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LA PROBABILIDAD DE LA INDUCCIÓN

Charles S. Peirce (1878)

Traducción castellana de Carmen Ruiz (2001)*

P 121: Popular Science Monthly 12 (Abril 1878): 705-18. [Publicado también en W 3: 290-
305 y en CP 2.669-93]. En este artículo, Peirce continúa desarrollando su teoría de la
probabilidad y da reglas para calcular la probabilidad de múltiples eventos. Compara la
visión conceptualista (que refiere las probabilidades a eventos) con la visión materialista
(que hace de la probabilidad la razón de la frecuencia de los casos favorables entre todos los
casos) y diferencia posibilidad** de probabilidad. Argumenta a favor de la noción de
frecuencia (que sostuvo hasta casi el cambio de siglo) y después conecta sus ideas sobre la
probabilidad con la naturaleza del razonamiento inductivo (o sintético) y el problema de la
inducción, para el que considera necesario apelar a mundos posibles.

Hemos encontrado que todo argumento deriva su fuerza de la verdad general de la clase
de inferencias a que pertenece; y que la probabilidad es la proporción de los argumentos que
conllevan verdad entre los de un género determinado. Esto se expresa muy oportunamente en
la nomenclatura de los lógicos medievales. Ellos llamaban antecedente al hecho expresado
por una premisa, y a lo que sigue de ella su consecuente; mientras que al principio rector, de
que todo (o casi todo) antecedente es seguido por un consecuente, lo denominaban
consecuencia. Empleando este lenguaje, podemos decir que la probabilidad pertenece
exclusivamente a las consecuencias, y que la probabilidad de cualquier consecuencia es el
número de veces en que se dan juntos el antecedente y el consecuente dividido entre el
número total de veces en que el antecedente se da. De esta definición se deducen las
siguientes reglas para la adición y la multiplicación de probabilidades:

Regla para la adición de probabilidades. Dadas las probabilidades separadas de dos


consecuencias que tengan el mismo antecedente y consecuentes incompatibles. Entonces la
suma de estos dos números es la probabilidad de la consecuencia, merced a la que, del mismo
antecedente se sigue uno u otro de los consecuentes.

Regla para la multiplicación de probabilidades. Dadas las probabilidades separadas de


dos consecuencias, "Si A entonces B", y "Si tanto A como B, entonces C". Entonces el
producto de estos dos números es la probabilidad de la consecuencia, "Si A, entonces B y C".

Regla especial para la multiplicación de probabilidades independientes. Dadas las


probabilidades separadas de dos consecuencias que tienen los mismos antecedentes, "Si A,
entonces B", y "Si A, entonces C". Supongamos que estas consecuencias son tales que la
probabilidad de la segunda es igual a la probabilidad de la consecuencia, "Si tanto A como B,

1
entonces C". Entonces el producto de los dos números dados es igual a la probabilidad de la
consecuencia, "Si A, entonces tanto B como C".

Para mostrar el funcionamiento de estas reglas podemos examinar las probabilidades


referentes al lanzamiento de dados. ¿Qué probabilidad hay de sacar un seis con un dado? El
antecedente aquí es el evento de lanzar un dado; el consecuente, que salga un seis. Como el
dado tiene seis caras, que salen todas con igual frecuencia, la probabilidad de que salga una
cualquiera de ellas es 1/6. Supongamos que se tiren dos dados, ¿qué probabilidad hay de
obtener seises? La probabilidad de que en cualquiera de los dos salga un seis es obviamente la
misma cuando se lanzan ambos que cuando se lanza uno solo, a saber, 1/6. La probabilidad de
que en uno cualquiera de ellos aparezca un seis a la vez que en el otro es también la misma
que la de que salga un seis, ya se obtenga tal resultado en el otro o no. Las probabilidades son,
por tanto, independientes; y, según nuestra regla, la probabilidad de que ambos eventos
sucedan juntos es el producto de sus respectivas probabilidades, o 1/6 x 1/6. ¿Qué
probabilidad hay de sacar resultados iguales [deuce-ace]? La probabilidad de que en el primer
dado salga uno y el segundo igual es la misma que la de que en ambos aparezcan seises -a
saber, 1/36; la probabilidad de que en el segundo salga uno y en el primero igual es asimismo
1/36; estos dos eventos -primero, uno; segundo, igual, y segundo uno; primero igual-son
incompatibles. Por tanto, la regla para la adición se mantiene, y la probabilidad de que en uno
salga uno y en el otro igual es 1/36 + 1/36, o 1/18.

De esta manera, pueden resolverse todos los problemas de dados, etc. Cuando se supone
un número de dados tirados muy grande, las matemáticas (que pueden ser definidas como el
arte de formar grupos para facilitar la numeración) acude en nuestra ayuda con ciertos
mecanismos para reducir las dificultades.

II

La concepción de probabilidad como una cuestión de hecho, esto es, como la proporción
de veces en que un suceso de cierto clase está acompañado de un suceso de otra clase, es
calificada por el Sr. Venn de visión materialista del asunto1. Pero se ha considerado a menudo
que la probabilidad es simplemente el grado de creencia que se debe asignar a una
proposición; y este modo de explicar la idea Venn lo denomina visión conceptualista. La
mayoría de los escritores ha mezclado las dos concepciones. Primero, definen la probabilidad
de un evento como la razón que tenemos para creer que ha ocurrido, lo cual es conceptualista;
pero inmediatamente después declaran que es la ratio del número de casos favorables al
evento entre el total número de casos favorables o contrarios, y todos los igualmente posibles.
Esta es una enunciación tolerable de la visión materialista, con la salvedad de que esto
introduce la idea nada clara de casos igualmente posibles en lugar de casos igualmente
frecuentes. La teoría puramente conceptualista ha sido muy bien expuesta por el Sr. De
Morgan en su Lógica formal: o el cálculo de la inferencia, necesaria y probable.

