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Del capitalismo

al socialismo
del siglo XXI
Perspectiva desde la antropología crítica
MARIO SANOJA OBEDIENTE

Del capitalismo
al socialismo
del siglo XXI
Perspectiva desde la antropología crítica
Catalogación en fuente de Biblioteca Ernesto Peltzer

Sanoja Obediente, Mario


Del capitalismo al socialismo del siglo XXI: perspectiva desde la antropología
crítica / Mario Sanoja Obediente. – Caracas : Banco Central de Venezuela, 2011.
– 240 p. : il. –

Incluye Referencias bibliográficas (p.221 – 238).–


ISBN: 978-980-394-069-0.–

1. Socialismo – Historia – Siglo XXI 2. Socialismo 3. Capitalismo 4. Economía


política 5. Condiciones económicas I. TÍTULO

Clasificación Dewey: 335.22/S228


Clasificación JEL: P20, P21, P30, P17; D24

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Iván Giner
Txomin las Heras
A Iraida, mi compañera de vida y de lucha
Índice

Preámbulo 13
Parte 1 Origen del capitalismo: el paradigma occidental
del progreso 29
Capítulo 1 El ideal del progreso y la civilización occidental 31
Capítulo 2 Civilización y procesos civilizatorios 39
Capítulo 3 La sociedad de la Edad del Bronce 47
Capítulo 4 La sociedad de la Edad del Hierro 57
Capítulo 5 La formación feudal: señores, burguesía
e intercambio mercantil 61
Capítulo 6 El materialismo histórico y el paradigma del progreso 69
Capítulo 7 Diversidad cultural de las sociedades clasistas
iniciales: vías alternas del desarrollo sociohistórico 81
Capítulo 8 Procesos civilizatorios alternativos en África
y Asia, Egipto y el islam 93
Capítulo 9 Modos de producción originarios en América 105

Parte 2 Civilizaciones y procesos civilizadores americanos 117


Capítulo 10 La civilización suramericana-caribeña: procesos
civilizadores del Atlántico y el Pacífico 119
Capítulo 11 La civilización norteamericana 131
Capítulo 12 El pasado y la interpretación revolucionaria del presente:
la arqueología social 145

Parte 3 Prácticas para la construcción de un modo


de vida socialista 155
Capítulo 13 Estrategia para llegar a un modo de vida socialista 157
Capítulo 14 El método nacionalista revolucionario para construir
el socialismo 167
Capítulo 15 El Estado nacional: práctica para la resistencia
antiimperialista 179
Capítulo 16 El neoevolucionismo y la energía: legitimación ideológica
del neocolonialismo 193
Capítulo 17 Desarrollo socialista vs. subdesarrollo capitalista 199
Capítulo 18 Conclusión: condiciones necesarias para construir
la democracia socialista 205

Bibliografía 221

Lista de ilustraciones
Gráfico 1. Cuadro cronológico comparativo; origen del
calcolítico en la región atlántico-mediterránea (Andalucía) 46
Figura 1. Posible moneda en bronce en forma de piel
de ganado (2000 a.C.) 66
Mapa 1. Bases de la formación mercantil europea
(siglo VI a.C.-0) 67
Figura 2. Juguetes mesoamericanos con ruedas 115
Mapa 2. Expansión del capitalismo mercantil hacia
América: siglo XVI 153
Mapa 3. El Imperio capitalista: siglo XXI 203
Mapa 4. El antiimperio: alianzas energéticas del siglo XXI 204
Preámbulo
I
El desarrollo histórico de los países de Nuestra América refleja los
procesos socioculturales generales que han afectado y afectan el desa-
rrollo general de la sociedad humana. La expresión de los mismos,
sin embargo, asume formas particulares que reflejan la diversidad his-
tórica de la región. Por esa razón, cuando queremos analizar como
ahora las transiciones del capitalismo al socialismo del siglo XXI, con-
sideramos necesario desarrollar, desde la perspectiva de la antropo-
logía crítica, una comprensión teóricamente bien informada sobre
los procesos históricos y las condiciones materiales particulares que,
desde el siglo XVI, determinaron y todavía determinan la formación
de la cultura de los pueblos y las naciones de Nuestra América.

Como ya ha sido expuesto en torno a este tópico por el filósofo Vega


Cantor (2008, p. 13):

…pretender analizar los fenómenos culturales como si no tuvieran


nexos materiales es una quimera reaccionaria, y más en un conti-
nente como el latinoamericano tan lleno de problemas y dificultades
de tipo material, como la pobreza, la desnutrición, la enfermedad y el
desempleo.

Esta exigencia tiene muchas implicaciones importantes para la antro-


pología crítica: la necesidad de desmontar los mitos construidos por
el positivismo y el neopositivismo sobre la historia de la humanidad,
el origen de la cultura y los procesos culturales e históricos de la lla-
mada civilización occidental, entre ellos el llamado eurocentrismo,
los cuales no han servido sino para encubrir la acción genocida y
rapaz del capitalismo en Nuestra América. Este sistema económico

13
ha sido útil para consolidar la hegemonía mundial de las naciones de
Europa Occidental y los Estados Unidos, así como la de Japón y ahora
la de Israel, pero a costa de la pobreza y la miseria de los países y
sociedades que –hasta ahora– hemos estado sometidos a su violencia
cultural, económica, mediática y militar (Patterson, 1997; Amin,
1989; Vargas-Arenas, 2010, pp. 141-167).

El discurso de la globalización que enmascara esta nueva fase colonial


del capitalismo occidental, atenta contra la viabilidad de las naciones
y el nacionalismo, contra las culturas nacionales y particularmente
contra los esfuerzos de las mismas, como es el caso de la Unasur, el
ALBA y el Banco del Sur, para constituirse en bloques de poder alter-
nativos al grupo de los ocho países capitalistas centrales. Es preciso,
por tanto, que reivindiquemos el nacionalismo de izquierda como
estrategia de resistencia y como arma ideológica revolucionaria para
nuestras luchas nacionales y antiimperialistas a partir de territo-
rios claramente definidos (Vargas-Arenas y Sanoja, 2005; Sanoja y
Vargas-Arenas, 2005a, 2008; Vargas-Arenas, 2007a; Vega Cantor,
2008, p. 203).

Para contribuir al logro de aquellos objetivos, los análisis arqueoló-


gicos y antropológicos críticos deben tener como referencia espacial,
no solamente los límites de los actuales Estados nacionales, sino la
latitud de las regiones geohistóricas que se han venido estructurando
desde hace milenios y han culminado, en nuestro caso particular, con
la formación de bloques políticos y económicos concretos en Suramé-
rica, el Caribe y Centroamérica. Según estos estudios, la comprensión
de los procesos sociohistóricos originarios que han llevado a la for-
mación de nuestras civilizaciones y procesos civilizadores, así como
a las naciones y las modernas comunidades de Estados nacionales en
proceso, deberían ser el referente para investigar los procesos polí-
ticos contemporáneos.

Como explicaremos en el curso de la presente obra, nuestra propuesta


se apoya en la idea de los clásicos del marxismo que consideran el socia-
lismo como una formación social cuyo sistema económico y social se
concreta con la creación de una cultura de la solidaridad social entre
los pueblos. Ésta tendría como meta la eliminación de su opuesto, la

14
cultura de la injusticia, la pobreza y la desigualdad que caracterizan
el sistema económico social de la formación capitalista. Estudiaremos
también el tema de los orígenes remotos del capitalismo cuyas raíces
históricas, de acuerdo con los estudios de la arqueología y la etno-
logía, se hallarían en Europa Occidental, representados por diversos
procesos culturales civilizadores originarios que dieron nacimiento a
la llamada civilización occidental y a su expresión socioeconómica: el
capitalismo. De la misma manera, analizaremos los diversos procesos
culturales civilizadores y los modos de vida originarios de la civiliza-
ción suramericana caribeña que continúan influyendo en los procesos
históricos actuales de los pueblos o grupos de ellos que la integran,
los cuales serían el fundamento histórico y cultural del socialismo del
siglo XXI.

Siguiendo esta línea de pensamiento, trataremos también de sistema-


tizar, desde la perspectiva de la antropología crítica, la explicación
de otro paradigma del desarrollo social alternativo al de la civili-
zación occidental, el denominado por Marx como Modo de Pro-
ducción Asiático, para que dicha discusión nos ayude a entender el
surgimiento de los socialismos del siglo XXI en Nuestra América y sus-
tentar una propuesta teórico-metodológica particular para la cons-
trucción de un modo de vida socialista venezolano. Dicho modo de
vida debería representar la transformación revolucionaria de las con-
diciones de dependencia económica y política, y la ruptura definitiva
con la desigualdad y la injusticia social de cinco siglos de dominio
colonial y neocolonial del Imperio que es expresión de la civilización
occidental europea y estadounidense.

Las fuentes de nuestra inspiración son los logros de la Revolución


Bolivariana misma, la realización concreta de los objetivos sociales
y políticos que se llevan a cabo en Venezuela bajo la dirección de
nuestro presidente Hugo Chávez Frías. Analizados desde nuestra
perspectiva y nuestra experiencia como investigador en antropología,
no podemos menos que hacer honor al pensamiento revolucionario
y la voluntad nacionalista del actual líder venezolano, carismático y
brillante, quien ha logrado enrumbar nuestro pueblo hacia un destino
soberano, socialista, democrático y participativo.

15
II
El interés por escribir este ensayo comenzó en julio de 2007. La Uni-
versidad de Los Andes, Venezuela, me invitó en aquella fecha para dar
la clase magistral inaugural del curso de Doctorado en Antropología,
del cual he sido también profesor, por lo que me pareció importante
dar a los estudiantes mi visión como antropólogo del interesante pro-
ceso de liberación nacional que vive hoy nuestro país y, en general,
casi todos los países de Nuestra América, como nos denominó José
Martí, el apóstol bolivariano de la independencia de Cuba.

Ya habíamos escrito en años anteriores un trabajo académico sobre


el tema del evolucionismo y el neoevolucionismo (Sanoja, 1987),
pero no fue sino a partir de nuestras reflexiones conjuntas con
Iraida Vargas-Arenas sobre el tema de la Revolución Bolivariana y el
Humanismo Socialista del siglo XXI (Sanoja y Vargas-Arenas, 2008),
cuando consideré armar una propuesta teórica que permitiese ubicar
nuestra experiencia revolucionaria venezolana dentro del ámbito de
la historia de las ideas y –sobre todo– resaltar su importancia como
referencia para los procesos de liberación nacional emprendidos por
otros pueblos de Nuestra América.

Aquella reflexión cobra particular importancia en este momento


cuando los pueblos de la América Meridional, como los llamó Simón
Bolívar, están viviendo uno de los momentos más trascendentes de
nuestra historia, librando el combate por obtener nuestra definitiva
independencia política, cultural y económica del Imperio angloame-
ricano que, en el presente, parece vivir los estertores de su fase ter-
minal. Por esa razón, creímos necesario ampliar dicho texto y escribir
este ensayo comenzando por este preámbulo que recoge la propuesta
general y –como exponemos en los capítulos 1 y 2– hacemos la exé-
gesis del concepto del progreso analizando las raíces remotas del capi-
talismo. Para tal fin, analizamos el conjunto de procesos civilizadores
originarios de la cultura neolítica europea, civilización sobre cuyos
hombros surgió finalmente en el siglo XVI una formación capitalista-
industrialista. El modo de producción de dicha formación –a partir
de entonces– se impuso a la fuerza sobre las civilizaciones origina-
rias americanas, asiáticas y africanas. Desde ese momento comienza
a forjarse la relación de dependencia –cultural, política, económica,

16
y tecnológica– de los pueblos de Nuestra América con el llamado
Primer Mundo, lo que denomina Dussel (1998) el segundo paradigma
de la modernidad. Por estas razones creemos necesario hacer la crítica
histórica de la teoría de la evolución cultural y del progreso que son la
justificación ideológica del proyecto mundial de dominación hegemó-
nico capitalista, tema que ha sido analizado in extenso por el antro-
pólogo mexicano Héctor Díaz Polanco (1989).

Nuestra toma de posición teórica alude igualmente al debate exis-


tente entre los antropólogos e historiadores modernistas formalistas,
quienes sostienen que los análisis económicos modernos son apli-
cables a la economía antigua, y los llamados primitivistas sustanti-
vistas, quienes niegan la importancia de las relaciones de mercado,
la acumulación originaria de capitales y el comercio a larga distancia
en el mundo antiguo (Burling, 1976; Polanyi, 1976; Kaplan, 1976;
Godelier, 1976; Eden y Kohl, 1993; Frank, 1993, p. 385). Como
veremos en el desarrollo de nuestra propuesta en los capítulos que
siguen, nuestra posición como antropólogos marxistas o que pre-
tende serlo, se apoya en las categorías elaboradas por Marx, todavía
en proceso de desarrollo, de modo de producción y formación eco-
nómica y social, así como en los de modo de vida y modo de trabajo
propuestos por Vargas-Arenas (1990). Como hemos analizado en tra-
bajos precedentes (Sanoja y Vargas-Arenas, 2000), existe abundante
evidencia publicada sobre la acumulación originaria tanto de capital
expresado en fuerza de trabajo como de capital expresado en bienes
materiales en las sociedades precapitalistas de Nuestra América que
permiten substanciar el debate científico al respecto.

III
Hacer la crítica de la teoría del Evolucionismo Cultural, implica tam-
bién hacer la crítica de los conceptos fundamentales que soportan el
paradigma de la modernidad: el progreso y la civilización. Hemos
creído relevante discutir el tema de las civilizaciones originarias
americanas, ya que no podemos hablar de la soberanía de nuestros
pueblos si no damos cuenta primero de las causas de su singula-
ridad histórica. Hemos utilizado igualmente el concepto de proceso
civilizador, emitido originalmente por el famoso antropólogo brasi-
leño Darcy Ribeiro, porque permite establecer el flujo dialéctico de

17
los procesos originarios tanto culturales identitarios como nacio-
nales que confluyen para constituir la especificidad de los pueblos de
Nuestra América, frente a las tendencias globalizadoras neoliberales
que intentan desdibujar nuestra presencia en el escenario mundial.

No es nuestra intención introducirnos en un debate profundo sobre


las tesis de la dependencia y el subdesarrollo en Nuestra América.
Para los fines de la presente discusión, tratamos de centrarnos en
el concepto de relación centro-periferia existente entre el núcleo de
países capitalistas desarrollados y los menos desarrollados, sujeto que
ha sido debatido y analizado in extenso –a nuestro juicio– en obras
capitales como The Modern World System: Capitalist Agriculture
and the Origins of the European World Economy in the Sixteenth
Century, por Immanuel Wallerstein (1974), y Civilization & Capita-
lism. 15th-18th Century, por Fernand Braudel (1992). De la misma
manera, tratamos de analizar la terrible consecuencia que ha tenido
y tiene dicha relación centro-periferia apoyándonos en las numerosas
y profundas reflexiones que sobre el tema han elaborado diversos
científicos y científicas sociales en muchas partes del mundo, entre
los cuales destacamos particularmente dos extraordinarios ensayos
seminales: Las venas abiertas de América Latina (1973) de Eduardo
Galeano, libro que sacudió la conciencia de nuestra generación al
demostrar cómo Nuestra América era para el capitalismo simple-
mente el objeto de la explotación, el medio de producción y reproduc-
ción del sistema; y América nuestra, integración y revolución (2009)
de Luis Britto García, uno de los análisis más sólidos sobre la realidad
contemporánea de Nuestra América y el Caribe.

Nuestro ensayo, de manera muy modesta, intenta –en su primera


parte– discutir la forma cómo una escuela de pensamiento sobre la
naturaleza y origen de la cultura, el Evolucionismo Cultural, repre-
senta en verdad la ideología de la modernidad que ha intentado
legitimar la relación desigual, colonial, existente entre el núcleo de
países desarrollados y los nuestros. En el siglo XVI, según Stern (1988),
Europa resolvió la crisis general causada por el colapso del feudalismo
gracias particularmente a su expansión colonial hacia Nuestra Amé-
rica, lo cual le permitió constituir una economía mundo capitalista y
consolidar el núcleo duro de la misma: un sistema político absolutista,

18
un sistema productivo empresarial y una fuerza de trabajo asala-
riada local, hiperexplotada, en los campos de la agricultura, la gana-
dería y la industria, mientras que explotaba también los pueblos de
la periferia, Nuestra América y Europa Oriental mediante procesos
de trabajo esclavistas o serviles –cuya eficacia había sido probada en
Europa Occidental desde la Antigüedad Clásica– para aumentar la
producción de tejidos de lana y algodón, bienes de consumo directo,
cereales, azúcar, café, cacao, maderas, hierro, carbón, metales pre-
ciosos. España y Portugal en particular, fungían como un eslabón
intermedio para succionar los recursos primarios producidos en las
regiones de Nuestra América, Asia y África para enviarlos luego al
resto de Europa.

Aquella relación comercial parasitaria de las metrópolis con sus saté-


lites de la periferia meridional, y con la periferia nuestramericana,
asiática y africana, permitió a los imperios europeos extraer de nues-
tros pueblos todas las riquezas y recursos posibles:

El oro mexicano y la plata del Potosí financian las guerras con las que
España asegura sus dispersas posesiones y mantiene la hegemonía en
Europa. Guillermo Céspedes del Castillo calcula que “..entre 1503 y
1660, llegan a Sevilla 155.000 kilos de oro americano y 16.986.000
kilos de plata. Si se añade el contrabando, es posible que durante
el siglo XVI arribaran a Europa 18.300.000 kilos de plata” (...) No
andaba descaminado el consejero Mercurino de Gattinara cuando
insinúa al Emperador (Carlos V, aclaratoria nuestra) que Dios lo ha
puesto en el camino de la Monarquía Universal. Del dominio del
Mundo Nuevo depende la hegemonía sobre el Viejo. De ésta, la domi-
nación ecuménica planetaria. Comienza la Primera Guerra Mundial.
Su campo de batalla es el Viejo y el Nuevo Mundo; su lapso, la dila-
tada acumulación de los siglos; su meta, la dominación global (Britto
García, 2009, p. 23).

La plata expoliada a los pueblos americanos y transportada a


España, en poco más de siglo y medio, ya excedía tres veces las
reservas de metal precioso que poseían las naciones europeas en aquel
entonces. Es a partir de aquellas magnitudes colosales de expoliación
de riquezas, que fue posible iniciar en el siglo XVI el proceso que llama

19
Marx de acumulación primitiva de capital en Europa, el cual per-
mitirá en el siglo XVII pasar del capitalismo mercantil al capitalismo
industrial, propiciar el triunfo en Europa de la Revolución Burguesa
y el inicio de la modernidad (Marx y Engels, 2007, pp. 8-9). Al Nuevo
Mundo sólo le quedaron los enormes socavones de minas abando-
nadas, las osamentas de millones de indígenas, mujeres y hombres
americanos sacrificados para mantener la rentabilidad de la minería
y la agricultura de plantación... Más de quinientos años después de
tan infausta época, todavía la producción esencial de Nuestra Amé-
rica sigue siendo la de “materias primas” que alimentan las fabulosas
ganancias de las transnacionales manufactureras de las metrópolis
capitalistas.

Gracias a esta explotación inmisericorde de nuestros recursos logró


Europa, pues, consolidar un proceso regional de acumulación origi-
naria de capitales, el cual le facultó –en términos de cultura, ciencia y
tecnología– para ponerse a la cabeza del resto de los pueblos que colo-
nizaban, expoliaban y empobrecían. En el caso particular de Nuestra
América, los enclaves coloniales locales constituidos por las oligar-
quías criollas mercantilistas se modernizaron también cultural, tec-
nológica y económicamente, según los valores capitalistas europeos,
para dirigir y apropiar su parte del proceso de explotación de las clases
medias y las mayorías pobres de nuestro territorio. Estas oligarquías
siguen conformando hoy día la principal causa histórica del atraso y
la pobreza de esta región, en lo que diversos autores han denominado
como “relaciones de producción feudales” (Laclau, 1971).

A diferencia de la colonización española y portuguesa de Nuestra


América, llevada a cabo mayormente por individuos aislados, la colo-
nización inglesa y europea en general de los actuales Estados Unidos
y, posteriormente, de Argentina entre los siglos XVII y XIX, significó no
solamente una transferencia organizada de poblaciones completas,
sino también de tecnologías productivas industrialistas y agrarias que
eran entonces de última generación. Estas poblaciones europeas trans-
plantadas exterminaron casi completamente a los pueblos americanos
originarios e introdujeron –en el caso de los Estados Unidos– una masa
considerable de esclavos africanos (al igual que hacen hoy día con los
inmigrantes llamados hispanos) para llevar a cabo los trabajos serviles,

20
sobre todo en la agroindustria del algodón, que la sociedad capita-
lista angloamericana necesitaba para proyectar su desarrollo como
potencia capitalista. Ello produjo la formación de nuevos procesos
civilizadores capitalistas más dinámicos y modernos los cuales, en el
siglo XIX, comenzaron a competir con el proceso civilizador capitalista
europeo originario. Finalmente, el proceso civilizador capitalista esta-
dounidense logró, en el siglo XX, dominar y absorber todos los otros,
conformando así la fase hegemónica mundial del llamado Imperio o
Civilización Occidental (Sanoja y Vargas-Arenas, 2005, pp. 19-25).

Recapitulando sobre lo anterior vemos, a partir del siglo XVI, que la


expansión geográfica del capitalismo mercantil fuera de Europa Occi-
dental se tradujo en la conquista, subordinación y sojuzgamiento de
poblaciones humanas que habían vivido por milenios, libres y autó-
nomas. La expansión de la formación capitalista determinó la instau-
ración de una compleja relación colonial entre los nuevos imperios
que se estaban formando en Europa Occidental tras el colapso de la
sociedad feudal y su novedosa e inmensa periferia integrada por Amé-
rica, Asia, África y Oceanía.

Los pueblos americanos colonizados, particularmente los de Mesoa-


mérica, Suramérica y el Caribe, proporcionaron a aquellos imperios
materias primas que los europeos, e incluso los asiáticos, no poseían
o no poseían en cantidad suficiente. Entre estos últimos se cuentan
los metales preciosos como el oro y la plata, las piedras preciosas y las
perlas, recursos sobre los cuales se construyó posteriormente la riqueza
de las naciones e imperios de Europa e incluso de Asia.

La adopción y utilización por la población europea de cultígenos


americanos tales como el maíz (Zea mays), la papa (Solanum tube-
rosa), el tomate (Lycopersicum esculentum), el cacao (Theobroma
cacao), el algodón (Gossypium barbadensis), el tabaco (Nicotiana
tabacum) contribuyeron a mejorar la calidad de vida de los pueblos
de Europa y Asia, azotados secularmente –hasta entonces– por ham-
brunas cíclicas. Por otra parte, aquellos productos no perecederos
que no podían ser cultivados en Europa tales como el cacao, el tabaco,
el café, el algodón, y derivados de los mismos como las melazas, el
azúcar y otros, se convirtieron en commodities, materias primas de

21
uso comercial que estimularon el surgimiento de bolsas de comercio
para la especulación comercial con productos de ultramar (Braudel,
1992, I, pp. 1, 2 y 3; Sanoja y Vargas, 2005, pp. 13-15). Hoy día pro-
veemos a Estados Unidos, Europa y el mundo entero con petróleo,
gas y productos petroquímicos, mineral de hierro, aluminio, cobre,
carbón, salitre, uranio, titanio, tungsteno, níquel, germanio, litio,
entre otros, para su posterior reelaboración como bienes manufac-
turados que importamos a un costo superior al de nuestras materias
primas que les vendemos (Britto García, 2009, pp. 99-101).

A partir del siglo XVIII en Europa Occidental, con el triunfo defini-


tivo de la burguesía, la asimetría en el desarrollo histórico existente
entre las metrópolis y su periferia colonial comenzó a ser racionali-
zada por las élites burguesas como el producto de una superioridad
innata de los pueblos y la civilización europea sobre los pueblos peri-
féricos, particularmente los indígenas y mestizos que conformaban el
dominio colonial español en América. A este respecto, Hegel (1978,
p. 192) escribió que en los Estados norteamericanos (Estados Unidos
de inicios del siglo XIX), enteramente colonizados por europeos indus-
triosos, el Estado era una institución meramente externa cuyo fin era
proteger la propiedad privada. Los españoles, por el contrario, con-
quistaron y tomaron posesión de Suramérica ocupando posiciones
políticas a través de la rapiña. La inferioridad de los aborígenes que
constituyen la mayoría de la población –decía aquel autor– era mani-
fiesta (Hegel, 1978, p. 191). Según Braudel (1992, III, p. 413), el tér-
mino que describiría de manera más acertada la condición de las
colonias hispanoamericanas explotadas por el Imperio Español
sería el de marginalización, el cual alude, dentro de una economía
mundo, “…la de ser condenadas a servir a otros, el estar obligadas
a acatar dócilmente las órdenes emitidas por la todopoderosa divi-
sión internacional del trabajo…” antes y después de haber ganado la
independencia política del dominio español”.

Con el surgimiento en Europa Occidental del pensamiento antropo-


lógico y la creación de la escuela de la Evolución Cultural en el siglo
XIX , se trató de dar una explicación científica a la supremacía mate-
rial, intelectual y política alcanzada por la civilización occidental,
proponiendo para ello la existencia de un paradigma del progreso

22
universal inspirado en la historia de Europa, proceso evolutivo por
el cual tendrían que pasar todos los otros del mundo para igualar el
nivel de desarrollo material e intelectual alcanzado por los europeos
y angloamericanos. Dicho paradigma del progreso alentó y legitimó
una nueva expansión colonial capitalista de Europa hacia África y
Asia y de Estados Unidos hacia su periferia nuestramericana y las
islas del Pacífico Sur.

Pensadores anticapitalistas como Carlos Marx y Federico Engels tam-


bién aceptaron la validez de aquel paradigma civilizador occidental,
aunque proponiendo para el mismo la existencia de una nueva etapa
en el desarrollo de la sociedad, el comunismo, la cual significaba la
abolición de la propiedad burguesa. El comunismo, fase final y supe-
rior del progreso de la humanidad, surgiría en un tiempo futuro como
consecuencia del desarrollo máximo de las fuerzas productivas del
capitalismo y el predominio de la clase trabajadora sobre la burguesía
(Marx y Engels, 2008).

IV
El tiempo es el modo de existencia de la materia. Tiempo y movi-
miento, unidad fundamental de la dialéctica de los contrarios, son
conceptos inseparables que solamente se explican dentro del espacio,
el cual a su vez indica también cambios de posición ya que la materia
se mueve a través del espacio. La cantidad de maneras como el movi-
miento, que es el socialismo, puede suceder es infinita: el movimiento
de la materia en el espacio, como hemos visto en el caso de la antigua
Unión Soviética, es reversible en tanto que su movimiento en el tiempo
es irreversible. El tiempo constituye, pues, un proceso permanente
de autocreación y autorreproducción mediante el cual la materia se
transforma en un número infinito de formas. Cuando esta concepción
del tiempo irreversible y de cambio penetra en la conciencia humana,
nos damos cuenta de que dialécticamente la vida surge de la muerte,
el orden del caos. Así pues, vemos que el marxismo al aplicarse al más
complejo de los sistemas no lineales que es la sociedad humana, nos
revela por contradicción, como expondremos en los capítulos 2, 3 y
4, que la diversidad de formas y posibilidades que es capaz de crear la
naturaleza humana es la palanca fundamental del progreso intelec-
tual y social que se resuelve en la transformación diaria y constante

23
de la humanidad, mediante la cual llegaremos quizás, algún día, a
concretar a través del socialismo, la utopía del comunismo (Woods y
Grant, 1991, pp. 139-162; 395).

Como respuesta a aquellas inquietudes, desde nuestra perspectiva


como antropólogos intentamos discutir en este ensayo –en líneas
generales– el desarrollo de conceptos como civilización y progreso a
partir del siglo XVIII como parte de la teoría evolucionista de la cul-
tura, teoría que ha servido a los países del núcleo capitalista desa-
rrollado como justificación y coartada de su política de dominación
imperial mundial. En el capítulo 4 hacemos una crítica científica al
paradigma civilizador occidental, el cual sirvió de fundamento a la
tesis de Marx y Engels sobre el desarrollo de los modos de produc-
ción precapitalistas (Marx y Hobsbawn, 1971; Engels, s.f.). Compar-
timos plenamente la idea de que el socialismo es la solución para los
problemas del subdesarrollo o el no desarrollo capitalista que existen
en Nuestra América, pero pensamos, asimismo, como explicamos en
el capítulo 6, que surgirá por razones históricas diferentes a las pro-
puestas para el paradigma civilizador europeo.

La discusión planteada en este ensayo intenta también demostrar,


como se expone en los capítulos 5 a 7, que la construcción del socia-
lismo debe fundamentarse en el conocimiento y el estudio crítico de
los diferentes procesos históricos que han vivido los pueblos en los
diversos continentes a los cuales también, en un cierto momento, el
colonialismo europeo impuso el sistema capitalista. Aunque pueda
parecer excesivamente académico, este conocimiento es necesario
para construir una teoría general del desarrollo de las sociedades
regionales partiendo desde las sociedades originarias hasta las del
presente, conforme al materialismo histórico comparado. La historia
marxista –dijo Vere Gordon Childe– “es materialista porque consi-
dera un hecho biológico, material, como la principal clave para des-
cubrir el patrón general que subyace a un aparente caos de hechos
superficiales sin relación alguna entre sí” (1981, p. 364). La filosofía
del materialismo histórico sigue siendo, en nuestra opinión, el único
paradigma intelectual lo suficientemente amplio como para vin-
cular en una misma teoría la dialéctica del desarrollo social, el ideal

24
socialista, las contradicciones y movimientos sociales del presente y la
influencia que ejercen sobre el mismo las estructuras del pasado.

Compartimos la propuesta esbozada inicialmente por los maestros


venezolanos Domingo F. Maza Zavala y Ramón Losada Aldana en
la década de los sesenta del pasado siglo, de formular una estrategia
concreta para la transición y un método para alcanzar la meta del
socialismo. Dicha estrategia o habilidad para dirigir el proceso socia-
lista pasa por el método del nacionalismo revolucionario, el cual per-
mite a los pueblos profundizar sus propios procesos de acumulación
de capitales que le den base material a sus luchas por lograr la sobe-
ranía política, social, económica y cultural. De acuerdo con dicha
estrategia, la lucha por la liberación nacional debería comenzar con
el desmontaje de los enclaves imperiales y oligárquicos y el desarrollo
de un sector económico público dominante para lograr nuestra plena
soberanía política y económica, etapa imprescindible para lograr
la transformación de nuestro pueblo en una nueva calidad histórica
como es el socialismo.

La lucha por la liberación nacional de los pueblos de Venezuela y


Nuestra América, en general, adquiere relevancia en momentos como
el actual, cuando el Imperialismo Occidental y el neocolonialismo
español en particular tratan de construir un bloque ideológico prooc-
cidental capitaneado por la llamada Fundación para el Análisis y los
Estudios Sociales (FAES), dirigida por el líder del neofascista Partido
Popular español José María Aznar. El argumento primordial de la
FAES, contrariamente a lo que queremos demostrar en este ensayo,
es que Nuestra América es parte sustancial de Occidente, el cual no
sería un concepto geográfico sino un sistema universal de valores. En
tal sentido, esta argumentación considera que existiría una izquierda
“buena” que se ajusta al socialismo neoliberal europeo (el socia-
lismo chileno de Bachelet y el socialismo brasileño de Lula da Silva,
por ejemplo) y una izquierda “mala” antioccidental que trata de
implantar el socialismo del siglo XXI, de raigambre histórica indoame-
ricana, cuyos exponentes más malévolos serían Fidel Castro y Hugo
Chávez (Roitman, 2008).

25
En una entrevista concedida al diario español La Vanguardia el
23-02-2008, en la cual el maestro Maza Zavala expresó también opi-
niones adversas al proceso bolivariano de liberación nacional, éste
tuvo sin embargo la honestidad de reconocer que:

…En Venezuela la existencia de un importante sector público de la


economía –que comprende las fuentes principales de ingreso nacional
en el presente y el futuro previsible– puede considerarse como una cir-
cunstancia que facilita la transición al socialismo. El financiamiento
más importante de la gestión pública procede de la explotación de un
patrimonio nacional y ello da vigencia al concepto de propiedad social
y, por tanto, a la posibilidad de un sistema de relaciones sociales de
propiedad y producción que sustituya al sistema de relaciones privadas
en vigencia.

Las ideas que habían sido sostenidas por Maza Zavala hasta las
últimas décadas del pasado siglo, se convirtieron entonces en un
patrimonio intelectual que fue compartido por muchos pensadores
venezolanos de izquierda, profundamente preocupados por lograr
finalmente una patria socialista, independiente y soberana. Por estas
razones, reivindicamos hoy las ideas expuestas por Maza Zavala
cuando era nuestro maestro progresista y revolucionario.

¿Cómo llegaremos al socialismo? ¿Existen diversas vías hacia el


socialismo? ¿Cómo será definitivamente el socialismo en Nuestra
América? Esas preguntas las están respondiendo nuestros pueblos.
Nosotros solamente intentamos aportar argumentos para la discu-
sión que se plantean los ciudadanos y ciudadanas de a pie.

No queremos finalizar este preámbulo sin hacer referencia a la nece-


sidad que tenemos de desarrollar una actitud crítica y autocrítica
sobre nuestra labor como antropólogos en los movimientos sociales
revolucionarios, única garantía de poder acceder a un cambio his-
tórico verdadero y permanente. En tal sentido, es relevante aludir al
pensamiento de Carlos Marx cuando, al analizar en su obra El 18
Brumario de Luis Bonaparte (1971, p. 16) los eventos sociales que
culminaron en 1848 con la restauración de la dinastía napoleónica en
Francia, describe la autocrítica como un proceso que necesariamente

26
tiene que cumplirse en el seno de todas las revoluciones proletarias,
las cuales interrumpen su marcha, vuelven a cuestionar lo que parecía
ya terminado para iniciarlo de nuevo desde el principio, critican sus
errores iniciales y pareciera que le dan armas a los adversarios para
que ataquen más fuerte. Sólo de esta manera pueden las revoluciones
generar una teoría autocrítica capaz de explicar su génesis y transfor-
mación. En ese espíritu creemos necesario revisar el alcance teórico de
los contenidos del paradigma de desarrollo de la humanidad expuesto
inicialmente por el materialismo histórico, ya que de acuerdo con él se
han construido y se construyen estrategias para acceder al modo de
vida socialista en Venezuela y en el resto del mundo.

Para plantearnos el objeto del presente ensayo, nos inspiramos tam-


bién en el pensamiento de Antonio Gramsci cuando nos dice que la
vida se desarrolla por avances parciales, es decir, a través de las dife-
rentes líneas de acción humana que se expresan en procesos civili-
zadores y modos de vida, muchos de los cuales, a pesar de haberse
transformado en un obstáculo para el avance de la humanidad es
necesario estudiar para preguntarse si en cada proceso o modo de
vida particular, existen todavía las condiciones sobre las cuales se
fundamentaba la racionalidad de la existencia de los mismos. Preci-
samente porque los modos de vida y procesos civilizadores se repre-
sentan como si fuesen naturales, absolutos a quienes los viven, es muy
importante demostrar su historicidad, demostrar que aquéllos sólo
se justificaban cuando existen ciertas condiciones históricas y para
lograr determinados objetivos. Por tanto, nos dice Gramsci: “… es
objeto del moralista y del creador de costumbres, el análisis de los
modos de ser y de vivir y criticarlos, separando lo permanente, lo útil,
lo racional, lo conforme a su finalidad, de lo accidental, de lo superfi-
cial, de lo simiesco…” (1977, pp. 218-219).

Tal como hemos expuesto en la mayoría de nuestros últimos libros


o ensayos, nuestro interés primordial en esta nueva etapa de nuestra
carrera intelectual, como intelectual público, es producir textos que
provoquen en el lector y la lectora, el interés por la reflexión sobre el
futuro de nuestra sociedad, sobre la responsabilidad de los colectivos
y las personas en la construcción del socialismo.

27
Parte 1
Origen del capitalismo: el paradigma
occidental del progreso
Capítulo 1
El ideal del progreso y la civilización occidental

La división de la humanidad entre pueblos civilizados y los llamados


bárbaros se remonta a la antigüedad europea clásica. Ya en aquella
época, los habitantes de las ciudades griegas y romanas se conside-
raban a sí mismos como el todo culturalmente más desarrollado y
civilizado de la humanidad de su tiempo. Dichos focos de civilización
se hallaban rodeados por otros que los romanos y griegos conside-
raban pueblos atrasados, salvajes, a los que denominaban bárbaros,
los cuales no habían llegado a construir Estados ni ciudades, ni
un nivel de cultura y educación similar al que ellos habían logrado
acceder.

La conciencia de esta separación de la humanidad entre pueblos civi-


lizados y bárbaros permaneció siempre en el imaginario de los pen-
sadores “civilizados”: historiadores, filósofos, literatos, artistas,
políticos, clérigos. La necesidad de explicar la historicidad de esas dife-
rencias comenzó a manifestarse a partir de la conquista de América,
Oceanía y Australia entre los siglos XVI y XVII, hecho que puso de relieve
la existencia de pueblos que, aunque coexistiendo con los europeos de
la época, vivían de maneras totalmente diferentes.

Los estudiosos de la época pudieron apreciar que los componentes,


de la cultura material de aquellas sociedades originarias, que vivían
en la periferia de la Europa Occidental de entonces, eran semejantes
a los poseídos por los pueblos bárbaros descritos por los historia-
dores de la antigüedad clásica. Sin embargo, el obstáculo que repre-
sentaban las religiones cristianas y el dogma creacionista bíblico
sobre el origen de la humanidad para el desarrollo de la ciencia,

31
Mario Sanoja Obediente

coartaba la posibilidad de considerar, científica y racionalmente,


si aquellas formas sociales podrían ser el antecedente de los pue-
blos europeos de entonces. Pero era evidente que la división entre
los pueblos europeos “civilizados” y los salvajes o bárbaros de la
periferia era una realidad, por lo cual, actuando de acuerdo con la
tesis redencionista cristiana, las burguesías europeas consideraron
como un deber ético llevar la salvación, la fe y el progreso a los sal-
vajes para rescatarlos de su supuesta “ignorancia”. La conquista y
la colonización de los pueblos que no estaban sometidos a la civili-
zación occidental y cristiana se convirtió entonces, para la genera-
lidad de españoles, ingleses, franceses y holandeses de la época, en
una especie de nueva cruzada para redimir la humanidad salvaje y
legitimar así su expansión colonialista en busca de espacios para la
pesca marina, a fin de extender el comercio, capturar esclavos, con-
quistar tierras para conquistar y colonizar, ganar aliados, obtener
oro y plata... y salvar almas (Fernández Armesto, 1974, p. 16).

El siglo XVIII aportó importantes cambios en la percepción de la his-


toria de la naturaleza y la humanidad. El pensamiento positivo que
comenzó a consolidarse a partir de la Revolución Francesa y el triunfo
de la burguesía, llevó a los filósofos de la naturaleza, la economía y la
sociedad a pensar científicamente el origen de las cosas, sobre todo
a racionalizar históricamente el triunfo histórico de aquella clase
social. David Hume, James Steuart y Adam Smith comenzaron a
pensar la historia de la sociedad burguesa en términos de la economía
y la política, de la formación del Estado como un elemento regulador
de las relaciones económicas entre las personas y entre los Estados,
considerando el comercio como el instrumento para incrementar la
riqueza de las naciones (Smith, 1981).

A mediados del siglo XVIII, particularmente después de la publica-


ción de El contrato social y el Emilio, obras clásicas de Jean Jacques
Rousseau, se puso en boga el término civilización, entendido como el
estado superior que alcanzaba la sociedad civil y educada mediante
la observancia de las leyes, el orden social, la buena educación, la
acumulación de conocimientos y la práctica de la industria y el libre
comercio.

32
El ideal del progreso y la civilización occidental

La estructuración de la escala temporal que legitimaba empírica-


mente el proceso de la evolución cultural, la civilización y el progreso,
se inició en 1836 con la propuesta del anticuario danés Christian
Thomsen sobre la existencia de tres edades tecnológicas en la historia
de la humanidad: la Edad de Piedra, la Edad del Cobre o el Bronce
y la Edad del Hierro (Hergardt y Källen, 2011, pp. 110-111). Poste-
riormente, la tesis del progreso y la evolución llegó a alcanzar rango
científico hacia mediados del siglo XIX con los trabajos del naturalista
francés Jacques de Crèvecoueur Boucher de Perthes, quien demostró
que las evidencias materiales más antiguas de la cultura humana cono-
cidas entonces en Europa, se hallaban asociadas con las antiguas capas
geológicas del período Pleistoceno. De esta manera, los filósofos, his-
toriadores e intelectuales del siglo XVIII comenzaron a darse cuenta de
que la sociedad que ellos conocían era solamente el acto final de un
largo drama vivido por la humanidad, el Progreso, el cual debía ser
explicado y reconstruido por la antropología (Lowie, 1946, p. 34).

Los antropólogos ingleses de la era victoriana, tales como Pitt-Rivers,


Lubbock y Tylor, sentaron las bases filosóficas y empíricas de lo que
vendría a ser la Teoría Evolucionista de la Cultura. Dichos autores
expusieron que la nota dominante de la historia de la especie humana
era el movimiento ascendente desde las formas sociales más simples
hasta las más complejas, representada esta última por la sociedad bri-
tánica de la época. Todas las civilizaciones del pasado o el presente
–según dicha teoría– habían partido de una infancia bárbara o sal-
vaje, muestra de lo cual eran las razas primitivas que habían sido
conocidas entre el siglo XVI y el siglo XIX. Frente a estas afirmaciones,
pensamos que si bien el concepto de la evolución histórica de la huma-
nidad es un hecho, no sucede lo mismo con la explicación ideológica
de cómo se llevó a cabo esa evolución, objeto de la teoría evolucio-
nista cultural, la cual se transformó posteriormente en la legitimación
histórica del colonialismo europeo y el estadounidense.

A partir del siglo XIX, el grupo de ocho países capitalistas más desarro-
llados impuso el Progreso al estilo de occidente a las élites sociales de
aquellos países atrasados que no les habían abierto sus economías, uti-
lizando la fuerza militar, la presión política y económica y la corrup-
ción. El concepto de Progreso perdió su inocencia en el siglo XX y se

33
Mario Sanoja Obediente

convirtió no sólo en “la explicación” de la historia de la humanidad,


en la racionalidad subyacente a todas las políticas colonialistas de
los países capitalistas desarrollados, sino también de toda la ciencia
social aplicada al desarrollo social, particularmente en los países sub-
desarrollados (Wallerstein, 2001, pp. 200-201). Hoy día la acción del
capitalismo depredador se presenta como la teoría económica del neo-
liberalismo, con su estrategia cultural denominada globalización y su
expresión instrumental conocida como Tratados de Libre Comercio.

Simultáneamente con la Teoría Evolucionista, surgieron también


otras, como las difusionistas, las cuales, a diferencia de aquélla, soste-
nían que la historia de la cultura humana no podía considerarse como
un progreso unitario, que todas las sociedades no atravesaban necesa-
riamente por las mismas etapas. Por el contrario, argumentaban que
existían en Asia y África múltiples centros originarios, a partir de los
cuales se habían difundido, hacia el resto de los continentes, y en dife-
rentes épocas, los diversos componentes de la cultura (Herskowitz,
1952, pp. 546-564).

Los procesos de evolución y la difusión de la cultura, como ha sido


comprobado por las investigaciones científicas ulteriores, no consti-
tuyen propuestas antagónicas sino complementarias para explicar
el desarrollo de la humanidad. La versión, o más bien, la visión de
los evolucionistas culturales sobre la historia de la cultura universal,
por su parte, tiende a presentar el concepto de sociedad clasista jerár-
quica burguesa como representación de la civilización occidental. La
escuela de la difusión cultural pareciera explicar y legitimar la expan-
sión de las “culturas madres” a partir de ciertas regiones privilegiadas
del planeta, lo cual es también una manera de fundamentar científica-
mente los procesos coloniales iniciados por Europa y Estados Unidos
en los siglos XIX y el xx y subsecuentemente la supuesta globalización
indetenible de los valores de la civilización occidental.

En el siglo XIX, el estudio de la evolución social, el progreso y la civi-


lización no se limitó solamente a las evidencias materiales y a la tec-
nología, sino que también se extendió al estudio comparado de la
evolución de las instituciones sociales tales como el Estado, la familia
y las costumbres sociales, el derecho, la religión, la economía, los

34
El ideal del progreso y la civilización occidental

procesos mentales, el arte (Lowie, 1946; Díaz Polanco, 1989). Tra-


bajos como los de Morgan (1877), entre otros, contribuyeron a con-
solidar el Evolucionismo como una teoría sobre la evolución de la
sociedad y la cultura, la cual dividía la historia de la humanidad en tres
etapas principales: salvajismo, barbarie y civilización, correlacionadas
cada una de ellas con determinados adelantos sociales, económicos e
intelectuales. El salvajismo es la etapa anterior al uso de la cerámica;
la barbarie es la edad de la alfarería; la civilización comienza con la
invención de la escritura.

Mientras la burguesía era todavía una clase social en ascenso, estuvo


obligada, por una parte, a disputar su hegemonía política sobre la
sociedad europea con los rezagos del orden feudal; para ello blandía
la bandera del progreso como emblema del triunfo seguro sobre las
estructuras arcaicas de la monarquía absoluta; por la otra, agitaba
la consigna del orden para contener el ascenso social y las reivindica-
ciones políticas de la clase trabajadora que había comenzado a desa-
rrollarse con el industrialismo a partir de finales del siglo XVIII.

Aquellos conceptos fueron desarrollados por Auguste Comte, padre


de la filosofía positivista, en su obra Discurso sobre el método positivo
(1980), donde sostenía que el desarrollo de la civilización debía estar
basado en la noción de progreso, concebido éste como la expansión del
orden social. Para que ocurriese el progreso y se consolidase la sociedad
que lo producía, era necesaria –decía– la existencia del orden social
representado por la burguesía. Las clases inferiores de Europa Occi-
dental tendrían, pues, necesariamente que aceptar la subordinación
social a la clase burguesa, condición natural que implicaba reconocer la
superioridad de sus gobernantes (Patterson, 1997, p. 44; Díaz Polanco,
1989, pp. 37-41).

La tesis expuesta por Comte proponía igualmente una ley de la evolu-


ción de la sociedad, conformada por tres estados teóricos, tres métodos,
tres clases de filosofía para explicar los fenómenos sociales, vinculados
cada uno de ellos a la existencia de tipos particulares de sociedad:

a. El teológico, que explica los fenómenos como productos de


agentes sobrenaturales y se relaciona con un sistema militar.

35
Mario Sanoja Obediente

b. El metafísico, donde los agentes sobrenaturales son sustituidos


por fuerzas o entidades abstractas que se asocian con una
sociedad transitoria.

c. El científico o positivo donde el espíritu humano se aboca a la


tarea de descubrir las leyes o relaciones invariables entre los
fenómenos sociales e impulsa la creación de una sociedad indus-
trial, la sociedad burguesa europea u occidental que constituye
el ápice del progreso social.

Una vez que la burguesía consolidó su poder hacia finales del siglo XIX
y consideró realizado en Europa su ideal del progreso, la historia y el
evolucionismo dejaron de ser, oficialmente, el interés fundamental de
los pensadores burgueses. En su lugar, lo relevante pasó a estar cons-
tituido por el estudio sincrónico y la comprensión de los factores que
conforman el orden social para detectar los fenómenos patológicos,
como por ejemplo la insurgencia de la clase trabajadora que amenaza
la integridad del orden constituido.

Aquella tendencia que experimentó la burguesía, se ilustra en la cono-


cida obra del sociólogo francés del siglo XIX, Émile Durkheim intitu-
lada Les Règles de la Méthode Sociologique (1956). En la misma se
resume la tradición empirista occidental que se esforzaba sistemáti-
camente en conformar una ciencia que estudiase la causalidad de las
formas de relación social que establecen los individuos entre sí, bus-
cando las determinantes de un hecho social específico en otros hechos
sociales antecedentes. Dicha ciencia –la sociología– se fundamentaría
en la regularidad con la cual se producen los hechos sociales y en la
existencia de un proceso histórico progresista por el cual atraviesan las
sociedades, de manera similar al proceso de evolución lineal presen-
tado en las obras de Herbert Spencer y Auguste Comte. Para Durkheim
no existía una sociedad única, sino una serie de tipos sociales y cultu-
rales cualitativamente distintos que no podían ser juntados todos, de
manera continua, en una misma secuencia histórica (1956, pp. 76-88).

La influencia del pensamiento de Durkheim se reflejó en la obra de


algunos de sus seguidores como Marcel Mauss y Vidal de La Blache,
quienes introdujeron en la etnología y en la geografía humana

36
El ideal del progreso y la civilización occidental

francesas los conceptos de modo de vida o estilo de vida. Dichos con-


ceptos aludían a la existencia de complejos de actividades habituales
que caracterizan la existencia de los grupos humanos. Los elementos
materiales y espirituales de la cultura eran vistos como las técnicas y
hábitos transmitidos por la tradición que capacitaban a dichos grupos
humanos para vivir en ambientes particulares. La persistencia de los
mismos estaba asegurada no sólo por las instituciones que mantenían
su cohesión, sino también por las tecnologías e implementos para la
utilización de las fuentes de energía y las materias primas. La trans-
formación de las sociedades a partir de los modos más arcaicos, los
recolectores-cazadores, ocurría como un flujo de procesos de cambio
que surgían progresivamente dentro de cada grupo humano, por
modificaciones en las condiciones ambientales o en las relaciones
entre grupos humanos, cuando se producían entre ellos asimetrías en
la estructura (tecnoeconomía), las relaciones sociales o la ideología
(Max Sorre, 1962, pp. 393-415).

