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Ceder angustia

Marisa Rau

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Ceder angustia
El título de estas jornadas me llevo a pensar que había de
común entre el síntoma y el fantasma. Finalmente allí se
podría incluir todo lo que el psicoanálisis tiene para
enseñarnos. Podría decirse por ejemplo, que por allí, por
sus coordenadas, un psicoanálisis comienza su andar y
también por allí pueden leerse sus conclusiones. Entre estos
momentos de infinitud de los comienzos y los de finitud de
los finales, repetidos varias veces, transcurre un tiempo. Un
tiempo que no hace todo, aquellos de apertura y cierre del
Icc, aquellos de la otra escena en el deseo, aquellos de un
goce intruso... varios tiempos y a la vez siempre el mismo.
Los mismos circuitos y los mismos accidentes, la misma
localización para el sujeto.
¿Que decir del tiempo que se repite?
Este es el tiempo del encuentro con lo real, como tal,
traumático. Es el tiempo del surgimiento de la angustia,
afecto de lo real, señal de real.
Este encuentro tiene una particularidad, se apela a
resolverlo siempre por las mismas vías proporcionadas por
el fantasma y el síntoma en su intento de tramitar la
irrupción de lo real. En este sentido, el sujeto está apresado
en un tiempo que es siempre el mismo, uno que se repite.
De la angustia tras la que el sujeto se parapeta se sale a
condición de asirse a un deseo y en este sentido el deseo
resuelve la angustia. Si el deseo se liga a lo discontinuo, a lo
que pulsa en ese lugar tercero que solemos llamar el "entre
dos", implica que resolver la angustia en tanto signo
requiere la introducción de un "al menos dos" para ser
nuevamente elevada al estatuto significante.
Entonces, hay un tiempo de la repetición, cuyo destino
puede ser diferente aunque de eso el analizante nada sabe.
Para ello él deberá ceder su angustia; no solo apaciguarla
sino dejarla caer, desprenderse de su cobijo. Es lo que
Lacan señala debe ocurrir durante un análisis al decir que el
neurótico no quiere dar sino que quiere que se le suplique.
Así, habría que enseñarle a dar su angustia. Sabemos que
no la da y también por que.
Cito: "Es tan cierto que de eso se trata, que igualmente todo
el proceso, toda la cadena del análisis consiste en el hecho
de que al menos da su equivalente, de que comienza por
dar un poco su síntoma".[1]
Tres años antes, dictando su seminario sobre la ética, Lacan
decía que el analizante deberá haber pasado al término del
didáctico por la "hilflosigkeit", el desamparo en donde no
puede esperarse la ayuda de nadie, y cuya experiencia es
previa al lugar donde se produce la señal de angustia[2]. Es
decir que el analizante deberá experimentar justamente
aquello de lo cual su angustia lo protege, deberá
reactualizar, volver a consumar, una pérdida.
El tiempo en que el analizante se encuentra atrapado en los
comienzos, es el de no querer saber nada respecto de
aquella pérdida mítica en la que se constituyó. Así, el
síntoma es una tentativa fallida de elaborar lo que existe
fuera del sentido. Un deseo, un goce otro, que
enigmáticamente resulta conmemorando al trauma. El
síntoma lo revive, lo recuerda, lo atesora, intenta
atemperarlo. Si Freud definió al trauma como perturbación
económica del aparato psíquico, con Lacan podemos decir
que el trauma es lo real que no logra ser atrapado en la
trama del sentido.
Al lugar de esa trama para el sentido que falta, irá el
fantasma.
Los tiempos del síntoma, los tiempos de las fases del
fantasma, son los que el analizante se la pasa repitiendo. Se
la pasa transitando una y otra vez por los mismos lugares,
con las mismas artimañas, cuando menos por un tiempo.
No es el mismo tiempo el de la pérdida constitutiva del
sujeto, que el de la pérdida que habrá de ser consumada en
el transcurso de un análisis.
Una y otra pérdida difieren, uno y otro tiempo también. Entre
la pé rdida en que el sujeto se originó y la pérdida que
deberá re-experimentar se ha erigido el muro de su yo,
llámesele ideales, señuelos o de cualquier otra forma. Se ha
