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Criminología, estrategias periodísticas y modernidad.

Acercamientos a la
construcción de un imaginario social sobre el sujeto delincuente y criminal en
Chile (1930-1973).

Formulación

Esta propuesta investigativa busca abordar uno de los aspectos menos explorados de
la temática criminal en nuestro país: el de la construcción de un sentido común, o
imaginario social, sobre el sujeto delincuente y criminal a través de la cobertura
periodística (expresada en revistas y diarios) que tomaría lugar en Chile durante la época
del -así llamado por la historiografía- Estado de bienestar o etapa de modernidad
desarrollista (1930-1973). Hemos seleccionado dicho período, no sólo por no haber sido
estudiado a partir de la perspectiva que nos interesa, sino porque además permite
correlacionar procesos diversos y contemporáneos, tales como el cambio en el rol
estatal, la urbanización, el aumento de la población, de la escolarización, el crecimiento
y mayor complejidad de la clase media, la diversificación de los sectores populares
urbanos, del proletariado industrial, la demanda por mayores derechos políticos, legales
y sociales (Henríquez, 2014. Salazar y Pinto, 2000); junto a la constitución de una
cultura cotidiana de masas articulada en diversos medios de comunicación (integrantes
de una industria cultural como la conceptualizaría la Escuela de Frankfurt) que se
encontraron también en permanente expansión, como fue el caso de la radio, el cine,
las revistas y la prensa (Mattelart y Mattelart, 2000. Santa Cruz y Santa Cruz, 2005.
Ossandón y Santa Cruz, 2005). Nuestra periodización responde más al contexto general
antes que a hitos específicos, pues involucra e implica a los procesos antes mencionados,
cuya interrelación generó las condiciones propicias para el desarrollo de un mercado
consumidor que convirtió a la temática delictiva y criminal igualmente en un objeto de
interés y consumo, como lo evidencian las publicaciones aquí escogidas que, directa o
indirectamente, aludían a ella en los años referidos.

La problemática que guiará nuestra investigación puede ser comprendida a partir de


una pregunta central: ¿Cuáles fueron las formas de representación de los delincuentes
y criminales que difundieron determinadas publicaciones, con diferentes estrategias
periodísticas, durante la época del así denominado Estado de bienestar o modernidad
desarrollista?, lo que nos lleva a formular otras interrogantes subsidiarias, tales como:
¿Dichas representaciones, provenientes de medios impresos diversos, contribuyeron a
la construcción de un imaginario común?, ¿Tal imaginario, incidió en alguna política
pública del período en materia de delincuencia y criminalidad?, ¿Se puede hablar de la
configuración de una industria cultural sobre el tema delictivo-criminal en este período?
¿Qué importancia, en materia de formas comunicacionales impresas y culturales, tuvo
el período seleccionado?

El aludido Estado de bienestar, o la modernidad desarrollista, contempló asimismo


una dimensión de control que no siempre se ha explicitado y que vinculó a este modelo
estatal con un saber criminológico orientado más hacia la disciplina sociológica, a
diferencia de la etapa anterior (la del Estado Liberal-Guardián) donde se había hecho
más evidente y hegemónica una criminología de matriz positivista, centrada en las
características biológicas y en la peligrosidad natural de ciertas personas en función de
su condición de clase popular (León León, 2015). La nueva criminología de impronta
sociológica (en su versión funcionalista y empírica), como se ha evaluado en Europa y
Estados Unidos, intentó entregar una justificación teórica al Estado de compromiso y a
la pervivencia de las desigualdades económicas, pero también ayudó a redefinir el perfil
de los delincuentes y criminales, ahora caracterizados por una condición social más
diversa (mesocrática, profesional y hasta elitista) y entendidos también a partir de
conductas grupales y no sólo individuales. Teorías como las de la asociación diferencial,
la anomia, el “etiquetamiento”, las subculturas criminales –surgida del interés de la
Escuela de Chicago por estudiar la relación entre delito y comunidad-, la sociología de la
desviación, el control social y la teoría crítica; más allá de sus diferencias epistemológicas
y de método, desplazaron el interés desde el “individuo peligroso” hacia el barrio, la
familia, la pandilla y las comunidades en general (Anitua, 2010. Salvatore y Sozzo,
2009).

