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“Aproximación a la diatriba cínica en Montalvo: apuntes para una lectura de Ojeada sobre

América”

Iba buscando los insultos ¡sí! los insultos;

los que llevan el alma ardorosa y generosa de Montalvo.

Unamuno

Por Wilbert Osorno

Es un lugar común al hablar de Montalvo referirse a sus textos bajo el nombre de diatribas. El
uso de este término tiene como base la clara vocación de polemista que demostró a lo largo de
sus escritos; la vehemencia política, la prosa incendiaria, el insulto mordaz, la vivacidad de las
imágenes. Sin embargo, y esto es lo interesante, no se ha realizado trabajo alguno cuya
pretensión sea vislumbrar las afinidades entre la diatriba montalviana, heredera directa de los
filósofos-literatos de la Ilustración, y la diatriba clásica, ya perteneciente a la filosofía moral
popular del imperio romano o a la más antigua diatriba cínica o cínico-estoica del periodo
helenístico. En parte, dicho olvido de la crítica puede achacarse al desinterés común respecto a
los géneros menores; por un lado ensombrecidos por géneros canónicos y por otro, porque
representan un problema complejo para cualquier investigador literario; la hibridez esencial de
los géneros menores sigue eludiendo a la crítica, los límites conceptuales de la llamada
“escritura fragmentaria” son prueba de ello. Para ir un paso más allá de lo que suele decirse
respecto a Montalvo, el sentido superficial con el que se le atribuyen diatribas, habría que
dibujar en efecto la relación de sus escritos con aquello que la crítica filológica ha denominado
como diatriba.

Diatribé era en su origen una palabra sinónima de diálogos, ambas se referían a las
conversaciones sostenidas por los filósofos; en la “Apología”, Sócrates emplea el término
diatribas con dicho sentido (Dudley, 1937). Es por medio de la obra de Bion de Borístenes, un
filósofo de influencia cínica, que la diatriba adquiere sus rasgos característicos y se afianza
como un género literario. La diatriba agrupa en sí, como otras aportaciones cínicas, una serie de
elementos heterogéneos ya existentes, pero que nunca habían sido tratados de esa forma; es el
caso del chreia, otro género menor, rasgos de la comedia antigua o rasgos de la sofística. La
diatriba cínica responde a un contexto cultural más complejo que el del mundo helénico; los
géneros como la tragedia o la comedia antigua resultaban insuficientes para dirigirse a la
sociedad que comenzaba a emerger. En este sentido es que la diatriba cínica “habla a la
multitud”, de ahí proviene su carácter propagador de ideas, el que será más rescatado a través
de la historia. La diatriba de Bion se sirve por igual de sutilezas retóricas como de chistes,
anécdotas o humor negro, para que su mensaje pueda penetrar en la multitud y así el ideario
cínico logre difundirse entre las masas.

Sólo basta mirar cualquier texto de Montalvo para darse cuenta de cómo se encuentra
inserto en la tradición de la diatriba cínica; existen dos grandes fuentes de los que retoma la
influencia de dicho género: la tradición latina y los filósofos de la Ilustración. Es necesario
recordar que la particular elocuencia del cinismo no pasó desapercibida para los latinos y así,
aunque ciertos preceptos de la cultura romana entraban en conflicto con la secta del perro, es
posible notar una clara impronta cínica en las obras de sus escritores más celebrados: Séneca,
Varrón, Marco Aurelio, todos impregnados en algún punto de la diatriba de Bion o la sátira
menipea (Griffin, 2000). Más cerca en el tiempo se encuentran los pensadores ilustrados, entre
los cuales hubo un fuerte resurgimiento de la figura de Diógenes y la filosofía cínica, se puede
pensar en obras clave como Los Diálogos de Diógenes de Sínope de Wieland o en El sobrino de
Rameau de Diderot. Voltaire, D’Alembert, Rousseau y el ya mencionado Diderot, todos
pensadores que recurrieron en mayor o menor medida a elementos propios del cinismo, no sólo
temáticamente (como puede percibirse en la crítica de la civilización realizada por Rousseau)
sino a través de la forma, de nuevo la reaparición de la diatriba y la sátira, sólo que ahora al
servicio de los ideales ilustrados (Niehues-Probsting, 2000).

