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TEORÍA DE LOS JUEGOS

Roger Caillois

TEORÍA
DE LOS JUEGOS
Traducción española de
RAMÓN GIL NOVALES

EDITORIAL SEIX BARRAL, S. A.


BARCELONA
1958
Título de la obra original:
THÉORIE DES JEUX
Fragmentos de esta obra aparecieron en las revistas
Diogene y Preuves, y la mayor parte de su contenido
ha sido recogido en el libro Le Jeu et les Hommes,
Gallimard, París 1958,

© Editorial Seix Barra!, S. A .• Barcelona DEPÓSITO LEGA.L, B. 5231. -1958,


PRINTED IN SPAIN IMPRESO EN ESPAÑA

I. G, Selx y Barra! Hnos., S. A. • Provenza, 219 • BARCELONA


PROLOGO

Schiller ha sido sin duda uno de los primeros y


tal vez el primero en subrayar la importancia emcep-
cional del juego en la vida de la cultura. En la dé-
cimoquinta de sus Cartas sobre la educación esté-
tica del hombre dice:
"Quede bien entendido que el hombre sólo juega
en cuanto es plenamente tal, y sólo es hombre com-
pleto cuando juega". Pero hay más aún: el autor ima-
gina en el mismo temto la posibilidad de llegar a un
modo de diagnóstico sobre los caracteres de las dis-
tintas culturas. Estima en efecto que al comparar las
carreras de Londres, las corridas de toros en Madrid,
los espectáculos del París de antaño, las regatas de
Venecia, las luchas de fieras de Viena y la vida ale•
gre del Oorso en Roma no sería difícil determinar
"los matices del gusto en cada uno de esos pueblos
distintos" (1).
Preocupado, empero, en emtraer del juego la esen-
(1) Brieter über itstheti8che Erziehung der Menschen. Citada
según la traducción francesa de las obras del autor, vol. VIII,
París, 1862. Véanse también las cartas 14, 16, 20, 26 y 27.

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cia del arte, se olvida del juego en sí para presentwr
la teoría sociológica implicada en la frase transcri- .
ta.. Ello no obsta ni excluye el que la cuestión quede
planteada y el que ei juego sea tomado en serio.
Schiller insiste en la exuberancia radiante del ju-
gador y en la amplitwd reservada a su elección en
todo momento. El juego y el wrte nacen de un exceso
d.e energía vital, que, una vez cubiertas las necesi-
da.des inmed,iatas, el niño y el hombre emplean en la
imitación desinteresada y gozosa de actitudes efec-
tivas. De donde Spencer deduce que "el juego es
una dramatización de la actividad del adulto".
Y Wundt, sin razón más f1ecidido y tajante: "El jue-
go es el niño del trabajo, no hay forma de juego que
no encuentre su modelo en alguna ocupación seria
que le precede en el tiempo".
La fórmula hizo fortuna y seducidos por ella et-
nógrafos e historiadores se empeñaron en encontrar
-con éxito muy vwrio -, en los juegos de los niños,
la supervivencia de alguna práctica religiosa o de
magia caída ya en desuso. Y sin embwrgo, no es tan
fácil distinguir los modelos del dominó, del juego de
damas, del ajedrez, del boliche, del billwr y del chi-
lindrón. N o se aciertan a ver bien los trabajos y ocu-
paciones de los que dichos juegos serían la transpo-
sición. En 1896, Karl Groos estimó que los juegos
eran ejercicios mediante tos cuales los niños o los
animales jóvenes se prepara;n a las tareas de la vida
de los adultos. Por una extraña pMadoja, Groos ve
en el juego la razón de ser de la juventud: "Los
animales no juegan por el hecho de ser jóvenes, son

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