¿El desarrollo de la criminología en Chile tuvo este derrotero? ¿Las publicaciones del
período que aludían al delito, el crimen y a sus protagonistas, reflejaron los cambios en
las ideas criminológicas, combinaron dichas ideas con el sentido común o sólo reforzaron
prejuicios de más antigua data? Estimamos que la construcción de un perfil común, o
un imaginario, sobre los delincuentes y criminales no fue sólo un proceso institucional,
académico o formalizado, con ideas acabadas y razonamientos apoyados en lo empírico
o la estadística; sino que implicó asimismo la producción y circulación de
representaciones (narrativas y visuales) diversas, donde se mezclaban referencias a la
apariencia personal con creencias, supuestos y juicios de valor que, en su conjunto,
entregaban mensajes que podían ser recibidos por públicos diferentes y que, a la larga,
incidían en la construcción del universo simbólico de una sociedad respecto de lo bueno
y lo malo, lo correcto e incorrecto, lo deseable e indeseable. Es decir, generaban un
debate sobre una temática pública o, en otras palabras, una opinión pública sobre la
contingencia delictiva y criminal basada en mensajes mediáticos no exentos de
“demostración y manipulación”, como nos recordara Habermas (1986).

Con este propósito, hemos seleccionado publicaciones que, estimamos, puedan


ayudarnos no sólo a determinar representaciones específicas en función de las
características de un medio periodístico en particular, sino que, pese a su diversidad,
también nos entreguen una visión común, más allá de sus heterogéneos componentes,
sobre lo que para dichos medios constituía ser un delincuente y criminal en el período.
Siguiendo esta línea de trabajo, definimos la naturaleza de las publicaciones aquí
elegidas:

En primer término, ocupamos una serie de revistas especializadas pertenecientes a


una agencia policial en particular: La Policía de Investigaciones, la cual, luego de su
creación en 1933, se preocupó desde temprano por difundir una identidad institucional
como un cuerpo organizado y vinculado a los avances en materia criminológica y de
identificación de delincuentes y criminales. Junto a los artículos escritos por funcionarios
y especialistas, además de otros recibidos desde el extranjero, se incorporaron
comentarios generales sobre la situación delictiva del país y también registros visuales
como las denominadas “galerías de delincuentes”, para identificar la múltiple y mutable
apariencia de hombres, mujeres y menores delincuentes. En dicha lógica, aparecieron
las revistas Detective (1934-1937), la Revista de Criminología y Policía científica (1937-
1955) y Criminología (1955-1961), que respondieron a un similar criterio editorial.

Optamos igualmente por incorporar publicaciones como la prensa de carácter


informativo y sensacionalista, expresión del periodismo moderno y empresarial vigente
hasta nuestros días, como es el caso de: Las Noticias Gráficas (1944-1953), La Tercera
de la Hora (1950-1970) y Clarín (1954-1973), que buscan representar a un público lector
masivo con un lugar y una misión establecida o, en sus palabras: “llegar a todos los
hogares”, “estar junto al pueblo”, “beneficiar a los más pobres”, etc. En dicho caso, nos
interesamos por sus editoriales, reportajes, publicidad y por la sección de “crónica roja”,
especialmente.
Complementamos, por último, nuestra selección con revistas que priorizan el
reportaje gráfico directamente vinculado con la temática delictiva, como ocurre con:
Manos Arriba (1949-1950) e Intimidades y sucesos policiales (1950-1953), pero
asimismo con otras de corte más misceláneo y magazinesco que incorporaron
igualmente la temática criminal a sus contenidos editoriales: Ercilla (1933-1970) y Vea
(1939-1970). Se trata de medios interpretativos cuya vigencia está en función de
temáticas de actualidad, que tratan de interesar y captar a un mercado potencial o
relativamente cautivo. Es decir, intentan llegar a un segmento de consumidores, más
que a un público permanente.

Dichas publicaciones han sido seleccionadas en función de su cobertura cronológica,


pertinencia para nuestra temática, disponibilidad y por las referencias, directas e
indirectas, que otros autores hacen de algunas de ellas al momento de caracterizar el
período (Fernández 2012a y 2012b. León León, 2003-2004. Santa Cruz y Santa Cruz,
2006. Sunkel, 1986). Tenemos claro la heterogeneidad de estos materiales, con
formatos, mensajes y públicos diversos, y con una historicidad también diferenciada, lo
que eventualmente revelaría lógicas distintas al momento de abordar nuestro tema. No
obstante, creemos en su complementariedad antes que en su antagonismo, pues
estimamos que es dicha heterogeneidad la que permitiría apreciar y contrastar las
apropiaciones, resignificaciones y circulaciones de las ideas, creencias y prejuicios
criminológicos (provengan de una matriz positivista, sociológica o simplemente de las
adaptaciones criollas). De hecho, su revisión no sólo podría mostrarnos diversas
perspectivas comunicacionales desde donde se miraba el problema delictivo y criminal,
sino además permitirnos determinar si dichas miradas operaron de alguna manera sobre
el contexto de época.

