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PARTE GENERAL
Fernando J.
López de Zavalía
TEORÍA
DÉLOS
CONTRATOS
Tomo 1
Parte General
ZAVALIA
Kditor
4- edición
© 1997 by Víctor P. de Zavalía S.A.
Alberti 835, 1223 Buenos Aires
Diseño de tapa: Gustavo Pedroza
Corrección: Inés Oliveira
Composición: Silvana Ferraro
Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723
Para la s e g u n d a edición
P a r a la tercera edición
P a r a la cuarta e d i c i ó n
Diciembre de 1996
C a p í t u l o I: I n t r o d u c c i ó n
I. El problema
1
Por la tesis amplia: Salvat, Fuentes, n- 11; Spota, Contratos en el Derecho
Civil, I, págs. 25 y sigts.; Borda, Obligaciones, II, n° 1162. Por la tesis restringida:
Lafaille, Tratado, n? 4; Arias, Contrato, págs. 47 y sigts; Pavón, Teoría general, n9 1
10 §1. Definición del c o n t r a t o
y sigs.; Castillo, Curso de Derecho Comercial, II, 4; Abelenda, Teoría general de los
contratos, n9 22. Por la primer tesis intermedia: Llambías, Obligaciones, n° 1807,
nota 183; Mosset Iturraspe, Teoría general del contrato, págs. 11 y sigts. Por la
segunda tesis intermedia, Sánchez Urite, citado por Rivera, en Llambías-Alterini,
Código Civil, sobre el art. 1137. Mantuvieron la fórmula amplia de nuestro art.
1137, Bibiloní (Anteproyecto, II, pág. 373) y el Anteproyecto de 1954 (art. 1005). Ni
el Proyecto de unificación civil y comercial de 1987 (sancionado por ley 24.032 y
vetado por decreto 2719/91), ni el de 1993 de la Cámara de Diputados, incidieron
sobre el art. 1137. Dados los términos en que la cuestión se plantea en nuestra doc-
trina, no creemos necesario ocuparnos en el texto de una concepción todavía más
extensa del contrato, que abarcaría también los negocios extrapatrimoniales y que
el proyecto de Código único elaborado por la Comisión designada por decreto
468/92 creyó prudente rechazar expresamente, al redefinir al contrato en su art.
850; el tema fue vivamente discutido por la doctrina italiana a propósito del ante-
rior art. 1098 y zanjada la disputa por el Código de 1942 que exigió que la relación
jurídica fuera "patrimonial" (Comp. Fragali, en Commentario, sobre el art. 1321).
Para las diversas variantes que se han suscitado en el Derecho español: Espín Cá-
novas, Manual, págs. 347/8.
2
Sobre el significado de los términos contractus y contrahere en el Derecho ro-
mano: Pacchioni, Dei contratti in genérale, págs. 4/7. Bonfante (II contratto e i pat-
ti, Riv. del Diritto Commerciale, 1920, I, págs. 353/62) realiza un agudo examen,
mostrando cómo el lenguaje de la época romano-helénica por un lado amplió el con-
cepto de contrato hasta abarcar todos los negocios jurídicos bilaterales (concep-
tuando tales incluso la traditio, la mancipatio y la in iure cessio) y por el otro lo
limitó de modo que quedaran excluidos de su esfera las relaciones en las cuales fal-
tara un acuerdo de partes (negotiorum gestio, aditio hereditatis, pago de lo indebi-
do). Comp.: Betti, Teoría general de las Obligaciones, págs. 6 Í y sigts. P a r a la
historicidad del lenguaje: Henkel, Introducción a la filosofía del derecho, §8.
3
El art. 1101 del Cód. francés define al contrato como "una convención, por la
cual una o varias personas se obligan, hacia una o varias otras, a dar, hacer o no
hacer alguna cosa", habiendo sido seguido por un gran número de Códigos hispa-
noamericanos como los de Colombia (art. 1495), Uruguay (art. 1247), Chile (art.
1438), Guatemala (art. 1396). Literalmente, un texto con esa redacción se pronun-
cia por la tesis restrictiva. Sin embargo, resulta interesante señalar que muchos
autores no encuentran inconveniente alguno (pese a la letra de la ley) para susten-
tar un criterio amplio sobre el contrato, como p a r a el Derecho belga, De Page,
§ 1 . Definición del c o n t r a t o 11
Traité Élémentaire, n9 447. Comp.: Colin et Capitant, Cours, II, pág. 257. En el polo
opuesto de la fórmula francesa se encuentran aquellas legislaciones que expresa-
mente dan una definición amplia del contrato. Tal lo que acontece en Italia donde
ya el Código de 1865 (art. 1098) definía al contrato como el acuerdo para constituir,
regular o disolver un vínculo jurídico, tesis mantenida en el Cód. de 1942 (art.
1321). Similar amplitud se advierte en los Códigos venezolano de 1942 (art. 1133) y
nicaragüense (art. 2435).
4
Sobre la razón histórica de esta terminología, Girard, Manuel, pág. 579, n9 2.
Comp.: nota al art. 1623. Véase: Rezzónico, Estudio de los contratos, II, pág. 332.
0
Arias, Contratos, págs. 48/57 confrontando las citas de la nota al art. 1137 con
las obras invocadas, concluye que: "Ni Maynz, ni Domat, ni Aubry et Rau, ni
Savigny dicen lo que la nota les atribuye". Pensamos que en esto hay algo de
exageración. Por ejemplo, para sustentar que Savigny no enseña lo que la nota de
Vélez le hace decir, el agudo jurista invoca la nota que los traductores franceses
(Gerardin y Jozón) ponen al párrafo 52 de la obra de Savigny sobre el Derecho de
Obligaciones. Tenemos a la vista las ediciones de 1863 y 1873 y en ellas se lee que
a estar a dichos traductores: "No hay en alemán expresión que corresponda exacta-
12 § 1 . Definición del c o n t r a t o
mente a la idea de contrato. Para dar esta idea, M. de Savigny emplea algunas ve-
ces la palabra latina contractus, y casi siempre la palabra alemana Vertrag, que
significa propiamente convención, tratado, sea internacional, sea privado. Es por
ello que tiene cuidado, en varios lugares, sobre todo en el presente parágrafo, de
advertir al lector que habla no de las convenciones (Vertraege) en general sino de
las convenciones productoras de obligaciones (obligatorische Vertraege) que no son
otras que nuestros contratos. P a r a más claridad, nosotros traduciremos, como
aquí, la palabra Vertrag, empleada sola, por contrato, cada vez que se trate eviden-
temente de convenciones obligatorias". Sobre este punto, no hemos creído necesa-
rio profundizar la investigación, por las siguientes razones: a) P a r a que tenga
importancia el verdadero pensamiento de Savigny, sería preciso, primero, que la
nota de un artículo la tuviera para cambiar el sentido de un texto, y segundo, que
reconstruyéndose el verdadero pensamiento de Savigny, pudiera cambiarse la re-
dacción de la nota, y obtenido ello, cambiar la del artículo. Si lo primero ya es difí-
cil de admitir, pues las n o t a s carecen de valor n o r m a t i v o , lo segundo sería
inmediatamente rechazable, pues no es Savigny nuestro legislador. Grave es el
problema que tenemos para armonizar los artículos de nuestra ley, y si todavía co-
menzamos por corregirlos para hacerlos decir lo que dicen las fuentes respectivas,
tendremos por delante una tarea de titanes: armonizar las fuentes entre sí. No ha-
ce falta mucha imaginación para advertir que el Derecho se convertirá en algo eso-
térico, reservado a una casta de privilegiados, los que además del idioma patrio,
conozcan a la perfección el latín, el alemán, el francés, el italiano y cuanta otra len-
gua en que se haya escrito alguna obra en que algún legislador concreto encuentre
una fuente. El día que eso aconteciera, la máxima nemini licet ignorare jus que ha
sido tachada de tiránica aplicada al pueblo (Costa, La Ignorancia del Derecho, pág.
13 y sigts.), lo será sin duda alguna en cuanto dirigida al hombre mismo de leyes;
b) Porque aun ceñida la tarea a la labor más modesta de conocer por vía informati-
va lo que fue el verdadero pensamiento de Savigny, a los fines de compararlo con el
de Vélez, la reflexión que formulan los traductores franceses no es directamente
trasladable a nuestro sistema, supuesto que lo fuera para el francés. Se parte de la
base de que el contrato es solamente la convención que genera obligaciones, y exa-
minando la definición de Savigny se concluye que corresponde a la convención y no
al contrato. Ahora bien, en cuanto al idioma francés mismo, cabe señalar que el
uso de las palabras "convención" y "contrato" no deja de tener su imprecisión
(comp.: Planiol-Ripert-Boulanger, Traite Élémentaire, II, n g 35; Mazeaud-Mazeaud,
Lecciones, II, I, n- 52 y lo dicho supra en nota 3). Pero en lo que a nosotros respec-
ta, si quisiéramos traducir la obra de Savigny a nuestro idioma jurídico, es eviden-
te que previamente tendríamos que fijar el sentido del vocablo "contrato", que no
tiene por qué ser el mismo que el de la voz contrat del Derecho francés. No es difí-
cil imaginarse que esa investigación podría llevarnos a decir (parafraseamos a los
traductores franceses) que no hay en nuestro idioma jurídico una palabra que sirva
para traducir la voz contrat empleada en las obras francesas, y que quienes lo ha-
cen empleando la de "contrato" incurren en un error...
§1. Definición del contrato 13
6
La letra es tan amplia que, potencialmente, abarca hasta el acto de cele-
bración del matrimonio. Pero en nuestra doctrina no se pretende que éste sea un
contrato y no lo pretendemos nosotros (infra, III, 2).
7
Contra ello no es dable argumentar que, para la hipoteca, todavía hace falta
el modo "inscripción" (comp.: Mosset Iturraspe, Teoría general del contrato, n° 3)
porque no cabe mezclar el nacimiento del derecho real con su oponibilidad. La
inscripción hipotecaria (art. 3135) como la genérica inscripción inmobiliaria (art.
2505) no es constitutiva, sino declarativa (véase nuestro Derechos reales, §11).
8
Llambías, Obligaciones, n 2 1807, nota 183; Llambías Alterini, Código Civil, y
allí, con la aclaración de la opinión de Llambías, la de Rivera quien se inclina por
la tesis amplia.
18 §1. Definición del contrato
II. Importancia
1. Descripción
El contrato supone (artículo 1137):
a) "Varias" personas. Debe haber por lo menos dos, en el
sentido de dos centros de intereses, aunque no haya dos in-
dividuos físicos, pues con el auxilio de la representación es
posible un autocontrato.
b) Un acuerdo sobre una declaración de voluntad común.
10
Para muchos, la cuestión carece de importancia: Pavón, Teoría general, n9 17.
Comp.: Colin et Capitant, Cours, pág. 257; Baudry-Lacantinerie et Barde, Traite
des Obligations, I, n 2 7, afirman que no presenta ningún interés ni teórico ni
práctico.
20 §1. Definición del contrato
2. El matrimonio
El acto de celebración del matrimonio no es un contrato,
pues carece de contenido patrimonial (doct. art. 1169). 12
Además, aun después de la lamentable reforma que intro-
dujo el divorcio vincular, no le corresponde este nombre: 1 3
a) Ni sustancialmente, porque, aun cuando haya acuerdo
de partes éste sólo funciona como desencadenante de los
efectos, como medio de entrar a un status, como vehículo de
11
Contra lo que afirmamos en el texto, algunos enseñan que hay contrato en el
caso de coincidencia circunstancial de voluntades (así, Borda, citado por Llambías-
Alterini, Código Civil Anotado, sobre el art. 1144, n 9 6). Cabría preguntar a cuál de
las declaraciones se dará el valor de oferta y a cuál el de aceptación, lo que tiene
importancia en la determinación del lugar y del tiempo de la conclusión del contra-
to. Nosotros pensamos que el contrato es voluntad común (art. 1137) y unánime
(art.946).
12
Contenido patrimonial tiene, en cambio, la llamada "sociedad conyugal" que
nuestro Código legisla entre los contratos y cuyo examen escapa al objeto de esta
obra, correspondiendo a los tratadistas de Derecho de Familia. Las convenciones
matrimoniales (con el limitado campo admitido por nuestro Derecho) son declara-
ciones de conocimiento en el caso del inciso 1 del art. 1217, y donaciones en el del
inciso 3. El régimen de la "sociedad conyugal" es estatutario (sobre su naturaleza:
Belluscio, Manual de Derecho de Familia, II, cap. XXIX; Belluscio-Zannoni, Código
Civil, VI, tít. II, párrafos 17 y sigts.).
13
Comp.: Cicu, El Derecho de Familia, segunda parte, cap. II, §1.
§ 1 . Definición del c o n t r a t o 21
14
Sobre la distinción e n t r e complejo de actos y actos complejos: Cariota
Ferrara, El negocio jurídico, n- 46.
15
En cambio, no es contrato la inscripción en los Registros.
16
Comp.: Spota, Contratos, I, §1, n2 12 a propósito del pago, y III, n9 232 sobre
la tradición. Salvat en su Tratado de derechos reales, I, n 9 116, negaba a la tradi-
ción el carácter de contrato.
22 §1. Definición del c o n t r a t o
2. La teoría normativa
Nosotros sustentamos la teoría normativa, que desarro-
llaremos a través de dos proposiciones, ambas afirmativas:
Primera afirmación: El contrato es una ley individual, esto
es, fuente de Derecho objetivo. El contrato contiene normas
jurídicas individuales que sobre determinados supuestos de
hecho, preveen d e t e r m i n a d a s consecuencias jurídicas. A
nuestro entender esta naturaleza normativa del contrato,
resulta claramente del art. 1197: "Las convenciones hechas
en los contratos forman para las partes una regla a la cual
deben someterse como a la ley misma". Los derechos nacen
(o se extinguen, etc.) de los contratos, en tanto y en cuanto
se presenten los supuestos de hecho previstos en los mis-
mos. En este sentido, el nacimiento de una relación jurídica,
18
Sobre la distinción entre acto jurídico y simple acto, existen interesantes
exámenes en la doctrina extranjera y en la nacional. Sobre el tema en nuestro
Derecho: Brebbia, Hechos y actos jurídicos, comentario al art. 899; Belluscio
Zannoni, Código Civil, sobre el art. 899. Para nuestra opinión: infra, §7, V.
24 §1. Definición del c o n t r a t o
19
Hemos tratado el tema de la aproximación del contrato a la ley, en nuestra
nota "Interpretación de los contratos civiles", en Boletín del Instituto de Derecho
Civil y Comparado, julio 1966, pág. 98. Aunque según esta concepción, los dere-
chos no nacerían del contrato, sino de la realización del supuesto de hecho previsto
en el contrato, formulada la salvedad, no vemos ningún inconveniente en decir que
el contrato es fuente de derechos, en el sentido elíptico de fuente mediata de dere-
chos. Y como, según precisaremos en este párrafo, bajo ciertos aspectos (especial-
mente en el terreno de las leyes imperativas) el contrato funciona a veces como
fuente inmediata, creemos que la expresión "el contrato es fuente de derechos" (o
en su caso: extintiva, etc.) será siempre verdadera, ya entendida directa, ya elípti-
camente. De allí que salvo aclaración expresa, la empleamos con esa inteligencia
en el curso de esta obra.
§ 1 . D e ñ n i c i ó n del c o n t r a t o 25
3. Aclaración terminológica
A esta altura, nos parece oportuno formular una aclara-
ción terminológica, para disipar una posible equivocidad de
los términos (contrato, acto) que venimos empleando:
a) En un primer sentido, que es el que nos parece el más
propio de todos, con las palabras contrato, acto jurídico, de-
signamos actividades aisladas de los actuantes, tomadas co-
mo productos. Aunque en el momento inicial se den juntos
en la vida, así como es posible distinguir entre el acto de
pronunciar un discurso, y el discurso pronunciado, así cabe
diferenciar: el legislar, de la ley; el contratar, del contrato; el
testar, del testamento.
b) En un segundo sentido, podemos aludir con esos térmi-
20
Hace más de un siglo que Freitas, en su carta del 20 de septiembre de 1867,
dirigida al Ministerio de Justicia (véase el texto de la misma en Revista de Direito
Civil, edición conmemorativa del Sesquicentenario de la fundación de los Cursos
Jurídicos en Brasil, julio-septiembre 1977), aproximó la ley y el contrato. De entre
sus afirmaciones, destacamos la siguiente: "El sentido común que de ordinario es
el más sabio de los jurisconsultos, bien penetra ésta y muchas otras verdades. Dice
que las leyes son actos legislativos, así como dice que los contratos son leyes para
las partes contratantes, que los testadores son legisladores". Freitas sostiene que
"en la escala de los actos jurídicos entran las leyes" y que muchas reglas de inter-
pretación "dominan los contratos, los testamentos, las leyes y los actos judiciales".
Para la tesis normativa en el Derecho español: Diez-Picazo, Fundamentos del
Derecho Civil Patrimonial, I, pág. 123.
26 §1. Definición del contrato
V. Ubicación
21
Betti, Teoría general del negocio jurídico, pág. 223, estima que el negocio sub-
jetivamente simple sólo puede ser unilateral, pero pensamos que la excepción del
autocontrato entra dentro de la lógica de su sistema, pues en él se da la característi-
ca de agotarse con el "comportamiento de una sola persona". Pues, en rigor, en el
autocontrato, aunque haya dos comportamientos (oferta y aceptación), ellos emanan
siempre de una sola persona que actúa como parte formal, y si Betti conceptúa
como subjetivamente compleja la declaración conjunta de dos apoderados del mis-
mo poderdante, debe a fortiori considerarse como subjetivamente simple la del
único apoderado de dos poderdantes o la del que contrata por otro, consigo mismo.
22
Sobre el tema, Messineo, Doctrina, pág. 63.
28 §1. Definición del c o n t r a t o
23
Es muy discutida la naturaleza jurídica del "contrato" de sociedad. Aparte
del problema en sí, al que nos referimos en el texto, está el tema terminológico, y
así por ejemplo Betti, Teoría, pág. 227, se pregunta si es un acuerdo o un contrato,
y Messineo, Manual, §150, n° 2, si es un acto colectivo o un contrato. Sobre el tema
véase también, infra, §5, XI.
24
Cariota Ferrara, El negocio jurídico, n9 46, quien advierte (n. 173) que la dis-
tinción entre acto colectivo y complejo es dudosa, y que para muchos, ambas cate-
gorías se identifican. Bien mirado, no sólo en esto, sino en todo el tema reinan
grandes discrepancias entre los autores. Así por ejemplo, el tratamiento que le da
Zanobini (Corso di Diritto Ammnistrativo) es completamente diferente (págs. 195 y
sigts.). Para este autor, los actos colegiados (esto es los de un órgano colegiado)
contrariamente a lo que señalamos en el texto, serían actos subjetivamente sim-
ples. P a r a él, en el acto colectivo, las voluntades permanecen j u r í d i c a m e n t e
autónomas, de tal modo que la invalidez de una no influye sobre el todo, citando
como ejemplos de actos colectivos en el Derecho Público, una orden dada por varios
ministros al personal respectivamente dependiente, o u n contrato que varias
comunas estipulan con un hospital para el tratamiento de los respectivos enfermos
pobres; pero a nosotros nos parece que aquí la expresión "acto colectivo" está uti-
lizada en un sentido distinto, para denominar una acumulación subjetiva de actos.
Finalmente, al tratar de los actos complejos, antes de examinar la diferencia entre
la complejidad igual y la desigual, examina la distinción entre complejidad interna
y externa, considerando como de complejidad interna el supuesto en que deben
concurrir varios órganos de un mismo ente, lo que trasladado al caso de u n a
sociedad parece más bien ubicarse dentro del campo del acto colectivo.
§ 1 . Definición del c o n t r a t o 29
2o
Comp.: Cariota Ferrara, El negocio jurídico, n s 45.
26
Verdad es que la doctrina italiana para referirse a los efectos, siguiendo al
nuevo Código ya no habla de contrato bilateral, sino de contrato con prestaciones
recíprocas... pero es dudoso si esta expresión es o no equivalente a la anterior. So-
bre ella, véase infra, §36, II, 2.
30 §1. Definición del contrato
Mosset Iturraspe, Manual, pág. 34; Spota, Contratos, I, pág. 152, n? 84.
§1. Definición del contrato 31
VI. Comparación
1. Contrato y sentencia
Entre el contrato y la sentencia median ciertos puntos de
aproximación que han llegado incluso a sugerir máximas co-
munes. Así, por ejemplo, se habla indistintamente de res Ín-
ter alios acta o de res inter alios judicata, para agregar aliis
ñeque nocere ñeque prodesse potest complaciéndose los auto-
res en señalar lo engañoso del vocablo para una y otra hipó-
tesis (infra, §28, I). Tales relaciones son m á s estrechas
cuando se compara el contrato con la sentencia constitutiva,
pues ambas tienen el efecto de constituir, modificar o extin-
guir relaciones jurídicas. 3 0 En un caso, la aproximación lle-
28
Véase: Cariota Ferrara, n5 46, pág. 146.
29
Messineo, Doctrina, I, pág. 57 y sigts., 61 y sigts. A la figura del acuerdo se
ha acudido para explicar la naturaleza jurídica de la convención colectiva de traba-
jo (Spota, Contratos, n9 84; Mosset Iturraspe, Manual, pág. 34). Existe un proble-
ma que, desde luego, debe resolverse con arreglo a la específica regulación
legislativa. En el Segundo Congreso Nacional del Derecho del Trabajo y de la Segu-
ridad Social, todo el Tema I estuvo dedicado a estudiar el convenio colectivo de tra-
bajo, examinándose especialmente en el Subtema "A" la naturaleza del mismo
(Véase Anales, Córdoba, 1962, tomo II).
30
Colagrosso, Teoría genérale delle obbligazioni e dei contratti, pág. 144; Messi-
neo, Doctrina, I, pág. 41.
32 §1. Definición del contrato
31
En Tratado de Derecho administrativo, n s 393; Comp. Zanobini, Corso, págs.
170 y sigts.
§1. Definición del contrato 33
3. Contrato y cuasicontrato
Sobre las relaciones que median entre el contrato y el mal
llamado cuasi contrato, nos remitimos al §30.
4. El contrato y la ley
Ya hemos señalado (en este parágrafo, apartado IV), las
relaciones que median entre el contrato y la ley, llegando a
la conclusión de que ambos son especies dentro del género
más amplio de los negocios jurídicos.
La diferencia específica radica, primero, en que la ley es
fuente de normas generales y el contrato lo es de normas in-
dividuales, y segundo, en que la ley tiende siempre a satis-
facer intereses generales, en el sentido de paz, de orden, de
progreso general, aun en la hipótesis de que conceda pre-
rrogativas a particulares (esto es: incluso en el terreno del
Derecho Privado), mientras que el contrato tiende a la satis-
facción de intereses privados. Por ello, cuando se interpreta
una ley, está en la lógica del sistema darle aquel sentido que
permita una mayor utilidad social, general; en cambio, cuan-
do se interpreta un contrato, se trata de desentrañar la uti-
l i d a d p e r s e g u i d a p a r a l a s p a r t e s , sin p r e t e n d e r q u e ,
además, el contrato deba estar impregnado de un altruismo
social, pues el Derecho se conforma con decir a los sujetos
del negocio: ¡Neminem Laedere!
1. La praxis angloamericana
No es el caso de examinar los verdaderos alcances de la
teoría de Summer Maine, pero sí resulta interesante seña-
lar con cuáles llegó a entenderla la praxis angloamericana: 3 2
a) Se estimó que ese sentido evolutivo era característico
de las sociedades en progreso, y que a contrario sensu, las
que se manifestaban en otra dirección estaban en retroceso.
Ello trajo como consecuencia una natural desconfianza ha-
cia las regulaciones que de algún modo contrariaban la ley
de Maine, como manifestaciones de un Estado que descen-
día de su anterior nivel de civilización.
Con este criterio, a priori serían repudiables todas las li-
mitaciones a la libertad de contratación. Entre tanto cabe
observar que quizás Maine se limitaba a formular una ob-
servación de experiencia pero al aclarar que ello era "por
ahora" eludía un definitivo juicio de valor.
b) Se aplicó el nombre de status a toda situación jurídica
en que se encontraren los individuos independientemente de
su voluntad. Por oposición, fueron miradas con la dignidad
de "contractuales", no solamente las situaciones técnicamen-
te tales sino también todas las que al ser imputables a la vo-
l u n t a d implicaban u n a manifestación de la libertad del
hombre (v.g., las derivadas de acto ilícito). Pensamos que con
una extensión tan desmesurada del concepto de contrato, to-
da situación podría ser reducida a él, partiendo de la base de
que los que viven en un país se someten voluntariamente a
la legislación existente. A la inversa, puede darse un concep-
to tan amplio del status, que el contrato termine englobado
en él pues el término tiene muchos sentidos y ha sido utiliza-
do en los más variados, por los juristas y los profanos. 33
32
Sobre el tema: Pound, R., Las grandes tendencias del pensamiento jurídico,
pág. 74 y sigts.
33
Savigny, Sistema, Apéndice VI, ha examinado los variados usos del término.
Comp.: Maynz, Cours, §98, y Fontanarrosa, Derecho comercial, II, págs. 9/10. Para
un examen del concepto sociológico: Mafud, J., Los argentinos y el status.
§1. Definición del contrato 35
2. Nuestra opinión
Más aprovechable parece la distinción, cuando a la palabra
"contrato" se la reduce —como opuesta a status— para desig-
nar las situaciones reguladas por la voluntad del individuo:
a) Cuando es el consentimiento de las partes el que crea y
regula la situación, hay contrato y situación contractual, en
el sentido del art. 1137 C. Civ. Cuando el acuerdo se limita a
ser la condición desencadenante de los efectos (v.g., matri-
monio), podremos hablar de status. Entre ambos extremos
existe una gama variada de situaciones. Por un lado, para
ciertos contratos (v.g., de trabajo), la regulación imperativa
es tan extensa y dominante, que el margen contractual es li-
mitado y preponderante el aspecto estatutario. Por el otro,
existen situaciones en que la ley nada impone, pero las cir-
cunstancias mandan de tal forma que u n a de las partes se
encuentra de hecho privada de la libertad de configuración
(contratos de adhesión). En estos dos últimos casos, por sta-
tus podríamos entender la posición en que se encuentra una
persona a raíz de un contrato que de hecho o de derecho no
ha podido configurar y en la medida en que tal configura-
ción se ha visto limitada.
b) De quien dicta la ley en el contrato de adhesión parece
que no puede predicarse que se encuentre en un status. Pero
ello a veces acontece, y Weissman lo ha puesto de relieve 34
formulando una pregunta que es la inversa de la ley de Mai-
ne: "¿Vamos ahora del contrato al status?"
Cuando las empresas de un ramo son pocas, cada una de
ellas puede decidir entrar en una lucha de competencia, o
llegar a acuerdos y combinaciones de distinta índole, pero
puede también adoptar un tercer camino: el de mirar y res-
petar a las otras cuidándose de no infligirles una molestia
que desate una guerra de precios, consciente (en razón de
un estudio de mercado) de que las otras adoptarán espontá-
neamente la misma actitud. Tendremos un mercado oligo-
polista, y todos a c t u a r á n como si se h u b i e r a n puesto de
34
Weissman, J., El derecho en una sociedad de libre empresa, pág. 131 y sigts.;
comp.: ídem, pág. 114.
36 § 1 . Definición del c o n t r a t o
1. La tesis
El grito de alerta fue lanzado por Haupt, quien propuso la
denominación, enunció a título ejemplificativo las categorías,
y señaló las consecuencias e importancia de la doctrina. Se-
guido parcialmente por Larenz, combatido por Lehmann,
Spiess, Enneccerus-Nipperdey y el Comentario de Staudin-
ger, 5 la inquietud que sembró no ha desaparecido.
36
He aquí el siguiente caso fallado por el Tribunal Federal, del que informa
(así como de los comentarios vertidos sobre él por Bettermann, Larenz, Nipperdey
y Blomeyer) Moyano, I., en op. cit.: El Municipio de Hamburgo otorgó a un conce-
38 §1. Definición del c o n t r a t o
2. Las objeciones
Sin pretender agotar el tema, a la tesis de las relaciones
contractuales fácticas, oponemos las siguientes objeciones:
a) Entre los hechos jurídicos que se enumeran como no
siendo contratos (o no siendo por lo menos contratos válidos)
pero generando obligaciones contractuales, hay algunos cuyo
carácter contractual no vemos cómo puede ser negado, a me-
nos que se tenga del contrato una misteriosa conceptualidad.
37
Tomamos la expresión de Ricca, op. cit., pág. 5, quien habla de una fuente pa-
racontractual.
38
Sobre los problemas que plantea el llamado transporte de cortesía o benévo-
lo, especialmente en materia de responsabilidad: de Vértiz, R. J., Accidentes de
tránsito, cap. XIII. Volvemos sobre el tema del transporte gratuito en §132,V
40 § 1 . Definición del c o n t r a t o
39
El ejemplo al que generalmente se acude es el del transporte. Las variantes
son numerosas, y desde luego, no tienen por qué recibir el mismo tratamiento: a)
Alguien sube a un tranvía, ómnibus, etc., y en el momento mismo de hacerlo al ser
interceptado por el guarda, abona el precio del pasaje. No dudamos que se ha con-
cluido un contrato, pues el consentimiento no necesita expresarse con fórmulas sa-
cramentales; los romanos que conocían la operación do ut facías no lo hubieran
dudado. Acaso los modernos vean en la hipótesis un contrato de adhesión, pero es-
to es un problema distinto del que ahora tratamos de examinar... Supongamos que
en el ejemplo dado, el que ha subido es un menor de edad; en seguida claman algu-
nos civilistas que la operación no es nula, porque esto se explica por la teoría de las
"relaciones contractuales fácticas"; por nuestra parte pensamos que para conservar
la validez de la operación no hace falta acudir a tal teoría, sino pensar en las re-
glas de autorización en materia de microcontratos celebrados manualmente (infra
§5, X, 7); b) Alguien sube al vehículo, se sienta y al llegar a destino pretende des-
cender sin pagar. ¿Hubo un contrato? Contestamos que sí, porque el consentimien-
to se ha manifestado por la conducta del uno al subir y por la del otro al dejarle
ocupar su sitio, sin que sea necesario que se haya pagado el boleto. El pago del pre-
cio puede ser, como acontece en la contratación manual, una forma de expresión
del consentimiento, pero puede también constituir el modo de cumplimiento de
una obligación preexistente. Lo único que podría traer dudas es el elemento precio;
pero por un lado, si no se trató del precio, para eso está la doctrina de los artículos
1354 y 1627, y por el otro, no vacilamos en afirmar que quien emplea un medio de
transporte donde el precio está tarifado, conoce sin duda la práctica y se somete a
pagar el precio de la tarifa, de un modo tan claro como si hubiera empleado todas
las palabras del diccionario para expresarlo. Si en este ejemplo, el pasajero fuera
un incapaz, el contrato sería nulo, y no encontraríamos en esto ningún agravio a
los principios; la empresa que no puede alegar la nulidad del contrato (art. 1164)
no debe quejarse de que pueda hacerlo el incapaz, pues después de todo ella permi-
tió la situación, ya que de haber obtenido oportunamente el pago, estaría protegida
por la teoría de la autorización en los microcontratos; c) Si alguien al ascender a
un ómnibus dijera "subo pero entiendo que no debo pagar" (o asumiera una con-
ducta equivalente como en el caso de la playa de estacionamiento citado en nota 36
e hiciera uso del transporte no obstante la oposición de la empresa, ya se situaría
en el terreno de lo ilícito, y en este caso no jugarían las reglas sobre capacidad sino
sobre imputabilidad.
§1. Definición del contrato 41
1. Función individual
El contrato presenta una función individual. Quien desea
consumir una cosa de la que carece, de hecho puede recurrir
para obtenerla al contrato o al robo; pero aun cuando en am-
bos casos se llegue al consumo, y con ello a la obtención de
la finalidad práctica inmediata perseguida, se la goza en cir-
cunstancias distintas, pues la reacción del Derecho no es
igual, y por ende tampoco las consecuencias ulteriores.
En nuestro sistema de vida, todos contratamos a diario.
Según acertadamente se ha señalado, nadie escapa a la in-
mensa red contractual, pues aun cuando se limitara a men-
digar, ya irrumpiría en el Derecho de Obligaciones bajo la
forma del contrato de donación. 40 El contrato se manifiesta
como el gran instrumento para la circulación de los bienes y
de los servicios. Pero el contrato puede también convertirse
en instrumento de opresión económica 41 de tal manera que
lejos de provocar la composición de los intereses que dice re-
gular, lleve al sacrificio de unos y a la hipertrofia de otros.
Ello acontece cuando uno de los contratantes es frente al
otro lo suficientemente fuerte, como para convertirse (utili-
zando la forma de un contrato) de hecho en legislador único
de la situación emergente. En defensa de la función indivi-
dual que el contrato está destinado a llenar, se explica que
el Estado intervenga a través de una legislación limitativa,
pues de otro modo se privaría, de hecho, a la parte débil, del
arma fecunda del contrato.
2. Función social
El contrato incide en la vida social. En última instancia
todo accionar del hombre, por modesto que sea, influye en el
curso de la Historia.
a) El liberalismo económico sublimó el papel del contrato.
Entendió, por un lado, que a través del contrato encuentran
su satisfacción los intereses de las partes, pero agregó algo
más: que por el juego de la entera libertad en el contrato,
encontraba su mejor satisfacción, también, el interés gene-
ral. El individuo al actuar, como si estuviera guiado por una
mano invisible, persiguiendo su propio interés, promueve
frecuentemente el de la sociedad más eficientemente que
cuando intenta promoverlo. 42
42
Adam Smith, citado por Guaresti, Economía política, pág. 113, donde a partir
de pág. 105 se encuentra un examen de la doctrina del liberalismo de los siglos
XVIII y xix.
§1. Definición del contrato 43
3. Vitalidad de la institución
El sistema ruso en el sector colectivizado de la economía,
suministró un buen ejemplo de la supervivencia de las funcio-
nes individual y social del contrato. Se trató de despojarlo de
todas sus características "burguesas", pero aun reducidas a su
mínima expresión, la idea esencial siguió alentando, poniendo
de manifiesto la vitalidad de una institución especialmente
idónea para la circulación de los bienes y de los servicios.
Sin pretender entrar en los detalles de un sistema (hoy en
retirada) tan alejado de la mentalidad cristiano occidental,
podemos esquematizarlo con el siguiente ejemplo: La fábrica
"A" produce automóviles, utilizando el acero que produce la
organización "B". He aquí que existe un plan de gobierno
que indica cuántos automóviles debe producir la fábrica "A",
y qué cantidad de acero, en qué condiciones y plazos debe
hacer entrega la organización "B". En rigor pareciera que no
hace falta que "A" contrate con "B", bastando con que una y
otra cumplan con lo que el plan dispone. ¿Qué utilidad ten-
dría el contrato, si no creara alguna obligación que no deri-
vara ya del plan?
En los primeros tiempos de la evolución socialista, no obs-
tante la existencia del plan, se acostumbraba a contratar.
Un negocio en esas condiciones, si se limita a reproducir las
directivas del plan, pareciera que sólo tiene una fuerza mo-
ral. Es verdad que puede hacer algo más, y entre otras cosas
prever una cláusula penal, una multa para el caso de in-
cumplimiento, y entonces adquiere u n a función jurídica.
¿Pero quid si la multa ya está prevista en el plan?
Advino un segundo tiempo en el que muchas organizacio-
nes estimaron que existiendo el plan, resultaba superfluo
un contrato reproductor del mismo, y que por otra parte no
les era conveniente establecer además de él, una regulación
más detallada. La reacción del gobierno no tardó en hacerse
§1. Definición del c o n t r a t o 45
X. Policitación y contrato
43
Ioffe, Derecho civil soviético, pág. 251.
44
Ioffe, op. cit., págs. 271 y sigts.
45
Digesto, libro 50, tít. XII "De pollicitationibus". Sobre el mismo, Pothier, Pan-
dectes, XVIII, pág. 521 y sigts. Para un estudio de la pollicitatio: Pacchioni, Dei
contrati, págs. 11 y sigts. Sobre la declaración unilateral de voluntad: Busso, Código
Civil, art. 499, núm. 158 y sigts.
46 §1. Definición del contrato
1. El Derecho romano
Para el Derecho romano, el acuerdo de voluntades no bas-
taba por sí para engendrar una obligación, y era preciso que
se encontrara cubierto con uno de los vestimenta reconoci-
dos. Dichos vestimenta eran variados, pudiendo consistir ya
en una forma (como en la stipulatio), o en un contenido típi-
co (como en los contratos consensúales) o en una prestación
cumplida (como en los innominados); en ausencia de ellos el
pacto se consideraba desnudo.
Si dos voluntades "desnudas" (sin vestimentum) no obliga-
ban, con mayor razón carecía de fuerza una sola voluntad.
Por excepción, el Derecho romano admitió ese efecto en
dos casos típicos (y por ende "vestidos") en que otorgó a una
voluntad el poder de obligarse:
a) en el del votum, es decir en el de promesa hecha a Dios
(a los dioses en la época pagana, y especialmente a Hércules
según las costumbres).
b) En el de promesas hechas a una ciudad, con tal que hu-
biera u n a justa causa (especialmente ob-honorem) o que a
falta de ella hubiera habido principio de ejecución.
Fuera de esos casos, un deudor por su sola voluntad sólo
se obligaba naturalmente. De allí que para el Derecho roma-
no la regla sea: la voluntad unilateral expresada por actos
inter vivos, y salvo supuestos excepcionales, es impotente
para engendrar una obligación civilmente exigible.
2. Nuestro Derecho
Creemos que el mismo principio domina en nuestro Dere-
cho. Como regla, la promesa que nuestro Código admite es
la contractual (doctrina del art. 1148 en una de sus direccio-
nes); como excepción, a veces la voluntad de una persona ex-
presada inter vivos produce efectos creditorios, pero siempre
y cuando concurran otros elementos, y ello en virtud de una
prescripción legal (infra, §9, III, 2, b).
§2. El método
1. La idea central
La idea central de ambas instituciones está contenida en
una frase que ha hecho fortuna: Omne autem jus, quo uti-
mur, vel ad personas pertinet, vel ad res, vel ad actiones.
Según esto, el Derecho se divide en tres masas jurídicas:
personas, bienes y acciones. Pero como Freitas 1 ya lo nota-
ba, el problema reside en saber qué significa cada uno de es-
tos términos.
1
En su Consolidagao das leis civis, en pág. XLI y sigts. de la tercera edición.
2
La edición de Gayo que manejamos, es la de Pellat, de la cual extraemos: a)
En el Comentario I, §8, Gayo vierte el célebre "Omne autem jus..." y aclara que,
por lo tanto, tratará primero de las personas; b) Comienza el Comentario II recor-
dando que en el anterior trató de las personas y que pasará a ocuparse de las co-
sas que están en nuestro patrimonio o fuera de él; c) La primera hoja del
Comentario III se ha perdido; d) Del Comentario IV faltan la rúbrica y las pala-
bras iniciales.
50 §2. E l m é t o d o
Cuarto, sobre los bienes, y los trece últimos títulos del Li-
bro Cuarto sobre las acciones.
Pero en seguida surge una pregunta: ¿Por qué operar una
fusión al modo de Gayo, y no verificar otra distinta? Si obra-
mos en el primer sentido incluiremos en la fusión los cinco
primeros títulos del Libro Cuarto; si obramos en el segundo,
excluiremos esos títulos y los dejaremos donde están. Se ad-
vierte la diferencia, pues tratando esos cinco títulos de las
obligaciones derivadas de hechos ilícitos, dejarlos en el Li-
bro Cuarto es vincularlos a la teoría de las acciones, y desde
que esta vinculación se produce, ¿por qué no proceder idén-
ticamente con las obligaciones contractuales?
1. El Libro Tercero
La materia relativa a los contratos se encuentra ubicada
en el citado Libro Tercero, el más extenso de todos, como
que abarca más de las dos terceras partes de los artículos
(desde el 718 al 2281). Tal ubicación deja mucho que desear
al tratar a todos los contratos como si fueran traslativos de
propiedad y modos de adquirir la misma. Pero resulta evi-
dente que hay por lo menos algunos contratos que carecen
de efectos reales, como acontece v.g., con el comodato y el de-
52 §2. El método
3. Las donaciones
Las donaciones han sido vinculadas no a los contratos, si-
no a los testamentos, reuniendo a ambos dentro de un mis-
mo título, y separando a estos últimos de las sucesiones
ab-intestato, sobre las que se legisla en un título anterior.
1. El proyecto de 1851
El proyecto español de 1851 que fuera objeto de las Con-
cordancias, Motivos y Comentarios de García Goyena, adop-
tó la distribución del Código Napoleón, en tres Libros, con
contenido análogo al de éste. En general, desde el punto de
vista del método puede ser objeto de críticas análogas a las
de su modelo, aunque justo es señalar que algunos de los lu-
nares que afean a éste, encuentran su corrección en el pro-
4
Comp.: nota de Vélez a la Sección Primera, "De las obligaciones en general".
§2. El método 53
2. El Código
El Código español de 1889, continúa la línea de purifica-
ción metódica, y lo que fuera el contenido del Libro Tercero
de Goyena (similar a la del Libro Tercero del Código Napo-
león) lo divide en dos, quedando parte en el Libro Tercero
destinado a t r a t a r de los diferentes modos de adquirir la
propiedad, y llevándose el resto al Libro Cuarto sobre las
obligaciones y contratos.
Dicha separación responde, según Castán, a "la conside-
ración teórica de que los contratos no son en Derecho espa-
ñol modos, sino simplemente títulos, de la adquisición de la
propiedad". 5
1. El Código suizo
El Código Civil suizo se divide en cinco Libros, de los cua-
les el Quinto —sancionado por ley independiente— es cono-
cido como Código de las Obligaciones. Después de un título
preliminar, el orden del tratamiento es el siguiente: Libro
Primero, sobre las personas; Libro Segundo, sobre el Dere-
cho de familia; Libro Tercero, destinado a t r a t a r de las suce-
siones; Libro Cuarto, para los derechos reales, y el Quinto y
último sobre las obligaciones. Este último Libro presenta
u n a particularidad y es al mismo tiempo u n ejemplo: se
aplica a la materia civil y a la comercial, y constituye por
Citado por Espín Cánovas, Manual de derecho civil español, I, pág. 38.
54 §2. El método
2. El Código de Italia
Italia, a partir de 1942 tiene un Código que es modelo en
su género. Consta de seis Libros, que tratan respectivamente:
Primero, de las personas y de la familia; Segundo, de las su-
cesiones; Tercero, de la propiedad; Cuarto, de las obligacio-
nes; Quinto, del trabajo, y Sexto, de la tutela de los derechos.
a) Basta examinar su índice para advertir que se trata de
un Código aplicable no sólo a la materia civil, sino también
a la comercial y laboral, por lo menos en gran parte, pues se
encuentran fuera de él el derecho de la navegación maríti-
ma y aérea (objeto de otro Código), el de quiebras (materia
de una ley separada) y el Derecho público del trabajo. 6
b) Los contratos se encuentran regulados en el Libro de
las obligaciones, ubicación que nos parece susceptible de crí-
tica, atento a que el Derecho italiano tiene una concepción
amplia del contrato. Además, en el título III del Libro
Cuarto sobre los contratos singulares, no están todos los
contratos. Las donaciones, por ejemplo, están en el Libro Se-
gundo, y las sociedades, 7 en el Quinto.
6
Comp.: Messineo, Manual, I, §3, n° 4 y sigts.
7
Apresurémosnos a reconocer que en lo que concierne a las donaciones, no es
fácil su ubicación, máxime si se recuerda con Savigny (Sistema, §CXLII) el carác-
ter variado de la institución. Y en lo que respecta a las sociedades no debe olvidar-
se que hay quienes niegan carácter contractual al acto creador de las mismas
(supra, §1, V, 1).
8
Puede verse un resumen de su doctrina, con las citas respectivas, en Gorostia-
ga, El Código Civil y su reforma ante el Derecho Civil comparado, págs. 26 y sigts.
§2. El método 55
1. El Código alemán
Exponente de ese método es, por de pronto, el Código Ci-
vil alemán de 1900.
Consta de cinco Libros, de los cuales el Primero constituye
su Parte General, y los cuatro restantes t r a t a n respectiva-
mente de las obligaciones, de los derechos reales, de la familia,
y de las sucesiones. En el Libro Segundo, sobre las obligacio-
nes (Derecho de las relaciones obligatorias), se comienza por
establecer primero las reglas generales sobre las obligacio-
nes, para luego t r a t a r de las relaciones en particular. Con
ello se ve que el Código es fiel a los principios metódicos que
lo inspiran, pues no sólo separa una Parte General de todo el
Derecho Civil, sino que dentro de lo que constituye su Parte
Especial, diferencia todavía lo que tiene carácter general, ya
no para todas, pero sí para algunas instituciones.
3. El Código portugués
El Código Civil portugués de 1966 se divide en cinco Li-
bros (I, Parte General; II, Derecho de Obligaciones; III, De-
recho de las Cosas; IV, Derecho de Familia; V, Derecho de
Sucesiones), los que se subdividen en títulos, subtítulos, ca-
pítulos, secciones, subsecciones, artículos y números. La
materia contractual se encuentra tratada en el Libro II, y de
ella, los principios generales en el título I, capítulo II, sec-
ción I, y los contratos en particular a lo largo del título II.
En la tipificación y distribución de estos últimos, existe una
notable diferencia con nuestro Código. En el capítulo IV se
legisla sobre la locación, pero reduciendo el nombre a lo que
nosotros conocemos como locación de cosas, e incluyendo ba-
jo él la aparcería agrícola, pero no la pecuaria que se trata
en el capítulo V; como variedades de locación, en dicho capí-
tulo se trata, en la sección VII, del arrendamiento rural (cu-
ya renta puede ser en dinero, en especies, o en u n a parte de
los frutos), y en la sección VIII de los arrendamientos de
predios urbanos y rústicos no incluidos en la sección ante-
rior; como subvariedades dentro de la sección VIII, se regu-
lan los a r r e n d a m i e n t o s para habitación (subsección VI),
para comercio o industria (subsección VII), y para el ejerci-
cio de profesiones liberales (subsección VIII). En el capítulo
VIII, se dispone, brevemente, sobre el contrato de trabajo,
que definido en el art. 1152 queda subordinado a la legisla-
ción especial por el art. 1153. Pero la figura contractual que
presenta mayores caracteres de novedad e implica un mag-
nífico proceso de síntesis, es la contemplada en el capítulo
IX: el contrato de prestación de servicios, definido como
"aquel en que una de las partes se obliga a proporcionar a
otra cierto resultado de su trabajo intelectual o manual, con
o sin retribución" (art. 1154). Según el Código portugués, to-
§2. El método 57
1. Nuestro Código
Nuestro gran Vélez, que tuvo a la vista los principales
Códigos y proyectos de su época, supo escoger, en cuanto a
la sustancia, lo mejor de las reglas. Pero como el patriotis-
mo es algo muy distinto de la ceguera científica, debemos
reconocer que no obstante su preocupación por el método,
flaqueó al planear su obra. Inspiróse en Freitas para la cla-
sificación de los derechos, agrupando las instituciones según
versaran sobre los derechos personales en las relaciones de
familia, en las relaciones civiles, o sobre los derechos reales,
o en fin, sobre disposiciones comunes a unos y otros, pero no
siguió la directiva de dividir el Código en una Parte General
y otra Especial, aunque volcó las reglas generales de Frei-
tas. Nuestro Código presenta así una curiosa estructura. No
es un Código que sólo contenga una Parte Especial (hablan-
do en términos relativos) en la que se encuentren principios
generalizables; ni es un Código que presente una Parte Ge-
neral con principios generales. Es, para decirlo de una vez,
un Código que tiene principios generales distribuidos entre
los artículos de la Parte Especial. En efecto, basta extraer
del Libro Primero, toda la Sección Primera ("De las Perso-
nas"), del Libro Segundo, toda la Sección Segunda ("De los
hechos y actos jurídicos que producen la adquisición, modifi-
cación, transferencia o extinción de los derechos y obligacio-
nes"), y del Libro III todo su primer título ("De las cosas
consideradas en sí mismas con relación a los derechos") pa-
ra, ordenándolos según la tricotomía "personas, cosas, he-
58 §2. El método
I. Ojeada histórica
1. El Derecho romano
Sin e n t r a r en detalles, ni en cuestiones terminológicas,
pueden clasificarse las convenciones romanas en dos gran-
des categorías, según que se encontraran provistas o des-
provistas de acción. Estas últimas eran los pacta nuda, que
sólo generaban u n a obligación n a t u r a l . Las primeras en
cambio, tenían alguna clase de vestimentum y abarcaban,
por un lado los contratos, y por el otro los pacta vestita, de-
pendiendo la diferencia de nombre de una razón histórica,
pues se reservó el término "contrato" para designar a las con-
venciones del antiguo derecho. Los contratos se subdividían
en nominados e innominados, comprendiendo los primeros
cuatro especies (verbis, litteris, solo consensu y reales) y los
segundos, cuatro combinaciones (do ut des, do ut facías, fa-
ció ut des, y fació ut facías), como dentro de aquéllos, cuatro
era el número de los contratos que se concluían solo consen-
su (compraventa, locación, sociedad y mandato) y cuatro el
de los reales (mutuo, depósito, comodato y prenda). Los
pacta vestita, en fin, abarcaban tres categorías: pretorianos
(de juramento, de constituto, de hipoteca, y los recepta), le-
gítimos (de donación, de dote y de compromiso) y adiecta
(agregados a un contrato). 1
Pero todo esto no pasa de constituir una enumeración fría e
incluso incompleta, si juzgamos el problema con la amplitud
Sobre esta clasificación: Caramés Ferro, Curso de derecho romano, pág. 148.
§3. E v o l u c i ó n del c o n t r a t o 61
2
Las fechas precisas no están exactamente determinadas, pero con cualquiera
de ellas hay un notable distanciamiento temporal. De Girard, Manuel Élémentaire,
extraemos los siguientes datos: 1. Con la ley de las XII Tablas (año 300 de Roma=
450 A.C.) o en fecha próxima, aparece la moneda de cobre que se contaba en lugar
de pesarse; la moneda de plata data del año 485 de Roma, y la de oro aparece bajo
el Imperio. 2. El surgimiento de las acciones de buena fe empti y venditi es situado
por algunos antes de finales del siglo vi de Roma, en tanto que otros lo fijan des-
pués de la ley Aebutia (dictada entre los años 605 y 628) siendo ya indudable su
existencia a mediados del siglo vil.
62 §3. E v o l u c i ó n del c o n t r a t o
3
Sobre esto: 1. El molde jurídico de la compraventa fue el del contrato consen-
sual de este nombre. 2, La determinación del de la permuta presenta sus dificul-
tades. Los Sabinianos la sujetaron a la consensualidad de la compraventa, pero
las enseñanzas de los Proculeyanos terminaron por prevalecer y la permuta que-
dó en el sistema de los contratos innominados que recién bajo Justiniano gozan de
la genérica prescriptis verbis y si bien cabe admitir que ya en la época de Trajano
(98-117 A.D.) se daba esta acción para el negocio do ut des (Girard, Manuel, págs.
598 y sigts.), todavía queda a dilucidar si la prescriptis verbis era una acción de
daños o de cumplimiento. La definitiva consensualidad de la permuta pertenece a
la Europa postromana; la ley 1, tít. XI, lib, III del Fuero Real, señalaba ya que los
cambios "son tan allegados a las vendidas que a duras se entiende en muchos lu-
gares si es vendida, o si es cambio" y la ley 1, tít. VI, de la quinta Partida, entre
las variedades de cambio contempla la consensual. Nos ubicamos con esto a me-
diados del siglo xm de la era cristiana. 3. La historia de la donación presenta ma-
yores dificultades. Hay quienes enseñan que llegó a ser configurada como un
pacto legítimo, por lo menos entre ascendientes y descendientes bajo Antonio Pío
(138-161 A.D.) y con carácter general en la época de Justiniano, pero lo de la apa-
rición bajo Antonio Pío ha sido controvertido sosteniéndose que sólo daba una ac-
ción si se la acordaba dentro de un contrato formal en el sentido romano (Girard,
op. cit., pág. 619).
§3. Evolución del contrato 63
4
Gorla, El contrato, I, pág. 33.
5
Originariamente la stipulatio exigía una actuación oral entre presentes y el uso
del verbo Spondere. El estipulante preguntaba v.g., spondesne decem? y el promi-
tente debía dar una respuesta totalmente concorde {spondeo decem o simplemente
spondeo). Pero luego se admitieron otros verbos, otras lenguas, haciéndose ase-
quible a los peregrinos, permitiéndose incluso el uso de intérprete, y que cuando
la respuesta fuera por menos, la stipulatio quedara perfecta hasta esa cantidad.
Terminó por redactarse por escrito, y cuando el instrumento indicaba lugar, fe-
cha y la presencia de las partes, la única prueba de la ausencia que se admitía
era la de una de las partes durante todo el día (Girard, Manuel Elémentaire, pág.
497 y s í g t s j .
§3. Evolución del contrato 65
1. Hacia lo racional
Los contratos h a n evolucionado de lo sobrenatural a lo ra-
cional. Originariamente fue religiosa la forma y la funda-
m e n t a c i ó n de l o s c o n t r a t o s y s u s efectos m i s m o s
dependieron de sanciones de esa índole. Para la forma, bas-
ta con pensar en la historia de la stipulatio romana que no
sin razón ha sido considerada como un derivado laicizado de
un antiguo juramento sobre el altar de Hércules 8 (en nues-
tros días hemos asistido a la laicización del juramento de los
funcionarios, y no data de mucho la laicización del matrimo-
nio). En cuanto al fundamento de la fuerza obligatoria de los
7
Dekkers, El derecho privado de los pueblos, pág. 381 y sigts. Siguiendo sus
ideas, sobre el tema, n u e s t r a "Historia del contrato" en Boletín del Instituto de De-
recho Civil y Comparado, julio 1966.
8
Girard, Manuel, pág. 495, n. 2.
§3. Evolución del contrato 67
2. De lo actual a lo futuro
Primero aparecen las operaciones al contado, luego las a
plazo, porque éstas suponen u n a m a y o r evolución de la
conciencia jurídica y la idea de un vínculo que obliga a ha-
cer. Los contratos reales del Derecho actual nos suminis-
tran un ejemplo de un proceso evolutivo que todavía no ha
llegado a su culminación. Así, v.g., e n t r e nosotros la pro-
mesa de comodato no es válida (art. 2256), y si se dice "te
prestaré mañana este libro", tal afirmación queda dentro
del círculo de las relaciones mundanas, sin merecer el ampa-
ro del Derecho.
4. De lo externo a lo interno
Los derechos primitivos se atienen a las formas exterio-
res, sin indagar la intención real de las partes. En una for-
ma más evolucionada, se entra a indagar si hubo error, dolo
o violencia. Pero la historia tiene muchas encrucijadas, y
hoy existe una tendencia general a dar valor a la apariencia
de los actos, en protección de los terceros. En particular se
advierte la lucha entre las dos grandes tendencias que exa-
minaremos en §17, VI (teorías de la voluntad, y de la decla-
ración de la voluntad).
I. La división clásica
1
Salvat, Fuentes, I, n ? 46 y con él Bargalló Cirio, Contratos, Bs. As., 1942, pág.
22; Arias, Contratos, I, pág. 71. Es lo que enseñaba Lafaille en su Curso de 1913
(notas arregladas y publicadas bajo la dirección de Barcia López), págs. XIII y XIV,
siguiendo a Pothier, aunque citando a Giorgi aclaraba que sólo los elementos esen-
ciales podían denominarse requisitos. En realidad Pothier (Traite des obligations,
I, I, I, §3) no hablaba de elementos, sino de "cosas", término por cierto más vago.
Giorgi (Teoría de las obligaciones, n 5 37/39), emplea los términos "requisitos" y "ele-
mentos" referidos a los esenciales. La terminología de Pothier es usual entre los
autores franceses (Demante, Cours, V, 11 bis; Baudry Lacantinerie et Barde, Des
obligations, n s 25, llamando elementos a las cosas esenciales; Aubry et Rau, Cours,
§ 342), cuyo Código en el art. 1108 habla de "condiciones". Comp.: Stolfi (Teoría del
negocio jurídico, § 4). Abelenda, C. A. (Elementos de los contratos del derecho civil,
en Revista de la Facultad de Derecho, n'2 3, Comentes, 1961, Separata) clasifica los
elementos en comunes o genéricos y específicos propios o característicos; a los co-
munes los divide en indispensables, en necesarios y en accesorios o accidentales; y
a los específicos en esenciales, en necesarios, en naturales y presumidos y en acci-
dentales; los comunes indispensables son subdivididos en requisitos de existencia o
estructurales (minimun de capacidad de hecho; capacidad de derecho; consenti-
miento; objeto; causa fin lícita; representación, ratificación o gestión de negocios;
forma exteriorizante) y en requisitos de eficacia (ausencia de una prohibición nor-
mativa; representación promiscua); entre los comunes necesarios incluye la capaci-
dad legalmente plena y la voluntad jurídica sana; entre los comunes accidentales
enumera la condición, el plazo y el cargo; como ejemplos de elementos específicos
da entre otros el animus donandi (específico esencial), el doble ejemplar (específico
necesario), la garantía de evicción en la compraventa (específico natural), el pacto
de retroventa (específico accidental).
Señala Cataudella (Sul contenuto del contrato, pág 82) que la tripartición de la
§4. Los r e q u i s i t o s del c o n t r a t o 71
2. Nuestra opinión
Nosotros nos apartamos de esta clasificación no por moti-
vos terminológicos, sino conceptuales. Claro está que al ha-
cerlo, y para evitar confusiones, tendremos que seleccionar
una terminología apropiada.
Como sobre el problema de la naturaleza jurídica del con-
trato nos hemos decidido por la concepción normativa, per-
seguimos una descripción de los requisitos del contrato que
nos permita enfrentarlo como una unidad autónoma que se
impone incluso a los contratantes.
Ubicados en ese enfoque, pensamos que cabe distinguir tres
categorías, que acertadamente Carnelutti identifica con los
nombres de "presupuestos", "elementos" y "circunstancias". 3
1. La forma y el contenido
Si por "contrato" entendemos a la obra humana indepen-
dizada de sus autores (como la estatua del escultor), conver-
tida en una ley individual, esto es, si tratamos al contrato
como un producto de la actividad de las partes, sólo encon-
traremos como elementos una forma y un contenido, siendo
el contenido, "lo que se prescribe", y la forma, "como se
prescribe".
Examinando el contenido del contrato, cabe hablar de
cláusulas esenciales, naturales y accidentales. Son esencia-
les aquéllas sin cuya mención el contrato carece de conte-
nido (essentialia communia) o no t i e n e u n c o n t e n i d o
determinado (essentialia propria); naturales, las que la ley
supletoria inserta; y accidentales, en fin, las que insertan
las partes. Pareciera que esto, es, poco más o menos, lo que
enseñaba la teoría clásica... Pero adviértase la diferencia
que media en tratar, por ejemplo, al inmueble como elemen-
to esencial de una compraventa, y decir que una referencia
a él constituye una cláusula esencial. Es sólo en este sentido
de referencia, de "hablar de", que forman el contenido del
contrato: el objeto (tomada la palabra en una de sus acepcio-
nes) y la causa (en uno de sus sentidos).
2. Lo estructural y lo substancial
Si con la palabra "contrato" designamos al quehacer hu-
mano, al acto mismo de contratar, deberemos agregar como
elemento psicológico a la voluntad, esto es, al lado interno
del consentimiento. Bajo este último punto de vista podemos
74 §4. Los requisitos del contrato
4
Messineo, F., Doctrina general del contrato, I, pág. 73.
Con otra terminología (¡siempre el fantasma de los problemas verbales!) pode-
mos decir que son elementos estructurales: el consentimiento (esto es: voluntad in-
terna + forma esencial) y la forma (como forma "legal").
§5. Clasificación de los contratos
I. Introducción
2. El contrato creditorio
Cuando el fin es crear, y el objeto está constituido por
obligaciones, nos encontramos ante la figura del contrato
creditorio, obligatorio u obligacional. A él se refiere especial-
mente el Código en las clasificaciones que a continuación
examinaremos.
Cabe aclarar que aun cuando el nombre de contrato credi-
torio en rigor sólo debería aplicarse a la figura pura, no así a
76 §5. Clasificación de los contratos
1
Para Alonso Pérez (Sobre la esencia del contrato bilateral) "bilateral" y "sina-
lagmático" calificando al contrato, implican redundancias: a) Redundancia encuen-
tra en lo de "bilateral", porque se empeña en reservar ese calificativo para los
negocios; b) La haya en lo de "sinalagmático" a través de una indagación en las
fuentes, con abundante cita de autores. El punto de partida está en dos pasajes del
Digesto: el célebre de 50.16 D. 19 y el no tan mentado de 2.14 D. 7,2. Ambos requie-
ren una interpretación que nos excusamos de hacer (no somos romanistas) y que
atraviesa por la etapa de expurgar el primer pasaje de lo que Alonso Pérez afirma
ser interpolaciones de los compiladores. A nosotros nos parece que —admitida la
existencia de interpolaciones— ellas existen y demuestran, por lo menos, que en
esa época ya el sentido de la palabra "sinalagma" había comenzado a evolucionar;
c) Su examen lexical es la introducción de un ataque a la communis opinio sobre lo
que se entiende por contrato bilateral o sinalagmático.
La sinonimia de "bilaterales" y "sinalagmáticos" se encuentra ya en Pothier,
Traite des obligations, n- 9.
78 §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
3
Según esa terminología, para el sinalagma genético basta con que ambas par-
tes se encuentren obligadas, en tanto que para el funcional es preciso que haya
una interdependencia de las obligaciones más allá de la situación inicial. Así, Tra-
bucchi, Instituciones de derecho civil, n° 293, nota 3, observa que el genético se vin-
cula con la razón del contrato, el cur contractum est, en tanto que el funcional se
encuentra ligado a la causa de la obligación o de la atribución, el cur debetur.
* Alonso Pérez, op. cit, págs. 18 y 23.
5
Ihering, L'esprit du droit romain, 1.
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 79
8
Pacchioni, Dei contratti, pág. 21. Comp.: nota al art. 1138, visiblemente inspi-
rada en Maynz, Cours, §282; Jors-Kunkel, Derecho privado romano, §130; Carbon-
nier, Droit civil, IV, 8; Marcada et Pont, Explication, IV, 388.
§5. Clasificación de los contratos 81
5. Importancia de la clasificación
La calificación de bilateral dada a un contrato tiene im-
portancia para la aplicación de las siguientes instituciones:
a) formalidad del doble ejemplar (art. 1021);
b) exceptio non adimpleti contractus (art. 1201);
c) mora recíproca (art. 510);
d) pacto comisorio (art. 1204);
e) imposibilidad de pago (art. 895). 10
9
Savigny, Le droit des obligations, § 52.
10
Para Borda (Obligaciones, II, n- 1180) la clasificación es poco clara y lo que es
peor, estéril. Para demostrar lo primero, pone como ejemplo el mutuo oneroso, re-
cordando que unos lo tratan como unilateral, otros como bilateral y otros, en fin,
como sinalagmático imperfecto. En el texto, bajo el n9 6, examinamos el caso análo-
go del contrato oneroso de renta vitalicia, unilateral según unos y bilateral según
otros, y observamos que las discrepancias derivan del punto de vista clasificatorio
que se adopte, pareciéndonos, por lo demás, que las dificultades concretas de carac-
terización que puedan presentarse no son suficientes para rechazar una división,
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 83
si ella presenta algún interés. Es sobre este último punto, que el jurista que glo-
samos pone el mayor acento de su crítica: a) Enseña que la formalidad del doble
ejemplar es prescindible cuando una de las partes ha llenado sus obligaciones, por
lo que a este fin carece de interés saber si los contratos reales son unilaterales o bi-
laterales, y en cuanto a los bilaterales consensúales, la exigencia del doble ejem-
plar carece prácticamente de relieve jurídico, "desde que la jurisprudencia ha
admitido, con razón, que el ejemplar único puede servir de principio de prueba por
escrito". Contestamos: para los reales, podrá carecer de interés el problema de sa-
ber si son unilaterales o bilaterales, en este aspecto, pero queda por ver si lo tiene
en los demás; para los consensúales, no es lo mismo prueba escrita que principio
de prueba por escrito, sin contar con que a veces el instrumento privado puede ser
también una forma sustancial (art. 1454), por lo que aun cuando se aplique el art.
1188, siempre subsiste un interés (Comp. Llambías, en Parte General, II, n ? 1258);
b) Afirma que la exceptio non adimpleti contractas no funciona en los contratos
unilaterales, pero ello no tiene nada de particular, sino que es la simple consecuen-
cia de que una de las partes nada debe, esto es, de que no se da una de las condi-
ciones de la exceptio. El argumento nos parece poco convincente, pues con ese
criterio para que la clasificación se justificara, habría que suponer algún efecto
propio de los bilaterales, del que en teoría, fueran también susceptibles los unilate-
rales, pero que el legislador hubiera circunscripto sólo a aquéllos. Nos parece que a
los fines clasificatorios, ya es suficiente con señalar que, en teoría, hay ciertos efec-
tos de los cuales sólo son susceptibles los bilaterales; c) En cuanto al pacto comiso-
rio, sostiene Borda que es inexacto afirmar que sólo funciona en los bilaterales.
Prescindimos del examen de su tesis en este aspecto, por ser anterior a la reforma
del D-L 17.711. Nos limitamos a señalar que, por lo menos en este aspecto, la clasi-
ficación de unilateral y bilateral conserva su importancia, en cuanto en los bilate-
r a l m e n t e c r e d i t o r i o s el p a c t o f u n c i o n a s i e m p r e , m i e n t r a s que en los
unilateralmente tales sólo se aplica cuando son con prestaciones recíprocas (infra,
§36, II, 2) esto es, cuando desde el punto de vista general que indicamos en el texto
(bajo el n- 6) son bilateralmente atributivos.
84 §5. Clasificación de los contratos
4. Importancia de la clasificación
Calificar una adquisición de gratuita u onerosa, tiene im-
portancia porque:
a) El título oneroso forma una valla (unido a la buena fe)
contra las acciones pauliana (arts. 968 y 970), reivindicato-
ría (arts. 2767 y 2778), de petición de herencia (art. 3430);
da una mayor protección en los casos de evicción y de vicios
redhibitorios (arts. 2089, 2091 y 2164); y origina aun nulo
(unido a la buena fe) una oponibilidad a ciertos terceros
(arts. 1185 bis y agregado al art. 2355);
b) el título gratuito coloca a las adquisiciones ante el peli-
gro de la acción de reducción (art. 1832 inc. 2) y de la cola-
ción (arts. 3476 y ss.) e impone deberes de gratitud que se
hacen sentir en el régimen del pago con beneficio de compe-
tencia (art. 800 inc. 5), de los alimentos (art. 1837), de la re-
vocación (arts. 1858 y ss.) y restitución del comodato (arts.
2271 y 2284);
c) los actos de los comerciantes nunca se presumen gratui-
tos (art. 218 inc. 5 Cód. Com.) y en general los actos gratuitos
a menudo se gravan impositivamente con mayor dureza. 14
3
Véase nuestra Clasificación de los contratos, citada.
Los ejemplos que damos para significar la importancia de calificar a un título
de gratuito, deben ser tomados cum grano salis y confrontados con lo que diremos
a propósito de cada contrato en particular, pues no todas las reglas de las donacio-
nes son generalizabas. Respecto a la mayor dureza en el tratamiento impositivo,
ello —desde luego— depende de la legislación concreta y, en particular, de la exis-
tencia o no del llamado impuesto a la transmisión gratuita de bienes, respecto al
cual nuestra historia demuestra que el legislador, ora lo implanta, ora lo deroga,
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 89
1. El criterio de la distinción
P a r a calificar a u n a adquisición de onerosa, es preciso
que la ventaja se explique por un sacrificio. Cuando sea cier-
ta la existencia y la cantidad de ambos extremos, el contrato
será conmutativo; cuando la existencia o cantidad de ellos
esté sometida a una común incertidumbre, el contrato sin
dejar de ser conmutativo será condicional, o en su caso, su-
jeto a plazo incierto. Pero cuando la incertidumbre alcance
la existencia o cantidad de uno solo de dichos extremos, o
abarque ambos, pero no de modo común, sino influyendo in-
versamente, el contrato será aleatorio, el que además puede
estar sometido a otra incertidumbre común, en cuyo caso,
sin perder el carácter aleatorio será también condicional o a
plazo incierto. 15
Sea v.g., un contrato sinalagmático (y por ende oneroso)
que genera las obligaciones X y Z:
a) Si la existencia o cantidad de X y Z dependen en igual
medida del acontecimiento P, el contrato es condicional;
b) Sí la cantidad o existencia de X depende de P, pero no
así Z, el contrato es aleatorio;
c) Si X depende de que se cumpla P, y Z de que no se cum-
pla P, el contrato es aleatorio.
Aun cuando la doctrina se preocupa generalmente de dis-
tinguir el contrato aleatorio del condicional, el tema es más
amplio, pues también cabe separarlo del contrato sujeto a
plazo incierto, presentándose el problema, v.g., a propósito
del contrato oneroso de renta vitalicia, del seguro para el ca-
so de muerte, etcétera.
posición esta última que aplaudimos, pues no vemos razón alguna de justicia para
que un Estado que percibe los impuestos normales, se convierta, de hecho, en do-
natario o legatario, como si quisiera trabar los actos generosos en vida o, después
de la muerte, recoger una astilla del ataúd del difunto.
Grassetti, C , voz "Contratto" en Nuovo Digesto italiano.
90 §5. Clasificación de los contratos
2. Importancia
Esta clasificación interesa a los fines de la aplicabilidad
del instituto de la lesión, de la cláusula rebus sic stantibus,
y de la evicción... con los alcances que en los respectivos lu-
gares veremos.
16
Comp.: Duranton, Cours, X, n9 76; Demolombe, Cours, n 9 26. Sobre la deno-
minación de "conmutativo aleatorio" propuesta por Mosco: Messineo, Doctrina ge-
neral del contrato, pág. 425, nota 26.
§5. Clasificación de los contratos 91
V. Formales y no formales
1. Contrato formal
El contrato es formal o solemne, cuando la ley exige una
forma determinada para la validez del acto. La ausencia de
la forma prescripta trae la nulidad: a) plena en los solemnes
absolutos (v.g., donación inmobiliaria); b) efectual en los so-
lemnes relativos (v.g., compraventa inmobiliaria), pues aun
cuando el negocio no valga como del tipo querido, vale como
otro contrato. 1 7
2. Contrato no formal
El contrato es no formal, o no solemne, cuando la ley no le
impone una forma determinada, aunque pueda imponer cier-
tos recaudos a los fines de la prueba (forma ad-probationem).
17
Para la fraseología de solemne absoluto y solemne relativo: Mosset Iturraspe,
Manual, pág. 279 y sigts.
92 §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
Así: Simonetto, Los contratos de crédito, n° 86. Véase lo que decimos en § 42,
IV, 1, texto y nota 5.
94 §5. Clasificación de los contratos
Entre los innominados romanos y los nuestros median las siguientes dife-
rencias: a) Los romanos se forman por el cumplimiento de una prestación por lo
que su parentesco con los reales es innegable. Los atípicos (innominados) moder-
nos son consensúales, aunque pueden concluirse manualmente; b) Los romanos
son bilateralmente atributivos, si bien la causa data puede no tener valor patrimo-
nial {supra, §5, I, c). Los atípicos modernos pueden ser unilateralmente atributivos;
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 97
analógica (sobre ellas: Fragali, en Commentario, sobre el art. 1323 italiano), obser-
vando con justa razón Messineo (Doctrina, I, pág. 401) que las dos primeras son es-
pecificaciones del principio de analogía. Para la teoría de la absorción corresponde
fijar la atención en los factores prevalentes (cláusulas, prestaciones) del contrato
innominado, aplicando las reglas del contrato típico al que aquéllos pertenezcan.
Pero ello supone que hay factores prevalentes, y que corresponden a un tipo conoci-
do, fallando en consecuencia cuando los factores prevalentes no son típicos, como
acontece en los contratos innominados puros, o cuando no pueda hablarse de pre-
valencia por ser de idéntica jerarquía los factores pertenecientes a dos o más tipos,
como acontece en los contratos mixtos (de los que hablamos a continuación en el
texto); a ello debe agregarse que la doctrina de la prevalencia descuida la función
de los factores no prevalentes. Para la teoría de la combinación, hay que descompo-
ner el contrato innominado en sus elementos típicos, y aplicar a cada porción las
normas reguladoras del tipo correspondiente. Esta teoría deja sin solución los ca-
sos en los que lo atípico del negocio no se limita a una nueva combinación de facto-
res conocidos, sino que además introduce factores atípicos, o directamente combina
éstos; además, cabe señalar que si es fácil descomponer un contrato, ya no lo es el
reconstruir un mosaico de normas reconduciéndolas a unidad. En cuanto a la teo-
ría de la aplicación analógica, si con ella —para diferenciarla de las anteriores— se
pretende que todo el contrato innominado quede regulado por todas las normas del
contrato típico más parecido, cae en un exceso, al olvidar los factores atípicos que
lo innominado pueda contener. Por nuestra parte, pensamos que cada una de estas
teorías tiene su parte de verdad, si se la reduce en cuanto a su ámbito de aplica-
ción y se la maneja con ciertas reservas. Como pauta general, válida para cualquie-
ra de las teorías, debe tenerse en cuenta que cualquier regla de los contratos
típicos que se aplique, debe hacérselo en la inteligencia de que armoniza con la
finalidad perseguida por los contratantes, de tal modo que de haber previsto el
problema, las partes verosímilmente la hubiesen querido (art. 1198). Con tal limita-
ción, nos parece legítima la teoría de la combinación aplicada a los contratos mixtos,
y en tal sentido nos decidimos en el texto, sub 2, b; cuando aparecen factores atípi-
cos, con idéntica reserva resulta correcta la teoría de la prevalencia; pero cuando to-
do es atípico, hay que acudir a la teoría de la aplicación analógica, con las mismas
limitaciones. Sin embargo, es tan vasto el campo de lo innominado, que lo que ante-
cede apenas son pautas, y lo decisivo será siempre la regla del art. 1198, primer pá-
rrafo, y en última instancia, ello constituirá un problema de interpretación.
28
Para estas formas: Enneccerus-Lehmann, Derecho de obligaciones, §100.
§5. Clasificación de los contratos 99
3. Tipos y subtipos
Dentro de los tipos legales, se dan subtipos, también lega-
les, como acontece con el contrato de mandato, donde la ley
\oo §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
9
Gastaldi, J. M., en su amplia monografía sobre los contratos nominados e in-
nominados (en: Contratos, Cátedra de Derecho Civil, del Dr. Federico N. Videla Es-
calada), sin desconocer la existencia de este supuesto, que corresponde a la
tipicidad social, niega que el criterio sirva para individualizar una categoría de
contratos distinta, sosteniendo que los negocios a que nos referimos seguirán sien-
do atípicos hasta que la ley los recoja. Para nosotros, según lo expresamos en el
texto, la importancia resulta del art. 17 del Código Civil. Entre un contrato atípico
en todos los sentidos y uno usualmente típico habrá, en la práctica, una diferencia
fundamental pues, mientras ante el primero el juez se encontrará con un caso no-
vedoso, con todos los problemas de subsunción y de búsqueda de reglas aplicables,
ante el segundo (art. 17) tendrá un tipo al cual referirse.
§5. Clasificación de los contratos 101
1. El criterio de la distinción
Un contrato tiene efectos personales cuando incide en el
campo de los derechos personales, y efectos reales cuando
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 103
2. Terminología
Para evitar la confusión que deriva de emplear la palabra
"real" para denominar tanto a los contratos reales como a
X. Otras clasificaciones
1. Causados y abstractos
Doctrinariamente se distinguen los contratos en causados
y abstractos. Entramos con esto en el difícil tema de la cau-
33
Sobre el concepto de atribución: Cariota Ferrara, El negocio jurídico, n9 60;
para la distinción entre negocios causales y abstractos, n9 53, si bien refiriendo el
concepto de causa al negocio y no a la atribución. Ampliamente, Vbn Tuhr, Teoría
general, §71.
106 §5. Clasificación de los contratos
3. Contrato y subcontrato
Corresponde distinguir entre contrato y subcontrato. El
subcontrato (llamado también "contrato derivado") es un
contrato: la partícula "sub" indica que se encuentra en una
cierta relación con otro contrato al que denominaremos
"contrato-base".
Entre contrato-base y subcontrato media una relación de
tipo causal que guarda grandes analogías con la que existe
entre contrato principal y accesorio, no faltando quienes lo
entienden como una subespecie de contrato accesorio. Con-
tra esta subsunción del subcontrato en la teoría de los con-
t r a t o s accesorios, no sería suficiente el recordar que el
accesorio no supone necesariamente un contrato principal
ya que puede acceder a relaciones surgidas de las más va-
riadas fuentes (v.g., fianza de obligaciones ex delicio) en tan-
35
Messineo, Doctrina, II, pág. 247, quien, con una imagen feliz, llama al con-
trato-base "contrato padre" y al subcontrato "contrato-hijo". Néret, Le sous-contrat,
9
n 69, analiza la concepción de la accesoriedad sustentada por Goubeaux.
36
El subcontrato se celebra entre una de las partes del contrato-base y quien lo
sustituye en la calidad que ostenta. El subfiador (infra, §141, X, 2, §142, II, 5) con-
trata con el acreedor pero no lo sustituye.
37
La exacta conceptualización del subcontrato presenta varios problemas, co-
menzando con el del concepto mismo. La denominación parece elocuente, pero es el
caso de recordar con Néret (Le sous-contrat, pág. 2, nota 6, refiriéndose a Audiberti
en Le mal court, Acto II) aquella reflexión de la pieza teatral: "Desconfiemos de las
palabras que dicen por anticipado, por así decir, lo que quieren decir y que lo ma-
tan en el huevo".
38
Obsérvese que cuando hablamos del mandato, hacemos referencia a una au-
torización que puede ser autorización-poder o autorización-encargo. Con ello cree-
mos que quedamos excusados de toda acusación de confundir el mandato con la
representación, que constituyen sin duda, instituciones distintas (infra, § 29). Aho-
ra bien, generalizando el concepto de autorización, del que nos hemos ocupado en
nuestro Contrato a favor de terceros (inédito), creemos que debe hacerse extensivo
a la locación de servicios, a la de obra, y en última instancia a cualquier relación
obligatoria, pues el deudor que debe pagar, se encuentra virtualmente autorizado a
emplear todos los medios idóneos para ello. Quien debe pintar una pared, está au-
torizado a hacerlo, pues si no lo estuviera no podría cumplir con la prestación. Esto
parece una verdad de Perogrullo, pero piénsese en los problemas que se presentan
cuando el locatario de servicios no tiene poder de negociación sobre la pared, y el
dominas se opone, pues no teniéndolo, mal puede autorizar a otro a afectar una co-
sa ajena.
