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Maciel y Balbinder (2015) Diversidad Nacional. Identidad Social y Militancia de Las PCD en Argentina PDF
Maciel y Balbinder (2015) Diversidad Nacional. Identidad Social y Militancia de Las PCD en Argentina PDF
Diversidad nacional.
Identidad social y militancia de las personas
con discapacidad en la Argentina
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Diversidad nacional.
Identidad social y militancia de las personas
con discapacidad en la Argentina
Presidenta de la Nación
Cristina Fernández de Kirchner
Vicepresidente de la Nación
Amado Boudou
Ministra de Cultura
Teresa Parodi
Jefa de Gabinete
Verónica Fiorito
Índice
PRIMeRA PARTe
Testimonios
SeGuNDA PARTe
Colaboraciones
TeRCeRA PARTe
Paula Maciel y Martín Balbinder
CuARTA PARTe
Aportes de otros países
(las personas jóvenes que inician su militancia en estos años junto con quienes
volvieron a encontrar espacios de militancia). Nos preguntamos cómo las
personas con discapacidad han ido recuperando la palabra, la capacidad de
decirse y de pensarse; de no ser nombradas solamente por otros. Queremos
indagar las vicisitudes de la identidad social del colectivo y su relación con el
proceso de constitución del pensamiento nacional.
Este proceso que describimos, si bien en nuestro país adquirió algunas
características peculiares, no tuvo lugar sólo en la Argentina. Hay grupos
similares en Brasil y en el resto de la América hispanohablante. También
en España.
Nuestras preguntas iniciales fueron:
– ¿Cómo incluir a las personas con discapacidad en el relato de las últi-
mas décadas?
– ¿Qué aportes pueden hacer las personas con discapacidad al pensa-
miento nacional?
– ¿Cuáles han sido sus formas de militancia?
– ¿Cómo se define la identidad social del colectivo y cuáles son los obs-
táculos para consolidarla?
dencia física muy severa y ocurren tanto en ámbitos familiares como en ins-
tituciones. También aparece como la menos denunciada. A partir de estos
relatos nos hemos puesto en contacto con el programa Víctimas contra las
Violencias que depende del Ministerio de Justicia para proponer un curso
de acción en conjunto.
La sensación de invisibilidad social, que puede definirse como la per-
cepción de que los derechos de las personas con discapacidad no son tenidos
en cuenta a la hora de pensar los derechos colectivos, se une al relato de
situaciones de discriminación y ninguneo. Este tipo de fenómenos es visto
por los entrevistados como de muy difícil reversión, pues es en exceso com-
plicado incidir sobre algo que socialmente aparece como no visto.
La tecnología es entendida como un medio limitado pero muy poderoso
para difundir necesidades, ejercer derechos, ofrecer información, contener
a otras personas que lo necesitan, o bien como una tecnología de apoyo que
permite comunicarse con personas que sin este recurso no lo podrían hacer.
Como obstáculos aparecen la dificultad económica para acceder a los dis-
positivos, la conectividad deficiente y la falta de accesibilidad digital. La
Argentina tiene una legislación que regula la obligación de que los sitios
públicos sean libres de barreras, pero esta es aún muy reciente y poco cono-
cida, y no existen mecanismos aceitados para su cumplimiento. Como en
otros temas, a menudo la percepción de los entrevistados es que las leyes
existen pero no se cumplen.
De modo que gracias por la oportunidad. Más allá de nosotros, este
libro constituye la posibilidad de contar una historia silenciada. Más que
eso: a nadie se le ocurre que existe y que puede tener valor. Hace un tiempo,
en un programa en Radio Nacional (se supone que ideológicamente afín),
la periodista decía: “Discapacitados, capacidades diferentes, necesidades
especiales, da igual cómo los llamemos”. Nos sentimos marcianos. Vayan,
pues, estas historias –nuestro pequeño aporte–, para empezar a romper la
sensación de invisibilidad.
Este libro, como ya se ha dicho, está organizado en forma de relatos en
primera persona. Las llamadas “historias” provienen de entrevistas. Las cola-
boraciones son textos que nos han enviado para este fin. La mayoría son de
argentinos, pero también les pedimos su aporte a algunos amigos extranje-
ros. El total se completa con algunos textos sueltos de los compiladores. El
único texto que no fue producido por un escritor con discapacidad es el de
Ricardo Forster sobre la tolerancia.
Queremos agradecer a muchas personas. Primero a Ricardo Forster,
que creyó en esta idea. Después, a todos los que participaron, con sus textos
PrImerA PArte
Testimonios
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Divertad
Javier Romañach
Poco más hay que añadir, ya que ni uno mismo entiende de dónde vie-
nen las ideas ni de dónde vienen las palabras. Al final, sólo se trata de saber
si el resultado tiene luces interiores que te llegan al alma; y a partir de ahí,
de si se puede o no conseguir una metáfora que se adueñe de las vidas de las
personas para hacerlas disfrutar de su propia fragilidad.
Salud y divertad,
Derecho a la sexualidad
Norbert Butler
Hace unos años había una fundación donde a los chicos les pegaban con
una toalla mojada. Cuando leí la nota, pensé: “Qué bien que estoy acá”. Y
mis amigos también: “Acá nos divertimos”.
Por aquellos tiempos nos divertíamos. Acá hubo un caso de violencia:
a un chico le fracturaron el dedo, quizás de una manera no deliberada, que
fue lo que se dijo en el momento.
Pasa una cosa. Por ejemplo, el ritmo de trabajo, hay horarios de trabajo.
A vos te bañan de 8 a 10. Hay que hacer los baños en ese horario, con deter-
minado ritmo para poder terminar a las 10 y eso implica, no siempre, pero sí
muchas veces, ciertos rigores en la atención. Es difícil de explicarlo. Se trabaja
rápido, te tiran de un brazo que te duele, porque hay que seguir ese ritmo.
Hay un muchacho que siempre dice: “Abrió la fábrica”. Eso sería difícil
comentarlo al director de la institución, decirle: “Están ejerciendo violencia
sobre mí”, porque te va a decir: “No, no están ejerciendo violencia, hay que
terminar a horario…”. Es una violencia simbólica. En ese momento soy una
cosa.
Pasó con este chico, nosotros introyectamos eso. Yo me asimilo a la
necesidad del tipo que me está bañando, él tiene que ir a tomar el desayuno,
y si me duele, me lo banco si no es muy intenso, o lo digo. Y, bueno, el tipo
se tiene que ir a las 10. Tomo eso como si fuera una necesidad mía, como
una suerte de simbiosis. O a veces necesito algo y tengo que andar calcu-
lando los horarios en que están desayunando o tomando su hora de des-
canso. Entonces tengo que asimilarme, moldear, acomodar mis necesidades,
a su ritmo, a su tiempo.
Y no se te ocurra mear fuera de hora… Reconozco que me he adaptado
a eso, pero cuando me pasa algo que me jode mucho, lo peleo, llamo dos-
cientas veces si lo tengo que hacer. Por eso digo que es violencia simbólica,
no podés hacer una denuncia con esto porque otro chico diría: “A mí no
me molesta, no me duele”. Capaz que lo dice porque tiene miedo que des-
pués se lo den más duro… que se convierta en violencia real.
Esto lo digo de las instituciones pero también en las casas hay compa-
ñeros que les pasa con la misma familia, con los hermanos. Leí un trabajo
cosa. Si alguien que no mueve la mano te hace bromas porque no ves, vos
podés devolver, o si es un par, decirle hasta acá llegamos, te pasaste… La
cuestión es la asimetría; el otro está en un lugar asimétrico porque tengo una
cierta dependencia de la otra persona, eso implica una cierta asimetría. Y
después, el tomarse permisos que otro no da. Con Martín o con amigos, más
o menos uno sabe hasta dónde podés tener ciertos juegos, pero si al otro no
lo conocés, vos no sabés qué le jode, y lo que a uno le causa risa al otro por
ahí lo jode. Entre esas dos cuestiones se ubica el tema de la asimetría.
En las instituciones es peor. Generalmente no importa si te jode o no.
Hay unas relaciones jerárquicas, o autoproclamadas jerárquicas, porque no
las reconozco así. Si a mí me jode que me digan “tuerto” me la tengo que
bancar. Ya no lo hago, hace mucho tiempo lo hice. Porque si yo lo puteo al
tipo, después me tengo que bancar que me lleve al baño cuando él quiere y
no cuando yo llamo. Ahí ejercen poder, en donde aceptando las violencias
pequeñas te ponés un poco más a salvo. En las instituciones pasa muchí-
simo, están para cámara secreta. Hemos creado mecanismos de mitigación
de compensación, pero te sirven hasta por ahí no más.
Sería una nómina de maltrato, o de cosas que te molestan. Por ejemplo:
tengo hambre; me gustaría llamar al tipo y decirle: “Quiero comer, traeme
algo”, pero me aguanto, porque medís el hecho de que lo conocés y sabés
que te va a decir algo como: “Comé a la hora que se te trae la comida”.
Entonces, me banco dos horas de hambre (“Me banqué la puteada, el ham-
bre, pero sé que no me va a joder, va a venir justo cuando lo llame…”). La
picazón la tengo que decir porque es muy reveladora de cosas; por ejemplo,
la gente que no mueve las manos –son unos cuantos–; yo las muevo bastante
como para poder rascarme, pero cuando estaba en pulmotor era una tarea
menor y te decían: “Yo no estoy para rascarte la cabeza”. Y te la tenías que
bancar. Me acuerdo de compañeros míos que se desesperaban por la pica-
zón. Y estaba establecido como una tarea menor.
Cuando dejé de usar pulmotor y ya tuve este respirador, tuve posibili-
dades de resolver más cosas solo; no todas las que me serían satisfactorias
pero algunas más, como comer solo algunas veces cuando quiero.
Modos paliativos de mitigar, de compensar cierto maltrato simbólico.
Son muy sutiles y no constituyen por ahí el único plano de sanción. Han
llegado, incluso, a tirar a un compañero hace unos cuantos años: iban
corriendo con la camilla cuando mi compañero se cayó al piso, y solamente
hubo una amonestación. Podrían haberlo matado. Uno me tiró una bandeja
de comida porque le reproché que estuviera hablando por teléfono mientras
mi comida se enfriaba. Este tema para mí está muy vigente en la comida.
desarrollar. Es difícil, pero yo genero plusvalía acá, este cuerpo que está acá
tendido, genera por el hecho de estar, una serie de recursos. No soy “pro-
ductivo” pero se genera empleo, se mueve mucho dinero alrededor de la dis-
capacidad.
Tuve polio a los dos años y ocho meses. Tengo 56 años. Estuve un año
internada en ASIR, cuando estaba grave, bah, en varios hospitales. En ASIR
me hicieron rehabilitación, era muy chiquita. Me enviaron a casa cuando
ya no tenían más nada que hacer. Mi familia es de Entre Ríos. En ese
momento vivíamos en Buenos Aires, en Avellaneda. Mi madre tenía dos
chicos más, uno mayor que yo dos años, y otro menos, un bebé. Yo estaba
vacunada, me faltaba el refuerzo. Mis padres eran de bajos recursos; en ese
tiempo mi papá era guarda de tranvía de la ciudad de Buenos Aires. Eso
permitió que pudiera ser aceptada en ASIR –así se llamaba en aquella
época– para tratarme y rehabilitarme; a través de un obispo, no cualquiera
era aceptado en ese hospital.
Después fui creciendo a la altura de mis hermanos, al mismo nivel. Hice
la escuela domiciliaria con maestras a domicilio. Una vida normal. En ese
momento no te das cuenta de la realidad. Hay cosas que te chocan y no
sabes por qué, no entendés nada hasta que creces, creés que sos igual a todos,
pero en realidad no lo sos.
Tenía muchos amigos, jugaba como cualquier chico. Era muy salvaje
porque tenía dos hermanos varones y hacía lo mismo que ellos. Jugaba a la
guerra, a las figuritas, a la bolita, igual que los varones.
Intenté ir al colegio “normal” pero no me dejaban salir al recreo; era
una escuela muy popular, una escuela de chicos muy de villa. Nosotros viví-
amos en Lanús, en un barrio nuevo llamado Monte Chingolo. Los chicos
eran muy salvajes, yo quería hacer lo mismo pero no me dejaron salir al
recreo, no me gustó.
En ese tiempo usaba aparatos en las piernas. Mi mamá me llevaba al
Ferrer por problemas respiratorios, ya que la poliomielitis viene a veces con
ese paquete. Terminé la primaria y me encontré con que tenía que seguir la
secundaria. Uno de mis hermanos iba a un colegio de curas. Mi mamá me
había anotado en ese colegio en la secundaria, pero mi hermano, en la
prueba para ingresar a la secundaria, hizo todo mal para no volver a esa
escuela porque odiaba a los curas, y yo me perdí un año, porque el único
que me podía ayudar era él, para ir a la secundaria.
la jefa de Acción Social me dio un plan; dijo que “Manolo dio orden que te
diéramos un Plan Trabajar por ahora”. Al viejo le decían Don Manolo.
Entró un grupo de tipos con trajes negros, y uno de ellos dijo: “A ella la
quiero para mí”, y la directora le dijo que yo todavía no había entrado en el
plan. “No importa”, dijo el tipo, “ella va al San Martín”. El San Martin era
un polideportivo que estaba del otro lado de Lanús (Lanús Oeste). Entonces
me venían a buscar en una camioneta y hacía de su secretaria, o algo así. Él
era director de la Secretaría de Deporte, Omar López. Y después pasó a ser
candidato a intendente.
Me llevaban con una camioneta que me hacía mierda la columna, era
muy lejos y mucho viaje. Le dije que no quería ir más hasta allá. Yo le hacía
las cartas que él presentaba. Me mandó a otro polideportivo que quedaba
cerca de casa. Quería que me quedara en el San Martin, me decía “tenés
que esperar”; como que ya iban a ganar las elecciones. A mí no me impor-
taba, yo quería ir cerca de casa.
En ese lugar tuve que pelear también porque creían que les iba a sacar
el puesto. Como no sabían nada de computadoras ni nada, yo atendía a la
gente que venía a pedir los planes. Eran cuadras y cuadras de cola. Cuando
llegaba –me tocaba ir a la una de la tarde–, como no sabían ni marcar una
tecla, en media hora sacaba a toda la gente, anotaba a todo el mundo. La
gente venía a mi casa a buscarme, entonces me hacían la guerra.
Cuando tuve el accidente, un loco me cortó el cuello, un vecino esqui-
zofrénico. Iba al supermercado y este loco me pegó un botellazo en la
cabeza. Bueno, yo iba al supermercado, porque en mi casa manejaba todo
yo, estábamos solas con mi mamá, iba al supermercado compraba todo
cuando cobraba al mes, y bueno, me rompió la botella en la cabeza y con
los vidrios me cortó el cuello, me degolló, pero no llegué a morir. Tengo 7
vidas como los gatos. No pude ir a trabajar ya, me dieron por muerta y me
sacaron el plan los que estaban en la oficina, porque pensaron que no iba a
ir más. No fui más. Hablé otra vez con la directora de Acción Social y me
devolvieron el plan. Pero no trabajé más. Hasta que saqué el subsidio de
PAMI, para pagar una asistente personal que me costó mucho. En realidad,
todo lo que hice me costó una barbaridad (igual logré todo lo que quise,
como tener una silla con motor).
Otros líos que hice fue cuando estuve en HODIF. La relación con mi
mamá era muy mala así que fui a vivir a HODIF. Fue creado por unos ex
alumnos de VITRA, más discapacitados que yo. Cuando entré a VITRA,
al año ellos se recibieron. A través de la Frater, así la llamaban, la fraterni-
dad, el movimiento religioso, se dividieron, ellos iban mucho a la iglesia y
luchás en la vida como un animal para poder sobrevivir. Entonces, digo que
tengo que usar más la inteligencia, no mi instinto de supervivencia. Sé que
no soy tan tronca pero nunca utilicé mucho la inteligencia (como chiste).
Si me decís que hable de política, política partidaria seria, en realidad
la política es necesaria, pero la política partidaria, para mí, es lo más sucio
que existe, y las guerras, los gobiernos, todo tiene que ver con eso y con la
economía, pero a veces lo mejor es no darse cuenta.
Las personas con discapacidad tenemos la culpa, nosotros (digo “nos-
otros” por no decir “ellos”). Creo que se les tiene que abrir más la cabeza,
tienen que pensar. Yo no soy resentida –tal vez en cierto modo sí–; somos
un colectivo como los gay, pero no hay integración como seres humanos,
no somos aceptados porque somos diferentes, feos, nos falta algo, y ellos
(que serían los “normales”) creen que están enteros.
En este pueblo donde vivo ahora hay mucha discriminación o al menos
se ve a la legua. Estamos como en la era medieval. Si pudieran te arrojarían
al río, porque monte no hay, nos salva que eso esté prohibido. Hay mucha
gente de guita, no son tan ignorantes, tienen toda la tecnología, pero te
miran como si fueras un perrito (o ni eso, porque a los perros los ahorcan
directamente). No te hablan a la cara, no te miran, si hablás se te ríen como
si fueras un nene que dice pavadas. Eso me pasó con el grupo animalista.
Yo no me quedo quieta igual.
Sobre discapacidad no hay nada, hay una escuelita donde están todos
entreverados. Hay una chica sorda, tiene 14 años y no la mandan al colegio
normal. Hablé con un chabón que es profesor de educación física; le dije que
deberían ser denunciados, porque esa chica de 14 años debe ir a una escuela
normal, esa chica no tiene nada, tiene que ir a una escuela normal. No tenerla
mezclada con chicos con problemas mentales y de diferentes edades. Seguro
que, ahí mezclados, hay chicos con parálisis cerebral que no tienen problema
intelectual, o sea, cada uno de ellos debe ser evaluado y agrupado según su dis-
capacidad. Darles una educación acorde, y al que puede trasladarse, ingresarlo
con los chicos comunes. Porque son de familia muy pobre. Esa escuela bene-
ficia a los maestros y directores, etc. Porque es trabajo seguro, y les dan subsi-
dios, pero seguro que a los chicos, o adultos que también hay, no los benefician.
Una persona también vino a pedirme asesoramiento por su hijo sordo,
que no quiere ir al colegio porque lo discriminan. Yo le dije que él debería
ir preso, con su mujer también, porque el chico tiene que estudiar: “Ustedes
no piensan en su hijo, esto lo tienen que solucionar porque el chico tiene
que salir adelante, tener un futuro, no llegar a ser un troglodita. 16 años y
no va a la secundaria, ni primaria, es un pibe inteligente”.
Espejo
Derecho a la infancia
está la ley tanto, te dicen: “No, nosotros no hacemos eso”. Hasta que no
ponés un abogado no pasa nada. Si no hubiera puesto un abogado para tener
asistentes, un aparato respiratorio que es importante y lo necesito, y algunas
cosas más, no hubiera pasado nunca nada con mi obra social. Tuve que hacer
intervenir a abogados, que por suerte –hasta ahora– me tocaron buenos. Mi
abogada se fue a México, me dejó con otra y no sé qué va a pasar.
El otro día se me descompuso el aparato respiratorio. Menos mal que
tenía otro (que no me sirve tanto porque necesito uno con batería, que tenga
dos modos de respiración, este es de un modo solo, es eléctrico…). Y tar-
daron casi un mes y medio en darme el aparato nuevo. Si hubiera sido de
emergencia y no tenía el otro aparato por PAMI, tendría que haberme inter-
nado en el [Hospital de Rehabilitación Respiratoria María] Ferrer un mes
y medio. No entienden que es una emergencia.
Ahora estoy con una empresa mejor; la empresa prestadora de la obra
social, la obra social no se hace cargo, pero tendría que hacerse cargo porque
gané un amparo. Pero no entienden nada, no se hacen cargo, no hay kine-
siólogos que entiendan, ni siquiera para que me hagan una terapia; en la
obra social no existen, tengo que buscarlos en otro lado. No es una obra
social de las mejores, es un IOSPER, no es considerada muy baja, la tengo
gracias a mi padre. Es como prepaga.
Cómo salir a la calle, estudiar, tener un tratamiento de salud que llevan tanto
trabajo, tanto tiempo y tanto esfuerzo, ¿cómo pasar de eso a una militancia
más compartida? Fue de a poco y dándome cuenta, primero me costó
mucho salir de mi estado, de estar encerrada y decir: “Bueno, tengo que salir
y ponerme una meta”. Eso me sorprende de mí misma. Nadie puede pensar
en salir de un encierro si nadie habló de salir, pero yo miraba a mis herma-
nas, lo que ellas hacían, que no hacían mucho las pobres tampoco. Salvo ir
al colegio, estaban muy distantes de mí. También sentían un poco de ver-
güenza si traían alguna compañerita. Yo las veía y quería ser como ellas, por
eso quise salir de todo eso. Después pensé en la carrera de Psicología, porque
tenía muchas preguntas en mi mente, acerca de por qué la gente se comporta
de esa manera, por qué tiene vergüenza, etc. Al estudiar psicología y reci-
birme, me puse a trabajar con discapacitados, porque era compañera de una
chica que estaba viviendo en VITRA, en el Hogar María Ferrer. De pronto,
empecé a estudiar con ella. Venía a casa o yo iba al Hogar. Me hice amiga
de todas esas personas, no muchas, más o menos las de mi edad, y aprendí
muchísimo. Le debo muchísimo a ese lugar, pude ver cómo las personas
pueden luchar desde un lugar así, personas solas, con voluntarios, yo veía
cómo los voluntarios que no eran familia los ayudaban mucho más que la
familia: la familia los abandonaba. Los voluntarios hacían lo posible para
que ellos sean felices, era todo muy lindo para mí, el paraíso. Después, me
fui dando cuenta de que todo eso medio se pudrió, mientras estudiaba.
Después me puse a trabajar, era de diez, muy lindo, hasta que todo se trans-
formó, se deformó. Empezaron a haber ideas de negocios con los discapa-
citados, y hasta ahora es una institución que de alguna manera comercian
con los discapacitados y eso me da mucha bronca.
Estuve trabajando en VITRA, durante veintiséis años, donde también
aprendí a trabajar. Al principio trabajé en el Borda como voluntaria y hacía
muchas cosas más. Gracias a una chica que estaba en mi casa, porque mis
padres no creían en eso y no les interesaba ayudarme para mi capacitación.
Empecé a aprender a trabajar, aprendí a ser una psicóloga que no es fácil,
trabajar con discapacitados.
Mucho después, una compañera de trabajo me habló de una reunión
que se iba a hacer acerca del transporte. Fui, creo que fue en el congreso,
donde conocí lo que es la REDI, a Joly y a Silvia Coriat. Me encantó el dis-
curso, desde ahí empecé a ir a las reuniones. Me encantó cómo planteaban
las cosas, cómo dejaban hablar a la gente, me sentí muy bien en ese tiempo.
Y lo dejé cuando todo eso se cortó, cuando ellos buscaron su grupo “bri-
llante”. Creo que también fue un asunto de dinero y nada más.
Primero que yo tenía muchas cosas en la mente políticamente, el pro-
blema de transporte, por qué no se hace nada, los políticos no lo toman con
responsabilidad, el problema de los derechos humanos, que el discapacitado
es alguien que siempre está segregado… De alguna manera, para mí –no sé
si en este momento se hablará de eso– nosotros somos una clase social más
dentro de los que tienen menos recursos. Pareciera que tenemos un privilegio:
se llama “certificado de discapacidad”, con el que podemos tener muchas
cosas. El Estado piensa que tener ese certificado es como tapar una necesidad,
nos da un montón de leyes que nos sirven para hacer esto, lo otro, y nosotros,
la sociedad, nos ocupamos de la gente vulnerable, de las personas con disca-
pacidad en ese caso. Es una gran mentira porque [cuesta mucho] conseguir
que una ley se cumpla. De eso trataba la REDI, de que las leyes se cumplan,
y yo veía que costaba un montón que se cumplan. Eran personas muy eficien-
tes en ese sentido y seguían luchando, de todo punto de vista, y eso me gustó.
De todas maneras, el hecho de luchar para que las leyes se cumplan es
necesario, porque no se cumplen, pero no debería pasar. Tenemos leyes,
terapia. Eso lo hice como para tener una pensión un poco mejor, que no es
mucho mejor pero me ayuda un poco más.
Ahora, militancia es ayudar a las personas que lo necesitan, tal vez dis-
capacitadas o no. Meterme por ahí, a decir cosas en el Facebook, no muchas
porque hay gente mucho más especializadas. Hice cursos sobre los derechos
de la discapacidad, uno fue muy cortito, me pedían una monografía, e hice
una sobre la violencia y la discapacidad. En el otro curso también me pidie-
ron una monografía y yo había hecho todas las entrevistas sobre la violencia
institucional con los discapacitados.
Con el tema de violencia y discapacidad, desde el punto de vista fami-
liar, tuve la oportunidad en mi trabajo de ver la violencia que existe en la
familia, debido a la no aceptación de la discapacidad, la violencia que existe
desde un punto de vista religioso. Cuando se habla que ser discapacitado es
un castigo que tuvieron los padres o generaciones anteriores, en lo histórico,
mitológico. Desde un punto de vista amplio, los obstáculos que existen para
que un discapacitado pueda desarrollarse, todo lo que indica barreras arqui-
tectónicas, dificultades en el transporte. Todo lo que implica violencia. Hoy
en día, se ha visto que hay instituciones mentales donde les pegan, se los
trata mal.
En el mismo hogar me han contado que hay muchas personas que tra-
bajan ahí que no saben cómo tratar a los discapacitados. Estos, a veces, los
sobrepasan en el poder de inteligencia y en muchas cosas, y ellos, a nivel
físico, se aprovechan de eso. “Como vos me podés intelectualmente, yo
puedo más que vos físicamente, no te llevo a hacer pis, no te alcanzo lo que
necesitás”… O llevando a una persona violentamente en camillas le han
producido caídas de esa persona, le han producido fracturas.
Yo tuve entrevistas de gente del hogar: los auxiliares que se enojaban
con las personas con discapacidad que estaban hospedadas ahí les decían:
“Cuando te duermas te voy a desenchufar el aparato respiratorio”. Eso hace
sentir una angustia terrible, es espantoso. Le pasó a una amiga mía antes de
morir. No se murió por eso. Para mí, eso es violencia.
Yo también sufrí violencia. Te voy a contar. Mi papá tenía unos pacien-
tes muy importantes para él. Porque le daban trabajo importante. Nosotros
estábamos en la costanera comiendo y, de pronto, aparecen estos pacientes
comiendo en el otro lado. Los ve mi papá y le dice mi mamá: “Mirá, están
ahí, hay que salir”, porque yo estaba y no me podían ver. Yo tenía 17 años.
Había una señora que se encargaba de mí, y entonces le dijeron a ella que
agarre la silla y me lleve mientras ellos hablaban con esa gente para distraer-
los, y así salimos rajando a mi casa.
Yo no lo podía creer, pese a que de esas cosas pasaron muchas. Pero esa
fue la peor.
Cuando militaba en el partido de Chacho Álvarez, yo decía que a mí
me gustaría que a un chico discapacitado lo siga un grupo de gente desde
su nacimiento o desde su discapacidad o su dificultad mental o por virus
(como lo mío). Que lo sigan constantemente, una asistente social, un
médico especialista, gente especialista en recursos humanos. Para que los
padres un poco entiendan –y se sientan contenidos– acerca de lo que es la
discapacidad, cómo entenderla… Con los padres me parece fundamental.
Yo veía a padres muy amorosos, muy buenos, pero también a padres terri-
bles; que no les importaba absolutamente nada de sus hijos y los tiraban en
la institución y no querían saber más nada de ellos.
Padres que les pegaban hasta el punto de que, por ejemplo, a una chica
grande que tenía problema de discapacidad cerebral, la madrastra le pegaba,
la trataba mal, hasta llegó a romperle un brazo. La tuvieron que ayudar
poniéndola en una de esas viviendas que tiene VITRA para los chicos que
no pueden venir desde sus casas por la distancia. Esa chica mejoró muchí-
simo, la familia también, es como que se dio cuenta.
