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Sumario
1. Evite el infarto: la verdad que no le cuentan los médicos ...................................... 3
Selección de textos sobre salud cardiovascular publicados en Tener S@lud. Si todavía no está suscrito
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Se trata de los vasos sanguíneos, que se deterioran inexorablemente por la presión arterial. Con cada
latido cardíaco se inyecta un volumen de sangre en el interior de las arterias, elevando poderosamente
la presión que las paredes arteriales tienen que soportar y amortiguar cada vez que el corazón late.
Y el corazón de una persona de 80 años habrá latido nada más y nada menos que 3.000 millones de
veces a lo largo de su vida.
Los tubos que llevan el agua son comparables a las arterias, que llevan la sangre hasta los órganos.
Las arterias son vasos sanguíneos sólidos y gruesos, ya que la sangre circula a alta presión por ellos,
y no se pueden resquebrajar. Aún así, tienen una cierta elasticidad para adaptarse a las variaciones del
flujo sanguíneo, según las necesidades de los órganos.
Las cañerías que evacuan la sangre de los órganos y la llevan hasta el corazón para que la filtren los
pulmones y luego ser devuelta al organismo son las venas. Éstas son flexibles y poco sólidas, pero ello
no supone ningún problema para la sangre, que puede fluir por ellas tranquilamente.
Como el agua del hogar, la sangre que, gracias a la presión, se distribuye por las arterias, está limpia,
por eso las arterias son de color claro. La sangre que circula por los tubos flexibles, las venas, está
sucia y tiene un color oscuro.
Los riñones y los pulmones actúan como “depuradoras”, filtrando los residuos y recargando la sangre
con oxígeno. El hígado es la principal “gasolinera”, al llenar la sangre de glucosa, que sirve de car-
burante para las células.
Este “milagro” permanente se debe a una fina capa de células que tapiza el interior de las arterias y
que recibe el nombre de endotelio. Estas células fabrican un producto anticoagulante que permite a la
sangre deslizarse como el agua por las plumas de un pato, sin que se adhiera nunca a la pared.
Por desgracia, el tabaco, los radicales libres (moléculas oxidantes), la homocisteína (sustancia infla-
matoria), la mala alimentación o el modo de vida sedentario atacan constantemente el endotelio de
las arterias.
Cuando el endotelio se degrada, las plaquetas sanguíneas se unen y forman un pequeño coágulo. El
endotelio posee agentes capaces de prevenir y disolver el coágulo formado, pero no siempre ocurre
así. Una lesión trombótica (coagulación dentro del vaso) se produce por una lesión previa de la arteria,
generalmente vinculada a una disfunción endotelial.
La función de las plaquetas es impedir que haya pérdidas de sangre. Por eso, a la más mínima apertura
de una vena o de una arteria, acuden las plaquetas sanguíneas, se pegan entre ellas y forman un tapón
en el lugar dañado. A continuación, se ponen encima unos filamentos en forma de red de pescador
constituidos por una proteína conocida como fibrina, a la que se enganchan los glóbulos rojos, los gló-
bulos blancos y la trombina, hasta que el tapón se vuelve duro y sólido, casi irrompible. Este proceso
es la coagulación, y es el mismo mecanismo que detiene las hemorragias y forma las costras en la piel.
La arterioesclerosis puede desaparecer, sobre todo si es reciente, pero si el modo de vida nocivo que
lo causó se prolonga, el fenómeno vuelve a repetirse una y otra vez. Al cabo de unas decenas de años,
la cicatriz será mucho más grande, del mismo modo que el ateroma, y la arteria puede taponarse (una
lesión significativa es la que obstruye la luz interna de la arteria en un 50-70%; a partir del 75% se
trataría de una lesión severa; y si es del 90% o más de una lesión muy severa).
Cuando se forma un gran coágulo en las arterias, el órgano que espera que llegue la sangre queda pri-
vado de oxígeno y de glucosa y, si la situación se prolonga, muere. Es particularmente grave cuando
el órgano al que nos referimos es el corazón, el cerebro, los riñones, los ojos o incluso las piernas... Es
lo que llamamos una trombosis, que puede acabar desembocando en un infarto de miocardio (muerte
de las células del corazón) o, a veces, en un accidente cerebrovascular (ACV).
El fenómeno de la arterioesclerosis se da a menudo en las arterias coronarias, que son las que alimen-
tan con oxígeno y glucosa el músculo del corazón (se llaman coronarias porque forman una corona
alrededor del corazón).
Si la aterotrombosis oclusiva completa afecta a una arteria coronaria principal, se producirá un infarto
de miocardio, cuya mortalidad en las primeras horas es muy elevada (superior al 25%).
Esta observación ha conducido a la cardiología moderna a dar a las personas que padecen arterioescle-
rosis medicamentos que hacen disminuir la tasa de colesterol en la sangre. Los manuales de medicina
enseñan que, haciendo descender la tasa de colesterol, se reduce el avance de la arterioesclerosis y con
él el riesgo de que se forme un coágulo que acabe provocando una trombosis.
Pero disminuir la tasa de colesterol no es muy eficaz. De hecho, el colesterol no es la causa de la ar-
terioesclerosis, ni interviene en absoluto en la formación del coágulo.
Y, por desgracia, los medicamentos contra el colesterol tienen numerosos efectos indeseables: dolores
musculares y de los ligamentos, impotencia en el hombre, problemas de memoria y quizás incluso un
incremento del riesgo de padecer cáncer. 1, 2, 3, 4
Es cierto, y es exactamente lo que en general recomiendan los cardiólogos, puesto que prescriben una
pequeña dosis diaria de aspirina, que impide la agregación de las plaquetas.
El problema es que si impide que la sangre coagule, aumenta el riesgo de hemorragia en la arterioes-
clerosis. Una hemorragia que, como ya hemos dicho, puede también ser la causa del brutal creci-
miento de la arterioesclerosis y de la obstrucción total de la arteria.
Por otro lado, el 40% de los ACV están provocados por una hemorragia cerebral, que también es la
consecuencia de un fallo de coagulación de la sangre.