Este tipo de reflexión podría haber influido también en la formu-


lación de la tesis relativista del neoevolucionismo o de la evolución
multilineal de los tipos culturales propuesta por la escuela estadouni-
dense, particularmente por Leslie White y Julian Steward, quienes
enfatizaban el estudio de las regularidades interculturales a partir de
un concepto de sociedad estratificada sobre una base estructural (tec-
nologías de subsistencia), a la cual se sobreponían la estructura social
y la cultural (ideología) que determinaban el perfil sociocultural de
los grupos humanos (Patterson, 2001, pp. 110-112; Sahlins y Service,
1961, p. 53; Friedman, 1983, p. 40).

La idea de la civilización y el progreso, así como las tesis tanto del


evolucionismo clásico como del neoevolucionismo que surgirán pos-
teriormente en los Estados Unidos, aunque desplazadas académica
y epistemológicamente en Europa y Estados Unidos por nuevas teo-
rías sobre la cultura y la sociedad, siguen siendo utilizadas por los
gobiernos de los países capitalistas desarrollados para explicar y legi-
timar la dominación que ejercen dichos países sobre sus colonias en
África, Asia, México, América Central, Suramérica y el Caribe, y
llevar a cabo lo que consideran como la misión civilizadora del occi-
dente capitalista.

37
Capítulo 2
Civilización y procesos civilizatorios

En su acepción general, la palabra civilización se asocia con la huma-


nidad como un todo, con la existencia de determinados pueblos que
son considerados –valga la redundancia– civilizados, donde el saber,
la ciencia, la tecnología y las virtudes humanas alcanzan su mayor
nivel de desarrollo. El concepto de civilización implica también que en
torno a los pueblos altamente civilizados existen otros que no lo son,
considerados éstos como bárbaros. A estos pueblos bárbaros, los civi-
lizados tratan de convencerlos de que nunca llegarán a ser civilizados
a menos que se sometan a la voluntad de los pueblos superiores. Con-
siderada desde este punto de vista, la idea de la civilización implica
también la existencia de jerarquías de clases sociales, culturas y razas.

En el plano singular, el concepto de civilizaciones específicas se puede


definir también como la construcción de identidades culturales bajo
particulares circunstancias históricas y sociales, determinadas por
un espacio y una cultura particular (Braudel, 1980, pp. 177-198),
las cuales están a su vez históricamente contenidas y representadas
dentro una formación socioeconómica determinada. Tanto la civiliza-
ción como la cultura aluden igualmente a los modos de vida generales
de los pueblos, incluyendo por tanto los valores, las normas, las insti-
tuciones y los modos de pensar que caracterizan en el tiempo el modo
de existencia de diversas generaciones (Huntington, 1997, p. 41).

En el caso de la denominada civilización occidental, la pertenencia a


la misma está determinada por la aceptación de valores sociales y cul-
turales como el individualismo, el liberalismo, el constitucionalismo,
los derechos humanos, el gobierno de las leyes, el libre mercado, la

39
Mario Sanoja Obediente

separación de la Iglesia y el Estado. Estos valores fueron proclamados


como universales de la cultura a partir del triunfo de la Revolución
Francesa o burguesa, fase de la Modernidad que se inició en 1783
(Patterson, 1997, pp. 34-55). Según los que mantienen esta tesis, esos
valores sólo podrían existir dentro del sistema capitalista, conside-
rado este sistema como el fundamento de la democracia burguesa. Por
esta razón, dicha forma de democracia y el american way of life de la
sociedad estadounidense o el european way of life de las monarquías
y democracias burguesas parlamentarias de Europa, son conside-
radas por las élites dominantes de los países capitalistas desarrollados
como paradigmáticas para el resto de la humanidad.

Desde el punto de vista heurístico que nosotros sostenemos, una civi-


lización puede definirse también como una construcción histórica y
territorial que incluye la cultura, los valores, los ideales, los conceptos
sobre la organización social, los factores materiales tecnológicos
y económicos. En tal sentido, la civilización es una entidad cultural
que como tal persiste, se transforma, se divide o se integra en nuevos
conjuntos. Una civilización puede como tal contener imperios, ciu-
dades-Estados, Estados nacionales singulares, Federaciones y Confe-
deraciones de Estados nacionales, y llegar a coincidir con una entidad
política determinada. Una civilización implica igualmente procesos
culturales civilizadores mediante los cuales se reconoce la identidad
histórica y cultural, la conciencia de poseer una comunidad de orí-
genes y de destinos compartidos por todos los pueblos que la integran
(Sanoja, 2006, p. 45).

Una civilización definida de esta manera, se concibe asimismo como


un sistema total que se expresa en diversos procesos culturales par-
ticulares, los procesos civilizadores cuya existencia –en nuestra
opinión– está determinada por la contingencia histórica, cultural y
ambiental y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas alcan-
zados por los pueblos de una región particular, en un momento his-
tórico determinado. Según nuestra posición teórica, este concepto
aludiría también a la diversidad de líneas de desarrollo histórico que
caracterizan la construcción de las sociedades, consideradas éstas
como producto de la dinámica y las tradiciones culturales singulares
que configuran las mismas en el seno de una civilización, las cuales

40
Civilización y procesos civilizatorios

corresponden con secuencias históricas concretas que denomina


Darcy Ribeiro procesos civilizadores específicos. Según este autor,
los mismos son el vehículo de propagación de las revoluciones tecno-
lógicas que conducen hacia la actualización histórica de los pueblos
(Ribeiro, 1992, pp. 24-25, 36).

La categoría histórica Modo de Vida, tal como fue formulada y desa-


rrollada por Vargas-Arenas alude también a líneas de desarrollo his-
tórico concreto que existen al interior de las formaciones sociales.
Dichas líneas se manifiestan como particulares y son explicadas por
las leyes generales que no sólo gobiernan sus procesos y su desenvol-
vimiento como conjunto sino también en sus etapas, aunque pueden
existir otras que tienen vigencia para determinados sistemas sociales.
Siendo cada formación económicosocial un sistema social dado, la
categoría Modo de Vida permite entender cómo se cumplen en cada
caso las leyes sociales generales y cómo operan y se transforman las
leyes específicas hasta el surgimiento de las nuevas. La transforma-
ción de las leyes sociales particulares no es azarosa sino el resultado
de la actividad humana, ya que son los hombres y mujeres quienes
conscientemente permiten el fin o el surgimiento de nuevos sistemas
sociales. En este sentido, la categoría Modo de Vida permite reco-
nocer la existencia de ciertas maneras particulares de la organización
de la actividad humana, de ciertos ritmos de estructuración social,
de ciertas formas de darse las praxis particulares de una formación
social que dinamizan su dialéctica, que nos permiten saber cuándo
y cómo pierden vigencia las leyes específicas de una formación social
para dar paso a nuevas formas de organización social (Vargas-
Arenas, 1990, pp. 63-67).

En el caso concreto de la civilización occidental, la lógica de consi-


derar los modos de vida europeos como un paradigma civilizador
equivalente a un universal de la cultura, sirvió para legitimar el
proceso de “actualización” histórica de los pueblos que habitan en
regiones como Europa Occidental y Estados Unidos, el cual culminó
con la segunda Revolución Industrial en la segunda mitad del siglo
XIX; por el contrario, en otras regiones donde los pueblos no siguieron
las mismas líneas del proceso histórico, la concepción civilizadora
occidental hizo que éstos pareciesen condenados –en consecuencia– a

41
Mario Sanoja Obediente

experimentar sólo los efectos reflejos de dicho proceso de “actualiza-


ción” histórica.

Desde el punto de vista del concepto de civilización sobre el cual se


apoya la teoría clásica de la evolución social, los pueblos capitalistas
históricamente “actualizados” conformarían el núcleo de pueblos
avanzados, civilizados, representados hoy día, como ya dijimos, en el
llamado Grupo de los Ocho. Según dicha definición, los otros, noso-
tros, la periferia de dicho grupo de naciones, sólo seríamos supuestos
pueblos atrasados en la historia, subdesarrollados, coetáneos del todo
capitalista más desarrollado.

Evolución cultural, progreso y civilización


Los evolucionistas sociales clásicos del siglo XIX consideraban que
tanto el mundo natural como la sociedad humana estaban sujetos a
las leyes inmutables de la evolución. Esa condición histórica se mani-
festaba en la Ley del Progreso, considerada como la expresión de
un cambio direccional que se desarrollaba en una escala global. El
cambio social se revelaba en diversas velocidades dependiendo de las
etapas en la cual se encontraran los distintos pueblos y de su grado de
desarrollo evolutivo. Lo que distinguía a los pueblos civilizados era la
existencia de instituciones estatales y estructuras de clase enmarcadas
dentro de un contexto de ley, orden y progreso, aseveración que justi-
ficaba la existencia de una jerarquía social, cultural y racial entre los
pueblos, a la cabeza de la cual se hallaban los países industrializados
de Europa, Estados Unidos y Canadá.

Según aquel conjunto originario de ideas, se conformó el Darwinismo


social (Patterson, 1997, pp. 47-49), tesis según la cual todas las socie-
dades humanas progresaban naturalmente desde las formas menos
desarrolladas hacia las más desarrolladas. Las formas más adap-
tadas se hallaban ubicadas en el sector más elevado de esa jerarquía
debido a que eran las más perfeccionadas, las que habían avanzado
más en la escala del progreso, lo cual les permitía arrogarse por tanto
el derecho a dominar y explotar a las sociedades inferiores. Ello ha
servido no solamente para legitimar las políticas coloniales, neocolo-
niales e imperialistas del siglo XIX y las del actual Grupo de los Ocho,
países que se consideran ser los más desarrollados del mundo, sino

42
Civilización y procesos civilizatorios

también las jerarquías de clase y las políticas racistas que promueven


los enclaves sociales oligárquicos propiciados por el Imperio en los
países de su periferia, conformados particularmente por sectores de
la clase media y la alta burguesía, empresarios y jerarcas de la Iglesia
católica.

Cualesquiera otros sistemas políticos revolucionarios, sean socia-


listas, capitalistas o nacionalistas, que reclamen para su pueblo un
estatus soberano frente a la dictadura mundial que ejerce el Grupo de
los Ocho, son considerados Estados hostiles, parias y malvados, sobre
los cuales aquéllos consideran es necesario y legal ejercer acciones
mediáticas y policiales para eliminar los supuestos delincuentes
opuestos al gobierno imperial de los llamados pueblos civilizados.

El paradigma civilizador de Occidente y las raíces del capitalismo


Para entender cómo se estructuró el paradigma civilizador capita-
lista occidental, es importante exponer, aunque sea de manera muy
sucinta, sus orígenes históricos. No debemos olvidar señalar que la
civilización neolítica originaria que antecedió en Asia Menor el surgi-
miento de la civilización de Europa Occidental, estuvo caracterizada
por la domesticación de los cereales, la invención de los sistemas de
regadío, la domesticación del ganado, la invención de la cerámica, de
la rueda, del alfabeto, la escritura y, particularmente, el desarrollo de
los espacios urbanos y del Estado, rasgos que se originaron en el Asia
Menor y en la región mediterránea del continente africano, las cuales
después serían llamadas sociedades despóticas por los apologistas
de la civilización occidental. Como expuso Gordon Childe (1958,
p.2): “…The prehistoric and protohistoric archeology of the Ancient
East is therefore an indispensable prelude to the true appreciation of
European Prehistory…” (Childe, 1958, p. 2 (La arqueología prehis-
tórica y protohistórica del Oriente Antiguo es por tanto el preludio
indispensable de una verdadera apreciación de la Prehistoria europea.
Traducción nuestra).

Lo anterior demuestra, como ya todas y todos sabemos, que la cuna


y los orígenes de la civilización humana no se encontraban origina-
riamente en Europa Occidental sino en el Asia Menor, en el Medite-
rráneo Oriental y el norte de África y –según datos recientes– también

43
Mario Sanoja Obediente

en la región litoral atlántico-mediterránea de la Península Ibérica.


Como evidencia de lo anterior podemos mencionar, como plantea el
historiador y filósofo Martin Bernal, que ya desde 1720 años a.C., la
antigua cultura egipcia había influido grandemente en el surgimiento
de la cultura clásica griega seguida luego –hacia 1200 a.C.– por
las migraciones de pueblos indoeuropeos hacia la Península Griega
(Bernal, 1987, pp. 20-21). Las investigaciones arqueológicas y filoló-
gicas sobre las llamadas altas culturas neolíticas del Asia Menor, han
mostrado fehacientemente que los focos de mayor intensidad cultural
se localizan principalmente tanto en Irán como en el actual Irak. En la
aldea neolítica de Al’Ubaid, localizada en las orillas del río Éufrates,
Irak, las investigaciones arqueológicas permitieron localizar las pri-
meras evidencias de la metalurgia del cobre hacia el año 5000 a.C.

Para el año 3000 a.C., durante la Fase Dinástica Temprana, los


sumerios ya habían comenzado a producir instrumentos de cobre y
de bronce, tecnología que se expandió a través de los Balcanes hasta
el Mediterráneo Oriental (Clark, 1977, pp. 75-94). De la misma
manera, otras investigaciones arqueológicas y filológicas sobre las
altas culturas neolíticas del Asia Menor, cuyos focos se localizan en
los actuales Irán, Irak, Siria y Turquía revelan cómo, entre 5000 y
4500 años a.C. (Ehrich, 1971, pp. 344-347), aquéllas se expandieron
a lo largo del valle del Danubio y la costa mediterránea hacia Europa
Occidental, habitada por antiguas poblaciones mesolíticas nórdicas
como las ertebollienses y campiñenses (Childe, 1949, pp. 206-212;
Pittioni, 1949, pp. 35-41). Las poblaciones provenientes del Medio
Oriente llevaron consigo hacia el occidente de Europa las semillas
de la civilización neolítica originada en Asia Menor dando origen a
lo que Gordon Childe denominó como Cultura Danubiense, la cual
constituye a su vez el fundamento de la sociedad neolítica del centro
y norte de Europa (Childe, 1949; Ehrich, 1971, pp. 364-365; Cavalli-
Sforza, 2000, pp. 104-105).

Las investigaciones llevadas a cabo por Arteaga y sus colaboradores


en Andalucía han mostrado –con sus proyectos de investigación
regional, enfocados desde el punto de vista de la arqueología social–
la existencia de otro proceso civilizador originario de neolitización
aldeana en la región atlántica mediterránea de aquella región, el cual

44
Civilización y procesos civilizatorios

habría comenzado posiblemente entre 10.000 y 8.000 años antes del


presente, donde el cultivo de plantas se habría desarrollado en los
antiguos rebordes litorales de las zonas gaditanas, sevillanas y onu-
benses, así como alrededor de los antiguos humedales contemporá-
neos del estuario boreal del Bajo Guadalquivir. Dicho proceso habría
generado un modo de vida calcolítico (agrícola-ganadero-minero-
metalúrgico) que culminó posteriormente en la formación de Estados
Clasistas Iniciales en dicha región. Este desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas se tradujo en una considerable modificación antrópica del
paisaje, coincidente con la consolidación temprana de la minería del
cobre y la metalurgia (Arteaga y Hoffman, 1999, pp. 61-67). Esta
propuesta geoarqueológica, ambientada desde el punto de vista mate-
rialista dialéctico, recoge la importancia que tiene el crecimiento de
las fuerzas productivas para impulsar el desarrollo del nivel socio-
histórico de los pueblos, pero advierte también sobre la degradación
ambiental que puede producir dicho desarrollo, incluso en períodos
tan tempranos de la historia de la sociedad europea mediterránea.

La posición de la arqueología social ibero-latinoamericana permite


mostrar, conforme a las investigaciones de Arteaga y sus colabora-
dores, un proceso civilizador estatal atlántico-mediterráneo, con
una dimensión histórica euroafricana (Arteaga, 2000, p. 6) que
habría tenido como centro la región meridional de la Península Ibé-
rica a partir del Neolítico Final, durante el V-IV milenio a.C. De la
misma manera, las elaboradas series de dataciones radiocarbónicas
obtenidas y elaboradas según las investigaciones de Castro, Lull y
Micó (1996, pp. 233-254) corroboran el carácter temprano del aquel
proceso en relación con otras regiones de Europa Occidental y de la
región mediterránea en general (gráfico 1). Un indicador arqueológico
tal como la metalurgia del cobre arsenicado, marcaría la existencia de
la desigualdad social, evidencia de una sociedad clasista inicial en for-
mación sobre la cual emergería posteriormente el Estado (Bate, 1984,
Arteaga y Nocete, 1996).

45
Mario Sanoja Obediente

Gráfico 1. Cuadro cronológico comparativo; origen del calcolítico en la región atlántico-medite-


rránea (Andalucía). Tomado de Castro, Lull y Micó (1996, pp. 233-254).

Podríamos considerar que las raíces de la actual civilización europea,


los procesos civilizadores mediterráneo y nórdico propiamente
dichos ya se hallaban consolidados en los inicios de la llamada Edad
del Bronce (ca. 4.000 años a.p.), cuando el marco organizativo de
dicha sociedad ya operaba dentro de un cuadro cultural bien definido
a nivel local y regional donde se afirmaban sus tradiciones culturales
regionales: la nórdica, la atlántica, la mediterránea andaluza y las
alianzas políticas entre las mismas (Kristiansen, 1998).

46
Capítulo 3
La sociedad de la Edad del Bronce

El bronce fue una innovación tecnológica que permitió reemplazar los


antiguos instrumentos de piedra, madera y hueso por nuevas herra-
mientas cortantes así como por armas más eficientes. Como expli-
caremos en capítulos posteriores, las bases de la industria moderna
fundamentada en el desarrollo del movimiento circular comenzaron
a consolidarse en esa época con la fabricación de sierras, taladros
y similares en metal, herramientas que permitieron importantes
avances en el trabajo de la piedra, la madera, el hueso y la concha.
El descubrimiento de la reducción y fundición de los minerales uti-
lizando el carbón como combustible, significó el inicio de la teoría
científica en la física y la química.

Los artesanos y artesanas de la minería y la metalurgia formaban


posiblemente comunidades de trabajadores, trabajadoras y comer-
ciantes libres, vinculados quizás por intereses tecnológicos y mercan-
tiles, que no producían su propio alimento, sino que dependían en
buena parte de los excedentes intercambiados con otras comunidades
cuya economía era fundamentalmente agropastoril y cuyas relaciones
sociales se basaban posiblemente en el parentesco, hecho que facilitó
tal vez la concentración de la riqueza en aquella especie de sociedad
temprana de empresarios. Puesto que inicialmente los artesanos del
bronce eran quizás extraños en una sociedad consanguínea, posi-
blemente desposeídos de tierras, es posible que ellos y sus mujeres
tuviesen una especie de estatus intertribal que les permitía ejercer
sus oficios y ganarse la vida en diferentes pueblos y regiones. No sólo
manufacturaban y vendían sus productos de bronce, sino que por
su capacidad de viajar sobre largas distancias también explotaban y

47
Mario Sanoja Obediente

vendían ámbar, alfarería y diversidad de otros bienes destinados al


comercio intertribal (Childe, 2004, pp. 185-186).

Quizás como refuerzo de esta aseveración, podemos mostrar la


amplia distribución espacial de lingotes metálicos en forma de pieles
de buey o de ovejas (figura 1) utilizados quizás como moneda en
ciertas regiones del norte de Europa Occidental (Kristiansen, 2001,
pp. 498-499, figura 1. 192; Demakopoulou, 1999, pp. 37). Ello
sugiere que las comunidades vinculadas a la metalurgia del bronce
pudieron haber jugado también un papel importante en la ganadería
y el pastoreo (género de vida trashumante), así como en los circuitos
de intercambio comercial entre los pueblos del Mediterráneo Occi-
dental y el noroeste de Europa (Kristiansen, 1994, pp. 16, 19, 21).

La existencia de estas formas precapitalistas de acumulación de


fuerza de trabajo, de bienes suntuarios o de ambos han sido igual-
mente analizadas por varios autores como indicativas de procesos
productivos y mercantiles que caracterizaron también algunas socie-
dades estratificadas o clasistas iniciales originarias de Asia y América
(Eckholm y Friedman, 1979; Sanoja y Vargas-Arenas, 2000).

El cobre y el estaño, materias primas necesarias para producir la alea-


ción que se denomina bronce, no son elementos muy comunes; las
minas de dichos materiales se encuentran generalmente en terrenos
montañosos o desérticos distintos a las planicies fértiles preferidas
generalmente por los agricultores neolíticos. Por estas razones, para
satisfacer la demanda de materias primas, la metalurgia tenía que ser
llevada a cabo por una comunidad de especialistas a tiempo completo
en la minería, el transporte, el procesamiento de los minerales, la
manufactura y la distribución y el mercadeo de los objetos de bronce
que, generalmente, eran insumos de lujo y de prestigio, por lo cual la
dicha comunidad mantenía una relación simbiótica con las comuni-
dades a las cuales servían.

El proceso de trabajo de la minería estuvo quizás vinculado también


con el panteón de las antiguas religiones indoeuropeas; los minerales
moraban en el seno de la tierra, protegidos o asociados posiblemente
con divinidades o ninfas del género femenino: el cobre deriva su

48
La sociedad de la Edad del Bronce

nombre de la divinidad conocida como Chalcis, y el hierro de la diosa


o ninfa Sidérea, por lo cual es muy posible que las mujeres tuvieran
una importante participación en la invención de los rituales y asi-
mismo en los métodos para extraer y tratar los minerales. La trans-
formación de los metales en armas para la guerra, el uso del fuego, del
martillo y la fragua para moldear los metales podría estar sin duda
relacionada –en el caso particular de las sociedades germánicas y nór-
dicas– con las divinidades del fuego, el trueno y la guerra como Thor
y Odín. Esta posible asociación de las artes del fuego, tales como la
alfarería, la minería y la metalurgia con las divinidades del género
femenino del inframundo y las divinidades del género masculino que
habitaban el Walhalla, el Olimpo germano, con la forja de armas y
herramientas, rodeaba quizás a las comunidades de mujeres y hom-
bres vinculados a la fabricación de un cierto tipo de alfarería –el vaso
campaniforme entre otros– y al proceso de trabajo de la minería, de
la metalurgia y a la comercialización de sus productos, con una subje-
tividad particular asociada con la magia que los mantenía –de cierta
manera– alejados y alejadas de las actividades cotidianas de las comu-
nidades agropastoriles. De igual manera, podría haber influido en la
constitución de la ideología de las élites y dinastías guerreras clasistas
iniciales vinculadas a la metalurgia del bronce y el hierro que llegaron
a dominar todo el ámbito europeo (Kristiansen, 1994, pp. 16-17),
estableciendo así una diferencia ontológica con el surgimiento de las
sociedades clasistas iniciales orientales subsumidas en el llamado
Modo de Producción Asiático, y las americanas. Quizás por aquellas
razones, la reproducción de las comunidades de las y los especialistas
en minería, metalurgia y forja de metales, si bien dependía quizás de
los excedentes agropecuarios producidos por las diversas comuni-
dades de campesinos y campesinas, pastores, pastoras, artesanos y
artesanas que vivían en sus áreas de influencia, facilitaba quizás su
capacidad para el intercambio comercial y político con aquéllas y al
mismo tiempo de dominarlas vía el control de la producción y la dis-
tribución de los bienes materiales (Childe, 2004, pp. 177-189).

Las sociedades de la Edad del Bronce, en general, podrían haber


representado el proceso de transición de organizaciones sociales de
tipo tribal hacia una clasista inicial de tipo estatal, caracterizada por
una acentuada división social y económica basada en el territorio. En

49
Mario Sanoja Obediente

la región atlántico-mediterránea de Andalucía, las primeras manifes-


taciones de la sociedad clasista inicial del Cobre y el Bronce son cono-
cidas, respectivamente, como Cultura de los Millares y Cultura del
Argar (Arteaga, 1992). La Cultura de Los Millares (2000-1400 a.C.;
Ehrich, 1971, p. 339; 3400-2250 ANE, Castro, Lull y Micó 1996, p.
79) supone no solamente la expansión e intensificación de la agricul-
tura y la ganadería, sino también de la metalurgia del cobre (Arteaga
y Hoffman, 1999, pp. 67-68, 72-73).

Otros autores como Kristiansen sostienen, por el contrario, la exis-


tencia final en Europa Occidental, la Oriental y la Nórdica de socie-
dades tipo Estado, pero sin instituciones burocráticas desarrolladas,
correspondiente al tipo denominado sociedad estratificada (Kristiansen,
1998, pp. 76, 91). La estructura social de los pueblos de la Edad del
Bronce tardío y la Edad del Hierro del norte de Europa parece –según
esta tesis– podría haber estado constituida por confederaciones de
cacicazgos o jefaturas y señoríos, gobernadas cada una por un jefe
principal o rey. Cada lugar central de los mismos era, a su vez, el
espacio donde se fabricaban o se acopiaban los bienes de prestigio así
como las materias primas obtenidas por intercambio comercial. Los
vasallos y subjefes que habitaban alrededor de cada centro, pagaban
a su Señor tributos en esclavos, hierro, oro, materias primas diversas
y bienes terminados. Cada centro subsidiario del lugar central pro-
ducía igualmente bienes de prestigio para la distribución local y para
el comercio regional. Es probable, pensamos, que este rasgo consti-
tuya un antecedente remoto de la separación entre ciudad y campo,
entre la producción artesanal y comercial burguesa y la producción
agropecuaria campesina que distinguen posteriormente la formación
esclavista y la formación feudal.

Considerando las posiciones teóricas enunciadas, creemos que


durante la llamada Edad del Bronce se habría formado en Europa
Occidental un tipo de sociedad estatal donde la metalurgia se con-
virtió –al parecer– en la actividad principal de grupos de especialistas,
cuyo poder social y político parece haberse basado en una comu-
nidad dominante de intereses tecnoeconómicos y comerciales para el
control y la distribución de la producción más que en las relaciones
de parentesco que habían caracterizado a las antiguas sociedades

50
La sociedad de la Edad del Bronce

igualitarias de la comunidad primitiva. Como evidencia de ello se


desarrolló en la región atlántica-mediterránea de la Península Ibérica,
un proceso de estratificación social que implicaba desigualdad social
en relación con la apropiación de los bienes materiales producidos en
aquellos espacios sociales. En dicha región donde ya existían eviden-
cias de un Estado colectivista en el cual se observaban formas de coer-
ción social y ordenamiento territorial, se nota asimismo una creciente
proyección estratégica territorial jerarquizada en aldeas fortificadas
construidas sobre cerros amesetados, explotaciones mineras, talleres
de metalurgia, campos funerarios, rodeados por asentamientos cam-
pesinos. El desarrollo de las fuerzas productivas se refleja en la intensa
modificación antrópica del paisaje debido a la deforestación, hecho
que se evidencia en el aumento de la deposición de limos aluviales
tanto en la desembocadura de los ríos como en las bahías litorales
(Arteaga y Hoffman, 1999).

En el sur de la Península Ibérica, el desarrollo de la sociedad clasista


inicial de Los Millares estimuló a su vez el de un sistema productivo
agrícola, ganadero, minero y metalúrgico que hizo posible la especia-
lización tecnológica de la llamada Cultura de El Argar, una de las más
destacadas del Mediterráneo y del Occidente de Europa, de la cual
surge el Estado centralizado Argárico (Arteaga y Hoffman, 1999, p.
73; Artega, 2000, p. 33; Lull, 1983; Lull y Estévez, 1986; Castro, Lull
y Micó, 1996, pp. 238-242). La sociedad clasista inicial de El Argar,
sin tener que construir enormes obras hidráulicas como en el Oriente,
pudo de esta manera intensificar el desarrollo de las fuerzas productivas
mediante la coerción de los sujetos dominados gracias a la administra-
ción controlada de los bienes materiales básicos para la reproducción
social, particularmente los alimentos (Gilman, 1981, p. 8; Arteaga,
2000, pp. 36-37).

Un proceso similar también se evidencia en el surgimiento durante


la Edad del Bronce tardío en Europa Occidental, Nórdica y Oriental
(mapa 1), de los llamados “campos de urnas”, necrópolis o grandes
cementerios que se asocian con una vasta red comercial apoyada en
pueblos que practicaban la minería y metalurgia del bronce, especia-
listas en diversas ramas de la producción, incluso en la manufactura
de vasijas campaniformes asociadas al parecer con la fabricación

51
Mario Sanoja Obediente

de cierto tipo de cerveza, red que se extendía desde la región medi-


terránea de la Península Ibérica (2800-1500 cal ANE, Castro, Llul
y Micó 1996, p. 107) hasta la Europa Central y la Oriental y hasta
las islas británicas y desde el norte de Europa hasta el Mediterráneo
(Childe, 1949; Clark, 1977, pp. 181-198; Martínez Navarrete, 1989,
pp. 372-387; Kristiansen, 1998, pp. 15-18 y 354-400; Martínez, Lull
y Micó, 1996; Castro Martínez, 1994; Arteaga, 2000, pp. 13-26).
Según Arteaga (2000), el auge de la Tradición del Vaso Campani-
forme, originario de Portugal y Andalucía, asociado con el apogeo de
la metalurgia del cobre y el bronce podría representar la proyección
estatal del proceso civilizador atlántico-mediterráneo.

Durante el período del Bronce Antiguo, así como en el Bronce Final


(siglo VIII a.C.), la presencia de hoces en tumbas y depósitos relacio-
nados con enterramientos de mujeres de bajo rango podría indicar
el papel que éstas jugaban en el cultivo y la cosecha de granos como
la cebada, insumos que eventualmente podrían ser utilizados para
fabricar las bebidas fermentadas (Kristiansen, 1998, p. 258). Sal-
vando las distancias territoriales y cronológicas, podemos observar
que también en las culturas originarias suramericanas y caribeñas las
mujeres desempeñaban un papel similar en el cultivo y la cosecha de
granos y raíces utilizadas en la alimentación cotidiana y en la pre-
paración de bebidas fermentadas como la chicha, fabricada a partir
del maíz (Zea mayz) o del jugo extraído del prensado de la harina de
yuca (Manihot sculenta). Dichas bebidas eran consumidas –particu-
larmente– como parte de los rituales colectivos que se observaban en
las ceremonias públicas (Sanoja, 1997, pp. 105-129).

Hace unos 4000 años, como ya se expuso, poblaciones conocidas


como mercaderes de los beakers, el vaso campaniforme, fueron tam-
bién constructoras de las famosas estructuras megalíticas europeas y
quienes abrieron las comunicaciones y rutas comerciales que permi-
tieron la difusión de la metalurgia. Se trataba posiblemente –como
dice Childe (1949, p. 248)– de bandas de mercaderes armados de
las cuales formaban parte artesanos y artesanas que se desplazaban
entre la España meridional y el Mediterráneo hasta las islas británicas,
la Europa Occidental, la Central y la Oriental hasta el río Vístula.
Es interesante preguntarse si la alfarería que alimentaba esta red

52
La sociedad de la Edad del Bronce

paneuropea de comercio y artesanía, no era fabricada por las mujeres


casadas con los acaudalados comerciantes quienes, a su vez, eran gue-
rreros e intermediarios en la fabricación, el transporte y la distribu-
ción de los objetos metálicos (Childe, 1949, pp. 247-254; Braidwood,
1967, pp. 155-157). Los portadores de los llamados “ajuares cam-
paniformes” estaban adscritos –quizás– a los grupos dominantes,
actuando como intermediarios y agentes de sus respectivas organiza-
ciones que tenían a cargo el desarrollo de las actividades comerciales.
Los ajuares campaniformes aparecen tanto en sepulturas individuales
como colectivas (Arteaga, 2000, p. 26).

De manera concurrente, las diferencias regionales expresadas en los


diversos modos de vida y niveles de desarrollo en las fuerzas produc-
tivas existentes entre los pueblos de la Iberia mediterránea, Europa
Occidental y Central, históricamente arraigadas, determinaron la
importancia que adquirió el intercambio comercial. Ello determinó
luego en gran medida el carácter costero de la civilización clásica y
la génesis y ulterior expansión de la civilización griega y del Imperio
romano hacia el este y el oeste.

El comercio marítimo era el único medio viable de intercambio mer-


cantil para distancias medias o largas, por lo cual el Mediterráneo,
el único gran mar interior en toda la circunferencia de la Tierra, se
convirtió en el privilegio físico de la civilización antigua. Esta caracte-
rística mediterránea devino en el fundamento del proceso de cambio
histórico que culminó con una fase de expansión urbano-imperial
durante la cual se desplazó el centro de gravedad del mundo antiguo
hacia la Península Itálica (Sereni, 1982, pp. 63-87). Ello le imprimió
al modo de producción esclavista iniciado en Grecia un mayor dina-
mismo que determinó el surgimiento en la Península Itálica de la
República y posteriormente del Imperio romano.

Los griegos y los etruscos también se insertaron posteriormente en


aquellas estructuras regionales de poder, contribuyendo al desarrollo
de las redes comerciales mediterráneas y, al mismo tiempo, a la con-
solidación de su propio poder político (Castro, 1994, p. 172). Si la
posterior popularización de la metalurgia del hierro jugó un papel
importante en la colonización de Europa por parte de los griegos y

53
Mario Sanoja Obediente

los fenicios, la adopción y la adaptación que hicieron los pueblos de


Europa Central y Occidental del alfabeto fenicio alrededor del siglo
VIII a.C. hizo posible la creación de un vehículo para el pensamiento
abstracto y la literatura que, conjuntamente con las artes visuales,
constituyeron un aporte capital a la herencia cultural de la huma-
nidad (Clark, 1977, p. 187).

Durante el Bronce Final de la Iberia mediterránea, siglos X a IX a.C.,


las formaciones sociales se consolidaron en una estructura aristo-
crática de acuerdo con la propiedad privada de las tierras, ganados y
minas por parte de la clase dominante que se benefició de los medios
de producción que se hallaban bajo su control, dando nacimiento al
Estado tartesio. Aquella región, por sus grandes riquezas productivas,
se convirtió en un polo de atracción centrado alrededor del estrecho
de Gibraltar. Los centros urbanos tartesios, ahora asociados con el
poblamiento fenicio, se convirtieron en verdaderas poleis, impac-
tando en la transformación física del paisaje prerromano (Arteaga y
Hoffman, 1999, pp. 76-80). De la misma manera, el surgimiento tem-
prano de estas sociedades estatales urbanas en la Andalucía medite-
rránea, habría facilitado la colonización del oecumene mediterráneo
occidental por las culturas clásicas (Kristiansen, 1998, figura 63).

La etnicidad y la identificación cultural fueron procesos que se acele-


raron en Europa a partir del año 2000 a.C., ya que los modos de vida
de los diferentes pueblos gravitaban en torno a un acervo común de
conocimientos metalúrgicos y de tradiciones compartidas en materia
de sistemas de valores sociales y religiosos asociados al flujo comercial
del bronce. Debido a la naturaleza misma de la tecnología para obtener
y procesar dicho metal, se creó una dependencia en cuanto a suminis-
tros de materia prima y conocimientos metalúrgicos entre las diferentes
regiones, desde la Andalucía mediterránea, la Europa nórdica, la Cen-
tral y la Occidental hasta las islas británicas, lo cual aportó una dimen-
sión extraordinaria a la sincronía de los cambios culturales y sociales y
de las tradiciones tecnológicas (mapa 1).

Para el siglo VII a.C., toda la región del Mediterráneo Occidental


se encontraba bajo el dominio de cuatro pueblos que constituían
poderes políticos y comerciales: los tartesos, los griegos, los etruscos

54
La sociedad de la Edad del Bronce

y fenicio-cartagineses. Los tartesos, los fenicios-cartagineses y los


griegos dominaron el comercio marítimo del litoral andaluz y la
costa occidental del sur de Francia, en tanto los etruscos y los fenicio-
cartagineses, que ya constituían un importante poder económico y
político, controlaban el comercio terrestre hacia los Alpes y los Bal-
canes, utilizando para el transporte de mercancías y la protección de
sus líneas de comunicación, una importante flota de naves de guerra y
naves mercantes (Kristiansen, 1998, pp. 181-196, 352; Warmington,
1983, pp. 449-473).

55
Capítulo 4
La sociedad de la Edad del Hierro

A partir de 600 a.C. ya se había conformado en el Mediterráneo una


rica clase media de comerciantes y terratenientes, donde florecieron
las artes y los oficios, y destacaban las artesanas y artesanos especia-
lizados así como los comerciantes mismos. La producción artesanal y
artística se preservó en la riqueza funeraria presente como ofrendas
en las tumbas familiares. Esta tendencia se proyectó también hacia
el norte de Europa, hacia las sociedades estatales guerreras como
la llamada Cultura Hallstatt occidental y la de los pueblos célticos
conocida como Cultura de La Tène las cuales –después del año 700
a.C.– caracterizan el modo de vida de las poblaciones europeas de la
temprana Edad del Hierro (Kristiansen, 1994, p. 20).

Aquel fue el momento cuando tanto el hierro –más abundante y


barato– como también el acero comenzaron a reemplazar al bronce,
democratizando la producción de las armas y las herramientas de tra-
bajo, y cuando ya aparecen túmulos funerarios donde se enterraban
los cadáveres de los personajes de alto estatus social acompañados
con una profusa parafernalia ritual. Ello indicaría la existencia de
una importante acumulación, comercio y consumo no reproductivo
de la producción excedentaria de carros de guerra, armas, bienes de
prestigio de origen foráneo y eventualmente objetos de oro para fines
ceremoniales los cuales representaban también una acumulación de
valores esenciales para el comercio suntuario entre las diversas élites
dominantes (Frank, 1993, p. 388). De igual manera, los centros habi-
tados fortificados, de los cuales son ejemplo los de la llamada Cultura
Hallstatt, comienzan también a aparecer localizados en áreas estraté-
gicas atravesadas por las antiguas rutas de comunicación del suroeste

57
Mario Sanoja Obediente

de Europa. Ello nos revela la naturaleza de las contradicciones que


surgen posteriormente entre ciudades como Roma y Cartago o Kart
Hadasht (en fenicio: ciudad nueva), ubicada esta última en el golfo de
Túnez, África del Norte, por el control de los yacimientos de materias
primas como el cobre, el estaño, el hierro, el oro, el trigo y otros (mapa
1), y la apropiación de fuerza de trabajo esclava necesaria para desa-
rrollar las fuerzas productivas de aquellas primeras ciudades-Estados
del Mediterráneo Occidental (Warmington, 1983, pp. 451; 457-458).

Lo anterior también nos revela cómo, a diferencia de las sociedades


precapitalistas, clasistas e igualitarias americanas –las cuales convi-
vieron en un relativo aislamiento geográfico, cultural y tecnológico–
las sociedades tribales igualitarias y los Estados arcaicos europeos
se desarrollaron desde la Edad del Bronce dentro de una extensa
red regional de comercio, alianzas políticas e intercambio de tec-
nologías de punta para la época, que conectaba la Europa Occi-
dental y la Central con los Estados del Mediterráneo Oriental y del
Próximo Oriente desde los inicios del segundo milenio a.C. El papel
del Estado parece haber sido –como lo demuestran las guerras entre
Roma y Cartago– proteger esas redes de comercio de la actitud pre-
dadora y la interferencia de otros competidores.

Según Friedman y Rowlands (1977, pp. 271-272), fue precisamente


la comercialización temprana de bienes manufacturados en esta área
en períodos de la Edad del Hierro como La Tène tardío (siglos II y I
a.C.) –antes de la emergencia de alguna forma de control estatal– lo
que influyó posteriormente de manera significativa en el desarrollo de
la formación feudal descentralizada y en la formación mercantil que
condujo finalmente al capitalismo europeo.

Las formaciones sociales europeas occidentales no siguieron el


camino que las habría llevado a la constitución de las sociedades cla-
sistas iniciales similares a las de los llamados Estados despóticos que
caracterizaban a las civilizaciones orientales, los cuales se desarro-
llaron mediante la extracción de la renta de la tierra obtenida por la
sobreexplotación de la fuerza productiva constituida por el trabajo
humano (Gándara, 1983). En su lugar, a partir de la Edad del Bronce
y luego en la Edad del Hierro, las clases dominantes comenzaron a

58
La sociedad de la Edad del Hierro

desarrollar una tradición europea de tipo empresarial basada en un


crecimiento de las fuerzas productivas, encarnado en un control más
refinado de los medios de producción y distribución de bienes mate-
riales y la explotación de una fuerza de trabajo perfectamente condi-
cionada para servir a sus fines, así como a la existencia de condiciones
naturales favorables a dicho proceso (Bartra, 1969, p. 16). El mismo
se fundamentó inicialmente en la existencia de importantes yaci-
mientos de estaño, cobre y hierro, el flujo comercial de la metalurgia
y el ámbar, así como la difusión comercial de tradiciones alfareras de
manufactura y decoración como la representada en las vasijas cónicas
llamadas beakers que se encuentran diseminadas por toda la Europa
Occidental y Central.

Como podemos observar, resumiendo, en Europa Occidental el pro-


ceso de desarrollo histórico de la civilización atravesó por varias crisis
de crecimiento. A partir de la Edad del Bronce, como se denominó
en el esquema evolucionista de las edades tecnológicas sucesivas pro-
puesto por los arqueólogos Vedel Simonsen y Thomsen en el siglo XIX:
Edad de Piedra, Edad del Cobre y el Bronce y Edad del Hierro, las
sociedades surgidas de la denominada barbarie neolítica cuya eco-
nomía descansaba en la agricultura, el pastoreo y la utilización de la
energía animal, adoptaron formas de organización clasistas iniciales
gobernadas por un poder centralizado en élites nobiliarias, pero sin
la estructura burocrática de los llamados Estados despóticos origi-
narios que existían en el Asia Menor y en Egipto. Es necesario aclarar
que –en nuestra opinión– el término despótico podría parecer como
despectivo para sugerir que los pueblos asiáticos, los cuales dieron
origen a las primeras formas sociales civilizadas, no podrían ser con-
siderados como similares a los de la llamada civilización occidental.

El crecimiento de aquellas formas estatales originarias se llevó a cabo


en Europa Occidental mediante la expansión territorial y la apro-
piación y acumulación cada vez mayor de la fuerza de trabajo de las
poblaciones periféricas más débiles; a éstas sí se les dominó y explotó
con el sistema de esclavitud generalizada de grandes contingentes
humanos, como ocurriría muchos siglos después con las poblaciones
originarias americanas; ello fue denominado por Marx, el modo de

59
Mario Sanoja Obediente

producción esclavista (Clark, 1977, pp. 151-188; Kristiansen, 1998,


pp. 101-164).

En el caso de Europa Occidental, ciertas sociedades clasistas iniciales


o estatales de la Edad del Hierro se transformaron, como sucedió
con Roma, en ciudades-Estado convertidas en res publica, repúblicas
patricias gobernadas por una asamblea (o Senado) de representantes
de los diversos clanes o linajes dominantes, cuyo poder se extendió
sobre un territorio que englobaba todo el Mediterráneo, Egipto,
buena parte del suroeste de Asia, la Europa temperada y las islas bri-
tánicas ocupadas por pueblos celtas (Sereni, 1982, pp. 89-128; Clark,
1997, p. 199). Cuando el ritmo y el costo social y económico de la
reproducción de las res publica ya no pudo mantenerse con sus pro-
pios recursos, el gobierno republicano tuvo que apropiarse de mate-
rias primas como el oro y la plata, prisioneros de guerra, esclavos y
esclavas, expoliando pueblos y territorios cada vez más lejanos,
aumentando de manera desproporcionada la inversión en gastos
militares no reproductivos. Ello determinó el fin del gobierno civil
del Senado y la instauración de un Estado imperial gobernado por
un César o emperador apoyado en el poder militar de las legiones
romanas.

Bajo el modo de producción esclavista, la utilización masiva de la


mano de obra esclava como sustitución de la inventiva tecnológica,
que habría podido potenciar la producción agropecuaria y la arte-
sanal, produjo, por el contrario, un estancamiento del nivel de desa-
rrollo de las fuerzas productivas, por lo cual el Imperio romano pasó
a depender en buena parte de la productividad de la fuerza de trabajo
de los pueblos periféricos o “bárbaros”, hasta su colapso definitivo en
el siglo VI de la era cristiana (Anderson, 1979, pp. 76-79).

60
Capítulo 5
La formación feudal: señores, burguesía
e intercambio mercantil

El concepto de modo de producción germánico fue desarrollado por


Marx para describir a los pueblos autónomos europeos que habi-
taban la frontera norte del Imperio romano. Según autores como
Gailey y Patterson (1995, pp. 81-82), tras la caída del Imperio los
pueblos germánicos heredaron los espacios que antiguamente habían
sido conquistados y colonizados por Roma en la Europa Occidental,
originando un proceso de mestizaje étnico y cultural con otros pue-
blos “bárbaros” que habitaban la periferia del Imperio, el cual habría
tenido como resultado el desarrollo de la formación feudal.

La formación feudal que reemplazó al Imperio romano en Europa


Occidental aparece como “una evolución alternativa del comuna-
lismo primitivo germánico, en condiciones de ausencia de desa-
rrollo urbano debido a la baja densidad de población en una extensa
región” (Marx y Hobsbawn, 1972, p. 19), resultado de la repartición
del botín territorial entre los numerosos jefes tribales de la barbarie
europea que habían apresurado el colapso de dicho Imperio.

El modo de producción de la formación feudal estuvo dominado por


el trabajo agrícola de la tierra, en el cual ni el trabajo ni los productos
del trabajo eran mercancía. El campesino o siervo estaba adscrito al
principal medio de producción, la tierra, el cual estaba poseído priva-
damente por una clase de señores feudales terratenientes. Los señores
feudales, mediante formas de coerción extraeconómica, extraían
un plusproducto del campesinado así como servicios obligatorios al
Señor y a la reserva de territorios señoriales. La Iglesia se convirtió en

61
Mario Sanoja Obediente

una institución autónoma dentro del sistema político que tenía entre
sus funciones la reproducción de los valores y creencias que legiti-
maban la autoridad señorial (Anderson, 1979, pp. 147-153).

La consolidación de las nuevas relaciones de producción transformó


a las poblaciones de campesinos, campesinas, pastores y pastoras en
siervos y siervas del Señor feudal. Las nuevas formas de propiedad
territorial permitieron la introducción de importantes innovaciones
en la tecnología agraria, tales como el arado con hoja de hierro,
nuevos sistemas de arneses para mejorar la tracción animal, el uso de
molinos de viento para producir energía mecánica, el uso sistemático
de abonos para mejorar la calidad de los suelos y la rotación trienal de
los campos de cultivo, lo que se manifestó en la producción de exce-
dentes agrarios, una mejoría de los niveles de vida y el crecimiento de
la población, particularmente la población urbana o burguesa donde
se había refugiado la producción artesanal y la actividad comercial
que servirían de palanca al desarrollo de formas tempranas de capita-
lismo mercantil hacia los siglos XIII y XIV de la era cristiana, impulsado
por la aparición de nuevos sujetos, los mercaderes y el capitalismo
mercantil, dentro de la economía urbana o burguesa dominada por
los gremios (Pirenne, 1963, pp. 161-159; Anderson, 1979, pp. 147-
200; Braudel, 1992, II, pp. 26-80; 542-549).

El capitalismo mercantil
Durante la alta Edad Media, los excedentes de producción engro-
saron los rústicos centros urbanos o burgos, los cuales se convirtieron
en lugares centrales de los mercados regionales y centros de manu-
facturas artesanales. Dichos excedentes se cambiaban por la mer-
cancía denominada dinero que circulaba sobre grandes extensiones
territoriales, generando un proceso de acumulación monetaria bur-
guesa distinto a la acumulación de mano de obra servil o esclava y
de productos básicos que generaba la propiedad agraria. En las ciu-
dades crecieron oligarquías de mercaderes, artesanos y artesanas que
asumieron el control de la producción, del intercambio comercial y
monetario, proceso que hacia el siglo XII de la era había ya generado
una acumulación considerable de capital mercantil (Pirenne, 1963,
pp. 151-159; Braudel, 1992, II, p. 201). A este respecto el filósofo
marxista István Mészáros ha reconocido también en su última obra

62
La formación feudal: señores, burguesía e intercambio mercantil

(2009, p. 83) que el capital ha existido por miles de años como una de
las fuerzas productivas de la sociedad:

…El capital ha estado con nosotros por un tiempo muy largo en una
forma u otra; en verdad, en algunas de sus formas limitadas, durante
miles de años. Sin embargo, sólo en los últimos trescientos o cuatro-
cientos años bajo la forma de un capitalismo que pudiese llevar a cabo
la lógica autoexpansionista del capital, sin importar lo devastadoras
de las consecuencias para la supervivencia misma de la humanidad…

El mantenimiento de aquella nueva forma de economía burguesa


requería el mejoramiento de los medios de transporte para comerciar
con territorios y pueblos cada vez más lejanos, ubicados incluso en
los más remotos confines de Asia. Esta actividad produjo un consi-
derable desarrollo material y social, particularmente de los conoci-
mientos y técnicas relacionadas con la construcción de grandes flotas
comerciales y de guerra, la navegación de alta mar, el comercio a
larga distancia y la pesquería, cuya expresión material se refleja en
el extraordinario desarrollo capitalista comercial, financiero, agrope-
cuario y tecnológico alcanzado por el pequeño país conocido como
las Provincias Unidas (actual Holanda) entre los siglos XVI y XVII, alta-
mente urbanizado, con una gran densidad de población y una fuerte
organización comunal. Las raíces del poder en los países Bajos –dice
Braudel– conservaban razgos arcaicos, relictos quizás de antiguas
estructuras corporativas europeas como las discutidas en capítulos
anteriores, expresadas en una organización de pequeñas repúblicas
urbanas soberanas reunidas en un Consejo de Estado, dominado por
la más importante: Amsterdam (Braudel, 1992, III, pp. 177-206).

La expansión mercantil de la sociedad feudal en la alta Edad Media,


determinó una excesiva deforestación de los bosques y una sobreex-
plotación de los suelos agrícolas. En consecuencia, descendieron
los rendimientos agropecuarios, al mismo tiempo que aumentó la
demanda de insumos derivados de dicha producción: lana, tejidos,
vinos, granos, carnes ahumadas; aumentó la natalidad y –al igual
que en Roma– la dependencia hacia el trigo importado de Europa
Oriental. La producción minera de plata y oro se paralizó por el

63
Mario Sanoja Obediente

agotamiento de las vetas o por la incapacidad técnica para explotar


nuevos yacimientos y para refinar mejor dichos metales.