§5. Clasificación de los contratos 109
¿9
Von Tuhr, Teoría general, §45, observa que la traslación parcial afecta a la
cantidad y no a la cualidad del derecho, problema éste que se presenta en la suce-
sión constitutiva. Si de un inmueble de 50 has. se transmite el dominio de 25, hay
partición cuantitativa; si se constituye un derecho de usufructo sobre las 50, la
partición es cualitativa.
40
Von Tuhr, Teoría general, §45, II, 3.
1/ÍO §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
41
El ejemplo del comodato es elocuente. Si el locatario concede en comodato, la
situación se parece a la sublocación en esto: que no podría, dando en comodato, ir
más allá de lo que podría ir dando en sublocación. Pero se distingue en esto otro:
que no podrían imaginarse acciones directas.
42
Rezzónico, Estudio de los contratos, II, pág. 257 y sigts.
43
Sobre el problema: Salvat y su anotador Argañaráz, en Derechos reales, IV, n-
1575.
44
Rezzónico, Estudio de los contratos, II, pág. 474, n. 15.
§5. Clasificación de los contratos 111
5
Las acciones directas instituidas por la ley son de carácter excepcional:
Llambías, Obligaciones, I, n? 474. Entre las explicaciones que se han dado de ellas,
presenta sus atractivos la que encuentra una estipulación a favor de tercero intro-
ducida por la ley; conceptuamos que esta aproximación no es forzada, con la salve-
dad de que cuando las acciones directas sean en ambas direcciones, habrá que
razonar con dos estipulaciones a favor de tercero: una en el contrato-base que ex-
plique la acción directa del sustituto y otra en el subcontrato que justifique la ac-
ción contra él. El interés de la construcción doctrinaria reside en esto: que por vía
de estipulación expresa a favor de tercero podrán resultar las acciones directas en
los casos en que la ley no las acuerde expresamente.
11,2 §5. Clasificación de los contratos
4. Civiles y comerciales
La distinción de los contratos en civiles y comerciales, que
reconoce razones históricas, es impuesta por el sistema de
nuestro Derecho:
a) Caliñcar a un contrato de "comercial" tiene importan-
cia pues ello implica su sometimiento a la ley y jurisdicción
mercantiles. Además, de entre ellos, hay algunos que son
idóneos para cumplirse en forma habitual y con carácter
profesional, imprimiendo al sujeto la calidad de comerciante.
La masa de los contratos comerciales es enorme. Podemos
ordenarla siguiendo la aguda clasificación de Fontanarrosa,
en: naturales, por conexión, y por disposición de la ley. Na-
turales son los que "responden al concepto del comercio tal
como lo suministra la economía política" (v.g.: la compra y la
venta mercantiles); por conexión, los que se consideran co-
merciales en razón de su vinculación con el comercio, la cual
en unos casos debe ser probada (v.g., mandato, fianza, mu-
tuo), y en otros es p r e s u m i d a juris tantum (así: a r t . 5
apartado 2, Cód. Com.); por disposición de la ley, los que ésta
declara tales sin admitir prueba en contrario, y respondiendo
a diversas razones (v.g.: art. 8 incs. 8 y 9 Cód. Com.). 46
Si a ello agregamos que cuando el acto es comercial para
una de las partes, y civil para la otra, todos los contrayentes
quedan en principio sujetos a la regulación mercantil (art. 7
Cód. Com.), tendremos que reconocer que pocos son los con-
tratos que escapan al Derecho comercial, y que todos a dia-
rio concluimos negocios regidos por ese Derecho.
b) Pensamos que la distinción entre ambos tipos de con-
trato se encuentra destinada a desaparecer. La corriente
51
Expresión que recuerda Messineo en Doctrina general, II, pág. 441, n. 55,
atribuyéndola a Liefmann. La vinculación de los contratos de adhesión con los mo-
nopolios ha sido subrayada por Messineo en la citada obra.
120 §5. Clasificación de los contratos
52
Es harina de otro costal el determinar "cómo" ejercerá la vigilancia. El decre-
to reglamentario 1798/94 aborda el tema sentando una regla que está requiriendo
una prudente interpretación (sobre esto: Fariña, Defensa del consumidor y usua-
rio, a propósito del art. 38, §1).
§5. Clasificación de los contratos 121
7. Macrocontratos y microcontratos
La distinción entre macrocontratos y microcontratos pre-
senta su interés y reposa en un criterio cuantitativo, aten-
diendo a la importancia económica del negocio. Tiene un
carácter relativo, pues el que una compraventa, por ejemplo,
sea de gran (macrocontrato) o de pequeña entidad (micro-
contrato) dependerá de las circunstancias, y en particular
de las fortunas de los contratantes.
La noción del microcontrato aparece especialmente recep-
tada por la ley a propósito de las donaciones. Así los tutores
pueden donar en nombre de sus pupilos cuando se trata de
pequeñas dádivas remuneratorias, o presentes de uso (arts.
450 inc. 5 y 1807 inc. 4), y un administrador puede otorgar
gratificaciones de pequeñas sumas a los empleados o perso-
nas del servicio de la administración (art. 1881 inc. 8).
Pero donde el concepto cobra importancia como categoría
general, aplicable a todos los contratos, es en el tema de la
capacidad. El problema es el siguiente: ¿la incapacidad ab-
soluta de hecho, abarca también el terreno de los microcon-
tratos?
Hay quienes contestan negativamente. 5 3 Ponen de relie-
ve que en la práctica, los menores, aun los impúberes, reali-
Spota, A., Contratos en el derecho civil, n9 308; Borda G,, Derecho civil, Parte
general, n9 489.
124 §5. Clasificación de los contratos
55
Nuestros comercialistas, al referirse al régimen societario, discurren amplia-
mente sobre el tema. Véase: Wathelet, J. M., "Naturaleza del acto constitutivo" en
Estudios de sociedades comerciales en homenaje a Carlos J. Zavala Rodríguez; Co-
lumbres, Gervasio R., Curso de derecho societario, pág. 24; Otaegui, J. C , Invalidez
de actos societarios, pág. 23 y sigts.; Escuti, Ignacio A. (h.), Receso, exclusión y
muerte del socio, pág. 7 y sigts.
06
Sobre el tema: Carlota Ferrara, L., El negocio jurídico, n' 45; Santoro Pasa-
relli, R, Doctrinas generales del derecho civil, pág. 257; Betti, E., Teoría general
del negocio jurídico, n s 38; Barassi, R., Instituciones de derecho civil, n2 197; Stol-
fi, N. — Stolfi, R, II nuovo Códice Cwile, sobre los arts. 1420, 1446, 1459, 1466;
Messineo, R, Manual, §133 y §162; Barbero, D., Derecho privado, núms. 211, 215,
216; Enriette, E., sobre el art. 1459 italiano, en Commentario, dirigido por D'Ame-
lio-Finzi.
07
Se gún Messineo, Manual, §133, 5, "carácter del denominado contrato plurila-
teral (art. 1420) es el hecho de que, mediante él, las partes persiguen una finalidad
común. Pero así, el denominado contrato plurilateral se manifiesta, en realidad,
como acto colectivo".
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 127
1. Ejemplo ilustrativo
P a r a ilustrarla, partamos de un ejemplo: tres personas
constituyeron una sociedad, y el vínculo en cabeza de una de
ellas se encuentra afectado por una causa que desencadena
la nulidad, anulabilidad, resolución por incumplimiento, o
extinción por imposibilidad de la prestación.
Prescindiendo de lo que disponga una legislación concre-
ta, se plantea el problema de saber si las vicisitudes que
afectan a uno de los vínculos se propagan o no a los otros.
Desde el punto de vista de lo que la ley debe ser, es ése, sin
duda, un problema.
Si se t r a t a r a de un contrato de compraventa entre Pedro
y J u a n , la lógica y la justicia indican que invalidado o di-
suelto el vínculo en cabeza de uno, la vicisitud se propaga al
otro, afectando a todo el contrato, porque, desaparecido de
la escena uno, no podría subsistir un contrato que supone
dos (argumento lógico) y porque sería inicuo t r a t a r como
subsistente al otro, en condiciones totalmente distintas a las
que fueron queridas (argumento de Justicia).
Pero en el caso de que se t r a t a r a de una sociedad entre
Pedro, J u a n y Diego, se estima que, dada la n a t u r a l e z a
p l u r i l a t e r a l 5 8 pueden adoptarse otras soluciones, de las
que resulte que, excluido, v.g., Diego, la sociedad subsista
entre Pedro y J u a n , lo que se computa como subsistencia
del contrato.
Y así, el Código Civil italiano, tanto para la nulidad (art.
1420), para la anulabilidad (art. 1446), para la resolución por
incumplimiento (art. 1459), como para la extinción por impo-
sibilidad (art. 1466), sienta la regla de la ausencia de efectos
propagatorios, en los contratos plurilaterales, de las vicisitu-
des de un vínculo, salvo que el suprimido deba, según las cir-
cunstancias, considerarse esencial. En suma, las vicisitudes
58
Compárense las expresiones vertidas en la Exposición de Motivos al Antepro-
yecto de Ley General de Sociedades ("Tratándose de un contrato plurilateral...") y
en la Exposición de Motivos del D-L 19.550 ("...ello como consecuencia de la natu-
raleza de contrato plurilateral..."). Véase el art. 16 del Anteproyecto y la distinta
redacción del actual art. 16 del D-L 19.550.
128 §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
59
Creemos necesario aclarar lo que entendemos por extinción parcial subjetiva:
1. La invalidez (nulidad, anulabilidad, nulidad absoluta, nulidad relativa) de
un negocio jurídico puede ser completa o sólo parcial (art. 1039): a) En un negocio
jurídico unilateral subjetivamente simple, cabe imaginarse que el acto contenga
varias disposiciones y que, siendo nula una, puedan subsistir las otras, y a esto lla-
maremos "nulidad parcial objetiva", porque en el contenido del negocio permanece
la referencia al sujeto con relación a todos los objetos de las disposiciones válidas;
b) Pero desde que hay más de un sujeto (negocio unilateral subjetivamente comple-
jo y negocios bilaterales) es imaginable una nulidad parcial que borre del conteni-
do, o bien la referencia a uno de los objetos, permaneciendo las referencias a todos
los sujetos (y esto será también una nulidad parcial objetiva), o bien la referencia a
uno de los sujetos, permaneciendo las relativas a todos los objetos (o al único, en su
caso), y es a esto que llamamos "nulidad parcial subjetiva", advirtiéndose, por lo
demás, que pueden darse simultáneamente una nulidad parcial subjetiva y una
objetiva; 2. Según nuestra opinión, el art. 1039 del Código Civil, como regla, abar-
ca tanto la nulidad parcial objetiva como la subjetiva. No encontramos razón al-
guna para dar a la palabra "disposición" un sentido restringido que se limite a
considerarla en cuanto apunte a un objeto, olvidando que necesariamente apunta
también a un sujeto y que la razón de la invalidez de la disposición puede prove-
nir de cualquiera de sus extremos de referencia; 3. Señalado lo que entendemos
por nulidad parcial subjetiva, queda inteligible lo que consideramos en general co-
mo extinción parcial subjetiva, abarcando cualquier vicisitud a la que no se otor-
gue efectos propagatorios.
60
Véanse arts. 93 y 94, inc. 8, D-L 19.550; Comp.: Grisoli, A., La societá con un
solo socio.
§5. Clasificación de los contratos 129
como una acumulación de contratos de juego (cada jugador contra la banca), sin
que altere la visual el hecho de que exista un tope de banca (máximo hasta el cual
la banca responde frente a todos), juzgándose que allí existe un condicionamiento
de cada contrato acumulado; cuando el juego conduce a la formación de un pozo, de
tal manera que cada uno se enfrenta a los otros, se ha hablado de un contrato plu-
rilateral. Comp.: Messineo, Manual, §62, citando a Ascarelli y a Butaro.
62
Carlota Ferrara, loe. cit., lo da como ejemplo "seguro" para el Derecho italia-
no; en cuanto a nuestro Derecho, véase infra, §80, IV, 2.
63
Tbrrente-Schlesinger, Manuale di diritto prívalo, §287.
64
Barassi, loe. cit., ejemplificando con el contrato de arrendamiento entre va-
rios copropietarios y un arrendatario, a propósito del cual señala que sólo hay dos
partes, y recordando que eso era plurilateral según el anterior Código italiano, ne-
gando que lo sea según el actual.
65
Barbero, op. cit, n- 216. Sobre la constitución de dote, en nuestro Derecho,
téngase presente lo que señalamos en nota 62.
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 131
4. Nuestra opinión
Ha llegado el momento de dar nuestra opinión, en gran
parte anticipada en los desarrollos anteriores.
a) En el tema de las nulidades, el plural comienza ya con
dos, y lo que plantea el interrogante de los posibles efectos
propagatorios, no es el número plural, sino el número exce-
dente del mínimo requerido por la ley para que exista algún
negocio. Sólo cuando hay un número excedente, cuando se
presenta, por así decirlo, un sujeto supernumerario respecto
de un negocio que pudo haber sido concluido sin él, cabe
imaginar u n a extinción parcial subjetiva del negocio cele-
brado con él y una reducción a un negocio sin él.
Porque u n a nulidad parcial subjetiva no es una posibili-
dad exclusiva de los contratos con tres o más partes, o inclu-
so con tres o más personas sino también de los negocios
unilaterales subjetivamente complejos (supra, §1, V), ya que
6
Para Santoro Pasarelli, op. cit., pág. 257, son plurilaterales los contratos de
asociación, de sociedad, de consorcio y de sindicato de acciones.
Los Stolfl, op. cit., sobre el art. 1459 italiano, conceptúan plurilateral el con-
trato que celebra una comuna para la erección de un monumento, con una plurali-
dad de personas, entre las que figuran el artista, los proveedores del mármol para
el pedestal y del bronce para la fundición, el fundidor, el transportista, etcétera.
68
Banco de datos de derecho civil (investigación a cargo de Graciela di Marco),
Editorial Zeus, 1, pág. 508.
69
Comp.: Escuti, op. cit, pág. 7.
132 §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
70
En el Derecho italiano, las disposiciones sobre invalidez de los contratos plu-
rilaterales resultan en realidad extensibles a los actos unilaterales subjetivamente
complejos, en cuanto sean compatibles, en atención a lo prescripto por el art. 1324.
71
Por ejemplo, en un acto emanado por un órgano formado por diez miembros,
si el régimen es de mayoría, el problema de la subsistencia sólo puede plantearse a
partir del séptimo voto conceptuado como excedente. Tratándose de contratos pue-
de concebirse que una determinada ley exija un número mínimo superior a tres
partes (v.g., en el régimen anterior al D-L 19.550, para constituir una sociedad
anónima hacía falta un mínimo de diez socios).
72
Véase lo que decimos en nota 59.
§5. Clasificación d e los c o n t r a t o s 133
1. Por agrupamiento
Teniendo en cuenta la función económica que cumplen, la
doctrina suele agrupar los contratos en distintas categorías.
No se pretende una categorización rigurosa, ni siquiera ex-
haustiva sino ejemplificativa que exhibe "la variedad y rique-
za de funciones prácticas, que puede ejercitar el contrato". 3
Se habla, así, de contratos de cambio, asociativos, etcétera.
De esta clase es la conocida clasificación de Videla Escala-
da 7 4 quien agrupa los contratos en diez categorías, según
sean traslativos de propiedad, o traslativos de uso y goce, o
de trabajo y gestión, o de gestión colectiva, o de custodia, o
aleatorios puros, o aleatorios de previsión, o de crédito, o de
garantía, o dirigidos a dirimir una controversia.
Clasificaciones de esta índole presentan interés cuando
se t r a t a de acudir a la analogía. Así, es razonable que un
determinado contrato atípico sea valorado por su función
económica y en atención a ella se busquen las reglas del
contrato típico (o de la atribución respectiva 75 ) que cumple
paralela función económica.
2. Por fragmentación-reagrupamiento
En el caso sub 1, todo un contrato típico es encasillado en
una determinada categoría. Por ejemplo, cualquier compra-
venta, cualquier permuta quedan encasilladas en la catego-
ría de contratos traslativos de propiedad.
En el que ahora pasamos a presentar, hay u n previo pro-
ceso de fragmentación por el que un sector de un contrato
típico es sometido a reglas especiales y como el criterio que
se usa para esa fragmentación es susceptible de ser aplicado
a otros contratos, inclusive a los que —a tenor del criterio
sub 1— pertenecen a otro agrupamiento, se produce un rea-
grupamiento, ya no de los contratos típicos, sino de sectores
de todos o de algunos de entre ellos.
Cuando ese criterio clasificador asume carácter legislativo,
ya no interesa el que se trate de un contrato típico o atípico.
Las reglas establecidas para el reagrupamiento constituyen
normas generales.
A este criterio corresponde la categoría "contratos de con-
sumición" de la que pasamos a ocuparnos.
nivel del contrato como al de las atribuciones que se verifican. Así, el contrato de
compraventa es (atendiendo a la clasificación de Videla Escalada) traslativo de
propiedad, en tanto que el de sociedad es de gestión colectiva, pero las atribuciones
que se verifican en el de sociedad (el aporte contra la cuota social) toman carices
distintos: no es lo mismo el aporte en propiedad que el aporte en uso, o que el apor-
te de actividad.
76
La ley 24.240 nació inconstitucional, pues el texto sancionado por el Congre-
so fue promulgado parcialmente por decreto 2089/93, contra l a s disposiciones (en-
tonces vigentes) de la Constitución que admitían el veto p a r c i a l pero debiendo
volver el proyecto íntegro al Congreso. La posterior ley 24.568 (correctamente pro-
mulgada) al sustituir el art. 31 de la ley 24.240 implicó —a nuestro juicio— una
suerte de (improlija) purga de la inconstitucionalidad.
§5. Clasificación d e los c o n t r a t o s 135
1. Carácter de la categoría
De la L.D.C. resulta que corresponde clasificar a los con-
tratos según sean o no de consumición.
No estamos ante un nuevo contrato típico que tenga un
contenido esencial distinto al de los ya regulados, sino ante
una fragmentación-reagrupamiento {supra, aquí, sub XII, 2)
que abarca tanto los contratos típicos como los atípicos. Así,
y por dar un ejemplo, una compraventa tan puede ser un
contrato de consumición, como no serlo.
Si es de consumición cae bajo la L.D.C.
La L.D.C. no es Derecho civil. Tiene mayores puntos de
contacto con el Derecho comercial. Pero tampoco es Dere-
cho comercial. Es Derecho del consumidor o Derecho de la con-
sumición, o Derecho del consumo, 7 7 cuyas normas no se
circunscriben al terreno contractual. Basta leer su extenso
articulado, para llegar a esta conclusión. Todas la viejas
"ramas" del Derecho se encuentran involucradas, y hasta
algunas de relativa reciente formación, como el Derecho aero-
náutico, para el que el art. 63 de la L.D.C. trae una especí-
fica previsión.
En lo que concierne a la materia contractual, el destino fi-
nal del Derecho de la consumición, en nuestra opinión, es el
de volver a la madre común, enriqueciéndola, con carácter
general, con algunas aportaciones, en lo que de sano tengan,
expurgadas de veleidades políticas y del afán de presentar
como protección al consumidor ciertas reglas que deberían
ser para cualquier adquirente. 7 8
2. Concepto de consumidor
La L.D.C. habla de consumidores y de usuarios, emplean-
do también el primer término en sentido genérico que abar-
ca a unos y otros, y es en ese sentido genérico que aquí lo
utilizaremos. En ese sentido genérico, cabe todavía distin-
guir entre el consumidor-final, el consumidor-potencial y el
consumidor-cliente, 80 pero, para los contratos de consumi-
ción, consumidor es el consumidor final.
Consumidor (sobreentendido: final) es el sujeto de dere-
cho 8 1 que en ciertos contratos obtiene del proveedor (y ex-
cepcionalmente de otro consumidor), atribuciones con cierto
destino.
A. Ciertos contratos:
La determinación del universo de contratos contemplados
se verifica por un proceso de exclusión y de inclusión.
Del encabezamiento del art. 1 resulta, como regla general,
que debe tratarse de contratos onerosos ("a título oneroso").
Quedan excluidos los contratos gratuitos, 8 2 y —en nues-
tra opinión— los onerosos que no son de prestaciones recí-
procas (infra, aquí, sub 3, C, b).
Y ni siquiera entran en la categoría todos los contratos
con prestaciones recíprocas, pues el art. 1 h a enumerado
cuáles son los computables, en tres incisos, que pasamos a
examinar.
a) Por el inciso a del art. 1 L.D.C.: "La adquisición o loca-
ción de cosas muebles".
Cuando el contrato se celebra entre un consumidor y un
no consumidor, tanto da que se trate de cosas nuevas o usa-
das, sin perjuicio de la existencia de reglas especiales para
éstas.
En cambio, cuando la contratación es entre consumidores,
queda excluida la que versa sobre cosas usadas (art. 2, pri-
mer párrafo in fine).
b) Por el inciso b: "La prestación de servicios". 8 3
En principio, queda abarcado el mandato oneroso, la loca-
ción de servicios, la locación de obra.
Aun más: la expresión "prestación de servicios" toma una
connotación económica pues quedan incluidos (bajo la deno-
minación de "servicios públicos domiciliarios") contratos con
82
La reglamentación de la L.D.C. (decreto 1798/94) pretende, sin embargo, que:
"Serán considerados asimismo consumidores o usuarios quienes, en función de una
eventual contratación a título oneroso, reciban a título gratuito cosas o servicios
(por ejemplo: muestras gratis)".
Postulado ese texto como reglamentación del art. 1 L.D.C. es observable. Se ha
dicho, es verdad, que es correcto "pues se trata de tutelar al consumidor actual o
potencial en todas las etapas de la relación de consumo" (Fariña, op. cit., §14), pero
a nosotros nos parece que, precisamente porque existe la distinción entre consumi-
dor "actual" y consumidor "potencial", la reglamentación es incorrecta, al preten-
der vincularse a un artículo de la L.D.C. que define al primero.
83
Fariña, op. cit., §14, da a la interpretación de este texto lo que estimamos
que es una excesiva amplitud. Para él, entra en el inciso b, "todo contrato que no
pueda ser ubicado en los incisos a o c del art. I9".
138 §5. Clasificación de los contratos
84
Según el decreto reglamentario: "Se entiende por nuevo el inmueble a cons-
truirse, en construcción o que nunca haya sido ocupado".
Para los inmuebles edificados (con los que estamos razonando) por "nuevo" la
reglamentación entiende el que "nunca haya sido ocupado", es decir el no usado, el
"a estrenar". Coincidimos con la reglamentación, pues tal parece que debe ser la
interpretación de la ley, atento a que para las cosas, una de sus preocupaciones es
que sean o no usadas (así: art. 2, primer párrafo, in fine, y art. 6).
A fortiori son nuevos los inmuebles con edificio "a construirse y en construc-
ción" que menta el decreto reglamentario.
80
Por "lotes" debe entenderse una porción de suelo, resultado de un fracciona-
miento, que todavía no ha sido objeto de propiedad independiente {infra, §64, III).
Por hipótesis, su negociación se hará por promesas de contrahendo (especialmente:
boletos de venta).
No requiere la ley que se trate de lotes edificados; si lo estuvieran, se aplicará
lo que regula para los "inmuebles". La ley se contenta con que sean adquiridos pa-
ra el fin de "vivienda", por lo que queda incluida la finalidad de construir o instalar
una vivienda, por precaria que sea.
Estimamos que no bastará con que la "oferta" sea pública y dirigida a perso-
nas indeterminadas. Para esta contratación, como para cualquier otra que sea de
consumición, hace falta que haya un proveedor, lo que supone una pluralidad de
objetos {infra, aquí, sub 3, C, d). Quien adquiere un lote puede ser consumidor, pe-
ro si posteriormente coloca en el mercado sólo ese lote, no será proveedor.
Desde el punto de vista jurídico el inmueble recién queda adquirido cuando
§5. Clasificación de los contratos 139
B. Cierto destino
La L.D.C. lo determina con dos descripciones, una positi-
va y otra negativa.
a) La positiva: es consumidor quien contrata "para su con-
sumo final o beneficio propio o de su grupo familiar o social"
(art. 1).
Queda abarcada la contratación para satisfacer las nece-
sidades e inquietudes propias de la vida personal (alimenta-
ción, v e s t i m e n t a , educación, salud, diversión, viajes de
turismo y de esparcimiento fuera del hogar, etc.) y domésti-
ca (en similares rubros) tanto en lo atinente al grupo fami-
lar como al social, 8 8 c u a l q u i e r a que sea el objeto de la
contratación. De allí que, cuando el objeto sea la adquisición
de inmuebles o de lotes (art. 1, inc. c, L.D.C), la contrata-
ción debe ser con fines de vivienda, computándose el fin sub-
jetivo, y sobreentendiéndose que debe tratarse de vivienda
del adquirente o de su grupo familiar o social. 89
ha mediado título por escritura pública y tradición (para los efectos interpartes,
pues respecto de terceros: art. 2505 C. Civ.)
Pero en la L.D.C, lo de "adquisición" hay que entenderlo en sentido económico.
Por un lado, no es necesario esperar a la tradición para que ya corresponda hablar
de un adquirente "consumidor"; por el otro, estimamos que tampoco es necesario
que haya escritura pública, por lo que un "comprador" por boleto es consumidor,
pues sería extraño que una ley protectora como la sub examen, no abarcara a
quien se encuentra en una situación más intensa de desprotección.
88
La ley no define lo que entiende por "familia" y —en nuestra opinión— debe
tenerse de ella un sentido económico, integrándola el personal del servicio domésti-
co, pero, después de todo, no es preciso indagar qué entiende la ley por "familia"
dada la elasticidad del concepto de "grupo social". Los invitados a un almuerzo, a
una fiesta, pueden no ser familiares pero integran el grupo social y las provisiones
que se adquieren, los servicios que se contraten, caen en la categorización. Y pues
el ser humano es un ser social, "grupo social" es un concepto tan amplio que abarca
a cualquier tercero (v.g.: el mendigo que llega a nuestra puerta pidiendo pan)
mientras no sea alguien con el cual entablemos relaciones onerosas.
Contra, respecto a ambas afirmaciones: Fariña, op. cit., §14. Según este jurista:
"Cuando el inmueble no se adquiere para vivienda propia, sino para alquilarlo,
también entrará en el régimen del art. I 9 , inc. c, pues la norma se refiere al destino
concreto del inmueble, y no exige que sea para uso personal. Además ¿en qué mo-
mento y de qué modo podría determinarse cuál es la intención de quien compra un
inmueble nuevo destinado a vivienda?".
A nosotros nos parece: a) Por destino del inmueble no debe entenderse, aquí, el
objetivo que "proclama", por así decirlo, el inmueble (v.g.: por su tipo de construc-
ción) sino el subjetivo del adquirente al tiempo de la adquisición, el fin para el que
140 §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
lo adquiere. Ello resulta de lo que a renglón seguido expresa el mismo inciso, cuan-
do habla de los lotes "adquiridos con el mismo fin". Lo objetivo del inmueble podrá
servir, sí, como elemento presuncional, en el mismo sentido que sirve lo objetivo de
las cosas; b) El inciso c, que contempla la adquisición de inmuebles y lotes, integra
el art. 1, cuyo genérico encabezamiento requiere que la persona contrate "para su
consumo final o beneficio propio o de su grupo familiar o social". Una finalidad de
alquilar no entra en la descripción; c) Las dificultades que puedan presentarse pa-
ra determinar la intención no son exclusivas de la adquisición de inmuebles, pues
también aparecen para los muebles, por lo que si no constituyen óbice para éstos,
tampoco han de constituirlo para aquéllos.
§5. Clasificación de los c o n t r a t o s 141
3. Concepto de proveedor
El nombre de "proveedor" aparece en la rúbrica del art. 2
L.D.C: "Proveedores de cosas o servicios". Pero, ante la re-
Para expresarlo en otros términos: no interesa que el destino final sea inme-
diato o mediato, en tanto la cadena de aprovechamiento sea directa, no interrum-
piéndose por la aparición de terceros. Después de todo, en la vida familiar, la
mayor parte de los alimentos se consume después de un proceso de "producción"
(en sentido vulgar) en la cocina, que, en cuanto proceso físico no difiere del que em-
plean los restorantes que son "no consumidores". De las cosas, yendo a los servi-
cios, nadie diría que el proveedor de servicios de plomería no tiene frente a sí un
consumidor que, sin embargo, no aprovecha inmediatamente el servicio, sino que
lo hace mediatamente, a través del uso que efectúa de su vivienda.
142 §5. Clasificación de los contratos
4. Proveedores y consumidores
Según lo expuesto, son las partes del contrato de consu-
mición (o contrato de consumo, o contrato para consumo, o
contrato con el consumidor).
En la cadena de circulación:
A. Dijimos que hay proveedores directos y proveedores in-
directos.
Lo normal es que el proveedor directo del consumidor sea,
respecto a los proveedores indirectos que le anteceden en la
cadena de circulación, un no consumidor; así, por ejemplo,
tomando el caso de acto de comercio consistente en la adqui-
sición de una cosa mueble para lucrar con su enajenación
(art. 8 inc. 1 Cód. Com.) la persona del caso será un no con-
sumidor al adquirir (art. 2, segundo párrafo L.D.C.) y un
proveedor directo al enajenar "en forma profesional" al con-
sumidor.
Pero, según el art. 2, primer párrafo, in fine: "Se excluyen
del ámbito de esta ley los contratos realizados entre consu-
midores cuyo objeto sean cosas usadas". Quiere ello decir
que, salvo lo excluido, quien adquirió como consumidor pue-
de llegar a enajenar como proveedor. El consumidor puede
ser proveedor cuando pone en circulación lo obtenido (si no
es usado) "en forma profesional". 9 3
Debe haber en vista una pluralidad de negocios, sin perjuicio de que, en defi-
nitiva, todo el stock se agote en una sola contratación. Obsérvese que cuando exi-
gimos u n a pluralidad no por ello s u p o n e m o s que h a y a n e c e s a r i a m e n t e la
uniformidad de las condiciones generales, ni del contrato tipo.
La posibilidad de la hipótesis queda harto circunscripta, pues supone que al-
guien obtuvo (adquiriéndolas, fabricándolas, importándolas) cosas nuevas, como
consumidor (lo que excluye al que las obtuvo para enajenarlas) y que a título de tal
146 §5. Clasificación de los c o n t r a t o s
5. Interés de la categoría
El interés de la categoría puede resumirse en esto: si el
contrato es de consumición cae bajo la letra de la L.D.C.
La L.D.C. trae diversos textos directamente atinentes a la
materia contractual, siendo de destacar los que conciernen a:
a) Las proposiciones al público (infra, §9, II, 3);
b) Los contratos preordenados y de adhesión (supra, aquí,
sub X, 6, B);
c) La buena fe y el deber de información (infra, §24, II, 3);
d) El contenido del contrato (infra, §21, IV, 4);
e) Su forma (infra, §19, VI);
f) Su interpretación (infra, §25, XII);
g) El régimen de las nulidades (infra, §34, V, 1);
h) La garantía por vicios redhibitorios (infra, §41, IX).
I. Las libertades
1. La libertad de conclusión
Existe en primer lugar, la llamada libertad de conclusión,
o libertad de contratar. Consiste en la posibilidad ofrecida a
cada persona de contratar o no contratar y, en caso de con-
tratar, de elegir con quien contrata. Como el contrato supo-
ne el acuerdo de voluntades, es obvio que a él sólo puede
llegarse por el ejercicio que cada contratante hace de esta li-
bertad.
1
Rousseau (Du Contrat Social, Cap. VII) sostiene: "A fin, pues, de que el pacto
social no sea un vano formulario, encierra tácitamente la obligación que da fuerza
a las otras, de que cualquiera que rehuse obedecer a la voluntad general será cons-
treñido a ello por todo el cuerpo; lo que no significa otra cosa sino que se lo obligará
a ser libre"; y en su Émile dice que: "Sin duda yo no soy libre de no querer mi pro-
pio bien, yo no soy libre de querer mi mal, pero mi libertad consiste precisamente
en que yo no puedo querer sino lo que me es conveniente o que estimo tal, sin que
nada de extraño a mí me determine" (texto citado por Halbwachs, en la Edición
Montaigne). En el Cap. VIII del Contrato Social, vuelve sobre este concepto ético
de la libertad, afirmando que "la impulsión del solo apetito es esclavitud, y la obe-
diencia a la ley que uno se ha prescripto, es libertad".
148 §6. El principio de libertad y el contrato
2
Citado por Rieg, Le role de la volonté, n° 224.
§6. El principio de libertad y el contrato 149
2. Libertad de configuración
Distinta de la libertad de conclusión, es la libertad de con-
figuración, o libertad contractual. Consiste en la posibilidad
150 §6. El principio de libertad y el contrato
1. Terminología y concepto
La terminología con la que se alude al contrato prelimi-
nar es variada, y prácticamente todas las denominaciones
que se ofrecen (incluso la que utilizamos) son, sea por su
idioma o por su equivocidad, susceptibles de críticas: pac-
tum de contrahendo, pactum de ineundo contractu, Vorver-
trag, p r e c o n t r a t o , a n t e c o n t r a t o , p r o m e s a de c o n t r a t o ,
contrato preparatorio.
Lo importante es fijar el concepto, evitando que a través
de la equivocidad de las palabras se deriven errores concep-
tuales.
§6. El principio de libertad y el contrato 151
3
Ese es el núcleo conceptual que con diversas variantes dan los autores, ya na-
cionales, como Mosset Iturraspe (Manual, pág. 131), Spota (Contratos, n- 226),
Fontanarrosa (Derecho comercial, II, pág. 84), ya extranjeros, como Alabiso (II con-
tratto preliminare, pág. 7), Fragali (en Commentario, sobre el art. 1351), Messineo
(Doctrina, Cap. VI), De Page (Traite Élémentaire, n°- 505), Planiol (Traite Élémen-
taire, n° 342), Espín Cánovas (Manual, vol. III, pág. 367), Diez Picazo (Fundamen-
tos del derecho civil patrimonial, I, §7), Lacruz Berdejo y otros (Derecho de las
obligaciones, I, § 49).
4
Nos apresuramos a aclarar que formulamos la afirmación con un sentido muy
relativo. Aquí no sólo se entrecruzan problemas terminológicos sino también con-
ceptuales, formando un caótico tejido de opiniones dispares. Hemos dicho en el tex-
to que ninguna de las denominaciones empleadas se encuentra exenta de críticas.
Veremos diversos ejemplos de esto más adelante. Ahora nos toca ocuparnos de la
que nosotros empleamos: contrato preliminar. P a r a Borda (Obligaciones, nB 1225)
152 §6. El principio de libertad y el contrato
3. Ámbito
En principio, el prelimimar puede cumplir su función
frente a cualquier contrato.
A. Esta es la regla, que fluye de los principios contenidos
en el art. 1197 C. Civil y que sólo reconoce excepciones para
hipótesis limitadas, determinables caso por caso, sea por la
existencia de una norma expresa del Código, sea por una
construcción en base a los principios que dominan una de-
terminada institución. Así, expresamente el Código niega
valor a la promesa de comodato (art. 2256) y a la de mutuo
gratuito (art. 2244, primer supuesto), y edificando en base a
los principios de la donación cabe negar valor al "boleto" de
ésta (infra, §72, VI).
Según un sector de nuestra doctrina, carecen de valor los
preliminares de contratos solemnes absolutos y los prelimi-
nares de contratos reales. 8 Discrepamos:
a) Para negar valor al preliminar de un contrato solemne
absoluto, se argumenta con el art. 1810. Nosotros entende-
mos que en el análisis del tema deben mantenerse separa-
dos dos problemas: el de la forma y el de la posibilidad del
preliminar. Respecto a la forma, podemos concluir, sin vaci-
lar, que no es válido el preliminar de un contrato solemne
absoluto que no revista la forma exigida para el contrato de-
finitivo; afirmar su valor sería desembocar en la doctrina
formalista identificatoria que rechazamos (infra, §19, III).
Pero con ello, todavía no se ha demostrado que no sea posi-
ble un preliminar, ya que aún queda por examinar el caso
en que estuviera concluido con la misma forma solemne ab-
soluta exigida para el contrato definitivo. La demostración
que falta no puede extraerse del art. 1810 aplicable a las do-
naciones. Al examinar el contrato de donación veremos que
carece de valor el preliminar de donación inmobiliaria (in-
fra, §72, VI) por razones que no se encuentran vinculadas al
tema de la forma, sino a reglas que se aplican incluso a las
donaciones no formales.
8
Mosset Iturraspe, Teoría general del contrato, págs. 60/70 y 144; Etcheverry,
Obligaciones y contratos comerciales, pág. 134.
§6. El principio de libertad y el contrato 159
9
Maynz, Cours, §318, nota 3; Windscheid, Pandette, §370, texto y nota 18; Tro-
plong, Du prét, n9 6.
10
Esto de querer convertir a Freitas en nuestro legislador, ya por coincidencia
de textos, ya por oposición, tiene sus peligros. Obsérvese que Freitas, después de
haber validado genéricamente a los preliminares (art. 3905) los niega para el mutuo
gratuito (art. 2226), el comodato (art. 2569) y el depósito voluntario civil (art. 2629),
disposiciones que se explican porque son excepciones a la regla. Para quienes, entre
nosotros, crean que la regla es la inversa de Freitas, habrá que explicar las parale-
las sobre el mutuo gratuito y el comodato (arts. 2244 y 2256) como confirmaciones
de la regla, pero en este argumentar todo al revés de Freitas, concédasenos que si
por suprimir Vélez el segundo párrafo del art. 3905 quiso lo inverso de Freitas, en-
tonces, por suprimir el art. 2629 quiso lo inverso de éste y desembocaremos así en
un laberinto de inversiones. Véase lo que en sus lugares diremos sobre el mutuo
(infra, §145, IX), el comodato (infra, §122, V) y el depósito (infra, §133, IV, 1).
En cuanto a la nota a los arts. 114172, dejando a un lado el que las notas no son
ley, cabe recordar que si nos ofrece lo que estimáramos una adecuada explicación
de la razón de subsistencia de la categoría de los contratos reales (supra, §5, VI, 3)
no corresponde extraer de ella un principio contrario al de la regla del art. 974. Si
para el formalismo romano era posible un preliminar (lo dicho en nota anterior)
debe serlo también para nuestro sistema, pero no habiendo una forma ómnibus al
modo de la stipulatio romana, los preliminares de contratos reales (en cuanto son
admitidos) se satisfacen con el principio de libertad de formas.
160 §6. El principio de libertad y el contrato
11
En el Código Napoleón existe la regla "la promesa de venta vale venta", cara
a un sector de nuestra doctrina. Ello no impide que un sector de la doctrina gala
distinga entre la promesa "recíproca" de venta y el contrato definitivo: Ghestin-
Desché, La vente, núms. 158 y sigts.
12
El Código Civil italiano, en el art. 1351 ha zanjado la disputa exigiendo la
misma forma.
162 §6. El principio de libertad y el contrato
§7. El c o n s e n t i m i e n t o
I. Naturaleza jurídica
1. El problema terminológico
Es necesario previamente ponerse de acuerdo para deter-
minar cuál es el significado que la ley y la doctrina dan a la
palabra "consentimiento". Sin ello, sería inútil entrar a in-
quirir sobre la naturaleza jurídica, pues nos introduciría-
mos en una verdadera torre de Babel, y como hablaríamos
de cosas distintas, les asignaríamos también naturaleza
diferente.
Ahora bien, en la determinación del significado de la pa-
labra "consentimiento", hay dos problemas:
a) En las acciones voluntarias podemos distinguir dos mo-
mentos. En el primero, la voluntad se ha formado interna-
mente, anímicamente; en el segundo, la voluntad se ha
exteriorizado. Podemos entonces distinguir entre voluntad
interna y exteriorización de la voluntad, o para ser más bre-
ves, entre voluntad y exteriorización. Esas dos etapas se
dan también en la acción de contratar (art. 913).
He aquí que con la palabra "consentimiento" puede hacer-
se referencia sólo a la voluntad, sólo a la exteriorización, o a
ambas conjuntamente. Cuando la ley, por ejemplo dice que
el consentimiento se "manifiesta" (así en los arts. 1145 y
1147), emplea un giro tal que es apto para inducir que por
"consentimiento" se entiende sólo la voluntad interna; lo
mismo acontece cuando habla de "vicios" del consentimiento
(art. 1157). Pero nosotros preferimos llamar "consentimien-
to" a la suma de voluntad y exteriorización, y por ello habla-
164 §7. El consentimiento
2. Nuestra opinión
Verificadas esas aclaraciones terminológicas, estamos en
condiciones de contestar a la pregunta sobre la naturaleza
jurídica del consentimiento.
Para nosotros, decidir si el consentimiento es un fenóme-
no unilateral o bilateral, depende de lo que denominemos
como tal. Como por consentimiento hemos entendido la su-
ma de las voluntades (internas y externas) de las partes, di-
remos que es un fenómeno bilateral.
1. Concepto
El concepto de tratativas previas (pourparlers) se deter-
mina en forma negativa. Son tales (tractatus) todas las exte-
riorizaciones inidóneas para concluir un contrato y que, sin
embargo, tienen por fin llegar a un contrato.
1
Sobre los sentidos del vocablo: Colagrosso, Teoría general, n9 87; Salvat, Fuen-
tes, n- 38; Colin et Capitant, Cours, II, pág. 269.
166 §7. El consentimiento
2. La minuta
A medida de que los intervinientes se van poniendo de
acuerdo sobre los distintos puntos del contrato, pueden ir
volcándolos por escrito, dando nacimiento a lo que se conoce
con el nombre de "minuta" (punktation) ?
La minuta no pasa de ser la prueba de la existencia de
tratativas, y no pierde ese carácter por el solo hecho de en-
contrarse firmada, mientras ello resulte de su contexto, ya
porque el mismo sea incompleto en sus cláusulas esenciales,
ya porque deje librada a futuras conversaciones la determi-
nación de cláusulas accesorias, o porque aun siendo plena-
mente completa en cuanto a ellas, así lo declare, supeditando
v.g. la conclusión del contrato a una forma determinada con
la cláusula de no valer sin ella (doctrina del art. 1186).
3. El proceso contractual
Cronológicamente, las tratativas son anteriores a la ofer-
ta, aunque, desde luego, no constituyen un paso necesario, y
puede prescindirse de ellas.
Hasta que las partes alcanzan el fin empírico, pueden me-
diar una o más operaciones susceptibles de concentración. Así:
a) Las primeras operaciones son las que constituyen las
tratativas.
b) Siguen luego la oferta y la aceptación que integran el
contrato obligatorio. Pero es posible que las mismas se den
sólo para la conclusión de un contrato preliminar.
4. Responsabilidad precontractual
Las tratativas dan lugar a responsabilidad precontractual
(infra, §18, V, 4).
Distingamos:
3
Giorgi, Teoría de las obligaciones, III, pág. 140 y sigts.
168 §7. El consentimiento
2. El silencio
Según la ley, el silencio vale en algunos casos como decla-
ración de voluntad (art. 919). Hay autores que subsumen el
silencio dentro de la declaración tácita, tratándolo como un
caso de ésta, 7 quienes ven en él precisamente la única hipó-
tesis de declaración tácita, 8 quienes lo t r a t a n bajo la teoría
de las declaraciones p r e s u n t a s 9 y quienes lo miran como
una categoría aparte 1 " sin perjuicio de que algunos afirmen
que puede constituir una manifestación expresa. 1 1
A nuestro entender, para determinar lo que es el silencio,
conviene partir de una fórmula de tipo algebraico propuesta
por Perozzi. 12 Toda declaración de voluntad consiste en un
comportamiento que se interpreta conforme a las circuns-
tancias. Si designamos con x al significado de la declaración,
6
Comp.: Enneccerus-Nipperdey, Parte General, §144, IV, 3; Von Tuhr, Teoría,
§61, 425.
7
Llambías, Parte General, n 1056; Salvat, Parte general, n" 1590.
8
Borda, Parte General, n° 820.
9
Para algunos casos: Savigny, Sistema, CXXXIII.
10
Messineo, Manual, §37, 4 bis; Comp.: Stolfi, Teoría del negocio jurídico, §51.
11
Comp.: Acuña Anzorena, en Salvat, Fuentes, n9 50, a.
12
II silenzio nella conclusione dei contratti, en Riv. di Diritto Comercióle, 1906
I, pág. 509 y sigts.
§7. El consentimiento 171
Spota, Parte General, Hechos y actos jurídicos, n9 1818, argumenta con los
arts. 1145, 1146 y 918, para concluir que cabe tener siempre presentes las circuns-
tancias.
§7. El consentimiento 173
14
Rieg, Le role de la volante, n9 30.
15
En este sentido, es consecuente con su punto de partida objetivista, Borda,
en Parte General, n9 820 al limitar al silencio, el campo de acción de las declaracio-
nes tácitas. Recuérdese, sin embargo, que para nosotros el silencio puede ser decla-
ración expresa.
16
Enneccerus-Nipperdey, Parte General, §144, II.
174 §7. El consentimiento
V. La intentio juris
20
Hemos examinado el tema en nuestro artículo sobre "Las doctrinas de la in-
tención jurídica y de la intención empírica" en Revista jurídica, n° 9, de la U.N.T.
§8. La oferta
I. Concepto
1. Penúltima declaración
Si las p a r t e s l l e g a r a n a la conclusión de u n contrato
obrando sólo una vez cada una, podríamos decir en forma
absoluta que ofertante es quien toma la iniciativa e interro-
ga hablando primero, y aceptante quien responde hablando
después. Pero ya hemos visto que esto no es así (supra, §7,
II, 3); de allí que sea más gráfico describir a la oferta como
u n a expresión que se postula penúltima. Decimos que se
"postula", porque de hecho puede no llegar a ocupar ese or-
den cronológico, si v.g., fracasa ante una contraoferta y exi-
gimos su pretensión (y aptitud) a ser penúltima, porque si
una proposición se postulara como antepenúltima (es decir,
fuera emitida con tal sentido) no habría una oferta sino una
invitación a ofertar.
2. Naturaleza jurídica
La oferta es un acto o negocio jurídico. Esto h a sido
puesto en tela de juicio, 1 pero, a nuestro entender, consti-
tuye la tesis correcta, atento a lo prescripto por el art. 944.
1
Véanse las diversas teorías en Carrara, La formazione dei contrata, pág. 160
y sigts. Comp.: Albaladejo, El negocio jurídico, n- 22. Contra: Messineo, Doctrina,
I, pág. 312, n. 9, Cariota Ferrara, El negocio jurídico, ns 25, n. 198 y rr 46, h. 172,
Orgaz, Nuevos estudios de derecho civil, pág. 204, Stolfi, Teoría del negocio jurí-
dico, pág. 10. Para Ramella, Tratado de la correspondencia, n- 80 bis, el problema
se vincula con el de la revocabilidad de la proposición. Llambías, Obligaciones, n2
2973, nota 22, sostiene que la oferta es un acto jurídico unilateral.
§8. La oferta 181
3. Momento de perfeccionamiento
Se ha discutido en qué momento la oferta queda perfeccio-
nada en cuanto tal. Entran aquí en juego las teorías de la
exteriorización, la expedición, la recepción y la información,
cuyo alcance examinaremos a propósito de la aceptación (in-
fra, §11, III). El problema tiene interés en los contratos en-
tre ausentes: ¿A partir de qué momento (y sin perjuicio de
que además haya un plazo o una condición), el destinatario
puede aceptar?
182 §8. La oferta
II. Requisitos
Ver un caso de esta índole en Carrara, La formazione dei contratti, pág. 168.
§8. La oferta 183
1. Completividad
Una proposición vale como oferta cuando es completa, es
decir cuando después de la respuesta del destinatario ya no
es necesaria ninguna otra declaración de las partes para te-
ner por concluido el contrato:
a) El máximo de completividad se presenta cuando el con-
tenido de la proposición permite al destinatario responder
con un simple "sí".
b) Pero también la proposición es completa cuando deja
ciertos puntos librados al destinatario, con tal que fije los lí-
mites dentro de los cuales éste podrá operar. Completa sería
la siguiente proposición: "Le ofrezco una docena de unidades
por $ 12.000, o una media docena por $ 7.000" (doctrina del
art. 1153). Y completa sería la oferta que dijera "le compro
esto por el precio que usted considere justo, entre $ 10.000 y
$ 5.000". Pero una proposición que no fijara límites y dejara
totalmente librada la determinación de una cláusula esen-
cial al criterio del destinatario, no constituiría una oferta si-
no una invitación a contratar.
2. Forma
La oferta debe estar revestida de las formas que la ley
exija en su caso para el contrato. Una aplicación de este
principio se encuentra en el art. 1811.
3. Intentio juris
Siendo la oferta un acto jurídico, debe ser verificada con
intentio juris, por lo que no tienen valor de tal las declara-
ciones en broma, o por vía ejemplificativa o las que incluyen
la cláusula "sin compromiso" u otra análoga (sin perjuicio de
que estas últimas valgan como invitatio ad offerendum).
1. Teoría clásica
P a r a la teoría clásica, la oferta carece de autonomía y
fuerza vinculante antes de la aceptación. De allí que antes
de dicho evento caduca por muerte, incapacidad o quiebra
del oferente o del destinatario. Su subsistencia depende de
la voluntad del oferente, quien puede revocarla o hacerla
durar indefinidamente o sólo un plazo.
2. Doctrina moderna
Para la doctrina moderna, la oferta es autónoma y vincu-
la aun antes de la aceptación. Es irrevocable, y no ejercen
influencia sobre ella ni la muerte ni la incapacidad ni la
quiebra; su duración es limitada.
3. Teoría intermedia
P a r a la teoría intermedia, si bien la oferta, antes de la
aceptación, es revocable y caduca por muerte, incapacidad,
quiebra, expiración del plazo, en ciertos casos el oferente
asume una responsabilidad por los perjuicios que ocasiona
al destinatario la extinción de la oferta.
3
En De la formación del consentimiento en los contratos, págs. 48 y sigts.
4
En el texto, hablamos del "sistema y lenguaje del Código Civil". Esto requiere
una explicación que gira en torno al empleo de la palabra "retractación" como sinó-
nimo de "revocación".
Revocar es dejar sin efecto un acto unilateral por otro acto unilateral, pero
nuestro Código prefiere, aquí, llamar "retractación" a la revocación de la oferta (infra,
§8. L a oferta 185
1. Oportunidad
La retractación es posible m i e n t r a s el destinatario no
h a y a enviado su aceptación. Si el aceptante escribió su
respuesta el día 1 de junio y la envió el día 3, u n a retrac-
tación que cobre eficacia el día 2 es perfectamente posible.
Es v e r d a d que del a r t . 1150 ("mientras no h a y a n sido
aceptadas") pareciera surgir que una retractación sólo ten-
dría eficacia antes que el destinatario escriba su acepta-
ción, pero dicho texto debe ser completado con el del art.
1154, inspirado en el sistema de la expedición. Y realmen-
te, ¿de qué podría quejarse un aceptante que después de
haber escrito su aceptación en lugar de apresurarse a en-
viarla, se dedica a hacer gastos como si el contrato ya es-
tuviera perfecto? Sin duda que tal declarante no estaría
protegido por el art. 1156.
§34, II, 1). Sin embargo, para otros sistemas, entrando en disquisiciones, podría
distinguirse, dentro de la revocación lato sensu de la oferta, entre retractación y
revocación en sentido estricto, reservando para esta última el nombre de "revo-
cación".
1. En efecto: en un sistema como el de la Convención de Viena (ratificada por
nuestra ley 22.765) cabe distinguir, como lo hace Audit (La compraventa interna-
cional de mercaderías, n e 64) entre retractación y revocación, lo que tiene impor-
tancia atento a las reglas sobre revocabilidad de la oferta que deduce de ese
sistema:
a) Una oferta (revocable o irrevocable) que ha sido enviada, puede ser retracta-
da antes de que haya llegado al destinatario (sistema de la recepción), empleando,
al efecto, un medio de comunicación más rápido que permita la llegada de la re-
tractación antes de la de la oferta.
b) Cuando la oferta llega al destinatario y hasta que éste expide su aceptación
corre un tiempo durante el cual ya no es posible una retractación, pero sí todavía
una revocación en la medida en que la oferta sea revocable.
2. La traslación de esa terminología al sistema del Código Civil llevaría a que
se hable de "retractación" hasta el momento de la expedición y de "revocación" a
partir de allí. Pero ese lenguaje implicaría, no,sólo apartarse del del Código, sino
entrar en sutilezas: la retractación de Audit supone un acto positivo de retiro de
una oferta ya enviada, en tanto que esta "retractación" para nuestro Código se sa-
tisfará con un acto negativo (basta con no enviar la oferta).
186 §8. La oferta
2. Perfeccionamiento
En todos estos casos hemos hablado de una retractación
que cobre eficacia. Ello es así, porque entendemos que la
retractación deberá no sólo haber sido hecha, sino también
remitida en tiempo útil. Aunque la ley no lo diga expresa-
mente, ello deriva de una aplicación igualitaria de la doctri-
na del art. 1154 y de los principios generales. E n efecto,
nuevamente entran en juego aquí las cuatro teorías recor-
dadas (de la exteriorización, de la expedición, de la recep-
ción y de la información). De entre ellas, debemos descartar
la de la información, precisamente porque el art. 1156 su-
pone la eficacia impeditiva para la formación del consenti-
miento, de una retractación ignorada por el destinatario;
pero por la misma razón parece que debemos descartar la
de la recepción, porque un destinatario que encontrándose
en relación de negocios con el proponente, recibiera una re-
tractación y no informándose de ella enviara su aceptación e
hiciera gastos, sería culpable de un apresuramiento que le
impediría invocar el art. 1156. Sólo nos quedan en conse-
cuencia, las teorías de la exteriorización y de la expedición.
Si nos pronunciamos por esta última es generalizando el
art. 1154, y teniendo en cuenta que un acto que tienda a
destruir la eficacia de otro y que pretenda oponerse a quien
no participó en él, debe tener por lo menos la misma exterio-
ridad del primero; de allí que, si hemos adoptado la teoría
de la expedición para fijar el momento perfeccionante de la
oferta, a fortiori deberemos adoptarla para la retractación.
3. Irrevocabilidad de la oferta
En dos casos la retractación no es posible a tenor del art.
1150: cuando el autor de las ofertas "hubiere renunciado a
la facultad de retirarlas, o se hubiese obligado al hacerlas a
permanecer en ellas hasta una época determinada".
Estimamos que la grave restricción a la libertad que pare-
ce admitir este artículo leído aisladamente, debe ser conju-
gada con otras disposiciones. En efecto, la oferta se vuelve
irrevocable en virtud de una renuncia, pero no debe olvidar-
se que la renuncia misma (mientras no haya sido aceptada:
art. 875) es retractable. De allí que salvo el caso de acepta-
§8. La oferta 187
V. Caducidad de la oferta
5
Conf.: Llambías, Obligaciones, ns 2973.
188 §8. L a oferta
I. El problema
2. Nuestra opinión
Pensamos que si esta doctrina fuera correcta, a tenor del
art. 1148 así leído, para que u n a proposición careciera de
fuerza sería preciso que se dirigiera a persona indetermina-
da e indeterminable... Pero desafiamos a que se nos exhiba
un solo caso en que una proposición seria (de eso se está ha-
blando), conduzca a tal situación. Por nuestra parte no lo-
gramos encontrarlo.
El problema a resolver es el siguiente: ¿Cuándo una pro-
posición (por causa de lo indeterminado del destinatario)
es u n a simple invitación a ofertar, y cuándo una oferta en
regla? Ahora bien: si se admite que en el momento en que
alguien contesta a una proposición ya hay persona deter-
minada, y que ello da la pauta de que el destinatario de la
proposición era determinable, tendrá que concluirse que
siempre hay oferta y nunca invitación a contratar, o lo que
es lo mismo, que nunca una proposición tiene destinatario
indeterminable.
Nosotros preferimos atenernos a una lectura del art. 1148
conforme a su texto, sin introducir variantes, es decir, leyen-
do "promesa" donde dice "promesa" y "determinadas" donde
dice "determinadas", sin aditamento alguno.
2. El Código de Comercio
En cambio el art. 454 del Código de Comercio da una so-
lución expresa congruente con la del art. 1148 C. Civil: "Las
ofertas indeterminadas contenidas en un prospecto o en una
circular, no obligan al que las ha hecho".
Para evitar dificultades 4 supongamos que la circular con-
tiene todos los detalles en punto a contenido de una oferta.
Ahora bien, si tales proposiciones que se hacen por escrito
son simples invitaciones a ofertar, ¿por qué no han de tener
igual característica las "circulares" orales del vendedor am-
bulante que vocea sus mercaderías en la calle? No vemos
que exista alguna diferencia entre las proposiciones que se
hacen por escrito en forma de prospectos o circulares, y las
que se hacen voceando la mercadería o exponiéndola... Si al-
guna diferencia encontráramos, sería a favor de los prospec-
tos o circulares, pues si cuando son lanzados como volantes
al viento podemos asimilarlos al voceo o pregón (palabras
lanzadas al viento), ¿qué decir cuando son enviados a domi-
cilio? Si en este caso, en que la indeterminación es menor
(pues es de suponer que el comerciante sabe a qué domicilio
despacha los prospectos), el art. 454 niega a los catálogos el
valor de oferta, ¿cómo acordarle a las proposiciones orales al
público cuando la indeterminación es total?
Piénsese en los problemas que surgen cuando se pretende
dar valor a las proposiciones al público. Un comerciante ex-
7
Fariña, Defensa del consumidor y del usuario, sobre el art. 7, §4, se pregunta
si el empleo del gerundio "debiendo" significa que el efecto vinculante depende de
que contenga este dato, o si lo que la ley quiere decir es que todo anuncio dirigido a
consumidores potenciales debe contenerlo, so pena de las sanciones del capítulo
XII "pero entendido que se aplicarán con la necesaria prudencia, pues podría co-
rrerse el riesgo de impedir la publicidad efectuada con el solo fin de difundir pro-
ductos o servicios", decidiéndose por lo segundo. Nosotros nos decidimos por lo
primero. La cuestión que está en juego es si una proposición al público es califica-
ble como oferta o como invitatio ad offerendum; si se decide que vale oferta aunque
no precise la fecha de comienzo y de finalización, no comprendemos porqué se ha
de sancionar al anunciante por omitirla, ya que el consumidor tiene ante sí una
oferta en regla que subsistirá mientras no sea revocada en los términos del segun-
do párrafo del art. 7.
8
El texto literal, además de ese dato, precediéndolas con la expresión "así co-
mo", habla de las "modalidades, condiciones o limitaciones". En nuestra opinión,
esto ya no es un uestimentum específico sino la referencia al contenido genérico que
hace que una oferta sea completa, lo que también rige para las dirigidas a perso-
nas determinadas (doct. art. 1148 C. Civ.).
9
El decreto 1798/94, reglamentario de la ley 24.240, trae, sobre el art. 7, dos
preceptos, distinguiendo según que la oferta se realice o no en el lugar de comer-
cialización.
Examinándolos en el orden inverso en que los presenta el decreto:
1. La "oferta realizada fuera del lugar de comercialización deberá contener
siempre el plazo de vigencia".
La norma reglamentaria coincide con lo que expresamos en el texto: hace falta
un especial uestimentum, consistente en la indicación del plazo de vigencia.
2. Si la oferta de bienes o servicios es "realizada en el lugar donde los mismos se
comercializan, se podrán omitir las fechas de comienzo y finalización, en cuyo caso
obliga a quien la emite durante el tiempo en que se realice."
La distinción que hace el decreto reglamentario no deja de ser atractiva. En el
caso sub 1, la declaración de oferta se emite y se apaga, insume (en el tiempo exis-
tencial que no es el de los relojes) el instante necesario para publicitaria, emitién-
dola por radio, televisión, o imprimiéndola...por lo que quien de entre el público la
conoce, ninguna seguridad puede pretender de que se mantendrá hasta que llegue
al lugar de comercialización, si no indica tiempo de comienzo y de finalización, es
decir si carece del vestimentum legal. En el caso sub 2, en cambio, estamos ante
una oferta constante (como lo supone la norma, al decir "durante el tiempo en que
se realice") que no se apaga, que se proclama en las vidrieras, en los escaparates,
§9. El a r t í c u l o 1148 197
4. La Convención de Viena
Ratificada por la ley 22.765, su art. 14.2 dispone: "Toda
propuesta no dirigida a una o varias personas determinadas
será considerada como una simple invitación a hacer ofer-
tas, a menos que la persona que haga la propuesta indique
claramente lo contrario." 10
1. Oferta y promesa
Desde que nosotros leemos el art. 1148 como referido a la
promesa, va de suyo que sólo exigimos el requisito de la de-
terminación para las declaraciones que la envuelven. De allí
que:
a) Entendemos que una oferta puramente estipulante, es
decir una declaración por la cual quien la emite sólo intenta
llegar a ser acreedor, puede ir dirigida al público. Una al-
cancía colocada en un lugar público, lleva escrita en sí una
oferta estipulante válida.
b) Y vamos más allá. Pensamos que una autorización pa-
ra autocontratar puede ir dirigida al público, cuando las co-
sas están dispuestas de tal modo que cualquiera del público
puede concluir y cumplir el contrato. Así, una máquina ex-
pendedora automática es el instrumento de u n a autoriza-
ción, y al servirse de ella el cliente contrata en nombre
propio y en el del titular de la máquina. El titular dejó la
mercancía abandonada para que la tomara quien usara de
la máquina (doctrina del art. 2529), y el cliente hace tradi-
ción del precio depositándolo en un lugar que se encuentra
a la exclusiva disposición de aquél (doctrina del art. 2386).
En aceptar esto no vemos ninguna violación del art. 1148,
porque ni la autorización ni la tradición son "promesas", y
11
Escriche, bajo la voz "promesa", trata tanto de la envuelta en una oferta, co-
mo del contrato unilateral de estipulación .
Decimos "como regla" para dejar a salvo situaciones excepcionales como la de
la ley de defensa del consumidor y la de la Convención de Viena de las que hemos
hablado sub II, 3 y 4.
13
Como la propuesta en: el Anteproyecto de 1954 (art. 1053 y sigts.) Sobre los
proyectos de unificación civil y comercial, véanse las reflexiones de Stiglitz-Stiglitz,
op. cit., págs. 91 y sigts.
14
Para una construcción de este tipo en el Derecho español: Pérez González-Al-
guer, en Enneccerus-Lehmann, n. a, §156.
§9. El artículo 1148 201
I. Concepto
1. Naturaleza jurídica
La aceptación, como la oferta (supra, §8, I, 2) es un acto
jurídico unilateral. 1
Muchos piensan que sólo puede consistir en un "sí", al
que debe ser reducible cualquier expresión que se emplee.
Pero esto es inexacto, 2 bastando con que la aceptación sea
congruente con la oferta, dependiendo de los términos de és-
ta, el contenido de aquélla. Así, v.g., una oferta alternativa
exige como respuesta algo más que un "sí", y lo mismo acon-
tece cuando el ofertante deja librado al aceptante la deter-
minación de algunos de los puntos del contrato, con tal que
fije los límites dentro de los cuales puede moverse una acep-
tación, pues de otro modo faltaría a la propuesta el requisito
de ser "completa".
Según el art. 1152, "cualquier modificación que se hiciera
en la oferta al aceptarla, implicará la propuesta de u n nuevo
contrato", debiendo entenderse por modificación tanto la al-
teración de una cláusula, como el agregado de otra, y ello
por mínima que sea la diferencia, pues la aceptación dejaría
de ser congruente. Pero la norma del art. 1152 debe ser en-
tendida con sus necesarias limitaciones:
2. Dirección
Decimos que la aceptación va "en principio" dirigida al
ofertante.
El tema normalmente se trata bajo la pregunta de si la
aceptación es o no una declaración recepticia. Nosotros pre-
ferimos eludir esta terminología que si para otros sistemas
se presta a reservas, 3 para el nuestro nos parece totalmente
inaceptable. Hablar de declaraciones "recepticias" allí donde
rige el sistema de la recepción, sea; pero ¿por qué donde el
principio es el de la expedición?
La aceptación está "dirigida" cuando el aceptante ha hecho
todo lo posible para que la declaración llegue al ofertante.
Pero en ciertos casos no es necesaria la expedición. Ello
acontece cuando el ofertante ha dispensado al destinatario
de la carga de comunicar, dispensa que puede ir implícita,
como si el ofertante propusiera vender al destinatario merca-
derías consumibles, enviándoselas, y éste las consumiera...
3. Requisitos
Una respuesta 4 es apta para concluir un contrato cuando
concurren en ella todos los requisitos comunes a los actos
3
Von Tuhr, Tratado de las obligaciones, n- 21, n. 5. Sobre la distinción entre de-
claraciones de voluntad recepticias y no recepticias: Rieg, Le role de la volonté, n9
50 y sigts.; Oertmann, Introducción al derecho civil, §35.
* La aceptación es una respuesta; de allí que no deba verse un contrato en la
existencia de dos ofertas que se cruzan (supra, §1, III, 1, b). Eiler Rauch (op. cit., n2
80), se coloca en la hipótesis de que A ofreciera vender su casa a B por $1.000.000 y
que B por carta que se cruza ofreciera a A comprar esa misma casa y por esa misma
204 §10. La aceptación
suma, y señala que las opiniones se encuentran divididas en torno a decidir si hay
allí o no un contrato, pronunciándose por la afirmativa. Nosotros nos pronuncia-
mos por la doctrina de los arts. 1137 (que exige que haya "acuerdo") y 1144 (que
impone el concurso de una oferta y una aceptación). Para respetar el esquema del
art. 1144 habrá que suponer que una de las dos ofertas que se cruzan vale como
aceptación, o tratar a cada una de las declaraciones como oferta-aceptación; pero
dar a una oferta, ya total, ya parcialmente, el carácter de aceptación, es desconocer
el significado que el sujeto imprimió a su respectiva declaración, queriéndola como
oferta y no como respuesta. Y parece obvio señalar que, siendo distinto el régimen
de extinción de la oferta del de la aceptación, no es lo mismo el ver en una declara-
ción concreta, lo uno o lo otro, o ambas cosas al mismo tiempo.
En la afirmación del requisito de "congruencia", van implícitas todas las con-
secuencias. Así, se ha dicho que la aceptación debe emanar del destinatario o de su
representante (Eiler Rauch, op. cit., n9 76), y esto va de suyo, porque si la oferta in-
dica a quién va dirigida (para las que envuelven una promesa así lo exige el art.
1148; supra, § 9), no sería "congruente" una respuesta que no proviniera del desti-
natario o de su representante.
§10. La aceptación 205
3. Pluralidad y complejidad
Cuando al mismo tiempo nos encontremos con una plura-
lidad de destinatarios y una complejidad en el objeto, habrá
que aplicar simultáneamente los principios que regulan una
y otra hipótesis.
4. Aclaración
Lo que antecede, valga como pauta general, sin perjuicio
de l a s n o r m a s p r o p i a s p a r a c a d a c o n t r a t o (v.g., a r t s .
1899/1903 para el mandato; 1794 y 1798 para la donación).
§10. La aceptación 207
1. Autonomía
Una vez perfecta, la aceptación es autónoma, 6 y no influ-
yen sobre ella ni la muerte ni la incapacidad del aceptante.
En el proceso de la aceptación cabe distinguir entre la ex-
teriorización y la expedición:
a) Para las aceptaciones no sujetas a expedición, una vez
exteriorizadas ninguna influencia tienen ni la muerte ni la
incapacidad posteriores, recibiendo en este caso directa y li-
teral aplicación el art. 1149 en su última parte ("antes de
haber aceptado").
b) En cambio, cuando la aceptación está sujeta a expedi-
ción, sólo con ésta se perfecciona y, en consecuencia, hasta
ese momento tienen influencia los citados eventos. A esta
conclusión llegamos por combinación de los a r t s . 1149 y
1154.
2. Retractabilidad
La aceptación es retractable. El art. 1155, que legisla so-
bre la materia, presenta una dificultad interpretativa que
examinamos en §11, IV, 2, b.
6
Aparentemente, si con la aceptación se concluye el contrato, pareciera que no
cabe hablar de la autonomía de aquélla, pues esto supondría que de algún modo vi-
ve una vida propia, independiente de la del contrato. Pero la posibilidad de que
ella sea retractada a tenor del art. 1155, obliga a plantearse el problema.
208 §10. La aceptación
1. El principio general
Según el 19.1: "La respuesta a una oferta que pretenda
ser una aceptación y que contenga adiciones, limitaciones u
otras modificaciones se considerará como rechazo de la ofer-
ta y constituirá una contraoferta".
Se advierte que, hasta allí, es la regla del art. 1152 C.
Civ.
2. La excepción
Según el 19.2: "No obstante, la respuesta a una oferta que
pretenda ser una aceptación y que contenga elementos adi-
cionales o diferentes que no alteren sustancialmente los de
la oferta constituirá aceptación a menos que el oferente, sin
demora injustificada, objete verbalmente la discrepancia o
envíe una comunicación en tal sentido. De no hacerlo así, los
términos del contrato serán los de la oferta con las modifica-
ciones contenidas en la aceptación".
Se introduce, así, la distinción entre modificaciones sus-
tanciales y no sustanciales. Cuando no son sustanciales, la
letra del texto pretende que la respuesta vale aceptación,
salvo que el oferente la objete. Pero si el oferente puede ob-
jetarla, señal es de que el contrato todavía no se ha forma-
do. Por encima de la l e t r a del texto, la v e r d a d jurídica
sigue siendo que una respuesta, por insustanciales que sean
las modificaciones, queda reducida a contraoferta. La úni-
ca diferencia, respecto al régimen del Código Civil, sería el
valor que se da al silencio del oferente, convertido ahora
en destinatario de la contraoferta. Pero, en n u e s t r a opi-
nión, por lo que de inmediato diremos, hasta esa diferencia
desaparece.
1. La opinión generalizada
Según la conununis opinio, es entre ausentes un contrato
concluido por correspondencia entre Primus que se encuen-
tra en Buenos Aires y Secundus que está en Tucumán, y es
entre presentes el que celebran oralmente A y B que se en-
cuentran de pie a un lado y otro del mostrador de un negocio
ubicado en Buenos Aires.
Si a través de la diferencia entre ambos ejemplos quere-
mos fijar cuáles son las razones que hacen que un contrato
sea entre ausentes, encontramos dos: en el primer caso hay
una cierta y apreciable distancia entre los contratantes y
además las declaraciones (dado el medio empleado) insumen
un cierto y apreciable tiempo en llegar del uno al otro. Es
precisamente en esas notas que la doctrina encuentra el cri-
terium caracterizador de los contratos entre ausentes: para
unos lo decisivo es la distancia de lugar, para otros la de
tiempo, y no faltan quienes exigen el concurso de ambas. 1
a) A los contratos entre ausentes se les ha llamado tam-
bién "contratos entre personas lejanas", con lo que pareciera
1
Para las diversas teorías: Ramella, Tratado de la correspondencia, n? 193 y
sigts.; Carrara, La formazione dei contratti, pág. 185; para Fischer, Bruno, Dos
contratos por correspondencia, n- 20, existe ausencia jurídica desde que ambas par-
tes o sólo una de ellas emplea medios diversos del gesto o de la palabra.
§11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato 211
2
Romero del Prado, Derecho internacional privado, pág. 334.
212 §11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato
2. Nuestra opinión
Por nuestra parte pensamos:
a) Si de algo debe hablarse, es, más que de contratos en-
tre presentes, de declaraciones entre presentes y entre au-
sentes, pues bien puede acontecer que la oferta sea entre
ausentes con arreglo a todas las doctrinas, y la aceptación
asuma las características de entre presentes también según
todas las doctrinas.
b) Lo de entre presentes y entre ausentes, debe apreciarse
con criterio sumamente relativo, pues una declaración pue-
de ser lo uno para ciertos efectos, y lo otro para los demás. 3
c) Tanto en la apreciación de la distancia geográfica como
en la temporal, lo que interesa no es la distancia física sino
la jurídica.
Sin duda que quienes están físicamente lejos deben em-
plear, de hecho, un medio de comunicación tal que sea apto
para llegar al destinatario, medio que en las viejas épocas
consistía en la correspondencia o en un agente, mientras los
que están cerca recurren normalmente a la contratación
oral. Pero ello no significa que la distancia puramente física
tenga u n a especial trascendencia, pues la regla que exige
3
Breve y profunda la digresión civilista de Goldschmidt en Sistema y filosofía
del derecho internacional privado, II, n 9 22, n. 1, pág. 98.
214 §11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato
Para las distintas teorías sobre la materia: Girault, A., Traite des contrats par
correspondance, n- 20.
§11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato 215
1. Doctrina de la declaración
Según la teoría de la declaración, o de la manifestación, o
de la agnición, el contrato se perfecciona en el momento y en
el lugar en que se verifica la exteriorización de la voluntad
(v.g.: en que se escribe la carta). Demolombe, entre otros, la
defiende, 5 apoyándola en un silogismo cuya evidencia le pa-
rece indiscutible: el contrato exige el concurso de dos volun-
tades; las voluntades han concurrido desde el momento en
5
Demolombe, Cours, t. 24, n2 75.
216 §11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato
2. Doctrina de la información
En el polo opuesto se encuentra el sistema de la informa-
ción, o de la percepción, del conocimiento o de la cognición,
que exige, para que el contrato se encuentre formado, que el
proponente tenga noticia de la aceptación (v.g.: lea la carta).
Se sostiene que desde el punto de vista lógico es entonces
que concurren ambas voluntades, pues ¿cómo puede decirse
que la voluntad del ofertante concurra con la ignorada vo-
luntad del aceptante?; nadie puede estar obligado a lo que
no conoce.
3. Doctrina de la expedición
La teoría de la expedición, o de la transmisión, se ubica
entre las dos anteriores, atenuando los defectos de la de la
declaración y rechazando la de la información. A esta última,
en cuanto a su fundamentación lógica, dirige una crítica cer-
tera; si para que dos voluntades concurran es preciso que se
conozcan, la contratación por correspondencia se vuelve im-
posible, pues conocida la aceptación por el ofertante, ¿cómo
el aceptante sabe que éste la conoció?; para ello sería preciso
una notificación del ofertante al aceptante, y de éste a aquél,
etc., encontrándonos ante el problema que plantea Vélez en
la nota a los arts. 1150 a 1154 de querer encontrar el fin de
una circunferencia. Y respecto a la teoría de la declaración
presenta una ventaja de índole práctica, pues mientras la
carta no ha sido enviada, si no es un propositum in mente re-
tentum, es evidentemente en cambio un propositum in mani-
bus retentum^ algo que todavía depende del aceptante, y del
cual éste, en los hechos, no se ha desprendido todavía.
4. Doctrina de la recepción
La teoría de la recepción exige que la declaración del
aceptante llegue a poder del ofertante, sin que sea preciso
6
Ramella, op. cit., ns 128.
§11. E l t i e m p o y el l u g a r e n l a f o r m a c i ó n del c o n t r a t o 217
5. Criterios mixtos
No faltan criterios mixtos, de entre los cuales podemos se-
ñalar:
a) Los que exigen para la perfección que haya mediado el
conocimiento, pero con efectos retroactivos, a la fecha de la
expedición. 8
b) Los que parten de un sistema, pero con atenuaciones a
favor de otro como es el caso de nuestro Derecho.
c) Los de quienes distinguen según se trate de la perfec-
ción respecto del aceptante, o respecto del proponente. 9
7
Tanto el proyecto de unificación civil de 1987 (art. 1144), como el de 1993
(art. 1144) y el de la Comisión creada por decreto 468/92 (art. 858) adoptan el siste-
ma de la recepción.
8
Es el sistema que Salvat {Fuentes, n9 166) propugna para nuestro Derecho.
9
Windscheid, Diritto delle Pandette, § 306.
10
Sobre el sistema seguido por nuestro Derecho se han sustentado las siguien-
tes opiniones:
a) Teoría de la expedición (art. 1154) con atenuaciones a favor de la información
(arts. 1149 y 1155). Es la que sustentamos en el texto, que al decir de Siburu (Co-
mentario al Código de Comercio, n 9 828, n. 2, siguiendo a Obarrio), fue ideada en la
comisión encargada de estudiar las correcciones al Código Civil (1882). Cabe sin
embargo señalar que ya aparece esbozada en el Comentario al Título de los Con-
tratos, de Machado, J. O. (1875), en el n° 85. Esta tesis ha sido defendida por Lafai-
lle, Tratado, n ' 80 y Curso, de 1913, pág. 17; Mosset Iturraspe, Manual, pág. 167;
218 § 1 1 . E l t i e m p o y el l u g a r e n l a f o r m a c i ó n del c o n t r a t o
Paz, J., según Bargalló Cirio, Contratos, pág. 43; Arias, Contratos civiles, pág. 118;
Borda, Obligaciones, n 5 1220; Spota, Contratos, n- 199 y sigts.; Abelenda, Teoría ge-
neral de los contratos, pág. 172; Llambías-Alterini, Código Civil, sobre el art. 1147;
Belluscio-Zannoni, Código Civil, sobre el art. 1154; Garrido-Zago, Contratos civiles
y comerciales, pág. 136; Fontanarrosa, Derecho comercial, II, pág. 77; Castillo, Curso
de derecho comercial, II, n9 20.
b) Teoría de la información (arts. 1149 y 1155) con efectos retroactivos al día de
la expedición (art. 1149). Tal la opinión de Siburu (op. cit., n9 827), de Salvat, Fuen-
tes, n- 166.
c) Perfeccionamiento para el proponente con la expedición de la aceptación (art.
1149) y para el aceptante con el conocimiento (art. 1155). Asi: Llerena, Concordan-
cias y comentarios, sobre el art. 1149; Delqui en el extracto que precede a la obra
de Girault (Traite des contrats par correspondance, pág. VII) adscribe a la Argenti-
na al sistema de la información.
d) Recurso a los principios generales en caso de conflicto; Rafael García, según
información de Siburu, op. cit., n° 828.
11
La Convención de Viena (ratificada por ley 22.765) tiene sus reglas propias.
Así, por el art. 18.2, "la aceptación de una oferta surtirá efecto en el momento en
que la declaración de asentimiento llegue al oferente" y por el art. 16 "la oferta
podrá ser revocada hasta que se perfeccione el contrato si la revocación llega al
destinatario antes que éste haya enviado la aceptación". Observa Ghestin (Les
obligations-Le contrat: formation, nq 255) que esta convención "disocia así el mo-
mento en el que la oferta no puede ser retractada del que determina la localización
de la formación del contrato en el tiempo y en el espacio". Según Audit, La compra-
venta internacional de mercaderías, n° 59, las disposiciones sobre formación po-
drán aplicarse a la formación de todo contrato internacional, dando como razón
que "la palabra «compraventa» no aparece en el título de la Segunda Parte, contra-
riamente a lo que sucede en la Tercera", argumentación ésta que no nos convence,
dado que una tal generalización implicaría salir del "ámbito" de la Convención, de-
finido en la Primera Parte.
§11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato 219
12
La doctrina que exponemos en el texto ha sido compartida por Alterini, A.
