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Lugar Del Padre en Psicoanálisis. La Lógica Edipiana
Lugar Del Padre en Psicoanálisis. La Lógica Edipiana
AMELIA H. IMBRIANO
1. Situación del falo en tanto objeto imaginario (con el que el niño se identifica para satisfacer el
deseo de la madre)
2. Cristalización del yo bajo la forma de imagen del cuerpo.
A partir de esta referencia imaginaria el niño se orienta en una serie de identificaciones que utilizan a
lo imaginario como significante. Búsqueda titubeante al comienzo, luego búsqueda en la dirección de lo
simbólico, donde el yo se hace elemento significante y no solamente elemento imaginario, y que
conduce, en el nivel paterno, a esa identificación que se llama Ideal del Yo, y en esto intervendrá el
significante del Nombre-del-Padre. Todo esto implica un proceso que se reconsidera en los tres tiempos
lógicos edipianos.
En el primer tiempo la metáfora paterna actúa “de por sí” por cuanto la primacía del falo es
instaurada en la cultura. La existencia de un padre simbólico no depende del hecho de que en una cultura
se haya reconocido la relación entre coito y alumbramiento, sino de que haya o no algo que responda a
esa función definida como Nombre-del-Padre. Los títulos “padre” y “madre” son escrituras de la cultura,
son significantes.
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Considerando los términos freudianos respecto de la formulación de la premisa universal del falo ,
decir que “la metáfora paterna actúa de por sí” es decir que la existencia del “deseo de la madre”
depende necesariamente de la fórmula en ella de la ecuación fálica. Sabemos que su construcción
implica las vicisitudes del complejo edipiano “en la niña” —al decir de Freud—, en el cual entra por el
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complejo de castración (castración de la madre) significando la falta de falo en la madre y en ella. La
consecuencia de la operación de la castración será el establecimiento, por el rodeo al padre, de la
ecuación fálica y surgirá el deseo del hijo como equivalencia simbólica del falo.
En la necesaria constitución de la primer realidad subjetiva, el niño intenta identificarse con lo que es
el objeto del deseo de la madre, y en él se perfila un objeto predominante del orden simbólico: el falo.
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Para agradar a la madre es preciso y suficiente con ser el falo . No olvidemos los precondicionantes de
este tiempo lógico enunciados por Freud como el “complejo del semejante” y por Lacan como
“prematuración”. Por eso el niño está en una relación de espejismo: lee la satisfacción de sus deseos en
los movimientos esbozados de la madre y así se encuentra comprometido en una relación de engaños
con su madre. Para el niño, el falo es el centro del deseo de la madre y él se coloca en diferentes
posiciones por las que puede engañar ese deseo. Puede identificarse con la madre, con el falo, con la
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madre como portadora del falo o pretenderse él mismo portador del falo . Le atestigua a ella que puede
colmarla, no solo como niño, sino por lo que le falta. El será, como totalidad, la metonimia de ese falo.
En este primer tiempo el niño está en relación con el deseo de la madre, es deseo de deseo. Es en la
madre donde se planteará la cuestión del falo y donde el niño debe descubrirla. Este tiempo es necesario
que se articule como medio de satisfacción llegar al lugar del objeto del deseo de la madre. Para
conseguirlo basta con que el yo de la madre se convierta en el otro del niño; el niño recibe, en el nivel
metonímico, el mensaje en bruto del deseo maternal.
La metáfora paterna actúa “de por sí” en tanto que es en la madre como función donde el sujeto se
encuentra con el significante, no con el código de la madre, sino con el lugar del Otro que la madre
encarna. Esto demuestra que el lenguaje siempre viene del Otro. El sujeto se encuentra, más que con la
madre, con el significante en la madre. En tanto ella encarna al Otro el sujeto puede tener la ilusión de
una relación intersubjetiva, cuando con lo que se encuentra es con la alteridad del significante. La
metáfora paterna actúa de por sí en tanto la primacía del falo es instaurada en el orden de la cultura.
En el segundo tiempo, el padre interviene privando al niño del objeto de su deseo y a la madre de su
objeto fálico. Actúa el “no” del padre: “no te acostarás con tu madre, no reintegrarás tu producto”. Es el
padre interdictor omnipotente. El padre que prohibe a la madre su objeto. “Hay una sustitución de la
demanda del sujeto: al dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra al Otro del otro, su ley. El deseo de
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cada uno está sometido a la ley del deseo del Otro” . El padre interviene efectivamente como privador
de la madre, en un doble sentido: en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en tanto priva a la madre
del objeto fálico. Diremos que dice “no” al goce de la madre. Este padre interdictor aparece desde el
discurso de la madre, interviene a título de mensaje para la madre y por lo tanto para el niño, a título de
mensaje sobre un mensaje: una prohibición, un “no”. El padre se manifiesta en tanto Otro y el niño es
profundamente sacudido en su posición de sujeción: el objeto del deseo de la madre es cuestionado por
la interdicción paterna. En este tiempo el padre real releva al padre simbólico, el padre simbólico debe
encarnarse, aunque imperfectamente, en el padre real. Por ello ocupa una función decisiva en la
castración, siempre marcada por su intervención o desequilibrada por su ausencia. Este tiempo
constituye la crisis esencial por medio de la cual el sujeto encuentra su lugar en el Edipo: para que el
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sujeto alcance la madurez genital tiene que haber sido castrado .
En el tercer tiempo, el padre interviene como aquel que tiene el falo y no como aquél que lo es.
Reinstaura el falo como objeto deseado de la madre y ya no como objeto del que puede privarla como
padre omnipotente. El padre es, entonces, más preferido que la madre y esta identificación culmina en el
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Ideal del Yo. El padre aparece como permisivo y donador . De esta lógica depende la declinación
edipiana. La metáfora paterna culmina en este tiempo en la institución de algo que es del orden del
significante (un significante viene en lugar de otro significante).
El sujeto abandona el complejo de Edipo provisto de un Ideal del Yo. Se trata de una identificación
distinta a la del Yo ideal, a la de la imagen constitutiva del estadío del espejo. Se trata de la asunción de
la masculinidad o de la femineidad, mientras que la identificación correspondiente al estadío del espejo,
no se realiza con relación a la diferencia de los sexos. Se trata, en el esquema R, del Padre en tanto
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interviene en el complejo de Edipo: el padre simbólico, el padre en cuanto significante .
El padre simbólico es una metáfora y como tal se sustituye a otro significante es decir a un
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significante primordial, esto es el significante maternal, el deseo de la madre .
Lacan formalizará la función del padre desde el punto de vista del sujeto del significante y desde el
punto de vista del goce. Ordenándola en una serie de elementos articulados: el significante del Nombre-
del-Padre que nombra la ley del deseo en cuanto que sexual; la metáfora paterna que permite al sujeto
interpretar este deseo; y la significación fálica que somete en el campo del lenguaje este deseo a la
castración. Es así como se encuentra definida la función del padre en el ser hablante.
La significación del falo debe evocarse en lo imaginario del sujeto por la metáfora paterna y esto
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tiene un sentido preciso en la economía del significante .
Esto se aplica a la metáfora del Nombre-del-Padre, o sea a la metáfora que sustituye este Nombre en
el lugar primeramente simbolizado por la operación de la ausencia de la madre.