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LA CENTRALIDAD DE DIOS

EN LA TEOLOGIA DE LOS REFORMADORES

Por Sugel Michelén

La Reforma es, sin duda alguna, un evento crucial en la Historia; y no me

refiero de manera particular a la Historia de la Iglesia, sino a la Historia sin apellido

alguno, sin ninguna especificación particular. El impacto que este movimiento

produjo en la Europa del siglo XVI traspasó ampliamente las fronteras de la Iglesia,

y vino a ser una fuerza religiosa e intelectual que afectó sensiblemente el

pensamiento de la época. La Reforma marcó un hito en la historia, y esto es algo

que están dispuestos a reconocer amigos y enemigos del movimiento reformador.

Ahora bien, ¿debemos interpretar este evento como una reforma religiosa o

como una revolución social, política y económica? ¿Qué fue en realidad la Reforma

Protestante? Para la Iglesia Católico Romana, fue una división dentro del seno de la

verdadera Iglesia; más que una reformación, una deformación (aunque esa

perspectiva ha sido modificada en años recientes debido, entre otras cosas, al

surgimiento del movimiento ecuménico). Para los historiadores seculares, sobre

todo en el campo marxista, los factores que dieron origen a la Reforma no fueron

religiosos en absoluto, sino el producto de otros factores económicos, políticos y

sociales. La religión en la Reforma fue un elemento incidental, dicen ellos, no su

fuerza motora.
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Para los protestantes, en cambio, la Reforma fue un extraordinario avivamiento

religioso producido por la acción soberana de Dios en el siglo XVI; un retorno a

doctrinas cruciales del Nuevo Testamento que habían quedado sepultadas bajo los

escombros de la tradición, la teología escolástica y la religión sacramentalista de

los años oscuros de la Edad Media.

Es indudable que varios factores intervinieron en el surgimiento y expansión de

la Reforma; factores morales, intelectuales, e incluso políticos y económicos. Dios

en Su soberanía hizo uso de varios elementos que se conjugaron para que el

movimiento reformador del siglo XVI tomara el impulso que tomó en ese punto

preciso de la historia: El Renacimiento, la invención de la imprenta, el clamor

generalizado por una reforma moral en el seno de la Iglesia, los grandes cambios

políticos y económicos que se suscitaron en Europa debido a la unificación de

algunas potencias europeas, lo que hizo más difícil el control del papado.

Todos estos factores, por citar los más importantes, estuvieron envueltos sin

duda alguna en el surgimiento y expansión de la Reforma. Pero ninguno de ellos

puede ser tomado como el factor dominante. Eso sería ir en contra de toda la

evidencia histórica. No fue casual el hecho de que uno de los instrumentos

cruciales que Dios usara para dar inicio a la Reforma no fue un monarca ni un

estadista, sino un monje agustino que, a través de un panfleto clavado en la puerta

de una Iglesia, invitaba al pueblo a reflexionar en un asunto teológico: las ventas de


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indulgencias. El problema esencial con el que se estaba lidiando aquí, el terreno en

el que se estaba librando esta batalla, no era político, ni filosófico, ni económico, ni

social; más aun, ni siquiera se trataba ya de un asunto de índole moral.

Lutero no clamaba simplemente por la moralización de la Iglesia. Se trataba de

un problema esencialmente teológico. Lo que se necesitaba con urgencia no solo

era limpiar la casa, sino revisar sus cimientos, un retorno a la definición nuevo

testamentaria de la Iglesia, basada en un fresco entendimiento del evangelio de

Jesucristo. Y eso fue lo que se produjo en la Reforma.

Y ¿cuál fue la punta de lanza? La doctrina bíblica de la justificación por la fe

sola. El pecador es declarado justo delante de Dios, no por sus obras personales de

justicia, sino por la justicia perfecta de Cristo, la cual nos es imputada, puesta en

nuestra cuenta, por medio de la fe. Y es importante resaltar algo que es a menudo

pasado por alto y es el hecho de que esta doctrina había comenzado a ser entendida

casi simultáneamente por diversos hombres, en diversos lugares, sin contacto entre

sí: Le Fevre en Francia, Zwinglio en Suiza y Lutero en Alemania.