Como consecuencia de lo anterior, se produjo una crisis social y eco-


nómica generalizada en Europa Occidental, caracterizada por el
abandono de las tierras cultivadas, guerras y sublevaciones de cam-
pesinos, campesinas, artesanos y artesanas, guerras internacionales,
aumento del precio del dinero y de las manufacturas, pandemias
como la viruela, la sífilis y hambrunas que arrasaron con centenares
de miles de vidas humanas.

Para finales del siglo XV, el modo de producción feudal había llegado a
su fin. El Imperio mongol y el Imperio otomano habían cortado todas
las rutas comerciales terrestres entre Europa y Asia, de manera que
ciertos reinos como Portugal y luego España comenzaron a explorar
rutas marítimas para acceder a Cathay o China y a la India, proceso
que terminó con el viaje trasatlántico de Cristóbal Colón quien llegó
accidentalmente a las tierras americanas que él suponía eran la India
(Sanoja, 1992, pp. 9-10). Curiosamente, Cristóbal Colón zarpó –como
dice la historia oficial– del puerto de Palos de Moguer, localizado en el
litoral atlántico mediterráneo español (mapa 2).

A partir de aquel momento comenzó la gran expansión colonial del


capitalismo mercantil hacia el mundo periférico. Dicho en palabras
de Dussel:

…la centralidad de Europa en el “sistema mundo” no es fruto sólo


de una superioridad interna acumulada en la Edad Media europea
sobre las otras culturas, sino también el efecto del simple hecho del
descubrimiento, conquista, colonización e integración (subsunción) de
Amerindia (fundamentalmente), que le dará a Europa la ventaja com-
parativa determinante sobre el mundo otomano-musulmán, la India
o la China. La modernidad es el fruto de este acontecimiento y no su
causa (…) Aún el capitalismo es el fruto, y no la causa de esta coyun-
tura de mundialización y centralidad europea en el “sistema mundo”.
La experiencia humana de 4500 años de relaciones políticas, econó-
micas, tecnológicas, culturales del “sistema interregional”, será ahora

64
La formación feudal: señores, burguesía e intercambio mercantil

hegemonizada por Europa, que nunca había sido “centro”, y que en


sus mejores tiempos sólo llegó a ser periferia… (1998, pp. 51-52).

El hallazgo y la extracción en Suramérica y Mesoamérica de enormes


riquezas de oro, plata y piedras preciosas, potenciaron el decaído pro-
ceso de acumulación capitalista europeo e incluso el asiático. La apro-
piación de recursos naturales como el maíz, planta americana que era
cultivada y consumida por todas las poblaciones originarias ameri-
canas, hizo posible su utilización como alimento para los animales:
ganado vacuno, caballar, porcino, aves de corral, entre otros. Este
hecho propició la expansión de la ganadería y el consumo de carne
por parte de la población y liberó una parte importante de la produc-
ción de trigo que se utilizaba como alimento para el ganado, para ser
destinado preferentemente a la alimentación de la sociedad burguesa.
La apropiación de otros cultivos americanos como los de la papa y el
tomate pusieron al alcance de las poblaciones europeas empobrecidas
alimentos baratos y abundantes que terminaron con las hambrunas
cíclicas que azotaban la fuerza de trabajo europea, determinando una
mejoría sensible en su calidad de vida (Sanoja, 1997, pp. 195-202;
Braudel, 1992, I, pp. 104-172).

La importación desde Nuestra América hacia Europa Occidental


de mercancías tales como café, cacao, algodón, melazas de caña de
azúcar, maderas preciosas, vainilla, zarzaparrilla, y la exportación
hacia América de loza doméstica, objetos de vidrio, licores, quesos,
jamones, telas, velas de cera, clavos, generó, particularmente entre
Europa Occidental, el Caribe y la región noreste de Suramérica vastas
redes de intercambio mercantil, consolidando la importancia del cré-
dito y el comercio a larga distancia. Para fortalecer dicho proceso,
se perfeccionaron instrumentos de cambio tales como los giros o
letras de cambio y se establecieron bolsas de comercio en Londres,
Ámsterdam, París, Sevilla, para especular con los precios de las
mercancías no perecederas (Braudel, 1992, II, pp. 81-114; Sanoja y
Vargas-Arenas, 2005, pp. 300-306).

La fase capitalista de acumulación


A partir del siglo XVI, la sociedad capitalista mercantil de Europa
Occidental, gracias a su expansión colonial, entró en una fase de

65
Mario Sanoja Obediente

acumulación y concentración de capitales que culminó en el siglo XVIII


con el despegue del capitalismo industrial y la disolución definitiva de
la formación socioeconómica feudal. Con la toma del poder por parte
de la clase burguesa hacia finales del siglo XVIII, el paradigma histórico
que legitimó el triunfo de la Revolución Francesa, la noción de pro-
greso convirtió a la Europa capitalista en el paradigma dominante del
proceso civilizador occidental, en la conciencia reflexiva, la filosofía
moderna de la historia universal, de los valores, invenciones, descu-
brimientos, instituciones políticas, que se atribuye a sí misma como
su producción (Dussel, 1998, p. 52). Por esta razón, los conceptos de
dinamismo y cambio social adquirieron –desde el siglo XVIII – mayor
preeminencia en el pensamiento histórico, político y filosófico mun-
dial de la sociedad burguesa que el concepto de estabilidad.

A la par de que la noción de progreso, la noción de espacio se había


convertido en un elemento importante para el pensamiento de los filó-
sofos del Romanticismo, ya que el suelo, el territorio, era esencial para
explicar la formación de las naciones, pueblos y razas cuya existencia
sustentaba la existencia misma de los pueblos europeos, elegidos por
la historia. Una raza podía atravesar diferentes edades, pero retenía
siempre una inmutable esencia individual que se transmitía a través
de los lazos de sangre y la formación de una herencia cultural común.
Por eso el mestizaje, la mezcla de razas era considerada por la filo-
sofía del movimiento romántico europeo como desastrosa: para ser
creativa, una civilización debía ser racialmente pura, tal como sos-
tenían etnólogos y arqueólogos racistas europeos como Gobineau
(Trigger, 1978, p. 65) y Kosinna (Trigger, 1978, pp. 81-82). Por tal
razón, afirmaban, Grecia y Roma, consideradas como el epítome, la
infancia de Europa, no podían ser vistas como fruto del mestizaje y
la colonización de los pueblos originarios europeos con los africanos
y los semitas provenientes del Medio Oriente y el Asia Menor, como
efectivamente hemos visto que ocurrió. De ese contexto ideológico
derivaron posteriormente las ideas racistas del nazismo, el antiguo
apartheid surafricano, el sionismo, y en general todas las tesis discri-
minatorias y racistas que fundamentan el discurso ideológico de la
mayor parte de las clases medias y las burguesías, particularmente de
las latinoamericanas.

66
La formación feudal: señores, burguesía e intercambio mercantil

Figura 1. Posible moneda de bronce en forma de piel de ganado (2000 a. C.).


E
TIC RONC

RUTAS DEL COMERCIO


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O
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CENTRO EUROPEO
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Roma O

Proceso civilizador mediterráneo Rutas del comercio fenicio


Rutas del comercio con el norte de Europa
Proceso civilizador del atlántico norte Yacimientos de cobre
Proceso civilizador noralpino Yacimientos de estaño
Yacimientos de hierro
Principales centros urbanos

Mapa 1. Bases de la formación mercantil europea (siglo VI a.C.-0)


(Fuente: Kristiansen, 1998).

67
Capítulo 6
El materialismo histórico y el paradigma del progreso

Entre mediados y finales del siglo XIX, auge de la época victoriana en


Inglaterra, momento cuando Marx escribió sus obras los Grundrisse
y El Capital, Engels su libro sobre El origen de la familia, la pro-
piedad privada y el Estado, y Morgan sus libros La sociedad antigua
y Houses and House-life of the American Aborigines, el capitalismo
industrial estaba entrando, tanto en Europa como en los Estados
Unidos en una fase de intensificación, expresada en el auge de la cons-
trucción de fábricas y máquinas que servirían para construir nuevas
fábricas y máquinas. Los altos costos que implicaba el desarrollo de
esta nueva fase del capitalismo no podían ser financiados solamente
con los beneficios obtenidos de la explotación despiadada a la que
estaba sometida para entonces la fuerza de trabajo y los recursos natu-
rales con que contaban las naciones de Europa y los Estados Unidos.
La solución fue iniciar un nuevo y sangriento período de expansión
colonial. Los Estados Unidos se anexaron los territorios del norte de
México, país que perdió casi la mitad de su territorio nacional. Ingla-
terra se apoderó de la India, parte de África, de China y de Oceanía;
Francia, Holanda, Austria, Alemania, Bélgica e Italia se apropiaron
de todo el resto de África, del Sureste de Asia, de Oceanía, coloni-
zaron la Europa Central y los Balcanes y casi se apoderan de Nuestra
América. Por desgracia para los europeos (y para nosotros también),
Estados Unidos, siguiendo su dogma del destino manifiesto, ya había
decidido y hecho saber a las potencias europeas a través de la Doc-
trina Monroe, que Nuestra América –y Venezuela en particular– era
de su propiedad exclusiva.

Casi simultáneamente con las obras de Marx, Engels y Morgan, apa-


reció en 1859 la de Charles Darwin, Origen de las especies, donde
69
Mario Sanoja Obediente

este autor expuso sus ideas sobre las leyes de la evolución biológica y
de la selección natural del más fuerte. En palabras del mismo Darwin:

La selección natural tiende a hacer cada ser orgánico tan perfecto como,
o ligeramente más perfecto que los otros habitantes del mismo país con
los cuales compite. Podemos ver que ésta es la medida de la perfección
que se puede alcanzar en la naturaleza… (1909, vol. 11, p. 213)

…Yo pienso que es inevitable que en el curso del tiempo se formen


nuevas especies a través de la selección natural y que las otras se hagan
cada vez más raras hasta que se extingan definitivamente… (1909, vol.
11, p. 121).

…La selección natural actúa mediante la vida y la muerte determi-


nando la supervivencia del mejor adaptado y la destrucción de los indi-
viduos menos adaptados (1909, vol.11, p 206. Traducción nuestra).

La utilización tendenciosa del concepto de la selección natural apli-


cada a la sociedad, contribuyó a consolidar las ideas sobre el carácter
direccional del progreso social, la evolución de la cultura y la sociedad
como la justificación ideológica del colonialismo y de la explotación
capitalista de los pueblos “inferiores” por parte de los pueblos esco-
gidos para liderar la marcha del progreso.

Los principales filósofos e intelectuales europeos de la época, Marx y


Engels incluidos, así como también numerosos teóricos de la Segunda
Internacional, no pudieron escapar a las determinaciones ideológicas
que imponía la tesis positivista en boga para la época en relación con
la evolución de la cultura y el progreso social, “…de las fases necesa-
rias e insorteables por las que tenían que atravesar las sociedades en el
curso de su evolución para acceder al estadio de la civilización plena”
(Díaz Polanco, 1989, pp. 83-84). De una manera europocéntrica, la
línea evolutiva que habían seguido los pueblos de Europa Occidental
desde la prehistoria, fue extrapolada por los filósofos positivistas como
el paradigma del progreso de la humanidad.

De acuerdo con el paradigma occidental de la evolución de la cultura,


expresaron Marx y Engels en el Manifiesto comunista (2007) la teoría

70
El materialismo histórico y el paradigma del progreso

del materialismo histórico sobre el desarrollo histórico de la sociedad.


La historia de la humanidad modelada sobre la modernidad burguesa,
consideraba el capitalismo como el triunfo final de la burguesía, la
etapa superior de la evolución de dicha sociedad. Marx y Engels consi-
deraban que el triunfo de la burguesía europea, cuya condición esencial
de existencia era la acumulación de riqueza, sacudiría los cimientos del
viejo orden señorial feudal y llevaría a su más alto nivel el desarrollo
de las fuerzas productivas. Aunque nunca expusieron detalladamente
cómo sería la futura alternativa a la civilización capitalista, a diferencia
de los historiadores burgueses de su época, ambos filósofos conside-
raban que el socialismo y el comunismo serían la fase final de dicho
proceso evolutivo, período en el cual se sentarían las bases para dar el
salto revolucionario hacia la sociedad ideal. El paso al socialismo se
haría en aquellos países europeos como Alemania, donde en el siglo
XIX existían las que se consideraban las más avanzadas condiciones de
civilización.

En el siglo XIX, la mayor parte de los pensadores y filósofos y par-


ticularmente toda la burguesía europea y estadounidense, estaban
imbuidos con las tesis del Evolucionismo Cultural, con la idea del pro-
greso lineal que legitimaba la preeminencia de la sociedad europea,
en particular la occidental y la nórdica, paradigma de la civilización
occidental, sobre todos los otros pueblos del mundo. Las propuestas
filosóficas de Marx y Engels, como vemos, no escaparon a esa coyun-
tura ideológica, por lo cual el proceso evolutivo que condujo a la
sociedad Europea Occidental desde la Comunidad primitiva hasta el
capitalismo llegó a ser considerado –incluso por los mismos pensa-
dores marxistas– como un universal de la cultura humana.

Dialécticamente, según el paradigma europeo del progreso que ani-


maba el pensamiento de Marx y Engels, el desarrollo burgués de las
fuerzas productivas fortalecería a su vez el poder de la verdadera clase
revolucionaria, el proletariado; llegado el momento, la revolución
triunfante aboliría la sociedad burguesa para constituir finalmente
en Europa una sociedad libre, sin clases, sin propiedad y sin explo-
tación del trabajo de los proletarios; la sociedad comunista sería la
fase final de la perfección humana, de la civilización. De esta manera,
el pasado quedaría integrado en una línea continua de evolución

71
Mario Sanoja Obediente

con el presente, dominado por la civilización occidental capitalista,


cuya plena realización produciría, por negación dialéctica, el triunfo
de la clase trabajadora, la derrota de la burguesía, el advenimiento de
la futura sociedad socialista y finalmente la utopía de la sociedad
comunista.

Según Palerm (1986, p. 50), Marx no proponía una secuencia evo-


lutiva lineal, sino un proceso histórico abstracto deducido no
directamente de la historia concreta, sino de las exigencias estruc-
tural-funcionales del capitalismo de su tiempo proyectadas hacia
el pasado como posibilidad de explicación del presente. Su obra El
Capital –dice el autor– constituye un análisis casi exclusivamente eco-
nómico de una estructura social cuyos elementos constitutivos res-
ponden a una situación de mercado.

Según el análisis que hizo Rosa Luxemburgo, El Capital muestra la


existencia de un proceso expansivo constante del modo de producción
capitalista asumiendo, por razones metodológicas, que no existen en
el mundo más que dos clases: capitalistas y obreros. Sin embargo,
decía Luxemburgo, la condición colonial no estaba presente en el
modelo analítico de Marx, aunque las guerras coloniales son indis-
pensables para que se cumpla el ciclo de reproducción ampliada del
capital. Para su existencia y desarrollo, el capitalismo necesita estar
rodeado de formas de producción no capitalistas y apropiarse violen-
tamente de los medios de producción más importantes de los países
colonizados, lo cual implica la participación en dichos procesos de
otros actores sociales como los campesinos y campesinas, pastores
y pastoras, grupos aborígenes, que no son ni obreros industriales ni
capitalistas (Luxemburgo, Cap. XXVI).

Afirmando sobre lo expuesto por Rosa Luxemburgo, podemos


observar que el desarrollo mercantil de la economía colonial en Vene-
zuela, así como en otros países de la vertiente atlántica de Suramérica
y del Caribe, se sustentó en la creación de enclaves monoproductivos
dominados por el sistema de trabajo esclavista de la plantación, lo
cual permitió concentrar la acumulación de tecnología y de capi-
tales para producir bienes de consumo (café, cacao, melazas, tabaco)
cuya distribución era negociada finalmente a través de las bolsas de

72
El materialismo histórico y el paradigma del progreso

comercio de Ámsterdam, Londres, París y otras de su género. Las


plantaciones, obrajes y haciendas, según Stern (1988, p. 870), utili-
zaban un paquete pragmático de heterogéneos procesos de trabajo
que requerían, por una parte, la utilización de supervisores o capo-
rales, empleados y trabajadores expertos asalariados y por la otra
una masa de trabajadores y trabajadoras no calificados, esclavos y
esclavas. Estas unidades de producción habrían equivalido, de cierta
manera, a las actuales maquilas implantadas por el neoliberalismo en
el Tercer Mundo, donde se utiliza mano de obra nativa subpagada,
explotada y neoesclavizada, formas socioeconómicas que son carac-
terísticas hoy día del capitalismo periférico. Lo anterior nos indica
que la creación de una economía de mercado fue en el siglo XVIII una
condición necesaria, pero no suficiente para la formación del proceso
capitalista en aquella región (OEA, 1960; Sanoja y Vargas-Arenas,
2005, pp. 125-127; Mintz, 1971).

Fuera de las plantaciones, la mayoría campesina de la población con-


tinuó viviendo y practicando hasta las primeras décadas del siglo XX,
formas culturales y socioeconómicas que representaban procesos
alternativos al capitalismo mercantil imperante, hecho que los pen-
sadores marxistas de las décadas de los sesenta y setenta del pasado
siglo denominaban como sistemas sociales duales, los cuales contra-
riaban la ortodoxia de la teoría de los modos de producción impe-
rantes para la época. Lo que señalan en verdad dichos procesos, es
la necesidad de desarrollar una teoría específica de las formaciones y
modos de producción nuestramericanos y de los venezolanos en par-
ticular (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992; Amin, 1977-1978; Vargas-
Arenas, 2007a).

Lumbreras (2005, pp. 263-264) aporta también interesantes ele-


mentos para el análisis de la polémica sobre la existencia de diversas
líneas de evolución de la sociedad, lo que nosotros llamaríamos pro-
cesos civilizadores. De acuerdo con la posición teórica marxista dice:

…el paradigma unilineal de la historia que partiendo de la comunidad pri-


mitiva se estructura en formas progresivamente más complejas de socie-
dades clasistas (esclavismo, feudalismo y capitalismo) hasta desembocar
finalmente en el socialismo como fase previa a la sociedad comunista,

73
Mario Sanoja Obediente

sería un camino universal de la historia humana que debería poder


aplicarse con carácter de ley en el análisis de la historia particular de
los pueblos, para explicar las circunstancias concretas de su existencia
y poder aplicar el valor predictivo de la ley científica en el diseño de
una estrategia hacia el futuro (énfasis nuestro).

Sin embargo, sigue la polémica. Marx (1972) en sus notas sobre las
Formas que preceden a la formación capitalista dejó planteada la
existencia de varios modos de producción distintos al esclavismo para
acceder a la sociedad de clases, entre los cuales destacaba el Modo de
Producción Asiático, modos que diferían entre sí por las condiciones
de organización de las relaciones sociales de producción, lo que a
su vez se traducía en una explicación multilineal de la historia de la
humanidad. En términos de la estrategia política, ello significa que
existirían diversos caminos para llegar al socialismo, no necesaria-
mente siguiendo la vía de la “dictadura del proletariado” enunciada
originariamente por Marx, Engels y Lenin.

Podríamos preguntarnos como corolario de esta discusión: ¿se podría


justificadamente utilizar de manera acrítica este paradigma evolutivo
unilineal del progreso para explicar históricamente el surgimiento
del socialismo en Nuestra América? La respuesta –en nuestra opi-
nión– sería negativa, ya que dicho paradigma –como hemos visto– no
constituye un universal de la cultura de la humanidad, sino uno de los
diversos procesos civilizadores que asume el desarrollo de la huma-
nidad dentro de un conjunto de diversas relaciones sociales histórica-
mente concretas y determinadas. La sucesión de modos de producción
señalados por Marx y Engels describe acertadamente la línea particular
de desarrollo del proceso civilizador europeo, y mediterráneo en parti-
cular, cuyos componentes, como hemos mostrado en el capítulo ante-
rior, difícilmente pueden ser duplicados en otra situación. Sin embargo,
como afirmara Chesneaux (1969, pp. 116-118), si entendemos que el
marxismo y el materialismo histórico pueden efectivamente propiciar
investigaciones científicas, no se trata entonces de sustituir el dogma-
tismo de la universalidad esclavismo y el feudalismo por un neodog-
matismo del Modo de Producción Asiático, ignorando las cuestiones
fundamentales que se plantean en Asia, África y América, sino de
alcanzar un conocimiento de la historia de esos pueblos que permita

74
El materialismo histórico y el paradigma del progreso

una praxis revolucionaria más justa y eficaz que oriente adecuada-


mente la construcción de los nuevos socialismos del siglo XXI. Como
analizaremos en las páginas subsiguientes, por lo menos hasta el siglo
XVI de la era cristiana, el proceso civilizador capitalista europeo-medi-
terráneo representaba aproximadamente un tercio de la sociedad mun-
dial. El restante setenta y cinco por ciento de dicha sociedad mundial,
como ya sabemos, estaba representado por sociedades mercantiles o no
cuyos modos de vida podrían asimilarse grosso modo con el denomi-
nado Modo de Producción Asiático, o sociedades clasistas iniciales.

Otra opinión relevante y actual sobre este mismo tema es la del filó-
sofo István Mészáros quien concluye, coincidiendo con nuestra pro-
puesta sobre la finitud y la contingencia histórica actual del sistema
capitalista, que:

Constituye un hecho de significación histórica mundial que el sis-


tema capitalista no pudiese completarse en el siglo pasado en forma
de su variante capitalista, que se basa en la regulación económica de
la extracción del plustrabajo. Tanto así, que hoy día aproximada-
mente la mitad de la población mundial –desde la India hasta China
e importantes áreas de África, Asia Suroriental y Latinoamérica– no
pertenecen al mundo del capitalismo propiamente dicho, sino vive
bajo alguna variante híbrida del sistema del capital, debido o a las
condiciones de subdesarrollo económico o a la participación masiva
del Estado en la regulación del metabolismo socioeconómico, o cierta-
mente a una combinación de los dos (Mészáros, 2008, p. 78).

Las conclusiones de Braudel, respecto a la expansión del capitalismo


fuera de Europa Occidental (Braudel, 1992, II, pp. 581-82), expresan
igualmente su opinión sobre el carácter finito e históricamente con-
tingente del capitalismo como sistema económico: “...the fact must
be faced that the creation of capitalism succeded in Europe, made a
beginning in Japan and failed….almost everywhere else or perhaps
one should say failed to reach completion…” (…hay que enfrentar el
hecho de que la creación del capitalismo tuvo éxito en Europa, tuvo sus
inicios en Japón y fracasó… en casi todas partes o quizás habría que
decir que fracasó en lograr un éxito completo. Traducción nuestra).

75
Mario Sanoja Obediente

La sociedad capitalista que caracteriza hoy día al llamado Primer


Mundo (Europa, Estados Unidos y Japón) se expresa de manera con-
creta como una formación social que comprende diferentes modos de
vida, diversas culturas y formas de vida cotidiana, un modo capita-
lista de producción y reproducción tanto de la vida material como de la
esfera de reproducción del ser social, de la vida biológica de la especie
humana que la caracteriza (género de vida) como de la superestructura
que lo intenta legitimar (Vargas-Arenas, 1987, pp. 61-63; Vargas-
Arenas y Sanoja, 1999, pp. 65-67; Bate, 1998, pp. 57-76), es una forma-
ción social que –usando la fuerza y la violencia– ha integrado o tratado
de integrar, al interior de su tiempo histórico, diversas sociedades y
grupos sociales que, dentro de otras formaciones sociales, tuvieron o
tienen una historia anterior independiente, un tiempo histórico, propio.
Estos factores constituyen precisamente las condiciones contingentes
o las causales que definen la variabilidad fenoménica de la formación
capitalista (Bate, 1998, p. 73) y permiten que ésta se pueda personi-
ficar bajo formas diferentes, desde la variedad capitalista privada a la
teocracia del presente, y desde los ideólogos y políticos de la derecha
radical a los burócratas del Estado y los partidos postcapitalistas. Por
estas razones, para cambiar históricamente la presente formación
social capitalista, la tarea debe ser ir más allá del capital como modo de
control metabólico social, no el sometimiento a su desarrollo.

El modo de vida capitalista europeo magistralmente analizado por


Braudel (1992, Vol. 1), no fue capaz de disolver la diversidad de modos
de vida, la extraordinaria diversidad cultural que caracterizaba y
caracteriza los antiguos procesos civilizatorios no capitalistas de su
periferia llegando a promover desde los siglos XVIII y XIX en China, la
India, el antiguo Imperio ruso, entre otros, el nacimiento de enclaves
urbanos costeros “modernistas” que estaban y están todavía bajo el
dominio del capital, dejando fuera de su control a enormes pobla-
ciones, a cientos de millones de seres humanos que sólo parcial o refe-
rencialmente han estado o están regidos o viven cotidianamente bajo
la administración exitosa del metabolismo socioeconómico capitalista
(Mészáros, 2008, p. 66). Es precisamente a partir de ellos que en este
momento de crisis estructural del sistema capitalista y de los modos
de vida angloeuropeos, comienzan a emerger nuevos procesos civili-
zadores y situaciones contingentes siempre posibles que podrían llegar

76
El materialismo histórico y el paradigma del progreso

–a la larga– a alterar la calidad fundamental del capitalismo como


sistema, tal como ocurrió con la conquista y colonización europea de
Nuestra América que disparó el proceso de acumulación originaria de
capital y el desarrollo consecuente del capitalismo industrial y el finan-
ciero, y produjo el colapso de la sociedad medieval europea.

Como corolario podríamos dejar establecido que si bien existe una


teoría general de los modos de producción capaz de explicar dialécti-
camente la historia de la Sociedad en su conjunto, dicha explicación
debe ser validada mediante la formulación de teorías particulares que
contribuyan a explicar la diversidad de procesos culturales civiliza-
dores que conforman la realidad concreta entendiendo –como dijo
Marx en el volumen I de los Grundrisse (1967, p. 30)– que “Le con-
cret est le concret parce qu’il est la synthèse de nombreuses determi-
nations, c’est l’unité de la diversité…” (Lo concreto es lo concreto
porque es la síntesis de muchas determinaciones, es la unidad de la
diversidad… Traducción nuestra).

Lo anterior se refleja concretamente en el desarrollo de las diversas


propuestas particulares y concretas de construcción socialista que
están tomando cuerpo en distintas naciones de Suramérica y el
Caribe, las cuales nos indican que es necesario reevaluar la explica-
ción teórica de la evolución de la humanidad enunciada por el mate-
rialismo histórico. Ya no se trata, en el presente caso, de dilucidar una
discusión académica pasada de moda que tuvo lugar en las décadas de
los sesenta y setenta del pasado siglo sino, como nos muestra Vargas-
Arenas (2007), de clarificar una teoría social particular que funda-
mente el diseño de una estrategia concreta para construir la sociedad
socialista en Nuestra América, de evaluar críticamente el pasado de
nuestras sociedades para enfrentar el desafío ineludible de identificar
los requerimientos fundamentales que es necesario incorporar a la
estrategia para lograr el cambio radical hacia el socialismo del siglo
XXI (Mészáros 2008, p. 249).

Para elaborar nuevas tesis teóricas que permitan analizar prospectiva-


mente la historia de la sociedad nuestroamericana es necesario, pues,
que exploremos el potencial transformador de otras líneas de desa-
rrollo histórico que no surgen directamente del paradigma civilizador

77
Mario Sanoja Obediente

capitalista europeo, como son las que se desprenden de un paradigma


civilizador alternativo como el llamado Modo de Producción Asiático
o Despótico. Consideramos particularmente importante analizar su
concreción histórica nuestroamericana, ya que los actores políticos
y sociales llamados a conformar el sujeto histórico de nuestra revolu-
ción –como señalábamos anteriormente a propósito del pensamiento
de Rosa Luxemburgo– representa una extraordinaria diversidad cul-
tural y étnica:

La diversidad y sus consecuencias no son fenómenos pasajeros, son


una constante histórica; no podemos prescindir de ellos a voluntad,
como quien deja de lado unos detalles sin importancia. Cada vez que
ello se ha intentado, se han tenido que pagar altos costos sociales y
políticos (Díaz Polanco y Sánchez, 2002, p. 29).

El Modo de Producción Asiático: una expresión


del clasismo inicial
El concepto de despotismo oriental comenzó a ser desarrollado ori-
ginalmente por Aristóteles. Para este autor, dicho concepto aludía a
la existencia de reinos o gobiernos tiránicos y de pueblos que tenían
tendencia a la servidumbre, sometidos al yugo del despotismo de los
gobernantes. Este carácter despótico –decía Aristóteles– era más
acentuado en los pueblos asiáticos que en los de la Europa clásica. Pos-
teriormente y de distintas maneras, el concepto de despotismo oriental
fue desarrollado también por pensadores como Maquiavelo, Hobbes,
Montesquieu y Stuart Mill y finalmente Hegel (1978, pp. 207-209).
Este último contemplaba la existencia de tres formas de despotismo
asiático: a) el despotismo teocrático o Estado patriarcal, ejemplificado
en los imperios chino y mongol, b) la aristocracia teocrática, ejempli-
ficada por el sistema de castas de la India y c) la monarquía teocrática
ejemplificada por el régimen monárquico de Persia.

De aquellas fuentes abrevaron también Marx y Engels para definir


la categoría de Modo de Producción Asiático, con la cual trataron de
explicar científicamente las causas del “atraso” de los pueblos que no
habían podido llegar al nivel de progreso alcanzado por los europeos. Se
trataba al parecer de otra u otras formaciones sociales con un modo
de producción genérico apoyado en la superexplotación masiva de la

78
El materialismo histórico y el paradigma del progreso

fuerza de trabajo, carentes de desarrollo tecnológico y con una divi-


sión del trabajo poco compleja. La célula básica de la sociedad estaba
constituida por la organización aldeana basada en el parentesco,
reservando para el Estado la facultad de acometer las obras públicas
utilizando el tributo en trabajo con el que debía contribuir la pobla-
ción de las aldeas.

El concepto Modo de Producción Asiático o Despótico caracteri-


zado por la existencia de una sociedad clasista inicial, una forma de
gobierno despótico y la ausencia de propiedad privada de la tierra
fue –hacia mediados y finales del pasado siglo– objeto de un intenso
debate teórico entre economistas e historiadores, tanto marxistas
como burgueses (Varga, 1969; Godelier, 1969, pp. 13-67; Bartra,
1969; Wittfogel, 1981). Resumiendo los rasgos institucionales que
definirían una sociedad “oriental” o hidráulica, Manzanilla (1986,
p. 246) señala: 1) la capacidad de debilitar la propiedad privada de la
tierra, la existencia de una burocracia monopolista como tipo espe-
cífico de clase gobernante; 2) la incorporación de la religión (¿o ideo-
logía?) dominante dentro de su estructura, donde los funcionarios o
sacerdotes de dicha religión actuarían como oficiales del gobierno en
tanto que éste sería el administrador de sus propiedades; 3) el Estado
sería la entidad que aglutinaría los principales logros constructivos,
de organización –es decir, mantenimiento y administración– y adqui-
sitivos: control del trabajo y de los frutos del mismo. La sociedad
hidráulica tendería a constituirse como Estado, constituyendo el
sistema político más eficiente para integrar los patrones formales de
autoridad, permitiendo una utilización más adecuada del agua y la
tierra y proveyendo ventajas económicas y de funcionamiento frente a
grupos externos.

79
Capítulo 7
Diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales:
vías alternas del desarrollo sociohistórico

El conocimiento es histórico. El pensamiento de los científicos y en


particular el de los científicos sociales, está determinado por el nivel
de conocimientos que se tiene en un determinado momento sobre
la historia de la humanidad. En este sentido, podemos observar
que la categoría Modo de Producción Asiático fue formulada por
Marx y Engels hacia mediados del siglo XIX, cuando no había sido
creado todavía el extenso corpus de conocimientos científicos que
han producido la arqueología, la paleobotánica, la paleozoología, la
paleoecología, la filología, el urbanismo y otras ciencias auxiliares.

Para el materialismo histórico en el caso particular del Modo de Pro-


ducción Asiático, lo que es científicamente relevante en el momento
actual no es tratar de definir el origen del Estado arcaico sino el sur-
gimiento originario de la sociedad de clases, el clasismo inicial que
lo hace posible (Bate, 2008, pp. 43-45; Gándara, 2008, p. 208).
Ello se pondrá de relieve cuando analicemos comparativamente en
los siguientes capítulos la diversidad de procesos históricos que han
seguido las sociedades consideradas como paradigmáticas para des-
cribir el Modo de Producción Asiático, desde las formas más antiguas
hasta su culminación moderna en diversas formas de sociedades capi-
talistas, capitalistas de estado o ex socialistas. Dicho bloque histórico,
considerado por la cosmovisión eurocéntrica como un residuo atra-
sado de la historia de la humanidad, representa por el contrario pro-
cesos muy dinámicos de cambio social que hoy día son críticos para la
supervivencia o la sustitución del sistema capitalista mundial por uno
socialista donde predomine el valor del trabajo sobre el del capital.

81
Mario Sanoja Obediente

De los pueblos pastores de Eurasia a la Revolución Soviética


Desde el IV milenio a.C., los pueblos pastores de la estepa asiática y
particularmente la euroasiática, ya habían comenzado a domesticar el
caballo, el cual se utilizaba como proveedor de carne, como animal de
tracción y para montarlo. Para inicios del Período del Bronce Antiguo,
alrededor de 2000 años a.C., coexistían entre dichos pueblos dos
formas socioeconómicas complementarias: el pastoreo, la ganadería y
la agricultura, las cuales constituían la base material de una sociedad
jerárquica guerrera. Entre los siglos VII y VI a.C., comenzaron a hacerse
presentes otros pueblos pastores quienes, a diferencia de los anteriores,
utilizaban el hierro para fabricar sus armas. Ya para el siglo VII a.C.
se habían formado Estados o imperios arcaicos nómadas clasistas
donde interactuaban los pueblos agricultores ganaderos y los pueblos
pastores, por una parte, y las comunidades sedentarias de la Edad del
Bronce Final (Harmatta, 1982, pp. 137-148; Kristiansen, 1994, p. 19;
1998, pp. 260-751).

A diferencia de aquellas formaciones sociales euroasiáticas que vivían


en las dilatadas llanuras que se extienden desde el río Elba hasta el
Don, el territorio europeo occidental albergaba para inicios de la era
cristiana un modo de producción tribal-comunal basado en la agri-
cultura, la ganadería y la metalurgia. Dicha sociedad estaba domi-
nada por aristocracias guerreras identificadas como el modo de
producción germánico, articulada con otra cuyo modo de producción
utilizaba procesos de trabajo esclavista, identificada como el sistema
de Estado imperial romano. Esta sociedad esclavista, contaba con
amplias estructuras urbanas, vastos latifundios agropecuarios, pro-
ducción semiindustrial de bienes de consumo y una extensa red de
intercambio mercantil a larga distancia. Este hecho fue determinante
del desarrollo desigual entre los pueblos del occidente y del oriente de
Eurasia, ya que estos últimos, a diferencia de los germánicos, nunca
llegaron a articularse con el sistema imperial de Roma (Anderson,
1979, p. 219).

A partir del colapso del Imperio romano, entre los siglos V y VI de la


era cristiana, las tribus germánicas que habitaban al este del Danubio,
comenzaron a abandonar sus antiguos territorios para dirigirse hacia
el sur y el oeste de Europa, dejando el espacio libre para los pueblos

82
Diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales…

agrícolas eslavos. El modo de producción de los eslavos se caracteri-


zaba por confederaciones tribales agropastoriles de aldeas nucleares
o centros urbanos que podían llegar a tener una gran población pero
que eran muy pocos y se hallaban muy distantes unos de otros. No
descansaba, como fue el caso en Europa Occidental, en una pirámide
o tejido conectivo territorial formado por pequeños pueblos. Como
esos centros urbanos estaban gobernados por aristocracias guerreras,
ni los artesanos ni los campesinos tenían posibilidad de desarrollar
libremente sus actividades productivas, contrariamente a las pobla-
ciones urbanas de Europa Occidental donde la industria artesanal y
el comercio ya habían comenzado a florecer dentro de la especie de
capitalismo mercantil que había surgido bajo el Imperio romano. Por
el contrario, bajo el modo de producción eslavo, dichas aristocracias
derivaron posteriormente hacia la constitución de una clase domi-
nante integrada por clanes de terratenientes con una jerarquía social
hereditaria, los cuales explotaban al campesinado y a un sector de
esclavos domésticos conformado por prisioneros de guerra y practi-
caban principalmente un comercio basado en materias primas natu-
rales (Mongait, 1960, pp. 344-352; Braudel, 1982, p. 127; Marx y
Hobsbawn, 1972, p. 17; Anderson, 1979, pp. 219-220; Harmatta,
1982, pp. 129-176). Según este modo de producción se conformó en
siglos posteriores lo que denomina Braudel (1992, III, p. 441) “...the
remote and marginal world of Muscovy...” (…el mundo marginal y
remoto de Moscovia… Traducción nuestra) en el siglo XV de la era
cristiana, cuando Iván el Terrible, príncipe de Moscú, apoyado por
la jerarquía nobiliaria moscovita, la jerarquía de la Iglesia ortodoxa
y sus aliados comerciales y políticos, derrotaron el Estado nomádico
mongol, denominado la Horda de Oro, emergiendo la Rus de Moscú
como líder del territorio de la Gran Rusia. En 1547 Iván IV fue coro-
nado oficialmente como primer Tsar de todas las Rusias.

Para el siglo XVI, la Rusia de Moscovia se caracterizaba por tener un


Estado omnipotente que era propietario de la tierra (Varga, 1969,
p. 77), bajo la autoridad autocrática del Tsar apoyado en la Iglesia
ortodoxa y en una clase nobiliaria, los boyardos y los kulaks, quienes
explotaban una vasta clase de trabajadores y campesinos sometidos
a un régimen de trabajo servil. El Tsar tenía el monopolio de toda la
producción y el comercio de bienes manufacturados.

83
Mario Sanoja Obediente

La apertura de Rusia a la tecnología del capitalismo industrial de


Europa Occidental se aceleró bajo el reinado de Pedro el Grande
(1689-1725), aunque su orientación principal se volcaba hacia el
mundo asiático (Braudel, 1992, III, pp. 441-466). Los sucesivos
monarcas después de Pedro, se esforzaron por construir un gobierno
centralizado apoyado en una burocracia muy estructurada que debía
obediencia servil al Tsar y en una extensa clase de siervos campesinos.
La población urbana creció significativamente, así como la produc-
ción industrial y artesanal, dando lugar a una pequeña clase de prole-
tarios, artesanos y pequeños comerciantes

Hacia mediados del siglo XIX, la Liga de los Comunistas consideraba


que existían condiciones para una revolución proletaria en países que
formaban parte del mundo industrial desarrollado de la época, como
Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Suiza y Polonia. A partir de
1870 las ideas socialistas en boga en Europa Occidental estimularon
movimientos revolucionarios en Rusia que culminaron con las rebe-
liones obreras de 1905. Pero la crisis del capitalismo que precipitó la
Primera Guerra Mundial, determinó que la primera revolución prole-
taria tuviese lugar en la Rusia Zarista, con un territorio enorme donde
coexistían diversos tiempos históricos, modos de vida que iban desde
los recolectores pescadores siberianos, los pastores mongoles y el ser-
vaje campesino hasta los trabajadores industriales, pero uno entre
los países tecnológica y socialmente más atrasados de la Europa de
entonces.

La tarea que debían enfrentar los movimientos revolucionarios rusos


no era sencilla: llevar todos esos diversos pueblos hacia el socialismo.
Dicha tarea se dificultaba aún más debido, por una parte, a la ato-
mización ideológica y de objetivos prácticos de dichos movimientos
(Reed, 2007) y, por la otra, a que debían afrontar la construcción del
socialismo, no sobre las bases del progreso organizativo que debía
haber alcanzado la clase proletaria en su victoria sobre la burguesía
capitalista, según el paradigma del progreso de la civilización occi-
dental, sino sobre los despojos de un sistema político despótico e histó-
ricamente atrasado (Sanoja y Vargas-Arenas, 2008, p. 294).

84
Diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales…

La Revolución Rusa de 1917 y la instauración del primer Estado


socialista del mundo, fue la culminación de una serie de luchas
y movimientos sociales que desde el siglo XIX habían tratado de
derrocar el régimen tsarista, lo cual lograron finalmente bajo la ins-
piración y la dirección de Vladimir Ilich Lenin. Este sostenía la tesis
del partido como vanguardia del proletariado para mostrar al pro-
letariado dónde están sus verdaderos intereses de clase y la instaura-
ción de una dictadura democrática de los trabajadores y campesinos
para garantizar la necesaria derrota de la burguesía y el triunfo de la
revolución. El leninismo, según Stalin, “...es la teoría y la práctica de
la revolución proletaria en general y la táctica de la dictadura del pro-
letariado en particular...”. Gracias a la aplicación de dicha teoría y su
táctica correspondiente, según Trostky:

…Rusia entró en el camino de la revolución proletaria, no porque su


economía fuese la más madura para la transformación socialista, sino
porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capita-
listas... la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país
atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes
en la historia (Trostky 1963a, pp. 17, 15).

Algunos adversarios ideológicos de la Unión Soviética, tales como


Karl Wittfogel (1981, pp. 438-440), sostenían que la naturaleza repre-
siva del Estado y el socialismo soviético (el cual Wittfogel consideraba
como la Restauración asiática de Rusia) derivaba directamente de la
supuesta condición semiasiática que –según el autor– caracterizaba
el anterior régimen de la Rusia zarista y de la nueva burocracia par-
tidista que estaba conduciendo a Rusia hacia una Restauración asiá-
tica. En este sentido, según explica Gándara (2008 p. 212) en relación
con la llamada sociedad asiática, la hipótesis sostenida por Wittfogel
no está referida a cualquier tipo de sociedades ni a cualquier tipo de
irrigación, sino que alude claramente a la relación entre un cierto tipo
de Estado arcaico y el control de la irrigación compleja. Es una hipó-
tesis destinada originalmente a explicar, en términos evolutivos, el
surgimiento del Estado despótico, lo cual no era precisamente el caso
de la extinta Unión Soviética.

85
Mario Sanoja Obediente

En 1993 colapsaron la Unión Soviética y el Bloque Socialista europeo.


Quince años más tarde el sistema capitalista mundial entra igual-
mente en una aguda crisis que amenaza con llevarlo al colapso total.
El problema, como podemos ver, es de naturaleza eminentemente
social. Por tanto, nuestro interés en el presente caso no es discutir con
datos empíricos la validez actual del Modo de Producción Asiático
referida a una formación social concreta, sino resumir ciertas carac-
terísticas de dicho modo de producción precapitalista o no capita-
lista que puedan servirnos para esclarecer la importancia que tiene
el estudio de esta línea histórica originaria de la sociedad clasista
inicial, para la búsqueda de nuevas alternativas que expliquen la fac-
tibilidad de otros desarrollos sociohistóricos como el socialismo, dife-
rentes al capitalismo empresarial burgués occidental (Godelier, 1969,
pp. 60-63).

El clasismo inicial en Mesopotamia: Irak, Irán, Turquía


Las investigaciones arqueológicas practicadas en la vasta región del
Asia Occidental y el norte de África en los últimos sesenta años, nos
permiten hoy día fijar los orígenes de la vida social organizada y la
domesticación de plantas en 7000 años a.C. (Mellaart, 1970, pp. 198,
219). Podríamos posiblemente sostener, sobre la base de estos conoci-
mientos, que el Asia Occidental habría formado una civilización sin-
gular expresada en diversos procesos civilizadores que se prolongan
hasta nuestros días, vinculados en diversos momentos cruciales de
su historia moderna con los de la civilización occidental (Europa-
Estados Unidos).

Al analizar comparativamente la diversidad de procesos sociohistó-


ricos que condujeron a la formación de las sociedades complejas en
los diversos continentes, podemos observar que el surgimiento de
las sociedades clasistas iniciales no siguió –como bien sabemos– un
patrón definido en todas partes del mundo (Utchenko y Diakonoff,
1982, pp. 7-22). A diferencia de lo ocurrido en los pueblos agropas-
toriles de Eurasia, ya analizados, en Asia el norte de África, el Medio
Oriente y América, los grandes sistemas de regadío, muchas veces
asociados con el surgimiento de las sociedades clasistas, parecen
haber constituido uno de los elementos originarios para la integra-
ción y cohesión de la población, controlados por dinastías despóticas,

86
Diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales…

las cuales se apropiaban de buena parte del excedente producido por


la población de las diferentes aldeas sometidas al gobierno de la auto-
ridad central (Childe, 1958; Diakonoff, 1982, pp. 23-50; Bate, 1984;
UNAM, 1988).

En Mesopotamia (Irak-Turquía), el modo de vida sedentario –ejem-


plificado por sitios arqueológicos como Hassuna y Hacilar– está pre-
sente desde el VI o V milenio a.C., apareciendo evidencias tempranas
de urbanismo, aldeas amuralladas donde se cultivaban cereales
y se domesticaban cabras, ovejas y cerdos. Hacia 4000-3000 a.C.,
están presentes agrupaciones urbanas clasistas iniciales como Uruk
y Eridu con templos, residencias palaciegas, agricultura con regadío,
especialistas artesanales e industriales y utilización de las escritura
sobre tabletas de barro. Ya desde el período dinástico, IV milenio a.C.,
puede rastrearse un gobierno centralizado, evidencia de una civili-
zación hidráulica centrada en el Estado (Manzanilla, 1986, pp. 247-
259; Mellaart 1970; Braidwood 1967, pp. 118-124; Childe, 1958, p.
168; Ehrich, 1954, p. 61).

La contribución más resaltante de la sociedad dinástica temprana de


Mesopotamia se ubica en el dominio de la metalurgia del cobre y el
bronce, orientada mayoritariamente hacia la fabricación de armas u
objetos suntuarios cuyo consumo estaba dirigido principalmente a
los gobernantes y los guerreros, al servicio de los templos y de los ciu-
dadanos prósperos (Childe, 1958, pp. 156-171).

En la meseta iraní, por otra parte, el inicio del modo de vida seden-
tario está ejemplificado entre el VIII y el VII milenio a.C. por aldeas
agrícolas como Ali Kosh, Bus Mordeh, Jarmo, Güra entre otras,
(Hole et alii, 1969), el cual se extendió hacia regiones vecinas como
Afganistán, Baluchistán, Asia Central (Rusia) y Mesopotamia, rela-
cionándose también con otros sitios similares en el valle del Indus a
través del comercio a larga distancia de materias exóticas como el
lapislázuli, la esteatita y el cobre.

La sociedad dinástica temprana o clasista inicial se consolidó hacia


2700 a.C., caracterizada por formaciones urbanas amuralladas cuya
densidad de población alcanzaba un promedio de 400 habitantes por

87
Mario Sanoja Obediente

hectárea, apoyadas en una economía agraria con irrigación, estrati-


ficación social y artesanos especialistas (Adams, 1962, pp. 114-115).
La sociedad estaba estructurada por tres clases sociales principales:
aristocracia guerrera, sacerdotes y campesinos pastores enmarcadas
dentro de una estructura social patrilineal cuyo rey era elegido del
seno de una familia o linaje particular de la aristocracia guerrera y
rodeado de terratenientes guerreros hereditarios o sátrapas, que eran
señores tributarios del rey y actuaban como intermediarios para la
recolección de los tributos que pagaba la gente del común.

El primer contacto efectivo de estas sociedades orientales con las


sociedades esclavistas de Grecia y Roma ocurrió con la invasión de
Alejandro Magno y su ejército macedonio entre 336 y 330 a.C y pos-
teriormente con la invasión de las legiones romanas de Lucullus en
69 a.C. Posteriormente hacia 630 de la era cristiana cayeron bajo
el dominio de los pueblos árabes y turcos en la expansión del islam
desde el sur de Arabia, soportando igualmente las invasiones de los
pueblos mongoles del Asia Central en 1220.

La modificación sustancial de la sociedad clasista oriental comenzó


con las invasiones propiciadas por la expansión colonial europea,
particularmente británica y francesa, a partir de finales del siglo XVIII
quienes de manera paulatina comenzaron a introducir en aquélla
formas comerciales capitalistas que posteriormente fueron el prolegó-
meno de la dominación colonial.

En el caso de la región mesopotámica, la primera intervención militar


colonial del ejército británico se produjo en 1914. Posteriormente a la
finalización de la Primera Guerra Mundial el Colonial office forma-
lizó el control colonial del territorio iraquí, instalando en él monarcas
que preservasen sus intereses petroleros (Iraq Petroleum Company),
económicos y políticos. A partir de 1958, surgió un movimiento de
jóvenes militares, intelectuales y obreros que abrazaron la causa del
nacionalismo y el socialismo árabe representado en el partido Baas, el
cual tenía como paradigma el movimiento socialista militar iniciado
en la República Árabe Unida (Egipto) por el coronel Gamal Abdel
Nasser. El partido socialista Baas gobernó Irak hasta 1983, cuando la
salvaje invasión militar del ejército de los Estados Unidos, ordenada

88
Diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales…

por George Bush derrocó el gobierno de Sadam Hussein, destruyendo


los fundamentos materiales y culturales de la nación iraquí e impo-
niendo al pueblo –a sangre y fuego– un remedo del modo de vida
capitalista estadounidense.

Turquía: el Imperio otomano


En el caso particular de Turquía, entre 1402 y 1481 comenzó la res-
tauración y la gran expansión del Estado otomano que lo llevó rápi-
damente de ser un pequeño principado de la Anatolia a convertirse en
un imperio islámico que llegó a dominar la Europa Central, el sureste
de Europa, Anatolia, el mundo árabe y el Asia Central, amalgamando
sus instituciones con las heredadas del antiguo Imperio de Bizancio
luego de la captura de Constantinopla en 1453. La sociedad otomana
estaba gobernada por un monarca o sultán que era dueño de todas
las fuentes de riqueza del Imperio, una clase dominante minoritaria
y una enorme masa de sujetos. El deber principal de éstos era pro-
ducir la riqueza –cultivando la tierra o practicando la industria y el
comercio– pagando una parte de sus ganancias a la clase dominante
bajo la forma de impuestos o tributos.

