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Atb 0440 2
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2 REYES
Cap. 6:1 - 25
Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 6 de este Segundo Libro de Reyes, que
apenas logramos comenzar en nuestro programa anterior. En realidad, solamente hicimos
una introducción. Y vimos que Eliseo es un hombre destacado. Establecimos un contraste
entre él y Elías, y vimos que era diferente a Elías. Elías, por ejemplo, era extrovertido,
pero Eliseo era introvertido. Mencionamos también que el ministerio de Elías era público.
Pues, recuerde usted lo que pasó allá en el monte Carmelo. Mientras que el ministerio de
Eliseo era más bien privado, como lo vimos en su manera de tratar a Naamán, el general
del ejército sirio. Elías hizo lo espectacular. Hizo bajar fuego y lluvia, pero Eliseo era un
individuo más bien callado. Elías ministraba a príncipes. Eliseo, por su parte, ministraba
a los hombres comunes y corrientes. Y estos dos hombres eran diferentes en muchas
maneras. Mencionamos por ejemplo, que Elías no había muerto; en cambio Eliseo sí
murió. Y dijimos que a nuestro parecer, estos dos hombres representan los dos aspectos
del Rapto de la Iglesia. Los que viven, serán arrebatados, y aquellos que han muerto, han
de ser levantados de los muertos. Ahora, el versículo 1 de este capítulo 6 del Segundo Libro
de Reyes, dice:
Este versículo revela que había muchos árboles grandes en el valle del Jordán.
Aparentemente había un verdadero bosque allí, en aquel entonces. Los estudiantes de la
escuela de Eliseo querían ir y cortar los árboles, para tener materiales de construcción y
poder ampliar así su escuela. Ellos podrían también disfrutar de un terreno muy
apropiado, para su predio escolar en esa región. Y continuamos en el versículo 3, leyendo:
¡Qué maravilloso toque personal! Aquí estaba un profesor que era popular porque no
solamente enseñaba la Palabra de Dios, sino que también demostraba interés en los asuntos
personales de sus alumnos. Los estudiantes ordinariamente no llevan consigo a los
profesores, más allá de los límites del terreno del colegio o la universidad. Pero, éstos
estudiantes querían que Eliseo fuera con ellos. ¡Qué testimonio, de veras! Y leemos en el
versículo 4:
Ahora, esto parece una tragedia insignificante, ¿no le parece? Pero, este incidente
revela algo. ¡Cuán diferente era Eliseo de Elías! Elías lo habría pasado por alto. Quizá
habría dicho: “No te preocupes. Esa hacha es demasiado insignificante como para gastar
el tiempo buscándola a tontas y a ciegas.” Sin embargo, es un hecho, que Dios tiene interés
en las cosas que podemos considerar muy insignificantes en nuestras vidas. Dios, nos
manda a orar en cuanto a todo. Y ese todo, incluye también lo insignificante.
En esta época de muchas cosas, el problema del hacha parece ser aun más
insignificante, porque hubiera sido más fácil comprar una nueva, con sólo ir a la ferretería
más cercana. En los tiempos de Eliseo no había muchas hachas. Durante los tiempos de
Ahora, la mayoría de los comentaristas han expulsado del seminario a este joven
estudiante de Teología. Lo consideran desmerecedor. Dicen que era un tipo descuidado y
que no debía haber pedido prestada el hacha, en primer lugar. Pero, si era tan culpable,
¿por qué no lo castigó su propio profesor Eliseo? Creemos que Eliseo le absolvió de todas
las acusaciones que le han lanzado. Continuemos nuestra lectura de este capítulo 6.
Leamos ahora el versículo 6:
En primer lugar, amigo oyente, permítanos decir que este estudiante no se descuidó del
hacha. En realidad era un tipo cuidadoso. Siempre había el peligro de que el hierro
saltara del cabo. Era un arma peligrosa y estaban allí presentes otros estudiantes. Dios ha
dado un reglamento en el Antiguo Testamento en cuanto al hacha. Allá en el capítulo 19
del libro de Deuteronomio, versículo 5, leemos: “. . . como el que fuere con su prójimo al
monte a cortar leña, y al dar su mano el golpe con el hacha para cortar algún leño, saltare el
hierro del cabo, y diere contra su prójimo y éste muriere; aquél huirá a una de estas ciudades,
y vivirá.” O sea que, aquellos que usaban el hacha debían tener mucho cuidado en su
manejo. Y este tipo ejerció la mayor precaución. Apuntó el hierro hacia el río. No lo
apuntó hacia un estudiante. Es por eso que el hacha cayó al río. Un agente de tráfico
detuvo en una ocasión a una señora que chocó contra otro automóvil y le dijo: “Señora,
usted debe manejar su automóvil, en lugar de apuntarlo.” Pues bien, eso es lo que hizo este
Pero, vamos a considerar el asunto. El hacha había sido prestada. Este estudiante del
seminario era pobre. No tenía con qué comprar un hacha. Debemos tener sumo cuidado
en el manejo de la propiedad de Dios, la que no nos pertenece. Somos administradores de
la multiforme gracia de Dios. Hay muchos que les gusta pedir prestadas las cosas que
pertenecen a la Iglesia; pero sin embargo, no las cuidan como se debe. Este estudiante era
simplemente un predicador pobre. Probablemente algún vecino le prestó el hacha. Y
quisiéramos saber quién habría sido el que se la prestó, porque esta era un arma peligrosa;
pues, aparentemente el hierro estaba suelto y era fácil que saltara del cabo.