Algunas personas sufren ACV hemorrágicos sin tomar anticoagulantes, pero es porque su modo de
vida (falta de deporte en primer lugar) y la alimentación (exceso de omega 6 y falta de omega 3) hacen
que la sangre coagule mal. En otros casos, los ACV hemorrágicos se producen por hipertensión arte-
rial descontrolada o por diabetes de difícil control.
Así pues, entenderá que tomar medicamentos anticoagulantes no es para nada la mejor solución para
evitar los accidentes, salvo en casos de urgencia (para disolver un coágulo ya formado).
Es el famoso by-pass coronario. Hasta hace poco se trataba de una operación extremadamente seria.
Se necesita anestesia general y abrirle el tórax para llegar al corazón. Además, hay que derivar la
sangre hacia una bomba externa para oxigenarla y volver a inyectarla en los vasos, un sistema im-
prescindible para la supervivencia del paciente, pero que al organismo no le suele gustar, en especial
cuando la operación se prolonga.
Actualmente unos robots se dedican a hacer los by-passes sin abrir el tórax y sin que la sangre circule
fuera del cuerpo pero, de todos modos, el by-pass quirúrgico es el último recurso. Como los medica-
mentos anticoagulantes, puede salvar vidas en caso de urgencia.
By-passes aortocoronarios hay de dos clases: los que utilizan venas periféricas (por ejemplo, safena)
para conectar la raíz de la aorta con la arteria coronaria por debajo de la lesión, y los que tomando otras
arterias (por ejemplo, la mamaria) la conectan a la arteria afectada distalmente a la lesión.
Cuando a uno de los órganos le falta realmente sangre, cuando la arteria que la hace llegar es real-
mente demasiado estrecha, tiene lugar un fenómeno de “by-pass natural”. Crecen nuevas arterias
solitas para desviar la estenosis sin que haya necesidad de operarle (aunque este fenómeno de neofor-
mación vascular no ocurre en todos los casos).
Este fenómeno se produce si se lo pide real y regularmente a su órgano. En otras palabras, cuando
lleva una vida sana, no sedentaria, con un mínimo de 30 minutos diarios de actividad física de sufi-
ciente intensidad (es decir, que le haga sudar).
Si ha pasado por un by-pass y no practica ejercicio, las mismas causas van a producir los mismos
efectos, y las nuevas arterias rápidamente se van a volver a esclerosar. Estará obligado a pasar por el
quirófano otra vez, con todos los riesgos que conlleva (y los costes para la comunidad).
La técnica del by-pass tendría que haberse convertido en algo exótico, que sólo se utilizara en casos
de urgencia, ya que el by-pass natural es más eficaz, conlleva menos riesgos y es menos costoso. Los
cambios en el modo de vida deberían fomentarse desde la cardiología, pero no se hace, ya que los
cardiólogos creyeron descubrir la panacea frente a la arterioesclerosis con la técnica de la angioplastia
a finales de la década de 1970 y luego con el stenting a finales de la de 1980.
El cirujano interviene directamente en las arterias coronarias con un alambre teledirigido, llamado
catéter. El catéter sube hasta el lugar de la estenosis y tritura la placa de ateroma mediante el inflado
a varias atmósferas con suero fisiológico de un baloncillo de látex situado en el extremo distal del
catéter.
«Que no tiene nada que ver con eso», respondieron los cardiólogos a finales de la década de 1980, una
vez confirmados los enormes límites de esta técnica. «Colocaremos en la arteria un muelle especial
para impedir que se estreche de nuevo». A este invento se le bautizó como “stent”, y desde entonces
se empezaron a poner stents por todas partes, olvidando que:
1. Una vez colocado, el stent no se puede retirar; si provoca un problema... el paciente deberá
aprender a vivir (o a morir) con él.
2. El stent, como ya supondrá, no es liso como el endotelio, sino que, por el contrario, a las pla-
quetas sanguíneas les encanta pegarse a él y formar un coágulo, lo que obliga a suministrar al
operado medicamentos antiagregantes (el tipo de la aspirina o el clopidogrel) que aumentan el
riesgo de hemorragia (entre ellos el ACV hemorrágico).
3. De todas formas, algunos elementos procoagulantes de la sangre pueden invadir el stent, provo-
car una nueva trombosis y acabar por ocluirlo (lo que ocurre en el 25% de los casos).
«No tiene nada que ver con eso», volvieron a responder los estudiosos en cardiología.
Así, a principios de la década de los 2000 inventaron el stent “activo”, es decir, forrado de sustancias
que bloquean la reestenosis (son los llamados stents “impregnados” o “medicalizados” con rapami-
cina, también conocida como sirólimus, que inhiben la trombosis intra-stent). Sí, de acuerdo, pero,
en este caso, aunque las células endoteliales no vuelvan al stent, el paciente debe seguir tomando
antiagregantes durante años.
Ahora bien, quien dice tomar medicamentos antiagregantes a largo plazo dice no sólo riesgo hemo-
rrágico, sino también úlceras en el estómago; de ahí la necesidad de tomar medicamentos contra la
acidez, que tienen el (enorme) inconveniente de impedir una buena digestión de los alimentos y pro-
vocan carencias en nutrientes esenciales.
Desde 2007 se empezaron a dar cuenta de que ACV hemorrágicos se habían extendido más de lo que
se pensaba (el 40% de los casos) y que, entre el 60% restante, el 40% era de causa no conocida.
En la actualidad se reconoce la utilidad limitada de las estatinas, se tiende a ser más permisivo en el
consumo de algunas grasas y se sigue creyendo firmemente en la utilidad de las medidas preventivas
(dieta y ejercicio), y sólo se apuesta por medidas como la angioplastia más stent o la cirugía del by-
pass aortocoronario cuando las circunstancias lo indican como la única alternativa.
En 2004, el cardiólogo alemán Rainer Hambrecht se hizo famoso al comparar dos grupos de personas
que sufrían estenosis coronaria. El primer grupo no se sometió a ninguna operación, no tomó ningún
medicamento y practicaba ejercicio de forma moderada. El otro grupo se deshizo de su estenosis colo-
cando un stent y volvieron a su vida anterior. Al cabo de 12 meses, el 42% de los pacientes que recibió
un stent había tenido complicaciones, frente a tan sólo el 12% del grupo que cambió de estilo de vida.
