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LA.

CRIMINOLOGíA
PRBctQ EN ll.USnCA ~BSETAS
Binet. -El fetichismo en el amor.-Traducción de Anselmo Gon-
zález. Madrid, 1004. (Tamaño H:I X 12). S pe~etas.
BUllge.-La ed$wacíón.-Tercera edición, dividldll en tres par-
tes. (TamafiO 19 X 12).
Eivol11ci6n de la, educaci6n,2,50 pesetas.
- La educación cQnto1l'lpnrdmea, 4 pesetas.
_ EchlCac'ión de 108 degenerados. Teoría de la educación, 2.50
pesetas.
tosel1tilli.- La sociología glmética.-Ensayo sobrc el pensa-
miento y la vida social prehistóricos.-Traducción de An-
tonio Ferrer Robert. Madrid, 1911. (Tamaño 19 X 12).
2,50 pesetas.
C.oulanges.-La (Jiu,dad a7lttgu~.-Estudio sobre el culto, el de-
recho, las instituciones de Grecia y Roma.-Traducción
de M. CigQS A.paricio.-Madrid, 1908. (Tamaño 19 X 12).
4 pesetas.
C.ullerre.-Las fronteras de la locura.-Versión española de An-
tonio Atienza y Medrana. (Tamaño 19 X 12). 3,50 )?osetas.
Feré.-Degenemción y ()rin~lllalida(l.-Traducci6n
de A.nselmo
González. Madrid, 1903. (Tamailo 19 X 12). 2,50 posetas.
mosso.-El migdo.-Traducción de J. Madrid Moreno, con un
prólogo de Rafael Salillas. Madrid, 1892. (Tamaño 19 X 12),
Oon grabados, 1-pesetas.
Nordau,-Degeneración.-Traducción de Nicolás Salmerón y
Gal'cía. Con un epílogo del autor. Madrid,1902. (Tamaño
23 X 15). Dos tomos, 12 pesetas.
Ribot.-.Ensayo 807.Jr(! las pa8iolle8.~Versión espm101a de Do-
mingo Vaca. Madrid, 1907. (Tamai1o, 19 X 12). 2,50 pesetas.
-- Lu. 'herencia psico1ógica.-Traducción espaiiola de Rioar-
do Rubio. Madrid, 1900. (Tamafio 23 X 15). 7 pesetas.
- . Psicología ae los sentimientos.-Traducción de Ricardo
Rubio. Madrid, 1900. (Tamaño 23 X 15). 8 pesetas.
Thomas.-Edueaci61l de lós BEmtimiento8.--'l'l'aducción de Ricar-
do Rubio. Madrid, 1900. (Tamaño 19 X 12). 2,50 pesetas.
BIBLIOTECA CIENTIFICO-FILOSÓPICA

la erjminofogla
Estudio sobre la naturaleza del orimen yteoría de la penalidad

R. G.A.RÓF ALO
Agl'egado 110 la Universidad de Nápo/es

PEDRO BORRAJO

MADRID
DANIEL JORRO, EDITOR
23, OALLE DE LA PAZ, 23
-
úe
J JI?O
~3?~("

ES PROPIEDAD

4.585-Tipolit. de Luis Fama, Alonso Cano, lo.-Madrid


PARTE PRIMERA
EL DELITO

CAPíTULO PHIMEHO

EL DBLITO NATUHAL

El delincuente 1In, sido estudiado recíentcmwnto por


los natLlralistas; se le pl'esenta como un tipo, corno una
Yt'll'iccb.d dol .tJeJ/l{'.~' homo. se lo desoribe antl'opológioQ y
psicoll)gicamento. Dcspinc en Fl'unci<1, Maucli:Jcy en 10-
glaterra, Lombroso en Italia, tienen Ju gloria de ha))Ol'
deSCl'itu mús completa y pt'ufundamente e::li.1. anomalía
bl.lllmna; pero cuando ha llegado el caso de aplicar SU8
teorías á 10, legir::lladón, se 11<1n presentado gr'andes difi-
cultades; no todos 101:1 que, según la ley, eran delincuen-
tes ufreoían semejanza con el homóre crimina? de 108 na-
turalistas y esto hizo dudar de la importancia práotioa
de aquellos estudios. Y no podía suceder de otro modo,
toda vez que los natufL\.listj,s al hablar del deZine~te¡¿te ol-
vidaban explicar lo que significa la palabra delito, cre-
yendo que aste punto era do In competenoia de los juris~
consultos; pero ocurre preguntal' si la cl'iminalídad, des-
2

de el punto de "Ísta jUl'Ídico, t.iene límites má::i ti !llenus


estrechos que la criminalidad estudiada desde el puntu
ele vista sociolúgko.
POl' faltar esta determinación ba qU<'dadu hao..;ta ho~·
ai:::lado el estudio naturalista del cl'iminnJ, y 8<3 ha creí-
do que no había en él Bino invo:::;tigaciollos tor'll'ico..:;¡ qtW
eran inaplicables á In legislación.
A mi ver) el punto de pnl't.ida de estos e8tudios, deJ)l)
tler la noción 80ciolól.!:ica
e
dol cielito: no se nOfj al'b{)'u\a •

que esta noción ha sido ya detel'minacla pUl' los abogn-


dos; no se trata aquí de una voz técnica, sinu do una
palabra que expresa una idea accesible ú toda clase do
personas, 80tHl Ó no conocedoras ele la ley. El legislador
no ha creado la palaura, la ha tomado del lenguaje po-
pular; ni siquiera la ha definido) no ha hecho más que
agrupar oiertO número de acciones que según él Ot'an
delitos, y ctl:ií se explica que en la misma época y no
raras veCü8 en la misma nación hayan existido diferen-
tes oódigos en :1Iguno de lOf) cuales so comprendían
oorno delitos acciones que otros no conceptuaban puni-
bles. De aquí que la olasificación jurídica no sea ob!3-
táculo para las investigaciones del sOCIólogo. Toda vez
que los límites de la criminalidad sun vagos y dudosos,
el sociólogo no debe dirigirse al legislador para pedirle
la definiCión del delito, como se dirigü'ia á un quími-
co para obtener la nadó n de una sal ó de un ácido, 6 á
un físieo pn,ra pedirle las de la electricidad, de la luz ó
del sonido: .la nOOÍón del delito debe adquirirla él mis-
mo; sólo cuando el naturalista nos haya definido el deli·
to podremos saber cuáles son 106 delincuentes de que
nos habla. Hay, en una palahra, necesidad de definir el
deZito nat'u.?'at. ¿Pero ante todo existe un delito natural?
ó lo que es lo mismo, ¿podemos agrupar oierto número
ele hechos qlle en todo!:! tiempos y en todos los pueblos
hayan sido considerados como deliotuosos? ¿Puede ob-
tenerse el criterio del delito por medio del método in-
1.1. llEL11.'ú NA'furUL

ductiv"O, único do quc ~;c puede valer el positivista? Tra-


temus ele dar 001uci6n á esta::; dos pl'eguntas.
Sería ocioso averiguar si todo lo que en nuestro
tiempo y en nuc~tr:.t sociedn,d es delito ha tenido ó no
siempre, y en todas partes, el mismo oarácter, Ó si ha
suoedido lo o(i)l1trario; este trabajo sería pueril.
¿(~uién no l'ecucl'da haber leído que en las costum-
breR de muchos pueblos, no sólo se tolera el homicidio
para vengar el homicidio, SillO que se oonsidera como
1m sagrado deber para los hijos de la víctima? ¿Que el
iluelo se ha castigado ñ, veo es con penas graYísimas, ti.
veces se ha legalizado hasta el punto de ser una de las
principales formas deL procedimiento? ¿Qne la blasfemia,
l:..t hel'eJia, la hechicería, el sacrilegio, considerados en
otra!:) épocas delitos gI'uvísimos, se han borrado hoy ele
los cf)digos de IOEl pueblos civUizados? ¿Que el saqueo del
buque náufrago se hallaba autorizado por las leyes de
algunos países; que el robo y la piratería han sido por
espacio de siglos los medios de existencia de pueblos
hoy oivilizados; qu~ sí por último prescindimos ele la
raza europea sntcs de encontrar pueblus salvajes, halla-
remos sociedades semiciviÜzadas, que permiten el in-
fanticidio y la venta de los ninos; que consideran la
prostitución acción honrosa y para los cuales 0S una
in8titución el adulterio? .. Estos heohos son tan conoci-
dos que no hay para qué indioar las fuentes de estas no-
ticias. Por eso formularemos el problema en otros tér-
minos, tl'aÚmdo tan sólo de averiguar si ent1'e Z08 cleZitos
,que reconocen nuestras leyes contelJ?p07'áneas, kay algunos
que en todos tiempos '!I en todos los paises, han sido consi-
derados como acoiones punibles.
A punto estamos de contestar afirmativamente recor-
dando ciertos delitos afiroces; corno el pal'l'icidio, el ase-
sinato alevoso, el robo con homioidio, el 11omicidio por
mera brutalidad. ',' pero luego vienen á nuestra memo-
ria heohos que al parecer contradicen esta idea.
4 ~ 'Rn.IINOLOG Ü

En efecto, las nnrrD..ciones de Yit\jel'os


. nntiCfuO~
o .v mo-
dernos, acerca de las costumDI'OS de los salv4jos, en¡.;8-
ñan que el parricidio ha. sido en muuhi.u;:l tribus una CQ!;;i-
tuml.H'e l'cligio!-)n,; el sentimiento del deber ¡ilittlllc\' nbtt á
108 m<:U:lD.gcta s, Ú lus sardos. il, 104 eslQ,~'os y ft 108 08-
candinavos, á mntar á sus pudres decrépitos ó cnfermuti.
8e dice que los h;:¡,lJitantes de lu, Tierra del Fucp:o,
los de Fidji; los de B~tt(l,) los kmnt~ohildu.lc~ y los do la.
Nuevo. CL\lüdoniu, siguen aún en nuc8tr08 díüS e~to, horri-
ble costumbre. El homicidio por mera, brutulidt\u es tt·c-
Guentíslnw en mucho8 pueblos do Australia, de Nueva.
Zelanda, de las islas Fidji) del Africn centt'al, cloIl!.lc los
guerreros matan un hombre pura demostrar su fu Cl'Z,), ()
su destrezu,; pura ejercitarse, pura pl'olntr' sus (l,rmus,
sin que esto alarme en lo más mínimo la oonciencia pú-
blica.
i::le l'efieren de Thaitl y de otros puntos hechos de aH-
tl'opofhgía sin más móvil que la glotuncf'h.
Por ÚltilllO, el homicidio pura robal' :i la víctimo. 10
h~Ul practicado f:liempre IQs salvajes de una. triuu con)ug
do las inmediatas.
PI.\l'ece, pues, qúe hubl'Íll que renunciar á lo. posibili w

dad de formar un oatálogo de 11eo1'108 univer8allui:mtc'


odiados y castigados en todos los tiempos y en todos los
países; pero ele elilto no se deduce que sen. también im-
pOBible obtener la noción del delito n~tural.
Lo necesario es cambiur de rné~odü, alnwc1onal' el
antiJisis de líls acoione!:! y sU1;)tituirle por el dé lm~ senti-
mientos.
En efeoto) en la idea del, delito e):tsLe siempre la le-
sión ele uno de esos scntimicnGol;\ Cj\10 tienen más profun-
das raíces en el corazón humano y que constituyen J(}

que suele llamarse el sentido moral. de uno, sooieclacl. gstc


sentidc~ m.oral ee ha desarrollado lentnmellbc en la humo.-
nidad; su desarrollo ha 6ido y sigue Riendo distinto, oon
relacÍón ó. las razas y á lD.s époous: se ven creoer ó debi~
El. DELn'O :s'Al'URAL ~)

Ji Ln.!'se al¡:UlWS dv lw.; illf:!tintos morales que lo constitu-


yl.'n: de aquí ,·al'i:tci< mOH eIlormes en las ideas de moru-
lidml C') ÍIlllJc1I\tlidacl, yen c()nsecucncia yariaeiones no
Jl1('ml~ c 1.l!li:>i<.krahI0:-; un la idü::t ele esa inmoralidad espe-
dal que da Ú 1m hecho vI cal'ádcr de delito.
I,u (¡tle debemos descubrit' es, ~i á. p('8.::tr de la in-
tUll~!n,l1<..'Üt ele- 1<."\,1-: clllocionOR provocadas pOl' ciertos he-
cl1()~ idl:'lltícos, pet·(\ c1ivel'D~U11ClÜÜ apl'cciados cm diferen-
tes s()<..'iedtuh:,s, ('xü.;tu un erl.l'::1ctel' constante en las C1I10-
eio!ws }Jl'u,·uúadas ¡10r J{lk hocJws que t3C flpJ'{Jclail de
una ll}¡Ull'!'a idé'ntiea; pot'quc iJ1'lplieal'ia mm diferencia
en 1" I'ul'llm, poro no en el fondo ele la moral sociaL
~(Jl( 1 puede e:·wlnreccr ost0 punto In, teoría ele la. evo-
Inri¡',n dd i-;(mtidu mUl'al.
J)al'\yin atl'ilmye el origen del sentido moral á la sim-
Jl:l.tía ill:-itin!iva <¡llO sentimos por nucstroB sClllüjantGS;
~peJl('(!l' al raciueinio, que habiendo hcche) comprender
Ú laH IJrimCl'HI=l agrrg'ucioncf3 humanas la ncccfiidad do
ciel'l il:-' l'l'glas de conducta, se ba c.onvertido en costum-
lJI'P intl'Ieduul, y tl'am;miticln pOl' herencia á la posteri~
dild He ha Ü'allsl'ormado on instinto. Estas intuicioncs
JlH IraJl's fundamentales se han elesurrollo..do y se desal'l'o-
Han aún en ID, raza y mm cuando son el resultado de
'<experiencias de utilidad, acumuladas y convertidas gra-
dualmente en orgánicas y hereditarias, en la. actualidad
HiJn por completo independientes de la experiencia cons-
ciente ... Todas las experiel1c,ias ele utilidad organizadas
y cnof:iolidadas á través ele todas lus generaciones pasa-
da~ de la raza hUllll:.1.na., han producido modificaciones
nerviosas correspondientes, que por transmisión y a(m-
mlllación contimlU8, se han transformado en faC1tltaftes
de íntuící6n rn o?'a 1, en emooiones correspondientes ii. la
buena ó mala conducta, que no tienen buse alguna apa-
rente en las experiencias de utilidad i'Julivitlual. El agra-
do ó el desagrndo, han llegado á hacerse orgánicos por
la herencia de los efectos de la ex.periencia agradable ó
crmUNOL!l\ih

desagradable que hiciel'on nuestrus antepa'i:adOb)) '1). Ya


se acepte esta hipótesis, ya la ele Darwin, lu dedo es
que todas lus l'a:t.as poseen hoy lllla sum¿\ de instintu"{
morales úmatos, es decil', que no se deben al l'azona-
rniento individunl, sinu que son pl:\tt'imonio oomún de la
raza) como el tipo fí!;;icO lo es de los individuos (PO á In,
misnm raza pertenecen. Aparecen algl!!1Qs do estos ins-
tintos dl~8de la intuncio., desde qwa cornienztl. tl. pCl'dbir-
se el desarrullo inteleotual, pero desde luegc\ ante¡.; de
(Iue el nmo t:lea oapaz de lmcer e: difícill'aoiocinio que
demuestra. la utilidad indirecta elel altruíemo. Lo rni:31l1o
puede decirse ele la existenoia del sentido moral {.I/ ¡llIto
que es el único que puedo expHon,l' el tmcriíicio 80lit~~rio
é ignorado que á VGe8S lUl,CCll los homul'es de sus inte-
reses más caros pu!' no violar' lo que creen que el" ti\!
de·be!'.
Indud¡:~blell,)ente el pl'inc,ipio de tlue 1:1 conveniencia
Social es s610 pOSible con oierta Cüll1penS~tciún ele egUl~-:­
H10 y ele altruí~mo) puede explical' el primitivo orlg;en
utilitario de las ideas morales (2). No es menos cim'to
qüe en los oasos plll'tioulH.t'8:'il el oJtruümlO produoe oon
frecuencia el mal del individuo, y que le impide alcanzar
lo que más vivamente desea sin que tenga que temer
ningul1a consecuencia desa.gradable, próxima ó futuea,
Si el hombre obra de esta rnanero.. no puede atribuir-
se 15, otra cosa sino ti la, existonoia de un sentimiento que
lo impulsa á conducirse sin consideraoión á las conse-

(1) Spencer, Bases do 7a moml evol'utlva" cap. VII.


(:3) En la familia y en la tl'ibu primitivas los sentim(l~ntos de
i:tterés com1,Í.n y la !epl'obación que ordinariamente acompaila-
bn Ji toda acción del imUviduo contraria á la asociación debi6rO)~
dar origen á la idea eleI bien y del Inai: m5ta i.dea tran5mitida por
la herencia á lruJ gell(:)raciones suceeivas debió convertirse en un
instinto más ó menos pronunChHlo. Maudsley, La responsnbiUdar:'t
en r:a~ entet'meclctcles mentales, traducido por A. Tama.ssia, Gap. l.
página. 64.
J::'" PELITO XA'ITJ:\L '/

(',lu.:ncias, de acuel'du ('un una ley que tiene dentro de sÍ,


la ley del deJn'l" qut' ve claramente t:in nil}!2'ún esfuerzo
dE' ¡':\ciC)cinio. Tal l.'~ el ~ent!,do moral inO'GIlitu
e- ) hcredo,-
do, Ptl su j utnJidad ':) al men¡)s en g'1'[\11 parte.
Esto Ilft oh':ita ptu'a ({UL' esos in,,! intl l:-; herüdados por
llU"qtros lw,yan (:I,;nido un ol'il!cn utilitariu en flUClf<;tl'OS
lejanos aseundientl'R 8l~~'ún lu'hipótesis ele qllC acabamos
de hablar, })m'\YiTl, '{ue DU la nl'opta comu hCI11f.ls dicho,
]](')2'0,. Ai II (Illlbargo, ú b miNm<.t eU118UCUOllcia: « Aun cuan·
elo <'! hombre, dko, tenga pocos instintos 88pccialeB,
plH'''; qW\ ]la 1>L'!'t!ít!() ll)s que BlI~ prill1ero~ prugenit()re~
pudiel'()n tt..~nl't'. nI) Ot-i (~sta una razón ptwa que haya de-
Jad, l de '~Oll:-;('l'\"ar) desde una 0poen muy remuta, cierto
gr:uJ¡, de alllOl' /II.1'/iJlliI'O y do Si)H!)lt/I:(~ hacia RUH f-;omejan-
tORo I,Ll., ilnp<'H'lus;t palahr:t r!r!/¡('í' parece que signilica,
Hencillall'lento. la c()llc.iencía Ínterior' de un ¡?lst¡llto !1f'I',I'Ú-
11'.11 ti', ({no ya seu innn.t o, ya ndCfuil'ido ]J(tl'ciaZmell (f., le si/'-
NJ do g'llia, poro al cual, sin embargo, podl'ía desobede-
cer), ,1).
POi' ut.t'<\ pi.wle, si la nloral no fueso 1llÚ,í::1 ¡PW 01 Ct'U-
ta elel ra,ciociniu inclivichH.\l, los individuol:! que ostuvie-
8tm dota,do~ ele nnyoI' inteligencia, serian abí:lulutamen-
te 108 más hunrudus, porc¡ue les sed[\, fáoil elevarse á la
idea elel altruÍsmo, tí la, concepción de la moral absoluta,
que, según J08 positivistas consi8te en la compenetra-
ción rIel e b oíi:>Tl1u Y del aItnLÍsmo; no diremos que suce-
da 10 üontrario, peru es evidente que no faltan ejem-
plos de personas muy inteligentes que ú. la. vez Bon píoa~
ro~ redomados, micntra:;; que, por 01 contrario, Re ven
humbres ele limitadísimo. inteligencia, que aún siéndolo,
no se permiten separarse en lo más mínimo de las reglas
de la más severa moral. ¿Por qué? No ciertamente por-
que oomprend!111 la utilidad indireota de ella, sino por-
que St) sienten inconsoientemente forzados ti. respetar ta-

(1) Darwil1, Odgell de? hombre, cap. IlI.


8 CRlMtNOLOGÍA

les preceptos y se sentirían lo mismo, aunque no e,stu-


viesen obligados á cumplirlos por su l'cligiún Ó PI)l' la
ley escrita.
Creemos, pues, imposible negal' la existencia pBico-
lógica. del sentido mora}, creado, como los demás senti-
mientos, por ltl, evolución, y tl'o.nsrnitido plJl' he1'on('ia."
pero puesto que este sentido moral es una nctividad
psíquic3, puede estar sujeto á alteraciones y á enferme-
dades, puede perderse por oompleto, puede faltal' dü na-
cimiento por una monstruosidad semejante fJ. la~ dülni8
de nuestro organismo, y que á falto, de otea causa pue-
ele atribuirse al atavismo. Las gradaoiones «entre la l::iU-
peema enet'gía ele mm voluntad bien f.H'gn,nizada y la ~tU­
senda cmnpleta del sentido moral» (1), son immme-
l'ablos.
No podemos, pues, admirarnos si en medio de tUl,l"
sociedad civilizada hallamos un número más () menOH
considerable de individuos cuya muralidad no {~ul'l'OR~
pande á lo. general de la población, son anomo.,líaH llatn~
ra.1es, como veremos más adelante.
Lo que conviene más bien averiguar, es en qué me-
dida varía ese sentido moral á través del o¡;;pacio y del
tlempu; qué es hoy ese sentido moral en nuestra raza
europea y qué en los demás pueblos ci vilizados que per-
tenecen á otras razasj qué ha sido y qué llegará á ser.
Averiguat'emos ademús si hay una porte de ese sentick,
moral cuya pres¡;neia pueda descuDrirse en laf;:! mús an-
t.iguas agregaciones humana"!, y ouúlcs son lo~ ineMi'ltuB
morales que han dominado en la épuco.. do uno, civíli7.a-
ctón inferiOt', ouáles los que entonces apenas clllbl'iOlla,-
ríos se def:!arrollo.ron posteriormente y han venido á sor
la base de la mOl'al pública.
PL'escindiremos del hombre prehistórico, del cual no
podemos saber nada tocante á lo que nos intereea, y de
EL DELI'fO NATURAL

las tribus sal va.ie~ degcncruclas, ó no susceptibles de


(lc:'\i1l'l'ollo, porque podemos considerarlas corno anon1u,-
lías do la cspccÍi..' bumuna, Traturcmos ele separar y nis-
lltI' los .\'I~/Itiwieillu.\' /l/orales que jJltcclen dech'se d~/lJtiti/lll­
mel/tI' rulr¡uil'itlos pUl' la parto civilizada de la humanidad,
y que forman la YCl'dacleru mural contemporúnea, que
nu es tiusccpliblu do 8tül'ir menoscabo, sino de un des~
arrullo cnda YCZ lllilyor,
:-)0 ha dicho, que era Ul1n. ilusi6n la !'f!ctCt ratio l1atura.c
cO/I!lI'/!I'IlS dl/l/M'tl in om,I/CS, COllstallS que dijo Cicerón, y
sin OlnlHll'gO es),::; pnlabrus enuicrean una verdud siem-
pre que se entienda, que csu )'fJ('((~ j'(tt¿o no es un ;:¡,Ü'i!:)u-
tu primitivo y originario de la. raza humana. bino un pro-
dueto de la. evolución, ó lo que os Jo mismo, siempre
quo no se extienda á lus r.l"Zas bárbn.ras, ni comprenda
la moral (',omo un todo homogéneo sino que abrace sólo
IdglllUt dr:. la.\' ?'(;fjhs r¡lIe !ct.fm')IUtll) l'cgl:.ts que nacen de
ctlgunol' se)¿tiJrúento.\') que se hn.n convertido en orgánicos
ó int!tinti\'os, entre los hombres que viven en las socie-
dades civilizadas contemporáneas,
ai logramos pl'ubal' esta derivación, vendrerno8 á
obtener ]a conclmMm de que una parto elel sentido mO-
ral es idéntico en los mismos límites, y entonces podre-
1110S definir el DELITO NATURAL como la ofensa (i estos sen-
til)¡,ientos }J1'of1tndos é instinth'os dellto'filb?'e social.

Ir

Es evidente que no podemos ocuparnos sino del sen-


tido moral de la sooiedad entera) es decir, de la medida
mínima de moralidad que es conlún á todos los hombres
que viven en la misma sooiedad. Así como ha habido
siempre individuos moralmente inferiores al medio am-
10 CRlI\I.I~OLOGíA

biente, así también 108 ha habido superiores; óstu~ sun


los que han dirigido sus esfuerzos ti. conseguir por sí
mismos la realización de la lUorn.l absoluta, es <.lee. ir ,
según Spencer, ese ideal ele la conducta realizable pOl'
una sociedad entera cuanelo existe una completa compe-
netración entre los sentimientos de un egoísmo 1'a7.0na-
ble, con los ele un altruísmo ilustl'ado, pero estos idea-
listas son poco numerm.Jos y no pueden ni adelantn.l'se
en mucho á su tiempo, ni impulsar fuertemente el pro-
ceso evolutivo. El mismo idealismo ético religioso elel
cristianismo que concibe la humanidad COIllO una sola
familia en Dios, no pudo nacer y arraigarse sino cuanelo
Roma llegó á reunir bajo el cetro de un solo imperiu,
oasi todos los pueblos oivilizados, y tuvo relaciones C08-
mopolitas.- ,,-Sin esta, condición, la étioa cristiUlW, no
habría encontrado tal vez un terrono apropiado para el
desarrollo yla es~abHidad de sus ideas)) (:1).
<cEl oonjunto de ideas morale~ de un pueblo -aluJ.de
el mismo autOl',-no ha salido ,jamás fOl'mado de ningún
sistema filosófico, como los estatutos ele una sociedad
weroantih. Ese oapital de ideas morales es el producto
ele una elaboraoión de todos los siglos que nos han pre-
cedido y que nos las han transmitido por herencia con
nyucla de la tradición. Por eso ha habido en todas épo-
oas una moral relativa que ha oonsistido en la adapta-
ción del individuo á la sociedad, y hay otra aun más re~
lativa en cada región, en (jada clase ele la sooiedad, que
es lo que se llaman las costumo1'es.-C1.lando un inclivl-
duo se conduoe según los prinoipios de conducta gene-
ralmente admitidos en el pueblo, en la tribu, en la casta
á que pertenece, no se pueele decir que obra inmoral-
mente, aun cuando la moral absoluta no lo crea así. La
esclavitud por ejemplo, Juzgada en relaoión con el ideal,
es una institución inmoral, porque una sooiedad perfeo-

(1) Schaeffle, Estructura y tJÍ(la del C~ICWpO social, oap. VII.


El. PELITO N.\1TRAL 11

t<1 nu puede permitir d domilliu del humbro Hubre el


hum])re: veru (.pe deduce de l':-:;LU }..1.. inmoralHlftd de lOK
pl'opietal'iu:-; del Illtll1cln an t.iguu, súlo por el hecho de
'luc' 1)( ¡"'l'ían e:-;cIa \'u:-;'! La funDa en, !fue In moral de
aqm:] tiempu tendía al ideal, ~e ro\·clu. en la~ libe/'llcúJilf!s.
P()l' Illl'dio de las que Iu:-; pl'opietariuH mús hum::IIWfl,
t:lJneedían b lih('I'jad Ú 11\::; ~'~cl[1.\"oH quo Re habían dii::itin~
~.nlirl(l l'ntl'c lus dUln:tt-:, !H1t' sU culu y lidelidad, /) á lus
'1Ul' plll' :--\1 intdi!!'l'lll'in, HU inbl.l'ucciúll <'1 :-;UH e;';lJ('dnln~
aptitllde:-;, lludian abl'il':-:e Ull Ct\lllillU en el lllUndlJ, l'lp-
VÚ\11 l'l~ü )1111' ellL'Ílll¡l, de hUlllilde clIndiciún.
:-:1.1
L:-; inútil Cklll()stl'al' pOI' Il1Cditl de l',iumplos, lal-; CIHll'-
111"'" dil'l'l'lmdas qlle h: 1Y 1.'1\ lI1Ue]lOH punlo!-l, cntl'o la 11111-.
l'¡tI dv IHlCJ¡]I)S divvl':';():-: i) l'U In. de un mismu pncLllu eH
difel'UIltuH úpocaH. Ko eH lleC('SLWiu ,'iiqUÍl'I'L), citar' 1<l8 tl"Í-
lJll~ :-:al\·a.iUH :mtig\ l<t:-; y mudel'l1a~, haRtn. reüul.'dar t.an
súli! algull:l,S t'(IHtwHln'üH del mundo dú¡,;ieo tan pt'(¡xim(l
Ú Il()Sott'UR) plll' el 1-.!'t~nel'O y el gl'allu do su d vilizncit·)tl.
nlJ(~(ll'dulll()s la publicidad eOll que :-4e cclebl'lllmll eiel'tü~
mbtel'ius de la. lIuLUl'nlezn.: el cllltU de VenUK y de PrÍapo,
lus alllltletos .fíilicl)\" h pl'()oti\.w~k)1l l'eligiosa en Chipre
y ell l....iclia, In cekiún de la mujer' pl'opia á un amigo, do lo
cun,llnd.HJ ejemplo8 en Homa; el adulterio <\dmitido en la:..;
eU8tuIIlbl'OK de EB}K\,llta, cuando el mal'ido era inepto
para la procI'eaciún; el <.\11101' hncia. individuos del mismo
HGX(), de que 10[-) oscr'itorc8 gl'iegoi::i hfl.,blan, como de UlUl..
cosn., llU solamente tolerad¡-!', sino digna de encomio (1 );
elmatrilllunio entre llol'lnnnu y IWI'mu,rltL en la.B familias
do 108 Famollol:!, cO!jtullllJl'e (lue conLillu6 aún en la ÚpOC4
de los PtolOlllOUS, á pCf::;ar ele ser éstof:l griegos y cien otra::::
costumbrOB completamonte distintas elo las nuestras, pl'O~

(1) Salón pl'ohjb1a á los hombrea quo no oran Uprfls, el amar


á jÓYf;\flOS del mismo 8~XO, porque con¡.¡ide:raba esto amor como
una do las ocupaoionos más bellas y honrosa.s,--Plutarco, Vida
<le Sol6n.
12 CRI1\U~()LO(TfA

b.-\rán en (lUSO de dudo.., cu~\n gramlljs tl'an:ofor'lnncioneR


ha sufrido lu moral en EUt'ClpU. en menos de veinte 8tglo~.
La moral de nuestros días está oalcada enlt\ ctootri-
na de Cristo, pero pl'esc.illdier1 do de algunos principio8
del EvangeHo, que, a.unque predicados por todus partes,
no han podido eohar raíees y conVel'til'l;e en sentimien-
tos, como pOt' ejemplo, el ele sui'l'il' la.s injurias, devol-
ver bien por mal) desear el bien do los enemigos, prin-
cipios q\le pueden decirse completnmenLe desconocidos
en la époul;1, grcco~I'Omanll) y tomando en carnhio fllgu-
nas de l~\s máx.imas com(1l1l11ente admitidas en nner;tl't\
sociedad oontemporánea, como po!' ejemplo, el deuer de
respetar la libertad personal de touos los 11ombres: este
principio h,1. sido negado por mucho tiempo en nuestra
misma razu; en toda la Eurupa de 1U8 tiempos antlguos y
en loe Estallos Unidos de Amél'icl1 ha!:ltu. hao0 veinte
uños existió la e::;clu,vitucl que aún no ha tles~pat'cciclo
por completo en el Brasil. Ht1;.;io., ha abulido hace pOl'U8
lustros la ECl'vidumbrü y en todos este\s pueblos 110 era
inmoral paro. el amo oonstreñir la voluntad del eschwo,
servirse de él eomo de un instrumento, sepo.ral'lo ele su
ftm:úliu, azotarlo y aun someterlo al tormento.
Pero dejomos á un lado la historia y la geof,"l'afía y
cxarninemos la sooiedad contemporánea. ¿Qué encon-
tramos en ella? Hegias de· conclucta que forman lo que
se lbmo,ll costumbI'éS, entre las que hallamos unas co-
munes á toJas las olases sociales; otras propias de oada
clase, de cada asociación, hasta de cada círculo. Todo
está reglamenta'do) der3de las ceremonias n1ás solemnes
hasta la manera de saludar y de vestirse; desde las fra-
see que deben pronunoiat'se en determinndas circuns-
tancias, hasta ln!) inflexiones con que se deben decir y la
expresión que se les debe dar; 108 que so l'ebelan contra
osas l'eglas se califican, ora ele eX.oéntrlcos, ora de ig-
norantes, de ridím.\los ó mal eduoados, y excitan la hi~
lo.ridad y la compasión " cuando no el de~preCio.
EL lJELITn NATURAL

:\luehas cusas permitidas en una clase ó en l.Ula ;~~()­


ciaci")ll. estún ri¡l'U!'osamentc pt'ohibidas en otras, ú ve-
ces la manera do conducirse dopünde del tiempo. dellu-
~,!'al', de la hor'(1" dd oIJjüto de la rounión. Así, por ejem-
plu, utla seilora puede ]ll'csolltarse de~cotacla en una co-
Illida /1 l~n un kdle, nmndo al ha('er YiRit,1,S de día dQbo-
rú it' GlIl>iln'tu. por cumpletü; a:::;í tnmbil'll un c:1hal!Ol'o
IIlW ll} haya sitlu prl'sentado durallto un baile, podl'ú co-
gerla PUl' 1'-1 eintut'D.. P:;W<.1. lxdlur, lu q\.w no podrÍiJ, lmc01'
en nlll,\!\\Il:.t utra u,:~u:lión, Ú 110 ~er cnlt\s ítltil1lt\~ c:s.:pan-
HiolluS del am')!'. Tudu~ nuo8tl'OS ll1uvimionl;os ostún 1'0-
~!'\\hd(l": por ht e(mtumbrc estableco; en.,:ü no hay
10 ([110
f:;omelidn Ú Ulla regln.; la tl'<l.di-
UIl:), l),Cci¡'lll IJlIG llU (~t:ité
dl'¡n. ]u üdlwaeiún, 108 ejomplo}:; Gun!inuus, n08 haccn
~:egllit' CtilUH preceptus, sin discutirlos, ~in cxmuinar la
razón de olluH.
E:--ü\,f:¡ leyes, vtu'iables, f-\upcl'ficinlc!:l, o~<.:ilantcf:l, e~­
t:'\I1 HlJJlwliuuí-l ú utt'al::l más gunoralcl:l, lrlf:! ouales pCllC-
tl'un tudn la i:::udedad de alto almjo, como el r"yo del f:iol
se ¡H'O)'t\{·,ta ú tl'nvéf:! dI.,) dHol'enteR (¡t\pa~ líquída~ f:iolJI'e-
pum:lLat; una, ú otra, J)01'0 como ét-ote experimenta una 1'0-
f'racciún diferente en l'i.\ZÓn Ú In, diversa uCJ1!:lidacl del
medio, tallllJióll aqnéllaf:l cxpel'Ímcntan en cada. clase 80-
cil'l..l, ~dguna:-\ nüta.blc¡j vu,ri\.\cione8, ToJes son los precep-
tos que suelen Ilam<.1.1'f.Je de moral y que más fáoilmente
L[lW los otl'üH pueuen agruparse sintétioct\nonte en pocos
prineipio~ genorales para uil'igir la conducta.
Laf:l primeras regl.u':l Ú que me he reforIdo, Jo.s que
prupiamente cunstiLuycn el ceremonia], tienon 01 cal'ÚO~
ter de una cuntinua vn.rio..bilidi1d; los proceptos do la
moral tienen mayor constal1.cia, p<:n'o tampoco ústu es
absoluta, BUS vilriaoiones son mús lentas y menos sensi-
bles, en un espacio reduoido y en mm época no larga;
pura onc(mh'al' vorda.dcros C()ntr,A~tel'3, f:le nccesil;u, acu-
dir ú In. histuria de 108 pueblos antiguos y obSel'Val'
aquéllos cu~'a oivil.izución es infllriol' á la l1Uef:ltra. Pero
14 \.'n,DlI~OL{)GlA

.en un mismo período histórico, en una mit-:tnlu, nnc.tt"ln,.


existen prinoipios morales cuyo dominio alcanzn á toch"s
las clases de la sociedad, aun cuanclo no tengan en to-
das ellas la misma expansión ni el mismo gradu do per-
fección, lo cui.1.1 hace pensar, qne en las diferentc~ eh\,-
Hes que oomponen una poblacL:m, presenta lo, mural :\8-
peetos en algunos puntos diferentes. Si hay algo, dice
Bagehot, en quo los hombres difieren notablemente, es
en la finura y delicadeza de ~u::; intuiciones mora.les, ~Nt
cualquiera el modo oon que nos expliquemos el origen
de estos sentimientos. Pilra convencernos de ello no e¡.:,
necesario viajar por países salvajes, basta hablar con in-
gleses de la clase pobre, oon nuestros propios criados y
obtend¡:'ernos la más completa evidencia. Las cla.ses in-
feriores de los países oiviliztl.dos, así como todas las clu-
ses de los paíseH bárbaros, carecen evidentemente de la
parte más delicada de los sentimientos D. los que en com-
plejo damos el nombre de sentido moral.
Pero no oonviene dar á e,sta obscnación un sentidu
demasiado extenso, el autor hace notar tan. sólo la ca-o
renda de la parte más delícada del sentido moral en las
dases inferiores, lo cual supone que en todas las clases
existe un sentido moral, aún ouando poco desarrollado
y nada delicado; hasta las últimas clases sociales tienen
algo de común con las superiores en el orden moral y
existe una razón para que así sea.; si es ciar'to que el
sentido moral os el producto ele una evolución, es natu-
rul que se en.cuentre menos desarrollado en ls.s olasctl so-
ciales, que habiC11do progresado menOs que otras re~
presentan un gl'11do inferior en el de~arrollo psíquico,
lo cual no significa, que en aquellas clases no existan los
misrnos instintos en una parte más sustancial, de la
misma manera. que existen, uunque en un estado aun
mús embrionario, en las tribus bárbaras que tienen un
geado menor de desarrollo, que nuestras últimas cla.ses
sociales.
El. IJEL1TO NA1'UHAL 13
I)c o.quí se :-,iguoyoy directamente á In~ COl1F,ecuen-
da:-:) porque creo inútil reforzar con e.iemplos una ver·
dad tun o\'idente) '1\10 en todo sentimiento moral, se'
pueden distiIlf!uil' dil'cl'entcs capu8 superpucst.as, que
haoC!n cada vez lllÚS delicadu el mismo sentirnicnto, ele
modo que apartando este pw(lucto superficial y má81'e-
ciente ue la ovo]ucit'm Illo1'al [:;0 def:icmbrlrá la parte más
8uRtD,ncial de cliebo sentimicntu, y se obsel'yal'á que 08
idénticu en tOdU8 lus hombros d0 nuestro ticllllJO v de ,1

nuestl'v.. raza, y aún elo otras raza::;, 110 muy distinta::; ele
Iv.. ll11eott'n, que hayan llegadu á un grado no muy distan-
te de ci\"ilizaoiún.
1)Ul' este modio, y aún l'enuuc.iando Ú la idea ele la
unirol'saliclall absoluta de ID.. moral) podremos determi-
lUU' la identidad de D.Igunu8 instintos morales, en una
vasta región del reino humano.

IIT

h .wo ¿cuáles sun, nnte tudu) esos instintos mOl'ale~ de


que debemos ocupamo¡;? ¿Trataremos del honor, del pu-
do!', de In, religión, del patriotismo? Parecerá extraño,
pero no es menos CÍ<3I'to que debemos prescindir de estos
sentimientos para nuestras investigaciones. En lo reIuti-
va al patriutismo, conste, que en nuestros tiempos, no 0!:l
ya absolutamente indispensable para la mOl'alidaa del in-
dividuo; hoy no es inmoral quien pt'efiere al propio un
país extranjero, ó quien no der'!'ama dulces lágrimas á la
vista. de los colores nacionales. El desobedecer al gobier~
no constituído, el aceptar un destino de gobierno extran~
Jero, pueden merecer el calificativo de mal ciudadano,
no el de hombre malvado; la misma pOSibilidad de ha-
cer semejante distinción (posibilidad que no existía en
16 CRlMINOLOGIA

Esparta ni en Roma), prueba la separación que hoy exis-


te entre la moral indi vidual y el sentimiento de naciona-
lidad.
Esta observación, es también aplicable al sentimien-
to religioso: en toda, la Emopa contemporánea, mejor di-
cho, en toda la raza europea, IdoS personas ilustradaR
consideran la moralidad pública independiente de la re-
ligión. El sentimiento religioso de los antiguos estaba
continuamente unido al patriotismo, porque se creía, que
la felicidad de In. patria dependía del culto ála divinidad.
Hoy existe la misma preocupación en algunas tribus bár-
baras. En la Edad Media, la idea de que los cristianos
eran la familia de Dios, los hacía no tener piedad con los
infiel~s. La blasfemia, la herej ía, el sacrilegio, In. hechi-
cería y hasta la ciencia, en contradicción con los dogmas
eran los más graves cl'Ímenes. Pero hoy, los preceptos
de la religión, no forman parte de las reglas de conduc-
ta en la sociedad, lo cual no impide, que nuestra moral
contemporánea esté, en parte, derivada del Evangeliu,
que ha favorecido el desarrollo del altl'uísmo. Pero se
puede profe~at· la moral cristiana y no croer en lus dog-
mas, es decir, no tener fe. Más adelante insistiremos en
este punto.
El pudor parece ser un verdadero instinto humano, y
ya hemos hablado de su inmensa variabilidad, y añadire-
mos que ni deja do hallarse en algunas tribus la comple-
ta desnudez, ni faltan ojempIn.res de la pública unión ele
los sexos; recuérdese la narración de Oook de una sin-
,guIar costumbre de las islas Sanwich, la consumación
pública elel matrimonio, de lo caal dice el autor, apasio-
nado por los salvajes, que no debemos admirarnos, si re-
cordamos que el Oódigo oivil da al matrimonio el carác-
ter de acto público. Herocloto y Jenofonte, refieren uná-
nimemente, que la cópula no se ocultaba en algunos pue-
blos de la India y del Asia Menor. Se sabe, que en
Esparta, las jóvenes luchaban desnudas en las pales-
EL DELITO :>:ATURAL 17
tras, y aun hoy se yen fáoilmente desnudas las abisinias,
las ele la :\ ubia y n un las ci vi1i:?adas .iaponesas á la hora
del baño. En nuestra mismn raza europea, y en las cla-
ses superiores de la sooiedad, las partes del ouerpo que
IlL mujer oubre, ¿no varían, oomo hemos dicho más arri-
ba, ú mereed de las horas y de las circunstanoias, hasta
el punto de persuadirnos que la modestia y el impudor
son sólo sentimientos relativos?
Existe esa espeeie de pudor, por el cnalllL ml~er re-
chaza llL Venus vaga, el amor libre ó que no tenga el se-
llo del rito conyugal, poeo éste, más que un instinto, es
un sentimiento, quo nace del respeto á los deberes de
familia ó ele esposa, al ~entimiento del honor de la don-
oella y varía oon urreglo á las cOBtumbres looales. Don-
de el ofrecer por una noche al forastero la mujer propia
es una cortesía y casi un deber de hospitalidad (Groen-
landia, Ceilán, Thaiti .. en la épuoa del descubrimiento ),:
donde todos los hermanos acostumbran á tomar una
mujer común (Thibet, Malabar), y donde la mujer se
compromete á ser fiel por cinoo ó seis días de la sema-
na l'eservándose uno ó dos para los amores libres (Ha-
saní y otrD.S tribus aldeanas), el concepto del pudor' es
muy distinto del que nosotros tenemos. Pero lo que
prueba verdaderamente que el pudor ele la muJer no
es instintivo, es el hecho de que en nuestra sociedad
existe realmente In poliandria 10 mismo que entre las tri-
bus mús salvajes del Ardea ó de la Polinosia, sólo que
aparece hipócritamente enmasoarada, y aunque pal'ece
disminuir con el progreso de la civilización antes se in-
j

clina á extenderse cada· vez más esa falta, á que se da


oon palabra más dulce el nombre de galantería. ¿Quién
no ouenta, entre las señoras más bellas y elegantes de
oada ciudad, dos terceras partes que son ffitúerGS fáciles,
Ó que al menos alIado del IDu,rido legal tienen otro ele-
gido por su corazón? El sostener que la poliandria sea
una oostumbre que ha desaparecido de los pueblos civi-
2
18 CRIlIlINOLOGiA

lizados, es una de esas mentiras convencionales que tan-


to se complaoe en analizm' Max Nordu.u.
En cuanto á las solteras el:> cierto que su apal'cntl'
compostura es mayor en nucstra raZt\ latina, porque
en otras part.es, corno en Alemania; en Suecia, on L~
Amérioa del Norte, la mayor libertad de que goza.n va
unida á menor hipocresía y, sin embargo, :i pesal' de
nuestra despiadada s6vcrich'tcl ¿no es frOCHento que l' n
l:.ts clases inforiores, una joven de die cioc.bo () veinte
a.ños no conserve su castidacl'? y aún en lils supol"io-
res ¿no sucede con ft'ecuencin. que una Joven qHO no
esté cuidadosamente vigilada, ceda á lat; pl'etensione~
amorosas del hombre que le es simpático, y que hatlta
en las familias que hilCen gala de mayor austeridad, Re
hayan visto jóvenes educadas en los más f:lcvel'Ü!:l prind-
pios, ceder de repente al ardor de la pasión ó á una se-
ducción hábil y atrevida:?
y la gente se escandaliza, PUl'LluC comu dioe NOl'(It1.ll,
la civilización ha hecho un delito de 10 que para la na-
turaleza es una cosa inocente. Pero justamente pOl'que
. no existe delito natm'al, á pesar de las leyes, de las cos-
tumbres, de la moral religiosa, de los peligl'os ele toda
clase, á que expone el amo!' libt'e, la gran mayoría de
las mujeres oontinúa y oontinuat'á siempre dejándose se-
ducir, ó dejándose induoir al adulterio. Launíco gatbdens
mutier r¡na?'Uo, que. Juvenal buscaba vanamente en sus
tiempos, ha sido en todos loma excepción.
La castidad, pues, que existe en pocos individuos,
por causa de un temperamento pal'ticular, ¿puede 11<.\-
marse acáso instinto humano, cuando por el contrtl.l'io
domina el instinto opuesto, que impulsa 6, las satisftl..(j~
ciones sexun.le,s'? El amol'librc, no encuentra por lo go-
neral obstáculos" más qlle en la situación especial en
que se encuentra una joven, ó una mujer, y el obstácu-
lo es casi siempre, el interés inclividuCLl 6 el ele la fami-
lia, cuando no nuce de la exoesiva. pureza del sentimien-
EL PELlTO l\ATUIUL 1~)

tu l'eligio¡.;o, en pocas nlm:\s elegidas. De todo lo dkilo


l::ie deduce qu\.} el bentimiento del pudor es artificial ó
convencional; acaso qlleriendo encontrar algo 1..1lliverf:al
en la especie humana, no se llegD., más lejos que al ins-
tinto, por el cual se ocultan en público .las partes sc-
xualc:s, y al hecho que no es excluf3ivo de la ospecie hu-
mana, sino común eón muohos animales, de que el
maobo es el que provoca la c6p'ub, mientraf el otro
f:lCXO, finge resignarse al abrazo, después ele haber si-
Illulado una l'csbtencit1 más ó menos viva.
Fúcil nos serú 01 e~amen del sentimiento del honor,
}Jurque todolS convienen en que es imposible hallar en él
la más pcquefla uniformidad; cada asociación, cada cla-
se sOüial, cada familia, estamos por decir, oáda indivi-
duo, tiene un punto dEl hU1101' especial en cuyo nombre
80 cometen toda c!i1se de acciones buenas y malas. El
hunOl' mueve el punal del conspirador, como rnueve la
c,.:pacla del solclndo. En lbs últimos peldanos de la socie-
d acl, en las asociaciones de malhechores, en las reunio-
ll~"; mis inmuralotl, en las oolonias penitenciarias, existe
UII'). iJoi,\ del honor que hace cometer las venganzas más
atl'U(;Of:; y JUB delitos más execrables. Además, lo que en
d(·tel'minada sOciedad se considera honroso, se mira
como dc:;hoDrQSO en tal otra. Nada hay más variable
que este sentitlliento, al cual llama Spcncer ogoaltruís-
tico, pero que no se preocupa de los demás, sino en
cuanto ellof; nos hacen objeto do su estima, ele su admi,
rución ó ele su aplauso.
Exoluyendo de nuestro exarnon todos los sentimien-
tos de que apabamos de 1mblur, ¿qué nos' qnec1a de lo
que suele llamarse el sentido moral'? Tan sólo los instin-
tos alteuístas, ósea I1quéllos que tienden directamente
al bien do los demás, aún cuando éste, pueda sernos
indlreotamente provechoso.
Los sentimientos aItruístas, que S8 enol..H~'ntran en
muy distinto grado de desarrollo, en los diferentes pue M
20 CRIlIUNOr,oG1A

bIas y las diversas clases del mismo pueblo, pero que


sin' embargo, se encuentran en todas partes, en toda
agrupación humana organizada (con la excepción acaso,
de un número pequeño de tribuR salvajes), pueden redu-
cirse á dos instintos, tipos: el de la benevolencia y el ele la
justicia.
Si queremos estudiarlos desde el punto de vista de la
esouela evolucionista) podemos elevarnos hasta su for-
ma rudimentaria, que ha sido un apéndioe de los senti-
mientos egoístas. El instinto de la propia oonservacit'll1,
se estendió primeramente á la familia, después á la tri-
bu; de él se desprendió lentamente un sentimiento de
simpatía haoia nuestros semejantes, y se consideraron
como semejantes al principio los que formaban la mis-
ma tribu, luego los habitantes elel mismo país, más tar-
de los hombres de la, misma raza, del mismo color, por
último los hombres de todas las razas.
En esta forma el sentimiento del amor ó de la uenc-
volencia hacia nuestros semejantes, nació como un sen-
timiento egoaZtI'Uí8ta, en el amor á los hijos que son cusi
parte ele nosotros mismos, y se extendió luego á los in-
cliyic1uos de la misma familia, pero no llegó á ser pro-
piamente alt1'wt8ta sino cuando no estaba determinado
por los vínculos de la sangre; entonces lo caraoteriza la
semejanza física ó moral de los individuos de la. mismo..
Ol1stl1; de la misma raza, que hablcm idéntica ó parecida
lengua, porque no podemos conoebir simpatías por indi~
viduos completa:mente diferentes de nosotros y cuyo,
lUlmcra de sentir desconocemos. Esta os la causa., como
lo ha notado' perfectamente Darwin, de qu~ la diferencia
de raza, y por consiguiente de aspecto y de costumbres,
sea uno de los mayores obstáoulos para la universalidl.\d
del sentimiento de la benevolencia. Sólo con mucha len-
titud puede llegarse á considerar como semejantes á
hombres de otro paí,s Ó de Oll'a r,a.'Zia; por último, lo. sim-
patía hacia. los animales es un:" adquil¡;ición mor~l muy
EL DELlTO XATURAL 21

p'1tltcrior, J" que aun en nuestros tiempos sólo poseen los


humbl'cs más delicados.
1)01'0 nos es pl'eciso analizar con alguna más profun-
didad el instinto de la bC'nevolencia, para dete1'll1i,nar sus
{lit'erentes grados y doscubrír la parte verdaderamente
necesaria para la mora,lidad, y que es hasta oierto
punto uni\"el'sal.
Encontramos, al hacer este análisis, primeramente
un número muy limitado de personas que sólo se ocu-
pan del bienestar de los demás, y que dedican toda FU
vida á la mejüt'a moral y materi[d de la humanidad po-
bre y enferma, de la infancia ó de la ancianidad desvali-
das, y ]0 hacen sin nillgún fin ulterior de recompensa ó
arnbid6n, neseando por el contrario que sus nombres
sean ignorados, y que se privan para esto no sólo de lo
necesario sino aún de algo cuya falta les ho,ce sufl'ir: es-
tos ~on los filántropos en la vel'clauora acepción de la
pabbr.l,; sigue á éstos un número bastante más grande
de personas, que sin hacer de ello el fin de su vida se
complaoen en prestar servicios siempré que tienen oca-
f::lión ele ello, y que si no busoan las ocasiones tampoco
]al'; esquivan, que tienen una satisfacción cuando pueden
hacet' algo por los demás: estos son los hombees bené-
ficos ó generosos. La mayoría se oompone de personas
que, sin hacer ningún esfuerzo ni imponerse ningún s<\,-
-criílcio para aumentar el bienestar y disminuir las 'des-
graoias de los demás, no quieren sin embargo ser causa
de un dolor y evitan todos los actos vol'unta?'ios que pue-
-dan producirlo á sus semejantes. Este es el sentimiento
de piedad ó de humanidad; es deoir: la repugnancia á la
·crueldad y la resistenoia á impulsos que serían oausa de
un sufrimiento' para nuestros semejantes. Su origen no
es completamente oJtl'uÍsta, pues como dice Spencol',
así como la acción generosa la provoca el placer que
experimentamos al reprcemntal'llos la BD.tisfacci6n de los
demás, así la pieda.d nace de la representa.ción del do~

SlJflfenta C()(te di Jut,kia de li ~aGt,Jl:


e.G.!! 81:1.;':':\
CRI~lINOLOGl.\

lar ajeno que venimos á sentir como propio. En su orí-


gen esto es egoísmo; pero hoy se ha convertido en un
instinto que no raoiocina y cuyo fin directo son nuestros
sem~inntes. Sólo en este sentido puede llamarse altruís-
ta un sentimiento que nace ele la simpatía por el dolor
y, por consiguiente, el temor de sentir una emoción do-
lorosa en presencia del dolor que hayamos producido.
Ln. simpatía hacin. el dulol' produce en nuestra con-o
dueto. muy diversas mO,dificaoiones: en primer lugar 1'0-
prime los actos que son causn. intenoional del sufrillllon-
to: este efecto se obf;ierva en muy div81'SOS gradús; su-
poniendo que no nos inspire unn. antipatía, el ln()vimion-
to por el cual se maltrata á un hombre, produce un sen-
timiento de disgusto espontáneo en casi todo!; 108 hOlH-
.bres adultos) exceptuando los que tengan sentimientos
completamente brutales: la representación del dolor f'isi-
co producido en eso, forma, es tan viva en casi todas lag
personas civilizadas que evitan con cuic1:1do'c1 prodl.1cil·-
lo. Donde existe un geado m;J.8 alto de poder representa-
tivo se nota una marcada repugn.),ucia á producir un do-
lor, aun cuando no sea fisioo. El doloroso estado del es-
píritu que excitaría en otra. persona una Ifal~bra dura,
ó un aoto ofensivp, lo imaginamos con tal claridad) que
esto basta para que rechacemos parcial ó totalmente
una idéu, semejante {1).
En casos de otro género, la piedad modifica la oon-
ducta, dete,rminando esfuerzos para consolar un dolor
presente; el que resulta de una enfermedad, de un acci-
dente) del mal trato de enemigos, y hasta de la cólera.
de la persona, en el corazón dé la cual nace la pieda.d: ..
Si su imaginaoión es viva y si además ve que el dolor
que presencia puede ser mitigado con su ayuda, no pue-
de evitarse las cenSlU'as de su propia conciencia si se

(1) Spencer. Príncipes ae PsychoZogia: t. IX, corolhwi5, capítu-


lo vm. París, 1875. .
El, iJEL1'l'O :\ ATUlt \ 1, :!.:¡

alú.ia de él, pl)l'que la imagen del dolor le pcrsigue inclu-


ciéncl¡ )le á yolYCl' sobrc sus pasos pnra prcstal' la desea-
da tiyuda (1 J.
Podemos, pW. '8, dcclucil' de aquí que el sentimiento
do la benevolencia, akanz;l, Illuy di:->tintos grados en ~u
des;\l'l'ollo: la j!if'¡/ad que impido la, realización dc actos
que producen un dl.llol' fü)ico: la jli('fltul que ci'ita los he-
chui-i (IUC pueden producir un doli.l1' moral: la pirdrul que
nOR itl1pLlI~a Ú 0011801<U' los elldores qlle p1'8scnc.iI.HtlOs: la
('lit/dad, In gonerOf'idacl, la Jilantropía que haecn que nos
()(,Ujl(~IllU¡"; c()n phccr dc Jo quo puedo, no sólo calmar los
duJul'üs actuales, sino aun pl'Üeavcr los cl'Jlores futuros
y hacel' lllC'1l0io> tl'Í8tú la oxif:;tüncia do lus defo:tgraciados.
LUH do::; pr'imero<ls Ill~nirestaci(]nos son ncgativrtR, eR clo-
cÍl', cOll~i8t(\11 en hL abktcneión de cicl'tuf.< hcehoK; las
uj.l'aFl no llevan conBigo una omisión f:iino Ulla acción.
Ah, ll'a )'<1 poclcl11u!:l V(\1' con claridad el flaco do la teoría,
Regún la cual, lus hech08 vriminalos f'e distinguen por
el caI'úetcl' de !:lO!' Ú la par inmoralüs y noei vos ú la
sociedad.
En efecto, este dQble carúctcr se encuentt'u porfecta-
mente c'n la. Ltlti.L ele benevolencia 6 do piedad pusitiva.,
PQl' la quo so tl'utf\. de cunsolar los dolores del prójimu.
So puede hacer un gr'<J.n daño por no acudir en auxilio
do un enfermo, en socorro de un pobee, lo cual revela
un escaso dosarrollo de Jos sentimientos altruístas;
pel'O, 8in embargo, la opinión públioa ele ningún país de-
signará á los individuoFJ que tales hechos COlUetnn corno
criminales. ¿Por qué? PorqllB la idea del delito se asocia
ú tUm aevión, que no sólo es noc.ivi.1, que no sólo es in-
moral, sino que además manifiesta. la inmoralidad más
clan!', es decir, menos ordinaria, la de la violación de
los sentimientos altl'Uí8tus en la meclldct meaüe poseída po l'
toda una población, medida. que no es la del desarrollo

(1) Spencel', ídem.


24: CRll\lINOLOG ÍA

Huperior de esos sentimientos, raro privilegio de espíri-


tus v corazones delioados, sino la jJ1"i1JM'i'a jase de ese
desa~'rollo) esa que podríamos llamar rudim.entaria. Por
eso no se encuentra en oasi todos los individuos que per-
tenecen á las razas superiores de la humanidad, ó á los
pueblos próximos á la civilizaoión, más que la piedad en
RUS fOl'mas negativas. De donde se deduoe que el hecho
o..normal, al cual va unida la idea del delito, no puede
ser más que la violación del sentirl."üento, que se opone
á que seamos causa involuntaria de un dolor.
Sí; pero ya hemos dicho que tan sólo el primer gra-
do de la piedad se ha heoho casi universal, es deoir, la
repugnancia á los he~hos que producen un dolor tísioo;
en cuanto á los que son causa de un dolor moral, hay
que hacer una distinción: hay algunos cuyo efecto de-
pende, ante todo, de la sensibilidad de la pel'sona, que es
objeto de él; la misma injuria que afec~a dolorosamente
~ un hombre educado, le es á un rústioo casi indiferente.
La potencia representativa general no es suficiente para
apreciar este dolor; por eso las pahbl'as malsonantes y
otras clases de groserías son tan .frecuentes en el baju
pueblo) y las frases á veces sangrientas, pronunciadas
por esas personas que se llaman ele ingenio, no lo son
menos en la buena sociedad y no se piensa hasta qué
punto pueden sufrir con eUa.f3 las almas delicadas, mien-
tras que el sentido moral común no se siente ultrajado.
N o nos referimos á ese género de dolores morales,
que pueden 0:.1USar enfermedades y hasta la muerte; su
efecto es muy variable, según. las naturalezas: la inten-
oión del autor es demasiado incierta para que pueela ila-
clecer el sentido moral y si padece será tan sólo para de-
ploral' el hecho, que no puede atribuir á una oausa de-
terminada. Por eso el homicidio moral, de que hablan
ciertos autOl'esJ no tiene interés práctico para la crimi-
nología> en la oual no puede tener un puesto deterroi.na-
do y en la que representa sólo una utopia.
El. DELl'rO NATURAL

Pero el caso es muy diferente cuando el dolor moral


oC oomplica en alguna ma.nera con el físico, como en los
o~stácnlos tÍ la lifJfJ.rtad de ll)s modmientos. eil le? violencia con
fjlte se des/¡'o,lJ'a tÍ una dOilCeZlcl, y también cuando el dolor
moral se complica con un ataque d la posición q1te el indi-
'oíd'uo ocupa en l(~ sociedad: este es el caso ele la injuria, de
k1, oalumnia, de la excitación á la prostitución, de la se-
. ducci6n ele una doncella, antes de que llegue á la mayor
edad.
Estos hechos pueden producir desgracias ¡t'repara-
bIes, pueden at'l'ojar á la víctima ú las clases abyectas
que son la hez de la sociedad. Sólo en previsión de estos
efectos se sí ente herido el sentimiento universal de pie-
dad; por eso son criminales sus autores.
De todo lo que hemos dicho en este pál'rafo, resulta
que creemos haber encontrado hasta ahora un senti~
miento altruísta, que eilla fase rudimentariD.. de su des-
arrollo, es universal, á lo menos en las razas superiores
ele la humanidad y en todos los pueblos que han salido
ya de la vida salvaje: el sentimiento de la piedad en su
forma negativa.
Este sentimiento será, pues, un ecntimiento fijo, in-
mutable para la humanidad en cierto estado de desarro-
llo; un sentimiento universal, si se exceptúan algunas
tl'ibus aisladas y que, comparadas con la especie hu-
mana, sólo representan una insignificante mayoría, ó, si
l3e quiere, anomalías, fenómenos excepoionales.
No está, ni mucho menos, este razonamiento en con-
tradioción oon la teoría de la evolución; contradicoión
que el St'o Aramburo me censut's, diciendo: «si la moral
» es evolucionista ¿por qué varía solamente en parte? ¿y
"por qué si,hasta hoy ha variado en todo, debe detenerse
»'!J 'ltO va'l'icw hasta lo infinito'!» (1). Spencer mismo ha elado
la contestaoión aun cuando no Be haya ocupado de la

(1) Armnburo, L¡;¡ Nueva ciencia parlal, pág. 101. Madrid, 1887.
teoría del Ol'imelL ,<Dedudl', dice, que lll,) jlll~dca ell~l'll .
),drarse sentimientos fijos pOt' el proceso evoluti\'ü, eH
},suponer que no existen cOllrlictr.Jltes jijas jJflI'({, el biell6stu
},socía,l. Sin embargo, si hs formas temporales de cond IlC-
l)tu, exigidas por las necosidades sociales, produ.ccn trk<u;
»temporales de lo justo y de le injusto, con excitaci6n do
lllos sentimientos corre!-?>ponclientes, 8e puede inferir do
})~sto con claridad, que bs formas permanentes elo GOIl-
),duda, exigidas por ]<.1,8 necesidades Bodales, pl'oducil'án
lliden.s pel'mn.nentes de lo justo y do lo injusto, con lag ex-
),citaciones elel sentimiento correspondiente, y así discu-
),tír el génesis de estos sentimientos es poner en clud~\ In.
),existencia de estas formas. Ahora bien, nadie negará que
)¡hay formas permanentes de conducta, ú poco que ootn-
)pare los códigos de todas las raZ0.9) que han traspasa,(10
«el período de la vida puramente de rapirn. La mutabili-
),dad de sentimientos, que hemos scñ,:duclo mús arriba,
Iles tan sólo el acompañamiento incvito.ble (.le la, tr:J.l1.:;i-
»ción que nos lleva desde el tipo origirml do la socie,dad,
¡,adoptado por la actividad destl'uctora, al tipo oivilízrtLlo
),de la sociedad, adopto.do por ltl.. actividad pacífIoa). I~s­
tas últimas palabras del más grande filósofo contempo-
ráneo nos servirán para contestar á la objeción ele
Aramburo y paro. contestar á la vez á esta otra: «(¿cómo
»se puede deoir que el sentimiento de piedad es im;:¡tinti-
}}vo en la hllnmnidad, olvidando lo que habéis cUcho poco
)t1"ntes del parricidio autorizado en oiertos oasos por las
llcostumbres de muchos pueblos antiguos, del latrocinio,
"de la piratería, del saqueo de 108 buques náufragos, dnl
llcual se enouentran huellas en uno. épooa más reciente,
)Ien nuestra misma raza europea, cuando ya no era sal-
lJva,je; de la venta de los niños tolorada en Ohina, de la
»esclavitud que apenas ha desapareoido en América, en
),fin, ele los horribles suplicios ele la Edad Media y de las
), innumerables orueldadcs ele los cristianos contra los he-
Jlrejes y árabes y de los espafioles contra loa indí~enas de
EL pELITo NA'rUI{AL .,-
-,
" América'? ¿,Cómo explicar que la leyenda refier::\ I$iu e!:l-
»tt'emecer;~e y sin manchar el carácter caJ.)Ullcrcsco ele su
"ht'r()c In, historia del festín ele antropófagos de Hical'rlo
¡'('uraz.\n de León dlll'ilntc la cruzada'!" (1).
?\o hay, sin cllllx"\'rgo, eontl'adicciún alguna y la ex-
plicación nu He hal'ú ('K peral' .
1remos dieho {j, qué ()b.ict,J~ 80 extiende 01 sentimiento
do pkdad, qlW es Ú nucstl'l)~ SClllC'jnnto8; hemos dicho
tambilm que se COmiCI17.H pO!' cOlll:'iderat' seme.iantes ú los
hnm!¡I'ef;; ele la llliH!I1~t !.r'ibu, lue¡:!'o á 10:-: elel mismo pue-
blo, 111;).;'; t:U'do Ú, t'ldos Ir),.: que <.\stal>:::w 1..1l1id08 pol' una
fe, una lpllg'u¡:¡" un ()I'igen c.omúl1, y Hubmonte en nUl'f;-
troK tiempos ú todu~ lus hombros, ('uallfLüet'''' que sen In,
raza {¡ la religiúll á que pcrtenezcnn. La pi~dad existía,
Pel'() lll) ern, <:osmopolito.., (',omo n\) lo Oi'l u,nn, dígasc lo
quo :-;0 quiera; prueba de ello e~, 01 trato cruel que bs
nací( 1008 ele EUl'opa) imponen ::tÚIl huy mismo ú los DC-
robel'üs, Ú 10:'; indo-ehinos, respecto tÍ, IOk:! cuales no rigen
las le~·e~ humanít,u'iuR de In. gucl'rn. moderna (2).
E~to explico. quo en uno.. époott monos cí vilizada, los
indígenao de Amúl'Íca no fuosen cOl1siclCl'adoR como
hombres por log esp:1.flolcs.: que algunos siglos antes los
morl)8, 10i::l sarracenus, todos los que no eran cristianos,
108 hereje8, los albigenses, no merederan más piedad
que perros raoioRos. No eran semejante.,· do los católicos;
se dift~rencinban tunto úomo 01 ejército de t3atanás, de el
del Arcángel Miguel, or;¡,n enemigos de Cristo, y sü raza
dobía cstir'parso: no carecían nueSCi'OS antepasados del

(1) Mataron un nÍflo san'aceno, fresco y tierno, lo cocieron y


lo salaron. El rey 10 comió y lo encontró muy bueno ... Hizo de-
capÍtltr á 30 de los más nobles, mandó ú su cooinPl'o que adere-
zara las cabezas y sirviese una á oada embajador, comiGndo él la
suya oon buen apetito. Taino, TAtnratura inglrJ6(kl t. I, callo U, :pá-
rrafo 7.°.
(2) Véa!Oe con este objC¡)to un precioso pa lil uJ0 de 'farde: La e'ri.
minaUr1arl comparada, págs. 188 y 189.
28 CRIMINOLOGíA

sentimiento ele piedad; pero no existía la sem~j(ll/:a sin la


oual la simpatía, origen de la piedad) no era posible.
y remontándonos en el curso de los siglos, má~ allá
del mundo clásico, penetrando en la Asiria leemüs en
sus monumentos esta ill::iCrip<lión cuneiforme) en la que
un gran rey, se enorgullece ante el mundo de una barba-
rie tan atroz y tan refinada que nos hace e~tremecer des-
pués de tres mil anos, (maté un rebelde de oada d09,
construí un muro delante de las puertas de la ciudad, y
haciendo desollar á los jefes de la rebelión, 10 cubl'Í con
sus pieles, hice emparedar vivos á unos, crucifiqué (¡
empalé á oteas, mandé desollar gmn número en mi pre-
sencia y revestí la muralla oon sus pieles, reuní sus ca-
bezas en forma de corona, y sus cuerpos á manera de
guirnalda) (1).
¡Cuánto camino ha sido preoiso recorrer, para oír
hoy, en vez de este grito de triunfo (aun ouando parez-
ca aun exagerado al humanismo, ó á la piedad cosmo-
polita) que el hét'oe no es más que una variedad del ase-
sino. Porque los pueblos van comprendiendo ya, que si
matar es un orimen, matar á muchos no puede ser una
circunstanoia atenuante: que si robar es un delito, inva-
dir un país 110 puede ser una gloria: que los tedewm no
legitiinan estos heohos: que el homicidio es homicidio:
que la sangre derramada es sangre der'ramada, que no
importa llamarse Oésar ó Napoleón, y que á los ojos de
Dios inmortal, no desaparece el carácter de asesino,
porque en lugar de la gorra del presidiario, obstente en
su cabeza la oorona ele un emperador (2).
Y este mismo sentimiento que hoy está tan extendi~

(1) Aaí habla el rey Assur,,,,,,,:,N~zir-I-labal relatando la con-


quista de una ciudad de Mesopotll,mia, que después. de hab~rae
rebelado se había sometido implol'ando p@rd60. Maapero, Ilisto'
'1'ia antigua da 108 pwibZ08 de Oriente, cap. n.
(2) Víctor Hugo enuno de SUR disoursos polítioos.
léL DELITO NA'rUHAL 29
do y que se extenderá oada vez más, ha existido siem~
pre en el corazón humano desde C¡HG se formó la prime-
ra sociedad ele hombres, desde que vieron en torno
suyo á sus semejantes. La contradioción de que se me
acusa, es tan s6lo aparente y no me queda más que ex-
plioar el origen de algunas oostumbres, que parecen es~
tal' en abierta oontradicción con los iOl:!tintos de piedad,
cuma son el parricidio religioso, los saorifioios humanos,
1[1, venta de los nmos, el infantioidio de los raquíticos, el
abandono de los enfermos, alguno de los cuales se han
obbervaclo en pueblos semioivilizados en los tiempos an~
tigl.\Os de la raza europea.
Sólo que, para juzgar esto es menester oolocarse en
un punto de vista distinto. A diario vemos hombres ins-
truídos y civilizados, que ejercen la cirugía, sometor :.'1.
los enfermos á dolorosas operaoiones, sin que los deten-
gan. sus gemidos, ni los enternezou.n sus dolorosas con-
tracciones, y estos hombres que son solioitados, alabados
y á quienes se agradece lo que hacen, no pueden ser ta-
ohados de ferocidad] ¿podrá deoirse acaso por esto, que
la piedad no es un sentimiento fundamental de la natu-
raleza humana'? No por cierto, porque no siendo el mal,
sino la salud, el objeto de la dolorosa operación sería
absurda y pueril, la piedad que detuviese la cuchilla del
drujano. La verdadera piedad, movida por la represen·
tación elel dolor futuro, ó de la muerte del paciente,
caso de no ejecutarse la operaoión, excede á la represen-
tación demasiado viva, de su aotual y pasajero sufri-
miento.
Hay que colocarse en este punto ele vista para juz-
gar oiertas costumbres feroces, de algunos pueblos, no
completamente sal¡rajes.
AveceR se creían necesarios para. la salud de la so"
ciedad} corno los sacrificios humanos en México, en mu-
oha parte del Africa central) y en la primitiva épooo. ro-
mana; otras se pedían por la misma víctima, como la
30
muertedacla públicamente, á los ancianos inútiles yen-
fer111os, por sus propios hijos, los cuales solían de\'ol'[u' el
-corazón de aquéllos, pt\rt\ dfl.l'lc digni1 scpultur~\ y hi\('~l'se
herederos ele sus virtudes. La superstición impedía todo
oo'énero ele resistenoia, la repugnancia indivich1'ü cedía .
nnte un deber sooin!, filial ó l'eliG;ioso. Por razones una-
logas se justifican aún en Dahomey ]OH 8acl'if1oiu~ fúne-
bres, 'Y por ellas inmolaron ti. sus hijas Agumenón y ,JCftl'.
Pr'eocupaciones patrióticas ó religiosas, costumbl't'K
h'o.dicionales, que se explioan, ya. con la necesidad de la
neleoción, yn con la elo impedit' un aumento CXCCRiYO de
población, han hecho tolerar el infanticidio en el ,Tap<lll,
on China, en Austruliaj en 01 Pal'uguay, en el Arden.
Austral; el aborto voluntario on muchas tribus de la Pu-
linesia, y por lo mismo las leyes de Licurgo imponían In.
muerte á los niños débiles ú mal conful'Jl1aclos.
Ouando prevalecía un alto interés social, los miEmos
legisladores se encontraban obligados :i l1hogD..l' IOB ~0l1.
timÍentos de piedad.
No existe, pues, crueldad instintiva en csto~ h<".choH,
sino instituciones sociales, que el individuo hallal>a CH-
tablecidas, y costumbres á las quo no podía oponerse,
Mm cuando las repugnoi;e.
El altruísmo rechazn tan sólo ID. crueldad perjudicial,
y 10 que se habría creído pel'judicioJ en esos países, era
precisamente el no ejecutal' estos acLos de crueldad, oon-
siderados como necesarios.
Pero este razonamiento no explicn ni la antropofagía
por gula, ni el derechu de los jcfef:l de tribu 'Y de los gua-
tTOros de mutar ú, un hombre por puro (¡aprioho, por ol
deseo de mostraL' su destreza ó probar sus a"71Ws, en fin,
aooiones orueles que, no siendo en manera ulgnna, im-
puestas por preocupaciones religio88.S 6 pn.triólioal:l, ó
pUl' instituciones que tengan un fin económioo y sociaJ,
no pueden explicarse) sino por la ausencia total del senti-
miento de piedad.
Ej. [\[,LITO NATURM. :Jt
1)01'0 801\ PO(~OS 1, ¡~ pueblos en quicncs se hayan
(It'f'cubiürto tales custllml.H'cs: los habitantes ele Ficlji,
"\ uova.- Zclrtnda v AW3tralin., algunas tribus del interior
de Afriea ... ::;un ;':xCl'PCiOI1Cs, ql~e conlirmD.n 1n regla de
lt\~ nnomu,lías soebJes, que rcpl'csontan, respecto ele In,
Üf.;lJ(~cic humana, lo que las anomalías individuales son
l'u:-.pecLI) de 1(l1n, 1'\\7.a 1) do U 11<), nn.ción.
IIOI1H)'l dichu 6, ('sto propósito, y croemos poder afil'-
mal' ahora, que existe un .\'I'ntimieJ/fo 'l'urlimflltaJ'iu de pie-
d(lA, (p.le ~e h~\lla. 0.\1 t(\cl~1. In. 0.\:lpecic hunmna. (con poeas
cxcl..~JJ(jiono!:l., baju llna fOl'mu !I(!/JlI ti I'ff, cs decir, de abs-
tellciúIl de ciertos aeto!:) cruoles, y que la opinión .públi-
ca ha considerado siernpl'e como crímenes, las 'violacio-
l/es (1('. este sentimiento, daFiosas (i. ta cO}}lI!Nidrld, lo que 1m
Ih.lChü e~ecptllar oicmpl'o d0 ellas á la guCt'ra. y los ac-
tU"i de ct'uelcb"d, ordenados ó provocados por preocupa-
ciones religiosas ó poI íticus, ó por institucioncs saciale::::
y (¡'adicionales.
Pascmos á 10.. formo. mús l)1ul'CaetD, del altruismo, es
decit', ti c~o sentimiento, (p.tO se aparta de una manera
más mat'cadu) de los instintos egoístas, hablo del f:ienti-
miento ele la juotida. «No consiste éste evidentemente,
»dice Spencer, en la pura representación de sencillos
» placeres ó ele sencillas penas que otros sienten; sino en
>liD. representación de las emociones quo experimentan
»10s demás, cuando se impide, ó se consiente, que se ma-
)nifiesten en ellos, l'calLnentc, Ó en perspectiva, las aeti-
))viclados que conducen á procurar el placer y á evitar ht
»pena.. El sentimiento de la justicia lo constituye, pues)
nJa representación de un sentimiento, que e~ á su vez, u1-
)¡tamente representativo ... El límite hacia el cual camina
»este sentimiento altruista superior, os fácil de discer-
J>nir ... al estado en el que, todo ciudadano, incapaz de
»soportar cualquiera otra restricción de su libertad, su-
»frirá sin embargo de buen grn.do, las restricoiones do
j)C¡:¡~)' mismn, libertad] e:dgida8 por' los derechos de otrOR;
32 CRIMINOLOGíA

»)más aun no solamente tolerará estas restricciones, sino


, t'
)que las reconocerá y ~'flrmará espontáneamente; se,n 1-
)¡rá una-grande y simpátioa solicitud por la integridad
)¡de la esfera de acción de los otros ciudadanos. eomo la
)tiene por la integridad de la suya propia y la defenderá
»COlltra todo ataque, al par que se abstendrá él mis\11 0
»de atacarla». El sentimiento de la justicia en esto gradu
tan superior) es lo que hemos oonyenido en llamar delico..-
dez;).. Se oomprende fácilmente, ep. lfl un sentimiento tan
complejo, sólo pueden poseerlo de una manera perfectu.
naturalezas privilegiadas. Aun cuando la idea de la JU S -
tioia esté muy desarrollada hasta en los niños y en las
personas del pueblo b~jo, no es común que estas perso-
nas obren de acuerdo con esa ide11, cuc:mdo se trata de
su interés personal. El niño y el salvaje distinguen per~
feotamente lo que les pertenece de lo que no leí') perte-
n8ce, y sin embargo, tratan de apoderarso de mmlquiee
objeto que esté á su alcanoe, lo cual prueba, que lo que
les falta es el sentimiento, no la idea de justicia. En cuan-
to á la!;! personas adultas de una nación civilizada, poseen
generaZmente, por la herenoia y las tradiciones, oierto ins-
tinto, que les im.pide apoderarse por engallO, ó por vio-
lencia, de lo que no les perteneoe. Este es un sentimiento
altl'uísta, que corresponde al sentimiento egoísta de la
propiedad, que ha definido un filósofo italiano: «uw). for-
nUla secundaria del de la oonservación indiviuual» (1).
Nuestra leuguD, no nos ofrece una palabra que indi-
que con precisió\l el sentimiento de respeto á la propie~
dad ajena. La pttlabra (J1'ooüZtut es acaso la que significa
algo más próximo á esta idea, aun cuando su significa-
oión sea, sin eluda alguna, bastante más extensa, puesto
que indica en genera.l el sentimiento ele respeto á todo lo
que pertenece á otro) así en el orden material como en el

(1r Sergi, El~memt08 de psicoloGía) págs. 590-91. Messina, 1879.


EL DELITO NATURAL H3

IIlUl'ed: biene~) dCl'cchu:-:;, fama, honores, tranquilidad


jJl'Í\'ada (1
j'

La ~ig'niücacióll cumple.ia de la pali1bl'a nos indic~t


C{ll\:, ell una suciedad d,·ilizada. el sentimiento de respe-
tI) Ú. las prupicdade:-; morales, tle une muy pronto al de

h:? prupiedades lllatul'iale:?, adhil'iéndu8c á él de un modu


indbulublc.
También este sentimientu pl'etluntn diversas grada-
ciunes qlle cUl'respunden 5. 10:-; clif:itinto8 gradu:,; de la.
u,'oluciún moral. En el vértice se encuentra la delicade-
za con f:iUS infinitos matices. En el fondo el eespetu ú la
pUf:iesic'm de un ob.ietu ajeno; esta es la lllanitef:it . H.:iún
mi::; f:il'ncilla y }Jrilllitivn del sentimientu altl'uú,;ta, Cl)-
lTU:-ipundiente al de la propiedad.
E8 ¡udl observar, que la parte que tle he), hechu ins-
tinti,-a y hcredital'ia elel sentimiento el\) probidad, e::;tú
llludlO menus arraigada y es muchu má8 elástica en la
genürnliebd de lus pueblos, que el sentimiento ele bene-
vulencia y do piedad, y e8to debe atribuirse en una pal'te
lllucho lllayor, Ú la educación de la infancia y al mediu
ambiente. Lo mismu este sentimiento que el de piedad
salieron bastante tatele de los límites de la tribu ú de la
familia, y hU8ta en el seno de algún grupo familiar tenía
raíce8 poco profundas: recordemos los engaños de las fa-

(1) Vaccaro en su génesis y funcione.s de las leyes sociales,


pág. 163; Roma, 1889, me consura de usar esta palabra que según
él significa la costumbre de observar exacta y continuamente los
deberes sociales, pero Fanfani (Diccionario de la lengua habla-
da) define la probidad: «bondad de costumbres por conciencia y
persuasión de lo bueno, como el que es naturalmente honrado,);
juzgue el lector si el sentido en que he usado la palabra se acerca
al indicado en el Diccionario. De todas maneras, había declarado
ya que aceptaba la palabra, á falta de otra á propósito para indi-
car el sentimiento de que voy tratando.
El Diccionario de la Academia define la palabra probidad en
modo muy parecido á Fanfani «bondad, rectitud de ánimo, hom-
bría de bien, integridad y honradez en el obrar»,
s
34 f'RIMINOLOGíA

milias patriarcales: Jacob, que simulu la figura de S11


hermano en conniyenoia con su propia madre al pie del
Jecho de su padre moribundo: Rebeca, que al abancllln;:u'
con su esposo la casa paterna, robo. los ídolos pl'edo~ol"
de Labam, etc. Por otra parte, las leyes de los pneblo8
primitivos se ocupaban poco de la, propiedad del indivi-
duo aisln,do, atendían tan sólo á la propiedad del f!:rupu
familiar. Bagehot dice: «lo que llamamos propiedad pri-
vada, acaso no existía entonces, y si existía, no tenía
ninguna importanoia: asemejaba á esos objetos que SE'
du.n á 10,s niños, y de los que éstos no pueden verse pri-
vados sin dolor, pero que conservan sin tener ningún
derecho serio ~obre ellos. Tal es llJ.. ley de la propiedad
en los tiempos más antiguos ... el individuo, oomo indi-
vidl10, no se hallaba protegido ni en SllS bienes ni en HU
existencia» (1).
El hurto en Homa era un delito privado; sólo el ro-
bado podía llevar al ladrón ante los tribunales: únio<~­
mente el salteador de caminos, el que era causa de un
peligro común y de una perturbaoión púbJica, podía SOl'
perseguido públicamente por la ley Cornelia, lo que su
deduce de aplicarse la sanción de esta ley q1~i fWl'ti fa-
ciencli Crt1tSa CU1n tela wmoullwe?'Ít (D. libro 4·8, tít, VIlr, ud
lego cornj. El progreso de la civilización no ha llegado
en nuestros días al punto de clasificar entl'e los delitos
cualquier engaito, con el cual se perjudique á otro.
Es evidente que el sentido moral rn.edio de una so-
oiedad, no puede contener todos los matices del' senti-
miento de justicia. La delicadeza más exquisita nos im-
pediría aoeptar un siwple elogio, que no tuviéramos 1::1.
conciencia de haber merecido perfectamente. Pero es'to~
Hon 108 sentimientos de una minoría de gentes escogidas.
Para que aparezoa Violado el sentido moral de Ir\, comti-

. (1) Bagehot, Lois 8cientif&ques (l'u dCf~il des nations. Liv. III, PR~
na, 1892.
¡';L lJELl1'O NATUR.\L

nielad) eB nocesario que el sentimiento que se lastimi.l.} soa


<.;.\si ulü\-orsal, y nosotros no encontraremos este cal'ác-
te!' sino en aquella pl'obidacl elemental, que oonsiste, eo-
IllU hom08 dicho, en respetar la propiedad de los otros.
1)c¡.;de este punto de vista, 1<1 insolvenoia simulada
seria criminal.
Esto hiero, en efecto, el sentido moral universal co"-
mo una estafa ó un fraudo cualquiera. No es improbable
que se llegue á ese punto, y aun tal vez m6.8 lejos: BO
cunsiderarán como criminales todos los engallaS que so
descubren en los procesos eh-Hos, y <1 los cuales so da
el nombre de simulaciones, cuando no son más que me-
dios de obtener una ventnJa injusta j, expensns da los
demás.
Pero acaso sea peligroso seguir por este camino.
En primer lugar', cuando se tl'atO" ele procedimientos ci-
dIes, es muy difíoil descubrir la mala fe oculta entre lu~
Nutilczas legales: además, si se trata de derechos reales,
la misma presencia del inmueble en cuestión, tiene por
()b.íe~o tranquilizar los espíritus en la mayor parte ele 108
<:a808. Esto hace que la sociedad no se alarme mucho
por los fraudes de este género, y que no 108 coloque en-
\1'0 los 11echos per:iudiciales. En fin, no se debe olvidar
({ue la probidad es un sentimiento muoho menos arr<1i-
gado que la piedad, muoho más le.iano que este último
(le nuestro organismo, muoho menos instintivo y mueho
máB variable en relación con nuestros razonamientos y
nuestas ideas particulares. En su origen tiene menos
parte la herenoia natural, que en el de la piedad) y mu-
cha, más la educaoión y los ejemplos del medio ambiente.
Esto bace sumarnente difícil el poder tra~ar una línea
divisoria entre la probidad C?omún y la probidad supe-
rior; la, delicadeza, ese sentimiento noble é ideal de la jus-
ticia, del que hemos dado una idea.
Si pensamos en la gran toleranoia que se tiene con
las falsíficaciones industriales) con la mala fe en la veu-
3G cn:WI~OLOGíA

ta de oaballos, objetos artísticos~ etc., con las ganandat;


ilegítimas que son el principall'ecul'so de muchas oln.~e::;
muy numerosas, sentimos tentaciones do dudar ele !:.e
existenoia misma del sentimiento de probidad en la ma-
yoría de la población. La falsía, la. Lleslealdad, la faltD,
qe delicadeza son tan comunes, que ha llega.do á ser in-
dispensable una tolerancia recíproca, y que el oarácter
de verdadera improbidad ha debido limitarse á los más
groseros y evidentes ataqutls á la propiedad; pero este
oarácter existe igualmente que cuando se trata de obje-
tos y de bienes, cuando se trata de propiedad liteI'i:wia
ó industrial. Así, aunque las leyes no castiguen con pe~
nas graves más que una sola especie de falsificación, In,
ue la moneda, no por eso se sublevaría menos el sentido
moral al saber que una falsifio<1ción inclustrio.l oualquie-
ra enriqueoe <i otros, menos al autor del procedimiento,
de que se han apoclüraclo á pesar suyo. Sin duda, la.
existencia ele un peligro social infinitamente mús gro.-
ve en el primer caso influye en la opinión pública, que,
sin embargo, reconocerá al mismo oarácter de im-
probidad en ambos géneros de falsifioación, aunque una
de ellas se oastigue con trabajos forzados, mientras que
la otra sólo se pena con una multa. Por el contrario, y
á pesar de 108 demás bellos razonamientos, jamás senti-
remos la misma repugnancia, hacia el oontrabandista y
el que aprovecho, el oontrabanclo, que hn.cia el ladrón y
el que oculta ó compra los objetos robados, porque en
último término, en el primer caso, no se hace más que
sustraerse al pago de un impuesto} negarSG á depositar
su dinero en las cajas del Estado} y no contribuir á que
uao se enriquezca es muy distinto clL\ robarle. Por mu-
cho que se condene el contrabando, no dejarán los hom-
bres honrados de fumar cigat'ros de la Habana, Cfua no
hayan satisfeoho los derechos de entrada en las Adua....
nu,s.
EL DELITO XATFRAL

1\Jttemos dedudl' de todo lo (Iue so ha dicho en el


]';\l'rafu anterior, que el elemento ele inmoralidad nece-
:--¡,riu para que un nctu nocivo SC8. considerado como
¡:t'inlinal por la opinión pública, es la lesión ele aquella
])~\l'to dol s011tido moral quc consiste en los sentitnicn-
lus ¡dtJ'lIístl{.\' fundamcntales, os decir, los ele piedaq y 108
(le vrobjd[l,.ctJ~s necesario además que la violación no
recaiga sobre la ¿J((r(/? SlIj)i!)'il))' ;7/ 'illás delicarlfl de estos
f'cntimientos, sino sobre la medida media en que son J)(Jseí-
dos ))01' una c01l/unidad y CJue es indispensable para, la
adaptación d,~l individuo :i la sociedad. Á esto lIamare-
mOti crimen ,') delito natural. No es esto, convengo en ello,
una verdaclera definición del delito, pero nadie dejaró, ele
Yel' en ella una dderrninuoión que yo creo muy hnpor-
tanteo He querido demostrar con ella, ql1e no basta deoir
como hasta ahora se ha venido dioiendo} que el delito es
á la vez un acto nocivo é inmoral, se neoesita algo más,
una especie determinada de inmoralidétd. Podríamos ci-
tar millares de hechos que son á la vez noci\-os é inmora-
les sin que puedan llegar á considerarse como delitos,
porque el elemento de inmoralidad que contienen no es la
crueldad ni la falta de probidad. Si, por ejemplo, se nos
habla de inmoralidad en general, tendremos que reoono-
cer que este elemento existe de alguna ma nera en toda
desobedienoia voluntaria á la ley, pero ¡cuántas transgre-
siones, ouántos delitos, hasta ouántos orímenes hay se-
gún la ley, que no nos impiden estrechar la mano de sus
autores!
Somos los primeros en reconooer que es necesaria
una sanoión penal para toda desobedienoia á la ley, ya
lastime ó no los sentimientos ,altruistas, pero entonces
38 ORIlmNOLOGíA

se nos dirá: ¿cuál es el fin práctico de esta distinción'? L(


j

explicaremos más ad~lante; por ahora nos basta comp~0-


tal' nuestro análisis, explicando por qué hemos eXclUlll\ I
ele nuestro cuadro de la criminalidad ciertas violacionc:-;
de sentimientos morales de un orden diferente.
Lo que hemos dicho respecto del pudor, justifica HU-
ficientemente la exclusión de los actos que hieren ú¡licll-
vwnte este sentimiento.
Lo que constituye la criminalidad de los atentado..;
contra el pudor, no es la violación del pudor mismo, sin\)
la de la libertad individual del sentimiento de piedad,
aun cuando no haya habido violencia sino engaflo, po!'
causa del dolor moral, de la vergüenza y de las trü:,teH
consecuencias que este acto brutal hace padecer á la
víctima. Pero ¿quién se alarma por el acto impúdicu en
sí mismo, cuando la joven ha dispuesto libremente de ¡.;i
y no puede quejarse de haber sido engaflada? La mism~),
razón impide ya clasificar entre los crímenes cualquiera
olase de actos impúdicos, libremente consentidos, aUIl
ouando los códigos de algunos Estados impongan tuda-
vía la pena de presidio á ciertas depravaciones del sen-
tido genésico. En cuanto al pudor públioo, existe sin elu-
da la obligación de respetarle, pero la excesiva variabi-
lidad de las costumbres impide toda regla sobre este
punto. Puede decirse tan sólo, que una sooiedad civiliza-
ela no consiente la completa desnudez ni la pública unión
ele los sexos, pero la vista de espectáculos de este géneru
excitaría la hilaridad ó el desagrado más bien que la in-
dignación, como no fuera entre los padres de familia, y
aun estos últimos no pedirían la muerte de los pecado-
res, no se escandalizarían del crimen, sino de la indecen-
cia, porque en último caso, sólo con cambiar una moda-
lidad, la de lugar, entraría todo de nuevo en el ordon
normal, ~o cual ha hecho que, eegún los tiempos, se ha-
yan propmado los azotes, la prisión ó la multa á las ft\l.
tas de este género, como si se tratase do la embriaguez,
EL PELITO KAl'URAL 3~)

pel'O del mismo modo I[ue rcspedu de la embriaguez,


lw"die ha pensado en ill1ponel'le las penas reservadas á
lus delitos.
La conciencia públi!.:::t 110 ([uiore "el' un 0l'imen en lu
([ue 110 llegn (¡uizú. á I:';cr una inCOIl\"Cniencia, sinu PUl'
una eil'cullt;tanein oxteriur, la pUlJlicieb,d y aun hay que
afIadir ({ue esta incol1Yenicnci:.1. será más ó menos grnyo
ú medida que el sitio sen má~ ó menoo excusa.do y la ell-
l.'amada mú'¡:; Ó menus esposa. Por c~u. 1<1 opinión pública
no ve' en csttlS bcclws más que faltas de policía, boa
cualquiera el lugar que ucupen en el Códigu.
Pasemos ú oteo génel'o de, sentimientos que tuvierull
en utruy tiempos una iJ\lportancin inmensa: los senti-
mic.mt.os de l'all1ilü.1.. Ya ~:.J.lJemu:,; que In familia fué el
germen de In, tribu y, pOl' cun~iguiénte, de In, nnciún, y
que 01 sentido lllOl'al comenzó á nacer en ella, en forma de
amUl' por lOB hijos) (Iue no es todavía un verdadero senti-
miento alteuista, Elinu ego-altruista.
LOf; progresus del altruísl110 han mermndu en ll1uehl)
la importancia de la agrupación familiar; la moral snlv(')
lH'illlel'O sus límito8 para pasar en ~0gl1icla i lú~ ele la. tei-
1m, de la üa~La y del pueblo y no reconocer otms fronte-
ras que las de la. humanidad.
"\. pusar de todo, la familia ha continuado ex:istiendl)
con 8llS reglas naturales: la obediencia., la fidelidad, el
mutuo auxilio de SUl:i miembros. Pero ¿.la violación ell)
los 80ntirntentos de familia es siempre un delito natura!'?
.\0, en tanto que na venga á ser al miomo tiempo unn,
violación de los sentimientos altruístas elementales do
que acabamos de hablar.
C¿ue un hijo maltrata á sus padres, que una. madre
abandona á sus h~jos: ¿cuál es el sen~imiento realmenttl
herido por estos actos'? ¿El de familia considerada oomo
Ulla agl'upación, como un organismo, ó el de pieclu,d, que
(le ordinario es más vivo hacia h1¡s pel'sonas que nOf:i to-
e..tn por la sangre?
40
Justamente esta universalidad del sentimientu ck
piedad hacia nuestros padres 6 nuestros hijos} 0S 1u qUl'
hace criminales acciones que no lo serían si se tr::l.ta:w
de otras personas. Por el contrario, la idea de la comu-
nidad de la familia, idea ,tradicional que subsiste á de~­
pecho de las leyes, quita carácter criminal á oiertos atn-
ques á la propiedf\cl, como el robo entre padros l> hijo",
marido y mujer, hermanos y hermanas. 1\0 es el Benti-
miento de familia que venue al de probidad, es que l1i 1
existe falta de probidad en donde todos se creen duei't(J!-'.
La desobediencia á la autoridad paterna no está ho,(' l'
H'.ucho tiempo clasificada entre los dolitos) pero el adul-
terio tiene todavía un artíoulo en el Código. Que el adul-
ter\o perjudica al orden de la familia; que es inmol'~: ¡
desde este punto de vista, no admite dudas. Sin embal'-
go, salvo en algunos casos excepcionales, no lastimo.. lll:-:
sentimientos altruistas elementales. No es mús que ul
olvido de un deber, la inobservancia de un pad(), y,
como en cualquier otro contrato, sólo deberín. dar á b
parte per.ludipada el dereoho de hacerlo disolver legal-
mente.
Tochvía. no hemos llegado á tanto; pero vemos ('.ons-
tantcmente en la historia la disminución oada vez mavol'
de las penas impuestas al adulterio, que desde la lapi-
elación de los israelitas, los azotes de los alemanes, ht
pioota y los demás suplioios de la Edad Ivledia, sólo sr
castiga en nuestros días oon algunos meses de prisiór:
correcoional.
En una palabra, lo que no es más que la violación do
un derecho; lo que no lastima el sentimiento de piedad
ni de probidad, no puede ser considerado como un cri-
men por la opinión pública. Estos son los sentimientoR
que se hieren con la bigamia y con las falsas condicionesl
que se atribuye un aventurero para conseguir penetrm'
en una familia honrada, y esto que debía ser un crimen,
no lo es sin embargo. Un matrhnonio celebrado por me~
EL DELITO NATURAL 41
dio elo engaflu¡,; excito, lo, indignación universal, mucho
más que tl olvido <le la mujer que no puede resistir al
aInor vedado. Suele compararse el adulterio á un latro-
cinio: el amor no es una propiedad: cuando 8e viola un
contrato todo 10 qw:, se puede exíg'il' es BU l'Oflcision.
El adulterio e~, en cierto modo, el delito político ele In,
familia, y pueden aplicársele muchas de la8 considera-
ciones que vam.08 á hacer acel'ca del delito político.
Ante todo debemos observar un fenómeno, hl" simpa-
tía ([ue generalmente inspiran los condenados polítiCOl3,
0n contraposición Ú la repugnancia que sentimos hacia
108 condenados pOI' delitos comunes,
Cuando se pronuncia ID.. palabra delito, no se ofrece
i nuestra imaginación la idea del delito político, y sin
embargo. éstos son los que más directa ':i peligrosmnentc
turban la, tranquilidad pública.
Todo Estado que quiera perpetuar su existencia,
fiehe sin duda reprimir los atontados que se clasifican
eon aquel nOl'ob1'o, pero cuando se analiza la inmorali-
dad que contienen, se ve que no es la falta de patriotis-
mo. porque puede ocurrir, y ocurl'e cél,si siempre, que el
patriotismo, aunque entend.ido por esos delincuentes de
una manera distinta, no sea menos fuerte en ellof:l que
en los demás; por otra parte, la falta de patriotismo no
basta, como bemos dicho máo arriba, para dar á un
hombre la cali1icación de· inmoral. Queda 1.1Il solo 01(.'-
monto. la desobediencia á la ley, la rebelión contra la
autoridad.
Existen, sin embargo, delitos que se llaman políticos
y que son delitos hasta para nosotros mlsmos. Tales son,
por ejemplo, el atentado contra la vida del jefe del Esta-
do ó de un funcionario del Gobierno; la explosión de una
mina ó de una homba para,. infundir terror á una pobla-
ción, etc. En tal oaso poco importa que el fin sea políti-
co, toda vez que se ha violado el sentimiento de humani-
dad. ¿Se ha matado ó querido matar fuera del oaso ele
1.2 C~lMINOLOtlL\.

guel'J~a Ó de defensa legitima? Pues por e:::;e solo 11(\<: lil.)


:¡,;e es oriminal.
Se podrá serlo nlÚ¡:¡ Ó menos, según la intenciú n Yln~
oircunstancias, de.lo cual trt-tto.remos filÚB adelante) pUl'11
el crimen existe sólo pUL' el hecho de una violación tttll
grave del sentimiento de piedad. No diremos que, est.t
clase de delitos sea de una naturaleza distinta, n1. quc
exista d~sde que se ha conoebido el proyecto anb~s tk
habel' heoho nada para ejecutarlo, La razón (le e~tadll
podt'á dar el nombre de atentado punible á lo que nu lo
1'3eri(l. en CirOtUlstancias ordinarias, v• ontonces veJlveremus
á dar en el delito politico. Ha.blamos de los oasOS en (tUl'-
ha habido homicidio, explosión, iUGendlo 6 tenta.tiva. de
0~t06 d~mo'i; ... entonüe8 e] delito existe COI1 indepedenciL\.
de la pasión que lo h~ provooado, existe s610 por el hE~chlJ
de la violación de los Bentlrnientos altJ,'uistt\.8 eleme\1t:11cs:
la piedad ó la probidad. Perdone ellcctor que vengamo tl
!::iiempre al mismo punto; es monótono) pero es indispon-
fiable al fin que nos proponemos.
Hemos determinado, pues, que el deUto poUUco, (mil,
siendo JJ?I/l¿ible, no 8$ un delito natural) c1!{/.mlo no 4ü;¡'e et
sentido momt de lct comwrül(trl. Pero lo será desde el mo-
mento en que la socieda.d regrese fA. un estado de vido.
en el que se halle en peligro la existe.noia ooleotiva. La
gU€ll'ra, estado semejante al de la vida de rapifl.a, t'elcgu,
á soguntlo término 108 sentimientos dGsal'roUadu8 dura.n-
te la activida.d pacífica. '
Desde el momento en que la independenoia viene {\
ser el único pen~amiento de "nu pueblo la mayor inrnol'o..-
lidad para el cíudadano es tratu.r de e~tregar SH patril1 ~l
e~tral\jero. Entonces todo oiudadano se comlidel'u oomo
solda~o, l.'i~ ~a ley marcia.l, dC8aparecen las leyes de la,
paz~ y la trl:\lClón, la deserción, el espionaje, son. Yerdaj~
tJerO!3 crírncnes, porque pueden c·ontt'ib\.úr á la. destelle-
ción de l,tna naci?n por otra. Pero el estad~J de guerra llO
es en nuestros tiempos sino un~ criai$ de cort~, d'1J.ra.ci'6n,
EL llELITO );A'.I'UHAL

al suceder b, adi\"idad pacífica á la activiclt1,d de la l'Ulli-


f'la, la moralidad de b paz l:iubstituye á la ele la gUCl'l';t,
y el Llelitú) quc oó10 lo es en relación á la moralidad de la
i. n.ll'!'l':\., ¡;c cunvierte en cIelito político <'. desaparece pUl'
cumpletu, y !-:liempre deja ele 1igul'al' entre los delitos na-
tur<\le~ .
En virtud de e8ta~ mctanwrfQsi8, la desercifm se 1.:(\11-
vierte en O}!cl1íJ/ de diferente nacionalidad; la COl1i:lpil'auiún
~' la. l'ü\'oludón nu ataoan la vida nacional, sino tan f:)úJo
la furma de gobierno, yel espiunaje no os m~ts que la rc-
\'elackJll cio los secretutl del Estndo, que pUl~de ser punible
CuIHU /Jtra indbcl'Gciún clw.l( [uiera que ocasione \.\11 da,f11)
pUL' C:l..usa, de 1;;t inmoralidml que el miS1I1I,I hecho rovela.

Lu~ ttctUH ilíeitu~ (Iue un e~tL1,du deLe reprimir, no ::;""or.


solamente lus ddiLuo no..tm'nles. Al lado de éiO!tos hay
~iempl'e una serio de lwohO!3 máo ó menos inmorales y
nocivUf=i que oonsisten en )'ebelione8, desoúedicncües y t¡·(tnS-
/jI'IJsúj1tes de In ley, pero en una sociedad civilizada con-
temporánea., el carácter criminal, es decir, el que da á ¡()f:;
delincuentes el calificativo de rnallwckrwes, se reserva tan
sólo para 10B hechos que oontienen un elemento de cruel-
d.ad ó de improbidad, porque éstos son los que ofonden
los sentimientof:i en (jue se funtln esencüdwm¿e 10, morali-
dad eJe un pueblo moderno,
Esto me parece una verdad tan evidonte que no pue-
do expliCtwmo por qué ba encontrado mi definición tan-
tos opositores. Dosdo quo apl-treció on 1885, en la prilllo-
1'0.. edición dé este libro, haF>t:1 hoy, no han 0080,du blil
críticas. 1.11 objeción más común es la consideraoión de
que mi concepto del delito natural excluye mucha8
44 C:aHIINOLOG'íA

formas de delincuenela, y de esto me :.v:usan ontt'l' uh'():-;


Aramburo (1), Lucchini (2) S Colaianni:\. PI.'t'll 1\( \
tengo que defenderme de tales censuras, son cil'rta¡-;.;
en mi estudio s610 he querido aoupal'me de una part.e de
las formas de delincuencia, á la que he dado el numbl'e
de delito natural por la.s razones arriba expuestas. y me
he querido ocupar sólo de esa parte, porque es 13.. úntc,a
susoeptible de estucHo desde el punto de .... ista (1"'.11.1 lw
adoptado. Otro de mis críticos me reconoce este del'('-
0ho (4), pero declara que las investigaciones heohas p!lr
mí con tal ob.\eto, tienen sólo un valor aoadémico, p~ll'(P.ll.~
dice que sí las acciones agrupadas por mi con el nombre
de delito natural se oonsideran como delitof:! pOi' lai:\ le-
yes positivas) mi descubrimiento es póstumo; si nO lo sun
es inútil,- porque el poder oonstituido no la1:l reconocerá
com~ delitos sino cuando tenga en ello un interés deo i -
sivo y esté en condiciones ele disponer do la fuerza noCC~
saria para asegurarlo de una manera est~\ble. Enticnd~)
que Vaccaro confunde una distinción hecha con un fin
cientifico) con una norma dada al legislador para dccln.-
rar penables ó no penables algunos heohos, lo cual no
he trataüo de hacer en modo alguno; la noción del deli-
to por mí expuesta) tiene por objeto sepa.rar de los de·
más cierto nÚmero de hechos pnnibleR, de los cuales pue-
den encontt'arse las leyes naturales porque revelan en
sus autores una grave anomalía, la falta de esa parte del
sentido moral que la evolución ha hecho casi universal j

que consiste en los sentimientos, que son la base de In


moral moderna y que el progreso tiende á perfeccionar
cada vez niás. El haber hallado este cal'ácter en oierto

(1) Aramburo, La ntteua cie11cia, pena?, pág. \)8. Madl'id,1887.


(2) Lucchini, 1 semplicisti, pág. 35. TOl'inQ, 1l:l86.
(3) OOlaianni, La 8ocioloflia criminale. Vol. 1, págs, 53 y 54. da-
tnnl.n, 1889.
(4) Vaccal'o. Génesi tÍ funcio,~i deUe loggi pe-naJi, pág. 17e, Ro-
ma,1889.
EL DELI'l'O KA.'l'UHAL

número de fUl'mas do dolin~uencia, ::;npw,j~tu (Iue mi


I Ib~etTaci()n tOca pxacta ¿nI) tiene a,caso una importancia
(":entílicn, más lJi~ll (¡Uu un yalur puramente <1.cadémicu'!
y si pUL' acadGmi~u S0 entiende lo tIllG no es prúctico, la
('I}l)tilluación do ~\ste libl'O clemostl'<1.l'Ú cuán grande ü~ el
y,dUl' pl':i.Cticu de mi tlil-itindún) en el estudio de la!:: 1'0['-
mas de pl'l.\\"unil' y reprimir la criminalitbd.
( '¡daianni y \-¡¡ccaru nu han criticado sólo mí concQP-
tI) del delitu natUl'<1.1) sino qne han contrapuesto á la
Jilítt ~us dcflnic.iones de~dG el pnnhl de -vista sociológico.
El prilllCl'() de' CHlus escriture" aeepta, alg'unos eUll-
ccptCiS l'sencirtles do mi c1cflniciún, con 10 curd reconoce
<¡uu :--0 ha dadu un gralJ paso ( 1). Y aflado, repitiendo una
1'1'a:-;0 do Friul'ütti, que no hay en ella un solo elemento
que Ill) :-lea cierto ¡') que eGté f'alsi1icado (;¿). 8in embargo,
<OTeo completal'ln llo..l'[), (if.)rnpl'cnder tnclaD las formas ele la
dclincucnüia diciendu que son acciones punibles (delitos),
las detüJ'ulinacln,s por móviles illdi viduales y <.mtisocialei6,
que turban la!:> 0uJldieiolles de la vicIa é infringen In. 1110-
l'aliebclmüclia. ele un determinado pueblo en un momen
to dado; pero ¿no excluye él también con esta definición
lOB cielitos políticos corno he hecho yo y no deja subsis-
tente lo que llama dualismo irracional, cntee los verdade-
ros delítos y hs accionos penadas, aun cuando no sean
realmente cl'irninales? POi' otra parte, si es cierto que
todo delito perturba las condiciones de la vida social, 01
colocél.[· en esta perturbación el carácter principal del deli-
to eH inexu,cto, porque entunces ésto sería tanto más gra-
ve ouanto más profundamente perturbase In, sociedad.
Una secta anal'quiE:lta Ó nihiliíJta militante perturba las
condiciones ele vida de determinado pueblo en un momen·
to dado, mucho más que un malheohor aislado, que un
parricida, que un falsificador, y, sin embargo, si el nihi-

(1) Oolaianni, obra citada, pág. 52.


(2) El mismo, pág. 53.
40 ORIJlI1NOLOGÍA

lista ó el anarquista no llegan al asesinato, su delilo. ({U l '


no es un delito natural), se castigará en una nación ciyi-
!izada y por un gobierno liberal. menos gravemente. qw..'
los delitos que henl.os puesto como ejemplo. Lo mlsmu
puede deoirse de una huelga, que puede cegar hw
fuentes de la riqueza de un país; de un convenio ch,
acaparadores ó e.speculadores que puede arruinar al ClI-
mercio al ,por menor y reducir á la misel'ia á lo~ consu-
midores; de los juegos de bolsa, preparados oon noti-
cias falsas y de otros muohos, pero el hecho aislado dol
parricidio, del asesinato, de la falsedad, tendrá siempre
caracteres más graves, aun cuando pertul'IJe menos la~
oondiciones de existencia de un pueblo.
Colaianni POdl'á replicar que ha agregado otro ele-
mento, la transgresión de la moralidad medía de un pue-
blo en un momento dado, pero yo le argüire entonües
que esta es la parte substancial; que la primera purte e\;\
superflua; se halla á veces en contradicción con la segun-
da, y que si hemos de excluir todo lo que Be refiera ft lnH
condiciones materiales, volvemos de nuevo á la pertur-
bación de los sentimientos en que se funda la moralidad
media, 'Y entonces será neoesario examinar cuáles son
estos sentimientos, y rehacer por este camino el análisis
que había hecho antes pal"a, descubrir lo que se entiende
hoy en nuestra sooiedad por un heoho criminal.
En cuanto á VaccB,ro, su dialéctica sutil, y las argu-
cit\S con que trata 'la cuestión, parecen darle á primera
vista razón.
;:;egún él) el criminalista positivo no puede concebir
el delito máe que como una aoción prohibida conIt'\, san-
ción de una pena (1). En efecto, para el sociólogo que 110

(1) VaCClll'O, obra citada, pág. 175. Él mismo' sin embargo po-
,a • "
cas pagmas antes (la 149), define el hee,ho criminal: '\.llla manif<,s-
tación especinl de falta de adaptación que el pode¡' oonstituído
considera peligrosa para los interMm! de BUS l'eprt.~senta(los, am-
EL DELITO NATURAL 47
puede ac.lmitit' nim!'lma libertad de elección en el cuerpo
:-:ucial; la investig'aeión elel delito natural, es decir, de
algo que sea independiente de las leyes positivas, tieno
mucho de absurdo, porque de la misma manera que la
explosión de un cañón obodece á leyes de física, de quí-
mi0a y de mecánica, el poder cünstituído, al prohibir ó no
tal (¡ cual hcch(l) obedece á leyes naturales de la socie-
dad; por consiguiente, toda acdón prohibida por el poder
~'on8tituído con la sanción do una pena, es un delito na-
tural; mej 01' dicho, el único delito natural que existe es
jJ1'ecisn..mente el quo 1n.s leyes consideran como tal.
En esta. pal'te, me parece evidente que mi censor
cambia la Bigniflüación de las palabras. Sin duda que
para el positivistt't. toda violctción ele la leyes un hecho'

pliando do este modo y casi parafraseando lo quo yo había dicho


('asi con las mismas palabras en las páginas 44 y 68 d(\ la 1.'" edi-
ción italiana de este libro, 1885. Á propósito de esta cuestión ob·
sprva Scipio Sighele on una espléndida. defonsa de mis ideas
(Arch, de Lombroso, tomo X, páginas 410 y 411,1889). «Á Yaocaro
debo haberle parecido Uluy nueva su definición, no sólo porque
no menciona la de Gar6falo, sino porque critica extensa y viva-
monte la teoría del delito natural que éste desarrolla en su ori-
mitlúlogía'" Y en efecto, tomando oomO punto de partida, que el
IH'cho cl'iminal revela como yo había dicho, una falta total ó par-
cial de adaptación á las condiciones de la Vída social, ó como dice
Yacct\l'o en su paráfrasis, una manifestaC'ióu espocial de inadapta-
Pión, conviene considerar las cosas más de cerca para averiguar
nn qué consiste esa. manifestación especial; de no hacEll'lo así, se
dicen palabras de un sentido general, pero no se obtiene la ver-
dadera noción que se deseaba.
En cuanto á la crítica que el mismo autor hace de mi teoría
altruísta, el insigne Sighele da estil respuesta. «Vaoearo afirma
que no existen sobre la tierra hombres tan justos y tan piadosos
como desea Gar6falo, y ajj(lde que para seguir sus doctrinas sería
necesario adltlitir que el mundo era una academia de hombres
piadosos y probos, pero Garófalo está muy lejos de estas, ideas,
por el contrario, reconoce que los sentimientos de piedad y de
prObidad sólo son comunes á la genera.lidad ~n un gl'udo muy li-
mitado de elevación.
48 C'RDUNOLOGÍ.\.

natural, como es un hecho un,tural i,\ mh:;ma. ky y li.\ san-


ción que lleya consigu,
Puede, pues, PUl' consiguiente dedl" que todo delitu
es l.tn hecho natural, pero cl.lumlu yu he haLbdo del ue-
lito natural, he lfUCl'itlo expresar una C0::\;'\ muy diiúl'ell-
te, y un juego de palabt'as no puede ¡¡.;h.~l'tameote (J~:3tnül'
la significaoión de aquella fmse.
Vaccaro es acn.~o el único do mis I.:ríticuf:l <flll' ,,;0 bur-
la del altruísmo, que para él e::; una, pu.laDl'n. siu ~i,!.!.'nHi­
cación, Ó (Iue al menos no tiene nin~una import.:.uwia bO-
cial, á lo cual respondo con 8StL\8 profundas palabra" dc.
Fouillée: "L(t plbiZ08~p¡t¡e co.,templJ¡·ltilli' lui;; Ile J'i¡/¿cltli.l'l!)'
l''¿nstii~ct '!noral, tend de jJl,lts en plus ti te jus(U¡~i' ('Il!' r{(e /1
décou,/)'J'e 'Itlte intlútion pl'esquc i'lf{liWbl~' t!.(S tui.\' 6('.1' plu.\' jlrl)~
fundes de lct 'Die, An lien de voir (/(tIlS la pit¿d ¡Ijl(' «iIIlisio//)
eUe .1/ 'IJoit (l'u. contrairl) le JJ1'emiel' et le pZus s IIJ'. mo.'/eil, dI! dI"
pouittel' !'illztsion da '/noi i8IJlé et se sl~f:;is(!ltt á tUi·JjIl'I/U;' (t).
Además (y este es el argumento más Hedu)} me objeta
Vaccaro, que no se puede acudir al sentido moral pura
formarse un criterio directivo en matel'it\ pmw.l, pOl'llue
el sentido moral se debe en gran parte (tI temol' y :i 11.1
acción de las penas, y habiendo nu.cido cle1:>pués de éstas,
interrogarlo para descubrir cuáles son los hechos puni-
bles, es un anacronismo y un círculo vicioso (2).
La objeción seria justa si no pensát'arnos quc la reac-
ción, primeramente inllividual y después social, con el
nornbre ele pena, ha existido siempre contra ciertas ae-'
ciones, 'Precisamente po?'que kerí{¿n de tf,na ?lU"ne1'a ?luís 'viva
los intereses ó Zrt 'f/w1'aUa.ad ele la sociea.ad. Que estas penas
hayan á su vez cooperado á reforzar el sentido moral, y
que la memoria de las sanciones transmitida heredita-
riamente de generación en generaciÓIl, haya oonvGrtido

(1) A. Fouillée. Les tra1ls(ormations <le Z'iilee 'l'I'l.Orale. Ilevue ele


Deux llfondes. 15 Septiembre 188ft
(2) Vaocal'o, obra citada, páginas 1.7irá 180,
¡';L DELITO NATURAL

en un instinto el evitar el delito que antes era súlo efec-


to del raciocinio, de esto no cabe duda, pero no es menos
c.:ierto, que las penas por sí solas no han tenido nunca el
valor para evitar que lo~ hombres, aun siendo honrados,
eometan ciertas acciones que la opinión pública concep-
tU~1.ba deshonrOBD.S, como el duelo y el adulterio, ni han
eonseguido chr carúctel' de infamante al delito político ni
al dellihl'e pensador. ¿.e<')\1l0 se explica que respecto de es-
tos hechoti, ca8ti;!!'fl,{lo~ á veCCR cun mús severidad que los
primeros, no se haya lormado ú ltl par el sentido moral?
Pero haya nacitlu de una manm'a, ó do otra, el sentido
moral es hoy 1u quc os y existe con independencia de las
penal:>; ahora bien, tratanclu do determinar el delito natu-
1'\11 de llllll, 8üúicdad civilizada cuntemporúnea, he obser-
vndo que la candencia públicD.. distingue entre los hechos
d::tr\()suti que deben reprimirse los que ejecuto un hombre
de 1110ralidad infeI'ior á 1;1 oomún: he obf3ervado que estos
ÚltilllUf:! hecho:::, 1lun cuando turben mCllOf":¡ que utros la
paz Jo la sociedad, se consideran oomo más graves por
la concioncíD. pÚblica: he observado <-Iue existen, pues,
dos clases de hechos, unos que colocan á sus autores en
un G!:ltado de inferioridad. social) y que designan en la
lengua mmal (prescindiendo del tecnicismo jurídico), con
el nombre de heoh08 criminales, mientras que en los au-
tores de la otra cla¡;;c de hechos se ve sólo la culpa de la
rebelión contra el Est(l,do, 6 de la desobedienoia ó, las le-
yes elel mismo, sin que esto haga pensar que el rebeldo
ó el desobediente carece do los elementos esenciales de
moralidad de un pueblo civilizado moderno.
Veamos ahora'cuáles son las formas de delinouenoia
que caben dentro de mi definioión. Mi cuadl'o de la cri~
minalidad comprende dos extensas categorías en consi-
deraoión á que se viole cualquiera de los dos sentimien-
tos altruís~as elementales, y sin tenel' en cuenta que loe
hechos ataquen derechos de diferentes olases que .ocu-
pan distinto lugar en los códigos.
4.
50 OIUl1lNOLOGI.\

Por eso, laprhtuYI1 catc{/otia, l(~ qte¡¡s(l tÍ {IN:! ,\·e/:!im.ÍI'II~


tos de jJiedcut ó de lm¡¡U{.~tidad abraza on primer tel'll1Uw:
Zos {[taqEes contra lIt 1}ictc~ de las JJe¡'so1¿r~1I /1 f,o!.ln /I,'U,lft! de
aCCiO'iW.5' que tielldo.ll á proclucil'les un mal fbieu, comll 11/.\'
ke.rieZas, las -m1ltUaclaM.f, Zos 1j~(tZO¡j tl'(ftl~mietlt{),v entre padro
é hijOS; marido 'Y mujer, ta·s enfel')Mc{.'ulf).I' tIlZ1I?1((ll'illl¡II'I/II'
jJ?'uIJocadas, el exceso de tft'av(tjo impllestu (i l,;s 'l¡i¡IUS ú un tra-
bajo especial que ponga en peligro 8\.\ salnd Ú imllid~\' ~H
desD.nollo corporal (estos último!:> hechu8 no fjgut'~m en
los Códigos ó, f1 lo más, están clasificados como frütu:-:;;;
despué~) las actos fi!ilicos que producen un dolf)t' tÜ p;,U'
. físico y mora.), como h violación de la libertad individl1:''l.l
con un fin egoísta, ya sea la lujuria 6 el deseo de rique-
zas, coma el eetupro, ~l rapto, el secuestro, y, pUl' últimu,
los hechos qU0 por un medio cHrecto prouucen un dolor
moral, como la calumnia, la injuria, ltt f>educciúl1 do uno..
doncella.
En la se(Jundtt cate(jO'i'ia, la l)./e1~.\·(i ni sellti1J~Ühdf) Cl,CIiWI/-
tal ele let pl'()1Jid(~d, hemos agrupaüo en. primer t6rmino, lUf:;
ataques violentos á la propiedad individw\l, como el ro-
bo, el hurto} la. deva,stación, el incendio; después, los
ataques cometidos sin violf.;n(',i~l per.o con UJ:H.l1l0 ele con-
fianza, como la estafa., la insulvencia voluntaria, lo., quie-
bra fl'audulent~~, la violación de secretos, el plagio y todo
género de auulteraclones p~rjudiciules á los derochos de
untare!:: y fabrim=mées:l, por 'Último, 10,8 lesiones indireo-
tas á la propiedad ó á 108 del'cohor;; de las pCl'130no.B por
medio de m¡¡¡¡tiras soZemnes, como los i'u,1t;;08 teHtimonio~,
lu.s falsedades de documentos, la eirnulo.cWIl. d\.\ parto, 10.
usurpa.dón del tlstaclo civil, etc.
Hemos dejado fuera do este cuadr'o:
J,0 LM (tcciones que {{¡me'l~azan al Bstado, como lus que
pueden ser motivo de hostilidad entre las potencias lOE:!
alistamtentos militares no a,',ltori2.adOfi, la rebelión o~ntra
1111ey, la8 l'eunionee flediciOSaB, los FttQI wbvarlivo8
los delitos de imprenta, ya, protegi~ndo é.r i,iIbf/¡ ;IiQt~ 6 ¿
In, DELITO NA lTRAL :)1

un 11~1.l·tidu pulítico, ya excitando ú la gucrl'<.), civil, ctl:.,


del'! era.
:¿." .lJ&.\' tiCr¡OIICS !jlie ({Iifcrt¡¿ el }Joder socütl sill. nÍ?/lJiÍll.!i¡¡
jl'1lt'tíl'l), ('umu toda cb::;e de l'e:::it:,tcncia Ú los agentes de
b Jl'~' (!,.':\.'.:cptw.\ll(lo JIJ~ ca:-;os de hornioidio ó lesiones;, la
ll,;ul'puci<'m elü títulos, de funciones ó de dignidad f;¡ln
;í ni1JlCl de ui)tencr lucros ilícitos, lo.. negativa de prestar
;.;unidu al Estad! 1, el cuntruLamlu.
;':," L'JS ¡/I'I'hlJ.\' Ijl/e ItfrWtil la ti'all;¡uilid((fl jJ!Íú!icu, los tle-
/'I'C!tO.\· /ll)tlül'i).\· di' ti),\' (¿ 101' cultos ,IJ d
tillflar/ruIOS, eI¡·{!.\']Jljto
}Joder !nih/¿co. ti) IIW 108 allanamientos de morada, 1<.1,8 rinas
y duelu~ en públicu, el ejel'düiu <.u·JJitrnrio del derecho
1)( 11' la l\l(>l'Z(I, las noUcia~ falsas alarmantes, la ovusión
do presos, el Ll~U ele nOllllJt'ü túlso, li18 intrIgas eleotora-
h:s, la~ ul'cIH-;as á In reli~iún {l ::d cultu} las detenciones
arbitl'arias, lo::> acto!:) obscenos en público y la evasión
dd f-::ilio del Liostierro.
'1, Las trnn:::geesiunes á In lcgislaci("lJl particular de
1m paí~} como uluso do armas sin lioencia, la prostitu-
d¡')ll di.\nLlostina, las infracciones de las leyes ele fo1'1'00<:\.-
l'l'ilc~) lcMgrufuí::i, higiene pública, registro civil, adl1an,\s,
ci\za, IW::>cu> montos, aguas, y
~," La infl'ücción de ordenanzas municipales, de poli-
cía, etc.
En 10 relati\"o á mi clasificaci6n de los delitos natura-
les, Al',unbl1ro (1) Y Lozano ('2) dicen que sería fácil de-
mostl'ar que 108 delitos de UI1i1 categoría pueden tener
puesto cúm0l!amonte en otra, porque es injusto lo que es
cruel y viceVerH<1. Yo creo en cttrnbio, que los dos senti-
mientos pueden cUstinguirse perfectamente, y que se
pueda violar uno sin ofender otro) ttunque á veces ocurra
que un solo hecho vulnera los dos, pero en tal caso sielll-

(1) Aramburo, obra citada, pág. 102.


(2) Lozallo. La Escuela cmt¡'o¡Joló{Jica Y sociológica m'iminfll, pá-
gina 08. La Plata, lH89.
52 CRIMlNOl.OGÍA

pre habrá uno que lo sea mayormente',En d:termin~do~


ataques á la propiedad, en los hurtos a per8ona~ l'lCaH,
en la malversación de oaudales del Estado, ¿donde se
puede encontrar la orueldad? y no puede negarse que
existe la improbidad; por el contrario, ¿cómo puede verse
la improbidad en algunas venganzas que suele excitar el
sentimiento exagerado de la justioia violada respecto del
que se venga de otro? Ciertamente que es malo ofender
á cualquiera en cualquier modo que se haga, pero puede
ser malo lo que no es injusto, J' de todos modos no puede
nunca tratarse en estos casos de esa gradación del sen-
timiento de justioia, para designar el oual he creído con-
veniente serVirme de la palabra probidad.
Por último, se me objeta )a poca unifol'midall y el
distinto desarrollo de los sentimientos altruistas, y el
continuo ensanche del círculo de los hechos que se con-
siu.eran como criminales (1). Pero el que los sentimien-
tos alb:uístas hayan sido en otras épocas y en otras civili-
zaciones mucho más limitados que al presento, nu ata-
ca á mi teoría, porque este ha sido mi punto de partida
puesto que he demostrado que estos sentimientos se han
ido extendiendo siempre con el progreso mOllal de la hu-
manidad y hoy trato de investigar lo que es un hecho cri-
minal en nuestra sociedad contemporánea, cuya moral
se funda en los sentimientos altruístas, mientras que los
de otros pueblos y de otros tiempos se fundaban en 6en-
tim~m:t~~ d.!ferente~, como, por e.iemplo, el patriotismo,
la lehglOn, la fic1ehdad al rey, el respeto elo la cas~D. á
que se pertenecía, el punto de honor, oto. Habl() do 10
que hoy se considera por nosotros como hecho criminal;
en cuanto al desarrollo cada vez mo;yo1' del altruismo
será tal, qtl0 probablemente acciones que hoy no se con~

(1) Colaianni, obra citada, páginui;\ 54 y 55. Arumbul'o obra


citada, páginas 102 y 104. .j
EL DELITO NATURAL

sideran aún corno delito, tendrán ese carácter. La evolu-


(Aón enriquecerá sin duda el sentido moraL
«Si la sensibilidad moral va en aumento, las cOsas
que hoy son solamcnLe desagradables serán en el porve-
nir las cosas odiosaB ... , nuestra simpatía abraza un nú-
mero cada vez mayol' de seres, se extiende, no sólo á la
humanidad, sino á toda la naturaleza, justamente por eso
puede sentirse ofendida con mayor faoilidad, espeoial-
mente en su forma moral" (1).
Pat' consiguiente, muchas cosas que hoy se consideran
como indiferentes, serán consideradas como inmorales, y
otras que hoy son tan ::;610 censurables se convertirán en
criminales, como el abandono de los hijos na.turales, el
deocuiclar la higiene de los niños, el no darles la suficien-
te educación intelectual, y hasta la crueldad con los ani-
nlales, la invención de engordarlos artificialmente, etc.,
hechos contra los cuales las sociedades de zoófilos han
hecho oir sus gritos de indignaoión. Yen lo respectivo ¿, la
probidad, los fraudes y las simulaciones que antes hemos
indicado, se colooarán al lado de las que hoy se eastigan,
hasta el punto que desaparezca la distinción entre una y
otras, y acaso no sea tolerado el aprovechar, sin la sufi-
ciente recompensa, el trabajo del labrador y del obllero.
Pero es evidente que los sentimientos cuya violación
representarán estos nuevos delitos, serán siempre los
mismos sentimientos altruístas en un grado superior y
más delicado, que entonces será más comúnl No pode-
mOFl imaginar boy otros nuevOS deUtos, no aloanzamos
á figurarnps que las violaciones de otros sentimientos
pueden constituir un hecho criminal.
Pero ¿esta mirada al porvenir no es una confirmación
de nuestra teoría del delito natural? (2).
(1) Alfred 1l'oulliée, Rev1{(~ ele Deu~ Mondes, 15 Marzo, 1888.
(2) Fioretti observa con mucha ruzón, que mi definición pu-
diera llamarse más bien una descripción de los elementos pl'in-
eipales y más frecuentes del delito, añadiendo que tiene, entro
5.). CRUI1NOLOGÍA

El crimillalista sociólogo no puede estudiar más que


esto, sólo los verdaderos delUDs pueden intere~,'I.l' ú h
verdadera ciencia, la oual investigará sus causaR natu-
rales y sus remedios, cuando vulneren la lUOl'alidad l'll'-
mental de un pueblo oivilizado y sean indicio de fUlUl\l¡t-
lía en sus autores. Los demás hechos punibles vulneran
s6lo las leyes ele una sociedad determinada, son n\l'ia-
bIes según los países y en relación á condicione8 pnt't i-
culares y neoesidades d~ gobierno, y en este ca·so no hay
necesidad ele desentraIíar sus causas biológicas, y 8US re-
medios no pueden ser más que castigos también vnria-
bIes con arreglo á la mayor ó menor necesidad de re-
presión.

otros méritos, el determinar fácilmente y con gran rhuich\fl la


distancia entre los,dalitos políticos y los comun(\s. Una riguro-
sa separación de estas dos clases de delitos será un elenwnto de
fuerza y de perfección del f\lturo derecho penal qu~\, dl;lt1NUhll.l'a-
zado de toda romántica preocupación políticü, podrá pl'otwdpl' <ir.
UJ,l modo más seguro J expedito á la represión de los v(\l'dfH11'l'of',
delincuentes. Froru:TTI: Le HUiilUJ ]Jubblicaztonj del cap! s('/fo/a ,le In
clo"ttri¡lct Positivista 'lIeUa Ra8eglla (l'I'itica fU AIIginlli, anno ,', lIIi-
1IW"O 2 é ;J,
(·l"~I.lt)Ü en días qne In tienda do lu~ d(\lit()K
llUÜf:;tl'O'-\
tll \ r'<J,nm de la d('¡H'ja dl~l 1I01'ec11O; Ke ha
l'c; mÚH que \lila
¡In< lu ú in pellalidncL un caráctüt' jm'ídíGu; IOH .\!JO¡pl.d08
('UlI1petüIltes pat',], lw,t:ül' y ttplir:ill' laH loyü~ l'ümt-
!iC!J\ ].;:-.;
!l',.;; un mi!-;ll1u I,l'üen de fundonariu8 juzga en muterin
ciYil y p(lnal; JaH sala:-; de ~\lldicncia ofrocon apruxima-
damente el mismo <"I.s]Jocto; :\Iagistra,clos, rev0f:!tidos de
toga, tomnn asiento bajo un dosel; Abogadotl informan;
un s(,erüktrio escl'ibe ... y, sin embm'go, quien pasa de
Hna. f-inb á ott'a siento ID. imyl'esión del hombre ú quien
de reponte se haya, cambia.do el mnlJiente en que respi-
ra, advierto lfllü li), relación entre ambos jnicios eEl va,na
y HcLida, y que una c1i~tane1a inoonmensurulJl0 f:!opar<1.
moralmente aquellas dus Balas ele audiencia que oHtún ea
nI mismo edificio á pocos pasos una de otra.
Los juriconsl,.lltos se han hecho duefios de In ciencia
penal; nadie en Europa 8e ha opue!:!to á ello, y esto, en
mi sentir, 1Ul. sido muy perjudicial; cepero poder ;in¡..¡Lifi-
cal' en este libro la aparente extravaganüio, <.le estas m·\t~·
veraciones; entre tanto veamos do (!ué maner:.\. concilJO
la escuela jurídica el fen(¡meno de ltt criminalido.d.
CR1MINOLOGÍA
56
¿Qué es ésta para el jut'\scon~lJlto? ~ad~. }.;~ CQ,lH.:C~
la palabra, no se ocupa del fenomeno socml ~1 de ~Ub
causas naturales, é, todo lo más, estos conociullentus sun
para él una cosa de lujo; no ve en el delincuente al hom-
bre anormal que hace necesariamente lo que ningún otro
podría hacer, el delincuente es para él un hombro ~c­
mejante á todos, para quien es tan posible haoer el mal
como el bien.
En una palabra) el jurisconsulto estudia el delito
como un hecho presente, 110 mira al-pasado ni al futUt'D,
su principal preooupac,ión es deterrninar los caractel'c::I
que constituyen los diversos delitos y distinguen los
unos de los otros, fijar la diversa gravedad de C<:'l,dn uno
y hallar una norma que oponga á oada entidad criminal
una cantidad proporcional de pena j'u?'ídictt, i:lin c.Ul'<.I.l'Be
de los efectos que pueda producir en el delincuente ni
eu la sociedad.
¿Qué es, pues, el delito? La antigua esouela utilitaria
lo definía: una acoión nociva que debe prohibirse (1), Ú
senoillamente una aéción prohibida por la ley (2), 6, final-
mente, un hecho, ejecutado por persona inteligente y li-
bre, que es injusto y nocivo para los demás (3): es fácil
advertir cuán vagas y elásticas son estas definioiones en
las que se puede comprender todo lo que se quiera ó al,
menos todo lo que de un modo ó de otro pueda pcrtm-
bar la sociedad ó molestar á los individuos.
La moderna escuela francesa¡ sib"'uiendo á Rossi HU
.llustre '
iundadol', ha oolocado el principio de la ley puní-

(1) Oualquiera acción que se crea que debe prohibirse por


consecuencia del mal que produco ó que tiende á produoir.
Bentham, Tratado de legislación penal.
Todas lll!> acciones opuestas al bien público so llaman delitos.
Becoaria, D~ los cleUtos y de las pellas, 11árraeO G.o.
(2) FUangiel'Í, Ciencia de 70, 2egislacit;ln, libl'O 3.°, Ctlp. XXXIlV.
{3) Romugnosi. Génesis de1 Derecho penaJ, párrafo:=! 554 y ¡;i.
gUÍen tes.
DEL DELITO SEGÚN LOS JURISCONSULTOS 57
tira en la ley moral, limitada por las necesidades socia-
les) pOt'O sin hacCl' ningún análisis psicológico de los
¡;ent¡micnto~) y sin separar las reglas fundamentales é'
invut'iablos de las que se modifican á ]a p<.l.r que jos sen-
tirnientOf:1 que las han origin;:l,do, ni las uuiverf.:l:\les de las
que f>ün conocldM tan sólo pUl' una parte de la sooied<td.
d~c pOl1VOÜ' social ne peut regat'der oomme delit que
la vlolation d'nri devoir envero la 800iété ot les individus,
exigible en Bui ct utilc uu mailltien de l'unlre POlitiqUl')'
(R08Si).
Ortulán TrGbuticn, Guizot¡ l.:lortauld en Franoia) IIaus
en HéIgicl.\) Mitt<wJn,üel' en Alematl\a. accpto,l'OIl este
prIncipio según el cu:ü la utilidad social no 138 ya origen)
sino condición ele Ja ley punitiva .
.\ pesar de totlo. quoda siernpI'e iodetel'lDinn,clo yelás-
tico el concepto de delito al 00 definir la especie de in-
mOI'nJidad quo 10 constituye.
CülllO ~iomplo oit:'l.t·cmos una de las más reputada~
obras fra.nccHa~ de derecho peno'!, en la que se llum:.:t de-
Uto toda. a.cción quo pucd\l. turbar el orden social, corno
la ini'racció:l de un reglamento de policía sanital'ia ó de
polioía url)Utm. (:Tout tl'U1.lblc apporté á l' ordJ'B social est
un delit moral, puisque ce trouble est la violation rl'un
deyoh', celui de l'hornme envers la suciété. Ainsi les ac.-
tions que b justiüe a mission <le punir seraient de deux
80I't~S: ou empreintes d' une imnomlité intrinseque ou
pures en elles-memes de cette imrnoralité, mais la pui-
sant Jo\lors dans la violatioll el 'un devoil' sooial; dans cor:;
deux cas il o.urait delit socio..l; r elernent de ce dclit serait
la cl'iminaIité intrimleque QU relative de l'acte. La pltt-
pal't des oontraventions materielles rentrent dans cette
derniere clasf:Kll) (1).
En otras palabras; ouando se comete una acoión pro-
hibida pOI' Üt autol:idad legItima, hay siempre en este

(1) Chavenu ct Helio. ~~'h, au coao penal, oap., 1, 17.


58 ORIMINOLOGÍA

hecha la inmoralidad de la desobedieilCÜt, EH, puo~, i~lút i1


hablar del deber moral violado, puesto quo unn. \'11 )1".-
ción de esta naturaleza se encuentrl1 en toLla.R las tran:-;-
gresiones. El principio morn.l desaparece y t\)c!u ~e n,du-
ce á la infraoci6n de una ley del Estado.
A la de'finición de Rossi ht~ sustituído Fl'anl\ la Pi")-
posioión correlativa, aquél habla de la infrncciún . do Jp.~
deberes, éste de la violación de los derechos. ,d JIle t\C-
tión ne peut etre legitímeDlent pOlU'suivie et punio PlU' In
sooiété que lol'sql.l'ellc est la violatioll non pas rl'll11 de.-,
vOlr, mais d'un clroit, cl'un c.lroit individuel ou cullect.lI
fondé, commali:\.sociétéellemf.\me.surlD..loi11101.;.1.1e .. \ "
Pero el autor se ve inmecli{l.,tamente ol.lli,!.!,adu
'.
Ú l'l'~-
tl'ingit' considerablemente este principio, porque b '\'lU-
Jación de muchos derechos no puede cOllsiclel't\1'8E.l cumu
criminal (llnais ces sont des droits d'une nature pttl'tie.\l-
liel'e». La gratitud, el respeto, la amabilidad, d nlcclu,
la humanidad, la piedad son, aüade, para unU8 un (lc-
ber, para otros un derecho, pero ¡:¡ólo uml, logislMi(JIl ti-
ránica "Y pedante podría oastigar lo, ingratitud, h~ g'l'l.)so"
ría, etc., porque los derechos de que aquí se tru,tn., no
son susceptibles de una medid<J. detormino.do, ni son exi-
gibles por la coacoión, El delito consiste sólo en la vio-
lación de un derecho circunsr,rito :), l'imites fJrecisos é iu-
N¿7'Ütull3S y ewiIJibles por la fuerza (pág. 99).
Pero no basta esto, se necesita además para que una
violación de este género pueda oonsiderarse ct'imino,l,
que 1~ sanc.ión penal sea JJosibZo, ~ftca¡" y quo no per,iudi-
que a las buenas costumbres (pág. 10 t). 'ÁAinsi. une rom-
.me qui refuserait á son mari l' accompli88oroot dos fine
du mariage échapperait á toutea les lYleBuref:l do rigueur
qu'OI~ pou~rait imil,ginel' paree que ces rigucurs sercdent
plus a cramdre pour les moeurs que le cl(~Ut lui-1UCilno~>.
Pero sin embargo del esmero lp.le el autor pono en

(1) Ad. Fl'8.llk, Philo8ophie du ~¡roit penal, P~i' 96. Paria, 1880.
DEL DELITO SEI;(i"" LOS .JURI;;l'ONSUL'l'oS ~)~l

su {.lefinición, el conccptü del delito no salo do lo.. Y<tf!'llCu


dad. en deudor 111U1'OSO Yiola un derocho bien determi-
nado y ex.igible cúaeti varnento; (,scr::í delincuente? r ~n pa-
dre tiene el derecho de qno 8US hi.ios yi"<tn en RU COIll-
paúin; ?~on acaso eleJincncnteF-\ cHilndo huyen ele 1:1 ca~[l,
pateri1a?
Lst()~ ¡;;ol,)s ejemplos patentizan lo incierto ele los lí~
mitos de la definición ele Fl'anl~; importa, sin emlxu'go
nutar el lauch,blo esfuerzo llevado 5. cabo por toda la
lllodernn tstuc:la francesa, paro. dar al dolito un carácter
que nu sea arbitrario y que no dependa ele las rnu,htblcs
necesidades elel ( robierno.
La e:4cueln, italiana ha ex.puesto en el Cundo el mismo
concepto en una f(H'rua en la u]Ktriencia diferente, sólo
que, mientras los [raocodoR cunsideran 1:1, utilidad social
como una condición lle b ley penal, 108 italianos hall
fundado en b ley social el principio, comiideranclo la ley
mornJ comO UllU condición para limitar y l'ü8tl'ingit' 1:),
acción do aquélla (Becearía, Homagnosi, Curmignnni,
( auliani).
En consecuencia, Carrarn <10, In siguiente dofinición
del delito. La infracción de la ley del Estado promulga-
da para proteger' la seguridad de los ciudadanos, ejccm-
tacla por un acto exterior, ya positivo, ya negativo, del
hombro, moralmente imputable» (1).
En una pala.ora, el delito según la esouela clásica
italiana, es un hecho que pertmba el orden social y que
además está prohibido por 1tt ley moral, 10 que se expr'G-
sa mó:s brevemente oon las palabras infracción jurídica.
Respecto de esto, sólo tenemos que repetir una ob-
sen-ación que ya hemos heoho: la coudioión ele la inmo-
ralidad limita poco, porqne no puede encontrarse exoluí-
da de ella ninguna violación de leyes prohibitivas: toda
vez que el respeto á la leyes una obligación moral, cllal-

(1) Carrara, Prol{J. parte genetal, párrafo 21.


60 cuUtIlNOLOGÍA

quiera infracoión de las leyes ó de las lwesoripciones de


la autoridad sería un delito, siempre que fuese legítimo
el poder que dictase la orden. De modo ({ue yolvemos
siempre al mismo punto; nos encet'l'amos en un oü'culo
vicioso: cuando tratamos de averiguar lo que la ley debe
oonsiderar como delito, se nos dice que delito es aquello
que la ley prohibe, el oonoepto del delito viellO Ú ser ar-
bitrario y seguirá siéndolo siempre hasta, que por medio
del análisis psicológioo no se determine la e~peoie ele in-
moralidad que lo constituye.
Es fútil la objeción de que un análisis cumo 01 que
hemos hecho excluiría del 'Código un gran número de
aociones que son y deben ser punibles por causa de la
seguridad social, pues nada impide que alIado del código
criminal exista el código de las t1'ans(J1'e.~iones, el prime-
ro de los ouales debe oomprender la criminalid:1d natu-
ral, inoluyendo en el segundo todas las desobedienoias tí
a ley que el Estado orea que debe reprimir con sanción
penal. Del mismo modo que se han separado las leyes
civiles y las penales oonfundidas en los c6digos de los
pueblos antiguos como en las leyes de Manú y del Deute-
ronomio, como más tarde se han separado los delitos de
las faltas hasta el punto de formar éstas un libro aparte
del Código penal, del mismo modo el progreso, uno de
cuyos carac.teres es la diferenoiación, nos llevará á sepa-
rar el oódigo de los delitos naturales, que será idéntioo
en todos los pueblos de igual raza 'Y oivilizaoión, de los
códigos represivos especiales de cada 1.1.no de los Estados.
El concepto jurídico del delito no nos puede ser útil
porque no nos encamina á nuestra distinción. HemoS
procedido eliminando los sentimientos que no son al-
truistas, reduciendo éstos á dos tipos y determinando,
por último, la medida mínima de estos sentimientos que
es neoesaria para las relaciones humanas en una socie-
dad en la Gual domine la actividad pacífioa, renunciando
á la parte superior y más delioada de estos sentimientos,
DEL DELiTO SEGÚN LOS JURISCONSULTOS lil

que es el patrimonio de una minoría. Po!' oonsiguiente,


el concepto del delito natural se funda, no en la violación
de 103 derechos, sino en h1 de los sentimientos morales
más profundos; la diferenoia entre este concepto y el de
los jurisconsultos es sustanciul.
J>Celaro que no es mi intención extender de tal ma-
nera el dominio de la criminalidad, que se confunda con
el de la inmol'üliel[~c1; entiendo que la determinación de
la medida necesaria. ele los sentimientos altruíst<ls debe
6nlvnrme do b, censura de coIocUl' entre 10B delitos ac-
ciones que revell1n tan sólo la falta de ciertas vietudes
útiles á la socieclncl.

JI

Debo elecir algunas palj),bl'L\s á propósito de una ob-


bel'vación que lnit:i ideas hnn sugerido á Tarde: « ¿Es cri-
minal un hecho~pregunt¡), éste--tan sólo por ofender
los sentimientos medios de piedad y de justicia'? No; si In.
opinión no lo croe criminal. El espectáculo de una ma-
tanza en la guerra def3piel"ta en nosotros más horror que
la vista de un f:lolo hombre asesinado; compadecemus
más Ji las vwtimas de tUl saqueo que á las de un robo y,
sin embargo, el general que ha mandado aquella carni-
cct'ía y este pillaje no es un cl'Íminal. El oarácter lícito ó
ilicUo de las acciones, por 0Jemplo, de la muerte en caso
de legítima defensa ó de venganza yen el de robo, en
caso de piratería y en el de guerra, lo determina l~~ opi-
nión dominante que existe en el grupo social de que se
forma paete. En segundo lugar, un acto prohibido por
esa misma opinión cuando se ejecuta en pel:juicio de un
miembro del propio grupo ó aun de oh'o'grupo más ex-
tenso, es permitido fuera ele tales límites» (1).

(1) Tarde. La c:'tÍminalité compwrée. "París, 1883.


~ ·RI;\{I~OLOtlÍ.\

Estamos do actlct,clu, y ü~ta última ObRCl'\'aell'm la he-


mus tellidl.) en cuent.n, cuando hemot; halJh1.ÜI.1 lid 111I.)\'i-
mientu lH'O!:!Tc8iyo de expansión del sentido moral, par~
tiendu do la familia hasta, la hurnanidad entera. Pel'O
¿,pUl' qné distinguir el sentimiento mural mediu, dü la
upini<'m pública'? ;»e dónde dt.\l'iva e~ta (lpini<'lII Kinn del
tl'rminu medio de los Non timientos mnrah.~!S'? Estt) nI) ('::;,
ú mi yor, mús que cucstil'm de palnlJl'as. En cnantn ú la
l'a:z/m pOl' qué á un g'eIlcl'i11, antor ele \\11:\, carnicería, no
:::le le cUIli::iiuera como un criminal, os sen(·.iJlisíma, y (,1'eu
1mbel'la dadu. EH que ante!::' do llegar al eriminal, os ne-
C88:.\1'10 tonel' idea del crimen. 1Iemul'\ dndu ü::>ta iilen de
la rnnneI'U, mús cumplota; no kU:lta que los hacllol:; ~.a:an
crudes ó injustoH) e1:3 nocosariu adell1á~) que senil IIO/'í /'0,\'
pa['a la sociedad, y la. guerra no Gf,l un crimen, pueRto
que tiene ú. lo menos In apariencia ele una necosidad so-
cial, y su ohjeto no es pUl'judiear á. la J1ución t:illlJ l"¡:d-
varIa do 1<1 destrucción.
Es, en un ciertlJ t"tRpÚcto, el miSllll,) caso do una eje-
cución capital: por medio de una carniceríc.\ en el campo
de batalla, 1[1. naoión se defiende de sus enemigos oxte-
1'i01'08: pUl' medio de una ejecución capital, ele sus eno-
mig()~ intel'iures.
Pero se nos podrá replicar: «no es menos cierto que
eon tal motivo puede ofenderse el sentimiento ele piedad;
mÚl-:l corno la ofensa de este sentimiento es un elenwnto
cumún al delito y á otrt1..8 acciones que no lo 1:)011, no es
po~iblc adoptar este criterio para. distinguir aquél do és~
1.<1811. Cree111QS, además, quo no oxhJto ni siquiera C~L"
idontidad elel elemento de que se nos habla. Esto no pa~
l'eCel':), extrurio I.Í. quien so haya tomado la molóstia. de
f:lcguirnos desde nuestras primeras págino.H, puos ha.bl'ú
visto en ellas que 01 sentimiento do piedad, 01\ au término
medio ó vulgar, nace de la simpatía, y lo. simpatía sólo
cxii:ltc cntre somoylntes.
Es, pues, l1:.l.tul'al cIue el sentimiento ele piedad no 80
dCl-:pierte sin\) por lus bombres quc so no':) parezcan por
cOlllpleto.
y Cti Pl'llpiu. tantu en lo>:; inclivichws como en las na-
ciunes en qlw cHt;t't m(ts <.l~:-:al'l'olbclo el sentiüo moral, ja,
e:dslcncia de una maJ0l' antipatía hacÜ1 algLll10s cldin-
mlOlltcs '¡eH'; homiGidas); la ddlización tionde Ú ntuncntiJ..I'
cada vez. mús Cotl, antilmtí,l" tumo lu lll·uebr.m hoy los
pní::;c¡.; ck l',tza gel'l11inica y unglo-RnJ()n~t.
En realidad, el mayol' desarrollo ele un instinto casi
lllliy¡'rs,tl :CUlt1 I ) el de b. piedad» hace que el que lo tie-
ne Cl'ea lutalmente dif'el'lmte y anol'mal Ú quien caroco
de ('1. E~tiJ.. l'cpugnanci\1 hace irnposíblú la f:iimpatí:1 que
mV:I~ dclplLv;ül' ([UC result:1 ~l..ll'upl'esentaenos b, nuestros
sClllc'.iantu¡..¡ (1).
L:\ gran illlll()rtancia de la vidi.\' psíquioiJ. haco que llli-i
mUlIsh'llosic.lacleB /) las [tnomulía~ en 01 orden intelectual
y moral p¡'ucluzwn mayor antipatía, que !UFl lllonstl'uosi-
clndei::i ün 01 01'( lon fíl:iico. :\lientl'as 10b animales rccha:zan
de HU ::iüdedacl los seres ele su cspecie que, por deformi-
clad\:::; 1í~icaf.l, les caUf:¡lln ho1'l'o1', los huwbres de l'l1zas
¡,mperiorcs ó ci"dlizatlas sun tolerantes y compasiw8 pura
108 defectos del ouerpo humano, y no conciben ese hurror
in\'cmciblo hasto, el punto ele excluir de 1i1 comunidad á
un i::iÓl' do l:}U misma especie sino cuando se truta de una
anomalía psíquica.
Por el c,mtl'atÍo, ]u. simpatía puede SOl' mucho mayor
hada cualquiOl' sél' viYO de otrn. especie unimu,l que, á
posar de sus grandes diferencias orgánioas, posco, esas
cualidades que m.ás cr:itimamos: arnamos Él, un perro fiel
ó ó, un caballo noble mucho más que á un idiota y mu-
bl'utecido; por esO el que profesn, la ortodoxia, de una re-
ligión odia más al hereje que al creyente de una religión
distinta.
De aquí se sigue que cuando se nos presenta un m¡\l-

(1) A. Espinas, LBS ,s()ciétés únínwles. Conclusión, pir. 1.


64 ORIMINOLOGíA

hechor que oarece en absolut.o de los instintos morales


elementales, nosotros, precisamente porque somos hu-
manos y piadosos, no podemos reconocer en él á nues-
tro semejante y no nos inspira, por consiguiente, ninguna
simpatía: á su muerte violenta no se opone nuestra pie~
dad, que reservamos principalmente paro.. nu~stros se-
mejantes, y así me explico que muchas personas bené-
volas, sensibles, generosas, hasta muchas señoras, cuya
sensibilidad es mayor que la nuestra, sepan sin dolor. y
mm tal vez con cierto placer interiol', que el autor ele un
horrible delito ha sido oondenado á muerte.
Su instinto moral, más fino y delicado, priva de sus
simpatías al hombre que carece en absoluto de aquél.
(,No puede, pues, decirse que el mayor desarrollo de los
sentimientos de piedad ahoga la, piedad respecto de al-
gunos sel'es? El Dante ha manH'estado un sentimiento
nmy semejc:mte á éste cuando dijo:

«Qui vive la pieta quaudo é ben morta •.

Por consiguiente, aun ouando exista materialmente


una analogía entre los dos hechos, el delito y la pena
capital, no existe, sin embargo, en los sentimientos pro-
vocados por cada uno de estos hechos (1}.
El caso de una matanza en guerra puede explioarse

(1) El Sr. Al'amburu me objeta en eato punto, notando que


en Espalla cada eondena de muerte es causa de una viva agita-
cH!n en favo!,' de los condenados, que se hacen todo género de
esfuerzos para obtener el indulto (La nuova ciencia penal, pági-
nas 238-239. 1Iladrid, 1887). Por mi parte debo hacer observax' que
otros pueblos no menos civilizados ofrecen pruebas de lo con-
trario. Sirva de ejemplo la agitación casi universal de Bélgica
para obtener del rey la ejecuci6n de los hermanos PolZ8l': oien-
tos de l1'lillul'es de firmas respeta,bles apoyaban la potici6n.
Sirva también de ejemplo el motín que ensangrontó por tr'es
días las oalles de Cincinati (Estados Unidos do Arnérica) en 1882,
DEL DELITO SEGIÍN LOS JUR1SOONsUL'rOS 65

del mismo modo: aparte de la necesidad que se impone


de una manera más enérgica, la razÓn que nos mueve á
no tener piedad del enemigo es la misma; no sentimos
hacia él la simpatía origen de la piedad, solamente que
esto no depende de una sensibilidad refinada, sino, por
el contrario, de una espeoie de regresión histórica, de un
salto atrás que dan bruscamente nuestros sentimientos,
volviendo á lo que eran en]a época de la vida de rapiña,
cuando no se consideraban como semejantes sino á los
hombres de una misma horda ó de un mismo pueblo.
Todas las conquistas obtenidas lentamente durante si-
glos por el sentimiento de la benevolenoia, desaparecen
en un momento; el estampido del oañón basta para ha-
cernos volver á los odios primitivos de tribu ó de raza,
para que desaparezoa de nuestros corazones el amor á
la humanidad, esa adquisición moral obtenida con tanto
trab~jo por medio de una evolución secular.

JII

La importancia de nuestra determinación de la idea


del crimen, se marcará más en la proseoución de este
estudio. .
Si el delito es una acoión que turba ]a conoiencia 1110-

porque el jurado había apreciado laB oircunstanoias atenuantes


en favor de unoe asesinos que el pueblo quiso sacar do la cároel
para ahorcarlos.
Recuérdense también los frecuentes casos de ejeouciones su-
marias (Lgnch justice), que cRda día se leen en los periódicos, y
nótese, por último, que en l,'rancia eran univel'salmente censu-
rados los frecuentes indultos concedi.dos por M~, Grevy (llamado
por el pueblo Le pire au assas«ins) y que tanto en esta nación
oomo en Inglaterra, la opinión pública «cige la ejecución de los
asesino!.
66 CRIl\IlNOr,oGíA

ral pública al ofender los sentimientos altl'uistas funda-


mentales y esenciales, el criminal será necesariamente
un hombre en el que se note la carencia ó la debilidad
de algunos de estos sentimientos. Esto es evidente, por-
que si hubiera poseído aquellos sentimientos en un gra-
do de energía suficiente, no hubiera podido violarlos
sino en el caso de que la violaoión no fuese más que apa-
frente, es decir, cuando en realidad no existiera el delito.
Corno estos sentimientos son el S~tb8trtltu,m de la mo-
ralidad, su falta en algunos individuos los hace incom-
patibles oon la sooiedad.
En efeoto, si la moralidad media y relativa oonsiste
en la adaptación del individuo al medio, esta adaptación
se hace imposible ouando los sentimientos de que se ca- i
rece son precisamente los que el medio considera como
indispensables; así es que en un círculo más estrecho,
en el cual se necesita una moralidad más elevada de la
cual son regla la delicadeza, el punto ue honor, la ex-
tremada cortesía, la revelación de la falta de estas oon-
diciones implica la falta de adaptación) la incompatibi-
lidad del individuo con el medio. Así es que, en ciertas
ocasiones, la ofensa á lbs sentimientos de la religión ó
del patriotismo es mortal, porque estos sentimientos son
el fondo de la moralidad social.
Pero 10 que se llama con palabra genérioa «Socie-
dad», la sociedad por antonomasia, la innominada, esa
se contenta con poco, exige tan sólo que no Se ofenda la
pequeña medida de moralidad que necesita para vivir,
que es la parte más elemental, menos refinada, la que
hemos tratado de analizar; sólo cuando ve hollada esta
moralidad es cuando declara que hay crimen.
Sabemos, pues, ouáles son las dos clases de delitos
de que vamos á ocuparnos: se trata de .saber si oorres-
ponden á ellas dos variedades psíquicas de la raza) dos
tipos distintos: uno, el de 10$ hombres priva.<;los del sen-
timiento de piedad; otro} el de los que oareoen deol senti-
DEL DELITO SEGÚN LO::! .JURISCONSULTOS 67

rniento medio de probidad. Neoesitamos estudiarlos di-


['ljctamente y determinar los oasos en los ouales la ano·
muEn. es irreductible, porque el criminal no es suscepti-
I)]c de los sentimientos que ha violado, porque, como ha
dicho con elocuencia un filósofo contemporáneo (1),
~x.i8ten en la organización mental vacíos comparables á
la privaoión de un miembro ó de una función física, 10
DUal hace que estos seres estén completamente adeshu-
manizado8» .
En otros caBOS esta anomalía puede sel' atenuad~l.
porque no existe falta absoluta, sino solamente debilidad
del sentido rroral, que hace imposible la adaptación del
cl'iminal, mientras que el medio que le impulsa al cri-
men sigue siendo 01 mismo y, por consiguiente, 10 hace
p08ible en el momento en que se le l'etira de ese ambien-
te deJetéreo para colocarlo en nuevas condiciones de
cxir;tencia,

(1) Th. Ribot en su discurso de apertura de la Sorbo nno.-


lú'rlfll )lOlitilJ1fC f!t littrwaire, núm. 25, 19 Dioiembre 1885.
PAR TE SEGUNDA
EL CRIMINAL

OAPiTULO PRIMERO

LA AXOMALíA. DEL DELINCUENTE

Hemos dioho al final del capítulo anterior que nues-


tra noción del delito nos llevaba naturalmente á la idea
de la anomatía 'fIw'I'aZ del delincuente. Los adversarios de
nuestra teoría pueden contestarnos que es una suposi-
ción, una afirmaoión gratuíta; de que el criminal haya
violado un sentimiento moral no se puede deducir que
tenga una organización ,psíquioa distinta de la de los
demás hombres; el criminal pudiera también ser un hom-
bre normal que ha tenido un momento de extravío del
oual pudiera arrepentirse, puesto que no hemos probado
que la inmoralidad de la acción sea el espe.io perfecto do
la naturaleza del agente, y que el criminal no sea sus-
ceptible de los sentimientos que ha violado. Pudiera
también decírsenos, aun aceptando la teoría naturalista,
según la oual, la voluntad es una resultante, «el acto
voluntario, según un psicólogo oontemporáneo, supone
70 CRIMINOr.OGÍA

la partioipación de l.ln grupo de estados conscientes ó


subconscientes, que constituyen el yo en un momento
dado»; ahora bienJ estos estados de conscienoia ¿no pue-
den variar hasta engendrar nuevos actos voluntarios
oompletamente opuestos á los primeros? ¿El oriminal de
hoy no podría ser el hombre virtuoso de mañana? ¿Qué
prueba la ausencia completa del sentldo moral ó la ca-
renoia orgánioa ó, senoillamente, la deb.i.lidad de uno ú
otro de estos sentimientos altruÍstas elementales? ¿La
fuerza de oiertos motivos no ha podido vencer en un
momento dado la resistenoia del sentido moral, sin que
sea necesario suponer en ciertos hombres una organiza-
ción psíquica diferente?
Lo que da á estas dudas una respuesta decisiva es
que no conocemos solamente al criminal por el hecho
que lo ha revelado) sino por una serie completa ele ob-
servaciones que demuestran la coherencia de un hecho
de este género con oiertos caracteres dél agente J de
donde se sigue que el heoho no es un fenómeno aislado,
sino que es el síntoma de Una anomalía moral.
Urra r~pida mirada á Ja antropología y á la psioología
oriminal nos ilustrará aoerca de este punto.
Desde tiempos muy antiguos se ha notado una rela-
ción entre ciertas formas de perversidad y oiertos sig-
nos físicos exteriores. Sin llegar hasta Aristóteles, Pole~
món y Galeno, t(\nemos en "el siglo X.VII un estudio impor-
tante de la fisonomía humana en general y en partioular
de la del oriminal hecho por Po~ta; Lavater ha exami-
nado los oaraoteres fisonómioos, y Gall, oonseouente en
sus teorías, señalaba un puesto espeoial en el cerebro a
las tendencias perversas é indioaba el lugar que les co~
rrespondía en el exterior por oiertas depresiones Ó pro~
tuberancias del oráneo. La experiencia no ha oonfirmado
sjempre sus ideas.
Posteriormente muohos naturalistas al examinar un
gran número de presidiarios observaron en ellos tantas
LA ANOMA.:(,íA. DEL DELINCUElNTE 71

anomalías físicas y psíquim~s, que se persuadieron de


que forman una clase de sere:s degenerados.
Estos observadores se llarnan Lauvergne; Fel'rús,
Prosper, Lucas, MOl'el, Despine, ThomsoIl, Nicolson,
VirgiUo, Beuedikt, para no hablar de los más modernos.
Lombroso cree que 108 caracteres observados por él y
por otros son tales que puede darse el tipo l1ntropológi-
COO del delincuente, que describe en esta forma: ,< El indi-
oe del cráneo es, en general, oOIlforme al tipo étnico,
pero más exagerado que en éste; las asimetrias cranea-
nas y faoiales son frecuentes; no es rara lEI, SUmillI'Ocefa-
Ha, lo mism,O que le, atBl'omasio, de las arteria~ tempora-
les; la coloooción anómala de las orejas, la esoasez de la
barba, el nistagmo, el prognatismo, la desigualdad de
las pupilas, la nariz torcida, la depresión de la frente, la
exoesiva Ial'gm'a de la. oara, el exagerado de8ttrx'ollo de
105 pómulos y de las mandíbulas, á los que se añaden
ojo~ y oabellus casi siempre ObSOUI'OS (1). ~inguno de es-
tos oaracteres e8 oonstante, pero su comparación con
los hombres presentes nOl'males haría resaltar más su
frec,uelloia en los delinouentes.
Fe:rri y }'larro han heoho otras observacionos que en
parte confirman, en parte ponen en duda. los resultados
de Lorobroso.
Las anomalías estudiadas por Benedikt, por' Flesch
y pOI' Zcnchini en el oel'ebro de los malhechores, han
sido comuatidas por Giaüomini que ha observado las
mismas anomalías y con igual freouenoia en los hombr'es
normales.