La gran diferencia entre los dos análisis estriba en que los conceptualistas refieren la
probabilidad a un evento, mientras que los materialistas la convierten en la relación de
frecuencia de los eventos de una especie con los de un género por encima de esa especie,
dotándola así de dos términos en lugar de uno. La oposición hacerse manifiesta como sigue:

2
Supongamos que tenemos dos reglas de inferencia, tales que, de todas las preguntas a
cuya solución pueden aplicarse ambas, la primera proporciona un 81/100 de respuestas
correctas, y el 19/100 restante de respuestas incorrectas; mientras que la segunda ofrece
respuestas correctas en un 93/100, y respuestas incorrectas en el restante 7/100. Supongamos,
además, que las dos reglas son enteramente independientes en cuanto su verdad, de tal manera
que la segunda responde correctamente al 93/100 de las preguntas que la primera responde
correctamente, y también 93/100 de las preguntas que la primera responde incorrectamente, y
responde incorrectamente el restante 7/100 de las cuestiones que la primera responde
correctamente, y también el restante 7/100 de las cuestiones que la primera responde
incorrectamente. Entonces, de todas las preguntas a cuya solución pueden aplicarse ambas
reglas:

93/100 de 81/100, o
Las dos responden correctamente
93x81/100x100
La segunda responde correctamente y la primera 93/100 de 19/100, o
incorrectamente 93x19/100x100
La segunda responde incorrectamente y la primera
7/100 de 81/100, o 7x81/100x100
correctamente
Y ambas responden correctamente 7/100 de 19/100, o 7x19/100x100

Supongamos, ahora, que, con referencia a cualquier pregunta, las dos dan la misma
respuesta. Entonces (siendo siempre las preguntas de las que se contestan con un sí o un no),
aquellas con referencia a las cuales coinciden sus respuestas son las mismas que aquellas que
ambas responden correctamente junto con aquellas que ambas responden falsamente, es decir,
93x81 / 100x100 + 7x19 / 100x100 del total. La proporción de aquellas que ambas responden
correctamente entre aquellas en que sus respuestas coinciden es, por tanto,

( 93x81 / 100x100) / ( 98x81 / 100x100 + 7x19 / 100x100 ) ó (93x81) / [ (93x81) +


(7x19) ].

Esta es, por tanto, la probabilidad de que, si ambos modos de inferencia ofrecen el
mismo resultado, ese resultado es correcto. Podemos utilizar aquí convenientemente otro
modo de expresión. La probabilidad es la ratio de los casos favorables entre todos los casos.
En lugar de expresar nuestro resultado en términos de esta ratio, cabe hacer uso de otra: la
ratio de los casos favorables entre los desfavorables. Esta última ratio puede ser llamada la
posibilidad de un evento. Así pues, la posibilidad de una respuesta verdadera según el primer
modo de inferencia es 81/19 y de acuerdo con el segundo es 93/7; y la posibilidad de una
respuesta correcta según ambos, cuando coinciden, es -(81x93) / (19x7) ó (81/19) x (93/7), o
el producto de las posibilidades de que cada uno por separado proporcione una respuesta
verdadera.

Se verá que una posibilidad es una cantidad que puede tener cualquier magnitud, por
grande que sea. Un evento que tiene a su favor un cincuenta por ciento de posibilidades, o 1/1,
tiene una probabilidad de 1/2. Un argumento que tiene un cincuenta por ciento de
posibilidades no puede hacer nada por reforzar a otros, ya que, según la regla, su combinación
con otro sólo multiplicaría la posibilidad de este último por 1.