Además, en este grupo que hacía ejercicio, los pacientes evidentemente estaban en mejor forma.
Por lo tanto, con la máxima celeridad, hay que dejar de atiborrar de medicamentos a las personas en-
fermas del corazón y de las arterias, y hay que evitar, en la medida de lo posible, toda operación que
no sea urgente. Por el contrario, las personas que padezcan arterioesclerosis o que hayan tenido un
accidente cardiovascular deben darse prisa y recuperar un modo de vida sano, con ejercicio moderado
todos los días, siguiendo la dieta mediterránea (por ejemplo la dieta cretense, que es la tradicional de
los habitantes de Creta, basada en frutas, verduras, legumbres, cereales poco refinados, aceite de oliva,
sazonar con ajo, cebolla, perejil, albahaca, eneldo, etc.) y, sobre todo, sin tomar medicamentos contra
el colesterol, ineficaces para prevenir los accidentes, pero con posibles efectos secundarios graves.
En nuestra época, a menudo nos vemos atrapados en un ciclo infernal que nos hace creer que incluso
practicar deporte de modo habitual y preparar a fuego lento platos ecológicos es algo totalmente utó-
pico.
«Para aguantar el tipo, fumo; para relajarme, fumo; sacrifico la calidad de las comidas e incluso,
para ir más rápido, me salto las comidas… y dedicar dos o tres veces por semana al footing es la
última de mis intenciones, porque fumo y mi mala nutrición me sume en un estado de fatiga crónica»5
Así se resume el problema y la tentación a veces irresistible que supone para los cardiólogos recetar
sencillamente medicamentos para bajar la presión arterial, la tasa de colesterol y la coagulación de sus
pacientes, así como proponerles operaciones quirúrgicas.
Los medicamentos los puede ir a buscar cualquiera a la farmacia y tomarlos dos o tres veces al día
acompañados de un vaso de agua. Las operaciones cuestan más caras, pero aun así basta con reservar
hora en el quirófano. El paciente llega por la mañana, le ponen anestesia y sale unos días más tarde.
Así es como se organiza nuestro sistema de salud.
Por el contrario, introducir cambios en el estilo de vida (modificar la dieta, hacer ejercicio físico,
adelgazar, etc.) no siempre es fácil y muchos pacientes, no suficientemente bien informados por los
médicos, no aceptan estos cambios, con lo que la eficacia del enfoque terapéutico queda seriamente
reducido.
Porque decidirse a cambiar radicalmente de estilo de vida pone en duda gran cantidad de cosas.
Uno se pregunta: ¿Por qué debería hacer este esfuerzo? ¿Qué me va a motivar realmente a levantarme
cada mañana y salir a hacer ejercicio? ¿Cómo renuncio a todos esos alimentos que sé que hacen daño a
la salud pero que me son imprescindibles para levantar el ánimo y soportar las frustraciones de la vida
diaria? ¿De dónde saco la energía para cambiar de profesión e irme a vivir a un lugar donde ganaré
menos, sin duda, donde estaré menos reconocido, pero donde llevaré una vida sana, que me permitirá
vivir más tiempo y con una mejor salud? En el fondo, ¿tengo realmente ganas de mejorar?
Para responder a todas estas preguntas, no basta con una simple receta médica, ni incluso con varias
sesiones en el psicólogo.
Se trata de toda una reflexión sobre “por qué vivo” y “para qué vivo” que hay que emprender. Corre-
gir, a veces desde cero, las malas elecciones que se han tomado a lo largo de la vida.
Fuentes:
1. Véase el estudio ILLUMINATE de 2007, publicado en el New England Journal of Medicine.
2. S. Sultan and N. Hynes, “The Ugly Side of Statins. Systemic Appraisal of the Contemporary
Un-Known Unknowns,” Open Journal of Endocrine and Metabolic Diseases, Vol. 3 Nº. 3,
2013. p. 179-185. doi: 10.4236/ojemd.2013.33025.
3. S. Sultan and N. Hynes, “The Ugly Side of Statins. Systemic Appraisal of the Contemporary
Un-Known Unknowns,” Open Journal of Endocrine and Metabolic Diseases, Vol. 3 Nº. 3,
2013. p. 179-185. doi: 10.4236/ojemd.2013.33025.
4. Véase el estudio sueco publicado en junio de 2013 en la revista científica PlosOne.
5. Thierry Souccar Editions. Véase la página 199.
La confesión de un cardiólogo
“Nosotros los médicos, por nuestros conocimientos, nuestra experiencia y nuestra autoridad, tene-
mos habitualmente un ego muy grande que nos impide admitir nuestros errores. Pues bien, allá voy:
reconozco abiertamente que me he equivocado. Después de 25 años de experiencia como cirujano
cardiovascular, con más de 5.000 operaciones a corazón abierto a mis espaldas, ha llegado el día de
reparar el daño partiendo de fundamentos médicos y científicos1.”
Estas son las primeras palabras de un texto que publicó en internet un cirujano cardiovascular nortea-
mericano, el Dr. Dwight Lundell, y que por supuesto se ha extendido por toda la red provocando más
de 200.000 “me gusta” en Facebook.
Este cirujano continúa diciendo que por fin ha descubierto que una dieta a base de productos fres-
cos, naturales y no transformados, cuando se lleva un estilo de vida sano realizando ejercicio físico
moderado (pasear con asiduidad), permite prevenir e incluso curar las enfermedades del corazón, la
hipertensión, la diabetes y el alzheimer.
En su texto recuerda las dos décadas y media que ha pasado recetando a sus pacientes medicamentos
para reducir el nivel de colesterol (fibratos, estatinas) y recomendándoles, equivocadamente, una dieta
baja en grasas. Explica que se dio cuenta de su error no hace mucho tiempo, que renunció a seguir
ejerciendo la medicina y que ahora se dedica a la prevención de enfermedades del corazón. (Este es
un mensaje privado para el Dr. Dwight Lundell: si lee esto, por favor envíenos su CV. ¡En Tener S@
lud nos encantaría contar con personas como usted!)