Es muy importante que la familia esté capacitada para tener a un disca-
pacitado. También hacer propaganda, hacer un trabajo activo. Bueno, ahora
está mejor que antes pero no es la sociedad ideal. Tratar de hacerlo desde los
grupos, que hay tantos grupos para discapacidad, luchar, cómo ayudar a un
discapacitado, y este debe ayudar también. Porque es una persona que tiene
a veces intelecto, a veces amor, con su presencia puede hacer muchas cosas.
Eso hay que hacerlo saber de alguna manera. Creo que los sociólogos, los
asistentes sociales, deberían ponerse de acuerdo y trabajar más sobre este tema.
No veo que en este tiempo se hagan muchas cosas. Veo que los colec-
tivos están más rotos que antes, hay pocos que tienen las rampas bien, muy
pocos. Por lo menos los que tomo yo cada vez están peor. Veo que hay
mucha gente que habla. Por lo menos en Facebook hay una cantidad de
conversaciones y así como hay gente que habla del problema de la sexuali-
dad, del deporte, hay muchos grupos que hablan de la discapacidad. Pero
lo que yo veía antes, que era “luchemos por los derechos de las personas con
discapacidad”, no lo oigo, en el sentido “¡que tal ley se cumpla!”, “¡que tal
ley, de la obra social tanto, se cumpla!”. No se está cumpliendo. Antes lo
oía; será porque antes estaba en REDI y lo oía, ahora no lo oigo. Por ahí
están haciendo cosas desde lo alto, desde el poder y yo no veo. No veo que
se luche mucho porque los derechos se cumplan. Veo parado un coche en
una rampa, hago como que voy a sacar una foto, charlo y digo que eso no
vieron el currículo nada más y después no sabían cómo decirme que no, les
veías la cara de asustados.
Trabajé también en el Poder Judicial. No me sirvió para mucho pero
tuve algunos pacientes sin discapacidad, con problemas de neurosis, que
venían del Poder Judicial. Tuve diez pacientes más o menos. También fue
porque no dije que era discapacitada. Directamente me hicieron ir a firmar
y cuando fui casi se desmayan. Yo firmé.
Fue una etapa de mi vida que me marcó muchísimo y me hizo dar vuel-
tas la cabeza. Otra etapa fue el Club de Ramsay, donde las clases de disca-
pacitados son como clases sociales. Es como una especie de casta: el que se
mueve más es el que hace deporte, el deporte que puede competir en otros
países. Después, el que hace menos deporte, y finalmente venimos nosotros
que venimos del hogar o de algún otro lado, y que somos totalmente recha-
zados, totalmente segregados.
No somos iguales. Cada discapacitado es un mundo y cuando se reúnen
en grupos es peor porque toman fuerza. Me acuerdo de las discusiones que
tenía entre los que sí se movilizaban, que jugaban al vóley, al básquet y los
que nadaban. Había como una rivalidad, una bronca, donde ellos se sienten
superiores.
Una psicóloga vino a visitar Ramsay y yo le dije todo eso. Le dije que
ahí adentro pasaba lo mismo que afuera, sólo que ahí eran discapacitados;
y se quedó pensando.
Derechos en la cárcel
viene el golpe del 76 era senador nacional por la provincia de Misiones acá
en Buenos aires. O sea que cada golpe tenía un desocupado más en la familia
que eran mis viejos que iban y venían…, y en el medio me fui operando y
para eso mis viejos sacaban un crédito en el Banco Hipotecario para ampliar
la vivienda. En ese momento, los viejos planes de Eva Perón se transfor-
maron en planes VIEAS, que eran viviendas económicas argentinas, eran
líneas de créditos: te daban una plata, con esa plata hacías un 30% de lo que
habías proyectado, después venía el inspector y te daban otro crédito de otro
30%, y después el 40% para completar. Tengo 18 operaciones, y cuando
vendimos la casa de Posadas tenía 18 habitaciones.
Empiezo a relacionarme con los ministros, casi sin darme cuenta, por
esta cosa que me gusta la historia. Cuando murió el Che era el 68, yo tenía
13 años; me sorprendió la reflexión de mi viejo, estaba apesadumbrado…
Y yo me tiraba al peronismo con esta cosa anticomunista. Por ejemplo, en
mi casa invariablemente se compraban las Selecciones, Para ti, y… me sor-
prendió un poco la reflexión más por lo que leía de las Selecciones que por
los comentarios de él. Y lo mismo cuando murió Aramburu: en mi casa era
un día de alegría. Es más, recuerdo a mi viejo, ya en sus últimos días, tomado
por la deficiencia de irrigación cerebral, estaba muy mal mentalmente, de
eso murió; teníamos en mi casa un perchero, esos muebles que tienen la
forma de la camisa, que tienen espacio para cepillo, y para mi viejo ese era
Rojas. “Sacalo a Rojas de acá”, decía en su locura, en sus últimos días. Le
había pegado muy fuerte el tema de los fusilamientos, en el 56 estaba en
Posadas.
En el 63 estuvo preso por el CONINTES, unos pocos días. En realidad
fue a llevar un colchón a un amigo, que militaba en el peronismo, y bueno,
parece que la cárcel y los nacimientos estaban en nuestra historia, porque
salió dos días antes que naciera mi hermana o estaba ahí al nacer. Como
para sintetizar el ensamble familiar, tengo una familia con una militancia
con una movilidad muy intensa, porque el hecho de tener que viajar, que
me operara, también hacía que se llevara información. En esa época, los
casetes con las grabaciones de Perón, las reales y las apócrifas, era una parte
de la historia nuestra. Esa fue la caracterización un poco de mi familia
cuando empiezo a saber de militancia, a los 15 años. Después viene el fusi-
lamiento de Aramburu, el engorde de lo que era la JP, incluso la oposición
en Posadas con la característica de la época, había de todo.
En el 72, en el congreso partidario matan al candidato a gobernador
del PJ de la lista que encabezaba mi viejo. Nos llegó de cerca la violencia de
la época. A pesar de que Posadas era una ciudad periférica. Yo tenía algunos
de Misiones; cayó en la selva y murieron los dos. Eso hizo que en la pro-
vincia de Misiones hubiera, en el 75, elecciones para gobernador. Y ahí se
evidenciaban más las contradicciones porque mi viejo estaba en el oficia-
lismo del PJ, y yo estaba militando en la Tendencia en Corrientes, y decidí
no irme a Posadas a militar de manera antagónica con mi viejo. De todas
maneras, viajé al acto en cierre de campaña. Después recordando y anali-
zando el acto, estábamos muy impactados porque había diez mil personas
en Posadas, eran muchos.
En síntesis, en el 73 fue una militancia de base; en el 74 fue una con-
ducción media de la facultad, con muchas contradicciones con lo que era la
cabeza de la Tendencia, de este acuerdo con Romero. En el 75 empieza la
mano más pesada, ya no me acuerdo cuándo renunciaron los compañeros,
los ocho diputados… en algún momento empieza a pasar a la clandestinidad
la mayoría de la militancia. Yo seguía con la militancia en la universidad,
con lo cual era un poco problemático.
En el 75 son las elecciones en Misiones. Yo viajé sólo para votar, para
participar del acto, no hice campaña con el auténtico de acá. En octubre se
produce el ataque a Formosa, del cual me entero por una radio. Después
del ataque uno de los compañeros que integraba la lista con nosotros, recibe
una bolsa con armas y se la entrega a otro. Así que le encuentran las armas,
buscan al que entregó las armas y a mí para saber quién entregó las armas
que integraba la lista de sospechosos. En noviembre del 75 me detienen por
este compañero. Todavía mi viejo era parte de la patria, así que, a la semana
deciden largarme. El compañero que cayó con las armas, el padre era gre-
mialista, tenía contacto con Lorenzo Miguel… antes del golpe salió con la
opción para salir del país. Y al que le habían entregado las armas, era el
gringo, número dos de la lista, quedó entre los buscados. Yo no podía seguir
estudiando en Corrientes, hicieron una exposición muy fuerte, así que pido
pase para Buenos aires.
Cuando llega el golpe, yo era formalmente un alumno condicional en
la Universidad de Buenos Aires. Tenía todos los papeles presentados y cur-
saba dos materias. En una situación precaria política. Se me confunde dónde
estábamos, pero casi seguro que estábamos en Buenos Aires. Yo me acuerdo
haber ido a Ballester, mi viejo se fue por su lado para Quilmes. Nos podían
venir a buscar, así que nos tomamos un tiempito para ver cómo venía la
mano, pero no pasó nada, ni a mi viejo, ni a mí.
Sigo estudiando hasta julio en Buenos Aires, termino las dos materias
que cursaba, y la verdad que estaba en una situación muy precaria. Ya habían
intervenido la Universidad, yo no tenía los papeles completados, así que
dije: “No me van a reconocer dos materias”, era un esfuerzo muy grande.
Vivía con unas tías en esas casas que son tipo conventillos, en Oro y Santa
Fe; era una casa con esas escaleras de mármol, bajo la lluvia…
Vuelvo a Posadas después de completar este período; empezamos a
mover, a estudiar los contactos. Mi contacto de siempre es Pelito Escobar,
que hoy es jefe de Gabinete de la provincia de Misiones.
En ese momento, muchos de los fugados de Corrientes estábamos amu-
chados. Estaba la sobrina de la dueña de la pensión, se había ido para
Misiones; el marido, que en aquella época eran novios (ahora ya tuvieron
dos hijas). El marido era uno de los más buscados por el golpe, y también
se fue la que es mi ex mujer. Militábamos juntos en Corrientes pero no nos
conocíamos porque ella militaba en el ámbito territorial y yo en el univer-
sitario. Había muchos del ambiente correntino en la resistencia misionera,
que era más simbólica que otra cosa. Yo creo que la resistencia se redujo a
tratar de esconder al que había sido candidato a vicegobernador por el
Partido Auténtico, al diputado que fue electo y ejerció como diputado y al
gringo que había sido jefe… de esconderlos y que no los mataran a los tres.
En ese momento la estrategia de los milicos era aislar. Entonces hacen una
redada. La primera redada gorda fue el 24 de marzo, cuando se llevaron a
los funcionarios y al que pudieron de la JP. En octubre hacen una segunda
redada y ahí caemos todos. Creo que caí por el listado, como la estrategia
era aislar… caí por averiguación de antecedentes, el problema es que lo ave-
riguaron.
Cuando nos torturan, a los compañeros les preguntaban por mí.
Estábamos en una habitación que era ocho veces este ambiente [la casa de
Paula Maciel]. Cuarenta personas tiradas en el piso, vendadas, y al lado, en
una piecita, torturaban al que le tocaba. Escuchábamos todo lo que les pre-
guntaban a todos. Y yo escuchaba que preguntaban por mí y decían: “Sí, el
senador…”, que era mi viejo, que se llama igual que yo. Había una militancia
muy fuerte en ingeniería química, donde mi vieja era docente: “No, debe
ser el esposo de la ingeniera…”. Nadie me conocía porque mi militancia
había sido en Corrientes.
La cosa es que en octubre caemos. Al otro día que caigo yo, cae un com-
pañero que se quiebra en la tortura y empieza a colaborar con los milicos. Ahí
se focalizaron más los interrogatorios. A mí me dieron máquina el primer día
y diez días después, cuando desalojaron ese lugar, fui de los últimos que le
hicieron el tratamiento, como habían encontrado a alguien que colaboraba…
En ese momento, mi ex les había llevado los chicos a la gente esta que había
estado en la pensión. Le decían: “Vos sabes dónde están los chicos…”. Yo no
la conocía, pero vos la escuchabas y ella decía: “No, este hombre miente”, y le
daban máquina, máquina… yo decía, la verdad que esta mujer tiene aguante,
pero no sabían lo que yo sabía. Es distinto cuando tenés a alguien que te bate
la posta al lado, es terrible.
Así que ahí estuvimos. Yo caí el 18 de octubre y los primeros días de
diciembre nos llevan a Candelaria. El mismo día que matan a los compa-
ñeros de Margarita Belén mandan a mi ex al hospital, estaba muy mal de la
tortura. Ese día resolvían quién vivía y quién moría. Yo terminé en
Candelaria. Candelaria es una localidad del interior de la provincia de
Misiones, donde hay una colonia alemana; a los que íbamos ahí nos blan-
queaban. Después vimos la vida en la cárcel.
Por enero me sacan para volver a darme máquina, pensé que de ahí me
llevaban a Corrientes, pero no… Estuve ahí hasta marzo o abril del 77,
cuando me llevan a Resistencia, donde estoy tres años. Habré estado hasta
el 80. En el 78, 79, estaba a disposición del PEN. Me dan la opción para
salir del país. Cuando se toma esta decisión acá, a nivel central, los milicos
de allá deciden no largarnos. Nos hacen consejo de guerra, éramos como
ciento cincuenta. En mi caso, yo tenía la opción para salir del país ya fir-
mada, pero en otros casos había decretos por los cuales se levantaba la puesta
a disposición del PEN (incluso unos treinta compañeros llegaron a salir en
libertad, porque se publicó el decreto antes que notificaran el consejo de
guerra, así que a la semana los fueron a buscar: “Che, tienen que pasar por
el regimiento para firmar unos papeles…”); cuatro años más de cárcel hasta
el 83.
Yo quedo enganchado con el tema del consejo de guerra. Armamos la
defensa, que fue un episodio digno de contar porque veías ahí gente de las
islas agrarias, del monte misionero, unos gringos que apenas hablaban el
castellano, diciéndoles a los milicos que no iban a colaborar, no iban a fir-
mar, “esto es inconstitucional”, citando los artículos de la Constitución. Me
tocó a mí hacer la fundamentación, logramos una posición homogénea, por
lo menos con los compañeros que teníamos relación en el peronismo.
El otro tema interesante es cómo uno vive la discapacidad en este caso.
Había muchos. Había un compañero del interior de la provincia de
Misiones, un ucraniano, que decía que era rengo de una mano: tenía una
mano más chica producto de la polio. Después había un correntino que
tenía los cuatro miembros como yo, pero se movía con mayor solvencia.
Había un médico, no sé cómo se llama la operación, tenía la pata dura,
artrodesis de rodillas, operación con la cual te fijan la rodilla. Había un com-
pañero que ahora vive en Córdoba, que tenía cinco o seis centímetros menos
de una pierna, y así había varios. Los otros presos eran compañeros, yo era
uno más. Si jugaban al fútbol, yo no jugaba, pero los otros compañeros ren-
gos sí jugaban. Se hacían equipos donde se equilibraban, en cada equipo
había un rengo, un patadura, y los pataduras se paraban frente al arco y la
pelota rebotaba…
A mí, en realidad, me sirvió por la necesidad. En Resistencia, en algún
momento, llegó la orden de encerrarnos. Los pabellones eran un gran pasillo
donde se hacía la vida social; cerraron las celdas y se abrían tres veces por
día, y podíamos salir al pasillo y charlar, una a la mañana, otra al mediodía
y a la tarde, donde te duchabas, lavabas platos, etc. En el contexto de tres-
cientas personas era relativo todo. Entonces, empecé a probar a caminar sin
los aparatos. Era un incordio, ir con un banquito, sentarme, sacarme los
aparatos, ducharme, secarme, ponerme los aparatos, ir hasta la celda.
Primero me ubiqué cerca del baño, empecé a dar unos pasos con el apoyo
de un compañero.
Cuando salí en libertad, vivía solo al fondo, caminaba sin los aparatos.
En ese sentido, desde lo físico la vida te lleva… Además, tenía algunos com-
pañeros –hace poco nos encontramos–; un compañero que era fisicocultu-
rista, con él también discutíamos el tema de cómo abordar la discapacidad.
Me acuerdo que estábamos en Rawson y poníamos los abrigos que la gente
amontonaba, y que jugaba al futbol, practicábamos con él, me empujaba y
yo me paraba sin apoyo. Algo que ahora es inimaginable. Para pararme de
esta silla necesito apoyarme en la mesa, en ese momento me paraba en el
piso, sin apoyo, imaginate, seis años estar todos los días haciendo gimnasia,
además con un tipo que le interesa el tema (en su vida previa era pedicuro,
no tenía nada que ver con la fisiatría). Bueno, también había médicos. Yo
puedo hablar de la discapacidad, hay compañeros que aprendieron a leer,
conocieron el dulce de leche diría yo, algunos tendrían una vida tan mise-
rable. En Candelaria, los guardias nos pegaban por pegar: a la noche sentías
la reja y llamaban “Fernández”, “Lorenzo”…
Esto fue días antes de la libertad. Tengo algo escrito sobre esto… en la
provincia de Misiones se editó Testimonios, de los presos de Misiones. Cada
uno escribió lo que padecía y yo escribí…
Esto fue en diciembre del 82 hasta diciembre del 83. Mi militancia
estaba orientada al contacto con los presos. Mi vieja, bastante tiempo antes,
presidía lo que era la comisión de ese ambiente; eran grupos de familiares
que estaban en contacto con la comisión de Riobamba, hacían cosas juntos,
pero además operaban en el marco del PJ, del peronismo oficial. Lucharon
para que se conformara esto. Bittel y Herminio Iglesias firman la declaración
menos doscientos metros hasta el lugar más próximo de una agencia de qui-
niela, y había otra a ciento ochenta metros. No disponía de guita para la
coima, y aunque hubiese dispuesto de ella, no hubiese sabido cómo usarla.
Entonces primero instalamos un kiosco con un compañero y empecé
con la solicitud de un lugar que sí cumplía con los doscientos metros. La
solicitud tardó como seis meses. Bien burocrática e imposible de concretar;
tenías que lograr que alguien te mantenga la reserva del alquiler durante seis
meses mientras la lotería te robaba el local. Suponte que en estos momentos
tenés que pagar tres mil pesos, cinco mil pesos por un local: como te tardan
seis meses son treinta mil pesos de base para sostener mientras se concreta
el trámite, porque si no el tipo que alquila se lo alquila a otro.
El tipo que me alquiló el local quería quedarse con la agencia de qui-
niela. Sabía que me faltaban dos materias para ser abogado, que mi futuro
no era la quiniela. Cuando vio el desarrollo del negocio, porque la agencia
cada mañana pone cuántas tarjetas al día se vendieron de tal número hasta
tal número, se dio cuenta de que no era un negocio. Yo estaba en un área
de mucho tráfico, pero poca gente caminando.
Bueno, me tuve que recibir de abogado. En esa época hubo como un
paréntesis de las militancias en mi vida. Me levantaba a las siete, cargábamos
en el viejo Dodge Polara familiar –que una vez por semana por lo menos,
no arrancaba– las nenas, moisés, dejábamos las nenas en el kiosco, el Polara
enfrente. Y mi ex, que era maestra en una escuela en Lugano, se tomaba un
micro para la escuela, para dar clases. Volvía al mediodía, llevaba a las nenas
a nuestro hogar, y yo esperaba hasta las diez de la noche que se sorteaba la
quiniela, cambiaba los números y me iba a casa.
Un poco difícil atender, también era difícil estudiar, y en ese contexto,
mi hermano –yo tengo un hermano que murió– me dio una mano para
atender el kiosco. Los momentos en que aparecía él, yo le daba al Derecho
de Familia que me faltaba. Y así, me terminé de recibir en el 87, en el 88
me dieron el título. Y luego me presento en un proyecto que estaba impul-
sando Roulet, que era el marido de la vicegobernadora de la provincia de
Buenos Aires, en el marco de la presidencia de Alfonsín. Era la formación
de un funcionarial de excelencia con el modelo francés de la escuela nacio-
nal de administración francesa. El esquema era de ingreso por concurso
(en mi camada había setenta vacantes, la mitad reservada para el sector
público, la otra mitad para gente que venía de afuera). Los que veníamos
de afuera teníamos como edad tope treinta y cinco años, los que venían del
sector público cuarenta, y te pagaban dos años de curso. Y salías con una
visión general del Estado, de economía, de administración, jurídico. La
cosa es que gané una batalla. Fueron cuatro convocatorias: tres con
Alfonsín, una con Menem, y terminamos siendo doscientos administra-
dores gubernamentales. Entre los doscientos había de todo. Unos veinte
veníamos del peronismo. Cuando di examen, el examen tenía tres etapas;
la primera eran preguntas multiple choice, la segunda era la elaboración de
un escrito sobre un tema que te daban, y la tercera era una entrevista.
Querían mi currículum, y yo definí el gobierno de Alfonsín, si me echan
que me echen por lo que soy, así que mi currículum tenía seis años que no
decía nada. Y obviamente me preguntaron: “¿Qué hiciste estos seis años?”.
“Estuve preso”, dije. “Milito en el peronismo, ahora estamos de capa
caída…”, porque acabábamos de perder las internas con Menem. Después
vi la transcripción técnica que iniciaron. Eso que había surgido en la entre-
vista no fue volcado en el papel. Se ve que no hubo un filtro pedido a la
SIDE de información, así que entré en el cuerpo de administradores. Y en
el cuerpo de administradores, cuando gana Menem con la “revolución pro-
ductiva”, nos reunimos los que veníamos del peronismo como para pensar
qué sería la revolución productiva del Estado. Algunos de mis compañeros
ya eran administradores gubernamentales, ya estaban en funciones. Yo
todavía estaba en estos dos años de formación.
Al poco tiempo nos damos cuenta de que de la revolución no surgía
nada, y yo ahí decido huir. Me busqué un destino ahí en educación, y al
poco tiempo una compañera me dice: “Hace falta gente, hace falta un abo-
gado en derechos humanos”. Alicia Pierini estaba a cargo de la unidad que
pagaba las indemnizaciones a los que estuvieron presos durante la dictadura.
Y habían tenido un problema de coima (“cómo podemos arreglar esto…”);
la mina a la que le pidieron coima era una chilena, fue y le dijo al tipo de la
comisión de familiares… Cuando saltó el tema, Alicia empezó a buscar un
abogado, y esta compañera que estaba trabajando con ella me dice:
“Necesitan un abogado…”. La conocí así a Alicia Pierini.
Para mí era un desafío el tema. Primero volver a entrar en contacto con
lo que era mi pasado, la cárcel… no era un tema saldado, incluso desde lo
económico. Yo estaba a cargo de la unidad que procesaba pagos. Era bene-
ficiario, porque había estado preso, ya había presentado todos los papeles.
Así que tuve que excusarme de ese expediente y además pactar con Alicia
que me pagara al final porque yo no podía estar administrando eso, discu-
tiendo con cada compañero el problema que tenía su expediente, habiendo
cobrado. Cuando la gente se ponía loca: “No, pero mirá…”, yo les decía:
“Yo tampoco cobré”. Entonces se bajaba un cambio y uno podía hablar en
otros términos.
Así que estuve tres años en derechos humanos. En este tema y en otros,
pero no en discapacidad, armamos cosas de derechos humanos en las pro-
vincias, un hermoso proyecto, que yo querría imitar en discapacidad. No es
lo mismo, ni la norma ni la realidad, tanto como en los derechos humanos
como en discapacidad.
Fueron los tres años más duros del menemato, las épocas de las priva-
tizaciones. Después de andar militando con Cafiero, después de ese inte-
rregno de kiosquero, no podía hacer otra cosa. Cuando llegó este período
de neoliberalismo, me escondí ahí en derechos humanos y en algunos otros
lugares. Lo más cercano a la discapacidad en ese lapso fue el PAMI, de
terror. Me habían pedido un compendio, una especie de digesto normativo;
el PAMI era un desastre. Y políticamente era la oposición al menemismo,
había de todo. Entonces optan por apoyar a Kirchner, y Kirchner designa
a Béliz jefe o subjefe de campaña. Con el triunfo de Kirchner, lo designan
a Béliz ministro de Justicia. Lo felicité pero le dije que no quería trabajar
en el Ministerio de Justicia. Uno de mis compañeros fue designado secre-
tario de uno de los administradores gubernamentales, porque Béliz nos
conocía a todos, fue nuestro jefe directo en los primeros tiempos de Menem.
Béliz era un funcionario de las primeras épocas de Menem.
A partir de ahí, yo soy un hombre del proyecto, pero en una línea téc-
nica. Estuve en el SENASA, en ese momento era el consejo, en el tema de
salud, estuve de director del personal de la UBA, incluso con el radicalismo
en el gobierno.
En una oportunidad que estaba volanteando, aparece la directora del
personal de medicina, que era mi subordinada, y me dice: “¿Qué está
haciendo?”; era un poco difícil compatibilizar estas funciones. Y de a poco
empiezo a colaborar con Humberto Sottile. Con Humberto nos conocimos
en el 83. Cuando yo salgo, hago una recorrida por distintas personas que
gestionaron, que hicieron algo por mi libertad. Fui a ver al director, que
había hecho bastante, y voy a ver al obispo, no me acuerdo cómo se llamaba,
el Nuncio Apostólico. El Nuncio me dice: “Fui a un retiro, a un lugar de
gente joven, por qué no vas, así contás tu experiencia enriquecedora…”. Así
que allá fui. Y en el micro conozco a Humberto, que me empieza a querer
convencer, queriéndome llevar al peronismo. Con el tiempo empecé a cola-
borar, en general en lo que hacía Humberto en lo político y en lo organiza-
cional. Esta mañana estábamos presentando los papeles para incluir
renovación de autoridades.
Entonces, resolvimos, Humberto peronismo oficial, yo con el pero-
nismo no menemista, y con algunos otros compañeros resolvimos que cada
Dos extremos, el disca que hace de disca florero, que dice: “Total, como
soy disca, no me van a poder tocar”, y hace de florero, y hay muchos. Y des-
pués, el que consigue un laburo y por miedo, o costumbre, termina haciendo
cosas que le exige el triple de lo que puede.
En general, no somos tan diferentes al hombre común, porque… ¿cuán-
tos tipos militantes entraron con el radicalismo, en las épocas del 80, anda-
ban con la boinita y después, negaban en la cara: “No, yo no soy radical?”.
Y con los peronistas también, entraron y no querían ir a un acto ni en pedo.
No somos ni mejores ni peores.
No digo que seamos diferentes al resto de la población, digo que hay
ciertas dificultades para unirnos como grupo social y ciertas dificultades para
aceptar que algún modo de militancia es indispensable u obligatorio para
cambiar algo. Me imagino que en algún momento mi militancia será ciber-
nética; el cuerpo no da para más. Nosotros estamos con posibilidades de
captar a algunas personas jóvenes para que continúen la lucha. Hay gente
joven que no está muy preparada, que no entiende. Tengo gente amiga a
quienes les vendieron el buzón y terminan siendo funcional al sector más
hijo de puta que nos caga a nosotros.
En ese 30% que falta, donde estamos nosotros, mi modesta opinión es
que es difícil –creo que casi imposible–, pero sigo pensando que hay que
meterse con los candidatos con más posibilidades de ganar y ubicarse en un
espacio, dentro de esa estructura, lograr imponer un proyecto sobre el tema
de discapacidad cualquiera sea el color del partido, y poner condiciones
desde adentro. Es lo único, si no, nos llevan puestos. Si el candidato gana y
no hay dos renglones en la plataforma de cualquier candidato, no tenés dere-
cho adentro de decir nada, es más, no llegás. Termina una psicopedagoga
manejando CONADIS, o una terapista ocupacional. Hay una cuestión que
es grave: basta de congresos de chinos sin chinos. Esto no puede ocurrir
más.