En ese sentido se puede decir que la Reforma no tuvo un solo centro, sino

varios independientes. Dios estaba haciendo algo en Su soberanía a través de

instrumentos humanos, trayendo luz por medio del estudio de Su Palabra. La

Reforma Protestante fue, básicamente, un avivamiento religioso, el más

significativo que ha tenido la Iglesia de Cristo a través de su historia.


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Ahora bien, mi propósito en este estudio no es considerar la Reforma en sí

misma, ni el conjunto de doctrinas que fueron puestas sobre el tapete en ese

momento crucial de la Historia. Lo que me propongo hacer es contemplar de cerca

uno de los aspectos primordiales de esa teología, aquello que constituye el sistema

nervioso de ese cuerpo doctrinal que tanto impacto produjo en la historia: me

refiero a la centralidad de la Persona de Dios. La Reforma Protestante fue un

movimiento eminentemente teocéntrico, a diferencia del Renacimiento que fue

eminentemente humanista. Estos hombres vieron en las Escrituras lo que Dios

quiso que quedara claramente evidenciado en Su Palabra: que Él es el centro de

todas las cosas, no el hombre. Y fue esta verdad la que revolucionó el pensamiento

de los reformadores.

Y lo que vamos a hacer ahora es ir a la misma fuente a la que ellos acudieron,

las Sagradas Escrituras, para ver allí, en un texto clave del NT, esa verdad esencial

que estos hombres vieron. Me refiero a Romanos 11:36: “Porque de Él, por Él, y

para El, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”.

Para comprender adecuadamente el contenido de esta breve, pero profunda,

declaración de las Escrituras es necesario que nos detengamos por un momento a

considerar su contexto. La epístola de Pablo a los Romanos es una especie de carta

de presentación del apóstol a una iglesia que no le conocía personalmente, pero a la

que Pablo deseaba visitar desde hacía tiempo. Es un tratado monumental acerca de
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las verdades centrales que componen el evangelio de Jesucristo. Todos los grandes

temas del evangelio son tratados en esta epístola sobre todo a partir del versículo 18

del capítulo 1 hasta el 11:32: La realidad del pecado del hombre; el juicio divino

sobre el pecado; las tinieblas de las naciones gentiles por rechazar la luz de la

naturaleza que le revelaba el poder y deidad de Dios; la dureza de corazón del judío

por rechazar la luz de las Escrituras; la venida del Hijo de Dios desde el cielo para

buscar y salvar lo que se había perdido ; la justificación del pecador únicamente por

medio de la fe; el gran misterio de nuestra unión con Cristo; el pequeño Israel

escogido por gracia dentro del gran Israel; el rechazo final de los judios a la

Persona y la obra de Cristo, y entonces la inclusión de los gentiles en el pueblo de

Dios. Todo esto está comprendido en este tratado monumental acerca del

evangelio. Y es en ese contexto que Pablo prorrumpe en adoración a Dios al

contemplar ese despliegue de la sabiduría divina en la salvación de los pecadores:


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¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!

¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! 34Porque

¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? 35¿O quién

le dio a él primero, para que le fuese recompensado? 36Porque de él, y por

él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

Ese “todas las cosas” aquí, incluye todos esos elementos antes mencionados

que se conjugan extraordinariamente en la historia de la redención; todas son “de


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Él, por Él, y para Él”. Y es la comprensión de la verdad encerrada en este texto la

que nos permite ver lo que aquellos hombres del siglo XVI vieron en su momento:

que existe un hilo conector que da sentido y propósito a todas las cosas. Todos los

eventos pasados, presentes y futuros poseen un elemento unificador que nos

permite contemplar la vida desde una perspectiva adecuada. Veamos brevemente el

contenido de esta declaración.

I. EL CONTENIDO DE LA DECLARACION:

A. Todas las cosas son de Él:

Lo primero que Pablo señala en el texto es que Dios es la fuente u origen de

todas las cosas. Esa es la idea que comunica la preposición griega ek en nuestro

texto, y que es traducida “de”. Todas las cosas proceden de Dios, encuentran Su

origen en Él, fueron concebidas por Él e incluidas en Su consejo eterno (vers. 33-

34). Todas las cosas fueron concebidas por la mente infinita de Dios antes de que

viniesen a ser. Él trazó el plan y lo llevó a cabo. Dice en Ap. 4:11: “Señor, digno

eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tu creaste todas las cosas, y

por tu voluntad existen y fueron creadas”. Y lo mismo señala David en el Sal.

