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Aretusa

Aretusa (Ovid, Metam. V, 572 - 641)

Demanda la nutricia Ceres, tranquila por su nacida recuperada,

cuál la causa de tu huida, por qué seas, Aretusa, un sagrado manantial.

Callaron las ondas, de cuyo alto manantial la diosa levantó

su cabeza y sus verdes cabellos con la mano secando 575

del caudal Eleo narró los viejos amores.

«Parte yo de las ninfas que hay en la Acaide», dijo,

«una fui: y no que yo con más celo otra los sotos

repasaba ni ponía con más celo otra las mallas.

Pero aunque de mi hermosura nunca yo fama busqué, 580

aunque fuerte era, de hermosa nombre tenía,

y no mi faz a mí, demasiado alabada, me agradaba,

y de la que otras gozar suelen, yo, rústica, de la dote

de mi cuerpo me sonrojaba y un delito el gustar consideraba.

Cansada regresaba, recuerdo, de la estinfálide espesura. 585

Hacía calor y la fatiga duplicaba el gran calor.

Encuentro sin un remolino unas aguas, sin un murmullo pasando,

perspicuas hasta su suelo, a través de las que computable, a lo hondo,

cada guijarro era: cuales tú apenas que pasaban creerías.

Canos sauces daban, y nutrido el álamo por su onda, 590

espontáneamente nacidas sombras a sus riberas inclinadas.


La fontaine du Gros Horloge de Rouen, Jean-Pierre Defrance, 1731

Me acerqué y primero del pie las plantas mojé,

hasta la corva luego, y no con ello contenta, me desciño

y mis suaves vestiduras impongo a un sauce curvo

y desnuda me sumerjo en las aguas. Las cuales, mientras las hiero y traigo, 595

de mil modos deslizándome y mis extendidos brazos lanzo,

no sé qué murmullo sentí en mitad del abismo

y aterrada me puse de pie en la más cercana margen del manantial.


«¿A dónde te apresuras, Aretusa?», el Alfeo desde sus ondas,

«¿A dónde te apresuras?», de nuevo con su ronca boca me había dicho. 600

Tal como estaba huyo sin mis vestidos: la otra ribera

los vestidos míos tenía. Tanto más me acosa y arde,

y porque desnuda estaba le parecí más dispuesta para él.

Así yo corría, así a mí el fiero aquel me apremiaba

como huir al azor, su pluma temblorosa, las palomas, 605

como suele el azor urgir a las trémulas palomas.

Hasta cerca de Orcómeno y de Psófide y del Cilene

y los menalios senos y el helado Erimanto y la Élide

correr aguanté, y no que yo más veloz él.

Pero tolerar más tiempo las carreras yo, en fuerzas desigual, 610

no podía; capaz de soportar era él un largo esfuerzo.

Aun así, también por llanos, por montes cubiertos de árbol,

por rocas incluso y peñas, y por donde camino alguno había, corrí.

El sol estaba a la espalda. Vi preceder, larga,

ante mis pies su sombra si no es que mi temor aquello veía, 615

pero con seguridad el sonido de sus pies me aterraba y el ingente

anhélito de su boca soplaba mis cintas del pelo.

Fatigada por el esfuerzo de la huida: «Ayúdame: préndese», digo,

«a la armera, Diana, tuya, a la que muchas veces diste

a llevar tus arcos y metidas en tu aljaba las flechas». 620

Conmovida la diosa fue, y de entre las espesas nubes cogiendo una,


de mí encima la echó: lustra a la que por tal calina estaba cubierta

el caudal y en su ignorancia alrededor de la hueca nube busca,

dos veces el lugar en donde la diosa me había tapado sin él saberlo rodea

y dos veces: «Io Aretusa, io Aretusa», me llamó. 625

¿Cuánto ánimo entonces el mío, triste de mí, fue? ¿No el que una cordera
puede tener

que a los lobos oye alrededor de los establos altos bramando,

o el de la liebre que en la zarza escondida las hostiles bocas

divisa de los perros y no se atreve a dar a su cuerpo ningún movimiento?

No, aun así, se marchó, y puesto que huellas no divisa 630

más lejos ningunas de pie, vigila la nube y su lugar.

