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Trabajo para el tema 6 – Resumen de El azar y la necesidad, de

Jacques Monod

Monod da comienzo al primer capítulo exponiendo la diferencia entre objetos naturales


y artificiales, y dice que la premisa básica del método científico es que la naturaleza es
objetiva y no proyectiva. Plantea tres características de los seres vivos. Una es la
teleonomía, que define como la característica de estar dotado de un propósito o proyecto.
Otra es la morfogénesis autónoma, que indica que la estructura de un ser vivo es el
resultado de las interacciones en su interior, frente a las fuerzas externas que dan forma a
los artefactos artificiales. La tercera es la invarianza reproductiva, la capacidad de un ser
vivo para reproducir y transmitir información. Monod describe la morfogénesis autónoma
como una propiedad de los seres, pero dice que se debe considerar como un mecanismo
que define dos propiedades esenciales de los seres vivos: la invariancia reproductiva y la
teleonomía estructural. El autor afirma que la naturaleza es objetiva y que no busca un fin
ni tiene un propósito.

En el capítulo dos, “Vitalismos y animismos”, Monod dice que la invariancia debió


preceder a la teleonomía, basándose en la idea de Darwin de que las estructuras
teleonómicas se deben a variaciones en las estructuras que ya tenían la propiedad de
invariancia, y por ello podían preservar los efectos de las mutaciones fortuitas. En el resto
del capítulo estudia las ideologías religiosas y los sistemas filosóficos que asumen la
hipótesis contraria, que esa invarianza surgió de un principio teleonómico inicial, lo que
desafía el principio de objetividad. Divide estas teorías en vitalistas y animistas. Monod
comenta que nuestros antepasados animaban a los objetos al imprimirles espíritus, para
acabar con la brecha entre los seres vivos y los no vivos. Tener sentido solo podía hacerse
animando al ser y, por tanto, si existen objetos misteriosos, como rocas, ríos, lluvia y
estrellas, también deben tener un propósito (no hay objetos inanimados para ellos). Esta
creencia animista se debe a la proyección de la conciencia del hombre sobre su propio
funcionamiento teleonómico y sobre la naturaleza inanimada. La naturaleza se explica de
la misma manera que la actividad humana. Monod dice que esta forma de pensamiento
animista sigue presente en la filosofía que no distingue entre la materia y la vida, y que
considera a la evolución biológica un componente de la evolución cósmica.
El tercer capítulo se titula “El demonio de Maxwell”, haciendo referencia a los sistemas
biológicos que son capaces de disminuir localmente la entropía, pero que gastan energía
extraída de los alimentos. Empieza diciendo que las proteínas son los agentes moleculares
del rendimiento teleonómico en los seres vivos. Los seres vivos son máquinas químicas,
el organismo es una máquina autoconstructora, y su estructura macroscópica no está
determinada por fuerzas externas, sino por interacciones internas.

En el capítulo cuatro, titulado “Cibernética microscópica”, Monod empieza hablando de


la extrema especificidad de las enzimas y de la eficiencia extrema de la maquinaria
química en los organismos vivos. A lo largo del capítulo explica los principios que rigen
el metabolismo celular. En la última parte del capítulo, Monod critica a los holistas que
desafían el valor de los sistemas analíticamente complejos, como los organismos vivos.
También dice que la complejidad de la red cibernética en los seres vivos es demasiado
compleja para estudiarla por el comportamiento general de los organismos completos.

Al principio del capítulo cinco, “Ontogenia molecular”, el autor declara que demostrará
que el proceso de morfogénesis autónoma espontánea depende de las propiedades de
reconocimiento esteroespecíficas de las proteínas, que es ante todo un proceso
microscópico, antes de manifestarse en estructuras macroscópicas. La estructura primaria
de las proteínas permite conocer el secreto de esas propiedades cognitivas gracias a las
cuales, como los demonios de Maxwell, animan y construyen sistemas vivos

El capítulo seis se titula “Invariancia y perturbación”. El autor establece la similitud en


todos los organismos de la maquinaria química, tanto en la estructura como en la función.
En cuanto a la estructura, todos los seres vivos están formados por proteínas y ácidos
nucleicos y tienen los mismos componentes (veinte aminoácidos y cuatro nucleótidos).
En la última parte del capítulo, el autor plantea el importante tema de las mutaciones.
Enumera diversas mutaciones, como por ejemplo sustituciones, eliminaciones e
inversiones. Se señala la posibilidad aleatoria de estas mutaciones y que son la fuente de
la evolución.

Al comienzo del capítulo siete, titulado “Evolución”, Monod repite que las mutaciones
son impredecibles, que se reproducen fielmente y que la selección natural opera solo con
los productos del azar. Monod afirma que el factor decisivo en la selección natural no es
la lucha por la vida, sino la tasa de reproducción diferencial, y que las únicas mutaciones
aceptables para un organismo son aquellas que no disminuyen la coherencia del aparato
teleonómico, sino que lo fortalecen en su orientación ya asumida. Monod afirma que el
rendimiento teleonómico se juzga por la selección natural y que este sistema conserva
una fracción muy pequeña de mutaciones que perfeccionarán y enriquecerán el aparato
teleonómico.

En el capítulo ocho, “Las fronteras”, el autor expresa la sensación de asombro que


sentimos al considerar la extraordinaria diversidad y complejidad de los organismos que
se ha producido a través de miles de millones de años de evolución

El último capítulo se titula “El reino y la oscuridad”. Cuando el hombre extendió su


dominio sobre la esfera infrahumana y dominó su entorno, la amenaza principal se
convirtió en los otros hombres y la guerra tribal llegó a ser un importante factor de
selección evolutivo, que de paso favorecería la cohesión del grupo. Monod dice que,
debido al ritmo acelerado de la evolución cultural, esta ya no afecta al genoma, y que la
selección no favorece la supervivencia genética del más apto a través de una progenie
más numerosa.

El autor cree que tenemos una necesidad genética innata de buscar el significado de la
existencia, la responsable de la creación de mitos, religión y filosofía. Afirma que este
componente genético explica que la religión sea la base de la estructura social. Admite
que la idea del conocimiento objetivo como la única fuente de verdad puede parecer
austera y poco atractiva, ya que no proporciona una explicación que calme la ansiedad
del hombre. Dice que el mensaje importante de la ciencia consiste en la definición de una
nueva fuente de verdad que exige una revisión de las premisas éticas y una ruptura total
con la tradición animista. Nuestros valores están arraigados en el animismo y en
desacuerdo con el conocimiento objetivo y la verdad. Al afirmar el principio de la
objetividad, aceptado por la ciencia moderna, estamos eligiendo adherirnos a lo que llama
la ética del conocimiento. El autor propone que el hombre debe superar su necesidad de
explicación y su miedo a la soledad para aceptar la ética del conocimiento. Jacques
Monod termina el libro con su conclusión fundamental de que el antiguo pacto está hecho
pedazos; el hombre sabe por fin que está solo en la inmensidad insensible del universo,
de la que surgió por casualidad. Su destino no está definido en ninguna parte.

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