Esta inflamación hace que el colesterol se pegue a las paredes de las arterias y, al entrar en contacto
con otros elementos (plaquetas, calcio), forme la placa arterial que reduce el diámetro de las arterias
aumentando el riesgo de que un coágulo de sangre se quede atascado y provoque una embolia, un
infarto o un accidente cerebrovascular (ACV).
“Tener varios picos de glucemia (azúcar en la sangre) al día, un día sí y otro también, equivale a
pasar una lija por la delicada pared interna de los vasos sanguíneos”, explica. “Y yo he visto lo que
eso provoca en miles de arterias”.
Cuando tras la ingerir alimentos, en especial carbohidratos de absorción rápida, se produce un pico de
hiperglucemia, determinados factores asociados a la subida de azúcar, como los productos de glicación
avanzada o los triglicéridos acompañantes, dañan el endotelio (la capa más interna de las arterias y, por
tanto, la que contacta directamente con el flujo sanguíneo) modificando sus condiciones fisiológicas, lo
que se traduce en una menor producción del más potente vasodilatador conocido: el óxido nítrico, así
como de las prostaglandinas, aumentando al mismo tiempo la permeabilidad del endotelio al colesterol
y al calcio, lo que aumenta las posibilidades para el desarrollo arterioesclerótico. Además, el efecto de
cizallamiento de la corriente sanguínea, bajo esas circunstancias, hace todavía más vulnerable al endo-
telio. En definitiva, la sobrecarga glucémica actúa como un potente cepillo metálico sobre esa finísima
capa unicelular a la que llamamos endotelio y del que depende la salud de nuestras arterias.
“Deténgase un momento y trate de visualizar un cepillo metálico que fricciona una y otra vez la piel tierna
hasta enrojecerla y hacer que sangre”, escribe el Dr. Lundell. “Es una manera muy gráfica de entender
el proceso inflamatorio que puede estar desarrollándose en nuestro cuerpo en este mismo momento2.”
Omega-6 y omega-3
El Dr. Lundell no echa la culpa sólo a los carbohidratos refinados, sino también al desequilibrio exis-
tente entre los aportes de ácidos grasos omega-6 y omega-3 en la alimentación moderna. Tomar de-
masiado omega-6 provoca inflamación, y eso es lo que les está pasando a los occidentales con aceites
como el de girasol o el de maíz, que utilizan para cocinar debido a su precio económico.
Con esto se ha conseguido que sean completamente ignorados todos los avances realizados en estos
últimos diez años demostrando que tanto los hidratos de carbono llamados “complejos” como los
cereales, la pasta y las pizzas pueden incrementar el nivel de azúcar en la sangre igual de rápido que
los terrones de azúcar.
Fuentes:
1. 2. Heart surgeon declares on what really causes heart illness
3. Pirámide NAOS. Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición. Ministerio de
Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad”.
Todo el mundo - o casi todo el mundo-, se lo cree, aunque muy pocos sepan qué quiere decir exacta-
mente grasas “saturadas”. ¿Pero eso importa? No es necesario haber estudiado la carrera de Medicina
para imaginarse que algo “saturado” es sin lugar a dudas malo para la salud, ¿no?
“¡Estoy saturado!”
En realidad un ácido graso “saturado” es simplemente una grasa en la que todos los átomos de car-
bono están unidos con el máximo número posible de átomos de hidrógeno. Todos los enlaces con los
átomos de carbono están ocupados (saturados), por lo que no es posible añadir otro más, ya sea de
óxigeno, hidrógeno o nitrógeno.
Como consecuencia, la molécula es más estable y menos susceptible de oxidarse. Eso es bueno, ya
que las grasas oxidadas son bastante perjudiciales para la salud. Según varios estudios, el colesterol
oxidado es un marcador de la arterioesclerosis, el envejecimiento y estrechamiento de las arterias, y
se encuentra en el origen de los ataques al corazón1.
La tribus del mundo que han mantenido un modo de vida tradicional ingieren también muchas grasas.
Ahí tenemos a los inuit (esquimales) del Ártico que hasta hace poco comían básicamente grasa de
foca, morsa, ballena y pescado azul, que contienen una proporción enorme de grasas.
Los masai, una etnia seminómada que vive de la ganadería y la caza en Kenia, se alimenta sobre todo
de una mezcla de leche y sangre que obtienen de los terneros sin llegar a matarlos, a la que añaden
plantas, raíces, cortezas y muchos vegetales. En este caso su dieta es muy rica en grasas saturadas.
Lo mismo ocurre con los tokelauanos, que viven en un archipiélago del Pacífico dependiente de Nueva
Zelanda y que se alimentan a base de coco y pescado. Tanto unos como otros poseen unos índices muy
bajos de mortalidad por enfermedades cardiovasculares.
Este hecho lo corrobora el rico contenido en grasas de la lecha materna humana, que está formada
en un 54% por ácidos grasos saturados. La leche materna es el alimento perfecto para el desarrollo
de los bebés, y su alto contenido en grasas saturadas no es ni mucho menos un error de la naturaleza.
En 2010, un destacado estudio llevado a cabo con más de 347.000 personas no encontró ninguna re-
lación entre el consumo de grasas saturadas y el riesgo de infarto, accidente cerebro vascular (ACV)
o demás enfermedades cardiovasculares2.
Otro estudio publicado en 2010 en la revista médica American Journal of Clinical Nutrition demostró
que las personas que desean reducir su riesgo cardiovascular no tienen que disminuir su consumo de
grasas, sino más bien de glúcidos, entre los que se encuentran las féculas y el almidón (y por tanto, el
pan, la pasta y los cereales, incluidos los integrales)3.
Las personas que reducen su consumo de grasas saturadas y las sustituyen por glúcidos refinados (pan
blanco, pasta, patatas…) aumentan su resistencia a la insulina, sus problemas de obesidad, de dislipi-
demia (nivel anormal de lípidos en la sangre), su nivel de triglicéridos y el colesterol.
De hecho, esa moda presente desde los años sesenta que consiste en comer más hidratos de carbono
(sobre todo cereales) y menos grasas es la responsable del aumento de la obesidad, la diabetes y las
enfermedades del corazón. No es una casualidad que en esa época sólo una persona de cada cien fuera
obesa (¡incluso en Estados Unidos!) y apenas se conocieran las enfermedades coronarias.