Todas estas revistas y diarios aparecieron en la ciudad de Santiago, centro urbano


que concentra nuestro interés y que se vuelve pertinente no sólo por experimentar las
diversas transformaciones políticas, económicas y sociales del período: intervencionismo
estatal, urbanización e industrialización, aumento de población y de la escolarización,
cambios en la vida cotidiana (Henríquez, 2014. Salazar y Pinto, 2000. Santa Cruz y Santa
Cruz, 2005); sino además porque se convierte en el escenario geográfico y social donde
se hace más evidente el nacimiento y consolidación de una industria cultural que busca
canalizar nuevas demandas y necesidades por parte de una población que le entrega
igualmente protagonismo al mercado y al consumo, y que permite la emergencias de
nuevos lenguajes comunicacionales (Ossandón y Santa Cruz, 2001. Santa Cruz y Santa
Cruz, 2005. Soffia Serrano, 2003). A nuestro modo de ver, las publicaciones aquí
escogidas reflejarían y representarían procesos sociales y culturales propios de una
sociedad de masas, pues involucrarían no sólo una diversificación temática con nuevos
formatos y contenidos (donde lo criminal cobra protagonismo), sino además porque
apuntarían a lectores y consumidores igualmente masivos, especialmente en el caso del
periodismo escrito. Por supuesto, no buscamos abarcar todo este complejísimo proceso.
De ahí que nuestra propuesta mantenga el carácter de ser un acercamiento, una
exploración a un aspecto muy específico de este período, pero no por eso desvinculado
de temáticas contextuales más amplias.

La perspectiva entregada se define a partir de una postura socioconstruccionista,


porque parte de una base epistemológica en donde se entiende que la imagen sobre los
delincuentes y criminales es múltiple, construida y constituida ya sea por saberes
legitimados social y culturalmente (la Medicina, El Derecho, la Psiquiatría y la Psicología),
como asimismo por los medios de divulgación del período. Entendemos asimismo que el
delito y el crimen, a diferencia de cómo se conciben en los Códigos Penal (1874) y de
Procedimiento Penal (1906) –el primero como una transgresión a la legalidad vigente
que es capaz de provocar un perjuicio personal, pero cuya acción no genera daños
mayores como lesiones (físicas y psicológicas) o la muerte, lo que sí acontece cuando se
conceptualiza a un crimen-, son fenómenos cambiantes y polisémicos que, en diferentes
sitios y lugares, explican cosas distintas. Ambos términos son el producto de un conjunto
de operaciones de atribución de significados que se dan en el cuerpo social, a partir de
la asignación de roles que, en una época determinada, guían la actuación de los
miembros de un grupo humano.

Se trata, a nuestro entender, de un problema histórico e historiográfico que amerita


una investigación desde la historia social y cultural que discuta, matice, corrobore y
complemente las ya existentes. De ahí nuestra opción por la interpretación, sin dejar a
un lado el nivel descriptivo en tanto ayude a la explicación de los fenómenos sociales y
culturales aquí explicitados, como también nuestra opción interdisciplinaria, para
vincularnos con aspectos que podrían ser abordados igualmente desde la antropología
social, el periodismo y la sociología de las comunicaciones, por ejemplo.

La relevancia de este estudio, creemos que se sustenta en los siguientes puntos:

1) Responde a la contingencia del tema y a su historicidad.


2) Ayuda a llenar un vacío historiográfico en materias criminológicas y contextuales.
3) Pondera el papel de diversos medios de comunicación escritos dentro de un período
específico de la historia de Chile contemporáneo.
4) Rescata el papel de las ideas, creencias, prejuicios y su circulación en nuestro medio,
con las apropiaciones, mutaciones y resistencias que ello implicó.