(1) Uomo delinqu/!'nte, pág. 284, cuarta otlM6n. Turín, Boc-


ea, 188¡}.
Ottolenglti ha encontradu, además, que es muy rara en los de-
linouentes la. canicie y la calvIcie, rareza que se nota también, en
los epiléptiuos y en los oretinos, y corresponde, según dioe. á St.l
meno)," sensibilidad y á su lncnor :reacdón ernottva. Apóndice al
Utmw üeH'I'/quente, tomo 11, pág. 470.
72 ORIMINOLOGíA

Dd conjunto de laB observaciones an~ropométrioos en


el oráneo parece averiguado que en general existe entre
101:> delinouentes un desarrollo mayor de la. región occi-
pital comparada eon la frontal, lo que significaría, según
Corre «el predominio de la aotividad que está más en
relación con la $6'l/"siti'oidaa i'mpulsi'IJa sobre la actividad
frontal que se l'elJonoóe hoy Gomo intelectual y modera~
dora (1).
Muchas son, sin embargo, las contradiociones. Con
frecuencia los que unos in<lican como caracteres propios
de los delincuentos, han sido Ilotíldos por otros en pro-
porción mayor entl'e los hombres normales. Y, sin em-
burgo, como dice l\1a~'ro que (1108 delincuentes son seres
que se distinguen por oaracteres espeoialesj es una oon-
clusión á la oual llegan todos los que se han ooupado
del estudio físico del hombre delinouente»; esto sólo pue~
de negarlo quien no haya puesto nunoa el pie en una
cároel ni en un presidio.
Sin entrar en el análisis de todas las obl'ae que se han
dado á luz sobre este propósito, resumiré brevemente
los únicos caracteres notados por muchos de los máe dili-
gentes observadores y que adem.ás he tenido oca.siÓn de
con.fi'l'ma~· con mi OGS61"lJación ¿U;'6cta, de tal modo que mi
obra no oontendrá más que pocos dato~, pero en cam-
bio de la. escasez podrá tener un grado mayor de certi-
dumbre.
El primer hecho cierto es, que en una cárcel se dis-
tinguen fáoilmente los ladrones de los asesinos. Estos
últimos tienen casi siempre, oomo dioe Lombroso y nos
lo confirma, l~ observación diaria, «la mirada víd1'if)sa,
fría, inmó'/)it, á veces sanguinolenta é inyectaua; la nariz
aguilefia y afilada, tal vez en figura. de pico de ave de
rapifia, siempre voluminosa; fuertes las mandíbulas, lar~
gas las orejas, anc.hos los pómulos, oabellos crespoS,

(1) Corre, Les crim'imals, pág. 37. París, iS8S.


LA ANOMALÍA DEL DELINCUENTE 73
abundantes y Qbscuros; con frecuencia rala la barba,
dientes caninos muy desarrollados, labios delgados y son
frecuentes el nistagmo y las contracciones unilaterales
del rostro, las cuales descubren los dientes caninos,
como en gesto de burla ó amenaza») (1).
Este tipo es tan constante y tan marcado que los ase-
sinos difieren bastante más de los hombres normales de
su país, de 10 que éstos difieren de la población de un
país etnográfica mente diverso; así por ejemplo, los ase-
sinos napolitanos, calabreses ó sicilianos, difieren en el
diámetro de la frente, en el índice frontal, en el diáme-
tro de las mandíbulas yen el desarrollo de la cara, de
los soldados de la misma provincia, más que los solda-
dos de e!:3tas provincias meridionales, y los de Lombar-
día y el Véneto (2).
Si se prescinde de la inmovilidad de la mirada, ó de
su vagar constante y la delgadez de los labios, los de-
más caracteres se observan con mucha frecuencia en
toda clase de los autores de delitos de sangre. Predomi- \
nan la protuberancia de las órbitas y la de los pómulos,
la anchura de éstos (normalmente mayor en toda la cla-
se criminal y que es un carácter marcado de algunas ra-
zas inferiores, como la malaya) (3) la menor altura de la
frente (4) Y más que nada, el tWJ'go rles'{Jropo'i'cionado de la
cam en comparación con el oráneo (5) yel excesÍ'/)o votu-
'Inen rle las rrutndíb1thts. Este último es un carácter admití-

(1) Lombl'oso, Fom,o delinquente, pág. 232, cuarta edición, Tu-


rín, 1889.
(2) Ferri, Nuevos horir&ontIJ8, pág. 246.
(3) Topinard, L'AnthrQPoZofjie, pág. 492. París, 1879.
(4) L'omicidio, de Ferri.
(5) Se encuentra, sin embargo, alguna vez el tipo diametral-
mente opuesto, ó soa lit desproporcionada pequeflez de la cara
(bl'achiprosopta). He tenido ocasión de notarla en algunos asesi-
nos, acompailada de la pequeilez del diámetro frontal mínimo,
en comparación con el diámetro bisigomático.
74 CftlMIl'iOLOG1A

do hoy por todos los obse~'vadores oomo propio de los


homioidas, aun cuando alguien} como por ejemplo Ma-
noubrier, le nieguen. la definición de cantcta'!' de!ler~erati­
VO, como le llama Lauvergne (1), ó de ca?"itctlJ'), attÍ'Dlco se-
gún le llaman Ferri y Delaunay.
Emile Gautier, que estuvo encerrado algunos afiOs
en una prisión, declaró mucho tiempo después tener aun
en el fondo de la retina, la fotografía compuesta del Upo
que le r(")deaba, y nota entre otros oaracteres la lO1M'de1M'
des 'lIH"ldwires (2) y Moreau, limosnero de la Grande Ho-
quette, observó con mucha frecuencia el mismo carácter
en los homicidas unido á la protuberancia de los. senOS
frontales (3).
El mismo cará.ctel' se obser'va en los autores del aten-
tado á las personas que se llama est'llprO, y esto se ex-
plica fácilmente si se considera. que eL estupro no es más
que una de las maneras de demostrarse los ~instintos
violentos que llevan á otros al homicidio.
En cambio se obser'van oon freouencia en 10B ladro-
nes anomaIíasc.raneanas atípioas, como la submioroce-
falia, la oXioefalia, la escafocefalia y la trocooefalia, y sú
fisonomía presenta los siguientes distintivos: movilidad
del rostro y de las manos, ojos pequeños, vivos y muy
movibles, cejas espesas y Juntas; nariz torcida, achata-
da ó st:tmida; frente pequeña deprimida, y rostro pálido
é incapaz de enrojecer (Lornbroso).
Quien quiera oonvencerse oon su propia experiencia
de las afirmaoiohes de estos esoritores, eptre en una

(1) COl'l'e, Les eriminels, págs. 93 y 373. París, 18B9.


«En toda la bl,J,manida.d, lo mismo que en nue::ltl'a raza, la pe'
queñez de la frente y la l'elatíva amplitud de la mandíbula, ooin·
ciden,oon la tendencia al homicidio. Foley",
(2) Emile Gautie:t', Le monde dt38 prisonq urohiveB ae l'Anf.1wo·
pologie c'I'imine!le, 15 Deoembre., 1888, :rlyon
(3) Abbe Moreau, Le monde des prison8. Pa1.'Í~1 1887, citadQ on
el Arch. de LombrosQ.
LA ANOM.ALÍA DEL DELINOUENTE 75

prisión y allí, por las señales característioas que acaba-


mos de indicar, distinguirá casi ti. primera vista los con-
denados por robo de los condenados por homicidio. Por
mi parte deolal'u que me he equivocado menos de dos
veoes en cada diez. Se ha querido ir más allá y Marro
ha señalado caracteres particulares nada menos que tí.
once clases de criminales, bien es verdad que los signos
distinti vos más señalados no son siempre todos físicos y
que la mayor parte se deducen hasta de sus inclinacio-
nes, de sus costumbI'es, de sus apetitos, de sus grados
de inteligencia é instrucción, etc.
Lo que es indudable es que las tres especies que aca~
bo de indkar, se distinguen por su fisonomía, y que si
no tenemos el tipo antropológico del delinouente, tene-
mos de seguro tres tipos fisonómicos de oriminales, ase-
sinos, violadores y ladrones.
Si comparamos los delinouentes en general, ó más
bien los oondenados, con los que viven fuera de las cár-
celes, obf:lervaremos que algunos de los caracteres indi-
cados más arriba, se encuentran en los primeros con más
frecuencia que en los segundos. Más adelante daré las
cifras de estas comparaciones; por ahora baste decir que
en la clase de los presidiarios el tanto por ciento de es-
tas anomalías excede raras veces el 35 ó el 40, de modo
que el mayor número de los oriminales carece de ellas.
Esta es la gran objeoión que se ha hecho á Lombroso y
con la cual se ha creído ya derrotarle. MI'. Du Bled, por
ejemplo, en la Revue de JJeux JIIIondes (1.0 de Noviembre
de 1886), después de citar mi nombre yel de Ferri, y
sin negar la importancia de las investigaciones antropo-
lógicas de Lombroso se pregunta: ¿cómo puede este sa~
bío hablar del tipo oriminal, cuando, según el mismo,
sesenta criminales entre oiento no presentan ninguno de
los caraoteres?
Ya nos habían heoho idénticas objeoiones que no ha-
bían dejado de oontestarse. El punto vital de la ouestión
76 CRIMINOLOGÍA

es demostrar que la proporción de las anomalías con-


génitas es mayor en un número dado de criminales que
en igual número de no criminales, porque se sabe que
no todos los que no han sido condenados, pueden con-
siderarse como personas honradas, de modo que consti-
tuyan el tipo opuesto al del criminal. Se sabe que la jus-
ticia no se apodera ni siquiera de la tercera parte de los
autores de delitos averiguados, lns cuales, á su vez, no
son más que una parte pequeñísima de los delitos come-
tidos y que no han sido denunciados ó desoubiertos.
Además, en muchísimas personas el instinto oriminal
está latente y sigue estándolo por toda la vida, porque
no han tenido ocasión ni acaso interés en delinquir.
Por últimu, como han notad.o perfectamente Perri y
Corre, en ciertas clases sociales los infStintos criminales
se satisfacen en formas veladas esquivando el Código
penal: en vez de matar con el puñal se induoe á la víoti-
ma á acometer empresas peligrosas, en lugar de robar
en un camino se cometen fraudes en los juegos de bolsa,
yen lugar de estuprar con violencia se emplea la seduo-
ción y se abandona d.espués á la víctima (1).
«Persistiremos siempre por estupidez ó cobardía en
no reconooer el asesinato, el hurto, los delitos de todas
clases, bajo el arrogante aparato de las altas posiciones
políticas ó financieras ... ¡Cuántos que se reputan honra-
dos son malvados mucho más dignos de llevar la cade-
na, que algunos pobres diablos á los cuales Se la han im-
puesto aquéllos!» (2).
En una palabra; seria un gl'ave error contraponer al
tipo del delincuente el tipo de los no oondenados ó nO
procesados, lo que sería neoesario contraponer es el tipo
del hombre honrado, pero esta investigaoión no se ha
hecho aún y probablemente no se podrá hacer nunoa con

(1) Ferri, L'otnicidio, vol. J, oap. l.


(2) COI· re. Les criminels, introitutio'l1. París, 1.889.
LA ANOMALíA DEL DELINOUENTE 77
éxito. Por otra parte, no todos los delincuentes exami-
nados por los antropólogos, son autores de delitos natu-
rales; si, pues, tenemos dos términos de comparación,
uno de los cuales consta de hombres en su mayoría hon-
rados, otro en el que la mayoría son malhechores, ¡qué
de extrañO tiene que si existe el tipo del delincuente, no
se encuentre constantemente en todo ese número de per-
sonas que como cPiminales fueron sometidos á la obser-
vación! De todos modos, si es cierto que algunos carao-
teres se observan con más frecuencia en este número de
personas que en aquéllas, este hecho debe tener necesa-
riamente una significación, porque sería anticientífico
atribuirlo á un accidente que no puede existir toda vez
que se repite constantemente.
Esta cuestión está fuera de duda por consecuencia
de las investigaoiones de tantos observadores, y yo, que
he tenido ouasión de ver un gran número de delinouen-
tes, me declaro profundamente convenoido. No será inú-
til, sin embargo, el presentar algunas oifras en las que
esta diferencia se hace más sensible. Entre las anoma-
lías que tienen un caráoter regresivo, el dootor Virgilio
ha encontrado el 28 por 100 de frentes deprimidas en
oriminales vivos; MI'. Bordier ha hallado una proporoión
algo mayor (33 por 100) (1) en oráneos de ajustioiados;
entre los no oriminales, esta anomalía no llega al 4 por
100. La razón de que la proporción sea mayor entre los
ajustioiados que entre los delinouentes vivos es tal vez
esta, que entre los primeros, los verdaderos delinouen-
tes debían ser más numerosos que entre los otros,

(1) Es raro que Marro no haya encontrado la frente depri-


mida entre los delinouentes que ha examinado más que en una
proporción insignificante. Confiesa, sin embargo, que no la había
medido con el instrumento (pág. 153). Es también de notar) qua
aliade (pág. 157), haber enoontrado la frente deprimida on algu-
nos hombres normales elegidos en las clases bajas de la sociedad
cuyos antecedentes eran sin duda menOS conocidos.
78 ORUIINOLOGÍA

puesto q"lJe no se habían creído'dignos de indulgencia, lo


cual no impide que también entre ellos hubiese muchos
delincuentes políticos ó autores de revoluciones ó mo-
tines.
El desarrollo de la parte inferior de la frente ha sido
observado por Lombl'oso oon el nombre de protuberan-
cia de los arcos supel'oiliares y de los senos frontales
en 66,9 por oada 100 cráneos de criminales (1); la pro-
porción de MI'. Bordier se acerca mucho á ésta (60 por
100); Marro la ha encontrado en 23 por 100 de los presos
vivos, y 18 por 100 en 10B no oriminales (2). El eurignatis-
mo (distancia exagerada de los pómulos) aloanza, según
Lombroso, el 36 pOI' 100 (3); Marro ha encontrado la
misma anomalía en un grado excesivo en cinco ürimi-
nales sobre 141, sin que haya visto un solo caso en los
no criminales (4); este último observador nos asegura
que en 13~9 casos de oa.da 100 criminales, ha notado una
falta absoluta de barba~ en los no criminales, la propor-
oión es tan sólo de unos 5 por 100 (5). El mismo ha nota-
do la frente pequeña entre los criminales en proporción
del'!1 por tOO y.en la del 15 por 100 entre los no crimi-
les (6). Lombroso ha notado varios oasos de microcefalia
y muchos de sub microcefalia entre los criminales; es sa-
bido) además, que estas anomalías son excesivamente
raras (7); ha determinado la pl'oporoióndel prognati!:lmo
en un 60 por 100, proporción enorme de la raza europea,
que es la que tiene menos pronunoiado este oarácter.
En las prisiones ete Waldheim entre 1.214 detenidos,
579 presentaban (&Jwmalías físicas del tipo normal, 6 sea

11) Uurno cleUnqumlte, 4,110 edizione 1889, págs. 159 y siga.


(2) CarattBri dei delillquenti, 1887, págs. 156 y 157.
(8) lT01no (]aUnquente, pág. 166.
(4) Caratferi dei arimina7i, pág, 128.
(5) Idem, pág. 149..
(6) Idern, págs. 125 y 126.
(7) llamo dclinquentc, págs. 262 y 275.
LA AN01>-lALíA DEL DELINCUENTE 79
una proporción de 48 por 100, además habría un 7 pOl'
100 de anomaIía8 psíquioas, marcadas, y un 5 pOl' 100 de
epílépticos (KNECHT Ueber die Ve1'breitung plty siche1' .IJe-
.qeneration bei Ve'l'b1'Cchern una die Bezielvu,ngen zsvisclum
Degene1'ationszeiclten und Ne~wopatien, 1883). POI' último,
Lombroso dice que entre 815 reputados honrados, sólo
14 tenían el tipo criminal determinado por él, y 8 de
éstos se reputaban de vida sospechosa. De 400 cuya bio-
grafía era más conooida, 8 presentaron 4 Ó 6 oaracteres.
En resumen, la fisonomía típica del orirninal, se enouen~
tra por excepción una vez en 400 hombres honrados,
mientras que por regla genera] se halla en los que no
10 son (1).
En cuanto á las deformaciones craneanas que pueden
llamarse teratológicas ó atípioas oorno la plagiocefalia,
la escafocefalia, la oexioefalia, Marro lqts ha hallado en
un número casi igual entre los presos y las personas que
se suponen honradas. 8e ha notado, sin embargo, que
es más fácil encontrar un conjunto de anomalías, ya sean
degenerativas ó ter'atológicas, en el criminal que en cual-
quier otro individuo.
En efeoto, habiendo oomparado Ferri 711 soldados
con 699 presos ó presidiarios, no ha enoontrado ninguna.
anomalía en el 37 por 100 de los primeros yen ellO
por 100 de los últimos; uno ó dos caraoteres ir:regulares
se han encontrado casi en idéntica proporoión; el oOn-
junto de tres ó cuatro de estos Garacteres se encuentra
en los soldados en proporción del i 1 por 100 Y en ]a
de 33,2 entre los presidiar'iOs; pero los prl'meros hopre~
sentaban nunca un número mayor de anomalías, mien-
tL'as que los presidiarios tenían á veces basta seis ó siete
y aun más (2).
Se ha oriticado el término de. comparación tomado

(1) Lombroso, Obra citada, pág€'. 125~126.


(1) lVuovi Ori(;l(;lonti, pág. 2l.5, BOlogna, 1884.
ClUlUNOLQGÍA

por Ferri, porque los soldados se eligen entre la parte


mús sana. de la población, sin refle1<:.i.onal' que 1v.s ano-
malías de que se ocupó en sus comparaciones 60n laf.l
del o1'&11eo, las Guale'.:!, aun cuando ee llaman deforma-
" .
clunes¡ no constituyen sino muy raramente enfermeda-
dos que eximan al individuo del servicio militar.
Si !',;le nos pregunta en qué cunslBte la fela,ción entre
una estructur1.t partioulul' del oráneo y una estructura
psíquico. anormal, contestat'emos Je plano que hasta
hoy esa relaoión es un mlk:lterio:. se han heoho zllLwhas
~

hipótesi~ 8Qln'e el partio ular, de lus cuales hablarem~


más ~delante; por ahora, limitémonos á exponer los he-.
chos, y el pl'imer hechu averiguado es q"ue en la j01'~
'1jl,a y en las jJTopo?'cioTb6S de la ca!;o¡,a, et a(}tiltcut;n~c es an¿~
'1nato 'lJ mon¿'t'l'UOSO con mds /'J'{}()uc?wia que el no aelÍlW1tlN~tf}j
?llos (J.r¡li'll.cUB/¿t68 más g'i'a'IJes (asesinos) con más f'reG1~o?wia
que 60S otros. El segundo hecho es éste: cada 'U?Ut ,te 1(Z8 tg'OS
grandes espeoÚJ,s de deh'iu.l~lwntes (aseslnos; violadores y la ..
dl'ones) tiene Wlta fl8;¡nOm;ia. esp6ctul con ca9'aotC'I'es d6te'f'lJti-
'Jl:aaos y .f..icttmente reoonocibles.
¿Cómo J..Illede negarse la profunda signifioación ¡Jtl
tudo esto? Por.o impurta que ei::lte hecho no tenga por el
momento interés práctico, porque no nos da el medio de
dísting1.ür entre Iv. multitud un criminal. ¿No sucede lo
mi~mo respecto de los tipos de naoiones qu.e pertenec~n
á una :misma gr::w. raza? Aunque no
pre¡;\';utml OI;\r8,ote-
rt:8 ti.llutúmicos, oonstantes y no sean, por consiguiente,
tipos antropológir.os, ,touo el Inundo distingu.e á unOS Je
otros: el tipo italiano, pOI' ejcrnplo~ del tipo alemán (1);
pero ¿cuál es el vel'dv..del'o rasgo Ci~rac·tt;l!'fstíco que lo~
distingl.l.e, como 108 que caracterizan la raza negra. ó la
malaya y aun en Europa el tipo finlandés y el vasCionga-
do?: no puede decirse es la reunión de muchos detalles

(1) Véa30 á este fin. l'opiu"rd, 4n'MQ,lJologifl,púge. 409.~i.70. pa-


rís, 187B.
LA ANO:r.lALíA DEL DELINCUENTE 81
que dan á la fisonomía un caráútel' casi indefinible, pero
que sin embargo, permiten reconooer y distinguir un
grupo, aun cuando pequeño, de alemanes, de otro oasi
igual de franceses, eslavos ó italianos.
MI'. Tarde, que en uno de los brillantes capítulos
de su (!l'iJll.inalité comp{~'l'ée, ha suscitado tantas dudas
aoure ciertos caracteres antropológicos de los crimina-
les, termina, 8in embargo, admitiendo la realidad de
este tipo; solamente quisiera distinguido no ya del hom-
bre r¡W?'))UlZ sino del ltOrrtb1'e sabio, del ?'etigio8o, del a?'tisla,
del virtlw.\'o. lIe aquí una idea que acaso se abrirá oami-
no, pepo acerca de la cual es jmposible discutir por aho-
ra, puesto (Iue nos faltan datos de que no carecemos,
sin embargu, para poder afirmar la realidad del tipo ó
más bien de los tipos criminales) aun cuando no sea más
que en oposición al hombre no orirninal contraste que
j

probablemente sería mayor si pudieran elegIrse como


término ele comparación los antípodas de los criminales,
es decir, los hombres virtuosos. Pero preciso es tonten~
tarnos oon las obser'vacionoH hechas hasta ahora (1).
¿Se puede decir ahora qt1e la antropología criminal
anda extravjada. ó que son indicios exoesivamente vagos
para poderse tomar en seJ'io? Hay aún otro heoho que no-
tar: la. frecuencia de las anomalías degenerativas de que
hemos hu.blado es mayor en los grandes oriminales (~),

(1) Lombroso asegura que los criminales ítalianos se pare-


cen á los criminales franceses y alemanes mucho más que cada
unQ de ostOi¡ grupos se paroce á eu tipo nacÍ@nal. Por otra parte,
Regar declara que sus observaoiones le han dado un resultado
con trariO, pero conviene advertir que ha limitado sus ostudios á
la cl'llneologfa y no se ha ocupado de los caracterOs exteriores;
por mi parte no he pof;1\do hacer observaciones direataa sobre
eete punto.
(2) Los signos anatómicos son más frecuentes entre las l'ele-
bridades que 011 el vulgo <10 la república criminal. ha dicho
MI'. Benedilt.t en su notable discurSO del congreso de Phreniatl'ie
d'Anvers, en Septiembre de 1885.
6
82 CRIMINOLOGíA

en los autores de los crímenes más atrooeC4 con las cir-


cunstancias más horribles. Es raro que los asesinos por
causa de robo, ¡yerbigracia, [no presenten algunos de
los carac.teres más típioos que les aoercan á las razas
inferiores de la humanidad; el prognatisrno, la fren-
te deprimida y estreoha, los arcos superciliares promi-
neutes, etc. Es diñcil demostrar este hecho de otro
modo que por medio de numerosos testimonios, y se
podrán tener tantos cuantos se quiera en las obras de
Virgilio, Lombl'oso, Marro, Laoasagne, Ferl'i; mi expe-.
rienda peJ'sonal me ha oonfirmado siempre en esta per-
suasión. Una vez, por ejemplo, he esoogido oierto núme-
ro de asesinos notables que no había visto nunca, pero
cuyos crímenes conocía en todos sus detalles por la leo-
tura de sus procesos, y pude convencerme que no falta-
ban á uno solo algunos caraoteres degenerativos muy
notables.
Entre siete homioidas reinoidentes á oonseouenoia de
una maldad brutal, encontré en tres la plagiooefalia, en
tres la escafocefalia, en tres el prognatismo que en uno
estaba limitado á la mandíb,ula superior, siendo en los
demás completo; en ouatro la frente deprimida, en dos
la miúrocefaHa y la doliooprosopia, en tres la ultra-bra-
quicefalia y la trococefalia, yen uno la emiatrofia facial
y craneal izquierda (1).
Siendo seguro el heoho, y lo es, porque los oasoS en
que no existen estas anomalías son excepcionales entre
los grandes criminales de que hablo en este momento,
no debemos. admirarnos de que estas anomalías sean
menos pronunoiadas en la criminalidad inferior. Ante
todo no hay seguridad de que todos los autores de crí-
menes, según la ley, sean veI'd~deros oriminales en la

(1) Véase mi Oonwibution (t l'éf..udQ dtu type lYrirnin~Z publio-ada


en los Boletines de la SociéM (le Psychológie physioló{Jiq'UlJ, p~
rís, 1886.
LA ANOMALíA DEL DELINCUENTE

acepmon psicológica que hemos dado á esta palabra.


Además sería raro que se notasen anomalías de la mis-
ma. importancia en los delincuentes inferiores. Estos úl-
timos, en efecto, no son tipos marcados, se distinguen
menos del común de los hombres, lo oual se nota más
en la parte moral, porque sus crímenes, aun conmovién-
donos, no nos parecen oontrarios en absoluto á la natu-
raleza humana, nos puede suceder quizá que pensemos
oon horror que en ciertas circunstancias podríamos nos-
otros mismos llegar á hacer algo pareoido. Es una idea
que pasa por nuestra mente, que reohazamos con terror,
terror inútil,. porque, dado nuestro carácter, no podría-o
mos jamás tener el movimiento volitivo que tememos;
pero en fin, el hecho de haber tenido, fuera sólo por un
instante, la idea de esa posibilidad, prueba que hay cri-
minales que comprendemos que están menos lejos mo-
ralmente del común de los hombres; ¿por qué sorpren~
derse, pues, que aun en lo físico no presenten tarnIJOCO
caracteres marcados de degeneración? Pero el que la
anomalía sea menor no significa que sea imperceptible
en absoluto. La expresión de maldad ó esa mala cara
indefinible que se ha convenido en llamar patih~laria es
muy früouente en las cárceles (1); es raro encontrar en
ellas algunos con facciones regulares y expresión dulce;
la extrema fealdad) la fealdad repugnante que no es, sin
embargo) aun una verdadera deformidad, es muy común
eu esos establecimientos y ¡cosa notable! especialmente
entre las mujeres. Me acuerdo de haber visitado una

(1) Je ne sais pas si, comme on le dit, les malfaiteurs diffe-


renL anatomiquement et physiologiquement 011 eommun des
morteIs mais ce que jo sais e'est qu'ils n'ont pas la physionoruie
de tout le monde. Laur alluras rampantes e't effllfouchées, la
mobiUté ot la sournoi5eróe de leura regards, un je ne saia quoi de
{aUn, de laoha, d'humble, de supplinnt et d'ecrasé en font une
elaase a part... E. Gal1tier, 1'88 monrle eles pdsons, 1lotes d'un temoin
Archives de l'Anthropologie criminelle, 16 Déoembre, 1888.
84 OIUllmOLOGÍA

prisjón de mujeres en la que, entre 163 detenidas, no he


encontrado más que tres ó cuatro con fo,cciones regula-
res, y sólo una que pudiera decirse bella; las demás, jó-
venes ó "tejas, eran más ó menos repugnantes y feas,
Hay que convenir que una. proporción tal de mujero:;)
feas no existe en ninguna raza ni en ningún otro medio.
La misma observaoión ha heoho M. Tarde. «(Es eviden-
te, dice, que por su frente y pur ~u nariz rectilíneas, por
su boca pequefía y graoiosamente m'queada, por su
mandíbula graciosa, por su oreja pequeña y pegada á
las sienes, la hermosa cabeza olá!::lioa forma 1tib cont?'a8t~
perfecto !!on la del cTim,ÚIA6 cuyo ciVl'ácteT 'más nuz,rcado es 1.a
fealdad. Entre doscientas setenta y cinco fotugrafías de
crimiuales 110 he podido hallar más que un rustru her-
moso y éste es femeninoj los demás son repugnantes en
b'U mayor parte y las fi!:lOno::nías mon8truOsas existldn en
gran número» (1).
DostoYUf:31d, hablando de uno de sus cornpafieros de
pr'ioión dice: Sirotkine era el único de los presidiax'ios
que fuese en realidad hermoso; en cuanto á sus compa~
ñeros de la secoión partioulaI' (la de los condenados por
toda lo.. vida) que eran quince, todos eran horribles, con
fisonomías rept1gmint~e (2).
Por otra parte, aun cuando el hacer constar la e~is­
tencia de las anomalias amt'tómioae sea un desculJri~
miento de una impm'tancia inmensa, la imposibilídud de
determinarla con pl'eoisión, según nuestros medios de
e:xperiencia, no pu~de signifioar que no exista la ano.ma·
lía psíquioa.
«Las acciones psioológioas) dioe MI'. Benedikt, no son
sino parcialmonte una ouestiÓll. de forma 6 de volumen
de los órganos psíquicos; son en gran parte ell'esultt;\do
de fenómenos 11lolem.üares, y estamos aún muy lejos de

(1) G. Tarde. La c'1'im,inaUté comparóe, pág. 16, l?aríí>, 1886.


(2) DO,!ltoyulSld, J'.¡¡x, matson des morts, :l?ág. 57. Parrs, 1B86.
LA ANOMALíA DEL DELINOUEN'rE 85
poseer una anatomía de las moléoulas. Asi que la oues-
tión de temperamento es principalmente una cuestión
fisiológioa y no am:¡,t6mÍca»).
Comenzaré por adelantar una idea que aoaso pueda
creerse un tanto aventurada; creo que la anomalía psí-
quica existe en un grado má,s ó menos grande en todos
lus que, según mi definición, pueden llarnarse crimina~
le~, aun en los oa80S en güe se tl'ata de esa8 olases de
delitos que se atribuyen generalmente §¡ condiciones Io~
cales ó á aiertas costumbres; olima, temperatura, bebi-
das, y aun en los oasos en que se trata de crímenes que
se originan en oiertas preocupaciones de raza, de dase
ó de casta, de crímenes que pudiéramos llama.r endé-
miaoa.

II

Sigamos el mismo método de que acabamos de ser-


virnos,comenoemoH desde arriba: Lemaíre, Lacenaire,
Troppm~nn, Mal'chandofl) los' matadores de' ancianos,
los ~'I,eeSin08 pagados, los estranguladores, etc., nadie
dudará de f3U insensibilidad moral. Esto es aún más no·
table cuando se trata de jóvenes, de ese chico de dieciséis
años, por ejemplo.( de que he hablado en mi comunioación
á la 80cirjtrJ de Ps,//clwlogic p'/¡,ysio!ogig1W), que se levanta
muy temprano, llega á una ouadra donde un niño llltludigo
se habÍll guarecido durante la noc1ie, 10 coge en brazos,
le dice qué 10 va á matar, 'y, á pesar de sus llantos y SUB
suplicás, lo arroja liun pOWj tle esa niña. de doce arlOS
de que han hablado no ha mucho los peI'iódicos, que en
Berlin ha. tirado por la ventana á su hermanita, confe....
sando oínicamente ante los jueoes que lo había hecho
para librarse de aquella niña que la molestalJa, y aña-
(Hendo 'que estaba IDl.Iy contenta de $U muerte.
86 CRIMINOLOGíA

La. an9malía psíquica se ve muy manifiesta en casos


de esta clase, y la ol.lestión se reduce á estos términos:
si la naturaleza de esta anomalía es patológiua, si es l~
misma que la de la locura, si debe constituir una nueva
forma nosológica, la. loout'a moral, la 'moraZ insanity de
los ingle,ses; hay que advertir, sin embargo, que esta
forma de enajenación es dudosa, á pesar de los profun~
dos estudios de Mausdley y de Krafft-Ebing, puesto que
existe en los casos en que es imposible determinar una
perturbación cualquiera de !;:l,l3 faoultades inteleotuales,
y estos casos no son raros. Hay que convenir con fre-
cuencia, á pesar de los mayores esfuerzos para encon-
trar algunos indicios de locura, que se trata de un indi-
viduo ouya inteligenoia nada deja que desear, en el que
no existe ningún síntoma nosológioo, como no sea la
falta del sentido moral, y que, según la expresión de un
médioo franoés, sea lo que se quiero.. de la unidad del
espíritu humano en la locura, el teolado físioo da una
nota falsa, una sola (1).
Pronto he 'de volver á tratar este punto; por ahora.
me basta dedr que todos convienen en que individuos
como 106 de que aoabo de hablar, son de una naturaleza
psíquioa diferente de la nuestra. Sin emba~'go, esos gran-
des criminales, esos niüos que nacen con instintos fero-
oes, son sólo los caeos más marcados; desoendiendo en
la escala de la criminalidad, e!3 natural que la anomalía
psíquica sea menos notable; pero debe existir siempre,
hasta. el último peldañO. Natura non facit 8altum. Es Ulla
serie decreciente ouyos términos inferiores están tan
próximos 0.1 estadQ normal, que es muy difioil distinguir~
los; es, pues, inútil llegar al final de la escala; oontenté-
monos con la olase intermedia, por ejemplo, 1a de 109
condenados á trabajos forzados.

(1) V'éase la Revue de .D!!u::e Monaoo de '1. 0 de Noviembre de


1886, Les ali6néo8 en E'rU'I'/CB et a ~'éwange-T, prn· V. Du Bled.
LA ANOMALíA DEL DELl.'WUEN'r",~ 87
Poseemos desc,ripciones oompletas de sus !3entimien-
tos, muchos de los ouales eon semejantes á los de las
razas humanas infet'iores, como su impasl1JUidad, la i'lM-
ta1Jitidad de sus emociones, de sus gustos, la pereza, la
pasión desenfrenada por el juego, por el vlno y por la
orgía; su imprudenoia y GU imprevisión son dos caracte~
res que los distinguen má~ que nada, ¡;según la observa-
ción hecha hace tiempo por Despine.
Se ha observado también su ligereza y su movHidad
de espíritu, á lo que se añade, oomO observa oon razón
LombroElo, la exageración de una tendencia á la burla y
al humorismo, que dosde haoe mucho tiempo se consi-
dera oomo un indioio de defeotos de inteligenuia y de
corazón (RíSU8 abttndat ir" ore st1fltor'U'm. G1{a7'aati t# cM
tirie t'roppa) que se revela de una manera notable en ~u
jerga y en la necesidad de poner en ridíoulo, designán"
dola!:!. con apodos burleeoos y groseros, las cosas más
santas y respetables. Y esta ligerez(l" acgún el mismo
autor, explica la tendencia de todos, pero particular-
mente de los ladrones, á la merltira gratui~a sin obJeto,
oa6i inconsoiente, y hasta :su falta de e~actitud habitual
como revelando una menor precisÍÚn de percepoión~y de
memoria (1).
Conocemos su insensibilidad mornX por el cinismo de
sus revelaoiones ante el. tribuna.l, aun en los actos públi-
COS; los asesinos que han confesado su OI'imOll, n~ se
detienen ante la deiiloripción de los más horribles detalles;
su indiferencia por la. vergüenza de que c.ubren á sus
famUias y por el dolor do'sus pa.dres es completa (2);

(1} U(MO cieli-tlquentB, pág. 44.


(2) Ptldiérllmos citar i):'t:ftnitos ejemplos: olerto TU[ll,no que
ahogó á su muj~r para casarse con Qtra que tenía alg~M dote,
contó qu.e 10 había puesto las ).'odllIas ~n el pecho, apretándola In
garganta con 1u manos, y afiadi6, que 01 suplicio habia durado
más d.o media hora. Véase mis ya citadlul OontfiuuUo'IW.
Dragol.'etlt.!l'~ que uno aeoaiu@á BU :n.uGífJped, yJ babiendo con·
88 ORIMlNOLOGf.A

son. en absoluto incapaces de remordimiento, no ya de


ese noble remordimiento que, como dice Lévy BruhI (1),
no es el temor del castigo, sino la esperanza y el deseo
de él, que deja el pensamiento fijo é inconsolaiJle en el
recuerdo, del mal que se ha hecho, sino ni siquiera de un
sentimiento, de un solo movimiento que revele una
emoción cuando St: les habla. de la víctima.
Pudiera dudarse de la exactitud de las observaoio-
nes heohas por person~sextrañas á su vida, pero ¿cabe
la duda ouando los detalles los da un esoritor ilustre que
ha pasado muohos años entre ellos) encerrado en la
maison des mo'l'ts'J
Dostoyuski, al hacer' una obra de arte, nos ha dado
la psioología más oompleta. del criminal, y lo más admi-
rable es que ese retl'ato del malhechor eslavo encerrado
en una prisión de Siberia, se parece por completo al re-
trato del malhechor Italiano, hecho por Lombroso. «Esta
extraI'la familia, dice. Dostoyuslü, tenía un aire de se-
mejanza muy pronunciado, que se notaba á primera
vista .. ,; todos los detenidos eran meláncólicos, envidio-
sos, terri.blemente vC(/}~idos08, P1'csu'midos, s'usceptibles y ex-
cesivamente formalistas ... ; ~iempre era la vanidad <lU
primer defeoto ... , jamás dieron la menor seI'lal de ve'!'-
gi¿enza ó de arrepentimiento~ .. , en muchos años no he
notado la más pequefla seña) de arrepentimiento, el rne~
nor signo de pesar por el crimen cometido ... ; de seguro
que la vanidad, los malos. ejemplos, la fanfarronería ó la

tesado el delito, dijo que lo hatlía oometido porque habiéndole


ofrecido trabaJO, no se lo había dado; que otro envenenó á una
persona, y ouando la vió agonizante la asfl.xió¡ se lo oontó tQdo
á los juoces, añadiendo! hiee lo mi.smo que Otello oon Desliémo·
na. Que el famoso Oastro Rodríguo:¡; oonfesó los horribles deta-
lle~ del .asesi.nato de su mujer y dQ¡ su hija, imitando burlesca-
mente las actitudes de las víctimas. Drago\ los hombres de
presa.-Bllenos Aires, 1888.
(1) Lévy Bruhl, L ' icl4e aei'lJ8pon.sabfUt~, pág. 60\ 1684.
LA ANOl>IALÍA DEL DELINCUENTE 89
falsa vergüenza entraban por mucho ... , en Hn, parece que
en tantos años he debido notar un indicio, aun cuando
fuese fugaz, de un dolor, de un sufrimiento moral. No he
notado nada .. ,
»Á pesar de las opiniones distintas, todos convendrán
en que hay orímenes que siempre, en todas partes y bajo
toda!:) las legislaoiones, serán indisoutiblemente oríme-
nes y que se mirarán como tales mientras que el hombre
s~a hombre. Tan sólo en el presidio se oyen lielatar
entre risa imbéoil, apenas contenida, los orímenes más
extraoc'dinarios, los delitos más atroces. Jamás olvidaré
un parricida que perteneció á la nobleza y fué empléado
y causó la desgracia de su padre, un vel'dadero hijo'pró-
digo; el anciano trataba en vano de detenerle cOn sus
cons~ios en la fatal pendiente por donde caminaba; como
estaba agobiado por las deudas' y suponía que' su padre
tenía además de su tierra algún dinero, lo mató para al-
canzar antes su herenoia; el delito no se descubrió hasta
un mes después, durante el oual el parricida, que no
había dejado de partioipar á la justioia la desapar'ició1\
de su padre, oontinuó su .vida depravada. Un día, durante
su ausencia, la polioía descubrió el cadáver del anciano
en una aloantarilla oubierta de tablas; la blanca oabeza
sepa.rada del tronco se apoyaba oontra el ouerpo' 'ente-
ramente vestido; bajo la oabeza había colocado el asesi-
no como por esoarnio una almohada. El joven se encer['ó
en la negativa, pero fué degradado, privado de sus pri-
vilegios de nobleza y condenado á veinté años de' traba-
jos forzados; durante el tiempo que' lo he éonooido he
notado siempre el mismo oaráoter indolente; era el
hombre más irreflexivo y más imprudente que he cono-
oido, aun cuando no tenía nada de tonto: jamás hoté en
él una crueldad excesiva~ los demás detenidos lo despre-
oiaban, no por su crimeh, sinO' por que ho' se daba impor-
tanoia; ,hablaba á veoes 'de su padre; por ejemplo, un
día, alardeando de la robusta: complexión hel'editaria en
so ORlMINOLOG1A

su familia, dijo: mi padre, por ejemplo, no estuvo enfer-


mO hasta su muerte. Una insensibilidad animal en tan
alto grado parece imposible, .es fenomenal; debía existir
én él un defecto orgánico, una monstruosidad .ftsica JI rIlO-
ral, que hasta hoy desconoce la ciencia, y no un delito.
Yana creía en un crimen tan atroz, pero personas de su
mismo país, que conocían los detalles de su historia, me
la contaron; los hechos era,n tan claros, que hubiera sido
necio no oonvenoerse ante la evidencia. Sus oompañeros
le habían oído gritar en sueños: «¡oógele, cógelel ¡córta-
le la cabeza, la oabeza, la cabezal»
«Casi todos los forzados soñaban en voz alta ó deli-
raban durante el sueño; las injurias, las palabras de su
jerga espeoial, los cuchillos y las hachas solían ser los
objetos de su sueño: «somos gentes desmoronadas, solían
decir; no tenemos entrañas, y por esa gritamOS de
noche».
Esta imposibilidad de remordimiento ó de arrepenti-
miento, al par qU8 la vanidad y el deseo exagerado de
darse tono soncaracteres conooidos de todos los observa~
dores,yLombroso ha hecho notar que aproximanelorimi-
nal al salvaje. Pero hay otros caraoteres acaso aún más
marcados que completan esta semejanza, 'Y que son al
mismo tiempo comunes á los niños: «Los días de fiesta
se engalanaban los elegantes; era de ver cómo se pavo-
neaban en todos los departamentos; la alegría de verse
bien vestidos llegaba en ellos hasta la puerilidad; en esto
y en muchas otras cosas los presidiarios son niños gran~
des; los buenos vestidos duraban poco, á veoes desapa~
raoian el día mismo en que habían sido comprados, sus
propietarios los vendían ó los empeñaban por una baga-
tela. Los dijes solían reaparecer casi siempre en época
fija; coincidían con las solemnidades religiosas 6 con los
días del santo del presidiario que se entregaba á una
orgía; éste ponía una vela delante de la imagen, rezaba,
se vestía y pedía ,su comida;habia oomprado antM o~r ..
LA ANOMALíA DEL DELINCUENTE 9l

ne, pescado, pastelillos; se atracaba oomo un buey ~ casi


siempre solo, era muy raro que un presidiario invitase á
un oompañero á participar de su festín (nótese este ca-
ráoter salvaje y animal); entonoes apareoía el aguardien-
te, el presidiario bebía como un odre y se paseaba por
todos los departamentos tambaleándose; tenia necesidlld
de demostrar á sus cOfltpañeros que estaba borracho, que no se
tenía en pie y creia por esto se?' objeto de 16?ta consideración
particular. Nótese el carácter de vanidad pueril, también
desorito por Lombroso, que se observa también en los
salvajes.
En otro pasaje encontramos aún otro oarácter pueril,
la imposibilidad de reprimir un deseo: «El raoiooinio no
tiene poder sobre gentes como Petrof sino ouando no
quieren nada: cuando desean algo no existen obstáculos
á su voluntad ... esas gentes naoen oon una idea que toda
su vida da vueltas en su cabeza; viven así hasta que en-
cuentran un objeto que despierta violentamente sus de-
seos, entonces no ¡es importa ni attn su cabez.a"'í más de una
vez me admiré de que, á pesar de su cariño hacia mí,
Petrof me robaba. Esto solía hacerlo de repente. De este
modo me robó mi Biblia que le había dicho que llevase
á mi departamento; flól0 había que dar algunos pasos,
pero en el camino encontró un comprador á quien ven-
dió el libro, cuyo precio gastó de seguida en aguardien-
te; probablemente tendría aquel día un gran deseo de
beber y cuando deseaba algo, tenia que suceaer: un individuo
como Petrof asesinrmí á ~tn 'hombre por veinticinco ltopeoks,
tan sólo para tener que beber medio litro, y en otra oca-
sión desdeñará centenares de millones de rublos. La
misma noohe me confesó este robo, pero sin ninguna se-
ñu.} de arrepentimiento, con un tono tan indiferente como
si se hubiera tratado de un incidente ordinario; traté de
reprender'le COUlO merecía, porque sentía la falta de mi
Biblia; me escuchó sin irritación, pacientemente, oonvi-
JaO conmjgo en que la Biblia era un libro muy útil, sintió
92 CRWlliOLOGÍA

sinceramente que no plldiera tenerlo, pero DO se arrepin-


tió un instante de habérmelo robado; me miraba con tal
tranquilidad que dejé de regañarle; soportaha mi repren-
sión porque oreía que no podia suceder de otro modo,
que mereCiÍa cenem'a por aquella acoión, y que, en su
cOIlsecuenoia, yo debía iniuriarlo para consolarme de
aquella pérdida, pero en su fuero interno, oreía que
aquéllas eran neoedades de que un hombre serio se
avergonzaría de hablar.
La misma indiferencia tienen en lo que se relaciona
oon su vida, con su porvenir. «Un presidiario Sb casará,
tendrá hijos, vivirá dura.nte bincu afioi:l en el mismo lu-
gar} y) de l'~penteJ desapareoerá un día ab:.:mdonando mu-
jer é hijos 'con admiraoión de su familia y de tudo el ve~
cindario.»
Dostoyuski habla, ¡COSi:\. notable!, de las c:ualidades
sólidas de dos ó tr-es presidat'ios amigos probados, inca-
paces de odio~.,. ; pues bien, la descripción que haoe de
las faltas que habían llevado á estos desgraoiados al pl'e-
Bidio, pruella que no habían cometido verdaderos 1.1elitos
en el sentido que hemos dado á esta palabra.
En prhner lugar nos habla de un anoiano creyente, de
f3taradub, que se oO"l.~paba en guardar las economías de
los forzados. «Este anciano--díoc- tenía próximamen-
te sesenta anos) era delgádo, de baja estatura, y de pe-
lo gris; á primera vista, llamó mi atención porque no
se parecía en nada á los otrod, su mirada era tan plá-
cida y tan dulce que ",eía siempre con gusto sus ojos
claros y límpidos; hablaba freouentemente con él y ra-
ras veces he visto un hOmbre tan bueno y tan oariñoso.
Lo habían condenado á trabajos forzados por un crim¡;m
grave: cierto número' de antiguos creyentes de Staradub,
(prt. vioCía Tchermigoff) se habían convertido á la orto-
doxia) el Gobierno había hecho lo posible para a.lentar~
los en esta vía y para que .los demás disidentes se con-
virtieran, el o.nciauo y otros fanático~ estaban deoididos
LA ANOMALíA DEL DEL1NCUENTE 93
á defender la fe, y, cuando comenzaron á levantar en su
pueblo una iglesia ortodoxa, la incendiaron, atentado
que valió á su autor la deportación; y este hombr'e aoo-
modado (era comerciante) había abandonado á su mujer
y á sus amados hijos y había marohado valerosamente
al destierro, creyendo en su ceguedad que iba á sufrir
por su fe: después de vivir algún tiempo al lado de este
dulce anciano, se preguntaba uno involuntariamente
oómo había podido sul>levél,rs0. Le pregunté repetidas
veces acerca de su fe; no había entibiado nada en BUS
oreellcias, pero jamás noté odio en sus réplicas, y sin em~
bargo, había destruído una iglesta¡ 10 cual no negaba,
parecía tener la convicción de que su delito y 10 que él
llamaba snmurti'rio eran acoiones gloriosas; había tam-
bién otros forzados, viejos creyentes, en su mayor parte
de la Sibcria, de imaginnoión viva, astutos COmo campe-
sinos, dialécticos á su modo, que seguían ciegamente
su ley, y se oomplacían en discutir, pero tenían grandes
defectos, el'Hll altivos, urgull080s y muy intolerante~; el
anciano no se les parecía en nada; muy conocedor, aun
más conocedor de la exégesis que sus correligionarios,
evitaba todo género de controversia.,s. Como tenía un ca-
rácter alegre y expansivo, curmdo reía no lo hacía con
la oaruajada cínica y grosera de 108 otros forzados, sino
con una risa dulce y clara en la que había muoho de sen-
cillez infantil que armonizaba perfectamente con su ca-
beza canosa. Acaso me engañe, pero oreo que puede co-
nocerse á un hombre sólo por su risa. Si la ricia de Un
desconocido os parece simpática, tened la seguridad de
que es una buena persona. Este anciano se había con-
quistado el respeto unánime de los presos, y no se enva-
necía de ello: los detenidos le llamaban abuelo y no le
ofendían jamás; comprendí entonces cuánta influencia de,
bió tener sobre sus correligionarios. Á pesar de la firmé-
za con que llevaba la vida del presidio, se veía que ocul-
taba una tristeza profunda, incurable;. yO dormía en el
94 CRlMINOLOG1A

mismo domitorio que él, una noohe me desperté como


á las tres de la madrugada y oí un sollozo lento, ahogado,
el anoiano estaba sentado sobre su leoho y leía llorando
su eucologio manuscrito; le oí repetir: « ¡Señor, no me
abandones! j Padre mío, dame fuerzas! '¡pobres hijos míosl
¡amados hijos míos! ¡ya no ,volveremos á vernosl» No
puedo explioar ouánto me entristeoí.
Si analizamos el delito de este hombre veremos que
Dostoyuski se admira sin razón de sus buenas ouali-
dades: se trata senoillamente de un hombre que defen-
día la religión de su país oontra la invasión de una nue-
va oreenoia, acoión que es comparable á un delito polí-
tico; el antiguo creyente era un rebelde, no un üriminal.
j y sin embargo, había destruído una iglesial exolama
nuestro autor. Sí, pero sin que nadie muriese entre las
llamas, sin tener la idea de causar el menor mal á na-
die, ¿cuál era, pues, el sentimiento altruÍsta elemental
que había violado? La libertad de fe religiosa no lo es,
es un sentimiento perfeooionado, fruto de un desarrollo
inteleotual superior, que no es posible encontrar en el
término' medio de moralidad de una población. Según
nuestras ideas, el incendio de la iglesia de Staradub no
es un delito natural, es uno de esos hechos que, aunque
punibles por la ley, no están oomprendidos en el cuadro
de la oriminalidad que hemos intentado bosquejar; pues
bien, este incendiario no criminal, es una de las raras
excepciones advertidas por nuestro autor entre la de-
.gradación moral universal que le rodeaba.
Otra 'excepción se nos presenta en la figura angeli-
cal de Aley, un tártaro uel Daghestán, que había sido
condenado por haber tomado parte en un robo, p~ro he
aquí en qué circunstancias: «En su país, su hermano
mayor le había mandado un día que cogiese su yatagán,
montara á caballo y le siguiese; el respeto que los mon-
tañeses tienen á sus mayores es tan grande, que Aley
no se atrevió. ni aoaso le oourrió preguntar el objeto de
LA ANOMALÍA DEL DELINCUEN'l'lll

la expedición; sus hermanos no creyeron quizá t,ampoco


necesario deoírselo». Es indudable que no halJía heoho
más que obedecer sin raciooinar ni discutir, era un cri-
minal cuntra su voluntad, no es extraño que tuviese un
alma tan hermosa oomo bello era su nsico; Dostoyuski
le llama un sér excepcional, una de esas naturalezas tan
espontáneamente hermosas y dotadas por Dios de tales
oualidades que la idea de verlas pervertirse parece
absurda.
Hay, por último, el retrato de un hombre mtiy hon-
rado, servicial, exacto, poco inteligente, razonador y
minucloso como un alemán: Akim Akimytoh. El a.utor lo
presenta corno un original excesivamente sencillo; en sus
cuestiones con lQS presidiarios, les echaba en cura. que
eran ladrones y los exhortaba á que no robason más,
bastaba que notase una injusticia para que tomase p9,r-
te en. una cuestión que n.o le importaba.
Tampoco era éste un oriminal. «Había servido como
subteniente en el Cáucasoi trabé amista.d oon él desde el
primer día y me oontó en geguida su proceso: hal)ía co-
menzado por ser j1mker (voluntario con el grado de sar-
gento) en un regimiento de línea; despué8 de haber es-
perado mucho tiempo su nombramiento de subteniento,
lo obtuvo en fin, y fué destinado á mandar un pequeño
fuerte en las montañas: un pril1cipillo tributario de la
vecindad incendió la fortaleza é intentó un ataque noc-
tUrBO que no tuvo ningún resultado; Akim Akimytch
fué disimulado para con él y fingió ignorar que fuese el
autor del ataque que atribuyó á los il1l3urreotos que va-
gaban por la montaña j un mes después, invitó amigable-
menie al prínoipe á que fuese á visitarlo; éste llegó á oa-
baIlo sin la menor sospeoha. Akim Aldmytoh formó su
guarnición en balalIa, deSClf~J'id iütante ae los soldados la
lelonía. 11 la traición del visitado'l', le Cen8~t'l'O su cond~tCtaJ le
p1'obó que incendia1' un jite/de era un crimen óoch,()1)'noso, le
c:JJplicó minuciosamente los de'beres de un t?'wutwJ'io; y, como
96 ORIMU¡OLOOÍA

conclusión de este discurso, mandó fusilar al príncipe é


lnformó en seguida á sus superiores de esta ejecución
oon todos IOFJ detalles neoesarios. Se instruyó un proc6-
so contra Akim Akirnytoh, le juzgó un oonsejo de gue-
rra, que le condenó á muerte, cOll.mut~ndose su pen",
por la deportación ~ Siberia como forzado de la segunda
categoría, es decir, condenacto á dOQe anos de fortaleza.
El convenía en que había obrado ilegalmente; que el
príncipe debía ser jl1'lgado Ci,.¡;itrJl6t~tO y no pOl' un tri.bu-
nal militar; á pesar de todo, no ¡Jodía oomprendel' que
su acción fuese un delito.
~Había incendiado mi fortaleza, ¿debía yo darle enci-
Il1l las gracias? contestaba á todas mis obj ecl0nes».
Akim Aklmytch tenía razón; había usado del dere-
cho de la guerro, oa:;stigando la traición (',Qn h.\ ll1uerte,
la ejeaución lm,bía sido merecida, sólo que su ignoranoia
le había hecho creer que estaba autorizado para oele-
br:.t.r oonsejo de guerra y juzgar y COl1dellar regulal'-
m~nte á. un bandido, lo que él ha1.>ia heaho ilegalmente,
porque su poca inteligencia no 10 per'mitía conooer los lí~
mites de su autoridad; lo hubiera heoho probablemente
un consejo ele guerra, convooadu en formas legales, yel
príncipe no hubiera deiado de l:3e1' fusilado.
Véase si me engaño: los solos tres ejemplus de hom-
bres honrados que Dostoyuski encontró en sus largos
años de reolusión, los únicos que no le inspiraron repl!g~
nancia, que fueron sus unügos, ql.le no tenían ni el cinis~
mo, ni la inmuralidad notable de los demás, no tenían
los oaraoteres de criminales porque 110 perteneoian á ese
nÚluero, porquo solamente habían desobedecido la ley
sin ser ~ulpabl\:ls de 10 que desde nuestI'O p11UtO de vista
constituye el verdadero delito. Vea~e cómo estas excep-
ciones confirman la regla y oómo apoyan nuestra teol'fa
del delito natural y la del tipo criminal.
LA ANO:il'IALÍA DEL DRUNCUElSTE

III

Se han notado ademús con grun freouencia anoma~


Has patológica,s de todo gén<wo on la clase criminal. Ma~
rpo las ha encontrado en número mucho mayor que en
el resto de los hombres ('1;.
Además, las enfermedades de un orden degenerv.tivo.
que son caul:la de la extinción de las familias, son aqué-
llas que se ceban más en la clase criminal. El Dr. Vir-
gilio que observó doscientos presidiarios enfermos, en-
contró 195 atacados de necrosis ó de caries extraordina-
rias, escrufulosos de las formas más singulares, afeccio-
nes pulmonares crónicas y otras formas de las que son
patrimonio patológico de las clases degenerlldas (2).
La tisis, l[), escrófula, la neurosis y otras enfermeda~
des crónicas, dominan en las cárceles aun en las más
nuevas é higiénicas. La mortalidad entre 108 prisioneros
se calcula en una proporción tres ó cuatl'O veces mayor
que en la población libre (3), y la vida media del conde-
nado es mucho más breve (4).
La frecuenoia. con que se encuentra el alooholismo
en los padres elel dolinouente se ha comparado y con
razón, á la transformaoión de una neurosis, en verclade-
ra lOcura en los desoendientes (5).
En los padres de los criminaleA ~e ha observado en
gran prüporoión la locura, In. epilepsia y otr'uH' .neurosis~

(1) Marro, Oaratteri (le d~litlqlUmti." .


(2) Virgilio, Su.Zla. nato 1iW1'b. del delitto, pág. 27. Uoma 1S74.
(3) Ferri, .L'omicWio.
{4} Beltrami Scaglia, IJa 1·¡f. pemtez. in. ItaUa J pág. 2 U.. )
Roma 1879.
(5) V!rgllio, obra citada, pág. 32.
98 CnIMINOLOOíA

No nos ocuparemos en oiertos síntomas de ordon


psico-físico, oomo lo obtuso de la sensibiiidad general,
la analgesia y la reaoción vascular poco freouente; estas
son investigaciones que oomienzan hoy apenas y sobre
un número limitado de sujetos; aun cuando hayan da¡;lo
ya resultados muy satisfaotorios, conviene esperar aún
para presentar estas pruebas en apoyo de nU0etra teo-
ría; notemos tan sólo que el grado inferior de sensibili ~
dad al dolor, parece estar demostrado por la facilidad
con que los presos se someten á la oper'ación del tatuaje.
Tratemos de un heoho de evidenoia irreou¡;able: la
herenoia. Se conocen en este punto genealogías admira-
bles: las de Lemaire y Chetrien, por ejemplo, la de la
familia Yuke, que oomprende doscientos ladrones yase p

sinos, rloscitmtos ochenta y ocho enfermos y noventa


prostitutas, desoendientes de tm mismo tt'onoo en se-
tenta y cinco años: su ascendiente Max había sido un
borracho.
Thomson, entre cien condenados, ha encontrado oin-
cuenta que eran parientes entre sí y entre éstos, ocho
miembros de una farnília que descendían de un condena-
do reincidente. Vil'gilio, como hemos dicho, observó en
un gran número las enfermt:ldades que son más maroa-
damente hereditarias; pero lo más importante en estas
observaoiones, eS la transmisión directa del crimen.por
herencia directa ó colateral en la proporción de 32'24
por 100 de los condenados que examinó.
Ahora bien, si se reflexiona en el gran número de oa-
sos que quedan ignorados, ya sea por olvido, ya á
consecuenoia de la dificultad de haoer investigaciones
sobre la herencia cOlateral,"y de la ;imposibilidad, que
hay casi siempre, de extender las pesquisas más lejos del
abuelo, estas oifras deben bastar para probar la ley de
la transmisión hereditaria del crimen, pero hay aún más:
el mismo sabio que acabamos de 0itar ha notado que
entre 48 reincidentes que de ordinario son verdaderoS
LA ANOMALíA, DEL HELINGUENTE S9

criminales, 42 tenían los caracteres de la degeneración


-congéni ta.
Marro ha aIíadido á estas observaciones otras muy
curiosas; ha encontl'ado eutre los no criminales el 21
por 100 Y enkc los criminales el 32 por 100 de desoen-
dientes de padres ancianos; examinando aparte diversos
grupos, esta proporción asciende en los asesinos á la
enorme cifra de 52 por 100, en los homicidas en general
al 40 por '100, en los estafadores al 37 por 100, mientI'as
que los ladrones y los autores de atentados contra las
buenas costumbres dan una proporcion inferior á la mi-
tad; explica estas diferencias pOl'las alteraoiones psíqui-
cas de 1(1. edad madura, el mayor egoísmo, el espíritu de
cálculo, la avaricia, que deben reflejar neoesariamente
en los hijos y darles una predisposición á las malas in-
clinacionel:>. Por eso los asesinos y los homicidas, que
tienen pocos sentimientos afectivos, y los estafadm'es,
que necesitan prudenoia y doblez, son de ordinario hijo!:)
de padres ancianos, mientras que son hijos de padres
jóvenes los autores de robos y estupros, porque estos
vicios derivan de la inclinaoión al placer, á las orgías y
á la, ooiosidad, que son caraoteres de la edad en que do·
minan las pasiones.
Otra influenoia notable es la del alcoholismo de los pa-
dres, que produoe en los descendientes toda clase de de-
g¡meraciones. Cuando el alooholismo, dioe Marro, existe
en el padre y en la madre, los delincuentes suelen careoer
.en absoluto de sentido moral, y si la transmisión heredi-
taria. del delito no se observa con frecuencia de una ma M

nara manifiestaJ aparece, sin embargo, por indicios que


revelan su existencia latente, la inmoralidad, la di9ipa~
oión, la pasión por el juego, la violenoia. También son
muy frecuentes las afecoiones psíquicas en los padres de
los delinouentes y Kook las ha observado 611 proporción
de un 11:6 por iOO.
La transmisión de los caraoteres degenerativos es
lOO ClI.DIINOLOGÍA

tan comúu, que 10's mismoh:J adversarios del positi\'ismo,


se han visto obligados á reconocer en estos casos 111 ley
de la herencia.
Un filósofo espiritualista, Curo) 1m dicho: L' hetcdité
se montre plus particulierement dans les cas de psycho-
logie 'moroide, pat' ce que les faite de ce genrc sont des
faits dérivés dans lesquels l'indi ridu retombe SQUS la do-
mination presque exclusive des influcJ:\üüs pllysiologi-
queso Elle se 'lItOJltre pluA' a;is{/!lMJ ,i 'meslti'e qll(' les pMno-
rJ1i!ncs S(;rlt plus 1Joisins de l' oJ'!lai/#me; elle devicnt rnoins
aetive h mesure que l'on gravit l'cchelle des phénoll1enes
humuins; tres forte dans les I),ctes refle):es Jos cas de
ccrebratiün inconsciente, les impn'jions, les insthlctS¡ de-
cr'uissante et de plus en plus vague dans les phénomenes
ele sClbsibititrJ supe?'irJure et de pensée; nulJe c1ans les muni~
festatlons Zes plus lut1ttcs oellas de l~t rabon et de 1[\ mol'a.-
lité, le génie, l'ItfJl'OisrtM, la ve?'tlt» (1).
Aun aceptando estas limitaciones, ]~ herencia crimi-
nal tiene un lugar seflalado en mi ouadro. El delito, 6G-
gún el concepto que he desarrollado, e~ la revelacÍl'ln de
la falta de esa pa.rte de sentido moral que es la ¡nenos
(tita, la IfIUjJW8 delicad(t, la mas común; no se trata, pues,
de un fenómeuo de sensibilidad S1?pert:Jl' sino de la falta
del sentido moral'en su parte fundam.ental, que es un fe-
nómeno extraflo de degeneraoión ó de reversión, una ley
biológica que oomprende la universalidad de 10$ SCl'es,
como la ley de la her.encia.
La antigüedad, que ol;l.l'eoia de nuestras estí1cHsUoas,
había 'tenido, no obstante, la intuición de 10.s gl>anclcs le-
yes naturales, y, mó'e s~i,bit1 que nosotros, supo utilizarlu.s
deolarando proscriptas é impufU,s familia.., entel'U6; po-
dríamos lmoer aquí una observación muy interesante;
nadie ignora que las mllldiciones· biblicae llegaban hasta

(1) Caro, Essaw (le p/lyohol. soc., Re'/Juc. de De'Ucc J!10f!r)(J$¡ 115
Abril 1883.
LA A~O¡\IALÍA DEL DELINCUENTE 101
la quinta genel'acir'm; la. oiencia moderna justifica esla
limitación, puesto que nos enseña que un carácter mo-
ral muy marcado, tanto en el bien como en. el mal, no
persiste en una fnmiliil mó's allá ele la quinta generación,
y esto es le) que puede explícae en parte la decadencia
de las aristooracias (1).
La naturaleza congénita y la heeedítari:.1 de las incli-
nacionGs oeilllinalcs. probn.da yn, no nos dejaró' extl'afll1t'
las enormes cifras ele reincidentes que la esouela correc-
cionalista Mribuía con oandidcz al estado de las prisiu-
nes y á la mala organización del sistema pcnitenciar'io.
Hoy se tiene ya la expül'iencia de que la perfección ele
este sistema hu. sido casi indiferente en la proporción do
la reincidencia; en muchos géneros de delitos la reinci-
dencia es Ja regla. general. Las estadístioas oficiales no
pueden darnos toda la verdad porque los delincuentes
de profesión aprenden con más facilidad á burlar la jus-
ticia; porque, con freouencia, ooultan su nombre, y pOl'-
que, por último, los Códigos limitan la reincidencia. á
casos partioulares; ul1n.s veces á la reincidencia especial;
otras <i la reinoidencia dospué1:l de una cond0na superior
á un año de pl'isión, á una condena oriminal, etc. A pe-
sar de esto, la reincidencia legal llega al 52 por 100 en
Franoia, al 49 por tOO en Bélgica, al 45 por 100 en Aus.
tria; los mismos individuos, ha dioho un autor, son siem-
pre los autores de los mismos delitos.

(1) Ribot, La herencia psicológica, MadrId. Jorro, editor.


102 CRIMINOLOGíA

IV

Existen hoy muy pocos sabios que nieguen en abso-


luto la existencia de inclinaciones criminales innatas,
pero hay muchos que creen que sólo existen en algunos
casos, ordinariamente patológicos, y que la gran mayo-
ría de los delincuentes se compone de personas cuya de~
generación no es orgánica sino social.
Estos distinguen á los demás delincuentes de los ca-
sos excepoionales y semipatológicos, y dan á aquéllos el
nombre de delincuentes ooasionales, porque debe pedir-
se la explicación de sus delitos á las circunstancias en
que se enouentran.
Creo equivocada esta idea. Sin duda alguna, las cau-
sas exteriores, tales oomo el ambiente físico ó moral, las
tradiciones, los ejemplos, las bebidas) el clima, etc., oo~
operan en muchos casos á la degeneración individual ó
contribuyen á la de los padres del delíncmente. Este es
un punto incontrovertible del cual me ocuparé más acle
Jante, pero lo que me interesa dejar fijado es, que el de~
linouente es anormal de ordinario; física y moralmente
lo es siempre; que esta anomalía, colooando al individuo
en oondioiones de inferioridad respeoto á la raza á que
pertenece, puede llamarse sooiológicamente degenera~
oión imputable, como veremos, á causas hereditarias ó
soaiales, pero que de todos modos las CirCU'lMtancías pa1'~
ticuZarBS en que se enouentra el delinouente, no son 'mmca
la oausa del delito, que debe buscarse siemp'I'e en]a ae/Je-
wracwn individuaZ.
Las circunstancias exteriores son, sí, oausas directas
¿ inmeiliatas de la determinación en '/J/¡¿ momento aaao, en ae-
terminado O'l'aen ae ¡¿eeltos; pero éstas Son idéntiolls para
mil persona.::., una de las cuales es la que deJinr:ue, y si
LA ANOMALÍA DEL DELINOUENTE 103

ésta una, obra de una manera tan diferente de las de-


más, esto significa que siente de un modo partioular las
influencias de aquellas circunstancÍM, que hay algo que
le es exclusivo, una diátesis, una manera de ser propia.
La miseria, por ejemplo, á la cual atribuyen muchos
autores un gran número de delitos, se siente por igual en
algunas clases sociales, las cuales no están compuestas
de delincuentes, sino que representan tina pequeíla mino-
ría, la misma que en proporción (como veremo~ en otro
capítulo) dan los delincuentes de las clase:d acomodadas.
Pero así como el genio no se revela de no existir una
ooasión propicia, sin ella, queda también latente la ten-
dencia criminal, 10 cual no quiere decir que los delin-
cuentes se puedan dividir en dos distintas clases: una
compuesta de seres normales, y la otra de seres anor-
males; 138 distinguen tan sólo por el grado mayor ó me-
nor de su anomalía.
Solamente en este sentido distinguí en las primeras
ediciones de este libro los delincuentes instintivos de los
fortUitos, pero no quise dar á entender que un hombre
bien organizado pueda cometer un delito, sólo por la
impulsión de las oirounstanoias exteriores; quise decir,
en cambio, que exii.:)ten criminales en los cuales la ca-
renoia del sentido moral es absoluta, y omnipotente el
dominio de los instintos egoístas, y que existen otros,
loa cuales tienen una debilidad orgánica (una neuraste-
nia moral según Benedikt), es decir, una inoapacidad de
r?sistil." á los impulsos provocados por 01 mundo exte-
rIor, pero tanto unos como otros d~ian de tener la re-
pugnancia al damo. En los últimos influye más el am-
biente, y 61.1 degeneración puede ser más bien adquirida
que hereditaria. Dice Sergi: «Muchos quieren vivir luJo-
samente y no tienen los medios para ello, ni la habilidad
necesaria para procurárselos, entonces se dedican al
robo en diferentes formas. Los ejemplo$ son, demasiado
freouentes para que sea neoesario citarlos; ¿son estos
104 GRXM1NOLOGÍA

tieres degenerados? algunos oreerú:m que no. Por algún


tiempo viven bien y honradamente, unos hun l11aJgo.sta~
do Sll capita.l ó ha.n gastado más de Jo <-Iue ganD..ban con
su trabajo ó de otra manera. ló aji¡'íJW rjue "stos llOmO?rJS
s'm de!lenerados, si nu por otra cauea, porque los ha vi-
ciado el ambiente en que lmn vivido; lo son, pm' l'oglt'l, ge R

nerül, porque no ho,n sabido resistir lu.s inflw:neia8 de-


letél'eas, se hun dejado arrastrar al delito; 10. resisten:-
cia es siempre senal ele normalidad)) (1).
VJl'giljo; (rComo sucede en los locor:: accidelltales que
no están predispuestos á la loeura pOl' organizo,ción fIsi·
ca ó por herencia, así en los condenados ele esta eluDe
(los 11,(,6 se ¡tan ?techo c1'i¡nincdes J)¡)!' oirCitilstrlJU'ÜlS IlccirlC!l/ta-
le8) infortunios] '1niscl'ia, etc,), lW,y c{1.w creer (fue ltiW ouc·
¡lido de la nat71ra!e~a un 8istema 1lf3rL'ioso i¡¿esü~Ne y 'l/na w~
ga.rdzación 1nental ta?1 dt!biZ) que han c~(do en el delito ó
en In. locura á impulBoH de uno, cÍl'cuu"3to.nd::t má~ ó me:-
nos vigQrmm, y con la rnisma facilidad con que caería
(~onvulsa uno.. persona histéric.l1 mó,s Ó meno~ cxc1toJJle.
Cuando la natura.leza ha oonformado bion y tenazmente
el orgauismo elel esyíritu) dloe Tomrni:l.si: oualquier cir.:..
Cllnstv..noia podeá conmovernos) pero siem Pl' 0 t{l10d al'e-
lYlOS en pie, Ya provenga esta ol'gani:.llación mental débil
de falta de instrucoión ó de educación, es decir) de una
organización débil del sentido mor'al, 'y::t de un defeoto
de organización física, tanto munta, porque siendo nues-
tro estado intelectual el resultado obligado de la &umi.1,
de todas las ideas y vo}idones anteriores, se deduce que.
una mal¡;¡, educaoión del sentido mOl'al produce esa or~
ganización mental que oon el tiempo, y dado que no exis·
tan influenoias benéfioas, progresa en la vía del e1'1'01' Y
de la cOl'rupclón por la ley natural del deSaI'l'ollo 'pl'O~

.(1) .Sergi, te aeOe1~61'alStoni umane: Rtvlsta di disoiplilla C!1 to e¡


raría, fB87. Ji'aso. fFlO.
LA ANOMALÍA ¡)EL DELINCUEN'l'E

gresivo que se yeriGea tanto en lo físico como en lo 1110"';'


raiD (1).
El delito no es, pues, nune,), efecto d ¡recto d inmediato
de circum:ltancias exteriores, e,"¡str> siempre en el individuo:
es siempre la revelación de una naturaleza degenerada,
sean cuales flteren ];:1,S CaW:la8 nntiguas ó modernas de
sem~jante degeneración. En e~te sentido no (',ri.~te el de-
lincwmte jo?'tuito, ':J' no f:iería exacto decir que cada delito;
examinado singularmellte, sea efecto (le causas orgáni-
cas individuales, de caUi:las físicas exteriores ó de causas
sooiales.
Por' el oontrarh), todo delito es efecto de causas in-
dividuales que 80 desarrollan en un ambiente físico par-
ticular ó en contingencias sodales detel'mirw,das, pero
oumo estas condiciones son idéntiouR) par[\, aquéllos que
no delinquen no puoden repl'osental' mis que las causal:;
üoasionales, debiendo buscarse siempre el verdadero
factor de] delito en la especialidad del indivíclno forma-
do por la naturaleza para ser delincuente.
Hay que distinguÍt', sin embargo, CiCl'tos estados pa-
tológicos) como la imbecilidad, la locura, el histerismo,
la epilepsia, aSQoiD.clus á impuIs()f:l criminales (estados
que pueden ser congénitos ó adquiridos después) de la
anomalía exclusivamente moral caracterizada por la
perversión ó la ausencia de instintos altruístas elemen-
les, y que no es una vordadera enfermedad.
Este último punto ha suscitado no pocas dudas.
En primer lugar están contl'a nosotros los que no
admiten la fatalidad de una voluntad escla.va de sus in-
olinaciones ó de sus inFltintos, y no pueden comprender
que un hombre pueda ser arrastrado al mal por la espe-
cialidad ele su organización individual sin que su inteli-
gencia se encuentre turbada ó cuando una enfermedad
impida la sumisión de los actos á. la voluntad. Nos abs-

, . (1) Virgilio, Bulla nattwa mor1Jo8a del deUtto, pág. 9.


106 CRIMllVOLOGÍA

tendremos de discutir la cuestión del libre arbitrio, pues


nos basta hacer notar que se habría entendido mal si se
nos atribuyera la idea de que toda inclinación criminal
a
debe necesariamente llevar la acción. Creemos, por el
contrario, que la manifestación de e~ta8 inclinaoiones
puede reprimirse por el afortunado concurso de innume-
rables circunstancias exteriores, aun en esos individuos
en quienes la perversidad es innata. Ya sea la voluntad
resultante ele muchaR fUel'Zt18 Ó ya sea un movirniento
psíquico inicial, lo cierto es que podrá encontrar un mo-
tivo más enérgico que los impulsos criminales, 01 terror
de la guillotina, por ejemplo, ó el miedo de perder ven-
tajas mayores de las que se obtendrían por medio del
crimen. Es necesario añadiL' que la carencia ele sentido
moral no es más que la condición favorable para que el
crimen se realice en un momento dado, pero que mu-
chas personas, aun teniendo esa. predisposición, no son
jamás criminales, pory'ue pueden satisfacer sus mayores
deseos, sin dañar en lo más mínimo á otros. De aqui que
hombres con instinto criminal latente pasen por perRO-
nas honradas toda su vida, porque no ~la llegado el mo~
mento de que el crimen puede sedes útil. Quien quiera
puede creer que el mérito corresponde á su voluntad, Y
no exclusivam.ente á la situación en que han tenido la
dicha de encontrarst:').
Pasemos á la objeción que se nos haoe desde un
punto diametralmente opuesto; muohos alienistas clasi-
fican la anomalía de los criminales entre las formas de
locura oon el nombre de lomwa Irfl,01,ttl; creemos que es
una fórmula impropia. destinada á desaparecer por com-
pleto del vocabulario de la ciencia: ante todo da .ocasión
á muchos errores; por causa de esta fórmula se acusa á
nuestra escuela de hacer dt:J la criminalidad una clase de
locura; además, la palabra locura es sinónima. de enaje-
nación mental, y aun cuando la. razón y el sentimiento
tienen un origen común en el sistema nerVioso, no pl1sde
LA ANOItlALÍA DEI'.. DELINOUENTE 107

negarse que son aotividades muy dH'erentes y que puede


suceder que una de ellas, la facultad de ideación, sea
perfectamente regular, y que la otra, la facultad de
emooión sea anormal; por último, la palabra locura ó
enajenación implica la idea de una enfermedad, dado
que ya no se admite la locura no patológica de Despine,
y nuestros criminales instintivos no son enfermos. De-,
tengámonos un momento en el examen de este pnnto.
Cuando la anomalía ele los criminales no presenta
más síntomas que los caraoteres físicos y psíquioos que
acabamos de indicar, sin la menor perturbación de las
facultades de ideaoión, sin que se pueda notar la exis-
tencia de una neurosis de distinto género, por eJemplo,
el histerismo ó la epilepsia, ¿,puede decirse que se trata
de un estado patológico? Parece que nu, sino en cuanto
las palabras anomalía y enfermedad pueda.n considerar-
se oomo de idéntica significación, en cuyo caso no ha-
bría diferencia entre los estados fisiológicos y los pato-
lógicos, puesto que toda separaoión del tipo, cualquier
irregularidad del cuerpo, la excentricidad elel carácter,
la particularidad del temperamento, vendrían á ser una
forma nosológica ... Como casi no existe individuo que
no presente alguna singularidad, ya sea física, ya moral)
el estado de salud vendría á ser una excepción, sería
casi ideal. Y, sin embargo, hay un estado de salud física
y de salud intelectual; existe también una zona interme-
dia entre estos estados y los de enfermedad, 10 cual es
causa de que no se nos haya dado aún una definición com-
pleta de la enajenación mental, sin que esto sea obstácu-
lo á que se distinga en oada caso un loco de un hombre
normal (1).
La distinción entre anomalía y enfermedad no es
nueva ni mucho menos; he aquí un ejemplo. El .Digesto

(1) Taylor, Traite de medicine lena7e, traduit par le docteur


J. Caulgne, lib. XI, cap. LXI, París, 1881.
108 CRIMINOLOGíA

al tratar de la resci"ión de b vcnh"t de un esclavo dis-


tingue elviti1¿/n del ¡w)'rbus: </tt ¡Jllte/, si quis batbu.s sil nam
ltune vitiosllm liUl,C/is esse Ijltam 1n1)}'!;o.nt?n». El mudo, dice
Sabino, es un enfermo, no el que hab][\, con dificultad
y de unn manCl'a, poco inteligiblü ... Al que le fn,lta un
diente no es un enfermo (1). Dil'C!l10R igll<.ümcllto que el
que CaI'('ce de algunos intitht()~ morales es un hombre
anormal (vitioslt.~), no es un enf'el'mo (morboslt s ,.
Pudiera, replicát'scnos ü.\n un t:dienistt"t itillinno que,
en todo caso, la enfermedad no e'.:l m1s que In. yida on
condiciones anormales y que en Coto aspecto no hay an-
títesis absoluta entro el estado de 1:.41\1 ud y de enferme-
dad (2).
Pudiél'amos pregunturnos si Jt-¡, ciencia tiene 01 dere~
chú de 1)01'1'41' del diccionill'io las palabrus de que la hu-
manidad h:J. creído que nu podrín. pr'cscindit' on todos
tiempos; ahol'u bien, en el lenguaje común, In. palabra
enfermedad significa algo que tieude ú l(l, destrucoión del
organismo ó ele la parto atacada: f::li no hay destl'llCCi6n
hay OUl'iloión, pero nunca habrá estabilidad como en
muchas anomnJías. Pero aun admitiendo la eX.tensión
de la idea de enfermedad á toda C!L),!-O de condioio~
nes anormales de la vida, narla tenemos que oambiar de
10 que hemos indicado. En efecto, para saber 10 que se
entiende por condiciones anormales hay que comenzar
por determinar las condiciones nurmales de la vida. 8i
se nos habla de una raza, de un puoblo, de una tribu, Ó
de la humanidad entera, ó me equivoco muoho, Ó el sig-
nificado de la pula15ra enfermedad hay que referirlo á
toda la especie humana, independientemente de las va-
riaciones ele raza. El cabello lanudo) el pl'ognatismo, la

(1) Digesto, lib. XXI, tít. r. Véase Fioretti, Polomica in difc.9a


dalla sc~¡ola criminale poslUva, 1886, pág. 231.
(2) Vll'gilio, La f/,siolQ{Jia é Za patoZogía aaUa tn611te, Caser-
ta, 1883.
U, ANOMALíA DEL DELINOUENTE 109

nariz achatada sún anomalías en nuestra raza, sin que


por eso pueda dárseles un cD.rácter patológico, porque
no son desviaciones del tipo humano estas anomalías,
son más bien parto do los Cut'Dcteres disün!jyos de cier-
tas razas inferiores, pero no alteran ni tUl'b:'l,n en mano-
~a alguna las funciones orgánici1s. ¿pl.lr qué no había de
decirse lo mismo con motivo de las variaciones psíqui-
oas? L:1 insensibilidad, la im¡1l'cvisión, la volubilidad, la
crueldad, son caracteres excepcionales en nuestra raza,
pero nmy üomunefl en otro..s; no hay, pues, anomalía con
relación al genur ?tomo, la hay oon relación al tipo per-
feooionado, representado por los pueblof3 en vías de civi-
lización. Para apreciar mejor lo. distinción que hacemos,
pónganse enfrente de la perversidad innata esas otras
olases de anoma]üJ,8 psíquioas; la ioJta de la facultad de
coordinar la:-:; idea,s, la falta ele lTI.emori<1, bafasía, la
independencia del proceso psíquir.o de todas la8 excita-
ciones exteriOl'es; he aquí, sin duda, ycrcladcras enfer-
medades, porque presentan n.nomalías con relación á la
especie; en efecto, la faonl tad de ideación, que se en-
cuentra alterada, en tales casos, no eS patrimonio de una
raza, no se presenta solamente en una etapa de la evo-
lución moral, existo desde que el hombre aparece.
La perversión mOl'al no es unrA, cnfermedad elel indi-
viduo, porque no perturba ninguna función orgánica, ni
altera la vida fisiológica, sino que huoe al individuo in-
compatible con el ambiente cuando este ambiente es un
e mjunto de divel'S<ls familias, y estas familias no viven
la vida, salvaje y ele l'apiña. Existen, en efecto, tribus en
las que la mayor orueldad y la lujuria m¿'s desenfrena-
da no son excepcionales, sino normales.
Los habitantes de l::t Nueva Zelandia y los de Fioj(,
~ue matan por el gusto de matar, carecen de todo ins-
tinto de pi~dacl ó, mejor dicho, cse instinto no traspasa
y
1,08 !imites de su familia; sin I;lmbargo, no son ctP'ferniOs'
CU\l;UllO lu es el negro africano que l'Jba siempre que. se
110 ORIMINOLOGíA

le ofreoe una ocasión. Ni ciertos caracteres anatómicos


que no son anomalia..s sino en relación con nuestro. raza,
ni ciertas señales de uu retr,-,.so en la evoluoión psíquica,
que son comunes á algunos pueblos salvajes y al crirni~
nal típico, puedell constituir á éste en enfermo si, á pe-
sar de todo, oonsideramos á aquéllos oomo pel'fectamen~
te sanos.
Poco importa que laR sentimientos aItruí::.tus se ha-
yan extendido casi por todas partes; hubo un tiempo en
que sólo existían en estado embrionario, es decir, que
apenas traspasaban los límites de la familia y rara vez
los de la tribu, pero si los hombres de aquellos tiempos
remotos estaban sanos ¿por qué no han de estarlo los
criminales que se les parecen y que acaso por un ata-
vismo misterioso han recibido de sus progenitores esoS
caracteres que constituyen hoy una anomalía moral? De
~onsiderar como una enfermedad la falta del sentido mo-
ral, vendríamos á caer en esta ClJnsecuencia verdadera-
mente lógica, la de que una enfermedad sería más ó me-
nos grave ó desaparecería por oompleto, según el grado
de perfección de los estados sociales, do manera que un
mismo individuo debería considerarse como gra vomente
enfermo en países civilizados, con una salud poco firme
(In pueblos semibál'baros, y perfectamente sano eulas is-
las Fidjí, en la Nueva Zelandia ó en Dahomey (1).

(1) Drago, Los hombres de presa, pág. 75. Buenos Aires, 1888,
dice que esta observación mía es msls deslumbradora que cier"
ta, y replioa para mantenerse en mi mismo terreno ,pág. 76), quO
un habitante de la Tierra del Fuego consideraría como sano al
llombl'o civilizado atacado de afasia, que nO pudiese articular
-distintarnente las palabras de su lengua, porque el lenguaje de
aquellos salvajes se compone de sonidos casi inartic,dados. Ro'
do
'plico, que si ¿llenguaje de los habitantes la Tierra del Fuego
·es tal, no está probado que aquellos habitantes sean absoluta-
mente incapaces de aprender á articular 'palabras de otra len-
gua, lo cual sería imposible á un europeo atacado de afasia.
LA Al'IOI\IALíA DEL DELINCUENTE 111

Esto es absurdo: cuando se trata de condiciones pa-


tológicas, nadie piensa en averiguar si el hombre es mo-
derno, si pertenece á las edades heróioas ó á la época de
la piedra; si se trata de un malayo, de un habitante de
la Polinesia ó de un anglosajón, las condiciones esencia-
les de la vida humana son idénticas y no pueden variar
de una á otra época ó de una raza á otra.
Pueden, pues, admitirse anomalías no patológicas,
y, entre éstas, la falta del sentido moral. Un alienista
contemporáneo ha dicho muy bien, que no habiéndose
querido comprender la relación que existe entre los sen~
timientos y los actos inmorales, y ciertas especialidades
del organismo, de los ouales son resultado y expresión
los (',arameres psíquicos, se ha creado una forma nosoló-
gica especial solamente para aquellos casos en que esta
relación se presenta de una manera evidente (1).
Nosotros no admitimos oasos de looura oasi exolusi-
vamente m.oral. Existen, sin duda, oasos de perversidad
extrema,. que son verdaderos casos patológicos, pero
. entonces la perversidad es sólo el síntoma más notable
de una gran neurosis, como la epilepsia ó el histerismo,
ó de una forma de enajenaoión oomo la meluncolía, la
parálisis progresiva y la imbecilidad. Cuando, por el con~
tral'io, no se puede determinar ninguna alteración de las
funciones fisiológioas, no se trata ya de enfermedad, sea
cualquiera la incompatibilidad del individuo con el me-
dio social; la anomalía moral, aun siendo siempre orogá-
nica, no constituye una enfermedad.
" He aquí ahora una observación que resuelve la cues-
tlOn POI' completo, determinando la diferenoia entre el
loco y el delincuente instintivo.
En el primero detel'mina el delito una excitación in-

--terior que no ha sido provocada por los estímulos del

'" (1) Buonvecchiato, n


.¡;-adun, 1883.
8f!1n$O morale e la foZUa morale, pág. 228,
112 CRIMINOLOGíA

a.mbiente, por 10 cual suele decirtio que carece de CamH'l"


entendiéndose por tales séJlo lal:; que provienen del mun-
do exterior. En el segundo, 01 cielito se ejecuta poe los
mismos impulsos que obran sobre lus hombl'03 norma-
les, sólo que en él no encuentran la resistencia del sen-
tido moral, del cual carece.
Las percepciones del mundo exterior producen en
el10co Ó en el imbécil impresiones exo,gemda¡.:;, hacen
nacer un proceso p~íquico que no está en consonancia
con la causa oxterior, de aquí una incoherencia entre ,cs-
ta causa y la reacción del loco, que cxplíca los hüt'ribles
homicidios cometidos para librarse sólo de una sensa-
ción desagradable ... In, molestia que m\u~a la presenoia
de una persona. Cierto Granclí, medio imbéoil, pUl'a li-
brarse de los hijos de sus vecinos que armaban ruido de-
lante de su taller, los iba atrayendo uno teas otro {da tras-
tienda, los encerraba en ella. y por' la noohe los enterra-
ba ViV J6; de este modu mató diez, creyendo que así po-
'
dría tl'a.bajal' tranquilamente; no tonia otro móvil. El
1000 que describe Edgardo Poo, ahoga b. BU tío tan sólo
para. librarse ele la vista enojosa de su ojo' tuerto. En
otros C,'l,SOS se trata de la sa.tisfaoción ele un placer pato-
logico, como aquel loco de que habla Maudsley, que
o.pl1ntaba en su cuaderno las niñas que llO,.bía degollado,
indioando si estaba tierna y caliente.
En el criminal de nacimiento, por el contrario) el
prooeso psíquico está en consonancia con lQ.s irnpresio-
nes del mundo exterior; sí el móvil ha f:$ído la venganza,
la injuria ó la sim'az6n, exh;ten realmente; si es la 08pe-
ro..nzo.. ele uno.. ventaja, ésto.. sería una ventaja reo.l para
otra persona cualquiera; si es el plaoer, este placer nu~
da tendría do i;1,nOI'lUalj no es el fin en sí mismo, SillO 01
medio criminal que 8e empIca para obtenerlo, lo qn0 re-
vela la anomalía'moraI. Es cierto que no siempre basta
J~ ausencia del sentido moral pa~'a explicar ciertos deli-
tos; suele mezclarse, i veces, un amor propio oxagera~
LA. A::i'OMAJ-ÍA Dli:L DELINOU¡;N?:,Ji:. 115
uo que haoe sentir Il1ÚS vivarnente la ofensa supuesta ó
aoaso ínsignHiountc: pOl' ejemplo, cierto T... ofendido
ele que su CI,'iado se había dC8pedido, le acechó y lo ma-
tó de un tiro; la conducta de aquel d(~!:Jgl'twiado, que l->Ü-
lamente hubiera mole~tado á otro, había sido para él
una injuria que exigí u. 1..111:),. sangrienta venganza. En ta-
les casos l::iLlcle clecit'sc que exi~te desproporción entre la
causa y el efecto; csta. ospI'csi6n es fllusófioamcutc ab·"
surdaJ la pl'oporción existe siempre, 10 que hay es que
la causa no es únicamente la que se cree conocer', hay
que sum3.!' al móvil immDciente la faltt'l.. de sentido mo-
ral, el amOr propio exugul'ado, la vanidi.\d inmoderada,
la exoesi va susceptibiliclad, curacteres que ya hemos
visto SllIl tan comunes en lOt3 crimil1t1.Ics.
M. Tarde, aun aceptando mis ideas, acerca de la
diferenoia entre la locura llamada mor'al y el instinto cri-
minal, diferencia, que él díce es oapital; las cumpl(jta
con estas notables palabt'as: «Para. el loco, el delito es,
si se quiere, un medio de placer, porque como observa
M¡;¡,udAley, el eje0utar un homicidio produoe un verda-
dero bienestm' á quien lo ejecuta en vll'tud de una i1n-
pulsión morbosa irresistible, pet'o la 1l.atu7'ctleu a'itot?J~al
ele este plllcwr '!I el hedo de '!lO buscar otro cometiendo un
crimen, es Jo que distingue ::11 Iooo·del delincuente. El de-
lincuente tiene también anomalías afectivas, pero é~táS
c.lonsisten en estar de8proviBto~ más ó menos completa-
mente, d(;: ciertos dolores simpáticos, de cierta.s répug-
nancias que son ba8tante fuertes en 108 hombI'es honra,
dos, pal.'a retenerlos en la pendient.e de oiertos heohos.
Una cosa es la presenoia de una atraooión morbosa, que
sin pl'OVucución exterior, impulsa á la acción; otra ]0.
faltu interiur de una repulsión que impide ceder á las
tenta.ciones exteriores».
A.demáR, no se trata de uno. sencilla. cuestión de pa-
labras, CUnlo pudiera acaso creerse, al notar que admi-
timos un 8'ubstractum somático, to,uto en la anomalía corno
114 CRIMINOLOGÍA

en la enfermedad (1). E",fa difí.·r('noia importa mucho


desde el punto de vi!:itu de la ficncia pOl'que la anoma-
lía es algo inherente al indí viduo, el oual eE; por esta ra-
zón diferente de los demás y se encuentra formado así
por la naturaleza, ttlnto en lo tísico como en lo moral.
En cambio, la enfermedad es algo que coml.mte al orga-
nismo, y cuando se trata de enfermedades mentales,
tiende á sustituir el carácter del individuo por un caráo-
ter diferente que, siendu efectu de su estado patológico,
no es ya cosa suya. El apte actual de los médiooS del oe-
rebro, dice Tarde, COI\!:iiHte en estudiar el desarrollo dol
1/0 pará8itl.), q'uc se ingert::t en eIlIo uOl'mal, y observar
la luoha interior, el duelo doloroso y dramátioo de estos
dos yo y dar armas al y? ¡;;ano contl'3, el yo enfermo (2).
Así puede también ju~tif1OJ.rse lo. pena de muerto, 1~
cual parecería un acto de barbarie si se considerase a
los delincuentes cOmo sC'l'es que sufl'cn y que tienen de-
reoho á nuestra oompa::¡ióll, más aun, á nueste.\ simpa.-
tía, porque el delito no sería entonces más que un aooi·

(1) Oorre me critica, sin razón, diciendo que hablo de ano-


maUas ~xclusivamf'nte psíquicas (obra citada. pág. 390). Si he
usado la expresión anomalía moral, lo he hecho para contl'apO-
ne']' la anomalía de 106 selltimi'lntos á la de la inteligenda, sos'
teniendo que la primera puede existir sin la segunda. Pero no
he pensado nUllca en decir, porque estaría eontra mis ideas, que
la anomalía moral no tenga también un 8'lfbstractu~n en la estruO-
tura orgliuica, sólo que no se trata más que de la desviaoión d"l
tipo hombre civilizado, 10 oual no es una enfermedad, porque el
estado patológico ó f!Riológioo se refiere á la especie humana e11"
tara y no á una oondición plll'tlcular de superioridad que alcan-
za una nación ó una raza por medio de la civilización.
Tampoco encuentro justa la crítica de Féré el cual, resumien-
do de una manera incompleta mis ideas, afirma que en los l'ljetn;-
pIos qua he citado,lus oaracteres diferenoiales de los hecllos 110
son de tal naturaleza que puodan establecer una distinoión fun~
damental. (D>u~neraci6rt 11 crtminaUrlari, Madrid, Jorro.)
(2) Tarde, Rllpport au 20 congréa d'Anthropolo~ie crlmine-
11e, XI question, París, 1889.
LA ANOMALÍA DEL DELINCUENTE 115

dente de su mfel'medad, y no un eredo de su oarácter y


de su temperamento. Como dioe Shakespeare, Lt locura
era el enemigo del pobre Harnl..:t, un enemigo que le
ofendía tanto á él como á los que por él habían f'ufrido.
Por el contrario, la anomalía congénita del carácter es
la fisonomía moral de un individuo, es su elemento inse~
parablo; el defecto orgánico es la nuta distintiva dol in-
-dividuo, quítese este defecto y el individuo quedará ais-
lado, su yo desaparecerá.

Determinada la naturaleza orgánioamente anormal


del delincuente, ¿cuál es la explicación de este fenóme-
no? No pudiendo atribuir siempre esta anomalía á la he-
rencia ¿debemos ver en ella un caso de atavismo ó uno
de degeneración?
La idea. del atavismo ha sido defendida por Lombro-
so, por la gran semejanza entre los oaractercs físicos y
morales del delincuente típico, -y del salvaje considerado
como representante del hombre primitivo; además, al-
gunos el'áneoe prehistóricos, oomparados con los de los
delincuentes, presentaban oaracteres que 10 confirmaron
en esta opinión: el estudio psicológico de los niños que
resumen en ese período de la existencia las etapas del
desarL'ollo de la humanidad S0 hizo también, y también
en loe niños se han notado muchos caracteres comunes
á. los salvajes y á los delincuentes.
No puede negarse la existencia de estas semejanzas,
aun independientemente de la hipótesis de que se pro-
duzcan por un proceso atávioo.
Por lo que respecta al hombre prehistórico, los par-
LA ANOMALÍA DEL DELINCUENTE 115

dente de su mfel'medad, y no un eredo de su oarácter y


de su temperamento. Como dioe Shakespeare, Lt locura
era el enemigo del pobre Harnl..:t, un enemigo que le
ofendía tanto á él como á los que por él habían f'ufrido.
Por el contrario, la anomalía congénita del carácter es
la fisonomía moral de un individuo, es su elemento inse~
parablo; el defecto orgánico es la nuta distintiva dol in-
-dividuo, quítese este defecto y el individuo quedará ais-
lado, su yo desaparecerá.

Determinada la naturaleza orgánioamente anormal


del delincuente, ¿cuál es la explicación de este fenóme-
no? No pudiendo atribuir siempre esta anomalía á la he-
rencia ¿debemos ver en ella un caso de atavismo ó uno
de degeneración?
La idea. del atavismo ha sido defendida por Lombro-
so, por la gran semejanza entre los oaractercs físicos y
morales del delincuente típico, -y del salvaje considerado
como representante del hombre primitivo; además, al-
gunos el'áneoe prehistóricos, oomparados con los de los
delincuentes, presentaban oaracteres que 10 confirmaron
en esta opinión: el estudio psicológico de los niños que
resumen en ese período de la existencia las etapas del
desarL'ollo de la humanidad S0 hizo también, y también
en loe niños se han notado muchos caracteres comunes
á. los salvajes y á los delincuentes.
No puede negarse la existencia de estas semejanzas,
aun independientemente de la hipótesis de que se pro-
duzcan por un proceso atávioo.
Por lo que respecta al hombre prehistórico, los par-
116 ORIMINOLOGíA

tidarios de la "vutÍa evolucionista pueden admitir que


viviendo éste en compañía de su prole, no podían for-
marse en él otros sentimientos que los llamados por
Spencer ego-alt.ruíf3tas, lo cual dependía de la carencia
de condiciones ele vida social, micutratl que yernos ma-
nifestarse el altruísrnu tan pronto como se forma la tri-
bu, y ensancharse hasta la ciudad y la nación tan lUl'go
corno éstas se con~tituyen. Por el contrario, el altruísmo
no existe en el delincuente ti. pesar de que, desde su na-
cimiento, vive en sociedad.
Si en cambiO tomamos por término de comparación
no ya al hombre primitivo, que suponemos errante en
los bosques con su prole, sino al hombl'e de Irts más an-
tiguas congregaciones sociales, nos parecerá justa la
observación de Tarde de que <da bajeza, la. crueldad; el
cinismo, la cobardía, la pereza, la mala fe que se notan
en los ddincllenks, no pueden ser heredados por éstos
de la mayol'b. de nuestros comunes antecesores primiti-
vos, porque son incompatibles con la existencia y la con-
servadón prolongada por espacio de siglo!:l de una su·
cí edad regu lar» (1).
y Péré observa no fienos atinadamente que «los ves-
tigios de degeneración COIllO las ffiJ.nifestaciones neurO~
páticas y vesánicas, escrofulosas, etc., que con tanta
frecuencia se notan en los delincuentes, no tienen nada
común (Ion el atavismo, y que, por el contrario, pureofn
exoluir10 porque son incompatibles con una generaoión
regular» (2).
Por el contrario, otros oaracteres anatómicos y mo-
rales pareoen dar la razón á la hipótesis de LombrO!:io.
Entre los primeros, la semejanza más digna de atención
el:! el desmesurado prognatisillo de algunos cráneOs de

(1) Tarde, De Z'atavisme maral. Arohives de l'Antbropologio


crililinelle, 15 Mayo 1889. .
(2) Féré , Degeneraeión 'Y criminQJliclaa¡ Madrid, Jorro.
LA ANOMALíA DEL DELINCUENTE 117

la época del mamuth y del reno; pero estos hechos ra-


ros, como dice Topinard, no nos dan base para ninguna
inducción (1).
Las pruebas son pocas; sin embargo, quien acepte
la teoría evolucionista) debe considerar que el progna-
tismo es un carácter regresivo, si observa que lo largo
de la parte inferior de la cara y la protuberancia y ro-
bustez de las mandíbulas, son comunes en las razas ne-
gras atHc8,nas, mabyas y australes y son raras entre los
europeos, y que entendiéndose la palabra prognatismo
en su significación más general, puede decirse que las
razas blanoas oarecen de él y que las amarílIas y negras
lo tienen en diferentes grados» (2); además, algunos pue-
blos clasificados entre los más degenerados, como los
hotentotes, aloanzan el grado mayor de prognatismo
conocido en la humanidad (3). Parece, pues, que no es
muy aventurada la. suposición de que nuestros primeros
progenitores tuviesen un prognatismo mayor que el de
aquellos salv:1jes, y aun admitiendo que los pocos crá-
neos de Canstad y de Cl'oo-Magnon hayan sido una ex-
cepción de la raza entonoes contemporánea, pueden con-
aiderarse, oomo dioe Topinard, representantes supérs-
tites. tal vez por atavismo de una raza extinguida que
viviese en las épooas pliocenas y miocenas. Lo mismo
puede deoirse sin duda alguna de los famosos namaque-
ses del museo, cuyo pl'ognatismo es extraordinario; son,
sin duda, los representantes de una raza anterior extin-
guida hoy en Afrioa.
Pero dejando aparte los oaracteres anatómicos, es
seguro que moralmente el salvaje moderno debe seme-
jarGe en muohos puntos con el hombre prehi&tórico.
Pero es necesario distinguir: existen muchas razas sal-

(1) Topinard, Anthropologie, pág. 284.


(2) Topinal'd, ibid.
(S) Topinard, ibid, págs. 289-90.
118 CRIMINOLOGíA

vajes diferentes, unas que han progresado más, otras


menos; ninguna de ellas (\s, ciertamente, un ejemplo
perfecto elel hombre primitivo. Bagchot ha ilustrado per-
fectamente este punto: «en ciertos aspectos) dice (1), el
hombre prehistórico debía sel' muy diferente de un sal-
vaje moderno ... ; el salvaje moderno no eS el hombre
sencillo que nos han descrito }os fiiósufus del sigln XVIII ... ;
su vida es un tejido de mil costumbres extraOl'dinarias;
su razón está obscurecida por mil P('üocupaciones extra-
vaguntes, su ánimo se encuentra aterrado por' mil crue-
les supersticiones)). Pero nuestros pro!!,enitores eran sal-
vajes que no tenían las co::;tumbres estables que lús mo-
del'nos; sin embargo, lo mismo que él:\tos, tenían pasio-
nes fuertes y unu razón débil; como éstos preferían las
excitaciones fugaces de ur placer violento, á lai:) alegríu&
tranquilas y duraderas, eran incapaces de sacrificar el
presente al porvenir y, como éstos, tenían un sentido mo-
ral muy imperfecto, apenas naciente por no decir algJ
menos (2).
Ahora bien, ¿no son precisamente estos caraoteres
los de los delincuentes que hemos analizado? No debe-
mos ocultar que si tienen estos Co,l'acteres comunes, hay
otros que ditieren mucho. Seguramente el hombre pri-
mitivo debió tener la fuerza fbica y moral, el valor para
luchar contra las fieras, desnudo y sin armas como se
hallJ.ba; amor al trabajo para trazar los primeros sende-
ros en 108 bosques vírgelles, edifioar las primeras casas
y asegurar la vid,;\, de sus hijos contl'a toda clase de pe-
ligros; debía ser, como dioe Tarde, en muchos oasos tUl
héroe. Sin estas cualidades, la especie humana no hubie-
ra progresado, se enoontraría aún en el estado en que
se ven hoy muchas tribus oomo, por ejeinplo, las de a}-

(1) Bngehot, Lois 8ciwntifio$ du devcloppement des 11atiO'f/8, P.131-


4.3 Ed. ParíE<, 1882.
(2) Bagtjhot, ibiél., pág. 123.
LA ANOMALíA DEL DELINCUENTE 119
gunas islas malayas que habitan aún en las oiudades la-
custre,.::;, y 80n incapaces de abrir una senda en el inmen-
so bosque Yiegen que las rodea PO!' toclus lados, yen el
cual buscan su sUi::it . mto SJ.I tanda á m ...mera de monos
por las ramas de los árboles.
Aun cuando advil'tamos esta"l semeJanzas entre los
instintos ele 10"'1 salvajes y de lo~ delincuentes, lo mismo
que entre los ele los salvajes contemporáneos y los pl'i-
mitivos, no creemos CÍertamentu deducir la identidad de
unos y oteos. También se han notadu muohas semejan-
zas entre JOS ío¡;Untus de los cldincuenks y los de los
niños, entre otros ID, deficiencia del sentido moral; pero
,en los primeros éste falta por un defecto orgánico,
mientl'as que en los segundu8 no está aÚII desarrollado.
De aquí dedllCimo'i que lIJa delincuentes tienen c'lracte-
res regr'esh'os, Ó soa curactcl'e8 que denotan una etapa
menos adcli1ntada en el desDxrolJu humano.
Por otea parte) muchos del incuentes present:m 00.-
raotl'res que no se pueden atribltil' aL atavismo y que
son realmente atípicos, por lo cual puede decirse, con
Tarde, que el delincuente no es un monstruo que; como
muchos mo~struos, presenta signos de regreso al pasa-
do de la raza ó de la especie, pero que estos signos
están diversan:lGnte oombinado!::! y 110 sería prudente juz-
gar por ellos ti nue:;tl'us antepasados.
La explicación más obvia de estos fenómenos es la
d~ la. degeneración hereditJ.ria por efecto de una selec-
CIón en l:icnHdo inverso, la cual produce el resultado de
hacer perder al hombr'e las cualidades mejores que ha
adquirido lentamente por efecto de una lar~a evoluoión,
lIevándulo de nuevo al grado de inferior~dad moral de
que había salido. Y esto nace de la unión de los seres
pco~es Pi Ir debilidad, neurosis ó enformedad, ó por el
enVIleCimiento que produce la extrema miseria ó la ex-
tI-ema ignorancia. De aquí nacen familias desmoraliza-
das y abyectas que se propagan yen las .cuales conti-
120 CRIMINOLOGÍA

núan las uniones hasta el punto de formarse dentro de


la raza una subraza de condiciones inferior'es. Á este
propósito se ha dicho: «el degenerado moral ó físicamen-
te lo es casi siempre por herencia; cuando se asciende
en su genealogía, se encuentra de ordinario la explica-
oión de sus anomalías; por eso creemos inútil el pasar
por cima de sus padres y de sus abuelos y dejando atrás
multitud de generacioneF!, pedir á primogenitures fabu-
losos el secreto de l:lUS deformaciones ó de sU doprava-
.,
Clon» /1)
\ .
Por otra parte, existen monstruosidades que no se
pueden a.tribuir á los antepasados por lejanos que éstos
sean. ¿D~ dónde toma la naturaleza estas monstruosi-
daeles? Sergi, extendiendo la hipótesis del atavismo,
contesta: en la vida p'l'e"h1f.mana y en la animalidad infe-
rior. Si se admite este atavismo prehumano respeoto de
las anomalías morfológicas ¿por qué no admitirlo ouan-
do se trata de las funoiones oorrespondiente!:!?
Esto nos daría. la explioaoión de ciertos instintos que
llevan el tipo humano al tipo bestial, lo cUG.I puede expli-
carse biológicamente por la detención del desarrollo de
las partes de ciertos órganos que ejercen uni1 influencia.
direota en las funciones psíquioG.s. Así se explioarÍa la
oausa de la brutalidad extraordinaria que se obset'va en
ciertos hombres, raros por fortuna. No es necesaI'io de-
cir que IG. hipótesis de este atavismo animal, sólo pueden
aceptarla los que creen sin reservas en la transformaoión
do las especies, pero aun en ese oaso siempl'e sería mi-
lagroso. Lo mismo da permaneoer en la ignoranoia del
misterio que envuelve tanto este oomo otros muchos fe-
nómenos ... ; pero aun renunciando á explioarlo, queda en
pie el heoho de que el delincuente típico es un monstruo

(1) Tarde, L'atavisme moral; Archives de l'anthropologie cri-


minelle, 15 Mayo 1889.
LA ANOMAI.ÍA DEL DELINCUENTE 121
en el orden psíquico, que tiene ciertos caracteres comu·
nes con los salvajes, y otros que le son perfectamente
propios ó semejantes á los de la animalidad inferior.

VI

El delincuente que llamamos típico, es aquél que ca


reoe de la noción del altruismo. Cuando el egoísmo es
completo, cuando falta el instillto de benevolencia ó de
piedad, 0S inútil buscar vestigios del sentimientu de jus-
ticia, porque este sentimiento es cronológicamente pos-
terior y supone un grado mayor de elevaoión moral. El
mismo individuo podrá robar ó matar, según las cir-
cunstancias; ma,tará por el deseo del lucro, por obtener
una herencia, para librarse de una mujer y poderse
casar con otra, ya para desembarazarse de un testigo
de sus maldades, ya para vengarse de una ofensa insig-
nificante ó imaginaria, y hasta por vanidad pal'a haoer
gala de habilidad, de buena puntería, de mano segura,
acaso para demostrar su despreeio de la autoridad y sus
agentes ó su inquina contra toda. una clase de personas.
Este es el delincuente á que damos el nombre de
asef-lino para servirnos de una palabra aoeptada general-
mente, pero á la cual no damos el sentido limitado que
tiene en algunas legislaciones (1); éste, que se enouen-
tra en la parte más alta de la escala de la criminalidad,
presenta casi siempre la reunión de los principales oa-
racteres antropológicos y psicológioos que hemos indi-

(1) Sergi, en cambio, se sirve de esta palabra para indical'loe


que cometen ó intentan el homicidio sin,ol objeto de robar, como
por ejemplo, por venganzas, por celos, etc. Le degenerazioni «ma-
ne nella "ivista di discipline carc61'arie fase. 9-1.0-1887.
122 OlUMlNOLOGíA

cado, algunos de ellos en grado excesivo. Los ejemplos


citados mo dispensan de insistir sobre este punto, y sólo
añadiré que siendo en esos casos más exagerada la
anomalía, se revela cusi siempre en las mismas circuns-
tancias del delito, cuando en los caBOS menos evidentes
no puede definirse la nat.uraleza del delincuente sin exa-
men antropológico y psicológico, de tal manera que la
antropología y la psicología criminal están llamadas á
prestar ma~'ol'es servicios en lo relativo á la criminalidad
de grado inf..¡'ior.
En la oscalo.. inferior del delincuente típioo ó asesino,
vemOR dibujarse dos clases, que 10 mismo que tienen una
fisonomía física diversa (véase pár. 1 de este capítulo),
tienen caracteres morales par'ticularetl. Ninguna de e las
carece totalmente del sentielo moral, poro una se distin-
que por un gr.zdo inferior del sentimiento de piedad.. la otra
por su de/lciencia del de probidad, distinción que está de
acuerdo con la de los delitos naturales.
Llamaremos á los primeros viulentos (1) y colocare-
mos en~re ellos, ante todo, los autores de esos orímenes
contra las personas (ya sean heridt18, crueldades, se-
cuestro':! ó estupl'OS) que pudieran llamarse endémicos)
es decir, que form-an la criminalidad especial de un país,
como /jan, por ejemplo en nuestros días, las venganzas
de los camorristas en Nápolcs ó las de las seotas polítioas
de la Romaña, de la Irlanda ó de la Rusia.
El medio ambiente tiene, sin duda, gl'ande influencia
en estos delitos; son con freouencia, sus causas preocu-
oupaciones de honor, de pulítioa ó de religión, en algu-
nos países es el caI'ácter general de ID.. población; su

(1) Sergi usa de eata palabra para distinguir 106 que atentan
contra el pudor, con actos brutales y feroces como, por ejemplO,
los estupradores ((legcnerazioni umaucl; el In~~,fpsor Van Hamal,
llama enérgicos á los que yo llamo violentos. Véanse sus discur-
sos en los'ClJngresos de Purís, 1889.
LA ANOMALÍA DEL DELINCUENTE 1213
grado inferior de civilización ó de sensibilidad los mó-
viles de heches sanguinarios para Yengar ofensas quizá
ligeras. Af:ií sucede que en algunas cümarcas del Medio-
día de Europa los testigos, aun lus de un pleito civil,
arriesgan su villa, y un tiro espera con frecuencia al
que ha sustitu[do á un arrendatario por haber propues-
to al dueño condiciones más vcntajoi-'as. Se sabe ouánta
influencia han tenido en la criminalidad la lwchicería, los
sortilegios, el mal de ojo, ciertas ideas de clase ó de
casta social, ciertos rel1namicntos del pundonor, ciertas
creencias supersticiosas. En el Mediodía de Italia se
cree que el contacto sexual con una juven produce la
curo.oión de ciertas enfllrmed.tdes, y €!:'to ('s frecuente
móvil de atentados oontr'a el PUdOl': en el pueblo bajú de
Nápoles existe lt\ creencia urraigada de que 11)8 religio-
sos tienen el don de prufecía y que pueden adivinar el
númel'O que ha de salir prc:niaúu en la próxima extl'ac-
ción de lutería, y han Bido encerradus y á veces h;¡gta
torturarlos par'a obligal'les á hucer esta. revelación, y uno
(fl'ate Ambrogio) murió á conseouenoia de los tormentos
que le hicieron padecer.
, Franoia padeció la epidemia del vitriolo, al cual acu-
(han lus mujeres abandonada!:! por sus r.mantcs, con el
objdo de dejarlos deformes. En El"cocia se sirvieron del
vitriulo al principio de este siglo los obreros para ven-
garse de sus patrones, espec\almt'nte ~n Glasgow, y f~é
~ccesario publicar una ley del Parlamento que impoma
a aquel delito la pena de muerte. Desue aqud día no se
ropitieron los oasos en GI,1sgow ; 1).
Se sabe que en Nápo]es se oonsidera comO una gra-
ve ofensa que la novia dl'~pida á su enamorado, ! que
entre los camorristas Fle considera también ofensIvo el
rechazat' una deolaración, aun ouarH;lo la joven objeto de

• (1) Véaso A.ubry La cM¡tar/ion cl~1 nUY/A1'l1'e págs. Hp-ú6, Pa"


1'18, 1888. , . ,
124 CRIMINOLOGíA

ella tenga otros amores ó esté prometida. La venganza


común de esta ofensa es marcar con una cuchillada la
cara de la joven.
Este hecho constituye un c1'imen con arreglo al Códi·
go sardo, abolido <J.l fin de 1889 (1), pero el Tribunal de
acusaciones solía hacerlo ,juzgar por los Tribunales co-
rreccionales. Esta oostumore produjo bastantes males:
en vano se solía decretar def:ide el principio la detención
del delincuente, porque el Tribunal de acusación revo-
caba la oruen de prisión y dejaba al acusado en libertad
provisional durante el Juicio ante el Tribunal oorreccio-
nal, y durante los recursos de apelación y oasación, de
modo que, cuando después de algunos años, se dictaba
sentencia, la pena, si lograba alcanzal' al procesado, en-
contraba el ambiente lleno de frialdad y escepticismo.
Esto produjo la confianza de que semejante delito era
tolerado y, como consecuencia, su multiplicación en pro-
porciones inverosímiles. Casi 110 ha habido día en que
las seis secciones del Tribunal cort'cccional de Nápoles
no hayan jU'7.gado uno ó varios delitos de esta clase; en
una pequeña población ocurrieron sólo en un año diez ó
dooe casos de esta índole: la impunidad de los primeros
impulsó evidentemente á los demás. Los testigos exa-
minados en UllO de loe últimos procesos declararon que
era ya una costumbre en el país, que los jóvenes más
temibles se casaran COn las jóvenes más hermosas, por-
que éstas sabían que si los despreoiaban no podían es~
capar de ser marcadas.
En Roma, dice GabeIli, el homicidio es efecto del
«ímpetu inconsiderado que se apodera de almas brutal~
mente virginales (permítase la expresión) á quienes nO

(1) El nuevo Código penal italiano castiga este delito con la


reclusión dI) uno á cinco años, cuando ha sido solamente marca-
do el rostro. y de cinco á diez cuando éste ha sufrido deforma-
oión (art. 372).
LA. ANOMA.LÍA. DEL DELINCUIllNTIll 125
ha enseñado á pensar en las consecuencias del hecho
una. represión segura, aun cuando fuese moderada,). El
motivo más im'lignificante, una pala,bra equívoca escapa-
da durante el juego, una murmuración repetida por cual-
quier imprudente, 10R oelos del ofioio, la sospecha, aun
cuando l~jana, de la infidelidad de la mujer ó de la pro-
metida, eran suficientes y, dosgraciadamente, 10 son hoy,
si n08 limitamos á los campesinos, para produoir un ho-
micidio que hace estl'emecer ... Ovntribuye naturalmen-
te á este fenómeno el conjunto del estado de civilización,
pero no dejan de tener parte en modo más directo algu-
nas ideas y algunas costurnb1'es que conservan algún dejo
generoso y poético, y 'Iue, si "un desapareciendo en las
ciudades, vivell todavía 011 medio ele los campos, El que
sufre un insulto stn venga['se no es humbte ... Todavía
no hace quince ó veinte ailOs que una joven del pueblo
se cas;lba. á disgusto con un hombre que no hubiese te-
nido que ver con la justicia ó que no hubiese saoado
nunca el puñal del bolsillo .. (1). Dm'ante las fié stas se
fijan ávidos y deslumbrado!'! los 0,j08 de los jóvenes ol1m-
posinos en los cuohiLlos afilados y rolucientes; los blan~
den, los miden, 108 hacen brillar al sol y, por último, los
compran y se los guardan pa,ra sacarlos un día desgl>a·
ciado y sepultarlos en el víontre de un compaflero ó de
un amigo. No importa sl1ber si es justa ó inJusta la cau~
ea en virtud de la oual el arma homioida hace este via-
jc,.lo que impol'ta es no cl:lder, no dejarse dominar, no
deJal'se mojar la oreja y, sobI'e todo, no someterse á los
gunrdias, á la policía ó á la gente pagada para espiar y

-
abrumar á 108 hombres de corazón ... La mJ.la costum-

(1) Aun hoy el primer regalo que haoe una joven á su novio
en ~lguna8 comarcas del Laoio, es un cuchillo, regalo ti que el
llO~l() corresponde con Qtro. ¡Véase el discurso de apertura del
Trlbun&l de Roma en 1884 pronunciado por el Pr00urador ge..
nel'al Conde 8arra), Una c~stumbre eemejante existo en la Oam-
pania.
126 CRIMI"OLOGÍA

bro de: usar el cuchillo, ql1e es la cau¡:;a, principal de


obrar mal, no ha di8minuítlo Ó ha di8minuído poco, no
desaparecerá sino en virtuu de medidas ndl.s eficaces de
la!:'! adoptadas hasta aquí. Una ley severa que no esté
influída por lus escrúpulos de un liberulismo ridículo
cuando se preocupa en ciel'tos casos de los cuchillos y
en general de las armaB sería, no sólo para la provincia
de Huma dno paN Italia entera, un acto de humanidad
que haría. disminuir repentinamente, tal vez en una ter-
cera parte, los delítos de sangl'e (1).
1\ápo'e-l padece, además, de las rirms en la taberna
con d cuohillo, las de la calle oon el revólver, víctima
de las cuales es de ordinario un inocente que tema la
desgracia de paHar por el sitio de la ocurrellcia. Tam-
bién puede decirse de 1\ápoles Jo que dice Gabelli de
Roma «(que la iea so enoiende y e~talla terriblemente por
una causa tan desl ropuI'ciuniAda con los efectos, que
para los mi!::lmos jueces semeJa casi un enigma y más
parece un acto de locura que de pervcrr:-idacl».
Un illlstre magh,trado dcticribe en esta forma la cri-
minalidad en la terra di ¿.tboro.
« Un hombre da á título de corrección un pescozón á
un clücuelo, Hl padre se incomoda y venga la ligera
ofensa con una herida mllrtal».
«Otra vez uno dirige una palabra de bur1a á otro que
pasa pul' la calle; faltando rencoreA precedentes parecía
que nI) hubiese de tomarHe en serio, perü la persuna ob-
.ieto de la burla reputó la injuria tan gra\'e que creyó
d\ bJl'Ia vengar con sangre y mató al desgraciado bro-
mista».
<Algunos jóvenes salen oantando de la taberna des-

(1) Adstide Gabelli, Roma, crl i Romani, págs. 82, 38, 34 Y 4~,
RC}ma, 1881. Esta lt'ty se espera todavía, en cnmbio el nuevO Co'
-digo peual ha disminuído n()tablemonte las penas por el USO de
dertas armas, aun tratándoso de persoDus sospechosas.
LA ANOMALíA Dli:L DELINOUENTE 127
pué~ de habel' bebido unos V<1~OS de vino, otros que es~
tán en la 0.1 le y q te ni silluiera 108 oonooen de vista,
haoen algunn.!'3 señJ.les do buda á los cantoros, lo cval
bastó pa.ra que d0-; de é:::ltos pusieran mano á los cuohi-
llos y t'esultase un homioidio)),
,<lIay quien pide el pago de 50 céntimos á un deudor
que no se e'lcucmtra dispuoóto á satisfacerlo; el acreedor
se toma b. .iu~ticia pul' sn m:.1IlO sepultándole un cuchillo
on el pooho» .
«Se encuentran en la misma. calle dos vehículos cuyos
conduotores no se conocen; oada uno de elloR pl'eteflde
que el otro se detenga para tener más libre el p'l,SO; se
produoe una breve disputa, vienen á las manos y el uno
mata al otro sin s:.1ber siquiera, quién es».
«Otra vez son dos carru'1jes que ohocan; el choque
no produce, por fOl'tuna, daño alguno, pero uno de los
que caminaban en un carruaje se cree en el oas< I do cas-
tigar tan grave falta y lo ha~e matando á un pobre hom-
bre que estaba pacífioamente sentado en el otro y que
ni siquiera tenta la culpa de gui<.wlo1) .
a:Se han cometido durante el arlO 119 gravísimo s de-
litos de sangre; si os refiriese los detalles de caela uno,
veríais que las oausas fueron siempre muy leves, lile he-
'~10.S son poco más ó menos parecidos á Jus que acabo de
llldlcar, Ocurrió siempre que de una pequefta chil::lpa se
Pl'Odujo un incendio 'Y, como he dicho, el mismo culpa-
ble parece haber herido ó matado sabielldo que obraba
mal, pero no pensando en el fondo que aquel mal fue-
'Se tan gl'ave é imperdonable».
«Si quisiera añadir más pruebas para cOnfil'm~I' mis
a~e.vera()iones, podría recordar algunos cai:iOS de humi-
'CldlO involuntariO» .
," )yn pobre hombro que cavaba en su posesión, mu-
l~ú. a. cOnsecuencia de una perdigonada. que un cazador
alrlgla. contra un pá.jaro ll •
«Otro l'ecibió una pUfialada que le dirigió en broma
128 CRIMINOLOGíA

un jovenzuelo, y dejó de vivir á las pooas horas. Y digo


en broma porque no hubo en el hecho intención dolosa)
existió una grave culpa) pero no hubo la intención de ma-
tar ni de herir».
«Ahora bien, es fáoil comprender que ni el cazador
hubiera matado por inadvertencia ni el jovenzuelo por
broma) si hubieran tenido la costumbre de re¡;¡petar más
la vida de los derruís. El cazudul' usa la escopeta con el
mismo deseuido con que usaría el dije más inocente; los
jóvenes juegan con el punal Gomo si fuese un objeto de
entrenimiento) y con ocasión de una l'hia ó sencillamen-
te de una disputa, echan mano al cuchillo ó al <1l'm[t de
fuego, y termina la cuestión casi siempre con un grave
delito de sangre» (1).
Tanto el delito en sí como su débil represión puede
acaso atl'ilJuirse en Italia) en gran pal'te) á una menor
insensibilidad de la pobluoión, probablemente atávica.
Me serviré con o:::te ubjeto de las palabra ... de un profun-
do obs('rvador: «Pat'ece que existe cuntradicción, pero
no la hay, entre la insensibilidad de nuestros anteoeSOl'es
para vet' morir con arte los gladiadores en el circo, y la
de sus sucesores italianos para emplear remedios de
todos conocidos contra la inmensa matanza, raras veces
bien expiada, que produce anualmente en Italia el ou-
chillo y el revólver. No e~ este fenómeno menos nacio-
nal que lo era aquél, y de la misma manera que los
griegos no fueron romanos en sus afioiones por 01 cirOO)
tampoco ninguna nación civilizada demuestra hoy Ja
misma impasibilidad que' nosotros) respecto de víotimas
inocentes. Si existe alguna diferencia entre nosotros Y
los antiguos italianos, es en daño nuestro) porque los
romanos de ordinario no asistían á manera de eSpeo-
táculo á la muerte de personas inocentes. La insensibi-

(1) Cosenza. niscorso i'flaugurale al T'I'ib'Ur~aZe di Santa Maria.


Oupua Vetere, 1884.
LA ANOMALÍA bEL DELINO'UEN'l'E 129
lidad es la misma, por la identidad de la índole romana
y de la, nuestra, pel'ü el objeto es diferente; aquéllos per-
maneoían serenos en el circo ante la muerte de los de-
lincuentes, nosotros permaneoemos insensibles cuando
sabemos, acaso cuando vemos, la muerte du un inocen-
te; esta diferenoia nace de un heoho nuevo que es el que
excluye la con'tr'adicoión y confirma la idea de que m:tes-
tra naturaleza no se ha corregido de su insensibilidad·
pOI' la sangre».
«En Roma el Estado y sus leyes eran evidentes, me-·
jo!' dicho, erun avasalladoras. En el reino de Italia, por
el contrario, la idea de uno y de otras es deficiente y,
pálida; por eso aquéllos eran insensibles -á los suplicios;
de los culpables como lo somos hoy nosotros ante la
matanza, en cierto modo normal, de millares del inocentes ¡
por mano de los malhechores. Mientras que vivió l~:
majestad de la ley, el ánimo se exaltaba áda- vista del>
suplicio; cuando aquélla faJtó; la imaginacÍón,.Gasi Q.~S"'l
acostumbrada á ver un concepto' objetivo de la Justicia,
ee oomplace en figurarl:'!e en oada': l1eO;¡llU. vengaclo11, Y,l
Oomo la raza en su instinto no repugna}, la saugtle pOI.': sí'
misma y lo que repugna, por la falta. de costumbJ:'e de,
muchos siglos, es un estado poderoso y castigador. 1111-_ .
personal, hasta que éste, una vez ,rehecho, no dome de-:,
nuevo nuestros instin tos rebeldes, 'ao-lamente, ,r_apugnará.
la sangre derramada á consecuen0ia-de,un1decreto dEll.
Est~do, después de un juicio y de una.. cpD"lenallegales.y-
ee admirarán en las VÍctimas y en los· ~natado);e!i el dra!':-
ma y el arte imaginados ó vistos comd .10 erallen el oir..
coromano:x. (1).
Esta sensibilidad menor explica por qué son'.fara~·
en Italia esas manifestaciones de la indigIl&oión popular
tan OOmllnes en América, y que allí n0'epcuep.tranr~sis:

(1) Turiellú, GobBrna egobe'l'natE, pág. 265,' 9.,N ¡etH~ió~¡ B'o\U)!f~


na,1889. -
cnn,[INOr,OGÍA

t'enoia en el l ;obierno. Apenas pa8tl, un 111('8 sin que los


periódicos nos refieran algún caso de la justicia de
Linoh, ó sea de una ejecución sumaria hecha por el pue-
blo sobre los autores de algún h')rrendo delito, mienkas
que en alglmos pueblos de Ita,lia se puede asesinar f:t un
hombre en la plaza pública y en medio elel día, yendo á
sentarse el «sesino en el café más pró:xinlO. en la seguri-
dad de que no tiene narla que temer si el muerto no tie-
ne hijos ó hermanos, hasta la lleg("l,dn de la autoridad
que verifique legal mento la detención.
A la misma oausa debo también atl'ilmil'i:)e la extre-
mada indulgencia de 108 Jurudos oon los homicidios y la
indiferencia del público hacia sus veredictos. Entre nos-
otros casi no se eree cómo el pueblo ele Cincinati se
haya rebelado (en Abril de 1Rt:1) á consecuencia de una
condena demasiado leve y haya luchado por espacio de
tres día.s contra las autoridades que defendían á los reos
do su furor.
N o puedo ocuparme' a.quí de la Ca'1JW1"ra, de la maja,
ni de la teppa, especialidades de Nápoles, de Sicilia y de
Milán, ni de la sociedad de asesinos destruída hace po-
cos años en la Romaña, porque los leo tares conocen el
signifioado de estas palabras que representan otras tan-
tas formas de delinouenci~J endémica..
Pudiéramos multiplicar los ejemplos, pero ya es hora
de que nos detengamos; 10 dicho demuestra que la Ílui-
tación tiene una parte oonsiderable en un gran número
de atentados contra las personas pero ¿puede deduoirse
de esto que el delincuente es un hombre nOl'mal y que
el delito es sólo un efecto de los ejemplos del ambiente
social?
Se nos habla de delincuentes natos, dice tlenedild;
¡pero todos los reos son delincuentes natos! su organismo
los arrastra al delito como el organismo de un artista le
induce al estudio de la belleza; Hafael era un pintor nato;
sin embargo, la ocasión tUYO una parte importantísi!l1~,
¡,A. ANOMALíA DEL l>ELINOUENTE 131
{mando perpetró las stanze, y es lo cierto que sin una viva
pasión por el arte no hubiera podido crear tan1;a magní-
, flea obl'a en una vida relativamente corta. 1Ja predispo-
sición congénita no excluye ni la influencia de la OCEt-
sión, ni la de la pasión; esto es igualmente cierto, tanto
respecto de los hechos loables como respecto de los de-
litos (1) •
. Los autores ele atentados de que acabamos do hablar
Oi1reoen siempre de una parte proporcional d(jl senti-
miento de piedad en la medida media en que lo posee la
gran mayollía de una pOblaoión; aun en las razas que
acabamos de indicar y en las ouales es menor la civiliza-
oión Ó la 86nBibilidad, 01 homicidio y los delitos del mis-
mo género son siempre hechos anormales, la criminali~
dad endémica ataoa sólo á un reducido número, á los
que .no tienen en su organizaoión psíquioa agentes de
resií3tencia bastante fuertes, á aquéllos en quienes existe
apenas CEla parte del sentido moral que se llama senti-
miento de piedad. (cA esta falta, que deriva de una dis-
minución ingénita de sensibilidad hacia los dolores y á
108 eentilllientof:! desagradables, va unida, dice Benedikt,
la falta. de '1)1tineraoilidctrl y da este nombre á la cualidad
q~e poseen GÍertas personas de no sentir las úOllseouen~
'Ú~as de l08 golpes ú de las heridas ó de ourar pronto»;
Cita (,\lgunos ejemplos notables y deduce ,de ellos que
~sas personas se consideran seres privilegiados que des~
pi'eoian. Ú los individuos sensibles y delioados Y' que es
para ellos un placer atorment<:l.l' á los demás á quienes
llliran com.o eeres inferiores.
A esta clase de cl'Ítnenes que derivan ele la imítación
deben seguir los cometidos baJo el inl.perio de la pasión;
este estado puede ser habitual y rep}'esentar el tempe-
ramento 'del individuo (Benedikt) ó na'Oer de algunas
-..- -
1 (1) JJisC'IIt'sos da M" • BemGdtlet im el primer C01~ureso de Ántropo-
(lola !»·ttltillal, actas del C,Ol1greso, pág. 140, Roma, 1887.
132 CRIMINOLOGíA

causas exteriores, como las bebidas alcohólicas, por


ejemplo, la temperatura ó, en fin, de circunstancias ver-
daderamente extraordinarias y propias para excitar vi-
vamente la cúleret de cualquiera otra persona, aun cuan·
do en un grado menos fuerte. En este caso el criminal
puede semejarse al hombre normal; la diferencia puede
ser acaso imperceptible cuando Re trata, por ejemplo, de
una reacción instantánea contra una injuria inesperada
y excesivamente grave; hasta el mismo homicidio puede
en casos semejantes perder el horror que le caracteriza;
dado caso que una reacoión violeqta no es censurable,
el homicidio parece tan sólo excesivo; hay una diferen-
cia de grado} pero esta diferencia prueba la exifi1tencia
de un mínimum de anomalía moral (1).
Creemos, pues, que debe existir siempre un elemen-
to psíquico diferencial. Examinemos, por ejemplo, el
oaso en que un estado pasional permanente es efecto del
temperamento; la cólera no es más que un desorden ele-
mental de las funciones psíquicas, una manera ailormal
en la que el cerebro obra éontra las exoitaciones exterio-
res, y que como dice el doctor Virgilio, acompaña con
fl'ecuencia los estados degenerativos caracterizados por

(1) El doctor Zuccarelli cree que el hombre normal puede


delinquir en circunstancial> verdaderamente extraordinarias y
que puede ser, por tanto, un delincuente fortuito. (Véase Z'Ano-
malo, Junio de 18!:!9, págs. 166-171). P~ro oonviene distinguir, si
las circunstancias se van acumulando lentamente durante uP-
largo período, y producen una degeneración que DO por ser ad-
quirida, hace que el hombre sea menos anormal, ó lns circuns-
tancias fueron imprevistas, pero de naturaleza tal que exeluyan
la criminalidad, y en tal caso no hay que hablar de delito, á lo
menos en el sentido en que yo he usado esta palabra. Admito lo
que dice Zuccarelli, pero sólo en ciertos' casos, que deben atri-
buirse más bien que á perverSidad, á grosería ó á mala educa-
ción, como las injurjas, las heridas en riña, etc., en este caSO
existe realmente el delincuente fortuito. (Véase el final de aste
capftulo~
LA. ANOMALíA DEL DELINCUENTE 138

la falta de desarrollo de los órganos cerebrales ó por la


debilidad excesiva del sistema nervioso que proviene de
una causa hereditaria ;1); ahora bien, ¿,este tempera-
me}lto puede bastar por sí 1'3010 pam explioar un acto de
crueldad? ó en ateos términos ¿un homicida pOI' cólera
puede hallarse datado de un sentimiento de humanidad
igual al de los no criminales?
No lo creo. Aun cuando un hombre, presa de un vio-
lento acceso de oólera, pegue con frecuencia á quien ha
exoitado esa misma oólera, no ]e olava en el pecho su
¡;uchillo. La cólera no hace más que exagerar el carác-
ter, ea la c::.\usa determinante del crimen, pero sólo lo
determina en las personas que no poseen la fuerza de
resistenoia moral que nace del sentimiento altruísta. No
hay que decir que debe exceptuarse el caso de un esta-
do verdaderamente patológico, como una neurosis ó una
frenOSis de las que la pasión sería solamente un síntoma.
Una cuestión que se relaoiona con la preoedente es
sv.ber si los agentes exteriores, comO las bebidas alco-
MUoas ó una temperatura elevada, pueden engendrar
estados pasionales bastante vivos para impulsar á un
hombre honrado á cometer un hecho criminal. La esta-
dística. comparada prueba que el alcoholismo es pooo
común en los pueblos que ocupan los primeros lugares
en la estadístioa elel homioidio: que este vicio es muy
c?mún en otros pueblos en los que el homioidio es exoe-
Sivamente ral'O (2). Sin duda la embriaguez excita fácilw
n: ente los espíritus) y es con freouenoia oausa de t'iñas y
dIsputas; sin embargo, sólo 106 ebrios de terope1'amento
criminall30n los que llegan á las manos para herirse ó

(1) Virgilio, Perizia p8ichiatrica 8UZ l)r. a... Véase también


Duonvechiato, IlSl.mBD mo'/'a:Ze, págs. 158 y siguientes. ..
(2) Véase ueerea de esto, una inte:r~santíeima monografía. de
1i: Oolaianni L'cdcooU8mo ~ (}On81l(!'uatlNII 'WbO'1',dt @ BU\) CaMBe. Oata~
Ula, 1887.
134 CIU)UNOLOGÍA.

matarse, empleando el cuchillo ó la pistola; los ebrios.


00 criminales rinen á puñadas sin dar senales de un odio
mortal, aspiran sólo á echal' IJOr tIerra á su adversario~
p~fU M'ln ilo1vn, como dicen los ingleses; cuando lo han
conseguido, . acaso le ayudan á Jevantar68. Umt l'iña de
taberna es, con frecuencia., sangrienta. en Italia) casi
nunci;.'t 10 es en Inglaterra. ¡,'t3t; relaciona esto con JIiI. raza
Ó tal vez con el grado de civilización f) de evolución
mora!'?
Más adelante lo ver'emos; por ahora basta hacer cons-
tar que el vino tiene paBa influenoia en los crímenes de-
eata naturaleza; mi experiencia personal me ha demos-
trado siempre que lOE:! borracht}s homicidas eran casi
todos conocidos antes por su carácter rnt\lvado, y que
con frecuenoia 1mbían sufrido ya penas por esta olase de
delitos.
En cuanto al clima, á las varlaeiones atmosféricas Y
á las de la temperatura, toda vez qLle todos los habltaI)~
tes de una. misma reglón están igualmente sometidos á
su infh.lelloia, es cla.ro que ésta no puede ser' considera-
da más q"í.le en la estadístioa oomparada oomo una de. las
caueas de cUfel'enoia. entl;e la oriminalidad de un país y
la de otto.
No hay duela que los climas oálidos se caracterizan,
al mellOS en Europa "y Amérioa, por Ull número mayor
de hom.~ci(Hos: mientras que en 105 paises del Norte los
atentados á la propiedad son ¡<:I, forma predQl11ino.nte de
]a delincuencia. Tartte no oree que deb~ atl'ibuirse esta
relación á la influel1üia pura y simple del clima; inolina-
do] como lo es, ti. conceder una parte grandísima á la el-
vilizaoión, haoo ingeniosas observaoiones sobre el hecho
de que ésta irradia hoy de los países del Norte, mientras
que antiguamente irradiaba del Mediodía; pero convie-
ne, 19in embargo, en que el clima. entra por algo en el
contraste geográfioo miemo, y. que altas temperaturas
ejercen una influencia. ele provoO&\aión inrurecta sohre 18.6
LA ..... NOM:ALÍA DEL DELINCUENTE 135
malas pasiones; por lo demás, es imposible negar esta
influencia cuando se l'elacion::tn estas observaciones geo-
gráficas con las hechas anualmente en el mismo país,
á saber: que el máximul1l de 108 delitos ele sangre CO~
rresponden á los meses de calor, mientras que la de-
linouenoia contra la propiedad alcunza su clima,!' en in-
tierno. Ferri ha confirnH'tdo esta ley compa.rando las va-
riaciones de tomperatura durante muchos aIlOS consecu·
tiv.os, y poniéndolas en relaci6n con el número de aten-
tados üontra el pudor que ha tenido hlgar en caela uno
de ellos (1 ).
'Es sabido que Bllkle hé1. exagerado la infLlteuGia del
medio físico en el tell1per'amento predominante y el ca-
rácter de un pueblo; pero ¿cómo se mide. esta influencia
cuando se halla tan íntimamente ligada á otros elemen-
tos? Lo que se lluma caró,üter de una raza, ¿se deriva
prínOipo.lmente del clima ó de la herenciar La antropo-
logía es favorable á esta última opinión y cuenta con el
apoyo de la historia, que demuestra la persistencia de
los caraoteres de ciertos pueblos, desde la antigüedad
p.1ás remota (2) y, sobre todo, la diferencia inmensa en-
tre el carácter de pueblos que habitan en la misma isü-

(1) Véase una crítica de esta teoría en los .A.rchives cl'anth1'o~


pologie cti1l~ínelle, 1880. Núm. 6.0, por Cola.ianni.
(2} Ejemplos. Los german05 descritos por rráoito, y los galos
desCl.'ito", por Oésar hace dieciocho y diecinu\:'!ve <liglos. En 06rce-
ga, la oriminalidad endémica, repdtnida ti vecos vigorosamente,
,vuelve á aparecer siempro idéntica tan l)rontQ <lomo disminuye
la represión. Véaso Bournet, La c'l'imina1íclarZ en GÓrceya. Lyon,
1887. Cola.1anni, (:'.ombatiéndome en este punto, cita á los escoce·
ses ~el fin dt!l siglo pasado que vivían de incendios, devastación
y rapií'ía, p<lro por el contrario, eus escoceaes eran los Highlan.
dcre, l'OS cuales en sus clans armados, se consideraban como un
Pueblo guorrerQ sería menester probar que se matasen entre sí
q11e incendiaran'¡os unos ltls emsaa de los. otros, en una palabra,
qUe eXistiese una j1ran criminalid.ad interior.
13G CRIMINOLOGÍA

terma, y. á yeces, en la misma región, pero que perte-


necen á distintas razas.
Ademús, siendo el clima un elemento inseparable de
la vida de un pueblo civilizado, su influellcia en la pro-
ducción de los delito:::: es const,\nte como la ele la heren-
cia. La soluci¡)n de la duda sobre si 01 pl'ineipal elemen-
to del oarácter de un pueblo es la raza ú el clima, casi
no tiene importancia para nosotro8, dado que una y utro
ejercen su in!'1uencia Hobre todo el pueblo y no t30bre los
individuos; lo que nOR impol'ta, no es apl'eei:1l' las in-
flueneias que forman el carúcter de unD, nnción, sino las
que forman el do los individu08 en el seno de la nación
misma; así, pues, tendremos que ül:>tudíar, po~t0ri.ornen­
te, la influencia de los agentes extel'iorei:l, que influyen
de una manera. distinta en los individuos, talos como los
ejemplos, las teadiciones, la vida de familia, la educa-
ción, las condiciones econórnicas, la roligión, la legisla-
oión J en una palabra, tocIo lo <fue 8e conoce oon el nom-
bre de medio .sOCÜtZ.
El resultado que cledliOÍmo::; ele estaB ulJl:lcrvaoiones
es que ni la criminalidad endémica ni In que recibe 8U
impulso de las variaciones climatológicas ó atmosféricas
Ó de latl b(~bidas alcohólicas, excluye la anotrlalía del
l'eo. Esta tiene su origen, en los delincuentes contra las
personas, en; el temperamento á la vez que en la de-
ficiencia hereditaria de h\ parte del sentido moral que be
refiere á los imrtintos de piedad. Sin embargo, se notan
con fre6ue~cia en 108 reOEl' estados patológicos, como la
no,ul'osis ~~i$térica (frecuente en los de in.iuria} calurnn,ia
y 8cvjoil;ts), la neurosis epiléptica y el alcoholismo c1'O-
nieo (comunes en 108 de hel'Ídas y amenazas) y, finalmen-
te, depl'avaciones especiales del instinto sexual (en los
de a~~n~L\dos .al pucIor y de estupro). ,.
~q.ec1e ocurrir, pOl' úHimo, que un delito de ese gene-
ro se presente como un caso aiEllado en la vida de un
hombre antropológioamente normal y fisiológioamente
LA ANOMALíA DEL DELINCU~NTE 137

sano, qltC haya obrado (!l1 circunstanoias de tal modo


impulsivas, que rara.mente puede enoontrarse en ellas
un hombre, de tal manera que parezca, difícil, precisa-
mente por lo anómalu ele las cil'ounstanvias, comparar su
manera de ohra!' con la de otro hombi'c.
Este es precisamente el oa80 do! delincuente ocasio-
nal, pero también entonces, cuando se trata de un ver-
dadero delito natural, no l)\tede negarse que su auto!'
debe tenel' un grado m0uOr de repugnancia á las accio-
nes crueles, porque de no l:;e1' así, no presentaría el he-
cho el oarácter que acabamos de indicn.!'. Es oiel'to, poe
otra parte, que no siendo posible trazar una línea com-
pletamente divisoria entre 01 rnundo de los hombees cri-
minales y el de los hombros honrados, pOi' la ley tan
conooida de que la. naturaleza nQ camina á saltos, sino
qUe procede en todo por gt'ados, hay neoesidad d.o admi-
tir una zona intermedia entro los delincuentes y los
hombros normales, en la oual hay que colocar' las o1'e11-
sas menos graves al sentimiento ele piedad, que no pue-
den a.tribuíl'SC á una crueldad instinti va, sino á lo que
suele 11a.marse grosería y que nace principahne~lte de la
falta. de ecluco.ción v de la de cier'to freno oonveucional.
En ellas deben c~looarse los malos tt'atamientos, con
el fin mal entendido de procurar una corrección; los
gOlpes y lesiones producidos on esas ouestiones queso
promueven repentinamente entre gente del vulgo, cuan-
do no aparece la intenoión de matar al adversario; el
homicidio y las heridas por imprudencia ó negligencia)
falta de interés por la, vida de los demás, que ee: oa.si
siempre un indicio de un desarrollo inoompleto de 108
sentimientos altruíst&.s; en ellos deben oolocarse tam-
bién en muohos casos, la injuria y la oalumnia y la se-
ducoión de una doncella, cometida sin cngalío.
Este es el último limite de la oriminalidad natural,
cuyos autores no pueden deolararse en absoluto hom-
bres anormales, porque la distanoia qu.e los separa de
138 CRUHNOLOG ÍA

Jos hombres honrados, 8S ordinariamente imperceptible


() indete1'minable.
Pasemos á otra clase de criminalidad; 1<1 de los que
atacan las diversas claf:!cs de pl'opiedad. En ésta influ-
yen sin duda de una manera más notable los factores
sociales y, F.lin embal'g'o, no es dific.il encontrar en ella un
elemento indívidual preexistente en el organismo.
Indudablemente el sentimiento de probidad es bas-
tante menos instintivo que el de piedad, ó más bien no
existe en un estado de estricta dependencia elel organis-
mo; es más moderno, representa una cnpa Supel'puesta,
casi superficial, del o3.rácter, de manera que es menos
transmieible por la herencia; no tiene, en i1n, eRa natu-
raleza exclusivamente congénita, que hace imposible
reemplazar su ausenoia por la. educación.
Hay, 8in ernbal'go, ~asos bien senalados en los cua-
les la impl'obidad es realmente congénita. Muohas veces,
en el seno de una hOIH'ada familia, oourre que un niño se
distingue por el instinto del robo, que es imposible atri-
buir á la eduolloión ó á ~jemplos recibidos en común
con sus hermanos y hermanas. Desde su más tierna
edad, ese sé!' cuyo nacimiento parece no tener más obje-
to que avergonzar á su familia, roba los obJetos de los
amigos, hasta los de los criados, los esconde, los vende
á veces para. procurarse el medio de satisfacer alguno de
sus deseos. Véase, pues, oómo este instinto no tiene nada
de común oon la forma de locura llamada cZBptoma1Ua,
porque en este último caso, la acción misma de rob(\¡r eS
el único fin del1adróD} por el placer patológico que el he-
cho le prooura; elladról1 no trata de obtener ningún lu~
ero, no se preocupa tampoco de ocuItar su robo, nO se
sirve ele él, hasta, á veces, 10 devuelve e8pontánea.ment~j
por el oontrario, en el caso de falta de probidad ingérn-
ta, el ladrón aoude con freouencia al engaño, y para nO
_ser descubierto, no le importa calumniar á los demás.
Cuando esta inolinación no se puede atribuÍl' á los rnalus
LA Al',OMAIjA DEL lJELIAOUENTE

ejemplos ó á 19, herencia direeta, no se puede explioar sino


por el atavismo. En efecto, no podríamos darnos cuenta
de otra manera, de l.tn instinto degenerado que es oom-
pletamente opuesto á los de la tamilia del criminal.
Es neocsario hacer 0onstar, desde luego, que el caso
más frecuente es aquel en que In improbidad 08 hereda-
da directamente de los padres, y que al mismo tiempo
los ejemplos que el nillo reoibe hacen IR. oontinuación
de esta herencia natural cada vez más ínfluycnte. El
instinto es entonees oongénito y adquirido; el elemento
orgánioo y el elemento extcrioe aparecen de tal modo
unidos, que es imposible sepm'ul']os. ,
Además, fuera de la familü'l, y de su influencia, en la
formación de lus instintos durante la primera infancia,
e:l\.lsten medios soci".les que son subre todo favorablcb al
desarrollo de los int)tintof:! rapaces, 110 necesitándose
sino un oírculo estrecho, dos ó tres malos oomp~'lXí.eros,
algunas veoes un solo amigo, para inclinar él. los deli-
tos contra 111 propiedad. Estos delitos} en efecto, que
no están nuncl1jlll'::tificados ni por las preooupaoiones, ni
por las costumbres de todo un pueblo ó de toda una cla-
se social, no adquieren el carácter endémico como oier-
tos atentados contra las p~I'sonaf'" sino cuando se oree
que la justioia bt1, sido conculcada por el gobierno, como
ha Oourrido en Italia en el oaso de los montes públicos,
pero precisamente porque en este caso los deva8tac1o-
r(-Jí:! tenian una idea ,iusta ó injusta de su derecho, 10 co-
looamos fuera del círculo de la criminalidad natural y lo
incluímos en la de la rebelión ó desobediencia.
Así, pues, el nIDo no se hace ladrÚ~ ouando su instin-
to no es heredital'io, sino en v,irtud de la influencia di-
recto, de su propio ambiente que es el que inmediatamen-
te le rodea; lOR principales factores de esta degeneración
son la educación y los ejemplos, pero crean un instin-
to tan fuerte como e] ingénito y el individuo que no era
degenerado de naoimiento vIene á serlo por eduoación.
140 ClHl.\UNOLoaÍA

Hemos dicho que los delitos contra la propiedad no


reinan endémicamente en ninguna alase social. Las asO-
ciaciones de malhechores que'-se soportan en Nápoles por
la mayoría de la población como la Ctl'l}Wl'rft, lo son por
la poca confianza que se tiene en la justicia 6 por una
resignación pasiva y tradioional.
No f;ie me oponga el ejemplo del bttndolcril:lJl1o que á
veoes se hace endémico en algunas regiones como la
Grecia, la Calabria, 108 Pirineos, porque el bandido se
com;idcra entonces más bien oomo un immrrecto que
oomo un ladrón; está en guerra abierta oon el poder so-
cial, lo desafía oon las armas en la mano; arriesga á
oada lns'tanta su vida, tiene, en fin, algo de caballeresco
que le hace simpático aun pura las poblaciones de que es
el azote. Pueblos enteros se han dedicado á veces al
bandolerismo, oomo los normandos en la Edad Media, los
Clans de 108 Highlanders esooooses en el siglo pasado.
No se tI'uta ya, en ese caso, dé criminalidad, sino de
la vidQ, de rapifla de una nación ó de una tribu) á la oual
no puede oonvenir aún la actividad paoifioa. La ideo. del
delito va siempre unida á la de una aoción nociva para
la sociedad de que se fOPIna parte) es pues un acto más
ó menos perjudioial y censurable de un solo individuo,
pero no de una clase entera: Este punto es tan evidente
que no es neoesario insistir aoerca de él.
En la sooiedad contemporánea) la inolinación al robo
va oasi siempre acampanada de la Oci05idad y de aspi-
raoiones superiores á los medios OOIl que puede oontar
el individuo. La anomalía psicológioa de estos cril11ina~
les la define perfectamente Benedil<t como una nC161'oste-
¡¿it(, moral oOmbinada 0011 una neurastenia físioa que
puede ser congénita ó adquirida en la infancia; SL~ ele·
melito principal. es el odio al trabajo, que llega hasta la
resistencia y que deriva á su vez de la constitución Jler-
viGsa ~el individuo ... «Si un individuo no tiene desde la
infanda ni fuerzas para resistir 10s impulsos elel momen-
LA ANOMALÍA DEL DELINCUENTE 1.,l.1

to, ni la de obedecer á las excitaoiones, nobles y princi-


palmente si ese como<:tte moral tiene para él la conse-
cuencia de una sensación dolorosa, entonces es un neu-
rasténico mOl'al, por serlu evitará con el tiempo todo
combate moral, y pensará y obrará bajo la presión de
esa neurostenia, desarrollándose en él un sistema de
filosofía y de vida basado en el odio á la lucha moral».
Bencdikt atribuye la vilgancia ti. la neut'ostenia sola-
mente física, unida á la neoesidad de ganar la vida; «si
no hay otra oomplicación, el vago no comete un delito en
toda su vida», pero (si la neurastenia físicil se oombina
con un vivo deseo de gozar, resulta ya un ansia peligro-
sa de procurarse de cualquier mn.ncra los medios de sa~
tisfaoer esos gustos, y si el sujeto es á la vez neurosténi~
co moral no luchará y se hará criminal tan pronto como
oarezoa de esos medios. Esta oombinación ... tiene ver-
dadera importancia en la psiüoJogía de los ladrones, de
los falsificador'es, de los impostores, de los bandidos en
general, de los oriminales de profesión ... Los criminales
por neurostenia oalculan de una mane.ra perfectamente
normal las probabilidades de éxito de sus proyectos, re~
Conocen la superioridad de la fuerza de la sociedad,
pero, oomo SOn incapaces de un trabajo ordenado, se con-
tentan con resultados pasajeros, y como todos los hom-
bres, tienen más esperanzas que fortuna».
A todo esto se une el deseo de servirse de las ha-
bilidades que poseen, llevándolas hasta el cwte y bri-
Uando por ellas. «Ouando un neurosténica moral ha
reconocido la facilidad de aprovecharse de las distrac-
nes de los demás de su falta de lígereza', de cre-
dulidad, de su timidez, etc., pl'oourará aprovecharBe de
ollas y perfeocionará este arte hasta hacerse un per-
fecto pla,nista, como se dice en la jerga de presidio;
si obtiene resultados no tendrá solamente el placer del
provecho material, saboreará también los goces de su
COmedia de intrigas, y se creerá de una inteligencia su-
142 ORIMINOLOGíA

pel'iot' j, la de sus víctimas ... Es.te encanto de la profesión


y del arte de maquinar tiene vel'dádera importancia en
la psi0010gía de los ladrones con fractura, de los falsifica-
dores, estafadores, cabal1eru~ de industria y bandidos».
Esta desoripción marca la diferencia entre esta gran
cJa8c' de criminales y la que 8e caracterizn, pOI' la oaren-
oia del sentimiento de piedad; no hay, pues, que admirar-
se de que los ladrones, los falsificadorel:;, lor:; petardistas,
etcétera, sean á veces incapaoes de cometer actos de vio-
lencia oontra las personas, y de que su repugnancia, res-
pecto de toda clase de crueldades, los haga alnt'clear en la
prisión de haber sido condenados por robo, no por homi-
Olclio. PreciRamente se nota lo contrario en los criminales
de la otra clase, á excepción de los grandes asesinos, en
los que hay una carencia de todo sentido moral: un con-
denado por homicidio ó heridas que tengan pOI' móvil
la venganza, los celos, el honor, á oonseouencia de ur~
temperamento apasionado ó de una excitación alcohóli-
oa, etc., d.eolara con altivez que jamás ha robado.
Puede, en efeuto, poseer el sentimiento de probidad,
quizá en un grado superior, .ser no sólo fiel, sino devo-
to á sus amos, á sus bienhechores, Sl':l!' incapaz del menor
engaño. Esto prueba que en los grados inferiores de la
criminalidad no existe la falta completa del sentido mo-
ral, sino sólo la falta ó la debilidad de uno ú otro de los
sentimientos altruístas elementales, la piedad y la pro-
bidad, y que ambos faltan con,iuntamente á los que cons-
tituyenla clase de los graves delincuentes que hemos
llamado' criminales típioos ó asesinos.
Hemos visto que la antropología y la psicología COll-
curren para demostrar la exaotitud de nuestra clasifica-
ción de los delincuentes (i).