abonado el sentido cuya consistencia proviene de la
exclusión de lo real, aunque éste de todas formas se invita
solo a la fiesta. Esta actualización de la pérdida, este
consentimiento a ella, no se da de una sola vez, también
lleva un tiempo.
Pero entonces se introduce un tiempo 2. Si llamáramos
tiempo 1 a aquel que se repite circularmente, este tiempo 2,
cual flashes, hace vislumbrar otras respuestas ante lo
imposible, otros destinos de lo imposible. Si toda repetición
incluye la diferencia, éste otro tiempo, ya no pasado sino
uno que va siendo, admite que la diferencia no sea tan solo
repetición.
Si en todo aquello que podemos llamar comienzos, se
trataba siempre del mismo tiempo que se repetía y que
ahora nombramos tiempo 1, aquí, en lo que hemos llamado
tiempo 2, eso no está asegurado. La seguridad de lo
conocido hace espacio al no saber.
De cuanto un sujeto ama su síntoma, vale como ejemplo la
indicación que recibí por parte de alguien a quien tengo en
entrevistas. Luego de explicar detalladamente aquello que lo
desgarraba añadió "vos arreglame todo lo que me tengas
que arreglar, arreglá todo lo que este mal, menos éste tema
que te acabo de decir".
En cuanto al tiempo otro, el que en la diferencia no equivale
a repetición, diré que esto, del orden del final de análisis, no
es algo que se de únicamente en los tramos finales puesto
que hay algo de los finales que se pone a rodar desde los
inicios y se va presentificando cada vez un poco más.
De lo que en los inicios de un análisis, anticipa algo de los
finales, valga otro ejemplo.
Se trata de un hombre de 54 años, a quien atendí por un
año en un servicio hospitalario. Había consultado porque no
podía tomar decisiones, y las refiere a sus deudas
económicas de varios miles de dólares desde hace ya dos
años. No le queda más que vender la casa, pero no quiere
hacerlo pues es lo único que le resta. A su esposa solo
puede frenarla con dinero, ella no respeta su palabra y
nunca ha disfrutado del sexo. La vez que más cerca
estuvieron fue durante un beso, luego de que él le
propusiera matrimonio, hace 27 años. Entonces era el hijo
de un hombre acaudalado de quien no vaciló en distanciarse
dos años después.
Al tiempo de iniciar su análisis recupera el respeto de sus
colegas, su esposa, su hijo y aun de su padre, pone en
venta su departamento, plantea (a su familia) su decisión de
separarse y comienza una nueva relación amorosa. A estas
alturas dice "Antes estaba prisionero, asfixiado, pero ahora
estoy contento de vivir". No sé del destino de lo que había
iniciado pues no mucho después de eso, le comunico que la
próxima sesión será la última[3].
En esa ocasión que fuera la última de nuestros encuentros,
me sorprenden sus palabras: "Ahora cambió todo. Ahora se
que tengo heridas internas, se que las tengo y se donde
están. Me di cuenta de eso pero no desaparecieron, solo las
recorrí un poco y van a seguir destilando pus. Eso antes me
invadía y yo quería taparlas como con un parche, un
apósito. Ahora se que están ahí y que de vez en cuando van
a drenar. No están curadas, pero ahora estoy alertado de
eso."
Me parece que esas palabras son la confirmación de un
cambio ya acaecido, ahora está alertado. Es dececorrido, se
anticipa algo del fin, algo de un tiempo donde lo contingente
tiene un lugar y por esto puede ser también novedoso.
Para concluir. En los inicios de un análisis hay un tiempo
tanto actual como pasado, es decir un tiempo apresado,
detenido, inapropiado. Hay hacia los finales un tiempo a ser
creado en cada partida con lo que se ha dejado caer, un
tiempo re-inventado, un tiempo no condenado a la era de lo
impropio. Ceder la angustia implica ceder ese objeto
innombrable cuya función es la de ser causa del deseo.
Marisa Rau
Noviembre de 2002
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[1] Lacan, Seminario 10, clase 05/12/62, inédito.
[2] Lacan, Seminario 7, Bs.As., Paidós, 1988, p. 362
[3] Hacía mucho habíamos superado el plazo hospitalario,
de 4 a 6 meses, establecido para los tratamientos.

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