1. Acercarse al pasado es una vía para comprender el panorama actual, colocándolo en


una secuencia de transformaciones que permiten percibir a los hechos sociales y
culturales como el resultado de un largo proceso, y no como fenómenos surgidos
repentinamente (Dammert, 2013). Le entrega asimismo historicidad a la disciplina que,
constituida a lo largo del siglo XIX, se dedicó a estudiar a delincuentes y criminales: la
criminología. Entendida en un principio como una manera de explicar los
comportamientos transgresores al orden político y social vigente (criminología clásica),
a partir de una violación del pacto tácito de convivencia social -en el uso del libre albedrío
individual-, adquirió, desde la segunda mitad de ese siglo, una nueva impronta de matriz
positivista y determinista en lo biológico que la llevó a convertirse en la “ciencia del
criminal” (criminología positivista), teniendo esta redefinición una considerable
influencia en su posterior desarrollo disciplinar a lo largo incluso del siglo XX (Del Olmo,
1981: 22). De hecho, a pesar de los cambios ideológicos y epistemológicos que tendrían
lugar en el nuevo siglo, redefiniendo otra vez a la criminología, cada cierto tiempo se
reactualizarían algunos de los postulados que veían el origen del delito y el crimen en
un factor hereditario, atávico, propio de una determinada condición social: la de pobreza
(Anitua, 2010. Becker y Wetzell, 2006).

Tenemos claro que como todo producto social y cultural el delito y el crimen sufren
adaptaciones, revitalizaciones y superposiciones de ideas, lo que entrega dinamismo a
la construcción de imágenes delincuenciales que pueden cambiar igualmente en el
tiempo. Sabemos que en el período a estudiar hay registros de una mayor diversidad
social entre quienes cometen delitos, presentándose incluso el caso de un condenado a
muerte por parricidio de clara filiación oligárquica: Roberto Barceló Lira. Junto a ello,
también aparece progresivamente en las estadísticas una mayor heterogeneidad en la
procedencia social y geográfica de los delincuentes y criminales, al igual que en su
profesión, edad, etnia y género. Creemos, por ende, que se trata de un período
interesante de abordar desde esta perspectiva y que puede ayudar a establecer puntos
de significación para repensar nuestro presente, en el cual, como entonces, también
coexisten diversas ideas y creencias criminológicas que, bien o mal aplicadas o
formalizadas, son expresadas de distinta manera por también diferentes medios de
comunicación, que combinan cambios y permanencias, a la vez de una mezcla de
diferentes influencias y elaboraciones, como bien lo ha sintetizado Eugenio Raúl Zaffaroni
en términos más generales: “En criminología todos los discursos están vivos, es decir,
no estamos recorriendo un parque paleontológico; estamos recorriendo un zoológico de
animales vivos de todas las épocas. Ningún discurso muere […] son todos
contemporáneos” (Zaffaroni, 2000: 120).

2. Aunque ha sido significativo y creciente el interés de los historiadores por investigar


paulatinamente temáticas como la delincuencia y la criminalidad urbanas, el bandidaje,
las instituciones judiciales, las policías y los recintos penales, empleando para ello toda
una gama de fuentes que van desde los textos legales hasta los expedientes judiciales,
tales estudios no otorgaron directo interés, salvo algunas caracterizaciones colaterales,
a la figura de delincuentes y criminales, ni menos a la construcción de su imagen oficial
y mediática (Salvatore y Aguirre, 1996. Aguirre y Buffington, 2000). En América Latina,
el abordaje de las temáticas delictivas y criminales se fue plasmando a partir de la
década de 1990, con énfasis más bien en el estudio de las penitenciarías, el delito, la
policía y las técnicas de identificación, entre otros temas (Salvatore y Aguirre, 1996.
Buffington, 2001. Galeano, 2009). Si bien algunos trabajos han tratado indirectamente
el tema de los sujetos delincuentes y criminales (Buffington, 2001. Boris, 2001. García
Ferrari, 2015), cuando ello ha ocurrido han seguido concentrados en la etapa de la
criminología positivista.

Quien más se ha acercado a lo que queremos desarrollar en nuestra propuesta, ha


sido el investigador mexicano Alberto del Castillo (1997 y 1999), al trabajar la relación
entre la prensa, el poder y la criminalidad y al analizar el surgimiento de un género
específico: el reportaje policiaco, aunque también circunscrito a la temporalidad antes
indicada. Por otro lado, la historiadora argentina Lila Caimari ha realizado estudios
(2004 y 2012), que han centrado su interés en el rol de las agencias estatales en el
diagnóstico y caracterización de los males sociales, así como en el papel de la prensa y
del cine en la construcción de los imaginarios urbanos del delito y el crimen en la ciudad
de Buenos Aires, examinado dicha problemática hasta mediados de la década de 1940.