(1.) Ésta ha sido ex:puesta por mí en el segundo Congreso de


.antropología criminal, Pal'ís, 1889, y puede docil'ée que ha al~o
adoptada por aquella asambl@R. :En efecto, (tI Congreso en su ul-
1•.\ AN\\~I ALfA IlEI, DELINCUENTE H3
Lo::; nscBinuf', lu~ Yi(lJtmttl~ {¡ I,.>nél'gico~ y los ladr-onas
Ó nel1l'osténioo"\, ticnl?1l ulla fisonomía mor,tl dit5tinta, la
cual1.0s hace 1'800n0C81' aún t"I,ntes que se sepa la clase
de su delito. Estus co..r<.\ctcl'es pf'.íquicos y fíi$ioos 80n,
sin embargo, más ó m~nO:-i marcados á. l1leJiuu. que el
criminal es Ull verd!J.ch~ru tóoldado ó un recluta del cri-
men, y desaparecen eal;ii por cumpleto en la zona inter-
media caractel'izadrt por la g'l'Uf:)(;!'í:1, Ú por defecto!:; ele
educación, más bien que pUl" Ulla. carencia elo sentimien-
tos altruÍl·;tas.
f::le ha clemostt·n.uu que los delincuentes típicos 6 ase-
sinos obedeCen únict\IlHmte Ú, un mal Gntendicio egoísmo
ó más propiamente 6. sus deseos cId mOlllento, y que
obran sin Ilinguna complicidad indirecta con el ambiente
social; presentan con frecuencia anomalía,s anatómioas,
ya de oaráoter l'ogro::livu, ya teratológicas y atípicas; de
muchos caracteres aparece su falta do desarrollo moral,
aun cuando sus faüultaues do iueación sean de ordinario
nOl'males; por último, alp;unos de sus instintos los acer-
can á los salvajes y á jo~ niños.
El sentida Inoral no fulta por oompleto en las otras
dos oategorías, pero l~"\' de los 'lJioZel11os carece del senti-
miento de piedad, ó por lo menos no presenta gran re-
pugnancia á las uCicioiles crllele8, así eg que las cometen
movidos por falsas ideas, ya de amor propio, ya de pre-
QOupaoiones sociales, políticas ó religiosas. Entre éstos
puede hacerse la subdivisión de los impulsivos, que son
los individuos que oeden á los impulsos de la oólera Ó I~
oxcitaoión nerviosa produoida pOI' el alcoholismo, por
--- ,

timaseaión (17 de Agosto), aprobó por unanimidad la Pl'oposi·


clón de Garofalo, de encargar una comisión que hiciese el exa-
lUen. comparativo de cien detenidos lo menoS, en su tercera paNe
{l,Sll8ln08; otra tercera parto 'violentos, y otra tercera parte lacko·
"les, y CIen personas de probada honradoz. Se designaron como
ponentes l\1anouvrier, I~aóasagnc, Benediltt, Bertillon, Lombro-
so, 'M:agnan y S:lmal.
ClW\!JNOLOGíA

la herencia de padres alcoholizados) convulBivos, 10008


Ó epilépticos.
1~st06 no tienen la fisonomía, especial de los violentos,
pero de oJ'{l!:lIa?'Ío padecen de neurosis y se notan en ellos,
con no pooa frecuenc.ia, las a~jmetrías y 1;.\8 omiatrofias
del cráneo ó de la cara) señales por las que no es dHíeil
deducir la correspondencia con el desequilibrIo de sus
fo.oul tacle~.
Finalmente, la última clase, la de 108 lutlt'ones ó neu"
rosténicos, se compone de lOf3 que, careciendo del in13-
Unto de probidad, ge han enoontl'ado en condiciones ta-
les, que han {Jodido satisfacer sus deseos por medio de
las expoliaciones: la carencia del ins'tinlo de probidad es
oon frecuenoirt hereditaria, en algún !'aro oaso puede ser
o,távioft; mli:li siempre se complican con la herencia diI'eo~
ta los ejemplos del ambiente inmediato impI'esus en el
ánimo durante la infancia 6 lit adolescencia.
1... 8. fisonomía propia <le los ladrunes e~ la de los que
tienen illgéniLamente el instinto del r'obo; en los vagos
que se hacen ladrones ó estafadores, existe la lleUI'Osto-
nía física y moral que naoe de su constituoión nerviosa,
á éstos siguen aquéllos cuya impt'obidad fué en un pt'in-
cipio accidental, nac.ida de una ma.la eduoación ó malos
ejemplos, pero que adquirió la naturaleza. de lUl in!;tint.o.
En los siguientes capitulos trataré de indicar ouáles
~ean la. posibilidad, 108 límites y los medios de o01'1'eo-
eión 6 reforma moral de estos degenerados. En el pI'e-
sente creo haber demostl'aclo la anomalía psíquica del
delincuente prescilld1t:mdo de todo dato inoierto, y fun~
clálldome sólo en los que son indiscutibles y de los cua-
les pueden oQnvenoel'ae todos pOl' medio do la. observa-
CiÓll personal.
[:\FU"E'\(:1.\ !JE 1,\ I':DUC \c¡Ú" ¡.::-; U 18 I:\'::lTl:-'TUS
CI,I:-'¡¡:;.\ 1,1,:;:;

E" fúdJ, de:-;plll'S do }¡¡tbel' leído los capítulos prece-


dentes, :-;upunOl' I¡tK cuuelusiullci-l lluO hemOR do deduclr
de nuestro. tcorÜl., poro que reRCl'VamOS puro. la terc,Cl'<l,
parte de esta obl'a, porque antes do llegar 6.. semejantes
conclusiones, necesitamos discutir, desde distintos pun-
tos de vieta, las ideas que aCD..bamOB ele manifestar. Se
puede, en efecto, M8ptal' el principio de unolllalía psi-
cológica elel crinüuu.I, aun sosteniendo que esta anoma-
lío.. no es il'reductIlJle. Muchos filósofos creen en la posi-
bilido.cl de modificar los sentimientos morales en virtud
de la educación ó de las influeutlÍas del medio ambiente,
yen la de transformar este medio ambiente sooial por
el poder del Estado. De aquí naoen dos cuestiones: una
psicológica) otra social y sobre todo eoon6mioa, y ambag
exigen un detenido estudio.
Vamos á comenzar por el de la influencia que puedo
tener la educación en las inclinaciones de los criminales,
á fin do poder apreoiar 10 que hay de cierto y aceptable
en la teoría penal llamada correccionalista.
10
CIl.mINOLOGíA

El problema de la educación sería, en efecto, de la


mayor irnportanoia. para. la ciencia penal) si fuera posi-
ble translormar el oarácter del individuo adulto por me~
dio de la enseñanza.
Por desgracia, parece demostrado que la eduoación
representa no más que una de esas influencias que obran
en los jJr¿meros años ele lrt rida y que, con la herencia y
la tradición, contribuyen á formar el carácter. Pero
cuando éste se ha fijado, corno la fisonomía, en la parte
física) continúa tal como es toda la vida, y hn,sta es du-
doso que pueda crearse por la educD..ci<jn, aun en el pe~
ríado de la primera infancia, un instinto moral que fl1l~
te. Ante todo, al tratar de la infancia, la palabra eduoa-
oión no debe tomarse en el sentido pedagógico; significa
más bien un conjunto de influencias exteriores, una se-
rie de escenas que el niño ve desarrollarse continuamen~
te y que imprimen en él costumbres morulos, enseñán-
dole experimental y cu,si inoonscientemente la conducta
que debe seguir en los distintos casos. Han más bienIos
ejemplos de la familia que las cnseñanl;as, los que influ~·
yen sobre su espíritu y sobre su corazón, pero, aun dan~
do á la palabra educación una significación tan lata, no
podemos estar seguros de sus efectos ó al menoS esto~
efectos no podrían medirse en manera alguna (1).
Plldiera observársenos que casi todos los nmoB pa-
recen desprovistos de sentido moral en IOB primeroS
años de su vida; todos sabemos su crueldad para los
animales, así como su inolinaoión ú. apoclerurso de lo que
pertenece á los demás; son egoístas y, cuando se trata

(1) Para qt1.6 la educaci6n tenga toda su influeúcia es nec~~


sario que ningún vicio de conformación, ningún estado patoJo-
gico. ninguna condidón hereditaria que haya dUl'ndo por una
larga serie de generaciones, hayan hecho ciertos contros (001'-
viosos) completanl,ente 5nexcitablos. RapPo'i't de M. Sciamalm~
¡}cms le8 '!.Actes clu premier Cangres ll'Atlt1!ropologie crímineb, págl"
na 201, Roma, 181:l7.
JNFLUENCIA PE LA EnUCAOIÓN EN LOS CRIMINALES 147

de satisfacer sus deseos, no se pr'eocupan en nada de Iv..s


penas que pueden haoer sufrir á otros.
En la mayor parte de los casos todo esto cambia al
.aproximarse la adolescencia, pero ¿puede decirse que
esta transforma.ción psioológica sea efecto de la educa-
ción ó hay que ver en ella únicamente un fenómeno de
evolución orgánica semejante á la evoluoión embriogé-
nioo, que hace recorrer al feto las diferentes formas de la
animalidad, desde la más rudimentaria hasta la del hom~
bre? Se ha dicho que la evolución del individuo repro-
duce en pequeño la de la espeoie (1). Así en el organis~
U10 pe;íq\.\ico, los primeros instintos que aparecieran de-
berían ser los más egoístas y brutales del hombre pre-
~ist6rico, eso!:! instintos que Sergi llama fundamentales,
a ellos se agregarían posteriormente, pero no por edu-
cación ó efecto del medio, sino por evolución orgánica y
ley de herencia los sentimientos ego-altruístas y a1-
truí~~as, a.dquiridos, primm'o por la raza, después por la
famiha, últimamente por los padres del niño (2).
Esta hipótesis no es inverosímil por más que sea im-
posible demostrarla experimentalmente, porque para
ello seria necesario distinguir lo que en el desarrollo
ruOL'",l de un niño se debe á la herencia de lo que corres-
ponde
, á la. eduvaví6n) para lo cual no hay n1cdio, tanto
mas, cuando ambas influenoias obra.n ordinariamente en

• \1) La autogenesis 6 desarrollo individual no es más que una


raplda reoapitulación de la filogenosis <5 desarrollo de la ospecie.
V~ase Baeckol, A'lIthropo[Jt;m:e, pág. 48, París, 1877,
.• (2) La conciencia crece COmo el organismo y paralelamente
a ?l, encerrando aptitudes, formas predeterminadas de pensa-
hl.len:o y de acoi6n, que son emanaciones directas de con0iencins
anterIores, eclipsadas un insta¡!te es ciljrto, en 7a obscHTÍlZarZ rl.;¡ la
fl'a,nsmiS/6n Qrgánica, 1>1:'1'0 que Yl~elYen á saHr á la luz con carac-
teres de semejanza illequí"\'ocos, y acaso cada vez más confirma-
dos por el ejemplo y la educación. Una ~J(}n8ración es '¡.In fenómeno
. '1u/l t~·aAlBp.rJrta'¿lo IX la conciencia, A. Espinas, Des 80C~,,·
de ese"ISlp.U1'1( ."
té¡¡ tt'lli'l'l'iales. ConuLu¡¡ióll, pílit'rafQ 11.
148 CRIMINOLO(~ ÍA

la misma dirección, porque casi siempre clerÍL'an de las


mismas personas; de los pad'l·es. La ed~tcaciu¡¿ doméstica 1W
es más que la continuación de la herencia; lo que no haya
sido transmitido orgánicn,mente, se transmitirá por la
fuerza de los ejemplos y de la misma manera inconsoien~
te, jamás se podrá averiguar hasta dónde una de las dos
fuerzas ha venido auxiliando á la otra.
Por eso Darwin pl tede decir por su parto que si se
transportal:>e á un mismo país un número determinado
de irlandeses y de escoceses, los primeros, después de
oierto tiempo, serian diez veces más numerosos que los
segundos; pero éstos, en fuerza de sus oondidones here-
dítarias, dirigirían el gobierno y lar:; industrias, y Foui-
llée puede á su vez replioar: (f.puned niflos irlandeses en
las ounas de nillos escoceses sin que los pudres puedan
notar la sustitución, cducadlus por cscocüscs, y quí:lá
con mur[\.villa vuestra el resultado será igual» (1). Pero
esta segunda experitncitt no ha sido hecha aún, ni es
probable que se hag:an nunca experienoias de este géne-
ro. Hay induclnblemente millares ele niños que no son
educados por sus padres, sino qLIC ordinariamente éstos
son desconooidos. En fin, es necesario tener en cuenta
los fenómenos de atavismo, que aun están rodeados por
la obscuridad y que no se pueden determinar; de ma-
nera que todo conspira á que el problema no tenga so-
lución.
Ocurre, á veces) que los ejemplos maternales ahogan
ó atenúan los instintos paternos, á veces sucede lo con-
trario, pero esto no prueba nada en favor de la eficacia
de la educación, purque puede sostenerse con la misma
aparienoia de verdad que ese efecto se debe á la supe-
rioridad final de una de las dos herencias.
Lo que sí se puede afirmar seguramente, es que la

(1) Fouillé, La pMlantropie sci1ntifique au point do vue au IJa'/'"


wiuisme (.Rovue ele Deux Monfillis, 15 de Septiembre 1882).
UFULENClA DE LA EDUCACIÓN EN LOS CRllllINAI·ES 149

influencia hereditaria en los instintos morales está de-


~nos~rada, mientras que la de la educación es dudosa si bien
probable siempre que se tome en el sentido de ejemplos y
de cost1Hnb?'es, de que se la considere cada vez 1nás ddbil
ci ¡medida qne la edad adelanta y ql.H~ se le conceda tan
sólo una acción ca1Ja¡, de modUlcar el carácter, es decir,
que puede .. disminuir pero no extirpar los malos instintos
que quedarán siempre latentes en el organismo psíqui-
<JO. Esto explioa por qué la pel'versidacl <lcaso atávica,
demostrada por algunos niñof:l de corta edn.d, no ha po-
dido ser corregidR en toda su vida, á pesar de la con-
duúta ejemplar de sus padres y de las personas que los
rodeaban, y no obstante los más asiduos cuidados y las
mejores ensefíanzas (1), y, por el contrarío, parece segu-
ro que la influencia deletérea de una mala educación ó de
Un medio ambiente depravado, pueden ahogar entera-
mente el sentido moral heredado y sustituirle por los
peores instintos, de manera que la creación artifioial de
un bUen carácter, es siempre poco estable, mientras
que la de uno malo sería oompleta. Esto se explica fácil-
mente, según Fel"I'i, si se piensa que 108 malos gérmenes
ó instintos antisociales r~ue corresponden á la edad pri-

(1 ) También Pérez, el cual es más bien optimista, admite la


frecuencia de este hecho. «(La buena voluntad y aun la virtud de
los padres, no garantizan siempte una buena educación. Padres
SRlIOs de cuerpo y de espíritu, de edad proporcionada, y que vi-
ven en buenas condiciones higiénicas, no tienen siempre hijos
mOrales. 'fambién para esto hay que contar con los aflictivos sal·
tos atrás de la herencia. En cuanto á los agotados, sea por lo que
fuere, los excesivos, los intemperantes, loa viciosos, séanlo ó no
Q.? ~acimiento, preparan infaliblemente una raza destinada á los
V'lC10S, á la locura, al crimen. Sin duda, se ven en muchos niños
tendencias violentas ó malsanas, pero suelen sel' tan claras, aun-
que on ocasiones sean intermitentes, que hay que ver en eilos
pobres víctimas de las leyes fatales de la herencia y de la dege-
neración'J. PÉREZ L'éducettion morale el&; le berceau, págs. 101·110.
'París, A.lcaD, 1888.
150 CRIlIlINOLOOfA

mitiva de la humanidad, tienen más pl'ofundas raíces en


el organismo psíquico porque llegan á una época más
atrasada en la raza, y son, por 10 tanto, más fuertes que
los que la evolución ha venido sustituyéndoles, por esO
los instintos salvajes no se ven nunca completamente
sofocados, sino que apenas el medio ambiente y las cir-
cunstancias de la vida favorecen su expansión, ebtaltan
con violencia, porque, deoía Carlyle, la oivili:taoión no e&
más que una oubierta bajo la oual puede arder oon un
fuego infernal la naturaleza salvaje del hombre (1).
y si la influencia de la educación, en lo que S8 rela-
ciona con el sentido moral, es dudosa aun durante la in-
fancia, ¿qué será una vez fuera de ese período?
Sergi cree que el caráoter está formado por oapas su~
perpuestas, que pueden oubrir y ocultar enteramente el
carácter congénito; el medio ambiente, la educación ex-
perimental, aun la misma ensefianza, pueden producir
una nueva oapa) no sólo durante la infancia, sino aun
durante toda la vida del hombro (2).
Esta hipótesis (que tiene mucho de metafórica por-
que se aCier0a en ellceso á la geología, pero en la que to-
dos l'econooen hay un fondo de verdad) es inadmisible á.
mi entender, á no ser suponiendo que las capas más re-
cientes no alteran nunca el tipo de caráoter ya formado.
Nadie duda que el organismo psiquico tiene su período
de formación y desenvolvimiento, de la misma manera
que el organismo físico. El oarácter, como la fisonol11í a,
se manifiestan desde la edad más tierna, puede haoerse
más ó menos flexible ó tenaz,. puede afilar ó embotar SUS
puntas, puede ocultarlas en la vida ordinaria, pero
¿cómo podría perder su tipo? y un tipo aparte del carác~
ter es el del hombre que carece de los sentimientos 1110-

(1) Ferri, Socialisme é criminalíté¡ pág. 104. .


(2) Sergi, La 8trati{lcafFi,one deZ caractt04'8 é 1«- deUnqUMIfl'h }11"
lán, 1883.
INI!LUE~CIA DE LA EDUCACIÓK EN LOS CRIMINAI,ES 151
rales más elementales; es un defecto orgánico que naoe
de la herenoia, del atavismo ó de un estado patológico.
¿Cómo, pues, suponer que influenoias ex.teriores pue-
uan reparar este defecto congénito? ¡Sería c?'ea?' ex n¿ltilo
y producir artificialmente el sentido moral, propio de
la raza, pero del cual c(¿rece e,cc6jJcwíullmeMe el ind'Í'lJiduo!
He aquí una cosa difícil de concebir, que hasta pa-
rece imposible cuando no se trata de un nifiOj no es esto
negar el poder de la eduoación. ¿Quién puedo dudar de
Sus prodigios, cuando se tmtD, de perfeocionar un carác-
ter, de hacer más delicn,do8 los sentimientos ya. exis w

tentes, de pulir el diamante, en una palabra? Lo que nO


puede reconocérsele es el poder de sacar algo de la nada.
En este punto ha sido en el que se ha contradicho,
en mi sentir, de una manera que llalna la atención, un
ilustre psicólogo, el Dr. D(~8pine. Á él debemos mul-
titud de observaoiones acerca de los criminales que con-
firman su anomalía; 61 ha sido también quien ha formu-
lado una teoría muy semejanto á la nuestra, acerca de
la falta del sentido mOl'al no sólo en los asesinos á san-
gre fria, sino aun en los groundes criminales violentos (1).
También él ha afir'maclo que «la educaoión mejor enten-
dida no puede crear facultades, sino cultivar las que
existen al menos en germen. Las faoultacle¡¡¡ intelectuales
solas, no procuran los conocimientos instintivos que dan
las facultades morales, aquéllas no tienen ese poder;) ;
que «es fáoill'econocer en las facultades morales el origen
~e los motivos de acción que deben presentarse al espí-
rItu humano en las:! diversas circunstanoias en que puede
encontrarse» (2). Y, por último, «todos los raciocinios,
todes los hechos intelectuales no probarán el sentimien-

- (1) Despine, De Za folia au point ele vua pMlosoJihique, etcéte~


ra, 1.'" parte, pág. 39, París, 1875.
(2) Despine, obra citada, pág. 40.
152 CRIMINOLOGÍA

to del deber, sino como prueban las afeooiones, el temor,


la espel'anza, el sentimiento de lo bello» (1).
Y, sin embargo, este es el mismo autor GJ.ne ha pro-
puesto un t1'utam:irmto 1noral paliati¿'o iI c/u'Mi/'!) para los
criminales, t1'ata)uiento que ha resumi.do do la m~nera
siguiente: Evitar toda comunicaoión entro indivIduos
moralmente imperfectos.-No dejarlos en el uislD.miento,
porque no poseen en eu conoienoia ningún medio de en-
mienda.-Ponerlos en contacto c.ontinuo con personas
morales, capaces de vigilarlos, de estudiar su na.turale-
za instintiva, de imprimir á ésta 'Y á sus pensamientos
una buena dirección, inspirándoles ideas de orden y ha-
oiéndoles adquirir gusto y costumbre por el trabajo. ~l
Estado debería, pues, tener á ~u oargo este cuidado aSI-
duo y constante de los detenidos, vigilar sus progresOS
oomo se hac~ en' un oolegio de nírlOS, intentar, por me-
dio de los ejemplos, de la experiencia, ele ID. instruc-
ción, duloifioar su oarácter, hacerlos afeotuosos, hon-
l'ados, despel'tar en ellos la oaridad y el celo. ,
La idea de aplioar' semejante terapéutioa moral a
muohos miles de oriminales, es práotioamente una ut~­
pía ¿uo se neoesitaría colooar aliado de cada presidiariO
una espeoie de ángel oustodio? Las personas que hubie-
ran de dasempeñar ese destino, deberían hallarse dota-
das de las oualidades más nobles, que son las más raras
en el hOIIlbre, la paciencia, la vigilanoia, la severidad, Y
al par, de un conooimiento profundo del coraz6n huma-
no, debeJ.'Ían ser instruidos y tener valor para saorificar-
se. ¿Se encontrarían estos médioos de almas, en oanti-
dad suficiente? ¿Qué hacienda podría soportar ese gas-
to? Pero aun suponiendo; por un momento, que las di-
~(mltades p:áotiQa~ no habían de oponer un obstáculo
nsuperable a este Sistema ¿cuáles serian sus efectoe?
El individuo, separado de toda sociedad, y no te~

(1) Despine, obra citada, pá.~. 4$.


INF~.(;ENCIA DE LA EDUCACI6l\ EN LOS CRIMINALES 153

niendo ante su vista las tentaciones continuas de la vida


ordinaria, no sentiría los impulsos criminales, le faltaría
la causa ocasional, pero el geemen criminal seguiría re-
sidiendo en él, en e5i¡aclo latente, dispuesto á salir á luz
en el momento en que se reprodujesen lo.8 condiciones
preoetlentes de su existenci~), llormal. La enmienda sería
sólo aparente, oaso que no fuera simulada.
¿Se nos habléwá acat30 de una pedagogía experimen-
tal? Pero si es cierto que los instintos morales de la hu-
manidad han sido croados por millones ele exporiencias
utilital'ias hechas por nuestros antecesores on un espa-
cio de millares de siglos ¿,cómo se puede ima.ginar la
repetición artificial en tan corto espacio de tiempo como
la vida de un individuo cuyo instinto no ha recibido la
herencia del fruto de esas experiencias de las genera-
ciones pasadas'? Es evidente que no se puede intentar
nada. fuera del raciooinio.
Se ha tratado, después, dG hacer propoRiciones más
práctioas; comprondiendo que sería inútill1plicar la cura
moral de una manert1 dircct(t, oonforme ti. la utopía do
Despine, se pensó en hn,cerb por medio de un buen ré-
gimen penitenoiario. El aislamiento, el silencio, el traba-
jo, la instruooión, hadan volver en sí al condenado y fo-
mentarían los buenos propósitos, capaoes de regenerar-
le. Pero en cuanto al aislamiento} dice elocuentemente
Mittelstaclt, el pobre, el desgl'aciado, el hombre que ha
caído, no es la separación de la sociedad htlmana Jo que
necesita, sino más bien su amo'l' y su contacto.
En relación á la obligación de trabajllr observa,
{(ahora sólo queda á los humanistas de la. escuela co-
rreccionalla desesp(~ración de este dilema, si han de en-
tenderse en las palabras trabajo educativo de Zos JJ1'isione-
ros. ¿Quieren el efecto bienhechor del trabajo en las C08-
~umbres?; entono e s es necesario que ésto se ejerza sin
coacción y habría cIue reemplazar la detención por la li-
bertad; ¿ó quieren, por el oontrario, el trabajo obligato-
154 ClUMINOLOGíA

rio?', entonces vuelven {I, la cuestión del dolor de la pena


y se pierde el objeto de la enmienda>' (1 j. .
Pero al tt'abajo obligatorio, contestan los correccIO-
nalistas, debe unirse la educación del corazón y del espí-
ritu, por medio de escuelas en las que los oondenados, de
ordinario groseros é ignorantes, puedan adquirir los co-
nocimientos de la verdad y elel bien, de los olw..les Cé\re-
ceno Por desgracia, como veremos en seguida, la expe-
riencia ha demostrado que la eficacia de la esouela en la
moral individual es de ordinario nula.
Á un delincuente adulto privado de una parte del sen-
tido moral, el instinto de la piedad, pretendomOR incul-
oarle este instinto por medio de la enseñanza, es decir, re-
pitiéndole que uno de los deberes del hombre os ser eom-
pasivo, y que la moral prohibe hacer el mal ti nuestros
semejantes, oon otra porción de hermosos prinoipiOs.
Pero con ellos el delincuente adquirir:). tan sólo, si es
que ya no lo tiene, el criterio para salJer conduoirse) con
arreglo á los prinoipios de la moral, en una pnbbra, le
haremos adquirir ideas, pero no 8(:mtimientos: ;.Y des-
pués? El hombre es bueno 110 por reflexión sino por
instinto, y el instinto es precisamente lo que le falta.
¿Oómo puede suplirse este defecto orgánico'!
Vera el bien, pero obrará mal cuando el mal le con-
venga ó le produ'7,ca un placer.
Video meliora, proboque
deteriora seqttOr.

(1} Mittelstadt, Gegen die Freiheisbrafen, 1,880. Sobre este pun-


to, dlCe Spe~cer .(1t!?raZe des prisons): Es una manifestación de
puntos ue VISta lurlltados, obligar al condenado al trabajo: tan
pronto como se :ea libre volverá á ¡;jer lo que era untes. El im-
pulso debe ser mterior para que putlda continuar sintiéndolo
fuera de la prisi6n. Y Lord Stanley en un discurso parlamontario
exclam~: ~a regeneración del hombre no puede n.unca sel' un
procedlm~ento m6r,ñ.nioo. The 'I'eformution of man can never beco nW
a mechamcul process.
INFLUENCIA DE LA EDUCACIÓN' EN LOS CRDIlNALES 15;'

Se le repetirá hasta la saciedad, que el interés social


es mucho más importante que el individual, que éste al
fin E3e confunde con aquél, que como miembros de la so-
ciedad delJemos en ciertos casos sacrifioar nuestro egoís-
mo para que hagan lo mismo con nosotr-os, ó bien, apo-
yados en un priIlcipio religioso, se le hablará ele la bien-
aventuranza ele una vida futura para el hombre .iusto,
y de la eterna condenaoión que aguarda ;:í, los malvados.
Todo esto 8e reduce á un raoiocinio: si tú cometes
esta acoión, te sucederá algo malo, luego para evitar
ésto, tú no debes hacer aquéllo.
Pero si el delincuente prefiere satü:!facer su pI'opia
pasión antes que entregarse á otro placer ó abandonar-
se á otra esperanz:.J., el raciooinio entonces no tiene nin-
gún valor para él; lo que podría impedirle cometer un
nUevo crimen, no es ver con claridad lo que 108 demás
consideran como un interés predominante, sino que se-
ría necesario que sintiese la misma 1'cpy,ljnancüt que los
demás sienten hacia el crimen, porque lo que explica
toda acción humana, en último término, es el carácter
del individuo y su manera general de sentir (1).
Ahora bien; un raciocinio no podrá nunca crear un
instinto (2). Éste ha de ser natural ó transmitido ó ad-
quirido inconscientemente por un efeeto del medio am-
biente.
y es necesario para la preexistencia del instinto, la
concurrenoia de ambas oausas. El instinto, dice un natu-
ralista, no es una constante específica, sino una varia-
ble que depende de dos fuerzas: las influencias heredi-
tarias, y las del medio ambiente; si éstas faltan, las
primeras, fruto del tiempo, se debilitan con el tiempo;

(1) Ribot, Las G'nfer7lwdadcs ae 'la 'Uohmtad. Madrid, Jorro, editor.


~2) Las facultados intelectuales solas, no procuran los conoci-
mIentos instintivos que dan las facultades morales, no tionen ase
podar. Despine, De la folie, oto., ediQi6:a citada, pág. 39.
156 CRIl\I1NOWGÍA

si vuelven á ejercer su imperio las tendencias borradas,


reaparecen y van adquiriendo cada vez más fllerza (1).
La cuestión de la medida en que estas dos fuerzas
contribuyen á la formaoión del caráoter, e8 un problema
de difícil solución. La palabra ambiente uDraza tal
multitud de cosas, que la importanoia mayor ó menor
que se dé á este elemento, depende de su precisa deter-
minación.
La influenoia que ejerce el ambiente sobre la infancia,
y la que puede ejercer sobre el hombre adulto es inmen-
sa, pero una vez que de ordinario se olvida esta distin-
ción cuando se habla de uno de los efectos del ambiente
social, la educación, los psicólogos no están de acuerdo
respecto á la efiou.cia de la educaoión sobre el oaró,otel'.
Algunos niegan que ésta \)ueda qestruir lo~ malos ins-
tintos y sólo le conceden la faoultad de desal'l'ol1ar los
búenos gérmenes (2); otros admiten su eficacia en las
naturalezas medias, es decir, en las que no son deoidi~
damente buenas ni malas (3); esta afirmación signifioa
que las índoles perversas no pued.en ser transformadas
por la educaoión, y cata opi.nión pareoe estar confirma-
da por la experienoia. Si la perversidad significa oaren-
oia de instintos morales, y si existe la impOSibilidad de
producirlos ouando faltan, este es precisamente el oasO
de los delinouentes natos. Por otra parte, esas natura-
lezas medias 10 son precisamente porque carecen de un
temple fuerte, de relieve, de aoentuación elel caráotel.', Y
est~ ~alta de ~nergía, haría siempre poco estables y pooo
demSlvas las mfluenc.ias de la educuoión sobre sus sen--
timientos (sobre la arena del desierto 'que se mueve al

.(1) A. Espina~l_ Des s~cietes animales, Ch. 5, pág. 281. París, 1877.
(2) La eduoaolOll melor entendida no puede crear faoultades,
s610 puede oultivar las que existen al menos en germen. Despi-
no, De la folie eto., edioión oitada. Véase también Ferri Socialismo
é c1'iminalitd, 'Pág. 114. Turín, 1883. '
(8) Ribot, B.fYrccUlé psychiquc, pág. 351. Parí::;, 1882.
INFLUENOIA DE LA EDUCACIÓN E:-l LOS CRIl\IINAI..ES 157

menor soplo del viento, no queda impresa ninguna hue-


Ha» (1).
La educación, en cuanto sólo representa enseñanzas,
es de un efecto nulo ó casi nulo, si el medio sigue sien-
do el mismo; es decir, si el criminal, después de cumplir
su pena, vuelve al mismo medio qU8 ocupaba antes. Es
sabida J~ historia de los negros que, despuós de haber
sido instruidos y educados en Europa, se ,han vuelto á
llevar á su país para civiliz::\r tí sus compatriotas. Tan
pronto como se han visto entt'e éstol:5, han olvidado des-
de la gramática hasta las buenas mnneras, se hall des-
pojado de sus v0stidoEl, y se ban cscaIJa'do á los bosques,
convirtiéndose en salvajes iguales que sus pudres, ú quie-
nes, sin emlJargOJ no habían conocido. Véase adonde
llegaría el sistema correccional; por 10 demás, S0 puede
juzgar pOr los ensayos ya hechos.
El númeL'O ele los l'cincidcntes hu aumentado en to-
das partes á medida que se mitigaban las penas y se dis"
minuía su duración. En Francia) de 21 por tOO en 1851,
ha llegado ti, 44 por 100 en 1882, en cuanto á los delitos.
yen cuanto á los crimenes, de 32 á 52 por 100 (2). La re-
incidencia, decía el ministt'o, continúa su marcha inva-
sora... el aumento del nÚll1erO ele criminales en estado do
reincidencia l~gal) ha sido en diez afio s de 39 por 100,
casi dos quintas partes. Y en Slll'claoión de 21 de Mar-
zo de 1886, deplora el mismo heoho.
~;El caudal de la reinoidencia sigue aumentando) (3).
En Bélgica} había aloanzado la reincidenoia la pro~
porción de 56 pOt' 100 en 1870, y ele 52 por 100 en 1873.
Desde 1874: á 1876, hubo una disminuoión, pero en 1879
volvió á las gravÍsimas proporciones de 49 por 100.
En Italia, desde 1876 hasta 1885, la reincidencia de

(1) Ferri, obra citada, pág. 113.


(2) Journal officie7, 13 de Mar~o do 1884.
(8) Jou,rnal officiol, 29 de Marzo de 1836.
158 ORIMINOLOGlA

los condenados por Tribunales de Assises, ha llegado


desde e110 y 1/2por 100 hétsta el 34,.11 por 100, idéntioa
proporción en España, y ha habido creoimiento, aun
cuando menos pronunciado, en Austria y Carincia.
Todo esto prueba, experimentalmente, lo absurdu de
la teoría correccionalista ó á lo mellOS de sus aplícacio-
nes, y no podía ser de otro modo, porque en SUH princi-
pios hay oontradicción flagrante. En efecto, m.icntras que
por un lado se declara que el fin de la penl1 es la correc-
ción del oulpable, por otro lado se establece una medida·
fija de pena para cada delito, es decir, oierto número de
meses ó de años de detención en una casa del Estado;
lo que, como ha dioho el juez Willert (1), semeja al tra-
ta,miento que un médico prescribiese al enfermo incli-
t3ándole el día en que había de salir del hospital enfermo
Ó curado (2). Todo lo que se puede salvar del naufragio
de esta teoría, son las instituciones en favor do la infan-
oia abandonada y de los adolescentes que han comenza-
do á demostrar malas inolinaciones; en cuanto á los adul-
tos, solamente se puede ensayar hacerles :1ceptar un
método de vida ó adquirir unas üostnmbres que deborían
desear poder seguir cumpliendo siempre, porque les se-
ría más útil que otra oualquiera actividad en el nuevO
med10 · ambiente á que serían transportadps ' .• \.sí es que
aquella parte de 108 crim,nales que no sean uno~ 110111-
bl'e~ oOl,?pletamente degenerados, podrán dejar de ser
noCIVOS a la sociedad. Esto solamonte es realizuble por
medio de la deportación á las colonias ttu-rÍJolns que de-
ben estableoerse en regiones poco hu,bU;(¡as do In madre

(1) Willert, Das P08tulat acr' Auschaffun{j (lp.,~ Sfl'a{¡¡w.9se.Q mié


de,. (lfl{JefIU1¡' e~obenen Eitllfllnauug.
(~) Este es el sistema de casi todos 108 Cúdigol-l mod¡\rnOI;1,
que ha sido llevado á la exageraci6n por el. holand61! Y máa aun
por ol nuevo Código italiano. Francia efl una excepción po!' S'ltS
leyes oontra los rQinoide~tes.
INfWENCIA DE LA EDUCACIÓN EN' LOS CRIMINALES 159

patria, á condición de que esta especie de destierro sea


perpetuo ó que al menos su duración no se halle fijada
de antemano, á fin de que no se pongan en libertad sino
los pocos individuos cuya regeneración por el trabajo es~
tuviese realmente demostrada (1). Estos son casos ex-
cepoionales, pero en los ordinarius es absurdo pensar
que, después de una ausencia más ó menos laql'a, un
delinouente puede reaparecer en el medio que constitu-
ye su pequeña patria sin experimentar las mismas in-
fluencias que le habían impulsado al crhnen.

Ir

Estudiemos ahora el efecto que puoden tener sobre


los instintos morall~s dos de los medios más poderosos
de educación, la instrucci6n literaria J' la religión. Es
una idea muy general que estos son los elementos prin-
cipales de la moralidad de una nación, y el interés prác-
tico do os ta cuestión es tanto más gl'ande cuanto que es-
tas dos fuerzas pueden desarrollarse 6 entorpecerse por
el Estado, y estándole sometidas recibir ele él una nueva
~ir~cci~'m; no será, pues, inútil, examina!' sí pueden in-
fluIr sobre el fenómeno social de la criminalidad.
En verdad que) después de lo que hemos dicho de la
educue.lón en general, pudiera parecer este párr~~ro com-
pletamente ocioso, pel'O como, mm dudando de la posi-
bilidad de que los instintos morales puedan formarse por

(1.) La idl)t:\. d(\ la pena sin duraciÓl1 flja, ha sido defendida


por mí d(lsde 1880. (Véatlo mi Crite1'io 1JOsitivo dalla pBlmlítú, Nápo-
les, edición Vallardí), y el mismo aj'jl) por el Dr. Kl'Elepelin en HU
fOll et?, Die AbsclcaffuníJ des Stra.fmaBs8s. Leipzig;, 1880, y ha sido
t~mblen apoyada por el Dr. Liszt en sus leooionas en la Univer-
sIdad de Marbourg en 1882.
INfWENCIA DE LA EDUCACIÓN EN' LOS CRIMINALES 159

patria, á condición de que esta especie de destierro sea


perpetuo ó que al menos su duración no se halle fijada
de antemano, á fin de que no se pongan en libertad sino
los pocos individuos cuya regeneración por el trabajo es~
tuviese realmente demostrada (1). Estos son casos ex-
cepoionales, pero en los ordinarius es absurdo pensar
que, después de una ausencia más ó menos laql'a, un
delinouente puede reaparecer en el medio que constitu-
ye su pequeña patria sin experimentar las mismas in-
fluencias que le habían impulsado al crhnen.

Ir

Estudiemos ahora el efecto que puoden tener sobre


los instintos morall~s dos de los medios más poderosos
de educación, la instrucci6n literaria J' la religión. Es
una idea muy general que estos son los elementos prin-
cipales de la moralidad de una nación, y el interés prác-
tico do os ta cuestión es tanto más gl'ande cuanto que es-
tas dos fuerzas pueden desarrollarse 6 entorpecerse por
el Estado, y estándole sometidas recibir ele él una nueva
~ir~cci~'m; no será, pues, inútil, examina!' sí pueden in-
fluIr sobre el fenómeno social de la criminalidad.
En verdad que) después de lo que hemos dicho de la
educue.lón en general, pudiera parecer este párr~~ro com-
pletamente ocioso, pel'O como, mm dudando de la posi-
bilidad de que los instintos morales puedan formarse por

(1.) La idl)t:\. d(\ la pena sin duraciÓl1 flja, ha sido defendida


por mí d(lsde 1880. (Véatlo mi Crite1'io 1JOsitivo dalla pBlmlítú, Nápo-
les, edición Vallardí), y el mismo aj'jl) por el Dr. Kl'Elepelin en HU
fOll et?, Die AbsclcaffuníJ des Stra.fmaBs8s. Leipzig;, 1880, y ha sido
t~mblen apoyada por el Dr. Liszt en sus leooionas en la Univer-
sIdad de Marbourg en 1882.
160 CRlMlNOLOGÍA

~edio de agentes exteriores, durante la infancia y h:lstil


que se haya fijado por completo el tipo del carúctel', no
será inútil que digamos algunas pah"\b;:'af:t acerca de 8f:¡-
tus dos grandes fuerzas morales á las cuaJes su 8\tpone
prinoipalmente esta posibilidad.
Ocupémonos ante todo de la instrul..\ciún /i(f'I'/lJ'ilf al-
fabética. La estadística nos ensefm que nl) es I..'nemig;),
del delito.
En Italia, donde desde 1880 la instrucüiún 8e ya ex-
tendiendo con rapidez, se ha visto que pl'ed~allwntú ueB-
de entonces ha aumentado de una manera nmenazn.(l(lr~\
la cifra de la criminalidad. En Francia, he aquí Sl'gún
Haussonville, las deducciones de 1ns últimuH ('~ta<lí:-;ti­
úas: en 1826 de cien ::teusados sesenta y U110 eran 10g'()S
y treinta y nueve habían recibido una im;trucl'i{'ll lllÚ::; Ó
menos extensa,; hoy la proporoión 08tá invortida, Kctcn-
ta instl'1.1ídos (en el sentido 1116-8 modesto do lo.. p~\laJ¡ra)
por treintu y ooho iliteratos. Esta inversión de lo.. propor-
oión se explica perfectamente pol' la difuBión de Jn ins-
trucción primaria, pero el número de lus crimirul.ks nO
ha disminuido; la instrucción 13610 hn. producido el rúsul-
tado de aumentar la proporción de criminaleH en l<t~ el[\,-
ses instruidas, sin disminuir la oriminalidad (1).
El mismo esoritor observa en segu.irla que los depar-
tamentos en que es maJ10r el número de procesados son
precisamente aquéllos en que es mayor b instrucüÍÓn.
"En España, dice Tal'de, donde la proporción de lo!:! ig-
norantes en la cifra de la población total del paíl':: es de
dos teroeras partes, no partioipan sino por mitu,d próxi-
mameute en la criminalidacl».
Sin que de aquí nos aprGsuren;Ws á deducir que la
instrucción tiene una influencia nociva en la criminali-
dad, podemos limitamos á hacer constar que su influen-

(1) Revue de DIJ'IIfC Mondes, 1.° do Abril de 18S7, Le Como«t con-


tre le Vice, par Hausaonvm~.
L'lFLUENOIA DE LA EDUCAOIÓ:S EN LOS CRIMINALES 101

da benéfica es nula, al menos en 10 relativo al número


total de los delitos, porque la, instrucción, deSal'I'ollando
conoc.imientos 'Y aptitudes, puede determinar especialida-
des o7"1:minals8. Pepo 110 debo ouupal'l11e por ahora de esta
cuestión) véase sólo que el arma inofensiva del alfabeto,
de la cual se esper:1.ban maravillas, ha sido rota, por la
estadística. 'Y que la trase «por c.ttcla e80uela que se abre
se (líen'a una cárceh e~ una ft'use que no está fuudada
en la experiencia sino en la imaginación de los que la
pl'onuncian. Seria va,no que insistiésemos más en esto,
porque aun sin tener en nuestro apoyo la estadíBtíca ¿no
nos dice el sentido común que no hay relación ninguna
entre la gramática y la morD.lidad? ¿Se puede, acaso, pen-
ear siquiera que una pasión, por ejemplo, y hasta una
preocupación de honor las puede des'él'uir el alfabeto? En
cuanto á los efeotos ele la instruoción eupedar, diremOS
más adelante algo para demoBtral' que su influenoia 110
es uloralizudora comQ suponen algunos observadores su-
perficiales (véase oap. IIl; pár. 1). Puede deoirse, ade-
más, que si la instruoción olásioa se extendiese hasta
hacerse popular, PNduoll'ía efectos deplorables: sobre
todo la historia, que no es má8 que la continua apología
de toda olase de inmoralidades y de crímenes. Veamos
rr;á~ bien si la enseñanZa religiosa puede influir más se-
rIamente en la moral de los individuos.
Indudablemente las emOciones religiosas no dejan de
producir efecto: ouando han sido e:s:.citadas desde la in-
f~ncia, dejan siempre rastros de sí, y aun cuando debi-
htadas, no desaparecen nunca ni aun en el casO de que
se pierda la fe. La impresión de los misterios religiosos
sobre la imaginaoión ea tan viva, que las réglas de con-
ducta impuestas en nombre de la diVinidad, pueden ha-
cerse instintivas }]Jorque, como dioe Darwin, una creen-
cia inculcada constantemente durante 10511> primeros años
ele la vida, cuando el cerebro es más impresionable, pa~
reoe que casi adqu;.<i}~\!;.líl\.. natúraleza Qil imstinto, 'Y la
11
162 CRIMINOLOGíA

verdadera eseucia del instinto es que se le sigue inde-


pendientemente de la, razón (1}. La influencia d~ un có-
digo moral, dioe Bpencer, depende más de las eIbociones
despertadas por SUB mandD.tos qll.e del sentimiento de
utilidad de acomodarse á él. Los sentimjentoB Inspira-
dos á la infancia por el eSJ.·ectttc1~lo 4s la sanció7¿ social '!/ re-
li!1iosc& de los prinoipios morales, influyen en la oonducr
ta mucfto más que la idea del bienestar que I'esulta de la
obedierlcia á esa clase de principios. Cuando loe senti-
mientofS que despierta el espectáculo de esas sanciones
llega á faltar, la fe utilitaria no basta, de ordinario, para
procurar su obedienQia, A un C1¿ las 1'aZa,S mejo?' ed1~Cada$,
añade, entl'e loa hombres superiores, en los que las siro·
patías que se han hecho orgánicas son causa de que se
conforlllen espontáneamente á los preceptos altruistas, la
sanción sooial, que d.,rivu en parte de la sanoión religio~
sa, adquiere una vel'dadera import'lncia sobre la influen-
cia de estos preoeptoi$; además la ti.ene grandísima sobre
la condllCta de las pa:rsouas de espíritu mellO s elevado.
El rn.ismo autor r~conoce una influenoia dañosa en la
preocupaoión írreIigí{)sa 6 antíteológioa. Díca á los que
creen que la sociedad puede demaS.\iado fácilmente oon-
formarSe con los prin.cipios de la moral. ¿Cómo se po~
dría, sin reglas recibidas hereditariamente y que tenga:1
autoridad, obligar á los hombres á comprender por que,
dada. la, na,tura.lez¡a, de las casas, Ulla mallara deéGrmir:a,-
da de ohrar sea dano~a y otra bienhechora; á mirar más
allá del resultado inmediato y á discernir olaram~nte los
resultados indireotos y lejanos, tal como se produoen en
ellos miemos, en los demás y en la sooiedad?
y si fuese posíbl{:) s1J.stit(~il' de repente al s18te~
ma religioso tradioional, otro 8í~teIDa racione,lme~te
creado, éste no tendría efioacia porque las creenOl9.S
y las accionas de los hombres se determina.n más
INFLU.E:NOIA. DE LA EDUCACIÓN EN LOS CRIMtNALES 163

por el sentimiento que por la inteligenoia. « Los sen-


timientos xnorales inspirados á la infanoia con el es-
peotáoulo de la sanción mora.l y religiosa, influyen en la
oonduota muoho más que la idea de que la obedienoia á
estos pl'inoipios nOR produzca un bienestar».
Por último, según Spenocr, el sentimiento religioso
no puede desaparecer ni variar la dirección de su evolu-
oión, la cual depende del misterio final que se encuentra
en el fondo de todos los conocimientos humanos. Un sis-
tema religioso es un factor JZO?'7/(,al y esencial de toda so-
ciedad en su evolución; sus particularidades están íntima-
mente unidas á las condiciones sociales, y si su forma es
temporal y mudabie, su sustancia es permanente.
No es, pues, dudo~o para los positivistas que la reli-
gión sea una de las más activas entre las fuerzas de la
educación. Mas paro. esto son necesarias dos condiciones:
la primera, que se trate de un niño; la segunda, que la
enseñanza de la moral ¡:;ea el verdad.ero objeto de la en-
señanza religiosa, lo que desgraciadamente no ocurre
casi nunca en muchos países católioos, donde un clero
ignorante, sobre todo en las parroquias rurales, sólo se
Ooupa, generalmente, en vigilar los ritos y la observancia
de las prácticas que no tienen ninguna importancia para
la conducta moral, y cuyo objeto no es sino asegurar la
más oompleta obediencia de 108 fieles, que desconocen, no
obstante, las páginas 'sublimes del Evangelio.
Aun queda una cosa que notar: y es, que el poder de
la religión sobre la moralidad individual, parece detener·
se allí donde es más necesario, es decir, cuando lucha
oon las 'incZinaciones C1·iminaZes. Nada más natural. En
efecto, si la ensefianza para ser útil debe ir acompañada
de la, emoción ¿ cómo puede esperarse que esta emoción
se .1excite

en hombres que por \m defecto de organizadón
PSlqulCla tienen una sensibilido,d moral bastante menor
~ue ,la normal? y ¿ cómo Se' pu.ede pensar que lleguen
Jamas á concebir la pura id.e~li<!if!.d .d~ la religión?
164 CRIIIlINOLOGíA

¿Qué importa? se nos dirá: el temor del castigo en la


otra vida, será siempre un freno bastante poderoso para
muchos, que no h¿tU podido elevarse al verdadero ideal
religioso. Esto puede ser cierto en hombros de un e8pí~
l'ítu práctico, tranquilo y calculador, no ciertamente fln
los que tienen un carácter criminal, porque ese carácter
tiene como distintivos la imprudeIlcia, lo.1igereza, la im-
previsión. Si en todas las OCG\ciones no miran al día de
muflana para la satisfacción inmediata de sus pasiones,
¿quién puede esperar de ellos que miren al día después
de la muerte? Esto puede aplicarse en general á todos
los delincuentes; en cuanto á los que hemos llamado vio-
lentos ó impulsivos, que obran excitados por su tem-
peramento colérico ó neuropático Ó pOl' la del aloo-
holismo, es difícil suponer que en el momento de herir
se presenten á su espíritu las sanoiones religiosas. Otros
á quienes mueve la preocupación del umor pI'opio, etc.,
ponen estos m6viles por encima de cualquier otro interés
más ó menos lejano, como los nntiguos paladines que, á
pesar de las excomuniones, no dejaban de aceptar y pro-
vocar desafíos en los pasados siglos.
Por ]0 que respecta á los delincuentes que se enouen-
tran en el estado de neurostenia moral que los hace im-
potentes para resistir las impulsiones del medio ambien-
te ¿se puede pensar que el oatecismo sea bastante para.
darles iniciativas y energía?
Así es que el estudio experimental del oriminal
mata muchas ilusiones y confirma la conclusión que he-
mos expuesto al tratar de la educación en general, á
saber: que si un carácter puede ser pel1eccionado p~r
medio de ella, es muy dudoso que pueda. llenar un vaC10
de la organización psíquiea como lo es la carencia de
sentimientos altruístas.
Además, ¿es oierto que la religión imponga terribles
oastigos al oriminal? No, porque al mjsmo tiempo se le
habla de la misericordia di vina.. y cree que un momento
I:>:Fl.t-E:\"CIA !lE LA E1lt~CA';IÓN EK LOS CRn.UNALES lii3

de arrepentimiento, en cuallluicr tiempo y en clwJiluier


lugar, }Jllecle ser una reparación suficiente á una yida
entera ele vicios. De este mudo puede cx:plic.nrse el hecho,
h'/.'cuenten1L'nte lIotac{n, ele bandidos y <l.sesinos muy ele-
YutU!:3 de la V!I'!2'CIl y de los santos. 1Jn easo muy ditel'on-
te p\I(:dt, explkarse del mismo motIu) el de tleflOl'D..S ere ,-
yenll'~ que pasnn tuda Sl.l Yida en 01 adulterio y en la
i¡.dl'sia ]JI 1!';ll1UIJ al'l'udilladas nI pio de la cruz, !lorque la
lujuria l·f.; 1l1l pecad,) capital, cull10 la ir:), y la cólera,
poru la blmdicitlll de un :-;t\certiute pHedc absolver uno
y okn.
I':~IJl'l'() l'!:3t,~ l'08pue~ta; el; que OtiHr:; personas no po-
seen el \'t~l'dadel'u ::;ülItimientl) religioso, es que su reli-
gi/1n lIO e" que una HlIpC'-l'stición,
IlJÚ"
!>Vl'IJ (,~l~ )1lH'de c,t'üCl' que la l'eli~ión ele In. mayoría
n nes In, yen to yuI "al'
sea otl'a (;.(\f.;¡t; En tOc!Uf-; htH l'clí('¡() c::' i-I

pOSi!t\ In idl':\ (1<-1 :mtl'Ollt)mOl'fif:HllU de 1)íus.


-\,,¡ <:!-: <¡tW HO ha obHorraclcl, eon muclm razón, el
humlH'c pad(j.-(J at!ot't), Ú \In Dios de amo!' y do perdón,
y el J¡q:nlll\' ]lürn.ll'su Ó Í!1II1 111'al, so forma la idea ele un
Dios entül y wngativo (1 ¡. Y 8i el vl.wcIadero sentimiento
religiUso ('¡'; cusa tan nl.rLt q\le solamente pueden poseer-
. lo pUGu:-; y muy nuhles espíritus ¿es aventurado asegurar
que eSOf-i ll1islIWS ospÍritus no nec8sHarían de ese senti-
mienlu para 110 clcliuquit'" que sin ser creyentes serían
8iemprQ perf;Hml\f.; honrado,f;?
A lJOHHl' do todu, hay que ('.onvenir en que en lOE¡ mis-
mos límHeR Gn IpW h, educadón puedo influir, la reli~
gión os un auxiliar, porque puede desarrollar buenos
gér !1leUOFl y afirmar oaraütcl'es débiles. En gobierno
ilustrado debería, pues, favoreoer esta fuerza moraliza-
dora 6 á 10 menos no sUBoitül'le obstáculos. Por 10 de-

(1) E. Ferri, senttmont reUf/itlllro chlJlZ 10,9 1nourt,-tor8: At<Cf¡i io di


etc., t. lII, págs. 276 á 282. 'l'urin, Pra·
PSichiatrla IIcionrJio penaU,
telli Bocea, 1884.
166 ORIMINOLOGÍA

más, lo que puede hacer no es muoho; en un país esoép-


tioo serian inútiles todos sus esfuerzos, y en una nación
animada por la fe, se presoinde de su aprobación. 8e
han visto deoaer y extinguirse las religiones del Estado;
aloristianismo invadir irresistiblemente el imperio ro-
mano, como el budismo los países del Asia oriental; en
nuestros días, los gobiernos no tienen más religión que
la de la. naoión.
De la misma manera que en el seno de una familia
es inútil toda clase de enseñanzas en el oorazón de los
hijos, si sus padres no demuestran á la vez una comple-
ta sumisión á los mismos preoeptos, el Estado no podrá
nunca moralizar más que por el ejemplo, y el mejor
ejemplo que puede dar es la justicia más severa, mD.S
imparcial, más fácil de obtener.
CAPÍTULO III

lNPLUENCIAS EGO:;-;Ó:\lICAS

Pl1semos ya á la segunda cuestión: la de las causas


Ú ocasiones de delito que existen en el ambiente social.
Los socialistas creen que desapareoiendo determina~
das instituciones y una vez alcanzado su ideal, desapa-
recería 1:¡¡. mayor parte de los delitos. Muohos sooiólogos,
sin llegar hasta ese extremo, entienden que la criminu~
lidad deriva en gran parte de jactO'l'(3$ sociales, y que el
legislador puede transformar el ambiente sopial de modo
que disminuyan los delitos.

La desigualdad económlea.

Es sabido qUe el socialismo no está representado por


una sola, sino por muchas escuelas, que profesan dife-
rentes doctrinas ;¡ manifiestan tendencias distintas, pero
t?das están de acuerdo en creer que el fenómeno delito
tiene su principal fuente en la desigualdad económica.
168 CRHlII~OLOGÍA

Para alguno de estos escritores el orimen no es más


que una reacción contra la injusticia socitl.l, la repartición
desigua.l de los bienes condena á un\). parto de la pobla-
ción á la miseria, y privándola de la educación la reduoe
á la ignoraneia. Ln iuir¡nidad económica sancionada por las
leyes es un verdadero deJito.
El hecho á que se da comúnmente este nombre es. la
lucha justificada de los dlJsheredados, de los que no tie-
nen un sitio en el banquete de la vida y l'echazados de
los salones brillantes, se encuentran sunücJos en la té-
trica soledad de las fangosas calle.iuelas.
Estas ideas encarnaron en la famosa Íl'a8e let lJi'oJJie-
dad es un 'robo; de este modo se han invel'tido las ideat\~
In injusticia está en la sociedad, la justicia en el deli-
to (1). Hoy ni aun los escritores socialistas más exagera-
dos se sirven ele frases km incisivas: deploran el delito,
lo consideran un mal, pero lo atribuyen siempre á una
organización artificial y vicioda de la sociedad, que con-
tinúa por esta causa E:liendo la primerg oulpable, y se in-

(1) Estas idellS del sooialismo europeo son semejantes á las


de una secta china del siglo XI, bajo la disnatía Tsong. Esta seeta
sostenía que la sociedad descansa en la ley y que la leyes la injus-
ticia y el engaño sobre la propiedad y la propiedad es el arbitrio
y la concusión. El colectivismo autorital'io se aplicó en la forma
más completa en todo aquel imperio por el jefe de aquellos so-
cialistas quo llegó al Gobierno. Duró veintiouatro afios, después
de lor; cuales todo volvió naturalmente al orden primitivo. ReuHo
rle Deux ][Qncles, J5 Pebrero, 1880. pág. 923. El programa de Ba-
kounine, 01 de los nihilistas rusos y el de la Mano Negra tlli Es-
piula, excitan á la guerra contra las instituciones sociales. <,:La
soe.iodad SA encuentra constituída de una mallera absurda Y ori··
minal... toda propiedad adquirida por medio del trabajo de otroS
os ilegítima ... los ricos deben excluirse del derecho de gontes...
todos los medios para oombatirlos SOn buenos y neoesarios. sin
excluil' el fuego, el hierro y aún la oalumnia)), Programa de la
lIiano Negm. Laveleye, Le socialismo contempo'1"ain, pág. 275, París,
1883. Véase también el mll,gnífioo trabajo de A. ZOTH, Emancipa-
(!ión económica de la clasB obrera. Bologna, 1881.
lNFLUE:t-WIAS ECO:NÓMIOAS 100
clinan ú, disculpar al delincuente, campeón de una clase
opr'imida que reacciona por mediu de él, sintiendo um.),
especie ele admil'ucic'm hacit), esas voc\:.s aisladas de pro-
tc~ta, nI par que dirigen á los que tenemos 18. costurn-
bre ele llamar honrados, palabras de burla y de sa1'-
C1J.f:,mu.
~ef.!Jll';~mGnte~dioe \.lnode estos ap6stoles-aun en
la~ capa::; Il1ÚS alJyectas hay 'liU¡,1'tire.l', tipos de resigna-
ción cl'i::.:tümamonte idiota, incapaces ele ofender, que
bendiean el látigo quo lus fustig:a, Comprendemos que
éstus ~C'an el ideal de la burguesí<1 que los explota, pero
su ejelllplu no nos conmuevo. El o\)1'ero que se vende
pUl' un ¡;aJal'io in:-:-l11icicntc, hace bajar el salario de 108
demás, eq tl'l.üctur ú su clase y justifioa la reacción que le
oa8tip'~1,. f.:nando el privilegio dOlllina, todo. rebelióu es un
hedlO 11 11 malll) que debe 8e1' estudiado con sontirnientos
immn.nof-!, y aun cuanelo tome la forma odiosa del crimen,
concurl'e i..:UIl1U tiÍntoma úlil á susoitar soluciones radica-
les, et<.:. ': 1/.
1boe notar de pas<1da que no elebe ser fácil para quien
lll'cl:!cnta la crinünaliLbd bajo eBte aspecto, explicar el he-
chu de que el obrero y el 1J.brador s.e hallan expucstO!:l
]0 mi:mlO que los acomodadoi'3 y los ricos á toda clase de
agreflionGs criminnles. ¡Extl'aflD.. revolución contra el pri-
vilegio, que se dirige á la par oontra tiranos y contra
vlctimas, y que a,taea lo mismo al odi~",do opulento que
al compaftero de desgracia!
En este capítulo no me propongo apreoiar la influen-
cia, ele las condiciones económioas especiales ele todo un
pueblo sobro la criminalido,d, en compal'aoi6n con otro.
Se ha observado ya que una nación pobre tiene general-
mente mayor criminalidad que una na0ión rica.
La miser1a, dice un ilustre publicista, engendra la ab-

(1) F. 'rurati, rz<lelilto e la questioue sociale, Milán, 1883.


170 CRIMINOLOGíA

yeooión y la abyección de los más hace nacer la tiranía


de unos pocos.
De aquí se origina un eBtado morboso de la sociedad
en el que las asociaciones de rnalvados faoinerosos e.ier~
cen abiertamente la tiranía en medio de un pueblo co-
barde y degenerado. Por desgra.cia, la.s provincias más
pobres de Italia son las que d~n el espectáoulo de maJor
y más execrable delinouencia. Acaso no hay en esta na-
ción clase agrícola más desdiohadR. que 1& de los brace-
ros de Lombardía y del Véneto, en los cuales hao e es·
tragos la petagm, y, sin embargo, allí la d¡;\lincuencia es
esco,sn. porque ,qene?'almGnte la poblaoión es rioa y el fél'til
valle del Pó es la región más floreciente y productiva de
todas las de Italia. 8iemp1'e el 11UlIfIor 'lt'Ú'llte'l'O da, por de-
cirlo aSÍ, el tOiW 'lM?'at ti toda la población y los pocos que
se rebelan se ven obligados á seguir á la mayoría sin-
tiendo la influencia del ambiente social que '!;olr¡.ntes aucit
noten teQ t?'aMt (1).
De aquí se deduoe que la influencia de la miseria es
destruyendo el oaráoter naoional y corrompien-
indi'l'(}(Jtaj
do. el ambiente social, víene á ser el foco de la futura de-
linouenoia, la cual depnnde entonces cli?'?3Ctame1¿te de ~a
corrupción 4e1 ambiente mora], de 10 cual trt:\tal'é m.as
adelante.
Las condiciones económicas relativas de la.s naciones,
aun oUHndo son oiertamente más modifioables que los
factores m",turales~ representan, sin embargo, un el~­
mento de baetante estabilidad, es decir, que es susceptI-
ble sólo de lentas modificaoiones. La culpa, ó aoaso la
desgraoia. de la pobreza. de un pueblo, puede ser de Itt~
generaciones pasadas, no de sus actuales habitantes;· SI
la nueva generaoión trab~ja activamente, podrá prepa-
rar á sus 11\106 un porvenir más risuei'lo, pero cntre tan~D
la suma actual de la riqueza públio~) es una situacion
INFLUENCIAS ECONÓll1ICAS 171

ineludible de hecho, como 10 son el clima y la situación


geográfica. No tratarnos, pues, en este momento de es-
tas circunstancias de heoho, porque no se trata ele ver la
inflnencia que la suma de la riqueza pública puede ejer-
cer sobre la criminalidad de uu país, sino de la que ejer-
ce en ell.;¡, el modo con que esta riqueza se encuentra dis-
tribuida entre 108 habitantes, estado de cosas que el so-
cialismo cree artificial y mudable.
Respecto ti. esto se puede discutir mucho, pero la
opinión contraria que cree necesaria la desigualdad
de los hienes naturales, es independiente de esta otra
cuestión de hecho, á saber: si la iniquidad económica, cs
decir, la condición sooial que hace nacer la miseria, es la
causa pl'inoipal ó al menos una de }<ts más importantes
de la ot'iminalidad.
El sentido en que empleo la palabra delito es ya co-
nocido del leotor; tenemos que ponernos de acuerdo
aoerca de la signifioación del otro término pl'oleta1'iado al
que se atribuye por una triste necesidad de su condioión
el mayor número de delitos.
Proletario es el individuo privado de bienes inmue-
bles y que no ouenta con otro medio de subsistenoia que
s)l trabaJo manual, ?'et1'ib1~íd/) PO?' 'ttn saZa?'w, ordinaria-
mente diario, en que la medida está determinada por el
valo?' de los objetos que en determinada sooieelad y en de-
terminado tiempo representan lo est?'zctarJMnte necesa?'io.
Todo oapital producido por el ahorro hace pasar al pro-
letario de su condición á la de propietario (1).
Por lo mismo no puede negarse que el proletario,
más que oualquier otro individuo, está expuesto al ham-
bre, si el salario, que es Su únioo medio ele existencia,
llega á faltarle siquiera un solo día. .
Entonces puede suceder que cometa un robo para
procurar pan ya sea á sí mismo ya ~ su familia. Este es

(1) Tal es la definición dada por Bloclr, Diccionario de política.


172 cRnUNOLOGÍ ....

el caso de Juan Valjean en .los JfiseraM:s. Ko diré con


un escritor franoés que esta no es una figura real, por-
que no existe en Francia una población como Favero-
Hes, en la que un buen trabajadur, conocido por su acti-
vidad, por su devoción á una viuda y ti unos llUél'fanos,
no hubie88 encontrado algún !WOOl'I'O en ct1.S0 de urgente
neoesido,cl (1).
Creo, por el contl'urio, que un ansa SGm0jante puede
ocurrir, poro qUe, sin eluda, es muy rm·o. El condt.l de
To};:)tol, que visitó gran número de habitaciOnes PObl'ÍEí-
mat5 en Moscow, encontró tao sólo una mu.ier enferma
que decía que no había eomido hacía dos días. Pudo no-
tar que casi no babía una P(W~Olla. que necesitase auxi-
lios inmediatos. Tarnbién 001110 entre nO!3ot.rof:1, dice, ha-
bía personas más ó menús buenas) más ó menos malas,
mó,f5 ó menos felices ó desgraoiacla8. ErB.n personas tales
. que su clüsgra,oia no clependía üe circunstancit\s exte~
riores, porque estaba (m ellas mismas de tal manera)
que no lSe les podía mitigar con tUl' SOCUITO en metá-
lico (2).
En nuestr'o estado de civilización, aparte ele los mo-
mentos de crisis, oasi todos los hombres de buena YO-
luntad enouentran trabajo; si tienen la clesgracia de no
encontrarlo, oasi siempre se les tenderá.una lnano bien-
hechora, entre las personas de su círculo más ínmecUo.-
too Por' otra parte, el homl1l'e que, sin oulpa suya, se
muere de hambre, se ~ncontrará moralmente JustlfIca-
do, sea cualquiera el medio de que se valga para satlsfa-
cel'la.
Si usa del derecho de la pl'opia conj6ervación, no pue-
de c. ometer un delito) pero de ordinario sucede que lo
socorren los que están á Sll lado y son menos pobres
que él.

(1) A. Franek, Ph~706ophie dtl d'roit peru;¡l, pá~. 147, Paría, 1880·
(2) Tolstoi, dQuO !'aire? París, 1$6 7.
1
lNFLUB~CL\S geON6:\IlOM5 17H
E8 indudable que existe 14 pobreza absoluta) p~ro
Jomo su ü~\1Ba es casi siemprB la falta de valor y de ao-
tiviclacl en la lucho. por la vida, va siempre acompa..flo,da
:le ulla c!'fpecie ele apatíiJ., que tl\n sólo pide los medios
para cunSCl'vnr la existencia animal: l) . t)u consecuencio..
m;Hnal'in es I~1> mendicitlad) no el crimen, porque éste exi-
~'c siumpl'e un esfuel'zo de qlle son inoo..paces las personas
::\qotn,clu.s por los sufrimientos. Los mendigos son do~'e­
nerallus de lino. oi:lpecic distinta ele la ele los cl'iminules.
La inllWlll-ia lllC\yoria de 1;,,, clase tralJajadora no se
Bncucntru Gn tal esto..do do indigencia, ni la mot'tifica el
ilb'ui,ión del Iw,lllbl'c, sino el de la envídia producida por
la Yi8tn de las l'iquCZt\8 ajenas, (Iue hace parecer aún más
dolorosa la pourezt\ propia.
Pero no es t¡:m sólo el proletario quien prueba ese
sentimiento; las ncccsiclndcf:! esl:ó,n en l'elaüÍón C(JO los
cleBeos. y éstos eün la oondición especial del inclivichlO:
el que tl'ulmju. por salario $e cree pobre en relución con
su putl'ono, el p<.\queiío propietario en relaci6n al gran
propietario, el empleado si se oompara con el jefe de BU
oficinu, 6. mediLta que so asoiemle en los grados de 10,
escala 8ocial, el esplendor de la t'iquezu. del que acnpa
un puesto superior á atr"o, hD..C8 ouscurecer la de este úl-
timo. El <(ue tiene un millón de oapita.l, envIdia, al que
tiene un millón de renta, y puede sentir una envidia pa-
!'ecida á la. que se apodera del oultivador, en l'elación
con él aparcero.
De aquí, que así 00010 esta avarioia puede impulsar
0.1 labrador á robar leña, puede irnpulsal' al aparoero á
engañal> á su propietario, al tenedor de libros á falsificar
sus asientos, al comerciante riao á lmaer una quiebra
fraudulenta,. y aUn al propietario á fa.lsificar el testamen~
to de un millonal'io.
--(l) Eug. BcretJ De la miSB1'e d~s olaSlies la.oonri0U86J. Bruse-
11;\13,1812.
174 CRlMINOLOGíA

El sentimiento de la avaricia existe en tudos los hum-


ures en más ó rnen08 grado, Mas para que este senti-
miento pueda engendrar el I.,;rimen, es necesario que el
individuo se encuentre, no en uua condlción ~conÓm·iClt es-
pecial, sino en una Gonc!ición psíquica pariicu ht?'tsima en Iv.
cual haya ausencia ó disminución del 'instin.to de 'P1'obidad)
y al mismo tiempo indiferencia por conservar la. buena
reputación, que muchus veces se desea guat'dar intacta,
ya por amor propio, ya por interés, lo que haoe que mu-
chas personas, no teniendo un instinto innato de probi-
dad, sepan resistir á 10.9 impulsos criminales.
Desde luego que semejantes condiciones psíquioas es-
peoiales subsistirían evidentemente en 01 individuo, aun
oml,ndo la miseria desapareciera por completo, y el fac-
tor social del orimen reaparecería bajo otras formas; el
ladrón vagabundo de hoy se convertiríR en el obrero
desocupado de mañana, Únicamente podría preBumirse
la desaparición de los delitos naoidos de la avarioia,
cuando el delincuente no tuviese P?'OI)(JC!W a1!lwno en con-
sumarlos, Per"o esta presunción Jamás podrá tener lu~
gar, aun suponiendo que se quiera establecer un nuevo
ord~n económico cualquiera, ya sea éste una reparticióll
matemátioamente igual de la riqueza pil.blica, según 105
oomunistas; ya un reparto fundado en el trabajo y el mé-
rito, según 108 8Gcialistas.
Toda ley creada por el hombre, por el hombre puede
sel' burlada. Es rnenestex' ser demai:líauo inooente para
Cl'eer que no 8e encontraría medio de procura.r3~ una
Yent~itl, oualquiera, oon detrimento de otro, y en una for-
ma dístinta de la pecuniaria, en los falansterios de Fou-
rier ó en los estableoimientos agrícolas é industriales de
Cabet (1). Ni hablo tampoco de las asociaciones obreras

'(1) ¿Podéis creer 'lue sea imposible toda. olase de hurtoS?


No trato de los cleptólIl"anos, dolos 1l1drones impUl¡;¡aclos por la
locura, no; me refiero :i los ladrolles oomune5, á quien, por ejem-
lNFLUEKCIAS ECOK6l\IICAS 175
de Marx y de Lassalle. El socialismo contemporáneo que,
habiendo ooupado el puesto de un comunismo anticuado,
admite L{ue un individuo pueda ganar más que otro, re-
conoce por consiguiente la imposibilida.d de est[l..blecer la
igualdad económioa, y reemplaza este principio por el de
la justa retribución del trabajo. Ahora bien; la desigual-
dad eeonómioa ¿d<:;jal'á de hacer posible la aotividad per-
versa alIado de la actividad honrada? La sed de ganan-
das basta para que la exoitación al crimen sea la misma.
Aun cuando sustituyeran al dinero los bonos de t1'abajo,
por los que todo obrero podría, en compensación del
que hubiera prestado, tomar en los almacenes públicos
aquéllo á que tienen derecho ¿dejaría de existir la raza
de los vagos y de los desoc1lpados? Y éstos, encontrándose
en la imposibilidad de procurarse estos bonos por sí mis-
mos, ¿no intentaría.n adquirirlos por supercheria ó por
violencia? Establecido el principio de que cada uno no
puede consumir ::lino en relación con lo que produce, ;:no
sabrían eneuntrarse mil medios fraudulentos para vivir
á expensas del trabajo de otro? ¿No existirían siempre
descontentos v desheredados?
Estas conslderacioneB, pueden hacernos pensar racio-
nalmente, que la desaparición de la miseria no haría de
ningún modo desaparecer los crímenes ó delitos que tie-
nen I:lU origen en la avaricia.
, Pero al menos, esta supresión ¿no haría disminuir su
numero? Este es otro punto sobre el cual no están de
acuerelo los sociólogos.

- Casi todos afirman que la miseria puede ser el móvil

plo, roba movido por la. envidia á uno de sus conciudadanos al-
g~no de esos objetos de uso personal y ootidiano que son de pro-
pledad privada, al que oonsiderando molesto andar algunos kiló-
llnatral) para }Uegar al almacén de la comunidad, p~'eftere tomar
aS""ro
J!
..
Y1Slones quo uno de BUB vecinos se ha procurado ya y de
otros de la misma índole. '
E. Ferri, SocialiSmo y triminaUclacl, pág. 73. Turín~Bocca, 1883.
176 CRH>llNOLOG fA

del crimen. Yo dudo-dice Ferri-que una vez aL olida


la propiedad individual, puedan cesar los robos. Segu-
ramente, que si llegase á suprimirse esta instituoión, la
mayor parte de los delitos que á ella se refieren desapa-
reoerían, pero no todos (1).
Voy á exponer, con este objeto, una ouservaoión que
se deriva. lógicamente de las ideas que acabo de indicar,
y que además me pareoe confirmada por los hechos.
El proletariado es una condición sor;ial lo mismo que
cualquiera otra condición que le sea superior. La ca1'en-
cía absoluta (le cctpitaZ, que le caracteriza (presoindiendo
de los casos excepoionales en que es la falta de lo nece-
sario, es decir, de albergLte, de alimento propio para el
elir:ua, lumbre en les países [rías), es una condición
económioa permanente, que no tiene oaráoter anormal
para los que están acostumbrados á ella. Constituye un
estado de malestar tan sólo para los que tienen deseOS
ó necesidades que no pueden satisfaoer por medio de su
jornal diario. Pero ese malesta?' económico puede existir
por una raz6n análoga, basta en la alase de los oapita-
Jistas, si se reemplaza la palabra salario por la de renta.
Nada nos dice que esta desproporoión entre los deseos Y
la posibilidad de satisfacerlos sea mayor en las olases
más bajas. Si los ricos-dioe Tolstoi -comen y beben
bien, esto no obsta para que sean también desgraoiados;
también ellos están desoontentos de su posioión} miran
con tristeza el pasado y desean lo que no tienen. Esta
posición mejo'?' en la que tienen fija su vista, es la misma
que aquella plllr la oual suspiran los habitantes de la oasa
de Rijanoff (el albergue de los mendigos), es deoir, una
situaoión en la que trabajasen menos y aproveohasen
más del trabajo de otros (2). Hasta parece que, salvando

(1) Férti, obra citada, pág. 127.


(2) Tolstoi, Que {aire? París, 19@7.
INl"Lt'BNCL\S ECOl'iÓMICAS 1,7

el abishlo que sep<tl'a los pl'uletarios de los pPOpietal'io~,


los d.~seos crecell en éstoi:i en proporción á su riqueza, pOl.'
OMtSa de las más frecuentes ocasiones que tienen ele co-
nocer y apreoial' los refinamientos del lujo y del r.·o1~fO'l·t
y de notar lo que les faltu para gu~al' aún má8 de la
vida. .
Ahora bien; si el mall\¡.;t!).,r económico, entenuiéndolo
o.sí en UI1 f3(mtido l'ebtivo. no es proporcionalmente rna-
yor en b. clase más ba.i~¡" no hay lln<t razón para que ésta
~ufI'a más quo lar:; o tras los impulsc\f:; que b llevan al
crimen.
ER c.ierto, sin embargo, l{ue el robo, que es la for-
111tl. mlie groser.), de a.tentar' oontr.1. In pr'opicdl,d, se halla
espa.r(jid\\ en mn..'íOl' esc~{h entre 1118 vlase~ infimas de la
sociedad; pero en carnbio está compensado por JI,\8 falsi-
ficaciones, hs qUiebra¡;; y las concusione~ ele lus olasel:>
superiores, y est:08 delitoH IlO son mús ([1..1e variedades de
un mismo delito natural; no 80n mv.s qUE" formas apro-
piar.h~8 á lai:l cUferente8 condicione"! BOdalos, en las que
l~ pasión del oro, llegando á un mismo grado, se mani-
fIesta igualmente; no son ¡jino efectos de la falta de un
Ít'eno moral de la misma naturaleza.
Elleng-uaje común que traduoe la con(jien(ji~t públioa,
m~cho lllejOl' que las frasee:; legales, oulifica con un solo
eplteto á todos los delinouentes de esta. especie, y llama
la~r'ljn 10 mismo al de¡;;dichado que roba un reloj que al
C~\lero ql1e se escapa con dinero del Gobierno, tanto al
comerciante q'ue hace una quiebra. fraudulenta como al
alealde, al diputado, n.I magistro.do ó al ministro que veIl~
den la ju:sticia ó los favores del Estado.
, Si los desgraciadas que raban. no fuesen pobres, se-
~ltl,~ quebr:\dos fraudulentos, empleados infieles, propie-
arIOs falsificadoresl
ta y he ~q~í cómo el mejor argumento de los socialis~
15, q110 hmlto.ndo sus obser'7aciones al robo, 'Y notancl0
qUe es mús común en las clasel::1 pobres, creen que los
12
178 CRllrlINOLOG1A

atftques á la propiedad cesarían con la i;)upreSióll de In


u'\iseria, cae por su base (1;,
En lugar de hablarnos del proletariado, debería:n ha-
blar dd malestar económico, y como éste nace no ya de
la djstrjbuci6n designal de los hienes naturales, sino
mas bien de la desproporción excepoional que existe en-
tre los deseos y los medios de satisfacerlus, -y se ell0Uen~
tra en todas las clases sociales, en las medias acaso más
que en las últim;,l,i:l, en tanto que pueda ser útil la acti-
vidad delincuente, es decir) mientra6 que pueda produ-
oir un luoru, no dejará de existir el delito entre los hom-
bres inmorales, cuya I'aza está mezclada á todas las ola~
ses en proporciones próximamente igualos, desde e1mo-
mento en que se trate no de la inmoralidad superfioial,
sino de la fundamental, que haoe posible el demo.
¿Cuáles tlon los hechos que podemos prersentar en
prueba de la verdad de esta afirmación?
Sel'ía posible hacer una demosh'ación cQlnpleta si po-
beyéramos una estaclÍstioa del proletari.:tdo en relaoión
Don l.l¡ criminalidad; entonces a.caso la elocuencit1, de·los
números nos dispensaría de hacer largos razonamien"-
tos para. probar el error de esa idea tan general de que
la miseria e8 una de las principales causas del delito.
Pero, por desgracia) carecenlOS de: esos elementos, Y
para obtenerlos de una manera aproximada debemoS
prooedet· por induooión.
Por eJemplo, no queriendo ooupaellos desde ltwg.o
más ql.lf: de esa parte de la oriminalidad) cuyo móvil dl~
recto puede seJ.' la oodicia) podemos haoer una üompa-
ración entre el número de delitos qu.e se oometen ,gene.;..

(1) Yéanse, por (>jemplo, Turati, Il delito (j ley, q1/lJstione soai~¡e,


l\Iilán, 1883, pág. 92. «La relúC16n de los dl¡\litos contra le. propIe-
dad y las desigualdades sooiales, ISO halla demostrada de una 11l1l-
nera tan incontestable por el e~cedente cal:i1 exolUsivo de lRS (l~a.
ses ínfimas en olllúmero de ladrones que 111 uun 105 soci61ogoS de
la bÚl.'gutlsía se atreven á 'ponerla en dudu).
INFLUENOIAS ECO!\OMIOAS 17n
l'almente por la c]a8e más baja y 108 que verosímilmente
se clelJen a. indivicluos de clnses más acomodadas. A este
fin repl'oduciré aquí algunos datos sacado,:; de las esta-
dístioas itaUt~nas de 1880.
Entre los delitos de que aquel año conocieron las
Cálllarils de acusación se cnentnn 123 robos á mano al'-
malla ó c.on homicidio, ~H9 robos con violencia, 195 ten-
t:.\tiv~ de este mismo delito, 1 '1.616 hUl'tos cualifioados}
700 tentativas de hurto y, pot' último, 971 ocultaciones
de objetos robados, tota.l t !1:.524 delitos, que pueden su.-
ponerse oometidos por proletarios, aun c1.1ando los 8e-
cuest[IO~ y robos comprendidos en estas cifras deban
atribuirse con frecuencia á la camorra ú otras asociacio-
nes crilhinales, que no están dirigidas por incljgent~s,
sino por personas que tienen suficientes medios de sub-
sistencia oon independenoia de esos luoros inmorales.
. Frente á e!:!os crímenes podemos poner 230 sustl'ac-
mones, corrupciones y concusloner; cometidas por em-
plea,clos públicos, 507 falsHiol:.lclones de moneda, de tí-
tulos} de obligaciones de! Estado, de sellos do timbl'6s,
e.tcétera, 642 falsedades de documentos públioos, de 66-
critUl'as oOmet'ciales Ó prívadas, 154 quiebras, 470 .frau-
des relativos al oomercio, á las industrias, á las artes;
10 delitos relativos á las subsistencias militares y á los
contratos púb1ioos; tota.l 2. O11 crímenes, de los Guale.8
muohos pOr su na.turalez~, otros pOI' las dificultades ql+e
ha debido presentar su ejecución no podían ser atl'ibuí-
dos) por regla general, á los jndigentes. <

Pero todos los delitos de esta tutimu serie nQ son máe


que ~feoto de la a~arioia precisamente, como los atenta~
dos a la. propiedad ajena 'Y que Be llaman hurto, robo,
secuestro, etc. Son, pues, dos oantidades homogéiJeas
e~~e las cuales puede estableoerí:!e una compa.ración.
1o~ una parte 14.524 deNtos de p'l'oleta1'ioó', por o~ra 2.011
~ela~ ,rJ;e.p~opiJ3ta'l'if);r, .~e. mGldo qu~ I?s .pl~~l,llqrVE!.:~~tán ,en
elal.\910n mm 1051 segundos pró-xlmamente oomo 8S·/á ¡,~f!
180 CRIMINOLOGÍA

¿Cómo se puede determinar de una manera aproxi~


mado, la proporción de proletarics en tod<.l, la población
de Italia?
El cenSO de 1871. había dado una oifra de 2.216.633
propietarios (1), pero se suponía que la cift'<J. real era mu-
cho más elevada. (2).
En efeoto, según los datos que he podido obtener del
censo en 188J, parece que los inscrJptos como pl'(lpieta~
ríos exceden de la cifra de 3.üOO.OOO, siendo de advet'tit'
que gr'an número de estos propietarios sun muy pobres;
en el ceniiiO de 1861 aparecían 1.0'27 A:51 Gomo agriculto-
res ó labradores Ó corno dedicados á la pesca., al pasto-
reo Ó á la minería, y entre ellos hay muchos pobr{;ls, que
no tienen más propiedad que su choza ó alguna obrada
de tierra, insuficiente para su subsif3tenoia. Hoy existen
oerca de 25.000 individuos inscriptos como propietariOs,
que pagan menos de cinco liras de oontribución directa.
El número de los que están en situación algo menos
maladebel'iareduoir en mucho el número de los 3.000.000,
pero quiero, para que la demostración 8ea más palma.-
rla, conservar esta cifra COIllO opuesta, no ya á la miso-
ria, sino al proletari:¡do en el sentido qtlC suele dárstde
de clase que O801'80e en absoluto de capital, y entonces,
estableciendo la proporoión con toda la población, que
en 1881 era de 28.459.451 habitantes, tendremos el re-
sultado de que los pl'oIetarios están en relación con los
propietarios como 90 con f O.
De manera que mientrae de 100 personas 90 serán
pobres, de 100 crímenes ocasionados por la avarioia,88
deberían atribuirse á delincuentes pobres, ¿no se puede,

(1) Entre éstos 672.312 no han declal'ádo más profesión qUl'


la de proptétarios, y vienen li \}oll$tituir próximamente e12 Y 1/3
por 100 de la pobla~i6n en aquella época .
. (2) Véaso Introducnióu al torno relativo á JU6 profesiQlles,
pág. 10.
lNFLU:M~C1ÁS ECONÓMICAS 181
puesJ deducir que aun en esta clase de crimiualidad,
cuya razón es di'rcctwmente económica, el proletariado no
tiene una parte superior á las demás clases? •
¿,Y no es visto que la miseria entra en los factores de
la criminalida.d en Pl'op0I'oiones qtle puede decirse. que
son compZetamrmte idé1¿ticas á las del rlbatestt/,?' económico de
las clases superiores, malestar que durará siempre has-
ta tanto que sea posible no sólo dal' i1 todos partes igua-
les en los bienes naturales, sino también impedir que un
hombre gane con su trabajo más que otro'?
Pero si debemos negar ahora 'que el malestar ue los
proletarios representa uno de los principales papeles en
la produooión de los delitos cúntra la propiedad) y aun
más impor.tante que el malestar económico de las demás
clases, ¿,qué hemos de decir de la opinión de algunos SOd
clalistae que atribuyen á la m5.ecria basta los delitos oon M

tra las personas} y en general, toda clase de delitos?


En este punto sus esfuerzos son más visibles; co-
mien7;an por deoÍl' «que en Jos delitos contra las per~o­
nas la influencia de la mala organización soctal es menos
aparenten (1 l.
. ~in embargo, la influencia sutil de la miseria penetra
a través de todos los delitos, dado caso que] como los
8?Oiólogos de la burguesía, no se limiten á considerar tan
solo sus relaoiones inmediatu.s y exteriOl'es. La miseria
va siempre acompañada de la falta de educacióu; y de
aq~li los malos ejemplos, el menosprecio de la honrad~::¿;,
menor solidez nerviosa, exoitaoión á las pasiones más
bajas, impotencia de la reflexión, un drJjlcít pet'manonte
en el k(!,ber de las satisfaCCiones vitalela, manantial de
fel'mentos oriminales inconscientes y seoretos.
Ya hemos' hablado antes de la influenctá que se pue-
de atribuir á la educación sobre la moralidad] y hay que
ü'ftadü' que la mala edU\~«iQtl. del pueblo signlfloa gro-
....... ..,....,--
182 ORIMINOLOGIA

sería, pero no la falta dliJ los instintos mor~les funda-


menta.les que se transmiten hereditariamente y 80 des-
arrollan por le, educación familiar en ~ todas las Glaseo,.
pobres y rioas, oultas é ignorantes,
!-lemos añadido que otros que confían más en el po-
der de la educaoión creen que puede produdr en el ca-
rácter una nueva capa que pueda cubrir la primitiva,
hereditaria ó atávica) y, por últirno, paI'a lUl:3 que susod:.
ben á esta últtma opinión} he demostrado en qué oondi·
oiones y por qué medius se puede aloanzar ese ete,cto;
la condioión es la iUfaúcia, los medios, lo.s ejemplos do-
méf:ltiGos ó la insinuación en una fe religiosa que impoll~
gu. una moru.l irreprochable.
Ah0l a bien; en tanto qU(:í lo, mayoi'ia de la población
1

tenga oomo base de carácter los insl.intos morales d~


que hemos hablado antes, estos i.nstintoB se transnüti"·
rán por herencia y se desenvolverán Gn tod¡:ts las 010.588,
pobp(:\s Ó ricas, ínstruídas ó ignol'arites) por la ectllOe,-
ción de la. familia.
No se trata aquí de la delicade~a, que es patl'lmonio
moral de pooos, ni de virtudli:le, l1i de sentimientos nobles
y generosos, sino s610 de UUtl. cu¡;tUd::-l.d 1wJctti'IJ{t, la 1'13-
pugnanoia á un númeJ:'o determinado de acciones ouya
irnnoralidad ee reconooe universalmente, tanto por 18;s
clases elevadas 0omo por las Ínfi.matl de una población.
Si es cierto que. efJOS in~ti.nto8 morales son el resulta-
do 'evolutivo de Innumerables experiencias de utílidad
hecho.s por ias generaciones preoedentes, estas expe-
l'iencias, cuando ~e trata de homioidios, de hurtos ó de
otros delitos análogos, se han heoho lo 'IJ/!~mo entre las
chtses más elevaaas !lue entre las rlMÍ8 !t·wmilitc8. El instinto
dc'p1edad'Y el de probidad) aun ommdo limitadísimo s, vi-
ven' también entre la máa baja plebe, en ella, como en
las .'olases elevadas, existe la misma ~'epugJlanoia hacia.
la sangre 'Y haoia, los robos; ya violentos, ya astutoS. La
evolución, que oontinúa en las clase!;1 altas pr(luuoiendo
186

los eentimlelltos más dehcadus, se encuentra detenida


en las bajp,t:; 6 progresa en ellas CQn movimiento bastan-
te menos aoelerado; la moralidad ~e limita á pooas 1'e-
p~1.gnan(Jlas,á pOOOB sentimientos, per'o éstos existen en
ellas en igual medida y en igual proporción, los indi-
viduos privados de esta mOl'alicbd rudimental'iét son
igualmente raros y anormales en una y otra.. clase. ü;\-
audablemente la ml~01'ia impIde lrt buena eduoQ,oiún, y
la.1'alta de educaoión produce lo. ft\lta de desarrollo de
k. mOl'alid<:J,d, pEll'O no es conseouencia precisa de esta.
falta de llesartollola NWEmoia completa ó par(~lal de al-
g'1.1O.0S sentimientos altruistas, como la piedad ó la pro-
bidad elementales.
Ya he probado la verd1\d de esta aserción pl~ecísa­
mente en el terreno ~n que ha sido más uombati(la) es de-
cir, en cunuto se refiere al im;tinto de probidad.
Abora voy á probur con ayuda. de otras oifras que la.
criminalidad en general no so encuentra en lllayores pl'O-
poroione~ entre Ir,s clases más bf~ja6 de la ~ociedad y
ql.l.e, poe oonE3iguiente, se culpan Bln raz6nla miser'h y la
faltu de educación de estas clase8.
La, estadística oriminal formada en Italia para el ano
~ie 1830, nos vice cp.le los tribunales correccionales han
.lUzgado p .293 pl'opietaI'los y 08.224 individuos que no
pOseían no.da (1), es deoir J que los primeros están en re-
lación á los segundos como 17 1/2 á 100, Y representan
lU~8 de In sexta parte del número total de los acusados;.
8.61, pue~, mientras los propietarios sólo representan el
10 6 ,el 11 por 100 de la pC1blaclón, úaloulando COIlla am-
P~itud que ]0 hemos hecho auteriormente, representa'~
nan, Pl'óxitnamente, el 16 pOI' 100 del total' de la delín-

'-
cuencia correcoional.
(1) Hay además otra citl,'a relnti.vl\ á los ftC\laadQs ouyo estado
perol ¡:ro4)l¡1nd,.o ,(j.jyidh'se oste luhnerQ en
Q\l fOl'tulu>. so ignora,
pal'te~ iguales entro la$ uUf!, .~t@I!J~¡UJ ll.fl pJ,'e~cll1dido d@ ello
E$tndlGLlca citada, C1,ladl'o 7/'
184: CRnUNOLOGÍA

Las cifras que dan los Tribunales de AssistJ$ son un


tanto inferiores á las anotadas arriba, porque el número
de propietarios no llega más que al 10 por iOO próxima-
mente, 6943 propietarios por 8.131 no propietarios, pero
hay que advertir que este número se refiere tan sólo á
los propietarios de inmuebles y además no á 106 proce-
sados, Bino tan sólo á los oondenados. Esta cifr.a infe-
rior de propietarios oondenados por jueces burgue~esJ
tiene á mi modo de ver una significaoión muy distinta.
S610 sirve para confirmar más la observación heoha con
bastante frecuencia de que un jurado se deja seduoir
fácHmente por la elocuenoia de un defensor que un acu-
sado rico puede elegir entre 108 meJores abogados, ó lo
(iue es aún más vergonzoso, por el inoentivo de la ri-
queza del aousado ('1).
Si ahOra quisiéramos valuar los efectos de la maJa
eduoación que acompaña casi siempre á la miseria,
podríamos presentar innumerables pruebas de la inde-
pendencia del fenómeno oriminal, con la condioión social
y la oultura del individuo. Elijamos alguna de ellas.
Clasificando por pr'ofesiones los acusados de delitos
oorreocionales> veremos que la oategoría más miserable
y más ignorante en Italia, la de los agrioultores, da el
25,39 por 100 mientras que las clases más instruidas, las
de los comerciantes, industriales, los que ejercen una
profesión, los artistas, estudiantes, militares y eluplea-
dos, dan el 13,58 por 100 (2). No es necesario consulta:'
las estadísticas generales para deoír que, relativamente a
su número proporcional, estas clases se dejan arrastrar
al crimen más fácilmente que la pr1mera.
La proporoión es aún más grande en los condenados

(1) El oficio de jUl'ado existe por desgracia; hay cOlual'Oas en


las que se ejeroe casi públicamente. Algunos jUl'ados tian¡;,n haS'
ta su tarifa conocida.
(2) E1JtarU8f.ica criminal, pág. 86.
INFLUENCIAS BCONÓMII'AS 185
por Tribunales de Ass¡'\'cS, porque llega al 13,:SS por 100,
y es de notar que 108 comerciantes é industriales tan
sólo entran en ese número en razón de 11,62 por 100 (1).
Para poder valuar, con una base ::;egura, la influencia
que puedo ~iet'cer la cultura individual, hay que apreciar
la üifca de los no instruidos. I~stos, según el censo do
1881, están en relación de 67,25 pUl' 100 con toda la pobla-
ción, y la proporción de los no instruídos que fueron juz-
gados en 1880 pOI' los Tr'ibunale8 cOl'I'e0cionales, difiere
muy poco de esta cift'u porque representa el 68,OD por J00
siendo inferior en los condenados por los Assü,'es, que no
es sino de 66,72 P01' 100, de donde puede deducil'se que
la instrucoión alfabética no demuestra hasta hoy en
Italia una influencia decisiva dañosa ó favorable á la ori-
rninálidad. Observaciones semeJantes se han hecho en
Francia.
Pet'o n0 suoede lo mismo cuando se examina la pro-
porción de 16s delitos que oometen las clases más ins-
tr\.lídas.
Entre los que ejercen profesiones liberales, hay en
!taHa Un condenado por oada ::345 individuos, mientras
que entre los. agricultores, solamente hay uno por
ca,da 428 (2).
La diferenoia proporoional es bastante notable, perc
aun es mayor en otros pa.íseB.
. En Prusia, por ejemplo, se o0upa en profesiones
liberales el 2,2 por tOO de la población y dan e14 por 100
de criminales (3). En Francia los comerciantes y los que
ejercen profesiones libera.le¡; ex.oeden en muoho á la ola~
se agrícola y manufacturera en la perpetración de los
delitos más gri),VeB, 1::\1 se exceptúan 10$ robo!:! cualifioado::,.
En 1879, la ala~.;e agríoola ha contL'ibuído en proporoión

--(1) Esta,cJ.ÚiticCt crimWiu1, pág. 47.


(2) I.ombroso, L''Oomo dá~!l'Lun¡.M,2,fÑ edicióu.italhwiI, pág', 2i37
(3) Lom.broaso, pág. il~.
186 CRIMINOLOGíA

de 49 por 100 á la ejecución de los delitos de homicidio y


asesinato y forma el 53 por 100 de la poblauión; mientras
que Jos que ejercen profesiones liberales, que están en
la proporción ele 4 por 100 oon la población total, ha da-
do un oontingente de 7 por' 100 (1). Es r:;¡,ro que M. de
Haussonvi1le llegue á creer en la influencia moralizadora
de la Cultura superior, por el exiguo número de aousados
ue
que la han recilJido ('l), pues se ha olvidado hacer una
propuroión entre el exiguo número ele acusados y el exi-
guo ¡número de personas que poseen 0,sa instrucoí6n
8'-lperiur, en l'elacirín con la población entera.
Es necesario, pues, hacer' constar que la población
á la vez más pobre y má~ ignorante tiene menor activi-
dad criminal en general y aun menor en relación con los
delitos más graves. En efec;to, la C',lase agrícola compren-
de en Francia, además de los pequeños propietarios, más
de un millón de arrendatal'ios y más de dos millones de
jornaleros (3). No hay que decir que no se comprenden
en este número lus mujeres ni los niños.
Es sabido que en todas partes, pero en Prancia máS
que en otra alguna, existe un verda.dero contraste entre
la pobl'l:'lza y la ignorancia de los agricultores, y la cul~
tura y relativo bienestar de los obreros de las ciudades.
¿Qué dirán, pues, los que creen en la influencia bienhe-
.chora del alfabeto y del bienestar económico, obl:Servan-
do la proporción ele 23 por tOO en la oIO"se nln,nufacture-
ra, de 32 por' 100 en la. de arte~ y oficios) comparada
con 13,9 por 100 que es el contingente de los ugriculto-
res sobre JOO.OOO habitantes?
Pero hay aún otros hechos que vienen á constituir la

(1) Ferry, Socialislno e c1'imillalitu, pág. 80.


(2) Véase Revu/3 (les Deux J.1[01l(1es del LO do Abril de 188í, L!
colltbat cOllh'B le vice.
(3) Noti~ias sobro la estadística francesa contenidas en el
tomo de profesiones de los trabajos del con so en Italia el añO
u;7L
INFLUENOIAS EOONÓlt1l0Afl 187
eonfirmaolón de la prueba que hemos dado; por una
parte, desde el añO 1853 hasta el de 18i1, los salaríos
de los obreros aumentaron en Francia un 45 por 100; el
consumo del trigo, valuado en 1821 en un hectólHro 53
litros por término medio por habitante, llegó en 1812 á
2'i 1; el consumo de la carne, cuyo término med\o era en
1829 20'8 kilogramos, llegó en 1862 á 25'1. Por otra
parte, el número de disoípulos de las escuelas elementa-
les, que era de 57 por 1.000 en 1832, ha ascendido á 122
por LODO en 1.877 (1).
y ¿,cuál ha sido el pl'ogreso de la moralidad públioa
en relaoión con este mar'avilloso aumento de prosperi-
dad y de oultul'a?
Por lo que se refiere á la totalidad de hechos juzgados
como crímenes y delitos, podemos deduoir, tomando las
cifras, cómo resulta QUE EL AUMENTU ES DE MÁ.S DEL TH1~
PLE DESDE 1826 HASTA 1878, pero de todos modos, aun ha-
ciendo cU(tntiosas concesiones d las1'qformas de la legi.s6c(ció ll ,
I~L AUlIlENTO DE LA. DELINCUENCIA TOTAL Dll'.8DE 1826-27
HAS'l'.A. 1877-78 HA. SIDO EN LA. PH.OPORCIÓX QUE EST"~ :\00
aON 254 (2).

¿Debe atribuirse este fenómeno á la prosperidad y á


la cultura inteleotual? Seria peligroso deducir la conS0-
cuencia de púst !/,Oc, e1'go propter "hoc; pero si estas cifras
no son suficientes para probar que el aumento de los
delitos se debe al. aumento de la riqueza y á la difusión
de la instrucoión, prueban por lo menos; indudablemen~
t~, que la miseria y la ignoranoia no son oausas origina-
rlas ele la criminalidad.
Pero en este punto se puede prever una objeción.

(l) Ferri, EstucZ¡eticu (10 la crirntllaUaad en l/'runcia de 1826 á 78.


Roma, 1882.
(2) Ferri, ohl.'a oitad,~"p~t, 2Q~ ~~ p.umento en los atentad\)2 al
PUdor !S~bre los niño$, .qnl1'> d!~~QQ'I\l'\\:IiI;!,'~l)l1~ll en 1$5 1 ha llegado
en 1874. a 579) es dignu 1ftell.crta.1,'.
188 CRrMINOLootA

Si la criminalidad no se debe á la condioión eoonó-


mica del proletariado, ¿cómo explicarse las estadísticas
según las cuales, existe una relación constante entre la
cifL'a de los robos por una parte, y la abundancia de las
cosechas y el precio de las subsistencias por otra?
Esta ley estadística es rnuy conocida, y ha sido con-
firmada oon mara vilIosa exactitud. En B aviera, por
ejemplo, se ha notado que cada aumento de seis kreutzer
en el preoio de los cereales, producía un robo más en
una población de 100.000 habitantes, y que, por el con-
trario, cada vez que el precio disminuía en igual oanti-
dad, ~e notaba un robo menos,
Pero no debe olvidarse, sin embargo, un fenómeno
que se realiza siempre al mismo tiempo que el primerOj
á saber: que el número de delitos contra las personas
corresponde, en sentido inverso, al de los uelitos oontra
la propiedad, es decir, que en Haviera aumentan los
atentados contra las personas durante la baja de los
precios y viceversa (1).
De la misma manera se ha notado en Prusia que
siendo en 1862 muy elevado el precio de varios géneros
alimenticios, los delitos oont['a la propiedad alca.nzaron
una proporción de 44' 38, Y los delitos oontra las perso-
rias 15'8; al descender el preoió, los primeros se reduje-
l'on á 4.1 Ylos otros asoendieron á 18.
Y sí la subida ó la baja de los precios no se encuen-
tra limitada á sólo un año, sino que este moümíento
subsiste durante un largo período, oourre en genel'al
que una forma de criminalidad sigue la misma maroha
ascendente, m.ientras que la que le oorresponde en el sen-
tido opuesto disminuye,
La impulsión, la causa ócasionaI, el objeto del tobo,
faltan; no se verificarán robos, pero no por eso se mo-

(1) Mayer, Lo e8tacU,stic(t y la vida 8oci",l, págs. 556-57, segunda


edición italiana,.Tul'in, 1886.
lNFLUENCIAS ECONÓMIOAS 189
difiaará el fondo de inmoralidad social, y en lugar de
manifestarse la actividad delincuente bajo una forma,
afectará otra muy diferente; el alimento y la bebida
abundantes harán más excitable al individuo, yell11ayor
número de atentados á las personas depende de exoita-
oiones pasionales que en estas condiciones producirán
efectos más graves. El obrero que ha comido bien y
que ve asegurada pat-a mañana su existencia material,
procurará en seguida las divet'siones, las fiestas, los amo-
res, otras tantas ocasiones de riñas y disputas.
Así es que el aumento de bienestar social que se ha
hecho constar en Franoia por el aumento de salarios, y
el mayOl' oonsumo de trigo, vinos y licores aloohóli-
cos (1), ha dado por resultado una disminuoión en 108
delitos contra la propiedad, que ha sido de una quinta
pat'te en relaoión oon la totalidad de los delitos (desde
1836 á 1869), mientras durante el mismo período, los
delitos consumados contra las personas han aumentado
en más de una tel'Cera parte (2).
Todo esto prueba que las osoilaoiones en el equili-
brio económico, siempre variable por su naturaleza, no
son una verdadera¡ causa de la criminalidad, sino tan
sólo de lajol'ma bajo la cual aquélla se manifiesta.
No producen, ciertamente, en el cuerpo social un
efecto aNálogo al de la trichina 6 del bacteria que se in-
troduoe accidentalmente en un organismo sano para 00-
rromperlo y destruirlo, sino que pueden más bien OOlYl~
paral'se al viento fria ó á la habitación húmeda que
aceleran la manifestación de la tisis hereditaria, al es-
fuerzo ó á la emooión que producen prematuramente la
ruptura de la aneurisma; sin esas circunstancias, el in-

(1) :ml consumo del vino ha doblado desde 1829 á 1869; el del
1l1IJohol ha asoendido al triple desdo 1829 á 1872.
(2) Ferd , Estadtstiefi de Ja crimifl«'f,idud 00 Franoia, páginas
39 y 40.
130 CRIMINOLOGÍA

dividuo hubiet'a muerto después de algunos años de


aneurisma ó de tisis.
Así es que las oirounstancias quc hacen la vida fácil
6 dificil, no skren más que para determinar, en 1,\fi ?nO:"
'IJtento dado, bajo CÜJ?·tct forma, de una ,»/;anera especial, la
manifesta.ciÓn de esa inmoralidad, que antes ó después
hubiera terminado por manifestarse en una forma cri-
minal.
Las variaciones del medio ambiente, y las fluotua-
ciones económicas que con frecuencia dependen de él,
produoen con relación á la orirninalidad un fenómeno
parecido al de las mareas en el Ooéano, porque éste no
aumenta ni disminuye la cantidad de sus aguas, son,
ellas las que se adelantan y se retiran alternativamente,
de la misma manera no puede decirse, que por efe oto de
estas fluotuaciones, sobre todo de las que se present&u
en épooas fijas como las estaciones, aumenta ó disminu"
ye la actividad criminal. .
Se ha notado ha.ce ya mucho tiempo, que el máximum·
en verano y el mínimum en invierno, de los delitos con-
tra las personas, coinciden con el mínimum y el niáxi-
mum respectivo de los delitos contra la propiedad (Que-·
telet).
La d,ctividad de los delincuentes,exoitada por nece-
sidades presentes, se fija CQn preferenoia en un solo ob:-
jeto y olvida los demás; así puede explioarse la relación
constante entre el aumento de oierta clase de delitos Y
la disminución de otros.
En realidad, si la inmoralidad se limita con f'l.'eouenoia
á la carencia de uno solo de los instintos morales elemen-
tales, n.o es raro tampoco encontrar en un solo individuo
reunidas la falta de probidad y la falta de humanidad.
La estadístioa de las reinoidenoias noS da la prueba
más oompleta, porqt~e demuestra cón:W las formas m~s
vadadas. delcrilneIÍ se reproducen alternativament~,
haoíendo vanas todas las teorías jurídicas, que soIanlen~
INFLUENCIAS ECO}:ÓMICAS 191

te quieren que Iv.. ley penal oonsidl"n-e la reincidencia


esptlcifioa.
El paso de una parte de la oriminalidad de una clase
á otra por causa de la variación de estaoiones, de }v,
abundancia ó de la esca::K~% de lus coseohas, y del estado
de .1os preoios que es sn conseouencia> eS siempre
constante.
Se han ob~ervado igualmente efl;otos pureüidos en las
val'iaoioues terrnométl'icas anuales, lo mismo que en la
persistencia do] D,umento y ue la disminución de los pl'e-
e.íos durv,nte una ::w!'ie (1e años.
En efeoto; el aurnento de homicidios, de violaciones
y de heridas ha continuado en Francia por espacio de
cin.co uños ConseoutivOH en que la. prosperidad era ge-
neI'al; como lo demostréLban IOf;; precios excesivamente
bt1:ioe del trigo, de la C8.rne y del vino (1).
Todos los hechos vienen, pues, á. destl'uir la. ilusión
de los socialistas. Mo.\'ores facilidacies en la vida, más
comodidad en las clase~ inferior'es, no dism.tuuyen la ci-
fra. total de la oriminalidad) por el contrario, con el au-
mento de los salarios y la difusión de la instruoción, ha
habido en este último metIio siglo un alllnento en dife-
rentes clases de delito!:> más graves.
E¡;¡ curioso {)hserval'-dice un eSGPitor francés.-ql.l.c
la ~:Warioia o,umenta oon la riqueza, de la misma mane-
ra que COn el progreso de h1 vida de las ciudades, que
hace más libres y más freCiuentes las relaciones de los
153XOS, aumentan las pasiones sexuales, según]o prueba
la enorme progresi.án de los dentos contra 10,8 buenas
Cllstumbres. Todo lo m.l.a..! viene á confirmar la verdad d~
que la necesidad ~e excita pOl' !-;lUS propias sati~facaio~
nes (2).
(1.) Dea(le 1.818 á 1852. Véase Ferri, SociaUsmo Ó oriminautá,
pág. 77.
(2) Tnrde. La estadística cl'lminitl dél último medio siglo
(."ltevista filosófica¡ Ellél'o de HIB3).
192 ORIMINOLOGíA

De lo dicho hasta aquÍ podemos deducÍr las dos con-


secuencias siguientes:
1. 8 El orden eoonómico actual, es decir, la manera
d~ estar repartidu.1a riqueza, no ef3 una de las causas de.
la delincuencia en genera.L
2.° Las fluctuaciones que se l'ealizun habitualmente
en el orden económico, pueden produoil' el aumento de
una forma de la criminalidad que se compensa por la
disminución de otra forma; estas son, pues, causas po-
sibles de la ct'iminalidad específicn..
Quedan por examinar las variaciones anormales pro..
ducidas por la miseria, las inundaciones, las crisis co-
merciales, las revoluciones y las guerras.
Estos sucesos que cambian por oomple~o las oondi-
ciones habituales de la vida, pal'ece que debieran ser
verdaderas causas ocasionales de la delincuencia, por-
que producen la. manifestación del fenómeno oriminal
que de otro modo, en condiciunes normales, acaso no se
hubiera presentado porque no había en el medio am-
biente impulsos bastantes para deter'minar al individuo
inmoral á cometer un hecho antisocial.
A primera vista la experienoia confirma esta idea,
porque nos hace ver el aumento Inmediato de tobos á
mano armada, de hO~1icidio8, de fraudes, que siguen
casi siempre á estas perturbaciones imprevistas. .
Y, sin embargo, si se estudiara la oosa más despaoIO
es posible que s~ cambiara de opinión. Las estadísticas
presentan en tales casos el aumento de la criminalidad
más grave, no admite duda, pero acaso tampoeo aquí
hay más que una ip.versión de forma.
Yo creo que ni la misel'ia ni una inundaoión produ-
cen oomo efecto necesario el que surjan delincuentes,
sino tan sólo que estos aconteoimientos convierten en la
M

drón de ca~inos ai ratero y al vago. Así es como taUl~


bién la ·revolución ó la guerra no hacen más que trans-
formar los ladrones en facciosos y se trataría entonceS
JNFLUENCI.\8 ECm;();\lICAS

únicamente de criminalidad específ1ca, aumento por una


p::trte, disminución por otra, aun cuando b gravedad de
los delitos en aumento hiciera poco sensible 1<1 compen-
sación.
Esto, sin embargo, no es más que una opiniún que nu
tengo medios de demostrar por la estadística.
Una crisis social política ó econ(lInica puede, sin
eluda, ser caUB<\¡ oca.sional de delitos, pOl'lfue 1,t lucha por
la existencia se hace más vira en tod08 sus aspeetos; sin
embargo, hay motivos para creer que la falta de instin-
tos morales, condición sine qU(t 1/1)/1 del crimen, encontl'a~
I'ia siempre, en 1,1.n momento dado, en las circunstancias
particulares de la vida, este {) aquel impulso, que deter-
minaría la manifestación del fenómeno criminal.

IT

El progreso '1 la c:lvillzación.

Acabamos de discutir la. tesis de los socialistas, y


nuestras conclusion~s son totalmente opuestas á las S\.1-
yas: la miseria, en el senLido de falta de capital ó de eco-
nomias ó, para hablar con más exactitud, la condición
económica del proletariado, nos ha párecido, desde lue-
go, sin influencia ellla criminalidad.
Puede suponerse, sin embargo, que no ha pasado por
l~ mente de nuestros lectores el averiguar si una tesis
chferente y casi opuesta no será más V01'osími1: á saber, si
e~ a~mento de bienestar, de trabajo, de negocios, de mo-
'VlIn18nto en una sociedad civilizada, no entraña un au-
n:ento proporcional en las cifras de la criminalidad. Es,.
13m embargo, una. teoría que tiene SUS partidarios, la dI}
19
104 OlUlIUNOLOGfA

?a JJ?'ojJorcMn ent~'e la, acti'/Jidaa malltechora (crimen) y la


actividad lt07t1'{flirt (comercio, industria, asuntos de todo
género).
Esta fundada en el principio de que cuando esta últi-
roa aumenta, debe aumentar también la primera por la
naturaleza de las cosas, de manera que el aumento de la
criminalidad no sería sino aparente si fuese exactamente
P1'ojJo1'cional al progreso de la aotividad honrada. Si en
oambio es monor, se convierte en una disminuciún real.
Estas ideas han sido expuestas por el profesor Pol-
letti en un importante trabajo y merecen ser examinadas
detenidamente (1). Observaré de paso que no son com-
pletamente originales y, que en forma un tanto dístinta,
han sido combatidas y defendidas hace bastantes años.
«(La civilización, escribía Luoas en el de 1828, c.omo
no es más que el progreso de la libertad, extiende el
abuso de ésta precisamente porque extiende BU uso ... En
vez de comparar, hay que poner en la balanza alIado del
abuso, el uso de la libertad para obtener una idea exac-
ta de su moralidad... Tomemos como regla para apre~
oiar la moralidad de la oivilización eZ juzga?' la extel1.~íón
deZ abuso compamtivamente con la eztensión tiel uso». Y dado
este prinoipio, no se mostraba afligido por el mayor nú-
mero de algunas especies de delitos que Francia presen-
taba en oomparaoión en.n Esparla, porque decía: «¿se debe
acaso honrar á los pueblos ignorantes y miserables, por
el pequeñO número ele delitos, que depende en ellos de la
falta de ocasiones de delinquir y que no es más que una
inooencia semejante á la do los animales, cuando el nú-
mero ma)lor de los delitos en los pueblos más civiliza-
dos, es sólo consecuencia de un désarrollo mayor de la
libertad humana?»
Romagnosi contestaba negando enérgioamente que
fuese verdadera civilizaoión la que podía producir un

(1) El sentimiento eH la ciencia del clerecho penal. Udine, 1882.


INFJ.UENCIAS ECON6MICAS 195
aumento de delitos. Su idea de la civilización era dema-
siado alta, demasiado comprensiva para poder admitir
semejarite idea; la civilización signifioaba para él mora-
lidad, educación, respeto, actividad; no consistía, por el
contrario, en tener en un pueblo habitaciones más có-
modas, vestidos más lujosos, mayor número de tabel'~
nas, manufacturas más variadas, etc ... La perfección mo-
ral, económica y política, constituye propiamente la ci-
vilizaoión... Ahora bien, descendiendo á las causas de los
delitos, ¿á qué queda reducida la tesis de que con el pro-
greso de la civj\ización se multiplican los delitos? Para
quien entienda la significación de las palabras, esta tesis
sería igua.l á decir que el progreso de la santidad multi-
plioa los peoados, que las enfermedades se multiplican
con el desenvolvimiento regular de un cuerpo en perfec-
ta salud, que queriendo hacer á los hombres laLol'iosos,
dóciles y sociales, se aumenta el número de los vagos, de
~?s inclinad"Os al mal y á atentar oontra la paz del pr6-
Jtmo~ t1).
En nuestros días esta respuesta sería, sin duda, ~n­
suficiente, porque no se discute ya en términos genera-
les) no se afirma que la civilizaoión, tomada en un senti-
do ~an elevado, pueda entrañar un a~mento de la crimi-
nahdad. No se trata sino del progreso econórnicoJ que
podL'á ser independiente de
la moralidad de los indivi-
duos, y se presentan oifras estadístioas de las que re-
sulta una relaoión entre el aumento de la criminalidad y
la ex~ansi6n del comeroio, la multiplioación .de las in-
dustrlas, el desenvolvimiento de la riqueza públÍ(~a. Se
tr~ta, pues, de desoubrir una relación oonstante entre la
lmmera progresión y la segunda.

-- Véanse los argumentos de M. Poletti:

l\~'V~i ~magnOsi) Observatio118 stati8tiq~le8 sur le compte r(mdu {JO'


~ri...:..,lI~ 'Q.lbw!mis/iration (le la ¡uatice criminella en Franca
:~Jll~7.·
1 pendant
H16 . CRIlIIINOLOGÍA

Las estadísticas fra.ncesas demuestran que desde 1826


á 1878 ha habido aumento de delitos en la proporoión de
100 á 254. Esto no es sino un aumento n/lmdrico y no })1'O-
J}orcional de la criminalidad.
Para determinar este último es necesario relaoional'
esta suma aumentada de energías criminales á otras
energías que bttjo la 'Ímp1dsión de los mú,lws j({ctm'es han
ooncurrido, por el contrario, á garantir con mayor efioa-
eia la conservación sooial y á aumentar prodigiosamen~
te la potencia operativa. La actividad criminal no es SillO
01 ?'esid7w de las aociones sociales obtenido por un pro~
oedimiento ele eliminación de todas las acciones justas, á
saber: ele la aotividad productiva, conservadora, moral
y jurídica. Es imposible determinar, ni siquiera aproxi~
madamente, la suma ilimitada de ebtas últimas; sin 6m~
bárgo, se pueden determinar sus efectos más seguros Y
más importantes: así pues, el autor compara el aumen-
to de la actividac\ criminal en F'rancia en el período de
1826 á 1878 con el aumento ue la actividad productiva Y
conservadora, y halla: primero, que en el mi!3mo perío~
do, las importaciones han aumentado en Francia en ra-
zón de 100 á 700 Y las exportaciones oasi en la misma
razón; segundo, que, siempre en el mismo período, el
presupuesto del Estado, que indica su poder rentís1:ico,
ha aumentado de 109 á 300; tercero, que las transmi-
siones hereditarias de muebles é inmuebles, repre8enta~
das en 1826 por 1.346.000.000, habían alcanzado en el
año 1869 la cifra de 3.646.000.000; cuarto, que el valor
de las transmisiones de inmuebles entre vi vos había
doblado; quinto, que las instituoiones benéficas pudie~
ron disponer de recursos desde 1833 á 1876 en pro-
poroión cuatro veces mayo!', habiendo quintuplioado los
capitales de las sociedades do socorros mutuos; sesto,
que el término medio de la producción anttal de trigo h~
ascendido d~ 60.000.000 de heotolitros el). 1825-29, D..
104.000.000 en 1874 Ú 1878; séptimo, que los sala.rios han
INFLUENClAS ECONÓMICAS 197
aumentado próximamente una mitad (4:) por 100) en el
período de 1853 á 1871; octavo, que el consumo del tri-
go, apreaiado á razón de un hectolItro S3 litros por ha-
bitante en 18~1, ha llegado en J 872 á dos hectolitros y
11 litros, y el consumo de belJidas alcohólic8.s ha. dobla·
do casi desde 1831 á 1876; noveno, que lllientras que de
1841 á 18781a criminalidad ouantitatiya ha aumentado en
relación de 100 á 2nO, la seguridad social ha sido casi la
misma, si hemos de juzgar por la fuerza pública que se
ha creído necesaria para garantirla, puesto que en ella
sólo ha habido un aumento en la proporoión de 100 á 13t>.
Estos datos, añade el autor, nos ofrecen una prueba
irrefragable de que durante el período de 1826 á 1878,
ha habido en la actividad social de Fruncia un a"umento
prodigioso, que puede considerarse como triplioado. En
efecto, el producto de lOB impuestos aumentado de 100
á 300 es su expresión más segura y más sintética; en
<manto alas energías destructiva Ó oriminal, su aumen-
to no se ha realizado en la misma proporoión, sino en
una un )Joco menor (tOO á 254). De manera que no ha ha~
bido aumento en la criminalidad, sino una disminución
positiva.
Par lo que respecta á Italia, la proporCión de conde-
nados por delitos graves desde 1863 á 1879 ha llegado á
70 por 100. Por el contrario, el movimiento comercial
en Italia ha aumentado de 1862 á 1879, en la proporoión
d~, 100 á H.9 la importación, y de 100"á 183 la exporta-
non; el poder contributivo de 617.000.000 que era en
1866, ha llegado en 1879 á la suma de 1.228.000.000,
doblando al mismo t.iempo los presupuestos munioipales)
S cuadruplicando los provinoiales; las institúciones de
benefioencia han aumeritado su patrimonio en 38.000.000
en el período ele 18G3 á 1875; el capital de las oaJas de
ahm'ro, que en 18~3 era 188.000.000, ha subido hasta
1.000.000.000 próximamente, y había ouadruplica.do ya
en 1879.
198· CRIMINOLOGíA

De manera, que no obstante Jn, laboriosa transforma-


ción que se ha realizado en el país durante los últimos
veinte años, transformación en la cual hubieran debido
contribuir al desarrollo de la. oriminalidad muchas cir-
ounstancias exoepcionales, puede decirse que el aumen·
to no ha !::lido, en cuanto á ésta, proporcional. Poletti
cree ver en estos ejemplos la confirmación de su ley re-
lativa al desarrollo de la aotividad delincuente con re-
lación á la actividad honrada, proporción que es estable, en
tanto q'lte las cau,scts que proaucen la ~tna ;¡ la ot1'a son JJtJ1'ma-
'¡lentes. Esta duración forma 10 que el autor llama p81'1o-
do c'l'imir6al, durante el cual, dice, las variaciones de la
criminalidad son poco sensibles y no pasan de una dé-
cima parte, en más ú en menos, del término medio ele
delitos oometidos en el mismo lapso de tiempo, en tanto
que de un período á otro, por efecto de la expansión de
la actividad honrada, la criminalidad proporcional tien-
de á una disminución te'n/a y P?'o{l?'esi'ixz (1).
Esto es, según él, lo que necesariamente debe produ·
cirse, porque el desenvolvimient0 de las facultades inte-
lectuales y de la actividad eoonómica, así como el pel'·
fecoiona~iento sooial, multiplican las aptitudes de resis ..
tancia al crimen. Además esto está clemob1r'ado por el
númeI'o siempre creoiente de desgraciados que á caUsa
de su mala alimentaoión son, en la alta Italia, presa de
la pek6fl'ra, y se hacen emigrantes ó suicidas, que prefie...
ren su enfermedad, el destierro ó la muerte, á intentar
la mejora de su existencia pOI' medio del crimen. .
Esta teoría es muy ingeniosa> y tiene una aparieOOl 8.
de verdad que seduce á los que desean encontrar argu-
mentos con que justificar el optimismo que es propiO de
su naturaleza.
S610 que, mirando detenidamente al fondo de las co-

(1.) Poletti, n sentttn6'nto nella scien"a (lel (Ji'l'i#o, oap. ~m, üd:i~
nc,1882.
INFLUENCIAS ECON6l\IICAS 199
sas, se observa que todo el raoiocinio de Poletti desoan-
sa en una base inexacta, á saber; que á cada número
determinado de aociones honradas, debe corresponder
un número proporcional de delitos y que esta proporción
es constante excepto en los momentos de transforma-
oiones ú de crisis €'ociales. Él mismo ha enunciado esta
ley diciendo: «(mando una so~iedad se mantiene en oon-
diciones iguales é inaltet'ables, se mantendrá sin altera-
ción la proporción de los hechos criminales ... »
La l'elación de la oriminalidad es proporoional en
todo caso á la suma de las autividades sociales.
Pero ¿qué proporoionalidad es esta? ¿Es la de Ingla-
terra, que tiene un movimiento económioo muoho mayor
que Italia, y una criminalidad mucho inferior? ¿Es la de
Prancia, de la que puede deoirse 10 mismo, aun ouando
en menor grado, ó es la de cualquier otro país de Euro-
pa? ¿Es acaso esta proporoionalidad distinta en cada na-
ción por las diversas oondioiones sooiales propias de
oada una'? Entonoes será imposible estableoer oompara-
oiones entre naoión y naoión, y no habría medio de pro-
bar la. verdad y la constancia de la ley descubierta por
Poletti.
Por otra parte, es imposible comparar el 'Mlor social
de un crimen ó delito, oon el de un hecho mM'al eoonó-
mico.
Si pudiese demostrarse que un comercio determina-
do es origen de un delito especial, sería posible aplioar
la ley de Poletti. Un determinado comervio sería una
causa ocasional de la oriminalidad,. y aumentadas las
causas aumentarían neoesariamente los efeotos; si á pe~
sal' de eoto, los heohos criminales crecen más lentamen-
te que el hecho económico que les da origen, de tal ma-
nera que su oifra proporcional sea menor, puede decirse
que disminuye proporcio'nalmente.
. Este oaso puede tener lugar en algunos delitos de
1Oc101e puramente oomercial, como las quiebras; pero
CR!~lNOLO('ÍA

¿cuál puede 8e1' la relación entre el aumento de las ope-


raciones de cambio y el de los 111Jl'tue campestl'es ó do-
mésticos, ó de los robos de todas clasos? ¿.Qué relación
entre el mayo!' capital de las cujas de ahorro, de mutuo
socorro, de préstamo agrícola. ó de las obras benéficas,
ó el de mayor númel'o de e!:ltupros; de heridas ó de ho-
micidios'? ¿Qué !'elación entre el n,umento de los salarios
y el de las falsificaciones y ele las estaLas?
Es muy inexacto, obs~rva M. E. Ferri, el confrontar
y reducir los aumentos de actividades tan deaemejantes
Bol:.uneIlte con las cifras del tanto por oiento y de la es-
tadística; y ¿quién puedo asegurm' que sextuplicándose
el comerc10, l'epl'eSente tres veoes el doble de los delitos?
Yo hago mis reSel'vas, y creo que el aumento del j Opor
1(lO en los delitos, vale poco n1ÚS, desde el punto de vista
social) que el aumento del 30 por 100 en la exportación
de algodón y de animales (1).
1\'0 puede dudarse, que el delito es una actividad Y
represento. una suma de energías que aparecen al lado
de cuali.luier otra; el estttfador y el falsario viven ontre
los comerciantes honrados; per~ ¿por qué razón había
de aumentar el númel'o de aquéllos, si éstos se el1I'ique-
cen con más faoilidad?
¿L\U debería suceder preoisamente 10 contrario? El
mayor oampo que Ele ofreoe á la actividad honrada Ylos
éxitos que ésta obtiene, ¿no deberían ser aoaso motivos
suficiente& para impulsar á turnar parte en ella á gran
núrnel'O de personas, nmühas de las cuales no hubieran
podido, sin es~a circunstancia, ganar su vida ele otro
modo que pOl' medios ilícitos?
Pero cuando se nota el aUITlI:mto de la delincuen-
cia, no obstante el progreso económico del país, y, flin

(1) Forri, 8ocialis?nc, psyc7toloyie et stati8tique flama 7e Droit crio


minel en leS Arch. ele Psych. SciancfJB penaZeB, etc., vol. IV, cuad¡;t-
no n.
lNFLUENC ¡ Al:; E('lJriÓ:llICA S 201

embargo, con UllCl mal'cha mú:::; lenta que éste, ¿!lU


puede dedw.:Íl'sl' que el aumento ele los delitos ~Qría,
aún mayor sin 10. exp:.1.I1f:-i(\n de la adiyidacl honrada'?
Esta deducción sería diarnel.(';:drnente opuesta á la de
Púlettí.
Antes que i:mpuIlet' que un (~btadu mús addantado de
ciyilízación pued;,\ l'untribnir al aumento do la delin-
cuencia, habría tIlle eonyenil', por el cUl1trariu, tiue S~
opone Ú CHtc aumentu hasta el punto de dhsminuÜ' l~l
desarrullu 1l3.uitmü. La" t.:urrientes de honrndGz, al ha-
cerse más rápidas y máti anchuti, arrastrarían consigu
Q.gua~ que en utl'08 ca~o::; afluirían al fungo!:io torrente
del m'iInen.
tSca ó nI) n~í, eH im[Ju::;ihle dudar quc lus delitoi::l han
aumentado en Francia, en 1talía, en Prw:'¡a y en otras
partes (t:;cgún veremus mál::i achdantc;, j/O tan sdlo de m/(l
'm1lidl'!G (íÓSO!!I Ca" 81' IIIj ftw¡,/¡¡,h¡ /')/ lJ)'Upf)?'Cirji/ 1]Ut,I/01' que la· J)O-
ÓÜ/ci,íll. Del::lCle J!)2 auusaduti de delitus cOl'l'ecoiul1uleH
por cada IOO,llIJO hnbitantef:i !:le ha llegado hasta 47/1.
Ebta U~ la únioa pl'opul'ción que importa cunucer, In
de los delitui;; en rela.ción al número de habitantes. Que
la poblacil'm sea má~ Ó menos labol'Í08a y rioa, no puede
f:lervir para determinar el aumento ó la disminución de la
delincuenciu; Be dh'á <.fue ésta aumenta de una mH,nera
a.bsoluta, cuando en lugar de 10 delitos se oometen ;")f)
y se dirá que aumenta tamJJÍ6n proporoionull11cnte, cuan-
do su uurnento excede al de la poblactón. Las relacione!:!
entre estafo; ul:ivilaoiuno8 Ó <mtrc la corI'iente ele aumento
ó de disminución con lU8 diforenteR actividades t}ocio.lcH
puede tan sólo manifestur la influencia que ulguna de
estas actividades tiene Bobee cierta forma Gspeoial de
criminalidad, pero jamás podrá huoor que se doclarü
ésta en disnJinuúiúl1 cuando 10 clue en realidad haya te·
III' d
o Ben. ' Lo indiscutiblo; cómo observa
un aumento. ' un
erscl'itol' franeé!;, eH que f:lC corre hoy mús poligro de 801'
robado 6 ma.tado uue haoe medio siglo,
ORD\IINOLOG lA

Es falso además que cuando aumenta una activida.d:


aumenta á la vez el abuso de la aotividad misma, y que
las faltas son más numerosas. Véase cómo se expresa
acerca de este punto Tarde: (Podía pensarse, dice Blook
en su estadística de Francia comparada con los distin-.
tos paises de Europa, que la multiplicaoión del número
de curtas (por conseouencia de la rebaja de las tarifas en
1848), aumentaría el número de las que no pudiera el
correo entregar á la persona á quien estaban dirigidas,
y que habrían de quemarse cuando no fueran reolama-
das; no ha sucedido así)). Inserta un cuadro estadístico
del que resulta que desde 1847 hasta 1867, no solamen-
te ha disminuído el número proporcional, sino que tam-
bién el absoluto de cartas no entregadas por no hallarse
el consignatario, ha disminuido próximamente en una,
quinta parte, aunque en 1867 hubo 342.000.000 de car-
tas puestas en el oorreo y en 1847 125.000.000 solamen-
te, y el aumento de una parte y la disminución de la
otra han l:3ido graduales. Y no se supondrá que los car~
terog han llegado á ser más inteligentes ó más honrados;
ó las gentes má.s ouidadosas. A honradez, á inteligencia
y á atenoión iguales, las faltas han disminuído á medida
que la aotividad ha ido aumentando.
Otro ejemplo todaví~ más típioo ocurre igualmente
en correos. De 1860 á .1867, el número de cartas certifi-
oadas ha llegado á ser dos veces y medía mayor, mien-
tras que el de las quc se pierden anualmente, es deoir,
de las que probablemente han sido sustraídas, ha bajado
gradualmente de 41 á 11; suponiendo siempre que la
probidad de los empleados ha sido la misma. Si nos co-
locamos en el punto de vista de M. Poletti, hubiéramOS
debido predecir 10 contrario ti }J'rio?'i. A eí?to se añac~e
otro heoho aún más importante, y es, que los pleitos CI-
viles no hrtn creoido en J:l'ranoia, que los pleitos 000181'-
ciales han disminuido, lo mismo que sucede en It~li~) á
pesar de que la oomplioación de. interesee, la multlplI ca-
lNFLUENCIAS ECONÓllIlOAS 2U3

ción de los oontratos y la dí visión de la propiedad habrán


hecho predecir lo contrario (1).
De estos ejemplos deduce Tarde que estimular la
producción, la aotividad regular, la civilización de un
Estado no puede menos de hacer disminuir su oriminali~
dad, ft/¿n c1.6o,ndo contin1ie sümdo idéntica su tendencia al/mal.
Lo que yo c1'eo, en cambio, que puede asegurarse apoya-
do en la estadística. y en el sentido común es que el ma-
yor movimiento de oivilizaoión de un pueblo no lleva
consigo un aumento ele criminalidad, y puede añadirse
que, por el contrario, tiende á limitar ésta en oiertas for-
mas especiales, que vienen á ser las industrias ó el oficio
propios de ciertas clases refraotarias.
En un país muy civilizado y dedicado aL trabajo y al
comercio, la criminalidad está poco extendida, concen-
trándose en un estrecho círculo, según se prueba, como
veremos más adelante, por la estadística comparada de
las reincidencia8. Bste movimiento, sin embargo, es muy
lento, no acompaña á las generadones que progresan,
se manifiesta sólo después de muchas de ellas transcu .
rrícIos uno ó más siglos.
La mayor civilización además no ejerce ninguna in-
fluencia sobre ciertas a varioias, aberraoiones, brutalida-
des y monstruosidades; es impotente contra el que quíe·
bra fraudulentamente, oontra el falsificador, el estupra-
dor y el asesino.
La escuela, los salarios más elevados, los ferroca:...
rriles y los telégrafos no pueden impedir que algunos
individuos nazcan con la oarencia del sentido moral
y sin esas repugnancias hacia la sangre ó las violencias
que tienen la mayoría ele los hombres aún sin las leooio-
nes del maestro, lo mismo en las humildes ohozas ele
la.s más remotas soledades de las montañas, como en los
más ricos palacios de una gran oiudad.

(1) G. Tarde, La OriminaEit6 comparée, pág. 6. París, 1875.


204 CRrl\IINOLOUÍA

Oiertamente que .la falta do comunicaciones, la l11i·


seria y la rusticidad de una parte de la población, la
falta de actividl."td y de previsión en la policía, favore-
cen los robos; p<wo entre diez ladrones habrá tal vez
dos que maten al pasH,jero después de haberlo robado,
y los otros ocho le perdonarían la vida, y cuando la
oivilización haga imposible la existencia de los saltea-
dores de caminod) estos ocho se convertirán en rateros
noctuénos, mientras qUé los dos restantes, en vez de
atacar á los viajeros á la luz del sol) cerca de sus pro~
pias casas, en los desfiladeros de los montes, subirán
á escondidas en un tren del ferl'ocaeril y, ocultos en
un carruaje, asesinarán al viajero dOl'mido á la yista
de un~ gI'~n ciudad.
No pidamos imposibles á la civilización, que f::ii pue-
de rnoditlcar lentamente algunos aspectos del caráctel',
destruyendo ciertos pr~juioios, eduoando eu el trabajo Y
sometiendo á las leyes un número mayor de personas,
no ~ierce ningún poder sobre ciertas anomalías y oier~
tus degeneraciones morales.
Entre tanto debemos hacer constar el heoho de que
cuando en algunos países de Europa (Holanda, Sue-
cia é Inglaterra) la criminalidad es rarísima, en otros
(Franoia, Hungría é Italia) está muy extendida; que
en Francia y en Italia, á pesar del progreso de la ci.-
vilizaoión, ha dado pasos gigantesou!:; en la última mI-
tad del pres<3nte siglo, y que esto no depende, oomo he-
mos demostrado, ni de la civilización, ni 4e la, distl'i~
buoión desigual de la riqueza pública.
En otro lugar investigaremos y acaso encontremoS
las oausas ele este fenómeno.
l~FLUE);'crA DE LAS LEYE:-:l

Lo.. transición ú tratar de 1u. influencia que el Es-


tado puede tener' en el progreso ele la CI'iminalidacl es
f'B.cil.
Poro el probleml1 es muy complejo, y hay que 00-
menzar por distinguir la acci6n de aquellas leyes, cuyo
objeto directo es la prevenoión ó la represión del cri-
men, de la acoiónindirecta que pueden tener otras le-
yes sociales cuyo fin es diferente.
Comencemos por las últimas. ¿El Estado no podrá
influir sobre la oriminalidad, haciendo desapareoer cier-
tos hechos del orden social, ciertas instituciones, cier-
tas condiciones modifioables de la vida de todo UIl pueblo
ó de una sola olase de la sooiedad, y que se recono-
cen como las oausas ocasionales más freouentes de un
gran número de delitos?
Si es oierto que existen en el medio a.mbiente al-
gunos hechos que, desmoralizando al individuo y ha-
ciéndole degenerat', le haoen susoeptible de oometer .el
delito, ¿no debería el sooiólogo ataoar prinoipalmente
estos hechos, ya para haoerlos desapareo~r, ya al menos
para reduoir en muoho su efioaoia?
206 CRIMINOLOGÍA

Si el delito no es más que un síntoma ¿,por qué no


ataoar con preferenoia la oausa morbosa cuando ésta se
enouentra en el ambiente?
Por lo que respecta á la influencia del medio físico,
se comprende que el sociólogo no puede ocuparse de él
sino oomo un . objeto de especulación científioa, puesto
que no es posible modificar la influencia de ciertas cau-
sas climatológicas y meteorológicas.
Pero basta, por el contrario, que un hecho no corres-
ponda al orden físico, sino al social, para que se Ofea
que el legislador puede suprimirlo si quiere, oomo si
pudiera cambiar á su placer las condiciones de ese gran
organismo, no menos natural que los demás, llamado
sociedad.
La primera idea de reformas sooiales oon el fin de
prevenir los delitos es tal voz la manifestada por Ro-
magnosi, porque antes de él no se hablaba más que de
medio~ preventivos de policía, y el mismo Bentham li~
mitaba á ésta sus remedios.
Pero aquel gran pensador italiano agrupó las cansas
más comunes y oonstantes de la oriminalidad en cuatró
oategorías, de una comprensión extraordinaria: la falta
de subsistencias, la de eduoación, la de vigilanoia y la de
justioia. «La primera de éstas se refiere al orden econó-
mico, la segunda al móral, las otras dos al político, y,
si en efecto, esto es tal oomo se expone, no oabe duda
que conviene atender principalmente á estos grandes
grupos para prevenir las ins~igaoiones y la práctica de
los delitos» (1).
En lo relativo al orden económico, Romagnosi deter-
mina la acción del Estado en una función de oaráoter
negativo, no cont1'a?'ü¡,neZo la marcha natural y espontá-
nea de las cosas, protegiendo el ejercioio libre de las fa~

(1) Romagnosi, Génesi r$@1t 'Wni~to Z)l!hlCf,lf4t par. 1.OM y: :l..OO2~


INJ:'LUENCIA DE LAS LEYES 207
cultaues natur<11es de los oiudadanos y no inutilizando
empresas .iustas, etc. (1).
(,El atender á las subSistencias, dice, e~preslJ.mente
no COllsiste en que el g9bierno distribuya el pan cuott~
diano á los ciudadanos, sino en faoilitar el def:lenvolvi-
miellto ue la industria personal, 8alv:.\ndo h\s prerroga-
tivas de oada uno, en asegurar el fl;'uto oompleto de los
contratos) en repartir del modo más conveniente las SU~
cesiones de derecho, en no autol'izar ni la divi!:lión de los
dominios, ni la servidumbre de persona á cosa, ni de
persona á persona, y, finalmente, en suministrar 8000-
lTU8 positiVOS en los oasos de indigencia a.bsoluta ri ÜWI)-
hmtariu, reprimiendo la ociosidad voluntaria)). El autor
e8per'a que }Jor eBte meclio llegue la ley á prevenir todo~
los delitos <.fue, por o(¡,usa principal ó atlUesoria, nacen
de la falto. de suusistencias.
V éat;o por esta oita cuán lejos estalJet Hornagnosi de
los modernos socialistas, los cuales, apoyándose en al~
gunas frase8 sueltas, y recogidas aquí y alU, se oompla·
CBn en oonsiderarlo como su preoursor.
El auxilio público se debe sólo en los caSOb de indi-
genoia inculpable, «los cuales, añade, son muy escasos
en una sooiedad que nO esté inicuamente organizaqa);.
BI autor no dioe qué medios hay;:¡,n de emplearse
para distinguir la miseria honrada de la que no ]0 sea;
}.lresiente los peligros, ya experimentados por otros Es-
tados, de leyes que I::lancionan el derecho á l~l, asistenoia.
púbUoa; p~ro, de todos modos, su idea es muy distinta
de la del dereoho al trabajo, según los socialistas.
rrambién son distiutas las providencias que indioa
para reparar la falta de educación; ante todo,la euuoación
Bodal es para él distinta de la doméstica, de la pedagógi-
ca y de la esoolástioa (párrafo 1.01J:!f). Consiste en hacer
contraer á 108 hombres costumbres morales, incitándoles

(l.) Romagnosi, obra, cita.d8., pár. 1.026.


208 CRn.UNOLOG ÍA

al trabajo y al socorro mutuo. «(AsÍ, pues, los cuidados


de la legislación y de la administración pública, deben
dirigirse á hacer que los conocimientos, los intereses y
las obras conspiren en cuanto sea posible á obtener ciu-
dadanos laboriosos, respet;uosos y curdiales», No se
preocupa. de la ech.wación individual, no pide que el go-
bienIO ilustre individualmente la inteligencia, ni 00111-
mueva personalmente los corazones, dirigiendo aislada-
mente las acciones de los oiudadanos... Una COSé\, es
influir sobre las causas, otra influir sobre las personas;
una cosa es organizar los inteceses, otra reglamentar los
individuos; una provocar las accione~, otra aoonseJarlas
ó imponerlas» (párr. 1.0-1:8). Homngnosi no quiere que
i3e esta.blezca una pedagog~1. inmediata para prevenir los
cIelitos (párr. 1040). La excluye expresamente porque la
C['ee imposible.
¿,Cuál puede ser entonoes, según él, la. únioa efioaoia
educativa del Estado? También en este punto su influen-
oia es prinoipalmente negativa, todo se reduce á no
¡(conmover las bases fundamentales de la sociedad»; á
(eno entorpeoer la marcha natural de los intereses oomu-
nes» y, finalmente, he aquí la única acoión positiva: á
«unir á la sola instrucción populal' la instrucoión y di-
recoión moral y religiosa» (párr. 1.0(4).
Todo lo demás debe ser obra de la familia y ele la
sociedad, y se entra ya en un círculo distinto del de la
legislaoión, el de la evolución natural de un pueblo j y
por consiguiente, es inútil seguir al autor. En una pala-
bra, según él, el gobierno eduoa al pueblo «oon una
buena legislaoión y una adminil:ltl'ación reota, inspiran-
do, d~ este modo, el mutuo respeto de los derechos,
reprimien40 además la ociosidad y socorriendo la indi-
gencia' honra~a;l', y, al llegar aquí, insiste en la inditla-
ció n de determinaoiones análogas á lae expuestas con
motivo de las faltas ele subsistenoia.
E ineiste también en ellas cuando en la wtima parte
r:-<FJ.UEXCIA DE LAS LE.YES 20D

trata de la falti."\. de vigilancia y de la falta de justicia. N o


quh~¡'e que el gobierno se exoeda en la vigilancia porque
gobeenat'ía dum<),sicl"do y, glliJernanclo demasiado, gober-
naría mal; la vi¡!.l'ilancia elebo limitarse tt las clases peli-
~rosas de uciosos y vagos. La oc.iosidad es un vel'dade-
'w L ~

ru delilu social; pero no ba:::ta pl'ohibil'la, imponiéndola


una sundón penal, es necesariu también hacerla inexcu-
sable, y, para ello, es necosario ciar trabajo pagado á
todo el que 10 pida.
b.;, pues, necesarÍu que la nutoridad pública dé tra-
baJo lJc\g-adu Ó cuando meno,:; que indi( [ue los modios se-
glll'(It-i y prúcticl1s de obtenerlo (páI'l'. UJ98;. Humagno8i,
con llf: u!ltilllii:i1l10 que la experiencia ha desmentido
siemprv) el'ea que el númor'o de lor:; que pidieran tl't\bajo
seria ¡)IJe/J imjlui't(w{e e iúa disrninu.1jell((O cada re: más (Pó,- .
l'rafu 1.1 ()~ J' El gasto, BcgÚIl él) SCl'ÍD., pues, insignifi-
c<.l.nle, pe!'o Ú beg-uiua, anude, aun cuando hubiera de
SUl' g¡',mdo, d Eotado deLerín. f.:5Üp(lrtarlo, considerando
qUl! 0" ()j¡ligatOl'i() :.tI par que el sostenimiento del ejél'-
cib.>. En ülectu, si el ejél'c.ito nos defiende de enemigos
exteriUl'eb y lejanos que nos atacan de una manera cle~­
culliet'ta, ]O~ cotablecimientos de que }¡abhlllos (los de
tral)ujo p(lLlico), nos defionden de enemigos interiores
quü e~túll á nue:::tl'o lado, que nOR atacan á traición y
que nus tionen sit1mpl'8 en una penosa ansiedad.
IJe::;puüs do hrtber estudiado la, últillla categoría de
los impul~us al delito, 10, falta de jw.¡ti0Ía y de haber es-
tahleddu Ju.b baBeH fundamentales de una ilUena. legisl:;¡,-
ción y procedimiento, HomagnO!:lÍ dccln.ra incompletu. su
ob,'a purque t, ldtwía seda necesario determinar la ao-
ci6n y reacción mutuas de las diversas leyes relativas á
la sub~b-;toncia, la educación, ]a vigilancia y la justicia
pal',," prevenir laH ocasiones del delito y demostrar por
unn. relación contraria, cómo la. falta de estas leyes ó la
divergencia entre ellas, abl'e camino ó impulsa efecti-
vamente al delito (párl" 1.1. 55). Pero este tralJaj O debe-
1'1
210 ORli>HNor,OGíA

ría fundarse en una I:lstadí:::;tica moral que no existía. en


sus tiempos y que tambtén hoy scrÍa en gran pm'te im-
posible. .
Ahora bl~n, se 'le por esta exposición que los mecho s
preventivos indioados pOI' Rornagnosi se reducen á una
buena legislación social y económica, y á una recta ad-
ministración de justioia, en una palabra, á las condic.io-
nes generales de seguridad y mOl'alid~~d de un pueblo;
nada huyen ellas que se refiera directa y únicamente á
prevenir la oriminalidad, exoepto la prohibioión elel oda
inexousable y la obligación del Estado de dar trabajo á
quien no pueda procmrát'selo.
Este último prinoipio, enérgioamente combatido por
Malthus y por otros muchos economistas y que, según
el primero, está en manifiesta oposición cun 11.18 leyes de
la oferta y de la demanda, no ha sido resuelto todavía
teórioamente quizá, según dice Fouillée (1), á causa de
exageraoiones contraria6 de los socialistas, de lo~ eco-
nomistas y de los danvinistas.
Cier'ta;nente, dioe, el Estado no pUGde obligal'se de
una rn~mera general y vaga á dar destinos ó trabajo á
todos los que se lo exijan, 'incluso al médico sin enfer-
mos, al abogad.o sin olientes, y al poeta sin lectores;
tampoco puede hacerse tendero, fabI'íe~nte, etc.
En una palabra, no puede sustituir al indiViduo ni
úrea!' artificialmente para él ocupaciones ni haoe!' Gonti J

lluar al'tUioialmente la procb.l.Oc,ión de objetos determi-


nados, cuando la paralización revela que aquélla habia
sido eXGtltliva y que debía detenerse (2).
«POl' ot1'a. parte, no debería oonoeder auxilios á. los
in.válidos sino en cOIldiciones uetel'minadas, entre otl'o.S,

(1) Fouillée, La Philanthropie scientif\que. Revue de8 Deux l't'1(Jw'


(les, 15 de Septiembre de 1882.
(2) Fouillée, La P'I"oprieté somale et la élemoC1'aUo pág. 134. pa
1'18,1884, lib. Hachette. '
INFLUENCIA DE LAS LEYES 211
espeoialmente, la de renunciar al matrimonio para no
aumentar el número de los indigentes».
Pero no podemos detenernos aoerca de esta ouestión
que nos llevaría demal::liado lejos de nuestro propósito.
Después de Homagnosi, oomenzó el estudio de las
influencias olimatológioas y meteorológicas sobre el de-
lito y, en general, sobre todos los fenómenos sooiales} á
las cuales dió Buolde tal importancia que desdeñó en
absoluto las causas fisiológicas y de raza. Pero no ha-
biéndose propuesto el tema ele la criminalidad, es inútil
examinar un sistema que por otl'a parte ee encuentra
hoy abandonado pOI' la mayoría de los hombres de cien-
oia; basta indicar que no creía en la moralidad especial
de una raza y que fij aba las caueas del progreso de los
pueblos tan sólo en el desenvolvimiento inteleotual.
Quetelet no ha consagrado un estudio especial á los
factores sociales del delito; «mi objeto, dice, es exami-
nar especialmente la influenoia que el clima, el sexo y la
edad ejeroen sobre el elemento moral (la tendenoiaal de~
lito) é investigar si esta influencia puede someterse á la
apreciaoión de un cálculo de probabilidades» (1). Indica
sólo de pasada la posibilidad de que el legislador modi-
fique las condiciones del ambiente social que suelen de-
terminar las acoiones oriminales, las estadísticas que
demuestran la intensidad de la tendencia al delito en las
distintas edades, aun ouando hayan ofrecido en Francia
en val'ios años resultados casi idénticos, pueden modifi-
carse gradualmente, y los amigos de la humanidad de-
ben dirigir su atenoión á estas modifioaoiones (lib. 1) ...
Se comprende la influenoia que pueden ~jeroer una bue-
na legislación y un flooierno iZust,·aio. Cámbiese el orden
establec.ido y se verán cambiar en seguida los hechos
qu~ se habían reproduoido con tanta constancia... Estos
prImeros estudios presentan, á mi pareoer, de una malle~

"- (1) Quotelet, Phi8ique sociaw, lib. IV.


212 CRIj\rr~oLoGíA

ra evidente la impo1't(Ulte ?Jtisión del legísl'Hl()}', y la parte


de responsabilidad que debe asumir en todos los fenó-
menos relativos al orden social (lib. IV) ... En este punto
es en el que el legisladol' puede cumplir una elevada
misión, l1wdilicando el 'medio en !l1U3 vivimos, puede mejo-
rar la condición de sus semejantes. Permitidme 1'csjJim?'
16n ai1'C más p1WO, modfltcad el·amoienée en q/le JIW 'L'eo obli-
gado á viví1') y me kao'J'(jis dado 1~na n1cella cJ:istc/I da... Tal
vez mi constituoión moral se fortaleciera desaparecien-
do las causas deletéreas de que me encuentro rodeado,
'Y á las cuales no puedo siempre resistir; mi e::\.Ístencia
moral está oasi siempre en vuestras I))ano~, como pudiera
estar mi existencia física. Vuestras instituciones toleran
y favorecen gr~n número de peligros, y me castigáis si
imprudentemente caigo en ellos; ¿no seria m~jol' tratar
de cegar los aLismos por üuya orilla lúe veo obligado á
caminar á obscuras, ó al menos iluminar mi camino'? (li-
bro IV).
¡Het:'mosas palabras; pero cómo palpita en ellas la
errónea idea de las razas latinas sobre la omnipotencia
del Estado! ¡Cuán 1e,iOs están del eoncepto de que la so-
es
ciedad un organismo natural que se de~arr\ ,Ha lenta
y geaclualmente, y sobre cuyo desenvolvimiento tiene
poquísima iufluencia la voluntad dellegislaclol'.
De todos modos si es cierto que el delito es un sínto-
ma, y si su causa puede reconocerse, una buena tl31'a-
péutica social nO debe olvidarla. Las ideas de Romagno-
si que acabamos de exponer no pueden ser censuradas
sino en la cuestión del trabajo del Estado; pero otros
han tratado de especifioar .algunos oa~os de prevenoión
de los delitos, suprimiendo ó haciendo menos lreouentes
algunos fenómenos sociales que son con frecuenoia ooa-
sión de ellos. Ante todo debería averiguarse cuáles son
las condiciones sociales á las que puede atribuirse más
generalmente influencia sobre la criminalidad, á eSOS
que llama Ferri factores del delito J «que nacen d~l am-
WENCIA DE LAS LEYES 213
bien te social on (Iue vive el delincuente», y que pueden re-
ducirse, según (jote escritor, ú las siguientes: "el aumen-
to de 1<1, pobln.ción, In, emigraciÓll, la opinión pública, las
oostumbres, la religiól1" In. constituoión ele la familia, el
método eduC'ati'iO, la Ol'ganizo..ción política y comercial)
la producción agl'íeola 6 industrial, la organizaoión de la
instt'ueciún y do la benefioencia pública, y, por últim.o,
las instituciones legislo..tiYv..s en gonerttl civiles y pena-
les. En una palabra, una multitud de causas latentes que
8e cumpenetran, se eIllnzan y combinan en los más ocul-
tos senos ele la sociedad, y que escapan casi siempre á la
atención, tanto dé los teóricos como do los práctioos, de
los (Timint\li"tas como de los sociólogos>'. Estos factopes
pueden modificarse en diferente forma por el legislador
'pOl' lo quo su conocimiento nos enseña la marcha del
fenómeno cl'imon, de manera que puede influir sobre el
niwl do la criminalidad, porque modificadas las causas
se modifican los efectos)) (1).
Ellegislttdor debería examinar si entre las institucio-
ne".' bs cORtnmbres y las preocupaciones del pueblo, hay
algunas que sean motivo de crirnino..lidad, y, si las c1~s­
CUlll'O, de¿e destruirlas por 'medio de leyes especiales, ó aZmí3-
III!.I' 1/111'1'7' 'lile nS/1lte UiI -mal '1M/lO?'.

A esto8 medios preventivos ó de higiene social ha


dado Ferri el nombre ele sustitutivos de la pella, en el sen-
tidl) de que, hasta donde puede alcanzar su efioacia, evi-
tan lus delitos, y, por consiguiente, las penas.
To.nto vo.ldría llamarles, dice Tarde, sustitutivos del
delito. Ninguno de los nombres me parece eXudo) por-
que no creo que pueda verse un equivalente del delito en
un hecho que, entre otros efeetos, puede tener el de im-
pedir sus manifestaciones, y menos aun, que pueda ver-
se un equivalente de la pena, que solamente nace cles-

(l) Perri, Nuovi orizf!onti, págs. 72-73. Bologna, 1881.


214 CRIMINOLOGíA

pués de consumado el delito, y que faltando éste ni ten-


dría razón de ser ni motivos de sustituoión,
Pero no nos detengamos en una ouestión de palabras
y examinemos el valor práotico de las ideas de Ferri.
Quiere éste 4:que en la organizaoión legislativa, eco-
nómioa, política, civil, administrativa y penal, desde las
más altas instituciones hasta en los más pequeños de~
talles, se dé al organismo social un a:juste tal, que la ac-
tividad humana se enouentre guiada, de una manera
continua é indirecta, por caminos que no conduzcan al
crimen, ofreciendo libre campo á las energías y á las
necesidades particulares, estorbándolos lo menos posi-
ble y disminuyendo las tentaciones y las ocasiones de
delinquir», He aquí, en breve resumen, los principales
ejemplos que presenta: en el orden eoonómico, el lib1'e
cambio previene muohos delitos oontra la propiedad,
evitando la esoasez y los precios elevados de las subs-
tancias alimentioias; La lioe'J'tad de enzifl)'((,ción, depura el
país de elementos malsanos, 10 cual se ha experilllenta~
do en I1'1an<;1a, donde, desde que comenzó á emigrar pró-
ximamente la mitad de los licenciados de presidio, dis-
minuyó considerablemente la delinouencia: La nivelación
de los a'J'anceles ele aduana, hace desaparecer el oontra-
bando: Un 01ten si8tema t?'io1fJta'J'io, diezmaría las defrau-
daciones al,;Zsco y evitaría muchos embargos, causas de
odios y d,e desórdenes: El emprender g?'andes Ooq'as .2)12b#-
cas en tiempo de escasez para dar trabajo á los pobres,
evita gran número de delitos.
Los impuestos soore los alcoholes (propuestos también
por Lombroso); la disminuoión de los que gl'avan el caje
y la ce?'veza.j la 1YJstricción de la libe?'tad de abri?' ta6e?'nas;
el rt1tmento de la responsaOitidad de los taoernM'os; la aboli-
ción del pago semanttl á los j01'nalelJ'os, etc., eto" serían
providencias utilísimas oontra la embriaguez y el alco-
holismo, fuentes constantes de oriminalidad,
Los sueldos de los funcionarios públicos, en '/J?'op01'cióll con
lNF'LU'ENCIA DE LAS LEYES 21fi

sus necesidades, se opondrían á los coheohos, prevarioa-


ciones y sustracciones debidas en su mayor parte á las
condiciones eoonómicas. La extensión de Za viabiZidad JI Zos
cfl'minos de Me?'/o, mata el bandolerismo y las asooiacio-
nes de malhechores. La dlstJ'ib~¡,cián de leíia durante el
invierno en las aldeas miserables, disminuye los robos en
el campo. Las caZle,l' anckas y bien aZmnb?'adas en. Zas ciuda-
des, impiden robos y hurtos; pOl' último, la in.stitución
de los Bancos en vme/leía de los obre?'o$, disminuye la
misería y con ella una gran parte de los estímulos al
delito.
En el orden político, confía el citado autor que un go-
bierno ampliamente liberal prevendría las rebeliones y
conspiraciones, y aun los exoesos de la prensa y los de
las asociaciones anárquicas, oitando el ejemplo de Hu-
sia para demostrar la inutilidad del rigor, pero pudiera
Oponérsele el de otros países, donde leyes democráticas
revelan mayor impotencia. El sucedáneo de Za pena en esta
materia se había expresado ya en la antigua fórmula de
que 1m; malel:; do la libertad se curan oon la libertad
misma, como la lanza de Aquiles que curaba las heridas
que se hacían con ella, lo oual, dice Bonghi, (es tan fal-
so, como es falsa la existenoia de aquella lanza» (1).
Ferri cree también, y en esta parte soy de su opinión,
que Be «evitará multitud de delitos que nacen de las ne-
cesidad.es no satisfechas y de desconocerse la Índole
particular de las diferentes regiones de un país, diver-
~as por el clima, la raza, las tradicIones, la lengua, los
lntereses y las costumbres abandonando la manía me-
tafísioa de la simetria potítlcaJ y adaptando las institucio-·
nes y las leyes á la fisonomía especial de oada una de las
regiones», Por desgracia, en Italia se hace siempre al

-
contrario de lo quo dicta esta sabia máxima de gobierno,

(1) Bongi, DiSCU~80 en la Asociación constitucional ele NápoJ8S, 24


d() Diciembre de 1878.
ClUlIi1NOLOHÍ,\

tendiendo continuamente á la lllt-1.S completa uniformidad,


hasta en aquellas leyes cuyo valor se relaciona con las
condiciones particulares, morales ó económicas de una
región determinada.
En los órde'lf.v tr:{lisli6tivo /1 atlministi'ath'o, cree Perri,
que algunus reformas del código civil, relati'vas ti 1M su-
cesioiles, á los tesÜt¿Jbe7¿tos, al ?'ecOilocim.iento de los hijos na-
turaleB, ú In, iniJostigación de l(t paternidad, podrían dis-
milluir en mucho algunos homicidios, los infanticidios,
los abortos, los seouestros, etc, El hacer fáciles 1/ poco
dÚj)8i1rlíosos los 'lJleitos, prevendría los delitos contra elor-
den público, las personas y la propiedad. Una blle!U~
l~(j¡.\'tacidn comcrcüd, evitaría las quiebras fraudulentas.
utras causas ocasionales do delitos desaparecerían con
la {tbolición de la lotería. con la ví(/iltmcia sobre lcts j'tiÓfic(&s
de (n'maR, y con una transformación radical de las insti-
tuciones de 1J¿/¡iZancia /J policia, del tlestie?'?'o /1 de los mani-
comios de los criminales !/ de Zos establecimientos de inCO?'?'6-
giól('s.
En el orden religioso, la abolición de las ?'mneria,s, la
prokibición de tas jy)'ocesiones, la sfJJlcillez de los templos,
y el ?JUf.,t,'irJwnio de tos eclesiásticos, evitarían muchas ooa-
siones ele delitos contl'a la propiedad, contra el pudur y
contra la familia,
En el orden familiar, la admisión del dÍ'lJol'cio) el 'JlUt-
trimonio ele los emple{Ldo§ '!J de l08 m'itita?'es, disminuirÍ8Jn
las bigamias, los adulterios, los infantioidios y los uxori-
oidios. L(t jJ1'ohibició)~ del mat¡'imonio á ciertas personas,
disminuiría la extirpe de los delincuentes, poniendo un
obstáculo á la transmisión hereditaria de las tendencias
criminales.
Por último, en lo relativo á la ed'l6c(tción,0s necesario
hacer que á la instrucción a.lfabética se una la ''moral, no
por medio ele áridas lecciones, sino por el de ejemplos.y
expet'ienoias. Oontribuirán también á este fin la aboh~
ción de muohas fiestas, la ele todos los espectáculos at?'o·
INFLUENCIA DE LAS LEYES ~H7

13, supresión de lD..s pl,~l¡f'I('¿t}lies p(J)')w!/)'~/lert.~. In de


C(:·\',
los ji"i'irJdiclJs tIue describen minuciosamente 108 más ho-
rribles delitus) la de la. teatrrl1í,llul de los juiciOs cI'imina-
10s, y la ¡Is{ilaf'ina de ú(LiiOS !J/í1;/¡CI)S', dI' diIJe}'s/(Jlles hipió-
J/ieos.'l !J¡mlf!i.~ti(,(tS y de oseneIas y colonias agrícohs
para, los niiws pl)J¡rcs.
En una palabro., terminn, Ferri, «el legislador, acomo-
dándose ú lar:; cnsüfw.nzas de la experiencia oientífica,
debe con \'enceI'~O do ([ne importall mucho más que el
I.'¡)digo penal las 1'O['U1'I1W,8 sociales, para im})edir el exceso
de IOR deJi(us. Ellcgisla,dor que tiene la misión de COll-
ijor\"::tr 8,U1U el cuorpo social, debe imitar al médico que
quiere conservar la salud en el cuerpo del individuo: re-
currir 10 monus que seo, posible, y sólo en los casos ex-
tremof5, á las medidas violentas de la cirujía; confiar li-
mitadamente en la eficacia excesivamente problemática
de las medidnas, y entregarse en oambio á los oontinuos
y seguros ~Grvicio!? de la higiene».
Estoy muy lejos ele discutir la inmensa utilidad de
una IegiBlución bion entendida) rospecto á la criminali-
dad: pero, unte todu, hi.ty <fue precaverse contra la uto-
pía de que el legislador pueda transformar de tal mane-
ra el medio, que dcsapurczcan lo,s tcnt~ci()nes ó las oca-
siones de delito. P()l' otro lado, el mismo I,'erri reconoce
que una gr.1n parte de la criminalidad depellde de cau-
sas muy distintas de las que acabamos de el1unci:lr) y
(Iue, por conSiguiente, las medidas que propone no 8e1'-
virío..n de nada. .
Además, si el legislador tiene el deber de preocupar~
se del efocto que las leyes puedan producir sobre la cri-
minalidad, no jJ1eerie rlesateMler ot1'03 inte?'C3OS q'/tc no SOlb
?nenos -imJJorütntes. Ni debe saorifioarlo todo al objeto úni~
co de suprimir las tentaciones rieZ deUto pura 108 q~e tienen
intenciones oriminales.
El Estado, además, no debe exagerar la prevención
estorbando con innumerables reglamentos la acción dal
218 CRIMINOLOGÍA

oiudadano; las ocasiones y las tentaciones de delito son


innumerables y sería inútil esperar que desapareciese la
mayor parte. No es siempre posible aplicar el precepto
evangélico que manda arrancar el ojo ó cortar la rnano
que es causa de tentaoión, el exceso de prohibiciones y
de restriociones, neoesarias para evitar las ocasiones del
delito, exigiría una vigilancia constante de la policía so-
bre cada una de las manifestaciones de la actividad pri-
vada, y esta vigilanoia se convertiria en un intolerable
despotismo. Además ¿sería justo transformar ó destl'uir
una gran parte de instituciones útiles para la mayoría de
la población, s610 porque una pequeña parte de ella,
puede tener en aquella ocasión de delinquir? ¿Debe-
rían modificarse las condiciones sociales sólo porque no
se adapta á ellas una pequeila minada? ¿N o sería mejor
estudiar la manera de que ésta se adapte á tales condi-
ciones? y más bien que transformar para su comodidad
el medio ambiente ¿no deberían sustraerse á éste los ele-
mentos refractarios?
Después de estas oonsideraciones de carácter gene-
ral, conviene hacer una distinción: una ley puede produ-
cir efectos en f/eJw1'al sobre la moralidad pública ó Sobl'e
contingencias JJ(h1'tic'ula1'es de la vida social} que pueden
dar ooasión á un delito espeoial.
0orresponden á la primera categoría las proposicIO-
nes que Ferri ha reunido bt1Jo los títulos que se relacio-
nan con el orden legislativo y ed'Ucati'vo, de las cuales pue-
de esperarse racionalmente una m~ioI'a en la moralidad
pública y, pur consiguiente, una disminución de las ten-
dencias criminales; las otras tienden á evitar algunas oca-
sioues más oomunes de delitos ¿y de qué manera? supri-
miendo algunas prohibioiones, Oomo las relativas á adua H

nas, monopolios, etc., y creando otra.s, como ln.s refe-


rentes á las fiestas, tabernas, etc.
Es evidente que abolida una prohibición cesarían IOB
clelito§! que nacen directamente de la violación de esta.
INFLUENCIA DE LAS LEYES 219
prohibicióni si se suprimen las aduanas no habrá más
contrabando, pero por el contrario, toda nueva prohibi-
oión tendrá sus infractores y, por consiguiente, nacerán
nuevos delitos que antes no existían.
Además, todas estas prohibiciones que pueden impo-
nerse ó desaparecer á 'Voluntad del legislador no se refie-
ren direotaruente al delito natural, cuya definioión he
dado anteriormente y que constituye el único objeto de
los pl'esentes estudios. Ni el contrabando, ni cualquiera
otra infracción de reglamentos especiales, ni el delito pu-
ramente político ó puramente doméstico, ni otro hecho
de cualquier naturaleza, que no ofenda los sentimientos
altruÍstas de que he hablado en los primeros oapítulos,
tienen relaoión ninguna con el delito natural.
Las nuovas prohibioiones ó la supresión de las anti-
guas únicamente pneclel1 influir por modo indirect0 en
los delitos naturales.
La taberna, por ejemplo, no produoe el homicidio,
pero es ooasi6n de que se l.'eunan bebedores y jugado-
res, entre los que puede producirse una disputa que lle-
gue á convertirse en rifla.., en la cual se cometa un homi-
cídio. Lo mif;3mo puede decirse próximamente de 10 que
para las olases superiores es el equivalente de la taber-
na, el café 'Y el oasino. En éstos pueden naoer antipatías
y odios, y por oonsecuencia injurias y duelos. Otras oos-
. tum.bres ó instituciones que son condioiones sine q'llct non.
d~ un delito e~peoial, son hechos sooiales permanentes.
SI no existiese el dinero no habría monederos falsos) sin
matrimonio no podría existir la bigamia, y otro tanto
puede decirse de las demás instituciones de orden eco-
nómico, político.. familiar ó religioBo~ que son esenoiales
para la vida de l.ma sooiedad,
Es, pues, de todo punto inútil nevar la ouestión ti. este
tert'eno. Por otra parte, no se .trata, según Ferri, sino
de evitar las causas más' frecuentes de delitos que nacen
de ciertas costumbres ordinariamente :peligrosas y que
220 CRIlIIlNOLOGÍA

pueden próhibirse ó limitarse con provecllo general; dice,


oomo EUero, á propósito de ciertas in~tituciones liberales,
(<que hay que examinal', ante Lodo, si no es un mal mucho
menor soportar esas in¡:¡tituciones con sus inconvenientes
que perder todo el bien que nos pueden producir y, sobre
todo, que no debe olvidarse que el derecho es insepara-
ble de la sociedad -y que el delito, que es pl'edsamente
la violación del derecho, es inseparable de él. El abuso
de la libertad humana existirá siempre, sólo se trata de
reducirlo á las menores proporciones posibles)).
Podríamos, sin embargo, servirnos de argumentos
muy parecidos para ciertas proposiciones del l11isrn.o '1.U-
tor relativas al orden económico, político y familiar.
Elli.bre cambio-dice-impido muchos delitos al par
que el monopolio de ciertas industrias da lugar á otros.
Todo esto es cierto, pero ¿quién se atrevería á aconse-
jar á un Estado que por esta sola consideración abolie-
se los derechos ele aduanas ó renunciara á monopolios
útiles?
La prohibición del matrimonio en los militares es con
frecuencia causa de relaciones ilícitas, de seducciones Y
de abandonos; pero ¿puede un Gobierno renunciar á las
incalculables ventajas de un Ejército oompuesto de sol-
teros?
. Por otl'a parte, a,un dado oaso de que se cambiase en
muohas materias la ley ó la costumbre, ¿podría tenerse
la seguridad de que la cUsminuoión de una criminalidad
especial no se compensaría con el aumento de otra'?
Cuando se les quite á ID, gente del pueblo la diversión
de la fiesta, ¿no se aumentará su aislamiento y se habrá
disminuído su sooiabilidad? ¿No sentirán con más viveza
su cansancio ouando no ba),a sido interI'umpitlo por una
hora de alegría sin preocupaciones? Y al hacerse su ca~
rácter más sombrío, más triste, tal vez más rencoroso,
¿no será un nuevo peligro de delitos?
La autorización del divorcio ¿puede acaso abolir los
INFLUENCIA DE LAS LEYES 2:21

celos'? Pues qué, ¿no serán o,ún mús tcrl'iblcs los del es-
POS() arro.iado do su cuso., y privo.<1o de fanüIi~\?
Por otra parte, osas medidas ¿producirían indefecti-
blemente el resultado que ele ellas so espera) si so tiene
en cuenta la l'üsistenci:1 invencible de lD.. costumlJro inye-
tel'uda'?
LombroiOo y otros escritores, parLt combatir el alcoho-
lismo) han acudido al fisco proponiendo impuestos muy
elm"ados sobro ID..s lJebidus alcohólicas; pero Francia
y Holanda !lO!:) bcm dado In, prueba de la ineílcacia de
estas medidas. En el primero de estos países, como lo
h<loO nutar el mislllo FelTi, se han duplicado los irnpues-
tos subre lus alcoholes ele una vez, por 18s leyes de 18il
y 18,2 y, sin embargo, so hu, visto ::tumentar diariamente
el consumo elo Jas bebidas a1coh61icas, por lo que el au-
tor tel'lllÍna manifestando su esperanza de que, como 11a
sucedido con la cmlJl'iagllez en las clases sup~I'iores, la
terrible llaga del alcoholismo, que no puede curarse de
repente, so in\ haciendo monos f1'0Cuente en las clases
bajas, merced t\ lf)s progl'CBOS de In, civilización.
El mecHo de evitar discretamente el mal que produce
sería cerrar y prohibir en absoluto los despachos dc be-
. bidas espirituosas, como ya propuso Despine, pero es in-
útil oSIJerul' que se realice en Europa sernejanto refor-
ma (1). Sería más fácil emplear una medida menos radi-
cal, como la restricción gradual de los despachos, canti-
nas y tv..bernas, para llegar en un tiempo determinado á
un número fijo de patentes como máximum en cada
Ayuntamiento.

