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El romance entre las ruedas y los caminos.

Cuando se nace y se crece en un lugar como este, es inevitable conocer de


memoria la fotografía panorámica de los cerros que rodean el valle, e imagino que
es así en la mayoría del país. La diferencia es que aquí, las ruedas y los caminos
encontraron su lugar. Ellos tenían un romance sano en esta ciudad que poco a
poco había comenzado a vibrar, sin aun superar su ritmo natural. Les contaré algo
de su historia.
Hace varios años, los caminos se deslizaban curvados junto a los ríos que
atraviesan el valle, rodeando esos cerros que les dije conozco de memoria, esos
que se pueden ver desde cualquier punto de la ciudad. Su simpleza pintoresca y
su extensión seducían a quien quiera que pasara por ellos. Aunque alguna vez
fueran toscos, agrietados, polvorientos, apozados e indeseados, los caminos poco
a poco se fueron vistiendo de un asfalto negro e hirviente, cada vez más suave.
Sin embargo, aunque eran restaurados una y otra vez para corregir sus
imperfecciones, no lograban conquistar al objeto más sublime en el haber de su
conciencia: La rueda.
Ellas muy orgullosas y redondas habían estado bajo el uso de unos pocos, pero
no se aventuraban aun a recorrer siquiera una mínima parte de su cortejante
complemento. Reacias. No conocían por ejemplo, las curvas junto al Guaiquillo
camino a Romeral y ni hablar de ir más allá del puente Rauco… No conocían el
mar de hecho.
— ¡¿Cómo no conocer el mar?! —Se preguntaban sus conocidos.
—Si es algo tan bonito, como una bestia que te observa con piedad, con su
rugido calmado y su espuma furiosa —Dijo un disco pare—. Ha de ser mucha
timidez… timidez extraña en todo caso, si es tan rebonita y tiene linda figura, no
creo que le de vergüenza mostrarse. Más encima girando puede ir donde sea.
¿Sabes? Pienso que ha de ser, como ese tipo de humildad piadosa, como para no
opacar al resto.
—Ya mejor no hables nah’ de figuras, si a ustedes los letreros en donde los
planten tiran pinta. Es cosa de mirar a ese primo tuyo, de apellido El Paso ¿Cómo
es que le dicen? El Ceda, creo que se llama, con su forma de triángulo invertido y
cara colorida, es el ideal. —Opinaba un desvalido paso de cebra.
Los puentes dormilones compartían el pesar de los caminos, así que no se
pronunciaron al respecto. Su tristeza era de esperarse y solo yacían apoyando sus
mandíbulas sobre los lechos pedregosos, como engullendo la vida y su corriente
para poder permitirse más sueño.
Pasaron años en esa indiferencia hasta que llegaron estos aparatitos, estos
diablitos ruidosos que andan hoy en día amontonados usando cuatro ruedas a la
vez. La movilidad de la gente se disparó y con ello las redonditas fueron
conociendo caminos, movilizándose rápidamente por los tentáculos de esta
criatura colorida de alegrías, que las enamoraba y abrazaba. Fueron necesarias
un par de vueltas por la montaña de Teno y Sagrada Familia, para que terminara
de nacer su kilométrico amor.
Ya consolidada su relación, decían tener dificultades como cualquier pareja,
recordando por ejemplo, los paseos a Los Queñes. Mientras fluían sobre el
asfalto, podían predominar la ternura y sus voces suaves, pero luego de eso
asomaba cierta tosquedad por parte del señor camino. Las ruedas debían hacer
esfuerzos en cuanto a su paciencia y bajar la velocidad de sus giros para no
hacerse daño. Llegando a la tranquilidad del pueblo, volvía a ser todo armonía, sin
embargo en el retorno ocurría lo mismo. Pese a estos detalles, todo iba viento en
popa, hasta que las ruedas cayeron en excesos y sobre exigencias.
En unos cuantos años, cada día, y varias veces por día, fueron pasando
máquinas cada vez más grandes, que se valían de más de una docena de ellas
para llevar el progreso a cada rincón del país. Una gran carga para un romance
que había comenzado en otros términos. El atuendo negro de reluciente asfalto no
logró resistir todo lo que había prometido y se fue resquebrajando. Quizás las
personas se sintieron responsables, porque yo mismo vi muchas veces a estos
señores vestidos de verde fluorescente arreglando empeñosamente las
imperfecciones surgidas por el desgaste o el mal diseño. Vi baches siendo
rellenados varias veces, pero yo no sé cómo lo hacen; primero los parches de
asfalto quedan sobresaliendo del nivel de la calle y en unas semanas la cosa se
hunde y termina casi igual que antes, solo que un poco menos peligroso.
Pareciera que la tierra se tragara las soluciones humanas a propósito, como
queriendo mantener los problemas entre estos dos amantes. También veía a estos
comensales montados sobre ruidosas máquinas, las que destilando vapores se
movían lentamente por las calles pintando líneas blancas. De esta forma se
intentaban mantener los límites entre caminos y ruedas, para que no se dañaran
