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La emoción se puede definir como una reacción que se experimenta debido a una fuerte conmoción del estado en
ánimo. Suele ir acompañada de expresiones faciales, motoras, etc., y surge como resultado de una situación externa
concreta, aunque también puede ser provocada por una información interna del propio individuo (como un recuerdo o
una sensación).
A partir de esta definición podemos determinar que las emociones son fenómenos multidimensionales caracterizados
por cuatro elementos: cognitivo (cómo se llama lo que siento), fisiológico (qué cambios experimento), funcional (cómo
la emoción dirige mi conducta) y expresivo (qué señales corporales manifiesto).
Las diferencias individuales en la manifestación de las emociones se originan a partir de la herencia y el entorno.
La herencia produce unos esquemas de comportamiento emocional que quedan reflejados en lo que llamamos
temperamento. Sin embargo, la influencia del entorno es, asimismo, fundamental, sobre todo en los primeros años de
vida y en el ámbito familiar, ya que a lo largo del proceso de aprendizaje y del establecimiento de relaciones sociales,
las emociones se van modelando y con ello van cambiando aspectos como la expresión del enojo o la alegría.
Se puede afirmar, entonces, que las personas van configurando unos esquemas emocionales a partir de la
experiencia y el temperamento. Estos esquemas constituyen la esencia de las diferencias individuales, ya que en
ellos se basan los estilos de respuesta emocional que caracterizan a cada persona.
A lo largo de las etapas del desarrollo se aprecian características comunes en la dimensión emocional de las
personas:
v En la niñez. Los niños exteriorizan sus emociones para satisfacer sus necesidades básicas (lloran por hambre)
hasta que pueden expresar sus emociones con el lenguaje. Durante el preescolar expresan sus emociones según el
modelo aprendido en su familia. En la escuela se incorporan a reglas más complejas para ampliar sus aprendizajes
emocionales.
v En la adolescencia. El adolescente expresa sus emociones de dos maneras: impulsivamente (no respeta las
normas) o retrayéndose (se siente incomprendido).
v En la edad adulta. Los adultos expresan sus emociones teniendo en cuenta las normas sociales pues han
aprendido a controlarlas y anticiparlas.
La inteligencia emocional
Daniel Goleman la define como la capacidad de reconocer los sentimientos propios y ajenos, de motivarnos y de
manejar bien las emociones.
Goleman consideró cinco aptitudes emocionales que a su vez clasificó en dos grandes grupos:
La autorregulación
Es la aptitud mediante la cual la persona puede manejar sus propios estados internos, sus impulsos y sus recursos.
La persona que es capaz de autorregularse encuentra la manera de controlar y canalizar sus emociones
adecuadamente y se conforma por otras cinco aptitudes emocionales:
- El autodominio, controlar las emociones.
Autorregulación emocional
La autorregulación la podemos definir como la habilidad para controlar y redirigir impulsos y estados de
ánimo. Pensar antes de actuar. Resistir la tentación.
La autorregulación implica que manejas tus emociones para que faciliten la tarea que estas llevando a cabo y no
interfieran con ella; eres consciente y no necesitas refuerzo constante en tu búsqueda de objetivos; eres capaz de
recuperarte fácilmente del estrés emocional.
4. Innovación y adaptabilidad: Te mantienes expectante a las ideas y a los enfoques nuevos, y suficientemente
flexible como para responder rápidamente a los cambios:
Aportas soluciones originales a los problemas.
Adoptas nuevas perspectivas y asumes riesgos en su planificación.
Manejas y reorganizas prontamente las prioridades y eres capaz de adaptarte rápidamente a los cambios.
Adaptas tus respuestas y tácticas a las circunstancias cambiantes.
Flexibilizas tu visión de los acontecimientos.
Ahora bien, todas estas capacidades no salen de la nada, implica una forma de pensamiento y de acción. Implica una
capacidad que se puede entrenar.