3
La probabilidad y la posibilidad pertenecen sin duda primariamente a las consecuencias,
y son relativas a las premisas; pero, podemos hablar, no obstante, de la posibilidad de un
evento absolutamente, entendiendo por esto la posibilidad de la combinación de todos los
argumentos con referencia a él, que existen para nosotros en el estado dado de nuestro
conocimiento. Tomada en este sentido, es incontestable que la posibilidad de un evento tiene
una conexión íntima con el grado de nuestra creencia en él. La creencia es ciertamente algo
más que un mero sentimiento; sin embargo, hay un sentimiento de creer, y este sentimiento
varía y debe variar con la posibilidad de la cosa creída, según se deduce de todos los
argumentos. Cualquier cantidad que varía con la posibilidad podría, por tanto, al parecer,
servir como un termómetro para la intensidad peculiar de la creencia. Entre tales cantidades
hay una que es particularmente apropiada. Cuando hay una posibilidad muy grande, el
sentimiento de creencia debería ser muy intenso. La certeza absoluta, o una posibilidad
infinita, nunca puede ser alcanzada por los mortales, y esto puede representarse
adecuadamente con una creencia infinita. Al disminuir la posibilidad el sentimiento de
creencia debería disminuir, hasta que se llegue a un cincuenta por ciento de posibilidades, en
donde aquel se desvanecería completamente y no nos inclinaría a favor ni en contra de ha la
proposición. Cuando la posibilidad se torna menor, brotaría la creencia contraria y debería
aumentar en intensidad conforme disminuya la posibilidad, y al ir ésta casi desvaneciéndose
(lo que jamás puede ocurrir totalmente) la creencia contraria tendería hacia una intensidad
infinita. Ahora bien, hay una cantidad que, más simplemente que cualquier otra, cumple estas
condiciones: es el logaritmo de la posibilidad. Pero hay otra consideración que, si se admite,
ha de decantarnos hacia esta elección en nuestro termómetro. Es la de que nuestra creencia
debería ser proporcional al peso de la evidencia, en el sentido de que dos argumentos que son
enteramente independientes, sin debilitarse ni corroborarse el uno al otro, deberían producir,
cuando concurren, una creencia igual a la suma de las intensidades de la creencia que cada
uno produciría separadamente. Ahora bien, ya hemos visto que las posibilidades de
argumentos independientes que concurren tienen que multiplicarse entre sí para obtener la
posibilidad de su combinación, y, por lo tanto, las cantidades que mejor expresen las
intensidades de creencia deberían ser aquellas que hayan de sumarse cuando las posibilidades
se multipliquen con el fin de producir la cantidad que corresponde a la posibilidad combinada.
Ahora bien, el logaritmo es la única cantidad que cumple esta condición. Hay una ley general
de la sensibilidad, llamada ley psicofísica de Fechner2, según la cual la intensidad de cualquier
sensación es proporcional al logaritmo de la fuerza externa que la produce. En perfecta
armonía con ella se halla esta ley de que el sentimiento de creencia ha de ser como el
logaritmo de la posibilidad, siendo esta última la expresión del estado de cosas que produce la
creencia.

La regla para la combinación de argumentos independientes que concurren adopta una


forma muy sencilla cuando se expresa en términos de la intensidad de la creencia, medida de
la manera propuesta. Es ésta: tomemos la suma de todos los sentimientos de creencia que se
producirían separadamente por todos los argumentos a favor, sustraigamos de ella la suma
similar de los argumentos en contra, y lo que queda es el sentimiento de creencia que en
general debemos tener. Es este un procedimiento al que los hombres recurren a menudo, bajo
el nombre de sopesar las razones.

Estas consideraciones constituyen un argumento a favor de la visión conceptualista. El


meollo de ésta radica en que la probabilidad conjunta de todos los argumentos en nuestro
poder, con referencia a cualquier hecho, debe estar íntimamente conectada con el grado justo
de nuestra creencia en ese hecho; y este punto se complementa con otros varios que muestran
la consistencia de la teoría consigo misma y con el resto de nuestro conocimiento.

4
Pero la probabilidad, para que tenga algún valor, debe expresar un hecho. Es, por tanto,
una cosa que se ha de inferir con evidencia. Consideremos, pues, por un momento la
formación de una creencia de probabilidad. Supóngase que tenemos una gran bolsa de judías,
de la que secretamente se ha sacado una al azar y se ha escondido bajo un dedal. Tenemos que
formar ahora un juicio probable sobre el color de esa judía, extrayendo otras de la bolsa, una a
una, y mirándolas, para meterlas de nuevo y mezclar bien el conjunto después de cada
extracción. Supóngase que la sacada en primer lugar es blanca y la segunda negra.
Concluimos que no existe un inmenso predominio de ninguno de los dos colores, y que hay
algo así como un cincuenta por ciento de posibilidades de que la judía oculta bajo el dedal sea
negra. Pero este juicio puede alterarse por las sucesivas extracciones. Cuando hayamos sacado
diez judías, si 4, 5, ó 6 son blancas, tendremos mayor confianza en que la posibilidad es del
cincuenta por ciento. Cuando hayamos efectuado mil extracciones, si alrededor de la mitad
han sido blancas, tendremos una notable confianza en este resultado. Nos sentiremos entonces
bastante convencidos de que, si tuviéramos que hacer un gran número de apuestas sobre el
color de judías individuales sacadas de la bolsa, podríamos asegurarnos aproximadamente a la
larga apostando cada vez al blanco, confianza que faltaría enteramente si, en lugar de probar
con 1000 extracciones, hubiéramos hecho sólo dos. Ahora bien, como la utilidad cabal de
probabilidad es asegurarnos a largo plazo, y como esa seguridad no depende meramente del
valor de la posibilidad, sino también de la exactitud de la evaluación, se sigue que no
debemos tener el mismo sentimiento de creencia con referencia a todos los eventos cuya
posibilidad es del cincuenta por ciento. En resumen, para expresar el estado propio de nuestra
creencia, no se requiere un número sino dos, dependiendo el primero de la probabilidad
inferida y el segundo de la amplitud de conocimiento en que se basa esa probabilidad 3. Es
verdad que cuando nuestro conocimiento es muy preciso, cuando hemos efectuado muchas
extracciones de la bolsa, o como en la mayoría de los ejemplos de los libros, cuando se sabe
perfectamente el contenido total de la bolsa, el número que expresa la incertidumbre de la
presunta probabilidad y su riesgo de ser modificada por experiencias posteriores puede
volverse insignificante, o desaparecer por completo. Pero, cuando nuestro conocimiento es
muy superficial, este número puede ser incluso más importante que la probabilidad misma; y
cuando no tenemos conocimiento alguno, este número predomina completamente sobre el
otro, de modo que carece de sentido decir que la posibilidad del evento totalmente
desconocido es del cincuenta por ciento (pues lo que no expresa ningún hecho en absoluto no
tiene absolutamente ningún significado), y lo que debe decirse es que la posibilidad es
enteramente indefinida. Percibimos así que la doctrina conceptualista, aunque responde
bastante bien en algunos casos, es bastante inadecuada.

