Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La llama doble
Amor y erotismo
ePub r1.0
IbnKhaldun 30.12.14
Título original: La llama doble
Octavio Paz, 1993
Ilustración de cubierta: grabado de la
Historia Troyana, de Guido delle
Collonne (siglos XIV-XV)
OCTAVIO PAZ
A mí en el pecho el corazón
se oprime
Sólo en mirarte: ni la voz
acierta
De mi gargante a
prorrumpir; y rota
Calla la lengua.
… la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la
figura.
No sin dudas —es púdica y orgullosa—
le envía a Delfis un mensaje. El joven
atleta se presenta al punto en su casa y
Simetha, al verlo, describe su emoción
casi con las mismas expresiones de
Safo: «Me cubrió toda un sudor de
hielo… no podía decir una palabra, ni
siquiera esos balbuceos con que los
niños llaman a su madre en el sueño; y
mi cuerpo, inerte, era el de una muñeca
de cera».[7] Delfis se deshace en
promesas y ese mismo día duerme en la
cama de ella. A este encuentro se
suceden otros y otros. De pronto, una
ausencia de dos semanas y el inevitable
chisme de una amiga: Delfis se ha
enamorado de otra persona aunque, dice
la indiscreta, no sé si es de un muchacho
o de una muchacha. Simetha termina con
un voto y una amenaza: ama a Delfis y lo
buscará pero, si él la rechaza, tiene unos
venenos que le darán la muerte. Y se
despide de Selene (y de nosotros):
«Adiós, diosa serena: yo soportaré
como hasta ahora mi desdicha; adiós,
diosa de rostro resplandeciente, adiós,
estrellas que acompañan tu carro en su
pausada carrera a través de la noche en
calma». El amor de Simetha está hecho
de deseo obstinado, desesperación,
cólera, desamparo. Estamos muy lejos
de Platón. Entre lo que deseamos y lo
que estimamos hay una hendedura:
amamos aquello que no estimamos y
deseamos estar para siempre con una
persona que nos hace infelices. En el
amor aparece el mal: es una seducción
malsana que nos atrae y nos vence. Pero
¿quién se atreve a condenar a Simetha?
El legislador tirano
ha puesto en ajena mano
mi opinión y no en la mía.
¿Conservabas tu carne en
cada hueso?
El enigma de amor se veló
entero
en la prudencia de tus
guantes negros.
Pareja de ruiseñores
que canta la noche entera,
y yo con mi bella amiga
bajo la enramada en flor,
hasta que grite el vigía
en lo alto de la torre:
¡arriba, amantes, ya es
hora,
el alba baja del monte![21]