(1) Digo en Europa porque en muchos Estados de Améric:l.


han tenido la energía de prohibir en absoluto la venta de toda
bebida alcohólica. En el Estado del Maine esta medida hizo dis~
minuir sensiblemente en pocos años. la mis!'lria, la mendi.cidad y
los delitos. Otros doce Estados de la 'Oni611 se apresuraron á 80-
g~ir el ejemplo del Maine. Despine, De la locHt'a, etc., ecUo. cit.
pag.104.
222
En Holanda se ha dado, no ha mucho, un ejemplo de
ello; aun ouando el impuesto había su.bido en algunos
anos desde 22 á 57 florines por hectolitro, el aumento
continLJ,o del cunsumo de aguardiente preocupaba seria-
mente al país. Desde el consumo de 224. '285 llectolitros en
1854 se llegó en 1881 á 328.000 heotolitros; es decir, que
en lugar de 7,08 litros por habitante ascendió el consumo
á 9)81. El Gobierno tomó la. inioiativa de poner un reme-
dio á, este vicio, que t(prOducla. no s6lu la ruina moral y
fh;ica de muchos individuos, sino que amenaz,abt\ hasta
la vida de f'arnHia el orden y la seguridad públicaJ),. por-
j

que '~parecía raro cp.le mientrus se confía al Estado la


misión de atender á la educación públioa, po!' medio de
lar;; escuelas} á la prospeddad públioa favoreoiendo el 00-
meroio] á la seguridad públioa pOI:' medio de lal:! prisio-
nes} se le nega.se, por oka parte, el derecho de poner di-
ques á uno de los máH terribles enemigos de la eduoa-
ciónJ de la prosperidad y de la seguridad públioas» (1j.
De aouerdo con estas ideas, se presentó un proyeoto
de ley que, votado por las Cámaras, 80 promulgó el 28
de Junio de 1882, estableoiendo el número máximo de
patentes que podían conoedel'sc en oada municipio, me-
dianto el pago de un impuesto, y adoptando disp08ioio-
nes par'a que la ley !:le hallase oumplida en todas sus
partes en el término de veinte años. Se imponían penas á
la embriaguez y ti. los que excitasen á ella. Al cabo ele seis
meses esta ley comenzó á producir sus buenos l'e6ulta~
dos; de 45.000 despachos que existian ell '1879 descendió
el númel'O á 32.983 Y el ingreso ele los impuestos sobre
el aguu.rdhmte disminuyó tambi~n en la cantidad de
100.000 florines aument:l,udo en oambio el consumo de la
cerveza y el azúoar.

(1) Rapport du ministr~ Modderro.ann. V. 7.eitstohrrift far CliCl,


{Je8ammte Stra{rcschtswis8IJ118chafft. 3 B-1 tt. Das niederllmdil3che
Gesetz von 28 Juni Hl89, von. Pro!. Druckel' in Groningen.
niJ~LUENCIA DE LAS LEYES 223
Holanda nos ha probado que un gobierno decidido y
prudente puede cooperar a la atenuaoión de un vicio tan
generalizado en la población, que un diputado pudo de-
oir que era menester dejar á los obreros paladear tran-
quilamente sus dos vasos de aguardiente (/)'cknap7J6Sse)
pOr día (1).
¿Por qué no había de seguirse este ejemplo en países
en los que el vicio es más reciente, y por tanto más fá-
cil de extirpar? En Italia, por ejemplo, el aumento de loo
despachos de bebidas, tabernas, y establecimientos se-
mejantes es muy rápido; para dar un ejemplo, citaremos
á. Milán, donde aumentaron de 18'72 á 1877 en número
de 848 (2). En las provincias romanas y meridionales,
en las que el consumo de bebidas espirituosas no es
grande, el vino no causa tan grandes daños á la salud,
pero los produc,e mucho mayores en cuanto se refiere á
seguridad social, á consecuencia de la extraordinaria
excitabilidad de la población. Es indudable que 1/buc/¡'os
clelitos cont1'a las peTsonas se debe)¿ {tl?'iúui1' á lct tabc1'na, y la
p~'ueba es que en la provincia de Nápoles, á consecuen-
()la de la libertad absoluta concedida á las tabernas

en 1876, y que hizo aumentar considerablemente su nú~


mero, los delitos de lesiones aumentaron desde 1.577
en 1877, hasta 2.191 en 1878, y 3.34\) en 1879 (3).
Sería, pues, una medida muy sabia limitar el núme-
ro de licencias á un máximum en cada localidad, impo-
ner!es una fuerte oontribución y dictar disposioiones se-
meJ8.Utes.á las de Holanda con el objeto de restringir

--
gradualmente el número de despachos e:<[istentes (/1:).

(1) Zeit8chrift, eto.) folleto citado, pág. 580.


(2) Eu el mismo período las botellas de espíritus y de lico-
:es que fueron importadas en Italia aumentaron desde 17.876
,

a 1\27.888. Archivo (le psychiatria y iJÍencias penales, etc. Vol. IV,


2. cuaderno, pág. 283. Turln,1878.
(3) TUl'iello, Goberno d Gobernati, oap. JII, pág. 368.
{4.} El artículo 52 de la nueva ley italiana de seguridad pú-
224 CRIMINOLOGÍA

Volviendo ahora á la teoría de Ferri, notaremos que


muchas medidas de las que indica están fuera ele la ac-
ción del Estado, tales son la expulsión de las sociedades
de obreros de los miembros que tienen el vicio de la em-
briaguez; la difusión de las diversiones higiénicas á pre-
cios reducidos, las sociedades de templanza algo menos
platónicas, la abolición de la costumbre de pagar á los
obreros en una sola vez y la víspera del domingo, las
casas de obreros á precios moderados, las sociedades
cooperativas de socorros mutuos, los Bancos populares,
las Juntas de Benefieeneia, el ejercicio de la medicina
por las mujeres y la difusión y aplicación de las ideas
de Malthus.
Es evidente que si la influencia del gobierno no es
completamente nula en todas estas cosas, es cuando
menos muy limitada. No se trata aquí de reformas legis-
lativas, sino que todo depende del progreso natural de la
civilización, -elel aumento de la previsión y de la economía,
en una palabra, de la iniciativa privada. «Decir que la
criminalidad decrecería con estas medidas, es tanto co-
mo decir que una sociedad mejor educada en el trabajo
y en las ideas de orden y de previsión comete menos de-
litos, lo cual es una cosa que nadie duda».
Aun dado caso que en algunos de estos asuntos (no
de seguro en la aplicación de la reserva de Malthus)
pudiese el gobierno tomar alguna iniciativa, es muy du-
doso que pudiera ver sus esfuerzos coronados por el
éxito. Aparte de que esta intervención no podría ser
aconsejada por una sana política.

blica, au toriza á los Ayuntamientos para oponerse á la apertu-


ra de nuevas tabernas cuando sean suficientes las que oxistan.
Ya es esto un paso aunque excesivamente tímido. También. son
dignas de alabanza las sanciones contra la embriaguez (artícu-
los 488-489 del nuevo código penal), las cuales podrán ser útiles
si se ejecuta rigurosamente la ley.
UiP,r..\J.lmCIA DE IsAS LEYiS

¿Qué se reserva, pues, á la legisla.ciÓn y á la Adminit;l-


t.racióll? Las necesidad(3s legislativas para prevenir el
delito pueden reducirse generalmente á UtU\ buena poli-
cía) á una buena administraci6n de justioia y á fa"Voreccr-,
inili'l'8C((tmente, la educaciún moral pública que se opono
al aumento de ciertas costumbres viciosas, ol'igen ol'di-
na;riamente de delitos. Ni la Administraoión ni la ley
pueden influir directamente sobre estas costumbres rnú9
que en algunos casos partioulares, como 108 de ueo <le
al'ffi&l, las tübe,(,llEl,l::l y despachos de licores, los j"Ltego¡; de
azar, eto, Fuera de estos casos, no se puede aconsejul' al
Estado una intervención dema,síado grande ni demn.sia-
do asidua en el ejercioio de los dereohos individuales,
lo cual} teniendo pOI' objeto prevenir la más grande call-
tid."d pOsible de crímenes, se traduciría en una violación
insoportable de la libertad y sería causa de nuevas re··
voluciones.
Así, pues, tlscuelas dirigidas por profesores inteligen-
tes y morales, la institución de a.Sil06 de eduoación, de
establecimientos agrícolas para los nUlOS pobres 6 aban-
donados, la prohibioión de publioaciones y de espeo-
táculos obsoenos, la de que los jóvenes asistan á los tri-
bunales de lo' oriminal, la restricción de la libertad de;
tab~rnas y hosterías~ la prohibioión de la vaganoia, la
VIgIlancia de los sospechosos, buenas leyes oiviles y un
~ro.e.e:dimiento rápido y económico son los únioos medios
mdIrectos de prevenir los delitos que puede adoptar un
gObierno liberal en tilla nación m'oderna.

II

Después de haber' estudiado la eficaoia práotioa de


estos medios indirectos de prevenoión, es neoesario que
pasemos á loa medios direotos, lt\~ 'penas, á las que· al..
15
22G CIUI\LI~OLOG1A

gunos sociólogos, M. Fel'ri ent.re otros, atribuyen un po~


del' de pl'8vencidi1 muy limitado, en tanto que otros les
conceden la más grande influenoia. De UIl3J y o'tr'n, parte
hay ejemplos histódoos de que echar llluno: ele un lado
castigos terribles que no han podido evitar In. repetición
frecuente de oiertos delitos; de otro represiones san-
grientas que ca\5i hanheaha desaparece.r ~\lgunalS espe-
cies de crimenes.
Cl'00 que la c·uestión podía ser l'esuolt<1 si en vez de
hablar de los clelitos en general, se tratase de le.s d~fere¡¡.­
trJ8 clases de critnillales á quienes se dirigo In, n.men.aza de
lQ, pena. Entonoes se compl'enderia que loe grandes cri-
minales (asesinos) no se intimidan ele orcl1nario por el
temor de las penas ~'e8tl)'icU'D(ts de lrt lióertltd, precjsam0n-
te porque sieudo delinouentes típicos, tienen en Illayor
grado el cinismo, la imprevisión, 11.1. iusensibtlidad mo-
ral, y'u.e flOn los principales signos de v.nollH.Llía psíquioa
de los delinouentes. PIJ?'O tomij)¿ Za l1W8rte, y en un país en
o} que 0k:lta pena f30 aplique constantemente, alguno de
ellos dejará de delinquir ouando no se encuentre seguro
de esuapar á La justicia. En la sesión de la Cámara de
Diputados ele Italia de 10 de IVlarzo de 18GG, refirió el
diputado Confol'ti que en Nápoles, l'einunuo Fernan-
do 1I, trataron auatro 6 cinco malhechore~ de matar Y
~obat' al Sr. C., que tenía en f.m casa una. caja con unas
M.OOü liras: pues oouI'rió que, habiénduse ejecutado en
aquellos días una condena de pena oopital, é1.tlueIlo8 mal-
hechores ~e horrorizaron, hasta el punto de deoidir q~0
no mato.nan al Sr. O., y se limitarian á robar Sll cap,
lo cua.l tampoco tuvieron el valor de intentar.
CI'6er que la cadena perpetua pueda ser considel'l;l.da
por los asesinos como la amenaza de un grave mal, in-
tUca no tener ninguna idea de la. psicología de los deli~­
cuentes, y no es de extrañar que Beocaria, que no habla
heoho. semejantes estudiOIil, haya fundado en esta err6-
-11E'a opinión Si,lS famosos fatL.01'l.-amientos; lo extraí'í.O es
lr.'lFLUE.NCÍA DE I,'\S LEYES

que éstos se repitan con entusiasmo pUl' los abolicionis-


tas, hoy que la psioología criminal es una ciencia. El que
se encuentra en la condición psíquioa anormal necesaria
para preparar y consumar un ase::;inatu, no puede tener
la suficiente sensibilidad para sentir la vergüenza de la
prisión ó para experimentar el dolor' rntts bien moral
que físico que aquélla prodl.lc,e. En Septiembre de 1888
fué condenado á muerte en Córcega el bandido Bocchi-
ni; su compañero Nico1u.i oy('¡ con temor la lectura de la
sentenoia, parecía agobiado, pero ouando oy6 que estaba
condenado á trabajos forzados perpetuos) se rel1nimó y
comenzó á gritar: 'ti vi1;a {,z Pi'I~llcia.' ¡I:st0!l c(Jtltlmto, 'me!te
dado el {/l6Sto de mat(w 1tn gel/darme!>: .. - y comenzó tt for-
mar proyectos para lo porvenir mostrándose contentísi-
mo de su suerte (1).
Pudieran citarse infinitos ejemplos de condenados
á presidio que no sintieron nhlgún temor ni se mos-
traron pesarosos, ni siquiera ou~ndo se les leyó la
sentenoia. Ciertl1mente que hay entre los gl'andes crimi-
nales alguno que el día antes del veredicto toma una
fue:te dosis de morfina, pero en ese caso se trata de un
delmcuellte excepcional que, siendo asesino, ocupaba y
q?el'ía continuar ocupando un puesto elevado en la so-
oledad, en la que había sido estimado oorno un hombre
de intachable conducta, y para el cual el descubrimiento
de su delito equivalía á finalizar su existenoia. Estos ca-
sos SOn por lo demás muy raros aún en 108 delincuentes

de las oIases superiores. el conde P. se envenenó, Lu-
ciani soportó perfectamente su prisión (2). En cuanto á
la olase de los violentos é impulsivos, ya lo sean por
temperamento, por neurosis ó por excitación aloohólioa,

-- (1) Notas y observaciones médico-legales acerca del bandido


c~r~o Rocehini. En los A'1'cl¡ives (le Z'anthropologie crimiuelle, 15 de
DUllBlllbre de 1888, Lyon.
{2) Garófalo, Co~tra ~a corrirmte. Nápoles, Anfossi,ed. 1888.
228 CElMINOLOGÍA

es errónea la afirmación üe que el temor doil los castigos


sea inútil para contenerlos. Los alienistas nos asegl.~­
ran que aun lc.,s mismo!:! locos son sensibles á }o,s ame-
n9z,a8 de la pena (1). Aun euando no reflexionen puede
producjrse en los delincuentes impulsivos un moYimien-
to oontrario que no deja de ser irreflexivo, pero que de-
pende de la vaga conciencia de un mal que los amenaza
si hacen éstu 6 aquella acción; es necesario, sin em.bal'-
go, que los castigos sean tales que puedan hacer impre-
sión en su imaginadón y no son oiertli\01ente de este
género las lla.\Jll;1.das penas de las legislaciones IllodcrlHl.s.
Para obtener un efeoto preventivo deber'Ían tener la per-
súasión de la existencia de un mal tan grave como in-
mecliatu, oomo oonsecuencla de la a.cción crimiual. Sí
existiese la seguridad de que al dar oon la palma (le la
mano á un hombre en la· cara, se separaría la mano del
brazo y caería al suelo, es verosímil que no sería ir'r6bisti-
ble semejante movimiento y que, tal ve:¡,) la palabra bofe-
tada.desaparecería del lenguaje vl.11gat, y quedaría ence-
n'ada en los diccionarios como un at'cai~mo para uso de
los eruditos. No se nos arguya que las penl;l,s atroces de la
Edad Media no produoían más re~L1Ha,dos que las pre-
sentes, porque en primer lugar carecemos de estadfsti-
cas para poder formar un paralelo y, pur otra parte, la
esperanza de esoapar á la pena era bastante rnayor que
hoy por conS00uelloia de ll); multitud de privilegios, oomo
los aEJilos y la protección de los grandes seflol'es y por'
la manera irregular d~ funcionar la pulicía y la justicia.
En uuanto á 106 malhechores de prufesión, la ouestión
debe examinarse desde un punto de vista diferente . .wstas
personal) caloulan oon bastante exaotitud las posibilida-
des de esoapar á la pena y la desafían con valor, porque
hay algo que arriesgar en este ofioio, como en cualquier
otro, y los hay que son bastante más peligrosos Yque no
INFLUENCIA DE LAS LEYES 22íl
de.ian de tener trabajadores. Hay que convenir, no obs-
tante, que la oferta es tanto mayor cuanto menores son
los riesgos y más seguros los beneficios, pero de este
asunto volveremos á hablar más adelante.
Para estos malhechores las leyes penales no pueden
tener sino un efecto preventivo muy limitado; su objeto
principal debe ser la elímínaci6n; sean cualesquiera los
castigos, no faltarán nunca quienes los desafíen; 108 mi-
neros vuelyen á las misma8 galerías y á 108 mismos po~
zos donde ocurren las explosiones que matan á sus cOm-
pañeros; ¿por qué había de dejar de delinquir el ratero
por quince días de oárcel, 6 el falsifioador por seis me-
ses ó un año de separación de la sooiedad? Si se quiere
que las leyes tengan eficacia sobre la oriminalidad que
puecle JIamarse industrial, es necesariO' que' renuncien á
tratar de desanimar á los delinouentes, pero que en
cambio hagan absolutamente imposible ]a repetición del
~elito por parte de los que hayan caído en poder de la
JUsticia.
Por otra parte, existe la criminalidad endémioa, que
s~ ?ebe prinoipalmente á preooupaoiones sociales, á tra-
dlCIones populares ó á costumbres antiguas ó modernas
de una clase sooial. En esta forma de delitos es en la que
puede produoir mayores efectos el rigor ele los oastigos
Con el objeto de prevenir su repetioión. Córoega presen-
ta Un ejemplo reciente con la rápida disminución de los
homicidios. En 1854 se publicaron en dioho país dos le-
yes, la une, que prohibía en absoluto el uso de armas, y
la ?tra para castigar á los ocultadores de bandidos.
QUince años de estas medidas extraordinarias prQduje·
ron los mejores efectos; el desarme de la población en-
t~ra había dado ante todo un golpe decisivo á las tradi-
C10MS sanguinarias del país; por desgracia, abolidas
eata,e¡ leyes en 1868, la. criminalidad comenzó á aumentar
~ los magistrados han hecho notar en sus discursos «la
l~fm'ioridad dA 1!'l. ~Hllaoión actual, oomparada con la ele
230 ORIMINOLOGíA

la.. misma. Córcega, rJ/lwante los quince aJios ijue ka sll/tido


la bienkeclw?Y6 inju?'ia de esta1'tltera del derecho com/in» (i).
En Escocia, á principios de este siglo, los mincro~ de
Glasgow habían comenzado á usar el vitriolo para oe-
gar ó deformar á los amos de quienes estaban descon-
tentos; bastó el anuncio de que este delito se castigilría
con la pena de muerte para que no se viese un solo roso
semejante en toda aquella región (2). Por el contrario,
los atentados con el vitriolo se han multiplicado en Fran-
cia á oausa de la proverbial indulgenoia del juradu (3j.
En Nápoles habían cesado las defOt'll1uciones por
motivos erótic,os á consecuenoia de la ley dc 18!i~, que
imponía á este delito treoe años de galera. Volvieron tí
aparecer en 1860, á la abolición de aquella ley; desde en-
tonces se vienen multiplicando con increíble frecuendn.
i.\umentando cada año con las ventajas que pl'Ocmrn, Ú, sus
autores la libertad provisional y los largos trámites 00n
que el procedimiento entorpece la ejecución de la::; 8011-
tenvías; la deformación ha sido tan común en algunos
pueblecillos inmediatos á Nápoles, que CD,si no hay una
joven hermosa que se vea libre de ella á llenos que se
resigne á casarse con el pretendiente que se le presente
armado de navaja.
Otro tanto ha ocurrido con los disparos de revólver
que los jóvenes camo?'1'istas cambian entre si en medio de
las calles, y ele los que suelen sel' víctimas ciudadanos
inofensivos; se estableció la jurispI'lldencia de no consi-
derar estos hechos como homicidios frustrados sino
corno teiltat'ÍVCb ele lUJ?'ídrts Ó CliS[!(t1'o de a1'1JUb cle!¡w[/o en 'rb7(b,
:se sometieron á la oompetencia de los tribunales correo-
cionales y alguna vez á la de los jueoes en lugar de la

(1) A. Bournct, La criminalidcul en Oórcegu I Lyon I 1887. _


( 2) Aubl'Y, La contagion al! 'mourtre, páginas Vil y 99. París, 1888.
Alean. ed.
(iJ) rdem, obra citada, págs. 100.121.
lNFLUENCIA DE LAS LEYES

ele los tribunales de A,ysisc:s, y los culpables solo eran pe-


nados con pocos nleses de prisión, rctr::u'\ada á veces al
menos un año pOr las apelacione¡,; y los recurrsos; esto
equivale en la opinión públic.:'\, á In, completa ¡ mpu "ülad
y su efecto es que no pasa un día. ¡:;:ín que los periódicos
de la ciudad no l'efiel'an dos ó tres hech08 de ln.. misma
especie.
En estos CaBOS y en otros parecidos, es menester
atribuir el mal prillcipn,lmento á lo leve del castif.w. POl'-
que no se trctta de maZkec!lol'es 7)0/ hábito que le desafían,
sea grande ó pequeño, porque es un riesgo rropio de su
ofioio, se trt\ta de hombres que, aun hallándose pri-
vados de oiertos sentitnientos altruístas, no se iíJlCeli cri-
mi¡¡(t!es sino e1b u,/Ut sitwtción determi'n.a(Za, para la cuul en-
cuentran UUa oostumbre bÚi'bara que no lGS l'Gl'UgIW,
y que por lo lUismo siguen con gusto. Pero aun cun.ndo
sus instintos les Gondll:tcan á esto. solución, les sería rú-
en renunciar á ella si les pl'()sGnt~1"f:¡e muchos inconve-
nientes, y gran inconveniente sería una pena inevitable
y muy grave que nublara para siempl'e su existencia,
que destruyera todos sus proyectos elel porvenir, que
~es redUjera, e11 una palabra, á Hna condición de vida
mferior.
De aquí deduzco que las penas graves y á la8 cua-
les no Plleda esoaparse, pueden tener una influencia
benéfica. sohre la criminalidad endémica, entre otras
razones porque clemuestI'un que un hecbo realmente
criminal, perO que no se encuentra bastante censura-
do en el ambiente inmediato del reo, no está tolerado
POl: ,la ley, b Dllal, apoyando por este medio la evo-
IU<non natural del pueblo) le hace oonoebir este beoho
no COmo una culpa ligera) sino como una mala aooión
de la cual ~s necesario abstenerse.
Púl' último, no es menos efioaz la severidad de hts
p.enas .en los delitos que se cometen por virtud de la
S!t1.laaión determinada de su autor, corno, por ejem-
232 ORIMINOLOGÍA

pl0, los de los funoionarios públioos. La malversación


ó la prevaricaoión cometida por un empleado del go-
bierno, la falsedad por parte de nn notario, la esta-
fa de un abogado ó la corrupoión de un juez, se pue-
den evitar con la seguridad. de que si el delito se descu-
bre, la pena será tal que haga para siempre imposi-
ble gozar de los proveohos del delito.
Por medio de estos ejemplos, que pudiéramos mul-
tiplicar, se demuestra que sería una ligereza el negar
en absoluto á la pena una aooión preventiva,. general
ó indirecta, pero que oonviene distinguir una clase de
delinouentes sobre los cuales puede ejercer general-
mente este efecto, de otra que solamente lo experimen-
ta de una manera más débil.
La falta de moralidad ó tal vez los instintos crimina-
les están repartidos con más abundancia de 10 que se
cree y hay que hacer de modo qlle el delito sea desven-
tajoso, y que la conducta honrada sea el partido favora-
ble. La minoración de las penas puede, pues, \3er un vor-
dadero manantial de criminalidad. Cuando se piensa que
dUf3.nte la primera mitad de este siglo la gran crimina-
lidad estaba reducida á cifras poco alarmantes en los
países poco civilizados de Europa, y que en la segunda
mitad ha dado pasos gigantescos, no se puede menos de
pensar que la primera de estas épocas había sido pr8ce~
tUda por siglos en los cuales se había prodigado la pe"na
de muerte, y que en los cincuenta años que han prece-
dido á nuestra época, se ha verificado la transformaoión
elel sisterna y la minoración progresiva de la penalidad
que oontinúa todavía hoy sin tregua, y que ha sido pro~
clamada por los jurisconsultos como un gran progJ.'esQ
civil.
Veamos los hechos:
En Francia, de 1828 á 1884, han aumentado los ase-
sinatos desde 19i á 234, los infanticidios, desde 102 á 104,
los atentados al pudor contra niñOS, desde 135 á 791, los
lNfLUENCIA DE LAS LEYES 233

delites (1) de derecho común, es decir, los que no están


previstos por leyes especiales, desde 41.000 próximamen-
te hasta 136:000 próximamente también, las lesiones de
8.000 á 18.000, los robos de n.OOo á. 33.000, las estafas
de 1.171 á 6.37!, los delitos oontra la honestidad, desde
491 á 3.397, la vagancía desde 3.000 á 16.000, Y oasi to-
das estas cifras han aumentado aún en 1884; es, pues,
evidente que la progresión de la oriminalidad no tiende á
detenerse. En todo este período la población que en '183:5
era de 31.000.000, sólo ha aumentado en 7.000.000. Es,
pues, indudable que las diferentes es pecios de delitos
triplicados, ouadruplicados y sextuplicados, no han au-
mentado en razón proporcional á la población, sino en
Una medida mucho mayor.
Pues bien, justamente en ese período de más de me-
dio siglo ha sido en el que se han mitigado muchas pe-
nas, en el que la indulgencia de los jurados ha ido ha~
ciént'lose cada vez mayor, se han prodigado las oircuns~
tanci(l,s atenuantes, se ha enseñado á los jueces que no
debían oolocarse en el punto de vista sooial, sino pre~
OCupal'se sobl'e todo de la corrección del culpable, que
debían considerar todas las circunstancias que hubieran
pOdido disminuir su responsabilidad mor'al y castigarle
pero con dulzura, casi paternalmente.
De esta manera se ha llegado á dar á las penas el
carácter de esas COl'reco{ones disoiplinarias que se im-
ponen en los colegios á los niños desobedientes, y aoaso
son ~enos duras que éstas, porque los reglamentos de
las oaroetas 110 permiten servirse de la obscuridad ni del
ayuno.
Por último, la desaparición casi total de la pena de

--
lnuerte para la criminalidad grave, ha tenido un efecto

O~W Se emplea aquí la palabra en el mlsmo sentido que en (Ir


oijl¡,a francé$ que los divide eJl Crím6'I'M38, d(lU~os y oonU'Gt'an-
~fO'fler )
CRI1Ill~OLOGí.A.

reflejo en la oriminalidad inferior. El solu hecho de que


esta pena exista y que se aplique alguna vez, es un fre-
no para todos los hombres que tengan inclinaciones cri-
minales, porque nc pueden conocer exactamente lu8 lí-
nütes de su aplioación, lo más que saben es que el Estado
puede matar ~ algunos oriminales. ¿Serán de este nú-
mero? No pueden asegurar lo contrario, y de este ruado
su forman una idea más grande de la fuerza de la ley '1).
Acaso puede decirt3e que la pena ele muerte produce
mayor impresión en aquéllos que no están expuestos á
que se les imponga, es decir, en 108 criminales inferio-
res, que son lUenos imprevisores, menos embrutecidos,
menos incD..paces de dominar sus pasiones.
Un diputado italiano, de profesión abogado, deolaró
en un discurso en la Cámara, que muchas veoes los acu-
sados por lesiones le habían confesado que si no hubie-
ra sido por temor á la horca hubieran dado muerte á su
enemigo (2).
Voy ú. citar un heoho del cual he sido oa8i testigo; en
una pequeña pob1ad.ón del Mediodía ele Italia se habían
pronunciado por el tribunal de Assises tres condena.s de
muerte en poco tiempo; algunos clías después de la pri-
mera, un hombre vió pasar á un enemigo suyo por de-
lante de su 0::.1.811, se sintió aoome~ido por un accesO de
furor, cogió una escopeta y apuntó, pero instantánea-
mente levantó el arma sin disparar, diciendo: «(el tribu-
nal ha restablecido la pena de muerte». Pues bien, si el
hombre hubiese d\6parado, 8610 se le hubiera impuesto,
según la ley italiana, pena do trabajos forzados, por ser
el delito homicidio y no asesinato, pero él, acordándose
de las recientes condenas de muerte, en su azoramiento
no supo hacer esa distinción. Por eso se salvó la vida
de un hombre. ¿Hubiera sido igual su temor á la ley.si

(1) Véaso Turiello, Gouerno é gobernati. cap. 111, Bologna, 188·1.


t2) Sesión del 8 de Marzo de 1865, disc~rso de Qhiaves.
INJ'I,UENl'IA DE LAS J.EYES :335

hubiera sabido que el Estado no jJuede castigar 'menea, ni


aun por los más graves delitos, SiDO con la prisión ó la
camisa de fuerza?
En el Mediodía de Italia 80 ha experimentado desgra-
ciadamente y de una manera más dolorosa que en otros
países el sistema de las penas leves y ele corta duraoión.
En los tiempos en (IUC las leyes oran más severas,
cuando no existía el jur<:1.do, ni podío,n ::tpreciarse otras
circunstanoias atenuantes qne las expresamente deter-
minadas por la ley, en que, por últitno, la pena ele muer-
te se aplicaba y se ejecutaba, no en casos raros, la de-
lincuencia era mucho menos numero8a; ha aumentado
enormemente á causa de las nuevas instituciones juridi-
cas que se han dado á varia/s provincias como corolario
de la libertad.
Nos faltan medios para hacer cumparaciones con lar-
gos períotIo8 precedentes, 10 cual es posible en Francia;
por lo que reHpecta á Italia, es difícil Ilegal' m;1s (l.llá del
afio 1863; sin embargo, de algunas noticias slleltas pue-
de deduoirse que la oriminalidad era mucho menor an-
tes de aquella época, especialmente en los delitos contea
las persona.s. En las pl'ovincias delllupoIitano, el aumen-
to de los delitos de sangre fué rápido desde HKil, poro,
sin embargo, el aumento ha ido siendo mayor aunque
con oierta lentitud. La Italia meridional no ofreció en los
años de 1877-78-79, el espeotáculo de un aumento re-
pentino de la criminalidad, que dieron las regiones sep-
tentrional y ventral, y no lo ofreció porque no podía,
dado que ya estaban en acción todas sus fuerzas y acti-
vidades naLurales.
Un ejemplo del rápido crecimiento que los delitos
contra las personas tuvieron en la ciudad de Nápoles,
nos lo suministra la estadística del hospital adonde se
llevan de ordinario los heridos y los contusos (1); los pl'i-
---
{l} El'l una institución de la archicofradía de los poregrinos.
236 CRIMINOLOGÍA

meros son de ordinario vÍotimas de delito, los segundos


ele desgraoias; pues bien, el número de éstos no ha va-
riado sensiblemente en las épocas anteriol' y postel'ior á
1850; por el contrario, antes de este año entrabo.n por
término medio sólo ~O heridos, hoy ese término medio es
de 80, y adviértase que la población de la ciudad sólo ha
tenido un pequeñísimo aumento.
La comparación entre nuestras estadísticas y las pu-
blicadas por los gobiernos que han oaído en Italia al
constituirse el nuevo reino, resultarían dolorosísímas,
pues probarían que en ciertas provinoias la delinouen-
cia grave, la que prueba el relajamiento de los sagrados
vínculos de la familia, la maldad brutal, el desahogo de
las pasiones bajas, estaba en proporciones más pequelHl.S,
pero probaría también que existía más severidad en cas-
tigar á los teas y se estaba menos inclinado. á una indul-
gencia morbosa (1).
Daré una prueba relativa á las provinoias napolitanas
en la cuales rué siempre grandísima la oriminalidad.
Tomo al azar la. estadístioa oriminal del reino de Ná~
poles publicada en 1835 y que se refiere 3,1 allO do 1833
comparado con el de 1834. Conviene limitar la compara-
ción á los delitos más graves, que entonces eran .iuzga-
dos por los grandes 1'ribt(¡}zatcs crimillales, hoy por los
tribunales de Assiscs de Nápoles, Catánzaro, Trani y
Aquila, cuyo territorio oorresponde al del antiguo reino;
el término de comparaoión nos lo dará la estadística del
año 1880 (2).

(1) Beltrani SllIllia, Obl'S cit., pág. 1'i7.


(2) Adviértuse qlle la población no ha aumenttldo considp,ra-
blemente; en 1833 era. próximamente do 0.000.000 y en 1B80 excc·
día en poco los 7.000.000.
IlH·.r.UE:;'¡CIA DE L .... S LBYES 237

li DELITOS JUZGADOS 1832


._-
1833 1880
:1
I Homicil,ii.os con prQlne·
1 dita.I)16n tí. otra cl!'~
I

I
cunstanoia uu ali fi I~ [t.
tiva ..•.•......... · ... 1 169 ;205, entre 878,Gu1 r e
ellos 0111' ellos 18
I (;0parriri- pl1rrioi-
,
dil)$. dios.
Hurtos ó robos con hO-1
lr.icidlo ............. '1 ij
40 44
Homlcidi,QS simples .... , 669 inclu- 686 1.061
I yendo los
inV'olunta-

1I r-."
i rios.
_'.. _. _.' , ... ~
EstEl,s cifras son bastante elocuentes y contll'rnun la
primel'a afirmación de BeItrani Scalia, La 'segunda, rela-
tiva á la ma,yor' sevcrido.d de la represión, se demuestra
COI1 saber que los condenados á muerte en 1833 fueron.
95, y qUE\ en 1880 por un número c:.1.si igual de homici-
dios cualificados, sólo ascendió ti. 49 Y no se ejecutó ni
una sola.
Baste esta rápida ojeada á una épooa l'elativmnente
remota para demostrar que en aquel tiemlJO, eón una
plebe rr..ás grosera, lUenOS civilizada y más ignorante, la
raza de los delínouente~ era menos audaz y numerosa,
Hablemos ahora de Italia en generul; del libro de
Beltrani Saal1a tomo el sigu\ente cua.dro compal'uti VD
entre los años 1863 y 1869:
238 CRIlVIlNOLOGÍA

1I ;RIBUNALI8;;-A~8ISE8- - :;~'~'D;" 1- ROh",


cualdcado..
h",·::l í
I (J'(¡¡";f).'J (·'Jl/ff(ol!f'(nl'l"1J.J ,'1111 r,>';JI ---.... . ---- ----- ~ ---------. f
I )/,('fl,,¡¡f~x.) 1863 1869 1 1863 1869
1--' .- - - l ' .~~
1 Delitos juzgados........... 1.753 2.MO i
2.388 H.290
! Individuos ju:lgados....... 2 . ..J.U :1.216· 4.149 3.097 I
1 Absw~ltos .................. ,1
' Á ml,lerte .............. 1
U:i8
64
726
8i)
!l8H
17
I
I
1.170
28
I
1 "" Trabajos forzados per-I I
lE
. ;:;;¡ \
petuos ............... 1 15H 2Híí BiS i
i
109 II
¡I w 'p
~ lenas aflictivas tempo-
1 ~ rales ............... . l.O\)2 1.;)06 2.27n I 2.668 ¡II
:._ ~~ ..~ena$ ........ .. 482 616 781 I 1.121
1 1
~

I~ 1863
.~~~ h~;J
, ~arn.cl~l?S ............................. . 12 ~2 34
! U xoncldlo5 ............................. . 15 BIS
11
I n f an t'tel'd'lOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44 52 51
I Fratricidios ........................... , . '.' 18 go
! Otros homicidios cualHlcado¡;: ... , .......• 285 413
... l._ _ _
450

Nada podemos aña,dir á la elocuenoia de estas cifeas,


que demuestran que en el espaoio de siete años la más
alta criminalidad creció de una manera espantosa.
Mas si queremos dirigir nuestras investigaciOnes
algo m~s atrás para adquirir la. persua.ción de la exis-
tencia de una ó de varias causas constantes, no excep~
olonales del incremento, veremos que desde 1850 á 1860
la oifra anual de los delitos que se castigaban con pena
capital eran por término medio de 640, el de los que se
castigaban con traba:jos forzado8 á perpetuidad, de {)5~.
En el decenio inmediato de lS60 á 1870, aumentó la prI-
mera cifra hasta 784 y la segunda hasta 1.601; ha habi-
do, pues, un aumento de 22 por 100 en los deUtos de
lNJo'LUl.!.'NClA DE LAS LEYES 239

pena capital y del 54 por 100 en los demás (1), yadviér-


taso (fue en este tiempo se disminuyó considerablemente
la penalidad por las leyes de 185q y de 1861, Ydisminuyó
mucho el número de delitos cnstigados con la pena de
muorte ó la perpetua; el aumento, pues, rué mucho
mnyol' del grandísimo que resulta de las cifras que aoa-
bu,mos ele exponer.
Examinemos, por último, el movimiento de la crimi-
nalidad durante un largo periodo.
He aquí, ante todo, un cuadro que nos suministra la
estadístioa de las cárceles (véase el inserto en la página
siguiente).
En él vemos el constante aumento del número de
condenados á las diversas penas cOl'reocionales en una
serie de más ele vcinto añOS, oxcepto las mujeres conde-
nadas á las casas de custodia (2).
No hay notable interrupción en el movimiento ascenw
dente sino en los años de 187(i y 18'78 por efecto de am-
nistías que remitieron las penas leves y disminuyeron la
duración de las largas.
La cifra total de los condenado~ .á trabajos forzados
y á las demás penas aflictivas era de 15.037 en 18?2, y
se ha más que duplicado en veinte años) porque ha lle-
gado á 32.538 en 1882. En 1.0 de Octubre de 1889, esta
cifra había clisrninuído en poco) alcanzaba á 31.907. Los
condenados á presidio también habían disminuído algo,
15.403; por e1 contrario, habia aumentado la cifra de los
condenados varones á las casas de pena, 1'5.271) mien-
tras el de las lYlUjeres no habia sufrido alteración sensi-
ble) 1.293.

(1) Beltrani Sculia, obra cit., pág. D6.


(H) La custodia, según el arto 28 del Oódigo penal italiano, es
una casa de oorrección y de industria, separada de las cárceles y
destinada. á los delincuentes de tierna edad ó de escaso discerni-
miento.
240 CRUUNOLOGÍA
" ., ....

j CONDENA.DOS

I
, I
Flri ¡,AR CA-'
EN LAs ('A~A~

) AÑOS
EN LA.~ (' .ÚtCELlOR
DE )tttCLt;~lÚ~ R..I.fi 1>1;
t't:Fl'OlllA
I
; E¡; LO~ , .
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rRI~~IDI/'l~
Varo- IIom-,
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Varal,es Hembras Vú¡'onfls Rem\¡ra.
I n!.'$ brns
i
1- --¡
I
i I
1 1862 . » » 9.800 5.393 g.g 552 881
1863. 10.424 778 0.300 7.116 H8 858 aOI
: 1864. 10.738 604 9.823 7.110 545 486 44 1
. 1865. 12.456 660 9.823 7.1GS 55·1 449 50i
~ 1866. 14.821 806 11.694 7.040 588 477 54!
\ 1867. 14.217 840 11.8a5 7.21(3 491 639 64,
¡ 1868. 12.830 841 12.874 9.007 563 660 59:
1
1869 .
13.909 917 1:3.401 9.168 589 aMI 65:
I 1870.18.688 827 13.910 9.9a3 590 6Ml 62!
11871. 15.794 966 15.809 1.0.146 664 715 . 751
i 1872.14.680 1.075 15.813 11.067 767 821 75 1
i 1873.15.002 1.085 1/'í.859 11.190 \ 833 801 75'
i 1874.15.890 1.326 16.124 11.974 812 906 501
I 1875.17.176 1.205 16.698 12.135 1.019 751 116 1
: 1876.13.807(1) 'il37(1) 17.197 12.4,'16 1.059 723 109
.1877. 16.217 1.151 17.320 12.749 1.O~1 946 120
11878. 12.808(2) 1.010(2) 17.260(2) 11.805(2) 998(2) 940 107
1879. 15.574 1.219 17.576 12.324 1.087 947 73
1880. 18.918{S) 1.435(B) 17.716 12.550 1.179 852 58
188I. » ) 17.729 13.109 1.18B 902 58
1882. 17.715 13.524 fJS7 53

e
) » 1.2B9
1
» ;~ 17.;;42 14.595 1.801 1.09°1 60

(1) Ecta diamin'UI.:i6n debe at1'ibuirs6 d lq, amnistía. fecha 2 de


Octubre.
(2) Disminución que dabe atribuirse d la amHistia del 17 de Enero.
(3) Este aumento depende en parte de la mayor extenaión de
las oitacione¡l direota y direotísima.
INFJ.UENCIA DI!: LAS LEYES

Los condenados ti., perpetuidad ofrecen el aumento


que demuestra el cuadro siguiente ~ t):

r-- AÑOS
'iA~AB ~~NA~
y~~;¡~"-! B:NuIH'as !
187U •... '" '" . .• .•.. ..•...• 2.810 86 lD I
18'11 •.••.. , .... , . • . . . . . . . • . . . H. OG~ aa Hl
J87~......................... 3.142 ()8 H
un:!. ....... """ ......... :$.:::113 75 82
t874......................... ;;.3:)(1 7.1 8ti
ll:175 .............. ,.......... H.7!'8 88 96
lB76......................... :j.8íH H;¡ w9
lH77 .•. '" ... , ......•.•.•...• "1. líO ~1,1 117
1In.,
"" ·························1
187!! .............•....•..•.•.
"",*37
4.437
100
112
114
lr)t!
lH'lO ............•.....••.•.. " '1.509 118 17i)
I
I
"",~"".---

1RR1 ..•....•• , .•.•.•••..• , '" 4.81B 191


18S:! ..•.......•..••.••.•••••• 5.003 19:) I
. lB8f3 ....•.•...•••..•••••••••.
.i H:!~D ......••..•..••...••.••••
:5 .159
5.408
204
287
il
I
..=-._~._-==~-~=-=----=--.=_ .....;.;:
.:;;;;.~==._==;..;.; . =...........
-¡;¡;;¡;=---=~.

PO!' él se ve que la suma total de 2.IiJ!i5, que en lH7(L


8ufrí:\n condenas perpetuas, asoendió en 1889 á 5.7:25,
así es que en menos de veinte años puede decirse que ha.
duplicado.
Desde 1881 á 1886, las cifras de la más alta crimi-
nalidad, permaneciernu casi estaoionarias, y destruye-
ron las agradables previsiones de los optimistas, que
por alguna leve oscilaoión observada después de '1880,
se apresuraban á anunoiar la paz en el reinado de Sal..
turno. El ouadro de la página 242 demuestra que la dis-

-
minución de los homioidios ha sido tan insignificante

(1) Anuario (litado, tabla XII.


ORIMINOLOGÍA

que ni siquiera se puede tomar en cuenta como una es-


peranza favorable.
Delitos definidos por los Juo:gados de InI.trucción
de toCio el Reino.

r Homicidios cUáli·
1881
_o"
II 1882
'I~'

ficados ........ 1.iit1O 1.734


1883
-' . __
1884
o --- _.-

1.-1-f)5
1885
_ _ _ -----

1.45i'í 1. 881
--~
I1188/3

1I 1.441
I
!

Homicidios sírn·
pies ........... 2. 903 I 2. 61i2
I
2.(i70 2.711 8.48(\ i 2.498
i Robos con homi· I

18~J
I
I
¡
<.lidio .......... 2771 263 199 187 281 1
I ,
.

Por él se ve que la suma de los homicidios cuaIífica~


dos es rnuy poco inferior en 188ó á 188'1; la cifra de los
robos con homicidio es bastante menor en t 886, pero en
el afio anterior excedi6 á la de 1881; sólo se ha observa-
do una pequefla disminución en los homicidios simples,
pero no puede decirse que se ha aoentuado sino en el
ano de 1885, de modo que no es posible asegurar la
existencia de una progresión oonstante, y por el contra-
rio, la cifra de 1881.1:, excede ¿, las de los dos años ante-
riores, y la ele 1886 exoede en poco á la de 1885.
Si se estl.ldian en todos los países de Europ:;t, se no-
tará casi en todos un aumento tal vez no tan sensible
(jomo en I'¡'rancia y en Italia, pero siempre muy notable
y, sobre todo, muy euperior al aumento de la población.
En Bélgicljl., v. gr., el aumento de la delincuencia se
notó desde 1850 á 1875; de un término medio de 20.428,
condenados en el primer período, se pasa en el segundo
á 25.072. De 1832 á 1839 el término medio anual fué de
557 aousatlos de delitos graves; 1218, de 1840 á 1849;
2.576, de 1850 á 1855; 2.771, de 1856 á 18nO; 2.813,
de 18(\1 á 18ü7. El término medio de acusados por deli-
INFLUEI'iOIA DE LAS LEYES 24,8

tos menos graves, fué, en el primor período, de 23.56!1,


y 37.462 en el segundo, la pl'ogresión ha continuado en
los años de 18138 Ú H,S5, durante los cuaJes el aumento
de la delincuencia grave ha sido más sensible porque ha
excellido en muaho al de la población (1).
El aumento de los homicidios, que desde 18 111 á 1868
han llegado desde 40 á 70 por año, es, sobre todo, dig-
no de atención, al par que desde 1t\68 á 1885, su núme-
ro se ha mantenido siempre por erwima de la última de
estas oifras, acefcandose á lOO, Y aun exoediendo de ese
número.
El númel'o de detenidos en Prusia en todo el año de
18i8 á iU, comparado con el término medio de los ocho
años anteriores (.1871 á 78-79), da un aumento de 13,3
por lOO, Desde 1854. á '1878, ha habido un sensible au-
mento en los homioidios, infanticidios y heridas. Sirvan
<.le ejemplo los homioidios que, en 1854 eraIl 242 y que,
aurnentando progresivamente, fueron 518 en 1880. En
una palabra, los atentados contra la vida dabap. lugar
en :1854 á un proceso por cn.da.. 34.308 habitantes, yen
1878 correspondía cada proceso á 26.7fj() habitantes
(vVetarke, Ve1'brechen 1m Ve?'OJ'BCae1' in P?'e1688en).
En toda Alemania, los condenados por homicidio
aumentan; en 1884 ascendieron á /130; á 477 en 1885, y
á 484 en 1881) (2). En la Carinzia ha habido un aumento
constante desde t85!J á 188'1, que ha hecho ascender los
delitos graves y menos graves desde 1,186 á 2.326. En
Espafla., desde '1875 á 1880 ha aumentado en más de una
tercera parte la suma de los procesos criminales, en
c.omparaclón con el quinquenio precedente; del número

. (1) Rapports sur la atatistiquo penale Belge, oitée par Baltra-


nl Scalia, Lu Refo1'rne penit. Véase también Aguglia, T/importa1lftu
dellrt. ?'eprlJ8sione pellale, 1884. .
(2) Apuntes de ostadIstica comparada pOl' el Dr. Bosco.
Ronta 1889.
CRnuz..:OLOGÍA.

de 9 L.t.574 en éste, asoendió á H6.2il en aquél, de l~nt:\


á 1874, las condenas de muerte fueron 159, h\s ejecucio-
nes 50; de l875 á t881} lf-l,s primeras 213, lus ejecuoio-
nes 125J lo cual prueba el aumento de los delitos lllás
atrooes. Solamente en Inglaterra presenta la delincuen-
oia un movimiento inverso que se nota haoe algunos <lilas.
El númerQ medio de los prooesados, que en 1878 era
de 20.833, ha diswirmído hasta 15.3'75 en 1880 (J j. Los
acusados de homicidio fueron, pUl' término medio, 3.19
desde 1861 á [805, Y 323 desue 18131 á 1885. Pues bien;
Inglatel'l'a es el país en que menor influenoia han tenido
las teoI'ít\~ penales modernas, en el que se aplioa al fl()-
micidio la pena de muerte, y las demás penas son seve-
ras j' 8(\ oumplen riguros(1mente; pOI' lo 4ue se l'efie1'0 á
la Italia, pudier:¡J, ocurrir que so hubiera alcan~-1.do el
clirlwx de la criminaUdad más grave y que ltl.s cifras de!
deüento de :18R':HW no ex.cedn.n las del anterior, pel'O esto
no $~~ría bastante para mitigar lt\ trü,;¡te impresión que
produce la cl'imi¿¡atidad 'Ítatian(t en co'¡npa?'(U)tón con Za ele
Zos demás paises (le E'lf,rop{~. La anormalidad de estas ci~
fras 0S tal, que es imposible esperD..l' verh.ts descendee á
un nivel cLlSi igual al de las demás naciones civilizadas,
ínterIn no 80 cambie la calidad ele las armas inofensivas
cun que hoy se iJombate el delito.
Estas cifras admiran por su valor absoluto antes que
se establezca ningún género de comparación y no puede
dejarse de sentir una sensación dolo!'osa al leer en la es-
tadistioa de 1886 que s610 en aquel año 19.s Cámaras de
instrucoión definieron 1.441 lwm'Ícidt:03 c'll,aZiflcados (parri-
Cidios, asesinatos, infanticidios, envenenamientos), 2.4~8
ñ,r)micidios simpZe$ y 183 ?'0008 con hornü;idio, en trJtal
4.122 (2). Desde 1881 á 1886 la cifl'u de los homicidios

(1) Revista di disClÍpUne carcqt'Mie, ouadernos 5·6, pág. B4.:3.


Roma.
(<¿) EstadístIca oriminal del año 1886.
INFI."C'ENCIA DE LAS LEYES 2-15
voluntarios ha excedido el número de 4.000, COInO de~
muestra el ouadro de la página 242.
t3i se suman las cifras del quinquenio de 1882 á 1886,
se verá que en ese breve período morían violentamente
21.641 personas bajo el hermoso cielo de Italia, y que
entre tanto, los profesores de Derecho de sus universi-
dades, sin preocuparse de este espectáculo, ref:iervaban
su indignación y su odio contra el vengador de las victi-
mas, el verdugo, que había estado desarmado por mu-
chos años, no contentándose sino con la lejana esperanza
de que el patíbulo desapareciese de las leyes.
Este inmenso torrente de sangre inocente que corre
por aquellos campos, debería representar una vergüenza
mucho mayor que la pérdida de una batalla, como en un
brillante período oratorio dijo en aquel Parlamento
un eloouente diputado siciliano (1). Y pudiera añadirse:
un desastre más horrible que una inundaoión del Po Ó UD
terremoto de Ischia, sólo que los millares de seres á
quienes el punal del asesino convirtió en huérfanos y
viudas, gimen esparcidos por toda Italia y no se oye el
coro de sus sollozos como se oyó sobre las ruinas de
Casamioiola.
y alIado de los 4.000 hombre8 asesinados oada año
y á un púmer'o mucho mayor de otros que sufren hm'i-
das gravef!, la estadístioa n.os demuestra que se pierden
14.000.000 de liras en robos, hurtos, estafas é inoendios
y que por otra parte el gobierno exige á los ciudadanos
62.000.000 (2) para emplearlos en esta lucha contra el
delito, que da resultados tan estupendos (3).
Y, si dejando aparte las cifras absolutas, hacemos la

---
comparación con las demás naciones civilizadas, vere-

18~1)9. El diputado Di Rudini en la s~si6n de.ti de Febrero de


(2) Beltrani SOlllia, obra oitada, pág. 346.
(8) BGltralli Scalia, obra citada, pág. 34.4.
:?4G CRIMINotOOÍA

mos que 108 homicidios que oon~ituyen delito grave,


son en Italia oinco veoes más numeroso~ que en Francia
y nueve veces más que en BéIgioa (J).
((Esta proposioión adquiere mayor jmp01'talJcia si se
considera que el número ele delitos que eE!C:,~.pa {~ la acción
de la Justicia ea mucho mayor en Italia que en los paí-
ses que se acabn.n de itlCUOl1l'» (2). En efeoto, de 10.000 dc-
nunc1ak> y quel'ellas presentttclHIiI en 187\ no se juzgal'Ull,
por ignorarse los ~utorefS 6 ser insufioientes 10$ indicios,
3.733 en Italia) 3199 en FrancÍIJ, y 2. f 00 en Bélgica (a).
y no se piense, como nILIChos creen, que este enor~
me exceso File deba sólo ú Jos delitos ocv.sionados IJI.)!' el
ímpetu, porque en los homicidios oualificados Ó preme-
ditados, excedemos también en trtls ó cuatro vecOS á
esas naciones (4).
Aun es !lleDOS lisonjera la comparación Don otras na-
ciones. Lor;; condenaüos por homioidio voluntario, s.on en
Italia. sl?ts m;CC6 más que en Prusia, diez, 'lJ8CeJ' má8 que en
Irlanda, once 1)8ce·Y más que en Holanda, catQ?'ce 'iJeC8S más
que en Dinamarca, diecisd¡,~' veces más que en .Ing]ate~
rra,veintici11,CO voces más que en Suecia.. Solamente Espa-
fia y Hungría se nos aoercan, pel'o á una distancia bas-
tante sensible (5).

(1) En 1862106 homicidios voluntarios juzgados por los tribu-


nales franceses fueron 601, en Italia 2.862, número en el oual 5C
illClllyOl1 las heridas que caUlsllroll, la muerte, y los homicidioS
sin intención que 0.11 Francia flleroll 105. Teniendo en cuanta la
población de los dos patses, se advierte que en I<'rancla se juzgaP.
18 1/2 de estos delitos por cada m.illón de habltantes,yen Italia 102.
(2) Bt)ltrani ScaIlaJ oJ:lra oitada, pág. 86.
(B) Beltl'.ani S08.lla., obra citaua! pág. 6ft ..
(4) Beltraní Scalia, pág. 85: ~PQl' lo que raspeot90 á JJl'anC~li)
sabe~nQs quo en el afio 1882 se juzgaron 194 asesinatos, tni.eJltl~S
que en Italia en el mismo año se juzgat'on 705! la poblac16n f:I
Francia el5 de 88.000.()í)O y la. d¡;;l Ita15a de 29.000.000", . de
(5) Véase aceroa de estas aomparo.c!onos la obrll cl~ada .
Boltrani Scalia y además OolajllUni, El aloohola'8mo. Oatawa 18S7
INl'LT;ENClA DE LA>: LEYES 247

Ni, por último, nos resulta favorable la comparación


de todas las cifras de la criminalidad más grave, que es
hoy objeto de los juiCios en tribunal de Assises.
De 100.00Q habitantes, Italia tuvo 37' 18 acusados de
delitos graves, Francia 11 '81, Austria 17' 10, Bavie-
ra 17'69 (1). La compi1raCiÓIl con Inglaterra no es posi~
bIe, por la diferencia de la organización judicial y de la
legislación,
Estos datos son suficientes para dar una idea ele las
condiciones anormales de la criminalidad.
Sería indudablemente erróneo atribuir el aumento de
]a criminalidad grave á la impresión rnenos fuerte de
nuestras modernas leyes penales; conGl.lrren á ello otras
muchas causas morales y sociales, pero en cuanto á las
penas, es indudable que son m0110S eficaoes porque su
Virtud elirninativa ha desaparecido casi por' completo.
La pena temporal ~g el mayor error. No se me ar~
gny;¡¡, que los delitos ele tIue acabo de halllar se ol:l.stigan
oon la muerte ó con penas perpetuas, así está escrito en
la ley, pero no ocurre en la práotica; las atenuantes que
declaran los jurados en proporción de oasi el 80 por 100,
hacen castigar con penas temporales y tal vez correooio-
nales, homicidios y hasta asesinatos. He citado algunos
ejemplos en el capítulo precedente, pero baste reoordar
que en 1876 se oastigaron correcoionctlmente por los tribu-
nales de Assises, 51 HOMICIDIOS CU.-\Ll}j'IGADOS Y' 8 ROBOS
COK HOMICIDIO, yen 1883109 primeros 1\1.eron 39; que en-
tre los 792 que en 1883 fueron deolarados reos de HOMI-
CrDIO aUAUFIC.-iDÚ, 6610 68 Júeeon los oondenados á muel'~
te y 100 á penas perpetuas, y que de 107 LADRO~ES HO-

--
MICIDAS 44 sufrieron penas temporales (2).
Gar,ófalo,Oontro la con·ellte. Nápoles, 1888. BOBeo Gll omicÍllU in al·
cuno 6'tati il'Europa, Importantísimo estudio estadistico publicado
en 1889 en Roma.
~) E.¡¡tadística petlal de 1800, pág. 46.
e) J1J8tOOt8tica p6nal~ !llHlc1l"O :XVI.
248 ORl1tlI~OLOGÍA

En el nuevo Código penal no figuran casi en absolu-


to los medios eliminativos; se decreta la aLoliciún de la
pena de muerte, y la cadena perpetua se reserva para
oasos excepcionales, por lo cual será posible vel' aún
más que hayal homicida reincidente por segunda ó ter-
cera vez, al falsario y al est~fador de oficio que no deja-
rán de delinquir nunca, si un obstáculo material y cons-
tante no se lo impide.
La pena no es, pues, hoy ni siquiera un medio elimi-
nativo :que se reserve al rJtenos contra los 'más terribles
delincuentes; no representa más que un castigo propor--
oionado, según las ideas de la escuela clásiúa, al mal
causado y al grado de responsabilidad moral. Y dando
á la pena esta pura y senoilla naturaleza del cast.igo
¿cómo se puede pretender que disuada elel ddito cuando
se afronta el castigo, ya pOl'que su temor no prevalece
sobre la pasión, ya porque se considera sólo como un
ridículo espantajo?
Estas consideraciohes pueden aplicarse á toda l:J,
criminalidad. Hemos visto su terrible incremento desde
la clma al fondo; pero el fenómeno más signifioativo de
ella es el aUrJiento de la ?'eincidencüt; -ya he heoho notar el
que ha tenido en Franoia; en Italia, donde no es tan gi-
gantesco ~omo en aquel pais, es sjn embargo tal, que
debe preooupar seriamente.
Desde 1875 á 1878, los reincidentes condenados por
los tribunales correccionales aumentaron desde '17' 3
por 1.00 al 23,0 pór 100; en 1888 eran 22'61 por 100 y en
J886, 27'64 por 100 .
. Los condenados por los Assises que en 1876 era~
1.0 y l/2 por 100, ascendían en 1878 al 13 yen 1880 al
21 y 1/2 por 100 (1), de modo que sólo en cuatro
años aum.entó' rt/,ets del doNe.. Bn 1883 era 29' 46 por 100,
yen 1886, 34'05 por 100. En los condenados á presidio

(1) Estucltstica penul c1e 1880, págs. 5:1.4, 515 Y 516.


lNFLUENcrA DE l.AS LEYES 249
se notó desde 11:\72 á 187;) un t\.umento de reincidencia
desde el '17 al 21 por 100 (l).
Por último, desde el a!1o 1870 á 1879, mientras los
condenados por una sola vez numentaban en la propor-
eión de 100 á 121, los reincidentes que ingi'esaban en los
presidios y casas de reclusión, aumentaban en propor~
ci6n de 100 á 1/G (2).
En algunas provincias es extraordinaria h:t concen-
tración de la orinünalidad en los mismos individuos. He
podido notar que en la de Bolonia, sólo en cuatl'o ailos,
los reincidentes que apenas cJJcedia,n antes de h¿ te1'Ce?'a pa?'te
ue los procesados juzgados por el tribunal, aumentaron
hasta el punto de exceder de una manera considerable
la 'Iibitad. He aquí la pI'ogresión:

A.ÑO:-> A.ousados. RGinoidG.\téS.

Hm 9'15 BU
1880 1.1H 494
ll:lB1 1.076 451;
1382 080 548 (3)

Este e,iemplo de concentración rápida no tiene acaso


semejante en Italia, donde el fenómeno de la reinciden-
cia presenta diferencias enormes de región á región,
Para dar una idea, baste saber que los tribunales de
Assises de los distritos de Nápoles y Cagliari, tuvieron
respectivamente un 11 y un 12 por 100 de reincidentes
en el número de condenados el mismo año en que los de
Brescia y de CaBale tenían el 40 y 44 por iOO (4);

(1) Beltrani Scalia, obra citada, pág. 215.


(2) En los preSidios y casas de reclusión, el aumento de los
reincidentes entre 1870 y 1880 ha sido del Hí'17 a122'76 por 100,
dictamen dol Diputado DE RE~ZIS, pág. 29, 1884.
(3) 'Véase mi relación estadística relativa al distl.'ito de Bolo-
nia 1883.
(4) Estadística citada, cuadro XVIII.
250 CR[}lINOLOGÍA

Esto se explioa por el género de los delitos que predo-


mina en l~e distintas regiones, y en alguno de los omd08
es muoho mó,s fádl y común la reincidenoia qU6 en otros;
también puede contribuir la mayor e~aotitLl.d. de los l'e-
gistI'os y la diligencia de .106 empleados pan\ hac-el' la5
investigaciones (1), y pUl' último, la faoilidad de mudar
de nombre tomando el de una persona hom'ada, Sobre
este último punto observa, un esoritor francés que la
reincidencia. ap(weMc e~ mncko '/JM?WJ' !lue üt rutl: gran nú-
mero de ooudenados oambian de nombre, clllÍgl·'m de
su país, y provistos del act(1, de nacimiento de una per-
sona honrada, tienen la seguridad de no ser recono-
cidos.
El acta de nacimiento es el documento legal que de-
clara la identidad} aunque oualquiera. tiene el dereoho
de exigir la que mejor le parezCí1 (lel Registro civil.
El mismo autor añ.ade: «podéis morit' en vuestro 1e-
»lJho y ht\ber sido vuestra muerte anotaua en los l'egis-
»tros de vuestro domicilio; esto no será obstáculo para
»que tUl falsificador se apodere de vuestro nombre y lo
»deshonre de/jpués de vuestra mUeI't0 , y ¡felices vosotros
»8i no lo hace durante vuestra vida! Por este medio
»pudo un rualhechoI', ya casado, adquiriendo después
¡lile salir de presidio, por .2,50 fro..ncoH de timbre, el aota
))de naoimiento del oonde de y) casarse ante el aloaldo
»bajo su nuevo Ilómbr'e y sus titulos (te nobleza] con un(\,
Drin.", heredera de provincias. La impostura se desv1.l-
br16 porque la prlmel'4~ mujer se presentó ti. reclo.mal'
i'
((sus derechos,).
ejPero cuó'utos no tienen esposas y p~tl'ientNl qL~e
»)descubran sus IJllp01'cherías ... ! Treinta ve00~ cada dla

(1) 1'rluchas veces me ha o<mrridú en el ejercicio de mil:! fun"


olones sospechar que un procesado era reiMiden te á pesar do la
certificación contraria, y en vista de nuevas investigaciones Aa
han cOllftl'mado mis sospechas.
INFLUr.:J'\CIA DI!: LAS LEYES 251
"la policía y después de eIlu, la justioia aceptan, por fal-
ta de otros, esto..dos civíle~ dudosos)).
Porsorms oompetentes creen que hay quizá en Pa-
rís 1O.(){J() extranjel'08 expulso.dos de Francia en cUferen-
tes 0pocns) y que htl,,11 vuelto allá con nombre supuesto ...
en laf::i pl'isiones de Pal'Ít: se reConOCGll diaria111011ic de f)
á t) c(tlJatlos rlí' ?(}t(m~o que b;:¡,u dado un nombre falso) y
según 1u 'opini6n de pel'sonas competentes, más de tres
cuaetaf:; partos consiguen burllll' 1(l, habilidad ele los
8,gentef:; (1 , '
tli esto ucurre en Pal'Ís donde la POliCÍCl está bien or-
ganizada y tiene un olfutu y Ulla t'1.ctividad poco (~Omu­
nes, (,qué sucederá. en nuestros grnndcs clJntros como
Nápolc8, Milán y Homa ('1,), con nuestra, policía despro-
vh:itu\ ele medius pecunnrios. compuesta de agentes jóve-
nes y noJdt\ prácticos, continuamonte traslo.dados de un
punto á otl'l.J do 1taHa'? Puede tlupOnerse razonalJlemente
que un númerü mucho mayOl' de :;mtiguo~ delincuGutes
tlglll'C en el do lof:.! delincuentes noviciuB, y que, por oon-

(1) A. Bert1llo11, (1~{e8tloll aes rBcldivistM,: j'ev¡w politi(jwJ et Utten¡,i-


're Parí:; J8 de A bril do W"S, El método ele l'd~Htificaciú ¡¡ d~l mismo
BOl.'tillon adoptado hoy por la Administruci6n fraMPsa ha hecho
dlftcili;:¡imo en estos últimos años que un ,arrestado oculto su
nombre. Bertillon, como un verdadoro apóstol, dió en 1885 una
conf~¡;ellciJ. en ROlla dl}lUostrlludo (le una manera evidente los
illlUi:ll1BOfl "oenetJ.nlos que puede pl'e~taJ.\ su método. En una Xl,leva
conferencün que se diú en Parí!) en 1889, se descúbriel'o:l reÍfwÍ-
del1tes que 80 obstinaban en dar un nOlllbl'G supuesto. ¿Podrá 0:'.1-
pel.'l\rse que la polioía italiana se digne amlayar e,~tu })oderosa
arl1la en S~l, lucha contra los malllOchoro!J?
'(2) Se puede formar una idea do lo que ocurre en las pl'OVill ri

cias donde la dificultad de ocult!ll~se po}.' este medio es cierta-


mente mil vooes mayor. Puedo asegurar que en el.A.yuntnroionto
de Sauta Maria de Capua, Vétel.'o eo ha visto más do una VOl': que el
cortUlcado de una persona honrada SI} oncontl'uba manchado por
una condena, seguramente porque su nombre había sido toma.do
por un m.alhechor l'oincidonto.
252 CRIl\IlNOLoaü.

siguiente, la reincidencia real exceda en mucho de la le-


gal. Otro eSGI'itol' francés tel'minaba un cuadro de la cri-
minalidad con estas tristes palabras:
«La d.elincuencia S8 localiza c·onvirtiéndo!J8 en 00.1'1'0-
1'n... La des,fj1'acia es q1t() la jJrqfcsión de 'J'!utlhecko?' sea bt~ena,
que prospere como lo pruebn el aumento numérico de
los delitos y de los procesados, aun prescindiendo de
los reinoiuentes y de la reincidencia ... ¿De qué depen-
do en general que no oficio ó profe~ión cualquiera esté
en vías de prosperida.d? Ante todo, de que produzca
más; en segundo IUg'al'. de que cueste menos, última-
mente y sobre todo de que la aptitml p;;¡,ra ejercerlo y
la necesidad de practicarlos sean más frecuentes y menOS
raras. Pues bien; todas estas circunstanoias se han reu·
nido para favoreoer la industria particular que oonsis-
'te en apropiarse de 10 ajeno ... Han at~mentado las ganan-
cias, al par que han disminuido los riesgos, d.e tal modo
que en nuestros países civilizados 1tna ele IltS profesion()s
!fluís p?'odtwtivas '!I rnf)nos pe#[I1'osas ti que p'uede dedicarse
'lVn vago, e8 la de ladrón de boZ.sillos, de ,falsijtC(l;cloJ', de que-
b~'ado./'J'attduZeuto! etc., ya q,te 1'bU 8ea la de asesino») (1).
N o otra cosa sucede en Italia.
Han aumentado los productos: sólo en un aílO la
suma de los danos pecuniarios ha asoendido á 14 millo-
nes de francos, y advjérta~€: que en esta cifra no se in-
cluyen los danos causados por medio de quiebras; que
esos 14.000.000 se refieren únicamente á estafas, tí. hur-
tos, á robos, etc. Esta suma ha pasado á poder de la-
drones, estafadores y asesinos y sólo se ha r8stituído ~na
parte insignUlcante. En Jos juioios celebrados en tl'lbu-
nales de A8SÍ$68 por delitos contra la propiedad, han de-
clarado lQS Jurados que exlótían perJuicios por la suma

(1) G. Tarde, estadística criminal del siglo pal>ado, (Revfllt-a f!lo-


s6fi(J(¿ de EllElro de 187B).
INFLUENOIA DE LAS L.EYES 253
de 6.124.000 fl'ancos, declarando al propio tiempo la
culpabilidad de 4.290 aousados, lo oual da un térmi!11)
medio de 1.400 francos robados por cada ladrón (1). Si
se considera que el 60 por 100 de los autores de robo
no ee averigua ó que se absuelven por carencia de prue-
bas) se deducirá que el ofioio es realmente superior á
casi todos los demás) espeoialmente si se tiene en cuen-
ta la imposibilidad en que se halla un trabajador hon-
rado de alcanzar de una vez sumaS que exoedan del
salario de una semana.
Son tan numerosas las probabilidades de la impuni-
dad, que á quien no tuviese otros motivos para dejar
de ,delinquir, no le apartaría del delíto 111 idea de la
pena. El n(mlero de aousados que escapa á la acoión
d? la justicia, sumado con el de los que desde el pl'inci-
plO queda ignorado, el de los sobreseimientos por falta
de prueba y el de los absueltos en el juioio, puede c.alcu-
larso en Italia en un 55 por iOO (2).
De modo que el delincuente y en particular el ratero,
elladrón, el estafador, el falsario, dado que estos deU-
tos
. suministran el contino>ente más numeroso de autores
~
Ignorados, tiene mús de cinco probabilidades entre 10 de
no ser oastigado aun cuando se desoubra y denuncie el

- (t) Estadístioa criminal del reino de Italia, 1880.


(2) Los iueoes de instrucción sobreseen por falta de prueba on
la proporción de 30,91 por 100 próxlruamen~e de los acusa-
dos. En lo relativo á los crímeneB hay que añadir á esto cálcu-
l~ 111 7'37 por 100 de los tribunales de aousación y el 24'43 por 100
do aC~1.sacÍones no admitidas pot' los juradoS, Puede caleUla1,'~e,
ademas ella por lOó de \1asaciones Y el 24 por 100 de absolucIO-
nes en los juicios de Tribunales inferiore~. En (manto á, los acu-
sados por delitos correccionales hay que sumar al 60 por 100 in-
dil.lado, e114'19 de absueltos en priUlera instancia 'U el t8'05 en
apelación y por último sobre la totalidad de procedíI1Úentos
I " • • 1
anula.dos en oasación hay que calcular nn tanto por (l¡ento 19ua
do absolueioIl6S en el nuéVO juicio.
254 CRIML"'IOLOGÍ¡\.

delito, lo cual sólo ocurre una vez de oada 1() en los ru-
bos, estafas, abusos de confianza, etc. (1).
El riesO'o de que el delito se desoubra, está lejano,
no lo está l~enos el de la condena, el de la expiaeiCm de
la pena lo está mucho más.
Los oondenados por tribunales de Assis/Os tienen, des-
pués de celebrado el primer juicio, la esperanza de la
casación y, por consiguiente, la ele ser absueltos en una
nueva vista y además la esperanza elel indulto que redu-
ce ó modera la pena; los condenados por tribunales 00-
rreccionales tienen la apelación que suspende la ejecu-
ción de la sentencia y deja en libertad prov\sional al que
goza de ella y después de haber sido confirmada la sen-
tencia en apelación, utilizar el recurso de casaoiórt y
gozar así de la libertad á veces por espacio ele uno ó
dos anos después de la primera condena.
Por último, cuando las cosas vienen mal y el de-
lincuente vive en una población grande donde es poco
ó nada conocido y la poli oía no le vigila, podrá apropiar-
se el nombre de una persona honr'ada por medio elo
una oertifioación de una fe de bautismo que sólo le oues-
ta el precio del papel sellado, y esoudado con ese nom-
bre inmaculado podrá vivir tranquilo todo el tiempo que
crea conveniente.
Hay, pues, que oonvenir que el que entra en la cár-
oe1 es porque tiene ganas de entrar (2).

(1) Minzloff (caracteres de las clases delincuentes en ell\1essa


gel' jUl'. de Moscou, 10,11. entrega de 1881), caloula en 82 por lOO 01
número total de delincuentes que quedan impunes,
(2) Turiello, al citar el procoso del sacerdote de Mattia, que es-
tuvo en libortad provisional durante el tiempo que se consideró
correooional el delito y esoapó cuando se le dió carácter de doli-
to grave, dice: así probó que en nuestro procedimiento actual fal-
tan medios de castigar á los delincuentes ricos y poderosos, OJ{-
cepto, tal vez, en algunos caSOf5 de delito flagrante. Goverllo e (10-
vernati, cap. nI, pág. BBS, nota.
INFLUENCIA DE LAS LEYES

Pero á muchos no les falta esa gana y por otra parte


los reincidentes en cierta clase ele delitos y los que están
sometidos á la vigilanoia de la policía no gozan de la 1i-
bertad provisional, por eso están llenas las prisiones co-
rreccionales.
?lIas ¿qué importan tres Ó seis meses, un año ó varios
años de cúrcel á gentes sin hogar) reincidentes y vigi-
lados por la policía?
, Conocida es la canción sioiliana:
Q11icn habla mal de la Vicaría (JI
merere que le pinten UlI jabeque;
quien cree que la cárcel os una pena
os un necio que no sabe lo que dice 121.

y esta otra: (3)


Aquí hallas tus hermanos, tus amigos,
dinero, alimento y paz,
fuera estás siempre entre enemigos
y te mueres de hambre si no puedes trabajar.

~upongamos que á un hombre de las olases suparío-


res de la sooiedad se le imponga como pena de una
aventura galante el no salir por algunas semanas del
casino, magnífico edifi6io con jardines y azoteas, donde
el penado enoontrase sus mejores amigos, sus compañe-

(1) Cárceles de Palorrno.


(2) Cu'dici mala di la Vicaria
cci farrissi la faeeiá feddi-feddi
cu diei ca la careere castia
Comu v'inganDati puvireddL
(3) Qua sol trovi fratelli, e qua gli amiei
danar!, ben mangiare e allegra pace
fuori sei sempl'o in mezzo ni tuoi némici
se nOn puoi lavorar muod di fame.
Lombl'oso, lJomo deUnquente, pág. 218. Turín, 1878.
256 CRIllIlNOLOGtA

ros de mesa y ele juego, que lejos de censurad e por sus


hechos desearían, p0r el oontrario, haberlos cometido; en
esta reunión simpática es indudable que se burlarían de
la ley absurda y de la pena impuesta, ¿á quien no produ-
ce risa el pensar que despuél::i de tamaño castigo el pe-
nado no volverá á hacer su vida ordinaria y dejará de
cometer los mismos hechos por que fué condenad u'?
Pues este es precisamente el caso en que se encuen-
tran los habituales habitantes de nuestras cúrceles. Es-
tán en ellas con sus amigos y sus compafwros, gozan
gratis de habitación y alimento, hacen nuevas amista-
des que les pueden ser útiles más adelante ¿qué mns
pueden desear? En sus oasas no tienen mejor comida 111
mejor cama.
Otro tanto sucede en los presidios. Los antiguus mal-
hechores no ocultan BU satisfacción pox' haber encontra-
do un asilo tan oómodo después de una vida ngitada y
laboriosa.
En cuanto á los condenados á teabajoü forzados, olJ-
jeto ele la conmiseración ele los novelistas sentimentales
que no han visitado jamás una casa de reclusión; es
conveniente que se sepa que la mayor parte, al menos
en Italia, se ooupan en hacer media; oompárese la du-
reza de este trabajo con los que se prestan en las fábri-
cas; con los que ejecutan los labradores, expuestos á los
ardientes rayos del 801, y dígasenos si la frase trabajos
forzados no es una amarga ironía (1).
Pero supongamos que los delincuentes padecen con
la prIvación de su libertad ó con el aislamiento de la cel-
da f2), supongamos hasta que la pena represente para.

(1) Es indUdable que la vida de los presidios, como vida ¡ua-


terial, es superior á la que la mayor parte de los condenadOS
goza ~n sus casas. Beltrani Scalia, obra citada, pág. 294.
(2) Hasta hoy solamente las ciudades de Milán, TUl'ín, Oaglia·
ri y Pe rusa tienen en Italia prisiones celulares, las demás ostán
constl'uídas por el antiguo sistema de habitaciones comunes y
IXFL t'E~('U DE LAS LEYES 257
ellos un VI,;>l'u<tdero mal. L;:L cUlflplir(m con res~gn,~ci6n,
con una tranquilidad filosófimt, Con el sentimiento de ha-
berse dejado prender, y con el proyecte· de evita,r' en una
seguncla operación Io~ en'(Jres de la prirnera.
POl'O ¿,quién podrá pensUt' 8el'i~l,.mcnte en ha.cerse
honra.do pUl' tul üausCt'? i.qull'n ab¿tndon,~ su profesión
pOl' c.ausn. do inoonvetüetltes que ya conocía? ¿,No hay
oficios honrados 6. le):;! que oe dcclic~~ mucha, gente, que
casi con ~og'lll'icl<J.d ht\cen pm'dcl' prJp completo la salud'?
¿Ko hay ott'(l!,; eontinuo,m.ente 0x:pueBtü~ Ó. peligro~? ¿Y
rniC:1trw3 qllD Be o~pune (junst(\ntcmente;iJ¡ vida en d
ejercicio de fUl\ciones publicn:-j, pnede esporarse que
los mnl!1cc!loP8¡.; l'('ouncion Ú BtlS g'i.mancins, sólo ]J0l' el
tc:nor dé una Dl'evc pr'isión?
PUl' uno· parte, el pcligl'o poco cercano: por otra, el
mul poco senslb'o"y, en su eonf:lQcuenciu.} poco' temible,
J llzgucse si ül tornor de la circel pnedo ser un l1'Cluo
lXu'l.\ qu ien !lO t,i eno ütrof.;, po.,rv.. qaien ha pt.\rJic1o su re-
putacIón de hunntckz) tan ní3ce8al'iv.. en todas lus clal'5Cs)
para '-'ívil' en In. socicd<tcl; paro, quien ha sido declara-
do públicamente c.1.11p""blo de un delito que deshonra.
:Solamente el terl.'or de. ID, poJabl'¿l. Indrón puede con-
tener las tendencias al cIelito, per'o cuando esa palabrét
cae !3obl'e l;.'I. cabeza de un hornl:.lre, acompafladu. do mm.
pena, todo ha concluído: la cárcel no e~ acaso, como S0
hE~ Llicho) causa de reinoiclencia, pero de seguro no es un
obstáculo á ella.
Por consiguiente, la mitigaoión de lo,s pcno,s en
cuanto á su d.uración es un eI'l'Ol', portrue una segrega-
ción más curta ele la sociedad en los delinouentel:l ha-
bituales; lleva consigo mayol' número de delitos. Tene-
---
en muohaE> no existe separaoI6n entre 10$ procesa!.los y los con-
denarlos, muchos de éstos eeperan auos y '111109 Sfll' tra~lll.dl,\dos á
los presidios y con fl'eCU~Ilcia. cumplen el tiempo sin habel' sjdo
Oonducidos donde de1Jfan exptar su pena.
11
258 ORUlll'iOLOG fA

mas la experiencia en Italia: después de la amnistía de


1878, que rebajó seis meses todas las penas y l'emitió las
inferiores á este tiempo, fué muy sensible el aumentu de
la delincuencia, como se vió por la estadística del año
siguiente.
Se sabe que el aumento universal de la reincidenoia
se debe á las corrientes de moderación cIue domitmn en
todas partes: estando la delincuencia reconcentrada, en
la mayor parte, en una sola clase de personas, su au-
mento ó su disminución dependerá pl'opurcionalrnente
de la posibilidad ó de la impoBibilidacl qne estas perso-
nas tengan de cometer delitos.
Se duda, por otra parte, si el temor do las penas nlttti
graves del sistenm penitenciario puede ~ervir de freno
en alguna manera á 108 delincuentes más empedernidos.
En f:3uecia, por ejemplo, tiene el rey costumbre de in-
dultar á los condenados á penas perpetUü,8, cuando se
han portado bien en el presidio diez años, y siompre que
una persona digna de confianza les ofrezca trabajo. ¡Un
condenado á cadena perpetua, de buena conduota, que
enouentra un proter)tor honrado! ¿quién podría, en este
caso, dudar de la enmienda? Además de esto, la grada
se concede siempre á condición ele que si el indultado
comete un nuevo delito, 'lJolven(, (í s1~f1'i1' Ülpcnrt perpetua.
De modo que á la presunción de la enmienda, se
añade el temor de una pena muy grave: y, sin embargo,
no obstante «esta espada ele Damocles pendiente de
(lontinuo sobre la cabeza de los indultados, los rei11 ei-
o

.
dentes en esta clase son numerosísimos , yen 1868 al-
<lanzaron la proporción del 75 por 100: es deoir, qlle de
cada cuatro condenados que se indultaron, tres, por
(lausa de sus nuevos delitos, d.ebieron volver al presidia
para seguir cumplitomdo su pena» (1).

(1) D'Olivecrona, de 7as causas de la 'lcillciaencia y 11tcdios elo


disminuir sus efectos, págs. 46 y 47, Stokolmo, 1873.
l~FLUlilNClt\ DE l.AS L~<:YES 2.')9

Este ejemplu me l'ccuercIt\ utl'a observación, 6cgún


la estadística de las prisiones en Italia ¡;:l. oSio 1880: en-
tre los qne habían 8a!itV..l do los e!:3tablccimientos pena-
les, ya porque 1mbíescn cumplido su oundona, yo, porque
se les concedió el imhüto, ~ ,1 ti J habían obi:lcrvaüu buenf/
cOi/dueta, 083 eondHct« 1'(J(J/66rt7' y 17'2 muZa concllt(Jtc~ (l j.
No sabemos por cuanto tiempo ha podido observar-
se la buena oonclueta, y entre nosotrus, los presidiarios
licenoiados no tienen un prlJtector como en Suecia; por
otru. parte, la buena conducta, en la cárcel cOIlsiste tan
sólo en 10. obet!ie¡icla y en la trc!uquilidad, y estas cualida-
des se sÍlmdan de onUnurio con el fin de obtener una
dismillLwi6n ele la pena ('tj,
Pero si todavía sup\.lsiér~\rDos> con una inocencia
primitiva, que !:lé habhl,[l enmendado los primeros '2.181
(cuyas tres cuartas pUl'tes serían reincidentes en Suecia),
¿que podría esper~\f::;e de los 583 ql,le observaron con-
duota regular, y de los ti2 ele mala conducta? No se ne-
cesita sr.!' profeta para decir que todoi::l ellos serán reino
videntes, y 110 es do admir'al.'se que en Inglaterra, el
nüo 18'71, sobre 57,884 acusados reincidentes (el ::38
pOt' :lOO uel total), hubía un buen número que cantaL,],
rná~ ele 5 reincidencias, y otro ba~tant€' ímpol'tante, de
lc)s que ha.bían cometí do la déoima,En efeuto, los prime-
),'Os eran tO,982 y los otl'OS 3.678 (3).
FrlOmoia se encuentra próximamente en las mismas

--
conuiciones, las siete déoimo,s partes de los individuo!;)

(1) Anales de ostadística, 18i:lO, prisioIll3S, ouadro 111.


(2) Los bldrolles de profesión suelen observal' bu.ena. con-
dncta con sus guardias y hasta saben serIes Lltilef!. En general no
:~~ l:ecfl.lc~trantas, son buenos p7'e8o~1 pregúntese al director, al
19l1anto, a los agentos: ~:buen dotenld(l:~, contestarán, «excelente
per¡¡Oll!u', 110 es ningún .:malaonbeza, es rll¡llOlli\b10 0 incapnz de
hac~r daño á una mosoa ... Trabajan y sueloll salir con una buena
!nasa, AbM Moroau, obra citada, pág. 19.
(3) Lombroso, Horno ileli'1lque-ate, pág. 14.3, ~.~ 0(liclóJJ, Turí:o.
CRImNULOGLI.

en esta.do de reinoidencio, legal, dice M. Cazot, no han


sido condenados sÍno á penas de menos de un ailo (1f~
oárcel, ,el número de 106 reincidentes que han sido oon-
condenados dos veoes en el arlo, ascendió tí (l. f15/
en 1878, á 7.556 en ,1879, y el de los acus<.l,.dos condentl.-
dos tres veces al menos, de 2.045 Í1 'l.:.n7, El crimen
cuando se le exalta orece, y la prisión, solJl'e todo la de
corta. duración) es una excitación al crimen ('1).
ReprBsenta para algunos el deseado c1esüD.nsO de su
vida de aventuras: los vagos se hacen arrestar en el in-
vierno al Sud, en el verano al Norte, como los elegantes
que pafilan los oalores de Agosto en Trouvillc) j' los rigo"
res de Diciembre en Niza. En París aumentan 10'8 at'res-
tos lOE! miérooles y los sábf\dos, porque los días subsi-
g\lientes, jueves y dom.ingos, se da un plato de carne á
los detenidos.
y entonces, señalando con el dedo llt prisión, pro-
nuncia un trabajadOJ.' estas tristes palabras: 80lallumte
los c,¡'úninales no C{t1'8cen de n(¡da; 'II.i fwmma !/ yo somos
ltmwaclós ?J ape?UJ8 tC1wmos pttra vi'¿.'i?· (2).
Ducpetiaux notaba que la reincidencia suministruda
por IOl:! presidios de Bélgica (de 1851 á J8(0), ascendía
al 70 pOl.' 100 y añadía,: esta proporción puede á primera
vista pal'ecer excesiva. A nuestro juicio, prueba, sobre
todo, que los miemos individuos ~e dedioan invarittble-
m.ente á los mismos delitus y que la delincnencia tien~
de cada dla más á reCODe,entrarse "á enoerrare\) en un.
círculo definido (3). "
En efecto, el ,aumento de la reinoidencia en una pro-
porción mayol' que la de toda la, oriminalidad, pruebD..
que la otase de delinoUGlltes hahituales se multiplica Y
(1) La mitad de los licenciados cometen nuevos delitos más
ó menos graves, casi al salir de la cárcel. Relación del ministro
guardasellos, Diario oficial, 18 de M.arzo de 1888.
(2) ReinMh, Los reincidentfJS, pág. 126. París, 1882.
(3) Beltrani Scalia, obra oitllda, pág. 194.
I~FLUENCIA DE LAS LEYES 201
prospera, mientras que el delito se retira lentamente
del resto de la población á medida que ]a civili7.ación
progresa. Esta hipótesis se apoya en la consideración
de que los países más civilizados son aquéllos en que la
reincidencia es mayor, precisamente porque la delin-
cuencia está en ellos más reconcentrada en cierta clase
de personas. Sueúia, Inglaterra, Bélgica y Francia,
ofrecen más reincidencia que Austr'ia é Italia; ItaIi<1 801)-
tentrional presenta más que la Italia meridional. La
clase de los delincuentes, por efecto del progreso de la
civilizaciún, se va dib\~ando cada día de una manera
más marcada y más distinta de la población en medio
de la cual víve y á la ctml hace la guerra, guerra en la
que, vencedores ó vencidos) alcanzan siempro los des-
IJojos, porque libres, viven de su botín; presos, viven
como parásito:::.
Pero esta concentré1.0Íón, cada día má.s marcada, ele
un ejército de enemigos comunes, debería hacer más
fáuU la lucha contra el delito; el organismo no se halla
afecto de un mal esparcido por todo él, 108 humores co-
rrompidos no se mezclan con la sangre, sino que forman
un tumor superficial; el médico debería hallarse con-
tento.
La Pl'anDia ha descubierto el remedio y lo ha aplica-
do resuelta:mente en su novísima ley sobre la relegación
perpetua de los reincidentes. Los demás países conti-
núan ensayando sus sistemas penitenciarios perfeccio-
nados y repitiendo ele oontinuo las mismas experiencias,
siempre con la misma falta de éxito.
, ArrOjar al mar lo que molesta, dice Tarde, es muy
oonlOdo, pero ¿quién puede decir dónde vais á detene-
roe? Indudablemente este método puede ser peligroso
como otro cualquiera, cuando no se marcan rigurosa-
mente sus límites y sus condiciones; por eso en la últi-
ma ~arte de este trabajo nos dedioamos á estudiar la
teOl'lél¡ de la eliminación.
PARTE TERCERA
LA REPRESiÓN

C;\.PÍTUL<) PRTMEHu

L.\. LEY DEL A A DAP T A e 1 Ú :'{

lIe da.do el' tlOmlJre lio


fiGlooo!ón nlttm'al Ó do PSl'-
sistentl!a del mÍls ltp~O, ¡\, In
oonservación de la" dil'c-
renOil>R y de laR varincio-
nllR il:ld¡viduale~ favcl'a'
bIes, y lt.la ollmillación de
la¡¡ noe! vas_
(D¡ll'wi¡:, Ori[/ell de ¡flH ,..,~
IHf'(C.', oap. IY,)

Ya en el principio, definimos con sufieientc preci-


sión el sentido que damos ó. la palabra delito natural,
y declaramos que no comprende más que una parte
d~ las accione~ inmorales y dañosas que una sociedad
cIvilizada no debe tolerar. Fuel'a de la oriminalidad a~í
definida, están 108 ataques directos á la forma de go-
bieJ:'no, que tienen únioamente caráoter polítioo, y to-
das las demás ltebeliones 1311 las que no se lesionen lus
sentimientos altl'uÍstas. (Véase parte i. n, cap.!.) Toca al
Estado reprimir éstas, 10 mismo que los delitos propin-
mente diohos, pero sin confundirlas con estos último8 y
CRIMINOLOGíA

sirviéndose para ello del efecto de temor que puedan


producir las penas más ó menos Q'l'aves sccrún
E..'; ) B la nece-
sidad, y teniendo principalmente el ejemplo como pun-
to de mira. Hay además ateos aotos inmorales que
ataoan á ciertas agregaciones espeoiales; es deck, que
"iob,n las reglas de conducta necesarias pa['a la exis-
tencia de una asociación que tiene un fin determinado,
la religión, la política, el arte, una ocupación, una ao-
tividad particular. En estos casos no es siempre nece-
saria la intervenoión del Estado, porque produciéndo-
se espontáneamente en las agregaciones mismas una
reacci6n contra estos ataques, basta esto 86]0 para res-
tablecer el orden.
Todo organismo reacciona contra la violación de
las leyes que regulan BUS funciones naturales; en toda
asooiación sucede 10 mismo.
Esta analogía puede servirnos p:;:¡.ra determinar la
manera en que el Estado, representante de la socie-
dad, debe reaccionar contra el delito según las leyes
naturales. El crimen ó delito natural es) según el COll-
cepto que he tratado de dar, la ofensa que se hace D.l
sentido moral de la humanidad, cuando ya no es esolava
del instinto bestial ó de las pasiones fogosas é indoma-
bles de la vida de rapiña; es deoir, cuando ha llegado á
las primeras etapas de la, cí vilización.
Sobre este sentido intimo, profundo, universal, hay
un gran número de sentimientos que pertel'iecen exclusi-
vamente á una cIase, ó una reunión de individuos; senti-
mientos que responden á las reglas de una moral eleva-
da más relati va y aun sencillarriente á las del cere-
monial, de la etiqueta, de la buena eduoación.
Supongamos, pues, que un hombre reoibido en una
casa de personas bien educadas, desoubra faltas de
crianxa inoompatibles con las costumbres de las que lo
reciben, ¿cuál será la conducta natural de esta familia?
No volverlo á invitar, no reoibirlo, si á pesar de esto se
LA LEY DE LA ADAPTACIÓN 265

peesentase de nuevo. Con algún mayor escándalo se ex-


pulsará el miembro de un casino que olvide sus deberes
de caballel'O; al funcionario público que se haga indigno
del cargo que se le confía será destituído; puede decirse
en general, que cuando un hombre incurre en lo. viola-
cifJn de las regbs dc conduGtn que se consideran esen-
ciales para la cla8e, el orden ó la asocia0Íón á que per-
tenece, la reprobaci('m de ésta produce una reacción que
se manifiesta de una manera idéntica por la expulsión.
~ótese lJien que no tl'ato aqní de una violación cualquie-
ra, de una falta contra la que In. asociación haya esta-
bleciuo un castigo como sanción de la prohibición, sino
de la ofonsa hecha ú la moral l'elativa, de la D,gregaoi6n,
al sentimiento que es ó debe suponerf:le común á los
asociadus. La l'e<1C0ión consiste en fa exclusión deZ '1niern-
&1'1) C/I,/!{? rulupttrción (¿ llts condiciones del 'medio arlbbiente se
man(/lesta imcnmpletrl 6 iJllj)OSIUe.
Debemos -uiladir que para que ostl1 manifestación
::lea eumpleto. basta á veces, <\casü con Ü'ecuencia, 1m
solu h,echo.
En efecto; las cirounstancias particulares en que se
encuentra el individuo son la piedra de t04.ue para juz-
gar de su carácter. Fuera de estas cit'cuns'ancias, la
edLlOación y la moralidad de la persona pueden no tener
ocnr;ión ele mostrarse de una manera bastante sensible,
basta corno hornos visto que en un 80lo caso un individuo
no se haya conducido como le imponía un principio flln-
damental de educación, de moral ó de honor, para infe-
rir que coloca una ú otrl;\ muy por bajo de su placer ó ¡;le
su provecho egoísta.
Pudiera sin duda suceder que una segunda vez, yen
un caso semejante, el mismo individuo se sometiese á la
regla, ¿pero de qué le sirve esta posibilidad si ha per-
dido la oonfianza que se fundaba en la presunción de su
buena educación 6 de su honradez, cuando no habío.
motivos para dudar de ellas?
266 C1UMINOLOGÍA

Pues si ahora, en lugar de la ofensa hecha á los sen-


timientos ele un corto número, supunemos una de esas
que hieren el sentido moral medio de toda la sociedad,
deduciremos que la reacción no puede manifestarse ló-
gicamente sino de una manera análoga; es decir, por kt
exclusión de la vida social.
De la misma manera que la buena familia hu. expul-
sado al hombre grosero, tan pronto como se da á cono-
cer, por un gesto ó por una palabra, del mismo que una
sociedad más extensa expulsa al hombre poco delicado
ó poco escrupuloso, la sociedad entera arrojará de sí
al hombre delincuente que sólo pGr un hecho revele su
falta de adaptación.
Por este medio el poder social producirá artificial-
mente una selecoión análoga á la que espontáneamente
se haoe en el orden biológioo por la muerte de los indi-
viduos no asimilables á las condiciones particulares del
medio ambiente en que han nacido} ó al cual han sido
transportados.
Sin embargo, cuando se piensa en los medios de rea-
lizar esta exclusión de la sociedad, surge una duda.
Si bien es muy fácil arro.iar á un individuo de un
oírculo determinado de personas, no lo es tanto conoebir
el medio de privar á un hombre de la vida sooíal.
En el mundo antiguo, ningún país se preooupaba más
que de su propia existenciá, obligaba al oulpable á
expatriarse, privándolo de los medios de vivir en su
patria; la a1ternativa era, pues, la muerte ó el destie-
rrp (1).
Esta segunda forma, que no 8ería practioable si los

(1) Las dos penas tenían, lo mi!3ffiO en Roma que en Atenas,


el mismo fin. «Capitalia sunt ex: quibus poena mors aut rxcilium
est, hoc est aquae et igru.s interdictio, par has enim.poenas oreimitur
caput ele civitat61>. Dig., lib. XL VIII, trtulo I de pub., judo par. 2/'
Thonissen, dereaho pOll!}l da los atenienses.
LA LEY DE LA ADAPTAOIÓN 267

Estados resistiesen recíprocamente la admisión de los


criminales, parecería hoy una reacción inSl.l~iente. Los
sentimientos de piedad y de lwobidad, que en un princi-
pio no comprendían más que la familia, después á la tl'i-
bu y al pueblo, alJrazan hoy á toda la especie humana;
la idea del delito no es ya la de una ofensa á los senti-
mientos nacionf41es, es una violación de los sentimientos
kumano8,: por consiguiente, la reacción, para ser adecua-
da, debe privar al culpable no sólo de su patria, sino de
la posibilidad de toda vida social.
La muerte de los culpnbles y de los rebeldes) medio
ordinario de venganza y de terror, se ha emplead~ t,am-
bién como el más sencillo y seguro de e1iminaciorb~l~n­
tre los suoedáneos de la pena de muerte, la depor{ctC,i,rí II
es una especie de destierro; única posible en las COl1Ul-
ciones de la civilización actual, pero, como aquél,1.. in-
completa oomo medio de privación de la vida so(~,;!).l)
Esta pena no alcanza su objeto sino 'en el caso de que el
oulpable sea transportado á un punto completarz,aent<.·
desierto. Pero la soledad absoluta es inconciliable con la
vida del hombre. Los Hobinsones acaban siempre por
encontrar seres humanos; no puede imaginarse que
exista una isla tan apartada en la Oceanía, por la cual
no pueda pasar nunca una embaroaoión. Otro equiva-
lente es la reclusión perpetua, pero ésta deja al delin-
cuente la esperanza de la fuga y la del perdón. El úl/ico
'medio absoluto JI completo de eliminaoión es la r¡nue?'ÜJ.
No trato aquí de discutir la cuesLión de la pena ca-
pital, la defenderé únioamente de una critica que pudie-
ra haoérsele por medio de los mismos principios que
acabo de sentar.
Se puede objetar: «el crimen revela que el hombre no
es propio para la vida social; es necesario, pues, privar-
le de la sociedad, no de la vida animal: así, pues, oon 1<1.
pena ele muerte hay un exoeso en la reacoión».
Esta objeción sería justa si la hjciera Rouf:Jseau, que
CHUIlNOLooíA

imaginú un c¡.jtadu naturCtl el el hombro diferente del


estado social; pero hoy no puede admitirse otro estado
natural más que el de la sociedad, sea cual fuere el gra-
do que haya alcanzado en su evoluoión. N o se puede
privar en absoluto al hornbre de la vida social más que
po!' la muerte; transportado á una playa desierta, al
centro del Sahara ó rodeado de los hielos del polo, si se
encuentra solo y aislado morirá infaliblemente, si en-
cuentra otros ~eres humanos, gozará una vida social
por rudimentaria que sea. Por otra parte, SÍ el fin del
hombre es la vida social ¿para qué conservarle la exis-
tencia Hsiea si no ha de volver á ocupar su puesto en la
socr\pJad? La irre/)ocabilid{ul, argumento oon el cual se
ccrmLate la pena de muerte, es en mi sentir lo que le da
'iJU¿s v{do?', porque la reaoción comienza y termina en un
solo instante, sjn dejar puertas abiertas á una piedad
moL entendida. TTn medio eliminativo que no sea irrevo-
cable, podrá ser y será casi siempre efímero é ilusorio.
Henníls dioho mús at'riba (véase parte 1.", oap. JI, párra-
fo 2.°; que la pena de muerte no lastima más que apa-
rentemente el sentimiento de piedad; hemos clemostra u

do que si existe UBa identidad entre el hecho crimen y el


hecho ejecución, no la hay entee los sentimientos que uno
y otro provooan. Pero esto s610 es aplicable á un corto
número de delinouentes, á los que están completamente
desprovistos de ese mismo sentimiento de piedad que es
orgánioo ó ingénito en el hombre normal de las razas
superiores de la humanidad, de manera que el individuo
que carece de eUa representa una verdadera monstruo-
sidad psíquica) que por consiguiente aleja la simpatía
que es el manantial de la piedad. Ese individuo se co.l~­
ca fuera de la humanidad, rompiendo, como se dlfla
con la frase del Dante:

....10 l!incolo d'amQr che fa llatura.


LA LEY DE LA .I.DAP'l'AC16N

Nada puede desde aquel momento ligado á la sociedad,


que en su consecuencia tiene derecho á deshaoerse
de él.
Por el contrario, el sentido moral de la humanidad
l'eOhaZl la aplicación de la pena de muerte á otlOS mallte-
c"/;,ores que no nos parecen fenómenos tan monstruosos
porque su anomalía psíquÍea no es tan grande; los que,
en una palabra., aun teniendo instintos diferentes d0 lag
nuestl'OS ó que en nosotros [,jan menos enél'gicas, no es-
tán totalrnente embrutecidos por el más vulgar egoísmo.
La neoesidad de la exclusión del individuo de la, exis-
tencia colectiva) no se manifiesta únicamente por el he-
cho de que el sentido moral común haya sido ot"encHclü
por el delito; tiene lugar tan sólo cuanclo esta viOlación
es el síntoma de una anomalüt psifju¿ca 'jJeí'ma711J1/¡te que
hace que el clelioouente sea i}l{uhlp¿rtole ?Jara siempre para
la viela social.
Esta absoluta falta de idoneidad puede afirmarse
cuando el individuo esté privado constante é instintiut-
-monte del mí¡¡,inu('rJ~ ele moralidad que hemos llamado sen-
tiito 'II¿o?yt-! elemenütl, es decir, de los sentimientos de jus-
ticia y de piedad en su mayor sencillez, en su mcnur
elevación, en la medida más común en que se parecen
estos sentimientos, porque sólo entonces será incapaz
de adaptación por siempre. Pero, para llegar á esta
conclusión, no basta que la moral pública haya Hido
ofendida en 108 sentimientos de piedad ó de ,justioia ele-
menta.les, se neoesita que el autor de la violación se
h. . ya demostrado ink1bm{t?W Ó 1/0 probo permanentemente,
y Gsta demostraoión. no la suministra siempre el hecho
de la violación. Nada indiot1 en muchos oasos que la in-
moralidad del hecho invada todo el sér de su autor, que
éste no sea capaz de sentir los sentimientos que ha vio-
lado.
Este enunciado es aparentemente oontradictorio,
pero sustancialmente es cierto. Para convencerse de ello
270 CRUúIl.;QLOG Í A

basta considert"l"l' que tii bien el hecho manifiesta siempre


el sentimiento, prueba sólo que éste prel'{'{¡lece, no que fitl-
la el contrario; que no se trata de un movimiento ref1~ío
que se produzca siempre de la misma manera, cada vez
que la percepción sensitiva sea idéntica (1).
Pero el prevalecer un motivo sobre otro y la acoión
consiguiente, dependen de infinitas causas de ordinario
accidentales y transitorias. El sentido morHl íntimo no
representa más qUé una de esas fuerzas que se reúnen y
lucha.n para determinar la voluntad y cuando el impulso
le repugna se convierte en fuerza ele resistencia.
Indudablemente una débil resistenoia equivale, para
~ll efecto inmediato ú una resistenoi[L nula; sin embar-
go, revela la existencio. del sentido moral aunque sea
en un g'r'ado menor que el ordinario, por 10 ol1.a1) si fue-
r<\ pOSible indap:ur la causa determinante del delito en
ose organismo y fU01'n posible hacer desaparecer e¡;a
OD,usa ya rehaciendo 01 ambiente, yo. arrancando al indi-
viduo á su inl1uencin" sería probable que aquél volviese
á 801' adaptable, porque el delito no tendl'Ía una razón ¡:le
l':)e1'.
En esta oondioi6n se enouentran los delincuentes quo
no corresponden á la primera o1a30 (véase parte 2:, ca-
pítulo 1), es decir, en primer lugar los violentos, quena

(1) cEl acto 'Voluntario difiere del sencillamente reflexivo en


el quo una sola impresión va seguida de un conjunto de contrac-
ciones, y de las formas más complejas en las que una sola impre-
si.ón va seguida de un conjunto de contl'acciones; es el resultado
de la organización nerviosa completa que l'efleja on sí misma la
naturaleza del organismo entero y reacciona en su consecuencia.
Esto sjgnificá psicológicamente, que el acto voluntario en sufor-
IDa completa, no es la sola transformación de un estado de la
conciencia' en, movimiento, si.no que supone la participación de
un grupo dll estados conscientes 6 subaconscientes que constitu-
yen el yo en un momento dado. Estos son los fundamentos por
los que definimos la voluntad como una reaoción individ~ah.
RlB@'l', Las enfermedades de Za voZuntacl.-Madrid. Jorro, editor,
LA LEY' DE LA ADAP'rAC16N 2í1

repugnando en gran manera las aociones crueles, se ven


inducidos fácilmente á comete)~las por la fuerza de preo-
oupaciones sociales) políticas y religio8as, por su tem~
peramento iracundo ó por la excitación alcohólica; en
segundo lugar los que carecen de jJJ'obídad, sentimien-
to más· reciente, rnenos arraigado en el organismo,
debido, no sólo á la herencia, sino también y principal-
mente á la tradición, a 108 ejemplos ele familia y del
ambiente inmediato; de modo que los que carecen de ese
sentimiento, aunque sea de Ulla maneea total, nos parecen
productos del mal sooial más bien y:ue do la naturaleza,
los creemos miserables y no monstruos; a,un ouando en
su organismo moral exista una laguna, no podemos de-
jal' de considerarlos como semejantes, aun siendo noci-
vos, no podemos imponerlef:l la muerte cun el 6010 obje-
to de excluirlos de la sociedad.
La experiencia histórica nos suministra un ejemplo
famoso en apoyo ele esta teoría, al darnos la noticia de
la suerte de las leyos de Draoón, derogadas inmediata~
mente después de su aroontado por su sucesor, en ho-
ll1en~ie á la oonciencia pública, á la oual hedan estas
leyes más que los mismos delitos. Del mismo modo en
tiempos más inmediatos á nosotros, la pena de muer-
te estableoida por la ley, ha despertado siempre la in-
dignación públioa cuando se ha aplioado á delitos que
sólo en parte ataoaban al sentido moral.
Es fácil explicar esta rebelión de la oonciencin po-
pular.
El hOl'nbre es por su naturaleza un sér sooial; forma
p:.\rte de la sociedad sin haber contraído con ella ningún
p~~to; Se encuentra en medio de ella porque no puede
V1Vlr fuera y, por más que haga, neoesita permanecer en
S1l8eno, exceptuando el caso dI{ una anomalía. Esto no
O?st.D.. á la comparación que hemos hecho con otras aso-
C:Mlones, aun cuando en eIJas las condioiones hayan sido
hbt'emente aoeptadas por el individuo á su admisión,
272 CRIMINOLOGíA

pueBlo que el sociO suele expulsarse) no ya por la infrac-


ción de una de esas condiciones apreciada en sí misma,
sino por la revelación d~ sn carácter que se deduce de
aqne~ hecho. Por el heoho en sí podrá exigil'sele una
multa, una reparación, pero por falta de idoneidad elel
cal'áder ¿qué otro remedio puede existir sino la ex-
clusión?
Del mismo modo, la falta de cualidades esenciales
pant 1<1 vldu. común en III sociedad humana trnecc\' la ne-
cesIdad de la vida sooial en la opuesta ó sea en la ruptu-
ra de toda clase de lazos con el individuo que no es asi-
milable, y precisamente la idea del derecho se resuelve
en la idea de la necesidad. El individuo tiene derecho 6-
la vida social, purque la necesita, pero esta necesidad
debe depender de la de la souieclad misma, el individuo
no representa más que una molécula de ésta (1); por
consiguiente~ no puede hacer valer su derecho cuando
Rtl conservación puede poner en peligro el organismo
SOCIUl.
He dicho que somejante necesidad no existe sino en
los casos en que esta violaoión os el síntoma de una ano~
malia psíquica permanente, que hace alc!elinouente con-
tinuamente inadapta~le á la vida social.
Pero esa inadaptaoión no puede suponerse más qLte
en los ol'iminales de primera clase que, como hemos di-
cho, son oapaces de oometer homicidios por motivos me-
ramente egoístas, sin ninguna influencia de preooupacio-

(1) Esta respuesta puede dal'so al profesor Arambul'u¡ que en


su obra «La nueva cioncia penal, Madrid 1887», objeta, á propósi-
to de mis ideas sobrs este punto, que por ellas se estableoe la ra-
zón del más fuerte 6 el triunfo del número. Lejos de eso, porque
no se trata ni de fuerza ni de número, no sOll.losotros miembros
los que atrofian el miembro vicjado, sino el orga.n~smo que eli-
mina los elementos corrompidos, l? cual es muy diferente, Y' esta
diferenoia aparece clara á las inteligenoias que no estén preocu-
padas por las doctrinas individualistas.
1,,\ LEY DE LA ADAPTACI6N

nes, sin complicidad del medio social, y oomo esto no


puede afirmarse de todos los oriminales, por lo mismo
no se puede aplicar la pena de muerte más que á l(..)s pri-
meros, para que no se rebele la conciencia de la 80-
cied¿:¡d.
Los demás pueden adaptarse; lo necesario es hallar
el medio en que esta adaptaoión sea probable.
Existen personas incompatibles con todo medio civi~
lizado; sus instintos salvaje~ no pueden someterse á las
reglas de la activtdad pacífica, necesitarían hacer la vida
de 13.8 hordas errantes ó de las tribus primitivas. Para
garantizar la sociedad contra éstos, sólo existen dos me~
dios, ó el encierro perpetuo ó la expulsión para siempre.
El primero sería no sólo excesivamente cruel, sino pecu~
ni:wiamente perjudicial para el Estado ó, en último tél'-
mino, para los ciudadanos paoíficos que deberían proveer
al sustento de esta especie de enemigos suyos; el otro es
posible cuando una nación posee colonias ó tierras de-
siertas en las que el hombre se vería impulsado al traba-
jo por el instinto de su propia conservación; de modo que
la deportación es el medio de eliminar los ladrones de
profesión, los vagos y en general todos los delinouentes
habituales, porcp.le sólo en condiciones oompletamente
nuevas de existencia será posible su adapta.ción á la vida
social. 8e pudieran cita?' muc1ws ejemplos históricos (1)-
Respecto de otros delinouentes, de esos que no sintien.
do repugnancia haoia las acciones crueles, las cometen
sólo bajo la influenoia del medio moral en que se mue-
ven inmediatamente, como los autor~s de delitos que tie-
nen un oaráoter endémico, es evIdente que la elimina-
oión no debe ser absoluta, sino limitada por condiciones
de tiempo y de lugar; la relegaoión es siempre la forma.
qt.le debe preferirse) porque al par que aleja al individuo

(1) V. Reinach, Los r'oincidenteB. París, 1882; La Yeilla, La Gu-


yane et la question Penitentiaire, París 1886.
18
CRmt~or..OGíA

del rnetlio deletéreo, no destruye su aotividad y no lo


degrada corno el presidio. Respeoto de 108 delincuenteiS
jóvenes que pueden volver aún á la aotividad l1Olll'o..da, la
elimina.oión d~be ser siempre relativa ouu. ry.do e~ista l<t
esperanza. de que puedan volver á esta actividad. Las
colonias agrÍoolas de la Europa septentrional han hecho
milagros; la misma Francia cuenta v¡wiUf$ experimentos
fuvorables ('1).
Hay, en fin, casos en los cuales la. e:;pulsi6n puede 11-
mital'8e á la situación social elel delincuente, como la in-
terdicción perpetua de la, profesión ú oficio lIuO desem-
peñaba y de la cual 6e ha hec.ho indigno, ó la privación
de los derechos oiviles y polHicos de que hn abusado.
Véase vuántos medioEl de elIminación existen que no
son menos lógioos que la exclusión absoluta del crIminal
de toda dase de relaciones sooiales; todo depende de la
mayor ó menOl' posibilidad de adaptación al medio y de
la,s oondioiones que hacen esta adaptación tlosible.
Al desoender de las oumbres de la criminalidad, se
llega á una clase cte delincuentes cuya :;t,lll.nnalía moral
es dificil de oaraoterizar. Aun cuando hayan oometido un
delito, un verdauero delito natural y sean por ta.nto seres
inferiores.. no puede deolarárseles pI'ivados de sentido
moral; aunque su delito pruebe instlfioiencia de algún
sentimiento altruista, de lJiedacl ó de justioia, es eviden~
te que se debe al impulFJo de cit'cunsta.ncias excepciona-
les ó á una situación que probablemente no se repetil'á.
Supongamos, por ejemplo, el caso de un abusa, de
confianza cometido por' un hombre que hasta aquel mo-
~ento ha!a ejercido un oficio honrado, que no huya po- .
(hdo sentIrse impulsado á cometer el delito ni por SUS
c?stun:bree, ni por las condioiones permanentes de $:1
vula) s:no que h~¡.ya ",ido arrastrado á él por una repentl-

(1) Véase parllla descripci6 n de estas colonias á D10livecl'ona


',de las cau:me de la).'ei:OCidelloiu\\, págs. 167.iSO. Stoclt.olmo, 1873.
na oodioia, pOI' "IDO de eBOS movimientos inel;;perados
qu.e suelen supOner$e efecto de una aberración.
Sin duda no se dirá que so trata de un hombre nor-
mal. No, oisetamente, porque nada mús inexacto en mi
sentir que el ado.gio «Üt oCIMÍlJn kace al lad'rúl/ Creo que
1).

su verdadera fórmula sería da oca.süí¡¡, lUl,ce Ij 1M3 el ladrón


'robe» (i), porque una condición sine ([MI" non de todo
atentado á la propiedad ajena es una falta del sentimien-
to innuto de la ju~ticia ó; mejor dicho, del instinto de
Iv. probidad. A pesar de el:!to, si la ocasión ha sido ex-
oepcional, oasi única, la sociedad no podrá tener gran-
des seguridades para. el porvenir, porque si el individuo
de que 98 trata, ti. pesar de su inferioridLJ,d moral, no ha
cedid.o á las ooaeioues ordinarias, no se ha d0jado itfro..s-
trar, sino en una ocasión que no se repetirá pl'obable-
mente, hay que oonvenir en que este individuo, aun sin
ser honrado, no ~s un peligro constante p~I'a la sociedad.
No lo será, $obre todo, s1 ee oonvence de que en primer
d~lito no le ha produoido ninguna utilidad y que, por el
contrRt'io, le ha sido muy perjudioial, no 8610 porque las
ganancias que se esperaban han sido nulas, sino porque
adamás ha tenido que soportar una pérdida de su propio
peoulio.
Esto puede hacerse obligando al culpa.ble á iudemui,