E incluso cuesta más aún creer que en 1950 hubiera tan solo unos cien cardiólogos ejerciendo en toda
España y ¡hoy ya son 4.000!
Porque si es verdad que tomamos mucha carne roja y grasas saturadas, nuestra dieta también es peli-
grosamente rica en azúcares y glúcidos refinados.
Los alimentos que ocupan los primeros puestos en cuanto a consumo en los países industrializados
son el pan, los cereales, los sándwiches, las pastas, las pizzas, las galletas, los pasteles, la bollería
industrial, los postres de todo tipo, las patatas de bolsa y los fritos y aperitivos a base de patata, que
son hidratos de carbono. La mayoría de los anuncios de alimentación están dedicados a este tipo de
productos, ya que todos ellos se elaboran a partir de materias primas de la gama y precio más bajos.
Sin embargo, si se les añade mucha sal o azúcar, aromas y colorantes, y se presentan en envoltorios
bonitos de muchos colores, se acaban vendiendo con un gran margen. Eso permite financiar las inver-
siones en marketing garantizándole al fabricante la rentabilidad.
Es mucho más difícil realizar acciones de este tipo con productos que ya son caros desde la base, como
los aceites y verduras de alta calidad, la carne, el pescado o los frutos secos o rojos, que son buenos
para la salud. Por eso la publicidad de estos productos es escasa, por no decir inexistente.
Por desgracia, comer demasiado omega-6 y muy poco omega-3 conlleva un estado crónico inflama-
torio en el cuerpo, lo que aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular y cáncer.
Haga todo lo que esté en su mano para reducir su consumo de omega-6 y aumentar el de omega-3.
Sepa que el aceite de oliva no tiene ni uno ni otro, pero es un omega 9 en su conjunto bueno para la
salud, siempre y cuando sea extra virgen y proceda de la primera presión en frío.
Las grasas que se fabrican así se conservan durante más tiempo en los almacenes y estanterías de las
tiendas, pero perjudican gravemente la salud cardiovascular.
No es fácil convencerse de que es justamente al contrario. Que en una tostada con mantequilla, lo que
es malo es el pan, y lo que es bueno, la mantequilla. Y que en un frito, lo que es malo es la patata y
lo que es bueno, ¡la grasa! Bueno, en este último punto reconozco que estoy exagerando, porque los
fritos plantean el problema de que se cocinan a una temperatura demasiado alta (de 220 a 240ºC), lo
que hace que la grasa sea tóxica y produzca un fenómeno de “glicación”, muy dañino para la salud.
La glicación es un proceso de transformación de los azúcares que puede hacerse tanto en la elabo-
ración industrial de los hidratos de carbono como de un modo natural dentro del organismo. Los
productos derivados de la glicación (PGA = productos de glicación avanzada) son muy perjudiciales
para la salud.
Quiero que entienda el mensaje que quiero hacerle llegar. Las grasas saturadas son esenciales para
la salud y ayudan a nuestro cuerpo a funcionar mejor. Garantizan un gran número de funciones
importantes del corazón, los pulmones, el hígado, los huesos y el sistema inmunitario. Entran en la
composición de las hormonas y de las membranas de las células y regulan la sensación de saciedad.
De hecho, uno de las grandes inconvenientes de las dietas pobres en grasa es que provocan una in-
contenible sensación de hambre, que provoca mal humor, irritabilidad, incluso depresión y pérdida
de las ganas de vivir.
Fuentes:
1. Am J Clin Nutr. Marzo 2010;91(3):535-46. doi: 10.3945/ajcn.2009.27725. Epub 13 ene
2010.
2. Am J Clin Nutr. Marzo 2010 vol. 91 no. 3 502-509
3. Estudio de impacto presentado en la American Heart Association en Dallas (Texas) y rea-
lizada por un equipo dirigido por Gitanjali M. Singh, de la Escuela de Salud Pública de
Harvard (19.03.2013).
Estas intervenciones sólo son eficaces en casos de urgencia, como infartos, trombosis, determinados
accidentes cerebrovasculares (ACV) o ante el riesgo inminente de un accidente vascular; pero el único
modo de tener a largo plazo un corazón y unas arterias sanos es cambiando el modo de vida: practi-
cando ejercicio físico, cuidando la alimentación y dejando de fumar si es que lo hace.
Pero, ¿ha disminuido con ello su riesgo de morir? Por desgracia, no. Y es que las cosas no son tan
sencillas.
Lo único que consiguen las estatinas es impedir que el hígado fabrique colesterol, pero no reducen el
riesgo cardíaco, ya que los accidentes de este tipo, en la mayoría de los casos, están provocados por
un coágulo sanguíneo que tapona una arteria. Y el colesterol no interviene en ningún caso en la forma-
ción de este coágulo, así que bajar la tasa de colesterol no disminuye el riesgo de accidente vascular.
Más bien lo contrario; como el colesterol es una molécula esencial para las paredes celulares, reducir
la tasa de colesterol en sangre podría incluso hacer que las células sean más frágiles y, por lo tanto,
que lo sean las arterias. A las estatinas (contra el colesterol) se les acusa hoy en día de aumentar el
riesgo de accidente vascular cerebral –AVC- hemorrágico (sangre que se extiende por el cerebro tras
romperse una arteria, lo que puede acabar provocando la muerte o dejar graves secuelas, como pará-
lisis), y se sospecha que favorecen el cáncer1,2.
En los medios de comunicación destinados al público en general, leerá que el problema procede del
colesterol, que reduce el diámetro de la arteria, como si el colesterol se depositara en la arteria como
la cal en una tubería. Pero se trata de un mito que carece de toda base científica y médica.
Las arterias enfermas son cada vez más estrechas (decimos que se “estenosan”), pero esta estenosis
no está provocada por una acumulación de colesterol, sino que su causa es la esclerosis de la arteria,
que cicatriza a fuerza de recibir agresiones. En el interior de esta cicatriz se acumulan cristales de
colesterol, hierro y calcio, lo que se llama “ateroma”. Los médicos han bautizado al conjunto formado
por ateroma y esclerosis como arterioesclerosis, pero eso no es colesterol. Es decir, el colesterol en
sangre no es la causa de la arterosclerosis, únicamente entra en la composición del ateroma, pero no
representa en conjunto más que el 10% de la arterioesclerosis.