Desde finales del siglo XV el islam representado por el Imperio oto-


mano y la Cristiandad o Civilización Europea Occidental se hallaron
enfrentados a lo largo de una línea divisoria norte-sur entre el Levante
y el Mediterráneo Occidental que iba desde las costas del Adriático
hasta Sicilia y hasta el litoral de la actual Túnez, permitiendo a los
turcos la posibilidad de bloquear las rutas de comercio entre Europa
Occidental y el Asia. Por esta razón, España y Portugal se dedicaron
a estimular viajes de exploración marítima para buscar una nueva
ruta occidental hacia Asia, los cuales culminaron el inesperado avis-
tamiento accidental en 1492 de un continente y una humanidad
cuya existencia hasta entonces era desconocida: Nuestra América
y los pueblos originarios americanos (Braudel, 1992, 3, pp. 22-25;
136-143).

Gracias a la conquista de América, pudo la santa alianza de países


europeos contener la expansión otomana hasta el siglo XIX y relanzar
el capitalismo desfalleciente en Europa, gracias a la captura de la
riqueza humana y de enormes territorios, a la expoliación de los

89
Mario Sanoja Obediente

grandes recursos en oro y plata que pertenecían a los pueblos origi-


narios americanos, hecho que fue el parteaguas de la historia de la
humanidad (Fernández Armesto, 1974, pp. 13-16).

En 1914 el Imperio otomano tomó parte en la Primera Guerra Mun-


dial como aliado de Alemania; al ser derrotada ésta en 1918, el
Imperio colapsó y buena parte de sus extensos territorios repartidos
entre los países europeos victoriosos. A partir de 1922 Turquía, bajo
la dictadura de una casta militar nacionalista comandada por Kemal
Ataturk, se convirtió en una república secular, capitalista, asociada
con las potencias imperialistas occidentales durante la Guerra Fría,
la cual finalmente, a fines del siglo XX entró a formar parte de la
OTAN como puesto avanzado militar contra la Unión Soviética. En
el momento actual, con la decadencia de la hegemonía mundial de los
Estados Unidos, sus alianzas estratégicas se han reorientado hacia las
potencias emergentes, particularmente Irán y Brasil.

La Revolución Islámica en Irán


En Irán, la penetración capitalista franco-británica y rusa comenzó
entre 1797 y 1834, dando origen al desarrollo de una clase mercantil
poderosa que ya existía en 1890. Conforme a esto, los británicos
impusieron en 1925 un gobernante o emperador que les era afecto, el
Shah Rehza Palevi, cuya dinastía gobernó al pueblo iraní con puño de
hierro hasta 1979, cuando fue derrocada por el Imam Khomeini insti-
tuyendo una República Islámica, un régimen nacionalista, capitalista
de Estado, que nacionalizó los principales medios de producción,
particularmente el petróleo, el acero, la petroquímica, las comunica-
ciones, democratizó la tenencia de la tierra y propició un importante
desarrollo autónomo de la educación, la ciencia, la tecnología y la
industria.

A partir de la Revolución Islámica, Irán, poseedor de una de las


mayores riquezas gasíferas y petroleras del mundo, enfrenta por ese
motivo la oposición política y militar de los Estados Unidos y de
Israel, estado número 51 de la Unión. Como consecuencia de dicho
enfrentamiento, Irán y el régimen baasista de Irak (apoyado éste
por las potencias occidentales) sostuvieron una larga y devastadora
guerra entre 1980 y 1988 por la posesión de las márgenes del río

90
Diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales…

Shatt-al Arab y varias islas ubicadas en el Golfo Pérsico, en la cual


ninguno de ambos países pudo alcanzar una ganancia territorial.
Posteriormente el proceso civilizador que representa la Revolución
Islámica iraní, donde el Estado detenta un gran poder, inició con base
en su enorme riqueza petrolera y gasífera un vasto programa de inver-
sión social en todos los órdenes que ha convertido al país en la mayor
potencia nuclear, militar-tecnológica y social del Medio Oriente, con
fuertes alianzas con China, Rusia, Turquía, las naciones del Cáucaso,
Afganistán, Pakistán, Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argen-
tina y con capacidad de enfrentar la fuerza militar y política com-
binada de Estados Unidos, Israel y la Unión Europea. Este proceso
civilizatorio ha logrado estimular la creación de un orden mundial
multipolar contrario al régimen hegemónico sostenido hasta ahora
por los Estados Unidos, Israel y la Comunidad Europea, lo cual está
pesando fuertemente en la actual crisis estructural que sacude al sis-
tema capitalista mundial.

91
Capítulo 8
Procesos civilizatorios alternativos en África y Asia,
Egipto y el islam

Al continuar con el análisis histórico de las diversas sociedades anti-


guas y su proyección hacia el presente, podemos apreciar que en
Egipto, el proceso civilizador estuvo directamente estimulado por las
extraordinarias condiciones para producir riqueza que ofrecían las
inundaciones periódicas del río Nilo y los sistemas de irrigación para
canalizar sus aguas, así como por la cercanía a los centros asiáticos y
mediterráneos de alta cultura. Si bien el río era el medio natural que
representaba la unidad del Imperio, a pesar de la rivalidad que existía
entre las poblaciones del Alto y el Bajo Egipto, el carácter divino del
faraón garantizaba dicha unidad, simbolizaba la soberanía, la estabi-
lidad y la confianza en el gobierno del Imperio. La administración del
gobierno la llevaba a cabo una burocracia delegada, cuya principal
dedicación era canalizar los excedentes de producción hacia el gober-
nante y la élite que lo rodeaba.

Como refuerzo de la soberanía y la administración centralizada de


la producción, los faraones y los reyes en diferentes regiones, desa-
rrollaron religiones oficiales. En el caso de Egipto, la creencia básica
era que el espíritu podría sobrevivir solamente si el cuerpo era debi-
damente preservado y provisto con los bienes que le permitirían dis-
frutar la existencia en el más allá. Por tal razón, entre 2132 y 1777
a.C., las tumbas de los miembros más importantes de la comunidad
asumieron formas monumentales donde destacan las pirámides, pro-
vistas con un lujoso mobiliario, pinturas y grabados murales (Clark,
1977, pp. 238-239; Abu Bakr, 1983, pp. 75-101).

93
Mario Sanoja Obediente

Al igual que en las otras sociedades orientales, el contacto con la


sociedad esclavista griega ocurrió entre 332 y 308 a.C. cuando Ale-
jandro Magno y sus ejércitos macedonios conquistaron el Antiguo
Egipto, hecho del cual surgió la Dinastía Ptolemaica que transformó
dicho país en parte del mundo cultural helénico (Riad, 1983, II,
pp.183-206). Las luchas intestinas al interior de la Dinastía Ptole-
maica determinaron entre 145 y 52 a.C. la intervención militar por
parte de la república romana. Al entrar en esta órbita de influencia
política, la sociedad egipcia se vio envuelta igualmente en las guerras
civiles intestinas por el dominio del poder en Roma. El cónsul Julio
César irrumpió en Egipto en persecución de su enemigo Pompeyo, a
quien derrotó, relacionándose luego con la reina Cleopatra (Dona-
doni, 1983, II, pp. 207-225).

El gobierno de los ptolomeos estaba fuertemente centralizado en la


figura del monarca, quien gobernaba a través de una extensa y com-
pleja burocracia. La economía del Imperio era una mezcla del control
monopólico real y de la empresa privada, la cual se hallaba bajo el
control del modo de producción esclavista mercantil que dominaba la
sociedad romana (Riad, 1983, II, pp. 183-206).

Luego de la caída del Imperio romano los ejércitos persas de la


Dinastía Sasánida invadieron Egipto en 616 d.C.. En 629 d.C.. el país
pasó a ser dominado por los árabes imponiendo así el islam bajo el
gobierno del Califato de Bagdad. Bajo el islam, posteriormente entre
1250 y 1800 d.C., Egipto vivió bajo la influencia del Imperio oto-
mano, expandiendo el control egipcio sobre Nubia, al sur, Yemen y
Aden sobre el Mar Rojo.

El islam se extendió rápida y pacíficamente hacia el interior del


continente africano, fundamentado en el comercio, contribuyendo
a la unidad de los pueblos del continente y expandiendo los inter-
cambios de materias primas, bienes terminados así como de fuerza
de trabajo esclavizada con El Maghreb, Arabia y la India. El islam,
por otra parte, fue el cemento que unificó la mayoría de las socie-
dades africanas, particularmente El Maghreb, Egipto y las sociedades
afroislámicas orientales (Niane, 1984, pp. 673-686). El arábico a la
par del swahili y otras lenguas africanas se convirtió en un medio

94
Procesos civilizatorios alternativos en África y Asia, Egipto y el islam

de comunicación entre los hombres de letras de las mezquitas y los


mercaderes dando nacimiento en el África subsahariana a los testi-
monios de la historia escrita (Mateveiv, 1984, IV, p. 469). Desde los
siglos X y XI d.C., bajo el dominio de los Almorávidas, en El Maghreb
y el oeste de Andalucía se formaron importantes centros de estudio
para la difusión de la ciencia y la filosofía hacia la Europa Occidental,
hecho que tuvo gran importancia en el renacimiento cultural ocu-
rrido al colapsar la sociedad feudal europea (Niane, 1984, IV, pp.
1-14; Garcin ,1984, IV, pp. 371-397).

Los contactos mercantiles africanos con la sociedad atlántica-medite-


rránea-europea, el Medio Oriente y Asia se remontan hasta el siglo XII
de la era, culminando en el siglo XV con la intensificación del tráfico
de oro y esclavos negros, principalmente a través de mercaderes por-
tugueses, genoveses y catalanes. Los portugueses fueron los primeros
europeos en tomar contacto con importantes sociedades estatales
yorubas del Golfo de Guinea, tal como el Reino de Benin, pueblos que
habían alcanzado un alto grado de especialización económica y una
gran excelencia en la metalurgia del cobre y el bronce (Ryder, 1984,
IV, pp. 339-370; Devisse y Labib, 1984, IV, pp. 635-672; Braudel,
1992, III, p. 430). El período colonial, particularmente a partir del
siglo XIX en adelante, debilitó el poder de los antiguos reinos cuyas
poblaciones cayeron bajo la autoridad política de los diversos poderes
coloniales europeos. Bajo el proceso de descolonización que se inició
hacia mediados del siglo XX, los nuevos Estados nación que surgieron
representaban divisiones étnicas artificiales, sociedades clasistas
mayormente multitribales con variadas formas de gobierno basadas
en el concepto occidental de democracia, el socialismo africano o el
gobierno militar.

En El Maghreb , norte de África, los fenicios fundaron a partir del


siglo VIII a.C., alrededor de 300 colonias en la costa de los actuales
estados de Argelia, Túnez, Marruecos y Libia. Entre los siglos X y XII
fue colonizado por las dinastías bereberes arabizadas. Después de la
caída de la taifa de Sevilla, España, en 1091 de la era y particular-
mente al finalizar los reyes cristianos la reconquista de El Andalus,
los reinos de El Maghreb recibieron un importante contingente de
población arábica y judía sefardí proveniente del sur de España, los

95
Mario Sanoja Obediente

cuales aportaron importantes innovaciones en el campo de la tecno-


logía agrícola y la ciencia.

Los reinos bereberes sufrieron, al igual que Egipto, la influencia turca


y posteriormente, en el siglo XIX, la conquista colonial por parte de
diversos países capitalistas europeos occidentales. Entre 1830 y 1962
Argelia se convirtió en protectorado y luego en un departamento de la
República Francesa, hasta conquistar su independencia en 1962 luego
de una cruenta guerra de liberación. Con una historia originaria muy
similar, Túnez y Marruecos se convirtieron en un protectorado de
Francia entre 1881 y 1956 cuando obtuvieron su independencia. Hoy
día Argelia, uno de los más importantes productores de petróleo del
mundo, así como Túnez, son repúblicas gobernadas por sistemas polí-
ticos autoritarios inspirados en el paradigma de la social democracia
neoliberal. Antes del descubrimiento del petróleo en su subsuelo en
1950 Libia era una sociedad tribal pobre, limitada por las condiciones
climáticas del Sahara. Luego de 1969 bajo el régimen del Socialismo
Árabe, se transformó en un estado de bienestar que ha alcanzado
el más alto nivel de vida del continente africano. Marruecos es una
monarquía parlamentaria tiránica subserviente, al igual que Túnez,
de las transnacionales de Estados Unidos, Israel y la Comunidad
Europea.

De manera muy similar a el Maghreb, en 1805 Egipto fue ocupado


por las tropas napoleónicas y en 1882 se convirtió en protectorado
británico bajo un gobierno monárquico parlamentario. En 1952 un
grupo de jóvenes oficiales revolucionarios nacionalistas derrocó la
monarquía egipcia, declarando la existencia de la República Árabe
Unida –cuyo presidente fue el coronel Gamal Abdel Nasser– ambien-
tada dentro del socialismo árabe Baas, la cual se integró temporal-
mente con Irak y Siria gobernada también por élites militares que
compartían los ideales del socialismo nacionalista árabe de Gamal
Abdel Nasser. Las potencias occidentales que representaban los
intereses del capitalismo occidental en Egipto, África del Norte y el
Medio Oriente, Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Israel, lograron
finalmente derrocar el gobierno socialista árabe e imponer el actual
régimen tiránico liderado por Hosni Mubarak, bastión político neo-
liberal subserviente también de las transnacionales de los Estados

96
Procesos civilizatorios alternativos en África y Asia, Egipto y el islam

Unidos, Israel y la Comunidad Europea. El 29 de enero de 2011, el


régimen dictatorial de Mubarak parece derrumbarse frente a la
embestida liberadora del pueblo egipcio, marcando lo que podría ser
el colapso final de la periferia árabe y medio oriental del núcleo duro
del capitalismo occidental.

La India y Pakistán
El desarrollo de la cultura moderna de la India, al igual que las otras
ya analizadas en el sur de Asia, es producto de una síntesis de diversos
componentes humanos y étnicos aportados por las invasiones persas,
particularmente la del emperador persa Darío en 516 a.C., la griega
al mando de Alejandro el Grande en 327 a.C y la conquista islámica
emprendida por los pueblos árabes y turcomongoles a partir del siglo VII
de la era cristiana.

En el valle del río Indus ya existían entre el IV y el III milenio a.C. una
gran multitud de asentamientos sedentarios que disfrutaban de las
casi ilimitadas posibilidades para el desarrollo agrícola y la concen-
tración de grandes poblaciones humanas que ofrecía esta extensa pla-
nicie aluvial. Según estas condiciones, se desarrollaron los primeros
asentamientos urbanos que caracterizan la denominada cultura o
civilización Harappa (1650+110 a.C.). Ésta representaba un perfecto
ajuste de la vida humana a un ambiente específico que constituye
el fundamento de la moderna cultura de la India. No obstante sus
nexos comerciales con otros procesos civilizadores asiáticos de Meso-
potamia, Persia, Egipto y China y posteriormente con las sociedades
urbanas de Grecia y Roma, la India representa una cultura originaria
y autónoma.

Los asentamientos urbanos de Harappa fluctúan entre pequeñas


aldeas y grandes centros urbanos construidos con adobes y ladrillos,
tales como Mohenho Daro, Harappa misma y Kalibangan, levan-
tadas en torno a ciudadelas fortificadas. El cultivo de cereales como
el trigo y la cebada, el arroz, el sésamo, arvejas, dátiles y de plantas
como el algodón estaba asociado con el uso de la irrigación por inun-
dación, asociado con la ganadería de vacunos, búfalos, ovejas, cabras,
camellos, asnos y animales domésticos como el gato y el perro.

97
Mario Sanoja Obediente

Los pueblos de la civilización del valle del Indus desarrollaron la


navegación fluvial, la manufactura de objetos de cobre y bronce, de
oro, plata y estaño y cobre arsenicado, la cerámica fayence. Ciertos
objetos exóticos en lapislázuli parecen haber provenido de Irán y
existen otras evidencias de relaciones comerciales a larga distancia
entre los mercaderes de Harappa y Mohenho Daro con los de Meso-
potamia y el Golfo Pérsico, particularmente los de los puertos de
Bahrain y Failaka.

La sociedad Harappa desarrolló un alfabeto y un lenguaje escrito, así


como un complejo sistema de pesas y medidas. La expresión artística
característica eran las figurinas humanas –en su mayoría femeninas–
modeladas en terracota, así como mujeres con niños o represen-
tando actividades de la vida cotidiana y representaciones zoomorfas
variadas (tigres, rinocerontes, vacas, elefantes, etcétera).

La sociedad Harappa o Mohenho Daro, parece estar asociada tam-


bién con un tipo de sistema estatal clasista inicial, despótico, admi-
nistrado por un jefe tribal o rey que gobernaba apoyado en un sistema
feudal denominado samanta y funcionarios reales como los mähäd-
jadhiräja o maharaja encargados de los gobiernos regionales. El
gobierno se fundamentaba en la ideología o religión que servía para
controlar la mente de los individuos, generando particularmente el
sistema de castas que ha permitido hasta el presente la reproducción
continuada y estable de las jerarquías sociales de gobernantes, aris-
tócratas y guerreros (Ksatriyas), sacerdotes y filósofos (Brahmanes),
artesanos (Vaysas) y aquellos que se encuentran en la escala más baja
de la sociedad (Dasas) (Linton, 1959, pp. 507-519; Childe, 1958, pp.
172-206; Clark, 1977, pp. 268, 285).

Aparte de las invasiones persas y griegas que se produjeron entre el


IV y el III siglo a.C., las evidencias arqueológicas y literarias indican
la existencia de una intensa actividad mercantil posterior a dichas
fechas con mercaderes del sur de Arabia que comerciaban bienes
traídos de Egipto, así como mercaderes chinos, griegos y romanos que
conectaban a la India con el ámbito mediterráneo y el Asia Central.

98
Procesos civilizatorios alternativos en África y Asia, Egipto y el islam

En 712 d.C., al igual que ocurrió en el sur de Asia y el cercano Oriente,


el norte de África y el Mediterráneo Occidental, los pueblos árabes del
islam conquistaron porciones importantes del subcontinente indio,
seguidos posteriormente por los invasores turco-mongoles que fundaron
en 1526 el Imperio mogul en la India. El choque cultural entre el islam
y el hinduismo contribuyó a cristalizar la estructura social y los valores
culturales del pueblo indio y en general el régimen despótico mercantil,
clasista, que imperaba en la India (Linton, 1959, pp. 507-510).

La civilización occidental y el modo de vida capitalista lograron


obtener hacia mediados del siglo XVIII, el control político y económico
de la India, gobernada por el Imperio mighal, a través de la penetra-
ción comercial británica ejercida por la East India Company, la cual
se instaló en Bengala en 1765 (Wolf, 1990, pp. 239-252). Mediante
las acciones colonialistas de la misma desmantelaron la naciente pro-
ducción industrial del Imperio, la más importante del mundo en el
siglo XVIII, dedicada en gran parte a la fabricación de lujosas telas de
algodón y telas de seda que se exportaban a todo el mundo (Braudel,
1992, III, p. 509), de manera tal que, para el 1 de noviembre de 1858,
la reina Victoria fue proclamada por el Gobierno británico como
Emperatriz de la India. De esta manera, los colonizadores impusieron
el dominio del capitalismo industrial europeo, su sistema político, su
lengua y sus costumbres, tratando de que la población nativa, hindúes
o musulmanes, quedase confinada a desempeñar los oficios auxiliares
de la administración colonial. La sociedad india ya había logrado
para el siglo XVII tener una importante élite ilustrada con un alto nivel
de desarrollo político, económico y cultural, ejemplo de la cual serían
posteriormente el Mahatma Gandhi y Ali Jinnah padres –respectiva-
mente– de la India, hoy día una democracia social parlamentaria y de
Pakistán, hoy día un régimen militarista dominado por los Estados
Unidos, las cuales lograron su independencia del Imperio británico en
1947 (Sanoja y Vargas-Arenas, 2008, p. 265).

El proceso civilizatorio de China y el sureste de Asia


En diversas regiones de China desde la llamada cultura Lung-shan,
a comienzos del segundo milenio a.C., comenzó a desarrollarse
una formación social caracterizada por una combinación de vida
urbana, metalurgia del bronce, la escritura y una sociedad altamente

99
Mario Sanoja Obediente

estratificada (Chich Chang, 1977, p. 217). De manera similar a las


ya descritas, el catalizador de los procesos históricos que llevaron a
la unificación de China y la formación del Imperio Han, no parece
haberse debido exclusivamente a causas económicas sino también al
desarrollo y expansión de la ideología religiosa institucionalizada.
Desde la Dinastía Han (202 a.C. 200, d.C.), los monjes budistas
abrieron las rutas comerciales que conducían hasta los más remotos
lugares de Asia, particularmente con las civilizaciones que florecían
en la India al mismo tiempo que propiciaban el comercio que fluía en
sentido contrario desde Siria, Irán, Egipto y Roma (Clark, 1977, p.
319). La fusión de las influencias emanadas tanto de la civilización
china como de la India en el sureste de Asia, estuvo mediada por los
mercaderes de las sociedades tribales de esta región, situación que
estimuló el surgimiento de nuevas sociedades clasistas iniciales como
el llamado Reino de Fou-Nan en el delta del río Mekong, Camboya,
en el siglo III de la era cristiana (Clark, 1977, p. 348).

Por las razones ya enumeradas, y a diferencia de las sociedades occi-


dentales de la Edad del Bronce europeo –ya analizadas–, el desarrollo
y el funcionamiento de la industria (metalurgia, cerámica, tejidos) y
el proceso de acumulación de capitales se hallaba subsumido dentro
del control centralizado de las jerarquías gobernantes. Esta caracte-
rística, señalada generalmente como causa del atraso histórico de las
sociedades llamadas despóticas, produjo por el contrario un proceso
de desarrollo de las fuerzas productivas durante la Dinastía Ming
(1328-1627 d.C.), que hizo del Imperio chino la sociedad más desa-
rrollada del siglo XV de la era cristiana. A diferencia de los reinos de
Portugal y Castilla y Aragón, China renunció a ser un imperio marí-
timo abandonando la intensa actividad naval y el comercio marítimo
a larga distancia que había tenido lugar a inicios del siglo XV, concen-
trándose, hasta el presente, en su desarrollo interior y en la expansión
de sus fronteras terrestres (Fernández Armesto, 1996, pp. 142-145).

En el siglo XVII la reunificación de China bajo la Dinastía Ch’ing, el


Estado Manchú, conforme a un sistema militarista, fue una suerte de
transición del antiguo tribalismo hacia una autocracia monárquica,
hacia el Estado organizado sobre la base de protocolos burocráticos
formales característicos de lo que se podría entender propiamente

100
Procesos civilizatorios alternativos en África y Asia, Egipto y el islam

como un Estado despótico oriental. A partir del siglo XVIII, los grandes
emprendimientos industriales y mercantiles que comenzaron a desa-
rrollarse en China estaban conectados directamente con la oligarquía
dominante y funcionaban con el apoyo gubernamental. Gracias a los
emprendimientos mercantiles de la East India Company, entre 1719
y 1833, China obtuvo entre 306 y 330 millones de piastras en plata,
1/5 de la plata producida en México en ese período, a cambio del té
que aquélla compraba a los comerciantes chinos (Wolf, 1990, p. 295).
Como contraparte, en 1797 la East India Company logró imponer a
China su monopolio del tráfico del opio (del narcotráfico), mediante
el cual recuperaban parte de la plata que pagaban a China por la venta
de las hojas de té, subvirtiendo así el orden social y la salud pública
del pueblo chino. El tráfico de una droga dura, destructiva, como el
opio, representaba, por otra parte, una de las principales fuentes de
ingreso del Imperio mughal de la India sometido a su vez al dominio del
Imperio británico (Wolf, 1990, p. 258).

A finales del siglo XIX la modernización de la economía china, deter-


minada por una mayor penetración de la tecnología y el capital
extranjero, se vio obstaculizada por la corrupción y la incompetencia
que existía en la oligarquía dominante. La reacción nacionalista
interna contra esta humillación de la nación china, la llamada Rebe-
lión de los Boxers ocurrida en 1900, fue finalmente derrotada por
la intervención militar extranjera que culminó con la ocupación de
Peking (Beijing), la capital del Imperio. En 1911 comenzó una revo-
lución modernizadora republicana comandada por Sun Yat-sen, la
cual logró que en 1912 la oligarquía manchú de la Dinastía Ch’ing
abdicase a favor de la República China. En 1921 comenzó una nueva
revolución acaudillada por el Partido Nacionalista (Kuomingtan)
derechista, defensor del capitalismo occidental, y el Partido Comu-
nista Chino, también nacionalista, pero que promovía la revolución
social china. Las posiciones ideológicas de ambos entraron posterior-
mente en un conflicto que se convirtió en una guerra civil agravada
por la invasión japonesa en 1937. Finalizada la Segunda Guerra Mun-
dial en 1945, en 1949 el Ejército Chino Popular de Liberación derrotó
finalmente a los nacionalistas apoyados por los Estados Unidos y el 1
de octubre del mismo año Mao Zedong proclamó en Peking (Beijing),
el nacimiento de la República Popular China, culminando el llamado

101
Mario Sanoja Obediente

paradigma del Progreso de una manera histórica diferente al de la


civilización capitalista occidental.

El proceso civilizador de Japón


Durante el siglo VII de la era cristiana, en Japón ya existía una sociedad
jerárquica gobernada por una clase de guerreros controlada por una
variante religiosa del budismo, el shintoismo. Desde antes de esa
época, en el período Yayoi (300 años a.C.), el fundamento de la pro-
ducción agraria era el cultivo del arroz y la utilización de sistemas de
regadío, la pesca y la recolección marina, la metalurgia del bronce y
en cierta medida del hierro. Ya desde este período se nota la influencia
de la Dinastía Han en la tecnología de la metalurgia del bronce. Pos-
teriormente, entre los siglos VI y VII de la era cristiana, la influencia de
la cultura china del período Tang se manifestó en la aceptación del
alfabeto, los textos budistas y confucionistas, las convenciones artís-
ticas, los protocolos burocráticos y cortesanos de la corte imperial
establecida primeramente en Nara y luego en Kyoto. El poder efectivo
vino a ser ejercido progresivamente por un funcionario, designado
jefe de todos los clanes, denominado Seii-Tai Shogun. Sin embargo,
el desarrollo cultural del pueblo japonés tuvo características muy
singulares, centradas en el rechazo a las influencias extranjeras. En
1541 un junco chino que llevaba pasajeros portugueses encalló en la
isla Kyushu, constituyendo así el primer contacto entre Japón y la cul-
tura europea que marcó el inicio de la absorción de la tecnología occi-
dental, mas no del capitalismo mercantil de la época (Clark, 1977,
pp. 320-337). El año de 1600, un primer barco holandés recaló en
Kyushu y en 1605 comenzó a estructurarse la Compañía Holandesa
de las Indias orientales para desarrollar el comercio con Japón, China
y La India (Braudel, 1992, III, p. 215).

La implantación forzada de los enclaves capitalistas modernos


A partir del siglo XVI y particularmente como consecuencia de la
Revolución Industrial, los países capitalistas centrales de Europa
Occidental trataron –y lograron finamente– crear enclaves comer-
ciales capitalistas en el territorio asiático controlado por las antiguas
sociedades clasistas y dinastías. Los portugueses se asentaron en
Goa, India y Macao, China. Los ingleses consiguieron la concesión

102
Procesos civilizatorios alternativos en África y Asia, Egipto y el islam

territorial de Hong-Kong en China y se infiltraron en la India destru-


yendo el Imperio del Gran Mogul. De esta manera, para mediados del
siglo XVIII la reina Victoria pudo proclamarse Emperatriz de la India,
nombrando un virrey como su representante.

Los franceses pusieron pie en Indochina y se anexaron los antiguos


reinos que habían florecido en la cuenca de los grandes ríos como
el Mekong: Tailandia, Camboya y Annam. Estados Unidos, hacia
finales del siglo XIX, con el poder de su flota naval, obligó al Imperio
japonés a abrir sus puertos al comercio capitalista. Como resultado,
Japón se convirtió en una potencia capitalista autónoma gobernada
por una agresiva casta militar, con una flota naval que rivalizaba con
las escuadras de los países capitalistas occidentales, la cual fue capaz
de conquistar durante la Segunda Guerra Mundial el sureste de Asia,
Corea, Manchuria, Formosa (Taiwán), buena parte del territorio de
China continental, Filipinas y la mayor parte de las islas del Pacífico,
poniendo en jaque el poder militar y naval de los Estados Unidos.

El Imperio japonés sólo pudo ser vencido por un horroroso crimen


de guerra que conmovió la humanidad toda: las bombas atómicas
que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 oca-
sionando centenares de miles de víctimas civiles, para renacer pos-
teriormente como uno de los países económicamente más poderoso
del G-8, el núcleo duro del capitalismo. China Popular es hoy día un
país socialista, la mayor potencia económica del mundo, después del
triunfo de la Revolución Comunista china en 1949 bajo la conducción
del presidente Mao Zedong (Bettelheim, Rossanda y Karol, 1978).
Vietnam (el antiguo reino de Annam) es igualmente hoy día un país
socialista desde 1972, después de haber derrotado militarmente a los
ejércitos imperialistas de Francia y Estados Unidos. La India, después
de su liberación y de su partición en dos países, India y Pakistán, es
uno de los países capitalistas más avanzados del mundo y al mismo
tiempo –por contradicción– la sede de los movimientos populares
anticapitalistas, maoístas y naxalitas más extensos y activos del
mundo capitalista. El gobierno militarista de Pakistán ha terminado
por convertirse en un enclave del Imperio estadounidense, al mismo
tiempo que de fuertes y organizados movimientos fundamentalistas
islámicos anticapitalistas y antiimperialistas con fuerte influencia

103
Mario Sanoja Obediente

política y cultural sobre los pueblos pashtunes de Afganistán que lide-


rizan la lucha de liberación nacional contra la ocupación militar esta-
dounidense y europea de su territorio, como ya lo hicieron contra la
del Imperio británico en el siglo XIX.

Como exponíamos en páginas anteriores, la sociedad humana es el


sistema no lineal más complejo debido a la diversidad sociocultural
de sus contenidos. Dentro de esa línea de razonamiento, podríamos
concluir de la presentación anterior que el capitalismo constituye
hasta hoy la culminación de un proceso civilizador milenario y
diverso que caracteriza particularmente la historia de los pueblos de
Europa Occidental, mientras que los numerosos procesos civilizato-
rios y modos de vida comprendidos dentro del denominado Modo de
Producción Despótico o Asiático caracterizaron hasta el siglo XIX la
vida y los gobiernos de aproximadamente de 75% de los pueblos del
mundo periférico a la Europa Occidental. El peso histórico de esta
circunstancia en el devenir de esas naciones –como hemos tratado de
explicar– se hace sentir todavía con mucha fuerza en este momento
crucial de crisis estructural del capitalismo.

Hacia 1000 d.C., Europa Occidental bajo el feudalismo era una


región marginal al Mediterráneo, el Cercano Oriente Islámico y el
Oriente (Wolf, 1990, p. 267). Su expansión fuera de ese núcleo ori-
ginario fue consecuencia, como hemos visto, de la conquista y la
colonización armada de las sociedades no capitalistas de su periferia,
particularmente Nuestra América, proceso que comienza con fuerza
en el siglo XVI y que hoy día se caracteriza por el intento de neocoloni-
zarlas destruyendo o fagocitando sus fuerzas productivas, sus recursos
humanos, sus materias primas, sus capitales financieros, sus recursos
naturales, su biodiversidad, para tratar de darle un segundo aire al
imperialismo hegemónico decadente de los Estados Unidos y Europa.
Esta expansión fuera del núcleo originario del capitalismo, que
podría entenderse también como la reestructuración de las relaciones
sociales y políticas dentro de las relaciones capitalistas de producción
de la región europea atlántica-mediterránea, parecería corresponder
grosso modo con los denominados ciclos largos de Kondratieff que
habrían tenido lugar entre 1450-1600 y 1750-1950 de nuestra era
(Paynter, 1988, p. 422).

104
Capítulo 9
Modos de producción originarios en América

Modo asiático, clasismo inicial y socialismos del siglo XXI


A partir de 1922, siguiendo la tesis de Stalin (1961), la Revolución
Soviética escogió desarrollarse en un solo país contrariamente a la
de Trostky, la Revolución Permanente (1963b, p. 31), la cual propi-
ciaba la socialización de los medios de producción de acuerdo con la
ley del desarrollo combinado de los países atrasados: “La revolución
socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede
contenerse en ellas.” (Trotsky, 1963, p. 33), ya que como vemos hoy
día en el caso de la Revolución Cubana, la bolivariana, la boliviana y
la ecuatoriana, la única garantía de triunfo contra el Imperio y contra
la restauración de las relaciones sociales burguesas, sólo es posible en
el plano internacional vía la victoria del socialismo en varios países.

La mayoría de las sociedades que han sido consideradas de alguna


manera como representaciones modernas del Modo de Producción
Asiático, la actual Federación Rusa y la República Popular China
incluidas, constituyen hoy día el fermento de una nueva versión de
socialismo donde, de manera general, los principales medios de pro-
ducción han sido y son controlados de alguna manera por el Estado o
están socializados coexistiendo diversas formas de propiedad estatal,
social y privada, de forma que las ganancias y las pérdidas están –en
general– igualmente socializadas. Este tipo de socialismo que podría
corresponder con lo que se denomina el socialismo del siglo XXI ha
comenzado a tejer redes de intercambio y cooperación acordes con el
tipo de desarrollo desigual pero combinado, que vincula hoy diversos
países antes tan alejados política y culturalmente como China, Rusia,
Bielorrusia, Vietnam, Irán, Venezuela, Cuba, el Caricom, República

105
Mario Sanoja Obediente

Dominicana, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Bolivia, Argentina y


Brasil, cuyas sociedades originales, de una manera u otra, se funda-
mentaron también en diversos tipos de sociedades jerárquicas o cla-
sistas iniciales.

Vista la perspectiva histórica anterior, podríamos decir –resumiendo–


que el llamado Modo de Producción Asiático alude, pues, a diversas
formas originarias de la sociedad clasista inicial que se definían fun-
damentalmente por la manera como era apropiado el producto exce-
dente, la cual corresponde a una división social del trabajo entre
trabajadores y no trabajadores, y la ausencia de propiedad privada de
la tierra, donde los derechos de propiedad de la tierra, principal medio
de producción, recaían en el Estado como representación del colectivo.
Los impuestos por la posesión y uso de la misma formaban la renta que
aquél percibía. La propiedad estatal de la tierra era una norma jurídica
que imponía el Estado a los productores y productoras directos orga-
nizados y organizadas en comunidades campesinas (Hindess y Hirst,
1979, pp. 183-224).

El concepto de Modo de Producción Asiático, como ha dicho Gán-


dara (1983), “…ha sido históricamente importante; su discusión des-
truyó la lista ‘oficial’ de modos de producción, y abrió paso a líneas
múltiples de desarrollo (…) sin embargo dista de ser la explicación
marxista del origen de las clases o del Estado…”. Como ya expli-
camos, dicho concepto suscitó, particularmente en los momentos más
críticos de la Guerra Fría, agudos debates entre intelectuales y cientí-
ficos y científicas de izquierda y de derecha. A este respecto, es nece-
sario exponer también que la concepción tan rígida de la evolución de
la humanidad planteada por la historiografía marxista clásica con-
virtió en universal de la cultura una secuencia de etapas que se esca-
lonaban mecánicamente desde la comunidad primitiva, pasando por
el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo hasta el socialismo. No
todos los pueblos siguieron esa línea evolutiva y no todos llegaron al
nivel de desarrollo material que caracteriza a la civilización europea,
cuyos logros materiales y culturales son considerados por la ciencia
social burguesa como paradigmáticos del progreso social.

106
Modos de producción originarios en América

Las burguesías del núcleo capitalista central, racionalizando para


su beneficio esta característica del desarrollo desigual de la sociedad,
explicaron las causas de tal atraso material de los pueblos de su peri-
feria postulando que la incapacidad de esos pueblos y sociedades para
emular a la civilización europea evidenciaba su condición de pueblos
inferiores (Hegel, 1978, p. 191), por lo cual, para que pudiesen pro-
gresar tenían que ser fustigados por el amo europeo (¿ahora estadouni-
dense?). En nuestra opinión, si aceptamos el razonamiento inverso de
que todos los pueblos son iguales, habría que buscar las causas de dicho
retraso en la extracción de plusvalía de los países de la periferia vía la
dominación colonial y neocolonial, proceso que ha permitido el cre-
cimiento de las sociedades capitalistas nucleares, y en las estructuras
socioeconómicas y las particulares características del movimiento his-
tórico que dicho proceso de expoliación ha generado en las sociedades
de la periferia: las regresiones, el estancamiento y la lentitud de los pro-
cesos de cambio (Bartra, 1969, p. 12).

En momentos cuando se interrumpe el proceso de expoliación


ampliada de la plusvalía para beneficio de las sociedades capitalistas
nucleares, como ocurre en el actual, debido al surgimiento de diversos
procesos de acumulación emergentes en las sociedades de la periferia,
el capitalismo central –en nuestra opinión– comenzará a languidecer
si es que carece efectivamente del vigor necesario para emprender una
recolonización violenta de dicha periferia.

Los modos de producción de las sociedades americanas


En el caso específico de las civilizaciones americanas, la persistencia de
las comunidades consanguíneas características del llamado modo
de producción de la comunidad primitiva, es decir, el modo de pro-
ducción de las formaciones preclasistas, como estructura básica de
la sociedad clasista inicial, impidió ciertamente el crecimiento cua-
litativo y cuantitativo de la sociedad más allá de un cierto límite.
Ésa parece haber sido una de las razones por la cual la historia de
las mismas se ha expresado en ciclos repetitivos: cuando una forma-
ción social alcanzaba el límite de su desarrollo material, colapsaba
para ser reemplazada por otra similar sin llegar a la disolución de las
comunidades consanguíneas y su reemplazo por comunidades secu-
lares de especialistas en la producción material que asumiesen la

107
Mario Sanoja Obediente

dirección del proceso social. La acumulación era fundamentalmente


de fuerza de trabajo. Su valor se expresaba en la cantidad de tributo
extraído por la comunidad de linajes dominantes organizada como
el Estado y en las obras públicas que servían de refuerzo al dominio
que éste ejercía sobre la población general (Sanoja y Vargas-Arenas,
2000, pp. 61-84).

En las sociedades clasistas iniciales americanas los linajes domi-


nantes, que asumían la representación del Estado, poseían la tierra
y organizaban su usufructo personal en nombre de la comunidad:
controlaban la actividad y la distribución de los productos de la
agricultura, la caza, la pesca, la producción artesanal y los procesos
de intercambio intra e intercomunitarios vía la aplicación del código de
ley consuetudinaria que constituían las relaciones de parentesco, las
relaciones sociales de producción y las sanciones y restricciones que a
nivel de la conciencia representaban los medios imaginarios de pro-
ducción: los mitos, las creencias y los tabúes. Los y las especialistas
en la producción de bienes materiales, particularmente las mujeres,
estaban subsumidas dentro de la organización de las diversas uni-
dades domésticas consanguíneas que constituían el fundamento de
la sociedad. Dentro de la división social del trabajo, las mujeres apor-
taban una proporción importante de la producción de bienes mate-
riales en la rama del cultivo, de la recolección de alimentos y plantas
medicinales, así como la recolección y preparación de materias
primas para la elaboración de textiles, la manufactura de tejidos de
telar, cestas, preparación de los cueros y manufactura de artesanías,
elaboración de la alfarería, cuentas y pendientes de concha y hueso,
arte plumario, entre otras actividades.

Una parte de la producción femenina estaba destinada al consumo


directo, cotidiano, pero otra parte –no menos importante– se des-
tinaba al consumo no reproductivo, vinculado a fundamentar la
acumulación de bienes intangibles como el prestigio y el poder. Lo
imperfecto de los sistemas de intercambio a larga distancia de bienes
terminados o materias primas, limitó la posibilidad de crear y ampliar
el sector de producción artesanal especializado en la producción de
dichos bienes y de profundizar la división social del trabajo, dado
el bajo nivel de consumo individual de bienes no esenciales para la

108
Modos de producción originarios en América

reproducción cotidiana de la vida social. Ello determinó también pro-


cesos de acumulación de fuerza de trabajo femenina, mujeres jóvenes
en la edad productiva y reproductiva óptima, a través por ejemplo de
la poliginia, así como el sacrificio ritual de mujeres jóvenes para dis-
poner, también por la vía ritual, de los excedentes de mano de obra
femenina. De esta manera, las trabajadoras, productoras y repro-
ductoras eran mantenidas bajo el control de la organización consan-
guínea patriarcal, ideología que parece haber tenido también un peso
específico importante en la limitación general del desarrollo de las
fuerzas productivas (Sanoja y Vargas-Arenas, 2000; Vargas-Arenas,
2006, pp. 199-206; Vargas-Arenas, 2010, pp. 63-65).

De la misma manera, el medio ambiente impuso a las sociedades cla-


sistas iniciales americanas serias limitaciones, tales como ausencia de
caballos y asnos, animales domesticables de tiro y de carga, de ganado
vacuno y de bueyes para tirar las carretas y los arados, de ganado
caprino, lanar y ovino, de aves de corral, carencias que se sumaron a
las limitaciones sociales que imponía la llamada “esclavitud generali-
zada”. No obstante, las sociedades originarias de los Andes Centrales,
el sur de Suramérica, la región amazónica-caribeña, Mesoamérica,
Centroamérica y Norteamérica ya habían comenzado desde 5000-
4000 años a.C, mucho antes de los inicios de la Edad del Bronce en
Europa a desarrollar y planificar procesos civilizadores caracterizados
por la construcción de sitios urbanos con arquitectura de piedra, adobe
o tierra compactada desde 5000-4000 años a.C., lo cual implicaba que
poseían desde mucho antes sólidos conocimientos de diseño estructural
y espacial, cálculo matemático de las cargas y su distribución en las
estructuras construidas, resistencia de suelos, resistencia de materiales,
sistemas mnemónicos o ideográficos para codificación y archivo del
tiempo social, escultura, frescos y pinturas murales, textiles, alfarería,
metalurgia, modelado de la piedra por percusión y abrasión, sistemas
de escritura, comunicación social, astronomía y sistemas calendáricos
complejos para el cálculo del tiempo, diseño de vías de comunicación,
diseño y construcción de embarcaciones para la navegación fluvial y de
altamar, sistemas hidráulicos, regadío y diseño de estructuras agrarias,
domesticación de plantas y creación de nuevas especies de maíz y de
yuca, entre otros.

109
Mario Sanoja Obediente

Un elemento causal del rezago material de las sociedades clasistas ini-


ciales americanas en ciertas áreas de la tecnología y la mecánica en
particular, fue la ausencia de un concepto para la utilización prác-
tica de la rueda y el escaso desarrollo del movimiento circular, salvo
el alterno utilizado en los husos para hilar el algodón o en los tala-
dros para producir perforaciones en sólidos estables como la piedra,
la madera, la concha y el hueso. Existen testimonios arqueológicos
que indican la existencia de juguetes o figurinas animales con ruedas
–posiblemente perros– provenientes de diferentes sitios arqueológicos
mexicanos como el de Pánuco, en la Huasteca, y Tres Zapotes, Vera-
cruz (Eckholm, 1964, p. 495. Figura 2) aunque nunca desarrollaron,
al parecer, el principio para utilizar el movimiento circular para el
transporte. En términos tecnológicos, la ruptura con las fuerzas pro-
ductivas materiales de la comunidad primitiva se lograría sólo cuando
el movimiento rectilíneo que ejercen naturalmente la fuerza humana,
los animales de tiro o de carga, el agua, el viento, se transformase en
movimiento circular y a su vez éste, amplificado, se convirtiese otra
vez en movimiento rectilíneo, adaptado a usos particulares que con-
forman el fundamento de la llamada “mecánica primitiva”.

Es a partir de máquinas como la rueca para hilar el algodón, la lana o


la seda, del viento para mover la maquinaria del molino o del agua para
mover la rueda hidráulica, etcétera, que surgió en la civilización capi-
talista occidental la invención del movimiento circular en las máquinas
de vapor y los motores de explosión, así como otras tecnologías auxi-
liares como las manivelas, los pedales, las correas de transmisión, los
engranajes, los volantes, en fin, la multiplicación de la fuerza del movi-
miento circular en lineal que hizo posible la primera Revolución Indus-
trial (Leroy-Gourhan, 1943, pp. 98-100).

La llamada “esclavitud generalizada”, es decir, el uso extensivo y for-


zado de la energía humana, el crecimiento por adición de fuerza de
trabajo, ofrecía muy pocas posibilidades para un crecimiento objetivo
de la tecnología que permitiese el ahorro en la utilización de la mano
de obra por lo cual, en todas las épocas y países donde predominó
dicho modo de trabajo, la expansión de la economía agrícola y el
desarrollo social en general se mantuvieron dentro de límites rígidos
(Anderson,1979, pp. 76-77).

110
Modos de producción originarios en América

Esa situación es explicada por la tesis fundamental del marxismo, la


cual nos dice que los factores que determinan el crecimiento social,
son los cambios sociales revolucionarios. Una revolución es un
cambio fundamental y cualitativo provocado en las relaciones de
producción de una sociedad dada, debido al desarrollo de las fuerzas
productivas las cuales, al llegar a un nivel cuantitativo determinado,
entran en contradicción con el orden sociopolítico existente. La evolu-
ción y el cambio acelerado se deben a la misma presión de las fuerzas
productivas y relaciones de producción que forman una unidad indi-
soluble. Es el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que
determinará que la evolución sea lenta, que se produzca un cambio
acelerado o un estallido revolucionario. En el caso de las sociedades
originarias americanas, las condiciones objetivas materiales pusieron
límites para que se diera una línea de desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas similar al de las sociedades del mismo tipo en Europa, a un
tipo de desarrollo de las fuerzas productivas que aquéllas no pudieron
llegar a sobrepasar o revolucionar antes del siglo XVI de la era cris-
tiana. Podríamos decir que por las razones anteriormente expuestas,
la línea general de desarrollo histórico de nuestras sociedades ori-
ginarias se constituyó como una forma civilizadora alternativa a la
europea, llegando a superar sus logros en muchos aspectos.

Por tales razones, con el objeto de explicar el atraso y el estanca-


miento de los pueblos asiáticos en relación con la sociedad capitalista
europea, Marx y Engels formularon, como ya expusimos, la categoría
de Modo de Producción Asiático como constituido por comunidades
aldeanas sometidas a un régimen de “esclavitud generalizada”, con-
trolado por un gobierno despótico. A juicio de Bartra (1969, p. 16),
el grado de retraso de las llamadas sociedades despóticas radicaba
fundamentalmente en el tipo de relación cualitativa existente entre
la fuerza de trabajo y los medios de producción. El Estado tipo asiá-
tico o despótico –dice el autor– surgió entonces como consecuencia
del bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. No destruyó el
“régimen de comunidad primitiva” existente en las aldeas, sino que
lo utilizó e incorporó a la sociedad clasista. El sistema de explotación
que ejercía el Estado no intervenía directamente en el sostenimiento
de la fuerza de trabajo, excepto en los regímenes hidráulicos cuando
se utilizaba el tributo en trabajo para la construcción de canales,

111
Mario Sanoja Obediente

caminos y edificios, creando una sociedad clasista inicial que tenía


como base las unidades sociales basadas en el parentesco, caracterís-
ticas de la formación social y el modo de producción de la anterior
comunidad primitiva (Bartra, 1969, p. 17; Godelier, 1969, p. 30).

La existencia de redes hidráulicas no puede considerarse como el ele-


mento causal del origen de la sociedad clasista y del Estado, ya que
aquéllas muchas veces anteceden su aparición por milenios y centu-
rias. La existencia originaria de los sistemas de riego para la agricul-
tura está demostrada en diversos continentes y pueblos de la costa
del Perú (Moseley, 1975, p. 50), el valle de México (MacNeish, 1967,
I, p. 308, 3), y en el noroeste de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas,
1999a, p. 44). Los sistemas hidráulicos comenzaron a existir como
parte de un complejo de técnicas de subsistencia y sistemas de pro-
ducción en aquellas antiguas sociedades aldeanas y cacicales, muchas
de las cuales no llegaron a alcanzar el carácter de formación estatal
(Manzanilla, 1988, pp. 293-308).

Según Bate (1984, pp. 47-86), la categoría Modo de Producción Asiá-


tico constituye una formulación muy ambigua que no da verdadera
cuenta de la complejidad de procesos que caracterizan a las socie-
dades incluidas bajo la misma. Bate prefiere considerar la existencia
de una formación socioeconómica clasista inicial con su respectivo
modo de producción que caracteriza el paso de una sociedad no cla-
sista hacia una forma estatal clasista. A tal efecto dice:

…el modo de producción de la sociedad clasista inicial puede originarse


como efecto del desarrollo histórico de cualquier forma de comunidad
primitiva, sea antigua, germánica, eslava, “andina” u otras y que su
origen en comunidades de tipo oriental sólo representaría una moda-
lidad particular del proceso histórico de génesis de sociedades clasistas
“primarias” o “secundarias” (Bate, 1984, p. 71).

La centralización de la fuerza de trabajo, como ocurrió en las llamadas


sociedades “prístinas” o “primarias” no sería, pues, requisito universal
y necesario para la ejecución y control de un sistema de obras hidráu-
licas que condicionaría el desarrollo de la estratificación de la sociedad
en clases. En muchos otros casos, la revolución clasista se produjo

112
Modos de producción originarios en América

como un proceso secundario o derivado de la relación de comunidades


primitivas con sociedades clasistas ya conformadas, como en el caso
de Vietnam ya mencionado, sea porque las comunidades primitivas
fueron incorporadas a nuevos sistemas socioeconómicos clasistas por
imposición colonial o por conquista (Bate, 1984, p. 71).