Por mi militancia política conozco muchos compañeros que son de
Entre Ríos: uno de ellos me llama y me dice: “Voy a Buenos Aires al con-
federal”; y le digo: “No es el confederal”. Y le mando el correo que en
CONADIS había un festejo, una charla, y resulta que era para la gilada:
hacen una reunión de discapacidad con toda la gente más famosa, pero a
cuatro o cinco cuadras se reúne el confederal con las máximas autoridades,
que son las mismas que hablan en ese acto donde están las personas con
discapacidad. Le digo: “Cómo no vamos a saber…”. Y hacen esto, los con-
federales en secreto, y los van cambiando, y estando con este amigo mío, yo
no lo podía creer. Sale del hotel el lunes a la mañana y por mensaje le dicen:
Han evolucionado los instrumentos legales que tienen que ver con la
exhibición de matemáticas hasta ahora. En la década de 1920, cuando las
personas ciegas que egresaban del Instituto Nacional de Ciegos se propo-
nían estudiar en una escuela secundaria, tropezaban con serios inconvenien-
tes en cuanto a su manejo, sobre todo con las materias de ciencia. En 1927,
en el gobierno de Marcelo T. de Alvear, se promulgó un decreto que se
llamó “ley Sagarna” (así le decía la gente pero en realidad era un decreto;
Sagarna era el ministro de Educación de Alvear). Este decreto decía que las
personas ciegas estaban eximidas de hacer pruebas escritas, que estaban exi-
midas de cursar dibujo, y del estudio de la matemática, física y química hasta
tanto se implementen cursos para los ciegos. Se aplicaba eso a los alumnos
del Instituto Nacional de Ciegos, que por entonces eran prácticamente los
únicos que se proponían a estudiar en la escuela secundaria.
Cuando el Instituto Nacional de Ciegos desapareció, y se creó el
Patronato Nacional De Ciegos, fue todo una historia. Lo cierto es que el
instituto dejó de existir y las personas ciegas pasaron a estudiar en otros
sitios, en escuelas o en algún otro lugar. Fundamentalmente en escuelas, se
crearon escuelas especiales primarias, y cuando pasaban a la escuela secun-
daria, de alguna manera por extensión, y porque seguramente las personas
ciegas creían que les convenía, se aplicó el decreto Sagarna. Y de hecho, esta
eximición era optativa, decía que estaban eximidos, no decía que se les pro-
hibía estudiar. Eso dio lugar a diversas interpretaciones a lo largo del tiempo
y mucha gente dejó de estudiar matemáticas. Se hicieron muchos esfuerzos
para cambiar las cosas. Me toco formar parte de varias gestiones al respecto,
gestiones que hicimos tanto individualmente como institucionalmente.
Trabajé en Unión Argentina de Ciegos, fui dirigente de la Unidad de
Ciegos y Ambliopes, la UACA, hace muchos años, desde 1975, salvo un
período de dos años entre el 81 y el 83. Fui dirigente hasta que la UACA
dejó de existir, cuando se fusionó con la Federación Argentina de Institutos
de Ciegos y se creó la FAICA. Un año antes de 1974 ya había sido vocal
suplente de la BAC, fui dirigente de ASAERCA durante mucho tiempo,
y ahora soy miembro de la comisión directiva de ASAERCA, que es una
asociación de profesionales de la discapacidad visual.
La famosa “ley Sagarna” se interpretó de diversas maneras. Hubo gente
que pudo estudiar matemáticas, gente que no, gente que se sintió muy frus-
trada cuando llegó a la universidad y pensó que estudiando una materia
humanística no tendría problemas. Por ejemplo, muchos que creyeron que
si estudiaban psicología no necesitaban saber matemáticas, y se encontraron
que una materia que tenían que cursar era estadística, y no tenían la menor
idea de nada, en la escuela secundaria jamás les habían dado nada de mate-
máticas.
Uno tiene muchas historias de gente que pensabas que no le iba a ir
bien y finalmente le fue muy bien, por méritos propios, por esfuerzos que
han hecho o porque uno pudo ayudarlo para que le fuera bien. Y hubo otra
gente con la cual me equivoqué, pero “me equivoqué” quiere decir que quería
ayudarlo y no lo logré, o lo hice mal. O después me di cuenta de que lo que
había que hacer con esa persona era otra cosa. Qué sé yo: uno tiene éxitos,
fracasos, desaciertos, todo eso en la vida se da y uno tiene que asumirlo, esas
cosas ocurren y no está mal que ocurran, somos seres humanos. Entonces
podemos equivocarnos y también podemos tener aciertos.
Después se hicieron muchas gestiones por la famosa “ley Sagarna” y en
algún momento apareció un decreto –el 1876 de 1985– de Alfonsín. Era
muy gracioso porque el título de ese decreto dice: “…se amplía una fran-
quicia a todos los discapacitados…”. Decía que la eximición que existía, la
posible eximición que existía para las personas ciegas se extendía a toda la
discapacidad. Cuando vi esto me horroricé. “Es un retroceso enorme”, dije.
Pero resulta que si uno miraba el decreto, este decía que una persona podía
eximirse de una materia pero los condicionamientos eran francamente
importantes. No me acuerdo exactamente de todo pero una de las cosas que
decía era que una persona podía solicitar la eximición de una materia deter-
minada y que la eximición debería decidirse por una comisión especial reu-
nida al efecto, que tendría que decidir la eximición solamente en el caso de
que esa materia no se considerase fundamental para la carrera elegida. De
hecho, considerar a la matemática “no fundamental” para la enseñanza
secundaria es un disparate que nadie lo va a considerar, con lo cual lo que
quería decir es que nadie se iba a poder eximir de matemáticas.
Después decía que aquella materia en la cual una persona discapacitada
se eximiera, digamos, la tal eximición debería figurar taxativamente en el
título analítico, o sea: en el título no iba a tener una nota de concepto –o
una cosa así– sino que iba a decir que esa persona estaba eximida. Y de
hecho, decía después, esa eximición lo inhibe de por vida para ejercer la
docencia en temas vinculados con esa materia o ejercer la docencia relativa
a esa materia. Con lo cual era un verdadero problema eximirse o intentar
hacerlo, y además, uno podía pedir la eximición y se la podían negar. El
último decreto, en su último artículo, decía que “por el presente decreto son
derogados”… y había una lista enorme de decretos entre los cuales estaba
el decreto Sagarna. Ese decreto, que es del mes de septiembre de 1985, ter-
minó –ojalá que para siempre–, con la eximición de matemáticas en la
tenía que hacerlo, de alguna manera. Los últimos tiempos eran mucho más
fáciles, lo hacía directamente yo. Tengo el manejo de ese programa editor
matemático que se usa en todo el mundo, uno escribe un archivo de texto,
se convierte y aparecen las expresiones matemáticas escritas como corres-
ponde. Yo tipeaba eso, lo convertía en archivos pdf y los imprimía.
Nosotros hemos hecho un curso de matemáticas que organizó la Unión
Latinoamericana de Ciegos y gran parte del material lo escribí yo. Hacíamos
los archivos pdf y se los mandábamos por mail a los participantes. El pro-
grama que usamos se llama Latex.
El Lambda es un editor matemático que facilita la comunicación entre
un docente y un alumno cuando uno de los dos es ciego. Este del que hablé
recién es un editor matemático que se usa en el mundo para escribir mate-
máticas, para escribir las publicaciones, son archivos de textos. Lo aprendí
hace muchos años, incluso la versión que manejo es bastante antigua, ahora
hay una versión más moderna.
En cuanto al programa Latex, la persona que lo creó hace muchos años
–cerca de cuarenta–, lo donó a la humanidad. Hay una página de donde se
baja el programa. Ahora se cobran unos agregados que facilitan un poco
visualmente el manejo del programa, y hay ciertas partes –es un paquete–
que tienen que ver con el editor que se compran. Lo que yo manejo es una
versión antigua: ese libro de anotación matemáticas braille que yo escribí
alguna vez, lo tipeé yo todo, con ese programa, y aparecen los signos mate-
máticos, como si uno los escribiera con un lápiz, y al lado el dibujito del
signo braille. Con una compañera, en la facultad, estuvimos trabajando
mucho tiempo para diseñar el dibujito de los signos braille; eso llevó bas-
tante tiempo hacerlo para que se parezca. Es un marquito, tiene un rectán-
gulo y los tres puntitos: uno puede elegir los puntitos que hace y los que no
hace para todos los caracteres braille que puedan aparecer, y ahí las expre-
siones están hechas con ese programa. Junto con los signos braille aparecen
los dibujitos, porque el libro ese es para aprender la anotación matemática
en braille por parte de una persona que ve, por eso está el dibujito del signo
braille. Ahora bien, si uno lo quiere leer, si uno hace un archivo de ese pro-
grama y lo quiere leer, a un archivo pdf el lector de pantalla lo lee pero a los
signos matemáticos no, porque el lector de pantalla no los interpreta. El
programa es para una persona que ve, que quiere escribir matemática usando
el teclado, no tiene nada que ver con los ciegos.
Para las personas ciegas, lo que en este momento está difundiéndose es
el Lambda, un editor matemático en que uno escribe una expresión lineal-
mente (incluso para las personas que ven aparecen distintos colores); por
ejemplo: un número o una letra que aparece en una expresión tiene color
negro; los signos de operación aparecen con color verde y los signos que se
abren y se cierran, como un paréntesis o un indicador de final o comienzo
de una raíz, aparece con color rojo; y los textos con color azul. Para la per-
sona que ve resulta muy cómodo porque logra identificar más fácilmente
las cosas, eso se escribe todo linealmente y no es que se entienda, no es que
con eso se pueda leer. El lector de pantalla sí lo lee como si supiera leer
matemática. Hay una manera de convertir eso para que en un lugar de la
pantalla aparezca eso escrito como si alguien lo hubiese escrito con lápiz,
como se escribe una expresión matemática, una fracción, una raíz…
También se puede convertir para que aparezca en la pantalla escrito en brai-
lle con los dibujitos de los signos brailles, y esos si se pueden copiar, o expor-
tar, según lo que uno quiera hacer, pegarlo en un editor de braille e
imprimirlo con una impresora braille. Y lo que está escrito en tinta se puede
imprimir, hay que hacer un pase a un navegador de internet como el
Explorer por ejemplo, e imprimir la página. Supongamos que un estudiante
ciego escribe algo y se lo quiere mostrar a un profesor, si lo quiere mostrar
lo imprime y listo.
Lambda tiene que ser perfeccionado. Cuando uno quiere escribir un
libro usando Lambda, es un poco complicado porque hay que insertar el
texto y después el modo matemático es otra cosa, en eso es muy parecido al
Latex (que está mucho más evolucionado). El Lambda es nuevo, apenas
tiene cinco o seis años.
El Latex se usa en todo el mundo para escribir matemáticas. Alguna
vez, cuando la gente del ciclo básico común de la Universidad de Buenos
Aires nos pidió en la editora transcribir exámenes justamente, les pregun-
tamos por qué no usaban el Latex (ellos escriben con el editor de ecuaciones
de Word, que es un problema, porque convertir eso es medio complicado;
para convertir a braille las fórmulas hay que escribirlas de nuevo). El
Lambda también tiene una manera de importar, hay cosas hechas con el
editor de ecuaciones de Word que deberían poder importarse al Lambda
para luego imprimirse directamente, sin necesidad de reescribir.
Suele decirse que desde el Lambda se puede importar una cosa escrita
en otro código, pero no siempre funciona, porque requiere cierta evolución,
cierto perfeccionamiento que una versión posterior lo tenga.
El Lambda no es libre, el Latex sí (una persona lo donó a la humani-
dad). El Jaws tampoco es libre, pero hay una versión del año pasado (2014)
del NVDA, es un lector de pantalla libre; hay una versión que permite tra-
bajar con Lambda, pegarle un archivo que se baja de internet, tiene dos
comerciales de las radios un aviso vinculado con el día del bastón blanco, se
difundía por una semana, eso lo hicimos por dos o tres años. Algo así como
“las personas discapacitadas saben y pueden trabajar y la sociedad tiene la
obligación de darles una oportunidad”; hablaba de las instituciones a las que
podía recurrirse, dábamos el teléfono de UACA, y eso se difundió bastante
tiempo por las radios.
Como te decía, ¡quién iba a estar de acuerdo con un gobierno como ese!
Lo del bastón blanco eran tandas comerciales, no eran avisos del gobierno.
Había cuatro o cinco textos que leían, y estaba estipulado que lo pasaran en
todo el país tres o cuatro veces al día. Lo escuché varias veces, certifico que
lo pasaban. Era claro que no había ningún tipo de publicidad del gobierno,
era un texto que insertábamos en las tandas comerciales; en cuanto hubiera
alguna cosa que tuviera que ver con el gobierno, nosotros no lo hacíamos.
Además, estaba en el estatuto de la institución, no teníamos ningún tipo de
opción, de tipo político, religioso o lo que fuere. No se manifestaba en la
institución en ese sentido. Eso no quería decir que quienes la integrábamos
no tuviéramos nuestras ideas. En algún momento, previo al golpe de marzo
de 1976, habíamos empezado con esta campaña, ya les conté antes. Ese cri-
terio institucional es el criterio que tengo con respecto a mi profesión.
En el año 86 hice una publicidad del Consejo Publicitario Argentino
relativa a las posibilidades que las personas discapacitadas teníamos de tra-
bajar y de desempeñarnos en la vida. Hubo varios cortos de esos, uno de
ellos era mío. Una de las cosas que hice fue aparecer dando una clase en la
facultad escribiendo yo en el pizarrón. Eso motivó una lluvia de gente que
vino a hablar conmigo, de revistas, era una cosa terrible. Recuerdo a un
periodista que quería sacarme una foto escribiendo en el pizarrón. Yo me
negué terminantemente, no era lo más importante de mi actividad. Ese tipo
estuvo conmigo durante todo un día. Me llevaron al Jardín Japonés, a un
lugar donde hay un puentecito, querían sacarme una foto donde se viera el
agua y yo. Y yo tenía miedo de caerme. Fue un disparate descomunal, le
dije al tipo “sacame de acá”. Yo tengo un hijo que tiene 33 años y en aquel
momento tenía 5, estaba en el jardín en ese momento, quería sacarme fotos
con mi hijo y mi mujer. Me hizo muchas preguntas: ¿Cómo hacía yo cuando
recibía una carta? Me decía: “¿A vos te da bronca?”. Sí, me da bronca pero
lo bueno es canalizar la bronca para buscarle solución al problema. La nota
se llamó “noche en los ojos, sol en la vida”. Esa nota decía: “Llega una carta
a sus manos, siente el olor de la tinta, sus dedos tocan esas letras que qué
dirán y entonces la bronca, el por qué a mí”. Jamás había dicho nada de eso.
nosotros, por ser una minoría, los que nos tenemos que adaptar a un mundo
que la mayoría maneja. Seguramente este mundo va a tener que tener en
cuenta e incluir algunas cuestiones que nos permita a todos vivir de la mejor
manera.
Yo escucho a pibas o pibes decir: “Yo voy al colegio y mis compañeros
no me dan bolilla”; la pregunta es qué hacés vos para que tus compañeros te
den bolilla. Para mí, si la integración empieza mal desde ese lugar va a estar
complicado que esa persona cuando sea adulta pueda defenderse. Me tocó
vivirlo sin nada de información cuando tenía 13 o 14 años; fui yo el que me
tuve que poner a la par de mis compañeros y no mis compañeros a mi par
porque tenían un compañero ciego. Y después de un año o dos de conocerlos
terminé siendo uno más del grupo y me trataban de la misma manera. Eso
tiene que ver con un trabajo y con una evolución de las relaciones. Es muy
personal esto. Pero sí siento que hay muchas personas con discapacidad que
ponen la responsabilidad en el otro. A mí me da esa sensación.
El derecho a la lectura
una cosa es no poder ver y otra es no poder vivir una vida plena. Eso es lo
que le queríamos mostrar, y esto desde la práctica no de lo teórico sino de
la experiencia.
También hubo aspectos negativos, como por ejemplo momentos difí-
ciles a nivel de institución. Viví toda una época en un gran conflicto con
una persona que dirigió la biblioteca, Daniel Rojas. Fueron como 4 o 5 años
que en realidad son como 10, porque al vivir situaciones de crisis, de muchas
decisiones que tomar, eso hace que uno tenga un gran aprendizaje. El hecho
de estar en la BAC me permitió integrar la FAICA, ahora soy vicepresi-
dente de la FAICA.
Hay mucho para hablar del trabajo de una organización.
Respecto de mi carrera, en realidad yo empecé en el 2001, después
dejé muchos años y estoy tratando de terminar ahora; por el hecho de
hacer tan larga la carrera, muchos de mis compañeros terminaron, otros
dejaron en el camino. Entonces, me vinculo más con la gente que cursa
puntualmente la materia que yo estoy cursando. Quizás, donde encuentro
algo que tiene que ver con la militancia es que ahora estoy colaborando
con la comisión de discapacidad de la Facultad de Filosofía y Letras. Ahí
también se producen materiales accesibles, en colaboración con labelmate,
se trabaja en encuentros, no solamente sobre accesibilidad de materiales,
sino sobre todo lo que implica la accesibilidad en la universidad. Desde el
ingreso hasta las barreras físicas que hay, cómo se pueden paliar este tipo
de situaciones, cómo se pueden eliminar estas barreras. De alguna manera
se pudo generar otro cauce institucional, que me gustó mucho porque
también es compartir con mis pares, sean alumnos, compañeros o profe-
sores de la universidad que trabajan en esto; es como unir mi militancia
con respecto a la discapacidad visual con la carrera que yo hago, que está
vinculada con las humanidades.
Pude participar de un congreso en la Universidad de General
Sarmiento, donde se ve la cuestión de la discapacidad y las cuestiones que
ahí se tratan son muy amplias. También centrándolo en esto, este programa
en la universidad no quiere generar una especie de “discapacitólogo”, alguien
que conozca un poco de lenguaje de señas, un poco de braille, sino que la
idea del programa es que las distintas instancias de la universidad se com-
prometan en generar una universidad más inclusiva. La idea no es que me
consulten sobre cómo hacer una biblioteca accesible, sino que en todo caso,
si me llega la consulta, yo derive eso a la parte de biblioteca, que es la que
se tiene que hacer responsable de eso. O lo dejo con el área de publicaciones.
Estos programas funcionan en el área de bienestar estudiantil, en el área de
Son las diversas vocaciones que uno tiene y ganas de hacer cosas que va
postergando. Por eso digo que me ayudó mucho eso de que hace un año
estoy colaborando con esta comisión de discapacidad de Filosofía y Letras,
que a su vez está integrada en la comisión de discapacidad en la UBA. Me
ayudó un poco a congeniar y me gustó el espacio.
Ahora, desde Tiflo, en una etapa nueva para mí, estoy colaborando con
el voluntariado y viendo todas las cosas que se pueden hacer, sumando esa
experiencia que tuve en la BAC y ayudando en otro espacio. Otra cosa: en
el 2000 trabajé en la biblioteca, en los famosos Plan Trabajar que existían
en ese momento (esto dura hasta el 2001). Me acuerdo que nos pagaban
con patacones o con lecops. Para mí era una plata en ese momento, era
mínimo pero me ayudó, fui de viaje unos meses, me ayudó para tener mi
propio dinero, ¡lo importante que era eso! Ahora bien, ciento veinte o dos-
cientos pesos, una miseria, pero, mis viejos siempre me pudieron ayudar,
entonces para mí era plata mía, yo podía salir y hacer lo que quisiera con
esa plata. Eso fue muy importante.
Después que dejé de trabajar ahí, en el 2002 o 2003 más o menos, inte-
gré la comisión directiva por un año, hasta finales del 2008, y de 2008 hasta
2014 cumplí distintas funciones en la comisión directiva. Me permitió de
alguna manera tener una mirada más amplia sobre los procesos de la disca-
pacidad visual.
¿Vieron que hay una opinión generalizada de que las cosas se hacen mal
por una cuestión de corrupción, lo que sea? Yo estoy seguro de que hay
muchas cosas que se hacen mal por desconocimiento, ignorancia o por falta
de personas que ayuden en un proyecto. Hay muchas situaciones que suce-
den por eso, muchos proyectos se malogran por falta de continuidad, por
problemas internos de las organizaciones y, también, porque cuesta mucho
incidir desde el lugar de uno hacia afuera; con las empresas, con el mismo
Estado. A pesar de eso, entiendo que se ha progresado bastante en general
en el ámbito de la discapacidad visual, el hecho de que hoy tengamos una
Convención, distintas leyes, por ejemplo, el tratado de Marrakech sobre el
acceso a la lectura, la ley sobre perros guías, la accesibilidad bancaria. Esas
leyes tienen que cristalizar en prácticas concretas, eso no siempre sucede, es
una cuestión de ir generando conciencia social. Y me parece que esa con-
ciencia se genera de a poco. Otras de las cosas interesantes que hicimos
desde la biblioteca son talleres en escuelas, donde no solamente mostrába-
mos qué hace la biblioteca, sino también cuáles son las posibilidades nuestras
como personas ciegas. Mostramos el uso de la computadora, del braille,
cómo se usa un bastón, qué podemos estudiar, trabajar. Ahí había preguntas
desde cómo hacés para ponerte la ropa, cómo hacés para distinguir el
champú de la crema de enjuague, cosas que las personas más grandes no
preguntan, porque tienen miedo de que sea una boludez lo que preguntan,
y en realidad, tienen esas ganas de preguntar. Un chico es más desprejui-
ciado, me parece que, quizás, de todo lo que nos dice un chico uno puede
tener una imagen, una imagen de una persona ciega que puede moverse por
sus propios medios. Eso va generando silenciosamente conciencia en la
sociedad. Se hace de a poco pero se va logrando. También esto de saber que
no somos un ejemplo de nada, sino que somos personas ciegas que tratamos
de hacer las cosas desde nuestro lugar, y no solamente somos ciegos sino
que tenemos ideología, pensamientos, que nos valoren por lo que somos y
no sólo por el hecho de ser o no ciegos, o tener o no una discapacidad.
La biblioteca surgió en 1924. Puedo contar la historia porque leí un
libro de un historiador que se llama Ángel Prignano. En el 2004, cuando
se cumplían los 80 años de la BAC, él hizo un pequeño librito donde cuenta
la fundación. Conozco bastante la historia de cómo se fue armando esto.
Lo que subrayo es que en la fundación de la biblioteca hubo tanto personas
ciegas como personas con vista. Estaba Julián Baquero, que era un ciego
español que vino a la Argentina, se estableció aquí. Otras personas que cola-
boraron fueron María Marchi, ciega también, Alberto Larrán, que era escri-
tor y periodista, Agustín Rebuffo, que era oftalmólogo. Otro que estuvo en
la fundación en los primeros momentos fue Antonio Pegoraro, un tiflólogo
que escribió un libro editado en el 64 que es la historia de la tiflología argen-
tina, donde cuenta la creación de los colegios de ciegos, etc. Esos básica-
mente fueron los fundadores. La biblioteca empezó a funcionar en Flores,
después se pudo comprar el terreno y construir en la calle Lezica.
En el 32 pasó a funcionar donde está ahora. Al principio, los departa-
mentos se alquilaron y después se pudo comprar todo el edificio, que ahora
es de la biblioteca. Tiene una historia muy rica donde también desde el
comienzo hubo voluntarios formando parte de la institución, porque lo pri-
mero que hizo Julián Baquero es crear una biblioteca, y que ahora haya en
braille. Para eso hizo que se sumaran voluntarios, les enseñaba el braille y
ellos copiaban los libros. Obviamente, la mayoría de los libros de la biblio-
teca son transcriptos por voluntarios y muchos están en una sola faz y hay
libros que tienen 70 años y se leen perfectamente. La biblioteca no es la pri-
mera institución, primero fue la Fraternal, que se creó en 1916, que decía
La Fraternal Institución de Ciegos para Ciegos, donde las personas con
vista podían participar pero no podían tener cargos directivos, que eran sola-
mente ocupados por ciegos. Y eso hizo que se empezaran a generar los pri-
meros kioscos. Los primeros lugares donde se podía vender en la vía pública,
los permisos. Es toda una historia de lucha donde por supuesto la gente no
tenía los mismos medios que ahora. En general los institutos de ciegos, en
esa época, tenían un gran nivel en la docencia; entonces, personas ciegas
que no podían cursar el secundario salían de todas maneras muy bien pre-
paradas, con una gran cultura general, y eso hacía que pudieran desempe-
ñarse en distintos lugares. Por eso, existió la banda de ciegos, el coro, todo
lo que más o menos uno ya conoce.
Cuando era más joven, como a los 20 años, no me interesaba la historia
de la tiflología. Decía: “Estas son cosas del pasado y son historias”. Y me
fui dando cuenta, al leer más, cómo muchas veces en el presente creemos
que hay cuestiones que son de nuestro tiempo y, en realidad, ya vienen de
arrastre, ya tienen toda una historia propia que nos antecede, y que quizás
siga después de nosotros. A veces se tiende a pensar que hay conflictos que
son de ahora, y en realidad no. Nosotros formamos parte de toda una ilación
de la historia, somos continuadores y a la vez predecesores; formamos parte
de un eslabón muy frágil, delicado, que es este momento. Tenemos que
reflexionar en el marco de un horizonte histórico más amplio; eso veo a
veces como dificultad. Muchas veces, al no conocer la historia, hay gente
que piensa que está inventando el carozo del universo en cinco minutos, y
no se da cuenta de que está repitiendo el mismo error que otros ya repitie-
ron, o que está buscando por un camino que otros ya transitaron. De lo que
se trata es de conocer esos caminos para generar otros nuevos. Realmente
hay muchas cosas que quedan por hacer. La tecnología no resuelve los pro-
blemas, sino que se trata de ver cómo la usamos y cómo nos organizamos
para resolver las situaciones.
De nada sirve contar con mucha información si no sabes cómo buscar,
y si no tenés el tiempo para buscar lo que querés conocer, hay mucho por
trabajar. Estamos en un momento donde hay una transición en cuanto al
uso del braille, porque quizás la gente casi no lee libros, esos mamotretos
que uno estaba acostumbrado a llevar de chico a su casa, llevarse varios
tomos. Estamos en una etapa en la gente quiere leer más libros en la com-
putadora y va a usar el braille para cosas más pequeñas para la vida cotidiana,
que los medicamentos estén traducidos en braille, que las paradas de colec-
tivos también, que haya carteles en los subtes, que nos ayude para votar de
manera autónoma.
A la vez, me interesa esto de pensar qué pasa con los libros para chicos,
cómo el braille se puede combinar con ilustraciones, con dibujos, para que
el libro sea atractivo desde lo sensorial. Son todas cuestiones que uno va
El derecho a la información
Hoy con lo que contamos es con Windows, con lector de pantalla gra-
tuito e instrucción libre de NVDA, y en Linux teníamos distintas cosas pero
no había algo muy claro… o sea, la primera distribución que entregó el
gobierno no tenía un sistema operativo con lector de pantalla, después se
hizo con una distribución llamada Ubuntu, pero después arrancaron con
una distribución argentina, o sea, algo hecho acá en Argentina, y tiene
supuestamente un escritorio que es accesible con el lector de pantalla Orca,
como viene en el Ubuntu.
Para mí era muy importante el tema del software libre, porque estaba
viendo que justamente el software libre se basa en cuatro principios, que vos
puedas adquirir el software que querés, lo puedas copiar, modificar y distri-
buir esa modificación. Si no puedo modificar o acceder a ese software libre
porque no tengo lector de pantalla o el producto tiene problemas de acce-
sibilidad y no me permite modificarlo por x motivo, deja de ser software
libre porque me está limitando la posibilidad de modificarlo, ejecutarlo o
redistribuirlo.
Tenemos que partir de la base de qué es accesibilidad. Según el dic-
cionario, es facilidad de acceso. Lamentablemente, estoy cansado de que
la palabra accesibilidad se utilice en forma incorrecta, sobre todo por comu-
nicadores sociales que equivocan accesibilidad con asequibilidad, con faci-
lidad de adquirir. Muchas veces dicen “créditos accesibles” cuando en
realidad son “créditos asequibles”. Estamos hablando de facilidad de acceso.
Si vamos a las definiciones que daban, por ejemplo, como el consorcio de
w3c, sería la facilidad de acceso a la información independientemente de
las capacidades de los usuarios, de la infraestructura de red, de la tecnología
que utilicemos, que todos podamos acceder al contenido, más allá de si
tenemos alguna discapacidad o alguna limitación temporal en nuestras
capacidades.