(en Llambías-Alterini, Código Civil, sobre el art. 1155). La combate Lavalle Cobo (en
Belluscio-Zannoni, Código Civil, sobre el art. 1155) quien adhiere a la explicación
220 §11. El t i e m p o y el l u g a r e n l a formación del c o n t r a t o
6. Excepciones
Pero desde que el sistema de la expedición pone el acento
en el momento comunicante, es claro que no funciona en los
casos en que la aceptación no necesita ser dirigida al ofer-
tante (supra, §10, I, 2).
Las reglas del Código sobre el tiempo de perfeccionamien-
to del contrato no son imperativas. Las partes pueden haber
estatuido otras diferentes. Ello es así porque si en sus con-
venciones pueden dar valor al silencio futuro, o exigir una
determinada forma para la declaración de voluntad, a for-
tiori pueden prever que se anticipe o retarde el momento de
conclusión del contrato. 1 6
15
El art. 215 del Cód. de Comercio sólo se refiere al mensajero enviado por el
ofertante. La asimilación que verifica entre el mandatario y el mensajero resulta
inconcebible a menos que se la entienda en el sentido que indicamos en el texto
(mensajero de la oferta, apoderado en la recepción) o que directamente se opte por
el sistema de la declaración que no es el de nuestro Derecho (con lo que se rompe-
ría la armonía del sistema) o que en fin la expresión "antes de trasmitirse" deba
ser interpretada como un pronunciamiento en contra de la teoría de la informa-
ción, pero no como una afirmación a favor de cualquiera de los otros sistemas, ma-
teria que quedaría librada al Cód. Civil (art. 207).
16
Comp.: Rieg, A., Le role de la volonté, n° 56.
222 §11. El tiempo y el lugar en la formación del contrato
7. Lugar de conclusión
La expedición, que determina el momento consumativo
del contrato, sirve también para establecer el lugar de su
conclusión,17 con todo el interés que de ello deriva, salvo la
existencia de reglas particulares como las que existen para
el Derecho internacional privado en los arts. 1181 y 1214.
Romero del Prado, Derecho internacional privado, pág. 334 y sigts., señalan-
do que el Tratado de Montevideo estableció una regla diversa.
C a p í t u l o III: L o s p r e s u p u e s t o s d e l c o n t r a t o
I. Generalidades
1. Los incapaces
Los incapaces son:
a) Absolutos, los enumerados en el art. 54 C. Civ. En esta
categoría puede ubicarse también a las personas de existen-
cia ideal que deben obrar por medio de personas físicas, pe-
ro ello sólo resulta exacto en la medida en que se considere
a estas últimas como "representantes" y no como "órganos". 1
1
Freitas, en el Esboqo, art. 22, limita el concepto de capacidad de hecho a las
personas de existencia visible, pero en cambio el de incapacidad de hecho lo predi-
224 §12. L a s c a l i d a d e s del sujeto
2. Los capaces
Son capaces todas las demás personas. Siguiendo la ter-
minología utilizada para los incapaces, parécenos que pue-
den ser agrupados en dos categorías:
a) Absolutos, que son todos los que no entran en algunos
de los casos de capacidad relativa o de incapacidad absoluta
o relativa.
b) Relativos, esto es, que para ciertos actos son incapa-
ces de obrar. La diferencia entre esta categoría y la de los
incapaces relativos reside en que mientras para los últi-
mos la incapacidad es la regla, para aquéllos constituye la
excepción.
Todavía podemos establecer dos subgrupos. En el prime-
ro ubicamos a los capaces relativos por detracción, inclu-
yéndose a todos los que habiendo sido capaces absolutos se
vieron privados de parte de la capacidad como es el caso de
los inhabilitados (art. 152 bis) y el de los incapacitados por
condena (art. 12 Cód. Penal). En el segundo, ubicamos a
los capaces relativos por adición, esto es, a aquellos inca-
paces que ascendieron a la capacidad sin alcanzarla en su
plenitud: emancipados por matrimonio y por habilitación
(art. 131). 4
4
Entrando en una mayor finura de los conceptos, de la que prescindimos en el
texto, dada la naturaleza de esta exposición, podría distinguirse entre lo que es
una incapacidad de hecho y una limitación a la capacidad, pues cuando media lo
primero, la voluntad del representante se sustituye a la del incapaz, en cambio
cuando se da lo segundo, es preciso que el limitado manifieste su voluntad, la que
se integra sea con una autorización judicial o con el asentimiento de otro (Espín
Cánovas, Manual de derecho civil español, I, pág. 112). Bajo este punto de vista, la
situación de los inhabilitados (art. 152 bis) es de una limitación a la capacidad de
hecho, como lo es la de los emancipados a tenor del art. 135,
226 §12. Las calidades del sujeto
1. La doctrina tradicional
La civilística argentina dio tradicionalmente a este con-
cepto una gran amplitud, donde quedó absorbido gran parte
del de legitimación, considerando, v.g., los problemas del
art. 1361 como supuestos de incapacidades de derecho. 5 No-
sotros damos a la expresión una acepción restringida. De
allí que si estimamos a la capacidad de derecho u n a aptitud
genérica y medida in abstracto, veremos en la incapacidad
su contrapartida exacta, y sólo admitiremos una real inca-
pacidad de derecho, cuando una persona en razón de ciertas
calidades se vea privada in abstracto del goce de un derecho.
Por ello, v.g., la prohibición dirigida a los padres de comprar
los bienes de sus hijos in potestas (art. 1361, inc. 1) no cons-
tituye una incapacidad de derecho, pues a quien es padre no
se le priva por esa calidad del derecho de comprar otros bie-
nes a otras personas, sino tan sólo se le prohibe hacerlo res-
pecto a determinados bienes, con lo cual no es la calidad de
la persona lo decisivo, sino la particular relación en que ésta
se encuentra con otra, propietaria de los bienes.
2. Casos
Toda persona es capaz de derecho. No hay incapacidades
absolutas de derecho, porque ello implicaría la negación de
la personalidad. Hay, en cambio, incapacidades referidas a
ciertos derechos, pero es difícil señalar casos concretos, y los
mismos son poco numerosos. A n u e s t r o e n t e n d e r puede
ejemplificarse con:
a) Los supuestos que exceden el ámbito de la personali-
dad reconocido a las personas por nacer (arts. 64, 70, a con-
5
Así, Borda, Parte General, n° 456, ejemplifica con los arts. 279, 297, 450, 1361,
incisos I a 6, 3739, 3740, con la hipótesis de las personas por nacer, y la de los religio-
sos profesos y comerciantes fallidos (art. 1160), incluyendo también en el concepto los
impedimentos para contraer matrimonio, y ampliando la lista en el n 9 577 con los
arts. 3561, 475, 3708; Llambías, Parte General, I, en los n2 564 y sigts., 595 y sigts.,
ejemplifica con los arts. 1361, incisos 3, 4 y 6, 3739, 1358 1441, 1490, 1218, 1807, inc.
1, 279, 450, inc 3, 2011, inc. 6, con los religiosos profesos, y con los impedimentos.
Amplia es asimismo la enumeración, y en general coincidente, de Arauz Castex,
Parte General, n° 487 y sigts. Tal era en líneas generales el criterio de Salvat, Parte
General, n9 702, y el que enseña Busso, Código Civil, en el n9 57 sobre el art. 30.
§12. L a s c a l i d a d e s del sujeto 227
IV. Idoneidad
1. Concepto
Mientras la capacidad es aptitud para un acto (que se
realiza por sí o por medio de otro) la idoneidad es aptitud
para una función o cargo en cuyo ejercicio se realizan actos. 7
Así son supuestos de falta, de idoneidad y no de incapacidad,
los del art. 398; el menor es incapaz de hecho, pero es hábil
para actuar como apoderado voluntario (art. 1897); el mayor
es capaz para actuar por sí, pero en muchos casos no es idó-
neo para hacerlo por otros, cuando la ley confiere "atribucio-
nes especiales a determinada clase de personas" (art. 1896).
6
Cariota Ferrara (El negocio jurídico, n 9 130) conceptúa inexacto ver aquí un
supuesto de incapacidad jurídica.
7
Comp.: Busso, Código Civil, sobre el art. 398, n' 44 y sigts.; Llambías, Parte
General, I, n 9 603.
8
Busso, loe. cit.
§13. Nulidad de los contratos concluidos
por i n c a p a c e s
I. El artículo 1164
2. Nuestra opinión
Nosotros en la interpretación del texto partimos de las si-
guientes bases: del sistema de nuestro Código (prescin-
diendo por ahora totalmente del art. 1164) surge que la
incapacidad de hecho, sea relativa o absoluta, sólo produce
una nulidad relativa; si ahora entramos a hacer jugar el art.
2
Por la nulidad relativa: Llambías, Parte General, rr 1550; Borda, Parte Gene-
ral, n° 1255; Cifuentes, Elementos de derecho civil-Parte general, §224; D'Antonio,
Derecho de menores, §22; Belluscio-Zannoni, Código Civil, sobre el art. 1164.
Por la absoluta, cuando la incapacidad es absoluta: Busso, Código Civil anota-
do, sobre el art. 54, vr 18; Salvat, Parte General, n- 2636, Fuentes, rr 94.
230 §13. N u l i d a d de los c o n t r a t o s concluidos p o r i n c a p a c e s
4. La regla específica
En cuanto al art. 1164, leído literalmente no entra en con-
tradicción con dichos principios:
a) Si prescindimos de la frase "a los terceros interesados y
al Ministerio de Menores" el resto del articulado está en ple-
na concordancia con el art. 1048, y su última frase ("no a la
parte que tenía capacidad para contratar") es confirmación
de lo legislado en el art. 1049.
b) Respecto a la inclusión del Ministerio de Menores en
la lista de legitimados, ello, lejos de entrar en colisión con la
teoría de la nulidad relativa, constituye una previsión feliz.4
3
Trae con otros, estos argumentos: Borda, Parte General, n9 1255.
Así Bibiloni, Anteproyecto, I, pág. 196, propone un agregado al art. 1048 pre-
viendo la alegación de la nulidad por el Ministerio de Menores. Pero su crítica al
art. 1164 vigente nos parece injusta, pues, no creemos que de él pueda desprender-
se a contrario que el Ministerio de Menores no interviene cuando la incapacidad es
relativa. El art. 1164 limita el número de personas que pueden alegar la nulidad
§13. N u l i d a d de los c o n t r a t o s concluidos p o r i n c a p a c e s 231
1. La regla
Como la parte capaz no puede demandar la nulidad del
contrato fundándose en la incapacidad de la otra parte (aun-
que sí invocando otras razones: arts. 1049 y 1164) queda en
una situación de inferioridad. Sería contrario a toda justicia
que se la mantuviera en ese estado de incertidumbre, cuan-
do fue llevada a contratar por quien la engañó haciéndose
pasar por capaz: el art. 1166 acude en su auxilio y generali-
zando la enseñanza de una vieja máxima {malitia suplet ae-
tatem), decide que el dolo suple la incapacidad:
7
Laje ("Capacidad para contratar", en La Ley, 1975 A, págs. 1125/6), refiriéndo-
se a nuestro pensamiento, señala: "El argumento mencionado, sin embargo, es in-
genioso pero no convincente". Pero, ¿cuál fue el pensamiento mencionado? Creemos
que el citado jurista no ha interpretado correctamente nuestro pensamiento, resu-
miéndolo en una forma que lo desdibuja. Para demostrarlo, pasamos a transcribir
a dicho autor, verificando luego nuestro comentario. 1. Según el maestro Laje: "Así
López de Zavalía sostiene que en el supuesto previsto por la primera parte del art.
1166, existe un contrato válido. En tal sentido no pueden impugnarlo las partes,
por las siguientes razones, según dicho autor. El incapaz está impedido de hacerlo,
por el mismo art. 1166. En cuanto al contratante capaz, para atacar el acto tendría
que promover la acción de dolo, uno de cuyos requisitos es haber sufrido un daño
importante (art. 932, inc. 1). Tal daño no existe por el mero hecho de que dicha
parte haya inducido a contratar en virtud del dolo del incapaz, ya que si contrató
no fue por ese motivo sino porque le habrá interesado o convenido". 2. He aquí
nuestro comentario: a) Por de pronto, hay algunas diferencias visibles entre nues-
tro texto y el resumen libre que verifica Laje, como puede constatarse de la simple
comparación entre aquél y el pasaje de Laje que hemos transcripto literalmente.
Pero prescindamos de ello y vayamos al fondo; b) Hemos partido de la base, no re-
batida, de que el art. 1166 no está destinado a conceder una acción a la parte ca-
paz, sino a negársela al incapaz. Todo se reduce, entonces, a saber si, por otros
textos, los tendrá la parte capaz, y esos textos sólo podrían encontrarse en las nor-
mas sobre el dolo, ya que, por razón de la incapacidad de la otra parte, no tendría
tampoco acción la parte capaz por imperio del art. 1164; c) Yendo a los textos sobre
el dolo, hemos formulado un distingo, según que el dolo haya incidido sobre el tema
de la capacidad o sobre otros aspectos, y hemos negado acción ex dolo a la parte ca-
paz, sólo en el primer supuesto, no así en el segundo, que, como puede verse en el
texto, tratamos luego por separado. Tememos que Laje no haya advertido que noso-
tros hacemos ese distingo; d) Porque es circunscripto al primer supuesto que no-
sotros negamos a la parte capaz una acción de nulidad por dolo. La razón está en
§13. Nulidad de los contratos concluidos por incapaces 233
que para que el dolo sea causa de nulidad, es preciso que haya causado un daño
importante, por lo que queda descartada la acción si no hay ese daño, y con mayor
razón cuando no hay "ningún daño". Para combatir ésa nuestra tesis, hubiera he-
cho falta dar un ejemplo en el que el capaz engañado sólo sobre la capacidad de la
otra parte, sufriera, en razón de ese tipo de engaño, algún daño y sinceramente,
nosotros, por esfuerzos que hacemos, no logramos encontrarlo, ni siquiera como hi-
pótesis de gabinete. Porque si el engaño sólo versó sobre la capacidad (todo lo de-
más está en regla), el único daño podría derivar de que alguien invocara la nulidad
del contrato, pero ocurre que, por el art. 1166, no lo puede hacer el incapaz. Si se
nos demostrara que alguien, en razón de la incapacidad, pudiera demandar la nu-
lidad del contrato, entonces retiraríamos nuestra afirmación de que el dolo, en tal
hipótesis, es ininvocable por la parte capaz.
234 §13. N u l i d a d de los contratos concluidos por incapaces
8
En el Derecho romano, la regla malitia suplet aetatem, fue limitada a los me-
nores, y específicamente propuesta para los engaños sobre la capacidad. Si bien
Savigny (Sistema, CCCXXIV) parece conceptuarla como la aplicación de una más
general referida a todos los fraudes de menores, el otro caso que da (CCCIXXI, 2:
menor nacido libre que se deja vender como esclavo, participando del precio), sobre
de no ser trasladable a nuestro Derecho, concierne al status. Machado (Comentario
al Título de los Contratos, n 3 274 y sigts.) expone un sistema totalmente contrario
al que proponemos: cualquier dolo suple la incapacidad, y el capaz goza en todos
los casos de la acción de anulabilidad; al dolo se asimila la violencia.
9
En las dos primeras ediciones no tratábamos de este caso de acumulación, por
considerarlo innecesario, ya que bastaba para resolverlo con combinar lo que decía-
mos para los casos simples. La razón de que lo hayamos incluido a partir de la ter-
cera edición, es para disipar un equívoco que pudiera resultar de la afirmación que
se hace sobre nuestra opinión en el excelente Código Civil Anotado de Llambías-
Alterini, a propósito del art. 1166 (a cargo de Rivera, n° 4). Según los citados auto-
res, en este caso acumulado, el incapaz carece de acción por dos razones y se
aclara: "contra López de Zavalía". Nosotros coincidimos en que el incapaz carece de
acción, pero no por dos razones, sino por una sola. Como lo aclaramos en el texto,
carece de acción por la razón "a", pero no por la razón "b", pues no admitimos (co-
mo sin embargo lo admiten los citados autores) que el dolo sobre otros aspectos su-
pla la incapacidad. Y porque no creemos que el dolo sobre otros aspectos supla la
incapacidad, tampoco estamos de acuerdo con la afirmación de los citados autores,
cuando examinan otras dos hipótesis en las que, además de ese dolo, hay, en una,
simple ocultación de la incapacidad, y en la otra, conocimiento de la incapacidad
por la otra parte, y declaran en ambas que, en razón de ese dolo, el incapaz carece
de acción. Finalmente, y para completar el examen del tema, estamos de acuerdo
con los citados autores cuando, refiriéndose a la acción del capaz, le reconocen en el
caso de dolo sobre otros aspectos, acumulado con dolo sobre la capacidad, o acumu-
lado con simple ocultación de la incapacidad, acción por el dolo, pero discrepamos
en su afirmación de que la parte capaz pierde la acción de nulidad por dolo sobre
otros aspectos, cuando conocía la incapacidad de la otra parte. Los citados autores,
para privar a la parte capaz de acción en ese último caso, argumentan que se presu-
me que ha querido aprovecharse de su cocontratante incapaz por lo que juega la re-
gla nemo audiens que fundamenta justamente la norma del art. 1164. Nosotros
pensamos que una cosa es la acción de nulidad en razón de la incapacidad (que nun-
ca la tiene la parte capaz y, por ende, menos ha de tenerla si conocía la incapacidad)
y otra la fundada en el dolo sobre otros aspectos, donde la víctima es el capaz.
§13. N u l i d a d de los c o n t r a t o s concluidos p o r i n c a p a c e s 235
2. Primera excepción
N u e s t r a máxima "el dolo suple la incapacidad" experi-
menta una primera excepción según la letra del art. 1166
cuando el incapaz "fuere menor".
Gran parte de la doctrina lee este párrafo siguiendo a Frei-
tas (art. 1879 del Esbogo) y limitándolo al menor impúber.
Correcto; pero no porque lo diga Freitas, sino porque ello
resulta de dos consideraciones:
a) La primera, que u n a lectura literal no es admisible
porque ella conduciría a excluir a todos los menores, y sería
extraño que una regla que históricamente fue estatuida pa-
ra los menores (malitia suplet aetatem) no se aplicara a nin-
gún menor. La enseñanza del Derecho comparado nos revela,
por el contrario, que lo dudoso está en la extensión a otros
incapaces, los cuales sin embargo, según esa interpretación
literal —que rechazamos— serían los únicos abarcados por
nuestro texto, lo que por lo menos nos ubicaría a contramar-
cha del compás de los tiempos. 1 0
b) La segunda, que así se concilia con la norma general, la
específica del art. 2259, donde expresamente se habla del
menor impúber. 11
3. Segunda excepción
La citada máxima "el dolo suple la incapacidad" experi-
menta una segunda excepción cuando "el dolo consistiere en
la ocultación de la incapacidad". Esta expresión debe ser in-
terpretada también restrictivamente. En efecto, si el engaño
sobre la capacidad priva al incapaz de alegar la nulidad, se-
ría dejar al texto sin aplicación posible entender que quedan
10
El art. 1426 italiano sólo considera el caso del menor. Sobre el mismo, Fedele
(en Commentario, pág. 702) critica la tendencia a aplicarlo analógicamente a todos
los incapaces. Comp.: Messineo, Doctrina, II, pág. 279.
11
Se ha enseñado que el menor es el de 10 años, esgrimiendo como argumento
que el dolo es en sí ilícito, por lo que de las dos edades contempladas en el art. 921,
debe estarse a ésa, a tenor del art. 1076 (Mosset Iturraspe, Manual, pág. 234). No-
sotros nos decidimos por la opinión dominante, en atención al art. 2259, y porque
no nos parece ya admisible que el capaz invoque que un impúber lo ha engañado
sobre la capacidad.
236 §13. Nulidad de los contratos concluidos por incapaces
III. Consecuencias
No interpretamos así porque lo diga Freitas {Esbozo, art. 1879), pero Freitas
sin duda confirma esta interpretación a la que es posible llegar sin su auxilio. En
sentido análogo, aunque limitado al menor: Cód. italiano, art. 1426.
Título segundo: La aptitud del objeto
§14. El objeto
I. Concepto
II. Idoneidad
2. Determinación
Debe existir una determinación del objeto. El deslinde
entre lo determinado y lo indeterminado no es simple, y de-
pende de las circunstancias, bastando que según ellas el ob-
jeto sea determinable o que se prevea un mecanismo para
proceder a dicha determinación. Es en este sentido que de-
be entenderse la permisión del art. 1170 in fine, de no deter-
minar la cantidad "con tal que ésta pueda determinarse".
Hay determinación cuando prometiendo cosas fungibles, no
se indica directamente la cantidad, pero al señalarse el fin
al que están destinadas se lo hace indirectamente, en el
sentido de que serán todas las necesarias a ese fin.
240 §14. El objeto
3. Valor patrimonial
El objeto debe tener valor patrimonial. 2
La exigencia resulta de la norma expresa del art. 1169.
Pero en la interpretación del sistema de nuestro Derecho,
debe hacerse una distinción entre la prestación y el interés.
a) Según una corriente interpretativa anterior a la refor-
ma introducida al Código por el dec.-ley 17.711, la exigencia
del valor patrimonial rige tanto en lo que concierne a la
prestación como al interés. A dicha afirmación se llegaba, ya
porque se confundiera el aspecto de la prestación con el del
interés, englobando a ambos bajo el común denominador del
art. 1169, ya porque pese a verificar claramente el distingo,
se conceptuaba que ello era la natural consecuencia de los
principios.
b) Pero otro sector de la doctrina había ya sostenido que
correspondía hacer un distingo, y que en el sistema de nues-
tro Derecho sólo la prestación debía tener valor patrimonial,
no así el interés.
Nosotros, que en su hora sustentamos esta tesis, creemos
hoy que después del dec.-ley 17.711 ha de triunfar victorio-
samente, al haber desaparecido el único y débil argumento
con el que podía habérsela combatido.
Para proceder con método, demostraremos: primero, que
es posible distinguir entre el valor de la prestación y el del
interés; segundo, que eran débiles los argumentos que se
2
Véase nuestro artículo "El valor patrimonial de la prestación", en Reu. Jur. de
la Fac. de Derecho de Tucumán, n- 7, año 1960, págs. 143 y sigts.
§14. El objeto 241
III. Existencia
1. Cosas inexistentes
Cuando el contenido contractual afirma la existencia de
la cosa, si de hecho ésta no existiere, el contrato es nulo
(art. 1172), y en consonancia con los principios generales (art.
1056) el que la hubiese prometido debe indemnizar a la otra
parte por el daño que le causare (art. 1172). Quien promete
la dación tiene un deber de diligencia, para velar porque
todo lo que de él dependa reúna las calidades necesarias pa-
ra ser objeto de un contrato. Ello no significa que la sanción
indemnizatoria del art. 1172 sea automática, pues la mala
fe de la contraparte la excluiría, y otro tanto cabría decir de
aquellas hipótesis en que ésta no actuó con el razonable cui-
dado y previsión (art. 1198).
3. Cosas futuras
Similar razonamiento cabe hacer cuando las cosas futu-
4
Decimos "tratado como condicional", teniendo en cuenta que en rigor la con-
dición es un acontecimiento no sólo incierto, sino también futuro. Ver Busso, sobre
el 527.
244 §14. El objeto
4. Combinación
Todavía es posible una combinación entre lo aleatorio y lo
condicional. Ello acontece cuando la condición versa sobre la
existencia de la cosa (actual, sujeta a un riesgo; o futura) y
el alea sólo sobre la cantidad (doctrina del art. 1405).
0
En nuestro artículo sobre: "Disposiciones particulares", citado en nota 3.
§14. El objeto 245
§15. Legitimación
I. Concepto
1. Poder de negociación
Tenemos en primer lugar todos los variados casos de po-
der de negociación:
a) Cuando A concluye con B un negocio en nombre de C,
es preciso para la regularidad del acto que medie entre A y
C una particular relación traducida en una autorización, ya
legal, ya voluntaria, a la que se llama poder y que legitima
la actuación del representante.
1
Messineo, Doctrina general, I, pág. 91. Sobre el tema del poder de disposición
y de la legitimación, no reina en verdad unanimidad de parecer entre los autores.
Puede consultarse a: Betti, Teoría general del negocio jurídico, pág. 176 y sigts.;
Cariota Ferrara, El negocio jurídico, n9 132; Ferri, La autonomía privada, pág. 300
y sigts. Para nuestro Derecho: Borda, Obligaciones, n-1236.
§15. L e g i t i m a c i ó n 247
2
Arauz Castex, Parte General, n 5 465.
3
Examinaremos más en detalle el tema cuando tratemos la contratación sobre
cosas ajenas. Aquí nos limitamos a formular una reseña: hablar de disposición es
un tanto equívoco, pues problemas análogos se presentan en los actos de adminis-
tración y en general en todos los que engendran una obligación.
248 §15. Legitimación
2. Incompatibilidades
Tenemos en segundo lugar todos los casos que podemos
llamar de incompatibilidades, 4 cuando un negocio puede
ser realizado con cualquiera, menos con determinada per-
sona:
a) A veces las incompatibilidades se presentan como seña-
lando límites al poder de representación. Tal la hipótesis del
art. 1361, inc. 4, donde A actuando en nombre de C puede
vender a otros, pero no a sí mismo.
b) Otras constituyen límites al poder de disposición o/y al
poder de adquisición. Así, el contrato de venta no puede te-
ner lugar entre marido y mujer (art. 1358).
1. Dificultades de sistematización
Las dificultades de sistematización derivan del gran nú-
mero de casos involucrados y de las situaciones a considerar.
Por un lado, no es lo mismo enfocar el tema referido ex-
clusivamente al contrato obligatorio, que intentar una vi-
sión panorámica de todo tipo de contrato.
, Por el otro, la perspectiva puede variar según que lo que
se considere ajeno sea el objeto inmediato, o el mediato (ya
directo, ya indirecto)
Finalmente, hay que tomar en consideración la forma en
que el objeto es mencionado en el contenido contractual.
Porque puede acontecer que se lo refiera como ajeno o como
propio, siendo evidente que sólo en esta ultima hipótesis ca-
be preguntarse por la buena o mala fe de los contratantes,
en el sentido de una discordancia entre lo creído y la reali-
dad jurídica.
Un punto es cierto: para que de un objeto pueda decirse
que es ajeno debe estar individualizado al tiempo del con-
trato o, por lo menos, reducirse la indeterminación a un gru-
po de objetos que todos sean ajenos.
2. Complejidad
La complejidad surge porque no se trata de un tema ex-
clusivo del objeto, sino de uno común al sujeto y al objeto,
que forma parte de la teoría de la legitimación, en su varie-
dad de poder de negociación.
Aquí son tres las posiciones jurídicas a contemplar: las
dos de los contratantes, y la del tercero a quien pertenezca
el objeto. De allí que cabe examinar por un lado la relación
interna (entre los contratantes), y la externa (respecto del
tercero).
250 §15. Legitimación
2. Creación de un vínculo
Cuando el contrato no afecta un derecho preexistente, si-
no que limita la anterior situación de libertad por creación
de un vínculo creditorio, para determinar si el objeto es aje-
no hay que fijar la mirada en el mediato directo, esto es, en
la prestación.
6
Ajustadamente, Mosset Iturraspe, Manual, pág. 440 y sigts. combina los arts.
1163 y 1177. Aparentemente, además de la hipótesis de que se prometa un hecho
ajeno (garantizándolo o no), queda otra posibilidad: que lo que se prometa sea la
ratificación, por el tercero, del contrato (Comp. Bibiloni, Anteproyecto, II, pág. 440
y sigts., nota al art. 69). Pero en rigor, la hipótesis es reducible a la anterior, pues
la ratificación es un acto, esto es, una especie de hecho; la duda por lo tanto que
podría haber es si lo que se prometió fue el hecho de la ratificación del contrato o el
hecho del cumplimiento del mismo, lo que dependerá de la interpretación de la
promesa, debiendo estarse, en la duda, por lo primero, porque es menos gravoso.
Véase nuesto artículo "Disposiciones particulares sobre el objeto contractual",
en Revista Jurídica de la Facultad de Derecho de Tucumán, n s 3.
§15. L e g i t i m a c i ó n 253
Que el art. 1178 se refiere a la contratación sobre cosas ajenas como propias
resulta de sus términos expresos: "El que hubiese contratado sobre cosas ajenas co-
mo cosas propias...". Por oposición, el 1177 supone cosas ajenas como tales, lo que,
sin estar expreso, resulta también de su contenido, pues la existencia de una pro-
mesa sin garantía se explica en tal caso. Ese era el sistema preconizado por Frei-
tas en el Esboco, de cuyos arts. 1887/1889 Vélez tomó nuestros preceptos.
254 §15. L e g i t i m a c i ó n
3. El art. 1329
Finalmente, y aun cuando su estudio corresponde a la
parte especial de un tratado de los contratos, nos toca decir
dos palabras sobre el art. 1329 a los fines de señalar cómo
su preceptiva no constituye una excepción a las normas ge-
nerales, pese a que se haya sostenido lo contrario. 9
a) No entra en conflicto con el art. 1177. Sin duda que li-
teralmente parece estarlo, pues el 1177 afirma que las cosas
ajenas pueden ser objeto de los contratos, y el 1329 decide
9
Como excepción, lo tratan: Bargalló Cirio, Contratos, pág. 37; Salvat, Fuentes,
n- 117 y n 9 380.
§15. L e g i t i m a c i ó n 255
10
Aun en la venta civil, cuando se haga tradición de la cosa, el resultado será
la protección del adquirente en virtud del art. 2412, pero para esto será preciso que
al tiempo de adquirir la posesión al accipiens sea de buena fe.
256 §15. Legitimación
1. El artículo 1174
Permite la contratación sobre cosas litigiosas dadas en
prenda, o en anticresis, hipotecadas o embargadas.
a) Esto, por la confrontación con el art. 1179, debe ser en-
tendido en cuanto se declare ese carácter. Los derechos liti-
giosos (objeto inmediato) pueden ser cedidos (art. 1446 y su
nota).
b) La ley agrega "salvo el deber de satisfacer el perjuicio
que del contrato resultare a terceros"; la satisfacción se ob-
tiene a través del respeto de estas afectaciones 11 por lo que
en realidad no existe un perjuicio jurídico; podría haber ade-
más uno material que no debiera soportar el tercero, como si
operada una transmisión no se lo notificara de ella, y por
ese motivo debiera realizar mayores gastos para entenderse
luego con el adquirente.
2. El artículo 1179
Forma pendant con el 1178 y supone la promesa de mala
fe sobre cosas afectadas como libres en perjuicio del acep-
tante de buena fe. Con el régimen registral introducido por
el dec.-ley 17.801 para los inmuebles, será difícil que se dé
la hipótesis de buena fe del aceptante (pero posible, v.g., en
caso de erróneo certificado) y otro tanto cabe decir en rela-
ción con los automotores (dec.-ley 6582/58).
I. Generalidades
1. La terminología
Comencemos con la terminología que suscita algunas difi-
cultades:
a) El inc. 6 del art. 2011 veda ser fiadores a los "que ten-
gan órdenes sagradas cualquiera que sea su jerarquía, a no
258 §16. El a r t í c u l o 1160
ser por sus iglesias, por otros clérigos, o por personas desva-
lidas".
Para el actual Derecho canónico, el "tener órdenes sagra-
das" y el ser clérigo constituyen términos equivalentes.
No era así según el Codex de 1917 1 a cuyo tenor había la
consagración episcopal, las órdenes mayores o s a g r a d a s
(presbiterado, diaconado y subdiaconado), las órdenes meno-
res (acolitado, exorcistado, lectorado y subdiaconado) y la
prima tonsura, bastando para adquirir el estado clerical con
la prima tonsura (cánones 949 y 950). Bajo esas normas, el
sentido del art. 2011 inc. 6 debía interpretarse así: la prohi-
bición abarcaba a los que tuvieran órdenes sagradas, enten-
diéndose por tales las mayores (presbiterado, diaconado y
subdiaconado) y a fortiori el episcopado, y en la referencia a
"otros clérigos" quedaban incluidos ésos, y además los que
tuvieran órdenes menores o, incluso, sólo la prima tonsura.
La lectura resultaba totalmente coincidente con la del inc. 7
del art. 3291 del Esbogo de Freitas (fuente de nuestra nor-
ma) que sólo impedía ser fiadores a los arzobispos, obispos y
clérigos de órdenes sagradas, a no ser por sus iglesias o por
otros clérigos o por personas desvalidas, redacción en la que
quedaba claro que la prohibición sólo regía para algunos, y
la referencia a otros clérigos abarcaba a todos.
Pero hoy la lectura debe adecuarse a las prescripciones
del Codex de 1983, según el cual los ministros sagrados o
clérigos se hacen tales por la recepción del diaconado (canon
266), siendo los órdenes el episcopado, el presbiterado y el
diaconado (canon 1009). 2
2. El artículo 103
Según el art. 103, segundo párrafo: "La muerte civil no
tendrá lugar en ningún caso, ni por pena, ni por profesión
en las comunidades religiosas".
En la nota del art. 103, el Codificador da las razones que
tuvo para suprimir la institución. Sólo nos cabe agregar
que, contrariamente a lo que pareciera sugerir la nota, la
institución de la muerte civil por profesión monástica es tan
contraria a los intereses del Estado, como a los propíos prin-
cipios del Derecho canónico. 4
3
Creemos necesario repetirlo una vez más: no argumentamos sólo con Freitas,
pero nos complacemos en encontrar una lectura congruente con un proyecto que
tanta influencia tuvo en la obra de nuestro Codificador. En este sentido, puede ha-
blarse de un argumento adicional, que corrobora las conclusiones a las que se llega
prescindiendo de él. Según el inciso 6 del art. 1870 del Esbogo no pueden contratar
"los religiosos profesos de uno y otro sexo" (arts. 42, núm. 4- y 135 al 138) sino
cuando adquirieren bienes muebles al contado o contrataren por sus claustros o
conventos (art. 44, núm. 6S). La similitud de redacción con nuestro art. 1160 es por
demás evidente. Pero el sistema remisorio empleado por Freitas, no deja lugar a
dudas de que por religiosos "profesos" entiende sólo los de voto solemne pues en el
art. 135 prevé que "comenzará la incapacidad de los religiosos de ambos sexos, des-
de el día de su profesión solemne en institución monástica...". Leyendo la nota de
Vélez al art. 103, se advierte que lo que preocupó a nuestro Codificador fue la si-
tuación de los que habían hecho votos solemnes.
4
Sobre el tema: Concha, Derecho Público Eclesiástico, pág. 376 y sigts.
§16. El artículo 1160 261
3. El artículo 1160
Y vengamos ahora al examen de la naturaleza de la dis-
posición del art. 1160 referida a los religiosos profesos.
P a r a Freitas, el religioso profeso estaba alcanzado por
una incapacidad de hecho relativa. 5 Según parte de nuestra
civilística, existe u n a incapacidad de derecho. 6 No falta
quienes la reduzcan a un mero deber de conciencia, 7 o que
consideren que la incapacidad cesa desde que se realiza el
acto, 8 o que conceptúen la norma inconstitucional. 9
Creemos posible interpretar el texto de un modo que no
choque contra ningún principio, como pasamos a demostrarlo:
a) Comencemos con la contratación en nombre ajeno. La
ley autoriza a los religiosos profesos a contratar "por sus
conventos". A contrario sensu podemos concluir que no pue-
den contratar por otros que no sean "sus conventos". Pero
esto no implica una falta de capacidad, sino de idoneidad,
defecto que según señalamos en §12, III, no afecta necesa-
riamente a los actos cumplidos. Una aplicación particular se
encuentra en el art. 398 inc. 16.
Cuando los religiosos profesos contratan por sus conven-
tos, el negocio no es siempre eficaz. La ley sólo les da idonei-
dad para hacerlo, pero la legitimación misma depende de los
principios generales, y es preciso que además estén autori-
zados (art. 1161).
b) Y examinemos la contratación en nombre propio. A te-
nor del art. 1160, les está vedada, salvo cuando "comprasen
bienes muebles a dinero de contado".
La ley parte de la base de que se trate de un religioso que,
por haber cumplido con su voto de pobreza, carece de bienes,
5
Esbogo, art. 42, n° 4 y arts. 135 al 138.
6
Salvat, Fuentes, n5 89.
7
Arauz Castex, Parte General, n2 489.
8
Spota (Contratos, V, pág. 65), quien a través de un estudio de las normas ca-
nónicas advierte que la incapacidad del art. 1160 sólo incide sobre el religioso pro-
feso de votos solemnes.
" Bibiloni, Anteproyecto, II, pág. 387, cuya opinión comparte Spota en ¿oc. cit.,
en nota anterior. Para nosotros, dada la interpretación que damos al art. 1160 no
creemos que pueda plantearse problema alguno de inconstitucionalidad. Por lo de-
más, véase lo que decimos en nota 11 a este parágrafo.
262 §16. El artículo 1160
4. Resumen
En resumen y sintetizando: los ministros sagrados o cléri-
gos (según la terminología del actual Codex), se encuentran
Lafaille, Tratado de los contratos, n- 163; Mosset Iturraspe, Manual, pág. 225.
§16. El artículo 1160 263
1. El Código Civil
Interpretando este precepto del Código Civil por sí mis-
mo, podemos llegar a las siguientes conclusiones:
a) No es éste un caso de incapacidad, sino de ausencia de
poder de negociación. Al fallido no se le veda in abstracto
11
La norma del art. 2011 inc. 6 en punto a su alcance, ha sido interpretada de
modo diverso. Borda (Contratos, n° 1843) enseña que sólo se refiere a los religiosos
profesos, opinión que Spota (Contratos, IV, pág. 157) rechaza por no ajustarse al
texto del artículo, que en sus términos abarca tanto a los clérigos como a los reli-
giosos profesos, tesis que fuera enseñada por Salvat (Fuentes, n 9 2030) aunque en
definitiva este jurista sostiene que "con mayor precisión habría que expresar que
la indicada regla legal se refiere exclusivamente a los clérigos seculares" ya que
para los regulares bastaría con la del art. 1160. Para nosotros, del art. 1160 no de-
riva incapacidad alguna, y en cuanto al art. 2011, inc. 6, hemos dicho en el texto
que abarca sólo a los clérigos, por lo cual conceptuamos inexacto decir que com-
prende tanto a los clérigos como a los religiosos profesos pues hay religiosos profe-
sos que no son clérigos. Y hay clérigos que no son religiosos profesos. También se
ha afirmado que el inc. 6 del art. 2011 es inconstitucional (Spota, Contratos, IV,
pág. 158), porque rompería el principio de igualdad ante la ley. Lo que faltaría ver
es si los casos son iguales, pues la igualdad constitucional no implica un rasero ni-
velador absoluto, ya que con este criterio también serían inconstitucionales las
normas sobre incapacidad de los menores, lo que desde luego está fuera de toda
cuestión, pues los menores no son iguales a los mayores. La Iglesia Católica tiene
jerarquía constitucional, de allí que estimamos que las normas civiles sólo son in-
constitucionales en la medida en que establezcan una capitis deminutio incompati-
ble con las normas canónicas. Es bajo este punto de vista que adherimos a la
ínconstitucionalidad del art. 2011, inc. 6, por ir su preceptiva más allá de las pro-
pias normas canónicas (antiguo canon 137, y actual canon 285, §4).
264 §16. El artículo 1160
2. La ley de quiebras
Esas conclusiones a las que se llega, por la sola interpre-
tación del Cód. Civ., se encuentran corroboradas por la ley
24.522 que regula el régimen de quiebras:
Según el art. 107, el fallido queda desapoderado de sus
bienes (salvo los casos del art. 108), y ese desapoderamiento
"impide que ejercite los derechos de disposición y adminis-
tración".
Y según el art. 109, los actos que el fallido realizare sobre
los bienes desapoderados "son ineficaces".
Es aquí una ineficacia (infra, §34, VI) en el sentido de ino-
ponibilidad.
§17. La voluntad
I. Divergencias
Al examinar la acción de contratar, dijimos que todo nego-
ciar jurídico presentaba dos lados, uno interno y otro externo
(§7,1, 1, y III, 2) y que ello podía predicarse tanto de la oferta
y de la aceptación como del contrato juzgado como un todo.
Lo fundamental del lado externo ha sido tratado al consi-
derar el tema de la exteriorización de la voluntad (§7, IV),
debiéndose completar con lo que diremos en el §19 a propó-
sito de la forma. Aquí nos ocuparemos prevalentemente del
lado interno, sin perjuicio de que las necesidades del tema y
el deseo de no romper la unidad de algunos puntos, nos lle-
ven a añadir algunos desenvolvimientos sobre el lado externo.
1
Para la distinción entre ambas etapas de la voluntad: Cariota Ferrara, El ne-
gocio jurídico, núms. 96 y 108.
266 §17. La voluntad
2. Acuerdo y disenso
Lo expuesto rige en general para todos los actos, y por lo
tanto también para los unilaterales. Cuando se trata de los
bilaterales, es preciso realizar un segundo análisis, pues ya
no basta con comparar la voluntad aparente y la voluntad
real mirada en cada contratante, sino que es necesario esta-
blecer también un cotejo entre la de una parte y la de la
otra. Tratándose de la voluntad de la manifestación, caben
las siguientes posibilidades:
a) Cuando las voluntades reales y las voluntades aparen-
tes de ambas partes coinciden, hay acuerdo constitutivo del
consentimiento. Si las de ambas divergen: desacuerdo.
b) Cuando coinciden las voluntades aparentes y no así las
reales, hay un acuerdo aparente y un disenso real.
c) Cuando, en fin, coinciden las voluntades reales y no así
las aparentes, hay un acuerdo real y un disenso aparente.
§17. La voluntad 267
II. El error
2
Giorgi, Teoría de las obligaciones, n9 261.
3
Jolivet, Lógica, n9 122.
4
Adoptamos este ejemplo para señalar las diferencias entre las diversas clases
de error, inspirándonos en los casos que trae Cariota Ferrara en El negocio jurídi-
co, n- 114 y sigts. Al lapsus, Borda (Parte General, n9 1137) lo trata bajo el nombre
de error de expresión o de pluma y enseña que o es objeto de rectificación cuando el
error resulta del contexto mismo, o no da lugar a anulación alguna cuando la otra
268 §17. L a v o l u n t a d
parte es de buena fe, porque así lo impone la necesidad del comercio jurídico. Coin-
cidimos en que el error que resulta del contexto mismo es rectificable, pero no ve-
mos por qué el no rectificable no conduzca a la nulidad del acto cuando la otra
parte sea de buena fe. Sin duda que eso sería más conveniente para el comercio ju-
rídico, pero lo mismo puede decirse en relación con cualquier otro error. P a r a noso-
tros, si el error es de hecho esencial y excusable, la consecuencia debe ser la
nulidad, aun cuando se trate de un lapsus.
Sobre el error obstáculo, véase: Lacruz Berdejo y otros, Derecho de obligaciones,
n 9 232; Diez Picazo, Fundamentos del derecho civil patrimonial, §4, n° 20; Ghestin,
Les obligations-Le contrat: formation, n- 373.
§17. La voluntad 269
5
Llambías (en Arauz Castex-Llambías, Parte General, n2 1378 y sigts.), propo-
ne una tripartición del error, en excluyente de la voluntad (error sobre la naturale-
za y el objeto: arts. 924 y 927), esencial (error sobre la persona y la cualidad
sustancial de la cosa: arts. 925/6) y accidental o indiferente (art. 928 y en general
casos no comprendidos en las otras clases de error). Con dicha clasificación se pre-
para el camino para distinguir entre inexistencia y nulidad, pues el error excluyen-
te conduciría a la primera y el esencial a la segunda; ello trae entre otras
consecuencias que el requisito de la excusabilidad del error se aplicaría sólo al
esencial. Nosotros, que no vemos en materia contractual necesidad alguna de la
teoría de la inexistencia, preferimos la clasificación que exponemos en el texto y
que es la que trae Cariota Ferrara en su citada obra. El Código suministra una bi-
partición fundamental: error esencial y error accidental. ¿Por que introducir una
tripartición? Se dirá que nosotros al hacerla preceder de la clasificación en error
obstativo y error vicio, en lugar de tres categorías tenemos en realidad cuatro, a
saber: obstativo esencial, obstativo accidental, vicio esencial, y vicio accidental. Pe-
ro en realidad, esa previa clasificación en error obstativo y error vicio la hacemos
con carácter doctrinario, sin otro fin que poner orden en las ideas y subrayar que la
frecuentemente olvidada figura del error obstativo (en el sentido definido en el tex-
to) puede también ser esencial.
270 §17. L a v o l u n t a d
6
En cuanto al tipo de nulidad, estamos ante un supuesto de anulabilidad rela-
tiva, trátese del error obstativo o del error vicio.
Brebbia (Hechos y actos jurídicos, I, pág. 296) señala que el error en la declara-
ción (lo que nosotros llamamos error obstativo) conduce a una anulabilidad (art.
1045) pero con la calidad de absoluta (art. 1047); para él, lo decisivo es que hay
una ausencia total de voluntad, similar a la que se presenta en el caso de los nego-
cios por incapaces absolutos, y que esa ausencia hace que la sociedad no tenga in-
terés en admitir la confirmación de un acto que no tiene de voluntario más que la
apariencia.
Nosotros (que por lo demás, como Brebbia, partimos de la distinción entre nuli-
dad-anulabilidad, por un lado, y nulidad absoluta-nulidad relativa, por el otro), lle-
gamos a una conclusión opuesta. Por un lado, la asimilación que se hace con los
actos concluidos por incapaces absolutos, de conducir a algo, llevaría a la nulidad
relativa, en lo que estimamos la correcta interpretación de los textos (supra, §13.
I); por el otro, no se trata de que la sociedad tenga interés en admitir la confirma-
ción, sino de que tenga interés en rechazarla, para Jo cual tendrían que existir ra-
zones de orden público, que no advertimos.
7
Giorgi (Teoría de las obligaciones, IV, nq 69) observa "que la regla sobre la in-
demnización del daño constituye un ius receptum, que no se combatiría con espe-
ranza de victoria ante los tribunales", aunque en rigor de lógica le parece que si el
error es excusable, es porque no hay culpa, y entonces falta la base para una obli-
gación de indemnizar. Realmente el dilema parece de hierro. Si hay culpa, el error
es inexcusable, y no cabe la nulidad; si no hay culpa procede la nulidad pero, ¿por
qué se indemnizará? Entretanto, cualquiera advierte que en justicia, quien erró
debe indemnizar, y precisamente, fueron casos de error los que movieron a Ihering,
a formular su teoría de la culpa in contrahendo. Nosotros pensamos, refiriéndonos
al sistema de nuestro Código, que siempre que hay error hay algo de culpa, sufi-
ciente para fundar una obligación de reparar y que esa culpa existe por ende en el
llamado error excusable. Para ello hacemos hincapié en el concepto que de error
inexcusable da el art. 929, que no habla de culpa, sino de "negligencia culpable".
Como la negligencia es un caso de culpa, hablar de "negligencia culpable" equivale
a referirse a una "culpa culpable", esto es, aludir a una cierta intensidad de culpa,
interpretación que se hallaría corroborada por la nota (con esto no pretendemos
dar valor a la nota) del art. 929 que habla de ser culpable de una "gran negligen-
cia". En todo caso, hoy, la letra del agregado al art. 907 daría lugar, por lo menos, a
una indemnización de equidad.
§17. La voluntad 271
III. El dolo
1. Los requisitos
Para que el dolo sea causa de nulidad, es preciso que reú-
na cuatro características, que por razones expositivas, enun-
ciaremos alterando el orden del art. 932:
a) Que haya sido la causa determinante de la acción (inc.
2). Basta con que falte este requisito, para que ya deba ha-
blarse de dolo incidente, el cual precisamente es definido por
el art. 934 como "el que no fue causa eficiente de la acción".
b) Que haya ocasionado un daño importante (inc. 3). Si
falta este requisito, debe descartarse la posibilidad de anu-
lar el acto. Pero mientras exista el requisito del inciso 2
(causa determinante), aunque falte éste de la importancia
del daño, no podrá hablarse de dolo incidente, porque la pre-
sencia de aquél es incompatible con la definición dada por el
art. 934, aunque la ausencia del segundo sea perfectamente
9
Llambías, en Parte General, cit. n°-1426.
§17. La voluntad 273
2. Las consecuencias
En definitiva: hay un dolo que es causa de nulidad del ac-
to, y hay otro que sólo abre una acción de indemnización.
El dolo que es causa de nulidad del acto, supone también
la reparación por los daños que resulten de la nulidad (art.
1056). Pero como la figura más intensa absorbe a la menos
intensa, la víctima del dolo, única que puede intentar la nu-
lidad (doctrina de los arts. 1048/9 y 1158) puede prescindir
de esta acción y pedir directamente la reparación del daño
como si se hubiera tratado de un dolo incidente.
IV. La violencia
2. Régimen
Tanto da que la fuerza o la intimidación provengan de la
contraparte o de un tercero, pues en ambos casos la conse-
cuencia es la anulación del acto (art. 941). Cuando es obra
de un tercero, a los fines de la nulidad, no interesa que la
otra parte la haya conocido o no. Dicho conocimiento o igno-
rancia importa en cambio a los efectos de la acción por da-
ños (arts. 942/3). 12
V. Simulación y fraude
1. La simulación
A la simulación se la suele presentar como un caso de
divergencia entre voluntad y manifestación. La diferencia
con los anteriores consistiría en que aquí la divergencia es
deliberada; se quiere u n a cosa y se dice otra. Bajo este úl-
timo punto de vista, simulación y reserva mental tendrían
sus puntos de contacto, siendo la primera u n a reserva bi-
lateral.
2. El fraude
Con mayor razón el fraude no es un vicio de la voluntad.
Lo que las partes quieren eso dicen y hacen. Es un vicio del
acto que afecta su aspecto ético y que abre la acción paulia-
na (arts. 961 y ss.).
1. Teoría de la voluntad-
Para la teoría de la voluntad, lo decisivo es la voluntad in-
terna. Sin voluntad interna, psicológica, no hay contrato. De
allí estas dos consecuencias: la labor interpretativa debe
consistir en una averiguación de la voluntad real, y en el ca-
so de demostrarse que existe una divergencia entre la vo-
luntad real y la aparente, el negocio es inválido.
La filosofía individualista alienta en esta teoría y campea
en sus soluciones.
a) Aplicada a la interpretación de los contratos, pretende
un imposible. La voluntad interna, la real voluntad psicológi-
ca es incognoscible. Solo Dios conoce nuestras intenciones. La
interioridad humana es asequible a través de exterioridades .
Los defensores de la teoría se conforman naturalmente
con algo más modesto. No pretenden llegar a la real volun-
tad interna, sino aproximarse lo más posible a ella, juntan-
do el mayor número de datos posibles (infra, §25, III).
b) Aplicada al problema de la validez de los contratos,
presenta todavía mayores inconvenientes. El primero, es
§17. La voluntad 277
2. Teoría de la declaración
Para la teoría de la declaración, lo decisivo es la exteriori-
zación de la voluntad. En su forma pura, puede describírse-
la con notas geométricamente opuestas a las de la voluntad;
la labor interpretativa debe detenerse en la determinación
del sentido de lo declarado, y en el caso de divergencia entre
la voluntad real y la aparente, prevalece ésta sin considera-
ción a aquélla. Inspira a la doctrina la filosofía transindivi-
dualista, con el sentido de lo social.
Pero nadie la sostiene en esa forma pura. Experimenta
atenuaciones que han hecho decir que la disputa entre esta
278 §17. La voluntad
16
Un exhaustivo estudio de las diversas doctrinas sobre el tema, y de su posi-
ble aplicación a nuestro Derecho, puede verse en el Tratado de derecho civil de
Spota (Parte General, vol. 36, n° 1805 y sigts.). Valiosísimo es el tratamiento que
verifica Cámara, en su obra Simulación en los actos jurídicos, n ? 3 y sigts. En el
Derecho extranjero, es inolvidable la introducción de Ferrara a La simulación de
los negocios jurídicos.
§18. R e s p o n s a b i l i d a d precontractual
I. Generalidades
1. Responsabilidad contractual
Del contrato surge una ley, cuya violación engendra respon-
sabilidad. La conducta que no se ajusta a la norma contrac-
tual es ilegítima, y su autor debe reparar el daño causado.
Dicha obligación de reparar encuentra su fundamento en la
culpa (lato sensu y como comprensiva también del dolo) del
autor del daño; excepcionalmente puede haber una respon-
sabilidad sin culpa, cuando se encuentra asumido el caso
fortuito. Es ésta la responsabilidad contractual.
2. Responsabilidad precontractual
Pero, ¿qué decir cuando no puede hablarse de un contra-
to, sea porque el que se ha concluido es inválido, o porque no
se ha concluido contrato alguno y, sin embargo, alguien se
encuentra dañado?
2
De la culpa in contrahendo ou des dommages-interéts dans les conventions
nuiles ou restées imparfaites (1860), publicada en Oeuvres Choisies, trad. Meule-
naere.
3
En su obra Das schuldmoment ira romischen privatrecht (1879), según refe-
rencia que tomamos de las obras de Benatti {La responsabilitá precontrattuale,
pág. 7, n. 14) y Verga (Errore e responsabilitá nei contratti, pág. 39, n. 1).
282 §18. Responsabilidad precontractual
4
El más célebre de los ejemplos de Ihering está tomado de la vida real y el he-
cho sólo pudo producirse por las particularidades del idioma alemán, razón por la
cual prescindimos de él en el texto. Se había encargado "vender", y por error, la
transmisión telegráfica consignó "comprar" (en idioma alemán, "vender" se dice
verkaufen, y "comprar" kaufen, llegándose a transmitir esto último por supresión
de la sílaba "ver").
§18. Responsabilidad precontractual 283
2. Regulación
Según ello, los que emiten las declaraciones de voluntad
constitutivas del contrato deben emplear la diligencia nece-
saria para que en todo lo que de ellos dependa se perfeccio-
ne u n c o n t r a t o válido. Si u n c o n t r a t o a p a r e n t e m e n t e
concluido, se anula, es debido a que alguien no ha observado
esa debida diligencia, el que, por lo tanto, debe responder.
En las relaciones mundanas no se sanciona por no haber
sido veraz, salvo el caso de dolo, pero desde el momento en
que alguien emite una declaración de voluntad contractual,
sale del círculo de las relaciones extracontractuales para en-
trar en las contractuales, y responde también por su culpa,
en virtud de un pacto tácito de garantía que va inserto en el
contrato, de tal modo que cuando éste se anula, aquél entra
a funcionar:
a) El deber de diligencia comienza con la oferta, pero la
responsabilidad sólo surge cuando ésta ha sido aceptada. Así
por ejemplo, el vendedor debe emplear toda la diligencia ne-
cesaria para asegurarse de la idoneidad del objeto que ofrece,
284 §18. R e s p o n s a b i l i d a d p r e c o n t r a c t u a l
1. Períodos y momentos
El proceso de formación del contrato, 8 hasta llegar al in
idem placitum consensus, se divide en varios períodos y mo-
6
En su monografía intitulada Dei periodi precontrattuali e della loro vera ed
esatta construzione scientiftca, publicada en Studi Giuridici in Onore di Cario Fadda.
7
Saleilles (De la responsabilité précontractuelle á propos d'une étude nouvelle
sur la matiére, en Rev. Trini, de Droit Civil, 1907) observa la necesidad de sistema-
tizar el pensamiento de Fagella (pág. 717).
8
Fagella usa indistintamente las palabras "período" y "momento" para referirse
286 §18. Responsabilidad precontractual
a las divisiones. Así, nos dice que en el "período de las tratativas hay que distin-
guir dos momentos" (n2 1); luego sostiene que el contrato "tiene un período de pre-
formación o de preconstitución, y éste se divide a nuestro modo de ver, en tres
momentos jurídicos. El primero de estos dos momentos lo definimos período de
ideación..." (n? 2); más adelante agrega que "el período precontractual debe distin-
guirse en tres momentos" (n2 5); y finalmente que "hay que distinguir los momen-
tos en el período del movimiento de la oferta" (n 2 41). Acúsesenos de torpeza
interpretativa, pero ya no sabemos si los períodos (o momentos son sólo dos (n2 1),
o tres (n2 2 y n 2 5) o cuatro (considerando la subdivisión del n s 41) o quizá cinco,
teniendo en cuenta que en el n 2 9 se habla de un tercer estadio en el que el propo-
nimiento "se mantiene todavía en el ámbito de la subjetividad del proponente, sin
comunicación exterior y sin consiguiente posibilidad de encuentro con el destinata-
rio" con lo cual pareciera que es algo distinto al período que comenzaría con la co-
municación exterior de la oferta. Los autores en general, al interpretar a Fagella,
toman como punto de partida una división tripartita sin perjuicio de proponer sus
dudas sobre la misma. Así Saleilles (en el estudio citado en nota anterior) adelanta
su observación de que de los tres que considera, el segundo período debe confundir-
se, generalmente, sea con el primero, sea con el tercero (pág. 708), y entre noso-
tros, Brebbia (Responsabilidad precontractual, n 2 11), al construir su sistema,
descarta ese segundo período "por no presentar ningún elemento característico".
A todo este proceso, Fagella lo llama de las tratativas. Nosotros, según lo he-
mos expuesto en el §7, II, preferimos no incluir en el concepto a la etapa que co-
mienza con la emisión de la oferta.
10
Fagella, op. cit., n9 2.
11
Fagella, op. cit., n 2 41.
§18. Responsabilidad precontractual 287
2. Puntos de vista
Señalada la existencia de esos diversos períodos, Fagella
se coloca en dos puntos de vista, uno negativo y otro positivo:
a) Negativo. Formula como principio absoluto el que a
través de todos esos períodos la voluntad permanece libre, y
que cualquiera de las partes puede retirarse de las tratati-
vas y revocar sus declaraciones.
b) Positivo. Sin desconocer la posibilidad de retractación,
en ciertos casos, el ejercicio de ella obliga a indemnizar. Ello
acontece cuando el retiro de las negociaciones es sine causa.
3. La responsabilidad
Según observamos, lo interesante y sugestivo de la tesis
de Fagella, es su afirmación de que pueda existir una res-
ponsabilidad aun antes de la emisión de la oferta, esto es, la
aplicación de su punto de vista positivo a los períodos que
constituyen las verdaderas tratativas. Examinemos sus afir-
maciones a este respecto:
a) Mientras la actividad de una de las partes tendiente a
la elaboración de un proyecto de propuesta se verifica sin
que la otra la autorice en modo alguno, ninguna responsabi-
lidad puede surgir por el hecho de que cualquiera de ellas se
niegue a discutir. Pero en un momento dado puede existir
una autorización ya expresa, ya tácita, de uno de los tratan-
tes hacia el otro, a fin de que éste realice un trabajo prepa-
ratorio, y desde que esa autorización existe, surge u n a
confianza en el otro. A partir de entonces, en la culminación
normal de las tratativas, caben dos posibilidades: o que se
llegue a la concertación de un contrato, o que las partes no
se pongan de acuerdo. Desde esa autorización existe un
"consentimiento a t r a t a r la formación de un contrato" y el
retirarse "sin que las tratativas hayan tenido su desenvolvi-
miento y su éxito positivo o negativo, importa la violación de
aquél tácito acuerdo precontractual". Ese tácito consenti-
miento para las tratativas "justifica y legitima los gastos ne-
c e s a r i o s . . . p a r a b u s c a r y recoger todos los e l e m e n t o s
ocurrentes a la formación de un proyecto completo, que pue-
da traducirse en contrato, y la ruptura intempestiva de las
tratativas... tiene carácter de ilegitimidad".
288 §18. Responsabilidad precontractual
14
El opúsculo de Ihering no fue considerado por Vélez. La edición alemana da-
ta de 1860, pero nuestro Codificador no conoció el idioma germánico, y la traduc-
ción francesa (año 1893) es posterior al Código.
15
Esta tendencia se encuentra difundida en Francia, según apuntan Brebbia
(Responsabilidad precontractual, n° 6), Verga (Errore e responsabilitá nei contrattí,
pág. 100, ns 14), Acuña Anzorena (en Salvat, Fuentes, actualización 55 e).
290 §18. R e s p o n s a b i l i d a d p r e c o n t r a c t u a l
16
Acuña Anzorena (en Salvat, Fuentes, actualización 55 d), citando a Baudry
Lacantinerie et Barde.
La tesis del abuso del derecho ha encontrado entre nosotros un entusiasta
defensor en Spota, quien, aun antes de la reforma, fundaba la responsabilidad pre-
contractual, ya en ella, ya en el incumplimiento de una obligación legal (Contratos
en el Derecho Civil, n 2 208 y sigts.).
§18. Responsabilidad precontractual 291
5. La teoría de la buena fe
Hay quienes construyen su sistema en base a la buena
fe. 1 8 La s u e r t e de la teoría depende de la forma en que
aquélla haya sido recogida por la legislación concreta. Nues-
tro art. 1198 impone la buena fe en la celebración de los con-
tratos, pero ello no implica derogar las otras disposiciones
de la ley. Quien tal pretendiera, haría bien en cerrar el Có-
digo para siempre, y resolver los problemas concretos pres-
cindiendo de él, y según buena fe. Pero estas dos mágicas
palabras, a fuerza de decir mucho, no dicen absolutamente
nada si no se las conecta con el espíritu de toda una legisla-
ción, a fin de señalar algunas pautas que delimiten su con-
tenido. Sería como decirle a un juez que falle según Justicia,
sin darle por lo menos algunas directivas que indiquen cuál
es el sentido general de lo que se entiende por Justicia. Ello
no significa negar que en última instancia toda institución
se fundamenta (o lo pretende) en la Justicia, sino simple-
mente el señalar que a los fines prácticos es conveniente dar
una explicación más concreta.
Según se verá, nosotros, para algunos casos concretos,
aplicaremos el principio de buena fe, pero delimitándolo, y
conectándolo con otras disposiciones, sin dejarlo funcionar
como un caballo desbocado.
Para esta teoría, comp.: Verga, Errare e responsabilitá nei contratti, n s 12.
Brebbia, Responsabilidad precontractual, ns 9.
292 §18. Responsabilidad precontractual
1. Contratos nulos
Trasladando mutatis mutandis (aunque con consecuencias
distintas) las afirmaciones de Ihering a nuestro Derecho, po-
demos decir que cada parte se encuentra obligada a velar por-
que en todo lo que de ella dependa, y en todo lo que a ella
concierna, se den los requisitos de conclusión de un contrato
válido. Ese deber de diligencia surge de una interpretación del
art. 1056 que lo da por presupuesto al disponer que "los actos
anulados, aunque no produzcan los efectos de actos jurídicos,
producen sin embargo, los efectos de los actos ilícitos, o de los
hechos en general, cuyas consecuencias deben ser reparadas".
La diferencia entre el sistema derivado del art. 1056 y el
propuesto por Ihering, reside en la naturaleza de la respon-
sabilidad de que se trata, que para Ihering es contractual y
para nosotros extracontractual. De allí que sí se llega a uti-
lizar en nuestra doctrina la expresión culpa in contrahendo
debe hacérselo sobreentendiendo que no se t r a t a de la de la
teoría de Ihering, por más que cubra el campo de los proble-
mas por él examinados, dando respuesta a los interrogantes
que planteara.
La obligación de indemnizar ex art. 1056 supone: que el
responsable haya actuado con dolo o con culpa, y que el dam-
nificado a su turno no haya actuado con culpa, existiendo
ésta todas las veces que conociera o debiera conocer el vicio
que invalida el acto.
La aplicación del art. 1056 en combinación con las nor-
mas particulares, lleva a las siguientes consecuencias en re-
lación con los distintos vicios posibles: 20
a) Defecto de capacidad. Para la nulidad por razón de in-
capacidad de hecho, existe una norma específica: la del art.
1165. Dictada la sanción de nulidad para proteger al inca-
1
Ihering, en su opúsculo sobre la Culpa in contrahendo (Casuística, n9 38, pág.
294 §18. Responsabilidad precontractual
83) advierte las graves dificultades que había en fundar sobre la culpa la obligación
de indemnizar en los casos de fallecimiento e incapacidad, y con alta honestidad
científica expresa "más que excluir aquí la acción, quiero creer que en la construc-
ción de mi teoría he cometido una falta de la que ni yo mismo me he apercibido", pa-
ra en definitiva con un esfuerzo que califica de "violento" explicar tal situación en
base a la culpa, encontrándola en la circunstancia de que el proponente, en lugar
del medio seguro de la comunicación oral, recurrió con peligro de la otra parte, a un
medio incierto. Claro está que desde que el proponente utiliza, por ejemplo, la co-
rrespondencia, se corre el peligro de que el destinatario acepte ignorando el falleci-
miento sobreviniente del ofertante, pero ¿por qué ver una culpa en el oferente, y no
advertirla en realidad en el destinatario que no sólo aceptó una propuesta hecha
por ese medio, con lo que bien puede decirse que asumió el riesgo, sino que además
(dentro de la lógica de la afirmación) usó él también de ese medio para comunicar
su aceptación, pues es evidente que de haber empleado la comunicación oral, se hu-
biera enterado, antes de todo gasto, que el ofertante había fallecido?
Spota (Contratos en el Derecho Civil, n9 213 y sigs.), la defiende con su gran
autoridad. Pero en lo que a nosotros respecta, la lectura de sus desarrollos nos ha
llevado a la conclusión de que una tesis que no logra convencernos a través de la
exposición de tan notable jurista, es porque tiene en sí algo de inasible.
§18. Responsabilidad precontractual 295
24
Un agudo examen de los tres deberes que se enuncian en el texto (de comuni-
cación, de secreto y de custodia), en Benatti La responsabilitá precontrattuale.
300 §18. Responsabilidad precontractual
5. Daños a indemnizar
Queda por determinar cuáles son los daños que deben in-
demnizarse en los supuestos de responsabilidad examinados.
a) Si se trata de responsabilidad por conclusión de un con-
trato nulo, lo que ha de repararse es el interés negativo. El
damnificado no puede pretender todo lo que hubiera obteni-
do de haber sido el contrato válido, sino exclusivamente los
daños que la nulidad le ocasiona, es decir, todo lo que hubie-
ra tenido de no haber mediado el contrato nulo. Caben aquí
los desenvolvimientos hechos a propósito de la tesis de Ihe-
ring, y bien entendido que ese interés negativo abarcará
tanto el daño emergente como, en su caso, el lucro cesante
(art. 1069), por lo que, en alguna circunstancia, puede llegar
a alcanzar el valor mismo del interés positivo.
b) Para las hipótesis de extinción de la oferta y de la acep-
tación, la responsabilidad debe circunscribirse también al
interés negativo, abarcando tanto el daño emergente como
el lucro cesante (doctrina del art. 1156: "hecho gastos o su-
frido pérdidas").
c) En el caso de interrupción de las tratativas, ya hemos
señalado que de la ruptura en sí no surge responsabilidad.
302 §18. Responsabilidad precontractual
§19. La forma
I. Concepto
1
Fiore, P. (Derecho internacional privado, I) distingue entre las formalidades
extrínsecas y las intrínsecas (n9 210), Vico, C. M. (Curso de derecho internacional
privado, t. II), refiriéndose en el n? 303 a la clasificación a que aludimos en el texto,
cita: como formas "habilitantes" a las que se refieren a la capacidad, al poder, a la
autorización judicial, a la venia marital; como intrínsecas a la materia sobre que
versa el contrato, y al consentimiento; como extrínsecas a la escritura pública, el
documento privado, las palabras; y como "de ejecución", al procedimiento para ha-
cer efectivos los derechos, como por ejemplo el ordinario o el ejecutivo. Romero del
Prado, V. N. (Manual de derecho internacional privado, t. II), trae también la clasi-
306 §19. La forma
4
El término ha sido propuesto por Llambías (en Arauz Castex - Llambías,
Parte General, II, n s 1229). La equivocidad resulta de que con él suele aludirse
también a las formas solemnes tanto absolutas como relativas (v.g.: nota al art.
4012).
5
Albaladejo, El negocio jurídico, núms. 40 y 183; Spota, Tratado, n 9 2006,
nota 6.
308 §19. La forma
1. Inconvenientes y ventajas
El Derecho impone a ciertos contratos una forma "legal".
En teoría, 6 se ha señalado que ello trae sus inconvenientes y
sus ventajas:
a) La exigencia de formas determinadas imprime pesadez
a los negocios, cuando ellas no pueden ser fácil e inmediata-
mente cumplidas; así las dificultades para el otorgamiento
de escrituras públicas, 7 los trámites que deben llenarse, el
6
Enneccerus-Nipperdey, Parte General, II, §145. Pascual Marín Pérez, que ha
revisado el tomo XX de la obra de Mucius Scaevola {Código Civil), explica las nece-
sidades de la forma escrita como una consecuencia de los tiempos modernos afir-
mando que "es la mutua sospecha de unos contra otros; es el miedo al fraude y a la
mala fe, es lo que decía Spencer: el convencimiento de que no hay clase alguna que
no realice acciones deshonrosas; es en una palabra, la fermentación pútrida del
cuerpo social" (pág. 850).
La Nación y las provincias compiten en ello, y las miras generosas que una u
otra puedan tener se estrellan en el camino. Así el dec.-ley 17.801 estableció la loa-
ble norma del art. 41 (poco después olvidada con el art 9 del dec.-ley 18.033). Pero
¿de qué sirve que no se exijan los impuestos al tiempo de la inscripción, si las leyes
§19. La forma 309
8
Nuestros autores generalmente ejemplifican con la compraventa inmobiliaria
cuando t r a t a n de las formas ad-probationem, pero para nosotros ésta es una forma
ad solemnitatem. De los arts. 1813 y 1193 no tratan a propósito de la forma sino de
la prueba. Sin embargo, podemos señalar que de los núms. 202 y 203 del Tratado
de Lafaille, resulta, si no expresa, por lo menos implícitamente que para este autor
los supuestos de los arts. 2006 y 1193 son de formas ad-probationem; con mayor ra-
zón debe entenderse que sustenta este criterio Salvat (ver aquí, nuestra nota 11).
Mosset Iturraspe (Manual, pág. 280) exhibe el art. 2006 como supuesto de forma
ad-probationem. Véase Giorgi, Teoría de las obligaciones, I, 291, y sigts.
Tomamos la terminología de la obra de Mosset Iturraspe (Manual, pág. 280),
quien declara adherir a la que propusiera Guastavino, E., en sus Elementos sus-
tanciales de los contratos.
§19. La forma 311
1. Formalista identificatoria
Para esta doctrina, los cuatro ejemplos quedan subsumi-
dos en sólo tres hipótesis. Se fusionan los dos primeros esti-
m a n d o que la a u s e n c i a de forma t a n t o en la donación
inmobiliaria como en la compraventa inmobiliaria, produce
los mismos efectos.
Se llega a tal consecuencia por vía de entender que la doc-
trina de los arts. 1185/8 se aplica a todos los casos de inob-
servancia de forma. Y de allí esta consecuencia: del mismo
modo que la compraventa inmobiliaria hecha por instru-
mento privado vale como obligación de otorgar la escritura
pública, así también tiene idénticos efectos la donación in-
mobiliaria contratada por instrumento privado. 1 0
10
La tesis que denominamos "formalista identificatoria" ha manifestado real-
mente esta tendencia a propósito de la donación inmobiliaria, llegando a otorgar
efectos al "boleto" de donación. Pero si la donación debía quedar incluida dentro de
la teoría de los arts. 1185/8 nos parece que el argumento era generalizable y todos
los supuestos del art. 1184 caían bajo ella. Naturalmente que quedaban negocios ju-
312 §19. La forma
2. Aformalista identificatoria
Esta teoría verifica también una fusión, y de allí el común
calificativo con la anterior de "identificatoria" que le damos.
Pero la fusión no se verifica entre el primero y el segundo
ejemplo, sino entre éste y el tercero.
Sostiene que las formas abarcadas por los arts. 1185/8
son ad-probationem (por ello la llamamos "aformalista") y
que éstos rigen todos los casos de formas ad-probationem.
La consecuencia es obvia: como el supuesto del art. 1193 es
de forma ad-probationem, queda regido por la norma del
art. 1188. 11
rídicos, como el testamento, no abarcados por los mismos, pero aquí nos estamos
ocupando de los contratos, y es en este sentido que hablamos de una fusión de
ejemplos, para llegar a una identificación. Así entre nuestros autores, Spota {Tra-
tado, n- 2011) aplaudió la doctrina jurisprudencial que consideraba que la dona-
ción inmobiliaria hecha por instrumento privado obligaba a escriturar. Con ello no
queremos decir que Spota sea "formalista", "identificatorio", pues este problema
de la identificación entre la donación inmobiliaria y la compraventa inmobiliaria
se ha presentado, también, para los aformalistas asimilatorios, y clasificar a un
autor dentro de una de las cuatro corrientes que teóricamente hemos postulado,
no es tarea fácil, ya que en la enseñanza de cada uno se notan ciertas particulari-
dades que vuelven difícil su reducción a categorías preestablecidas, pudiendo ape-
nas señalarse tendencias dominantes. Así, Spota consideraba que tanto en la
compraventa como en la donación inmobiliarias, la forma era exigida ad-probatio-
nem, y bajo este punto de vista diríamos con arreglo a la terminología que propo-
nemos que era (hablamos de su enseñanza antes de la reforma introducida por el
dec.-ley 17.711) "aformalista", pero si se siguiera otra terminología podría tam-
bién llamársele "formalista", teniendo en cuenta que consideraba las reglas sobre
limitaciones a la prueba testimonial como un caso de formalismo indirecto (n2
2007), y más especialmente que enseñaba que el contrato que debiendo ser hecho
por escritura pública lo era por instrumento privado, constituía un ante acto o
promesa bilateral (n° 2011).
1
La tesis ha sido sostenida por Salvat, Fuentes, na 154. Obsérvese que para es-
§19. L a f o r m a 313
3. Aformalista asimilatoria
Coincide ésta con la anterior, en afirmar que los supues-
tos de los arts. 1185/8 son de formas ad probationem (por
ello es "aformalista"), pero en lugar de fusionar el segundo y
tercer ejemplo se limita a aproximarlos (de allí que no la ca-
lifiquemos de "identificatoria" sino de "asimilatoria"). Las
asumidas por los arts. 1185/8 serían formas ad-probationem
pero de un tipo distinto a las del art. 1193, de tal modo que
la obligación de otorgar la forma regiría para aquéllas y no
para éstas.
La diferencia práctica es evidente. He aquí que Cayo
celebra o r a l m e n t e un contrato de c o m p r a v e n t a de cosa
mueble por un valor superior a los m$n 10.000 y un con-
trato de venta inmobiliaria por un valor también superior
a la tasa del art. 1193. Según la tesis aformalista identifi-
catoria, Cayo, tratándose de la venta mobiliaria, tendría
derecho a obtener la prueba escrita, y en el de la venta in-
mobiliaria a demandar la escrituración, en ambos casos
invocando el art. 1188. Pero la doctrina aformalista asimila-
toria contesta que en ambas hipótesis Cayo se encontrará
frente a la negativa de la contraparte en la imposibilidad de
4. Formalista asimilatoria
Para esta doctrina, como para la formalista identificato-
ria, la donación inmobiliaria y la venta inmobiliaria requie-
ren formas ad solemnitatem, pero ambos casos no se fusionan
bajo una única regla sino que simplemente se aproximan (y
de allí que no la califiquemos de "identificatoria" sino de
"asimilatoria"). Los arts. 1185/8 sólo se aplican a los casos
de la segunda especie, y no a los de la primera.
Entre la formalista asimilatoria, y la aformalista asimila-
toria existen grandes puntos de contacto. Ambas corrientes
coinciden en que la doctrina de los arts. 1185/8 no se aplica
a los ejemplos de la primera especie (así: no rigen la dona-
ción inmobiliaria) ni a los de la tercera especie (no se apli-
can a supuestos como los del art. 1193). Pero la diferencia es
importante: postular una tesis "formalista" equivale a soste-
ner que la forma es exigida ad solemnitatem, y que en defec-
to de ella el acto es nulo, mientras que pronunciarse por una
tesis aformalista es sostener que su ausencia no priva de va-
lidez al negocio. Aplicar dichos principios a la compraventa
inmobiliaria conduce a esta radical diferencia: los formalis-
tas sostienen que sin la escritura pública la compraventa in-
mobiliaria es nula como compraventa y que vale como un
acto distinto (como obligación de escriturar), mientras que
los aformalistas entienden que en idéntica hipótesis el acto
vale directamente como compraventa y además como obliga-
ción de escriturar. Y, naturalmente, calificar a un acto de
compraventa trae como consecuencia práctica que toda la
regulación de la compraventa le es aplicable, mientras que
negar dicha calificación es negar tal regulación y someter el
negocio, en ausencia de previsiones específicas, a los princi-
pios generales.
§19. L a f o r m a 315
5. Nuestra opinión
Antes de la reforma introducida por el dec.-ley 17.711 fui-
mos "formalistas asimilatorios" y después de ella seguimos
sosteniendo dicha tesis.
El problema se ha planteado con referencia al contrato de
compraventa, pero naturalmente las conclusiones a que se
llegue son generalizables a otras hipótesis asumidas por los
arts. 1185/8. Conviene sin embargo tomar el caso de la com-
praventa inmobiliaria como típico, y para facilitar la compren-
sión del tema. 1 2
Nosotros sostenemos que la compraventa inmobiliaria ce-
lebrada por instrumento privado (y desde luego también la
oral cualquiera que sea su valor), es una compraventa nula
porque la forma es requerida ad-solemnitatem, y al mismo
tiempo es un precontrato (preliminar de contrato) válido. La
tesis contraria afirma que se trata de una compraventa váli-
da porque la forma es aquí exigida ad-probationem.
He aquí nuestros argumentos:
a) En la primitiva redacción del artículo 1184 se exigía la
escritura pública "bajo pena de nulidad". Creemos que frente
a las palabras expresas de la ley no cabía dudar: se trataba
de formas ad-solemnitatem porque lo típico de éstas es que
su ausencia acarrea la nulidad del negocio.
En la actual redacción del texto, ha quedado suprimida
dicha expresión. La razón del cambio es obvia: los "aforma-
listas" han querido privar a los "formalistas" de un poderoso
argumento. 1 3
Nosotros pensamos que si los "aformalistas" se permitían
prescindir de palabras expresas que estaban en la ley, pasan-
do por sobre ellas como por sobre ascuas, bien podemos hoy
los "formalistas" introducirlas en el nuevo texto. Obsérvese
que una interpretación que suprime palabras de la ley está
12
Es ésta una vexata quaestio. Si no en forma idéntica, guardando sí gran simi-
litud, se ha planteado en el Derecho español en torno a los arts. 1279 y 1280 (sobre
éstos: Mucius Scaevola, tomo XX, revisado por Pascual Martín Pérez) y 1451 (Mu-
cius Scaevola, tomo XXIII). Agitóse también la doctrina italiana en torno al Código
de 1865 (Lessona, Teoría general de la prueba, t. III, n° 168 y sigts.; Degni).
13
Spota, Sobre las reformas al Código Civil, pág. 77.
316 §19. La forma
promesa de venta, constituye la hipótesis principal y clásica del instituto, como se-
ñala Fedele en Commentario, aunque subrayando que ya no puede darse en el De-
recho italiano, ante la nueva preceptiva del art. 1424. A esa hipótesis se refería en
la doctrina anterior Pachioni, en Dei contratti in genérale, pág. 199.