A diferencia de los contenidos corporativos que se atribuyen al lla-


mado Modo de Producción Asiático, el clasismo inicial de tipo empre-
sarial, como hemos discutido en páginas anteriores, fue un fenómeno
histórico característico de la sociedad europea occidental desde
la Edad del Bronce, que se inició hace 4000 años antes de ahora.
Aquella forma originaria de organización de la producción metalúr-
gica y artesanal, propició el desarrollo de la sociedad clasista inicial
en Europa Occidental, como lo evidencian las costumbres funera-
rias ejemplificadas en los llamados campos o necrópolis de urnas que
comienzan a aparecer por toda la Europa Occidental y Central hacia
el año 1100 a.C. En estos campos de urnas, la riqueza de la parafer-
nalia ritual, particularmente objetos metálicos: armas, joyas, vasijas,
carros de guerra, asociados con determinados enterramientos indica
que ya existían profundas diferencias de rango social entre los pobla-
dores de las diferentes aldeas. La pirámide social estaba dominada
por diversas comunidades superiores o estamentos conformados por
jefes rituales y guerreros. El factor básico que mantenía cohesionado
todo el sistema social era el don, el bien como regalo entre las familias
reales que mantenían vínculos dinásticos. En líneas generales, la eco-
nomía de subsistencia de estas sociedades que se inician con la Edad
del Bronce se fundamentaba en la metalurgia, la ganadería, el pasto-
ralismo y la agricultura que constituían como especies de empresas
controladas, no por un Señor despótico, sino por cada una de aque-
llas comunidades superiores (Kristiansen, 1998, pp. 258-267).

En el siglo XIX, la particularidad histórica de aquel paradigma evo-


lutivo del progreso que animó el desarrollo de la sociedad europea,
siguió gravitando en el aura de la visión eurocéntrica que tenían los
maestros del marxismo sobre la historia de la humanidad, la misma
que sustentaba también el darwinismo social y la política colonial de
los países capitalistas. En tal sentido, pero con una intención humani-
taria, aquéllos consideraban necesario elevar al nivel de la civilización

113
Mario Sanoja Obediente

occidental la cultura de aquellos pueblos que todavía conservaban sus


formas de vida originarias o la de aquéllos que se consideraban sin
historia por no poseer un nivel organizativo del Estado y no tener, por
tanto, capacidad para hacer la revolución (Bartra, 1969, pp. 32-39).

Como veremos en el siguiente capítulo, el análisis del paradigma civi-


lizador americano contrastado con el europeo muestra que si bien
existen principios generales y ciertas determinaciones constantes
comunes entre ambos desarrollos históricos, los contenidos parti-
culares de cada uno de ellos han determinado en este momento de
la historia universal la expresión de diferentes formas de desarrollo
desigual y combinado como las que permitieron –por un lado– sus-
tentar la expansión y la hegemonía mundial del sistema capitalista
a partir de la Europa Occidental y los Estados Unidos culminando
con la Comunidad Europea y la OTAN y –por el otro– la Unasur,
el nuevo Mercosur y la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA), alianzas de naciones para promover el
comercio socialista justo y solidario que está naciendo en Suramérica
y el Caribe.

Hacia comienzos del siglo XX, pensadores como Max Weber expre-
saron igualmente que el capitalismo industrial era un fenómeno social
de raíces exclusivamente europeas occidentales, cuyo desarrollo
estaba influido por la ética de movimientos religiosos tales como
el calvinismo (Weber, 1969). De la misma manera Gunder Frank,
apoyándose en los conocimientos arqueológicos sobre la Edad del
Bronce, sostiene también, al igual que Friedman y Rowlands (1977,
pp. 271-272), que:

…We all agree, moreover, that there is an unbroken historical con-


tinuity between the central civilization/World system of the Bronze
Age and our contemporary capitalist World system… (Gunder Frank,
1993, p. 387). (Todos estamos de acuerdo en general que existe una
continuidad histórica ininterrumpida entre la civilización central/sis-
tema mundo de la Edad del Bronce, y nuestro sistema mundial capita-
lista contemporáneo. Traducción nuestra).

114
Modos de producción originarios en América

El ALBA, por el contrario, es expresión de una economía mundo sus-


tentada en los valores sociales solidarios y comunitarios ancestrales
que distinguieron la existencia de los pueblos originarios americanos.

Figura. 2. Juguetes mesoamericanos con ruedas.

115
Parte 2
Civilizaciones y procesos civilizadores
americanos
Capítulo 10
La civilización suramericana-caribeña: procesos
civilizadores del Atlántico y el Pacífico

Nuestra América o Sur América, como ha reconocido Huntington


(1997, p. 46), tiene una identidad diferente a la de la llamada civi-
lización occidental. En nuestra opinión, la causa fundamental de su
expresión particular es que incorpora procesos culturales civiliza-
dores indígenas, originarios, que no existieron ni en Europa, ni en
Asia ni en África. A pesar de la influencia depredadora del capita-
lismo, esos procesos civilizadores postergados e ignorados durante
cinco siglos por las oligarquías nacionales hegemónicas, no sólo han
vuelto a cobrar una fuerza sorprendente sino que muchos antiguos
pueblos originarios están formando parte del sujeto histórico de la
revolución social que sacude los fundamentos del régimen capitalista
neocolonial.

El carácter singular de las civilizaciones originarias americanas fue


reconocido en el siglo XIX por nuestro Libertador Simón Bolívar,
quien nos describió como un pequeño género humano: ni europeo,
ni indígena ni africano. La fundamentación de dicha singularidad ha
sido expuesta y analizada en extenso en multitud de obras enciclo-
pédicas. Entre ellas podemos destacar el Handbook of South Ame-
rican Indians, el Handbook of North American Indians, La historia
general de América, de la cual tuve el honor de coordinar el período
indígena y ser autor de uno de sus volúmenes (Sanoja, 1982), tratados
como los escritos por Gordon Willey (1966, 1971), James Ford (1969)
Laurette Séjourné (1971), Richard Konetzke (1971), Darcy Ribeiro
(1973), entre muchos otros y otras. En la gran parte de las obras
que extienden su análisis hasta la historia posterior al siglo XVI, la

119
Mario Sanoja Obediente

mayoría de los autores exhiben, sin embargo, un sesgo eurocentrista


que considera la cultura de nuestros pueblos como parte de la cultura
grecolatina y la civilización occidental, por el simple hecho de hablar
lenguas romances como el castellano, el portugués y el francés, o len-
guas germánicas como el inglés y tener que aceptar una religión, la
católica, que nos impusieron por la fuerza de las armas. Sobre este
prejuicio eurocentrista nuestras oligarquías locales construyeron his-
torias nacionales oficiales donde se exalta la visión hispanofascista
de nuestra vinculación con la España imperial, el anticomunismo y
el fanatismo oscurantista de la derecha católica franquista, caldo de
cultivo donde han navegado a sus anchas el imperialismo estadouni-
dense y el europeo (Vargas-Arenas, 2007a).

En las civilizaciones originarias nuestramericanas, el desarrollo de


procesos territoriales particulares de desarrollo sociocultural habría
comenzado, en nuestra opinión, desde el momento en que apare-
cieron las primeras formas de vida sedentaria basadas en la agricul-
tura, la caza, la pesca y la recolección. Como hemos analizado en
obras anteriores (Sanoja, 2008, pp. 49-54), conforme a los hechos his-
tóricos ocurridos en el territorio americano entre 5000 años antes de
ahora y el siglo XVI de la era cristiana, es posible plantear en América
la existencia de dos grandes civilizaciones originarias: la norteame-
ricana y la suramericana-caribeña, cuyos todos más desarrollados
culminaron en imperios o sociedades estatales o clasistas iniciales.
La primera tuvo su área de influencia original en un territorio que
abarcaba el norte de Centroamérica (actuales Nicaragua, Salvador,
Honduras, Guatemala), México, el suroeste, el sureste y el noroeste
de Estados Unidos y el territorio actual del Canadá. Esta civilización
se expresó en, por lo menos, cinco grandes procesos civilizadores: la
Cultura Olmeca, los imperios maya y azteca en Mesoamérica, la Cul-
tura Hohokam-Anasazi en el suroeste de los actuales Estados Unidos
y las diversas culturas originarias que se integraron en las tradiciones
arqueológicas Woodland y Misisipi (mapa 3).

La diversidad de modos de vida y de niveles de desarrollo de las


fuerzas productivas que se manifestaron en las sociedades originarias
de Suramérica, el Caribe, Mesoamérica y la América Central, se pre-
sentaba, no como una estructura piramidal en el vértice de la cual

120
La civilización suramericana-caribeña: procesos civilizadores…

estaban los imperios prístinos, sino como una extensa red transversal
de pueblos y procesos de desarrollo sociohistórico donde lo cultural y
socialmente simple se complementaba e interactuaba con lo cultural
y socialmente complejo. A diferencia de las sociedades clasistas que
caracterizan en Europa a la Edad del Bronce, la célula fundamental
de las sociedades clasistas originarias americanas era la comunidad
social consanguínea, ejemplo de lo cual son el ayllu en los Andes Cen-
trales o el calpulli en Mesoamérica, los cuales servían de sustento a
las estructuras socialmente más complejas como linajes, tribus, caci-
cazgos y señoríos que funcionaban en unos casos de manera autó-
noma o en otros subsumidas en imperios como el inka y el mexica
(Sanoja, 2007, pp. 46-51).

El desarrollo de las fuerzas productivas que tanto la sociedad inka


como la tenochca habían alcanzado en el siglo XVI, se vio limitado,
no por la inferioridad física y mental de las poblaciones originarias,
sino por una serie de condicionamientos y carencias materiales que
no podían ser resueltas en aquellas condiciones; por otra parte, cada
una de dichas sociedades representó la cúspide de un proceso cultural
civilizador que ocurrió en medio de enormes extensiones territoriales,
habitadas por pueblos cuyo nivel de desarrollo de las fuerzas produc-
tivas estaba muy por debajo del alcanzado por otras sociedades cla-
sistas. Los procesos de expansión militarista, si bien podían propiciar
la conquista de nuevos pueblos, territorios y recursos materiales, ello
no significaba la apropiación de nuevas y mejores tecnologías que
transformasen cualitativamente el estatus de las sociedades expansio-
nistas. La ausencia de ganado vacuno o caprino, de animales de tiro,
del conocimiento de la rueda, de la metalurgia del hierro y el bronce,
de los elementos básicos de la llamada “tecnología primitiva”, impi-
dieron el desarrollo de los medios e instrumentos de producción, de
las tecnologías y procesos de trabajo, que habrían permitido desa-
rrollar al máximo las fuerzas productivas de las sociedades inka y
tenochca.

La gran civilización suramericana-caribeña habría comenzado a inte-


grarse desde por lo menos el año 3000 a.C. (5000 años antes del pre-
sente). Dicha civilización estaría conformada, en líneas generales, por
dos grandes procesos civilizadores: a) uno que se desarrolló a lo largo

121
Mario Sanoja Obediente

de la vertiente pacífica de Suramérica, el cual podríamos denominar


grosso modo como andino, a lo largo de un eje territorial y cultural
que se extiende sobre las actuales repúblicas de Costa Rica, Panamá,
Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Chile y Argentina. Su fase final, la
más compleja política y culturalmente, fue el Imperio inka (Sanoja,
2007, pp. 51-52); b) un proceso civilizador que ocurrió a lo largo de
la vertiente atlántica suramericana, región dominada por las forma-
ciones selváticas, sabaneras y montañosas que se hallan en la cuenca
del Orinoco, del Amazonas, la del Paraguay-Uruguay, y las forma-
ciones de pampas y sabanas que se extienden desde Venezuela hasta
Tierra del Fuego, el cual culminó en diversas regiones, con la estruc-
turación de sociedades complejas, cacicales o señoríos tipo Estado
(Sanoja, 2007, pp. 53-54).

Los pueblos arawako y caribe que integraban el proceso civilizador


amazónico-orinoquense se difundieron hacia 2000 años a.C., hacia
el norte, vía el arco antillano que comienza en las islas de Margarita
y Trinidad, Coche y Cubagua, masas terrestres que estuvieron unidas
al continente hasta finales del Pleistoceno. Durante este período,
cuando el nivel del mar se encontraba unos ciento cincuenta metros
bajo el actual, el Caribe insular podría haber sido efectivamente una
prolongación territorial del continente suramericano, permitiendo
el desplazamiento de las antiguas bandas de recolectores, cazadores
tanto litorales como del interior, que habitaban la ribera atlántica
desde por lo menos 14000 años antes del presente (Boomert, 2000;
Veloz Maggiolo, 1991; Sanoja, 2006, pp. 53-54; Sanoja y Vargas-
Arenas, 1995, pp. 95-103, 1999a, pp. 143-156; 1999b; 1999c ; 2006,
pp. 49-65; 2008, pp. 9-33; Sanoja, 2007, p. 54).

El proceso civilizador clasista andino-pacífico


Desde períodos tan tempranos como 8000 años antes del presente, los
pueblos recolectores, cazadores, pescadores del litoral pacífico sura-
mericano comenzaron a desarrollar procesos de recolección y pro-
tocultivo de plantas útiles que culminaron, hacia 5000-4000 años
antes del presente, en sociedades aldeanas agroalfareras. Estas trans-
formaciones en los modos de vida del proceso civilizador de la costa
pacífica, se dieron de manera concurrente con la llegada de nuevas
poblaciones humanas originarias braquicéfalas neomongoloides, muy

122
La civilización suramericana-caribeña: procesos civilizadores…

parecidas a las poblaciones modernas del noreste de Asia que entraron


a América por Alaska y ya, para 9000-7000 años antes del presente,
estaban colonizando el litoral pacífico y la región andina desde la
actual Colombia, el litoral ecuatoriano, el peruano hasta el norte de
Chile y Argentina, imponiéndose a las poblaciones humanas que ya
estaban asentadas en la región desde por lo menos 30000 años antes
del presente. Los descendientes de aquellos últimos colonizadores
son conocidos modernamente como quechuas, aymaras, manteños,
huancavilcas muiscas, chibchas, arawak, entre muchas otras etnias
(Sanoja, 2007, pp. 30-36).

Después de una larga ocupación por poblaciones precerámicas y


arcaicas que se inició entre 8800 y 5500 años a.C. (Sanoja y Vargas-
Arenas, 1999d, p. 208; Lumbreras, 1983, pp. 26-28; Bischoff, 2008,
pp. 40-66), desde 3370 años a.C., la aldea de Real Alto, Península de
Santa Helena, Ecuador, revela ya la presencia de los primeros centros
ceremoniales o comunidades centrales donde existía división social
del trabajo, rodeados de otras comunidades subsidiarias de agri-
cultores, pescadores y recolectores (Meggers et alii, 1965; Marcos,
1998). El proceso de desarrollo sociohistórico continuó con la apa-
rición de modos de vida cacicales jerárquicos entre 1500 a.C y 500
d.C., Fase Chorrera, período coincidente con la aparición de modos
de vida similares en el Valle del Cauca y el Macizo Colombiano
(Meggers, 1966, pp 55-66; Rodríguez, 2002, pp. 61-166; Rodrí-
guez, 2005, pp. 125-169), culminando con la formación de señoríos,
sociedades jerarquizadas de tipo clasista inicial, donde destaca la
existencia de una casta dirigente sacerdotal que tenía el poder y la
capacidad para apropiarse de la producción excedentaria de bienes
terminados y materias primas, un cambio sustantivo en la forma y el
contenido de la propiedad y el control de los medios de producción y
un control acentuado sobre la fuerza de trabajo. La organización y el
diseño del espacio territorial están dominados por los centros cere-
moniales y administrativos de importante magnitud donde resalta la
construcción de templos, edificios públicos y viviendas domésticas
sobre plataformas de tierra.

Sitios arqueológicos como Cochasqui (850-1560 d.C.) son la evi-


dencia concreta del largo proceso urbano originario del Ecuador

123
Mario Sanoja Obediente

que –como hemos dicho– comenzó desde hace por lo menos 4000 o
5000 años antes del presente, como atestiguan los asentamientos de
Real Alto y Valdivia sobre el litoral pacífico (Meggers et alii, 1965;
Meggers, 1966, pp. 142-148; Marcos, 1988; Ortiz, 2009; Museo
del Banco Central del Ecuador, 2008). Ello nos da una clara idea de
lo que representa el pueblo originario de la región ecuatoriana para
entender la historia social del norte de Suramérica, puesto que los
procesos urbanos no son solamente indicadores del desarrollo mate-
rial y tecnológico sino, principalmente, del desarrollo de sociedades
complejas tipo Estado.

Tanto en Cochasqui, señorío Cara, como en los señoríos de la Cul-


tura Manteño del Ecuador destacan la minería, la metalurgia y la
orfebrería utilizando técnicas de fusión, laminación a martillo, cera
perdida, repujado, soldado, utilización de aleaciones de cobre y de
plata y oro para dorar objetos de metal. Los señoríos ecuatorianos
conservaron una vida independiente hasta el año 1438 de la era,
cuando fueron sometidos por los ejércitos incaicos e incluidos en el
Tahuantisuyu, la organización político territorial del imperio de los
incas (Sanoja y Vargas-Arenas, 1999d, pp. 208-213; Ortiz, 2009, pp.
124-125).

Según los datos arqueológicos (Lumbreras, 1990, p. 100; Patterson,


1991, pp. 20-26; Shady Solis, 2007), hacia 3000 años a.C. (5000
años antes del presente) los centros ceremoniales que caracterizaban
la estructura territorial de los Andes Centrales durante el Período
Formativo, albergaban grupos de personas altamente especializadas,
sacerdotes y sus servidores, en la medición, el cálculo y la previsión del
tiempo, categoría abstracta cuyo conocimiento era fundamental para
controlar anualmente las estaciones de lluvia y sequía, la capacidad de
disponer de agua para los sistemas de regadío y preparar los campos
para el cultivo.

Los instrumentos de medición del tiempo para elaborar los calenda-


rios se hacían según los observatorios donde se analizaban y codi-
ficaban los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas, los cuales
se convirtieron en los parámetros matemáticos de la temporalidad.
Quienes controlaban dichos conocimientos controlaban también el

124
La civilización suramericana-caribeña: procesos civilizadores…

proceso productivo del cual dependía la reproducción social del grupo


humano. Por esa razón, los sacerdotes y sus asistentes estaban dispen-
sados del trabajo directo. Tal fue el origen de las clases sociales, de
las nuevas formas de poder que pasaron del control de la comunidad
doméstica a las de una élite que regulaba el crecimiento de las fuerzas
productivas. Su poder creció tanto que, hacia finales del Período
Formativo, 500 años antes de la era cristiana, ya se había transfor-
mado en una nueva formación social de carácter clasista, núcleo ori-
ginario de un poder o Estado teocrático andino (Lumbreras, 2005,
p. 252). Sin embargo, el núcleo fundamental de la sociedad incaica
siempre fue y ha seguido siendo en general el ayllu, lo cual determinó
su carácter básicamente comunal y autosuficiente considerado por
algunos autores como socialista (Baudin, 1961, p. 103).

Al consolidarse la revolución urbana en los últimos siglos del primer


milenio a.C., el Estado teocrático y los centros ceremoniales fueron
reemplazados por un Estado mercantil cuyo fundamento eran los
pueblos y ciudades de carácter administrativo que servían de asenta-
miento a los funcionarios estatales como el curaca principal y tutricut
(gobernador puesto por el Inka) enviado y nombrado desde el Cusco
con grandes poderes legales, políticos, administrativos y militares,
encargados de la gerencia y planificación de las actividades produc-
tivas agropecuarias y artesanales que debían ser ejecutados por los
mitmaes yuncas o mitimaes. Se alude con este nombre a los enclaves
o colonias de trabajo colectivo obligatorio que debían los hombres y
mujeres de los diferentes ayllus en las tierras del Estado (Espinoza,
1978, pp. 299-328).

En la ciudad de Chan-chán, por ejemplo, capital de la sociedad


Chimú, en los llamados “barrios populares” constituidos por la aglu-
tinación de pequeños recintos de habitación, vivía la gente común:
artesanos y artesanas, mercaderes y servidores y servidoras de dife-
rentes oficios que no disfrutaban del nivel de vida de la clase nobiliaria
que habitaba en palacios construidos en el centro del área urbana.
Fuera de la ciudad habitaban los campesinos y las campesinas, los
pescadores y las pescadoras, los trabajadores y las trabajadoras no
urbanos e incluso funcionarios de la burocracia estatal.

125
Mario Sanoja Obediente

El proceso de trabajo metalúrgico se orientaba principalmente hacia


el cobre y la plata. Existían grupos de trabajadores y trabajadoras que
se ocupaban de explotar las minas de oro, plata y cobre y fundir el
mineral que era transformado en lingotes. Para manufacturar los pro-
ductos del cobre, la plata y sus aleaciones se utilizaban técnicas com-
plejas como la soldadura, la cera perdida, el vaciado en moldes y el
enchapado, el estampado, el repujado, el dorado y el plateado, pro-
ductos que eran monopolizados por la élite nobiliaria al igual que
otros bienes exóticos como las turquesas, los mantos de plumas, las
maderas exóticas (Lumbreras, 1999, pp. 379-390). El bronce, la alea-
ción de cobre y estaño, aparece también en el altiplano andino aso-
ciado inicialmente con las Culturas Tiwanako y Chavín. El trabajo del
bronce se desarrolló técnicamente durante el Imperio incaico, esto es,
a partir del siglo XII de la era cristiana, y se propagó tardíamente sobre
todos los territorios ocupados por el mismo. Las técnicas metalúrgicas
utilizadas fueron el martillado, la fusión y el moldeado y el repujado,
con las cuales se fabricaron principalmente adornos, cuchillos en
forma de medialuna denominados tumi, agujas, anzuelos y armas de
guerra (Rivet y Arsandaux, 1946, p. 179; Lanning, 1967, p. 165).

En la fase de consolidación del proceso urbano, el estamento de jefes


político-militares desplazó a los especialistas en controlar el tiempo
poniendo fin a la teocracia. El Estado, supremo conductor del pro-
yecto de vida de los habitantes de un territorio, convirtió el antiguo
modo tributario en la renta que el campo, los trabajadores y trabaja-
doras artesanales y sus señores nobles debían pagar a las ciudades en
nombre del Rey o Inka. El Estado centralizado del Imperio incaico,
que comenzó a formarse en el siglo XII de la era cristiana, alcanzó su
apogeo alrededor del año 1430 de la era, hasta colapsar definitiva-
mente hacia 1540 con la conquista española.

En la actual Colombia y en el noroeste de Venezuela la vida seden-


taria y la domesticación de plantas comenzó a darse desde 4000-
3000 años a.C. Para inicios de la era cristiana ya existían complejas
sociedades de linaje que, para el siglo XVI, habían devenido de tipo
Estado, pueblos que habitaban aldeas de regular tamaño asociadas
con regadío, cultivo en terrazas, arquitectura en tierra o piedra. En
los casos colombiano y panameño la metalurgia del oro y la tumbaga

126
La civilización suramericana-caribeña: procesos civilizadores…

llegó a alcanzar altos niveles de excelencia (Rodríguez 2002, 2005;


Sanoja y Vargas-Arenas, 1999d, pp. 201-219).

Al sur del territorio ocupado por las sociedades clasistas iniciales de los
Andes Centrales, la extensa región bordeada por el Pacífico y el Atlán-
tico que se extiende hasta la Tierra del Fuego, estaba habitada para el
siglo XVI por una gran diversidad de pueblos recolectores, cazadores y
pescadores, canoeros litorales y del interior y agricultores aldeanos,
muchos de los cuales estuvieron fuertemente influidos por las culturas
andinas centrales: guaraní, araucano, diaguita, ona, yahgan, alakaluf,
que parecen haber conservado, para la época e incluso hasta el pre-
sente, rasgos culturales que recuerdan a los de los pobladores ances-
trales de la América del Sur (Steward y Faron, 1959, pp. 262-283;
Estévez y Vila, 1996, 1998).

El proceso civilizador amazónico-orinoquense


Sobre la vertiente atlántica suramericana se desarrolló otro proceso
civilizador que podríamos llamar en líneas generales como amazó-
nico-orinoquense (Sanoja, 1982, pp. 137-211; 2006, pp. 53-54), cuyas
influencias culturales irradiaron hacia las Antillas Menores y Mayores.
Hacia 4600 años antes del presente (2600 años a.C.), los pueblos
arcaicos litorales de la ribera atlántica, los pueblos litorales de cultura
tipo arcaico del golfo de Paria, Venezuela, y la costa noroeste de la
actual Guyana, parecen haber iniciado el proceso de domesticación de
ciertas raíces y tubérculos tropicales como la yuca (Manihot sculenta),
el ocumo (Xanthosoma sagittifolium) y el ñame (Dioscorea alata),
entre otros, sobre los cuales se fundamentó la formación de sociedades
sedentarias agricultoras en el noreste de Suramérica (Sanoja, 1997, pp.
119-126). Entre 1500 y 1000 años a.C. hay evidencias concretas de la
migración de pueblos ligados a las culturas formativas andinas de la
vertiente amazónica y el altiplano, particularmente Kotosh y Chavín,
hacia el litoral atlántico del noreste de Suramérica y el Bajo Orinoco
que se hallaba para entonces ocupado por grupos humanos recolec-
tores cazadores (Sanoja, 1979, 1982). La excelencia de la manufactura
ceramista del formativo andino, dio origen a hermosas tradiciones cul-
turales locales conocidas como Tradición Barrancas (Sanoja, 1979, pp.
254-290; 1982, pp. 166-170) y Tradición Marajoara (Sanoja, 1982,
pp.149-154), entre otras, pero que no reprodujeron en las extensas

127
Mario Sanoja Obediente

sabanas y selvas de galería que bordeaban el cauce de grandes ríos


como el Orinoco y el Amazonas, las complejas pautas de la organiza-
ción social ni de la vida urbana de las sociedades formativas andinas
(Sanoja, 1979, 2006, pp. 40-41). Sin embargo, los pueblos y la cerá-
mica barranqueña, de tradición andina, se difundieron desde inicios
de la era cristiana a lo largo del arco antillano, constituyendo el fun-
damento de la Sociedad Taína que se desarrolló posteriormente en las
Grandes Antillas (Sanoja, 1982, pp. 217-238).

A diferencia del proceso civilizador andino, los pueblos originarios de


la ribera atlántica estaban organizados en una diversidad de formas
sociales: comunidades aldeanas igualitarias, cacicazgos y señoríos,
las cuales no se transformaron en sociedades estatales o clasistas ini-
ciales. Los desarrollos culturales de los pueblos cultivadores arawak,
caribe, tupí y guaraní confluyeron para formar una macrorregión his-
tórica que engloba el piedemonte andino amazónico, la cuenca ama-
zónica, la cuenca del Orinoco y el litoral atlántico-caribe del noreste
de Suramérica, región que hoy corresponde grosso modo con el
espacio geográfico del nuevo Mercosur. Este hecho inhibió posterior-
mente la formación de oligarquías coloniales cerradas similares a las
del área andina, que más tarde se transmutaron a partir del siglo XIX
en oligarquías republicanas, enclaves defensores de los intereses eco-
nómicos y de la cultura de dominación del imperialismo y finalmente
de los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos. Por el con-
trario, las sociedades igualitarias o las estratificadas características de
la ribera atlántica, propiciaron la posibilidad de constituir sociedades
republicanas más igualitarias, más dinámicas y revolucionarias que
han podido en ciertos casos frenar el poder de las oligarquías repu-
blicanas representantes del poder imperial europeo y estadounidense
(Sanoja, 2007, pp. 55-61).

El proceso civilizador caribeño


Los pueblos cazadores, recolectores y pescadores del noreste de
Suramérica comenzaron, desde 5000 años antes del presente, a
navegar las rutas oceánicas que llevaban desde el continente surame-
ricano hacia la región insular del Caribe Oriental. Desde 2200 años
antes del presente, los pueblos arawakos y luego los caribes comen-
zaron a colonizar las Pequeñas y Grandes Antillas absorbiendo las

128
La civilización suramericana-caribeña: procesos civilizadores…

poblaciones originarias de recolectores, pescadores-cazadores, deter-


minando el surgimiento de un proceso civilizador antillano donde
confluyen también otras influencias culturales emanadas del forma-
tivo originario mesoamericano (Sued Badillo, 1978; Alegría, 1983).
En las actuales islas de Puerto Rico, Haití, República Dominicana
y Cuba, las poblaciones originarias de origen suramericano culmi-
naron en sociedades muy estratificadas como la taína. Esas pobla-
ciones se mestizaron localmente con otras preexistentes o tuvieron
influencias emanadas de la Cultura Maya u Olmeca (Veloz Mag-
giolo, 1972; Cassá, 1974; Alegría, 1983, pp. 149-156; García-Goyko,
1984), dando lugar a un proceso civilizador caribeño donde tuvieron
cabida, las culturas arawakas y su expresión en las Grandes Antillas,
la Cultura Taína, así como la Cultura Caribe. Los tres procesos civi-
lizadores, el andino, el amazónico y el caribeño se desarrollaron a lo
largo de cursos históricos mayormente paralelos, aunque comple-
mentarios, los cuales continúan influyendo en la moderna comunidad
de las actuales naciones suramericanas y caribeñas.

129
Capítulo 11
La civilización norteamericana

El proceso civilizador clasista mesoamericano


Los grupos humanos que habitaban las ciudades-Estado y/o sujetas
a la dominación de los imperios mesoamericanos, estaban estratifi-
cadas en clases sociales y éstas, a su vez, en unidades sociales orga-
nizadas de manera consanguínea, al igual que en el Imperio inka. La
primera formación estatal mesoamericana estuvo caracterizada por
un desarrollo simultáneo de diversos centros político-religiosos, cons-
tantemente interconectados, los cuales aglutinaban en su derredor
diversas aldeas y poblados subordinados. Una formación clasista ori-
ginaria, la olmeca, se concentró durante el período preclásico tem-
prano y medio en las tierras bajas del sur de México que se extienden
desde Veracruz hasta Centroamérica, dominada posiblemente por
estamentos de guerreros y de mercaderes misioneros. Existe evidencia
de obras de drenaje en pantanos, represamiento y canalización de
ríos, redes de distribución de agua en las ciudades o centros ceremo-
niales, y edificaciones públicas y religiosas cuya construcción debe
haber requerido la movilización de grandes contingentes humanos.
En la opinión de los arqueólogos y arqueólogas especialistas en el
área olmeca, ésta no se considera propiamente como sociedad estatal,
aunque es en ella donde se encuentran las semillas de la formación
estatal mesoamericana (Piña Chan, 1967, pp. 49-75).

Desde el Período Formativo se habría originado una teocracia caracte-


rizada por la presencia de centros ceremoniales y grandes necrópolis,
ejemplo de lo cual serían Teotihuacán, Monte Albán, Kaminaljuyú y
Tzakol. Ya en el período clásico, existiría un urbanismo desarrollado y
una sociedad estratificada en una nobleza sacerdotal con sus servidores

131
Mario Sanoja Obediente

y una masa de campesinos y campesinas aldeanas, cultivo intensivo


utilizando riego, terrazas y chinampas, la manufactura y distribu-
ción comercial de bienes suntuarios. En Tikal, Guatemala, durante
el período clásico, las familias extendidas basadas en el parentesco ya
habían llegado a conformar unidades de producción y consumo, rasgo
bastante común entre las clases productoras de la sociedad (Patterson,
1997, pp. 186-196).

Hacia la cuarta y quinta centuria de la era cristiana, ya existían en la


ciudad de Teotihuacán, valle de México, áreas de talleres donde se
fabricaban diversos tipos de herramientas de obsidiana y de piedra, de
concha, cerámica, cestas, petates, madera estucada, papel de amate,
tejidos, arte plumario, así como comunidades de albañiles, estucadores,
artistas muralistas, dibujantes de códices. Parte de dicha producción se
dedicaba a satisfacer las necesidades locales y regionales, en tanto que
otro volumen importante era distribuido a través de redes comerciales
para satisfacer las necesidades de unos cinco millones de consumidores
en toda Mesoamérica. Artefactos fabricados con esta clase de obsi-
diana han sido hallados desde 1000 años a.C en el centro olmeca de San
Lorenzo, sur de Veracruz y en otros centros similares como La Venta.
El acceso de los trabajadores y trabajadoras a las minas de la valiosa
obsidiana verde, ubicadas en el actual estado de Hidalgo, estaba posi-
blemente bajo control estatal. Los talleres de producción y los artesanos
y artesanas mismas, organizados en barrios de especialistas o locali-
zados en los palacios de la élite, estaban al parecer controlados por las
unidades sociales que integraban la clase nobiliaria y guerrera. Los mer-
caderes estaban organizados de manera corporativa y actuaban como
agentes comerciales de los reyes o gobernantes, particularmente cuando
cumplían misiones comerciales ante señores extranjeros. Los señores
obtenían como tributo la mayor parte de los productos que luego se
canalizaban a través de las redes comerciales. Ello restringía el capital
disponible entre los mercaderes privados para la reinversión, limitando
así sus posibilidades de acumular riquezas independientemente del
Estado y de la clase nobiliaria (Millon, 1972, pp. 230-235; Patterson,
1997a, pp. 131-132 y 263-265; Carrasco, 1976, pp. 230-235).

En el Estado tenochca, que existía en el valle de México durante el


Postclásico tardío, las antiguas instituciones gentilicias de gobierno

132
La civilización norteamericana

encarnadas en la antigua forma de propiedad comunal representada


por el calpulli, coexistían también con la forma de propiedad nobi-
liaria y la administración burocrática centralizada. Aparecen en el
segmento nobiliario y burocrático mediante formas de acumulación
de riqueza particularmente la adscripción de tierras y la apropiación,
bajo la forma de tributos, de los excedentes de producción obtenidos
por las comunidades gentilicias.

La clase dominante de la sociedad tenochca asumió un carácter de


oligarquía militarista y teocrática bajo el poder absoluto de un rey o
emperador, el cual llegó a someter bajo su autoridad, mediante la con-
quista armada, casi la totalidad de los otros pueblos mesoamericanos.
Según las funciones que desempeñaban, la sociedad tenochca estaba
estratificada en guerreros, sacerdotes y funcionarios que atendían la
organización administrativa de los templos o palacios y aseguraban la
apropiación de los excedentes de producción; mercaderes o pochtecas
que daban respuesta a la demanda popular de bienes suntuarios y,
finalmente, los y las productores primarios así como los artesanos,
artesanas, campesinos y campesinas. Según la condición social, exis-
tían personas privilegiadas, personas libres, siervos y siervas agrarias,
esclavos y esclavas. Parte de los artesanos y artesanas independientes
agrupados en barrios, así como los campesinos y campesinas, podían
ofrecer libremente su producción de bienes terminados y alimentos en
los mercados (Olive Negrete, 1958, pp. 116-117; Carrasco, 1982).

La propiedad y el control del agua, así como de los sistemas hidráu-


licos del valle de México tuvieron gran importancia en las relaciones
políticas y económicas y en la estrategia de poder existente entre los
distintos señoríos del valle de México. Por otra parte, todo el sistema
lacustre de la cuenca del valle de México y las regiones colindantes
constituían el sustento material de una gran unidad geohistórica cuyo
funcionamiento estaba determinado por la fluidez del transporte
acuático (Rojas et alii, 1974).

El proceso civilizador de la costa este de Estados Unidos


En la costa sureste y noreste de los actuales Estados Unidos, la civili-
zación norteamericana se desarrolló a partir de un largo y complejo
proceso civilizador que arranca desde las sociedades primordiales

133
Mario Sanoja Obediente

de recolectores-cazadores cuya antigüedad parece remontarse por lo


menos a 30000 años antes de ahora, a los pueblos arcaicos y a las Tra-
diciones Culturales Adena y Hopewell y que finalmente desemboca
en las complejas sociedades posiblemente de tipo Estado como las que
se desarrollaron en la Cultura Misisipi y finalmente diversos grupos
tribales, entre los cuales destacan los conocidos iroqueses (Willey,
1966, p. 310; Griffin, 1978, pp. 256-264, 272). No deja de llamar
nuestra atención en esta hora cuando el capitalismo está viviendo una
de sus peores crisis estructurales, quizás la final de dicho sistema, el
hecho de que haya sido precisamente a partir del estudio de la gens
iroquesa hecho por el antropólogo estadounidense Lewis H. Morgan
(1965), que se hayan sistematizado las características generales del
comunismo primitivo, de la utopía comunista.

Como resultado de la intensificación del cultivo en una de las regiones


con suelos que presentan el mayor potencial agrícola de los actuales
Estados Unidos y el desarrollo de un sector de especialistas en la pro-
ducción alfarera, así como del trabajo de la concha y la piedra y la
metalurgia del cobre martillado hacia 500 años a.C (Willey, 1966,
pp. 292-294; Fowler, 1988, pp.105-107) se creó un sistema de ocupa-
ción territorial fundamentado en la existencia de sitios de habitación
jerarquizados, siendo uno de ellos más grande y más complejo que era
la unidad de control de toda la unidad política.

La comunidad más importante de cada una de aquellas unidades,


como son los casos de Cahokia y Moundville, entre otras, podía ser
un centro ceremonial ocupado cíclicamente o un centro administra-
tivo. Cada sistema regional comportaba un centro fortificado dentro
del cual se construían edificios públicos, casas y un área de plaza.
Estas comunidades controlaban un número de asentamientos satélites
más pequeños que constituían centros de producción diseminados en
los campos vecinos. El gran centro administrativo de Cahokia, Illi-
nois, sugiere la existencia de una sociedad clasista con acceso diferen-
cial a la riqueza social, gobernada por un señor y una corporación de
jefes menores (Fowler, 1988, pp. 231-247).

Todos estos hechos sugieren la presencia de influencias culturales


mesoamericanas en las poblaciones originarias del valle del Alto

134
La civilización norteamericana

Misisipi (Willey, 1966, p. 293; Brennan, 1970, p. 321). De igual


manera, otros autores como Riley, Eging y Rosen (1990, pp. 525-542)
han planteado la posibilidad de que ciertas especies de plantas tropi-
cales, tales como el maíz (Zea mays), el tabaco (Nicotiana rústica),
los frijoles (Phaseolus vulgaris) y los quenopodios hubiesen podido
difundirse desde Suramérica a través de las Antillas caribeñas. Ello es
consistente con los movimientos tempranos de poblaciones arcaicas
paleoguarao que se produjeron desde el noreste de Venezuela a lo
largo de las islas del Caribe Oriental desde 6000-5000 años a.C.
(Sanoja y Vargas-Arenas, 1995, pp. 375-377). De la misma manera,
las evidencias lingüísticas aportadas por Granberry (1989) parecen
indicar que ciertas lenguas habladas en la Península de la Florida
como la timucua podría estar relacionada con las lenguas andino
ecuatoriales o de la phyla macro-chibcha, en tanto que su estructura
gramatical tiene una base guaroide, afín con la lengua paleoguarao
que hablaban las antiguas poblaciones arcaicas que habitaron el
noreste de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995, p. 380).

El proceso civilizador del suroeste de Estados Unidos


En el suroeste de los actuales Estados Unidos, autores como Di Peso
(1983, pp. 177-194) han planteado la existencia de una macrorre-
gión geohistórica, la Gran Chichimeca, la cual se constituyó origi-
nalmente sobre la base de desarrollos culturales locales que fueron
luego muy influidos por las sociedades provenientes del actual
México, como la huasteca y la maya, cuyas poblaciones utilizaban
el náhuatl como lengua franca. Los datos arqueológicos y etnohistó-
ricos indican que alrededor del año 1060 d.C., grupos de mercaderes
mesoamericanos entraron al valle de Casas Grandes e inspiraron a los
nativos chichimecas la construcción de la gran ciudad de Paquimé,
un importante centro comercial cuya influencia se hizo sentir hasta
el valle de México, dando nacimiento a lo que posteriormente ven-
dría a ser la cultura azteca del valle de México (Di Peso, 1974, II, pp.
290, 622). Entre la diversidad de grupos humanos de la Gran Chichi-
meca destacan, particularmente, los anasazi, agricultores que habi-
taban grandes pueblos construidos con adobe, y los apache, quienes
hicieron una considerable oposición primero a los españoles y luego a
los colonizadores angloamericanos del siglo XIX.

135
Mario Sanoja Obediente

El proceso civilizador de la región noroeste de Estados Unidos


y Canadá
En el momento de los primeros contactos con los europeos, las
regiones subártica y ártica de Norteamérica eran el hogar de pueblos
adaptados a la dura existencia en las costas, bosques y llanuras que
permanecían heladas durante los largos inviernos: esquimales, tlingit
y haida, kwakiutl, nootka y otros, los cuales formaron parte –para ese
momento– de la llamada Cultura de la Costa Noroeste. Esta cultura se
caracterizó por su organización social en rangos, su énfasis en la acu-
mulación de propiedad personal y su especialización en la explotación
de los recursos marítimos o litorales (Jennings, 1978, p. 46).

¿Centroamérica, proceso civilizador autónomo?


Dentro de este breve panorama que hemos dibujado del paradigma
civilizador precapitalista suramericano y mesoamericano, el sur de la
América Central podría ser considerado como un proceso civilizador
de naturaleza muy sui géneris, ya que para el momento del contacto
con los europeos, las poblaciones originarias que habitaron el actual
territorio de las repúblicas de Panamá y Costa Rica parecen haber
constituido, de cierta manera, una extensión de culturas como la Tai-
rona del noroeste de Colombia. De la misma manera, tuvieron posi-
blemente nexos muy estrechos con la sociedad olmeca, así como con
las culturas maya y mexica del sur de Mesoamérica que se desarro-
llaron en las actuales repúblicas de Nicaragua, Salvador, Honduras
y Guatemala (Sanoja, 1982, pp. 89-135). Por su posición geográfica,
la América Central es como un puente, no solamente terrestre sino
también cultural bordeado por los dos grandes océanos, el Pacífico y
el Atlántico, tendido entre la civilización norteamericana y la surame-
ricana-caribeña. Esa posición particular geográfica y cultural, parece
haberle conferido, a partir del siglo XIX, características muy parti-
culares a su inestable desarrollo histórico como región, fuertemente
intervenida por los intereses políticos de México, Estados Unidos y
Europa (Sanoja, 1996, Vol. III, pp. 582-586; Sanoja, 2007, p. 49).

La técnica de la metalurgia del oro y su aleación con el cobre se


extendió sobre una extensa región que comprende principalmente
Ecuador, el litoral y el altiplano de Colombia, Panamá y Costa
Rica. Con la aleación denominada tumbaga, fabricaban verdaderos

136
La civilización norteamericana

objetos de prestigio de uso ritual, funerario o ceremonial que podían


adquirir la apariencia y la inalterabilidad del oro puro, los cuales eran
al parecer distribuidos mediante intercambio sobre aquellas vastas
extensiones (Rivet y Arsandaux, 1946; Pérez de Barradas, 1966;
Helms, 1979, pp. 78-97; Legast, 1980; Rodríguez, 2002, pp. 208-
216, 330; Bray, 1981).

La imposición forzada del capitalismo


La imposición forzada del capitalismo y la religión, la católica y la
protestante, a las sociedades nuestramericanas por los invasores
europeos, interrumpió la concreción de los diferentes procesos
civilizadores originarios. Para inicios del siglo XVI –como hemos
expuesto– las sociedades urbanas originarias de la vertiente pacífica,
que poseían un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas,
habían vivido durante miles de años sujetas a un riguroso sistema de
dominación política, encuadradas dentro de procesos de tributación
cuyo producto era apropiado y redistribuido por la autoridad central.
Por estas razones, tanto el proceso civilizador inka como el azteca,
sirvieron de base para la implantación de virreinatos coloniales, calco
a su vez del poder absolutista de la monarquía española. Los virrei-
natos conservaron casi intactas las antiguas estructuras regionales de
poder y el funcionariado imperial, las cuales fueron colocadas bajo el
control del virrey y de la nueva nobleza o burguesía colonial agraria y
comercial (Sanoja, 2007, pp.56-57).

En la ribera atlántica, los conquistadores y colonizadores españoles


tuvieron, por el contrario, que comenzar a construir desde cero su
sistema colonial, ya que el nivel de desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas de las sociedades originarias, organizadas en un complejo
sistema social de bandas de recolectores-cazadores, comunidades
aldeanas, cacicazgos y señoríos dispersos sobre tan extenso territorio
(Sanoja, 2007, pp.57-61; Vargas 1990) impidió que los colonizadores
se insertasen en las sociedades originarias locales o que los indígenas
se incluyesen en el grupo colonizador, como ocurrió en las sociedades
clasistas originarias de la región pacífica (Sanoja, 2007, pp. 57-58).

Las repúblicas que se constituyeron a partir de la civilización sura-


mericana-caribeña y de la civilización norteamericana sometidas

137
Mario Sanoja Obediente

al Imperio español, a partir de su independencia de la metrópoli,


pasaron a ser controladas por las oligarquías políticas heredadas de
la colonia o de las guerras de independencia como en Nuestra Amé-
rica, o controladas en el caso de Norteamérica por grupos financieros
o empresariales europeos o estadounidenses, los cuales sustentaban
respectivamente su poder en la monoproducción y la exportación
de materias primas o bien en la producción y exportación de bienes
terminados. La tarea fundamental de los ejércitos en las diferentes
repúblicas latinoamericanas era –y sigue siendo en muchos casos–
mantener y defender el régimen de explotación que garantizaba los
privilegios culturales, sociales, políticos y económicos de los lati-
fundistas, mineros y comerciantes locales y de sus amos europeos o
estadounidenses. Estas estructuras de poder, con sus variantes y sus
cambios formales, siguen todavía vigentes en la mayoría de las repú-
blicas americanas hispanas.

En las regiones al norte de Norteamérica, los colonizadores britá-


nicos, franceses y españoles construyeron desde inicios del siglo xv
diversos enclaves coloniales, con los cuales se creó el Estado nacional
estadounidense en 1783. A partir de ese año, la comunidad originaria
de angloamericanos recibió el soporte de inmigrantes provenientes de
las islas británicas, la Europa Central, la Mediterránea y la Escandi-
nava, quienes aportaron importantes conocimientos tecnológicos que
propulsaron la agricultura avanzada, la industria, la navegación y el
comercio internacional. Con ese apoyo, los angloamericanos iniciaron
la conquista de tan vasto continente hasta entonces ocupado por los
grupos originarios, empresa que culminaría hacia finales del siglo
XIX con la creación de una formación capitalista industrial muy avan-
zada, la eliminación casi total de las poblaciones indígenas origina-
rias y la consolidación de un proceso civilizador capitalista autónomo,
vinculado económica, política y tecnológicamente con el europeo.
La llamada Conquista del Oeste permitió a Estados Unidos en 1848
–mediante la conquista armada– apoderarse de las antiguas provincias
mexicanas de Texas, Arizona, California, Colorado, Nevada y Nuevo
México, las cuales constituían más de la mitad norteña de los Estados
Unidos Mexicanos (Britto García, 2007, pp. 51-52). Entre finales del
siglo XX e inicios del siglo XXI, a través del Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (conocido por sus siglas Tlcan o Nafta) y los

138
La civilización norteamericana

TLC firmados con las repúblicas centroamericanas, Estados Unidos


se anexó virtualmente todo el territorio meridional que quedaba del
antiguo Virreinato de la Nueva España, o de la antigua civilización
norteamericana que tuvo su epicentro en el valle de México.

La civilización latinoamericana o Nuestra América


Los procesos de conquista y colonización iniciados en el siglo XVI
por los europeos portadores de la civilización occidental, alteraron
las líneas históricas y las fronteras culturales que permitían diferen-
ciar las civilizaciones y los procesos civilizadores originarios ame-
ricanos. El territorio de Norteamérica controlado principalmente
por Inglaterra y Francia, pasó a convertirse en una colonia de cul-
tura anglófona y francófona. El resto, Mesoamérica, América Cen-
tral, el Caribe y Suramérica, exceptuando los posteriores enclaves
coloniales ingleses, franceses, holandeses y daneses, devino en lo
que el imperialismo ha dado por llamar América Latina y que noso-
tros denominamos Nuestra América. Ciertos pensadores liberales
latinoamericanos eurocéntricos del siglo XIX también propiciaron
la inmigración europea como “medio de progreso y de cultura para la
América del Sur” (Alberdi, 2005, pp. 99-110). Los países del cono sur,
particularmente Argentina, recibieron grandes contingentes de inmi-
grantes europeos de diversa procedencia, hecho que impactó fuerte-
mente el estatus étnico, cultural, político, económico y tecnológico
de los países. Este proceso abrió una profunda brecha cultural entre
éstos y los pueblos del norte de Suramérica y el Caribe, la cual ha
comenzado a ser reducida por el movimiento de integración regional
que comienza a despuntar en el siglo XXI.

Las sociedades de tradición igualitaria de la ribera atlántica sura-


mericana, que habían ocupado un lugar secundario en los intereses
estratégicos de los imperios español y portugués hasta el siglo XIX se
convirtieron, a mediados del siglo XX, en componentes vitales para
las transnacionales y el dominio imperial sobre Nuestra América. La
ribera atlántica es un emporio de materias primas necesarias para el
desarrollo de las tecnologías de punta que han contribuido a poten-
ciar el desarrollo científico-técnico y la acumulación de capitales de
las transnacionales del Imperio. Si bien esto sirvió para enriquecer
a las oligarquías locales y las corporaciones transnacionales, no ha

139
Mario Sanoja Obediente

contribuido a resolver las condiciones de injusticia social, pobreza


y atraso en las cuales viven todavía millones de suramericanos y
caribeños, al contrario las han agravado. No nos queda, pues, otro
camino que la revolución social (Sanoja, 2006, p. 64).

