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Señor Director:
En ese contexto, la Ley 20.000 en Chile vino a consolidar esta “guerra”, a título de la protección
de la salud pública, disponiendo a partir de su artículo primero penas de presidio, entre otras, a
quienes elaboren, fabriquen, transformen, preparen o extraigan sustancias o drogas
estupefacientes o sicotrópicas productoras de dependencia física o síquica, capaces de provocar
graves efectos tóxicos o daños considerables a la salud. No obstante, es necesario precisar que
en virtud de ésta misma ley, el uso justificado del cannabis de manera medicinal no está penado
por la legislación actual, del mismo modo que el auto cultivo de ésta misma sustancia tampoco
lo está bajo las circunstancias de un uso personal y próximo en el tiempo, incluso sin la
autorización del SAG.
Sin embargo, de igual forma esta equívoca legislación produce alrededor de 85.000 detenidos al
año (cifras de 2011), representando el 55% de todos los detenidos por todos los delitos en el
país, de los cuales el 75% lo es por porte y consumo de drogas, lo que claramente demuestra
que se está persiguiendo a los consumidores y no a los micro traficantes o narcotraficantes que
solo alcanzan el 11% y 5% de éstas detenciones respectivamente. A mayor abundamiento, cerca
del 44% de esos mismos detenidos portaba menos de un gramo de sustancias ilícitas, lo que
evidentemente no representa ningún tipo de tráfico. Lo anterior deja en evidencia que el foco
con el que actualmente se ha venido abordando la problemática de las drogas no ha producido
los resultados esperados, de hecho todo lo contrario. La laxa interpretación que se puede hacer
de la normativa antes descrita, y la irrisoria inversión de la carga de la prueba hacia los
imputados, ha producido un costo social enorme, judicializando penalmente situaciones que no
tienen una relevancia jurídico social significativa, estigmatizando a consumidores, mayormente
de cannabis, desviando el asunto de fondo, reventando presupuestos públicos y ocupando gran
parte de la capacidad policial en perseguir conductas que además de no producir
necesariamente un peligro abstracto a la salud pública, son en gran parte lícitas.
Ahora, siguiendo el razonamiento de la ley 20.000, cabe preguntarse por qué entonces no se
prohíbe y criminaliza de igual forma el alcohol, que según cifras del mismo Estado (SENDA-
MINSAL 2016), es el primer factor de riesgo que causa más muerte y discapacidad en Chile,
considerando también que el 60% de los escolares usa alcohol y que el 20% de éstos se
emborracha frecuentemente y que además actúa en gran parte como precursor en trastornos
depresivos unipolares, cirrosis hepática, accidentes de tránsito y agresiones en general.
En éste contexto hay quienes planteamos que el auto cultivo de cannabis para su consumo, así
como la decisión de optar por un tratamiento medicinal a partir de éste, deben entenderse
como conductas reconocidas como parte de aquellas que expresan el despliegue de la identidad
esencial y los derechos básicos de la Persona, consagrados tanto en la Constitución como en
Tratados de Derechos Humanos suscritos y ratificados por Chile, que son la piedra angular y
razón de ser del Estado Democrático de Derecho, pues no hay ninguna razón ética ni jurídica
sostenible en orden a castigar a adultos que libremente optan por dichas conductas, lo contrario,
es un paternalismo puro y duro que está comprometiendo la salud, tanto en su expresión
privada como pública, teniendo que recurrir éstas personas al mercado negro y narcotráfico para
satisfacer un consumo que evidentemente está dentro de la esfera de autodeterminación que
todos las personas tenemos por el hecho de ser hu
manos, sirviendo como una verdadera circunstancia de entrada a drogas más duras. Así un
Estado de Derecho no debiera interferir en la vida privada de las personas, significando los
impedimentos para el consumo personal y auto cultivo de cannabis, un atentado en contra de la
libertad de elección y autodeterminación como derechos humanos esenciales.
En este mismo sentido ha fallado la Corte Suprema de nuestro país en el último tiempo,
sosteniendo una interpretación pro persona en esta materia, destacando los fallos por ejemplo
causa rol 4949-2015 en el cual se absuelve de manera unánime a la sicóloga Paulina González,
pese a haber mantenido un cultivo colectivo de cannabis sativa que se enmarca dentro de los
postulados de la organización Triagrama, cultivando la planta con fines rituales y espirituales sin
la autorización del SAG.
Así mismo, en la causa 15.290-15 se absuelve a Jendery Agullo Escobar a pesar del cultivo de 40
plantas del género cannabis sativa sin autorización en un sector rural del Valle del Elqui, llegando
a la conclusión de que el número de especies vegetales no era lo determinante en el caso, sino
más bien el uso o consumo próximo y personal, de modo que se tuvo a la vista que de las
cuarenta plantas por cuestiones de desarrollo vegetal no todas podían arribar al punto de
producir la s