Supóngase que la primera judía que sacamos de nuestra bolsa era negra. Esto constituiría
un argumento, por muy débil que sea, de que la judía del dedal también era negra. Si la
segunda judía saliera también negra, eso sería un segundo argumento independiente que
reforzaría al primero. Si las veinte primeras judías extraídas resultaran todas negras, nuestra
confianza en que la judía escondida fuese negra alcanzaría con justicia una fuerza
considerable. Pero supongamos que la vigésimo primera fuese blanca y que continuáramos
sacando judías hasta encontrar que habíamos extraído 1.010 judías negras y 990 blancas.
Llegaríamos a la conclusión de que nuestras primeras veinte judías fueran negras era
simplemente un accidente extraordinario, y que, en realidad, la proporción de judías blancas
con respeto a las negras era sensiblemente igual, y que había un cincuenta por ciento de
posibilidades de que la judía oculta fuese negra. Sin embargo, de acuerdo con la regla de
sopesar los motivos, puesto que todas las extracciones de judías negras son otros tantos
argumentos independientes en favor de que la del dedal sea negra, y todas las extracciones
blancas son otros tantos argumentos en contra de ello, un exceso de veinte judías negras

5
debería producir el mismo grado de creencia de que la judía escondida era negra, cualquiera
que sea el número total extraído.

En la visión conceptualista de la probabilidad, la ignorancia completa, en la cual el juicio


no debe virar hacia la hipótesis ni desviarse de ella, está representada por la probabilidad 1/24.

Pero supongamos que ignoramos totalmente qué color de pelo tienen los habitantes de
Saturno. Tomemos entonces una carta cromática en la que aparezcan todos los colores
posibles, pasando de uno a otro por grados imperceptibles. En semejante carta, las áreas
relativas ocupadas por las diferentes clases de colores son perfectamente arbitrarias.
Enmarquemos una de tales áreas con una línea cerrada e indaguemos qué posibilidad hay,
según los principios conceptualistas, de que el color del pelo de los habitantes de Saturno
caiga dentro de esa área. La respuesta no puede no puede ser indeterminada, porque debemos
hallarnos en algún estado de creencia; y, realmente, los escritores conceptualistas no admiten
probabilidades indeterminadas. Como no hay certeza sobre la cuestión, la respuesta se
encuentra entre cero y la unidad. Y como los datos no proporcionan ningún valor numérico, el
número habrá de determinarse por la naturaleza misma de la escala de la probabilidad, y no
por cálculo a partir los datos. La respuesta, por lo tanto, sólo puede ser un medio, ya que el
juicio ni favorecería ni se opondría a la hipótesis. Lo que es verdad de esta área es verdad de
cualquier otra; y será igualmente verdad de una tercera área que abarque a las otras dos. Pero
siendo 1/2 la probabilidad de cada una de las áreas menores, la del área mayor debería ser
como mínimo la unidad, lo cual es absurdo.

III

Todos nuestros razonamientos son de dos tipos: 1. Explicativos, analíticos o deductivos;


2. Amplificativos, sintéticos, o (hablando en términos generales) inductivos. En el
razonamiento explicativo, primero se sientan ciertos hechos en las premisas. Estos hechos
son, en cualquier caso, una multitud inagotable, pero a menudo cabe resumirlos en una simple
proposición por medio de alguna regularidad que los atraviesa a todos ellos. Así, tomemos la
proposición de que Sócrates era un hombre; esto implica (por no ir más lejos) que durante
cada fracción de segundo de su vida entera (o, si se prefiere, durante la mayor parte de ellos)
fue un hombre. No aparecía en un instante como un árbol y en otro como un perro; no fluía en
forma de agua, ni se mostraba en dos lugares a la vez; no era posible pasar un dedo a través de
él como si fuese una imagen óptica, etc. Ahora bien, establecidos así los hechos, puede quizá
descubrirse algún orden entre algunos de ellos, no utilizado particularmente al enunciarlos; y
esto nos permitirá introducir parte de ellos o todos en un nuevo enunciado, cuya posibilidad
pudiera haber escapado a nuestra atención. Tal enunciado será la conclusión de una inferencia
analítica. De esta clase son todas las demostraciones matemáticas. Pero el razonamiento
sintético es de otro tipo. En este caso, los hechos resumidos en la conclusión no se hallan
entre los establecidos en las premisas. Son hechos diferentes, como cuando uno ve que la
marea sube m veces y concluye que subirá la próxima vez. Estas son las únicas inferencias
que aumentan nuestro conocimiento real, por muy útiles que puedan ser las otras.

En todos los problemas de probabilidades, hemos dado la frecuencia relativa de ciertos


eventos, y percibimos que en estos hechos se da la frecuencia relativa de otro evento de una
manera encubierta. El enunciar esto constituye la solución. Se trata, pues, de un mero
razonamiento explicativo, y, evidentemente, es por completo inadecuado para la

6
representación del razonamiento sintético, que va más allá de los hechos dados en las
premisas. Hay, por tanto, una imposibilidad manifiesta de rastrear así cualquier probabilidad
para una conclusión sintética.