Por eso, luchar contra el colesterol es tan poco eficaz para reducir la arteriosclerosis.
Las agresiones contra la pared de las arterias se dan por el envejecimiento, el humo del tabaco, la
contaminación, una mala alimentación y la falta de ejercicio físico, ya que esta pared está protegida
por una capa de células muy sensibles a estos factores: el endotelio. En particular, practicar ejercicio
físico de manera regular permite al endotelio regenerarse. Pero si deja que el endotelio se degrade, va
a ser inevitable que las arterias se vean afectadas por la arterioesclerosis.
Ésta es la consecuencia de un problema relacionado con el modo de vida, el sedentarismo y una mala
alimentación, y se combate no con medicamentos, sino con una buena alimentación y una buena hi-
giene de vida, que incluya la práctica regular de ejercicio físico.
En cambio, sabemos que hay una dieta alimentaria que disminuye drásticamente el riesgo de accidente
cardíaco.
En Francia, en la década de 1990, se desarrolló el estudio clínico más riguroso y más eficaz en este
campo, que demostró los efectos de una dieta alimentaria para reducir la mortalidad en personas que
sufrían enfermedades del corazón y las arterias.
Este estudio, llamado Lyon Diet Heart Study (estudio de Lyon), fue dirigido por los doctores Michel
de Lorgeril y Serge Renaudin. Los resultados se publicaron en 1999 en la prestigiosa revista médica
The Lancet, e indican que la dieta mediterránea tradicional para pacientes que han sobrevivido a un
primer infarto de miocardio reduce entre un 50 y un 70% el riesgo de una nueva complicación cardio-
vascular y aumenta la esperanza de vida en aproximadamente un 50%.
Nunca un tratamiento había demostrado -ni ha demostrado hasta hoy- tal eficacia.
Sin embargo, este estudio concernía a personas con muy mala salud, y ninguna de las personas es-
tudiadas siguió la prescripción del régimen al pie de la letra. Tampoco se les pidió que practicaran
ejercicio físico.
Si todos estos factores hubieran concurrido, los resultados quizás habrían sido todavía más especta-
culares.
“La dieta mediterránea es una dieta rica en cereales poco refinados, sobre todo el trigo consumido en
forma de pan, pasta, cuscús, etc. Es rica en fruta y verdura frescas que se consumen según las esta-
ciones. Las verduras de hoja, en particular, están presentes en todas las comidas. También es rica en
legumbres: judías, habas, guisantes, garbanzos, lentejas... Las poblaciones mediterráneas consumen
frutos de cáscara (almendras, nueces, avellanas…) y, durante el invierno, fruta deshidratada, como las
famosas pasas de Corinto, pero también higos y albaricoques. Consumen huevos y también, de forma
moderada, pescado y carne (sobre todo, y en determinadas zonas, aves y conejos). También consumen
productos lácteos fermentados (queso y yogures) en poca cantidad o moderada, y sobre todo los que
se elaboran a partir de leche de cabra o de oveja. El aceite de oliva es el único aceite que se usa para
cocinar y ni se plantean el uso de mantequilla ni de aceites poliinsaturados (como el de girasol o el
de maíz). Las hierbas aromáticas (romero, tomillo, orégano), el ajo y la cebolla se usan ampliamente
para preparar las comidas, así como el zumo de limón y otros cítricos”.
Añadamos a este resumen que esta dieta es rica en omega-3. Se puede completar el aceite de oliva
con aceite de colza (extraído de la semilla de la planta de la colza), rico en omega-3. El pescado que
más se consume son las sardinas y las anchoas, ricas también en omega-3. Por último, se recomienda,
para las personas que beben alcohol, un buen vaso de vino tinto al día, rico en excelentes polifenoles
(antioxidantes), protectores de las arterias.
Puede obtener todos los detalles en el libro de Michel de Lorgeril Prévenir l’infarctus et l’accident
vasculaire cérébral, publicado a finales de 2011, y que incluye doce capítulos sobre la dieta medite-
rránea (aunque no estoy seguro de que haya versión en español; yo lo leí en francés).
Según ellos, los ácidos grasos insaturados (aceite de oliva, frutos de cáscara...), privilegiados en la
dieta mediterránea en detrimento de los ácidos grasos saturados (grasas animales, productos indus-
triales…), interactúan con los nitratos y los nitritos producidos por las verduras, la otra categoría
alimentaria principal de esta dieta. Esta reacción entre ácidos grasos insaturados y nitratos de las
verduras induce la formación de ácidos grasos “nitro”, que neutralizarían una enzima implicada en la
regulación de la tensión arterial.
De todos modos, se trata de un experimento llevado a cabo en ratones, y mi opinión al respecto es que
es difícil -o incluso imposible- aislar así un único efecto de la dieta mediterránea como si, en el fondo,
funcionara como un medicamento.
La dieta mediterránea es una manera de vivir bien y de forma sana, y por eso es beneficiosa para la
salud, ya que se aproxima a nuestras necesidades naturales.
El Dr. De Lorgeril ha publicado entre tanto un estudio, en la revista Food Sciences & Nutrition, en
el que, en efecto, lanza una advertencia contra el trigo moderno, que ha sufrido hibridaciones que
provocan intolerancias6.
Así pues, las personas que no toleran el gluten o que tienen una enfermedad ligada al trigo moderno
deben pasarse al arroz integral para sustituir al trigo integral, que también tiene un índice glucémico
débil. Tampoco hay que olvidar las leguminosas que, por supuesto, no contienen gluten (lentejas,
judías rojas y blancas, guisantes o garbanzos).
No se trataba tampoco de personas interesadas a priori en un modo de vida espartano y sano, sino más
bien lo contrario. Es decisivo que los consejos nutricionales sean posibles de cumplir para las personas
que pretenden seguirlos. La medicina trata seres humanos, no máquinas.
En cuanto a cambiar el modo de vida, lo más urgente no es aplicar las recomendaciones íntegramente,
sino ir haciendo progresos, en la medida de lo posible, en la buena dirección.