En Chile, el estudio de las temáticas delictivas y criminales han ido igualmente


cobrando fuerza desde los años 90, demostrando la posibilidad de abordar aspectos
complejos y objetos de estudio que habían sido ignorados por la historia social. Así, han
surgido investigaciones que relacionan el género y el delito, las instituciones penales,
los mecanismos y estrategias que ha adoptado la administración de justicia, la
eugenesia, el racismo, la pobreza y el delito, el uso de drogas, la locura y el crimen, etc.
(Fernández, 2003. León León, 2003-2004. Palacios y Leyton, 2014. Leyton, Palacios y
Sánchez, 2015. Palma, 2011 y 2015). No obstante, sigue siendo bastante minoritario el
estudio del delincuente y el criminal en sí mismo, más allá de las definiciones legislativas
e institucionales, examinando su apariencia, idiosincracia y modos de perpetración de
los ilícitos: en forma individual o a través de pandillas y bandas. Tampoco abundan los
trabajos relacionados con la visión que construyen sobre ellos los medios de
comunicación. Excepción que se presenta con los trabajos de Marcos Fernández (2003)
y Carla Rivera (2004), quienes asumen la perspectiva de la construcción de un
imaginario textual y visual sobre delincuentes y criminales a partir del uso de
publicaciones periódicas y de la divulgación de imágenes y contenidos. Otro tanto ocurre
con la investigación de Arancibia (2006) y su aproximación al mundo delictivo a través
de la revista Sucesos de Valparaíso. Se trata de aproximaciones interesantes, pero
igualmente concentradas en la etapa de influencia de la antes citada criminología
positivista (León León, 2015), desconociéndose las singularidades que complementen,
corroboren o refuten este panorama durante el resto del siglo XX, más aún después de
la década de 1930.

Ha merecido un poco más de atención historiográfica, en el período que nos convoca,


el perfeccionamiento de la identificación individual y criminal, a cargo fundamentalmente
de la Policía de Investigaciones, estudiada desde una perspectiva institucional por
Hernández y Salazar (1994), labor complementada por el servicio de prisiones,
reconfigurado a partir de la década de 1930 (León León, 2003-2004). Dicha identificación
(visible en métodos y/o técnicas como la antropometría, la dactiloscopia, la fotografía
judicial y las galerías de delincuentes), habría tributado igualmente a la comprensión,
reforzamiento y complementación de las conceptualizaciones, clasificaciones y
estigmatizaciones hacia grupos e individuos que buscarían ser incluidos socialmente, o
al menos así se expresaría en el discurso de las autoridades de la época, en la medida
que asimilaran la normativa y legislación oficial. Vale decir, aún perdurarían avanzado
el siglo XX, como en su momento lo caracterizó Goffman (2012) para el mundo
anglosajón, los estigmas de la apariencia, que la identificación criminal a través de
descripciones y fotografías haría visibles a través de las fisonomías, las deformidades y
los tatuajes. Aspectos que han sido delineados y examinados con diferentes énfasis,
para nuestra realidad, en algunas investigaciones (Fernández, 2012 a y b. León León,
2015. Palacios y Leyton, 2014. Leyton, Palacios y Sánchez, 2015. Palma, 2011 y 2015),
generalmente restringidas a una etapa cronológica distinta de la que se quiere revisar
aquí. Un panorama similar es el que se aprecia al momento de revisar otros estudios en
el viejo continente (About y Denis, 2011. Colin, 2003), como también en América Latina
(Buffington, 2001. Boris, 2001), destacándose los aportes de Mercedes García Ferrari
(2010 y 2015) para Argentina, aunque, como se indicó, circunscritos al período de mayor
vigencia del positivismo en su versión criminológica (1880-1930).

Una investigación reciente ha utilizado publicaciones de corte psicoanalítico,


ponderando el papel de las ideas de Sigmund Freud en Chile, para revisar su aporte a la
construcción de una imagen del sujeto criminal durante las décadas de 1930 y 1940
(Ruperthuz, 2015). Sin embargo, carecemos de estudios que proyecten este tema en
los años siguientes y que aborden las diversas maneras de definir y representar a
delincuentes y criminales. Quizás la única excepción, más cercana cronológicamente a
lo que nos interesa investigar, la hemos encontrado en otros trabajos de Marcos
Fernández (2012a y 2012b), al momento de abordar a los anormales y, dentro de ellos,
a los sujetos estigmatizados por su color de piel, apariencia, condición social y consumo
de drogas, de acuerdo con los criterios y comentarios presentes en las revistas Detective
y de Criminología y policía científica. Haciendo el autor un buen uso de estos últimos
materiales, creemos que falta complementar y contrastar las fuentes por él utilizadas
con publicaciones de tono menos especializado y dirigidas a otro público. Por ello,
estimamos que nuestra propuesta entregaría una continuidad temática y cronológica al
tema, a la par de examinar un período y fuentes que no han sido revisadas desde el
punto de vista aquí sostenido.