15
La invocación a la doctrina del artículo 18 que hacemos en el texto, seguida
por Carranza (en Examen y crítica del Código Civil, coordinado por Morello-Portas,
III, pág. 9) ha sido también compartida por Brebbia (Hechos y actos jurídicos, so-
bre el art. 916 §8). Contra ella, se manifiesta Alsina Atienza en erudita monografía
sobre el boleto ("En torno de las inquietantes discrepancias sobre los efectos del bo-
leto de compra-venta inmobiliario. Una nueva interpretación del Derecho vigente",
en Estudios en homenaje a Isaac Halperín, pág. 326 y sigts.), quien, con apoyo en
los arts. 1183, 976, 977, 978 y 1140, se suma a los "que han restado trascendencia
práctica a la omisión del bajo pena de nulidad" (n2 19), pero desecha el argumento
del art. 18 con el siguiente comentario: "pero, a mi juicio, este no es ya un buen ar-
gumento. Porque nadie tiene el deber jurídico de celebrar negocios válidos, ni le es-
tá prohibido hacerlos inválidos. La nulidad no es esencialmente un castigo a la
torpeza del agente, sino sólo una frustración a fallas del factura negociar (nota 31).
Por nuestra parte seguimos pensando que el del artículo 18 es un buen argumento,
y nos explicamos: I. Como el mismo Alsina Atienza lo reconoce, basta con el "De-
ben" del artículo 1184 para llegar a la conclusión de la nulidad según la doctrina
de las nulidades implícitas. Pero ¿por qué el "Deben" del artículo 1184 lleva a la
nulidad y no el "Deben" del artículo 1193? Esa pregunta va implícita en nuestro
texto como puede verse en él, y contestada con invocación a la doctrina del artículo
18 de la que resulta el distingo. II. No se trata de que alguien tenga el "deber jurí-
dico de celebrar negocios válidos", sino de que quien quiere celebrar un negocio tie-
ne el deber jurídico (precisamente el "deben" del art. 1184, que es jurídico) de obrar
con una forma determinada, bajo sanción de nulidad. III. Con análogo razonamien-
to al anterior, podemos encarar eso de que a nadie "le está prohibido hacerlos invá-
lidos", lo que, de paso, nos permite una reflexión sobre la doctrina del art. 18 que
literalmente sólo habla de lo "prohibido" y no de lo "debido". La reflexión apunta a
recordar que los lógicos deónticos han demostrado que el operador modal "debe"
puede ser intercambiado con otros, y entre ellos con el "prohibido" (comp.: Vernen-
go, Curso de teoría general del derecho, 1, 4, y lo que sobre el pensamiento de Klug
decimos infra, §21, nota 2). IV. La afirmación de Alsina Atienza, según la cual no
hay ni deber jurídico de celebrar negocios válidos, ni prohibición de hacerlos inváli-
dos, de probar algo, probaría demasiado, pues dejaría sin explicación el art. 1056.
Pensamos que entiende limitarla al tema de la forma, lo que conduciría a concep-
318 §19. L a f o r m a
tuar al "deben" del art. 1184 como un deber libre (comp.: Gavazzi, L'onere-Tra la li-
berta e l'obbligo, cap. IV. L'onere e la validitá), pero después de todo, el art. 18 al li-
mitar la consecuencia al tema de la privación de todo valor (sin ningún valor) no
resultaría incompatible con esa tesis. Por lo demás, véanse las reflexiones de Or-
gaz (La ilicitud, pág. 18. nota 2), quien combate la opinión de los que sostienen que
"el autor del acto ilegal no va contra derecho, sino que va por un camino donde no
encuentra la protección del derecho", y concluye sosteniendo que "los actos nulos o
anulables no son evidentemente conformes a derecho y que si se respeta el criterio
esencial de la distinción no cabe duda de que son ilícitos... todo lo más que cabría
reconocer es que ellos podrían constituir una subespecie dentro de los actos ilíci-
tos". Véase sobre la aplicación del art. 18 al tema de las nulidades: Romero del
Prado, en Salvat, Parte General, n- 2668 a, Llambías; Parte General n° 1871 y
1881; Belluscio-Zannoni, Código Civil, sobre el art. 18 conectándolo con el art. 1185.
16
No es lo mismo la nulidad efectual que la parcial, ni la plena que la total. Lo
de total-parcial atañe a la extensión de la nulidad en relación con el acto según que
afecte todas las cláusulas o sólo una o algunas, o alcance la cantidad de los efectos
en el todo o hasta cierto punto (como si se declararan nulos los intereses que pasa-
ran de cierta tasa). Lo de pleno o efectual puede darse en forma tanto total como
parcial, y la diferencia radica en esto: a) Cuando la nulidad total es plena, no que-
da ningún negocio válido, mientras que cuando es efectual subsiste otro negocio
válido, siendo la cualidad misma de los efectos la que resulta afectada, b) Razónese
mutatis mutandi, si se t r a t a r a de una nulidad parcial (comp.: art. 2074, infra,
§147, IV, 4).
§19. La forma 319
17
Los tratadistas del Derecho inmobiliario distinguen las inscripciones según
sean declarativas o constitutivas. Pero aquí tampoco la terminología es unívoca.
Piensan unos que la inscripción es "constitutiva" cuando constituye la condición
necesaria y suficiente del nacimiento o traslación del derecho real, es decir cuando
en virtud de ella y sólo de ella se produce la mutación real, conceptuando "declara-
tiva" a la que nada agrega al derecho real. Pero en general prevalece la tendencia
a no pedir ni tanto para que una inscripción sea tratada como constitutiva, ni a
descartar tanto para que sea declarativa, situándose en posiciones más atenuadas,
y se sostiene así que una inscripción es "constitutiva" cuando a raíz de ella se pro-
duce una mutación real aun cuando sean necesarios además otros factores (v. g., el
título, o el título y la tradición) y "declarativa" cuando sin ella ya nace el derecho
real fuera del Registro, sin perjuicio de que éste lo dote de ciertos efectos (v.g., la
oponibilidad a ciertos terceros). Sobre el tema pueden consultarse: Roca Sastre
(Derecho hipotecario I, pág. 151 y sigts.); Lacruz Berdejo, Derecho inmobiliario re-
gistral, §21; Cossio y Corral (Lecciones de Derecho Hipotecario, pág. 83); Gómez
Gómez (Inscripción declarativa o constitutiva, en Rev. Crítica de Der. Inmobiliario,
diciembre 1949, pág. 788); Ramos Folques (Materiales para el análisis crítico del
§19. L a f o r m a 321
1. Sistema anterior
Antes de la reforma operada por el dec.-ley 17.711, convi-
vían en nuestro Derecho tres regímenes:
a) El general del Código basado en la teoría del título y
del modo. Según éste, para la transmisión y constitución de
derechos reales por actos inter vivos, se precisan dos causas,
u n a remota (título) y otra próxima (modo). El modo que
adoptó nuestro Codificador fue la tradición.
Así, si se quiere transmitir por venta el dominio de un
bien, serán precisos dos actos: primero, el contrato de com-
praventa (título), y segundo la tradición (modo). El contrato
de compraventa no basta, pues éste sólo engendra la obliga-
ción de transmitir el dominio, y "antes de la tradición de la
cosa, el acreedor no adquiere sobre ella ningún derecho real"
(arts. 577 y 3265).
La tradición en el Código de Vélez cumple una doble fun-
ción: es modo constitutivo (pues sin ella no hay derecho real)
y forma de publicidad respecto de terceros.
El decreto-ley 6582/58 (ratificado por ley n e 14.467) exigió
para los automotores la inscripción en el Registro, en lugar
de la tradición, como modo de adquisición del derecho real y
forma de publicidad. Pero salvo ese reemplazo de la tradi-
valor de la inscripción en la vida de los derechos reales, en Rev. Crit. de Der. Inm.,
junio 1948, pág. 363 y sigts.). Por nuestra parte hemos tratado el tema en nuestra
monografía (inédita) sobre La reforma registral, § 4, III, en la ponencia que presen-
táramos al IV Congreso de Derecho Civil a propósito del art. 2505 y en Curso in-
troductorio al derecho registral, §16, V. En cuanto a la expresión "formas de
publicidad" nos atenemos a la terminología corriente. Lacruz Berdejo (en Derecho
inmobiliario, c i t , pág. 7) distingue entre forma, fórmula y formalidad, y la separa-
ción conceptual que propone es correcta; mientras la forma y la fórmula son me-
dios de expresión de la voluntad (siendo la segunda con palabras rituales), "la
formalidad es un requisito artificialmente añadido al acto y que no forma parte de
la exteriorización de la voluntad"; con arreglo a ello, más que hablarse de formas
de publicidad correspondería hacerlo de "formalidades" de publicidad.
322 §19. L a f o r m a
En este orden pueden citarse las siguientes leyes: 13.512 (arts. 9 y 19), 14.005
§19. L a f o r m a 323
2. El artículo 2505
El proceso de constitucionalización ha culminado con el
dec.-ley 17.711 que reemplazó el art. 2505 del Código Civil,
dándole una nueva redacción e introduciendo en nuestro De-
recho, con carácter general, la inscripción "'perfeccionado-
ra". 19 He aquí el cuadro actual:
a) El anterior sistema del título y el modo, subsiste para
las mutaciones mobiliarias por actos inter vivos. El modo
adoptado es la tradición, salvo para los automotores y algu-
nos otros bienes, 20 donde impera la inscripción constitutiva.
(arts. 2, 4, 5, 10), 14.159 (art. 24, sustituido por el decreto-ley 5756/58). Igualmente
el decreto-ley 9032/63 (arts. 1 a 6 y 9) y, para un derecho personal, la ley 13.246
(art 40). Sobre esto nuestras "Anotaciones al decreto ley sobre registro inmobilia-
rio", en Rev. jurídica, n° 3, pág. 255 y sigts.
19
Esta inscripción "perfeccionadora" como ha dado ya en llamársele, es de ca-
rácter declarativo, como ha sido señalado en el IV Congreso de Derecho Civil.
Aunque en un primer momento el tema fue discutido, tal es el criterio que corres-
ponde por: a) La letra del art. 2505 que al prever las consecuencias estatuye que
esas "adquisiciones o transmisiones no serán oponibles a terceros mientras no es-
tén registradas"; b) La consideración de que el texto es genérico, y por ende com-
prende también la especie hipotecaria, donde a tenor del art. 3135 la registración
tiene dicho carácter, lo que lleva naturalmente a pensar que es razonable suponer
que es ése el que ha querido imprimirse a toda la institución (aunque desde luego
hubiera sido posible otro criterio); c) El posterior dec.-ley 17.801 que sin duda nor-
m a una inscripción "declarativa"; d) La comparación entre el art. 2505 y su ante-
cedente inmediato que es la Recomendación n s 9 del III Congreso de Derecho Civil
(véase Actas del mismo), que lleva a poner de relieve las diferencias existentes en-
tre ambos, pues en la recomendación del Congreso era la tradición la perfecciona-
da, mientras en el texto que nos rige es la adquisición misma la que experimenta
ese efecto. Cuando la tradición es la que se perfecciona, puede pensarse que sien-
do ella constitutiva, m i e n t r a s no se perfeccione no existe la adquisición, pero
cuando el perfeccionamiento se refiere a la adquisición del derecho real, hay que
admitir que ya existe una adquisición, aunque sea imperfecta. De allí que sí po-
dría decirse que en la Recomendación n 2 9 la inscripción perfeccionante de la tra-
dición era constitutiva (aunque basta leer las Actas para advertir que ello no fue
allí unánimemente admitido), no puede predicarse lo propio para el art. 2505. So-
bre el tema: nuestro trabajo "Evolución histórica del Derecho registral en la Repú-
blica Argentina", en Curso de Derecho registral inmobiliario, organizado por
Alberto D. Molinario.
20
Lo de "otros bienes" es un artificio expositivo con el cual incluimos a los caba-
llos de sangre pura de carrera (ley 20.379) y nos ponemos a cubierto de alguna otra
involuntaria omisión por déficit en el rastreo de nuestra copiosa y agobiante nor-
mación. De Moisset de Espanés (Modificaciones al Código Civil y al régimen regis-
tral", en Ley n" 24.441, pág. 110) extraemos esta información: también están
sujetas a inscripción constitutiva las palomas mensajeras de carrera (decreto-ley
17.160/43 ratificado por la ley 12.913).
324 §19. La forma
21
A él se remiten expresamente diversas disposiciones del dec.-ley n- 17.801:
arts. 2, 17 y 37. Habiendo adoptado el legislador una inscripción "declarativa" re-
sulta difícil comprender la razón por la cual no se h a unificado totalmente el régi-
men, como pudo habérselo hecho sin introducir modificaciones sustanciales en
cuanto a la hipoteca, y apenas con el retoque de algún artículo en este punto. Pero
la razón está, y reside en las circunstancias históricas. El dec.-ley 17.801 ha sido
tomado de las bases dadas por ¡as Reuniones Nacionales de Directores de Registro
de la Propiedad (véase mensaje ministerial de elevación del proyecto) los que cre-
yeron estar elaborando bases que pudieran ser convertidas en ley sin modificar el
Código Civil, y de allí las reservas que en ellas se contenían tendientes a respetar
la letra del Código en materia hipotecaria. Pero en definitiva ésas son las bases
que han sido convertidas en ley, sin reexaminarlas, con un apresuramiento que
surge evidente del mensaje ministerial, de la fecha del mismo, de la de publicación
de la ley (Boletín Oficial del 10 de julio de 1968) y de su art. 42 (vigencia a partir
del l s de julio de 1968). En una posición menos apresurada se hubiera necesaria-
mente aseverado que cualesquiera que fueren las bondades o los defectos de las ci-
tadas bases, ellas habían sido elaboradas antes de que el Código de Vélez fuere
modificado por el dec.-ley 17.711, y por lo tanto sin tener a éste en cuenta. Aunque
jamás hemos estado de acuerdo con las citadas bases creemos, por la participación
que nos cupo en la Segunda Reunión (San Miguel de Tucumán, 1965), que los que
la propugnaron obraron siempre con la preocupación de no tocar la letra del Código
Civil (la letra pero ¿y la sustancia?). ¿Qué hubieran dicho sus autores si ya hubie-
ran tenido la disposición del nuevo art. 2505 y qué sobre todo si hubieran tenido a
la vista el art. 1185 bis y el agregado al art. 2355? Pensamos que cuando el legisla-
dor pone su mano sobre el Derecho Civil, la República tiene el derecho de exigirle
que no lance reformas apresuradas y que estudie el tema en su integridad. Tal co-
mo las cosas han quedado, tenemos un sistema que no es el de la inscripción cons-
t i t u t i v a p o r la que b r e g a r o n n u e s t r o s g r a n d e s j u r i s t a s , t r a d u c i d a en las
elaboraciones de Bibiloni (Arcíeproyecío), de la Comisión de 1936 (Proyecto), y en el
Anteproyecto de 1954; que no es tampoco la solución provisoria que quiso el III
Congreso de Derecho Civil; y que, finalmente, recogiendo las bases de las Reunio-
nes Nacionales de Directores de Registro de la Propiedad, es algo distinto también
a lo que ellos tuvieron en mente. El pronunciamiento sobre el tema, del IV Congre-
so de Derecho Civil, fue elocuente.
§19. L a f o r m a 325
3. El decreto-ley 17.801
De los artículos 2505 y 3135 del Código Civil, deriva el
principio de que las mutaciones inmobiliarias no son oponi-
bles a terceros mientras no estén registradas.
La inscripción funciona como forma de publicidad, que
vuelve oponibles a terceros las mutaciones inmobiliarias.
El dec.-ley 17.801 ha reglamentado el régimen de dicha
inscripción. Pero ha hecho algo más: ha convertido a la ins-
cripción en forma de publicidad del contrato creditorio con
finalidad traslativa, pues sólo ella lo vuelve oponible a ter-
ceros.
Expliquémosnos con un ejemplo: Para que Cayo adquiera
el dominio del inmueble que compra a Ticio, es preciso: pri-
mero, que celebre el contrato por escritura pública, es decir,
que obtenga el título, con lo cual se convierte en acreedor de
Ticio; segundo, que reciba la tradición de la cosa, con lo cual
adquiere el derecho real; y tercero, que inscriba el título pa-
r a volverlo oponible a ciertos terceros. Tal es el sistema que
deriva del art. 2505.
Ahora bien, lo que se inscribe en el Registro es el título.
Al Registro no llega la tradición, sino por vía excepcional.
La sola inscripción del título no confiere derecho real algu-
no, pero le otorga ya una oponibilidad y ciertos efectos en los
términos del dec.-ley n 2 17.801. Así, por ejemplo, a los fines
del art. 596, deberá tenerse por instrumento público de fe-
cha anterior aquel que obtenga la inscripción, pues es recién
a partir de ella que su fecha misma será oponible a terceros.
22
Presenta el nuestro grandes puntos de contacto con el español, pero no es
idéntico. Baste con señalar que el Derecho español conoce la tradición instrumen-
tada (art. 1462) y que el nuestro no tiene la disposición del art. 1473 de aquél, sino
las normas del art. 594 y sigts., con la doctrina del art. 3269 y el agregado al art.
2355, para, sin entrar en innúmeras otras cuestiones, marcar ya un abismo.
326 §19. L a f o r m a
3
El inciso c ("El nombre y domicilio del fabricante, distribuidor o del importa-
dor cuando correspondiera") es un texto que fue vetado por el decreto de promulga-
ción parcial.
4
Este inciso no ha sido vetado, pero ha sido vetado el primer párrafo del art.
11 (como también fue vetado el art. 40). Debe entenderse referido a las garantías
que aparecen en la promulgación parcial.
Sin embargo, un sector de la doctrina entiende que pese a la letra, "sus dis-
posiciones han de ser necesariamente aplicables a todos los tipos, incluyendo los
innominados" y ve con beneplácito el texto del decreto reglamentario que así lo su-
pone para los servicios (Fariña, Defensa del consumidor y del usuario, sobre el art.
10). Nos inclinamos por la interpretación literal.
§19. L a f o r m a 327
26
Según Mosset Iturraspe-Lorenzetti, Defensa del consumidor, pág. 102, las
exigencias "hacen a la debida información".
328 §19. La forma
2. Operaciones domiciliarias
Según el art. 32 de la L.D.C.:
"Venta domiciliaria. Es aquella propuesta de venta de
una cosa o prestación de servicio efectuada al consumidor
en el lugar donde reside, en forma permanente o transitoria,
o en su lugar de trabajo. En ella el contrato debe ser cele-
brado por escrito y con las precisiones del art. 10.
"Lo dispuesto precedentemente no es aplicable a la com-
praventa de bienes perecederos recibidos por el consumidor
y abonados al contado".
A. Disimulemos lo lamentable del lenguaje del legislador
que literalmente llama "venta" a la propuesta de compra-
venta y a la de prestación de servicios. El sentido del texto
es claro: se trata de los contratos de consumición que reú-
nen estas dos características:
a) Consisten en venta de una cosa o prestación de servi-
cios. No están mentados los de locación. Aun respecto a los
§19. La forma 329
27
El art. 32 L.D.C. habla de "cosa" sin especificar que debe tratarse de una co-
sa mueble. Pero pensamos que esa especificación resulta del sistema total de la ley.
En efecto, por el art. 1, inciso b, la adquisición de ciertos inmuebles cae dentro del
sistema de la ley, pero en tanto se trate de un contrato resultante de una "oferta
pública y dirigida a persona indeterminada". La venta domiciliaria es el resultado
de un accionar personalizado.
28
Como cualquiera sabe lo tedioso, difícil, que resulta eludir esta suerte de
"acoso" negocial, se explica que la hipótesis preocupe al legislador. Partiendo de la
razón del texto, no faltan quienes lo aplican a las ventas ambulatorias que se ca-
racterizan, también, por el hecho de que el proveedor va en búsqueda del consumi-
dor, aunque el encuentro no se produzca en la residencia o lugar de trabajo de éste,
sino en la vía pública o en lugares abiertos al público, como una confitería (Fariña,
Defensa del consunidor y del usuario, sobre el art. 32) y el decreto reglamentario
(1798/94) llega a incluir "sin perjuicio de otros" a los "sistemas en que la oferta al
consumidor se efectúe en el domicilio particular del oferente". Rechazamos esas ex-
tensiones, no sólo porque estamos ante un tema de forma, por sí excepcional (doct.
art. 974 C. Civ.) sino porque la caracterización como "ventas domiciliarias" interesa
al régimen especial del art. 34.
29
En cuanto a los no incluidos, entran, si son de venta, en el art. 10.
330 §19. La forma
3. Operaciones de crédito
Por el art. 36 L.D.C:
"Requisitos. En las operaciones de crédito para la adquisi-
ción de cosas o servicios deberá consignarse, bajo pena de
nulidad: El precio de contado, el saldo de deuda, el total de
los intereses a pagar, la tasa de interés efectiva anual, la
forma de amortización de los intereses, otros gastos si los
hubiere, cantidad de pagos a realizar y su periodicidad, gas-
tos extras o adicionales si los hubiera y monto total finan-
ciado a pagar.
"El Banco Central de la República Argentina adoptará las
medidas conducentes para que las entidades sometidas a su
jurisdicción cumplan, en las operaciones de crédito para
consumo, con lo indicado en esta ley."
A. Este texto forma el capítulo VIII de la L.D.C. que lleva
como rúbrica "De las operaciones de venta de créditos".
La rúbrica es todo un desaguisado legislativo, pues no se
trata aquí de la cesión-venta de créditos, sino de las "opera-
§19. L a forma 331
30
Así, Fariña, op. cit., sobre el art. 36.
31
En nuestra condición, entonces, de diputado de la Nación, en la sesión del 16
de julio de 1993, al tratarse el proyecto de ley, en general, habíamos propiciado la
vuelta a comisión (Diario de Sesiones, págs. 1374/6) proposición que fue rechazada,
lo que motivó que votáramos sistemáticamente en contra, pero no impidió que, con
todas las reservas del caso, formuláramos una serie de consideraciones en particu-
lar. Con ese ánimo, al tratarse el art. 36, observamos: «El art. 36 habla de "opera-
ciones a crédito", pero creo que se ha incurrido en un error, ya que en realidad
debería decir "operaciones de crédito", porque lo primero incluye, por ejemplo, una
venta a plazos, mientras que aquí se quiere hablar de operaciones que significan
préstamos». La Comisión aceptó la modificación propuesta, y el texto sancionado
rezó "operaciones de crédito" que, por lo demás, era la expresión empleada en el
texto venido del Senado y en revisión en Diputados.
32
Sobre los diferentes problemas que plantean las tarjetas de crédito: Chomer,
Tarjeta de crédito, en Revista de Derecho Bancario y de la Actividad Financiera, n ?
1/2, págs. 195 y sigts.
§20. El artículo 1184
1. La sanción de nulidad
La anterior redacción del art. 1184 contenía el mismo en-
cabezamiento, pero con el agregado (hoy suprimido) de que
la exigencia era "bajo pena de nulidad".
Examinando el anterior artículo, los "aformalistas" vieron
en muchos de los once incisos del mismo (y no faltaron quie-
nes los vieron en todos) supuestos de forma ad-probationem.
La tesis chocaba con las palabras expresas de la ley, pues
¿cómo podía ser ad-probationem una forma impuesta "bajo
pena de nulidad"? Ya hemos señalado que los "aformalistas"
leían la frase y pasaban por sobre ella como por sobre as-
cuas; 1 los formalistas en cambio la saludaban como uno de
sus mejores apoyos.
Por nuestra parte, pensamos que aun cuando la frase ya
no esté en el texto del art. 1184, sigue estando en el sistema
de nuestro Derecho. 2
2. Las excepciones
Distingamos:
A. El art. 1184, en la redacción dada por la reforma, man-
tiene la excepción de la subasta pública (que ya figuraba en
la anterior).
Supra, §19, III, 5, a. Según Spota (Tratado, nq 2011), tal expresión debía ser
"objeto de una interpretación correctora".
2
Supra, §19,111,5.
§20. El artículo 1184 333
3
Salvat, Fuentes, n°- 132.
4
En el actual Código de Procedimientos de la Provincia de Tucumán, se pres-
cribe que se levante acta firmada por el Secretario (art. 557), pero sin embargo se
prevé el otorgamiento de la escritura (art. 564).
334 §20. El artículo 1184
4. Las particiones
El segundo inciso contempla "las particiones extrajudicia-
les de herencia, salvo que mediare convenio por instrumento
privado presentado al juez de la sucesión".
6
Sobre este modo: Fórmeles, Tratado de las sucesiones, ns 262.
336 §20. El artículo 1184
valor pase de la tasa del art. 1193, lo que hoy (dado el envi-
lecimiento del signo monetario allí mentado) equivale a de-
cir que siempre se exigirá el escrito.
9. Poderes
Se exige escritura pública para (inc. 7) los "poderes gene-
rales o especiales que deben presentarse en juicio, y los po-
deres p a r a a d m i n i s t r a r bienes, y cualesquiera otros que
tengan por objeto un acto redactado o que deba redactarse
en escritura pública".
Una lectura literal de este inciso, tomando la palabra "po-
der" en su acepción técnica, llevaría a consecuencias incon-
ciliables con las necesidades de la práctica y la agilidad de
la vida de los negocios. El poder es un acto jurídico unilate-
ral, por lo que obviamente no es un contrato, y mal podría
aplicársele el art. 1185. Pero repugnaría a nuestras convic-
ciones, y desconocería la vida, una tesis que llevara a dejar
sin protección al tercero que contrató con el representante,
por la sola circunstancia de que el poder no fue dado en es-
critura pública.
338 §20. El artículo 1184
7
Infra, § 29, VI.
§20. El artículo 1184 339
10. Transacciones
Deben hacerse por escritura pública las transacciones sobre
bienes inmuebles (inc. 8). Si la transacción versara sobre dere-
chos inmobiliarios ya litigiosos, habrá que aplicar el art. 838.
2. Casos excluidos
No se aplica:
a) A las hipótesis en que la forma es exigida con carácter
solemne absoluto. Determinar cuáles son los casos en que la
forma tiene tal carácter, constituye una delicada cuestión,
que debe ser resuelta atendiendo a la letra y al espíritu de
las disposiciones particulares. A nuestro entender, el princi-
pio del que hay que partir es que como regla se aplica la doc-
trina de los arts. 1185,1187 y 1188.
Como excepciones pueden señalarse: las donaciones enu-
meradas en el art. 1810, según la expresa disposición de es-
342 §20. El artículo 1184
3. La obligación de escriturar
Según el art. 1187 "la obligación de que habla el art. 1185
será juzgada como una obligación de hacer, y la parte que
resistiere hacerlo, podrá ser demandada por la otra para
que otorgue la escritura pública, bajo pena de resolverse la
obligación en el pago de pérdidas e intereses".
Viva ha sido la disputa sobre la interpretación de este
texto. Unos piensan que si pese a la condena el deudor no
escritura, sólo cabe la exigibilidad compulsiva de los daños y
§20. El artículo 1184 343
9
Según lo señalara Alsina Atienza en las lias. Jornadas de Derecho Civil (pu-
blicación de las mismas, pág. 70).
346 §20. El a r t í c u l o 1184
10
Nuestra opinión fue desenvuelta en una ponencia que presentáramos sobre
el tema 10 al IV Congreso de Derecho Civil. Podemos exponerla en los siguientes
términos: a) Si la posesión de quien es dueño es legítima, como hoy según el siste-
ma de nuestra reforma hay dos clases de dueños, debe haber también dos clases de
posesión legítima. La ley que distingue entre el adquirente inscripto y el no ins-
cripto, debe naturalmente distinguir entre las posesiones que ejercitan uno y otro.
Si el derecho real nace extrarregistralmente, la posesión que en virtud de él se
ejercita merece ya el nombre de legítima, pero si el derecho real una vez recibido
por el Registro "madura" en él, otro tanto debe acontecer con la posesión que es su
exterioridad, pues no puede ser lo mismo la possessio secundum tabula que la con-
tra tabula. Cuando el derecho real es inoponible a terceros, la legitimidad de la po-
sesión que explicada en él se ejerce, debe seguir igual suerte. Ello nos lleva a
distinguir dos clases de legitimidad: la perfecta y la imperfecta. La legitimidad es
perfecta cuando la posesión trasunta un derecho real oponible erga omnes, es decir,
inscripto, y es imperfecta cuando al faltar la inscripción el derecho real no es opo-
nible a ciertos terceros. En otros términos, cuando la adquisición se perfecciona, se
perfecciona la legitimidad de la posesión, por lo que indistintamente podemos ha-
blar de legitimidad perfecta u oponible, como algo distinto a la legitimidad imper-
fecta o inoponible. b) Cuando el primer párrafo del art. 2355 define a la posesión
"legítima", declara tal a la que es el efecto de un derecho real "constituido" en con-
formidad a las disposiciones del Código, pero como la inscripción no es requisito de
la "constitución", sino forma de publicidad (dado su carácter declarativo) va de su-
yo que lo definido como posesión legítima es prescindiendo del problema de la ins-
cripción, el La legitimidad imperfecta es una legitimidad que funciona como
perfecta Ínter partes y respecto de algunos terceros. Decimos "algunos" y no "to-
dos", porque si esto aconteciera, la legitimidad sería "perfecta". El problema por lo
tanto se circunscribe a determinar cuáles son esos terceros respecto a los cuales
sin la inscripción la posesión es legítima oponible. Para nosotros la respuesta es
obvia: los mismos terceros en relación con los cuales una posesión adquirida en vir-
tud de escritura pública sería legítima sin necesidad de inscripción. Bien está que
ínter partes la posesión según boleto se considere legítima, por la doctrina del art.
515, inc. 3; es igualmente admisible que por una idea protectora del adquirente se-
gún boleto se llegue a asimilarlo al adquirente según escritura, pero nunca podría
dársela más que a éste. En muchas hipótesis el boleto podrá ser asimilado a la es-
critura, pero declararlo de una jerarquía superior equivaldría a romper con todo el
sistema, d) Indagando sobre los casos en que la posesión por escritura pública es
oponible a algunos terceros, sin necesidad de inscripción, y aparte del supuesto
contemplado por el art. 20 del D-L 17.801 que generaliza lo ya normado para la hi-
poteca por el art. 3135 del Código, se encuentra el siguiente: según la doctrina de
los arts. 3269 y 594 y sigts., el primero que es puesto en posesión de la cosa, con tal
que sea de buena fe, es preferido. Como estas normas han permanecido inaltera-
das, debe tenerse por cierto que en este aspecto la publicidad posesoria prevalece
sobre la tabular. Pues bien, nosotros pensamos que el agregado al art. 2355 debe
ser entendido con este sentido: que todas las veces que la publicidad posesoria fa-
vorezca al adquirente por escritura, debe desempeñar igual papel para el adqui-
rente por boleto. La buena fe suple la inscripción a los efectos de la oponibilidad a
§20. El artículo 1184 347
2. Preliminar válido
Pero si el boleto constituye una compraventa nula, es al
mismo tiempo un preliminar válido.
esos terceros, pero no suple otros defectos (así, v.g.: la posesión adquirida en virtud
de un título instrumentado en escritura pública, si la adquisición se verificó a non
domino sería ilegítima, y en consecuencia también lo sería la obtenida por boleto,
por mucha que fuera la buena fe), e) En el ejemplo dado en torno a la doctrina del
art. 3269, la buena fe tanto en la hipótesis de la escritura pública como del boleto,
suple el defecto de inscripción. Por eso, en la citada ponencia, propusimos que el
agregado al art. 2355 debía ser leído con frases sobreentendidas que colocamos en-
tre paréntesis: "(Si se dan todos los recaudos extranotariales) se considera (respec-
to a algunos terceros) legítima (perfecta) la adquisición de inmuebles de buena fe,
mediando boleto de compraventa". Cada una de las frases que colocamos en el tex-
to del agregado al art. 2355 como sobreentendidas y entre paréntesis, tiene su ra-
zón de ser, pues prescindiendo de ellas se entra en contradicción con todo el
sistema. Así, la de "si se dan todos los recaudos extranotariales", se justifica en la
consideración de que el agregado tiende a salvar los defectos que podrían afear a la
posesión por haber sido obtenida en virtud de boleto, y no otros (por ejemplo los
que pudieran derivar de una enajenación hecha por quien no estuviera legitima-
do); la referencia a que tal protección funciona "respecto a algunos terceros", se ex-
plica, porque si no se llegaría al absurdo de afirmar que la posesión ex boleto daría
más que la posesión ex escritura no inscripta, pues ésta no es legítima perfecta
respecto a todos los terceros; la aclaración de que lo que se considera "perfecta" es
la legitimidad de la posesión, se justifica pues en este ámbito reducido la publici-
dad posesoria suple a la registral, y ya es para esos terceros "perfecta" la adquisi-
ción, f) La buena fe de que aquí se trata, la concebimos como la ignorancia que vale
para la doctrina del art. 3269. Descartamos que se trate de la que pueda versar so-
bre el defecto formal del título, la que carece de interés. Sería absurdo suponer que
quien adquiere la posesión por boleto ignorando el art. 1184, fuera declarado po-
seedor legítimo, por esa sola circunstancia, con lo cual todo lo que se conseguiría
sería castigar al que conoce la ley, e introducir para los inmuebles una norma toda-
vía más generosa que la del art. 2412. El boleto puede dar en ciertos casos lo mis-
mo que la escritura, pero no más. Porque al adquirente según escritura lo protege
el art. 3269, podemos admitir que también esté tutelado el que obtuvo la posesión
según boleto, pero entonces, tanto para éste como para aquél leeremos la expresión
"buena fe" en el mismo sentido, g) Entendiendo a la buena fe como un requisito
que suple la necesidad de inscripción, resulta evidente que no igualaremos el bole-
to a la escritura en aquellos casos en que además de la inscripción hace falta la
buena fe. Tal lo que acontece en la hipótesis del art. 1051, en el que la buena fe se
requiere además de la adquisición, la cual para la oponibilidad a terceros exige la
inscripción (art. 2505). h) Además de esa aplicación directa, el agregado al art.
2355 tiene estas otras consecuencias interpretativas indirectas: la duda que se
planteó en torno a saber si el adquirente era un poseedor o un tenedor, queda diri-
mida en el sentido de que puede ser un poseedor; igualmente, se supone que en la
hipótesis de que tuviera (respecto a otros terceros, v. g.: verus dominus) una pose-
sión ilegítima, ésta puede ser de buena fe. Para otros desarrollos sobre el tema:
nuestro Derechos reales, §17, III.
348 §20. El artículo 1184
3.1. La letra
En el texto de 1968, el art. 1185 bis disponía: "Los boletos
de compraventa de inmuebles otorgados a favor de adqui-
rentes de buena fe, serán oponibles al concurso o quiebra del
vendedor si se hubiere abonado el veinticinco por ciento
del precio. El juez podrá disponer en estos casos que se otor-
gue al comprador la escritura traslativa del dominio".
La normativa concursal de 1972 (decreto-ley 19.551) en el
segundo párrafo de su art. 150 dispuso: "El art. 1185 bis del
Código Civil sólo se aplicará a los casos de inmuebles desti-
nados a vivienda". Como resultado de ello, el art. 1185 bis
debía ser leído exigiendo el requisito adicional del destino a
vivienda.
E n 1995 aparece u n a nueva normativa concursal. La
ley 24.522 ''improlijamente" promulgada, retorna, en par-
te, con otras modificaciones, al viejo texto del art. 1185 bis.
Tal lo que resulta del segundo párrafo del art. 146 según
el cual: "Los boletos de compraventa de inmuebles otorga-
dos a favor de aquirentes de buena fe, serán oponibles al
concurso o quiebra si el comprador h u b i e r a abonado el
veinticinco por ciento (25%) del precio. El juez deberá dis-
poner en estos casos, cualquiera sea el destino del inmue-
ble, que se otorgue al comprador la escritura traslativa de
dominio contra el cumplimiento de la prestación corres-
pondiente al adquirente. El comprador podrá cumplir sus
obligaciones en el plazo convenido. En caso de que la pres-
tación a cargo del comprador fuere a plazo, deberá consti-
§20. El artículo 1184 349
3.2. La tutela
La combinación del art. 1185 bis C. Civ. con el art. 146
concursal da lugar a una fuerte protección del adquirente
por boleto de compraventa.
Para comprender el sentido de esta tutela, y los alcances
de la protección dispensada, es preciso hacer una breve his-
toria que dividimos en cuatro épocas. Para cada una de ellas
daremos nuestra interpretación de los textos:
11
El art. 290 del texto sancionado por el Congreso previo que la ley entrara en
vigencia a los 90 días de su publicación en el Boletín Oficial. El decreto 267/95 ob-
servó dicho artículo promulgando el resto, con lo cual apuntó a que —por aplica-
ción del art. 2 del Código Civil— el nuevo régimen entrara a regir después de los
ocho días de su publicación. Para obrar así, el Poder Ejecutivo invocó el art. 80 de
la Constitución que autoriza la promulgación parcial (sujeta al procedimiento de
los decretos de necesidad y urgencia) cuando las partes no observadas de la ley tie-
nen autonomía normativa y su aprobación parcial no altera el espíritu ni la unidad
del proyecto.
Podrá decirse de la promulgación parcial sub examen que no ha alterado el es-
píritu ni la unidad del proyecto, pero ¿quid de la autonomía? La Constitución exige
copulativamente autonomía "y" no alteración. El Poder Ejecutivo parece entender
que basta con la no alteración para inducir la autonomía. A nosotros nos parece
que todo lo promulgado se encontraba sujeto al texto vetado y mal podía conside-
rarse autónomo de él.
Pero, a la fecha, ya han transcurrido los 90 días del Congreso. Salvo para el dis-
cutible interregno temporal, pensamos que no han de tener éxito las impugnacio-
nes de inconstitucionalidad que puedan suscitarse.
350 §20. El artículo 1184
A. Primera época
Entendemos por ésta, la época anterior a la reforma del
Código Civil, cuando no existía el 1185 bis, y el juicio de
quiebra estaba regido por la ley 11.719. 12
¿Cuál era la situación de un adquirente por boleto?
La polémica era viva. Pensaban unos que el crédito por
escrituración que tenía el adquirente por boleto, sufría la
ley del concurso, y entendían otros que las obligaciones de
hacer escapaban a esa regla, aunque todavía dentro de esas
tesis se distinguió según que el adquirente por boleto hubie-
ra sido puesto o no en posesión.
Por nuestra parte pensamos que el correcto enfoque exi-
gía partir de una consideración previa, a saber: ¿cuál era la
situación del comprador por escritura pública? Pues, dados
los términos en los que la cuestión era planteada, no por ob-
vio deja de ser necesario subrayar que la situación del ad-
q u i r e n t e por boleto n u n c a podía ser mejor q u e la del
adquirente por escritura...
a) Ahora bien: respecto al comprador por escritura públi-
ca, nos parece que la respuesta fluía natural. El comprador
por escritura que no había recibido tradición del inmueble,
era un acreedor (arts. 577 y 3265) que, como tal, sufría la
ley del concurso, y que como tal, sólo podía esperar la en-
trega del inmueble, en el caso de que el síndico sustituyera
al fallido. 13
12
Para no complicar el panorama, prescindimos del examen de lo previsto por
el art. 10 del decreto-ley 9032/63, al parecer nunca aplicado, y sin duda derogado
por el decreto-ley 19.724 de 1972 en su art. 37.
13
A eso debía llegarse aplicando los principios del art. 114 de la ley 11.719, y
los generales que rigen la concurrencia de los acreedores sobre los bienes del deu-
dor común. No encontramos razón alguna para suponer que las obligaciones de dar
no se sujetaran a la ley concursa! (Parry, Efectos de la quiebra y el concurso civil en
las obligaciones y en los contratos, pág. 394). El comprador por escritura pública no
tenía en consecuencia derecho alguno a exigir que se le entregara el inmueble, hu-
biera o no pagado todo el precio o parte de él. Si el comprador nada había pagado,
podía renunciar al contrato "dentro del tercer día de la expiración del plazo de pu-
blicación de los edictos" (art. 114 de la Ley de Quiebras 11.719) y en definitiva lo
mismo podía hacer si no había pagado todo el precio; en el caso de renuncia, el
comprador in bonis, si hubiera pagado parte del precio, podía reclamar su devolu-
ción en moneda de quiebra; si optaba por seguir adelante con el contrato, debía pa-
gar en buena moneda y podía exigir, no la entrega del inmueble, sino la estimatio
§20. El artículo 1184 351
rei en moneda de quiebra. Tan sólo en el caso de que el síndico resolviera "sustituir
al fallido en la ejecución y exigir el cumplimiento al otro contratante con la autori-
zación de la J u n t a de vigilancia o del juez si aquélla no hubiera sido nombrada"
(art. 114 citado) la parte in bonis recibía el inmueble (sobre dicho art. 114: García
Martínez, El concordato y la quiebra).
14
El distingo entre el adquirente que estaba en posesión y el que no lo estaba,
es esencial. Cuando lo único que se reclama es la escrituración, se pide el cumpli-
miento de una obligación de hacer, pero si además se pide la entrega del inmueble
(supuesto del adquirente que no está en posesión) se trata de un crédito que persi-
gue un daré. Son dos situaciones radicalmente distintas, y creemos que los razona-
mientos que partiendo de la primera hipótesis declaraban también protegible la
segunda, incurrían en una solución de continuidad lógica. (Sobre el problema: Mo-
rello, El boleto de compraventa inmobiliaria, cap. XXV; Borda, La reforma de Códi-
go Civil-Los contratos en particular, en El Derecho, 21 de abril de 1970).
15
Se discutió en torno a determinar si la obligación de hacer sufría o no la ley
352 §20. El artículo 1184
B. Segunda época
Ella transcurre durante el período posterior a la inclusión
del art. 1185 bis y anterior a la vigencia del decreto-ley con-
cursal n e 19.551 de 1972.
Por el art. 1185 bis los boletos de compraventa que reunían
los requisitos allí enunciados, se encontraban tutelados.
Para tener una visión de conjunto del régimen entonces
vigente, procedamos con el mismo método que en el examen
de la primera época.
a) Respecto al comprador por escritura, regían —como re-
gla— los mismos principios de la primera época, y esto es
natural, porque todavía subsistían las normas de la enton-
ces vigente ley de quiebras n 5 11.719.
Había sí, una modificación, que podemos enunciar en los
siguientes términos: en los casos en que el art. 1185 bis prote-
gía al adquirente por boleto, tutelaba también al comprador
por escritura pública. Y esto también es natural, y nos pare-
ce intuitivo, partiendo de la base de que la escritura pública
contiene, por lo menos, un boleto. Sería absurdo el suponer
que lo superior reciba una menor protección que lo inferior.
b) El adquirente por boleto que no hubiera recibido tra-
dición del inmueble, podía encontrarse en una de estas dos
situaciones: o reunir los requisitos del art. 1185 bis, o no
reunirlos. 1 6
del concurso (Parry, Efectos de la quiebra, cit., pág. 22). Nosotros, para esta situa-
ción nos decidimos en su hora (en esta obra, en la primera edición) por la opinión
que mantenemos en el texto. Realmente, si la escrituración nada cuesta al concur-
so, lo que acontece cuando los gastos de la escrituración corren a cargo del adqui-
rente (art. 1424 Cód. Civ.), o cuando habiéndose dispuesto lo contrario en el boleto,
el adquirente resuelve costearlos, ¿por qué habría de negarse el concurso? El con-
curso no tendría, en el sistema que estamos exponiendo, razón para negarse, pues
de la negativa ningún derecho especial derivaría, ya que no podría reclamar la de-
volución del inmueble. Pues, reserva hecha del régimen de la revocatoria concur-
sal, esa irrepetibilidad debe ser para los aformalistas el lógico corolario de que en
la tradición ya efectuada habría directamente el pago de una obligación civil, y pa-
ra los formalistas (tesitura en la que nos ubicamos nosotros) la aplicación de lo
normado por el art. 515, inc. 3.
Queda sobreentendido que tales requisitos eran los del art. 1185 bis, antes
del decreto-ley 19.551 de 1972, por lo que resultaba indiferente el que fuera o no
un inmueble destinado a vivienda, pues también estaban tutelados los adquirentes
de inmuebles rurales, latifundios incluso, pese a que la originaria mens legislativa
fue mucho más circunscripta (Borda, en el artículo citado en nota 14).
§20. El a r t í c u l o 1184 353
17
Sobre la naturaleza jurídica del instituto previsto por el art. 1185 bis, discu-
rre ampliamente Bustamante Alsina en El boleto de compraventa inmobiliaria y
su oponibilidad al concurso o quiebra del vendedor, en La Ley, del 18 de julio de
1968. Afirma que no se trata de un privilegio en sentido técnico, sino de una "ac-
ción de inoponibilidad de los efectos del acto jurídico procesal declarativo de la
quiebra o el concurso", algo así como una "situación inversa, pero de igual natura-
leza" que la de la acción pauliana. La construcción es elegante, pero nosotros pen-
samos que más que de una inoponibilidad de la quiebra al adquirente, se trata de
una oponibilidad del boleto a la quiebra. La diferencia entre una construcción y la
otra reside en que para nosotros, lejos de prescindirse de la quiebra, se parte de su
existencia, y porque se la considera oponible, se trata al adquirente como un acree-
dor de la masa, de tal manera que no puede pretender un trato mejor que éstos.
354 §20. E l a r t í c u l o 1184
18
Literalmente el entonces art. 47 inc. 3 concursal, se refería a la hipótesis en
que hubiera "prestaciones recíprocamente pendientes" y la resolución que posibili-
taba funcionaba cómodamente cuando ninguna de ambas partes hubiera cumplido,
es decir, cuando ni el vendedor entregó la cosa, ni el comprador pagó el precio. Pero
nos parece que por analogía (art. 163 del decreto-ley concursal), debía regularse la
situación que se presentaba cuando el comprador pagó parte del precio, y el vende-
dor no entregó nada; entonces era también posible que el comprador in bonis opta-
ra por la resolución, bien entendido en cuanto no pretendiera una retroactividad
tal que lo llevara a recuperar en buena moneda lo que ya pagó, y que se conforma-
ra, por ende, con verificarse por su importe.
En el caso del art. 148 inc. 2 concursal. el concurso tomaba a su cargo el cum-
plimiento de la prestación pendiente, y el acreedor del fallido quedaba convertido
en un acreedor del concurso (art. 264, inc. 3). Para la hipótesis del segundo aparta-
do del art. 150 no hacía falta acto alguno de asunción por parte del concurso, pues
la ley disponía que debía asumir el contrato, en una suerte de asunción legal, o
sustitución legal del fallido, que a nuestro juicio debía colocar al contratante in bo-
nis, también en la situación del art. 264, inc, 3 concursal. Véase, mutatis mutandi,
lo dicho en nota 15. Obsérvese que la obligación de hacer (en que consiste la escri-
turación) no entraba en la hipótesis del art. 151 concursal, pues no se trataba ésta
de una prestación "irreemplazable" en el sentido de la norma.
§20. El a r t í c u l o 1184 355
20
Para estos adquirentes por boleto y con posesión, se mantenía, por lo tanto,
la misma situación de la que ya gozaban en las dos épocas anteriores.
356 §20. El a r t í c u l o 1184
to. Pero pensamos que con ese solo encabezamiento basta pa-
ra dar por incluidos los casos específicos que el viejo texto de-
claraba expresamente que se entendían "comprendidos". 21
Y, por supuesto, que cuando el adquirente por boleto que-
de protegido, también lo quedará el comprador por escritura.
b) En cuanto al adquirente por boleto, habrá que distin-
guir según reúna o no los requisitos. Deberá tenerse presen-
te que por el régimen actual ya no interesa el destino.
Si no reúne los requisitos, se aplicará el régimen de las
promesas de contrato del primer párrafo del art. 146 que re-
coge la doctrina del primer párrafo del viejo art. 150.
c) Si el adquirente por boleto recibió ya la tradición pose-
soria, pensamos que corresponde mantener la doctrina que
hemos expuesto para las tres épocas anteriores.
23
Tema éste que desarrollamos ampliamente en la anterior edición, en térmi-
nos que pasamos a volcar parcialmente pues los consideramos de interés para el
evento de que el siempre voluble legislador produzca un nuevo cambio.
"No resulta una cuestión sencilla la de determinar qué debe entenderse por in-
mueble destinado a vivienda...En esta materia deben rehuirse los extremos...Por
ello no creemos que deba exigirse tanto como que el inmueble ya esté efectivamen-
te afectado a vivienda por el adquirente según boleto...Pero tampoco creemos que
baste cualquier propósito del adquirente de utilizar el inmueble con tales fines. Por
esa ventana, podría entrar en la tutela... habría que introducirse en un terreno de
subjetividades...Nosotros pensamos que ese criterio subjetivo no es el del segundo
apartado del art. 150 del decreto-ley concursal que no ha dicho "inmuebles que se-
rán destinados a vivienda", sino empleado el giro de "inmuebles destinados a vi-
vienda", aludiendo sin duda a una objetividad... Es el "destino" en un sentido muy
similar al considerado en la doctrina del art. 2164 Cód. Civ... creemos que podemos
dar el siguiente concepto: Destinado a vivienda es el inmueble que por sus caracte-
rísticas físicas existentes al tiempo del boleto, o jurídicamente previstas, en su fun-
ción óptima sólo sirve exclusivamente para vivienda, siempre que tal destino no
resulte excluido por el adquirente, según los términos de la contratación...Y nos ex-
plicamos...a) ".
358 §20. El artículo 1184
4. El requisito de la buena fe
La protección legal existe si se trata de un boleto otorgado
a favor de un adquirente de buena fe. La buena fe de que
aquí se t r a t a consiste en la ignorancia de la situación de in-
solvencia del enajenante, la que, según los principios, se
presume. Es este un concepto que venía ya del art. 10 del
derogado decreto-ley 9032/63 y que se conjuga con el del art.
968. Es de buena fe quien obra en la creencia de que su con-
ducta no perjudicará a los acreedores del enajenante, buena
fe que se apoya en un error de hecho al apreciar el estado
patrimonial de éste. 2 6
7. Inscripción
Creemos que debe tratarse de un boleto de compraventa
inscripto.
La cuestión es realmente de un máximo interés, y exige
u n a especial consideración:
A. Ella fue discutida en el seno de la comisión que redactó
el art. 1185 bis civil y, según un testimonio de la máxima
autoridad, 2 9 debemos tener por cierto que la misma prefirió,
dados los inconvenientes que se presentaban, no innovar al
respecto.
Comencemos con el examen de los inconvenientes: se dijo
que con la modificación al art. 1204 se permite la resolución
por simple notificación, método que quedaría impedido si el
boleto estuviera inscripto, lo que crearía serios obstáculos a
los enajenantes en caso de falta de pago, pues se verían obli-
gados a seguir un juicio para obtener la cancelación de la
inscripción. La observación tiene su médula, pero a menos
que se prohiba (y no meramente que no se exija) la inscrip-
ción, la dificultad de hecho existirá siempre que la misma se
haya producido; a lo que se agrega, según se verá, que el ra-
zonamiento parte de una premisa inexacta, pues la inscrip-
ción estaba impuesta por la ley.
En efecto: contrariamente a lo que en su oportunidad se
dijo, el exigir la inscripción no implicaba innovar, sino se-
guir la directiva ya trazada por la ley 14.005 (art. 4) y el
decreto-ley 9032/63 (art. 4). Y si esos textos (independiente-
mente que de hecho fueran o no obedecidos) regían en la Re-
pública a n t e s de que la reforma civil c u l m i n a r a con el
proceso de constitucionalización 30 de los Registros, con ma-
yor razón debían regir después.
29
Borda, en el artículo citado en nota 14.
30
Los Registros Inmobiliarios nacieron inconstitucionales (salvo para las hipo-
tecas), pero por un lento proceso se fueron constitucionalizando: supra, §19, V, 1.
362 §20. El a r t í c u l o 1184
33
En efecto:
a) Leyendo el articulado del Anteproyecto de decreto-ley concursal (hoy deroga-
do), y su respectiva Exposición de Motivos, podemos llegar a la conclusión de que
en un primer momento se pensó que en el sistema del art. 1185 bis no hacía falta
la inscripción.
A esa conclusión llegamos teniendo en cuenta que la Comisión anteproyectó dos
artículos que se vinculan, bajo los números 137 y 152.
El art. 137 consta de dos apartados, el primero de los cuales establece la inefi-
cacia de pleno derecho de los actos que debiendo ser inscriptos, no están registra-
dos en la fecha de la declaración de quiebra, en tanto que el segundo remite a lo
que se regula luego en el art. 152, y a lo dispuesto por el art. 1185 bis del Cód. Ci-
vil. Leído este texto a la luz de la Exposición de Motivos (n9 75 de la misma), el
pensamiento nos parece claro: el segundo apartado salva la eficacia de los boletos
aunque no estén inscriptos, con tal que entren dentro de los requisitos del art. 152
proyectado.
Esta interpretación a la que llegamos se ve corroborada por el hecho de que
cuando la Exposición de Motivos (n9 82 b, de la misma) trata del art. 152, se refiere
al adquirente de inmueble por documento privado "no inscripto".
Evidentemente la Comisión prescindió del requisito de la inscripción. Pero esti-
mó en cambio necesario exigir otros recaudos, los que fueron explicitados en el art.
152 del Anteproyecto, donde se especifica que en el caso del art. 1185 bis Cód. Civ,
"se considera que el adquirente carece de buena fe cuando concurra alguna de las
siguientes circunstancias: 1) Conocimiento del estado de cesación de pagos del ven-
dedor; 2) No haber adquirido la posesión; 3) Carencia de fecha cierta del boleto".
La Comisión aclaró (Exposición de Motivos, n 9 82, b) que esas exigencias no las
menciona el art. 1185 bis, pero "que en materia de quiebra se las debe considerar
implícitas".
A esta altura, nos asalta un interrogante: ¿Por qué la Comisión no consideró
"implícita" la exigencia de la inscripción? Bien acompañada hubiera estado real-
mente, con sólo dirigir la mirada a la ley 14.005 y especialmente al decreto-ley
9032/63...
b) Lo cierto es que los textos anteproyectados, no fueron los definitivos. Tal pa-
reciera que la Comisión que al principio creyó que no hacía falta la inscripción, vol-
vió sobre sus pasos y prefirió no pronunciarse, dejando que funcionaran los
principios generales. Cambió los textos, y suprimió expresiones de la Exposición de
Motivos.
Por de pronto, el anteproyectado art. 137 (con su salvedad para los boletos) ya
no figuró en el texto definitivo. En la Exposición de Motivos definitiva (n9 81 de la
misma) se repite lo que se había dicho en el primer apartado de dicho art. 137, pe-
ro se suprime todo lo referente al segundo apartado. Tal pareciera que el pensa-
miento último fue que los boletos no escapaban a la regla sobre ineficacia de los
actos que debiendo ser inscriptos, no han sido registrados.
Y esta interpretación se ve corroborada por otros cambios. Así, la materia del
art. 152 del Anteproyecto es tratada en el art. 150 del decreto-ley concursal 19.551,
y en la parte de la Exposición de Motivos que se refiere a éste (n2 82 b de la misma)
364 §20. El artículo 1184
8. Consecuencias
Cuando concurren los presupuestos normativos del art.
1185 bis, mantenidos por el art. 146 concursal, las conse-
cuencias son:
a) Se declara el boleto oponible al concurso o quiebra. A
nuestro entender, es ésta una oponibilidad ex lege, que no
requiere una autorización judicial.
9. Naturaleza de la preeminencia
La norma subexamen viene a conceder al adquirente una
fuerte preeminencia. Al declarar que el boleto es "oponible"
35
Borda, en el artículo citado. Si se quiere dar un sentido especial al "podrá"
(distinto del facultativo, que rechazamos) adscríbasele éste: la oponibilidad del bo-
leto no conduce ineludiblemente a la escrituración, porque la existencia de acree-
dores preferentes puede obstar a ella (infra, aquí, nota 38).
° Supongamos que Primus garantizó con hipoteca en primer grado una deuda
de Secundus, y prometió por boleto el inmueble a Tertius, quien debía recibirlo hi-
potecado, y he aquí que Primus cae en quiebra. Cuando cae en quiebra el tercer po-
seedor del inmueble hipotecado, al enajenarse el bien se lo hace como hipotecado
(Véase nuestro Curso introductorio al Derecho registral, §22, III, y nuestro Dere-
chos reales, §5, 11,5); de allí que Tertius recibiría el inmueble hipotecado y se cum-
pliría con la ley concursal constituyendo una hipoteca en segundo grado. Y si,
continuando con el ejemplo, Primus al hipotecar el inmueble hubiera hecho uso de
la facultad de reserva de rango (agregado al art. 3135), entonces el rango reserva-
do sería utilizado por la hipoteca exigible a Tertius, con lo que (según el monto de
la reserva y el saldo adeudado por Tertius) bien podría ocurrir que la hipoteca pre-
vista por la ley concursal, fuera, por parte de la deuda, en primer grado, y por la
otra parte, en tercer grado.
§20. E l a r t í c u l o 1184 367
37
Véase, aquí, supra, nota 17.
3% Cuando por el mecanismo legal, el síndico sustituye al fallido, el otro contra-
tante se convierte por su crédito en acreedor de la masa (García Martínez, El con-
cordato y la quiebra, sobre el art. 125 de la ley 11.719, en el n9 630); a idéntica
conclusión debe llegarse cuando la sustitución es dispuesta por la ley. Pero, ¿cuál
es la situación de este acreedor de la masa, del que estamos hablando? Para Gatti-
Alterini (escribiendo bajo la vigencia del DL 19.551), se trataría de un "crédito con-
tra la masa", de cumplimiento forzoso para ésta (pág. 51) completamente ajeno "a
la regulación de los privilegios"; en apoyo de tal tesis, que conduce a negar que el
adquirente por boleto entre en ninguna de las categorías de créditos privilegiados,
los citados autores observaban que el decreto-ley 19.551 no los enumeraba en ellas.
Nos parece que con esa tesis, se venía a colocar al adquirente por boleto en una es-
pecie de super rango, pues nada debía temer, ni de los acreedores del deudor, ni de
los acreedores del concurso. Y en esto hemos discrepado (en nuestros desarrollos
en anterior edición), en base a las siguientes consideraciones: a) Los acreedores
pueden dividirse en acreedores de la masa, y acreedores en la masa. Los acreedo-
res de la masa fueron denominados por el decreto-ley 19.551/72 (art. 264), "acree-
dores del concurso", según se advierte de la enumeración que verificaba. No
veíamos porqué hubiera que crear una categoría de acreedores de la masa, que fue-
ra distinta a la de los acreedores del concurso; b) Como razón, no cabría esgrimir el
hecho de que el crédito de los adquirentes por los boletos del art. 150, segundo
apartado, no se encontraba enumerado en el art. 264, pues ello no era decisivo. Pa-
ra comenzar, suponiendo que estuviéramos ante un privilegio, un olvido en la enu-
meración no pudo suprimir el privilegio, si resultaba de otro texto vigente, y el
propio art. 265 in fine daba un buen ejemplo de esta doctrina, al declarar que la
"enumeración precedente no excluye los privilegios creados por leyes especiales". Y
para concluir, aunque los acreedores del concurso estuvieran en el art. 264, inclui-
dos en el Capítulo intitulado Privilegios, el decreto-ley no llamaba "privilegio" a la
posición que les daba sino que utilizaba otras palabras y otros giros (art. 264: "pa-
gados con preferencia", "acreedores de esta categoría"; art. 270: "los acreedores men-
cionados en el art. 264"; arts. 271 y 274: "los créditos a que se refiere el art. 264").
Ubicados en esta concepción, pensamos (a propósito del derogado DL 19.551)
que el adquirente por boleto, si no desinteresaba a ciertos acreedores, subrogándo-
se a ellos, no obtendría en definitiva el inmueble, pese a toda la oponibilidad que la
ley le otorgaba, y que debía conformarse con moneda de quiebra. En efecto: los
acreedores del concurso cobraban después que los acreedores con privilegio espe-
cial (art. 264, proemio, y art. 270) que se encontraban (con la reserva del art. 268)
en la cúspide; y entre los acreedores del concurso, la distribución, en caso de insufi-
ciencia, se verificaba a prorrata (art. 274).
368 §20. El artículo 1184
I. Concepto
1. La norma contractual
Toda norma contractual es reducible a la fórmula: "Dado
A debe ser B; dado no B debe ser S", donde A es el supuesto
de hecho de la endonorma, B la consecuencia jurídica y S la
sanción:
a) No es difícil reconocer el supuesto de hecho. Para ello,
tomemos como ejemplo el contrato de compraventa. Si nues-
tra concepción es exacta, tendremos que decir que "dado A,
debe ser la obligación del comprador de pagar el precio"...
¿En qué consiste A? Y bien, a título de ejemplos podemos ci-
tar los siguientes, en los que no dándose A, el comprador no
está obligado a pagar actualmente el precio: si su obligación
es a plazo (aún no vencido), o si se encuentra en condiciones
de oponer la exceptio non adimpleti contractus. Del mismo
modo podemos decir que el vendedor no estará obligado a
entregar la cosa si ésta se pierde por caso fortuito (porque
imposibilia nulla est obligatio), pero dada la hipótesis de
que hubiera asumido el caso fortuito, en el supuesto de pér-
dida estará obligado a otra prestación... etcétera.
b) No creeríamos necesario insistir demostrando que
también se da el segundo extremo de la norma, esto es, la
consecuencia jurídica (lo que debe ser) ya que ello aparece
370 § 2 1 . El c o n t e n i d o del c o n t r a t o
1
Comp.: Ferri, La automomía privada, pág. 33 y sigts.
2
Muy lejos de nuestro ánimo el entrar a un examen de la estructura de la nor-
ma, sobre la cual se han escrito brillantes páginas a las que remitimos. Concebi-
mos la norma según la fórmula "Dado A debe ser B, dado no B debe ser S"
siguiendo las enseñanzas de Cossio {La teoría egológica del derecho y el concepto
jurídico de libertad, pág. 300 y sigts.). Pero recordamos:
aj El uso de la cópula del "deber ser" no es pacífico, e incluso por algunos ha si-
do acusado de conducir a un pesimismo jurídico al presentar al Derecho como si
únicamente otorgara como positivo el estar libre de imposiciones, y poniéndose de
relieve que un sistema de normas puede ser expuesto sin acudir al deber ser, for-
mulándose las proposiciones con un lenguaje de "poder ser"; con ello se lograría
reemplazar la árida ética kantiana del imperativo categórico, por otra amable de
una permisión categórica; pero todavía es posible otro lenguaje, donde se acuda al
giro "estar prohibido" , con el cual se obtendría una ética aun más dura que la kan-
tiana. Sobre estas variantes: Ulrich Klug, Problemas de filosofía del derecho, tra-
ducción de E. Garzón Valdéz, Ed. Sur, Bs. As., 1966, pág. 30 y sigts.
b) La formulación que elegimos contiene dos extremos, de los cuales el primero
(Dado A debe ser B) constituye la endonorma, y el segundo (Dado no B debe ser S)
la perinorma que prevé la sanción para el caso de incumplimiento. Frente a esa es-
tructura disyuntiva propuesta por Cossio, prefieren otros la formulación simple-
mente hipotética, considerando, ya al modo de Kelsen que v e r d a d e r a n o r m a
jurídica es sólo la primaria (esto es la perinorma de Cossio), o bien que basta con la
endonorma, pues no constituye un requisito del Derecho la coercibilídad (Comp.:
Goldschmidt, W., Introducción al derecho, n9 250). Pero, según lo que exponemos
en el texto, a nosotros nos parece que —por lo menos para las normas contractua-
les— es esencial la coercibilidad.
c) Aun prescindiendo de la construcción disyuntiva de la norma, y suponiendo
que tanto la endonorma como la perinorma sean normas per se, en formulación
meramente hipotética, cabe preguntarse si el enunciado de las generales es tras-
ladable a las individuales. A estar a Rupert Schreiber (Lógica del derecho, trad.
de E. Garzón Valdéz, Ed. Sur., Bs. As., 1967, pág. 40 y sigts.) la estructura de las
proposiciones normativas individuales, sería distinta a la de las generales, pues
para las decisiones jurídicas da la fórmula N [R (a, b, p)\ donde sólo enuncia lo
debido, mientras que para una norma como la del art. 812 B. G. B., presenta la de
(G (x, y, v) A T N [G (x, y, v)]\ -> N [D (y, x, v)] donde introduce la conexión entre
el supuesto de hecho y lo debido (consecuencia jurídica).
§ 2 1 . El c o n t e n i d o del c o n t r a t o 371
2. Destinatarios
Pues las contractuales son endonormas individuales, des-
tinatarios directos de ellas son las partes sustanciales, las
únicas respecto a las cuales la realización del supuesto de
Según Goldschmidt (op. cit., n 9 246) la norma general se ajusta al esquema "si
es a, debe ser b", en tanto que la norma con antecedente individual sigue la fórmu-
la "como a es o ha sido, debe ser b", con lo que se quiere significar que en la prime-
ra el antecedente es una hipótesis, y en la segunda un hecho cierto; pensamos que
la endonorma contractual no se ajusta necesariamente al segundo esquema, por-
que su antecedente no se reduce al solo hecho cierto de haber contratado, y abarca
—según señalamos en el texto—, hechos futuros con valor de hipótesis.
d) De lo expuesto, se advertirá que distinguimos entre la norma de la ley que
tutela la autonomía privada, y la norma fruto de la autonomía. La endonorma de
la primera norma dirá: "Dado el contrato debe ser el respeto de lo contratado" (art.
1197), al modo que la Constitución prescribe que dada la ley debe ser su respeto; la
endonorma de la segunda norma describirá en cambio cuál es la conducta que se
busca alcanzar con el contrato. La fórmula con la que Schreiber (op. cit., págs.
46/7) describe la "estructura lógica de las normas que subyacen a las pretensiones
contractuales" prescinde de esa distinción, viniendo a reducir el contrato a mero
supuesto de hecho, y desconociendo, por ende, su naturaleza normativa que hemos
defendido en §1, IV, y §5, II, 3.
e) Cabe subrayar que las diversas fórmulas con que se representan las proposi-
ciones jurídicas son esquemáticas. P a r a una visión más completa, habría que tener
en cuenta o con Goldschmidt que tanto el tipo legal (supuesto de hecho) como la
consecuencia presentan características positivas y negativas {op. cit., n 9 237), o
mantener con Schreiber (op. cit., pág. 47) al lado de la fórmula fundamental, pro-
posiciones adicionales.
f) Siguiendo la terminología civilística, distingamos, dentro de la endonorma, el
supuesto de hecho de la consecuencia jurídica. No sin cierta razón Capella (El de-
recho como lenguaje, pág. 56, §8, n. 13) critica la expresión "supuesto de hecho" y
sus equivalentes alemán (Tatbestand) y anglosajón (operative facts) que presentan
una ambigüedad, pues no se sabe si con ellos se denotan hechos reales o una enti-
dad lingüística. Capella prefiere hablar de "condiciones de aplicación" para aludir
a la entidad lingüística, y usar para los hechos reales perífrasis como "el hecho que
satisface la descripción que figura como condición de aplicación de la norma". Por
lo demás, señalamos que la distinción entre supuesto de hecho y consecuencia jurí-
dica que verificamos en la endonorma, puede repetirse para la perinorma.
372 § 2 1 . E l c o n t e n i d o del c o n t r a t o
3
Un examen a fondo de la problemática, escapa a los alcances de esta obra. El
tema ha sido tratado en profundidad por Cataudella (Sul contenuto del contratto)
quien llega a conclusiones distintas a las que propiciamos en el texto. Pero cabe
hacer notar que este autor parte de una concepción del contrato que no es la nor-
mativa a la que nosotros hemos adherido (supra, §1, IV); por ello tiene buen cuida-
do, por lo menos respecto a una de las objeciones que formula contra la concepción
amplia del contenido, de recordar que ella no vale "para quien considere el negocio
como verdadera y propia norma" (pág. 111).
La expresión "cláusula de estilo" es ambigua. Como enseña J.C. Rezzónico
("La cláusula de estilo en los contratos y otros actos jurídicos" en Revista Notarial,
n s 902, pág. 199): "Una primera suma arroja como resultado la inexistencia de una
noción homogénea, y si la expresión es comente, su significado es equívoco pudien-
do atribuírsele varios sentidos". Inspirándonos en la ilustrada exposición de este
jurista, el único carácter constante de todas las cláusulas calificadas "de estilo" (en
los variados sentidos que se da a la denominación) es el de su repetitividad en los
distintos actos de la misma clase. Pensamos que una cláusula que se repite cons-
tantemente, tan puede ser preciosa, como sobreabundante, como inválida, pero,
por las razones que luego damos en el texto, no excluimos, a priori, a ninguna del
contenido contractual y ni siquiera a las inválidas, partiendo de la base de que pri-
§ 2 1 . E l c o n t e n i d o del c o n t r a t o 373
II. Distribución
1. Preámbulo
Se redacta en primer lugar un preámbulo. Así v.g.: un
contrato de locación se encabeza diciendo: "Entre Primus
que en adelante se llamará el locador, y Secundus que en lo
sucesivo se denominará el locatario, se ha convenido... etc.".
En frases de esa índole es visible el paralelismo con fórmu-
las como la de "El Senado y la Cámara de Diputados sancio-
nan con fuerza de ley... ".
El preámbulo puede ser más o menos extenso, llegando a
abarcar, v.g.: la descripción de una serie de hechos necesa-
rios o útiles para la mejor inteligencia de un contrato, al mo-
do, v.g.: de los Vistos, Resultas, Considerandos, de u n a
sentencia, de un Decreto, etc. Frente a la tendencia que
existe en muchos prácticos del Derecho a recoger para la re-
dacción de los contratos fórmulas estereotipadas (siguiendo
la ley de la comodidad y del mínimo esfuerzo) nos permiti-
mos recomendar el uso de estos preámbulos con generosi-
dad, que permiten introducir las particularidades del caso, y
volcar la vida en las fórmulas, cristalizándola para el evento
de una posible contienda judicial. 6
La redacción del contrato continúa con cláusulas que se
enuncian como Primera, Segunda, Tercera, etc., y culmina
generalmente todo con una frase de cierre que recuerda al
artículo "de forma" de las leyes. De entre estas frases, la
más común es la que alude al número de ejemplares, y que
presenta la gran utilidad de servir de prueba del cumpli-
miento del escrito requerido por la ley.
6
Años atrás, leímos un interesante estudio sobre la redacción de los contratos,
que, si la memoria no nos engaña, emanaba de la pluma de L. M. Rezzónico. La-
mentablemente, hemos extraviado el ejemplar de la revista que lo contenía. Pero
vaya esta cita trunca como un homenaje a todos aquellos que de un modo u otro
contribuyeron a nuestra formación.
376 §21. El contenido del contrato
III. Referencias
1. A los sujetos
Una referencia a las partes. Con ello no queremos signifi-
car que sea necesario incluir una frase como la que hemos
señalado como usual en el preámbulo "Entre Primus... y Se-
cundus...", sino simplemente que surja del contrato quiénes
son los sujetos del mismo, y cuál es la posición que cada uno
asume.
Es en particular necesaria una reflexión sobre esto, te-
niendo en cuenta las diversas maneras en que puede hacer-
se referencia al sujeto. No es lo mismo que quien habla diga
"compro", a que diga "compro en nombre de Juan", o que ex-
prese "dice J u a n que compra". Cada una de estas expresio-
nes (o giros equivalentes) tiene su precisa significación: en
el primer caso ("compro") la parte formal entiende asumir la
posición de p a r t e sustancial; en el segundo ("compro en
nombre de Juan"), la parte formal atribuye a otro el papel
de parte sustancial; y en el tercero ("dice J u a n que com-
pra"), se trata en realidad de la transmisión de un mensaje
emanado de la parte formal sustancial ("dice J u a n que él
compra") o de la parte únicamente formal ("dice J u a n que
compra en nombre de Pedro").
Cuando a tenor de los términos empleados sea dudoso el
sentido de la referencia, habrá que aplicar para la interpre-
tación la doctrina del artículo 1940.
§21. El contenido del contrato 377
2. Al objeto
Una referencia al objeto: Así v.g., puede hacerse referen-
cia al objeto como existente, o de existencia dudosa, o como
algo que va a existir en el futuro, y ya hemos señalado (en
§14, III) las distintas consecuencias que de ello se derivan.
La referencia, en su caso, puede versar también sobre la re-
lación sujeto objeto, según que se hable del objeto como pro-
pio, o como ajeno (supra, §15, II y ss.), entendiendo que la
suidad o alienidad se predica respecto a la parte sustancial.
3. La preordenación contractual
El Derecho positivo, a través de la legislación supletoria,
sugiere modelos de ordenación contractual.
Los contratos preordenados por una de las partes {supra,
§5, X, 5) se apartan de ese modelo.
El ejercicio del poder normativo contractual al excluir las
previsiones de la lex supletoria abre la posibilidad de que se
vuelquen en el contenido contractual cláusulas a las que deno-
minaremos "preocupantes" porque son susceptibles de de-
sembocar en las que la doctrina identifica con diversos
§ 2 1 . El c o n t e n i d o del c o n t r a t o 379
7
Stiglitz-Stiglitz, Derechos y defensa del consumidor, pág. 233.
8
Fariña, Defensa del consumidor y del usuario, pág. 284.
9
Sobre esto:
1. Según el Proyecto de 1987, art. 1157: "En los contratos con cláusulas predis-
puestas por una de las partes o que hagan referencia a condiciones generales, que
la otra parte estuvo precisada a celebrar, se tendrán por no convenidas: 1) Las
cláusulas que desnaturalicen las obligaciones, limiten la responsabilidad del pre-
disponente por daños corporales, o la limiten por daños materiales sin una adecua-
da equivalencia económica. 2) Las cláusulas que importen renuncia o restricción a
sus derechos, o amplíen derechos del predisponente que resulten de normas suple-
torias, salvo en ambos casos, que conforme a las circunstancias haya conocido o
usando la debida diligencia haya debido conocer estas cláusulas antes de concluir
el contrato, y las haya aprobado expresa y especialmente por escrito. La redacción
deberá ser hecha en idioma nacional, y ser completa, clara y fácilmente legible."
2. El Proyecto de 1993, art. 1157, se inspira en la letra del de 1987, a la que in-
troduce algunas modificaciones, de entre las cuales, destacamos: a) Suprime la ex-
presión "que estuvo precisada a celebrar", con lo cual emancipa (correctamente a
nuestro entender) el tema de los contratos predispuestos del de los contratos de ad-
hesión; b) En lugar de "desnaturalicen las obligaciones" habla de "desnaturalicen
la finalidad del contrato", formulación más adecuada, pues abarca el complejo del
contenido contractual; c) No exige que la redacción sea en idioma nacional.
3. El Proyecto de la comisión designada por decreto 468/92, en nota a su art. 870,
380 §21. El contenido del contrato
dice seguir al Proyecto de 1987 salvo "en lo atinente a las cláusulas exonerativas o
limitativas de responsabilidad" pero, confrontado el texto que presenta se advierte
otra diferencia de importancia, pues en lugar de la expresión "que estuvo precisada
a celebrar" pone "o sean concluidos por adhesión" con lo cual (nótese el "o") emanci-
pa también el concepto de contrato de adhesión, sujetándolo, sí, a las mismas re-
glas que la de los contratos preordenados.
§ 2 1 . E l c o n t e n i d o del c o n t r a t o 381
10
Comp.: los desarrollos, en España, de Federico de Castro y Bravo, en Las
condiciones generales de los contratos y la eficacia de las leyes (Publicaciones del
Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, ADC 1961), págs. 334/5, y los de Manuel
Amorós Guardiola, Las limitaciones de la autonomía de la voluntad según el pen-
samiento de Federico de Castro (en ADC 1983), págs. 1142/3.
382 §21. El contenido del contrato
§22. La c a u s a
I. Generalidades
1
Quiles, I., Introducción a la Filosofía, n2 124 y sigts.
2
Generalmente, al hablar de "causa" se piensa en nuestro Derecho en el proble-
ma que plantean los artículos 499 a 502, entrándose en disquisiciones sobre la cau-
sa fuente, la causa fin, y la causa-ocasional, refiriéndolo todo a las obligaciones.
Claro está que el tema es mucho más amplio, pues también se habla, por ejemplo,
de la causa de las disposiciones testamentarias, de la causa del pago, y de la rela-
ción de causalidad en los actos ilícitos. Para nuestro Derecho, la bibliografía es am-
plísima. Permítasenos por lo menos citar las siguientes obras: Gorostiaga, N., La
causa en las obligaciones; Lafaille, H., (curso de investigación a cargo de), La causa
de las obligaciones en el Código Civil y en la reforma; Bruera, J. J., El concepto filo-
sófico jurídico de causalidad; Fragueiro, A., De las causas del derecho; Videla Esca-
lada, F., La causa final en el derecho civil. De entre los estudios incluidos en las
obras generales, es prácticamente exhaustivo el que se contiene en Busso, Código
Civil Anotado, a propósito de los arts. 499 a 502. Entre los innumerables artículos
384 §22. L a c a u s a
4. Nuestra opinión
Sirva lo expuesto para explicar nuestra posición en el te-
ma de la causa, y especialmente en cuanto a la lucha entre
causalistas y anticausalistas:
a) Estamos con los causalistas en cuanto sostienen la utili-
dad (y diríamos la necesidad lógica) del concepto de causa.
Pero mientras éstos sólo se ocupan de la causa de algunos fe-
nómenos, y con referencia a la obligación sólo inquieren por
la causa fuente, la causa final y la ocasional, nosotros enten-
demos que el tema abarca todos los fenómenos, y que las
causas particulares pueden ser tantas que su estudio desbor-
de todas las clasificaciones conocidas. En síntesis, como todo
puede ser "causa" de algo (en cuanto razón explicativa) cada
vez que encontremos la palabra "causa" en algún artículo del
4
Comp.: Ghestin, Le contrat, n 9 659, quien opone lo "inmediato" a lo "alejado".
388 §22. La causa
5
Comp.: Gorla, El contrato, I, pág. 309.
§22. La causa 389
5. Las corrientes
Expuesta de este modo nuestra opinión (ni causalismo ni
anticausalismo, sino interpretación de lo que en cada caso la
ley ha querido decir con la palabra "causa") correspondería
que pasáramos a examinar algunos de los textos más discu-
tidos. A ello dedicaremos el párrafo siguiente... Pero antes,
para que se comprenda mejor el sentido de lo que expondre-
mos, haremos —en los apartados que siguen— un breve re-
sumen de algunas corrientes dominantes en la doctrina
comparada sobre el tema.
1. Los textos
Los juristas franceses se encuentran con textos de su Có-
digo que hablan sobre la causa. Según el art. 1108 del Códi-
go Napoleón, hacen falta cuatro condiciones esenciales para
la validez de una convención: el consentimiento, la capaci-
dad, un objeto y "una causa lícita en la obligación".
