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Elio Sgreccia; Manual de Bioética I: fundamentos y ética biomédica.

BAC; Madrid, MMIX

1. Aparición de la bioética como una «nueva» reflexión

El término bioética es acuñado por primera vez en el año 1970, en un artículo del oncólogo Van
Rensselaer Potter «Bioethics. The science of survival». Ahora abordaremos el camino que las ideas de
este término tuvieron.

Potter destacó, al acuñar el nombre, que la bioética debía constituir «una nueva disciplina que
combinara el conocimiento biológico con el conocimiento del sistema de valores humanos».«He
elegido -escribía- la raíz bio para representar el conocimiento biológico, la ciencia de los sistemas de
los seres vivos; y ethics para representar el conocimiento del sistema de los valores humanos». Potter
detectó el peligro de los dos ámbitos del saber: el saber científico y el saber humanístico. Por esto
precisamente él denomina a la bioética la ciencia de la supervivencia. No bastaba con el instinto de
supervivencia: se hacía necesario elaborar una nueva ciencia.

La única vía de solución posible ante la catástrofe inminente es establecer un puente entre las dos
culturas, la científica y la humanístico-moral. A demás, la ética no se debe referir únicamente al
hombre, sino que debe extender su consideración al conjunto de la biosfera o, mejor dicho, a cualquier
intervención científica del hombre sobre la vida en general.

En este sentido la bioética se presenta con un significado más amplio respecto de la ética médica
tradicional.

Por consiguiente, en la concepción de Potter la bioética parte de una situación de alarma y de una
preocupación crítica ante el progreso de la ciencia y de la sociedad, expresándose así a través de un
sistema teórico de la duda sobre la capacidad de supervivencia de la humanidad, paradójica y
precisamente por efecto del progreso científico.

Junto a esta concepción de bioética, existe otra que hay que considerar.

Durante estos mismos años, se debe reconocer el fuerte impulso dado por un famoso ginecólogo de
origen holandés, André Hellegers, especializado en investigaciones en el campo demográfico y
fundador del Kennedy Institute of Ethics. Hellegers considera la ética como mayéutica, es decir, como
una ciencia capaz de aprehender los valores a través del diálogo y la relación entre la medicina, la
filosofía y la ética. Para Hellegers son, por tanto, objeto de este nuevo campo de estudio los aspectos
éticos implícitos en la práctica clínica. Probablemente fue Hellegers el primero en introducir el término
bioética en el mundo universitario, y en incluirla posteriormente en el campo de las ciencias
biomédicas, de la política y de los medios de comunicación. Será esta concepción de bioética la que
impere: la bioética será considerada por la mayor parte de los estudiosos como una disciplina específica
capaz de sintetizar los conocimientos médicos y los éticos. A demás hay que reconocerle a Helligers el
mérito de determinar una metodología específica para esta nueva disciplina, la intedisciplinar.

La concepción de la bioética potteriana ha sido empañada por la más conocida bioética hellegeriana.
Sin embargo, la concepción potteriana si bien modesta, continúa manteniendo su importancia. A demás,
con el tiempo esta concepción ha favorecido al nacimiento de la bioética ambiental.

Hay que destacar que en 1969 surgió el conocido Hastings Center, obra del filósofo Daniel Callahan y
del psiquiatra Willard Gaylin, con el objeto de estudiar y formular normas sobre todo en el campo de la
investigación y de la experimentación en el ámbito biomédico, aunque entonces aún no se utilizaba el
término bioética.

2. De la ética médica a la bioética

Tanto en las sociedades arcaicas como en las más evolucionadas de la antigüedad, siempre hallamos
tres elementos en el origen de la ética médica: la exigencia de carácter ético que el médico debía
respetar, el alcance moral de la asistencia al enfermo y las decisiones que el Estado debía tomar
respecto a sus ciudadanos en virtud de la salud pública.

El código de Hammurabi (1750 a.C) influido por prescripciones sumerias anteriores, contiene normas
que regulan la actividad médica y una primera reglamentación de las tarifas de la asistencia sanitaria.

Al reconstruir el pensamiento ético occidental en el ámbito médico, no podemos pasar por alto a
Hipócrates (460-370 a.C.) y su Juramento. El Corpus es, ciertamente, el resultado de aportaciones de
toda una tradición y no de un pensador y maestro único.

Para D. Garcia, el juramento representa la expresión propia de la cultura de la época, de carácter


prejurídico, peculiar de una categoría de persona -los médicos- a la que se consideraba de alguna
manera por encima de la ley.