-
zar el dafiO material y moral que ooasione su delito, ya

(1) Lombroso, abundando en esta idea, comen ta de esta maDe·


ra mi fórmula: «en efeoto, ~n toda acci6n humana, aun on las de
10H lOlloS y mucho más en las de los deUMuerr.tes, hay Biempro
una ooaSi6n, pequeila ó grnndo quo 110 es más que la gota do
~g~a qUe hace robosar el vaso: .•; es muy fácH hacer pasar por
t ehtQ O~a.sio)\al el que os efeoto del organlf?lno, de la herencia,
b~:to máS ~I.lat\d() las caw;:as org:l.nical! ¡; ~lIgénitas S011 1tprecia.
a rS ~or. pocas personas, y pOl' 01 contrario las ocasionales se
P eClan 'POi:' todos, !:le ven aún 0ll el caBO ele que no existan y se
~~~ftlan. 1iI~ c~mentan aún éUIl.;UUO hayan inflllído ¡JI), poco. LOfUM
!
so, t ~\QmO aetincuMlte. Tumo JI, páge. 884-S65. Tu.rln, 188~.
276 ClUMINOLOGíA

sea haciéndole pagar una cantidad de dinero.. ya obli-


gándole á trabajar en beneficio de la parte ofendida.
Otro tanto puede decirse del hurto, de la bancarrota,
del fraude ó de la disminución voluntaria del valor de
la propiedad, de la devastaoión, del incendio de cose-
chas ó plantaciones, de las r,ñas, de las lesiones, de la
difamación y de las injurias, de los ligeros ultrajes al
pudor, eto., cuando el culpable se 'enou entra en condi-
oiones semejantes á las del autor del abuso de confian-
za de que hemos hablado, es decir, cuando ni su con-
ducta precedente ni la presente, ni sus condiciones de
existencia podían hacer prever que recayese en el delito.
Dado que el mal sea reparable y que el culpable 10 repa-
re, la eliminación seria excesiva y cruel.
Véase cómo surge una nueva forma de represión so-
cial, la reparación (1), que será suficiente en muchos oa-
sos siempre que sea plena y completa; es decir que no se
limite la apreciación del mal reparable al daño material,
sino que tenga en ouenta los padeoimientos, los temores,
hasta las molestias que haya sufrido la parte ofendida (2),
y que, además, como no 8ó10 se encuentra oJi:mdida esta
parte, sino que la sooiedad entera sufre moralmente oon
el delito y padece un
perjuicio material en los impuestos
que el Estado debe exigir á la poblacion para pagar los
agentes de policía y los jueces, es preoiso que la repa-
ración no se limite á la indemnizaoión del ofendido, sino

(1) Véase para mayor desenvolvimiento de estas ideas Garó-


falo, Ripavazion8 all~ víttime dehleZitto. Turín Bocea, 1887.
Véase también Actes dv. premie'/" congres cl'anthropologiecrimi-
nelle. Dictámenes de Garofalo y Fioretti y discusión sobre los
mismos, págs. 23, 24, B05, B68. Roma. Actes du congres penitentiaire
de ROIne, 1885. Proposición de Garófalo, págs. 185 y 201. OongrM
ele l'Unión internationale de Droit penal. Bruxelles, 1889. Dictawen
de Garofalo.
(2) Melchi0ri Gioia, 11agiurie é clanni, parte l!lo, libro nr! se-
& ~
ríe 8..
LA LEY DE LA ADAPTACIÓN 277

que se pague una multa al Estado. En estas condi-


ciones la eliminaoión podrá reemplazarse en muchos ca-
sos por la reparación, siempre que la indemnización
se exija por medios mucho más enérgicos que los
del prooedimiento actual, de forma que el oulpable no
pueda sustraerse á ella si es solvente, y siendo insolven-
te ó simulando la insolvencia, esté obligado á trabajar en
benefioio del ofendido y del Estado (1).
Herbert Spencer ha indicado una teoría que es la
exageración de la presente. Propone este grall filósofo
que en todos los casos (y son los más numerosos) la d1t-
?'ctción de la pena dependa de6 tiempo que e6 c1¿[,paóle osté en
aptitud de ganar (Jon su trabajo lo necesa?'io ptl'ra repa?'a?' tos
perj1§ício8 suf1'idos por eZ delito ..
La gravedad de éste ó la pereza ó falta de habilidad
para el trabajo prolongarían, pues, la pena.
Pero esto no basta; además de la restituoión ó de la
reparación) la socieuad exige garantías. para su propia
tranquilidad, y la reputaoión del oulpable, que hasta aho-
ra ejeroe influencia indirecta en la medida de la pena,
debería también ejercerla directa, poniendo al condena-
do en libertad desde el momento en que presentara la
fia.nza de una persona honrada que podl'ia entregarlo á
la autoridad cuando le viera alejarse de la vía recta.
De esta manera se tendría una especie de regulador
automático; los reos de los delitos más §?'at'es no enoon-
trarían nunoa fiadores) su reclusión vendría á se?' ¡Je1'JJe-
ta(t; los reincidentes los hallarían con dijicultad, y los au-
tores de delitos leves ó @(J}c1tsables se verían libres de la
pena una vez reparado el mal por la garantía que su
buena reputación les proouraría fácilmente (2). Además

(1) Puede ellectQl' obtener aclaraciones sobre este sistema en


mi ya citado libro, Bipameione aUe 1Jittime del clolitto.
~2) Spencer, Morale de la p1'ison en S~lS Essais rle morale, (la
8a~Gt!<:i et de poUfriqUf).
278 ClUMINOLOGÍA

los inooentes oondenados injustamente eneontrarían me.


dios de remediar su. desgracia.
Lo sooiedad del?e contentarse con cualquier medio
sufioiente para garantirIa cuando el reoluso haya cum-
plido la obligación de satisfaoer en ouanto sea posible el
mal causado. Ahora bien, si un ciudadano quiere asumir
la obligación de proteger la sooiedad, ya sea movido por
una esperanza de lucro ó por otra razón cualquiera,
debe aceptarse su oferta. La única condición que la so-
ciedad puede exigirle es qu~ la garantía. sea 81~flcieJ1te y
esto no es posible en el oaso en que pueda presumh'se
que la nueva culpa sea un delito muy grave. No hay
¡lanza q1te p1/¡eda ser snjlciente pMa el asesino, de modo que
para éste y para ot?'OS delitos igultlmeníe at1'Oces, la socie-
dad debería rechazar toda garantía que se le ofreciera,
pero este oaso es poco verosímil.
El de feota de esta teoría es á mi entender el olvido
de los prinoipios generales de la misma filosofía que
Speneer representa. Si hubiera pensado en aplioar á la
delincuencia las leyes de la adaptación y de la selección,
habría oomprendido la necesidad de distinguir las da-
ses de los oriminales por sus caraoteres psicológicos
para determinar los casos en que la adaptaoión es posi-
ble, de los en que hay que renunciar á toda esperanza
de adaptación, y no queda á la sociedad otro medio que
el de deshacerse de los elementos perniciosos, y entonces
hubiera descubierto en muohos casos la neoesidad de
una eliminación absoluta de todo medio sooü:i.l, en otros la
de una eliminaoión relativa, y que pudiendo prever esta
necesidad la criminología, sería inútil que la demostrase
la falta de personas honradas que ofrecieran al culpable
su fianza personal. Spencer oree que los reos de de1i~os
gravísimos no encontrarían fiadores, pero nO nos dIOe
con qué criterio se pueden clasificar estos delitos; hay
siempre minorías indulgentes, existen comar(ja~ en las
que todos los oriminales enoontrarÍan fiadores. Se sabe,
LA LEY DE LA ADA1'TAOI6N 27\J

además, que la amistad se halla siempre propicia á per-


donar aún las faltas más graves, y lo que la amistad no
pudiera alcanzar lo alcanzaría el dinero. Cierto que los
fiadores deberían ser personas honradas, ¿pero dónde
oomienza y dónde termina la honradez? Para mí no cabe
duda que en la práctioa de los negodos toda persona
que ejeroiese un oficio cualL{uiera y que no hubiese
sido procesada sería consideradn, como persona honra-
da; ¿pero sería esto bastante para poner en libertad á un
falsario ó á un estuprador?
La justioia penal quedaría abandonada, no al senti~
miento nacional, sino al de una minoría aIJaso exigua, y
la ley perdería por este medio la efioacia con que en el
transcurso de los siglos ha vigorizado y ha tenido viva
la aversión al delito, los motivos de conducta que nacen
del temor) que es uno de los que más han contribuído á
la formación del sentido moral de las generaoiones pasa-
das. Cuando el afecto de un amigo ó en su defecto el di-
nero bastan para abril' las puertas de la cárcel, ytt no
tiene' ésta el carácter de aterradora amena~ul" la justicia,
que ya no sería inflexible, dejaría de inspirar temor. Se
ha censurado el abuso de la prerrogativa de inclultll:
pero en elSte oaso estaría la gracia elevada á la catego-
ría de un sistema, con la diferencia de que no la haría ni
el rey ni el pueblo colectivamente, sino cualquier ciu-
dadano.
Cierto que Speno8r consigna unaexoepción al no
admitir la fianza para el asesino ni para otros delitos
igualmente atroces. ¿Pero ouáles son estos delitos? Esto
neoesita una distinción en el campo de la criminalidad
que el autor no ha hecho. ¿El estupro ele una niña, las
heridas premeditadas ó brutales estarían oomprendidas
en la excepción? Y en ese caso, ¿no sería necesario com-
~rendel' también otros delitos que re\'elasen la profunda
l~rnora1idad de su autor?, ¿y por este medio no se llega-
mI, al oonoepto de la criminalidad natural, ouyos auto-
280 CRU\IINOLOGÍA

res deberían estar perpetuamente excluidos de la sooie~


dad por una. imposibilidad cte adaptación que se podía
prever desde el principio?

JI

Las ideas que acabamos de exponer acerca de la


reacción social oontra el delito se encuentran en el fondo
de la conciencia ele un pueblo civilizado. Aunque apa-
rentemente el fin de la pena sea la venganza sooial, es
decir, el deseo de que el criminal sufra un mal aproxi-
madamente igual al de que ha sido autor, es fáoil adver-
tir que lo que la sociedad desea realmente es, en pri-
mer término, ezctlú7' de S1t seno tÍ tos c?'ímil/(ües inasimiZa-
óles, /J después obZigar a¿ auto?' deZ delito d ?'oJJam?', en C1ta1¿to
Set? jJosü)te, el rnal GazMYtdo.
Los sentimientos de venganza individual han sido,
sin duda alguna, el origen de toda penalidad; la ley del
talión puede probarlo. .
Ciertamente que el primer sentimionto que nace en
el ofendido, casi contemporáneamente al de)ito, es el
deseo de la venganza, que persiste en él por un tiempo
mayor ó menor, en relación oon su temperaIJ,lento, con
la gravedad del mal que ha padeoido, con la' injustioia
que representa este mal y oon lo más ó menos oompleto
de la reparación obtenida, Ouando el mal ha sido peqlle~
uo y se ha reparado por completo, aquel deseo suele
desaparecer; por el contrario, la reparación no 10 des-
truye cuando el dolor producido por el delito fué grande.
Las más antiguas leyes de los germanos dejaban al
ofendido la elección entre la venganza y el 1uri/w8f1oZit
Ó compensaCión pecuniaria, porque entendían que en
algunos oasos era ésta sufioiente para satisfacer al
ofendido.
280 CRU\IINOLOGÍA

res deberían estar perpetuamente excluidos de la sooie~


dad por una. imposibilidad cte adaptación que se podía
prever desde el principio?

JI

Las ideas que acabamos de exponer acerca de la


reacción social oontra el delito se encuentran en el fondo
de la conciencia ele un pueblo civilizado. Aunque apa-
rentemente el fin de la pena sea la venganza sooial, es
decir, el deseo de que el criminal sufra un mal aproxi-
madamente igual al de que ha sido autor, es fáoil adver-
tir que lo que la sociedad desea realmente es, en pri-
mer término, ezctlú7' de S1t seno tÍ tos c?'ímil/(ües inasimiZa-
óles, /J después obZigar a¿ auto?' deZ delito d ?'oJJam?', en C1ta1¿to
Set? jJosü)te, el rnal GazMYtdo.
Los sentimientos de venganza individual han sido,
sin duda alguna, el origen de toda penalidad; la ley del
talión puede probarlo. .
Ciertamente que el primer sentimionto que nace en
el ofendido, casi contemporáneamente al de)ito, es el
deseo de la venganza, que persiste en él por un tiempo
mayor ó menor, en relación oon su temperaIJ,lento, con
la gravedad del mal que ha padeoido, con la' injustioia
que representa este mal y oon lo más ó menos oompleto
de la reparación obtenida, Ouando el mal ha sido peqlle~
uo y se ha reparado por completo, aquel deseo suele
desaparecer; por el contrario, la reparación no 10 des-
truye cuando el dolor producido por el delito fué grande.
Las más antiguas leyes de los germanos dejaban al
ofendido la elección entre la venganza y el 1uri/w8f1oZit
Ó compensaCión pecuniaria, porque entendían que en
algunos oasos era ésta sufioiente para satisfacer al
ofendido.
LA J,EY DE LA .\DAPTACIÓN 281

El devolver mal por rnal es instintivo; los niños pe~


gan á los objetos que les han producido un dolor; los
hombres bárbaros ó rudos se vengan de 108 animales y
de las cosas; el Deuteronomio oastigaba al buey que cau-
saba una mueete; Jer:ies, 10 mismo que un niño, hizo apa-
lear al Helesponto, que había deetruído su puente.
La pasión de la venganza no es puramente personal,
los demás hombres sienten, aunque en un grado menor,
por simpatía; la indignaoión 6 el dolor producidos por
el delito, y para calmar una ú otro, es menester imponer
al reo un mal. Toda acción anormal es siempre pertur-
badora; la anormalidad desagrada aún en los oasos más
pequefios, porque cuando se trata de reglas de oon-
ducta generalmente aoeptadas, desearíamos verlas se-
guidas por todos. Todos quisiéramos ver á los que nos
rodean sentir 0,1 unísono oon nuestras ideas y con nues-
tros afeotos, una. nota disoordante molesta tanto más
cuanto más disporde y fuerte resulta. ~l odio al delin-
cuente lleva tras sí el deseo del mal, se necesita que su-
fra, 108 dolores que padezca compensarán los que haya
Bufrido la víctima, la espontaneidad de este sentimiento
es innegabl~ y su importancia no puede ser desconocida
por el SOolólogo .
. La indighación pública contra el reo es mayor en los
pruner08 momentos que siguen al delito y en los testigos
del hecho, pero se difunde, aunque con menor intensidad,
en los ánimos de todos los que tienen noticia del suceso.
Este sentimiento que hace desear el mal del delín-
cUtlnte, no es en el fondo más que la revelación externa
de la manera en que el sentido moral se siente ofendido
por una acoión oriminal, porque el mal que se desea para
e~ autor es más ó menos grave según la maldad de la
mlsma. acción y este es pl'ecisu.mente Ell elemento que
~O$ da un oriterio para determinar en una raza y en una
epooa histórica dada la gl.'avedad oojetiva de los delitos.
Sólo que es imposible seguir este sentimiento de odio
282 CRI)UNOLOoíA

en su oonsecuencia, la venganza, para determinar la


1'eacci(íll racional de la sooiedad contra el delito.
Por otra parte, aun cuando estos sentirnientos de ven-
ganza subsisten siempre, van siendo oada vez más dulci-
ficados por la civilización; la moral del Evangelio no ha
de.jado de contribuir en muoho, pero lo que Jos ha reduci-
do á una proporción mínima ha sido ]a oostumbre adqui-
rida por un gran número de generaciones, de ver al cul-
papble castiga.do por el podel' sooial. Por eso Jos senti-
mientos d~ venganza renacen con toda su ferocidad en los
países en que las leyes no son lo suficientemente severas,
ni la justicia bastante fuerte, y sobre todo prorrumpen
en las últimas capas de la sooiedad cuyos sentimientos no
..
han sido aun modificados por e] lento trabajo de los siglos
y que ban quedado atrasadas en su progreso moral.
La idea del equivalente del mal se ha ennoblecido en
algún pueblo antiguo y en alguna teoría moderna, por la
de la e,f'piacióJI. Se ha oreído que el mal causado por el
delito no puede ser reparado en el coratón deZ deZi1¿cl l enle
sino por un dolor que el mismo suü'a. Solamente el dolor
puede purificar al maLvado; el dolor es la oonsecuencia
necesuria del pecaelo, con el dolor se ayuda al arrepen-
timiento de los que sienten 1'emordirnirmtos, y se hacen
naoer estos sentimientos en los que no Jos tenían, Tal es
la concepoión de la pena según se encuentra en los anti-
guos semitas y en los indios; esta ooncepción ha prevale-
cido en el derecho canónico y durante la Edad Media) Y
ha encontrado su :más elevada expresión científica en la
filosofía de Platón y de Kant.
Esta doctrina no puede subsistir hoy, porque se fUl1~
da en una teoría desmentida por la observación, Se sabe
en efeoto que la faoultad del romordimiento y del arre-
pentimiento es casi nula en los criminales, y aun sin ~~to,
que no se puede despertar por medio de un dolor f~SlC?
Sólo puede cometer el delito quien no esté oonstlt~l1-
do al unísono oon los demás) ya porque haya careCIdo
LA LEY D~ LA ADAPTACION

!Jiamp'l'c d~ sentido mOfltl, ya pOl.'que lefattc este senti';/~íe!l"


lo (m U~i.(Q f!'i1'{)unstancta det8'J'minada; no es posible f(;wlnulap
otra hipóteeiB porque si la mural común hubiet'a ejercido
.a.lgt1n imperio sobre él, ef:! indudable qu~ 1/,0 /(;Ihbia'rtl, 'Podi--
do rkli?wuÚ .. Se trata, pues) en todos los casos de unn
anomzNa perma1M1Me Ó t't'(PM,·Uor¿v.,. La idea de la expiacWu
moral pOI' mediO de la pena, es decir, put' medio de un
dQ~M' que el delincuente padezca, supone que éste, pun-
samio 11 szntiendo COUlO la generallda.d de las gentes, ha
qu.erido, ?w obstante esto} cometer ~l clt:üito para ~1;~tU3faoel'
sus pasiones. Es imposible no ver la autlpomía contenida
en esta fpase. l:3i la pasión prevIJ,lece sobre el deber', es
po rque eJ. sentimi~nto de.! deber no era bastante fuerte
para prevalelJer sollr'e la pasión; el que r/~eulta venuldo en
\m.a hl\)ha es el mús débil, de modo que lo, moraliuad del
cu lfJable no tenía energía ó al menos era inferiOr á la mu-
ralidad común) por eso no se'í~tía ti '¡w jJolbsa{;a como llll hom-
bre i1ollrado, ¡;¡ino oumo un hornbl'e no honrado, ó no oomo
un homlJl'e piadosu,sino como un hornlJl'e cruel. Se puede
tratar de corregir l~ faltó), 6 la debilidad de un sen.timien-
to, )'1\ sea por la ¡;duoaoión. ya, ('J,.Ull cuanuo estu pM'ezC<1
l

lmpo,sibJe) poniendo un obstaoulo á la~ aCciones Llue dG-


tennlna) pero no se puede ounoebír que el dolor social
Pl1odu.cido pOI' el delitó, pued(.¡. compeneartije y lwutralizt\l'-
00 ruor'a] mente por un dolot' á qlte el delinouente mismo lile
surneta) y que el mal pueda ser reparado por ott.'o mal.
Se díere todavitl, hoy con fraee vulgar, qu.e la sangl'e
í3e lava Gon sangre, pero esta idea que se resume en el
3~ntirniento de verlganza, es muy distinta de la <.!oncep··
olón místioa de la. expiación mor&l. Esta se deriva del
rernOl'dímlento que nace en UIlít fJollcienoia no depravada..,
es deci(') todavlo.. accesible tí, los E5entimf.Clltos moraltls,
qlte después de haber estado lateSltes durante un pe!'io-
do l\~tcrlll\nado, se abren de nUI:lVQ camino y pr'oduoen
~l ~t'~peutimieI\to. Basta esto paL'a dar lugar á un sen-
,t\t:úiento, á un verdadero dolor que con treolllmc.ia, dm'a
O:tIlrlINOLOGíA

tod~ la vida de un hombre y la amarga en todos BUS ins-


t1).otes. Pero la idea de que un dolor físioo pueda. hacer
nacer e!:!os sentimientos, es tan extravagante, oomo la
0Teencia inuia de que las abluoiones podían quit(;l,l' las
manchas del alma) y la de la Iglesia de la Eda.d Media
al oreer que el fuego put'ificaba de la herejía.
No cabe duda. de que la pena que ~e impone al oul-
pable produoe algunas veoes el at'repentimiento porque
el delito h(? sido 6r6 oausa del '/lM6 fj1/¡e par,tece; pero entre
asta eepecie de art'epeutimiento y el remordimiento de
'"toe]' ca'usarlo 'mal el. otro, hay una distancia inconmensu-
rable, y la expiaoióll moral sólo se puede Íl.1.ndal' en este
último sentimiento, que puede nacer sin ningún dolor
físico ó al mismo tiempo que éste, pero por efeoto del
acaso; s1 se reflexiona un poco SolJI'e la idea de la. expIa-
ción, se verá ouán difíoil es sepa~'at'la por completo de
la idtm de la venganza del delito, y que el fundamen-
to de ésta 0S el dealolo de haoel' SUfril' á quien ha !;;ido
causa de un clolol'.
No Be puede negl1r, sin embargo, que aun en 108 pue-
blos más civilizados la penalidad pal'eoe ser la ezpre::¡ión
de la v(:mganza social; es dec1t', del deseo de reparar el
mal por medio del mal.
Sin duda, IolS malheohores son objeto de odio wIÍver-
sal, -y ueben serlo porque las condiciones orgánicas que
oxpliC8,n la anQrnalí2, de donde nace el crimen, no pueden
ser conooimientos vulgares, sólo los estudian loe sauios
y los especialistas, y si entre estos últimos el cCllloolmien-
to de las oausas.destierra el odio, no puede deoi~.r de na-
cer otro sentimiento próximamente igual, el de repug-
nancia hacia, unos .':!el'(;\S tan nocivos y tan de:::!eroejalltes
de nosotros. Pero ya sea odio 6 solamente l'epugnanoia,
sus efeotos será.n los misffiol9, á saber, el deBeD de libe~­
tarse de tener relaCiones sOCliales con semejantes indl-
viduos; pero elel deijElO de V(!lrlOfil deiaOareDer al de verlos
aturmentados hay no pooadl$t~U:l,cia"
LA LEY DE LA ADAPTACrÓN 285
El heoho, pues, es que un pueblo civilizado contem-
poráneo no tolera tormentos innecesarios; hoy no sería
posible la repetición ele un suplicio semejante al de Da-
míen que, por otra parte, provocó en París la indignación
de todas las conciencias honradas. Es cierto que toda
la Amél'i0a de nuestros días ha deseado la ej eoución de
Guiteau, el asesino del virtuoso Presidente Garfield,
pero lo que deseaba no era, sin duda alguna, ver pa~
decer al malhechor, se hubiera avergonzado de la me-
nor tortura añadida por pura orueldad á la senoillez del
patíbulo: en la misma América es donde se estndia el
medio de que 108 condenados á muerte oaigan como
heridos por el rayo con el objeto de hacer que sus pade-
cimientos sean instantáneos, y se han nombrado oomi-
siones para estudiar el proyeoto de una butaca eléo-
trica; todo lo oual pl'ueba que si existe la pena de mner-
te es porque se la considera como el único medio de
eliminación oompleta, absoluta é irrevocable, y que si
se encontrase ott'o cualquiera sin matar al oriminal, se
aceptaría inmediatamente. El sentido moral herido en su
parte fundamento.! no puede admitir que quien no tie-
ne en sí 103 medios. de ahogar sus perversos instintos
sigEi, gozando de los benefioios de la vida social. Véase
por qué (Juando ~e tiene noticia de un grave delito se pre-
gunta ante todo oon ansiedad si ha sido preso el culpa-
ble, y se hace esta pregunta aún ouando parezoa poco
probable que éste pueda salvarse por la fuga. El que
S? supone ladrón ú homioida, el autor presunto de viola-
CIones Ó falsedad, debe separarse inmecli?-tamente de la
sociedad porque su libertad repugna al sentido moral en
la hipótesis de que la inculpaoión sea oierta, y ésta es,
s~a dicho de paBO, la oausa de que subsista hoy y de que
lilIga subsistiendo siempre la prisión preventiva á despe-
cho de las teorías de muchos doctrinarios que tienen la.
costumbre d~ estudiar ligeramente y sólo por una faz
todos los problemas sooiales.
286 CRIlIIINOLOUÍA

Por eso, oomo la segregaoión y la eliminaoión se rea-


lizan por medio de la pena, se pide, la aplioaoión de las
penas, y como estos medios son dolorosos, se apela á 108
F.mfrimientos. Tan cierto es esto, que la ley no modifica
la pena en los oasos en que el móvil del delito ha sido
que Be imponga una determinada. Se dan oasos ele ase-
sinos que matan para l3et' ejecutados, y hay quien rODa
para ser preso y vivir en el ooio, pero aunque en tales
oasos ni el patíbulo ni el presidio representen un casti-
go para el culpable, se le imponen del mismo modo y la
sooiedad queda satisfecha como si el suplioio hubiera
sido temido y detestado por aquél.
No es, pues, el dolor el fin de la reacoión exigidQ por
el sentimiento popular, sino que la naturaleza de las co-
sas asooia siempre este dolor al fin verdadero que trata
de oonseguir, que es la eliminación del individuo inasi-
rnilable del medio ambiente en que se mueve.
El sentimiento común coinoide, pues, acaso inscons-
cientemellte, con el medio raoionaI de la reacoión social,
sólo tiende á obtener el mismo efecto. Conviene, sin em-
bargo, notar que no es directamente el producto de un
raoiocinio como el de la utilidad sooial de la eliminaoión,
en cuanto ésta preserva de un delito probable y futuro
por parte del mismo delincuente, por más que esta idoa
al par que la dé la ejemplaridad de la pena, exoite ese
sentimiento y refuerce su expresión.
El deseo de la sooiedad ele extirpar al individuo ina-
similable, puede no derivarse en apariencia de una oon~
sideración direota de utilidad. He aquÍ algunos ejemplos.
Un hombre que ha reoibido ó creído recibír una bfen~
sa, premedita por largo tiempo .la muerte de su enemi~
go y la ejecuta movido sólo por el impulso de su odio hn~
plaoable. Es probable que, una vez satisfeoha su pasión
malvada, no derramará más sangre en toda su vida
porque no aborrecerá a nadie más que á aquél que fué su
víctima. .
LA LEY lJE LA ADAPTACIÓN 287
Otro que por falta de riquezas vive padeciendo en el
medio ambiente que se halla colocado, da la muerte á un
tío anciano y millonario de quien es el único heredero:
obtenido su objeto, la fortuna, no volverá á matar otra
vez.
Ejemplos do la misma índole pudieran presentarse
respecto al infanticidio y al parricidio. En todos estos
'oasos no parece ser el temor del porvenir el móvil di-
recto del sentimiento común cuando reclama penas gra-
vÍsimas, aún más severas que las que pide contra los la-
drones, los incendiarios y los falsificadores, 'que son un
peligro permanente para todos los oiudadanos, de modo
que la oonoiencia pública exige la ren.oción contra el de-
lito, aún en los momentos en que no le pl'GOCUpa la idea
del porvenir; quiere que se castigue, no solamente ne
peCCt¿t'Il?' sino también qui({¡ jJecccUum. e

Cabe ahora preguntn.f si este sentimiento illllisoutilJle


es suficientemente racional par~\' mal'char de acuerdo con
nuestra teaI'Ía, ó debe rechazarse como una aberración
del espíritu humano,ql.ledebecorregirse l~jos de imitarla.
En realida,cl pudiera objetarse que, si según nuestra
teoría, la eliminaoión es el medio racional de reaoción
contra el delito porque éste indica ó signifioa falta de
adaptación, esta idea de falta de adaptaoión sólo puede
referirse al porvenir,porque si el indivíduoque se suponía
inasimilable demuestra su aptitud para la vida sooial, la
eliminación no tiene razón de ser. '
CieL'to; pero una cosa es afirmar que un individuo S8
ha heoho apto para la vida sooial y otra decir que no co-
meterá probablemente otro delito semejante al que ya
ha perpetrado. .
Según nuestras ideas, el verdadero delito natural no
existe sino cuando se violan algunos sentimientos que
signifioan neoesariamente la falta de la parte más común
y elem~ntal del sentido moral, ya sea de una manera
tranl3itoria, ya permanente l se€l:ún la anormalidad de] in-
288 CRIMINOl..OGiA

dividuo ó su falta de idoneidad absoluta ó limitada papa


la vida social.
Basta,pues, que esta a.normalidad haya sido reconoci-
da para que el individuo sea declarado no idóneo, no im-
portando averiguar si hay ó no probabilidades de que se
repita el mismo delito. Sé ha descubierto la existencia del
7wmb7"e deZinC1tente, es decir, de un individuo 6, quien falta
el freno moral contra los impulsos criminales, la socie-
dad puede deoirá. ese individuo: qmi existencia. en las ac-
tuales condiciones se basa en los sentimientos de piedad
y de justicia, tú careces de esos sentimientos y no pue-
des vivir en mi seno; inútil es que tú, parricida, me digas
que nada debo temer de ti, porque no puedes cometer
un nuevo parricidio; de~de que tu crimen ha descubierto
que no posees en absoluto el sentimiento de piedaLl, no
puedes inspirar ninguna confianza; todo el que te voa
creerá que su vida, su honor, su propiedad, su l'epuso,
están en peligro; tu anomalía es demasiado grande para.
que puedas gozaI' del sentimiento de simpatía que une á
todos los hombres porque tú no puedes sentir esa "ill1-
patía; los hombres no ven en ti á un semejante; los la-
zos que con ellos te unían se han roto; debes sel' supri-
mido».
Todo esto es completamente lógico; el modo de la
reacción sooial es análogo al de cualquiera otra agrega-
ción que tenga un fin determinado.
En efecto, como hedernostrado anteriormente, en cual-
quier asociación menos extensa la "iolación de los princi-
pios de conducta considerados con1o reglas fundamenta-
les, ll~van naturalmente consigo la expulsión de quien los
ha transgredido. Si la sociedad no reaccionase de una
manera análoga, la prohibición del delito tendría jJ1'opo1'-
oionalmente menos fuerza que la prohibición de oualquier
otra aoción inmoral, porque mientras que la violación de
estas reglas llevaría la pérdida de la participación en las
ventajas de la asooiaoión, el delito, por el oontrario, vio-
LA LE~ VE L,'\. .ADAP'UUl6N 280

ladón de las reglas de la sooiedad entera, 110 produciría


la pérdtda de la partioipación en la vida sooial. .
La asociación menor dem'eta la expuleión por supo-
ner 1á. falta de aptitud del oulpable, ó que éste ef$ un in-
truso en la. clase asociada, y funda este juicio en que ca-
rece del carácter que se exige para perteneoer á ella.
La asooiaoión mayor llamada por antonomasia socie-
i},ad, obra de la misma manera, eliminando á los que han
dado pruebas de no tener los más comunes, más elemen-
tales y más necesarios dé los sentimientos humanos.
POI' eso un parricida, que no puede volver á sedo
otra vez; una madre infanticida que no tiene más hijos
quo ahogar; un hombre que ffi(\ta alevosamente á su mor-
tal enemigo y que no tiene litros, son seres incompatiblr.s
Con la sociedad, porque están desprovistos de uno de los
sentimientos fundQ.mentales de la moralidad públioa) el de
la piedad, y porque está probado que esta i~üta. de altruis-
mo no está compensada con la existencia. de otro freno.
En resuroen: la reacción en la forma de elíminaoi6n
es el efecto sooialmente necesario de la acción del delito
((f1eüt p(Jccatu1l~). Es pues, un efecto natm'al si es cierto
que el organismo social tiene, como los organismos físi-
<':05, leyes invariables que son la condición de' su exis-
~encia.
Es un prlncipio biológico qll.e ellndividuo desaparece
cuando sus imperfecciones le impiden soportar la acción
del medio ambiente. La diierenoizt entre el ol'den biológi-
co y el moral consiste en lfue en el primero, la selección
~e ~a.ce espontáneamente por medio de la muerte do los.
lndlVIduos que carecen de t\ptitud, mientras que en el
segundo oaso) siendo ",1 individuo fisi('~mente apto para.
la vida y no pudiendo vjvir fuera del medio ambíente, al
oual, sin embargo, no puede adaptarse, debe haoerse la.
selección {//rtificiatmentc; es deoir l por el poder social, qu~
debe obrar como obra ltlo .natl1raleza en el ordan bioló-
~oo. ~.
290 CRlMINOLOG1A

El objeto de la eliminación es la conservaci6n del


organismo social por medio ele la extirpn.ciÓn de los
miembros que no tienen la aptitud necesaria: l/e peccetllr.
No hay, pues, contradicción entl'e las dos fÓI'mulas qtlG
los partidarios de dos escuelas contrarias oponen una ú
otra (1).
No podemos aceptar las ideas de Homagnosi ¡Iue
dice: si se tuviera la seguridad moral de quo uef::\pnés del
primer delito no podía cometerse otro, la soeiedad no
tendría dereoho ele castigar (2), porque esta hipótesis
envuelve, según nuestra idea del delito natural, una COll-
tradicción en sus términos.
Todo delito significa ya la faltn de adnptación ú la
vida social eutera, 6 á una sola faz de esta misma "ida;
el Jelito revela la anormalidad moral (curable ó incura-
ble), mejor dicho, indioa que el individuo tiene la oapa-
cidad del delito, capacidad que no se reconoce, que no
puede afirmarse, Ó que se supone que no existo en 108
demás hombres. Así, al encontrarnos frente al vCl'cl~\dGrü
delito natural, no podemos admitir la certidumbre de
(!ue su autor no pueda cometer otros. Esta certidum-
bre sólo puede existir cuando el culpable es un sér nor-
mal, pero en este oaso su acción no hubiera sido un de-
lito, porque éste es inoompatible con la existencia 6 con
la energía del sentido moral; si hay carencia ó debilidad

(1) Listz. dm' ZUJccl.gedcl/I'lkc in St'rafrecht du Zeitschrift für dj(1


gesauvente Strt\fl'echtswissenchaft, 1882.
(2) Kant decía. por el contrario: si la sociedad civil estuviose
-en vísperas de disolverse, el últitno asesino encerrado en una pri-
sión, debería ser ojecutado en el momento de la disolución, para
que todo culpable sufriese la pena de su delito. Ellero da una so·
lución contraria y parecida á in de B,l\magnosi: si no se temieran
máS delitos en Iil porvenir, el último d.elincuente podl'fa ser vi-
gilado, pl'eso y obligado á la satisfacción privada, pero no se le
podría castigal', porque la pena no respondería á su fin: el delin-
~mente, al sufl'h' su pena, no es más que un instrumento obligado
á servir de espeotáoulo pal'lJ. un ejemplo tel'l'ible.
LA LEY DE LA ADAPTM'l(}X ~Ul

en el i:lentido moral, hay siempre posibilidad do que se


cometan nuevos delitos.
Una vez reoonocid:.1 esta (·(tpacid(ul, no es tolerable,
porque rompe los lazos del individuo oon ID, sociedad,
puesto que el único vínculo común entre todos sus miem-
bros es la presunción de que tuc!os poseen la cantidad
1II,ii/,i1/u~ de datos sentim,ientos, cuya vioIación constituye
el delito.
Es ciertu que ID, comisión ele un delito no trae siem-
pro consigo la necesidad de oliminar al delincuente. La
repre",ión puede tomar á veceR, ya lo hemos dioho, ltl.
forma de una obligación á repm'ar In. ofensa. :Esto ocurre
en los Cli:lOS eIl que la anomalía psíqUica es poco sensi-
ble y la ofelu;n. tan ligera que la socied<:1d pueda pel'mi-
tirce una eXjJericncia antes de declal'ar la carencia de
aptitud elel delincuente para la vida social y) por tanto)
para librar de él ú la sociedad,
En el último capítulo de esta obra trataremos de fijar
con más preoisión loe casos de e6!:minación y los de obZi-
!}aeión de resarcimiento.

IU

8e nos ha tachado de desdeñar el punto de vista de


la intimidación y de preocuparnos tan s610 de impedir la
repetición del lbOCho delito por el mismo deliNcuente y no
por otros, sin curarnos de considerar la ejemplaridad:
COluO si las costumbres viciosas fueran las únicas que hay
qu~ temer, dice Tarde, y como si el oontagio y los hábitos
Pdeligr080S fueran extraños á las previsiones clellegiela-

---
or (1).

'lo ~1) ~arde, Positivismo y pellalidacl, en el archivo de antropo-


gla Cl'lmhlal, pág. 55, t. II, 1887.
292 CRl1IIlNOLOGíA

Para. contestar á esta crítica necesito resumir antes


algunas ideas generales sobre el efecto preventivo que
puede esperarse de la.s penas) y demostrar en seguida que
este efecto preventivo no sería menor reemplazando el
actual sistema penal por el de la eliminación y el de la
reparación.
Aun entre los individuos más desarrollados psíquica-
mente y cuyo sentimiento moral es orgánico y muy deli-
cado, éste se encuentra apoyado, por decirlo así, y acom"
pa.nado por la idea de la obligación ó del deber que siem-
pre lleva consigo el temor de un castigo al transgresor.
Muchos se abstienen, sin duda, de la maledicenoia, de]a
mentir'a, de la seducción de solteras, sólo porque la con-
ciencia de su mala obra destTuiría en ellos todo placer;
pero los mismos piensan involuntariamente en la reac-
ción que estos hechos provocan, la desconfjanza, el aisla-
miento, la exclusión de las familias honradas y este pen-
samiento aumenta en ellos la resoluoión de no cometer
tales bechos.
Estas sanoiones adecuadas fueron aoaso las que for-
maron el senti,do moral de nuestros antecesores, de los
que lo hemos recibido nosotros por herenoia; pero estas
mismas sanoiones existen siempre para exoitar y desper-
tar el mismo sentimiento que nos es innato y que de otra
manera se debilitaría y se extinguiría aoaso oon el tiem-
po, y lo mismo puede decirse de la repugnancia instintiva
haoia las ideas oriminales, á las que siempre sigue la de
los efectos dañosos del arresto, del prooeso y de la pena.
El recuerdo d(l estos efeotos es aún hoy, entre los indi-
viduos no degenerados, una fuerza quo contribuye á la
conservación del sentido moral. La ley derivada de éste
lo sostiene) 10 afirma, lo crea á su vez; los motivos sensi-
bles de la pena no son extrafios á esta evoluoión lenta,
secular inadvertida del raciocinio en sentido orgánicO;
.la repugnancia que inspira la palabra 'Presidio es~á .ínti-
mamente unida á la. que produce el ladrón y el falslÍloa-
LA LEY DE LA ADAPTACIÓN 293
dar y aumentan, sin duda, el horror que produce el cl'i-
men; la idea de la oadena y la del pardo uniforme, hacen
más odioso al condenado.
Cierto que 'el legislador no tiene el poder de imponer
el caráoter de infamia á una aoción que la opinión públi-
ca considera indiferente ú honrosa (1), no puede obrar
en un sentido enteramente opuesto á la moralidad, pero
puede secundarla, reforzarla, enoaminarla é impedir que
se debilite ó que se extinga.
POI' último, la idea del mal causado pOI' la pena re-
fuerza IOl:l motivos morales de oonducta en el espíritu de
los hombres honrados, es una nueva resistencia, un apo-
yo del sentido moral y tiene además en muchos casos el
carácter de un verdadero premio para ellos) he aquí
oómo:
No hay honradez que no haya sido probada por ten-
taciones. Muohas veoe:) el pobx'e, agobia.do con el peso
del trabajo, se ve incitado á una gananoia i!íoita que le
produciría algún alivio; el que ,ha sido ultrajado siente
intenciones de procurarse el plaoer de los dioses, la ven~
la
ganza; pero moral ahoga estos malos impulsos, no sin
cierta lucha ni sin algún sentimiento, y 01 ver que quien
n.o pudo hallar en sí mismo una fuetIza de resistenoia su~
ficiente padeoe el dolor y la vergüenza del prooeso Y de
la pena, produce un sentimiento de placer de la virtud
propia, y este sentimiento es la mejor recompensa del
penoso esfuerzo llevado á cabo para vencer los instintos
depravados. Será éste, sin duda) un. sentinliento egoísta,
pero su utilidad es incontestable y se nos revela por la
satisfaooión casi universal con que se recibe la noticia
de una condena merecida.

, (1) La opini6n pública, que debe ser reotifioada por la ,cien-


Cla, oorreglda p()]: la experienoia pero nunca violentada Dl des·
pl'eoiada por las leyes, es la únida que puede determinar la in·
famia. Filangiel'i, Ciencia ele la legislaciá1z, libro III, cap. XXX.
294 onnrL.'\foLOGfA

Es evidente que habiéndose hecho orgánico el sentido


moral en la mayoría de los hombres, el hombre honrado
seguiría siéndolo aún cuando 8e aboliese toda pena" Sin
embargo, su esfuerzo para reprimir la. tentación sería
más penoso y menor el placer después de obtenida la
victoria, La idea de la utilidad de una buena conducta
disminuiría y en la sucesión de las generaciones el sen-
tido moral iría debilitándose cada vez más, desapal'eoe~
ría el entusiaSl110 por el Líen, porque ;,cuál sería la ven~
taja de una conducta irrepl'ensiblu si una menos buena
no había de haGcr al hombro dc~gl':'\,(jiado?
Así es que el mal illlJlne~tu al delincuente cíletel'OS
rneli01'e,\' 1'('IZil, ('I)J11U }lell~aJ la In antigüedad cláBioa,
E8 de lWt:t11' allte tod(l qno la represión penal, al exci-
t<tr :' oOHte/H..'l' el ,'-ientimionto elel deber, incita á In buena
condlU'ta. \~ I puedo negarse que el sentido moral común
se nli illilíca á veces lentamente durante varias genera-
t"ÍoJle~ }JOl' mediu de una ley que 1'eoonoce Ó quita el ca-
l'úoter criminal á una acción, <,Si se descubriesen las ac-
ciones deshunrosas sin castigarlas, su número no au-
mentaría inmediatamente de una manera sensible, sino
por modo indirecto y lentamente, en virtud de una serie
de otros motivos, porque al ver que acciones prohibidas
otras veces, se permitian hoy, los sentimientos de honor
y de justicia en relación con estas acoiones se destruirían
pooo á poco en el espiritu de 108 hombres (1).
Todos los sentimientos puetlen reducirse á razona-
mientos primitivos 'que se han heoho instintivos, ó á ex-
periencias de utilidad realizadas por nuestros primeros
padres; Entre estas experiencias existe la ele la reacción
dolorosa provocada por la inmoralidad y por el orimen,
reacción, al principio individual, y social después (luan dO
se formó el Estado. Estas experiencias se convirtieron ell

(1) Holzendorff, D(.ts Verbrechen (~e8 Mot'des ul!cl fUe Todesstra-


fe, cap. Vl1.
LA LEY DE LA. ADAP'rAt..'rÓ}i 29:)

raciocinios, y posteriormente on el sentimiento de que


existe un mal en el delito y este sentimiento ha llegado
á nosotros por medio de la hel'enciD. psicoló8'icn.
~EI elemento coercitivo tiene su origen en la ex.pe-
riencia de las furmas particulares de frenos que se h:,!Xl
establecido durante el curso de la oivi!i:laciÓn ... , el sen-
timiento de la oOel'ci6n se asoela indirectamente á 108
sentimientos que se consideran como morales; la t,'t:)pre-
sentación dl;i los resultados futuros pruduce el motivo
político, el motivo religioso, el motivo sovial, el temur se
asooia á ellos y tam"bi¿?~ po?' asociación pe le 1tn6 el slmti mion-
La idea de 1013 efectos intrínseoos de uno. ac-
t? 1t¿M'aZ•••
ción prohibida excita un temor que persiste ouando se
piensa en los efectos extrínseoos d0 este acto y el temor
que acompaHa á estos efectos intrínsecos produce un
vago sentimiento de bncitacwíb moraL> (1).
Pel'O ¿el;te efeoto lJienhechor de la represión, result[t.
acaso perdido en nuestra teoría? Indudablemente no.
Porque p\:l.ra que exista, bbu;;to.. que la pena coloque al
ofensor en una oondici6n de inferioridad sooial, yen ella
le colocau los medios de eliminu.ción que prod1,.l(;en neCG-
sariu.mente un dolor. La misma l'ep11t'ación, tal como
la hemos pr.opuesto; representa HU verdadoro oastigo.
Nada perdería~ pues, la mOI'alidad pública 00n la susti-
tución de n.uestra teoría á la que hoy donlina.
Pasemos ahora á un mutivo de conducta aun. más di-
.r~oto, al del temor del castigo para los que tienen pre-
c1!sPOsición al crimen.
La antigüedad nos ha ~egado otra s8ntcnl}ia:

qtle no es siempre tan exacta oomo la prBcedente. lIe-


ln08 dicho antes (parte 2.°, oap. IV) en qué limite$ 111
-----
"(l~,,' ~~n(H\t, Easfls a1 1«- moraZ evohrtiva, oap. VII.
296 CRlMINO¡,QGÍA

ciencia experimental ha reducido el efecto de prevención


que puede tener el temor de una pena, y recordaremos
á nuestros lectores que dedujimos que los grandes cri-
minales instintivos sólo podrían atemorizarse por la fre-
cuente aplicación de la pena de muerte; los delinouentes
de profesión corren con valor los riesgos inherentes á su
profesión, solalllente podrían detenerlos en parte las pe-
nas perpetuas; los delincuentes por impulso ó neuropá-
ticos no piensan en las consecuencias de sus delitos
como no sean graves é inmediatas; por último, tan sólo
la delincuencia endémica podría sentir el influjo de pe-
nas severas, aun ouando no crueles.
Presoindiendo de la observación directa de los delin-
cuentes, se ha creído posible establecer un oriterio para
la intimidación, formulando la regla siguiente:
El mal que la pena cause debe ser para que pueda
constituir un motivo determinante de la conducta, un
poco superior al placer que puede, procurarse con la eJe-
oución del delito (Feuerbach y Romagnosi), que os lo que
se ha llamado teoría de la coacción psicológica.
La fórmula que acabamos de exponer supone tres
condiciones:
J." Que los delincuentes sean hombre's previsores,
dotados de un espíritu oalouIador, y capaoes psioológioa-
mente de apreciar con exaotitud el pIaoer que ha de cau-
sarles el delito, lo cual es aún para ellos una incógnita,
y el mal que les haya de causar la pena, lo cual suele
ser también. una incógnita.
2." Que el delincuente considere la pena como un
mal real, consecuenoia inevitable del delito, cuando su
propia experiencia y la de BUS oompafieros le demuestran
que el mayor número de delitos queda impune.
S.a 'Que la previsión de un mal lejano sea bastante
para impedir que un hombre Be procure un plaoer inme-
diato y d~je de ~a.ti,fao®r un deseo violento é instantáneo,
10 cual no oout'-ll41 m1.1oh~ vece1 ni aun en 1015 hombres
LA LEY DE LA ADAPTACIÓN 297
normales y no sucederá, por oonsiguiente, en los dege-
nerados.
Después de todo 10 que hemos dicho hasta ahora, ¿ten-
dremos neoesidad de añadir que estas tres condioiones
están desmentidas por la experienoia:t No haríamos más
que incunir en una repetioión. Sin duda que el tem.or es
uno de los motivos mas poderosos de la determinación,
pepo es imposible calcular sus efeotos, ni aun pur apro-
r..imación, excepto en ouanto á la oriminalidad endémica
y respeoto de los delinouentes infepiorGs que 8Qn los mús
parecidos á los hombres normales.
Si se quiere fundar el sistema penal en la intimida-
ción, 8e oaerá de nuevo en el empirismo más vulgar]
porque faltará todo criterio científioo ¿Por qué medios
'se podrá averlgual' si cinco anos de prisión SOIl bastantes
para prevenir el robo doméstico) si haoen falta diez, ó si
los CillCO años son. eXC6i;;ivQs? El empirIsmo debe necesa~
riamente predominar y esto explioa.. la extt'aordinal'ia
diversidad de penas en códigos de una misma época ó
de épocas muy inmediatas.
8e ha exagerado en ell'igor á. los principios de GF,-ttc
siglo, después se ha exagerado en la lenidad; uno y otra
han sido perJudioiales. En el siglo pasado, por ejemplo,
se castigaba en Nápoles el I'OiJO doméstico oon la pena
de muerte,. lo cual era causa de que n.o se del1llUCia86 ja-
más al criado ladrón, sino que, por el contral'io, se hioie-
ran esfuerzos por ooultar el delito (1). De modo que la
misma crueldad de la pena produoía la impunidad del
culpable, puede OClu'1'ir 'Iue sea, oausa de crímenes mé.s
graves, como suoedía en Franoia el siglo pasado, cuando
se castigaba á los ladrones con la horco,. «El ladrón,
dice Filangieri, se 001Wierte casi siempre en aseeino por-
que el segundo delito no le expone á una pena miÍlls se ....
vera y libra de un testigo importante cuy-át delluncia pue-

(1) Fila~lgieri, obra oitada, lfopo ¡U.


2\)8 CRlM.INOLOGIA

de llevarlo á sufrir el suplicio>. Por otea parte, la fre-


(menda y la barbarie de los SUpli0ios disminuyo la sensi-
bilidad de un pueblo, según demuestra la historia.
Sin embargo, si no se quiere determinar la pena sino
en vista de sus efectos de intimidaoión, es fácil volver á
caer en el draconismo al notar la inefiüacia de las penas
leves, porque no cabe duda que si la última pena no
produce á todo el mund0 terror, á lo menos 10 produce
á muchas más personaf3 que cualquier otra clase de
penas. .
En el siglo XVI) un gl'an número de vagos infestaban
la Inglaterra. Según Carlos Marx, descendían <le 106 la-
bradores injustamente despoJados ú, finos del siglo ante-
rior ya por abusos elel feudalismo, ya por causa de le-
yes hechas en favor de 108 burg'ue!::les capitalistas (1). En-
rique VIII decretó, en 15::\0, que á estos vagos ouando
fuesen robustos se les impusiera la pena de azotes y se
les obligase á volver á Sll país para dedioarse al trabajo.
[JCYü8 posteriores condenaron por la primera reinoiden-
cía á cortar una oreja, y por la segunda á la peno. de
muerte. En 1547, una ley de Eduardo VI dif:¡ponía que los
vagos ó mendigos útiles se adjudioasen como esclavos á
los denunciadores. Isabel decretó en 15i2, que se azota-
se á estos individuos, y en caso de reinoidencia fueran
ahorcados, á menos que no se enoontrase quien los to-
mase á su servicio pOI' un término no inferior ¡J, dos afias.
Según Oarlos Marx, que cita á Hollingshed, clurant~ el
reinado de Enrique VIlI fueron ahorcados 72.000 vagos
Ú ooiosos (2).
¿Qué se diría de medidas semrqjo.ntes con la teoría de
la coaooión psico}ógioa?
No cabe duda.. de que la vagancia y la ooiosido.cl no
deben ser consideradas oomo delitos sooialos aunque

(1) Carlos Marx, eZ Oapital, cap. XXVII.


(9) Carlos Marx, obra citada, oap. XXVIII.
r,¡¡,gan presumir todos :06 demás. Es tllntbién indudablo
que las (\ostumbrei::1 que lleY[-tn ú. lo. oc-iosidad son de las
más dificíles de combatir, y que por consigui~nt/j son un
impulso vivÍsimo para el delito. En una lógica rigurosa
estarían justificadas las leyes sanguinarias de Itlglato!'l'I:t.
Hasta el mi~mo Romagnosi pedía leyes severas) aunque
cierto,mente no hasta ese punto, oontra 1;:~8 clf~ses peligro-
sa':!, siempre C011 el tempel'a.mento del h'al>a,io pre\'ia-
mente ofreoido por el Estado.
Por otra parte desde el punto de vista, de la selece:ión,
esos n.aoo ahoroados depurat'on la ráza anglo sajona y
tal vez se dc-)be á ese exoesivo número de horcas la me-
nor criminalidad actual de Inglatel'['Gl, en comparación
COr. el resto de Europa. Á pesar de cBto, nuest~'ljS sen ti-
llJientos más íntimos protestan oontra el homicidio legal
tlel reo de oc.iosidad ó vaguncitl" Los infelices ahorcado!;)
pm' Enrique VIII é Isabel, ~i hubie¡'an tenido más fortu-
na no hubieran t;ido incapMes de adaptación) así lo ho,n
pr~)bado sus ~UC(>8ore8 del siglo xvw, á quienos reyes
mas hUlnanos deportaron tí, AmériOtl", y los del sjglo XIX
que-ha.n creado las coLoniae de Aústralia. Mientras que
la teGría de lu intimidaoión sólo servía para destruir, la
de la deportaoión, apropIada á la teoría de la adapt~~oión,
ha dacio vtda á las colonias útiles I! que se bíoieron pl'on~
~ t'ioa~ y florecientes. t)i el resp~to á los sentimientos
rnoral~s justifica por una parte la víolonta- reacción con-
tra el delito, impide por otra el exoeso de la l'eac(',ión
mi~ma-. y e~lste exce80 siempre que deJa de aplicarse al
dehncuente um\ pena apropiada al peligro que nace de
61, Ul1a pena que siO'n1fique, yo, un obstám.üo l'Un.teria..1 á
rme impulsos, ya u~ remedio 'á, su falto, de sooiabHidad;
C',uanuo esta pena se J','egula en (Jonsideración al peligro
qM nazca de otros clue pudieran imitar al reo, y se trata
dE) ate.xnorizarlos sirViéndose cIel mismo criminal, éste se
?ClI)'t10fte en un instrumento, y su pona en un medi0 do
'lif!)rLI4ID -
01U1IINOLOGU

Lu concepoión de la pena cumo una re.a.cción l\l.1..tul'~l


es lo que limita su uso en cuanto al 11n de la intimidli~
olún. Esto. uebe ser sólo un instrumentu útil de que se
sirve la fJoG'iedad al iIJll-loner al oulpaLlc la exolnsi6n to-
tal Ó pal'oio.l que exige su falta de ttdaptación. Si no COIl~
sidera. la pena más que como medio de intimida.ción,
putJde quitar la vida ó. l.Ul deliucuente que sería aún
susceptible de a.daptación ó podría Imoa1'le padecer t01'-
mento s inútiles violandu de este mULtO su dereoho á no
sufrir un mal mayor que aquél que et:3 con~ecuerwía nv,-
tural d€:.:l que na cometido, ó tal VW1, no alml,nzará la. pella
su {~feoto real) como sucedía ouundo para fitcll1orizal'
al cUlpable se le imponía la penu de a:wtee ó lo, de
.ser expu.estv á la vergUenza, y dtlspués se le dejaba libro
pal"a que siguiese su vlU{-t habituo,l, ó como ouuodo hOy
$C impone á los malh(:lVllül'\;l~ halJitui;1.1ce algunos mescS
él e1gunos aUQS de 11:risi6n.
En una p&labru, ouando so tI1ate de influir en Jo, 0011-
oieucia de los delincuentes por lOJ'midinc J'O!iMC, se so-
meterá al oulpuble Ú tormentos \1).6.5 él monos duros, p~ro
OJ,:¡ü siempre inútiles, Sill obteuel' su oxclusi6n tottÜ de la
vida de la sociedad ó tJ.e las condiciones de vida sonial, á
1a2 cuales no se adapto..
Pero unu ÜUBa incompatiblo oon In. concbpción pUfJiti-
Vv. elel delito que hemos expuesto, es creer: que un deli~l­
c.U\:mte, después do hubel' sufrido la pena, pueda volyer
hJJ.rem~nte ti. gozt\l' todo~ sus derechos en la vido. sül,ilf1l1·
S-í el delito 05, según hemos dioho, um\ acción que reve-
la falta de adaptación la rl;Jv,c.ción l(jO'iüa de h.t sQoiedílV
debe con~leth' en rep~l'al' esta. falta; G'I)J~I kvw, pU05, que
b~8oor una pena adaptada pat'a intimidar; ~la intin~icla­
Olon se produce espontáneamente por el efe oto etc la
amenaza de la. el1mil1iM,ión y pOI' el mal inherente á e~la.
J~sto es (?vidente en ouanto á la forma de eli111inac~ón
ab::::olutaj la muerte, y l~ ql,l~ GIl oiertos casos pueden
reempl~arla} 1~ d~PQ1'~a-ción v la NiJlu.fdón. perpetuas.
LA LEY DE LA. .ADA.PTACI6N 301
Per0 también las formas de eliminación parcial y
condioionada producirán el efeo'to ele intimt!lar ouando
sean exaotamente el medio necesario en un caso dado y
en oonsideraoión á la carencia de una aptitud social par-
ticular. Si la determina.oión de este medio se hace con
preci~ión produoira intimídaoíón por la naturaleza mis-
ma de las oosas.
Supóngase, oomo ejemplo que puede aolarar estas
idea::;, que el habitante de una aldea insulta y amenaza
públi(ja ':{ repetidamente á una persona; por cou~ecuencia.
de añejos odios de famUia, ó que, pretendiendo el amor
de una joven que no le corresponde, la tien de continua-
mente asechanzas, haciéndose así intoleráble y peligroso
para la tranqllilidacllocal.
En este delito que, según la. feliz expresión de Filan-
gieri (1), puede llamarse Jooal, se ve COIl tanta eviden-
cia que el defecto de adaptación es relativo á las· cir-
cunstancias del medio ambiente en qlle el ofensor ha
coucebid.o su odio ó su amor inourables, que puede su-
ponerse qu.e al~jánd0le del sitto en que tiene motivos
para seguir esa conduota antisocial, 'llná vez desapareci-
dos los motivos, la adaptación del oulpable será posible
en otra pa.rte. Tal es el medio raoional de reaoción de la
SOciedad en semejante caso; ¿pero este mediQ es bas-
t.ante para. intimidaI'? Cierto que sÍ, porque si el temor
dbl destierro no triunfa de los motivos que incitan al
homioidio ó á otro delito grave, es suficiente para abs-
tenerse de las injurias y de otras ofensa.s de menor im-
portancia..
No se nos objete que, aceptando este p:J.'inoipio, no
tendrían razón de ser el rigor y la austeridad de los
presidios; estos rigores y esta austeridad 8e imponen
por la neoesidad de la disciplina, tan difícil de hnoer
reinar en una poblaoión de delinouentes; Y una gran

- (l)FHangieri, Ciencia ¡jo ~(t Zegi6¡aoión .


Bú2
paree del rigor depende del 'fin que se tNtt:1 ele akt\nzm',
á sabel': la segregación completa <.lel oondenado.
Creemos, pues) ql1e puede a~egural'se que C1!IPld(1 "l
'/luxlio de etira'¿lI,actfJn es el Ij'lle e;r;igfJn ~it,,' dl'!'1{1IS((~/I('hó': t',I'
elecí?', c'itando Ij'/!q)onr{e al /ln ·/)erda.ae?'o de ftt 1'l!jiI'MÜi¡I, d
efecto 'l'efle:fo de la intimidación 'lwce SÜ"tJ1]!¡'C 1lU" {¡¡l/u//{-
f(tZe~!l. mtsml~ ele kM cosas, siJ/ q'IIO ,)'1'0 '¡bfJce$(li''Ío }))I(Jljellj}/{I'Se
de iJ'6k 1)(/'1'tic1tk(,)'uwnte.
Be nos pulirá observar, no oD8tante, que hemo~ imU-
C~tdo mU(jha~ clases de delitos) respeoto de 10B oUolk~' l10-
mo¡: deolarado que es intm elhninar al cl.llp~'\ble, y:lemo¡j
negadu ti proponer para esto::! 0/.1,806 la 6u):.lI'esJflll do toda
vluse de castigos corporales, basta la d~ l..U1a prlsión üe
poco tiempo (véal:ie el párnl"fo 1.': ¡je este 0u.pitulo,)
Cierto, porque los pocos cHus de arl't:l8to y :0:;; pocos
meses de prIsi6n, son penas casi tan abi:;urüo.s como 108
l:I.~utes l;le los siglos pasados. POI' eso hemos propuüsto
la abolición de eSeS oo.stigos, demostrando que la l'epre.
sil)n podría Ser máB efioaz por medio de la oblígti.ciÓn de
resarcIr el dano moral y material c.ausado por (31 delitu,
emp10::mdo medio~ muoho miú::¡ enél'giüos que 108 del
pr.'ocedimiento aotual, meuio8 tules (-fue B6~\ imposible
dejar de cump111' la ohlig::t,ción.
y entonoes) cuando el culpabh~ i:lep8, que ttene que
indemnizar f,cün lr\l'gueza al ofen.dido, y que no reco-
brará su libertad sino después de haberle indemnizado,
yo, pagándole ~i tien0 dinero, ya truba,jandoparu, gan:l.l'
lii1J cantidad que uebe ¿no se comprende la coerción que
puede ejeroel' para pl'even.ir 108 delitos un efecto b:,3,f.1t~\n·
te má~ sen:sible que la detención en 1"ma oál'cel, que tie-
ne un término fljaoo desde el prIncipio y que no lleva.
cnnsigo más que la obligación de estar ovioso y com.er á
cxpen!;Jas de la Admintstración?
Llegamos) por último, al efecto !Jtlculiar de 10" elimi-
nación que no se encuentra sino por acasO en. las denlás
cluses de pena; me refiero á la selección,
LA LEY' ]lE LA ADAJ''l'AClCiN !ll)!s

lIemos dado más arriba una ligera idea de la hCl'cn-


el
da psic.ológica y demo:.ltrado que delito uo puede es-
capar á esta ley inflexible:véu¡.;e 2.;1 parte, ú::l.p. I).
De ella.. se ueduúe que lu. supr'esión de los elementos
menos D.prOpi[i,dos á h vido. !:Oocial debe producir lUla
mejora moral de l[t raz<\, porquo nacerá siempre un nú-
mero menor de individuos que tongan inulinado118::; c1'1-
minales.
La escLlüla tnuividualista del siglo po"sndo puede abC-
guro.l' (Juo entre padre é hijo::: no existe Hulidaricln,t! y que
108 hi.108 110 horedan ni los méritos ni la deshonra de sus
padl'es, lo cierto es que si el hijo nu mi pl'cclsamente el
herüdero de lo.s vicios ó de J¡,-tB virtuclcl:> <1e. sus padre::> y
de sus abuell)s, lo e8 ciel'tmUtmte de sus instinto::! virtuo-
':l08 Ó pel'rersos, de sus sentimientos, de ?1.\1',\ p~\.siúnc::l)
de su temperamento y de su ütu'áctct'; tudo nos dcmue,,-
tra que la herencia pf:;icológiúa no es mús que un caso de
hel'cncia fisiológica (1).
Pel'O en 10 que re8pe(ltt~;i los crimim\lel::l no se tl'at<.\
exclusivamente de la herencia psíooiógioai la herencia
fisiológica tiene tarnbién su influencia porque, según
hemus demustrado, los iustintu8 crimim'des vn.n oon fre-
cueneia unidos Él. Llua €strnctvl'l1 diferente, é, una con1'ol'-
mación antropológica particular, que hace de lo~ mayo-
res orÍltünales monstruosidades muchas vece~ atípieas,
CD.:'>i Siempre l'egrefiivas.
La ¡'l,ntigijeLiLtcl oastigabt1, implac~~blementc Ú 108 hijos
por ca.usa de los delito8 de S1.\8 paclt'es; nuestra épooa,
I~~S civilizada, debería únicamente impedh' lo. pl'OC1'0a-
Clon de individuos lll1.e, 8egún todas las probabilidades,
habrán de ser seres perversos ó embrutecidos, ó por 10
menO!d viciosos. '
~ueetra época no debe castigar á loe hijos de 106
dellncuentes, pero deberfa impedir que naoieran, pl'odu-

(1) Ribot) LCI J¡crt.l1IC'¡u lJ3fCaM{lica, Madl'id, Jorro, editol'.


304 CRIlIIINOLOGÍA

oiendo, por la muerte de los delincuentes ó por el aisla-


miento perpetuo, una selección artificial que mejorase
moralmente la raza. Lombroso no duda en atribuir la
mayor humanidad de nuestro siglo relativamente á IOR
pasados, á la depuración de la raza por medio de la pena.
de muerte (1).
El oadalso, adonde subían anualmente millares de
malhechores, ha impedido que la delincuencia esté en
nuestros días más esparcida en toda la población. ¿Quién
puede deoir lo que sería hoy la humanidad si no se hu-
biese heoho esta selecoión, si los delinouentes hubieran
podido prolifioar, si nosotros viviéramos entre la innu-
merable descendencia de todos los ladrones y asesinos
de los siglos pasados?
Hoy la humanidad es más dulce, menos apasionada,
resiste mejor á lOs instintos brutales, y ¿por qué inte-
rumpir este progreso debido en gran parte á la selección;
por qU$ no ha de proseguirse ese trabajo s0cülar de de-
puración?
Toda detención en el pr'ogreso es un paso atrás y la!:!
genel'aúiones futuras podrán censurar amargamente á la
nuestra de haber dejado germinar malas semillas que
oonvenía extirpar y que habrán producido nuevas y más
numerosas legiones de delincuentes; pero ¿acaso en una
sociedad clvilizada no se haría m'tturalmente una selec-
ción de oriminales por medio de la eliminación relativa
de los individuos peores y degenerados?
Puede responderse que sí, á oondioión de que se con-
sidere el Estado como una fuerza natural del organismo
social, y á condición de que esta fuerza no se emplee en
contra de las leyes naturales que ex.igen la eliminaoión
de los elementos nocivos.
y si dejando aparte ésta que, en cierto modo, pode-

(1) Lombroso. El incremento del deUto en Italia, Turín, 1879, pá-


gina,30.
L,\' LEY DE LA A.DAM'ACI6N

mos llamar metáfora socio16gica, se entendiera que 1<1. eH·


minación puede tener lugar sin la intervención del poder
social, la c,ontestací6n debe ser decididamente negativa.
Aún cuando el delincuente deba considerarse como
un tlegenerado moral no puede deoir~e que la naturaleza
elimine por sí misma, esta eS}lecie ele doglJnerado8 Ó que
los prive de sucesión; esto puede docirse, ú lo rl.lÚB, única-
mente de algunas vtU'ieclades de delínc·uentes que tienen
tUl marcadu caró'cter patológico, ClOmo los locos, pePO
no puede negarse quo el metyor número, aún tenienuu
ciertos caracteres degencn\ ti VO~ p8Í<luicos y flsiológicos,
!lQ Oal'écen do ninguna de 1:.\" e,mdiciül1cS nec08ttrias part\
la vkhi, anil\\o.l, pueden vivir largo tiempo como eunJ-
quíer otro hombre sano y tener numerosét 8ucosj,'m.
NQ tüdos los delincuentes que tienen algún cL\\'údcr
regrei:lÍvlJ que los Hceroa á las razas hUnHtnaS inf'el'il.Jl'eS
ni todoB los que tienen un c41,.l'áoter atípico tienen tmnbién
oa.racteres patol6gicos. Pueden estar pe11ecf,wmente sanos,
anll más sanos que el hombre oiviliza.do, cuyo desart'ollo
moral é intelectual, tiene lugar á veees á expensas del
desarrollo fi8ico. Dosde el punto de vista fisiológico) el
Balv~je es i:'luperior por la fuerza musoular y de los senti-
dos y aun parece que un exagerado desarr.'ollo de lo. in-
teligencia lleva oonsiO'o
o
con frecuenoia la debilidad "\- jíli-'
t1europatías (1), El doctor Albret ha sostenido que Ull te h
~natornía oomparada, el hombre es mOl'folúgicnmcnte
mferior al mOllO, y el hombre civilizado al salvaje (2).
Las genealogías de algunos malhechores }Jr\\eb~m pOl~
otra, parte que su poder prolífico no e!:l inferior en esta.
olase que en el resto de la humanidad.
. . y hasta los delincuentes en tregados al alcoholismo lo
Imemo que los epilépticos y las mujex'8s histéricas se 1'6-

(1) Jacoby, JilofMClio de la, selaccién, Pr6logo. París, 1'aSi!..


(2) Actas del prüner Congreso de antl'opol~fr¡,,~t\lll, pági~
nas, 105, 115. Roma, 188'¡.
eRIMlNOLOU1A

producen dando al mundo una prole degenemda, pero


que puede multiplical'se y :~m.lvarf::1e de In. extinoión por
medio de cruzamientos 1avorablel:l.
En ~lUa palabra, la degeneravión de loti delincuentes
no es de esas á lal:.l que la naturaleza provee sabiamente
oondenándolos á I.l.ua vida breve y estéril. La elimina-
ción Imtl1ral no puede tener lugar, los peores, los ina-
daptables á la vida social no mueren corno los inadapta-
bles ~t la existencia animal, sobreviven y tramimiten á
sus del:lüendientes sus malas cualida.deH. L"s necesida-
des de la vida oivilizaua y la influenuia del medio aro-
biente han alterado las condiciones llatuI'ales de la 10-
dm por la existencia entre los miembros de la sociedad;
á las fuerzas de la natm'a1eZ2, han Bustituído las de las
cültdi~iones sociales. Sería peligroso para la sociedad no
librarse al men08 de cierta oantidad de los elementos
criminales ql\e la infeooionan (1),
No debe o!IGerse, sin embargo, que la penil de mueI'~
te ~ea el únioo medio de eliminación capaz; de acelerar y
fa yurecer la selección natural.
La emigra.ción fOI'ZOsa ele los' vagalJunCl.Os ingleses á
l.as colonias no ha contribuido poco, sin duda, á la de ....
puración de esta raza, que hoy da J al menos en la crimi-
müidad grave, eifl'as muoho menoreH que las de la
Europa central y meridional. Si las ejeouciones de El1l'~­
que VIII y de Isabel fueron tUL medio bárbaro de l'eah·
zar una so lección aonsiderable, la.s deportaüiones del 8!-
glo XVIII y tie la primera mitad del XIX, continuaron maf3
humanamente esta labor. El problemu consiste en distin-
guir los c1'i'llbinales típicos é hmeimilables de aquéllos que
5011 susceptibles de adaptaoión, elimil1lAl' absQlutamente
los primeros y relativamente e:;;tos últimos, arranoándo-
los al ambiente determ\nado 41 cual son inadaptables.

(1) DiScurso del profesor Vellturi en el primer Oongreso da


~Iltropología cl'lmin~,
actas, 312. .
CAPíTULO II

C:RtncA DEL SISTE~.IA FENAL SEGÚX 1,OS :;UHiSTAS

Creo que los principios asentados en el oapítulo pre-


ceclentt:l serán aceptados con faoilidad á causa de su sen-
cillez y de su evidencia por todas lus persül1a,s de Ul1C\.
inteligenúiu y de una instl'uQción ordinarias, aun cuando
nu tengan profundos oonooimientos en lUD cienoias natu-
rales ó sociales. Puede suceder que después de haber
leído este capítulo, declaren que 110 han encontrado en
él Md:;t, nuevo, porque 0S0 OCUl're con las ideas cuya
eimple enunciación basta para persuadir de su verdad.
Se cree haber tenido siempre ideas idénticas aun cuan-
do no se hi:1yml manifestado nunca, y se cree al menos
(1'.1e 6n el caso de haberse ocupado del asunto en oues-
ticJD, no hubiera sido pusible pensar de tilla manera di-
ferente.
Y, sin embargo, existe ya una ciencia del derecho
penal y por desgracia. es muy diversa de la doctrina que
enseña este libro. Hay, pues, que hacer notar esta dife-
r~ncia á los lectores que no cstón iniciados en los miste-
1'108 de Themis, para que puedan apreciar nuestro tra-
bajo; con ese objeto haremos un ligero allálish~ de Iu.s
t~orías penales 'actualmente aceptadas en Europa, po-
mendo ft'ento á cada un.a de estas má.'li:inlas, las que de~
rivan ,lógicamente de Ul.'lestros principios.
308 CRIl\llNOLOGíA

Hemos dicho ya (véase parte 1..) oap. JI) que el de-


lincuente no es para los juristas como es para nosutl'08.
un s8r anormal más ó menos insusoeptible de adapta-
ción á la vida sooial; que es tan Sll!O un 1l0mIJre que, ha-
biendo desobedecido á una ley del Estado, merece el
castigo, que es su sanoión.
La significación del oastigo varía según las llo~ prin-
cipales escuelas que hasta hoy han dominado.
Los idealistas lo consideran como la compensaciul/ mo-
ral del mal cansado por el delito (teoría absolutn), y 101-0
juristas olásicos, no menos metafísicos á su modo, cumo
la cantidad necesaria para la tutela jurídica (teorías 1'(;-
]ati v:':1,8).
He hecho ya algunas indicaoioIles respecto á la teo-
ría alJsoluta (parte 3.", cap. I) á pl'Opósito de la Yenganza,
y de lo, expiación, afíadiré ahora que no puede l'mjolvel'
el problema penal de acuerdo con los principios) porque
no tiene medios de averiguar cuál es la pena absuluta-
mento justa, os deoir, propurcionada al delito. La pro-
porción S8 funda sólo en una presunción: toda vez que la
pella mayor es la oapital) y que ésta sea proporcionada
al delito x, la pena justa para el delito menor Y, será la re-
clusión perpetua.
Supongamos en cambio que se suprime la pena de
muerte y que sustituye la peuú perpetua oomo pena má-
xima, entonces el delito '!/, menos grave que el x, no se
podrá castigar con pena perpetua) sino con una reclu-
sión temporal.
¿Cuál es, pues, la pena absolutamente justa para el
delito y'7 La teo1'ía absoluta oa1'ece de '1m c'J'itetio propio para
resolver la cuestión, y se ve obligada á pedir al sistema
penal vigento el punto ubi con8ÍStat. Y entonces ¿dónde
hallar la justicia absoluta que debe allimar esa teoría, si
las penas más distintas pueden Ber igualmente proporoio-
nadas al mismo delito, dado un diferente punto de parti~
da, y cuál es entre estos puntos de partida el absoluta-
CRíTICA DE!. SISTEl\lA PENAL SEGÚN LOS JURISTA>: 309

mente justo'? He aquí lo que UD nos podrán decir nunoa


los metafísioos.
Pal:lemos á las teorías relativas y espeoialmente á la
clásicét italiana de la tuteZa jurídica, expresión que los
te6rioos distinguen minuciosamente de la de la defensa so-
cial; étun cuando no he de detenerme en oombatir esta
distinción bizantina (j).
Lo que nos importa 0S la identidad de la idea funda-
mental de que la represión ó pena tiene un fin de conser-
vación del organismo social, es deoir, un objeto preven-
tivo de nuevos delitos, idea antigua perfeotétmente expre-
SRdo, por los filósofos de Greoia y ele Roma y que reapa-
reció en Italia después del período de asoetismo de la
Edad ~Iedia.
Pero una vez sentado el principio del cual no estaría-
mos muy lejo8, los jurisconsultos ponen tales oondiciu-
nes que destruyen toda su eílo..9.cia, haciendo imposibles
lDs consecuenúia8 más rigurosas.
Yo encuentro, dice Carrara (2), el principio funda-
r(

(1\ Por ejemplo, CARRARA, autor de la fórmula «(tutela jUl'fdi-


ca~ dice que da fórmula defensa social da á la pena un principio
material y la pone á merced de las fluctuantes y de ordinario exor-
bitantes exigencias de la utilidad... En la fórmula de la tutela ju-
rídica, el límite de la justicia es congénito, intrínseco, iJ1sepal'a-
ble>. (Programa, Parte gral., párrafo 611). Sólo que, observa atina-
damente FERRI, «decir que la sociedad tiene el derecho lle ca:otigal'
por la necesidad de la defensa jurídica, no puede significar otra
cosa sino que la sociedad castiga para conserVar el orden jurídi-
co existente en determinado país en un momento histórico dado,
y cntonoes es fácil ver que defensa jurídica equivale perfectamen-
te á defensa social, porque sooiedad y derecho son dos términos
Correlativos y sustituíbles. Quien dice derecho, dice sociedad,
pOl'que no oxi'Ste sociedad sin derecho. El derecho, como dioe ¡na-
glstralmente Ardigo, es la fuerza específica del organismo social,
corno la afinidad ea la fuerza especifica de las substancias quími-
cas, la vida de los organismos, la p$iquis de los animaleS». Nue-
110S hoYieontes. Bolonia, 1881. '
(2) • Prog'I'C1.ma, Parte gral., pár. 61 <
810 CRIMINOLOG fA

mental del derecho punitivo en la neoesid\1d de defender


los dereohos del hombre; encuentro en lo,jllstic¿a ¡;llílil·ite
de su ejeroicio, en la opinión públioa, elll1oderador de tiU
forma» .
Hay, pues, un límite de justicia .. límite que nu nace de
la misrna neool:lidad sooial, algo que vIene de ftWl'l.\, (fuO
es al mismo tiempo extl'a1'\o y superiol' á esa ncc0!:;ldad.
He aquí cómo los jurisconsultos, aun p~~t'tiendo del
principio de la tutela ó conservación social, vienen ú caer
en la rnetaHeioa" porque busoan el! un orden (10 ideas di-
ferente el límite que deberían encontrar' de lUlO. l!wncl'[\
llatural en la misma necesidad social.
En efeoto, decir que la pena justa es lo, pena lleC0Sa-
rin) signiGca 10 mismo que dec.ip que In pena no neceSL\-
pía sería injusta. La ~abia deteruünución de la n(we!:lid~\·d
evita toda clase de exoesos, y en este criterio cs(ú In,
mayor garantía del individuo (l ¡.
Pero debemos examinar más atentamente ü8~o ele-
111.ento de la justicia que para. la e~cu(llu. clát:lca ClJllstitu-
yo el limite de la defensa social. Los principius que 05Üi
elemento ha introducido en la oiencia penal y de los que
ésta tanto se enurgullece, pueden eeduvirs0 Ú los dus si-
guientes:
Primero: no existe delito cuando el Agente no es 1)ti)-
mtmente responsable de su a..coión.
Segundo: la cantidad ele pena deb<:l estar en l'flZÚr:. di-
reota de la gravedad del delito .
.RespOibst'(,vaidad 'lJlO1'{tZ y proporción penal 80n dus pos-
tuladus oombatidos por la nueva 0s0uela naturlLlistn. Es
verdad que se ha a.biel'to en ellos ancha breclul., per'o (,lS~
tas ideas 138 hallan tan Íntímamente ligadas á los pr~jui­
cio!! illosóficos más extendidos, que no puede esperarse
dosarra.igarlos fácilmente de la ciencia penal. Hay que
contimlar la lucha con paciencia y dirigirse no al vulgo

(1) Li!;lzt. Der Zwec7cíJo(Jan7ce im 8trarrecht, pár. 132.


CRiTICA DEL SISTE)!A PENAL SEGÚN LOS J17RISTAS an
sino á los aristócratas de la inteligencia; éste como todos
los progresos intelectuales, vendrá de lo alto para cUfun-
dirse lentamente en las capas inferiores, y será una obra
útil porque tales ideas consideradas erróneamente como
una garantía de los derechos dol individuo. no son en
realidad más que causas de la impotencia y de la debi-
lidad de la ley penal.

Pudiera preguntat'se á los que, aun considerando la


pena como un meuio de defensa social, no admiten le\
existencia del delito sin la responsabilidad moral, cuál
es la raz6n ele disminuir la defensa cuando el oriminal se
ha visto arrastrado á oQmeter el delito por un estado
patológico do su inteligencia, ó por una impulsión inte-
rior violenta y, si se (fuiere, irresistible, peru que puede
reproducirse en el mismo individuo. ¿Convendría por el
contrario afirmar que en tales casos, en los que 110 se
puede dudar de la carencia total del libre i1l'bitrio, la 00-
cieda.d reclama una protecoión aún más enérgica con-
tr::t un sér inoapaz en absoluto de dominarse v de resi8-
tir á BUS locos impulsos? •
Pero dejando á un lado la verdadera locura, al c,on-
sideral' la responsabilidad moral como fundamento de la
imputabilidad y por lo tanto elemento necesario del de-
lito, se llega á la impuuidad casi total aun cuando no se
trate de verdadera locura.
Sin enredarnos en la discusión del libre a1.'lJitl'io, y
concediendo que la persuasión que tenemos de esta li-
bertad moral se extiende hasta hacernos creer que 150-
11108 dueños de sentir y de pensar de una manera. dife-
rente de 10 que sentimos y pensamos en un m0111ento
oltn.1moLoGíA

daelo, todos comprendemos que el yo que se determirw,


no puede ser causa de sí mismo y que el carácter se en-
cuentra oonstituido por una serie de actos anterioreH ig-
norados por nuestra conciencia en el momento de la de-
terminación (1 l. De otro modo, habr-ia que convenir en
que todos los hombres realizan a cada instante un verda-
dero milagro) que no otra cosa sería un movimiento del
espíritu no sometido á las leyes de la natur'aleza, un
movimiento inioial que no fuera efecto de condiciones
preexistentes y por medio del cual decidirían si debían
de ser buenos ó malos, resignados ó descontentos, colé-
ricos ó tranquilas.
En esta hipótesis, no tendríamos tan sólo, como real-
mente tenemos, la conciencia del ?JO queriendo y obran-
do en un momento dado, sino que tendríamos) por el con-
trario, la conciencia de una fuerza extraña creadora del
?JO en todo momento (2); lo cual no es cierLo ó de lo cual
no tenemos ninguna prueba,
Si, pues, consideramos el liú7'e (l/l'úitrio deode este
punto de vista, que es el sólo raciona], como la concien-
cia del ?JO en el momento dado que quiere y decide,
nos veremos obligado~ á deducir que no puede fun~
darse un sistema punitivo en el principio de la res-
ponsabilidad moral, porque esta responsabilidad estaría
siempre, cuando menos, limitada por las circunstan-
cias interiores ó exteriores que podrían influir de al-
guna manera en nuestros sentimientos y, por oonsiguien-
te, sobre nuestra voluntad, la cual sería siempre r8-

(1) En este sentido decía Spinoza que el libre arbitrio no es


más que la. ignorancia de las causa~ de la determinación.
(2) Véase acerca de esto un importante estudio de Pipel'no,
Lct nueva escuela de Dereoho lJcnaZ en Italia, Roma 1886,
Véase también Tarda, Los antiguos y l~1:I nuevos funélumcntos ele la
~'espo?l8abmdufl m07'a,l) relación presentada al segundo Congreso
de antropología cl'Íminal. París, 1889.
cníTICA DEL SISl'E~¡A PI:!NAL SEGÚN LOS JURISTAS 813

lativa, tendría infinitas gradaciones y podría llegar á un


mínimum inapreciable é insignificante (1).
La herenoict, el atavisllW, la educaoión, el medio am-
biente, suoesos particulares de la vida, el clima, la ali-
mentación, la profesión} la cultura del espíritu, 10.,8 en-
fermedades, son circunstancias cuya influencia no se
puede olvidar y que limitarían sin ?lega?' as1Ip?'imirZo POR
C1nIPLETO (palabras de un .iurista) el círculo d.e movi-
mientos cS]Jonttineos que puede el hombre realizar con
un fin determinado (2).
¿Pero entonces no ~e hada insoluble el pl'oLlema
penal? Porque ¿de qué medios poLlíu.nlos valernos para
distinguir en cada delincuente la parte que se debo 6.
las OirCUIl&tancias de esa naturaleza, d e la <-lue co-
rresponde á su libre arbitrio? ¿qué procedimientu se-
guiríamos para determinar una responsabilidad limita-
da por multitud de cIrcunstancias de esa índole?
SupongamoB, sin embargo Ll1.lC la vida do un bom-
bre Se rnanifiesta, al juez en todos sus detalles más ín-
timos, en todas sus relaciones con el mundo exterior,
desde su nacimiento hasta el momento de oometer el
crimen, pues todavía no sería bastante; ¿quién le suminis~
traria la historia ele su familia y de sus ascendientes
para apreciar hasta dónde han podido influir en sus in-
clinaciones la herenoia y el atavismo? y aun admitiendu
que fuese posible esta investigación, ¿quién podría c!olel'-
minar la parte que habían tenido en el delito las anuma-
lías psíquioas, ele las que no es responsable el hOllllJl'c, y
la. que correspondía á la estruotura de su co['ob1'o, y que
sólo puede dar á conocer la autopsia?
El prinoipio de la responsabilidad r'olativa ó limitada
no es, pues, aplicable á las teorías penales; nos llevarís
~'-
(1) Poletti l l'l)Qrta de Za tutoZa penal. Tnx-Ív, 1878. .
(2) Pes sin a, El naturali¡¡lno y lCJ¡8. eier¡('4Q,8 jwrtaious. Nápoles,
1879.
314 CEIMl~OLoaíA

á un diagnóstico de puro intel.'és científico, siempre in-


oompleto, y á conoluiilloues siempre im¡eguras.
liB.)' eA lo. legislación itaU~}na un artíoulo que preyé
el IJaW de la semirresponsabilidad. Pues bien, la a:Jlioo.-
oión db ese aL'tículo debería ser la regla general: su:;;
preceptos d~b1an comprender á todus los delinouentes;
hasta aquéllos en los que fueran menos apal'enk!;; las
cil'ounstancias que limitan su 1'0spoO!sabilidad, porque ",1 .
guno, de ellas oonourrirü,1, en cada uno d(:) lOf3 acu8~\clo~
y sería. necesUI'io averiguarlas ó pOr' Jo menos prebwnj¡'
su existencia: hacerlo de otro modo seria 8o..ncionar In,
injusticia, apreoiamlo solamente estas üirCtUlstunciaf'
cuando la ca.sualidlHl hLciera que flleran evidentes.
Por eso debería aplicat"se en todoí3 los caSos elile &.l'-
tíaulo relativo á 18, sernirresponsabilidad, y vendl'Ín ó.. rc-
sultQ,r que la ley fi.iaba inútilm.ente penas que nUllC[l, ~e
podrian aplioar en la extensión pt'e¡:;('¡l'itu.
Pet'O ¿ouál seda el oriterio para mitigar lit pélV:t en
lus dJstintos CO"sos? El problmna, lejos <le hallarse l'Cfl.lel·
tu) se. presenta de une\. ll)anera idéntic,3,. Del:lde ql.\(?, f;C
admite el principio de la respunsabilidad l'elativi1 1 no f;ie
puede a88gurar que sea igual en todo!;: los individuos,
dado tIlle las oiroun~tanoias que modifioan e1lib1'0 arbi-
trio pueden varial' hasta lo infinito.
En una palabra: el prinoipio de la responsabilidad
moral es un dique puesto por el legislador á la pena
para Ímpodide que persiga el deUto (t) .

. (1) Ya hoy )\U ':'le discute 1Q que se lhtman sin miedo las "oon,
quistas de la medicina y de la ciel1cia. sobre los nUlgistrados y la~
leyeS'¡, que sou también conquiBta~ soore la sogul'idau pública y
~Qbre 1010 interesl3s privado&.. ur~a oomlLústa. ha ido exteuditíudos(l
pOco á pOCOj se tiende á asimilar las emOlüunes pasiollale~ á l!lB
locuras parciales ó transitoria!';¡ III amo!', loa celos, la cólet'll.,
sirvan de e"QUlla á lo::. crímene3 más odior::os. Debe reconocerse,
sin em.bargo, que en la hipótesis del liOra arbitl'io ostll.f;! <;C011"
q \listas!) no son menús legitimas que las prlmera&, pOJque si Ull
CRÍ'l'ICA DEL SISTE~rA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 315

Pero aun hay más; la lógica, jurídica ha admitido el


principio de lr~ fller~a i1'1'&sistible interior, que los doctri-
narios, al verlú adoptado por algunas legíelaci.ones, han
saludado como un inmenso progreso.
Ante todo, no admite duda que este prinoipio pone á
la legir:¡Iación bajo la tutela de la filosofía dominante en
un momento dado. Para el detern'\lnismo (y quien haya
leido las páginas precedentes debe estar convenoido de
ello) todo delito, 10 mismo que toda acción buena, malva-
da ó indiferente, es un efeoto necesario, una manifesta-
ción de la voluntad influída por un mutivo que predomi-
na sobre los demás. por el carácter especial del individuo.
La fuerza que mueve al hombre en las ocasiones más
normales de su vida no es menos irresistible que h que
le obliga á cometer los hechos más extraordin<.\.rios; si
todo está determinado, todo es igualmente necesario. El
impulso resistible es a(Iuél 0..1 que puede oponerse oteo
más poueroso; la impulsión irresü;tible es la que ha do-
minado á las demás; de modo que la existencia misma
del heoho prueba lo irresistible ele la impulsión, Si ésta
hubiera sido resistible, el hecho no se hubiet'a realizado.
Tal es la teodn. determinista, sobre la cual están ele
ac.ueI'do muchos pensadores y que se difunde oada c1Í<1
más por efecto de los progresos del naturalismo,
¿Qué juez sería oapaz de pronunciar una cowlena,

individuo no es culpable del origen de su locura, tampoeQ ha te-


nido ninguna influencia en la determinación do su tOlllporamen-
to ó de su constitución, es decir, del estado orgánieo particular
que l'esulta del predominio de un órgano ó de un sistema. Es
menester acaso ir más lejos y convenir que las intoxicaciones que
excitan las pasiones particulares do cada temperamento Bola-
mente se adqUIeren en virtud de un estado constitucional, con-
génito ó adquirido, pero siempre orgáni()o, y pOi' con8igtlio11te ne-
cesu1'io. Después de esta conoesión acaso quiera admÍtÍl'se que la
hipótesis ilellibre albedrío no tiene ninguna rolaci6n con la JUs-
ticia». Feré, Deoeneración y crim.ina,lirlau, -pát'. 114-115, Jori:'o, edi-
tor, Madrid.
316 CRIMINOLOGíA

dada la existencia de semejante prin.cipio, cuando uno de


los elementos esenciales del delito es la responsabilidad
moral ó, en otras palabras la elección Ubre; es decir, la
elecdón arbitraria y no determinada de la voluntad?
Este peligro, se nos dirá, no es grave, porque el de-
terminismo no es aún, y tal vez no lo será en mucho tiem-
po, una doctrina lo bastante popular para hacer que los
magistrados ó los jurados, para ser coherentes cun RUS
doctrinas, absuelvan sistemáticamente á los culpables.
Concedido; pero, sin embargo, se puede ver y se
h~ visto en casos particulares, la absolución de mal-
vados cuyos impulsos se presentaron al trIbunal en
prueba ele fuerza irresistible. Esta fórmula contradice
termimmtemente el fin de la defensa sooial, porque los
delincuentes más temibles y peoros son aquéllos cuyas
impulsiones al mal son más imperiosas.
Es cierto que los juristas ponen límites d\:lterminados
ú la fuerza irresistible; muchos dican que estos impulsos,
aun siendo ciegos, deben derivar de un motivo plausible,
y que los móviles bajos y viles no pueden jamás justifi-
oarlos. Per'o estas son opiniones que pueden variar, y la
fórmula se presenta en toda su desnlldez y con todo el
alcanoe que quiera dársele; es una fuerza á la oual no
puede resistirse. ¿Y quién puede asegurar si la codicia
del oajero, excitado por la vista del oro que no es suyo,
pero que está confiado á su custodia, es más resistible
que la pasión del amante desdeíia.do, y quién dioe que
ésta sea más resistible que la del amante burlado, y de
qué medios nos podríamos valer para apreciar el grado
de resistencia que los impulsos debieron tener y que sin
embargo no tuvieron en cada individuo?
Los hechos vienen en apoyo de estas ideas: en Italia
han admitido 108 jurados la fuerza irresistible, no una
sola, sil\o centenares de veces, en favor de todo género de
homicidios. Se ha visto aplicar este principio á un sioa-
fio pagado pal.'a desfigurar á la amante infiel de su amo.
CRÍTICA :OEL SlSTE"IA PEKÁL S~OÚN LOS JfJlUS'l'AS 317

En este p~'incipio se ha fundado la absolución de falsifi-


cadores y ladrones: en UllU palo..bl'o,) no hay delinouente
que no pueda oubrirse eOIl la égida de esta fórmula. y
si no se hu, reourrido á ella en algunos delitos atrooes ha
sido .porql,lB los defensores teni;;n la convicción ele que
no aloanzarían éxito cml 1013 jurados. Exíste un senti~
miento unIversal que ahoga. la indulgencia haoia ciertos
ct'iminaJes; :;¡Jsí, pues, mient.ro,B Q1,.lC la ley permite que 110
sea oastigRclu el que ha obrado en virtud dI;: 1Hlt-\, i'npul-
sión irresistible, los jur'ados condenar~m siempre al ase~
sino cuyo móvil ha. sido sólo la brutalidad, el placer de
VOl' correr la sangre, yen el cual evIdente:nente la impnl-
5ión á ello ha sido ciega y pti,toMg iea. Condenarán oon
mayor severidad allad1'6n que sea más veoes l'einciclen-
te, y sin embargo, un ladrón de oncio, hijo de delincuen-
te, á quien han enseñado á robar desde la infancia) que es
habitual habitante de 1<tE! oároeles, que se ve l'echo..zadu
por los hombres honrados, y buscado y alabado por lo~
delinouentes compañeros y amigos suyos á quien no sir~
ve de freno el amur' Pl'opio, ni tiene temor' á la opinión
públioa ni posibilidad ni deséos de modificar su manera.
de vivir, este es el tipo más acabado del hombl'e que lW
puede res~stir lag ímpull:los orirnimdes. Y si en tajes ca-
BOS la ü'l'esístibilidad se rechaza hasta el punto de que el
def~ns\)l' no se atreve á invocarla, ¿quién podría en con~
ciencia serviri:ie de ella? Y es que en estos casoe se im~
pone una considera.oión superior á estos motivos, á sa-
ber: la de qu.e no deben de.la,rs6 en libertad los dolü:
cuent~s peligl'osOS. Y para no dejarlos en libertad debe
deola.raI'se responsables. Ha.y que afirmar que podian 1'0-
8i~t!r á sus malvados instintos, pero ¿oómo habían de
l'esistir? ¿Con qué fuel'zas, si no existe en su alma niu-
gún sentimiento d~1ioGldo, si oareaen de amor propio, si no
temen ni á Dios ni á los hombres? ¿Se necesita ser deter'-
mtniste.. para decir que un delinouente en esa.s condioio-
tl~S no "pu.ede deja!' de ser delineuente?
B18 ORIMINOLOG1A

Ese hombre no es l'espoIlsable; pOl' consiguiente, se-


gún la teoría, no debe ser castigado; afortunadamente
para la salud de la socíedad, los jura.dos no lo entienden
así; la fuerza irresistible no se o.dmite en la centésimet
parte de los casos en que debería admitirse forzosamen-
te. Se les acusa ele abusar de ella, y apenas sí 1<1 usan en
alguno de los catlos más evidentes, y sin embCl.I'go basta.n
esos casos para df;lSpel'tal' contra ellos la indignación
públioa.
Al hacedo, responden oon arreglo á sus ounvicoiones
á las preguntas que se les hallen, dicen la vel'dad, y á
pesar de todo se deolara que han heoho mal, porque la
oonsecuenoia de su veredioto es la absolucióll ele un ma.l~
vado. P~\ra obrar bien deberian mentir. ¿~e puede ima-
ginar una situación más falsa?
Así la ha creado un principio ~bsurdo, el de hacer
depeuder la pena de la posibilidad de resistir á las pa-
siones y á 108 impulsos criminales; prinoipio que es con~
secuenciu de otro no menos absurdo, según el cua.l el
delinouente no delinque como no quiera con un propóSi-
to delibera.do.

II

La cienoia penal de los jur1soonsultos no se ocupa de


los locos; una vez declarada la locura, I'econoce su incom-
petenoia. He aquí un nuevo punto lógica é inmediatamen:-
te ligado con los que acabamos de discutir. Habiendo
separado de nuestra determinación del oriminal el ele-
mento de responsabilidad moral, ¿no se deduoe que la
sociedad debe reaccionar contra el crimen del 100o, sin
preocuparse de la enajenación que ha sido su causi;\? Se
nos l''1sponderá inmediatamente en sentido afirm¡;ttivo,
asegurando que la sooiedad reacciona, enoerrando al loco
B18 ORIMINOLOG1A

Ese hombre no es l'espoIlsable; pOl' consiguiente, se-


gún la teoría, no debe ser castigado; afortunadamente
para la salud de la socíedad, los jura.dos no lo entienden
así; la fuerza irresistible no se o.dmite en la centésimet
parte de los casos en que debería admitirse forzosamen-
te. Se les acusa ele abusar de ella, y apenas sí 1<1 usan en
alguno de los catlos más evidentes, y sin embCl.I'go basta.n
esos casos para df;lSpel'tal' contra ellos la indignación
públioa.
Al hacedo, responden oon arreglo á sus ounvicoiones
á las preguntas que se les hallen, dicen la vel'dad, y á
pesar de todo se deolara que han heoho mal, porque la
oonsecuenoia de su veredioto es la absolucióll ele un ma.l~
vado. P~\ra obrar bien deberian mentir. ¿~e puede ima-
ginar una situación más falsa?
Así la ha creado un principio ~bsurdo, el de hacer
depeuder la pena de la posibilidad de resistir á las pa-
siones y á 108 impulsos criminales; prinoipio que es con~
secuenciu de otro no menos absurdo, según el cua.l el
delinouente no delinque como no quiera con un propóSi-
to delibera.do.

II

La cienoia penal de los jur1soonsultos no se ocupa de


los locos; una vez declarada la locura, I'econoce su incom-
petenoia. He aquí un nuevo punto lógica é inmediatamen:-
te ligado con los que acabamos de discutir. Habiendo
separado de nuestra determinación del oriminal el ele-
mento de responsabilidad moral, ¿no se deduoe que la
sociedad debe reaccionar contra el crimen del 100o, sin
preocuparse de la enajenación que ha sido su causi;\? Se
nos l''1sponderá inmediatamente en sentido afirm¡;ttivo,
asegurando que la sooiedad reacciona, enoerrando al loco
CHíTICA DEL SISTE~IA PENAL SE~-;'tÍN LOS JURISTt\.S B19

peligroso en un manicomio, lo cual no es más que una


m<tnera de eliminarlo del ambiente social. Esta medida
se adopta por el solo hecho de la locura, con independen~
da de toaa acción perjudicial que pueda cometer e11000,
porque este estado patológico de la inteligenoia haoe pre-
sumir toda clase de hecbos nooivos, de la misma mane-
ra que la ociosidad, especie de esto,do patológico moral,
hace presumir toda clase de delitos.
Si las palabras deUto y pena se emplean en el sentido
que les dan 108 metafísicos, es indudable la distinoión,
pero hay que recordar la signifioación que hemos dado
do estas palabras en la primerL't parte elel presente trn-
bajo.
No cabe duda por otra parto de que el acto del loco
puede tener la forma elo un delito sin serIo en realidad.
:\"adie llamará criminal á la madre de que habla
?I'fauclsley, que víctima de una alucinación durante el
sueno, ha visto su habitación prosa ele las llamas y para
sftlval' á sus hiJos los arrojó por la ventana. No cierta-
mente, porque el hecho debe estar siempre en relación
con la intención, de otro modo hay que olasifioarlo como
caso fortuito. Si las llamas hubieran rodeado á la m~ier
como creía, 10 que hizo hubiera sido considerado oomo
un acto plausible y nunoa hubiera revelado una tenden-
cia malvada.
Lo mismo Ímede deoirse de los hechos que son efecto
de un acceso epitrJptico ó de una ZOCltNt impztlsiv{t, de una
manía que quite la oonciencia de la acción.
y ni siquiera basta deoir que el loco tenía intenoión
de hacer lo que hizo, para que podamos afirmar la exis-
tencia elel delito) porque, segím nuestra doctrina, éste
debe ser w/¿a 1'ltctnifcstació7/; dat cr}¡'l'ácte?', un efeoto de la
crueldad ó de la falt~t de probidad, ingénitas ó adquiri-
das, siempre que se hayan hecho i1'tstinti'IJas y hagan
temer la repetición del hecho nooivo. Y para poder hablar
de c(trdcte1' es necesario que las faoultades de ideaoión no
$0 encuentl'en :.:umbdas ni suh\icl'tidas en formo.. qlle
hagan desaparecer la indivíclualidad psiql.lioa, eorno !Su-
cede en la demenuia, en la maníu, en la paráli~is progre-
siva, etc, En 10 que se l'tlÍlel'e á Ja~ dt:HlJ.ÚS fi'enosis y ú
la6 nenrosü;, que dejan sub~iotentcs las fn.oultades de
íd(~ación y turban mÉJ.s Ó meno~ profundamente las mo-
rales de los infelicl;ls que estt\n ataoados, de ellas suele
n'ansforma~'f;le el ~ará{)tel' pOl' ~fecto de la ~llfBrm0daf;l y
0;1 muchos oaS08 dehe atribuipl:ie el hecho r:.r:mim,\l ,al
eo.r~cteI' así tN~m:formaLlo. El mellulUólicoj ell1el.ll'op,\ti-
COl In mujer l¡h3térica pueden tC{10;;0f pll;lua cOHGlenoia (13
10 que haoeu y tener intenoión de COll1<.'!ter el hecho det01'-
]l1ill~do que oon::ltituyo el delito. E~3te 68 efecto de su O{I,-
"dote/' preS6J3tc (i j qne se debe ú la enfermedad) pel'(' ql"le
Jw. cen qu'Ó ~ientaD de una Im-tnen~ dlstiatu qne Jos dem~~s
hombres.
Clal'o es que pueden SHf solamente ooj eta de nU8S-
tr'(JS I'azonam~'ilnto8 aquéllos de los cualtis pueden te-
merec tenJencin,8 inhl1m~IH\B Ó no pl'obus, manifestadM
pOI' un primer ddítu; 0:3 deoir, J.Q~ que ostán atl:v:Jmios
de una tendencia al homicidio, al hurto, al e¡.;tupro, ~l
incendio, á la cahunnia (lipef/"MnÜt¡ mwnüt imp'lt6.siv(t, (};i-
/t:psia, Cí'?toma'ibia) cZept()')'Jta.'}~ia, jJh'IJrt~a')¿t[[" ltistf}7'iú'mo), Ó
los que en genera..l tienen tendencli.\S á la orlm.inaHd.ad
por Ulla forma cmdquiora de ena,ienaci?n mental que
destl'uya ó debllite su sentido moral.
La ouestión de esta, cIase de criminales está I'esuel-
t~; son delinouentes, pero d(~ Ulla espeoif.! apaNe en cuanto
su anomaHu. moral puede I:legulr 1~e; fases lÍe Ulll;J., eni'er-
med,\d y no ser p0I'mammtoj 01 oarácter pervertido por
la dolencia podrá mejorar ó empeorarse; el ,~elltido rno-

(1) No falta ell tales oasos la i¿¡m¡t'i(f«fl,olltre 01 hombre que


comete el delito v 011000, comD o;llce Tarde, q,t13 saca 111 consoouen -
oÍ9 de la no imputabilidad de 10& lucos1 precisamente de eFla falta
dE' ident¡¡1fl(L
CRÍTIOA DEL SISTE:\lA PENAL SEGÚN LOS JURIS'l'AS tl21

ral debilitado podrá reaparecer ó destruirse por com-


pleto.
De aquí se sigue que los delincuentes locos deben so-
meterse á un t'l'Ma'miento especia'z adaptado tÍ 10 que en
ellos es caur:¡a del delito, con 10 cunl no hacemos ningu-
na excepción tí los principios antes establecidos, porquo
también la penalicIad impuesta ú los demás cl'iminales
debe referirse á la espeoi<11idad de su naturaleza.
La diferencia más importante en el tratamiento de
108 delincuentes locos es la siguiente: en nuestra teoría.
lo mi,smo que la de los juristas, no se debe aplicar al11co
la pena de muerte. Sobre este punto puede pareoer que
incurrimos en una contradicción á quien mire las cosas
superficialmente, pero, por el oontrario, no hay deduc
ci6n más lógimJ, de los principios que hemos establecido.
He aqUÍ por qué:
Si el oaráoter de un hombre está pervertido por una.
enfermedad) si ésta destruye su sentido moral, la per-
versidad de este hombre tendrá, para quienes conozcan
Sll causa, los caracteres de una enfermedad cualquiera.
Si el enfermo no es apto para la vida social, BU ineptitud
parecerá aociclental, y [l,unque sea tan peligroso como
un asesino, no será odiado, porque en las sociedades hu-
manas ocurre lo contrario que en las agregaciones ani-
males; éstas rechazan al individuo enfermo ó físicamen-
te monstruoso; aquéllas, por el contrario, lo socorren, y
rechazan á los que no son moralmente semejantes.
Ahora bien, la pena de muerte puede imponerse tan
sólo cuando hayan d~saparecido todos los vínculus ele
simpatía entre la sooiedad y el criminal, y como una en-
fermedad no rompe estos vínculos, no hace desaparecer
la. piedad sino que, por el contrario, la despierta, pOl'-
qtle el enfel'mo necesita au."ilios y tiene derecho á ser
eocOl'rido, según las ideas de los pueblos civilizados; en
estos oa.sos, la reacción de la sociedad no puede llegar á
la destrUcción del incUviduo, y si la eliminación es nece~
21
m:U:UlNOLOGÍA

i3arin, debe realizarse únicamente por medio de lo.. reclu-


sión perpetua en un asilo pura este género de ol'imi-·
11ale::;,
Está, pues, demostrado que 10 lógioa más estricta no
lJUcue llevarnos á las consecuencias exccsivaEi que se im-
puta.n á nuestl'n. teoría, y así he contestado ú Pnulbun que
escribia en 1880. "Si que.remos scgl.lh' el principio de I.~u.­
l'Óff.l.lO, yo pregunto: ¿,cómo se POlll'á dbbin~uir un 1000
incurable y un criminal, y pOl' qué no hubía de eJecutul'-
tiC á un loco !Jeli!;troso
... " enfermedad fuese inom;a-
CUya.
lJle?;· (1). La distinción se encuentr~\, he<:-h:\ por los mismos
principios que he 8ont1;\clo de~a.e d concelJto del delito
hasta., los de lns condiciones en que puede UpliCU11SC la
pella de muerte. N o 80 puede pensar que se !:tpliqU8 la
pena de muerte ú un individuo cuyo carácter no esté
perV01 tído de UIKI. nmnGl'tt permancrltG'; 08 elecir, nü se
l

delJ0 aplioar ú un criminal qno nI) !)CU típico, sino fOl'tui~


to) y la locura no engencll :1 un carácter Vloro.l permunen~
l

te, de tul moclo que la pervÚ1'8ión, siendo pasajero., y mo-


diOcablc, podr:.í. dostJ.parecel'. La represión de 10B Glclin-
t'uc:ntcs 10c08 forma parte de nuestl'O sistema penal, en
tI (~1..1~\J lo. palabra pena no tiene la misma significa.oión
que le dan los jurisconsultos; pero 8Bta represión debe
tener formas diferentes y l:IVl'opiadas á las modifioaoio-
neí:i que una enfermedad puede introducir en el curácLel'
y que siguen Ia.c¡ rniBl11as fases que \/1 estado patológiOO.
Indudablemente, desde el punto lie vista dcterll1inisto,; el
mOllstt'Uo no tiene más oulpa de ,~U lllons~ruosidad que
el enfermo de su dolencia; indudablt:lmente uno y otro
son igualmente peligrOI::lOS para la sociedad. Para que
haya una forma distinta de represión en ;;lmbos casos,
hay que respetar el sentimiento social, y si la. violación
del sentimiento de piedad oonstituye el delito) és~e ~o
puede reprimirse por una violación del mismo sentl-

(1) Revista filosófica, Julio de :t880. París.


ORÍTICA DEL SIS'J'El\IA PENAL SEGÚN LOS .TURlS'l"\S 3:!:¡

miento, como sucedería si se mutase al criminal enfer-


mo, y no sucede cuando se da muerte al criminal mons-
truo.
Espero una objeción: ¿,el sentimiento social de que
hablo no se puede modifical' por el progreso de los co-
nocimientos? ¿Cuando se sepa que la ferocidad ele un ase-
sino es sólo efecto de una mala organizución psíquica, no
se, le mirará con más compasión y no se pondrá esto. es-
pecie de unomalía en la misma categoría que los acci-
dentes nerviosos, la epilepsia y la locura? No lo cr80,
porque el sentirniento social de que he hablado está en
perfeota oonsonancia eon el raciocinio. En los easos en
que no haya locura, los progresos de la antropología ha-
rán ver una in(Zi-/Jid1Udidctd rnallt,cclt07'a jJor si 'mism(t que no
dejará menca de sedo, en el otro un<1 individualidad que es
malhechora por accidente y que antes ó después dejará
de serlo ó no lo será en el m18mo grado.
Un movimiento de la voluntad dependiente del ca-
rácter moral, es muy diferente del movimiento de 1<1 vo-
luntad por efecto de un error intelectual ó de una exci-
tación nerviosa. Es la diferencia entre el yo que se ma-
nifiesta tal como es, y el //0 en manos de un enemigo, de
una fuerza que no es inherente al organismo, pero que
estú, en lucba con él y trata de destruirlo.
Para justificar la' pena <..hr muerte hay otros muchos
argumentos; todo lo que he dicho hu sta ahora no ha te-
nido el objeto de intentar esta justificación sino s610 de
señalarle límites de los que no puede salir, según los
principios que han sido mi punto de partida, á saber: los
sentimientos morales de la humanidad.
Los delincnentes locos, son delincuentes, pero for-
man, lo mismo para nosotros que para todos, una clase
aparte. La sola diferencia que existe entre los juriscon-
sultos y nosotros respeoto de este punto, es que los pri-
~erol?) luego que reoonooen la locura, oreen que la oien~
Cla penal debe,detenerse y que la ley d!'lhA deolarar en
324: ORI!tIINO:LOGfA

este caso que nu existe el crimen. :\ usoll'ü~ Ct'eü!1iUS, pUl'


el contrario, que el delito exi~te, mm cuando sea de uno,
claso e,special; es decir, que es efecto) no ele l,Ul cru'úctcl'
mOl't\l determinado por una causn pcnl1o.ncnte, sino ele
un c:;l,l.'áoter moral determinado pOI' un catado patokJ!:d-
co pasajero, ~usoeptible de alivlo y de agl'D.vación {I de
transfol'mación, y, que por con.~iguicn: e, según la mal'ch,\
de la enfermedad puede Clmvertll'se en m6,~ Ó ll1ClJ\I::> J.ll'r
Ugl'OSO y aun llegar á ser completrl,l11cntc inuflJ!l;-,i\·u;
pat'a dar un ejemplo de los más [recuentes, 8ucuck <\síell
el delil'io perseoutorio que nace ele la mOl,lt1Colü\ y wclo
ter'minar en la demenoia.
La represión no debo tonel' una fut'l1la 8spcC'bl. ia elu
la eliminación absoluta, sino la ele recluskm imlcfinich\
en un asilo para los 10000 crlmluulos; SÍ por ej0!1lplu,
(jomo ocur:,e con i'recuer..oia, sllcec.lc la :ücum 0.1 Ltclil'iv
de pel'f;;e(~u(jión que ha sido caUS:1 del homicidiu, CtjHt
l'epre~i6n no será neíjesaria, y el infeliz podr'::" ~Cl' C\.Ü~
dado en otra parte ó entregado i bU inmilia. Es) pU0:-:,
una f01'111(\ ele eliminación apropiada nI caso de ltt locura
criminal) ni más ni menos que las üemlÍs fornms de eli-
minación son adecuadas á lus casos de lo.. crimina.Helad
ordinaria. La sociedad debe tomar sus precauciones, de-
fenderse por 108 medios que crea necesarios oont1'~~ los
delincuentes locos, del mismo modú que por medios di-
ferentes se defiende de los delincuentes no looos; ¿por
qué, pues, habría de exchúrsc la locura d~l oódig\.l ge-
neral de la criminalidad?
Nótese además que la reclusión del loco en un mnní-
cumía, es, 00n arreglo á nuestra teoría, una vel'claderü
forma de represión, os deoir, que influye en la. de{rmE:¿~
Bodal inmediata y en la futura por' medio de la selección
que opera. No le falta más que un efecto en el que la es#
cuela olásica hao e oonsistir el verdadero oarácter penal,
{\ saber: el ele intimida.ción, «porque la locur ..\. no depeo"
de de la yoluntad/I. Pero ante todo la intimidaoión nO
CRíTICA DEL SISTE:\[A PENAL SEGÚN LOS JURISTAS B25

es ~ino un efecto accesorio y subordinado y además no


se trata ele prevenir la lacma sino los delitos que lJUeda
cometer e110co. Además el temor de la reclusión no se-
ría. completamente inútil, porque, como dice Mauclsley, el
loco considera la pérdida de su libertad como ]a tortura
más cruel y los castiqof:l ejercen sobre él un efeeto pl'e-
rentiYQ muy seuf:libJe.
,La pena de muerte no debería imponerse nunca á un
loco, pero }J'retencler que r!ste no rleoct 1I1liiCa ser objeta ele otra
tJeur¿ en ciertas rircunstlmcias es otra cuestión. No cabe duda
que los desgraciados habitantes de los manicomios se
encuontran en cierto modo separndos del mal y obliga-
dos á contenerse pOI' el temO}' de lo tj1te JJUdiomilJJadecer si
negasen :i perder tolla olase de derecho á la indulgencia,
ó por el de untt reclusión más severa cuando se abando-
nasen al ímpetu de sus tendencias» (J).
Dec1arar irrespom;ables á los delincuentes atacaU08
de locura parcial produce consecuencia\:! desastrosas.
La gran extensión que la moderna psiquiatria ha
dacio á la enajenación mental y la diferencia de opiniones
en lo relativo á la, locura moral, justifica, en nombre de
la ciencia, muchas absuluciones de hombres que son un
peligl'o continuo para la sociedad. La opinión de la se-
mü'responsabilidad en algunas formas de locura, recha-
zada generalmente por los hombres ele ciencia, pero étcl-
rnitida en algunos códigos, entre ellos el italim1O, oJ)liga
á condenar á pocos afios de presidio á algunos aSCbin08
y estupradores, adoptando una medida ineficaz y acaso
claJ.1osa, porque el loco continúa siéndolo despuús del
breve tiempo de su prisión, durante el cual no se ha in-
tentado nada para curarlo, y si su enfermedad es una
manía sin delirio y conserva la, memoria, la leve pena

--
(1) MAUDSLEY. La resl'onsabiliclacl en las {mfe'l'medades mentales.
Intl'Oducción, .
CIU~!lNOLOGh

que ~e le haya impuesto habrá hec.hu que de::<cqJ~u'uzca


en él por c.ompleto el temor á la ley.
Lo mismo ocurre auando el loco 11l:~ sidu o'bsuclto y
se !lo. encerrado por poco tiempo en un lmmíc(lll1tl): to-
dos los psiquiatri;\S refieren roso::; lle )11,H'''1..I8 bumkic!il)s.
l:ometiclos por hornbl'e6 ya procesados, nbst1(!Iti\8 ('1)11:[ I
locos, deten1c.los despuéf:i\ en un municomio y licl'ncia-
dos más tarde, porclue se Cl'CÍun cümplet~~m(,l\t<..\ ('\1-
rados.
Poz' último, la!:.lloouras l::linmlL1cl,lS HU nlo¿mi':u'inn '"'tI
objeto, cuando los que fUOSCll Üeclm'D,tlo;.; lueus 1\t 1 qlH'-
dasen impunes , sino (Iue i\lesen .)'uzCl'ados
e y" (,','mdl'llnd, 1"
en ciertos casos á una reclusión indefinidrt, pue;) 11\ I Im~-
que olvidar que estas simulacioDQs son l11uch(\ IlJ;\~ fre-
cuentes de lo que S~ cree.
El Dr, 'Iaylor deolara habel' ex:amirmdo U:1 hULlil llÚ-
mero de verd~~lteros malhechores rpo nu pr~~8¡mt.0.\l~\1l
ningún ¡;,íntoma dI;) IOl:Ul'n" y que) ein embn.rf,\) .. ]):.\lJí:U\
sic10 abi2ueltos pUf' el jurado (1).
En Italia se ha dado el oaso de aSéSlnos dcubr¿Hhe;
lipemaníucol3 y que, cl'El'yémlose >,;eguI'os dB la impuni-
dad, deolaraban en alta voz que no tenían quo temer de
la ;justioia. Hubo uno que, absuelto tres veves) d~Sp~l('S
de haber matado dos personas é intentado ll.'latm' ot\'~~!
haoía por todas p;;1,rtes gala. de poder mat~l' ú quien qui-
siera, sin correr el pelígl'o d(jl presidio ('2j,
La 'élxtCinsiún de la l'epresió:L pena~ á 1:.1. loüls<l. ddin c
-

cuente, UD obligm'ía, Ó, los j\.tl·lJcm~s\lltQf;i ó. lin:itnl' ét:'lJÍ-


tr:;¡,riur:lente el dominio í.l(~ la. lacul'(\., pura no COllCCtlCl' }:\,

(1) A. S, 'faylor, l."'/'at(ulli de 1ll,cdicina le(Jal, tráducidO por 1-1


doctOl' Oontagne: págs, 893 y 011, París, 188l.
(2) Se había conceb1do la e~per¡tDza de V¡¡l' comprendido ontl'O
las pOHilS del nuevo Código Haliauo, 01 manicomio criminal que
había sido propuesto en el proyeato del Mhlistel.'io\ pero que des'
apal'eció en la redaccIón clefinit1'\ra á. con¡;ecuencla dol voto cOP'
trario do ambas Cámara!:!,
c~f'nCA l)EL SISTEJ.IA PENA.L SEGÚN LOS JURISTAS H21

impunidad á los monomaníacos. Véase en prueba las si-


guientes palabras de Adolfo Franok:
((Nadie duda que la looma ó la demencia en su as-
pecto general borra ,toda responsabilidad, pero se pl'e-
tende que existen locuras parciales que tienen el mismo
carácter, y que deben producir ante la ley los mismos
efeotos. Son éstas las que se desIgnan (Jon el nombre de
monomanías; existen monomanías inofensivas, pero tam-
bién,las hay, según se dice, que son daflOsas y causa de
temor para la sooiedad: exi.ste la manía del asesinato, la
del robo, la elel jncendio, la de la violación. ¿POI' qué han
de ser estas locuras paraiaJes más responsaLles que la
general, la demencia, el delirio y el idiotismo? Una es-
cuela médica ha hecho valer este argumento contra las
habituales severidades de la justioia, pretendiendo nada
menos que dcst?'1ti1' la 'represión penat en su p?'incipio, iJ lta-
COI' apM'ecer á un ()'l'i'mi1~al tanto más 2:nocente wccnto mayo?'
sea el mtmM'O de delito8 q1tC ka cometido y m,ás al?'a'/)(f,ntes las
ci?'cunstanciaó' de su ejeC2tción. En efeoto, los ejemplos ele
monomanías que se citan, son malhechores que han 00-
metido el asesinato, el robo y el inoendio sin otro deseo
que el de oausar mal, ni otro móvil que el último grado
ele la perversión humana; los Papavoine, los Lazenaire,
108 Dumolar y otros malvados de este género que han
dejado huellas indelebles en los anales de la ,iustioia.
~os atreveremos á preguntar á los partidarios de este
SIstema por qué caracteres reconocen á estos monóma-
nos: ¿es por lo numeroso ele sus crímenes y por lo perse-
Verante de su perversidad? ¡Buena razón para absoIver~
los!» (1).
. Estas palabras (si se prescinde del criterio diagnós-
ti~o que el autor supone que es el único adoptado por los
alIenistas para determinar loa existenoia de la looura en

----
{ll Adolfo :F'ranclt, Filosof"' deZ D8recl~o pl.mal, oap. VI, pági~
na 140. Parla, 1880.
crma~oLouíA

los oriminales) tienen el defecto ele querer cunl,};¡:;¡,tü' tma


opinión científica, solamente porque no concul3l'Oa con
la teoria del libre albeLlrío.
I
Su autor viene fI. decir en rG8nmen; (,Yo no admito
que el monOlmmiaco esté loco, y que, pOI' (;.únf2.iguient(~,
no ~ea m.oralmerüe respol1tHlble, ouancio voo en él un
m~lvado, Pero ¿tien0 el juríSCO:l:Julto el del'~cllo dl\ ne-
gat' una afirmación Q1.l.0 se le hace en non:.bt'e de Ullt1,
ciencia en la (/1..li,;11 es incompetente'? ¿Tlene el derceho de
establecer una teol'ia proph\ en B6ü cienc.la mi~ma?
¿Y si se obstina en decl::war responsable, ya sen, com-
pleta, ya parcialrnente,de su delito al rnonuma.llío..:o con-
t1:a, la opinion de 105 alienistas que 1(1 hayan exulllÍnadv
y acaso üontra BU misll1v, oonvioción íntima" qu6 ~igniíl­
ca. esto, sino que se impone á él el BcntimÍento de una
neco~¡dq,<.1 de la llef0Ilsa ~;ooial ountra el delincuento, S0U,
oual fuere 1[1, caus[l, de su delito, 8i.empL'c que éste so
atribuya soI.:l,Inente ó. el y no á una ft.l~l'z8, cxtri..l.l.)~ Ú bU
inclivicluaUdacl~ ¿N o vulne!'all también ellos el prinelpio de
h1.. l'0SpOIlSabiUdacl n10ral por el telTl.or qu.e el 1;00 infun-
de, y en~oncel;l, cuál es la cliferencio., que existe entre
ellos y n08otl'fJS'? 'Tan sólo la siguiente: unoS y Otl'08 que-
remos que se cOllsidel'en cumo delitos algunos h(Jchos
eJeo\ltatlos por 1000:;', y que sus autol'es sean tr:),tudo!;·
cumo delincuentes, y para ello unos necesitaIl desmentir
á )os médicos que los han declarado IOC08, mientl'¡;¡'¡;; que
otros no necesitamos recurrir á ese Inedio. ¿CwH eb h
r1Ol.\trim~ )1'¡ás práQtica?
I,J(\ tlootrllla positivista se aparta también de lo. t\:!0I'í:J·

I.h..lwinallte en lo l'elativ-o ai estado de embria.gucz, para


01 oun.l se han inventado muchas fórmulas, alguna de
las cuales, por desgracia, se ha oonvertido en artículo
de la ley en algunos pueblos. Se ha pretendido decidir la
l'·uestión <le la l'espons(lbi1idf.~d con a.rtículos aplicables Él.
todos lOH oasos; se ha puesto el estado de embriaguez ea
las mismas oondioiones que el de locura, de modo que el
uulpable sea castig(\'Qu n::..ás (¡ rnenUí-> gravemente, según
el grado de iuto::dcación ulc.ohólieo., pero siempre C()11
menos durez~i. que si no 1mbiel'<1 e!,tQ,clo ebrio (1;.
El cl'imiIw.lista posí.ti '1O, por el contl'ul'lo) no puede
tlnr tm<i, regla general: debe distir.p:uir la ernbriCtg'uez, que
sólo t:.sagera el oarácter, del álcoholisn1(\ verdadeI'::t on-
:erIYledé.d que puede modifioarlo pUl' completo. El culpa-
IJle en el r:dmer caso debe ser consiüerl.l.do como si hu-
biese delinquido en estado llQt'I1,w,l) pOl'clue la excitMit'1O
producida por el vino ha. sIdo únicamento la caW:H), 000.-
siollal reveludora elel instinto criminal. Un hombre de
c.ar6,ctet' du1cIj puede beber cuanto quiera; jUlnús umtn-·
r(\ ó. su amigo á cudlHladaB 1m una reyerta de taberna.
El ebrio es cOlllparable al hombre colérico que en un
acceso have 10 qLi.0 nadie haría á saugl'o fl'Ív., pero aun
cu~mdo se agite, escandalice y cometa extrayagunciub,
es incapaz de comoter un ddito ti no se?' qw; el i'fJ.-Stt1ttO c1"i-
1fbtnM se (HI)(,Ü; ti la cáZsTa Ó a! vÍíw: entonces será hOlUi0i~
da en S~l8 aocesos como el hombre de sangre fría lo eCl'ú
I~n ~rl.l 01tlrna aparente, No so tl'ata de uument:w r) di:-;-
rninuir la respon8[1bi1icb,d ni, por consccucnt.ia, de au-
mentar ó disminui!' ID, l11itacl ó un:.t ú dos tel'0el'al? lJ(U'tl~¡';
á la pena como hacen los e<')digo~, billO de pro::cl.'vnl' Ú 1~\.
sOCiedad de los homicidas á sungre lefa, :..Ü VLW que lh: iUr
hutnie:dal:i coléricos y ebrios pe!' medios aoasu cU:'ereutcH,
pero qllB cQ.minan directamente á ese fin, sin apartarse
ele su camino para detel'minnl' pt'ecisamente el grado do
responsabilidad.
COIl1ete un deUto un hombre ebrio: hubrá que averi-
gnar sj la naturalez~ del delito corresponde al oaró,cter
~lel agente; si la.. inhumanidad y la falta de pI'obiclacl del
~1eoho está en l'elaoión con laH incUnaeioneij del delin-

(1) El mejor,ejemplo de la gn(luaulón de la responanbilid~d


en la ~n1prlaBuQz) lo o'frljce el arto 48 del :nuevo CMigo penal
italiano.
S3!) CRIlIIINOLoafA

ouente, de modo que la embriaguez sólo los hayo. clctel'-


minado y manifestado de una manera ligera. Abundan
los casos de clt..'linouentes ebrios que ha.n sido condena-
dos otra.s vart<!.s veces por atentados de la misma natu-
raleza, y otros que no habiendo sido objeto de conclena,
eran oonoo1<108 por sus instintos criminales (1 ¿Qué po-¡.

drá hacerse con estos dúlincuentes? Prescindir- del nú-


mero de botelbs que se han bebido, y condenado~ como
si no se hubieran hallado en estado de embriaguez. Pet'O
puede suceder, sobre todo cuando no se trata de homi-
oidios ni robos, que exista una incompatibilidad eviden-
te entre el acto punible y el carácter del individuo, de
modo que 13610 puede atribuirse el delito á la excitación
alcohólioa; lo cual ocurre con frecuencia en los delitos
de lesiones, injurias, incendi.os) oalumn.ias y atentados al
pudor: si se demuestra entonoes que el acto punible no
ha sido meditado anteriormente y que el delincuente no
ha traté;tdo de adquidr mayor energía con el licor alco-
hólico, habrá que considerar el acto como un delito invO-
luntario, y no como un deUto natural.
Distintos prinoipios habrá que aplicar al clel~ncuente
irnpulsivo, formado pOr un alcoholismo orónico. Este ten-
drá una causa permanente ele delito, mientras no des-
aparezcan las oausas permanen~es de este vioio; pOl'

(1) Ejemplos sacados de procesos on los cuales he interve-


nido:
Cip.... en 1883 estando ebrio hasta caerse, trató de matar á dos
personas á tiros, hiri.ó á una de ellas, y resistió á. los guardias
pues bien, había sido condenado en 1876 por estupro 011 cuadri-
lla armada; en 1877 por amenazas á 'mano armada yo uso de armas
prohibidas; en 1878 por heridas.
Brum. ... ) en 18SB, tratO embriagado de matar á otro con una
pistola; había sido oondonado por un hocho idéntioo en 1867, por
heridas en 1880; por ultrajes en 188i.
Oar ..., borracho en 1888, hiri6 á pw'l.aladas. Habra. sido condo-
nada cuatro veces por heridas y otras tres por violencia Y uso do
armas.
cr.fTlcA DEL Slti'l'El>IA PENAL SEGÚN LOS ,JüRlS'fAS :{31

consiguiente, lo que estos criminales necesitan no es una


responsabilidad igual ó menor que los anteriores, sino
un tratamiento especial. Deben ser recluidos en un asilo
que sea á la vez oál'cel y hospital y no salir de allí hasta
que no estén curados, si aun es posible, del vicio funesto
elel alooholismo.
¿Qué decir de lu sugestión hipnótion.? Conocemos
muy pocos casos en que el hipnotismo haya sido medio
de cometer un delito, y ésto8 no están suficientemente
averiguados. Sin embnrgo, suponiendo que el arte de
hipnotizar se haga más común y que los criminales lo
aprendan, no es posible dudar de que, sea cual fllere b
teoría penal que se profese, el autor de la sugestirJn
debe ser considerado como el verd.adero autor' del clelito)
y que el hipnotizado s610 se puede mirar como un il1'3-
tl'umento pasivo y no debe.ría incurrir, ouando más, sino
en la responsabilidad ele un delito involuntario por' ha-
beL'se sometido imprudentemente á esta operación. Ex.is-
te, sin embargo, l.m caso en que los criminalistas ele
la escuela clásica. deberían declarar la impunidad de
un verdadero oulpable, y sería aquel en que el agen-
te hubiese pedido ser sugestionado para tener la se-
guridad de cometer infaliblemente y sill vacilar el de-
lito en el último instante. En efecto, sea oual fuere su
intención precedente, si en el momento de la violación)
del homicidio ó del incendio) no tenía libertad mUl'<11
y no podía dejar de realizar ese proyecto) su acci¡)n
no sería punible.
La lógica nos lleva á un resultado completamente
contrario, porque lejos de aminorarse la necesidad ele la
defensa social en ese aaso en que la sugestión no repre-
senta. más que el medio de hacer irrevocables la inten-
ción criminal y de dar al malhechor mayor energía,
da,do q:le lahipnotizaaion es voluntaria y que no tiene
rnas Objeto que fac.ilitar la ejecución del delito, es clo.ro
que el hecho 00 está en desacuerdo, sino que por eloon-
SB2 CRlllIINOLOU ÍA

tral'io es refl~jo fiel de los instintos del autor :1:. Este


caso es semejante al del delincuente que después de pre-
meditar el delito, se embriaga pari1 e.iecmti1rlo.
Réstanos examinar la aplicaoión elel principio de 1'08-
ponsabilidad á la edad del delincuente. Confol'me los c(\-
digas con las ideas teórioas que los han dictado, fi.iD.11 on
la vida del hombre un límite D, la responsílbilidad com-
pleta, ya á los dieciséis, ya á los dieoiocho, ya {t los
yeintiún años. La infancia, la adolescencii1, l::t pl'imera
juventud, tienen una responsabilidad limitada, quc se
determina por las peno..s inferiores en uno ó dos grados
ó rebajadas la mitad ó tres cuartas partes.
Esta grosera teoría, fundada en la aritmética, no toma
en cuenta ni el sexo, ni la edad madura, ni las enferme-
dades, oomo si estas oircunstancias no fueran también
importantes, no se puede tampoco aceptar por la oienci::t
penal positiva. Debo recordar oon este motivo que 1<1 pf'i-
cología y lo. antropología criminal nos dan medios de co-
nocer en el niño al criminal de nacimiento, en el joven
Pl'ccozmente oorrompido por un medio ambiente malso..-
no de su familia ó de la sociedad en que vive, [1,1 dolin-
cuente inooI'regible. «Cierto número de delincuentes, di-
cen los doctores Marro y Lombroso, lo son desde los pri-
m.oros uilos de su vida, haya ó no causas hereditarias, ¡')
para sel' más claros: si hay algunos que han f.5ido forma-
dos por la mala eduoacióIl, en la mayOt' parte de ellos la
buena educación no ha producido ningún buen l'esull:a-
do (2). Y Pérez: «muohos niflos demuestran sin dnclDo ten-
dencias violentas ó malsanas, pero en muchos CUBOS son

(1) Véase Campili, El Oran hipnotismo y la sugestión hipnrítiw


págR.77 á 118. Turín, 1886.-Faraone, El hipnotismo desr1e el plt11tu
,Ze vista médico le[1a.l. En la obra de Bolftoro, El hipnotismo Y los es'
trulos afines. Nápoles, 1887.
(2) Los gérmenes de la loc~¡ra moral y cleZ delito eH los lliiios. A~'­
chivo de Psiquiatria, Ciencias penales, et('.., tomo IV, cuaderno JI,
Turín, 1883.
CRíTICA DEL ¡:;XSTElrIA PEXAL SEGÚN LOS .JCRISTAS llil3

tan pronunciadas, auuque á YGces i.ntcrmitentos, que de-


ben verso en ellus víctimls de las leyes fa.taIes de la he-
rencia ó elo la c!egenoracióllll (l).
La tendencia instintivo. á derramar sangro, qliO nada
puede dotenCl', se rcYclo.. á veces desde la juventud por
uno. S(~l'Íe ele viüIeIlCit\s, do metlos tratamientof:!, de heri-
das poeo importo..ntes si ~:\o quiero, pel'o que no ::50 en-
cuentran justiflc,,\das por ninguna pl'OvoüD,ciún.
Estos hechos son los (P18 nuestras leyes castigan ele
orclinnTio con pocos meSéf:; Ó pocos días de cúroel y se
repiten cun fcccu()nci~¡, que paroeerío.. invorosímil á quien
no hubiera tenido ocasión ele conocer los anteoedentes
penales de SUf:; autores) y elcbe udvel'til'se que en ellos no
se contieno 1116.8 que una parte de sus hechos, aquéJIo8
en que ha. tenido intervención la justicia.
80 ve con frecuencia un hombre sanguinurio que
revelu de una manOra repentina su instinto con un homi-
cilliu brutal; pel'O que hulJiera podidO ser anunoiado ele
mucho tiempo untes por el untropólogo, He aquí algu-
nos ejemplos saoados de prucesos que he tenido ocasión
de estudiar.
Kcl' ... fué condenado á 15 franoos de multa) por daño
voluntario contra la propiedad, ejecutado sin intención
de lucro y sólo con la de hacel' el mal.
Al año signiente fué condenado á tres años de pri-
sión por heridas de arma blanca qlIe produjeron defor-
midad, y pOI' amenazas; hallándose en libertad provisio-
nal, fué deolarado apto para el servicio militar, que de-
bía comenzar á cumplir después de haber extinguido la
pena,
f:3upongumos que en este punto hubiera intervenido
un antropólogo. Hubiera podido observar: he?'encia de UIl
padre ebrio y medio loco hasta el punto ele que se hi-

- (1) Pérez, La eclllcací6n montl fle.srlela. cuna, págin.a, 110. París,


1888.
334 CRnllNOLOGtA

oieron varias tentativas para recluit'lo en un manicomio;


constitución débil con signos de esorófula, quo es uno
de los oaraoteres más comunes de las familius degene-
l'adas; orejas irregulares; frente baja y aplastad u; pl'og-
natismo de la mandíbula superior con dientes largos,
afilados y horriblemente desordenados; barba roja, mi-
rada indiferente y apáticu; ninguna señul de remordi-
miento.
El homb1'0 de ciencia, oomparando las Ilotas antropo-
lógicas y psíquicas ele Nee ... con las clases de delitos que
halJía cometido, hubiera podido ver en él el homlwG san-
guinario instintivo, antes de que. se hubiera l'eyelD.do
por el siguiente asesinato.
Al baj0l' las escaleras de la sala de quintas que lo
había deolarado solda<.lo, dijo á un amigo que lo acom-
pañaba: «tengo que cumplir tres años de cárcel, y tres
años de soldado, prefiero ir á presidio y para eso esttl.
noohe mataré á alguien)).
En efecto, montó en un carruaje y haci6ndolo corrol'
desenfrenadamente tropezó oon un carro y volcó, en el
Carro iba sentado un pobre viejo que ni siquiera tenía la
oulpa de llevar las riendas; Ner ... al levantarse del sue-
lo, le disparó á quemarropa su pistola, trató de matar
al conductor del carro y se alejó.
No se tenían noticias del asesino, pero se sospechó
de Ner ... c0!10ciendo su índole sanguinaria, y habiendo
sido arrestado confesó, sin demostrar arrepentimiento
por haber dado muerte á un hombre que no le había he-
oho ningún mal. .
Juzgado por el tribunal de Assises como aousado de
homioidio simple, á pesar de los esfuerzos heohos por el
ministerio público para sostener, ante la sección de aou-
sadón, la cirounf:ítancía agravante de maldad brutal,
los ,iurados 10 condenaron sin atenuantes, pero oomo el'a
menor de veintiún años y no reincidente de una oondena
por delito grave, las sabias y previsoras leJes no han
CRíTICA VEL :-:ISTEl\IA PENAL SEGtN LOS ·JURISTAS 33.-)

permitido condenado má~ que á, quince ufios de tl'uuajui;-l


forzados.
Cuando 8alga de presidio tendrá tt'cinta y cinco años,
la edad de mayor vig'or en el hombre, y puede apostar-
¡oe mil contra uno, que cometer;), nuevo~ asesinatos.
El otro caso merece consideración especial, porque al
instinto sanguinario n''ln unidos el del hurto y 10, mú8'
torpe liviandad.
8ed, .. nació en FeDr'oro de 1863, de padrl!s desco?loci-
dos (ouando pude üDseryarlú tenía veinte anüi:l y hacía
tres que estaba en la cárcel); en OetuDro de 1H70 fut~
acuf:lado de comprar ti sabiendas uh.iotos l'obados y do
hurto, le oondenaron á vcinto días de ct\.rcul y Ú ;)0 lil'D..S
de multa; en el mes de Noviembro inmediatu, robaba un
par de botas y lo condenaron á quince día.s <10 oárcel;
poco más tarde fué condenado á tres mOS08 de cárc.ol
por oompra de Obj0tOS l'obado8 y por apl'opiaeiún illd(~­
bida de otros; por último, en el mismo año cOl11etiú so-
gún dijo, un delito de heridas graves, por eloual no f'ué
procesado,
Al siguiente, en el mes de Febrero, arrojó al pozo do
una. posacl9. ó. un nmo, mendigo forastero, después de
haber abusado oarnalmente de él, y lo de.ió morir.
Declaró ante el juez Instructor que había sido provo-
cado por el niiio porque habiéndole prohibido que dej;1-
se ele molestar á la gente con sus peticiones, aquél le
había tirado una pedrada. «Desde entonces, 80n KW3 pa-
IUbras, tuve el prop6sito <.le matarlo, y si lu hubiera al-
canzado lo habría muerto á golpes. Supe que dormí[\, en
la posada de A., y ayer pOI' lo, 111nfíana fuí á bUf:lcarlo
allí á las oinco con ánimo de matarlo, lo encontré, en
efecto, durmiendo en un pesebre, y cogiéndolo por los
brazos, le dije que en venganza de la pedrada que me
ha,bia tirado lo iba á echar al pozo, y ú posar de sullan-
to lo eohé de oobeza» . En el cuerpo del nií'í.O se <moon-
tral'on signos recientes de violación .carnal. pero el reo
33B ClUl\IL.'WLOoíA

negaba aLiertamente este heeho. Sed ... pt'GsentalJa cunw


caracteres el prognatismo ex.agerado, trente depl'imid::t,
orejas irregulares, plagiocefalia y facc.iones asimétricas.
anomalías que aun cuando hemos visto ::tntef:¡ bon de hu.;
más marcadas y comunes en los delincuentes nutos, nu
nos autorizarían á hacer ninguna deducoión si llO hubie-
. rcn estado unidas á una, jJ?'q!lllldlt ¿nmooililtarl Itt ¡iI!jJilll.l' y
á la 1JbÍ?'ctcl(¿ fda, y vicb'iosa característiea do los }1\lmici-
déts, y si no hubiese ofrecido psicológicamente otros in-
dkios de su insensibilidad moral. Mientras le habló lle
sus crímenes su actitúcl fué indiferente, no hizo ningún
esfuerzo por disculparse, corno si 8e tl'ntara ele COf:!tl. qU0
no valiese la pena; se notaba un egoísmo prorundu re-
velado por la sola preocupación de su salud y del térmi-
no de su prisión, mientras yo le hablaba del horror ele
su delito.
Añádase á todo esto, muy probablemonte, la. hero11-
cia, porque paternidad uesconocidét, significD. cn nucYO
casos de cada diez, padre!:> inmorale8, En la cúreel so
cledicabD. á la pederastia pasiva.
Son conocidas las precedentes oondenas impl.lü):jtas ú
Sed.:. por sus pequeños delitos; pues bien, un antropó-
logo hubiera fijado su atenoión desde el principio en 16s
padres desconouidos y en las evidentes senales de ins-
tinto criminal, pero la revelacion se hacía cornpleta en
el estupro seguido del asesinato.
La sención de acusación prefirió seguir la versión del
reo y excluyó la premeditación por.que «existiu.n dudas»
y ciertamente debería parecer dudosa á quien hubiese
encontrado inverosímil toda la narración, porque se tl'a-
t~ba de un homioidio oometido después de satisfaoer la
lujuda; pero aoeptada como aoeptó 1ft seoción el relato
del reo, la pedrada elel día ,anterior, 01 heoho ele que
SecI ... para vengarse de ella. había ido ó. busoar {tI men-
digo al pesebre en que dormía ¿oon qué lógica podría
dudarse de su premeditación?
CRÍ'l'ICA DEL SIS'rEMA l'ENAL SE<lÚN LOS JUlUST.\~ i3:)7

Sed .. , rué oondenado como autor de hlJmicidio sin


premeditaoióu, oon la oircul1f:!tancia de la edad, y otl':.:tS
atenuantes genéricas cQncedidt\s por el ,jurado, á cinco
,li)QSde recluf3ión.
Cumplirá su condena á la edad de veintidós añu!:),
¿quién puelle üecir cuánto,8 y cuales serán las victimns de
semejante l1Jonstrüo'?
EsLe 0').f,O delTluestra cuán vana es la cirÚUI1~tancia
atenuante de la edad en algunos delitos, y demuestra al
par, cuúntuJ ayuda podl'ía prestar la antropolugía á In,
oiencia penal que tuvi0S'3 pOI' objeto la dofensn <.le la 80-
ciedo,d, porque un juez ankopólogo, reconucieudo descle
el seguntL~ ó tercer delito que el d~1incuünte ere'\. instinti·
vo, hubiera hallado un medio represivo de t::\lnn.tul'.'\le-
zu, que hubiera impodi<.lo el asesinato del nUlo mendig'o
y los demás que indudablemente lmn de seguil'lfJ.
Hace poco ha oomparecido ante los Assises du SUllta
María de Co.pU~\) 10m joven de tliecisiete añO'i:l, (,!,onoviclo ya
de algunos akús corno viülHdor de niñas. En los últimus
tiempos, algunas madres que no enoontralmn á t-It\f? hijas
COmenzaron tí. sospechar de él que las hubienl, desflora-
do degulláudolas después; el cadáver de urm ele e!I;J,K fu(~
encuntrado en \.\fi tOlTentc, y gl'aCiaB á la edtl.d súh.1 H(.'·
irnpusieron al estuprador homiCJida diez uñas de reclu-
sión.
lTn muchacho que á los dieoinueve años halJín de-
mostradQ ser estufador habilíshno y ladl'611 con tenlati-
vo.s de homicklio, tenía, según Lmllbroso, pe!'fectt~ (tP(~~
tia mo?'a,Z, estatura alta, cabeza ]Jeq~u)l7(t 71 ttZa?'!lacZa, cm'ocia
de barb:;t" nariz desprojJO?'ciu'Ilada 11 C1W'¡)(t; e.ra lujo ele pu-
dre alcollAJlizaao y de madre !asci'/)aj su (~b'lcelo 1iUttm','o fuó
suicida; á la edad de t9'es {¿ñoS, ouando iba oon las criadas
al meroa.do, comenzó por J:'obar en las cestas dinero, fru-
tas ó pescados; después robó en su casa y continuó ro-
barido en la escuela.
Un tal A. B. J braquicéfalo y oXicéfalo, con ojos obli-
22
388 CRIUINOLoGÍA

cuas, pómulo::¡ salientes, mandíbulas voluminosaf:J, 01'0-


jat; en forma de asa, de cuello hinchudo en forma de hu-
che, hirió á los trece afl'os, de una cuchillnd:':t en el C01':1-
ZÓD, á un compaiiero que le negaba el dinero ganado al
juego; á los doce afios había estado ya en casas de leno-
cinio, fué condonado seis veces por hurto, tU\'O un her-
mano ladrón, una hermana meretriz y su rnadr0 rué cri~
minal. Era religioso, ó al menos frecuent:1ba las iglesiaEl,
pero no había cHcllo nada al confesor del delito cometido.
Mísdea, descendiente de una familia degenerada, mu-
chos miembros de la cual habían sido locos, opilépticos,
borrachos y bandidos, fué acusado y condenado v~\rias
veces en su juventud por heridas y amenazas á mano ar-
mad:.,,; fué también vigilado como sospechoso de otroS
delitos :y realmente confesó después que había intenta-
do tret; Hsesiml.tos); tenía todos los caro..cteres psíquicos
del delincuente nato: la plagiocefalia, la asimetría O1'a-
neofacioJ, la distancia y el volumen de los pómulos y
utl'af:l varias notas elel hOnlbl'e inferior, y es sabida la
matanza que hizo en el cnartel entre sus campaneros
do!'midos.
y sin embargo, 108 delitos precedentes enoontraron,
al ~et' cumetidos, fáciles excusas, y solamente porque el
autor era un niño nadie se preocupó de ellos, porque se
atribuÍun, ya á la exaltaoión juvenil de las pasiones, ya
á la irreflexión, cuando hubiera podido notarse en ellos
la, manifestación de una perversidad innata é indomable,
que al desarrollarse las fuerzas físioas se hace cada vez
más telnible. La antropología y la psicología, comple-
tando la fisonomía típica, física y moral del sanguinaria
y del ladrón instintivo, podrían prestar en esta parte,
más que en otras, grandes servicios á la cienoia penal.
El criminalista, convencido de que se trata de un indi-
viduo nacido para el delito) y que al crecer en añOS será
un peligro cada vez mayor para la sociedad, debería pe~
di!' la segregación perpetua, ó cuando monos indefinida,
l'lÜTICA DEL SlS'r¡¡;;lIA PENAL SEGÚN LOS .TUnISTAS 3S$)

de esos jóvenes delincuentes quo, según nuestras leyes,


no pueden ser condenados sino á poeo8 meses de prisión
en uua d.~. esas casas de corrección, que con un juego do
palabras pudiel'an lltl.ll1tll'F3fJ de corrupción ofkiul.
Los autoref) que acabo de cito.r ()Ial'ro y LomIJI'080~
ct'een que para oornbo.tir las inolinaciones (!.l'irnini.\¡le¡.;. de
los niños, se puede ensaYRl' el sistema do edueación de
Fl'oebel y reglas hiLdénicas p;'l.rticulareB; pero cuando
eetas inclin~ciones Sc)H tenaces é invencibles, no cludul1
en proponer un asilo pel'petl1o para los jóvenes 111e)101'C8
de veinte [tijos.
¡Cuán le.io~ están de la cien.cia 11.18 eócligos que impu-
11ell oJgunos
v años de IJrisiún Ó de vi!1illltlci::t á los nifíü8
~ ~

menores de catorce ó dieciséis años que h::m cometido


delitos ~~trúces, y que mitigan la pena de lOR monot'cs res-
petando la responsabilidad limitada! (1 l.
¿Seria aventurado decir, después de este ligero exa-
men de la teoría, que existe una eontru.dicci6n lllunificB-
W, entre el fin de la defensa social y la condición de lit
l'esponsabilidad mOl'a11 Los mismos que admiten ('ll pD.l'-
te el libre arbltrio del delincuente., ;,nu deben conYenÍt'
. en es~'l, contradicción?
Más adelante veremos que la legislación fundada en
esta teoría clásica que pretende tener por objeto la })l'o-
tección del orden social) no protege en realidad nada, y
que lo absurdo (h~ la teoría S6 revela en una impotenoia
práctica.

(1) El Código penal italiano fija en los volntiÍln u11óS la odad


de la responsabilidad completa y no concode el benefioio de la
reducción de la pena á los mayores dll diooiocho afios y meno-
res do veintiuno, (mando son reoS d0 108 deUtos que máf.! repug-
nan los sentimientos hUlll'lllOS, C01UO el parricidio) 01 robo con
homicidio, etc. Los alJogados no han dejado de protestar contra
eata ó..~copcióll qUt} han llAmado inJllsta; por nuoBtl'a parto, 01'0(\'
~~s ~ue no hubiera ha.bido inconvelllente (In extendor la excopw
Cl0n a los 1110nol'OS de dieciocho a;i'1os.
3,10 cnU4INOLO(}ÍA

1Il

Debemos examin:.u· ahura la otea ba!;;c del sistema


clásico: kt prlJjJorcionaZidad entre la c(¿JUidcuZ de la }J8)/(!, // la
cantidad del delito.
No sel'Ía difícil demostrar la poca sOl'íedu.d do este
principio, cuya enunciación podrá pm'ecec á primera vis-
ta satisfactorla á un observador superficial, pero un li-
gero examen de los térmiuns hará ver luego In imposilJi-
lielad de establecer entre ellos una relación que tenga pUl'
objeto la defensa. social.
. El primer término de comparación es la gravedad del
delito y el criterio de ésta preoede na.turalmente al elo In
cantidad ele la pena.
La escuela francesa basa el criterio ele la graw~dad
relativa dlj 108 delitos en la importancia del deber viuln,-
do, la italiana en el daño causado pOl' el delito.
Lo, palabra dañO, cuando se emplea en este sentidu,
comprende un elemento de naturaleza diferente, llama-
do daflo indirecto ó mediato, es decir, el que produce el
delito á los demás ciudadanos que no fueron lesionados
directamente (1); Y este daño oonsiste en la pérdida ó dis-
minución de la opinión de la seguridad pl'opin :2), de
donde nacen la alarma y la clesoonfian¿-;a, y además el
mal ejemplo para los que tienen malas inclioaciones (3).
Véase ouán compleja es la idea de ese dañO que se
debe hallar en cada delito, y ¿qué elementos deberán pre-
valecer entl'e el daño material, la desconfianza, la alarma

(1) Oarrat'a, Programa, pár.153.


(2) Carmignani, De;rer:,]¡o criminal, pár. la9.
(3) Oarrara, obra citada, pár. 103.
I.:1tÍl'lCA 1>EL t:lIB'l'~\tA PENAr. SEGÜN LO~ .lURIS'I'AS en
y el mal ejemplo, puPu poder detcrm.inul' que el delito A
es más grave que el deUto B:> La escuela resuelve Cf.lta,
ouestión; por regla, gonet'al, <tIa crmtidad relativa de los
deUtos debe apr'ecial'se por el «duilO i?mtedialo l ), crite-
rio elel daño indirecto es sub!:lldiario y se aprecio. sola.-
mente ouando 'len dos deUtos es igual el dano directo, (1).
,\sí, pues, el criterio que prevalece, el critorio solJe-
r&no) es el del daño (mate'fü~Z: con él d0be forrnul'se una.
eSO<'11a gradual de Jos delitos 7 ¿pero cómo pueden 3}JI'C-
darse cantidades tan heter'ogéneas COmo son la in-
Juria y JOB golpes, el estupro y la 1alsificaoi6n, el hUI'to y
las herida8'~ ¿,c.¿Ui~Il puede decir cuál seo.. en cada Cll60 el
mal máe sentido, más doloroso, más temible por sus con~
f:ecuenoias't
Será necesario dirigirst:l á la opinión púiJIícu, que ex-
preso, el térmIno medio do loe sentimientos de una BOt'ie-
dad determinada, Pero la opinión pública, en vez de pre-
ormpa,l'se de los dolores individuales que además no
pUede apreoiar por lo, inmenl:la variedud. de los caslI\:;)
apreciará oon muoha t'reoueneb lo. importancia del delito,
dí.lsde el punto de vism de Ja alarma que produoen, el~!­
mento que, como hemos visto, debía. servir para aprec.ial'
el daño indiN~c to (2).
y ve3.l;)e cómo el dano dlrecto se rumIa Idn parte en d
mtemo elemento, no ~lendo posible que 6uced~1, de otra
manera porque nadie podrá nunca determinal', de 1.lIla
manera abi>'tJ'acta, la importancia de los diversos ([alluS
ma.teriales produoidos por los diferentos delitos) pU-l'lt
deducir su gravedad relativa.
Pero esta teoría es débil pot' otra razón. Trata de en-
eOIlt\'ar en todo delito un elemento de dailo directu, r:¡in

(1) Oan'ara, obra cítad$l, párrafos UJ2.U).:!.


1 (2) Los ataque5 á la propiedad produoen mayol' alarma (lUe
Os ataques contra las pOI'sonas, :r por eso los jllrados absuelven.
Con frecueMia {i los homicidas y ra'fll.mente áloe ladrones.
CRUUliOLOGIA

el cual nu existiría el delito mismo (1). Pero (,cómo h~~ do


sustituí.rse cuando [1(1 existe, cuando 110 ha halJidu illlll'l'-
io ni herido, ni objeto robado, en mw, po.labm; en ti)t!U!:i
los casos de tentativa cl'Í!ninal'?
"\ esto responde CarTaea: ·los efectos dol <..büt.\ illlllll-
diato, que en talos casus falt~\) 108 pl'Ouu<':-c el peligru qu<..'
han corrido la sU0ied~l,ct (') 01 clutbclD.l1o t'l.gl'~llirl(J; a~í
pues, ltl,. l'azón do castigar el delito Jmpel:/ecto es el pdi~
gro que sustituye al dallo)).
¡Qué exteaúrd¡n:.\ria altcl'Unti\"1.1 el!: ideas! (.IJm; d,tlll.!
puede producir un peligro (lue 110 ~jC ha, 1'0ulizfl.du, :-;i J)'.
6tl la clesconfbuzo.., la oJarma, cllnal ejcmplu, ('n 1\iln.
paküJra, tOd08 108 elementos de li:t IJti'(t clu~e de darlOS
elel cbño indirecto ú, según lo, escLlcla t08C;'l..n:.t, )/I·('/!i·1 (.>¡., y
he aquí qUG, de repente, esUt ebpccie (le daflo ínll1utm'Í<\1
viene á sustituir' al factor mo.tlll'iul CJU0 i~l¡tL\ 011 l:\. lenla-
tiv~\,Y entonces ¿cuál es el dalla indif'ccLo do la tent;,tti·
va? Si no fulta aquél, fa,lturú ó¡.;to; es impusible !:"dit' ele
este cíl'culo. Hay, plle8, l..um clu.GC de Jelitus llL\ü O:l.ro-
t:en de l.IllL'l. de las dOi:> especies de dailO, y pUl' (:ullsi-
guionte, no es cierto que cn todo delito o:d8ta Ul1:.L ~~-ttll­
ticlucl lllOl'al rer.H'0i:ientad'1 pOl' el dal70 ¡¡¿¡)MdÍ'~t¡¡ y una
cantidad polítiúo, representada, por el cütilu -medir(,(() ,2) . .En
la tentativa sólo existe uno de estos t'uetol'IJS y, por' mu-
oho que se e8fuerzo el significado de las p[.l.b,bl'u~) no
puede representar al mi81no tiempo las dos funciolv~8.
Como 80 ve, la teoría del daflO tropieza en un otlcullo
insuperable, á menos que con5ienta en abandonar ID. du-
plicidad de los elementos que 10 constituyen y uclmitil'
que basta, para que exista el de1i(,o, el dai1oin.7l6(6tIJJ'¿d
producido por la ct!cWf/7¡a Ó el m(&6 ej(}'m¡;lo. Pero en ese
caso faltaría una. baso sólida á la formación ele la el:lco.la
gradual de los delitos) porque su gravedad relat1va do-

(1) :Pl'ogl'uma, pár. 192 y siguientes.


(9) Cal'rara, pál'. ~()6 (nota).
CRÍTICA DEL SISTElI'IA PENAL SEGÚN LOS .JUlUSl'AS l343

pendería de mil oircunstancias mudables de tiempo v de


lugar; El mismo hecho que en un país preocupa á la" po~
blación entera, es, á pocas leguas de distancia, uno de
los acontecimientos más comunes por las costumbres ó
por la índole de la población: la ciencia. del derecho pe-
nal se despeñaría desde sus más sublimes ideales al ml.Í.H
mezquino empirismo, porque tendría que valuar la gra-
vedad de los clelitc\8 pOr' la alc?pma, apreoiación que hace
el vulgo, y no por el verdadero peligro, el cual no podría
apreciarse racionalmente sin el conocimiento completo
de la vida, de la conduota y del carácter del reo. Ade-
rnás, este peligro no es el que se COrrió y ha desapare-
cid0' sino el pGl'sistente: el peligr·o· pasado no tiene im-
portancia ninguna, si no hace presentir el futuru.
Distinto CR el criterio de apreciación de la escuela
frances;)" según la cual, el delito es tanto mayor t-uanto
más illlportante, moralmente, sea el deber violado.
Pero ¿,cuál es el medio de reconooer la diversa im-
portanCia de 108 debereB morales'? El problema se resuel-
ve, como elice Carrara, en otro problema (1).
«Es necesario interrogar á la conciencia humana, con-
testa Pelegrino H.08Si. ¿,Quién no la ha 8enticlo· pronun~
cial'E!e en esta materia hasta por boca ele los niüos, que
ciertamente no han reoibido ele la ley existente sus sen-
timientos ele justioia'?» (2)
Pero ¿,hasta dónde puede esa conoiencia humana d;),r
contestaciones categóricas ;¡ uniformes? El mismo Hossi
duda (fue le jéút {ir! conscience pueda estudiarse en oada
delito y en oada gradación elel mismo delito, y se ve obli-
gallo á reducir ese método á las especies y categorías
principales.
Pero aun así no faltan las inoertidumbres: (:puede
exilStir un orí~erio moral; constante, que declare que

(l) enrrara, obra oit., pár. 184.


(2) ltossi, Derec7¡o pena?, libro I, oap. IV.
344 CIUl\UNOLOGíA

ciertas acciones sun malas, pero un criterio puramellto


mOl'a.l '-lue sea UIlivGl'sal y constante para afirmae que
una acción es peor que otra, no existo») (1). Y Gn 01 mis-
mo sontido se expresa von IIoltzendorff: dloy no pode-
mOf:l decir nunca, desde el plmto de '/)ist't 1nOl'{tt que en
cualquier circunstancia cierto delito .I'~!a mú.~ /l1'fl re fj1!f!
otro (2).
(~uien haya leído mis primeros capitulos debe hallar-
tie convencido de que si el delito que llamu natural
ha 8ic1o ~iempre reprobado por la COncieI"Hiia elo lUK
pueblos civilizado~ Ó f:lelllicivilizados, por otra pal'Le, Gil
nuestra misma, raza, muchof3 hechos quo hoy no 8QB
punibles, se consideraban como mucho mÚ':::I gl'avüi:' que
algunos verdaderos delitos. Pero en el mismo campu
que estos últimos, la l~elación de gravedad 1m v:'1l'iadu
considerablemente y aun hoy el:! distilltn, según el gradu
de civilización, la evolución do los sentimientos, las in-
J'luencias climatológicas, etc. ¿(~,uién ignora quo entre loi:'i
antiguos germaIlos cra el hurto mucho más grave que
el humicidio, cuando huy domina el sentimiento contra-
l'iu'~ (.( Jtüón no sabe que el homicidio se eonsidera como
el lllayOl' de los dolitos en las provinciafJ septentriona-
les du Italia, y que en la Homafla, en Nápoles, en Del'-
defln, y Bici1ia, pucas per'8onas se conmueven ante JO:::l
centem1res de aSGsinatos (Iue se perpetran todos Ios ¡'1I0-
ses'? La feecuencia de un hecho disminuye su impol'-
tancia; la escasez la aumenta.
Por otra parte, en la misma región, la cleliondcza
del f.:>entido moral varía en las diversas clases sociales.
¿Cuál de éstas dará la regla?
No se nos devuelva el argumento contra nuestra
teoría del delito natural. Una cosa es decir que en to-

(1) Carral'a, obra oit., pár: 184.


(2) Von Holtzelldorffl Das Ye'l'bschen des Irl()~'(le¡; wnll (lle Todess-
trafe, cap. XIX.
d38 }al:) pdpnlares ddrninan en la l1le;yoría algn-
1l1.'J.SéS
n{)~ se:ltimicnt08 Ó h:::.tinto8 lmlt'ales, y otra que desde
In, .\'/t¡Je< f¡:~¡t!
hrf,süll'¡ f'r)}l(lv, .¡'I'r( ic!(~)¡.tiC(( .\'/1 '1'elilción de dCilsi-
riwl. ~o hl\y ü};:¡,:;e socinl para la que el homicidio, la
fo.lsillc::\ciún y i~ll'Oho no senn delitos, pOl'o puede esti-
lnmse di versa ~t¡ !J I '(lI'NÜ(!l J'1'.iIJl'f'{i ta) e~1Jeoiu.lmcnte si es-
ta)-\ ;\rnpllo.~. . cnt('~.?:úl'ínl:i tiC subclivitlen en esp0cieEs tie;tcl'-
minal b~ por 1u::; 0al'i1.cterü:;; que las 11<:1.ú8n C'01l8tituil'
:a~ diferellt~>;! c,J;tHes de delito:-:. ¡.Quién pOÜl'á per~lln­
die ú un lalJraüur de que una VO:1gf~nza <le i:iallgre es
Ill:\":!..rt'f.\\'o qlW un delito de J.iJj~tl:.ato'? Lo :niomo en l(l~
lr:diYir iuü¡..; q lle en In,r:; clrtscs sOci;1.1ei7l, el sentimiento I le
,udiviu, y de hUIll¡;l.. nidad SLln múEl Ó m0no~; pt'uflmtlof:\
é inf:itintiv'i}~) de llaulle n(1(,:·e \.\11,\ divel's~... ",";)tim;.v~iÓn Il~
Jn impUl'tmlc.;a, tl ü lOH deberes, m%üas0. á esto lo he-
te~'ug0nG() de lo,", L('cmino:,> de compuro..ci¡'m, porqm\ ¿,cllúl
l.'H la l'UIaOJlIl vhibk~ elltl'e JéJ, fnIsiflcMión dl~ un acta
11(:'1 0-:tnt!q civil y mm ¡ luiebrJ. ü'!\UdulenLn, üntl'G una
Pl'l'Y<u'icue¡,'m y Illl irÜuntieidÍ(" entr'8 una culumntn y
UII I;st\llJl'ú'? Cie1'ljtLllllmte qu~~ en tudOf:l estos ácehOI:! la
UU:lciencü-l, pública, ül1cucmtru un ddito, pero pcrnmne-
(Jerú 1rn.1I la Ri se le preo>unttl
e su nl:lin:ón Robre el l2'md~) ~

Ile inlnortlJ.lidatl intl'Ínf::ecJ.. de cíJ.du. um\ de estas w;'p~·


eh;",. de delit(, .
El critcl':O dü la importancia del deber vir.\htdl I :-:l~
(Omplíen con frecuenoia. y casi inconscientemente C-I)!) el
del 1)(:.1:gt'0 soeiul. Lo. pruebo. se encuentrn. en tod:\,":, 1m,
da~iíioa,ciQnG¡"; de deliLus grac1U1.tdos según HU g:ravNlnct.
;'eE-pectiva, él mh:in1o Hossi no !l?o l'íJtiidu excluir 11(,1'08
(}l'iter:(Jí:! subsiclial'ius,
Lt" verclau eH tp..le no puede duterrninru'8G en absolu-
tu la gravedad relativa, de los J(jlito~J porque conourren
á. ello. muchos elomento8 hetel'Ogéneos. l~n el delito Be
<\precia la graved~\d del dano, la de la inmoralidad, la del
pellgl'o y, por último, la de a.l,wma. ¿Con qu6 razón pue-
de pretenderse da!' mayor importancia á \1110 de estos
CRIMINOLOGíA

elementos olviclHmlo 108 demás? SegLU'ü1llell[u qlle 0n


muchos casos se compenetran, pOl'(lue la DJal'JIla depen-
de con frecuencia de la mayor inmol'alido.d y también de
ósta. el mayor peligl.'o. lo cual explica por qué eOIl (Tite-
1'iOI::: tan diversos llegl:m las teorías penales á conelu;:;Ío-
nes tan semejantes) pero osto pruebn ú b voz In. falta de
un criterio exclusivo, y demuestra que ];.1, esealn, g'l'fl,duaL
de los delitoo, l:legún la respectivo, impo['to.ncV.l, de 8Uí:l
8l:lpecies y 8ubespecies, es el resultado de t'ecípl'ucas
tran.sacciones de los .iurh:;col1~ulto~.
El se.1llr~do problema que se ofrcdn Ú ¡}"tO¡4, l'l llo la
medida penal, se resolvió con ~ingubr def:icnfado, cn~t\n­
<.lo frente á lu, primera escala otra formadt\ pUl' lns pe ..
nas distribuüJ.tlS con al'i'eglo Ú su gravedad, yentull(:.0E1}
l:3in trata.r de investigar el grado do pI'Gvcnciúll quo pue-
de ejercer cada pena según la natumlczn dü los delituB y
la do sus autores, han hecho 0011fl'ontnl' la8 do,; üScu'"
las pura que oada delito sea oastignclo con la pena clllo-
cada paralelamente y han lImnado 6, ~8t() propol'c.iún
penal.
El delito X 1j8 encuentra en el seguuuo pGlLl~\fío de Cf:¡D.
oscaJ¿t, por consiguiente rnel'eee la pena. Y, pUl'ltU0 é:;;ta.
también t:e enouentra on el segu.ndo peltlaúo do su esca-
la respectiva.
¡Este es el método á que se del.H~Tl en pa.,l'te HUC8~1'1)!-I
códigos penales, que se ct'een fruto de ln.t'gas meditacio-
nes, de cornbino.ciones sapientísimas, de sublimes do~\­
tr,Inas que el vulgo desconoce!
Y, ¡;1Ín. embargo, nada hay méÍs fácil. t5ólo' vacilallo
J:H\,
el nODle entendimiento de Pel0gl'lno ROS8i, que decir\'
que este método no ot'''rece los SI~!tcümte8 jalonfl,í' jJa?'(l Cene/'
la -se(J2t?'idad de no IjJJt'J'avltp'se en el c(tmino . .A pesar ele
todo, no pwlo indicar otro. Puestos enfrente los dos ca-
tálogos de penas y ele delitos, es lJOS¿OZe A,VT::N'rUHMtSE (6
j'(Jconocet descen.diendo la ?'eZteciól¿ ele c(ulct penrt ó de Zos {Ut'ej'w
,10S !l')'ado,~ de Uil((, p8W6 con 1tn delito. En otra parte confiesa
cRfrWA DEL :41STE:'lA i'E~AL ~Dl,:rÚN LOS .lURlfJ't.'\S :H7

que careoe de un A/,lido punto ele partida) y q\le por esta


falLa no estú resuelto el pt'olJlell1f\, (t;.
PerQ si a,{{uella ¡,H't\H inteli~enc,irl se sometió á este
método tiene fácil explicación, PÜ1'!.fue nu creía qUe la
prevención del \.lelHo flwse el objeto 110al y último de lo.s
p0na~, era eclécticu y no podía olvidal' 81 prinCIpio do In,
,iusticia. absolutn. y, pur eOllsoellenuln, hL ('J'j)/(wió¡, del
111:..'.1 cl\usado.
Lo LIu~ 110 SI: m:_plilJ:.t e:-; pur qué i:lC~~ t~~;te el md.odu
ooguidu por la cscucl<~ clásico. itaH311tl, que, sin emutll'gu,
señala como fin principal do lo., pena el de la ¡m'l'el/cifí¡l,
pues pal'éciD, lógicfJ i ¡U<5 :j~ invecltip:[~so ()~ remedio opor-
tuno para cilda C>\Ii,U, que \:le CX{\mílli.l.ra el H1Cdiu pCll\ll
más á l)l'Opúsito pu.['a (:ullluatil' 0Sttl, Ó ~~qLlllll¡.L OSPCdl\ dt'
delitos :;\ntes que estal)ke0l' una i)l'o)Jut'ciún) qtlu mi tione
niu.gun~l, utiHd:.~d, itnpuniondo á c.a.da (lelilu In pena q L\l.'
r:(í~luttml}¡!{r: se ímcuunt¡'u cm el la,!.!:~~L' c(jrrü~jp(Jlldicn~o ti!'
In. e8iJ~Ü,1, pal'uJ\!la.
El úllicl) qlW en Italh\ ha bl\bidü t),le>\l'8~ del tUll ~~~:>­
trecho tlmpü-i-.;mlJ ha i':ildo el po,tll'O de ltt sociologíH 01'¡-
miuo,!, HOnEl.gn()!:lí, (fue 'Hm cuando pt'OPUE!O una pl'OpOl'-
oión penal, no fué rclaüiommclo las peno.s con los delitos,
sino eun 106 imputsn8 cri!,¿in,u'es.
,( La F:lanción de ufH'L pena d0bé ,1IUtJ'dcl-t (tIutt0!ll¡~ ('OH
la índole prei;)uata. tlel deseo c:'iminul y JJI'OjJOJ'(;Í&1l CI.lIl (' i
gra.do supuesto de la energín. de 08te üeseo» (2),
d.,a anDJogía lletel'min:..l. la 0!.\lillad) lu. pl'oporcic'>ll, ¡'I,
ca.ntidad de lo. pena; F:lU natun\lGzo, debe dedutü'8l" d;' h
llaturalezn, HIoral elel delito, eF;\ dellÍt') de lu."! ,.,unLillliui!-
tos qUe impulsaron á la ofensa (3). La cu.nLidw! (k la
reacción ofensiva, debe ser slI.flcieJI,?r; llLll'a CI.lll~UllLH' la
anergía.. de ][1, aooión miiillnu, entond ¡él~d0t;1J PI)1' er.cl'-
-- (1) UO:'!si, ob, cit, Ub,nI, cap. IY.
(2) ltomagnoei, Gd-nesis (M Derecho 11!3wel, PÚ)', 1JiOt
(a) Uom, pál', 1,1)07 Yslguiontod.
CRUUNOLOGÍA

gía nu la indiYicltw.l de los futuros deEncuelitt's, sinu la


que lrl.1.ede pre!;;lllUirse fUlll1a(lamente üoelO térmi:w me-
dio que influye en un }ltwblu ~ 10tcl'lninaúo» (1,.
El lJudel' del impul~;u c:'itnimü re-mIta de ID, intensi-
áa.ll del d~8eo y del gr;:vlo de la D..l.\dCI,GÍrL; el COllu~jLlientu
I le estos elelnclltOf:3 8ervil'(¡, ¡:HU'n medir d gradu (le ln
t'uacei6n llCCtmal'ü\, l'sta de]¡orú ser tal que pl'l'valezei:',
HO!Jl'0 nl,.lli'~l, pUl' mediu do una POc1Cl'(Jím üül'Lidurnill'1l d(~
Yigilancia, ¡.le persl~cw.:l(l\l y de dolOt' (':2).
Todos lOi:; hombrc~ tienen un (({tor ,~'(¡G'l>'() excepto 101';
u(ji()SI)~ y ll)~ Y~:,gu:-.;, VV~· ('on"h!'uÍent0, todo'!, uXCü!-,l;u
ésto~, Ofl'eCl!Il una, sonsibUiI bd y 1.lIH\ .!;!.'arnntú t ¡~pl'eda­
lÚI3,j paroJ lISU!' 108 ll1is:nos l'nedio8 de f'eaCüÍull lJum\l; dll
(¡uncio ::le sigue (:fue h1,~ penas deben ser ip'uale:"4 ptl,,\'o, to~
do:oS exoepto para la¡s daRes que oarecen de valur ~o(:.i,:t1,
en ht:l que h l'eacGiún elebe sel' :nás enCl'¡;ica pura que
J'esulte cfic<.\z \;j,..
2\Juy ;,omejuntú á é:-;;te OH el ¡jÍl;1tellla de la cüa(x~Vln
p!'iicolt',gka de FüUl;:\l'Jxv:h. es de'..iir, el temo!' <.lo un mal
ltlÚS gru,llcle CJ1.I~ el plu'':0I' que ~e Cl:;pCl':L del delitu y que
cI~tel'llIiJl!.'"t la \'ol:mtall Ú Llb~1;el1ert;e de él.
E}-'ws dos :!_!1'ancle::; escritOl'e!:; h,\11 sL~bido p:'0i:iental'
1,.m üi'itel'io de pellalidad e:l I'dací6n con el prillcipio (le
úefcJll-ja :-;odal, pero ya su 1m hecho nottU' qllEl (jll 8U¡';
i.\plicaüiones práütic;lhi hat'l~~ cal:itigal' muy gI'~W0mente
deUtos poco l!eligl'()l'o~) y nl!,t\80 con lenidad uIguno~ máb
graves, sólo pOl'ljUe los unos f'ue:t>on movidos por impul-
':lOS mús vivotl que los otros. Ji;l hurto, dioe Cal'rarn) de-
beria representar en lo, esenIa de los delit1l8 lnt"t)'or grH.-
vedad que el homicidio, si ID. gra.vedad l'elu,tívu, hubiera
de caloulan:e por el cl'iterío de'lu utilidad que se espera,
de la impunidad que :'$e' oalcula y de la iaoilídad con que

(l) R01U~gr.osi, Géno8is ({el De1'6clif) llB1/ul, pál'. 1.53;3.


(2} Idem, pá:l.'. 1..551.
(::l) ldem, pár. 1.570-1.074.'
C'RÍ'fIC'A DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURIST,\S H41l

so comete, y si se cornpar'un hechoEt comprendidos en el


mtsmo título, el que roba paea salvul'se de 10. cárcel con
la que le amenazan sus acree! lores, cede sin duda. ti, un
impulso mús poderoso que quien roba par',,), hacer un
.¡::I.je ele plaoGr, ;: Heri más imputable la lllllcrte ele
un tlór odiado que In, consumada por ligerus motivo~ 0n
un dc¡;conooidu Hin utilidad alguna (1).
Todo esto no sería ¡.wficicnte para lmcm'mc rec]¡azi.u'
este siBtema.
1\0 admito que pueuan cornpal'¿ws<,' entt'e sí cosa~ he"
terogéneas <{ue f:!on delitos de orden distinto, y he negu,-
do la pOSibilidad de que existn, un criterio fIn.ic,o pal'a
.iuzgl.'l,t' ~H respectiva ~ravedad. POCO me in1porta.l'Í<t,
ptH~¡¿, que cunlquiel' especie de hurto flle:-;e castigada mú,:,
gmvomente <.JlIü clw.lqtlier especie do homioidio, oualH le
el medio p('í}f/llj!lf' se rtr!l)jiüt.se eH ({mbo,I' C{{,\'U,\' jll/:JJ'II 1'(',1'111'('1 ¡.
1.'II/IUil/tC l;tic'(,; ((/ oiJje.tlJ de la jJr(]'i)cuciti¡l,: pcru ~un~idül'!
it'l'ealizu.!Jle la propul'ci()l1 pOlWJ propuesta. por HOl1lagn(,.
f;;i Y Fellel'haeh pUl' una l'u,zún di"tintn.
Lu, pena, según f:)U l-Jistema, ! Ieho ct'ccer en l'u,z(¡n di-
recta del impulRO cl'imimd, porque en la mayor fuerza
del impulsó se encuentra un peligro mayor para la socie-
dad; ahora Lien, 8!:ito es á mi juiciO el punto débil de la
teoría. Li..\. (jonsidern.ción del impulso que ha dado lugar
al delito puede ser un elemento para deducir la gravoc!u! 1
tlel peligro pel'tlistcnte, per'o este elemento no es el únicu,
porque aquel impul:-;o ha podido nacer de circunstancial:>
exoepcionales que pueden repeoducirse en otroFl, poro no
en el reo, de donde se sigue que en éste el nuevo im-
pulso temido puede suponerse menos fuerte y por lo tanto
menos peligroso, y entonces faltal'Ía la raZÓll de mediL'
la pena por el impulso pasado, por el oontrado, este úl-
timo ha podido ser débil, y la reacción débil puede vigo-
rizarlo, siendo pOSible el triunfo del motivo Gl'Íminal mo-

(1) Oarrara, ob. cit., pál'. .181.


~50 CRli\IINOLOCÍA

vido por una cirCllnstanoia oualquiera sin quc üomml'ran


ni un deseo vivísimo ni una pasión. La re¡,tcción propor-
cional resultaría entonces insuficiente; pOl' último, exis-
ten impulsos que no puede detener ningún moth"ü OpUCR-
especialmente cuando se excitan pOl' laR preocupa-
ciones locales; en esos casos la sooiedad sú1¡) puede Ubar
la mayor de las reacciones, la pena de muerte exacer-
bándola, CQl1:}O se hacía en la Edad )lecUa, y aun con fre-
cuencia en eBOS cn..sos el hombre no eH inadaptable ti,
todas las fases de la vida social, y un cambio de i,.1lnlJiell-
te podría hacerle pOHiblc la convivcncía con 108 demás.
Puede asegurarf:Jc (¡ue con el si8t~lIH1 de b rüacd(Jll
~e atiende mái::l á In. prevención general que ú la pal'ticu-
11.\1', que es necesaria cBpecínlmentc para el reo. Pepo ~i
temor de la pena (1) insuficiente paNl, la prevención in-
dividual, la moral pública pruhibe traspasar BUS límites)
porque el respeto ti 108 sentimientos morales (mmUlICH, si
de una parte justifica la reacción oontra el delito; por
impide 01 cxceHO de OS11 misma rea.cci(¡n, y puedo
existir ex:cCi:íO cuando la pena no so ujJl'opin nI delincuell-
te por' el peligru que nace de él, sino por el que viene de
108 demás, en una palabra, curmdú la intimidación, que
debe ser un efecto de la pena, He convierte en su fin prin-
oipal (véase cap, 1, pa,rte ::L
Lo que importa medir no es ttmto la intensidad tlf,~ 10.\'
impulsos c?'imillftl8// c.omo la '/lU)rZrt de ?'esistrJ!leüt. tÍ estos im~
p16tsQ$ ó, en otra forma, el sentido ll'lOral del delincuente;
sólo ésta averiguación podrá darnos á conocer lo que
elcbe temerse probablemente de 61. ~i est.o es posible, se
habrá dado un gran paso para la soluoión del problema,
y sólo faltaría adaptUl' el medio de prevención al grado
de te1}1¡wilid(ul.
Pero para este fin resulta cQrJtplotarmmte inútiZ el obte-
ner un criterio C1(CHl,titati'/Jo del delito. He advertido ya la
dificultad de esta averiguación cuando se trata de com-
parar oantklades hetel'ogéneas, oomo son lus diversas
CRÍTICA r'~L SISTEMA PENAL SE(iÚl\O LOS Jt7RIS1'AS n.")!

especies eJe de]il.os, y que cuundo se trata de dos de una


misma especie, el criterio cuantitativo deducido de la
grayednd del (11i70 1}¿lltei'ir~l) no puede servir más que para
aprec.iar la repa.racir'm que se debe DJ ofendido, y el otro
criterio deduoirlo de la impOl'tancia del deber violado,
otreceeá ~610 un elemento para detenninal' la inmorali-
dad del agente y por consiguiento la trli}tibilidad.
Prescindiendo, pues, de la escala de los delitos, apro~
ciad,}~ SC¡!lm su gl':1yodad intrínseca, no puede tratarse
de otra, manera. (lo lo. /11 'fJj)()i'ción pena.!, expresión que carü-
cer:.\ de \,[l.10r y que 8crú. necesario sustituir por esta otr,\,
f/jl/¡('III'¡(j¡¿ IIe1medilJ ú!(íllfX"J, cambio (le paltl. bl'as q'ue lleva
cUlle'igo ¡I!) .tF~ ((( in/'e,~ti,r¡({.ci(jn Ile 1!Jl({· ralitídr[fl determinada
l!ewtl1111~ lul,'t,/It de i lJIjJ1!'IIuse al a71tlJ)' de 'Un rlelit() rletermina-
l/O, sin(\ la ele /In f/el/I) (lJJ),IJJ)irulo tÍ ·"1t na{ttrall'.,rt especütl.