Las luchas de resistencia de nuestros pueblos contra la colonización


ibera, española y portuguesa, y luego contra el neocolonialismo esta-
dounidense y europeo, nos están volviendo a reunir como una sola y
nueva civilización, cual un nuevo género humano como decía Bolívar.
A diferencia del pasado, hoy día nuestros pueblos son cada vez más
dueños de sus enormes recursos naturales, particularmente los hidro-
carburos, los gasíferos, minerales, acuíferos y la rica biodiversidad
que existe en nuestros territorios; asimismo, somos cada vez más
dueños de nuestros recursos humanos, tecnológicos y financieros,
hecho que nos está convirtiendo en un nuevo bloque de poder mun-
dial. Como asentaba Mariátegui (1952, p. 375): “Por los caminos
universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acer-
cando cada vez más a nosotros mismos…”, a pesar de que el Imperio
tanto estadounidense como europeo está enfrascado en una guerra de
cuarta generación que tiene como fin aniquilar nuestros procesos de
liberación nacional y mantenernos sumisos a sus designios. En esta
guerra, lamentablemente también participan, del lado del enemigo
imperialista, ciudadanos latinoamericanos mentalmente disociados
y alienados que defienden su estatus colonial, patología alimentada
y mantenida por la campaña mediática que sostienen las transnacio-
nales de la comunicación aliadas al Imperio, agrupadas en la deno-
minada Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que reúne a los
empresarios apátridas y colonialistas que conspiran contra la integra-
ción de nuestros pueblos en la Patria Grande Latinoamericana.

Feudalismo en América?Para responder esta pregunta es nece-


sario tener en cuenta aquellas características ya descritas
del proceso histórico precapitalista de Nuestra América. En
las décadas finales del siglo XX, uno de los temas sobre el cual
debatieron científicos sociales marxistas como Godelier, Bartra,
Kossock, Gunder Frank, Puigrós, Laclau, Cardoso, Dobbs, entre
muchos otros y otras, trataba sobre la necesidad de clarificar si
la secuencia histórica europea: comunidad primitiva, sociedades

140
La civilización norteamericana

esclavistas o Modo de Producción Asiático, formación medieval


y finalmente capitalismo, podría aplicarse a la comprensión del
origen del Estado y el desarrollo histórico de las modernas socie-
dades iberoamericanas (Assadourian et alii, 1974). Tal discusión
–se pensaba– era relevante para dilucidar el tema de la depen-
dencia y el subdesarrollo y la posibilidad de llevar a cabo una
revolución social en Nuestra América que permitiese a nuestros
pueblos nivelar su desarrollo socioeconómico con el alcanzado
por los países del llamado Primer Mundo. Hoy día diversos
autores concuerdan en afirmar que el feudalismo en tanto que
formación social –como expusimos en capítulos anteriores– es
una etapa histórica que en sentido específico está vinculada
con el desarrollo del proceso civilizatorio europeo occidental
(Sahlins y Service, 1961, pp. 31-32), en tanto que otros como
Braudel, argumentan sobre la utilización en América Latina
de modos o formas de trabajo de tipo feudal en explotaciones
agropecuarias vinculadas al desarrollo capitalista del siglo XVIII y
el XIX tales como la encomienda, el hato y la plantación (Braudel,
1992, 2, pp. 272-280).
Diversos teóricos de la dependencia y el subdesarrollo se apoyaron
en tales discusiones para proponer, como hizo luego la Comisión
Económica para Nuestra América (Cepal), la necesidad de lograr un
desarrollo capitalista endógeno o de sustitución de importaciones
junto con el fortalecimiento de las burguesías nacionales para emular
el desarrollo de los países capitalistas más avanzados y superar
la brecha histórica existente entre dichos países y los llamados
subdesarrollados.

Para acortar la discusión, diremos que en Nuestra América, desde


nuestra perspectiva, no hubo feudalismo sino modos de trabajo servil
o esclavizado que fueron utilizados por el capitalismo mercantil para
explotar la fuerza de trabajo de los indígenas, esclavos y esclavas
negros, y mulatos y mulatas, utilizando en ese caso el concepto modo
de trabajo tal como fue definido por Vargas-Arenas (1990, p. 67).

Nunca podremos saber si aquellas sociedades imperiales origina-


rias tales como la azteca, maya e inka hubiesen podido por sí mismas
devenir con el tiempo en capitalistas; posiblemente no. Es probable

141
Mario Sanoja Obediente

que algunas de las sociedades originarias, igualitarias o desiguales, que


poblaban la mayor parte de Centroamérica, Suramérica y el Caribe
hubiesen podido, con el tiempo, llegar a convertirse en Estados con
una estructura sociopolítica comunal-mercantilista, pero difícilmente
habrían llegado a ser capitalistas. La conquista española cortó de raíz
todas aquellas experiencias y sólo conservó –como en el caso de inkas y
tenochcas– la infraestructura administrativa y las relaciones de explo-
tación que ya existían en las sociedades imperiales o complejas, como
basamento político de sus propios virreinatos y capitanías generales.

Otro de los temas de debate, relacionado con el anterior, era el de la


existencia de sociedades duales en las naciones modernas de Nuestra
América, en las cuales los procesos de trabajo característicos de las
sociedades originarias heredados por la sociedad criolla, formaban
un tiempo histórico distinto al del sector capitalista de la misma.
Dichos procesos de trabajo, según proclamaban ciertos teóricos desa-
rrollistas de izquierda, debían ser eliminados para dar paso a rela-
ciones de producción y formas culturales plenamente capitalistas,
para desterrar así el pasado y el “atraso” y promover el “desarrollo”,
nuevo eufemismo para denominar el viejo concepto de progreso.

Es evidente que, contrariamente a los supuestos de la tesis dualista,


los conquistadores españoles o portugueses no sólo asimilaron a la
cultura mestiza los procesos de trabajo precapitalistas que encon-
traron en nuestras sociedades originarias o indohispanas que se
estaban construyendo en Nuestra América dando origen a la nueva
estructura de clases sociales, sino que aquéllos fueron esenciales para
consolidar la presencia europea en nuestro continente. Es en este sen-
tido que escribimos uno de nuestros libros ya mencionado, conside-
rado por la crítica como seminal para entender aquel tema, publicado
por primera vez en 1974, intitulado Antiguas formaciones y modos
de producción venezolanos (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992). En
el mismo tratamos de explicar precisamente el proceso mediante el
cual las culturas de las sociedades originarias se fundieron progre-
sivamente desde el siglo XVI con la de los esclavos y esclavas negros
venezolanos y con la de los españoles, produciendo finalmente una
sociedad nueva que, como decía el Libertador Simón Bolívar, no es ni
indígena, ni africana ni europea sino un nuevo género humano.

142
La civilización norteamericana

Al revisar comparativamente los procesos civilizadores de Nuestra


América, observamos profundas diferencias entre los hechos que lle-
varon a la constitución de la sociedad de clases y los Estados modernos
en ella, y los que condujeron al capitalismo, la sociedad de clases y los
Estados nacionales de Europa. En este sentido, como intelectuales del
campo revolucionario creemos necesario, como ya expusimos, pro-
fundizar en la crítica del paradigma civilizador europeo en la cual fun-
damentaron su análisis histórico Marx y Engels para concluir en el
capitalismo como paso necesario hacia el socialismo y el comunismo.

Según Godelier (1969, p. 58), la línea de desarrollo histórico europeo


occidental constituiría un evento singular, ya que sólo ella ha desa-
rrollado las formas más puras de lucha de clases, así como las con-
diciones para su superación –representadas por el socialismo– tanto
para ella como para las demás sociedades. Dicha línea ha dado –dice
dicho autor– la base práctica (economía industrial) y la concepción
teórica (socialismo) para salir de ella misma y hacer salir a las otras
sociedades de las formas más antiguas de dominación del hombre
por el hombre. Esta formulación de Godelier obviamente no toma en
cuenta que el fortalecimiento y la expansión del sistema capitalista
europeo u occidental a partir del siglo XVI y hasta el presente, sólo ha
sido posible gracias a la expoliación del trabajo y las riquezas mate-
riales de todo el resto del mundo periférico para favorecer el bienestar
del núcleo de naciones capitalistas desarrolladas.

Hoy día podemos hablar de un proceso universal de desarrollo de la


humanidad en el cual el capitalismo, que culmina la línea de desa-
rrollo occidental como sistema socioeconómico, corresponde sin
duda a una era de importantes desarrollos materiales e intelectuales.
Sin embargo, la implantación, expansión y desarrollo de los valores
egoístas que sustentan y justifican al sistema capitalista han llevado
a determinados gobiernos de países del primero, segundo, tercer y
cuarto mundo a actuar con tal grado de irracionalidad, que la exis-
tencia y la reproducción ampliada del capitalismo está poniendo en
riesgo la supervivencia misma de la especie humana.

143
Capítulo 12
El pasado y la interpretación revolucionaria del presente:
la arqueología social

El desarrollo histórico de los países nuestroamericanos refleja la


intersección de un conjunto de fuerzas que deben ser comprendidas
en términos de cómo éste afecta el desarrollo de la sociedad humana
en general, el desarrollo de la región como una entidad histórica-
mente constituida y el desarrollo de cada país en particular. Por esa
razón es esencial también desarrollar una comprensión teóricamente
bien informada de los cambios sociales que subyacen la formación de
la nación misma y ponen en movimiento diversos procesos civiliza-
torios nacionales únicos, históricamente contingentes que han afec-
tado, por ejemplo, a Venezuela de una manera y a México o Perú de
otra. Esta exigencia tiene muchas implicaciones importantes para la
ciencia, como por ejemplo que los análisis arqueológicos y antropoló-
gicos deben tomar en cuenta los procesos sociohistóricos que llevaron
a la formación de las naciones y Estados particulares en los nuevos
contextos regionales, cual es el objeto de estudio de la arqueología
social (Vargas-Arenas, 1995, pp. 50-51; 2007b; Sanoja y Vargas-
Arenas, 2011, pp. 555-556).

Los fundamentos teóricos y metodológicos de la arqueología social


comenzaron a esbozarse desde la década de los treinta del siglo
pasado, cuando el discurso marxista se trasladó a la reinterpretación
de los orígenes de la sociedad, la cultura y las civilizaciones tanto en
Europa, como en Asia, África, América y Oceanía. Los datos obte-
nidos por la arqueología, la historia, la filología y otras ciencias que
estudian los pueblos del pasado, comenzaron a ser interpretados

145
Mario Sanoja Obediente

como expresiones y símbolos del pensamiento y la voluntad humana,


de las ideas y propósitos que trascienden no sólo cada manifesta-
ción particular del dato sino también a cada actor o pensador indi-
vidual, puesto que son sociales (Childe, 1981a, p. 349). Se comenzó
a construir así una historiografía marxista que tenía como funda-
mento analizar la causalidad material del desarrollo social y cultural,
extraña a las teorías esencialistas y racistas que habían predominado
en la antropología y la arqueología hasta aquel momento. A partir de
la obra seminal del arqueólogo inglés Vere Gordon Childe comenzó
una reconsideración del estatus y la significación global del pasado:

…Una sociedad puede progresar, y por consiguiente sobrevivir única-


mente en la medida en que las relaciones de producción –es decir, todo
el sistema económico y político– favorecen el desarrollo de la ciencia,
el progreso de las invenciones y la expansión de las fuerzas produc-
tivas… (Childe, 1981b, p. 136).

A partir de aquel momento, la historia de las sociedades antiguas dejó


de ser considerada como parte de un proceso diferenciado del pre-
sente o el futuro, para convertirse en un nivel de explicación de toda
la historia, del presente, de su porvenir, de la vida cotidiana de los
pueblos. Los arqueólogos y arqueólogas, los antropólogos y antro-
pólogas, los historiadores y las historiadoras marxistas comenzaron
a darle preeminencia en sus análisis a cuestiones que habían sido
generalmente ignoradas hasta entonces, tales como la economía, los
procesos sociales, culturales y políticos. De esta manera, la teoría
social devino en historia y, viceversa, la historia se transformó en
teoría social. Para los pueblos de la periferia del núcleo capitalista
desarrollado, considerados por éste como el Tercer Mundo, la his-
toria y particularmente la arqueología y la antropología en general,
se convirtieron en parte del pensamiento estratégico para lograr la
descolonización y la liberación nacional de los pueblos colonizados o
neocolonizados por el Imperio. Cuando son los pueblos, no las élites
ni los individuos, quienes conforman el sujeto de estudio de aquellas
disciplinas, sus resultados pueden servir como base para una ideo-
logía de su liberación, para la consolidación de su soberanía sobre los
recursos naturales y medios de producción de los cuales depende su
integridad como naciones (Vargas-Arenas y Sanoja, 1999, pp. 59-75).

146
El pasado y la interpretación revolucionaria del presente: la arqueología social

Mientras en la década de los setenta del pasado siglo –como vimos


en páginas anteriores– ya se hablaba en Europa Occidental de una
crisis general del marxismo, en Nuestra América por el contrario se
iniciaba una discusión crítica del paradigma de la evolución de modos
de producción y, consecuentemente, de la génesis de las sociedades
modernas de la región, de la pertinencia del capitalismo como solu-
ción al problema de la pobreza y del denominado subdesarrollo de los
pueblos latinoamericanos sometidos a la explotación y la dominación
por las metrópolis coloniales de Estados Unidos y Europa (Lorenzo,
Pérez y García-Bárcenas, 1976).

El surgimiento de la corriente de pensamiento llamada arqueología


social latinoamericana hacia la década de los setenta del pasado
siglo tuvo como uno de sus objetivos estratégicos esenciales explicar
y demostrar cómo los pueblos originarios y las sociedades mestizas
surgidas a partir del siglo XVI se convirtieron en el sujeto histórico de
los procesos nacionales y de la lucha de clases por el control político
del poder para deslegitimar el orden social burgués. Por esta razón
la arqueología social se transformó en un campo de estudio donde
convergen no solamente arqueólogos y arqueólogas, sino también
antropólogos y antropólogas sociales, lingüistas, antropólogas y
antropólogos físicos, historiadores e historiadoras sociales, econo-
mistas, literatos y literatas, biólogos y biólogas, filósofos y filósofas,
sociólogos y sociólogas, unidos no solamente por el interés académico
de construir un episteme de la ciencia social, sino también para la ela-
boración de una estrategia común para hacer la revolución social par-
tiendo del materialismo histórico y del pensamiento crítico marxista
(Bate, 1998, 2008, pp. 17-23; Vargas-Arenas, 1995, 2008b; Vargas-
Arenas y Sanoja, 1999, pp. 59-75; Navarrete, 2007; Gándara 2008).

Como parte de este movimiento, como ya explicamos, el año de


1974 se publicó la primera edición de nuestra obra escrita a cuatro
manos con la Dra. Iraida Vargas: Antiguas formaciones y modos de
producción venezolanos (1992). Con la misma intentamos hacer la
crítica científica a la sucesión histórica de los modos de producción
enumerada por Marx (1972), Engels (s.f.) y Morgan (1943) argumen-
tando que si bien aquella denota la existencia de procesos generales
de cambio de la historia de la humanidad, no podría considerarse

147
Mario Sanoja Obediente

totalmente válida para expresar todas las particularidades que afecta


la misma en las diferentes sociedades y culturas del mundo ni tam-
poco el actual surgimiento de los sujetos históricos de la revolución
social en Nuestra América.

Tal como expresamos al respecto en el prólogo a la segunda edi-


ción de nuestra obra Antiguas formaciones y modos de producción
venezolanos:

...Cuando Engels formuló sus estadios de desarrollo histórico de la


sociedad, se le criticó por presentar una imagen parcializada de dicho
proceso sin reparar en que él estaba simplemente reconociendo empíri-
camente la existencia de determinados momentos de clímax histórico
y formulando conceptos que, evidentemente, tenían carácter experi-
mental. Igual podríamos decir de Vere Gordon Childe, a quien no se le
recuerda por haber resuelto la problemática del estudio de la historia
de las sociedades precapitalistas antiguas del Viejo Mundo, sino por
haber formulado experimentalmente categorías analíticas que tuvieron
un gran impacto en el proceso de exploración del conocimiento social.
El mismo Marx en El Capital, proporcionó un modelo de análisis del
desarrollo de las contradicciones partiendo del estudio de las experien-
cias de una sociedad concreta. Haber olvidado estos ejemplos, llevó al
materialismo histórico a convertirse en muchos casos en una especie
de metafísica social divorciada de la realidad sensible que nutrió su
nacimiento... (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992 , p. 21).

Aquella propuesta fue posteriormente reestudiada y reformulada por


Iraida Vargas-Arenas en su obra –ya clásica– Arqueología, ciencia y
sociedad, fruto de las discusiones teóricas estimuladas por nuestra
propuesta de 1974 en el Grupo Oaxtepec, las cuales Vargas-Arenas
aplicó al estudio concreto de las formaciones originarias venezo-
lanas. Aquel grupo transdisciplinario de arqueólogos y arqueólogas,
antropólogos y antropólogas sociales, etnólogos y etnólogas, his-
toriadores e historiadoras, economistas y sociólogos y sociólogas,
cuyo núcleo duro lo conformaron para la época notables científicos
y científicas sociales como Agustín Cueva, Sergio de la Peña, Felipe
Bate, Héctor Díaz Polanco, Luis Lumbreras, Marcio Veloz Maggiolo,
Manuel Gándara, Iraida Vargas-Arenas y nosotros, se concentró en

148
El pasado y la interpretación revolucionaria del presente: la arqueología social

la tarea de elaborar los fundamentos teóricos y metodológicos de la


arqueología social, de acuerdo con las propuestas filosóficas del mar-
xismo y del materialismo histórico. Posteriormente, Bate, en su obra
El proceso de investigación en arqueología (1998) sistematizó y ela-
boró científicamente la propuesta teórica metodológica general de la
arqueología social.

La creación en 1984 de otro grupo de estudios regionales en la Fun-


dación de Arqueología del Caribe auspiciado por Paul Caron, la
Dra. Betty Meggers y el Dr. Clifford Evans (Smithsonian Institution,
Washington D.C.), permitió la celebración de reuniones anuales, tres
se realizaron en la Isla de Vieques, Puerto Rico, y una en la ciudad
de Río Caribe, Venezuela, de un grupo de arqueólogos sociales,
profesores y estudiantes, de universidades de Venezuela, Colombia,
Panamá. Costa Rica, Honduras, México, Luisiana (USA), República
Dominicana, Puerto Rico. Las ponencias presentadas y las conclu-
siones de las mismas se resumieron en tres volúmenes: Hacia una
arqueología social (1984), Revisión crítica de la arqueología del
Caribe (1985) y Relaciones entre la sociedad y el ambiente (1986).

Una de las motivaciones políticas centrales de los arqueólogos y


arqueólogas sociales nuestroamericanos desde los inicios, fue la de
construir teorías, diseñar la estrategia y los métodos para comprender
críticamente y transformar la realidad social en nuestros respectivos
países, considerando la historia social como un campo unificado de
todas las acciones humanas anteriores y posteriores a la inserción
forzada del capitalismo en las sociedades originarias de Abi Yala o
Nuestra América.

Desde aquella época ya remota de finales del siglo pasado, las dis-
cusiones teóricas sobre la proyección histórica de los análisis de
la arqueología social hacia la realidad contemporánea de Nuestra
América, se concentraron en el potencial de cambio revolucionario
que ofrecía la Revolución Cubana, la Revolución Sandinista y movi-
mientos como Sendero Luminoso en Perú. Nadie podía sospechar
que la historia de la revolución social en Nuestra América tomaría
un curso tan radicalmente diferente luego de la rebelión popular
venezolana contra el neoliberalismo ocurrida el 27 de febrero de

149
Mario Sanoja Obediente

1989, seguida por la rebelión militar antiimperialista liderada por el


comandante Hugo Chávez que estalló el 4 de febrero de 1992; poste-
riormente, ocurrió el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998. Esta
victoria electoral popular que fue seguida en 2002 por el fracasado
golpe de Estado proimperialista y posteriormente la recuperación
de Petróleos de Venezuela por la nación venezolana, representaron
la primera derrota del Imperio y su representación local, la oligar-
quía partidista-empresarial contrarrevolucionaria. Posteriormente a
dicha derrota, los movimientos sociales revolucionarios venezolanos
proclamaron luego de 2004 la necesidad de construir –por la vía
electoral y democrática– la sociedad socialista del siglo XXI en Vene-
zuela, camino que fue también seguido posteriormente, por los movi-
mientos sociales de otros países como Bolivia y Ecuador (Sanoja y
Vargas-Arenas, 2005a; Sanoja, 2006, pp. 63-74).

Para continuar este análisis de manera consecuente con nuestra visión


de la Historia, diremos que con la utilización en este caso de conceptos
tales como Modo de Vida, queremos aludir antropológicamente a las
categorías de Formación Social y Modo de Producción tomando en
cuenta la importancia del espacio geográfico y todas sus determina-
ciones, las relaciones sociales de producción y la ideología (la cultura)
mediante la cual el ser social se percibe e interpreta tanto a sí mismo
como a los otros y a las condiciones materiales donde se desenvuelve
su existencia cotidiana vía la cultura, proceso que legitima los sistemas
de valores que sustentan la conciencia social. En tal sentido, el modo
de producción viene a representar la forma de producir y reproducir
las condiciones materiales de la existencia de los hombres y mujeres,
dentro del conjunto de determinaciones culturales o ideológicas –habi-
tuales y reflexivas– que conforman su conciencia social y definen final-
mente su modo de vivir, su modo de vida.

Tenemos la opinión de que en Venezuela, una cierta percepción del


marxismo y del materialismo histórico –quizás ortodoxa– dentro del
proceso revolucionario bolivariano le haya dado más peso al desa-
rrollo de las condiciones materiales que a la cultura y la ideología. Los
resultados del referendo de 2007 y de las elecciones de 2008 indican
que –a la presente fecha– un alto porcentaje de venezolanos y vene-
zolanas no percibe todavía como suficiente las innegables mejoras

150
El pasado y la interpretación revolucionaria del presente: la arqueología social

del sistema de salud, educación, vivienda, trabajo, la recuperación de


la soberanía nacional, porque su conciencia de clase, su conciencia
social, a falta por ahora de una verdadera política cultural revolu-
cionaria, sigue estando determinada y mediatizada por la ideología
dominante de la burguesía contrarrevolucionaria. A este respecto es
oportuno recordar a los maestros Marx y Engels cuando nos dicen en
su obra La ideología alemana:

...la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al


mismo tiempo, su poder espiritual dominante... Las ideas dominantes
no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales
dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas
como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada
clase la clase dominante son también las que confieren el papel domi-
nante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante (...) se
comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión... como pensa-
dores, como productores de ideas, que regulen la producción y distri-
bución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo,
las ideas dominantes de su tiempo... (Marx y Engels, 1982 , pp. 48-49).

Estamos convencidos de que la construcción de los modos de vida


socialistas del siglo XXI en Nuestra América, debe ser explicada y
comprendida a la luz de la historia de las ideas y de las prácticas que
sustentan las tesis del marxismo, del materialismo histórico y del
materialismo dialéctico. Para lograr tal objetivo, es necesario desa-
rrollar propuestas históricas, estrategias culturales o ideológicas
concretas que fundamenten ideológicamente tanto los movimientos
sociales de descolonización y liberación nacional como la creación
de sociedades socialistas del siglo XXI. En tal sentido es imprescin-
dible también conocer, estudiar y asumir como referencias causales
las propias experiencias históricas de nuestros pueblos para diseñar
la estrategia política, social y cultural ideológica y el método para la
construcción concreta del socialismo, en nuestro caso particular el
proceso civilizador socialista bolivariano, como ha mostrado Vargas-
Arenas en su estudio Resistencia y participación. La saga del pueblo
venezolano (2007a) y Sanoja y Vargas-Arenas en nuestra obra La
Revolución Bolivariana. Historia, cultura y socialismo (2008).

151
Mario Sanoja Obediente

Vargas-Arenas (2007a) analiza la manera como el pueblo venezolano,


desde el siglo XVI, fue construyendo un proyecto de sociedad cuyas
claves fundamentales eran la resistencia a la opresión y la participación
en los diversos movimientos políticos que tenían como objetivo lograr
un cambio revolucionario en su condición de pueblo dominado por la
oligarquía mantuana representante de la metrópoli colonial. La nueva
oligarquía republicana que insurge en Venezuela luego de su indepen-
dencia de España y de la separación de la Gran Colombia, se apoderó
del mismo y lo convirtió en su proyecto político, vaciándolo de todo
contenido revolucionario y sometiéndolo a la dependencia del imperia-
lismo estadounidense. En palabras de Vargas-Arenas: “...como ocurrió
con AD, la burguesía apeló a los símbolos populistas o populacheros
para significar ante las clases populares una solidaridad, una identidad
con los oprimidos que ella misma produjo... (AD = Partido Acción
Democrática. Aclaratoria nuestra).

El proyecto popular de resistencia y participación, el poder constitu-


yente, siguió adelante hasta que el 27 de febrero de 1989, la rebelión
popular contra el ajuste neoliberal que intentó imponer el gobierno
de Acción Democrática logró resquebrajar las bases del capitalismo
vernáculo construido por la burguesía venezolana conjuntamente
con sus partidos Acción Democrática y Copei abriendo así, con las
elecciones celebradas en 1998, el camino a la Bolivariana y la libera-
ción nacional. De esta manera nació un nuevo proyecto social de país,
un proyecto socialista, anticolonial, fundamentado en la propiedad
social de los medios básicos de producción y motorizado por el poder
popular constituyente.

Según esta experiencia, discutiremos en el capítulo siguiente por


qué, como hemos venido discutiendo en las páginas de este libro, la
construcción de un modo de vida socialista requiere conocer la teoría
social, elaborar una teoría sustantiva sobre la historia de la sociedad
a intervenir y desarrollar una estrategia, un método y una práctica
concreta para alcanzar la meta socialista.

152
El pasado y la interpretación revolucionaria del presente: la arqueología social

EXPANSIÓN DEL CAPITALISMO MERCANTIL HACIA AMÉRICA Y ULTRAMAR (siglos XV y XVI d-0)
Civilización Sur Americana-Caribeña La formación capitalista mercantil o
Proceso civilizador pacífico civilización de europa occidental (siglo XVI)
Proceso civilizador orinoco-amazónico Rutas de expansión colonial (siglo XVI)
Proceso civilizador caribeño

Civilización Norteamericana
Proceso civilizador mesoamericano
Proceso civilizador del sureste
Proceso civilizador del suroeste
Proceso civilizador del noreste

Mapa 2. Expansión del capitalismo mercantil hacia América: siglo XVI.

153
Parte 3
Prácticas para la construcción de un
modo de vida socialista
Capítulo 13
Estrategia para llegar a un modo de vida socialista

Como conclusión de la discusión que hemos hecho en los capítulos pre-


cedentes, para avanzar en la formulación de una propuesta concreta
que nos lleve al socialismo existe un supuesto que debería ser teorizado
y analizado para Nuestra América, y es que los procesos socialistas no
surgen siempre como consecuencia del desarrollo pleno de las fuerzas
productivas del capitalismo al menos en los casos de Cuba, Venezuela,
Ecuador y Bolivia, como esperaban Marx y Engels que sucediese en
Alemania e Inglaterra, sino precisamente por todo lo contrario, por
el atraso y la pobreza centenaria que indujeron en nuestros pueblos,
primero la depredación de nuestros recursos naturales, humanos y
financieros que han hecho el colonialismo español y luego el neocolo-
nialismo europeo y el estadounidense. Como apuntaba el presidente
Fidel Castro en 1984 en relación con la deuda externa impuesta a
Nuestra América por la comunidad de países industrializados:

...A un continente cuya población se duplica prácticamente cada 25


años, que tiene una cantidad colosal de problemas sociales, educa-
cionales, habitacionales, sanitarios, de empleo, le están privando de
45.000 millones de dólares ilegítimamente de un total de recursos
emigrados, sumando los intereses supuestamente normales, de más de
70.000 millones de dólares… (Castro, 1985, p. 161).

En estas condiciones de sobreexplotación, la posibilidad real de los


desarrollos capitalistas nacionales dentro de la economía mundo-
capitalista, como dice Wallerstein (1998, p. 169), es una meta senci-
llamente imposible de lograr por todos los Estados. Para que alguno
de los países periféricos al grupo hegemónico capitalista mundial

157
Mario Sanoja Obediente

llegase a alcanzar un nivel suficiente de acumulación de capitales,


sería necesario que se convirtiese por ejemplo en la economía domi-
nante de un sistema jerárquico regional de Estados, donde la plusvalía
se distribuyese de manera desigual tanto en el espacio geopolítico
como entre las clases geográficas. Dentro del sistema capitalista,
incluso en la misma Nuestra América, cualquier nivel preponderante
de desarrollo que obtenga una de las partes de la economía mundo es
el reverso de un proceso inverso, el llamado subdesarrollo, en la parte
contraria. De allí se deduce la importancia estratégica que revisten
mecanismos financieros solidarios y de cooperación internacional
tales como el ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América), el Banco del ALBA y el Banco del Sur, promovidos
por el Gobierno Bolivariano de Venezuela para consolidar una futura
unión de naciones suramericanas la cual compense las asimetrías eco-
nómicas y sociales entre los diversos países.

En las condiciones ya enunciadas, es necesario exponer con claridad


que la solución a los problemas que plantea a nuestros pueblos la
pobreza, la injusticia y la marginación social no pueden ser resueltos,
como plantean los partidos políticos de derecha con más capitalismo y
más y mejor mercado, situación que sólo contribuirá a aumentar el sub-
desarrollo y la dependencia, a ampliar la brecha entre las minorías ricas
y las mayorías desposeídas. Pero al mismo tiempo es también necesario
hacer entender que –como hemos analizado en capítulos anteriores– el
socialismo será producto de una lucha larga, que no es simplemente
el estadio final de un proceso histórico al cual llegaremos por inercia,
una utopía que nos está esperando en el horizonte, sino un campo de
fuerzas culturales y políticas, un movimiento ideal, pero también con-
creto de valores y principios que tiene ya casi dos siglos de antigüedad
el cual requiere de una estrategia para lograr las condiciones concretas
de realización, que debe estar apuntalado y ser socialmente construido
a partir del debate activo y abierto de las ideas, de la lucha ideológica,
para que podamos finalmente consolidar su existencia.

Para abrir el camino que nos lleve al socialismo del siglo XXI es nece-
sario también –como ya hemos tratado de exponer en capítulos ante-
riores– sobrepasar la antigua discusión académica y ortodoxa sobre
la existencia a priori de una línea universal del desarrollo histórico, y

158
Estrategia para llegar a un modo de vida socialista

entender que si bien hay principios y leyes generales de la historia, la


concreción del socialismo se lleva a cabo conforme a gente que es his-
tórica y culturalmente diversa. No se trata de construir el socialismo
siguiendo todos la misma receta, traficando el mismo camino; no se
trata de construir un socialismo y una libertad en abstracto, sino una
libertad y un socialismo histórico en concreto.

Como nos dice una conocida antropóloga feminista inglesa: “... que-
ramos o no, el pasado es siempre parte del momento del presente”
(Rowbotham, 1981, pp. 25-35).

Para construir el socialismo del siglo XXI necesitamos, pues, iden-


tificar nuestros sujetos del cambio histórico, estudiar y entender la
historia de los pueblos desde sus formaciones sociales originarias,
como método para conocer a esos sujetos que desmontarán, en su
momento, las estructuras objetivas de dominación, para identificar
los agentes sociales determinados, enraizados en dichas formas histó-
ricas específicas de producción que servirán de palanca para la meta
de crear los hombres nuevos y las mujeres nuevas, la sociedad nueva
(Sanoja y Vargas-Arenas, 1992, 2005, 2008; Vargas-Arenas, 2007a,
Vargas-Arenas y Sanoja, 2006).

Conscientes de la nueva correlación de fuerzas que se está creando


en la sociedad mundial y particularmente en Nuestra América, los
intelectuales orgánicos del Imperio han comenzado a maquillar y
actualizar las viejas ideas sobre el progreso y el desarrollo social bajo
nuevos conceptos como los de la globalización, la modernización y la
convergencia. Según Sanoja:

…En esta nueva literatura, la globalización es entendida como un con-


junto de cambios en la economía internacional que tiende a producir
una economía global única para bienes servicios, capital y trabajo que
hace imposible entender los determinantes de la política económica
únicamente en el ámbito doméstico (…) La hipótesis de trabajo de esta
nueva literatura es que, si los mecanismos de manejo de la economía
convergen, entonces los mecanismos políticos que se enlazan con la
economía (y posteriormente todos los mecanismos políticos) tenderán a
converger… (Sanoja, Pedro, 2007, p. 34).

159
Mario Sanoja Obediente

La teoría de la convergencia –según otros autores– permitiría que polí-


ticas coloniales como la globalización puedan ser utilizadas por los
científicos sociales que integran los enclaves del imperio en los países
neocolonizados, sin sentirse señalados como antipatriotas. Como
modernización entienden los filósofos del Imperio no sólo la expan-
sión del capitalismo industrial sino también la transformación y el
reemplazo de las normas y las prácticas tradicionales de las sociedades
consideradas periféricas o del Tercer Mundo. La teoría de la conver-
gencia, de la cual parecieran participar algunos gobiernos surameri-
canos, plantea, por su parte, que estructuras similares de la economía,
la política y la cultura pueden coexistir dentro de diferentes regímenes
políticos y culturales, siempre y cuando se puedan crear contextos cul-
turales dominados por la cultura y los valores capitalistas. Para lograr
estos objetivos, el Imperio, los sectores de la clase media y la gran bur-
guesía de los países que le sirven cuentan con el concurso activo de los
medios de comunicación social, la industria cultural y los organismos
gubernamentales o privados que formulan políticas culturales que les
sirvan de sustento (Patterson, 1997, pp. 52-55).

Otra propuesta teórica que debería ser revisada desde la perspec-


tiva actual, es bueno insistir, es la llamada teoría de la dependencia
y el subdesarrollo de los pueblos de Nuestra América la cual –según
nuestra visión de antropólogos– se apoya o se explica a su vez en la
teoría evolucionista del progreso social, versión del capitalismo
desarrollado. Según esa teoría, sería necesario consolidar el Estado
nacional liberal, promover en nuestros pueblos un crecimiento cuanti-
tativo de tipo capitalista que nos permita modernizar nuestras estruc-
turas económicas, para igualar el nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas alcanzado por los países capitalistas del Primer Mundo.
Simultáneamente, habría que reestructurar nuestra relación con el
sistema capitalista mundial para propiciar y estimular en los nuestros
las inversiones de sus compañías transnacionales (Ríos et alii, 2002).

La tesis de la “modernización” que constituye la racionalidad subya-


cente en esta propuesta implica –como ya dijimos en páginas ante-
riores– el desarrollo de un proceso destinado a disolver las bases
socioeconómicas y los fundamentos culturales y psicológicos de las
sociedades tradicionales (Patterson, 1999, pp. 118-121), método

160
Estrategia para llegar a un modo de vida socialista

aplicado en Venezuela por el Imperio con el apoyo activo de las insti-


tuciones educativas, culturales y económicas tanto privadas como las
de los gobiernos de la IV República. En el mismo sentido, el control
que ejercen las corporaciones transnacionales sobre las tecnologías
industriales y comerciales permitió y estimuló que los industrialistas y
empresarios locales –para poder sobrevivir– tuviesen que pactar nego-
cios conjuntos con las transnacionales. El resultado de ese proceso fue
la desnacionalización de la industria y el comercio tanto en Venezuela
como en el resto de Nuestra América, la apertura de los mercados
nacionales a las mercancías extranjeras, la alteración de la relación
de fuerzas dentro de las clases dominantes locales, el aumento de la
exportación de capitales hacia las economías dominantes, la disminu-
ción de capitales locales disponibles para la inversión en las diversas
economías nacionales y el empobrecimiento general de las sociedades
(Patterson, 1999, p. 122; Lander, 2000, pp. 91-128).

Refutando la tesis de la modernización, el economista venezolano


Ramón Losada Aldana (1967, pp. 105-106) observa que –contraria-
mente a las propuestas de la modernización– el capitalismo exterior
se incorpora a las zonas subdesarrolladas sólo para transformarlas
en fuentes de superbeneficios, para cuyo fin las transnacionales del
Imperio necesitan mantener o acentuar, que no superar, el atraso y el
subdesarrollo, a fin de fortalecer su posición monopolística y frenar
el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales de nuestros países.
Cuando todavía en el siglo XVIII no estaba consolidado el imperialismo
mundial hegemónico, pudo quizás haber llegado a existir algún tipo
de desarrollo nacional independiente por la vía capitalista en Nuestra
América, como intentó lograr el experimento social de las Misiones
Capuchinas Catalanas de Guayana, Venezuela, entre los siglos XVIII
y XIX (Sanoja y Vargas-Arenas, 2005b, p. 295-306) o el proyecto
agroindustrial de Argentina en las primeras décadas del siglo XX.

El estado de subordinación existente hoy día entre los países perifé-


ricos y el núcleo de países capitalistas más desarrollados, hace casi
imposible el desarrollo de nuevos procesos capitalistas autónomos y
auténticos, antagónicos al núcleo capitalista central. Ello demuestra
una vez más la razón por la cual es igualmente imposible conciliar
los intereses del imperialismo con un desarrollo soberano por la vía

161
Mario Sanoja Obediente

burguesa. Por tanto, es necesario comenzar por proponer una nueva


estrategia política y económica que apunte hacia la creación de una
base social antiimperialista, soporte de los movimientos de libera-
ción nacional y descolonización. Es en este sentido, que las políticas
de Estado para combatir la pobreza y el atraso que han emprendido
países como Venezuela, aunque moderadas, debilitan los mecanismos
de dominación que utiliza al Primer Mundo capitalista y facilitan,
por esa razón, la promoción de la vía hacia el socialismo. Por razones
opuestas, el Imperio estadounidense y europeo y sus oligarquías
subordinadas, tales como la colombiana y la peruana, tratan de des-
truir, detener o degradar los procesos de liberación que avanzan los
pueblos de Venezuela, Bolivia y Ecuador.

La base para construir una sociedad socialista son los colectivos


sociales. Esta obviedad alude al hecho de que dichos colectivos tienen
que estar en capacidad material e intelectual para participar prota-
gónica y conscientemente en la construcción de dicha sociedad fun-
damentada en valores básicos como la solidaridad y la reciprocidad
social, el respeto por los otros y otras, en una nueva cultura laboral
que asuma como valores la disciplina y la creatividad, el estudio como
un logro que contribuye a mejorar las condiciones generales de vida
de toda la sociedad y no solamente las individuales. Para lograr esa
meta, es necesario plantearse una estrategia para vencer la pobreza,
la desigualdad y la injusticia social, el individualismo y el egoísmo que
son secuelas del capitalismo.

La abolición de la propiedad burguesa


El proceso de instauración de la propiedad social elimina la principal
fuente de la desigualdad social: la explotación de los trabajadores y
trabajadoras por una minoría capitalista. Hay quienes proponen que
la primera decisión que se debe tomar en el proceso de construcción
del socialismo es la de abolir de un plumazo la propiedad burguesa.
Muchos de los proponentes de dicha idea parecen creer que esa decisión
puede ejecutarse por decreto, sin haber creado antes las condiciones no
sólo para establecer las nuevas relaciones de propiedad, sino también
para propiciar un modo de vida socialista alternativo, una nueva cul-
tura socialista. Para abolir la propiedad burguesa, que no la personal,
en las actuales condiciones impuestas por la hegemonía mundial del

162
Estrategia para llegar a un modo de vida socialista

Imperio, es imperativo formar primero y consolidar en los colectivos


humanos, mediante políticas culturales y educativas revolucionarias,
la conciencia social y política de que el socialismo es necesario, que la
pobreza, la desigualdad y la injusticia social son una condición social
derivada del capitalismo. Es preciso lograr que la burguesía acepte,
como nos dice Theotonio Dos Santos, que: “...La socialización de la
propiedad privada y del proceso de trabajo es la única forma posible de
persistencia de la propiedad privada, colocada ante un proceso de pro-
ducción cada vez más socializado...” (Dos Santos, 2007, p. 85).

La eliminación drástica de la propiedad burguesa fue posible en las


primeras revoluciones socialistas del siglo XX hasta el fin de la Guerra
Fría, incluida la Revolución Cubana, porque el dominio mundial del
imperialismo no era todavía totalmente hegemónico y luego, como
ocurrió en el caso cubano, debido a la presencia protectora de la
Unión Soviética y del antiguo campo socialista. Por esa razón, las
vanguardias revolucionarias, después de derrotar a las burguesías res-
pectivas, pudieron asumir el poder, como fue el caso de la antigua
URSS, China o Vietnam, o luego de que la misma o buena parte de
ella huyese al exilio como en el caso cubano. Una vez concretada la
toma del poder, los revolucionarios y revolucionarias decretaron de
una vez la abolición de la propiedad burguesa y se dedicaron luego a
mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Para poder defender la
existencia de las respectivas revoluciones del acoso bélico del imperia-
lismo mundial, fue entonces necesario imponer regímenes represivos
que controlasen tanto la contrarrevolución externa como la interna.
Pero una vez desaparecida la URSS, el imperialismo hegemónico
quedó en libertad de imponer a los países periféricos condiciones y
trabas en las luchas para llevar a cabo sus procesos de liberación.

Para que los procesos de liberación nacional puedan tener éxito


dentro de la ética política democrática que reivindican hoy los pue-
blos de Nuestra América de modo que los países puedan garantizar su
soberanía, es necesario contar primero con la solidaridad, la fidelidad
y la conciencia revolucionaria de los colectivos sociales, es necesario
diseñar políticas públicas destinadas a mejorar el nivel de vida de la
población en todos los aspectos y a crear una cultura socialista que le
sirva de sustento. Simultáneamente, es necesario también romper la

163
Mario Sanoja Obediente

hegemonía que ejerce la propiedad burguesa en las relaciones de pro-


piedad, creando otras formas alternativas: la propiedad social, la pro-
piedad comunitaria, la propiedad cooperativa y cualquier otra, que
acompañen a la propiedad burguesa y la propiedad personal hasta
crear nuevas relaciones que garanticen la justicia social para todos los
ciudadanos y ciudadanas siguiendo el concepto universal de la unidad
de los contrarios, fuerza motriz de todo desarrollo y movimiento en
la naturaleza. El socialismo en sí mismo– como expresión del movi-
miento del cambio universal de la sociedad– implica una contradic-
ción que es resultado de tendencias en conflicto: las tensiones internas
que la presente crisis está generando en el pasado y el presente capita-
lista y las tensiones internas que la misma produce tanto en el presente
como en el futuro socialista (Woods y Grant, 1991, pp. 64-68).

La coexistencia temporal de diferentes formas de propiedad en un


período presocialista o de transición al socialismo pleno con predo-
minio de la propiedad social, es coherente con la propuesta que hace
Marx en la Crítica de la economía política cuando nos dice:

En todas las formas de sociedad existe una determinada forma de


producción que asigna a todas las otras su rango e importancia: las
relaciones esenciales tienen una importancia preponderante en las
actividades que cada una de ellas desempeña en función de las otras.
Se obtiene así una iluminación general en la que se bañan todos los
colores y que modifica las tonalidades particulares de cada una de
aquéllas. Es como un éter particular que determina el peso específico
de todas las formas de existencia que allí toman vida (Marx, 1967, p.
36. Traducción nuestra).

En una fase ulterior, plenamente socialista, aquella forma de eco-


nomía mixta se distinguiría del capitalismo monopólico de Estado
característico del antiguo socialismo real en el hecho de que no sería
utilizado para beneficio del Estado mismo sino para promover el
desarrollo de las fuerzas productivas de una nueva sociedad, donde
el poder constituyente no debe reposar en el Estado sino en los colec-
tivos sociales (Vargas-Arenas, 2007a, pp. 275-295), lo que también
denomina Giordani como modelo productivo socialista (Giordani,
2009, pp. 117-118). La propiedad individual seguiría existiendo: las

164
Estrategia para llegar a un modo de vida socialista

casas y su mobiliario, las cuentas bancarias, etcétera, pero dejarían


de ser el privilegio de una clase social minoritaria para devenir en
un rasgo general de la distribución justa de la riqueza en la sociedad
socialista venezolana del siglo XXI. El desarrollo de los medios colec-
tivos de transporte: trenes eléctricos, metros, aviones, autobuses,
haría superflua la posesión de vehículos, considerados hoy día como
un símbolo del estatus social, facilitaría la redistribución demográ-
fica y la integración regional dentro de Venezuela, abarataría los
costos del transporte de personas y mercancías, y reduciría los niveles
de consumo de combustibles fósiles y de contaminación ambiental
(Sanoja, 2008).

Para preservar la existencia de los procesos revolucionarios, es pre-


ciso contar también con la solidaridad de otros países de la región o
fuera de ella que compartan, por lo menos, una posición antiimperia-
lista como la del ALBA, ya que el apoyo que puedan brindar dichos
países está determinado por condiciones políticas internas y externas
que median sus niveles de compromiso con revoluciones radicales
(Sanoja, 2008). Sin embargo, a pesar de aquel escenario difícil y com-
plicado, diferentes gobiernos progresistas de Suramérica y el Caribe
tales como Venezuela, Cuba, Honduras y Nicaragua, algunos países
del Caricom, Ecuador y Bolivia, dentro de sus condiciones sociohistó-
ricas particulares, han tomado la vía de la justicia social, de los movi-
mientos de liberación nacional y del socialismo del siglo XXI no como
una utopía lejana, sino como una posibilidad histórica concreta al
alcance de nuestros pueblos.

165
Capítulo 14
El método nacionalista revolucionario para construir
el socialismo

El capitalismo originario, como hemos discutido en páginas ante-


riores, fue un fenómeno histórico prístino característico de la
sociedad europea occidental. No surgió en el resto de los continentes
como consecuencia del desarrollo histórico autogestionado de los
pueblos, sino que les fue impuesto por la expansión colonial de las
naciones europeas a partir de los siglos XVI y XVII.

A los fines de entender y explicar las consecuencias que tuvo la impo-


sición del capitalismo sobre las sociedades precapitalistas clasistas o
igualitarias, creemos interesante destacar la tesis de Wittfogel (1981,
pp. 434-449), quien consideraba el capitalismo de Estado como una
versión moderna de las antiguas sociedades despóticas asiáticas.
Según dicho autor, el capitalismo de Estado, conocido también como
socialismo real, surgió en la Rusia zarista y en China, por ejemplo,
debido a la incapacidad del capitalismo empresarial privado para
promover el desarrollo soberano de las fuerzas productivas de esos
enormes países. Ello explicaría –dice aquel autor– el carácter indus-
trialista que asumen ambas revoluciones bajo la dirección de líderes
como Stalin y Mao Zedong.

En otros países como la India, otro de los ejemplos paradigmáticos del


Modo de Producción Asiático, la invasión colonial inglesa instauró el
capitalismo empresarial en el siglo XIX. En la misma Inglaterra, según
Wolf (1990, pp. 266-267) el paso definitivo del capitalismo mercantil
al industrial se operó en la segunda mitad del siglo XVII, gracias al
desarrollo de la industria textil del algodón que tuvo inicialmente su

167
Mario Sanoja Obediente

centro en Mombay, India. El centro de manufactura del tejido fue


trasladado posteriormente a Manchester, donde hacia mediados del
mismo siglo sirvió para consolidar la hegemonía mundial, industrial
y comercial del Imperio británico, fomentando asimismo la forma-
ción de un importante sector del proletariado industrial inglés.

No obstante los impresionantes logros tecnológicos y el crecimiento


económico actual del sector capitalista (¿despótico?) de la sociedad
india, la mayor parte de la misma continúa sumida en la miseria, la
pobreza y el atraso. Igual podríamos decir de Pakistán, contraparte
islámica de la India, donde el éxito logrado por la comunidad capita-
lista militarista gobernante al construir un arma nuclear, contrasta
con la profunda situación de injusticia social, dictadura y despotismo
que sufre la sociedad de dicho país.

El despotismo, como vemos, no es un método de dominación y


explotación de la fuerza de trabajo privativo de un sistema político.
En la época histórica contemporánea, tanto en Asia como en África
y Nuestra América, el capitalismo europeo y estadounidense ha
intervenido e interviene para propiciar la instauración de regímenes
despóticos que defiendan las inversiones de capital foráneo y des-
alienten el desarrollo de formas productivas capitalistas nacionales
salvo en el sector comercial. Un ejemplo trágico de este proceso son
la Colombia y el Perú actuales, donde las transnacionales europeas
y estadounidenses, con la complicidad de las oligarquías nacionales
han logrado implantar hasta ahora un sistema de gobierno despótico
que, mediante el terror militar y paramilitar, está expulsando a los
campesinos y campesinas indígenas de sus tierras para desposeerlas
e implantar complejos agroindustriales o de minería extractiva para
luego, mediante los llamados Tratados de Libre Comercio con Estados
Unidos, terminar de apoderarse de todas las inversiones y negocios
locales. Estas acciones responden a la definición de la llamada empresa
privada como núcleo del Estado capitalista neoliberal, cuyo creci-
miento y desarrollo se realiza mediante la apropiación de las finanzas,
la industria, el comercio, la cultura y los medios de comunicación por
el capitalismo del Estado transnacional burgués que asume, a su vez,
formas políticas despóticas en los Estados más débiles. La suma de
todas aquellas jerarquías políticas, sociales y culturales constituyen

168
El método nacionalista revolucionario para construir el socialismo

una colección de medios de coerción donde la presencia del Estado es


la piedra angular del todo (Braudel, 1992, II, p. 555).

El Estado como práctica socialista


Como consecuencia de la actual correlación de fuerzas que domina
actualmente el panorama internacional y de la profunda crisis estruc-
tural que sacude los fundamentos del capitalismo hegemónico del
núcleo de países del Primer Mundo, consideramos que el Estado
nacional tendrá que seguir existiendo todavía por mucho tiempo más
en los países periféricos al núcleo capitalista central. En algunos de
estos países sus élites gobernantes, actuando de manera pragmática
para capear la grave crisis que sacude al sistema en el momento actual,
han actualizado las funciones del Estado interventor, autoritario, que
surgió en la sociedades mercantilistas del siglo XVI y dominó hasta
bien entrado el siglo XX (Dos Santos, 2007, pp. 85-93), haciendo a un
lado la ortodoxia neoliberal del libre juego de mercado y culminando
–en diversos casos– con la nacionalización abierta o velada de las ins-
tituciones bancarias o grandes corporaciones industriales.

