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En la Corredención, hay que entender primero el concepto de Redención, y luego el prefijo

“Co-” En el término Redención, según el mismo sentido de la palabra, explica la acción de


redimir, no de ser recibido, ni de estar recibiendo (por poner simplemente, los tipos de verbos
en que se suelen explicar categorizar, viendo los perfectamente acabados y los que están en
ejecución), sino que es un sustantivo cuyo significado es la acción de un verbo en acción:
redimir. Hay de cierto un sujeto pasivo, quien es redimido, y el que es el sujeto activo, el que
redime, el Redentor. Este es el significado de la palabra Redención.

El término “Co-” nos transmite una participación en la ejecución del acto de redención, mas no
la participación de si esta participación es del mismo rango y nivel del de la Redención. Este
término mas bien nos da a entender que es posible una participación porque hay un elemento
en común que comparten la Corredención con la Redención. Este elemento en común está en
el mismo nivel constitutivo de la unidad del papel donde está anclado la Redención. En el caso
de Cristo, está anclado en el nivel físico y espiritual (por el alma), que son los componentes de
su naturaleza humana, que son compartidas de modo verdadero con su madre. Ella pues es
por tanto quien corredime en esta calidad de haber dado posibilidad a la Redención que Cristo
vino a traer, pues sin naturaleza humana no se habría podido redimir el género humano.
Algunos dirán que Dios podía haber hecho de algún otro modo la Redención, si él hubiese
querido, pero en realidad no es posible realizar tal empresa, sin salirse de la Verdad de Dios y
del hombre. Dios obra en las leyes puestas, no contraviene nunca el orden ya establecido. Y el
medio de la Redención por su abajamiento a morir en la Cruz por nosotros está en una
congruencia tan perfecta, que debido pues a esta perfección es que hay certeza que no
hubiese podido ser de otro modo, pues el obrar de Dios es lo más perfecto posible, ya que Dios
no tiene opciones de realizar las cosas, sino la única opción que toma es la opción más
perfecta que existe, pues su obrar es siempre perfecto, nunca imperfecto.

Volvamos al tema de la participación de María en la Corredención. María por ser pues quien
otorga el cuerpo al Hijo de Dios, adquiere una participación dentro de este misterio. Ya lo
vemos en nuestra propia experiencia que lo que sufre un hijo, su madre también lo siente. Si
es feliz, ella también es feliz. En el caso del cuerpo, por ser un cuerpo tan límpido y ágil, tan
puro e inmaculado que sabemos ya por la Verdad revelada en este punto ya indiscutible, no
hubo nunca una desvinculación como la que tenemos nosotros con nuestras madres, es decir,
que aunque es fuerte el vínculo afectivo de nuestra madre con nosotros, por un don dado por
Dios, hubo un vínculo más fuerte aún en la madre del Salvador, ya que al estar libre de pecado,
no sólo había una comunicación entre el alma de ella y la de su hijo de modo afectivo, sino que
también hubo una comunicación en el cuerpo, trabajando a manera de una sólo cuerpo
vinculado MADRE-HIJO, a similitud como actuó el cuerpo de Eva, sobre Adán, para llamarle al
apetito del deseo de comer el árbol prohibido. Esto último sobre Adán influenciado de Eva no
quiere decir que haya habido una sóla voluntad, sino que el placer y el deseo que le fue
comunicado a Eva por haber comido el fruto prohibido, hizo que Adán también estuviese
propenso a comer de la fruta, aunque él pudo librarse de ello, si pedía auxilio a Dios, aunque
realmente sabemos. Adán no pudo pensar qué cosa era esa sensación, tampoco fue
experimentar lo mismo que sintió Eva, sino que entendió que a ella le había sucedido algo
novedoso, y se dejó llevar por esa inclinación sensitiva. Es lo que nos sucede ahora como
cuando alguien nos contagia su risa o alguien nos contagia su tristeza; o cuando alguien nos
provoca a ira, aunque podamos resistir, hay una tendencia a sentir esos sentimientos, los
cuales se completarán si asentimos y les damos rienda suelta.
Dicho esto, quiero ahora poner de relieve el tema de María, puesta de pie, a los pies de la Cruz
de Cristo. Este, aunque es un sentido comparativo y metafórico, tiene también un significado
que es importante también explicar. Ella estuvo de pie, en atención no a una receptora más de
la Redención, sino como co-partícipe de la Redención. Sólo Cristo podía redimirnos es cierto,
pero también sólo una persona podía estar de pie delante de Cristo: su Madre. Es cierto que el
apóstol San Juan también estuvo de pie, pero si estamos también atentos al texto bíblico, nos
dice en primer lugar que Jesús le habla a su madre y le dice: Mujer ahí tienes a tu hijo. Ese es el
orden, primero es la madre, luego el hijo, aunque madre e hijo sea una relación simultánea,
pues no puede haber madre sin hijo, pero antes de ser madre, la mujer ya existía. En cambio el
hijo no existía antes, sino que recién empezará a existir cuando sea concebido por su madre.
Entonces, luego de esta aseveración, dice el discípulo: Ahí tienes a tu madre. El discípulo pues
recibe, es receptor de esta maternidad de María. Luego recién puede ser comparado y servir a
su madre. Jesús había designado también la hora de la Pascua como una hora dolorosa, similar
a la de un parto. En este sentido pues también, podemos entender que Jesús está dispuesto
pues a dar todo, porque lo recibió todo. De su padre recibió su misión, de María, recibió el
cuerpo. Ella pues le entregó la totalidad de su ser, y de este modo, participó de la Redención
no pues en calidad de redimida del pecado, pues no lo tuvo, sino que asumió la Redención
activa de Cristo por medio de su participación voluntaria y también su participación corporal
de sufrimiento, que se concentró directamente en el corazón, pues Cristo asumió la totalidad
del pecado en su cuerpo, pero María asumió la totalidad del dolor causado por el pecado en su
corazón. Esta totalidad asumida del dolor, no es lo mismo que el asumir el pecado de los
pecadores, que fue lo que hizo Jesús.