115:3: “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho”. “Él hace todas

las cosas, dice Pablo en Ef. 1:11, según el designio de su voluntad”.

Pero Pablo nos dice también, en segundo lugar, que…


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B. Todas las cosas son por medio de Él:

La palabra clave aquí es la preposición griega día, que puede ser traducida “por

medio de”:“Porque de Él, y por medio de Él... son todas las cosas”. Es por Su poder

que Dios ejecuta todo aquello que fue concebido en Su sabiduría y en Su propósito

soberano. Dios planifica, traza el diseño, pero no tiene que contratar una compañía

constructora para llegarlo a cabo. Su poder y sabiduría son suficientes para ejecutar

todo aquello que ha planificado y mantenerlo funcionando apropiadamente.

Nuestro Dios no es ese Ser concebido por los Deístas, una especie de relojero

cósmico que ha diseñado un gran reloj, y luego lo ha dejado funcionando solo de

acuerdo con ciertas reglas predeterminadas. No. Todas las cosas encuentran en

Dios Su origen, no sólo en el sentido de que Él las planificó, sino también en el

sentido de que fue por Su poder que vinieron a ser, y es por Su poder que se

mantienen.

Pero no solo vemos en nuestro texto que todas las cosas son de Él, y por medio

de Él; Pablo continua diciendo que...

C. Todas las cosas son para Él:

El propósito ulterior de todo cuanto ha sido hecho es la gloria de Dios. Noten

una vez más nuestro texto: “Porque de Él, por Él, y para Él, son todas las cosas. A

Él sea la gloria por los siglos. Amén” (vers. 36). En algunas versiones de las

Escrituras la palabra “sea” aparece en bastardilla. Esto así porque la palabra no se


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encuentra en el texto original, sino que ha sido suplida por los traductores para dar

sentido a la frase. Lo que el texto dice literalmente es: “Porque de Él, por Él, y para

Él, son todas las cosas. A Él la gloria por lo siglos. Amén”. Podríamos suplir el

verbo restante de varias maneras. A Él sea la gloria; a Él pertenece la gloria; a Él

debe ser dada la gloria. El punto es que el centro del Universo y de la Historia no

es el hombre, sino Dios. Él es el Personaje principal de este drama. “No a nosotros

– dice el salmista en el Sal. 115:1 –, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”.

Esta verdad de las Escrituras produce en nosotros lo que alguien ha llamado

una revolución copérnica espiritual. Nicolás Copérnico fue un intelectual polaco

que nació en 1473 y a quien el Papa solicitó su ayuda para reformar el calendario.

Hasta ese momento el mundo aceptaba como conclusiva y absoluta la idea que

había heredado de los griegos de que la tierra era el centro del universo y todo

giraba en torno a ella. Nadie cuestionaba eso.

Pero entonces Copérnico se enfrentó con una pregunta: ¿Por qué eran tan

complicadas las órbitas de los planetas? Se suponía que todos los planetas y el sol

giraban en círculo alrededor de la tierra, pero al observar los movimientos

planetarios todo se complicaba. Copérnico llega entonces a la conclusión de que la

idea que se tenía hasta entonces era errónea; el sol era el centro del sistema

planetario, no la tierra. Para nosotros hoy esto es algo muy sabido. Pero en aquel

tiempo decir una cosa como esta era arriesgarse a ser visto como un loco o como un
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hereje. Por lo que Copérnico se contuvo de dar a conocer sus ideas. Pero

finalmente, y estando a punto de morir, decide publicar su descripción matemática

del firmamento en una obra titulada “La Revolución de las Orbitas Celestes”.

Años más tarde, en 1633, Galileo Galilei fue enjuiciado como hereje por la

Inquisición por haber defendido el sistema de Copérnico; y aunque luego se

retractó por temor, fue confinado de por vida, bajo estricto arresto domiciliario. En

el futuro se demostraría que Copérnico tenía razón. Eso es lo que ha sido llamado

la revolución copérnica. La astronomía nunca volvió a ser la misma. Y lo que

estamos diciendo ahora es que cuando comprendemos este texto, Rom. 11:36, y lo

aplicamos decididamente a nuestras vidas y a nuestro proceso de pensamiento, se

produce entonces una revolución copérnica espiritual e intelectual, la misma que se

produjo en la Europa del siglo XVI.