La mayoría de los tratados sobre la probabilidad contienen una doctrina muy diferente.
Declaran, por ejemplo, que si uno de los antiguos habitantes de las costas del Mediterráneo,
que jamás hubiera oído hablar de las mareas, hubiese ido al golfo de Vizcaya, y hubiese visto
allí subir la marea, digamos m veces, podría saber que habría una probabilidad igual a (m +
1) / (m + 2) de que subiera la próxima vez. En una obra muy conocida de Quételet, se insiste
mucho sobre esto y se hace de ello el fundamento de una teoría del razonamiento inductivo5.

Pero esta solución delata su origen si la aplicamos al caso del hombre que no haya visto
nunca subir la marea; es decir, si suponemos m = 0. En este caso, la probabilidad de que suba
la próxima vez resulta 1/2, o, en otras palabras, la solución entraña el principio conceptualista
de que hay un cincuenta por ciento de posibilidades para un evento totalmente desconocido.
La forma en que se ha alcanzado ha sido la de considerar un gran número de urnas que
contienen todas el mismo número de bolas, parte blancas y parte negras. En una urna todas las
bolas son blancas, otra, contiene una negra y el resto blancas, la tercera, dos negras y las
demás blancas, y así sucesivamente, una urna por cada proporción, hasta llegar a una urna que
sólo contiene bolas negras. Pero la única razón posible para establecer una analogía entre tal
disposición y la de la Naturaleza es el principio de que las alternativas de las que no sabemos
nada deben estimarse como igualmente probables. Pero este principio es absurdo. Hay una
variedad indefinida de modos de enumerar las diferentes posibilidades, los cuales, con la
aplicación de este principio, darían resultados diferentes. Si hay un modo de enumerar las
posibilidades de modo que las haga a todas iguales, no es aquél del que se deriva esta
solución, sino que es el siguiente: imaginemos que tuviéramos un inmenso granero lleno de
bolas negras y blancas bien mezcladas; e imaginemos que cada urna se llenara tomando,
completamente al azar, un número fijo de bolas de este granero. El número relativo de bolas
blancas en el granero podría ser cualquiera, digamos una por cada tres. Entonces, en un tercio
de las urnas la primera bola sería blanca y en dos tercios negra. En un tercio de las urnas cuya
primera bola fuese blanca, y también en un tercio de aquellas en las que la primera bola fuese
negra, la segunda bola sería blanca. De esta manera, tendríamos una distribución como la que
se indica en la siguiente tabla, en donde b representa una bola blanca y n una bola negra. El
lector puede, si le parece, verificar la tabla por sí mismo.

bbbb.
bbbn. bbnb. bnbb. nbbb.
bbbn. bbnb. bnbb. nbbb.
bbnn. bnbn. nbbn. bnnb. nbnb. nnbb.
bbnn. bnbn. nbbn. bnnb. nbnb. nnbb.
bbnn. bnbn. nbbn. bnnb. nbnb. nnbb.
bbnn. bnbn. nbbn. bnnb. nbnb. nnbb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
7
bnnn. nbnn. nnbn. nnnb.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.
nnnn.

En el segundo grupo, donde hay una n, hay dos conjuntos exactamente idénticos; en el
tercero hay 4, en el cuarto 8, y en el quinto 16, duplicándose cada vez. Esto se debe a que
hemos supuesto que en el granero había el doble de bolas negras que blancas; si hubiéramos
supuesto que hubiera 10 veces más, en lugar de

1, 2, 4, 8, 16
conjuntos, habríamos tenido
1, 10, 100, 1000, 10000
conjuntos; por otro lado, si el número de bolas negras y blancas del granero hubiera sido
igual, sólo habría habido un conjunto en cada grupo. Ahora bien, supongamos que se hubieran
sacado dos bolas de una de estas urnas y se encontrara que ambas eran blancas, ¿qué
probabilidad habría de que la siguiente bola fuese blanca? Si las dos extraídas fueran las dos
primeras metidas en las urnas, y la siguiente que se sacara fuese la tercera introducida,
entonces la probabilidad de que esta tercera fuese blanca sería la misma, cualquiera que fuera
el color de las dos primeras, porque se ha supuesto que exactamente la misma proporción de
urnas tenga la tercera bola blanca entre las que tienen las dos primeras blanca-blanca, blanca-
negra, negra-blanca y negra-negra. Así, en este caso, la posibilidad de que la tercera bola
fuera blanca sería la misma cualesquiera que fuesen las dos primeras. Pero, al examinar la
tabla, el lector puede ver que en cada grupo todos los órdenes de las bolas aparecen con igual
frecuencia, de modo que es indiferente si se sacan o no en el orden que fueron introducidas.
De ahí que los colores de las bolas ya extraídas no tengan ninguna influencia sobre la
probabilidad de que las otras sean blancas o negras.

Ahora bien, si hay algún medio de enumerar las posibilidades de la Naturaleza de suerte
que resulten igualmente probables, es claramente una que tendrá que lograr que una
disposición o combinación de los elementos de la Naturaleza sea tan probable como otra, es
decir, una distribución semejante a la que hemos supuesto, y es obvio, por tanto, que la
suposición de que tal cosa puede hacerse, conduce simplemente a la conclusión de que el
razonamiento de la experiencia pasada a la futura carece absolutamente de valor. De hecho,

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desde el momento en que se da por sentado que las posibilidades a favor de algo de lo que
somos totalmente ignorantes son de un cincuenta por ciento, el problema acerca de las mareas
no difiere, en ninguna particularidad aritmética, del caso en que un penique (sabido que es
igualmente probable obtener cara o cruz) salga cara m veces seguidas. En suma, sería admitir
que la Naturaleza es un puro caos, o una combinación fortuita de elementos independientes,
en la que el razonamiento de un hecho a otro sería imposible; y puesto que, según veremos
más adelante, no hay ningún juicio de pura observación sin razonamiento, sería suponer que
toda cognición humana es ilusoria y que no es posible ningún conocimiento real. Sería
suponer que si hemos encontrado el orden de la Naturaleza más o menos regular en el pasado,
esto ha sido por pura racha de suerte, que podemos esperar que ahora haya terminado. Ahora
bien, quizá no tengamos ni un ápice de prueba de lo contrario, pero la razón es innecesaria
con referencia a esta creencia que es la más firme de todas, de la que nadie duda o puede
dudar, y que al ser negada atestiguaría la estupidez de quien lo hiciera.