Hoy en día criticamos a la Iglesia, y criticamos a los misioneros que parecen pedir
tantas cosas. Pues bien, este estudiante estaba con pena. Quería ayudar a cortar en el
bosque, pero no tenía hacha. De modo que, pidió una prestada. Y el hombre en realidad
no debió haberle prestado esa hacha vieja. De seguro que tenía guardada en casa una
nueva. Ahora, al estudiante no le era posible reembolsarle a este hombre por el valor de su
hacha. Y él tampoco era buceador. No podía rastrear el río. De modo que, Eliseo le dijo:
“¿Dónde cayó?” Ahora, alguien preguntará: ¿Por qué hizo Eliseo esta pregunta? Siendo
profeta, ¿no sabía dónde había caído el hacha? Pues bien, amigo oyente, Eliseo sí sabía
dónde había caído el hacha. Y sabía también, que el Espíritu Santo quería usar esto como
una oportunidad para enseñar una lección. No acusemos, pues, a este estudiante de
descuido. Si se hubiera descuidado, no hubiera sabido dónde había caído el hacha. El
estudiante, pues, pudo señalar el mismo sitio donde había caído el hacha en el agua. Le
mostró a Eliseo el lugar. Ahora, hay quienes quisieran explicar el milagro diciendo, que el
hacha se podía ver en las aguas. Pero, ¿Ha visto usted alguna vez el río Jordán? Es
extremadamente fangoso. Tampoco sucedió que tenía buena suerte y que por eso pudo
hallar el hacha.
Lo que tenemos aquí, amigo oyente, es un milagro. Se nos dice que Eliseo hizo flotar el
Aquí tenemos una maravillosa lección. El hombre es como aquella hacha. En la caída,
el hombre llegó a ser totalmente perverso. El hombre bajó a la profundidad de las aguas
de la muerte y la derrota, perdido en cuanto a Dios. Ya no le fue posible disfrutar más de
la vida siendo útil y teniendo propósito en su existencia. Se encontraba lejos de Dios. Y a
través de la historia, el hombre ha buscado ocupar su tiempo en la tierra. El hombre
insignificante viaja, pinta, vuela, nada, hace la guerra, bebe, usa drogas, y trata de ahogar
la futilidad de la vida. El hombre trata de llenar el vacío con muchas cosas, pero nada le
satisface. Las inquietudes, como un millón de ratas muerden su alma. Dios, en cambio,
cortó un palo y lo dejó caer en las aguas de la muerte. Ese palo fue la cruz de Cristo.
Cristo se levantó de las aguas de la muerte. El apóstol Pedro, dice allá en su primera carta,
capítulo 2, versículo 24 en cuanto a Cristo: “. . . quien llevó él mismo nuestros pecados en su
cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la
justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.”
2 Reyes 6:8-10 “. . . y así lo hizo una y otra vez con el fin de cuidarse.”
O sea que, descubrió que era Eliseo por allá en Israel, quien estaba revelando sus
planes. Por tanto, Ben-adad envió a todo su ejército para buscar a Eliseo. Ciertamente
habla algo de Eliseo el hecho que un ejército entero fuese enviado para prenderlo. Y
continuamos leyendo los versículos 13 al 15, donde dice:
Amigo oyente, vivimos en tiempos cuando los cristianos constituyen la minoría. Oímos
hablar mucho hoy en día, en cuanto a grupos minoritarios; pero el verdadero grupo
minoritario, amigo oyente, es el de los cristianos verdaderos. Ahora, no estamos hablando
en cuanto a miembros de Iglesias. Queremos decir que no hay muchos verdaderos
creyentes. A veces sufrimos del complejo de Elías; creemos que somos los únicos. Pero, lo
que necesitamos, amigo oyente, es el complejo de Eliseo. Necesitamos darnos cuenta que lo
que Martín Lutero habló es verdad, cuando dijo: “Uno con Dios, ya constituye una
mayoría.” Por tanto, Eliseo oró y su siervo descubrió que tenía protección amplia y
suficiente.
Vamos a entender una cosa. En Dotán, José el hijo de Jacob, no tenía ningún carro de
fuego para que le protegiera. Sus hermanos querían matarlo. Pero, en lugar de matarlo, lo
vendieron a una esclavitud en Egipto. Ahora, que haya carros de fuego a su alrededor, hoy
en día amigo oyente, o que nos los haya, los apuros y las dificultades, nunca podrán llegar
hasta un creyente en Cristo, a menos que pasen primero, por aquellos carros de fuego. Es
decir, Dios no dejará que las dificultades, que los apuros, lleguen hasta usted, amigo oyente,
a menos que El les permita llegar.
Recuerde que, allá en el libro de Job, capítulo 1, versículo 10, Satanás le dijo a Dios en
cuanto a Job, “¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo
Eliseo hizo una cosa bastante extraña aquí. Pidió que Dios hiriera al ejército de los
sirios con ceguera, y Dios hizo exactamente eso. Luego Eliseo los guió a Samaria y les dijo
que les estaba guiando a donde estaba Eliseo. Cuando llegaron a Samaria, los entregó al
rey de Samaria. El rey quiso matarlos, pero Eliseo dijo: “No los mates. . . Pon delante de
ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a casa.” Leámoslo aquí en los
versículos 19 al 23 de este capítulo 6 del Segundo Libro de Reyes:
Ahora, el gesto de alimentar al ejército sirio debió haberlos callado. Pero, parece que
esto de nada sirvió porque, querían luchar siempre, y al parecer nos les fue fácil recibir
esta bondad. Tenemos luego, el sitio de Samaria por Ben-adad, rey de Siria. Leamos los
versículos 24 y 25: