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¿QUÉ SUCEDE CON LA INNOVACIÓN Y LA GESTIÓN CULTURAL?

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Fernando Vicario

Pareciera que son dos palabras casi sinónimas. Es habitual pensar que la
innovación como proceso está directamente relacionada con la gente que se dedica
a generar cultura, a crear cultura, una parte de la cultura al menos, la relacionada
con los procesos artísticos. Hoy lo artístico ha crecido cobijando espacios tan
particulares como el diseño, o procesos de creación y vida como la gastronomía.
En todo ello hay innovación y sobrentendemos que sin esa innovación los procesos
creativos morirían poco a poco. Es más no serían procesos creativos.
¿Pero qué sucede con la innovación y la gestión de la cultura? Desde los
ministerios hasta las casas de la cultura, desde las fundaciones hasta los
micromecenazgos. Desde las políticas hasta los procesos de formación. ¿Qué
sucede con la innovación en estos terrenos que son los que de alguna forma deben
dar cobijo a los otros?
Pues con el ánimo de generar algún debate me voy a atrever a lanzar una
afirmación que sin querer queriendo va a ser generalista, aunque soy muy
consciente de que hay muy honrosas excepciones. La innovación y la gestión de lo
cultural llevan divorciadas varios años, décadas, dejando muy atrás a quienes
tienen la responsabilidad de acercar la cultura al ciudadano; la responsabilidad de
trabajar los procesos de transformación que vive la cultura y llevarlos al ciudadano
de a pie, no solo al docto y al experto.
Empecemos a mirar lo más necesario, la facilidad para los accesos. ¿Qué cosas
nuevas se han hecho por parte de los gestores culturales para facilitar los accesos
de la ciudadanía a la cultura? Insisto hay muy honrosas excepciones, no voy a
mencionar ninguna por miedo a dejarme en el tintero a otras, pero “haylas”. Por
desgracia eso, excepciones. Lo habitual es que los accesos sean complejos, sean
molestos para los ciudadanos y generen muy pocas novedades. No ya solo a lo
tradicional, el libro, la música, la danza, el teatro, el cine, etc, a todo lo que
signifique procesos cultural de transformación. Dos modelos: el concepto taquilla ya
sea en físico o de forma virtual, un pago por un espectáculo, o el concepto
gratuidad una subvención por un número determinado de presentaciones que se
realizan de forma gratuita buscando acercar a públicos que si tuvieran que pagar no
podrían acceder. Pero nunca nos hemos replanteado una nueva relación entre
creadores y ciudadanos, una cercanía, una proximidad, una mayor facilidad para
que entre ambos exista una comunión que permita al ciudadano sentir que el
creador está en su órbita. Sobre todo existe una gran e injusta concentración en
espacios centrales con un olvido total de lo que llamamos periferias, sean estas
cuales sean. Hay que ir… aunque parezca que la cultura hoy está más accesible por
las nuevas tecnologías, el proceso de acceder a la cultura sigue siendo centralista,
elitista y excluyente en la mayor parte de los casos.
No creo que la alternativa sea seguir haciendo crecer las ciudades, la alternativa
está en crear espacios nuevos, -y la cultura tiene un gran protagonismo-, de
convivencia y ciudadanía como alternativa a la exagerada masificación de las urbes
que se produjo en el siglo XX.
Las políticas de financiación han sido las mismas desde hace unos 50 años. Se
potencia al creador y se olvida al espectador. Se ayuda al creador, lo que está muy
bien, que nadie vaya a entender que abogo por suprimir esta ayuda, pero si no
estimulamos el consumo, la cercanía, la proximidad, sucederá lo que ya viene
sucediendo desde hace muchos años, que las creaciones se quedan en las gavetas
de los creadores y no tiene por dónde salir para ser vistas. Se precisa trabajar de
una vez con los públicos, con la formación para la percepción, con la educación y la
consolidación de los procesos culturales, que no significa potenciar la educación
artística, -que también-, significa abordar procesos completos. Procesos no
proyectos. Acciones encadenadas, no sueltas. Introducir la cultura y la creatividad
en la educación de seguro redundará en tener mejores creadores, porque tendrán
que crear para públicos mejor formados, y más preparados.
A los grandes productores de best sellers no le interesa que eso sea así, no
interesa mejorar las audiencias con calidad, sino con cantidad. No nos merecemos
que la formación de los públicos esté en manos del mercado. Los gestores
culturales debieran estar ahí para eso, para consolidar la formación de los públicos,
de las audiencias, de los espectadores, de todos los que son nuestra autentica
materia prima.
La materia prima de la gestión cultural no son los creadores, los artistas o los
innovadores, son los públicos. La queja permanente de la gestión es: “los públicos
no vienen” esa queja a mi modesto entender no es otra cosa que constatar el
fracaso de la gestión cultural. No midamos por cantidad, no midamos por patios de
butacas llenos, creemos nuevas formas de saber si vienen públicos nuevos,
interesados y de saber que pasa con ellos. Cómo salen, que cambia en su modelo
de entender las relaciones con aquello que ha visto.
Las bibliotecas, los museos , los archivos, en general los centros de memoria van
quedando cada vez más obsoletos y alejados de los intereses de la ciudadanía. La
memoria no nos interesa, entonces dejamos que la cuente, -que nos la cuente-, el
gran hermano llamado google y le damos toda la credibilidad a él. Él nos dice que
ver, que leer, qué y cómo investigar, consiguiendo que la memoria sea un hecho tan
corto como esa idea de futuro que vamos teniendo. Como consecuencia irreversible
mueren las utopías. Los ciudadanos sin utopías son carne de best seller, son
alimento de las televisiones con realitys, son pasto de museos pensados para las
selfies. De bibliotecas en las que nadie entra y de archivos que ni siquiera sabemos
que existen. Para construir un futuro diferente tenemos que estar seducidos por un
pasado que desconocemos. Y ni los museos, ni las bibliotecas ni los archivos nos
resultan nada seductores, repito hay muy honrosas excepciones.

Creo que la innovación y la creatividad debieran ser materia obligatoria en los


estudios de gestión cultural, como ya lo van siendo en otras disciplinas relacionadas
con el desarrollo humano. Corremos el riesgo de repetir y repetir lo que a casi
nadie le interesa.

Hemos de mejorar el proceso de gestión de lo cultural y eso solo se consigue


mejorando el nivel de los profesionales. Lo que a su vez solo se conseguirá
mejorando sus condiciones laborales. Lo que dependerá del reconocimiento social,
que depende claramente de la percepción que tenga la sociedad sobre su trabajo.
La perfecta pescadilla mordiéndose la cola. Mejorar el desempeño profesio nal
desde nuestros gestores de barrio hasta el de nuestros ministros pasando por toda
esa cadena de valor que los emprendimientos han puesto tan de moda y que parece
que en las políticas no existiera.

México, Argentina y Chile elevan de rango la institucionalidad cultural. España la


rebajó en cuanto llegó el PP al poder. El fortalecimiento institucional es el marco en
que esa cadena de valor se desarrolla. El lugar en el que se puede pelear por una
mejora profesional. Degradarlo es degradar a la profesión… y cuesta mucho volver
a levantar lo que se tumba. Mucho.

Capítulo aparte merece el gestor de los espacios comunicativos. Los medios


masivos de comunicación casi nunca tienen un gestor cultural al frente, ¿por qué
será? Si quien los dirige solo se ocupa de las ganancias, lo que trasmiten es un
culto excesivo a las ganancias y entonces no debemos quejarnos de que nuestras
sociedades sean hijas de esos mensajes retrasmitidos por todo aquello que nos
vapulea el pensamiento desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
Dejando el pensamiento en una situación marginal incluso en las universidades – a
Bolonia me refiero- y naturalmente excluyendo el binomio pensar-divertirse, como si
fuera imposible que ambas cosas viajaran juntas por los cerebros de nuestros
ciudadanos.

Hay que innovar en la gestión de la cultura, en las políticas de la cultura, en los


modos de facilitar el acceso a la cultura de la gente. De lo contrario seguiremos
siendo ese espacio del que se puede prescindir con total impunidad.

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