3. El estudio de esta temática requiere no sólo tener en consideración la evolución e


historicidad de las ideas del saber criminológico, sino además ponderar el papel que han
tenido los medios de comunicación escritos en la validación, descarte y circulación de
determinadas ideas, nociones y supuestos respecto de los “enemigos sociales” que cada
época define y redefine. La relación medios-sociedad fue tempranamente estudiada por
algunos de los intelectuales de la Escuela de Frankfurt (Mattelart y Mattelart, 2000) y
creemos que permite mirar nuestro tema con una perspectiva más amplia. De hecho, lo
particular de este período es que dentro de él aparecen diarios y revistas que, surgidas
al interior de un campo cultural específico y del mercado, tienden a interpelar muchas
veces al conjunto de la sociedad. Funcionan bajo el modelo orgánico de la empresa
periodística y dentro de los marcos del periodismo informativo, generándose
categorizaciones como las expuestas por Sunkel en torno a modelos racionales-
iluministas (con publicaciones que presentan a la razón como un medio y al progreso
como un fin) y a otros de tipo simbólico-dramáticos (que interpelan a las sensibilidades
con lenguajes concretos e imágenes gráficas) (Sunkel, 1986).

Creemos que las publicaciones elegidas en esta investigación son un cruce de ambos
modelos, que por lo demás no los vemos como excluyentes o antitéticos. Preferimos,
por ende, valorar las estrategias periodísticas allí desarrolladas, entendidas como una
combinación de objetivos y definiciones políticas, de contenidos y empresariales que,
combinadas, le entregan un perfil a la publicación. Dicho perfil es el que permite a un
diario o revista su instalación en el contexto sociocultural y de mercado, lo que va de la
mano con la creación de un público lector (más permanente en el tiempo) y la generación
de un segmento de consumidores (movidos en función de la inmediatez). Esto, en el
entendido de que las publicaciones no sólo son un instrumento o simple canal de difusión
de contenidos, pues también pueden convertirse en actores que operen sobre el contexto
de época. Ello, en función de que todo medio al desarrollar una estrategia construye un
perfil, un rostro frente a la sociedad, lo que lo instala cultural y discursivamente
(Martínez de Soussa, 1991. Vásquez Montalbán, 1980). No obstante, es bueno precisar
que dicho perfil es también una construcción inacabada, móvil, dentro de los límites de
un período, como el aquí elegido.

Tales consideraciones nos llevan a valorar la escasa bibliografía existente sobre los
medios de comunicación escrita y su relación con la sociedad del período, tema abordado
por Santa Cruz y Santa Cruz (2005), como asimismo por otras investigaciones que desde
la sociología de las comunicaciones, al igual que desde el periodismo y las prácticas de
lectura, enfatizan la relación medios-sociedad, como ocurre con Ossandón y Santa Cruz
(2001), Santa Cruz (2002), Sunkel (1986) y Soffia Serrano (2003). Mientras, el vínculo
entre prensa y criminalidad ha merecido sólo un estudio puntual, y ya con bastantes
años, desde un criminólogo chileno de la época: Israel Drapkin (1958).