Ya no se trata simplemente de la centralidad de Dios en la salvación (que el

pecador es justificado por medio de la fe sola, y no por sus esfuerzos propios), sino

que el asunto traspasa las fronteras de la soteriología. La salvación del pecador no

es lo único que está en las manos de Dios: “De Él, por Él, y para Él, son todas las

cosas”. Él es el centro de todo.


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II. ALGUNAS ENSEÑANZAS QUE SE DERIVAN DEL CONTENIDO DE

ESTE TEXTO:

Este fue el sistema nervioso central de la teología del siglo XVI, aquella verdad

de las Escrituras que transformó poderosa y profundamente el proceso de

pensamiento de estos hombres. ¿Cómo nos afecta la enseñanza de Rom. 11:36 en

nuestra forma de pensar y analizar la vida? Sabemos que Pablo está hablando aquí

del evangelio, pero sus palabras, contempladas en su contexto, poseen

implicaciones más amplias que debemos considerar.

Por un lado, la perspectiva que Pablo nos provee en este texto es clave para

interpretar la historia del hombre. Lo que Pablo nos enseña en Rom. 11:36 es

que Dios ha estado llevando a cumplimiento su plan de redención a través de la

Historia. Eso es lo que encontramos en los primeros 11 capítulos de la epístola a los

Romanos. Comienza con la ira de Dios revelada desde el cielo contra el pecado del

hombre, y luego presenta ante nuestros ojos todo lo que Dios hizo en el contexto de

la historia de una nación, Israel, para traer salvación a los pecadores por medio de

la encarnación, muerte y resurrección de Su Hijo.

La interpretación que Pablo da de la historia no es filosófica ni sociológica, sino

esencialmente teológica. El mundo no se ha estado moviendo a tontas y a locas,

“Porque de Él, por Él, y para Él, son todas las cosas”. Todas sirven a un propósito:

la gloria de Dios revelada en ese plan de redención. Es en ese contexto que Pablo
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dice en Rom. 11:33: “Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia

de Dios! Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” Esas

cosas no fueron escritas en un momento en que Pablo se encontraba meditando

debajo de un árbol en la grandeza de Dios; o en medio de una inspiración repentina

que vino a su mente cuando estaba observando a los pájaros volar y las nubes

suspendidas en el cielo. No. Pablo está escribiendo un tratado sobre el evangelio.

Pero no como un teólogo frío que se contenta con poner su intelecto a funcionar en

el estudio de cosas profundas. Pablo está muy envuelto en esto porque se trata de

algo que lo toca muy de cerca.

Por eso, al ver todo lo que Dios hizo en el pasado para llevar a cumplimiento su

plan de redención, el llamamiento de Israel, la elección de Jacob, la esclavitud en

Egipto, la dureza de Faraón, la liberación de la esclavitud, el Éxodo, la llegada a

Canaán, el nacimiento de Cristo, el rechazo del pueblo, Su muerte en la cruz, al ver

todo eso repito, Pablo no puede hacer otra cosa que exaltar la sabiduría divina.

Todos esos eventos hacen sentido, porque todo era parte de un plan, todos esos

elementos conforman la historia de la redención. Es en ese contexto que Pablo dice

en Rom. 11:36: “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas”.

Pensemos por un momento en todos los imperios que intervinieron directa o

indirectamente en la historia de Israel: Egipto, Asiria, Babilonia, los Medos y los

Persas, Grecia, Roma. Pensemos también en todos esos pueblos y naciones como
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los cananeos, los amonitas, los edomitas, los moabitas, etc. ¿Qué hubiese sucedido

si el control de Dios no los hubiese abarcado a ellos? Que hubiese sido imposible

llevar a cumplimiento su plan redentor. Lo que Pablo nos dice en la epístola a los

Romanos es que Dios llevó a cabo Su plan a través de la historia, no sólo del

pueblo de Israel, sino de toda la humanidad en sentido general.

