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No creo que las sanciones penales sirvan para resocializar al delincuente; entre otras
cosas, porque eso supone partir del supuesto de que todos los crímenes son producto
de fallas en el proceso de adaptación del individuo y porque asume que la sociedad
está dispuesta a brindar trabajo a quienes han pasado por las prisiones.
Pero en Colombia la mayoría de los estudiosos del derecho creen que la cárcel sirve
para resocializar; nuestra legislación incluye ese como uno de sus fines, la Corte
Suprema comparte esa opinión y, lo que es más importante, reiteradas decisiones de
nuestra Corte Constitucional han precisado que el objetivo más importante del castigo
a los criminales es el de prepararlos para vivir en comunidad. La discusión es
importante, porque el artículo 3º del Código Penal señala que las sanciones en él
previstas solo deben ser aplicadas en cuanto sean necesarias para conseguir la
finalidad que las orienta. Esa norma forma parte de los principios rectores de dicha
normatividad que, según lo que allí mismo se dispone (artículo 13), prevalecen sobre
todos los demás artículos del código, incluyendo los que definen los delitos y señalan
las consecuencias que deben sufrir quienes incurran en ellos.
En términos prácticos esto significa que cuando alguien ha sido declarado
responsable de un delito, el juez sólo debe imponer la pena o hacerla efectiva cuando
esté demostrado que el condenado necesita estar en prisión para adquirir las
condiciones que le permitan volver a la vida en comunidad. Pero si las pruebas
indican que en el momento de ser sentenciada la persona es apta para esa
convivencia, no se le debe enviar a prisión porque esa medida, al no poder cumplir el
fin para el que fue creada, es innecesaria y resultaría arbitrario imponer sanciones
carentes de sentido. Lo único que actualmente impediría aplicar este criterio es el
hecho de que el Código dice que la pena no solo cumple una función resocializadora,
sino algunas otras más que pueden ser invocadas para su imposición incluso respecto
de quien ya esté readaptado.
Pero si al momento de reglamentarse el Marco Jurídico para la Paz se creara un
artículo conforme al cual las penas previstas para los delitos cometidos por los
guerrilleros tienen como único propósito la reincorporación social de los condenados
(¿no es acaso eso lo que se busca con el proceso de paz?), entonces sólo deberían
recibirla efectivamente quienes, de acuerdo con lo que se pruebe en cada proceso,
requieran pasar un tiempo en prisión para corregirse; pero respecto de quienes eso no
esté demostrado resultaría innecesario el castigo. Esta solución no solo es compatible
con la reiterada opinión de la Corte Constitucional conforme a la cual la principal
finalidad de la sanción es la resocialización, sino que además concuerda con una de
las metas que a través de la justicia transnacional se persiguen: la garantía de no
reiteración de los delitos objeto de juzgamiento; quien demuestra estar resocializado
pone en evidencia que no repetirá los crímenes por los que fue condenado y por lo
tanto no debe ser sometido a una pena in ecesaria, ni por la justicia nacional ni por la
internacional.
Así las cosas, las penas sólo deben ser utilizadas cuando se
pretenda conservar el orden de la sociedad, de tal forma que
se logre que quien cometió un delito no lo vuelva a hacer y
pueda convivir en sociedad sin seguir haciéndole daño, y que
los demás integrantes de este grupo tengan presente las
consecuencias que puede acarrear el hecho de ejecutar dicha
conducta.
Las penas tienen una finalidad especifica y en el caso de las
prisiones ésta no se está cumpliendo, ni siquiera en su más
mínima expresión. Hoy las prisiones son una fuente más de
generación de delincuencia; las condiciones infrahumanas
producidas por el hacinamiento generan agresividad
desmedida entre los reclusos y problemas de salubridad; la
promiscuidad y la drogadicción aumentan a pasos agigantados;
las fugas y los motines ponen en peligro tanto el interior de los
centros de reclusión como su exterior ; quien sale de ellos no
es visto por la sociedad como una persona regenerada y
merecedora de una nueva oportunidad.
Así pues, esta pena no solamente no socializa, sino que por el
contrario genera efectos deteriorantes para quienes son objeto
de ésta y constituye un perjuicio también para sus familias,
para las víctimas y para la sociedad en general.
.8 TRABAJOS COMUNITARIOS
Esta pena consiste en el trabajo que el condenado realiza por
un determinado tiempo, en obras que benefician a la
comunidad a la que pertenece. De esta forma, no solo se
consigue la rehabilitación del delincuente en su propio entorno
social, sino que además se imprime en él un sentimiento de
responsabilidad frente a la labor que está desempeñando.
Adicionalmente, con la aplicación de esta sanción se genera
para la víctima y para la sociedad en general la reparación del
daño causado