La probabilidad relativa de esta o de aquella disposición de la Naturaleza es algo de lo


que tendríamos derecho a hablar si hubiera tal abundancia de universos como de moras, si
pudiéramos meter una cantidad de ellos en una bolsa, agitarlos bien, sacar una muestra, y
examinarlos para ver qué proporción de ellos posee una disposición y qué proporción posee
otra. Pero, aun en ese caso, un universo superior nos contendría, respecto a cuyas
disposiciones la concepción de probabilidad no podría tener aplicabilidad alguna.

IV

Hemos examinado el problema propuesto por los conceptualistas, que traducido en un


lenguaje claro, es éste: Dada una conclusión sintética, se requiere averiguar, de todos los
posibles estados de cosas, cuántos concordarán, hasta un punto señalado, con la conclusión; y
hemos hallado que es sólo un intento absurdo reducir la razón sintética a la analítica, y que no
es posible una solución definitiva.

Pero hay otro problema en relación con este tema. Es el siguiente: dado un cierto estado
de cosas, se requiere saber qué proporción de todas las inferencias sintéticas relacionadas con
él serán verdaderas dentro de un grado fijado de aproximación. Ahora bien, no hay ninguna
dificultad en este problema (a excepción de su complicación matemática); ha sido muy
estudiado, y la respuesta es perfectamente conocida. ¿Y no es esto, después de todo, lo que
queremos saber mucho más que lo otro? ¿Por qué habríamos de desear saber la probabilidad
de que el hecho se acomode a nuestra conclusión? Esto implica que estamos interesados en
todos los mundos posibles, y no meramente en aquél en que nos encontramos situados. ¿Por
qué no va a ser mucho más a propósito conocer la probabilidad de que nuestra conclusión se
ajuste al hecho? Uno de estos interrogantes es la primera cuestión enunciada más arriba y el
otro la segunda, y pregunto al lector si no es cierto que, si la gente, en lugar de emplear la
palabra probabilidad sin una aprehensión clara de su significado, hubiera hablado siempre de
frecuencia relativa, no podría podido dejar de ver que lo que quería no era acompañar el
procedimiento sintético de otro analítico, con el fin de averiguar la probabilidad de la
conclusión; sino, por el contrario, empezar por el hecho al que apunta la inferencia sintética y
retroceder hasta los hechos que usa como premisas, con objeto de indagar la probabilidad de
que sean tales que produzcan la verdad.

9
Como no podemos tener una urna con un número infinito de bolas que representen la
inagotabilidad de la Naturaleza, supongamos una con un número finito, en la cual toda bola se
vuelve a introducir después de ser extraída, para que nunca se agoten. Supongamos que una
bola de cada tres es blanca y el resto negras, y que se sacan cuatro bolas. Entonces la tabla de
la sección III representa la frecuencia relativa de las distintas maneras como cabría extraer
estas bolas. Se verá que si debiéramos juzgar por estas cuatro bolas la proporción de la urna,
32 veces de 81 encontraríamos que es 1/4, y 24 veces de 81 encontraríamos que es 1/2, siendo
la verdad 1/3. Ampliar esta tabla a números mayores sería una ardua labor, pero los
matemáticos han descubierto ingeniosas maneras de calcular cuáles serían los números. Se
sabe que, si la proporción verdadera de bolas blancas es p, y se extraen s bolas, entonces el
error de la proporción obtenida mediante la inducción estará:

 La mitad de las veces dentro de un 0’477 x raíz cuadrada de ([2 p (1-p) / s])
 9 de cada 10 dentro de 1’163 x raíz cuadrada de [2 p (1-p) / s]
 99 veces cada 100 dentro de 1’821 x raíz cuadrada de [2 p (1-p) / s]
 999 veces de cada 1.000 dentro de 2’328 x raíz cuadrada de [2 p (1-p) / s]
 9.999 veces de cada 10.000 dentro de 2’751 x raíz cuadrada de [2 p (1-p) / s]
 9.999.999.999 veces de cada 10.000.000.000 dentro de 4’77 x raíz cuadrada de [2 p
(1-p) / s]

El uso de esto puede ilustrarse con un ejemplo. Según el censo de 1870, parece que la
proporción de varones entre los niños blancos nativos, menores de un año, era de 0’5082,
mientras que entre los niños de color de la misma edad la proporción era solamente de
0’4977. La diferencia entre ellas es de 0’0105, o sea, alrededor de un 1 por 100. ¿Puede
atribuirse esto al azar, o existiría siempre esa diferencia entre un gran número de niños
blancos y de color, bajo idénticas circunstancias? Aquí p puede tomarse como 1/2; en
consecuencia, 2p(1-p) es también 1/2. El número de niños blancos contados fue cerca de
1.000.000; por lo cual la fracción de la que ha de extraerse la raíz cuadrada es, más o menos,
1/2.000.000. La raíz es aproximadamente 1/1.400, y esto multiplicado por 0’477 da alrededor
de 0’0003 como el error probable en la ratio de varones entre los blancos, según se obtiene de
la inducción. El número de niños negros fue de unos 150.000, lo que da 0’0008 como error
probable. Vemos que la discrepancia efectiva es diez veces la suma de éstos, y tal resultado
sucedería, de acuerdo con nuestra tabla, sólo en un caso de cada 10.000.000.000 de censos, a
largo plazo.