4. En la perspectiva antes indicada, podemos comprender a la criminología como un


conjunto de ideas que tienen la capacidad de transitar por distintos espacios, siendo
recepcionadas y utilizadas de diferentes maneras. Tal proceso de recepción debe
entenderse como un fenómeno activo donde se destacan las reapropiaciones y
reinterpretaciones que los agentes locales han hecho de las ideas criminológicas,
haciéndolas compatibles con las tradiciones culturales que dominan la escena local,
pudiendo así ser constantemente reinterpretadas. Por ello, es pertinente aludir aquí a
un proceso de apropiación cultural en la medida que se enfatiza el rol de los agentes
locales en la recepción del pensamiento foráneo, a diferencia de la reproducción que sólo
promueve la idea de una dependencia cultural y que reactualiza nociones como las de
centro y periferia. Por ello, preferimos entender las condiciones sociales de producción
y circulación del conocimiento criminológico revisando sus aspectos internacionales y
locales, además de las posibles tensiones que pudieron generarse entre un nivel y otro.
Como lo ha indicado acertadamente Pierre Bordieu (1999), el intercambio de ideas está
lleno de mecanismos sociales que inciden y operan en el transporte de las ideas porque
los intelectuales, además de vehiculizar la “veracidad científica”, también adicionan un
componente humano, el de los prejuicios, estereotipos, percepciones y otros
“accidentes” de la vida cotidiana, resignificando sus contenidos originales.
Consideramos que este proyecto podría ayudar igualmente a ponderar en el escenario
chileno el papel que tomó la circulación de las ideas criminológicas, tanto en su versión
más académica como masiva, y en la redefinición y pervivencia de saberes destinados
a la defensa de la sociedad. Cuando hablamos de la circulación de ideas no nos referimos
sólo al hecho de que éstas puedan llegar a nuestro país desde otro continente o territorio,
sino más bien a que éstas pueden igualmente circular entre diferentes grupos sociales y
de opinión, quienes, al decir de Caimari (2007), realizan una lectura o interpretación
distinta de la oficial y académica, dualidad que esta autora conceptualiza a partir de una
díada entre lo sagrado y lo profano. Este último sentido de la circulación de ideas,
creencias y saberes, apunta a lo que en su momento Carlo Ginzburg (1994) identificó
como una circularidad cultural entre lo oficial y lo popular, donde era posible apreciar
hibridaciones que se suscitaban ante las distintas maneras de entender o comprender
las ideas y sus respectivos mensajes. Aplicada esta conceptualización a nuestra temática
en estudio, estimamos que no sólo permite entender a los modelos y saberes
criminológicos antes referidos como complementarios, sino además, en la medida que
se aprecia su circularidad, es posible llegar a ponderar cómo algunas de dichas ideas son
apropiadas, resistidas, transformadas y mezcladas (o resignificadas) con intuiciones,
creencias y otras percepciones sociales (Caimari, 2007. Sozzo, 2007).

Hipótesis.

Nuestra propuesta busca probar que las publicaciones aquí seleccionadas, (desde las
revistas especializadas, pasando por la prensa, y hasta las revistas de corte misceláneo
y magazinesco) a pesar de la heterogeneidad de sus formatos, contenidos, mensajes y
públicos, estarían relacionadas con la construcción de un sentido común, un imaginario
social sobre la figura del delincuente y criminal en el Chile del período desarrollista.

Dicho imaginario social, entendido como un entramado complejo de ideas, creencias,


prejuicios, memorias y esquemas valóricos de distinta naturaleza, vincularía dentro de
sí, como principales fuentes de inspiración, a los saberes criminológicos vigentes en el
período y a las diversas estrategias periodísticas de las publicaciones elegidas, todas
ellas surgidas dentro de un contexto sociocultural con orientación hacia la circulación y
consumo masivos.

Objetivos generales

1. Examinar el papel de los medios impresos aquí seleccionados en la construcción de


una imagen común de los delincuentes y criminales, entendiendo a éstos no sólo como
meros reproductores de contenidos, sino también como protagonistas con cierta
operatividad sobre el contexto sociocultural de época.

2. Analizar las transformaciones que experimentó la representación discursiva del


delincuente-criminal en Chile, revisando tanto las ideas, creencias y prejuicios
criminológicos del período como las diversas estrategias periodísticas que allí tomaron
lugar.

Objetivos específicos

1) Probar nuestras hipótesis de investigación.

2) Revisar las ideas, adaptaciones y apropiaciones sobre los modelos criminológicos y


de identificación vigentes, que se transmitieron a través del estudio de las publicaciones
especializadas de la Policía de Investigaciones, para evaluar su incidencia en la
construcción de un imaginario delictivo-criminal.

3) Examinar la mirada de la prensa informativa y sensacionalista de Santiago, surgida


durante la etapa desarrollista, sobre los sujetos delincuentes y criminales, mediante el
testimonio narrativo y visual entregado por la denominada “crónica roja”, junto a
artículos editoriales y notas cercanas a la temática.

4) Comprender el papel del reportaje gráfico en las revistas centradas en la temática


criminal y en las de corte misceláneo y magazinesco, al momento de reconstruir la vida,
motivaciones y perfiles de los delincuentes y criminales urbanos, con la posible
generación de una imagen complementaria o alternativa a la perfilada en otras fuentes.

Aspectos metodológicos.

