremos que casarnos…

-¿Qué estás insinuando? –preguntó sonriendo ampliamente, pensando


que estaba bromeando.

-Nada, te lo estoy diciendo claramente. Ven.

A pesar de que la médico hubiese acompañado aquellas palabras


cogiéndola de la mano para que la acompañase en aquel corto trayecto,
Esther permaneció apoyada en la puerta, habiendo intercambiado
posiciones con ella. No sabía por qué pero quería presenciar desde un
buen ángulo lo que la cirujana se disponía a hacer. En el fondo se sentía
orgullosa de sí misma puesto que había conseguido descifrar en
comportamiento de Maca, lo que quería decir que definitivamente la
conocía.

-¿Qué te traes entre manos? –quiso saber empezando a impacientarse al


ver que no tenía intención de girarse todavía.

-Esto –repuso tendiéndole una pequeña caja.

-Estás de coña, ¿no? Maca, que estamos en un baño, por Dios –soltó
entre sorprendida y divertida, observando con los ojos completamente
abiertos aquel objeto que tenía en su mano.

-Pero lo importante es que te quiero, que tú también a mí y que si no


aprovecho este momento, ni los pesados que tenemos como amigos, ni
Teresa, ni tu madre nos van a dejar tranquilas en unos días. Y yo ya no
puedo esperar más. Además, llevo muchos días comiéndome la cabeza,
así que no pienso pasar otra noche sin poder dormir.

-¿Y tu habitación? Cariño, no te pido una cena romántica, pero al menos


hubiese sido un escenario mejor…

-No tiene pestillo, y a estas alturas Anna ya estaría aquí en vez de estar
escuchando con la oreja pegada en la puerta. ¿Qué me dices?

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-Pues que al menos tendremos que tardar un par de semanas para darle
tiempo a Cris a que se busque un piso –contestó con una sonrisa
radiante.

-Estamos hablando de lo mismo, ¿no? De casarnos y eso –quiso aclarar


la médico.

-Y eso –dijo Esther entre risas, abrazándola con efusividad.

-Lástima que mi padre ya no esté, sería de gran ayuda en la preparación


de una boda teniendo en cuenta su experiencia… -soltó con cinismo, a la
vez que dejaba un corto beso en su cuello.

-¡Qué bestia eres! –la regañó escandalizada por el comentario,


acompañando sus palabras con un toque en el brazo.

-Bueno, ¿piensas abrir la caja o lo dejamos para más adelante? –


preguntó visiblemente nerviosa.

-¡Es enorme! –exclamó al ver el tamaño del diamante que adornaba el


anillo de oro blanco.

-Bueno, tenía la esperanza de que así me aseguraría un sí por


respuesta…

-Eso ya lo tenías asegurado.

-De todas formas. Pero también quería que al menos algo te hiciera
sentir culpable si decides dejarme en un futuro después de haberme
dicho que pasaríamos el resto de nuestra vida juntas.

-¿El resto? –repitió enarcando una ceja y sonriendo divertida por lo


insegura que parecía Maca en aquellos momentos.

-Hasta que la muerte nos separe, ¿no?

-¿Se puede saber qué estáis haciendo bollitos? –soltó Guille desde el
pasillo.

-¡Qué mala educación no querer compartir este momento con nosotros!


–añadió la voz de Cristina.

-Y nos separe de ellos, porque creo que van incluidos en el pack –


observó Maca escondiéndose en su cuello, mientras la abogada reía de
forma nerviosa.

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-Eso parece… Oye, lo de las niñas sigue en pie, ¿no?

-Claro, pero me niego a que mis dos hijas de anuncio tengan unos
nombres raros, así que mejor los decido yo, ¿vale?

-Eso ya lo veremos… -sentenció Esther atrayéndola hacia ella para


besarla.

Ninguna de las dos pensaba que de ahora en adelante su vida sería


perfecta o un camino de rosas. Ambas pensaban que “el vivieron felices
y comieron perdices” no era más que una frase popular para acabar un
cuento infantil. Sin embargo, tanto una como la otra estaban seguras de
que a partir de aquel momento las cosas serían mejores, quizás no más
fáciles, pero sí que estarían teñidas de un color diferente. A veces de un
tono más oscuro y en otras más claro, pero distinto al fin y al cabo. La
suya no había sido una historia romántica, tampoco un cuento de hadas,
pero al fin y al cabo había sido la suya y sabían que siempre se sentirían
orgullosas de ella.

Sus labios permanecieron unidos durante algunos segundos más, como


si con aquel beso sellasen lo que se disponían a empezar: una vida
juntas. No obstante, una serie de personas de las que estaban
separadas por una fina pieza de madera no estaban dispuestas a estar
mucho más tiempo sin tener noticias de ellas, o eso parecía a juzgar por
los gritos que las obligaron a abrir la puerta y por los abrazos que
recibieron.

Era más que evidente que en esa nueva fase no estarían solas, aunque a
decir verdad, ambas sentían que aquél era otro de los regalos que
habían recibido de la vida.

FIN

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