Hace poco escribí sobre un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO) que alertaba sobre la paulatina pérdida de la dieta mediterránea debido al im-
pacto de los cambios del estilo de vida y de la globalización entre las poblaciones que solían seguirla
(es decir, nosotros)7.
Es el momento de recuperar las buenas costumbres ligadas a una dieta que ha demostrado ser idónea
tanto en términos dietéticos como por la sostenibilidad que representa para el entorno. Y que defini-
tivamente quienes tienen las arterias deterioradas den el paso que les lleve a alimentarse mejor y a
practicar ejercicio físico.
Fuentes:
1. Véase el “Estudio de Rotterdam”. Hofman A; Breteler, MM; van Duijn, CM; Janssen, HL;
Krestin, GP; Kuipers, EJ; Stricker, BH; Tiemeier, H et al. (2009). “The Rotterdam Study:
2010 objectives and design update”. Eur. J. Epidemiol 24 (9): 553–572. doi:10.1007/s10654-
009-9386-z. PMC 2744826. PMID 19728115.
2. Estudio sueco publicado en junio de 2013 en la revista PlosOne.
3. Véase Cholestérol, Mensonges et Propagande, del Dr. Michel de Lorgeril. Thierry Souccar
Editions.
4. Primera edición. Thierry Souccar Editions. 2007.
5. “Protection from hypertension in mice by the Mediterranean diet is mediated by nitro fatty
acid inhibition of soluble epoxide hydrolase”. Rebecca L. Charles, Olena Rudyk, Oleksan-
dra Prysyazhna, Alisa Kamynina, Jun Yang, Christophe Morisseau, Bruce D. Hammock,
Bruce A. Freeman and Philip Eaton. PNAS vol. 111 no. 22, 8167–8172, doi: 10.1073/
pnas.1402965111
6. De Lorgeril M, Salen P. Gluten and wheat intolerance today: are modern wheat strains
involved? Int J Food Sci Nutr, febrero de 2014.
7. “Mediterranean food consumption patterns. Diet, environment, society, economy and health”
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y Centro
Internacional de Altos Estudios Gastronómicos Mediterráneos (CIHEAM).
Vamos a tratar de visualizarlo: si usted se pinchara el antebrazo hasta llegar a perforarse la arteria hu-
meral, la que lleva la sangre oxigenada por el brazo, el chorro que saldría podría llegar hasta el techo.
Así que tendría que apretar con todas sus fuerzas el agujero con el dedo para detener la hemorragia.
Esto mismo pasaría en las arterias femorales, que son las que irrigan las piernas.
Y esto ocurre en condiciones de presión arterial normal, por lo que no sorprende que las arterias se
deterioren con el paso del tiempo. Están hechas de varias paredes gruesas y musculadas, ya que resistir
una presión como la que soportan no es nada sencillo, sobre todo con un corazón que no deja de latir,
y que lo hace alrededor de 100.000 veces al día.
Cuando el corazón se contrae y bombea sangre, se eleva la presión en las arterias; cuando se relaja, la
presión cae. Por eso al tomar la tensión siempre se dan dos cifras: la presión sistólica (más alta, cuando
el corazón bombea), y la presión diastólica (más baja, cuando el corazón se relaja entre dos impulsos).
En los resultados de cualquier análisis que tenga a mano puede leer, por ejemplo, 120/80 mmHg, lo
que quiere decir una presión sistólica de 120 milímetros de mercurio y una presión diastólica de 80
milímetros de mercurio (Hg es el símbolo químico del mercurio).
¿Por qué el mercurio? Porque la presión que ejerce el corazón durante la sístole en el interior de
una arteria sería capaz de elevar a una altura de 120 mm una columna de mercurio de un milímetro
cuadrado de base. Traducido a energía total esta fuerza generada por el corazón sería capaz con sus
100.000 latidos diarios de elevar un peso de 100 kg a 100 metros de altura. Toda esa presión es la que
soportan las arterias, y más aún cuando existe hipertensión arterial.
Pero esta presión diastólica/sistólica tampoco es estable, sino que varía a lo largo del día.
En condiciones normales la presión sufre a lo largo del día dos picos y dos valles: un pico al desper-
tar y levantarse de la cama, y otro pico a media tarde, poco antes de la puesta de sol; un valle que se
produce durante el sueño profundo sobre las 2-3 horas de la noche y otro valle durante la siesta. Por
eso la hora en que se hace la medida de la presión arterial es tan importante como variable.
La tensión también aumenta cuando nos ponemos nerviosos, así como cuando hacemos un esfuerzo
físico, pero también puede subir precisamente cuando va al médico, mientras le mide la presión y se
estresa porque teme que se ponga de manifiesto que padece hipertensión... Es lo que se llama hiper-
tensión provocada por el efecto de “la bata blanca”. Por esta razón, habrá que medir la presión varias
veces y en diferentes momentos del día para confirmar el diagnóstico de hipertensión arterial. Luego
le explicaré cómo.
La presión arterial se considera “elevada” cuando se mantiene por encima de los 140/90 mmHg.
En España se calcula que hay 7 millones de hipertensos, de los que la mitad (50%) ignora que lo son.
De los diagnosticados sólo se trata la mitad (50%) y de ellos sólo la mitad (50%) están correctamente
tratados. Es lo que se conoce como “regla de las mitades”.
Por eso, es un factor importante de enfermedad coronaria, infarto de miocardio, accidente cerebro-
vascular (AVC), insuficiencia cardíaca, insuficiencia renal y de ceguera. El flujo sanguíneo en esos
territorios está muy comprometido, pudiendo desarrollarse fenómenos obstructivos (trombosis) o
hemorragias por roturas de los vasos pequeños y medianos.
Es la razón por la que demasiada presión en las arterias pone su vida en peligro.
Además, y antes de llegar a ese punto, la hipertensión puede provocar dolores de cabeza, así como
malestar general.
Por eso, si usted padece hipertensión, o alguien allegado a usted la padece, es importante que lea lo
que viene a continuación.