El juramento sería un reflejo de la filosofía y de la cultura de la época que consideraban la profesión


médica en un plano trascendente y como revestida de un carácter sagrado. Por tanto, el juramento no
puede considerarse como atemporal (cómo se hizo hasta el siglo xviii)

El Juramento basa la moralidad del acto médico en un principio, que pasaría a los siglos futuros,
definido como «principio de beneficencia y de no maleficencia», es decir, del bien del paciente.

No se puede ignorar el esfuerzo por establecer unos criterios no subjetivos de moralidad, basados, por
esto mismo, en la verdad objetiva: por encima de sus mismos deseos subjetivos, está la conciencia del
bien en sí mismo y del respeto a la persona.

La aparición del principio de autonomía, así como la afirmación del pensamiento moderno y del
liberalismo ético de Hume, Smith, etc. y posteriormente la formulación de los derechos del ciudadano y
de los derechos humanos, representan ciertamente un «antipaternalismo médico», como afirma también
D. Garcia. Y sin embargo, esos nuevos principios no podrán borrar del todo el principio de beneficencia
como momento de validez y de garantía para la autonomía tanto del paciente como del médico.

Tampoco la idea de justicia difundida en el pensamiento social contemporáneo podrá eliminar este
principio de beneficencia que nosotros consideramos fundamentado, no en la presente trascendencia
ahistórica de la profesión médica, sino en la idea de bien y de verdad, y que creemos fundamental para
la consistencia misma de los otros principios de autonomía y de justicia.

La bioética actual, por tanto -sobre todo la que se remite a los famosos principios de no maleficencia-
beneficencia, autonomía y justicia- bebe una vez más en las fuentes de una tradición histórica que viene
de antiguo y que recorre toda la evolución del pensamiento occidental.

En esta reconstrucción no se puede omitir la aportación del cristianismo, de la teología cristiana, de su


praxis en el ámbito sanitario y del Magisterio de la Iglesia, sobre todo el de la Iglesia Católica. El
cristianismo no se limitó a recoger con beneplácito la ética hipocrática, sino que, al igual que actuó con
el pensamiento platónico y aristotélico, introdujo también nuevos conceptos y nuevos valores tanto por
la enseñanza como mediante la praxis asistencial.

Estas aportaciones se pueden detectar ante todo en la fundamentación definitiva del concepto de
«persona humana», en la nueva configuración teológica de la asistencia al enfermo y de la profesión
médica, en la búsqueda y activación del diálogo positivo entre la razón científica y la fe religiosa.

El valor de la persona humana en el cristianismo surge de la superación del dualismo clásico, por lo que
no sólo el alma espiritual, sino todo el hombre en su unidad cuerpo-espíritu es considerado como
criatura de Dios.

A partir de lo anterior es que durante diecisiete siglos, la Iglesia católica y la comunidad cristiana se
harían cargo de la salud pública como un deber de fraternidad y como una prueba de la autenticidad de
su mensaje.

Después de la Revolución Francesa, cuando se afirma el concepto de «hospital civil» y de «derecho»


ciudadano a la asistencia, las comunidades cristianas sentirán el derecho-deber de seguir dando
asistencia al enfermo.

Continuación de este interés secular es la constante enseñanza magisterial de la Iglesia católica y


también de las otras confesiones cristianas sobre los problemas que la ciencia médica plantea más que
nunca en la época contemporánea. Hay un período histórico significativo en el que la «moral médica»
alcanza su máxima expresión en el campo católico: son los años del pontificado de Pío XII. Quién
repasa las enseñanzas de los discursos y radiomensajes de Pío XII dirigidas a los médicos, advierte que
son dos las «provocaciones» que en ella se sobreentienden: la presencia de los crímenes nazis y el
avance de un progreso tecnológico que en su ambigüedad podía y puede llevar a la opresión y a la
supresión de la vida humana.

Precisamente en esta encrucijada histórica hay que situar también el nacimiento de la bioética. Pero,
tras el pontificado de Pío XII, la reflexión de la moral católica en el campo médico se ha venido
enriqueciendo continuamente con las enseñanzas de sus sucesores.

Para completar el panorama histórico de las aportaciones a la formulación de los principios y criterios
de la conducta en el campo biomédico, hay que recordar una en la vertiente laica, de gran relevancia en
su naturaleza jurídica y deontológica, que se produjo como consecuencia del proceso de Nuremberg
(1945-1946). En este proceso celebrado contra los crímenes nazis, se dieron a conocer al mundo delitos
perpetrados en prisiones y civiles por orden del régimen nazi con la colaboración de los médicos. Estos
delitos […] siguen siendo un testimonio en negativo de los extremos a los que puede llegar el poder
absoluto desvinculado de la moral o como presunto usurpador de la moral misma, incluso con la
colaboración de médicos que se dejaron instrumentalizar por el poder político, y que se consideraban
justificados porque «se sentían coaccionados».