Puede observarse que cuando el valor real de la probabilidad buscada inductivamente es


muy grande o muy pequeño, el razonamiento es más seguro. Así, supongamos que hubiera en
la realidad en una bola blanca por cada 100 en cierta urna, y que tuviéramos que juzgar sobre
ese número por medio de 100 extracciones. La probabilidad de no sacar ninguna bola blanca
sería 366/1.000; la de sacar una bola blanca sería 370/1.000; la de sacar dos sería 185/1.000;
la de sacar tres sería 61/1.000, la de sacar cuatro sería 15/1.000; la de sacar cinco sería
solamente 3/1.000, etc. Estaríamos así tolerablemente seguros de no incurrir en error en más
de una bola de cada 100.

Parece, pues, que en un sentido podemos, y en otro no podemos, determinar la


probabilidad de la inferencia sintética. Cuando razono de este modo:

Noventa y nueve cretenses de cada cien son mentirosos;


Pero Epiménides es un cretense;
Por tanto, Epiménides es un mentiroso.

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Sé que un razonamiento similar a éste sería verdadero 99 veces de cada 100. Pero cuando
razono en la dirección opuesta:

Minos, Saperdón, Radamanto, Deucalión y Epiménides son todos los cretenses que
puedo recordar;
Pero éstos fueron todos unos atroces embusteros,
Luego casi todos los cretenses deben haber sido embusteros;

No sé en absoluto cuántas veces tal razonamiento me haría estar en lo cierto. Por otro
lado, lo que sí sé es que una proporción definida de cretenses deben haber sido mentirosos, y
que es posible aproximarse probablemente a esta proporción por medio de una inducción a
partir de cinco o seis ejemplos. Aun en el peor de los casos para la probabilidad de semejante
inferencia, aquel en que alrededor de la mitad de los cretenses sean mentirosos, la ratio así
obtenida no sería probablemente errónea en más de 1/6. Hasta aquí lo que sé; pero entonces,
en el presente caso, la inferencia es que casi todos los cretenses son mentirosos, y no sé si
puede no haber una especial improbabilidad en ello.

A finales del siglo pasado, Immanuel Kant formuló la siguiente pregunta: "¿Cómo son
posibles los juicios sintéticos a priori?"6 Por juicios sintéticos entendía los que aseveran un
hecho positivo y no son mero asunto de ordenación; en suma, juicios del tipo que produce el
razonamiento sintético y que el razonamiento analítico no puede proporcionar. Por juicios a
priori entendía tales como el de que todos los objetos exteriores están en el espacio, que todo
evento tiene una causa, etc., proposiciones que según él nunca pueden inferirse de la
experiencia. No tanto por su respuesta a esta pregunta como por el simple planteamiento de
ella, la filosofía en curso de aquel tiempo quedó arruinada y destruida y comenzó una nueva
época en su historia. Pero antes de hacer esa pregunta, debería hecho otra más general:
"¿Cómo son posibles los juicios sintéticos en absoluto?" ¿Cómo es que un hombre puede
observar un hecho y pronunciar al punto un juicio concerniente a otro hecho diferente no
incluido en el primero? Tal razonamiento, como hemos visto, no tiene, al menos en el sentido
usual de la frase, una probabilidad definida; ¿cómo, entonces, puede aumentar nuestro
conocimiento? Esta es una extraña paradoja; el Abad Gratry dice que es un milagro, y que
toda inducción verdadera es una inspiración inmediata de lo alto 7. Respeto esta interpretación
mucho más que múltiples intentos pedantes de resolver la cuestión por medio de ciertos
juegos malabares con las probabilidades, con las formas del silogismo, o con lo que sea. La
respeto porque revela una apreciación de la profundidad del problema, porque asigna una
causa adecuada, y porque está íntimamente conectada -como ha de estarlo la auténtica
explicación- con una filosofía general del universo. Al mismo tiempo, no la acepto porque una
explicación debe dar cuenta de cómo se hace una cosa, y afirmar un perpetuo milagro parece
ser un abandono de toda esperanza de lograrlo, sin justificación suficiente.

Será interesante ver cómo aparecerá la respuesta que dio Kant a su pregunta sobre los
juicios sintéticos a priori si se amplía a la cuestión de los juicios sintéticos en general. Esa
respuesta es que los juicios sintéticos a priori son posibles porque todo lo que es
universalmente verdadero está implícito en las condiciones de experiencia. Apliquemos esto a
un razonamiento sintético general. Yo tomo de una bolsa un puñado de judías; todas ellas son
moradas, e infiero que todas las judías de la bolsa son moradas. ¿Cómo puedo hacer esto?