')'al \"(~Z f'C nos arguya: jcómo, no distillguis la pena.
de quien ha robado mil liras ele la, del que ha robado
winln eéntimos! á lo ü1.ml contesto.l'é que lo ignoro,
pel).' qne ü¡..: Untl clwstión que no puedG decidirse en tesis
l-"'cll()l'a1; Ju q1l8 import[\, et-; averiguar cuál de los dos
ladrones es m6.H poli¡!.n'o8o; podeá suoeder r{l.1G 10 sea el
prilDl'l'/), pe1'(\ puodo clarso alguna vez el c.aso de qu.e lo
sea el últi rnü.
El fin lfue nos proponemos, no es determjnar la c.an-
tidad de dolol' que se in/pone como correspondiento al
valol' d01 objeto l'obaelo, es en este como en todos Jos
caBOS ustablecer el medio ele represión apropiado, pre-
sentar un obstáculo que evite el peligro.
No podemos, pues, enunciar el problema rnáf:! que en
estos términos: ¿ouál es el medio para determinar la per-
versidad constante del reo y el grado de sooiabilidad que
aun pueda tener'?
Con este objeto reoordemos los diversos grupos de
reos que hemos formado, el sujeto que se nos presente
deberá ser comparado y comprendido en uno de esos gru-
pos, No excluiremos oiertamente de nuestra. oonsidel'a-
ció n la::; Cll'Cllnstrmcias objeti\·i..l.s tIel delito. t!1)1l1O In c:,l"llti-
dad elel c1ano, que es de ordinario i.ndioio de ll1n.yOl' (;
111<:1101' m::\llhvl Ó avaricia, ni la. fol'Yun. d(~ o.iecutul'~~e el
delik> ó sean laR circunstancia!:i 11n.\;)<.vlo..El G~Htliti1tiraf;; en
cuanto sigllifi0an f:layar audac~(1 Ú ul'ueldad. E"tus o:c-
llH:mtos üeberán totrlHl'Se en OHel:tí:\. Ú l:J. par 11\10 11:\ ,-iela
precedente del reo. !Sus c~1,ractet'I.l8 fh,iiol(¡;;k'lJs y p~íqtü­
C(IS, sus sentiGlÍentos l'lere( lltill'ioK y adquiridos, y luda,.
el;) taH circunstancias rcunidns, (hwán el mucHu de d,~tÜl'­
minal' si el delincuente ca.recü por cumpleto de ~cnti­
miento moral y es por 1(1 tanto lmmscopl.ilJ]o de ;,\th\ptn.-
ción, Ó ~i ~t1 senttúo mural débil, sufocadu por las l'I)¡';-
tum]¡res ó pOi' eil'cunsto..l\ch'l.8 cx:cepoiOlii.11cs (\ pm'l:inlla-
pes, p1..1ecle clespc'll'tm' en nUeVil.8 COlltllciollü::: de \'üVt.
Este os el critel'W po~itivu de la pcnrdid~td inüict1dl,)
1.'11 uno dG mil') t~>nbttl()8 que puhliqué en 1HkO : l :::iúlll l'

que en los tiempos en que et-lürlbía i1tfucl onsayo no pu-


día desligarme po!' completo d(\ liJ,f-;¡ ideas de J.JI'o~)I)l'ciúl1
<{uc :-;Otl tra.diciOlU\les en los cl'lrninalistu.~.; hice, I.Jti cicrlo,
un cRfuel'zo par,\ o..pr.\.['ta,rrne de e~tc\f;lldeas y a!:legu:'(j qUI:
la~ penas deben imponeree en relación con h\ tcmi()Jído..d
elel reu (pág . !"j1;, prIncipio evidente y que ~e decluoe d¡;
una :mmer'a lógica de la 'teoría de la defellSu, EOvial, pero
(!ue lw,stn entonces Ha había sido enunciado por I1ldie,
Sin embargo, eJ de8envolver el principie) y ell 8US
aplic[\.eiun(~S práctimts, se me~claron cun frecuencia y
casl involunta.riamente las ideas de la gravedad intt'ínsc-
00. d.el delito y de la propol'ción penal.
Hoy, fLUldt~ndü toda la teoría en el principio de };.i,
adaptaoión) mi crit~l'io positivo puede enunciarse 0U esta
senüilla. fórmula: el 'medÚJ pbnal debe detM')¡z,inar887)O)' la, 7JO~
.stbiliaad c6e la adaptttciól'~ del reo, es deci1') por el rJ:tamell- de
las oondicümcs de ecoistMcia e~¿ las cur~te8 puede p1'fJ8/mbi?'sCl
(¡'lte deja de 8e7' 'PfJlig1'080.

(1) De un criterio pallÍtivo ae la penaUaac'l. Nápol,,¡;:, 1880..


CRÍTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 353

Por consiguiente, no existe ya el criterio de la jJl'OPOl'-


ca:ón sino el de la ülowJidad, y creo haber demostrado
de una manera suficiente el significado de estn dis-
tinci6n.
Sólo me fo.lta contestar algunus argumentos. Mon-
sieue Tarde, en la RelJu(? Pltíloso/Jlúque (Junio ltl83, pági-
na no;)) I decía que ]n temibilidnd de que hablo es 1tM
silb!l,ltlih'e '11tantite y terminaba esta fcaso con una admi-
ración. No conozco, porque no añadía una palalJra más,
las razones por las cualos le parecía tan extraordinaria
la determinación de esta cantidad, y supongo que le pl'O-
(lujera esta impresión la multiplicidad do elementos que
concurren á determinarla. Sin embargo, la apre.ciD.ción de
los antiguos criterios del daüo ó de la importanciD.. del
deber vulnerado, dependen, como ya lo hemus viSIto, de
elementos que no son menos numerosos.
y pregunto, ¿qué imposibilidad ó qué grave dificul-
tad existe en determinar 108 elementos de donde naco la
temibilidad del delincuente? Cuando se nos presenta un
ladrunzuelo, ¿no verno!::! desde luego si es un niño, un
adolescente ó un adulto, y no podernos saber fáoilmente
si CS 1.m vago 1mbitual, si ejerce un oficio, si tiene fami-
lia y ésta goza de buena reputación, i quiénes son sus
compañeros, y cuáles sus diversiones favoritas?
¿y ele todo esto no podemos formal' un concepto do
los motivos que determinaron su delito y deducir si su
tendencia al {'obo es innata, instintiva, invencible ó ad-
quirida recientemente pOl' el ooio ó por la imitacic'nl?
Pero ¿acaso no se examinan todas estas cirounstanciatl
diariamente por los tribunales? Sólo que, por error del
sistema) no producen más efecto que el de agravar 6 dis_
minuir la pena, cuando, según el nuestro, como pueden
determinar lo que es presumible tille el delincuente haga
en lo porvenir, según el orden natural de las oosas, nos
llevarían á buscar el medio preventivo mits adeouado, y
este medio preventivo se encuentro. designado natural-
~8
354: CRI1lllNOLOGÍA

mente pur la posibilida.d de adaptación del reo, es decir,


por las condioiones del ambiente en las cual os puede pre~
s1.1mit ::le que deje de representar un elemento de pertur-
baci6n.
De cote modo y 0011 arreglo á lOE-l caracteres 8ubJetiyos,
se verá si es necesario aplicar al reo de J11..tl"to 10m medio
elimimüivo¡ ó si ba.sta obligarlo ti la restituoión y al pago
ele una multa; si en el primer 0asü In elil1'lÍnaciÓn lll;ue
¡;;81' perpetLHl ó indefinida) si dobe consistie en la rolega-
ción á un lugal' desiel'to ó á una colonia, Ó FJolament8 en
]¡). obligación de trubajar en un ostablecimiento público.
El profesor PolGtti, uno de los rná~ doctos cl'Íti(:·QS de
las nuevas ideas, ha tratL1do de conciliar el eritorio que
propongo con el d.e l'esponsabilídacl sieI~lpre relativa;
«(esto, cuncilicwión se realiza en el terreno jurídico ele la
ptc¡;e1¿cidn: cuando Be une al sentImiento do la rcspollsU-
bilid,td del hocho el temor de lo. pena (Jue se cOIlt:iidel'O 811-
.!lciedü,; en los oasos ordinal.'ios po,ra impedir el delito, y se
l'ealiza también el) el de la 'J'l)jJresió¡~ c1.mndo se une á
aquellos dos sentimientos que no fueron bastantes ó, irn-
pedit' el delito, la t~pliliación de la pEilm Reñalada el/ üt 11M-
d/cftt qMe ltt le!! ?'lJfJuta ,sl(¡tcieilte para garantir el dorecho é
irnpeclir que el delinouente teng~~ intención de cometer
nuevos delitos».
Pero ¿acaso debe reputar la ley sufioiente Jo que la
experiencia ha demostrado que no lo es? ¿Cuál sería el
objeto de esta ficción? ¿Y si la ley trata de averiguar lo
que es ?'eatmen6e suficiente parD.. la prevenoión, no se llega
inevitablemente al rnismo principio que se combn.te?
Aun cuando este autor no ha determinado con preci-
sión el concepto sociológico del delito, es, sin e111bargo,
el que más cerca está de mí ev la manera de apreciar el
significado del fenómeno criminal, puesto que ve en la
delincuencia una falta de adapto.oión á las relaoiones ju-
rídicas de la asooiación, falta á la oual se trata de bus-
car un remedio (pásinas 126-127).
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURlSTAS 355

Pero ¿por qué una \'ez admitido este punto de par-


tida se rechazan sus rigurosas consecuenoias? ¿Por qué
se quiere que la pena. revista siempre la forma únioa
de restricción de la libertad? ¿Por qué) antes ele exoluir
esto.. ó aquella furma) no se averigua si el objeto se al-
cunzíJ, mejor de esa manera?
De ordinario se alegan los derechos de la. personali-
dad humana, 001110 si la restricción de la libertad no
los ofendieso también: estos límites son arbitrarios y no
representan más que uoa transacción del indiviclualis~
mo con las necesidades sociales.
Pero nosotros querernop combatir este individualismo
en la ciencia penal, fruto de la errónea filosofía del si-
glo XV;IT, como se ha combatido en otros órdenes jurídi-
clicos y sociales y en la economía política (1;.
en argumento dc mayor importanc1a es el de que la
acción del poder social para secundar el progreso ele la
moral pública debe conformarse con los sentimientos u1-
truístas, de donde se sigue que {(el hecho mismo con el
cual combate y reprime los sentimientos egoístas en su
má8 torpe y dañosa manifestación, que es el delito, nos
enseña que S1.1 acción será tanto más provechosa, cuanto
má.s de acuerdo esté con el sentimiento de justicia y con
los demás que conspiran á apartar los ánimos de la delin~
cuencia y á disminuir sus perniciosos efeotos, y no se ins-
piraría ciertamente el poder sooial en ese concepto cuan w

do siguiera otro sistema y perseverase en querer aplicar


la pena positiva que ha venido á ser el verdadero caput
rn01'tuum de la penalidad».
Poletti deduoe de un pensamiento noble y que expre w

sa un hecho de ooncienoia irreousable. la oonsecuenoia


~e que la sociedad no debe valerse pa~a reprimir los de-
lItos de ningún dolor (pena positiva), y que la represión

-
debe consistir solamente en una pérdida ó suspensión de

(1) Ferri, La escuela positiva, pág. 129.


CRIMIN01,OOíA

los derechos, en UIla restrioción de la libertad 'pena nc-


gati"n1,),
No podemos admitir estaf:l limitaciones. La pen!).. es
pura Ilosotro8 un remediu para la falta. de allaptaclón del
reo; no buscamos) pues, un medio individualmente uolo-
J'080, sino que im¡JOlullllo5 á este l'emedio 1<.1, cundición de
que en la opinión lJúblioa no pueda. ser de8eado, pal'D., que
no se vean subvertidos directa. ó indirectamente los moti-
vos de la oonducta.
Con esta condición, el mejor remedio es el que ~ea SU~
ficiente pal"~ el objeto, sin consideración alguna al grado
de dolor que pueda padece!' el individuu. ¿Por qué ha de
excluirse la pena posItiva si es la más adecuada? ¿POl'
qué ha de atribuil'se al egoísmo lo que tiene por olJjeto
1(;1. conbervuctón social? Y por Qtra pa.l'te, si dehe 0xcltHr-
se el dolo!', ¿no clebe abolir!3e también lo. peuu negativC\.:'
¿Ava!;lo la suspensión de los der'ecbos, la p.rlvnoJ6n de 1~
libel'to.l,.l, no son tambjén medios mús¡ 6 menos clo¡ürosos'~
Todo nos lIevu, pues, á la c1etel'miml,cit'm de 1/1 neC0--
sidad social, de donde sólo pueden n>\.o(w oriterios gene"
ralel:i y reglas de aplioilC.\611; oualliuiet' C05<1 que se baga
fuera de estos límites) $e rOFilolverá fatftlmente en errores
Científico::;, que tro.duaiclos en las le~-eB cm resuelv~)ll en
u;;¡,fio de la sociedad.
Pel'o dejando á un lado el problema de la penalidL~dJ
defendámonos de una, censura mál:l general que se dirige
á. nuestro slstema, y que pu.ede fOl'InlÜUI'Se en estos tér-
minos: suprimís el rnérH;o y el demérito de lus acciones
human~s; no tenéis en cuenta el sentimiento m1.tural de
la justicia.
¡Mér'1to! jju~ticiaJ palabras que tendrán eterno,mente
Ulla signifioación, por muy diferente que 13e crea el origen
de las ideas que representa.n.
¿Qué es sino el mérito ó el deméI'ito de Ius aQciones
humanas máe que SU dependenoia de la voluntad y del
oarácter de las uBY'sonas, sea cual fuere el prooeso da
CRÍTICA. DEL. SIS'fli:MA PENAL SE:OtJ~ LOS JURIST .....e 3157

fo~'ma.(jión del carácter, la derivación de los instintos y


de la~ tendenoias que lu constituyen) la causalidad de los
motivo!:! que determ.inan la voluntad?
EfJtos orígenes, que con frecuencia quedan encerra-
dos en el misterio, son á veces evidentes, y,. sin embargo,
la opinión públioa no escattmi;l, el mérito ó el demérito del
individuo por el uso que baga de ciertas cualidacle8, que
no pueden atribuirse á su libre elección, porque es de-
mas!ado visible su dependencia del temperamento ó de
la educación: tales son el valer, la firr:1eza, la ealma, la
(li;l,ogre fría. ¿Aoaso deJEt de celebrarse el valor ele un SO]r
dado, sólo pm'que se sabe que éste eH hereditario en su
familia? ¿Se vitupera men09 al que deserta en una bt\tu.-
Ha, porque no ha podido vencer su sentimiento de pa-
vor? ¿Será tal vez menos respetado el hombre de cien~
cía, si se tiene en cuenta que 13U l:labíduría. es el l'esulta-
do de la iUi;.;trucción adqulrid:,1, en la iUV6Dtucl y de 101.1
cllnda inteligencia?
No se escasean la alabanza ni la 0'enSUl'a á 10 que es
efeoto de dones naturales, como la gracia, el arte, el ta-
lento. ¿Por qué, pues, halirfa de negarse á lo que es
efecto del carácter, cuando se sepa que el ca.l'ácter es
también un pro(h.loto natural? 80 dioe de JnuCihus perflo~
n~t.t: que han formado su oarácter con una tenaz volun-
tad) y es cierto; ¿poro q1.lién les ha diJ,do una poderosa.
vQluntad? ¿Cuál es su Otigell sino las dotes naturales de
su organismo psíquico? Ya sea aparente y visible para
todos el motivo determinante, ya quede oculto, si no
p4ra todos, al menos para la mayor parte, debe ser in-
difel'ente en cuanto al mérito ó el demérito de las acoio-
nes¡ siempre que éstas deban atribuir8e solamente al in-
dividuo y á su propia voluntad.
Los dones na.turales, que pudieran l1amar~íI:' también
?lif}}'#()$ físicos: como la fuerza, la belleza, la graoia,l el
talento) proul.il.cen admiraciónj los defectos opuestos oau-
san desprecio 6 repugnanoia, y la expresión de estos
358 CRIMINOLOGíA

sentimientos se traduce necesariamente en el aumento ó


disminución de la felicidad del individuo que es objeto
de ellos, en cuya mano no estaba tener ó no aquellas
cualidades ó defectos. Lo mismo puede decirse elel elo-
gio de los heohos virtuosos y de la oensura de los mal-
vados.
Se puede reoonooer de una manera abstracta, lo mis-
mo que sucede en la vida real, el mérito y el dmuj)'ito de
1m hecho determinado, siempre que á esta!:! expresiones se
les dé una significación relativa: la de atribuir el hecho
solamente al individuo y no á una fuerza extraña á él.
Pero, se replica, la justicia protel:lta contra el dolor
que se imponga á un individuo que es víctima de un
desgraciado organismo.
¿Qué justioia? ¿Qué debe entenderse por justicia?
¿Será acaso injusto el padre que castiga la naturn,l,
pero exoesiva viveza de su hijo? ¿Lo será el maestro que
castigA, la desaplicación ó la falta de memoria de su dis-
cípulo? ¿,Lo es la administración cuando despide á un em-
pleado inepto ó la ley que reduce á la miseria á los hijoS
por los débitos de sus padres? ¿Es injusta la elegancia
porque rechaza la suoiedad? ¿Injusto el teatro que silba
al mal actor? ¿El pueblo que grita al general derrotado
y la nación que destrona al emperador venoido?
Entonces, la sooiedad y la naturaleza pI'esentaríGl,Il un
continuo espejo de injustioiasj ¿por qué ha de haber po-
bres que sufren y ríc,os que gozan, infelioes privados de
todo afeoto y afortunados que se embriagan oon el amor,
mujeres ouyas sonrisas se imploran y otras á las que nin-
gún hombre ha dirigido una mirada, jóvenes exuberan-
tes de fuerza, y enfermos que arrastran lánguidaménte su
vida, inteligentes que dominan y débiles que obedecen?
¿Por qué, en una palabra, los hombres no son todos
igualmente fuertes, bellos, riaos, amables y felices? ¿Por
qué no son idénticos uno á otro, para que ninguno pue-
da envidiar las dotes de que la naturaleza ha sido con él
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SEG'íÍN LOS JURISTAS 3o!;)

avara 'Y ha prodigado á su vecino', ¿Por qué, á lo menos,


no se les concede á todos gozar esta breve vida que de
ordinario entristecen las enfermedades, la pérdida de al~
gún sér querido ó la más estrecha miseria?
La misma creación, ¿no presenta una justicia de ese
género? Porque en una zona de nuestro planeta nos he-
Jamos, en otra nos abrasamos; Júpiter tiene cuatro saté-
lites, Saturno espléndidos anillos, Venus estú inundada
de luz y de oalOt" la luna. es ádda y de601ada, y siendo
esto así, ¿cómo habríamos de pretender que la justicia,
que oonsiste en la igualdad ó, mejor dicho, en la identidad
que la naturaleza excluye de todas sus producciones, se
enouentro tan sólo en uno ele los organisrnos terrestre~,
en la sooiedad humana?
Porque si la igualdad es una palabra vana, habrá
~iempre afortunados é infelices, siendo inevitable esta
injustioia, y la justiGia humana no puede hacer mús que
imitar á la naturaleza exoluyendo los 'organismos in-
adaptables; 'Y así como en un hospitD,l no se gradúan los
remedios que se prestan á un enfermo en razón á la ma-
yor ó menor posibilidad que haya tenido de evitar las
oausas de su enfermedad, del mismo modo no puede me-
(Urse la intensidad 'Y la duración de la reaooión por las
fuerzas internas de 1'8si:stir los "notivos del delito.
Se dice que esto hiere el sentimiento ele la .i usticia;
pero si eso es cierto, ¿qué es 10 que puede satisfacer
este sentimiento? ¿Lo satisface aoaso la presente legisla-
ción penal?
¿,Y cómo? Ouando conoede la impunidad por .onfer-
medades mentales y no por la. degeneración hereditaria
ó por la corrupoión de la infancia que haya sofocado todo
sentimiento de honor y de virtud, desarraigado todo buen
instinto y destruído la posibilidad del remordimiento.
Castiga la ociosidad, aun la dellioenciado de presidio,
que evitado por todos, no enoontrará medios honrados
de prOOurarse trabajo; castiga en razón al daño cUusa-
360 CruMINOLOGíA

do, aun cuando éste haya sielo involuntario 6 imprevisto;


impune la misma multa al rico que paga burlando, que
al pobre que tal vez no tuviera otro capital, fruto de las
economías de muchos años de tl'abajo; encierra en la
misma cárueJ al hombre para quien ésta representa una
inmensa tortura, que al vago para quien es un asilo ¡.tI'a-
tuito en agradable compartía) y manda al mismo presi-
dio á quien cometió el delito para obtener albergue yali-
mento, y á quien hizo todos los esfuerzos posibles por
evitarlo considerándolo Gomo un sepulcro de personas
vivas.
j y á todo esto se llama justicia!
Justicia mil veces más remota del ideal que liJ, que
resulta de nuestro sistema, con el cual no pretendemos
que el juez aprecie una cantidad desconocida) corno es
la fuerza de resistencia á lO!:; impulsos criminales, sino
que aprecie con datos ciertos las probabilidades del
porvenir; no que aplique un castigo inútil y proporcio-
nado á la cantidad hipotética é indeterminable de libre
albedrío, sino (p.te adapte los medios preventivos á aque-
llas probabilidades dentro de los límites de la necesidad
social. Entonces se impondrá realmente á cada hombre
la pena merecida, no por una faoultad problemática de
su espíritu, sino por todo su individuo, es decir, por su
organismo psíquico y físico, por su carácter, por sus pa-
siones, por sus vidas, por sus enfermedades.
No se castiga la desgracia, se procura hacer que una
vez que es inevitable no sea manantial de nuevas des-
gracias, por la misma razón por la que se aislan los
epidémicos en los lazaretos, por la que se matan los p e-
rras rabiosos, pOt' la que se exterminan los insectos no-
civos. El sentimiento humano de simpatía interviene
para salvar la vida de los hombres cuya muel'te no se
considera necesaria} es decir, de los que no han perdido
todo derecho á la simpatía por una monstruosidad que
los haga perpetuamente inadaptables á la vida social.
cníTlOA DEL SISTEi\IA PENAL SEGÚN LOS JUR1STAS 361

Estos en cambio deberán considerarse corno enemigos


de la sociodad á la que no les liga ningún vínculo, por-
que puede decirse con Shakespeare:

dllercy but mUrdef'81J1~rcloning t7wse that km.) (1).

La justicia no puede cubrirse el rostro más que cuan-


do, para prevenir delitos de otro, hace morir ,\ un culpa-
ble cuya perversidad no estaba demostrada. La pena
que se impone para intimidu.r con el ejemplo, puede ser
injui:lta, como sucede en los tiempos de revoluciones y
guerras ó bajo el despotismo de un autóceata ó ele una
democracia desenfrenada, pero la pena es siempre jus-
ta cuando su objeto es desarmar á un enemigo de la so-
oiedad.
El culpable es entonces un 'inst?'umert,¿o, su pena no se
impone por los delitos pr'ubables de otros, sino que se di-
rige á él personalmente, es apropiada á su individualida,d.
podrá servir de ejemplo de intimidación por un efecto na-
tural) cuya consideración no debe determinarla. Esta es
la verdadera justicia, esto lo que limita el rigor de la
máxima «salus '1'ep1tblicae Sttp7'cma 1em». QUE NADIE PADEZCA
MÁS :-ir MENOS DE LO QUE MEREZCA. su INDIVIDUALIDAD.
Esta es la verdadera máxima suprema que puede miti-
gar tanto las exageraciones del individualismo como las
del utilitarismo.

IV

Examinemos ahora otras teOl'ías jurídicas que, siendo


conseouencia de las de imputabilidad y proporcionalidad
legal, constituyen con ella la parte filosófioa de 1'1 doo-

--
trina y de los códigos penales.

(1) La clemencia mata cuando perdona á los asesinos.


cníTlOA DEL SISTEi\IA PENAL SEGÚN LOS JUR1STAS 361

Estos en cambio deberán considerarse corno enemigos


de la sociodad á la que no les liga ningún vínculo, por-
que puede decirse con Shakespeare:

dllercy but mUrdef'81J1~rcloning t7wse that km.) (1).

La justicia no puede cubrirse el rostro más que cuan-


do, para prevenir delitos de otro, hace morir ,\ un culpa-
ble cuya perversidad no estaba demostrada. La pena
que se impone para intimidu.r con el ejemplo, puede ser
injui:lta, como sucede en los tiempos de revoluciones y
guerras ó bajo el despotismo de un autóceata ó ele una
democracia desenfrenada, pero la pena es siempre jus-
ta cuando su objeto es desarmar á un enemigo de la so-
oiedad.
El culpable es entonces un 'inst?'umert,¿o, su pena no se
impone por los delitos pr'ubables de otros, sino que se di-
rige á él personalmente, es apropiada á su individualida,d.
podrá servir de ejemplo de intimidación por un efecto na-
tural) cuya consideración no debe determinarla. Esta es
la verdadera justicia, esto lo que limita el rigor de la
máxima «salus '1'ep1tblicae Sttp7'cma 1em». QUE NADIE PADEZCA
MÁS :-ir MENOS DE LO QUE MEREZCA. su INDIVIDUALIDAD.
Esta es la verdadera máxima suprema que puede miti-
gar tanto las exageraciones del individualismo como las
del utilitarismo.

IV

Examinemos ahora otras teOl'ías jurídicas que, siendo


conseouencia de las de imputabilidad y proporcionalidad
legal, constituyen con ella la parte filosófioa de 1'1 doo-

--
trina y de los códigos penales.

(1) La clemencia mata cuando perdona á los asesinos.


362 CRIMINO LOG fA

La primera en que debemos ocuparnos, y que es al


mismo tiempo la más importante, es la de la tentatiya,
In, cual, como ya he demoskado, solamente con gro,n di-
fioultad puede apoyarse en los prinoipios de la eS~llelt1.
clásica y que os objeto de graves y empeñadas contt'O-
yeI'sias, espeoialmente en Alemania, donde el concepto
de la tentativa no es idéntico entro todos los teóricos.
Existe, en efeoto, una dootrina ,nebjetiva que sostiene,
siguiendo las huellas del derecho romano, que en la ten-
tativa debe apreciarse solamonte la intención y quc ][1.;
existencia material del hecho no tiene importancia [\Jgu-
na (Herz, SChwarze, Von Buri); una doctrina o~jetit({,
según la c~mlla intención va siempre unida. al hecho de
tal manera que el P?'opósito del;e ?'etttiM?'Se en pa?'te, siendo
la tento,tivl1 1?na 'pa1'ÜJ objetiM del delito mismo (06en-
brüggen) O-eyer), y por último la moderna teoría do Cohn
que la define: «un hecho capaz de producir la consecuen-
cia deseada y que tiene la esencia material de un ele"
lito» (1).
Los alemanes distinguen además la tentativa pUllible
y la no punible, y la misma ley contiene una definición
un to,nto v¡:¡,ga que hace posibles en la práotica IllUClw,s
discusiones que entre nosotros son imposibles por la re~
dacción del texto legal.
En Francia yen Ito,lia la figura de la tentiva se pl'e-
senta en límites mucho más limitados y precisos.
Ante "todo es necesario que el objeto no se haya rea-
lizado por una circunstanciafo1'Clvitlt é in¿¿eJJe1~cliente de Za
1JoZttntad del autor. No tenemos neoesidad de deoir qne la
ley alemana estableoe (2) que no debe castigarse la
tentativa cuando el agente ha desistido voluntariamente
ó cuando ha impedido que se lleven á oabo los efectos
(1) Véase la discilsión relativa á estas defl.niciOn0El en 01
Zeistschriff far aie (JlJsammte Strafrechtswissenschaft (1881), y en 01
G(;lricñtsaa~ (1880).
(2) Código penal del Imperio alemán, pál'. 43 Y 46.
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 363

propios de la oonsumación del delito, cuando aun no ha-


bía sido descubierto el hecho.
Con esta limitación aoeptamos nosotros la definición
de la palabra tentativa) pero la escuela clúsica no se sa-
tisface con ella, e)i..ige otra: según ella, no existe la tenta-
tiva si los (tetos de t;jeCltCiÚil, con los cuales se munifiesta el
propósito criminal, no tienen en st, l/ pOi' s/t ?latnl'ale:(I, 'in-
trí/lseca, rijieacia J){lm realbtl' et delito.
. Definida en c8t(t fOfma la tentati va, la escuela clási-
ca, que en este punto cuenta con el a;¡oyo de la fhmcesa,·
no admite que pueda discutit'8G acerca de la tentativa in-
su'/¿cieJ¿te, quc para ella no existo cuma figura jurídica,
mientI'as que la escuela alemana discute sobre la puni-'
bilidacl de semejante tentativa.
Queda otl'O punto por examinar, el del 'ilwmerdo en qne
los hechos comienzan á revelar la voluntad cl'iminal y :-,i
pueden existir hechos de e8ta naturaleza antes de la eje-
C1~ciJ¡¿ directa é imnecliltta.
Este es el argumento de 108 que llaman hechos jJl'epa-
?'(ttorios, á los cuales la escuela clásica niega indistinta-
mente la categoría ele tentativas, no creyéndolo~ punibles
en algunos casos sino como delitos s~¡i gene1·is.
Ahora bien, una vez que la cuestión de los hechos
preparatorios y la de la idoneidad ele los medios se ro·
fieren á la misma esencia ele la tentativa, convendrn
examinar estas cuestiones antes de discutir la puniIJili-
dad de la tentativa misma.
Niégase generalmente que el acto preparatOl'io puc"
da oonsiderarse nunoa como tentativa, porque 8U creu
que por su naturaleza es siempre equi/)oco, es decir, quo
no manifiesta con bastante seguridad el verdadero obJe-.
to de la acción. Si no fuese esta la razón, la escuela, clá-
sica debería admltir entre las tentativas IOFl hechos pro-
paratorios. Y en ef/;,lcto, el elemento del hecho, oscnclul
para aquellos jurisconsultos) para la existenoia de la ten-,
tativa, no falta en los actos preparatorios quo Bon el prh
364 CRlMINOLOGÍA

mer paso en el iter de la acción, y esto es tan cierto,


que uno de los más decididos defensores ele esta teoría
que los alemanes llaman objetiva (que corresponde á la
clásica italiana), se ve obligado lógicamente á asegurar
que solamente motivos de Opo1't~,nldad aconsejan el de.iar
de oastigar los actos preparatorios á menos que no ]Jreseu-
ten de ~bna manem (}IJidente la esencict del hecho del delito in-
tentado (Geye1'). Y uno de los escritores franceses que
más se aoeroan á la doctrina clásica, se muestra incliBa-
do á la lllisma id.ea, admitiendo que actos de esa nB.tu-
raleza puedan castigarse como encaminados á cometer et
detito, no como delitos $ui {jenlJl'Ís cuando el crimen para el
cual se ejecutan sea m1tY {jNtve y petif/1'osO (Ortolán).
Para los romanistas, un acto preparatorio puec1e ser un
conat1lS remotus: CU'J'ft quis exeppli f/'J'atia !/ladi1tm S¿?'1:n:ce?'ü,
P01' último, el mismo Carrara admite la posibilidad
de que los actos preparatorios adquieran el carácter ele
tentativa, pero á condición de que dejen ele ser equiwcos
por oonsecuencia de un hecho sucesivo que los haga ine-
quil;ocos,
!::3i, aceptando el ejemplo, imaginamos que quien ha.
empUñado el arma ha herido ó muerto con ella á su ad-
veroario, no podremos negar que el primer paso en el
oarnino del hecho criminal hay~t sido precisamente el de
st1'inge'i'6 r¡l~[dium, pero si en cambio en aquel momento
el agente ha debido detenerse por un obstáculo cualquie-
ra independiente ele su voluntad, oabrá la duda acerca
de su verdadera intención,
La acoión marchaba por su propio camino, pero éste
se bifuroa) ¿cuál será en la duda la determinac-ión del
agente? Esto es lo que se ignora.
Pero si existe un caso en que tlO es posible la duda,
en que puede predecirse con certeza cuál será el camino
elegido después de la vaoilación ¿qué razón podrá ale-
garse por nuestros olásioos para no oonsiderar el acto
prep.a.ratorio como una tentativa?
CRíTICA DEL SIS'fE;\IA PENAL SEGÚS tos JURISTAS 865
Supongamos que dos ladrones de oficio han sido en-
contractos de noche ante la puerta de una casa deshabi-
tada que contiene ob,ietos de valor, y pruvistos de objetos
propios para forzar las puertas, ¿qué persona de buen
sentido podrá dudar de sus intencIOnes? ¿Y por qué no
podrá decirse jurídicamente 10 que todos los presentes
creerán que pueden afirmar en el lenguo:je vulgar, que se
trata de una tenül.tiva de robo? (1)
Un hombre dúspués de 1mber amenazado de muerte
á otr'o, se arma ele escopeta y se esconde tras un árbol,
en el camino que su enemigo debe recorrer pocos mo-
mentos mús tarde. pero éste, advertido, lo coge por la
espalda y lo desarma, ¿,no estará., en tal caso, suficien-
tmnentc manifiesta 18. intención?
y pregunto: ¿por qué negar la existencia de un prin-
cipio de ejeoución fundado en que ésta no fué dil'octi1 Ó
inmediata, si por otra parte 108 heohos puestos en 1'e1i1-
ción oon los agentes revelan de una manera iner¡1dlJ()clt la
intención criminal? ¿O,ué necesidCl,cl hay de orear en ta-
les casos delitos especiales, sui !Jene1'is, desconociendo el
verdadero é irrecusable signifioado de los heohos?
Únicamente con las sutilezas de Cohn puede justifi-
oarse la esouela italiana, admitiendo la distinción do las
relaciones del motivo á la consecuencia, de las de el medio
aZ/ill y las de la causct al efecto, y sosteniendo que sola-
mente existe el conato cuando el hecho está aon el delitn
en la relación elel motivo á la consecuencia. Pero CUIl
estas distinoiones ha llegado dioho escritor hasta Ú ile-
gal' que el esoalamiento sea una tentativa.

(1) Rossi, presontando un ejemplo semcjante,a8egura que la


ley puede «déorire ces actes et déclarer que leur uuteur sera
poursuivi coroma voleu!', á la charge tC'utefois pour l'accusation
de compléter par d'a.utres faits la preuve de la résolution 01'1-
minelle, et libre á l'nceusé de d6montrer que ces faits, n'etaient
que le' l'ésultat innooent de' une combinaison singulisl'e). Tl'. de
Dr. pén., liv. II ch. ~7.
366 ORIMIlS'OLOGíA

Sin dudu. alguna, nadie podría sostenor que en gene-


rallos actos senoillamente preparatorios son punibles,
poro es posible determinar algunos oasos en 108 que lo
sean sin reourrir, 00010 Ortolán, al criterio empírico de la
excepcional gravedad del delito probable, ó, como Ga-
rrara, tí, la necesidad de un hecho suoesivo y determi-
nante.
Los casos en que son punibles los actm; preparato-
rios, son aquéllos en que éstos se cometen JJor delinwen-
tcslb!loitua.les de la fi!Jttra eSjJecial det delito que ejercitan. Un
falsificador de moneda, condenado ya por este crimen,
prepara todos sus utensilios, compra los que le faltan, y
dispone los menores detalles para emprender la acuña-
ci6n; un estuprador reincidente induce á una niña á en-
trar en su habitación, la sienta en sus rodillas y la aca-
rioia; un ladrón fugado de la cároel se arma y se aceroa
á la casa donde vive un rico propietarjo. Si estos heohos
no han podido llegar á su término porque han ocurrido
obstáculos independientes de la voluntad del agente, son
verdaderas tentativas criminales; en realidad la intenoión
está manifiesta de tal modo, que no puede dudarse del
éxito que hubieran tenido sin la existencia del obstáoulo.
Pero se me podrá decir que éstas no son más que
hipótesis, aun ouando muy probables, y que no se puede
imponer pena por una hipótesis, á lo cual puede contes-
tarse que el peligro que justifica la punibilidad es tam-
bién hipotético.
En los cáloulos de las ciencias penales, como á veces
también en los de las ciencias matemátioas) todo lo más
que puede exigirse es una aprúximaoi6n tal que prive de
importancia á las fraociones desprecia.das. Cuando una
hipótesis se funda en semejante aproximaoión, debe oon~
siderarse como la realidad misma, no puede destruirse
un principi() diciendo que está fundado sobre una hipó-
tesis, seríá necesario probar que la hipótesis no era
seria, es decir, que olvidaba una probabilidad contraria;
CRíTICA DEL SI5Tlll;'rIA PENAL SEGÚN LOS JUmSTAS 367

bastante grande para poder ser apreciada. Y si estas pl'o~


habilidades contrarias no existen en los oasos de que he
hablado, ¡Jouemos admitir que los actos preparatorios ó
sean los de eiecución 1W inmediata de.ben considerarse
como verdaderas tentativas c?'imÍ?wles en los delincuentes
habituales ó incorregibles, y en todos los que manifiestan
de una manera inequívoca su intención.
~1:is gru,ve y compleja el:! la cuestión de la idoneidad
de los medios.
Este pl'oblema no se disoute en Italia; pareoe lxxio-
mático que para la existencia de una tentativa criminal,
es necesaria la realización pania"t '!J objeti'lJ(t del propósito.
El articulo 61 del nuevo Código penal, habla de principios
de ejecución «con medios (uZecllados». La única concesión
que hace Carrara. D. los subjetivistas, es lo, de admitir la
tentativa cuando los medios absolutamente adeCltados no 10
Bon en relación con el individuo, contra el cual se dit'igít1,
el hecho y viceversa. Así, por ejemplo, existirá tentatiVL~
cuando se administre un veneno en cantidad suficiente
para matar á un hombre de constitución ordinaria, pel'o
no para dar la muerte al individuo á quien se]e adminis-
tró que era excepcionalmente robusto, y por el contrario,
existirá tentativa cuando el veneno hubiera sido suficien-
te para matar á la persona á quien se le daba, que era
débil y enfermiza) aun cuando en hombres de constitu-
ción ordinaria no hubiera producido efecto la especie ó
cantidad del veneno.
La escuela admite también que existe tentativa cuan-
el agente, habiendo preparado un medio adecuado, como
por ~iempl0, una dosis de arsénioo, padece error on el
momento de administrarla y la cambia con una dosii)
igual de otra substanoia inofensiva, ó cuando dispara
con intención homioida un arma de fuego oargada por
él y desoargada por otro ignoI"ándolo el agente (1).

(1) Carrara, P,·ogmma. pár. 364


368

Pero aquí la tentativa se admite por una l't\zón un


k"tnto sutil: ::5e declara punible, w) el hccao cr¿ cnanto es Uíl
e¡¿1)ew;namieilto Ó '/(,n komicirüu fr1tstraao, sino el kec1w prima-
la (le la j)}'B1J(¿l}'acwn del 1) 'Jne no Ó det a7'f¡ta ele j'ltc(Jo, el cuul
dej(~ de se?' p'r~p(l?'at()}'io !I ,¡'e C01WÜ]¡'(c ell ClJnttto porque el
hecho sucesivo le ha dado 108 cavacteres dc i,lefjU'ÍlJoco.
Sin embargo J por regla gener:,\l, 1<1, escuelu objetivu.
declara indiferente que el agente conozca ó no la idonei-
dad de lolS meclioti /1!, 8i esta ignoranci[l, 1U[ dU1'(¿do todo
el tiempo de kt (¿I)CiÓ,lt, no existe tentat1v<1 y no es pu-
nible, excepto en las hipótesis sentmlv,s mús arl'iba, el
hecho de quien pi1ra matar á otro tira eon un Ul'mo.,
desmu'g'ttdv.. ó le fluministl'<J. unos polvoí:l inocentes creyéll-
dulos Ycuenosos.
Estas ídeC1.s estún do acuerdo don el princ.ipio de que
la tentativo, es una rea!ízu,oión paroial de la voluntad ó
1.1IH\ parte objetiva Llel hecho que cOllstitl.lye el ddito. E1i)
pues, lleccSD.I'io que la idea del agente llaya cOl'l1cnzadO tí
conv(~rtir8e en hechos cuya esencia sea ID., misma que el
delito; la. prohibioión de lo. ley no puede extemler'se á ho-
dlOS (1ue por su propia actividad nO pueden producir
ninguna violaoión de derechosj el derecho de la propia
conserva.el6n no se ofende por 1m hecho que no puede
matar) ni herir, ni oausar daño á la salud; el agente pü~
dl'L\ ser oensurable y hasta poligt'oso, pero el peligro no
se derivo. del hecho; no p'Lwde exlstiL· (,l(~1ito ~in la exis-
tencloJ del.ln hecho que tellga ef:cacia orürünaI ('2;'.
SemeJantes ideas están cOJlformes con las ele nl,,l8strét
escuela clásIca, porque ésta las encuentra ele acuerdo
con 8U prinoipio de punibilidad.
«No se castiga la cj't1'n,in{{ii(ütcl de! rtf/eMe revelada por

(1) Carrara,op. crim., Grado nel(Ct fU1'za fosica cM cleutto.


(2) Geyer, Uber die 80 oenamffen untangUcJ¡en Versucllshandlun-
gen.-En la Zeitscltrifl fil'1' die gIJsIXm/1'tte Strafreolltstoisse?lso1zaft. Ers-
te:r Band. E. H.
cRí'rrCA DEL SlS'J.'EMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 369

sus heohos ó por sus actos exteriores, sino un hecho


acompañado de la criminalidad del agente». (Carrara.)
Es natural que nosotros, que sostenemOS precisa~
mente la fórmula contraria, nos veamos lógicamente
obligados á seguir, en esta materia de la tentativa, la
t.eoría llamada subjetiva, pero no sin algunas limita-
ciones.
He aquí los principios ele esta teoría, tal oomo la ex-
ponen los autores alemanes: si en la tentativa no existe
un daña) lo que se castiga en ella es únicamente la vo-
luntad; poco importa) pues, que ésta, en el caso espe~
cial, se haya servido por error de un n1edio que no le
ofrecía probabilidades de éxito, y no es posible adoptar
como criterio de la tentativa en igual medida la volun-
tad y el hecho, porque estos e1emento:5 concurren sola-
mente en la consumación del delito, nunca en la tentati-
va, en la cual hay siempl'8 preponderancia de UllO ele
ellos; es pues necesario elegir uno ú otro como critei'io
de la criminalidad de la acción.
Pero si el hecho no se realizó por oompleto, es indi-
ferellte su cantidad objetiva, es decir, el punto al cual
llegó la realización del propósito; el resultado deseado y
no ()btenido indica en cada caso una imposibilidad espe-
cífica ó relativa.
Lo que en realidad queda es, únicamente, la mani-
~estación) la expresión de la voluntad del agente; naela,
Importa averiguar si el medio que éste reputó suficiente,
lo hubieran oreído tal otros ó todos; la voluntad cs siem-
pre la misma y no varia por las mayores Ó menOl'G8 pro-
babilidades del suceso. De aqui que la parte de hecho
realizado que se puede encontrar en la tentativa careoe
de toda significación.
El que se dirige á. un punto por un camino cortado
por un obstáculo invencible, de tal manera que tiene que
vOlvel' atrás h~sta el punto de partida, ha obrado desde
el prinoipio de una manera objetivamente inútil, y sin
24
370 CRIMINOLOGIA

embargo, aquel medio en abstracto era oompletamente


idóneo para él y para los que no tenían noticias del ob8~
táculo, siendo, por el contrario, no adecuado para IOR
que conocían la e~isteI1cia de aquél. La matel'ialidad del
hecho no cumplido no tiene importancia. 811pongamoR
que un viajero sediento divise desde lejos una habita-
ción; si á pesar de sus esfuerzos no puedo lh~gal' más quo
á la mitad deloamino, morirá en aquel sitio, porque la
mitad del camino recorrido no ha podido apagar la mi-
tad de su sed, y un enemigo mll; huye no puede ser
muerto en parte, porque el vencedor) cayendo á tierra,
no puede continuar persjguiéndole (1).
Lo único que interesa en la tentativa es In J11anifes-
tación de la voluntad crimim.tl,: en cuanto nI hecho, nada,
puede asegurarse respecto á su eficacia, toda vez que nO
tuvo lugar su realización. No existe acción absolutamen-
te adecuada para producir un heoho, no hny ninguna que
no lo sea en absoluto, porque la mayor pI'obabilidad no
da nunoa la certidumbre del resultado, la mBnol' pl'oba~
bilidad no la da de la falta de éxito ('2;.
De acuerdo con ostas ideas, el Tribunal Supremo del
Imperio germánico, hace algunos años declaró punible
una tentativa con medios no adecuados, y honramoS
nuestra obra reproduciendo aquí uni1 parte de aquella
importante sentencia.
«Una doctrina muy aceptada pretende que puesto que
existen muchas aociones que, aun cuando movidas por,
un fin ceiminal, no causan objetivamente mayor daño al
orden jurídico que el solo pensamiento del delincuente,
y puesto que sin este peligro objetivo no existe el dere-
cho de castigar, es necesario que para que la tentativa

(1) Von Buri, Varsuch u'I'I(l Oausalitilt en el Gericl!tssnnl. 15. B~


Hacft. 5. S. 867-368. Stuttgard, 1880.
(2) Von Liszt, Das fchlaeschZayene Dcli1it 1t11.1l die Of/hu'sc7w V Gr-
sucJ¡,~tJ¡eorie en In citada Zeitsc7vri{t, pág. 108.
CRíTICA DEL SIBl'EMA pENAL SEGÚN LOS JURISTAS 371

sea punible exista una relación de causalidad de las ac-


ciones, con el fin que el agente se. ha propuesto, de mo-
do que sólo serán plmibJes los hechos que hubieran pro-
ducido el efecto deseado, de no haberlo impedido (',ir-
eunslianoias ajenas á lo. volnntad del agente. La cienoia
ha demostrado lo insostenible de esta teoría)),
{La dependenciv, de causalidad entre una acción y el
suceso previsto, no existe ó deja de existir independien-
temente ele la conc~lrrencia Ó de la falta de una cdrcuns-
tancia especial que se interpone, y esa circunstancia ó
esa relación que influye en el suceso final contribuye sólo
como nn factor <üslado á sn mayor ó menor posibilidad
¡) probabilidad, nunca á la certidumbre de la realización
ó de la no realización. Declarar no punibles los hechos
que no tienen posibilidad de alcanzar éxito, no darin por
resultado ellimítar la punibilidad de la tentativa sola-
mente á los bechos cuya realización hubiera sido lleva-
da á cabo en parte, sino á dt;jar impune toda clase de
tentativas, porque un hecho no puede ser nunca causa
de un efeoto qne no ha tenido lugar; el no haber tenido
lugar el efecto, demuestra que no existía relación de
causalidad. Puede decirse además que,. generalmente,
no existen acciones que eean en realidad no idóneas en
todos los casos paré1-. producir el efecto deseado; por 01
contrario, en 108 casos especiales, toda acción que no ha
podido produoir su ofecto, se ha ,demostrado en abboll.l-
to inadecuada pura la realizD.~ión del mismo, La puní-
biliclad ó impunibiliclad ele la tentativa no puede fundar-
se en la distinción entre lal:l acoiones ejecutadas con mo-
dios adecuados en absoluto, 6 solo relativo.mente, y si
no se quiere decretal' la impunidad de todos los hechos
ejecutados con medios idóneos, no hay motivo suficiente
para hacerlo con ·aquéllos cuyos medios hayan sido abso-
lutamente inadecuados; para realizar éstos ha ejecutado
también el agente todo lo que ha oreído necesario para
cOnseguir sus propósitos criminales,' y por ~u medio ha
37:2 CRlMIKOLOGÍ.....

atacado el orden .iurídico; su error en cuanto á la ido-


neidad del medio no puede influir en la punibilidad, el
no haberse podido cumplir su propósito tiene en todo
caso su origen en el error elel dgente que no ha eX(Lmi-
nado exaotamente al formal' su plan las oirounstanoias
que han impedido su consumación».
«Debe por 10 tanto ser indiferente que la existeneia
del error esté en la eficaoia de una 6 de otra de las par-
tes del proyecto, ni importa distingui~ si el obstáoulo ha
aparecido durante la ejecución del hecho ó si existía an-
tes de que ésta oümenzase, ni si los faotores que el autor
dejó de tener en cuenta eran relaciones extrañas á él, ú
padeció error en cu::mto á la. eficacia de sus propios he-
chos ó de la del medía empleado por él en cuanto á la
espeoie, á la cantidad ó á la aplicaoión, y aun en cuanto
al mismo objeto usado oomo medio ó <i las cualidud00
del mismo, no existiendo por oonsiguiente error en el tri-
h!J!1al que no ha exigido para la p.Wlibilidad de la tenta-
Uva más oondiciones que la de la idea que tenía el autor
de obtener con el medio empleado el fin que se proponía».
Es inútil repetir que esta teoría subjetiva de la tenta-
tiva es mucho más susceptible de hallal'se de acuerelo
con nuestras ideas que la clásica.
La ouestión de la punibilillad d~ la tentativa insufi-
oiente, se resuelve por todo el que crea como nosotros
que el único criterio aceptable de penalidad es el del pe-
ligro que puede producir el delinouente y que debe sus-
tituirse al oriterio del mal causado y al ele la fLlerza de
los impulsos. El delito ha revelado al delinouente y el
examen de éste revelará la categoría á que corresponde.
En la tentativa se ha manifestado la voluntad criminal,
ya se hayan usado medios suficientes ó insufioientes, Y
esto debe bastar para que por regla general se declare
In, punibilidad.
Sin embargo, como ya hemos dicho, se impone por
el mismo prinoipio alguna limitaóión á este rjgor.
CRÍTICA DEL SISTEM A PENAL SJ<~GÚN LOS JURISTAS 37a

Si la voluntad, aun cuando criminal, no es peligrot3a,


la razón de la pena deja de existir; no siendo el delin-
cuente temible, no debe ser castigado, de donde se de-
duce que la insuficiencia de los medios revela la falta del
peligro que produce el agente y que debe excluir el oa~
rácter criminal de la tentativa.
Demostremos esta afirmación; lo primero que debe
verse es si el medio es un medio común cuya eficacia
sea generalmente conocida, y en este caso hay que acu-
dir á una distinción reohazada por Carrara; hay que ave-
riguar si ·el delincuente conocía en realidad el medio de
que se servía, ó si creyendo servirse de uno u8aLa otro
distinto.
Un ejemplo de este último caso, es el do quien ha-
biendo compradu á un Lluímico Ó á un farmacéutioo cier~
ta cantidad de veneno, r'8cibe de éste una cantidad de
una substancia inofensiva ó poco peligrosa, ya Bea por
consecuencia de un error ó ele remordimientos de su
cómplice. Si el agente suministra esta substancia á la
víctima á quien la destinaba ¿dejará de ser envenenador
por la circunstancia que hizo imposible su delito? No
deberá responder de una tentativa ó de un delito f~'u8tra­
do de envenenamiento, aun cuando el medio empleado
por él no era suficiente?
Convengo en que el medio no era peligrosu, }JCl'U
esto no importa porque el peligro ha sido lueÜtdo }Jo?' et
lteclto.
El que para matar á otro tiró con una escopeta que
había cargado y que un 0xtraño descargó sin que él 10
Supiera, será reo de homicidio frustrado, no como de-
fiende la escuela italiana, de tentativa de homicidio, su
peligro realmente no es menor po!' la oircunstancia for-
tuita, y para él desconocida, de que el medio que ei1.1-
pleaba era insuficiente.
Mi teoría además no puede conducir al absurdo de
declarar la punibilidad de quien haya tratado de envone-
374 CRIMINOLOGÍA

nar con una sal inocente ó con azúcar, creyendo qlle es-
tas substancias fuesen venenosas, ni de. quien conociendo
ó sabiendo que un arma de fuego estaba descargada in-
tentase matar con ella, ó quien disparase i una distanoia
mucho mayor del alcance del mejor fusil; en estos Gaso~
no existe delito, no porque el medio dejase de ser sufi--
ciente, sino porque su insuficiencia revel<11a incapacidad
.y por consiguiente la inocuidad del agente. La .¡-rJ!Ui/twl
que se trata de castigar en este caso no es peli//1'OSf(., y
si/alta el peligro no existe tampoco la necesidad de tL 1'(:-
presión (1.).
Si por el contrario el medio es de aquéllos cuya efi-
caoia pueden conocer sólo los que hayan hecho estudios
técnioos especiales, el error acerca de la cantidad () de
la oalidad no debe ser causa de impunidad, porque la
falta de conocimientos técnicos no demuestra la incapa-
cidad del hombre para delinquir. Sel'á por consiguiente
punible la tenüüiva de envenenamiento aun cuando el
autor hubiese creído suficiente una dosis menor que la
neoesaria para dar la muerte: el error de algunos centi-
gramos de estricnina, no debe restituir á la sociedad
como inocente á un envenenador.
Bn cuanto á los niños es más difíoil dictar reglas ge-
nerales: en muohos casos su ignorancia no es suflcicnte
para demostrar su inocuidad; el niño puede ser U11 de-
lincuente nato é ignorar mucbas oosas que tí un adultn
son conocidas.
La falta. de algunas nociones que en este último serían
un indicio de imbecilidad, nada prueba en el niflO, bast<:t
que éste demuestre su inteligencia y la seriedad de sus
propósitos criminales para que pueda oonsiderarse te-

el) De acuerdo con estas dootrinas algunos códigos como los


de HUl:!nover, Brunswiek Nasau y Baden declaraban impune la
tentativa insuficiente cu~ndo había sido ~fecto de superstición ó
de imbecilidad.
CRt'rICA DEL SlSTEMA PItNAL SEGÚN LOS JfJRISTAS 375

mible para el porvenir cuando haya cesado su igno-


rancia.
He visto absol ver de la acusación de homicidio frus-
trado ó intentado á un delincuente de treoe anos, que
después ele h~\bel' robado cuatro ó cinco vece~J fué des-
cubierto y deeidi6 matar á uno de los que ]e habían de-
nunciado. Para ello se armó de una escopeta oargada
OOIl pel'digom'~s, se puso en acecho y al ver aceroarse á
BU víctima, sin calcukw bien la distancia, gritó: ¡te voy á
matar!, y dispu['ó. La senteneia dec1aI'ó que no siendo la
distunoia bastante }Jal'a que un dispat'o de }JeI'digoneb
pudiera matar', delJía reputarse el medio insuficiente) y
por \Jsta razón 8e dec.lal'ó inooeute t1 este <1sesinv.
¡Cuán divG1'bO sería el juicio de quien hki0se depen-
der lo. puniLilidad del peligro! Evidentemente el njfW 110
había c·uwetido más que un 81'1'01' de cálculo que debía
iltribuirse á Eill hdta de experiencia, pero por otl'~t parte
habia rovelado de la manér", más completa su pl'OpÓsit<.1
y hechu cuanto creyó necesariu p~tl'<1 realizarlo. ¿'podíu.
declaral'8elc inoapaz de matar á pesur de su firme vo-
luntad'? t\in duda que no, purque otra vez, cuando hu-
biese adquirido Ulla nooión exacta del alcmlCe de su es-
copeta yelel efecto de Eim: lUstink'l.S cargas, seguramente
!lO hubiera errado el golpe.
IJebe, pues, apreoiarse cun diverso 0f'iterio I[t iguo-
ranüla del niño v del aclulto en esta materia de 1[\,8 tell~
t;¡,tivas insuficiel{tes, pero puede darse una regla gcm.1['o.!
que evite el error y e1:l la siguionte: en lugar de eX~;\ll¡i­
l1.at' la sUfioiencia ó aptitud de 108 medios, debe exallli-
narse la del n.gente. Poco importa el peligro qUl..l lmZC,t
elel hecho. lo que intoresa es el significad u dul 1ll..wIHI
rnisr:no cuando no 8e examina aislad::\mente, siuo en l'íJ-
IaCión oon su autor, el medio inadecuado ptH.KII:l indmh\ ...
blementc en muchos oasos demostrar la V01Ull~t\d impo-
tente del autor, tendr4 su importanQia.· como un argu-
mento (iue debe aprocíal'se, no como una c{JDdidón de
C08as que excluya detlde luego la, puníbilidacl, privando
al hecho de ca.racteres criminales.
Definidos de este modo los límites de Jo que lIama-
IlOS tentativa de dplito, la cuestión de su punibilidad
~Itled(t fáoilmente resueltl.\.
Para nosotros el:! punible el acto exterior en cuanto
revela la. oriminalidt\.d del agente, y la pena no es IIlás
que el medio de cle~val1ecer el peligro que nace del agen-
te mismo.
Es, pues, evidente que si el peligro inuioa.do por la
tentatiya es el mismo qulO el qUl~ nace uel delito consu-
mado, no hay razón para emplear un medio represivo di-
ferente.
Toda la cuestión queda, puef:!, reduoida á los siguien-
tes términos: ¿el peligt'O que revela la tentativa eB el
mismo <-fue revela el dehto consumado? 'Tonemos que
l'ecordi.\l' aquí algunas di!:)tinúÍones que hacen 10::; cIó.si-
006. El ittJJ' cl'imin,is puede ser más ó menos hu'go} los
actu8 necesarios para. recorrerlo rná8 ó menos numero-,
Q06; el autor puede verse detenido por un obstáculo im-
previsto antes de haber hecho todo lo necesario para
conBeguir su objeto; ó puede aparecer el obstáculo ouan-
do ya no le quedase nada que hacer, de modo que el
delito 8e hallase s'uhjeti1Jamente c07¿:i1w¡¡,ado J pero siendo
sus efectoE! frul:3trados.
I:!;sta segunda figura .• la del delito j1'1~St1"(,do, lleva (;OIl-
sIgo un peligro social idéntioo al del cIelito consumado,
po~que no vabe duda alguna acerca de la perseverancia
del pl'OpÓlilitO oriminal habiéndose reali~ado todos los
autos ele ejecuoión. «La resolución criminal se ha des-
arrollado por completo. No ha habido desistimiento ni
posibilidad de arrepentirse antes del heoho ... Si el delito
no se realiza es por una oirounstanoia que está por enoi-
ma de la pl'evisión humana por ser oaso fortuito. ¿Exis-
te el derecho de aprovecharse del oaso f'ortqito? No,
como no exiete 11;1, obligaoión de responder de un daño
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JUnIS1'AS 377
causado por accidente, sobre todo cuando no $e ha :sido
oausa del accidente)} (1).
¿Qué motivo induce, pues, á rnuchos defensores de la
doctrina subjetiva y al mismo autor eh:! las palabras que
acabamo~ cl~~ cita.r, ú scstener la menor punibilidad del
delito frustrado?
Según Rossi, por UIla parte no es posible olvítlar la
distinción tan natural para el e~píritu human,o, entre el
1lla,1 reparable y el irreparable, y la tendenci<\ de nuestro
espíritu á juzgar de la importancia de los hechos pOi' sus
l'esulté\dos; por otra. parte, la consideraoión del placer
ilíoito que produce el delito .. debe influir' en nuestros
8f>ntimientos respecto a.l delito fi'ustrado y al consuma-
do: pOI't¡ue la. expiación debe ser menos severo. cuanelo
no 8e 1m aloanzado el placer esperado.
Esta ide.:t de la expiación está fuera de nuo~tnt teo-
ría) pero no pademof:¡ menos de observar que consum,n'
un cIelito no significa Fjiempre obtener el fin deseado,
como snceue, por ejemplo, en. el caso de ser cogido in
fj'a,r¡untí el autor de un delito de robo} y en 108 que el
delito no es rrJás que un medio, UDa cosa es poder perpo-
tl',W el delito y otra obtener el fruto, y la idea de HU8Si
nos llevaría á la nueva distinción de delitos conSurtUla/J,f,'
con el (ln no cunscgtbido.
En ouanto á la diversa importancia que nuestro espí-
ritu ooncede á los heohos c0l1SUmad08 y á los frustrados,
~c refiere al mayor dolor que naoe del 11.10.1 quo sufl'imOH
() pOI' ~lmpatía del que ~ufl'l;l nuestro prójimo, mientras
que en el oaso de un suceso frustrado, á las <lIlg'u!'liw,
del peligro sucede el placer" de vernos libreB do él.

Dscir di pona
é diletto fra llQi.

LEOPAHlH,

(1) Rossi, ob. cit. lib. TI, cap. XXXIII,


1378 ORIMINOLOGÍA

¿Pero la importancia que nuestro espídtu da á ese


heüho, puede variar cuando se aprecia oon arroglo al
peligro que nace del autor de un delito consumado ó del
autor de un delito frustrado por una circunstancia for-
tuita?
El temor del peligro no puede desvanecerse sino
cuando la circunstancia era tan fáoil de prever que eIlu
lODisma demuestra la incapacidad del reo, su imjJotencÍfl
para ser un 1)(J]'dadero delincuente. Ko basta decir como
Nicolini:
<.::Cuando se estudian detenidamente las circunstan-
cias de un hecho, se ve siempre que no ha oCUl'rido
porque los medios elegidos no habían sido bien excogi-
tados, porque el lugar y el tiempo no habían sido bien
designados, ó porque el ánimo no er'a bastante decidido,
ni la mano suficientemente segura)).
Hay que averiguar si estos erl'ores, si esta falta de
energía alcanzan los límites de la temibiUdad; en una pa-
labra, si el individuo tiene las condiciones ele delincuente,
ó si, queriendo serlo, carece de las aptitudes morales y
físicas necesarias para representar este odioso papel en
el teatl'o del mundo. Demuestra qLle es capaz de repre-
f:lcntar esto papel quien llega hasta el último acto de ejeClt-
cüJn, usando medios que con ra:ón podí~ considerar ctcleC/ta-
dos y cuando la circunstancia independiente de su 'l'oZuntad
que impidió el hecho esperado por él, no podía pl'('versc
fácilmente.
No me detendré acerca de este punto porque si el que
me ha seguido hasta aquí acepta mis principios, debe
aceptar la consecuemaa lógica de que el delito fr~lst}'(¿~
do y el co'itswmado deben oastigarse de un modo idén-
tico.
No puedo aceptar la idea de Tarde que, después de
declarar que no se preocupa de la petite logigt&B des juris-
tes, ·a;segura que es mayor el peligro sooial cuando se ha
consumado el delito, porque en ese caso se une á los
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SIl:GÚN LOS JUmS'rAS 379

demás elementos, el ejemplo oriminal que debe repri-


mirse (1).
No sé por qué un robo acompañado de un homicidio
frustrado pueda desanimar la grey de los malhechores,
si los que oometieron el delito lograron alcanzar su fin
prinoipal, que era el de deslJojar á su víotima, ni por qué
sería menor el ~jemplo oriminal si aquélla pudo sobrevi-
vir á los golpes ó á las heridas, ó si se salvó milagrosa-
mente. ¿Será tal vez porque en algunos casos puede con-
tribuir esto á qne se descubra el reo? Pero esto no será
más que una enSeñanza para otros asesinos que apren-
derán á obrar oon más precaución y á dar un golpe más
oertero evitando los errores de sus predecesores) de
modo que en lugar ele renunciar á su oficio lo perfeocio-
narán.
Pero Tarde conviene que no es esta la verdadera
razón por la que no puede aoeptarse la identidad de re-
presión para el delito frustrado y el consumado que so!=>-
tengo y que han $,ceptaclo algunas legi31aciones. La ver-
dadera razón que él expone es muy semejante á la de
Ro~si, y es «el sentimiento inconsciente que todos tene-
mos de la mayor importancia que en los hechos sociales
debe darse á lo aooidental v fortuito»). Estamos acostum-
brados á convenir que «nada perteneoe á un homLre de
una manera tan legítima) como su buena 6 mala euerto
(8a chance bonne ou mauvaise ...) Cuando el autor do un
asesinato frustrado por un suceso imprevisto comparece
ante el tribunal, parece á todos que no sólo para su
víctima, sino para él) fué una buena fortuna el hecho
imprevisto de que se apagara la mecha encendida por
su mano para hacer estallar la dinamita al paso del
tren~.
No parece, sin embargo, que este autor Justifique se-

(1) . Tarde, PQsiUvis'Jno 1/ ptmau.aad on.106 (J/I'Q7¡tIlOB 1/41 ~1Pt'qpolo­


gt.CJ ¡¡rfmmaZ, páginas 3.5"37. ~.romo lI, niJ.¡:p.. 7.l?q:W;s~,~~h:4'iAl.'(..
CRIMINOLOGíA

m\..~jante sentimiento popular. «Aun cuando la criminali-


dad de este reo no podría ser mayor si hubiese realizado
su propósito, su buena fortuna es en la opinión común
una propiedad indiscutible. Se siente 'oaga'llzente por cau-
sa de una especie de simetría constante, aunque incons-
ciente y no jttst(licable, pero tal que no puede abolirse
que el negarle aquella propiedad llevaría lógicamente
á negar otras much~'8 clases ele propiedad. j Tal rel- sea,
esto abslmlo, pero lo il'raciOllat tiene tan profundas raíoes
en la esencia de nuestra razón!
No cabe duda; esta manera de raciocinar triunfará
mientras los jueces crimir.alistas sean jueces popula-
res (1), pero ¿es acaso justo que un sistema l'epresi-
vo que tiene por objeto la defensa social se fundo en
un sentimiento que su mismo sostenedor oalifica ele
injustificable, i'1'7'Ctcionrtl y (tosll1'do:} Se nos dice: « el Jura-
do será siempre indulgente con el autor de un robo
no consumado ó de un homicidio frustrado». No lo
duelo, pero ¿qué idea debe engendrar este heoho en
quien S0 halle üonvencido de su certeza? Si esa ten-
dencia del Jurado es irracional, absurda y nociva, no
debe acomodarse ]a ley á ella, sino estudiar el modo
de obtener un juicio racional; dC$tiérrense los jueces
populares, créense magistrados suficientemente ilustra-
dos para apreciar la perversidad elel reo y calcular el
peligro que pueden producir, impóngaseles que sean lógi-
cos, que adopten el 'medio más adecuado para impe-
dir el mal que prevean, y entonces S0 verá si soh indul-
gentes con el ladrón ó el asesino que por una oircuns-
tancia imprevi:;¡ta no pudo consumar su delito.
Esta es la razón de que no val'Íe un tilde á mis con-
clusiones; la teorÍét positivista debe deolarar que «el deli~

(1) ~o siempre; en Enero de 18110 él Tribunal de Ássises de la


Meuse, condenó á muerte al reo Pillot, de diecinueve anos, que
intelltó matar á palos á una' ullcianp. lies]lués de haberla. robado.
CRíTICA DEL SISTE:dA PENAL SEGÚN LOS JUaISTA.S 381
tO frustrado no puede considerarse de manera distinta
que el consumado, cuando sea idéntica la temiOilidcul del
reo}) .
A esto punto debe dirigirse la investigación; lo ,que
se debe averiguar os si el reo es un verdadero delincuen-
te, ó si aun cuando revele intenciones malévolas carece
de la <1ptituu necesaria para ejecutarlas; en el delito
frustrado debe tan sólo examinaese si el modo de obrar
del delincuente revela S'l..l completa inoapacidad, sean ó no
adecuados por su naturaleza los medios adoptados para
delinquir, como hemos demostrado en las páginas que
preceden.
Mayores dudas se nos ofrecen cuando se trata de una
tentativa en la que el autor tropieza con el obstáculo im-
previsto antes de poder ejecutar lo que produce el hc~
cho, cuando en otra forma sólo se recorrió en parte el
ite?' c'l'iminis.
Se dice hoy que no es exacta la opinión de Cuyaciu
de que en el derecho romano la tentativa estaba equipa-
ra.da al delito, oonsiderado en cuanto á la pena, sin em-
bargo, no sé oómo puede parecer dudosa }(:I, frase: Eadem
sBveritate 'vol1,tntatem sceleris gua qtfectum pU?lú'i i1wa vo-
lU6?'1tnt (1), comparada con esta otra: in malcjlciis 'IJoli'll-
tatem spectato1', non exit168 (2). La generalidad de la regla
estaba tal vez limitada pOI:' otras consideraciones; peru
su existencia me parece evidente.
Es cierto que una gl'an naoión moderna no ha t'epug-
nado consignar el principio de la idéntioa punibilidad de
toda tentativa y del delito consumado (Art. 11 del Códi!Jo
Penal francés).
Casi todos los esóritores han censurado duramen,te
este que llaman error, con diferentes argumentos que no

(1) Libro V, Codo ~a lego Ju~. Mujest.


(2) Libro XIV, D. aa lego Oom. ,le Sic.
382 CRIMINOLOGíA

necesitarnos 1'8t:>umir; pn.ra nosotros la 01.testión es siem-


pre la misma, ¿es el peligro idéntico?
Si la respuesta, en el caso de no oótener el e;fecto (de-
lito frustrado;, no puede dejar de ser categórioalUentc
afirmativa, es, en cambio, necesario hacer una distinción
cuando se trata de la tentativa, ó sea de un delito subje-
tiva JI vbjetivamente im'¡'Jerfecto.
En este caso no se tiene siempre la certidumbre de que
el agente hubiera de perseverar hasta el fin en su propósi-
to criminal; la distancia á que se encuentra ch~ las últimas
fases de la ejecución puede dejar oampo abierto á 1<1 hipó-
tesis del desistimiento voluntario, que el horror al delito
ó el temor á sus consecuencias hubieran podido deterlYü-
nar, aun cuando no hubiera desaparecido el obstáculo.
Pero en tales casos, en los que fuera de ¡J?'8S1Vfid?' el de-
sishmiento voluntario ¿no sería injusto castigat' la ten-
tativa con una pena, cualquiera que fuese? Desapare-
ciendo la certeza 6 la probabilidad de que el reo persc-
\,orl),8e hasta el fin en sus malos propósitos, no resta
ningún elemento ele prueba del peligro que pueda ocasio·
nar, y no se nos diga que lo es la parte ya realizada del
delito, por que, ó esta parte es ya un delito, yen tal caso
es penable por sí misma, ó no tiene más valor ti ue el de
un indicio ele la JJ1'ooabilidad del doUto.
No Oftben, pues, más que dos hipótesis: ó la, pl'obabi~
lidad del delito es tan grande que no puede duda.l's8 ra-
cionalmente de que se hubiera realizado, de no haber
sido interrumpida la acción por una fueeza externa, ó hay
una gran probabilidad contraria, que es la del desisti-
miento voluntario antes del último acto necesario para la
consumación; en el primer oaso existe un jJeti(/?'o idéntico
al del delito consumado ó al frustrado; en el segundo
caso hay un peligro do,doso y no existe derecho social de
represión. '
No hay que oonfundir lo il,'equivooo de la .acción 0011
la c8?'tidumb7'8 del peZi!l1·O.
CRíTICA DEL SIS1'EMA PENAl, SEGÚN LOS JURIS'l'AS 383

Si la. acción es aún equivoca, no puede hablarse de


tentativa, aun cuando se trate de la acción no conside-
rada en sí misma, sino aun en relación con el agente,
como he dicho antes al hablar de los actos preparato-
rios; pero si la acción es imqltivoca, la tentativa, aun
cuando exista, no puede ser punible para nosotros, si no
se tiene el convencimiento de que el autur habría perse-
verado hasta el fin.
Se nos argüirá} sin dudn., lIlle esta teoría llevaría la
legislación á un punto en que serín. difícil determinar
la punibilidad y colocaría á los jueces on una continua
dudo..
~o creo irnposible, sin embargo, tl'azar pOL' mecHo de
reglas amplias y sencilla):! una vía fúcil ¡Je seguir por
jueces inteligentes.
Cuando se l'8üonuzca que el autor es un delincuente
hnbitual, que carece dc los frenos del amor propio, del
temor de la opinión pública y del de la pena, 6 un delin-
cuente feroz, privado de todo sentimiento de altruismo
é impulsado al delito por !:lUS brutales é invencibles pa-
siones, puede decir:::;e, en cuanto puede ser cierta una
cosa humana, qt¡e el autor no habría desistido volunta-
riamente, y, por 10 tanto) el peligro existe como si qc
hubiera cometido el delito.
Si, pat' el contrario, se ve que el autor eA un homJJl\'
cuyo sentido moral ha sufrido un repentino edip::;c, pm'
efecto de una influenoia exterior, nueva y de l'cpl'oduc-
ción difioil, en tal oaso existe una gran probabilidad de
que al llegar á cierto punto, la rcsii:\tcncia. de los buenos
inetintos le hubi01'a hecho retr'occdel', ó de que después
ele la ejecución y antes que se descubrieso le habrían
obligado, caso de ser posible, á reparar el mal.
. Sí se considera el gran númerO de demos que no ad-
lUIten la hipótesis de la tentatiya como los que se reali-
zan en un 8010 acto, llamados técnio~mente formales)
como la calumnia. la injuria, el falso· t®stimonio, las
l384

amenazas, y los involuntario!:) y 105 ¡;rctu ¿1I(enciuJI.ltlcs, se


verá de cuán fácil aplioación :::ion nuestras reglas á los
demús delitos (.!ue quedan reduoidos, principalmente 6,
algunos de los que las leyes agrupan en las clases de de-
litos contra las personas y contra la propiedad.
La prueba podrá ser en m1.lOhos casos difícil, pero á
este propósito . pueden repetirse las palabras de uno de
los astros mavores de la escuela clásica: una cosa es de-
~

cir que sea difícil de pl'oLar una condición jurídica de-


terminada, y otra cosa que repugne ú la oionoia (C<~­
rrara.)
La consecuencia lógioa de nuestroí:j principiOS es que,
ó la tentativa ibO es j)u;zible en (t/)soluto, ó deLe ser punible
como el delito consunl(i,do.
Tal vez era esta la doctrina del Derecho romano, y
así podrían explioarse muchas oontradicciones, incon-
ciliahles para quien orea que aqueHus leyes consignarun
reglas uniformes en lo relatjvo á la tentativa.
rIn solo heoho prepara.torio inequívoco podía ser cas-
tigado con pena capital, según la ley Cornelia: Q'ui fu.?'ti
.!2lcielldi causa CUf'Il, telo amlJ1~la?)eTit.-Q1ti Í?b atien'wllb CO(}-
nacltlwm se dh'i!/lmt fU1'ttndi animo.·-Is qui mtrn telo [lmv1l-
lee te?'it ltominis necaruli causa. - Q'ui, cwm vello? occiderc id
casu aliqw) }Jllrpet¡'(J,}'e nOJ¡, ]lotuerit, ut /¡,omicúla l:nmietul' ,-
Qui ernit 'vemmum ut patri da?'et, ql~amvi8 non jlotWJrit a(M'e.
Es evidente que en más de uno de estos ejemplos el
reo estaba lejos del último acto de e:jecución; pero la se~
riedad de su propósito y su aptitud para realizarlo se
manifestaban con señales tan oiertas) que se podía tener
la ounvicción de que se hubi0pa realizado el d~lito, de no
haberlo impedtdo una fueL'za superior.
Nada de esto se opone en 10 más mínimo al pdnoipio:
«Cogitationes poenam 'l/emo patitwl'.» Porque una cosa dife-
rente de la cogitatio, es ir armado con la intenoión deter-
minada del hurto ó del homicidio.
Heconocida esta Rptitud y ]a intención decidida en
CRÍTICA DEL SISTEMA PENAL SEGD'N LOS JURISTAS 385
condiciones que no fuera posible admitir la probabilidad
del desistimiento voluntario, no se distinguía entre la
ejecución direota (tentativa) y la indirecta (acto prepara-
torio), ni se cambiaba la pena porque el hecho no se hu-
biese pOdido realizar por un accidente. «Pa'ti SO'l'tc leges
scel1t8 quam 8celeris ¡mninnt 'voluntMem».
Podemos preguntar: ¿ha sido un verdadero progreso
la doctrina objetiva de la tentativa, que distinguiendo los
períodos de la acción criminal ha proporcionado á estas
diferentes entidades jurídioas la punibi1idad, á medida de
la mayol' Ó menor distancia á que se encuentren de la
meta'? Lo dudo, y crea que también en esto el progreso
jurídico oe hu, realizado en detrimento del objeto final de
la. ciencia, la defensa de la sociedad oontra el delito.
Sólo nos queda dirigir una rápida ojeada h las demás
teorías generales del dO!'8ChQ penal, la compZf.ciitait, las
oirounstanoias agravantes y atenuantes, la reincidenoia,
la prescripción de los delitos y de 1M penas y la reitet'a-
ción de los delitos.
En la teoría de la oomplicidad se ha alc,:mzado un
verdadero progreso con la doctrina de que no se comu-
nican las circunstanoias personales y las matoriales de
que el cómplice no tuviese oonocimiento; pero ¿por qué
no se ha extendido también eE:lte mismo principio al gé-
nero de ll;i pena? ¿Por qué debe ser común la represión
(!,onveniente al que po>ga un asesinato movido por los ce-
los ó por la venganza y la que conviene al ejecutor que
ha sido movido por la codioia? ¿Qué pueden tener de 00-
mún el tratamiento que necesita el ladrón de ofioio y el
que debe imponel'se á su oómplioe, que roba por prime~
ra vez y que ha sido por aquél inducido al delito?
En la materia dol mandato, la escuela declara casi
universalmente qUe no es punible aun cuando haya sido
aceptado, si no ha tenido lugar algún prinoipio de eje-
ouoión ó cuando el mandatario desiste voluntariamente,
y Se ha censurado duI'ameqte el Código sardo por haber
~i5
::l86 CRIlIHNOJ,OGíA

declarado (Art. 99) que, sr el mandatario no hubiese 00-


menz9.do la ejeouoión, el mandante debía ser castigado
com!) reo de tentativa, y la censura se fundaba en la fal-
ta del elemento de heoho.
«No hay razonamiento que pueda convencer de que
lo que no ha tenido siquiera oomienzo exista, y sería tan
inicuo como ridículo declarar á un hombre oulpable de
un delito que no ha existido» (1).
Pero pudiera preguntarse si no existe en todo caso un
acto preparatorio y si no se admite universalmente que,
aun por exoepoión, deben ser punibles algunos aotos
preparatorios; el autor responde afirmativamente y ad-
mite la punibilidad del heoho del macdato por sí mismo,
no ya como un delito que ni siquiera habia comenzado.
El nuevo Código italiano, el alemán y algunos otros
no hablan del mandato que no ha sido ejeoutado.
Entiendo que á esta hipótesis son aplica.bles las reglas
que hemos dado al hablar de la tentativa oon medios in-
sufiúientes. El medio insufioiente es el mandatario que
habiendo debido obrar no lo ha hecho; el pl'incipio de
ejecuoión es haberse dado el enoargo aoeptado. En este
caso será l'egla de punibilídaclla consideración de la se~
riedad del mandante y de la elección que haya hecho del
asesino; si las oirountanoias eran tales que pudiera creer·
se que éste no hubiera dejado de intentar el golpe} el
mandante es ya reo de delito frustrado porque lo ha con~
sumado subjetivamente; que la tentativa no haya tenido
éxito ó que ni siquiera haya comenzado, es independien-
te de su voluntad, es una oircunstancia fortuita de que
no debe aprovecharse; ¿pues qué, la acción ó la omisión
de otro hombre puede haoerme oulpable ó inooente? Mi
oulpabilidad ¿no puede definirse por obra exclusiva de
mis hechos? Y cuando yo no tengo nada que haoer para
que un delito se realice ¿mis hechos pueden serlo todo ó

(1) Rossi, obra cit., lib. TI, cap. XXXVI.


CRíTICA DEL SISTElIA FENAL !3EGÚN LOS JURISTAS 381

pueden no ser nada oon arreglo á lo que otro haya deci-


di do sin mi noticin.?
También en este caso el principio de la temibitidad es
el únioo que ofrece una solución plausible.
El encargo de cometer un asesinato dado á un bandi-
do, el de una venganza encomendada á un baratero cuando
la operación sea fácil y poco arriesgada, cuando se haya
prometido 10 que haya exigido el mandatario, bastan
para probar el peligro del mandante; si por el contrario
se confía una misión de esta clase á una persona tímida
é inexperta ó á un hombre que, aun no siendo honrado,
no ha manchado aún sus manos con sangre, ó si la eje-
cución era difíoil y el precio ofreoido no podía alentar el
delito ó se podía dudar de la promesa, el mandante no
puede oonsiderarse como un delincuente serio, no es te-
mible, sólo tiene una veleidad de delinquir.
En el primer casa puede decirse que ha 'tenido luga,r
una tentativa punible, en el segundo, un hecho que no
revela ningún peligro y que no debe provocar la reacción
social.
El tema de las circunstancias atenuantes yagravan-
tes sería de gran interés, pero no es neoesario hablar de
ellas separadamente, porque lo que he dicho á propósito
de la responsabilidad demuestra la diferencia inconci-
liable entre los principios de la teoría que expongo y los
que informan la legislación; baste decir que la teoría do-
minante, al contrario de 10 que defendía Romagnosi, tiene
la tendendenoia de variar la punibilidad en razón inver-
sa de la fuerza del impulso, de manera que cuanto ésta
es mayor, menor debe ser el castigo, y vioeversa, lo que
contradice abiertamente el fin de la defensa social, es-
tando en cambio de acuerdo con el prinoipio de la res-
ponsabilidad moral y demuestra una vez más la incom-
patibilidad de estos dos criterios.
Pero si sustituye á éstos el oriterio de la idoneidad
del reo, mUGhas oirountancias que hoy se oonsideran
388 CRIMI~OLOGíA

como agravantes ó atenuantes vendrán á ser) ó en abso-


luto indiferentes, ó tales que exijt\n un medio represivo
completamente distinto, sin tener en cuenta la benigni-
dad ó el rigo!', palabras que deben desaparecer del lcn-
guaje de los orimina1ista~ porque tales consideraciones
son en absoluto extrañas á la razón y al fin de b función
social repref::liva.
En las páginas que sigl1en tendremos ocasión de vol-
ver sobre este punto, y entonces h::trernos la critica de
algunas de las principales oircunstancias cualificativas de
los delitos que agravan la pena) y de algunas de las cir-
cunstancias que de ordinario se consideran como ate-
nuantes.
La preocupación de la defensa social prevalece en-
tre los criminalistas cuando se trata de la reincidencia,
pero no cuando se trata del concurso de delitos cometi-
dos antes de una condena. En el primer caso se olvida
que la 00rrupción y la costumbre son los estímulos más
eficaces para 1<.1s malas acoiones, se oastiga más fuerte-
mento porque el reo había sido adve'rticlo con una prime-
ra condena y por consiguiente su perseverancia en el 'fi/,(tl es
mucho más culpable, ¡como si hubiera de imputarse al
reo la ineficacia del medio adoptado por la sooiedad para
regenerarlo! ¡Como si el enfermo fuera oulpable de la
inefioacia de la medioina no indicada ó de mala cali-
dad! En el segundo caso se está inolinado á la indulgen-
oia porque se dioe con gravedad humorística que el
1'eo no J¿a p1'obado aún los rigores de la Justicia y que por
cOJlsiguiente' su reiterada desobedieneza es menos culpable.
Estos son criterios aceptables, todo lo más, para
que una madre de famiJia los adopte al oorregir á sus
hijos ó un maestro al castigar á sus discípulos, pero que
provooan una sonrisa cuando se transportan al campO
de la criminalidad natural.
El autor de varios homicidios, cada uno de los cua-
les es punible con una pena temporal, no podrá nunca
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 888

ser castigado con una perpetua, el de un número infinito


de fraudes y estafas no podrá condenarse más que á po-
cos años de prisión. La prohibición de cambiar la natu-
raleza de la pena en consideraoión al número de los de~
litos es absoluta, en una palabra, el delincuente habitual
no debe tratarse de una manera diferente que el noví-
cio; ¡he aquÍ la gran enseñanza de la doctrina clásica!
No tengo tiempo de analizar los distintos sistemas
legislativos relativos al concurso de los delitos; unos
establecen una pena más grave, otros el cúmulo de las
penas correspondientes á cada uno de los delitos, pero
estos sistemas difieren más en la apariencia que en la
práctica, porque la agravación y la acumulaoión están
siempre limitadas y se prohibe exceder) si no es en poco,
el máximum de la pena, de donde se sigue que el autor
de muchos delitos se ve castigado ligeramente por cacta
uno de ellos, precisamente porque son muchos.
¡Cuán grande es el aouerdo de esta teoría de la es-
cuela clásica, que funda el origen de la penalidad en el
dailo causado!
Nuestros principios nos llevan á muy diferentes con-
clusiones. Creemos que pueda considerarse á veces
más sanguinario y reputarse como más peligroso el au-
tor de dos ó tres homicidios impremeditados que el de
uno solo premeditado, y no vemos por qué el primero
ha de ser condenado siempre á una pena temporal, y el
segundo siempre á una pena perpetua, y de la misma
manera pensamos que un antiguo ladrón y estafador
que no haya sido nunca penado, debe suponerse inco-
rregible, y, que por consig1.liente, es imposible someter-
lo á una leve prisión. aDe qué otro dato, s1 no es del
número de los delitos, puede obtenerse el conooimiento
de la costurnbre~ Probada ésta, los medios que han de
adoptarse son los indicados para los delincuentes habi-
tuales; é importa·pooo la existencia de una oondena pre.:.
cedente.
390 ORlMl~OLOGÍA

Pero las teorías jurídicas, y esto es lo más extraño,


reconociendo la necesidad de agravar la pena á los rein-
cidentes, exigen que tampoco para éstos varíe el géne-
ro de pena. «La reinoidencia, dice un ilustre escritor,
no puede autorizar al legislador á imponer una pena
aflictiva en lugar de una correccional ó una perpetua,
en vez de una temporal y mucho menos á imponer la
pena capital). Y la razón es que la reincidencia no oam-
bta (da criminalidad del hec7w (1). Es siempre el mismo
orden de ideas inconciliable con el nuestro; á nosotros
lo que nos importa es averiguar si la reincidencia al-
tera la oriminalidad, no ya dellteclw, sino deZ auto?..
En los tiempos antiguos y durante toda la Edad Me-
dia prevaleció esta última consideraoión aunque el ori-
terio de elIa fuese inseguro; la segunda reinoülencia, aun
en delitos leves, podía dar lugar á gravísimas condenas,
«Si tamen 1'eite'l'atU'l' te?·tia vice, potest, ,NO tJ'ibl¿S jitrtis,
q1tam'lJÍ8 minimis poena mortis imponÍ» (2). Así se escribía
en Roma en el año ele 1600. Los edictos de Enrique VIII y
de Isabel ele Inglaterra imponían la pena de muerte á los
reincidentes en el delito de vagancia; hasta 1832, en
Franuia el autor reincidente de un delito penado oon
pena perpetua, debía ser condenado á muerte (3). EIOó-
digo sardo derogado en 1889 admitía la imposición de
una pena afliotiva por otra, y la de los trabajos forzados
perpetuos en lugar de los temporales, prohibiendo sólo
que en lugar ele aquéllos se pudiese imponer la pena de
muerte. También se excluían de esta regla las penas lla-
madas oorreccionales, en las cuales su aumentaba la

(1) Hans, principiQs, etc., cap. ID, 624.


(2) Farihaci, Pral]. et TMo'. crim. Quaeijtio XXIII.
(3) Aun está vigente la disposici6n de la ley de 28 de Abril
de 1832, que en su arto 56 establece que ,sea condenado 'á muerte
el condenado á cadena perpetua que hubies,.e com.etido un nueV'o
delito penado también con pena perpetua.
caí'rICA DEL SIStEMA PENAL SEGÚN LOS JtlH.IS'l'AS 391

pena en la misma clase superando el má.Jiim1lm siempre


que no excediese d~l doble.
Estas leyes parecieron demasi[\do duras á los refor-
madores. El Código penal germánico no se ocupa de la
reincidencia (1), abandonando á 108 j ueGes su apreciación,
y el nuevo Código italiano, que la cOllserva, limita en
gran manera su extensión y efectof:l penales.
En este último Código, la reincidencia genérica ó im-
propia no produce más efecto 'que impedir la aplicadón
del mínimum de la pena, y no debe apreoiarse si desde
el día en que be extinguió la primera pena ha transcurri-
do un tiempo determinado.
La razón por la cual se trata de uno, manera tan dul-
ce la reincidencia impl'opia es la mayor perversidad de
los que, volviendo á caer en el mismo delito, demuestran
esta.r dominados por la misma mala pasión ú que antes
ubedecieron, y en esto también consisto el mayor peligro
ele la sociedad) que se combate con el aumento de la re-
presión; por consiguiente, la reinciuenoia que merece tal
numbre y la que justifica solarnente el aumento de la
pena es la específica (2).
Yo creo imposible decidir de una ma.nera abstracta y
po!' medio de una regla gelleta1 si demuestra mayor per-
versidad la reincidencia propia que la impropia; en unos
caeos puede ser cierto lo que t3e dice en el fragmento
más arriba transcrito, en otros puede ser cierto lo con-
trariQ, y por consiguiente la misma duda debe existir
para apreciar la temibilidad, pero hay sin duda casos en
que ésta alcanza su mayor intensidad, como cuando á la
carencia del instinto de probidad se une la del de piedad.
Entonoes puede deoirse que el sentimiento altruísta

(1) Exoepto la espeoífioa de los hurtos, la oual se oonsidera


muy seriamente. v. 254.
(2) Diotamen sobre el ,proyeoto del ministro Manoini, pág. 223.
Roma, 1877.
392 ORIlIUNOLQGÍA

es completamente nulo porque faltan los dos elementof:l


principales que 10 constituyen, así sucede cuando 01 1a-
drón de oficio se hace asesino, y sin embargo, si el im-
pulso de este segundo delito no fué la codicia sino la li-
viandad, por ejemplo, no habría reincidencia según 1<1
nueva teoría.
La reincidencia, ya sea propia ó específica, ya impro-
pia, es para nOBoteos uno de los elementos más precio-
sos en la clasificación ele los tipos de delincuentes en que
se funda nuestro sistema de penalidad; por eso damos á
esta circunstancia un valor mucho mayor del que le con-
ceden los jurisconsultos y los magistrados, y no nos
preocupa el hecho de que el primer delito haya sido C[l,S-
tigado con una pena muy leve.
En cambio, todos los códigos penales no aprecian la
reincidencia sino cuando el penado ha sufrido una. pena
de cierta importancia, tres meses de prisión, según unos,
un año, según otros.
Este es un grave error, porque, como escribe Peins:
«la repetición de pequeños delitos es ordinariamente el
caráoter de la reincidencia en el sentido social... E11e-
gislador y el magi8tr'aclo se muestran indulgentes justa-
mente cuando debieran ser más duros ... á la reiteración
de los pequeños delitos solo oponen la reiteración de pe-
nas leves» (1).
No se cómo sea posible no hacerme cargo de la poca
lógica que existe en castigar la reinoidencia siempre con
penas del mismo género.
La prueba más decisiva de que el medio adoptado no
alcanzó el objeto que se proponía es la repetioión del
delito. Me explicaría en ciertos casos que se hiciese otro
experimento del mismo género, aumentando grande-
mente la dosis del remedio, pero ¿qué se diría de un mé~

(1) FRINS, Orimf.n"lia",~ y -rep?'esió1l, págs. 110-111. Bruse--


las, 1886.
CRíTICA DEL SIB'rEl'tIA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 393

dico que, á pesar de una tercera recaída, se obstinase en


usar el mismo método ter'apéutico en una enfermedad
para la cual ofrece la ciencia otros remedios?
y finalmente, ¿cómo puede justificarse desde el pun-
to de vista de la psicología y de la antropología criminal
el e8tableoer un término, pasado el cual el primer delito
no tiene ningún valor, y la reincidencia existente en rea-
lidad deba de declararse inexistente por disposición de
la ley?
Sea cual fuere, escribía Mancini, el fundamento racio':"
nal que se dé á la reincidencia, es evidente que éste falta,
ó al menos pierde gran parte de su fuerza, siempre que
la vida honrada llevada por largos aliOs desde que se
extinguió la primera pena, demuestra que los padeci-
mientos de la represión ordinaria fueron eficaces; por
otra parte, no se advierte en aBa hipótesis la pertinacia
en el mal que denota en el delinouente mayor dolo y lo
hace más peligroso para la sociedad (1).
Con este sistema la ley premia la bondad que ha te-
nido el malhechor de no delinquir durante oinco ó diez
años, ó su habilidad para mantenerse oculto, y corres-
pondiendo dignamente á la generosidad del malvado,
deja de apreciar cuando, trata de aplioar el remedio opor-
tuno, el elemento del delito que encuentra en la vida
anterior del 1'80, y que examinada á la par que el nueva-
mente cometido, pudiera contribuir á hacer una previ-
sión más exacta del porvenir.
Este raciocinio desoansa sobre una de las aoostum-
bradas ficciones legales, cual es la de que solamente 8e
han cometido los delitos desoubiertos y juzgados y que
han sido objeto de oondena, (mando en realidad repl'e-
sentan una parte muy exigua de los que se oometen.
¿Quién sabe ouántos engaños habrá cometido un es-

(1) Dictamen citado al proyecto de q6digo italiano, pági-


na 327.
394 ORIMINOLOGíA

tafador reincidente cuya reincidencia legal no podrá apre


ciarse sólo porque desde su prim~r estafa descubierta}
juzgada y penada, hasta la última han transcurrido cinco
añof3? (1). ¿Quién sabe cuántos atentados t'rustl'u,clos ó no
denunciados habrá cometido el reo de amenazas oonde-
nado diez años antes por el delito de homioidio'?
Pero aun admitiendo la hipótesis de la vida honrada
en 01 intervalo de una á otra condena, la reproduoción
después de tantos años de los impulsos oriminales, ¿no
es una prueba de lo oontrario de lo que afirmaba lV!ancitü,
es decir, una prueba de la tenaoidad de los impulsos no
frecuentes en sus manifestaciones, pero prontos á reapa-
recer en la primera ocasión favorable'? ¿No existe una
razón poderosa para pensar que no pueden desarraigarse
las malas tendenci<.1s al verlas reaparecer ;cuanclo se
hubieran creído desterradas para siempre, y que el de-
lincuente no es <.le aquéllos en los cuales una influencia
externa ha prevalecido por acaso sobre los buenos ins-
tintos, Aino por el contrario de aquéllos sobre cuya en-
mienda no puede contarse porque carecen de freno
moral?
No necesito decir más puesto que la reincidencia
en todo delito natural tiene en mi sistema una impor-
tancia dernasiado manifiesta para que pueda olvidarse en
ningún caso. Es una de las señales más seguras para
revelar al delincuente instintivo é incorregible, pero no
siendo mas que un sinto'ma, hay necesidad de estudiarla
para apreciar su valor y hacerlo no aisladamente sino

(1) Fué arrestado un ladrón llamado Fontaine, 1,1.11 gendarme,


apiadado de su ancianidad, le dijo: {(¡desgraciado! ¿por qué os ex-
ponéis á vuestra edad de casi setenta años al peligro de morir en
una cárcel?»
«No tan desgr.aoiado, mi sargento, le contestó I"ontaine son-
riendo irónicamente, esta es la primera vez que me cogen y vengo
robando hace sesenta años».
Abbé Moreau, Le monde des prisons, pág. 218. París, 1887.
ORíTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 395

en las diversas clases <le criminalidad, porque su signi-


oación varía de una manera notable en cada caso de de-
litos y de delincuentes.
Entre tanto, es conveniente hacer observar que Fran-
cia, apartándose de los sofismas jurídicos, se ha puesto
resueltamente en vÍas de reprimir enérgioamente la rein-
cidencia.
Ya en 1854 se había pr0mulgado una ley en virtud
de la cual los condenados á trabajos forzados, pot' ocho
años á lo menos, se relegaban perpetuamente, después
de la expiación de su pena, á la Guyana y á la Nueva
Caledonia, lo cual hizo disminuir en mucho la reinciden-
cia en los delitos graves. En efecto, la reinoidencia de los
condenados á trabaj08 forzadus descendió desde el núme-
ro de 1.200 en 10B años de 1851 á 1855, á 864 en los de
1861 á 1805, yen el de 1879, entre 1.710 aousados, sólo
80 habían sufrido aquella pena (1).
Pero esta ley pareció insuficiente porque no castiga-
ba á los autores habituales de delitos menos graves, y
en 1885 se decretó la relegación perpetua para los rein-
olÜentes de vagancia, mendicidad, hurto, estafa, abuso de
confianza, ultraje al pudor y para los reincidentes en
cualquier delito grave; para los primeros se necesitan
cinco condenas antl~riores á pena oorrecoiona1(Art. 5.°), y
tres solas ouando haya habido una á pena aflictiva (Ar-
tículo 4. 0 número 2.°); en la reincidenoia por delitos gra-
ves, basta con dos condenas (Art. 4.°, núm. 1.°).
No cabe duda que la aplicación de esta ley hará ne-
cosariamente que en pocos años disminuya muoho la Cl'i·
miualidad habitual ó profesjonal, lo cual es imposible de
conseguir oon penas tempOI'ales, aun cuando se aumen-
ten por efe oto de la reinoidenoia. En efecto, con este sis-
tema se restableoe siempre el equilibrio en la grey de los
malhechores, porque si todos tos años se MCa?'ceta un

(1) Reinach, Los Reincidentes, pág. 58. PaJ'fs, 1882.


39G CRIMINOLOQ ÍA

númm'o determinado de delincuentes ltaóituaZes, todos lo.~ Mi(JS


se enca·rcela también un. nqtmeru ap1'oximadamente (q1wl. de
modo que el balanoe del delito no se altera; en cambio,
con el sistema de la relegación perpetua, el número Cllj'J.
traslación se efectua se S1~str((,e deliniti~'{(,mente á la vida
social de la madre patria.
Aun no puede daro8o la prueba estadístioa, porque es
demasiado corto el tiempo que hace que comenzaron bs
relegaciones de reincidentes; sin embargo, tenemos al-
gunas noticias que nos animan. En 1878 se enviaron á las
colonias 2.289 condenados á relegación: en aquel mismo
año disminuyeron muoho las condenas por vagancia. En
el distrito judicial de Lyón aumentaba la crIminalidad
hasta el año de 1884, en el cual fueron proceeados 5.;'03
varones; en 1885, primer año en que se aplicó la l'olega-
ci6n) fueron procesados 4.802; en 1886, 4.'204; en lBRi,
disminuyeron hasta 3.640, y en 18R8 hubo 3.976 (l ¡.
La carencia de colonias había impedido hasta hoy
á Italia el seguir este ejemplo. Hoy exi6ten las colonias
y parece que están en vías ele aumento. ¿Por qué no se
piensa en mandar á M118sáua ó á Kerent los delinouen-
tes habituales é incorregibles, los cuales pudieran ocu-
parse útilmente en las grandes obras que será necesfl.1;'io
hacer en aquellos lugares, especialmente en las de vías
de comunicación y aun en las de cultivo de la llanura en
la cual se va extendiendo el dominio italiano?
Es digno de observar que el nuevo Código, publioa-
do justamente en el año en que se ha acentuado la ex-
pansión colonial, no consigna entre las penas la relega-
ción ó la deportaoión, y que por otra parte no se ocupa
de 109 delincuentes habituales, á los ouales se debe más
de una terccI'a parte de la criminalidad más grave. La

(1) Primeros 'l"BSultado8 de la. ley de 25 de Mayo de 1885, acerca


de la 'l"e7egación de los reincidentes Por A. Berard, Archivo de A'1Itro'
PQlo{}~a crim.inal, 15 de Enm.'0 de 1890.
CRíTIOA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 397

reincidencia específica produce tan sólo una agravación


ilusoria de la pena, y se necesita que se repita muo has
veces paI'a que se i.mponga al reo el aumento de la mi-
tad de la pena.
Esta antinomia entre la nueva legislación penal de
Italia, que tan poco se preocupa de la criminalidad ha-
bitual) y los rüAult..'tdos elo la estadística y de la crimino-
logía positiva) qW::l demuestran su gran importancia) se
debe á la influencia que en esta materia han adquirido
entre nosotros los profesores de Derecho que siguen
teorías que estuvieron en boga en el resto de Europa
hace cincuenta años, espeoialmente ele la llamada co~
rreccionaliBta, cuyos absurdos hemos demostrado en
otro lugar, y de la que este libro no es más que una lar-
ga y constante refutación.
Otros escritores han venido á tomarse el inútil tra-
bajo de demostrar que el reinciden~e no es más respon-
sable moralmente que el que delinque por vez primet'a,
cosa indudablemente cierta, pero de la cual se ha dedu-
cido la errónea consecuencia de que el primero no debe
ser oastigado duramente por causa de sus delitos ante-
l'io1'es (1).
y lo malo es que no se trata entre nosotros de los
inocentes pasatiempos de algún solitario pensador, que
se entretenga en deducir con todo el rigor de la lógica
los corolarios de SUI:! principios; en Italia, donde prepon-
dera el elemento jurídico en las asambleas legislativas,
?cul're que semejantes estudios de lógioa se traducen
Inmediatamente en artículos de la ley) cuyo efecto no es

- (1) Admiran las sutilezas lógicas á que lleva el principio de la


responsabil1dad moral y oómo hace olvidar el fin de la defensa
social. Para formarse una idea puede leerse el libro del abogado
ORA~O La Reincidencia en 108 élelitos, Roma, 1863, dal cual ha he-
cho una orítioa punzante y sería el abogado BARC1LAI en un fo-
lleto La Reincidencia y el método experimental. Roma, 1883,
398 CmMlNOLOa1A

ciertamente, el de intimidar á los enemigos de la socie-


dad, ni desanimados en la lucha despiadada que sostie-
nen contra ella.

~o tengo que hablar mucho de las penas de los ac-


tuales sistemas legislativos, porque en los capítulos pre-
cedentes he demostrado la inefioacia de la prisión tem-
poral cun duración fija preesta,bleuida, tipo de pe)')~ que
es precisamente el predominante en nuestros días y que)
con arreglo ti. la escuela .iurídica, debería sustitulr' en
absoluto á todos los demás. Llámesele casa de fuerza)
reclusión, prisión oelular ó Gárcel oorreccional, en el
fondo siempre es el mismo establecimiento, vuriado por
ligeras modificaoiones de los reglamentos. Al lac10 de
este tipo Bubsisten aUn en 1a mayor- parte de Europa la
pena de muerte, la reclusión perpetua, el destierro, la
relegación y la m\.llta, sólo que esta. última se transfor-
ma p~ra los insolventes en una oi.l,ntidad de prisión fija
é invariable; la relegación s610 la usa algún Estado, y
siempre en pequefla escala,: el destier.ro y el extraña-
miento 6ólo se imponen por delitos políticos) y, por últi-
mo, la pena de mue:de no se eJecuta en ca sí toda ia Eu-
ropa más que por los delitos de robo oon 11Omiciclio, y
en algunos Estados, como Italia, Rumania) Holanda y
Portugal, hu. sido abolida en absoluto, mientras que en
otros, como Bélgica y algunos cantones de Suiza, aun-
que subsiste en la ley, se sueLe conmutar pOI' la de re-
clusión perpetua; no es, pues, una exageración el ase-
gurar que las legislaciones actuales no han encontrado
otr'o medio de represión que la restricoión ele la libertad
del culpabl<;l, en0errándolo en una oasa. mantenida á
costa del Estado.
398 CmMlNOLOa1A

ciertamente, el de intimidar á los enemigos de la socie-


dad, ni desanimados en la lucha despiadada que sostie-
nen contra ella.

~o tengo que hablar mucho de las penas de los ac-


tuales sistemas legislativos, porque en los capítulos pre-
cedentes he demostrado la inefioacia de la prisión tem-
poral cun duración fija preesta,bleuida, tipo de pe)')~ que
es precisamente el predominante en nuestros días y que)
con arreglo ti. la escuela .iurídica, debería sustitulr' en
absoluto á todos los demás. Llámesele casa de fuerza)
reclusión, prisión oelular ó Gárcel oorreccional, en el
fondo siempre es el mismo establecimiento, vuriado por
ligeras modificaoiones de los reglamentos. Al lac10 de
este tipo Bubsisten aUn en 1a mayor- parte de Europa la
pena de muerte, la reclusión perpetua, el destierro, la
relegación y la m\.llta, sólo que esta. última se transfor-
ma p~ra los insolventes en una oi.l,ntidad de prisión fija
é invariable; la relegación s610 la usa algún Estado, y
siempre en pequefla escala,: el destier.ro y el extraña-
miento 6ólo se imponen por delitos políticos) y, por últi-
mo, la pena de mue:de no se eJecuta en ca sí toda ia Eu-
ropa más que por los delitos de robo oon 11Omiciclio, y
en algunos Estados, como Italia, Rumania) Holanda y
Portugal, hu. sido abolida en absoluto, mientras que en
otros, como Bélgica y algunos cantones de Suiza, aun-
que subsiste en la ley, se sueLe conmutar pOI' la de re-
clusión perpetua; no es, pues, una exageración el ase-
gurar que las legislaciones actuales no han encontrado
otr'o medio de represión que la restricoión ele la libertad
del culpabl<;l, en0errándolo en una oasa. mantenida á
costa del Estado.
CRíTICA DEL SISTEMA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 399

Dejando aparte las demás consideraciones e:'Zpuestas


preoedentemente, advertiré el error en que han incurri-
do 108 legisladores oreyendo que esta pena es la máR
igual para todos los ciudadanos, es decir, la que todos
deben sentir con la misma intensidad, cuando por el
contrario, si hay algo que varíe de una manera extraor-
dinaria, según las clases y los individuos, es justamen~
te el valor quo se da á la libertad personal. Los legisla-
dores no deberían considerar como base del sistema
sus propios sentimientos personales. 8i se horrorizan
ante la idea de la oár(jel, este horror no puede sentirlo
quien vive en un tugurio peor que cualquier prisión, ca-
reciendo de luz y de aire; si se estremecen ante la idea
de verse privados un día sólo de la libertad de ir -y venir,
de hacer ó no hacer, no sentirá esos estremecimientos
el humilde obrero que se fatiga todo el día al lc.1UO do
una máquina ó en el fondo de una mina, sin poder
apartarse de ellu) so pena de perder el pan; éstos, y el
labrador que padece los árdores del sol de Agosto en-
corvado sobre la tierra, ¿,cómo pueden oil' decir que son
libres sino creyéndolo una amarga ironía?
~La antigua forma de esclavitud ha sido sustituida
por la 110 menos dura del capital; la libertad es sicmpl'o
para ellos una palabra vana ... )) (1). Si muchos de la, ín-
fima clase de la plebe son y permanecen honrados) esto
depende de repugnancias instintas á las quc se a~ocia el
pensamiento de la vergüenza y dol descrédito que caería
sobre ellos si fueran descubiertos; pero, ciertamente, la
cárcel no les produce ninguna impresión de temor, por
el contrario, muchos van á ella alegremente, oomo á
una tregua de sus duras fatigas, donde tendrán el goce
desconocido del descanso, ó por lo menos, de un trabajo
bastante menos penoso, 'Y la certeza del alimento diado
y del fuego en el jnviemo. Braoeros hay que, habiendo

(1) GarÓfalo. Oontra la oorrirmte, :pág. 19. Nápoles; 1888.


400 CRUIlNOLOGÍA

sido condenados al arresto y obtenido cumplirlo en in-


vierno' lo consideran como un favor y cuentan en el ac-
tivo de su pre~upuesto las economías que por eso moti-
vo podrán hacer durante esa mala estación. Si la impre-
sión que produce sobre gran número de delincw:mtes, nu
pervertidos por completo y para los cuales no e8 el do-
mo un oficio ni una consecuencia necesarin do RU natu-
raleza, es tan escasa ó completamente nulo., puede de-
ducirse que el temor de una reclusión máb larga no
produce efecto diferente en la clase do lo!:! g'r'andol:l mal-
hechores, cuya sensibilidad es muy inferior á la co-
mún (1).
En los capítulos precedentes se encuentran ruuchus
ejemplos de esto y creo completa la demostración.
Para terminar el examen crítico do nuestra lcgiRla-
ción debería demostrar ahura cómo so adaptan ú 10B di-
versos clelitos las penas que se les sefíab,n, poro t!ome-
jante análisis me llevaría demasiado lejOS, 'j', por utra
parte, sería también inútil desde el punto de vista de la
eficacia de los medios represivos adoptcldos, portIuo la!:!
leyes que el pueblo conoce no son las escritas en los có-
digos, sinó las que aplican los jueoes.
Se ha dicho, y con razón, que por regla general «no
se impone á ciertos deUtos más que una levísima pena
determinada», lo que equivale á declarar que esos he-
chos no tienen importancia y son poco menos que líaitos
é inoauos (2).
Creo, pues, que debe ser máf:l útil pura mi objeto el
ver cuál sea el tratamiento á que realmente se someten
los reos en lugar de examinar el á que se deberían so-
meter en virtud de las leyes escritas.
Era, por ejemplo, completamente inútil que el Códi-

(1) Garófalo, obra citada, pág. 20.


(2) Oosenza, Discurso do vnaug~lractón {lel tribunaZ do Santa Ma-
ria Capua· VétlJll'e,1884.
CRíTICA DEL SISl'E:'lA PENAl, SEGÚN LOS JURISTAS 41)1

go eal'do impui:iicra la pell:'"\' perpetua de trabaJos forza-


dos al homicidio impremeditado, cuando en virtud de
utros artículos del mi81110 Cúdigo este delito no se casti-
galJa normalmente má.'3 (iUC con cinco ó siete años de
recilu,\i('m ó de l'clegación. La eficacia de la pena seflala-
da al homicidio clel)G consistir en la que pl'ocluzcun estos
cinco ú siote aiíos que son los que el pueblo ve ímponeL',
y no en la l'cc!w,ión perpetua, pena que sólo conocen los
que Gl::ltuuian el Código.
Un homicida condenado á. veinte ailos no podía dudar
de la ilegalidad de su condena, rocordando diferentes
ejemplos de hOl11icidiotl ocurr'ido8 en su n1clca, penatlo~
8()lu con ah!'unos añoB de cárcel: unrt condena á veinti-
cincu ,¡,f108 d~ trabajos forzados por un homicidio conSll-
mactu ~' otL'ú feusLrn.dlJ) produjo tu,l admiración Cll 1..,1 llú-
blico que jamás había oído prollul1cim' semejantes cun-
llonas, que rnuellOs sospecharon que existía UlI Cl'l'Ol' Ó
un abuso (1).
~in embl1rgo, aun cuand.o para cl.reo no puedan tener
ninguna efioacia preventiva ó intimidadora tres, cinco
6 diez aI10s de roclusión, no puede negar,'3e que la socÍl..~­
dad obtiene siempre alguna ventaja, porque ei:\ta se¡_n'c-
gación signifioa que durante ella se le evitan !lU p( leuS
males. Para dar un ejemplo, cinco añOS de rOGlnsiún im-
puestos á un ladrón ó á un estafador de oficio oibnHic.{m,
sin exager'ar, ciento ó doscientos robos Ó ostaf<.l.8 do me·
nos. La aplicación rigurosa de 1a8 penas ele privación de
libertad tendría al menos esta utilidad relativa; por des-
graoia, alIado de la ley está la jut'isprudencia, cuyo úni-
co objeto parece ser el de sustraer á la pena el mayor
número posible de delinouentes,
Basta fijar la mirada en cualquier repertorio d~ de-
claraciones de los tribunales de apelaoión y de casación
para ver en ellas un estudio oonetante y multiforme para

Cl) Autor y discursos citados.


26
40~ CRUHNOLOGÍA

favorecer al reo; las sutilezas forenses se acogen con


frecucl1cia en estos tribunales, rara vez alguna elevadt"
consideración moral, lo cual nace, cn parte, de este
axioma que seria sacrílego discutir: la le!! penal debe iJl-
tel'jJreta1'se siempre en el sentido m,ás benigno.
«Los jurisconsultos romanos resolvían siempre la8
dudas en las cuestiunes de esclavitud ¡NO libertate, por-
que sentían que la institución de la esclavitud, aun cuan-
do fuese conforme á bs leyes, no 10 era á la hmnanidud y
á la .iusticia~ .
«El que examine nuestras resoluciones en cuestiones
penales puede creer que tenemos,la misma idea que los
jurisconsultos romanos tenían ele la esclavitud, de esa
alta institución sooial que se llama castigo de los delin-
cuentes, porque tratamos de mitigar, ó más bien, de
destruir en cuanto es posible las consecuencias jurídi-
cas ó exoesivamente duras ó demasiado contrarias f1
los reos».
(( TIe visto ab80lver á un acusado porque en el vere-
dicto se escribió por error respuesta negativa á una de
las preguntas principales, á pesar de que las contesta~
dones á las cuestiones subordinadas manifestaban de
una manera evidente la equivocaoión, y los jurados pre~
tendían dar segundo veredicto para rectificar el error,
declarándose que la contestación negativa á la pregunta
prinoipal era un derecho adquirido por el aousado»).
«Recordé entonces que se admitió como derecho ad-
quirido para el hijo ele una esclava la oircunstancia de
que su madre había sido considerada, también por error,
como libre algún día ó algunos momentos) ouando lo
llevaba en su seno».
«Para nosotros es una oosa tan humanitaria libertar
á un malvado de la condena mereoida, como era para
nuestros padres libertar á un niño de las conseouenoias
de una instítución bárbara»).
cNo hay quien no se burle de la costumbre aoepta-
CRíTICA ¡JEL StS1'E::dA PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 40;¡

da Gil el antiguo derecho de mitigar la condena en el


caso ue que el reo hubiese encontrado en la calle un oar-
denal, y, sin embargo, se ha visto absolver á un aousa-
do por un caso fortuito de llO mayor importanoia, como
es el caer un borrón de tinta sobre el vúto de un ju-
l'adu" ,
,d ¿uien tuviese deseo podría encontl'al' ti centenares
cjemp10fl de esta índole en las colecciones de la jurispru-
dc.mGia actual)) ,'1;.
A este principio se aüade una costumbre casi cons-
tante: las leyes establecen para cada delito un máximum
y un 1I1ínirnvm de pena que á veces se enouentran ó, una
distancia oonf:;iderablo; pero ti. pesar de que la intención
c.\ellegislador rué la do dejar un ancho campo Ú la apl'e-
ci,wión de la gravedad especial del oaso (intención que
afir'man todos los teól'icof:> y qne se encontraba especial-
mente oeña1ac.l::t en el arto 03 del Código toscano), de modu
que Gn los casos ordinar'íos la pena debía imponerse en
un término equidistante de los dos extremos, los jueces
do lL:alia no suelen alejal'se del extremo inferior, y el
mmimum ha venido á ser la pena normal.
La misma benigna tendencia se observa al hacer uso
de las facultades de agravación ó de atenuación de las
penas: entre éstüb, las atenualltOf:; genétioas é indeter-
minadas, que deberían reservar!:ie para CUBOS excepcio-
naJas, se prodigan con profusión por los más fútiles mo-
tivos, como, pOI' ejemplo, pOl'que el reo se vió obligado
ó, confesar, abrumado por las pI'uebas; porque se pudo
recuperar el objeto robado, etc. En los delitos con-
tra las personas, la circunstancia más insignificante se
convierte en excusa: si al homicidio ha precedido una
disputa ~e asegura que ha sido provocado el culpable~
f.lin pararse á investigar de parte de quién estaba lá

(t) Cosenza, disourso (litado, 1884.


CRIlIIlNOLOG fA

razón; Dios libre á un hombro villanamC'nt\.' ult¡'a,iado ,k,


amenazar ó de tocar ligeramente con un bast<'1Il al allt,u!'
del ultraje, porque este solo hecho dará al últinw el de-
recho de vida (¡ muerte sobre su adversariu: Íl'{t Ú :-;ll
oasa, se armará de revólver ó d,e carabina, volvol';\ P( l/'U
después y cuando el ultrajad. l ) haya tl1.! vez olvitladll t'1
hecho, caerá muerto en medio de la plaza, :\Ia!2-'¡..,tt'at!( 1..,
y jurados rivalizarán en apl'eciar circuní:itanciuH eXillll'l1-
t~s y atenuantes, y el yil homieido. pagl~l':'t COl) 11I)(',u~ aj¡ns
de prisión.
Esto explica la posibilidad de r¡ /1('; /11/J/tbSIJlII i IIdi ridllO
se pcrrnit{( ellly'() de t1'(!.I' ó c'ltr[lro /¡rmdci,/ ¡os (e:lRu !)(I l'aro
en algunas comarca8 ue Italia); lo!-: a~Ot;inll~ f:::abüll de tal
manera que si una pequcfla disputa precede ú la nllWl'te,
se v8nlibl'es de las penas más grnvctl, que pl'ovu0an ex-
presamente á SU!:l udversnl'Ío!S haHta h:1,cül'se amenazar ú
abofetear. Entonces saben que su ('.()I\dcnn Her:'~ k\'l~, ~.
teniendo aún el cuchillo humeante en hL manl) se <kj:.11l
arrestar exclamando: ¡He hC0ho lo que desu:.11m hada
tanto tiempo. me costará dieciocho meses do prisi{lIl! y
no resultan equivocadas sus prevü:;ioncs: ¡así 1')(' toh.wn. el
homicidio en medio de nuestra civilización!
l!in estas páginas no hay una idea que no sea un re-
cuerdo de procesos en cuya instrucción he intervenido;
no he pedido nada á los demás, y mucho menos he de-
jado que mi fantasía finja nada: conservo notas en laR
que he reunido los datos y puedo Fluministrar fn. prueha
á los que siendo extraños á la magistratura ó al foro HU-
pongan que exagero,
Prolongaría demasiado:este capítulo si hubiera de in-
sertar, ó cuando menos resumir todas mis notas; detleo
tan sólo demostrar la manera con que se pretende pro-
teger á la sociedad contra los delincuentes habituales,
es decir, 10B que revelan que lo son por sus numeroso,s
reincidenoias. Las hojas penales que presento aquí de~
muestran, mejor que ningún raciooinio, lo infundado de
la teoría que considera l~\ cIltidad del delito) cn lugar
de la temibilicla.d del reo.
Cee ... , ele eLla,el elo tI'eintn, y ocho aüüs, natural de Me-
lito :Nápolos).
l;JflH.-Fue condenado por heridas graves ú un aDo de
cárcel.
Por hel'ldas veinto días de cárcel.
1t::7:l.-Idem tres años de cárcel. (..·.,'8 1'ebajal'on (í 111/0 en sen-
teNcia de '(iid(lcitill, '/ tjlie(Zt; 1'educidn tÍ seis meses, 1'1/
IJirtud de '/tIla amnistia.)
Pastoreo abusivo, quince días de cárcel.
lkí!t.·-Injurií18 y amenazas, dos meses de cárcel.
), Por sustraerse 6. la vigilancia do la autoridacl,
dos meses de cárcel.
Por ídem, tres m08es de cúrccl.
Por íclern, cuarenta, días de cárcel.
1N-;:¡.-Heridus, diez días de cúrcel.
1t:líG.-Idem, UI1 afiO de cárcel.
j) Estafa, quince días ele cárcel.
18ii.-Atentadü é injurias, un afio do cárcel.
J; Idern, un año de cárcel.
1¡{7¡.:. -Hurto y falta, setenta días de cárcel.
Hurto, cuarenta días de cárcel y un ufIo de vigi-
lancia.
188'2.-JIeridas, seis meses de cárcel.
18t\3.~ldern, un mes de oároel.
lRt'4.-Daño voluntario, seis meses de cárcel.
); Por desobediencia á la amonestación, tres me-
ses de cárcel.
lB85.--Por daño, diez liras de multa.
En este documento, que yo miemo creería inverosímil
si no hubie~e visto el original, es de notar que las con-
denas se siguen á dos y á tres por cada año, no Imbiemlo
sido oumplidas evidentemente las más graves que ó.
las 14. 0 y 15. 0 reincidenoia, el juez impone algunos día8
y
de arresto por los hurtos, algunos meses por las heri-
CRIMINOLOGÍA

das, hasta que esta serie maravillosa termina con la im-


posición de 10 liras de multa, con las que, como remecli(l
herútco, ElO castiga la 1~l. a reincidencia.
V. de R., edad veinte a11os, fué condenado:
1880.~Por hurto, á dos liras de muHa.
18RL-Idern, un mes do cárcel.
») Idcl11) cinoo días de arresto.
1?3R2.-IcleIfl) un mes de oárcel.
) Por falta como vago, á cuatro meses de oál'üeI.
1RH3. ·-POl' tentativa de hurto oalificado, 6, cinco n10i'3e~
de cÚl'cel.
11:J1:;l¡.. -POl' estupro de una nifía de cuatro años C··~r: ti/'-
c!(trri (f)?ltpetmte para jlt.~.r¡aJ'lo, con circu/Is!f{,)ICi,I.I' rttl'-
1Ubante,r, al Tr¿bllnrt! correccionaZ,')
¡Es de notar en este documento el humorismo t10 b
condena á cinco días de arresto, por hurto, dCRpU('~ ele
otras dos condenas por el mismo delito, y lo cómico eh.\
la condena á cinGo meses de oircel en la, cuarta reinci-
dencia, acompaiutda de las graves; circunstanci[l.s que
Ron califioativas del hurto, y por último 1<1 sagaddacl ele
la secoión de aousación para encontrar circunstancias
atenuantes al e'itupro de unl1 nifla ele cuatt'o aflos~
Véanse algunos otros e.íemplo~ de este desprecio ele
la reincidencia, que permite al reo incorregible cOhti-
nual' robando, matando 6 hiriendo.
Frab ... , arnonestado '!J t?'e8 veces 'Íilfl'act01' ele lrt. rr.))/'{)i~es­
tación:
HI63.-Pné oondenado á tres afíos de cárcel y tres ele
vigilanoia, por hurto oalifioado.
1871.-Por hurto en el campo, á cinco días ele arresto.
1S73.-Acusado de dos hurtos oalificados, y absuelto
por falta de prueba.
1876.-Hurto calificado, seis meses de cárcel (Mí~BW)l
oon atenuantes).
1883.-HUi'to de objetos depositados, seis meses de cár-
cel (MíNIMU)¡! con atenuantes).
CRÍTICA DEL SISTEM.\ PEN,\L SEGÚN LOS JURIS'l'AH 407

L. Esp.:
18fHl.-Albnamiento de morada, dos meses de cárcel.
187fL ..-·Por hurto, un rnes de cárcel.
)) Por herid.as, seis días de cároel (i.VIÍ~Ii\lmI con
t\tenuantes) .
lB7H. - Homicidio, cuatro aflos de 1~elegaci6n.
I t:84. -Estupro de una niña, se ignora la condena.
Tar ... , edad: treinta y un años, natural de Bologna:
'1804.- PUl' ultrajes, oinco días de arresto.
18fiG.-~Por hurto calificado, seis meses de cárcel.
1868.-IIeridas, cuatro meS8S de cárcel.
J) Dos hurtos calificados, dos años de oárcel (se
aprecial'on oircunstancias atenuantes).
1Ki 1.- PUl' infracción de la amonestaoión, tre8 meses
do cár-cel.
Por infraoción de la vigilancia, un mes de cáecel.
lki!l. Amenazas, oinoo dins de arresto.
U:-,;o de armas, nueve meses de cárcel (se apre-
ciaron atenuo,n tes) .
Apropiación. de objetos ajenos, ouatro meses de
cárcel.
Por desobediencia. á la amonestación, tres meses
de cáI·cel.
1mp ... :
18BO.~Por estafa, un mes de cárcel y cincuenta y una
liras de multa.
Uso ele arma prohibida y desaoato á la autori-
dad, cuatro meses ele cárcel.
1881. --·Hobo, un año de cárcel (la pena, aún no existien-
du reincidoncia, hubiera debido ser aflictiva).
)l Apropiaoión de objetos ajenos, dos meses ele
cárcel (i\lÍNIMUM con el aumento sólo de un mes por
la. reinr,ídenoia),
18tl2.-Heridas, un mes (es absolutamente el MíNIMUM).
J) Acusado de amenaZas á mano armada.
Di Pe ... labrador, fué oondenado:
408 CRI1tUNOLOGÍA

1881.-Por golpes, un día de arresto.


lRH2.-Por ídem, dos lirn.s de multa.
1882.-Po1' herida úwoluntal'ia con arma de fuep:!l) Ú soiFl
días de cárcel.
» Por hurt.o, quinco días de cál'ceI.
» Por ídem, quince día"! de OD.l'cel.
lK83.-·Por ídem (se ignora h conctena).
He visto entre muoho:"! oasos 1111.1y semejantes, el do
un ladr(m oondenado por hurto ó, tres HflÜ¡';, y vigilado
como sospeohoso do delitos contra lu propiedad, que rué
des/Jlté.s· de muc1ws altas, declal'<1clo 1'00 de robo y de !labor
herido n.l robado. siendo oondenado solamente Ú DI}S
:llE::;r.:s DE C.\.HCEL.
Otro caso es el de un ladrón r:Wttl'O 1Jec{!,s' J'/Jillcide¡tle,
oondenado sólo á seis meses de cároel por 11:.1,.\)01' entt'[t-
do en una üaBa y hecho un paquete de objetos por \'alo1'
ele cincuenta liras, dándose á la. fuga.
Tmnbi'én tengo la nota de un la.drón ele frutos del
Call1]JO que, ¡muiendo sido condonado una vez por vu-
~'aJl('ia y IJtrns dos por hurto, se le impuso la terrible
pena de TitES ).[J;SE;-; DE C,ÜtCE¡'.
V éansc ahora otros casO!;; de reinoidencia específica,
en los que se advierte 10, tendencia. indudable á las más
brutales agresiones.
Rim ... , de treinta y cuatro alío s, natural ele Bolonia.
1886.-Por heridas á su madre, seis llleses de cárcel.
'1869.-Por heridas, dieciooho meses.
'1875.-Atentado á la autoridad, seis días .(el :\lb!li\ru~I).
1877.-I-Iel'.idas, ¡cinco días!
1879.---Uso de armas, un mes.
1880.-Provocaoión para cometer delitos, dos meses y
i) 1 liras de multa.
1882.-Sometido al tribunal por' desórdenes en el teatro.
Rest ... , edad cincuenta a.ños.
1858.-Hericlas leves, un mes de destierro corl'€}coional
(indultado).
nnR.·-Pur injuriaR y herid<Ls loyos ·:desistió 01 quer0-
llante: .
lt3G·L -llerichs por disp<Lro de arma de fuego, con im-
posibilidad por yeintiséis días, seis liras de mult<L.
J 81l(i. -Homicidio. sobreseído por falta de pl'UebJ.8.
1:-;(i¡.~Ri)bo clJn amenazo.s (se ignora la sentenoi<L).
,) Ilcridas que dUl'3.ron más de cinco días, 1'2 liras
de multa.
1:-;¡:~. lIel'i<las que lluml'un mátl de cinco dÍi1s, quinoe
días do eárceI.
t tlll. '. 1Iel'ída8 como las anteriores (~'I,mnistía).
IkN;·l, Heridas Ú Hl padre ,so ignora la sentencia).
h.wl' ... , edad: veintitrés ailos, padres doscono-
ciclo8.
I t'¡ 1. -1 Iül'idas (> injurias, souref:lcído por desiSitimiento.
1):ji~). ·1 Iericla8 cUyl1 cllr<Lci6n tardó tl'ointQ. y cinc.:,u diaR,
'{uinco dial" d e cárcel.
1Iel'idas de igual consideración que lt1,¡,l, an~eriu­
rOb, hL llli~ma pona.
ll:!K1.-IIeridas que cumron á Jos cinco días, siete días
de eál'cel.
lH82. -B8cámlal0, dos liras de multa.
H3tt3. -Dii;iparo de pistola en una riña (léase hOl11ieidiu
frustrado ).
:\mb ... , propietario.
1i')1)1.-Ilel'ida á traición, con pelig-l'o de la vida, (',()l¡[,¡>;t
su propio hermano (se ig-Ilora In lwml, /_
1~f\(j.,,- neo do arllla bhl,ncn, un mos de cúrcül y 1()O li-
ras ele multa.
187U.-Ueo de arma de luego, cincuenta y una liras de
multa (el MÍNIl\lUl\I).
j 877 .-Heridas á traición á una mujel' con debilidad
permanente de un órgano, tros años de cároel (el
MíNll\1U:i\! con atenuantes, sin apreciar la traioión)
quedaron reducidos á dos afios y aeis meses en vir-
tuel de amnistía.
CRIMINOLOGíA

lB83.--Asesinato frustrado con premeditación, aloyosÍa


y con arma de fuego (1).
Cris ... , edad veintiséis años.
187:i.-IIeridas) dos días de arrc!::>to.
1881. -- Heridas, oinco días de arresto.
); Homicidio frustr'ado y uso do arma de fuegu (el
homicidio frustrado se calificó como de oostumLn'e,
disparo ele al'¡no. en riña~. tres meses de cárcel y
51 liras de multa.
1882.-Hericlas cuya ouración tard6 veinte días, un mes
de 0<1roe1 ¡se impone el ~IÍ::\nlU:\r á la CUéLrta l'cinci-
dencüJ.;.
t883.-IIeridas, cinco días de arresto.
JR84.·--lIúmicidio frutltl'aclo :1 tl'aición, se ignora III sen-
tencia.
Ccico .. ,
18i:1. -Heridas, diez días de cárcel.
H371i. -Heridas, cinco días de arresto.
" ldcm, íd.
1KTi. - Heridas, seis días ele cárcel (nótese que al cuarto
delito el juez creyó oportuno imponer el MÍsnw:\{ de
la pena ofreciendo atenuantes),
1879,-Uso de arma ele fuego, 30 lirl1s de multo...
1879.-IIeridas, un mes de Cttrcel.

(1) El Tribunal de acusación declaró que no oxistía intención


dc fila tar, porque era posible que el arma estuviera cargada sólo
do pólvora, y no apreció la traición, porque el camiuo donde es-
taba apostado el malhechol' solía hallarse frecuentado aún en las
horas avanzadas de la noolle; por consiguiente todo lo que hizo
el reo «debe reputarse efecto de una deliberación instantánea
con tcmta mM raZón cuanto que la I?arte civil se ha retirado es-
pontáneamento, habiendo transigido por los daños y perjuicios
experimentados».
:En virtud de este soncillo razonamiento, el acusado fué
sometido en libertad provisional y como reo de lesiones al Tri-
bunal correccional.
CRÍTIC:\ DBL SISTEMA PENAL SEUÚN LOS ,Jt'RIS'rAf'. ,H 1

187\!.-·-IIericlas, sois días de cárcel (~mnistíai.


Idem, tres meses de cárcel.
i~í:lO. -Infl'aoción de la a,ll10nestaoión y uso ele n.rm,\'
blanca, cuatro meses de cárcel.
1Nk 1, - . Heridas, seis meses de cárcel.
1882. Atentado á la autoridad é infracción ele la. f\1l'l.O-
nestn.ciún, cinco meses de cárcel.
» U so do armas, dos meses de cárcel,
1H8:3. - Hurto calificado, un aüo de cárcel reducido ó,
seif'l meses por la sentenoia de apelación.
» Heridas, un mes ele oárcel (aquí, después de ocho
a.nos ele delincuencia, vuelve á irnponer el :\IÍ:'o;D1lJMj.
I)Uf' último presento algunos documentos semejantes
en los que 80 demuestra que en el libr'e territorio de
Italia puede un hombre robar ó estafar durante toda
.';:u vida, añadiendo, si es caso, para variar y evitar la
monotonía, algún delito contra. lo,s personas.
Ya11l1 ... ) edad treinta y un aÜos.
IX71.·· Est[l,l'a (Liorna;, doce días de cárcel.
un:). VarioS! hurtos y estaú1..s \~ápoles), diez moses de
cit'cel y ~) I liras de multa.
HlTi.- Fraude (Liorna), nn ano de cárcol.
ISin. -Hurto y fraude (Lucca), seis meses de O:.1.l'cel.
Dos estafas (Santa Muría de Capua), un afiO de
cárcel.
¡¡{77.-Dos estafas (Salerno), seis meses de cárcel.
187H. -Hurto calificado (banta María de Capua), cu:..t.tt'o
aflos de cárcel.
j 8i!l. --Hurto (Núpoles), un ano de cárcel.
» Hurto (Nápoles)¡ dos meses de cárcel.
18~3.-Ac-usado de hurto calificado en Nápoles y ele ÜH-
tafa en Santa María de Capua.
Stef. .. de cuarenta y cuatro años.
185i.-Heridas, dieciocho meses de cárcel.
18f31.--Fraude, un año de oárcel.
ig74,.-Estafa, tres meses de cál'cel.
412 CRIlIlINOLOGfA

1K7 ¡}. --Estafa, seis meses ele cúrc.eL


lH7n.~E8ta.fa, seis meses de c["¡.rce1.
Estafa, dos :)'DoS de cúrcel v 500 liras de multa
el tribunal de apelación, encontrando exccsirn,
la pena, redujo paternalmente In cúrcel ú un UlJ' ¡).
EsttLfa, seis meses de cúrcel.
1k77.- Estafa, ~E¡S DÍA!::' DE ClÍ,nCEL.
AsociaGÍón con malhechoros, PI) 80 probó.
» Apropiación de objetos tLjenof:C:, un mes de cúrcol.
), Estafa, dos años do cúrcel y '100 lirus de multa
(tamlJién m¡ este caso se apiadó el tribunal do npc-
laeion y redujo la pena 11 un aiío de cftrcel y 100 li-
rns de multnj.
1~78. -Fraude, tres mesetl ele ~árcel y 1(lO liras de
multa.
187\).-Dos hurtos, dieciséis meses ele cárcel (el piaclosí-
simo tribuDull0 l'cc1ujo á un año).
¡, Estafu, tres mestlH de cárcel y 'lO liras ele multa.
l) Estafa, tros alios de cárcel y ¡jon liras de multa.
1K¡.iO.---Estafa, dos años ele cárcel y 250 liras de multa.
¡Basta do c.icmplos! los anteriores prueban, F.legún
crGo, hasta In. evidencia, que .ta!ta J)01' completo lrt J'cpre-
SÜJI¿ dfJ la clelínctteilcia Habitual. No sucedería de otra ma-
nera en Fl'anoia, si no existieran enérgicas leyes contra
la reincidencia, y allí el minlsLro de Justicia se lamenta
constantemente en sus relaciones estadísticas anuales de
la debilidad con que los jueoes permiten que el mismo in-
dividuo se presente muchas veoes delante de ellos en el
mismo año, ¿qué sucederá en Italia donde, en lugar de
un código bastante severo para la reinoidencia existe
uno que oastiga ésta muoho más tímiclamente y oon todo
género de restricoiones y limitaciones?
Los Estados prodigan anualmente muohos millones
para sostener á disposición de los malhechores esa8
grandes oasas de huéspedes en las cuales hacen és~os
una breve permanenoia para volver á infestar la so Ole-
cníTIc,\ [lEL hlhTE~lA. PENAL SEGÚN LOS JURISTAS 4013

dad, Tollo estu os absurdu y h"1, lógica de los jurisconsul-


tos nu podr'á demostr<lr' lu cuntrario, y aun cuando se
diga que la falta principal no ostá en la. ley sino en los que
la apliC\111 111\11, cOn\'ondl'Gmus en ellu advirtiomlo que la
mala aplicaciÓll llace prcds<1.mente de los principios de
la teoría penal dominante, b cual ha dado origen á Ulla
jurislwudencia favurablo :.ü delitu.
Ademúfi b índole del juez acul:itulllbl'ndu á la::> discu-
sioneE civiles y ú decidir entl'C dos partes intere~ada8,
impide que de 1::1. cow:ddc¡'<\ciún de 108 casus particulares
se eleve ti, las de un orden general.
::)e preocupa del intcré81ogal, pel'u olvida el Social, ~.
bi lo l'eCorda.sl' sería eS0épticu, y nu sin l'azúlI, GIl cuanto ú
la efioacia de nuestra:') leyes. Aun cuando haya estudi::t-
do mús bien el deredlo rumano yel carjl'miüu que la nn-
tropolog'ía, el examen <.:.untinuo de delincuonte!:! ineono-
giJ.¡les ha; hecho n[tc(.w en su ánimo el convencimiento d0
que es absolutamente indiferente en cuanto i h\ correc-
ción esperada imponcrlcH cinco más bien que dOf3 afluH
de prlt;ión. No consideran el número propol'cional de de-
litos cometidos por delincuentes habituales,. número qU(~
har'ía necesariamente di8minuir la mayor dUl'aoión de
las penas, poro en esto cn.so, aun teniendo f::luficientes no~
tioias estadístioas, su sentido jurídico se negaría á agl'a-
-val' el castigo de un sér en vista de futuros delitos pu-
llibles, porque In. teoría lo ha enseñado que no debe
preocuparse de ello, y que su obligación se rcduc{~ :.í.
apreciar el caso considerado aisladamente.
Esta es, en rosumen, la parto falsa de todo el sistema,
que se refleja en la aplicación de las penas, la rcspomm-
bilidad moral, oondición del derecho de castiga!', y la
proporción de la pena al grado de esta responsabilidad.
¿Cómo es posible pretender con semejantes princi-
pios que el juez proceda. con energía en la lucba oontra
el delito? ¿Cómo puede obJigársele á que castigue con
más severidad al reincidente porque es más culpable,
-114 CRIMINOLOGíA

cuando sabe que éste, infamado por su trü:,te pasado,


despreciado y esquivado por todos, está expuesto más
iacilmente á delinquir que aquél á quien detiene aún el
temor de perder su fama inmaculada?
El juez es más lógico que las leyes, la falta no el:::)
suya porque las teorías que ha aprendido en las aulas
lo justifican cuando aplica esas penas ridículas y que
parecen una ironía por ser tan inútiles para la defensa
de la sociedad.
CAPITI-Lt) III

EL VFJLITO T<JLEHADU y PHOTEGlDO

En 108 capítulos precedelltes hemos demostrado por


qué modo lrt teorí::t y la jurisprudencia domiml,ntes pare-
oen haberse impuesto la misión de proteger al delinouen-
te cotltt'111a sociedad. en lugar de lo contrario, pero tal
vez no sabe aún el lector que esta protección tiene su
expresión más alta en uno, ley del Estado, que es la que
regula la instrucción y los juicios criminales_ Esto, leyes
pL'cClSmnellte lo.. que trata de h,teer más difícil la aplica-
ción de las sanciones establecidas por el Código penal y
de indicar' al delincuente los medios de librar'se de ellas
ó de retrasar de una manera indefinida su ejeoución.

üomencemos por la distinci6n entre la acción púiJli-


ca y la acción privada.
En algunos Estados, como en Inglaterra y comu en
la antigua Roma, no existe la institución del ministerio
público, esa magistratura que tiene la misión de perse-
gUir 108 delitos con independencia de la voluntad de los
particulares hasta obtener el,iusto oastigo.
Esa institución es un verdadero progreso de la civi-
lizaCión, porque significa que la lucha contra la delin-
..j. 1f; CRrmNOLOGÍA

cuencia es un deber social, no una üwnltad del cillllit-


dano.
Pero mis c:dt'ttordino.1'Ía quo la r~l,lta de esa in-,;lílll-
ciún en o.Igunos prtlSe8, es VOl' que en lu" qLll~ existe 1'(111-
tinúo. ú se h~t resucitadu h diferencia cntre Ju" ddi-
tos de acción pública. y 1o" do acci{)n })l'i\"¡.\(la, sin Hin-
gún fundn.!l1cnto raeional, frer:·llcntcl11ellLe l!ai"ada un el
empíricu do la fll'avodad de la pena sefmIada ¡J iltlplW~­
ta y sin tonel' en cuonta. h reilwidonckl., la induje dvl dl'-
lincuente ni la rrub~l,bilidad de nU0VIl:S dclitl I~ PII)' "ti
parte.
De ciSta manera el particular ~c hace juez (!l' la t'1111-
vcnicncin 6 de la necesidad de llacee sufrir ú un dl'lill-
cuente el castigo; se hn,ce út'bítro de ht libel't::l.d de ll{l'il
y tuLUJ' ele 18, seguridad social.
El podor social le pl'r~gunta; (,lile pCl'lll itos, (lc:";L'¡t~
que este Ü!3tupradur roinüidcnte, que este ti i:4taladQl' ha-
bitual, quc esto arrogante \mr'atOt'() vaya [~ l::t. üúl'ed plll'
::tlgUllfJS mOSOb (¡ por algunus ano!:;'! ¿/l, pat' el e( Illll',\l'iu,
dei::iCLlf:! ql1~ t;C conserve en lu. sociedad para que nmila-
na pueda hacer á otros lo que hoy te 1lO, bocho ú. ti'?
Realmento la Gosa es Gxtr'J..OL'dinut'ia y pudiüra de-
cirse cai:íÍ cIue el proceso jurídico nos hace l'egl'e!--ar Ú
los tiempos en que 80 consideraba la pena üumo unn,·
venganza dol ofendido él de su familia.
En el sistema que proponemos, la cXIJt'esión ((lleli-
to de acción privada» carece en absoluto de 8ontido,
cuando se habla de los delitos que hemos Ilamado nat/(-
r(6Zes.
La sooiedad no puede permaneoer ospectadora pa-
siva de los hechos criminales por leves que sean, por-
que está obligada á socorrer á la víotima y no debe
permitir que el temor ó la apatía. ele esta úitima haga
gozar al reo siq. molestia alguna el fruto de su de w

lito.
Para nosotros no existe más que una distinoión) la
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 417
ele los delitos que exigen un medi.o eHminativo y la de
los que exigen solamente la. reparación al ofendido.
un gran número de delitos contra las personas y
contra la propiedad, que hoy suelen castigarse invaria-
blemente con pocos dia,s ó con pocos meses de cár-
cel, podría,n, según nuestrü,s idea!:;, exigir á veoes la
neoesidad de una gra,vísima, represión y en algunos
caSOl; hasta ID. relegación perpetua; otras veces la simple
obligación de reparar. Y esta diferencia deberí::\ de-
termimm::e por el criterio sulJjetivo del tipo, de la cla-
se de delincuente á que pertenezca el autor do aquel
delito, objetivamente idéntico.
"/.le o,quí resultará que, en cuanto Ii 1.l11it herida, á
un delito ele estafa, aún siendo levísimo el Llano, no
sería necesario nunca cSllel'Ltr la querella del ofendi-
do y de este modo rcsultat'ú1"ll vanas las amenazas del
reo, que no pocas veces lo intimidc\'u y le obligan á
guardar un prudente silencio.
El juicio en tales C11S0S debería tener lugar para po-
der averiguar si el reo pertenece á UDa de las catego-
rías ele delinouentes temibles ó inadaptables al ambiente
(delincuentes por instintos sanguinarios, locos morales,
impulSivos, alcoholizados, ladrones reincidentes, etc),
c.usos en los cuales hay que adoptar medios eliminativos
en forma de relegación ó de una eegregación más ó me-
nos larga y completa de la sociedad ó aun en forma de
reclusión en oasas de salud creadas COll ese intento.
Si, por el contrario, el reo pertenece á una clase que
no es temible, el mejor medio represivo que puede
adoptarse contra él, es el de obligarle á reparar el daño
material ó moral que haya causado pagando al ofendi-
do una indemnizaoión equitativa (1), pero admitiendo
(1) El Código penal alemán establece (art. 281), que en los de-
liIos delesion¡;8 el juez puede, al pl!onunoiar la sentenoia, conde-
nar al reo á una indemnización á favor del ofendido hasta la
cantidad de 2.000 talara.
2'1
118 CRlI;lINOLO¡;íA

que la función social no se cumple por medio de una


meré\. cleclaraciún de derecho.
Es indispensable que estil obligtlción de rep:.u'[U' sea
seria é ineludible para que pueda constituir un yerdnd0-
ro sucedáneo de la pena.
El proceso, pues, según nuestras ideas, elebe ins-
truirse sin querella del pcr.ludiendo siem}Jre que 80 trate
de un delito natural; porqnc precisamente el ob.ieto del
proceso es someter al delincuente á un examen p~tt'a
definir su tipo y determinar si han de u.plicirr;ele me-
dios eliminativos ó debe sencillamente ohUgársele ti, 1.1,
reparación del daría del delito.
En este punto de la l'epal'aci/in son también muy di-
f~rentes nuestras ideas de las de los juriHconRultos (1).
Estos se oontentan con que la condena lleve consigo Ja
olJligacifm ele resarcir el darlo, y c.onseguido esto no S0
preocupan de nuda más porque, según ellos, la manera
do obligar al pago dobo regularso por el procedimiento
civil; se trata de una o1Jli.rJrÜi" (}J; deZicto semejante á una
oOli(!atio e:JJ cOlltrltctn y los criminalistas no tienen nada
que ver con ella.
En la práctica la condena del eulpable á la repara-
ción del daño no representa de ordinario más que una
cruel ironía para el ofendido Ó 01 perjudicado, aun en el
caso de que el reo no sea insolvente, porqull no se orde-
na el embargo de SUB bienes sino después de' una sen-
tencia d~flnitiva, lo cual significa que durante la :=;ubstan-
ciaoi6n y aun después de una primera sentencia conde~
natoria y todavía aun deSp1UJ8 de p?'onunciada el l {tpelación,

(1) Véase Garófalo, Lo quCJ deberla set' wnjuicio criminaZ. Turín,


Loescher, 1882.~E1 mismo, .Reparación d las 1.Jtctim,as del deUto.
Turín, Bocea, 1887.
Actas del Oon{/1'OSO penitenciario inter''I't((,()ional de Roma, 1885.
Discurso y proposición de Gal'ófalo, págs, 185·201.
Acta.s aeE primer Oongreso de al1tropologla c1'iminal. Roma, 1885.
Proposiuiones de Fiol'etti y de Gll1'6falo, págs. 373, 379, 605, 817.
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 419

cuando se entabla el recurso de casación, el delinouento


puede h::wel' desaparecer todos sus bienes muebles; res~
pecto á los inmuebles, la legislación de algunos Estados
(como por ejemplo Italia) faculta al procurador del rey
para hacerlos anotar tan pronto como se dicta el man-
dato do prisión, pero son muy pocos los procesos
en los cuales se manda proceder á la captura del reo
durante la instrucción, de rnodo que en el mayor nú-
mero de los casos, el crédito del querellante no es
crédito privilegiado ó mejor dicho no está garantido en
manera alguna (1). El condenado no paga si no le place,
lo cual ocurre raramente, y como para la liquidación de
los danos y para la ejecucfón son aplicables las reglas
del procedimiento ordinario, 1)[18:1n muchos aflos entre
oposiciones, tercerías, apelaciones y dilaciones de todo
género. Esto explica, según asegura el consejoro Cosen-
za, que con frecuencia se pague como indemnización de
un homicidio no más que 200 6 300 liras, y «ha ocurrido
(eseribe el mismo), que los hermanos de un hombre
(l,sesinado, cansados de litigar) hayan aceptado por vía
de transacción de mano del homioida 50 liras 1).
En cuanto á los insolventes es inútil hablar de ellos;
nem? dat fj?tod non habet dicen los jurisconsultos. Por
consiguiente, la mayoría de los reos está Ubre de la obli-
gación de reparar y los que no pueden excusarse la
cumplen después de mucho tiem¡.>o y de una manera que
parece burla.
Los jurisconsultos convienen en esto, pero so resig-
nan á estas injusticias con tal de que no sufran detri~
mento sus caros, sus adorados principios. Todos nues-
tros razonamientos obtienen invariablemente esta res-
puesta; la obligación de reparar el daño es una obliga-

(1) En cuanto á la manera de garantir los derechos de la


p~J:te ofendida, véase Gal'ófalo y Carelli, La Baforma del proccaj-
milento PMlri~ en Italia, págs. OOII-OOXI y 74·79. Turín, Bocoa, 1889.
420 CRIMINOLOGÍA

ción ciril, nO es, pues, e:ctgible por medio de la pena, aun


ouando la acoión para haoerla reconocer se deduzoa
ante la justicia penal, pero una vez declarado 01 derocho
no puede procederse á su realización sino en virtud do
las reglas del prOüedimiento civil. La coacción persGnal
sería un abuso digno de un país bárbaro irmcoptablo en
la patria del dered1ü, cte.) etc.
Nosotros sólo tenemos que hacer notar lo. diferencia
que existe entro la deuda que nace de un oontratu en el
cual se ha podido prever el casu de incumplimiento y
adoptar las oportu.nas preoauciones, y la dlmua que
nace de un delito con el cual se 1m "iolado no ya una re-
gla de conducta convenida entre dus personas, sino una
regia do conduota adoptada universalmente. Civilmente
no se oontrata con un insolvente, y si so hace se comete
una falta de prudencia; por el contrario, todos Ol:>LamU8
expuestos á los c1nñ08 que nacen del delito cOllletidu pOl'
un insolvente; ¿por qué, ¡mes, ha de ser privilegin.da la
jnsolvencia? ¿Por qué cuando es tan diferente el origen
y la naturaleza de la deuda no ha de l'cvestir una forma
distinta la obligaoión del pago'?
Kuestros lectores conocen yl). nuestro,s ideas sobro
esto punto (cap. 1, pár. 1.0), para nosotros es justa la
cUGl"ci6n más rigurosa para el reo solvente, éste debe ser
reducido á prisión, siendo de su cuento, todos los gastos,
sin excluir los de su manutención en ella, hasta que
pague su deudaj no debe concedérsele la más peclueña
dílación, oblíguesele á vender su oasa, su estableoimien-
to, su laboratorio, á encontrar dinero á toda costa, lo
que importa es que repare el daño del delito y para que
los delincuentes se deoidan á hacerlo es necesario obrar
con prontítud, con mano firme, ser inexorables.
Llevado este principio á la esfera de los hechos, sería
uno de los rnás enérgicos medios preventivos oontra el
delito. Hoy se ponen en la balanza el lucro del delito de
un lado y del otro la duración de la nena. el delincuente
EL DELITO TOLERAflO y PROTEGIDO 421

aprecia si le conviene renuncial' por dos ó tres años á su


libertad á oambio de gozar más tarde la suma robada, la
oual entre tanto guarda un amigo.
El oajero que roba dos millones á un Banco ó al Es-
tado, sabe lo que puede temer: cinoo ó seis años de re-
clusión (el caso ha ocurrido en Italia), ahora bien, ¿dos
millones no valen acaso para muchos una pérdida lem-
poral de la libertad'? ¿Cuántos con la esperanza, aun muy
lejana, de obtener tamaña fortuna no SI.) resignarían á
pasar una parte de su vida en mayores torturas que las
de una cárcel?
Pero supongarnofo:i que el oajero sepa que no hay
para él más que esLe dilema: ó la restituoión ó una re-
clusión sin término, que no abrigue ni una sombra de
esperanza de que puoda gozar alguna vez del fruto ele su
rapiña, y entonces puede tenerse la segur:'iclad de que no
pesaría las ventajas del delito con las consccuenciuB pe-
nales, sino todo lo más caloularía las probabilidudes de
la luga á un punto donde no pudiera alcanzarle la ac-
ción del Estado.
Lo mismo pudiera decirso de otros muohos delitos,
lo~ ofioios de estafador, de ladrón, de enoubridor, ue
quebrado fraudulento, se enouentran favorecidos por el
convencimiento de que los que 10 ejercen podrán, con un
poco de habilidad, conservar los frutos del delito y go-
zar de ellos después de haber cumplido la pena, á nadie
se oculta cuán poderoso freno sería el oonvencimiento
de lo contrario (1).
Si el ofensor es pobre y no tiene bienes que puedan
embargarse, se le debe obligar á que repare el daño, en
cuanto sea posible, con el fruto de su trabajo, siendo justo
que dure la obligación hasta que haya satisfecho su
deuda. Sólo en el caso de que la suma que hubiera de

-• (1) Véase mi opúsoulo Lo que debiera ser un juicio penal. Tu-


l'ln, Loescher,
1882.
CRIl\UNOLOaíA

pagarse fuese tal que no pudiera reunirse nunca con las


economías sobre el salario, debería fijarse un término
máximo á la obligación para que esta especie de escla-
vitud no se prolongase durante toda una vida de un
hombre. En tales casos debería dejarse al culp:.;¡,ble ell
libertad con la obligación de entrega.r cada semana ó
cada mes una cantidad determinada en }af:) cajas cstn-
blecidas con este objeto, y sólo cuando no cumpliese esta
obligación ó cuando se tratase de un ocioso, sel'Ía nece-
sario alistarlo en una compaüía de tralJajo forzoso en la
cual continuaría asignado ilimitadamente.
De este modo la ooacción personal á la reparación
sería un sucedáneo eficacísimo de las penas leves y de
ordinario ilusorias de nuestros códigos.
En el sistema que proponemos no podría ei::lCapar
ningún reo, fuera ó no necesario aplica.rle mediot:í e1imi-
nativos. En este último caso la obligación do reparal' el
mal sería un excelente sucedáneo á los castigaR que hoy
imponen las leyes, sería un medi.o preventivo bastante
mú,s eficaz que los pocos días de arresto ó lns ridículas
multas é indemnizaoiones á beneficio del Erario, que por
una rareza de la ley son freouenteménte proporcionadas
al daño causado, como si el dallo que sufre un ciudada.,
no pudiera repararse con la, suma equivalente que se
paga no á él sino al Gobierno, el cual, en su propio in-
terés, impone al insolvente la prisión subsidiaria, pero
cuando se trata de indemnizar al pal'ticular, se guarda
de adoptar un medio semeja.nte en obsequio á los prinoi-
pios que protestan en labios de los jurisoonsultos, La re-
paración de los danos se ha heoho de esta maIlera una
fórmula vana (i) cuando es la pena verdadera, la pena

(1) Y aun la hacen más vana los juecos, los cuales, raras .vecoS
señalan al perjudicado la indemnización on la sentencia de con-
dena criminal obligándolo á sostener un nuevo juicio. Un ilustre
magistrado (Cosenza) observa con (lste motivo: q:Se atiende poco
EL DELITO TOLERADO Y l'ROTEOIOO 423

natural de todos los delitos que no exigen necesariamen-


te la eliminación uol reo.
jIi sistema, cuya posibilid3.u de poner en práotioa de-
mostraré en el oapítulo siguiente, ht\l'ía desaparecer las
llamadas pena¡; correccionales y en general todas las que
no tionen por objeto segregar al reo de la i::lociedad, sino
únicamente imponerle un castigo. El castigo verdn.dero,
serio, inolvidable, scr<i la obligación de devolver lo qui-
tado, de reparar la. ofensa, ele recompensar al perjudi-
cado generosamente con U8lU'a apl'Gcianclo el dallo moral,
l::t ugitaciÓll, el temor, la angustia y teniendo la seguri-
dad de qUe no Beria posible sustraerse ú esa obligación
sinu después de una lnrguísim,l" serviclulll.iJl'e.
De este modo se evitaría el Íl' y venir en las cárceles
dI.: conden[l.dos á un::t breve prisión, 108 (males difícilmen-
te yuelven á la vic1[1. pacífica y hom'uda después de esa
mancha, y al mismo tiempo que se economizaría á lU8
cuntribuyentes Illuchas deoenas de millones que huy se
dCl't'Qchan estúpidamente, los ofendidos pOl' el delito,
compensados pUl' generosas indemnizaciones) cesarían
de maldecir la inefio<'1..oia de la justicia penal.

ó nada á las oonsecuencias pecuniarias é interpretando la lay con


arreglo á ideas preconcebidas, olvidamos por costumbre la con-
dena á una indemnizaciOn determinada. sin considerar que la de-
clal'!lc,ión académica y genérica de una indemnización es letra
muorta en nuestras sentencias, es más bien una irrisión, una iro-
nía hacia la víctima, la cual solamente después de largos disgus!
tos, do la ansiedad y las dilaciones de un litigio civil, podrá acuso
un día resacirse de 10 que gastó en ourarse de una herida ó en
eomprar las muletas que se vióobligado á adquirir porque un
malhechor tuvo á bien romperle una pierna~. DiscurHO de inau-
guración del Tribunal de Santa María de Oapua en 1884.
424 CRlr.IlNOLOGÍA

II

Nuestro procedimiento confiere al juez iOtstructor la.


misión de examinar los testigos citadoR por el acup.ívlu,
y de reunir las pruebas de su inocencia ó de ~u menor Cl.lJ-
pabilidad. Este magistrauo tiene el sólo objeto de csela-
recer los hechof3, no el de encontrar á toda cOlSta una
víctima expiatoria. El acusado tiene el derecho de 1'ecla-
ms,r contra el auto que decreta su pl'if3iún, puede ]w,cer
sostener su derecho por un abogado, y el tribunal de
acusación juzga acerca de este punto, la defensa se ad-
mite) pues, desde los primeros pasos del procüsO.
Pet'O no basta toda esta amplitud ú los progl'Gsistai-\
del procedimiento, los cuales desearían destcrrD..l' en
absoluto el secreto, que todo fuese público desde el pri-
mer instante y que touoslos actos, reconocimientos, exa-
men de testigos y de peritos se hicieran en juiciO contra-
dictorio, es decir, por ambas partes, acusación y defensa.,
bajo la vigilancia elel juez (1).
Todo el que tenga un poco de experiencia en estos
asuntos, comprende desde luego que este sistema intro-
duoiría una complioaoión inútil; toda vez que el juez no
tiene la misión de acusar ni la de defender, su impal'cia-
liClad suple la contradicción de las partes con gran eco-
nomía de tiempo y de trabajo; es además ridículo deo ir
que esté dispuesto á acusar porque depende del procll-
rador del rey, como si este último estuviese obligado á
sostenel' una aousación que aun no existe.

(1) Así se consigna en el proyeoto francés, el cual continúa


hace muchos años en eetado de proyeoto, porque 01 Senado Y la
Cámara proponen de continuo enmiendas.
EL DELITO TOLERADO Y PR01'EGIDO 425

Pero no es esto todo, sólo por medio elel más riguro·


so secreto se pU0l1e garantir la sinceridad de la instruc
ción. El ensenar al acusado y á su defensor el tenue hile
que suele servir de guía en el laberinto de un proceso in
dic¡:ario, sería lo mismo que de.iarlo romper, y aun en
oasos menos difíciles no dejaría de tener peligros permi-
tir que el acusado conociCl'a. desde el principio el nombrE
de los testigos imUcados por el ofendido: los parientes)
los amigos del reo, con frecuencia, por desgraoia, su
mismo defensor llegarían ó. casa de los testigos mucho
antes que el magistrado. Nuestras leyes han prescrito
sub1amente el secreto cuando es neoesario; toda la acti-
vidad y toda la enel'gía del magil-.,tr<1clo resultarían es-
tériles por la publicidad en el primer periodo de la inves-
tigación; sólo cuando un magistrado impal'oioJ hu. reuni-
do las pruebas, se puede dar conooimiento de ellas sin
imprudencia al acusado y ti, su defensor (1).

III

No es f3ól0, como dioen algunos, evitar la fuga del reo


el únioo objeto de la prisión preventiva. Aun no exis-
tiendo el temQ.lr de la fuga, es necesario, en muohos ca-

(1) <Querffi' prosc.ribir la instI'ucció¡;¡ preparatoria llevada á


cabo por el magistrado para acercarse al sIstema acusatorio de
la Roma republicana y de Inglaterra, es lo mismo que ofreerr
los mfu¡¡ claros postulados de la razón y de la experiencia en ho-
locausto á la antipatía que producen el nombre y los recuerdos
del proceso inquisitivo". L. Casorati, El proceso penal y las Tll{or-
mus, pág. 2111, :Milán, 1881.
Está además demostrado que en Roma cuando el Protor auto-
rj:¿aba la in vestigación, el acusador reunía las pruebas sin sor vIgi-
lado y contradicho por el acusado. Oarrara, Discm'sos de aplJrtura.
Por último, en Inglaterra las investigaciones preliminares se
hacen en secreto por In. policía y es absoluto el seoreto oon que
prOcede el J'urado de acusación,
426 CRIMI~OLOGíA

sos, privar desde luego ele su libertad al presunto reo, ya


para impedirle que haga desapareoer las huellas mate-
riales del delito, ya para no permitirle qu,: se ponga de
acuerdo con cómplices ó amigos que confirmen las cir-
cunstanoias que haya expuesto para negar ó disminuir su
oulpabilidad, ya para impedirle el soborno ó la intimida-
ción ele los testigos oontrari08, yo" para decidirlo :i con-
fesar su oulpa, ya, por último, para ponerlo al abrigo de
la venganza uel ofendido,
Defender la abolición ele la pl'isión del acusado y, en
caso necesariu, de BU más rigurosa segl'egución, es una
cosa tan pueril qlle hay que admic'al'sG de que homlJres
de cierto talento hayan podido sostener semejanto opi-
nión.
8i ha habido que deplorar en Italia algún mal, no ha
sido el de las prisiones injustas, sino el ele que en lIm-
ehos delitos, especialmente los oometidos contra las per-
sonas, á pesar de haber sido arrestado in lrayanti 01 de-
lincuente, ha debido Set' puesto en libertad por el magis-
tmdo, en cumplimiento ele las leyes prooes<11es .
•\..sí, mientras el herido padece en su lecho, el delin-
cuente ríe y se burla en el oafé ó en la taberna, se alaba
con sus amigos del buen golpe, instruye testigos que de-
muestren que había sido gravemente provooado, ó que
no tuvo intención de causar un mal tan gravé corno el
producido.
Con arreglo á nuestras ideas, la prisión preventiva
debería cleeretarse siempre en todos los delitos á los
euales imponga la ley penas de las ouales pueda presu-
mirse que quiere librarse el reo oon la fuga ó con el des-
tierro voluntario, porque aquéllas representan para él
un mal muyor que éstos; además en todos los delitos
contra, las personas mientms dure Za enfermedad; en todas
las ofensas de cualquier género que sean, de las ouales
pueda presumirse que se quiera tomar unf;t vengan~a
sangrienta; en todos los casos de reinoidencia en la mlS-
EL DELITO 'l'lfLERADO y PROTEGIDO 4~17

mo. espeoialidaci criminal y, en general, en todos los ca-


sos de delito habitual; finalmente, para todos aquellos
caso !S en los lfue, pUl' la naturaleza del delito, pOl' la ín-
dole del reo y pUl' las Gundiciolles del ambiente, pueda
presumirse que éste puede amenazar, intimidar ú sobor-
nar testigos, haoer desaparecer las huellas del delito ó
despif3tar de alguna manera las inveRtigaoiüncs del ma-
gistrado.
Es sin duda dificil encontrar fÓl'lllUlas práoticas llLte
of['ezco.n en este sentido una guía i:legtU'n, á lOf:! funciona-
rios públic'.)s; no puede ~l\'itt>.rsc un casuit:!mo minuciuso,
pero éste es preferible, siempre que l'etipunda á lu,t; ideas
que o.cubamos de exponer, Ú Ulla determinación de putas
categorías, que necesariamente hrm de comprender cu-
80S muy diferentes (11; no ::;ería !lleno::; peligl'lJsu dejar
completamente liLre (3::ite a~unto al arhitriu de IOH magis-
trados, porque ésto~, de ordinario, juzganno pUl' la KC-
mejanza exterrla de muchos casos, f:lO f01'111o,n una regla
que creen buena on toda.s las ooasiones, evitándose así
el examen detenido de 11.\8 circunstancias partic'ulures
que diferencian un caso tIe otro.
Determinados en esta forma los casos de prisión
preventiva) debería modificarse de una manera mdiüal
la libertad provisional.
Esta es una cuestiOn muy debatida, respecto lk 1;),
cual los progresistas doctrinarios defienden el más e:-;-
treoho y peligroso individualismo. DesgrMiadnmentc
sus voces no dejan de osouchar!:!e en rtr-tlia t y la ley y In
jurisprudencia rivalizan para oorregir pOI' nlUdio do la
libertad provisional la iniquidad de la prisión prev(¡)rÜiva.
Es indudable que en todos los ticmpoí:l ¡.;ü hu. selltido

(1) Entre todos lOA tllOdBl'nQS códigos do pl'occdimiolltoa o}


de Austria StrafprOf:8S80rclmmy, oS ol qu'~ ha dotarminado moj~r
los casos de arresto preventivo, que son muy somejantes á loa
indicados por mí.
428 CRnm,-OLOGÍA

la necesidad de la libertad provisional) porque) por des-


gracia, no ha sido nunca posible realizar el ideal cleljui-
cío, que sin dilaciones <le ningún género se celebre des-
pués ele la instrucción preparatoria.
Pero la sabiduría de 108 pueblo6 ha sometido siem-
pre la., libertad provisional tÍ condiciones que aseguren la
comparecencia del acusado ante la justicia, como la flnn-
za personal ó hipotecaria. Además no la ha admitido
nunca para algun8,~ clases de delitos. ,<!Jit/f,S Pílts )'88-
ctipsit non essc in vf1¿cula conjicieJI-dum, e1tin q/li FIDEIUSSU-
Res date pa,.at1l,~ est, T\lsr TA)! GHAVE SCELUS (ulmi,\'si,l'se
eu~¡¡, c()nstet, 1(t ne'lue rnilitioll8 cormnitti debeM: Ui'llln, kaHc
ipsam carceris jJOI!J/Mn ante S1tjJJJZZCIUIn Sllstí 11 ere (1).
Y en el caso de que no se encontrasen fk\.dores, 9}/'a-
'Jleat r¡1tidem in ca.J'/;en (2), Si el reo no comparecía al juicio,
los fiadores sufrían una pena (3).
Del mismo modo se dejaban en libertad en In. Edad
:Medín. hasta la celebración del juicio sólo á (Iuien había
podido prestar' fianza. ,( ComJrrekens1ls al!tem, si !id~jllsso­
?'CS hetbere POI/Ulli!, per fld~j1J,rs~'1lJs ad 'l7UbZlunt perdUl'atul)'/ si
/ldejussm'es Itabe?'e non pl)tl~e?'it, ti rninistris comitis c'ltstodie-
tU?' et ad maZZ1m¿ pe1"ducatwr), (4).
Hoy en Inglaterra, el país del decantadó haberte C01'-
jJ1ts,sólo se concede la libertad pl'ovisional mediante
fianza y éstá es proporcionada á la gravedad del hecho,
á la fortuna elel acusado; á las probabilidades de su fuga,
pero se exceptúan siempre los delitos más graves en lns
que ninguna suma de dinero puede ofreoer la seguridad
de que el reo se someta á la pena.
Los principios que regulan en Francia la libertad
provisíonallos resume en esta forma Helie:
(1) D. Lib. XLVIll, tít. nI, 1, 3. Do custoclia scoru?n ...
(2~ Oodf)x, lib. IX, tít. ITI, ley 6,1\ pár. 2. 0
(3) D. loccit. l. 4.
(4:) Gapit. Cevro1i Il, ann. 87B,j1\U. 4:, 229, odiz. Pertz. HUllno-
ver, 1835.
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 429

(La libertad provisional bajo fianza presenta una ga-


rantía igual á la de b detención preventiva cuando reú-
ne las siguientes condiciones: 1. ", que S0 aplique á acu-
sados que tengan un domicilio conocido y uno, profesión
habitual; 2.", que la fio,nza sea proporcionada á los me-
dios de fortun<l. del acusado; 3_", que esté en relación
con la gravedad del hecho do que 8e le acusa; 4.", fina1-
m~ntG, que esta medid::\. se extienda á los hechos puni
bIes con la prisión correccional ó con otra pena tempo-
ral que eseilciaZmente no sca clü¡tinta de ésta) (1 j.
En Italia, han sido IJlvidados estos sabios principios
porque la libertad provisional se vuede concedor tam-
bién á los acusados de delitos punilJlos 0011 cualqllier
pen~ temporal y, pOt' consiguiente, á los que os tún amo-
nazados de una condena de diez ó veinte años de reclu-
sión, salvo algunas excepciones.
Con frecuencia (Iuedan en libertad pl'ovifeJiona1 1uo
acusados de estafa, de falsedad ó ele hurto, pocos díUB
después de hubet'los arrestado después de ha.ber supe-
rado infinitas dHicultades; pero lo que es aún más gra-
ve, se ven en libertad provisional autores de estupr-ü, de
heridas graves, de homicidios frustrados, y en las pro-
vincias meridionales uun los de homicidios conSU1llL"\,-
dos; existe, en verdad, en la ley, la medida de la fianza
y hasta se ha tenido la preoaución de declarar que "l<:t
fianza tiene por objeto asegurar que el acusado se pre-
sentará á todos los actos del proceso y para la ejecuüic'JIl
de la sentencia;, y además que la surna en que con-
sista será determinada «con arreglo á las oircunBLanciaf:3,
teniendo en consideración la condición del acus{tdo y la
na-tttraleza del delito». (Prooedimiento italiano, art. 312).
Pero estas sa.bias advertenoias se olvidan de ordina-
rio por 108 jueces, 108 cuales han establecido algunas re-

- (1) F. HeHe, Tratado de Instn~cción cl'im'inal, lib. IV, (lapítu~


lo XV, pár. 886.
430 ORl~r1NOLOG ÍA

gIas que conceptúan buenas para, todos los casos, como


por ejemplo, la de que la confianza en Jos delitos contra
las personas no debe exceder de 200 Ó 30n liras, yen 108
casos ordinarios se limita á 50 Ó 100; Y en IJ,s estafas y
en los fraudes es muy difíoil que el Ministerio públioo
pueda obtener una fianza superior ú 500 Ó 1.0DO liras
á pesar de los esfuerzos que haga pam demostrar que el
aousado es propietario, y que aquella suma tiene p[\.ra
él un valor insignificante (1).
Hay, adem:18, otra disposioión legal que en el mayor
número de los casos inutiliza las preoedentes, como es
la de dii3pensur de toda fianza {(cuando sean favorables
los informes de oonducta» (art. '214), los cuales en la
práctica consisten en un certificado del alcalde que de-
clara tregular") la conducta anterior del acusado, aun
cuando, como ocurre con frecuencia, sea éste reinoídente
en varios delitos. Y de aquí resulta que oasi todos los
pobres quedan en libcrtad sin fianza excepto los pocos
de cuya mala conducta certifioa el aloalde. Este e8 un
verdadero privilegio que goza en Italia el proletariado.
Adviértase que la fianza, ademáe de ser una garantía
del cumplimiento de la pena, es, segun la intención del
legislador, garantía también del pago de los gastos de
c1tracidn !I del 1'esa1'cimíento de daíios (art. 229) (2). Pero
todo esto se olvida por la misma ley, que no exige fianza
en los delitos que han podido producir una enfermedad
porque éstos son juzgados por un tribunal y no por una
corte de Asi~es.

(1) Con cuánta más sabiduría estableció en Francia la ley


de 29 de Thermidor del afto IV, que la fianza debía tener un va-
lor del triple de los objetos robados y que en ningún caso debía
ser menor de 3.000 liras en los delitos oontra lit propiedad. En
los demás delitos no podría ser menor de 1.000 liras.
(2) Este artículo se burla, fácilmente porque la misma. ley
admite que la fianza pueda prestarse por un tercero, el cual tie-
no el derecho de retirarla. una vez terminado el juioio.
EL DELrrO TOLERADO y PROTEGIDO 431
Por último, puede pedirse la libertad provisional
aun después de unn. condena de primera instanoia,
aun después de una condena en apelación, y debe con-
cederse por la oorte de Asises, cuando por virtud de las