Como se puede intuir, las obras con rasgos diatríbicos se encuentran enlazados a
contextos peculiarmente problemáticos en lo político y lo social, ya sea la Grecia helenística, el
imperio romano, el periodo de la Ilustración y en el caso que nos interesa, la Hispanoamérica
del siglo XIX. La tesis de que el cinismo, y por lo tanto los géneros asociados a él, surge como
respuesta a una Grecia en crisis, explica en parte la naturaleza de ciertas ideas, los medios
elegidos para su difusión y aunado a estos últimos, la voluntad propagandista que revelaron sus
representantes. La Hispanoamérica decimonónica no era un contexto más amable que el de
Diógenes y compañía, de ahí la resonancia entre los ensayos de marcado tono político y la
literatura crítica del cinismo; ambos buscaban transformar la realidad. De ahí también se
desprenden rechazos similares; el ensayo hispanoamericano que tiene frente a sí problemas muy
concretos y apremiantes, se distancia del pensamiento abstracto y universalista, sub especie
aeternitatis, de los europeos, y la literatura cínica que para lidiar con otros tantos asume un
sesgo ético y propagandista, frente a la especulación metafísica y los géneros filosóficos
consagrados.

La obra de Montalvo ofrece cuantiosos ejemplos para apreciar el influjo de la diatriba


cínica, para este ensayo, y solamente a modo de ejemplo y sugerencia, trataremos sobre “Ojeada
sobre América”, publicado en El Cosmopolita en 1886. Uno de los rasgos que más suele
enfatizarse sobre la diatriba es la presencia de un “oponente fantasma”, rasgo que se remonta a
sus orígenes. Como veíamos, en un principio la diatriba era indistinguible de la conversación
filosófica, sin embargo, el paso del tiempo hizo que los interlocutores distintos al enunciante
quedaran fuera de la composición escrita. A pesar de esta exclusión en apariencia, la diatriba
mantiene su carácter dialógico, pues se construye como una conversación con un interlocutor
ausente (Bajtin, 2012). Este interlocutor puede ser un sujeto específico, y esto no será raro en
otros textos de Montalvo, o puede ser un sujeto abstracto, es decir, una categoría social
(Mancera, 2014). En el caso de “Ojeada sobre América” existe una postura evidente con la que
Montalvo elige polemizar, al inicio, el ecuatoriano se dirige a los filósofos en general, sólo que
tiene en mente a unos filósofos muy particulares; Montalvo elige emprender un diálogo con los
defensores del Homo homini lupus. El texto se plantea en un inicio como un recorrido por las
catástrofes bélicas del nuevo continente, aunque sin olvidar al otro, que pareciera confirmar la
vieja sentencia latina, sin embargo, hacia el final, Montalvo aporta una serie de argumentos
heterogéneos contra dicha concepción del hombre, desde lo divino, pasando por una sugerente
insinuación de la falacia naturalista, hasta la afirmación apasionada del yo romántico. Lo más
probable es que el filósofo que más tuviera presente a la hora de escribir haya sido Hobbes y su
visión del hombre como un ser originariamente egoísta, cuya única motivación para acceder al
pacto social es el temor al terrible estado de naturaleza, regido por la ley del más fuerte.
Aunque, también en la tradición clásica existen personajes hobbesianos, como Glauco o
Calicles, de los que seguro tuvo noticia el autor de Los siete tratados.

Las primeras críticas sobre la obra de Montalvo lo calificaban como un purista, y en