Pero básicamente es proporcionar flexibilidad para acomodarse a las
necesidades del usuario. El tema se basa en los principios del diseño uni-
versal. Y no nos tenemos que olvidar que la accesibilidad es una de las tantas
disciplinas que están dentro de lo que se llama el diseño centrado en el usua-
rio. Para muchos, la accesibilidad es una especie de sinónimo de diseño uni-
versal (porque justamente, lo que facilita es un diseño universal, que debería
ser accesible para todos). Otra de las disciplinas es la usabilidad: una defi-
nición rápida de ella sería “facilidad de uso”. Pero que sea fácil de uso no
quiere decir que sea accesible; en cambio, si el producto es accesible, facilita
el uso, esto es, no quiere decir que sea usable pero por lo menos facilita más
el uso.
sitios públicos que por cagar a las ONG. Porque están avanzando bastante
con el tema este de crear este sistemita, el sistema este para llevar un registro
de las organizaciones que estarían involucrados, organismos, institución o
empresa, y a su vez si van a cumplir o no.
Se va a dar a difusión en algún momento, cuando se termine de des-
arrollar, una herramienta que está haciendo una persona que nosotros cono-
cemos, que fue contratada. Todavía está en la etapa de desarrollo, no tengo
fecha cierta pero sí se va a empezar a difundir, creo que incluso estaban en
tratativas de publicitarla a través de la Televisión Pública, del canal oficial.
No creo que lo vea mucha gente a ese canal, pero se supone que van a difun-
dir el tema. Sería bueno que se difunda también por otros medios. Pero
también sería bueno que empiecen a cumplir primero ellos, para empezar a
exigir a los demás.
Pasa un poco como en la televisión. A mí me consta que por ejemplo
Canal Trece y Telefe, dos canales privados, cumplen más con la Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual, con respecto a lo que es subtítulo
y audiodescripción, mientras que la TV Pública tiene poca programación
con subtitulado y cero programas con audiodescripción, ni tienen la capa-
cidad técnica de transmitirlo por ahora. Están más preparados los privados,
y el Estado está incumpliendo la misma ley con la cual presiona a los canales
privados.
Por eso espero que en los sitios públicos no pase esto, que se les dé más
importancia a los no públicos. En realidad, los sitios públicos lo que pueden
llegar a hacer es iniciar un expediente administrativo, no tienen sanción ni
de multa del responsable ni sanción judicial (lo único que tienen es una san-
ción administrativa, a lo sumo lo echan).
Voy a hablar de Argentina, que es lo que más me toca. Argentina tiene
muchas leyes, tiene muchos programas sociales, o sea, tiene muchas cosas
relacionadas con las personas con discapacidad y muchas ideas buenas. El
tema es que realmente hay poca gente idónea; o por lo menos, a esos pro-
gramas no los usan en forma idónea. Y me gustaría que se incluyeran per-
sonas con discapacidad en esos programas, porque yo veo la gran ausencia
de personas con discapacidad, o gente que está realmente metida en el tema.
No puede ser que la empresa que lleve el tema de la audiodescripción
sea una organización de sordos, no es lo idóneo. Lo lógico es que las perso-
nas que asesoren a esa empresa sean personas con discapacidad visual, no
con discapacidad auditiva. Me gustaría que haya más participación de per-
sonas con discapacidad en los distintos roles dentro de la organización del
Estado. Si vemos claramente la CONADIS, ninguna persona con cargo
importante tiene discapacidad (creo, por ahí me equivoco, pero la única per-
sona que en este momento está relacionada con la CONADIS es en el
observatorio, el arquitecto Bernardelli, no sé si tiene otro cargo, no sé si
tiene cargo ejecutivo dentro de la CONADIS). En la mayoría de los orga-
nismos que yo conozco que están relacionados con la discapacidad –llamale
INADI, AFSCA, etc.–, no hay personas con discapacidad trabajando que
tengan algún poder de decisión o ejecutivo. Y también, sería bueno que par-
ticiparan más en otras actividades, en la política, en la cultura, que haya más
participación de personas con discapacidad en todos los ámbitos.
Por ejemplo, hace un mes publicaron varias convocatorias de concursos
laborales. Yo no me tomé el trabajo, pero si te tomás el trabajo de indagar
en ese concurso: ¿qué porcentaje de personas con discapacidad son las que
se convocan? Aparte hay otro tema. Arman concursos y dicen: “Para tal
puesto, hay para cinco personas con discapacidad”. Si vos te presentás a otro
que no es con discapacidad, si das bien el examen, priorizan tu caso, no me
consta. Yo me acuerdo de uno, para el mismo cargo “asistente de no sé qué”,
había 57 empleados, y 5 con discapacidad. Creo que no tendrían que hacer
esa diferencia, hacer dos renglones, uno con discapacidad y el otro sin dis-
capacidad para el mismo cargo. Tendría que ser una sola la convocatoria.
En realidad, ya tenemos números negativos, no sé cuál fue el último informe
del tema del cupo laboral en la Nación, el año pasado creo que era el 0,78%,
no llegaba al 1%, y después de varios años que tienen que estar cumpliendo
el 4% del cupo.
Te doy un ejemplo claro, hace dos o tres años (¿viste que la Convención
Nacional tiene un observatorio? Hay una reunión que se hace una vez al
año donde tienen que presentar el informe país. Tienen que presentar y
dicen: “¿Cuánto estás cumpliendo de la Convención?”) fueron y dijeron:
“Estamos trabajando en el decodificador accesible de la televisión”, y no era
cierto, porque el Estado no estaba haciendo nada. Yo, en ese mismo
momento, estaba asesorando a una empresa privada que era uno de los tan-
tos proveedores del Estado, para decirle: “¿Che, se puede hacer esto? Si se
puede hacer bueno…”. Cuando estaba presentando ese informe, en la
ONU, en ese momento, recién se estaba en la etapa de la investigación,
recién se habló, “bueno, tendríamos que hacer una licitación…”. No estaba
trabajando el Estado; el único que estaba trabajando era una empresa pri-
vada y el Estado lo único que estaba viendo era “¿cómo hacemos la licitación
para comprar estos decodificadores que va a hacer alguien?”.
Muchas veces uno ve los informes y después se entera de que sale el
informe Sombra. O sea que, por otro lado, sale el informe de las organiza-
ciones que dicen lo que realmente pasa, qué es lo que no cuenta el Estado
con respecto al cumplimiento. Lo que veo es eso: nos utilizan, nos usan para
beneficiarse ellos políticamente. Tenemos el programa de Conectar
Igualdad. Les entregamos las netbooks a todos los chicos de todas las escue-
las de educación especial, entregamos decodificadores para personas con
discapacidad, y es más venta de humo que otra cosa lo que están haciendo.
Y es bueno porque quedan bien: “Ah, sí, ayudamos a los pobres cieguitos”.
Algo parecido –o peor– pasa en Chile con el Teletón. Usan a las per-
sonas con discapacidad para jugar con la lástima de la gente para sacarle
guita. Ojo, tengo entendido que la gente de la fundación esta que recauda
toda la plata hace cosas, no para todos, pero por lo menos destina parte de
la recaudación para beneficiar a personas con discapacidad.
Se sigue usando para ese caso el modelo médico asistencial y el dar lás-
tima al público mostrando imágenes de una persona con discapacidad
(“pobrecito, vamos a darle plata”), cuando eso es lo que no queremos que
pase. Estamos queriendo que nos incluyan, que nos den la posibilidad de
demostrar que también tenemos capacidad para otras cosas.
La identidad social del colectivo de las personas con discapacidad, la
gente convencional te ve de distintas maneras; depende el ámbito en que te
muevas te pueden ayudar o ignorarte. Tanto en el ámbito laboral como en
cualquier otro ámbito te puede pasar eso. Yo trabajo en una empresa donde
trabajan más de cuatrocientas personas, y soy la única persona ciega en esa
empresa. Me manejo de forma independiente. Te dicen: “Flaco, todo muy
bien, qué bueno lo tuyo”. Pero cuando querés pedir y necesitas algo: “¡Uy,
no, vamos a ver más adelante!”. No hay un compromiso; por lo general,
saben que tienen a una persona con discapacidad. En los medios públicos
te puede pasar que te ignoren o que te ayuden. Realmente no me queda
claro cuál sería la identidad en ese caso para nosotros: a mí no me queda
claro qué es lo que piensa la gente, salvo casos esporádicos. Te pongo un
ejemplo. Llego a una esquina y me han pasado situaciones ridículas, esperar
apoyado en la ochava porque me voy a encontrar con Silvina y que me digan:
“Señor, ¿necesita ayuda?”. “No, me puedo sostener solo contra la pared”. Y
después tenés la otra absurda que cuando estás en el cordón de la vereda
esperando para que te ayude alguien a cruzar, todos te pasan como un poste
y nadie te pregunta. Una vuelta me pasó en una esquina; estaba en la esquina
de una plaza esperando para cruzar, paró un motociclista y me dice: “Señor,
puede cruzar tiene luz verde”. “No, gracias, ni en pedo cruzo solo”, le digo.
“A ver, espere”, subió la moto a la vereda, la apagó, me cruzó y después vol-
vió a buscar la moto. Y también me pasó alguna vez con un taxista. Como
El derecho al trabajo
derechos de las personas con discapacidad, que tenía una acción eminente-
mente política, llamada a incluir en la sanción de normas con otros criterios.
Ya había una ley nacional, que como todas las leyes acá en Argentina era
sistemáticamente incumplida: regulaba la inclusión de un cupo de trabaja-
dores con discapacidad. Ya había habido otro intento mucho más profundo
en la época del peronismo, que no había tenido ninguna aplicación ni nin-
guna duración en su vigencia. Sí, después del 81, con la sanción de la Ley
22.431, que era un régimen de promoción y protección de las personas con
discapacidad, como le gustaba llamarla, que no promovía ni protegía a nadie;
en realidad, porque ese cupo del 4% que la ley regulaba para los organismos
públicos, los centralizados, las empresas privadas prestadoras de servicios,
no se había cumplido jamás. Como tampoco se cumple ahora, ningún cupo
preservado tanto en Nación como en Ciudad. En Nación tenías cupo del
4% y en Ciudad –después, con la declaración de autonomía, demagógica-
mente para mi gusto– se aumentó al 5%, cuando jamás se había cubierto ni
el cupo del 4%. Como jamás se cubrió hasta ahora, fue necesario, en mi
búsqueda personal de empleo, recurrir a la vía del amparo, y ahí choqué con
otro problema, que era el del acceso a la justicia de las personas con discapa-
cidad. Porque es una temática, que así como está por fuera de las políticas
públicas, está por fuera de las currículas de las distintas disciplinas. Era un
tema que no se estudiaba ni se estudia en las universidades, de modo que al
buscar un patrocinio en algunas esferas sociales que me acompañara en este
reclamo por vía del amparo, para integrar ese cupo regulado por ley, no
encontraba abogados que entendieran qué era lo que yo pretendía. Hasta que
de tanto buscar, y acompañada por la entonces controladuría comunal, hoy
Defensoría del Pueblo de la Ciudad, logramos el compromiso de una orga-
nización como la Asociación por los Derechos Civiles, que sí me patrocinó,
logrando un buen resultado a nivel sentencia. Pero que seguía chocando con
los prejuicios, con los mitos que están aún hoy presentes en relación con la
discapacidad. De modo que faltaba librar una batalla más, que era poder
demostrar que uno tenía algo para ofrecer. Eso me obligó prácticamente a
simular que trabajaba en discapacidad (digo simular, porque si bien el trabajo
era mucho, no había sueldo, no había reconocimiento, no había aportes,
vacaciones, no había régimen laboral aplicado a todo ese trabajo).
Por suerte, después de ese tiempo trabajando y demostrando que no
había ningún organismo ni organización a nivel gubernamental promotora
de esos derechos, logré un empleo remunerado en relación con eso. Hoy
soy directora de la Dirección de Derechos de las Personas con Discapacidad
de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, donde hace 18 años que trabajo.
Que trabajo y milito al mismo tiempo (tengo la suerte de tener una mili-
tancia rentada). Esa es la historia de mi militancia, que parte de un reclamo
hacia los poderes gubernamentales, fueran del color que fueran, porque no
había gestión conocedora de todo esto, y una militancia social que consistió,
fundamentalmente, en armar otra estructura diferente al resto de las orga-
nizaciones sociales dedicadas a discapacidad.
Yo tuve polio allá por el año 52. Fui una de las “beneficiarias” de esta
terrible epidemia, porque conté con un entorno familiar, sin muchos recur-
sos económicos, pero con una visión clara de privilegiar mi educación, mi
participación en todas las cuestiones posibles. Obviamente, guiados por un
modelo médico, pero que en aquella época libró una dura batalla, porque la
epidemia fue grande. Tuve la fortuna de salir viva de esta batalla y aquí
estoy. Fui siempre a escuela común, esa era la idea de mi familia. Hoy esta-
mos luchando muy fuertemente porque eso sea realmente un derecho de
todos. Seguimos discutiendo si la educación es común o especial. Considero
que la educación especial segrega, limita, separa… Considero que todos los
docentes deberían ser preparados para todo tipo de educación. Y todos esos
recursos que afortunadamente la persona con alguna discapacidad recibe de
la escuela especial, debería estar disponible en la escuela común. No tengo
dudas si la educación tiene que ser común o especial, estoy segura que debe
ser inclusiva. Creo que podremos incorporar como todos los estudiantes,
algunos un poco más de conocimientos que otros. Lo que sí nos va a dar la
educación inclusiva es una plena participación dentro de la comunidad a la
que pertenecemos. Después se verá quién es más Einstein que el otro; a
nadie se le pide que tenga el mismo rendimiento, a nadie se le pide que todo
el mundo sea un promedio 10 o, entre comillas, abanderado del estableci-
miento; unos lo serán y otros no, y esa es la idea. Por eso participo plena-
mente en la idea de la educación común para todos, con adaptación de
currícula cuando sea necesario y con una modificación en la preparación de
los docentes, que los ponga a disposición de cualquier estudiante.
Mi vida fue muy linda. Tuve una familia de crianza, que no era la mía,
la biológica. Aunque nunca dejé de tener contacto con mi familia biológica,
fui criada por otra familia, que privilegió estos principios que te digo, cuando
todavía no se hablaba de inclusión, participación, medidas positivas, ajustes
razonables. Fui educada de modo de adaptarme a cualquier ambiente,
teniendo, sí, muchísimo apoyo para que yo pudiera zafar de lo que en esa
época se entendía como una limitación muy profunda. Tuve los recursos sufi-
cientes para vivir la niñez plena, con un grupo de compañeros que hasta hoy
en día me acompañan, tanto de la escuela primaria como de la secundaria.
resto de las vulnerabilidades. Creo que hay toda una cultura de dependencia.
Las mismas familias reaccionan con cierto temor ante el protagonismo
directo de esa persona vulnerada. Por un lado, me suena a veces como una
sobreprotección que anula, y en otros casos me da la impresión de que es el
terror por tener que redistribuir recursos que siempre estuvieron en manos
de unos pocos, ninguneando, como vos decías, a estos que están ante la
necesidad concreta. Creo que el secreto para formar una comunidad salu-
dable está ahí, en redistribuir los recursos. Como se decía antiguamente:
para darle a cada uno lo que cada uno necesite.
Tengo un deseo que trato de hacer explícito, en cada saludo, y es que
ojalá todos tengamos lo suficiente, ni más ni menos. Lo suficiente como
para integrarnos, incluirnos en una comunidad que debe recibir de mí, lo
más que yo pueda dar, y que debe darme todo lo que necesite, en la medida
en que no estemos hablando de un hedonismo absurdo. Mi saludo de fin
de año es “que el nuevo año te dé lo suficiente”.
Estamos viviendo una etapa de la vida muy complicada, donde el capi-
talismo ha hecho de las suyas, ha creado sociedades monstruos, donde el
valor de cada uno es lo que tiene en vez de lo que es.
Me llamo Carolina, tengo 41 años. Durante mucho tiempo tuve una rela-
ción periférica con el tema de las organizaciones de personas con discapa-
cidad. Desde jardín de infantes fui a un colegio común y en la primaria hasta
cuarto grado tuve maestra integradora particular, porque en ese momento
no existía la ley que le competía al Estado el poder pagar una maestra inte-
gradora, así que la abonaban mis padres.
Antes tenía disminución visual, en la adolescencia perdí mucho más
visión y me quedé prácticamente ciega, pero siempre me ayudé de todas las
herramientas que usamos las personas con discapacidad visual, los ciegos.
Por ejemplo, cuando iba al jardín, si bien tenía mucha más visión que ahora,
para pintar, me ponían con hilitos, o lanas, con plasticola o lo que sea, todos
los contornos de la figura para que pueda pintarla. Desde chiquita mi pro-
ceso de lectoescritura fue en sistema braille. Me enseñaron los dos sistemas,
pero en el que más se profundizaron y con lo que me evaluaban era con el
sistema braille directamente. Tengo retinitis pigmentaria: era un poco obvio
el pronóstico de que cada vez perdería más visión. Aunque en el jardín veía
un poquito más, ya me incorporaban estos recursos.
Después salió esta disposición de que la maestra integradora la pagaba
el Estado. En cuarto grado ya iba a la tarde, a la escuela Santa Cecilia, sólo
una vez por semana para aprender musicografía. Porque estudiaba piano a
la tarde, era indispensable que estudiara musicografía. En quinto grado,
cuando salió esta resolución, les preguntaron a mis padres si yo me quería
integrar al primer grupo de personas con discapacidad visual que integraban
en la Santa Cecilia con maestra integradora de dicha institución. Ahí me
empecé a incorporar en una institución de personas con discapacidad más
fuertemente, porque iba toda la mañana al colegio 12 común y a la tarde al
Santa Cecilia a hacer las tareas con todo el resto de los chicos y las chicas,
que estaban integrados por la maestra.
Empecé a tener contacto con chicos de mi edad ciegos y con baja visión.
Después, en la secundaria, perdí un poco ese contacto. Sólo mantuve un par
de amigos, y tampoco estaba la secundaria organizada institucionalmente
alrededor de esto de la integración y me arreglaba como podía, sin maestra
porque era trabajar en una cátedra todo el tema de discapacidad y en otra cáte-
dra, discapacidad y lenguaje. Aprendí un montón con ella como fonoaudió-
loga, y en este trayecto de ser docente.
Había rendido el examen de residencia de la Dirección de Capacitación
de la Ciudad de Buenos Aires. Rendimos dos mil; había diecinueve en resi-
dencias, doscientas y pico de concurrencias y lo único que pude cazar fue la
concurrencia, por lo cual no me pagaron un peso, pero fue uno de los lugares
más placenteros que transité, porque ahí hice la especialización en terapia
familiar sistémica y me formé en un montón de saberes, entré en el Borda,
en el servicio de terapia a corto plazo.
Ahí hice mucho trabajo de militancia con las personas con discapacidad
psicosocial, que hasta ese momento no se reconocían como tal.
Voy a saltear un poco. Venía siendo muy ordenada cronológicamente,
pero les quiero contar una anécdota que para mí fue la satisfacción profe-
sional más grande que tuve en mi vida.
Atiendo a una joven que tiene un diagnóstico bipolar, y cada dos o tres
años, aparecen esos famosos brotes y la tienen que internar, poquito tiempo,
cada vez menos, pero son internaciones bastante caóticas. En el 2010 se
sanciona la ley de salud mental, y por estar inmersa en el mundo de REDI,
para mí la forma de militar la ley era compartírsela a todos los pacientes. Y
le decía a esta paciente en particular, que existía esta ley, que la imprima y
la tenga en su bolsillo. En el 2011 tiene un brote, cae por una obra social,
justo el hermano la había metido en una obra social hacía un año, y en vez
de ir al Borda cayó en una clínica privada. Empezaron con esa famosa situa-
ción apremiante que hacen con todas las personas que internan, que durante
un mes no podía ver a la familia. Ella muy bien plantada, y en el medio de
su locura, con ese hilito cuerdo que tenía, sacó de su bolsillo la ley de salud
mental y dijo: “¡Momento, estos son mis derechos, quiero llamar a mi mamá
y me corresponde ver a mi familia las veces que quiera!”. Eso para mí fue:
“Listo, me puedo retirar”. Algo muy fuerte.
Transité ese espacio de consultorio particular y este espacio de los doce
años del hospital Borda militando por los derechos de la salud mental, que
me encantó. También tuve situaciones horribles, y así como lloré de alegría,
lloré de tristeza, por tener que enviar a un paciente a un servicio de crónicos
porque nadie se hacía cargo de él y fue horrible… En ese momento no había
dispositivos de casa de medio camino, no existía nada porque era el año
2001. Por eso cuando digo que falta mucho, estoy absolutamente conven-
cida de que falta mucho, pero también de que se hizo mucho. No sé si todos
somos conscientes de que estamos haciendo historia, en este recorrido del
si bien capacito a todos los docentes del país, aprovecho para hacer mi aporte
sobre sexualidad y discapacidad, y por razones obvias, sale en los talleres
que yo doy la temática, aprovecho para trabajar mucho estos temas, cues-
tiones de género…
Son docentes de escuela común, están mezclados. Muchos docentes de
escuelas comunes tienen alumnos integrados, o tienen familiares. Existen
muchas historias que me cuentan, que no saben cómo abordar estas cues-
tiones, incluso a nivel familiar o con algunos alumnos. Una vez, una docente
en Misiones me dijo: “¡Qué interesante todos los recursos que nos dan!
Porque a raíz de una experiencia que tuvimos nos dimos cuenta de que tene-
mos que ser muy cuidadosos para dar, dentro de una misma aula, determi-
nados contenidos con diversos recursos pedagógicos, porque damos por
obvio algunas cuestiones que no son obvias”.
Estaban trabajando los cambios físicos que se van dando en la primaria,
y había un alumno ciego en ese colegio, por lo que se tuvo que trabajar más
específicamente con recursos pedagógicos que necesitaba el alumno ciego.
Hizo una pregunta que quizás muchos no se animan y generan fantasías,
pero que por diferentes rasgos de personalidad o por el contexto no se
anima; el chico decía: “¿Pero dónde crece el vello? ¿En qué partes? ¿En la
oreja?”. Entonces, parece que no, pero son espacios en los que uno no se da
cuenta pero también está militando con estas temáticas. Ni te cuento las
caras, cuando ven que la tallerista que los va a acompañar durante tres días
es ciega. Mis compañeros se divierten muchísimo con las caras.
Igual, el dispositivo está armado de una manera superinteractiva, de
mucha interacción, mucho trabajo, pero distendido. Terminamos todos
como chanchos, al tercer día no les sorprende nada, pero el impacto…
Docentes con discapacidad no encontré nunca. Interesante eso también.
Después, lo nuevito, es que desde el año pasado formo parte de una cátedra
de la Universidad del Museo Social Argentino, de la carrera de Psicología,
que es Clínica de la Discapacidad. Me gusta mucho la docencia y ya lo de
la carrera de musicoterapia de la UBA no lo hacemos más porque renunció
la titular de la cátedra, y por lo que venía pasando en la facultad, aparente-
mente iban a poner a otra persona que no tenía el mismo paradigma con el
que yo trabajo de derechos humanos, y yo también renuncié con ellos.
es esta, pero hay que habilitar esa discusión, porque si no, la psique de una
persona con discapacidad es diferente a otra. A este trabajo nosotros, por ser
psicólogos y personas con discapacidad, lo tenemos claro, pero los profesio-
nales no tienen ni idea. Así que les damos una formación bastante amplia,
para que ellos, además de atender cuestiones referidas a la psique propiamente
dicha, puedan orientar a la persona con discapacidad que está en el consultorio
tal cual lo hacemos nosotros, con estas cuestiones de lo que es una rehabilita-
ción, los procesos, las leyes vigentes, les damos material para que consulten.
Tenemos casos clínicos, los hacemos trabajar con situaciones que se pueden
dar a nivel familiar, y pasa por ahí. Desde la cátedra no tenemos esa visión de
que la clínica de la discapacidad es diferente a cualquier clínica.
Dentro del consultorio médico, dentro de un consultorio de prestación
médica es un paciente, fuera de todo eso no lo es. Todavía está muy arrai-
gado en el ámbito profesional.
Seguimos en REDI haciendo varias cosas. Lo último que hicimos –muy
importante– es que mandaron un concurso público para ocupar cargos en
la ASFCA, y después una persona que trabaja ahí se ofreció y lo transcribió,
pero lo mandaron en formato JPG; más allá de eso, le enviamos la nota de
pedido de cumplimiento de la accesibilidad. Estamos en todos los detalles,
hay mucho para hacer, aunque reconozco que se está haciendo bastante,
que hay más puertas abiertas. Sí me parece que hay pocas personas con dis-
capacidad involucradas. No tengo la respuesta, no sé si hay un único factor,
pero me parece que hay una falta de protagonismo. Yo creo que a principio
de siglo había más gente comprometida, y eso quizás tiene que ver con que
cuando hay más ebullición en las calles y todo eso, a todo el mundo le agarra
por el lado de la militancia, pero la verdad que esto es un recorrido continuo,
y las cosas se consiguen a largo plazo, por un sostenimiento, no cuando todo
se desbarranca.
Se necesita más gente comprometida, personas con y sin discapacidad,
para seguir este camino de transversalizar las temáticas de la discapacidad,
porque es lo único que nos va a llevar realmente a un proceso más inclusivo
en todos los ámbitos. Transversalizar es esto de involucrar temáticas de la
discapacidad en los diferentes espacios… como no hay nada, celebro que
haya cátedras que hablen de discapacidad, pero me gustaría que pudiera
haber universidades que tomen la temática de la discapacidad en las dife-
rentes cátedras, que no haya cátedras específicas que hablen de discapacidad
y que sean obligatorias.
En la Universidad del Museo Social es obligatoria, es la única que
conozco, y tiene un contenido de discapacidad en otras cátedras. Piensen
que en esa facultad estudió Carlos Skliar. Así como en las universidades,
también en los ministerios; en todos los programas debería estar contem-
plado el tema de la discapacidad, no armar programas específicos de disca-
pacidad. Algunas cosas se están haciendo. Ya con esto del programa de
educación sexual integral hay una buena predisposición de accesibilizar los
materiales… también el programa de salud sexual y reproductiva del
Ministerio de Salud. Y fundamentalmente, esas dificultades aparecen por-
que los espacios de decisiones políticas no están ocupados por personas con
discapacidad.
A los 23 años tuve un accidente automovilístico y eso hizo que tenga una
lesión medular, lo que me llevó a estar internada bastante tiempo. Primero
en un hospital común y después en el Instituto de Rehabilitación Manuel
Roca. Estuve dieciocho meses internada en total después del accidente y
me cambió la forma de ver un montón de cosas y hacer determinadas
cosas, así que tuve que acostumbrarme a usar una silla de ruedas para
movilizarme.
Tenía una visión totalmente negativa de la discapacidad, por eso abogo
por la educación común para todos y todas. Nunca había tenido un compa-
ñero/a con discapacidad. Yo veía una silla de ruedas y era como ver un ataúd,
algo feo, me daba miedo tocarla, porque en mi educación no se había men-
cionado nunca. Yo lo único que había leído y visto del tema discapacidad
era en el libro de Heidi; la discapacidad de la amiguita de Heidi, eso era
todo lo que sabía sobre el tema.
La visión médica que en el año 1986/87 había de la discapacidad me
sume en una gran depresión. Mi familia me ayudaba, tenía a mi hijo de 4
años y medio cuando pasó el accidente. Yo me veía como que me habían
cortado la vida, que no podía salir, que no podía hacer, que no podía andar.
Más cuando vuelvo a la casa de mis padres: no podía entrar al baño porque
tenía la puerta muy chica, iba a la casa de mis suegros y hubo que cambiar
las puertas. Mi suegro me decía: “Uno, cuando construye, debería pensar
que puede ocurrir una cosa como esta, pero uno no piensa”.
Recién ahora tenemos una visión en la construcción pensando por si
pasa, por si tenés que usar una silla, construyendo con puertas más anchas
y demás.
Tres años de mi vida me llevó superar la depresión y un día dije: “Bueno,
por mi hijo salgo al mundo y empiezo a hacer cosas y a vivir”. Porque tam-
poco lo llevaba a la plaza porque había piedritas, no daba para que anduviera
con la silla, era todo una sumatoria de cosas porque vivía en un pueblo de
3.500 habitantes.