circunstancias atenuantes allreoiadas por el Jurado, la
pena impuosta sea tal que no hubiera sido posible dictar
mandamiento de prisión.
Es ouriosa la observaoión de que la fO:tüilidad de salir
de la cárcel aumente en razón direota de la certidumbre
que existe de In. culpabilidad del acusado. El individuo
que por una sospecha, por meros indioios fué reducido
á prisión ¡debe ser puesto c[llíbertad cuando se ha hecho
manifiesta su culpabilidad, euando un sentencia le ha
deolarado reo! Este sistema no es natural, es bIso, no
puede ser comprendido por el pueblo, y menos por un
pueblo meridional.
El carácter meridional es poco previsor, y no se
preocupa de las posibilidades remotas. Vive del presen-
te mucho más que del porvenir. ¿Cómo, pues, scntir el
teJuor de una pena que no ha de realizarse inmedhÜa-
mente, sino que estará latente por espacio de meses y
años, olvidada por él y por todos? Si no puede unir sin
interrupción el castigo con el delito, falta para él todo
género de relación entre ambas cosas. Los temores de
males remotos, que tienen eficacia sobre el espíritu oal-
culador del septentrional, no influyen en el hombre del
Mediodía (1).
Se necesita un e.iemplo, he aquí lo que escribe uno
de nuestros publicistas:
«He oído con mucha frecuencia repetir á la gente elel

(1) «Para contener á éste se necesitan penas severas, pron-


tas, preCisas, de tal naturaleza que hieran vivamente la imagina-
ción; para el primero bastarán castigos menos definidos, menos
intensos, menos inmediatos), Spencer; Ensayos (le poUtica.-La
moral de las prisiones.
CRUlINOLOGÍA

pueblo de Nápoles que hoy un hombre se puede dar el


gusto de tirar á otro una puñalada por 51 lil'o,s (1). Algu-
nos se complacían al decirlo, los más aCOlnpnfiaban las
palabras con una sonrisa ele amargn ironía como si hu-
bieran querido deoir ~es esto {lobierllo:J Esta opinión se re-
fiere á la cnantía. ordinaria de la fianza po.ra obtener ID..
libertad provisional ('.!-;. Esto pruoba. quc la penD.. im-
puesta después del juicio HO produce ninguna idca de
temor á la fantasía prQnta é impresionaiJle ctc1 napulita-
no, porque es de ordinario remota y mucho mús después
de las facilidades par<'!, la libertad provisional qua ha
dado recientemente .:\1ancini. Lo que m{\s detiene su
imaginación son las 51 lirns que es n1.á~ inmediato, In,
prontitud del juicio y de cualquier pen<1 ojeroe en ellos
eficacia preventivo. aun mayor que la que una pena 111;1::;
dUl'<1 puede producir)) (:3).
Imagínese cuál es la impresión de los veoinos, de los
am jgos y de la familia del ofendido, cuando ven regl'e-
0801' libre entre ellos, después de algunos meSes do pri-
sión, al :'"l,.cuBado, cuya delincuencia ha sido ya demos-
trada por el magistrado enoargado de la instrucción.
El público, que ignora los secretos del procedimien.
too al Vel' que el reo vuelve á vivir Hure en el lugar
en que cometió el delito, después de una larga pl'isión,
cree que no se le ha querido castigar más duramon-

(1) También yo he oído mil veces la misma frase, lo cual


prueba que 01 pueblo se ha formado reflpecto de este punto una
verdadera oonvicción.
(2) La do 200 á 300 liras se reserva para los casos más gra-
ves y casi pudiera deoirse excepcionales; ni los jueces suelen in-
formarse de la riqueza del acusado que pu.diera hacer ilusoria
esta fia.nza. En América (Estados Unidos d.;ll Sur), donde tan
grandes y continua/!! son las quejas por el abuso de la libertad
provisional, no se concede ésta in los casos graves sin el pago
previo de una fianza de 2 Ó 8.000 dollara. . .
(3) Tudello, GobiM'nD y {Jooe-rnados, vol. 1, cap. m. Bolollla,
1882.
EL DELITO TOURADO y PROTEGIDO 433

te. El sentido moral se siente herido al ver que el ofensor


reconooido y decl::tl'ado sigue al lado de las víctimas
haciendo su vida, acostumlJri1q.a como si nada hubiese
ocurrido. Pero cIo~ Ó kcs mO::;08 después, cuando ha
nacido hl desconfianza en la justioia y oomicmztl, á ol-
vidarse el hecho, :-;1.3 cita al rou para que compal'eZ0a
ante el tribunal) y vuelve á clC8pCl't<:\rsc la, memoria elel
delito y con ella In. ospel'anzü (le que 0,1 fin alcance
un castigo al malhechor, pero también ésta es una
ilusión, se pronuncia la conden;:t y, sin embargo, no
se ejecub, porque el reo puedo retrn,sal'lo er.m UD re-
curso de apelacióll, funuado en Hn J1lotiYo cualquiera,
á veces dcscarachrnenLo falso, y a~í tiene nsoglll'ndos seis
l11eses Ó un afio de libertad i:>cgún los tribunales á ([ue
apele. Ademús corre por este medio una nueva stlmte
y si la sentencia de apelación no le es por completo fa-
vorable, le produce por lo menos, una disminución en
la pena (1).
Puede calcularse que entre el delito y la sentencia de
apehción transcur'l'en por tél'lllino medio dieciséis mc-
¡;¡es, si los pretextos de un hábil abogado reponen varlas
veces la causa al estado de sumario.
Con mucha frecuenoia OCUI'l'e que la pena se re-
baja en l~ sentencia de apelación á pocos meses ó
pocos días, los cuales, por una extrafia coincidencia,
vienen á ser tantos como los que dUl'Ó la prisión pre-
ventiva y entonces se considera la pena como oxtill-
guida.
Pero ouando quedan todavía que cumplir algullu~

(1) En la estadística peDal de 1886 se YO que de 2:J.l'l;3 juzga.


dos por 105 tribunales de apelación, se rebajó la pon a á 5.322 Y
Se SObreseyó ó Se absolvió á 2.067, de modo que obtuvioron una
rebaja de pena aproximadamente el 22 por 100 y la absolución
c~ro~ d(ll 9 por 100. Muoho mayor es la proporción en las pro-
VInOlas meridionales, en las que las absoluoiones y IUl:l rebnjas
de condena alcanzan á veces la cifra del 45 por 100.
cmMIKOLoOíA

me8E\1:J, Ó uno ó más años de cárcel} los condenados


suden hUCGl' oten. tentativa, la del recurso de oas3.ci6n,
vía que se abre gratuitam.ente á los pobres ó mediante
un significante clepóE3ito á los ql\e no lo son, y esto da
lugar á una nueva fmspensión ¡lue suele durar por lo
menos un año. ;\Jús adelv..nte hablaré dG In. seriedG\d de
estus juicios pur infracción de forma, entre tanto me
limito á hrtcGr oOl1sk'l.r 108 efectos de la lilJertatl provi-
SiOnal, prolongada por este medio uno ó dos años.
Supongamos que se trLtto. de 'lm homicidio frustrado,
de heridas ó amenazas graves, de ostupro violento; el
reo tiene la po~ibiIidad ele vengat'se de los testigos que
declar~~ron contru él, de l'oitcrar sus atentados contra la
víctimu, ó por lo menos de hacerle p[tdeocl" la torturn
moral de continuos ultrajes.
Pudiera pt'~!::!entar algunos la.mentu.bles ejemplos de
G!:ito, he aquí algunos: una mujor deformadn por la
amante de su marÍdu y de orden do ésto) el GlIal hnbía
l11:mifestado á su mujer este propósito) tlic.ióndolc que
no lo realizaría él mismo por'que había sido o..munesto.do
y no podía obtener la libertad provif:liOrml, (Ille la haoÍa
deformar por su arnD.nte, la cual saldría inmediatamen-
te de ID. cárc:el.
N. ~. quería á toda costa ver correspondido Su amor
por una .ioven,: l'eohazado por ella, la disparó una pisto-
la, que por fortuna no la hirió; fué arrestado, peru con-
!'Siguió la liberto.r1 p:'ovleional y dur~nto la lenta instruc-
ción elel proc-eso <J..!5esinú D, un hermano de lB, jove:1.
Un labr?,do:' disparó una eeoopeta contm uno de SUS
vecinos para deshacerse de un o.spil'ante á In. finoa que
labr(l,ba, el herido no estaba curado á los dieciocho me-
ses del hecho, entre tanto el ofensor, aousado solamen-
te de un delito de lesiones, vivía tranquilamente en su
casa, cuya puerta da un patio común frente á la puer-
ta de la oasa del enfermo, el oual ve desde el leoho al
autor de su mal, beber tranguilamente un vaso de vino y
EL DELITO TOLERADO Y PllOTEGIDO 435
fumar su pipa; éste es el progreso de las instituciones
políticas.
1., baratero, prohibió á un muchacho hacer la corte
á una joven, éste no hizo caso de la prohibición, y el otro
le hizo cortar la cara dos veces por un hombre pagado,
de modo que el infeliz se vió desfigurado por dos cioa-
trices profundas en ambas mejillas. ID tribunal de acusa-
ción enoontró circunstancias atenuantes, declaró que el
reo debía oomparecer ante el tribunal oorreccional, que le
impuso ouatro afios ele oárcel, pero aquél apeló y halló me-
dio de prolongar por mucho tiempo el juicio. Entre tanto,
se divertía en pasar, de ouando en cuando, delante del
café donde servía su víctima, mirándole con una son-
risa de burla y ecbándole en la cara el humo de su ciga-
rro. El pobre joven lo sufría todo, esperando f;icmpre
justicia, y recha~ando el oonsejo de tomarla por su mano:
un día me dijo llorando, que sólo el cariño que sentía
por su a.nciana madre, le había impedido matar á aquel
malhechor: era pobre y rechazó las ofertas de cantida-
des que se le hioieron para que se retractase de sus de-
claraciones. Así pasaron más rle cuatro años, la oausa
sufrió tres ó cuatro veces dilaoiones, se interpuso el re-
curso de casación y fué devuelto el proceso al tribunal
inferior, y, por último, el denunciante retiró la querella,
porque desapareció en él por oompleto la confiarl~a en
la justicia. La pena quedó reducida á seis l11C8<"i') de CÚl'-
cel, que no se cumplieron porque llegó en BD,ZÓn opurtu-
na una amnistía, habiendo tranBourrido cntre la primera
sentencia y la definitiva ¡¡;ms AÑOS y l\IIWrol
Á veces se apura la paoienoia del ofendido, y estallan-
do su cólera de una manera terrible, da, lugar á un nuevo
delito: nadie ignora la tragedia oourrida en el Palaoio de
Justicia de París, cuando la esposa del diputado Olovis
Hugues, mató con seis tiros de revólver á BU difamador,
que había perseguido inútilmente ante los tribunales, 106
ctlales le dejaban impune y le devolvían la libertad.
CRIl\!I~OLOGÍA

y no hay que hablar del efeoto pemic.ioso de In. li!}(:w-


ta.d provisional en los delitos endémicos é imita.tiYot:\.
En otro lugar he referido el ouso ocurrido en una po-
blación inmediata á Nápoles, oIlla tIlle un joven deformó
el-rostl'o de una muohaoha: los tres recursos sucesivo!:
duraron, como de costumbre, más de dolS aflOSj entre
tanto, aquel caso fué soguillo de otro y otros SeHll.)jaJtt0~)
hasta el número de diez en POc.os mescs, tanto que Ia::-;
más bellas jóvonof5 del paú-:l D.cccdía.n, aterl'ad\l.H y ountt'a
todos sus deseos, ú 1\1.8 peticione..; del mutrÍl1llJniu, hecba~
por los 111Ú'" DHl,lvado8 Ó pUl' lus más arrogantes do} ¡me-
blu. ~i el primcl'l) que hirír) nu hubiera i:3íc1o ex.cal'celado,
sino cl(>spués clü cumplir la pella do tt'e" nilOH, 08 ¡>l'l,i>a-
ble que su c.icrllplo nu hubiel'iJ, sidu seguidu pUl' ninguno
ele sus imitadores (l).
~llpong{Lm()" ahora quo, en lugar del delito cítndo,
Re trata de un hurto, de una, esta.fa. ú do una fnlsi!ieación,
el reu pl'epLU'a bU fuga cnt.ro UllJ uieio y ¡¡tr'u, para el 0i.18(j
de que se confirme la scnteneia, ó arregla 8US w:nmtos dü
manera que PlHxln oludir la l'e!::ltitución do In. Huma roba-
da ó dcfraudt\.da.
Ejomplo es el famoso De Mattia, que robó al Estado
casi dos mmone8, con falsas ganancias en la lotorÍa y
que pudo huir después de la sentencia del tribunal de
casaoión, que declaró jncompet~nte al correccional y 80'
metió el conooimiento de la cansa á los Assises. Hasta
entonces, habiendo sido 10. causa correccional, había pOl'<
manecido el reo en libertad. Una cosí1l:lemejante ocurrió
en un robo de cerco. de 500.000 liras, en cl que el acusu.do
fué deolarado por el jurado oulpable, con circunstancias
atenuantes que le permitían obtener la libertad provisio-

(i) Uno de éstos, que no fué puesto en libertad, declaró fran-


camente que si hubiera podido sospoohar que había de tratársela
de una manera tan distinta de la observada con su!:! predecesores
no hubiera cometido 01 delito.
EL DEr.X'1'0 TOr.EHADO y PROTEGIDO 437

nal. No se había encontrado el dinero, y el ladrón: que


salió de la cár0el, no ha vuelto á ella, porque con mecHo
millón se evita la, policía, se cambia de nombre y 8e vive
donde se quiere seguro y respetado.
Pudieru citar centenares de ejemplos Remejantes para
demostrar que la libertad provisional, tal 001110 está es-
tablecida en Italia) hace inútil la represi()n, pUl' que .;lr;ja
al arbit1'io del Te!) et S1f 1'1'17' Za JJcna Ó S1lst1'ae1'se ti elllr.
En efecto, en nuestros días se viaja libremente ]Jor
todo el mundo; hasta los pasaportes son casi inútiles. Y
por otra parte, ni es necesario emigrar, ni siyuicra irse
muy lejos, basta mezclarse á la multitud de una gran ciu-
dad, ba~ta cambiar de habitación, para que 108 agentes
de la seguridad pública declaren infructuosas sus pes-
quisas. Estos agentes no se preocupu,n sino pOr los de-
litos extraordinarios que ha,cen funcional' todos los telé-
grafos del reino. Y, en último término, no dejan de tener
razón; habían prestado á la sociedad el servicio que se les
exige por segunda vez, habían descubierto al malhechor,
Rabe Dios con cuántos trabajos, y lo habían reduoido á
prisión; pero aquel estafador, aquel falsificador fué
puesto de nuevo en libertad en nombre de los grandes
principios, en el del sagrado derecho de la libertad indi-
vidual, y dos años después, se exige de nuevo á la poli-
cía que encuentre en el rincón de Ulla de nuestras mo-
dernas Babilonias, al obscuro malandrín, ouya memoria,
se había perdido, para que sufra un afto ó dieciocho
meses de prisión; realmente esto e8 ridículo.
Una reforma del pro oedimiento , inspirada en los
principios de la ciencia penal positiva, debe hacer oasi
8!empre inútil, mst'ced á la celeridad de los juicios, la
hbertad provisional.
Determinados oon reglas raoionales los casos en los
que deba encarcelarse á la persona, no debe devolverse
lIbre á la sooiedad, sino con una deolaraciónde inocen-
cia ó cuando haya cesado la causa de su segregaoión.
4:38 CRIMINOLOGíA

Esta debe ser la regla general, pero pudiera conser-


varse la libertad provisional en los siguientes casos:
1. o cuando no existan suficientes indIcios para probar la
delinouencia del detenido y sea necesario proceder á
largas diligencias ele instrucción; '2. cuando la fianza
Q

sea una garantía suficiente, es decir, cuando se trate de


delitus en 108 que el efecto más sensible ó único de la
condena sea la obligación de reparar. En este caso, el
depósito de una suma equivalente á la que el acusado
estaría obligado á pagar después de la condena, debería
darle derecho á la libertad provisional, porque entonces
carecería de objeto la prisión preventiva.
Es inútil decir que en nuestro sistema no puede ad-
mitirse jamás la libertad en los casos de delitos á los
cuales fueran aplicables medios elirninativos absolutos ó
indeterminados, es decir, los que no tengan una dura-
oión preestablecida. En otro lugar veremos qué delitos
son éstos; bástenos decir) entre tanto, que la gran exten-
sión que ooncedemos á los casos de reparación peolU1ia-
ría, como sucedáneo de la pena, no harían menos raros
los casos de libertad provisional previa fianza, pero en-
tonces sería imposible ver libres por el mundo ladrones y
estafadores habituales, objeto de una ó más condenas
inútiles y excarcelados, entre tanto, en nombre de la ley,
y seria también imposible ver delante de la casa del iu-
feliz herido que gime en su lecho, de la joven violada
que se avergüenza de presentarse en público, al ofensor
libre, indiferente, impune por espacio de largos añOS,
burlándose orgulloso de la ley y dispuesto á volver á
empezar, mientras que los testigos indefensos tienen tal
vez que lamentar amargamente el valor que demostra-
ron diciendo la verdad ante el juez instruotor.
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 439

IV

Digamos algunas palabras de los juioios crim'nales.


El oaráoter estrictamente jurídico dado á la magis-
tratura penal ha. produoido una semejanza artifioial en-
tre los juicios criminales y los civiles. Hay en éstos un
actor (el acreedor) y un demandado (el deudor); en
aquéllos litigan tambíén dos partes, una de las ouales
(el Ministerio público) exige el Cirédito de la sociedad (la
pena), la otra (la. defensa del acusado) niega la obliga-
ción de pagarla en todo ó en parte. .
El juez con su sentencia ajt1'm:t eZ derec1w discutido, es
decir, declara lo que c07'responde aZ 1'60 en proporción del
delito que ha oometido, y es tanta la analogía, que cuan-
do el reo ha cumplido su pena suele decirse en el lengua-
je forense (f1te 'ha satisjecho su deuda para con la sociedad,
y que ésta 1W tiene lJu&da que exigi;;' de dI.
Esta necesidad de las dos partes litigantes, la acusa-
ción y la dejeMa, dió origen á las antiguas formas del
procedimiento criminal, naoidas en tiempos en los que
no se consideraba la perseouoión de los delincuentes
como una función social, porque no se veía en el delito
más que un perjuicio privado que debía repararse, no
una ofensa á la sociedad entera.
Nuestros miopes progresistas, quisieron restaurar en
toda Slb plt?'e~a el sistema acusatorio, regresando así á
los tiempos ele las naciones bárbaras en las que e1.i\'11oio
tenía el aspeoto de una verdadera. lucha.
((La índole propia del sistema aousatorio es siernpre
el antagonismo de dos partes, como que se propone, 'Ita
l(~ aVe?·i(jlHf,.CWlb en, fl,?'{t$ ae ~6Jia certe:iXt absoluta, sino una
certeza ~'elati'l){c; no si ewiste 'Len inocente 11 '1m ()u1,pa'ble, sino
440 CRlllIlNOLOGfA

quién es el1)encüloj el premio de la batalla se convierte


en una fianza, el perseguidor en acusador, el persegui-
do en acusado, 108 pares en jurados, las luohas en dis-
cusiones, pero 8ie¡np?'e sU~8iste el p1'in¡,itivo ca?'ácte?' de 1m
dtceZo. No de otra manera pueden explicarse los puntos
oar~inales del prooeso acusatorio, como son la necesidad
de un aousador (píililioo Ó. privado) para proceder; el
sobreseimiento del proceso por el desistimiento de una
de las partes, la imposibilidad de admitir una sentenoia
dilatoria ó la apelación á una instancia superior, la for-
ma oral y la publioidad de los trámites, pronunoiar la
sentenoia en virtud de una convioción interna sin moti-
varla ó justificada; lo, resoluoión de los puntos de heoho
oonfiada á los jurados, la libre reousaoión de los misn10s
y otros muohos que concul'ren en los sistemas acusato·
ríos más celebrados, como, por ejemplo, el romano y el
inglés, que aun cuando á veces se encuentran oorregidos
ó adulterados por la intrusión de otros principios, cle-
muestl'an que 'lW se trata tanto de 1tna f1tnciÓlb social como
de 'lt~ue cuesti6n p?'ivaclct, por to c1bttt tiene tanta semejanza
co?/, el ]JroceainiJiento civ??, en el que, tratándose sólo de in~
tereses partioulares, no b1t8Ca la 80ciedaa lcb trazón absoZuta
sino la que está más apoyada por las pl,'uebas aduoi-
das» (1).
El sistema inquisitiv0 introduoido en la Edad Media
por la justicia eolesiástioa y adoptado definitivamente en
Francia por Luis XII fué indudablemente un progreso,
porque reconooía da verdadera esencia del prooedi-
miento:.; es decir, una investigación orítica é imparcial
de la verdad que es precisamente el «objetivo del proco-
.so racional y legítimo» (2).

(1) P. ElIero, Origems lti8trJricos del clereo7/O (le CCfstiuar, pág. 18.
Bolonia. Zanicholli, editor. Véase también Sumner Maine, L'An-
cien (l7'oft, chapo X.
(2) Ellero, lugar citado.
EL DEL1TO 'rOLERADO y PRO'rEGLDO 441

Los abusos á que dió lugar este sistema, espeoial-


mente en materia política; la falta de todo género de ga-
rantías para el acusado y el excesivo poder del juez,
provooaron una reacoión de la oual naoió el prooeso
mbüo que hoy domina, inquisitivo en el período de la
instruoción y acusatorio en el período del juiciO: en el
primero, el seoreto de una investigación llevada á oabo
por el magistrado; en el segundo, la publioida.d de la
discusión entre dos partes, una de la~ ouaJes acusa, la
otra defiende. El aousador debe ante todo demostrar la
culpabilidau del acusado, después pedir la aplioación de
la pena legal, y de la misma manera el magistrado, des-
pués de haber oído la defensa, decide en primer lugar
sobre ellbeclbo, después sobre el derecho. .
En el sistema de la escuela pO!3itiva el juicio debería
adoptar formas muy diferentes; en primer lugar no debe
entablarse discusión aceron. del hecho, ouando el reo
haya sido sorprendido en fiagrante delito ó (mando esté
confeso, y no haya motivos de dudar de la veracidad de
su confesión.
La discusión sobre ellll.~cho debería limitarse, 001110
se hace hoy en Inglatel'ra, al caso en que el aousado 8e
declare inocente y esté pronto á suministrar la prueba.
Tampoco debería exigirse por la ley, bajo pena de nuli-
dad) la necesidad imprescindible de un abogado, porque
su presenoia para sostener let inocencia ó la menor oul-
pabilidad del aousado, es á veces un contrasentido.
Los delincuentes habituales que suelen pasar la vida
en las prisiones, con breves intervalos, no sienten ningún
temor por la condena, y aun la desean durante algunos
meses del año para procurarse gratuitamente albergue
y a.limento, y entonces oeurre un caso curioso á pesar de
su freouencia: el abogado debe fatigarse para poner á
cubierto á su defendido oontra los «rigores de la ley;) de
que este último se burla porque sabe que son inocuus
y ::teaso desea en su COrazón ser herido por ellos.
#2 CBlUINOLOGíA

¿Puede pensarse un absurdo mayor que el de que


cada ladronzuelo de ofioio tenga un abogado por paladín
que le defienda aún á pesar suyo?
Oreo que el buen sentido no puede admitir más que
la defensa pedida, la oual no haría desigual el trato de
los ricos y de los pobres, porque éstos últimos podrán
exigir un defensor de ofioio: lo que no se explioa es por
qué debe darse al acusado, aun contra su voluntad} un
defensor.
Pero no serían estas solas las novedades de nuestro
sistema. En él disminuiría mucho la importancia de lo
que hoy se llama dIscusión en derecho, entre la aousa~
aión y la defensa, con objeto de definir el delito y deter-
minar las conse0uencias legales que nacen de él.
La publicidad y la forma oral del juicio termilla~ían
con la declaración pronunciad¡¡, por los .iucces aoerml,
del hecho cuando hubiera sido controvertido: con esta
declaración se determinaría, por ejemplo, que X ha 1'0-
bada un reloj del bolsillo de un cabn.Ilero; que está con-
victo de hurto por tel'Cel'a vez; que ~s hijo de un presi-
diario y de una prostituta, y que nunca tuvo un oficio
honrado; en otros casos podría declararse que Y ha co-
metido un robo á mano armada, que en BU jnventud ha~
bía sido honiicida, y, por último, que tiene el tipo antro-
pológicp y psicológico del asesino, ó que Z ha herido
en una riña de taberna á un compañero, que es ebrio
habitual y que presenta algunas señales de alcoholismo
crónico.
Terminada la }Jl'ueba do 108 he(~hos negados en todo
ó en parte por la defensa, cleberh terminar lD., disousión,
la
porque el objeto de defensa estaba tel'minudo y lo que
quedaba que hn.cor- ::;ería la designaoión de la clttf:lü, de
la subljspecie, de la variedad do dolinmwnto8 Ú quo pOJ.'-
teneoiera el l'(;~O y la apl1oo,ci6n de Iet lI1(Jdilla (111.0 (.\1 0(>-
digo del porvenir- düdat'o rná!:l apl'opiada al (laso. ¡,f ),UÚ
slgnificuciún tondl'íu, apelar (t l:.~ filomt.'n(~i::t }H.Jl' parto do
EL :OELITO TOLERADO y PROT:gCUDO 443
la defensa. ó apelar al rigor por parte de la acusación?
La sooiedad debe ser defendida, el ofendido exige una
reparación, á esto es lo único que debe atenderse, pues~
to que no se trata de hacer que el reo sufra una pena
mayor ó una ptma menor, se trata sólo de conve~-tirlo en
un sé!' inofensivo y de obligarle á que repare en ouanto
sea posible el mal que haya causado.
El Estado debo atender á la defensa de todos los in-
tereses sooiales y uno de los más sagrados es la repre-
sión del delito; al Estado tooa, pues, determinar el tra-
tamiento que debe darse al reo, la defensa del individuo
debe cesar en el mOl'l1.ento en que el oiudadano se decla~
ra culpado; clasifioar el reo en una ó en otra clase de
aquéllas para las que hay indicado un metÜo represivo,
debe confiarse á u,n orden de funcionarios' que el Go-
bierno crea oompetentes y á los cuaJos sólo puede im-
portar la definición exacta del oaso y la aplioación del
remedio en la calidad y en la dosis necesaria, Más ade-
lante trataremos de quiénes deben ser estos funoio-
narios.
He dicho antes que oonserV'arÍa on parte las presen-
tes formas del juicio en el caso en que el reo sóstiene su
inoúencia ó su menor oulpabilidad.
La ley admite la apelación en los juicíos correociona . . .
les y el reourso de oasación en toda clase de juicios. No
tenemos que deoir de qué manera funoiona todo este en-
granaje. Los lamentos oontr111a lentitud y la inutilidad
de la justic~a correcoional son antiguos, pero inSistentes;
véanse (jomo pruebas las palabro..s de un ilustre magi[~~
tt'ado: «La justioia o(wreccional satisfaoe tan sólo, en la
manera con que aotualmente procedo, las exigenoias do
una justioia abstracto., ideal, que no es al que aspira. la
sociedad; la justicia social cuando llega ta.rde es infe-
oundll y en los delitos leves tí11 vez d1J..i1osa. Be neoesita
oxaminar ctb h'j~is el mecanismo de mWf:!tro prooorUmÍcn-
to pello,l para ver si pOl' ventura exíl$te ,\lg'una rueua
444 ORl1l!lNOLOGÍA

desgastada por los frenos exoesivamente exagerados que


si pOI' una parte garantizan la libertad del individuo, por
otra estorban el ourso de la justicia» (1).
Las apelaciones y los recursos producen el efe oto
suspensivo, el aousado queda en libertad, no paga al
ofendido las indemnizaciones debidas, está .e:Kpuesto á
ganar y no á perder, porque, según nuestro prooedi-
miento, la pena no puede aumentarse en una segunda
sentenoia, ouando no haya apelado el Ministerio público.
De aquí se sigue que se apela de un número inmenso de
sentencias (2), y que lus freouentes revocaciones son un
continuo inoentivo para intentar este medio. Y no se
orea que la revocaoión de la sentencia primitiva signifi-
ca que se haya oometido en primera instancia un error
judicial, que se repare por el magistrado superior, no
por cierto: en el mayor número de los oasos de apela-
ción admitida, tan sólo se disminuye la pena.
Y esto se explica fácilmente: el tribunal de apelación
no juzga después de haber recibido las vivas impresio-
nes del debate y después de haber visto y oído al ofen-
dido, sino sólo después de haber escuchado al apelante
y dirigir una rápida mirada al proceso, y como oye -Can

(1) Miraglia. Discurso de inauguracIón del tribunal de Trani,


en 1882.
(2) Las apelaciones 'de sentencias de tribunales correcciona-
les, que en 1873 eran 28.313, ascendieron á 29.871 en 1881 y 17.4.4t'
en 1886. En Frant;>.Ja, en donde el apelante corre el albur de su-
frir una condona más grave, no hubo, por término medio, más
que 9.520 apelaciones desde lB81 á 1885. El tanto por 100 de las
sentencias de.tril:lunales correccionales, apeladas en Italia, es el'
35, mientras que en Fraucia no es más que e15 por 100, además,
en Italia el término medio de laa disminuciones de pena es el de
21,65 por 100, el de las absoluciones de 9,0,1, por 100, el de loa au-
mentos de pena no es más que el 2,17 y el de condenas en (,Ia.MO
de absoluciÓn 1311,66 por 100, En Francia so confirman h\.!:! ooho
décimas partes de las sentencias y en las que se reyocan, se au-
menta la pena tres veces do cada diez.
EL DEJ.ITO 'l'OLERADO y PROTEGIDO 445

sólo á una de las partes, al condenado, cede más fácil-


mente á las indioaciones de los defensores, cuando no
encuentra un obstáculo legal para ello. Hay algún tri·
bunal que se cree obligado á rebajar hs penas, y ejecu-
ta sistemátioa J escrupulosaIJ!.ente su presunta misión
en todos los caeos que no se ha aplicado el mínimum de
la pena. En el sistema que proponemos, no deben supri~
mirse las apelaciones y los recursos) sino que deben
Conservarse en tales límites, que hagan imposibles los
ejemplos de condenas que dejan de oumplirse dos, tres ó
más anos, de prescripoionesde pena, obtenidas duran-
te Jos reoursos, ó de anulaciones, en virtud de formali-
dades puramente externas que no han podido influir en
manera alguna en el contenido de la sentenoia.
Ell lo referente á la apelación, creo justo que se de
al oiudadano esta garantía contra un error posible, pero
no es justo que entre tanto quede en plena libertad un
condenado, pues es raro que se admita la pri$Íón pre-
ventiva por una mera sospeoha oonoebida por los fun':'
cionarios públicos, y que no se admita ouando el aousa-
do ha sido deo1arado reo por el juez. ¿Aoaso la interpo-
sición de una apelaci6n, pucele destruir la . pl'esunoión
gravísima que naoe de una sentenoia?
Yo quisiera que el acusado fuese sometido á prisión
inmediatamente después de la primera condena) y que
se diese facultad al juez para que en el lluevo juioio im-
pusiera la pena. que estimase oportuna, aún siendo más
grave que la aplicada, la cual no puede agravarse en el
prooedimiento italiano, cuando no media apelación del
Ministerio público. Sólo así podrá terminar la costumbre,
universal hoy en el Mediodía, de apelar de todas las sen-
tencias con el solo objeto de ganar tiempo y poder ade-
:más esperar en la prescripción, en el desistimiento de la
parte ofendida, en la retractación de los testigos, en una
,amnistía, etc.
Se dirá que, en oaso de absoluoión, el arresto habría,
446 ORIMINOLOGÍA

sido injusto, yo digo que el error del primer juicio sería


un caso desgraoiado, por el oual pudiera oonoedel'se un
dereoho á indemnizar al aousado, cuando se deolarase
probada su inooencia en la apelaoión. Sería una desgra-
oia oomo otras muohas que pueden ocurrir á un hombre
honrado, yel hombre verdaderamente honrado, lo que
más desea en semejante oaso, es la rehabilitaoión de BU
honor. Por otra parte, pocos meses de prisión no son un
mal intolerable, especialmente ouando se concede el de~
reoho á una iudemnización. Las causas del error deben,
además, atribuirse oasi siempre en gran parte á impru-
dencias del aousado, á su ligereza, á su conducta ex-
céntrioa, á las malas oompañías que freouentaba y sola-
mente en oasos muy raros á una verdadera oircunstan-
cia imprevista, y sería justo que la indemnizaoión fuese
tanto menor ommto más razonables fueran las sospe-
chas que hubiese heoho nacer la conduota del aousa,do
y que hubieran inducido á error al primer juez.
. El dereoho á esta indemnizaoión pudiera admitirse
también por la detenoión preventiva, suf~'icla injusta w

mente durante el prooeso en primera instanoia, y pueden


aducirse para justificarla las mismas oonsideraciones
que aoabamos de apuntar (1). La suma en que ésta con-
sistiera debería ser proporoionada á la duraoión de la
prisión injusta, lo oual debe dar al poder ejecutivo un
móvil para acelerar la marcha de los asuntos y obligar
á los jueoes de apelación á que pronunoien su senten-
cia en el término más breve que sea posible ..
Resumiendo, pues, yo introduciría las siguientes re-
formas en los recursos de apelación: 1. a arresto del reo
inmediatamente después de la primera condena, á pesar
de la apelación y sin que fuera posible conceder la liber-

(1) En diez cantones de Suiza ha sido admitido hace lD'tlChos


años 01 derecho á la indelUIlizaoi6n de los detenidos injusta-
mente.
EL DELITO l'OLERADO y PROTEGIDO 447
tad provisional (1); 2. n no imponer limitación alguna al
tribunal de apelación para que imponga la pena que crea
ya en el género, ya en la duración, y 3. n conceder al con-
denado absuelto -en apelación con una declaración de
completa inocencia, una indemnización razonable excepto
en el caso de que la absolución haya sido producida por
pruebas aducidas después del primer juicio por el mismo
condenado.
En cuan to al recurso de casación, es aún más daño-
so á la justicia que las apelaciones correccionales por las
reglas á que hoy se l1a11a sometido, puesto que puede
anularse la sentencia por efectos puramente de forma sin
consideración á su contenido, y la consecuencia de la nu-
lidad es un nuevo juicio, es decir, un retraso indeflnido.
Para un profano que desconozca la lógica jurídioa, la
cual es con frecuencia la negación de la lógioa humana,
deben parecer inverosímiles los más frecuentes motivos
de nulidad; se anuló una sentencia porque faltaba en los
autos una cel'tificacion de nacimiento, otra porque en la
sentencia sometiéndola al tribunal, faltaba la fórmula
sacramental «en nombre de S. M.,) otra porque en la
fórmula' do juramento de un testi¡;o el escribano había
consignado «juró decir la verdad y nada más que la» ol-
vidándose añadir la palabra «vel'dad». Ocurrió esto en
una cúudena de quince años á trabajos forzados por ase-
sinato; por consecuencia de la casación rué sometida la
causa á otro tribunal en el que los ~cusados fueron con-
denados correccionalmente, concediéndoseles la libertad
provisional. Un tío del asesinado, anciano de setenta años,
viendo que la ~usticia era inútil se la. tomó por su mano

(1) Debe notarae con este objeto y para tranquilizar á los fa,·
náticos del liberalismo, que la liberalisiroa ley belga Bobl'e la
detcMi6n ha dado facultades al tribuual para o:rdenul' el arresto
in~,ediato dell'eo condenado ú una pena f¡uperi())~ 6. a~is lnosos
de cárcel. (Ley do 20 de Abril d.e 1884, tll't. m).
4-18 CmllJlli O¡,OGlA

matando coram popuZo á uno de los asesinos, y por este


delito fué oondenado á diez años de reclusión. Esta nueva
sangre y esta. inicua oondena no tuvieron más origen
que la deplor8.ble anulación de aquella sentenoia.
También se anuló un juicio que había durado un mes
contra los famosos hermanos Impronta, dos homioidas
conocidos por su riqueza y su alTogancia, que á duras
penas habían podido ser condenados á trabajos forzados;
el motivo de la casadón fué haberse omitido en la fór-
mula del juramento la pal:.\bra «toda») que debía :nf'()(',eder
á esta otra: «verdad» (1).
POI' omisiones semejantes se oasó por dOE veces una
condena á trabajos forzados perpetuos impuesta á una
mujer que había hecho matar á su marido, á la tercera
vez los jurados pronunoiaron la absolución, tal vez sospe-
cnando de la verdad de la aousación. Una sentencia que
condenaba á. tres afias de reclusión al autor de Ulla falsi-
ficación de láminas ele crédito territorial, so anuló pOl'quo
el tribunal había creído inúti11a presentación del decreto
que nombraba al acusador caballero de la corona de
Italia, como si no pudiera darse el caso de que un oaba-
llera de esta orden sea también caballero de industria.
El tribunal de casación de Nápoles anuló una senten-
cia dé un tribunal de Assises, por la cual los jurados
habían sida invitados á reotificar su veredioto porque
durante la lectura de él habían declarado unánimamente
que por error material habian eso rito sí en lugar de 1¿o
á la pregunta relativa al estado de las facultades menta-
les del reo. Con razón exclama Majno que le parece esto
una enormidad intolerable (2).
Podría presentar infinitos ej emplos de esta clase que

(1) Garófalo y Carolli, La Reforma del pro()/XUmiellto lJ(lHaZ e1t


págs. ex, o},,"!.
ltalir.~,
(2) Mnjno, ,uu Rellista !le lwocetlilnientos penaZes en eZ Arc1¡ivo ele
Psiq1,iat1"ia. Volumen V, cuadernos 2.('·3,°.
EL DEI,ITO TOLERADO y PROTEGIDO 449
probarían oon cuánta razón ha dicho Lombroso que «los
reoursos se fundan en cuestiones de foema que nos hMen
regresar á los. tiempos bizantinos y á las rarezas de algu-
nas razas mongólioas». Y «para fijar en la imaginación
que la justicia debe siempre tender á favorecer á los de~
lincuentes más que á los honrados, más en favor de los
verdugos que de las víctimas, se añade el absurdo párra-
fo en vil'tud del cual el nuevo juicio puede producir la
disminución, mas no el aumento de la condena, como 'si la
verdad no pudiese nunoa resultar en favor de la sociedad
sino siempre en favor del reo; circunstancia esta última
que explioa la enorme cantidad de los recursos ya gene-
ralizados en todas las oondenas y la oantidad proporcio-
nada de las revooaoiones; todo oon pérdida, no s610 de
dinero y de seguridad, sino lo que es peor, de tiempo,
que en estos oasos es tanto más preciado, cuanto que en
él está todo el prestigio ele la justicia represiva» (1).
En las provinoias meridionales es enorme el número
de los reoursos; oasi todos los condenados á penas aflic-
tivas desean expefimentar ese medio que no prolonga
su prisión, sino que, por el c.ontl'ario, convierte la reclu-
sión en una cómoda detención en la oároel, medio por el
cual el reo se conmuta una pal't~ de la pena por otra
más leve.
Otra funesta anonialía producida pOI' el peligroso
principio pro 'l'eo, es la desigualdad de oondiciones en
que se encuentran el Ministerio públioo y el a.ousado en
cuanto á los efectos en el recurso de oasación. Si el acu-
sado deÓlarado culpahle por los jurados obtiene la oasa-
ción, tiene derecho á un nuevo juioio; por el contrario,
el Ministerio público no puede reourrir contra una sen-
tencia de absoluoión más que con fines meramente doc-
trinales. En efecto, la ley dispone: «La casación de una
sentencia. de sobreseimiento ó de absoluoión no podrá

(;l.) Lotnbroso, ltw¡'smlmto del cloUto en It'tUtt, págii1. 36 Y 37.


2~
450 CRIMINOLOGÍA

intentarse por el Ministerlo público más que en inteJ'és ae


la ley y sin que pueda peljudioar á la parte absuelta ó á
aquella respeoto de la cual se ha sobreseído» (artíoulo
842 del Código de prooedimientos penale8).
Con razón decía oon este motivo un magistrado, que
puede deoirse inooncebible, ya que no absurda, la des-
igualdad que existe entre los derechos de la sociedad y
los de los aousados (1).
La oasaoión «en interés de la ley» es el 'ibOn ph~8 ttlt1Y{¡
del humorismo y demuestra que este género no deja de
existir en nuestra literatura como han oreído muchos.
Esa casación no puede servir más que como adverten·
da ó lección al magistrado que oometió el error; ¿pero
entonces para qué pronunciar la casación permanecien-
do firmes losefeotos de la sentenoia anulada? ¿N o sería
mejor dar directamente la leoci6n 6 la advertencia al
magistl'ado que oometió el error?
Lo sensible es que el bumorismo aplicado á las leyes
sólo hace reir á los malheohores mientras lloran las per-
sonas honradas.
La institución de la. oasaoión debe reformaI'se radi-
oalmente por ser incompü.tible, no sólo con nuestro siste-
ma, sino con' cualquier otro sistema racional.
Como dootrina es indudablemente útil que exista una
autoridad superior á quien recurrir ouando la inferior
haya infringido las formas que se creen necesarias para
asegurar la justicia, pero el error consiste en haber dis-
minuído la eficaoia de las penas para obtener l~~ escru-
pulosa observancia do las más pequeflas ritualidades, y
como por desgraoia suele ocurrir en Italia, entre dos
males se ha elegido el mayor.
Sin embargo) sería tan fácil decidir, no de una 1110,-
nera a'bst1'Ctct(t sino en cadcb caso eS1)(]cictí, si la formalidad

(1) Bonelli, DisclI'rso ele (f,pertutct (leZ tl'ilmnaZ ele OCltctnr:m'o en


1881.
EL DELITO TOLERAPO y l.'ROTEG1DO 451
omitida ó violada ka podido tene·" alguna injt1tencia en el
juicio del kec7w ó si éste es independiente de ar¡1wlla, de
una manera semejante á lo que se hace en materia
eleotoral cuando se impugna la validez de alguna pape-
leta, que se prescinde de la reolamaoión si, desoontadas
las papeleta.s impugpadas, el resultado viene á ser el
mismo.
Entiendo que el magistrado que ha intringido la ley
debe ser objeto de una censura, pero su sentenoia debe
ser firme ouando la violaoión sólo ha tenido una impor-
tanoia, por decirlo así, 1Jt6?'oc?'ática.
Por el contrario, en los raros oasos en los que (oon la
lógica común, no con la jurídica) puede presumirse que
por la violación del procedimiento ha naoido algún mo-
tivo de convicoión en el ánimo de los Jueoes, entonces
debe anularse el juioio, ya sea absolutorio, ya oondena-
torio y mandar que se celebre de nuevo.
Por este medio se oonoiliarían 108 intereses sociales
con los de la justicia más imparcial.

Los jueoes en materia criminal pertenecen, en los


pI'inoipales Estados de Europa, á la oarrera de la ma-
gistratura 6 cuando más á algunas categorías de oiuda-
danos entre los cuales se eligen por snerte.
Los primeros instruyC;ln los prooesos, decretan las
acusaoiones y juzgan del heoho y del del'eoho en las
materias correocionales y de policía; y sólo del dere~
cho en lo que se llama materia criminal, los otros
Juzgan del hecho en esta última materia.
Yo ¿reo que. ni los aotualos magistrados ni los ju-
rados pueden ejercer reotamente la funoión represiva
del Estado.
452 C:aUIIN'OLOGÍA

Esta doctrina puede parecer desde luego rara por-


que el dilema suele presentarse siempre en estos tér-
minos: magistrados ó jurados.
y oiertamente no sería posible otro dilema de enten-
der oomo hoy se entiende por magistrados los jurisoon-
sultos que consagran al Estado su aotividad.
La base de su oiencia, la señal de su cultura es el
dereoho civil, .su mayor título de gloria merecer el oa-
lificativo de romanistas. Pero toda su oienoia, in~Hspen­
sable para juzgar bien en materia oivil, es hoy inú-
til en gran parte en la rama completamente diversa.
de la justicia penal, y será tanto más extraña y su-
perflua cuando se lleve á oabo la transformación á que
aspiramos de la ciencia penal.
El código penal del porvenir, exigirá en los lla-
maclos á aplicarlo una serie de conooimientos muy dis-
tinta de las Pandeotas y de las Instituciones de Justinia~
no; los cuales no servirán más que para procurar el lujO
de la erudición olásioa.
Lo que entonces deberán conocer profundamente los
jueces serán los caracteres psicológicos y an.tropológicos
que distinguen unas de otras las ola¡;;es de delinouen~
tes y las estadísticas oriminales y el régimen de las
prisiones.
Aun hoy que se consideran como estrictamente uni-
das la materia oivil y la penal, son tal vez los doctos ci1)l~
listas los funcionarios públicos menos aptos para ser~
vil' de jueces en materia criminaL Acostumbrados pOI"
la índole de BUS estudios á hacer una oompleta abs-
tracción del hombre, ·sólo se fijan en las fórmulas. El
derecho civil es absolutamente extraño á lo que se
refiere á la parte física y moral del individuo, sólo se
ooupa de sus intereses privados: la bondad ó la perver-
sidad del acreedor, no ejercen ninguna influencia sobre
la validez de su orédito.
Este caráoter, estrictamente jurídioo} está, oomo he
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 453

tratado de. demostrar, muy lejos de las leyes penales,


las cuales tienen por objeto combatir una enfermedad
social, el delito. Es esta una oiencia natural sooial que
tiene poquísimos puntos de contacto con el dereoho civil.
Por una deplorable. confusión, los mismos magis-
trados que deciden una contienda oivil, están llamados
á pronunoia.r sentenoias penales, y la experiencia diaria
demuestra que, generaimente, no se dan buenas trazas,
lo cual se explica por las observaoiones que acabamos
de hacer.
Por una costumbl'e inveterada, el juez presoinde del
individuo real y vivo, cuando es el que debería llamar su
atención al presentársele bajo el aspeoto de delincuentej
no examina su fisonomía, no investiga su pasado, no se
preooupa de su porvenir, toda su atenoión se dirige á
de/lnir legalment~ el delito, y á hacer el oómputo aritmé-
tico de las diferentes circunstanoias que deben determi-
nar el grada de la pena; su operaoión es oasi meoánioa,
se preocupa tan sólo de los intereses legales y olvida
que debe atender principalmente á un interés social,
que la pena debe tener un fin útil,·y que esta utilidad se
alcanza por medios diferentes, según la naturaleza de
los individuos, siendo, por consiguiente, el examen del
individuo el que debe determinar la especie y la medida
de la pena.
De aquí esas séntencias de que he presentado aIgu-
nosejempfo8 en el capítulo .anterior, que parecen una
irónía, como las de pocos meses de cárcel, impuestas á
ladrones oinco ó seis veoes reincidentes que habían de-
mostrado ser habituales é incorregibles; de aquí la cos-
tumbre casi general de imponer, sin distinción de oasos,
el minimmn, de la. pena) aumentándolo en los de reinci-
dencia Ó d~ agravantes, pero· siempre en el mínimum;
de aquí también una inflexible severidad en oasos que
merecerían la comple·~a absolución.
Los jueces toga.dos olvidan oon f~eouenoia estas pa-
454 QRIltIU'lOLOQÍA

labras de oro de uno de los más grandes pensadores de


Italia, Romagnosi: «Una pena ineficaz, es una pena ,in-
justa, cruel, feroz, tiránioa, que ocasiona un mal privado
sin producir el bien público». y ellos aplican casi siem~
pre penas inefioaces, porque no se cuidan de examinar,
de estudiar, de clasifioar los delinouentes é imponerles
la pena en la medida que la ley oonsiente y que al mis~
mo tiempo produzca ó pueda produoir alguna utilidad
social.
Con la renovación á que la cienoia aspira de todo el.
sistema penal, mediante la base de la nueva clasifioa-
ción subjetiva, es fácil oomprender que la acumulaoión
de los ofioios de juez oivil y penal sería completamente
absurda.
Los hombres llamados á juzgar, con arreglo á 1ft mo~
derna direooión oientífioa, deben poseer los conooimien:-
tos que se refieren al estudio n%tural del hombre delin-
ouente. Deberían formar una clase de funciona.rios oom~
pletamente distintos de los que juzgan las cuestiones
civiles.
Si se considera rectamente la misión del magistrado
civil y del penal, se verá que todo es distinto enLre ellos;
'si se buscan las analogías entre ambas funoiones, sólo se
encontrarán en la apariencia, en una exterioridad) de la
cual no se puede deducir el verdadero carácter de la
.misión.
El juicio penal no llegará á ser una cosa útil y que
corresponda á su fin) sino cuando se convierta en un
examen psicológico del delincuente, para averiguar, no
.el grado de r'esponsabilidad moral, sino el de su temiMli-
dad, y cuando la ley haya llegado á designar y los jue-
ces aprendido á aplicar los remedios neoesarios para la
defensa ele la sociedad.
Pero por poco á propósito que sean los jurisoonsultos
para ejercer el cargo de jueces penales, son siempre
preferibles á los jurados elegidos por la suerte ciega,
EL DELITO TOLER<\DO y J.>ROTEGJ:DO 455
desdiohado reourso de las edades bárbaras (1), que se
nos presenta en nuestros días como una instituoión in-
separable de la libertad política de un país. Sem~jante
idea ha heoho que s~ adopte el Jurado por oasi todos
los Estados que tienen una constitución liberal, sólo ha
sido rechazado por Hungría (2) cuando España (3),
después de pocos años de deplorable experienoia, se
había apresurado á abolirlo; en Holanda no ha existido
mIDoa.
Aun cuando en Inglaterra el Jurado es una institu-
oión indígena y á prop6sito para el carácter de sus habi-
tantes, produoe muchas quejas, no obstante estar orga~
nizado mucho mejor que entre nosotros y rodeado de
prudentes· garantías.
El Jurado inglés se distingue del franco-italiano prin..
oipalmente por la unanimidad indispensable en sus de-
liberaciones, sin la oual no puede pronunciar veredioto
y debe sometel'se la cuestión á OGro Jurado; por 1a sen-

(1) No se ignora que la institución es de origen normando y


que se encuentra en Inglaterra desde el siglo de la conquista. En
Roma es cierto que existía un Jurado, pero esta era mla ¡unoión
aristo(}rdtica ejercida por el orden de los senadores, hasta" la
época de los Gracos, dospués por la de los caballeros. Los elias~
tas de Atenas, elegidos por snerte entre el pueblo, sola~ente
juzgaban de causas pOlítiClls y de delitos de poca im.pol'tancia, y,
justamente al contrario del sistema moderno, toda la alta crtm.i-
nalidad, homi<,ddios¡ inoendios, envenenamientos, se sometían al
juicio elel Areópago ó al tribunal de los éfetcts, compuesto de se·
nadores. Sólo los ignorantes pueden, pues, asegurar que se en-
cucntl'a en la antigua democracia, bastante más juiciosa que la
nuestra, el modelo del Jurado contemporáneo.
(2) La proposición hab~a sido presentada el allo 188B, con
ocasión de un nuevo proyecto de ley de procedim.iento cri-
minal.
(S) Establecido por la ley de 22 de Diciembro de 1872 fuá
abolido por decreto de 3 de Enero de 1875 y presentado á las
Cortes un proyecto de ley sobro el Jurado en 27 de Novjembre
de 1887, fue publicado en 6 de Abril de 1888.
456 CRUlINOLOGíA

cillez de las preguntas á que tienen que contestar, «cul-


pable ó no oulpable~ (f/1liltlJ 07' not fJ16iltlJ) y por la sepa-
ración completa de 108 jurados desde el momento en que
comienza la oausa hasta el del veredioto. Debe, ade-
más, observarse que las únioas oausas que se someten
al Jurado son aquéllas en las que el aousado protesta de
su inooenoia desde el primer moment.o, de modo que no
puede darse el escándalo,. freouente en Italia, de absol-
ver á un reo oonfeso, oon admiración del mismo aousado
y maravilla del públioo.
El Jurado inglés está, pues, organizado incompara-
blemente mejor que el nuestro, y á esto se añade el oa-
ráoter de los habitantes, poco inolinado á simpatizar oon
los malheohores y, por el oontrario,dul'o y despiadado
oontra los transgresores de la ley. Los que han trans-
portado á Italia esta instituoión exótioa en lugar de c.ex.~
cogitar los medios neoesarios para adaptarla ~ sus cos-
tumbres, olvidaron las precauoiones qlle la hao en viable
en otros países.
Sin entrar en discusiones abstt'ao~as, examinemos la
manera cómo funoiona en Italia el Jurado, comenzando
por advertir el curioso fenómeno de que en una épooa en
que se tiende á la especialidad de los conooimientof:!, y
en la que la división del trabajo se impone en todas sus
manifestaoiones, se reserve el juicio penal á hombres
elegidos por la suerte entre todas las clases sooiales, sin
ninguna garantía de cultura general ó de haber ejeroi-
tado la reflexión: de modo que una reunión de carnice-
ros, barberos y oavadores, puede estar destinada ú. de-
cidir entre los diversos diotámenes periciales en oausas
de falsedad ó de envenenamiento.
Puede asegurarse que la opinión pública en ltalio
es contraria á semejante institución, y que el odio COll
que se la mira crece á medida que se la ve funcionax
más de cerca. Si los hombres polítioos y muchos perió·
dicos fingen que piensan de otra manera, depende de 1:.1
EL DELITO TOL~l.U.DO y PROTEGIDO 457
idea que antes he indioado, que confunde esa institución
con las prerrogativas de un país libre.
Pero el pueblo, que ignora estas artificiosas teorías
conbtituoionales y que ve que la justicia es una palabra
vana, y los mismos abogados acostumbrados á triunfos
fáciles en los Assiscs, oonvienen en asegurar que eljuiciQ
es siempl.'e un juego de azar, del que hay que esperar
siempre las sorpresas más extraordinarias; no puede
haber., en efecto, la oertidumbre de ver condenado á un
delincuente convicto por las pruebas más intachables, ni
el inooente puede tener la seguridad de ser absuelto. La
parte principal de las injustioias cometidas por los jura-
dos debe achacarse sin duda á la ignoranoia. A veces,
sus respuestas contradiotorias evidenoian que tenían in-
'tención de condenar y que absolvieron involuntariamente
por no haber comprendido bien una pregunta. .
Pudiéramos citar numerosos ejemplos; elegiremos.
alguno entre los muchos que se leen en las Memorias
del Ministerio públioo y en los periódicos profesionales.
En una causa sobre fratricidio, en Bercelli, estaba el
reo confeso, pero los jurados deolararon que la herida
había sido inVo61tntaria, creyendo que con ello signifioa-
ban que había existido provocaoión.
En otro prooeso se preguntó á los jurados si había
existido exceso en la defensa y declararon que sí, porque,
como d~jo el presidente, el abogado había hablado más
de dos horas, y por consiguiente, se había excedido en la
defensa (1).
Un Juradq deolaró que no hubiera condenado á un
prooesado, porque habiendo presentado oinco testigos
de descargo no podía ser delinouente (2).
Ar.te el tribunal de Assises de Santa María de Oapua
se deoidió una causa de robo y homioidio en la que había

(1) Lombroso, Incremento cle~ delito en Italia, pág. 52.


(2) Lombroso, lugar citad/).
458 ORIlIII:NOLOGíA

tres aousados; los jurados deolararon que los tres eran


oulpables del robo, y que no lo eran de las heridas; pero
en oontradicción deoidida oon esta deolaración dijeron
que cada uno de los tres había oausado la herida inme-
diatamente antes de cometer el robo, yademás que todos
ellos debían oonsiderarse cómplioes por haber ayudado
al autor de la herida, que no podía ser más que uno de
ellos. Los jurados no supieron distinguir las preguntas
principales de las subsidiarias.
Es notable el caso reoiente de Z... , que fué absuelto
por los jurados boloñeses á pesar de haber confesado
que era cómplice del asesinato del joyero O.
y pocos meses antes, en aquella misma ciudad, un
reo confesó la falsificaoión de 400 ó 500 pagarés, fué ab~
suelto contra todas sus esperanzas, porque los jurados
cleolararon que no podían llamarse falsas firmas que no
estaban bien imitauas.
En Bari fué asesinado un hombre en pleno día y
en la plazA. pública: existían grave's indioios contra el que
lo había mandado hacer; las pruebas contra el ejecutor
eran flagrantes; además de los hechos que concurrían
habían declarado tres testigos que habían reconocido al
asesino en el momento de disparar el arma homicida, y,
sin embargo, el Jurado absolvió á uno y á otro (1).
Pudieran ll1ultiplícarse los ejemplos:
Un día que me encontraba en una estación de ferro-
carril tuve ocasión de formarme en pocos momentos una
idea de la manera de raciocinar de algunos jurados,
que después de haber cumplido su quincena, se dispo-
nían á regresar á sus ca!:)as tranquilos y satisfechos,
como quien tiene la oonciencia de haber cumplido' su
deber.
Contaban que habían absuelto á uno que había gol-

(1) Pavía, Estw:lio sobre l{~ crÍtninct1fc7ua itcdi,uUt en 1881. Ar-


chivo de Psiquiatría, etc,
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 459

peado á una mujer en ointa hasta el punto de haoerla


abortar (delito que se oastiga con la relegación: de oinoo
á, diez años), porque deoían que aun cuando el hombre
conocía el estado de la mujer, no tenía, si~ embargo, in-
tención de haoerla ;;tbortar.
Confundían el delito de jJ?'ocU'J'a1' el aoofto con el de
malt1'atar á, una '11l/lv'e'/' en ci1¿ta, y no 'enoontrando la exis~
tenoia del primero oambiaban á su placer la l~y que
oastiga el último.
Hablaban después de un oruel asesinato. Uno, para
vengarse de un enemigo, se había puesto un día de fiesta
á esperarlo en la puerta de la iglesia de la aldea. Ape-
nas aquél alzó la mampara para salir; cayó herido de
una descarga á quemarropa. Se acusó al matador de
homicidio con premeditación y alevosiaj los jurados
presoindieron de la premeditación porque no estaba pro-
bada; no apreoiaron la alevosía porque en su. sentir la
alevosía consiste en escolldefse de noclte aet1'á,s de 'l(,n seto,
no en esperar de día á un hombre delante de la puerta
de una iglesia. .
Además apreciaron la perturbación pardal de las fa-
cultades mentales por el estado de embriaguez en que
el acusado pretendía encontrar'se al delinquir, y, por
último, apI'eoiaron no sé qué otras atenuantes que no
permitier'on al tribunal aplicar más pena que pooos años
de oárcel.
Muohos amigos míos que han tenido que ser jura-
dos me han asegmado que muchas veces han trabaja-
do no poco para persuadir á sus compañeros de que, el
contestar afirmativamente á la pregunta sobre la oulpa-
bilidad del acusado no impedía que se le oonoediesen oir-
ounstanoias eximentes ó atenuantes; sin sus esfuerzos
.Ios jurados habrían deolarado que no era culpable un reo
oonfeso solamente porque creían que debían excusar en
.parte su delito.
He aquí además las impresiones diarias anotadas por
460 OR~MlNOLOGIA

un distinguido publioista napolitano oitado con freouen-


cio en estas páginas (1) durante su servicio de jurado.
«El primer día juzgamos á un joven que había herido
mortalmente á su ounado porque éste había pegado
el día antes y por una causa leve á su mujer, her-
mana del agresor; elouohillo había atravesado el vien-
tre y oausado la muerte del herido á los dos días, el
aousado estaba confeso y sólo se disoutía sobre las cir-
cunstancias atenuantes y la existenoia de la provooa-
oión».
«Ahora bien, uno de los jurados dió su voto en contra
á la pregunta relativa á la existencia de la herida causa
de la muerte: acerca de la posibilidad de que fuese mortal
una herida que había atravesado el vientre, contestaron
ooho jurados que no se podía prever, Yo, que estaba dis-
puesto á conceder una cirounstanoia atenuante, di mi voto
negativo á la pregunta sobre provocación 'creyendo que
resultaría en minoría, pero la mayor parte votaron como
yo y el exceso de benignidad se compensó con un e;¡¡:oesO
de rigor como yo deseaba. La compensaoión de estos dos
excesos elevó la pena á diez años de reolusión por oon-
secuenoia de las circunstancias atenuantes; sin embargo
pude notar que el motivo de haber negado q~te p16die1Yt
j)'I'o1Jafl'se la 'J'I¿Ue1'te y la existencia de la provocación era no
haber comprendido las palabras en la.s preguntas que se
les hioieron. El Jurado que más se indignaba oontra el
agresor era uno que había tenido una herida en la oabeza
y que no hacia más que hablar de ella, y evidentemente
la indignación produoida por ésta influyó ingenuamente
en la serenidad de su criterio",
(~Este veredicto lo dictaron la ignorancia y la casua-
lidad aun cuando ob,ietivamente no resultase injusto,t ,
(cOomo la mayor parte de los jurados que tienen rela-

(1) Turiello, Goberno e eobm'naU, cap. III, págs. 13H4 y ~i.


guientes.
EL DELITO TOLERAnO y PROTEGIDO 4.fil

dones con los magi!:ltrados ó con los abogados, pude dis-


penearme varies días de juzgar exoluyéndome del sorteo,
y pude observar que por éste medio se excluían los más
instruidos y los más prácticos en aSll;ntos de ley».
«El presidente ouando vol vía á ver á algún jurado que
había dejado de oompareoer algunos días, le aconseJaba
que presentase alguna excusa. que pudiera autorizarle á
levantar la multa que se le había impuesto, y me pareoió
que el tiempo quo precedía á la audienoia no se emplea-
ba en prestar autoridad al oficio que se iba á ejercer; en
aquellos momentos llegaba alguno de los jurados á afir-
mar por qué precio se hubiera podido deolarar qu.e no
se le encontraba, y en verdad que como desconocidos
~e exoluían de ser ,jurados á personas oonooidísimas de
todo el mundo».
«En otra ocasión se trataba de un hurto calificado
cometido por un menor de edad, al cual negué las cir~
cunstancias atenuantes, porque había sido anteriormen-
te condenado pOl' uso dearrnas. La mayoría se las con-
cedió. Pregunté á uno de los más inteligentes la razón
de su voto emitido en la forma que espontáneamente me
había él manifestado, y me contestó que habia otorgado
las cirounstancias atenuantes pedidas por el Ministerio
público. Por el contrario, el Ministerio público había re-
cordado á los jurados la edad del acusado, diciéndoles
que pOl' esa razón se rebajaba un grado la pena y que
por, consiguiente eran menos oportunas otras atenuantes.
Entonces me convencí de la dlfioultad oapital para jlll'a-
dos desprovistos de cultura jurídioa, de entender bien el
discurso claro de un jurista, y de la dificultad para éste
de suponer desoonocidas las palabras más elementales
dellengua.le jurídioo. ¿Y si no usara de estas frases, oómo
hablaría? ¿Y cómo pueden evitarse en el debate cuando
existe una legislaoión oodificada, definioiones y palabras
abstraotas y rituales que sin embargo son incomprensi-
bles para la mayor parte de los jurados?»
4~2 caUUNOLOGíA

«Más de una vez estuve presente en la sala después


de haber sido excluido del sorteo, y hablé varias veces
con otros jurados, con los jueces, con los abogados y con
el Ministerio fiscal antes de que se abriese la audiencia..
Recordando la solemnidad de las grandiosas discusiones
de la Gran Corte criminal, confieso que no podía en estas
conversaciones hacerme cargo de dónde me hallaba y
con qué objeto. Oonsulté con oierta habilidad estas im-
presiones mías, con magistrados, abogados y colegas de
esta población en aquellos períodos quincenales) y excepto
algún abogado muy joven é inexperto, todos estuvieron
oonformes en deoir que el lenguaje jurídico, inevitable
en las discusiones y en las preguntas hechas á los jura-
dos, no comprendidas muchísimas veo es, daba lugar fJ.
una serie de vered'iotos extravagantes, ya en BU fondo~
ya en sus accidentes, y que ni los abogados, ni los Jueces,
ni los jurados se oonvencían ó llegaban á convencerse de
que era racional esta manera de juzgar. En las reunio-
nes de personas instruídas es muy difícil encontrar en
Nápoles quien apruebe esta instituoión á no ser algún
estudiante de derecho. Hay quien dice que en teoría es
'bello (no se atreve á decir 'bueno), pero que en la práotioa
debe modificarse, sin que nadie diga como. Los disoursos
que se hacen acerea de ella son semejantes á los que se
hacían en Nápoles á propósito de la milicia nacional en
los últimos años de su vida lega1.-Debería componerse
de menor número de individuos y éstos elegidos entre
los mejores, de oía uno, y otro le contestaba; ¿qué culpa
han cometido los mejores oiudadanos para que deban
sufrir solos este peso que aumentaría con la ex.clusión
de los demás? De la misma man~ra es una carga el ofi-
cio de jurado que exige hombres á propósito para no
verse 8o'rjJ'rendidos de mala manera al primer síntoma de
oansancio con un veredioto diotado <i. capricho, y no 8e
puede fatigar' á los hombres á propósito o..1.stigúndolos C011
un peso que se quitaría á los que no lo fueran, y cuando
EL DELITO TOLERADO Y' PROTEGIDO 463

además se desnaturaliza la institución como se ha hecho


aquÍ, oon esta que se llama voz directa de la impresión
popular (puesto que en Italia el Jurado se compone sólo
de personas que desconooen el hecho, nombradas uno,
dos ó tres uños después del delito), falta la única razón
posible de la institución. Si se viene á preferir á los ins-
truidos, ¿por qué no se vuelve á los jueces conocedores
de la ley y pagados para aplicarla?-Tales son los razo-
namientos que !:le oyen en Nápoles respecto al Jurado,
que puede decirse que es una institución que ha perdido
su crédito muoho tiempo ha».
«Sospechas más graves andan esparcidas entre el
pueblo con motivo de las causas importantes. Si de ordi-
nario se cree que basta. una propina para. no figurar
en el nümero de los jurados, en las oausas más graves
se sospechan cosas mucho peores, aun después del
sorteo.
«Cm're en Nápoles muy válida la opiniÓn de que se
dan repetidamente compensaciones pecuniarias á los
ujieres del tribunal, para ser exoluídos perpetuamente
del sorteo, que existen certificaoiones de enfermedad en
blanco, y que los bajos empleados de la curia poseen un
registro por orden alfabético, en el cual al margen del
nomure de cada jurado se anotan su carácter y sus rela-
ciones, registro en el cual estudian prinCipalmente los
abogados defensores cómo debe intentarse la defensa
y aun cómo pueden conducirse fuera de la discusión pú-
blioa. Recuerdo que cuando la secoión de acusaoión del
tribunal de Nápoles llegó pOl' medio de sutiles distincio-
nes á deolal'ar correccional el hecho del sacel'dote De
Mattia, que había robado cerca de 2.000.000 al E¡;tado,
por medio de varias cuaternas ganadas falsamente á la
lo~ería, se aproba.ba generalmente en Nápoles que una
causa tan grave se al:rancase de cualq1.lier modo que
fuese á los jurados y se sometiera á jueoes permanentes.
Ya desde 1862-- decía 01 procurador general Pironti en un
461 OlU.\IINOLOGÍA

discurso-«que el Jurado absuelve con freouencia á los


ladrones del dinero público para protestar de ese modo
contra el gobierno; en efecto, los delitos contra la pro-
piedad en los cuales tenía algún illteré" el Erario, se fes-
tejaban. con un veredioto absolutorio, yen los de rebe-
lión, excepto en. muy pocos, no se llegaba nunca á obte-
ner la condena correspondiente»,
«En los tribunales de 'Assises de las provincias y es-
pecialmente en las causas largas de cierta celebridad y
á las cuales· asisten jurados de diferentes pueblos, €,[ue
están varios días viviendo en la misma fonda y conver~
san do en el mismo café, concluyen oasi siempre por do-
blegarse á las influenoias de los interesados, Y cuando
llega un orador célebre, un diputado abogado famoso, y
á la audiencia concurre numeroso públioo por la nove-
dad del caso, se llega aún por los jurados cultos é ins-
truídos, aturdidos por el discurso y PO?' contagio da aét1ni·
Ij'ació?b aZalJ'te, sin haber comprendido ó pensado mucho
las razones y los hechos debatidos, á sentir como un
pudor ó un respeto por lo que parece talento y á olvidar
la oausa por el espectáoulo, y á aplaudir con el veredic-
to al orader, como aplaudirían con las manos á un aotor,
en vez de pesar y juzgar el hecho, 10 cual pareoerÍa una
deSc01'tesía, En uno. palabra; ya sea po'/' sensi1Jitidad nm'vio-
8Ct, ya por impresionabilidad a'l'tistica, no sé cómo los
italianos puedan dejar de apasionarse al ejeroer las fun-
oiones de jueoes, si no están preparados por una larga y
especial educación». La oerteza de estas observaciones
de TUl'iello puede ser afirmada por quien tenga práotioa
de los juicios de Assises.
Hay que añadir que en Italia algunos abogados cri-
minalistas (á veces aun los más elocuentes) no se hacen
esorúpulo en afirmar la existencia de heohos imagina-
rios, ó completamente falsos, con tal de conmover á los
jurados, Por eso referirá uno los más pequeños det.:'1.lIes
de una conversación tenida con el aousado y la exoelen~
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 46¡;;

te impresión que sacó de ella; otro jurará por sus hijos


que el acusado es inocente; aquél hablará con lágrimas
en los ojos de una madre que ha perdido la razón ó que
ha muerto de pena, mientras que vive gozando comple-
ta salud, ó no fué oonooida nunoa por el reo. Los presi~
dentes no tienen de ordinario la energía bastante para
llamar al orden á estos deolarnadores, y se sonríen tran~
quilamente admirando su fino arte. Por otra parte, la
predilección que sienten los meridionales por la arenga·
hinohada y retórica; por los colores vivos y brillantes; en
una palabra, por todo lo teatral eomo el agitaree, tem-
blar, gritar y sollozar un hombre revestido con la toga,.
lo que produce asco á las personas cuyo gusto sea deIi~
cado y verdaderamente artístioo, todo esto explioa por
qué se deja á las defensas una ilimitada libertad. ¿Quién
ganará el premio de elocuencia? Esta es la preocupación
del público, parece que el únioo objeto para el oual el
Estado, sacrificando á 10$ oiudadanos para jueces, ma-
gistrados, tostigos y polioía, sea únicamente la discusión
académica. Quizás ocurriem lo mismo en Atenas en
tiempos de Demóstenes y Poción, pero allí al :menos se
castigaban oon silbidos los errores de gramátioa y de
retórica.
Pero hay más; á un número inmenso de errores de-
bidos á la falta de reflexión, de inteligencia ó de oriterio,
y á otro número debido á la fasoinación de la elocuen rl

cía, debe añadirse otro más escaso, pero no indiferente,


en los que se dictó el juicio erróneo con mala fe por ti-
midez ó por corrupción.
En las provincias de Nápoles, el temor á los carmo-
1'ristas es tal, que para obtener su condena se hace ne-
cesario juzgarlos en un país n:my distinto del en que se
oometió el delito. Lo mismo se puede· decir de Sicilia,
cuando en un delito se ve la mano de la otra asociación
de criminales llamad:). 'Imifitt. En la Romana es muy difí~
eil obtener la condeu:;¡, ele delitos contra las personas de
uo
466 ORIMINOLOGÍA

que hayan sido víctimas losca?'abine?'os por el temor que


infunden los internacionalistas.
«En España, dice D. Manuel SilvelaJ cuando de 1873
á 1875 se hizo la deplorable experienoia. del Jurado, hubo
provincias en las cuales 'JW j1uj posible condenar á un acu-
sado que tuviese 'reZaciones de iJ/jl1bel~c'ta aún ouando se
il'atase de los deUtos más graves}) (1).
Fm' último, la oorrupci6n se manifiesta en las abso-
'lucione8 freouentes de ricos, de estafadores, de falsifioa-
dores, que debidas evidentemente al poder del oro pl'O-
dl1.cen 10m efeoto deplorable en la moralidad públioa.
No es muy frecuente el cuso de que se desoubra que
hombres ricos son autores de delitos graves, pero siem-
pre que eso suoede, la opinión públioa prevé, y raras
veces se engatl.::L, que el reo será absuelto. Y 10 mismo
suüede ouando el acusado es un eleotor influyente, ó
amigo de ese eleotor poderoso; ouando el abogado de-
fensor es diputado por la localidad, en una. palabra,
siempre que el acusado no se encuentre privado de rela~
ciones y aislado por oompleto en la sociedad. No "'8 el
oro la única rnanera de oOI'l'omper, la oorrupoión se
ejercita en los espíritus débiles y en las inteligenoius li-
mitadas, con todo género de seduociunes y de espel'an-
zus, y frecuentemente se realiza sin oonoienoia, movida
sólo por el respeto que se tiene á la pt?rsona que reoo-
mieIlda ó por la confianza que inspira su pala.bra.
y no ae arguya que la corrupción pudo ej ercitarse en
la misma medida sobre el juez permanente; éste tiene un
nombre (.[1.1.13 salvar, una posición social que cOllserwrr,
debe evital' aún la más lejana. sospecha, y si es de Ílll.lu w

le pODO escrupuloso, deberá ser honrado, por necesidad,


por oáloulo, porque la práctioa de lo.. vIrtud puede serIe
útil y el desoródito lo perdería, Por el contral'io, el jura..

(1) Lo jl!ry cr{minfJZ en ES)JCl[jUC, pal' S. E. D. l\Ianuol Silvela.


Montpellior 1884. pá[~s. IU·42. .
EL DELI:rO TOLERADO y l'ROTEGIDO 467
do comparte su responsabilidad con otros once ciudada~
nos, y de ese modo siente que es poco apreciable, su
nombre es desoonocido, su criterio absoluto; despl,lés
del juioio se confunde con la multitud de la cual ha sali-
do, y nadie le sigue allí para peuirle razón de su injusti-
cia. ¿Quién puede negar que está más expuesto á la co-
rrupción?
Aparte de esto, los hechos con su desconsoladora
eloouencia dan la respuesta más acabada á los más su-
tiles razonamientos de los defensores del Jurado.
¿Cuando han sido acusados los magistrados perma~
nentes de sentencias debidas á la corrupción, semejan-
tes á aquéllas de que se acusa al Jurado?
Citaré poquíshnos ejemplos entre los muchos que
han sido reunidos por los procuradores del rey
en Ita.lia.
Micod ... , administrador de una sociedad, sustrae
400.000 liras, confiesa su deuda por 40.000 liras y de-
dara que es una deuda civil, fué absuelto.
G. R., neo, fué aousado ante el tribunal de Assises
como estrangulador de su mujer, en unión de dos cóm-
plices pobres; el trozo de cuerda que sirvió para cometer
el delito era igual á otro que se enoontró en casa del
a~usado, y sin embargo, éste fué absuelto y los dos cón¿-
plices pobres fueron condenados á veinte aflOS.
Un tal Pezza fué declarado en Turín reo de falsedad
y estafa, pero al mismo tiempo se declaró que había eje-
cutado los hechos en un estado de semi-idiotismo (¡un
falsificador 1)
En el proceso de Candelo, que había sido deo]arado
cómplice, por el Tribunal de Assises de TurÍn, de una
falsificación con estafa de 800.000 liras, en pe~juioio de
la provincia, los. Assises de Vercelli pronunciaron en
i877 la absolución de Candela, gracias á seis papeletas
en blanco (1).

(1) Lombroso, 11lcrentellto c7el delito, pág. 53.


468 CRlMINOLOGJ¿

En Lodi fué absuelto un reo que durante quince años,.


aproveohándose de su oalidad de mayordomo, había
sustraído 336.000 liras de la.. casa en que prestaba sus.
servicios de oonfianza.
También fueron absueltos en Nápoles el notario que
defraudó al Erario con innumerables falsificaciones, la.
numerosa asociaoiÓn de fabricantes de billetes de banco"
y los atrevidos ladrones de un gran instituto de crédito
de la poblaoiÓn.
En Reggio se absolvió al adminis'trador de una insti-
tución pública en ouyas oaJas se había efectuado una.
importante sustracción, y en Palmi se declaró que exis-
tia fuerza irresistible en la sustracción de 14.000 liras.
cometida.. en Oastellini por un secretario de juzgado (1).
Oitaré algún caso más elegido entre oien parecidos
ocurridos estos dos últimos años en los Assises de Ná-
póles. Pe ... , defarnilia ?'ica é i?bflu!Jente, joven conooido
por su carácter violento, se hallaba en una de las oalles de
una ciudad parado en la acera con un amigo, El caballo
de un carruaje se desbocó, y saltó sobre la acera sin
tropezar con ninguno de los dos amigos, ni causarles el
menor daño; el amigo de Pe ... dirigió palabras duras al
que guiaba el ooche, el cual llevaba en su compañía á.
su hermana y á otros parientes, y trataba de tranquili-
zarlos y se había bajado para volver á llevar el oaballo al
arroyo: los dos amigos continuaban dirigiendo al con-
ductor insultos á los que éste contestaba intentando dis-
oulparse, cuando Pe ... saoando el revólver lo disparó y
dejó muerto al desdichado. Los jurados apreciaron la
oirounstancia de p'j'01JdCació'l~ 'l'i'{l¡VC y e:cceso en Za defensa.
Un tal Zag ... , hombre acomodado, no quiso ceder su
sitio en el tranvía á una señorita; el padre de ésta pro-
nunció algl.mas palabras de oensura, y Zag ... , sacando
el revólver, lo mató. Los jurados le llenaron de eximen-

(1) Parcia, artículo citado, pág. 75.


EL DELITO TOLEB.ADO y PROTEGIDO 469
tes y de atenuantes) y:el tribunal le condenó á tres aUoa
de prisión.
Un propiet(6rio de una aldea próxima á N ápolesJ llama-
do Sagl. .. asesinó de un tiro á un joven qll.8 siendo de con-
dición infet'io1' á la suya había pretendido casarse con una
hermana de aquél, la cual le correspondía con locura y
habia querido huir oon él. Sagl. .. no babía oDultado sus
propósitos,hasta el punto de que las autoridades de se-
guridad pública, oon el ánimo de librar al ,joven de una
venganza sangrienta, le habían enoerrado en una habi-
tación inmediata á la cál'cel, y le aoonsejaban que no sa-
liera, pero un día que el recluso no había podido resis-
tir al deseo de ver á su madre, oayó muerto á manos de
SagI. .. que le esperaba escondido. j Los jueoes popula-
res, no obsy,c,nte q1~e la defensa sólo pretendía q1/e se apreciase
la provocación, decla9'aron no culpabZe al a1ttoJ' de este delito!
Es sabido que casi todos· los defraudadores de la
Hacienda pública hallan gracia en el J"urado aun cuando
estén confesos.
«En uno de nuestros distritos de Assises, dice un
miembro del Ministerio público (1), se juzgó un proceso
en el cual dioe el atJllsado. «No oreáis, señores, que yo
me haya apropiado toda la oantidad de que me aousa el
Ministerio fiscal, apenas me he aprovechado de 8.000 li-
raSi'. El acusado fué absueUo y el veredioto saludado
con aplausos. El Ministerio fisoal no tuvo razón para
llevar á aquel pobre á juioio público por cosa tan nimia».
La desoonfianza en el juioio pOl' jurados había llega-
do á tal extremo, que las secciones de acusación declara-
ban competentes á los íl'ibunales correccionales pal'a
conocer de un nÚmero extraordinario de delitos bastante
gra'\'es, y pat'a Jos cuales no existía razón que indujese
á mitigar la pena, pero se busoaban atenuantes donde

(1) l\1íraglia, DtSCU1'SO de ina1fGwI'ación r7el 2\rl~l(llaZ (le P-rani,


1882.
470 CRIlIlINOLOCJÍA

nadie hubiera podido pensar racionalmente que las ha-


bía, con el objeto de que el delincuente no quedase im-
pune. Hoy, por virtud de las modificaoiones intrqduoidas
hace poco en el código de procedimie!ltos, se ha abolido
la cor'l'eccionalización, pero por otro lado se ha oircunscrito
la competencia de los tribunales de Assises, de modo que
las cosas no oambiarán mucho de BU estado aotual.
Por esta razón están llenas las oároeles correcciona-
les de antiguos malhechores, de ladrones inoorregibles,
de estupradores y de falsificadores que merecían la re""
dusión ó la oadena.
Sólo se'someten á los tribunales de Assises los delitos
de extraordinaria gravedad, en los cuales una instruc-
ción Iar¡;a y miimoiosa,el examen del Ministerio público,
el de la Cámara de oonsejo y el de la secoión de acusaoión,
suministran una presunoión vehemente de la oulpabili-
,dad del reo. Es muy raro que se someta á los Assises
un acusado contra el cual sólo parezcan pruebas débiles
ó insuficientes, y esta observación a1.l.menta la gravedad
del número proporcional de absoluciones pronunciadas
por estos tribunales, impidiendo toda comparaoión oon
las cifras de aquellos otros en los que el a'cusado com-
parece casi siempre en virtud de citaoión directa y sin
que se hayan aprecif1.do sus disoulpas.
El número proporoional de absoluoiones varía consi-
derablemente en las diversas regiones de Italia, que son
muy diferentes unas de otras económica y moralmente
consideradas.
El término medio por ciento do las abso1uoiones en
los Assises es el 25, en las provincias meridionales; e130
en el resto de Italia, y en una parte de Sioilia el 55, en
Cerdeña.
La eloouencia de estas cifras es grandísima, pero hay
más, el número de condenas es ilusorio, porque la ma-
yor parte de éstas no son más que a1J8oZ1~cíones Itt1'vadas.
En efecto, á consecuenoia de las atenuantes y eximentes,
EL DELI'1'O TOLERADO y l'ROl'EGIDO 471
el tribunal se ve con frecuenoia obligado á imponer pe-
nas leves por delitos graves, las penas correspondientes
á los delitos no se aplican nunca y el oódigo es letra
muerta.
Por ejem.plo, en el distrito de Catania en 1880, fueron
juzgados por los Assises 394 aousados, 126 de los cuales
se absolvieron, pero 10 que es aún más grave, de los 268
oondenados, solamente 30 10 fueron á trabajo forzado
perpetuo, y 60 á la misma pena temporal, cuando había
48 aousados de homicidio cualificado, 82 de homicidio
simple, 3 de robo oon homioidio y 80 de otros robos, de-
litos que todos deben castigarse con aquelLa pena, así es
que de 303 condenados, sólo á 90 se impuso 18, pena 00-
rrespondiente á, sus delitos. También en el distrito de
Venecia, entre dieciséis acusados oomo reos de asesina-
to, sólo á uno se impuso la pena de muerte y á ocho
pena perpetua, obteniendo pena temporal casi la mitad
de los asesinos. En el distrito de Turin dictaron los Assi-
ses 279 oondenas criminales, 1.00 correooionales y 115
absolutorias, y cuando habían sido acusados 21 de ase~
sinato y 9 de envenena,miento} sólo se impusie?'on siete pe-
nas de muert~. En las Puglias sólo se reoonooió la com-
pleta culpabilidad, según la definición del delito; deZ 9 po?"
100 de los acusados de homicidio cualificado, y para los
demás se impuso, en lugar de la pena de muerte, que
era la correspondiente, la de trabajos forzados á perpe-
tuidad, en proporción de 38 por 100, la de trabajo forza-
do temporal, en la de 45 por 100 Y penas correooionales
á los restantes. En el distrito de Mesina, entre 222 acu-
sados ante el tribunal de Assises, fueron absueltos 67, y
de 138 condenados, 59 lo fueron á penas correcoionales.
En la Roroaña, los tribunales de los Assises condenaron
poco más de la mitad de 108 aousados, ósea, 147 de 279,
Jlera eMi'e r(,fj1telZos 14 7 J¡A~bo 59 c& q1tieualJ sólo S& imp~6{JÍ8;),M
pences cOJ'?'eccionales 6 (le políota, 'verdMlcNts aós061Wio!1(J$ ver-
!101~zantes (f1te cle"bMt (t1trJu;nt;(.?,se cí letS 132 absoluciones C011ijJ!rJ-
472 OlUJlIINOLOGÍA

taso En el distrito de Parma se apreciaron atenuantes


al 69 por 100, en el de Bresda, entre I30 condenados,
obtuvieron atenuantes 107, y 47 obtuvieron penas co-
rreccionales. Y debe notarse que entre siete acusados
de homicidio premeditado ~mo sóZo fué condenado Do pena
capital. Y aun es más grave que en el distrito de Géno-
va, de 34 acusados de asesinato, sólo 3 fueron conde-
nados á la pena correspondiente, uno á muerte y dos á
trabajos forzados perpetuos y que de'. 188 aousados se
apreoiaron á favor de 100, circunstancias atenuantes.
Por último, en el año de 1880 hubo en todo el reino
640 Musados de homicidio cualifioado, para quienes se
celebró juicio ante el tribunal de Assises; de ellos fueron
absueltos 307, y de los demás, 67 fueron condenados á
muerte, obteniendo circunstandias atenuantes 237, á
quienes se OOnm\ltó la pena en perpetua; 302 fuel'on
condenados á penas temporales graves, y 34 á penas oo~
rreccionales.
y de los aousados por ROEO CON HOilHCIDlO (14E> en
total), fueron absueltos 53, á 42 se impuso condena TEi.\1:N

PORAL y á dos pena CORRÉCCIONAL.


De aquí, corno hemos dicho antes, la sooiedad no está
defendida ni de los LADRONES HOMICIDAS I)'econociilos '!J de-
clal'arlos en juicio; todos los años se abren las prisiones y
devuetvM libres á la sociedad un buen número que han
cumplido su pena.
No puede negarse que se dictan también veredictos
buenos, justos, morales, pero lo que debiera ser la regla
ha venido á ser la excepción, de modo que, aun en los
casos de mayor evidencia, debe temerse la impunidad
de un malvado. La ansiedad con que'todos, magistrados
y público, esperan el veredicto no ea menor en estos oaN
sos y prueba que no ex.iste confianza en los jueces popu~
lares, desconfianza que revela una inoertidumbre en el
castigo y que se traduce en esperanza para los malva-
dos. Esperanza que aumenta t\ medida de la meJor po-
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 473
sición pecuniaria ó social del aousado, ó de su mayor
instrucción yastuoia, Oiertamente que en las clases SU~
periores existen personas inmorales que no delinquen
por la vergüenza de ser acusados y juzgados, pero pre-
gúnteseles si dejan de delinquir porque teman ser oon~
denados por el Jurado, y contestarán con una sonrisa
cuya significación entenderán todos, porque todos tienen
concienoia de la faoilidad de seducir á un jurado elegido
en parte por el mismo delinouente y que con la lnitad de
los votos ó en virtud de las abstenoiones, tiene el derecho
de declarar la inocenoia de :tm reo confeso ó de uno sor-
prendido en flagrante ejecución,
Por qué modo contribuye el Jurado á la desmoraliza~
ción social, se oolige de los ejemplos que hemos oitado.
Referiremos algún otro: «(eI16 dBDiciembre de'1879, pre~
paró un fondista de Potenza un banquete para los jura-
dos, los amigos y los acusados, ouya absolución se es-
peraba aún cuando se trataba de una adúltera y de su
amante, oonfesos del asesinato del marido de aquélla, y,
en efecto, ,jurados, acusados absueltos y públioo que
aplaudía en la audienoia., fueron vistos celebrando el
suceso después de la absoluoión» (1).
En algunas localidades db Italia se considera el ofi-
oio de jurado oomo luorativo, hay jurados que tienen su
tarifa, la cual vD,ría á, medida que se aspire ti. lá conce-
sión de circunstancias atenuantes ó á la absoluoión com-
pleta. En las provincias meridionales es frecuente ver
acusados de homioidio que pertenecen á las clases aco-
modadas, y en Cerdeña suelen ser hasta ladrones; no es,
pues, extrañO que un jurado siciliano se lamentase á un
diputado de que clete1'minaclo j)7'ocaso NO HUBIERA PRODUCI"
DO NADA Á LOS JURADOS L DIFERENCIA DE LO QUE OGrJrtEfA
EN O'l'HOS. (&tj'orme ele la c011tisió'l¿ j)a'rlam8?¿ta?'ia de avcri-
g1&ació?t SOO'l'8 las condiciones de lficiZüt.)

(1) Turiello, obra citada, pág. 338.


474 CRIMlNOLOGÍA

Siempre que el acusado es rico 6 nada más que aco-


modado y basta que sea sólo amigo de personas influ-
)lentes en las provincias napolitanas, se prevé que no
será condenado y rara vez se engaila la previsión. Así es
que, por una parte la ignorancia, por otra la falta de
honradez, no tiene con freouenoia el Ministerio público
otros términos de elecoión y elige aquélla para evitar
ésta, de todos modos es imposible prever el resultado de
108 juicios; he aquí lo que acerca de este punto piensan
dos eminentes magistrados.
'.lEería inútil nogar que para todos los qu~ intervie-
nen á diario en los debates judiciales y los ven desarro-
llarse ante sus ojos en sus diversas. fases, no es oausa
de preocupación el advertir que el éxito de esos debates
depende de los resultados accidentales de la votación, de
la mayor ó menor. solicitud con ql.le se han distribuído
las citaciones á 10B jlU'ados, de la mayor ó menor posi-
bilidad material, y aun de la disposición personal de
aoudir á la oita y aun de la definitiva composición del
tribilllal, subordinada á tantas eventualidades imprevis-
tas y muchas veces previstas y pensadas» (1).
(cEI Jurado es una de esas instituoiones que, para.
poder funcionar bien, necesitan muchas condioiones que
deben examinarse seriamente. Es un mecanismo' que se
mueve mal onando no se tiene cuidado de cada una de
sus partes, es una planta que no arraiga ni prospera
ouando no respira un ambiente apropiado para su vida,
es, en una palabra, como toda entidad orgánica. que
arrastra una vida enfermiza cuando no están sanos loe
órganos vitales. Es oierto que el organismo de esta enti-
dad es excesivamente complicado y que tal vez consistE
en esto su defecto, que una institución que necesite mu-
ohas concUciones esenciales, cuya exaotitud dependa
del modo de realizadas, está en peligro, precisamentE

(1) Borgnini, DiscHrso de apl:lrtara (le' Tribunal (le Nrípoles, :1.980


EL DELITO ~OLERAl)O ':l PRO'fEGXDO 475

por la realización de estas. condiciones, de funcionar


mah (1).
Se ha dioho que el Jurado es una escuela para los
ciudadanos, á lo cual puede contestarse con las pala-
bras de D. Manuel Silvela en su magnífico discurso con-
tra el Jurado c.riminal de España: «oonfesar que el Ju-
rado 08 una escuela ¿no equivale á deoir que se va allí
á instruirse, á formarse, á perfeocionarse, errando algu-
na vez? ¿Qué respeto mereoe una instituoión que oon-
vierte en esouela el templo de la Justioia? ¿Acaso apren-
den los jurados oondenando injustamente? ¡Qué desgra-
cia para los aousados! ¿Aprenden tal vez dictando al
principio imprudentes absoluciones? ¡Qué desgraoia para
la sociedad!» .
Por nuestra parte podemos añadir, que el Jurado es
una escuela, pero una eSQuela en la que se aprende que
las sancioneS del Código son casi siempre .vanas, que el
malvado puede esperarlo todo y que el delito se ye de
ordinario, no s610 perdonado, sino glorifioado. Si en la
más execrable venganza viene á descubrirse un mal en-
tendido punto de honor, la glorificación del malvado 00-
mienza C011 el discurso de su defensor y termina con 10s
frenéticos aplausos oon que el público acoge el veredic-
to absolutorio y la orden de la excat>oelación inmediata.
El Jurado es una escuela que confirma.con la expe-
riencí:1 diaria lo que asegura la oonoienoia popular, y es
que la ley no es igual para todos, que los poderosos la
burlan y que sólo caen sus golpes sobre los pobres y los
de!3heredados.
Seguramente la institución ofrecería otro aspecto si,
además de mayor diligencia y actividad, empleadas en
la formación de las listas de jUl'ados, so ejerciese sobre
ellos una vigilanoia continua después del sorteo, impi-

(1) Miragliu, lJiSCllrSO al) inau[Jlwaoi6n (1el Tribmlal (le Tra-


ni, 1881.
476 ORUIINOLOGÍA

diéndoles rigurosamente hablar con nadie hasta la ter-


minación de la causa, como se hace en Inglaterra. Que
no estando corrompido el JuradlD, la actitud y la pacien-
cia del presidente para dirigir los debates, la claridad
do expresión con que haga ell'esumen y formule el inte-
rrogatorio, explicándolo minuciosamente, suelen á veces
obtener un veredicto racional; pero en tales cOJ:.ldiciones
se convierte el juicio criminal en uno de los traba:ios de
Hércules.
y entonces podemos exclamar con uno de nuestros
eminentes publicistas: «¿qué clase de institución es ésta,
que estamos siempre obligados, mediante un gran me-
oanismo de formalidades y con tanta pérdida de t~empo,
á vigilar, á custodiar, á instruir, á amonestar, á fin de
que no divaguen á derecha é izquierda y no se dejen
corromper ni engañar?» (1).
La fuerza de los prejuicios, especialmente de los po-
líticos, explica el hecho de que, á pesar de la desdichada
experiencia, hecha desde 1861 hasta hoy, no se haya
abolido 'todavía en Italia el Jurado. Algunos hombres de
ciencia, varios publioistas y abogados, y tal vez aun al~
gún magistrado, están todavía convenoidos de su im-
portanoia en un país libre. Y, sin embargo, la abolioión
de la pena de muerte, decretada en Italia por el nuevo
Código ponal.de 1889, priva á esa instituoión de su ma-
yor importanoia, de salvar alguna vida humana, evitan-
do, al mismo tiempo, á los magistrados una terrible res-
ponsabilidad. Se ha querido imitar en grt'l.l1 parte el sis-
tema del Código penal holandés, olvidando que si Ho-
landa no tiene la pena de muerte tampoco tiene Ju-
rado. Cuando la pena 110 tiene nada de irreparable, ?,qué
necesidad existe de oomplioar los juioios con la inter. .
venoi6n del elemento popular, con la cual se hacen difi-

(1) Pavía, EstltrliQS sobr8 z(~ criminuliclarl it(tUaw(. en 1881.-


A'l'chivo ele psich. y ciencias lJemtles, etc., vol. IV, cuaderno 1.0
EL DELITO TOLERADO Y PROTEGIDO 477

cultosas las cosas más sencillas y se obsourecen las más


evidentes?
Pero 10 inconoebible es no haber oido aún en el Par-
lamento una voz que reolame al menos la. reforma de
esta institución.
He indicado ya las precauciones que se guar'dan
en Inglaterra y que serían mucho más necesarias en Ita-
lia, donde es mayor el espíritu de intriga y se siente me..
nos antipatía.- hacia los delinouentes .
. La segregaoión absoluta desde el momento del 8,01'-
teo hasta el del juicio, sería de gran utilidad si se esta-
bleciera bajo pena de nulidad, porque entonoes queda-
rían reducidos á una sola sesión, aun cuando se prolon-
gase hasta muy entrada la noche, muchos de esos pro-
cesos que en 11uestras salas teatrales suelen durar dos
ó tres semanas, en los que cada sesión se invierte en un
solo discurso de dos ó tres horas, después del oual se
suspende la audiencia para oontinuarla al día siguien-
te, con el objeto de respetar la hora ordinaria de la co-
mida.
8610 en el caso de incidentes inesperados, ó de un
número excesivo de dooumentos ó de testigos, debería
permitirse interrumpir los debates por las pooas horas
estrictamente necesarias para el descanso.
Esto sería, indudablemente, incómodo, y, como de
costumbre, para evitar molestio,s} se prefiere en Italia
d~iar el Jurado por diez ó quince días expuesto á todo
género de seducciones. Pero una cosa es decir que esta
práotica sea incómoda, otra declararla imposible, y de
que es posible tenemos la prueba en Inglaterra, que no
retrocede ante la terrible difioultad de segregar á las
jurados y de iluminar las salas de audiencia.
Indiquemos ahora otras medidas de ejecuoión menos
difíciZ, porque no exigen ouida.dos asiduos, sino s6lo al-
gunos artículos de la ley.
Casi todos los que han tratado de la cuestión del .Ju-
478 CRIlIIlNOLOGÍA

rado, oonvienen en oreer que serían muy útiles las si-


guientes reformas:
1. a La exolusión del juioio por jurados, oomo se hace
en Inglaterra". de los delincuentes confesos, con el objeto
de evitar, por lo menos, absoluciones escandalosas; 2. a la
restriooión del dereoho de reousar, del cual se sirven los
defensores para exóluir del Jurado los elementos más
sanos; 3. a la extensión de las facultades del presidente
para suspender las deliberaciones evidentem~nte er1'6-
neaf3 de los jurados; 4. n la nulidad de las papeletas en
bla.nco, que no demuestran sino la pusilanimidad 6 la
ignorancia del jurado, y que no se sabe por qué razón
han de computarse siempre en favor del reo, contra la
voluntad del Jurado, el oual, con la papeleta blanca, so-
lamente manifiesta que se abstiene de votar; 5. n la facul-
tad concedida á los jurados de deolarar no probada la
delincuencia, en cuyo caso pudiera repetirse el juioio
después de una nueva instrucción (1).

(1) «Puesto que la fórmula del non liquet llevó á nuestros an-
teoesores al error de imponer una condena inmerooida, nosotros
la hemos desterrado de nuestros juioios y hemos equiparado al
inocente á todo aquel cuya culpabilidad no ha sido oompleta-
mente demostrada, estableciendo que contra éste no se puede se-
guir otro procedimiento aun cuando se presenteu pruebas de
Qulpabilidad evidentes é indiscutibles».
Mario Pagán, cuando señala los errores del antiguo derecho
penal, indica la necesidad de gal'untir á la sooiedad contra las
absoluciones por insufioiencia de pruebas y, al s$ntirse animado
do noble ira contra las penas extraordinarias y oontra la ilógica
transaooi6u que las hacía aplicar cuando no se tema un~ prueba
plena, escribía las siguientes palabras:
«Para que la sooiedad pueda reposar más segura, el reo acusa-
do y no oonvicto debeda ser extraílad.o para siempre del reino
dejándole abierto el campo para probar su inocencia hasta la
evidencia y volver á obtener los dulces derechos del oiudadano».
t:De soguro que hoy 1;10 hay nadie que se atreviese á sostener
esta idea, pero si el buen sentido dice que quien duda no resuo¡'"
ve ni en pro ni en contra, ¿qué razón hay para que en los tribu"
l'lL DELITO TOr.EBADO y PROTEGIDO 479

Yo, además, conoedería á los jurados la indemniza-


ción conveniente, puesto que hoy los que viven en la
misma población de la re81dencia del tribunal, prestan el
servido gratuitamente, y cuando vienen de otros puntos
solamente tienen derecho á POC,l,B liras diarias, Una
compensación decorosa elevaría el cargo y haría m,eno-
res las abstenciones y más difícil la cor:r.upción.
Todos los hombres sen~atos aplaudirían estas refor-

nalefJ prevale:w<'l, el principio de que la duda acurca de la culpa-


bWdad lleve cOllsigo la. ausolución? Cuando se dudr.. no se puede
ni se debe condenar, pero no se puede n~ se dobe dechtrar la
inocencia; quit;ln duda puede solamente decir non liquet y haría
una cosa ilógica respondiendo condemno, de la misma manera
que hace una cosa il6giGU dicIendo aosolvO/l,
((Es tanto más CCIlS\tl'able el principio in dubio tlb3Q~vetl('llfm,
CU&uto que no lo hemos seguido ()Onf;ituntelllel)~e, sin\) s610 Q" los
juicios púJ:¡)lcos, quo es pl'Mlsamsllte el punto doude hubiératno::
debido eX(Jluido»,
«En el p€lríodo dQ instrucción hemos !:lonservado la fórmula
de la insuficiencia de las pl'llebas, la cU:ll pl'oduce dos confía-
cuencias; la primera, que apal'solendo nUf.\vas pruebas puede vol·
vel'I"e á abrIr el procedim~ento; la segunda, que nI nombre del
MllBRdo se lo oarga en la cuenta la deuda pOl' la cual so ha heoho
sospechoso».
«Entre los muellos Inco'nvenientes que Ul;\cen de este sistema,
suele notarse uno gravíSimo>.
<IDos individuos han sido acusados del miSID(J delito; respecto
de UllO de ellos, que (lS menos sospechoso, se declara en el perío-
do de instrucción que !:Ion insutJ.ciOIl telEllas pruebas; y respooto do
otro más sospochoso, se abre el juicio. En éste las pruebas del
proceso no adquieren mayor valor ni son tampoco üobilitRdar;¡, y
como 105 e1f>mentos que fueron suficientes para la upertUl'a del
jniol0 no son ba~tantes para la condena, se pronuncia l.ml'l sen·
tencia absolutoria: contra el absllelto no hay pOllibiJidad de abrir
de nuevo el pro()edíro.l~llto ni pued.e :motarse su nombre en nin-
gún registro, y sin enlbal'go) el meno!> sospechoso de los e·orteoa
sigue.amenar.ado de otro proceso y su nombre inserto en loare-
glstros, mientru que el más sospechoso queda libre de una y otra
cosa),-Oosenz!t,-Discurso de inrMI[Juoractón en ,satlta ,M(tr'Íf,t, Oapua
Vétére~.
480 C1UlI1INOLOGÍA

mas, que no deverían oonsiderarse sino oomo el p?'i?Jl,er


paso hacia la abolioión oompleta del Jurado para delitos
comune~j y los prinoipios liberales quedarían intaotos
oomo lo quedaron á pesar de haberse abolido la milicia
nacional, que se consideraba como el paladio de la li-
bertad y que ha desapareoido sin más consecuencias
que la desaparioión de un deber molesto é inútil para los
ciudadanos. El oiudadano que paga para tener seguri-
dad y justicia soaial, no puede verse obligado á haoer el
oficio de soldado en tiempo de paz, cuando existe un
ejército nacional, ni á servir como juez en compañía de
funcionarios expresamente educados para este oficio.
La milicia nacional tué abolida como un contrasen-
tido, pero al menos no era perjudicial, el Jurado es tam-
bién un contrasentido dañoso en alto grado.
En cuanto al Jurado técnico, podría pre~tar útiles S0r-
vioios en las causas en que se discuta aoerca de la exis-
tencia de un veneno, de las consecuencias de una heridl..'\.,
de las manifestaciones de la, locura ú otras semejantes.
Un Jurado de químicos, de médioos ó de alienistas pres-
taría en estos casos mayores garantías que ningún tri-
bunal. Este Jurado debería sel' convocado por el mismo
magistrado, ya de ofiCiO, ya á petición de Iv., defensa,
siempre que se reconociese la utilidad de su dictamen,
pero su misión debería limitarse á la decisión del punto
controvertido; respeoto del cual su decisión sería indis-
cutible. El magistrado, no ya jurisconsulto sino estadis-
ta, sociólogo, psicólogo y antropólogo, haría lo demás;
por último, el Jurado común pudiera conservarse para
los delitos políticos que están fuera del círculo propio de
la oriminalidad y en él hallarían los el ucladanos una ver~
dadera garantía contra posibles arbitrariedades polí-
ticas.
No me permito siquiera discutir la pueril idea de
que el Jurado en los delitos comunes sea unD.. garantía á
favor del ciudadano contra las arbitl'al.'iedades del go-
EL DELITO 'l'OLERADO y PItOTEGIDO 481

bierno, porque se necesita hacer un verdadero esfuerzo


de imaginación para figurarse un miilistro de Gracia y
Justioia que se dedique al objeto de hacer oondenar por
falsedad, por robo ó por homicidio á quienes no hayan
cumetido estos delitos, en lugar de los verdaderos culpa~
bIes, ocultos y protegidos por él; ni siquiera en los tiem-
pos ele la más dura tiranía se han valido los gobiernos
de semejantes armas para desacreditar y persegu.ir tí
sus enemigos políticos; una polioía demasiado celosa
habrá podido inventar oonspiraciones que no existieran,
pero oalumniar á dudadanos honrados oon falsas aou-
saciones de delitos infamantes, no se ha visto nunca;
ningún Estado se rebaja á artes tan vergonzosas; pero
dada la posibilidad en nuestros tiempos de un gobierno
de tal naturaleza, ¿no es de creer que los doce obscuros
ciudadanos del Jurado no pudieran ser seducidos, lo
mismo que los magi$trados permanentes, por las artes
del gobierno? Dígalo si no la historia del Jurado en ma-
teria política en el siglo XVI en Inglaterra y en el XVl1 en
Francia; clurant~ la revolución y la restauración, el Jl.l-
rado ha sido fiel servidor del más poderoso y se ha ple-
gado siempre á la tiranía, ya haya sido del trono, ya
de la plebe (1).

VI

Otro beneficio concedido por la ley tí los delincuentes


es la jJ?'1J8C7'ipción de ltt acción, p13?UtZ. Se comprende la ra-
zón de esta instHnción en lnaterii1 civil: cuando por lar-
go espacio de tiempo hemos dejado ele haoer valer nues-
trOF; derechos, puede suponerse una renunoia tácita que

(1) Véase Merca do esto punto, rJE NOVEL!.!::; El JII1'(((lo, Nápo-


lt:lf.l,1885,
:11
EL DELITO 'l'OLERADO y PItOTEGIDO 481

bierno, porque se necesita hacer un verdadero esfuerzo


de imaginación para figurarse un miilistro de Gracia y
Justioia que se dedique al objeto de hacer oondenar por
falsedad, por robo ó por homicidio á quienes no hayan
cumetido estos delitos, en lugar de los verdaderos culpa~
bIes, ocultos y protegidos por él; ni siquiera en los tiem-
pos ele la más dura tiranía se han valido los gobiernos
de semejantes armas para desacreditar y persegu.ir tí
sus enemigos políticos; una polioía demasiado celosa
habrá podido inventar oonspiraciones que no existieran,
pero oalumniar á dudadanos honrados oon falsas aou-
saciones de delitos infamantes, no se ha visto nunca;
ningún Estado se rebaja á artes tan vergonzosas; pero
dada la posibilidad en nuestros tiempos de un gobierno
de tal naturaleza, ¿no es de creer que los doce obscuros
ciudadanos del Jurado no pudieran ser seducidos, lo
mismo que los magi$trados permanentes, por las artes
del gobierno? Dígalo si no la historia del Jurado en ma-
teria política en el siglo XVI en Inglaterra y en el XVl1 en
Francia; clurant~ la revolución y la restauración, el Jl.l-
rado ha sido fiel servidor del más poderoso y se ha ple-
gado siempre á la tiranía, ya haya sido del trono, ya
de la plebe (1).

VI

Otro beneficio concedido por la ley tí los delincuentes


es la jJ?'1J8C7'ipción de ltt acción, p13?UtZ. Se comprende la ra-
zón de esta instHnción en lnaterii1 civil: cuando por lar-
go espacio de tiempo hemos dejado ele haoer valer nues-
trOF; derechos, puede suponerse una renunoia tácita que

(1) Véase Merca do esto punto, rJE NOVEL!.!::; El JII1'(((lo, Nápo-


lt:lf.l,1885,
:11
482 ORIMINOLOGíA

impida turbar algún tiempo después al poseedor de bue-


na fe, 'pero cuando se trata de malhechores, ¿es una
razón para no molestarlos la de que hayan sabido esc~­
par por algún tiempo á las investigaciones de la policía?
y siIl embargo, así lo deolaran las leyes que sancionan
la prescripción después de dnca, diez, quince ó veinte
años según los diferentes casos. He aquí de qué manera
obtienen los delincuentes una nueva protección del Esta-
do, qué debería tener la misión de combatirlos inexora-
blemente. Un. hábil estafador cambia de nombre y de do-
micilio y continúa su industria, llega á desoubrirse, y, si
han pasado cinco años desde el primer delito, gozará la
impunidad por aquél y no podrá ser oondenado sino por
los otros delitos suoesivos cometidos dentro del térmi-
no de los cinco afiOs, pero si respecto de estos últi-
mos no existe prueba suficiente, aun ouando sea oom-
pleta la del primero, la justicia lo restituirá alegremen-
te al ejeroicio de su noble pl.'ofesiÓn.
Pero no trato de so.stener que no se deba admitir en
ningún oaso la prescripoión; ésta puede admitirse cnan-
do el reo haya probado con su conduota que no es un
elemento antisocial, 6 ouando, por haber oambiado sus
condiciones de existencia, se orea que el delito no tiene
probabilidades de repet1rse. Supongamos, por ~.1emplo)
que el móvil de un delito contra la propiedad haya sido
la miseria ooiosa, pero que el feo que ha logrado escapar
á la justioia se ha convertido después de vat'ios aí1.os en
un obrero activb como el Valjean de los Jl.fiserables; si.
este (jaso, por raro que sea, llega á realizarse, la pena del
antiguo delito tendrá todo el aspecto de una FlovÍci11,
inútil; mucho más moral, m.uoho más útil á la sooieclud
sería en ese oaso la impunidad completa.
De la misma manera en ciertos atentados oontra las
personas, como las heridas, las le~lones) los ultrajes al
pudor, cuando, después de uno solo de estos delito!:! C()-
metido en la primera iuventud, ha transclUl'l'iclo tUl pc-
EL DELITO TOLERADO Y PRO'l'EGIDO 483

ríodo bastante largo sin que el reo haya reincidido en


culpa semejante y cuando al mismo tiempo su edad
avanzada puede ser una garantía de que no recaerá
en el porvenir, pudiera perdonársele la antigua falta
ya olvidada.
Lo mismo pudiera decirse en muchos casos semejan-
tes] cuando el oulpable no pertenece á la clase de los ase-
sinos y no ha oometido más que un solo delito; pero la
condición debería ser siempre la existencia de una trans-
formación rndral ocurrida en él y que habría de probar-
se con la actividad honrada, con la vida seria Ó' cuando
menos con el paso de uno á otro de los períodos de la
vida, ó de una condición social á otra distinta.
Muchas legislaoiones admiten el principio de que la
reincidencia interrumpe la )J?'escripción de la pena. Trata~
mos de aplicar, ó mejor dicho, de extender el espíritu
'de este principio á la P1'CSC'I'ípción de la accion penal, exi-
giendo no sólo que el reo no haya incurrido en otra san-
ción penal, sino que haya cesado toda probabilidad de
que tal oosa pueda ocurrir, en una palabra, sustituÍmos
á un elemento negativo (la falta de un nuevo delito), un
elemento .positivo (la prueba de la transformación moral
del culpable). De aquí naturalmente 8e deduce que la
prescripción no se admitirá jamás a p?'io1'i, cuando se
trate de esos grandes delincuentes que hemos clasificado
en la categoría de los asesinos, ni cuando haya que ha-
bérselas cón i'mJn~tsi'l)os )JO?' alcolwlismo, mientras no des-
n,parezca el vicio que los constituye en tal estado, ni á
favor de los ladrones ó estafadores mientras fueran ocio-
sos y vagos.
Hoy sucede con frecuencia que el que ha ofendido
mortalmente con un rapto ó con un estupro el honor de
una f(l,\uiJia, ó el que por medio de una herida ha enfer-
mado Ó deformado por toda su vida á otro, si puede es-
oapar durante oinco años á la policía ó si después de In.
condena puede burlarla por espacio de diez añOS, podrá
48.t CRIMINOLOGíA

vivir en los mismos lugares que fueron ensangrentaclc


ó escandalizados con su 'delito, en presencia de los mis
mas. ofendidos y bajo la protección de una justicia que,
si fué impotente contra su delito, es hoy fiadora de su
tL'anquilidad.
Los antiguos códigos de Italia preveían estos caSOs
al llenos cuando el 'delito había sido gravísimo. El Có-
digo napolitano y elsardo~italiano prohibían al homici-
da y al oondenado por otros delitos con~ra las persona.s,
en el oaso de prescripción de la pena, habitar en los lu-
gares en que vivían el ofendido ó su familia á np obte-
ner el consentimiento de ellos. Esta disposición que
había sido conservada en el proyecto de Mancini, ha
desaparecido después en el nuevo código penal.
Las condiciones bajo las cuales admitiríamos en al-
gunos oasos la prescripción de la acción penal pudieran
tümbién aplioarse á la prescripción de la pena, y tanto
en uno como en otro caso debería conservarse la prohi-
bición de habital' en los lugares donde viviesen el ofen-
dido ó su familia cuando se tratase de graves atentados
contra las personas. Este destierro locaZ pudiera, en alguw

nos delitos y en determinadas oircunstancias con arre-


glo al sistema represivo que exp~icaremos más adelante,
y en unión con la reparaoión de, la ofensa ó del daño,
sustituir á cualquier otro medio punitivo.
De lo dicho se deduce que la escuela positiva no pue-
de admitir en materia de presoripción las reglas abso-
lutas de los códigos y de las teor..ias que los han heoho á
su semejanza) y exige que la medida respecto de este
punto sea la que en cada On,80 exige la necesidad ele la
tutela social; esta escuela excluye como inútil la pena
cuando puede tenerse la seguridad ele la complett\, en-
mienda del reo, y por el oontral'io, excluye de la pres-
cripción {t todos los delincuentes que con su conducta
posterior han confirmado el diagnóstico de su ineol'l'c-
gibilidud.
EL DELITO TOLERAn o y PROTEGIDO 485

VII

Otro de los medios con los ouales da el Estado in-


conscientemente una ayuda á la criminalidad, es la gra-
cia y los indultos Ó amnistías, actos de generosidad que
tendrían una significación auando se tratase de oosas
prohibidas por el gobierno y respeoto de ·las cuales el
gobierno mismo pudiera perdonar la transgresión cuan-
do 10 creyera oportuno.
Estas prerrogativas del jefe del Estado tendrían su
aplicaoión natural en las materias de delitos políticos
ó en las de ínfraociones de preceptos administrativos
ó fiscales; pero ¿cómo puede concebirse que el gobier-
no perdone faltas que no él sino las Leyes naturales del
organis~o social exigen que sean reprimidas con una
pena?
Es verdaderamente inoonr.ebible que esas institucio-
nes hayan podido sobrevivir á tantas otras ranoias pre-
rrogativas que el progreso P9lítioo ha' venido aboliendo
sucesivamente.
Lo irracional de la ammstH1 por Clemos comunes es
tan evidente en oualquier sistema general, que no hay
necesidad de hablar mucho tiempo de eIla. No es un
perdón concedido por circunstancias exoepoionalos; con
ella se sustraen de la pena no una ó varias personas,
sino una ó varias clases de delitos sin consideración á
sus autores y sin que estos delitos hayan sido borrados
elel Código; es una ficción legal por medio de la cual
se dice á los que han delinquido: «Este hecho, que ayer
era un delito y que mariana volverá á ¡¡¡orlo, solamente
hoyes un hecho inocente)).
486 CRIMINOLOGÍA

Si se ha Impuesto una pena debe no sólo borrarse,


sino que se dirá que no se impuso, que lo que fué un he-
oho no ha tenido existencia, que· los archivos mienten.
La amnistía impide la reincidencia, ¿puede darse insti-
tuoión más extraordinaria?
Según ella no es cierto que exista una ley que, como
creía Cicerón, 'Me aO'J'lJga'ri fas est nequ,(3 de1'oga?'i ea; kac
aliquid lieet neque tata aO'l'ogalJ'i po test y á la cual nec V8ro
per senatum aut pe?' popuZum solvi pOSS1{¡mU,S una ley que
1¿ee e1'it aUa Romae, alía Atkenis, alía n?~ml acZia postltac
sed apud omnes gentes et omni tempore una et sempiterna et
i1nmutabitis (1).
Es necesario que nuestro tiempo haga desaparecer
.el absurdo de las amnistías por delitos comunes; no pue-
de ooncebirse que la voluntad de un hombre destruya el
pasado, borre el delito existente, impida al juez futuro.
reconocer en el reo un reincidente, .
Todo esto es falso, y si la gente ele dereoho se adap~·
ta á ello" el buen¡ sentido protesta, fuera de las puertas
del templo de Themis.
No pareoe tan absurda la gracia cuando es personal y
limita su acción á los efectos 'fJenales. Si el jefe del Esta-
do hioiese uso de ella en casos realmente excepcionales,
pudiera tal vez justificarse, ya como medio de reparar un
errór judicial, ya como medio de mitigar una ley cuyo
rigor no fuese 'necesario por la espeoialidad de las cir-
cunstancias.
Vendría á ser un último grado de jurisdicción ejer-
oida por el jefe del Estado y la oportunidad de oonservar
esta instituoión pudiera examinarse ya en la esfera del
procedimiento ó en la de la Constitución.
Pero el dereoho de graoia no se entiende así, oonti-
núa considerándose como un acto de clemencia, de ge w

nerosidad, de misericordia, sin ninguna relaeión con la

(1) De RepllbUca, libro 111, cap. x..\II.


EL DELlTO TO:r.ERADO y pnO'l'EGI1)C¡ 487

utilidad de la pena impuesta, ó con el peligro de que se


disminuya ó se perdone en absoluto.
En rea.lidad, el rual deest06 hechos arbitrarios no es
muy grave cuando se trata de penas temporales; q1.1e
un la..drón de oficio esté en la cárcel un año más ó menos
es oasi indiferente; todo puede ser que su anticipada li-
bertJ.d le permita robar un poco más ele lo que hubiera
robado al término de su pena; en todo CMO el número
mayor de robos que cometa por efeoto de su libertad an w

ticipaua será un daüo para Jos ciudadanos, que el go-


bierno, en justicia, deberla reparar, toda vez que era
suya toda la responsabilid8.d.
Pero el mal puede haoerse gravísimo si el gobierno
hace uso de la. regia prerrogativa en favor de los con~
denados á muerte ó á penas perpetuas, por esos hechos
dolorosos que oonstituyen la alta.. oriminalidad. .
En Italia se ha, abolido la pena de muerte desde
prinoipios del ano de 1890, pero no se había ejecutado
ninguna condena capita.¡ desde 187ú, exoepto en 1884,
en que fueron fusilados oinco soldados por homicidio de
sus superiores, y sin embargo' el t6rrnino medio de las
condenas tÍ m1.1erte, toitas por el aelito de (l,,.'Jtsi%ato, era
de 80 al año. De modo que al mismo tiempo que se lla-
maba al pueblO pal'a que juzgase, no se respetaba la
voluntad de eete pueblo soberano en cuanto contrade-
cía las teoría!:! de 108 profesores de nuestras universi-
dades.
De la misma manera el gobierno belga viene opo-
niéndose sistemáticamente desde 1873 á la ejeouci6n de
una ley del Estado aplioada libremente por 108 represen-
tantes de la. justicia popular.
J..a opinión PC7W07/¡{{¡t de algunos hOmU1'6S oontrt\.rios á
la. pena oapital; triunfa sobre la opi?¿w'f¿ pública que"le es
favorable; 10 cual pareoIa anticonstituoional nI rey 06-
oal' de Suecia que, al denegar en 1871'i b petición de in-
dulto de dos condenados (1, muerte por l'Obo elm homÍci-
488 ORllIINOLOGÍA

dio, escribió estas memorables palabras: «creo qU? tan-


to el delito en sí mismo cuanto en lo que se refiere á los
condenados, es de una graved.ad tan excepoional que el
ej8?'cicio del de?'ec/w de gracia que la Constitución me
conoede, vend?'ia d signiftca'J' en este oaso la abolición ~e la
j.'ena (te m1t6?'te que impanel'¿ las leye.s vigentes al asesinato
cometido con circunstancias agra.vantes. Pero p?'cs/;i.n-
diendo de 'mis ideas 8009'& la ujuidad y la opartu,nídad ae la
'Pena de 'inue'l'tc en g(}1¿c'I'at, tengo la convicción profunda
de Que 1W Plleelo s'lI,p1'i'nlti'i' yo solo ejercitando' mi tle'J'8cko de
gmcia en semojantes c{~808 una ley establecida de C07n1tn
aC2~(}'rito por el Rey y por el Pa'l'lame~¿to (.1).
, No hay quien no vea que la gracia concedida S1.8te-
máticameI1te á los delincuentes más graves llegará. al
cabo de algún tiempo á debilitar la fuerza del temor de
la. pena: Indolfi, el bombero que asesinó á su comanclan~
te que había sido su bienhechor, estaba tan convencido.
de que la pena de muerte había sido abolida, que oonfe-
só apenas ejocutado su delito que lo había oometido para
tener' la seguridad de t~ner casa y alimento durante
toda su vida sin halb,rse obligado á trab~jar ni á pedir
limosna.
El soldado Misdea, que en el año 1884 ejecutó en el
cuartel de PizZQ Falcone, en Nápoles, una oarnioería
que será memorahle, 'estaba igualmente tan convencido
de que nadie podía ser ajustioiado en Italia, que no tomó
en serio su condena, hasta el punto de creer que la lúgu~
bre oeremonia ele oonducirlo de noche á la plaza de Ar-
mas, no era más que una pura formalidad.
El carabinero JYlal'ino mató á su superior pocos días
después del deUto de Misdea, porque preferio, pasar en
presidio los afio s que le quedalxl,n de servicio nülital'.
No existe aún en todas partes somejn.ntc conviccitm,
pero en Bélgioa, donde l.a f;1'ef,ncf((. e)/ 1" rt!)otició¡¡ ti!.! 1ft J){ma

(1) Btlltrani ScaHa, oh cit., pá:;. 2l-1.


EL DELI'l'O TOLERADO y PROTEGIDO 489

de 'JJ2.1wrte ka penetrado cada día más en los eS)Jí1'ittts, han


aumentado los delitos más graves de 1m modo espantoso,
porque como ocurrió también en la experiencia que se
intentó en 1850, cuando la jJráctica de algu'J~o8 años P'}'o-
du,jo ent1'e las masas la con'/)icció1~ de que ?w se levantaba el
patt1n,lo, aumentó eZ ?t16rtterO de Zas grandes crímenes (1) .
. pe mucho tiempo hace han combatido el derecho de
gracia en los delitos oomunes ilustres pensadores como
Rousseau, Becoaria~ Pilangieri. Este último observaba
«que toda gracia concedida á un delinouente, es una de~
rogación de la Ley, que si la graoia es equitativa, la Ley
es mala, y si la Leyes buena, la gracia es en oontra de
la Ley; en el primer oaso es necesario derogar la Ley,
en el segundo, abolir la gracia)) (2).
Pero si este derecho es incompatible aun con los
prin~ipios de la escuela dominante, ¿qué podremos de-
cir desde el punto de vista de nuestl,'as ideas?
Para nosotros el juicio penal no es otra cosa que/la
designación del tipo del delincuente que se examina; la
pena es el medio eliminativo necesario para la seguridad
social. Podemos admitir una revisión del juioio y su
anulaoión en oaso de error, pero no podemos imaginar
que el jefe del Estado pretenda que oontinúe el peligro
que los jueces han reoonocido y tratado de evitar. Esta,
es una violación flagrante del derecho que tieno todo
ciudadano de verse libre del oontacto oon los delincuen-
tes reconocidos. Declarado el reo inadaptable á toda
vida social, ó por 10 menos á algunas condioiones espe~
ciales de esa n:lÍsma vida, el gobierno, con su decreto
de graoia, parece otorgarle la aptitud fisiológica, el sen-
tido moral, las costumbres sooiales de que oarece,

(1) Discurso del Procurador Goncl'al Mr. Do la Court, citado


por Beltrani Scalia. Para probarlo, los acusados de homicidio
hun aumentado desde el uTIo 1865 a11880, dCl 34 Ú 120.
(2) Filangieri,8ci~n::ct (lella, kqfsl., libro lIT, parto 4. fÓ , cap. r"VII,
490 CRIMINOLOGÍA

y aquí termino; la diferenoia entre nuestras ideas y


el derecho de indulto; está demasiado manifiesta para
que sea neoesario insistir en ella; la lógioa. exige que
esta faoultad del gobierno no rebase los límites de los
delitos polítioos, administrativos ó fiscales, que no tienen
nada de oomún oon la criminalidad natural, objeto de
estos estudios.
CAPÍTULO IV

SIS'fEi\rA. RACIONAl, DE PENALlDAD

Sólo me falta demostrar en qué forma puede aplioar~


se á la legislación el principio de adaptación sustituyendo
al de la proporción penal, es decir, trazar las líneas gene-
rales de un sistema represivo fundado en la experiencia
y que pueda produoir la dismillución progresiva de la
oriminalidad.
Toda vez que se trata de corolarios, y para no repe-
tir lo que ya he dicho, reouerdo al lector el capítulo so·
bre la Anomalía ae6 aelincuen,te para que lo compare oon
el de la ley de la adaptaoión.

En primer lugar hemos encontrado la clase de los


Mesinos, 6 sea de los malheohores que carecen de senti-
do moral, que tienen una crueldad instintiva de tal na-
turaleza, que los hace capaces de matar á un hombre
por motivos puramente egoístas, carácter, siempre anor-
mal en cualquiera de las dases sociales de un pueblo
que haya salido de las oondiciones de la 'Vida de rapil1a..
Para determinar quienes son los asesinos, basta en
muchos casos la descripción de ciertos delitos, los cua~
492 CEIllIINOLOGÍA

les por sí mismos revelan la anomalía moral oongénita é


irreparable del agente, y la imposibilidad de asimilación
por parte de la sooiedad.
El motivo del delito, ó la forma en que fué ejeoutado
son oon freouenoia indioios sufioientes de la monstruosi~
dad moral é inourable de aquellos delinouentes, pero
no puede asegurarse de una manera absoluta, porqué á
veoes puede revelarse la diversa índole del delincuente á
consecuencia de un atento examen psioológioo.
Las clasifioaoiones adoptadas por los jurisoonsultos
resultan en gran parte inútiles para hacernos distinguir á
los verdaderos asesinos. Los oriterios de la p?'emeditació1b
y de la alevosía, adoptados generalmente, son de ordina~
rio una guía mal segura.
Las venf/anrtas de la sang're, aun ouando premeditadas,
no son de ordinario obra de· verdaderos asesinos, por-
que no existe en ellas la persecución de un plaoer pura-
mente egoísta; se ve, por el contrario, la falsa idea del
oumplimiento de un deber, el de vengar al padre, al hijo,
al hermano; un deber al oual se oreía obligado Hamlet,
aun cuando, por su benigna índole, retrasara con pretex-
tos el terrible momento de cumplirlo.
Tampoco pueden atribuirse siempre á asesinos, en el
sentido que damos á esta palabra, las demás venganzcts,
tan frecuentes todavía en la Italia meridional, en 06roe-
ga, en Cerdeña y en otras comarcas, porque son efeoto
de sentimientos ego-alt?"ltístas, como el amor propio, el
puntillo de honor ú otros, sogún las ideas ó los prejui-
dos que reinan en el ambiente en que vi've el reo. En
oambio puede suoeder que el aousa.do de un homicidio
no premeditado tenga la monstruosa naturaleza del
tlse8ino.
L~ rapidez de la acoión no tiene relación ninguna oon
la naturaleza lt1ás ó menos pel'v'ersa del agente y puede
c,oexistir con la carenoia completa de instintos de piedad.
POI' el contrario, un delincuente que no tengi1. la índole
SIS'fWA RACION..I.L DE PENALIlMD 493
de a.sesinopuede cometer un homioidio premeditado.
Los jurjsw,15 psioólogos han demostrado que la premedi-
tación no es opuesta á la pasión, la cual se manifiesta
por medio de una acoión imprevista ó tardía. (jon arreglo
al temperamento de los individuos (1). No cabe duda de
que, en los casos "neis f'l'(Jc1~ente8, el que comete un homioi-
dio premeditado, demue"tra ser más perverso que el que
lo comete por un movimiento repentino del ánimo; pero
en 01-9'08 casos el homicidio impremeditado demuestra una
crueldad in.stintiva (2), como pOI' eJemplo, cuando el ho-
miciclio no ha sido provooado por una iuJuria grave, in-
deleble, que mancha toda la vida de un hombre y ha.ce
disculpable el delito. En tales casos suele' ser abstwl-
to (3) el reo cuando los jurados oreen qlj.e la p,tsión es
menos antisocial pOl' h~berla excitado un heoho injusto
6 un ultraje de 1l'1, mtsID?l victirna, ciraullsto.nCÍa que hace
el sentir del reo semejante al de la generalidad de los
hombres·y quita al heoho su ourácter anormal. r.Ja pl'e~
meditaoión no puede sel' un elemento de prueba. de la
orueldad instintiva sino en rela.ción con el móvil del he-
oho y con 10:5 medios de ejcOllGiónj es inseparable de
muchos delitos su.ngrientos propios de los asesinúsj pero

(1) V. VQ'f.. HOl..'J.'zl.:!\DORl!'li', Psychologie dea 1noraes, Berlín, 1875,


y D'f-s Yerurechen ¡Zes 'IllOrtles Wtel dio Todes,'1frctfe.
(2) ,.Los grandes oriminales violentos CLtl'60en de sent[mien~
tos morales en la mí¡;;n::.u medida que los criminales á 8lwgt'e
fl'l<n. DESl'INJil, De la (olie, oto., pllg. 3¡).
(3) Iia~ta ahora e~tas absulUoiones se fundaball en la flterz,~
irresi8tible. Hoy, que esta :fórmula ha desapnreciUo del OMigo, los
jurados seguiráll igual monte absolviendo mriUante la doclara-
ci6n de illclllpu't>iliducl del acusado. 'Qn ejemplo de esto es el pl'O~
ceso de Bort.. , en ROIDI.1.. BarL... tuvo cOt\.ocimiento de las rfllaclo-
nes de su mujf.lr oon un tal Fau ..., y esperando á ésto en su C!l.'3!l. á
la hora de la cita, trató de matll.rlo á tiros do rev6lver y mató á
su mujer. JEI procurador gencral solioitó la Hbsolución, ÍnVitllll·
do á 108 jurados á con test al' nogativamente ú la progunta Robre la
culpal:Jilidad!
494 CRIl'úINOLOGÍA

es completa'mente extntña á otros que tienen ig1ul.,lrnente ca-


ráoter de asesinatos. Un hombre conooid.o por su natu-
ral violento y agresivo que, en un momento de mal hu-
amor, emprende á reñir oon el primero que se le presenta
aunque sea su compañero y amigo~ y lo inJuria y mal-
trata, ,y, sólo porque éste se defiende sepulta en su pecho
un ouchillo, puede llamarse asesino, si además conourren
en él alguno de los oaraoteres propios de esos delincuen~
tes, y, sin embargo, con nuestras leyes, un homicidio
semejante no puede ser castigado más que con pena
temporal, sólo porque fué cometido en riña, mientras
que no'podría dejar de imponerse legalmente la pena ca-
pital ó la perpetua á quien hubiese muerto á sangre fría
al seductor de su mujer ó al que hubiere ultrajado á su
famili8J (t).
No me extenderé más en demostrar con ejemplos la
ineficacia del oriterio de la premeditación, para distin-
guir los homicidios más graves de los que lo son menos;
su desacuerdo con mi sistema me pareoe bastante claro
para poderme dispensar de una detenida disousión; pero
lo que no puedo pasar en silencio es la teoría á que con-
duce cuando se encuentran en el mismo individuo 1~na
8?Ve?''f)wdc(,d rlZental y la pre'llwditación, porque constituyen-
do ésta una circunstancia agravante y llevando aquélla
consigo una disminución de la responsabilidad, la juris-
prudencia, negando la evidencia de los hechos, las ha
declarado incompatibles, y ha hecho esto cuando la psi~
quiatria viene enseñando que la premeditación no es im-
compatible con la imbecilidad ni oOn la enajenación men-
tal propiamente dioha, y que, por el contrario, coexiste
frecuentemente oon la monomanía, porque "precisamen-

(1.) En Bolonia fué condenado á trabajos forzados por todD


la vida un hombre que mató á su mujer, que pocas horas anteE
habia recibido al amanto en e~ lecho matrimonial, porque los ju-
rados declararon la prenleditación.
SISTElIIA RACIONAL DE PENALIDAD 495

te es proJ)zo de la nat1b1'aleza ae ésta el posesionarse con la


mayor persistencia de todas 'las aotividades mentales
para dirigirlas úni.camente al fin á que tiende la idea
misma» (1).
¡Entre tanto la jurisprudencia, para salir del atolla-
dero, deoide que un delinouente deolarado semirrespon-
sable no ha podido premeditar su delito aun cuando
esté probado que había formado un plan preciso y de-
tallado!
Al casar una sentenoio. del ,Jurado) que declaraba á
un homicida semirresponsable por enfermedad mental,
pero con premeditación, deoÍa un tribunal: «Una vez re-
oOnocido el vicio mental pueden admitirse las aparien-
oias, pero no la realidad (sic) de la premeditación ó vjce-
versa, pero no es posible ni psicológica, ni jurídicamen-
te (1) US8gU'/'(J/l que un hecho sea al mismo tiempo, pr,eme-
ditado y oometido en estado de enfermedad mental, por
10 que es evidente que existiendo en el veredicto dos
proposiciones incompatibles no contiene un juicio del he-
oho al cual pueda aplicarse oorrectamente la sentencia
impugnada»,
Lo oierto es que tanto el heoho criminal. como su
preparación pueden ser efecto ele locura, pero no il11~
porta que se niegue lá realidad de las cosas, diciéndo-
se que donde hubo un plan premeditado no existía más
que un acto repentino; para haoerlo así se necesita una
lógica particular, entre tanto la conseouenoia de las suti-
lezas jurídioas, puestas malamente de aouerdo con la.
Psicología, es castigar con pocos años de prisión á un
semiloco que mata con premeditación, pero por un mo-
tivo de su locura, y que puede ser mil veces más peligro-
so que el autor de un homicidio premeditado por móvi-
les no vituperables, al cual, aplioándole rigurosamente la

(1) Tamburini y SeppiUi, Stwllo de psícolo(Jia cl'lmlllalo, Hegio


lilmilia, 1883.
496 OlUlI1lNOLOGíA

ley, debería por hallarse sana su inteligencia imponerse


la pena oapital ó la perpetua.
El oriterio que 110S hará distinguir los asesÍlws de los
demás ko-miciclas, deberá tomarse de algunas oírcuns:-
tandas del delito, que revelen la c1'/telelael insti-ntwa y la
ausencia total ele sentielo moral.
Estas serían:
1. El homicidio oometido para satisfaoer una pa-
Q

sión puramente egoista, como el eleseo ele ZUC'l'O Ó el de ob-


tener de la muerte de un hombre una ventaja personaZ
ó evitar un daño ó sentir un place?'.
En este úitimo oaso sin embargo, hay que distinguir
si el deseo que se satisfaoe con el homicidio es, patológi-
co, oomo cuando se madiriza y se mata á una persona
después de haberla violado,' ó ouando se goza cap. la
vista de la sangre ó de los miembros despedazados
(nec7'oftlia): que era sin¡ duda el oaso en que 8e encon-
traba Papavoine, y es probablemente en el que se halla
Jack tIlle rippm', porque entonoes se enouentra la '/){M'iedad
del Zoeo asesino; ó si el deseo no tiene en sí naela a'lw?''maZ,
porque su satisfacoión seríí1. un plaoer para oualquier
otra persona, señalándose la anomalía moral por el
medio oriminal que se usa, tales son el deseo de rique-
zas ó el deshaoerse de un rival ó de un émulo.
2. a El oaso de un homio~dio oometido sin que por
parte de la víctima se haya ,heoho nada que sea bastan-
te para provooar una reacción violenta en un hombre
normal, oomo una injustioia ó una injuria inmereoida,
á esta clase pertenece el parrioidio, porque la sinrazón
ele un padre no puede arrastrar á una venganza san-
grienta ti. quien esté dotado de una oonstitución psíquica
normal; en este grupo se pueden olasifioar también la
muerte dada á un bienhechor ó á una persona á quien
se deba obediencia y respeto; tambión pertenece á esta
clase el homicidio oometido para vengar un hecho al
que no habría dado impOl'ta.ncia un hombre normal,
SISTEMA. RAOIONAL DE PENALlD.\D 497
pero al cual se la da el delinouente, á oausa de la: exce-
siva manera de réaccionar, propia. de su organismo, ya
sea por conseouencia de su temperamento colérico, por
un amor propio exagerado, ó por Ul.la extremada sus-
ceptibilidad; un oaso de este género es el de aquel que
para vengarse de un criado que se le había despedido,
/:le pu~.o en, acecho muchas noches seguidas, hasta que
consiguió matarlo de un tiro (1). POI' últim.o, pertenecen
á este grupo el homicidio de un desconocido inofensivo,
que suele denominarse por maldad brutal, y que de ordi-
nario tiene por objeto probar la fuerza musoular ó la
destreza en el manejo de las armas, hecho todavia muy
común entre los salvajes y que por desgracia no ha des-
apGl,recido de los pueblos civilizados.
3. POl' último, existe el oaso de la barbarie en la eje.
Q

cución del delito: cuando por nledio de sevioia se hace de


mayor duración el dolor, está probado que el homicida es
un asesino, porque sin una exoesiva anomalía moral no se-
ría posible no detenerse y cesar al oir los gemidos de la vío-
tima ó al verla estremeoerse en el paroxismo del dolor.
Los tormentos atrOces y prolongados son una prue-
ba sufioiente de la total carencia del sentimiento de pie-
dad, aun cuando no esté averiguada la intención de ma-
tar, y es de alabar en este punto' el Código francés, que
había sido imitado por el sardo, abolido hoy en Italia,
ouando declara que debe considerarse asesinato todo deli-
to que se ejecute aumentando deliberadamente el dolor
del ofendido; inútil es decir que los jurisconsultos italia-
nos habían pronunciado el anatema contra este principio.
Ta.mbién pueden distinguirse en estas dos últimas
clases los lo{]os, de los hombms ouyas faouZtades 'menta 'tes
6stá1L sanas; muchos heohos de éstos se cometen por opi-
lépticos ó por quienes padecen enajenaoión mental, y
otros por hombres que estando en la. plenitud de sus fa-

(1) Véanse mis Ooneributions á l'Etllde (la typc c'riminal.


:rol
498 CRIUlliOLOGÍA,

ouItades intelectuales, tienen en su organismo moral Ulla


laguna que constituye, no 1tna elljeJ'1JwiZtul, sino una
anomalíc~ propia de los asesinos.
Pero en todos estos casos es indiferente el sexo y el
grado de inteligenciaj para determinar el tipo del a8c8i~
no basta que el reo tenga concienoia de lo que ht1..OC y
que haya llegado á una·edo.cl en que no pueda esperarse
una transformación de los instintos; esta edad puedo
determinarse, palla las necesidades de la práctica, entre
los quinoe y los dieciséis años. También son indifct'entcs
la espeoialidad del temperamento, la violenoia del im-
pulso, el tiempo de la reflexión; ~eo.n cuales fueren. las
circunstancias, la posibilidad que tienen de cometer sc-
m~jantes aooiones, basta para revelar la carencia tota.l
del instinto de piedad, ó sea la crueldad innata; anóma-
la con rel~toi6n á las razas humanas superiores en cmtl-
quier estado de su desarl.'ollo progr~sivo.
A estos delincuentes incapaces de toda adaptaoión
por no ser susceptibles de simpatía, se debe imponer,
pues, la forma más absoluta de eliminacion. Lo. enor-
midad del mal que son capaces de producir no debe
permitil' al poder tutelar de la sociedad que deje que
exista la mú's fácil probabilidad de reincidencia; la muer-
te ef:3 por consiguiente el único medio de eliminación
apropiado á los asesinos no locos.
A los que sostengnn que la seguridad de las cárceles
y la limitaoión del derecho de indulto son suficientes
para impedir nuevos delitos, para hacer imposible que
estos delincuentes vuelvan á la sooiedo.d y para impedir
que prolifiql.len, se puede oontestar oon la cifra anual de
las fugas (1), con la de 108 asesinatos cometidos on las

(1) La estadístioa de las oáreeles demuostra que, por tél'rnino


modio, so llevan á cabo anualmento 15 fugaR do los pl'osidios¡ lus
fugas de las pl'istones preventivas fueron 122 on 1878, 81ljn 1879,
174 en 1880, 78 on ¡¡JSS.
SIS'1'EMA RACIONAr. DE PENALIDAD 499
13árceles, y con la historia de algunos indultos que no hu·
hieran podido preverse, todo lo cual prueba la falta de
fundamento de esta opinión.
El presidio no es un medio de eliminación absolutn é
irrevocable, pero aun siéndolo, no sería esto razón para
preferirlo, porque no se aloanza la razón de conservar la
vida de estos seres nocivos, que no pueden volverse á
admitir en el consorcio sooiál; no se comprende el obje-
to de conservar la vida animal de estos individuos; no
puede explicarse por qué ha de !:loportar el país un gas~
to importante para que gocen una existencia fácil y se-
gura, y es doloroso pensar que contribuyen á ello por
medio del impuesto .las mismas familias de los asesina-
dos (1).
Pero aun presoindiendo de estas consideraoiones>
existe aún otra más 'decisiva; si tratamos de elegir entre
dos medios de eliminaoión que se suponen igualmente
eficaces, la muerte y el aislamiento perpetuo, ¿por qué
ha de preferirse el segund.o, al cual le falta el ofecto de
la intimidación? Verdad es que no hemos dado ni ele-
mento de la intimidación el valor de un criterio deter-
minante y que hemos sostenido que es injusto" con el úni-
co fin de la ejemplaridad, hacer sufrir á un hombre un
mal mayor del que su individualidad merezca. Hemos
dicho que es necesario adaptar á todo delincuente el me-
dio represivo que convenga á su naturaleza individual,
adecuándolo á su mayor ó menor grade de idoneidad
para vivir en sociedad, á sus mayores ó menor'es proba-
bilidades de asimilo,oión, sin lo cual pudieran oometerse
horribles injusticias y barbaries en nombre de la ejem-

(1) Como el término medio de los condenados á perpetuidad


en Italia ea de 5,500, y COJ.tlO el gasto medio de cada uno se eleva
á 90 céntimos di¡)l'ioB, es indudable que Italia ga,.¡ta para conser-
var la vida á esta legión de asesinos, próximamonto dos millimes
al afio, ain calcular Jo que cuestan la vigilancia y la t\dminis-
tración.
500 cRntmoLOGÍA

plaridri.d y de la prevenoión del delito. Pero en nuestro


caso, en el que el delincuente es inasimilable y al cual
debe aplioarse la exclusión absoluta que realiza la muer-
te, no hay exceso, no existe injustüüa, Se propone sus-
tituir á este medio otro diferente, pero que se supone
que tiene igual valor; en buen hora; pero antes de pros-
cribir el primero debe examinarse si el otro presenta por
ve~tura las mismas ventajas indireotas que no son de-
terminantes, pero que en igualdad de condiciones deben
pesar en la balanza, y entre estas ventajas indirectas está
la de la intimidación, efeoto natural de la pena de muer-
te, que no existe sino en una medida infinitamente me-
nor en las penas que limitan la libertad.
Respecto de este punto no cabe duda alguna; aun
cuando el patíbulo no intimide á todos los malhechores,
intimida sin embargo á un gran número, COUlO se ha
demostrado anteriormente (véase la página 234), por-
que el hombre que está dispuesto tí. delinquir no sabe
exaotamente cuál es la pena que se le ha de imponer
y teme siempre incurrir en la capital, cuando sabe que
ésta existe en la legíl:llaoión y que se impone y se eje-
cuta.
De todas maneras, si continuase prevaleciendo la
opinión de los abolicionistas, set'Ía necesario ha.cEw una
excepoión para los condenados que no pueden custodi¡;ll'-
se sin un peligro continuo de sus vigilantes ó de sus COln-
pañeros de presidio.
Un ilustre escritor cita, oon este rnotivo, el caBO de·
uno que, habiendo sido condenadb tí. muerte dos veces
por asesinato, fué indultado ambas y cometió un tercer
asesinato; de otro que, habiendo sido condenado á muer-
te y obtenido la gracia" mató en la estaoión de Alejan-
dría á un ce,rabinero; de un tercero condenado por toda
su vida) que mató en el presidio de Favignuna á su di-
rector, y añade: da sociedad no puede conservar en su
seno á esta.s fieras, siendo un peligro continuo de quien
SISTEDtA RACIONAL :OE P,ENALInAD 501
tiene la misión de vigilarlos, una amenaza constante para
el ordi:n1 social, un ejempló qúe alienta á los mismos mal-
vados» (1).

II

Pasemos á la segunda categoría de delincuentes, los


I1a1nados violentos ó impulsivos, en los que á un senti-
miento de piedad se unen prejuicios, ideas falsas acerca
del honor, sobre el deber ,de la venganza, que á veces
son tradicionales en una familia 6 en UDfl, clase social
entera. Éstos cc.rneten homicidios ú otros atentados oon-
tra las personas, no por una satisfacoión meramente
eguísta, sino por efeoto de un ego-altruísrno 6 de un al-
truismo mal entendido, como oourre ouando se trata de
preocupaciones religiosas ó políticas.
En este caso la anomalía del reo disminuye y su ma-
nera de sentir se aproxima á la universal, tanto más.,
ouanto mayor fué la provooación; el delito adql:liere en-
tonoes el aspeoto de una reaoción, y si ésta no resulta

(1) Beltrani Seatia, La Riforma penite1lsiaiiu in Italict, pági-


na 250, Roma, 1879. Pudieran citarse otros mil casos que se leen
coz¡ freouencia en los discursos pronunciados por el Ministerio
público ~n las sesiones de apertura. Sirva de ejemplo el que se
encuentra en el pronunciado en 1880 por ei procurador gen oral
de Parma: «terminaré esta relación de los juiclos criminales con
el recuerdo delincidento 000 quo terminó la oausa de Jerónimo
Pugliese, joven de índole feroofsima, que había sido deolarado
culpable de asesinato frustrado en la persona de un vigilante de
este prosidio, donde se huIlaba expiando una condena preceden.
te. Al oir la lectura de la sentencia, que prOA11llciaba contl'a él
una pena perpetua, tiró su gorra al presidente con ademán des-
preciativo y amenazador, y mientras loa soldados lo llevaban
fuera de esta sala, manifestó en presencia del tribunal q\16 lo
había castigado con todo el rigor de la ley, BU firme resolución
de cometer de nuevo el delito, nlatando á un vigilante de este ó
de cualquier otro presidio adonde fuera destinado».
502 CRli\IINOLOGÍA

desproporcionada en relación oon la manera de sentir del


mundo inmediatamente circunstante, elreo no se distin-
-gue extraordinariamente de él, sus sentimientos no son
ciertamente unísonos con los de la población honrada,
pel'o sin embargo, no pareoen excesivamente anormales,
la violenoia de la reacción es censurablE', pero no imper-
donable, -y el hecho de que la reacción haya llegado hasta
el homicidio, se considera como una diferencia de grado.
Pero es n.eoesario, para que el sentido moral de la
generalidad aparezca menos gravemente ofendido, que
la provocación sea apreciable y que consista también en
una ofensa al sentimiento universal. Nada que sea rela-
tivo exclusivamente á la individualidad del reo debe ser
tomado en cuenta~ si un heoho constituye para él sólo
una provooaoión, esto significa que es un individuo
anormal, que siente de una manera ex.cesiva, las impre-
siones exteriores, pero no por eso es menos peligroso
para, la sooiedad.
En el supuesto, pue$, de que el homioida no haya
ofendido de una manera demasiado grave el sentido
moral de la generalidad, porque le ha impulsado al de-
lito un acto injusto, cuyos efectos hubieran sido general-
mente experimentados, ¿qué medio represivo sería más
útil y conveniente?
No puede darse contestación á esta pregunta más
que oon el análisis de las diferentes especies de heohos
que oonstituyen la provocaoi6n, porquo la gravedad de
ésta, está en razón inversa de la inmoralidad del reo, y
por üonsigl1.iente de su ineptitud pt1ra la vida social; en
efecto, ouanto mayor oaráoter de reacción tiene el deli-
to, tanto menor es la anomalía del delinouente, y tanto
más se asemeja éste á los demás hombres.
Ahora bien, pal'a poder apreoiar la fuerz:), de h.~ pró-
vocación, es necesario oonsiderar en ~l.lgllno~ Ct\80J.1 !u,
clase social á que pertenece el pl'oyoct:\,ch> con BUS iücn,s
y sus tradiciones, en otros, el paíf:l en quo vive con sus
SISTEMA RACIONAL DE l'ENALlDAD 503

preooupaoiones y preJuioios, en todos, la atmósfera mo-


ral que rodea al reo.
La viveza. universal del sentimiento de honor de fa-
milia, haoe que en todas partes se disoulpe el homicidio
oometido por el marido ó por el padre en la mujer qtle
ha sido encontrada en brazos del amante, y del adúltero
6 del seduotor; de la misma manera la fuerza'del senti-
miento 'de amistad excusa la participaoión en el suicidio,
ó sea la ayuda prestada al suicida con el objeto de sal-
var su honor (1); por último} la fuerza elel sentimiento ele
amor propio disculpa en todo lugar el homioidio impre-
meditado que tenga el aspecto de una ~'eacción inmedia-
ta contra una ofensa injusta é intolerable al honor in-
dividual:
En la práctica todos estos delitos se castigan con
pocos meses de cárcel, pero semejante castigo no puede
representar el medio represivo del homicidio; ni puede
creerse que desde el punto de vista de la intül1idación,
una reacción tan pocQ poderosa pueda oponerse al im-
pulso más vivo y general.
En nuestro 8istema el homicidio provocado ,repenti-
namente por una. injuria atroz, figura casi en los límites
del delito natural, porque oasi no existe la of~nsa áI sen-
tido moral, no existiendo casi la anomalía dd agente.
Por consiguiente, en este y en otros casos de los cua-
les puede deoirse 10 mismo, como cuando se mato. por
exceso en'la defensa, el medio eliminativo debería con-
sistir sólo en alejar aIr80 del lugar en donde viviera oon
la familia del difunto, salvo en 108 casos en que ésta lo
consintiera.

(.1) FOl'ri en casos tales pretende la impunidad absoluta, pOI'


la naturaleza del móvil, pero cato no puedo on mi sontir modifi n

oar la naturaleza de lOE! sentimientos contl'l\rÍos á lor., de la gene-


ralidad que impone la obliga.ción do prolon:tLlr, aunque sea pOl'
un solo día, la vida de un hombre aun (mando est0 condeuad.o
inexorablemente á muerte. L'oJJlir:i,/io-SHiclc7io.• 'i'ul'Ín, lSf3'i.
504 ORIMINOLOGÍA

Exceptúo el duelo ,en el que no existe delito natural,


aun ouando las condicionef:l sean de tal náturaleza que
hagan neoesaria una muerte; en este caso, más bien se
pudiera imponer ciel'ta respons'abilidad á los padrinos,
pero el duelo desaparece desde el momento en que se
prueba que fué provooado insidiosamente para ocultal'
un asesinato (1).
Más difícil parece la resolución del caso en que el ha·
mioidio haya sido oometido para vengar una grave in-
justicia ó un ataque al honor de una familia.
He dicho que la premeditación ó reflexión no puede
dar un criterio seguro para oonooer al asesino y que,
por el contrario, muchos homicidas por impulso repenti-
no, pueden clasificarse entre los sanguinarios' instinti-
vos; también el hOIn.ioidio premeditado puede tener los
caracteres de reacción contra una injuria que 1mi'IJe?'sc¿l-
'mente se repute grave, ó que se orea que lo es por pre-
ocupacion.es de lugar ó de raza.
En este último c.aso tenemos el delito endémico, que no
se diferencia en ,el fondo del delito provocado, sino en la
extensión de la zona en la cual se considera injuria gra-
ve, la inferida por el muerto al matador. En realidad no
puede prescindirse de este cal'ác.ter en las V811dette sar-
das, romaflOlas, sicilianas y calabresas, cuyos autores no
pueden considerarse como asesinos á pesar de la preme-
ditación. Sin embargo, en ellos existe una lesión al sen-
timiento de piedad, muoho más grave ele la que 0X~Stc
cuando un hombre reacciona inmediatamente contl'a un
ofensor injusto; la premeditación de un homioidio, :::lea
oual fuere el móvil que lo impulse, demuestra siempre
una índole cruel; el que tiene un temperamento opuesto',
el hombre normal de nnestt'os días, eluda siempre y no
se resuelve nunca á ejecutal' un acto que repugno., á sus

(1) Bel'enini,1,a resl/onsa'úillílacl jWl'frlica de los r71wlib't(IIJ. Archi·


vo de Psiquiatrla, etc., etc., vol. V. cuads. TI y llI.
SISTEMA RAOIONAL DE PEt'rALlDAD 505

instintos, 6; eomo Hnmlet, busca tnil pretextos para jus-


tificar su duda. Pero la influencia del amLiente, la idea
supersticiosa de vengar la sangre del padre ó el honor
de la hermana ó de la hija, limitan en mucho la parte
que puede atribuirse al carácter individual: ó sea á la
anomalía moral del homioida. El motivo externo, motivo
no egoísta, es el predominante, y no puede asegurarse,
de no concurrir otros heohos, que el oulpable seu. de una
manera permanente un sér antisooial.
Esto supuesto, ¿cómo deberá ser tratado el homici-
dio por justa venganza ó por justo dolor?
Debe eliminársele parcialmente, debe ser excluido del
ambiente determinado que con sus preoGupaOiOn0s ,jus-
tifica casi su delito, porque él no enouentra en sí mismo
la suficiente fuerza para resistir los impulsos que ese
ambiente hace nacel'. El destierro de la región y aun de
la nación misma, sería el medio más á propósito, si nC?
fuera tan fácil de quebrantf.\r una condeno. de destierro,
haciendo de esta manera inútil la represión; en este caso
debe acudirse á la relegación á una isla ó á una colonia
ó á una poblaoión remota donde el reo viva.en libertad,
pero sometido á vigilancia.
Pero queda por resolver un problema, el de la dura-
ción: en general) puede decirse que no es neoesario que
la reI egación sea perpetua. .
Si el delincuente es joven, los estímulos que han in-
fluido exageradamente sobre él en esa edad, podrán ha-
llarlo menos sensible en la edad madura, y este es el
oaso qne se resuolve más fácilmente. Pueden equiparar-
se como épocas de transformación á la terminación de la
juventud, el comienzo de la vida conyugal, el nacimiento
de los hijos (especialmente para las mujeres) y la llegada
á la edad senil; tudos estos son períodos de la vida en
los que suelen extinguirse necesariamente ó debilitarse
las pasiones en otros tiempos dominantes para dojar su
puesto á nuevos afectos.
506 CRUUNOLOGíA.

A el:ito se debe aña.dir 10, dl.llzura de carácter llKmi-


festada consto.ntemente por ell'elegudo de una m~Hl(;l'a..
evidento y no apreciada por el falaz cl'Herio quo suelo
sel'lo por las direüüiones de los estableoimientos pcnf\lc~.
La eliminación en esto., forrna y con estas comUcil.)-
nos) pudiera también aplicarse euIos casos en los Ct1.f\,-
les el homicidio no haya sido más qlIe una l'cacoión irn-
prevista, pero excesiva, efecto del tempe~'a,l11ento col~l'i­
ca, ó á una sensibilidad especial, respecto de la ofQ!1sn
rcciblua; 0n esLOs oasos se comprendo; ll1ÚS fáollmente,
que la edad llludura y las demás circunstllucii.l.s antes ill.
dicadas pueden anular por completo las pl'obo.bilidadcf:.
ele un nuevo delito.
En "todo caso) podría esta.blecerse un período elo oh-
Sel'vución que oscilase eiltt'e cinco y diez anos, clospuós
de los cuales y en visto, de minuciosas relaoiones qw:.\
puedan dar indioios exactos del cl1ráctel: del penado, pu-
dl'Ít\ deoidir el magi8trado sí la relegaoión habl'ÍL1, de 130-
,.p;uir él debería e,esar.
Pv..l'<l todos los casus debcrív.n imponerse dos condi-
ciones indispensables: 1.\ que IEt relegaéión no pnedn,
terminar si el matador no ha duelo una reparación :.í k~
fauülia de la. víctima, y- 2.0, que no pueela establooer Sl~
clonücilio al extingllü' Ja pena, en el país donde vivan los
parientes del ofendido ni en el que se roa,lizó el delito,
Estas medidas cubrw..n los rencores, previenen lilS ven-
ganzas SD.ngrient;:~e, y pOl' este medio se produco 'ma. (US-
minución de 1&, criminalidad que m\0C do lo,s c:.meas in-
dioildas.

III

Pero solamente la obligaciún ele (hl' -mH\ rCpm'H(:,VII1


pecuuiul'ia, 6 mús bioll una lUl1.lt~t Ú Ihvor do In. p:wt.e
ofondida unidn Ú lUJU multu. ú Hwol' del Efito,do, lJWU!..wLt
SIS~ElIIA RA010NAL DE PENALIDAD 507

sustituir'.á cualquier otro medio represivo en los delitos


menos graves de esta especie que están al límite de la.
verdadera criminalidad y forman como una zona inter-
media entre el delito natural y la infracoión de reglas de
conducta menos absolutas y universales, porque más
que á la oarencia del instinto de piedad deben atribuirse
á faltas de educación, y demuestran que sus autores son
más toscos que crueles.
Á esta clase pertenecen las heridas en rina) cu.ando
la riña puede oonsiderarse como una lucha voluntaria,
sin grave desproporción de fuerza y qlle dure solamente
mientras que los adversarios se encuentren fI'ente á fren-
te, no siendo perseguido el que huya ni herido el que
caiga, y cuando no se considere la herida en riña, como
pOl' desgracia se declara á diario en las sentencias, las
que se causan á quien trata de oponerse á una. imposi-
ción arrogante, á un hecho que no se debía tolerar,
ni cuando se causan á conseouenoia de un cambio
de pala.bras insolentes 6 de la insignifioante provoca-
ción de una mujer, de un niño ó de un hombre sin ar-
mas (1).
Los mi!:lmos romedios podrían aplicarse á otros deli-
tos semejantes, en los (males es insignificante la ¡;moma-
lía del autor) y no requieren, pOI' consiguiente, la apli-
cación de un medio eliminativo como las lesiones, las
amenaze,s, la difamación) las injurias; nada es más inútil
qúe la condena á pocos dío.s de cárcel y á los doJí08 y
. perjuicios que deben liquidarse y exigirse por los medios
del procedimiento civil.

(1) Los juoces de los po.íElCS meridionales suelen dl~culpar


todos los homicidios frustrados en qu€' so emplea el arma de fue~
go, calificándolos do disparo ti!} al'ma de fuogo en l'ilia. IJ,) temi-
do ocasión de VOl' á un mismo individuo ncustldQ dos vocos do
(jate delito <3Qntl'a un pa:dento suyo, dol (muI quoría doslwcol'HO
oviden teruente.
508 CRWI.NOLOGfA

Esos pocos días de cárcel, que son insignificantes y


carecen de todo efecto útil como pena, pudieran abolirse
sin inconveniente, y por el contrario, corno ya se ha di-
cho en los oapítulos anteriores, la cárcel debería servil'
~omo medio de coacción que obligase á la reparación,
cuando se' declarase que debía durar hasta tanto que
aquél1a hubiera sido satisfecha. ,
Deberla adoptarse una gran severidad contra los reos
solventes: la parte ofendida debería tener·hipoteca sobre
10,s bienes inmuebles y privilegio sobre los muebles, y no
desde que se dictase sentencia definitiva, sino desde el
acto de la apertura del juicio, y en algunos casos desde
la inquisitiva, para evitar que el acusado hiciera des-
aparecer todos sus bienes.
En los casos de insol vencia deberí~, obligarse al reo
á pagar sus deudas con el fruto ouotidiano de su traba,~
jo de manera que se entregase al Estado y á la parte
ofendIda, y en oaso de que ésta no quisier~ aceptarla, se
entregase á una ca:ia publica una parte del salario 111en-
l'3ual Ó semanal, del que se deduciría tan s610 lo que fue-
se absolutamente necesario para las primeras necesida-
des de la vida de un bracero. De estas deducciones pu-
diera encargarse la dirección de la oficina; cuando no
se pudiera obtener el pago se sustituiría el traba;jo obli-
gado al libre, pero en este caso, el Estado haría ejecutar
al culpable la clase de trabajo que le fuese más conve-
niente.
No es esto proponer que el Estado se haga in-
dustrial, sino que utilice estos reos de delitos leves en
obras de fortificación, saneamiento, etc., en las que hoy
utiliza á los condenados á cadena con,difioultades y peli-
gros bastante mayores, y COIl la diferenoia de que los
primeros estarían obligados á trabajar solamente hasta
tanto que lograsen l'eunir con su salario la suma debida
al ofendido, pudiendo así encontrar, en la idea de que su
libertud dependo de la asiduidad y aplicación con que se
SISTEMA RACIONAL DE I'ENJ\.LIDAD 509

dediquen al trabajo, Un estímulo de que los otros CD..~


recen (1).
De este modo se forman escuadras Ó oompanías
de obreros, alistados por el gobierno oon un salario
nomina6 no inferior al de los obreros libres para no
haocr la competencia á estos últimos, pero de este sa-
lario sólo se les pagaría una parte, el resto se en-
tregaría en la caja de las multas, para que ésta pu-
diese satisfacer á la parte ofendida y al Erario del Es-
tado.
Por lo demás, es de presumir que semejante tempe.
ramento se aplicaría sólo á pocos penados, pues la ma-
yor parte de los que 10 fueran por los delitos leves de
que he hablado, p!'eferirían el trabajo libre al obligado,
cuando tuviesen la convicción de que su insolvencia
no sería perdonada, y se apresurarían á entregar en
la caja de las multas las pequeñas cantidades que se les
impusieran.
La cárcel podría subsistir como oastigo del que-
brantamiento del destierro; ó de la obligación de re-
sidir en un lugaÍ' determinado. Este es un caso en el
cual no puede oensurarse razonablemente la imposi-
oión de la pena de cárcel, porque en las infracciones.
de una obligación ó de una prohibicióll que no son
delitos naturales, puede tener la efioacia preventiva,
que en vano se espera cuando se la dirige á oastigal'
las profundas inmoralidades que son verdaderos de-
litos.

(1) Véase en el dictámen del honorable De RenlJis sobre el


prosupuesto dol Ministerio del Interior en 1884, págs. 33, 34 Y 35.
las cUversas obras á que están ded~Qados en ltaUa los condena-
dos. También en muchos Estl'ldos de América, Europa y Austra-
lia, so les obliga á ejecutar obras públicas con una e!)ouomfa
que, en Inglaterra se caloula en un 50 por 100. V. Beltrani Scaliu)
La Rifo1'tna pe1titem:iaria in Italia, págs. S15, 316. Roma, 1879.
510 CRll\UNOJ.OGÍA

IV

Una dü:¡tinta üategoría de acoiones que ofenden gra-


vemente los sentimientos de piedad, algunas de las cuales
tratan las leyes actuales con una benignidad imperdona-
ble, son los malos tratamientos, las heridas con inten-
ción de desfigurar el rostro, de ocasionar una enferme-
dad, las mutilaciones, el rapto ó el estupro con violen-
cia, el seouestro de una persona con objeto torpe, hechos
que á veces producen la desgracia constante de unu.
persona ó de una familia.
Todos estos delitos, que por punto general pueden
atribuirse á crimiuales violentos, hacen presumir en al~
gunos casos, como he dioho antes, una extrema perver-
sidad. El examen de las circunstanoias en que se camo-
te, y más aun el de la vida del reo, el de su ascenden-
cia, de sus costumbres, de su carácter y de sus anOl1la~
lías físicas y morales, pueden producir semejante per-
suasión. Un estuprador reincidente de otros estupros,
de hechos torpes, ó de atentados al pudor, que sea des-
cendiente de looos Ó alcoholizados y presente caracteres
físicos degenerativos, es sin duda alguna un criminal in-
corregible, tal vez un asesino, :r d\;jbe ser recluído por
tiempo indeterminado, antes que pueda combinar el
e¡;,tupro con el h0111Ícidio.
Puede ocurl'ir, espeoialmente en la calumnia y en
los malos tr'atamíentos á los niños, que el criminal sea
un suJeto histérico; que sea un alcoholizado ó un epi-