Dos lineas de normas se desarrollaron a partir de este momento trágico, que para algunos podría
constituir el nacimiento «implícito» de la bioética: la formulación de los «derechos humanos» y la
aprobación, que poco a poco se iría actualizando, de los «códigos de deontología médica» elaborados
por dos grandes organismos internacionales: la Asociación Médica Mundial y el Consejo de las
Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas. Esta legislación y estas normas
necesariamente implicaban y requerían una reflexión teóricamente fundamentadas, que por fuerza de
las cosas debían desembocar en una disciplina sistemática, que es precisamente la bioética.

Siguiendo la primera línea, se desarrolló toda una codificación, desde la Declaración universal de los
derechos humanos, publicada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 10 de diciembre de
1948, y la Convención de salvaguardia de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales
(tratados de Roma de 4 noviembre de 1950) -que contienen afirmación en las que se comprometen a
defender la vida y la integridad física y juntamente con la defensa y la salvaguardia de otras libertades
fundamentales civiles y políticas-, hasta toda una serie de declaraciones, convenciones,
recomendaciones y cartas.

Entre los códigos deontológicos, recordamos el Código de Núremberg de 1946 y el Código de ética
médica, publicado en Ginebra en 1948, que contiene el llamado Juramento de Ginebra por parte de la
AMM, código actualizado por la misma Asociación en Londres en 1949. Es célebre el Código de
Helsinki sobre la experimentación y las investigaciones biomédicas, publicado igualmente por la AMM
en 1962[...]

[..] En Italia, siguiendo la línea establecida por el progreso biomédico, la Federaziones Nazionale degli
Ordini dei Medici se encarga de la actualización del Codice di deontologia medica.

3. El problema de la definición

El itinerario histórico retrospectivo y reciente de la bioética que hemos recordado, revela un amplio
espectro de problemas abordados, de contenidos y de criterios evocados. Principalmente, de aquí surge
el problema de cómo definir la bioética, problema que hasta ahora no parece haberse resuelto.

Hay quienes configuran la bioética como un movimiento de ideas históricamente, o historicistamente


cambiantes; quienes la consideran más bien como una metodología de confrontación interdisciplinaria
entre las ciencias biomédicas y las ciencias humanas; quienes condicen la reflexión bioética a una
articulación de la filosofía moral, y quienes consideran, en cambio, que esta reflexión puede ser
definida como una disciplina autónoma, con una función propia no identificable con la deontología ni
con la medicina legal o los derechos humanos, aunque no pueda dejar de tener una conexión y ciertos
puntos de confrontación.con estas disciplinas, ni considerarse tampoco como una sección de la más
conocida y antigua ética médica.

Resulta que nos encontramos ante un panorama ciertamente muy amplio pero, por otra parte,
discretamente caracterizado.

Por ello, creemos ante todo ya suficiente aceptado el dato de que bajo la denominación de bioética ha
de entenderse también la ética médica propiamente dicha: por consiguiente, la bioética no es como una
parte reciente y añadida de la ética médica, sino como la ética que concierne a las invenciones sobre la
vida entendida en sentido extensivo, a fin de abarcar también a las intervenciones sobre la vida y la
salud del hombre.

Potter, como ya vimos, definió de algún modo la nueva disciplina como la «combinación del
conocimiento biológico y el conocimiento del sistema de valores humanos»: consideramos así la
bioética como un nuevo tipo de sabiduría que habría que indicar cómo emplear el conocimiento
científico de cara a garantizar el bien social, la bioética, de este modo, debía ser ciencia de la
supervivencia (science of survival).
Reich da dos definiciones distintas de bioética con ocasión de las tres ediciones sucesivas de la
Encyclopedia of bioethics. En la de 1978 definía la bioética como «estudio sistemático de la conducta
humana en el ámbito de las ciencias de la vida y de la salud, analizadas a la luz de los valores y
principios morales»

En la edición de 1995, retomada después el 2004, Reich da mayor desarrollo a la definición de bioética,
exponiéndola como «el estudio sistemático de las dimensiones morales -incluido el enfoque moral, las
decisiones, la conducta, los criterios, etc- de las ciencias de la vida y de la salud, con el empleo de una
variedad de metodologías éticas en un planteamiento interdisciplinar». En esta definición Reich
recupera en parte la concepción originaria de «bioética global» propuesta por Potter.

En la definición de 1995, el objeto material de la bioética se amplía a todas las dimensiones morales,
que incluyen las conductas sociales y las decisiones políticas; en este sentido, la definición es más
completa. A demás también ha cambiado el objeto formal de la bioética, dado que ésta ya no es
examinada a la luz de valores y principios morales, sino «a través de una variedad de metodologías
éticas». Con esta afirmación, Reich quiere eliminar el error generado en años anteriores, a saber, que
los principios fueran exclusivamente los sostenidos por Beauchamp y Childress y, fundamentalmente,
desea abrir la puerta al pluralismo ético.