En ese lapso me conecto con una mujer que estaba formando un centro
de jubilados, y puedo decir que el hecho de estar integrada a una asociación
empieza a hacer que mi vida adquiera otros visos, que piense en otras cosas,
en las necesidades de otras personas.
Hasta el momento era bastante tiro al aire, sólo pensaba en el aspecto
físico y en la frivolidad de lo que la moda dice que tenés que usar, lo que
tenés que hacer o ser para ser feliz.
Me conecté con esta mujer que forma el centro de jubilados de Villa
Clara. Empecé a ir a las reuniones; comencé a salir, a integrarme a la comu-
nidad. Además, llevaba los libros, les hacía las actas, los balances, todo lo
que había que hacer en un centro de jubilados, porque era mucha la gente
que no tenía un nivel cultural para hacer ese tipo de cosas, porque no habían
hecho ningún secundario, apenas un primario y algunos ni siquiera lo habían
terminado. Entonces los ayudaba mucho en la cuestión de libros y aparte
salía mucho con ellos. Íbamos a bailes, a encuentros de jubilados, a almorzar,
hacíamos fiestas de cumpleaños. Me integro como una jubilada más. Tenía
25 años pero salía con toda esa gente y la verdad, me recontra mimaban. A
la vez también empezamos a salir con mi ex marido, yo digo mi ex marido
porque actualmente es mi ex marido (me separé hace cuatro años, después
de veintinueve de casada); salimos a llevarlo a mi hijo a torneos… Empecé
a salir, o sea, a no estar adentro de una habitación, de una casa, a hacer una
vida social. Mi esposo también en ese momento me alentaba para salir.
Después, empiezo con la idea de poner negocios, además de lo que hacía
con los jubilados. Cobro un juicio (la provincia me paga un juicio por lo que
había pasado) por el estado en que se encontraba la ruta. Este juicio me per-
mitió comprarme una casa, un auto nuevo. Yo ya tenía un auto que me había
regalado mi esposo, con caja automática, ya había empezado a manejar el
auto, te hablo del año 1993/94. Siempre trabajando pero por las personas
de la tercera edad. El tema de la discapacidad yo no lo vivía.
Me meto con el tema de los jubilados, pero si bien algunos usan ante-
ojos, no había ninguno ciego o en silla de ruedas, por lo menos los que iban
al centro de jubilados, porque los que estaban ciegos o usaban silla de ruedas
no podían llegar al centro de jubilados, es así de sencillo. Yo no los veía.
Cuando hablamos de teletrabajo, yo muchas veces se lo le he dicho a Sonia
Boiarov: no es que no esté de acuerdo, es un trabajo más y me parece bueno
que se haga el teletrabajo –en el sentido de que te permite tener un dinero
y trabajar y relacionarte con gente– pero invisibiliza a la gente con discapa-
cidad de los lugares, porque si vos no las ves, no existen. Es increíble, para
mí no existía, yo tenía una discapacidad y no me daba cuenta. A mí me ayu-
daban a entrar, después fueron haciendo rampas en el centro de jubilados,
compraron una casa… ¿Saben quién fue? Corach, ¿puede ser uno que estaba
de ministro? Donó una importante suma para comprar una casa y demás
ahí en el pueblo para el centro de jubilados, y yo le entregué un cuadro que
una jubilada había pintado.
Hasta entonces, no me daba cuenta. Las rampas no estaban hechas en
la casa que se compró. Después empezaron a hacerse, ampliaron las puertas.
Yo dejé de ir ahí porque estoy acá y no voy nunca. Cuando voy para allá,
por ahí saludo a esta señora cuando nos encontramos, pero al centro de jubi-
lados no voy.
El otro día falleció mi papá. Ahí hay una salita donde se vela a la gente,
y quiero ir al baño… el baño antes era accesible, pero resulta que le han
cambiado una puerta y no pude entrar. O sea, como no ven una persona
con discapacidad que ande en silla, entonces no la hay; tampoco lo piensan,
la gente es así, es increíble cómo no se piensa el tema de la discapacidad.
Seguí mi vida vendiendo ropa; vendí de todo, tuve todos los negocios
que se me ocurrió poner, porque me gusta el tema comercial, y además por-
que era una forma de poder salir, de independizarme económicamente y fui
siempre de ganarme… de ganar yo el dinero.
Estudié antes del accidente, cuando estaba casada, pero no terminé. En
el Instituto Superior de formación docente de Junín hice unos años de his-
toria, lengua y literatura. Dije que no iba a seguir porque no dejaban hablar
de política, había empezado el auge de hablar de política, estaba Alfonsín,
y a mí me interesaba el tema de derechos humanos. Dije que no iba a seguir,
creo que fue todo una excusa pero en realidad no seguí. No conseguí el título
y después no me hice mucho más problema por conseguirlo, porque me
pasó el tema de tener el accidente (si bien podría haber estudiado pero con
la depresión que tenía no pensaba ni en estudiar).
En el año 2001 empiezo a salir, voy a muchos centros turísticos, empiezo
a vivir una vida como todo el mundo, voy a las playas, me pongo malla… todo
eso. También me diagnosticaron leucemia, y ahí se me cayó el mundo en mil
pedazos. Mi hijo se había ido a estudiar en el año 1999, yo lo extrañaba bas-
tante pero no se lo decía para que no lo tenga que sentir como un remordi-
miento. Yo estaba en mi pueblo pero me quería ir de ahí porque nunca me
gustaron los pueblos pequeños, ya que no es mucho lo que podés hacer.
Tengo esta leucemia y cuando empiezo a salir de esa etapa, ya había
hecho unos cursos de computación, sabía manejar la computadora y me
relaciono con listas de España. En Argentina no encontraba ninguna lista
del tema discapacidad. No conocía la REDI en ese entonces tampoco. Me
relaciono con Vida Independiente, con lesión medular de España. Ahí lle-
gan unos mensajes, me pongo en contacto con un muchacho, Francisco
trabajar no nos sirve como país, no sirve como sociedad”. Jordán me hizo ir
como veinte veces más o menos: “Vení, vamos a hablar…”. Pero nunca me
daba nada, siempre con la excusa de que me iban a capacitar en el Ministerio
de Trabajo, hasta me hizo una tarjeta que no surtió efecto. Después la tiré
porque no hice nunca esa capacitación que estábamos pensando. Yo conti-
nuaba llamando al Ministerio de Educación a ver qué pasaba con mis pedi-
dos de audiencia, y en esos llamados me dicen que me va a atender la
ministra (es evidente que una ministra no te atiende cuando pedís una
audiencia, a menos que seas Fidel Castro o Messi).
Entonces me atiende quien en ese momento era secretario ejecutivo del
Consejo de Coordinación de Política Social, cargo que hoy tiene Matilde
Morales. Juan Carlos me atiende muy bien y me dice: “Tenemos pensado
que podrías ir a trabajar al Consejo Nacional de la Mujer”, porque en suce-
sivas cartas que le mando por mail, aclaro que me interesa el tema de género,
que me interesa el tema de los derechos de las personas con discapacidad,
hablo mucho de cómo lo venían no trabajando, invisible desde siempre.
Voy a trabajar al Consejo Nacional de la Mujer y ahí me empiezo a meter
de lleno con las organizaciones de la sociedad civil. Formamos un equipo de
género y discapacidad, y por supuesto, con la visión social de la discapacidad,
y las mujeres que trabajaban en el Consejo me entienden perfectamente
cuando yo les digo que hay que trabajar para instalar el modelo social.
Todavía la convención no estaba, recién se estaban reuniendo los grupos.
Voy a un congreso que hizo Norma Picasso, de integración e inclusión para
las personas del Mercosur en Corrientes. Ahí hablo del nuevo paradigma,
de la discapacidad, del modelo social y de derechos. Ese ensayo que hago
para ir a hablar del tema del nuevo paradigma llega a manos de Susana
Sequeiro (esto lo voy a contar como una anécdota, entonces estaba como
directora de salud). Susana Sequeiro se apropia de mi discurso y dice casi lo
que yo decía, habla de un nuevo paradigma, de un modelo social. Justamente
lo que Norma Picasso quería hacer al realizar este congreso, donde fueron
1.800 estudiantes, personas de todo Corrientes, de todo el país, incluso del
Mercosur, era instalar de alguna manera la llamita del nuevo paradigma del
modelo social. Susana Sequeiro habla animosamente del tema. Entonces
digo: “Bueno, fantástico, la CONADIS también lo está trabajando ya”, año
2004. A los diez días la CONADIS hace una jornada en la facultad de
Derecho, en el aula magna, que se llamó “Autodeterminación y calidad de
vida”, y ante la misma gente de Corrientes que había organizado el congreso,
Susana Sequeiro expone sobre el modelo médico de la discapacidad y tira
abajo todo lo que había dicho en Corrientes. Yo tenía unas ganas de agarrar
que talleres, porque con talleres llegas a muy poca gente, son veinte perso-
nas, treinta, cincuenta como máximo. Vamos a estar un siglo, dos siglos
para sensibilizar a todos. Entonces empiezo a pensar de qué manera llegar
a los medios. Pero eso tampoco es fácil porque hay un modelo dentro de
los medios de unas ganas de seguir con esta idea de lo que es ser una persona
con discapacidad, dependiente, pobrecito, o la superheroína o el superhéroe.
La media no existe, es lo que siempre trato de evidenciar cuando hablamos
con la gente de medios. Ustedes fíjense que todavía siguen usando el tér-
mino “discapacitados” en primera plana.
El otro día, en la Secretaría de Derechos Humanos, donde se hizo este
evento de los medios y la discapacidad, hará quince días, se cortó la luz cinco
veces y no se pudieron pasar todos los videos. Cuando llego estaban pasando
justo un video (¿viste que se pasaban cuatrocientas horas observando un pro-
grama y viendo cómo tratan el tema discapacidad?) Justo estaba el [perio-
dista Oscar González] Negro Oro hablando con un señor que tenía dos
hijas con discapacidad, una con parálisis cerebral y otra no sé con qué sín-
drome; y le dice el Negro Oro (justo ahí se cortó la luz y no lo pudimos ver
más): “Qué desgracia, por Dios, hay que ayudar a este hombre, ¿y esta tra-
gedia hace mucho que viene pasando?”. Fue una pregunta con la palabra
“tragedia”. Es tan fuerte esa visión trágica de la discapacidad que yo decía:
“Es increíble que esto pase ahora en este país”
Ayer fui al Ministerio de Cultura después de vivir acá hace doce años de
nuevo, en Buenos Aires, nunca había ido, en realidad había pedido un subsi-
dio para reeditar mi libro de Adam y el Abuelo, al que escribí después de la leu-
cemia. Porque leí una serie de libros y dije: “La gente debería conocer estos
libros, leerlos”. Y lo hice en forma de novela, como para abrir un poco todo
lo que ocurre cuando una persona se propone llegar a hacer algo o quiere hacer
algo, cómo no hay nada, no hay discapacidad, no hay nada que se lo pueda
impedir. Si bien al tema de la discapacidad no lo nombro en mi libro, para
mí hasta el año 2001 –que fue cuando lo escribí– estaba invisible. No toco el
tema, toco el tema de género, el tema de mujeres, que son consideradas obje-
tos y demás en muchas sociedades, pero no toco el tema discapacidad.
Ahora estoy reivindicando eso, escribiendo la continuación del libro,
este primero de Adam y el Abuelo. Tengo tres libros. De Adam y el Abuelo,
Mensaje para el Mundo, estoy escribiendo la continuación y ahí sí los perso-
najes son personas con discapacidad, que hablan, cuentan cosas.
El tema era tan invisible para mí que ni siquiera lo menciono en el pri-
mer libro. Yo les digo: “¿Cómo no hay otra entrada para personas con dis-
capacidad?”. Con lo quilombera que soy. “Sí, sí, por acá por el costado,
Blancanieves con los siete enanitos, ella les hacía la comida, les preparaba
las camitas, toda ama de casa. La Cenicienta también: limpia, limpia, hasta
que encuentra un príncipe que la rescata de ese futuro de limpieza. No exis-
ten ese tipo de mujeres ya, es necesario cambiar los cuentos. Eso lo decía
en esa ponencia.
¿Y cómo se presenta al niño? El niño es Simbad el marino: intrépido,
aventurero, o el sastrecillo valiente que sale, mata primero a moscas y des-
pués no sé a cuántos, o el Flautista de Hamelin…
Te conté lo de los cuentos, cómo se enfoca a las mujeres y cómo se enfoca
a los chicos. Cómo se les determina de niños que la mujer va a ser pasiva, ama
de casa, que la va a rescatar el príncipe. ¡Qué príncipe, si no existen!
Las escritoras me decían: “Es la imaginación”. Y la imaginación tiene
mucho que ver con lo que uno después cree que es la vida. La madrastra, el
rol que tiene la madrastra en los libros. Hoy en día, la mayoría de chicos y
chicas, viven con personas que no son sus mamás biológicas sino sus
“madrastras”, como antes pensábamos. Está muy mal que los libros trans-
mitan que las madrastras las quieren matar porque son más lindas que ellas,
como el caso de Blancanieves, o la madrastra que es la bruja y no la quiere
a la chica por no sé qué motivo. Aparece la figura de la mujer como madras-
tra o bruja mala: los protagonistas femeninos en los libros de lectura que
tienen los niños y niñas todavía hoy son negativos, son imágenes negativas
que transmiten.
Está bueno que esto que es para el Ministerio de Cultura lo empecemos
a mirar y a dilucidar, a ver cómo hacemos para cambiar ese tipo de cuentos
y de libros.
¡Pero si no te dejan entrar en el Ministerio de Cultura! Tiene unos esca-
lones impresionantes y no han puesto un monta escaleras, algo tan básico.
Y esto de que en el Ministerio de Cultura no podamos entrar es una señal
muy mala: no estamos incluidos en la cultura.
Estamos tratando de que los medios se apropien de eso, que los medios
promuevan toda esa cosa de la equidad, porque con talleres y charlas vamos
a tardar un montón de tiempo. Tenemos que invadir los medios, hay que
estar en los medios, así que pensemos de qué forma.
Hoy me reuní con un hombre mayor. Me trataba como si fuera una
nena, me acarició el pelo. Le digo: “No me toques el pelo”. No te lo hacen
de malo, lo hacen porque está tan metido en la sociedad que vos sos una
nena porque usás una silla… es tan difícil cambiarles la cabeza.
Cuando la presidenta Cristina [Fernández de Kirchner] habla de inclu-
sión, no menciona el tema de la discapacidad, en ningún momento. Ahora
cambiar?”; ese modelo derrotista también existe. Mucha gente se tiene que
involucrar. Después, todo lo que es la parte educativa, colegios, universida-
des, hay que meterlos de alguna manera y no es fácil.
Nosotros, todos los días le sumamos un poquito: “El mar no sería igual
sin ese granito de arena” (yo diría “gotita de agua”). Pero cómo hacer que
se involucren todos, es una decisión que la presidenta tendría que tomar,
en vez de asistir a todos los eventos que asiste, o sea, que el evento de las
personas con discapacidad sea tan importante como cualquiera de los que
ella va. Hoy escuché un discurso de ella, la unión industrial de los jóvenes.
Fidel Castro, cuando fui a la 4ta. Conferencia Internacional por los derechos
de las PCD, en ese año 2003 estuvo cerrando la conferencia. Sería bueno
que la presidenta Cristina alguna vez estuviera cerrando o abriendo algún
evento que tuviera que ver con discapacidad. Deberían hacerlo todos los
presidentes para darle una relevancia al tema que sea tan importante como
cualquier otro tema. Les propongo hacer firmar una nota, hacerlo por
Internet, ver cómo, en este caso, la presidenta o el presidente que se encuen-
tre en ejercicio en el gobierno, tomen los actos de discapacidad y los con-
gresos, como cualquier acto importante y esté presente y asista. Jerarquizar
la temática, eso hay que hacer.
Un muchacho que tenía discapacidad y trabajaba en el Ministerio de
Trabajo me invitó a un evento en Munro, organizado por padres de PCD
(Padres de Adentro Hacia el Mundo se llama la organización, que todavía
existe). La tarjeta salía (en plata de ahora) $100. Me dicen: “Se come pizza
y empanadas”. Yo fui porque le entregaron un premio a este muchacho, con
mi ex en ese momento, mi pareja. No saben lo que era el lugar, yo venía de
hoteles de 4 y 5 estrellas, y esto era esos lugares de Munro donde los locales
están todos abandonados (ahora ya no, pero en el 2003 había muchos locales
abandonados por la crisis; cerraron y quedaron las galerías vacías, todos
sucios). Ahí habían hecho el evento, con mesas y sillas de madera, vasos y
platos de plástico. La silla tenía olor a kerosene, el vino estaba caliente y la
gaseosa también. Yo no pude con mi genio y agarré el micrófono… Encima
el tipo había contratado un show para que el evento estuviera más animado.
Contrataron a una chica que cantaba en un cabaret, medio desnuda, que
cantaba canciones cabareteras. Agarré el micrófono y dije: “La verdad, me
horrorizo de pensar que así tratan el tema de la discapacidad en Argentina,
no entiendo cómo pueden comer pizza con gusto a kerosene y tomar bebida
caliente”. Parece que el tema de la discapacidad sólo se puede dar en lugares
horrendos, nunca en un hotel 5 estrellas.
Derecho a la diversidad
en silla de ruedas y quiero hacer esto…”. Por lo menos lo que me tocó a mí,
nunca fui a un colegio especial, casi siempre mis amigos han sido no disca-
pacitados, y han tenido que aprender de estar conmigo. Lo interesante es ir
nosotros y decirlo: “Mirá, yo tengo esta dificultad, me tenés que ayudar así
o asá…”, esa es mi visión. Quizás vos pensás que es mejor tener espacio con
personas con discapacidad, parece que están bien pero… Tienen que estar
los otros también… porque si no, no tiene sentido, uno se empieza a encerrar
y a encerrar y cuando tiene que salir, si nunca vieron a alguien en silla de rue-
das van a decir: “¿Qué es esto?”. O alguien con un bastón, un ciego, o lo que
sea, van a decir: “¿Cómo ayudo a esa persona?”. La gente generalmente quiere
ayudar pero no sabe cómo, porque no conoce, por ahí dicen algo que ofende.
Si no está en el tema, ¿cómo va a saber que no se puede decir eso?
A mucha gente le da miedo ir a espacios que no sean especiales, me
refiero a gente con discapacidad. A mí nunca me dio miedo, me parece que
depende de lo que quieras hacer. Y te ayuda a abrir la cabeza no ir siempre
a esos lugares. Esa es mi visión, siempre lo hablo con personas, a veces es
chocante porque me he encontrado con compañeros que le decís que no a
algo y se ofenden, porque nadie les dice que no a nada. Gente con discapa-
cidad que me he cruzado y me dicen algo que yo no quiera o que yo no
piense igual y se asustan… me ha pasado, me mandan mensajes las madres
diciéndome que como le dije que no a la hija, que no iba a ir a la casa, que
la hija quería ser feliz. Pero me siento a mí misma como una persona nor-
mal, y por eso mi misión es de integración, porque tal vez hay otras personas
que se sienten mejor al estar con otras personas en su misma condición, por-
que sienten que las entienden y que por un lado está bien. Pero yo no siento
que tenga que ser así. No es ni bueno ni malo.
Se lo dije a un adulto, una persona de veintipico de años. “Porque mi
hija te pidió que fueras a la casa…”. “Pero yo no quiero ir, no puedo”.
Es un poco eso, el que va a un espacio especial es como que está todavía
en la cuestión esa de “pobrecito”, de “hay que comprenderlo porque tiene una
discapacidad”. Por eso intento abrirme más para no quedarme en todo esto.
Un poco de charla sobre espasticidad, está bien, porque uno se nutre, yo
aprendí muchísimo de tener una compañera, de haber iniciado una relación
con una compañera que tiene lesión medular. Es distinta a mi discapacidad,
le pasan cosas que a mí no. Hay que tener mucha confianza para poder pre-
guntarse ciertas cosas, para poder hablarse de sus vidas, de las espasticidades,
los espasmos, de la sensibilidad o no del cuerpo, de cómo tengo que ayudar
si pasa tal o cual cosa, a uno lo enriquece. Yo antes pensaba: “Tengo que ser
ayudada porque yo tengo una discapacidad, y los otros son los que me ayu-
dan”. Fue muy fuerte cuando pude bailar con esta chica y darme cuenta de
que a veces la sostenía y decir: “Estoy sosteniendo todo un cuerpo de una
persona que tiene casi mi edad, casi mi cuerpo, y después, ir a la casa y que
necesite algo y alcanzárselo”. Uno crece. Un poco está bien, como para no
quedarse en esa situación de tener discapacidad y de que todo el mundo que
esté a tu alrededor tiene que tener discapacidad para entender.
Fue un flash saber que no soy la única persona que tiene discapacidad
en el mundo, que encima hay otras discapacidades diferentes a la mía, y
encontrarme con personas que por ahí habían caminado en su vida y decir:
“Bueno, tuvieron un accidente…”, cómo abordar todo eso. Es completa-
mente distinto. Para mí, estar en una silla de ruedas es normal. Es mi
manera de caminar. Ser ayudada y poder ayudar también, pero la historia
de ella no, es re fuerte darme cuenta de que ella tuvo un accidente cuando
tenía 12 años, que era una nena que jugaba, corría, y de repente no podía
mover el cuerpo. Y lo que preguntaba ella era cuándo iba a volver a caminar,
si iba a volver a jugar con las amigas… ¿Y cómo se lleva todo esto?
Era muy fuerte para mí cuando me venía con cosas tipo: “No me subo
a un tren porque tuve un accidente en el tren”. Esta chica –que tiene supe-
rimposibilidad de poder contarlo, de poder cruzar una vía– vive a dos cua-
dras de la estación. ¿Cómo ayudo a esta persona para que su vida sea un
poco más común? Porque llegaría un momento que me pasaría a mí el
miedo a los trenes, no es algo bueno para mí. Fue muy fuerte ese momento
de la relación, de darnos cuenta de que habíamos mantenido vidas distintas
y que nos habían pasado cosas… La mamá de ella siempre nos dice que hay
que hacer un libro de circunstancias inesperadas, que había que sacar lo
positivo, que si yo no estuviera en silla de ruedas y si a ella no le hubiera
pasado lo que le pasó ni nos conoceríamos. Y no me hubiera pasado nunca
también con otros amigos, de conocerlos, si no hubiera tenido discapacidad;
y de encontrarme con compañeras que les han pasado cosas totalmente dife-
rentes a las que vivo yo y de enriquecerme con eso y de decir: “Che, tené
cuidado con esto”, o tienen miedo que les muevan la silla… porque les pasó
algo y tienen miedo de caerse.
La semana pasada me caí en la calle. Me dio cosa porque fue un gran
golpe, pero bueno, listo, ya en estos 24 años que tengo cuántas veces me
caí. Para ella (amiga) es re terrible porque hace poquito que está así, es otra
historia, de repente de un día para el otro podía mover la cabeza y un brazo
y el resto no, y vos decís: “¿Y acá, qué se hace?”
Admiro mucho a una de mis compañeras que se cayó de una tela
haciendo acrobacia aérea y se rompió la columna. Quedó con lesión y un
año y medio después estaba haciendo taller, a los dos años ya manejaba un
coche y así…, yo no sé qué haría si me pasara eso.
–Pero vos tenés que seguir, a ver, ponete en el lugar de la persona que le pasa
eso. ¿Qué harías?
No sé qué haría, por ahí estaría en la cama. A mis amigas, familia, les
digo “arriba el ánimo, a seguir…”. Pero a otras personas, gente nueva que
llega al grupo, por chat en el Facebook, que me agrega porque tengo disca-
pacidad, y que me cuenta que tuvo un accidente, antes le decía: “Sí, dale, ya
te vas a recuperar…”. Y después me pongo a pensar y digo: “Qué ridículo
decir todo esto”.
Por ejemplo, mi primera ginecóloga, la pasé muy mal. La primera todo
bien, la segunda vez que fui me tocó una doctora que me dijo: “¿Pero vos
por qué tenés todo ese problema?”. Y yo pensaba: “A ver, no puedo saber
que tengo todo un re problema….”. Igual está bien que te pregunten. Que
sea parte de la historia y que lo entiendan.
También me pasó que me agregó [a Facebook] una chica que quedó
cuadripléjica, y yo le decía: “Te vas a recuperar”. Como conozco la historia
de Demián, le digo: “Conozco un chico que se recuperó y que le pasó esto”.
Pero cuando estás en ese lugar querés caminar de nuevo, y no se puede.
Tuve otra experiencia. Me estaba promocionando para dar clases
cuando me contactó una señora que me dijo: “Me gusta que te promociones
porque tenés discapacidad, es increíble que hagas cosas. Mi hijo es sordo,
no puede leer, ni escribir, porque las personas no saben lengua de seña”.
“¿Cómo te puedo ayudar, qué hago?”. Y la mujer se empezó a poner mal…
decía que a su hijo no lo incluían en la sociedad, que a mí sí me incluía la
sociedad. El tema es que ella no lograba formar a su hijo para que tenga una
mínima posibilidad de comunicación en la sociedad. Porque todos los diri-
gentes sordos, los que tienen presencia pública y hacen cosas, todos escriben.
Es totalmente distinta la discapacidad, no es que me incluye; a mí me dis-
crimina totalmente la sociedad. Yo no puedo ir a donde quiero porque tengo
que fijarme si anda el ascensor del subte. “Pero vos podés hablar, mi hijo no
puede porque no escucha”. Igual me puse en su lugar porque debe ser difícil.
En mi lugar de persona con discapacidad, puedo decir qué puedo hacer con
mi discapacidad, pero ser madre de alguien con discapacidad debe ser com-
plicadísimo.
Ya en un momento mi mamá se quedó descolocada, porque fue mucha
mala praxis. Yo empecé a hacer un montón de cosas, y ella me miraba, no
sé, cortando una fruta, y decía: “¿De qué te sirve si siempre va a haber
alguien que te lo haga”. No lo entendía desde ese punto, pero ella es como
que se quedó, debe sentir que todo lo que ella hizo no ha servido.
Yo siento eso. Hasta acá llegó, ahora soy grande y puedo decidir.
A mí me sirve mi experiencia para la gente que tiene más o menos mi
misma personalidad, y puedo decirles: “Mirá, mi vida es así y vos no te tenés
que quedar sino luchar…”. Hay gente que lo toma y otras no, o me dicen:
“Me quiero morir”. Y yo por ahí en su lugar haría lo mismo. Pero hay gente
a la que vos le decís: “Tenés amigos, tenés esto…” y no lo saben valorar, y
como yo no soy así, tampoco me pasó lo que le pasa a mucha gente que
tiene discapacidad… ahora estoy perdiendo un poco más la sensibilidad en
los pies, pero antes tenía mucho dolor, y decía: “Bueno, me dolerá hoy y no
podré sentarme bien, y no estaré bien, pero tengo que estudiar y tengo que
hacer muchas cosas”, y lo hacía, no me quedaba lamentándome.
Me parece que es una cuestión de poder ponerme en el lugar del otro
y eso me pone re mal, porque es tan ridículo que le esté diciendo a alguien
que sea… Porque yo si lo intento, puedo. Pero la gente con lesión medular
después del accidente está esperando volver a caminar y no se puede. Me
da mucha pena, ellos están quebrados por dentro. Algunos lo superan
otros no. Estoy viviendo mucho el tema de la lesión medular, por eso me
llega tanto.
También me ha pasado con mi profe de canto, ella tuvo un problema…
y estuvo un año sin ver de un ojo y ahora tiene problemas a veces de que no
ve bien, un problema neurológico y no saben de qué, y ha salido, dice: “No
me den corticoides porque es malísimo para la voz, va a pasar”. Y cuando
no ve bien se pone los lentes, sigue con su trabajo…
También, lo que me pasó al ver estas cosas es que te puede pasar lo de
los accidentes, pero ahí les das otra visión del mundo. A ella le ha costado
su discapacidad porque siempre fue una persona muy abierta, la conozco
hace mucho, ahora es como que entiende mucho más, podemos hablar de
cosas que antes no y está buenísimo. Lo que más me costó de la discapacidad
es hablar con personas con discapacidad.