Hay dos modos pues de entender el modo cómo se borran los pecados. Uno de forma directa y
otro de forma indirecta. La forma directa es la remisión por decreto, es decir, la remisión por
levantamiento de la culpa, que consiste en una declaración real, dada por un tribunal. El
tribunal que da esa sentencia es el el Tribunal divino, conformado por la Santísima Trinidad.
Este tribunal pues dictamina sentencia en situaciones de gravedad de culpa, porque el acusado
tiene cuentas por saldar según la Justicia acorde al sentir común de toda la humanidad. Y por
ello debe recibir o castigo, o premio. Pero esto no puede ser participado de modo tangencial,
es decir, por contacto con las realidades del ser supremo, que es el caso de María Santísima.
Ella lo único que puede obtener es la mirada bondadosa de Dios para dar la oportunidad de
que un caso sea absuelto por Dios en favor de alguien, por el simple hecho que ella recurre a
su ser maternal, sin ninguna apelación justa, sino únicamente misericordiosa, porque sería una
“injusticia” que Dios dejase seguir sufriendo a María por causa de que ella ve a alguno de sus
hijos ir hacia la condenación. Es por ello en “justicia a ella” y por misericordia misma que está
unida a ella por el Hijo, que deja que el Hijo pueda perdonar en atención a los ruegos de ella.
Aunque el Hijo es quien absuelve, también se puede decir que ella participa de la absolución,
sin que sea la agente activa de dicha operación.

En lo que sí puede participar directamente es pues en el dolor. Esta también es una forma de
participación corredentora. Debido a que los hijos que no tienen dolor por sus faltas
cometidas, pues se dejaron endurecer, al no haber otro remedio que pueda hacerles entrar en
recapacitación, es María, quien llora y sufre por ellos tal como lo vemos en la profecía dada
por Simeón: “una espada traspasará tu alma”. Ella pues participa del dolor de su Hijo, pero
participa del dolor de quienes no tienen dolor, porque su corazón está endurecido, es decir de
sus hijos contumaces que renegaron de Dios y que están por perderse. Si ella puede sufrir
tanto por estos hijos, ¿qué no podrá hacer por quienes han insultado o blasfemado a Dios,
tanto directamente, como en sus hermanos? Ella hace “justicia”, sufriendo por los que no
sufren y paga a Dios, lo que no pueden pagar estos hijos. Podrá decir alguien que esto tuvo
que pagarlo Cristo, que él es el consumador de la Redención. Es cierto, Cristo tuvo que pagar
los pecados, pero el dolor de los pecados él los sufrió en Getsemaní, él pagó por todos los
pecados obrados desde Adán hasta el último de los hijos de Dios. Pero no puede pagar dos
veces. Dice la misma escritura (Hebreos …) : “Una sola vez murió Cristo para remisión de los
pecados”. Porque la madre sufre dolores no por quienes se arrepintieron, pues ellos le causan
alegría, ya que dice el Señor: “Hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por 99
justos que no tienen necesidad de conversión”. Ella sufre sólo por quienes reinciden en el
pecado, y ese sufrimiento es doble, cuando es causado por el endurecimiento de corazón. La
debilidad humana está prevista dentro del mismo Dios y esto, aunque es también un dolor, no
lo es tanto como la contumacia del hombre. Es por ello que este sufrimiento de María no
puede ser redimido por Cristo, no porque no pueda Cristo redimirlo, sino porque es el mismo
sufrimiento infringido a Cristo, pero por ser contumaz el pecador, requiere que exista siempre
la salvaguardia de uno más, quien abogue por este ser. Esto se da muchas veces. Ante un
culpable que ha vuelto a incidir en un delito, es realmente necesario un cerciorarse por un
tercero, si su arrepentimiento es verdadero. Ya que el que ha perdonado, tendrá desconfianza.
En el caso de Cristo, no es desconfianza, pero el límite de la Redención es la Voluntad del
pecador. En cambio el límite de la Corredención no es la voluntad, sino el vínculo natural, que
es el vínculo de la vida, que María asume como parte de sí, puesto que ella hace partícipe de
su amor a toda la humanidad, ya que ella no se mueve por méritos, sino por preservar la vida.
Ella es la mujer que da vida, que dio a la Vida. No quiere ver en la muerte a nadie, y por ello,
como signo de vida sufre y llora ante la inminente muerte de sus hijos, pidiendo clemencia. Ella
pues pasa por encima de la voluntad del que quiere perderse y le restablece la conciencia
perdida. Ella pues actúa de mediadora para que Dios restablezca la iluminación de la
conciencia y la consecuente apertura a la gracia del arrepentimiento. Porque la vida de este
escrito es para dar a conocer el sentido profundo de la Vida, del Amor, que nuestra Madre
quiere darnos. Y no pensemos más que en ser suyos y ser pues siervos generosos y atentos. Le
dije que sería el loco por María, y miren que no he hecho mucho. Seguiré haciendo todo lo
posible. Gracias Madre mía por amarme, por ser tan gentil, tan hermosa, tan misericordiosa.
Detengámonos a ver la vida del modo más perfecto, entregándonos al amor, dando todo y
sufriendo todo por amor.