realidad tenían parte de cierto, el ecuatoriano era un cervantista entusiasta, recuérdese
Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Este carácter de Montalvo representa un punto tanto
de convergencia como de divergencia respecto a la diatriba cínica; convergencia porque los
cínicos eran capaces de lucirse a través de su lenguaje, divergencia porque a su vez, incluían
elementos populares en sus disertaciones. “Ojeada sobre América” es pletórica en recursos
retóricos; demuestra a ojos vista la rigurosa formación de Montalvo. Desde las primeras líneas,
el lector ya puede percibir la compleja construcción de oraciones de la que el autor es capaz.
Algunas de las figuras que usa Montalvo con más frecuencia son: la anáfora (“En vez de esta
paz quiero la guerra, la guerra con todos sus trabajos y desdichas: la guerra de los cartagineses,
la guerra de los moros, la guerra de los judíos…”), la interrogación retórica (“¿Por dónde vuela
ahora el ave Fénix? ¿Cruza los verdes prados de la Arabia feliz? ¿Para en un oasis del gran
desierto de Sahara? ¿Gorgoritea posada tranquilamente en un aroma de los jardines de
Bóboli?”), el polisíndeton (“…y los tiranos siguen reinando en las tinieblas, y la sangre corre, y
el hombre vive para la desgracia.”), la enumeración sinonímica (“Rusia ahogando a Polonia,
ahorcándola, azotándola, mandándola a los steps de Siberia, … La Gran Puerta degollando,
desterrando, aniquilando a mansalva a los montenegrinos…”), el paralelismo (“Cambises se
engolfa con millones de soldados en el desierto, y va sin rumbo, y va sin agua, y va sin guía en
busca de pueblos que exterminar. Semíramis alza todos sus reinos, y va sin rumbo, y va sin
agua, y va sin guía en busca de pueblos que exterminar. Ciro alza medio mundo y va sin rumbo,
y va sin agua, y va sin guía en busca de pueblos que exterminar…”) y la paradoja (“Los zuavos,
los húsares, los cazadores de Vincennes son la paz de Francia; los buques acorazados, Gibraltar,
Malta son la paz de Inglaterra.”)

A pesar de que no es posible percibir el influjo popular en “Ojeada sobre América”, la


heterogeneidad cínica de la diatriba sí que se encuentra presente en el texto de Montalvo. La
condición americana era ya por sí misma un problema, los ensayistas decimonónicos debían
enfrentar de alguna forma la diversa realidad cultural que los envolvía; el eclecticismo fue la
respuesta lógica. “Ojeada sobre América” abarca un vastísimo panorama cultural:
geográficamente, de América a Europa, pasando por África y Oceanía, y viceversa, e
intelectualmente, cristianismo, griegos, romanos, ilustrados, románticos, en fin. A su vez, el
declive de la Grecia clásica y el consiguiente mestizaje cultural, empujaron a Bion de Borístenes
a retomar elementos de diversas tradiciones filosóficas, hedonistas y ascéticas, para configurar
su particular versión del cinismo. Por eso la diatriba es un género cosmopolita, el género
cosmopolita por excelencia (Roca Ferrer, 1974).

La influencia de la diatriba en la escritura de Montalvo es un tema que se


encuentra lejos de agotarse, sobre todo por las fuentes tan claras de las que breva dicho
influjo. Este comentario en realidad no tiene más pretensión que, como ya advierte el
título, aproximarse al problema de la influencia cínica en la obra de uno los ensayistas
más sobresalientes, aunque relegados por la crítica, del siglo XIX; señalar una posible
vía de estudio, inexplorada, pero a la vez fecunda, que pueda arrojar un poco de luz
acerca de un gran escritor hispanoamericano y también, sobre la recepción discontinua
del cinismo en la literatura.
Bibliografía

Bajtin, M., (2012) Problemas de la poética de Dostoeivski. México, FCE.

Dudley, D., (1937) A History of Cynicism: From Diogenes to the 6th Century A.D. Gran
Bretaña, Methuen and Co. Ltd.

Griffin, M., (2000) “El cinismo y los romanos: Atracción y repulsión” en Brach, B. y
Goulet-Cazé, M. (comp.), Los cínicos. Barcelona, Seix Barral.

Mancera, M., (2014) Ironía, cinismo y carnavalización: La necromancia de Luciano de


Samosata. Unam, DF.

Montalvo, J., Las catilinarias, El cosmopolita, El regenerador. Selección y prólogo de


Benjamín Carrión. Biblioteca Ayacucho.

Niehues-Probsting, H., (2000) “La recepción moderna del cinismo: Diógenes y la


Ilustración” en Brach, B. y Goulet-Cazé, M. (comp.), Los cínicos. Barcelona, Seix Barral.

Roca Ferrer, J., (1974) Kynikos tropos: Cinismo y subversión literaria en la Antigüedad. Boletín
del Instituto de Estudios Helénicos, Barcelona.

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