A. A ello se agrega la preceptiva de tres artículos específi-
cos, a saber:
a) Art. 1131: "La obligación sin causa, o sobre una falsa
causa, o sobre una causa ilícita, no puede tener ningún efecto.
b) Art. 1132: "La convención no es menos válida, porque
la causa no esté expresada".
c) Art 1133: "La causa es ilícita cuando es prohibida por la
ley, cuando es contraria a las buenas costumbres o al orden
público.
6
De la extensa bibliografía sobre el tema, nos limitaremos a citar a: Capitant,
De la causa de las obligaciones; Dabin, La teoría de la causa; Rieg, Le role de la vo-
lonté; Bonnecasse, J., Supplement, II, n s 545 y sigts.; y Josserand, Los móviles en
los actos jurídicos de derecho privado.
390 §22. La causa
2. El causalismo objetivo
Para el causalismo objetivo, corresponde distinguir entre
la causa fuente, la causa fin y la causa ocasional.
Es causa fuente o eficiente de la obligación el hecho gene-
rador de la misma: un contrato, un delito, etc. En este tema
de la causa fuente de la obligación no existen discrepancias
fundamentales entre los autores; causalistas objetivos, cau-
salistas subjetivos y anticausalistas se hermanan todos pa-
ra exclamar que la causa fuente es el hecho generador de la
obligación. Por ello, dejamos consignado el concepto, a título
de indiscutido 7 y seguimos adelante.
Para el causalismo objetivo, sólo la causa fin merece el
nombre de causa y tiene influencia en las regulaciones jurí-
dicas. En cambio, la causa ocasional es llamada simplemen-
te "motivo" y calificada de irrelevante para el Derecho:
a) La "causa" íes decir la causa fin) es el "fin abstracto, in-
mediato rigurosamente idéntico en todos los actos jurídicos
correspondientes a una misma categoría, que persiguen fa-
talmente el autor o los autores de un acto jurídico determi-
nado". 8
Al ser estimada la causa como el fin que persigue el autor
de un acto, pareciera tener una tonalidad psicológica y sub-
jetiva. Pero en definitiva, al concebírselo como siempre idén-
7
Claro está que según la concepción normativa (supra, §1, IV y §5, II, 3) que de-
fendemos, el contrato sólo sería fuente mediata de la obligación.
8
Bonnecasse, op. cit., n- 613.
392 §22. La causa
3. La crítica anticausalista
Esta concepción "objetiva" de la causa que hemos tratado
de presentar en su forma más descarnada, debía ser fácil
presa para la crítica anticausalista, la cual sin embargo en
su apasionamiento incurrió en exageraciones, por lo que no
podemos compartir todas sus afirmaciones.
a) La doctrina causalista objetiva presenta por de pronto
un flanco débil para la crítica. Si la causa es siempre la mis-
Destacamos:
1. Doctrina alemana
Los alemanes examinan la causa a propósito del tema de
las atribuciones patrimoniales abstractas, del que nos he-
mos ocupado en §5, X, l. 1 1
Todas las declaraciones de voluntad se realizan con miras
a un fin, el que está constituido por la consecuencia jurídica
inmediata que se produce con la declaración. Del mismo mo-
do que en el mundo de la naturaleza una causa tiene su
efecto, y éste es causa de nuevos efectos en una serie que
puede postularse indefinida, así, en el mundo de la volun-
tad, la declaración es medio para un fin, el que puede a su
turno ser medio para otro ulterior, y así sucesivamente, en
un encadenamiento teleológico.
Hay declaraciones de voluntad que son valoradas por el
Derecho considerándose el fin inmediato, porque encuen-
tran su plenitud en la consecuencia jurídica inmediata. Tal
lo que acontece con el matrimonio, cuyo fin es la constitu-
ción de la relación jurídica matrimonial. 1 2
Pero en el caso de las atribuciones patrimoniales, al fin
inmediato se agrega un fin ulterior que se obtiene emplean-
11
Así: Enneccerus-Nipperdey, Parte General, §139; Lehmann, Parte General,
§ 25, III; Von Tuhr, Derecho civil-Teoría general, § 72.
12
Enneccerus-Nipperdey, Parte General, §139, a quienes seguimos en lo funda-
mental de esta exposición.
396 §22. La causa
13
De entre las diversas exposiciones que en las literaturas española e italiana
han examinado el tema de la causa, nos parece útil llamar la atención sobre las
siguientes: 1) Vicente Espert Sanz (español) en La frustración del fin del contrato,
dedica el cap. IV (págs. 95 a 117) a t r a t a r el problema de la causa. Es particular-
mente interesante la referencia que trae sobre la opinión de Diez Picazo quien par-
te de la equivocidad del concepto de causa, y estima que deben mantenerse como
cosas distintas la causa de la atribución (que es el problema estudiado por el Dere-
cho alemán), la causa de la obligación (en el que examina el tema de la causa fuen-
te), y la causa del negocio (en el que todavía considera dos problemas, el de la
causa como función del negocio, y el de la causa como propósito común); 2) Núñez
Lagos (español), en una excelente monografía (Causa de la traditio y Causa de la
obligatio, en Rev. Crítica de Derecho Inmobiliario, mayo-junio de 1969), hace suya
la opinión de Traviesas, quien a su vez cita a Lomonaco (italiano), y éste a un filó-
sofo inglés, observando (Traviesas) que "la voz traducida por causa en las lenguas
modernas, no tiene menos de 64 significados diversos en las obras de Platón y de
48 en las de Aristóteles"; Núñez Lagos distingue en las obligaciones la causa obje-
tiva, legal (causa eficiente) y la causa subjetiva voluntaria (causa final), las que
aparecen en la historia o como causa justificante, o como causa habilitante. Todo
su estudio está escrito bajo la preocupación de la plurisignificación del vocablo, se-
ñalando como fuente de confusiones el no distinguir entre la causa próxima de la
traditio y la causa remota (o causa de la obligación) la necesidad de conceptualizar
por un lado la causa objetiva, y el problema que plantea la causa expresa. 3) Mes-
sineo (italiano) en su obra Manual de Derecho Civil y Comercial, que ha tenido y
tendrá una profunda influencia en nuestra literatura, constituyendo hoy un autor
de consulta inexcusable, presenta una exposición sobre la causa (§38) donde se re-
vela la influencia del modo germánico. Distingue entre la causa y el motivo. El mo-
tivo es una representación y, por lo tanto un hecho subjetivo, en tanto que la causa
es un elemento objetivo. Al hablar de la causa, en cuanto elemento objetivo, distin-
gue entre la causa función, la causa resultado, y la causa finalidad, y es a ésta a la
que le da particular valor, en sus direcciones de causa credendi (o adquirendi),
causa donandi, y causa solvendi, es decir, como causa de la atribución en el sentido
398 §22. La causa
3. Derecho angloamericano
El Derecho inglés, y el norteamericano en los Estados
Unidos, allí donde rige el sistema del Common Law, presen-
tan sus peculiaridades en el tema de la causa.
El pacto nudo no obliga. Es necesario que el consentimien-
to se recubra con un vestimentum. El Derecho anglosajón
aparte de algunos pactos vestidos que valen por razones pro-
pias, otorga a los contratantes dos esquemas generales den-
tro de los cuales pueden celebrar los más variados contratos:
a) El primer esquema es el del deed. Cualquier contenido
lícito se vuelve obligatorio si se encuentra revestido de la
forma de un deed. La forma constituye la "causa" del acto, y
a los contratos así celebrados se los denomina under seal
(bajo sello).
El deed se caracteriza por ser un acto escrito, firmado, se-
llado y entregado al acreedor. 14
b) El segundo esquema es el del contrato by parol.
By parol o contrato oral, es todo negocio que no se encuen-
tra envuelto por la forma del deed. Con esto queda dicho que
también es by parol el contrato celebrado por escrito si no se
encuentra en la forma del deed.
Para que el contrato by parol sea exigible, es preciso que
tenga una consideration que constituya soporte suficiente
de la promesa, y que en líneas generales puede ser definida
como un sacrificio de la otra parte. 1 5
El Derecho anglosajón aparece así exigiendo como causa
de la promesa, o una forma determinada (el deed), o una
contrapartida (la consideration).
I. Generalidades
1. Las doctrinas
Sostienen unos que los cuatro artículos legislan sobre cau-
sa-fuente, quieren otros que sólo el primero hable de causa-
fuente y los tres siguientes de causa-fin, y no ha faltado
quien enseñara que los cuatro legislaban sobre causa-fin,
pero esta última opinión no ha tenido seguidores. 1
Como no son esos los únicos textos que hablan de la cau-
sa, las disputas se reabren cada vez que aparece la mágica
palabra "causa", y se hace así una cuestión de principio el
definirse y precisar en cuáles de los sentidos posibles se en-
cuentra empleado el vocablo. La disputa no deja de tener en
ciertos momentos algo de estéril, sea porque se llegue a la
misma conclusión adoptando el concepto de causa-fuente o
el de causa-fin, sea porque recurriendo a otras instituciones
se alcance idéntica solución concreta de justicia.
Por nuestra parte, no adoptaremos ninguna de estas doc-
trinas, y fieles a nuestro punto de partida, sostendremos que
en cada caso debe examinarse cuál es el problema concreto
que se ha tratado de resolver por la ley. Y no nos extrañare-
mos si en un determinado texto se resuelven simultánea-
mente cuestiones de causa-fuente, y de causa-fin. 2
1
La sostuvo Llerena, según lo advierten Salvat (Obligaciones, n9 34, n. 31) y
Llambías (Obligaciones, n 9 35, n. 75).
2
Según señalamos en el texto, hay autores que piensan que en todos los artícu-
los, y especialmente del 499 al 502, el Código sólo legisla sobre causa-fuente. Dada
la posición que adoptamos, que gira en torno a la plurisignificación de la palabra,
conviene que señalemos los argumentos de esa tesis, indicando las razones por las
400 §23. A l g u n o s t e x t o s del Código e n m a t e r i a d e c a u s a
2. Vocabulario
Pero en un tema tan nebulósico y, sin embargo, tan vital
como éste, comencemos por explicar con qué alcance utiliza-
remos cada uno de los términos:
a) Causa-fuente. Es el antecedente que explica un conse-
cuente. En el mundo de la naturaleza, todo tiene su causa,
menos de difícil réplica: ¿qué significa causa ilícita en el art. 502? Los que afirman
que sólo se trata de la causa fuente, leen en lugar de "ilícita", "ilegítima". No somos
nosotros de los que se apegan demasiado a las palabras de la ley, pero precisamen-
te por eso, en búsqueda de su espíritu, es que damos a la palabra "causa" la elasti-
cidad de la historia y del lenguaje.
402 §23. Algunos textos del Código en materia de causa
Fragali en Commentario, pág. 321, observa que es necesario ver: "si la causa
lógicamente idónea para concretar el acto, es igualmente idónea para determinar
la tutela de la ley". No toda causa lógica tiene en sustancia, "valor de causa jurídica".
4
Lafaille, Obligaciones, n° 36.
§23. Algunos textos del Código en materia de causa 403
1. "Obligación"
La palabra obligación no puede haber sido utilizada en el
sentido técnico de vinculum juris. La ley supone que hay
obligaciones que expresan y otras que no expresan su causa,
pero esta clasificación no es posible respecto al vinculum,
pues todas las obligaciones si algo expresan, dicen siempre
lo mismo: Primus debe dar algo a (o hacer o no hacer algo
para) Secundus.
La expresión o no expresión sólo se concibe en las declara-
ciones h u m a n a s que enuncian u n a obligación. Es preciso
leer la palabra "obligación" en el art. 500 como refiriéndose
a cualquier otra cosa que no sea la "obligación".
§23. A l g u n o s t e x t o s del Código e n m a t e r i a de c a u s a 405
5
Comp.: Baudry Lacantinerie et Barde, Des obligations, n2 317. Para Demolom-
be (Cours, XXIV, rr 363), se trata del acto o billete o instrumentum; según Colmet
de Santerre (en Cours analytique de Demante, V, n9 48) del acto que prueba el con-
trato; para Baudry Lacantinerie et Barde (op. cit., n° 318), del escrito que constata
la obligación.
406 §23. A l g u n o s t e x t o s del Código e n m a t e r i a de c a u s a
2. "Causa"
Y tenemos como segunda palabra enigmática, la de "cau-
sa". A nosotros nos parece que ubicarnos tanto dentro de la
teoría de la causa-fuente, como de la causa-fin, implicaría
mutilar la riqueza del art. 500.
La teoría de la causa-fin tiene a nuestro modo de ver ra-
zón en este aspecto: el art. 500 sólo juega a propósito de
declaraciones, y lo primero no expresado puede ser la cau-
sa-fin de ella. Así, por ejemplo, cabe preguntarse si se de-
claró para reconocer u n a obligación preexistente, o para
crear una obligación nueva.
Pero supongamos que se haya dicho: "Reconozco deber
$ 1.000 a Ticio". Ya se ha expresado que la causa-fin de la
declaración es el reconocimiento, pero no se ha dicho todo lo
que podía decirse pues todavía cabe preguntarse por la cau-
sa-fuente de esa obligación, ya que lo "debido" puede ser a
título de indemnización por acto ilícito, por gestión de nego-
cios, o en virtud de un contrato, etc. Prescindiendo del pro-
blema que plantea el art. 722 y que examinaremos más
adelante, basta con señalar que lo no expresado aquí sería
6
En cuanto a la forma de la declaración, sostienen unos que debe ser hecha por
escrito (así: Llambías, Obligaciones, n? 37) y otros piensan que basta con una oral,
reserva hecha de la regla del art. 1193 (comp,: Busso, Código Civil Anotado, sobre
el art. 500, n° 408; Salvat, Obligaciones, n° 37). Nosotros pensamos que estando in-
diferenciada la causa, debe observarse la forma más rigurosa, apta para abarcar
cualquier tipo de causa, pues lo que el art. 500 permite es no enunciarla y nunca
eludir a través de la no enunciación de ella, las reglas sobre la forma. De allí que si
la obligación consignada es de dar una suma de dinero, o cosas muebles, aunque
sea inferior a la tasa del art. 1193 (ejemplo hoy de gabinete, pues la inflación ha
llevado dicha tasa a cero), deberá verificarse la declaración por escrito a fin de res-
petar la norma del art. 1813, y si fuere de inmuebles, o de prestaciones periódicas
o vitalicias, sería de rigor la escritura pública (art. 1810). El que sólo exhibiera un
instrumento privado que dijera: "El día tal entregaré el inmueble X", no quedaría
dispensado de acreditar una causa suficiente apta para excluir la idea de donación,
como sería, por ejemplo, la prueba de su dominio para acreditar que la obligación
es de restituir.
§23. Algunos textos del Código en m a t e r i a de c a u s a 407
7
Un examen de estos tres sistemas en: La causa de las obligaciones en el Códi-
go Civil y en la Reforma. Curso de investigación, a cargo de Lafaille, pág. 216.
408 §23. Algunos textos del Código en materia de causa
V. El artículo 502
1. El título
El título constituye una causa-fuente necesaria para la
mutación real. Cuando dicha causa está constituida por un
contrato creditorio consensual, sólo constituye una causa-
fuente remota, porque todavía hace falta el modo; se predi-
ca entonces de él que es una causa praecedens. Pero a veces
el título y el modo se fusionan en una unidad de sentido, de
tal modo que la entrega reconoce su causa in continenti en
el negocio total, como acontece cuando así lo dispone la ley
(contratos reales), o cuando de hecho las partes acuden a la
entrega como modo de manifestar el consentimiento (con-
tratos manuales). Otras, en fin, la ley renuncia a la teoría
del título y el modo, bastando con el consentimiento para
que nazca el derecho real (convención hipotecaria, reserva
de lo que luego se dirá sobre la inscripción).
Cuando se trata de bienes inmuebles, la ley exige una for-
ma determinada para el título (doctrina del art. 1184, inc.
2. El modo
Nuestro Código ha elegido como modo a la tradición; para
los automotores, el modo es la inscripción.
Cuando el título actúa como causa fuente remota de la
adquisición, el modo es causa fuente inmediata de la misma;
en tal hipótesis la tradición, como negocio atributivo de
cumplimiento, tiene su causa fin, en el título, pues se cum-
ple solvendi causa, es decir para extinguir la obligación
creada por el título. Pero cuando título y modo se fusionan
en un negocio único, ya no cabe hablar de esas relaciones: ni
hay causa-remota y causa-inmediata del derecho real, sino
una única causa eficiente; ni cabe decir que el título es la
causa final de la entrega, pues antes de la entrega no hay tí-
tulo, y después de ella ya no hay obligatio; la entrega se ha
convertido en una causa formal del negocio único, 11 y en él
encuentra su causa-fin in continenti.
3. La inscripción declarativa
Para las mutaciones reales inmobiliarias, es preciso añadir
la inscripción, a los fines de la oponibilidad erga omnes de la
11
Adviértase que decimos "entrega" y no "tradición". La tradición se compone
de acuerdo y entrega, pues el solo acuerdo no basta (art. 2378) y son necesarios ac-
tos materiales (reserva hecha de las particularidades que ofrecen la traditio brevi
manu, la por constituto, y la por indicación). Pero cuando título y modo se fusio-
nan, ya no es necesario distinguir entre el "acuerdo" del título y el de la tradición,
pues se da un único consentimiento que domina todo el negocio.
412 §23. Algunos textos del Código en materia de causa
I. Generalidades
II. La buena fe
1
Hemos comentado el art. 3 del Cód. Civ., después de la reforma, en "Irretroac-
tividad de las leyes", en La Ley del 11 de agosto de 1969.
§24. Las circunstancias del contrato 415
3
Benatti, La responsabilitá precontrattuale, pág. 42.
4
Benatti, op. cit., pág. 43.
§24. Las circunstancias del contrato 417
2. Otras hipótesis
A veces, la determinación de las consecuencias jurídicas
depende de la existencia de buena fe en el sujeto, entendida
como la convicción de actuar rectamente, y reposando en
una ignorancia o en un error, respecto al real estado de las
cosas. El papel del error resulta así proteiforme, pues cuan-
do alcanza las características legales, en ciertos casos con-
duce a que quien lo h a sufrido fsupra, §17, II) se vea
protegido con la anulación del acto, y en otros, de él depende
que el acto alcance efectos para los cuales, a falta de él, se-
ría impotente.
Los casos de esta última índole, en los que el Derecho rin-
de un tributo protector de la buena fe, y sancionatorio de la
mala fe, son variadísimos, encontrándose tanto en el régi-
men de las relaciones inter partes, como en el de los efectos
respecto de terceros. Nos limitaremos a algunas ejamplifica-
ciones:
a) ínter partes: la nulidad absoluta no puede alegarse por
el que ha ejecutado el acto "sabiendo o debiendo saber el vi-
cio que lo invalidaba" (art. 1047); en las reglas generales
que rigen la contratación sobre cosas ajenas, litigiosas, pig-
noradas, hipotecadas, o embargadas se establecen regíme-
nes distintos en atención a la buena o mala fe de las partes
(supra, §15, V, 2 y VI), como se hace una distinción en mate-
ria de venta de cosa ajena (art. 1329), y de venta por el con-
dómino (art. 1331); no es idéntica la responsabilidad del
cedente de mala fe a la del de buena fe (arts. 1476 y ss.), y el
donante de mala fe asume la responsabilidad por evicción
(arts. 2146, inc. 2, y 2147), etcétera.
6
Ghiron, en Commentario, sobre el art. 1375 italiano.
§24. Las circunstancias del contrato 419
§25. La interpretación
I. Concepto
1
Ross (Sobre el Derecho y la Justicia, pág. 130 n. 9) recuerda que este punto de
vista erróneo está difundido, habiendo inspirado un precepto en el Proyecto de Có-
digo Francés del año VII, siendo defendido por Levy Bruhl, y regido en diversas de-
cisiones de la Corte Internacional. Comp.: las críticas que Rieg (Le role de la
volonté, nq 369 y n. 15) dirige a las fórmulas de Larombiére y de Baudry Lacantine-
rie et Barde; Mazeaud-Mazeaud, Lecciones, II, 1, n s 344. Entre nosotros, tal crite-
rio i n s p i r a la exposición de S a l v a t (Fuentes, n- 299). C o r r e c t a m e n t e Spota,
(Tratado, I, 1, n- 163 in fine, y I, 3/6 n 9 1821, n. 353) critica la regla in claris non fit
interpretatio.
2
Hay que comenzar por conocer el idioma (el dialecto, el regionalismo). El tra-
ductor es ya un intérprete, y no sin razón se afirma que traduttore tradittore, pues
una traducción hecha sin cuidado implica una traición al pensamiento que se vierte.
422 §25. La interpretación
2. La necesidad de interpretar
Igualmente se ha sostenido que la necesidad de interpre-
tar cesa si el sentido de una manifestación no es discutido
por las partes. 3 Se advierte que esta afirmación no equivale
a la anteriormente descartada, pues lo no discutido puede
ser tanto lo claro, como lo oscuro o ambiguo.
A nosotros nos parece que ello —aunque en forma no tan
evidente— envuelve también un error.
Desde que el contrato existe, se independiza de las partes,
a las que gobierna como una ley. Las partes podrán aniqui-
larlo, pero no negar que alguna vez ha existido. Cuando no
discuten el sentido, es porque están de acuerdo en darle una
determinada interpretación, pero el acto de interpretar (que
puede traducirse en un convenio de determinación) es dis-
tinto del contrato mismo.
Ahora bien: si las partes no discuten el sentido de una
manifestación de voluntad, el juez debe recoger la interpre-
tación dada por ellas, aunque estuviera convencido de que
otro es el sentido real, y ello porque las partes son señoras
de sus derechos sustanciales, de tal modo que aun cuando lo
que presentaren de común acuerdo so color de interpreta-
ción fuera una modificación del contrato, el magistrado ten-
dría que acogerlo así como no podría rechazar (salvo las
limitaciones del orden público) los efectos de una transacción.
Entonces, pareciera que cesa la necesidad de interpretar.
Pero:
Por un lado, lo que cesaría sería la hermenéutica por el
juez porque interpretación habría habido, por las partes
(la llamada auténtica). Por el otro, siempre q u e d a r í a al
juez la misión de interpretar las manifestaciones de las par-
tes sobre la determinación que hicieran sobre el sentido del
contrato, a cuyos fines tendría que dirigir su mirada tam-
Sobre esto: Danz, La interpretación de los negocios jurídicos, §14, pág, 141.
§25. La interpretación 423
II. Materia
4
El ejemplo es de Larenz, recordado por Rieg (Le role de la volante, n s 385).Oert-
424 §25. La interpretación
mann (Introducían al Derecho Civil, pág. 227) trae uno análogo, referido a "coro-
nas" noruegas y austríacas.
§25. La interpretación 425
III. Objeto
1. La voluntad psicológica
Es absolutamente imposible conocer la voluntad psicológi-
ca de los contratantes. Según se ha dicho, "sólo Dios conoce
nuestras intenciones":
a) Comencemos por la meta más modesta: t r a t a r de cono-
cer la voluntad psicológica de uno solo de los contratantes.
Normalmente, cuando alguien quiere expresar algo, uti-
liza los medios adecuados para ello, y si tiene la interna
idea de una mesa, dice "mesa" y no "silla". De allí que un
observador, desandando el camino seguido, pueda a través
de la palabra empleada conocer el pensamiento interno. 5
Pero la verdad es que en este desandar el camino se tropie-
za con muchos inconvenientes, y lo más que puede afirmar-
0
Albaladejo, El negocio jurídico, n- 196.
426 §25. La interpretación
6
Comp.: la crítica a esta concepción en Ross, Sobre el Derecho y la Justicia,
pág. 114.
428 §25. La interpretación
3. Nuestra opinión
Descartadas las ilusiones de un extremo subjetivismo y
de un extremo objetivismo, todavía queda en las doctrinas
que navegan por una u otra agua una diferencia de perspec-
tiva, consistente en que unos toman un mayor número de
datos que los aproxime tanto como sea posible a la voluntad
psicológica, en tanto que otros seleccionan algunos en el in-
tento de encontrar, también dentro de lo posible, un sentido
según los usos del tráfico. 8
A nuestro entender, son los segundos los que están en lo
cierto. Para explicarnos, acudiremos a la fórmula de Perozzi
(que hemos examinado en §7, TV, 2) según la cual x = a + b.
Recuérdese que con "x" se alude al significado de la declara-
ción, con "a" al comportamiento, y con "b" a las circunstancias.
En dicha fórmula, bajo la letra b se han resumido todas
las circunstancias relevantes. El problema está en determi-
nar cuáles son esas circunstancias.
Podemos agruparlas en cuatro categorías que designare-
mos con los signos Z/l, Z/2, Z/3 y Z/4. Trataremos de deter-
El Código de Comercio trae la regla general del art. 220, pero éste a su turno
exige una interpretación. Ver: Siburu, Comentario, n9 891, Segovia, Explicación y
crítica del nuevo Código de Comercio, sobre el art. 220, notas 809 a 811.
8
Ross, Sobre el Derecho y la Justicia, pág. 118.
§25. La interpretación 429
1. Integración
Comencemos con la llamada "integración" del contrato.
A. Se entiende por tal la operación que consiste en añadir
a lo que las partes dijeron, otras reglas que no explicitaron
pero que resultan necesarias para la dilucidación del conflic-
to. Lo explícito del contrato se integra, se completa, por vía
de agregación, con otros datos que forman un todo a inter-
pretar.
Se habla de u n a autointegración y de u n a heterointe-
gración: 1 1
a) La autointegración opera dentro del contrato. Si las
cláusulas del mismo prevén determinadas situaciones y sur-
ge una imprevista, pero análoga, se razona (infra, aquí, sub
X) que debe tener una regulación similar (como en la analo-
gía legis); si incluso la analogía contractual resulta impoten-
te para dar respuesta, se obtiene la necesaria acudiendo a
los principios generales que informan el contrato (como en
la analogía iuris).
b) La heterointegración parte de fuera del contrato, ane-
xándole reglas que no pueden obtenerse por el solo examen
desde dentro del negocio, como son las derivadas de los usos,
la buena fe, las leyes supletorias e imperativas.
12
Decimos las "llamadas" cláusulas legales, porque esta denominación tiene
su equivocidad. No es lo mismo una lex supletoria que una imperativa. En el uso
de la doctrina suele aplicarse a ambos casos y, bien mirado, no conviene a ningu-
no de los dos. Cuando la cláusula deriva de una lex supletoria, la calificación de
"legal" debe hacerse sobreentendiendo que, en definitiva, lo que hay es una cláu-
sula contractual. Cuando, en cambio, nos encontramos con una regla emergente
de una lex imperativa, el calificativo de "legal" es apropiado, pero ¿lo es el sus-
tantivo "cláusula"?
434 §25. La interpretación
2. Interpretación integradora
Demostrado que la llamada "integración" no añade al con-
trato efectos que no estén previstos en su contenido según la
correcta interpretación del mismo, queda por establecer en
qué consiste la "interpretación integradora" y en qué se dis-
tingue de la "verdadera interpretación". Según Messineo 1 3
la interpretación integradora se encuentra disciplinada en
los arts. 1339 y 1340 del Código italiano de 1942:
a) Por el art. 1339 italiano "las cláusulas, los precios de
los bienes y de los servicios, impuestos por las leyes o por
las normas corporativas, son insertas de derecho en el con-
trato, aun en sustitución de las cláusulas discordes puestas
por las partes".
El texto se refiere a las normas imperativas. Según esto,
pareciera que la integración consistiera en añadir —aparte
del contrato— las leyes supletorias, mientras que la inter-
pretación integradora implicaría insertar como parte del
contrato a la legislación imperativa. Demostrado, sin em-
bargo, que también las leyes supletorias quedan insertas co-
mo parte del contrato, desaparece esa diferencia, y sólo
queda esta: que la inserción de las leyes supletorias se veri-
fica salvo voluntad en contrario, mientras que la de las im-
perativas, pese a esa voluntad.
Pero a nuestro entender, este fenómeno no puede ser con-
siderado como labor interpretativa, ni siquiera con el califi-
cativo de integradora. Aquí cabe hablar de eomplementación
cuando las partes no se han explicado y de corrección cuan-
do lo h a n hecho en sentido discorde. Mirado el problema
desde el punto de vista subjetivista, mal puede decirse que
se capta una voluntad interna, desde el momento que una
vez captada se la desobedece si no se ajusta a la normación
imperativa. Examinado el tema bajo el prisma objetivista y
teniendo en cuenta la concepción normativa, nos parece que
V. Clases
18
Giorgi, Teoría de las obligaciones, rí2 182 y sigts., divide a la interpretación
en auténtica y doctrinal.
19
Así: Giorgi, Teoría de las obligaciones, n9 193; Mazeaud-Mazeaud, Lecciones,
II, 1, nQ 340.
20
Op. cit., n 2 194.
438 §25. La interpretación
3. Nuestra opinión
Nosotros pensamos que los artículos de una ley que con-
tenga directivas sobre hermenéutica de los contratos, son
como cualesquiera otros objetos de interpretación. Sólo del
análisis concreto de cada cuerpo legal podrá concluirse si un
determinado texto envuelve un consejo o un precepto nor-
mativo.
4. Consecuencias
Comparando las tres tesis enunciadas se advierte la dife-
rencia.
2
'' La Corte Suprema de la Provincia de Tucumán ha dicho que la "interpreta-
ción de las cláusulas contractuales puede dar lugar a una cuestión de "derecho"
("Moran vs. Mazzioti s/desalojo", noviembre 3 de 1967, en Sentencias y Acuerdos,
II, pág. 237).
440 §25. La interpretación
24
Sobre el tema: Messineo, Doctrina general del contrato, cap. XI, 2; Betti, In-
terpretación de la ley y de los actos jurídicos, n° 40, y Teoría general del negocio ju-
rídico, n9 43; Mosset Iturraspe, Teoría general del contrato, cap. XIII, 1; Zago (en
Contratos, homenaje al profesor doctor Jorge Mosset Iturraspe, cap. V, n 2 5); Lava-
lie Cobo (en Belluscio-Zannoni), Código Civil, art. 1198, §6; Diez Picazo, Funda-
mentos del derecho civil patrimonial, I, pág. 369.
§25. La interpretación 441
1. Antes de la reforma
Antes de la reforma introducida por el dec.-ley n° 17.711,
la doctrina señaló que existía una laguna en el Código, el
que a diferencia de otros cuerpos legales no traía una regu-
lación general y completa sobre el tema, y sí sólo alguna dis-
posición aislada como la del art. 1198, y algunas normas
especíñcas que preceptuaban situaciones particulares. 2 5
Ello, invocando el art. 16 del Código Civil, llevó a esa
misma doctrina a aplicar a la interpretación de los contra-
tos civiles las normas que en los arts. 218/9 trae el Código
de Comercio para la interpretación de los contratos que éste
regula.
2. Situación actual
Nosotros hemos sustentado 2 6 otro criterio que mantene-
mos hoy, después de la reforma.
A nuestro entender, la regla del art. 1197 es decisiva. Ella
implica la consagración del carácter normativo del contrato,
el cual debe ser interpretado del mismo modo que la ley. No
hay que tomar el art. 16 como punto de partida para ir al
Cód. de Comercio, sino como punto de llegada. El art. 16 no
es una norma remisiva, sino la norma a la cual remite el
art. 1197. En el análisis de nuestro sistema veremos que, en
definitiva, encontramos directivas similares a las del Código
de Comercio, pero en esto no hay nada de extraño, puesto
que por hipótesis partimos del principio de que son simila-
res las reglas que gobiernan la interpretación de todos los
actos y, por ende, tanto de los legislativos como de los con-
tractuales. Con esto no queremos pretender que dadas dos
formulaciones lingüísticas iguales, una legislativa y otra
contractual, tengan necesariamente el mismo sentido, por-
que aun cuando los criterios interpretativos sean los mis-
mos, como las "circunstancias" (la b de Perozzi, las Z de
nuestro anterior desarrollo) son distintas, el significado
25
Así: Lafaille, Tratado, n2 288; Spota, Tratado, n 9 1822.
26
Anunciado en una breve nota publicada en Boletín n° 1 del Instituto de Dere-
cho Civil y Comparado ("Interpretación de los contratos civiles", pág. 98).
442 §25. La interpretación
1. El sentido literal
Sobre el modo de interpretar las palabras, el Código de
Comercio contiene dos reglas, que siendo mutatis mutandis
aplicables a la ley, lo son también a los contratos civiles. Por
el art. 217, las palabras "deben entenderse en el sentido que
les da el uso general, aunque el obligado pretenda que las
ha entendido de otro modo", y por el 218, inciso 1, "Habien-
2. El contexto
Hemos insistido reiteradamente en que las palabras, las
frases, deben interpretarse según el contexto en que se arti-
culan. Así lo impone el uso general. El Cód. Com. (art. 218,
inc. 2) lo recuerda para las cláusulas que siendo "equívocas
o ambiguas deben interpretarse por medio de los términos
claros y precisos empleados en otra parte del mismo escrito,
cuidando de darles, no tanto el significado que en general
les pudiera convenir, cuanto el que corresponda por el con-
texto general".
Sólo nos toca recordar que, no habiendo en sí términos ab-
solutamente claros, la regla es común para todos, aun cuan-
do funcionen con mayor intensidad p a r a unos que para
9
Ross (Sobre el Derecho y la Justicia, XXIV) distingue entre lo vago y lo ambi-
guo. El significado es vago cuando una palabra tiene un campo de referencia inde-
finido, y ambiguo cuando presenta varios campos de referencia.
§25. La interpretación 445
3. El uso general
Por "uso general" debe entenderse el corriente en la vida de
relación según las circunstancias. Como aquí la primera de
todas las circunstancias que rodean a las palabras es el ser
utilizadas en un contrato, debe estarse primordialmente al lé-
xico contractual. Las palabras cobran sentido también según
la actividad en que son empleadas, y por ello se explica la
preceptiva del inciso 6 del art. 218 Cód. Com. que manda te-
ner en cuenta el uso y práctica generalmente observados.
De entre los usos, prevalece el regional, esto es el practi-
cado en el lugar donde debe ejecutarse el contrato (art. 218,
inc. 6) pero esto nos parece que debe ser entendido con la li-
mitación de que dicho lugar fuera determinable ab-initio, al
tiempo de contratar. Así, cuando fuera el caso del art. 1213,
sería inicuo supeditar la interpretación a la actitud del deu-
dor; la buena fe (art. 1198) se opondría a ello.
446 §25. La interpretación
1. Su justicia
Está en el espíritu del contrato el estatuir algo, el tener
algún efecto, y está en su espíritu el establecer un ordena-
miento justo. De la ley se afirma que es más sabia, más
j u s t a que el legislador; otro t a n t o puede predicarse del
contrato. El art. 1198 m a n d a que los contratos se celebren
de buena fe. Es obvio que esto puede no ser obedecido, pe-
ro las normaciones se rebelan contra quienes las postulan
y el art. 1198 manda también que sean interpretadas de
buena fe:
a) El contrato algo estatuye. De allí que "las cláusulas
susceptibles de dos sentidos, de uno de los cuales resultaría
la validez, y del otro la nulidad del acto, deben entenderse
en el primero" (art. 218 Cód. Com., inc. 3, primer precepto).
b) El contrato estatuye con justicia. Por ello, si las signifi-
caciones posibles llevaran todas a la validez del acto, debe
elegirse aquella "que más convenga a la naturaleza de los
contratos y a las reglas de la equidad" (art. 218 Cód. Com.,
inc. 3, segundo precepto).
2. Su carácter derogatorio
El contrato establece un orden normativo que en cuanto
tal, deroga otro anterior. La situación de libertad es cambia-
da por la de sujeción, y la de sujeción por la de libertad. Al
ser las normas contractuales individuales, presentan un ca-
rácter de excepción que lleva —en la duda— a una interpre-
tación en contra del cambio:
§25. La interpretación 447
X. La analogía
1. Justicia y sabiduría
Al interpretar un contrato debe operarse con él como con
la ley, conceptuándolo más justo, más sabio que sus autores
concretos.
a) Porque es más justo, el juez debe interpretarlo razo-
nando hipotéticamente como si fuera la obra de quienes ac-
tuaron sujetándose a las normas de honestidad, corrección,
lealtad, que constituyen la buena fe objetiva.
Al darse a las declaraciones el sentido correcto, se dota al
contrato del máximum de justicia que sus cláusulas permi-
ten. No será escuchado el que afirme que quiso actuar aten-
tando a la buena fe, y que pretendiera derivar de ello una
posición favorable, conforme al axioma quo propria turpitu-
dinem allegans non est audiendus.
b) Porque es más sabio, la ley imputa a las voluntades de
las partes lo que "verosímilmente entendieron o pudieron
entender, obrando con cuidado y previsión", en todos los
puntos en que ellas no se han explicado suficientemente,
principio éste que ya estaba contenido en su substancia en
el anterior texto del art. 1198, y cuya redacción refleja la in-
fluencia del subsistente art. 541.
2. Buena fe
La interpretación según la buena fe recibe una poderosa
ayuda de la presunción general de buena fe subjetiva, según
la cual debe partirse de la base de que las partes ignoran los
vicios que afectan a sus situaciones (doctrina del art. 2362).
Pero so color de buena fe, no puede llegarse hasta deter-
minar un sentido como querido, otorgándole eficacia, cuando
la ley niega efectos al acto. De buena fe no se puede querer
lo que la ley no permite querer. Así, como "nadie debe igno-
rar las formas esenciales de los actos jurídicos" (nota al art.
4009, y doctrina de dicho artículo) no podría darse a un acto
desprovisto de las formas exigidas, el valor que la ley asigna
a su observancia 34 salvo una prescripción positiva de ella, co-
mo para un caso particular resulta del agregado al art. 2355.
35
Este párrafo se encuentra dentro de un texto que lleva como rúbrica "Inter-
pretación", pero que no sólo habla de interpretación, pues contiene, también, nor-
mas sobre nulidad.
36
Como los incisivos de Aguila-Real, J.F., La interpretación de las condiciones
generales de los contratos, en R.D.M., 1987, págs. 7 y sigts.
452 §25. La interpretación
I. Generalidades
1
Couture (Fundamentos del Derecho Procesal Civil, pág. 216) enumera cinco
problemas de la prueba, dejando todavía fuera del plan de la obra un sexto. Inclui-
do éste, los seis problemas serían: a) Del concepto (¿qué es la prueba?); b) Del obje-
to (¿qué se prueba?); c) De la carga (¿quién prueba?); d) Del procedimiento (¿cómo
se prueba?); e) De la valoración (¿qué valor tiene?); f) De los medios (¿con qué se
prueba?).
Devis Echandía {Teoría general de la prueba), señala la conveniencia de distin-
guir entre el objeto y el tema o necesidad de la prueba, pues mientras la del objeto
constituye una noción objetiva y abstracta (¿qué podría probarse?), la del tema es
objetiva y concreta (¿qué se debe probar en este proceso?). En su erudita y exhaus-
tiva obra examina también otros problemas sobre la prueba, dentro de los que des-
tacamos los siguientes: a) Fin de la prueba (¿para qué se prueba?), esto es, si
persigue establecer la verdad, o fijar los hechos del proceso, o producir el convenci-
miento del juez; b) Resultado (¿a qué conclusión llega el juez?); c) Fuente (¿de dón-
de se obtiene la prueba?), que no debe ser confundida con medio de prueba, pues
éste sirve para conocer el hecho fuente de donde se deduce el hecho a probar; d)
Motivos de prueba (¿por qué un hecho es prueba de otro o de sí mismo?).
2
Devis Echandía (Teoría general de la prueba, pág. 41 y sigts.), examina las
distintas doctrinas existentes en torno a la naturaleza de las normas sobre la prue-
ba: a) Forman parte exclusivamente del Derecho material; b) Son de naturaleza
mixta; c) Tienen naturaleza exclusivamente procesal; d) Se dividen en dos ramas,
procesal y material; e) Pertenecen al llamado "Derecho justicial".
Chiovenda (Ensayos, I, pág. 393 y sigts.) preocupado por el problema de la re-
troactividad de las leyes, defiende la naturaleza procesalista de los temas sobre la
prueba, afirmando que la vinculación que se hace entre la existencia y la prueba
del derecho no pasa de ser "un abuso de lenguaje hiperbólico que se ha convertido
insensiblemente en un aforismo", y poniendo de relieve los peligros que se segui-
rían si en atención a dos leyes sucesivas sobre la prueba, el mismo juez en un día
fallara un caso negándose a oír testigos y admitiéndolos en otro. Pero Chiovenda
excluye de sus tesis a la norma probatoria particular y a las presunciones iuris
tantum. Y bien, refiriéndonos a nuestro Derecho: a) He aquí un juez que falla en
un mismo día dos causas similares, pero según dos legislaciones distintas (por
ejemplo una con la redacción anterior al D-L 17.711 y otra con la inmediatamente
§26. L a p r u e b a de los c o n t r a t o s 455
Según este texto: "Los contratos que tengan una forma de-
terminada por las leyes, no se juzgarán probados, si no estu-
posterior). ¿Por qué sorprenderse de que aplique reglas distintas sobre la prueba (v.
g.: antes del D-L 17.711 declarará no probado con testigos un contrato que pasaba
de doscientos pesos, y después admitirá la testimonial hasta diez mil pesos de aque-
lla época) si puede hacerlo sobre la relación de fondo (v.g.: antes el que sólo tenía 21
años era menor, ahora es mayor)?; b) En un país de régimen federal como el nues-
tro, mucho mayor es el escándalo que se podría seguir del conflicto de leyes en el es-
pacio, si se adoptara la tesis procesalista, pues se vería a un juez admitir la prueba
testimonial y a otro negarla, para dos relaciones surgidas entre las mismas partes y
el mismo día, con el agravante que si actor sequitur forum rei, le bastaría al deudor
con mudar de domicilio para burlar al acreedor; c) Tampoco resulta sencillo deter-
minar cuándo una norma probatoria es particular o general en el sentido chioven-
diano. Todas las normas del Código Civil son generales, pero unas más generales
que otras. De allí que tanto podría decirse que el art. 1193 es general por referirse a
todos los contratos, como particular por sólo abarcar una especie de actos jurídicos.
Sobre el tema de esta nota, ver: Briseño, Categorías institucionales del proceso,
pág. 294.
3
En los países de organización política unitaria, el problema de determinar la
naturaleza jurídica de las normas sobre la prueba a que aludimos en la nota an-
terior, tiene un interés científico. Pero allí donde como entre nosotros, el régimen
es federal, asume gran importancia práctica. Sobre el tema, Spota, Tratado, I,
3/7, n s 2019.
4
Los testigos no son medios, sino órganos de prueba; medio es el testimonio.
Pero el uso se encuentra aceptado (Devis Echandía, Teoría general de la prueba,
pág. 273).
5
La firma es un requisito del instrumento privado (art. 1012), pero aquí se re-
conoce valor probatorio a papeles no firmados, y la previsión no es ilógica, pues
también ellos pueden tener su eficacia (v.g.: libros de comercio, principio de prueba
por escrito, etc.).
6
Llambías-Alterini, Código Civil Anotado, sobre el art. 1190.
456 §26. La prueba de los contratos
1. Forma ad probationem
El artículo se aplica, sin duda alguna, cuando la forma es
exigida ad probationem. La ausencia de esa forma impide la
prueba, con las siguientes excepciones:
a) Cuando hubiera habido imposibilidad de obtener la
prueba designada por la ley. En el art. 1192 se enuncian dos
supuestos de imposibilidad: el depósito necesario, y cuando
la obligación hubiese sido contraída por incidentes imprevis-
tos en que hubiese sido imposible formarla por escrito. Lo
mismo debe decirse en todos los casos en que haya una im-
posibilidad moral —como es la hipótesis del médico que no
puede exigir constancia escrita de sus visitas— 7 o física o in-
telectual, como si se t r a t a r a de un contrato concluido por
quien no puede o no sabe firmar.
b) Cuando hubiese un principio de prueba por escrito en
los contratos que pueden hacerse por instrumentos priva-
dos. La ley da el concepto de principio de prueba por escrito
en el art. 1192 que examinaremos en breve.
c) Cuando la cuestión versare sobre los vicios de error, do-
lo, violencia, fraude, simulación, o falsedad de los instru-
mentos de donde constare. Puede prescindirse de estas
hipótesis, porque salvo la de simulación (donde se presenta
la necesidad de probar el contra-negocio, y que se sujeta a la
regla del art. 960, debiendo distinguirse según se trate de
la prueba inter partes, o por terceros), se t r a t a aquí de pro-
bar hechos, y no contratos. No son excepciones, pues no hay
—desde luego— regla alguna que diga que el error, el dolo,
etc., deban manifestarse en una "forma prescripta".
8
Llambías, Parte General, y Obligaciones, n9 1814.
§26. La prueba de los contratos 459
9
Para quienes hemos vivido esas épocas inflacionarias, nos produce vértigo el
recordarlo. La edición Zavalía del Código Civil, con buen criterio, se encarga de ha-
cerlo presente para los que no lo vivieron o lo olvidaron.
10
El sinceramiento podría obtenerse por uno de estos dos métodos: reempla-
zando directamente la cifra, o adoptando el sistema del actual art. 1341 francés
que deja librada la fijación a decreto.
El Proyecto de unificación civil y comercial de 1987 (sancionado por el Congreso
y vetado por el Poder Ejecutivo) no acudió a ninguno de esos dos métodos, prefi-
riendo (art. 1190) establecer la regla de libertad probatoria, con esta excepción: "No
podrán probarse exclusivamente por testigos aquellos contratos que sea de uso ins-
trumentar". Ese criterio fue seguido por el proyecto de 1993 (art. 1190) y por el de
la comisión creada por decreto 468/92 (art. 891).
460 §26. L a p r u e b a de los c o n t r a t o s
1. Historia y fundamentos
La prueba testimonial tuvo en las primeras épocas gran
predicamento, admitiéndosela para probar cualquier clase
de actos, y llegando a afirmarse que prevalecía sobre la
prueba escrita en el caso de que ésta existiera (de allí el cé-
lebre adagio Temoins passent lettres: los testigos superan a
las escrituras). 1 1
La Ordenanza de Moulins de 1566 señaló en Francia el
comienzo de una nueva época; sus reglas fueron recogidas
por la de 1667, y receptadas luego por el art. 1341 del Códi-
go Napoleón, estableciéndose, por un lado, que las operacio-
nes que pasen de cierto valor no pueden ser probadas por
testigos, y disponiéndose, por el otro, que habiendo un escri-
to no puede contradecirse su fe por medio de testigos (lettres
passent temoins: las escrituras superan a los testigos). 12
11
Para la tradición jurídica española, puede verse García Goyena sobre el art.
1002 del Proyecto español. Históricamente, el problema es doble, como lo advierte
Demolombe (Cours, XXX, pág. 2, n° 2), pues por un lado se trata de saber si la
prueba testimonial puede ser recibida sin limitación alguna, cuando no hay escri-
tos, y por el otro, si cuando existe un escrito, éste puede ser contradicho por la tes-
timonial. Sobre el primer problema no cabe duda de que el Derecho romano
admitió con toda libertad la prueba testimonial, cualquiera que fuera el valor del
negocio, y la clase de la cuestión. Pero sobre el segundo problema existe una viva
disputa, que recuerda Demolombe (Cours, XXX, pág. 2 y sigts. n9 39, lo que hace
que romanistas del valor de Maynz (Cours, §154), emitan una opinión con reservas
(especialmente n. 7). En cuanto al antiguo Derecho francés, ambos problemas fue-
ron resueltos a favor de la prueba testimonial, y de allí la máxima que consigna
Loysel: Temoins passent lettres.
12
Los textos de las ordenanzas de 1566 (art. 54) y de 1667 (art. 2 del tít. XX),
se encuentran transcriptos en Demolombe, loe. cit. Ambas, así como el art. 1341
del Cód. Nap., en su redacción originaria, establecen sus prescripciones en rela-
ción con "todas las cosas" {toutes choses) que pasen de cierto valor (cien libras pa-
ra las ordenanzas, ciento cincuenta francos para el Código); la interpretación del
giro "toutes choses" dio ya lugar para las ordenanzas, a dificultades, como puede
verse en Pothier (Traite des Obligations, n°- 785 y sigts.) quien interpreta que si
la de Moulins se refería a los contratos, dados los términos que luego empleaba, la
de 1667 abarcaba realmente "todas las cosas" aunque no sean contratos, con tal de
que se trate de cosas de las que el demandante pueda haberse procurado oportuna-
§26. La prueba de los contratos 461
2. Ámbito
La regla del art. 1193 se aplica a los contratos, con la ex-
tensión que a este término da el art. 1137.
Contrariamente a lo que se ha enseñado por un sector de
la doctrina 1 4 no creemos que pueda extenderse a otros actos
que no sean contratos. Una extensión sólo sería posible por
vía indirecta, cuando se t r a t a r a de actos que tendieran a
destruir o disminuir las consecuencias de los contratos que
debieran acreditarse según el art. 1193, y ello, porque la
prueba escrita no puede ser contradicha por la testimonial.
No se aplica a los simples hechos. Con este criterio, a
nuestro entender, debe ser resuelto el problema de la prue-
ba del pago. El hecho mismo de la prestación puede ser pro-
bado por cualquier medio, no así el acuerdo que lo acompañe
y le dé color. 15
capa a las reglas sobre la prueba de los contratos, pero si lo que se quiere es que di-
cha visita fue acompañada por una estipulación sobre honorarios, ya habría mate-
ria para que funcionaran las disposiciones probatorias, reserva hecha de su
desplazamiento en razón de la imposibilidad moral.
§26. L a p r u e b a de los c o n t r a t o s 463
16
Al interpretar la ordenanza de Moulins, algunos autores entendieron que no
se aplicaba al depósito voluntario apoyándose equivocadamente en la opinión de
464 §26. L a p r u e b a de los c o n t r a t o s
Cujatio, autor que según señala el anotador de Pothier en el Traite des Obligations
(Bugnet, n. 2 al n9 786), no sostuvo esa tesis, pues enseñaba que la ordenanza se
aplicaba también al depósito, aunque pensaba que se lo debería haber exceptuado.
Para terminar con las dudas, la ordenanza de 1667 incluyó expresamente al depó-
sito voluntario dentro de sus previsiones, haciendo lo propio el Código Napoleón.
Es el peso de esa tradición el que explica la específica previsión del art. 2201 que
en el Código de Vélez resultaba sobreabundante, ante lo dispuesto por la norma
genérica del art. 1193. Después de la reforma, el art. 2201 ya no resulta sobrea-
bundante, pero sí, a nuestro entender, completamente inexplicable. Los papeles se
han invertido. En otro tiempo se pensó que el depósito voluntario, por implicar ofi-
cio de amigo, debía escapar a la limitación de la prueba testimonial, y ser probable
por todos los medios, cualquiera que fuera su valor; nuestra ley reformada sentó
una regla más rigurosa que para los contratos en general. Borda (La reforma del
Código Civil-Otras reformas en materia de obligaciones, publicado en El Derecho
del 16 de abril de 1970) aplaude el criterio de la reforma de no modificar el art.
2201 pareciéndole preferible "evitar reclamaciones de supuestos depósitos intenta-
das sobre la base de testigos complacientes o dudosos", sosteniendo que "es un con-
trato en el que la prueba debe ser considerada con criterio restrictivo". No es por
cierto eso lo que enseña la historia, pues la duda versaba sobre si cabía mejorar la
posición probatoria del depositante, y no de empeorarla.
§26. La prueba de los contratos 465
4. Pruebas excluidas
La ley excluye expresamente la prueba testimonial. Queda
naturalmente excluida también la prueba de presunciones.
Pero no la de confesión, cuya jerarquía es superior a la testi-
monial (doctrina del art. 1813).
5. Los terceros
La exigencia de prueba escrita no rige respecto a los ter-
ceros, pues éstos se encuentran en la imposibilidad de obte-
nerla o de presentarla {supra, aquí, II, 1).
realmente atribuye es el goce del capital: infra, §145, II, 2. Según eso, el "valor" de-
bería ser el del goce, como lo enseñamos para los aportes societarios en uso de capi-
tal {infra, §157, III, 1). Pero, para el mutuo, se tiene en cuenta el valor de la cosa
mutuada, como se desprende de la combinación de la doctrina de los arts. 2240
(mutuo) y 2263 (comodato).
19
Salvat, Fuentes, nq 193.
468 §26. La prueba de los contratos
1. Invocación de un documento
Según cierta opinión, debe tratarse de un documento pú-
blico o privado, con todas las características que los definen,
exigiéndose, por ende, la firma en los instrumentos privados
(art. 1012). Pensamos que la fórmula de la ley que alude a
"cualquier" documento público o privado, unida a la men-
ción hecha en el art. 1190 a los instrumentos particulares no
firmados, permite dar a los vocablos una mayor elasticidad,
de tal modo que quede incluida cualquier clase de papeles,
aún no firmados. Tan solo que como en este último caso no
existirá la firma para demostrar la paternidad del instru-
mento, h a b r á que hacer la comprobación respectiva aten-
diéndose a la letra del cuerpo de escritura. 2 0
2. Autoría
Ese documento debe emanar de ciertas personas: del ad-
versario (es decir de aquél contra el cual se lo esgrime), de
20
Se gun Salvat, Fuentes, debe tratarse de un documento firmado, pero su ac-
tualizador Acuña Anzorena (n. 177 c, al nq 210) es del parecer por el que nos pro-
nunciamos en el texto.
§26. La prueba de los contratos 469
3. Verosimilitud
El documento debe hacer "verosímil" el hecho litigioso. Si
diera la "certeza" no se trataría de un "principio" de prueba,
sino directamente de prueba escrita; si no diera la verosimi-
litud —cuestión de hecho a apreciarse prudencialmente—
no sería ni siquiera "principio". Desde que hay tal verosimi-
litud, la certeza se obtiene a través de los otros medios de
prueba (inclusive la testimonial: art. 1191 in fine).
V. El artículo 1194
21
Según el art. 9 de la ley: a los 120 días de su publicación en el Boletín Oficial, la
que fue efectuada en el del 13 de enero de 1997 (estando ya en imprenta esta obra).
22
La ley 24.760 contiene doce artículos. Dentro del art. 2 está el régimen de las
facturas de crédito, con su articulado interno que comienza con el art. 1. Ello nos
obliga a distinguir, en la exposición, entre el articulado de la ley, y el de las factu-
ras de crédito, reservando para este último la sigla R.F.C.
470 §26. L a p r u e b a de los c o n t r a t o s
1. El ámbito de la ley
Según el encabezamiento de su art. 2, se modifica "el Ca-
pítulo XV del título X del libro II del Código de Comercio, el
que quedará titulado y redactado de la siguiente manera:
...". Se trata de un reemplazo total, quedando derogado (art.
9 de la ley) el decreto-ley 6601/63 ratificado por la ley
16.478, sobre facturas conformadas y también la ley 24.064
(salvo su art. 10).
En una obra dedicada a los contratos civiles, pareciera su-
perfluo que nos detengamos en la R.F.C. Pero el Leviatán
está siempre presente, con su presión impositiva en alerta,
como tendremos oportunidad de recordarlo sub 2, A, a.
24
Gramaticalmente, el "aquél" se emplea cuando cabe hablar de un "este" y de
un "ese". En el texto, sólo figura un ente ("el contrato") al que quepa aludir. El "en
virtud de aquél", que no figuraba en el proyecto originario (Trámite parlamentario,
período 1966, n9 27) toma el sentido de "en virtud del cual".
2o
Así, art. 474 C. Com., según el cual ningún vendedor puede rehusar al com-
prador una factura, de lo que los comercialistas infieren una obligación de entregar
factura (Fernández, Código de Comercio, en su comentario general sobre las obli-
gaciones del vendedor). Tanto el Proyecto de unificación civil y comercial de 1987
(ley 24.032 vetada por decreto 2719/91, como el posterior iniciado en la Cámara de
Diputados y el enviado por el Poder Ejecutivo a la Cámara de Senadores (arts.
1357, 1356 y 971, respectivamente) para Ja venta de cosa mueble, generalizan ei
deber de entregar factura "a requerimiento" del comprador.
26
La resolución general de la D.G.I. n° 3419 (del 23/10/91, con copiosas modifi-
caciones posteriores), establece en sus arts. 1 y 2 que a "los fines de la verificación
y control de las obligaciones fiscales... Deberán emitir facturas, remitos o documen-
tos equivalentes, los sujetos que realicen en forma habitual...". Trae en el art. 3 un
agotador (para la lectura) listado de excepciones con la aclaración de que ellas no
obstan "el cumplimiento que en materia de emisión de comprobantes y con relación
a otros aspectos de naturaleza tributaria, civil, comercial, contable, etc., establez-
can otras disposiciones legales, reglamentarias y complementarias para la activi-
dad, operación o sujeto de que se trate", introduciéndose (art. 4) excepciones a las
excepciones.
472 §26. L a p r u e b a de los c o n t r a t o s
3. La prueba admisible
A estar a la letra del texto sub examen "no se admitirán...
otras pruebas... que no sean los documentos previstos en es-
ta ley, salvo fraude".
Por "documentos previstos" no hay que entender única-
mente las facturas de crédito. Ya el plural anuncia una ga-
ma más amplia de instrumental invocable. Sin duda que
también entran los excepcionales "documentos equivalen-
tes" del art. 8, inciso b de la ley y art. 14 de la R.F.C. Pero
también están previstos en la ley: el remito o "constancia de
entrega", el "recibo de factura" y la misma factura "común"
(arts. de la R.F.C: 1, antepenúltimo párrafo; 10, inc. d; 2,
antepenúltimo y último párrafos). Pretender circunscribir la
instrumental conduciría a resultados disvaliosos, tanto más
que la factura de crédito, por un lado, está sujeta a un cú-
mulo de requisitos formales 27 en ausencia de los cuales pro-
duce su inhabilidad "a todos los efectos del régimen previsto
I. Generalidades
1. Fuerza normativa
Los contratos tienen fuerza de ley (art. 1197), desligan o
vinculan a las partes para el porvenir. Productos de las par-
tes, se emancipan de ellas, de tal modo que la voluntad pre-
sente ata la voluntad futura. Ese fenómeno se manifiesta
con caracteres críticos cuando se trata de los contratos obli-
gatorios: ¿"por qué obligan los contratos"? Pero el problema
es generalizable a todos los contratos, aun a los liberatorios
y en última instancia a todos los actos jurídicos. Se trata de
investigar la Justicia del contrato, y la legitimidad de sus tí-
tulos para regir la vida de relación. Es el tema de la "causa"
justificante del contrato.
2. Intangibilidad
Lo que las partes deciden, en ejercicio de su poder norma-
tivo, es inalterable:
a) Para cada una de las partes obrando aisladamente. Ca-
da una debe seguir la ley del contrato y le está vedado vio-
larla, so pena de las sanciones correspondientes.
476 §27. El fundamento de la fuerza de los contratos
3. Justificación
Tal virtud del contrato, debe tener su explicación. Y no es
indiferente la que se dé, como no lo fue el preguntarse en
política de dónde venía el poder de los monarcas, pues el
modo de su ejercicio debía necesariamente variar, según la
concreta respuesta que se ofreciera.
1. La positivista
Los contratos obligan, porque así lo manda el art. 1197
del Código Civil. Esto no es dar una respuesta, sino eludirla,
dilatando el contestar. El art. 1197 es llamado ante un más
Alto Tribunal, y se le pregunta por la Justicia de su disposi-
ción: ¿por qué ha dispuesto que los contratos obliguen?
Pobre cosa sería el contrato si toda su fuerza reposara en
el art. 1197, pues podría ser entonces barrido por un pluma-
zo del legislador.
Según Boistel (Philosophie du Droit, 1, pág. 422) esta opinión ha sido "atribui-
§27. El fundamento de la fuerza de los contratos 477
3. La utilitarista
Es útil para el promitente cumplir con su palabra, pues si
no lo hace, no hallará en el futuro quien quiera contratar
con él. ¿Y si en un momento dado le fuera útil no cumplir?
No es difícil imaginarse circunstancias de esta índole. 2
Más próxima a la verdad se encuentra la teoría que sos-
tiene que la utilidad existe, no respecto al contratante, sino
a la sociedad en general. Pero ello exigiría que previamente
se definiera lo que es útil para ella. 3 Si útil es lo conforme
con la naturaleza humana, el fundamento del contrato resi-
dirá en ésta, y no en la utilidad.
4. La religiosa
Tan antigua como el contrato, venida de una época en la
que Religión, Moral y Derecho marchaban mezclados, en
la que el contrato se celebraba ante los altares, y que con-
testa que así lo quieren la Sabiduría y Justicia Divinas, no
ha muerto. La profesamos. Pero, naturalmente, sólo con-
vence a una mentalidad religiosa, y en un mundo donde la
incredulidad y la indiferencia están de moda, conviene dar
una respuesta más próxima, que sin pretender ascender
hasta la Causa de las causas, justifique la existencia del
contrato.
5. La de la veracidad y la confianza
Tal explicación ha sido dada a través de la doctrina de la
veracidad y la confianza, abonada con razones morales, jurí-
dicas y filosóficas:
4
Expresiones de Del Vecchio {Filosofía del Derecho, págs. 508 y 510). La doctri-
na de la veracidad y de la confianza es con variantes, sustentada por Giorgi, (Teo-
ría de las obligaciones, III, pág. 32 y sigs.); Bélime (Philosophie du Droit, II, pág.
427); Kohler (Filosofía del Derecho, pág. 139 y sigts.).
° Para la historia y concepciones de la doctrina sobre la autonomía de la volun-
tad: Waline, L'individualisme et le Droit, pág. 168 y sigts.
§27. El fundamento de la fuerza de los contratos 479
2. El liberalismo
Las ideas que anidaban en la concepción rousseauniana,
llevaban a considerar al contrato como fuente de toda justi-
cia, como realización de las libertades individuales. Tal tesis
6
Waline, L'individualisme et le Droit, pág. 172.
480 §27. El fundamento de la fuerza de los contratos
3. Las consecuencias
La doctrina de la autonomía de la voluntad presenta un
mágico atractivo, al cual es difícil sustraerse.
A. Se ha dicho que de ella derivan ciertas consecuencias,
que Waline 8 agrupa en siete llaves y dos manifestaciones
adicionales, a saber:
a) Libertad de contratar o no (libertad de conclusión).
b) Nulidad allí donde falta la libertad (teoría de los vicios
del consentimiento).
c) Libertad de determinar el contenido, dando vida a los
contratos innominados (libertad de configuración).
d) Elección de la ley aplicable en el terreno del Derecho
internacional privado.
e) Intangibilidad de los contratos.
f) Fuerza normativa del contrato, de tal modo que lo que
los contratantes quieren, no sólo es lícito, sino también san-
cionado por el Estado.
g) Interpretación según la común intención de las partes,
h) Predominancia de la voluntad real sobre la declarada.
i) Concepción de las normas legales en base a una volun-
tad presunta de los sujetos del acto.
B. Examinadas esas proposiciones una a una, no es difícil
encontrar para cada una de ellas en forma separada algún
principio justificador distinto del de la autonomía de la vo-
luntad. Pero aun así, le quedan a dicha doctrina dos carac-
terísticas:
a) Ser la que reúne todas esas proposiciones en un haz ar-
mónico.
7
'Ver: supra, §1, IX, 2.
8
Waline, L'lndividualisme et le Droit, pág. 170,
§27. El fundamento de la fuerza de los contratos 481
4. Nuestra opinión
Por nuestra parte, no compartimos ni el punto de partida,
ni la perspectiva que impone, ni todas las conclusiones. El
Derecho tiene una vertiente individual que no puede desco-
nocerse, so pena de caer en el despotismo, pero reconoce
también una vertiente social, que es necesaria para la reali-
zación de la plena individualidad. El hombre nace libre, y
vive libre, en cuanto está dotado del libre albedrío, pero na-
ce atado, y vive tal, en cuanto inmerso en una red de com-
promisos éticos.
La doctrina de la veracidad y de la confianza, profunda-
mente entremezclada con concepciones morales, puede lle-
var en ciertos puntos a conclusiones distintas a las de la
autonomía de la voluntad. En particular nos parece que ella
conduce a una más amplia recepción de las reglas de la bue-
na fe, y a un predominio de la voluntad declarada sobre la
interna.
§28. Generalidades
2. Oponibilidad-inoponibilidad
Los efectos indirectos afectan a todos. Tal es la regla. Por
excepción, ese efecto expansivo del contrato no se produce, y
entonces es legítimo hablar de inoponibilidad del contrato (o
en su caso de ininvocabilidad).
Los efectos directos, en cambio, en principio, ni perjudi-
can ni benefician a terceros. En eso consiste la relatividad
de los contratos. La regla es la inoponibilidad (e ininvocabi-
lidad), y la excepción la oponibilidad (e invocabilidad).
Cuando en lo sucesivo hablemos de la relatividad de los
contratos, entenderemos referirnos a los efectos directos.
Dentro del campo de los efectos directos, pasemos a ver
qué hay de cierto en la regla "Los contratos tienen efectos
entre partes; no perjudican ni benefician a terceros".
3. Los herederos
A las partes se asimilan los herederos de las partes, que
continúan su posición jurídica (art. 1195). N a t u r a l m e n t e
que aquí lo que interesa son los herederos de las partes sus-
486 §28. Generalidades
V. La oponibilidad
I. Problemas
1. La acción
¿Cuál es el carácter distintivo de la actuación representa-
tiva?
La nota necesaria y suficiente para que ella se dé, es que
alguien observe una conducta cuyo significado sea el de es-
tar formulando una declaración en nombre de otro.
No es preciso que se empleen palabras sacramentales.
Basta con que de la interpretación resulte que se ha actuado
nomine alieno. Es tan representante el que dice "quiero en
nombre de Fulano", como el que emplea otros giros análo-
gos, o una conducta que tiene ese significado (interpretada
según el contexto y las circunstancias). En caso de duda se
aplica la doctrina del art. 1940.
1. La acción
La actuación representativa consiste en recibir una decla-
ración en nombre de otro.
La forma pasiva tiene con la activa la nota común de que
la conducta del representante se imputa a otro. Pero mien-
tras en la activa el representante es autor de una declara-
ción, en la pasiva es "receptor" de ella. 2
No sería de esperar aquí que quien recibe, aclare que lo
está haciendo a nombre de otro. El carácter representativo
no resulta de la conducta de quien recibe, sino de la declara-
ción que recibe. Y en esto hay una diferencia con la forma
activa... En la forma activa, es el contenido de la declaración
de voluntad del representante lo que hay que examinar pa-
ra decidir si hay actuación representativa; en cambio, en la
pasiva hay que tomar en consideración el contenido de la
declaración de quien habla al representante. Si Cayo se diri-
ge a Ticio, y lo notifica como representante de Sempronio,
diciendo, por ejemplo, que Sempronio queda notificado en la
persona de Ticio, la recepción de Ticio tiene carácter repre-
sentativo.
2. El efecto representativo
En el ejemplo anteriormente dado, de Cayo depende im-
poner a Ticio el carácter de representante pasivo, pero evi-
dentemente que no depende de él (ni tampoco de Ticio) el
que esa actuación tenga efectos para el representado. Aquí,
como para la forma activa, los efectos representativos deri-
van de la existencia (autorización) o advenimiento (ratifica-
ción) de legitimación.
2
Von Tuhr, Derecho civil, § 84, V.
494 §29. La representación
3. Observación
Igualmente cabría preguntarse en qué forma deberán uti-
lizarse los términos "representación", "representante", cuan-
do no coincide el aspecto de la acción (recepción) con el de
los efectos. También habrá que distinguir entre representa-
ción pasiva con poder y sin poder.
Como de los desarrollos hechos resulta que la sustancia
de la representación pasiva es la misma que la de la activa,
en adelante, por razones de simplicidad, sólo tendremos en
cuenta la forma activa, con la que ejemplificaremos, y dire-
mos que lo típico de la acción representativa consiste en
"obrar" (lato sensu: también recibir) en nombre de otro, y lo
típico de los efectos representativos, en que los efectos direc-
tos del contrato se producen en cabeza del representado co-
mo si hubiera sido éste quien hubiera obrado (o recibido).
3
Cariota Ferrara, El negocio jurídico, n- 153.
4
Por el contrario, si lo mencionara, surgirían dudas, y habría razones para pen-
§29. L a r e p r e s e n t a c i ó n 495
3. Juicio crítico
Teniendo en cuenta los aspectos de la acción y del efecto,
para la representación "directa" dijimos que pudiendo darse
el primero sin el segundo, cabía hablar de representación
con poderes y de representación sin poderes. Un equivalente
de la autorización-poder podemos encontrar en la autoriza-
ción-encargo que explicaría los efectos de la representación
indirecta. Sin embargo, como hemos visto que de la repre-
sentación indirecta sólo podría hablarse en el plano de los
efectos (no así en el de la acción), queda dicho que la única
representación indirecta que interesa es la autorizada.
sar que actuó en realidad nomine alieno. Pero de la interpretación puede resultar
la actuación en nombre propio no obstante mencionar al interesado final.
496 §29. La representación
V. El mensajero
1. La acción
Para poder comparar la actuación de un mensajero con la
de un representante "directo", tratemos por separado el su-
puesto del mensajero activo, de la del pasivo:
a) El mensajero activo dice estar transmitiendo una decla-
ración ajena. La conducta de un representante activo puede
traducirse en los siguientes términos: "Vendo (o alquilo, per-
muto, etc.) en nombre de Fulano"; en cambio, la conducta de
un mensajero activo es traducible en los siguientes términos:
"Dice Fulano que le vende (o alquila, permuta, etcétera").
b) Para la representación pasiva, dijimos que el carácter
representativo no depende de la conducta de quien recibe,
sino de la declaración que recibe, bastando con que alguien
5
Véase, §30, n. 30.
§29. L a r e p r e s e n t a c i ó n 497
2. El efecto
El de un mensaje depende, como el efecto representativo,
de la existencia de una autorización, para hablar con el con-
tenido con que se lo hace, o para recibir con el contenido que
pretende la declaración.
3. Analogía
Cuando a propósito del mensajero se examina el tema de la
acción y el del efecto, se advierte que su posición se asemeja
mucho a la del representante. Por analogía, le serán aplica-
bles muchas de las reglas, pero entre ambos existirá siempre
esta diferencia: los contratos que se concluyen entre represen-
tantes pueden ser, según los casos, entre presentes o entre
ausentes, en cambio, los concluidos utilizando mensajero, son
siempre, en cuanto al medio {supra, §11,1, 2) entre ausentes.
1. La representación directa
La autonomía de los conceptos de representación directa
y mandato se demuestra porque:
6
Pero el que habla puede también querer que aquel a quien habla llegue a ser
su mensajero de transmisión. Entonces, hay autorización para llevar un mensaje.
498 §29. La representación
2. La representación indirecta
Ni siquiera englobando bajo el concepto de "representa-
ción" también a la llamada "indirecta" cabe confundirlo con
el mandato. Por un lado, la misma representación indirecta
puede darse sin que sea explicada por un mandato (v.g.: en
la gestión de negocios, donde cabe tanto la forma directa co-
mo la indirecta); por el otro, aunque el m a n d a t o tuviera
siempre finalidad representativa (ya directa, ya indirecta),
una distinción conceptual sería siempre posible.
VIL El autocontrato
1. Naturaleza
Supuesta la existencia del fenómeno, cabe preguntarse si
el mismo entra dentro del esquema del contrato, esto es, si el
autocontrato merece el nombre de contrato:
a) Podría pretenderse que el autocontrato no es un acto
jurídico bilateral, por no entrar dentro de la concepción posi-
tiva del mismo que exige el consentimiento unánime de dos
o más personas (art. 946) y, a fortiori, que no es un contrato,
añadiéndose a mayor abundamiento que, según la definición
de éste, para que exista es preciso que "varias personas" se
pongan de acuerdo (art. 1137), pues en el autocontrato, por
definición de su hipótesis, hay una sola persona.
Una tesis de este tipo conduciría fatalmente a la afirma-
ción de que el autocontrato es simplemente un negocio jurí-
dico unilateral. Cabe preguntarse, sin embargo, cuál sería la
utilidad de una tal concepción, si luego se llegara a la con-
clusión de que ese acto unilateral se rige por las reglas de
los bilaterales. Convengamos que no valdría la pena haber
distinguido para luego, al descender a la regulación concre-
ta, llegar a identificar.
Por nuestra parte, situados en el puro terreno de las pala-
bras de la ley, pensamos que nada en ella impide sostener
que el autocontrato es un acto jurídico bilateral y un contra-
to. Es verdad que el art. 946 define al acto jurídico bilateral,
como el que requiere el consentimiento unánime de dos o
más personas, pero nada en él prohibe que el mismo sea da-
do por intermedio de apoderado, y otro tanto puede decirse
del contrato consigo mismo..." en Boletín del Instituto de Derecho Civil y Compara-
do, de la U.N.T., n9 5, pág. 70 y sigts.; Spota, Tratado de Derecho civil, n° 1997 y
sigts.
500 §29. La representación
9
Como los códigos portugués (art. 261), italiano (art. 1395), alemán (art. 181),
citados por Colombres Garmendia en op. cit.
§29. La representación 505
3. Prueba
El autocontrato debe ser probado, y la prueba —sujeta a las
reglas generales— debe versar sobre la existencia de exteriori-
zaciones de la voluntad de las que realmente se haya despren-
dido el autocontratante. El autocontrato no puede concluirse
en la sola psiquis del representante, pues le faltaría el requisi-
506 §29. La representación
4. Mecanismo
El autocontrato utiliza el mecanismo de la representación
directa, ya instrumentada ésta en forma simple o doble.
§29. La representación 507
I. Generalidades
1. No es un contrato
Decimos que la gestión de negocios no es un contrato. Es-
to se encuentra fuera de toda discusión. Entre el titular
(llamado dominas, administrado, dueño del negocio) del pa-
trimonio al cual el negocio se refiere, y quien cumple la acti-
vidad gestoría (llamado gestor o gerente) no media ningún
intercambio de declaraciones constitutivas de un contrato.
La existencia de declaraciones contractuales excluye la idea
de gestión. Y sin embargo, las obligaciones que surgen a
§30. L a g e s t i ó n de negocios 509
1
El tema ha sido brillantemente expuesto por Pacchioni, Dei quasi contratti, a
quien, para evitar constantes repeticiones, rendimos nuestro homenaje, pues es su
teoría la que inspira este párrafo en lo fundamental, con las naturales salvedades
y correcciones que impone nuestra legislación positiva.
510 §30. La gestión de negocios
2
La teoría del cuasi contrato se encuentra en franco proceso de retirada; en es-
te siglo, Riccobono intentó resucitarla, lo que motivó un profundo estudio de Pac-
chioni (op. cit., apéndice I). Sin embargo, no faltan quienes, aun abandonándola,
afirman el carácter unitario de la gestión. Así, De Semo, La gestión de negocios aje-
nos, pág. 37, la caracteriza como un acto jurídico unilateral, aclarando, en nota 43,
que ello deja imprejuzgada la cuestión de si es o no un negocio jurídico, pronun-
ciándose, en definitiva, por esto último. Nosotros sostenemos que la concepción
unitaria no se ajusta al sistema de nuestra ley.
512 §30. L a g e s t i ó n de negocios
3. Gestión y representación
Hemos señalado también que no es esencial para la ges-
tión la existencia del fenómeno representativo ni directo ni
indirecto. En particular, no es necesario que además del do-
minus y del gestor aparezca en escena un tercero. Esto se
advertirá fácilmente cuando demostremos que la actividad
del gestor puede consistir en la realización de actos mate-
riales.
Pero hay supuestos en que el fenómeno representativo
aparece. Entonces será necesario determinar cuándo y bajo
qué condiciones se da una representación directa con poder
de representación.
3
Para la construcción del instituto, el tema realmente interesante gira en torno
a determinar si la acción directa y la contraria surgieron contemporáneamente, su-
jetas a las mismas reglas, porque de ello dependerá el admitir o no el carácter uni-
tario de la gestión para el Derecho romano. Lo niega Pacchioni (op. cit.) con amplia
y erudita demostración. De Semo (La gestión de negocios ajenos, pág. 21) lo contra-
dice —sin entrar al análisis de las fuentes— dando como razón "que surgen en-
t r a m b a s de u n a única fuente, esto es, ex negotio gesto, el cual constituye su
elemento común", encontrándose entre sus requisitos la utilidad inicial. Bien se ve
que esto no pasa de ser una petición de principio, pues lo que se discute es si la uti-
lidad inicial constituye un requisito de la acción directa.
§30. La gestión de negocios 513
4
El juego recíproco de los arts. 2288 y 1874 ha dado lugar a diversas interpre-
taciones, como recuerda Acuña Anzorena anotando a Salvat (Fuentes, n° 2582, n.
11, adición): a) la de Segovia, Lafaille y Salvat que propiciamos en el texto; b) la de
Machado, para quien la gestión supone que el gerente obre sin conocimiento del
dueño, tesis que implica suprimir toda una expresión del art. 2288, razón por la
cual no podemos aceptarla; c) la de quienes piensan que hay que estar no al mo-
mento en que conoce el dominus, sino a la forma en que actúa el que atiende los in-
tereses ajenos (Acuña Anzorena, en loe. cit., citando un estudio de M. De Mundo
publicado en La Ley, t. 60, pág. 872 y sigtsj. Según esto, si el que actúa obra "en
nombre de otro" es mandatario, y si "para otro", gestor. Pero hay mandatarios que
actúan en nombre propio (art. 1929) y gestores que lo hacen en nombre del domi-
nus (art. 2305). Borda (Contratos, II, n9 1793) critica la opinión dominante y propi-
cia otra. Según señalamos en el texto, no hay mandato sino gestión en dos casos,
siendo el primero cuando el conocimiento es posterior al momento inicial, y el se-
gundo cuando aun siendo ab initío, el interesado no se encuentra en condiciones de
impedir. Borda circunscribe la posibilidad de gestión al segundo caso, pues al pri-
mero lo considera inadmisible ya que "la ratificación equivale al mandato (art.
2304) y es siempre posterior a la iniciación de la gestión". En defensa de la teoría
tradicional, contrarreplicamos: Sería así. si el conocimiento posterior implicara ra-
tificación, y si toda ratificación de gestión equivaliera a una equiparación absoluta
al mandato. Pero, si es verdad que según el art. 1935 puede haber una ratificación
tácita, ella deriva no del solo conocimiento sino del silencio del mandante "si, sien-
do avisado por el mandatario de lo que hubiere hecho, no hubiere contestado sobre
la materia". En otros términos, quien ratifica (expresa o tácitamente) conoce, pero
no todos los que conocen ratifican; para que se dé una ratificación tácita es preciso
una declaración del mandatario (dar aviso) y el silencio del mandante. Sólo exten-
diendo más allá de lo permitido por la letra del art. 1935 el concepto de ratificación
tácita, podría llegarse a ver una ratificación en un silencio agregado al conocimien-
to indirecto. Pero aun entonces, habría una diferencia, pues según veremos no es
exacto que la ratificación de la gestión equivalga totalmente al mandato; vale, en
cuanto beneficia al gestor, y no en cuanto lo perjudica.
5
Salvat, Fuentes, n- 2582.
§30. L a g e s t i ó n de negocios 515
6
La recuerda Pasquale Liaño, La gestión de negocios ajenos, pág. 103, concep-
tuándola una opinión "vulnerable".