Los gobiernos del G8 han asomado como solución a la crisis actual


del capitalismo en sus países, apoderarse de los recursos naturales
y del capital financiero acumulado en los países de su periferia y en
particular de Nuestra América, para inyectar liquidez en su sistema
financiero y apropiarse asimismo de los activos energéticos y otros
minerales, de los suelos agrícolas, de los alimentos, el agua y la bio-
diversidad; intentan así reeditar lo que hicieron con nuestros pueblos
las mismas potencias coloniales en el siglo XV, para remontar la crisis
estructural de la sociedad feudal y fomentar el desarrollo del capita-
lismo mercantil. Para ello necesitan desestabilizar los gobiernos pro-
gresistas y nacionalistas que se oponen al despojo de sus recursos y
debilitar los Estados nacionales.

Los países periféricos como Venezuela, en la actualidad, resisten,


luchan y se esfuerzan por independizarse de la tutela colonial del
Imperio estadounidense y europeo occidental quienes intentan –a
su vez– socavar la estabilidad del gobierno revolucionario. Es por
ello que, por ahora, el reforzamiento de nuestro Estado nacional es
una garantía para la preservación de nuestra soberanía y nuestra

169
Mario Sanoja Obediente

revolución socialista bolivariana. El fortalecimiento de los Estados


nacionales latinoamericanos debe tener carácter estratégico e inme-
diato, pero transitorio, a los fines de enfrentar al Imperio apelando
a la soberanía nacional y al derecho a la autodeterminación y cohe-
sionar a nuestros ciudadanos y ciudadanas en torno a la identidad
política venezolana y el concepto de patria soberana (Vargas-Arenas,
2007, pp. 59-60).

En el caso venezolano no nos referimos, pues, al reforzamiento del


Estado burgués heredado de la IV República, el cual ha sido y sigue
siendo fuente de calamidades para nuestra sociedad: nos referimos al
papel del Estado nacional como práctica social de la resistencia anti-
imperialista, como un órgano de poder completamente subordinado a
los intereses colectivos de la sociedad socialista (Marx, 1963, p. 241).
En este sentido no estamos aludiendo a su función como representante
hegemónico del capital monopolista, sino al “dispositivo reputado
como social o de interés general del Estado, que supuestamente corres-
ponde por excelencia a la socialización de las fuerzas productivas...”
como condición necesaria para intervenir la economía y en general las
relaciones sociales de producción, cuando un movimiento revolucio-
nario progresista y nacionalista –como sería el caso de nuestra Revo-
lución Bolivariana– acceda al poder (Pulantzas, 1980, pp. 238, 231.
Énfasis nuestro). El verdadero Estado socialista revolucionario debe
ser concebido entonces como una práctica social “donde se sustituye
una relación de sumisión despótica por una relación entre personas
con igual poder de decidir, es decir, una relación que respete la sobe-
ranía de todos los participantes” (Del Búfalo, 2005, p. 30), esto es,
un Estado que reconozca que el poder constituyente está en manos
de la gente, que es propiedad de los colectivos sociales organizados
tales como nuestros consejos comunales y nuestras comunas, como
garantía para superar las trabas que surgen del tecno-burocratismo
(Harnecker, 2008). Como ha expresado también Pérez Pirela (2008, p.
17) “...ya no será el pueblo quien transfiera su poder al Estado, sino que
el pueblo mismo gestionará parte del poder a través de formas de auto-
gobierno...”, entendiendo como tal “... el pueblo político como una
figura de resistencia frente al poder instituido, sea este Estado Central,
Gobernación, Alcaldía, Banca, Religión, Medios de Comunicación,

170
El método nacionalista revolucionario para construir el socialismo

Partido, Imperio, etcétera (...) quien transfiere el poder a otro lo hace


porque, en realidad, lo tiene...”.

En relación con las ideas anteriormente expuestas es oportuno y muy


relevante citar también el pensamiento de Samir Amin (1989, p. 222)
sobre la construcción del socialismo en las sociedades periféricas al
grupo de países capitalistas centrales, en las cuales existen conglome-
rados humanos heterogéneos que han sido y son víctimas del capita-
lismo, capaces de rebelarse y resistir, pero que necesitan actuar dentro
de un espacio histórico propicio, apoyadas por una fuerza social
capaz de organizar a las clases populares, que sirva como catalizador
de un proyecto social alternativo al capitalismo y dirija la acción
antiimperialista.

El poder popular constituyente y el modo de vida socialista


Sobre la estructuración del poder popular constituyente en una
sociedad socialista, Vargas-Arenas (2007a, pp. 287-295; 2007b)
señala concretamente el papel que juegan o deberían jugar en la expe-
riencia revolucionaria bolivariana los consejos comunales como un
proceso creativo de auto-organización popular, enraizado en nuestras
formas de organización comunal precolonial, organizaciones popu-
lares a partir de las cuales se podría construir, de abajo hacia arriba
un tejido social, una estructura de poder popular caracterizado por
la emergencia de nuevas subjetividades colectivas enfrentado al poder
constituido (Harnecker, 2008).

Las comunidades populares venezolanas, como bien las ha caracte-


rizado Vargas-Arenas, se han estructurado en consejos comunales
que constituyen espacios alternativos a los que habían surgido en la
IV República como consecuencia del clientelismo partidista. En los
actuales consejos comunales conviven actores y actrices con distintas
visiones, con intereses heterogéneos de carácter local o regional, que
tratan de coordinar acciones tendientes a solventar los diversos pro-
blemas que enfrentan las comunidades. La acción política de los con-
sejos comunales que son –según nuestra Ley de Consejos Comunales
dictada por el gobierno revolucionario bolivariano– expresión del
poder popular constituyente, se da en un espacio público nacional dis-
gregado en numerosos espacios locales y regionales, lo cual los sitúa

171
Mario Sanoja Obediente

en un ámbito relacionado directamente con el proceso de transfor-


mación del Estado burgués. A través de un proceso de acumulación
de fuerzas que permite a los diferentes actores sociales crear, poten-
ciar y disputar modelos alternativos y democráticos de desarrollo, los
consejos comunales se debaten en este momento entre la obediencia
al Estado revolucionario que les transfiere recursos económicos para
planificar sus proyectos de transformación y su autonomía como
organizaciones sociales cuya meta es lograr el control de los agentes
sociales sobre sí mismos, convertirse en sujetos protagónicos capaces
de la apropiación –tanto subjetiva como material– de los elementos de
transformación social para la construcción de una nueva ciudadanía,
donde se combatan y eliminen las estructuras patriarcales que repro-
ducen el modelo de jerarquía sexo-género y todas las otras formas de
opresión, dominación o subvaloración social. Ello sería una condi-
ción necesaria para el nacimiento de una nueva cultura comunitaria
sobre la cual será posible construir la sociedad socialista (Vargas-
Arenas, 2010, pp. 97-103).

Para apalancar el poder popular y la transformación de las relaciones


sociales de producción, es importante desmontar todas las jerarquías
sociales, no solamente aquellas que soportan al poder del dinero y las
jerarquías económicas, el poder del Estado y los privilegios sociales;
es necesario que los consejos comunales logren trascender la relación
jerárquica burocrática básica sobre la cual se funda el poder político
regional de la antigua sociedad burguesa venezolana: gobernaciones
de estados-alcaldías, sustituyendo esa jerarquía por redes transver-
sales extensas, no verticales, expresadas en comunas y asociaciones
de comunas para lograr las ejecución de proyectos compartidos que
beneficien el buen vivir de los colectivos sociales y proyecten una
nueva geometría territorial del poder popular. No se trata solamente
de una ilusión, de formular una visión utópica del socialismo, sino de
crear las prácticas y las mediaciones concretas para construir el modo
de vida socialista venezolano (Sanoja, 2008, pp. 146-149).

Para fortalecer el poder popular constituyente, fundamento del


modo de vida socialista venezolano, sería necesario aprender de las
experiencias de las comunidades matricéntricas populares –que son
mayoría en Venezuela y en otros países de Nuestra América– trasunto

172
El método nacionalista revolucionario para construir el socialismo

de las antiguas sociedades indígenas tribales y negrovenezolanas


que se formaron a partir del siglo XVI. Las redes familiares mono-
parentales matricéntricas que forman las estructuras comunitarias
tradicionales de los sectores populares, las cuales funcionan bajo el
principio de la familia extensa, constituyen aproximadamente 60%
de la sociedad nacional; estas redes familiares suponen la preserva-
ción de potenciales formas políticas contestatarias al poder consti-
tuido. En dichas comunidades la pobreza es vivida en contextos de
relaciones sociales colectivas, de naturaleza íntima y cotidiana como
son las familiares, vía la práctica de tácticas solidarias y recíprocas en
esos espacios donde se hacen muy evidentes los condicionamientos
de género. Las familias matricéntricas o comunidades domésticas,
dice la autora, “…han desarrollado estilos de vida y pautas de acción
que coexisten con los hegemónicos, aquellos que la sociedad nacional
capitalista ha evaluado hasta ahora como los más relevantes…”
(Vargas-Arenas, 2010, pp. 157, 161, 173).

La actual experiencia venezolana en la construcción del socialismo


nos remitiría también a la afirmación de Dussel sobre la estrategia
para transformar y cambiar el Estado. Sostiene dicho autor que:

...el paquete de las instituciones estatales (potestas) hay que desatarlo,


cambiarle la estructura global, conservar lo sostenible, eliminar lo
injusto, crear lo nuevo. No se “toma” el poder (potestas) en bloque.
Se lo reconstituye y se lo ejerce críticamente en vista de la satisfacción
material de las necesidades, en cumplimiento de las exigencias norma-
tivas de legitimidad democrática, dentro de las posibilidades políticas
empíricas… (Dussel, 2010, p. 172).

Otro ejemplo concreto de lo anterior es la victoria popular del Par-


tido Socialista Unido Venezolano al obtener, en las elecciones de
diciembre de 2008, 77% de las gobernaciones de estados y 80% de
las alcaldías a escala nacional; esto último refleja, a nuestro juicio,
que el poder popular constituyente, representado en este caso por las
comunidades y consejos comunales, escoge mayoritariamente a los
candidatos socialistas para gestionar los asuntos que están más cerca
de su vida cotidiana. Este hecho afirma la opinión de Vargas-Arenas
según la cual, ésta sería la única manera, como el pueblo venezolano

173
Mario Sanoja Obediente

podría romper con la relación capitalista representada en el Estado


burgués gestor de dichas relaciones, creando así la nueva hegemonía
cultural –en el sentido gramsciano– que nos permita construir una
sociedad socialista. En este sentido, citando de nuevo a Samir Amin,
podríamos decir que:

…las revoluciones socialistas son, entonces, revoluciones nacionales


populares que han logrado su objetivo mediante una desconexión
basada en un poder no burgués, mientras que los movimientos de
liberación nacional, dado que han quedado bajo la dirección de la
burguesía, no han realizado todavía su objetivo (…) La revolución
nacional popular es por ello una necesidad objetiva cada vez más
importante y la exclusión de la burguesía da una responsabilidad his-
tórica creciente a las clases populares y a la inteligentsia susceptible de
organizarla… (Amin, 1989, pp. 225, 227).

Los diversos procesos de descolonización que están teniendo lugar


en diversos países de Suramérica bajo el impulso de movimientos
sociales, muestran claramente la veracidad de las propuestas ante-
riores, ya que los Estados nacionales en dichos países están pasando
y deben pasar de ser un simple instrumento para la reproducción del
capitalismo, a devenir una práctica social que represente los intereses
de los diferentes colectivos sociales que voluntariamente quieran
participar en la construcción de naciones soberanas, liberadas de la
dominación de las transnacionales y los gobiernos del Imperio. Es
oportuno recordar a este respecto que el Libertador Simón Bolívar
en su mensaje a los legisladores del Congreso de Angostura en 1819,
le señaló un nuevo rumbo al Derecho Público Americano: no más
imitaciones subalternas de instituciones exóticas para la realidad del
Nuevo Mundo. Simón Bolívar ofrecía a la inteligencia americana la
oportunidad histórica de independizarse de la inteligencia europea de
la misma manera como se estaba emancipando de su dominio político
“...las leyes deben ser propias para el pueblo que se hacen...” “¡He
aquí el código que debíamos consultar y no el de Washington...!”
(Liévano Aguirre, 1988, p. 248).

174
El método nacionalista revolucionario para construir el socialismo

Poder popular y propiedad social de los medios de producción


La consolidación del poder popular pasa por la promoción de la pro-
piedad social de los medios de producción. En el caso venezolano, el
mismo Estado bolivariano ha transferido a las comunidades y a los
consejos comunales la gestión de diversas empresas recuperadas,
productoras de bienes y servicios, que fueron abandonadas por sus
antiguos dueños. Una parte de plusvalía producida se canaliza hacia
proyectos elaborados por las mismas comunidades para el desarrollo
colectivo del buen vivir, fundamento de una economía solidaria, coo-
perativa, alternativa a la economía capitalista, mediante la cual los
colectivos sociales desalienados

…tengan la oportunidad de estar satisfechos con sus vidas, con su


trabajo, controlando qué hacen y cómo lo hacen; significa que esos
colectivos pueden liberar su creatividad y energía dentro de sus pro-
pias organizaciones; significa compartir colectivamente la responsabi-
lidad… sólo de esa manera podría constituirse el pueblo como actor
colectivo, dado que la voluntad política popular no se crea sino que
emerge de la participación… (Vargas-Arenas, 2007, pp. 291, 58).

A este respecto, diversas opiniones expresadas tanto por sectores de


la “izquierda neoliberal” como de la derecha imperialista más retar-
dataria, han enfatizado el carácter negativo de las supuestas tenden-
cias neoestatistas e intervencionistas. Sin embargo, creemos necesario
aclarar que el término estatismo autoritario se ha empleado para aludir
a la confiscación estatal de todas las esferas de la vida económica
social articulada con la decadencia de las instituciones democráticas,
la libertad y los derechos humanos correspondiente a la actual fase
imperial del capitalismo monopólico transnacional (Poulantzas, 1980,
pp. 248-249) tal como ocurre en Estados Unidos, o en las sociedades
imperialistas delegadas actuales tales como Chile, Colombia, Perú,
entre otras. Dicho término no se corresponde con las intervenciones en
la economía que han tenido que asumir los gobiernos revolucionarios
de Venezuela, Bolivia y Ecuador, frente a la ofensiva desestabilizadora
emprendida por Estados Unidos, la Comunidad Europea y el gobierno
de la oligarquía de Colombia, las cuales no pueden compararse con las
intervenciones de la burocracia política o político-empresarial, como
fue el caso en Venezuela durante la IV República, que tenían como

175
Mario Sanoja Obediente

fin apropiarse de la plusvalía producida por las empresas del Estado


(Vargas-Arenas y Sanoja, 2006, pp. 282-284).

La agenda de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales


(FAES), ya mencionada (Roitman, 2008), sostiene que “…el neoes-
tatismo es una amenaza ideológica ya que culpa al neoliberalismo
de todos los males de la región…” (nuestramericana), culpa que ha
sido fehacientemente establecida por el fracaso del proyecto neoli-
beral en promover el bienestar de los pueblos, donde quiera que se
haya aplicado en Nuestra América y el resto del mundo como vemos
actualmente en Europa y Asia. Sin embargo, se puede constatar que
el Estado, entendido esta vez como práctica social de resistencia al
imperialismo, está resurgiendo igualmente en Suramérica y el Caribe
como consecuencia del fracaso histórico del capitalismo empresarial
privado para preservar la soberanía nacional, para dar solución a los
problemas de la pobreza y el subdesarrollo que creó su imposición
violenta y forzada a nuestros pueblos originarios. El desarrollo autó-
nomo de las fuerzas productivas en los países subdesarrollados, sólo
es posible vía el Estado cuando éste se organiza como práctica social
de resistencia al imperialismo a través del método del nacionalismo
revolucionario que es, a nuestro juicio, la etapa inicial del camino que
nos llevaría hacia la sociedad socialista.

El humanismo socialista del siglo XXI y el nacionalismo


revolucionario
La urgencia de construir una sociedad socialista del siglo XXI en Vene-
zuela, como también en otros países de Suramérica, se origina en un
hecho incontrovertible: mientras los procesos socialistas tienen como
meta lograr el desarrollo pleno de los hombres y mujeres como seres
sociales, el capitalismo, particularmente en su presente fase neoli-
beral, persigue un objetivo contrario; al privilegiar la preeminencia
del capital sobre el trabajo ha degradado el medio ambiente, las con-
diciones materiales del trabajo, provocando igualmente la devalua-
ción de las condiciones culturales y sociales de los pueblos. Por las
razones antes expuestas, el capitalismo neoliberal dejó de ser un
medio de desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en
un gigantesco freno al desarrollo económico y social de los pueblos
(Vargas-Arenas, 1999, p. 53).

176
El método nacionalista revolucionario para construir el socialismo

El socialismo del siglo XXI es una fase histórica de transición en el


proceso de desarrollo democrático participativo de los pueblos, de
la construcción de una nueva formación económico social socia-
lista, caracterizada por la planificación, el desarrollo orgánico de las
fuerzas productivas, la información sobre todas las necesidades de
la sociedad sistemáticamente investigadas y divulgadas, la satisfac-
ción de las necesidades colectivas elevada al rango de objetivo esen-
cial de la gestión pública, la administración de las cosas al servicio
de todo el pueblo, la desaparición o reducción en intensidad de los
antagonismos de clase, de la injusticia social. Bajo el socialismo se
puede orientar la espontaneidad social hacia la reconstrucción de una
democracia participativa donde, sin aplastar la conciencia privada,
domine la conciencia pública y política, la conciencia de las ciuda-
danas y ciudadanos integrados en colectivos que reflejen la voluntad
transformadora del pueblo (Lefebvre, 1959, pp. 47-51). En este sen-
tido, la democracia socialista sería diferente a la democracia burguesa
la cual fundamenta su existencia en la desigualdad social, que trata
no con colectivos sociales sino con individuos aislados, explotados
por leyes del mercado controladas por una minoría de capitalistas.
¿Hacia dónde va el socialismo del siglo XXI? Hacia una sociedad
donde todos los hombres y las mujeres alcancen la plena conciencia
social, la libertad de realizar el potencial de sus vidas (Sanoja, 2008).

Consideramos que el socialismo es la única alternativa que garantiza


la resolución definitiva del subdesarrollo; asimismo, creemos que el
socialismo es una construcción social que necesita asentarse sobre
bases sólidas si queremos que sea históricamente viable. A este res-
pecto, el maestro Maza Zavala proclamaba en 1967 como condición
imperativa para llegar a un modelo de desarrollo socialista, la nece-
sidad que tenía Venezuela

…de un nacionalismo revolucionario que apuntase hacia la liqui-


dación del enclave capitalista extranjero, la liquidación del régimen
agrario latifundista, la pérdida del poder de la oligarquía interna,
el desarrollo de un poderoso sector público de economía básica, con el
dominio de todos los mecanismos estratégicos del proceso de distri-
bución y la convivencia con un sector privado limitado en cierta gama

177
Mario Sanoja Obediente

de actividades productivas y de servicios, dentro de la esfera pura-


mente económica… (1967, p. 29).

En una obra posterior, Maza Zavala concretó el desarrollo de aquel


concepto, que consideramos importante citarlo en su extensión:

En una época como la presente, tan conmovida por las múltiples mani-
festaciones de la crisis que afecta a los patrones esenciales del modo
capitalista de producción y de vida y por los procesos de renovación
y crítica que toman impulso en el mundo socialista, hasta el punto de
que formas y contenidos se confunden y se llega a poner en duda la
validez de las leyes históricas y del cambio del orden social, se hace
indispensable establecer prelativamente el principio orientador de la
crítica social y de la transformación revolucionaria de la realidad: este
principio, para nosotros fuera de toda duda, es la democracia socia-
lista. Perseguimos la liquidación de la dependencia a que está sometida
la nación venezolana, del subdesarrollo que bloquea las fuerzas del
crecimiento orgánico de nuestra economía y del bienestar social, de
la alienación de nuestra cultura y de nuestra identidad de pueblo; y
porque perseguimos eso, planteamos la exigencia de la liquidación del
capitalismo que ha adquirido en nuestro país sus características más
negativas, más deformantes, más destructivas, más desnacionaliza-
doras y más destructoras de la calidad de vida (…) cuya característica
dominante es la expansión y la profundización del supermonopolio, la
concentración creciente del poder de acumulación y de extracción de
ganancias (Maza Zavala, 1985, pp. 70-71).

178
Capítulo 15
El Estado nacional: práctica para la resistencia
antiimperialista

Consideramos necesario para ampliar la propuesta del Método


Nacionalista Revolucionario, profundizar el análisis de la función
que cumpliría el Estado nacional como praxis de resistencia antiim-
perialista en la fase nacionalista revolucionaria del proceso socialista,
entendiendo que se trata de una nueva forma de organización polí-
tica, económica, cultural y social que asumiría el Estado, en la fase
de transición hacia la construcción del socialismo, particularmente
en aquellos países periféricos al núcleo de países desarrollados donde
el modo de producción capitalista dependiente se convierte en una
traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. Ello es consistente
con lo expuesto por Borón sobre la naturaleza dialéctica del Estado el
cual, dice dicho autor: “…no es una entidad metafísica sino una cria-
tura histórica, continuamente formada y reformada por las luchas de
clases, sus formas difícilmente puedan ser interpretadas como esen-
cias inmanentes flotando por encima del proceso histórico…” (Borón,
2006, p. 108).

Para comprender más claramente la diferencia que proponemos entre


el Estado como práctica de resistencia social y cultural en Nuestra
América y sus otras manifestaciones fenoménicas en la actualidad,
tratamos en este ensayo de establecer tentativamente, con vistas a una
discusión futura, tres tendencias históricas actuales del Estado rela-
cionadas con el antiguo socialismo real, la antigua social-democracia
latinoamericana (pre-neoliberal) y el socialismo del siglo XXI:

179
Mario Sanoja Obediente

1. Un tipo de capitalismo de Estado que podría definirse como


un sistema redistributivo centralizado de la plusvalía social-
mente producida, el cual tendría como característica la
reproducción de una sociedad jerárquica con una clase polí-
tica-burocrática dominante. Ejemplo de la primera serían
la antigua URSS y la República Popular China que podrían
considerarse como expresión del socialismo burocrático del
siglo XX.

2. Un sistema capitalista centralizado, expropiador de la


plusvalía socialmente producida para redistribuirla prin-
cipalmente entre una clase política minoritaria burocrática-
empresarial dominante y, colateralmente con la mayoría de
la población, reproduciendo un Estado opresor, socialmente
injusto y proimperalista. Ejemplos emblemáticos de esta
alternativa en Nuestra América serían el antiguo régimen
del Partido Revolucionario Institucional de México y, en
Venezuela la IV República o régimen bipartidista de Acción
Democrática y Copei.

3. La existencia de un tipo de Estado socialista que podría defi-


nirse como un sistema redistributivo-generativo, participa-
tivo y descentralizado de la plusvalía socialmente producida
vía las instituciones de poder popular, como las misiones,
comunas y consejos comunales en el caso venezolano, que
apuntaría hacia la disolución de las estructuras jerárquicas
de la sociedad burguesa para crear una sociedad iguali-
taria estructurada en redes sociales solidarias transversales.
Ejemplo de lo anterior serían el modelo nacionalista revo-
lucionario bolivariano considerado como la fase inicial del
socialismo venezolano del siglo XXI, el modelo socialista
desarrollado por la Revolución Cubana y lo que podrían
devenir los procesos revolucionarios de Bolivia y Ecuador.

Para comprender a cabalidad la diferencia entre el Estado como expre-


sión del socialismo del siglo XXI y aquel que es expresión de los inte-
reses del capitalismo burgués, es importante volver a citar a Borón,
quien nos ofrece una acertada descripción de lo que consideramos el

180
El Estado nacional: práctica para la resistencia antiimperialista

tipo 2 y las políticas represivas que desarrolla el Estado nacional capi-


talista dependiente en Nuestra América (e igualmente en otras partes
del mundo) para apuntalar la organización de regímenes capitalistas
cada vez más injustos y desiguales. Dichos regímenes, que tienen
como finalidad la reproducción ampliada de la pobreza y la exclu-
sión de la mayoría de las poblaciones para enriquecer cada vez más
las oligarquías locales y a sus amos metropolitanos, estarían carac-
terizados por un modelo de políticas regresivas y antipopulares que
podría caracterizarse por:

concesión de subsidios directos a las empresas nacionales; gigantescas


operaciones de rescate de firmas y bancos costeadas, en muchos casos,
con impuestos aplicados a trabajadores y consumidores; imposición de
políticas de austeridad fiscal y ajuste estructural encaminadas a garan-
tizar mayores tasas de ganancia de las empresas; devaluar o apreciar la
moneda local a fin de favorecer algunas fracciones del capital en detri-
mento de otros sectores y grupos sociales; políticas de desregulación de
los mercados; “reformas laborales” orientadas a acentuar la sumisión
de los trabajadores al tiempo que se facilita la ilimitada movilidad del
capital; “ley y orden” garantizados en sociedades que experimentan
regresivos procesos sociales de reconcentración de riqueza e ingresos y
masivos procesos de pauperización; la creación de un marco legal ade-
cuado para ratificar con todas las fuerzas de la ley la favorable corre-
lación de fuerzas de que han gozado las empresas en la fase actual;
establecimiento de una legislación que “legaliza” en los países de la
periferia, la succión imperialista de plusvalía y que permite que las
superganancias de las firmas transnacionales puedan ser libremente
remitidas a sus casas matrices… (Borón, 2006, p. 112).

Cualquier lector avezado en el estudio de nuestra historia contempo-


ránea podría identificar sin vacilación los gobiernos venezolanos de
la IV República entre 1958 y 1998 y el actual gobierno de Estados
Unidos de América.

Definición del modelo nacionalista revolucionario


En los países subdesarrollados y dependientes, las oligarquías anti-
patriotas locales forman el núcleo duro de los enclaves transnacio-
nales que reproducen el atraso y la dependencia. Para enfrentar esa

181
Mario Sanoja Obediente

situación, Losada Aldana (1967, pp. 188-189) propuso la formula-


ción concreta del modelo llamado revolucionario nacional, fase ini-
cial de la sociedad socialista, el cual correspondería con el tipo 3 o
Estado socialista ya mencionado, igualmente comprometido con
los procesos revolucionarios mundiales. Dicho modelo (o método
según nuestro razonamiento) se fundamentaría en la nacionaliza-
ción total o parcial de los medios básicos de producción, particular-
mente los dedicados a la producción de energía, el mantenimiento de
la soberanía financiera, de la producción de alimentos para sostener
la soberanía alimenticia, a la producción de servicios en el área de
la comunicación, la información, la cultura y la educación y, final-
mente, en nuestro caso particular, a la nacionalización del enclave
capitalista extranjero, excluido el capitalismo interno. Esta última
condición, que podría ser tachada de reformista, se explica por el
hecho de que este método supone como condición la existencia de una
fase o frente político de lucha por la liberación nacional dentro de la
lucha de clases, donde pueden tener cabida igualmente los capitalistas
nacionales patriotas y honestos, frentes que facilitaron la lucha por
la liberación nacional en países como Argelia, Vietnam, Irán, Nepal,
China, Nicaragua, El Salvador, entre otros. Los movimientos sociales
tienen que organizarse como clase en su propio país ya que éste es la
palestra inmediata de sus luchas, aunque esta lucha es nacional, no
por su contenido, sino por su forma (Marx, 1963, p. 237).

De lo anterior se asume que la vía democrática hacia el socialismo


designa un proceso largo, cuya primera fase implica la impugna-
ción de la hegemonía del capital monopolista, mas no la subversión
radical de todo núcleo de las relaciones de producción, a riesgo de
que las oligarquías subsidiadas por el Imperialismo estadounidense
puedan y logren efectivamente sabotear los procesos revolucionarios
(Poulantzas, 1980, p. 242).

La política cultural socialista: método ideológico para el cambio


revolucionario
La condición esencial para garantizar la transición de esta fase de
nacionalismo revolucionario hacia la sociedad socialista, es la for-
mulación de un proyecto cultural educativo destinado a formar los
valores sociales y culturales, la conciencia crítica y reflexiva que debe

182
El Estado nacional: práctica para la resistencia antiimperialista

animar a los ciudadanos y ciudadanas para que construyan y hagan


crecer el socialismo. Como hemos expuesto en otra de nuestras obras
dedicada a analizar los contenidos históricos, culturales y sociales de
la Revolución Bolivariana:

Todo Estado nacional incluye en su proyecto político, pues, la produc-


ción y reproducción institucionalizada de una cultura, lo que equivale
decir, que todo proyecto político es en sí mismo cultural y posee una
expresión cultural. Una nación, entonces, como proyecto político, es
un hecho cultural… (Sanoja y Vargas-Arenas, 2008, p. 167).

La construcción del socialismo es parte consustancial de la lucha


de clases, de la movilización ideológica donde deben prevalecer los
sujetos políticos revolucionarios. Esta movilización ideológica es con-
dición necesaria para que el pueblo pueda identificar aquel objetivo
decisivo como una conclusión que se impone racional y culturalmente
a partir de la educación, para que logre definir claramente lo que es
posible lograr en esta fase de la lucha y –particularmente– cómo se
podría dar la construcción del socialismo (Lenin, 1976, p. 132).

La ideología es el medio a través del cual opera la conciencia del ser, e


incluye tanto la cultura como las experiencias de la vida cotidiana, las
doctrinas intelectuales, la conciencia de los actores sociales, los sis-
temas de pensamiento y los discursos institucionales de una sociedad
dada (Therborn, 1987, p. 2). Sólo es posible crear una cultura de la
revolución, si se crean los medios educativos para conocer con pre-
cisión y objetividad el acervo de conocimientos conquistados por
la humanidad bajo el yugo de la sociedad capitalista (Lenin, 1976,
p. 129). De allí se deduce, como hemos señalado en otros trabajos
(Vargas-Arenas y Sanoja, 2006, p. 185-2008) la importancia que
tienen los museos de historia, ciencia y tecnología para la formación
de la conciencia histórica en los colectivos sociales. La elaboración de
políticas culturales revolucionarias para ganar la mente y el corazón
de los ciudadanos y ciudadanas, distintas a las de la cultura burguesa,
es el componente más estratégico para la construcción del socialismo.
De ellas depende:

183
Mario Sanoja Obediente

...si se actúa con buena decisión y dirección, que se logre humanizar


los grupos de venezolanos y venezolanas e igualmente a los ciuda-
danos y ciudadanas de otros países que han sido deshumanizados por
el capital extranjero, alejándolos simultáneamente de sus tradiciones,
de su pasado histórico y cultural, haciendo que su medio social y
natural, su lengua, sus costumbres, sus valores morales y sus ideales
sean extraños a esos pobres seres, cuya mente ha sido disociada sicó-
ticamente por las campañas mediáticas traidoras para que acepten
como suyos los del colonizador extranjero (Quintero, 1968, p. 112).

Si esa condición no se cumple, el Estado como práctica social de


resistencia podría tornarse en una forma regresiva de capitalismo
despótico burgués del tipo 2 ya descrito. Las movilizaciones ideo-
lógicas tienen un definido carácter existencial que se apoya a su vez
en la movilización de la subjetividad individual de las mujeres y los
hombres comprometidos con el socialismo. El objetivo de una polí-
tica cultural revolucionaria es el de crear en los colectivos sociales una
ideología revolucionaria que se concrete a su vez en una ideología de
clase, sin la cual el asalariado se deshumaniza, zozobra en el prag-
matismo y pierde la conciencia social y política sobre la necesidad de
resolver los problemas que retardan o impiden el desarrollo soberano
de su nación y de su clase social.

Como observó Engels (1975, pp. 148-151), el mejoramiento y la reso-


lución definitiva de las carencias que limitan la calidad de vida mate-
rial, proceso que impacta las dimensiones culturales que conforman
la subjetividad humana, es una condición necesaria para construir
el socialismo, pero no es la meta final del mismo. Ello cobra parti-
cular importancia en los procesos revolucionarios que tienen como
tarea –tal es el caso de Venezuela, Bolivia y Ecuador– resquebrajar
regímenes capitalistas que se encuentran en crisis. En estos casos, la
ejecución de acciones directas e inmediatas son las que tienen mayor
urgencia e importancia.

La movilización ideológica de la sociedad según las experiencias,


valores y símbolos del pasado, es un componente de la moviliza-
ción nacionalista entendida como práctica social antiimperialista.
Sin embargo, es igualmente necesario movilizar el futuro contra el

184
El Estado nacional: práctica para la resistencia antiimperialista

presente: el logro de una sociedad justa como garantía de la victoria


final sobre la injusticia presente. El imperialismo, como hemos visto,
adopta también medidas preventivas contra el futuro utilizando el
miedo como mecanismo de dominación, lo que se denomina movi-
lización por miedo anticipado (Therborn, 1987, p. 99), tal como
ocurre en Venezuela con la ofensiva mediática externa e interna,
armada por las transnacionales de medios de comunicación privados,
contra el movimiento bolivariano que lidera nuestro presidente Hugo
Chávez.

El sistema ideológico de las sociedades nunca es estático, sino que


cambia constantemente según las prácticas y condiciones históricas.
Cuando aquel no constituye una amenaza seria para el régimen domi-
nante, puede derivar en un simple cambio formal de los diferentes
agentes políticos, de las condiciones que inciden en la formación de las
nuevas generaciones, cosa que ocurriría, particularmente, en aquellos
regímenes muy condicionados todavía por coyunturas dramáticas
del pasado. Dichas coyunturas pueden influir también en los nuevos
agentes políticos revolucionarios, desplazando el viejo discurso de los
dominadores, determinando una nueva correlación de fuerzas dife-
rente a la que existía en la sociedad anterior o en otras sociedades
que experimentan similares procesos de cambio histórico. Esto puede
llevar también –como en el caso de nuestra Revolución Bolivariana–
hacia un tipo de movilización ideológica por el ejemplo que puede
inspirar también contraejemplos en el discurso de las antiguas clases
dominantes del propio u otros países, como es el caso en Bolivia y
Ecuador en relación con el proceso bolivariano venezolano. Las ideo-
logías son un arma de doble filo, ya que así como pueden consolidar
los sistemas de poder, mal concebidas pueden ser también la causa
de su hundimiento y su desviación. Ésta es la tarea teórica y polí-
ticamente decisiva… pero la tarea no ha hecho más que comenzar
(Therborn, 1987, pp. 99-101).

El Estado como praxis antiimperialista: motor del desarrollo


revolucionario
Tanto el capital transnacional como el sector de la burguesía que repre-
senta sus intereses en los países, como ya se dijo, son parte orgánica de
las estructuras del subdesarrollo y el atraso, incluyendo la dependencia

185
Mario Sanoja Obediente

cultural de los centros metropolitanos del Imperio. Para entender la


razón de la fase revolucionario nacionalista, como se ha explicado,
baste considerar la diferencia neta que existe generalmente entre el
bajo nivel de inversiones que hacen las transnacionales en los países
dependientes y subdesarrollados, el enorme volumen de capitales repa-
triados hacia sus casas matrices en las metrópolis imperiales, así como
el fortalecimiento de las diversas formas de dependencia y penetración
cultural. Por el contrario, al corroborar la eficacia de la estrategia revo-
lucionaria nacionalista, podemos ver cómo se recuperan las formas cul-
turales de los pueblos y se intensifica y orienta racionalmente el proceso
nacional de acumulación de capitales en los países que han nacionali-
zado todos o parte de los medios básicos de producción, como es el caso
de Venezuela, Cuba, Bolivia y Ecuador. Como señaló el antropólogo
venezolano Rodolfo Quintero (1968, p.112):

La liberación de las masas populares implica la liberación de la per-


sonalidad. Las culturas nacionales, al abrir a todos los venezolanos
el camino hacia la ciencia, los conocimientos y la actividad política,
minan las bases del individualismo fomentado por la colonización y
sienta las bases de la combinación orgánica de los intereses personales
y los colectivos, sin lo cual no es posible un desarrollo multilateral de
la personalidad…

Este “mal ejemplo” es el que el Imperio se apresta a obstaculizar y cas-


tigar para impedir que otros países lo imiten, ya que la liberación de las
masas populares para que éstas se hagan dueñas efectivas de su riqueza
nacional, reduce el volumen de la renta imperial que los pueblos domi-
nados deben pagar anualmente a los bancos del Imperio por concepto
del pago del capital y los intereses de la deuda externa para mantener la
liquidez del sistema financiero transnacional. Como estamos viendo en
la coyuntura actual, el proceso de gran acumulación de capitales exis-
tente en Brasil, Argentina y Venezuela parece haber causado, en buena
parte, el descalabro de la banca imperial, particularmente del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Puesto que el objeto del Estado como praxis de resistencia antiimpe-


rialista es promover la acumulación de capitales para la inversión pro-
ductiva y la creación de una nueva sociedad, de una nueva cultura que

186
El Estado nacional: práctica para la resistencia antiimperialista

nos conduzca hacia la independencia nacional, hacia el socialismo, el


Estado debe ser el factor más dinámico del desarrollo social, sustitu-
yendo en este caso el papel que cumple la burguesía en el modelo capi-
talista “puro”. Esto se explica porque al controlar el flujo y el proceso
de acumulación de capitales y crear los nuevos valores de la cultura
socialista, se fortalece la soberanía nacional frente a la voracidad del
Imperio y sus transnacionales; se explica igualmente porque, como
acotamos en párrafos anteriores, las revoluciones socialistas ocurren
en aquellos países dependientes de la periferia capitalista donde las
burguesías nacionales no son capaces de superar el estancamiento
del subdesarrollo, debido fundamentalmente a la interferencia nega-
tiva de las estructuras capitalistas externas o transnacionales que son
factores del subdesarrollo mismo. Si la nacionalización ha sido par-
cial, como sería el caso actual de Venezuela, el método nacionalista
revolucionario debería tender a movilizar los capitales privados hacia
la inversión productiva que requiere el desarrollo social nacional
(Losada Aldana, 1967, p. 190).

Los Estados multinacionales de nuevo tipo


Tal como podría ocurrir en Suramérica si se dan las condiciones polí-
ticas adecuadas, las economías revolucionarias nacionales podrían
fusionarse o relacionarse dentro de contextos regionales más amplios,
en la medida que ello suponga la creación de un Estado multinacional
de nuevo tipo, soportado en el modelo nacional revolucionario o antiim-
perialista. Ello alude a un tipo de Estado multinacional, desregulado en
su interior, donde el actual Estado nacional no desaparecería, sino que
reconstituiría y generaría nuevas formas de regulación orientadas hacia
la lucha contra la dependencia y la dominación neocolonial, en términos
de colectivos más amplios y organizados que los primigenios Estados
nacionales individuales, englobando mercados solidarios más amplios y
organizados, con mayor capacidad de intercambio y consumo de bienes
materiales y culturales (Vargas, 2007a).

En el caso de Suramérica y el Caribe, es posible crear estructuras,


étnicas y culturales, así como de intereses estratégicos económico-
políticos y económico-sociales comunes (Sanoja y Vargas-Arenas,
2005a, p. 152). En este caso, la lucha contra el subdesarrollo, la
dependencia, la pobreza y el atraso serían una meta común a lograr

187
Mario Sanoja Obediente

de manera conjunta por los diferentes Estados asociados. Como ha


dicho Lefebvre, es el reflejo de aquellos problemas y necesidades en la
vida cotidiana, lo que determinará la formación de un vínculo entre
los miembros de aquellas sociedades: “Aquellas necesidades en la vida
cotidiana son una fuerza cohesionadora para la vida social, aún en la
sociedad burguesa y ellas, no la vida política, son el vínculo real...”
(Lefebvre, 1991, p. 91. Énfasis nuestro).

De la misma manera, un proceso regional armónico de acumulación


de capitales, de desarrollo cultural socialista, permitiría la confor-
mación de un polo de desarrollo alternativo al del Imperio, capaz de
mantener relaciones de complementariedad con otras formaciones
nacionales revolucionarias o no imperialistas que existen en otras
partes del mundo.

En los actuales momentos, 2009, el capitalismo está viviendo una


de sus crisis estructurales más severas, la cual puede llegar a com-
prometer incluso la hegemonía mundial que detenta la cabeza del
Imperio, Estados Unidos. Esta crisis sistémica generalizada del capi-
talismo, podría acentuar aún más el carácter belicista y colonialista
del gobierno transnacional estadounidense, ya que a la crisis finan-
ciera especulativa se suma otra de mayores proporciones: el deterioro
de la economía productiva y el agotamiento de las reservas petroleras
mundiales. Como discutiremos más adelante, en la actual coyuntura
mundial las mayores reservas mundiales de hidrocarburos líquidos o
gaseosos no se encuentran en el espacio territorial de los países capita-
listas desarrollados, sino precisamente en naciones que forman parte
de su periferia como Rusia, Arabia Saudita, Venezuela, Bolivia e Irán,
todos los cuales, excepto Arabia Saudita, están enfrentados en mayor
o menor grado al poder hegemónico de Estados Unidos. Este hecho
tiene una relevancia especial para comprender el futuro y las posibi-
lidades de triunfar o permanecer que tienen los movimientos socia-
listas de los países periféricos.

En el pasado, los movimientos socialistas exitosos ciertamente no


se produjeron como consecuencia de las crisis productivas del capi-
talismo empresarial. Los bolcheviques tomaron el poder en la
extinta URSS; Mao y el Partido Comunista triunfaron en China; los

188
El Estado nacional: práctica para la resistencia antiimperialista

vietnamitas derrotaron a Estados Unidos, y en Cuba triunfó la Revo-


lución Cubana, todos durante períodos de intenso crecimiento del
núcleo desarrollado de países capitalistas (Katz, 2007, p. 10). Estos
períodos de auge económico lo alcanzaron esos países forzando un
decrecimiento similar del desarrollo de las fuerzas productivas de la
periferia neocolonizada como fue el caso particular de Venezuela, de
Bolivia y Ecuador. En la presente coyuntura mundial, el despertar del
socialismo del siglo XXI coincide con una severa crisis financiera y pro-
ductiva del sistema capitalista internacional. Ello podría llevarnos, en
el mejor de los casos, hacia una solución negociada de los conflictos o
a provocar una nueva escalada de violencia militar contra los países
petroleros con consecuencias imprevisibles para la humanidad.

Para garantizar la fluidez de la expoliación de recursos, el Imperio


siempre ha tratado de destruir los movimientos antiimperialistas
de liberación nacional en Nuestra América mediante invasiones
militares, dictaduras militares o dictaduras de partidos seudode-
mocráticos que representan los intereses de las oligarquías nacio-
nales y transnacionales, como es el caso concreto de Colombia, Perú
y México, entre otros. Pero es también posible que por la acción de
diversos factores que determinan la coyuntura histórica, la fuerza
del Imperio no logre derrotar los movimientos populares y pueda
triunfar el antiimperialismo de liberación nacional que han con-
quistado el Gobierno y buena parte del poder en Cuba, Venezuela,
Ecuador y Bolivia, apoyando su lucha para lograr la soberanía plena
de sus países en la propiedad estatal de los principales medios de pro-
ducción, particularmente el petróleo y el gas.

Prueba evidente de la nueva correlación de fuerzas antiimperialistas


que se está creando en Nuestra América es la condena contundente de
la reciente agresión bélica lanzada por el sector fascista del Gobierno
y el ejército colombiano contra la República del Ecuador en marzo del
2008, acción destinada a torpedear el proceso de integración nues-
troamericana, gracias a la actitud coherente y valiente que mostraron
todos los presidentes nuestroamericanos que integran el Grupo de Río
el día 6 de marzo de 2008, con la excepción del de Colombia, Álvaro
Uribe, quien representa los intereses del Imperio. Otra demostración
concreta de dicha nueva correlación, es la inclusión en diciembre de

189
Mario Sanoja Obediente

2008, por unanimidad, de Cuba Socialista en el Grupo de Río y en la


Comunidad de Naciones Suramericanas y Caribeñas, la exclusión de
los Gobiernos de Estados Unidos y Canadá y el fortalecimiento de los
vínculos entre Venezuela, Cuba, Brasil, Bolivia, Ecuador y Argentina
con Rusia y China. Finalmente, la condena internacional al golpe oli-
gárquico-militar contra el gobierno democrático de Manuel Zelaya,
Honduras ocurrido en junio de 2009, aun si el régimen de facto no
entregase el poder a las autoridades electas por el voto popular, repre-
sentaría una victoria ideológica del nuevo proceso civilizador que
comienza a significar para nuestros pueblos el modelo geoestratégico
de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA). Esto constituye la demostración evidente de nuestra argu-
mentación en la presente obra: la única posibilidad de lograr la ver-
dadera liberación y la independencia nacional en Nuestra América
del coloniaje estadounidense y europeo, es la conformación de nuevos
procesos civilizadores socialistas dentro de un bloque histórico nues-
troamericano independiente que diseñe su propia meta y sus objetivos
políticos, dentro del contexto multipolar de bloques históricos que
comienza a conformarse en esta nueva era que vive la humanidad.
Podríamos decir que la antigua relación centro-periferia que expresa
el proceso histórico de dominación ejercido por el bloque de países
capitalistas desarrollados, la llamada civilización occidental, sobre el
resto del mundo, pudiera estar llegando a su fin.

La alocución del presidente Hugo Chávez el 2 de febrero de 2008 para


presentar los logros de los primeros nueve años de gobierno boliva-
riano, no deja duda sobre los resultados positivos del método nacio-
nalista revolucionario y del Estado tipo 3, entendido éste como una
práctica social para promover el poder popular y la justicia social
en democracia. Todos los indicadores sociales y económicos: salud,
educación, vivienda, empleo, alimentación, precios, seguridad social
y personal, autoestima, soberanía y respecto internacional, etcétera,
indican de manera fehaciente que en el breve lapso de nueve años se
ha logrado corregir buena parte de las distorsiones que introdujo el
capitalismo en la sociedad venezolana durante quinientos años de
dominio hegemónico. Falta todavía profundizar la creación de la
cultura revolucionaria que sustente la sociedad socialista. Todo lo
anterior ha sido posible gracias a la nacionalización de los principales

190
El Estado nacional: práctica para la resistencia antiimperialista

medios de producción, particularmente el petróleo, el gas, la petro-


química, las telecomunicaciones, parte de la banca y del sistema dis-
tribución de mercancías, la creación de nuevas formas de propiedad
no burguesa, la lucha por la soberanía alimentaria y las políticas
monetarias que han racionalizado la exportación de capitales fuera de
Venezuela. Ello ha permitido profundizar el proceso interno de acu-
mulación de capitales, profundizar la inversión social para mejorar la
calidad de vida de todos los venezolanos y venezolanas, incluyendo
aquellos que son enemigos de la Revolución Bolivariana, y proponer
a la comunidad de Unasur la creación de nuevas instituciones finan-
cieras internacionales como el Banco del Sur y el Banco del ALBA.
Al respecto es interesante citar el pensamiento de Rondón de Sansó,
cuando nos dice:

La etapa actual de la historia del petróleo en Venezuela, está así mar-


cada por una impronta que tiene como característica el nacionalismo,
la visión del petróleo como elemento de integración y, su destino
signado para satisfacer las necesidades de todos y cada uno de los
miembros de la sociedad venezolana, sin que este último calificativo
sea limitante. En efecto, la aludida actuación no es restrictiva, sino
extensiva hacia las naciones amigas y en busca de una mejor distribu-
ción político-geográfica, a través del uso de los recursos energéticos...
(Rondón de Sansó, 2008, p. 58).

Una nueva estrategia económica y financiera planteada en la reunión


de presidentes del ALBA del 23 de noviembre de 2008 por el presi-
dente del Ecuador Rafael Correa, refrendada en la Cumbre de Presi-
dentes del ALBA de octubre de 2009, es la creación de un Fondo de
Estabilización de Intercambios Comerciales, utilizando para ello una
moneda contable que se denominaría Sucre (Sistema Único de Com-
pensación Regional). Un elemento importante es la posibilidad de que
Rusia se una al ALBA y al Fondo de Estabilización, lo cual permitiría
la transferencia de tecnologías de punta, mercancías y capitales hacia
los países del ALBA. La creación de estas instituciones está diseñada
para revertir la hegemonía del dólar y las políticas intervencionistas
perversas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial,
cuyo único fin es mantener la hegemonía del mundo capitalista desa-
rrollado sobre los países de su periferia.

191
Mario Sanoja Obediente

Iguales resultados se están obteniendo en países suramericanos como


Bolivia y Ecuador, donde en un tiempo todavía menor la estrategia del
Estado como práctica de resistencia antiimperialista está resolviendo
los problemas seculares de la pobreza y la exclusión de la mayoría de
la población, acumulados también luego de quinientos años de capi-
talismo burgués, como manera de establecer las condiciones funda-
mentales para construir el socialismo.

Enfrentados a esta nueva –y quizás final– crisis sistémica del capi-


talismo burgués, los paladines del neoliberalismo reunidos en la
última conferencia celebrada en Davos, Suiza, en 2008, han caído
finalmente en cuenta que el modelo de economía neoliberal que pro-
ponen, sólo los lleva al caos financiero. Decía Adam Smith (1958, pp.
XXV-XXVI):

Los ricos escogen del montón sólo lo más preciado y agradable. Con-
sumen poco más que el pobre, y a pesar de su egoísmo y rapacidad
natural, y lo único que se proponen con el trabajo de esos miles de
hombres a los que dan empleo es la satisfacción de sus vanos e insacia-
bles deseos, dividen con el pobre el producto de todos sus progresos.
Son conducidos por una mano invisible que los hace distribuir las
cosas necesarias de la vida (énfasis nuestro).

Los defensores a ultranza del neoliberalismo, enfrentados a esta


severa crisis financiera del capitalismo, habrán quizás comprendido,
amargamente, que aquella célebre frase de Adam Smith era simple-
mente… una metáfora literaria, no un principio económico…

192
Capítulo 16
El neoevolucionismo y la energía: legitimación ideológica
del neocolonialismo
La soberanía sobre los recursos naturales,
es la puerta de entrada al otro futuro

R AYUELA. DIARIO L A JORNADA.