Ahora bien, dicho esto, no quiere decir que María se circunscriba únicamente a estas
necesidades extremas de Corredención, sino que es donde se manifiesta de modo más excelso
pues está en el límite de lo permitido para el hombre ante Dios. Y si esto es el límite, se deduce
que hay un obrar también ordinario, común, donde reside su actuar cotidiano. Esto es también
corredención y esto se ve ejemplificado directamente cuando ella pide a su hijo convertir el
agua en vino, durante las bodas en Caná de Galilea. Ella actúa según el proceder del orden
mediador. Aquí no hay corredención propiamente, pero da pie a la explicación de la
Corredención inmanente. Ella siempre tiene un deseo purísimo de que su hijo siempre realice
sus obras de modo perfecto. Ella no es que complete a Cristo, sino que actúa de modo unido,
armónicamente. En este sentido, todo su actuar busca la Unión con su Hijo para que Él logre
salvar al género humano. Pero Cristo no en todo momento tiene para sí un actuar que denote
su Redención. Sin embargo, sabemos que toda su vida terrena, al ser un anonadamiento, de
someterse a las leyes del cuerpo físico y a vivir bajo obediencia, son tenidas en cuenta para
nuestra redención, que se mantiene de modo inmanente en nosotros, desde que hemos sido
bautizados, hasta el momento de la muerte, en que tendremos la plenitud de la Salvación en
nosotros. Esto mismo ocurre en María. Ella no es que continuamente tenga acciones
ejecutoras de corredención. Sin embargo, su actuar unido al de su Hijo le hace partícipe
también de su labor como Redentor inmanente. Ella se convierte en Corredentora inmanente,
desde que tiene la participación en la vida de su Hijo, hasta su Muerte. También como Cristo
que actúa de forma sacramental hasta el fin de los tiempos, ella también actúa de forma
participada a su Hijo en la Pascua de su Hijo. Por eso puede hacernos llegar sus mensajes de
conversión y darnos su fuerza espiritual. Es decir, ella también actúa de modo ordinario, con
un papel sencillo, humilde, pero importante pues también sirve para conducirnos hasta el
último momento de nuestra existencia terrenal.

Habíamos dicho que hay dos modos de perdonar los pecados. Hemos explicado el primer
modo, que es de forma directa, haciendo las diferencias sustanciales de las accidentales en lo
que respecta a quién es el agente activo, quién el agente participativo, que es María y quién es
el receptor de esta Redención, que es el pecador.

Ahora explicaré el segundo modo de perdón de los pecados, que más que perdón habría que
decir remisión, ya que perdón propiamente se le dice al primer modo. El segundo modo es
pues la remisión de pecados veniales, que no requieren una intervención de un juez, sino que
son “perdonadas” por los mismos trabajos y esfuerzos de las personas que, aunque ayudados
por la gracia que está siempre operando en ellas, tienen la oportunidad de resarcir faltas leves,
ejecutando obras buenas. Aquí es donde nos damos cuenta de la diferencia con el primer
modo de perdón. Que hay un componente bueno que subsiste en el pecador, y que le permite
revertir su situación debilitada, pero no muerta. En el primer caso es necesario que exista una
intervención de alguien que perdone la culpa y devuelva la gracia para que el pecador pueda
volver a obrar bien, ya que al estar muerta el alma, no puede resucitarse a sí misma. En
cambio, si el hombre está enfermo, puede ser sanado y requiere que su propio organismo se
defienda de la enfermedad, procurándose las medicinas, y tomando las medidas oportunas
que requiera, descanso, alimentación, etc. Así el hombre guiado por la gracia que reside en él
puede obrar bien, a pesar de sus debilidades y enfermedades. Será óptimo que poco a poco se
vaya sanando.

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