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Sobre razón y violencia en un contexto de continuidad estética y moral.

Por Edgar oliver Lorenzana


Medina. 30 de Mayo de 2011.

“El verdadero examen moral de la humanidad consiste en su actitud ante los animales. Y en este
sentido los hombres han sufrido una derrota tan fundamental que todas las demás derrotas
provienen de ahí”. Milan Kundera

Justificar, redimir la violencia a través de la razón, particularmente dentro del ámbito de la


experiencia estética en el contexto contemporáneo de tortura humana y animal.

La experiencia estética debería ser capaz de ir más allá de los condicionamientos morales que
tipifican una acción determinada al valorarla. Esta es una ambición patafísica. Lleva como signo de
su misión declarada, una contradicción evidente. Vivimos en la historia, dentro de sociedades con
claras reglas y restricciones, pragmáticas cercas que nos evitan autodestruirnos. No es
posible negligir entonces que hay comportamientos que son prohibidos por convención. Ahora bien,
en el ámbito de la experiencia estética, que logra un estadio más allá del bien y del mal se puede
hacer valedero un acto abominable (que por definición pone en entredicho las ataduras morales
como capas inútiles que se van desechando para permitir el ejercicio progresivo de la imaginación
creativa con la razón) al transfigurarlo dentro del ámbito de lo sublime, que admite tales horrores.
Luego entonces son valederos actos que pueden ser juzgados abominables fuera del ámbito de la
experiencia estética cuando se transfiguran estéticamente, tales como las corridas de toros, las
peleas de gallos, de perros, el box, los duelos, e incluso más allá, homicidios, torturas y masacres
(por mencionar unas cuantas de tantas linduras que hay en el globo).

Si hay una contradicción está en el hecho de hacer una dicotomía en el ámbito de la experiencia
estética y el de los valores morales. Si ambos parten de la misma raíz (el ser humano) tan
contradictoria, imperfecta y llena de posibilidades como pueda ser, al buscar una continuidad en sus
partes (no una fusión indistinta) se puede exponer la contradicción en toda su ampulosa y purulenta
magnitud para así examinarla y averiguar qué hacer al respecto.

Como especie asesinamos (“llegará un día en que los hombres vean el asesinato de animales como
ahora ven el asesinato de sus semejantes”- Da Vinci) animales a diario para satisfacer múltiples
propósitos. No es nada nuevo que una especie deprede a otra (u otras) tal es el modus operandi en la
vida silvestre y sin domesticar, la cual suponemos tan ajena a nuestra bárbara civilización. Esta es
una forma implícita, claro está y burda además, que utilizamos como manera de justificar la
violencia por medio de la razón. El hecho de que no hagamos lo mismo para satisfacer actos
execrables contra miembros de nuestra propia especie puede ser poco más que un acto hipócrita
bien disfrazado para mantener nuestra supervivencia genética. Al menos así lo será hasta que
cambiemos el foco de nuestra consideración moral que por ahora parte de una postura
antropocéntrica a una consideración permanente de nuestro justo lugar en la escala de la realidad
junto con el de todas las entidades sensibles que podamos percibir. O permitimos comer todo tipo
de carnes, incluyendo la humana para poder empezar, (bajo determinadas circunstancias relativas a
la supervivencia) o no lo permitimos (bajo determinadas circunstancias relativas a la supervivencia).
Empero la dicotomía no es la solución, debemos buscar continuidad, partir de estas circunstancias
relativas donde comer y no comer todo tipo de carne adquiere continuidad a través de una elección
despierta, la cual permite ponderar adecuadamente la escala de las circunstancias y elegir con
responsabilidad.
Si el ser humano es lo que elige hacer de sí mismo siendo responsable de ello, debería hacerse
responsable también de disipar el infierno que ha creado para otras especies en el planeta (lo que ha
elegido hacer de lo demás, lo otro, ni siquiera los otros), aunque claro, por ahora ni siquiera es capaz
de hacerse responsable del infierno que ha creado para su propia especie. O bien si se llega a la
conclusión de que es inevitable actualmente el despliegue de actos abominables expresados en
violencia, entonces deberían ser regulados en la medida de lo posible por una instancia que supere
el orden moral, ya que éste orden es la traba principal que prohíbe vernos como una especie más,
tan descentralizada e igual de asesinable que todos los animales que comemos a diario. Tal orden se
busca en el ámbito de la experiencia estética.