Me pasó con danza que he visto espejos, pero espejos que pueden más
y es como muy ridículo, porque es como verme en mi espejo y mi espejo
sabe cosas que yo no puedo. Me ha llevado a mejorar a mí, si Lu o Aisa
pueden pasarse a la cama porque no lo hago yo, por ahí lográs cosas en la
rehabilitación, viéndolas. “Quiero pasarme a la cama, ¿cómo lo hago?
Tirándome a la cama mil veces hasta descubrir cómo”. Pero la cosa me
parece que está en un equilibrio, porque si no, también te cerrás posibilida-
des de conocer gente.
–Nadie pretende que te lleves bien con todo el mundo y que puedas ayudar a
todo el mundo, porque hay gente que, además, lo que necesita es ayuda profesional,
un psicólogo, un psiquiatra, ayuda profesional. En alguno de los casos sí los amigos
pueden acompañar y estar, pero mucha gente lo que necesita es ayuda profesional.
La gente me dice “lo que yo quiero es caminar”, y no puede. Llega un
punto en que la silla de ruedas ya es parte de mi cuerpo. A mí me agarró un
neurólogo una vez, y me dijo: “Vos podés caminar, pero tenés que dejar
todo para dar dos pasos, todo lo que me gusta”. “¡No, mejor me quedo en
la silla de ruedas!”
Tengo una compañera que tuvo meningitis que dice: “Yo quiero cami-
nar, quiero caminar”, y yo le digo: “No vas a poder caminar, ojalá pudieras
con ayuda, con andadores, pero caminar como caminabas no vas a poder.
Porque no me sale decir “ya vas a poder”.
Las chicas entraron en un protocolo de investigación con células
madres, todos los días hasta los domingos, son cinco horas de rehabilitación.
Me parece inhumano eso. Lo hablé con mi kinesióloga y me dijo que no,
lo hablé por las chicas. Me dice: “Ojalá que les sirva pero no es compatible
porque no se puede compatibilizar con la vida del paciente que tiene una
vida”. Que pase eso con una pasión es genial, a mí me paso con la danza,
no hay otra cosa como la danza. Es como estar enamorado.
El derecho a la ciudad
estaba bueno que se podía hacer era generar algún tipo de declaración, o algo
más institucional para presionar a las autoridades para que cumplan con las
normas que ya están establecidas, porque lo de pavimento táctil ya está esta-
blecido por ley. Era como ejercer una presión desde distintos lugares, porque
las organizaciones sociales estuvieron trabajando mucho sobre este tema, y
trabajarlo desde el lado institucional del Estado es interesante.
Accesibilidad en los subtes era un tema en conjunto, no sólo para las
personas ciegas sino también para personas en silla de ruedas, para las per-
sonas con discapacidad auditiva que también tuvieran todas las señalizacio-
nes para detectar cuando se abrían o cerraban las puertas, si los carteles
estaban bien ubicados. Mi compañera y yo somos las dos ciegas; íbamos con
alguien que nos acompañara para poder ver la parte justamente visual de la
señalización y ver si estaba bien. Siempre tratábamos de tener organizacio-
nes que fueran referentes de distintas discapacidades para poder consultar.
Es interesante y, a la vez, a veces es un poco frustrante no poder. Por
cómo está compuesta la legislatura, resulta difícil.
Nosotros presentamos un montón de cosas y a veces es una lucha
interna intentar que las cosas se traten. También estuvimos hablando con
algunas organizaciones sobre esto. Nos hablaron de hacer algún tipo de
presión en el momento de que se trate, porque los proyectos se presentan,
digamos, el diputado lo presenta, y luego tiene que ser tratado en una comi-
sión específica y recién cuando se trata en esa comisión se trata en los dis-
tintos sectores. En el caso de los proyectos que tienen que ver con
discapacidad, hay un artículo que dice que lo tiene que tratar la comisión
de promoción social. Y a veces hay proyectos que no tienen que ver con
esa comisión, porque promoción social se ocupa de temas que tienen que
ver con el Ministerio de Desarrollo Social (por ejemplo el tema de trans-
porte no lo puede tratar promoción social, porque no tienen ni idea). El
tema del metrobus, Espacio Público, hay otras comisiones… Entonces lo
que hacían en ese momento era: “Ah, nosotros no tenemos competencia,
lo giramos a la otra comisión”. Entonces se demora mucho más tiempo en
lo que va de una comisión a otra…
Y habíamos hecho un proyecto en su momento –que creo no se llegó a
tratar y no sé en qué quedó porque yo pasé después a la parte de cultura–,
en el 2014, para que se modifique el reglamento interno de la Legislatura y
los temas que tienen que ver con discapacidad se traten en la comisión espe-
cífica a la que haga referencia el proyecto, como hacen con el resto de los
proyectos. Y bueno, eso creo que al final no se llegó a tratar, eso se tenía
que tratar en una comisión de reglamentos internos. Estoy ahora en la parte
El acceso a la cultura
para todo el público, pero sí hacerlo (de eso hay experiencias internacionales
y gente que las ha estudiado, tampoco es que nosotros tenemos que poner-
nos a pensar de cero cómo sería, sino simplemente averiguar un poco).
Lo otro que sí está muy desarrollado en España, que nosotros un poco
con Mariana lo quisimos llevar a la práctica acá en la Ciudad de Buenos
Aires, es el tema de los museos. Sobre todo lo que tiene que ver con el acceso
para ciegos a algunas exposiciones. Que se hagan visitas programadas anua-
les. Nosotros, en el proyecto que hicimos, propusimos que se hiciera una
visita anual como mínimo, donde se pudieran exhibir objetos que se puedan
tocar, ya sean réplicas, objetos originales, pero que exista esa posibilidad y
que las referencias del material, todas las placas informativas que aparecen,
tengan carteles en braille y en macrotipo, de manera que también las per-
sonas con discapacidad visual lo puedan leer, y que haya un intérprete de
lengua de señas en cada museo, de manera que lo puedan aprovechar tam-
bién las personas sordas, por el tema de las visitas guiadas, que puedan
entender lo que van diciendo los guías, etc. Material en papel para la gente
que no conoce lengua de señas, que tenga la posibilidad de tener el material
en papel, haberlo leído en Internet, o tener alguna opción para la gente que
no conoce la lengua de señas.
Otra de las cosas que nos pareció interesante para aplicar en los museos
es algo que en muchos lados ya lo están aplicando: las audioguías que se
pueden descargar en mp3. Si tenés un reproductor de mp3 y la tenés des-
cargada, cuando pasás por un determinado lugar se activa, es como por una
frecuencia, ponés para reproducir ese audio y te va leyendo. Es un audioguía
que tiene una voz pregrabada que te explica detalles del lugar, de las obras.
Y con respecto al acceso del medio físico estuvimos trabajando en
Ciudad de Buenos Aires. Con relación al medio artístico, en realidad, en lo
que nosotros hacemos hincapié es que en todos los lugares se cumpla con la
Ley 962 –esa es la ley marco–, donde están todas las especificaciones: que
tiene que tener rampa, o un lugar en planta baja, que tiene que tener ascen-
sores en caso de que haya un primer piso, etc. No nos metimos más con eso
porque más especificaciones técnicas nos pareció que no tenía sentido. Yo
entiendo que la Ley 24.314 tiene todos los detalles técnicos de la accesibi-
lidad en una vivienda, en un lugar de uso público.
Respecto del acceso a la lectura ya está la Ley de derecho de autor, y
por otro lado, la Argentina suscribió el tratado de Marrakech y ahí estaría-
mos cubiertos. Se pueden poner en los fundamentos, porque la ley tendría
dos partes: una serían los artículos que después se van a publicar, y otra los
fundamentos que ven los asesores y los diputados para poder evaluarla. Y
todo eso que existe, incluso esto, que ya fue legislado en la ley de medios, el
tema del subtitulado de la audiodescripción, todo eso se puede poner en los
fundamentos, les da fuerza.
Otra cosa que se me ocurre tiene que ver con el cine: se debería realizar
alguna función específica con subtitulado con lenguaje simplificado. Que
toda la información sobre cultura esté en formatos accesibles, incluyendo el
formato de lenguaje simplificado.
Lo de teatro lo veo más complicado. Ahí necesitarías gente que haga
todo en vivo, y me parece bastante poco aplicable tener a un intérprete en
vivo para cada función de teatro. Tal vez sí lo que podría hacerse es que el
teatro planee funciones específicas; se podría obligar a que sea una función
específica avisando con suficiente anticipación, en el mismo horario y día
de las funciones actuales.
Ir a un taller, a un centro cultural, son actividades muy puntuales. No
creo que haya una necesidad, no veo que haya grandes dificultades. Tal vez
habría que pensar, y no conozco a nadie con discapacidad que estudie en el
IUNA, pero sería interesante saber cómo es la accesibilidad del IUNA para
estudiar.
A lo que voy es: ¿cuáles son las necesidades que tiene un estudiante del
IUNA por ejemplo? No lo sé, pero sería interesante poder hablar con alguien
del IUNA que esté estudiando o que tenga algún alumno con alguna disca-
pacidad, y ver con qué dificultades se encuentra, si es que se encuentra con
alguna, y cómo la resuelven. Nosotras hicimos un proyecto, que tampoco se
trató, que lo tuvimos que volver a presentar porque caducó, que es para crear
una bienal, en la semana del 3 de diciembre, cada dos años, una bienal de
artistas con discapacidad, pero que no necesariamente sean sólo artistas con
discapacidad, sino que se integren grupos formados por aunque sea un inte-
grante con discapacidad. Primero va a haber un concurso donde los van a
elegir y los ganadores de ese concurso pueden ir y exponer sus trabajos, sus
presentaciones en los distintos centros culturales de la ciudad de Buenos
Aires y se va a dar difusión, partiendo de la base y haciendo hincapié en que
fueron ganadores de un concurso y no en que son personas con discapacidad
que actúan, que escriben poesía, que pintan, sino que fueron elegidas en un
concurso promovido por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos
Aires. Fue la idea que se nos ocurrió un poco para darles lugar a los artistas.
Para meterlo dentro de una ley de la cultura, una ley federal, o si no,
otra ley aparte. Es como en la inundación, que se mete en todos los espacios
que puede. Después, otra cosa que hablábamos es algo muy simple de imple-
mentar: ya que sabemos que muchos edificios donde se realizan actividades
culturales no son accesibles para todos, porque son muy chicos los espacios,
lugares barriales, no es lo mismo insistir en que un teatro como el Cervantes
que estaba viendo hoy se modifique, que un lugarcito de barrio donde se
juntan. Toda información sobre una actividad cultural que se realice debe
informar sobre las condiciones de accesibilidad en el lugar. Simplemente la
información, poder saber antes de ir, saber si va a poder entrar o no. Se
puede incorporar, más allá de que debe cumplir con las normas de accesi-
bilidad, pero en caso de que no pueda, que haya un inconveniente, debe ser
informado…
Hace poco se aprobó una ley (me parece que era de la Defensoría del
Pueblo) que legislaba algo así con respecto a las casas que se alquilan y se
ponen en venta. Era un proyecto de ley presentado por la Defensoría.
El derecho a la independencia
Soy Facundo Ferro, uno de los vocales de REDI, red por los derechos de
las personas con discapacidad. Siempre ando militando por toda la temática
de la discapacidad. Y acá estoy.
Tengo discapacidad intelectual, muy bien no conozco, pero sé que se
está llamando así. Cuando uno sabe lo que puede y lo que no puede se busca
apoyo. Por ejemplo, en mi trabajo en el INADI, cuando firmo los recibos,
yo sé lo que tengo que firmar pero si hay algún tema de contrato siempre
uno busca los apoyos. Eso es lo que hago.
De mi infancia me puedo acordar cuando jugaba en la plaza, y cuando
tuve mi independencia fue a los 15 años. Iba a la escuela Instituto Senderos.
Yo era de viajar al trabajo, empecé a ir solo en colectivo, después busqué mi
propia vida independiente. También busqué la forma de apoyarme con ami-
gas, amigos. Después tenía la posibilidad de jugar al futbol y hacer otro tipo
de deportes, más o menos nadar. Eso de decidir lo que tengo que hacer o lo
que estoy haciendo.
En mi caso, como referente de la comisión directiva de REDI, tengo la
suerte de poder trabajar y militar en discapacidad tranquilamente, o tengo
la posibilidad de tener mi propia autonomía, o militar por mi partido polí-
tico y no muchos tienen esa posibilidad y decidir a quién votar.
Porque los padres son los que deciden a quién van a votar y ellos votan
lo que dicen los padres, eso ha pasado con compañeros y conocidos míos.
Si se tienen que juntar a tomar algo, siempre pasa que los padres les ponen
horario para llegar y para volver. Son muy pocos los que se juntan a tomar,
o van a bailar en las noches, las madrugadas; con quien hablas está el “tengo
miedo de que le pase algo”. Hay mucha sobreprotección sobre las personas
con discapacidad intelectual.
Aparte de trabajar en REDI, seguí trabajando los temas de la conven-
ción. Te puedo hablar del artículo 12. Siempre hay padres que firman por
ellos, y la cosa es que las propias personas con discapacidad firmen solos.
En una época existía, y sigue existiendo para algunas personas con discapa-
cidad, la famosa curatela que deciden por esas personas, y es bastante feo
no poder casarte, no poder decidir con quién te juntas, con quién no. Hasta
las agrupaciones políticas para decir: “Me acerco a una agrupación política
para exponer mi propio pensamiento”.
Un amigo me dijo que me quería acompañar a mi partido político. Le
dije que venga. En general, no hay muchos que se acerquen a esto. También
tienen que ver las generaciones: si un padre o una madre es militante se lo
transmiten al hijo. Los padres, cuando son de Boca o de Independiente,
siempre convencen a sus hijos y se lo transmiten. En la militancia política
pasa lo mismo. Mi señora madre siempre me transmitió no el fútbol sino la
participación en los eventos de los derechos humanos, cuando fueron las
marchas sobre discapacidad. Desde chico fui acompañando, desde ahí peleé
por los derechos para que los militares vayan presos, pero también peleé por
otros derechos y me fui involucrando más.
Mi madre es tesorera de médicos del mundo, trabaja toda la temática
de la salud. En una época era la presidenta del taller protegido FALDAD,
con operarios con discapacidad intelectual, y algunos –si no me equivoco–
psicosocial también. En otra época fue vocal de REDI, y después conoció
a la gente de Médicos del Mundo y fue ella y yo me quedé como vocal. A
ella le gustó estar en los espacios políticos y a mí también.
Cuando con Caro hacemos las jornadas de discapacidad, siempre char-
lamos lo que vamos a decir, lo que vamos a trabajar. Ahora nos vamos a una
jornada que creo que se llama “Iberoamericanos con discapacidad”, donde
va gente de otros países, creo que es el 6, 7 y 8 de marzo. Nosotros partimos
el 5 a Uruguay. Para mí es un gusto, porque es la primera vez que voy a
hablar de discapacidad con otra gente, como experiencia está bueno. En
general voy a sacar fotos y grabo en el Facebook un poco de audio. Es una
experiencia muy importante.
Creo que son los medios que buscan lo antipolítico, “militancia no”, y
uno después repite. Por ejemplo, en TN dicen: “Martín es un mal tipo”, y
todos dicen: “Martín es un mal tipo”.
También me pongo en el lugar de la persona cuando los monopolios
hablan mal de esa persona. Me gustaría que hubiera una televisión que diga
lo que está bien y lo que está mal.
Hay gente que hace sus propios negocios usando a las personas con
discapacidad. Hay hogares donde viven personas con discapacidad inte-
lectual, cuando los padres fallecen los instalan ahí. Y uno se pregunta:
“¿Va a tener su propia autonomía cuando quiera hacer algo que quiere?
¿O hacer su propia militancia política, ir a votar? Yo no estoy de acuerdo
con eso, las personas con discapacidad pueden vivir en sus casas. En sus
casas y con apoyo.
A eso quería llegar, el apoyo puede ser la familia, los amigos. Está lo
jurídico, consultar con sus propios abogados. Cada uno tiene que buscar
distintas maneras.
Cuando tengo que firmar algo que tengo dudas, siempre pregunto a
mis compañeros de trabajo. Lo mismo me pasa en REDI; con mi amigo
abogado que te puede decir si te sirve o no te sirve.
También se está trabajando un poco sobre la educación inclusiva, se
busca la forma de trabajar en los niveles. Creo que debería haber algún modo
de ver en el aprendizaje, es cuestión de que los maestros busquen la forma
de integrarlos.
Estoy esperando el gran momento, cuando vaya a la jornada de
Uruguay. Esta va a ser mi primera vez afuera.
Acordarse de la infancia es muy difícil, cuando uno está charlando con
su papá en la casa o con algún amigo. Es diferente cuando hay una multitud
y te tenés que poner un micrófono.
Cuando fui con Caro a la Defensoría y charlé, traté de estar tranquilo
y me salió bastante bien. Es cuestión de practicar lo que vas a decir y te va
saliendo.
Muchas veces las personas con discapacidad se alejan, o tienen miedo.
Además, en la cotidianeidad siempre hay gente que se agranda diciendo:
“Yo estoy en este nivel y vos en el más bajo”.
Les cuento que estoy integrando una mesa que se llama “La mesa de la
juventud”. Trabajamos cualquier tipo de temas. Está la corriente nacional
de la militancia, está la APDH (Asamblea Permanente de los Derechos
Humanos), la Asociación Armenia. Son como cinco o seis mesas, como la
de García Lorca de España. Por ejemplo: cuando fue lo de los votos de los
pibes de 16 años, esa fue una. Me acuerdo cuando tenía mi propia militancia
en el 2011; recuerdo que una vez le di un volante a una jovencita. Ella tam-
bién puede expresarse, no solamente personas con discapacidad. Los chicos
tranquilamente pueden expresarse. Hay jóvenes que van por mérito propio
a las agrupaciones, tanto a las de izquierda como a las del oficialismo van
mucho y opinan por ellos mismos. Imaginate decir que los jóvenes están de
joda nada más… no, ellos tienen sus propias opiniones, así que cuando salió
el voto de los 16 años me pareció perfecto.
El derecho a la justicia
razgo. Después, como toda relación de tantos años, sufrió mejores y peores
momentos. Creo que fueron años muy buenos para la biblioteca con muchos
proyectos institucionales, con una modernización en cuanto a la gestión y
al modo de ejecución, con un fuerte trabajo institucional a nivel interna-
cional coyunturalmente. La biblioteca me designó para ir como delegado
de la propia biblioteca a una asamblea de la Unión Latinoamericana de
Ciegos en el 92. Conocía al presidente de la ULAC desde muy chico, por-
que habíamos intercambiado cartas a los 12 o 13 años.
Él me cuenta que en una carta que yo le mandé cuando tenía 12 años
le decía: “Yo un día voy a trabajar en la Fundación Braille de Uruguay”. Él
era el presidente de esa fundación. Resultó que terminé trabajando en la
Biblioteca Argentina para Ciegos. Esa relación de niño generó en Enrique
[Elizalde] un afecto muy particular hacia mí, y mía hacia él también, y
cuando estábamos almorzando en esa asamblea del 92, mientras discutíamos
el golpe de Estado de Fujimori, el autogolpe que había hecho al congreso
peruano y lo cerró, yo le dije: “Enrique, acá hay una comisión de mujeres,
me parece muy bien, pero no hay jóvenes”. En ese momento, era el más
joven de todos prácticamente, con otro compañero paraguayo, José
Maldonado, pero de los 22 o 23 años, pasábamos a los 30 y pico. No había
franja intermedia. Se empezó a trabajar con la ULAC para crear una comi-
sión de jóvenes. Entonces, en paralelo que trabajábamos en el movimiento
juvenil en Argentina, con una fuerte implicancia de la Biblioteca Argentina
para Ciegos, también a nivel internacional, me proponían trabajar en el
movimiento de jóvenes a nivel de la ULAC. Con la cual se dio una partici-
pación fuerte de capacitación, de identificación de líderes, muchos de los
cuales hoy son de aquella época. El presidente hoy de la ULAC, Raimondi,
era en mi época el coordinador de Jóvenes Ciegos de Brasil. En Argentina,
muchos de los jóvenes que hoy están conduciendo la Federación Nacional
eran de ese grupo de jóvenes que yo tenía, como Fernando Galarraga, José
Viera, Gladys Correa. Trabajábamos juntos en ese momento.
Me siento muy orgulloso de esos tiempos en que pude colaborar, desde
una estructura institucional, de la BAC o la propia ULAC, en la formación
de jóvenes.
Y luego me tocó en la ULAC, trabajaba en el área de cultura. Antes,
entre el 88 y el 90, Roberto Ramos, que entonces era presidente en
FAICA, le planteó a la biblioteca a quién podía proponer como secretario
general de FAICA, y Carlos Prada y otros, le dijeron: “A Mariano”.
Entonces, entre el 88 y el 90, fui secretario general de FAICA, con apenas
21 años cumplidos. Iba a asambleas y era el más chico de todos. Me decían
También tuve que aprender a trabajar del Estado. Una cosa es militar
desde una asociación civil y otra cosa es hacerlo desde donde además sos
empleado público estatal, no con un puesto de gerenciamiento en la cues-
tión, pero con algún grado de influencia en la gestión.
Ese pasaje lo hice medio sin darme cuenta –creo–, y soy consciente de
algunas cosas. Por ejemplo, que en la OEA no voy a decir nunca con lo que
no estoy de acuerdo, no voy a avalar un discurso que no comparta, ni callar
una opinión, en ese punto con toda la gente que tuve que trabajar desde el
Estado, sea Bersanelli, sea Mabel Remón. La verdad que son muy partici-
pativas, te dejan opinar.
Yo doy mi punto de vista, y después son ellos los que deciden la gestión.
Mi trabajo consiste en la militancia de derechos, en decir una posición, que
podés no compartir y hacer otra.
SegunDA PArte
Colaboraciones
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Adversus tolerancia*
Ricardo Forster
1.
Hay ciertas palabras que parecen estar fuera de toda sospecha; su sola men-
ción implica una aceptación tácita de la inviolabilidad de su sentido; palabras
que eluden las disputas y que se ofrecen como prenda de paz cuando los
adversarios no se ponen de acuerdo. Esas palabras están vinculadas al ejer-
cicio generalizado de lo que podríamos denominar “buena conciencia”, ese
mecanismo por el cual solemos indultar nuestras omisiones y nuestras hipo-
cresías. Estos son tiempos que se caracterizan por el uso generalizado de
dichas palabras, tiempos en los que el lenguaje se vuelve cómplice de la pér-
dida de intensidad y de sentido en nuestras acciones y discursos. Palabras
blandas que flotan livianamente en una atmósfera que no suele tolerar las
interrupciones amenazadoras de las tormentas; palabras que tranquilizan las
conciencias despreocupadas de ciudadanos que se quieren mostrar preocu-
pados por lo que sucede a su alrededor. Palabras que cubren el cinismo del
poder y que ocultan la intensidad inaudita de la desigualdad en todos sus
posibles alcances y sentidos. Como si nuestro lenguaje interpusiera entre
nosotros y el mundo una pátina que nos hace ver difusamente por un lado
una realidad horrible y, por el otro, nos devuelve la imagen transparente de
nuestras buenas intenciones.
Una de esas palabras es tolerancia, que significa, desde su raíz latina tole-
rare, soportar, aguantar algo que nos hace otra persona. A partir de ese sen-
tido, la palabra tolerancia ha recorrido un largo camino hasta anclar en su
* este es el único texto que no fue escrito por un militante con discapacidad. este libro fue posi-
ble gracias al apoyo de Ricardo Forster. en la última jornada sobre discapacidad que compar-
timos, Ricardo leyó este texto, que le pedimos prestado.
parece garantizar las buenas intenciones de aquellos que ocultan sus com-
plicidades detrás de una falsa retórica, de aquellos que han hecho de la
democracia un vacío mitificado, una gigantesca justificación de su indife-
rencia ante las “promesas incumplidas” de un orden civilizatorio que, al
doblar el milenio, ha fracasado en toda la línea. Hemos quedado, en el plano
de lo material, por detrás de las conquistas revolucionarias de la Ilustración,
mientras que nuestro lenguaje y nuestros discursos siguen impertérritos su
marcha autojustificadora y resplandeciente. Las palabras se han independi-
zado de los hablantes y siguen solitarias su camino hacia la mistificación.
Pero no es sólo en el plano social y político en el que podemos ver cómo
la palabra tolerancia se pronuncia en el vacío o para echar un velo sobre la
efectiva (in)diferencia que los individuos y las sociedades contemporáneas
sienten hacia el otro; también ha cuajado en el plano de las ideas y de lo que
se ha denominado el “pensamiento débil”. Muertas las ideologías, desba-
rrancados los metarrelatos modernos y estallado el sentido unificador de la
historia, somos contemporáneos de una lógica de la dispersión que se traga
las antiguas sustantividades hasta producir una atmósfera liviana y casi sin
peso en la que flotan multitud de pensamientos, teorías, ideas, palabras,
conceptos, discursos y juegos de lenguaje que se mezclan sin conflicto y
gozosamente disponiéndose a devenir productos que se intercambian en el
mercado persa de las ideas y los valores. Allí lo que reina es la tolerancia o,
mejor dicho, la absoluta disponibilidad para la rápida metamorfosis o el giro
de ciento ochenta grados. Ya no hay conflicto que empañe el comercio de
las ideas ni pasiones que ofrezcan su inútil anacronismo en un mercado que
se ha vuelto copia exacta de ese otro Gran Mercado capitalista en el que el
principio de tolerancia constituye el fundamento y el punto de partida.
En el reino de las ideas, la tolerancia representa la inutilidad de toda con-
frontación allí donde la presencia de otro discurso se me vuelve tolerantemente
(in)diferente; su existencia no me roza ni cuestiona mi propia interpretación,
es parte de una multitud de ofertas que siguen su rumbo sin tocarse las unas
con las otras pero aceptando el derecho que cada una posee a continuar
siendo parte del mercado. La (in)tolerancia sólo surge cuando nos salimos
del reino de las ideas e intentamos internarnos en territorios que no nos
corresponden; allí se acaba la liviandad, la proliferación democrática de ofer-
tas, el flotar graciosamente en el éter del deseo realizado, y lo que emerge es
la tachadura, la discriminación o, más grave y difícil de combatir, la fagoci-
tación de un mercado cultural que hace de la tolerancia su verdadera arma
para desactivar la presencia otra de lo que se opone a esa lógica del flota-
miento insustancial. En la muerte de la polémica podemos observar el sín-
2.
George Steiner escribía en un bello e intenso ensayo que casi todas las épocas,
al menos en la tradición occidental, habían dejado a sus espaldas, como un
recuerdo esencial e imborrable, la certeza de un tiempo paradisíaco perdido.
social, económica, política y cultural. ¿No será acaso hora de que discutamos
la sacralización que nuestra época ha hecho de la democracia y de sus argu-
mentos cuantificacionales y homogeneizantes? ¿Tendremos inevitablemente
que caer en el bando de los fascistas si nos corremos de las banalidades con
las que se recubre el estallido de una genuina idea de lo democrático en bene-
ficio de la perpetuación del poder capitalista? Horrendo parece ser el destino
de una sociedad que se muestra como incapaz para pensar sus propias fisuras
y sus enormes contradicciones. Sencillamente detrás del triunfo de la demo-
cracia liberal, tal cual la ha sabido construir el capitalismo de fin de milenio,
lo que se instituye es una suerte de monstruosa perpetuación ad infinitum del
orden burgués transmutado en realidad natural, en última referencia de lo
civilizatorio y en culminación de la historia.