Esta apertura es sin duda muy importante aun entrañando el fácil riesgo de un relativismo ético que
impida el papel normativo de la bioética. En efecto, ante un problema ético, mientras que en un primer
momento es oportuno partir del examen de los distintos puntos de vista, después, a la hora de tomar
decisiones -dado que la bioética posee una finalidad práctica-, es necesario verificar la validez de los
argumentos y de los criterios apropiados por cada uno de los distintos planteamientos. Entonces, la
validez de la elección se argumentan racionalmente y sólo así se puede evitar caer en el relativismo
ético que, en el fondo, significaría la disolución de la bioética misma. En este sentido la bioética no se
puede reconducir ni a la deontología médica, ni a la medicina legal, ni a la simple consideración
filosófica.

Para precisar esta diferencia, en una reunión internacional llevada a cabo en Erice (sicilia, Italia), en
febrero de 1991, un grupo de estudio elaboró un documento, llamado precisamente Documento de
Erice, sobre el objeto de la bioética y la relación entre esta disciplina y la deontología y la ética médica,
tras varias polémicas sobre el papel de la bioética entre los especialistas en medicina legal. En este
documento, que retoma en gran parte los contenido de la Encyclopedia of bioethics de 1978, se
reconoce la competencia de la bioética en estos cuatro ámbitos:
(a) Los problemas éticos de las profesiones sanitarias;
(b) los problemas éticos que se plantean en el campo de las investigaciones sobre el hombre,
aunque no sean directamente terapéuticas;
(c) los problemas sociales inherentes a las políticas sanitarias (nacionales e internacionales), a la
medicina del trabajo y a las políticas de planificación familiar y de control de la natalidad;
(d) los problemas relacionados con la investigación sobre la vida de los demás seres vivos (plantas,
mocroorganismos y animales) y, en general, lo que se refiere al equilibrio del ecosistema.
Por lo que se refiere a las relaciones con la medicina legal y la deontología profesional, el documento
se expresa de la siguiente manera: TEXTO!

Esta definición de la Encyclopedia of bioethics no precisa cuáles son los valores y los principios
morales, ante la pluralidad de enfoques filosóficos que es tarea de la bioética discutir y examinar.
Es especialmente interesante la definición de bioética de A. Pessina: «La bioética se plantea como
conciencia crítica del desarrollo tecnológico, poniendo en juego todas las capacidades intelectuales de
las que dispone la civilización occidental». El profesor Pessina subraya la necesidad de reflexionar
sobre el proceso tecnológico para volver a apropiarse del sentido (dirección y significado) de la
civilización occidental.

Por otra parte, la bioética propuesta por la filosofía analítica se caracteriza por su no-cognitivismo que
considera imposible establecer la verdad o falsedad de las proposiciones que expresan las valoraciones.
Por ejemplo, U. Scarpello cree que la bioética sólo puede hacer luz, indicar, los presupuestos de una
determinada elección.

Por último, hay que mencionar la denominada «bioética laica», fundada sobre la razón y sobre los
valores de la conciencia, frente a la católica, que estaría fundamentada en los dogmas y la fe.

Como última anotación descriptiva, podemos decir que el tratamiento de la bioética ya ha dado lugar a
tres ámbitos distintos: la bioética general, la bioética especial y la bioética clínica:

(a) La bioética general, que se ocupa de los fundamentos éticos, es el razonamiento acerca de los
valores y principios originarios de la ética médica, y sobre las fuentes documentales de la
bioética. En la práctica, constituye una autentica filosofía moral en su parte fundamental e
institucional.
(b) La bioética especial analiza los grandes problemas, abordados siempre desde un punto de vista
general, tanto en el terreno médico como en el biológico: ingeniería genética, aborto, eutanasia,
experimentación clínica, etc. Son los grandes temas que constituyen la columna vertebral de la
bioética sistemática y que, obviamente, deben ser resueltos a la luz de los modelos y de los
fundamentos que el sistema ética adopta como base y justificación del juicio ético. Ésta, por
tanto, no puede dejar de vincularse con las conclusiones de la bioética general.
(c) La bioética clínica o de toma de decisiones, que examina en la práctica médica concreta y en el
caso clínico los valores que están en juego o los medios correctos por lo que se puede encontrar
una línea de conducta sin modificar tales valores: la elección o rechazo de un principio o de un
criterio de valoración condicionará la evaluación del caso, por lo que, a nuestro juicio, no se
puede separar la bioética clínica de la general, aun reconociendo que los casos concretos
presentan siempre, o casi siempre, múltiples y diferentes aspectos que hay que considerar y
valorar.

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