Entonces hay que detener urgentemente el inminente riesgo de que se produzcan estragos. Éstos son
los medicamentos que el médico tiene a su disposición:
Pero no hay que hacerse ilusiones respecto a que tomando medicamentos contra la hipertensión ya está
resuelto el problema. Además de todos sus efectos secundarios, los medicamentos contra la hiperten-
sión no van a resolver el problema médico subyacente. Al contrario, se corre el riesgo de agravarlo,
puesto que los medicamentos contra la hipertensión actúan alterándole el metabolismo.
Salvo excepciones, la hipertensión no es la consecuencia de una enfermedad concreta, sino que está
provocada por problemas en el modo de vida y, en particular, en la alimentación. Esto quiere decir
que también se puede corregir mediante la introducción de cambios precisamente en el modo de vida
y en la alimentación.
Pero ¡atención!: si usted está tomando medicamentos contra la hipertensión, no puede dejarlos de
golpe sin saberlo su médico.
No se equivoque de objetivo
En general, una persona que padece hipertensión va a tratar de rebajar la presión sanguínea, lo que
parece algo lógico y sencillo.
Pero cuidado: más allá de los síntomas (que en general sólo se manifiestan cuando se alcanzan cifras
muy elevadas, sobre las que entonces es obligado actuar con medicamentos, pues el riesgo es muy
alto), el problema no es la propia cifra de la tensión. ¿Quién podría decir que se está enfermo con 140
y que no se está con 130? El problema es el modo de vida, que es lo que provoca la mayoría de las
veces la hipertensión.
No hay que olvidar que el objetivo no es rebajar tal o cual cifra, sino reducir de manera eficaz el riesgo
de enfermedad, de complicaciones y de fallecimiento.
Por lo tanto, la pregunta que deberíamos plantearnos no es “¿estoy reduciendo mi presión sanguí-
nea?”, sino más bien “¿estoy reduciendo mi riesgo de complicaciones?”.
Por ejemplo, lo primero que le dirán si tiene la tensión alta es que debe reducir el consumo de sal.
Pues bien, aunque debe hacerlo, también debe saber que no va a tener un efecto espectacular frente
a su hipertensión (es decir, si deja la sal, no espere que mágicamente sus cifras de presión arterial
pasen a ser normales). Pero sin embargo si usted es hipertenso debe dejar el consumo excesivo de
sodio (sal de mesa), puesto si no lo hace, ello implicará al cabo de 10 años cambios funcionales en
los riñones, que ya no la van a filtrar tan bien y, de este modo, el sodio va a permanecer en el cuerpo
y la hipertensión se va a asentar.
Para que se entienda mejor a lo que me refiero, tenga en cuenta que la lucha contra la hipertensión
es un trabajo de fondo y a largo plazo. La hipertensión no va a desaparecer de la noche a la mañana
dejando de tomar sal. Más bien, los investigadores han constatado que un fuerte aumento del consumo
de sal implica una ligera alza de la presión sanguínea, sin más.
Pero que ello no le desanime, pues dejar de abusar de la sal es algo que debe hacer de todas formas,
pues sabemos que disminuir el consumo de sal va a reducir de manera eficaz su riesgo cardíaco1.
Por lo mismo, si usted fuma, dejar de hacerlo no hará caer en picado la presión sanguínea, pero dejar
de fumar sí va a disminuir enormemente el riesgo de accidente cardíaco (además de, por supuesto,
disminuir el riesgo de cáncer y de muchas otras enfermedades).
Lo mismo ocurre con el alcohol: sin tener ningún efecto espectacular sobre la hipertensión, el riesgo
cardíaco va a disminuir consumiendo alcohol de manera moderada (entre uno y dos vasos de vino al
día).
Si a día de hoy usted no practica ningún tipo de ejercicio físico, empiece por esfuerzos moderados,
como caminar. Si sufre algún impedimento físico para hacerlo, otros métodos, como el yoga o los
ejercicios respiratorios, pueden tener efectos muy significativos.
Escoja una actividad física que se adapte al clima y a sus preferencias, poco costosa y que se pueda
practicar durante todo el año: piscina, gimnasia, bici, senderismo... Lo mínimo es practicar ejercicio
30 minutos al día y con la intensidad suficiente para llegar a sudar un poco.
Sobre todo, vigile no dañar los músculos ni los tendones, lo que acabaría comprometiendo toda activi-
dad física futura. Si al mínimo esfuerzo su tensión arterial se va por las nubes y le provoca incómodas
palpitaciones (que aunque no lleguen a revestir en la mayoría de los casos gravedad, pueden ser muy
molestas), consulte con un kinesioterapeuta o un profesional de la rehabilitación.
Es importante hacer un poquito más cada día, llegar un poco más lejos, ir un poco más rápido... El
objetivo es hacer progresos físicos, no sólo moverse por moverse.
Como parece que ya hay bastantes problemas y complicaciones en la vida diaria, lo que se pueda
simplificar a base de pastillas es toda una tentación.
Por esa razón, lo importante ante todo si queremos ser constantes es empezar por trabajar en uno
mismo, para redefinir las prioridades y responder a la gran pregunta: ¿cuál es mi objetivo en la vida?
Una vez obtengamos la respuesta a esta pregunta trascendental encontraremos la energía y la moti-
vación para emprender los cambios necesarios. Si se fija un objetivo claro y motivador, encontrará
en usted mismo los recursos para adaptar su modo de vida y la alimentación, lo que le librará de la
hipertensión y le permitirá encontrar una vida feliz y plena.
• Tómese la tensión en casa tres días a la semana (dos veces media hora antes del desayuno y
dos media hora antes de la cena con un intervalo de 5-10 minutos entre tomas). Debe hacerlo
en un ambiente tranquilo, relajadamente y con la vejiga vacía. No debe estar estresado ni
enfadado o se falseará la lectura, que saldrá más elevada de lo real.
• Lo ideal es no haber hecho ejercicio físico ni consumido alcohol o café ni haber fumado 30
minutos antes.
• Debe ponerse en la postura adecuada: sentado, con las piernas sin cruzar y con el brazo en el
que se está tomando la tensión apoyado (por ejemplo, sobre una mesa).
• Debe utilizar un tensiómetro fiable.
Fuentes
1. “What is the DASH eating plan?”. The National Heart, Lung, and Blood Institute (NHLBI).
2. “Exercise: a drug-free approach to lowering high blood pressure”. Mayo Clinic.
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