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IV
Al Guadalquivir
Y ni avenidas te turban
Ni te agitan huracanes.
Enamorados zagales
Ya llorando la perfidia
De un corazón inconstante,
De tu orilla me separe
En ensueños agradables
Parecéis eternidades!
De la pálida tristeza
La garra no se cebase,
Yo te cantara también
Cantara yo acompañando
La perene primavera
Ni mi pecho de diamante.
Si me robas el tributo
No mi tierno corazón,
A mi serrana enferma
La peregrina serrana
Pálida, desfallecida
Y en lágrimas de amargura
Si de su labio hechicero
La blanda sonrisa huyó
El nacarado arrebol,
El celestial esplendor,
De benigna compasión!
Su veneno matador.
Y no es fiebre intermitente
El continuo torcedor.
Riendo se apareció.
Y en la derecha un arpón