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Pues bien, según el principio de que todo lo que es universalmente verdadero de mi
experiencia (que es aquí la aparición de estas judías diferentes) está implicado en la condición
de la experiencia. La condición de esta especial experiencia es que todas esas judías fueron
sacadas de esa bolsa. De acuerdo con el principio de Kant, por tanto, todo lo que se declara
verdadero de todas las judías extraídas de la bolsa debe encontrar su explicación en alguna
peculiaridad del contenido de la bolsa. Es ésta una enunciación satisfactoria del principio de la
inducción.

Cuando llegamos a una conclusión deductiva o analítica, nuestra regla de inferencia es


que los hechos de cierto carácter general van acompañados, invariablemente o en una
determinada proporción de casos, por hechos de otro carácter general. Entonces, siendo
nuestra premisa un hecho de la primera clase, inferimos con certeza o con el apropiado grado
de probabilidad la existencia de un hecho de la segunda clase. Pero la regla para la inferencia
sintética es de un tipo diferente. Cuando extraemos una muestra de una bolsa de judías, no
suponemos en absoluto que el hecho de que algunas judías sean moradas entrañe la necesidad,
ni siquiera la probabilidad, de que otras judías lo sean. Por el contrario, el método
conceptualista de tratar las probabilidades, que en rigor se reduce simplemente a su
tratamiento deductivo, conduce cuando se lleva a cabo correctamente al resultado de que una
inferencia sintética sólo tiene un cincuenta por ciento de posibilidades a su favor, o, en otras
palabras, que carece por completo de valor. El color de una judía es enteramente
independiente del de otra. Pero la inferencia sintética se funda en la clasificación de los
hechos, no según sus caracteres, sino conforme al modo de obtenerlos. Su regla es que un
número de hechos obtenidos de un modo dado se asemejará más o menos, en general, a otros
hechos obtenidos del mismo modo; o sea, las experiencias cuyas condiciones son las mismas
tendrán los mismos caracteres generales.

En el primer caso, sabemos que las premisas precisamente similares en su forma a las
dadas producirán conclusiones verdaderas, sólo una vez en un número calculable de
ocasiones. En el segundo caso, sólo sabemos que las premisas obtenidas bajo circunstancias
similares a las dadas (aunque quizá en sí muy diferentes) proporcionarán conclusiones
verdaderas, al menos una vez en un número calculable de ocasiones. Cabe expresar esto
diciendo que en el caso de la inferencia analítica conocemos la probabilidad de nuestra
conclusión (si las premisas son verdaderas), pero en el caso de las inferencias sintéticas sólo
sabemos el grado de fiabilidad de nuestro procedimiento. Como todo conocimiento proviene
de inferencias sintéticas, hemos de inferir igualmente que toda certeza humana consiste
meramente en saber que los procesos de los que se ha derivado nuestro conocimiento son tales
que generalmente deben haber llevado a conclusiones verdaderas.

Aunque una inferencia sintética no puede reducirse nunca a una deducción, sin embargo,
el que la regla de la inducción sea válida a la larga, puede deducirse del principio de que la
realidad es únicamente el objeto de la opinión final a la que conduciría una investigación
suficiente. Que la creencia tiende gradualmente a fijarse a sí misma bajo la influencia de la
indagación es, ciertamente, uno de los hechos con los que la lógica se pone en marcha.

Traducción de Carmen Ruiz

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Notas

* (N. del T.) La traducción se ha realizado a partir del texto original que aparece en The
Essential Peirce. Selected Philosophical Writings. Vol. I, N. Houser y C. Kloesel (eds.),
Indiana University Press, 1992, pp. 156-169, y la he cotejado con la traducción que publicó
Juan Martín Ruiz-Werner en Deducción, Inducción e Hipótesis, Aguilar, Argentina, Buenos
Aires, 1970, pp.35-63.

** (N. del T.) He traducido la palabra chance, que aparece en muchos lugares en este
texto y la palabra possibility, que es también frecuente, indistintamente como "posibilidad".

1. John Venn, The Logic of Chance, Prefacio.(Nota de EP)

2. En el Century Dictionary, Peirce da la siguiente definición de ley: "mientras la fuerza


física de la excitación de un nervio aumenta geométricamente, la sensación aumenta
aritméticamente, de tal manera que la sensación es proporcional al logaritmo de la
excitación... Según Fechner, la sensación total varía directamente con el logaritmo del
estímulo dividido por el estímulo justo suficiente para producir una sensación apreciable".
Para la refutación experimental de Peirce (y de Joseph Jastrow) de la ley, véase W 5: 122-35.
(Nota de EP)

3. Estrictamente, necesitaríamos una serie infinita de números, dependiendo cada uno del
error probable del anterior.

4. "La indecisión perfecta, la creencia que no se inclina ni a un lado ni a otro, igual


probabilidad". De Morgan [Formal Logic (1847)], p. 182.

5. Adolphe Quételet, Théorie des probabilités, parte 2, cap. 1.(Nota de EP)

6. Kant, Crítica de la razón pura, B19.(Nota de EP)

7. Logique. Lo mismo es cierto, según él, de toda acción de diferenciación, pero no de


integración. No nos indica si es la ayuda sobrenatural lo que hace el primer proceso mucho
más fácil8.

8. Véase Gratry, Logique, introducción; libro 1, cap. 1; libro 3, cap. 4 y libro 4, cap. 7.
(Nota de EP)

Fin de "La probabilidad de la inducción", C. S. Peirce (1878). Traducción castellana de


Carmen Ruiz. "The Probability of Induction" corresponde a W 3. 290-305.

Fecha del documento: 21 junio 2001


Ultima actualización: 29 junio 2001

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