Ninguna nación se desarrolla independientemente de lo que sucede a su

alrededor. El gran historiador británico Arnold Toynbee dijo una vez: “Ninguna

nación o Estado nacional de Europa puede presentar aisladamente, una historia que

se explique por sí misma”,1 es decir, sin tener que recurrir a la historia de otras

naciones. Y más adelante añade: “Para comprender las partes (cada pueblo y nación

por separado) debemos primero dirigir nuestra atención al todo”.2

Y lo que estamos diciendo ahora, a la luz de Rom. 11:36, es que el devenir de

todas esas naciones se encuentra bajo el control soberano de Dios. Es imposible,

entonces, interpretar adecuadamente la historia si no ponemos a Dios en el centro

de todas las cosas. Nos sentiremos tan perplejos y confusos como los hombres de la

Edad Media cuando veían el movimiento de los astros.

Pero este texto no solo es clave para interpretar la historia, sino que

también provee un marco adecuado para el diseño de un sistema educativo

coherente. Romanos 11:36 tiene mucho que decir acerca de nuestro sistema

1
Toynbee, Arnold J. ; Estudio de la Historia ; Vol. 1 ; Alianza Editorial, Madrid , 1981 ; pg. 19.
2
Op. Cit. ; pg. 25.
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educativo. Si todas las cosas son de Él, por Él y para Él, como nos dice Pablo en

este texto, es imposible dar una explicación adecuada de las cosas sin hacer

referencia a Aquel que las creó para Su gloria y les da sentido y coherencia.

¿Qué está sucediendo hoy en el sistema educativo moderno? Que se pretende

proveer entrenamiento académico en un marco completamente secularizado,

divorciado de Dios y de Su Palabra. Nos dicen que es posible explicar el mundo de

Dios, nuestro lugar en él, y nuestras funciones como seres humanos, sin ninguna

referencia a Dios. Pero ¿cómo podríamos hacer tal cosa a la luz de Rom. 11:36? La

Biblia dice que el principio de la sabiduría, el ABC del conocimiento, es el temor

del Señor. Cuando algunos dicen que no debemos mezclar la religión con la

educación, lo que nos están diciendo es que Dios no tiene nada que decir de Su

creación, o de la historia, o del comportamiento del hombre y su lugar y

funcionamiento en el mundo.

Eso no es una educación neutral; se trata más bien de una conspiración que

produce una terrible confusión. Es imposible explicar al hombre aparte del Dios

que lo creó. La Biblia dice que “en Él vivimos, nos movemos y somos”; que “Él es

quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”. Quitar a Dios del panorama no es

algo neutral; es quitar de en medio el Eje que da sentido y coherencia a todas las

cosas. Esa es la razón por la que el hombre moderno está tan confuso. El mundo de

hoy es en muchos sentidos un mundo bizarro. Las cosas están de cabeza. ¿Por qué?
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Rom. 1:21-22 nos da la respuesta: “Pues habiendo conocido a Dios, no le

glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus

razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se

hicieron necios”.

La Biblia dice que los cielos cuentan la gloria de Dios (Salmos 19:1-6); Dios

puso los cielos allí como una revelación de Sí mismo. Por lo tanto, no podemos

observar los cielos sin ver a Dios allí. Pero ¿qué sucede hoy en muchos salones de

clases? Que se pretende estudiar el universo y su funcionamiento pasando por alto

completamente su origen divino. Eso, por supuesto, ejerce una profunda influencia

en el hombre que no termina en el salón de clases, sino que genera un estilo de

vida.

Y eso nos lleva a nuestra tercer y última aplicación: La enseñanza de Rom.

11:36 afectará profundamente nuestra cosmovisión, nuestra perspectiva e

interpretación del mundo y nuestro lugar en él. Fue esta perspectiva teológica la

fuerza motora que impulsó el desarrollo de la sociedad occidental en aquellos

países que estuvieron bajo el influjo de la Reforma. Esta perspectiva vino a ser una

fuerza intelectual y religiosa que finalmente libertó a muchos países de Europa del

oscurantismo medieval; y a través de los peregrinos ingleses, proveyó el impulso

para el desarrollo de la libertad y prosperidad de lo que vino a ser andando el

tiempo los EUA.