Y no debería ser una sorpresa, pues desde la postura de un animal que pudiese comunicarse con
nosotros por algunos momentos, claramente haría patente esta distinción, es decir considerar su
especie como la medida de todo lo que no debe ser comido; no obstante como esto es un signo
indeleble de comportamiento humano maniatado por un horizonte moral antropocéntrico es más
probable que consideraría el acto del canibalismo con mucha más soltura y naturalidad que un
antropoide pensante sin tanto pelo.

En el ámbito de la experiencia estética se han justificado actos que infligen dolor, tortura y muerte a
seres sensibles bajo formas diversas: ritual, deporte, evento artístico, performance o en su forma
más baja y peyorativa (kitsch), como simple entretenimiento. De hecho cada vez estamos más cerca
de aceptar la muerte como una obra de arte. El problema es que aún tenemos escozor al aceptar la
muerte humana como obra de arte, ya saben, porque empáticamente la podemos proyectar y
analogar como si fuera la propia. Sólo sabemos de la muerte por la muerte de los demás. Es por eso
que es más fácil aceptar la muerte de un animal (como en la corrida de toros, peleas de gallos e
incluso de perros, vacas, peces e insectos) como un evento artístico, ya que no hay necesidad de
plantearse el problema de la empatía humana en el momento de morir en un acto que
potencialmente puede ser cuestionable.

La experiencia estética puede transfigurar actos abominables en obras de arte, por medio de lo
sublime. Como instancia que puede tratar con lo abominable, la experiencia estética puede ser
postulada como el moderador de la moral; superior a ésta incluso ya que su instancia puede asimilar,
valorar y difundir de manera aceptable lo que la moral no puede: los aspectos juzgados nocivos para
la existencia humana que son censurados por el convencionalismo social y regulados por
instituciones relevantes en turno.

Bajo esta postura se podría justificar de alguna forma retorcida y venenosa la ola de violencia que
actualmente aqueja nuestra contemporaneidad; sí, se le podría sacar provecho. Se podría, si
quisiéramos, hacer apología del asesinato, la tortura y la muerte para ajusticiar estéticamente a los
asesinos, violadores, extorsionadores y vulgares ladrones, utilizarlos en coliseos y abolir las corridas
de toros y peleas forzadas entre demás animales para dar lugar a un acto más estimulante (tanto
moral como estéticamente): el sublime espectáculo del homo homini lupus.

No obstante, por muy seductora que sea dicha postura, dudo que sea un camino razonable a seguir.
Rara vez la muerte soluciona las cosas. Tenemos que encontrar la manera de administrar
adecuadamente nuestra violencia (pues por ahora no la podemos erradicar) para contra nosotros
mismos y los demás seres sensibles. “Los animales existen por sus propias razones. No fueron
hechos para los humanos, de la misma manera en que los negros no fueron hechos para los blancos
o las mujeres creadas para los hombres”. Alice Walter
Si asumimos que los animales tienen existencias independientes de las nuestras con propósitos y
posibilidades propias, entonces se vuelve patente que es una elección personal de responsabilidad
individual el comerse a un joven cerdo Landrace o a un niño mexicano, o cualquier otro tipo de
entidad sensible, debido a que estamos perturbando el patrón de la existencia autónoma de otra
entidad independiente de la nuestra. El elegir esta perturbación no debe ser tomado a la ligera, pues
nosotros mismos somos tan comibles como todo lo demás.

Reiterando, la experiencia estética puede ayudarnos a ponderar los actos horribles como obras de
arte, el otro filo de la daga hiere cuando consideramos que puede ser usada por psicópatas para
justificar el asesinato como experiencia estética que pudiera permitir aceptar
la necropedofilia dentro del ámbito de lo sublime, asimilándola entonces al orden de la experiencia
estética y subsecuentemente difundiéndola de alguna manera por el orden de la moral.

Si podemos aceptar sin reparos la muerte de una entidad sensible que no es de nuestra especie
como justificada a través del orden de la experiencia estética, pero no podemos hacer lo mismo con
una entidad de nuestra especie, espero que la violencia aumente de manera vertiginosa, que se
vuelva más feroz, cruel e infecciosa contra los miembros de nuestra propia especie porque
solamente haciendo frente a la más propia posibilidad que nunca podremos eludir ponemos las
cosas en perspectiva incluyendo nuestro lugar en la escala de la realidad, el hecho que compartimos
con lo mismo que nos alimenta: la condición de mortal que alimentará algo más. Entonces quizás
nuestra muerte sea digna de ser llamada obra de arte, como la de aquellas entidades sensibles que
destruimos para ver florecer lo sublime en su trágico aniquilamiento.

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