Nuestra metodología es cualitativa: exploratorio-descriptiva, y busca desentrañar la


apropiación, resignificación y circulación de las ideas, creencias y prejuicios
criminológicos del período a través de las estrategias periodísticas de los medios
impresos elegidos. ¿Cómo reconstruir o acercarse a dichas estrategias? Desde nuestro
punto de vista, estimamos que ello es posible a través de: 1) La revisión y análisis de
los contenidos textuales y visuales presentes en dichas publicaciones, identificando al
actor social que es definido o caracterizado en el discurso de estos medios como un
delincuente o criminal, ya se trate de alguien proveniente de los sectores populares, de
la clase media o de un grupo más acomodado. Dicho análisis busca igualmente identificar
los contextos de significación en que revistas y diarios colocan a los actores sociales: su
nivel de compromiso dentro de un delito o crimen, motivaciones, modus operandi, etc.,
lo cual remite asimismo a los espacios representados en las publicaciones: hogares,
negocios, instituciones…. Por último, interesa ver el modo cómo se presentan los
conflictos, es decir, si son construidos a partir de un antagonismo o de una diferencia
puntual; si enfrenta a pobres v/s ricos, marginales v/s integrados o si existe otra
categorización adicional. Ello, en lo que respecta a los artículos especializados,
fotografías de delincuentes y especialmente la “crónica roja”.

2) Creemos que, de manera complementaria a lo especificado, es posible también


concentrarnos en determinados estudio de casos que, al ser cubiertos mediáticamente,
generaron un cruce de opiniones (especializadas y no tanto) en torno a la figura de
algunos criminales del período que fueron sentenciados a muerte. Es lo que acontece
con: Roberto Barceló Lira, ejecutado en 1936, Juan de Dios Osorio, el “Che Galdámez”,
en 1945, Alberto Hipómenes Caldera, “El Tucho”, en 1950 y José del Carmen Valenzuela,
el “Chacal de Nahueltoro”, en 1963. Hacia ellos, existe no sólo una cobertura para
entregar los detalles de su ejecución, sino que a la vez diversas notas y reportajes
gráficos se encargan de reconstruir sus historias de vida y motivaciones como parte de
un todo que también entrega significación al personaje, su contexto y proceder.

Contemplamos, asimismo, las condiciones de producción de estas publicaciones


(conformación de equipos editoriales, formatos, diagramación, publicidad), su
circulación (llegada a un público lector o segmento de consumidores) y la reconstrucción
de sus contextos a través de sus textos (Alia, 2005). Si bien estas revistas y prensa
están editadas y concentradas en Santiago, a través de sus reportajes y del estudio de
casos también se entrega un panorama para el resto del país, el cual será debidamente
matizado cuando corresponda. Por ello, el concepto de representación presta gran
utilidad, pues no sólo constituye un principio de inteligibilidad del pasado, sino que
además considera las condiciones específicas de producción del material a trabajar:
diarios, revistas, narraciones y fotografías; entendiéndolos como productos históricos,
con múltiples mensajes (algunos explícitos y otros ocultos) y una diversidad de usos
(Chartier, 1992. Scott, 2000). Lo mismo ocurre con el término imaginario, cuyo soporte
en el sentido común nos lleva a indagar acerca de las estrategias que lo constituyen y
construyen, como bien lo ha teorizado Baeza (2003), al momento de explorar los
modelos dirigidos a dotar de sentido al presente.

Las imágenes gráficas que se trabajarán (desde las galerías de delincuentes hasta
las fotografías de los delincuentes-criminales y del escenario del crimen), constituyen, a
nuestro entender, una expresión de los contextos socioculturales y de los medios donde
éstas se generan. De ahí su naturaleza ambigua y polisémica que es preciso descifrar y
significar -en una suerte de hermenéutica de la imagen-, según lo han especificado
Barthes (1995), Freund (2002) y puntualmente Erausquin (1995), al momento de
analizar la crónica policial o “roja” y ver su incidencia en la elaboración de arquetipos
que permitieron operar como constructores de sentido para las autoridades y el público
lector. Así, las imágenes pueden convertirse en documentos históricos en la medida que
se tenga claro su contexto, actores, condiciones de producción, intereses y mensajes
que también forman parte de ellas, tal como lo indica Burke (2001) y, en nuestro medio,
Cornejo (2006) al momento de analizar las representaciones visuales de lo popular y su
papel en la construcción de identidades.

En cuanto a la delimitación de nuestra propuesta, asumimos que ésta no contempla


algunas temáticas colaterales, tales como la construcción de un imaginario delictivo del
bandido rural, el uso de la literatura (narrativa y poesía) o el protagonismo de las
víctimas, entre otras. No obstante, ello se debe a que su extensión y complejidad hacían
poco real y posible su abordaje de acuerdo con los objetivos y el tiempo aquí
comprometido. En todo caso, creemos que con lo explicitado hasta aquí, es posible
acercarse a los protagonistas de nuestra investigación en toda su diversidad de clase,
género, etnia, edad y procedencia geográfica.
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