Frente a este callejón sin salida de una sociedad entrampada en sus pro-
pias naturalizaciones, lo que se despliega como discurso dominante, parti-
cularmente desde el campo de una intelectualidad resignadamente plegada
al orden del día, es la aceptación acrítica de las condiciones brutales a través
de las cuales se manifiesta la dominación, la explotación y la exclusión de
una enorme fracción de la humanidad que no alcanza a disfrutar de las mie-
les de la democracia de mercado. Discutir la descarga arrolladora de violen-
cia que se vuelca sobre vastísimos sectores de una sociedad fundada en la
desigualdad más extrema de la que se tengan noticias, ya no aparece en las
agendas de aquellos que se desgarran las vestiduras ante la pérdida de legi-
timidad de las instituciones democráticas o ante la proliferación de la
corrupción en las esferas públicas, entendiendo esa pérdida de legitimidad
como un problema de orden jurídico o cultural sin relación con el ensan-
chamiento de la injusticia material.
Olvido de la injusticia en beneficio de la presencia abrumadora del dere-
cho, borramiento de la iniquidad de un sistema basado en la exclusión en
favor de una juridicización de todas las esferas de la vida que, sin embargo,
no alcanza a expresar lo que es propio del sistema: el uso legal de la violencia
como mecanismo ejemplar para reproducir sus fuentes de dominación. La
democracia tal como actualmente la conocemos y ejercemos representa la
expansión generalizada de este efecto “jurídico” sobre una población que
hace mucho tiempo ha resignado sus derechos participativos para aceptar
con cierta indiferencia y desgano el despliegue insulso e incuestionado de
un sistema político fundado no sólo en la delegación de la soberanía sino,
más grave aún, en la pasivización de esos mismos individuos que supuesta-
mente deberían contribuir al fortalecimiento de la democracia. Al natura-
lizar aquello que responde a una determinada circunstancia histórica, lo que
El derecho a ser
1 es periodista diplomada en periodismo de género por el Instituto José Martí (La Habana,
Cuba) y licenciada en Informática. Desde 2010 se desempeña como responsable de la
columna sobre discapacidad y derechos humanos en “Visión 7”, el noticiero de la TV Pública,
labor por la que recibió varios reconocimientos. Además, preside la Red por los Derechos de
las Personas con Discapacidad e integra la Red Internacional de Periodistas con Visión de
Género en la Argentina.
Cuando nace una nena o nene con discapacidad, comienza a cargar con
ese diagnóstico médico que la rotula. Así, lo primero que se ve es la discapa-
cidad, y muchas veces se los deja de ver como niños o niñas. Difícilmente los
profesionales intervinientes dejen que desarrolle sus habilidades lúdicas, se
integre con otros niños y niñas y participe en la sociedad, porque deberá hacer
terapias específicas para todo. Así, una persona con discapacidad no hará nata-
ción, sino hidroterapia, tampoco equitación, sino equinoterapia. Y la crítica
no tiene que ver con que la nena o nene no necesite algunos modos de abor-
daje diferentes, para estimular algunos aspectos de su desarrollo que un nene
o nena sin discapacidad no necesite, sino con que los entornos paralelos exclu-
yen; y tampoco seamos ingenuos, la discapacidad también conlleva un negocio
de muchas empresas prestadoras que lejos de realizar un trabajo altruista,
como muchas veces aparentan, se llenan los bolsillos con la exclusión.
Ese niño o niña llegará a la escuela “común”, quizás, si sus padres cono-
cen que tiene derecho a una educación inclusiva, educarse en el aula junto
con sus compañeros de clase, disponiendo de los apoyos necesarios, ade-
cuaciones académicas y ajustes. La familia deberá batallar –literalmente–
contra un sistema que resulta expulsivo. Esto ocurre sobre todo con los niños
que tienen discapacidad intelectual y psicosocial. No se trata de que los chi-
cos y chicas no puedan, ni de sus compañeros, que la mayoría de las veces
aprenden y se enriquecen con la diversidad; se trata del miedo a lo desco-
nocido, de la falta de capacitación y recursos. Entonces, si pensamos en la
escolarización de cualquier nene o nena, serán los padres quienes elijan
dónde la cursarán, y en el caso de los nenes y nenas con discapacidad, ter-
minan haciéndolo donde pueden.
Al crecer, vamos eligiendo nuestro futuro, qué vamos a ser cuando sea-
mos grandes… Hace muy poco leí un artículo de Sergio Meresman muy
interesante sobre la pregunta que no se les hace a los chicos y chicas con
discapacidad, sobre todo intelectual, y es esa la pregunta: “¿Qué vas a ser
cuando seas grande?” Yo la amplío al resto, porque ocasionalmente, nuestras
elecciones sobre lo que vamos a ser o no vienen condicionadas por nuestro
entorno: si sos una persona ciega, mejor que estudies abogacía o música; si
sos una persona sorda, sistemas quizás iría bien, o algún oficio que requiera
de concentración; si tenés discapacidad intelectual, bueno, algún oficio rela-
cionado con la pastelería.
Quizás por oposición a ese mandato, y no por vocación, decidí estudiar
sistemas antes de ser periodista. Pero otras personas que conozco, como
Emiliano Naranjo, que tiene parálisis cerebral y sí tiene una gran vocación,
quiere ser profesor de educación física, y debe luchar contra los prejuicios
El teletrabajo
Ana Silva
La primera vez que escuché hablar de teletrabajo como una alternativa labo-
ral para personas con discapacidad tuve una reacción negativa. Imaginé que
quedaríamos aislados frente a una computadora con un teléfono que se con-
vertiría en la herramienta principal de trabajo. Las posibles ocupaciones
serían vender pólizas de seguros o suscripciones a periódicos que la mayoría
de los contactados rechazarían en gran parte de los casos.
La experiencia propia y ajena fue haciéndome cambiar de opinión y
nuevos argumentos fueron desplazando a los desfavorables; claro, el proceso
llevó más de diez años y diversos encontronazos en la vida laboral.
Trabajar desde casa: ¿quedaría el trabajador aislado en su hogar?
Quien ha vivido en una gran ciudad sabe de las dificultades de trasladarse
entre dos puntos, los cambios de medio de transporte y la inseguridad de
poder llegar a horario. Existe la posibilidad de viajar en taxi o remís, pero
los costos hacen esta solución impensable para la mayoría de las personas
con discapacidad.
La energía que insume el viaje diario hace que muchas personas con
discapacidad carezcan de tiempo libre y ganas para disfrutarlo.
El trabajo es también la oportunidad de contacto social: sí, en el mejor
de los casos; cuando muchas personas con discapacidad tienen dificultades
para desempeñar sus tareas por falta de las adaptaciones necesarias o de la
asistencia personal indispensable, se crea un estado de frustración y des-
igualdad con los demás trabajadores, lo que difícilmente facilite la inclusión
social satisfactoria. Por otra parte, muchas veces la persona con discapacidad
se desempeña en establecimientos en donde hay poco personal.
Muchas tareas administrativas y de difusión podrían llevarse a cabo
desde casa, sin necesidad de estar en una oficina, porque efectivamente gran
número de actividades que sin estar rotuladas como tal, son teletrabajo:
enviar cartas, distribuir información, organizar eventos, concertar encuen-
tros de trabajo, administrar una página web, traducir textos, hacer correc-
ciones, escribir artículos.
Con las comunicaciones actuales es perfectamente posible tener con-
tacto con los colaboradores, recibir instrucciones y presentar puntos de vista.
Laura Lemura
rabia, prefiero ese amor que despierta la política y no el odio, que es apolítico
pero de los peores. Y de los peores porque se puede ser apolítico estando al
margen, sin luego quejarse si no se participa, pero el apolítico que se inmis-
cuye es cizaña. Porque mis ideas políticas son lo único que me pertenecen y
no pueden robármelas; las defiendo con uñas y dientes, con ese amor que se
siente al pensar. Sólo el 1% de las personas con discapacidad visual de
América Latina –unos seis millones– accede a tecnología. Con una PC o un
teléfono móvil una persona ciega puede acceder a leer un texto cualquiera,
sea un libro o el diario, mediante lectores de pantalla. Mientras no haya polí-
ticas públicas que tiendan a expandir el acceso somos unos privilegiados.
Sigamos exigiendo: así como me quejo de la gente que se anula y no
sabe mirar cuando le preguntás la altura de una calle o hacia dónde sube o
baja la numeración, si estamos en la vereda par o impar, todo esto clara-
mente referido a una dirección, también haré mi descargo de personas buena
onda de estos tiempos. Por ejemplo, un chofer del 71 que, de repente, dice:
“¡No, pero si yo te pasé la otra vez! ¡No puede ser! ¿Pasajeros, me bancan
un poco?”, y, acto seguido, dio vuelta el colectivo y me dejó en la puerta de
donde iba. ¡Aplausos! Y ayer, cuando ya me resignaba a hacerme sopa en la
esquina de Melián… un señor se bajó de su coche para cruzarme la calle y
hasta me dejó en el edificio que necesitaba ir. ¡Aplausos!
Creo que realmente, si enfatizo en las malas actitudes, es porque últi-
mamente todos estamos en una onda individualista, corriendo, llevando por
delante… Y recordar a estas personas que se toman el tiempo de acordarse
del otro copa. No, no digo que los que no prestan atención ganen, es que
tengo que señalar que sus interacciones chocan. Pero tenía que ser justa con
quienes no pierden lo humano que nos queda.
Mi mente anula las cuestiones que me enfrentan a esas cosas que me dan
urticaria… El lunes, por trabajo, fuimos a una nota y encaran con “vamos a
hablar de otra actividad inspiradora”… Creo que me recibo de actriz. Una
persona con discapacidad que estudia, trabaja, se desarrolla como las otras,
pese al sistema, construyendo su vida, no es inspiradora. O no debería serlo
si aspiramos a que todos podamos convivir un poquito mejor cada día.
Naturalizados la gordafobia, la discafobia, la homofobia, la lesbofobia,
el normocentrismo a full… Me molestan cada vez más algunos comentarios,
como cuando se comen cosas ricas y salta alguien diciendo: “No puedo ser
tan gorda”. Es discriminatorio y machista. Ese lamento implica que es un
gran pecado ser gorda y el no ser gorda como ideal es machista por raíz,
porque el patriarcado hoy nos impone a las mujeres ser delgadas. Los hom-
bres sí pueden tener “pancita cervecera” o simplemente no ser delgados.
me circunda y al que tengo que contribuir como sujeta activa porque nadie
me incluye si no participo. La inclusión no te la dan otros, la hacemos entre
todos, por ponerle un nombre a ese ideal de respeto a las diferencias.
Es inevitable que nos convoquen para “inspirar” o entrevistarnos en sec-
ciones “solidarias”. Pero En Buenas Manos y en Mir no estamos para ins-
pirar, estamos para cambiar algo que no está funcionando, crear fuentes
laborales para personas con discapacidad desde las personas con discapaci-
dad, no para dar una mano solidaria, sino para hacer nuestro aporte social
a eso que llamamos inclusión, y es que de una vez por todas seamos consi-
derados personas.
¿Qué nos debe el feminismo a las mujeres con discapacidad? ¿Qué nos
debemos los feminismos y las mujeres con discapacidad entre nosotras? Un
buen diálogo… Los feminismos buscan equidad, de eso no tengo dudas…
Pero hay interlocutoras que se le escapan u olvidan cuando plantean su inci-
dencia en leyes que nos incumben como mujeres y como personas con dis-
capacidad. Y faltaría que no surjan respuestas violentas del tipo “incluimos
malformaciones en una ley de aborto como especificación para no distinguir
y no ser pro feto con discapacidad porque además quién nos va a acompañar
en el cuidado”. Que los cuidados recaigan en las mujeres es parte de la opre-
sión que sufrimos como género, y que las personas con discapacidad tengan
más difícil su proceso de vida es fruto de ese mismo sistema. Tales argu-
mentos bordean el derrotero casi hitleriano. Eso sin contar los feminismos
de la diferencia donde no somos sujetas de acción pues seríamos las cuidadas
y no quienes pueden cuidar.
A barrer toda visión medicalizada, a barrer toda concepción eugenésica
y normocéntrica para luchar juntas de una vez. Ser feminista va más allá de
compartir batalla con quienes somos similares en genitalidad. Ser mujer no
es quedarse en lo biológico, ser mujer trans no es ser menos que la que nació
nena, es luchar contra los privilegios del hombre y de las mujeres que se
masculinizan. Pero ser mujer con discapacidad, por ejemplo, nos pone en
situaciones más vulnerables, nos aísla socialmente, nos priva de habilidades
que otras mujeres llevan impuestas. El género sí importa. Lo que sí, debe
ser una construcción entre personas feministas, no solo las oprimidas, tam-
bién los varones que puedan escapar al patriarcado.
Ayer, por temas de conexión, me quedé con ganas de responderle a un
compañero que minimizaba el hecho denominando libremente, como si
fuera lo mismo, “yo tengo una silla renga, etc.”, que la palabra es importante
pues designa despectivamente una discapacidad, además de ser estigmati-
zante. Lo lamento mucho porque justamente es el candidato al que apuesto,
tema que lleva a las mujeres a sentirse desgraciadas, abandonadas por el Estado
y la sociedad por tener hijos en esta condición. Sería esperable que a alguna
feminista de derecha no se le ocurra decirnos que una mujer no puede ser
obligada a tener un hijo gay o una hija lesbiana porque socialmente son una
carga y no se lo bancan. Sería esperable que nos dijeran sencillamente que no
podemos ser obligadas a ser madres. No que se pongan a justificarse ante lo
que no proponen cambiar.
La discapacidad, como el género, es un constructo social. También la
discapacidad es biologizada a través de la mirada médica que nos ve como
pacientes eternos en lugar de considerar, como el modelo social de la disca-
pacidad, que lo discapacitante es el entorno, sean barreras concretas o de
pensamiento. La discapacidad como tal lo es en tanto no podemos pensar-
nos como diversos funcionales sin borrar sus causas, esas pautas que debe-
mos cambiar para deconstruir conceptos que nos ven como diagnósticos,
seres dependientes y no sujetos de derecho como personas que somos.
Es que los progresismos tienen también exclusiones. Y es tarea, como
siempre, de las feministas abrirse camino y generar visión de género y par-
ticipación de las mujeres en la izquierda. Es como veo que las mujeres con
discapacidad nos abriremos brecha en el movimiento feminista, tal lo dice
el lema de la Convención sobre los Derechos de las Personas con
Discapacidad, haremos un “nada sobre nosotras sin nosotras” y el tema será
transversal en tanto nosotras participemos y nos incluyamos.
Hoy es día de lucha, de hacernos ver, escuchar, caminar y todo eso que
socialmente se cree que no podemos por el hecho de nuestra discapacidad,
añadido al de ser mujeres. Basta de invisibilizar a las mujeres con discapa-
cidad. No somos nenas y podemos decidir si formar pareja, si tener hijos o
no. Tal vez precisemos una mano pero, ¿qué persona no la necesita? No nos
maten civilmente. Nada sobre nosotras sin nosotras.
REDI publicó una nota:
REDI llama a visibilizar, este Día de la Mujer, a las mujeres con discapa-
cidad que, por su género, son doblemente discriminadas y excluidas social-
mente.
Mujer con discapacidad no es sinónimo de niña eterna. Actualmente
muchas mujeres son privadas de vivir su sexualidad plenamente y se reprime
su identidad sexual y con mayor énfasis si no encaja en la heteronorma. A
muchas mujeres se les niega el conocimiento de métodos anticonceptivos y sus
Coni Orbaiz
Involuntario
Hoy quería escribir sobre aquellas cosas que no controlamos, las que “nos
vinieron” sin querer, todo eso que no depende de nosotros. Contrario a esto
es lo voluntario y la voluntad. A las personas con discapacidad se las asocia
permanentemente con la voluntad y la constancia, porque hacemos un
enorme esfuerzo por superar grandes barreras. Lo que lleva a generalizar y
desde ahí pueden salir frases como: “Todo lo que te propongas lo vas a
lograr” (entre otras)… y la verdad es que es un peso grande el mote de “todo
se puede”, porque si hay algo que nos caracteriza a los seres humanos, es
que no podemos todo.
Justamente la discapacidad nos confronta con aquello que podemos y
con aquello que no, permanentemente. Claro que lo que hoy no podemos
mañana quizás lo lograremos, ya que la vida nos suele dar estas sorpresas,
pero nuevamente nos vamos al terreno de lo involuntario, porque no es algo
que dependa de nosotros 100%.
Lo involuntario nos incomoda, nos enoja, nos acerca con nuestros pro-
pios límites, pero a la vez es maravilloso pensar que hay cosas que sucede que
nos exceden y lo inesperado puede pasar en cualquier momento; sólo tenemos
que entregar todo de nosotros mismos y aprender a esperar.
Impresiones
La época de la infancia es muy especial; cuando todo está por florecer y todo
lo que venga del adulto puede ayudar o entorpecer este maravilloso proceso.
Es por ello que todo lo que los adultos les decimos y hacemos con ellos es
de vital importancia, con lo cual trabajar con niños requiere de una gran
responsabilidad hacia esa persona en formación. Lamentablemente no todos
Atardeceres
Esta historia que hoy comparto resuena en mí por todos los significados.
¿Cuántas veces, pretendiendo ser “como el otro” nos olvidamos de valorar
lo que tenemos, de encontrar nuestro propio ritmo y respetarlo? Porque es
nuestro, nos pertenece. Realmente es un desafío no perder esta dimensión
en medio de la locura diaria y poder valorar lo que tenemos.
Hace unos días me hicieron una entrevista sobre el juego y los chicos con
discapacidad. Unos días antes me puse a pensar sobre el tema y se me vinie-
ron a la mente (y al alma) las imágenes de los chicos con los que trabajo.
Quizás porque son ellos los que me enseñaron lo valioso del juego. Los del
Jardín: que durante el recreo se suben a la trepadora tantas veces como pue-
den o arman construcciones cuyo valor no se mide en pesos. Los chicos con
los que trabajo en el consultorio o en el set, en donde su cuerpo no puede
colaborar tanto, y cada movimiento es un gran esfuerzo, pero luego con todo
se ve recompensado por el placer de jugar. Placer es lo que todos sienten y
a mí me da la pauta de que el objetivo está logrado. Porque en un contexto
en donde todo tiene que servir para algo –o en el idioma de la discapacidad,
“debe estimular”– justamente el chico necesita sentir que juega por jugar y
que nadie lo está evaluando, porque si no la magia se va romper, cuando
justamente es esa magia la que nutre el alma del niño.
Observadores
sacás el transformador?”. “Sí, cómo no”, y así lo hizo guiado por mí. El
público siguió observando hasta el final, ¡cómo perderse la escena de la
puerta pesada para abrir al salir!, pero yo me fui pensando en los diferentes
puntos de vista: seguramente ellos pensarán: “Uh, pobre piba, mirá todo lo
que le cuesta algo tan simple”. Mientras que yo siento que de pobre no tengo
nada. Me pregunto también hasta dónde llega la curiosidad/morbo de la
gente que no puede pensar en el otro y en cómo se siente si lo observan.
Por último me quedo con el cambio de actitud del vendedor, que pasó de
mirar con ojos distantes a poder ayudarme: el compromiso con la realidad
del otro sin duda nos hace mejores personas.
Objetivos cumplidos
Las limitaciones en general tienen mala prensa, pareciera que son “malas”,
que hay que saltarlas, romperlas o ignorarlas. Por supuesto que hay límites
No hay nada que me irrite más que un extraño que se crea con derecho a
indagar en nuestra intimidad. Me irrita mucho que cualquiera crea que es
de su incumbencia lo que alguna vez nos sucedió en la vida y sienta una
extraña vergüenza cuando se le responde como es debido.
A veces me parece que mi hija está socialmente más adaptada que yo.
No siempre fue así. Debo reconocer que antes, unos diez años atrás, ella
hacía unas tremendas rabietas frente al desconocido inquisidor y ahora la
que hace las rabietas soy yo.
Esto sucedió hace un mes más o menos en el Walmart de Paraná.
Una mujer estaba detrás de nosotros en la cola del inmenso supermer-
cado. Yo me la veía venir cuando tiró la primera frase:
–¿Qué tiene la nena? (una adulta joven con diagnóstico de parálisis cere-
bral, que se comunica en lengua de señas).
–¿Cuál? –le respondí con cara de nada.
–La suya, pobrecita… ¿qué le pasó? –continuó.
–Nada, que yo sepa no le ha pasado nada –indiqué ya con firmeza.
Insistentemente, la mujer continuó hurgando entre nosotras:
–¿Por qué va en silla de ruedas? ¿Nunca va a caminar?
Mi hija levantó sus ojos redondos y bizcos buscando los míos.
Yo le secreteé al oído: “Está loca, no le des bola”.
La mujer insistió:
–¿Nació así?
Di media vuelta, tiré el carro, levanté la silla con mi pierna derecha sobre
las dos ruedas traseras y le dije:
–¿Qué mierda le importa?
Salimos al estacionamiento. El viento fresco nos apagó el calor de las
mejillas. Mi hija y yo nos reímos juntas. La senté en su butaca y, cuando
estaba guardando la silla en la parte trasera de la camioneta la volví a ver,
¡la misma mujer se dirigía a mí!
–Disculpe, señora, es que yo tengo una vecina que tiene una sobrina
que tuvo una nena como la suya…
Me colmó. Con los dos brazos libres de la silla me planté sobre mis pies
y le ensoqueté una trompada en pleno rostro señorial y formal.
tercerA PArte
El derecho al dolor
Disforia
Pero hoy
cambiaría todo eso
por no haber nacido en este cuerpo equivocado.
Derecho al dolor
Hoy casi no duele. Después de haber pasado unos días con tanto dolor que
no podía ni pensar, días que recuerdo como en una nube hipnótica. Como
si no hubiera sucedido y a la vez, llenando todo.
Devolver el cuerpo a las discusiones sobre discapacidad. Sería maravi-
lloso que fuera cierto que la discapacidad es apenas un problema del mundo
mal diseñado. Que también lo es. Que también debe cambiar. Deben existir
rampas, baños, sitios web. Todas esas cosas que enseño y milito. También.
Pero hoy quiero hablar de los que tenemos un monstruo adentro, que
de vez en cuando se despierta y nos rasguña por dentro. Nunca estoy tan
dentro y tan fuera de mi cuerpo como cuando me duele. Y reaparezco, al
día siguiente, agotada y con la sensación de que debería estar haciendo todo
lo que no hice. Hoy es este libro.
¿Por qué hablar del derecho al dolor, si es lo que más odio, si desearía
desaparecerlo más que ninguna otra cosa?
Porque existe. Porque lo primero que dicen los doloridos es que su
entorno no comprende. Que el “no será para tanto” y sus infinitas variacio-
nes: “Se ve que no te duele tanto, porque viniste”. “Hay que ser positivo”.
“Tienes mejor cara”. Si no se nombra, no existe.
La mecedora infernal que va desde pretender ignorarlo y seguir a pesar
de, hasta mandarse a guardar durante días.
“Yo sigo, total, mañana me internan”. “Mañana me va a doler el doble”.
“Sí, duele… pero…”.
Apretar el acelerador y el freno al mismo tiempo.
Cada uno tiene dentro a esos personajes malditos y benditos. El nega-
dor. El que desearía matarse. El esperanzado. El que finge bien. El furioso.
El que imagina lo que hará mañana. El militante. El que piensa en los
demás. El angustiado. El que reza y pide. El que ya no puede ni rezar. El
amante. El amado. El que tiene proyectos. El que desearía ser otro. El cro-
nista. El que escribe esto. El que sabe que, haga lo que haga, el dolor no va
a desaparecer. El que desea ayudar.
Nadie desea convertirse en dolorido. Nadie ama su dolor. Pero, si aun
con el monstruo adentro, seguimos vivos, es que deseamos vivir.
Ese raro derecho es decir que a veces duele tanto que desearía morir.
Derecho a decirlo sin que me contaminen de optimismo, sin que nadie trate
de convencerme de que no es para tanto. Ni yo misma.
Invisibles
como “el otro”, ese otro que es la Patria, sino como “entre otros”, el etcétera,
esa realidad que está fuera del campo visual y que por eso no es visible.
La sensación es que el tema de discapacidad todavía aparece como peri-
férico, en el pensamiento, en el discurso, en las acciones, en el pensamiento.
¿Cómo hacer para integrarlo? El proyecto también es manco, rengo, sordo,
ciego y rodante. Diverso. Lo es desde la época de Los Rengos de Perón. Y
eso es bueno. Celebremos y hagamos visible esa diversidad.
¿Cómo se muestra esa sensación de ser invisible, con un cuento?
Microrrelatos
Le pido a mi marido, con una discapacidad más visible que la mía, que me
acompañe a un médico nuevo, muy recomendado. El hombre me mira y sin
dar siquiera las buenas tardes, me pregunta: “¿Qué enfermedad tiene él?”.
Me van a hacer una pequeña cirugía ambulatoria, no relacionada con
mi discapacidad. El camillero le pregunta a quien me asiste: “Pero, ella,
¿mueve algo? Sí, la lengua. Háblame a mí, directamente.
No sólo ocurre en los hospitales. En restaurantes y bares, siempre le
entregan la cuenta a mi acompañante, salvo que se vea “más discapacitado”
que yo.
Se parece bastante al efecto ferretería. Aun antes de usar silla de ruedas,
ya sabía, como cualquier mujer, que si entraba con un hombre a una ferre-
tería le iban a explicar a él cómo funciona lo que he comprado, aunque lo
hubiera pagado yo. La única manera de lograr que el ferretero me explique
cómo funciona lo que acabo de comprar, es dejar al señor en casa o en la
puerta. Imagino que lo mismo sucedería si intento comprar un auto usado.
Otra vez, un candidato político opina que lo que sucede aquí no suce-
dería en un país normal. Periodistas de variada ideología opinan sobre la
frase, pero ninguno cuestiona la idea de que lo normal es bueno y deseable
y lo no-normal es malo, lo que no hay que ser. ¿Normocéntrico yo?
Todos los meses, un mensajero en moto nos toca el timbre, retira las
facturas correspondientes y las lleva al Ministerio. El último mes, levanto
el portero eléctrico y escucho la sonora voz del vecino de al lado. “No,
aquí no es. Tocó el timbre equivocado”. El mensajero se disculpa:
“Perdón, estoy buscando a los cieguitos”. Nosotros no perdimos la batalla
cultural. Ni siquiera la empezamos.
El derecho al amor
vida aun faltando los ojos, el oído, la voz, los pies cansados. Aun así, agra-
deciendo.
La otra fue “Polleritas” y aquí llegamos al tema de nuestro cuento. Yo
me solté de la silla donde me sostenía, avancé un poco y saqué un paliacate,
un pañuelo rojo que aún conservo y lo agité en el aire. Seguramente con
poco arte, nunca aprendí danza folklórica, pero parece que cuando bailo
tengo un “algo”.
Años después volvimos a encontrarnos muchos de nosotros en el velorio
de un amigo indispensable y querido, el Marce. Llorábamos. No podíamos
hablar. Una de las chicas sordas, Marisa, señaló el cajón y después su cabeza,
lamentando la pérdida de alguien que supo pensarnos con mucha lucidez.
Yo lo miré y luego me señalé el corazón, abrazándome a mí misma, para
designar tanto su cualidad de tipo inmensamente querible, como mi tristeza
de no tenerlo más.
Entonces ella me miró, se secó las lágrimas, me señaló indicando que
así me llamaba y agitó un pañuelo imaginario en el aire. No tuve más reme-
dio que aprender a bailar.
Historia de Clementina
Historia de Nati2
2 https://www.facebook.com/notes/animalitos-difusion-nati/clementinauna-hija-fiel-
/577699062267202?refid=17
Luego de esto pasaron varias horas entre que llegaban los bomberos, la
policía, las ambulancias, gritos, era una situación de tremenda desesperación
y caos. Tengo que contarles que Clementina siempre fue una perrita bas-
tante miedosa a los extraños y más que todo a los ruidos fuertes. Ustedes
que la conocieron, ¿se la imaginan ahí sentadita en medio de todo ese caos?