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Como decía al principio, la influencia de la Reforma traspasó las paredes de la

Iglesia, y así tenía que ser, porque nuestra forma de pensar determina nuestra forma

de vivir. Esta cosmovisión sentó las bases de las libertades políticas, cuando los

hombres comenzaron a entender que la autoridad de los reyes no era absoluta, sino

que era una autoridad delegada por otra infinitamente superior. El comercio se vio

profundamente afectado, y consecuentemente la economía se desarrolló cuando los

hombres comprendieron la doctrina bíblica de la vocación. Dios ha dado a cada

hombre una vocación, no solo a los pastores y sacerdotes; y cada uno es llamado a

hacer sus mejores esfuerzos en su oficio particular para la gloria de Dios. Fue esta

forma de pensar la que llevó a países como Holanda a ser una gran nación luego de

la Reforma, porque muchos de sus ciudadanos entendieron que ellos también eran

siervos de Dios en sus respectivas profesiones. Que no existe tal división entre lo

secular y lo sagrado (compare 1Cor. 10:31; Col. 3:22).

Esta cosmovisión se convirtió también en un impulso para las ciencias. Es la

perspectiva cristiana de la creación la que provee la base del quehacer científico.

En un universo creado por un Dios racional, con un propósito determinado y con un

orden predecible el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede hacer uso

de su capacidad de pensar y razonar para una mejor comprensión de la grandeza y

sabiduría de Dios desplegada en la creación. Eso fue lo que entendieron aquellos

hombres que estuvieron bajo el influjo de esta perspectiva teológica. Como bien
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señala Francis Schaeffer estos científicos creían en la existencia de un Dios

razonable “el cual ha creado un universo razonable y, por lo tanto, el hombre, con

la ayuda de su razón, puede investigar y descubrir las formas de este universo”.3 La

verdadera religión nunca ha estado en contra de la verdadera ciencia. Aún un

hombre como J. Robert Oppenheimer, que no era cristiano, reconoce que fue

necesario el cristianismo para dar nacimiento a la ciencia moderna.4 Es en la

Holanda del siglo XVI y XVII donde se inventa el telescopio, el microscopio, el

barómetro, el termómetro. Había un amor por la ciencia producto de esta

cosmovisión que descansaba en la revelación de Dios a través de las Sagradas

Escrituras.

Y si nosotros vamos a impactar la generación en que nos ha tocado vivir y

ministrar, necesitamos urgentemente recobrar esa perspectiva y esa cosmovisión

que los reformadores tuvieron. El humanismo ha tomado mucho terreno, y se ha

incorporado incluso, en algunos casos de forma muy sutil y en otros abiertamente,

en el cristianismo contemporáneo. Y mucha de la confusión reinante en la sociedad

en que vivimos es un producto de esta triste realidad. Han puesto la tierra en el

medio, y al sol y a los planetas girando en torno a ella. Pero los cristianos tenemos

la luz infalible y suficiente de las Escrituras para ver la realidad como realmente es:

Dios es el centro y todo debe girar en torno a Él y para Su gloria. Que nuestro Dios

3
Schaeffer, Francis; Huyendo de la Razón; Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona; pg. 34.
4
Op. Cit.; pg. 33.
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nos ayude a desarrollar más decididamente ministerios que promuevan una forma

de pensar enraizada en las Escrituras, y que la centralidad de la gloria de Dios

vuelva a ser una fuerza religiosa e intelectual que energice la iglesia de Cristo para

sus retos presentes y futuros, como sucedió en los días de la Reforma.

BIBLIOGRAFIA

1. Greene, Albert; Reclamando el Futuro de la Educación Cristiana-Una Visión


Transformadora; Association of Christian Schools Internaciona; Colorado
Springs, Colorado, USA; 1998.

2. Hendriksen, William; New Testament Commentary; Baker Book House;


Grand Rapids, Michigan, U S A; 1980.

3. Kuyper, Abraham; The Crown of Christian Heritage; Nivedit Good Books


Distributors P. Ltd.; New Delhi, India, 1994.

4. Murray, John; The Epistle to The Romans; Wm. B. Eerdmans Publishing


Co., Grand Rapids, Michigan; 1984.

5. Schaeffer, Francis A.; Huyendo de la Razón; Ediciones Evangélicas


Europeas, Barcelona, España; 1969.

6. Sproul, R. C.; Grace Unknown-The Heart of Reformed Theology; Baker


Books¸ Grand Rapids, Michigan, U S A; 1997.

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