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Jacques Monod
Al principio del capítulo cinco, “Ontogenia molecular”, el autor declara que demostrará
que el proceso de morfogénesis autónoma espontánea depende de las propiedades de
reconocimiento esteroespecíficas de las proteínas, que es ante todo un proceso
microscópico, antes de manifestarse en estructuras macroscópicas. La estructura primaria
de las proteínas permite conocer el secreto de esas propiedades cognitivas gracias a las
cuales, como los demonios de Maxwell, animan y construyen sistemas vivos
Al comienzo del capítulo siete, titulado “Evolución”, Monod repite que las mutaciones
son impredecibles, que se reproducen fielmente y que la selección natural opera solo con
los productos del azar. Monod afirma que el factor decisivo en la selección natural no es
la lucha por la vida, sino la tasa de reproducción diferencial, y que las únicas mutaciones
aceptables para un organismo son aquellas que no disminuyen la coherencia del aparato
teleonómico, sino que lo fortalecen en su orientación ya asumida. Monod afirma que el
rendimiento teleonómico se juzga por la selección natural y que este sistema conserva
una fracción muy pequeña de mutaciones que perfeccionarán y enriquecerán el aparato
teleonómico.
El autor cree que tenemos una necesidad genética innata de buscar el significado de la
existencia, la responsable de la creación de mitos, religión y filosofía. Afirma que este
componente genético explica que la religión sea la base de la estructura social. Admite
que la idea del conocimiento objetivo como la única fuente de verdad puede parecer
austera y poco atractiva, ya que no proporciona una explicación que calme la ansiedad
del hombre. Dice que el mensaje importante de la ciencia consiste en la definición de una
nueva fuente de verdad que exige una revisión de las premisas éticas y una ruptura total
con la tradición animista. Nuestros valores están arraigados en el animismo y en
desacuerdo con el conocimiento objetivo y la verdad. Al afirmar el principio de la
objetividad, aceptado por la ciencia moderna, estamos eligiendo adherirnos a lo que llama
la ética del conocimiento. El autor propone que el hombre debe superar su necesidad de
explicación y su miedo a la soledad para aceptar la ética del conocimiento. Jacques
Monod termina el libro con su conclusión fundamental de que el antiguo pacto está hecho
pedazos; el hombre sabe por fin que está solo en la inmensidad insensible del universo,
de la que surgió por casualidad. Su destino no está definido en ninguna parte.