Se apodera de los asediados miembros míos un sudor frío

y azules caen gotas de todo mi cuerpo,

y por donde quiera que el pie movía mana un lago, y de mis cabellos

rocío cae y más rápido que ahora los hechos a ti recuento 635

en licores me muto. Pero entonces reconoce sus amadas

aguas el caudal, y depuesto el rostro que había tomado de hombre

se torna en sus propias ondas para unirse a mí.

La Delia quebró la tierra, y en ciegas cavernas yo sumergida,

soy transportada a Ortigia, la cual a mí, por el cognomen de la divina 640

mía grata, hacia las superiores auras la primera me sacó».


Arethusa.

Exigit alma Ceres, nata secura recepta,


quae tibi causa fugae, cur sis, Arethusa, sacer fons.
Conticuere undae: quarum dea sustulit alto
575fonte caput viridesque manu siccata capillos
fluminis Elei veteres narravit amores.

“Pars ego nympharum quae sunt in Achaide” dixit,


“una fui, nec me studiosius altera saltus
legit nec posuit studiosius altera casses.
580Sed quamvis formae numquam mihi fama petita est,
quamvis fortis eram, formosae nomen habebam.
Nec mea me facies nimium laudata iuvabat,
quaque aliae gaudere solent, ego rustica dote
corporis erubui, crimenque placere putavi.
585Lassa revertebar (memini) Stymphalide silva:
aestus erat, magnumque labor geminaverat aestum.
Invenio sine vertice aquas, sine murmure euntes,
perspicuas ad humum, per quas numerabilis alte
calculus omnis erat, quas tu vix ire putares.
590Cana salicta dabant nutritaque populus unda
sponte sua natas ripis declivibus umbras.
Accessi primumque pedis vestigia tinxi,
poplite deinde tenus: neque eo contenta, recingor
molliaque impono salici velamina curvae
595nudaque mergor aquis. Quas dum ferioque trahoque
mille modis labens excussaque bracchia iacto,
nescio quod medio sensi sub gurgite murmur
territaque insisto propioris margine ripae.
“Quo properas, Arethusa?” suis Alpheus ab undis,
600“quo properas?” iterum rauco mihi dixerat ore.
Sicut eram, fugio sine vestibus: altera vestes
ripa meas habuit. Tanto magis instat et ardet,
et quia nuda fui, sum visa paratior illi.
Sic ego currebam, sic me ferus ille premebat,
605ut fugere accipitrem penna trepidante columbae,
ut solet accipiter trepidas urgere columbas.
Usque sub Orchomenon Psophidaque Cyllenenque
Maenaliosque sinus gelidumque Erymanthon et Elin
currere sustinui; nec me velocior ille.
610Sed tolerare diu cursus ego, viribus impar,
non poteram: longi patiens erat ille laboris.
Per tamen et campos, per opertos arbore montes,
saxa quoque et rupes et qua via nulla, cucurri.
Sol erat a tergo: vidi praecedere longam
615ante pedes umbram, nisi si timor illa videbat;
sed certe sonitusque pedum terrebat et ingens
crinales vittas adflabat anhelitus oris.
Fessa labore fugae “fer opem, deprendimur” inquam,
“armigerae, Diana, tuae, cui saepe dedisti
620ferre tuos arcus inclusaque tela pharetra.”
Mota dea est spissisque ferens e nubibus unam
me super iniecit. Lustrat caligine tectam
amnis et ignarus circum cava nubila quaerit.
Bisque locum, quo me dea texerat inscius ambit
625et bis “io Arethusa io Arethusa!” vocavit.
Quid mihi tunc animi miserae fuit? anne quod agnae est,
siqua lupos audit circum stabula alta frementes,
aut lepori, qui vepre latens hostilia cernit
ora canum nullosque audet dare corpore motus?
630Non tamen abscedit: neque enim vestigia cernit
longius ulla pedum: servat nubemque locumque.
Occupat obsessos sudor mihi frigidus artus,
caeruleaeque cadunt toto de corpore guttae,
quaque pedem movi, manat lacus, eque capillis
635ros cadit, et citius, quam nunc tibi facta renarro,
in latices mutor. Sed enim cognoscit amatas
amnis aquas, positoque viri, quod sumpserat, ore
vertitur in proprias, ut se mihi misceat, undas.
Delia rupit humum; caecisque ego mersa cavernis
640advehor Ortygiam, quae me cognomine divae
grata meae superas eduxit prima sub auras.”

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