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Agassiz
Hace ya unos 15 años que entré en el laboratorio del Profesor Agassiz y
le informé que me había inscrito en la facultad científica como estudiante
de historia natural. Me hizo unas cuantas preguntas en cuanto a mi
propósito en venir, mi trasfondo en general, y el modo en que yo pensaba
usar el conocimiento que tal vez adquiriría, y finalmente, si deseaba yo
estudiar en un campo específico. A eso le dije que aunque “— me quería
informar generalmente en todos los departamentos de la zoología, me
proponía dedicarme en especial a los insectos”. — “¿Cuándo quiere
comenzar?” me preguntó.
—“Ahora” respondí.
—“Muy bien”, me dijo, “un lápiz es uno de sus mejores ojos. Me alegro
notar también que su espécimen está mojado y la botella tapada“.
—“No, estoy seguro que no, pero voy cerca y veo más que antes”.
—“¿Será posible que usted está pensando que el pez tiene costados
simétricos con órganos en pares?”
Estaba completamente alegre. —“¡Claro!, ¡claro!” Esto fue suficiente para
pagarme las horas sin dormir durante la noche. Después de hablar
entusiasmadamente, como solía hacer al hablar de la importancia de
este punto, me atreví a preguntarle qué debía hacer ahora.
—“Bueno, sólo siga observando su pez” dijo, y me dejó otra vez. Dentro
de menos de una hora regresó y escuchó mi catálogo de observaciones.
—“¡Bien, bien!” repetía, —“pero eso no es todo, siga adelante”. Así por
tres largos días, él me presentaba ese pez delante de mis ojos,
prohibiendo que mirara otra cosa, o de usar una ayuda artificial. “Mire,
mire, mire” fue su repetida instrucción.
Esta fue la mejor lección entomológica que he recibido, una lección cuya
influencia se ha extendido a los detalles de todo estudio que seguía, un
legado que el profesor me ha dejado, como lo dejó a muchos otros; de
valor inestimable, que no podríamos haber comprado, del cual no nos
podemos separar.
Haemulones todos. El señor fulano los dibujó. Exacto; y aun hasta este
día, si trato de dibujar un pez, siempre sale el mismo Haemulon.
El cuarto día, un segundo pez del mismo grupo lo puso al lado del
primero, y me instruyó que notara las cosas parecidas y las cosas
diferentes entre los dos; luego puso otro y otro, hasta que la familia
entera estaba allí, y una gran cantidad de jarras cubría la mesa y los
estantes alrededor; el olor había llegado a ser un perfume agradable, y
aun hoy, la vista de un viejo, grande y carcomido corcho me traen
memorias fragantes.
“Los datos en sí son cosas tontas” solía decir, “hasta que se aplican a
una ley general”.
Al final de ocho meses y ahora casi con un poco de tristeza dejé a mis
amigos los peces y me apliqué a los insectos; pero lo que recibí de esa
experiencia ha sido de mucho más valor que los años de otras
investigaciones de mi especialidad.