516 §30. La gestión de negocios
1. Clase de actos
No es necesario que la agencia se desenvuelva en actos ju-
rídicos, pudiendo también consistir en actos materiales, del
mismo tipo, por ejemplo, de los que podría cumplir un loca-
dor de servicios.
Hay que evitar dejarse llevar por la primera impresión
que podrían producir las palabras "mandato" y "negocio" tan
frecuentemente empleadas:
2. Carácter patrimonial
A tenor del art. 2288 los actos de gestión deben referirse
al patrimonio de otro. La razonabilidad de esta exigencia ha
sido contestada, 9 pero ella surge de la ley y tiene a nuestro
entender su fundamento. No es conveniente favorecer la in-
mixtión ajena en cuestiones no patrimoniales, donde las
operaciones que se realizan tienen un carácter personal, di-
8
P a r a la tradición romanista el mandato puede tener por objeto tanto actos ju-
rídicos como materiales (infra, §125, III, 1). Es esa tradición la que se cuela en
nuestra gestión, aproximada a un mandato al modo romanista, ya que tanto da
que lo realizado por el gestor sean actos jurídicos o materiales.
9
Por Borda, Contratos, II, n9 1796.
518 §30. L a g e s t i ó n de negocios
IV. Capacidad
Bustos Oviedo, Gestión de negocios, págs. 25 y sigts., niega que el negocio de-
ba tener carácter patrimonial, objetando a De Semo y a Giorgi, y —en lo que a
nuestras enseñanzas en anterior edición concierne— afirmando que el fundamento
que damos al art. 2288 "cae por su propio peso" pues en nuestro sistema se resarce
el daño moral; la distinguida jurista pasa luego a dar una ejemplificación de casos
en los que —a su entender— hay una gestión porque media "un provecho de cual-
quier género, aun cuando sea moral y no apreciable en dinero". Dejando a un lado
el hecho de que la existencia del resarcimiento del daño moral en nada afecta la
afirmación que volcamos en el texto (sobre lo difícilmente medible de las cuestiones
no patrimoniales, según un denominador común y objetivo) nos limitamos a formu-
lar esta pregunta: paralelamente a como existe una acción por daño moral ¿tendrá
el gestor una acción contraria por provecho moral? En los ejemplos que proporcio-
na, aparece siempre el objeto patrimonial, que no debe confundirse (supra, §14, II,
3) con el interés, que puede no ser patrimonial.
11
Giorgi, Teoría de las obligaciones, V, n s 10.
§30. La gestión de negocios 519
1. La acción directa
Si se trata de la acción directa, esto es, de determinar si
quien intervino se encuentra obligado a título de gestor, el
art. 2288 sólo exige que éste sea capaz. En ninguna parte,
para esta acción, se exige además que el dominus tenga ca-
pacidad de contratar.
La solución se justifica juzgada desde el punto de vista de
la teoría del cuasi contrato. En el contrato de mandato, para
que el mandante pueda accionar con indudable éxito contra
el mandatario, es preciso que éste sea capaz, pues de otro
modo podría oponerle la nulidad; en cambio, no interesaría
que el mandante mismo fuera incapaz, ya que, como es sabi-
do, la parte capaz no puede oponer al incapaz la nulidad del
contrato. 1 2
Para quienes no participan de la tesis cuasi contractualis-
ta, la exigencia parece irrazonable. Exigir la capacidad en
los contratos se explicaría para evitar que el capaz se apro-
veche del incapaz en las tratativas, 1 3 pero imponerla para
la gestión no, porque las obligaciones no surgen de la volun-
tad sino de la ley.
Pero el requisito está en la ley, que no se conforma con el
discernimiento del art. 921 y exige la capacidad de contratar.
2. La acción contraria
En relación con la acción contraria, no es necesaria la ca-
pacidad del gestor. En cuanto a la del dominus, existen dos
textos contradictorios, pues mientras el art. 2297 dispone
que toda persona "aunque sea incapaz de contratar" queda
sujeta a la acción contraria, el art. 2302 exime de ella al do-
minus cuando "fuere menor o incapaz y su representante le-
gal no ratificara la gestión".
Descartamos toda interpretación que tienda a suprimir
la letra de uno de los dos textos 1 4 y proponemos la siguien-
12
Giorgi, Teoría, V, n s 19.
13
Pacchioni, Dei quasi contratti, pág. 21.
14
Torino, en el seminario sobre el Enriquecimiento sin causa, hace prevalecer
el art. 2302.
520 §30. La gestión de negocios
1. El animus
Comencemos por determinar en qué consiste el "animus":
Según la letra del art. 2289 es necesario que el gerente
"se proponga hacer un negocio de otro, y obligarlo eventual-
mente".
a) Es necesario en primer lugar, que el gerente se propon-
ga hacer un negocio de otro, es decir que trate el negocio co-
mo subjetivamente ajeno (contemplatio domini). Ello lleva a
considerar la alienidad subjetiva del negocio como algo dis-
tinto de la alienidad objetiva.
Falta la alienidad subjetiva, cuando por error el gestor
cree hacer un negocio propio, y en realidad está cumpliendo
un negocio objetivamente ajeno. Pero el error sobre la perso-
na no desnaturaliza el acto, porque aun equivocándose so-
bre quién es el dueño, se ha tratado al negocio como ajeno, y
lo es, aunque de otra persona distinta (art. 2289).
Véanse las referencias que trae Pasquale Liaño, op. cit., págs. 63 y sigts.
Giorgi, Teoría, V, n9 21.
522 §30. La gestión de negocios
una pared se compraran materiales con tal fin. Pero una co-
sa es sostener que ellos puedan presentarse en el curso de
una gestión, como dependientes o accesorios de ella (acceso-
rium sequitur principóle), y otra muy distinta admitir que
puedan ser materia principal de una gestión. Naturalmente
que tendrá que probarse ese vínculo de dependencia con el
negocio objetivamente ajeno. Pero quien se limitara a com-
prar materiales de construcción, con la intención de poner-
los luego a disposición del dueño de la pared para que éste
verificara el apuntalamiento, no sería gestor de negocios.
19
En la alternativa entre utilidad inicial (utiliter coeptum) y utilidad final (uti-
liter gestum) la doctrina española, manejándose con otros textos y muy a su pesar,
se decide por la segunda: Pasquale Liaño, La gestión de negocios ajenos, págs. 701
y sigts.
524 §30. La gestión de negocios
1. La ausencia
Históricamente el instituto de la gestión aparece para fa-
vorecer el cuidado de los bienes de los ausentes. Se llega a
21
Contra, Giorgi, Teoría de las obligaciones, V, n° 32. La prohibición puede ser
preventiva: de Semo, La gestión de negocios ajenos, 37.
526 §30. La gestión de negocios
23
Sostiene la necesidad del requisito, Torino en su Seminario sobre el Enrique-
cimiento sin causa, pág. 112.
528 §30. La gestión de negocios
24
La fuente de nuestro art. 2290 se encuentra en los arts. 1372/3 del Código
Napoleón. Sobre el contenido de éstos, que fuera trasladado a los arts. 1141/2 del
Código italiano de 1865, Giorgi (Teoría de las obligaciones, V, ns 43 y sigts.), formula
§30. L a g e s t i ó n de negocios 529
1. La actio contraria
Por la actio contraria el gestor puede repetir del dueño to-
dos los gastos que la gestión le hubiese ocasionado, con los
intereses desde el día en que los hizo (art. 2298):
a) Se discute en doctrina sobre cuáles son los gastos que
debe reembolsar el dominus, y se acude a la clasificación en
necesarios, útiles y voluntarios. Quieren unos que por la ac-
ción contraria se reclamen tanto los gastos necesarios como
los útiles; afirman otros que la contraria se limita a los ne-
cesarios quedando para los útiles la actio de in rem verso.26
Naturalmente que habría que comenzar por definir lo que
se entiende por gastos necesarios, útiles, voluntarios (volup-
tuarios o suntuarios).
Bástenos con señalar que aquí los conceptos de necesa-
rio, útil o suntuario no se miden en relación con la cosa o
la persona (como acontece por ejemplo en los arts. 2427 y
591) sino con referencia a la gestión, de tal modo que un
gasto necesario o útil respecto a la cosa, puede no serlo
con referencia a determinada gestión que opere sobre la
misma cosa (por ejemplo, levantar una hipoteca es gasto
3. El artículo 2300
Según el tenor del art. 2300 el dominus no está obligado
en cambio:
a) A pagar retribución alguna por el servicio de la gestión.
Si no existiera esta norma, sería de aplicación lo dispuesto
por el art. 1871 en su última parte, que presume oneroso el
mandato cuando consiste en los trabajos propios de la profe-
sión lucrativa del mandatario o de su modo de vivir. Pero
desde que la norma existe, debe ser aplicada.
Reconociendo lo correcto de este argumento, hay autores
que opinan que debe hacerse una excepción para los obre-
ros, por razones de justicia y "porque el obrero, trabajando
en favor del dueño, ha dejado de trabajar en otra cosa, y si
su salario no se le pagase, se perjudicaría en beneficio de
aquél". 27
4. Pluralidad de dueños
Cuando hay pluralidad de dueños del negocio, la respon-
sabilidad no es solidaria (art. 2299).
X. Prueba de la gestión
1. Denominación y casos
Muchos autores llaman al fenómeno "gestión de negocios
irregular". La terminología es tachada por otros de abusiva.
Nosotros la adoptaremos:
a) Los autores que utilizan la terminología distinguen dos
tipos de gestión: regular e irregular. Gestión de negocios "re-
gular" sería la que reúne todos los requisitos que la ley im-
pone p a r a que surjan las acciones de gestión directa y
contraria. Irregular, en cambio, aquella en que faltando al-
gún requisito, no surgen las acciones de gestión, pero la ley
acuerda la actio de in rem verso.
b) Los autores que tachan de abusiva a la fraseología, ob-
servan que sólo merece el nombre de "gestión de negocios" la
forma "regular", pues ¿cómo darle tal denominación a la
"irregular" si no tiene ni los requisitos, ni t r a e las conse-
cuencias de la "regular"?
c) Nosotros pensamos que las palabras sólo son ruidos, y
que no hay peligro en utilizar cualquier ruido, cuando el
sentido está convencionalmente fijado.
Por otra parte, tanto los autores que utilizan la expresión,
como los que la critican, parten generalmente de una base
falsa. Cuando dos antagonistas discuten con argumentos
errados, no es posible, por los argumentos, dar la razón a
ninguno.
Para explicarnos en este laberíntico problema, donde hay
cuestiones de lenguaje, tendremos que emplear un meta-
§30. La gestión de negocios 535
Sobre la función del metalenguaje: Schreiber, Lógica del Derecho, pág. 18.
536 §30. La gestión de negocios
minus. Con esto se advierte que tan sólo cuando todo lo gas-
tado fue útil, coinciden los resultados económicos de la ac-
ción de gestión contraria y de la de in rem verso. El reclamo
del gestor ejercitando la acción contraria, tiene un solo tope
máximo: lo gastado. El reclamo del gestor cuando ejercita la
actio de in rem verso, tiene dos topes máximos: lo gastado y
lo enriquecido, no pudiendo pasar del que otorgue una suma
menor. Va de suyo que al gestor le conviene más la acción de
gestión, pero cuando no tenga ésta, o sólo la tenga para al-
gunos gastos, puede (si se dan los requisitos para ello) en-
contrar u n a satisfacción en la actio de in rem verso. No
encontramos inconveniente alguno en que para ciertos gas-
tos utilice la de gestión, y para otros la de enriquecimiento.
XII. La ratificación
1. Clases
La ratificación equivale a mandato. ¿Pero qué se entiende
por mandato? La pregunta no es ociosa, ni constituye una
sutileza, pues hemos señalado (supra, §29, I) que en la res-
pectiva regulación, el Código bajo el nombre de "mandato"
prescribe, tanto sobre el contrato obligatorio de mandato co-
mo sobre la representación.
a) Si por "mandato" entendemos el contrato de mandato,
la ratificación tendrá efectos sobre las relaciones existentes
entre dominus y gestor. Provisoriamente (pero con grandes
reservas) podríamos decir que la regla "la ratificación equi-
vale a un mandato" viene a decir que después de la ratifi-
cación las relaciones dominus-gestor-dominus son las de
mandante-mandatario-mandante.
b) Si dentro del término "mandato" introducimos el tema
representativo, la regla viene a decir que la ratificación
equivale a autorización previa, y que la situación dominus-
540 §30. La gestión de negocios
2. Efectos
La ratificación se produce por acto jurídico unilateral
emanado del dominus. De allí surge que el dominus no po-
dría por acto suyo perjudicar la posición del gestor. La apli-
cación misma del principio tan enfáticamente enunciado ("la
ratificación... equivale a un mandato") dada por la ley ("y le
somete para con el gestor a todas las obligaciones del man-
dante") está demostrando que lo que el dominus puede ha-
cer con la ratificación es mejorar la posición del gestor, pero
no agravarla.
3. Valor
¿En qué circunstancias la ratificación equivale (con las re-
servas hechas) a un mandato? El art. 2304 contesta: "Cua-
lesquiera que sean las circunstancias":
a) La ratificación es particularmente interesante frente a
la gestión de negocios irregular pues la convierte en regular
en beneficio del gestor quien después de ella tendrá la ac-
ción contraria.
b) Pero no puede descartarse que la ratificación tenga
también su interés si se t r a t a de una gestión "regular". Por
de pronto, opera en beneficio del gestor al limitar los efectos de
la acción directa que no podrá ser más rigurosa que la pro-
pia del mandato. Y en cuanto a la acción contraria, puede
§30. La gestión de negocios 541
4. Retroactividad
La ratificación tiene efecto retroactivo al día en que la
gestión principió (art. 2304 in fine).
1. La doctrina dominante
Para la doctrina dominante, hay que distinguir dos mo-
mentos:
a) Antes de la ratificación, el gestor, sea que haya contra-
tado a nombre propio o en nombre del dominus, se encuen-
t r a personalmente obligado frente al tercero, y éste sólo
tiene una acción contra el gestor, no pudiendo demandar al
dominus sino por la vía del art. 1196.
b) Después de la ratificación, se aplican las reglas sobre el
mandato.
2. Nuestra opinión
La interpretación dominante parece ajustarse a la letra del
art. 2305. Sin embargo, nosotros propiciamos otra que nos pa-
rece más acorde con los principios y el sistema del Código.
Pensamos que no sólo hay que distinguir dos momentos,
sino también dos formas de contratar, según que el gestor
haya actuado nomine proprio o nomine alieno.
542 §30. L a g e s t i ó n de negocios
M
Según la enseñanza tradicional, cuando el mandatario actúa nomine proprio.
las acciones entre mandante y tercero son indirectas (así: Salvat, Fuentes, núms.
1906/7). Borda ¡Contratos, II, n9 1754) admitiendo que sean indirectas, les niega el
carácter subrogatorio. Sostiene que es impropio decir que el tercero se subroga en
los derechos del mandatario, contra el mandante, pues el penúltimo no los tiene, y
que otro tanto puede afirmarse de la acción del mandante contra el tercero. No
compartimos la tesis. Supongamos que Cayo, mandatario de Ticio, ha contratado
en nombre propio comprando mercaderías a Sempronio. Sempronio acreedor por el
precio, ¿puede ir contra Ticio subrogándose en los derechos de Cayo? Contestamos
afirmativamente, y Sempronio se subrogará en los derechos de Cayo contra Ticio,
que en la especie consisten, por lo menos, en que se le anticipen las cantidades ne-
cesarias. En cuanto a la subrogación del mandante en los derechos de Cayo éste los
tiene sin duda contra Sempronio, como resulta del art. 1929 in fine, pues el art.
1947 debe circunscribirse a la contratación nomine alieno. Si los acreedores del
mandatario pueden ejercer esos derechos, los puede el mandante que es su acree-
dor en todo lo que importa a la mandati directa.
§30. La gestión de negocios 543
31
La fuente de nuestro art. 2305 se encuentra (ver nota a] mismo) en Aubry et
Rau §441 in fine, quienes expresan: "Sin embargo, el dueño no puede quedar vin-
culado con el tercero ni con el gestor mismo, sino en tanto que su negocio haya sido
administrado en su interés y de una manera útil, o que haya ratificado los actos
del gestor". Aubry et Rau citan a Marcada, sobre el art. 1375, n s 2, quien a su tur-
no cita a Zachariae, Duranton, Pothier, y el Digesto.
546 §30. L a g e s t i ó n de negocios
7. La prueba
Hasta aquí hemos hablado diciendo que el título de repre-
sentación directa está dado por la concurrencia de los requi-
sitos que hacen viable la acción contraria del gestor contra
el dominus. Atendiendo al problema de la carga de la prue-
ba, y comparándola con la que pesa en los casos de repre-
sentación común, podemos abreviar la expresión diciendo
que el título está constituido por el utiliter coeptum.
En definitiva, la única diferencia real que se advierte en-
tre una acción intentada invocando la existencia de un po-
der voluntario, y otra alegando la representación gestoría,
reside en esto: que en el primer caso la prueba versa sobre
una declaración de voluntad (el poder), mientras que en el
segundo sobre un hecho (la utilidad). Pero en lo demás, todo
acontece igual. Sin duda que el tercero tendrá que probar la
alienidad objetiva del negocio, pero también cuando se trata
de un administrador voluntario en la esfera de los negocios
que pueden ser objetivamente propios o ajenos hay que pro-
bar esa objetividad: así, si un administrador encargado de
atender la finca Acacia, contratara personal para la finca
Flores, no por haber declarado obrar en nombre del dueño
de la primera sería un representante con poder, porque lo úl-
timo no entra dentro de los términos de la procuración. Sin
§30. La gestión de negocios 549
8. Interés de la ratificación
Con lo dicho vemos en qué consiste el interés de la ratifi-
cación, en este tema de las relaciones entre dominus-gestor-
tercero:
a) Cuando el gestor contrata nomine alieno, y no resulta
autorizado por el utiliter coeptum, la ratificación equivale a
la autorización.
b) Cuando en la contratación nomine alieno, hubo el utili-
ter coeptum, la ratificación dispensa de la prueba de éste.
c) En la contratación nomine proprio, la ratificación no
cambia la dirección de la acción del tercero, cuya actuación
seguirá siendo oblicua contra el dominus. Pero puede bene-
ficiarlo en otros aspectos: primero, cuando el gestor sólo tu-
viera contra el dominus la actio de in rem verso (y con
mayor razón si no tuviera ninguna), la ratificación al acor-
dar la acción de gestión contraria, beneficia indirectamente
al tercero cuando éste use de las razones de su deudor, es
decir, del gestor; segundo, en la hipótesis de que el gestor ya
tuviera la acción contraria, la ratificación al dispensar al
gestor de la prueba de los requisitos de la misma, beneficia
indirectamente en la misma forma al tercero.
§31. Contrato a favor de tercero
I. Concepto
1
La doctrina argentina se indina a ver en la adiectio (legislada en el art. 731,
inc. 7), una hipótesis de estipulación a favor de tercero. (Colmo, Obligaciones, n e
572; Busso, Código Civil Anotado, sobre el art. 731, n9 165). Nosotros mantenemos
la opinión que expusiéramos en el §10 de nuestra obra Contratos a favor de tercero
(inédita). A nuestro entender, el adiectus no goza de la potestad de demandar el
pago. Si ésta apareciera, ya no sería un adiectus, sino un beneficiario.
552 § 3 1 . C o n t r a t o a favor de t e r c e r o
1. El Derecho romano
Según nuestro Código, dadas ciertas condiciones se puede
contratar eficazmente en nombre de otro (representación di-
recta), y en nombre propio, pero a favor de otro (contrato a
favor de tercero). He aquí dos instituciones que han nacido
—por así decirlo— en rebeldía a un viejo axioma romano: al-
teri stipulare nemopotest.2
Inútilmente obraba quien en Roma contratara en nombre
de otro (representación directa) o en nombre propio y a fa-
vor de otro (contrato a favor de tercero). Inútilmente en un
doble sentido, pues carecía de acción no sólo el tercero, sino
también el propio estipulante.
Dejemos de lado el problema de examinar cómo y en qué
momento nace el instituto de la representación directa. Li-
mitemos el estudio al tema del contrato a favor de tercero.
a) El contrato "impropio" a favor de tercero es ya posible,
sin duda alguna 3 en la época justiniana. Se concede acción
al estipulante contra el promitente, siempre que tenga inte-
rés en el cumplimiento de la prestación.
b) En cuanto al verdadero contrato a favor de tercero (el
"propio"), nunca existió una disposición general que lo vali-
dara. Se han señalado algunos casos pero, aparte de lo dis-
cutible de que sean realmente supuestos de estipulación a
Se distingue:
1. De la representación directa
No es lo mismo que el negocio se celebre contratando Ca-
yo en nombre de Sempronio, que haciéndolo a favor de Sem-
pronio.
a) Por el juego de la representación, puede beneficiarse y
perjudicarse jurídicamente a tercero. Con el contrato a favor
La lista de casos varía según los autores. Los hemos enunciado en el §15 de
nuestra citada obra Contratos a favor de tercero.
0
En la donación sub modo se concede al tercero una acción útil contra el promi-
tente. Pero el carácter útil de la acción no debe llevarnos a negar que la donación
sub-modo sea un caso de estipulación a favor de tercero, pues con el tiempo desa-
parece toda distinción entre acciones útiles y directas: fr. 47, 1, D. III, 5. Veremos,
sin embargo (infra, n. 18), que modernamente, y por otras razones, se ha negado a
la donación con cargo a favor de tercero, el carácter de contrato a favor de tercero.
554 §31. Contrato a favor de tercero
2. De la representación indirecta
Circunscripta la comparación a la representación indirec-
ta en beneficio de tercero, el parecido es grande, pues el re-
p r e s e n t a n t e indirecto c o n t r a t a en nombre propio, y en
interés de tercero, y uno y otro tienen acción. Pero la dife-
rencia es neta, pues la acción de que goza el representado
indirecto, es la misma que la del representante, ejercida por
vía oblicua. En cambio, la acción del beneficiario en el con-
trato a favor de tercero, es directa.
3. De la delegación
El instituto de la delegación se encuentra, como el del
contrato a favor de tercero, en pleno proceso doctrinario ela-
borativo. Durante mucho tiempo se creyó que era de la esen-
cia de la delegación el carácter novativo {in delegatione
semper inest novatio), pero la idea se encuentra hoy abando-
nada, dándole una mucha mayor extensión.
Demos un breve concepto de la delegación y de sus espe-
cies. En la delegación, debe hablarse de tres sujetos: el de-
legante, el delegado y el delegatario. P a r a facilitar u n a
comparación con el contrato a favor de tercero, diremos que
ocupan a p r o x i m a d a m e n t e las posiciones de e s t i p u l a n t e ,
promitente y tercero.
La relación que media entre delegante y delegado, se lla-
ma "relación de provisión"; la que intercede entre delegante
y delegatario, "relación de valor"; y la que se origina entre
delegatario y delegado "relación final".7
Si el delegante, lo que delega al delegatario es su carácter
de acreedor frente al delegado, el negocio incide sobre la re-
lación de provisión. La delegación es activa. Si lo que delega
es su carácter de deudor del delegatario, de tal modo que la
operación incide sobre la relación de valor, la delegación es
pasiva.
Cuando la declaración que formula el delegado contiene
una referencia a la relación base, la delegación es causada;
en caso contrario, es pura.
Cuando el surgimiento de la relación final supone la ex-
tinción de la relación base, la delegación es novativa; si nace
7
Para el estudio de la delegación es fundamental la obra de Bigiavi, La delega-
zione. En punto a terminología, debe observarse que mientras todos están de
acuerdo en llamar delegante al que delega la posición de acreedor o de deudor, no
reina idéntico acuerdo sobre las denominaciones de delegado y delegatario, según
que se trate de la delegación activa o de la pasiva.
La terminología de "relación de valor" y de "relación de provisión", es traslada-
da al contrato a favor de tercero. Así, Borda, Obligaciones, n° 1274 y sigts., llama
"relación de valuta" a la que media entre estipulante y beneficiario, y "relación de
cobertura" a la que intercede entre estipulante y promitente, siguiendo la termino-
logía alemana.
556 § 3 1 . C o n t r a t o a favor de t e r c e r o
8
Como prácticamente todo está discutido en el tema de la delegación, y nada es
pacífico en el contrato a favor de tercero, claro está que según las soluciones que se
adopten para uno y otro instituto, podrá decidirse que son distintos, o la misma co-
sa, y mirar al contrato a favor de tercero como una hipótesis de delegación. Los po-
cos textos de que disponemos en nuestro Código para construir el apasionante
instituto de la delegación, son sumamente parcos, incluso cuando se trata de la de-
legación novativa. Por nuestra parte pensamos que la delegación no es un negocio
unitario, y se construye con los siguientes actos: a) Un acto jurídico del delegante,
en cuya virtud el delegado queda autorizado a prometer o a dar al delegatario; em-
pleamos la palabra "autorización" en un sentido muy amplio, sin desconocer que,
en realidad, habrá también una oferta de mandato cuando la delegación sea al des-
cubierto, y en el caso de cobertura, solo un facultamiento en la delegatio promitten-
di, o también una orden (iussum) en la delegatio solvendi (Bigiavi, La delegazione,
núms. 52, 56, 64); b) Sin ser imprescindible, puede existir una autorización del de-
legante al delegatario (iussum accipiendi, iussum stipulandi} confiriéndole enton-
ces la posibilidad, ante la falta de promesa del delegado, o de pago por parte de
éste, de dirigirse contra el delegante (Bigiavi, n 9 65); c) Un acto jurídico en que son
partes, tanto el delegado como el delegatario, consistente ya en el pago (delegatio
solvendi), ya en la promesa (delegatio promittendi). Hay quienes piensan que la
delegación es un contrato plurilateral, en el que intervienen declaraciones con-
tractuales de delegante, delegado y delegatario, y nosotros mismos nos dejamos
primero llevar por tal opinión en la citada obra sobre el tema en §8, V, 1, n. 16.
Pero la verdad es que, examinado el esquema del art. 814, no parece que sea nece-
sario un contrato entre delegante y delegado, aunque naturalmente no queda ex-
cluido que exista, pero entonces se superpondrá al acto unilateral autorizante, del
mismo modo que en la delegación al descubierto la autorización va envuelta en
una oferta de mandato. Así, atendiendo sólo al fenómeno delegativo, y prescindiendo
§31. Contrato a favor de tercero 557
4. De la expromisión
El Código la legisla en su forma novativa, en el art. 815.
Su diferencia con la delegación pasiva es neta, pues entre
expromitente y deudor primitivo no media relación autori-
zante alguna, como la hay entre delegado y delegante.
Mientras a propósito de la delegación nos hemos visto en
la necesidad de comparar la situación del delegatario en re-
lación con la de un beneficiario en un contrato a favor de
tercero, aquí el problema se presenta respecto al deudor
primitivo. Cabe preguntarse si el contrato que se celebra
entre expromitente y acreedor es "a favor" del deudor pri-
mitivo. Para contestar negativamente, y rechazar toda po-
sibilidad de confusión con el instituto que nos ocupa, basta
con recordar que en la expromisión nadie se obliga a una
prestación respecto al deudor primitivo y que, aun en la
forma novativa, la obligación que se crea, es a favor de uno
de los contratantes (el acreedor primitivo).
de los pactos que puedan superponerse (pacto de delegando), podemos decir que
entre delegante y delegado no media un contrato, como el que existe en cambio en-
tre estipulante y promitente, y que sí lo hay entre delegado y delegatario, el que
falta entre promitente y tercero.
558 § 3 1 . C o n t r a t o a favor de t e r c e r o
1. "Si en la obligación"
Es preciso que exista en el contrato celebrado por estipu-
lante y promitente, una atribución patrimonial que el pri-
mero verifique al segundo. La ley no admite en el art. 504 la
estipulación "pura", y adopta el principio de la estipulación
"accesoria". 9
3. "Alguna ventaja"
Veremos que se trata de una expectativa que debe final-
mente redundar en una obligación a favor del tercero, como
lo imponen los vocablos que siguen, que hablan de una obli-
gación y de un obligado.
promitente, conformándonos con que haya una atribución del primero hacia el
segundo (infra, en el texto: VI, 1, a y 2) por lo que no vemos inconveniente en
que el comprador estipule a favor de un tercero la obligación de transmitir la
propiedad.
560 §31. Contrato a favor de tercero
V. Naturaleza jurídica
1. Teoría de la oferta
Sostienen unos que es necesario que el tercero acepte la
estipulación a su favor. La declaración es contractual, como
respuesta a una oferta que se le formula. Dicha oferta va
contenida dentro del contrato que celebran estipulante y
promitente.
Dentro de esta teoría, existen tres variantes, según que se
piense que la oferta emana del estipulante, o bien del pro-
mitente, o de ambos.
Las tres variantes (y por ende la teoría íntegra) se recha-
zan con el siguiente argumento: siempre es posible ofertar a
otro; en consecuencia, ¿por qué el art. 504 exige que la esti-
pulación se haga en "la obligación"? Con la teoría de la ofer-
ta queda validada la estipulación "pura", pero desde que la
ley exige que ella sea "accesoria", es porque a través de su
mecanismo se va a obtener algo que no sería posible con una
simple oferta, emane de quien emanare.
Examinadas en particular cada una de las variantes, pre-
sentan los siguientes inconvenientes:
a) Si la oferta emana del estipulante, quiere ello decir que
la atribución que verifica el promitente pasaría previamente
por el patrimonio de aquél. Se duplican los riesgos, pues el
tercero deberá sufrir e v e n t u a l m e n t e el concurso de los
acreedores del promitente y el de los del estipulante. En to-
do caso, la letra del art. 504 es contraria a la teoría, pues la
aceptación se hace saber al promitente y no al estipulante.
b) Si la oferta proviene del promitente, no existe la dupli-
cación de riesgos en caso de insolvencia, pues el tercero sólo
deberá soportar la del promitente. No se entra en directa
contradicción con el art. 504, ya que es a él a quien se comu-
nica la aceptación. Pero, en cambio, habría que admitir que
la revocación de la oferta corresponde en principio al promi-
tente, o por lo menos que no se puede prescindir de la vo-
luntad de éste, contra el sistema de la institución que en
§31. Contrato a favor de tercero 561
10
En el Seminario que dirigiera Torino (Contratos a favor de tercero, pág. 179 y
sigts.), se examina la nota a los arts. 1161, 1162 y 1163, y se sostiene que aparte de
la cita de Savigny, todas las demás son ajenas al tema, o francamente contrarias a
la tesis que pretende incluir en el art. 1162 al contrato a favor de tercero. Aunque
el argumento nos favorecería, lo hemos desechado en nuestra citada obra (Contra-
tos a favor de tercero, §7, V), por dos razones: 1) Por poderoso que pudiera ser el ar-
gumento de que en nuestra nota no se cita al art. 1121 francés, ni al párrafo 54 de
Pothier que son los que se refieren al contrato a favor de tercero, lo que induciría a
pensar que el texto de nuestro 1162 no lo contempla (pues de contemplarlo, Vélez
hubiera citado esos textos), pierde toda su fuerza si se piensa que ha sido estructu-
rado partiendo de la Edición Pampa. Pero en la Edición Nueva York la cita, en lu-
gar de ir referida al art. 1120 francés, y al párrafo 54 de Pothier, lo es al art. 1121 y
al párrafo 56 respectivamente, con lo que el argumento puede volverse contra sus
autores; 2) El escaso y relativo valor de las notas.
§31. Contrato a favor de tercero 563
11
No aplaudimos la ubicación del art. 504 pero hay una culpa feliz en no haber-
lo puesto después del art. 1162 y desvincularlo totalmente de él.
12
Planiol, Traite Elémentaire, n 9 661.
564 §31. Contrato a favor de tercero
1. El contenido
Debe preverse una relación base y una relación accesoria.
A. La relación base. Hemos señalado (aquí, I, I) que teóri-
camente puede concebirse tanto una estipulación pura, co-
mo una accesoria. Nuestro art. 504 adopta el sistema de la
estipulación accesoria. Es por lo tanto necesario que se pre-
vea u n a relación principal entre estipulante y promitente,
que sirva de causa a la relación accesoria entre promitente y
tercero. Pero, ¿en qué deberá consistir esta relación? Ha-
blando en términos teóricos, podemos imaginarnos que con-
sista, tanto en una atribución que el estipulante verifique al
promitente, como en una que el promitente haga al estipu-
lante, como, en fin, en atribuciones recíprocas que el uno ha-
ga al otro. En el estudio del problema podemos prescindir
del tercer caso, ya que en él queda comprendido necesaria-
mente cada uno de los otros dos.
Un análisis comparativo con las fuentes mediata (Código
Napoleón) e inmediata (García Goyena), nos facilitará la
respuesta en nuestro Derecho.
§31. Contrato a favor de tercero 565
2. La forma
El contrato a favor de tercero no exige forma alguna espe-
cial. Basta con que se cumpla con la forma que exigiría el
contrato de no mediar la atribución al tercero. P a r a ello hay
que reconstruir idealmente el contrato, suponiendo que la
atribución hecha al tercero fuera dirigida al estipulante.
Así, si Cayo se compromete a pagar una suma de dinero a
Ticio como valor del inmueble que éste debe transferir en
propiedad a Sempronio, la forma es la exigida por el contra-
to de compraventa inmobiliaria, y no la de la donación, pues
aun cuando Sempronio reciba el inmueble a título de dona-
ción indirecta, entre Cayo y Ticio media una compraventa.
Tal la doctrina que emerge del art. 2072.
La misma regla de reconstrucción hipotética se aplica al
problema del número de ejemplares. Sólo hay que computar
las personas de estipulante y de promitente. Ni el tercero es
"parte" contractual, ni sustenta un interés distinto al del
estipulante (art. 1021), ni respecto de él hay bilateralidad
alguna.
§31. Contrato a favor de tercero 569
4. La causa
En esta relación triangular hay que distinguir según se
trate del promitente o del estipulante:
a) Varias son las causas que pueden mover al promitente.
Sólo una se encuentra excluida: la sola causa donandi, por-
que ello equivaldría a admitir la estipulación pura que es ex-
traña al sistema del art. 504. El promitente se obliga porque
recibe algo del estipulante, ya un crédito (causa credendi), ya
una dación (causa adquirendí), ya para extinguir una rela-
ción que lo liga a él (v.g., en una transacción: causa solvendi).
Su promesa es siempre a título oneroso. No se excluye que
pueda existir un cierto ánimo de liberalidad que justifique su
derecho a impedir la revocación por la sola voluntad del esti-
pulante, pero ello no puede constituir la causa dominante.
b) Al estipulante, en gran número de casos, lo moverá en
cambio una causa donandi. Por el mecanismo de la estipula-
ción verificará al tercero una donación indirecta sujeta a co-
lación y reducción (doctrina de los arts. 2072 C. Civil y 144
dec.-ley 17.418). Pero también el estipulante puede perse-
guir una causa onerosa. Puede querer pagar a un acreedor
(solvendi causa), e incluso obrar credendi o adquirendí cau-
sa, como cuando se estipula una ventaja a favor de tercero,
con cargo a su vez a favor del estipulante. 1 4
14
Miccio R., / diritti di crédito, II, 2, pág. 417, señala con una variada ejemplifi-
cación el error de quienes reducen las causas a la donandi y a la solvendi.
570 §31. Contrato a favor de tercero
VIL La aceptación
15
Comp., Bibiloni, Anteproyecto, II, 454.
6
De entre las variadas tesis sustentadas por la doctrina nos hemos pronuncia-
do a favor de ésa, en nuestra citada obra Contratos a favor de terceros.
§31. Contrato a favor de tercero 571
4. Consecuencias
Pero en definitiva, salvo diferencias de detalle, tanto da
encarar a la aceptación como adhesión privativa, que como
17
En la literalidad del art. 504 el tercero "podrá exigir" el cumplimiento de la
obligación "si la hubiese aceptado y hécholo saber al obligado antes de ser revoca-
da". Con lo que se describe a la aceptación como un prius. Para el Derecho italiano,
Miccio, op. cit, pág. 427, manifiesta sus reservas a hablar de un derecho perfecto
que hasta el momento en que se acepte no se puede ejercitar.
572 § 3 1 . C o n t r a t o a favor de t e r c e r o
18
El Anteproyecto de 1954 es preciso al prever en el art. 1052 ¿n fine, que el es-
tipulante podrá "asimismo exigir la ejecución de la prestación, sin perjuicio del de-
recho del beneficiario en igual sentido". Al referirnos en el texto a las "acciones" de
que goza el estipulante, empleamos el vocablo en sentido lato, de tal modo que en-
tendemos incluir dentro del instituto a la donación con cargo a favor de tercero . Es
verdad que el donante no puede exigir directamente el cumplimiento del cargo a
favor de tercero, atento a la preceptiva del art. 1829, pero ello no significa que ca-
rezca de remedios para provocarlo, pues tiene en sus manos el poderoso instru-
mento de la revocación. El donatario en caso de incumplimiento sufre tanto la
actividad del donante como la del tercero, y esta doble relación de sujeción es sufi-
ciente para encontrar en la hipótesis la idea fundamental del instituto. Messineo
(Doctrina, II, pág. 200) encuentra varias diferencias entre ambos institutos, aun-
que termina reconociendo que en la práctica la afinidad es muy marcada.
§31. Contrato a favor de tercero 573
Rezzónico, loe. cít., nota 119, no admite la compensación con una deuda del
estipulante, por entender que el promitente ha renunciado implícitamente a esa
vía, y concluye a fortiori que con mayor razón hay una renuncia a la compensación
con el tercero con quien ni siquiera lo liga un contrato. Nosotros tomamos otro
punto de partida, y si no admitimos la compensación con el estipulante es porque
ello sería contradictorio con la atribución de un beneficio directo que no pasa por el
patrimonio del estipulante, pero ese obstáculo no existe para la compensación con
el tercero.
§32. Contrato a cargo de tercero
I. Concepto
2. Consecuencias
En síntesis, la característica de esta figura construida
por vía de simetría, consistiría en la convergencia de ac-
ciones en búsqueda de la misma prestación, y más exacta-
mente, en búsqueda del mismo objeto mediato directo. El
e s t i p u l a n t e t e n d r í a acciones t a n t o contra el promitente
como contra el tercero para obtener la realización del he-
cho de este último.
578 §32. Contrato a cargo de tercero
I. Generalidades
1. ínter partes
Entre cedente y cesionario, basta con el consentimiento
para el traspaso de la posición contractual. No es necesa-
3
Alterini-Repetti, op. cit., pág. 48.
4
Rezzónico, Estudio de las obligaciones, pág. 338.
586 §33. La transmisión del contrato
4. Vínculos accesorios
Al transmitirse la posición contractual, pasan todos los
derechos, con sus accesorios. Pero respecto a los accesorios
de las deudas, la regla debe ser análoga a la que rige para el
contratante cedido, en el sentido de que el tercero que ha
prestado fianza, o garantizado con caución real, o que es
co-deudor solidario o indivisible, no podría verse perjudica-
do por la cesión del contrato, y para que ésta le fuera opo-
nible, produciendo la liberación del cedente, sería preciso
que prestara su consentimiento.
V. Reglas aplicables
§34. Generalidades
I. Panorama
II. Revocación
1. Primordial
En su sentido primordial "revocar" es extinguir un acto
unilateral mediante otro acto unilateral. Ello implica derogar
una normación primera por obra de una normación segunda. 1
Se revocan los testamentos (arts. 3824 y sigts.), se revoca
un poder (art. 1925 para la sustitución del mismo), pues am-
bos son actos unilaterales. En este sentido, podría correcta-
mente decirse que se revoca una oferta, pero el Código, que
emplea el vocablo para la oferta de donación (art. 1793),
prefiere en general el término de "retractación" (arts. 1150 y
1156). En el contrato a favor de tercero, el Código habla de
la posibilidad de revocar la ventaja concedida (art. 504), y
todavía puede admitirse que el vocablo ha sido empleado en
un sentido que no se aparta mucho de su pureza primordial,
pues respecto al tercero la ventaja le aparece concedida co-
mo si fuera casi por acto unilateral (supra, §31, V, 3 y 4).
2. Traslaticio
Cuando de los actos unilaterales se pasa a los contratos,
el uso traslaticio del vocablo "revocación" hace fatalmente
doble empleo ya con el de "rescisión" (en su forma unilate-
ral), ya con el de resolución. Sin embargo, es normalmente
empleado por la ley en dos hipótesis:
a) En materia de donaciones, donde se habla de revoca-
ción por inejecución de los cargos, por ingratitud, y por su-
pernacencia de hijos (arts. 1848 y sigts.). Ese uso traslaticio
tiene su cierta razón de ser en el paralelismo que se suele
establecer (y al que la ley argentina no escapa aunque se
haya apartado del método del Cód. Napoleón) entre los tes-
tamentos y las donaciones.
b) En el contrato de mandato, donde se habla de la "revo-
cación" por el mandante como causa de extinción (art. 1963
inc. 1 y concordantes). La explicación de este uso se encuen-
El verbo "derogar" que se conjuga tan bien con la concepción normativa, es em-
pleado por el Código en los arts. 1975/6. Para nosotros, "revocar" es aniquilar para
el futuro (comp.: Llambías, Parte General, n- 1748; Borda, Parte General, n° 1239).
Obsérvese sin embargo, siquiera sea para señalar lo anárquico de la terminolo-
gía , que según la nota al artículo 1200, se trataría de aniquilar retroactivamente.
590 §34. Generalidades
3. Histórico
El Código emplea la palabra en un sentido histórico total-
mente distinto a los anteriores, para referirse a la acción
pauliana (arts. 961 y sigts.) que abarca un supuesto de ino-
ponibilidad, al que en breve nos referiremos.
III. Rescisión
1. Clases
Podemos señalar tres clases de rescisión: la bilateral, la
unilateral prevista y la legal. 3
a) La bilateral constituye la forma más típica, y alrededor
de su concepto se elaboran los de las otras dos. La bilateral
se opera a través del llamado distracto (art. 1200, primer
párrafo, nota al art. 1493) que es un contrato en virtud del
cual se deja sin efecto (sin cumplirlo, pues si no habría pago)
otro contrato anterior. Lo que el consensus puede hacer, el
contrario consensus puede destruir.
b) La unilateral prevista supone que las partes han in-
cluido en el contrato una cláusula que autoriza a cualquiera
de ellas (o sólo a alguna de entre ellas) a dejar sin efecto el
contrato. Una situación de esta índole se presenta en aque-
llos casos en que se dice que un contrato de locación celebra-
do por tantos años, quedará automáticamente renovado por
otros tantos, si cualquiera de las partes no manifiesta den-
tro de tal término su voluntad en contrario. 4 En realidad, en
2
Véase: Terceras Jornadas de Derecho Civil.
3
Para esta terminología: Mazeaud-Mazeaud, Lecciones de Derecho Civil, n2 727.
4
El ejemplo es de Mazeaud-Mazeaud, loe. cit.
§34. Generalidades 591
2. Rescisión y nulidad
En algunas oportunidades (v.g., arts. 858 y sigts.), el Có-
digo utiliza la palabra "rescisión" como sinónima de nulidad.
Se refleja así una terminología que responde a razones his-
tóricas.
IV. Resolución
1. Automática
La forma mas típica es la de la resolución que depende
del advenimiento de u n a condición. Se la puede llamar "au-
tomática" pues ella se produce independientemente de una
nueva declaración de voluntad.
2. Facultativa
Muy próxima a ella se encuentra la resolución facultati-
va, la que exige además de la producción de un evento, una
declaración de voluntad a favor de la resolución. Figura de
ella es la que se opera a raíz del funcionamiento del pacto
comisorio, donde el evento consiste en un acontecimiento tí-
pico: el incumplimiento de la otra parte. 7
3. Opcional
Puede todavía hablarse de una resolución opcional. Mien-
tras que en la facultativa la parte que resuelve recibe la fa-
cultad de hacerlo a raíz de la producción de un hecho que no
depende de su actividad, en la opcional ella misma da lugar
al evento. Es lo que acontece en el caso de las arras peniten-
ciales, y en el pacto de retroventa.
V. Nulidad
1. Clases
Cabe distinguir:
A. Nulidades expresas y virtuales. Dícese expresa, cuando
la propia norma que establece una preceptiva prescribe la
sanción de nulidad para el caso de inobservancia; virtual
cuando sin estar prevista la sanción, ella resulta de la natu-
raleza del ordenamiento. Cuando se examinan los distintos
7
La llamamos facultativa siguiendo a Llambías, op. cit., n- 1746 y recogiendo la
referencia a la facultad contenida en la primera parte del art. 1204.
§34. Generalidades 593
8
Sobre la existencia de nulidades virtuales, la opinión se encuentra dividida en
nuestra doctrina, prevaleciendo la tesis afirmativa: Llambías, op. cit., n91540; Bor-
da, op. cit, n9 1258; Salvat, Parte General, n2 2588.
9
Comp.: Spota, Tratado de Derecho Civil, n9 1948 y ss.
594 §34. G e n e r a l i d a d e s
2. Inexistencia
Ceñidos a la materia contractual, no admitimos la inexis-
tencia como categoría autónoma. Faltan las razones especiales
que hicieron surgir el instituto en el derecho matrimonial
francés. 11
10
Véase supra, §5, XI,1, en nota 59.
11
Como señalan los Mazeaud (Lecciones, n2 803), la teoría de la inexistencia ha
sido ideada para evitar la rigidez de las consecuencias del principio a tenor del
cual no hay en el matrimonio nulidades sin texto legal. Los citados autores, exami-
nando el Derecho francés, declaran a la teoría inútil e inexacta.
En n u e s t r a historia se dio una situación particular cuando en 1968 la ley
17.711 reformó el art. 4023 estableciendo el plazo de diez años "para interponer la
acción de nulidad, sea absoluta o relativa, si no estuviere previsto un plazo menor".
Que prescribiera la acción por nulidad absoluta fue —a nuestro juicio— un dislate
§34. Generalidades 595
3. Conversión
Corresponde en este l u g a r u n a breve referencia a la
conversión de los actos. Cuando el legislador sanciona la nu-
lidad, puede hacerlo en dos formas diferentes: plena o
efectual. Obra con la primera perspectiva cuando niega al
acto toda eficacia normativa; obra con la segunda, cuando
le confiere una eficacia distinta a la que resultaría de su
interpretación. 1 2 El fenómeno puede explicarse en otros
términos: anula el acto, y lo convierte en otro distinto. Tal
lo que acontece cuando la escritura pública nula como tal,
vale como i n s t r u m e n t o privado (art. 987); o cuando la
c o n s t i t u c i ó n de d e r e c h o s r e a l e s no p r e v i s t o s , n u l a en
cuanto tal, vale como constitución de derechos personales
(art. 2502) o cuando un contrato de compraventa nulo como
tal por defecto de forma, vale como boleto de venta (supra,
§19, III, 5).
VI. Ineficacia
1. Concepto
Este vocablo, utilizado en su más amplia aceptación, de-
signa a todas las situaciones en las cuales, por una razón u
corregido poco tiempo después por la ley 17.940. Porque supongamos que alguien
se hubiera "vendido" a sí mismo sometiéndose a esclavitud y se hubiera pretendido
aplicar el art. 4023 según el texto de la ley 17.711...¿diría alguien que prescribe la
acción? A falta de otro argumento, nosotros mismos hubiéramos acudido a la teoría
de la inexistencia, como un modo cómodo de nombrar a la nulidad según el Dere-
cho natural, pero si se examina el caso según el Derecho positivo se advierte que
puede ser reducido a una hipótesis de inconstitucionalidad por irrazonabilidad de
esa reforma, pues una situación que es constantemente rechazada por el orden pú-
blico no puede comenzar a prescribir, sin perjuicio de los efectos de otras institucio-
nes como la de la prescripción adquisitiva, inaplicable al ejemplo, pues una
persona no es una cosa.
Tomamos la expresión "nulidad efectual" de Giorgi. Un agudo análisis del
instituto de la conversión puede verse en la obra de J. D. De los Mozos, La conver-
sión del negocio jurídico.
596 §34. Generalidades
2. Inoponibilidad
E n t r e las instituciones que pugnan por encontrar u n a
configuración autónoma, figura la de la inoponibilidad. El
número de casos que se incluye en ella, varía según los au-
tores:
a) A estar al lenguaje de la ley en el art. 1199, podrían
calificarse de inoponibilidad los diversos casos de aplicación
de la regla "res ínter alios acta" (supra, §28, I). Se t r a t a
aquí de u n a inoponibilidad de la eficacia inmediata del con-
trato a la que Cariota Ferrara prefiere denominar "irrele-
vancia". 1 4
b) Según el lenguaje del Código en el art. 2505 y de la ley
17.801 en el art. 2, puede también hablarse de inoponibili-
dad en todos los casos en que la ausencia de una publicidad
adecuada impide la eficacia mediata de los contratos 1 5 res-
pecto de ciertos terceros.
13
Albaladejo (El negocio jurídico, pag. 39) y sigts. distingue entre ineficacia
inicial y posterior; dentro de la inicial ubica los casos de negocio inexistente, nulo,
e ineficaz en sentido estricto; para la posterior ejemplifica con negocios anulables,
lesivos, revocables y sujetos a caducidad y condición. Cariota Ferrara (El negocio
jurídico, Cap. V), bajo el concepto de ineficacia trata de la ineficacia en sentido es-
tricto, y de la inexistencia, invalidez e impugnabilidad del negocio.
14
Cariota Ferrara, op. cit., pag. 324.
15
Ver nuestra ponencia en el Cuarto Congreso de Derecho Civil.
§34. Generalidades 597
I. Generalidades
1. Antecedentes históricos
La exceptio (aunque no su nombre) tiene un rancio abo-
lengo. Fue deducida de una generalización de los textos ro-
manos y protegida por las enseñanzas canonistas y tuvo
particular éxito durante el medioevo. Se consideró que con-
tra el que demandaba el cumplimiento, sin haber por su
parte cumplido, podría oponerse con éxito una exceptio doli,
§35. E x c e p c i o n e s de i n c u m p l i m i e n t o 599
2. Ámbito
A estar al tenor literal del art. 1201, la exceptio sólo tiene
cabida cuando se trate de demandar el cumplimiento de los
contratos bilaterales:
a) Su órbita de acción es en realidad mucho más amplia y
abarca todas las obligaciones recíprocas, como por ejemplo
las restituciones mutuas en razón de la anulación de un acto.
Para dicha extensión no es óbice la letra del artículo, por-
que la repulsa al dolo que él contiene, y que constituye su ba-
samento histórico, se desgaja de todo nuestro sistema, de tal
modo que aun cuando (como acontece en otras legislaciones)
no existiera el texto del art. 1201, igual se daría la exceptio.
Si para aceptar esta generalización se piden textos, invo-
camos el art. 510, aplicable literalmente a todas las obliga-
ciones recíprocas. Al demandado le bastará con contestar:
"según el art. 510, no estoy en mora". 2
b) No es necesario que la defensa se oponga en juicio.
También puede serlo extrajudicialmente, 3 como respuesta al
reclamo de pago que verifique el acreedor. Este ejercicio se-
rá particularmente necesario cuando el acreedor pretenda
seguir la vía resolutoria extrajudicial (infra, §36, II, 3, e).
c) Funciona tanto en las obligaciones de ejecución instan-
tánea, como en las de duración. 4
1
Baudry-Lacantinerie et Barde (Des Obligations, n 9 963) citan al Código argen-
tino como el primero que haya legislado expresamente con carácter general el ins-
tituto de la exceptio non adimpleti contractas. Nuestro Codificador tomó el texto
del art. 1955 del Esbogo de Freitas. El Código de Chile ya traía la disposición del
art. 1552, sentando la doctrina que nuestro art. 510 ha tomado del art. 1007 del
Proyecto de Goyena, teniendo como antecedente nuestro Codificador el art. 1907
del Cód. de Luisiana (nota al art. 510).
2
Conformes: Forte, R. y do Campo, A. R. F. en Algunos aspectos de la excepción
de incumplimiento contractual, en La Ley 1980-C; Llambías-Alterini, Código Civil
Anotado sobre el art. 1201.
La Cruz Berdejoy otros, Derecho de obligaciones, I, n 9 121.
4
De Page, Traite Elémentaire, n 9 866, B.
600 §35. E x c e p c i o n e s de i n c u m p l i m i e n t o
3. El grado de incumplimiento
La defensa protege contra el incumplimiento y el mal
cumplimiento {non rite adimpleti). Un incumplimiento par-
cial o defectuoso la autoriza, como surge de la aplicación
particular del art. 1426.
Pero el incumplimiento debe alcanzar un cierto grado de
intensidad que apreciarán los jueces según los principios de
la buena fe (art. 1198). La non adimpleti es una excepción
de dolo, y sería susceptible de una contrarréplica de dolo
quien pretendiera escudarse en un incumplimiento tenue
para negar su prestación y conservar la recibida. Si son recí-
procas las obligaciones, también es recíproca la buena fe en
el cumplimiento. Por ello, frente a un incumplimiento tenue,
sólo cabe una resistencia tenue, proporcionada. 5
4. Naturaleza
El nombre dado al instituto denota que se t r a t a de una
defensa que corresponde oponer al demandado. 6
5
De Page, op. cit., n2 866, A, 3; Baudry-Lacantinerie et Barde, op. cit., n- 966;
Lafaille, Contratos, n2 355.
6
Se ha dicho que puede ser también opuesta por vía reconvencional (comp.: au-
tores citados aquí en nota 2) y que, en tal hipótesis, ambas partes deben ser conde-
n a d a s a cumplir sus respectivas prestaciones. Incluso se ha afirmado que la
oposición de la exceptio lleva implícita una demanda reconvencional, fallo recorda-
do en la reseña publicada en ED 4, pág. 160.
Esto de la exceptio por vía reconvencional, sobre lo que tanto se ha insistido, ha
producido —a nuestro juicio— una vesdadera confusión de las ideas, llegándose,
incluso, a afirmar que no es posible excepcionar y reconvenir (Véase: Digesto La
Ley, II, 2, voz "Contratos", n2 672).
•.Nosotros pensamos que una verdadera exceptio es arma de defensa y no de ata-
que (sobre que no es exigencia de pago: Digesto, cit., voz cit., n 2 589). Desde que el
excepcionante ataca, ya no es la sola exceptio la que está en juego, porque se acu-
mula una acción por cumplimiento; y en esa acumulación no vemos inconveniente
alguno.
De hecho, las actitudes procesales del demandado pueden ser variadas, y con-
vendrá distinguir claramente qué es lo que constituye realmente una exceptio en el
sentido del art. 1201. Y así, demandando Primus, vendedor, a Secundus, compra-
dor, por pago del precio y partiendo de la base de que a Secundus le asista la razón,
podemos imaginarnos que adopte las siguientes actitudes: I. Secundus se limita a
oponer la exceptio non adimpleti contractus, negando que Primus le haya hecho en-
trega de la cosa. En tal caso corresponde el rechazo de la demanda (infra, aquí, 7);
II. Secundus opone la exceptio, y además contrademanda por cumplimiento de la
contraprestación, pero haciendo depósito judicial del precio, de modo que Primus
§35. E x c e p c i o n e s de i n c u m p l i m i e n t o 601
5. Improcedencia de la exceptio
Fundada la defensa en el incumplimiento, ella sería im-
procedente cuando:
a) El demandante hubiese cumplido (art. 1201, primer su-
puesto).
b) Ofreciese cumplir (art. 1201, segundo supuesto). Se ha
discutido si el extremo se llena con la sola declaración, o si
es necesario algo más tangible y material. Pensamos que la
respuesta fluye de los términos de la ley, que ha empleado
de la demanda debe haber invocación de parte, pero antes de correrlo, el juez "que
no es un espectador de la litis sino el director de la misma" podría y debería, de ofi-
cio, señalar el defecto, cuando de los elementos de juicio resultantes de la misma y
de la documentación acompañada resultare "que los requisitos que fija el art. 1201
para la prosperidad de la demanda no están integrados (no hay cumplimiento efec-
tivo, ni ofrecido, ni aplazado)". Según tal tesis, señalado el defecto y fijado el plazo
para la subsanación, al vencerse éste, el juez podría y debería, de oficio, rechazar
la demanda. Dejando a un lado el hecho de que el razonamiento se apoya en uno
de los tantos Códigos procesales existentes, no podemos menos que reconocer que
se trata de una tesis interesante, y que mientras sea aplicada prudentemente como
resultado de un control superficial y primario como el que aconsejan los citados
autores, no ha de causar agravio al actor, el que, realmente, deberá expresar su
agradecimiento al juez que lo pone en alerta de la posibilidad de una exceptio por el
demandado. Pero el problema reside en determinar cuándo se sale de lo prudente,
superficial y primario, y cuándo se permanece en ello, y sobre esto, sinceramente
no se nos ocurren ejemplos, salvo uno de gabinete, en el cual, ya fuera por silencio
u oscuridad de la demanda, resultare que el actor ni ha pensado en el art. 1201 y
en ninguna parte ha dicho que cumplió o que ofrece cumplir o que su obligación es
a plazo, en cuyo caso el juez podría requerirle que lo especifique. Sólo un caso de
este tipo podría, a nuestro entender, traer como consecuencia que se llegara a la
drástica sanción que sugieren los citados autores. Claro que si el actor solicitara
una medida cautelar, tendría que acreditar sumariamente que contra él no cabe
una exceptio non adimpleti contractus (doct. art. 226 Proc. tucumano).
§35. E x c e p c i o n e s de i n c u m p l i m i e n t o 603
6. Sujetos
La exceptio, invocable por el deudor primitivo contra el
acreedor primitivo, funciona a favor y en contra de los here-
deros. Es oponible al cesionario (art. 1469).
9
El procedimiento es el indicado en el texto. Una aplicación concreta de ello se
encuentra en el art. 1422 que contiene la expresión "haciendo depósito judicial del
precio". Consideramos incorrecta la jurisprudencia que, para el dinero, se contenta
con palabras, y que, para ser lógica, debería desembocar, como de hecho desembo-
ca, en que en la sola interposición de la demanda va implícito el ofrecimiento
(comp.: Digesto Jurídico La Ley, III, 2, voz "contratos" núms. 633, 651, 652, 655,
656, 657, 658a, 658b).
604 §35. E x c e p c i o n e s d e i n c u m p l i m i e n t o
7. Efectos
El acogimiento de la exceptio tiene efectos dilatorios sus-
tanciales. Trae como consecuencia el rechazo de la deman-
da, pero no la pérdida de la acción, que el titular podrá
intentar nuevamente, ajustándose al art. 1201 y, en tal hi-
pótesis, la demanda rechazada vale como acto interruptivo
de la prescripción (doct. art. 3986). 11
10
Comp.: Enrietti, en Commentario, sobre el art. 1460, n 9 6.
11
I. En Digesto Jurídico La Ley III-2, voz "contratos", puede verse la jurispru-
dencia existente sobre el punto: 1. Algunos fallos siguen la doctrina que afirmamos
en el texto (Digesto, voz cit., núms. 666 y 685); 2. No faltan los que van más allá y
concluyen en que el éxito de la exceptio no conduce al rechazo de la demanda, sino
a una condena, subordinada al previo cumplimiento de la prestación del actor (voz
cit., núms. 612 y 671), solución que aunque tiene sus antecedentes jurisprudencia-
les en el Derecho común y recepción legislativa en otros sistemas (véase: Ennecce-
rus-Lehmann, Obligaciones, §33, 1, 4, y la opinión de los anotadores españoles
González y Alguer) nos parece contraria a la letra del art. 1201, donde los requisi-
tos que se enuncian son para demandar y no meramente para obtener la presta-
ción del demandado. II. Sobre la exceptio por vía reconvencional, supra, aquí, nota
6. III. Sobre el tema de los efectos, comp.: Forte y Do Campo, op. cit.
§35. E x c e p c i o n e s de i n c u m p l i m i e n t o 605
12
En concordancia con lo dispuesto por los arts. 572 y 753 del Cód. Civ., el art.
132 del decreto ley 19.551 de 1972 estatuyó que las obligaciones pendientes de pla-
zo "se consideran vencidas de pleno derecho", norma receptada en el art. 128 del
muevo régimen concursal (ley 24.522). Véase García Martínez, El concordato y la
quiebra, sobre el art. 116 de la ley 11.719.
606 §35. Excepciones de incumplimiento
I. Concepto
1
Para la historia de la institución puede verse la clara exposición de Alessandri
Rodríguez (De la compra venta y de la promesa de venta, n9 1064 y sigts.), y así
mismo la de Layerle [La condición resolutoria legal, Cap. I). Brevemente, puede re-
sumirse así: a) En el Derecho romano, la primitiva situación del vendedor era dis-
tinta ante el caso de falta de pago del precio. Si no había dado término para el
pago, aunque hiciera tradición, la propiedad de la cosa no pasaba al comprador; de
allí que frente al incumplimiento tuviera dos acciones: la actio venditi para obtener
el pago, y la acción reivindicatoría para obtener la restitución de la cosa. En cam-
bio, si de algún modo se había fiado en el comprador, dándole un término para el
pago, o aceptando una caución, sólo disponía de la actio venditi. Luego se introdujo
la costumbre de agregar al contrato de venta una cláusula conocida con el nombre
de lex commísoria, que se concibió primero como una condición suspensiva y luego
como una resolutoria, y que conducía en definitiva a dejar sin efecto el contrato en
el caso de falta de pago del precio. Es evidente el interés que la lex comissoria pre-
sentaba para las ventas a crédito pues en ellas, según dijimos, el vendedor carecía
de la actio reivindicatoría. Pero también era práctica aun para la venta al contado,
pues si bien el vendedor podía reivindicar la cosa, quedaba atado por el contrato a
entregarla nuevamente si luego se le pagaba el precio; la resolución en virtud de la
lex commisoria le permitía desligarse. La lex commísoria marca la aparición del
pacto comisorio expreso. En cuanto al pacto tácito, nace en los contratos innomina-
dos, que se verifican dando (do ut des, do ut facías). En ellos, para el caso de in-
cumplimiento de quien había recibido, el tradens tenía a su favor la condictio
causa data causa non secuta, con la cual obtenía la restitución de lo dado. Poste-
riormente, los contratos innominados son sancionados con la actio prescripti verbis,
sin desaparecer la función de la condictio; de allí que en adelante, el tradens tenía
dos acciones, una, la de cumplimiento (la prescripti verbis) y otra, la de restitución
(la condictio causa data causa non secuta), encontrándose prácticamente en la si-
tuación propia hoy del pacto comisorio, en la que el cumplidor puede exigir el cum-
plimiento u optar por la resolución, b) Mientras el derecho medioeval permaneció
fiel a la tradición romanista, el francés desarrolló la idea que estaba contenida en
aquélla. Se estimó que el pacto comisorio estaba implícito en todo contrato y ello
fue posible por dos órdenes de circunstancias: la práctica constante de introducir la
lex commisoria en las ventas, llevó a estimar que ella debía entenderse inserta aun
cuando las partes no lo hubiesen dicho expresamente; por otra parte no era difícil
608 §36. P a c t o comisorio
La regla ha sido tomada del art. 919 del Código de Austria, citado en nota por
el Codificador. Pero Bibiloni (Anteproyecto, II, pág. 422), recuerda que el art. 919
austríaco fue reformado en 1917, "por el art. 918 que dispone lo contrario". Tampo-
co Freitas fue partidario del pacto tácito (art. 1960 del Esboco).
610 §36. Pacto comisorio
4
Las distintas posiciones se pusieron de manifiesto en las Primeras Jornadas
de Derecho Civil que tuvieron lugar en Santa Fe, en noviembre de 1963. La Comi-
sión n* III encargada del estudio del tema, en relación con el sistema entonces vi-
gente emitió un dictamen en mayoría y otro en minoría. Según el de la mayoría, el
principio del art. 1204 sólo debía ceder en los casos expresamente dispuestos por la
ley; el despacho de la minoría —que triunfó en el plenario—, entendió por el con-
trario que el texto del art. 1204 debía ser objeto de una interpretación restrictiva.
Durante el curso del debate, el doctor Fariña sostuvo que el art. 1204 correctamen-
te interpretado no vedaba la posibilidad de una demanda por resolución; la tesis se
encuentra extensamente desarrollada en su obra Rescisión y resolución de contra-
tos, y en su hora constituyó un esfuerzo constructivo para poner el texto en concor-
dancia con lo que se e s t i m a b a n las necesidades de la práctica; llegaba a la
conclusión de que a tenor del art. 1204 en defecto de pacto expreso no era posible
una resolución por propia autoridad del acreedor, pero que por el juego de otros
principios, sí lo era por pronunciamiento judicial.
§36. Pacto comisorio 611
1. Carácter
Decimos que el pacto comisorio tácito es una cláusula na-
tural. Ello surge de la letra del art. 1204, según la cual "se
entiende implícita la facultad de resolver". Tal caracteriza-
ción trae como consecuencia:
a) La norma del art. 1204 relativa al pacto comisorio táci-
to no es de aquéllas en cuya observancia se encuentre inte-
resado el orden público (y que son inderogables por voluntad
de las partes, art. 21). De allí que los contratantes gocen en
la materia del más pleno ejercicio de su autonomía privada.
Pueden desplazar totalmente al art. 1204 y declarar que no
cabe resolución por incumplimiento, o hacerlo sólo parcial-
mente, limitándolo a ciertas hipótesis, o excluyendo una de
sus formas de actuación (por ejemplo la extrajudicial); y
pueden recoger el régimen del art. 1204 con ciertas modifi-
caciones, de las cuales el mismo texto, en su segundo párra-
fo, prevé una (la relativa al plazo).
De la interpretación del contrato resultará en qué medida
las partes se han apartado de la lex supletoria. Pero la in-
terpretación en este sentido debe ser restrictiva porque una
lex supletoria llamada a llenar el mutismo de las partes no
podría ser desplazada por lo que no sea suficientemente lo-
cuaz para expresar, en términos inequívocos, que se ha re-
nunciado a una facultad que la ley pone a disposición del
cumplidor. De allí que no compartamos cierta jurispruden-
cia que entiende desplazada la facultad resolutoria por el
hecho de haberse convenido intereses punitorios para el ca-
so de mora. 5
b) Como la norma del art. 1204 no es imperativa, no se
aplica a los contratos celebrados con anterioridad a la vigen-
cia del dec.-ley 17.711, y ello por disposición del nuevo art. 3
a tenor del cual: "A los contratos en curso de ejecución no
son aplicables las nuevas leyes supletorias". 6
5
Sobre el tema, Lavalle Cobo en Belluscio-Zannoni, Código Civil, art. 1203,
§10.
6
Conservamos esta afirmación que hicimos desde la primera edición porque,
aunque dado el tiempo transcurrido será difícil encontrarle aplicación práctica,
conserva su valor teórico.
§36. Pacto comisorio 613
9
Ramella, en su exhaustiva obra sobre La resolución por incumplimiento, al re-
ferirse a nuestra opinión, transcribe ese fragmento de nuestro texto, y luego agre-
ga (pág 150): "A n u e s t r a m a n e r a de ver constituye un error el pensar que la
correspectividad propia de los contratos con prestaciones recíprocas exige una
equivalencia económica. Pensamos que en éstas, como lo destacara Colagrosso,
basta con que existan recíprocas atribuciones funcionando la una como justifica-
ción de la otra". No resulta claro si nos atribuye o no ese error, aunque sí es eviden-
te que no comparte nuestra tesis, puesto que luego ubica (pág. 294) a la revocación
por inejecución de los cargos dentro de la órbita del pacto comisorio implícito. Por
nuestra parte, mantenemos lo dicho en anteriores ediciones, tanto en el texto como
en antigua nota 7 y ello no implica pretender la equivalencia económica para la co-
rrespectividad, puesto que admitimos que el cargo pueda incluso absorber toda la
donación (y aun superarla: supra, §5, III, 2, c; infra, §38 y §76, IV) y allí, pese a
darse la equivalencia económica, negamos la correspectividad propia de las presta-
ciones recíprocas.
10
No debe concebirse a la revocación de las donaciones por inejecución de los
cargos, como un pacto comisorio tácito (sin que ello implique desconocer los gran-
des puntos de contacto que existen entre ambas instituciones). He aquí algunas di-
ferencias: a) La resolución despliega su eficacia sobre obligaciones, mientras que la
revocación supone la existencia de cargos. La diferencia podría parecer de menor
entidad si se concibe a los cargos como obligaciones accesorias, pero ella cobra un
singular valor cuando se reflexiona que los cargos pueden consistir en prestaciones
no apreciables en dinero (art. 1852 in fine), b) De allí que mientras el pacto comiso-
rio supone la posibilidad de elegir entre exigir el cumplimiento o resolver, en cam-
bio la revocación por inejecución del cargo no ofrece n e c e s a r i a m e n t e esa
alternativa, y cuando la presenta, se da con otras características. Cuando el cargo
no es de prestaciones apreciables en dinero, no hay una acción de cumplimiento
(doctrina del art. 1829), y sólo existe la de revocación; cuando es a favor de terce-
ros, el donante carece también de acción de cumplimiento (art. 1829 in fine), y como
616 §36. P a c t o comisorio
a los terceros les falta siempre la de revocación (art. 1852) resultará que en los ca-
sos más frecuentes de donaciones con cargo no habrá la posibilidad de elección, o
no estará reunida en una sola mano, la que sin embargo existiría en una estipula-
ción a favor de tercero (a favor del estipulante) que respondiera al esquema de un
contrato con prestaciones recíprocas, c) El pacto comisorio tácito se actúa judicial o
extrajudicialmente (art. 1204), mientras que la revocación se efectiva por demanda
(art. 1850 y sigts.). d) Pues se trata de prestaciones recíprocas, el pacto comisorio
funciona a favor de ambos lados, en tanto haya incumplimiento. La revocación es
sólo un arma a favor del donante, pues al donatario le basta con el abandono (art.
1854). e) Con la resolución se reclaman daños y perjuicios, mientras que con la re-
vocación sólo se puede obtener la restitución de lo donado, pues el donatario "no es-
tá obligado personalmente con sus bienes" (art. 1854). f) Que en las donaciones con
cargo falta el vínculo de reciprocidad entre las prestaciones, se demuestra por la
inaplicabilidad del criterio del art. 895, atento a la regla del art. 565. Comp.: nota
del Codificador al art. 1854.
§36. P a c t o comisorio 617
art. 2088; 3. Eso de que el riesgo haya sido o no corrido, dependerá, por lo demás,
de las regulaciones concretas de los contratos aleatorios, pues dejando a un lado
que lo normal será que lo corran ambas partes, a veces se tendrá por no corrido
(art. 31 de la ley de seguros); 4. Concluimos afirmando que el tema de lo aleatorio
podrá dar lugar a dificultades de cálculos numéricos pero no constituye obstáculo
para la institución que examinamos.
§36. P a c t o comisorio 619
15
Gastaldi (Pacto comisorio, pág. 145) enseña que el incumplimiento de una
obligación accesoria "debe ser causal de resolución cuando la misma tiene entidad
suficiente para alterar el debido cumplimiento del contrato", dando como ejemplo
el caso del art. 1644, donde lo incumplido es la provisión de materiales por el comi-
tente. Sin duda que la no provisión de materiales da lugar a resolución, pero la
obligación de proveerlos ¿es una obligación accesoria? La obligación de proveer ma-
teriales puede pesar tanto sobre el empresario como sobre el comitente (infra,
§128) y cuando cae sobre este último no creemos que pueda calificarse de "acceso-
ria" sino de integrante del complejo relacional de tal manera que su incumplimien-
to es incumplimiento parcial. Claro que todo depende del uso que se haga del
calificativo...En el sentido en el que nosotros empleamos, aquí, el vocablo, no esta-
mos ante una prestación accesoria. Si, dadas las características de la obra, hace fal-
ta la provisión de materiales, es esencial que la haya, constituyendo una parte de la
obligación de alguien que, si cuando pesa sobre el locador no tiene el carácter de
accesoria, mal puede asumirlo cuando pesa sobre el locatario que está obligado a
menor precio en dinero (que el que resultaría de una provisión por el locador) pre-
cisamente porque debe entregar los materiales.
16
Fariña, Rescisión y resolución de contratos, pág. 120. A Ramella, op. cit., pág.
217, no le convence el argumento dado en el texto, porque — dice— "el ejercicio de
la facultad resolutoria, no tiende a perjudicar al acreedor sino a beneficiarlo". No-
sotros pensamos que hay que determinar qué se entiende por beneficio y qué por
perjuicio; si tales conceptos tuvieran una connotación material o moral, depende-
rían de cálculos que no pueden hacerse a priori, y no es difícil imaginarse un con-
tratante a quien le convenga la vía del cumplimiento, pues si a priori supiéramos
que nunca le convendrá, ¿de qué le sirve?; si, por el contrario, se da a los conceptos
un sentido jurídico, pensamos que en el ejercicio por los acreedores habría un per-
juicio jurídico, consistente en la pérdida de la opción, pues elegida la vía de la reso-
lución, ya no podrá seguirse la del cumplimiento.
§36. P a c t o comisorio 621
17
Fariña, op. cit., pág. 121. Ramella, op. cit., pág. 218, recuerda que la tesis de
la indivisibilidad es la recogida por el Código alemán, la receptada por el Proyecto
Bibíloni, el Proyecto de 1936 y el Proyecto de 1954, pero afirma que las opiniones
coincidentes con la indivisibilidad, de Fariña y de Cámara, y la nuestra, carecen de
sustento legal y que deben aplicarse las reglas de la divisibilidad de las obligacio-
nes, de tal modo que el ejercicio individual de la potestad resolutoria sería posible
cuando las prestaciones de ambas partes fueran divisibles, quedando la indivisibi-
lidad reservada para las demás hipótesis, es decir cuando ya las prestaciones de
una de las partes, ya las de ambas, fueran indivisibles. Miquel (op. cit., pág. 177)
en cambio, se pronuncia por la indivisibilidad.
Nosotros pensamos que la tesis de la divisibilidad conduce a transformar un ne-
gocio único en una acumulación subjetiva de contratos, cada uno con su cláusula
de resolución, es decir, a atomizar el contrato, y que, para ello, haría falta una dis-
posición expresa de la ley. Y no creemos que para dilucidar esta cuestión tenga in-
fluencia definitiva la postura que se adopte en la elegante temática de saber si lo
que se resuelve es el contrato, o bien son las obligaciones emergentes de él; si por
"resolución" se entiende aniquilación total ab initio, sería exagerado decirlo del
contrato, puesto que vive la cláusula resolutoria y las previsiones resultantes de
ella, entre las que figuran límites a la retroacción; y si la resolución se predica sólo
de las obligaciones (y/o prestaciones) se cae en el defecto opuesto, al dejar en la
sombra el nexo de interdependencia entre ellas, que viene del contrato, el que cla-
ma por su unidad. Tomando con reserva ambas expresiones, cualquiera de ellas
puede servir para la exposición.
E n nuestra opinión, quien está en incumplimiento culpable no puede resol-
ver alegando incumplimiento de la otra parte (por hipótesis, culpable, según seña-
laremos más adelante). Para este caso de culpa recíproca no hay unanimidad de
opiniones (véase: Gastaldi, Pacto comisorio, pág. 188).
622 §36. Pacto comisorio
4. Sujeto pasivo
La resolución se dirige contra la parte "incumplidora".
a) Es necesario que la contraparte esté en mora. Hoy,
por el nuevo art. 509, en las obligaciones a plazo, la mora
se produce por el solo vencimiento, pero hay casos en que
ello no acontece, y entonces será preciso interpelar pre-
viamente.
Sobre el tema de la interpelación: infra, aquí, VIL
b) El incumplimiento debe ser culpable, o encontrarse la
contra parte en uno de los casos en que responde por caso
fortuito, pues en defecto de ello no procede la resolución. 19
19
En la doctrina italiana se discute si es necesario o no que el incumplimiento
sea culpable. Messineo (Doctrina general del contrato, II, pág. 343), Barbero (Dere-
cho privado, n- 302, nota 500, citando un fallo de casación), Colagrosso (Teoría ge-
nérale delle obligazioni e dei contratti, pág. 284), se pronuncian por la afirmativa.
Miccio (I diritti di crédito, n° 211) enseña, en cambio, que la resolución se abre ante
el incumplimiento, cualquiera que sea la razón. Sobre el debate italiano, son nota-
bles las extensas consideraciones de Colagrosso (loc.cit.) cuyas argumentaciones
son trasladables a nuestro sistema.
Con alguna excepción (así: Abelenda, Teoría general de los contratos, §334.5)
nuestra doctrina exige un incumplimiento culpable: Belluscio-Zanonni, Código Ci-
vil, sobre el art. 1203, §7. Véase la nota XXIV de Neppi (de fecha anterior a la re-
§36. P a c t o comisorio 623
5. Elección de la vía
El pacto comisorio faculta a la parte cumplidora a elegir
entre exigir el cumplimiento o seguir la vía resolutoria. En
doctrina se ha discutido vivamente sobre si elegida una de
las dos vías es posible abandonarla para retornar a la otra.
Sobre el tema, nuestro Código contiene hoy textos que
responden a sistemas distintos. Según el art. 1375, inc. 3,
elegida la vía del cumplimiento, queda cerrada la de la reso-
lución; para el cuarto párrafo del art. 1204, la solución es
exactamente la inversa, pues elegida la de la resolución que-
da perdida la del cumplimiento:
a) La primera cuestión a dilucidar es si la regla que exa-
minamos se aplica a las dos clases de pacto comisorio (tácito
y expreso) y a las dos formas de actuación (extrajudicial y
judicial). Aquí trataremos el problema únicamente a propó-
sito del pacto tácito, dejando para su lugar el referido al
pacto expreso.
forma del Código Civil) a la citada obra de Messineo, en la que argumenta con
nuestros arts. 506 y 511, C. Civ. y 216, segundo inciso, C. Com.
Para nosotros, la necesidad de que se trate de un incumplimiento imputable de-
riva de las siguientes razones:
a) De la oposición que verifica el art. 1203 entre "la parte no culpada" y la que
dejó de cumplir el contrato; b) De la distinción que hacemos en el texto entre la re-
solución por incumplimiento y la extinción por imposibilidad.
Sobre el tema, ampliamente: Gastaldi, Pacto comisorio, §22.
624 §36. Pacto comisorio
6. Retroacción
La resolución produce la aniquilación retroactiva de las
obligaciones emergentes. El art. 1204 contiene una limita-
ción a dicho efecto retroactivo: "Mas en los contratos en que
se hubiese cumplido parte de las prestaciones, las que se ha-
yan cumplido quedarán firmes y producirán, en cuanto a
ellas, los efectos correspondientes":
a) La fórmula de la ley debe ser aclarada, atendiendo a su
letra y al espíritu que la anima, pues una lectura precipita-
da podría conducir a soluciones, más que disvaliosas, irrazo-
nables y destructoras del principio de la resolución por
incumplimiento.
§36. Pacto comisorio 625
8. Mecanismo resolutorio
Existen dos formas de poner en movimiento el pacto comi-
sorio tácito. La primera se encuentra regulada en el segundo
párrafo del art. 1204: resolución extrajudicial (la denomina-
da resolución por propia autoridad del acreedor, o resolución
por requerimiento). La segunda resulta del cuarto párrafo
del citado texto: resolución judicial (la llamada resolución
por demanda).