24-08-2008, México

Debido a causas naturales y geológicas lo que queda de los princi-


pales recursos energéticos, materias primas y recursos naturales que
mueven y mantienen la vida del bloque de dichos países se encuen-
tran hoy día –con excepciones– fuera del ámbito territorial del deno-
minado Primer Mundo o “civilizado”, en países donde vivimos los
pueblos que aquéllos consideran como “bárbaros”, recursos que se
encuentran al borde de su agotamiento por la utilización irracional
que han hecho de ellos los países capitalistas desarrollados. Esto
es particularmente cierto con relación al petróleo y el gas, los prin-
cipales suelos agrícolas, el agua y la biodiversidad, recursos energé-
ticos y vitales que mueven y sostienen la economía, la industria, las
finanzas, la cultura y la calidad de vida en general de la sociedad del
Primer Mundo (Britto García, 2007, pp. 79-105). Pensando en tér-
minos de futuro, las fuentes de energía alternativa y el futuro sustento
de la vida de los pueblos en la era pospetrolera, el sol, el agua e incluso
las extensiones de tierra para producir eventualmente el etanol, los
fármacos que producen fabulosas ganancias a las transnacionales far-
macológicas, la mano de obra barata, se hallan también en la región
tropical del planeta habitada por los pueblos denominados “bár-
baros” o subdesarrollados.

193
Mario Sanoja Obediente

Durante los siglos XVII, XVIII y XIX, el mundo capitalista desarro-


llado se autoabastecía en su territorio de los recursos energéticos que
necesitaba para su desarrollo industrialista. Durante esa época, los
extensos bosques de pinos, robles, olmos, encinas, que cubrían las
llanuras y las montañas de Europa Occidental y Oriental, proporcio-
naron primero la madera para fabricar los barcos, la leña para ali-
mentar los hornos, calderas y motores movidos a vapor, las arcillas
y los minerales para la industria alfarera y la cerámica, la piedra, la
arena, los químicos y todos los materiales constructivos para recons-
truir las antiguas ciudades medievales y los enseres mobiliarios para
servir a las viviendas, empresas, fábricas, oficinas, y las pieles, los
cueros y la lana para uso doméstico e industrial y otros, y luego, en la
fase capitalista industrial, el hierro y el carbón de hulla para la side-
rurgia y la fabricación de maquinarias industriales. Ello determinó
el surgimiento de una clase trabajadora que se convirtió en la contra-
parte histórica de la burguesía europea creando una nueva forma de
división del trabajo y de distribución desigual del capital y de la renta
del capital.

A partir del siglo XX, con el auge de los motores de explosión, el


petróleo y sus derivados comenzaron a desplazar la utilización del
carbón de hulla, gran parte de cuyos mayores depósitos naturales se
encuentra principalmente en Inglaterra, Francia, Alemania, Estados
Unidos y Rusia. De manera concomitante, se crearon grandes cor-
poraciones para la explotación del petróleo, particularmente esta-
dounidenses y angloholandesas, cuyo desarrollo dio inicio a una
nueva expansión imperialista del mundo desarrollado que aumentó
los mecanismos del subdesarrollo, la pobreza y la dominación de los
pueblos periféricos al Primer Mundo.

La necesidad de controlar las fuentes de energía necesarias para man-


tener el ritmo expansivo del sistema capitalista occidental, determinó
que a partir de los años treinta del pasado siglo, ciertos grupos de
antropólogos y filósofos neoevolucionistas de la academia estadouni-
dense comenzasen a reformular el paradigma del progreso, del evolu-
cionismo y el darwinismo social para explicar y legitimar esta nueva
fase de la expansión colonial capitalista. Como lo explicaba John D.
Rockfeller, dueño de la Standard Oil Co., quien fue un convencido

194
El neoevolucionismo y la energía: legitimación ideológica del neocolonialismo

darwinista social, el crecimiento de las grandes corporaciones o


transnacionales se explicaba como la supervivencia de los mejores,
como lo mandan las leyes naturales y la ley de Dios (Patterson,
1997a, p. 48). En términos de la nueva versión elaborada por la
escuela culturológica estadounidense, la ideología del progreso pasó
de ser una cualidad etérea determinada por la excelencia ética e inte-
lectual de un pueblo escogido, a convertirse en una calidad concreta
y en una magnitud relacionada con la capacidad que tenga un pueblo
determinado para: a) aumentar la energía (equivalente actualmente
al petróleo) controlada, apropiada y consumida per cápita y por año
y b) por el aumento de la eficiencia o la economía de los medios para
controlar la energía o ambos (White, 1959, pp. 40-56).

Según aquella propuesta, una sociedad (civilizada) progresa en la


medida que aumente su consumo de energía no humana (petróleo,
gas, agua, aire). En tal sentido, el grado de progreso se evaluaría:
a) como la relación existente entre el producto y el trabajo humano
invertido para lograrlo (costo beneficio) y b) según como se incre-
mente la cantidad de bienes y servicios que sirven para satisfacer las
necesidades, producidas por o extraídas de cada unidad de trabajo
humano (mayor plusvalía). Dicho en otras palabras, lo que se persigue
es aumentar el nivel de explotación del trabajador y la trabajadora. El
progreso social se aceleraría, pues, en la medida que, disminuyendo
la cuantía del capital invertido, se pueda incrementar la plusvalía
extraída de cada trabajador o trabajadora (White, 1959, pp. 47).

Los teóricos de la escuela estadounidense de la culturología conside-


raban que el sistema cultural (nación) que sea capaz de explotar más
efectivamente las fuentes de energía de un ambiente determinado,
tenderá a expandirse en dicho ambiente a expensas de los sistemas
menos efectivos (Sahlins y Service, 1961, p. 75). Según estos mismos
autores, un sistema cultural (nación) de carácter progresivo, en vez
de desarrollarse en profundidad, tenderá a expandirse lateralmente
hacia otros tipos de ambiente (op.cit, p. 70), absorbiendo a los sis-
temas menos avanzados que resistan su política de dominación (op.
cit, p. 88). La evolución cultural, según estos autores, es conside-
rada entonces como el proceso mediante el cual la utilización de los
recursos del planeta por parte de la materia viviente tiende a hacerse

195
Mario Sanoja Obediente

más y más eficiente, determinando que se produzca un flujo máximo


de la energía total (petróleo y gas, aire y agua) extraída del ambiente,
utilizando al máximo la capacidad de la fuerza de trabajo.

Los teóricos modernos de la escuela culturalista expresaron igual-


mente en 1961 que si bien la evolución de la materia y del universo
marcha hacia un aumento en la organización y la concentración de la
energía (hegemonía imperial), la cultura y la vida se encaminan hacia
una situación de creciente heterogeneidad. Ello implicaría la posibi-
lidad de que llegue a desarrollarse a escala mundial, no un sistema
cultural hegemónico, sino un conjunto de diversos sistemas sociales
no hegemónicos, tal como está ocurriendo actualmente.

Analistas internacionales, como Alfredo Jaliffe-Rohme (2008), han


destacado que en la actualidad las transnacionales petroleras privadas
ocupan alrededor de 23% del negocio petrolero mundial, mientras
que Petrochina, Gazprom y las otras empresas petroleras estatales
–incluida nuestra Pdvsa– controlan 70% de dicho negocio. Ello podría
representar en el mercado mundial una capitalización aproximada
de 1.500 millones de millones de dólares. Este hecho se está materia-
lizando efectivamente en la gestación de un mundo multipolar cuya
tendencia se intensificará en la medida que se agrave la actual crisis
financiera del capitalismo mundial (mapa 3).

En el escenario inmediato que nos plantea este análisis, los pueblos


y países considerados subdesarrollados están más que justificados
para proteger su autonomía y su soberanía, a promover políticas
para nacionalizar sus principales medios de producción, particu-
larmente el petróleo, el gas, la petroquímica, el hierro, el acero y el
aluminio, los suelos agrícolas, el agua, la electricidad, la energía ató-
mica, la producción de alimentos, la cultura, las comunicaciones y
los medios imaginarios de reproducción de la ideología. Esto, para
aquellos que son partidarios de la hegemonía mundial del capita-
lismo del Grupo de los Ocho que podría ser considerado como tota-
litarismo, es la única manera no sólo de preservar la soberanía y la
independencia de nuestros pueblos, sino de crear y conservar una
sociedad y una cultura mundial diversa y democrática. En tal sentido,
el modelo revolucionario nacional viene a ser para nuestros pueblos,

196
El neoevolucionismo y la energía: legitimación ideológica del neocolonialismo

y particularmente para países como Venezuela, Ecuador y Bolivia,


una necesidad estratégica para, vía nuestro desarrollo independiente,
superar el subdesarrollo que nos ha sido inducido por el capitalismo
europeo y el estadounidense.

197
Capítulo 17
Desarrollo socialista vs. subdesarrollo capitalista

Los pueblos de Nuestra América que fuimos forzados a incorpo-


rarnos dentro del sistema mundial capitalista mercantil como con-
secuencia de la expansión colonial europea que se inició en el siglo
XVI, hemos sido considerados en el imaginario del capitalismo como
el segmento atrasado de la civilización occidental, cuando en rea-
lidad las condiciones de pobreza y el supuesto atraso de nuestros pue-
blos fueron causados por las formas de explotación y dominación
impuestas por la estructura colonial capitalista (mapa 4).

Como consecuencia de la expansión colonial del capitalismo, en el


seno de nuestras propias sociedades los sectores de la clase media y
la gran burguesía se han constituido como enclaves dependientes del
capitalismo desarrollado europeo y estadounidense, participantes de
la ideología de progreso, desarrollo y discriminación social sostenida
por las oligarquías transnacionales de los países capitalistas desa-
rrollados (Vargas, 2007a). Debido a la crisis energética y financiera
que amenaza el futuro de los países capitalistas más desarrollados,
la conservación de los privilegios sociales, culturales y económicos
que garantizan la supervivencia del modo de vida capitalista sólo será
posible si las oligarquías transnacionales logran mantener marginada
en la pobreza a la mayoría de personas tanto de sus propios países
como del Tercer Mundo. Ello solamente podrá realizarse mediante
la instauración de Estados despóticos, policiales y represivos como
el que se está dando en Estados Unidos, o como los que ya existen en
México, la mayor parte de América Central, Colombia, Perú y Chile.

199
Mario Sanoja Obediente

Para poder sobrevivir, el Imperio tendrá que invertir cada vez más
en el desarrollo del complejo militar industrial y de ejércitos pri-
vados para invadir y controlar a escala mundial las fuentes de energía
fósil, los recursos hídricos, las fuentes de minerales radioactivos, el
comercio, la producción agrícola y pecuaria, los medios de comu-
nicación de todo tipo, la industria cultural, la cultura, la historia y
las relaciones sociales de las poblaciones, en fin, para lograr la hege-
monía total, sin disidencias, sobre la vida de los pueblos del mundo.
Felizmente, el logro de ese objetivo totalitario del Imperio no parece
estar garantizado ni en el corto ni en el mediano plazo.

Cuando analizamos las relaciones existentes actualmente entre los


países capitalistas del Primer Mundo y los nuestros que ellos consi-
deran como su periferia, observamos que contrariamente a lo que han
sugerido las teorías, sobre todo las de la dependencia y el subdesa-
rrollo, no es cierto que estemos viviendo una etapa anterior a la fase
evolutiva de los pueblos económicamente “más desarrollados”, sino
que hemos sido hasta el presente su contraparte, la condición nece-
saria para que ellos puedan existir y evolucionar gracias a la expolia-
ción de nuestras riquezas.

Por esas mismas razones, nuestros pueblos nuestroamericanos, afri-


canos o asiáticos han sido ubicados por los historiadores y apologistas
de la civilización occidental en un estatus histórico, político y cultural
que va del colonialismo abierto hasta las formas más sutiles de neoco-
lonización. De allí se infiere que, debido a las carencias educativas-
culturales acumuladas gracias a la complicidad de las élites políticas
que nos han gobernado desde el inicio del proceso de expansión colo-
nial europea en el siglo XVI, los pueblos periféricos, en particular los
de Nuestra América, difícilmente podrían absorber actualmente la
tecnología moderna en sus procesos productivos –aunque sea parcial-
mente– lo cual les impide emular los modos de vida, los procesos civi-
lizadores de las naciones capitalistas industrializadas.

Contrariamente a lo anterior, los componentes ideológicos del


Imperio se difunden con más facilidad y a mayor distancia por medio
de la industria cultural, los medios de comunicación como la televi-
sión y la radio, cuya función es la de prevenir o retardar en lo posible

200
Desarrollo socialista vs. subdesarrollo capitalista

el desarrollo industrial o de sistemas políticos nacionalistas o socia-


listas que constituyan una disidencia del pensamiento único neoli-
beral. El actual Imperio, ningún imperio ha permitido a sus colonias
el desarrollo libre de la industria; por esa razón el componente ideoló-
gico que maneja el núcleo capitalista de países desarrollados está sóli-
damente atrincherado en las transnacionales de la comunicación que
controlan la televisión, la radio, la Internet y la prensa escrita, tanto
en las metrópolis como en su periferia.

Por aquella circunstancia que ya expusimos, las élites sociales de


Nuestra América ubicadas hasta ahora en las clases medias y las
grandes burguesías de los respectivos países sólo pueden integrarse
con las burguesías transnacionales de las metrópolis, cuando logran
constituirse como enclaves neocoloniales de las transnacionales y
adoptan la cultura del dominador, en detrimento de las condiciones
de pobreza y exclusión que genera en nuestros pueblos el neolibera-
lismo. Un ejemplo claro de esta mentalidad enajenada, es la manera
como las élites sociales neoliberales venezolanas apoyan hoy día,
marzo de 2008, la transnacional Exxon Mobil que trata de apode-
rarse de los bienes de nuestra empresa nacional petrolera Pdvsa, que
son propiedad de la nación venezolana. Esta situación podría ser con-
siderada por los teóricos del subdesarrollo y del desarrollismo, como
una secuela de “nuestro atraso histórico”; por tanto, para explicarlo
debemos comenzar por definir lo que nosotros consideramos como
equivalente a “atraso histórico”. Atraso, porque debido a las mismas
razones antes enunciadas, nuestros procesos de cambio internos no se
pueden equiparar con los occidentales. Histórico, en tanto se trata de
procesos truncos, no autónomos, que “detuvieron” a estas sociedades
en una fase de su propio devenir en el siglo XVI.

Dado que el término “atraso” connota al de desarrollo, debemos con-


cluir que en este caso la solución a los problemas derivados del colo-
nialismo y del neocolonialismo sólo podrá surgir no de la emulación
de los procesos civilizadores del mundo capitalista desarrollado, sino de
la destrucción del orden social neocolonial y la construcción de un
orden de justicia social que no podrá ser el capitalismo, ya que es éste
el que engendra la injusticia y la desigualdad que acogotan a nuestros
pueblos. La solución sólo podría provenir del socialismo y la justicia

201
Mario Sanoja Obediente

social. No se trata de repetir las experiencias ya vividas por los lla-


mados pueblos desarrollados del Primer Mundo con sus consecuencias
traumáticas. Por el contrario, ello supone como condición necesaria
para el cambio una revolución social interna. Como concluyó el eco-
nomista estadounidense André Gunder Frank en su obra Capitalism
and Underdevelopment in Latin America publicada en 1967: “…the
only way out of Latin American underdevelopment is armed revo-
lution leading to socialist development…” (…la única manera como
Nuestra América puede salir del subdesarrollo, es mediante una revo-
lución armada que la conduzca al socialismo… Traducción nuestra).

Aquel juicio de Gunder Frank es reflejo –en nuestra opinión– del prin-
cipio expuesto por Mao Zedong sobre la naturaleza de las contradic-
ciones específicas a cada uno de los grandes sistemas de formas de
movimiento de la materia y de la esencia condicionada por esas con-
tradicciones: “…la contradicción entre el proletariado y la burguesía
se resuelve por el método de la revolución socialista (…) La contra-
dicción entre las colonias y el imperialismo se resuelve por el método
de la guerra revolucionaria nacional…” (Mao Zedong, 1959, p. 378.
Traducción nuestra).

Ese cambio histórico significa la pérdida de los privilegios tanto de las


corporaciones transnacionales como de su representación local, las oli-
garquías nacionales, privilegios obtenidos y sostenidos según la pro-
fundización de nuestra situación de desigualdad social. Ésta a su vez
se deriva de un proceso histórico interrumpido por la conquista y la
colonización ibera, situación que ha sido –por el contrario– el motor
del progreso cultural y social de los pueblos que conforman el llamado
Primer Mundo. Pero el Imperio occidental, como ya estamos viendo en
el drama que viven los pueblos de Afganistán e Irak, invadidos y humi-
llados por los ejércitos de Estados Unidos y la OTAN, no está dispuesto
a entregar sus privilegios sin luchar, así les cueste la destrucción de su
propia civilización.

De mantenerse esas condiciones, podríamos concluir que la confron-


tación definitiva entre los movimientos revolucionarios de Nuestra
América, Asia y el Oriente Medio y los imperios anglonorteameri-
cano y europeo y sus enclaves sociales, las oligarquías nacionales que

202
Desarrollo socialista vs. subdesarrollo capitalista

representan sus intereses como representantes locales de la civiliza-


ción occidental ocurrirá con seguridad más temprano que tarde si es
que ya no ha comenzado, como se puede entrever en la presente crisis
estructural que sacude los cimientos de los modos de vida capitalistas.

EL IMPERIO CAPITALISTA SIGLO XXI


Núcleo Central del Capitalismo (G8)
Periferia Colonial

Mapa 3. El Imperio capitalista: siglo XXI.

203
Mario Sanoja Obediente

EL ANTI-IMPERIO: ALIANZAS ENERGÉTICAS DEL SIGLO XXI


Petrocaribe
Petrosur
Rusia-China-Irán-La India-Vietnam

Mapa 4. El antiimperio: alianzas energéticas del siglo XXI.

204
Capítulo 18
Conclusión: condiciones necesarias para construir
la democracia socialista

La crisis del marxismo en Europa


A manera de conclusión de las discusiones que hemos llevado a cabo
en este ensayo sobre la teoría de la evolución como estrategia política
del capitalismo y sobre su contrario, la construcción de los modos de
vida socialista, podemos concluir que si bien en el campo epistemoló-
gico y académico surgieron nuevas propuestas filosóficas que aparen-
temente derrotaron al evolucionismo clásico, la ideología del progreso
y la civilización nunca fue abandonada por las élites intelectuales que
manejan las relaciones de los países capitalistas desarrollados con los
que ellos consideran su periferia.

Este hecho reviste mucha trascendencia, no sólo para la historia de


la cultura, sino también para el análisis de procesos políticos, eco-
nómicos y culturales que tratan de destruir nuestras sociedades
nacionales soberanas, tales como el neoliberalismo y la globaliza-
ción. Ambos procesos coparon la escena mundial luego del colapso
del llamado socialismo real y de los partidos de izquierda en Europa,
abriendo el camino para la legitimación histórica y cultural de la
teoría del mundo unipolar.

La crisis del marxismo en Europa Occidental fue un tema ana-


lizado por el filósofo e historiador Perry Anderson en su obra Tras
las huellas del materialimo histórico (1986, p. 14). En dicha obra,
el autor sostiene que el discurso marxista decayó por la incapacidad
de sus teóricos para desarrollar una estrategia política concreta que
pudiese conducir la transición de la democracia burguesa hacia una

205
Mario Sanoja Obediente

democracia socialista realizable. En su lugar –dice– se instauró un


discurso filosófico posmoderno, centrado principalmente en pro-
blemas del método, el cual era de carácter más epistemológico que
sustantivo. Corroborando la afirmación de Anderson podemos citar
como ejemplo el caso particular del actual Partido Laborista inglés,
donde encontramos igualmente una ausencia de estrategia política
para llevar adelante un verdadero programa socialista revolucio-
nario. Durante los últimos treinta años la política de Estado labo-
rista, si bien a veces de tipo más intervencionista en la economía o
animada de un criterio más social, no se diferenciaba particularmente
de la de los otros gobiernos conservadores (Wainwrigth, 1981, pp.
216-223). La racionalidad de dicho discurso se fundamentó en una
premisa según la cual: “si el sistema parece no sólo inexpugnable sino
también opresivo, el abandono de una teorización “moderna” como
la marxista no deja otra escapatoria que recurrir a su negación pura-
mente imaginaria” (Borón, 2006, p. 138).

En el caso particular de Nuestra América, parte de las discusiones


teóricas sobre este tema se orientaron a demostrar la validez histó-
rica universal de la sucesión evolutiva de los modos de producción
europeos señalados por Marx y Engels. Un gran espacio de debate fue
dedicado a analizar la naturaleza universal del Modo de Producción
Asiático, a la supuesta existencia de modos de producción esclavistas
y feudales en Nuestra América. Esas discusiones y reflexiones teóricas
contribuyeron a profundizar la crítica científica y a ampliar el alcance
de la teoría que fundamenta el desarrollo de la historia humana, el
materialismo histórico, opuesta a las concepciones idealistas que
habían prevalecido incontestadas desde el siglo XIX. De cierta manera,
ello incidió también en la gestación de una teoría revolucionaria
nuestroamericana.

Anderson plantea igualmente, en su obra ya mencionada, que el


discurso teórico del marxismo fue derrotado, particularmente
en Europa, por el del estructuralismo. En nuestra opinión lo que
sucedió realmente fue que los estrategas del capitalismo descu-
brieron la manera de vitalizar su viejo recurso de dominación del
mundo reviviendo el discurso victoriano del derecho de los autopro-
clamados como “pueblos elegidos” a gobernar el planeta. Para ello

206
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

enmascararon sus designios bajo el eufemismo del mundo unipolar


concretado en instituciones como el Grupo de los Ocho, el Club
de París, el Grupo de Davos, el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, el Tribunal
Internacional de La Haya, los Tratados de Libre Comercio, la deuda
externa, el discurso antiterrorista y otras tantas fachadas de su estra-
tegia neocolonial.

Para consolidar y enmascarar su proyecto de mundo hegemónico,


utilizaron las teorías estructuralistas, posestructuralistas y pos-
modernistas sobre el papel del lenguaje, los símbolos y los signos
para la construcción de una historia contingente, virtual; uti-
lizaron asimismo el papel de la lengua y la palabra para trazar las
relaciones entre estructura y sujeto, para subsumir la producción
bajo una rúbrica común derivada de la comunicación (Adorno,
1991; Habermas, 1990). Estos elementos teóricos fueron utilizados
para fortalecer la estrategia mediática neocolonizadora que sirve al
Imperio de punta de lanza para las tácticas de dominación mundial,
soportadas en el fondo por las ideas decimonónicas de la civilización,
el progreso y el darwinismo social.

No podemos dejar de mencionar también el vasto y costoso programa


secreto de propaganda cultural que desde 1947 llevó y sigue llevando
adelante la Agencia Central de Inteligencia, destinado a comprar las
conciencias y las lealtades de los intelectuales en Europa, Nuestra Amé-
rica, África y Asia. Desde aquella fecha la “Compañía” comenzó a
invertir millardos de dólares en su campaña para apartar sutilmente a
la intelectualidad de su fascinación por el marxismo y acercarla a consi-
derar positivamente el punto de vista de la cultura capitalista, la visión
del mundo fomentada por el gobierno y las transnacionales de Estados
Unidos, para facilitar el triunfo de los intereses de la política estadouni-
dense en el extranjero (Saunders, 2001, pp. 13-14). Ello explicaría la
voltereta ideológica derechista de conocidos intelectuales como Mario
Vargas Llosa, ahora defensor a ultranza del neoliberalismo y Carlos
Fuentes, famoso novelista mexicano que terminó escribiendo la bio-
grafía del archiempresario Gustavo Cisneros (Fuentes, 2004), socio del
ex director de la CIA George Bush (padre) y villano que dirigió en 2002
el fallido golpe de Estado contra nuestro presidente Hugo Chávez. Ello

207
Mario Sanoja Obediente

explicaría también los raudos cambios de conciencia operados en anti-


guos intelectuales comunistas y socialistas venezolanos desde 1968
hasta el presente, quienes han terminado apoyando abierta o solapa-
damente las políticas neoliberales y las políticas culturales que influyen
negativamente en el éxito de la Revolución Bolivariana.

La situación anterior puede ser también entendida dentro de la coyun-


tura histórica que vivieron los pueblos de la Europa Occidental una
vez finalizada la contienda mundial, cuando encontramos que la
mayoría de ellos estaban gobernados por partidos socialistas y labo-
ristas (socialdemócratas) o por alianzas políticas de socialistas, labo-
ristas, comunistas y democristianos.

Los gobiernos de países como Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica


que conservaban todavía un extenso sistema de colonias en Asia y
África, se vieron envueltos en guerras de contrainsurgencia para eli-
minar los movimientos sociales que pugnaban por la independencia
en las antiguas colonias. En el ámbito nacional, los gobiernos refor-
mistas europeos entraron en confrontación con poderosos movi-
mientos sindicales comunistas que demandaban la instauración de
gobiernos de izquierda o centro-izquierda con participación de los
trabajadores y trabajadoras.

Ese proceso se desarrolló dentro del ámbito de la Guerra Fría decla-


rada entre la Unión Soviética, quien apoyaba y financiaba los movi-
mientos de independencia y descolonización, y Estados Unidos
cuyo gobierno, al mismo tiempo que apoyaba y armaba los ejércitos
coloniales, financiaba y asesoraba la política anticomunista y anti-
socialista de los gobiernos europeos y compraba la conciencia de los
intelectuales progresistas.

Los gobiernos socialistas se vieron obligados –de mal grado o de buen


grado– a financiar y tratar de ganar militarmente dichas guerras para
defender a las oligarquías dominantes en sus países, sus propios inte-
reses económicos y su presencia política en las distintas colonias. Para
defender los onerosos presupuestos militares y el desgaste político de
los partidos socialistas o socialdemócratas en aquellas tambaleantes
democracias parlamentarias, la dirigencia de los partidos socialistas

208
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

o de izquierda tuvo que plegarse a la hegemonía de Estados Unidos, a


aliarse con la derecha para poder conservar la estabilidad de sus res-
pectivos gobiernos, haciendo cada vez mayores concesiones, particu-
larmente en lo atinente a la privatización de las empresas del Estado,
el desmantelamiento del sector público de servicios y el recorte de las
políticas sociales en el campo de la salud y la seguridad social.

Puesto que la descolonización era y es un proceso indetenible que ame-


naza con derrumbar los modos de vida y la buena marcha de las eco-
nomías capitalistas nacionales, tanto europeas como estadounidenses,
construidas sobre la explotación colonial de los pueblos sometidos, los
gobiernos socialistas “neoliberales” o socialdemócratas consideraron
y siguen considerando de manera egoísta que, para conservar los pri-
vilegios de la legitimidad burguesa que ellos representan, así como el
poder y la preeminencia mundial de su bloque de países capitalistas,
era necesario lograr un acuerdo con la derecha o subsumirse en ella.
Para tal fin remozaron las viejas ideas sobre el progreso y la civiliza-
ción que tan buenos resultados les habían producido desde el siglo XIX,
utilizando como plataforma los ajustes neoliberales y los llamados
Tratados de Libre Comercio. De esta manera, los europeos y los
angloamericanos nos impusieron otra vez sus valores culturales y polí-
ticos –definidos otra vez como valores universales– para afirmar su
propia dominación y sus intereses materiales sobre el resto del mundo.

La creación posterior de la Organización del Tratado del Atlántico


Norte (OTAN) y de la Comunidad Europea se expresó en la aparición
de grandes empresas transnacionales asociadas con las estadounidenses,
las cuales asumieron el papel económico de la metrópoli colonial desem-
peñado políticamente por los Estados nacionales europeos occidentales
y Estados Unidos. Sin embargo, la razón social de las mismas continúa
estando en Nueva York, París, Londres, Madrid, Ámsterdam, Berlín,
Bruselas, Roma, contando con el apoyo irrestricto de sus respetivos
gobiernos nacionales (Borón, 2006, pp. 62-63).

Actuando como el componente ideológico y cultural de aquella


estrategia, las tesis del llamado progreso social, la ideología neoli-
beral y de la globalización sirven como instrumentos para orquestar
el desmantelamiento tanto de las estructuras económicas y

209
Mario Sanoja Obediente

tecnológicas nacionales como de los movimientos de independencia


nacional en el llamado Tercer Mundo (Britto García, 2007). De
esta manera han logrado inducir en muchos intelectuales, políticos
y profesionales de Nuestra América la ficción de una cultura uni-
versal cuyo desarrollo sería ineluctable, cuando en verdad se trata
simplemente de eso, de una estrategia neocolonizadora del Imperio
desplegada a escala mundial. Dicha estrategia apunta hacia la des-
trucción de los particularismos culturales nacionales o a utilizarlos
para destruir la unidad nacional de los países que quieren dominar,
como ocurrió con la extinta Yugoslavia, como ocurre con la Federa-
ción Rusa, con Bolivia y Palestina, como han intentado hacer tam-
bién con Venezuela.

El método cultural de dicha estrategia política se expresa en la crea-


ción de enclaves neocoloniales en los diferentes países periféricos a
los países capitalistas industrializados, utilizando la ofensiva mediá-
tica para inducir en las culturas nacionales valores consumistas que
potencien los vínculos de lealtad con las transnacionales productoras
de mercancías y servicios. Dichos enclaves neocoloniales se conforman
utilizando las clases medias y las altas burguesías de los países del
Tercer Mundo, sectores donde se concentra la mayor capacidad adqui-
sitiva, al mismo tiempo que, vía la educación privada y religiosa, desna-
cionalizan la personalidad cultural de los jóvenes de esas clases medias
y les inyectan una ideología patriarcal, machista, fascista y racista que
desvaloriza particularmente a las mujeres mulatas y hombres mulatos,
negras y negros o indígenas de las poblaciones pobres (Sanoja y Vargas-
Arenas, 2005a, pp. 9-18; Vargas-Arenas, 2006, pp. 249-271; 2007a,
pp. 221-240).

Utilizando también dicha estrategia cultural, la burguesía española,


con su dirigente José María Aznar (España, país que como conse-
cuencia de la dictadura de Francisco Franco había quedado a la zaga
de Europa), aprovechó aquella coyuntura para neocolonizar sus anti-
guas posesiones en Nuestra América. El Partido Socialista Obrero
Español, de acuerdo con sus vínculos con los líderes corruptos de
la socialdemocracia y la democracia cristiana de Nuestra América
promovió la captura –por parte de los capitalistas españoles– de la
mayoría de las compañías nacionales de petróleo, electricidad, de las

210
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

comunicaciones, del agua, de los servicios de salud, del sistema finan-


ciero de los países hispanoamericanos, reviviendo la ideología colo-
nial que comenzó a ser desarrollada a partir del reinado de Carlos V
en el siglo XVI, ahora conducida por los líderes del PSOE y del actual
movimiento neofalangista: el Partido Popular. Estos ideólogos neo-
liberales, muchos de ellos agrupados en la Fundación para el Aná-
lisis y los Estudios Sociales (FAES), como ya expusimos, proclaman
que el futuro de los países del Tercer Mundo está hoy estrechamente
amarrado a los Estados capitalistas industriales del Primer Mundo
que forman parte de la tradición de valores políticos occidentales y
europeos, particularmente. Para dicho grupo, el objetivo es disolver
cualquier alternativa socialista viable tales como la cubana o la vene-
zolana, y lograr mediante la ofensiva mediática internacional, que
el potencial revolucionario representado por la vasta mayoría de
campesinos y pobres del Tercer Mundo no sea capaz de organizar
acciones políticas colectivas sino actos individuales de resistencia
contra el poder de las oligarquías nacionales, reacias a concederles la
mínima satisfacción de sus necesidades para la supervivencia como
seres humanos (Patterson, 1999, p. 180).

Otra estrategia del capitalismo eurocéntrico es la de promover la


influencia del posmodernismo en la enseñanza de las ciencias sociales
en las universidades y centros de formación de profesores y profesoras
para la enseñanza media de Nuestra América, utilizando también la
televisión, la radio y los medios impresos para deformar la conciencia
social de los pueblos. El objetivo es presentar la historia de las socie-
dades como un proceso contingente, indeterminado, que engendra
un estado de escepticismo sobre la viabilidad de los cambios sociales,
sobre la coherencia de las identidades culturales y nacionales de los
pueblos, vaciando la realidad de sus contenidos, convirtiendo todas
las nociones fundamentales en meros envoltorios formales. De esta
manera se cuestiona la posibilidad de que exista una vinculación orgá-
nica entre el pasado y el presente, se anula la capacidad de un determi-
nado grupo social para comprender la causalidad de las acciones del
capitalismo, del imperialismo y de las burguesías nacionales subordi-
nadas que inciden negativamente sobre su vida en el momento actual
(Dussel, 1998, p. 267; Vega Cantor, 2007, pp. 398-429).

211
Mario Sanoja Obediente

Las experiencias políticas, tanto del viejo socialismo real del Bloque
Soviético como del eurosocialismo neoliberal culminaron, por las
razones antes expuestas, cooptando este sistema de ideas conserva-
doras, finamente construidas por las antiguas élites progresistas para
exaltar el neoliberalismo, antítesis de todo verdadero progreso social.

La utilización del darwinismo social, del concepto de civilización


occidental y de pueblos elegidos como sinónimo del régimen capita-
lista y del proceso de globalización como un universal de la cultura,
constituye una puesta al día de la estrategia de dominación colonial,
elaborada y utilizada por los países capitalistas desarrollados en el
siglo XIX. Como escribiese el famoso intelectual ecuatoriano Agustín
Cueva (1987, p. 24), el éxito del capitalismo europeo y el del esta-
dounidense, así como de la caricatura de socialismo que él mismo
produjo: “…no parecen pues traducirse por grandes logros econó-
micos de orden general, sino más bien por resonantes triunfos de la
burguesía como clase, tanto en el nivel propiamente político como en
el ideológico…”

La resurgencia del marxismo en Nuestra América


En Nuestra América, desde 1945, el Imperio colonial de Estados
Unidos se ha visto igualmente envuelto en diversos conflictos origi-
nados por la descolonización y los procesos de liberación nacional
emprendidos por los pueblos de Brasil, Argentina, México, Guate-
mala, Haití, Cuba, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Honduras,
Guatemala, Panamá, Colombia, Perú, Chile, Uruguay, Paraguay,
Venezuela, Bolivia y Ecuador. En casi todos esos países, el Imperio
estadounidense impuso a los pueblos sanguinarias dictaduras mili-
tares, seguidas por los llamados Tratados de Libre Comercio y los
ajustes neoliberales, que constituyen un verdadero instrumento de
intervención colonial, con la complicidad de los enclaves racistas
constituidos por los partidos políticos y los empresarios, las clases
medias, la mayoría de la oficialidad de los ejércitos nacionales y los
jerarcas de la Iglesia católica. Ello ha permitido al Imperio contener
por ahora, el auge de los movimientos sociales de resistencia en ciertos
países, contribuyendo también a la quiebra de los viejos partidos de
izquierda o de derecha.

212
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

En la actualidad, en ciertos países, los movimientos sociales de


resistencia han logrado conquistar los gobiernos, como es el caso
de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador; sin embargo, en la mayoría de
ellos buena parte del poder sigue todavía en manos de las oligarquías
neocoloniales. Para lograr el objetivo de transformar dichos países en
sociedades plenamente soberanas, se están creando nuevas alianzas
para la cooperación entre Estados tales como el ALBA y el Banco del
ALBA y el previsto Banco del Sur, que promueven procesos emer-
gentes de acumulación de capitales en esta parte de la periferia, le
confieren carácter institucional a la nueva fase de integración e inde-
pendencia nacional que despunta en Nuestra América.

Los casos de Nicaragua, Chile, Bolivia y Colombia nos ilustran sobre


cómo utiliza Estados Unidos y en general los ocho países capitalistas
más desarrollados, la tesis del progreso. Cuando ellos hablan del pro-
greso se refieren solamente a su propio progreso, el que beneficia a
sus oligarquías financieras, no al progreso de nuestros pueblos cuyo
deber –según ellos– es mantenerse sometidos a la dictadura de sus
enclaves neocoloniales nacionales, obedientes –a su vez– a las trans-
nacionales del Imperio.

En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, movi-


miento progresista dirigido originalmente por intelectuales de la clase
media y sectores progresistas de la Iglesia católica nicaragüense, con
el apoyo mayoritario del pueblo, logró derrocar en 1979 la sangrienta
y larga dictadura de Anastasio Somoza, impuesta por el gobierno de
Estados Unidos luego de la invasión a Nicaragua el año de 1926.

La estampida de buena parte de la clase media y la alta burguesía


nicaragüense hacia Miami, guarida de todos los fascistas y geno-
cidas escapados de Nuestra América, permitió a la Revolución San-
dinista organizar una estrategia para recuperar la soberanía nacional
y construir una sociedad que tendía hacia la realización del ideal
ético cristiano: confiscar latifundios y empresas abandonadas por sus
dueños para confiarlas a cooperativas obreras y campesinas, lanzar
programas sociales de salud, alfabetización, educación y reforma
agraria, así como de reforma de la organización social y política

213
Mario Sanoja Obediente

nicaragüense que apuntaban hacia la instauración de una sociedad


socialista cristiana.

A pesar del apoyo brindado a Nicaragua por el entonces Bloque


Socialista y por Cuba, así como por sectores católicos y evangélicos
de todo el mundo ligados a la Teología de la Liberación, el Imperio
de Estados Unidos logró aislar, bloquear la empobrecida economía
nicaragüense e imponerle, con el apoyo activo de los otros gobiernos
títeres centroamericanos y suramericanos, una costosa guerra contra-
rrevolucionaria que determinó finalmente el colapso de la Revolución
Sandinista. El resultado fue la restauración del sistema capitalista
corrupto que, a partir de 1990, profundizó la explotación y el some-
timiento del pueblo nicaragüense, condenado a una situación de
miseria generalizada que sólo puede compararse con la de Haití.
Dicha situación de miseria se agravó con la imposición, sin consulta
popular, de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que
ha terminado por arruinar a los pequeños productores y al pueblo en
general de ese país. La inclusión de Nicaragua en el ALBA y el desa-
rrollo de nuevos vínculos de cooperación con Irán, China y Rusia,
ayudarían a dicho país a romper con las cadenas de dependencia y
chantaje político con las cuales intentan maniatarla los gobiernos de
Estados Unidos y la Unión Europea.

Al caso de Nicaragua podemos añadir el ya conocido del derroca-


miento del gobierno socialista de la Unidad Popular en Chile para
imponer un régimen neoliberal, planificado por la Escuela de Chicago
y apuntalado por la grotesca dictadura militar de Pinochet, así como
el grotesco golpe de Estado de junio de 2009 en Honduras contra el
gobierno democrático de Manuel Zelaya promovido por la CIA y el
Pentágono, el cual tiene como objetivo controlar toda la región del
Caribe que hoy día los pueblos del ALBA le disputan al imperialismo
estadounidense. De igual manera podemos agregar en esos mismos
términos la imposición de un Tratado de Libre Comercio a Centro-
américa y al pueblo peruano, de un plan de intervención militar,
un régimen neoliberal y un Tratado de Libre Comercio a Colombia
(¿reemplazado ahora por un convenio financiero con China?), el
cual está apuntalado con la toma del poder por el régimen asesino y
sanguinario de la parapolítica y la narcopolítica colombiana. A esta

214
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

cadena de catástrofes sociales podemos agregar el colapso de la agri-


cultura y la alimentación de la mayoría pobre en México y América
Central provocada por la apertura comercial a la que los obliga el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan). Todos ellos
constituyen ejemplos patéticos de los daños sociales, culturales, eco-
nómicos y ambientales que ocasiona la reversión de los procesos de
descolonización y liberación producida por las acciones contrarrevo-
lucionarias del Imperio estadounidense, tal como ocurrió también en
diversos países africanos. Igual situación contrarrevolucionaria está
siendo promovida en este momento por el Imperio estadounidense en
Bolivia para derrocar el gobierno progresista de Evo Morales y des-
estabilizar así los movimientos socialistas de liberación nacional de
Venezuela y Ecuador.

La estrategia política neocolonial, como observamos en el caso de


Venezuela, país cuya cultura está todavía altamente intervenida por
la ideología del american way of life, se facilita por la existencia de un
modo de vida consumista, desnacionalizador, hecho que no ha sido
enfrentado, todavía, con una política cultural que de manera orgánica
estimule el surgimiento de un modo de vida humanitario y socialista.
Esta circunstancia facilita la penetración de los mensajes transmitidos
por la ofensiva mediática transnacional, dirigidos a remachar en la
población valores consumistas que consolidan vínculos de lealtad con
las transnacionales productoras de mercancías y servicios (Vargas-
Arenas, 2007a, pp. 256-260). Dichos mensajes refuerzan la desna-
cionalización y la disociación psicótica de la alta burguesía, la clase
media y las clases populares de los países del Tercer Mundo. Como ya
hemos dicho en páginas anteriores, la educación privada totalmente
controlada por la Iglesia católica y el Opus Dei actúan como el medio
de reproducción de la ideología neocolonial sobre la cual se sustenta
la penetración política y económica de las transnacionales (Vargas-
Arenas, 2007a). Esa estrategia política neocolonial que está siendo
aplicada por el Imperio a los pueblos

…da lugar a transformaciones vertiginosas, impide la estabilidad emo-


cional y psicológica de los venezolanos y produce buen número de
desajustados. Con estímulos que se hacen medios absolutos, sin fines
colectivos e integradores. La pugna de estilos de vida incide sobre los

215
Mario Sanoja Obediente

individuos; crea ansiedades y conflictos. El choque exagera la arbi-


trariedad en el uso de los poderes coercitivos para imponer un estilo
sobre otro (…) contribuye ( …) a consolidar la dependencia; descartar
demandas de libertad y desarrollo autónomo (…) cambia la manera
de ser del hombre venezolano y pone en entredicho la identidad y la
libertad del pueblo, su capacidad de poseerse a sí mismo… (Quintero,
1972, pp. 208 y 220).

En el caso de Bolivia en 2008, por ejemplo, la utilización de la misma


estrategia del Imperio debe enfrentar problemas muy complejos. Por
una parte hallamos el carácter étnico reivindicativo de la mayoría
indígena aymara y quechua que habita el altiplano boliviano y de la
mayoría étnica guaraní que habita el oriente boliviano, opuesta al
proyecto de apartheid fascista y racista que intenta consolidar la bur-
guesía de Santa Cruz con el apoyo abierto del gobierno de Estados
Unidos, y por el otro un ejército nacional que debe estar profunda-
mente dividido al igual que el resto del pueblo boliviano. Estos son
los componentes básicos que podrían llegar a precipitar una san-
grienta guerra civil como la que campea en Colombia desde hace
sesenta años si el movimiento revolucionario no derrota la burguesía
fascista que domina las provincias de la llamada Media Luna. La
magnitud de este hecho se vería agravada por las estrechas redes que
vinculan el movimiento étnico liberador boliviano con similares de
Perú, Ecuador, Colombia y particularmente el Movimiento de los Sin
Tierra de Brasil, quienes combaten el proyecto imperialista neoliberal
de apropiarse de todas las tierras agrícolas de Suramérica. Todos
aquellos movimientos sostienen como premisa común, no aceptar
el papel paternalista y tutelar que asumen las metrópolis imperiales
–conforme al falaz discurso victoriano de los “pueblos elegidos”–
sobre la supuesta incapacidad natural de los pueblos indígenas y mes-
tizos de Nuestra América para gobernar sus propios países.

Los contenidos políticos esenciales del neoliberalismo, la globali-


zación y sus instrumentos de intervención, los Tratados de Libre
Comercio, se apoyan en aquellas premisas neocoloniales que expresan
la asimetría existente entre el país dominante que se considera civili-
zado y el país que se somete a la voluntad del dominador, conside-
rado incivilizado. Por esta razón colonialista, para poder firmar un

216
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, el supuesto pueblo


incivilizado debe cambiar prácticamente su sistema constitucional,
jurídico, cultural, social y económico para permitir la penetración
del país dominante y convertirse en una inerme marioneta del poder
imperial.

Los Tratados de Libre Comercio están diseñados para convertir la


brecha histórica existente entre los países que se consideran desarro-
llados y los que éstos llaman subdesarrollados, en un atraso estruc-
tural permanente que se manifiesta en la proliferación creciente de
las condiciones de pobreza y marginación. Esta relación colonial se
manifiesta simétricamente al interior de los países neocolonizados,
donde existen también enclaves territoriales urbanos de supuesto
progreso material y cultural donde habitan las clases medias y altas
de Nuestra América, alienadas al american way of life. Dichos
enclaves, sean éstos los barrios de clase media y clase media alta de
Chacao, Baruta o Cumbres de Curumo en Caracas, los estados Zulia,
Carabobo, Táchira y Nueva Esparta, en Venezuela, las alcaldías de
Santa Cruz en Bolivia, de Guayaquil en Ecuador, por nombrar sola-
mente algunos, actúan como instrumentos delegados del Primer
Mundo, del Imperio, para la explotación de las mayorías empobre-
cidas y apropiarse como han hecho tradicionalmente de mayor can-
tidad de riqueza del PNB que producen las poblaciones pobres de los
barrios y regiones campesinas.

A los fines de poder comprender y transformar todas estas condi-


ciones de apartheid existentes al interior de nuestros propios países,
los antropólogos, antropólogas, científicos y científicas sociales
revolucionarios en general, debemos buscar, tratar de encontrar en
el materialismo histórico nuevas formas de teorizar y explicar los
procesos de transformación social que plantea la transición hacia
la democracia socialista que se están produciendo actualmente en
Nuestra América. Dichos procesos de transición no son exactamente
iguales. Las circunstancias históricas, sociales y culturales que los
determinan, son muy variadas. La constante en todos los casos es que
la dirección de los procesos es asumida por los movimientos sociales
que actúan en sentido transversal formando nodos de gran intensidad
de tensión e interacción social.

217
Mario Sanoja Obediente

Ciertamente el crecimiento de aquellos nodos sociales va desde socie-


dades menos organizadas hacia sociedades más organizadas, pero la
jerarquía entre los mismos debe estar determinada por su capacidad
para formar redes sociales, no para constituir pirámides de poder
cuyo vértice esté ocupado por la élite dominante. Las diferencias y
asimetrías en el crecimiento social, cultural y tecnológico se llenan
en este caso por la colaboración solidaria entre pueblos tal como han
acordado Cuba, Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador
entre 2004 y 2008, no por la imposición de modelos de domina-
ción (Sanoja, 2008; Sanoja y Vargas-Arenas, 2008; Vargas-Arenas,
2007a).

Tal como fue planteado en 2007 en Venezuela por el fallido (¡por


ahora¡) proyecto de reforma de la constitución bolivariana, todo lo
anterior nos conduce a la necesidad de saber y establecer cuál debe
ser la estructura política y social de una democracia socialista; definir
por ejemplo, cuáles deben ser las formas concretas de la representa-
ción y la participación social de los consejos comunales en el gobierno
de la nación, la participación periódica en los referenda electorales
para la toma democrática de decisiones políticas que articule los prin-
cipios del centro de trabajo (empresas de desarrollo endógeno, con-
sejos obreros, consejos estudiantiles) con el de residencia (consejos
comunales, mesas técnicas), para que éstos influyan en la manera
como el poder ejecutivo debe gobernar obedeciendo al interés de las
mayorías.

Dentro de los problemas a enfrentar y resolver con carácter de


urgencia está el de la desigualdad y la marginación social de las
mujeres que constituyen en Venezuela y en la mayoría de países de
Nuestra América el motor del socialismo, y el de normar la relación
de las comunidades con el medio ambiente, secularmente agredido y
degradado por el capitalismo, del cual depende la existencia del estilo
de vida de buena parte de las clases populares, particularmente las
mujeres (Vargas-Arenas, 2006, p. 259; 2007a, pp. 213-220; Vargas-
Arenas, 2007b, pp. 33-47; Sanoja, 2008).

Las tendencias del cambio social revolucionario que se observan en


Nuestra América deberían ser el objeto de estudio primordial de las

218
Conclusión: condiciones necesarias para construir la democracia socialista

ciencias sociales. Se está produciendo un fenómeno social y cultural


inédito como es el surgimiento de nuevas formas societarias y cultu-
rales, de nuevas estrategias destinadas a hacer posible la construcción
de sociedades socialistas donde participe libremente la mayoría del
pueblo, no como sujeto paciente sino como sujeto activo y protagó-
nico que permanentemente imprime su sello particular en la cons-
trucción del nuevo presente.

Para enfrentar la poderosa ofensiva intelectual y mediática del neo-


liberalismo y la globalización es necesario revitalizar el estudio del
marxismo en Nuestra América, sistema de pensamiento interesado en
conocer y estudiar la naturaleza y dirección de los procesos de cambio
y transformación de la sociedad en su conjunto. Ello tiene como fina-
lidad crear un paradigma científico que nos permita estudiar la his-
toria de los pueblos de Nuestra América como integrada por procesos
civilizadores socialistas que son factores determinantes tanto del pre-
sente como del futuro de los mismos. Como asentaba el antropólogo
mexicano Héctor Díaz Polanco (en Vargas, 1990, p. XV):

…no se puede postular (sin caer en el misticismo, en lo religioso) que el


marxismo es ni será eterno; aunque no puede negarse que es una con-
cepción transitoria en tanto es histórica y que, por ello mismo, algún
día dejará de ser vigente y tendrá que ser superada; es indudable que en
la actual época histórica (o sea, mientras estén vigentes las condiciones
que lo hicieron posible) el marxismo es insuperable…

Para abrir el camino del socialismo del siglo XXI como estrategia del
cambio histórico, es necesario sobrepasar la discusión académica
sobre la existencia de una línea universal del desarrollo y el pro-
greso de la humanidad. Es necesario –como plantea la arqueología
social– estudiar y entender la historia de los pueblos desde sus for-
maciones sociales originarias, como fundamento de la estrategia
para identificar los diversos agentes sociales y conocer cuáles son los
sujetos históricos, los agentes subjetivos que desmontarán las estruc-
turas objetivas de dominación, enraizados en dichas formas histó-
ricas específicas de producción, que servirán de palanca para crear la
humanidad nueva, la sociedad nueva.

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Este libro, en edición de
3.000 ejemplares, se terminó
de imprimir en los Talleres
de editorial
en Caracas, Venezuela
durante el mes de mayo de 2012.

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