léptico, cuando cometa delitos de lesiones ó de aten-
tados al pudor, y en estos casos el delincuente debe í:lel'
recluido por tiempo indeterminado en un m:;micomio pe w

nal. Pero cuandu delitos ele este género se pI'esentan


SISTEMA RACIONAL DE PENALIDAD 511

aislados como obra de un delincuente fortuito, el medio


represivo debe consistir en la relegación, que habrá ele
durar tanto tiempo cuanto sea necesario para cunside-
rar extinguida la pasión criminal, y en todo caso hasta
tanto que el ofendido haya obtenido la neoesaria repa·
raoión.
Como hemos dicho, á propósito del hornicidio, la pri~
mera condición depende de diversas circunstanoias, en-
tre las cuales la edad es una de las prinoipales en el es-
tupro y en. otros delitos cometidos por motivos eróticos.
El reo que lo sea en la violencia de sus ardores juveni-
les, se oorl'eglrá en la edad madura, el que 10 sea en la
fuerza de la virilidad, se encontrará corregido ouando
ést"t haya pasudo.
Ouando todos estos delitos no hagan presumir en su
autor al delincuente por instinto irreductible ó por vioio
patológico, pudieran oastigarse corno homioidios menos
graves, con la relegación que dure próximamente lo que
una de la~ edades de la vida humana si no ocurre una
de esas radicales transformaciones oomo el matrimonio,
ó el nacin;tiento de los h\jos. En la práoMca sería inevita·
ble oierto' empirismo para dar reglas precisas, puesto
que se necesitaría establecer un período de observación
determinado que habría de durar generalmente algunos
años.
De todos modos, el principio de que la pena no se
extinguiera sino en virtud de una reparación al ofendi-
do y á su familia, vendría á darle un fin de verdadera
utilidad y realizaría la justicia que hoy se espera vana-
mente de la obligación civil de resarcir los dañOS, de-
claración de dereoho que el magistrado pt'onuncia inútil-
mente, al pal' que la pena de pocos meses ó de pooos
-años de cároel, deja al reo en el mismo ambiente des-
pués de cumplida en presenoia del ofendido y de su fa.-
milia, sin haber aloanzado ningún efecto moral ni utili-
dad social de ningún génet'o.
512 CRIIDNOLOGíA

v
También debiera someterse, del mismo modo, tÍ un
período de observación á los jóvenes autores de delitos
de sangre ó de atentados al p:udor que no fueran excu-
sables, (juando pudiera esperarse la lUodifiuación de sus
instintos, ele su desarrolio intelectual y moral, y enton-
ces no debería establecerse por la ley un límite ,invaria-
ble de edad, sino que habría que observar en cad;;"\' caso
especial si pudiereJ aún haoerse el pronóstico favorable,
ó si el desarrollo se había re'alizaelo y estaba formado el
carácter.
(jamo hemos tenido ocasión de decir, las tendencias
saI1guinarias instintivas é irrefrenables se revelan á Ye-
ces desde la más temprana juventud; 'por medio de una
serie de violencias, de golpes, de heridas leves en sí mis-
mas, pero que no están justificadas por l.1Ua provocación.
Estos hechos son los que castigan de ordinario nuestras
leyes con pocos días ó pocos' meses de prisión, y se re-
piten á veces con una frecuenoia que parecería inveroBí-
mil á quien no hubiera teiliuo ocasión de leer las hojas
penales en las que es de notar que s610 se oonsignan uno.,
p~rte de esos hechos, los que han dado lugar á un pro-
cedimiento.
Á veces se trata de un sanguinario de no,cimiento que
al fin se revela á todos por medio de un homicidio bru~
tal, pero que hubiera podido ser previsto de mucho tiem-
po antes por el antropólogo.
Hay que tener en cuenta que en la indicaoión ele ca-
racteres que puedan ofrecer un oriterio seguro ae debe
proceder oon gran cautela.
Por 10 que respecta á las deformidades cmneanas, ('1
hecho ele enoontrarse con mayor frecuencia en los dclin-
SISTEMA RAOIONAL DE PENALIDAD 513

cuentes, no puede autorizar á que se califique de reo


instintivo ni siquiera al autor convicto de un delito, aun
cuando presente varias de esas anomalías; pero éstas
comienzan á adquirir importancia, hasta el punto de
constituir un primer indicio, cuando oompletan la fiso-
nomía tfpjca del hqmic'ida ó del ladrón de nacimiento
(véase cap. 1, partt¡) II), en el hombre cuyo delito no pue-
de explicarse satisf~J.ctoriamente, á pesar de su poca
gravedad objetiva, sino como efecto de una extraña per-
versidad.
Pero esto no basta;· á la fisonomía física debe ir uni-
da la fisonomía moral, de manera que concurran los más
marcados y frecuentes oaracteres psioológicos del ver-
dadero delincuente.
, La perversidad ingénita se halla completamente de-
mostrada, si á los demás heohos obser"mdos puede aña-
dirse la que, con frase tomada á Jos jurisconsultos, pu-
diéramos llamar la reina de las pruebas, ó sea la heren-
cia del vicio} de la enfermedad ó del delito.
,Con estos cuatro elementos, naturaleza del delito y
psicología del reo por una parte; antropología y heren-
cia por otra, sería posible descubrir con mucha frecuen-
eh el tipo del asesino aun en el autor de delitos leves.
o ¿Qué disposiciones legislativas deberían adoptarse
respeoto de estos delincuentes, cuyo instinto criminal, á
pesar de su juventud, puede. presumirse que es inevita-
ble? ¿De qué modo puede salvarse la sociedad dd horri-
ble delito que fatalmente habrán de cometer?
Supongamos que el juez examina al autor de varios
delitos que no púeden explioarse ni por la provocaoión,
ni por excitación del ambiente, sino por impulsos d0~
gradantes aun cuando objetivamente leves.
E! juez debería examinar ante todo la biografía del
reo, en la cual encontraría probablemente Iv, prueba de
la degeneración hereditaria, por la descénclencia de aleo M

halizados, malhechores, prostitutas y freouentemente de


514 CRIM!NOLOGlA.

padres desconocidos. Practicando además el examen


psicológico y somático, hallaría frecueI,ltemente las notus
característioas del delincuente, y tal vez las peculiares
del homioida nato.
En tales oasos es talla probabilidad de un asesinato
próximo, que justifica una medida preventiva que evite
una ó varias víctimas é impida la reproduooión. Esta
medida no pudiera ser otra sino la segregaoión ilimitad(.\"
el primer período de la oual, debería ser de observación
en un manicomio penal, para poder descubrir la existen-
cia probable de alguna psicopatía.
En el caso de que tal ocurra, y que en las transfor-
maoiones de las diferentes edades se presenten sefíales
de cambio de carácter, podría, después de un maduro
examen verificado por alienistús, hacerse una serie de
experimentos en colonias penitenciarias ó en lugares de
relegación hasta que se pudiera declarar desapareoido,
todo género de peligros, y admitir, por consiguiente, al
reo á la vida social.
En caso de reincidenoia, ouando se obtenga la certi~
dumbre de que el joven carece de sentido moral y que
sus instintos violentos persisten, la. deportaoión y el
abandono en alguna isla lejana ó entre tribus salvajes, es
el único medio que puede aoonsejarse para prevenir un
horrible delito, medio que al mismo tiempo salvaría la
vida del culpable, que aun cuando se teme que ha de ser
un asesino, no lo es todavÍo, cn realidad.

VI

Ocupémonos ahOl't1 del tratamiento ponal apropindo tí,


la tercera gran clase de delinouentes, ósea ú los que to-
tnl 6 pal'cialmente carecen del sentimiento de probidad
(parte II, oap. 1).
SISTlliItIA RACIONAL DE PENALIDAD 515
Hemos visto que alIado de la forma morbosa llama-
da cleptomanía, puede existir en los hombres sanos el
instinto del hurto, ya sea por herenoia, ya sea por ata-
vismo, y que In. fisonomía del ladrón de nacimiento tiene
.earacteres maroados que la distinguen de los demás de-
lincuentes,
Cuando estos caraoteres se observan en un individuo
·que puede probarse que,desoiende de vagos, de a.looho-
lizados ó de malheohores, ouando además este individuo
·es reincidente más de una vez en otros delitos naturales,
y cuando no delinque impulsado por la necesidad, ni pOl'
·encontrarse en la miseria y el abandono, puede asegu-
rarse que es un ladrón ele nacimiento y que es incorregi-
ble. Lo mismo puede deoirse de los estafadores y de los
falsificadores que forman con los primeros una sola gran
clase aun cuando algunos observadores hayan hallado
en ellos rio~as antropológioas diferentes,
He expuesto en otro lugar (parte 1), la razón por la
oual debe limitarse la pena capital á los homicidas, ra-
'zón que puede resumirse en los siguientes términos:
,cwtnclo el sentimtento de J)iedad no 'ha sido violado PO?' eZ ae-
lito, de la rJ¿(me1'a rJtds g1'(1)(} é i1'1'epa?'able, el 'mismo senti-
rJ~i(}nto· se opone ti la ?J~1M31'te del1'eo,
Para defender á la sociedad de semejantes enemigos
es neoesaria una forma de eliminaoión; .pero ésta no
debe ser absoluta, Presoindiendo de los cleptómanos,
los piromanos, los ladrones y los incendiarios epilópti-
<lOS, que deben reoluirse por tiempo indeterminado en un
manicomio penal, los ladrónes, los inoendiarios,·los es-
tafadores y falsificadores, no 1000s, pero :que tienen un
instinto maléfico, persistente, y todos 108 delincuentes
habituales de esta espeoie, ya sea ingénita su falta de
probidad, 'Ya hayan sido arrastrados al delito por malos
ejemplos ó por culpa de sus padres, si después han per-
severado en él de tal manera que hayan adquirido la
.costumbre invencible de delinquir, deben ser l'slega,dof:nl
ORIlIIlNOLOGíA

países lejanos, donde la población sea escasa, y donde el


trabajo asiduo sea la condición de la existenc~a. Hallán~
dose el delincuente en un ambiente nuevo y diferente del
en que vivia, teniendo la convicción de que no volverá
nunoa á su patria, de que su vida entera transcurrirá en
aquellos lugares, teniendo la seguridad de que le será
aplicado sill consideración alguna el prinoipio q1~i non la~
oorat neo rt~anducet hará un esfuerzo, el instinto de la con~
servación vencerá su neurostenia moral é intentará ha~
cer su existenoia menos miserable y dolorosa (1).
Pero si la neurastenia es invencible, si In, energía no
existe para el trabajo honrac1o J si él relegado halla ll1a M

nera de eJercitar en la colonia su maléfica actividad,


hasta el punto de no poder ser apto ni siqujel'a para la.
nueva sociedad en que se encuentra) se ofrece la necesi-
dad de una nueva eliminación.
Arrojado de la colonia, su existencia será la del salvl.."~
je. si no peor, porque no tendrá familia ni campaneros 'i
morirá de hambre y de frío si no lo hacen esclavo los in-
dígenas, cuando no lo maten con sus lanzas.
Á esta alternativa, trabajo honrado 6 muerte inevita-
ble, se deben los frutos admirables de las colonias euro-
peas en Australia y en otras partes de Oceanía, resulta-
dos respeoto de los cuales he hecho antes alguna in-
dioación.
Las censuras dirigidas por los criminalistas al siste-
ma de la relegaoión perpetua de los delincuentes habi-
tuales carecen de seriedad.
Se dice que h\ deportación es una pena desigual,
como si todos no sintiesen la dolorosa impresión del
abandono de la patria, sin esperanza de volverla á vet'
nunoa, G C01110 si las actuales penas de prisión no fue-
sen también desiguales en razón de la sensibilidad de

(1) V. Reinach, Les recidivistes, París: 1882. Leveillé, Le, Gllyrt


ne et la. questton )JenitBtltiai'l'e, París, 1886.
SISTElIU RAOIONAL DE PENALIDAD 51.7

las personas y del aprecio que hagan de la libertad. Se


dice que en Inglaterra se dieron ejemplos de haber co-
metido delitos expresamente para poder ser tl'D,llSporta-
dos gratis á las oolonias, pero se olvida que esto ha ocu-
rrido con cierta frecuencia tan s616 en condiciones exoep-
ciclfiales, cuando el descubrimiento de minas de oro en
Australia hacía esperar pingües gananoias á los que luí:>
encontraban y á los trabajadores, y se olvida también
que no hay pena, inoluso la hoguera y la horca, que no
haya sido deseada por alguien;· que la de cárcel se bus-
ca de ordinario por un gran número de malhechores y
que hasta el presidio se ansía por los delincuentes viejos
que, oansados y embrutecidos, no saben qué empleo han
de da~ á su libertad. .
Además, y este parece el argumento más Cuerte, se
ha observado que la deportación no puede tener hoy más
que un carácter provisional, porque la. colonización de la
Oceanía hace progresos rápidos, y todo el resto del
mundo se encuentra invadido por la civilización, de
modo que antes de mucho no existirán más tiel'ras vír-
genes ni islas desiertas.
Pero mientras se defondían estos argumentos, los
Estados Unidos de América adquirían del Perú las fér-
tiles, pero desiertas islas Galápagos, y Francia esta-
blecía en una ley reciente la deportación á Nueya Cale-
donia para los reincidentes en delitos comunes, á pesar
de la oposición de las autoridades de Australia movida
más bien por el interés del monopolio inglés en el PacÍ-
fico, que por el temor pueril de que los relegados á Nue-
va Caledonia pudiesen infestar Australia, y ya á fines del
afio 1888, habían sido enviudas á las colonias 2.289 con-
denados á relegación perpetua (1).

(1) A. Berard, Premieres resultats ao la loi att 27 lI:Lai 1885) SIt'/' lct
relegation des reclaivístes, en los Ai'cltivl?s ele Z'Anth1'opologie c·riminale
et des 80iences pella1es,15 Janvier 1890, Lyon.
518 CRIMINOLOGÍA

TampOQ0 Rusia ha dejado de praoticar la relegación


de los oondenados á la inmensa Sibería; el gobierno de
las Indias continúa praoticándola en las islas Andamán;
en el Congreso penitenciario oelebrado en 1877 en Cal-
Quta) se manifestaron deseos, no de que se aboliese la de-
portación, sino sólo de que se limitase tal como propo-
nemos á la clase de reos aabit1uúes.
Es indudable que algún día podrá faltar espacio en
que hacer la deportación: también podrán agotarse las
minas de carbón de piedra, pero este tiempo está aún
muy lejos. ¿Y qué nos importa de la vaga probabili-
dad de que dentro de cinco siglos, no exista un país in-
culto ni una isla donde no haya ciudades florecientes,
para' que entre tanto dejemos de aprovechar las condi~
ciones en que se encuentra el mundo en nuestros días?
Después de las grande~ islas de la Polinesia, de la
Australasia y de la Malasia, existirán los infinitos grupos
madrepóricos, casi todos desiertos, diseminados en el
Océano Pacífico y el Sahara, y las regiones inmensas de
los grandes Iago~ africanos.
Pero, por otra parte, en nuestro sistema no se trata
ya de deportar á t'odos los condenados; sino sólo al
número relativamente pequeño de ladrones y estafa M

dores habituales; á Italia le bastaría para arrojar sus


malos elementos, los territorios que ya posee en, Afri-
ca, y alguna isla desierta donde poder abandonar loS.
malhechores más peligrosos proveyéndolos de los más
indispensables instrumentos de trabajo, de útiles para
la pesca y de armas para la caza;· abandono absolu-
to que sólo se verificarla, como ya hemos dicho, cuan-
do se apreoiase su falta absoluta de idoneidad aun
para la vida de las colonins. La última cuestión eS la de
los gastos que ocasiona el transporte, la vigilanoia, la
defensa y el procurar medios de suhsistencia á uno.. po-
hlación habitante en países lejttnos. Pero hay que dis-
distinguir entre los gastos necesarios para establecer la
SISTEMA RACIONAL DE PENALIDAD 519

coloniá y los que se exigen pa.ra m:l,ntenerla; el primero


sin duda alguna es grande; se dice, por ~jemplo, que
Francia ha gastado cien millones en Nueva Caledo-
nia, pero esta suma puede considerarse sólo corno un
antioipo cuandu se estime la inmensa economía que po-
drá hacer en el presupuesto de las prisiones ouando
descargue de él toda la delin·cuencia habitual, que se
oalcula en el 40 por 100 de los delitos graves y leves (1); y
si pensamos que el relegado deberá atender á su subsis~
tencia con el trabajo agi'Ícola que no puede faltal'le, y al
rt1ismo tiempo que es muy difícil encontrar la manera de
hace1' trabajar á los reclusos, cosa de la cual nos ofrece
un sufioient~ ejemplo nuestro país, porque sólo en 108
presidkOS vivenociosos más de una tercera parte de los
condenados.

VII

A esta gran clase de deZiuouentes ltabilzHbles (sea ingé-


nito ó adquirido el instinto crimin3.l), sigue la de aql1.é~
Uos que aun no se han hecho un peligro constante para
la sooiedad, los llamados lad?'ones ocasionales, ó aquéllos
que obran, como suele decirse, por oausa de una abe-
rración repentina.
Esta clase es muy numerosa: el individuo cuyo sen-
timiento de probidad no es muy profundo) se hace cri-
minal á causa do un mal ejemplo que ha seguido, por~
que la tendencia á la imitación está muy arraigada en
la índole humana.
Con irecuencia una primera falta acarrea necesat'ia-
mente otra, y en este punto es grandísima la influencia

(1) Ferri, L'antroJ.1ologit; crlminule e a fUr. pen., nell' Á1'c1tivo (li


pSith., ecc., vol. r.-En Francia, eutro 25.231 detenidos, hay 10.087
vagos. D'Haussonville, Le combat conti'u le vice, 1888.
SISTEMA RACIONAL DE PENALIDAD 519

coloniá y los que se exigen pa.ra m:l,ntenerla; el primero


sin duda alguna es grande; se dice, por ~jemplo, que
Francia ha gastado cien millones en Nueva Caledo-
nia, pero esta suma puede considerarse sólo corno un
antioipo cuandu se estime la inmensa economía que po-
drá hacer en el presupuesto de las prisiones ouando
descargue de él toda la delin·cuencia habitual, que se
oalcula en el 40 por 100 de los delitos graves y leves (1); y
si pensamos que el relegado deberá atender á su subsis~
tencia con el trabajo agi'Ícola que no puede faltal'le, y al
rt1ismo tiempo que es muy difícil encontrar la manera de
hace1' trabajar á los reclusos, cosa de la cual nos ofrece
un sufioient~ ejemplo nuestro país, porque sólo en 108
presidkOS vivenociosos más de una tercera parte de los
condenados.

VII

A esta gran clase de deZiuouentes ltabilzHbles (sea ingé-


nito ó adquirido el instinto crimin3.l), sigue la de aql1.é~
Uos que aun no se han hecho un peligro constante para
la sooiedad, los llamados lad?'ones ocasionales, ó aquéllos
que obran, como suele decirse, por oausa de una abe-
rración repentina.
Esta clase es muy numerosa: el individuo cuyo sen-
timiento de probidad no es muy profundo) se hace cri-
minal á causa do un mal ejemplo que ha seguido, por~
que la tendencia á la imitación está muy arraigada en
la índole humana.
Con irecuencia una primera falta acarrea necesat'ia-
mente otra, y en este punto es grandísima la influencia

(1) Ferri, L'antroJ.1ologit; crlminule e a fUr. pen., nell' Á1'c1tivo (li


pSith., ecc., vol. r.-En Francia, eutro 25.231 detenidos, hay 10.087
vagos. D'Haussonville, Le combat conti'u le vice, 1888.
520 CRIlIIINOLOGÍA

de la educación, del ambiente inmediato} yespecialplCll-


te de las condiciones sociales en las ouales se encuentra.
el individuo, y en las cuales es una de las más necesa-
rias la fama. ele honradez. Una vez perdida esta fama, el
reo se ve arrastrado, generalmente por la necesidt'\d, tÍ
empeorar las condiciones de su vida anterior. Si es un
obrero, encontrará difícilmente quien le dé trabaj0. Si
no vive del trabajo manual, huirá de él la parte honrada
de su vecindad.
Comienza para él una vida nueva, que es de ordina-
rio la del delito, porque á los impulsos precedentes que
limbsisten se añade de ordinario uno que es la falta del
mayor de los frenosj el temor de que se reoonozca su
fálta de honradez. El único remedio en tal caso, es un
cambio de país, de ambiente social, de género de traba-
jo, cambio á propósito para desviar la c\Drr'iente qU0 lo
arrastraría fatalmente. Y si se aspira á que la pena im-
puesta pOI' el Estado auxilie al delincuente y no empeore
su situación, es neoosario distinguir las causas divürsD..s
con arrogl0 áloe móviles que determinaron la ejecuoión
del delito. Un gran número de ladrones novicios o.aen en
él por ociosida.d unida á la más com.pleta ignorancia, por
abandono, por tendencia á la vagancia, yen tales oasos,
cualquiera que sea la naturaleza del hurto, debería ha-
3erse siempre un experimento oonsistente en alistar á los
reos en compaflías de trabajadores en lugares aislados,
donde existiesen es~ableoimientos industriales 6 hubiose
que ejecutar trabajos en benefioio del público, con un
salario no inferior al de los obreros libres, pero que se
retendrí;¡¡J para pagar la multa al Estado y la indemniza-
ción á la parte ofendida. El oondenado no tendría dere-
oho al sustento gratuito que es hoy uno ele sus derechos,
11n verdadero privilegio, sino en cuanto lo hubiera. ga.na-
do C011 su tl':1uajo. El yago sólo tllllcll'ía la nlternativt1. dt'
trabajar ó de morir de hambre, además, nO se dctel'mi-
naría previamente la duración de la peno., que quedaría
SISTE1.!A RACIONAL DE PENALIDAD 521
establecida por el hecho de que el vago hubiese adquirido
realmente aptitud y hábitos de trabajo (1). Pero no de~
hería ser puesto en libertad sin haber cumplido la obli-
gación de indemnizar á la parte ofendida. La en~igraoión
de estos delincuentes á las éolonias debería favorecerse
siempre, y en el caso de reincidencia aplicar la relega-
oión Ó la dep0rtaoión perpetua) por ser inútil otra expe-
riencia, puesto que se había tenido ya la prueba de una
oausa del delito, individual y persistente.
Pero no siempre es el ooio la cau::;a del robo: con fre-
cuencia el hombre 8e ve impulsado á él como á la estafa
y á la falsificación por una necesidad momentánea de di-
nero, por una viva tentación} por el deseo de realizar 'Ull
proyecto; en este caso no se puede asegurál' con cer'ti-
duhlbre que exista una causa perma.nente del d.elito; pu-
diera suoeder que el culpable no reinoidiose si compren-

(1) Despine ha sido, tal vez, el primero que ha propuesto la


pena indeterminada: «en el tratamiento que tiene, ante todo, por
objeto atenuar la. anomalía moral caUSa del delito y preservar ú
la sociedad de este azote, QI detenido no será definitivamente
puesto en libertad sino después de haber dado pruebas de su co-
rrección moral, después de haber demostl'ado que puede oondn-
ch'se jUiciosamente en el mundo». Obra cit., pá.g. 675,
Acaso por primera vez en Italia propuse yo en mi criterio po-
sitivo de la pen:\lídad, esta herejía jurídica de la pella indetermi-
nada para los reincidentes en general, pero hoy veo que la misma
pudiera aplicarse también á los no reincidentes en algunos géne-
ros de delitos contra la propiedad y la fe pública, y particular-
mente á aquéllos en los que la causa del delito fuera la vagancia
ó el ambiente depravado.
En América se ha dado ya algún paso hacia la pena indeter-
minada. Una ley del Estado de New Yorlc de 1878, dispone que
los delincuentes jóvenes, culpables de un solo delito, sean re-
cluídos en una casa de correcoión, sin determinar el tiempo. J.. os
dil'~ctores pueden detenerlos por lln espacio igual al de la mayor
duración de las penas temporales 6 ponerlos inmediatamente on
libertad sin ninguna condición. Otros Estados do la Unión han
promulgado leyes semejantes.
CRIMINOLOGÍA

diera que convenía más á sus intereses la conducta hon-


rada que vivir de la rapiña. Para ello es necesario hacer-
que su deseo de riquezas resulte vano, y que no pueda
esperar fruto alguno del delito cHando sea descubierto.
La obligación de reparar por oompleto, dando además
una suma á título de indemnización y una multa en favor
del Estado en pago de los, gastos hechos para el desou-
brimiento del reo, y su presentación en juicio, S011 los 111e$
dios más eficaoes, con los -cuales al mismo tiempo se
hace ver'(tadera justicia á la parte ofendida.
Obteniendo el oumplimiento de estas obligaoiones,
por medio de medidas análogas á las indicadas para los
delitos 'contra las personas, pudiera,n por la primera vez
limitarse los medios eliminativos á la exclusión ele los
derechos polítioos, de los oargos públioos y de las profe-
siones liberales.
Estudiemos los efectos prácticos de este sistema: un
abogado oomete una estafa ó una falsedad; la condena
debe llevar consigo, de deI'eO~10, la interdicción perpetua
del ejeroioio de su profesión, además debe obligársele :1
restituir lo estafado, y á pagar al Estado una inultn" y
hasta que no ejeoute esto, debe ser privado de la liber-
tad para que la parte ofendida no se enouentre obligada
para hacer valer su derecho, á sostener l'eclamaciones
oiviles, hoy casi siempre infruotuosas. El· cajero infiel,
el québrado fraudulento, deben tener la seguridad de
que no han de gozar de la parte más insignificante ele
la suma sustraída, deben saber que deberán restituido
todo y pagar alguna parte más, sin lo cual estarán obli-
gados á trabajar indefinidamente á favor de los defrau-
dados 6 robados.
¿No es ésta mucho más soria que la que condena al
reo á. seis meses ó un ano 'de cároel, que ele ordinario
no se oumplen, y lo deja después libre pat';,), qne CIl-
mience á engañar tí. quienes, ignorando su falla, conscr-
yan confianza en él?
SIS'UlU4 RAOIONAr. DE. PENALIDAD 528

Si la suma defraudada. ó sustraídtt ha sido realmente-


disipada, yel reo no tiene medio alguno de restituirla, se
verá obligado á trabajar en la forma ya indicada ante-
riormente; de su gananoia ó de su salario se pagarán los.
gastos de su manutención y el resto ácumula.do se en-
tregará en sumas anualel:! Ó mensuales al perjudicado;
esta obligación se limitará á un númer.o de años pro-
porc.ionales á la suma sustraída y á la edad del reo.
Pasando á la oategoría de los jóvenes extraviados é·
impulsados al robo ó á delitos semejantes, por pernicío.
sos eJemplos de su familia ó de sus oompañeros, la no-
cesidad de arrancar al reo del ambiente inmediato, que·
le es deletéreo, resulta en este (Jaso evidente, porque sólo
así podrá esperarse que no aumente el número de los
delinouentes habituales .. Esta necesidad ha sido sosteni-
da desde hace mucho tiempo por casi todos los esori-
tares, y la medida más á propósito recomendada por
ellos ha sido la de las oolonias agrícolas.
«Para oorregir á los jóvenes depravados, no existe'
medio mejor que el trabajo con una severa disoiplina, y
en la elección de las ocupaciones ninguna mejor que él'
trabajo agríoola. El aire libre los vigoriza, el orden in-
eludible y reglamentado de las ooupaciones los aoostum-
bra poco á poco al cumplimiento de SUB deberes, y les.
enseña al fin á amar el tI'abajo y á n.preciar las costum-
bres de una vida regular. EH men8 salla in cOJ'[J0re .sa~¿o es
el resultado que debe tratarse de obtener. Las ooupacio-
nes industriales en las fábriüas desarrollan las fuerzas
físicas mucho menos que los variados trabajos de la vida.
del campo, que no pueden 'provooar en el mismo grado la
atenoión yla reflexión sobre el debel'» (1),
Francia tiene desde 1850 colonias penitenoiarias agrí-
colas, donde son destinados los jóvenes delincuentes ab-

(1) D'Oliveol'ona, DCfJ causes de lu 'reci(li/J~) etc., pág. 171. Sto~


ltOllUO, 1873.
524 CRIlIllNOLOGÍA

sueltos por falta de discernimiento, y los menores, oon-


denados á más de seis meses, y menos de dos años de
oároel. Algunas de estas oolonias fueron fundadas por el
gobierno, otras por particulares, y estas últimas, que han
perdido hoy su autonomía, daban una oifra menor de
reincidentes (el 0,42 por 10Q, mientras que las del go-
bierno, daban el 11,29 por 100). La duración de la pena
varía de tres á seis añoE!.
En ellas domina el trabajo agrícola, pero también
tienen industrias, oomo la de oarpintero y herrero. El
importe de las subvenciones que da el gobierno, a.scien-
de de'6(j á 70 céntimos diarios por persona. «Nunca. 80
ha gastado tan 'útilmente el dinero del Erario, pOl'que el
Estado hac~ que se cqnviertan nuevamente en miembros
útiles de la sooiedad á 93 individuos de cada iOO, la IlW,-
yor parte de los cuales, de no ser cOl'regidos~ llegarían (t
poblar los presidios por el resto de su vida, imponiendo
un gasto á la nación» (t). Ouando llega el término de la
pena, el director de la oolonia colooo.. los Jóvenés en Ct'\811,
de algún labrador, ó los alista en el ejéroito ó en la ma-
rina, haoiendo así casi siempre perpetua la sustracción
del antiguo ambiente deletéreo.
Además de Franoia tienen colo~as semejantes Bélgi-
ca, Holanc:la; Inglaterra, Alemania, Suiza y los Estadof:l
Unidos de Amérioa. En Italia pudieran estableoerse con
gran ventaja de la agrioultura, en las grfmdes exten-
siones aun incultas de Cerdeña., de Calabriü. y del agl'o
romano (2).
Es inútil advertir que, tratándose de jóvenes, la dis-
oiplina se estableoería pronto y la vigilanoia sería fáoil,
y aun cuandO' oourriera alguna fuga, no podría producir
ningún grave peligro á los habitantes, no encontrándose
por consiguiente en este caso ninguno de lOF¡ obstúoulo!:>

(l) D'Oliveol'ona, obra citada pág. 178.


(2) Beltralli Scallia, obra oitada, págs. a17, 318.
SISTEMA RAOIONAI, DE PENALIDAD 525
que hacer). peligroso crear en países europeos colonias
de adultos, especialmente si éstos son condenados á pe-
nas graves, como se ha tratado de hacer en Italia. La
duración de la pena no debería prefljarse nunca, pero su
término en los casos ordinarios debería ser al cumplir el
reo la mayor edad, ouando hubiese dado pruebas de
buena conducta y de asiduidad al tra~jajo.

VIII

Lo dicho hasta ahora se refiere á los delitos de robo..


hurto, estafa, falsifioación y fraude, y en general á los
que los códigos llaman delitos contra la probidad ó con·
tra la fe publica.
Ahora debemos indicar otras clases de delitos que,
como los precedentes, tienen pOl' base la falta de probi-
dad, ó la carencia del sentimiento ele justicia en relaoión
con la propiedad.
1. o Las malversaciones de ca1.1dales públicos y las
exacciones ilegales no son más que aspectos especiales
del hurto, y forman á su lado la prevaricación y el co-
hecho.
La represión mejor de estos delitos debe ser la pér-
dida del cargo, del cual se ha abusado, y la inhabilita-
ción perpetua para cualquier útro cargo público, una
multa á favor del Estado y la obligación de reparar el
daño por medio de la detención indeterminada, ouando
so trate de una persona solvente, 6 por medio del traba-
jo forzado cuando el reo haya disipado el dinero mal
adquirido, por un espacio de tiempo cuyo límite máxi-
mo se determinaría con arreglo á la suma que fuese ne-
cesario restituir 6 tdar como reparación; á la edad del
reo; á sus fuel'zas físioas é intelectuales, eto., etc., se-
gún las reglas expuestas anteriormente.
526 CRIlIn:NOLOGÍA

Es inútil tratar en este caso de la reinoidenoia, por-


'que los delitos de esta dase no P uEiden hacerse habitua-
les cuando se penen con la prlvi."'I.ción del cargo y la inha-
bilitación para ejercer oualquiel' otro.
2. o El incendio, la devastaoión y el daño de cual~
quier clase producidos á la propiedad sin intención de
atentar á las personas ó de obtener ningún provecho,
sino sólo con el ánimo de desahogar una pasión como la.
venganza ó de procurarse un placer vandálico, se repri-:-
midan mejor que de otro cualquier modo con la obliga,-
ción de reparar, moderada como se ha dicho más arriba
en el caso de insolvencia, y solamente en el mtso que la
gl'avedad de esos hechos revele una peligrosa persisten-
cí:'\' del espíritu de destrucoión 6 l.ltl instinto brutal que
}JUcliel'a Ber patológico, como la piromanía, deberían
emplearse los medios represivos indicados para 1m; de-
lincuentes, instintivos ó looos, ó sea la reclusión por un
,tiempo indeterminado en el manicomio penal.
3." La quiebra y la insolvencia fraudulcIlba8 debe-
rían también reprimirse con la obligación de repaN\!', y
con la aplicación del criterio elim,inativo, del modo que
ya hemos visto, inhabilitando al reo para ejercet' el co-
meroio y los oargos públicos.
4. 0 Mayores dificultades parecen presentar otras
clases de delitos, como la fabricación y expendioión de
moneda falsa ó de títulos de la deuda del Esta/do. Estas
dificultades naoen de dos distintas consideraoiones: en
primer lugar no es siempre posible en tales caf:JOS deter-
minar, ni siquiera de una manera' aproximada, el impor-
te del daño; además, la obligación de reparnr no os un
medio represivo sufioiente) porque ll18 delincuentes de
esta naturaleza están de ordinario ttsociados y pagarÍnn
inmediatamente la indemQ.Ízación para volver á comCll~
Ztu' su criminal industria. Rn ef:!toB caso!:! lu. tranquilidau
social exige que se ponga un obf.:itácu10 físioo á la liber-
tad del reo, por un tiempo basto"ute largo que pueda
.SISTEMA. FlACIONAL DE PEXALJ:nAD 527

presumlrse que durante él se rompan sus relaciones con


''Sus campaneros de industria y se destruya por completo
el organismo de la asociación.
Esta es, pues, la primera olase de delitos que hemos
·encontrado hasta ahora, para los cuales el único medio
represivo es la pena temporal poco establecida, consis-
tente en un número determinado de años de reclusión,
ú los cuales debería añadirse una multa proporoional al
·daño causado al Estado, en los oasos en que sea posible
determinado de una manera aproxirllada.
Pero hay otras especies de delitos en los cuales es
indispensable el sistema de oastigos, ya sea en forma
,de cárcel; ya en forma de multa. Las falsedades co-
metidas por los notarios ó por otros funoional'íos pú-
blicos en el ejeroicio de sus funoiones, aun cuando no
haya la certeza de que el Estado ó un ciudadano haya
sufrido perjuicio; las declaraciones falsas prestadas en
juicio por 108 médicos ó por otros peritos, d'eben pre-
venirse oon la amenaza de un castigo independiente de la
índole del reo y de la utilidad de un medio eliminativo,
·que por 10 demás se aplicará siempre oon la inhabiH.ta-
oión del reo del cargo que ~iercía. En esos casos la
amenaza se dirige siempre á pel'sonas que se exponen
líbremellte á su realizaoión, aoeptando el oficio ó. el
mandato que les confiere el mismo Estado, que estable n

-oe las condiciones ó sanoiones que estima oportunas.


y para.indicar algunas otras especies de falsedades
,que no siempre tienden directamente al fin de defraudar
una cantidad á los partioulares Ó al Estado, sino al de
ejercer indebidamente ciertas fUlloioncs, al de suponer
que existen· determinadas condiciones que la ley exige
pura ciertos actos, ó, por último, para producirse ó pro-
ducir á otro un benefioio sin perjuicio de tercero, evitáu-
do~e un mal ó un castjgo, ú obteniendo algo á lo cual no
.se tuviera dereoho.
Ejemplos de esto son la suposioión de personas cuyo
528 CRIMINOLOGÍA

consentimiento es necesario para dar validez al mat['i~


mania, la usurpación de títulos, de cargos ó de funcio-
nes por medio de documentos f('\,lsifioados, el falso testi-
monio en juicio á favor del n.cusado, las certificaciones
falsas, ya sean de aptitud, ya -de enfermedad, y en gene·
ral toda oertificación falsa, etc.
En estos yen otros casos semejantes, cuando 110 hay
que reparar pecuniariamente un mal oausado, cuando el
objeto de la aCc1ón criminal no ha sido apodera.rse ele lo
ajeno sino que el reo se movió por otros impulsos, la.
represión de la falsedad no puede obtenerse más que
por castigos semejantes á los de los sistemas penales
vigentes.
Estos delitos tienen un elemento de falta de probidad
que oonsiste en la probabilidad de un dañO á la socied:'l.d
1; á los partioulares, de tal naturaleza, que no puedo
apreciarse ex.,\ctamente; pOl' eso se comprenden entre lo::!
delitos naturales, de los cuales no podrían formar pu,rte
sólo por el hecho de la mentira pública, porque esto elo-
mento de inmoralidad no es un elemento de delito natu-
ral, sino que constituye un hecho punible en ciertos
casos por razones poUticas, como sise tratase de unu,
desobediencia á la autoridad, ó de la violaoión de una
ley heoha pUl' los hombres:
Ahora bien; si este elemento es el que preponderi:\,
lógico es que la represión se manifieste con un mal im-
puesto con el objeto de con8ervar la fuerza tí. la pl'ohibi~
ción en lugar de manifestarse como una reaoción contra
la inmoralidad criminal, apreoin,da por el oriterio de la
adaptación.
Reaparecf-n, pues, las penas de nuestras leyes presen-
tes, pero excepcionalmente en las Ol:l.tegorías especiales
de delitos que reúnen los caraoteres do un elemento in-
trínsecamente criminal, y otro de inmoralidad polítioo, ó
desobedienoia á la autoridad.
No contradice esto los principios de nuestro sistema,
SISTElIIA RACIONAS, D:El PENALlDAD 599

que establece la elil1lin~ción y la reparación como lus dos


formas universales de represión, porque estos medios
son suficientes para el delito natural puro ó sencilloj
pero eulos delitos mixtos en que nos venimos ocupando,
el exoeso de inmoralidad púlítica sobre la natural, hará
que prevalezca la represión eula forma de castigo sobre
la que se presenta Gn forma ele eliminac~ón, sin que égta'
desaparezoa por oompleto, puesto que siempre será ne-
cesario inhabilitar al reo para oargos públicos, derechos
políticos, eto.
Tenemos que deoir algo acerca de ciertas especies de
falsedades en las que se une al perjuicio producido en los
intereses unu. ofensa personal, por la pertul'bación ele
las relaciones de familia 6 por la pérdida elel nombre y
de la posioión social á que se tenía dereoho. De esta es-
peoie son la bigamia) la simulaoión ó la. ooulta0Íón del
parto: los móviles de estos delitos y sus consecuencias
pueden variar muchísimo, espeoialmente en los dos últi~
mas, la diferenoia de un caso á otro puede ser enorme.
La existenoia que estaba destinadv. ó. una vida de es-
plendor en las más elevadas esferas sociales puede verse
reducida á vegetal' en las últimas oapas de la sooieda~l;
el niño que hubiera gozado la sonrisa y el caríño de una
madre angelioal, puede f:!el' eduoado por una arpía en
medio del vicio... Los contrastes son á veces tan terri-
bles, quo en todos los siglos han sido para poetas y no-
velistas un filón de situaciones variadas y dramátioas.
En este oaso, el reo no viola solamente intereses
materiales, ofende además los sentimientos de piedad y
de .iustic~a y puede ser causa de todo género de dolores,
así físicos como morales, y la coacoión á unu. ropara-
ción pecuniaria no es suficiente, aun cuando se tra.te de
un reo fortuito: es necesario que no viva on el mismo si-
tio que vive su víctima.; es ncoesal'io que el Estado 10
separe por,aIgún tiempo para vigilarlo, C01110 se vigila á
los autores) de a,tentu.dos con'tea la vida de 1tu;; personas:
530 ORIM~OLOGfA

debe tratarse -á estos reos de una manera semejante


á la de aquél10s que han producido males irreparables
al cuerpo, como las heridas graves ó males irreparables
de otra clase, como el ,secuestro por largo tiempo, so-
metiéndolos á la relegaoión por tiempo i}¡aetelJ'mi1tado, no
estableciendo ni siquiera un límite de duración 'lnínim. a,
porque tanto la naturaleza de los móviles como la gra-
vedad del mal, pueden ser tan varios que se oponen aún
á esta uniformidad.

IX

Al exponer los medios racionales de represión, he ex-


puesto un sistema completarnente distinto del ele los oó·-
digas contemporáneos; la pena típioa. de la legislaoión
existente, la prisión por un tiempo determinado y prees-
tablecido, desaparece del sistema. que propongo; esa
pena sólo figura con tal ca'rácte'l' en algunos casos
excepcionales, y de ordinario se emplea como medio
de obligar al pago al reo solvente.
No debo repetir los motivos que me han llevado
á semejante conclusión: creo haberlos expuesto sufi-
oientemente en todo el largo y fatigoso curso de la obra,
que podrá tener todo género de defectos, pero á la cual
no se podrá acusar de falta de orden ni de una rigu-
rosa trabazón lógioa.
En este último oapítulo he indicado los rnedios ro·
presivos á propósito para realizar la utilidad social, que
es fin de la escuela pen:)"l positivista. Y oon este pro-
pósito, siguiendo el prinoipio de la reaooión raoiona
contra el delito, he demostrado para qué clase de cri-
minales es necesaria la elin~ínación; en qué oasos debe
ser ésta absol1tta por medio de la pC1Ut de m1ttJJ'te; en
qué otros puede ser limitada y relativa por medio de
la 1'ecZ~,sión en mt 'lllanicomio JJcnaZ, Ó sea la ilepO?'tació-n
mSTElIA RAOIONAL DE PENALIDAD 531
con aoando¡¿o del rJ,ejJ01'taclo, de la 1'¡de{jlbOión JJe1'1()í1ta, Ó
de la relegaoión por tiempo indeterminado, cuyo tér-
mino depende de diversas circunstancias.
He demostrado en qué oasos basta el pll.go de una
multa para el Estado y de una indemnizaoión amplia
y superior al daño reoibido por la parte ofendida, pago
que se puede obtener voluntariamente del reo, ó que se
obtiene por medio de la fuerza, obligándole á un trabajo
público cuyo produoto se retendrá siendo indefinida la
duración de esta obligación.
Por últhuo, he indioado los pocos delitos para los
<luales es absolutamente necesario oousel'val' la prisión
<lomO único medio de destruir ciertas industrias orimi-
nales.
La pena temporal de cárcel es también oonveniente
en todos los delitos (que yo llamo rebeliones), en los que
Bxiste el elemento de uno. inmoralidad especial' no in-
compatible con los sentimientos altruístas que hoy cons~
tituyen la base de la, moralidad pública. Para estas des-
obediencias ó rebeliones contra la ley, la pena no puede
determinarse por nuestro oriterioj debe tener la natUl'a-
leza de un oastjgo más ó menos severo, á medida de las
exigencias de gobierno y de la necesidad de intimida-
ción: no se trata en oasos tales de malhechores que de-
ban ser aislados porque no sean aptos para la vida so-
oial, ó de hombres de impulsos violentos 6 de instintos
rapaces, cuya actividad no pueda ejeroitarse en un am-
biente pacífico y en las oondioiones de la oivilizaciÓn. Se
trata de rebeldes á los cuales debe imponerse un co.sti-
go para que aprendan á obedeoer la ley. Nuestro es,,;,'
tudio de los delincuentes no ha llegado hasta esta últi-
ma olase, y por tanto no pueden llegar hasta ella nues-
tras oonolusiones. Por eso nos detenemos en este punto,
en el cual la razón de Estado sustituye ú las leyes nt\tu~
rales del organismo social.
a
ADICIÓN Á LA PARTE· 2. CAPiTULO I

I~l?LUE~CIA DE LA. HAZ.~

(Pí~A'lna 10ti).

Las tl'adiciones de l'uza se marcan por la porsisten-


cia de ciertas costmnbres bárbatas, como el duelo ó lo
que corresponde al duelo en las clases inferiores, el uso.
de armas para vengar con ellas las injurias, y en gene-
ral, para obtener satisfacción por sí mismo.
Dioe muy bien Basca en su notable obra: ccEI homi-
cidio parece ser uno de esos delitos en los que laf:! cau-
sas naturales, tanto físicas oomo bio16gioas y étnicas,
tienen mayor parte, aun ouando est6n unidas ú cUt\f:l y Ú
veces las dominen y vemmn lL\s demús CU,UfdU,S sucin.los·
que influyen sobre la delincnenoia. Y no clebemos onten-
del' sólo por estas últimas, como se entiende ordinal.'Ía-
mente, las OD,USélS que nacen del estado actual ele 1<J., su-
ciedad, sino las que 80n producto de su evolución hif:¡I/J-
l'ica y que })or 10 mismo 8011 relaUvmncnLo nWIlUK llltHht-
blOF;!. Pl'(3I.,i8amente entro Iof:.! factol'es soci:,ül\f:l dü llli-l hu-
mioitliof;, düben tener mayIJrimpO{·tu1l0iu los (1'.1tl ptH Uó-
ADlClÓN-INFLTJENC1A DE LA RAZi.. 533
ramos llamar· históricos y que se refieren á la costl.1nlbre,
á la opin.ión, al sentirniento común de un pueblo» (1).
Es sabida la mayor persistenoia del homioidio <11-en
gunas re.giones de España que conseI'van un marcado
oaráoter de raza (Aragón, Andalucía)) en Sioilia, en Ná~
poI es, en Roma, en los Abl'UZOS y en Oórcega. Se ha ob~
servado en Austria que el h,omiddio es r<1ro en las re-
giones de raza alemana y en las que predominan los
eslavos del Norte; en cambio es freouente en Istria y en
Caringia, donde predominan los eslavos meridionales (2).
En los demás delitos contra las personas se obtiene casi
la misma proporción, «de modo que puede asegurarse
que la raza se' manifiesta en Austria como un factor ele
no. escasa importancia e11 la tendencia á los tIelitos vio-
lentos» '. También en Alemania «las provincias en que,
como en la Prusia oriental y ocoidental y en Iv. Posnu,-
nia, los alemanes están cruzados con los eslavos y la
raza germana es menos pura, son las en que resultan
más numerosos los homioidios» (3). En Bélgioa son me-
nos raros esto1=! delitos que en Flandes) donde tal vez
queda aún algún resto del oaráoter vivo y disputador
de los flamencos) tal como aparecía en laaluchas intes-
tinas y en las guerras de la Edad Media (4).
Debo á la amabilidad de una seriora 'Sueca 'los si-
guientes datos relativos á las islas de Asp6 y KasIó
(provincia de BIekinge, oerca de Carlskrona). Estas is-
las están habitadas por ejemplares diversos del tipo sue-
co: tienen generalmente los ojos yel oabello negro, na M

riz aguilefia y son ele es~atura baja y robusta; en una


palabl'a) tienen el tipo meridional. Una tradición que

(1) Bosco, Los homiGidl08 en (~Z9mI08 estados elo Eu?'opa, pág. 286,
Roma, 1886.
(2) Boseo, pág. 234.
(8) Idero, pág. 2S5.
(4) IdeID, pág. 239.
534 cRUlINOLOaíll.

aloanza á una época muy anterior á la de la anexión de


la provinoia de Blekinge á Suecia en el r~inado de enr-
los X, dioe, que estos habitantes desoienden de navegan-
tes venidos del Sur en un buque~. que naufragó en aque~
Uos parajes; pues bien, estos islenos, tan diferentes de }:l..
raza que les rodea, tienen también temperamento meri-
dional, se encolerizan fáoilmente y suelen llevar armas
y las usan en sus cuestiones.
ADlOIÓN Á LA PARTE 2.a OAP(TUlO 111

PROPIETARIOS Y PROLETARIOS EN ITALIA

(PAg(¡1I!, 160).

El número total de propietarios de bienes inmuebles


en Italia, según el último censo era de 4.133.432, de los
cuales 2.733.467 eran varones y 1.399.965 hembras; de
éstos eran propietarios de terrenos 3.351.498. Existían
1.325.879 labradores que haoía más de nueve años que
oultivaban fincas propias, y 1.875.238 propietarios oou-
pados en la agrioultura.
Se clasificaron como {6C07JtOrilJ,a.os los que además de
deolararlo no manifestaron que ejercieran ninguna pro-
fesjón; en el oaso contrario se ha preferido-dice la in-
trodl1.coión--olasificar al individuo más bien por la pro~
feBión que indica que por la condioión, de modo que
quien declaró ser á la vez saoerdote y propietario ó ca-
pitalista y abogado, figura entre los saoerdotes y no en-
tre los propietarios, 6 entre los abogados y no entre los
capitalistas. Heoha en esta forma la olasificación se ob-
tuvo el número de 88€U~54 acomodados.
De estos datos puede colegirse la dificultad do obte-
5~6 CRIlIIINOLOGíA

ner de la estadístic.a el número de personas de situuc.ión


aoomodada. Si no se pueden conta.l' ciertamente entt'u
los ele esta posición los 4.133.432 propietarios, porque
muchos de ellos, ele escasísimo oapital, eran en realidad
aparoeros, ganaderos ó brMel'OS, oficios de los que obte-
nían en gran parte ~Uf.{ medios do vivir, y esta cifet\ 08
muy superior á la verdaelera,de la posición' aco1l1odach\,
es tumbién muy inferior la ele 886.954 aéo?norlttilos (be'lis-
tcmti)) que no hacían absolutamente nada ll'l.ás que cUs-
frutar sus rentas.
Para obtener una cifra aproximada de las persona!'!
acomodadas, pudieran sumarse los oapitalistas, las pCl'-
sanas acomodadas y los pensionistas que gozasen pen-
sión pOt' más de nueve años (902.881), los labraclOl'(':-;l
que por más de nueve años hl.lbiesen cultivado fincas
propias (1.325.879), los dueñOS de establecimientos in~
dustriales (739.889), los empleados en la Adrninistl"ucit)n
pública civil) exoluyendo la enseflanza (170.052), los de-
dioados al oulto' (131.585), los dedicados ú 1:.\ jurispru-
dencia (28.250;~ los que lo están ti, las profesioncs sanita-
rias' -(59.717), los que se dedioan á la instrueción yedu-
oaoión (79.795), los que se dedican ó. las bellas artes
(35.624), ypor último, los que viven de las letras y de
las ciencias aplioadas (1U.775).
El total de estos números es 3.554.041 individuos en-
tre los que cieL'tumEmte un gran número de los labrado w

res que cultivan terrenos propios; de dueños de estable-


cimientos industriales, y de pensionados no dehían 801'
de los más acomodados, al par qLl0 muchos cmplcaclof-\
y dedicados al culto, á las 'profesiones sa.nítal'in.s, ú la
instrncción, cto., debían comp{i)ner las clakles illfel'lol'e~.
- No creemos, pues, hallarnos muy lejos de h1 vCl'(hvl
si de los H. 5!'.ili. 041 , deducimos una tel'eol't\ pl1l'te pal'i:\,
tener una cifra apl'oximada de li:\,S pel'f;;Umlk acomn-
dudas.
La demostración que hemos hecho d<:lsde la pCtgi-
ADIúróN-PROPlETARIOS y PROLETARIOS EN lTALJ¡\ 537
nD, 178 á 180, adquiere mayor fuerza por el análisis de
las cifras con arreglo al ~ens(J de 188i.
En efecto, si el número r6al de las personas acomo-
dadas no puede apreoiarse sino en poco más de ~ .000.000,
la oomparaoión oon el número proporcional de delin-
cuentes que figupan como propietarios e~ aún más favo-
rable al proletariado y no puede reputarse exagerada la.
cifra de estos últimos, si se oonsidera que es más venta-
joso para los aousados deolarar que son pobres, porque
así pueden más fá0ilmente .eximirse de prestar fianza y
del embargo de sus bienes.
ADICIONES Á LA PARTE 2.(\ CAPiTULO IV

l.
LA CIFRA DE LA. CRIMINALIDAD EN ITALIA.

Habiendo durado casi un año la impresión del origi-


nal italiano de la segunda edioión de la Criminologia" no
pudo el autor servirse de las últimas estadísticas y ha
añadido en este lugar los números más reoientes, recti-
ficando también lo que ha creído necesario oon arreglo á
las amables indicaciones del Oomendador Badio, Direc-
tor General de Estadística.
En el Ol~adro que figura en la pág. 242 deben afladir-
se las cifras relativas á los años de 1887 y 1888. Repro-
ducimos el cuadro completo en esa forma:
- A.ÑOS
-

"

1
la81 1862 laa3 1884 laS6 1886 1887 1668
- ---- ---- -- --1 -
Homicidios cualifica-
i .
IdO" .. ,........... 1.500 1.7341.495 1.455 1.381 1.441i\3.809/\1.11~'
Homicidios simples. 2.903 2.6622.670 2.714 2..186 2.489 2.G13i
:Robos con homicidio. 277 263 199 187 281 183 3'19 290:
I
I -4.680 - -- - ----¡
1 TOTAL ........ , 4.6594.364 4.356 4.148 4,122 4.15~4.021\
I ...
ADlCI6N-LA CIll'RA DE LA. ORIl\1L"iALIDAD EN ITALIA 539

Se ve, pues, que la oifra de los homi.cidios de 1881 á


1888 ha excedido siempre de 4.000 al año, la disminu-
ción en los' de 1887 y 1888 era. sólo de pocos cientos en
comparación de 1881-1882, pero la de '1887 excede á los
de 1885 y 1886. . .
En los homicidios cualificados la oifra de 1888 es
bastante inferior á la de todos los años preoedentes,
pero la de los homicidios simples, supera considerable-
mente las de 1885 y 1886.
Es también enorme el aumento del delito más terri-
ble, el de robo con homioidio; en efeoto, las cifras de
1887 exceden oasi en un doble las de 1884 y 1886, Y casi
en una tercera parte á todos los demás, y la cifra de
1888 supera en muoho á todas las anteriores, exoepto la
de 1887.
A la página 244. Los homicidios Qefinidos por las
Cámaras de instrucoión, que en i 886 fueron 4.122, lle-
garon en 1888 á 11:.021, olasificados en esta forma:
1686 1888

Homioidios cualificados.. . . . . . • .. • 1.441 1.118


simples..•••...•..•.... 2.498 2.613
Robos con homicidio. . . . . . . . .. • •. 183 290

En la página 246, nota 1. Los homicidios juzgados


Q

por los tribunales de Assises sin la duplioaoión que an-


tes se notaba en las estadístioas por 108 juicios que ha-
bían sido sometidos por otro tribunal, ó por los en. que
había desaparecido la rebeldía fueron en:
1884.................................... 2.091
1885............ · ..•........... ,........ 2.158
1886................... ................. 2.0.18
1887... .......... ....•................. 2.291
1888................................ .... 2.100

En la página 247, sobre la comparación de los críme-


nes de Italia y de las demás naciones, el Comendador
540 CRIl\llNOLOGÍA

Bodio'me hace observar que no puede resultar exacta


por la distinta competencia de 'los tribunales de Assises
en los diversos países y por la diferencia de las legisla-
ciones. Esta ha sido la razón por lo, cual, oomo he decltl,-
rada, no estableoí comparaciones con Ingbterl'a .. La,
misma consideración puede aplicarse al Austria, aun
cuando el sistema judicial y legislativo de esta nación
esté menos lejos del de Italia que el de Ii1glaterra; sub-
siste sin embal'go la comparaoión con Francia cuya legis-
lación, antes del lluevo código penal italiano de 188~) y
de las reglas de competencia esto,blecidas en el real de-
creto do 1.0 de Dioiembre de 18S9,-eran casi iguales ti.
la de Italie'!".
En la jJá,r¡ina 248, donde se habla del constante au-
mento de la reincidencia en Italia deben añadirse los si-
glüentes números del año 1887: los reincidentes conde~
nadas por el tribunal correccional, que en 1883 eran
22,61 por 100; en 1886, 27,86 pOI' 100, fueron en 1887,
32,31 por 100.
Los reincidentes condemJJclos por tribunales de Assi-
ses, fueron en 1883, 2G,46 por 100; en 1880, ~4,05 por
100; en 1887, 36,04 por 100.
El tanto por ciento' de los reinoidentes acusados,
COluO .he advertido ya en la página 248, difiere e110I'me~
mente de una á otra provincia: para presen~ar otro
ejemplo deduoido de la estadística de 1887, diré que en
Parma fué el 20 por :lOO, en Bresoia él 25 por 100 Y en
Cntania y Potenza el 7 poe 100. '
Es sabido que el profesor Luoohini y 8U8 partidarios
nos acusaron de un pesimismo it~justificado cuando,
después de 18130, se notó una ligera disminución en las
cifras de la criminalidad; reoJmente, las cifras totales
desde 1880 al 1885 pa,reCiÍan dar lo, razón ú nuestros ncl-
versa.rios, 5. quiene8 advertíamos en vano quo so trata-
ba de oscilaciones sin importallCit\, hoy pueden respon-
der mejor que nusotros laH m~ta.dístiO<.\1:; do los últilllo~
AIHOIÓN~¡'A OIFftA DE LA CR1M1NA:úI:DAD EN t'rAr.I:A 541

años, que revelan una tendencia al aumento progrosivo


desde 1885 hasta 1889.
V éi1se, en efecto, el nümeI'o tota.l de los delitos de-
nt.mcla.clos en los tres últimos afias, ouyas estadísticas se
han formado, sacados de la última MemoriH del Comen:-
daclor Bodio (4 de Julio 1889).
1885.... , .• ' . • • .. .. • . .. • .. 289.936
1880.............. ........ 245,057
1887.......... ', . . • . . . . . • • • 247. (H5

Por lo que respeo~a al alío 1888, oopio.1as siguientes


palubr'ilS de la Memoria del hOllOl'able Pens8!'ini (1. 0 de
Julio de 1889):
«No es satisfudoria la noticia que nos dan los discur-
sos de apertura) pUElElto que lamentan el aumento de la
delinouencia en 1888, los p¡'oNu.'aclol'Gs generales de Gé-
nova) Casale) Parmu.) Pel'llSfL¡ Homa, Tro,ui, Messinu,
Oatllnia, Pu'¡errr,to Y Caglio.ri; los Procuradores genera-
les de Plorenoia
, .
v Veneciu. anunoian una disminución
laye y asegurLl,n que oontinúa Ot~si estacionm'J.¡t los de
Brescia, Aquila y UD.~::tnzaro».
¡Quince tt'ibunales indiOl.1.n l..tn aumento) s610 dos uno..
ligeru. dismÍlmoiónl
Los homiddíos juzgados en tribuno..les de Assis6S des-
de 1HR!~ fl. 1888, son casi iguales en número;
188J..•...•••••...••...•.. ~ .. 2.Q91
1885" ..••••..• ,............ 2.1.58
1886 .. , ..••.•..•.. ' . . . . • . . •• 2. O'iH
1887........................ 2.201
1888••...•..•....•....... , •. 2.1(1)

En general 108 acusados en tribnno.les ele Assises,


fueron:
1884..... , . , , .1 . . . . . . . . . ~ .. .. .. .. .. .. .. 7 5SB
I

1885.. • • • . • • • . . . • . • . . . . . . • . . 7.022
1881i ••• , ••••••••••.••• " .' • • 7.0,,1:2
1887.. . • • . • . • . . . • . . • • • • • . • . • 7. ~J ,l·}
542 CRIMINOLOGíA

El total de delitos juzgados por los tribun~les de


Assises, que fué en 1884, 6.668, llegó en 18Si á i.SSi.
Por todas partes por donde se mire la oriminalidad
en Italia, no tiende á deoreoer.

II

COMPARACIONES lNTERNACIONAI,ES

El Comendador Bodío ha oonseguido comparar los


homioidios, las heridas y lesiones y los hurtos de todas
clases entre Italia y otras varias naoiones. De su Memo-
l'i:l á la oomisión de Estadística (fecha. 4 de Julio de
1889) tomo los ouadros siguientes, de los que se deduce
que la condición de Italia es la peor en lo relativo á los
homicidios, porque excede en mucho á Francia, Bélgica,
Austria, Alemania, Inglaterra, Irlanda y ~scocia yexce-
de también, aunque en poco, á España. En las heridas y
lesiones ocupa el primer lugar AU!:ltria, el segundo Italia,
el tercero Alemania, el cuarto Pranoia; en cuanto á los
robos, Italia hace mejor papel entre Alemania, Franoia
é Inglaterra porque ooupa el primer lugar Alemania, el
segundo Inglaterra, el tercero Francia, é Italia el último.
«Es cierto, anade, que las cifras en esta materia de-
ben acogerse con infinitas reservas, porque, entre otras
oosas, el mayor número de delitos de robo ó hurto acusa~
dos ante el magistrado puede significar una sensibilidad
mayor en lo relativo al principio de lo mío y de lo tuyo, y
mayor oostumbro 6 mayor valor para denunciar heohos
semejantes'que en otras partes acaso se dejan pasar sin
provooar la venganza pública, acaso con el fin de evitar-
Be las molestias de un proceso y los rencores del acusa-
do ó de quien se halla ligado con él por los vínoulos de
la sangre ó por otro cualquiet, motivo»). Pero aun aSÍ, te-
AJ)1CI6N-LA CIFRA DEl LA CRIMINALIDAD 1l~ ITALIA 543
~

niendo en cuenta las denunQiá~ omitidas, la diferenoia es


tal en las oifras de estas cuatro naciones, que hay que con·
venir en que en Italia se roba menos que en otras partes.
Seguramente son más freouentes en ella los robos,
pero los hurtos sin violencia son menos numerosos, qui-
zá porque la vagancia es más rara y porque las asocia-
oiones de ladrones, ó no existen ó no están organizadas
como en las grandes ciudades de los demás países.
Del cuadro anterior se
deduce oomparando los nú~
m~ros más recientes de oada n~ción, que tiene:

AOI!SADOS GONDENADOS
1I
Italia ... , ......... 12,67 , 9,86
Espaíia."., ..... '1 8,59 5,54
Bélgica ..•..• '1 lM2 2,01
'1
o"

En los hO!:nioidioB, Austri.a.",.,.", 3,14 2,28


por oada 100.000 FranCIa.. " •...... 2,13 1,49
habitantes •• , •••
Alemania ...•.... '1 1,14 0,94
Irlanda ........... 1,93 1,08
Inglaterra ........ 1 1,08 0,60
~sc~cia .•....•.... t> 0,94 . 0,66
En, ... .,.. "y".! n.h•.: ...........
sioues, por cada. FranCIa •...•. , .•.
298,8
74,60
226,68
69,37
100.000 ho.bitan- Austria ........... 489,10 294,74
tOB ...... ·........ AlemalÜa ......... 197,65 161,56
Italia •. , .......... 88,83 70}55
En los robos, POl' Alemania ...•....• 915,68 86,174
cad./M 100.000 hlJ,-
bitllnMs ......... Bélgioa ..... , ..... 201,05 »
Inglaterra ..•..... 188,25 138,53
, . ..
- I
Podemos añadir, tomando esta noticia de la obra oi-
tada de Basoo, que Hungria, con una población de
15.642.102 habitantef:il (oenso del año 1880).tuvo, en 1886,
1.477 oondenados pOI' homioidio. El número medio anual
de los oondenados desde 1882 á 1886, fué de 625 óseo,
próximamente el 4 1/2 por cada 100.000 habitantes.
cmmNOLOGÜ.

RECTIFICACIONES

Página 246, nota 3.\ hay que rcctificUl' el número (h.~


asesinatos cmnetidos en Italia. y leer 63'2 donde dice iOt"
Página 24.7. Debe leerse, donde dice que en lN8:1 fUCM
ron declarados reos de homicidio cuoJificado 7!J2, que
fueron acusados de homicidio cualificado.
Página 253, nota 2. n Entiéndase que el número :~(),!l1
por 100) que parece referirse E:lólo á los sobrosoimientos
POl' fttlta de prueba, comprende todos los sobroJ:;oÍlnien-
tos, ya por no constituir EJl hechu delito, ya pOI' oxtitwit'lu
de la D..cción pena.!: los sobreseimientos por ihltn. do
prueba en 1887 fueron 18,81 por HlO.

Adicionamos otro cuadro ele comparación internacio-


nal, el de lot'J gastos de manutención de los detenidos: JI1,
Riof.s,t(" di tlts-cipline crf,'1·()(}1·(t1'ie, en su númoro de 31 de
i.\1arzo de 1~OO, 1mblicn, el tliguiente, ff)l'rntuJo por el (Jo ..
memdadol' Cel'boni:
INGRESOS
-
GASTOS
_J
ESTADOS Administra- lI¡anntonoión Gastos
PrOduotos car- ción de los de Edificios TOTALES
ceIndos y vigilancia. datcnmos procncción

Austria-Hungría ... , ........ 3.614.900 672.712


-
3.t08.845 » 7.335.720 11.177.217
1
!Z
r
Francia.... _.•...•........... ñ.571.029 5.886.264 24.408.455 4.270.000 999.149 35.563.868 ~tz
Alemania ...•.....•......•... R792.832 17.126.888 25.667.201 4.453.292 S.103.eH 49.751.822 ~
8:>-
I Inglaterra •.................. 1.294.567 11.690.750 20.250.500 ~ 2.913.869 B4JI15.119 1::1
!
IItalia....................••.. 4.977.904 5.527.171 21.086.589 3.100.000 1.427.646 31.141.406
o
o

'Rusia ••........... , .........


; . }¡ 14.666.572 32.770.935 » 7.529.744 51.967.251 ~
:>-
1::1
;..
España ...•............ , ..... 1.212.000 625.047 2.95B.992 55.962 316.930 3.964.931
.

Z'
.
TOTALES •••••••••••••• 25.893.232 56.195.404 129.64'1.517 11.889.254 23.746.999 22V181.174

! -- - I
0\
"'"
O<
546 CRIMINOLOGíA

Los menores ingresos del presupuesto -inglés depen-


den de que Inglaterra utiliza gran número de condena-
dos en trabajos públicos y oalcula en otra parte sus pro-
ductos. Los gastos menores de Austria dependen de ql~e
las provincias y los ayuntamientos contribuyen en gran
parte á la manutención de los detenidos, y el exiguo gl;\S-
to de España depende también de razones pareoidas.
Hay, pues, siete naciones de Europa que gastan
anualmente 221 millones y medio para tener enoarcela-
dos los delinouentes. Pero todo eso es pooo en compara-
ción con lo que cuestan los agentes de seguridad pública
y los gastos de los juicios oriminales. Solamente el gasto
de Italia se cálcula en más de 80 millones, y todavía esto
es poco en comparaoión con el daño que el delito produ-
ce á los ciudadanos, daños de todo género que no es po-
sible calcular ni aun por aproximación, pero que,cierta-
mente, estimados en dinero, alcanzarían la cifra de nm-
choe 'cientos de millones.
ADIGlÓN A LA PARTE s.a DAPITULO 11

HOMICIDAS REINCIDENTES

El ststema represivo de las naciones modernas hace


posible el fenómeno del homicida por segunda ó tercera
vez; á este propósito, e111a sesión del 4 de Julio de la COM
misión de Estadístioa, ha hecho notar el honorable Ferri
que de 224 individuos condenados pOl' homicidios sim-
ples, 63 habían sido ya oondenados por el mismo delito,
y 181 por otro previsto en él mismo oapítulo del código,
y que de 78 condenados por homicidio cualificado, 8 ha-
bían sufrido condena por el mismo delito y 70 por otro
análogo. Con justicia deoía el honorable Ferri que este
hecho era enorme y doloroso.
ADICIÓN Á LA PARTE s.n CAPiTULO 1~1

L(IS ¡\!.\lUIJOS QUE :.\u. n.s

He <1il;ho quo 01 f.:!!.mtirniento dul honor 1mt:\.: I{IW na


todas pt.u'tc~~ Bu di8cullJ~ maridu que mata ú lt~ 1l1uj~!1'
t1,}
sorprendidD" en flugl'unto adulterio; pel'o nu qui~il!l':'l (IUl\
se diera tí estas palabras una Bigni!i(;n"Ción (U~tintu de
m.is pl'Opóf;litos, puesto que al usar la palabra. dhscul[JtU',
10 he hecho en t:l sentido Jurídico, hi.1lJicndo tlUel'ido dc-
,cír que esa e.írcun~t:;l.Ucit" cUIlotiLuye 1.Ula ,atenuanto, pUl'
virtud de lt~ cw:ü ltt pena. llubo He!' lUfm'oute y mUlH):-:\
grave.
Por lu leetul'Lt do tutl.u oll'Úl'l'ttJ'1I \-JI} Vil ({lw :t.Hl'Íl'O :",
que 80tl. ~iernIJl'o penadu el bUU!illil!iO (lo la JllI l.ít~l·" {lllllll ~
üualquior ott'l) hOlJ1ieidiu Pl'ov{J():tllu PI)1' ll1JH iujtU'ia gl'a~
ve. y no e~ SUi::ltu,ucialmem.to di8tiIltu.li"t l{\t~J.:.¡l:td('l1 vigun-
te: 01 nuovo cc',c!igu it:.diatlu pl'OV{\ 01 en:l(1 ¡101 IIXU)'jl\hUfI
cOlndidu eH fJ.llgt':.I,ntu :,u.hilj,(wj'J, y ,1'(:d1l1',I\ la l'ewI, ú lJIn ..
nos do un:.!' f.Jext~t pat,'!,u, llnlJlmiewJo la (lnLflUdúu 011 '11 W;Ul'
do Jr\. rU/ilnr;iíil1; en 01 caHU do '.lIJo h poua :·II:n do Pl'(jHidifl
(pUl' lmlJul' pl'(~lnodil:.l.CU)u), lit dBLnlwit'm dn]¡o dlll':l,l' 111\
ADICIÓN-LOS I1IARlDOS QUE MA1'AN 549
uno á cinco años. En el sistema que propongo, este deli-
to se ca!3tigaría con el destierro perpetuo del lugar en
que fuera cometido, salvo el consentimiento de la fami-
lia de la víctima. Como se ye, y dejando aparte la mo-
dalidad, t~mto la criminología positiva como la legislación
vigente, reconocen la culpabilidad del marldo que mata.
Este es uno de los casos en los que la aplicación de
la pena sería un freno eficaz y podría corregir el extravío
de la opinión pública, porque el pueblo cree genern,lmen-
te que el hombre engañado tiene el derecho de matar á
la rnu.:er adúltera y que la ley no Jo castiga, opinión que
nace del hecho constante de la absoluoión pronhnciada
en esos casos. En vano fija la ley una pena; ni los ma-
gistrados ni los jurados la obedeoen, y lo que es peor, la
impunidad llega al oaso (que es el más frecuente), de que
el marido tienda una afleohanza después de haberlo pre-
parado todo para que la venganza sea comp.leta y san-
grienta. De aquí naoe la extraña anomalía de que un
país quo ha abolido la pena de muerte para el asesinato,
la com~orve para el adulterio, dándose al marido ofendí·
do la facultad de ser á la vez juez y verdugo.
Esto naoe, sin du¡:iv., de las tradiciones merlioevales,
tiempos en que la autoridad del marido no tenía límites
y la mujer se oonsideraba como una propiedad suya} lo
oual representa un grado menor de evolución, porque la
idea de la condioióp. inferiol' de la mujer tiene más raíces
allí donde la sociedad está menos oivilizada, y dentro de
una misma épooa se nota más viva en el campo que en
las oiudades, y en las cIases inferiores que. en las supe-
riores.
y esto no obstante, el adulterio se comete oon pl'ofu~
sión .en todos los medios y en todas las clases sociales, y
se ouentan pOl' milIares los maridos engañados que co-
nocen su desgracia. Y aquí se nos presenta de nuevo
este problema: ¿por qué, entro tantos millares, solamente
uno, dos ó tres al afio tienden la red para. cnvolvel' en
550 ORIlIIlNOLOGíA

eUa á la pareja ilegal, dando á su deshonor una publici-


dad trágioa? ¿Por qué sólo estps dos ó tres se h'acen ho-
miciqas, mientras que los demás se apartan de la mujer
infiel y algunos, venoidos por el dolor, se dan la muerte?
Dígase lo que se quiera, n9 existe la costumbre de
matar á l~s mujeres infieles, porque el homioidio repug-
na á la mayoría de los hombres: existe, sin embargo, la
práctica de justifioar á los que lo cometen pOI' virtud de
la preocupación que acabo de indi.oor, á la cual se añade
en las olases superiores las reminiscencias literarias que
ennoblecen el asesinato, dándole el nombre de tragedia.
El gobierno d~ un país oivilizado no [debería tolerar
la repetición de estas escenas salvajes; los ciudadanos
oreen que la ley autoriza la muerte de los adúlteros, lo
oual no es cIerto, pero para que se sepa, es necesario quo
vean que realmente no existe la impunidad; hasta el pre-
sente han visto lo contrario.
En Roma fué absuelto B ... , matador de sv. m:ujel'; los
jurados, aceptando las exhortaciones del ministerio pú-
blico, declarat'on que no era oulpable; la prensa difundió
la noticia por todas partes.
Véase ahora el contagio del ejemplo: pocos meses
dospués, en Nápoles, un hombre como B ... , de olase oul-
ta y acomodada, mató en cirounstanoias oasi semejantes
á su 1111.\181', de cuya oulpa tenía conooimiento hacia mu-
cho tiempo; inmediatamente después del hecho se entre-
gó en manos de la poliCíaj dos días después, la autoridad
judicial le oonoedió la libertad provisional, implíoita invi-
taoión de absolverlo, que no dejaron de tener en cuenta
los jurados.
Por la prensa he tenido conocimiento· de dos oasos
semejantes ocurridos pocos días después, uno en Cata-
nia y otro en Milán.
Tal vez si B... hubiera sido oastigado 0011 arreglo á
la ley, no se hubieran realizado las otras t?'(tgctUas, oon
pesar de los ,,'cjJO'!'lei'8 de los periódicos, pero con placer
,(\DICIÓN-LOS lIURIDOS QUE MATAN 551

de toda la parte del público, á quien no agradan estos


anacronismos literarios.
Deducimos de lo dicho que si la magistratura se
mostrase más severa, se desterraría ante todo la falsa
idea de la legitimidad del homicidio por a.dulterio, y una
vez destruída esta falsa idea en la oual se funda general-
mente el error popular, éste Íl'ía disminuyendo. Siempre
habría algún marido homicida; pero no lo sería por
cálculo y por estar seguro de la impunidad.
APÉN"DICE

LOS PROGRESOS DE LA. A.~Tf{OPOLOGIA CRIlII~AL

Los principales trabajos críticos de nuestros adver-


sarios acerca de la nueva doctrina legal, son los si-
guientes:
La nuo'lJa sctwlc" del di1'itto JJcnale del GABELLI el/; Za N1tO-
1){t A~ltoló!lía, 16 de Ag08tO de i885.
IrecBJI tí a1YIJM'sfl/r# delta 8cie7lza eleZ di'rUto llen(tle del pl'O-
fesOl' Buccelati: Rendioonto, del! Instituto, Lombardo
1885.
La CJ'inzinalitrJ cO'íJzpa?'ée, de G. Tarde, París '1886.
1 semplicisti del di7'ittO pcna1e, del prof. Lucchini, Tu-
rfn 1886.
Lam&evacie1uJia penal, de F. Aramburu, Madrid 1887.
L(t IJiJcttekt 8ooioló(jic((, y (t?ttJ'opológiCf(' eri?Jd?l(tl, de Loza-
no, La, Plata 1889.
Ho.y qúe indioar también las dif'el'<mtcs 6 importan-
tes obras del Dr. N.. Colaia,nni, frecuentemente citaut.J..s
en el texto, y las de cdtica filt.lsMica del Di'. Polotti y de
E. CUl'uevale.
Entro los folletos y artículos publicados on las revis-
tal:i, 8un notables loa de Turati, HvJiel'o, Vncc[wo, Impu·
554 ORtMINOLOGÍA

Ilomeni en Italia, Zirndurfer en Alemania, P3,ulhall y


D'Haussonville en Francia.
> Contra esta multitud do escritos puede presentarse
la de los que en todo ó en parte siguen la nueva escuela,
y son de notar particularmente los siguientes libros:
Les c?'im.inels, de A. Corre, París 1889.
Le c7'i1ne en pays cdoles, del mismo autor. París 188\1.
Los ltomo?'es de p?'esa, por L. M. Drago, 2.0. edición,
Buenos Aires 1888.
La antropo6o(Jic6 criminal en IütZi{f¡, por Dorado Monte-
ro, Madrid 1890.
Oomenta?'io JJJ¿iloS01)ltico-scient~flco del Oódi!Jo 2Jellctl Bi'(i~
zileil¡'o, por J. Vieirft de Araujo, Pernambuco, que se
está publicando.
(fonsidm'ations S1['1' 1m (tvant-jJ?'ojet ele 1'evil::ion el?! Olldr;
2Jellal, di P. Blanchemanche, fase. VI do la }lO!Jis¿(t
Le P{tlais, Bruselas 1890.
Tite crlmiJt({¡l, por Havelook EIlis, Londres 1800.
En Italia las numerosas obras del profesor Puglit\ y
laG de Ma.1no y G. Fiuretti son 10,8 principale8 publica-
das por j1..l'l'Ísconsultos en defensa de nuesh:oas ideas (1).
(1) Entre los trapajos de G. Fioretti, los más importantes son
los siguientes:
Le ultime publicazioni dEli capsicuola dalla dottrlna positi-
vista del diritto penale (en la Rassegnn cr.ítica de Auguilli aúo
1885). Del determinismo en la Revista del PU!A'liese afio 1885. B.a-
pport au ler congr6s d'anthropologie criminello, pOUI' obtllnir }íI
dMommag.)nll~nt du (¡rime, Roma 1885. Su la l()~ittima difm-ta,
Turín, Bocea 18813, POlemioa in difasa dalla scuola ol'iminalo po-
sitiva, Bolonia 1886. Sulla impossibi1it:a di co:nsidorare j motivi
dell'azione como unico criterio dalla imputabilita, ~n 1.\1 lU'lJhivi,)
di Pslchia~l'ia, 1886. Bulla lilJel'azione condlzional l ) mI el 'l'l'attLltn
del OoglioI{), 1 progiudizi popolari Bulla nuova. acuoIn, Nltplll"~,
Detken 1800. Noto criticho sul tentativo en Ql Archivlo di l'~;iCl!liu­
tria, afio lS:)O, y o~pt";l(lI.aImontl) il NuovlJ Codieo pílnaJ(~ :Ulllot.at ll ,
2. ft edición, Pierro, Núpoles 1890, pl'inwl' ojomplo <Ir; un nOlll/\n·
tal'io práctico al Códig(1 panal hocho con arroglo ti. IOH IJ1'il1nipill'l
do la nueva escuela.
APENDICI!l b55
Debe también notarse una exposición popular de las
mismas ideas, hecha por el abogado A. Lioy.
En conferencias, folletos ó artíoulos, han sostenido la
nueva teoría: en· Italia, Porto, Sctti, Alongi, Tammeo,
V. Rossi Mayor, Berenini, Carelli, Precone, Agllglia ,
Soipione Sighele, Pugliese y otros. .
En España, Taladl'iz; en Francia, Bournet Sarrante,
Abadane y Jeanvrot; en Alemania, Kirchenheim, en
Austria, Tauffer; en Hungría, Hai1; en Amérioa, Clarok-
Bell y Macdonald.
Entre los, médicoS y naturalistas que miran con sim-
patía la nueva teoría penal, pueden oitarse en Italia, Ta-
massia, Morselli, Ventüri, VirgUio, Soiarnanna, Taver-
ni, Ottolenghi, Zuccarcl1i; en Francia, lVIagitot y Laoas-
sagne; en Rusia, Drill, eto.: son contrarios á la antro~
pología orimiQal y más propiamente á la teoría de
Lombroso, Mantegazza, Zampa, Bael', Magnan y otros
muchos.
La mayor parte de los pi'oblemas de oriminologío,
han sido disoutidos en los dos Congrosos de antl'opolo"
gía criminal oelebrados en 1885 en Roma y en iBSl1 en
París.
Las grandes lineas de nuestra teoría sobre la olasi-
ficación de .los reos y sobre los medios de represión,
han sido aceptadas por hombres de oiencÍa como Bl'ouar-
del, Moleschott, Roussell Benedikt.
Las estadísticas de Lombroso se discutieron viva-
mente y fueron combatidas por muohos, pero en In últi-
ma sesión del Congreso de París 8e dec.idió hacel' cier-
to número de observa.oiones comparadt\s entre delin-
cl.l.entes y hombres normales, de las cuales una comisión
dará (menta al próximo Congreso. Es de advertir que
ningl.lUO de los incrédulos en 18, antropología oriminal
había podido hacer comparaciones en grande escala.
como las hicieron Lombrueo) Virgilio) Fel'ri, Marco,
Otholenghi, y como las ha, hecho después el Dr. Penta,
556 ClllilINOLOGÚ

que ha reunido un enorme material, del que, según pare-


ce, obtiene deducoiones muy pareoidas á las ele LOl11-
brasa' (i).
Un síntoma muy importante del progreso de la nue-
va criminología, es el hecho de que nuestras idel;\s 00-
mienzan á tener partid~rios entre los jurisconsultos tio
profesión. Puede probarlo el programa, de la Vi,ion ill-
ternationale de ct1'oít penal (intemationale, M'Í'1nil1alistüwl/IJ
VCl'eini(j1b1Zgl, que celebró su primer Congreso el uno 188!l
en Bruselas por inioiativa de Prins y Liszt, el primero
profesor en Bruselas é Inspeotor general de prisiones,
yel segundo profesor de la Universidad de Marburg.
Ese programa, al cual se adhirieron centenares de
profesores de Europa y de América) comienza con loa
cuatro artículos siguientes:
1. o La misión de la ley penal es combatir la crimi-
nalidad consideradD, como fenómeno sociol.
2. La ciencia y la ,legislación. penal deben pOi' 0011-
Q

(1) Entre quinientos asesinos y lad1'onoa homioidas cOllde.


nados á trabajos forzados, el: Dr. Penta ha encontrado poquí~~.
mOS que careciesen ce anomalías antropológIcas (el 3 por lO!))
cuando el mayor número tenía tres ó más anomalías (el 04 por
100), entro las cualos enouentro en lOayores pl'oporc.iones las
siguientes:
Prol;tl'ln,t.jemo .......,.. ........... .... ................. 45 por 100
Pómulos g'ra7].-iQs y sl1l!antes............ .......... 67
1IaodJ.lnllas FHlolientOf.l ...... ut., t. ~!!
fol • • ' . ' _ . , • • , . l .....

Sonlm f'rontulwJ fl,bultttdos ......................... 110


MentlÍll ura",lo, ctwoi~nrlo y h¡¡c!p. adentro •••••• ,. m
ArcotJ (]o laf~ órhita~ ~~:rnJ\t\os y tHtli~nt)o~ ..... 1'" t. 21
b~rontG lHLja y Pí3(!U,OÜn, t ."'"t, ........
'" t. ti. 1 •• , . 10
Fr"nt(1)o.ltt y hacia atrás.......................... ~~
OJ"0,Ía. Gil íorlJl!\ do IISD"............ ... .............. llJ
OreJns do~ignQtlü:i, •••• , •••• * •• , ••••• t", •••••••• ~ ... t!i
OroJa:;¡ (jrtn 01 tllh'.~rlJlllo flQ Dn.rvin,. i ; •• a ••• , . , . , ,. ¡irl
AnO/lwl!aN IOn l'l CN'l'l,,)nto fl'JlfU1IHJJlrt, rarJJ11ti",
11t~Hvianiúll (lQ l~ (Jnlu,I:ilnu..) ••••••••••• , .••••••• ,. ~o,u
_At1QlU!J,U~l~ (11) 10;< lJ1(~:-; Y lil;! la.'" Jf1fUi(Jt4, l I t •• " , 11.. ~,Ii

(De la confol'oncta dada por el Prnftl!'!')l' Ponía 1m (JI Oit'(mJn


jurídico de Nápolos el 2::'l do .Junil) do .18!JO).
APENDICE 557
siguiente tener en cuenta el resultado de los ei:)tudios
antropológicos y sociológicos.
3. o La p!3ua es-uno de los medios más efioaces que
el Estado puede adoptar contra la criminalidad, pero no
es el únioo y no puede considerarse aislado de los demás
remedios sociales, y en particular de las medidas pre-
ventivas.
4. o La difeI'éncia entre delinouentes ooasionales y
habituales es tan esencial en la práctioa como en la teo-
ría, y debe, por oonsiguiente, admitir'se como base de la
legislación penal.
Formó parte de aquel Congreso el profesor Leveillé,
autor de importantes trabajos de dereoho penal, que
mostró disposiciones muy favorables á los que llamó an-
tropólogos razonables.
APÉNDICE

POR

L. CARELLI
LOS TÉRMINOS DEL PROBLEMA PENAL

El renacimiento actual de los estudios penales, las


contiendas de los seouaces de las diferentes escuelas que
se disputan el oampo~ demuestran la confusión que se
ha producido en las esouelas y en el foro acerca de los
principios del derecho penal.
Vacilando entre 10 antiguo y 10 moderno, entre las
teorías clásicas impuestas por la tiranía de los monopo-
lios .ulliversital'ios, y las dootrinas de la escuela positivis-
ta, que no han estudiado oon profundidad, los jóvenes
siguen unas ú otras, abandonándose según su tempera-
mento á criticas mordaces ó á entusiasmos exagerados
por la nueva escuela, si no se oontentan, como es lo más
frecuente, oon la· interpretación de la ley positiva.
Ofrece tal riqueza de obras notables la literatura pe-
nal, que es indispensable detenerse un momento para
poder dirigir una mirada sobre tanto trabajo, para coor-
dinar teorío..s, para examinar cuáles se exoluyen unas á
otras y cuáles pueden armonizarse.
Tengo la profunda convicción de que sólo cuando se
plantee el problema penal en. sus verdaderos términos,
es decir, cuando se estudien los diversos aspectos y las
transformaciones que adopta según estos aspectos, s6lo
entonces podrá comprenderse el valor de las diversas
teorías, histórica ó parcialmente ciertas, y podrá conoe-
30
562 CRUUNOLOGíA.

derse á cada una su justo lugar restableciendo sobre


sólidos cimientos laicíencia del derecho penal.
Este es el objeto del presente estudio que, remontán~
dose sobre las doctrinas espeoiales,. tratará de poner en
relieve, á manera de esquema, los ptUltos y los aspectos
por los cuales debe estudiarse el probl~ma penal y, so~
bre todo, tratará de demostrar las limitaciones y trans-
formaciones que en él producen cada· uno de estos as-
peotos.
Entiendo que los grados ó aspeotos por los que debe
considerarse el problema penal son tres; EL á.SPECTO FI-
SIOLÓGICO Y SOCIA.L, el pOLíTICO y el LEGISLATlVO y JUDICIAL,
cada uno de los cuales no es una determinaoión, sino
una tran,sfo?'ribaci6n, pues cada uno de ellos presenta una
fisonomía particular del sistema penal.
El aspecto fisiológico y sooialestudia la delincuenoia
en relación con los organismos individuales y la consti-
tuoión de la sooiedad; las transformaoiones que sufre la
delincuenoia social en relación con el intel'és que el Esta-
do tiene en reprimirla, es objeto d~l es~udio del proble-
ma penal en su aspecto polítioo, y examinado el pro-
blema en su aspeoto legislativo y judicial, se conocen
las modificaciones que producen en la ,delincuenoia so~
·cial y política las leyes y las sentenoiás de los magis-
trados.
No es mi ánimo desarrollar asunto de tanta impOl'-
tancia, sino sólo esclarecer algunos puntos importantes
para señalar la dirección que· en mi entender debieran
seguir los estudios penales.
LOS TÉIUlINOS DEL PRODLl<:hIA PENAL V63

EL PROBLEMA PENAL
EN SU ASPECTO PSICOLÓGICO Y SOcrAL

Los jurisconsultos nos dan la noción del delito; las


leyes positivas distinguen las diferentes formas de deli-
tos é imponen su represión. ¿Pero es el delito una ct;.ea-
ción política, ó tiene una base natural-y sociológioa?
Corresponde indudablemente á Garófalo el mérito de
haber dado á esta cuestión la importancia de examinar u

la extensamente; oo:-cuanto á mí, me limito á indicar el .


argumento por lo que se refiere á nuestro estudio.
El delito apareoe en la vida social como la forma de
conduota de una ólase más ó menos extensa de indivi-
duos, contraria por completo á las reglas de conduota
que observan en su vida los oiudadanos honrados.
El delincuente debe considerarse con relación al or-
ganismo físico y oon relaoión á las leyes de la sooiedad.
E~iste una forma típioa del organismo humano.que
tiende cada vez más á la perfecoión; la observación de-
muestra que el organismo del delinouente se desvía y
al~ja de esta forma típioa y más de la tendenoia á la per-
fección, ya sea en su constitución íntima, ya en su oon~
formación externa.
Existen leyes fatales, inseparables de la íntima natu-
l'aleza de las distintas agregaciones sooiales, en que se
fraociona en el tiempo y en el espacio la humanidad en-
tera, y estas leyes desarrollan fatalmente su contenido,
es decir, lo~ elementos que dan fisonomía propia y fa-
cultades de desenvolverse á. las diferentes sociedades
564 CRIlIUNOLOGÍA

humanas. Las acciones de los individuos que componen


las diferentes sooiedades humanas deben examinarse en
relación oon esta meta fatal señalada á las sooiedades, y
cuando los individuos cooperan al desenvolvimiento de
las leyes sociales son hombres honrados, cuando las con-
tradicen son delincuentes.
De este modo, ollando la clase de los ciudadanos
honrados trabaja con la acoión y con el pensamiento en
el perfeocionamiento de los sentimientos morales, seoun-
dando así el movimiento fatal de la sooiedad haoia su fin,
la clase de los delincuentes estorba aquel trabajo y se
opone al desenvolvimiento de la sociedad, ora destru-
yendo los mediotl por los cuales se realiza, ora demos-
trando sentimien,tos contrarios á los que constituyen la
civilización humana.
De aquí que el criterio distintivo de la delincuencia
no es un criterio negativo, ó sea la negación de la.
conduota honrada, la contradioción de ésta. Las leyes
fatales de la sociedad humana y el camino natural de
ésta en su evolución SQn el térluino de comparación que
d.istinguen de la misma manera las acciones honradas y
las malvadas, los buenos ciudadanos y los verdaderos
delincuentes.

II

Los partidarios de la eSQuela jurídica olvidan por


completo la figura del delincuente; pam ellos el delito es
una acción aislada del individuo, independiente en ab-
sohtto de otros hechos del mismo género cometidos por
otros individuos; así que mientras admiten en los códi-
gos 'Y en los libros figuras especiales de de1ito~, pUl'
ejomplo, el homicidio y el hurto, niegan que exista nin-
gún nexo sociológico entre los distintos individuos que
ma.tan ó que roban; ademús consideran el delito como
LOS TÉRMINOS DEL PROBLEMA PENAL 565
un hecho particular de un individuo, que nace de una
determinación espeoial suya, en ()llanto es una violación
de la libertad de qUel'er y lo hace responsable ypunible,
justamente por ser una determinaoión libremente adop-
tada. Pero esta determinación no se considera en rela-
ción con toda la vida del delincuente, no se ve en ella
una soñal verdadera de sus tendencias ti delinquir, no
se une á otros hechos que pudieran predisponer, al de-
lincuente á aquel delito, y ni siquiera se busca de ma-
nera. lejana el sitio en el cual dejaron huella aquellas
acciof.l.es sucesivas en las que se marcó,la tendencia de-
lictuosa, en la que se acumularon todos los faotores que
contribuyeron 'Bn una ocasión determinada á la comi-
sión, de determinado delito.
Por eso la escuela jurídica define el delito únicamen-
te como una oontráposioión al derecho, pero no' oonoce
su naturaleza íntima, desconoce ú olvida el fenómeno
de la criminalidad, ya sea en su aspecto soqial~ ya en el
fisiológioo é individual, y si se ve obligada á admitir la
importancia de ciertas observaciones relativas al fenó-
meno de la delinouencia, 1&8 considera como acoesorias
y accidentales, y como capaoes solamente de produoir
alguna modifioación en la aplicaoión de las teorías que
pretende deducix' de 106 prinoipios abstráctos.

III

Frente á los partidarios de la escuela jurídioa están


los de la escuela positivista, los ouales pueden dividirse
en dos grupos, uno que llamo de los fisiólogos, y otro
de los sociólogos. Los primeros consideran la delin-
ouencia como un ,efecto de anomalías orgánicas indivi-
duales, y los otros como la consecuencia de la constitu-
ción sooia1j los primeros la estudian en sus factores or-
566 ORUIINOLOG1.A

gánicos individuales, y en los factores sociales, los se-


gundos; pero ni los sociólogos niegan en absoluto la im-
portancia de los factores individuales, ni 108 fisiólogos
desprecian los factores sociales. Al llegar aquí no pue-
do dejar de observar una especie de tendenoia común á
unos y á otros, que es la de pretender dar solución al
problema penal estudiando únicameqte la delincuencia,
que es sólo uno de sus términos. Al hacerlo así no sólo
olvidan los demás elementos del problema penal que in-
fluj'en en la solución, sino que confunden el campo de la
legislación y de la Jurisprudenoia con el de la cienoia.

IV

No puede considerarse el delito ni como una acoi6n


aislada del individuo, ni como un a~to particular de voli-
ción del oulpable.
Muchos son los que delinquen, y no pocos los que
cometen la misma clase de delitos, y como el médico
cuando observa los tísicos y los atacados de fiebre de-
termina los caracteres patológicos de la fiebre y de la
tisis, de la misma manera el criminalista debe, no por
investigaoiones abstraotas, sino por la observación dili-
gente, verifioada en la dilatada familia de los delincuen-
tes y en sus especialidades individuales, reoonstituir los
caracteres del fenómeno de la delincuenoia. El aumento
progresivo de los reincidentes y algunas analogías entre
los delincuentes y los locos demuestran, aún á los pro-
fanos, que 01 dolito, en vez de ser efecto de un acto voli-
tivo particular, tiene en el organismo una sede y una
causa persistente.
La forma endémica de algunos delitos y su propaga~
ción rápida en ciertas condiciones especiales de lugar y
de tiempo son hechos indiscutibles que demuestran que
el delito es un verdadero fenómeno social.
LOS TÉRIIllNOS DE!. PROl3LEMA PENAL 56'1

Ante todo es neoesario determinar, como ha heoho


Garófalo, la significaoión de las palabras delito y delin-
cuente, y si bajo el nombre de delito se quiere oompren-
del' ,toda acoión reconocida como punible por las leyes
presentes Ó pasadas, y bajo el nombre de delincuente
todo individuo que comete una de estas accione~, cierta-
mente el error será inevitable.
Diferente es tratar de indagar el origen histórico de
la delinouencia desde sus fonnas rudimentarias, en las
que aparece enke los pueplos bárbaros, 6 aun en esas
formas análogas en las cuales se observa en los órdenes
inferiores de la naturaleza, hasta la fisonomía tan maJ;-
cada. que adopta entre los pueblos civilizados oomo an-
títesis de la conducta de los oiudadanos honrados; dife~
rente es tratar de descubrir el criterio de la delincuen-
cia á través de las distintas formas que adopta en la
evoluciónhistórÍca de las sociedades hllmanas, porque
en esto estudio no se observa sólo la variación de la lis~
ta de las aaciones consideradas como delitos; no varía
sólo el oriterio de apreoiación de su gravedad, como se
ha observado repetidamente, sino que, m'ooiendo con
el progreso de la civilización la sensibUidad moral, va~
ría la impresión que la delincuenoia produce en los
hombre's honrados y la repugnancia que en ellos des-
pierta.
yv
Es cierto que ababer considera el humo del taba-
co COlll.O el segundo peoado; pel'O ¿podemos nosotros
asegurar que en la conciencia de Wahaber lo, grave-
dad del peoado produzca. la misma impresión que una
568 ORIMÍNOLOGíA

acción el'llel Ó deshonrosa produce en nuestra con-


ciencia?
N o es este el rnomerito de discutir cuáles son las ac-
ciones que en cualquier sociedad civilizada deben consi-
derarse como delitos; su criterio distintivo pudo resu-
mirse en esta forroá, que ofendan ciertos sentimientos
rnOl~ales poseídos por toda la sociedad. Garófalo ha de-
mostrado con gran originalidad que estos sentimientos
pueden reducirse á los dos, de piedad y de probidad.
Tampoco es el presente estudio el lugar conveniente
para: examinar si estos sentimientos pueden reducirse á
uno solo ó si conviene aumentarlos con otros.
Lo que he dicho rela~ivo á la significación de la pa~
labra delito se refiere en gran parte al valor de la pala-
bra delincuente. Por desgracia no tenemos en el lengua-
je jurídico una palabra que distinga al autor de un deli-
to del verdadero delinouente, si no es la de oulpable, la
cual refleja dernasiadamente el concepto de la responsa w

bilidad morit!o
Existen, oiertamente, del~tos que son efecto de una
orisis pasajera, que dejan en .el organismo una huella que
puede borrarse como las heridas, efeoto de una reao-
ción oontra una prov90aúión inesperada, oaso en el cual
el hombre más pacífico puede verse arrastrado á cometer
un delito de consecuencias gravÍsimas, pero los qLte la
oonciencia pública oonsidera como verdaderos delincuen-
tes 80n~ 6 aquéllos que cometen delitos tan graves y en
tales· cirounstancias subjetivas y materiales, que demues-
tren la oarencia de los sentimientos morales más impor-
tantes, ó los que delinquen habitualmente 6 por profe-
sión, porque en estos casos los diversos delitos son otras
tantas manifestaciones de la instintiva tendenoia al cri~
men, 6 con la fuerza de la oostumbre de~piertan una ten-
dencia invencible al delito.
LOS TÉ~l,\rrNOS DEL PROBLElIIA PENAL 569

VI

El delito, en su expresión más sencilla, es un heoho in-


dividual, una manera de obrar del que lo oomete, y esta,
manera de obrar en cuanto va unida á una tendencia del
individuo"en cuanto es el resl.1Itado de elementos que
existen en el organismo, ó que estando fuera de él se
los puede apropial', revela la delincuencia.
Delito y delinouencia se revelan ante todo oomo fe-
nómenos individuales, oomo manifestaoiones del organis-
mo individual.
A esta relación entre la delincuencia y el organismo
individual se han dirigido espeoialmente los estudios de
los esoritores de la escuela positivista del derecho penal.
Es innegable que alguno do ellos ha exagerado ]¿'t
importancia de las observaciones, las ha generalizado en
exceso; pero estas exageraciones ¿pueden llevarnos á la
conseouencia de nega.r á las observaciones todo su valor?
¿ó no tenemos más bien el deber de enoerrar en sus ver-
daderos límites la importanoia que tienen'?
Ahora bien; examinando sintéticamente las teorías
que autores como Lombroso, Benedikt, Ferri, Garófalo,
Marro, Fioretti, han formado con tanta orígínalidad
acerca de la etiología del delito y de la delincuencia, se
pueden afirmar racionalmente dos proposioiones que
consIdero plenamente justificadas porque están deduoi-
das con rigurosa lógioa de la observación de los hechos:
1.a Existen formas y casos de delinouenoia que na-
cen de evidentes procesos morbosos del organismo (lo-
cura, epilepsia, neuropatía, neurastenia).
2.· En muohos delincuentes, espeoialmente en los
570 CRIMINOLOGíA

que cometen los delitos más atroces, se observan exte-


riormente gran número de notas degenerativas.
Estas dos proposiciones no pueden ser bastantes
para formular una teoría completa de la naturaleza de la
delincuencia, por eso se aoude á una hipótesis que debe
aceptarse, ya porque está fundada en un número sufi-
ciente de series de observaoiones, ya porque careoemos
de otra más probable que pueda explicar las dos an-
tedichas proposiciones que están plenamente demos-
tradas.
y no se me arguya que semejante hipótesis no está
demostrada, porque yo he dicho hipótesis y no teorema;
¿no funda aoaso la Física sus teorías sobre h.ipótesis?
¡,Cuál es la hipótesis que puede explicar la naturaleza de
la delincuencia?
Tal es la relación entre los prooesos psíquicos y la
estructura orgánica. Esta hipótesis no puede repugnar
ni aún á los,más exaltados filósofos espiritualistas, por-
que admitida el alma humana como un quid P?'OjJ?'iWTIb diE-l-
tinto del organismo, la cual para pensar, querer y obrar,
ha de servirse siempre del organismo corpóreo, éste
conservará siempre las huellas de todo el prooeso espi-
ritual y psíquico que por su medio se realiza.
y esto se prueba con las enfermedades mentales, en
las que la alteraoión mental no puede explicarse con teo-
rías puramente espirituales y tiene siempre un substra-
tU/m en las alteraciones somáticas. I

VII

El conocimiento del organismo humano 110 ha, llega-


do por desgracia á tal punto de perfección que pucda
demostrar el proceso orgánico por el oual se d~termi­
nan los procesos psíquicos, ó qué "huellas dejan éstos en
LOS TÉRlI11NOS DEL pnOBT<El\IA PENAL 571
el organismo, ó en qué 'parte contribuye éste á engendrar
y modificar aquellos procesos.
Un heoho sencillo está fuera do toda controversia
para los procesos psíquicos que se determinan en heohos
exteriores. Estos, que se llaman acciones humanas, se
manifiestan en su forma exterior como movimientos mus.
oulares {activos y 'pasivos, looomoción y aotitudes); y
esos movimientos mU.Boulares se deben á la acoión de los
nervios, cuyo origen y suprema dirección está en el ceré-
bro. No son otrol::llos medios de manifestarse los hechos
que se llaman delitos.
El punto incierto, dudoso, no demostrado, es el de
saber de qué mánera se engendra en el cerebro la exci-
tación ql.le determina mediante la aooión nervioga el
,movimiento musoular complejo que oonstl.ttlye la forma
exterior del delito. La excitaoión del cerebro puede ve-
nir de fuera, y puede tener su origen en el D.1ismo orga-
nismo, poro esto no nos importa; lo que nos interesa es
saber si el cerebro humano está constituí do de tn.l modo
que se excite por las· mismas causas y en la misma,
forma.
La experienoia diaria nos da categórioamente una
respuesta negátiva; por ejemplo, en las mismas condi-
oiones, 'en presencia de los mismos objetos, sintiendo las
mismas necesidades, los ;hombres honrados se abstienen
de robar, mientras que los delincuentes no sólo roban,
sino que á veces lo hacen sin necesidad, ouando no los
ü\cita la presenoia de los objetos, sino buscándolos há-
bilmente y sin que se les ofrezoa ocasión) sino corriendo
graves peligros.
¿De dónde nace esta diversa exoitabilidad oerebraI~
¿En qué consiste? He aquÍ 01 misterio; he aquí las cau-
sas de la incertidumbre de la oienoia. Hemos tenido por
intui¿ión una hipótesis cuya. demostración no podemos
hacer; la teoría fundada en esta hipótesis no estt\ demos~
trada, pero tampoco está desmentida.
572 CRIMINOLOGÍA

Por otro lado, ¿c6mo' podríamos ofrecer esa demos-


tración cuando ignoramos la estructura interior del ce-
rebro y cuando la anatomía funcional apenas da sus pri-
meros pasos'?
¿Ha podido descubrir la ciencia médioa durante tan-
tos siglos el secreto de dos hechos que se :r:epiten inexo-
rablemente todos los días, el nacimiento y la muerte?

VIII

Que entre el oerebro y ·las funciones de la inteligen-


oia y de la moralidad (forma secundal'ia de la inteligen-
cia) existe una relaoión íntima, está demostrado por la
ciencia.
No tiene razón Colaianni cuando asegura (1) que so-
bre todo 10 que se refiere á las relaciones entre 10 físico
y lo moral, entre hechos y funciones, entre cerebro,
psiquis y carácter, reina la mayor incer~idumbre y que
el criteI'io científico que puede obtenerse~ no puede ser
más que equivoco y falaz. .
En realidad no existe incertidumbre alguna sobre la
existencia de una relación entre el cerebro, la psiquis y
eloarácter; esta relación se adivina por intuición y se
demuestra oomo una seria hipótesis; la incertidumbre
está sólo en determinar cuál sea esa r¡31ación.
¿En qué forma podría la antropología demostrar la
razón de la relaoión entre determinada tendencia 6 ins-
tinto y una estructura anatómica particular, cuando la
ciencia no ha descubierto el principio de la vida, cuan-
do no ha oonseguido animar los organismos ni detener
la vida que Sé apaga'?
Indiscutiblemente, en ciertas enfermedades mentales

(1) Socialismo 6 SOCioZofJÍfI, c1'im·inale. Cat/Ul.ia, 1889.


LOS :rÉrunNOS DEL PROBLEl\!A. I'nNAJ... 578·
existen anomalías y lesiones del cerebl'o, de donde la
suspensión ó la alteración de las funciones de la inteli-
gencia' y numerosas observaciones han demostrado que
en muchísimos casos el desarrollo de la inteligencia de
los individuos se distingue ma.terialmente por la forma,
y por la oantidad de la masa cerebral.
Pero en muohos oasos no se observan estas señales
aparentes; ¿qué quiere decir esto? Oonviene no olvidar
que para determinar el valor de un cerebro hay que te-
ner en cuenta, no sólo su, volumen (no el del cráneo),
sino su masa, la proporción de la substancia gris con la
blanoa, el número y la profundidad de las circunvolu-
ciones que fraccionan su superficie, la armonía del des-
arrollo de las varias masas ganglionares que concurren
á su composición, la integridad del desarrollo de las
vías de comunioación ~ntre unas y otras,' su poder de
irrigación sanguínea.
¿Pudiera nogarse todo su valor en conjunto á todos
estos caracteres del cerebro y á cada uno de ellos,
cuando son correlativos de tal manera. que la deficten-
cia del uno se.reflejo. sobre el otro y cuando, con los ac-
tuales medios de la ciencia, no se pueden determinar
con precisión?
Esta relación Íntima entre los procesos psíquicos y
la estructura orgánica demuestra que el delito, lejos de
ser sencillamente un aoto volitivo particular, es la mani-
festación de una tendencia que está ligad:). á la constitu~
ción y á las funciones del organismo, y explica ad.emás
la razón de las anomalías orgánioas que se pueden I1pre..
oiar hasta por los profa.nos en losdeUncuontes más
gl'andes, y quíen dude de esto podrá convencerse visi w

tan~o un establecimiento penitenciario.


Es más: oreo que uno, de estas visitas podrá conven-
cer más que los argumentos más agudos y los discur~
sos mús hábiles, á los que vacilen en acepta.r las teorías
que profeso COIluna proftl.nda. convicoión.
5i4 ClUlIII;s'OLOG tA

IX

Para completar la etiología del delito y de la delin-


cuencia, hay que dirigir el estudio á lo que se llama la
influenoia ele los faotores soc.iales, Esta influencia es in-
negable, pero debemos precavernos de exagerar su im-
portancia.
Colaianni, distinguido escritor, al seguir las huellas
de Turatí, incul'r.'e en esta falta: e(después de todo-
dice-los oaraoteres del delinouente tienen un valor in-
cierto muy relativo, casi nulo, si no nos ayudan á expli-
oar esta disposioión natural latente los factores sooiales,
contra los que ostentan un profundo desprecio oasi todos
los defensores de la escuela positivista l),
La oonseouencia á que llega es una deduooión legíti-.
ma, de aquella premisa, «Los legisladores y los hombres
de oienCia pueden hacer una obra provechosa haciendo
desaparec8x' las oausas que favorecen el atavismo moral
y reforzando otI'as que son generadoras de nuevas oapas
morales y adventioias del carácter» (1),
Ciertamente que el aumento de la población, la emi-
gración, la opinión pública, lo, eduoación, las oondioio-
nes políticas, financieras y oomeroiales, la producción
agrícola é industrial, los organismos de instrucción y
benefioenoia pública, la religión., el grado de cultura, la
oIase sooial, la profesión' 'Y el óficio, contribuyen con !!.lU
influencia, como entre otros' ha demostrado Ferri, ya ''á
la manifestaoión, ya tí la prevención del delito.
Por una parte la tendencia individual instintiva pue-

(1) Oolaianni, SocioloflZa crimittale. Catania, lBS;},


LOS TÉIU\UNOS DEL PROBLEMA l.>ENAL 575

de reforzar la vida social por la influencia de los fac-


tores sooiales, espeoialmente por el mecanismo de la
imitación entre'individuos dotados de la misma forma
de sensibilidad ó de predisposioión al delito (1).
Por otra parte,108 faotm'es sociales son indudable-
mente oausa ocasional de las manifestaciones delictuo ..
sas; la situaoión económioa, las relaciones profesionales
y de familia, colocan al individuo en oircunstancias tales,
que su presenoia produoe la explosión de la delin-
cuencia.
Así se explioan ciertas formas de delitos endémioos
que oon gran persistencia se manifiestan en 1á sociedad;
individuos que por instinto ingénito están predispuestos
al delitó, al encontrarse en idéntica situación de heoho
ó de ánimo, eligen el mismo oamino para salir de ella.
Creo que el valor de la influencia de los faotores so-
ciales sobre la delincuencia puede determinarse hasta
oierto punto.
En lo que se refiere á la génesis de la delinouencia,
puede asegurarse que la influenoia de los factores sooia~
les es oasi nula en los delinouentes típicos, los cuales en~
~uentran en 'f3U organismo, no sólo la predisposición,
sino la oausa sufioiente para ~elinquir, que oonsiste en
la fuerza de lo!:) instintos impulsivos y en la carencia ó
defecto de acción de los centros inhibitol'ios.
1...os grandes deliIlouentes son refractal'ios al des-
arrollo de los sentimientos altruístas que' los hombI'es
honrados desarrollan y perfeccionan individualmente en
sí mismos y colectivamente en la sooiedad.
Pero existen organismos retrasados en este movimien-
to, y estos organismos, ouyo desarrollo se está elabo-
rando, dan el contingente de los delincuentes ooasiona-
les y de los corregibles: su honradez está indecisa y su
delincuencia latente; la mayor parte de éstos sl.lfren la

(1) Aubry, La contagion du 1ItBurtre. Oarelli Orimen morlms.


57G ORIlUlNOLOGÍA

influencia de los factores sociales. Pero donde mayor


·importancia tiene la influencia de estos faotores es en la
forma de la delincuencia: la misma variedad de formas
que presenta la honradez en las distintas situaciones de
la vida, en las diferentes condiciones sociales, ante los
diversos intereses que están' en juego, la misma varie-
dad presenta la delincuencia.
Ést~, lo mismo que la honradez, son formas de ac-
ción, fuerzas que, según la diversa. aplicación que se les
da, presentan diferente forma. El instinto de dañar y el
deseo de obtener una utilidad ilegítima que tiene el de-
lincuente se adaptan á sus int.ereses materiales, á su po-
sioión social, á los medios que tiene en su poder para
delinquir.
Éxisten sin duda instintos naturalmente definidos, no
sólo en su intensidad, sino en su forma; existen delin-
cuentes sanguinarios á quienes repugnan los atentados
contra la propiedad; hay delincuentes ladrones que hu-
yen por pusilanimidad de la violencia á las personas y
de todo delito de sangre.
Pero el mayor contingente de los delincuentes lo dan
los que tienen instintos antisociales indecisos, que con
arreglo á las oircunstancias se determinan en uno ú otro
sentido y adoptan csta ó aquella forma de crimina-
lidad.
! En esta observación deberían fijarse los que discuten
la teoría de la reinoidencia y niegan importancia á la
que se llama en las escuelas reincidenoia genérica. És-
tos, en vez de consultar libros y entablar discusiones
abstractas, debieran consultar las hojas histórico-pena-
les y visitar las s?-las de los tribunales y los estableci-
mientos penitenoiarios.
Se comprende fácilmente que del mismo modo yen
los mismos límites en que los factores sociales pueden
influir en la. génesis 6 en la manifestación de la dolin~
cuencia, del mismo modo y en los mismos límites pueden
LOS TÉRlIIINOS DEL PS08LElI'!A PE~,,),L 017

influir sobre. su disminución, ya eliminando las que son


causas ú ocasiones de delitos, ya creando ooasiones y
causas de conducta honrada.

La importancia de los factores sociales ha sido ade-


más exagerada en un doble sentido, atribuyéndoles una
influencia decisiva en la génesis ó en la manifestación de
la delinouenoia y negando todo género de importanoia
al faotor orgánico, para ,esperar de las reformas sociales
la sustitución del medio represivo, medicina efioaz con-
tra la delincuencia; las exageraciones del diagnóstico
han contribuido natural,mente á los errores de la profi-
laxis y de la terapéutica.
Pero bastará observar, como ya lo hizo Perri, para
quitar importanoia á la primera de las afirmaciones que
reconooe en el faotor social una influenoia decisiva so-
bre la génesis del delito, que en todas las condiciones
sociales, bajo las más distintas situaciones políticas y
religiosas y en las sibomciones más difíciles de la vida,
hay quienes siguen siendo honrados y otros que delin-
quen.
¿Cómo puede explicarse que esos factores sociales
no influyan oon la misma eficaoia sobre todos los indivi-
duos que se hallan en la misma oondición? ¿Y cómo se
explica por la influencia de una condición social, común
á una olase más ó menos grande de oiudadanos, la per-
petración de esos delitos atroces que conmueven á la so-
ciedad entera, justamente porque se revelan de una ma-
nera excepcional contra el sentimiento moral de la ge-
neralidad?
Es preciso, pues, reconoce!' la influencia del aoefi-
S7
578 ORIMINOLOGÍA

dente personal del faotor orgánico oausa suficiente en


~lgu"nos casos para la delincuencia, en otros causa pl'e-
disponente, y en todos base y terreno preparado para la
reoeptividad de los factores sociales.
Por muy rápido que sea este examen, no puedo dejar
de hacer una observaoión. La, exageración de la impor-
tanoia de los faotores sooiales en la génesis y en las ma-
nifestaciones del delito lleva á algunos escritores á negar
su importancia al factor orgánico, y yo entiendo que la
demostración de la importancia del factor orgánico nace
científicamente del reconooimiento de la influenoia de
los factores sooiales.'
¿Qué sQn en su génesis estO$ factores? ¿Son por ven-
tura abstracoiones qMe existen fuera de la vida? ¿Dónde?
¿Por obra de quién se desarrollan?
Oiertamente que la observa~ión de los fenómenos so-
oiales, de su desarrollo, de su suoesión, de su influencia
y de las leyes que por esos fenómenos se revelan sirve
para proyectar una gran luz sobre el estudio de la vida
psíquica, de los organismos humanos. El estado presen-
te de la ciencia'y el oonocimiento de las difer(1ntes partes
del organismo y de su aoción sobl.'e el problema de la,
vida no consienten el reconstituir el camino por el cual
los fenómenos socialés se desenvuelven desde los orga-
nismos individuales.
En éstos no puede observar la mente más que el pri-
mer embrión inoierto y oonfuso de los fenómenos sooia-
les, y nunca podría estudiar la forma múltiple y la inten~
sidad varia que adopta.n en la vida social.
De aquí que más por necesidades de método que por
exigenc.ia oientífica, el publioista estudia los faotores BO-
cinIes en su forma compleja, en la fisonomía que presen-
tan en la sociedad; reconoce la forma derivada por-
que no puede producÍl' la forma originaria. Tal ocu-
rre con el sentimiento, cuya violación, según Gal'ófalo,
constituye la esenoia del delito natural; que se e~cuentra
LOS 'l'ÉRM1NOS DEL PROELEMA PEI>AL 579

clara y precisamente definido en la mente de todos; na-


die ignora 10 que es el sentimiento que, sin duda, se de-
termina por una afección del organismo, pero no es po-
sible determinar esta afecoión, ni,. lo que sería más
interef:)ante, localizar en los elementos orgánicos los
gl'ados y matices que el sentimiento asume en la vida
moral.
No cabe duda, la vida de los organismos individuales
al fundirse en la social adopta formas tan varias y com-
plioadas, que difíoilmente puede reconocerse en ellos
oon precisión el verdadei'o origen y la raíz primera de
los Elentimientos, de las opiniones, de las direcciones
y de los intereses que constituyen la vida social.
Pero al oonsiderar en su génesis los sentimientos, las
opiniones, las direcciones, los intereses, todo lo que es
Oausa inmediata ó determinaoión de los faotores sociales,
debe reconooerse que no tienen otro origen, otra base,
otra raíz que los organismos individuales, en la vida so-
oial; ya sea ésta luoha, ya sea oooperaoión por .10., exis-
tencia, los organismos humanos en oontaoto con orga-
nismos semejantes y oon todos los. seres del universo, se
determina.n y se desarrollan en aquellos deseos, en
aquellos sentimientos y en aquellos intereses.
De aquí nace el error en que oaen no pocos publiois-
tas, que al observar el sinoronismo entre las mejoras
sociales y la elevación del sentimiento moral, deducen
que éste es consecuencia de aquéllos, cuando la única
conseouencia legítima que puede deduoirse de esta ob-
servación es la del paralelismo entre el desarrollo de la
vida en los organismos individuales, y la evolución so-
cial, puesto que al mismo tiempo y por el mismo prooe-
so 'por el cual se de.sarrolla y perfeociona el organismo
indiv~dual, se eleva el grado de cultura general, nacen
opiniones más elevadas, se crean condiciones generales
de bienestar, se desenvuelven 108 sentimientos morales;
se elaboran y se p~rfeccional). las formas por las cuales
580 CRIlIIINOLOGfA

se seounda y protege este movimiento de cooperación


individual.
No es ya que la sociedad, como abstracción distin-
ta del individuo, refleje sobre él su propia inf1uencia~
es que los individuos mismos, perfeccionando su or-
ganismo, crean ese grado más alto de civilización so-
cial que más tarde. repercute sobre los que cooperan
á ella.

XI

Estas ligeras observaoiones demuestran la exagera-


pión de los publioistas que sueñan en las reformas so·
ciales COlUO únioo y verdadero remedio contra la delin-
cuencia.
Reconociendo la importanoi0 del factor orgánico no
se desvanece la esperanza de que las mejoras sociales
produzoan una disminución en la delincuencia; hasta qué.
punto sea esto, es un problema que sólo puede resolver-o
se con hechos, pero no es justo ni tiene fundamento el
creer que la mejora de las c'ondiciones sooiales baste á.
hacer desaparecer la delincuencia, viniendo á sustituir-
las medidas represivas y preventivas.
No hay que perder de vis1ía, que la delinouencia 0S
una agresión directa é inmediata á las fuerzas que vivi-
fican la evolución social, que su diagnóstioo y sus medi.
oinas deben proporcionarse á su intensidad y difusión en
el momento aotual, y que las esperanzas de una disminu-
ción futura no pueden mitigar la defensa actual por parte
del Estado.
El estudio de esta defensa es ~l segundo aspecto por
el cual debe examinarse el problema penal.
LOS TÉRMINOS DEL PIWDL:ElUA PENAL 581

EL PHOBLEMA PENAL

CONSIDERADO EN SU ASPECTO POLÍ'l'IGO

Por mucha que sea la importancia del estudio de la


delincuencia, oonsiderada en sus faotores individuales y
en sus factores sociales, no es más que uno de los térmi-
nos del problema penal. En la sociedad se cometen ac-
oiones que se llaman delitos 'al mismo tiempo que accio·
nes que se llaman honradas, y existen á la par delin-
ouentes y hombres honrados; esta es la consecuencia
que nace del estudio de la delincuencia en su aspeoto
fisiológico y social. Pero dividida la sociedad entre ciu-
dadanos honrados y delinouentes, y naciendo esta pro-
funda distinoión del diferente moclo de obrar unos y
otros, ¿de qué macla deberá el Estado conducirse con
aquéllos y con éstos? Protegiendo á los ciudadanos hon-
rados de los ataques de los delinouentes: la respuesta no
admite duda. Y este es el segundo aspeoto, el aspecto
polítiCO del problema penal; el Estado enfrente de la de~
lincuencia para pl'oteger á los oiudadanos honrados.
Considerado el problema penal en este seg1..mdo as~
pecto, se nos presenta un doble estudio á saber: de qué
j

modo se determina el concepto de la delincuencia social


desde el punto de vista de la represión polítioa y jurídi-
ca por parte del Estado, y cuál delJe ser la forma de re-
presión que el Estado deba cmplenr contra la delincuen-
oia ya limitada y determinada.
58~ CRUIINOI.OG~A

II

Es un erI'or muy extendido generalmente, el creer


que la delincuencia punible por el Estado debe tener la
misma extensión y límítes que la delincuencia natural;
de aquí naco, por una parte, que no es posible justifioar
con arreglo á los principios generalef::lla razón de casti-
gar los delitos polí'ticos y las falt,as (que no tienen una
verdadera base en la delincuencia natural), y que, por
otra parte, 110 pueda explioarse la razón por la oual se
exoluyen de la represión ordinaria algunas formas de la
delinouencia natural.
Hay que tener en cuenta que el Estado no es un ins-
trumento automátioo en su misión de r(~stableceI' el or-
den social, sino que al ejeroel' esta misión. obra con
arreglo á su naturaleza íntima é imprime la huella de su
constitución y de su vida.
Considerada bajo el aspecto de la represión por
parte del Estado, la delirwuenoia social sufre una doble
modifioacióll. Existe una especie de delincuencia ql.V;)
escapa á la represión del Estado, y existen acoiones
lesivas de los intereses del Estado que, sin ser fOl'-
mas . de orimillalido.d, se haoen merecedoras de repre-
sión.
Algunas formas de delincuencia, especialmente en
los Estados incipientes, pueden comba.tirse por el E!3ta.-
do en funciones· distintas de la represiva, y el Estado
puede libertar tí la sociedad de algunas clases de delin-
cuentes pl'ofesionales, adop~ando con eUoe tratamientos
especiale¡s confiatlos {\ la nutorido.cl poHtica; éStt18 son li,
mitaoiones natul'o,les del interés que el Estt\clo tiene en
combntit' la delincuencia sociul.
LOS TÉEM:INOS DEI, PROBLElIIA PEl'IAL 583

nI

No es difícil nota.r la actual tendencia del Estado mo-


derno á sustituir las aotividades individuales y á exten-
der sus akibuciones naturales de protecoión interna y
externa del dereoho á una proteoción más ó menos ex-
tensa de las diversas. formas de energías privadas. Este
es el· socialismo de Estado que va ganando terreno,
espeoialmente en las naciones europeas. No. es esta la
ocasión de entrar en oonsideraciones sobre los efec-
tos directos é indireotos de este sistema que, centrali-
zando en el Estado toda clase de fuerzas, destruye las
inioiativas individuales, perturba la distribución natur'al
de la riqueza, distrae al Estado del oumplimiento de sus
funoiones nGl,turales, empobreoe.la Hacienda públioa y
destruye, en virtúd de la inevitable oentralizaoión, la ga-
rantía oonstituciqnal que naoe de la recíprooa interven-
ción de los poderes públioos.
Habrá, pues, que tener en cuenta la diversa exten~
sión de las diferentes garantías y la forma distinta de las
funciónes del Estado para detel'minar los limites de su
misión primitiva.
Seguramente, un Estado que limite su aotividad á
sus naturales atribuciones de.protecoión interior' y exte-
rior, deberá oonfiar á la magistratura y á las leyes pena-
les todo 10 relativo á la represión ele los delincuentes.
Pero si el Estado extiende su actividad á los fines de
protección y mejora de los ciudadanos, si desenvuelve
esta aotividad con distintas funciones, si para oumplirlas
organiza diferentes set'vioios públicos, en este caso, por
vías y fimciones distintas, ooncurre á la solución del pro-
blema de la disminución de la delincuencia.
584 CRUIINOLOGlA

Así el Estado, por'medio de la protección económica,


puede disminuir algunas de las causas sociales de la
delincuencia; por medio de la protección higiénica, co-
rregir hasta donde sea posible las anomalías órganicas
y preservar de las enfermedades (factores individuales
de la delincuencia); por medio de la protección educati~
va, puede paralizar los efectos del atavismo y crear mo-
tivos de moralidad en los indi viduos predispuestos al de-
lito, y no está obligado á esperal' de la organización de
la magistratura punitiva la r¿moción de las causas in-
directas de la delincuencia social. En tal caso el Estado
debe, al organizar la magistratura punitiva, tratar sólo
de alcanzar por su medio los fines que no puede en ma~
nera alguna, ó al menos con tanta efioacia, alcanzarlos
por medio de sus otras funcionep

lV

Debe también tenerse presente otra consideración, á


saber: la relación entre el poder preventivo y el poder
judicial, entre la políoía y la magistratura, porque si se
limitan las funciones de la autoridad política únicamen-
te á ejecutar las decisiones de la autoridad judicial, es
indudablemente neoesario dar ú. ésta más amplias faoul-·
tades; en cambio, ouando se da cierto poder más ó me~
nos extenso á la autoridad política, en tal cuso el poder
limitado de la autoridad judicial será suplido por las
medidas que adopte la autoridad política.

v
Los diversos períodos que un Estado atraviesa y la
mayor necesidad que éste tiene de proteger más efi-
cazmente unos intereses que otros, obligan á olasifi-
LOS TÉRMINOS DEL PROBLEMA PENAL 585
oar las diferentes formas de delinouencia en relación
COIl la mayor ó menor seVeridad de represión de una
manera distinta de lo que lo son intensivamente en el
orden social. Si se examina la delincuencia social, el ho-
micida debe oonsiderarse oomo el delincuente más peli-
groso porque demuestra una carencia completa del sen-
timiento de piedad que oonstituye el vínculo social de
las sociedades oivilizadas, pero polítioamente, por el in-
terés del Estado en determinadas condicíones.(y la histo~
ria lo demuestra) los falsifioadores de monedas, los la-
drones y hasta los vagos pueden oonsiderarse delincuen-
tes tan peligrosos ó aoaso más que los homioidas, consi-
rleración que demuestra no sólo que la gravedad de las
formas de la delinouenoia social es, hasta cierto punto,
criterio de la mayor ó menor severidad de represión,
sino que la represión misma está determinada por el i n-
terés del Estado.

VI

Sería 0iel't~mente una investigación larga la de ave-


riguar las diferentes formas de delincuenoia social que
el Estado no tiene interés en oastigar, y yo 110 he de ha-
cer de esta averiguación objeto particular de mi estudio,
en el oual, lejos de intentar formu~ar una teoría} trato de
dilucidar algunos puntos por los cuales debe considerar~
se el problema penal. Me limitaré á llamar la atenoión
del lector sobre dos formas de inmoralidad, que oon ra-
zón están fuera de la represión del Estado, porque éste
no tiene ningún interés en penarlas.
La primera forma de delinouencia es la falta de sen-
timiento, de honor; basta que los individuos que con sus
hecho6 han demostrado la falta de este sentimiento, qW.l
es una de las bases de la vida moderna, SCi1n conoci-
5.86
dos} para que el desprecio público y el deSOl'édito que les
hiere los distingan de los hombres honrados, y será una
proteoción social de éstos contr'a, aquéllos.
Otra forma de inmoralidad que esca.pa. ú.la repre:::lión
del Estado, es la que se manifiest~J por }l;lJ lesión de un
interés material y que tiene únicamente como oc·asión y
motivo determinante el interés material inJustamente
perjudicado. Para esta delincuencia ocasional y limitt'l. -
da, l:~. repa.rMión del daño es suficient,e peno" ya se
atienda á llenar las exigencias de la justicia reparadora,
ya se trate de destruir el motivo determinante de la de-
lincuencia.
La única aonsecueD.oia que se deduce de las anterio-
res observacion.es, es que la. delincuencia sooial se limi-
ta por el interés qUEl tiene el Estado en reprimirla, ú di-
cho en otra forma, que la delincuencin. pl.mible en vil'Lud
de la natut'aleza del Estado tiene limites mús ostl'echof:l
en alguna po,rljc que la delinouenoia social.

VII

He dicho 'con razÓn que por una parte 'la delincuen-


da punible tiene líll1iteR más estrechos que lo. delincuen-
cia sooial, porq1lE3 por otra parte el li.:stado extiende su
represión á algunas formus de conductv, qtte: no ~e pue .
den desi6'nur en realid.ad oomo fOl'mo.s do rleHnoucnciu.
sooial, qtle son la delinoucl1cio. política y lo, rclt\.tiva tt lar:!
faltas (¡ cont'twvencioneoS'. Ya sé que estas (lQS expl'(.,sionos
suenan mal, y que er;¡p(\cialmente oontra la primorlt, Be
leva.ntal'On protestt\s en el Congreso I),ntropolflgiei ) de
H()ll)u; pero una vez entemlida ]n. p~.\lnl)ra r.leliUOl!OllP,ia
con la significación de furlrw. de coruhwta puniblo, y do-
termim\do el conoepto do dclinonencia pllnibln dj~l.ill­
guiéndolo del de delincuencia f:!(wlttl, dosapttl'(.l'm todo.
LOS TERMINO S DEL PROBLEMA PENAL 587
razón de escándalo etimológico y sólo queda el deseo de
que se encuentre otra expresión que dé mejor forma á
la idea.
Para entender bien la delincuenoia polítioa, hay que
considerar al Estado, no tanto en su oonstitución, en su
organismo, en su estruotura, como en su vida. El Esta-
do no es una. abstraoción, y menos es una abstracoión su
constituoión; 'aquél y ésta son el resultado de los distin~
tos individuos que oomponen el pueblo en el terdtorio
nacional, y oomo de la fusión de los sentimientos huma-
nos resulta el sentimiento socia.l, del mismo modo de la
fusión de los sentimientos que orean la organización de
la sooiedad, nMe el sentimiento político. Si un El:::ltn.do
adopta esta ó aquella fisonomía) si se ol1ganiza de esta ó
aquella manera, esto depende únicamente de los senti-
mientos de la generalidad 6 de una parte, de los de una
ó de diferentes clases de oiudadanos, y de la acoión más
6 menos extensa y enérgioa que aquellos sentimientos
deterroinan.
No quiere esto decir que el sentimiento· político-na-
cional sea ni más ni menos que la suma material de los
elementos individuales) 10 cual sería una reproducción
de la teoría atomÍstioa del contrato sooial, en oambio
debe considerarse que por una parte los sentimientos in-
dividuales están unidos al organismo h1.,mano, el cual
constituye por la identidad de su naturaleza el senti-
miento común, y que por otra parte los factores nacio-
nales influyen hasta cierto punto en el mismo modo so-
bre los sentimientos individuales.
Si se examina la elaboración del sentimiento político
en esta perpetua repercusión de las tendenoias indivi-
duales sobre el sentimiento general, y de éste sobre
aquéllas, se notará que tiene dos formas.
Una relativa á la formación del Estado en su consti-
tuoión, otra relativa á st;l vida y á su movimiento: aqué~
lla refleja la organización misma del Estado, ésta, la lu~
588 CRUtINOLOGÍA

aha de los pal'tidos por la forma de Gobierno y por la ex-


tensión de los poderes del Estado.
Ahora bien; de la lniema manera que el delincuente
social demuestra la carenoia de los sentimientos mora-
les de piedad ó de probidad, el delinouente polítioo de-
muestra la c-arencia del sentimiento de cohesión políti-
ca, por lo que ya contradioe la organización natural del
Estado, ya excede en la lucha de los partidos. También
en esta parte me limito sólo á la indi.caoión de algunas
ideas: el tema tendría necesidad de un desarrollo dema-
siado grande.,
Se ha notado que los delitos políticos en los cuales no
se ofende ningún sentimiento moral, no se dil:ltinguen
por ningún criterio absoluto, y que acciones condenadas
como criminales' en algún régimen, se consideran en
otros como actos de heroísmo. Pero es de advertir que
de esta manera se oonfunde el criterio oientífico con SllS
aplicaciones erróneas.
La evolución de los Estados, de la misma manera
que el desarrollo físico de los organismos individuales,
sigue una ley natural que los individuos desenvuelven
fatalmente como último resultado de la forma múltiple
de sus aociones particulares ó ooleot~vas.
Los que siguen esta ley son polítioamente honrados,
los que la contr'adioen son los delinouentes polítioos.
Aoaso los delincuentes polítioos obtienen momentánea...
mente la victoria; pero la ley fatal extiende su imperio y
sustituye el Estado al curso natural de su desarrollo.
Eljuicio póstumo corrige las injustioias de las legis~
1aoiones ó de las sentenoias de los jueoes.
El Estado debe defend,er su organización y debe pro-
teger la libre evoluoión de los partidos, que es aUmento
de vida, y ésta es la razón por la cual debe poner al ser-
vicio de este interés suyo medios de represión análogos
ó.. los qne adopta para proteger los sentimientos morales
de la delincuencia social.
LOS l'ÉRlI!DiOS DEL PR,OllLEaI.A PENAL 589

vur

Existe otra categoría de heohos que, aun cuando no


revisten oarácter de delincuencia sooial, están sujetos
á la represión del Estado; son éstos 108 que las legis~
laoiones designan con. el nombre de contravenciones ó
faltas ..
El Estado, para proteger a,IgunCl de sus importantes
interese!:>, extiende á lus que con sus hechos los ofenden,
las medidas que adopt<.t para garantir los intereses mo-
rales. En estos casos no se impone la necesidad ele sepa-
rar al oulpable de la sociedad de los hombres honrados,
pero los medios ooercitivos responden ~1, la, misma fun-
üión que las multu.s que se imponen en los contratos pri-
vados, y, de la misma manera que éstas sirven para ga-
rantizar el oumplirniento de lo convenido por la creución
artificial de un motivo determinante) aeí el temor de oier-
tos oastigos peouniarios 6 de cároel, sirve para orem'
un motivo determinante á los que puedan cometer la.
infracción, para que respeten Hquellos intereses pú-
blioQs.
Sólo que) presoindiendo de esa ohservo,cióll que ex-
plioa el fill quo el Et;Jtado tiene en la represión de esas
infraociones, y In. economía del medio ildoptado para
conseguir aquel fin, UD es inútil eliltudiat' en qué modo
puede coordinarse la punibilidad de las infeacoiones con
la teoría general de la delincuencia. Los infraotores de-
mue~tran también la oarencia de algunos sentimientos
que, sin Ber esenciales par(\ la vida do la sociedad y del
Estado, tienen, sin embargo, oierta importancln.
Los deberes de la prudencia, de la. asistenoia públi-
590 ORIMIKOLOGÍA

ca, de la delicade~a profesional, de la cooperación á los


fines de la justicia, la preocupación de la integridad del
prójimo, la piedad haoia los infelioes, el pudor, la sobrie-
d;:¡.d, son sentimientos que sin duda oontribuyen al pro-
greso de la civilización de los pueblos, y los que de-
muestran su carencia, revelan una forma, de delinouen-
oia diferente sin duda de la que Garófalo llama crimina-
lidad natural, pero producen una perturbación social de
otro género qU(~, no pudiendo tolerarse, debe ser repri-
mida por medio de oastigos.

IX

Es menester no oonfundir la esfera de aooión del Es-


tado con la esfera de acción de la sooiedad.
He heoho notar que la misión educativa que pertene-
ce á la influencia de los faotores sociales 110 debe relajar
la energía del magisterio punitivo que el Estado debe
desplegar para combatir la delincuencia en su extensión
é intensidad actual.
Cuál sea la ley universal, la ley primitiva en la cual
enoarna esta misión del Estado, bajo qué formas suoesi-
vas se manifiesta en la historia de los Estados y de la
socied,ad, y por qué mecanismos se oonstituya, sería un
estudio demasiado largo, que no consiente la índole de
este traba:io. Á mí me basta reoonooer francamente la
distinción que muchos no reconocen entre el fin social y
el magisterio punitivo del Estado en la represión de
la delincuencia.
De qué modo se determina esta misión de la vida
.en la práctioa lo demuestra el estudio, del problema
penal en su tercer aspecto.
LOS TÉRMINOS DEL PBOBLElIIA PENAL ;591

EL PROBLEMA PENAL

EN SU ASPECTO L)j!(HSLAI'IVO y JUDICIAL

El tercer aspeoto por el cual se considera el pro-


blema penal, se refiere· á su estudio para la forma.ción
y aplicación de las leyes punitivas. En· este punto su-
fre espeoialmente otras modifioaciones, limitaciones y
transformaciones. ,
y este estudio sirve, sobre todo, para. demostrar
cuán errónea es la opinión de los que no ven en la
legislación y en el juicio otra cosa que la mera espe-
cializaoión ó la determinación rigurosa de los princi-
pios absolutos. Este estudio puede servir también de
respuesta á los que pretenden poner en ridíoulo las
teorías de la ~souela positivista, esforzándose ·en apli~
e.al' algunas inducoiones ó principios de inducción acep-
tados por ésta á los oasos prácticos, demostrando con
suma faoilidad lo absurdo de ellos.

rr

No debemos confundir la misión de la oiencia C011 el


hechQ legislativo; no hay que oonfundir.1a aoción prepa-
ratoria, dilatada y profunda de aquélla con la acción
directa, inmediata, limitada} de ésta. Sólo partiendo de
592 CP.l:r.tINOLOGÍA

este error ha podido decirse que (cpodrían condenarse


prejudicialmente unas doctrinas que presumen cambiar
de repente la faz de las instituciones sooiales y de las
cosas de este mundo» (1).
Indudablemente una dootrina que presuma cambiar
repentinamente las cosas de este mundo, sería poco me-
nos que absurda; pero prescindiendo de la exageración
de lo repentino, no podrían calificarse de la misma mane-
ra las doctrinas que presuman ó mejor dicho, esperen
cambiar gradualmente y en 'el tiempo la faz de algunas
instituciones que no responden ó 80n insuficientes para
su fin. La historia demuestra la legitimidad de estas es-
peranzas.

IU

Estudiando en su aspecto legislativo el problema pe-


nal, sufre limitaciones y modifioaoiones.
Ante todo, la legislaoión debe aoeptar s610 los prin-
cipios científicos que hayan penetrado ya en la oonoien-
cia común ó que encuentl'en 'en ésta. y en la vida social
oondioiones que preparen y aseguron su práotioa y su
difusión. No hay que olvidar la diferencia entre las leyes
físioas y las morales, que todos reconocen en teoría, pero
que desgraoiadamente se olvidan en su aplicación. Tan-
to unas como otras son fatales; pero aquéllas se dos-
envuelven espontáneamente, éstas por medio de las ac-
tividades individuales, las cualef:l pueden momentánea-
mente rebelarse contra ellas ó negarles cumplimiento.
No basta que el legislador mande porque crea que
sin más que hacerlo ha de ser l'espctado su mandato;
ante todo, debe preoouparse d~ que su mandato pueda

(1) Lucchini, 1. semplici,li, pág. 8, introducción.


LOS 'l'ÉRMINOS DEL PROllLilllA I'E:\•• L 593
Y dtt:;v, $81' respetado, y no debe temer tanto la 1'8be1i6n
tic los ciudadu.nos como sus vacilaciones, BU n\:lgl1gencla,
su mala voluuta.d para obectecee. Por eso la legll::ilo.oión"
tiene su eficaoia. menos en la sanción de los puderes pú-
blicos que en la espermna de su umnplimento por lJUrte
de lus oiud~danos, y por eso se ha dioho, con rD.2.Ó[),)
que la ley debe ser la expresión de la ooncienoia po-
pul~u·.
~ólo los prim:i1.lios oientíficos que lmyan encarn&do
en 1<;1. ooncienci;;t públ1ea ó que pueda.n enoa.l'uar en eHll
en un período próximo, pl.leüel'l tene:' valor paru. el le-
gislador.
Pero ¿qulénes son los legi61~dQres? Los ql),~ en los
Estados, pUl' modos diferentes, por virtud de la div61'Si-
diild de las oonBtituoiones} ejercen 10) función leglskttiva,
son individuCJs que Eje enouentran arrastrados en su pen-
samiento y en su manIJl'a de obnw pOI' las tendencias
inztintivM y potO la influenoia del am.biente. Y esa preo~
cupMión que decIrnos que deb¡; tener el legislador en
Cl,.U~Dto tí lv. oJJsefvunoia de la O1ey) nu es de QPdinario
la (orm¡t de un pensamiento reflexivu, sinu que se reve-
la ltlsttutlva.mente en aquella condkión que es la de
mayor estima. en lps legisladol'es, en el espíritu prác-
tico.
Así, mientras el penoomiento oisntítico estudia lá de-
lincusnclu, en su origen, tTata de desoubrir su formo, ru-
dimentaria, exalutn{l, 8\1. 'hiBtoria, la relaciona coo la de
los orgt,vui6nlOS indivlduaIa~ y con 10. de la evoluoión so-
cial, el penEl~mitmto legisl~tivo ,debe detenerse en el es-
tlJdío de la dellnouencio.. en su acLual formo. socio,!, to-
mando de ht oionoia.~ no los preoeptos categórioos, SjrlO
la direcoión del estudio.
De lo dicho iufiero que la. deLincuenoia social a.dopta,
en relación COJl el pen~r1mientú loglsIativo, U1l4 forrnt\
m6.s limitada y Gonareta. q'.le la que' 3,dopta en l'elDloión
con el pensamiento científioo.
594 CRlllilNOLOGÍA

IV

He aludido ya á las limitaciones que el ooncepto dela.


delinouencia recibe en la esfera polítioa, cuando se consi-
dera por el aspeoto del interés que tiene el Estado en
reprimirla. Pero más terminantes y más claras son las
limitaoiones que aparecen en la esfera legislativa.
El interés del Estado que en teoria estudia en su
fisonomía general y en toda su potencia, se determina y
concretá en la legislación positiva.
Se han preooupado no pooos escritores de la teoría
que señala. como fundamento de la punibilidad de las ac-
ciones criminales el interés del Estado, corno si la liber-
tad individual corriese el peligro de verse sacrificada por
la desenfrenada, tiranía del Estado.
Pero esta preooupación ha sido injustificada, porque
aun admitiendo que un Estado sea tan poderoso con res-
pecto al individuo, que lo pueda subyugar tiránioamente,
es indudable que cuando tenga que defender un interés
grave no se limitará á las afirmaciones platónicas de
teorías científicas abstraotas. La cienoia puede negar la
legitimidad del interés del Estado, puede también afir-
mar el respeto á un principio más alto, pero siempre
será cierto que el interés guiará al Estado en su vida,
solamente que este interés será más ó menos legítimo;
estará más ó menos fielmente representado en cuanto
sea mejor la oonstitución, mejor la forma de gobierno, y
más que todo en cuanto sea 111.ayor In. virtud de los go-
bernantes y la de los magistrados.
Por eso debe examinarse el interés del Estado en la
represión de la delincuenoia en su forma concreta, según
LOS TÉR:r.!INOS DEL PROBLEMA PENAL 595
la ooz:.¡stitución particular y la forma particular de go-
bierno de un Estado determinado.
Este interés se determina preoisamente en la legisla-
oión, y el mecanismo ele los Estados constitucionales lo
.limita á sus .i ustos términos, impidiendo en ouanto es
posible injustos atentados á la libertad individual.

Pero el interés del Estado en la legislación penal se


determina, no s6lo por las condioiones Íntimas de su
constitución y de su vida, Sill0 también por las condicio~
nes en las ouales se ve el Estado obligado á oumplir su
misión.
Bajo este segundo aspecto tiene la mayor importancia
el criterio de la oportunidad, y yo no sé oón1o los defen-
sores de las teorías abstractas pueden olvidar este cri-
terio) sin el cual no pueden explicar la adaptación de los
principios absolu'tos á lo relativo de 108 artíoulos de lOE!
códigos, ní explicar tampoco la diferenoia entre los va-
rios oódigos vigentes en los pueblos civilizados.

VI

No so crea, sin embargo, que reconociendo la influen-


oia del eriterio de la oportuni9,acl en esta determinación,
quiera yo dejar de una manera vaga é indeterminada est:1
cuestión á la cual converge todo el estudio del prOblema
penal.
Este argumento merec6I'Ía un detenido examen, pero
indico sólo que para mí el criterio de la oportunidad tie~
59(5 CRIMINOLOGíA.

ne dos puntos fijos, á saber: el fin que el legislador se


propone con el sistema penal y la previsión que debe ob-
tener de la experiencia sobre los efectos del sistema pe M

nal que elige.


Pero mientras la experiencia general indica allegis-
lador los límites dentro de los cuales debe fijar la pena.
para cada clase de delinouentes, el juez, dentro de los
mismos límites, debe fijar la pena al delinouente deter-
minado que juzga. Y aquí se presentan las exigenoias de
la experiencia particular, porque el juez al fijar la pena
deberá decretarla unicamente COmo mínimum, pero des w

pués de haberla cumplido debería dirigirse una nueva


investigación á juzgar si la pena precedentemente im-
puesta había sido suficiente para oonseguir el efecto que
de ella se esperaba.
Este segundo juicio sobre el delincuente después del
cumplimiento de la pena, sería venta.ioso, no sólo para la
seguridad públioa, sino también pv.ra la ,administraoión
de la justicia, disminuyendo el númet'o de reinoidentes.
El oriterio de la oportunidad debe guiar también al
legislador en la definioión y nomenclatura de los delitos;
por eso en un código no se comprenden ciertas formas
de delincuenoia que son desconooidas en el país donde
ha de regir ese oódigo; al mismo tiempo que se preven
con la mayor precisión y con los más minuciosos deta-
lles, las diferentes especies de una misma forma de de-
lincuencia que adoptan en aquel país distinta figura. Y
esto es tal vez lo que falta al nuevo código italiano, quo
prescinde acaso demasiado de la criminalidad del país,
por lo que dijo F'erri que nada revela que haya sido he~
cho para Italia y no para Noruoga ú Holanda.
Con frecuencia la delincuencia, luchando contra la.
autoridad del Estado, trata de esoupar á sus rigorer:!,
manifestándose en formas no previstas por el legislador
(inventa lege, inventa frana) de donde nace la neoesidad
de mayores distinciones en las varias formas de delito.
LOS TERl!tIINOS DEL PROBLEMA PENAL 597

VII

Pero desde otro punto de vista, el criterio de la opor-


tunidad se impone al legislador; la previsión de que sean
aplicables sus disposiciones según la organización de la
magistratura penal) el nivel moral de sus miembros, la
organización del prooeso instructivo y del definitivo, y el
estado de la opinión pública;
Nadie ignora que oiertas se·veridades legislativas
inoportunas obtienen el efeoto contrario al que ellegis]a~
dor ha pretendido obtener con ellas, pues llevan á la
impunidad del delincuente; nadie ignora que en los paí-
ses donde el nivel moral de la magistratura, ya sea
togada ó jurada, es alto, el código puede dejar mayor
amplitud al juez; nadie ignora que donde el espíritu de
cavilosidad anima al foro y á la esouela, se impone al
legislador mayor precisión en las definioiones, un deteni~
do estudio en la elección de las pala.bras, y haeta en la,
puntuaoión de las leyes escritas.
Las condiciones del proceso penal, ya se refieran á
los criterios de apreoiaoión de las pruebas, ya á la obser~
vación de ciertas formas, pueden hacer prever la dificul-
tad de aplicar ciertas sanoiones, y en este caso se impo~
ns al legislador el deber de oastigar más severamente
algunas formas leves de delincuencia que, consideradas
en sí mismas, merecerían un tl'ato más benigno.
En el Código penal italiano hay diferentes ejemplos.
Me basta citar.el del arto 258, que sirve de correctivo al
artíoulo 256: el uno se refiere á la expendición de mone-
da falsa, sin concierto con los falsificadores, y el otro
ouando existe conc.ierto. El conoepto resulta de la ex.~
598 ORUJINOLOGfA

posición de mo'tivos hecha por el Minis~ro Zanorclelli


á S. M. el Rey (pág. 95). «El previo concierto elel ex-
pendedor de moneda falsa es difícil de probar, y la ex-
periencia demuestra que por la índole de los delitos y
'por la malicia de los reos, los mismos cooperadores de
la' falsificación esoapan con frecuencia á las sa'uciones
que merecen, y con trabajo se les impone con Ia's penas
de la expendición sin previo concierto, por eso es neoe-
sario aumentar la sever~clad de la ley en esta hipótesis
subalterna y aumentarla justamente, porque se trata de
un hecho en el cual figura corno elemento indispensable
el dolo».
Además, la influencia de la opinión públioa honrada
ó pervertida que se infiltra en el ánimo de los jueces,
puede frustrar los fines y criterios del legislador al
señalar las penas. El legislador debe evitar estas in-
fluencias.
Por el contrario, el legislador debe ornitir oportuna-
mente ciertas formas de delinouencia, ó porque' su defini~
ción sea difícil, ó porque se presten á fáciles persecucio-
nes y á iIl:iustificaclas exigencias. Seguramente merece
castigo, como el quebrado fraudulento y el estafador, el
que se hace insolvente ele una manera dolosa, y es me-
recedor ele pena 01 que en privado atenta al pudor de una
mujer y, sin embargo, pueden verse expuestos á un pro-
oeso ciudadanos honrados; toclopleito civil pudiera con-
vertirse en un prooedimiento criminal, y fácilmente,
conlO con freouenoia se lamentó en otro tiempo, puede
llevarse ante el juez á un ciudadano morigerado por ha-
ber tenido una inocente conversaoión con una muJer 'que
creía. honrada.
Las condiciones del procedimiento tienen decisivo,
importanoi;), en la teoría de lo, tentativa. En efecto, ¿,por
qué razón se reoonoce la impunidad del ponsamiento
criminal? ¿Dónde comienzI11a punibilidad de la. tentativa.?
De ordinario esto se hace depender de la nooión del de-
LOS TÉRlIII~OS DEL PROr:LE~rA PENAL 599

lito, y yo creo evidente que depende de las condiciones


del procedimiento.
y añadiré que este o1'ro1', generalmente seguido, tie-
ne su origen en que se confunde la medida práctica le-
gislativa, por la oual la medida de la punibilidad de la
tentativa es proporcional en los códigos á 1<1 peno. que se
impone pOl' el delito consumado, con el conoepto cientí-
fico de la tentativa. La tentativa es la forma completa del
delito, el delito consumado pudiera oonsiderarse como
una forma más grave.
Al fijar el Estado penas oontra los delincuentes, no
trata, de restaurar el interés privado que por obra del
delito ha sido violado, porque ni puede devolver la vida
á los muertos, ni destruir los efectos de las lesiones per-
sonales, ni bacer siempre de modo que el robado ó el de-
fraudado ,recobren 10 suyo.
El Estado, en su misión l'epl'esiva, tiende á preoaver
á la sooiedad contra nuevos atentados, reoonoce en el
delito la mani'festación de una tendencia delincuente que
amenaza reproducir sus efectos, y la oastiga tratando de
destruirla en los delincuentes oco.eíonales é impidiendo á
los delincuentes inoorregibles (sean natos ó de profesión)
de dañar á otros.
La tentativa, en el sentido en que la definen los jueis-
consultas) ó Sea en el de manifestación de un pensamien-
to oriminal que se ha hecho patente por aotos exteriores
apropiados á su realización, es la manifestación comple-
ta de la tendencia antisocial) y además presenta la formo.
completa del delito punible. Este principio está reCOIlO-
cido por los códigos para aquellos delitos que direota-
el
mente vulneren interéf' del Estüdo, en los cuales la
tentativa se iguala á la oonsumación del delito. (Código
penal italiano, arts. 104, 117, 118 Y 120.)
Reconooiendo) pues, que la razón. por la oual es !lu-
niLle la tentativa, es la tendencia antisocial que en ella
se manifiesta completamente, es llEloQ!:ltwiQ también 1'e-
600 CR.I1III~OLOGíA.

oonocer que para castigar son neoesarias dos condiciones:


que la 'tendenoia se manifieste olaramente y que sea de
tal naturaleza que manifieste un peligro real y efectivo:
En el organismo .tísioo del delinouente y en el am-
biente que le rodea, existen todos laR elementos que
combinados crean la tendenoia 'deliotuosa, pero el juez
no puede adivinar estos resultados, s610 puede hacerlos
cOJ;lstar después de haberse manifestado.
y he aquí de qué maneta las oondiciones del proce-
dimiento, es decir, las limitaciones que polítioamente
por respeto á la libertad, y científioamente por el estado
actual de la cienoia} se imponen á 13J investigación elel
juez, influyen en la punibilidad de la tentativa.
No puede oastigarse á un delinouente por los signos
exteriores de degeneración; la oienoia no ha llegado al
punto de proveer al juez de elementos seguros para re;-
oonocer la inlportanoia de esos signos; no se puede oas-
'tigar el pensamiento del deJito aun cua!1do haya sido
.confesado" por el delincuente, porque el -juez; no puede
prever si aquella tendencia en estado latente, puede oon-
vertirse en aotividad y por oonsiguiente en un verdadero
peligro social. Debe reconocerse la impunidad de la ten-
tativa imposible, pero no puede suponerse la imposibili-
dad lUás que en dos casos ó cuando depende de oondi-
ciones del organismo, ó ouando los medios adoptados
sean absurdos, no cuando sean inapropiado s, como de-
muestra Garófalo; porque sólo en su caso es cuando
desaparece la preocupación social.

VIII

Ellegislaclol' debe preoouparse de otra tercera con-


dición, 6, saber: de hl. posibilidad dB los medios de qtH:
puede disponer para urganizar el sistema penitenciario.
Las condioiones financieras del país, la naturalezCl
LOS TÉF<MlNOS DEL ¡>ROBJ.li:lIIA ¡>:gliAL 601
de sus posesiones, las necesidades agrícolas é indus-
triales, el c.aráoter moral de los ciudadanos, deben in-
fluir direotamente en la eleoción del sistema penitencia-
rio. Las necesidades económioas del país pueden acon-
sejar la creación más ó menos extensa de establecimien-
tos industriales; las extensas posesiones coloniales pue-
de servir para colonias penitenoiarias.
y todas estas condiciones debe tenerlas presentes el
legislador, el cual, lejos de fantasear lejanas reformas
penitenciarias, debe sacar partido en el mejor modo
y en los límites de los legítimos intereses del Esta-
do de aquellos elementos de que puede disponer para
combatir lo' más eficazmente que sea posible la delin-
cuencia.

IX

La última transformación que el problema penal ex-


perimenta, tiene su origen en la jurispl'utlencia. Oroen
muchos que ésta no debe ser más que una aplioación ri -
gurosa. de la ley esorita, 'una fiel intérprete de ésta, Este
concepto de la jurisprudencia se m::mifestó de una ma-
nera más marcada ouando la aparición de las primeras
oodifioaciones; entonoes se alzó de entre los fundadores
de la esouela histórioa un lamento cuntra la oristaliza-
ción de la vida del dereoho, que detenía forzadamente
el desoubrimiento de la conoienoia sooial} que alejaba
oada día más las leyes de las progresivas neoesidades
sooiales. Quizá la. preocupación era, entonces justifioada;
á los ojos de la inteligenoia. no podía. presentarse el re-
medio que se había de introducir en la vida sooial para
evitar dano tan grave.
La sooied51d, que en la industriosa economía de su
evolución supo encontl'a,l.' un remedio nuevo para cada
C:RIMINOLOGi A

nueva necesidad, encontró medios de hacer que las leyes


escritas, ~un siendo un freno para el arbitrio de los jue-
ces y para las grandes diferencias de aplicación, pudie-
ran plegarse á seguir el movimiento gradual y progresi-
vo de los intereses sociales.
Quien quisiera rehaoer la historia de la jurispruden-
cia italiana aun en relación con las leyes penales, nota-
ría qué parte tan grande había adicionado al contenido
de las leyes escritas, en cuánta parte las había modi-
ficado, ya que no en las definiciones abstractas, de segu-
ro en sus aplicaoiones. La medida y la graduación de las
penas establecidas en los oódigos para los diferentes
clelitos, no son en el fondo más que un índioe hipotético
de la gravedad de los delitos, determinada por la repug-
nancia que excitan en la conciencia sooial, por los inte-
reses que vulneran, por el deber que tiene el Estado de
defender á la sociedad de sus enemigos.
Pero el verdadero índice legislativo 10 dan las conde-
nas impuesta,s por los jueces, que indican el 'verdadero
grado de repugnancia y de severidad que despierta cada
delito, y hasta qué punto se hace necesaria la represión
de cada clase de delinCiLlentes.
Esta observaoión tiene una importanoia decisiva para
explicar la influencia de las leyes penales en el aumento
ó en la CLisminución de la oriminalidad. No es de admi-
rarse que á escritores especulativos de gran valía haya
esoapado esta observaoión hasta el punto ele que no se
hayan podido explioar oiertos fenómenos de la historia
de la delincuencia. (Á deoir verdad-dice Lucchini (1)-
parece que en 103 años de 1878 y 79, es deoir, en eso!:!
años en que la nueva escuela hacía oir sus primeros gri M

tos, la criminalidad italiana tuvo algún aUl'llento. Pero


(caso raro) á l'ned1cla que la plleV[t escuela avntlZaba,
la oriminalidad indioaba bastante explícitamente que

(1) Lucchini, 1 semlJlicistt, pr'.lfacio, pago 14,


LOS TÉRNlNOS DEL FROJ3LE!lrA P:ENAL 603
iba hacia atrás, y desde entonces no se ha detenido un
momento en aquel movimiento de retroceso».
Pero si el profesor Lucchini, en lugar de consultar
las estadísticas oficiales, los discursos de los represen-
tantes del ministerio público y las relaciones ministeria-
les, sólo para convencerse de la disminución de los de-
litos, hubiese llevado sus investigaciones á los registros
de las cároeles, á los archivos judiciales ó á las cole(j~
ciones de las sentencias penales, no hubiera considera~
do raro ni mara.villoso el fenómeno, hubiera debido re-
conocer lealmente cuántas preooupaciones de procecli-
miento 'y cuántos teoremas sentimentales han sido des-
terrados por los tribunales bajo la influenoia de las va~
Hentes doctrinas de la nueva escuela; hubiera podido
explicarse el aumento de la criminalidad en los años de
1878 y 1879 por la indulgencia ele los m.agistrados y por
la amnistía de 18'78, y la disminuoión posterior, que por
desgracia se ha detenido en los alío s sucesivos, por la
severidad d~ las sentencias, 10 oual sería fácil de de-
mostrar.
y no sólo ~jercita la jurisprudencia este influjo en
los lím.ites de extensión que la ley da al magistrado, sino
que algunas veces, raras ciertamente, el juez, ya sea to-
gado, ya jurado, encuentra medios, ateniéndose á las
formas de la ley, de secundar la opinión públioa ó las
condioiones sociales especiales y corregir los errores
que impondría la aplicación inexorable de la ley. Las
con~radicoiones de la jurisprudencia, que algunos oonsi-
deran gravísimo inoonveniente, a,lgunas absoluciones no
consentidas por el examen riguroso ele 10,8 prl.lebo,s, al-
gunas dudas sobre las circunstancias agravantes ó ate-
nuantes de los delitos y las aplicilciones de hipótesis
má6 graves ó más benignas en las definiciones de los
delitos, son á veces efecto de la prudente interpretación,
que es la misión de la jurisprudencia.
y así se realiza la ley del organismo por la cual la
604 CRIMINOLOGíA

función sirve para desarrollar el órgano; por este medio


la jurisprudenci~ indica:allegislador las modificaoiones
que necesitan los códigos, y en algunas legislaciones se
impone al magistrado la obligación de dar parte al po-
der gubernativo de aquellos casos en los cuales la exac-
ta aplicación de la ley haya dado ocasión á una exoesiva
severidad ó á una exagerada benignidad, ya sea ésta
por una pena demasiado blanda, ya porque el hecho pe-
nado no se adapte á ningún carácter de delito.
Y· no se diga que el reconocer en la jurisprudencia
esa misión supletoria pugna con la teoría política de la
distinción de los poderes públicos, y pudiera contestar-
se que oualquiera que sea la crítica, el heaho es ése, y
que este hecho no se podrá destruir mientras la ley se
aplique por los hombres.
Pero se puede dar una aontestación más convin-
oente:
Se admite generalmente que la jurisprudencia debe
interpretar la ley, debe explicar su letra indagando las
intenciones del legislador. Ahora bien: en las exposicio-
nes de los ministros y en las actas de los Parlamentos
puede leerse la opinión del autor de la ley, y los jui-
cios de algunos de los miembros del Cuerpo Colegls-
lador; pero no se puede siempre saber oon seguridad
los verdaderos motivos que impulsaron á los legislado-
res á presentar un artículo ó á formularlo de cierta ma-
nera.
Es por oonsiguiente necesario acudir á una pre-
sunción, cual es la de que los representantes del po-
der legislativo han propuesto y aprobado la ley inspi-
rándose en las verdaderas necesidades sociales y en
la conoiencia popular de esas necesidad,os. En ellas,
pues, debe la jurisprudencia buscar directamente sus
irl.spiraciones, y entendida de esta rntmcra su misión, no
está en oposición con la obra del legislador, sino que la
secunda eficazmente.
LOS :I:ÉRlIrLNOS, DEL PROBLEMA PENAL 605
Esta misión tan importante de la jurisprudencia ha
sido reconocida por el ilustre jefe de la magistratura
italiana, el honorable Zanardelli, que termina con estas
palabras la exposición á S. M. el rey de Italia sobre el
nuevo Código penal:
«Para conseguir los fines de la ley penal, es nece-
saria otra condición esencial é indispensable: que en
la práctica cuotidianF.!. se aplique sabiamente. La apli-
cación, que es ofioio de la jurisprudenoia, de la misma
manera que puede ensalzar y corregir los códigos más
malos, puede pervertir y maltratar los mejores, y cier-
tamente es un remedio saludable para las lagunas é
imperfecoiones inevitables en todo trabajo legislativo.
Á esta obra de la ,jurisprudenoia oonfío el nuevo Códi-
go, en la seguridad de que, vivifioando la letra de lo.
ley, traducirá en hechos con voluntad perseverante el
pensamiento del legislador, 'Y hará que responda dig-
namente á las necesidades progresivas de la sociedad».

LUIGI CABELL!.

FIN
íNDICE DE MATERIAS

YARTE YRIMEKA
ELDE1..ITO

CAPl'.l;ULO PRIMERO

El delito naturaL ................•...... .. , .. " .... .


~ 1
CAPíTULO Ir
El delito sogún los' jUriflcOllSUltOS. • . • . • . . • • • • • • • • • • • 55

J' aR.TE SE.~qNI)A


,ll:L. ORIJ\IINAL

CAPíTULO ~R1l\IERO
La anomnJlá de} delinouente........................ út)
C.A.pfrrULO n:
11l:fluell~ill. de la educación en los instintos oriminales. 145
OAP1'l'ULO III
Influencias ecollómicas............................. 1()7
l.-La def¡jgualdad económica...................... 167
n.-EI progreso y la civilización. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19B
CAPíTULO IV
Influenoia de las leyes. . . . . .. . . . . . .. .. . .. . .. . . . .. . . . 205

y ARTE TER CeRA


:t.A RltPREsIúN

CAPíTULO PRIMERO
J~a ley de la adaptaoión............................. 263
OA,1?1TULO II
Crítica dol sistemn pcnlll segúll 105 jul'istas.......... 307
608 ÍNDICE DE lIIATERIAS

púginas.
OAPíTULO m
El delito tolerado y protegido ......•.. , . • • . . . • . . • . • . 415
OAPíTULO IV
Sistema racional de penalidad......... , . . . . . . . . . . . . . '191

AdicIón á la Darte 2. rt -Cauítulo Drimaro.


Influencia de la raza (pág. 135). .... ..•..••. ...•..•.• 532

Adición á la parta 2.:J.-Capitulo III.


Propietarios y pl'oletarios en Italia (179) ............. ¡ • • 535

Adiciones á la Darle 2.:J.-GaDflUlo IV.


l.-La cifra de la criminalidad en Italia........ .... . 538
n.-Oomparaciones internacionales.. .............. 542
Recti{tcaciones.. . . • . • • . . . . . . • . . . . . . . . . . . • . . . . • . . . • . . • 54:4

Allición á la Darte 3.a ~CaDltulD n.


Homicidas reincidentes (pág. 404)..... ..... ....•.• .• 547

Adlción á la parta 3.a.-CaDitulo IV.


Los maridos que matan (pág. 503)........ . . . . . . • . . . . 548

APÉNDICE
Los progresos de la antropología criminal.. . . . . . . . • . 553

APÉNDICES POR L. CARELLI


Los términos del problema penaL................... 561
El problema pt;ll1al en su aspecto, psicológico y social. 563
El problema penal oonsiderado en su aspecto polHico. 581
El problema penal en su aspecto legislativo y judicial. 591

... r, ~ r.: ' .. '


, í, ' J' r', .., , '.'''¡

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