Tratemos por separado cada una de estas formas.
20
Se ha invocado, también, el régimen de las nulidades, pero entre resolución y
nulidad hay una clara diferencia, pues la nulidad supone vicios concomitantes al
acto, por lo que el acudir a las disposiciones sobre ésta sólo podría explicarse por
vía analógica y de construcción doctrinaria. Sobre el tema, Gastaldi, Pacto comiso-
rio, pág. 413 y su medulosa nota 387.
21
Borda, Contratos, I, n9 312.
§36. P a c t o comisorio 629
1. El requerimiento
El requerimiento es un negocio jurídico unilateral, que
implica el ejercicio de una potestad normativa en cuya vir-
Recuerda Gastaldi, Pacto comisorio, pág. 204, que, según cierta doctrina, el
requerimiento se torna inútil cuando la prestación se ha hecho imposible, o si el
deudor manifiesta su intención de no cumplir el contrato, o si media un plazo esen-
cial, pero entiende "al menos en los dos primeros supuestos" que se deberá formu-
lar el requerimiento si se pretende seguir la vía extrajudicial, pues el remedio a
tales situaciones estará en el empleo de la vía judicial. Nosotros vamos más allá y
creemos que el razonamiento es válido para los tres supuestos.
630 §36. P a c t o comisorio
23
Sobre la interpelación constitutiva de mora, Llambías, Obligaciones, n2 109.
24
Fariña, Rescisión y resolución de contratos, n- 147; Gastaldi, Pacto comisorio,
pág. 211. En el pacto expreso, en cambio, el tercer párrafo del art. 1204 exige que
la notificación se verifique en forma "fehaciente".
§36. Pacto comisorio 631
29
Enriette, en Commentario, sobre el 1454, n9 2. Entre nosotros, contra: Gas-
taldi, Pacto comisorio, pág. 251.
30
Esta opinión no es pacífica, pues autores como Gastaldi (Pacto comisorio,
págs. 233 y sigts.) y Santiago (El pacto comisorio, en su colaboración en Contratos
—obra dirigida por Trigo Represas-Stiglitz— pág. 347, diciendo compartir las ense-
ñanzas de Trigo Represas) sostienen que, vencido el plazo del requerimiento, re-
cién llega la oportunidad de que el acreedor insatisfecho opte por la resolución y el
cumplimiento.
1. Según Santiago, la expresión "sin más" no se debe interpretar "como que el
contrato queda extinguido de pleno derecho, en forma automática" sino en el de
que "no se aceptará otra conducta que la ya exteriorizada por la parte no cumplido-
ra en el procedimiento extrajudicial del pacto comisorio implícito", entendiendo con
ello dejar a salvo la posibilidad de que la parte cumplidora pueda todavía exigir el
cumplimiento con más los daños y perjuicios. Como argumentos da: a) Que no po-
636 §36. P a c t o comisorio
dría privarse de esa posibilidad "prevista expresamente por el último párrafo del
art. 1204; b) que en ningún momento la ley dice —para el pacto implícito— que la
resolución se produzca de pleno derecho "estándole vedado al intérprete distinguir
donde la ley no lo hace; c) que cuando la ley ha querido que la resolución sea de
pleno derecho lo ha dicho expresamente, como se ve en la tercera parte del art.
1204 para el pacto expreso.
Nosotros pensamos: a) El último párrafo del art. 1204 no prevé "expresamente"
esa posibilidad. Contiene dos preceptos. El primero de ellos, habla, sí, de la acción
de cumplimiento, pero nada dice sobre que sea ejercitable después de elegida la vía
resolutoria. En cuanto al segundo, contempla la demanda por resolución y es explí-
cito en el sentido de que ya no cabe la acción por cumplimiento. Quizás se diga que
"a contrario" resultaría que ello es posible respecto a la resolución extrajudicial,
pero, dejando a un lado las reservas con que deben manejarse las interpretaciones
a contrario, esto no tendría nada de "expreso"; b) No se trata de distinguir donde la
ley no lo haga, sino de tomar todas las palabras de ella. No corresponde aislar el
"sin más", sino tomar toda la expresión: "quedarán resueltas, sin más"; c) La ley no
ha empleado, aquí, la expresión "de pleno derecho" (a la que acude para el pacto
expreso) pero equivale a ella el "quedarán resueltas, sin más". Para la tesis que
combatimos no quedarían resueltas, pues todavía cabría la acción por cumplimiento.
2. Gastaldi, después de señalar con razón que muchos partidarios de la inter-
pretación que sustentamos lo son a disgusto, pues de lege ferenda enseñan que de-
biera adoptarse la que él propicia de lege lata, pasa al desarrollo de ésta. Para este
autor, el requerimiento es un paso habilitante de la posterior opción, viniendo, en
definitiva, a quedar reducido a un anuncio de que el acreedor insatisfecho está de-
liberando sobre si opta o no por la resolución, de lo que se seguiría que, vencido el
plazo del requerimiento, el acreedor que opte por la resolución deberá verificar una
nueva manifestación de voluntad.
A nosotros nos parece que el "quedarán resueltas, sin más" no recibe, así, expli-
cación.
En la interpretación que damos al texto, el requerimiento es el acto por el cual
el acreedor insatisfecho ejercita la opción entre la resolución y la exigencia de cum-
plimiento.
3. En la dilucidación del tema se entremezcla el problema de saber si el requeri-
miento debe contener el apercibimiento de resolución. Para la tesis que propician
Santiago y Gastaldi, la solución es la misma en uno y otro caso, pero recordando
(especialmente el segundo) que hay otras tesis, como la que admite una posterior
opción por el cumplimiento si el requerimiento se ha hecho sin apercibimiento, o la
que afirma que puede hacérselo con reserva de pedir el cumplimiento. Para noso-
tros, el requerimiento, si es ex art. 1204, lleva ínsito el apercibimiento, se lo diga
expresamente o resulte implícito del haber acudido a una vía que conduce a la re-
solución "sin más". Si de la interpretación del acto resultare que no hay apercibi-
m i e n t o o que se r e s e r v a la facultad de exigir el c u m p l i m i e n t o , no s e r í a el
requerimiento del art. 1204.
§36. P a c t o comisorio 637
1. Posibilidad de la vía
La posibilidad no se encuentra directamente contemplada
por la ley, pero ella surge implícitamente del último párrafo
del art. 1204 que alude a una demanda por resolución. 31
31
Esta tesis, en la que nos enrolamos desde la primera edición, dista mucho,
hoy, de ser pacífica. Fue combatida por Laje replicándole Ramella (op. cit., pág.
197), y combatida por Llambías (Plazo de gracia y resolución del contrato por de-
mora de cumplimiento, en E.D. del 10/IX/80) cuya presencia y alta autoridad cien-
tífica influyó p a r a provocar el e m p a t e en la votación de que nos dan cuenta
Bianchi-Codeglia-Esteguy (El artículo 1204 del Código Civil y la purga de la mora
en E.D. del 21/X/80).
Se ha dicho que una resolución por demanda que suprima el requisito del plazo
para cumplir, carece de sustento legal, el que mal puede encontrarse en la última
parte del art. 1204 que se refiere al jus variandi. Los partidarios de la tesis que
compartimos contestan, y con razón, que: a) El sustento legal genérico de la potes-
tad de resolver está en el primer apartado del art. 1204 que no exige para nada la
concesión de un plazo; b) El plazo recién aparece en el segundo apartado, para el
ejercicio extrajudicial, y por lo tanto con carácter específico; c) La parte final del
art. 1204 es base suficiente para reconocer la vía judicial, sin que quepa reprochar
el que se elimine el plazo para cumplir sin sustento legal, pues no se trata de eli-
minar, sino de no agregar, ya que mal podría hablarse de eliminar lo que no figura
en el sustento legal genérico (primer apartado) y sólo aparece como requisito espe-
cífico de la actuación extrajudicial (segundo apartado). Sobre el tema, véase tam-
bién: Miquel, Resolución de los contratos por incumplimiento, cap. IX; Gagliardo,
M. y Molina, A. C, Consideraciones sobre el pacto comisorio en materia civil, en
E.D. 75, pág. 821 y sigts.; Wayar, E. C , Tratado de la mora, § 98, pág. 596.
Padilla, R., La mora en las obligaciones, párr. 105, entiende que, en caso de de-
manda de resolución debe darse el plazo para cumplir, lo que lo lleva a afirmar que
la vía procesal tendrá que ser la del juicio ordinario, "pues de este modo se respeta-
ría el plazo de gracia del art. 1204, Cód. Civil, a menos que, optando el acreedor
por el sumario, se emplace al reticente para que cumpla, en el plazo llamado de
gracia, el que una vez vencido dará inicio al término para contestar demanda". So-
bre esto (sin perjuicio de los argumentos ya dados en esta nota) se nos ocurre ob-
servar: a) El plazo del art. 1204 es de días corridos (art. 28 Cód. Civil) en tanto que
en los procesales sólo se computan los días hábiles, y la extensión de éstos depen-
de, por lo demás, de ¡as variables locales, sin olvidar las ampliaciones en razón de
la distancia; b) Ahora, si suponemos un plazo procesal de 15 días hábiles para con-
testar demanda, el del art. Í204 se habrá cumplido antes, y al contestarse deman-
638 §36. P a c t o comisorio
2. Utilidad
La vía tiene particular interés cuando quien persigue la
resolución ya no quiere en modo alguno el cumplimiento. En
efecto, si acudiera a la resolución extrajudicial el requerido
disfrutaría de un plazo adicional "no inferior a quince días".
En cambio, utilizando la vía judicial, el demandado ya no
podrá cumplir más. 3 3
A ello cabe agregar que la vía extrajudicial, cuando no es
aceptada por el requerido, t r a e u n a situación de incerti-
dumbre del derecho que tarde o temprano desemboca en un
juicio ulterior destinado a constatar si se produjo o no la re-
solución. Y aun originariamente aceptada por el requerido,
puede traer luego dificultades en la prueba de la resolución
operada cuando éste se niega a colaborar en el otorgamien-
to de la instrumentación necesaria para constatarla. En
cambio, en la vía judicial, toda oposición se articula en la
da ya estará resuelto el contrato, a menos que se estime que, por haber utilizado el
acreedor esa vía, ya ha dado implícitamente un plazo mayor de 15 días, renuncian-
do por anticipado a cualquier oposición a que el plazo escape a todos sus cálculos
(v.g.: porque imprevistamente ha sido declarado feriado tribunalicio un día); c) Si
se quiere unificar el plazo ex art. 1204 con el procesal de contestación de la deman-
da ¿quid en el caso de excepciones dilatorias?
Lavalle Cobo, en Código Civil de Belluscio-Zannoni, sobre el art. 1203, re-
cuerda que se ha admitido incluso que el pacto sea esgrimido "como defensa ante
una acción por cumplimiento, sin que sea necesario que el interesado deduzca una
reconvención, porque no existe disposición alguna en la ley que imponga ese proce-
dimiento". A nosotros nos parece que: a) Esto es llevar demasiado lejos el sentido
del vocablo "demanda"; b) No estamos aquí ante una cuestión "procesal" sino de
vías autorizadas por el Código. Para la nulidad, el Código ha previsto tanto la ac-
ción como la excepción (art. 1058 bis) pero ello no acontece para la lex comisoria-
33
Así lo enseña Fariña en la citada obra (n9 154). Compartimos la tesis, pues
aun cuando nuestra ley no traiga un dispositivo expreso como el del último párrafo
del art. 1453 italiano, ello deriva de la existencia del instituto sin que la ley haya
acordado un término para cumplir, y de la reflexión de que si la ley expresamente
determina que "no podrá solicitarse el cumplimiento cuando se hubiese demanda-
do por resolución", ello cobra sentido, si se tiene por operada la resolución al tiem-
po de la demanda (Comp.: Fariña, n s 156).
§36. P a c t o comisorio 639
3. El desistimiento
Según las normas procesales que prevén el desistimiento
del proceso, la demanda no notificada puede ser desistida
sin necesitar de la conformidad de la contraparte.
Y esto plantea dos delicadas cuestiones:
a) Si la resolución se opera con la demanda, desistido el
proceso (con demanda no notificada, y aun con demanda no-
tificada, pero con consentimiento de la adversaria), ¿podrá
seguirse la vía del cumplimiento, o se aplicará aquello de
que la posibilidad de elección ya está agotada y de que no es
admisible el regreso a otra vía?
Nos inclinamos a pensar que el desistimiento útil borra la
elección que se tiene por no advenida, en una situación no
igual, pero sí parecida a la del desistimiento del art. 3987.
b) Mientras no se practique la notificación, ante la posibi-
lidad de desistimiento, hay una situación de incertidum-
bre: 3 5 ¿podrá, en el ínterin, la otra parte cumplir con su
prestación, purgando la mora? 3 6
Si el acreedor recibe la prestación, nulla qusestio, pues a
él le atañe desistir, pero, ¿si la resiste?
Nos inclinamos a sostener que la resistirá válidamente,
pues no puede forzárselo al desistimiento, sin perjuicio de
que cargue con los gastos que el ofrecimiento de pago haya
ocasionado al deudor que ignoraba la resolución.
34
En igual sentido: Ramella, op. cit., § 74, Miquel, op. cit., pág. 202.
35
Para el tema de la necesidad de la notificación, comp.: Ramella, op. cit., pág.
201.
36
La cuestión presenta un particular interés en los ambientes provincianos,
donde los "trascendidos" extrajudiciales sobre demandas corren, por cierto, con una
velocidad sorprendente y, desde luego, mayor que el trámite de las notificaciones,
fatalmente demorado por el real recargo de tareas y, demorado, por un tiempo real-
mente significativo.
640 §36. Pacto comisorio
2. Otras posibilidades
La hipótesis prevista por el art. 1204 no agota todas las
posibilidades de pacto expreso. La autorización genérica
de otras formas deriva del art. 1203 y de la regla del art.
1197.
Naturalmente que en aquellos contratos y para aquellos
incumplimientos donde funciona el pacto tácito, una previ-
sión expresa del contrato que se limitara a reproducirlo, ca-
recería de valor propio y sólo constituiría una cláusula de
estilo, según se ha señalado, 3 9 pues con ella o sin ella las
consecuencias serían las mismas.
Pero:
a) Un pacto expreso que previera las consecuencias del tá-
cito tendría indudable sentido en la hipótesis de que se tra-
tara de un caso no asumido por el art. 1204, es decir donde
las disposiciones de los contratos en particular negaran el
funcionamiento del mismo.
b) No creemos tampoco que exista inconveniente alguno
en que las partes pacten que todas las hipótesis, que de
haber callado estarían asumidas por el pacto tácito, deben
sujetarse al régimen del expreso ex art. 1204, tercer pá-
rrafo.
c) Ni lo hay en que las partes dispongan que además del
pacto tácito se superponga uno expreso, de tal modo que
pueda elegirse una u otra vía extrajudicial en los casos asu-
midos por ambos.
38
Por "forma fehaciente" debe entenderse la forma del medio empleado para
comunicar, que por sí dé fe de su contenido (como acta notarial, telegrama colacio-
nado, carta documento, e incluso un instrumento privado). Borda es de otra opi-
nión y por "fehaciente" entiende inequívoco en punto al contenido, admitiendo la
comunicación oral, criterio que combate Gastaldi, Pacto comisorio, págs. 293/4 y su
nota, afirmando la necesidad de un escrito que sea autosuficiente, con las salveda-
des respectivas según la clase de escrito, pues si los instrumentos públicos pueden
ser argüidos de falsos, los privados dependerán de que sean "reconocidos o declara-
dos auténticos".
39
Messineo, Doctrina, II, pág. 349.
642 §36. Pacto comisorio
4. La elección de la vía
Al hablar del pacto comisorio tácito, dijimos que por el
principio del último párrafo del art. 1204, elegida la vía de
la exigencia de cumplimiento, podía abandonársela y optar
por la de la resolución, pero elegida esta última, ya no podía
retornarse a la de cumplimiento.
Para el pacto comisorio expreso del tercer párrafo del art.
1204, esta solución es sin duda aplicable, pues la resolución
se opera una vez practicada la comunicación de la voluntad
de resolver, de tal modo que una vez cumplido este único ac-
to, ya no habría posibilidad alguna de exigir el cumplimien-
to de obligaciones que, por hipótesis, ya se encontrarían
extinguidas.
El art. 1375, inc. 3, sanciona un principio distinto, esta-
bleciendo que puede "el vendedor a su arbitrio demandar la
resolución de la venta o exigir el pago del precio. Si prefirie-
se este último expediente, no podrá en adelante demandar
§36. Pacto comisorio 643
40
En la primera y en la segunda edición decíamos, a propósito de esta vía, que
"la notificación de la demanda es también una forma fehaciente". Suprimimos esta
expresión, no porque la notificación de la demanda no sea una forma fehaciente, si-
no para evitar que se pueda entender que la resolución se produzca recién con di-
cha notificación.
644 §36. Pacto comisorio
Examinando el art. 1374, Salvat (Fuentes, I, n9 545) observa que las razones
que se dan pueden justificar que el pacto comisorio no tenga efectos contra terce-
ros, pero no que no pueda funcionar entre partes. Y Borda (Tratado...Contratos, n 9
305), piensa que el último párrafo del art. 1374 ha traicionado el pensamiento del
Codificador, pues su intención fue limitar a las partes los efectos resolutorios, se-
ñalando que en la práctica se tiene por no escrito. Tal opinión fue emitida antes de
la reforma. Nosotros, prescindiendo de su posible sentido anterior, creemos que po-
demos darle la interpretación armónica que sugerimos.
§36. Pacto comisorio 647
1. Las doctrinas
Esta opinión no es pacífica, y se han suscitado tres doctri-
nas. 4 3
a) Doctrina de la acumulación simple. Según unos, puede
acumularse en un mismo acto la interpelación y el requeri-
miento ex art. 1204, segundo apartado.
Se les ha observado 44 que de este modo se viene, de hecho,
a acortar el plazo de gracia que resulta del requerimiento,
pues según las reglas de la interpelación constitutiva de mo-
42
Ya antes de la Reforma, se observó (Borda, Contratos, n- 306) que el art. 1429
suponía que la cosa había sido entregada. Creemos que la letra autoriza esa inter-
pretación.
43
Sobre las distintas teorías: López Cabana-Lloverás, en La mora y el pacto co-
misorio, E.D. 76, pág. 809 y sigts.; Wayar, Tratado de la mora, §98; Padilla, La mo-
ra en las obligaciones, pág. 237; Gastaldi, Pacto comisorio, págs. 226 y sigts.
44
López Cabana-Lloverás, loe. cit.
648 §36. P a c t o comisorio
2. Nuestra opinión
Nos pronunciamos por la doctrina de la separación. El es-
tado de mora es un prius lógico y temporal del requerimien-
to, de donde se sigue que, cuando para el estado de mora es
preciso interpelar, la interpelación debe ser anterior, lógica
y temporalmente.
0
Comp.: Padilla {La mora en las obligaciones, pág. 239) según quien "puede
requerirse antes para que comience a tener vigencia después de la mora".
§36. Pacto comisorio 649
46
Wayar (Tratado de la mora, págs. 594/5) combate la doctrina de la separa-
ción, razonando en base a un ejemplo donde se supone que el tiempo congruo de la
interpelación es de 60 días, y preguntándose si dado ese tiempo, "será menester
conceder otros sesenta días al emplazar conforme al art. 1204", para desembocar
en un dilema que propone a los partidarios de la separación: los que contestan afir-
mativamente llegan a "un resultado no querido por la ley, pues se pretendió conce-
der al deudor un plazo razonable de cumplimiento y no beneficiarlo indebidamente
con una doble concesión, y si contestan negativamente, violan el art. 1204 que exi-
ge un emplazamiento acorde con la naturaleza de la obligación". Por nuestra parte
decimos: I. Nos parece que en el dilema propuesto hay varios puntos discutibles: 1.
Supone que, en el ejemplo, el plazo ex art. 1204 sería de sesenta días, siguiendo
una doctrina que nosotros no admitimos (véase, aquí III, 2); 2. Pues arranca de esa
doctrina, ya no se explica su afirmación de que "se pretendió conceder al deudor
un plazo razonable de cumplimiento y no beneficiarlo indebidamente con una do-
ble concesión", pues esa doble concesión resultará fatalmente en el siguiente ejem-
plo: contrato que fijara un plazo de sesenta días, produciéndose la mora ex re, y luego
el plazo del requerimiento por sesenta días; 3. Inclinándose el citado jurista por la
650 §36. P a c t o comisorio
1. La purgatio morae
Para contestar a estos interrogantes, es necesario adoptar
un punto de partida firme y preguntarse si en los contratos sin
pacto comisorio es posible la purgatio morae. Si la respuesta
fuera negativa para este caso, ya no valdría la pena pregun-
tarse sobre lo que acontece cuando hay pacto comisorio.
Quede claro, por lo demás, que lo que aquí interesa es la
purga de la mora sin la voluntad del acreedor. 47
Pues bien: La respuesta al interrogante es afirmativa, y
tenemos por cierto que el deudor puede purgar la mora con-
tra la voluntad del acreedor, cumpliendo, desde luego, con
los requisitos que señala la doctrina. 4 8 El deudor sigue sien-
do deudor, y por la mora, su situación se habrá agravado,
pero no atenuado, y pues sigue siendo deudor tiene que te-
ner una vía para liberarse de su obligación.
47
El purgare o emendare moram puede derivar de diversas causas (Maynz,
Cours, §265; Bonfante, Instituciones, §138; Mackeldey, Elementos, §362) de entre
las cuales la principal pero no la única es la que consiste en la actividad del deudor
que quiere pagar (Messineo, Manual, §119, 8; comp.: Giorgi, Obligaciones, II, núm.
74 y sigts.) y a la que, sin embargo: Barbero (Sistema, n- 641) niega el nombre de
purgatio (como lo recuerda Messineo, loe. cit.).
48
Padilla, La mora en las obligaciones, §114; Wayar, Tratado de la mora, §109.
49
De Abelleyra, La purga de la mora y la resolución de los contratos por incum-
plimiento, en E.D. 72, pág. 806 y sigts.
652 §36. Pacto comisorio
3. Las doctrinas
Como objeción introductoria a la tesis que niega la purga-
tio morae podemos formular esta: cuando se t r a t a del pacto
tácito actuado por vía extrajudicial, el acreedor debe reque-
rir dando un plazo para cumplir, de lo que se sigue que el
deudor que quiera purgar la mora antes del requerimiento,
de nada priva al acreedor de que no pudiera privarlo igual-
mente durante dicho plazo.
Pero solo se trata de una objeción introductoria, que no
entra todavía al fondo, ya que el argumento no serviría ni
para el pacto comisorio expreso, ni para el tácito ejercido ju-
dicialmente, pues nosotros admitimos la vía judicial sin
otorgamiento de plazo.
Y yendo al fondo, busquemos los principios, donde se jue-
gan las instituciones. Encontramos allí tres tesis, que exa-
minaremos en los números siguientes: la de la facultad de
exigir, la de la competencia alternativa y la de la facultad
de resolver.
52
Sobre el punto: Cazeaux y otros, Temas de Derecho Civil, pág. 132; Padilla,
op. cit., §109 y sigts.; Wayar, op. cit., §100.
53
Alterini, en Cazeaux y otros, Temas de Derecho Civil. Sobre el estado de la
cuestión respecto a las obligaciones de exigibilidad inmediata: Belluscio-Zannoni,
Código Civil, art. 509, §4.
§36. Pacto comisorio 657
1. La doctrina
Puede ocurrir que ya a una cualquiera de las partes, ya a
ambas, le sea imposible restituir lo mismo que recibió. ¿Qué
influencia tiene ese hecho en la aplicación de las reglas del
pacto comisorio?
A una parte de la doctrina parece preocuparle únicamen-
te la hipótesis de la imposibilidad de restituir por el sujeto
activo de la potestad resolutoria; otro sector considera tam-
bién el de la imposibilidad del sujeto pasivo, pero aplicando,
en lo fundamental, principios distintos. La idea que subyace
es que mientras la imposibilidad del sujeto activo plantea
—siquiera sea en algún caso— un problema de obstáculo a
la resolución, la del sujeto pasivo no la presenta nunca, pues
todo se arregla con los daños y perjuicios.
Nosotros pensamos que los principios básicos son los mis-
mos, tanto para la imposibilidad del sujeto activo, como pa-
ra la del sujeto pasivo, y que, en ningún caso, de la sola
imposibilidad resulta un obstáculo para la resolución, pues
lo que no es restituible en su identidad, lo es siempre en su
valor.
Los principios básicos son los mismos, pero pues lo que
más preocupa es la imposibilidad de restituir por el sujeto
activo, examinemos el tema partiendo de esa hipótesis.
Y para ello demos un ejemplo, señalando luego algunos
detalles y variantes:
a) He aquí el ejemplo: Primus se obliga a dar en propie-
dad un automóvil a Secundus quien se obliga a darle, en
cambio y también en propiedad, diez cosas ciertas. Habien-
660 §36. Pacto comisorio
57
I. Art. 346 del B.G.B. (Traducción de Melón Infante): "Por servicios presta-
dos, así como por cesión del aprovechamiento de una cosa, ha de abonarse el valor
o, en caso de que en el contrato esté fijada una contraprestación en dinero, ha de
pagarse ésta"; II. Anteproyecto Bibiloni, II, pág. 434, art. 59: "Cuando en virtud del
contrato resuelto se hubiesen prestado servicios, o el uso o goce de una cosa, se
abonará su valor. Si la contraprestación del contrato era de dinero, se pagará pro-
porcionalmente ese precio"; III. Ramella, La resolución por incumplimiento, pág.
231: "Por los servicios prestados o por la utilización permitida de un objeto se ha de
pagar en dinero el valor que esos servicios o la utilización de la cosa tenga".
58
Sobre la restitución de las prestaciones de hacer: Llambías, Obligaciones, n9
1681 y n s 1695; Salvat, Obligaciones, n 9 1598.
662 §36. Pacto comisorio
b0
Comp. Zannoni, en Efectos de la resolución por incumplimiento, en Estudios
de Derecho Civil, por Alterini y otros, págs. 376/7.
61
Al art. 556 podría pretender llegarse por aplicación del principio de que la re-
solución ex pacto comisorio se rige por las reglas, analógicas, de la condición reso-
lutoria. Según el art. 556: "Si la cosa objeto de la obligación ha perecido, las partes
nada podrán demandarse".
62
Sobre la razón del art. 556 y el concepto de inutilidad del cumplimiento de la
condición, comp.: nota de Vélez al art. 556.
664 §36. Pacto comisorio
63
I. Art. 351 B.G.B. (traducción de Melón Infante): "La resolución está exclui-
da si el titular —de la misma— ha sido culpable de un menoscabo notable, de la
pérdida o de la ulterior imposibilidad de restitución del objeto recibido...". Sobre
este texto: Enneccerus Lehmann, Obligaciones, §39 y nota 5; II. Quintas Jorna-
das Sanrafaelinas de Derecho Civil (año 1978): "No se podrá ejercer la facultad re-
solutoria si media imposibilidad culposa de restituir por parte de quien pretende
ejecutarla". Sobre el punto: Alterini, en Temas de Derecho Civil, por Cazeaux y
otros, pág. 136.
666 §36. Pacto comisorio
64
Se dirá que la buena fe también rige para Primus, pero, ¿dónde está la mala
fe de Primus quien, por hipótesis, recibió la cosa para que fuera suya, con promesa
firme de Secundus de seguir cumpliendo, promesa que deriva del contrato?
65
Las renuncias no se presumen (art. 874), pero pueden ser tácitas.
66
Zannoni, op. cit., pág. 378.
§36. Pacto comisorio 667
5. Deterioro
Está regido por los arts. 586 y 587, que aplicamos con el
mismo criterio que el dado para los arts. 584 y 585.
I. Concepto
Las arras constituyen una figura contractual antiquísi-
ma, cuya correcta conceptualización se ha ido cargando de
problemas en el transcurso de los siglos. Pueden cumplir di-
versas funciones y aparecer en diversas oportunidades. De
allí la dificultad de dar una definición que las comprenda a
todas, si bien como rasgo común puede señalarse que consis-
ten en una dación, es decir que se perfeccionan "re".
1. Clases
En líneas generales puede decirse que las arras son o con-
firmatorias o penitenciales. Las primeras tienen una fun-
ción aseguratoria del contrato, pudiendo subdividírselas en
arras prueba, arras cuenta de precio y arras penales; las
segundas tienen un papel completamente opuesto, pues al
posibilitar el arrepentimiento, debilitan el negocio. Para faci-
litar la comprensión, describiremos conceptualmente los cua-
tro tipos 1 en el orden inverso al que han sido enumerados.
a) Las arras penitenciales confieren el ¿us poenitendi, ya
a una (penitenciales unilaterales), ya a entrambas partes
(penitenciales bilaterales). Cuando el que ejercita el ius poe-
nitendi es el que dio las arras, las pierde, y cuando es quien
las recibió debe devolverlas con otro valor adicional. De este
tipo son las arras legisladas en el art. 1202 del Cód. Civil, y
1
Sobre estas cuatro funciones de las arras: Foligno, Daño, en Nuouo Digesto,
voz "Arra poenitentialis"; y Bozzi, Aldo, en Nuovo Digesto, voz "Caparra". Giorgi
{Teoría de las Obligaciones, IV, n- 466) sólo habla de tres clases de arras: la que sir-
ve "como prueba simbólica o señal de la conclusión del contrato (arrha in signum
consensus interpositi data)", y la penitencial, llamando a la primera puramente
confirmatoria, y a la segunda "confirmatoria penal" (ns 469).
§37. La señal o arras 669
2. Antecedentes históricos
Según una cierta y muy difundida explicación histórica,
las arras fueron penitenciales en el Derecho griego, y con-
firmatorias en el primitivo Derecho romano. La influencia
helenística debió finalmente prevalecer por obra de Justi-
niano, quien innovando sobre el Derecho romano clásico, dio
¿
Giorgi, en su Teoría de las Obligaciones, n3 466, adscribe esta consecuencia a
las arras que sirven como prueba o señal de la conclusión del contrato, pero ello a
nuestro entender se explica porque considera sólo tres casos de arras y no cuatro,
fusionando las arras prueba y las a cuenta. Una fusión de este tipo aparece en el
art. 475 del Código de Comercio, pero nos parece que puede establecerse entre am-
bas la distinción conceptual que proponemos.
* Los romanos se servían de anillos: Giorgi, Teoría de las Obligaciones, n° 466, n. 1.
3
De Page, Traite Élémentaire, n9 272.
§37. La señal o arras 671
6
Se trata del tít. XXIII, Lib. III de las Instituías. Las cuestiones son: a) ¿Innovó
Justiniano?; b) Si innovó, ¿lo hizo para ciertos casos o con carácter general? He
aquí algunas respuestas: Según Maynz (Cours, §344 y n. 15), las arras no acuer-
dan el ius poenitendi, salvo convención particular, y Justiniano no innnovó en la
materia, siendo el pasaje de las Instituías "tan claro y simple, que es necesario te-
ner el espíritu enteramente prevenido para no encontrar y adoptar la interpreta-
ción natural" que propone. Ortolán (Explicación histórica de las Instituciones,
sobre el tít. XXIII) da una interpretación completamente opuesta, sosteniendo que
las expresiones de las Instituías "son demasiado precisas para que se pueda racio-
nalmente poner en duda la generalidad de la innovación". Entre quienes pensaron
que había una innovación, se dividieron todavía las opiniones. Unos creyeron que
la innovación era general (así, Ortolán, loe. cil.), y de esta opinión son Jors-Kunkel
(Derecho Privado romano, §117, IV, n. 18), y otros le dieron un sentido restringido,
afirmando que mientras el contrato no estaba perfecto, las arras funcionaban con
carácter penitencial, pero después de la perfección asumían función confirmatoria
(sobre estas dos últimas opiniones: Giorgi, Teoría de las Obligaciones, IV, n e 467).
P a r a la influencia del Derecho helenístico: Foligno, voz "Arra poenitentialis" en
Nuovo Digesto; Jórs Kunkel, loe. cit.
7
Sobre estos cuatro caracteres: Bozzi, en Nuovo Digesto, voz "Caparra". Diver-
sos autores insisten sobre el carácter "real" y así: Maynz (Cours, §344), Pothier
(Venta, n- 500) hablan de un contrato "real", mientras otros como Girard (Manuel,
pág. 554) subrayan que se trata de una operación real.
672 §37. La señal o arras
2. Objeto
Objeto de las arras son las cosas, sin limitación alguna.
Entendemos que pueden ser materia de ellas también los
derechos personales, verificándose la transmisión de los
mismos. Aunque la hipótesis sea excepcional, y casi de gabi-
nete, podría darse en arras un inmueble. 9
Para la forma del pacto hay que tener en cuenta su carác-
ter accesorio, y lo prescripto por el art. 1184, inc. 10.
En cuanto al contenido, rige la regla de la autonomía pri-
vada, y hay que estar a lo que las partes prescriben. Cuando
las partes no se han explicitado, se plantea el problema de
determinar si lo dado es en concepto de arras penitenciales
o confirmatorias. En materia civil, ante los términos del art.
8
Contra: Mosset Iturraspe, Manual, pág. 383.
9
El art. 1385 del Código italiano que regula las arras confirmatorias se refiere
a la entrega de una suma de dinero o de una cantidad de cosas fungibles, mientras
el art. 1386 sobre las arras penitenciales no repite la limitación; pero tratando de
este último, Ghiron (en Commentario), advierte que por el juego de la autonomía
privada pueden las partes dar en arras no sólo un genus sino también una species.
Naturalmente que no será idéntica la consecuencia según que el objeto de las arras
sea un genus o una species, pues en el primer caso es posible hablar de la restitu-
ción del doble, mientras que en el segundo lo único que cabría es la restitución del
objeto recibido más el valor del mismo. Pero la fórmula de nuestra ley (a diferencia
de lo que ocurre en el Cód. de Italia), es suficientemente amplia como para abarcar
todos los casos, ya que no habla de la restitución del doble, sino de devolver la se-
ñal "con otro tanto de su valor". Sobre la posibilidad de que se dé un inmueble en
arras: Bozzi, voz cit. Para la "dación" de derechos personales: Enneccerus Leh-
mann, Derecho de Obligaciones, §36 (260).
674 §37. La señal o arras
3. El derecho de arrepentimiento
El arrepentimiento:
a) Si las partes no disponen lo contrario, puede ser ejerci-
tado tanto por el tradens como por el accipiens (art. 1202).
b) Debe ser ejercitado en la oportunidad y en la forma
prevista en el contenido del pacto. Pero si ello no ha sido ob-
jeto de una especial previsión, los principios generales indi-
can que el ius poenitendi debe ejercitarse en tiempo útil.
Se ha considerado que el derecho de arrepentimiento pue-
de ejercerse útilmente hasta el momento de evacuar el tras-
lado de la demanda por cumplimiento. 10 Pero ello debe
entenderse siempre que no se lo haya perdido con anteriori-
dad, lo que acontece cuando la parte que quiere valerse de él
ya realizó actos que implicaban la vía del cumplimiento, y
por ende renunciar al ius poenitendi.11
c) Si quien ejercita el tas poenitendi es el tradens, le bas-
tará con emitir una declaración de voluntad en tal sentido.
Pero cuando se trate del accipiens, pensamos que es preciso
algo más concreto, pues la ley supone que "debe devolver la
señal con otro tanto de su valor". Por lo tanto, si el ius poe-
nitendi se ejercita extrajudicialmente, es necesario que con-
juntamente con la declaración ofrezca esa devolución; y si lo
es judicialmente, debe verificar la oferta en términos simila-
res a los que hemos explicado a propósito del art. 1201. 12
d) Como consecuencia del arrepentimiento verificado por
el tradens, se sigue la pérdida de lo dado: naturalmente que
según lo que antecede, no valdría como arrepentimiento una
10
Salvat, Fuentes, n- 292; Mosset Iturraspe, Manual, pág. 389; Lafaille, Trata-
do, ns 491.
Quinteros, F. D., ha estudiado en profundidad el tema en "El comienzo de eje-
cución y la renuncia a la facultad de arrepentirse en el contrato preliminar de com-
praventa de inmuebles" (J.A., 1961, V, pág. 45 y siets.).
12 Supra, §35, II, 5.
§37. La señal o arras 675
4. Caso de cumplimiento
Cuando el contrato se cumple:
a) Si la señal es de la misma especie que lo que por el con-
trato debía darse, "se tendrá como parte de la prestación".
Las arras penitenciales pasan a desempeñar el papel de
arras confirmatorias a cuenta de precio.
b) Pero cuando no son de la misma especie, lo que fatal-
mente acontece cuando la obligación principal fuere de ha-
cer o de no hacer, las arras deben ser devueltas "en el estado
en que se hallen", aplicándose las normas sobre el depósito
y las de las obligaciones de dar. 13
5. Caso de incumplimiento
Cuando el contrato no se cumple por caso fortuito, corres-
ponde aplicar la regla de devolución de las arras. Pero el pro-
blema es más delicado cuando el incumplimiento es imputable
a culpa de alguna de las partes.
Antes de la reforma, hubo quienes pensaron que la pérdi-
da (o la devolución duplicada) sólo correspondía en el caso
de ejercicio de la facultad de arrepentimiento, de tal modo
que para el supuesto de incumplimiento la parte fiel dispo-
nía de las acciones normales, como si no se hubieran dado
arras, mientras otros estimaron que la parte fiel sólo podía
reclamar las arras. 14 Utilizando la terminología que hemos
13
Lafaille, Tratado, n° 493.
14
Para la primera tesis: Mosset Iturraspe, Manual, pág. 390; Salvat, Fuentes,
9
n 295; Lafaille, Tratado, n° 492.
676 §37. La señal o arras
6. Oportunidad de la pacción
Las arras penitenciales pueden ser pactadas simultánea-
mente con el contrato principal. Se ha discutido si es posi-
ble que lo sean también a posteriori y, dentro del juego de
la autonomía privada, no vemos inconveniente alguno al
respecto. 1 5
I. Generalidades
1
Para el tema, es exhaustiva la investigación hecha por Moisset de Espanés en
La lesión en los actos jurídicos. Igualmente, la de García Valles {Rescisión por Lae-
sio Ultradimidium). La ley romana ha sido calificada de "famosísima" y nada en
ella es pacífico, pues las interpretaciones son de lo más dispares, como lo son las
aplicaciones que la misma ha recibido en el curso de los tiempos. Es posible que el
texto que conocemos no sea el de Diocleciano, si no uno interpolado y que en su re-
dacción definitiva haya tenido una profunda influencia la atmósfera cultural del
Cristianismo. De todos modos, es suficientemente antigua, y no hay duda, como
irónicamente lo subraya Moisset de Espanés, que "200 años antes, o 200 años des-
pués, la norma ha sido consagrada en un texto de derecho positivo".
§38. N u l i d a d y modificación por lesión 67&
2. La vertiente subjetiva
La vertiente subjetiva tiene a su turno el máximo expo-
nente en la legislación alemana, que la introdujo como
forma de reprimir las operaciones usurarias al modificar
en 1880 el art. 302 del Código Penal, generalizando luego
la fórmula y vertiéndola en el art. 138 del B.G.B. Para esta
concepción, la sola desproporción no basta, sino que es ne-
cesario que se haya llegado a ella con una actitud del be-
neficiado que importe la explotación de la situación del
perjudicado.3
3. Nuestro Derecho
Ante la condena de Vélez a la forma romano objetiva de
la lesión, la doctrina y jurisprudencia nacionales en los pri-
meros tiempos descuidaron el instituto. Pero la reacción
bien pronto se hizo sentir, hasta culminar en la última re-
forma.4
2
Al calificar a esta vertiente de "objetiva" no negamos que tenga un cierto sus-
trato subjetivo, sino que señalamos que prácticamente él queda absorbido en
aquél, hasta el punto que termina por ignorárselo. Cuando la cosa contiene dolo
(dolus in re ipsa), obra con dolo quien la reclama, y tal sería la actitud de quien se
beneficia con el acto lesivo (García Valles, op. cit., pág. 26, recordando la opinión de
los glosadores que se apoyaban en la ley si quis cum aliter).
3 Hablamos de una vertiente subjetiva, por ser este aspecto el predominante y
para utilizar una expresión breve. Pero como el aspecto objetivo (la desproporción)
también es necesario, correctamente Moisset de Espanés la califica de objetivo-
subjetiva, recordando este autor que la disposición de la ley alemana de 1880 reco-
noce su antecedente en una ley austríaca de 1877, pudiendo todavía en la historia
de esta vertiente remontarse al art. 230 del Cód. Penal de 1859 para el cantón sui-
zo de Schaffhouse.
4
Aparte de la contenida en la citada obra de Moisset de Espanés, una extensa
reseña de la evolución doctrinaria y jurisprudencial puede verse en la obra de Mo-
lina, Abuso del derecho, lesión e imprevisión, pág. 143 y sigts. En cuanto a los pro-
yectos de reforma, cabe señalar que mientras el de 1936 reproducía prácticamente
la fórmula alemana, el de 1954 en su art. 159 consagraba tanto la vertiente subje-
tiva como la objetiva. El Proyecto de unificación civil y comercial de 1993 (con me-
dia sanción) y el elaborado por la Comisión designada por decreto 468/92 siguen la
vertiente del art. 954 actual.
680 §38. Nulidad y modificación por lesión
5
Igual expresión genérica se presenta en el B.G.B., que regula la lesión como
un instituto propio de los "negocios jurídicos", en el apartado 2 del §138. Rieg (Le
role de la volante dans l'acte juridique, ns 181), explica el hecho por dos razones
que con variantes pueden ser aplicadas a nuestro Derecho: la primera está dada
por la ubicación del texto dentro de la teoría general de las declaraciones de volun-
tad, y la segunda porque el apartado 2 no es sino una aplicación particular del
apartado anterior que pronuncia la nulidad de todos los actos jurídicos contrarios a
las buenas costumbres. Entre nosotros, la ubicación estaría dentro de un artículo
destinado a tratar de los vicios de la voluntad.
En nuestra doctrina se ha sostenido la aplicabilidad del instituto de la lesión
subjetiva a los actos unilaterales. Así, Brebbia (ponencia sobre el régimen de la le-
sión en la reforma, presentada a las Quintas Jornadas de Derecho Civil) ejemplifi-
ca, entre otros casos, con la repudiación de la herencia. La lógica de su punto de
partida generalizante lo lleva también a sostener la aplicación del instituto a los
contratos gratuitos.
Nosotros, por las razones que damos en el texto, rechazamos ambas afirmacio-
nes. La recomendación aprobada por las Quintas Jornadas de Derecho Civil se pro-
nuncia en el sentido de que la lesión subjetiva "No puede darse en los contratos
gratuitos y en los negocios unilaterales".
§38. Nulidad y modificación por lesión 681
1. Características
La desproporción se determina "calculando los valores al
tiempo del acto", es decir comparando las ventajas respecti-
vas, las atribuciones patrimoniales, según una medida co-
mún de valor, que consistirá en el dinero. Desde el momento
en que las relaciones entre los valores se apartan del equili-
brio ideal, cabe hablar de desproporción. Pero para que ella
pueda ser valorada como elemento objetivo, requiere dos ca-
racterísticas:
a) Que sea evidente. La ley no establece pautas rígidas,
a diferencia de otras legislaciones 6 y deja el tema librado a
la prudente apreciación judicial. Pero según esta norma
elástica, no bastará con cualquier desproporción, sino que
será preciso que ella sea "evidente" esto es, indiscutible,
manifiesta, inmediatamente apreciable, sin margen alguno
de duda.
6
Así el Cód. italiano de 1942, exige en el art. 1448 que la lesión exceda la mitad
del valor de la prestación de la parte damnificada.
682 §38. Nulidad y modificación por lesión
2. Subsistencia de la desproporción
La desproporción debe subsistir al tiempo de la demanda.
a) Cuando la desproporción ha desaparecido, la nulidad
del acto sería irrazonable, y realmente, el originariamente
7
En el exhaustivo estudio de Moisset de Espanés (La lesión en los actos jurídi-
cos, núms. 106/8, 267 y 319), puede verse un resumen del estado de la cuestión. Di-
cho jurista, ejemplificando con la renta vitalicia, se pronuncia a favor del
funcionamiento del instituto en los contratos aleatorios.
684 §38. Nulidad y modificación por lesión
8
Llambías, Estudio de la reforma, págs. 63/4, nota 56.
9
Comp.: Moisset de Espanés (La lesión y el nuevo artículo 954, pág. 88), quien,
ante las exclusiones que propone la doctrina, comenta que con ellas "se da la razón
a quienes hemos sustentado desde el primer momento que tal requisito no tiene
fundamentos jurídicos".
§38. Nulidad y modificación por lesión 685
10
Son los dos casos que tuvo en cuenta la recomendación aprobada por las
Quintas Jornadas de Derecho Civil concebida en los siguientes términos: "Debe in-
terpretarse que son excepciones el restablecimiento del equilibrio por obra del le-
sionado o por culpa de la parte aprovechadora". Por lo que luego diremos en el
texto, se verá que, para nosotros, no son excepciones, sino casos que no caen en la
regla: la consecuencia práctica, desde luego, es la misma, pero el punto de partida
del razonamiento distinto, pues una excepción es siempre algo que potencialmente
caería en la redacción de la regla, que habría que demostrarla, en tanto que un ca-
so no abarcado por la regla se constata por simple confrontación con ésta; por lo de-
más, reflexionando sobre la redacción de esa recomendación, nos parece que hablar
de "parte aprovechadora" no se concilia con el concepto de "explotación" que es el
del art. 954 (infra, aquí, nota 23).
686 §38. Nulidad y modificación por lesión
11
Los ejemplos son de Borda, como lo recuerda Moisset de Espanés (La lesión y
el nuevo artículo 954, pág. 87).
§38. N u l i d a d y modificación p o r l e s i ó n 687
12
Comp. para el Derecho italiano: Messineo, Doctrina general del contrato, II,
pág. 295, para quien "un posterior aumento de valor del bien recibido por el lesio-
nado y determinado únicamente por la desvalorización monetaria sustrae al autor
de la lesión a la acción de rescisión". Contra la opinión de Messineo: Miccio, / dirit-
ti di crédito, 11-2, pág. 511.
688 §38. Nulidad y modificación por lesión
14
Comp.: Montel, en Commentario, sobre el art. 1447 italiano, n° 1.
15
Rieg (Le role de la volonté, n? 183), observa que la noción de necesidad nunca
ha sido definida en Alemania con precisión, ni por la jurisprudencia ni por la doc-
trina, y que mientras la primera la circunscribe a problemas económicos, la segun-
da le da una mayor amplitud, abarcando también los temas relativos a la vida, la
salud y el honor. Von Tuhr, comentando el concepto de "penuria" en la legislación
suiza (Tratado de las Obligaciones, n° 39), observa que no es necesario que sea pre-
cisamente económica, pudiendo depender de "necesidades personales muy apre-
miantes de otro género," ya propias, ya de una persona de la familia o intimidad.
690 §38. Nulidad y modificación por lesión
16
El término es empleado en los Códigos alemán (art. 138), austríaco (art. 879,
después de la reforma de 1916), polaco (art. 42), suizo (art. 21). Sobre el primero,
Rieg {Le role de la volonté, n- 184), observa que no se encuentran casi aplicaciones
de dicha noción en los repertorios jurisprudenciales, por lo que prácticamente ha
quedado como letra muerta.
17
Véase el ejemplo que trae Petra Ricabarren, al que nos referimos en nota 18.
Sobre el temor reverencial, obsérvese que no es invocable como "causa suficiente
§38. Nulidad y modificación por lesión 691
para anular los actos" (art. 940), pero ¿por qué no ha de ser invocable acompañado
de los demás extremos del art. 954 como explicativo de "ligereza"?
18
Digamos algunas palabras sobre eso de los "dudosos antecedentes extranje-
ros": I Se invoca la opinión de Enneccerus- Nipperdey, en Parte General, § 179, no-
ta 4, para circunscribir la ligereza a supuestos de limitación mental (Brebbia, en
su ponencia a las Quintas Jornadas de Derecho Civil): pero los citados autores lo
que en realidad han dicho es que: "No hay inconveniente en aceptar lo mismo en el
caso de explotación de la limitación mental (o de una relación de dependencia)", de
lo que se ve que lejos de circunscribir la ligereza a los supuestos de limitación men-
tal, no encuentran inconveniente en extenderla a ellos, así como también a los ca-
sos de relación de dependencia. II. Se afirma que según Dekkers y Ossipow, la
ligereza, tanto en la doctrina alemana como en la suiza, es "un estado psíquico y
patológico, en el que se encuentra el sujeto que no mide el alcance de las obligacio-
nes que contrae, no porque no quiere verlas, sino porque no puede hacerlo en razón
de su situación de inferioridad mental" (citado por Carranza, en Examen y crítica
de la reforma, coordinado por Morello y otros, I, pág. 302). Y convengamos que la
fórmula es impactante, pero, si sobre la doctrina alemana cabe dudar (por lo que
ya hemos dicho, respecto a Enneccerus-Nipperdey, y por lo que luego diremos) so-
bre el Derecho suizo mismo cabe vacilar, atento a la información que nos suminis-
tra Petra Ricabarren en J. A. doc, 1971. ("El instituto de la lesión civil en la
reforma") sobre el caso del enamorado que compra algo a la novia calculadora por
el triple del valor. III. Sobre el Derecho alemán, Rieg (op. cit., n e 184; véase aquí la
cita que hicimos en nota 16), trae una fórmula que para no traicionarla con la tra-
ducción, transcribimos fielmente: la ligereza se caracteriza por el hecho de que "l'a-
g e n t en raison de son insouciance (Sorglosigkeit) ou reflexión insuffisante
(ungenugende Uberlegung) n'accord pas aux effets de ses actes l'importance qui
leur revient". Obsérvese que se trata de una fórmula que Rieg da encomillándola,
apoyándola en nota en fuentes alemanas, lo que indica claramente que la ha toma-
do de allí, y traduciéndola al francés, pero conservando entre paréntesis las pala-
bras alemanas claves, para que el lector pueda apreciar la exactitud de la versión
francesa, y los matices que pudieran derivarse del cambio de lengua. Se compren-
derá, ahora, la razón de que nosotros no traduzcamos esa fórmula al castellano,
pues tendríamos dos idiomas enfrente: el francés y el alemán. Baste, para prueba,
con la siguiente muestra: 1. El francés "insouciance" es traducible (Dictionnaire
Amador Abrege), por "indiferencia, apatía, indolencia, incuria, negligencia, des-
preocupación"; 2. El alemán Sorglosikeit, es traducible (Diccionario Slaby-Gross-
mann) por "despreocupación, descuido, negligencia, incuria, tranquilidad, sosiego,
desahogo, confianza excesiva". IV. Valga lo dicho, para poner sobre aviso respecto
al peligro de las traducciones, del cual no nos resistimos a dar otro ejemplo: la dis-
tinta versión del art. 138 que dan la traducción de Melón Infante (al Código Civil
alemán, en el Apéndice a la versión española del tratado de Enneccerus-Kipp-
Wolff), quien utiliza la palabra "ligereza", y la de Sancho Seral (a la obra de Oert-
mann, Introducción al Derecho Civil, pág. 275) quien emplea la expresión "escasez
692 §38. N u l i d a d y modificación p o r l e s i ó n
21
Emplea estos calificativos el Código mexicano (art. 17) referidos a la miseria y
a la inexperiencia, y utiliza el primero, aplicado a la necesidad, el soviético (art. 33).
22
Molina, Abuso del derecho, lesión e imprevisión, pág. 175.
694 §38. N u l i d a d y modificación p o r lesión
3. Explotación y aprovechamiento
"Explotar" es un enérgico verbo que implica mucho más que
conocer, y que en el lenguaje de nuestro pueblo denota incluso
algo más intenso que "aprovechar". El que explota, instrumen-
ta para sus fines, la necesidad, la ligereza, la inexperiencia de
la otra parte, obrando de un modo distinto al que hubiera se-
guido de no existir esos extremos. La configuración de una
conducta como "explotación" lleva ínsita una dura nota de re-
probación moral. 23
Pensamos que en la adquisición de objetos que se ofrecen
al público {invitatio ad offerendum), no cabe hablar de ex-
plotación, aun cuando quien de hecho verifique la compra
tenga conocimiento, v.g., del estado de necesidad del vende-
dor, en tanto él nada haga para determinar el contenido del
contrato. El público no "explota" en el sentido del art. 954, y
en consecuencia mal puede hacerlo uno de entre el público,
en cuanto en la contratación mantenga esta actitud indife-
renciada; como no explota el que adquiere en un remate pú-
blico sin base, pues con su postura está ayudando a evitar la
explotación.
4. La carga de la prueba
Las reglas generales sobre la prueba indican que la carga
de ella pesa sobre quien acciona. La de la desproporción no
ofrecerá grandes dificultades, puesto que por hipótesis debe
ser "evidente", pero otra cosa acontece con la de la explota-
ción de la necesidad, ligereza o inexperiencia que requiere,
por un lado, la prueba de los estados mismos explotados, y
por el otro la de la explotación que supone el conocimiento
de esos estados y su instrumentación. Podrá acudirse a una
° Nótese la diferencia que hay entre el art. 1448 italiano y nuestro art. 954,
pues aquél emplea el giro "ha approfittato" (aunque con la aclaración "per t r a m e
vantaggio") en tanto que el nuestro adopta la forma verbal de "explotando". Con
una expresión como la italiana, quizá se expliquen afirmaciones como la de Torren-
te-Schlesinger (Manaale di diritto privato, §305) para quienes basta con un conte-
nido puramente pasivo, con el conocimiento del estado de inferioridad (para el
Derecho italiano, el stato di bisogno) y el conocimiento de extraer una inmoderada
utilidad (sin embargo: véase Moisset de Espanés, La lesión y el nuevo art. 954, pág.
176, quien afirma que "el aprovechamiento puede haber sido culposo.")
§38. Nulidad y modificación por lesión 695
24
Contra lo que afirmamos en el texto, gran número de autores entiende que la
presunción sólo abarca la explotación pero no la existencia de los estados de infe-
rioridad, que tendrían que ser probados sin el auxilio de la presunción. I. La tesis
opuesta a la que nosotros enseñamos: Comienza criticando las primeras exposicio-
nes en torno al art. 954 que analizaban la figura separando dos elementos, uno ob-
jetivo (la desproporción) y otro subjetivo (la explotación del estado de inferioridad)
para observar que los elementos son tres, uno objetivo y dos subjetivos, consisten-
tes estos últimos en la actitud del lesionante, por un lado, y la situación de inferio-
ridad de la víctima, por el otro; 2. Con ese punto de partida, llega a la conclusión
de que la distinción entre los dos aspectos subjetivos debe reflejarse en el tema
probatorio, y que la tesis que aplica la presunción a ambos aspectos, al no distin-
guir, es errónea (Comp. Rivera. "Elementos y prueba de la lesión subjetiva", en
E.D., 74, pág. 346 y sigts.; Moisset de Espanés, La lesión y el nuevo artículo 954,
pág. 99). II. Por nuestra parte, decimos: 1. Que el análisis de la figura en tres ele-
mentos sea una cosa, y que la aplicación de la presunción a dos de ellos, otra cosa
distinta, resulta claramente de la exposición de Belluscio - Zannoni (Código Civil
sobre el art. 954, §18) quienes, compartiendo el análisis, demuestran acabadamen-
te que la presunción abarca dos de los tres elementos; 2. Eso de que la situación de
la víctima sea un elemento "subjetivo" depende de la terminología que se emplee, y
del cristal con el que se mire. Es subjetivo si por tal se entiende todo lo que atañe
a un sujeto, pero cobra una tonalidad objetiva si por tal se entendiera lo que se im-
696 §38. Nulidad y modificación por lesión
pone a la volición, y no deja de ser sugestivo el que autores tan estimables como
Enneccerus-Nipperdey (Parte General, §179, II, I) lo caractericen de "objetivo" (co-
mo de objetivo califican al estado de necesidad, Torrente-Schlessinger, en Manuale
di diritto privato, §305); 3. Claro está que, trátese el estado de inferioridad de un
elemento subjetivo u objetivo, es, en el análisis, un quid distinto de la actitud del
lesionante, y en el texto así lo hemos tratado. Pero no debe olvidarse que cuando se
comienza con el análisis, éste todavía puede afinarse, y resultar que los "elemen-
tos" de la figura no son ni dos, ni siquiera tres, sino más, pues por ejemplo, afinan-
do el análisis, podría distinguirse entre el estado precedente de inferioridad y la
efectiva influencia de ese estado sobre la volición. Es por ende imaginable una des-
composición de la figura en grados diversos, siquiera sea a los fines didácticos,
mas con probar que en el análisis doctrinario hay elementos separables, no se ha
producido todavía la demostración de que la ley haya querido un régimen probato-
rio diferente; 4. Lo que la doctrina que combatimos jamás podrá explicar es por qué
arte interpretativo la "tal explotación" del art. 954 se ha convertido en "la actitud
de explotar" que sería lo único presumido. Con que la ley hubiera dicho que se pre-
sume "la explotación" ya hubiera hablado suficiente, pues no puede haber explota-
ción si no hay algo explotado, pero la ley todavía ha sido más enérgica y ha
hablado de la "tal" explotación, es decir, de la que describió con anterioridad.
§38. Nulidad y modificación por lesión 697
2. La nulidad
La acción de nulidad 2 5 que se acuerda al lesionado tiende
a la aniquilación total del acto, y se rige por las reglas gene-
rales sobre las nulidades:
a) Se trata de una nulidad relativa. A ello conduce no solo
su vinculación metodológica con los supuestos del primer
párrafo del art. 954, sino, y en particular, la circunstancia
de que sea prescriptible la acción otorgada. 2 6 De allí que sea
susceptible de confirmación.
b) Los efectos respecto de terceros se rigen por la regla del
art. 1051.
3. La modificación
La acción de modificación tiende a obtener "un reajuste
equitativo del convenio".
2o
Para Moisset de Espanés (La lesión en los actos jurídicos, n° 375) sería prefe-
rible el término "rescisión".
26
Frente a la redacción dada por el dec.-ley ns 17.711, al art. 4023, el argumen-
to podría parecer débil. Pero el dec.-ley 17.940 ha restablecido su valor.
698 §38. N u l i d a d y modificación por lesión
4. El ofrecimiento de reajuste
El demandado puede impedir la nulidad, ofreciendo el
reajuste al contestar la demanda.
Pero no podría, frente a la acción de reajuste, pretender
la nulidad. Así, por ejemplo, si hizo un mutuo usurario por
diez años, no podría frente a la acción de reajuste de los in-
tereses pretender la nulidad con las consiguientes restitu-
ciones. Y se comprende, porque de otro modo la protección
por lesión sería un a r m a de doble filo para el lesionado,
quien podría seguir siendo "explotado" en el juicio.
Reflexionando sobre el tema, es que advertimos la necesi-
dad de insistir sobre que debe haber una verdadera "explo-
tación" para que nazcan las acciones de lesión, pues de otro
modo el supuesto explotado podría transformarse en explo-
tante. He aquí que Cayo, en urgente necesidad de dinero, e
imposibilitado de conseguirlo recurre a Ticio; Ticio le res-
ponde que el dinero de que dispone lo tiene destinado a un
determinado fin; Cayo lo convence, demostrando que eso
podrá ser cubierto con el monto excepcionalmente alto de
los intereses que le ofrece. ¿Quién explota a quién, si luego los
intereses se reajustan? Se dirá que Ticio puede conseguir
Se un l a
f fórmula sugerida por el Tercer Congreso Nacional de Derecho Civil,
a proposito de la modificación propuesta por el demandado, ella debería ser de tal
modo que el juez la considerara equitativa "por haber desaparecido la notoria des-
proporción entre las prestaciones".
§38. Nulidad y modificación por lesión 699
1. El problema
A primera vista se advierten las similitudes entre la des-
cripción hecha en la primera parte del art. 175 bis penal, y
la proporcionada por el segundo apartado del art. 954 civil.
Ahora bien: ¿son iguales las conductas previstas por la ley
penal y la civil?
Entran en pugna la tesis monista y la dualista, y el deci-
dirse por una u otra tiene indudable interés concreto. 28 No-
sotros nos pronunciamos por la tesis dualista.
4. Nuestra opinión
Nosotros nos pronunciamos por la tesis dualista:
A. Por de pronto, los argumentos que se suelen esgrimir a
favor de la tesis monista, no nos parecen decisivos:
a) Se recuerda que nuestro texto penal reconoce como an-
tecedente el art. 233 del Proyecto Soler, el que, según la nota
puesta al pie del mismo, abarcaba tanto a la usura crediti-
cia como a la usura real, dando en consecuencia un concep-
to amplísimo de la usura que abarcaba todo acto "lesivo".
Pero las leyes se emancipan de sus autores concretos, y la
letra se rebela contra el pensamiento de su redactor. Si las
notas del Código Civil no son ley, menos ha de serlo la nota
de un proyecto que sirvió de antecedente a la ley.
Y si todavía queremos rendir un tributo a los antecedentes,
¿por qué detenernos en el Proyecto Soler, y no aproximarnos
más en el tiempo? Desde que así lo hagamos, encontrare-
mos el informe de la Comisión que examinó el Proyecto, la
que entendió que la usura se daba en el préstamo.
b) Se afirma que los términos del art. 175 bis penal son
amplios, ya que aluden al dar o prometer "en cualquier for-
ma", y por lo tanto, en la "forma" de mutuo oneroso, como en
la "forma" de cualquier otro contrato (compraventa, loca-
ción, etcétera.).
Entendámonos: que los términos sean en esa parte am-
plios, no significa que luego no puedan quedar circunscrip-
tos por o t r a s p a l a b r a s e m p l e a d a s en la ley, que luego
examinaremos; por otra parte, una amplitud puede ser ma-
yor o menor, sin que el elegir esta última implique renun-
ciar a la noción ni desobedecer las palabras de la ley. Para
nosotros, la expresión "en cualquier forma" recibe suficiente
significación como aludiendo a las clásicas formas nomina-
das e innominadas de la usura crediticia, a las formas os-
tensibles y encubiertas, y por qué no decirlo, también a la
"forma" del mutuo oneroso, y a la "forma" de otros contratos
que sirven para cumplir la misma función económica del
mutuo oneroso. Allí esta el quid de la cuestión: distinguir
dentro de la enorme masa contractual aquellas operaciones
que, o son mutuo oneroso, o cumplen su función económica,
separándolas de las demás.
§38. Nulidad y modificación por lesión 703
29
En la anterior edición, para describir la función económica del mutuo, recor-
dábamos la definición que dimos en el trabajo citado en la nota anterior, donde
precisábamos que consistía en "enriquecer al prestamista con una retribución que
es Ja contrapartida de la prestación que verifica consistente en posibilitar que el
prestatario quede en la situación de quien dispone en forma absoluta de una cosa
fungible (o de una masa de cosas fungibles) debiendo dar otro tanto después de un
cierto tiempo". Mantenemos esa conceptualización, pero suprimiendo los calificati-
vos de "fungible" y "fungibles", porque lo que interesa no es la fungibilidad, sino que
lo prestado sea descripto como cosa incierta para la restitución (infra, §145, VII).
Para una más completa información sobre la usura penal, puede verse: Ure, E.
("El delito de usura", en J.A.\ del 8/III/71); Pintos, C. A. ("El delito de usura, la le-
sión enorme, y la subjetividad de la nueva figura penal", en La Ley del 5/IV/71); Ri-
chard, E. H. ("Una nota en torno al delito de usura", en La Ley, del 5/VI/71); Vidal
Albarracín, H. C. ("El delito de usura", en La Ley, del 18/111/71); Zainz, M. M. P.
("Ley de represión de la usura", en Reu. de Legislación Argentina, abril de 1971,
pág. 53), Avila J. J. ("Usura y otorgamiento de garantías extorsivas", en E.D., t.
36, pág. 887).
§39. La e x c e s i v a o n e r o s i d a d sobreviniente
I. Generalidades
1. Antecedentes
Es fácil trazar la historia inmediata de nuestra disposi-
ción, pues ella encuentra su fuente en la recomendación N 2
15 del Tercer Congreso Nacional de Derecho Civil, la cual a
su turno se encuentra literal y espiritualmente inspirada
por el art. 1467 del Código italiano de 1942. Pero cuando se
quiere retroceder más, comienzan las dificultades, porque
las opiniones se acumularon y entrecruzaron en el curso
de los siglos, acudiéndose a institutos distintos para solu-
cionar casos más o menos similares a los involucrados por
n u e s t r o texto, pero abarcando también otros que no en-
cuentran cabida en él. Prescindamos de esa historia remo-
708 §39. L a e x c e s i v a o n e r o s i d a d s o b r e v i n i e n t e
2. El problema
El problema que a nosotros interesa, el abarcado por el
art. 1198, es el siguiente: en el momento de contratar, el ne-
gocio tiene un cierto grado de onerosidad, y luego, por acon-
t e c i m i e n t o s e x t r a o r d i n a r i o s e i m p r e v i s i b l e s se vuelve
excesivamente oneroso. ¿Hay algún remedio que tutele al
perjudicado?
Antes de la reforma, conceptuábamos que en el sistema
del Código Civil no existía remedio alguno, y que el contra-
to, en su formulación originaria, debía ser cumplido. 2 Des-
pués de la reforma, podrá o no estarse de acuerdo con ella,
1
Molina, en su obra Abuso del Derecho, lesión e imprevisión, pág. 203 y siguien-
tes, señala lo contradictorias de las versiones que, sobre la historia del instituto,
dan los comentaristas. Bonneccase en el tomo III del Supplément (n 5 299) se remite
a la versión de Bruzin, a estar a la cual, es posible que el Derecho romano contu-
viera algunas aplicaciones prácticas de la teoría pero su formulación primera con
carácter general es debida a la influencia de los canonistas, y en el campo civil es
la obra de los postglosadores, adquiriendo precisión en la doctrina y jurisprudencia
italianas de los siglos xvi y XVII, siendo dignas de recordarse las obras de los carde-
nales Mantica y de Luca, como así también la de publicistas como Grocio y Puffen-
dorf, cuya influencia posiblemente se manifestó en la escuela alemana, aunque la
doctrina se muestra a fines del siglo xvm y comienzos del xix poco favorable a la
cláusula, si bien recibe aplicaciones en el Código bávaro de 1756, el prusiano de
1794 y el austríaco de 1812. Larenz (Base del negocio jurídico y cumplimiento de
los contratos) subraya el descrédito en que cayó la doctrina de la cláusula rebus sic
stantibus a fines del siglo xvn, y observa que a mediados del siglo xix el vacío crea-
do fue llenado por la doctrina de la presuposición de Windscheid, para luego seña-
lar su reaparecimiento "en la literatura jurídica poco antes de la primera guerra
mundial" (págs. 28/9). Pino (La excesiva onerosidad de la prestación, pág. 138 y
sigts.), niega toda afinidad entre la cláusula rebus sic stantibus y la hipótesis pre-
vista en el art. 1467 italiano, tesis que, de ser correcta, pudiera conducir a análoga
conclusión para nuestro art. 1198 que reconoce en aquél su fuente mediata, pero a
otra conclusión se llega si nos atenemos a la conceptualización que formula Bruzin
(en párrafo transcripto por Bonnecase en su Supplément, loe. cit.), invocando las
opiniones de Grocio, de Luca, Weber, Leyser, Puffendorf, etcétera.
2
Véase nuestra nota crítica a fallo ("La imprevisión en los contratos", en Revis-
ta Jurídica n° 2 de la Universidad Nacional de Tucumán), donde negábamos que
un juez argentino pudiera fundarse ni en la teoría del abuso del derecho ni en la de
la buena fe, ni en la de lesión sobreviniente, ni en la del caso fortuito, ni en la del
enriquecimiento indebido, ni en la de las cláusulas tácitas, ni en la de la presuposi-
ción, ni en la de la base del negocio, ni en la del error.
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 709
1. El texto legal
Comencemos por simplificar y aclarar el texto. Hay una
evidente sobreabundancia de palabras; varias pudieron ser
suprimidas con ventaja para la elegancia del texto. Sin em-
bargo, veremos que quizás se trate de una culpa feliz, por-
que al haberse preocupado el legislador de dar con t a n t a
sobreabundancia los caracteres de los contratos, hay razón
suficiente para concluir que ha querido circunscribir el ins-
tituto a ciertas situaciones, por lo que deben ser rechazadas
aquellas interpretaciones que tienden a darle un mayor al-
cance:
a) Hemos señalado (supra, §15, IV), que la división de los
contratos en conmutativos y aleatorios es una subclasifica-
ción de los contratos onerosos. A un contrato gratuito no ca-
be calificarlo de "conmutativo". De allí que en la expresión
"unilaterales onerosos y conmutativos", el segundo carácter
esté de más. Hubiera bastado con decir "unilaterales con-
mutativos".
b) Suprimido el vocablo "onerosos", la redacción de la ley
quedaría en los siguientes términos: "En los contratos bila-
terales conmutativos y en los unilaterales conmutativos".
En seguida se advierte que carece de sentido hablar primero
de los bilaterales conmutativos para luego enunciar los uni-
laterales conmutativos, a menos que se sugiera que existen
conmutativos que no son ni bilaterales ni unilaterales. Pero
hemos señalado que no hay un tercer término entre lo unila-
710 §39. L a e x c e s i v a o n e r o s i d a d s o b r e v i n i e n t e
4
Bonnecase, Supplément, III, pág. 579, citando a Bruzin.
712 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
ser "se aplica siempre que de hecho sea posible una excesiva
onerosidad", resulta ya totalmente superflua una enumera-
ción de las características que deben revestir los contratos.
Si nosotros hemos dado a la palabra "continuada" emplea-
da por la ley, una acepción amplia, y hemos entendido que
abarca todos los casos de duración, ello ha sido sin renunciar
a la idea de un tiempo apreciable previsto, y manteniendo un
radio de acción circunscripto para el instituto, puesto que
por lo menos quedarían excluidos los de ejecución instantá-
nea (que no sean diferidos). En cambio, dar a la palabra
"diferida" una acepción tan extensa como la que combati-
mos, sería no sólo renunciar a la idea de un tiempo aprecia-
ble previsto, sino también al concepto circunscripto, puesto
que ya no habría categoría alguna de contrato que a priori
debiera excluirse, salvo el caso de la negociación manual.
Pero si se piensa que el instituto se apoya en una decisión
de la ley que tiene en cuenta lo que las partes verosímilmen-
te deben querer, se advierte que sólo verosímilmente pueden
"prever" la imprevisión cuando introducen un factor que, co-
mo el tiempo, ellas no gobiernan, es decir, cuando el tiempo
es diferido por la voluntad contractual.
Llegando a esta conclusión, advertimos que no tenemos
una idea tan circunscripta de lo "diferido" que no lo veamos
también en aquellas hipótesis en que el plazo debe ser fijado
por el juez. Además, una vez que estamos en presencia de
uno de los contratos abarcados por el texto del art. 1198, po-
co interesa que la excesiva onerosidad aparezca en el lapso
del diferir previsto, o después. Cuando el originario tiempo
previsto se alarga en razón de un caso fortuito, quedan asu-
midos también por el art. 1198 los supuestos de excesiva
onerosidad que puedan advenir, como surge de una inter-
pretación del tercer párrafo del art. 1198, que sólo excluye la
resolución cuando el perjudicado estuviese en mora, la que
debe entenderse imputable (infra, aquí, V, 2); en consecuen-
cia, cuando la mora sea no imputable, podrá invocarse la ex-
cesiva onerosidad sobreviniente.
b') En segundo lugar se ha pretendido que para que co-
rresponda hablar de un contrato de duración, es preciso que
el tiempo haya sido previsto como necesario para la utilidad
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 715
7
Pino, loe. cit. Comp.: Llambías, Obligaciones, n ? 223, que, con su doctrina de
los derechos "fluyentes", conceptúa que no debieran entrar en el instituto los crédi-
tos a plazo, y afirma la inconstitucionalidad de nuestro art. 1198 en cuanto los
abarca. Lavalle Cobo (en Belluscio-Zannoni, Código Civil, sobre el art. 1198, §27)
observa que la posición de Llambías ha quedado solitaria y ha sido desechada en
un fallo. Véase, también, sobre ella: Llambías-Alterini, Código Civil, sobre el art.
1198, nQ 13.
716 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
3. Contratos aleatorios
Siendo de ejecución diferida o de duración, quedan abar-
cados todos los contratos conmutativos. El art. 1198 dispone
que bajo ciertas condiciones se aplica el "mismo principio" a
los contratos aleatorios. La expresión de la ley no deja lugar
a dudas de que debe tratarse de un contrato aleatorio que
sea de ejecución diferida o de duración; así, hay fatalmente
un diferir cuando la condición que domina sólo unilateral-
mente el contrato {supra, §5, IV) es suspensiva, pero no lo
habría si sólo fuera meramente resolutoria. Quedan inclui-
dos dentro del concepto de lo aleatorio tanto los contratos
que lo son por su naturaleza (v.g., el oneroso de renta vitali-
cia) como los que sólo lo son por voluntad de las partes (v.g.,
una venta aleatoria), es decir tanto aquellos casos en que
el alea constituye la previsión de una cláusula esencial del
contrato, como aquellos en que se encuentra inserta en una
cláusula accidental.
Para que tales negocios sean abarcados por el instituto es
preciso que la excesiva onerosidad se produzca por "causas
extrañas al riesgo propio del contrato". Si en una compra-
venta se coloca la obligación de entregar la cosa en forma in-
condicionada, y la de pagar el precio bajo una condición, el
contrato es aleatorio (supra, §5, IV). El vendedor del ejem-
plo asume un riesgo calculado, que consistirá en cobrar o no
cobrar, y eso no sería imprevisión porque entraría dentro del
riesgo propio del contrato; pero en cambio, en el precio no
fue calculado que repentinamente se produzca un alza del
valor del objeto que deba entregar, y eso puede caer a título
de excesiva onerosidad dentro del instituto.
En realidad, como el riesgo calculado, por hipótesis, no es
"imprevisto", hubiera bastado con señalar que en los contra-
tos aleatorios también se aplica el instituto, pues en los ca-
sos en que éste no funcione no será en razón del carácter del
contrato, sino porque falta una de las condiciones de su pro-
cedencia. Razonando así resulta singular la disposición de la
ley que comienza por restringir el instituto a los contratos
conmutativos, para luego extenderlo a los aleatorios. Direc-
tamente hubiera bastado con decir que la imprevisión fun-
ciona en todos los contratos onerosos, sin e n t r a r a hacer
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 717
4. Contratos excluidos
Sólo quedan, por lo tanto, fuera del ámbito del instituto,
dos categorías de contratos: los onerosos que no sean de eje-
cución diferida o de duración, y los gratuitos de toda clase. A
ello se llega por un ineludible argumento a contrario.
La procedencia de esta forma de argumentar ha sido ne-
gada. Se ha dicho que si la ley se refiere a los contratos one-
rosos es porque sólo en ellos puede darse la inequivalencia
de las prestaciones, sin que implique excluir que cuando en
9
Borda, en el citado trabajo publicado en El Derecho, del 20 de marzo de 1970.
En cambio, Llambías {Estudio de la reforma, pág. 312), aunque criticando la solu-
ción del legislador, entiende que nuestra norma no abarca los contratos gratuitos.
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 719
A esto último llegan las acciones "pretorianas" de las que hablaremos sub
VIII.
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 721
1. Concepto
Es preciso en primer lugar que la prestación sea "excesi-
vamente onerosa".
Un contrato es oneroso (supra, §5, III) cuando da lugar a
ventajas para ambas partes, o lo que es lo mismo, a sacrifi-
cios a cargo de ambas, pues lo que es ventaja para un lado,
es sacrificio para el otro. El ideal es la equivalencia, y cuan-
do ello no acontece hay un beneficiado y un perjudicado. Pa-
ra determinar si una parte se beneficia o no, hay que poner
2. Época
No basta con que una prestación sea excesivamente one-
rosa. Es preciso que se haya tornado tal:
a) Si ab initio la prestación era excesivamente onerosa, y
no aumentó el grado de onerosidad, no corresponde la apli-
cación del instituto. El remedio contra tal situación no viene
concedido por el art. 1198 sino por el art. 954 que prevé una
institución distinta (supra, §38), y siempre que concurran
los requisitos de ella.
b) Como consecuencia de lo dicho, y de la esfera distinta
en que funcionan los arts. 1198 y 954, para apreciar la exce-
siva onerosidad sobreviniente hay que descontar el grado de
onerosidad originario.
He aquí que Cayo para recibir una ventaja de $ 10.000
promete un sacrificio cuyo valor es de $ 20.000 y que luego,
por circunstancias posteriores, el valor del sacrificio sube a
$ 21.000. En el momento en que el contrato debe cumplirse,
la prestación es sin duda "excesivamente onerosa" medida se-
gún la tabla hipotética que hemos propuesto a los fines de la
ejemplificación, y ello porque el valor del sacrificio es el doble
del de la ventaja. Pero si hay una prestación excesivamente
onerosa, no puede en cambio predicarse que se ha tornado
tal. En efecto, o la originaria desproporción es asumida por el
art. 954 o no lo es. Si lo primero, el perjudicado tendrá la ac-
ción del art. 954, y restablecido en virtud de ella el equili-
brio equitativo (si no se fuera por la vía de la nulidad) recién
sería el caso de examinar si además se abre la acción del
art. 1198, que no vemos inconveniente en acumular subsi-
diariamente a aquélla; pero se advierte que en el ejemplo
dado, la del art. 1198 no tendría éxito, según la tabla hipoté-
tica propuesta. Si en cambio no procediera la acción del art.
954 (o no se la intentara) habría que reputar justo el grado
de onerosidad originario y la prestación, según la referida ta-
bla hipotética, no se habría tornado "excesivamente onerosa".
Si no se descuenta el grado de onerosidad originario se co-
rre el riesgo de desconocer la preceptiva del art. 954, conce-
diendo por la vía del art. 1198 una tutela para los casos no
asumidos por aquél, o en los que, asumidos, la acción se en-
cuentra prescripta.
724 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
3. Operaciones a realizar
Para determinar si una prestación se ha tornado excesi-
vamente onerosa, debemos en consecuencia realizar las si-
guientes operaciones: primero, poner en relación los valores
originarios de las ventajas y de los sacrificios, medidos con
un denominador común, obteniendo la diferencia que entre
ellos exista, que podrá ser o "cero" o una suma cualquiera (v.
g.: el automóvil permutado con la casa, valen según el deno-
minador común del dinero, $ 20.000 y $ 30.000 respectiva-
mente, por lo que la diferencia es de $ 10.000); segundo,
medir el grado de onerosidad sobreviniente, con los mismos
cánones, pero teniendo en cuenta la diferencia obtenida en
la primera operación (v.g. la nueva apreciación da para el
auto y para la casa, respectivamente, los valores de $ 20.000
y de $ 50.000, lo que computando la diferencia originaria-
mente obtenida de $ 10.000, da como valores a considerar
en definitiva los de $ 20.000 y $ 40.000); tercero, poner en
relación los nuevos valores computables según las operacio-
nes anteriormente practicadas, y observar si es el caso de
afirmar que existe una excesiva onerosidad (en el ejemplo
dado, según la tabla hipotética que hemos propuesto, la ha-
bría, pues el valor computable de la casa —$ 40.000— es el
doble del del automóvil).
Podría pensarse en una operación más simple, y preten-
derse que basta con comparar el sacrificio originario con el
sacrificio sobreviniente. Por ejemplo, se diría: alguien que
se obligó a entregar un automóvil que al tiempo del contra-
to valía $ 20.000, se encuentra con que al tiempo de la tra-
dición vale $ 50.000. Tal modus operandi, a p a r t e de la
simplicidad, tendría la enorme ventaja de poder ser aplica-
ble a los contratos gratuitos (los que según nuestra opinión
ya expuesta, no entran dentro del art. 1198), pues podría
jugar tanto si alguien prometió entregar el automóvil a tí-
tulo de venta como si lo hizo al de donación. Pero en segui-
da se advierte que la técnica operativa sería errada. Un
aumento del sacrificio, por grande que sea, no implica que
la prestación se h a y a "tornado" excesivamente onerosa.
P a r a demostrarlo, basta pensar que si el contrato fue origi-
nariamente excesivamente beneficioso, el aumento del va-
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 725
4. Posibilidades
Despejado el terreno del juego recíproco de los arts. 954 y
1198, podemos en los desenvolvimientos que siguen, y para
facilitar la exposición, partir de la hipótesis de una origina-
ria equivalencia ideal del valor de las prestaciones. ¿Cuáles
serán las razones de que la equivalencia se convierta en des-
proporción que alcance el grado de "excesiva onerosidad"?
Podemos señalar las siguientes posibilidades:
a) Que haya aumentado el valor del sacrificio, permane-
ciendo inalterado el de la ventaja. Por ejemplo, Cayo prome-
tió en permuta su automóvil por un terreno, teniendo cada
uno de ellos el valor de $ 20.000, y luego sobreviene que el
valor del automóvil asciende a $ 40.000.
b) Que permanezca idéntico el valor del sacrificio, y dismi-
nuya el de la ventaja. Por ejemplo, si el valor del automóvil
sigue siendo $ 20.000 y el del terreno se reduce a $ 10.000.
c) Que ambos valores se alteren en sentido inverso, como
si el automóvil pasara a valer $ 30.000 y el terreno $ 15.000.
d) Que la alteración se produzca tanto en lo que concier-
ne al valor del sacrificio, como al de la ventaja, y en el mis-
mo sentido, experimentando ambos alzas, o ambos bajas. Si
la intensidad del fenómeno es la m i s m a p a r a ambos, el
equilibrio originario se mantiene y no puede hablarse de
excesiva onerosidad; si no fuera igual y se produjera perjui-
cio para una de las partes, la hipótesis sería prácticamente
726 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
5. Prestación en dinero
En la ejemplificación dada, ex profeso hemos elegido pres-
taciones que no consisten en dinero. El problema se compli-
ca cuando una de las prestaciones es en dinero, en cuyo caso
hay que tener en cuenta el valor de este último que se refle-
ja en un mayor o menor poder adquisitivo de la moneda.
Como regla general, hemos dicho que para medir los gra-
dos de onerosidad hay que poner en relación los sacrificios
con las ventajas, medidos en sus respectivos valores según
un denominador común y hemos adoptado como denomina-
dor, la moneda en curso. Pero cuando una de las prestacio-
nes consiste en dinero, el denominador común no puede
consistir en ese dinero, cuando es el valor mismo de éste el
que se encuentra en tela de juicio. Habrá que recurrir en-
tonces a otro denominador, que por hipótesis haya permane-
cido inalterado en su valor. A tal denominador hipotético
podemos llamarlo "moneda ideal", denominando al dinero
corriente cuyo poder adquisitivo fluctúa, "moneda real".
¿Puede hablarse de excesiva onerosidad en razón de la
variación del valor "ideal" de la moneda "real"? ¿O debe más
bien decirse que la moneda "real" sólo tiene un valor "nomi-
nal", insusceptible de alteración si no es por prescripción le-
gislativa?
Según el art. 7 de la ley 23.928 (de convertibilidad del
austral con el dólar de los Estados Unidos de Norteaméri-
ca): "El deudor de una obligación de dar una suma determi-
nada de australes, cumple su obligación dando el día de su
vencimiento la cantidad nominalmente expresada. En nin-
gún caso se admitirá la actualización monetaria, indexación
por precios, variación de costos o repotenciación de deudas,
cualquiera fuere su causa, haya o no mora del deudor, con
posterioridad al día Io- del mes de abril de 1991, en que en-
tra en vigencia la convertibilidad del austral. Quedan dero-
gadas las disposiciones legales y reglamentarias, y serán
inaplicables las disposiciones contractuales y convenciona-
les que contravinieren lo dispuesto".
§39. L a e x c e s i v a o n e r o s i d a d s o b r e v i n i e n t e 727
13
Previsión del art. 12 de la ley 23.928 y decreto 2128/91: un "peso" = 10.000
"australes".
14
Pese al principio nominalístico, no vacilan en aplicar el instituto de la impre-
visión a los supuestos de variaciones en la moneda: Messineo, Doctrina, pág. 388;
Enrietti, Commentario, sobre el art. 1467; Spota, Sobre las reformas al Código Ci-
vil, pág 7.
Sobre el tema de la inflación (antes de la ley de convertibilidad), véanse los tra-
bajos publicados en La Ley 1981-D., sec. doct., de Bustamante Alsina ("La imprevi-
sión frente a los sistemas convencionales de reajuste del valor de las deudas
dinerarias"), Chiappini ("Las deudas en dólares y la teoría de la imprevisión"), Vi-
tolo ("El valor de la moneda y la imprevisión") y en La Ley 1982-A, sec. doct., el de
Cáceres y Pizarro ("Cláusula de pago en valor dólar e imprevisión contractual").
Sancionada la ley de convertibilidad, la subsistencia del remedio por imprevi-
sión ha sido sustentada por diversos autores, como puede verse en la obra Conver-
tibilidad del Austral (coordinador: Moisset de Espanés) a través de los desarrollos
de Richard (I, pág. 123), Moisset de Espanés (III, págs. 31/3), Crespi (IV, pág. 37) y
Parellada (IV, pág. 129).
728 §39- La excesiva onerosidad sobreviniente
6. Casos
Explicado cómo una prestación se torna excesivamente
onerosa (n 2 4) y que son susceptibles de ese estado tam-
bién los contratos en que u n a de las prestaciones consiste
en dinero (n s 5), corresponde examinar otro delicado pro-
blema, a saber: ¿cuándo u n a prestación puede alcanzar ese
estado?
a) Quieren unos que ello sólo sea posible cuando ninguna
de las prestaciones haya sido todavía efectuada. Por ejem-
plo, Cayo vendió un automóvil a Ticio, y ni el automóvil ni el
precio fueron todavía entregados cuando sobreviene el acon-
tecimiento extraordinario que torna una de las prestaciones
excesivamente onerosa. Y afirman en consecuencia que no
es posible el funcionamiento del instituto cuando alguna de
las prestaciones ya ha sido efectuada.
Según esto, si Cayo entregó ya el automóvil, no podrá in-
vocar la excesiva onerosidad sobreviniente, y tampoco podrá
hacerlo, aunque todavía no hubiera entregado el automóvil,
si Ticio ya pagó el precio.
No admitimos la tesis. No se nos alcanza por qué razón
deba cesar la tutela de la ley para Cayo, por la sola razón de
que él o Ticio hubiera ya cumplido. La acción, por otros mo-
15
Moisset de Espanés, en la citada obra Convertibilidad del Austral, IV, págs.
12 y sigts.
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 729
17
No creemos que pueda trasladarse, sin más, la doctrina italiana para inter-
pretar nuestro texto. Encontramos dos diferencias de redacción que nos parecen
fundamentales: a) Según el art. 1467 italiano "...se la prestazione di una delle parti
é divenuta eccesivamente onerosa...la parte que deve tale prestazione...". Nuestro
art. 1198, si bien puede decirse que ha traducido la primera expresión al hablar de
"si la prestación a cargo de una de las partes se tornara excesivamente onerosa" es
evidente que no ha hecho lo propio con la segunda, pues no se refiere a la parte que
"deba" la prestación, sino a la parte "perjudicada". "Perjudicada" puede ser tanto la
parte que debe, como la que ya ejecutó la prestación. Es verdad que podría pensar-
se que esa idea de deber ya se encuentra volcada en la primera expresión cuando
se habla de prestación "a cargo" de una de las partes. Pero nos parece que el voca-
blo es demasiado incidental e impreciso al permitir otra lectura, como para ser de-
cisorio, máxime teniendo en cuenta el argumento que a continuación exponemos;
b) Mientras el Código italiano ha tratado en un artículo los contratos con prestacio-
nes correspectivas (art. 1467) y en otro distinto los contratos en que una sola de las
partes ha asumido obligaciones (art. 1468), la reforma trae un único texto en el que
quedan abarcados tanto los bilaterales como los unilaterales que sean onerosos. La
tesis que niega la posibilidad de accionar por resolución a quien ya efectuó su pres-
tación, tendría (sin entrar a examinar su justicia) plena posibilidad de aplicación
en los contratos consensúales; en cambio, tropezaría con inconvenientes en todo el
sector de los contratos reales (que en materia civil son todos creditoriamente unila-
terales, aunque no así en materia comercial), porque se negaría el remedio de la
imprevisión al tradens, concediéndolo únicamente al accipiens. Pero si la redacción
de la ley supone que en los consensúales cualquiera de las partes pueda valerse del
remedio, la misma redacción debe permitir que lo haga cualquiera en los reales. El
art. 1198 con una fórmula que vale también para los unilaterales, emplea el plural
("partes"), y no como el Código italiano que en el art. 1468 utiliza el singular. Sería
extraño que se empleara el plural abarcando genéricamente hipótesis donde por lo
menos en muchos casos el plural sería imposible. Decimos "por lo menos", pues no
olvidamos que en algunas hipótesis el plural es posible (v.g., donación con cargos,
que según nuestro entender es un contrato oneroso en la medida de los cargos, pero
unilateral); pero obsérvese que siempre quedarían excluidos a priori un sinnúmero
de contratos que sin embargo entran dentro de la genérica enumeración de la ley.
732 §39- La excesiva onerosidad sobreviniente
1. El caso imprevisible
Al acontecimiento mentado por la ley podemos llamarlo
"caso imprevisible":
a) Debe tratarse en primer lugar de un acontecimiento
que reúna simultáneamente las características de "extraor-
dinario", esto es fuera del curso normal, estadístico, e "im-
previsible", al tiempo del contrato. Y desde luego tanto es
acontecimiento el positivo (suceder lo que no suele aconte-
cer) como el negativo (no suceder lo que suele acontecer).
b) Del mismo modo que el deudor carga con las conse-
cuencias del caso fortuito si el acontecimiento se produce
por su culpa (art. 513), así también no es invocable el "caso
imprevisible" si adviene por culpa del perjudicado ( a r t .
1198, cuarto párrafo).
decir es que lo que para otro deudor podría haber sido caso
fortuito, no lo es para el deudor concreto que esté en culpa;
pero realmente no nos interesa lo que pueda ser casus para
otro. Sería ventajoso para u n a correcta hermenéutica de
nuestro Código suprimir este segundo supuesto del art. 513;
pero mientras ello no acontezca por obra de una reforma le-
gislativa, nos parece que la explícita y clara concepción sub-
j e t i v a del art. 512 debe prevalecer sobre la implícita y
confusa concepción objetiva que podría pretenderse extraer
de este segundo supuesto del art. 513. 1 8
b') Y pasemos al concepto de caso imprevisible. Debe ser
elaborado partiendo de la previsión del art. 1198.
Su determinación es necesariamente positiva. Para el ca-
so fortuito vimos que es posible (y en definitiva resulta ine-
ludible) u n a construcción negativa, porque la ley se ha
preocupado de dar en el art. 512 una definición del concepto
opuesto de culpa. Pero este método sería inaplicable para
el caso imprevisible, pues lo opuesto a él no es culpa, sino
—valga la perogrullada— caso previsible, y éste en ninguna
parte ha sido definido por la ley.
Además de positiva, su delimitación es objetiva. Con no-
tas de este tipo es descripto el caso imprevisible por la ley,
pues no sólo no exige que sea tal para un determinado deu-
dor, sino que todavía agrega que debe ser extraordinario, y
cuando fija sus consecuencias alude a una excesiva onerosi-
dad, sin requerir que lo sea para el deudor. Pensamos que
atendiendo a estas notas de corte objetivo, sería ir contra el
tenor de la ley entrar en averiguaciones sobre la consisten-
cia patrimonial del deudor. Mientras tratándose del caso
fortuito es lícito valorar como tal el que acarrea una imposi-
bilidad relativa, frente al caso imprevisible sólo vale el que
trae una excesiva onerosidad absoluta, es decir la que es tal
para todos, cualquiera que sea su solvencia concreta. 19 En
materia de excesiva onerosidad debe procederse con los mis-
mos cánones a que se ajusta la valoración de la usura, que
V. El poder de resolución
1. Efectos
Si las partes están de acuerdo, adoptarán, ya la vía de la
resolución, ya la del reajuste. En caso contrario será preciso
un pronunciamiento judicial:
a) Cuando el caso imprevisible adviene después de que el
perjudicado ha cumplido con su prestación (pero antes de
que haya llenado la suya el beneficiado), la acción, según vi-
mos (supra, aquí, IV, 2, a) es posible. El aniquilamiento del
contrato traerá como lógica consecuencia que el demandado
deberá restituir lo recibido, y quedará liberado de cumplir
con su prestación.
Pero a nuestro entender el principio debe sufrir una nece-
saria limitación cuando la prestación ha sido ya consumida
por el demandado, pues si se le obligara a restituir un equi-
valente se desplazaría sobre él los efectos de la excesiva one-
rosidad. Contra ello nos parece que no vale argumentar que
se parte de la base de que la prestación cumplida no ha va-
riado de valor, y que es la a cumplirse la que ha experimenta-
do una disminución del suyo, pues aun cuando el demandado
pudiera conseguir en el mercado lo que deba devolver por su
valor originario e inalterado, no podrá hacerlo con el de la
738 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
2. Hipótesis de improcedencia
La demanda por resolución es improcedente "si el perjudi-
cado hubiese obrado con culpa o estuviese en mora".
740 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
3. La pretendida opción
Cierta doctrina y jurisprudencia pretenden que el perju-
dicado, en lugar de accionar por resolución, puede directa-
mente hacerlo por modificación (infra, aquí, VIII).
1. Ofrecimiento y oferta
No es lo mismo el ofrecimiento de modificación ex artículo
1198, que la oferta de modificación que puede ser propuesta
según los principios generales:
a) La oferta de modificación puede emanar tanto del per-
judicado como del beneficiado, y su éxito depende, como el
de cualquier oferta contractual, de su aceptación por la otra
parte. Sujeta al régimen de la autonomía privada, puede ex-
plicitarse aun en la hipótesis de que no haya excesiva onero-
sidad y, naturalmente, sin necesidad de juicio alguno.
¿
" Alterini, A. A., "La doctrina de la imprevisión frente a la mora irrelevante",
en La Ley, 1980-C, pág. 1109.
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 741
2. Oportunidad
El Código no regula e x p r e s a m e n t e la oportunidad en
que debe ser hecho el ofrecimiento ex art. 1198, pero ello
surge de su carácter y de los principios generales. El ofre-
cimiento debe ser hecho al contestar demanda, según se
prescribe para la hipótesis similar de la lesión (art. 954 in
fine). La razón es que el demandado al contestar juega su
suerte, por ser la oportunidad de que goza para reconocer o
desconocer los presupuestos resolutorios. Después de con-
testada la demanda, se podrá hacer una oferta de modifi-
cación, según las reglas generales, pero no el ofrecimiento ex
art. 1198.
Al contestar demanda, las actitudes posibles son, en con-
secuencia:
a) Admitir que se d a n los p r e s u p u e s t o s resolutorios,
allanándose a la demanda. En este caso, es facultativo del
demandado reconvenir por modificación. Pero no vemos in-
conveniente alguno en que en lugar de contrademandar se
limite a formular una oferta de modificación (distinta del
ofrecimiento ex art. 1198).
b) Negar que se den los presupuestos resolutorios. En es-
te caso no hay incompatibilidad alguna en que verifique, sin
embargo, una oferta de modificación, pues según hemos vis-
to ella no depende de los mismos (precisamente por consti-
tuir un instituto distinto al del ofrecimiento ex art. 1198).
Pero, ¿podrá contrademandar por modificación? No vemos
inconveniente en que lo haga subsidiariamente, para el caso
de que el juez condene a la resolución y como un modo de
impedirla.
742 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
6. La modificación equitativa
¿Qué es lo que se entiende por modificación equitativa?
Cuando la facultad de fijación es dejada al juez, por ha-
berlo así propuesto genéricamente el beneficiado, se ha pre-
tendido que el magistrado debe restablecer el equilibrio
contractual. 2 1
A nosotros nos parece que lo único que le cabe es suprimir
la "excesiva" onerosidad.
Se advierte la diferencia que existe entre estos dos crite-
rios, pues hay diversos grados de onerosidad a partir del ide-
al de equivalencia, pero sólo cuando el apartamiento alcanza
cierta intensidad cabe hablar de "excesiva" onerosidad. De
allí que un juez al que sólo se le conceda la facultad de supri-
mir la "excesiva" onerosidad, únicamente tocará los grados
más intensos, mientras que un juez que pudiera restablecer
el equilibrio contractual, podría suprimir todos los grados.
Si nos pronunciamos a favor de la tesis limitativa, es te-
niendo en cuenta la función que cumple la contrademanda
por modificación. Ella tiende a impedir la resolución, y na-
turalmente que la misma queda impedida cuando se supri-
me uno de sus presupuestos como es la excesiva onerosidad.
Adoptar el criterio amplio daría lugar, so pretexto de equi-
dad, a resoluciones inicuas.
Supongamos que Cayo vendió dos automóviles, uno a Ticio
por $ 20.000 y otro a Sempronio por $ 21.000, y que habiendo
subido el precio de cada automóvil a $ 40.000, introduce sen-
das demandas por resolución; Ticio y Sempronio, cada uno
21
Borda, "La Reforma", en El Derecho, del 20 de marzo de 1970, sobre la Im-
previsión, ng 14.
744 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
7. La pretendida contra-acción
Hay quienes conceden al beneficiado la contra-acción de
resolución (infra, aquí, VIII).
22
Llambías, Obligaciones, n? 229. Comp.: Belluscio-Zannoni, Código Civil, so-
bre el art. 1198.
23
Comp.: Llambías, Obligaciones, n- 211, n. 197.
746 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
resolución (a la que el art. 1198 llama "demanda") puede ser ejercida por el perju-
dicado, tomando la iniciativa, por vía de demanda, pero también por vía de contra-
d e m a n d a (reconvención), con lo que, en el primer caso, la contra-acción del
beneficiado será por vía de reconvención, y en el segundo, por vía de contrademanda
a la reconvención. Y llamamos a la una, acción, y a la otra, contra-acción, para
marcar su posición relativa, pues la contra-acción supone la existencia de la acción,
persiguiendo una sentencia distinta.
25
A favor de las acciones pretorianas: Mosset Iturraspe, Teoría general del con-
trato, págs. 396/7; Pizarro Vallespinos: "Resolución y reajuste contractual por im-
previsión", en Estudios de Derecho Civil por Alterini y otros. Contra: Vásquez,
"Teoría de la imprevisión, opción del afectado", eaE.D. 97, pág. 846; Comp.: Llam-
bías Alterini, Código Civil Anotado, sobre el art. 1198.
Los dos últimos Proyectos de unificación civil y comercial, siguiendo por las
huellas del proyecto de 1987 introducen la acción de adecuación (Stiglitz-Stiglitz,
Contratos-Parte General en Reformas al Código Civil). El del Poder Ejecutivo, en
estos términos: "...podrá pedir por demanda o reconvención, la resolución del con-
trato o su adecuación...Si se demandare la adecuación del contrato, podrá requerir
la resolución y el juez decidirá la resolución o la adecuación, tomando en cuenta la
equidad, la naturaleza del contrato, la factibilidad de su cumplimiento y la finali-
dad económica perseguida por las partes con su celebración". El con media sanción
de Diputados, en éstos: "...podrá solicitar por vía de acción o de excepción, la reso-
lución del contrato o su adecuación...El juez adecuará las prestaciones equitativa-
mente, a pedido de cualquiera de las partes, salvo que la finalidad del contrato no
haga viable el reajuste".
26
Véase la jurisprudencia que citan Llambías Alterini, en Código Civil Anota-
do, sobre el art. 1198, B, §2, 20, in fine. Contra esta tendencia: Pizarro Vallespinos,
op. cit., pág. 433.
748 §39. La excesiva onerosidad sobreviniente
3. El argumento de la conservación
De todos los argumentos que se dan a favor de la acción
pretoriana de modificación del perjudicado, es éste el más
interesante. Se afirma que así se satisface el principio de
conservación. Pero, a nuestro juicio, cabe hacerle dos serias
objeciones:
a) En primer lugar, una de dos: o se contrabalancea esa
acción, concediendo al beneficiado la contra-acción de reso-
lución, o no se concede esa contra-acción.
Si se concede la contra-acción, ¡ay del principio invocado,
con los alcances que quiere dársele!, porque todo concluirá
en la resolución. Pues suponer que no concluya en la resolu-
ción, tanto valdría como negar la existencia de la contra-ac-
ción (sustancial) del beneficiado.
Si no se concede la contra-acción, ¡ay de la justicia! (jsu-
pra, aquí,VIII, 1).
b) En segundo lugar, ¿de dónde se saca, y cómo se concep-
túa, exactamente, el principio de conservación? 28 A nosotros
28
Cuando se habla del principio de conservación, se hace referencia a la ten-
dencia a mantener los valores en el mundo jurídico. Se habla de él para la regla de
D. 45.1.80 (Betti, Interpretación de la ley y de los actos jurídicos, pág. 337; comp.:
Danz, La interpretación de los negocios jurídicos, §23, 9) que tiene una larga tradi-
ción jurídica recogida en el art. 218 inc. 3 de nuestro Cód. de Com. como para la
norma que fija límites a la retroacción resolutoria (Messineo, Manual, §135, 9), re-
cogida en nuestro art. 1204, y con un espíritu similar en el art. 1198, como para ex-
plicar la conversión de los negocios jurídicos. (Betti, loe. cit.) de la que nuestro art.
1185 C. Civ. resultaría ser una aplicación. Pero el principio de conservación no pa-
sa de ser una pauta que se combina con otras, y que puede ser manejada del modo
más diverso, según lo que se entienda por valioso, ya que sólo lo valioso es digno de
ser conservado. Y así, invocando el principio de conservación podría justificarse el
antiguo art. 1204, como afirmarse que el actual art. 1204, aunque da la solución
inversa, también rinde su homenaje a él, al fijar límites a la retroacción. Con el
principio de conservación podría explicarse un sistema que no diera lugar a invo-
car la imprevisión, por conceptuar que lo valioso es que el hombre mantenga la pa-
labra empeñada contra viento y marea y también decirse que con una solución
como la del art. 1198, sin necesidad de acudirse a las acciones pretorianas, lo digno
§39. La excesiva onerosidad sobreviniente 751
4. El argumento de analogía
Se ha dicho que si el lesionado tiene dos acciones, ex art.
954, por analogía cabe conceder dos acciones al perjudicado,
ex art. 1198.
Observamos:
a) Cualquier aproximación que se haga entre la imprevi-
sión (art. 1198) y la lesión (art. 954) no debe perder de vista
que, en la segunda, hay el factor explotación.
Precisamente, porque en el art. 954 hay el factor explota-
ción, se explican las dos accciones que se conceden al lesio-
nado. Si al lesionado la ley no le hubiera dado la acción de
reajuste, y le hubiera otorgado sólo la acción de nulidad, lo
hubiera colocado en la situación inicial, donde fue objeto de
explotación, y ello, si bien podrá ser quizás suficiente para
el ligero y el inexperto (ahora, al accionar, pausado y exper-
to), no lo sería para el necesitado.
Pero el factor explotación no se da en la imprevisión.
b) El argumento de la analogía jamás podrá explicar que
al beneficiado que tiene la contra-acción de modificación se
le conceda, pretorianamente, la contra-acción por resolu-
ción, porque el lesionante sólo tiene u n a contra-acción ex
art. 954 (la de reajuste).
§40. Evicción
I. Concepto
1
La llamada obligación de saneamiento se hace efectiva en dos casos: en el de
evicción, del que tratamos en este párrafo, y en el de vicios redhibitorios, que exa-
minamos en el §41 (Alessandri Rodríguez, De la compraventa, n s 1164). Nuestro
Código tiene el gran mérito de haber generalizado las reglas de uno y otro insti-
tuto, en lugar de tratarlas, como acontece en otras legislaciones, a propósito del
contrato de compraventa, donde encontraron su origen y primitiva elaboración.
Para seguir la historia del instituto, conviene por ende partir del análisis de la
operación económica de la venta; y hablamos de "operación económica" y no de "ope-
ración jurídica", pues, según señalamos en §3, I, 1, a, aquélla se ha verificado en la
historia antes de que apareciera el contrato consensual de compra-venta. Incluso,
según veremos, existen ciertas diferencias entre la venta romana y la nuestra,
comparadas las cuales el instituto sub-examen no presenta la claridad lógica entre
nosotros que fuera de esperar, y presenta muchas características de un puro resi-
duo histórico. Para el desarrollo histórico, nos ajustamos en lo fundamental a la
clara exposición de Alessandri Rodríguez (op. cit.) y de Girard (Manuel Elemental-
re de Droit Romain): a) En una primera época la venta económica se realiza por
traslación de propiedad, mediante el mecanismo de la mancipatio, encontrándose
protegida por la actio autoritatis, según la cual si el adquirente de la cosa era pri-
vado de ella, tenía derecho a que el transmitente le restituyera el precio doblado, y
ello independientemente de toda idea de buena o de mala fe en el enajenante, a tí-
tulo de pena, y como una cláusula esencial del negocio que escapaba a todo pacto
en contrario; b) Pero como la mancipatio sólo abarca las res mancipi, e incluso para
las mancipi en ciertos casos no es posible (v.g., entre quienes no son romanos), en
tales hipótesis se recurre a un contrato verbal para sancionar las consecuencias de
la evicción. Se conviene así, el doble, o una indeterminación del perjuicio que so-
brevenga. Se copian los efectos de la actio autoritatis (en el caso del convenio sobre
§40. Evicción 755
3
Sobre una y otra forma, nuestro bosquejo: "Evicción producida y principio de
evicción", en Boletín del Instituto de Derecho Civil y Comparado, de la Fac. de De-
recho, U.N.T., n° 2. Tal vez reflejaría mejor la idea hablar de "amenaza" de evic-
ción, inspirándose en el vocabulario de la nota al art. 2091. Pero hemos preferido
la expresión que utilizamos en el texto, para evitar toda confusión terminológica
con el concepto de "peligro de evicción" que surge del art. 2106.
§40. Evicción 757
4
Es difícil rehuir la equivocidad de los términos para abarcar todas las hipóte-
sis: a) La distinción entre garantía "convencional" y garantía "legal" no significa
negar (en nuestro pensamiento) que ésta, al quedar incorporada al contrato, de-
venga "convencional". Cuando hablamos, por lo tanto, de garantía "convencional"
distinguiéndola (en la designación) de la "legal", aludimos al caso específico de una
regulación estatuida por las partes sin responder al modelo de la ley. De allí que,
en el texto, trasladando la clasificación de los contratos a una clasificación de las
cláusulas de garantía, traemos la oposición entre lo típico y lo atípico. b) La expre-
sión "garantía legal", a su turno, tiene su equivocidad, pues no es lo mismo la pre-
vista por una lex supletoria que la impuesta por una lex imperativa, como la que se
da, por ejemplo, para la garantía "legal" por vicios redhibitorios en los contratos de
consumición (infra, §41, IX). Los contratantes pueden siempre apartarse del mode-
lo "legal" (sea el de la lex supletoria, sea el de la lex imperativa) cuando se trata de
intensificar la garantía; ese apartamiento les está vedado si pretenden disminuir
la g a r a n t í a del modelo imperativo (así, p a r a el leasing operativo: art. 28, ley
24.441), pudiendo, en cambio, hacerlo, si el modelo es supletorio, salvo que haya
una limitación de posibilidades, como ocurre con la doctrina de la "desnaturaliza-
ción" del contrato de consumición, c) Lo anfibológico de las expresiones que se uti-
lizan en e s t a m a t e r i a por los a u t o r e s , se pone aun m á s de manifiesto si se
reflexiona que la garantía "del" hecho de terceros, sólo abarca los hechos que sean
turbaciones de derecho, y no los que sólo constituyen turbaciones de hecho {infra,
en el texto, VI).
§40. Evicción 759
1. Privación
El concepto de privación puede extraerse de las reglas so-
bre la cesión. El cedente responde de la existencia y legitimi-
dad del derecho (art. 1476). Así también quienes transmiten
o constituyen un derecho real responden de la existencia y
legitimidad del mismo. La victoria del evincente demuestra
que frente a él no se daba esa existencia o legitimidad, y el
evicto se ve privado de la posibilidad jurídica de que gozaba.
La privación puede ser total o parcial (art. 2091). La total
afecta a la posición jurídica íntegra de que se trate. La par-
cial puede ser cuantitativa o cualitativamente tal:
a) Es cuantitativa cuando permaneciendo el derecho in-
tacto en su sustancia, se limita la extensión o el número de
objetos al que se aplica, como si el adquirente fuere privado
"de una parte de la cosa adquirida o de sus accesorios o de-
pendencias, o... de una de las cosas que adquirió colectiva-
mente" (art. 2093). El que adquirió 100 has. y es vencido
respecto a 20 has, se encuentra parcialmente evicto.
760 §40. Evicción
2. Inoperatividad económica
En ciertos casos la existencia y legitimidad del derecho no
se encuentran enjuego:
a) Por excepción (arts. 1476 y 1480), el cedente garantiza
la solvencia del deudor cedido.
b) Tratándose de la locación de cosas, la victoria de un
tercero puede dar lugar a una privación ya total, ya parcial
del goce del locatario. En sí el locatario no se encuentra
privado del derecho, que por sus características personales
se dirige contra el locador. Pero se crea una situación par-
ticular en que puede decirse que el locatario se encuentra
evicto. Dejamos s e n t a d a la hipótesis, y prescindimos de
mayores consideraciones, por t r a t a r s e de un régimen que
presenta diversas peculiaridades y que ha sido regulado en
forma independiente por el Código. 5 Valga lo dicho p a r a
que en los desenvolvimientos que siguen prescindamos de
aludir nuevamente, en cada caso, al régimen de garantía en
el contrato de locación.
3. Terminología
Cuando la ley habla de privación de un derecho que se ad-
quirió, utiliza la expresión en un sentido particular.
Parece que pudiera decirse que si el adquirente es venci-
do por un tercero, ello constituye la mejor prueba de que
nunca adquirió el derecho y de que fuera un lenguaje abusi-
6
Comp.: Freitas, Esbogo, art. 3707.
762 §40. Evicción
1. Carga de citar
La primera regla del juicio (en lo que al tema interesa),
es que el adquirente debe citar de evicción y saneamiento
al enajenante. Más adelante estudiaremos el régimen de
esta citación. Bástenos ahora con esta noción provisoria:
cita al enajenante p a r a que lo defienda en el juicio que
tiene con el tercero. Por ejemplo: Cayo que adquirió de Ti-
cio, cita a éste cuando Sempronio lo demanda por reivindi-
cación.
Si Cayo no cita a Tirio, Tirio no responde por la evicción
(art. 2110) y esto es justo, porque bien puede Tirio decir: Si
me hubieran citado, hubiera hecho una defensa adecuada, y
Cayo hubiera vencido; Cayo no ha sido privado por senten-
cia sino por su culpa.
Pero Cayo, que se defendió solo de Sempronio, sin citar
a Ticio, puede luego decir a éste: he opuesto todas las de-
fensas posibles; es verdad que no he citado de evicción, pe-
ro lo mismo hubiera ocurrido si citado mi enajenante me
hubiera defendido, pues no había oposición j u s t a que ha-
cer, "era inútil citarlo". El art. 2111 decide en este caso,
que aun cuando no se ha observado la regla sub examen
del juicio, todo se juzgue como si se hubiera observado, y
que producida la prueba de que era inútil citar al enaje-
nante, éste responde por la evicción. La solución de justicia
guarda un gran paralelismo con lo que se dispone para el
caso fortuito, pues el deudor que responde por el casus, se
exime si la pérdida hubiera ocurrido igualmente estando la
cosa en poder del deudor (doctrina de los arts. 789, 892);
aquí el a d q u i r e n t e , al no citar al e n a j e n a n t e , a s u m e el
§40. Evicción 763
2. Carga de defenderse
La segunda regla del juicio (también en lo que aquí inte-
resa) es que si el enajenante citado no acude en defensa del
adquirente, éste debe defenderse por sí solo.
En otros términos: no por el hecho de haber citado a Ticio,
Cayo queda liberado de defenderse. De allí que pierda con-
tra Ticio los derechos a que da lugar la evicción, si deja de
oponer "por dolo o negligencia las defensas convenientes, o
si no apeló de la sentencia de primera instancia, o no prosi-
guió la apelación" (art. 2112, primera parte). Todo el supues-
to está dominado por la idea de dolo o de culpa. Y desde
luego, no hay culpa en no apelar o en no proseguir la apela-
ción, si ello era inútil (art. 2112, segunda parte).
764 §40. Evicción
3. Generalización
Los casos anteriores dan la base para una generalización:
cuando objetivamente sea inútil u n a defensa, no puede
afearse al adquirente el no haberse defendido.
Desde que se admite que pueda estar evicto si se ha alla-
nado en juicio, debe concluirse que el mismo efecto debe te-
ner un "allanamiento" antes de todo juicio, porque sabedor
el adquirente de la existencia de un reclamo extrajudicial,
¿a qué habría de ir ajuicio si no hubiera oposición justa que
hacer?
El adquirente que así actúe podrá decir que está evicto.
Pero una vez más lo repetimos: obra a su riesgo, de tal modo
que para ir contra su enajenante deberá probar que no ha-
bía oposición justa que hacer.
El Código no ha contemplado expresamente este caso, cu-
ya solución emerge de los principios expuestos, 7 pero en
cambio, ha regulado expresamente lo que puede ser mirado
como una aplicación de él: Puede haber evicción si el adqui-
rente adquiere luego el derecho transmitido por un título in-
dependiente de la enajenación que se le hizo (art. 2092).
He aquí que Cayo, que compró a Ticio, luego compra lo
mismo a Sempronio. Como el que "una vez ha adquirido la
propiedad de una cosa por un título, no puede en adelante
adquirirla por otro, si no es por lo que faltase al título por el
cual había adquirido" (art. 2509), resulta claro que el fenó-
meno debe ser interpretado así: Cayo reconoce que no tiene
justa oposición que hacer a Sempronio, y desde ese momen-
to está privado de lo que había adquirido de Ticio, y luego
compra lo que quedó establecido que era de Sempronio. In-
sistimos, Cayo obra a su riesgo, y en el pleito con Ticio po-
drá surgir que había una oposición justa que hacer, y que el
título que le dio Ticio, era bueno.
Igualmente, he aquí que Cayo que compró a Ticio, hereda
lo mismo de Sempronio. Si suponemos una aceptación bene-
ficiaría (que hoy se presume: art. 3363), Ticio puede conside-
7
Salvat, Fuentes, n? 2208. Contra: Alessandri Rodríguez, op. cit., n21226, quien
critica la doctrina francesa favorable a la tesis que exponemos.
§40. Evicción 765
4. Sujeción a arbitros
Según el art. 2113: "Cesa igualmente la obligación por
evicción, cuando el adquirente sin consentimiento del enaje-
nante, comprometiese el negocio en arbitros, y éstos lauda-
sen contra el derecho adquirido."
Aparentemente, desde que Cayo, sin el consentimiento de
Ticio, compromete el asunto en arbitros, entrega su suerte a
éstos, de tal modo que si es vencido, nada puede reclamar a
su enajenante. Pero el adverbio "igualmente" con que se
enuncia la regla, y la comparación con los casos anteriores,
lleva a la conclusión de que siempre podrá probar Cayo que
no había oposición j u s t a que hacer. Y en verdad, si Cayo
puede estar evicto cuando reconoce extrajudicialmente, ¿por
qué no ha de poder estarlo cuando recurre a arbitros?
1. Momento de la adquisición
Las normas del Código tienen en cuenta la transmisión
de derechos (art. 2089). Tratándose de la transmisión de de-
rechos reales, hay que aplicar las reglas sobre el título y el
modo. Antes de la transmisión, no hay posibilidad de evic-
ción sino la aplicación de otros principios. Así, por ejemplo,
aunque el Código habla de evicción entre comprador y ven-
dedor, debe sobreentenderse "después de la transmisión del
766 §40. Evicción
3. La partición
A la transmisión, el Código asimila la partición (arts.
2089/2090 y 2140).
9
Así en Planiol, Traite Élémentaire, n9 2563.
10
Contra: Acuña Anzorena, en Salvat, Fuentes, n2 2206, adoptando la doctrina
francesa.
H Como observa Acuña Anzorena, en Salvat, Fuentes, n9 2212, n. 15, nuestro
texto ha sido tomado de Aubry et Rau, pero invirtiendo el orden de enunciación de
las reglas.
§40. Evicción 769
1. Turbación de derecho
A estar a la nota al art. 2091, la turbación de derecho con-
siste en una demanda judicial o extrajudicial. Partiendo de la
base de que no hay demandas "extrajudiciales", se sustituye
la expresión por la de "reclamación judicial o extrajudicial".
a) La reclamación judicial se manifiesta por demanda. Es-
ta es la forma más típica e indubitable de turbación de dere-
cho. Toda acción judicial que se intente contra el adquirente,
que de ser acogida conduciría a una evicción producida, en-
tra en este concepto. Puede tratarse por ejemplo de una ac-
ción reivindicatoría, confesoria, negatoria, posesoria, incluso
de una acción hipotecaria (art. 2090). Pero que los ejemplos
2. Turbación de hecho
Si para que exista una turbación de derecho exigimos que
haya un ataque al derecho del adquirente que se funde en la
3. Excepciones
No toda reclamación invocando un derecho debe ser mira-
da como turbación. Se exceptúan según el art. 2091:
a) Las "procedentes de la ley". Con esta elíptica expresión
se alude a las restricciones y límites del dominio derivadas
de la ley. Por molesto que se sienta el adquirente, no tiene
derecho a considerarse "turbado", pues no se niega la exis-
tencia y legitimidad de su derecho, sino que se las reconoce,
y partiendo de ellas se afirma por el tercero cuales son los lí-
mites normales según la ley.
b) Las "establecidas de una manera aparente por el hecho
del hombre". Desde que las servidumbres son aparentes,
aunque no hayan sido denunciadas en el título, se presumen
conocidas por el adquirente. Pero entendemos que esto ad-
mite prueba en contrario (infra, XI).
c) Las que consisten en "pretensiones formadas en virtud
de un derecho real o personal de goce, cuya existencia era
conocida al tiempo de la enajenación". Con esta regla se ge-
15
Para que la desposesión implique una turbación de derecho, es preciso que
ella trasunte el ejercicio de una pretensión jurídica. No "turba", en el sentido del
que hablamos, el anarquista que se apodera de un fundo ajeno.
772 §40. Evicción
1. Procedimiento
La forma en la que el adquirente debe citar de evicción al
enajenante, se encuentra hoy expresamente regulada por el
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, el que con-
templa tanto la hipótesis en que el citante es demandado,
como aquélla en la cual es actor (art. 105). En la Provincia
de Tucumán, el sistema aplicable es el del art. 90 del Código
de Procedimientos, es decir con sujeción al régimen de la in-
tervención "provocada" de terceros. Todo ello sin perjuicio de
la posibilidad de diligencias preliminares del tenor de las re-
guladas por el art. 323 inc. 4 del Código Nacional, y art. 284
bis inc. 4 del Código de Tucumán.
1. El precio
Comencemos por el precio. Utilizamos el término en un
sentido elástico, abarcando varias hipótesis:
a) En ciertos casos, la ventaja recibida por el transmiten-
te debe ser restituida, ya total, ya parcialmente. Así, por
ejemplo, la evicción total en la compraventa obliga al trans-
mitente a restituir el precio (art. 2118) y una de las solucio-
nes para la permuta consiste en la restitución de la cosa
recibida en cambio (art. 2128).
b) En otras hipótesis no se restituye la ventaja misma, si-
no el valor de ella. Es ésta otra de las soluciones para la per-
muta (art. 2128).
c) En otros, en fin, no se trata de restituir ni la ventaja, ni
su valor, sino de pagar el valor de los bienes de que fue pri-
vado el adquirente. Tal es la solución en materia de socie-
dad, cuando ésta continúa (art. 2133, segundo párrafo), y
lo dispuesto para la partición (art. 2144).
3. Importancia de la distinción
La distinción conceptual entre "precio y "otros daños y
perjuicios", tiene importancia para una serie de situaciones.
V.g., la exclusión de cualquier responsabilidad, no abarca la
relativa al precio (art. 2100); en las ventas forzadas, sólo
se está obligado en razón de la evicción por el precio (art.
2122); el conocimiento del adquirente gravita de modo dis-
tinto según se trate del precio o de los daños y perjuicios.
1. El hecho personal
Comencemos por referirnos a la garantía del hecho perso-
nal. La excepción de evicción puede "oponerse a cualquiera
de los herederos del enajenante".
El tema fue muy discutido en el derecho francés, y decidi-
do en el sentido del artículo. Cabe señalar que conduce a
una injusticia, cuando uno de los herederos tenía por un tí-
tulo anterior toda la propiedad. Supongamos que al fallecer
quien transmitió a Sempronio, le suceden Cayo y Ticio, y he
aquí que Ticio que sólo hereda la mitad, era el verdadero
dueño de la cosa. Sin embargo, si Ticio quiere reivindicar a
Sempronio, aunque solamente reclamara la mitad indivisa,
se vería repelido. En adelante sólo podrá volverse contra sus
coherederos.
2. El hecho de terceros
Y pasemos a la garantía del hecho de terceros:
a) Cuando se trata de turbaciones, la garantía puede de-
mandarse a cualquiera de los herederos del transmitente, es
§40. Evicción 777
1. Casos a descartar
Comencemos por descartar dos hipótesis:
a) Si en el título se declara expresamente la existencia de
ciertas cargas y gravámenes, lo transmitido en realidad es
el derecho menos esas cargas o gravámenes. El tercero que
ejerza esos derechos así declarados no privará por lo tanto
de nada al adquirente que, por hipótesis, no adquirió eso.
No cabe aquí distinguir entre cargas aparentes y no apa-
rentes. Desde que h a n sido expresamente declaradas, el
enajenante no responde, ni por el precio ni por los daños y
perjuicios. No por el precio, pues al ser declaradas eso ya
fue computado para la disminución del mismo; no por los
daños y perjuicios, pues no habiendo en realidad privación,
ningún perjuicio se experimenta. A contrario, ello resulta del
art. 2103.
Una aplicación del principio se encuentra en el art. 2105:
"Cuando el enajenante hubiese declarado la existencia de
una hipoteca sobre el inmueble enajenado, esa declaración
importa una estipulación de no prestar indemnización algu-
778 §40. Evicción
1. Intensificación de la garantía
Las partes pueden en primer lugar "aumentar" la garantía.
Es raro encontrar en la práctica casos de esta índole. Pero la
ley que permite pactar la garantía en los contratos gratuitos
donde de ordinario no se responde (art. 2146), contempla
también la posibilidad de que la garantía en los onerosos
abarque hipótesis distintas a las legales y que el transmiten-
te responda, por ejemplo, garantizando que el vecino no
ejercitará un determinado derecho que surge de la vecindad. 20
2. Debilitación de la garantía
Son en cambio comunes las cláusulas que disminuyen o
suprimen la garantía. En realidad, como según veremos,
una supresión absoluta no es posible, todas las hipótesis se
reducen a disminución. Se plantean problemas en cuanto al
alcance e interpretación de las cláusulas, y los límites de la
autonomía de la voluntad que el Código resuelve en diversos
textos cuyo examen pasamos a verificar:
a) La evicción producida da lugar, según dijimos, a la res-
titución del precio, y al pago de los perjuicios.
E s a s consecuencias pueden ser evitadas mediante u n a
cláusula de irresponsabilidad o por renuncia.
Cuando la cláusula de irresponsabilidad (o la renuncia)
está concebida en términos genéricos, sólo queda excluida la
referente a los perjuicios, pero el transmitente sigue respon-
diendo por la restitución del precio (art. 2100).
Para que el transmitente no responda por ninguno de di-
chos conceptos, es necesario que se coloque en uno de los si-
guientes casos:
Primero: que la cláusula esté concebida en términos espe-
ciales, de tal modo que de ella resulte expresamente que el
I. Concepto
Según el art. 2164 "son vicios redhibitorios los defectos
ocultos de la cosa, cuyo dominio, uso o goce se transmitió
por título oneroso, existentes al tiempo de la adquisición,
que la hagan impropia para su destino, si de tal modo dis-
minuyen el uso de ella que a haberlos conocido el adquiren-
te, no la habría adquirido, o habría dado menos por ella".
De tal definición resultan las características centrales del
instituto. Cuando ellas concurren se da lugar a la redhibi-
ción, que etimológicamente significa devolución, porque la
cosa es devuelta al enajenante. 1
Pero veremos que tales características presentan una
cierta elasticidad, y que además de la devolución (por la ac-
tio redhibitoria) pueden darse otras consecuencias (la quan-
ti minoris y la indemnización de daños)
Los desarrollos que siguen serán hechos teniendo en
cuenta el régimen del Código Civil. Para los contratos de
Toda la legislación moderna deriva de dos famosos edictos de los ediles cum-
ies, de los cuales tenemos amplia noticia por el Digesto del Emperador Justiniano
(Libro XXI, tít. I) y referencias en escritores como Aulo Gelio en sus Noches Áticas,
Propercio y Petronio, (Pothier, Pandectes, VI, pág. 1, n. 1). Según recuerda Ales-
sandri Rodríguez (De la compraventa, n- 1411) hubo dos edictos, uno referido a la
venta de los esclavos, y otro a la de los animales de carga, cuyas soluciones fueron
luego generalizadas. Ello se advierte en el Digesto (XXI, I, proem.) que aplica el
edicto a toda clase de cosas. La razón que movió a los curules fue evitar los enga-
ños y socorrer a los compradores (D. XXI, 1, 2). El Digesto trae una serie de casos a
menudo curiosos (Maynz, Cours, §299), decidiéndose, por ejemplo, si es o no vicio
tener la lengua partida (XXI, 1, 7), hablar a pausas (XXI, 1, 9), el no ver sino con
poca luz (XXI, 10, 4), tener las piernas torcidas hacia dentro o hacia fuera (XXI, 10
5), faltar un diente (XXI, 11) 0 tener una carnosidad en la nariz (XXI, 1, 12 j), ser
zurdo (XXI, 1, 12, 3) u oler mal la boca (XXI, 1, 12, 4), etcétera. Redhibir, dice Ul-
piano, es hacer que el vendedor tenga por segunda vez lo que había tenido; y por-
que esto se hacía volviéndolo, se llamó redhibición, que es lo mismo que volver" (D.
XXI, 21, proem, trad. de Rodríguez de Fonseca).
§41. Vicios redhibitorios 785
1. De hecho
Los computables son los vicios de hecho y no los de dere-
cho. Los vicios jurídicos tienen interés a los fines de la evic-
ción y no de la acción redhibitoria. Por ello, aunque para el
Derecho romano las servidumbres prediales fueran consi-
deradas como vitia fundí, entre nosotros no dan lugar a la
redhibición, entrando dentro de la genérica disposición del
artículo 2093. 2
2. Oculto
La exigencia de que el defecto sea oculto se encuentra rei-
teradamente expresada: arts. 2164, 2173 y 2176. El trans-
mitente no responde por los defectos aparentes: art. 2173.
Pero constituye un delicado problema determinar cuándo
un vicio es oculto y cuándo aparente. P a r a contestar al inte-
rrogante se han propuesto tres perspectivas:
a) El vicio es aparente cuando es cognoscible por el adqui-
rente aunque sea valiéndose del asesoramiento de terceros.
Esta tesis da una pauta excesivamente rigurosa, que lleva-
ría a introducir una traba inadmisible en la vida de los ne-
gocios, ya que no puede imponerse al adquirente que haga
más de lo que habitualmente hacen todos los contratantes en
la vida diaria, los que sólo excepcionalmente se hacen acom-
pañar por peritos. 3
2
La doctrina romanista debate el punto, según señala Maynz, Cours, §298, Ob-
servación I. Entre nosotros, Lafaille, Contratos, ng 460, incluye el tema dentro de
la teoría de la redhibición.
3
Correctamente Borda, Contratos, n- 222, combate esta opinión.
786 §41- Vicios r e d h i b i t o r i o s
4
Degni, La compraventa, pág. 370.
5
Borda, Contratos, n- 222.
§ 4 1 . Vicios r e d h i b i t o r i o s 787
3. Ignorado
Problema distinto es el del conocimiento o ignorancia,
pues la existencia de esta última constituye un requisito di-
ferente, anunciado por el art. 2164 ("...que a haberlos cono-
cido...")- Aunque no es usual hacerlo en la doctrina, 6 creemos
que el distingo se impone. Además de la característica de lo
oculto, el vicio supone un error en el adquirente. De allí que
las acciones edilicias no proceden:
a) Cuando no hubo error alguno, ya porque el adquirente
haya conocido directamente el vicio (art. 2170), ya porque se
lo haya declarado el transmitente (doctrina del art. 2169, in
fine). En este caso, el vicio objetivamente oculto no lo ha si-
do subjetivamente para el adquirente.
b) Cuando hubo error, pero éste no es invocable por el ad-
quirente. Tal lo que acontece cuando el adquirente, en razón
de su profesión u oñcio, debió conocer el defecto (art. 2170, in
fine). Así, si suponemos cosas que en la vida diaria compra
el público en general sin el asesoramiento de peritos, pero
que de hecho en el caso concreto han sido adquiridas por un
técnico, podremos hablar de vicios objetivamente ocultos,
pero que en el caso pudieron (y debieron) ser conocidos por
el adquirente.
4. Grave
El defecto debe ser grave. No puede pretenderse cosas
perfectas, pues la perfección es un ideal y los objetos no se
ajustan a él. La ley exige que los defectos hagan la cosa "im-
propia para su destino, si de tal modo disminuyen el uso de
ella que a haberlos conocido el adquirente, no la habría ad-
quirido, o habría dado menos por ella".
a) El defecto debe hacer la cosa impropia para "su" desti-
no. De vicio redhibitorio debe hablarse en esta relación de
causa a efecto. No es vicio redhibitorio la imperfección de la
6
Lo hace Planiol (Traite Élémentaire, n- 2478). Subrayan el requisito del error
las sentencias publicadas en La Ley 38-8-69 y 92-215 (referencias n9 114 y n2 117
del Digesto Jurídico, voz "Vicios Redhibitorios").
788 §41- Vicios r e d h i b i t o r i o s
7
Alessandri Rodríguez {De la compraventa, n° 1423) quien cita el siguiente pa-
saje de Pothier: "Si he comprado unos barriles de un tonelero de Normandía que no
hacía sino barriles aptos para colocar sidra, y pongo en ellos vino o aguardiente y
se pierde, el tonelero no responderá... Si los toneles eran suficientes para contener
la sidra, aunque no lo fueren para contener un licor más fuerte... no pueden pasar
por defectuosos...".
8
Baudry-Lacantinerie et Saignat, De la vente et de l'échange, n ? 417, 1.
§ 4 1 . Vicios r e d h i b i t o r i o s 789
9
Baudry-Lacantinerie et Saignat, De la vente et de l'échange, n° 422.
10
Correctamente Borda (Contratos, n- 231, n. 382) critica a quienes siguen en-
tre nosotros tales enseñanzas.
11
Según el art. 1525 se tienen en cuenta los vicios sobrevinientes, pero esto es
a propósito de la locación de cosas, sujeta a un régimen especial.
790 §41. Vicios redhibitorios
2. Cláusula natural
Como la garantía por los vicios redhibitorios constituye
una cláusula natural de los contratos (salvo casos de excep-
ción, en que media una lex imperativa, como en el art. 28,
ley 24.441), la responsabilidad puede ser ampliada, restrin-
gida, renunciada, siempre que no haya dolo en el enajenan-
te (artículo 2166):
a) En los contratos en que la garantía no se debe de dere-
cho, pueden las partes incluirla con una cláusula accidental.
b) El principio de libertad de configuración permite que
las partes conviertan en vicios redhibitorios los que natu-
ralmente no lo son, garantizando la "no existencia de ellos,
o la calidad de la cosa supuesta por el adquirente" (art.
2167). Así, naturalmente no es vicio redhibitorio un defec-
to de poca importancia, o fácilmente cognoscible, pero el
enajenante responde por ellos cuando "afirmó positivamen-
te en el contrato que la cosa estaba exenta de defectos, o
que tenía ciertas calidades, aunque al adquirente le fuese
fácil conocer el defecto o la falta de calidad" (art. 2167, se-
gunda parte).
c) Igualmente el principio de libertad permite que se ex-
cluya toda responsabilidad por vicios redhibitorios. Pero la
regla de buena fe impide que en la cláusula general de irres-
ponsabilidad quede incluida la relativa a defectos de los que
el enajenante tenía conocimiento y no declaró al adquirente
(art. 2169).
1. Objeto
La acción redhibitoria en la compraventa tiene por objeto
dejar sin efecto el contrato, volviéndose la cosa al vendedor
y debiendo restituir éste el precio pagado (art. 2174).
Lo dispuesto respecto a la acción redhibitoria en la com-
praventa se aplica a "las adquisiciones por dación en pago,
por contratos innominados, por remates o adjudicaciones,
cuando no sea en virtud de sentencia, en las permutas, en
las donaciones, en los casos en que hay lugar a la evicción y
en las sociedades, dando en tal caso derecho a la disolución
de la sociedad, o la exclusión del socio que puso la cosa con
los vicios redhibitorios" (art. 2180).
2. Naturaleza jurídica
Grave es el problema relativo a la naturaleza jurídica de
la acción, pues según la tesis que se adopte, serán las conse-
cuencias jurídicas que se sigan.
a) Se ha sostenido que se trata de una acción de anula-
ción sujeta a un régimen peculiar, 13 y la tesis tiene sus in-
negables atractivos. El parentesco de la acción redhibitoria
con la de anulación por error in substancia es evidente. En
ambos casos hay un error que debe ser excusable, y en am-
bos recae —lato sensu— sobre una cualidad de la cosa. Hay
desde luego diferencias en el régimen pero en ello residiría
lo peculiar de la redhibitoria; así, aparte de que la acción
redhibitoria en la compraventa tendría un plazo de pres-
cripción más breve que el de la anulación por error in subs-
tancia, quien acciona por error debe indemnizar a la otra
parte (supra, §17, II, 4, nota 7), lo que no acontece con quien
ejercita la redhibitoria. Contra esta tesis, no cabría desde
luego argumentar con las palabras de la ley que habla de
rescisión" (art. 2176) no sólo porque este término es em-
pleado a menudo como sinónimo de nulidad (arts. 858 y
sigts.) sino porque siempre podría invocarse que la acción
que tiene el copermutante evicto es calificada de anulación
14
Baudry-Lacantinerie et Saignat, De la vente et de l'échange, n e 435.
15
Borda, Contratos, en el n- 235 afirma que ]a redhibitoria supone la resolución
del contrato, aclarando en el n- 237 que no se trataría de una resolución propiamen-
794 § 4 1 . Vicios r e d h i b i t o r i o s
te dicha. Rezzónico (.Estudio de los contratos, I, págs. 168/9 y n. 89) afirma el carác-
ter resolutorio.
16
Borda, Contratos, n- 238.
17
Lafaille, Contratos, n s 455.
§41. Vicios redhibitorios 795
3. Indivisibilidad
La acción redhibitoria es siempre activamente indivisible,
y ninguno de los herederos del adquirente puede ejercerla
por sólo su parte (art. 2181, primera y segunda cláusula).
Desde el punto de vista pasivo, la ley establece que puede
d e m a n d a r s e a cada uno de los herederos del enajenante
(art. 2181, tercera cláusula), pero esto debe e n t e n d e r s e
siempre que las prestaciones a restituir sean divisibles pues
en caso contrario la acción será también pasivamente indivi-
sible. 18
Cuando la adquisición abarca varias cosas, el vicio redhi-
bitorio de la una da lugar a su redhibición y no a la de las
otras, a no ser que aparezca que no se hubiera adquirido la
sana sin la que tuviese el vicio, o que el objeto del negocio
fuere un rebaño y el vicio fuere contagioso (artículo 2177).
V. La acción estimatoria
1. Elección
Cuando el adquirente dispone tanto de la redhibitoria co-
mo de la estimatoria, puede elegir libremente u n a u otra,
pero no podrá intentar una de estas acciones "después de
ser vencido o haber intentado la otra" (artículo 2175).
Cuando la acción redhibitoria se ve impedida por haberse
perdido la cosa por caso fortuito o culpa del comprador, éste
sin embargo puede intentar la estimatoria (art. 2179).
2. Divisibilidad
La acción estimatoria es divisible. 19
Se ha preguntado si la opción entre la estimatoria y la
redhibitoria es divisible o indivisible. Desde el punto de vis-
ta activo, si partimos de la base de que la redhibitoria es in-
divisible, deberemos concluir que basta con que uno de los
herederos del adquirente no quiera la redhibitoria para que
sólo quede la estimatoria. Pero desde el punto de vista pasi-
vo, el único adquirente no podría ir contra uno de los here-
deros del transmitente por la acción redhibitoria y contra
otro por la estimatoria, pues sea la primera divisible o indi-
visible, la elección es siempre única.
19
Salvat, Fuentes, n9 2372.
Borda, Contratos, sostiene en el n2 236 que la opción es indivisible, pero pen-
samos que su pensamiento se completa con lo que expone en el n° 250, donde ex-
presa que si los acreedores o sus herederos no se ponen de acuerdo, sólo pueden
ejercer la quanti minoris, dado su carácter divisible.
§41. Vicios redhibitorios 797
1. Con la nulidad
Ya hemos señalado el parentesco que existe entre la ac-
ción redhibitoria y la de anulación por error in substancia.
La diferencia reside en esto: en el error se trata de una cua-
lidad de la cosa que directamente atañe a su sustancia, a
que la cosa sea lo que es, mientras que en la redhibitoria
está en juego un defecto de que padece la cosa, es decir, de
una privación que normalmente no se presenta en las cosas
de esa especie. Tomar un reloj de cobre por uno de oro, es
error en la sustancia, pero que no funcione constituye un
vicio redhibitorio; tomar una partida de cereal como si fue-
se de trigo cuando es de cebada, es error en la sustancia,
pero que esté agorgojada constituye un defecto; 21 que un
mueble esté fabricado con roble o con cedro, es un problema
de sustancia, pero que la madera tenga carcoma constituye
un vicio. Sin embargo, hay que convenir que la línea de-
marcatoria no es siempre tan neta; cuando dos sustancias
distintas pueden igualmente llenar el fin de la cosa, es fácil
1
Da estos ejemplos Alessandri Rodríguez, De la compraventa, n s 1414. El te-
ma ha sido ampliamente examinado por Spota en Tratado de Derecho Civil, I, 36,
n 9 1915.
798 §41. Vicios redhibitorios
22
Comp.: Alessandri Rodríguez, De la compraventa, n s 1428; Colmo, Obligacio-
nes, n s 991.
800 §41. Vicios redhibitorios
1. Clases
La ley 24.240 que regula los contratos de consumición,
fue vetada parcialmente. En su sanción por el Congreso con-
tenía, para las cosas, dos garantías legales: la específica por
reparación y la genérica por vicios redhibitorios.
A raíz del veto y promulgación parciales, en lugar de dos,
tenemos tres garantías: la específica por reparación, la ge-
nérica, y la de provisión.
Existe, además, una garantía por la prestación de servi-
cios que conserva la impronta dada por el Congreso.
23
Spota, Tratado de Derecho Civil, I, 38, ns 2269.
24
Colmo, Obligaciones, n9 990. Para el Derecho comercial rige el art. 473 Cód.
Com.
§ 4 1 . Vicios r e d h i b i t o r i o s 801
25
Véase nuestro Fideicomiso-leasing-letras hipotecarías-contratos de consumición.
§13, III, 1 y allí la cita de las enseñanzas en tal sentido de Stiglitz-Stiglitz y de Tinti.
802 §41. Vicios redhibitorios
4. La garantía de provisión
Dispone el art. 12, L.D.C.: "Servicio técnico. Los fabrican-
tes, importadores y vendedores de las cosas mencionadas en
el artículo anterior, deben asegurar un servicio técnico ade-
cuado y el suministro de partes y repuestos."
La rúbrica del texto reza "servicio técnico", pero el conte-
nido habla también de suministro de partes y repuestos.
Por eso a esta garantía la calificamos como "garantía de
provisión" ya que se t r a t a de proveer tanto servicios como
repuestos.
El art. 12, al no haber sido observado, pervive en su letra,
tal como estaba en el texto sancionado por el Congreso, pero
ha cambiado de sentido.
En el texto del Congreso, lo que ahora denominamos "ga-
rantía de provisión" no era una garantía aparte de la de re-
paración del art. 11, sino el contenido de la misma. El
g a r a n t e estaba obligado a r e p a r a r proveyendo el servicio
técnico y suministrando las partes y repuestos, a su costa.
En el texto promulgado, al haberse suprimido la garantía
legal imperativa por reparación del art. 11, pero subsistien-
do el art. 12, debe entenderse que el consumidor goza de la
disponibilidad de provisión de servicio técnico y repuestos,
pero no a costa del garante sino de quien los requiere. Lo
que la L.D.C. persigue es que el consumidor no quede de-
samparado al no encontrar servicio técnico o repuestos.
A. Con ese nuevo sentido, tenemos una garantía imperati-
va. Es algo que si el consumidor adquirente renunciara,
igualmente subsistiría, pues la cláusula de renuncia se ten-
dría por no convenida (doct. art. 37, inc.b, L.D.C).
B. La garantía existe para las "cosas mencionadas en el ar-
tículo anterior". El artículo "anterior" es el 11, donde el Con-
26
Para mayores desarrollos sobre esta tesis, véase nuestra citada obra Fideico-
miso-leasing-letras hipotecarías-juicio hipotecario-contratos de consumición, §13.
804 § 4 1 . Vicios r e d h i b i t o r i o s
27
Comp.: Fariña (Defensa del consumidor y del usuario, pág. 166), Mosset Itu-
rraspe-Lorenzetti (Defensa del consumidor, pág. 110).
28
El texto sancionado por el Senado (Cámara de origen) enpleaba la denomina-
ción "bienes muebles de consumo durable"; el despacho de las Comisiones intervi-
n i e n t e s de la C á m a r a de D i p u t a d o s la r e e m p l a z ó por "cosas m u e b l e s no
consumibles —art. 2355 del Código Civil—"; en el debate en Diputados (con invoca-
ción expresa al art. 2355 C. Civ.) se retornó a la idea del Senado y se puso "cosas
muebles de consumo durable".
Podrá no agradar la denominación, pero no se diga que es incompatible con el
art. Z355 C. Civ. pues éste define a las cosas no consumibles como las que "no dejan
existir por el primer uso que de ellas se hace, aunque sean susceptibles de con-
sumirse o de deteriorarse después de algún tiempo". Brevemente, a la terminología
e oüigo Civil no repugna hablar de cosas "no consumibles" ¡que se consumen!
enos puede sorprender que una ley que gira en torno al "consumidor" (voz con la
q , múltiples textos, incluye
J al usuario) emplee el vocablo, con sentido econó-
mico. ' ' f
„., . yores desarrollos sobre el debate parlamentario, véase nuestro citado
ln
,^„ .(T o S-letras hipotecarías-juicio hipotecario-contratos de consumición,
sl<5, v, o.
§41. Vicios redhibitorios 805
29
Véase nuestro citado Fideicomiso-leasing-letras hipotecarias-juicio hipoteca-
rio-contratos de consumición, §13, VI.
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816 índice de artículos del Código Civil
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índice alfabético
A - pretorianas
por excesiva
Abstracción onerosidad §39, VIII
- absoluta, relativa - redhibitoria §41, IV
y procesal §5, X, 1 - y acción de
Abuso del derecho §6,1, 1 nulidad §41, VII, 1
§18, IV, 2 Aceptación
§39, VIII, 6 - contractual §7, III, 1
Accesorios §10
- contratos - del beneficiario
accesorios §5, X, 2 en el contrato
Acción(es) a favor de
- contractuales tercero §31, VII
directas §5,X, 3, C - interpretación
- de contratar §7,1, 1 de la §25, II, 1
- de enriqueci- Acumulación de
miento §13, III contratos §33, II, 5
§30, XI Acto(s)
- de evicción §40, VIII - accesorios
- de reajuste §38, VI, 3 y forma §20,1, 11
- depositi §5, II, 3 - bilaterales y
- edilicias y unilaterales §l,V,ly2
acción de §5, II, 1
cumplimiento §41, VII, 2 - colectivo §1, V, 1
- estimatoria §41, V - de la
- indemnizatoria administración §1,VI,2
en la - jurídicos
redhibición §41, VI (ver: negocios
- negotiorum jurídicos)
gestorum directa - plurilateral §1, V, 2
y contraria §30,1, 2; IV, - subjetivamente
1, 2; V, 2; IX simples y
- oblicua §30, XIII, 5 subjetivamente
- por excesiva complejos §1, V, 1
onerosidad §39, V Actuación
- por lesión §38, VI - en nombre
- por vicios propio §28, II, 1
redhibitorios §41, IV; V; VI - representativa
- prescripti "directa" §29, II, 1;
verbis §3,1, 1 111,1
822 índice alfabético
- representativa §11,1, 1, b
"indirecta" §29', IV, 1 §29, VII
Acuerdo §1, III, 1; V, 3 §11,1,1
- y disenso §17,1, 2 Autointegración §25, IV, 1
Acumulación de Autonomía
contratos §33, II, 5 - de la aceptación §10, III
Adhesión - de la oferta §8, III
- contratos por §5, X, 6 - de la voluntad §27, III
Adiectio solutionis - privada §27, IV
causa §31, I, 1 Autorización para
Ad referendum §5, X, 8 contratar §9, III, 1, b
§6, II, 1 §29, II, 2
Agnición (sistema
de la) §11, III, 1
Aleatorio §5, IV B
Alienidad
- objetiva §30, III; V, 3 Bilateral §5,11
- subjetiva §30, V §6, II, 2
Analogía Bimembre §5, X, 8
- e interpretación §25, X §31, III, 5, 6
- y contratos Boleto
innominados §5, VII - de compraventa §20, III
Animus - de permuta §20, III, 3, 4
- contrahende Buena fe §24, II
obligationis (ver - e imprevisión §39, VII
intentio juris) - e interpretación §25, XI
- negotia aliena - y boleto §20, III, 4
gerendi §30, V - y contratos de
Antecontrato §6, II, 1 consumición §24, II, 3
§9, III, 2, b
§23, VIII, 1
Anticausalistas §22, II, 3 C
Aprovechamiento §38, V, 3 Caducidad
Aptitud - de la oferta §8, V
- d e l objeto §14 - de la potestad
- de los sujetos §12 resolutoria §36, X
Arras §37 Capacidad
Arrepentimiento §37, II, 3 - de derecho §12, III
Atipico §5> v i l , 1 - de hecho §12, II
Atribuciones - y gestión §30, IV
- gratuitas y Cargo §36, II, 2
onerosas §5 JTT 2 Caso
- patrimoniales §5^ X, 1 - fortuito
§22, III, 1 - y excesiva
Autocontrato 81, V, 1 onerosidad §39, IV, 2
§9, III, 1, b - y gestión §30, VIII, 2
índice alfabético 823
H Inoponibilidad §28,1, 2
§34, VI, 2
Habilitados §12,1, 2 Inscripción registra]
Hecho del príncipe §40, V, 3 - declarativa §23, VIII, 3
Historia - de la resolución §36, III, 1
- del contrato §3 - y boleto §20, III,
- del contrato 7,10
a favor de - y forma §19, V
tercero §31,11 Intangibilidad
- de la evicción §40, nota 1 - del contrato §27,1, 2
- de la excesiva Intentio juris §7,V
onerosidad §8, II, 3
sobreviniente §39,1, 1 Integración
- de la lesión §38,1, 1 - del contrato §25, IV, 1
- de la prueba Interés
escrita §26, III, 1 - negativo y
Heterointegración §25, IV, 1 positivo §18, II, 2
Interpelación
- y pacto
I comisorio §36, III
Interpretación §25
Idoneidad - de los contratos
- del objeto §14, II de consumición §25, XII
- de las personas §12, IV - doctrinaria,
Imposibilidad judicial y
- de presentar auténtica §25, V
prueba escrita §26, II, 4 - integradora §25, IV, 2
- de restituir §36, XII - subjetiva y
Imprevisión objetiva §25, III
(teoría de la) §39 - típica y
Incapacidad circunstanciada §25, XII, 2
- de derecho §12, III - y buena fe §24, II, 1
- de hecho §12, II Invitatio ad
Incompatibilidades ; §15,1,2 offerendum §9, II; III, 3;
Indivisibilidad §10,1, 1
- de la acción Irrevocabilidad
redhibitoria §41, IV, 3 - de la oferta §8, IV, 3
- de la oferta §10, II
Ineficacia §34, VI
Inexistencia §34, V, 2 L
Inexperiencia §38, IV
Información Laicización
- sistema de la §11, III, 2 - del Derecho §27, III, 1
- y contratos de Legitimación §15
consumición §24, II, 3 Lesión §38
Innominado §5, VII Ley
índice alfabético 829
Objeto Pacto(s)
- ajeno §15, II/VI - comisorio §36
- del contrato §14 - de arras §37, II, 1
- de la - de contrahendo §6, II, 1
interpretación §25, II, 1 - de disposición §14, IV, 3
índice alfabético 831
- de la propia Recompensa
dación de cosa (promesa de) §9, II, 1
ajena §32, II, 1 Redhibición §41
- de mutuo §3, II, 3 Referencias del
- de prestación contenido
ajena §32, II, 2 contractual §21, III
- de ratificación §32, III, 1 Relaciones
- de recompensa §9, II, 1 - base y accesoriai §31, VI, 1
- declaración de §9 - base y derivada §5, X, 3
- y estipulación §7, III - contractuales
Proposiciones al de hecho §1,VI, 4
público §9, II; III, 3 - en el contrato
Prospectos §9, II, 2 a favor de
Protección del tercero §31, VI, 1;
consumidor §21, IV, 4 VIII
Proveedor §5, XIII, 3, 4 Religiosos §16, II
Prueba Remate público §9, II, 1
- del auto- Renta vitalicia §20, II, 2
contrato §29, VII, 3 Renuncia
- del utiliter §30, XIII, 7 - de derechos
- de la gestión §30, X; hereditarios §20,1, 8
XIII, 7 Representación §29
- de los contratos §26 - contractual §18,1,1
- y lesión §38, V, 4 - precontractual §18, 1,2; V
Punktation §7, II, 2 — y contrato a favor
§19, IV, c de tercero §31, III, 1, 2
§20, II, 2, b Repudiación
Purga de la mora §36, VIII - de derechos
hereditarios §20,1, 8
Requerimiento
Q resolutorio §36, III, 1
Requisitos
Quiebra §16, III - del contrato a
§20, III favor de tercero §31, VI
- de la aceptación §10,1, 3
- de la oferta §8,11
R - de los contratos §4
Rescisión §34, III
Ratificación Resolución §34, IV
- de la gestión §30, XII; §36,1, 1
XIII, 8 §39, V
- promesa de §32, III, 1 Responsabilidad
Razón suficiente §22,1, 1 - precontractual §18
Real §5, VI Retractación
Recepción - de la aceptación §10, III, 2
(sistema de la) §11, III, 4 §11, IV, 2 .
índice alfabético 833
Capítulo I: Introducción
§2. El método
I. Los dos g r a n d e s tipos: 1. P a r t e general y
838 índice general
§7. El consentimiento
I. Naturaleza jurídica: 1. El problema termino-
lógico; 2. Nuestra opinión 163
II. Las t r a t a t i v a s previas: 1. Concepto; 2. La
minuta; 3. El proceso contractual; 4. Responsa-
bilidad precontractual 165
III. Los dos extremos y los dos lados del consen-
índice general 84^
§8. La oferta
I. Concepto: 1. Penúltima declaración; 2. Natura-
leza jurídica; 3. Momento de perfeccionamiento 180
II. Requisitos: 1. Completividad; 2. Forma; 3.
Intentio juris; 4. Determinación del destinatario 182
III. Valor jurídico: 1. Teoría clásica; 2. Doctrina
moderna; 3. Teoría intermedia 183
IV. Revocación de la oferta: 1. Oportunidad; 2.
Perfeccionamiento; 3. Irrevocabilidad de la oferta 184
V. Caducidad de la oferta: 1. Por acontecimien-
tos que afectan al proponente; 2. Por aconteci-
mientos que afectan al destinatario 187
VI. Duración de la oferta 188
§10. La aceptación
I. Concepto: 1. N a t u r a l e z a jurídica; 2. Direc-
ción; 3. Requisitos
842 índice general
§14. El objeto
1. Concepto: 1. Objeto inmediato y mediato, di-
recto e indirecto; 2. Terminología del Código 237
II. Idoneidad: 1. Posibilidad material y jurídica;
2. Determinación; 3. Valor patrimonial 238
III. Existencia: 1. Cosas inexistentes; 2. Cosas su-
jetas a riesgo; 3. Cosas futuras; 4. Combinación 242
IV. Pactos de institución, de renuncia y de dis-
posición: 1. Los pactos de institución; 2. Los lla-
mados pactos de renuncia; 3. Los pactos de
disposición 244
§15. Legitimación
I. Concepto: 1. Poder de negociación; 2. Incom-
patibilidades 246
II. Objeto ajeno: 1. Dificultades de sistematiza-
ción; 2. Complejidad 249
III. Objeto inmediato ajeno: 1. Detrimento de un
derecho preexistente; 2. Creación de un vínculo 250
IV. Prestación ajena: 1. Promesa, como propio,
de un hecho ajeno; 2. Promesa, como ajena, de
u n a prestación ajena 251
V. Objeto mediato indirecto ajeno: 1. Cosa ajena
como ajena; 2. Cosa ajena como propia; 3. El ar-
252
tículo 1329
VI. Los artículos 1174 y 1179: 1. El artículo
255
1174; 2. El artículo 1179
844 índice general
§17. La voluntad
I. Divergencias: 1. Voluntad del contenido y vo-
luntad de la manifestación; 2. Acuerdo y disenso 265
II. El error: 1. Error obstativo o impropio; 2.
Error vicio o propio; 3. Error esencial y acciden-
tal; 4. Error excusable y error inexcusable; 5.
Error de hecho y error de derecho 267
III. El dolo: 1. Los requisitos; 2. Las conse-
cuencias 271
IV. La violencia: 1. Violencia física y moral; 2.
Régimen 273
V. Simulación y fraude: 1. La simulación; 2. El
fraude 274
VI. Las doctrinas de la voluntad y de la decla-
ración: 1. Teoría de la voluntad; 2. Teoría de la
declaración; 3. Sistema de nuestro Código 275
§19. La forma
I. Concepto: 1. Formas extrínsecas, habilitantes,
intrínsecas y de ejecución; 2. Forma esencial y
forma impuesta; 3. Forma impuesta y forma libre 305
II. Las formas legales: 1. I n c o n v e n i e n t e s y
ventajas; 2. Formas ad solemnitatem y ad pro-
bationem 308
III. Las doctrinas formalistas y aformalistas: 1.
Formalista identificatoria; 2. Aformalista iden-
tificatoria; 3. Aformalista asimilatoria; 4. For-
m a l i s t a asimilatoria; 5. N u e s t r a opinión; 6.
Nulidad plena y nulidad efectual 310
IV. Las formas facultativas 319
V. Las formas de publicidad: 1. Sistema ante-
rior; 2. El artículo 2505; 3. El decreto-ley 17.801 320
VI. La forma en los contratos de consumición: 1.
Venta de cosas muebles; 2. Operaciones domici-
liarias; 3. Operaciones de crédito 326
§22. La causa
I. Generalidades: 1. El principio de razón sufi-
ciente; 2. Causas eficiente, formal, material,
índice general 847
§25. La interpretación
1. Concepto: 1. Lo claro, lo oscuro y lo ambiguo;
2. La necesidad de interpretar; 3. Sujeto que in-
terpreta 421
II. Materia: 1. La interpretación de la oferta y
848 índice general
§28. Generalidades
I. La regla res ínter alios: 1. Efectos directos e
indirectos; 2. Oponibilidad-inoponibilidad 483
II. Efectos e n t r e p a r t e s : 1. Contratación en
nombre propio; 2. Contratación en nombre aje-
no; 3. Los herederos 485
III. Perjuicio a terceros: 1. Tercero formal y ter-
cero sustancial; 2. Terceros interesados y terce-
ros no interesados 486
IV. Beneficio a terceros 488
V. La oponibilidad 488
§29. La representación
I. Problemas 490
II. La representación directa activa: 1. La ac
ción; 2. El efecto representativo (directo); 3. Re
presentación con poder y sin poder 491
850 índice general
§34. Generalidades
I. Panorama 588
índice general 853
§40. Evicción
I. Concepto: 1. Evicción producida y principio
de evicción; 2. Evicción producida: caso típico y
casos asimilables; 3. Generalización de las re-
glas; 4. Idea general del instituto. 754
II. Primer requisito de la evicción producida:
privación de un derecho: 1. Privación; 2. Inope-
ratividad económica; 3. Terminología 759
III. Segundo requisito de la evicción producida:
privación por sentencia: 1. Carga de citar; 2.
Carga de defenderse; 3. Generalización; 4. Suje-
ción a arbitros 761
IV. Tercer requisito de la evicción producida:
adquisición a titulo oneroso: 1. Momento de la
adquisición; 2. Las adquisiciones a titulo gra-
tuito; 3. La partición 765
V. Cuarto requisito: causa anterior o contempo-
ránea a la adquisición: 1. Excepción: la causa
en curso; 2. Causación por el transmitente; 3.
El hecho del príncipe 766
VI. Los requisitos del principio de evicción: 1.
Turbación de derecho; 2. Turbación de hecho; 3.
Excepciones 769
VIL Efectos del principio de evicción: 1. Proce-
dimiento; 2. Personas a quienes se cita 772
VIII. Efectos de la evicción producida: 1. El
precio; 2. Los otros daños y perjuicios; 3. Im-
portancia de la distinción 774
IX. La garantía del hecho personal 775
X. Divisibilidad o indivisibilidad de la garantía:
1. El hecho personal; 2. El hecho de terceros 776
XI. Conocimiento del adquirente: 1. Casos a
descartar; 2. Alcances del problema 777
índice general 857