mutuamente. Cual zurdo escribiendo en pizarra, las pesadas ruedas volvían a
borrar las delimitaciones, volviéndose un círculo de nunca acabar. Como el
aburrimiento se había entrometido en su rutina, las personas quisieron animar un
poco sus noches y hacer que se olvidaran de los tragos amargos poniendo
tachones con luces led. Si bien la acción fue genuina y bien intencionada,
entregarles el toque bohemio no hizo más que acentuar la crisis.
— ¿Cómo crees que se ven estos nuevos destellos en mi oscura piel?
—Bastante bien, novedoso invento —dijo la rueda sin mucho interés.
—Se recargan con la luz, durante el día me siento derretir con tanto sol. Al
menos por las noches sale algo positivo de sus huellas —señaló el camino
tratando de espantar al silencio.
—Sí, en un principio me llamaron harto la atención y sirven bastante para
guiarse, pero ahora me provocan un sentimiento extraño. Si te fijas, hay algunos
que ya han fallado y eso me ha hecho pensar en algunas cosas. Por mucho que
las personas se esfuercen y pongan su dedicación, pienso en lo desechable que
suele ser la tecnología que usan. Nuestra historia está de testigo y me siento algo
triste al ver que muchas de las actividades que han desgastado nuestra relación
carecen de sentido. Pero a veces soy un poco pesimista y quizás estoy
exagerando. Tengo que confiar un poco más en las personas y en sus buenas
intenciones. —añadió mirando tristemente sus zapatos de caucho desgastado.
Para serles franco, yo veía la soledad y la distancia existente entre ambos. No
hubiese creído posible la llegada de un acontecimiento que pudiera darle un giro al
asunto. Tanto que había costado juntarlos, y ahora estaban igual o peor que
antes.
Con la llegada de grandes máquinas de alto tonelaje, los caminos habían
perdido un poco su sensibilidad característica y no notaron que aun rodaban por
ellos ruedas más pequeñas y humildes. Un día mirando desde el cerro Condell, el
camino decidió examinar cuidadosamente el valle hasta que encontrara algo que
le hiciera sentir esa nostalgia que ya casi olvidaba. Sabía que algo le faltaba. Fue
entonces cuando mirando hacia Tutuquén descubrió a un par de añosos señores
de piel morena en medio de un campo de varias hectáreas de extensión, con
camisas y pantalones arremangados, de una fina tela descolorida por el sol. Ellos
se encontraban cosechando y cargando verduras en carretillas oxidadas y
rechinantes, sin cesar entre la tierra zanjada, arado mediante. Tal escena hizo al
largucho señor camino pensar en que, si bien las máquinas pesadas habían
venido a arruinar la armonía que conocía, eran necesarias para facilitar la vida de
cierta gente y por cierto, la de los animales. Cayó en la cuenta de que todo su
desgaste era provocado por los excesos. ¿Por qué no conseguían las personas
conducir sus máquinas con el aplomo y la nobleza que demostraban aquellos
hombres? Guiando carretillas rústicas, sin llevar más de lo que sus brazos
soportaran y sin ir más rápido de lo que sus piernas permitían. Nada era culpa de
las ruedas y nada era culpa de los caminos, éramos nosotros quienes habíamos
desgastado el antiguo romance.
Pasaron los días y queriendo comunicar a la rueda sus pensamientos, arregló
una cita. Grande fue su sorpresa al ver la radiante sonrisa de su compañera sin
siquiera haber dicho una palabra. Era imposible ocultar su felicidad, pues ella
también venía a comunicar buenas noticias. Se había encontrado con muchos
hombres y mujeres de todas edades, quienes vestidos de múltiples colores y
servidos de dos ruedas habían podido rescatar la gustosa esencia de la relación
entre las ruedas y los caminos. Nuevamente el transitar a través de ellos fue un
acto consciente y mágico. Las personas comenzaron a darse la oportunidad de
conocer con todos sus sentidos cada metro que recorrían, rescatando sus
sentimientos e historias de amor. El señor camino se maravilló con el entusiasmo
contenido en sus palabras y raudamente preguntó quiénes eran estas personas.
Cuando lo supo, sin dudarlo accedió a cambiar su forma de ser para que su
situación mejorase.
Todavía hay lugares en los que el proceso ha sido muy lento, ya que las
personas no nos hemos puesto al corriente con los nuevos tiempos. No obstante,
los que se han logrado alejar del yugo de los diablitos de cuatro ruedas,
agradecen a estos amantes la oportunidad de cambiar su estilo de vida, hacia uno
más amigable.
Hoy en día, todos en la ciudad desean que los ciclistas sigan ocupando los
caminos y se encarguen de mantener vivo el suave romance. Cada vez son más
los que han tomado dos ruedas y han llevado con fuerza sus corazones hacia
montañas y horizontes llenos de motivación, contemplando la sencilla belleza de
nuestro valle. En él, las ruedas y los caminos han encontrado su lugar
nuevamente.

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