Es Cristo, que sigue viviendo entre nosotros, Él es la fuente y la cima de toda la vida cristiana, y
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Como dijera a sus discípulos en Galilea, antes de
ascender al Padre. “Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”.
Nuestro amadísimo Redentor cumplió su promesa, cuando en la Última Cena, señaló sobre las
especies del pan y el vino. “Esto es Mi Cuerpo, coman de él; ésta es Mi Sangre, beban de ella, y
hagan esto en conmemoración Mía”.
En la Eucaristía, está presente Cristo con todo Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma, Su Divinidad.
Jesucristo vivo y vivificador, nuestro divino Redentor. De esta manera Nuestro Señor Jesucristo
obró, por su gran amor, el milagro infinito al instituir la Santísima Eucaristía, con la cual participamos
de la Vida eterna mediante la Comunión de su Cuerpo Sacratísimo y de su Sangre Preciosísima.
Así Él habita en nuestros corazones.
La comunión es fuente de energía, la fuerza de la Iglesia Católica, la adquiere del Cuerpo y Sangre
de Cristo nuestro Señor.
Otro efecto de la Eucaristía en el alma de quien la recibe con fe, es que el pensamiento de la muerte
ya no debe quebrantarle, porque quien come Su Carne y bebe Su Sangre tendrá vida eterna y Él
lo resucitará en el último día. Palabras magníficas, palabras santas, palabras de vida pronunciadas
por Cristo que traspasó triunfalmente la puerta de la muerte para resucitar a la vida eterna.
No hay ningún dogma más edificante y que más nos impulse a una vida ideal que el de la Eucaristía.
Así, después de la Comunión, dentro del Sagrado Corazón, laten nuestros corazones y el Salvador
nuestro Dios, inunda nuestras venas con Su sangre que quema y purifica en nosotros, los
pecadores, toda la debilidad y mezquindad para que no quede ni la más leve escoria, para que no
tengamos ni un solo latido que no sea por nuestro Padre Dios y para su gloria.
¿QUÉ ES LA RECONCILIACIÓN?
La Reconciliación (también conocida como confesión) es un sacramento instituido por Jesucristo
en Su amor y misericordia para ofrecer el perdón a los pecadores por las ofensas cometidas a Dios.
Al mismo tiempo, los pecadores se reconcilian con la Iglesia porque está herida por sus pecados.
Cada vez que pecamos, nos herimos a nosotros mismos, a otras personas y a Dios. En la
Reconciliación, reconocemos nuestros pecados ante Dios y Su Iglesia. Expresamos nuestro pesar
de una manera especial, recibimos el perdón de Cristo y su Iglesia, reparamos lo que hemos hecho
y decidimos comportarnos mejor en el futuro.
El perdón de nuestros pecados incluye cuatro partes que son:
El Acto de Contrición: Es un arrepentimiento sincero por haber ofendido a Dios y es el acto
más importante de parte del penitente. No puede perdón de pecados si no nos arrepentimos
y tenemos una firme decisión de no repetir nuestro pecado.
La Confesión: Confrontar nuestros pecados de manera profunda a Dios hablándole —en
voz alta al sacerdote.
La Penitencia: Una parte importante de nuestra sanación es la “penitencia” que el sacerdote
impone para la reparación de nuestros pecados.
La Absolución: el sacerdote dice las palabras por las cuales “Dios, el Padre de la
Misericordia” reconcilia a un pecador con Él mismo a través de los méritos de la Cruz.
¿Cómo hacer una buena confesión?
La confesión no es difícil pero requiere preparación. Debemos empezar con una oración,
ubicándonos ante la presencia de Dios, nuestro Padre Amado. Buscamos sanación con el perdón,
a través del arrepentimiento y una decisión de no pecar más. Entonces revisamos nuestras vidas
desde nuestra última confesión, buscando nuestros pensamientos, palabras y acciones que no
estuvieron conforme al mandamiento de Dios de amarlo a él y a los demás por medio de la
obediencia a sus leyes y las leyes de Su Iglesia. A esto se le llama examen de conciencia.