¡Increíble! Lloro de emoción, alegría, tristeza, todo junto.
Cuando el fuego fue apagado y llegaba la hora de irse a algún lugar
donde poder refugiarse, Clementina seguía ahí, sentadita junto a la silla de
ruedas en que estaba su papá, cuidándolo, como le había pedido Paula.
Esperando.
Paula y Martín fueron a la casa de sus padres y Clementina fue a la casa
de Roberto, ya que ahí tiene lugar. Pasaron unos días hasta que pudieron
reencontrarse, ahora están los tres viviendo en la casa de Roberto.
Momentáneamente vivieron una situación difícil, que no se le desea a nadie,
de la que hay que tener mucha fuerza para salir adelante, pero ellos de a
poco lo están haciendo.
Es una historia trágica y emotiva para contar y lo más importante es
que haya salido de Paula, quien vivió esto y que trata de rescatar algo lindo
a pesar de las grandes pérdidas que sufrió. No me quería extender tanto,
pero podría contar también que cuando se reencontraron, durmieron los
tres juntos, obviamente. Paula me decía que extrañaba mucho a sus gatitas
y yo le dije que se apoyara en el amor de Clementina. Me dijo que había
dormido abrazada a ella.
Historia de Yuly
Justo en la fecha de ayer, aniversario del incendio, Yuly me pide que opine
sobre los protocolos de emergencias y los afectados con discapacidad. Mi
recuerdo tiene olor a humo, tacto de cenizas y ruido a botas chapoteando
en el agua, porque ya se sabe que lo que no daña el fuego, lo hacen las man-
gueras. No es una opinión objetiva y lejana, es carne viva aún. Le contaba a
Yuly que sobreviví a unas cuantas catástrofes, los terremotos en México, las
inundaciones en La Matanza.
Cuenta Yuly: Me encuentro trabajando… hace una hora vinieron a avi-
sarme que mañana realizarán un simulacro de emergencia, me dice el Sr.
de seguridad e higiene: “Tengo entendido que aquí hay una persona con
discapacidad”.
–Sí, yo.
–No hace falta que salgas, pero en el caso de que pueda suceder de ver-
dad, tenés que esperar que salgan todas las personas y vos salís última…
Me puse muy mal, llamé a todo el mundo, hasta que me enviaron el
“Protocolo de Seguridad” que por lo que entiendo, queda a criterio del pro-
fesional interviniente.
No es que piense: “Voy a morir quemada”, porque estoy en PB y a
metros de la salida. Esto que me dijeron hoy a mí, lo dicen en las charlas o
sea, mi vida vale menos que la de los demás….
Hace más de diez años atrás, participé en una emergencia “real”. Tuve
que bajar desde el piso 27 hasta planta baja con todos mis compañeros. No
ocupé toda la escalera, porque si la ocupaba toda, hubiese dejado que ellos
pasen primero, así que los que querían ir rápido pasaban a mi lado, pero a
la mayoría tuve que echarlos yo, porque querían quedarse conmigo. Por
suerte no existía este protocolo.
Paula: Hace dos años, Martín, Roberto y yo salimos primeros de un
edificio que se incendiaba. Martín tomó el ascensor con la silla de ruedas y
alcanzó a salir antes de que se cortara la luz. Yo bajé por la escalera, no hubo
pánico. No tuvimos ningún problema. En cambio, en México D.F., durante
un terremoto, opté por no bajar, porque hubo tal estampida humana que
me hubieran aplastado. En ningún caso había protocolos de evacuación.
Estrategias valiosas
Por ejemplo
Lógicas de uso
grías, descubrir cómo empezar o cómo superar baches, es bueno para la cali-
dad de vida en el entorno de trabajo cuando el espacio de trabajo es la propia
casa; cuando el manejo del tiempo es nuestro; cuando la herramienta de tra-
bajo, además de la computadora, es nuestro propio cuerpo, y cuando, ade-
más, debemos inventar hoy lo que nos dará de comer mañana.
Ergonomía
Ahora bien, ¿qué tiene que ver este cuento con el estrés postraumático?
El 27 de agosto nos despertamos como siempre un poco tarde (somos
bastante nocturnos, salvo que tengamos algún compromiso temprano). En
la casa estábamos Martín Balbinder, Roberto Oliva y una huésped que no
desea ser nombrada, aparte de quien escribe este texto.
Prendimos el aire acondicionado para caldear la habitación, saludamos
a nuestros indispensables telegatos y empezamos con el primer mate mien-
tras planificábamos las tareas del día. Nada fuera de lo común.
Aquí la historia y la escritura se ponen difíciles. La conté mil veces. Se
cortó la luz. Yo me levanté a ver si algo había hecho cortocircuito. Camino
con bastante dificultad y veo poco; mi esposo no ve y no camina, pero el
resto de la casa aún dormía.
Cuando pasé por el pasillo, vi un resplandor naranja en vez de la cortina
blanca. Tardé en saber qué era. Me fui acercando hasta enfocar mejor la
imagen. Fuego. Supongo que nunca grité tanto.
Minutos después, los humanos y la perra estábamos afuera mirando las
llamas, los bomberos, la policía, las ambulancias. Hay filmaciones de noti-
cieros, pero no sé cómo conseguirlas.
Horas después, llegué a casa de mis padres, con lo puesto y un celular.
Después de bañarme, pedí prestada la computadora, para avisar que estaba
bien y delegar o suspender los compromisos laborales en la Fundación y en
la Universidad donde doy clase. Unos días más tarde, nos mudamos con
unos amigos.
De pronto, no tenía más ni mi lugar de trabajo, ni mis computadoras
(una de ellas se derritió, la otra casi), ni una conexión estable, ni, mucho
menos, capacidad para concentrarme. El celular, medio chamuscado, fun-
cionaba de vez en cuando y me permitió conectarme.
¿Qué pasó entonces con mi bebé, el área de inclusión? Pasó que todo
ese asesoramiento sin cargo, activismo, militancia y redes de contactos, se
dio vuelta sin que lo pidiera y se enfocó en un solo objetivo: ayudarnos.
Recibimos donaciones, una computadora, un celular, dinero, ropa de abrigo,
cosas para la casa, servicio técnico para recuperar parte de nuestros archivos
perdidos… el que no tenía cosas materiales para ofrecer, difundía, tendía
puentes, generaba redes, ofrecía contactos. La línea de ayuda siguió funcio-
nando, pero ahora en ambos sentidos. Seguimos respondiendo consultas,
pero también recibiendo mucho. Lo único que teníamos, contactos, fue sir-
viendo para reconstruir nuestra vida.
Este texto cierra contando cómo estos medios virtuales, a veces tan
denostados, pueden convertirse en un maravilloso canal para la solidaridad.
cuArtA PArte
Situaciones de vida
tenemos esa mesa redonda (el ayuntamiento nos prestó una sala para que
podamos hacerlo, nosotras no tenemos local, somos muy ratonas).
Sigo trabajando en la radio este máster que tengo en los programas que
tienen que ver con la emigración; se está tratando también de ver qué pasa
con las personas que tienen discapacidad y son inmigrantes, porque el sis-
tema de sanidad se está dejando afuera por el hecho de no tener documen-
tación. Estoy trabajando con un grupo que se formó acá en Valencia que
apoya esta Perrada, tratando este tema. No estoy totalmente de acuerdo con
cómo lo están planteando, pero hay gente que está ahí que me interesa, me
parece buena gente, la conocía antes, y estoy viendo que han formado un
grupo de discapacidad. Estoy buscando a ver quiénes son porque acá no va
a haber un gobierno por mayoría, van a estar representados por un montón
de minorías en las próximas elecciones. Entonces, quiero ver qué están
haciendo por el tema discapacidad. Porque es la hora de hacerle propuestas
antes que se les ocurra nada a Perrada y después uno las tenga que bancar
así no más.
Acá nadie me ve como española. Hace trece años que me fui; me fui
con el corralito en el 2001. Cuando llegué, el hecho de tener papeles es algo
que marca una diferencia importante, el tener documentación. Pude sacar
el certificado de discapacidad, me integré e inmediatamente me puse en
contacto. Ya me puse en contacto antes de venir, para ver cómo se manejaba
el tema discapacidad; tuve acceso a la confederación, a las asociaciones de
esclerosis múltiple. No bien llegué me puse en contacto para organizarme,
para integrarme donde yo quería estar. Desde que llegué empecé a notar
que iba a tener que marcar la diferencia, fui organizándome con gente que
tenía las mismas ideas que yo pero que no había tenido la misma posibilidad
de encontrarse con alguien que pudieran hacer cosas. De a poco te vas
conectado con gente que piensa como vos, y bueno, así formamos una aso-
ciación de mujeres. Yo llegué a presidirla en Valencia. Fui presidenta de la
confederación tres años y llevé estas ideas adelante.
Puedo decir que estoy integrada. Si decís, ¿la integración qué es? La
integración es interesante en los temas que tienen que ver con la vida coti-
diana de todos, no solamente tuya. Y bueno, me han tratado bien, me han
recibido bien. La única persona que está en el sindicato soy yo, han cam-
biado cosas en la radio por mí, porque ahora voy en silla de ruedas. El equipo
de la radio, mis compañeros, cuando se reúnen conmigo, miran si el sitio
donde vamos tiene baño adaptado porque si no, no puedo ir.
Porque les decía: “Escúchame, ahí no puedo ir, tenemos que estar tres
horas y yo voy al baño seguido”. Y ahora, en la actualidad cuando vamos
decimos: “No, ahí no se puede ir porque no hay baño adaptado”. Está bien,
porque yo también pienso cosas para ellos.
Todos pensamos que no es un problema, es una dificultad. Yo no tengo
problemas, tengo dificultades. Nos reunimos siempre en una cafetería en la
esquina de la radio, que tiene baño adaptado. Y vamos siempre ahí, no
vamos a otro lado porque no hay.
Demostrar, como si uno tuviera que estar siempre demostrando algo.
A mí me costó, era bajar un escalón más con los bastones ya era bastante, y
tenía dificultades, cada vez el agotamiento era mayor y llegaba a menos
sitios, porque caminando no llegaba muy lejos, así que, sentarme en la silla
fue asumir que lo necesitaba, y dije: “Bueno, ya está”.
Javier Romañach
qué). Hay miles de anécdotas que te indican que algo no está bien, que algo
no funciona, pero es como si fueras un ciudadano negro en la época del
apartheid, te acostumbras, lo das por sentado y no te planteas más cosas.
En España hay un movimiento de la discapacidad –el más poderoso del
mundo– que factura tres mil millones de euros al año, y de alguna manera eso
daba por sentado que ellos deberían hacer el trabajo. Pero veíamos que no se
hacía, o por lo menos no estábamos satisfechos con el trabajo que se hacía.
De alguna manera, en paralelo vinieron también preguntas que se hacía
gente con tetraplejia: “¿Qué vamos a hacer cuando nuestros padres mueran?
Porque son quienes nos atienden”. Era como un batiburrillo de preguntas
sin respuestas, que necesitaban respuestas, y para eso se fundó el Foro de
Vida Independiente, para pensar en común. Más que para actuar se fundó
para pensar. Para reflexionar en conjunto qué pasaba, porque no lo enten-
díamos, estábamos oprimidos.
Contactamos con un grupo interesante de gente, que llevaba un tiempo
pensando por separado y al estar juntos empezaron a surgir cosas interesan-
tes. Enseguida empezó a quejarse alguien de que hablábamos mucho, que
no hacíamos nada. Y poco a poco, de manera natural se fue uniendo gente
en el foro y de la palabra pasamos a la acción.
Coincidió con que en España estaba en ciernes la famosa ley de depen-
dencia para dotar económicamente de apoyos y ayudas para la diversidad
funcional. Fue como una serie de coyunturas que se fueron dando; realiza-
mos un congreso europeo de vida independiente y vino muchísima gente.
Y fueron como polvo que fueron haciendo grumos, y luego formas, y de las
formas salió poco a poco, a lo largo de los años, un pensamiento –en mi
opinión, muy poderoso– que acabó yendo a la raíz. Creo yo que se consiguió
atacar la raíz del problema. No de golpe sino a base de vueltas y vueltas.
Sin embargo, ese ataque a la raíz que estaba escrito en algunos docu-
mentos nunca ha sido muy bien entendido. Diseñamos el término, creamos
el término, acuñamos el término de diversidad funcional, con una convic-
ción bastante fuerte. Tiene su anécdota esto, porque en realidad lo que ocu-
rrió fue que un experto en derechos humanos argentino, Cristian Curtis,
estaba dando una conferencia en Madrid, en la Universidad Carlos III. Yo
estaba allí un poco por casualidad, y a lo largo de la conferencia, él dijo algo
así como “esto es capacidad, yo no sé, son el único colectivo que conozco
que se define negativamente a sí mismo”. Y yo me quedé impactado, ya no
me acuerdo el resto de la conferencia. A partir de allí, me quedé impactado
porque llevábamos ya tiempo pensando, y nunca habíamos pensado eso,
entonces duele. Puedes rechazarlo o puedes ponerte a buscar soluciones.
Me pareció fascinante cómo un colectivo que dice luchar por sus dere-
chos con un modelo social aceptaba como definición lo que habían decidido
los médicos (cuando reivindicaba teóricamente que el pensamiento tenía
que ser nuestro, y cuando realmente llegó el pensamiento nuestro, no digo
que fuera el mejor, pero por lo menos era nuestro). Respecto de la acuñación
del término “diversidad funcional”, la resistencia fue demoledora y brutal.
Tampoco nada nuevo; me imagino a las primeras mujeres feministas que
luchaban por sus derechos. Y sigue habiendo una resistencia brutal.
No obstante, gracias a esa resistencia se genera debate, y gracias al
debate el término va fluyendo y fluyendo, no tanto así el concepto. Porque
el concepto tiene más profundidad o por lo menos en mi mente está todo
muy profundamente razonado. O no lo escribí bien, o no se ha llegado a
entender, o no supe explicarlo bien o lo que fuese.
Entonces, dotados de pensamientos propios, el activismo en España del
foro de vida independiente cogía muchísima fuerza, porque ya teníamos la
energía de “tenemos ideas nuevas, tenemos concepciones nuevas, queremos
transformar esto”. Y tuvimos nuestro apogeo con la lucha contra los artículos
de esta ley, y conseguimos en esa ley que surgiera el tema de asistencia per-
sonal. No sé si se habla de asistencia personal en la Argentina o no, pero es
la herramienta que nos hace a todos básicamente libres y dignos.
El foro ha seguido. Poco a poco las comunidades autónomas –España
es un país muy general, no sé si esto se conoce en Argentina que tenemos
comunidades autónomas distintas, políticas distintas–, la gota mala, una
comunidad autónoma aprueba una ley e incorpora la asistencia personal,
otra comunidad autónoma hace lo mismo, entonces, de alguna manera, la
parte práctica de toda esta reflexión poco a poco se va transformando en
realidad. No sé si es muy buena o muy mala la realidad, pero por lo menos,
es alguna realidad. Teniendo en cuenta el desierto ideológico que había en
España en el año 2001 cuando arrancó el foro, conseguimos en menos de
diez años algo que ni siquiera existía, sobre lo que nadie había pensado que
se hiciera política y constara en una ley.
Nosotros nos vimos obligados a hacer sorropotocientas acciones para
conseguir que la asistencia personal saliera en un texto legal. Habíamos sido
muy activos, fuimos al Congreso, a diputados. Luego los diputados nos lla-
maron; tuvimos así un ciclo muy fuerte de presión en contra de los intereses
de los señores del CERMI, que nosotros llamamos “sindicato vertical”, que
no querían bajo ningún concepto que esto saliera. Teníamos que luchar con-
tra los políticos y contra nuestro colectivo, nuestros teóricos representantes,
nosotros no teníamos representantes básicamente, o los representantes de
Identidades múltiples
señoras, los adultos mayores, los que van con los carritos, todo el mundo
las usa. Nos decían: “¿Para qué tanto gasto”, y al final, los que más las usan
son los que no eran conscientes de que lo que nos facilita la vida a nosotros,
también se la facilita a ellos.
Y lo más curioso: justo la semana pasada, conversando con unas amigas,
llevado este tema del ajuste a las clases –no sé si había un chico ciego o sordo
en una clase de la universidad– un profesor, para adecuar su clase y que este
alumno no se vea desfasado en desventaja en sus niveles de aprendizaje, hizo
adaptaciones que lograron que el cien por ciento de los alumnos reconocie-
ran que sus clases habían mejorado al ciento por ciento. Es decir, “por culpa
de uno” se beneficiaron todos: el profesor nunca fue más claro, más didác-
tico, y las clases nunca fueron más ricas que cuando él hizo el esfuerzo de
que este alumno con discapacidad no estuviera en desventaja.
Yo creo que así sucede en todos los niveles.
Un poco como que en la utopía social que tenemos por una sociedad
mejor, la conciencia clara de la problemática de la discapacidad ha hecho
subir un grado el nivel de las exigencias y de los estándares, que a la larga
van a favorecer a todos.
Hay mucha resistencia, mucha comodidad, incluso mucha gente que
cuestiona. Acá, por ejemplo, existe la atención preferente, y mucha gente
se resiste a que haya algunas preferencias y todos quieren ser preferentes, y
eso es algo que nos obliga a un esfuerzo de educación pública diaria.
Es un tema cultural también. Porque, mientras otras sociedades tienen
mayores facilidades de incorporarse a la idea, y de remar en una dirección,
hay otras que se resisten mucho más.
La identidad social de las personas con discapacidad es un poco con-
flictiva, debido al estigma. A mí mismo de niño me costaba, porque uno
percibe mucho la asociación entre la discapacidad y la mendicidad, y un
poco que a uno le cuesta meterse en ese saco y decir: “Yo no soy un mendigo,
ni tengo esa aspiración”. Ahí ya uno tiene que ver, hacer más compleja su
autopercepción y sus niveles de igualdad y de diferencia. Y, también, tener
esferas y momentos en los cuales la lucha se da y otros en los que, cuando
está probablemente dentro de la familia, es como que ya que nos olvidamos
de la discapacidad y vivimos el momento en una inmediatez total, cuando
esto deja de ser problemático. Es como una identidad que aparece por
momentos y en ciertas circunstancias, y en donde con esa misma variabili-
dad, hay momentos en donde se generan situaciones de indignación y de
un conflicto muy fuerte. Y claro, está en función a los contextos en los cuales
nos movemos y la gente del, diríamos, “día a día.”
Solamente me interesan las personas como yo. Un poco ha sido este siempre
el planteamiento: por patologías.
El foro de vida independiente transgredió eso y de repente era como
decir: “No, vamos a buscar qué tenemos en común”. Y en común lo que
tenemos es la discriminación, por tanto hay que combatir la discriminación,
hay que implementar los derechos humanos de manera generalizada, porque
da igual que sea una persona sorda, una persona ciega, da igual que sea una
persona que vaya en silla de ruedas. Todos necesitamos que se nos respeten
los derechos humanos, todo el mundo necesita que su dignidad esté intacta
y reservada.
En el año 2005, finales de 2004 –2003 fue el año europeo de las perso-
nas con discapacidad–, hubo un momento en el que se pensó que era nece-
sario transformar el lenguaje, porque el lenguaje no es neutral, sino que tiene
una gran intencionalidad, y puede ser segregador, sexista. O puede ser
homofóbico.
La cuestión es que estar hablando de personas “minusválidas”, “disca-
pacitadas”, siempre es estar hablando desde ese paradigma que a lo largo de
los años se ha denominado “capacitista”, en el que a las personas las separa-
mos en una dicotomía: o tienes capacidades o no tienes capacidades, o estás
capacitado o estás discapacitado. Y a los que consideramos como capacitados
los tratamos como normales, porque entendemos que las capacidades huma-
nas forman parte de la normalidad, mientras los discapacitados forman parte
de lo anormal, de lo que no debe ser, lo que debería ser de otro modo. Por
tanto, se les trata con menos valor, menos valor moral –moral y en todos los
sentidos–, pero partiendo de una cuestión ética. Cuando una vida tiene diver-
sidad funcional tiene menos valor. Y ejemplo de ello existe con las leyes a
favor del aborto o la interrupción voluntaria del embarazo.
Se le otorga más plazo, cuando por el tema de la diversidad funcional,
ahí, sociopolíticamente estamos admitiendo que como eso es horroroso,
estar en esa situación es horrorosa, damos más tiempo para que esas perso-
nas, mamá y papá –o mamá y mamá, o papá y papá–, cuando vayan a tener
un bebé que se lo piensen bien. Y pensárselo bien implica una valoración
moral y ética, y pensar bien significa: “Por favor no traigas a este mundo
una persona así, porque esa persona será infeliz y lo pasarás fatal. Y tienes
que tener un bebé porque lo deseas y por eso tiene que ser algo con alegría,
si tienes un bebé con una diversidad funcional no será una alegría”.
Javier Romañach es una persona extraordinaria, una gran cabeza pensante,
y Manolo Lobato también, dos personas excepcionales. Hubo un momento
determinado en que plantearon al grupo de foro de vida independiente que
“no puede ser esto que estemos demandando derechos humanos, que estemos
demandando igualdad y al mismo tiempo nos estemos autodiscriminando a
través del lenguaje”. Por eso se definió después de muchos debates el concepto
de “diversidad funcional”. El paralelismo es que una persona hace la función
de desplazamiento, de desplazarse a través de sus propias piernas, y yo la hago
a través de una silla de ruedas. Una persona puede hablar a través de otra per-
sona, con interpretación de lengua de signos, y así.
Derecho a la identidad
cuenta de que al resto de mis amigas no se les daba por eso. Empecé a sen-
tirme diferente.
Y allí es donde entró mi pregunta: “¿Quién soy? ¿Qué soy? Soy rara”.
Me di cuenta que era rara. Me daba rabia y pena, y me echaba a llorar por-
que era rara. Me miraba al espejo y veía que era igual que todo el mundo;
además, sacaba muy buenas notas. Siempre me gusto leer, siempre tuve muy
buena posición en el colegio o en las notas, me bajaban por la falta de dis-
ciplina. Me acuerdo que un día, fue grandioso, una profesora que era monja
directamente tuvo la mala idea de decirme: “Elena, ¿podrías ayudarme a
limpiar el laboratorio porque no tengo tiempo?”. Acabábamos de hacer una
experiencia con ella en Química, y como yo colaboraba con todo, le dije:
“Sí, Madre, cómo no”. A la salida del colegio me dio la llave del laboratorio,
para que limpie todo. Voy al laboratorio y sentí la necesidad de ordenar
todo, no solamente de lavar esas probetas que habíamos usado, sino de darle
un bonito arreglo. Y empecé a poner los frascos por orden de tamaño y colo-
res. La monja al día siguiente, casi me mata. Pero yo, en mi delirio o aluci-
nación, me encontré tan feliz con esos frasquitos de distintos tamaños, unos
transparentes, otros marroncitos, ¡le hice una mezcla!
Ahí sí que al día siguiente la monja, que me quería mucho, cuando vi
sus ojos y su cara dije: “¿Qué pasó? ¿Qué hice mal?”. Pero fue muy buena
esa monja, a pesar de que veía su cara asustada y angustiada y pensé que me
echaban del colegio. No, me sentó y me dijo: “Elena, ¿por qué has hecho
esto?”. Y yo le dije: “¿Qué?”. “Te dije que lavaras cuatro frasquitos que habí-
amos usado, ¿por qué hiciste esto?”. Y no supe qué decirle, no supe. De lo
único que estaba segura era que lo había hecho.
Esa monja, que no sabía nada de psicología –y de psiquiatría menos–,
me dijo: “No te preocupes, Elena, tranquila yo lo ordenaré”. En esa época
tampoco había psicólogos. Esa bondad sirvió para hacerme reflexionar que
fue lo positivo, pero para sentirme peor conmigo misma, fue lo negativo.
Entonces me sentí perdida. Fue horrible.
Estoy hablando de los 14, 15, 16 años. Terminé mi secundaria a los 17.
A los 17 estaba ya trastornada.
¿Cuándo empiezo a sospechar que no me respetaban? Al terminar, a
los 17 años. No sabía qué era y por qué era así. Por eso es que insisto, en los
años siguientes, en la importancia de la identidad; en la importancia de que
las jóvenes conozcan quiénes son, y qué son, y por qué son diferentes.
Algo que no me había enterado –porque de eso no se hablaba– era que
mi madre tenía esquizofrenia y mi abuela materna también. Cuando termino
la secundaria, mi familia, mi madre, mis tíos por el lado de mi madre, sabían
llevaban a estar con los jóvenes, se me iban los ojos atrás de algunos de ellos
y era muy notorio; lo hacía de buena voluntad y tampoco lo ocultaba. Me
acercaba a los jóvenes, me moría de risa con ellos, y jugaba con ellos y me
encantaba estar junto a los jóvenes. O sea, ya mi cuestión sexual empieza a
funcionar, y se escandalizan las monjas. Y me mandan lejos, lo más lejos de
esos jóvenes con quienes me sentía muy bien en paseos, campamentos. Era
la primera en acompañar a los niños de campamento porque iban jóvenes
también, de mi misma edad, y me mandan lejos de Perú, a Uruguay. Uruguay
nos llevaba años en adelanto sobre derechos humanos.
Y cuando llego a Uruguay me mandan a un colegio de las monjitas, y
por supuesto, los niños no iban solos, iban con hermanos, hermanas. Y
empiezan mis ojos otra vez porque los uruguayos estaban guapos. Ahí me
di cuenta de que yo no había nacido para estar encerrada. Ahí fue mi salva-
ción, porque me hago amiga de una de las mamás de los chiquitos. Y no sé
cómo se da el tema, me dice: “Pero usted tan jovencita, ¿por qué esta acá?”;
y le digo: “No sé por qué estoy, pero me siento tan mal, no nací para esto”.
“¿Y por qué no te sales?, vente a mi casa”.
Y así, me escapé nuevamente. Me fui a su casa, y por supuesto, lo pri-
mero fue una peluquería, cambio de ropa y buscar trabajo. Encuentro un
trabajo; todos estos años aprendí cosas, sobre todo de biblioteca. Y me bus-
caron un trabajo como ayudante en una biblioteca, en un organismo que no
sé si existe todavía, Instituto Latinoamericano de Políticas, o de Derechos
Humanos, algo así.
Fue un horizonte que se me abrió, y me di cuenta de la vulneración de
mis derechos que me habían hecho dejar la vida. Había otra cosa, que mientras
la Caperucita llegaba tarde a casa, ya no encontraba comida. Allí empiezo a
acordarme de cosas que había vivido de pequeña, y a confrontar, a esa edad
ya tenía veintitantos años, y me acordé de un detalle, que cuando la Caperucita
de 8 o 9 años llegaba tarde a casa, no encontraba mi lonche, porque mis her-
manos se lo habían comido, me habían dejado un pan, o un plátano por ahí.
Yo no me molestaba, no sé por qué nací con esa disposición a nunca reclamar,
a nunca molestar y a confortarme con todo, por eso siempre fui feliz. Entonces
me comía mi mitad de plátano, y empezaba a ser la Cenicienta, y me sentía
tan bien siendo la Cenicienta. Pasaba de una alucinación a otra. La Cenicienta
que se contentaba con las sobras, que los hermanos la trataban mal. Hacían
conmigo lo que querían, porque nunca reclamaba.
Ahí me doy cuenta de lo que es la vulneración de derechos, de lo que
es el derecho a la libertad. Y tantos años haber vivido donde les dio la gana
de que yo viva.
Derecho a la trascendencia
Cada persona tiene derecho a desarrollar sus propias habilidades; para ello,
tiene que ser guerrero, porque la vida en esta tierra es compleja y además,
cada persona es compleja en sí misma.
Para sobrevivir debe militar junto a los demás, ser sociable, solidario
para construir el bien común.
No podemos concebir el que la persona con discapacidad tenga una
identidad social diferente.
La persona con discapacidad tiene la misma obligación de construir
solidariamente el bien común, es un constructor de derechos y para lograr
tal fin, tiene entre otros, los siguientes derechos: