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DREWERMANN

Psico-
rama
un
ideal
E U G E N DREWERMANN

Clérigos
Psicograma de un ideal

Traducción de
Dionisio Mínguez

CÍRCULO DE LECTORES
ÍNDICE

Prólogo: El párroco de Ozerón: la meta no coincide con la salida 9

I. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA 19

II. EL DIAGNÓSTICO 41

A) Los elegidos, o la inseguridad ontológica 49

1. LA CONTRAFIGURA DEL CHAMÁN 50


1. Del sueño a la decisión consciente 52
2. Mediación objetivada en el ministerio 58
2. LA CONTRAFIGURA DEL JEFE 65
3. ESTRUCTURA, DINÁMICA Y MENTALIDAD PSÍQUICA DEL CLÉRIGO: EXIS-
TIR POR LA FUNCión 91
I. Fijaciones ideológicas y resistencia al trato con el otro 93
II. La existencia alienada 106
1. Nivel de pensamiento 106
a) Jerarquización de la vida en la Iglesia católica 108
Primer caso: Condena pública de Stephan Pfürtner y
otros teólogos 110
Segundo caso: Resultados del Sínodo de Würzburg... 118
b) Degradación de la fe en doctrina teórica 130
Despersonalización como norma del pensamiento .... 130
Razón e historia en el pensamiento clerical 150
Sustitución de los argumentos por la prepotencia del
poder administrativo 171
2. Una vida simbólica: la existencia como metáfora 188
a) Determinación del espacio: el hábito clerical 189
b) Determinación del sentimiento: prohibición de las
amistades particulares 194
6 Indtce índice 7

c) Determinación del pasado: separación de la familia ... 199 2. Sumisión pasiva de la voluntad ventajas de la depen-
d) Determinación del futuro: imposición del juramento . 209 dencia 423
e) Determinación de la actividad: la huida hacia el «mi- a) Intimidación autoritaria, ruina del sentimiento de
nisterio» 215 autoestima 424
3. Relaciones en el anonimato: la función como contacto ... 228 b) Identificación con el modelo: actitud «tipo Francisco» 432
a) Principio de disponibilidad 229 c) Quiebra de la capacidad personal de juicio 439
b) Cinismo del funcionario 232 IV. «Castidad» y «celibato»: conflictos de la sexualidad edípica.. 445
c) Ambigüedad frente a los superiores 234 1. Sentido y absurdo de las decisiones, orientaciones y ac-
d) Inviabilidad del centralismo autoritario 239 titudes eclesiásticas 445
e) Cisternas secas: la tragedia del doble compromiso 242 a) Superación de la finitud y lucha contra las religiones
f) Temor al compromiso y soledad 249 de fertilidad 446
g) El pastel y el látigo 253 b) La imposición compulsiva de la Gran Madre y ciertas
características de la devoción a María 465
B) Condiciones de la elección: psicología dinámica de los «con- 2. «Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios»
sejos evangélicos» 259 (Léon Bloy) 485
a) La inmadurez impuesta y sus artimañas en la vida de
1. TRASFONDO PSICOGENETICO: ASIGNACIÓN DE FUNCIONES EN LA FAMILIA 259 los padres y en la vida de los «elegidos» 486
I. Exigencia rigurosa y exceso de responsabilidad 262 El matrimonio católico ejemplar 488
II. Reparación de la realidad de la existencia: origen infantil La transmisión del miedo 496
de la ideología clerical del sacrificio 264 b) Fantasías masturbatorias de una vida «pura» 512
III. Variaciones de la responsabilidad: el síndrome del salvador . 274 c) Escapatorias homosexuales: un tabú específico de la
IV. Caín y Abel: la función de los hermanos 284 profesión 526
1. La eterna historia de Caín y Abel: confrontación entre d) Relaciones en el ámbito de lo prohibido 546
el bueno y el malo 287 e) Fidelidad e infidelidad- culto a la muerte y bondad
2. Confrontación entre el mayor y el menor 300 del ser 565
3. Confrontación entre el sano y el enclenque 309
4. Confrontación entre el guapo y el feo 313 III. PROPUESTAS TERAPÉUTICAS: DE LA APORÍA A LA
5. El factor religioso 318 APOLOGÍA DE LOS «CONSEJOS EVANGÉLICOS» 585
2. LIMITACIONES DE LOS ESTADIOS ESPECÍFICOS: MISERIA Y NECESIDAD
DE UNA «VIDA MONÁSTICA» 327 A) ¿Cuál es realmente la salvación que ofrece el cristianismo? . 587
I. Funcionahzación de un extremo: el verdadero problema de
los «consejos evangélicos» 332 1. UNA POBREZA QUE HACE LIBRE 605
II. Pobreza: conflictos de orahdad 357 2. UNA OBEDIENCIA QUE ABRF, Y UNA HUMILDAD QUE EXALTA 616
1. Disposiciones eclesiásticas y sus deformaciones: el ideal 3. UNA TFRNURA CREADORA DE SUEÑOS, Y UN AMOR QUF ABRE CAMINOS 635
de la disponibilidad 357
2. Del ideal de la pobreza a la miseria de lo humano 372 B) Reflexiones extemporáneas sobre la formación de los clérigos.
a) Hansel y Gretel: el factor de la pobreza externa 374 Ideas para un viraje en la historia de las religiones 657
b) La muchacha sin manos: pobreza espiritual y miedo al
demonio 386 1. PFRDIDA DF UNA MÍSTICA DF LA NATURAI EZA 659
c) De la coacción a la anulación personal y a la infeli- 2. SUBJETIVIDAD FSENCIAI DE LA FF- JUSTIFICACIÓN DF LA PROTFSTA PRO-
cidad 391 TESTANTE 672
III. Obediencia y humildad: conflictos de anahdad 402
1. Prescripciones y disposiciones eclesiáticas: el ideal de la Lista de abreviaturas 680
disponibilidad 402 Notas 681
Prólogo
EL P Á R R O C O D E O Z E R Ó N :
LA M E T A N O C O I N C I D E C O N LA S A L I D A

Sólo obra bien el que se desarrolla a sí mismo Es mediodía. El sol brilla en todo su esplendor y, al abrigo de un
(Proverbio budista) tupido follaje de color verde intenso, los grillos, las currucas y los
mirlos guardan silencio para escuchar el canto de [...] un solista [...]

Para Florence Boensch In supremae nocte cenae


Recwnbens cum fratribus [...]
(Durante la última cena,
recostado con sus hermanos [...])

Señor, tú estás con nosotros, sentado a nuestra mesa; en aque-


lla noche de la última cena, quisiste llamarnos tus hermanos.
El viento sopla igual que fluye el agua, los avellanos ya están a
punto de reventar; juncos, hierbabuena, gramas y campánulas al-
fombran las calles polvorientas. Con su rítmico vaivén, la procesión
avanza. Corretean los niños, ahora en cabeza, ahora en cola. Los
estandartes dibujan sin parar sus evoluciones por medio de la calle.
Los ramos que se cortaron ayer, todavía frescos; adornan los muros
con una tupida malla verde. Las mieses ya están a punto, como una
mesa engalanada para el gran convite.

Observata lege plene


Cibis in legalibus [...]
(En estricta observancia de la ley,
con los manjares prescritos [...])

Hay infinidad de rosas, toda una cascada de rosas, en la esquina


de la vieja torre. Una cascada de rosas rojas, como si hubiera llovido
10 Prólogo Prólogo 11
fuego. Dos lirios asoman por entre dos candelas encendidas de co- dición del sacerdote debería santificar el pan del hombre, para transfi-
lor rojizo. Un gato chiquitín juega a enroscar su cola en ellas, ar- gurarlo en un lugar en el que lo divino pueda manifestarse.
queando graciosamente el lomo. Y un perro bonachón, al que los Todo sería realmente maravilloso: el mundo en su totalidad, un
niños le han colgado una cruz del mérito, contempla embelesado el
sacramento; cada uno de sus componentes, una ilustración y un gesto
desfile, mientras no deja de mover la cola en señal de satisfacción.
Todos participan en la fiesta en honor del cielo, que no desprecia a del misterio divino; cada rincón del universo, un tímido barrunto de la
nadie, ni al perro, ni al gato, ni a la avispa que, bajo una encina, se eternidad hecha presencia. De ese modo, en el canto del sacerdote se
enzarza en una lucha con el algavaro. revela y se hace palabra el silencioso y mudo concierto de la creación:
la armonía de una fraternidad entre las creaturas, el mundo entero
Cibum turbae duodenae como un inmenso cenáculo de Jueves Santo, cada barrio y cada caserío
Se dat suis manibus [...] como el vestíbulo de la Jerusalén celeste.
(Como alimento, a los Doce
En las manos del sacerdote, tal como lo presenta Francis Jammes,
se da con sus propias manos [...])
todo recobra su equilibrio y respira la paz del cielo; con la fuerza de su
¡Qué canción tan maravillosa! «Señor, que con tus propias manos palabra, el desesperado cobra aliento, el culpable experimenta el per-
diste de comer a tus elegidos, lo único que nos falta es entrar en el dón, y el moribundo se hinche de esperanza. En los ojos de un sacerdo-
gozo eterno». te, el mundo se hace transparente hasta sus cimientos y, aun en plena
oscuridad, trasluce un tenue resplandor de estrellas.
Así describe el poeta de origen vasco-francés Francis Jammes una En este sentido, «Ozerón» es cualquier sitio en el que la figura del
procesión popular del Corpus en su novela El párroco de Ozerón, es- sacerdote roza la intimidad del alma humana, invitándola a interpretar
crita hace más de medio siglo1. Para Jammes, esa procesión era el tras- su propia existencia como un camino de santificación y acción de gra-
fondo, la expresión más real de lo que significaba para él la figura del cias, como una hermandad universal que sólo espera el momento de la
sacerdote, del «párroco». muerte para sumirse en esa esfera de lo eterno, cuya promesa es el
En la presentación de Francis Jammes, el sacerdote es un símbolo, banquete sagrado. Pero, a pesar de todo, «Ozerón» sigue estando para
el representante, más aún, el fiador espiritual de un mundo que, a nosotros, hombres de hoy, infinitamente lejano.
pesar de la debilidad y el pecado del hombre, no está dejado de la
mano de Dios. En la poesía de Jammes, la creación entera, todos los Sería, ciertamente, muy atractivo y gratificante prolongar esta
seres, son el más encendido elogio a la felicidad y a la belleza, un him- línea de reflexión sobre la figura del sacerdote, bajo la guía de una
no interminable de agradecimiento y de alabanza por el maravilloso persona tan sinceramente religiosa y de tan fina sensibilidad poética
don de la existencia. Es verdad que la vida, en sus profundidades, sólo como Francis Jammes. Para el propio poeta, esta clase de reflexión
se mantiene a través de la lucha cotidiana y de la inexorable presencia llegó a ser tan importante que, por influjo de la espiritualidad poética
de la muerte; pero no es menos cierto que ese ramo recién cortado de Paul Claudel y después de largos años de sufrimiento y perplejida-
rinde, con su última savia, un homenaje pasajero a su creador. Como des, terminó por convertirse al catolicismo2. Deseaba fervientemente
con un soplo de ternura, las manos invisibles de Dios abrazan y acari- que el mundo fuera como debería ser, para dar testimonio de lo
cian todo lo que posee un hálito de vida. divino: un mundo que, en virtud de su dinamismo, considerara al
Con todo, la figura del sacerdote sólo puede prestar al hombre una sacerdote como deputado para santificar la existencia de todo lo que
posibilidad de comprender la invisible realidad de lo divino, si en ella tiene vida, para bendecir sus esfuerzos, colmar sus lagunas y purificar
van unidos el fuego de la rosa, la pasión del amor, la blancura de los sus decisiones.
lirios, la pureza y la inocencia. El sacerdote debería ser el lugar en el Sería preciso rescatar para el presente algo de ese mundo soña-
que Dios se transforma en pan del hombre, donde Dios se despoja de do por Francis Jammes. Pero eso es absolutamente imposible. Es
su grandeza e inaccesibilidad para hacerse a nuestra medida y conver- evidente que de la poesía de un autor tan entrañable, tan sensible y
tirse en nuestro alimento cotidiano. Y, en perspectiva inversa, la ben- tan comprensivo no es fácil derivar caminos que conduzcan direc-
12 Prólogo Prólogo 13

tamente a la realidad. Y la razón no es precisamente la distancia esa Iglesia, e incluso hace imposible una vuelta atrás, es la aversión
cronológica que nos separa de aquel idilio de aldea del sur de Fran- innata hacia un orden fundado exclusivamente en exterioridades, ha-
cia, el «Ozerón» de Francis Jammes, donde las golondrinas revolo- cia toda autoridad que no sea internamente creíble, y hacia toda forma
tean nerviosas en torno a la torre de la iglesia como mensajeras de de religión impuesta por instancias administrativas y que no sea ratifi-
los dioses, y donde el beso de los amantes es como si brotara de los cada y llevada a la práctica por la propia persona.
propios labios de Dios. La razón es, más bien, el profundo cambio Con eso, el problema de la psicología del estado clerical adquiere
espiritual de nuestros días, que nos ha llevado a proyectar en la una relevancia de primer orden y se presenta, cada día más, como el
figura del sacerdote unas pretensiones, si no distintas, desde luego verdadero punto débil de la Iglesia católica. Porque, en la medida en
más radicales. que la Iglesia se considera esencialmente representada y constituida
Como ya observaba Georges Bernanos en su Diario de un cura por sus clérigos, participa necesariamente en la misma falta de credibi-
rural, han pasado los tiempos en los que, por lo general, los obispos lidad que hoy día se atribuye a esos clérigos, como corporación. Y no
enviaban a las aldeas verdaderos «párrocos», de la talla del de Torcy. es que las novelas de Francis Jammes o Georges Bernanos hayan perdi-
Hoy día, a falta de fuertes personalidades aptas para el ejercicio del do, de la noche a la mañana, su puesto en la historia de la literatura; lo
ministerio, lo normal es que se envíe a la viña del Señor meros «niños que pasa es que no se las puede seguir leyendo sin darse cuenta del
cantores»3. ¡Así sucedía ya hace más de cincuenta años! derroche de lirismo o de realismo con el que ahí se tratan y se proyec-
Ahora bien, la verdad de esta observación radica no en la creciente tan en un mundo de clara inaccesibilidad metafísica ciertas cuestiones
neurastenia de las nuevas generaciones de sacerdotes, sino en el sirnple psicológicas, que sólo podrían resolverse satisfactoriamente, con los
hecho de que ya son agua definitivamente pasada los tiempos en los pies en la tierra y a nivel puramente humano, por medio de la psico-
que «el señor cura», como guardián oficial del orden establecido o, en terapia y de la acción pastoral.
cierta manera, como delegado último de la clase dirigente, constituía Hace unos quince años organicé por última vez en mi comunidad
el centro espiritual de la vida de su parroquia. Hoy día, doscientos local de estudiantes un «cine-forum» sobre la extraordinaria película
años después de la Revolución francesa, nadie estará dispuesto a acep- Diario de un cura rural, de Robert Bresson4. Entonces me di cuenta
tar la palabra de un párroco por el simple hecho de que es la palabra de de que se había terminado definitivamente la época en la que aún se
un sacerdote. La confianza en una persona, o el hecho de dar crédito a podían entender ciertas nociones de teología existencial, como «debi-
su palabra, ya no depende de su función o de su estatuto social, sino de lidad» y «gracia», en sentido paulino y como las habían venido inter-
sus cualidades personales. Por eso, precisamente, no es posible enten- pretando durante siglos generaciones y generaciones de sacerdotes
der hoy el lenguaje de Francis Jammes, de Georges Bernanos o de Paul que, aunque sumidos en un profundo desconcierto, veían en ellas no
Claudel más que como una pura reminiscencia nostálgica. sólo un punto de referencia, sino también una orientación para su
La distancia cronológica no hace más que subrayar con toda cru- vida. Pues bien, el hecho era que los participantes en la discusión
deza esa constatación. En los sentimientos más profundos de nuestra veían a aquel «cura rural» de la novela de Bernanos, a aquella figura
sociedad se ha instalado un desencanto fundamental con respecto a la sacrosanta de auténtico creyente y de una personalidad verdadera-
institución del sacerdocio católico, algo así como una desmitificación mente persuasiva, como un simple neurótico afectado de problemas
del estado «clerical», una absoluta secularización tanto en la manera estomacales y necesitado, ante todo, de un buen tratamiento psiquiá-
de percibirlo teóricamente como en el modo de relacionarse con él en trico. Todo el sentido religioso de un lenguaje que proclamaba el
la vida práctica. Y lo más curioso es que ese cambio de mentalidad valor salvífico del sufrimiento se había convertido en un simple caso
discurre en estrecho paralelismo con una profunda interiorización de de psicopatología. En otras palabras, en nuestro propio siglo xx, cien
toda la vida religiosa. El problema que se le plantea actualmente al años después de F. Nietzsche y setenta después de S. Freud, hemos
estado clerical no es el derrumbamiento de la llamada «Iglesia popu- llegado a un punto —e incluso lo hemos rebasado ampliamente— a
lar», que la ha reducido a un simple archipiélago de islas inquebran- partir del cual ya no es posible hablar de Dios al hombre, si no es en
tablemente católicas; al contrario, lo que hoy socava mortalmente a términos acordes con la ciencia humana de la psicología. Los signos
14 Prólogo Prólogo 15

de esta situación no son, en modo alguno, una novedad; sencillamen- En todas las épocas habrá gente que aspire a la santidad de vida,
te, es que, durante mucho tiempo, hemos preferido pasarlos por alto. porque el sentido religioso del hombre necesita imperiosamente
El cambio ya se apreciaba a principios de los años 1950, cuando una continua renovación de esta forma suprema de espiritualidad
Graham Greene publicó su famosa novela El poder y la gloria. Tam- [...], sólo que ya no resulta imprescindible considerar a esas figuras
bién aquí, como en la obra de Bernanos5, el sacerdote vive una existen- admirables y más bien raras como personajes infalibles en lo divino
e indiscutibles en lo humano. Al revés, esos espíritus intrépidos que
cia marcada por la debilidad y la enfermedad. Pero no se trata, como
siempre tientan nuevas empresas, a la vez que son inexorablemente
en el «cura rural», de una enfermedad somática, cuyos síntomas po- tentados por el peligro de su audacia, despiertan nuestra simpatía
drían ser considerados como moralmente «limpios», mientras se pu- precisamente en sus más profundas crisis y en sus luchas más encar-
dieran disimular como compensación de su neurosis represiva por medio nizadas; y si realmente nos enamoramos de ellos, no es a pesar de
de una apariencia de integridad personal. No; la «enfermedad» del sus debilidades, sino justamente por ser débiles y caducos. De he-
sacerdote de Graham Greene no es una tara hereditaria transmitida cho, nuestra generación venera a sus santos no como enviados por
por padres alcohólicos, sino su propio alcoholismo; y lo que le man- Dios desde un supraterrestre más allá, sino cabalmente como los
tiene a flote no es el pan y vino eucarístico que, con evidente simbolismo, más terrestres de los humanos7.
alimenta al «párroco» de Bernanos, sino simplemente algo tan mate-
rial como la botella de whisky. Y su propia «debilidad» no procede de En otras palabras, hoy ya no creemos en el «testimonio cristiano»
una galopante anemia, como la del párroco de Torcy, sino de una de un «ministro de la Iglesia» escudado tras los límites infranqueables
exuberante vitalidad que —celibato sí, o celibato no— le arroja en los del estado clerical para ahorrarse vivir una existencia terrestre, plena-
brazos de una mujer, que empieza por ser su «pecado», pero termina mente humana, erizada de peligros, e incluso inmersa en el «pecado».
siendo su «obligación». Hoy por hoy, un «testimonio» sobre lo divino sólo podrá resultar creí-
La novela de Graham Greene fue puesta inmediatamente en el ble si el testigo, en virtud de una decidida confianza, se atreve a correr
«índice de libros prohibidos», porque la censura romana consideró el riesgo de exponerse a la inseguridad de la duda, a la necesidad extre-
que la imagen de ese cura alcohólico y mujeriego era un escarnio ma, a la desesperación, al fango, a la fealdad, al peligro de no saber
infamante para la santidad del estado clerical6. Pero los lectores de esa comprender y al de ser un incomprendido, a la posibilidad trágica de
novela, que se tradujo inmediatamente a todas las lenguas europeas e equivocarse y a la perspectiva de un trágico fracaso, a la eventualidad
inundó el mercado con centenares de miles de ejemplares, pensaron de que sus mejores intenciones resulten nocivas, o de que sus sentimien-
entonces, y aún piensan, de una manera significativamente distinta. A tos, incluso los del más auténtico amor, se conviertan en una infamia.
ese cura, aparentemente tan envilecido, lo ven mucho más sincero, Por consiguiente, una investigación que se proponga estudiar a
más humano y más real que la figura sutil y puritana del «cura» de fondo la realidad verdaderamente humana de la existencia que bulle
Bernanos, o que el espiritualizado ideal de bondad imaginado por tanto en la biografía personal como en la estructura psíquica de un
Francis Jammes. Y al verlo precisamente ahí, en su más profundo que- clérigo no puede partir de la transfiguración mística o heroica del esta-
branto, aprecian con toda sinceridad a ese mártir a pesar suyo, a ese do clerical, como lo presentan Francis Jammes o Georges Bernanos.
empecatado heraldo de la gracia, a ese fracasado que sólo se encuentra Su poesía sacramental y su experiencia de tentación y gracia sólo po-
a sí mismo en la hora de su muerte. Un hombre lleno de contradiccio- drán venir al término de la investigación. Y no es que este plantea-
nes, pero sincero y coherente consigo mismo, nos parece hoy a la ma- miento pretenda acentuar la duda sobre la credibilidad o fiabilidad del
yoría que, en cuanto sacerdote, está más cerca de la gente y, en conse- clérigo; al contrario, lo que se quiere es ofrecerle la posibilidad de
cuencia (!), más cerca de Dios que el que se anda como por las nubes, mostrar en la vivencia real de su compromiso cómo actúa en él su
sólo para no mancharse los pies con el polvo de este mundo. auténtica verdad. Cuando Jesús «eligió» a sus «discípulos», no los es-
Hace ya varias décadas, Stefan Zweig había percibido perfecta- cogió como imágenes policromadas, sino como hombres de carne y
mente ese cambio de rumbo en la concepción del sentido religioso, hueso, vulnerables y débiles, y con una mentalidad rayana, a veces, en
cuando, en vista de las nuevas formas de narración, escribía: la locura. Así lo dice la carta a los Hebreos:
16 Prólogo Prólogo 17
Todo sumo sacerdote se escoge siempre entre los hombres y se le rio. Es curioso; tú no prescindes de lo sensible, sino que te entregas
establece para que los represente ante Dios y ofrezca dones y sacri- a ello con pasión, y en tu apasionamiento le das el valor de lo
ficios por el pecado. Es capaz de ser indulgente con los ignorantes sublime, lo conviertes en símbolo de eternidad. Nosotros, los filó-
y extraviados, porque él mismo está cercado de debilidad (Heb sofos, tratamos de llegar a Dios, sustrayéndolo del universo; pero
5,l-2)8. tú te acercas a él por un amor a su creación, y así eres capaz de
recrearla. Sea como sea, ambos caminos son humanos y, como ta-
El que aún se sienta atraído por ese mundo mágico del «Ozerón» les, lógicamente insuficientes. ¡Pero el arte no tiene la culpa!9.
de Francis Jammes tendrá que convencerse de que el camino que desde
nuestra tierra conduce al paraíso perdido es infinitamente largo, y no Y así es; el propio «Narciso» se ve obligado a reconocer, un poco
podrá recrearse en la descripción de la «ciudad santa de Jerusalén» en más adelante, que «Goldmundo» no sólo le ha enriquecido, sino que,
términos de Tierra de Canaán, aunque sea como espejismo de esta al mismo tiempo, le ha empobrecido y ha hecho tambalear sus convic-
ciénaga de la fragilidad humana. Tendrá que estudiar las mediaciones ciones. De ahí la conclusión del autor:
que hacen del hombre un clérigo y del clérigo un hombre; deberá res-
tablecer los vínculos que puedan anudar el hiato entre sacro y profano, Ese mundo en el que él se sentía a gusto, como en su propia casa, su
sin perder de vista esa unidad que le permita hablar de Dios, al tiempo mundo, su vida monástica, su ministerio, toda su ciencia, la estruc-
que integra en su discurso las contradicciones entre naturaleza y cultu- tura de su pensamiento tan bella, tan armónica, tan perfecta, se
ra, sensualidad y moralidad, divinidad y humanidad. habían visto en ciertos momentos violentamente sacudidos y seria-
En cierto sentido, se podría decir también que de lo que se trata es mente cuestionados por la confrontación con su interlocutor10.
de devolver al sacerdote —es decir, al clérigo, en general— la dimen-
sión profética y la función poética de su existencia. En su novela Nar- Hoy día, el estado clerical sólo podrá recuperar un cierto grado de
ciso y Goldmundo, Hermann Hesse ha logrado una formulación insu- credibilidad si logra comprender la unidad entre «Narciso» y «Gold-
perable de la polaridad y unidad intrínseca de una contradicción cuyos mundo» y la convierte en vida propia. Sólo así podrá reproducir en la
términos se condicionan y corresponden mutuamente. Al personaje realidad más íntima de su existencia el mismo ejemplo de Jesús, que
del abad, sacerdote fiel a sus principios ascéticos, al que llama «Narci- no fue monje ni sacerdote, sino más bien profeta y poeta, vagabundo y
so», consciente del enorme riesgo de una autoprotección que termina visionario, médico y confidente, predicador itinerante y trovador, ar-
por ser estéril o de una autocontemplación que resulta mortífera, opo- lequín y mago del amor de Dios y de su inagotable y eterna misericor-
ne, como alter ego, el antitipo del artista siempre inquieto, hundido en dia11. Si se llega a conseguir que, en la existencia del clérigo, las «ro-
la culpa, pero transformado por la gracia, al que llama «Goldmundo». sas» y los «lirios» que jalonan la «procesión del Corpus» en la novela
Es el propio abad el que, después de un prolongado esfuerzo por llegar de Francis Jammes se abran en todo su esplendor, como floración
a la comprensión, declara a su amigo: unísona e indisociable de una misma y única vida, entonces, y sólo
entonces, el sacerdote, la monja, el religioso dejarán de verse como
Ahora, por fin, caigo en la cuenta de la infinidad de caminos que tipo de santidad trasnochada, o como hipocresía que fuerza y distorsiona
llevan al conocimiento, y que la vía de la abstracción no es la única la realidad, y ya no serán, con toda reverencia, objeto de desprecio, o
y, tal vez, ni siquiera sea la mejor. Es mi camino, de acuerdo; y estoy incluso de burlas clandestinas.
dispuesto a seguirlo sin pestañear. Pero te veo a ti, que sigues el El caso es que, hoy en día, no vemos cómo todas estas sugerencias
camino contrario, el de los sentidos, que captas tan profundamente podrán resultar fecundas para conseguir una auténtica unidad vital,
el misterio del ser y lo expones incluso con mayor viveza que la sin la ayuda de ese instrumento que a menudo provoca tantos recelos
mayoría de los pensadores [...] Nuestro pensamiento está anclado (hasta cierto punto, razonables) en la Iglesia católica, sobre todo cuan-
en la abstracción, empeñado obstinadamente en prescindir de lo
do se trata de los clérigos, es decir, el psicoanálisis.
sensible, para construir un mundo puramente conceptual. Pero tú,
al revés; tú te tomas a pecho lo más inestable, lo más caduco, y En lo sucesivo, al hablar de «clérigos», incluimos naturalmente en
proclamas que el universo cobra sentido únicamente en lo transito- esta denominación a las religiosas, ya que, tanto en sus conflictos psí-
18 Prólogo

quicos como en sus capacidades creativas, pertenecen al mismo mun-


do en el que se mueven sus homólogos masculinos. El hecho de que,
según la tradición, ratificada por el canon 1024 del Derecho Canóni-
co, sólo los hombres puedan acceder a las órdenes sagradas, pone de
manifiesto con suficiente claridad la profunda sima jurídica —y desde
el punto de vista psicológico pavorosamente significativa— con la que
la Iglesia católica discrimina a la mujer con respecto al hombre. Pero I. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA
eso no puede borrar del horizonte la estructural unidad psíquica de las
comunidades tanto masculinas como femeninas.

Del mismo modo, cuando usamos la denominación «orden», en


sentido genérico, la aplicamos también a las comunidades que, según
el Derecho Canónico, se denominan propiamente «congregaciones» o
«pías uniones». El objeto de esta investigación no es la diferenciación
jurídica, sino la común estructura psicológica. Por eso nos parece legí-
timo emplear los términos según el uso corriente de la comunidad
cristiana, e incluso de la opinión pública ajena a la Iglesia.
cA qué viene un estudio psicoanalítico sobre los clérigos?
Algunos amigos míos han tratado de prevenirme contra los riesgos
de tal iniciativa, mientras que otros, cuya buena intención no me pare-
ce tan fuera de toda duda, han procurado darme ánimos. Con todo,
ninguna de esas sugerencias me ha parecido determinante. Y es que, en
realidad, no pueden serlo.
Naturalmente, es mucho más fácil soslayar los temas espinosos,
sobre todo, cuando las perspectivas de producir un verdadero cambio
no están, posiblemente, en relación con el elevado riesgo personal que
cabe prever. Pero, aunque en los azares de la vida es bastante difícil
establecer una distinción bien clara entre prudencia y pusilanimidad,
nadie debería poner en duda que un teólogo no debe ser «prudente»,
cuando de lo que se trata es de mostrarse comprometido.
Para un teólogo cristiano, más que para cualquiera otra persona,
tiene que valer como promesa y como pauta de acción la garantía que,
como testamento, dejó Jesús a sus discípulos en el apéndice al evange-
lio según Marcos: en virtud de su confianza, podrán «coger víboras» y
hasta «beber venenos» sin temer ningún daño 1 . El simbolismo es in-
equívoco: «coger víboras» significa armarse de valor y afrontar sin
miedo las «cuestiones candentes», cogiéndolas por donde queman, en
vez de hundirlas en el olvido; «beber venenos» sin temor al posible
daño subsiguiente equivale a hacer caso omiso de eventuales calum-
nias o difamaciones externas, que puedan parecer implacablemente
destructivas. Para cualquier teólogo sería un título de gloria poder
mostrar que su vida y su actividad profesional responden plenamente
22 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 23

a las palabras con las que, según la fuente «Q» (colección preevangélica ciones vitales del riesgo de corrosión que encierra el pensamiento ana-
de logia [«máximas» del Maestro]), Jesús conminaba a sus discípulos: lítico3. Y también es cierto que el que se atreve a extender la mano
«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la sobre una zona sagrada, aunque no sea más que para protegerla, se
vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el expone casi de manera automática al correspondiente castigo. Eso es
fuego eterno» (Mt 10,28; Le 12,4)2. lo que le sucedió, según la Biblia (2 Sm 6,4-8), al desgraciado Uzá que,
Si en algún sitio hay que buscar prevalentemente esa actitud de en compañía de su hermano Ajió, acompañaba con sus bailes al arca de
ánimo inquebrantable, es sin duda en las filas de los teólogos. Mien- Dios en su traslado a Jerusalén. Cuando llegaron a la era de Nacón, los
tras se podría mostrar cierta indulgencia con cuantos, por una u otra bueyes resbalaron y basculó el carro, poniendo en peligro la estabili-
razón, se pliegan servilmente a una autoridad que dicta e impone sus dad del arca; entonces, Uzá alargó la mano para sujetarla. Pero, a pe-
tabúes al pensamiento y a la palabra, sin embargo, ante Dios, el teólo- sar de que la intención era buena, «el Señor se encolerizó contra Uzá
go tiene obligación de rastrear los pedregales para levantar las «víbo- por su atrevimiento, lo hirió y murió allí mismo, junto al arca de Dios»4.
ras» y, en caso de necesidad, incluso de tragar «veneno», con la espe- Lo santo no sería santo si no manifestara su carácter sagrado pre-
ranza de que podrá «sobrevivir» espiritualmente. cisamente en su inviolabilidad y como fuente de castigo para el
En tales circunstancias, ¿puede ser lógico aconsejar a uno, incluso profanador. Pero por válidas que sean esas conexiones en una psicolo-
dentro de la propia Iglesia, que haga todo lo posible por ceder al mie- gía religiosa o en una dinámica de grupos, lo que demuestran, por
do, dándole precedencia sobre la verdad de la percepción y la claridad contraste, es que la Iglesia no puede proteger por medio de tabúes e
de la proclamación? Si la Iglesia quiere ser fiel a su propia intimidaciones lo que ella misma considera sagrado. Si la Iglesia, fiel a
autocomprensión, por la que se distingue de los demás grupos huma- sus propias aspiraciones, desea mantener su credibilidad, no le queda
nos, tendrá que ser una comunidad que no esté basada en la percepción más remedio que aceptar como única y exclusiva fuerza de convicción
de la carencia como principio o en estructuras de violencia internalizada, la evidencia de una humanidad libre y abierta a todo.
sino que viva esencialmente de la gracia, como don de Dios, y de una Flaco favor le hará a la Iglesia el que, por miedo a previsibles re-
actitud de confianza mutua, como apertura a los demás. Sería, pues, presalias, eluda —respetuosamente, eso sí— abordar ciertos puntos
inconcebible que, precisamente en esa comunidad, sus mismos repre- neurálgicos de lo que ha llegado a estructurarse bajo la forma de temor
sentantes se retrajeran de abordar francamente y sin ningún complejo institucionalizado. Al revés; lo que realmente beneficia a la Iglesia es
determinados temas que les conciernen en lo más íntimo, sólo por te- lanzarse con decisión a romper esa estrechez de miras con la que ella
mor a la represión o a eventuales sanciones. Si hay algún tema que la misma se presenta, e impulsar, dentro de lo posible, el poder divino
Iglesia católica deba afrontar con absoluta sinceridad, sin tapujos de que actúa soberanamente en la libertad de expresión.
ninguna clase y sin la más mínima constricción interna o externa, es Desde esta perspectiva, la actitud de aquellos amigos míos que me
precisamente la situación de sus clérigos. aconsejaban no escribir este libro demuestra escasa confianza en ese po-
Naturalmente, todo el mundo sabe la verdad. Desde hace siglos, der en el que se fundan tanto la vitalidad de la Iglesia como la amistad.
no hay en la Iglesia católica un tabú más riguroso que la condición de Tampoco me parece legítima la actitud de los que confían en una
los clérigos. Precisamente ellos, que por fuerza de su ideal deberían ser investigación psicoanalítica del problema clerical como un abierto de-
la encarnación suprema y la máxima irradiación de una libertad es- safío a la política eclesiástica. La opinión se basa, obviamente, en un
pontánea, parecen necesitar, para sobrevivir, una cierta barrera, un error de principio. Es verdad que las sondas del psicoanálisis, al esti-
extraño cordón hermético de limitaciones mentales y de restricciones mular zonas profundas de la psique humana, pueden llegar a remover
expresivas. Da la impresión de que les sucede como a las pinturas y hasta agitar, a su manera, la superficie calma de una antropología
antiguas, que corren el peligro de desintegrarse al más mínimo contac- centrada exclusivamente en el pensamiento y en la voluntad conscien-
to con el aire fresco. tes. También es verdad que el psicoanálisis, prescindiendo de que se le
Hay que reconocer, desde luego, que en toda sociedad hay tabúes, haya tachado de cultivar una introspección puramente individual5, ha
que son como franjas de defensa destinadas a proteger ciertas institu- cambiado —y, en muchos aspectos, de modo decisivo— el rostro de la
24 Objetivos y metodología
Objetivos y metodología 25
cultura occidental. Pues bien, precisamente su penetración analítica es
Un estudio psicoanalítico no incluye, de por sí, un programa con
la que le pone al abrigo de cualquier utilización polemista6. Es un ins-
las pertinentes «instrucciones de uso», para su correcta utilización por
trumento muy eficaz de transformación, pero siempre dentro de sus
el lector. Por eso, cada uno tendrá que valorar por sí mismo el cúmulo
objetivos específicos, como son la toma de conciencia de uno mismo y
de conocimientos adquiridos y aplicárselos a su caso concreto, según
el desarrollo en clima de libertad. El psicoanálisis no quiere ni puede
las exigencias individuales de su propia psicodinámica. En cierto sen-
trabajar con reproches, acusaciones o exigencias; lo único que preten-
tido, eso es perfectamente lógico, ya que un libro de psicoanálisis no se
de es detectar relaciones, tendencias, motivaciones y estructuras ocul-
puede leer como, por ejemplo, un tratado de química de hidrocarbu-
tas, y explotarlas en beneficio del paciente, según las posibilidades del
ros. Si se quiere entender correctamente, habrá que leerlo desde una
sujeto. El examen psicoanalítico suministra una infinidad de indica-
perspectiva de compromiso, es decir, desde la relación que establece
ciones sobre lo que razonablemente debería producirse; pero que eso
con la existencia del sujeto. Pues bien, por eso precisamente, puede
se produzca o no, excede sus competencias. Los recursos verdadera-
suceder que los análisis aquí presentados sobre la psicología de los
mente válidos para llevar a cabo una transformación brotan del sufri-
clérigos no actúen en un buen número de lectores como lo pretende el
miento moral, un factor que el psicoanálisis nunca debe perder de vis-
autor. A veces no se puede evitar que, ya en el mismo diálogo terapéu-
ta, y de la confrontación de los resultados que arroja el examen de
tico, determinadas percepciones nuevas que podrían servir de ayuda y
situaciones concretas con la propia autocomprensión del paciente, o
aun de estímulo se experimenten más bien como reproche o como
sea, en nuestro caso, con las exigencias teológicas que la Iglesia cree
acusación; por ejemplo, cuando se detecta que la estructura psíquica
que debe plantearse a sí misma y a sus miembros. En este sentido, una
de una persona está condicionada por una neurosis compulsiva. En
investigación psicoanalítica —no importa sobre qué tema— no es, por
esos casos, es precisamente la neurosis, con su obsesividad por la per-
lo pronto, una especie de libelo «político», sino única y exclusivamen-
fección absoluta, la que impide al paciente sacar provecho de la tera-
te un intento de comprender mejor ciertas cosas.
pia; bajo su dictado uno, o hace todo bien en cada momento de su vida
Me ha parecido conveniente recordar aquí estos valores de carác- o se percibe como no apto para la vida. Por tanto, es perfectamente
ter interpretativo, terapéutico, apolítico —por consiguiente, ni agresi- comprensible que más de un lector de este libro tome como reproche
vo ni polémico— inherentes a toda práctica psicoanalítica, pensando lo que no es más que puro dato de percepción. Del mismo modo, si se
sobre todo en los posibles lectores de este libro. Cualquier percepción lee una obra de psicoanálisis con una predisposición depresiva, puede
de orden psicoanalítico brota exclusivamente de una relación de con- ocurrir que se refuerce aún más el «super-yo», con todo su cúmulo de
fianza, de un diálogo amistoso entre analista y analizado. Sólo cuando inculpaciones y complejos de inferioridad.
se está frente a una persona que no censura, dirige ni manipula sino, al
Por todo ello, quisiera asegurar ya desde un principio, sobre todo
revés, acepta y tolera las verdades más íntimas -como quiera que sean-,
a los clérigos que, presa de sus incertidumbres y sus rebeldías internas,
se puede ser realmente honesto con uno mismo y aprovechar la nuevas
se acerquen a leer este libro —y espero que realmente sean muchos—,
percepciones para tener el valor de revisar los planteamientos previos.
que no se trata aquí de ensombrecer públicamente a nadie, ni de echar
Un libro de psicoanálisis tiene que ser, por necesidad, de carácter un baldón sobre el halo de prestigio que caracteriza al sacerdocio o a
abstracto; lógicamente, habrá de prescindir de actitudes tan decisivas las órdenes religiosas, ni de minar el idealismo personal. De lo que se
como la libertad y la espontaneidad que caracterizan el contacto direc- trata es, única y exclusivamente, de tomarse la libertad de desmontar
to de las relaciones humanas. Su función es aislar los datos que arroja viejos tabúes y ventilar abiertamente los problemas que en la actuali-
la experiencia personal, transformarlos en una formulación teórica y dad a tantos acongojan. Ya es hora de restablecer en la Iglesia lo que en
dejar descarnadamente al lector que reaccione por sí mismo. El pro- psicoterapia individual es el factor auténtico de liberación psicológica:
blema de estas monografías no está en que sus lectores no puedan la plena libertad de palabra, una libertad incondicional de expresión
extraer de ellas suficientes conocimientos, sino más bien en que con ante Dios (cf. Heb 3,5-6)7. Este libro habrá alcanzado uno de sus prin-
frecuencia el lector corre el riesgo de descubrir sobre sí mismo muchas cipales objetivos si de veras logra romper el inmenso aislamiento en el
más cosas de las que razonablemente puede asimilar. que viven muchos sacerdotes y religiosos, y les arranca del gueto de
26 Objetivos y metodología
Objetivos y metodología 27

despersonalización administrativa en la que, a la fuerza, tiene que en- especial en el enfoque moralístico del problema, expresado en catego-
carnar un determinado ideal cuya exigencia no les deja prácticamente rías de éxito y fracaso8. Es decir, el que recibe una vocación divina a ser
otra salida que la de considerarse en su interior como unos perfectos clérigo tiene plena capacidad, si «colabora» con la gracia de Dios, para
fracasados. responder a las demandas, incluso a las más exigentes, que la Iglesia
Se trata, en buena parte, de abolir esa sensación de no poder co- impone a la vocación clerical9. De hecho, siempre será válida la doctri-
municar a nadie las dificultades y tensiones que se experimentan y que na teológica de que Dios nunca deja de dar su gracia en la medida que
—en este campo de la comunicación, verdadero tabú— produce en cada cada uno necesita para hacer frente a las tentaciones del mundo 10 . Aho-
uno la impresión de ser la oveja negra entre sus hermanos y hermanas. ra bien, un estudio psicoanalítico no puede enfocar las cosas de una
Lo que el presente libro quisiera dejar bien claro es, en primer lugar, manera tan simplista. En primer lugar, porque para el psicoanálisis re-
que no hay que alarmarse por el hecho de que el sacerdote, o cualquier sulta inaceptable, de entrada y como un hecho incontrovertible, el uso
miembro de una orden o congregación religiosa, tenga ciertos proble- de un lenguaje sobrenatural como el de «vocación» y «gracia»; y segun-
mas; es más, de no tenerlos, no serviría para clérigo. Y habrá que insis- do, porque es mucho menos aceptable que, en un plano de libertad in-
tir en la conveniencia —por no decir necesidad ineludible— de hablar dividual, se manejen términos, como los de «culpa» y «fracaso», en el
de ello abiertamente, en la convicción de que la verdadera causa de un sentido de conceptos simplemente morales.
conflicto interior no es propiamente la existencia de problemas, sino
Por un lado, la reflexión psicoanalítica muestra continuamente el
más bien ese silencio pertinaz que, en su intento de reprimir la angus-
escaso radio de acción que le queda a la libertad personal con respecto
tia psíquica, no hace sino agravar la situación hasta convertirla prácti-
a la psicodinámica del subconsciente, pues desde un principio el cen-
camente en un callejón sin salida. Este libro quisiera ser un alegato no
tro de reflexión se desplaza desde la conciencia refleja a los dominios
sólo en favor de aquellos clérigos que no saben ya cómo resolver su
del subconsciente. Por otro lado, en cambio, pone de manifiesto que
vida, que se sienten indignos de su situación de privilegio, que se con-
«el subconsciente» no es una magnitud estática, sino algo que se va
sideran fracasados e incluso malditos, que se ven como hipócritas cró-
haciendo progresivamente y que cobra una siempre nueva entidad, al
nicos, mentirosos de profesión, máscaras ambulantes, caracteres inter-
hilo de la biografía histórica de la persona, algo esencialmente vincula-
namente inestables y vacíos, seres desequilibrados por sus frustraciones,
do a los condicionamientos cambiantes de su configuración social y
maniáticos, y hasta presunta o verdaderamente «perversos»; también
que, a su vez, repercute sobre ellos. La separación que establece la
quiere romper una lanza en favor de todos aquellos aspectos de la psique
teología entre el sistema —de por sí, sagrado— de la institución ecle-
humana que, a la sombra de la forma oficial de vida de los clérigos, no
siástica, tenida por indiscutible e incluso establecida por el mismo Dios,
sólo no se asumen en plenitud, sino que se rechazan positivamente con
y el ser humano siempre —¡ay!— «vulnerable» y «falible», no es, preci-
un complejo de culpabilidad. El libro, en fin, en su deseo de desenmas-
samente por eso, más que un tinglado artificial, una abstracción esque-
carar la idea de que los aspectos negativos de la existencia de un cléri-
mática que hace agravio a la realidad vital, a costa de estabilizar, como
go son meras excepciones de carácter individual y, por consiguiente,
sea, los principios ideológicos de un orden predeterminado 11 . Desde el
no se deben más que al propio fracaso, pretende situar el problema en
punto de vista psicoanalítico, el estado clerical es una institución que
su verdadera raíz, a saber, en las estructuras objetivamente estableci-
forma parte de un proceso de evolución social, cuyas condiciones, fun-
das por la Iglesia católica para «regular» la forma de vida de sus segui-
ciones y repercusiones se puede entender asequible y perfectamente,
dores más fieles e inquebrantablemente adictos.
sin tener que echar mano de un vocabulario mistificante. En otras pa-
Ahora bien, aquí precisamente es donde esta monografía, basada labras, los clérigos no dejan de ser hombres; pero sus conflictos no son
en los principios del psicoanálisis, cobra —y debe cobrar— una di- sólo suyos personales, sino que radican en las estructuras propias de su
mensión (eclesio-)política; es decir, el problema se ve doblemente des- estado clerical, una institución cuya fuerza y debilidad, cuyas ventajas
plazado en su centro de gravedad. e inconvenientes, cuyas luces y sombras son perfectamente discutibles.
Por lo general, cualquier libro sobre clérigos, si por casualidad abor- Por consiguiente, ya no es posible justificar el orden eclesiástico en
da el tema de los conflictos psicológicos, suele insistir de modo muy cuanto idealismo tabú que, en situaciones de conflicto, lleva a cargar
28 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 29

toda la culpa sobre el clérigo individual, para preservar de este modo La manera más simple de desempolvar ese halo de predilección
la santidad de la institución. Dicho de otra manera: desde un punto de divina que parecen tener los clérigos es mostrar que esa imagen de
vista psicoanalítico, el estudio de casos de patología individual obliga superioridad, con aires de supraterrestre, está tejida de represiones y
a buscar las posibles fuerzas patógenas en el correspondiente sistema, transferencias psicológicas de naturaleza bien «terrestre». Al mismo
sobre todo cuando ese mismo sistema es el que exige que sus catego- tiempo, ese proceso de desmitización psicoanalítica de la figura del
rías sean reflejadas y encarnadas lo más perfectamente posible en la clérigo planteará a los padres no precisamente el problema de su deber
existencia del sujeto. moral, sino la cuestión, de orden psicológico, sobre si verdaderamente
¿Qué pretende, pues, este libro sobre los clérigos? Ante todo y so- están dispuestos a asumir con plena convicción consciente lo que en
bre todo, que cada sacerdote, cada religioso o religiosa aprenda a con- terrenos del inconsciente se debe considerar como un influjo insus-
siderar sus problemas psicológicos no exclusivamente como muestra tituible o, por lo menos, altamente beneficioso para una adecuada for-
de culpabilidad personal; y, además, que la misma Iglesia, como con- mación de la psicología del clérigo.
junto orgánico de instituciones y reglamentos, llegue a ver con clari- Una última observación. Si los «seglares» logran tomar conciencia
dad sus sombras, su propio inconsciente colectivo, y afronte con since- de la parte fundamental que ellos tienen en la formación psíquica de
ridad la tarea de estudiarlo a fondo. los clérigos, podrán afrontar críticamente los influjos a los que ellos
Ahora bien, esta clase de investigación es un derecho inalienable mismos están expuestos en su trato normal con los eclesiásticos. A
no sólo de los clérigos que se encuentran en dificultades, sino también causa de su capacidad de hacer consciente lo inconsciente, el psicoaná-
—y en no menor medida— de los otros miembros de la comunidad lisis —por su repercusión psico-sociológica— es una instancia extraor-
eclesial, los llamados seglares o laicos. En todo caso, son ellos los que, dinariamente democrática frente a otras instituciones de respetabili-
como padres y madres, engendran y forman desde sus comienzos la dad no probada. De hecho, derriba las barreras que, incluso en las
personalidad de los que un día serán clérigos. Por eso, es justo y conve- disposiciones jurídicas, separan al clérigo del laico, al sacerdote de su
niente —como no podría ser menos— analizar con todo detalle esa comunidad, al religioso del hombre de la calle, a la religiosa de la
relación intrínseca que incluso en el plano psicológico hace a un cléri- maternidad y hasta de la feminidad, en una palabra, a lo divino de lo
go «hijo de laicos», aunque no sea más que para reinserir la institución humano. Por otra parte, intenta aproximar las magnitudes que brotan
clerical en la vida comunitaria. No basta con que una vez al año, con de una raíz común, con lo que consigue poner fin a esa sensación de
ocasión del evangelio del «Buen Pastor» (J n 10,1-30), se exhorte a los culpa que tiene que sentir el seglar por no ser clérigo. Pues bien, ¿qué
padres y, en general, a todas las familias cristianas a que vivan intensa- pasaría si lo problemático, lo cuestionable, en fin, lo insoluble se viera
mente su fe, de modo que así crezca el número de voluntarios para la mucho más encarnado en los clérigos que en «los hijos de este mun-
viña del Señor12. De hecho, la investigación psicoanalítica descubre las do»? ¿Y si ya no se prestara fe a ninguna autoridad jerárquicamenta
rupturas dialécticas, las múltiples contradicciones y aun la relativa constituida que, ajena a la ciencia de su tiempo, se empeña en vivir la
tosquedad que suele tener, en el aspecto psicológico, la formación de represión de lo que constituye su propia estructura psicogenética, con
un clérigo. Pero su función más importante consiste en esclarecer lo tal de mantener a toda costa la afirmación de su imponente superiori-
mejor posible los mecanismos inconscientes que actúan en la dad? Si el estamento clerical se presentara en esa línea, no habría que
psicogénesis de un clérigo, para así devolver al «laico» la sensación de verlo con desprecio; más bien, se le contemplaría con esa emoción con
que, en este punto, su papel resulta imprescindible. Aquí, la analogía la que la gente que viaja en barco por el Rin suele admirar los impre-
con la investigación histórica es sorpendente: en ésta, el esclarecimien- sionantes castillos de sus laderas: con un escalofrío de numinoso res-
to de los mecanismos sociales que condicionan una determinada época peto ante esos testigos pétreos de una época de opresión y de violen-
puede dar al traste con la inveterada concepción ideológica de que es cia, pero también con el alivio y la satisfacción de que esas reliquias de
el rey, o el general, el que da a su pueblo la victoria sobre los enemigos un período tenebroso de la conciencia humana, por fortuna ya supera-
y el engrandecimiento de la nación. A este propósito, y no sin cierta do, han perdido su agresividad y, si sobreviven, es sólo como piezas de
ironía, se interrogaba Bertholt Brecht: «El joven Alejandro Magno con- un fantástico museo. En sus murallas aún se puede disfrutar, al atarde-
30 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 31

cer, de una cena festiva o del esplendor de un banquete de boda, pero puede ser indiferente al modo con que los ministros de la religión
de la majestuosa presencia de tan fastuosos palacios medievales no establecida presentan, transmiten o deforman los contenidos de su fe.
queda hoy más que el puro impacto romántico de su espléndida deco- Por eso, las cuestiones de higiene psíquica, sobre todo en los dirigentes
ración perpetuamente restaurada. Si la Iglesia de hoy no quiere que religiosos, tienen que ser de interés público, aun para los estratos más
una institución tan apreciada como el estado clerical degenere en el aconfesionales de la población. Mientras no llegue a degenerar en sec-
tráfago de un hostal o en algo así como un circo, tendrá que aceptar ta, la religión impregna en gran medida, por medio de sus células acti-
los desafíos del psicoanálisis y atreverse a conjugar la realidad de sus vas, la concepción moral de la cultura en la que vive; igual que, inver-
clérigos con un examen de las demandas que impone su formación y samente, se ve obligada a reconocer las modificaciones que le plantean
las expectativas que abre su actuación concreta. «Debéis ser responsa- los incesantes cambios sociales, que le exigirán siempre nuevas res-
bles hasta de vuestros propios sueños», decía Friedrich Nietzsche hace puestas. Por consiguiente, la cuestión sobre la psicología de los cléri-
ya cien años14. Pues bien, tal vez este camino pueda ofrecer una res- gos exige una discusión pública sin trabas ni tapujos.
puesta abierta a una crítica psicológica tan radical como la propugna- Ahora bien, ¿cómo se pueden conseguir conocimientos serios y
da por Nietzsche contra la figura del «sacerdote». bien fundados sobre la psicogénesis, la psicoestructura y la psicodiná-
Otra razón, y no la última, de este libro es la sociedad civil. De mica de los clérigos? Es tal la cantidad de tabúes que durante siglos se
hecho, una de las creencias todavía hoy más extendidas es que el pro- han ido acumulando incluso en el mismo planteamiento de la cues-
blema de los clérigos es un asunto de orden puramente intraeclesial; es tión, que sin duda un determinado sector de la clerecía se sentirá incli-
más, la propia Iglesia ha adoptado ciertas posturas que, en la mayoría nado a aceptar, en este libro, sólo aquellas afirmaciones que estén de
de los casos, no hacen más que corroborar esa impresión de secretismo acuerdo con el ideal que de sí mismo se le ha transmitido; en cuanto a
interno. Pero, evidentemente, eso no es así. La Iglesia, como comuni- todas las observaciones y resultados que arrojen una sombra de duda
dad dinámica, no es ajena al vaivén de cambios y reacciones que deter- sobre su auto-estereotipo, habrá que contar, ya de antemano, con su
minan el curso de los acontecimientos en la sociedad circundante. Tanto rechazo, tal vez en alguna de las siguientes formas posibles: desconoci-
su acción como su presencia en el mundo no dependen solamente de miento de la realidad, presentación banal, pura racionalización, y si
sus propias iniciativas, sino que están determinadas por los esas descalificaciones fallan, ¿por qué no difamar de forma agresiva al
condicionamientos estructurales de la cultura que le ha dado origen y autor?
a la que, recíprocamente, quisiera servir de intermediaria. Ya desde De modo que habrá que estar bien preparados para encajar una
este punto de vista es evidente que, en psicoanálisis, no se puede abor- cascada de objeciones y argucias por parte de un sector de los propios
dar la cuestión sobre los clérigos en sí misma y de manera aislada, clérigos, cuando surja algún punto que, en el plano psicológico, encie-
como si fuera un compartimento estanco. Y no es que el problema de rre alguna apreciación presuntamente negativa sobre la personalidad
los clérigos no despierte en la sociedad más que ese interés, por así clerical17. Toda una lluvia de calificativos, como «deformación arbitra-
decirlo, indirecto; al contrario, para la opinión pública extraeclesial, ria», «afirmación gratuita», «exageración manifiesta», «parcialidad in-
la actitud de la Iglesia hacia sus clérigos reviste una importancia de sidiosa», «conjetura infundada», «calumnia grosera», «imputación re-
primer plano. De hecho, en todas las culturas, la tarea de la religión ha trógrada que ya no se lleva hoy», todo será lícito, con tal de denigrar el
consistido siempre en acotar el campo de la contingencia, que caracte- fondo de estas reflexiones calificándolas de poco serias, carentes de todo
riza todos los proyectos y realizaciones del ser humano 15 , y proponer fundamento e incluso absolutamente fantasiosas. O bien, se tratará de
al Absoluto como lugar de asilo en el que se pueda pasar de la activi- minimizar la importancia de los mecanismos descritos, con un deje de
dad a la escucha, del tener al ser, del proyecto a la esperanza, del juicio desdén: «¡Bah! Un montón de afirmaciones trasnochadas», «en reali-
al perdón, en una palabra, de lo finito a lo infinito16. Una sociedad que dad, nada nuevo», «en todas partes cuecen habas», «intrascendente», etc.
carece de espacios libres —o que no los tiene en grado suficiente— Del flanco de los más forofos del sistema cabe esperar ciertos aires de
para poder abrirse a un ámbito de eternidad terminará por asfixiarse, a racionalización: «Desconocimiento absoluto de la relevancia teológica
falta de aire fresco. De aquí que ninguna sociedad, ninguna cultura del problema», «desprecio olímpico de los fundamentos cristológicos
32 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 33

del ministerio clerical», «obcecación increíble frente a la excelsa digni- e irrefutable, es decir, cuando se ve obligado, incluso contra su volun-
dad de la institución y frente a la nobleza de un ideal de vida como el tad, a reconocer su propia imagen, o cuando, liberado de trabas, ter-
del clérigo». Finalmente, no hay que descartar una réplica adpersonam: mina por admitir conscientemente que, por más que se obstine en ne-
«pura proyección de las propias dificultades», «nauseabundo desdoro garlo, se trata verdaderamente de él, y de ningún otro, sólo entonces se
de su propio nido», «manifestación de pura subjetividad», «psicograma podrá obtener algo así como una sinceridad ineludible en un terreno
del propio autor, no del clérigo», etc. como el de la psicología clerical, actualmente tabú. Y eso significa
Con todo, la pregunta clave sigue siendo la siguiente: ¿cómo pue- poner en el centro de la reflexión la persona real del clérigo, y no
de un libro despertar la percepción consciente de determinados pro- precisamente los objetivos de su peculiar forma de vida.
blemas del inconsciente en una persona cuya propia seguridad se fun- Para poder ampliar de un modo decisivo nuestro conocimiento del
da precisamente en la represión de los datos que se deducen del análisis?, ser humano, el psicoanálisis tiene que tomar a la letra la observación
¿es posible sacar provecho de la propia inseguridad, y del subsiguiente de Friedrich Nietzsche: «Toda investigación de ideas deberá orientar-
desconcierto, y prevenir las nuevas represiones que, por lo general, se se, por necesidad, hacia la mente que las necesita»20.
producen a raíz del descubrimiento indeseado de ciertos mecanismos En realidad, casi todos los libros sobre el problema de los clérigos
del inconsciente? cometen el error de empezar por el ideal que marca la vida del sujeto
A la hora de elegir el método, si lo que se pretende es asegurar los como un deber institucional y como una seguridad derivada del
resultados, no tiene ningún sentido empeñarse en aducir el mayor nú- compromiso de los votos: ideal de humildad (obediencia), de pobreza
mero de datos y hechos «contundentes», o buscar refugio en estadísti- (renuncia a la posesión de bienes) y de castidad (celibato)21. Lo que se
cas lo más documentadas posible. Con frecuencia se ha intentado pro- pretende probar en esos libros es: la fundamentación de ese ideal en la
ceder así, pero eso no ha producido ningún cambio en la Iglesia18. Por persona y en el mensaje de Jesús; su profunda impronta en la Iglesia
otra parte, el psicoanálisis es un método que reflexiona sobre magnitu- todo a lo largo de su historia, sobre todo por los movimientos mo-
des determinadas, pero que no trabaja en términos cuantitativos. Es násticos que se produjeron a partir del siglo iv, con su creciente influjo
verdad que para establecer la diferencia entre salud y enfermedad se en la comunidad eclesial; y su capacidad, incluso en el presente, de
basa esencialmente en la cuantía —mayor o menor— de sufrimiento, constituir, mediante el más puro seguimiento de Cristo y como corres-
pero su verdadero valor consiste en detectar los mecanismos estructu- ponde a la naturaleza íntima de la Iglesia en cuanto «definitivo (o sea,
rales que gobiernan el campo de la psicopa-tología. Ya de por sí, la escatológico) pueblo de Dios», el «signo» creíble de una «entrega to-
dedicación y el derroche de tiempo que se necesita, aun en el caso de tal» a Cristo y de la «insuperable» cercanía del «reino de Dios» mani-
un único paciente, para determinar los factores decisivos de su desa- festado en Cristo22. Todos esos libros suponen que se puede compren-
rrollo y los principales esquemas de integración que actúan en su der a una persona con sólo conocer sus aspiraciones. Ahora bien, en
idiosincrasia particular impiden cualquier clase de valoración estadís- esta suposición se producen dos cortocircuitos: 1) En primer lugar, es
tica de carácter generalizante19. En vez de eso, el psicoanálisis propor- como si se identificara el fin subjetivo (el ideal) que se prefija una
ciona ciertas ideas y percepciones formales como las que brotan, por persona con el contenido objetivo que determina dicho ideal; es decir,
ejemplo, de la capacidad expresiva de una obra de arte o de la plasticidad se establece un cortocircuito de identidad entre la motivación psíquica
gráfica de un poema. Y eso mismo ocurre en su presentación de datos, del ideal y la función sociológica que desempeña. 2) Y, en segundo
en la que no se busca la exhaustividad extensiva, sino la comprensión término, es como si el individuo estuviera esencialmente determinado
intensiva. Ante una argumentación basada únicamente en números y por la orientación de sus aspiraciones; es decir, se produce otro
porcentajes, el lector podría objetar que su propio caso y su particular cortocircuito, pero, esta vez, de identidad psíquica entre el ser y la
acopio de experiencias constituyen una excepción; de modo que ten- conciencia de la persona. En el primero de los casos, se intercambia el
dría pleno derecho a interpretar su psicograma individual como una ser social del individuo, es decir, su persona, en cuanto relación a lo
instantánea puramente fortuita. Ahora bien, si una presentación de los otro, con su ser individual, es decir, su personalidad, su propio ser
resultados concretos le enfrenta consigo mismo de manera inequívoca intransferible e incomunicable. Es éste un intercambio, cuyo alcance
34 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 35

se intentará dilucidar a continuación. En el segundo caso, lo que se vo (ideal) que se perfila en su horizonte, mientras que, por otro lado,
intercambia es la conciencia subjetiva con el propio ser individual del sus logros pocas veces llegarán a coincidir con lo que realmente desea-
sujeto. Se da, por tanto, una ecuación ideal-realística, como la que ría alcanzar. En otras palabras, en vez de definir terminantemente en
propuso George Berkeley23 con su célebre principio: esse est per dpi qué consiste el ideal de un clérigo y decretar desde esa cima que preci-
(«ser equivale a ser percibido»), es decir, «ser es igual a conciencia»; o samente ese objetivo es lo que de fado debe perseguir desde su incor-
también: «las cosas son como nosotros las comprendemos». Pues bien, poración al estado clerical, parece mucho más humano, y, por consi-
si se empieza por determinar los contenidos objetivos de un ideal y, guiente, mucho más auténtico, plantearse la cuestión de cómo llega un
simultáneamente, se afirma su identidad con una vertiente tan subjeti- individuo a forjarse un determinado ideal y a elegirlo como modelo de
va como la de la aspiración, será imposible llegar a comprender real- su existencia. Por tanto, para rastrear la verdadera realidad psíquica
mente el verdadero ser del clérigo. Más bien, lo decisivo para una de la institución clerical y dar razón de sus efectos, no se puede partir
comprensión más profunda es exactamente lo contrario, o sea, empe- de los objetivos o determinaciones conscientes que motivan la decisión
zar por el final. La pregunta crucial no puede formularse en términos de un «clérigo adulto», sino de las influencias y clichés, por lo común
de aspiración subjetiva sino que habrá que preguntarse, más bien, por latentes, que marcaron su infancia y su juventud, y que realmente son
los elementos que han marcado a ese individuo, en cuanto sujeto, para la base de sus decisones posteriores.
despertar en él el deseo de un determinado ideal, como contenido úni- Por consiguiente, queda claro que una investigación psicoanalítica
co e insustituible de su vida. Lo que realmente mueve y remueve al no puede considerar la psique del clérigo como una magnitud acabada,
hombre, lo que le liga personalmente o trágicamente le desliga de su en perfecta correspondencia con su ideal. Pues bien, eso mismo sucede
orientación vital no es el contenido ni la realidad de una motivación con el concepto de Iglesia; es decir, tampoco se puede suponer —de
concreta, sino precisamente la historia de la motivación. Nótese que entrada y a priori— que sea, en sí misma, algo perfecto y definitivo.
decimos «orientación vital», y no «decisión vital», porque en breve Desde una perspectiva psicoanalítica, no se la puede introducir
tendremos que preguntarnos qué grado de libertad personal se encie- automáticamente en el debate, considerándola desde sus definiciones
rra verdaderamente en la historia específica de las motivaciones que como «Cuerpo místico de Cristo» o como «Sacramento radical de la
tejen la biografía de un clérigo. creación»25. Al contrario, habrá que prescindir de los modelos sociales
La diversidad de enfoque es evidente en ambos casos. El que em- de tipo organicista que, en cuanto arquetipos simbólicos, poseen cier-
piece su investigación por un análisis de la figura ideal del clérigo se tamente un gran valor integrativo, pero que, separados de la reflexión
verá irremediablemente obligado a estudiar su realización concreta analítica, corren el riesgo de convertirse en una hipoteca de carácter
desde una perspectiva moralizante, y tendrá que bucear en la tradición colectivista o en un manifiesto decididamente ideológico26. Para com-
eclesiástica para descubrir en qué consiste verdaderamente ser clérigo prender realmente las peculiaridades psíquicas del clérigo no se puede
y por qué vale la pena —es más, en ciertas ocasiones, «se exige»— aplicar rutinariamente el modelo de una causalidad lineal; la realidad
llegar a serlo. En cambio, desde un punto de vista psicoanalítico, esa es tan compleja, que necesita continuas adaptaciones del esquema y una
vía de argumentación plantea serios problemas que, hasta cierto pun- búsqueda infatigable de nuevas conexiones a los más diversos niveles.
to, se pueden formular en términos de filosofía escolástica: partir de Un estudio piscogenético deberá empezar por un análisis detallado
hechos consumados —como si dijéramos, de la causa finalis—, para de las condiciones familiares, es decir, de las estructuras específicas en
deducir de ellos la motivación psicológica —o sea, la causa efficiens—, las que el futuro clérigo ha ido creciendo y desarrollando su propia
es entrar inevitablemente en la dinámica de una «psicología com- psicología personal27. A continuación habrá que investigar los efectos
pulsiva», ya que se presupone en la voluntad y en la acción humana un de esos factores familiares sobre las diferentes fases psicogenéticas del
grado de unidad y racionalidad que, de hecho, sólo es propio de Dios. desarrollo infantil, es decir, de ese período de la psicología individual
«Causa final» y «causa eficiente» sólo se identifican en el Ser Absolu- en el que la persona aparece como «víctima» de su entorno. Pero sería
to24; el hombre, en cambio, deberá aceptar el hecho de que, con mucha un grave error pensar que la persona no es más que un producto pasi-
frecuencia, sus deseos se vean considerablemente apartados del objeti- vo de la educación en un determinado ambiente social. Lo que hay que
36 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 37

preguntarse a cada momento es, más bien, cómo puede reaccionar un tiva no sólo del sacerdote diocesano, sino también de las comunidades
individuo ante los eventuales influjos del exterior, cómo concibe el religiosas, la mayoría de las cuales han sido fundadas para responder a
«mundo» según su propio «esquema» mental y, finalmente, cómo re- necesidades concretas de su tiempo, y se han especializado, según su
produce en el ámbito de su acción y de sus relaciones con el medio propia vocación y sus tareas específicas, en determinados «servicios»
ambiente las estructuras que ha logrado interiorizar28. Por tanto, habrá dentro del ámbito de la sociedad contemporánea. Por tanto, es lógico
que ampliar y completar, paso a paso y punto por punto, la orienta- que, al modificarse los hábitos de la sociedad actual frente a los objeti-
ción analítico-regresiva del estudio con una percepción de carácter vos concretos de dichas órdenes, la mentalidad y la forma de vida
sintético-progresivo29. Pero, sobre todo, habrá que investigar el influjo comunitaria propia de los religiosos se vean radicalmente afectadas
espiritual que la presentación de ciertos ideales y de determinados sis- dentro de su respectiva comunidad.
temas de valores, como los que propugna la Iglesia, ejerce sobre el En resumen, debería quedar bien claro que los diferentes niveles
comportamiento de la familia y sobre la propia postura del sujeto; e, del análisis, tanto por la diferenciación de métodos como por el pro-
inversamente, habrá que preguntarse qué función se deriva de esas gresivo ritmo de presentación, deben considerarse por separado, pun-
concepciones para la vida de la Iglesia, mientras se investiga de qué to por punto, pero sin olvidar ni un momento que, en una cuestión
manera los objetivos colectivos quedan reflejados en la postura (hexis) como la que plantea la psicología clerical, cada uno de los elementos
y en el comportamiento (praxis) individual. está intrínsecamente ligado con los demás y actúa sobre ellos en reac-
En esta línea, los procedimientos de los que se sirve la Iglesia, ción recíproca. Entre las cuatro categorías expuestas: familia, indivi-
tanto en los escolasticados o en los internados como en los noviciados duo, Iglesia y sociedad, hay que tener en cuenta no sólo los «efectos
o en los seminarios, para formar a sus clérigos en ciernes y prepararlos directos» de sus interacciones inmediatas, sino que, al mismo tiempo,
para sus futuras tareas adquieren una relevancia especial. Pues bien, en hay que considerar esos «efectos directos» como «efectos remotos»
esa confluencia entre lo individual y lo genérico, entre lo privado y lo transmitidos por el conjunto de todas las otras relaciones causales.
social, es donde se ven con una claridad meridiana los efectos psíqui- Además, hay que prestar atención a los mecanismos que engranan
cos del ideal y las estructuras psicológicas que presupone para presen- mutuamente, por ejemplo, el hecho de que la familia esté directamente
tarse al individuo no sólo como deseable, sino incluso como impres- constituida por la sociedad, mientras que, a su vez, reacciona sobre
cindible en conciencia. Al mismo tiempo se manifestará el tejido de ella. Y lo mismo ocurre a nivel de individuo y a nivel de Iglesia. En
interferencias entre Iglesia y familia que han venido preparando y con- presentación diagramática, se podría visualizar así el conjunto de co-
dicionando hasta el presente el desarrollo vital de un clérigo, y que no nexiones e interacciones, en cuyo interior todo está relacionado con
dejarán de seguir condicionándolo, aunque no sea más que por el he- todo y cada elemento depende de los demás:
cho de que la misma proclamación eclesiástica ejerce un poderoso in-
flujo —precisamente por medio de los clérigos— sobre las familias de
donde la Iglesia recluta sus vocaciones al estado clerical.
Finalmente, habrá que prestar atención al ámbito de la sociedad en
la que la Iglesia desarrolla su vida y en la que el individuo adquiere su Familia ——- Individuo •«—»- Iglesia -—»- Sociedad
propia formación; una sociedad en la que bullen las más variadas in- í í
fluencias: unas, que convencen; otras, que perturban; contradictorias,
las unas; coincidentes, las otras. La sociedad posee, además, un ingen-
te acervo de principios y valores de orden espiritual junto a unos idea-
les que dejan huella, pero que unas veces coinciden con los objetivos De este esquema resulta que cada una de las cuatro categorías está
de la Iglesia, mientras que en otras ocasiones los contradicen abierta- relacionada con las otras tres, en cuanto que cada una condiciona las
mente. La relación con esa sociedad en la que el clérigo ha experimen- peculiaridades de las otras y deja sentir sobre ellas sus efectos y, a su
tado su propio desarrollo y a la que más tarde será enviado es constitu- vez, está condicionada y afectada por cada una de las demás. En una
38 Objetivos y metodología Objetivos y metodología 39

palabra, de lo que se trata es de enfocar la cuestión sobre la psicología Pues de igual manera, en la presentación psicoanalítica no basta
de los clérigos como un proceso vivo, diversificado y múltiple, que no con determinar todas las posibilidades; de lo que se trata es, más bien,
responde exactamente a lo que pudiera proponer, a favor o en contra, de detectar qué es lo que realmente posee el más alto grado de proba-
una reflexión de tipo ideológico, es decir, una realidad bien clara y bilidad de realizarse en la práctica. Por eso, proponemos ciertos mode-
bien definida que puede evaluarse globalmente por medio de las cate- los de la realidad psíquica que constituye la existencia del clérigo, to-
gorías de «bien» y «mal»30. Por lo demás, ya se verá que la auténtica mando su configuración ideal como mera hipótesis para averiguar las
medida para apreciar el valor de las instituciones eclesiásticas no resi- condiciones en las que ese ideal tiene más probabilidades de realizarse.
de en los acontecimientos reales, sino más bien en el modo como se Cuanto más se acerque la realidad concreta al ideal de clérigo estable-
producen. cido por la Iglesia católica, más se ajustarán las previsiones de nuestro
Si este libro pudiera contribuir a dar palabras a la represión, a su- modelo a los casos particulares. Por consiguiente, no se trata de deter-
perar el aislamiento, a derribar esas fachadas de rigidez, a promover minar que esto sea «así, y únicamente así», sino que sustancialmente
una discusión que, aunque ya se ha retrasado excesivamente, todavía es como aquí se describe.
está sofocada por los miedos y por un cúmulo de sanciones de toda
clase; si lograra transmitir al mayor número posible de lectores la sen-
sación de que, en sus dificultades y conflictos, pueden contar con una
infinita comprensión, en lugar de verse expuestos a la condena y al
rechazo, todos los esfuerzos y peligros se verían ampliamente recom-
pensados. En el fondo, lo que pretende este libro es elaborar una pastoral
responsable dirigida precisamente a los pastores de la Iglesia, con la
esperanza de mejorar sustancialmente la situación en la que hoy día se
encuentra la pastoral.
Es posible que, a cada paso, surja una objeción de carácter más
bien genérico: «¿Es que sólo sucede como se dice aquí? ¿No hay tam-
bién otros muchos casos en que las cosas son distintas?». Como res-
puesta, valga una analogía.
En la historia de la física se creyó hasta principios del siglo xx que
la luz, por su propia naturaleza, siempre «escogía» el camino más cor-
to entre dos puntos. Hoy, en cambio, sabemos que la luz no se limita a
un solo camino entre dos puntos dados, A y B, sino que puede reco-
rrer, literalmente, todos los caminos posibles. Por un prurito de preci-
sión, los físicos suelen dibujar flechas cuya dirección marca el tiempo
del camino recorrido, y mediante una combinación de flechas obtie-
nen, como suma de todas las posibilidades, una resultante con cuyo
cuadrado se calcula el grado de probabilidad del camino efectivamen-
te recorrido 31 . Este procedimiento ayuda a comprender fácilmente que,
para determinar el arco de probabilidades, no cuenta en absoluto la
multiplicidad de los posibles caminos, sino que la auténtica contribu-
ción corresponde a la distancia que une en línea recta los puntosa y B.
De ahí, finalmente, se deducen las leyes de la óptica que nos permiten
construir microscopios y telescopios.
II. EL DIAGNÓSTICO
La propuesta de un método psicoanalítico para investigar la psique de
los clérigos se enfrenta con una objeción de carácter teológico que,
aunque no se exprese abiertamente, puede suscitar serias reservas y
una cierta predisposición emocional contra este tipo de análisis. Por
eso, habrá que afrontarla desde el comienzo.
La objeción podría formularse más o menos así: la aplicación de
un método psicoanalítico —y, en general, de cualquier enfoque «me-
ramente» psicológico— no es el modo más adecuado de abordar un
tema como el de la psique del clérigo. En realidad, la trayectoria de un
clérigo está sustancialmente marcada por la gracia de la vocación divi-
na; es algo así como un mysterium sui generis, un «misterio» en senti-
do estricto, que no se puede encuadrar en los triviales postulados de
una lógica «rastrera» como la del psicoanálisis. Es más, en este caso,
como en ningún otro, tiene plena vigencia la recomendación de Jesús:
«No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los
cerdos» (Mt 7,6).
También podría formularse esa objeción en términos más mode-
rados, concediendo que, aunque las leyes de la psicología tal vez se
puedan aplicar, en cierto sentido, a la biografía del clérigo, de ningu-
na manera se puede deducir de ellas lo que constituye el aspecto más
específico de la existencia clerical. De hecho, esa misma especificidad
se resiste a cualquier intento de explicación lógica, porque nace ex-
clusivamente de la libre y gratuita decisión de la voluntad de Dios1.
Pues bien, como esas objeciones son de carácter teológico, sólo se
pueden rebatir con argumentos igualmente teológicos. Por más que,
44 El diagnóstico El diagnóstico 45

bien miradas, y ya que desempeñan una función socio-psicológica, lación de la filosofía escolástica— Dios queda reducido a «causa par-
desembocan evidentemente en una justificación del estatuto específi- cial» de la creación. Es como si la realidad «natural», empíricamente
co del clérigo que, en buena lógica, constituye un círculo vicioso. De comprobable, se pudiera explicar por el mundo de lo metafísico, de lo
hecho, el proceso de argumentación se podría sintetizar en estos tér- «sobrenatural».
minos: si los clérigos representan algo «extraordinario» frente a lo En realidad, el recurso a Dios no «explica» nada; a lo más, apunta
que es «ordinario en el ser humano», porque son elegidos por Dios, hacia algo que en sí mismo debe ser perfectamente «explicable» para que
las leyes «ordinarias» de la común psicología les son tan poco aplica- pueda producirse 4 , interpreta el contenido de la realidad fáctica, e im-
bles, que lógicamente habrá que deducir de ello que son elegidos de prime en los hechos naturales el sello de su origen divino, pero no de-
Dios. Pero resulta, por otra parte, que el rasgo más característico de la fine las causas naturales de su proveniencia. En otras palabras, la pre-
argumentación teológica es que no pierde en absoluto sus pretensio- gunta sobre la posibilidad de «explicar» como «producido por Dios» un
nes de verdad, ni aun cuando se demuestre el relativismo «ideológico» hecho que se produce dentro de las coordenadas de espacio y tiempo,
de su punto de vista o la tautología «lógica» de sus postulados. Inclu- es ya en sí misma una cuestión de orden psicológico5. Por consiguien-
so lo «ideológico» pertenece al orden de lo santo —y, por consiguien- te, en vez de considerar el recurso a Dios como explicación de los he-
te, de lo verdadero—, a causa de la santidad de la Iglesia. Por otra chos, habrá que pensar que es precisamente ese recurso el que, ante todo,
parte, la circularidad del pensamiento no es más que pura consecuen- necesita una explicación psicológica. En auténtica teología, la única
cia de esa argumentación, ya que la razón humana no puede menos de cuestión consiste no en saber qué hechos de la vida de un ser humano
fracasar frente a la impenetrabilidad de lo divino. se deben interpretar de fado como una «vocación divina», sino qué
Si no hubiera tantos sacerdotes y religiosos que, en su profunda datos se pueden y se deben esclarecer con la ayuda de ese concepto.
honradez como personas, no dejan de defender a capa y espada ese En el fondo, la objeción teológica fundamental, es decir, que un
modo de razonar, quizá no fuera especialmente necesario discutir este estudio psicoanalítico sobre la psicología de los clérigos es en sí mismo
punto. Pero el caso es que sobre esta argumentación se basa un modo «inadecuado» y, en cierto modo, «lesivo» para la «dignidad» de su ob-
de hacer teología cuyos daños son evidentes en multitud de aspectos y jeto, se basa en un error de juicio, por no decir en una pereza intelec-
que, por tanto, debe ser corregido desde un principio. tual. Esa actitud descuida, y hasta prohibe, investigar las causas natu-
El punto crucial, tanto filosófica como teológicamente, es que aquí rales que dan lugar a ciertas manifestaciones empleando los medios
se afirma que una realidad —la vocación a clérigo— es «inexplicable» que nos suministra espontáneamente nuestra propia capacidad cog-
desde un punto de vista humano, para pasar inmediatamente a «expli- noscitiva. Y eso, por miedo a desacreditar la inconmensurable grande-
carla» por la inexplicabilidad del designio divino. De ese modo y, en za de Dios, si llegamos a comprender claramente las leyes que gobier-
realidad, casi sin darse cuenta, se va construyendo una especie de «teo- nan el universo por él creado.
logía de dos pisos», en la que lo humano y lo divino, el orden de la En realidad, es el mismo problema que se planteó a principios de
existencia humana y el orden de la gracia divina son como dos magni- la Edad Moderna —a lo más tardar, con la filosofía de la Ilustración,
tudes separadas que se comportan mutuamente como el agua y el aire, hace doscientos años— con respecto a las Ciencias de la Naturaleza:
como la tierra y el cielo, como las nubes y la luz. Es verdad que el aire ¿qué va a pasar con la «providencia» de Dios, si el universo está regido
«agita» el agua, el cielo «toca» la tierra, y la luz «penetra» las nubes, por unas leyes que no respetan las peculiares necesidades del hombre,
pero siempre el plano «superior» actúa por sí mismo y con absoluta más aún, que desconocen unos sentimientos y unos valores tan huma-
independencia del plano «inferior». En ninguno de los actos de su vo- nos como la ética y la estética?6, ¿qué va a ser de la religiosidad de los
luntad el Creador está ligado a su propia «obra», a su creación2. Es creyentes, si el trueno y el relámpago, las tormentas y los temporales,
más, esa clase de teología hace de Dios, según su necesidad, un simple las lluvias y las inundaciones, en fin, todos los fundamentos de la exis-
tapagujeros de las deficiencias, presuntas o reales, del conocimiento tencia humana no proceden directamente de las manos de un Dios,
humano e incluso un sustitutivo de la radical capacidad cognoscitiva Padre providente, sino que se deben a sus propias causas, que pueden
de la inteligencia humana 3 . En último término —y usando una formu- y deben ser cuidadosamente investigadas?
46 El diagnóstico El diagnóstico 47

Las conquistas científicas de la Edad Moderna no sólo significaron Por consiguiente, en nombre de Dios y en interés del ser humano,
el fin de una relación mágico-animística del hombre con su medio am- y por razones de orden teológico e incluso de higiene mental, no sólo
biente7; de hecho, y sobre todo, forzaron a la teología cristiana a batir- es legítimo, sino imprescindible, investigar ante todo y sobre todo con
se interminablemente en retirada, en una pugna por mantener como los métodos del psicoanálisis los puntos de apoyo, es decir, las estruc-
campo de la acción de Dios lo que la ciencia aún no había sido capaz turas que sustentan y en las que se inserta la vida de cada clérigo; en
de desvelar, por ejemplo, hace cien años, la cuestión de los orígenes una palabra, los principios fundamentales de la creencia en una voca-
del hombre o, hace unos cincuenta, el origen de la vida o, en la actua- ción divina, en una elección particular de Dios.
lidad, el origen del universo8. Durante ese tiempo, el frente artificial
de la teología contra el progreso del conocimiento humano se vio,
punto por punto y problema por problema, sistemáticamente desmon-
tado. Pero, desde luego, aún no ha llegado a producirse un cambio
decisivo de mentalidad con respecto a la situación.
La mejor manera de «probar» o de «alabar» la grandeza de Dios no
es precisamente exaltar su acción hasta el nivel extraordinario del or-
den sobrenatural9, ni rebajarla a simple argamasa para rellenar las la-
gunas del conocimiento científico. Dios actúa en y a través de la natu-
raleza por él creada; y no por eso nos resulta más lejano, sino al revés,
tanto más cercano y más digno de confianza, cuanto más tratamos de
rastrear y comprender los fundamentos y las leyes de su creación. Eso,
precisamente, es lo que nos puede dar un cierto barrunto de su verda-
dera grandeza y de su inabarcable sabiduría. En este contexto, siempre
tendrá sentido decir, a propósito de ciertos casos concretos de la histo-
ria: «Este hombre es un elegido de Dios», o «Dios ha guiado verdade-
ramente a este pueblo». Pero esas frases nunca se pueden entender
como expresión de un hecho que tiene en sí mismo su propia consis-
tencia y, por tanto, es «objetivamente» verdadero, sino sólo como ex-
presión del significado «subjetivo» de un acontecimiento capaz de trans-
formar radicalmente la existencia de un determinado individuo.
Ahora bien, expresiones como «Dios guía» o «Dios elige» plantean,
desde el punto de vista psicológico, dos cuestiones fundamentales:
1. ¿Qué carácter revisten esas experiencias psíquicas a las que se
atribuye origen divino?
2. ¿Qué significa para el interesado el hecho de que precisamente a
esas experiencias que han marcado su vida se les atribuya un origen
divino?
Para evitar que el recurso a Dios se convierta en una mera etiqueta
ideológica impuesta desde fuera, y no sólo ajena al sujeto, sino incluso
alienante, habrá que aplicar el método psicoanalítico, para compren-
der exactamente el contenido y la interpretación de unas experiencias
tan íntimas, sobre todo como las que configuran la vida de un clérigo.
A) L O S E L E G I D O S ,
O LA I N S E G U R I D A D O N T O L Ó G I C A

Según lo dicho, la cuestión que se plantea desde el punto de vista del


psicoanálisis no se refiere a las explicaciones que ha dado la teología
en el curso de la historia, y todavía mantiene hoy, sobre la creencia en
una elección peculiar del clérigo por parte de Dios. Para la reflexión
teológica, la «vocación» es un elemento que pertenece al plan divino
de la «economía salvífica», tal como se manifestó en la vida de Cristo,
al que se toma por modelo, y como ha ido configurando posterior-
mente la vida de la Iglesia, con sus categorías de permanente validez.
En cambio, en un planteamiento psicoanalítico, la pregunta versa más
bien sobre la posibilidad de entender cómo una persona, a la edad,
más o menos, de veinticinco años, es decir, superada la etapa de la
pubertad y de la adolescencia, llega a considerarse como elegido por
Dios. Y aquilatando más la pregunta que se plantea el psicoanálisis,
diríamos que no se trata de determinar si —y hasta qué punto— esa
creencia es o no objetivamente legítima desde el punto de vista teológico,
sino cómo llega a producirse «subjetivamente»; y, al revés, cómo esa
creencia, una vez producida, actúa sobre el propio sujeto. En una pala-
bra, ¿cómo se ve a sí mismo ese sujeto que se considera «elegido» de
Dios, es decir, cómo entiende él mismo esa realidad y cómo reacciona
ante ella?
La contra figura del chamán 51

psicopatológico. Pero eso se debe exclusivamente a la incapacidad de


nuestro pensamiento occidental para percibir en ello una manifesta-
ción que pertenece a las vivencias más subyugantes y maravillosas que
pueden solicitar a la psique humana3.
1
Hoy sabemos —y no sólo, ni en último lugar, por influjo de la psico-
LA CONTRAFIGURA DEL C H A M Á N logía profunda— que se trata de vivencias oníricas que, en una cascada de
símbolos arquetípicos, se convierten en el destino de un individuo, por
cuanto le confieren una energía que cura enfermedades mediante ciertos
ritos sagrados, interpreta los signos de los tiempos a base de benéficos
presagios, y conjura los espíritus de ciertos animales y de los propios
antepasados de la tribu mediante fórmulas de componente mágico4.
Desde el punto de vista de la psicología profunda, las vivencias
iniciáticas de los chamanes son una especie de psicoanálisis espontá-
neo, por cuanto representan simbólicamente, en una secuencia carac-
terística, los diversos estadios de análisis y síntesis, regresión y rege-
En cuestiones de psicología religiosa, siempre es útil precisar algunos neración, destrucción y renacimiento 5 . En lenguaje mítico, se podría
aspectos mediante un estudio comparativo de las diversas religiones y, decir que los sueños de vocación de los chamanes son como caminos
partiendo de sus diferencias específicas, tratar de determinar ciertas que retrotraen a un paraíso perdido, a un punto en el que el universo
estructuras que, dentro del marco cultural de la propia religión, o se gravita sobre su oscuro centro, en el que cielo y tierra se tocan y se
suelen pasar por alto, ya que parecen evidentes, o no son suficiente- confunden, y en el que florecen hierbas y plantas misteriosas que, en
mente valoradas en cuanto a su significado. su simbolismo cifrado, encierran la razón suprema del orden univer-
El llamamiento en virtud de un poder divino a ejercer la profesión sal. Son formas y fórmulas mágicas de una salubridad primigenia, de
sacerdotal, o una tarea afín a ella, es un fenómeno suficientemente la totalidad del ser6.
conocido no sólo en la Iglesia católica, sino también, en cierto modo, La charlatanería y el embuste hábil, que a menudo se les imputa,
en todas las religiones. Sin embargo, a los ojos de una determinada son elementos esencialmente ajenos al que se siente llamado por me-
crítica —en particular, la protestante—, el hecho de que en el seno del dio de esas visiones. La personalidad de los chamanes les convierte en
cristianismo exista —todavía (!)— la institución de un grupo selecto sacerdotes transidos de profetismo, en poetas y heraldos, en médicos
de personas con un llamamiento especial se interpreta como una recaí- sobrenaturales, en videntes y sabios, en oníricos buscadores de los ca-
da en las concepciones paganas1. Eso no obsta para que se perciban minos que llevan a los veneros más profundos de la conciencia huma-
con claridad algunas diferencias que, por otra parte, resultan altamen- na. Cierto que los así llamados son, en sentido estricto, «seres anorma-
te significativas. les», «caracteres aparte», incapaces de una adaptación a la vida normal
En la historia de las religiones, la vivencia de una «elección», o sea, de la tribu7; es más, todo el que, como ellos, está cerca del espíritu,
una «vocación», proveniente de un poder divino, se encuentra, en su puede ser tenido por «loco» —en sentido estrictamente social, y con
forma primigenia y, a la vez, más difundida, en los sueños iniciáticos toda la razón— dentro de la rutina de la normalidad cotidiana. Un
del chamanismo2. Se trata de vivencias experimentadas por niños de personaje así es incapaz de distinguirse como cazador o guerrero, como
ocho o nueve años, y que jamás deben producirse después del comien- marido o padre, como señor o gobernante 8 .
zo de la pubertad, si es que realmente van a ser determinantes para el Desde el punto de vista psicoanalítico, los chamanes parecen ser
resto de su vida. Los tratados etnológicos de tiempos pasados han que- personalidades extraordinariamente vulnerables, víctimas de su pro-
rido ver en la psicología de los chamanes, precisamente por esos sue- pio inconsciente hasta el límite de lo psicótico. Pero precisamente en
ños de vocación, todas las características imaginables de un trastorno esa vulnerabilidad es donde la psicología profunda ve la raíz de sus
52 El diagnóstico La contra figura del chamán 53

poderes para curar enfermedades y conjurar espíritus9. Los sueños que lo que, en realidad, ha configurado su vida ha sido exclusivamente
iniciáticos que tuvieron en su juventud actúan como vacuna temprana, el influjo directo de la Iglesia, es decir, la entrada en el seminario o en
que despierta en ellos esa fuerza espiritual que, más tarde, les permiti- el noviciado.
rá hacer frente a la aparición de una amenaza en forma de enfermedad Sea como agradecimiento o como reproche, parece que el influjo
psíquica; se trata de una especie de autocuración espontánea frente a de las instituciones eclesiásticas sobre la conciencia de muchos cléri-
cualquier severa crisis anímica. Por eso, el que ha experimentado esa gos ha sido tan fuerte, que están convencidos de que todo lo que son,
llamada no tiene otra elección: o cede al mensaje de los sueños que, para bien o para mal, lo han recibido de manos de la «madre» Iglesia.
desde su infancia, le destinaron a ser chamán de la tribu, o quedará Esta visión de la realidad no sólo revela una sorprendente actitud de
inerme, expuesto al mundo de los espíritus y al caos del inconsciente. identificación personal con las disposiciones y objetivos de la Iglesia,
Las profundidades de ese riesgo anímico determinan, como reacción, sino que muestra, sobre todo, una profunda represión de su infancia o,
la intensidad de la fuerza curativa; porque, en realidad, los llamados a lo que es lo mismo, un considerable infantilismo en su actitud con
ser chamanes no harán en el futuro más que enseñar a otros hombres, respecto a la Iglesia.
víctimas de sus propias perturbaciones y del desorden mundano, los Si se pregunta a un sacerdote o a un/a religioso/a la razón, por
caminos por los que ellos mismos, como niños, puedan reencontrar su ejemplo, de sus problemas sexuales, de su temor a los superiores o de
propio ser precisamente en sus visiones. Para ellos, ser chamanes es la su incapacidad para imponerse a otros, la respuesta suele ser que así se
única manera de escapar a la amenaza de destrucción; es una auténtica les educó desde su entrada en la orden o durante los sermones domini-
vocación «divina», como la de todo verdadero poeta, pintor o músi- cales de la casa de formación, y por eso mantienen esa actitud. Es
co10. El chamanismo es un consumado arte de vivir, una pura poesía, como si los interesados no hubieran vivido una infancia propia y hu-
una densidad insondable de la existencia, debido a la sobrecogedora bieran venido al mundo a la edad de veinte años.
tensión de una vida simbólica; es la síntesis de las contradicciones, en
Naturalmente, una represión tan profunda de la propia infancia y
cuya solución cualquier espíritu menos ingenioso estaría irremisible-
juventud obedece a causas muy concretas, de las que tendremos que
mente llamado a sucumbir.
hablar ulteriormente con bastante detalle. Pero, por el momento, bas-
Una comparación entre esta llamada onírica del chamán y la voca- te describir el fenómeno y constatar que, desde un punto de vista sub-
ción existencial del clérigo católico permite establecer dos diferencias jetivo, los verdaderos factores de la «vocación» de un clérigo no radi-
fundamentales: can en los influjos inconscientes de la primera infancia ni en los
1. El componente psíquico de la experiencia vocacional sufre una problemas de la pubertad; más bien, sobre esos temas se ha echado un
trasposición del «sueño» a la «decisión» consciente. velo de olvido y de silencio ante sí mismos y ante los demás. En lugar
2. La esfera personal de la mediación queda sustituida por una de eso, la orientación a la profesión clerical se atribuye al «yo adulto»,
objetivación en el ministerio. es decir, al influjo de un supuesto «adulto» ya maduro.
De momento, ambas diferencias pueden parecer irrelevantes. Pero, La idea de que las causas decisivas de una vocación clerical debe-
en realidad, significan un cambio fundamental en el desarrollo y en la rían producirse ya antes del comienzo de la pubertad y configurarse
configuración de lo que generalmente se entiende por vocación divina como sistema propio, para superar la futuras crisis de la vida adulta,
en el sistema religioso establecido, de modo que todo el resto lleva el suele ser totalmente desconocida para la mayoría de los clérigos —la
cuño de esas diferencias. Por consiguiente, valdrá la pena estudiarlas idea choca demasiado violentamente con el dogma del libre albedrío
con un cierto detenimiento. y, por eso, es lógico que se tome a broma, considerándola como un
prejuicio del psicoanálisis—, de modo que, a lo más, se llega a recono-
1. Del «sueño» a la «decisión» consciente cer que, en la parte positiva, aparentemente sin conflictos, del propio
desarrollo se ha dado un influjo directo de los padres, incluso en los
A cualquier persona psicológicamente adulta, que tenga un cierto tra- primeros años de la infancia. Por ejemplo, el hecho de que la madre
to con clérigos, le sorprenderá la frecuencia con que se les oye decir llevara al niño de tres años a la iglesia el día de Navidad, o que le
54 El diagnóstico La c o n t r a figura del chamán 55

enseñara a rezar el Padrenuestro, se considera un dato determinante de alguna orden femenina, se decide libre y conscientemente a embar-
para el rumbo de su profesión futura. Más aún, se llegará a recomen- carse en una tarea tan trascendental como ser aprendiz de clérigo en la
dar insistentemente esa actitud a los padres como una condición peda- Iglesia, ¿qué tiene que ver Dios con esa decisión? Por primera vez en
gógica de su trabajo educativo. Sin embargo, el influjo que hayan po- este estudio advertimos la vinculación que existe, paso a paso, entre
dido tener en la evolución psicológica del individuo las encastradas y una determinada estructura psíquica de los clérigos y ciertas doctrinas
quebradizas impresiones de la infancia no engendrará una percepción eclesiásticas que se refieren a la fe. Precisamente, esa pregunta sobre la
consciente en ningún clérigo católico, al revés de lo que les sucede a relación entre elección divina y libre albedrío humano, entre el don de
los chamanes de una cultura tribal. Y mucho menos se admite el cono- la gracia y la colaboración personal, atraviesa como hilo conductor
cimiento de que en los estratos más profundos de la psique humana se toda la historia de la teología occidental, desde san Agustín a Lutero,
puedan producir determinados impulsos inconscientes de carácter Calvino, Pascal y los jansenistas, e incluso hasta Yves Congar y Hans
onírico, a través de los cuales se manifieste una vocación divina. Urs von Balthasar12.
Es fácil conceder que en el caso de ciertos santos de la Edad Me- La cuestión incita a una nueva búsqueda de soluciones, crea ince-
dia, por ejemplo, Francisco de Asís, su vocación a una determinada santemente nuevas categorías de «herejes» y «heterodoxos», y está ín-
tarea se haya producido mediante una visión o una audición; y en esos timamente entrelazada con la psicología de ciertos grupos, en cuyos
casos excepcionales nadie tendrá dificultad en reproducir como his- círculos —sobre todo, de clérigos (masculinos)— se plantean esas cues-
tórico el lenguaje de la leyenda11. Pero nadie se toma la molestia de tiones y se discuten acaloradamente, hasta provocar una amenaza de
relacionar —posiblemente— la vocación de san Francisco a una vida proscripción. No cabe duda de que la respuesta católica a la pregunta
de pobreza y de renuncia al matrimonio con la aversión profunda que sobre el carácter de esa gracia y providencia divina hay que valorarla,
experimentaba hacia la brutalidad de su padre, el comerciante desde el punto de vista del psicoanálisis, como una expresión directa
Bernardone, o con el acendrado amor hacia una creatura tan equili- de la experiencia personal con respecto a la vocación al ministerio,
brada como su madre, cuyo origen francés recuerda el propio nombre porque la solución consiste precisamente en la dicotomía que se pro-
del personaje. duce incluso en la experiencia psíquica de los clérigos con respecto a
Y por lo que toca al presente, si un estudiante de teología quisiera su compromiso: una dicotomía entre la voluntad humana y el plan
fundamentar en una determinada vivencia onírica su inclinación per- divino. Por una parte, se mantiene la concepción de que el que preten-
sonal al sacerdocio, suscitaría un cierto desdén y hasta una hilaridad de ser clérigo de la Iglesia católica debe decidirse por sí mismo y con
más bien connivente, antes que concitar confianza y asentimiento. En absoluta libertad a embarcarse en ese género de vida, mientras que,
cualquier caso, nadie estaría dispuesto a considerar esas incursiones, por otra parte, Dios tiene que haber ratificado esa decisión por medio
demasiado remotas, en la experiencia interna de su infancia como de su gracia, en cuanto que previene, acompaña y lleva a término esa
merecedoras de un intercambio de ideas, o de una solicitud para poder actuación de la persona humana 13 .
dedicarse al estudio de la teología, como candidato al ministerio En una palabra: la libre decisión de un determinado sujeto para
sacerdotal. La claridad de una decisión consciente, por la que un indi- abrazar precisamente ese camino de seguir a Cristo en el estado clerical
viduo sabe bien lo que quiere, «como persona responsable», o está es, de acuerdo con la convicción dogmática, una «obra» del sujeto hu-
dispuesto, como servicial discípulo de Cristo, a afrontar cualquier sa- mano en la que se refleja una actuación de Dios. En esa diferencia y, al
crificio en el seguimiento del Maestro, es decisivamente mucho más mismo tiempo, unidad de voluntades —divina y humana—, la volun-
segura que el caótico laberinto de una jerga tan incomprensible como tad humana, según la concepción católica, no se ve limitada ni anulada
el psicoanálisis, esa auténtica «tontería», como hace años le gustaba en ningún estadio de su decisión personal, como pretende la «herejía»
decir, a este respecto, a un honorable cardenal. luterana o calvinista; al contrario, según la interpretación teológica, la
Mientras tanto, surge aquí un problema que es bastante más deli- voluntad del hombre queda reforzada, estimulada y sublimada.
cado desde el punto de vista teológico que desde el puramente psicoló- No vamos a entrar en las posibilidades y dificultades teológicas
gico. Cuando un adolescente, sea alumno de seminario, o postulante que, incluso hoy en día, conlleva esta concepción, sobre todo en las
56 El diagnóstico La co nt rafi gura del chamán 57

discusiones de «teología polémica» entre católicos y protestantes. Por para hacerse clérigo es ahora plenamente tipificable y objtivable; y el
el momento, bastará poner de relieve las implicaciones y consecuen- aparato institucional se pone en marcha rápidamente y sin ningún tipo
cias psicológicas de este planteamiento. Lo primero que llama la aten- de condicionamientos.
ción es el reduccionismo antropológico por el que el interés del ser Por otra parte, la reprimida participación del inconsciente no es
humano en la «obra» de su «elección» a ser clérigo disminuye ante la algo que se pierda o que se destruya, sino que, más bien, es un elemen-
participación consciente de su libre decisión y de su voluntad moral. to que se detrae del ser humano y se transfiere a «Dios»; o, dicho de
Todo el ámbito del inconsciente, es decir, el enorme espacio de la otra manera, la represión psíquica del inconsciente conduce a una pro-
infancia, las impresiones psíquicas y sociales de la casa paterna y del yección teológica de los factores reprimidos sobre la divinidad. Desde
mundo circundante, las historias de la elaboración subjetiva y las di- el punto de vista psico-religioso, se produce así una situación que cons-
versas vivencias personales provenientes de influjos y configuraciones tituye la base de la crítica religiosa emprendida por Ludwig Feuerbach14.
innatas, por no hablar de factores de predisposición y características Según sus análisis, la religión, en su conjunto, es una representación
personales, todo se derrumba sin darse cuenta y queda neutralizado en proyectiva de la naturaleza humana que, en virtud de esa proyección,
cuanto elemento determinante del camino de una persona hacia su se presenta hoy al hombre en una forma cada vez más alienada y
profesión, concretamente, hacia la profesión de clérigo. alienante.
Esta situación hay que tomarla muy en serio y como una realidad Mientras tanto, podemos y debemos formular las ideas de Feuerbach
bien clara, ya que constituye prácticamente la actitud fundamental que con mayor precisión. Lo que en la teoría teológica sobre la elección de
define todo el proceso de formación de los clérigos, según el principio: los clérigos queda proyectado desde el inconsciente hacia lo divino no
«No te entrometas nunca en el proceso de maduración de una persona. es precisamente la naturaleza del hombre, sino una parte esencial de la
Considera a la joven postulante de dieciocho años o al joven teólogo psique humana. Pero eso no constituye la esencia de la religión, sino
de veinte, en virtud de su decisión intransferible de incorporarse al simplemente una forma de religiosidad que hoy día se manifiesta, de
estado clerical, como seres maduros y como personas responsables; y hecho, personificada en la figura del clérigo católico; una mentalidad
sólo en caso de evidente conflicto, y si ves que ciertas peculiaridades de continua división, bajo la que el hombre se presenta a sí mismo de
de carácter amenazan con obstaculizar o dificultar el proceso de in- una manera monstruosa, y Dios como una realidad ambivalente. Y la
serción en la comunidad, investiga por qué el candidato no es apto razón es clara: mientras que, en la renuncia a la proyección, lo que
para esa profesión». realmente se aliena del propio yo del sujeto son los problemáticos y
En resumen, el desarrollo psíquico y la propia dinámica de los angustiosos contenidos del inconsciente, la persona de Dios acumula
fenómenos del inconsciente actúan, si es que llegan a manifestarse, de en sí misma los sentimientos de ambivalencia y contradicción que an-
forma negativa. La consecuencia es lógica: el hombre debe cooperar teriormente habían quedado sin resolver en la biografía del clérigo15.
con la gracia de Dios y, si no lo hace de la manera deseada, o comete Lo malo es que ahora hay tres fuerzas que obstaculizan la solu-
pecado y es culpable, o es que está enfermo y no goza de plena li- ción de los respectivos conflictos. Ya que el propio fenómeno de pro-
bertad. yección no sólo permanece en el inconsciente, sino que, desde un pun-
De aquí se deduce con claridad que la represión del inconsciente to de vista teológico, se ve incluso fortalecido por la idea de la elección
ofrece dos ventajas: por un lado, permite valoraciones aparentemente divina, se presentan serias dudas de fe para enfrentarse críticamente
unívocas, según ciertos principios que se suponen evidentes; y, por con la propia historia de motivaciones. Se trata de una lucha no sólo
otro lado, simplifica la formación eclesiástica, transformándola en una contra lo «humano», sino también contra lo divino, como en la lucha
enseñanza puramente moral e intelectual, que fija determinados mo- de Jacob junto al río Yabbok (cf. Gn 32,22-32). Por otra parte, la alie-
dos de comportamiento y transmite ciertos contenidos culturales. La nación originaria frente a la propia psique se ve potenciada por el
auténtica formación de la persona no necesita presupuestos ni amplifi- fenómeno de proyección, porque el estado de alienación psíquica se
caciones, de modo que incluso los propios formadores no tienen por transforma en un estado de alienación religiosa. La imagen de Dios
qué comprometer su propia identidad ni ponerla en juego. El camino que nace de esta manera, y que ahora se manifiesta incluso como un
58 El diagnóstico La con tr a figura del chamán 59

adversario prepotente, impide, con la ayuda de todas las presiones y poeta, de un escultor, de un músico, o de un pintor que pueda transmi-
sentimientos de culpabilidad que han encontrado en él su expresión tir algo más que una simple descripción de la miseria anímica y de los
objetiva, que el propio yo encuentre ánimos para atreverse a confiar en desequilibrios del momento; la búsqueda de lo salvífico hace tiempo
Dios. Y, sobre todo, resulta que precisamente esa separación y la con- que desapareció del horizonte cultural del presente16.
tradicción entre las «exigencias de Dios» y los deseos del hombre es lo En realidad, esta pregunta debería ser contestada de manera defi-
que ha llegado ahora a convertirse en una parte constitutiva de la psique nitiva por la religión. Sólo así se puede medir el daño que se produce
del clérigo. Es más, en adelante constituirán el presupuesto incons- por el hecho de que la teología eclesiástica haya almacenado en sus
ciente incluso de la comprensión teológica. archivos dogmáticos todas las imágenes de salvación y liberación, y
Es evidente que, con tales presupuestos y con ayuda de la idea de sólo para contraponerlas a cualquier vivencia subjetiva como expre-
elección, los conflictos internos no sólo no se solucionan, sino que, sión consumada de sí misma, como unas obras que actúan por sus
más bien, se perpetúan. Si antes dijimos que, en las experiencias cha- propias virtualidades —opera operata—, y para desgajarlas de un con-
mánicas de vocación, una severa crisis anímica o la amenaza de una texto en el que los ritos y los símbolos puedan actuar como medios de
enfermedad que bordee el límite de la psicosis puede compensarse con curación psicológica. Un chamán acredita su vocación a los ojos de los
sus respectivas imágenes reguladoras, ahora, en contraste con esa idea, miembros de la tribu, en cuanto que actualiza, de forma dramática y
habrá que decir sobre la interpretación de la vocación de un clérigo para bien del individuo, las imágenes que a él mismo le han liberado
católico que con su represión del inconsciente no se pueden subsanar de una severa enfermedad. En cambio, un sacerdote católico es deputado
de un modo constructivo los conflictos internos, sino que así es preci- para representar, según la forma de los sacramentos tradicionales, ciertos
samente como se perpetúan. signos y ritos que no tienen nada que ver con su propio espíritu, sino
que, más bien, proceden de una tradición controlada por el magisterio
2. Mediación objetivada en el ministerio de la Iglesia católica. Esas imágenes son signos sólo para el creyente,
pero, en sí mismos, son absolutamente incapaces de llevar a cabo, con
Estos datos están íntimamente relacionados con el segundo aspecto la ayuda de esa fe, una curación efectiva de las enfermedades del alma
que distingue al clérigo católico de la psicología de un curandero de o del cuerpo 17 .
las culturas tribales. Eso consiste en el factor del ministerio, es decir, Un chamán asume el ejercicio de su ministerio en la vida de la
en la institucionalización del estado clerical por la fuerza externa del tribu por fuerza de su propia personalidad. En cambio, un sacerdote o
dispositivo eclesiástico. Porque, del mismo modo que la incidencia de un clérigo católico entra en su estado profesional a precio de una pro-
los conflictos personales en la idea de elección se sustrae de la persona funda quiebra entre su propia persona y su ministerio. El servicio que
del que se siente llamado a clérigo y se objetiva como voluntad de tiene que desempeñar no brota de su propia persona, sino de las es-
Dios, así también las imágenes curativas se separan de su componente tructuras de la Iglesia objetivamente preestablecidas. Al clérigo católi-
psíquico y se objetivan y despersonalizan como símbolos objetivos de co se le exige una progresiva adaptación al ministerio que tiene que
la fe y del rito en la vida de la Iglesia, en cuanto revelación divina. ejercer; pero el problema es como el que se le presentó a David en su
Cierto que también la condición de chamán en las culturas tribales lucha con Goliat (cf. 1 Sm 17,1-51): sólo se puede «luchar» eficazmen-
constituye una magnitud autóctona de orden institucioanl. Pero, ¡vaya te, si uno puede moverse a sus anchas. Es posible que la «armadura de
diferencia! El chamán consigue su estatuto profesional y su prestigio Saúl» sea «más adecuada» para la lucha, pero siempre será una cosa
público de la misma manera que, en nuestra cultura contemporánea, excesivamente recargada, artificial y francamente inoportuna.
lo obtienen exclusivamente los artistas; es decir, llegan a un determi- Naturalmente, el hecho de objetivar la vocación también tiene sus
nado momento, en el que se sienten suficientemente maduros para ventajas. Si se consigue definir el tipo de «ministros» de una religión
presentarse en público con sus fantásticas narraciones de sueños y, así, esencialmente como «funcionarios», de modo que puedan actualizar
con todas sus vivencias, se presentan a sus compañeros, o sea, a los «lo divino» no precisamente en su propia persona, sino en el encargo
miembros de la tribu. Por supuesto que hoy día casi nadie espera de un objetivo que reciben de la Iglesia, se puede conseguir una forma de
60 El diagnóstico La contrafigura del chamán 61

religión en la que, consecuentemente, se elimina lo profético, lo visio- por consiguiente, la pregunta por la psicología de la elección específi-
nario, lo extático, a favor de lo puramente burocrático, lo administra- ca de un clérigo se plantea de una manera mucho más enfática que en
tivo, lo tradicional18. Si se consigue transformar el magma incandes- épocas pasadas. Entonces podemos preguntarnos: ¿qué clase de hom-
cente de la proclamación de Jesús en fríos y solidificados sillares, la bres son éstos, que quieren a la vez estas dos cosas: por una parte, una
Iglesia de Pedro se presentará como unidad perfectamente organizada, vida de total excepción, y por otra —y junto con eso— la tranquila
como societas perfecta; y sólo entonces una razón planificadora podrá seguridad de una vida organizada, como la de un funcionario?, ¿cómo
sustituir al capricho de los talentos personales que van y vienen a su pueden convivir pacíficamente esos dos objetivos, en sí tan contradic-
antojo. torios?
Pero, por otra parte, ¿no es bueno eso? En definitiva, hasta el pro- Una cosa queda ya bien clara: las razones de esa convivencia no se
pio Moisés, en vísperas de su muerte, tuvo que confiar la continuación pueden buscar en el aspecto sociológico, sino únicamente en el ámbito
de sus maravillosas gestas al talento práctico de un guerrero como de la psicología. En tiempos pasados y en diferentes circunstancias,
Josué (cf. Dt 34,9) 19 . Pues bien, ¿no debería estar la Iglesia jurídica- pudo haber sido normal que las mujeres, al abrigo de los votos de
mente autorizada para procurar, mediante un cuerpo administrativo pobreza, castidad y obediencia, buscasen, en realidad, una promoción,
rigurosamente disciplinado, un perfecto equilibrio, una tranquilidad y un poder y un prestigio social. Todavía a mediados del siglo xix,
un cierto orden, uniendo así la inmensidad de lo divino con las mane- Stendhal pudo describir en su novela Rojo y negro cómo el personaje
jables reglas de juego del rito y del lenguaje? Julien Sorel, de orígenes humildes, aspiraba a ser clérigo para preparar
Naturalmente, la teología eclesiástica oficial no estará dispuesta a de ese modo su carrera y lograr una situación ventajosa que le permi-
reconocer ese contraste entre sacerdocio y profetismo20; al contrario, tiera el privilegio del amor libre22. Para comprender al «héroe» de
tratará de probar con toda contundencia que el sacerdocio diseñado en Stendhal, hay que recordar las costumbres de la época del Absolutis-
el Nuevo Testamento, a diferencia, por ejemplo, del sacerdocio de la mo, en la que era normal que los hijos de la burguesía tratasen de
Antigua Alianza, encierra en sí mismo el elemento profético. Es más, si encaramarse a los cargos honoríficos de sus respectivos arzobispados,
eso se interpreta correctamente, incluye el cumplimiento de la profe- mediante el estudio de la teología, para equipararse así a los nobles, y
cía de Joel (jl 2,28-32) y del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch aun para superarlos, como miembros de la clase privilegiada. Incluso
2,16 ss.) sobre la plenitud escatológica de la universal capacidad hoy día se puede atribuir el elevado número de vocaciones a diversas
profética21. Pero todas esas explicaciones pueden probar, a lo sumo, órdenes religiosas, sobre todo, femeninas —por ejemplo, en la región
cómo debería ser la Iglesia, según su autocomprensión teológica; pero de Kerala, en el sur de la India, y no hace muchas décadas, en algunas
no pueden borrar del horizonte la realidad psíquica de que la calidad comarcas rurales de Alemania— no sólo a motivos religiosos, sino,
de funcionarios que la Iglesia impone a sus clérigos no es igual a la más bien, a la situación concreta de ciertas jóvenes provenientes de
condición de profeta, ya que ella misma transforma el carácter ex- una familia numerosa, con escasas posibilidades de una auténtica for-
traordinario de una llamada espontánea de Dios en lo meramente fun- mación profesional y con muy pocas expectativas de contraer matrimnio
cional de un determinado estamento. Desde el punto de vista psico- en condiciones ventajosas.
lógico, esa actitud da origen a una situación muy peculiar, a algo
En Alemania, parece que esos tiempos ya han pasado; aunque, hoy
verdaderamente específico de la Iglesia católica. El que hoy día quiera
por hoy, los estrechos márgenes del mercado de trabajo y el relativa-
ordenarse de clérigo en el seno de la Iglesia tiene que aceptar un modo
mente escaso esfuerzo intelectual que requiere el estudio de la teología
de vida que auna en sí mismo dos características que, en general, apa-
pueden sugerir a mucha gente el deseo de hacerse clérigos, con la ga-
recen como antagónicas, pero que aquí se unen estrechamente en cu-
rantía de un «puesto de trabajo» seguro y con unas pruebas casi con
rioso maridaje: la cómoda tranquilidad del estado de funcionario, y la
toda seguridad suficientes. Pero precisamente esa considerable pérdi-
forma de vida, marcadamente antiburguesa, de los llamados «consejos
da de motivaciones sociales nos brinda la oportunidad de investigar
evangélicos». Todo el que hoy es, o quiere ser, clérigo tiene que ser
más profundamente los factores psíquicos que concurren en la «voca-
educado, desde el punto de vista psicológico, en esta contradicción. Y,
ción» de un clérigo.
62 El diagnóstico La contra figura del chamán 63

Pues bien, ¿de dónde vienen esos motivos psíquicos para querer forma que se le presenta como más adecuada a su propia identidad. Lo
ser las dos cosas: la excepción y la regla, la circunferencia y el diáme- funcional como actitud del espíritu, el ministerio oficial como orienta-
tro, la excelencia y la normalidad? La respuesta es verdaderamente ción de la vida, eso es lo que agrava en extremo la pregunta sobre
difícil y admite innumerables matices. Pero, ya por adelantado, se pue- cómo llega una persona a no querer vivir esencialmente su propia per-
de decir lo siguiente: en la psicogénesis de un clérigo, ambos momen- sonalidad, sino a sustituir su propio «yo» por una imagen genérica de
tos tienen que haberse manifestado con la misma intensidad, es decir, sí mismo. ¿Cómo puede surgir el deseo de delegar plenamente la exis-
hay que presuponer que cualquier persona que pretenda ser algo espe- tencia propia en la máscara típica de lo oficial, de modo que, en lugar
cial en su vida se verá obligada psíquicamente a ser una excepción, de ser uno mismo, llegue a ser algo puramente genérico? O, hablando
mientras que, por otra parte, su deseo de desempeñar un cargo admi- en términos de psicoanálisis, ¿qué influjos llevan a una persona a so-
nistrativo dependerá de las tensiones provenientes del punto de parti- meter completamente su «yo» a los dictados del «super-yo», y a expli-
da originario de su situación familiar. car precisamente la forma íntima de sus impulsos y de su proyección
Ahora bien, si resulta verdaderamente útil comparar el elemento externa como la auténtica verdad de su propia vida?
«espiritual» y «profético» de la vocación clerical con sus rasgos corres- Ahora bien, dado que esa constatación tiene que generar en mu-
pondientes —mucho más acusados— en la figura de los sueños chos círculos una tremenda resistencia, es natural que debilite y llegue
iniciáticos del chamanismo, la mejor manera de entender el compo- a socavar el oficial montaje teológico de sacrificio, entrega total y cum-
nente funcional y «de servicio» de esa misma vocación podría consistir plimiento del deber; más aún, invitará sin reservas a someter los con-
en enfocarlo desde el trasfondo de sus características profanas. Pues ceptos convencionales de la sublimidad cristiana y, posiblemente, de
bien, ya que, según lo expuesto, lo «funcional», el encargo «oficial», lo más adecuado para conseguir la santidad a la instancia crítica de las
no sólo no se impone hoy socialmente a ningún adulto como objetivo investigaciones psicodinámicas24. O ¿es que no sigue siendo válido,
de su vida, sino que, concretamente, en el proceso de formación de un incluso hoy en día, como objetivo y misión de un clérigo, su imperiosa
clérigo, eso responde a unas motivaciones de carácter fundamental- necesidad de «hacerse todo a todos», según la fórmula del apóstol Pa-
mente psíquico, la funcionalidad del estado clerical no se puede conce- blo (cf. 1 Cor 9,22), y su obligación de considerar como un ejemplo el
bir como un simple modo de vida, sino que habrá que valorarla como hecho de poder decir, como el apóstol: «Ya no vivo yo, sino que es
una expresión directa de su personalidad psíquica. La idea está corro- Cristo el que vive en mí» (Gal 2,20)25? Precisamente ahí está la dife-
borada por las propias ventajas que encierra la inserción social de la rencia.
Iglesia. En efecto, un clérigo no tiene que ejercer su ministerio igual Sin pretender entrar aquí en una prolija discusión sobre la perso-
que un asesor jurídico o un interventor ferroviario; es decir, el desem- nalidad y la psicología del apóstol Pablo, se puede decir, no obstante,
peño de su función no es una de tantas posibilidades de asegurarse la que precisamente esas citas de sus cartas sólo se pueden interpretar
existencia durante un tiempo determinado y mediante una actividad correctamente desde la vivencia dramática de la visión en la que fue
personal más o menos indolente. En virtud de su encargo, un clérigo consciente de su llamamiento. Para Pablo, su caída (epiléptica) a las
tiene que interiorizar plenamente su ministerio, según las instruccio- puertas de Damasco26 supuso la solución definitiva de un problema
nes, tiene que llevar el hábito o la sotana día y noche —prácticamente que, en su contacto con ia ley judía, le había llevado al límite de la
veinticuatro horas al día— y debe entender su servicio no como medio perplejidad. La aparición de Jesús significó para él el fin de una pseudo-
para ganarse el pan, sino como una absorción total por parte de Dios, vida bajo la disciplina de un cumplimiento externo de la ley, el fin de
es decir, como absoluta entrega al servicio del hombre. una religión del super-yo saturada de miedos y de proyecciones exter-
Si prescindimos del lenguaje cifrado con el que se exponen estas nas27; para él fue el principio de la gracia de un «deber-ser» sin reser-
directrices en los tratados teológicos23, podremos llegar sin un gran vas, tal como él lo vinculaba a la persona del Crucificado, el principio
esfuerzo y por nosotros mismos a la idea de que cualquier persona, de su verdadero ser personal.
para estar totalmente identificada con su tarea, tiene que comprender Precisamente la figura de Pablo, tal como la presenta el Nuevo
esa misión, ya en el mismo proceso de su desarrollo psíquico, como la Testamento, puede servir como ejemplo definitivo de cómo una perso-
64 El diagnóstico

na recibe su vocación al «servicio del Evangelio» no precisamente de


parte de la institución jerárquico-ministerial de la Iglesia, sino median-
te una visión, o una audición, individual y privativa que, desde el pun-
to de vista de la psicología religiosa, es totalmente análoga a los sue-
ños vocacionales de los chamanes. Lo difícil que le resultó a la Iglesia 2
primitiva llegar a reconocer en su propio espacio esa dimensión de la LA CONTRAFIGURA DEL JEFE
experiencia, lo prueba de manera evidente el ejemplo del apóstol Pa-
blo28. Sólo cuando se logra aislar la vivencia liberadora de la vocación
de Pablo de sus posteriores reflexiones teológicas, se percibe en ellas
un tono que es fundamento de nuevos impulsos y de nuevas exigencias
y que, de hecho, está fundado en la propia historia de la Iglesia29. Por
eso, fue Friedrich Nietzsche el que, no sin cierta razón, trató de pre-
sentar la teología de Pablo como el paradigma ejemplar de la desfigu-
ración y falsificación de la vida llevada a cabo por el estamento
sacerdotal, al interpretar la mística del sufrimiento y del hastío de la
vida, la mentalidad sacrificial y la refinadísima conciencia de pecado,
Si se quiere encontrar en el campo de lo profano un punto de referen-
típica de la religiosidad eclesiástica, como consecuencia del perverso
cia idóneo para un análisis de la figura del clérigo, ninguno mejor,
instinto de poder de los sacerdotes30.
como contraste, que la novela de Jean-Paul Sartre La infancia de un
No obstante, la vida entera de Pablo y su incansable actividad no jefe. El relato indica, ya en su mismo título, la circunstancia que hace
sirvieron para engendrar un masoquismo de temores ante el pecado, posible superar la contradicción entre la voluntad de ser algo extraor-
sino que sirvieron para una liberación de las prácticas muertas canoni- dinario y el deseo de desempeñar una función. Ambos impulsos llega-
zadas por la ley. Cierto que no quiso dejar ninguna instrucción sobre rán a coincidir, si se logra conquistar una posición dominante.
cómo se puede imprimir en el hombre un sentimiento de culpabilidad En el siguiente ejemplo —nótese bien— no se trata de afirmar, ni
de tal naturaleza, que esté continuamente pendiente del perdón del siquiera de insinuar, que todos los clérigos puedan identificarse con el
sacerdote más que de la misericordia de Dios. Con toda la razón Martín «jefe», tal como lo describe Sartre; al contrario, en muchos aspectos se
Lutero, apelando a las experiencias de Pablo, fue capaz de redescubrir verán notables diferencias. Sin embargo, esa presentación nos servirá
la cercanía de todos a su Dios, y no —como lo sentía él mismo— el de «esquema de referencia» para detectar las características estructura-
ilimitado poder de los sacerdotes31. Por eso, las palabras de Pablo son les que mueven a un hombre a tratar de identificarse tan plenamente
las menos adecuadas para fundamentar un culto místico de la con una determinada función, que ese impulso termina por condicio-
autorrepresión y, unido a ella, un prejuicio de animosidad contra el nar el destino de la entera vida personal.
psicoanálisis. Al contrario, parece que, en las actuales circunstancias,
Para describir el laberinto de enrevesados pasadizos anímicos que
el estamento clerical sólo podrá recuperar la mentalidad liberadora de
llevan a la elección y consecución de un fin como ser «jefe», Sartre crea
Pablo con ayuda del psicoanálisis.
el personaje de Lucien Fleurier, que durante su proceso de maduración
Nos preguntamos una vez más: ¿Cómo tendríamos que imaginar- personal auna todas las virtualidades que le capacitan, es más, que le
nos la psicogénesis y la psicodinámica de un hombre que, por el desti- han predestinado a ser «jefe».
no de su infancia, necesita convertirse en algo extraordinario y buscar Lucien es un niño cuya infancia se va desarrollando en medio de
siempre lo excepcional, pero que, en cambio, es demasiado débil para una nebulosa de incertidumbres. En primer lugar, no sabe exactamen-
vivir ese singular destino por la fuerza de su personalidad y, en lugar te si es chico o chica. Y a medida que empieza a abrirse a la existencia,
de eso, busca refugio en la objetividad del ministerio? le va invadiendo una sensación «tan dulce por dentro, que llegaba a ser
un poco empalagoso»1. La inclinación hacia su madre es tan poderosa
66 El diagnóstico
La contra figura del jefe 67

como el miedo y la aversión que siente hacia su padre. Y el primer


que no se deja engañar es Dios: él es el testigo incorruptible que no
sueño que puede recordar, y que solía poner fin a las noches que pasa-
acaba de creer del todo las aseveraciones de Lucien, cuando éste le
ba en la cama de sus padres, parece referirse al hecho de haber obser-
asegura que quiere mucho a su madre; además, él le ve noche tras
vado, como en un manual de iniciación, la «escena primitiva» de las
noche, cuando en la cama juega con su pilila que, en comparación con
relaciones conyugales entre sus padres (¿bajo las sábanas?)2. Era como
la de otros muchachos, le parece ridiculamente pequeña. En la iglesia,
un túnel azul oscuro, «iluminado por una pálida luz grisácea», en cuya
de rodillas en su reclinatorio, Lucien «hacía esfuerzos por portarse
desembocadura «algo parecía moverse»3.
bien, para que, a la salida, su madre pudiera elogiar su comportamien-
Desde entonces, Lucien tiene miedo a dejarse tocar por su madre, to; pero en su interior, Dios le resultaba tremendamente antipático,
cuya figura, por otro lado, considera más como masculina que como porque sabía sobre Lucien mucho más que el mismo Lucien. Dios sa-
femenina; es más, sentado en su orinal, no deja de preguntarse si esa bía perfectamente que Lucien no quería a sus padres, y que su buen
señora será su verdadera madre. Desde aquella «noche del túnel», ha comportamiento no era más que mera apariencia o, a lo más, pura
perdido prácticamente toda confianza en sus padres, y vivir bajo el cortesía»11. Al cabo de cierto tiempo, Lucien empieza a sentir tan one-
mismo techo le parece una farsa de lo más estúpido. Es como si rosa aquella continua vigilancia de Dios y tan penosos los esfuerzos
hubieran venido los ladrones y «hubieran robado de la cama a su que hace por engañarle, que pronto termina por despreocuparse total-
papá y a su mamá, dejando a éstos en su lugar»4. «Todo ha sido una mente de él. A pesar de todo, «el día de su primera comunión, el párro-
farsa»: eso es lo que descubre Lucien con la mayor angustia, pero a la co dijo que Lucien era el niño más formal y más piadoso de su promo-
vez como una gran liberación5. El papel de los padres es jugar a ser ción»12. Esas artimañas para encontrar en el reconocimiento externo
«los Reyes Magos», mientras que Lucien prefiere hacer de «huérfa- una cierta seguridad en medio de su sensación de duda permanente
no». Ante la gente pasa por ser «el niño más encantador» 6 ; pero su sobre sí mismo se convertirán para Lucien, cada día más, en el funda-
vida es la de un muñeco, aunque muy fino —eso sí— y muy buenecito. mento de toda su existencia.
Y cuando el cura párroco le pone en un aprieto, al preguntarle un
día: «¿A quién quieres más: a tu mamá, o a Dios?», se pone furioso y Pero sobre todo es su padre, liberado después de un breve período
no sabe qué contestar7. Lucien sabe perfectamente que él no quiere a en el frente porque es el director de una fábrica que tiene que aumen-
su madre, pero «se mostraba especialmente cariñoso con ella, porque tar su productividad, el que enseña a Lucien cuál es el principal objeti-
pensaba que los hijos debían comportarse durante toda su vida como vo de su vida: ¡ser jefe, como su padre! El presupuesto imprescindible
si de veras quisieran a sus padres, ya que si no, se les tendría por unos es «ganarse la obediencia y el amor» de sus subordinados, mostrando
descastados»8. Lucien lo mismo se hace «el bueno» que, a continua- interés por sus necesidades y conociéndolos a todos por su nombre
ción, se hace «odioso, torturando a los animales». A veces, incluso propio 13 . Sin embargo, hay que tener en cuenta que Lucien, durante
pasa por una fase anal de destrucción, como el medio mejor de poner sus años de escuela, no deja de llamar la atención del cura Garromet, a
a prueba la «realidad» de las cosas y, sobre todo, la autenticidad de causa de su notable indiferencia: es como si el chico se hubiera criado
las relaciones humanas 9 . Pero lo que más le gusta es hacerse el «so- entre algodones y su vida fuera la de una marioneta movida por hilos
námbulo», porque piensa que «tenía que haber un Lucien auténtico invisibles. Y como para agudizar la sensación de su irrealidad y de su
que se levantara de noche, caminara, hablara y quisiera de veras a sus complejo de inferioridad, Lucien entra en los años de la pubertad con
padres, pero que a la mañana siguiente lo olvidara todo y volviera a un tremendo estirón, que sus compañeros celebran burlonamente lla-
actuar como Lucien»10. mándole «el espárrago»14. Su propio cuerpo le parece algo extraño; y
hasta cuando espía a su madre o a la criada mientras se bañan, lo hace
En otras palabras, la personalidad de Lucien, acosada por sus pro- más por pura curiosidad que por un arranque de incipiente pasión. La
pios miedos, se escinde, ya desde una época temprana, entre una vida información sexual no es para él más que un tema para presumir de-
hipócrita de «moral» consciente durante el día y, por la noche, en una lante de sus compañeros. Su entrada en la adolescencia no es el desen-
vida de represión que añora el cariño, mientras se hunde en una pro- lace del típico período de aburrimiento, sino al revés: el mundo le
funda agresividad causada por sus decepciones y sus fracasos. El único mira a él a través de un velo de somnolencia, como por unos prisma-
68 El diagnóstico La contraftgura del jefe 69

ticos invertidos. «¿Quién soy yo?», se pregunta. «Me llamo Lucien bajo ese oscuro velo de bruma»22. Pero cada vez tiene más miedo de sí
Fleurier, es cierto; pero eso no es más que un nombre. Me engrío y me mismo: miedo al beso con el que su madre le da las buenas noches al
desinflo con la mayor facilidad. No sé; estoy hecho un verdadero lío. acostarle, miedo a su irrefrenable impulso de masturbación, miedo a
Todo esto es de lo más absurdo. Soy un buen estudiante. Pero, ¡qué va! que el placer que trata de asegurarse fumado opio le trastorne y le
A un buen estudiante le gusta trabajar; y yo odio el estudio. Claro que convierta en un guiñapo, miedo a que todas «las mujeres» se sientan
saco buenas notas, pero no me gusta estudiar; aunque tampoco es que aterrorizadas ante ese monstruo que él lleva dentro de sí. Tal vez pue-
lo deteste. En fin, que todo me importa un bledo. Nunca llegaré a ser da explicar sus vivencias psíquicas con los métodos de análisis psico-
jefe». Pero de pronto, le asaltó un trágico pensamiento: « Y, ¿qué va a patológico —en fin de cuentas, él es un tipo anal—, pero en cuanto a
ser de mí? [...] En realidad, ¿quién soy yo, yo mismo?». Otra vez la su verdadero problema, su no existencia, el psicoanálisis no aporta
misma nebulosa; una nebulosa densa, densa, impenetrable. Hasta que, ninguna solución23.
por fin: «¡Yo!... Pues, ¡claro! ¡Ya lo tengo! Ahora sí que estoy absolu- Con ese motivo, y por mediación de Berliac, se pone en manos de
tamente seguro: ¡Yo... no existo!»15. Achille Bergére, al que confiesa que «en el fondo, él no ama a nadie ni a
¿Cómo puede continuar una vida que desde los primeros pasos de nada y todo le parece una farsa»24. Bergére responde que ese estado de
la infancia no ha tenido otro fundamento que la impresión de no exis- confusión es precisamente «una espléndida oportunidad». Y añade: «¿Ve
tir en absoluto, es decir, la refutación existencial del postulado de Des- usted esa colección de puercos? Son todos unos burgueses»25. Lucien
cartes Cogito, ergo sumu} Incluso el respeto de los trabajadores por el jamás habría querido, ni podido, vivir como un «burgués». Al enterarse
hijo del jefe disminuye progresivamente; de modo que Lucien no deja de que Rimbaud era pederasta, se queda estupefacto. «Pero, oiga —
de dar vueltas a la tentación de quitarse la vida con el pequeño revól- puntualiza Bergére— la pederastía de Rimbaud es la primera y más
ver de su madre, para demostrar a la gente «de una manera irrefutable genial subversión de su sensibilidad. A eso precisamente debemos sus
la absurda inconsistencia del mundo» 17 . Hasta ha pensado una frase poemas... Creer que hay ciertas cosas que excitan el apetito sexual, y
para su carta de despedida: «Me suicido porque no soy nada, porque que esas cosas son las mujeres, por el mero hecho de tener un agujero
no existo. Y tampoco existís vosotros, mis queridos hermanos»18. Pero entre las piernas, es la aberración más odiosa y más complacientemente
a continuación se le ocurre «que todos los verdaderos jefes también difundida de los miserables burgueses»26. Lucien se queda horrorizado
tuvieron la tentación de suicidarse», por ejemplo, Napoleón, en la isla al oír esa sarta de disparates y obscenidades. Desde luego, Bergére es
de Santa Elena19. En su opinión, sólo en crisis como ésta puede forjarse un genio; pero —piensa Lucien— «si yo mismo fuera realmente hasta
el verdadero jefe. Sin embargo, el camino hacia el ideal no es precisa- el límite de la subversión de toda sensibilidad, ¿no podría llegar a
mente un camino de rosas. sacarle de sus casillas?». Por eso, huye y va a refugiarse una vez más
Durante algún tiempo, Lucien se siente fascinado por la garrulería en la tranquilidad vespertina de sus padres, en esa isla que le ofrece
cínica de Berliac, su compañero de clase, que escribe poemas al estilo seguridad, mientras que, paralelamente, se deja introducir por Bergére
de Rimbaud y se embarca en la más profunda disquisición filosófica de en los secretos del amor físico, imitando a Rimbaud. En el fondo,
que «no hay nada, ni nunca lo ha habido, que tenga la menor impor- puede hacer todo lo que le viene en gana: fumar hachís, recorrer
tancia»20. Cuando descubre el psicoanálisis, Lucien lo ve como una todos los burdeles, u ofrecerse a Bergére para prácticas homosexuales.
liberación que le tranquiliza y al mismo tiempo le confiere una sensa- De hecho, tiene razón Berliac cuando le dice que es un «burgués»: «Tú
ción de poder para penetrar la nebulosa de su conciencia y abrir a la te haces el valiente; te lanzas al agua, pero en realidad tienes miedo a
luz «ese mundo oscuro, cruel y violento» del inconsciente21. ¿No había meterte donde cubre y no puedes hacer pie»27.
deseado ya antes acostarse con su madre? ¿No acaba de imaginarse,
Después de aquella noche con Bergére, todo el mundo le parece
hace un momento, los pechos de la madre de Berliac bajo su blusa de
tener un aire tan moral. A solas, no hace más que pensar: «Éste es el
color amarillo?
camino fatídico hacia la sima; todo empezó con mi complejo de Edipo,
Lucien es consciente de que está lleno de complejos; es más, siente después me convertí en un sádico-anal, y ahora, la guinda: soy un
orgullo de poder descubrir el mayor número posible de «cánceres [...] pederasta. ¿Dónde voy a parar?». De momento, el suyo no era un caso
70 El diagnóstico La contra figura del jefe 71

tan grave; las caricias de Bergére no habían llegado a producirle un mente. "Y luego, ¿qué va a ser de mí?", se pregunta. Su existencia es
placer especial. «Pero, ¿y si me acostumbro?». La idea le llenó de ho- un escándalo, un juego cruel que sus responsabilidades futuras apenas
rror. Podría convertirse en una persona de dudosa reputación, y ya podrán justificar. "En fin de cuentas, yo no he pedido nacer", se dice.
nadie le aceptaría28. Y siente profunda lástima de sí mismo... En el fondo, su vida sigue
Por miedo a caer en un abismo sin fondo, Lucien decidió poner fin pesándole, incluso ahora, como un fardo, como un regalo espléndido,
a toda aquella jerigonza del psicoanálisis. «¡Mentiras —pensó—, todo sí, pero absolutamente inútil, que él lleva en sus brazos sin saber qué
mentiras! Lo que querían era sacarme de mis cabales, pero les ha sali- hacer con él o dónde descargarlo. "He pasado todo mi tiempo lamen-
do el tiro por la culata». En realidad, él siempre se había resistido a sus tando haber venido al mundo"» 31 .
insinuaciones. Bergére había tratado de enredarle con su argumenta- Todas estas meditaciones sobre su propia nada, con las que Lucien
ción, pero él había presentido desde el comienzo que la pederastía de Fleurier celebra una especie de liturgia de autodesprecio, no le llevan a
Rimbaud no era más que una tara. Y cuando el chorlito de Berliac una actitud de resignación o de pura pasividad, sino que, al contrario,
había tratado de inducirle a fumar hachís, Lucien le había mandado a provocan en su interior un creciente desprecio por los que le rodean.
hacer gárgaras, sin contemplaciones. «Por poco me voy al garete», pensó Si corteja y pretende seducir a Berta, la criada de casa, y hasta se deci-
entonces Lucien. «¡Lo único que me ha salvado ha sido mi integridad de a acostarse con ella, es para renunciar finalmente a sus planes con
moral!»29. una sensación de orgullo de sí mismo —sin duda, una nueva victoria
La «integridad moral» de Lucien consiste en un esfuerzo por olvi- de su «integridad moral»— y porque, dadas las circunstancias, eso no
dar de una buena vez toda su podredumbre interna e imitar a su padre, dejaría de traer problemas a su padre. En lugar de eso, sale de fiesta y
que es quien realmente se ocupa de enseñarle con la práctica del ejem- acepta el reto de su compañero Guigard a ver quién aguanta más be-
plo cuáles son las verdaderas responsabilidades de un jefe. El principio sando a su novia. Y aunque la «suya», Maud, no es tan guapa como la
fundamental reza así: «No puede haber un enfrentamiento sistemático novia de su amigo, durante algún tiempo le parece que puede estar
entre patrono y trabajadores, porque si el empresario hace un buen orgulloso de su conquista. Ahora, al menos, la necesita como testigo
negocio, los primeros en beneficiarse de ello serán precisamente los de sus actividades, pues él también tiene derecho a tomar parte en asun-
empleados y los propios trabajadores. De ahí que el empresario no tos políticos.
tenga derecho a hacer un mal negocio. Eso es precisamente la solidari- Aunque internamente Lucien es un desarraigado, termina por des-
dad de clases». En consecuencia, Lucien decide que su futuro como cubrir una nueva dimensión de la realidad, más allá de la psicología.
hombre está en la acción; es más, llega al convencimiento de que su no Por fin puede liberarse de una estéril y peligrosa contemplación de sí
existencia, ese estado que le preocupa y que tanto le angustia, no es mismo y dedicarse «a la geografía e historia de la humanidad»32. «[...]
exactamente una tara o un defecto, sino una fuerza que tiene que ex- prefería el fresco olor a campo del mundo del inconsciente a esas bes-
plotar. «Entonces pensó: Si yo soy nada, es porque nada me ha man- tias lúbricas y espantosas de un Freud»33. El aire campestre y el contac-
chado... Tendré que contar, naturalmente, con una cierta incertidum- to directo con la belleza natural del paisaje le proporcionarán la fuerza
bre; pero ése es el precio que hay que pagar por la pureza»30. para llegar a ser jefe. A través del juego, sobre todo bridge y billar, va
En adelante, sus esfuerzos se van a concentrar en suprimir todas creciendo progresivamente hasta convertirse en una especie de «Fleurier
esas cavilaciones analíticas que le están haciendo tanto daño en su nacional»34, que se gana el aprecio y el reconocimiento de ciertos cír-
equilibrio interno. Pero, apenas se echa en la cama, le asalta otra vez culos sociales por su percepción intuitiva del odio, todavía larvado,
esa maldita nebulosa que, en definitiva, es él mismo. «Le parece ser que una banda de alborotadores compañeros suyos empieza a sentir
una nube fugaz y caprichosa, siempre igual y siempre diferente, una por los judíos y que él procura demostrar como convicción propia, sin
nube que no hace más que desleírsele por los extremos. "Y yo me la más mínima reserva y con «un apasionamiento rayano en el fanatis-
pregunto: ¿Por qué existo?". En realidad, allí está él, haciendo la di- mo religioso»35.
gestión, bostezando, oyendo la lluvia contra los cristales; y allí está Su transformación en adulto afecta decisivamente incluso a su vida
también la nebulosa blanca, una niebla sutil que se le infiltra por la privada. Por fin, hace el amor con su novia, Maud, con gran sorpresa
72 El diagnóstico La contra figura del ¡efe 73

para ambos. Pero a la mañana siguiente, mientras Maud parece satisfe- parado a pensar en ello. Mucho antes de nacer, su puesto había sido
cha de la experiencia, Lucien se siente «como vacío: lo que él había fijado por el destino; mucho antes del matrimonio de su padre, ya se le
deseado con respecto a Maud, la noche precedente, eran sus facciones esperaba. Y cuando vino al mundo, fue para ocupar ese puesto. ¡Si
tan finas, sus ojos entornados que resultaban tan atractivos, su figura existo, es porque tengo derecho a existir!»38.
tan estilizada, su porte distinguido, su reputación de chica seria, su Ahora, lo único que le falta es dejarse bigote; iah! y romper con
desdén por los hombres, en fin, todo lo que la hacía una chica fuera de Maud, para buscarse «una chica joven y guapa, que pueda ofrecerle su
lo corriente... Y ahora todo ese relumbrón se había desvanecido entre virginidad y a la que sólo él pueda desflorar»39. «Se casarían, y ella
sus brazos, y no había quedado más que un montón de carne; sus sería su mujer, el más preciado de todos sus derechos... En la intimi-
labios se habían deslizado sobre un rostro sin ojos, desnudo como un dad ella le mostraría lo que jamás debería enseñar a nadie; y el acto de
vientre; había poseído una flor espesa, de carne húmeda y escurridi- amor sería el voluptuoso inventario de sus posesiones... Respeto hasta
za... jamás había experimentado con otra persona una intimidad tan en el mismo placer carnal, obediencia incluso en el lecho»40. Ella le
repugnante»36. dará muchos hijos; y él sustituirá a su padre y continuará su obra. ¡Ha
Avergonzado de sí mismo, Lucien se refugia con mayor firmeza en nacido el futuro jefe! Ya no le queda más que esperar el momento de
su «convicción» antijudía, que cada vez da más sentido a su identidad. presentarse en la tribuna de la vida, o sea, aguardar a que «el destino»
La desviación de su autodesprecio le transforma, le hace distinto de sí ponga en sus manos todo el cúmulo de sus responsabilidades.
mismo y le da la confianza de dejar de ser lo que es. «¡Éste sí que soy
yo, Lucien: uno que no es capaz de soportar a los judíos!»37. Ése es el La intención de Sartre en este bosquejo psicológico-existencial es
verdadero núcleo que aglutina el nuevo respeto que siente por sí mis- mostrar la extremada fragilidad de los presupuestos que, actuando bajo
mo: sólo puede negar su no existencia, si niega la existencia de los el poder de los hados, destinan constitutivamente a un determinado
judíos. Por ahí van sus pensamientos: «Donde yo me buscaba a mí sujeto a ser un dirigente social, un «jefe». Inspirándonos, por ejemplo,
mismo, no podía encontrarme». Con su mejor intención, ha tratado de en Nietzsche, podríamos considerar sencillamente la voluntad de po-
recoger hasta el más mínimo detalle de su existencia precedente. «Si der como el impulso determinante de esa decisión del individuo de
yo no quisiera ser más que lo que soy, sería tan miserable como ese destacar en un puesto de responsabilidad social41. Pero, en todo caso,
galopín judío. El que rebusca en una intimidad tan viscosa, ¿qué puede esa motivación, por sí sola, no podría proporcionar más que el tema
encontrar, sino un placer tan triste como el de la carne, una mentira para describir los conflictos de rivalidad entre émulos de igual estatuto
tan traicionera como la de la igualdad, y el más puro desorden? Por o de orientación semejante. Y naturalmente, Sartre sabe muy bien que
consiguiente, primer principio: nunca mires tu propia interioridad, el simple anhelo de influencia o de poder jamás puede tener tanta fuer-
porque no hay error más peligroso. Al verdadero Lucien —ahora lo za como para engendrar, por sí mismo, la decisión desesperada de ob-
veía claro— había que buscarlo en los ojos de los demás..., en el opti- tener tales prerrogativas, cueste lo que cueste. Por otra parte, decidirse
mismo de esos hombres que crecían y se hacían adultos esperándole a a desempeñar el papel de «jefe» no equivale a elegir simplemente una
él, esos jóvenes aprendices que un día serían sus trabajadores... ¡Tantas profesión, como puede ser la de dentista, periodista gráfico, o conseje-
esperanzas puestas en él, el gran espadachín! Él era, él sería siempre, la ro de una agencia matrimonial. El individuo no se convierte en «jefe»
inconmensurable esperanza de los demás. ¡Eso es un jefe! Masas y por el mero hecho de desear alguna cosa, sino precisamente por desearse
masas de trabajadores estarían dispuestos a obedecer sus órdenes sin a sí mismo, dotado de una forma concreta de identidad personal. Con
rechistar, y nunca agotarían su razón de mando, porque el derecho de todo, si para aceptarse como ser humano resulta imprescindible ser el
mandar está muy por encima de la existencia, como los principios primero en cualquier aspecto, por secundario que sea, la voluntad in-
matemáticos, como los dogmas religiosos. Y eso era él, Lucien: un condicional de poder no se explica adecuadamente si no es por un
enorme manojo de responsabilidades, un ramillete de derechos. Tanto extraordinario complejo de inferioridad. Ése es, precisamente, el caso
tiempo había creído que su existencia no era más que una casualidad, de Lucien: si tiene verdadera necesidad de desempeñar el papel de
un vagar errático sin rumbo; pero únicamente porque nunca se había «jefe», es porque tiene que dar razón del absurdo de su existencia.
74 El dtagnóstico
La contrafigura del jefe 75

Detentar el poder, gozar de prestigio ante los demás y ser considerado


inseguro frente al problema de la libertad moral: ¿qué es lo que debe
por ellos no tiene otra razón de ser que colmar la sima de la propia
hacer?, ¿qué es lo que deberá omitir?, ¿es una marioneta, o un verda-
insignificancia42. Pero incluso el esquema del modelo paterno y del
dero ser autónomo?, ¿dónde está la frontera entre realidad y fantasía,
ideal del padre sería por sí solo, desde el punto de vista de la psico-
entre realidad y juego, entre obligación y voluntariedad? Lucien es un
pedagogía, demasiado simple para comprender cómo puede influir un
inseguro con respecto a sus padres: ¿de quién es realmente hijo, es
agente externo en la determinación del destino de un hombre como
decir, quién le proporciona un sentimiento de seguridad para llegar a
Lucien. Antes de cualquier posible referencia al decisivo influjo del
definir claramente su postura personal? Y sobre todo, Lucien es ún
padre sobre la vida de Lucien, habrá que explicar cómo llega a esa
inseguro frente a sus propios sentimientos: ¿cuándo ama apasionada-
identificación precisamente con el papel de una figura por la que ja-
mente?, ¿cuándo odia de corazón?
más ha sentido el menor afecto.
Desde el punto de vista de la psicología, ahí está el problema fun-
De esta monografía de Sartre sobre la psicogénesis de un hombre
damental de todos los «Luciens»: si tuvieran que odiar a alguna perso-
que, incluso para sobrevivir, tiene absoluta necesidad de la institución
na o alguna cosa, no deben odiar; y si aman a una persona o una cosa,
y del poder, podríamos deducir un principio fundamental. La combi-
no deben fiarse de su propio amor, porque el sentimiento no es autén-
nación de dos motivaciones tan opuestas como el deseo de ser normal
tico, es decir, no brota de su libertad personal, sino de una adaptación
y, al mismo tiempo, extraordinario no se puede entender más que des-
forzada del «yo». Si un Lucien es «perverso», lo único que hace es
de la confluencia de dos movimientos divergentes: por una parte, una
escenificar su perversión; y si es «amable», no hace más que escenificar
especial anormalidad de las condiciones psíquicas, que pugna por apa-
su amabilidad. En ninguno de los dos casos se descubre la personali-
recer como normal, y, por otra, una normalidad experimentada como
dad auténtica; sucede, más bien, como con una ameba que, según dic-
escandalosamente burguesa, que empuja hacia lo extraordinario. Pero
ten las circunstancias, lanza uno de sus pseudópodos en la dirección
en ambos movimientos se trata de las contradictorias turbulencias que
correspondiente. La conciencia de Lucien es como un espejo inestable
desde la propia interioridad del sujeto sacan a la luz un mismo vacío
cuyas bruscas oscilaciones e irregulares desplazamientos sobre su pro-
existencial y provocan los «torbellinos» característicos de cada etapa
pio eje reflejan una imagen borrosa del exterior, como una «nebulosa»
del desarrollo y de todo el ámbito de las pulsiones individuales.
densa e impenetrable, que deforma la perspectiva real e impide una
En otras palabras, para entender en profundidad la psicogénesis decisión lúcida. «Tengo una sensación de sordera mental, un senti-
particularmente neurótica y casi siempre rayana en la perversión de un miento extraño, como si mi cabeza estuviera llena de guata; las ideas
futuro «jefe», tal como nos la presenta Sartre, habrá que interpretar la me hierven en el cerebro como en una olla de lentejas». Estas cavila-
estructura global de la persona en términos de una fenomenología de ciones que se oyen frecuentemente en los estados de psicosis describen
la inseguridad ortológica que, en cuanto problema nuclear, atraviesa con exactitud la profunda desorientación existencial que caracteriza el
todos los aspectos de su vida y condiciona hasta los más mínimos de- ámbito de una inseguridad ontológica.
talles tanto de su comportamiento privado como del ámbito general
de sus relaciones interpersonales. Otra de las peculiaridades de ese estado de ánimo es el sentimiento
de alienación frente a sí mismo que trasluce la personalidad de Lucien.
La inseguridad de Lucien se manifiesta en los más variados niveles
Esa sensación se concreta en el propio cuerpo, percibido como una
de su vida. Empieza por ser un inseguro ya en cuanto a su misma
máquina sin alma y gobernado por factores puramente externos. De
identidad sexual: ¿es realmente un chico, o una chica? Su bisexualidad,
aquí que, sobre todo, la sexualidad se conciba como una realidad vis-
que más tarde llegará casi a convertirse en manifiesta homosexuali-
cosa y esencialmente impura. Lo que él hace en ese terreno, más que
dad, impregna todas las etapas de su existencia y sólo llega a su apa-
una acción real, imputable a su propio ser, es algo que sencillamente le
rente conclusión en un matrimonio de corte extremadamente patriarcal,
sucede, un simple producto de condicionamientos externos y no ex-
aunque eminentemente burgués por su reivindicación directa de un
presión de su propio «yo». Y así, precisamente porque Lucien vive en
«derecho» inalienable, en el que el primer puesto no lo ocupa el amor,
un estado de permanente alteridad, de constitutiva alienación, es como
sino las relaciones de posesión sexual como servidumbre. Lucien es un
se ensancha cada día más la sima de su no existencia.
76 El diagnóstico La contra figura del jefe 77
Ya mucho antes de que Lucien pueda justificar su vida en razón de Ese doble plano de ser «personal en lo universal y universal en lo
«lo extraordinario» que le ofrece el poder institucionalizado, ve con personal» tipifica con absoluta precisión la identidad «no existente» de
horror que lo único que decide quién es él realmente y qué va a ser de Lucien, que le predestina a ser jefe. Es un embuste permanente, que le
su futuro es el medio social que le rodea. En cierto modo, una persona lleva a no ser nunca lo que es, sino a esforzarse continuamente por ser
como Lucien igual podría afiliarse a una asociación humanitaria que lo que no es46. El juego a existir, la nebulosa de su conciencia, la irrea-
hacerse miembro, o incluso dirigente, de una banda de ideología fas- lidad de su ser obliga a Lucien a refugiarse en una pandilla que le
cista. Lo que él considera como convicción personal no es, en el fon- pueda decir quién es él. Pero, en realidad, cuanto más se hunde en el
do, más que una radicalización del common sense de los diversos gru- vórtice de su alienación, más se vacía de su propia reputación como
pos con los que él cree identificarse. Si según la psicología social, el imperativo para los demás. Él, que no posee una identidad propia, se
jefe de un grupo es el que tiene la tarea de dictar y de encarnar las apodera, en cuanto jefe, de la propia identidad de los otros. Un carác-
normas por las que se rige la vida de la comunidad 43 , la capacidad de ter como Lucien, para ser algo él mismo, tiene que ser todo para los
Lucien y sus esfuerzos en ese campo es lo que le hace importante a los demás. Él, que en sí mismo no tiene ninguna consistencia, debe hacer-
ojos de los demás. De hecho, él siempre va por delante de sus compa- se columna, bastión y fortaleza de bronce para los otros, porque sólo
ñeros, y se anticipa a su confusión mental; es un camaleón que, por el corsé de una reputación prestada le puede salvar de su propia
temor a ser rechazado, procura prevenir las expectativas de los otros, desintegración. Para que no se llegue a descubrir su valor cero, tiene
al mismo tiempo que siente la necesidad de identificarse con ellas, que anteponerse a todos los demás, convirtiéndolos en una serie de
sobre todo con las que, una vez cumplidas, prometen una recompensa ceros, e imponerles su voluntad, para que así le ciñan con la apariencia
más elevada. El cumplimiento más que estricto de las normas dictadas de verdadero ser, de auténtico sentido, aunque de hecho sea prestado.
para los diferentes grupos, que en principio se debía a un miedo al Sólo teniendo en cuenta esa desviación de personalidad, en un tipo
rechazo, terminará por convertirse en un instrumento de intimidación, como Lucien, se pueden entender las razones por las que su necesidad
por el camino de una demostración de fuerza. de ser «jefe» se le convierte en una vivencia personal de sentirse llama-
Por eso, sería erróneo considerar esa huida hacia adelante, típica do, de ser un elegido. A otros les puede suceder que las circunstancias
del que se propone ser jefe, como una acción deliberadamente calcula- de la vida o, incluso, sus propios méritos les lleven a ocupar una posi-
da. De lo que se trata es, más bien, de una profunda represión de todos ción semejante a la de Lucien; para éstos, ser «jefe» es algo secundario,
los mecanismos psíquicos que, por la conflictividad de sus contradic- una contingencia puramente cualitativa. Por el contrario, hombres como
ciones internas, la inaccesibilidad de sus problemas y el miedo a un Lucien están inevitablemente abocados, como por imposición divina,
abismo de perplejidades, se experimenta como una continua humilla- a asumir funciones de dirección. El sentido de esa función son ellos
ción y como un peso insoportable. Ahí precisamente es donde mejor se mismos; su cumplimiento les llena plenamente. Más aún, ellos son la
puede comprender esa añoranza de lo oficial, de lo administrativo, de función; porque sin ella, no son nada. Y precisamente por eso, su fun-
lo burocrático, que constituye la absoluta necesidad de un «Lucien», e ción no puede ser una de tantas; para tener algún sentido, tiene que ser
interpretarla como una reacción a la náusea permanente que le produ- proselitista. El grupo que la desempeña, y que de ella recibe sus estí-
ce su existencia44. Un hombre como el Lucien Fleurier de Sartre nece- mulos, tendrá que transformarse en comunidad comprometida, en ver-
sita imperiosamente «lo universal», para escapar del excesivo persona- dadero grupo de acción. Y sólo alcanzará sus fines si, trascendiendo lo
lismo de su propio «yo». Un personaje así reproduce literalmente lo puramente funcional, se transfigura en un mandato del destino, en
que en términos hegelianos podría definirse como «el individuo uni- definitiva, en una especie de voluntad de Dios. Ser un elegido, tener un
versal»45, en cuanto que confunde sistemáticamente los distintos nive- encargo que cumplir, y ser miembro de una comunidad de elegidos:
les: por una parte, personaliza las opiniones y los intereses de su medio eso es lo que realmente satisface y calma la inseguridad ontológica de
social, al acomodarlos a su perspectiva concreta, e inversamente, personajes como Lucien, llamados a desempeñar el papel de jefe. Del
individualiza el punto de vista ajeno, vinculándolo a su propia capaci- velo de sus íntimas perversiones se teje el hábito de su «integridad
dad personal de realización. moral»; de la nebulosa de sus miedos se alza su obsesión por el orden
78 El diagnóstico La contra figura del jefe 79

establecido; del reflejo borroso de sus embustes surge la verdad autén- protección, podrá la Iglesia católica asegurarse sucesivas generacio-
tica de su función: una verdad para los otros. nes de clérigos. Esa clase de gente tiene que haber interiorizado de tal
Ése es precisamente el punto en el que el paradigma «Luden», con manera la compasión por sí mismos y el miedo tanto a sí mismos como
sus contenidos puramente profanos de lo que significa «ser jefe», nos a los demás, que el ser clérigos les resulte como una fórmula mágica
da la clave para llegar a comprender la existencia del clérigo. Sólo que para sumar sus experiencias parciales, como el sentido oculto de una
al aplicar el ejemplo a la realidad concreta, no se debería forzar dema- vida plagada de despropósitos y de absurdos, como la solución lógica
siado la definición del término. «Jefes», en el sentido de Sartre, se pue- de tantos enigmas indescifrables que atosigaban su existencia prece-
den encontrar no sólo en la planta noble de la sede de una multinacio- dente, en definitiva, como la voluntad de Dios, como imposición del
nal, de un banco o de una empresa, porque el concepto no requiere el destino. Si a eso se añade, por un lado, la percepción que surge hacia el
ejercicio expreso de una función directiva. Ya hemos indicado que «ser fin de la pubertad, cuando despunta en el sujeto la idea de hacerse
jefe» no implica un estatuto social determinado, sino un proyecto exis- clérigo, de los interrogantes que encierra subjetivamente su futuro,
tencial que responde a una psicología concreta, con sus propios con- por otro lado, una total ignorancia de los verdaderos motivos de ese
dicionamientos y sus previsibles consecuencias. Así entendido, «jefe» callejón sin salida, y, finalmente, una proyección hacia Dios de las
es todo el que, en virtud de su inseguridad ontológica, o sea, por mie- voces y de las fuerzas que surgen en la psicología de un aprendiz de
do a su constitutiva falta de personalidad, necesita absolutamente el clérigo contra un posible desarrollo normal de la propia vida, entonces
desempeño de una función o de un cargo público «singular», para po- se empieza a comprender la enorme liberación, e incluso la embria-
der realizarse como persona. Es decir, al tiempo que la percepción de guez, que supone el descubrimiento de que, entre tanta opresión y
sus valores específicos le viene de esa «singularidad», su derecho a represión, puede surgir la revelación de una voluntad positiva y origi-
existir se funda en «la normalidad». naria que, en palabras del apóstol Pablo, «me eligió desde el seno de
Pues bien, precisamente esos funcionarios del destino, esos elegi- mi madre» (Gal 1,15)47.
dos de la voluntad de Dios, que subliman la normalidad hasta conver- Lo que aquí sucede es análogo a lo que cuenta Christian Andersen
tirla en singularidad, son los que, en un principio absolutamente nor- en su fábula El patito feo4S. Todo lo que durante quince o veinte años
males, llegan a ser realmente extraordinarios, en cuanto mediadores pudo parecer enfermizo, penoso, inhibido, intimidatorio, rechazable e
de la divinidad, o como catalizadores del destino. Y eso, no por el ries- incluso equivocado se presenta ahora como una vocación suprema,
go personal de su trayectoria interior o por la experiencia de visiones como señal, «en cierto modo», de una verdadera elección. Todos los
oníricas, como en la vocación de los chamanes, sino por un reconoci- sufrimientos, las debilidades, las angustias, todas las añoranzas y las
miento oficial, por una singularidad administrativa que proviene del expectativas jamás formuladas adquieren de repente su auténtica fina-
exterior. En otros términos, desde un punto de vista psicoanalítico, y lidad, con un presagio de cumplimiento. Lo que en un principio pare-
en un enfoque existencial, la elección de un clérigo es la compensación cía una torturante maraña de perplejidades resulta ahora, aunque por
pluriforme de una inseguridad ontológica que vacía y deslíe de una un camino distinto, soberanamente accesible. El amor, el prestigio, la
manera tan profunda y permanente el propio ser personal, que la iden- consideración y la estima ante Dios y ante los demás, todo cobra un
tidad del individuo sólo se ve segura en la identificación con un papel nuevo sentido bajo el hábito del clérigo, bajo el velo de la religiosa,
advenedizo, en la fusión con el contenido de una tarea objetivamente bajo la capa del reverendo padre 49 . El que siempre fue un patoso en
predeterminada. La «función» se concibe así como la auténtica verdad todos los deportes, la eterna cenicienta de las celebraciones festivas, el
del propio ser, como su defensa y acreditación, como la suma de todos inocente campesino, el blanco de las novatadas más crueles, el haz-
los valores en la que el propio «yo» se interpreta a sí mismo. La autén- merreír de sus compañeros de clase, se encuentra de repente, desde el
tica forma de existencia ya no es «ser persona», sino «ser clérigo». día en que se decidió a ser clérigo, como curiosamente revalorizado,
La consecuencia es clara. Sólo si se consigue crear unas personas transformado y como transido de un aura sobrenatural. Los desespera-
radical y existencialmente inseguras a las que, al mismo tiempo, se les dos de antes son ahora los preferidos de Dios. El que no les guarda
ofrezca el corsé de lo oficial y administrativo como última y definitiva respeto no es más que un descreído, un ateo; bien mirado, es un mise-
80 El diagnóstico La c o n t r a figura del jefe 81

rabie que no merece más que lástima. ¿Cómo puede alguien, que no Su bisexualidad, su complejo de Edipo, sus ansias de poder espe-
sea el mismo Dios, hablar en esas ensoñaciones? ¿Cómo puede no ser cíficamente anales, su necesidad de alienación desembocan en una in-
verdad una revelación tan evidente? Y los cristianos, ¿son de este mun- seguridad radical frente a su existencia, pero no surgen de los propios
do? ¿No es precisamente por ser distintos de los demás por lo que se cimientos de la existencia humana. El hecho de que Lucien pueda o no
asemejan al Crucificado (Jn 15,18-27)50? ¿Quién podría tener el atre- amar a una mujer es decisivo para una percepción de sí mismo como
vimiento de poner en duda y someter a estudio psicoanalítico algo tan superfluo, es decir, como no existente, o para una justificación de su
beneficioso, algo tan evidentemente positivo? propia personalidad, pero es absolutamente irrelevante para una cues-
Para hacer plena justicia a la religión, habrá que ensanchar el tión como la de la existencia humana. Más bien, sucede lo contrario:
horizonte y radicalizar el planteamiento. Lo que anteriormente, en el el inflar sus problemas psíquicos hasta convertirlos en un problema
caso de Lucien Fleurier, hemos descrito como «inseguridad ontológi- universal es una prueba de su resignada debilidad neurótica. In-
ca», ¿no es, en el fondo, el destino de todo hombre?, ¿no es verdad versamente, sólo el que fija su existencia sobre la base de sus capacida-
que, por el mero hecho de ser hombres, es decir, unos seres capaces des reales y del mundo que le rodea es capaz de comprender honesta-
de pensar, estamos condenados al sufrimiento y a la infelicidad51? mente la finitud y la contingencia de su propio ser personal. En otras
¿no es todo ser humano, en cierto sentido, un enfermo psíquico, al palabras, convertir la psicología en metafísica, o la metafísica en psi-
verse expuesto con plena lucidez a su propia muerte, a su finitud cología, no sólo no resuelve el problema esencial de la inseguridad
existencial, a su radical vacío, a su esencial y constitutiva contingen- ontológica de la existencia humana, sino que lo envuelve en una espe-
cia52, a su ser puramente aparente? Y ¿no habrá que entender como sa niebla por el cambio indiscriminado de niveles, análogo a la persis-
un acto libre de la gracia de Dios el hecho de que determinadas tente confusión entre «lo individual» y «lo colectivo» que hemos ob-
personas estén marcadas para vivir y sufrir el problema de la existen- servado en un carácter como Lucien Fleurier, y que es el mejor ejemplo
cia de un modo peculiar, es decir, con una intensidad fuera de lo de una síntesis equivocada entre lo personal y lo meramente funcional.
común?, ¿no consiste la esencia de la religión en una respuesta del De estos presupuestos se deduce que es totalmente falso que una neu-
hombre al problema fundamental de toda creatura, que radica en su rosis psíquica pueda llegar a intensificar el sentimiento religioso; lo
ser finito, en su propia naturaleza contingente 53 ?; ¿es acaso un mila- único que, en todo caso, se puede producir es una deformación aún
gro que determinadas personas, que por su biografía personal son mayor de ese sentimiento.
particularmente sensibles al problema, se refugien en la religión, para Pero lo que requiere particular atención es el cúmulo de previsi-
no caer en el abismo? Y ¿no se pueden considerar realmente elegidos bles consecuencias que puede acarrear al fenómeno religioso una
y afortunados los que, por sus miedos y sus sufrimientos, tienen la categorización de la inseguridad ontológica. Si es verdad que «la in-
suerte de aprender en esta escuela de la verdad? certidumbre y el riesgo»54 de la existencia humana constituyen el fun-
Sí y no. Ésa es la respuesta. Sí, en caso de que la «inseguridad damento de cualquier experiencia verdaderamente religiosa, habrá que
ontológica» se experimente allí donde constituye un verdadero proble- mantener esas fuentes en un flujo continuo, para que la autenticidad
ma, es decir, en los propios cimientos de la existencia humana. Y no, del mundo religioso no sufra menoscabo. Pero si las aguas del miedo
en caso de que esa misma «inseguridad ontológica» escape del ámbito no encuentran ningún obstáculo en el fluir torrencial de sus avenidas,
metafísico y se desplace de los fundamentos de la existencia humana difícilmente se detendrán incluso ante los más venerables templos y
para refugiarse en el campo de las posibles categorías de la vida. La santuarios de la religión; serán, más bien, una continua amenaza para
diferencia entre ambos presupuestos es extremadamente importante, los diques y las esclusas laboriosamente fabricados por las religiones.
tanto en relación a sus causas como con respecto a sus previsibles con- En consecuencia, todas y cada una de las instituciones religiosas trata-
secuencias. rán de dictar sus normas para alejar del ámbito de la experiencia coti-
La inseguridad ontológica de un personaje como Lucien Fleurier diana el peligro de incontrolada embriaguez que encierran las aguas de
no es más que la suma, el total de todas las inseguridades y miedos que la vida. Ya no será la fuerza bruta de un mar encabritado la que invada
él mismo experimenta frente a las circunstancias cambiantes de su vida. prepotentemente la existencia humana, sino que será, más bien, un
82 El diagnóstico
La contrafigura del jefe 83
ingenioso y sutil sistema de canales y aliviaderos el que refrene la peli-
propias instituciones; pero el caso es que dichas instituciones no dan
grosidad del lujuriante bálago de la resaca. Ese arte de poner diques al
ninguna seguridad al hombre, sino sólo a la propia Iglesia. Es el ocaso
infinito tiene un gran componente de compasión y de perspicacia
de una religiosidad de epígonos, que necesita crear diariamente nuevas
sacerdotal, por cuanto sabe ahorrar al hombre el incierto y desasose-
neurosis para poder encontrar sus fundamentos en el carácter pura-
gado vuelo del petrel sobre el flujo y reflujo de la marea en los bajíos,
mente sobrenatural de sus instituciones salvíficas55. Tal religiosidad
mientras procura resguardarle en tranquila seguridad tras los impene-
necesita absolutamente que sus funcionarios más cualificados sean
trables diques de carrizo que hunden compactos sus empalizadas en las
hombres psíquica e, incluso, físicamente atenazados por el miedo, por
profundidades del fondo.
el complejo de culpa y por toda clase de inseguridades, de modo que
Pero en este punto, la misma religión es dialéctica. Cuanto más se
no encuentren otra salida a su ansiedad sino refugiarse en lo oficial, en
empeña en represar y contener las fuentes de la angustia fundamental
lo administrativo, en lo que tiene todas las garantías de ser auténtico,
del ser humano, tanto más se priva a sí misma de sus propios funda-
en lo que les ofrece la verdadera salvación: el único camino que Dios
mentos; cuanto mejor «funcionan» sus estructuras, peor desempeña su
ha escogido para ellos, en orden a la plena realización de su vida.
función en la vida de la sociedad. Las marismas feraces terminarán,
por demasiado protegidas, convirtiéndose en un erial en el que, al cabo Nadie mejor que Friedrich Nietzsche ha sabido diagnosticar los
de poco tiempo, se habrá esfumado hasta el recuerdo de haber perte- perniciosos efectos psicológicos de esa abdicación de la propia reali-
necido al mar; sólo quedarán los canales y las zanjas aliviaderas como dad personal en aras de un funcionariado de lo sobrenatural. Vamos a
signo perenne de los orígenes de estos nuevos campos de cultivo. Fren- seguir paso a paso su crítica a los sacerdotes, a los clérigos y, en gene-
te a esos restos de la vivificante actividad marina, la religión, si no ral, al mundo de lo eclesiástico, a pesar de que su lenguaje es, natural-
quiere transformarse literalmente en un sequedal, por causa de sus mente, tributario de su época. Su diagnosis es la siguiente:
artificios, tendrá que producir otros miedos que, en el fondo, sólo
encuentran su justificación frente a la inmensidad del mar. En otras El que tiene en sus venas sangre de teólogo se sitúa frente a la
palabras, para que la religión pueda subsistir, tendrá que incrementar realidad con una serie de prejuicios sesgados y con actitud poco
su interés por una categorización siempre nueva de la inseguridad sincera. La impresión resultante se llama fe, que consiste en cerrar
ontológica y de la angustia vital del ser humano, trasladándolas del obstinadamente los ojos a sí mismo, para no tener que sufrir ante
el espectáculo de una incurable falsedad. A partir de esa óptica
nivel teórico de su esencia al plano objetivo de la realidad, en el que
distorsionada, uno se fabrica su propia moral, su propia virtud, su
cada día son más imprescindibles nuevas formas de vigilancia, de re- propia santidad, y se asocia una conciencia bien formada con un
glamentación, de control y de protección. defecto de visión. Entonces viene el formular la exigencia de que
Por eso es, hasta cierto punto, bastante lógico que especialmente cualquiera otra óptica no puede tener ningún valor, una vez que se
los ministros de la religión tengan verdadero interés en revestir las ha consagrado la propia, dándole nombres tan rimbombantes como
necesidades vitales de la gente con miedos desproporcionados. De ese «Dios», «redención» o «eternidad». Yo he ido descubriendo ese
modo se provocan tales neurosis o psicosis, que la intervención del instinto de teólogo en todas partes; es la forma de falsedad más
sacerdote o del clérigo resulta absolutamente imprescindible para so- extendida, la más subterránea del mundo. Todo lo que un teólogo
lucionar los conflictos individuales que derivan de tales miedos, dele- piensa que es verdad, tiene que ser necesariamente falso; esto es
prácticamente uno de los criterios de la verdad. Su más profundo
gándolos en el sistema agobiante y abrumador de una colectividad como
instinto de conservación le impide hacer honor a la realidad en
la Iglesia. Así es como la religión, destinada en un principio a apaci- cualquier aspecto, o incluso dejarla que se exprese. En todo lo que
guar los miedos de la existencia humana, necesita ahora esos pequeños cae bajo el radio de acción de un teólogo, cualquier juicio de valor
miedos cotidianos para justificar la rutina de sus reglamentos y asegu- es puramente intelectual, y las nociones de «verdadero» o «falso»
rar una presencia que ella misma concibe como indispensable. Por con- aparecen necesariamente invertidas: lo que más va contra la vida
siguiente, la religión no hace sino instrumentalizar los miedos que ella se considera aquí como «verdadero», lo que la exalta, la anima, la
misma crea, para revestir de dignidad y de una aureola de respeto sus \ afirma, la justifica y la colma de logros se considera aquí como
«falso»...56.
84 El diagnóstico La con tr a figura del ¡efe 85

Al describir la moral del cristianismo c o m o una «anti-realidad ima- bre religioso se puede confundir con el «mundo interior» del que está
ginaria», Nietzsche ha intuido con toda claridad incluso la radical o p o - sobreexcitado o exhausto. Las mayores «sublimidades» que el cristia-
sición entre lo «extraordinario» de la vocación onírica del chamán y lo nismo ha propuesto a la humanidad como los valores supremos son
institucionalmente seguro de la «elección» del clérigo. Por eso, escribe: todas ellas formas epileptoides; de hecho, la Iglesia no ha canoniza-
do más que a paranoicos o a redomados embusteros in maiorem dei
Ese mundo de ficción se distingue, en perjuicio suyo, del mundo de honorem (a mayor gloria de Dios)... 59 .
los sueños en que este último refleja la realidad, mientras que el El cristianismo descansa sobre el rencor de los enfermos, sobre
primero la falsea, la desnaturaliza y la niega. Una vez inventado el un odio instintivo contra los que están sanos y contra la misma sa-
concepto de «naturaleza» como opuesto a la idea de «Dios», el ad- lud. Ante todo lo positivo, lo magnífico, lo exuberante y, sobre todo,
jetivo «natural» es sinónimo de «reprobable». Todo ese mundo de ante la belleza le zumban los oídos y le lloran los ojos. Me viene a la
ficción radica en el odio a lo natural —¡la realidad!—, es la expre- mente aquella maravillosa frase de Pablo: «Lo que el mundo consi-
sión del más profundo malestar frente a lo real... Y esto explica dera débil, lo que el mundo tiene por necio, lo que considera inno-
todo. ¿Quién puede tener motivos para apartarse de la realidad, re- ble y despreciable, lo ha escogido Dios». Es el sentido de la fórmula
negando de ella? Sólo el que se siente molesto con la realidad. Pero in hoc signo vinces: vencerá la decadencia. ¡Dios en una cruz! ¿Hay
sentirse molesto con la realidad equivale a ser una realidad frustra- alguien que todavía no comprenda la terrorífica segunda intención
da... El predominio de una sensación desagradable sobre una sensa- de este símbolo? Todo el que sufre, todo el que está clavado en la
ción placentera es la causa de esa moral y de esa religión ficticia; y cruz, es divino... Ahora bien, todos estamos crucificados, luego to-
precisamente en ese predominio se contiene la fórmula de la deca- dos somos divinos... Y nosotros somos los únicos... El cristianismo
dencia...»57. fue una victoria; con él se eclipsó una mentalidad más noble. El
cristianismo ha sido, hasta ahora, la mayor catástrofe de la humani-
dad 60 .
El principal reproche de Nietzsche al sacerdocio católico es que
falsea todos los valores reales cometiendo un vil atentado de parásito: N o se trata aquí de «justificar» los contenidos de la teología cris-
«Si el sacerdote domina, es p o r q u e se inventó el pecado» 5 8 . La doctrina tiana, en particular de su doctrina sobre la redención, frente a la crítica
de la redención se transforma, en opinión de Nietzsche, en un extraño de Nietzsche, tan unilateral en su aspecto psicológico. De lo que se
procedimiento que hace al h o m b r e un menesteroso, un ser necesitado trata es, exclusivamente, de apuntar la deformación de lo salvífico y su
de redención, un enfermo grave, abocado a la destrucción de su cuer- transformación en principio desintegrante, que necesariamente tiene
p o y de su espíritu: que ocurrir cuando lo funcional se sitúa c o m o valor a u t ó n o m o dentro
de una religión 61 . Esa situación se produce cuando los propios minis-
Basta una visita rápida a un manicomio para comprobar que la fe, en tros religiosos n o tienen otra aspiración que el funcionariado, para
determinadas circunstancias, procura la felicidad, que la felicidad no eludir el inevitable dilema de su n o existencia personal; o, inversamente,
transforma una idea fija en una idea verdadera, que la fe no mueve cuando la continuidad del estamento clerical en la Iglesia presupone
montañas, sino que las pone donde no existían. La fe no explica qué —y tiene que impulsar como elemento determinante de superviven-
es un sacerdote, porque el sacerdote miente por instinto y niega que cia— la progresiva despersonalización de sus candidatos. En última
la enfermedad sea enfermedad y que un manicomio sea un manico-
instancia, es el miedo al propio «yo» lo que, como en el caso de Lucien
mio. El cristianismo necesita la enfermedad, como el helenismo ne-
Fleurier, confiere al ejercicio de una función burocrática sus aparien-
cesita una rebosante salud física; crear enfermos es como la segunda
intención del sistema salvífico elaborado por la Iglesia. Y la propia cias de misión y de elección divina, y así acaba por transformarlo en
Iglesia... ¿no es el manicomio católico, presentado como el ideal su- una nueva fuente de angustia.
premo? La tierra, ¿no es un manicomio colosal? El hombre religio- Pero cabría preguntar: ¿cómo es posible establecer una compara-
so, tal como lo figura la Iglesia, es el típico ser decadente. Toda épo- ción entre el proceso vital de un personaje tan libertino y desenfrenado
ca en la que una crisis religiosa se apodera de un pueblo se caracteriza como el Lucien Fleurier de J.-P. Sartre y los caminos de santidad y de
siempre por una epidemia de neurosis. El «mundo interior» del hom-
pureza de unos hombres que Dios ha t o m a d o a su servicio para salvar
86 El diagnóstico La contra figura del jefe 87

al mundo y para dar claro testimonio de la proximidad de su reino?, ¿no carácter excepcional, no pueda y deba considerarse como algo esen-
es todo eso una suposición inadmisible, y —hasta se podría decir— un cialmente común a todos los clérigos.
paralelismo malévolo y mal intencionado? ¡De ninguna manera! Todavía queda una última objeción —y hay que tomarla muy en
La cuestión que hemos planteado es la siguiente: i cómo se puede serio— contra un presunto paralelismo entre el desarrollo psíquico
describir un estado psicológico en el que la excentricidad más llamati- de un clérigo y la psicogénesis de un personaje como Lucien Fleurier.
va, como en el caso de los chamanes, se une con la banalidad más Hoy día es una realidad bien palpable que no se ordena de sacerdote
cotidiana de la condición de funcionario?, ¿cómo un desequilibrio psí- prácticamente ninguno que, ya desde su adolescencia, haya llevado
quico, tan agudo que raya en lo patológico, puede desembocar en la una vida más bien tormentosa, irregular o desordenada. Al contrario,
reglamentación normal de una institución burocrática? Pues bien, la la virginidad y la inexperiencia sexual son una condición indispensa-
figura de Lucien Fleurier nos enseña cómo la categorización de una ble del clérigo católico. Y hasta tal punto que, ya en los primeros
inseguridad ontológica puede llegar a imponer a un determinado indi- ejercicios espirituales, los directores «más entusiastas» o los maestros
viduo, en virtud de su propia biografía, la condición de dirigente con- de novicios explican sin rodeos que el que se haya acostado con una
cebida como llamada del destino. mujer (o con un hombre), aunque no haya sido más que una sola vez,
Claro que se podría objetar que, por ejemplo, las religiosas de clau- no puede considerarse idóneo para el sacerdocio o para la vida reli-
sura difícilmente se pueden comparar con los «directivos» de una em- giosa. Se piensa, efectivamente, que esa experiencia, por más que sea
presa. Aunque es verdad que a algunos sacerdotes, que adoptan aires única, deja una huella tan profunda, que el que haya sentido ese
de dirigente, tal vez no les venga demasiado ancho el calificativo, ¿quién placer (o esa decepción) no podrá prescindir de ello en el futuro.
se atrevería a denominar así a esas «pobres siervas de Cristo»? Desde Como decía un franciscano con graficismo inimitable: «El sabor de la
luego, hay que admitir —y habrá que analizarlo más adelante— que sangre fresca despierta en el tigre el salvajismo de la bestia». Si en el
entre la psicología del «sacerdote secular» y la del «religioso», o la de «escrutinio» (riguroso examen de conciencia ante un confesor oficial-
la «religiosa», hay diferencias específicas considerables. Sin embargo, mente designado para la formación de los futuros clérigos) salen co-
esas diferencias no radican en la huida de lo personal hacia lo burocrá- sas como reiterada práctica homosexual, relaciones sexuales antes o
tico, hacia lo instituido como función, sino, en cualquier caso, en sim- fuera del matrimonio, participación en concursos de besos durante
ples variaciones que explotan la necesidad de prestigio, de reconoci- un baile público, o andanzas similares, es de esperar una masiva pre-
miento y, en definitiva, de poder. sión por parte de los círculos competentes para que el posible candi-
Precisamente en este punto es donde habrá que hacerle a la Iglesia dato renuncie —¡literalmente, porque es la voluntad de Dios!— a su
católica un severo reproche. ¡Cuántas religiosas, con una verdadera- intención de ser admitido como miembro del estado clerical en la
mente envidiable preparación en el aspecto psicológico, se entregarían Iglesia católica. Y con todo derecho; pues la Iglesia católica no sólo
con el mayor apasionamiento a ejercer públicamente las funciones de querría estar segura, sino que, después de años de influencia psíquica
sacerdote, si se les permitiera hacerl!62. De todos modos, la injusticia y con la ayuda de un técnica probada durante siglos, puede estar
que se comete es doble: primera, negar a la mujer su derecho al ejerci- segura de que los hombres que ella ordena como sacerdotes y las
cio del ministerio sacerdotal63; y segunda, suponer que es psíquica- mujeres que consagra como religiosas no han pasado por todas las
mente tan distinta del sacerdote, que no está capacitada para desempe- vicisitudes que Sartre hace vivir a su personaje Lucien Fleurier duran-
ñar la misma función. Por el contrario, no hay más que ver cómo te su proceso de formación para llegar a jefe. De la misma manera, la
bastantes religiosas, con una mentalidad volcada hacia el servicio a los vida de un futuro clérigo deberá estar absolutamente limpia de senti-
demás y con unas dotes extraordinarias para realizarlo, se marchitan y mientos de odio a los judíos, del consumo de drogas y de la agresivi-
languidecen literalmente en el estrecho marco de las constituciones de dad descontrolada de las pandillas callejeras, si es que su proceso de
la propia orden. Pero es evidente que la psicología de los que se dedi- formación debe aparecer como vocación de Dios.
can al ministerio no difiere tanto de la de los demás como para que el Pero las diferencias entre ambos casos, ¿son realmente tan enor-
«ser jefe», es decir, el deseo de desempeñar una función sagrada de mes? También el noble señor Fleurier llega a un punto en el que ya no
88 El diagnóstico La contrafigura del jefe 89

quiere saber nada de toda esa «basura» a la que le impelen las «tenta- do por Dios. Pero los conflictos psíquicos, sobre todo la sensación de
ciones» de sus «amigos». Su propia frustración sexual y su repugnancia inseguridad ontológica frente a los problemas planteados por las suce-
frente a la viscosidad del cuerpo podrían tranquilizar a la mayoría de sivas fases del desarrollo psicológico, son idénticos en uno y otro caso.
los clérigos en su inseguridad ontológica. Y si se compara el «odio a los La diferencia decisiva es la estricta censura del «super-yo», que prohibe
judíos» con el entusiasmo misionero contra los que no forman parte por anticipado al futuro clérigo de la Iglesia católica todas las expe-
del propio grupo, el «hachís» con el alcohol, y el «gregarismo de las riencias que han llevado a un Lucien Fleurier a su más rotundo fraca-
pandillas callejeras» con una auténtica veneración de la vida comuni- so. En la psicogénesis de un clérigo de la Iglesia católica llega un mo-
taria, ¿sería tan difícil descubrir ahí una identidad de estructuras psi- mento decisivo en que la «nebulosa» que acompaña al futuro «jefe» de
cológicas entre uno y otro caso? Es verdad que el impulso de represión Sartre durante toda su infancia y a lo largo de su adolescencia se rom-
de sus desmanes y el rechazo radical de sí mismo sólo se presenta en pe por la aparición de un moralismo punitivo. En cuestiones de bien y
Lucien Fleurier después de haber pasado por todas esas experiencias, mal no hay lugar para experimentos ni para dudas sistemáticas; el
con sus respectivas reacciones de miedo, de repugnancia y de vergüen- individuo tiene que ser consciente de lo que es bueno y de lo que es
za. Pero bastaría presuponer que, por sus propios miedos y con una malo. Nadie puede jugar a ser bueno o a ser malo. Sólo cabe ser bueno;
especie de represión preventiva, se hubiera visto desde un principio o, en todo caso, nunca se permitirá jugar a ser «malo».
impedido de engolfarse en una vida a la Rimbaud, para obtener una En otras palabras, en toda esa convergencia de estructuras de
imagen perfectamente dibujada, hasta en sus más mínimos detalles, de negatividad existencial y de alienación, lo que distingue esencialmente
la psicología de un futuro clérigo. a un clérigo de un Lucien Fleurier, en su respectiva psicogénesis y en
Un individuo como Lucien Fleurier y un clérigo de la Iglesia cató- su proceso psicodinámico, es la clara definición de sus contornos, la
lica se parecen como dos gotas de agua en multitud de aspectos: la más precisa configuración del «super-yo». Y mientras que Fleurier trata de
íntima realidad de sus conflictos psíquicos, el sentimiento de su inse- huir de sus perversiones y de su inconsistencia personal refugiándose
guridad ontológica, la huida de sí mismos, la ambición innata de ser en la misión que le ha deparado el destino, el clérigo, tanto el joven
oficialmente reconocidos, la necesidad imperiosa de transformar sus como el adulto, huye de esos desastres ya antes de que exista el peligro
perplejidades y su alienación personal en el destino a una vocación de caer en ellos. Dicho de otro modo, en el futuro clérigo es su propia
para lo realmente extraordinario (la meta del chamán) e, inversamen- conciencia, sus miedos interiores, lo que actúa preventivamente para
te, para abandonar lo insólito y refugiarse en lo normal (la función del ponerle en guardia o para impedirle descubrir el mundo que le rodea y
jefe), todo eso les hace prácticamente idénticos. Con razón el propio su propia personalidad de un modo que le abra los ojos sobre los ele-
Sartre, cuyos recuerdos infantiles apadrinaron ampliamente la compo- mentos que laten en su propio psiquismo. Y esa forma neurótica de
sición de La infancia de un jefe, confesaba sobre su trayectoria perso- rechazar la perversión modificará ulteriormente el ejercicio de su pa-
nal que, en lugar de filósofo del ateísmo, habría podido igual hacerse pel de «jefe» o de «funcionario». Todo lo que un Fleurier consiga rea-
monje64. lizar más tarde lo hará, relativamente, en virtud de una decisión pro-
Entre un Lucien Fleurier y un clérigo católico se da una perfecta pia; es más, a pesar de su estrechez interna, su ilusión dominante no
simetría, pero una simetría inversa. Es como la figura que se refleja en será otra que poder disponer a su capricho, como si fuera un dios su-
un espejo, en la que la mano derecha de la imagen corresponde a la premo, de todos sus subordinados y de los resortes del poder, como
mano izquierda de la persona. Las diferencias entre ambos personajes «responsable» del bien de toda la humanidad. En cambio, un clérigo
no están en las «marcas» psíquicas de su «piel» ni en las «proporcio- de la Iglesia católica estará más atado a su condición de funcionario,
nes» internas de sus «miembros», sino en el desplazamiento del ins- con capacidad mucho menor de configurarla por sí mismo. Ocupe el
tante en el que tiene lugar la represión: lo que hace o, más bien, lo que puesto de prepósito, de prelado, o incluso de obispo, siempre estará
ha hecho el personaje Lucien Fleurier es exactamente lo que, por mie- sujeto a las instrucciones que le vengan de arriba. En una palabra, «ser
do, no hará nunca o incluso no habrá hecho jamás un clérigo de la jefe» nunca supondrá para un clérigo la superación del nivel de mero
Iglesia, si en adelante quiere experimentar el gozo de haber sido elegi- funcionario. Él es, realmente, «el servidor de todos» (Me 10,44)65. En
90 El diagnóstico

cierto sentido, no se trata sólo de una pretensión personal, sino de su


auténtica realidad psíquica. Pero también la autorrepresión puede ser
un modo de obtener dominio. Y ésa es la verdad que mucha gente no
se atreve a reconocer.
3
ESTRUCTURA, DINÁMICA Y MENTALIDAD PSÍQUICA
DEL C L É R I G O :
EXISTIR POR LA F U N C I Ó N

El paso siguiente en la investigación será estudiar punto por punto cómo


la psicogénesis de un clérigo debe pasar por las diversas fases de conflic-
tos específicos de la primera infancia, para adecuarse al ideal de pobre-
za, castidad y obediencia. En este punto, la única cuestión consiste en
determinar cómo está constituida la psique de una persona que, por la
extraordinaria intensidad de su inseguridad ontológica, se siente tan
excepcionalmente vinculada a una función que sólo ahí puede encon-
trar la justificación, la confirmación y la posibilidad de su existencia.
La descripción más elocuente de la diferencia que existe entre la
psicología de un Lucien y la de un clérigo, con relación al estado de
funcionario, se puede ver en las dos nociones de «desesperanza» que
Sóren Kierkegaard contrapone como los dos polos de una misma antí-
tesis: desesperanza de obstinación y desesperanza de resignación (es
decir, de debilidad)'.
Lucien Fleurier es un auténtico «hijo de este mundo» en cuanto
que trata, por todos los medios a su alcance, de construirse su condi-
ción de funcionario sólo a base de su actividad personal. Desde luego
que su posición y su estatuto le vienen del trabajo previo de su padre,
en el que siempre ha visto un ejemplo. Pero lo verdaderamente decisi-
vo para cualquier «Fleurier» es su absoluta convicción de que, si su
proyecto vital ha salido adelante, ha sido, en definitiva, porque él mis-
mo ha puesto en juego todos los recursos de su propia personalidad.
Incluso si, al final, el resultado de sus esfuerzos es una función buro-
crática, es decir, el culmen de su condición más burguesa, tendrá razo-
nes suficientes para vivir de la ilusión de que ha sido él mismo el que se
92 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 93

ha labrado su propio futuro: él, y sólo él y para él, como un diosecillo abre enteramente, y por necesidad interna, a esa sublime transmutación
en miniatura2. Por el contrario, la psicología del clérigo, basada en la de su propio ser y a esa hercúlea transferencia de lo más íntimamente
interpretación teológica de su propia personalidad, se empeña en man- personal a la fría despersonalización de lo institucional, más aún, el
tener una imagen de sí mismo que contrasta con su verdadera existen- que vive esa transformación como gracia que, al tiempo que le libera
cia como el cielo con el infierno. Ser clérigo no puede ser un producto de sí mismo, le devuelve su verdadero ser, responde plenamente al
de la voluntad individual. Querer «ganarse» por sí mismo una gracia ideal psicológico del clérigo. Se alcanza así el estado de una sumisión
que sólo se obtiene por la acción de Dios sería la temeridad más mons- absoluta, de una resignación desesperanzada. Es el polo opuesto de la
truosa, algo así como una simonía psíquica3. ¡No se puede elegir ser filosofía de Sartre, o sea, el reflejo teológico de una extremada ideo-
clérigo; el clérigo es elegidol logización de la propia debilidad y de los límites del «yo», la posición
De aquí que en casi todas las homilías que se pronuncian con mo- más antitética con respecto a una psicología de la «realización perso-
tivo de la ordenación de un sacerdote o de la consagración de una nal» y del «deseo de autoafirmación».
religiosa no se pueda menos de hacer referencia a aquellas palabras
con las que Jesús se despidió de sus discípulos durante la última cena:
«No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros» (Jn I. FIJACIONES IDEOLÓGICAS
15,16), o las de la magnífica alegoría sobre la vid y los sarmientos: Y RESISTENCIA AL TRATO CON EL OTRO
«Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5)4. La comprensión teológica Siempre que una determinada concepción del mundo o una construc-
que el clérigo tiene de sí mismo se funda indispensablemente en la ción subjetiva de la realidad circundante se enreda en una oscura ma-
interpretación de esas palabras como la clave de su nueva existencia raña de contradicciones lógicas que, a pesar de todo, se defienden con
ministerial: ser clérigo no es «algo» que sucede en su vida, sino lo la mayor obstinación como verdades irrefutables, se puede sospechar,
verdaderamente decisivo de su entera personalidad; y este nuevo ser, desde el punto de vista psicoanalítico, que tiene que haber unas co-
tan decisivo, no lo debe el sujeto a sus propias capacidades, sino única rrientes psíquicas tremendamente poderosas que, por su propia fuer-
y exclusivamente a una actuación de la gracia de Dios. za de gravedad, producen una curvatura del campo de los fenómenos
Pensar, por consiguiente, que es la propia persona la que elige la mentales que transforma las líneas rectas en círculos viciosos.
función de clérigo, desempeñándola y adaptándola a su gusto, no es Una de esas contradicciones es la paradoja de la doctrina católica
más que pura altanería, redomada soberbia y rebelión intolerable. To- de la gracia en relación a ese fenómeno que se denomina teológicamente
do lo contrario: el propio ser de un clérigo, lo que le determina en el «gracia de estado». La cuestión ya se planteó anteriormente en nues-
tiempo y para toda la eternidad, es la circunstancia de que Dios actúa tras reflexiones sobre la idea de «elección», pero se nos vuelve a pre-
en él y le lleva por sus caminos. Él, por sí mismo, no es nada. Ésa es la sentar ahora como un problema específico de la existencia individual.
idea fundamental que habrá de configurar toda su existencia; lo único Es un hecho que, después de dos mil años de historia de la Iglesia,
que le condiciona y le distingue es su función como clérigo. Si se des- no hay ni un solo aspecto relevante de la psicología de los clérigos que
pojara de su cogulla de monje, de su sotana de sacerdote o del hábito no haya sido formulado y hasta definido dogmáticamente por genera-
de religiosa, quedaría literalmente desnudo: avergonzado, deplorable, ciones y generaciones de teólogos. Por eso, cualquier proposición deri-
y obscenamente ridículo a los ojos de los demás. La gracia de estado vada del método psicoanalítico no podrá menos de encerrar algún as-
que se le concede le exige y le impone un desprendimiento total de su pecto de crítica ideológica; y eso nos obligará a llamar continuamente
existencia y de su amor propio, en aras de una entrega absoluta a los la atención, punto por punto y problema por problema, sobre las fisuras
valores objetivos del ministerio. Comprenderse a sí mismo por su fun- y las incongruencias de la argumentación teológica, para desmontar
ción, recordar en todo momento la inigualable dignidad de su oficio, ciertas contradicciones de la propia vida individual. Prácticamente, es
despojarse de su propio ser personal para revestirse de la objetividad como una psicoterapia, en la que no basta con analizar únicamente el
que implica ser clérigo, todo eso es el auténtico don de Dios y la tarea nivel del «ello», es decir, las etapas del desarrollo pulsional de un de-
verdaderamente importante de la existencia clerical. Sólo el que se terminado individuo, sino que para obtener resultados satisfactorios
94 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 95

es tan importante, o más, reforzar el nivel del «yo», de modo que se hay ningún caso en el que el sujeto no se vea a sí mismo violentamente
llegue a reconocer conscientemente todo el mundo de formas raciona- enfrentado —y a veces, durante muchos años— a toda forma de exis-
lizadas que adquieren tanto la represión de las pulsiones como la mis- tencia personal, mientras que, por otra parte, trata de justificar esa
ma limitación del «yo», y se puedan sustituir por un pensamiento y un actitud con apariencias de racionalidad. Cuanto más avanza la terapia,
juicio mucho más acorde con la realidad objetiva. Por consiguiente, el mayor es la evidencia de la estructura y del poderoso influjo que ejerce
psicoanálisis no puede renunciar a meterse de lleno en la mentalidad una determinada forma de autorrepresión y negación del propio «yo»,
filosófica, o incluso religiosa, del paciente para resolver eventuales con- corroborada por una ideología y una moral. En cuanto asoma cual-
tradicciones. Sólo en casos muy raros habrá que revisar de un modo quier resquicio de una posible huida de la propia esclavitud, para al-
exhaustivo la concepción global de un sujeto; la mayoría de las veces canzar aunque sea un mínimo de satisfacción personal o un regustillo
bastará —aunque, por otra parte, es indispensable— resolver las con- de placer, surgen las típicas objeciones: «¡No puede ser! Sería demasia-
tradicciones de su propio mundo de ideas y establecer una coherencia do simple»; «¿Qué tiene que ver eso con mi propia vida?»; «No sería
lógica. Eso es precisamente lo que tenemos que hacer ahora, al abor- justo pensar en la propia satisfacción, cuando en el mundo hay tanta
dar las contradicciones de la doctrina católica sobre la gracia, en rela- gente que sufre y hasta se muere de hambre»; «Jesús le dijo a santa
ción con la llamada gracia de estado. Angela de Foligno: "Yo no te he amado para que te rías"»7. O, quizá,
Resulta francamente contradictorio que la teología dogmática de como expresión más intensa de sentimientos reales: «Me preocupa
la Iglesia católica emplee la noción genérica de «gracia», y especial- tremendamente mi manía por derrochar»; «Me repugna mi propio ser»;
mente la llamada «gracia de estado», en un sentido que no sólo le priva «Si todos los demás (los miembros de la orden, los sacerdotes) pueden
de su auténtica significación, sino que incluso la deforma, hasta el vivir así, ¿por qué yo no?».
punto de convertirla prácticamente en una antítesis de sí misma5. En Profundizando un poco más en esta línea, se puede ver que, detrás
concreto, la contradicción resulta particularmente evidente en ciertas de todas esas excusas, lo que suele manifiestarse es la imagen de un
«situaciones límite» de la existencia clerical, es decir, cuando un con- Dios extremadamente cruel, en chirriante contraste con la proclama-
flicto objetivo se manifiesta subjetivamente de una forma violenta. Es, ción verbal de un Dios lleno de amor y de perdón. Para buscar una
por ejemplo, el caso de un clérigo que, durante una sesión terapéutica, legitimación de ese contraste habrá que recurrir a la teología del sacri-
reflexiona sobre la alternativa de continuar en el ejercicio del ministe- ficio que ya aparece en el mismo Nuevo Testamento 8 . La ambivalencia
rio o solicitar la «secularización». Si la vocación a ser clérigo, tal como psicológica de un amor divino que reclama una contribución cruenta
lo entiende la teología dogmática, se define en términos de «gracia», el no es sólo una formulación tradicional de innumerables textos neo-
sentido que «normalmente» se da a ese concepto debería ofrecer a todo testamentarios, sino que ha llegado a constituir uno de los pilares más
sacerdote o a toda religiosa bastante campo libre para una búsqueda sólidos del ideal de vida cristiana. A ejemplo de Cristo, que experi-
terapéutica de su propio camino hacia la plena satisfacción personal. mentó en su propia carne el más atroz de los sufrimientos, el cristiano
Hace ya setecientos cincuenta años, santo Tomás de Aquino de- deberá aceptar el dolor y, superando todos sus miedos, acompañar a
fendió una idea que ha llegado a ser doctrina clásica en el catolicismo: su Maestro por ese mismo camino, para entrar con él en el misterio de
la gracia supone la naturaleza, es más, la exalta y la lleva a su pleni- la Pascua. Seguir a Cristo es sufrir con él y como él9; es lo que dice el
tud6. Pues bien, si esa doctrina conserva aún su validez, cabría esperar Evangelio (cf. Me 8,31; 9,31; 10,33). Pues bien, si esto es así, ¿cómo
que el sacerdote o la religiosa que va a consulta por problemas de uno, que en su ministerio y por elección especial ha quedado marcado
ministerio o de identidad personal se sintiera llevado por esa gracia ante la humanidad entera para participar en el sumo sacerdocio de
como por el poderoso brazo de Dios, es decir, con una sensación de Cristo, podría imaginarse una filosofía de la vida como el «hedonismo
plena confianza en que su propio «yo» está absolutamente justificado, primario» propuesto por el psicoanálisis10, que considera la suprema
y con la seguridad de que el plan de Dios consiste, ante todo, en procu- obligación del hombre llegar a ser feliz y satisfacer sus ansias de pla-
rarle su satisfacción personal y la omnímoda independencia de su vida. cer? No cabe duda de que la teología sacrificial del rito de la misa11 ha
Sin embargo, la práctica terapéutica demuestra todo lo contrario: no dejado profundas huellas de esa mentalidad en la experiencia psíquica
96 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 97

de generaciones y generaciones de sacerdotes, con esa monótona ruti- El dios de la luz y de la vida sólo puede vivir por el sacrificio vo-
na con la que el asno ciego da incansablemente vueltas y más vueltas luntario de una víctima humana. Y ése es su derecho, porque, según la
alrededor del pozo. Preguntado un alto cargo de la Iglesia si no sería creencia azteca, el sol nació cuando el pobre y humilde dios Nanauatzin,
más práctico que, en las misas que se celebran en pequeños grupos en corroído por la sífilis, se ofreció en sacrificio por la salvación del mun-
una cripta, se diera la comunión primero a los fieles, para que al final do, arrojándose libremente a la llama voraz del horno de los dioses19.
ni faltasen ni sobrasen demasiadas hostias, respondió automáticamente: A ese ejemplo heroico de autoinmolación divina por amor, cuyo testi-
«¡De ningún modo! El sacerdote tiene la obligación de ser el primero monio perdura en el sol de cada mañana, los aztecas oponen el com-
en participar en el sacrificio de Cristo, al frente de su comunidad». Sin portamiento vil y deleznable del dios Tucuciztecatl, que, a pesar de
duda, por ser fiel al principio: ¡Vida sacerdotal, vida sacrificial!12. haber prometido ante los dioses arrojarse al horno incandescente para
Y lo mismo vale para las religiosas. Una esposa de Cristo, ¿no debe que el mundo gozara de la luz, sólo se atrevió a hacerlo en segundo
tener como modelo a la Virgen, cuyo nombre recibe en la ceremonia de lugar, es decir, después de Nanauatzin, por lo que se transformó en la
su consagración? Y ¿no fue la Virgen la mater dolorosa, cuyo corazón luna. Pero para que el sol y la luna no se queden fijos en el cielo, sino
fue traspasado por siete espadas13, la que se mantuvo firme al pie de la que corra el tiempo y se muevan y se desarrollen las cosas, los mismos
cruz mientras todos los demás huían, la que unió su sufrimiento al de dioses tienen que seguir sacrificándose.
su Hijo, siendo así corredemptrix, la corredentora de una humanidad Todo lo que posee un hálito de vida, lo que alcanza su madurez
caída14 cuyos primeros padres habían pecado de concupiscencia y de plena y su sazón supone la muerte de lo viejo, para que surja la nove-
soberbia por querer ser como Dios15? Una joven, o una mujer, que toma dad20. El movimiento de los cielos sólo llega a su plenitud en el ininte-
el velo se reviste necesariamente del dolor de nuestra madre celestial, rrumpido sacrificio de las potencias divinas. Desde esta perspectiva, la
de la inmaculada y siempre virgen María16. Ninguna búsqueda de sa- misma existencia es un intercambio perpetuo, en cuanto que los dioses
tisfacciones terrenas, de una «realización personal», de una comodidad se ofrecen en sacrificio por el mundo y por la humanidad, e, inver-
que huye del sacrificio es compatible con esa imagen de María. El que samente, los hombres consagran a los dioses su propia existencia y la
asume la función de clérigo renuncia, por la salvación del mundo, a realidad mundana en el sacrificio de su muerte. Sólo el sacrificio man-
cualquier derecho personal sobre su existencia; está, literalmente, tiene y mueve el mundo. Ahí radica el misterio más insondable de la
«muerto con Cristo a lo elemental del mundo», como dice el apóstol divinidad. De la sangre del sacrificio divino fluye una corriente de vida
Pablo (Col 2,20) 17 ; esencialmente es mediador de la gracia y, en cuan- para todo lo que alienta.
to tal, no puede oponerse a la actuación salvífica del Espíritu de Dios.
Cuando yo me ordené de sacerdote, hace poco más de veinte años,
De una de las paredes de mi despacho cuelga una reproducción del no sabía (aún) hasta qué punto la imagen de Dios que tiene el clérigo,
calendario azteca procedente de la antigua Tenochtitlán 18 . Entre los si se la considera con suficiente atención, se parece más al dios de los
elementos de una complicada mecánica celeste que se engrana en tor- aztecas, el sanguinario y benéfico Tonatiuh, que al «Padre de nuestro
no al círculo del tiempo, en el mismo centro del ciclo que describen las Señor Jesucristo»21. Es un verdadero «retorno de la represión», en el
cuatro edades del mundo, aparece la imagen de Tonatiuh, el dios del sentido en que se emplea este término en filosofía de la religión y en
sol, como figura del corazón palpitante del universo. Su rostro es co- psicoanálisis22.
mo el de un águila en cuyas garras están prendidos los corazones
La paradoja podría formularse así: por exigencias de su función, y
sanguinolentos de las víctimas que cada mañana se le ofrecen como
según la idea de sí mismo que le ofrece la teología, el clérigo tiene que
sacrificio en su pirámide sagrada; así es como el sol, desfallecido y
proclamar y dar testimonio de una redención que no sólo apenas le
entumecido por el relente de la noche, puede reponer fuerzas y em-
afecta personalmente, sino que incluso —escondida entre el tupido
prender su nueva andadura. Hambriento de carne humana y sediento
follaje de altisonantes fórmulas teológicas— no debe afectarle real-
de sangre, el dios Tonatiuh saca una enorme lengua de piedra, símbolo
mente, para que se mantenga en esa tensión entre sacrificio y renuncia
del cuchillo sagrado con el que los sacerdotes abren el pecho de las
que es de donde se supone que brota la obra redentora de Cristo. La
víctimas y les arrancan el corazón.
contradicción, más teológica que psicológica, radica evidentemente en
98 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 99

la doble vara de medir que se aplica a nociones como redención y inexorable, en la que Jesús cuenta cómo un alto funcionario real, debi-
gracia. En un primer sentido, de carácter más bien genérico, se entien- do a una gestión desastrosa, había defraudado millones al erario públi-
de por «gracia» esa fuerza que libera al hombre de las constricciones de co. El hombre está dispuesto a «sacrificar» todo lo que posee: venderá
la culpa y le lleva a sentir una felicidad teñida de gratitud por la exis- a su mujer, venderá a sus hijos, se venderá incluso a sí mismo; pero eso
tencia; «gracia», en este sentido, es el fruto de la «redención», su resul- no podrá compensar ni una pequeña parte de los intereses de su deuda.
tado hasta cierto punto deseable. Por el contrario, en un segundo sen- Si ese hombre sigue con vida, será únicamente porque el rey, movido
tido, mucho más concreto y específicamente relacionado con la función, de compasión y de una generosidad sin límites, le perdona toda la
la «gracia», en toda su amplitud, se define por la condición del sacrifi- deuda. Eso es lo que dice Jesús (Mt 18,23-35) 28 . Jesús esperaba que
cio, ya que el clérigo, en cuanto figura oficial —dada su función— del este Dios tan magnánimo y compasivo llegara a ser también nuestro
seguimiento de Cristo (personam Christi gerens, o sea, representante Padre, con tal de que nos fiásemos absolutamente de él para ponernos
de la persona de Cristo, como se dice en teología dogmática con refe- incondicionalmente en sus manos29. No más diluvios arrasadores, no
rencia al sacrificio de la misa23), está esencialmente vinculado al sacri- más amenazas de sentencia condenatoria 30 , sino sólo perdón y benevo-
ficio de Cristo, de modo que su entera personalidad está abocada a lencia, búsqueda afanosa de la oveja perdida y cariño desbordante para
desarrollarse exclusivamente en un ámbito de mediación, o sea, a ser devolverla al redil con las noventa y nueve (Mt 18,12.14; Le 15,l-7) 31 :
puro mediador. Por eso, la «redención» —cualquiera que sea su signi- ésas eran las intenciones y la correspondiente acción de Jesús de Nazaret.
ficado—, en vez de ser «eficaz» para el propio clérigo, debe y tiene que
El Dios de Jesucristo no sabe nada sobre el problema de los teólo-
desarrollar su «eficacia» en los demás, precisamente por acción del
gos que se afanan inútilmente por resolver la infinita contradicción
intermediario. Se trata de una contradicción que incluso la fórmula de
entre su amor y su justicia. El Dios de Jesucristo desearía que los heral-
Nietzsche: «Más redimidos tendrían que parecerme»24 no logra expre-
dos de su palabra llegaran un día a comprender hasta qué punto sus
sar más que aproximativamente. En realidad, sólo toca las «aparien-
teorías sobre la «bondad» de Dios no hacen más que proyectar hacia el
cias», el fenotipo, y no va a la misma raíz, al genotipo, de un sufri-
infinito sus propias contradicciones, ya que plantean como problema
miento masoquista y de una desesperada voluntad de sacrificio como
del Dios inaccesible lo que, de hecho, no es más que su propia dificul-
la del clérigo.
tad interna, una aporía que, en resumidas cuentas, sólo concierne al
¿A quién puede «aprovechar» ese sacrificio personal del clérigo, su ser humano. Por eso, la formulación del problema debería ser la si-
participación místico-existencial y funcionalmente burocrática en el guiente: ¿cómo podemos nosotros mismos compaginar en armonía los
misterio de la Pascua, en el sacrificio redentor de Cristo, en la entrega términos antitéticos de esa eterna contradicción entre amor y justicia,
absoluta de su holocausto personal para gloria del «Padre»25? ¿Qué entre gracia y ley, entre perdón y condena32?
clase de «Padre» es ése que, según la interpretación teológica, nos ama No debería haber sacerdote ni religiosa que no tuviera la convic-
con un amor infinito y nos perdona con misericordia infinita, pero ción más profunda de la verdad que encierran esas palabras de Jesús
que, al mismo tiempo, es tan infinitamente justo que, ante el pecado sobre la disponibilidad de Dios para el perdón. Más aún, debería estar
del hombre, que le causa una ofensa de dimensiones infinitas, necesita íntimamente persuadido —o persuadida— de que en ellas late la au-
una víctima de valor infinito, su propio Hijo, para armonizar en su téntica raíz de esa infinita nostalgia que es capaz de conmover hasta las
designio salvífico, por caminos tan aventurados, la íntima contradic- lágrimas, apenas se pulsa una cuerda tan sensible de la proclamación
ción entre misericordia y castigo a la que el pecado del hombre le ha de Jesús. Pues bien, ¿cómo se explica, entonces, que la mayoría de los
llevado a él, sabiduría infinita y suma inteligencia26? clérigos puedan vivir absolutamente impregnados de una concepción
Cuando Jesús habla de su Padre, nos lo presenta como un rey que tan cruel y estremecedora como esa teología del sacrificio?
condona toda la deuda de sus siervos sin exigir ninguna contrapartida, Sería totalmente falso compartir la opinión de que muchos cléri-
sino simplemente porque esos pobres desgraciados no están en condi- gos, cuando se someten a tratamiento psicoterápico, emplean gran parte
ciones de detraer ni un céntimo de sus medios de subsistencia27. No de su tiempo tratando de sugerir con la mayor seriedad que sólo por la
hay más que recordar, por ejemplo, la conocida parábola de El deudor teología eclesiástica del sacrificio se convierten en «víctimas» de la re-
100 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 101

dención. Ninguna teoría —incluso de naturaleza teológica— que se falsos valores, de las palabras huecas y delirantes. ¡Ay, quién pudie-
adquiere a la edad de veinte o veinticinco años, es decir, durante el ra librarlos de su redentor!
período de los estudios, tendría fuerza suficiente para determinar el Creían haber desembarcado en una isla, mientras el mar rugía a
rumbo de toda una vida, si no sintetizara de una forma simbólica o su alrededor, pero la isla... era un monstruo dormido. Falsos valo-
expresara de una manera racional los profundos miedos, las íntimas res, palabras ilusorias: los peores monstruos que acechan a los mor-
aspiraciones y las necesidades más perentorias que tienen su raíz en las tales. En su profundo sueño, la fatalidad está a la espera; hasta que
experiencias de la primera infancia. En vez de afirmar que los clérigos un día se despierta, se enrosca en las míseras cabanas que se constru-
son las primeras víctimas de su propia teología sacrificial, hay que yeron en sus lomos, y devora a sus moradores incautos. ¡Mirad, mirad
decir, desde un punto de vista psicoanalítico, más bien lo contrario, o esas cabanas construidas por los sacerdotes! No son más que cuevas
perfumadas, pero ellos las llaman... «Iglesias». ¡Reflejos ilusorios, aire
sea, que el candidato a clérigo de la Iglesia católica tiene que haber
viciado! Donde el espíritu es incapaz de remontarse a las alturas...;
sido «sacrificado», ya durante su infancia y en multitud de aspectos de donde, por el contrario, resuena la implacable voz de la fe con sus
su desarrollo personal, para poder llegar más tarde a una identifica- órdenes tajantes: «¡De rodillas, malditos! ¡A subir de rodillas los
ción con la correspondiente doctrina teológica. De hecho, el cúmulo escalones!». Prefiero ver a un desvergonzado, antes que esos ojos que
de resistencias que surgen durante la terapia psicoanalítica de los cléri- se salen de sus órbitas por la vergüenza y la devoción.
gos muestra con claridad meridiana lo poderosa que es su necesidad de ¿Quién construyó esas cuevas, esa escalera de tortura? ¿No fue-
aferrarse con todas las fuerzas posibles a la ideología y a la mística del ron los que querían pasar de incógnito, los que se llenaban de ver-
sacrificio. El que trate de sacudir esos cimientos hará tambalearse el güenza ante un cielo azul, limpio e inmaculado?... Y llamaban «Dios»
tan trabajosamente apuntalado «yo» del clérigo, arruinará sus senti- a lo que les llevaba la contraria y les hacía daño... Pero, a pesar de
mientos de propia estima, que requieren una aniquilación ficticia y un todo, había mucho de heroico en su devoción. ¡No sabían amar a
anonadamiento esclarecedor para tener acceso al ámbito de la existen- Dios, si no era crucificando a sus semejantes! Vivían como cadáve-
res, hasta vestían de negro su cadáver; en sus mismas palabras se
cia, y pondrá en peligro su misma identidad, al borrar esa diferencia
puede oler aún el hedor a muerto... Sus propios redentores no venían
específica que le separa de todo el resto, por ser tanto relativa como de la libertad del cíelo empíreo; jamás habían pisado las alfombras
esencialmente distinto de los que le rodean. En el fondo y en los del conocimiento...
condicionamientos de la teología del sacrificio late un desmesurado [-]
deseo de aniquilación personal, una dictadura del miedo, un auténtico Dejaron huellas de sangre en su camino, y su insensatez les
«vampirismo», que necesariamente tiene que haberse manifestado ya enseñó que la verdad sólo se puede probar con sangre. Pero la
en la infancia y en la juventud del clérigo o de la religiosa, sin que sangre es el peor testigo de la verdad. La sangre contamina incluso
realmente podamos comprender sus verdaderas causas. el aire más limpio, y no genera más que delirio y odio en el corazón.
Esta ansia de sacrificio y de aniquilamiento es lo más importante Y aunque uno se arroje al fuego por defender esa doctrina, ¿qué
puede probar eso? La verdad es, sin duda, que su doctrina brota de
para el análisis. En última instancia, eso es lo que falsea de un modo
su propio brasero34.
verdaderamente incomprensible la idea neotestamentaria de «reden-
ción»33, ya que, al aplicar ciertos esquemas arquetípicos de época ar-
Hay que reconocer, efectivamente, que a Nietzsche no le falta ra-
caica, como las representaciones rituales del sacrificio, priva al mensa-
zón. Un clérigo es lo que, en realidad, no debe ser: un ascua tomada de
je de Jesús de todo su significado. Todavía hoy, al cabo de cien años de
su propio fuego, una antorcha encendida en su propia llama. Todo lo
la muerte de Friedrich Nietzsche, podemos comprobar con indigna-
que debe ser es una vida, una existencia prestada, una función pura-
ción y con un deje de amargura que estaba en lo cierto al poner en
mente gratuita. Pero el caso es que si él no vive por sí mismo, desprestigia
boca de su Zaratustra estas palabras sobre los sacerdotes:
a aquel que resucita a los muertos invocando el nombre de Dios, y no
Yo sufro y he sufrido con ellos. Los veo como una interminable cuer- puede servir a ese Cristo que se definió como la verdad y la vida35.
da de presos, marcados para el sacrificio. Y es que ése, al que ellos «Naturalmente», replicará en seguida la dialéctica clerical, «Cristo
llaman su redentor, les ha cargado de cadenas: las cadenas de los es la verdad, pero lo que eso quiere decir es que nosotros, los hombres,
102 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 103

somos pura mentira; Cristo es la vida, pero lo que eso quiere decir es sino, más bien, de un sentimiento de unidad interna, de una oleada que,
que nosotros, los hombres, estamos muertos, o sea, que tenemos que con el flujo impetuoso de la marea, baña la totalidad del ser, hasta que
matar la vida engañosa, tenemos que "sacrificarla", muriendo siste- el consiguiente reflujo la lleva de nuevo a disolverse en la inmensidad
máticamente y aprendiendo siempre a "morir"» 36 . Esta clase de argu- del mar. Todo es pura simbología, imagen armónica y sosegada de un
mentación ha llegado a calar tan hondo en la mentalidad clerical y ha organismo vivo. Y otro tanto puede decirse de la palabra de Jesús sobre
conseguido estructurarse con una solidez tan compacta que, en la ma- la elección (Jn 15,16). El que ama de veras no creerá jamás que ha sido
yoría de los tratamientos de clérigos, un terapeuta no teólogo profe- él quien ha elegido; al contrario, sabe muy bien que, en las cuestiones
sional chocará inevitablemente contra ese muro de resistencia ideoló- del amor, no hay elección que valga, y que mientras sea díscolo y exi-
gica. Se puede incluso decir que resulta más fácil tratar cualquier gente, no será un verdadero amante. En vez de eso, se sentirá tremen-
neurosis de un ciudadano «corriente» que la de estos representantes —y damente afortunado y, en este sentido, hasta «indigno» de una felici-
a veces, hasta fanáticos defensores— de una vida tan «distorsionada». dad tan «inmerecida», al ser objeto del amor precisamente de aquél cuyo
El principio de fe, al que tiene que someterse incluso la doctrina de afecto deseaba con mayor anhelo 39 . Si las palabras de Jesús, u otras
Cristo, es el siguiente: «Tú no eres nada». semejantes, se sacan de su verdadero contexto, que es el lenguaje del
Frases como la de Jesús en la última cena: «Sin mí no podéis hacer amor, y se revisten de los austeros tecnicismos típicos de los especialis-
nada» (Jn 15,5) tienen que actuar como un veneno sobre unos hom- tas en teología dogmática o en exégesis, tendrán unos efectos de lo más
bres tan totalmente convencidos de su insignificancia. No deben «pen- degradante y devastador; serán como un auténtico potro de tortura
sar en sí mismos», sino sólo en Cristo; no deben «centrarse en sí mis- mística, que, entre infinitos e indecibles tormentos, arranca inexorable-
mos», porque su único centro es Cristo. Ahora bien, ¿no es verdad que mente de sus víctimas ese grito siempre monótono y lacerante de la an-
la quintaesencia del psicoanálisis es un continuo y exclusivo girar so- gustia más aterradora: «¡No soy nada! ¡No soy absolutamente nada!».
bre sí mismo37, una contemplación narcisista del propio ombligo, una Un clérigo, que se ve tan constreñido a vivir en beneficio de otros
estrategia para evitar el sufrimiento? lo que él mismo no puede ni debe vivir en beneficio propio, es natural
Según el nivel de reflexión, se podría aumentar hasta el infinito la que esté inevitablemente abocado a caer en una doble vida. Domingo
panoplia autodestructiva del clérigo. Por ejemplo, no hace mucho que, tras domingo perdona a otros —suponiendo que el sacramento de la
en el curso de un seminario, un ilustre representante de la «teología penitencia todavía esté «en vigor»— unos «pecados» que él no puede
política» decía sin el menor reparo que el psicoanálisis se arrogaba el perdonarse a sí mismo40; absuelve a los demás de unas culpas que él
derecho de decidir quién podía arrostrar un determinado conflicto, mismo no tiene más remedio que reprocharse continuamente; por exi-
que el cristianismo no era un método para eludir el sufrimiento, y que gencias de su función, ha de infundir en los demás un aliento que les
Jesús de Nazaret no fue precisamente un médico; y añadía que la inter- proporcione esas pequeñas dosis de felicidad que él mismo ni siquiera
pretación actual de los «consejos evangélicos» debería enfocarse como puede soñar para su propia vida41. Todas esas rupturas y contradiccio-
la respuesta a las necesidades del Tercer Mundo. Es el terror psíquico nes, que desequilibran el ritmo normal de su existencia, no le produ-
de siempre, disfrazado de modernidad, o sea, con sentimientos de cul- cen ningún desasosiego; al contrario, en ellas se demuestra su diferen-
pa mucho más amplios y con parámetros de responsabilidad más nu- cia específica, o sea, una doble moral, cuyo larvado orgullo apenas se
merosos que, aunque objetivamente justificados, degeneran subjeti- puede detectar bajo la densa capa de tal autorrepresión y envilecimiento
vamente en instrumentos de represión psíquica concebida como un personal42. La tentación es de decirle: «Amigo, ¿no ves que no eres tan
deber, y que se ejerce sobre los fenómenos internos del individuo38. importante como para envilecerte de esa manera?». Pero no cabe duda
En un ambiente psicológico tan enrarecido resulta prácticamente de que semejante observación, aunque no deje de tener sus efectos en
inútil recordar que una frase como la de Jesús en su alegoría sobre la la práctica terapéutica, rebotará infructuosamente contra el carácter
vid y los sarmientos (Jn 15,5) sólo se puede interpretar como lenguaje blindado4* de la psicología propia del clérigo.
del amor. De lo que se trata no es precisamente de una devaluación de La única brecha que se puede abrir en los muros de esa prisión de
la persona humana a expensas de una presunta exaltación de lo divino, doble planta, para escapar del cúmulo de represiones tan profunda-
104 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 105

mente racionalizadas, es una especie de pasadizo secreto y tortuoso, a ser humano es ser completamente feliz y que, por tanto, espera que la
saber, el descubrimiento de que no es posible querer hacer felices a los teología cristiana le ofrezca una teoría de la redención que no se base
demás, mientras no se reivindique personalmente el derecho a ser feliz exclusivamente en contraponer la figura de un Dios de la redención a
en la propia vida44. la del Dios de la creación, una «herejía» que ya en los primeros siglos
Sí, sí; ya veo venir la réplica: «¿Y tú dices eso? Bien sabes tú que de la Iglesia fue acérrimamente defendida por Marción, uno de los
felicidad no equivale a redención. La felicidad es una determinación más célebres polemistas contra el cristianismo naciente52. Desde este
estética, una magnitud puramente terrena, una vivencia exclusivamen- punto de vista, los mecanismos de una terapia bien dosificada termina-
te humana45. Pero aquí se trata del misterio divino de la salvación, de rán por acorralar a cualquier teólogo en las contradicciones de su pro-
la redención del mysterium iniquitatis, que se opera mediante la san- pia teología, aunque, en última instancia, el balance de sus mezquinos
gre que Cristo derramó en la cruz para salvar a la humanidad»46. sentimientos no experimente ningún cambio espectacular. El juego de
Pues bien, si el «pecado» es, en realidad, algo más que un concepto factores internos sólo produce una auténtica transformación de la vida
meramente formal; si, sobre todo, no se puede identificar con catego- de un clérigo en casos muy contados y, por lo general, de naturaleza
rías moralizantes, como sería la transgresión de un mandato 47 ; y si, en dramática. Lo normal es que se produzca por un choque con el exte-
otras palabras, significa lo que verdaderamente debe significar, es de- rior, es decir, por ciertas experiencias que, a partir de ejemplos reales,
cir, la alienación total de la existencia humana con respecto a la reali- no sólo le abran los ojos sobre sus contradicciones internas, sino que
dad de Dios, la ruptura radical con la dimensión de la gracia, la incluso lleguen a presentárselas como inexcusables.
desintegración de la constitutiva unidad con los orígenes, la deforma- Desde el día siguiente a su «cantamisa», el sacerdote habrá de en-
ción más absoluta de la realidad humana al convertir el «bien» en frentarse con la pregunta por lo verdaderamente decisivo para su exis-
«mal»48; si esto es así, ¿no habría que calificar la situación real de tencia funcional: las normas, las directrices, la doctrina que él, en nom-
pecado como una auténtica «desesperación», en el sentido que bre de la Iglesia y en virtud de su ministerio, debe transmitir como
Kierkegaard da a este término49? Y en ese caso, ¿qué es «redención», verdad de Dios revelada en Cristo y «proclamar» para la salvación del
sino un retorno del individuo, un cambio de rumbo en la singladura de mundo, o las necesidades del hombre que, en su catálogo de respuestas
una existencia acongojada que, por medios decididamente catastrófi- hechas, por no decir superficiales, no tienen prácticamente la más mí-
cos, pretende ser lo que en realidad no es, y no ser lo que nima cabida.
constitutivamente es50? En última instancia, todo se reduce a la defini- Hace ya algún tiempo, un alto dignatario eclesiástico me comen-
ción de la felicidad humana; es decir, sólo dependiendo de cómo se la taba: «Nosotros, los obispos, tenemos que dar respuestas, no cabe duda;
sitúe, en un plano de exaltación o a nivel más rastrero, será posible pero tienen que ser muy concisas». Se refería indudablemente al he-
revisar las elucubraciones teológicas que interpretan la muerte sacrificial cho de que mis consideraciones psicoanalíticas sobre el estado actual
de Cristo como una entrega capaz de realizar la salvación en cualquie- de la Iglesia no podrían ser demasiado «prácticas», por la sencilla ra-
ra de sus posibles efectos, menos en uno: hacer al ser humano verdade- zón de que, al parecer, resultaban excesivamente complejas y, sobre
ramente «feliz». todo, infinitamente largas. Pero ahí está precisamente el problema:
Sin embargo, todavía hoy hay mucha gente convencida de que hay ¿cuántos clérigos no se han pasado en blanco noches enteras, ator-
que rechazar rotundamente las teorías de Epicuro —uno de los filóso- mentados pnr cuestiones a las que hubieran querido dar una respuesta
fos más calumniados, porque el cristianismo nunca llegó a entender su bien concisa?, ¿cuándo no han sufrido por encontrarse en una situa-
verdadera doctrina51— y que habrá que considerarle como el represen- ción dramática que, como cualquier dolor humano, no se puede solu-
tante más puro de la filosofía hedonista en tiempos de la Ilustración cionar por las meras atribuciones de una función ni por los principios
griega y como uno de los precursores del psicoanálisis moderno. El genéricos de la Iglesia o de la sociedad, sino por el más absoluto res-
que así piense, y mucho más si es un clérigo —sea párroco en pleno peto a cada individualidad intransferible y a la exclusiva singularidad
ejercicio de su ministerio pastoral, o religiosa a la cabecera de un en- de cada situación concreta53?
fermo—, no podrá prescindir del hecho de que lo único que anhela el Ya a los pocos días de haber entrado «en funciones», el clérigo se
106 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 107

encontrará —consciente o inconscientemente— ante un cambio de las estructuras en las que se organiza un pensamiento que no se atreve
agujas que habrá de ser determinante para su futuro: ¿por dónde deci- a dar el salto a una reconversión doctrinal e incluso, si fuera necesario,
dirse: por el cuidado de las noventa y nueve ovejas que están seguras a una contradicción interna, sino que se mantiene firme en las catego-
en el redil y que (supuestamente) no necesitan «conversión», o por la rías trilladas de lo funcional.
búsqueda de la extraviada, que habría que dar definitivamente por Pues bien, ¿qué significa pensar funcionalmente, o sea, en virtud
perdida, si él no se afanara por «encontrarla» y «llevarla sobre sus de la función? ¿Un perfecto contrasentido, como un cuchillo de palo?
hombros» al aprisco, como dice Jesús (Mt 18,12-14; Le 15,l-7) 54 ? En ¡Sí, algo así! Una flagrante contradicción que, sin embargo, puede ser
el primer caso, el clérigo se vinculará con lazos cada vez más sólidos a epidémica y contagiarse como un virus; y precisamente por la misma
las demandas de su función y a las exigencias de su «super-yo», de razón por la que se contagian los microorganismos, esas sustancias que
modo que, o no mantendrá ningún contacto con los que están fuera carecen de protoplasma propio y que, por consiguiente, para tener
del «redil», o sus previsibles contactos serán unas veces ficticios y otras vida, necesitan multiplicarse hasta el infinito para encontrar en otras
decididamente deletéreos. En cambio, en el segundo caso, se verá en- células lo que a ellas mismas les falta, o sea, la existencia.
vuelto en una infinidad de problemas y de tensiones de orden interno, Pensar por fuerza de la función significa esencialmente partir de
como la autocensura de su propia conciencia, o de carácter externo, ciertos contenidos tradicionales y de determinadas tesis prefijadas por
como el enfrentamiento con sus «superiores» y con sus «hermanos en la autoridad, para aplicarlas sin más a la realidad circundante. El pen-
la función». Pero esa actitud le llevará a estar más cerca de los margi- samiento funcional es, por naturaleza, dependiente de otros factores y
nados y le brindará, por lo menos de vez en cuando, la oportunidad de perfectamente compacto; sólo es flexible y creativo cuando organiza
tratar con gente que ha perdido confianza en sus propias posibilidades, sus propias pruebas o cuando se las ingenia para encontrar casos en los
para abrirles un acceso a sí mismos y, en definitiva, a Dios. En el pri- que sea posible la aplicación de sus principios. Esa forma de pensar,
mer caso, estimulará a los demás para que aprendan con el mayor aun careciendo de ideas verdaderamente originales, puede ofrecer un
interés posible lo que él mismo ha aprendido como doctrina de la Igle- aire de relativa «seguridad», mientras se mantenga en un terreno que
sia; y en el segundo caso, según las circunstancias, se esforzará por no rebase los límites del puro pragmatismo. En toda sociedad plural
olvidar la vieja doctrina, para aprender de la propia gente lo que Jesús tiene que haber diversidad de funciones, con sus respectivos funciona-
quería y lo que la Iglesia debería aprender: saber escuchar en el dolor rios, como medios de asegurar la buena marcha del desarrollo. Pero en
humano y en la necesidad del prójimo la voz de un Dios que no es Dios el ámbito religioso, lo funcional parece encerrar una contradicción inter-
de muertos, sino un Dios de vivos (Me 12,27). na55, ya que aquí no se trata de regular los aspectos externos de la
Según eso, recibirán confirmación o se pondrán en tela de juicio existencia con medios puramente administrativos. Sin embargo, da la
los postulados que ahora, después de haber expuesto tantas racio- impresión de que, en este campo, lo funcional es la forma externa de la
nalizaciones ambiguas, tendremos que establecer como elementos cons- interioridad, de la espiritualidad y de la libertad del hombre. Por otra
titutivos de la alienación clerical. Alienación de la existencia a tres parte, ese modo de pensar, al estar íntimamente vinculado a lo oficial,
niveles: nivel de pensamiento, nivel de vida, nivel de relaciones. a lo funcional, tiene como primer objetivo configurar la vida interior
del hombre; y eso implica un serio peligro de que llegue a degenerar en
un mero instrumento de propaganda al servicio de una verdad ya pre-
II. LA EXISTENCIA ALIENADA supuesta de antemano. Ahora bien, por lo que concierne a los clérigos
de la Iglesia católica, no se puede hablar aquí de peligro, sino de verda-
1. Nivel de pensamiento dera realidad; y eso se deduce claramente de dos constataciones: en
primer lugar, la jerarquización de la vida eclesiástica, y en segundo
Después de haber analizado el funcionamiento de la mentalidad del término, la devaluación de la fe, que degenera en una doctrina pura-
clérigo cuando se pone a la defensiva y adopta una actitud, por decirlo mente abstracta.
así, como de andar por casa, debemos y tenemos que describir ahora
108 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 109

a) Jerarquización de la vida en la Iglesia católica vamente vinculado a la misión que el propio obispo decida confiarle.
Nótese que, en este momento, no se trata de discutir teológicamente
La jerarquización no se puede separar de la ambigüedad psíquica que qué concepción del oficio ministerial es «la más exacta» desde el punto
constituye la forma de existencia del clérigo; más aún, en realidad, es de vista dogmático, o la más conforme al espíritu «posconciliar». Lo
la única forma de expresión social y el único soporte institucional de único que nos interesa aquí es llamar la atención sobre el impacto
esa ambivalencia. psíquico que tiene que suponer para un clérigo en ejercicio el hecho de
Si uno se atreve a hacer una crítica a la Iglesia, la contestación será tener que considerar toda su existencia como un don «de lo alto»,
invariablemente que «Iglesia somos todos» y, por consiguiente, no existe como misión encomendada por Cristo a través de los apóstoles y de
una magnitud como «la» Iglesia. Ese modo de replicar, o ese tipo de sus sucesores, es decir, los obispos de cada diócesis60. Eso supone un
sugerencia, brota generalmente de la mejor intención, y lo único que permanente conflicto entre «magisterio» y «experiencia humana», una
pretende es invitar a todos a colaborar estrechamente en la edificación necesidad —impuesta por la propia función— de solidarizarse, más
de la comunidad eclesial. De hecho, ése es el clima instaurado durante aún, de identificarse con los verdaderos arbitros de las decisiones
el concilio Vaticano II —y que ha seguido vigente desde entonces—, al eclesiásticas, es decir, con los obispos, que son el fundamento de la
cargar el acento sobre la «colaboración de los seglares»56. existencia clerical. Eso no significa que, hoy por hoy, la mayoría de los
Pero ya la misma expresión «colaboradores» pone de manifiesto la sacerdotes piense o actúe precisamente así; pero el caso es que si no lo
idea que se ha desarrollado a lo largo de la historia, a saber, que los hacen, corren el riesgo de que se acentúe aún más su ambivalencia
auténticos «trabajadores» en las faenas de la «recolección» (Jn 4,35- existencial o de que se vean envueltos en un conflicto interior con su
38) 57 son los no seglares, es decir, los clérigos, únicos especialistas en condición de funcionarios. En resumidas cuentas, que el propio «super-
la proclamación del mensaje de Cristo y en su actualización por medio yo», desde dentro, y la censura de las autoridades, desde fuera, les
de los sacramentos. Son ellos los que, junto a los monjes, constituyen llevarán a una situación tan incómoda como tener que «servir a dos
el gremio de los «espirituales», desde los tiempos del gran pontífice señores»61.
Gregorio VII (1073-1085), mientras que los seglares sólo pueden ser Se puede decir sin ninguna vacilación que hoy día la mayor parte
considerados como masa «carnal» o, sencillamente, «mundana»58. Desde de los sacerdotes mantienen con respecto a la mentalidad de sus obis-
el Decretum Gratiani, promulgado en 1142, los clérigos son la clase pos la misma actitud que la que tenían los rusos antes de 1917 con
preferente en la estructura de la Iglesia, con poder y dominio sobre los relación al régimen de Moscú, y que se puede resumir en esta frase:
seglares. Pero hoy día todo el mundo sabe que esa mentalidad no cua- «¡El zar, cuanto más lejos, mejor!»62. Incluso entre los clérigos en ejer-
dra con la estructura democrática de nuestras sociedades modernas. cicio no habrá prácticamente ninguno que espere de la Iglesia oficial
Más aún, en muchos ámbitos de la misma teología católica proliferan más que una sola cosa: que le deje desarrollar su trabajo en paz. Y
ciertos planteamientos que se esfuerzan por redefinir la relación entre mucho menos habrá quien piense que en las encíclicas del papa o en
clérigos y seglares partiendo de un concepto como el de «pueblo de las cartas pastorales de los obispos que de vez en cuando hay que leer
Dios»59. La «función» se interpreta, entonces, como «servicio» a la co- a los fieles durante la misa del domingo se pueden encontrar algunas
munidad; y, en consecuencia, son las necesidades vitales comunitarias directrices u orientaciones de carácter espiritual63. En este aspecto,
las que le sirven de fundamento. Pero, en definitiva, todos esos cona- parece que la vinculación personal de los ministros con las «instancias
tos chocan inexorablemente contra una inveterada mentalidad por la directivas» es francamente escasa. Sin embargo, no hay que olvidar
que el clérigo se identifica absolutamente con su propia función. con cuánta amplitud e intensidad la Iglesia inculca a sus clérigos, ya
El sacerdote de la Iglesia católica, al revés que el párroco de una antes de su «ordenación», todos los elementos de su particular «siste-
comunidad protestante, no es elegido por un consejo presbiteral, sino ma». Aparte de que siempre hay momentos en los que, de repente,
que es ordenado por su propio obispo (o por el abad correspondiente). aparece el «zar»; y es entonces cuando se ve con más claridad hasta
Además, como en su ordenación tiene que jurar obediencia incondi- qué punto los clérigos católicos, prácticamente sin excepción, depen-
cional al obispo (y a sus sucesores en el cargo), queda total y definiti- den de sus mandatarios. De modo que la aparente distancia con reía-
110 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 111

ción a sus superiores no proviene de una autonomía interna o de una to casi todos los confesores a sus respectivos «penitentes», a saber, que
convicción personal, sino, más bien, de una indiferencia nacida de la a la encíclica de Pablo VI Humanae vitae, por la que se prohibía el uso
represión. Para ilustrar este punto, basten dos ejemplos: el caso de de anticonceptivos, no había que concederle una importancia mayor
Stephan Pfürtner, en Suiza, y las deliberaciones y conclusiones del que a la competencia y responsabilidad de los propios esposos66. Pues
Sínodo de Würzburg. bien, hoy en día, eso es lo que se defiende —prácticamente, sin excep-
ción— por los moralistas católicos en todos los países de lengua ale-
Primer caso: Condena pública de Stephan Pfürtner y otros teólogos mana. Sin embargo, Stephan Pfürtner fue condenado. Y tenía que serlo,
porque, en realidad, contradecía abiertamente la doctrina propuesta
Después del concilio Vaticano II no era normal que la Congregación por la más alta autoridad eclesiástica. Un problema exclusivamente
romana de la Doctrina de la Fe se atreviera a perseguir a determinados moral se había convertido en una cuestión política; un problema hu-
teólogos por opiniones presuntamente «no católicas», relevándolos de mano, en una cuestión de poder. Y en esos casos, cualquier autoridad
su cátedra o poniendo toda clase de limitaciones a la difusión oral y actúa según la máxima de Voltaire: «Que quede entre nosotros: Sócrates
escrita de sus ideas teológicas. ¿Cómo era posible que una Iglesia que tiene razón, pero lo que no es razonable es que tenga razón tan públi-
pretendía estar al servicio de la libertad del hombre 64 tuviera tan poca camente».
confianza en la capacidad cognoscitiva y crítica de sus miembros, que Por entonces, la Iglesia, preparada ya hacía tiempo para la elec-
se creyera en la obligación de decidir y reglamentar todos y cada uno ción de 1978, se dio como cabeza a Juan Pablo II, un papa que sabía
de los aspectos de la actividad de sus fieles? Y a la vista de tantos cam- unir una firme fidelidad a los principios más tradicionales con el carisma
bios y de tales transformaciones como ella misma ha experimentado a popular y la habilidad diplomática: suaviter in modo, fortiter in re,
lo largo de sus dos mil años de historia, ¿podría ignorar el cúmulo de mano de hierro en guante de terciopelo, conciliador en el trato e in-
errores y limitaciones de los que adolecen sus propios conocimientos, transigente en la doctrina, unitivo en lo personal y prohibitivo en lo
sobre todo si se tiene en cuenta que durante siglos y siglos no sólo se profesional, es decir, la típica contradicción que transforma la fragili-
ha mantenido al margen de todo tipo de diálogo sincero y abierto con dad del propio pensamiento en función administrativa.
los que ella misma define como «los seglares», sino que, además, no ha Insisto en que no se trata aquí de determinar si las ideas de los
sabido apreciar en todo su valor las intuiciones y experiencias de esa papas sobre la inmoralidad de la pildora, de los preservativos o de los
gente que, en realidad, son sus propios miembros? diafragmas son correctas, e incluso aceptables, desde el punto de vista
Pero el miedo a una desintegración de la libertad o, más bien, el teológico, o hay que revisarlas. De lo que aquí se trata, en un contexto
estallido de los miedos latentes en cualquier estamento institucional, como el de nuestra investigación, es de puntualizar lo siguiente: hace
que se produce por su confrontación con esa libertad que el individuo unos veinte años, no hubo ni un solo sacerdote que, con motivo de la
posee para pensar y decir cómo ve él las cosas, vuelve a intervalos destitución de Stephan Pfürtner, pusiera su cargo a disposición de su
regulares como la cresta de una ola que surge y resurge de los sucesi- correspondiente obispo, alegando que, en la cuestión que se ventilaba,
vos rompientes de la marea. Por eso, ya en 1973, el gran teólogo Karl él personalmente no disentía ni un milímetro de las posiciones del
Rahner, por lealtad a sus principios teológicos —y, desde luego, por teólogo de Friburgo. Es más —para colmo de la paradoja— estoy se-
razones de edad—, abandonó silenciosamente la Congregación de la guro de que, por esta cuestión, ningún obispo se hubiera atrevido a
Doctrina de la Fe, al darse cuenta de las oscuras maniobras que trata- amenazar con la suspensión a un solo sacerdote de su propia diócesis,
ban de restablecer el estilo preconciliar de poner coto a la investiga- con tal de que —repito, «con tal de que»— éste se guardara para sí su
ción teológica mediante la sistemática sospecha ejercida por el magis- opinión personal.
terio eclesiástico. Del caso Pfürtner se deduce, como principio fundamental, que el
Por esas fechas estalló el «caso» de Stephan Pfürtner, profesor de que piensa según su propia función no se siente comprometido en pri-
Teología moral en la universidad suiza de Friburgo65. Su «culpabili- mer lugar con la verdad y, mucho menos, con la sinceridad, sino ante
dad» consistió en decir en voz alta lo que en Alemania decían en secre- todo y sobre todo con la lealtad. Lo importante es no causar a la Igle-
112 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 113

sia ni el más mínimo detrimento. Y lo peor que le podría pasar a cual- que te mueve a obrar»68. Pues bien, si se toma esta máxima como me-
quier partido, a cualquier mancomunidad o a cualquier gobierno sería dida, la existencia del clérigo, en virtud misma de su mentalidad basa-
la falta de unidad en las propias filas y, más que nada, el posible debi- da en la función, se manifestará como lo que realmente es, debido a
litamiento de su autoridad. Antes la univocidad de la función, aunque sus contradicciones internas: como una existencia radicalmente falaz.
sea a costa de la ambigüedad del funcionario, que renunciar a una A este punto, la astucia del catolicismo podría objetar que Immanuel
posición de fuerza y rebajarse al nivel de lo puramente discutible. Así Kant era el típico prusiano. Pues bien, como la mentalidad prusiana exige
es como actúan, porque no cabe otra manera, todos los partidos polí- una indisoluble unión entre el derecho y la moral, entre lo universal y
ticos y cualquier clase de asociación humana. Pero la Iglesia no puede lo particular, entre la capacidad legislativa del Estado y la virtud del
permitirse esos lujos, si realmente quiere ser fiel a su misión de encar- individuo, resulta inevitable, al menos desde el punto de vista psíquico,
nar un modelo de sociedad que, en contraposición a las creaciones un sistema de constricciones como el de Maximilien de Robespierre,
sociales de la historia, no esté esencialmente fundada en estructuras de según el cual el poder tiene absoluta necesidad de la virtud y del terror:
miedo y de poder, sino en una plena confianza y en un amor desintere- del terror, porque sin él la virtud se queda inerme; y de la virtud, por-
sado67. Eso debería plantear a los clérigos la cuestión sobre el mejor que sin ella el terror golpea sin discriminación alguna69. Por otra parte,
modo de «servir» a la Iglesia: con la lealtad exterior del funcionario, o en ese modo de razonar va implícito un reconocimiento de la grandeza
con la verdad y la sinceridad de la propia vida. La reacción al «caso» de la Iglesia católica que, por su percepción de la interioridad humana
Pfürtner demuestra fehacientemente que los clérigos, sin excepción, se y en virtud de la herencia del genio político de Roma, lo único que
inclinaron por la ambigüedad de su existencia. Mejor dicho, lo que pretende con su legislación es mantener el orden público y no precisa-
demuestra es hasta qué punto esa misma ambigüedad —perdón, el mente someter o violentar el corazón del hombre 70 . Lo verdaderamen-
arte de desviar la mirada, o ese virtuosismo hipócrita del «disimulo», te romano es saber distinguir entre interioridad y exterioridad, siendo
usando la terminología del Derecho canónico—constituye literalmente a la vez consciente de la fragilidad de cada individuo.
la razón misma de su existencia. Si fueran una personalidad sincera y En realidad, esta lógica romana es uno de los elementos centrales
directa, no serían capaces de mantenerse en su función; lo único que de la Iglesia católica. Efectivamente, donde ella percibe su auténtica
les permite aguantar es la connivencia recíproca en la simulación, en la bondad y su conformidad con Cristo es en el hecho de que, en virtud
«nebulosa» de un Fleurier. de sus poderes, nunca deja de perdonar, en el sacramento de la peni-
No es difícil imaginar las coartadas que cada cual se busca para tencia, a todo el que «por su propia culpa» se haya apartado de las
disculpar su indecisión. Los más «atrevidos» hablan de una obediencia directrices oficiales. Ella sabe perfectamente que con eso crea una ten-
anticipada, es decir, hoy practican ya secretamente lo que, en sus de- sión entre lo universal y lo particular; y por eso tolera con relativa
seos y esperanzas, será en el futuro la verdad para la Iglesia entera. Por benevolencia las posibles desviaciones con respecto a la norma, siem-
eso, para asegurar ese futuro, tendrán que seguir colaborando con la pre que éstas sean de carácter privado. Pero al mismo tiempo, atribuye
institución y, como responsables ante la humanidad y ante el mismo un valor incondicional al reconocimiento de la obligatoriedad objetiva
Dios, mantenerse firmes en su puesto. No se puede, es más, no se debe de sus prescripciones. Se impone, pues, un modo de pensar cuya tra-
dejar la Iglesia a los halcones; no se debe permitir que un reducido yectoria se desplaza en línea recta de arriba abajo. De una parte —arri-
grupo de mandarines romanos dicten a su antojo los principios de fe ba— están las verdades reveladas por Dios, los mandamientos, el cam-
católica. ¡La Iglesia —concluyen— somos todos! Cierto que, desde un po de lo espiritual, cuya proclamación y explicación infalible compete
punto de vista subjetivo, todas esas razones pueden parecer convincen- en exclusiva al magisterio eclesiástico; y el clérigo, que pertenece in-
tes y dictadas por la mejor intención, pero, en realidad, son poco creí- trínsecamente a ese mundo, en cuanto agente de la verdad revelada,
bles mientras no se puedan manifestar públicamente. Hace ya unos sólo podrá entenderse a sí mismo en virtud de su determinada función.
doscientos años, escribía Immanuel Kant que toda actuación pública En la parte opuesta —abajo— está el mundo de las experiencias huma-
—es decir, política— debía regirse por la máxima publicitaria: «Actúa nas que, en general, son tan complejas, que resulta verdaderamente
de modo que siempre puedas dar a conocer públicamente la intención difícil encuadrarlas en simples categorías dialécticas como lo verdade-
114 El diagnóstico Estructura, din árnica y mentalidad del clérigo 115

ro y lo falso, el bien y el mal, la virtud y el vicio, el mérito y el pecado. ejercicio pastoral, manifestando sin paliativos cómo inciden sobre las
Pero lo decisivo es que todas esas experiencias, o sea, el mundo de los bases las doctrinas del «magisterio» de la Iglesia y si realmente se llega,
«seglares», se presentan a los criterios teológicos del pensamiento clerical o no, a comprender su auténtico significado. Se entablaría por primera
como realidades meramente pasivas, como simples objetos que hay que vez un verdadero diálogo en el seno de la Iglesia oficial. Se manifesta-
evaluar, y no precisamente como fenómenos de alto contenido espiritual. ría por primera vez la realidad de la existencia, con todas sus tragedias
De ahí se deriva una especie de verdad puramente abstracta, que y sufrimientos, sus convulsiones y contradicciones, su afán de búsque-
es lo que ya Hegel expuso y criticó severamente en su Filosofía de la da y sus luchas más íntimas, como el imprescindible centro de una
historia como el principio romano por excelencia71. Según Hegel, no verdad no precisamente inmutable y absoluta, sino de una verdad que
cabe duda de que a este nivel de pensamiento se dan ciertas nociones toma forma y consistencia por su radical inserción en la historia74.
sobre la moral y sobre la religión que, en sí mismas, son verdaderas,
Pero para eso habría que contar necesariamente con lo que les fal-
pero, al mismo tiempo, son incapaces de interpretar o de integrar la
ta a los clérigos católicos: valentía para desarrollar opiniones persona-
realidad de la vida; son ideas cuyo carácter divino radica precisamente
les, sinceridad para poder pensar libremente, derecho a sacar las con-
en que no son cuestionables por la experiencia humana. En otras pala-
clusiones oportunas de la experiencia en el trato con los demás y, si no
bras, la relación que esas nociones o esas doctrinas mantienen con la
se ve otra salida, fuerza para oponerse a lo establecido, en favor de la
vida real es tan esporádica y tendenciosa como la que se da entre «clé-
verdad. Lo que les falta a los clérigos católicos, desde el punto de vista
rigos» y «seglares»; es más, su misma forma no hace sino poner de
de la psicología, es, por decirlo así, el principio protestante para cam-
relieve y elevar a rango de ideología el carácter sacrosanto y la indiscu-
biar las estructuras o, mejor, el clima interno de la Iglesia, de modo
tible superioridad de la existencia clerical.
que puedan desaparecer totalmente esos dos niveles irreconciliables de
En este aspecto, el sacerdote sería un perfecto iluso si creyera que, la ambigüedad individual, social y teológica que caracteriza su exis-
dada esa división entre clérigos y «seglares», todas las artimañas posi- tencia y deforma su pensamiento.
bles de secreto y de disimulo, que determinan la ambigüedad de su El postulado que de aquí se deduce no es nada nuevo. Si se observa
existencia, le iban a permitir cumplir satisfactoriamente su doble tarea con un cierta perspectiva, coincide fundamentalmente con la intuición
de comportarse solidariamente con los «seglares» y de permanecer leal inicial de la Reforma protestante. Puede parecer hasta grotesco que
a sus superiores jerárquicos. La condición indispensable de una autén- una Iglesia como la católica todavía esté convencida —o, al menos, dé
tica credibilidad personal es tomar la decisión unívoca de atreverse a esa impresión— de que se están haciendo verdaderos «progresos» en el
pensar en serio, es decir, presentar como verdad objetiva lo que se diálogo «ecuménico», al abordar la cuestión sobre los clérigos con los
concibe como una exigencia de acción, y expresar abiertamente sus inmutables principios de la tradición más inveterada, según la cual la
convicciones más profundas, cumpliendo así aquella palabra de Jesús: concepción católica del «ministerio», avalada por la sagrada Escritura
«Lo que hoy se dice en secreto habrá de publicarse mañana desde los y por la Tradición, tiene que ser reconocida por las Iglesias reformadas
tejados» (Mt 10,27; Le 12,3)72. Ésa sería la única manera de conseguir como de origen divino, de modo que así —y sólo así— se pueda «avan-
una penetración fructífera y de llegar a una síntesis entre lo ideal y lo zar» en el tema de la unidad de los cristianos75.
real, entre lo objetivo y lo subjetivo tanto en el pensamiento como en
La cuestión que verdaderamente se plantea aquí es la misma que
la misma acción. Sólo así podríamos devolver a la compleja multiplici-
ya hace ciento cincuenta años formuló con insuperable claridad G. W.
dad de lo real su auténtico valor y su verdadero sentido. Sólo así po-
F. Hegel, sin duda, el mayor filósofo del protestantismo, en términos
drían los clérigos dejar de ser meros funcionarios, simples ejecutores
de la relación que existe entre el concepto de verdad y la realidad
de los mandatos de una estructura jerárquica como la de la Iglesia,
concreta. A propósito de la antigua religión romana, Hegel ponía de
que se impone de arriba abajo y cuyo mejor símbolo es la verticalidad
relieve su carácter esencialmente formal y decididamente unilateral:
del báculo episcopal73.
De este modo, los clérigos, en colaboración con los «seglares», El aspecto más importante de la religión romana radica... en la
podrían empezar de una vez a explotar sus propias experiencias en el solidez de determinados objetivos... Por eso, la religión romana es
116 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 117

una manifestación totalmente prosaica de la estrechez, de la conve- recovecos de su propia conducta al juicio prudente de su confesor, para
niencia y de la utilidad76. saber cómo habrá de comportarse en el inmediato futuro.
De este modo, la Iglesia se ha sustituido a la conciencia indivi-
En la globalidad de lo que él definía como «el principio romano», dual, ha guiado a los hombres como si fueran niños, y les ha inculca-
lo sacro n o era más que una forma sin contenido, que se podía admi- do que pueden librarse de los merecidos tormentos no por una prác-
tica interna de la virtud, sino por obras exteriores —opera opérala—,
nistrar como un p o d e r puramente externo y manejar c o m o «una des-
no por unos actos dictados por su voluntad, sino por las prácticas
igualdad sagrada entre la voluntad y la propiedad específica»; o sea, en
impuestas por los servidores de la Iglesia, como oír misa, hacer peni-
el fondo, una auténtica arbitrariedad, que se legitimaba p o r lo divino 7 7 .
tencias, elevar plegarias, emprender peregrinaciones: todos ellos, ac-
Pues bien, en la Iglesia católica, o sea, en la Iglesia medieval, tal tos que no proceden del Espíritu, sino que lo embotan; son actos que
como era antes de la Reforma y como se ha venido manteniendo hasta se caracterizan no sólo por su naturaleza externa, sino incluso porque
nuestros días, Hegel detecta esa misma desigualdad y exterioridad que, se pueden poner en práctica por otras personas.
a su parecer, radica en la absoluta separación entre clerecía y laicado. Es más, como hay una profusión sobreabundante de buenas
Así lo dice expresamente: acciones —por ejemplo, las atribuidas a los santos—, se pueden
adquirir algunas y obtener así la salvación que en ellas mismas se
Los seglares no pertenecen al ámbito de lo divino. Ésa es la división contiene. Se produce así la más completa inversión de todo lo que
más profunda que afectaba a la Iglesia del Medioevo, y que se pro- en la Iglesia cristiana se reconoce como bueno y perfectamente
dujo por considerar lo sagrado como una dimensión puramente moral: lo único que se exige al hombre son prácticas meramente
externa. Para que los seglares pudieran participar en lo sagrado, los externas, que se pueden satisfacer con puras exterioridades.
clérigos ponían determinadas condiciones. El desarrollo de la doc- Queda claro, por consiguiente, que la esclavitud más absoluta
trina, los conocimientos, la ciencia de lo divino, es exclusiva pose- se introduce en el principio mismo de libertad79.
sión de la Iglesia; a los seglares no les toca más que creer: su obliga-
ción es la obediencia, una obediencia de pura fe, sin una reflexión A este p u n t o , lo que nos importa es determinar la condición de
personal. Este sistema de relaciones convirtió la fe en un mero asunto una libertad externa — q u e , de hecho, equivale a una alienación inter-
de derecho externo, que llevó hasta la compulsión y la hoguera 78 . n a — en sus efectos psíquicos sobre la mentalidad propia del clérigo.
Los demás condicionamientos y determinaciones son conse- La lectura de los precedentes análisis hegelianos podría generar la in-
cuencia de ese mismo principio. El saber, el conocimiento doctrinal terpretación errónea de que esa división entre clérigos y seglares que
caen fuera de las posibilidades del espíritu; todo eso es propiedad se da en la Iglesia católica no es más que consecuencia de la ambición
exclusiva de una casta privilegiada que es la que debe definir la
de poder y de la caza de privilegios que caracteriza al estamento cleri-
verdad. El hombre es demasiado pequeño para entablar una rela-
cal y que, con el paso del tiempo, se ha convertido de manera casi
ción directa con Dios; por eso, como ya queda dicho, cuando quie-
automática en una racionalización teológica y hasta en una auténtica
re dirigirse a él necesita un intermediario, una persona consagrada.
Se niega así la constitutiva unidad entre lo divino y lo humano; y al ideología. Pues bien, en ese caso, habría que suponer que los clérigos
hombre, en cuanto tal, se le niega la capacidad de conocer lo divino católicos son personas libres y capaces de experimentar los placeres de
y de acercarse a ello. la existencia. ¡Pero el equívoco n o puede ser más grande! Y es que
De este modo, al encontrarse el hombre separado del bien, no se Hegel tiene toda la razón al decir que n o puede haber la más mínima
le exige una transformación interna, que supondría la unidad de lo libertad mientras el pensamiento se quede en un nivel p u r a m e n t e exte-
divino y de lo humano en el corazón del hombre, sino que se le en- rior. M á s aún, p o n e r la verdad en una cosa tan externa c o m o las insti-
frenta con los horrores del infierno, pintado con los colores más te- tuciones, en vez de situarla en la propia claridad interna de la inteli-
rribles, de los que podrá liberarse no precisamente por su propio per- gencia, es u n o de los rasgos más esenciales que caracterizan u n
feccionamiento interior, sino más bien por algo externo, como son pensamiento «funcional» como el del clérigo. Es una manera de pensar
los medios de la gracia. Pero el seglar no sabe cuáles son esos medios; que se cree valiente cuando se atreve a avanzar hasta los límites de su
tiene que ser otra persona, el propio confesor, el que debe proporcio-
misma ambigüedad. Pero un ratón siempre será un ratón, incluso cuan-
nárselos. El individuo no tiene más que confesarse, abrir todos los
118 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 119

do, una vez al año, se decide a atravesar el salón corriendo por las naron unas expectativas tan prometedoras. Muy pronto fueron ente-
alfombras80. rradas bajo el inexorable dictado de la violencia ideológica. De repen-
Tal vez pudiera objetar alguno que todas estas reflexiones necesi- te, se vio que la «responsabilidad de los seglares», el derecho de los
tan una mayor fundamentación. Se podría admitir, desde luego, que «seglares» al uso de la palabra, la representación pública de los intere-
en el «caso Pfürtner» faltó una oposición abierta y una decidida resis- ses de los «seglares» sólo se podían tomar en serio en la medida en que
tencia a las medidas eclesiásticas, sobre todo por parte de los principa- constituyeran una especie de tribuna informativa, bajo la atenta mira-
les afectados: los sacerdotes de parroquia y los profesores de teología da de los responsables eclesiásticos. Debería ser algo análogo al Sínodo
moral. Pero una cuestión como el uso de anticonceptivos ¿puede cons- de obispos que se reúne periódicamente en Roma, un órgano mera-
tituir verdaderamente un problema stantis et cadentis ecclesiae, es decir, mente consultivo de la administración pontificia y, por consiguiente,
una cuestión de vida o muerte para la Iglesia, cuando en la actualidad privado de toda potestad decisoria83; una creación intermedia entre el
hasta los quinceañeros están perfectamente informados sobre métodos parlamento democrático y el «afumado» del rey Guillermo de Prusia,
para prevenir correctamente una posible infección de sida? Y sobre en el que cada uno de los ministros podía exponer con la mayor since-
todo, ¿cómo se puede deducir de un caso específico todo un problema ridad durante un par de horas su particular punto de vista, para, al día
estructural? siguiente, ya más relajados y sumisos, recibir las órdenes de Su Majes-
Pues bien, hay «casos específicos» que no son meras ocurrencias tad y «darles debido cumplimiento»84.
fortuitas, sino que resultan verdaderamente paradigmáticos. Por ejem- En el Sínodo de Würzburg se trató por primera —y, de momento,
plo, el caso de Saverne puede proporcionar a los historiadores indica- por última— vez en la Iglesia católica, de manera franca y directa, el
ciones muy valiosas e incluso documentación sobre el militarismo ale- tema del divorcio o, mejor dicho, la posibilidad de un nuevo matrimo-
mán en tiempos del Imperio81. Lo mismo puede pasar hoy día, si no nio para los divorciados. Cabría pensar que esta cuestión, más que
nos obstinamos en cerrar los ojos, con un problema secularmente dis- ninguna otra de las que ocupan a la Iglesia, incumbe particularmente a
cutido en la Iglesia católica como el de la moralidad de los medios los «seglares». Según la teología católica, ellos son los únicos que están
anticonceptivos82. Y por si hubiera alguien al que no le bastase este oficialmente capacitados para administrarse mutuamente el sacramen-
ejemplo, por sí solo, para ilustrar suficientemente la ambigüedad psí- to del matrimonio 85 ; y —¡siempre según la misma doctrina!— el vín-
quica que caracteriza la estructura de un pensamiento «funcional» como culo matrimonial resulta «indisoluble» sólo en cuanto que es sacra-
el que impera entre los clérigos, podríamos ofrecerle un nuevo caso mento 86 . Pues bien, al comienzo de la discusión, ante el hecho de que
ejemplar: el Sínodo celebrado en Würzburg en 1975, con su memora- en Alemania se producen anualmente más de cien mil divorcios sobre
ble discusión sobre la posibilidad de que los divorciados católicos con- unos trescientos mil matrimonios 87 , todo sonaba como si los «segla-
traigan nuevo matrimonio. res» fueran a reivindicar y exigir como propio este problema específi-
co que constituye el mundo de sus experiencias, de sus preocupaciones
Segundo caso: Resultados del Sínodo de Würzburg y de sus esperanzas ante Dios y ante la humanidad, en el seno mismo
de la Iglesia. Lo que sucedió a partir de entonces no fue tanto una
Volver hoy los ojos al Sínodo diocesano que se reunió en Würzburg en catástrofe para la política de la Iglesia —que también lo fue, y hasta lo
1975 le llena a uno de un dejo de nostalgia y de melancolía. ¡Fue sigue siendo hoy en día, por más que todo lo «político» sea secundario
realmente algo único! ¡Una Iglesia absolutamente decidida a reunir en frente a las cuestiones de la psique humana— cuanto, sobre todo, una
torno a la misma mesa a clérigos y «seglares», con el único propósito revelación, un auténtico apocalipsis de la ambigüedad radical del clé-
de comunicarse abiertamente! Matrimonios y consejeros matrimonia- rigo en ejercicio de su «función».
les, psicoterapeutas y párrocos intercambiaron sus respectivas expe- Efectivamente, apenas empezó a manifestarse una especie de con-
riencias en un clima de comprensión mutua, con la esperanza de supe- senso mayoritario en favor de una comprensión más profunda del trá-
rar mediante el diálogo la diversidad de sus puntos de vista y acercarse gico destino de tantos seres88, y cuando las intervenciones de los «se-
más a la verdad de Cristo. De momento, fue la última vez que germi- glares» invitados a participar en el «diálogo» empezaron a crear un
120 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 121

clima de reconocimiento del fracaso de tantos matrimonios, a pesar de de una insinceridad y ambigüedad psíquicas inherentes a una existen-
los denodados esfuerzos de los cónyuges por recuperar de un modo cia como la clerical, que se rige por la «función».
más tangible su antigua cercanía, los obispos creyeron que su ministe- La prueba más tangible de esta afirmación es el propio Sínodo de
rio les imponía la obligación de dar voz a la auténtica verdad moral de Würzburg. Clausurada la reunión, cada uno de los participantes vol-
la doctrina de Cristo y del magisterio cristiano. Para los pastores de la vió al ejercicio normal de sus funciones, como si nada hubiera ocurri-
Iglesia, las ideas de los «seglares» y de algunos párrocos de comunida- do. Sólo el propio obispo de Würzburg, Wilhelm Kempf, superando la
des de base procedían de una encomiable compasión y estaban llenas hostilidad de un sector de los participantes más conservadores, escri-
de buena voluntad, pero eran manifiestamente contrarias a la verdad bió una espléndida carta pastoral a todos los «seglares» que, a pesar de
de la revelación divina89. haber fracasado en su matrimonio, se habían decidido a continuar en
En consecuencia, los obispos alemanes no sólo perdieron la —has- la Iglesia, pidiéndoles formalmente perdón y comprensión por el he-
ta hoy, última— oportunidad de hacerse portavoces de sus propios cho de que la Iglesia católica pensara, incluso en aquel momento, que
fieles y se despojaron de su poder mediante una «solicitud» a Roma no podía tomar ninguna decisión en esa materia93.
que equivalía a sustituir su propia argumentación teológica por el sim- De hecho, la solución «católica» está bien clara. Actualmente, en
ple argumento de autoridad impuesto desde las más altas esferas, e todas las cancillerías eclesiásticas se hacen los mayores esfuerzos para
incluso hicieron de su lealtad al «magisterio» una especie de frente encontrar posibles impedimentos que, desde un principio, hubieran
contra los «seglares». El verdadero significado del acontecimiento re- hecho inválida la celebración del matrimonio 94 . Naturalmente, impe-
side en que la verdad de lo cristiano quedó entonces vinculada, como dimentos de esa clase se pueden encontrar a montones; sólo que resul-
la cosa más natural, al absoluto poder de decisión que detentan los ta muy difícil reconocerlos sin un recurso al psicoanálisis. Es más, aun
clérigos en cuanto designados por el mismo Cristo, en virtud de su en el caso de que el Derecho canónico termine por reconocer las innu-
ministerio, como guardianes de la Iglesia. Y así también se manifestó, merables fuentes de neurosis, siempre queda la enorme injusticia que
ipso fado, el carácter de abstracción y de alienación con respecto a la se les hace a los casados al comunicarles que su lucha de años y años
vida que, en el fondo, es lo que constituye la naturaleza más íntima de por mantener a salvo su matrimonio ha sido perfectamente inútil95. La
esa verdad90. Quedó irrefutablemente claro hasta qué punto el concep- verdad es que no hay nadie que, desde el mismo día de su boda, pueda
to de verdad que caracteriza a los clérigos de la Iglesia católica es, por estar seguro de que, a pesar de toda su buena voluntad, el compromiso
esencia, extrínseco frente a la realidad mundana, reaccionario frente a que acaba de contraer vaya a tener éxito o vaya a fracasar estrepitosa-
los cambios sociales provocados por la cultura, hostil a la voluntad mente. Pues bien, precisamente una verdad tan simple es lo que a la
moral del individuo, y prepotentemente jerárquico frente al llamado Iglesia católica le cuesta tanto reconocer, porque, de hecho, equival-
«pueblo de Dios»91. dría a aceptar que los «seglares» tienen alguna responsabilidad, al me-
También aquí habrá que repetir una vez más que, en este momen- nos en un campo en el que todos los clérigos de la Iglesia no pueden
to, no se trata de entrar en una discusión dogmática o exegética sobre ser más que «legos en la materia», es decir, en el tema del matrimonio.
la moral del matrimonio católico; hace unos cuantos años, ya tuve la Por el contrario, parece que no hay una cuestión que, desde hace si-
oportunidad de escribir un detallado artículo sobre el tema92. Lo único glos, interese más a los clérigos que dictar la infinidad de leyes y man-
que interesa ahora es dejar bien claro que la separación entre clérigos y damientos que tienen que cumplir el hombre y la mujer que quieren
«seglares» es la misma que se repite, en el aspecto psicológico, entre contraer matrimonio eclesiástico. Es exactamente lo que ya decía Je-
«función» y «vida» en las vivencias clericales, y que, por otro lado —pre- sús sobre la conducta de los fariseos de su tiempo: «Lían fardos inso-
cisamente, por su medio—, repercute en las estructuras objetivas de la portables y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no
repartición del poder. La división en dos categorías: estado clerical mueven ni un dedo para llevarlos» (Mt 23,4) 96 . Pues bien, ¡qué no
jerárquicamente organizado, y mundo de los «seglares», no es un mero diría Jesús a tantos teólogos actuales!
y simple subproducto histórico de la administración eclesiástica here-
Hasta el día de hoy, no han faltado esfuerzos por parte de muchos
dada del genio político de los latinos, sino, sobre todo, la objetivación
moralistas para idear modelos que, salvaguardando la doctrina dog-
122 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 123

mática de la indisolubilidad del matrimonio —contraído como sacra- interpretarse como realidad «histórica», en el sentido más literal100. Y
mento de la Iglesia—, pudieran ofrecer caminos para hacer justicia a los profesores de Teología fundamental debían demostrar que Jesús
las necesidades del ser humano. Pero el hecho es que, como todas esas tuvo que subir «realmente» al cielo, para manifestarse a los ojos de los
propuestas terminan siempre en un claro debilitamiento del poder cle- discípulos, según las concepciones propias de la época, en toda la glo-
rical, no tienen la más mínima probabilidad de imponerse y ser acepta- ria y dignidad de su naturaleza divina101. Un viejo profesor de sagrada
das en la Iglesia. Más bien, lo que sucede es todo lo contrario. Por Escritura, ya profesor emérito, decía que todo lo que había hecho —¡co-
ejemplo, en 1986, el moralista neoyorquino Charles Curran fue de- mo científico!— había sido «contar cuentos y mentiras»102. Incluso
puesto de su cátedra por «indeseable e inepto» para seguir desarro- hoy por hoy, no hay un solo exegeta católico que se atreva a hablar
llando su actividad, por haber defendido la teoría de que la condena públicamente y sin inhibiciones sobre temas tan vidriosos como «los
genérica del divorcio, de la homosexualidad y del aborto no hacía hermanos de Jesús»103 o la «virginidad de María»104.
justicia a la realidad humana 97 . A principios de 1988, los obispos ale- Hasta en los más mínimos detalles, aparece siempre la misma divi-
manes, con ocasión de su visita ad limina, es decir, para consultar con sión entre los que «saben» y el «pueblo» simple, una división con la que
el papa, recibieron serias instrucciones sobre la obligación que les in- el pensamiento clerical pretende objetivar su ambigüedad característi-
cumbía de extremar considerablemente, en cada una de sus diócesis, la ca y fundamentarla en las propias instituciones. En último término, todo
disciplina demasiado laxa con respecto al tema del divorcio. A media- cae sobre los sufridos «seglares»: son «ellos» los que no entienden a los
dos del mismo año, 1988, se vio claramente el influjo de la curia de «especialistas»; son «ellos» los que, bajo los cascotes de una jerigonza
Roma en el nombramiento de profesores de Teología moral católica incomprensible, no han sabido encontrar lo que hubiera debido cons-
en las universidades alemanas, con motivo de la designación del suce- tituir el fundamento de su fe; en definitiva, ellos son los culpables de
sor de F. Bóckle en la universidad de Bonn. Hace poco, un profesor de tener que depender, por puro miedo, de unos maestros que, atenazados
teología afirmaba públicamente en un seminario: «Por el momento, no por sus propios temores, no sólo han suscitado continuamente nuevas
es oportuno plantearse la cuestión sobre la posibilidad de que los di- zozobras y un clima de desasosiego, sino que, además, han tenido que
vorciados contraigan nuevo matrimonio». Y así tendremos que seguir. defender de los desafíos del Espíritu su propia carrera y la posición que
La mentalidad «funcional» empuja inexorablemente a todo clérigo a han conseguido en su escalafón burocrático, a base de suscitar conti-
poner su lealtad al deber ministerial por encima de la sinceridad perso- nuas perplejidades y proponer interminables cuestiones.
nal y del auténtico amor a la verdad. Cualquier observador neutral de este panorama podría pensar que
El que todavía no esté plenamente convencido, y exija más ejem- todo indica que los clérigos no sólo son personas normales, como cual-
plos sobre lo que venimos diciendo, que recuerde lo que pasaba hace quiera otra, sino que también son unos funcionarios totalmente co-
sólo unas décadas, cuando a los moralistas católicos les estaba prohibi- rrientes. Ahora bien, lo que se puede esperar de un funcionario es, ni
do pensar en el pacifismo y en la objeción de conciencia como posibles más ni menos, que cumpla fielmente con su obligación; y una de sus
actitudes de un cristiano frente a la obligatoriedad del servicio militar. principales obligaciones consiste, precisamente, en no perturbar el es-
Baste recordar que una de las leyes más importantes de la República pontáneo desarrollo de las actividades objetivamente planeadas ni in-
Federal de Alemania, la que ratificaba la posibilidad de negarse a hacer terferir en su ejercicio normal con comentarios personales o interven-
el servicio militar por motivos de conciencia, sólo fue aprobada —contra ciones inoportunas. Por definición, un funcionario no es más que una
el parecer de «expertos» jesuítas— por la razón de que también la Igle- personificación de lo genérico. Y eso, como norma, puede ser perfec-
sia católica reconocía la obligación de seguir la propia conciencia, aun- tamente legítimo; sólo que, en un caso tan particular como la existen-
que ésta fuera objetivamente errónea (!)98. ¿Habrá que recordar tam- cia típica del clérigo, no siempre tiene que resultar así.
bién aquella época en la que los exegetas católicos estaban obligados a Por otra parte, para cualquier funcionario su actividad profesional
renegar de los métodos histórico-críticos mediante el juramento no es más que un modo de ganarse la vida, algo meramente exterior a
antimodernista99} En vez de aplicar esos métodos, tenían que probar su existencia como persona. Por eso, a pesar de todo el empeño y
que la aparición de la serpiente en el relato del paraíso debía dedicación que ponga en el trabajo, su oficio siempre será algo acci-
124 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 125

dental: lo mismo podría ser inspector de finanzas que empleado en nales, sino por una referencia común a la figura señera. A partir de esa
unos grandes almacenes. Pero en el caso de un clérigo católico, la cosa estructura social de identificación con una personalidad relevante, y
es bien distinta. Si la idea de «elección» tiene que poseer un sentido basado en el famoso libro de G. Le Bon106 —tan discutido hoy como lo
empírico, y no quedarse en mera teoría, el «ser clérigo», como ya he- fue en su tiempo—, Freud elabora su propia concepción de la psicolo-
mos visto anteriormente, no puede ser algo accidental, fortuito o exte- gía de «masas».
rior a la personalidad de cada sujeto específico, sino un elemento esen- Por ahora, no vamos a considerar hasta qué punto se puede descri-
cial y constitutivo de la propia persona; además de que, por otra parte, bir con exactitud el complicado funcionamiento de las estructuras so-
la propia Iglesia demanda al candidato una entrega en cuerpo y alma a ciales a partir de ese modelo de psicología de «masas». Lo que nos
su función, hasta el punto de identificarse con ésta. Un sacerdote no interesa aquí es la comparación —que Freud se contenta con insinuar,
puede decir misa, celebrar un matrimonio o presidir un entierro con sin desarrollarla con detalle— entre la psicología de un mando militar
una actitud meramente profesional y rutinaria, como si fuera un em- y la de un clérigo de la Iglesia. El propio Freud mencionaba ya la
pleado del ferrocarril, un jardinero del ayuntamiento o un enterrador coincidencia entre la militia Christi, o sea, la «milicia cristiana», tér-
municipal. La actividad exterior de un sacerdote tiene que ser un vivo mino favorito de los santos Padres para presentar la vida ascética del
reflejo de sus vivencias interiores. cristianismo107, y sus contenidos concretos, como obediencia ciega,
Un clérigo católico no puede comportarse respecto a sus propias espíritu de sacrificio, disponibilidad de entrega personal e intrépida
ideas y a sus funciones como si, junto a eso, tuviera una especie de fidelidad al compromiso religioso.
existencia privada. Si las ideas y las funciones de un clérigo no son Sin embargo, en cuanto al pensamiento funcional del «super-yo»,
verdaderamente propias, más aún, si no tienen el derecho de serlo, hay que observar una diferencia, que se podría definir como identifi-
para conservar su tono de objetividad, entonces lo exterior se convier- cación formal, o identificación ideológica. La diferencia es la siguien-
te en forma de lo interior, es decir, el estado de alienación se instala en te: en toda función de orden secular, incluso si se trata de una cuestión
los terrenos de la libertad y la orientación puramente externa se nutre de vida o muerte —como en la profesión militar—, el tema de la ver-
de las más fecundas energías del propio «yo». dad no sólo puede relativizarse, sino incluso anularse prácticamente; en
Se crea así una situación semejante a la que se produjo en Francia cambio, en la función de orden religioso —como la que ejercen los clé-
cuando la ocupación nazi en 1943. Todos los periódicos, aunque apa- rigos— eso es totalmente imposible. Si un general pierde una batalla,
recían en francés, en el fondo hablaban alemán; y todos los trenes siempre puede escudarse en que él no hizo más que obedecer órdenes,
mercancías, cargados hasta los topes con productos franceses y que incluso órdenes claramente erróneas; él no puede ser responsable del
circulaban por líneas francesas, terminaban por dirigirse hacia el Reich, contenido de una orden, sino única y exclusivamente de la formalidad
como destino definitivo. Es el caso ideal (!), en una perspectiva psico- de su ejecución. En cambio, el clérigo, en virtud de su función, tiene que
analítica, en el que el «yo» se identifica plenamente con el «super-yo»: estar identificado con los contenidos que imparte en nombre de la Igle-
una estructura cuyos contenidos tendremos que analizar detalladamente sia. El fundamento de su fe está en la convicción personal de que en él
en un estadio ulterior de la investigación. no habla el hombre, sino el mismo Dios. Y eso significa que su fideli-
Para ilustrar la situación psíquica del clérigo, en la que su modo de dad no puede quedarse en el aspecto meramente formal o externo, sino
pensar está bajo el dominio del «super-yo», quizá sea oportuno añadir que tiene que ejercerse desde el interior, como un servicio a la verdad.
aquí la comparación que Freud establece en su obra Psicología de las Esto es lo verdaderamente decisivo para nuestra investigación: un
masas entre el estamento militar y la Iglesia105. Según Freud, la psico- general, mientras está en pleno ejercicio de sus funciones castrenses,
logía del ejército y la psicología de la Iglesia coinciden en que las dos tiene que cumplir formalmente las órdenes, aunque subjetivamente las
nacen de la identificación de todos sus miembros con una única perso- considere equivocadas. Él es sólo el brazo ejecutor, la espada de «un
nalidad de relieve: con el general en jefe, en el primer caso, y con la cuerpo que es el pueblo» en cuyo nombre actúa; no es la cabeza ni el
persona de Cristo, en el segundo. La unión de los diferentes miembros cerebro de esa corporación. En cambio, un clérigo no es así. Él tiene
se produce no precisamente por un conjunto de relaciones interperso- que creer en el contenido de sus instrucciones como palabra de Dios;
126 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 127

es más, su propia existencia como clérigo no admite otra interpreta- ción con el orden público, tuvo que entregar al brazo secular a los
ción que como una gracia divina de carácter irrevocable, ya que él es revoltosos recalcitrantes112. Aparte de que las manifestaciones históri-
«sacerdote por toda la eternidad», sacerdos in aeternumxm. En lengua- cas han de interpretarse en su propio contexto y no medirlas con crite-
je figurativo, se podría decir que es parte integrante del sistema nervio- rios de otra época, como la actual; eso sería antihistórico.
so central de un «organismo» que es la Iglesia, ya que, en realidad, el Pues ¡vamos al caso Galileol Bien, en este caso no estaría de más
objeto con el que él mismo se identifica no es una persona humana, recordar lo que estaba en juego para la Iglesia y para toda la sociedad
sino una persona divina. Eso quiere decir que, del mismo modo que su de entonces113. De todos modos, es evidente que la Iglesia es un grupo
concepción personal de la elección divina a ser clérigo le transporta al humano y que todavía no es el reino de Dios hecho realidad114. Cierto
mundo de la divinidad, la Iglesia no puede concebirse como una aso- que, muchas veces, la Iglesia no es mejor que la sociedad en la que
ciación simplemente humana, sino como una creación de la providen- vive; sin embargo, ¿quién se atreverá a criticarla por ese mero hecho?,
cia de Dios. De ahí se deduce con toda claridad que la obediencia al ¿no tenemos ahí nosotros, pobres pecadores, la mejor razón para sen-
hombre sólo pueda entenderse como una obediencia al mismo Dios. Y tirnos miembros precisamente de esa Iglesia?
así resulta que si un clérigo emprende una «guerra», en ejercicio de su Con argumentos de este tipo, muchos clérigos de la Iglesia católica
función, su lucha sólo puede ser una «guerra santa». En otras palabras, que han llegado a regentar cátedras de teología pueden pasarse años y
un clérigo, en su condición de funcionario de lo divino, jamás podrá años en la enseñanza. Y eso, no sólo por temor a perder su puesto si se
admitir haber cometido algún error o haber sido víctima de una equi- atreven a contradecir las enseñanzas oficiales, sino, ante todo y sobre
vocación. El fundamento de su ser es estar siempre al lado de la verdad todo, porque están mentalmente orientados a buscar pruebas para toda
y, por consiguiente, tener siempre razón. una serie de afirmaciones preestablecidas, que hacen que la misma
Ya tendremos oportunidad de tomar postura frente a la cuestión mentalidad clerical transforme la teología en una pura ideología. Todo
de la obediencia que se exige en la Iglesia. De momento, lo único que razonamiento franco y libre de prejuicios ideológicos tendrá que pro-
nos interesa aquí es constatar que el pensamiento funcional del «super- ceder como los famosos diálogos de Platón: mediante la afanosa bús-
yo», característico de la mentalidad del clérigo, se configura esencial- queda de pruebas, el paciente análisis de datos, y todas las posibles
mente como una incondicional necesidad de justificación, es decir, aclaraciones, podrá llegar a un resultado satisfactorio, tal vez, incluso
obedece a un inevitable impulso de crear ideologías de toda clase. De a una verdad. Por el contrario, el razonamiento ideológico parte de
ahí que todo clérigo tenga que consagrar una buena parte de su facul- una tesis previamente establecida como verdad; de modo que lo único
tad intelectual a la elaboración de una apologética eclesiástica. que hay que hacer es buscar en el pensamiento contemporáneo las
Dada esa estructura mental de necesidad de justificación, es lógico razones que apoyen la verdad de esa tesis. Por tanto, la ideología des-
que se establezca, como premisa incuestionable, que «la» Iglesia no ha cribe un círculo vicioso: lo que hay que probar es, precisamente, el
podido equivocarse jamás. Veamos unos cuantos ejemplos: fundamento de la argumentación. Como si empezar por el tejado pu-
Las Cruzadas, ¿no fueron una equivocación? ¡En absoluto! Fueron diera dar seguridad a los cimientos de todo el edificio.
sólo una concesión de la Iglesia, que es esencialmente pacifista, a la Contra esa mentalidad típica del clérigo se podría objetar, ante
belicosidad indómita de los germanos109. todo, que si en la historia de la Iglesia no hubiera imperado más que
Y ¿qué pensar de los procesos por brujería} Parte de una histeria un acérrimo dogmatismo, la teología no sólo no habría hecho ningún
que la Iglesia no pudo atajar; igual que la insurgencia del Tercer Reich progreso, sino que ni siquiera habría podido hacerlo. Ahora bien, la
en pleno siglo xx110. teología de hoy, especialmente después del Vaticano II, no sólo ha
Y ¿el antisemitismo que proliferó en Occidente durante siglos? La percibido que la verdad es una magnitud esencialmente histórica, sino
Iglesia siempre ha considerado a los judíos como primeros descendien- que busca un diálogo con el mundo, y hasta define expresamente su
tes de Abrahán y hermanos de Jesús111. propio ministerio como una invitación a todos a recorrer juntos un
Pues bien, ¿qué hay de la Inquisición? Realmente, la Iglesia no camino común. Por eso, lo que aquí se dice no es más que una carica-
torturó ni mató a nadie; hizo lo único que podía hacer. En su vincula- tura, que no tiene nada que ver con la realidad.
128 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 129

A esta objeción habría que contestar que aquí no se trata de poner con los representantes de otras religiones para orar en común, como lo
en tela de juicio los contenidos de determinadas tendencias o de nue- hizo recientemente en la ciudad de Asís118. También es posible conceder
vos planteamientos teológicos que hayan podido producirse en el pa- a algunas religiones, como el budismo o el hinduismo, un cierto —aunque
sado o que se den en el presente, sino de hacer más comprensible por provisional— barrunto de la verdad divina119. Pero si alguien se atre-
qué se ponen tantas y tales dificultades a cualquier intento de cambio viera a declarar en público que los Símbolos de la fe de todas las reli-
de mentalidad en un terreno como el de la teología. Por otra parte, no giones beben de la misma fuente, es decir, de la psique humana, y que,
hay que olvidar que, incluso en los casos más favorables y que han para entender el Símbolo cristiano de la fe en toda su riqueza y enor-
requerido mucho más entusiasmo, el modo de razonar del clérigo se mes dosis de humanismo, no sólo es perfectamente posible, sino hasta
ha visto encerrado en las fronteras ideológicas de unos conceptos fran- necesario, investigar detalladamente la diversa interpretación que de
camente anticuados. Podemos tomar como punto de comparación el unas mismas formulaciones de fe se da en las otras religiones no cris-
hecho de que, desde principios de la Edad Moderna, prácticamente ni tianas, seguro que, hoy por hoy, tendría las más serias dificultades con
una sola de las teorías tradicionales sobre la realidad y las leyes de la el magisterio eclesiástico120.
naturaleza, tomadas fundamentalmente de Aristóteles, ha escapado a
La pretensión de poseer la verdad definitiva, exclusiva, insupera-
la crítica de la ciencia; casi todas han sido radicalmente rechazadas. A
ble es lo propio del pensamiento anclado en una ideología fixista que,
cotejo con esa realidad, se ve bien claro que la teología católica toda-
en vez de basarse en la experiencia de la vida humana real, parte de
vía hoy es incapaz de explicar prácticamente ninguno de sus dogmas
una total absolutización de sus contenidos. Pues bien, eso es precisa-
sin echar mano de las categorías aristotélicas. Y eso es aún más eviden-
mente lo que constituye la vida del clérigo en sus fundamentos más
te en la interpretación de las confesiones de fe que, por lo común, se
profundos y lo que le confiere su particular importancia. De modo que
presentan como un conjunto de verdades reveladas absolutamente
sería casi una injuria decirle que en todas las religiones hay «teólogos»
inconmovibles e inexcusablemente preceptivas. Con esos presupues-
que tratan de probar a sus correligionarios que sus propias conviccio-
tos, es prácticamente impensable que se pueda dar un verdadero salto
nes son las únicas que responden verdaderamente a los deseos de la
hacia adelante, o que se llegue a romper con el pasado.
divinidad, las que encierran los valores supremos para el ser humano y
No cabe duda que cualquier religión dogmática encontrará obstá- las verdades más fructíferas para el progreso de la cultura. Bien mira-
culos insuperables para rebasar los condicionamientos más sustantivos do, se trata de un pensamiento que parece pertenecer a una época
de su propia experiencia fundacional115. Por eso, siempre existe la ame- arcaica, fundamentalmente orientada a percibir las diferencias étnicas,
nazadora posibilidad de que, con el paso de los siglos, no le quede más culturales y lingüísticas, mientras que la época actual, en la que nos
remedio que declararse acabada, ya que cuanto más tiempo transcu- encontramos irremisiblemente inmersos, se caracteriza por percibir en
rra, más difícil le resultará poder asimilar nuevas experiencias. Por todas las manifestaciones parciales la ley de una convergencia funda-
ejemplo, en la época actual sería imprescindible y absolutamente deci- mental de la humanidad 121 . Por eso, no deja de ser un patente anacro-
sivo trasladar el dogma y modo de vida católico a una nueva configu- nismo seguir cultivando una teología en la que defender los propios
ración que corresponda con más exactitud a lo que realmente pretende principios ideológicos le resulte a un estudioso árabe de El Cairo, a un
ser: una religión «católica», es decir, «para todos», universal, destina- monje budista de Rangún o a un hindú de Benarés exactamente igual
da a toda la humanidad. Habría que poner el mayor esfuerzo en que el que a un teólogo cristiano la correcta interpretación del Corán o la del
pensamiento teológico, especialmente en la comprensión de los princi- Canon pali.
pios fundamentales que toman cuerpo en el Símbolo de la fe, adoptase
Por el contrario, una teología que tome como base la experiencia
fórmulas antropológicas, en vez de contentarse —como lo ha hecho
humana o, más propiamente, la experiencia de la humanidad, necesi-
hasta hoy— con unos esquemas puramente históricos116, aunque eso
taría no precisamente el fixismo estéril de las convicciones dogmáti-
afectara, de momento, a la pretensión de exclusividad que ha caracte-
cas, sino la madurez psicológica de sus representantes. Es decir, se
rizado tradicionalmente a la teología cristiana117.
requiere una mentalidad que no se funde en los postulados caracterís-
Siempre cabe, naturalmente, la posibilidad de que el papa se reúna ticos del «super-yo» del clérigo, o sea, la identificación con principios
130 El diagnóstico
Estructura, din árnica y mentalidad del clérigo 131

preestablecidos como verdaderos y que no proceden del desarrollo ar- a cabo, cumpliendo fielmente sus mandamientos, amándonos con hu-
mónico de las propias vivencias, sino en una serie de datos cuya acep- mildad y sincera voluntad cristiana de sacrificio y —sobre todo, los
tación pueda facilitar e incluso justificar la rectitud de la propia vida «seglares»— comprometiéndonos con toda responsabilidad en el ser-
personal. vicio a los más necesitados y a los marginados de este mundo 124 .
En un próximo capítulo tendremos que investigar las exigencias
b) Degradación de la fe en doctrina teórica que esa exhortación a una sincera «humildad», a un profundo «espíritu
de sacrificio» y a un ferviente «amor cristiano» plantea, desde un pun-
De lo expuesto cabe deducir que, desde una perspectiva estrictamente to de vista psicológico, a la conducta de los que pretenden seriamente
psicológica, la mentalidad clerical no se agota en la identificación del vivir según esos principios. Pero lo que aquí realmente nos interesa es,
propio sujeto con la función que desempeña. Ya la estructura misma sobre todo, mostrar que esa colección de fórmulas hechas —por no
de su «super-yo» descubre una serie de peculiaridades que han dejado decir, toda esa palabrería— refleja exactamente los contenidos lin-
una amplia huella en la teología eclesiástica del pasado y que perduran güísticos de la predicación clerical. Eso es todo lo que se puede decir
incluso en el presente. sobre cualquier problema —sea el que sea— en un ámbito mental como
Podríamos enumerar como peculiaridades más características: la el del clérigo.
total despersonalización como norma del pensamiento, la acusada ten- De hecho, todo se reduce a un puro esquematismo de formas y de
dencia a la racionalización e historificación de los contenidos mentales fórmulas solemnemente fijas y de una abstracción extremadamente
del sujeto, y la sustitución de argumentos convincentes por la presión sutil. Caben, naturalmente, infinitas variaciones y todo tipo de reflexio-
del poder administrativo. Como ilustración de dichas estructuras bas- nes o de complicaciones imaginables, pero el caso es que, a pesar de
ten un par de ejemplos. tantas y tales precisiones, no se gana ni un ápice de realidad. Es como
si se dividiera un billete de mil pesetas en dos monedas de quinientas,
Despersonalización como norma del pensamiento una de doscientas, dos de cien y cuatro de veinticinco. ¿Qué consegui-
ríamos con eso? Por lo pronto, el billete de mil tiene la ventaja no sólo
Para reconocer este primer rasgo, no hay más que fijarse en el lengua- de que se puede dividir en monedas de menor valor, según la conve-
je. Si hay alguna característica de la «predicación» clerical, ésa es la niencia o la necesidad, sino que se puede intercambiar fácilmente por
abstracción del «tenemos que», o sea, de la pura necesidad teórica. un mayor número de mercancías. Desde el punto de vista de la abs-
Por lo general, se empieza con el enunciado de la consabida premisa tracción, el billete de mil pesetas no tiene más significado, con respec-
teológica: Todo lo que Dios ha hecho «por nosotros» en la «gran obra to al mundo mercantil, que ofrecer la posibilidad de intercambio, pero
escatológica de nuestra salvación, por medio de su Hijo Jesucristo», de ningún modo define qué mercancías, en concreto, han de inter-
quien, «por amor a la humanidad caída, entregó su vida» en la cruz cambiarse por él.
«para obtenernos el perdón de nuestros pecados»122. O bien: Dios hizo Pues bien, no es eso precisamente lo que sucede con la predicación
suyo el sufrimiento del Justo y, fiel a las promesas de salvación que del clérigo. La abstracción rutinaria de su lenguaje implica toda una
había anunciado por los profetas y como afirmación de su propio ser, serie de exhortaciones sobre las consecuencias que la actuación salvífica
glorificó al Crucificado, «ratificando» así su naturaleza divina123. Pre- de Dios en Cristo puede tener para el pensamiento y la conducta hu-
cisamente, de «esa inconcebible entrega de Dios Padre a la humani- mana, pero de todo ello no se deduce la más mínima indicación sobre
dad» y de la propia entrega de Jesús, como Hijo, a la voluntad de su la vida práctica con todo su séquito de exigencias específicas.
Padre, se deduce que también nosotros, a imitación del sufrimiento
Dicho de modo más incisivo: Si uno tiene un billete de mil pesetas,
redentor de Cristo, tenemos que entregarnos al servicio de los hom-
siempre tendrá en su mano la posibilidad de convertir una parcela de
bres y, en obediencia a la voluntad del Dios trino y con la mayor dis-
sus deseos en una realidad práctica, o sea, puede hacer con ese billete
ponibilidad de espíritu, cooperar con la actuación salvífico-escatológica
lo que le dé la gana. Por el contrario, la abstracción del pensamiento
de Dios para establecer su reino en la tierra. Y «tenemos que» llevarlo
clerical sólo puede alcanzar la voluntad del hombre de manera pura-
132 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 133

mente interpelativa; y como no es capaz de penetrar a fondo en la teología de corte clerical, se perciben con particular evidencia en los
realidad y elaborarla intelectualmente, acabará encerrada en aquel fa- esfuerzos con los que, hace algunas décadas, y después de largos siglos
moso dicho de los estoicos: «Las grandes hazañas, basta desearlas». Al de divorcio entre la teología y el pensamiento contemporáneo, hom-
revés que en la parábola de Jesús, se llegará a considerar un gran méri- bres tan clarividentes como Teilhard de Chardin o Karl Rahner trata-
to haber enterrado y guardado cuidadosamente el depósito recibido ron de entablar contacto con la propia época y replantear sobre nuevas
(cf. Mt 25,18). Eso quiere decir que, ante la evidencia de que no basta bases la cuestión sobre el «mundo» actual.
reducirlo todo a una mera cuestión de buena voluntad, la vacía abs- El giro antropológico, asociado paradigmáticamente al nombre de
tracción de ese modo de pensar del clérigo toma forma en la actitud de Karl Rahner, es, sin duda alguna, tanto por su orientación como por
mantener viva una mala conciencia ante la debilidad humana, que re- su forma, la renovación más importante que ha experimentado la teo-
curre a expresiones típicas, como: «Aún estamos lejos del reino de logía católica en el siglo xx. Precisamente por eso, sus limitaciones son
Dios; todos somos débiles, falibles, pecadores por naturaleza; por eso más evidentes y dignas de tenerse en cuenta. Se trata de una presenta-
precisamente, por la necesidad de ser perdonados, dependemos de la ción de la fe católica que da una gran importancia a su carácter históri-
absolución de la Iglesia de Cristo, pronunciada por boca del sacerdote». co, pero que no parece creer necesario un conocimiento de los datos
Para evitar posibles malentendidos, habrá que insistir una vez más concretos de la historia universal; al hablar de otras religiones, no en-
en que aquí no se trata de poner en tela de juicio o de discutir el valor tra realmente en un verdadero análisis de las concepciones culturales
teológico del dogma de la Trinidad, de la cristología, de la soteriología que las sustentan; y cuando toca temas como la creación o la constitu-
o de la escatología. Lo único que nos interesa ahora es dejar constancia ción del mundo, no hace reflexión alguna sobre las cuestiones más
de que, desde el punto de vista psicológico, la estructura mental de ese candentes de la física, de la química o de la biología moderna. Sólo
tipo de raciocinio coincide exactamente con la estructura psíquica de una vez, a propósito del llamado «monogenismo» —una teoría según
los clérigos, o sea, de unos hombres cuya existencia está constitu- la cual la humanidad desciende de una sola pareja, en oposición al
tivamente marcada por esa misma teología. «poligenismo», que postula una mezcla de líneas generativas—, Rahner
Lo decisivo para un tal razonamiento del «super-yo» está en que su se permitió plantearse una cuestión ajena al ámbito impositivo de la
punto de partida para comprender qué significan conceptos como Iglesia. Y significativamente, su respuesta fue equivocada125: Rahner
«Dios» o «revelación» no es la experiencia cotidiana de los mortales, se decantó por el monogenismo. Su argumentación se basaba en la
sino, por el contrario, la idea de Dios y de una revelación absoluta y metafísica, concretamente en el llamado «principio de economía»: ¿por
definitiva, para deducir de ahí lo que constituye la realidad del ser qué razón habría de multiplicar Dios su creación del ser humano, ha-
humano. Desde esta perspectiva, el formalismo, la rotundidad, la coac- ciendo surgir varias parejas, si bastaba una sola? Es claro que la espe-
ción e incluso la pesadez del lenguaje funcional del clérigo no es un culación de Rahner no tuvo mínimamente en cuenta las teorías del
dato puramente casual o una simple degeneración de estilo o de gusto, neo-darwinismo sobre las ramificaciones arborescentes por las que se
sino la manifestación expresa de algo tan extraordinariamente impor- produjo el paso de lo puramente animal a lo verdaderamente humano,
tante como la estructura patógena de la existencia clerical. Igual que hace ya más de dos millones de años126.
los clérigos, en cuanto estamento, están por encima de los seglares,
Y ¿qué decir de Teilhard? Ya el hecho de que, durante su vida, no
también su modo de razonar revolotea sobre el mundo, y no precisa-
se le dejase publicar ni uno solo de sus ensayos en los que presenta la
mente con la penetración fecunda y creativa del Espíritu de Dios en la
mística de sus concepciones es, de por sí, suficientemente indicativo
aurora de la creación, sino más bien como al rececho, con una mirada
de la realidad psíquica de la teología católica127. Pero lo más grave es
crítica y escéptica. Es como una nueva versión —intelectual— de la
que todavía hoy, a los treinta años largos de su muerte, y a pesar del
famosa doctrina de los «dos reinos», que no tiende más puente hacia la
gran entusiasmo que desató —postumamente (!)— su síntesis cristo-
realidad que la violencia compulsiva de un esfuerzo de la voluntad
lógica de la evolución, no se haya sentido la necesidad de convencerse
continuamente frustrado.
de que no se puede hacer justicia a las demandas del paleontólogo
Los problemas que acosan a la mentalidad del clérigo, o bien a una francés, sin desarrollar todas sus consecuencias. De hecho, el proble-
134 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 135

ma actual de la antropología no está en discutir si la forma de un damentales de la física actual; no tienen la menor idea sobre los «quásares»
cráneo o de un molar es de un animal o ya de un hombre, sino en la de la luz132, los agujeros negros133, o las estrellas de neutrones134; no sien-
gran pregunta sobre la génesis de la psique humana. La fisiología del ten la necesidad de saber algo sobre los límites de la masa, según la teoría
cerebro, la cibernética, el behaviorismo y el conductismo, el psicoaná- de Chandrasekhar135, y su significado para la formación de las estrellas
lisis, la etnología, la antropología cultural, todos estos campos son los fijas; pero no tienen ningún reparo en hablar de la redención del cosmos
que podría y debería explorar hoy el teólogo moderno, para confron- por medio de la acción salvífica de Cristo136.
tar sus viejas concepciones con los resultados de la ciencia y, de este En los cuatro semestres que obligatoriamente hay que dedicar a un
modo, enriquecer sus propias ideas, darles mayor profundidad y ha- estudio sistemático de la filosofía, se tratará de probar —naturalmen-
cerlas incomparablemente fecundas. te, en una terminología escolástica— la existencia del alma humana,
Pero eso es, precisamente, lo que no se hace. El pensamiento del realidad inteligente, libre e inmortal137, sin tocar ni de lejos ciertas
«super-yo», típico del clérigo, se aferra desesperadamente a unas cuan- cuestiones de la biología moderna, como las estructuras disipativas138
tas fórmulas tradicionales que trata de presentar como verdades reve- o los sistemas bioquímicos de alta complejidad139.
ladas por Dios. Pero no se da cuenta de que hablar indefinidamente sobre En cuanto a la teología moral y a la dogmática, es posible —en el
los planes e intenciones de la divinidad, en vez de superar el estado de mejor de los casos (!)— que se mencione simplemente la responsabili-
alienación en el que se encuentra el ser humano, sólo consigue ahondar dad con respecto a los países del Tercer Mundo 140 , pero, de hecho, sin
aún más la situación. So pretexto de interpretar la historia humana a entrar a fondo en ciertas cuestiones como las cortapisas del sistema
partir de la acción de Dios, se evita precisamente el conocimiento pro- económico mundial141, las condiciones comerciales del mercado in-
fundo de esa misma historia; y, del mismo modo, tanto contemplar la ternacional 142 , el problema de la superpoblación 143 , la creciente y
creación de Dios en un plano meramente abstracto no hace más que preocupante escasez de materias primas144, las diferencias socio-cultu-
ahorrar un esfuerzo serio por entender su auténtica realidad. Esa situa- rales entre los pueblos; en suma, sin abordar decididamente una situa-
ción de aislamiento entre la mentalidad clerical y la realidad circundante, ción real tan compleja como la que actualmente azota a más de dos
ese predominio de las concepciones abstractas, es lo que, a la larga, tercios de la humanidad.
produce e impone como estructura psicológica del clérigo una auténti- En una palabra, la mentalidad clerical de la teología contemporá-
ca estrechez de miras y una irremediable pereza intelectual. nea sigue, como antaño, al servicio no precisamente de una interpreta-
Bajando a lo concreto, podríamos examinar fríamente cómo se ción de la realidad, sino de la justificación de una ideología salvífica
articula el plan de estudios teológicos de los futuros clérigos. que se considera revelada por Dios, y cuyos principios abstractos de-
En el terreno de la historia, los conocimientos programados em- ben ser intelectualmente superpuestos a la realidad e impuestos por la
piezan en el segundo milenio antes de Cristo, con la elección de fuerza de un moralismo voluntarista.
Abrahán, y no rebasan las fronteras del Próximo Oriente y del Occi- El resultado es que esa mentalidad clerical crea una especie de
dente cristiano, los únicos sitios del planeta donde se dio la revelación reducto propio, que actúa retroactivamente dejando su huella sobre la
de Dios (!). personalidad de cada uno de los «eclesiásticos» dedicados al ministe-
Sobre el tema de la creación del universo, la enseñanza se limita a rio. El sacerdote no sólo tiene derecho, sino hasta obligación de consa-
meras nociones sobre la libertad creadora de Dios y a una discusión grarse exclusivamente al servicio de la palabra y a la administración de
sobre si la Trinidad y la Encarnación de Cristo se pueden deducir del los sacramentos. Es decir, si quiere mantenerse fiel a su función, el
carácter propio de la naturaleza, o si son misterios salvíficos que ya clérigo no podrá evadirse de la cárcel espiritual en la que la sociedad
están presentes en el acto revelatorio de la creación128. Los profesores civil de hoy ha encerrado progresivamente a la religión y a la Iglesia145.
de dogmática o de teología fundamental, enfrascados en una contem- El mejor sitio para el clérigo es el cumplimiento de su obligación fun-
plación de esa sublimidad de Dios, ignoran por completo ciertas no- cional, o sea, predicar los domingos —y a un público en rápida dismi-
ciones como la teoría de la relatividad129, la electrodinámica quántica130, nución— las fórmulas abstractas de la fe cristiana y procurar no poner
las teorías sobre la gran unificación de fuerzas131, u otros conceptos fun- obstáculos a la marcha normal del mundo.
136 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 137

Si hay alguien que todavía tenga alguna duda sobre la descripción dogmática. En realidad, ha sufrido una degradación, hasta convertir-
que acabamos de hacer del aislacionismo y exterioridad que caracteri- se en un plantel de meros especialistas en filología. Y el resultado es
za el pensamiento de los clérigos, no le vendría mal —a modo de con- que también en ese campo no tardó mucho en manifestarse la
sejo— asomarse al género de vida espiritual que llevan los eclesiásti- ambivalencia típica de la mentalidad clerical: por una parte, se traba-
cos. Bien pronto verá ratificada la idea de que seis años de estudio ja «científicamente» sobre la Biblia, aunque de los conocimientos ad-
teológico, si realmente van a tener sobre el sacerdote todos esos efec- quiridos no cabe esperar, en el aspecto personal, ninguna idea que
tos que se pueden observar en cualquier parte, tienen que contener alimente la propia vida religiosa; pero, por otra parte, reservada en
buenas dosis de las mencionadas formas de aislamiento de la vida y de un espacio de misticismo espiritual, se conserva siempre una especie
alienación con respecto a la realidad. de fe del carbonero, una actitud interna difícil de justificar intelec-
Un recorrido por los principales campos que comprende la forma- tualmente.
ción de los clérigos arroja un resultado bastante sombrío. Los prime- El caso de un célebre exégeta, cuya sinceridad está fuera de toda
ros años de carrera están dedicados a estudios de filosofía. Pues bien, duda, podría ser paradigmático de la situación que viven consciente-
una vez instalado en su actividad profesional, raro es el clérigo que mente la mayoría de los clérigos católicos en este campo de una
cede a la tentación de coger un libro de filosofía moderna. Pero lo espiritualidad objetiva. Después de largos años de actividad profesio-
curioso es que —mientras tanto— la mayoría está dispuesta a recono- nal, y ya jubilado, confesaba nuestro personaje: «Todo mi trabajo ha
cer que las fórmulas metafísicas que les enseñaron están radicalmente consistido en buscar afanosamente la realidad de la persona y del men-
obsoletas. Sin embargo, ninguna cuestión filosófica —ni siquiera en el saje de Jesús. Pero la Biblia no ofrece más que meras imágenes, como
campo menos comprometido de Historia de la Filosofía— ha supuesto dibujadas en un cristal transparente. En mi intento de profundizar en
para ninguno de ellos un verdadero acontecimiento espiritual. Al re- esas imágenes, que yo consideraba reales, entré de lleno por el cristal
vés; el estudio de los «sistemas» filosóficos no sirvió más que para de la mampara». Poco después, manifestó su «secreto»: un pequeño
proporcionarles un esquema mental™* para la elaboración de su pro- altar, como el que, hace unos cuarenta años, construían los niños de
pia ideología, algo así como una cantera de conceptos con los que la primera comunión en muchas partes, durante el mes de mayo, en ho-
teología dogmática construye su sistema particular. El reto que supo- nor de la Virgen. En la mentalidad clerical, no hay una verdadera unión
ne una mentalidad abierta a toda clase de problemas, es decir, un modo entre símbolo y realidad, entre lo subjetivo y lo objetivo, entre senti-
de pensar decididamente filosófico, se les escamoteó sistemáticamente miento e idea, entre deseo y cumplimiento; y esa división causa pro-
durante toda su formación. Pues bien, ¿cómo va a ser posible, más fundos desgarrones incluso en el ámbito eclesial, donde el pensamien-
tarde, que un modo de pensar tan condicionado por la función y some- to es ajeno a la fe, y la fe, ajena al pensamiento.
tido a las presiones de la práctica del ministerio llegue a liberarse de sí El resultado de esta dualidad es perfectamente perceptible por los
mismo, si no es por medio de una crisis que, por lo general, sólo se «seglares» que cada domingo van a la iglesia. Si se tomara un mapa de
resuelve con el abandono de la misma función? cualquier diócesis, habría que buscar con lupa a los sacerdotes que,
Después de los estudios de filosofía, el programa de formación de una vez pasado el examen de sus dos o tres años de exégesis histórico-
los clérigos contempla una etapa dedicada a la exégesis, o sea, a la crítica y de estudio de lenguas bíblicas, se dediquen a preparar sus
interpretación de la Biblia. En la actualidad, ésta es la parte más homilías a base de la Biblia hebrea o del Nuevo Testamento en griego,
«secularizada» de la teología, debido, sobre todo, al empleo de los por no hablar de sinopsis, concordancias o comentarios. La inconsis-
métodos histórico-críticos147. De por sí, el campo exegético posee tal tencia religiosa de lo que han aprendido durante la carrera les confir-
autonomía que es capaz de generar sus propios caminos de investiga- ma en su persuasión de que esa clase de estudios resulta absolutamente
ción independiente. Pero resulta que no es así. Por temor a ser fulmi- inútil para preparar una predicación verdaderamente espiritual. Y si,
nada por el rayo de la censura eclesiástica, la exégesis ha optado por ya prácticamente en el colmo de la desesperación, se deciden a echar
emplear un método que, al carecer de un alcance propiamente reli- mano de un comentario, en seguida se darán cuenta de que, aun dedi-
gioso o espiritual, ha quedado neutralizado, de hecho, frente a la cándose a desempolvar cientos y cientos de páginas de pura erudición,
138 El di agnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 139

al final se van a encontrar con que lo que saquen en limpio no tiene mundial promovido por la masonería, debilidad de la naturaleza hu-
realmente el más mínimo valor religioso. mana para someterse a la fe, perfidia del espíritu contemporáneo; en
Dicho de otra manera, la preparación de un clérigo para su oficio fin, enemigos que hay que combatir, según la palabra del apóstol: "In-
de predicar y de enseñar sólo está relacionada con los fundamentos de siste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende, exhorta" (2 Tim 4,2)»...
la propia fe, es decir, con la Biblia, mediante puras abstracciones. Re- Realmente, ¡eso es lo que hacen los clérigos!
sulta que los textos no se estudian en profundidad, sino que se volatilizan
Todavía hay que añadir un dato a esta descripción de la mentali-
en todo un abanico de sugerencias asociativas, válidas para cualquier
dad del clérigo. Durante sus estudios, sobre todo de teología moral, se
clase de situación. El estudio de la sagrada Escritura no proporciona
le entrena para que pueda juzgar el comportamiento de la gente como
ningún verdadero estímulo para configurar la propia vida personal,
realidad objetiva, según las normas reveladas por Dios y las directrices
sino más bien —me atrevería a decir— la oscuridad pedante de todo el
emanadas del magisterio infalible de la Iglesia; así se afina la «concien-
que presume de haber «estudiado» y que, por consiguiente, «sabe de
cia» de los creyentes149. En todos los campos de la vida, hasta en los
qué se trata». Al cabo de seis años de estudio, la mentalidad del «super-
más íntimos, sobre todo en cuestiones de comportamiento moral, el
yo» del clérigo termina por transformarse en una arrogancia pretenciosa
clérigo adopta por principio, frente a los «seglares», una postura de
y en una vanidad sin límites.
maestro y de director. A él le compete realmente decidir cuándo, cómo
Pero la situación es aún más grave en teología moral y en dogmá- y qué pueden hacer un chico y una chica, cuándo, cómo y por qué un
tica. No hay ningún sacerdote que no haya tenido que pasar, por lo muchacho debe cumplir el servicio militar; más aún, en cuestiones tan
menos, dos o tres exámenes sobre temas como la Trinidad o la unión importantes, él es el único que puede especificar en qué circunstancias
hipostática en la persona de Jesús, Hijo de Dios. Pero al final, apenas uno pierde todo el derecho a apelar a su conciencia150. Es al clérigo,
se encontrará un solo sacerdote que sepa decir qué han significado como representante de Dios, al que los esposos deben escuchar para
para él esas fórmulas tan respetables, si no es que son muy importan- saber si su matrimonio es válido o «nulo». Iniciados por Dios, son ellos
tes, indiscutibles, llenas de sentido salvífico, imprescindibles para la los que saben cómo tener hijos y cómo prevenir, según el orden divino
salvación del mundo..., y también —¡cómo no!— para sacar una bue- de la creación, los embarazos no deseados.
na nota en el próximo examen.
En una palabra, después de dos mil años de teología occidental, no
Sin embargo, son precisamente esas fórmulas donde se juega una hay cuestión privada o pública para la que el clérigo católico no tenga
cosa tan importante como el poder y la autoridad de los clérigos. En —o no crea tener— una respuesta clara, tajante, sencilla e irrefutable.
este campo domina soberanamente, y sin opción a réplica, el lenguaje Las fuentes de su conocimientos son absolutamente indiscutibles: por
técnico del eclesiástico, que llena de admiración al pueblo sencillo; ahí una parte, la palabra de Dios en la sagrada Escritura; por otra, la auto-
radica la verdadera autoridad del clérigo; aquí, él es el especialista, el ridad del magisterio eclesiástico asistido por el Espíritu Santo. Es de-
guardián competente y portador auténtico del tesoro de la fe cristiana, cir, el que quiera pertenecer a la Iglesia católica debe someterse a los
única e inconfundible, con su insuperable poder de salvación definiti- dictados del estamento clerical.
va. Es una especie de conocimiento secreto, cuya cifra está en sus pala-
Por lo general, los clérigos no ven con buenos ojos, y hasta juzgan
bras. Un secreto del que ya se burlaba Mefistófeles en el Fausto de
inapropiadas, ciertas indicaciones provenientes de la investigación en
Goethe: «Por lo demás, ateneos a vuestras palabras...»148. Resulta casi
el campo de la etnología, según las cuales la afirmación católica de que
inconcebible que un sarcasmo tan estridente y hasta grosero, pronun-
la monogamia es de derecho natural choca frontalmente contra invete-
ciado hace más de doscientos años contra la teología clerical —espe-
radas concepciones de otras culturas, por ejemplo, africanas151 o poli-
cialmente, la de los jesuítas de entonces —, no haya provocado en la
nesias, que se basan en la poligamia o en la poliandria. Esa argumenta-
Iglesia el más mínimo cambio de mentalidad. Pero es que el deber del
ción, se dice, no puede ser decisiva, porque se trata de culturas paganas
clérigo, la afirmación de su propia seguridad, es mostrarse invulnerable
sobre las que aún no ha brillado la verdadera luz de Dios. El que se
a cualquier crítica sobre su formalismo impersonal o su desdén por la
empeñe en aducir argumentos etológicos, es decir, tomados de un es-
experiencia: «¡Típicos signos de los tiempos, maniobras del ateísmo
tudio comparativo de los comportamientos humanos, para refutar
140 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 141

ciertas doctrinas de la Iglesia católica, por ejemplo, la naturaleza trascendente en el espacio de la historia». Mi interlocutor sonrió con
monógama del ser humano, recibirá como respuesta —por cierto, bas- una expresión de cansancio. Él sabía; de una vez por todas.
tante irónica— la observación de que los hombres no somos meros Es evidente que esa absoluta seguridad en la competencia que da la
animales, sino creaturas espirituales, y por tanto pertenecemos a un propia función para emitir un juicio sobre cuestiones importantes para
orden radicalmente distinto de los demás seres creados; es imposible la vida no nace del acopio de conocimientos adquiridos, sino que des-
que, a partir de un chimpancé, se llegue a deducir algo serio sobre la cubre un rechazo de la reflexión, por miedo a recaer en la tremenda
constitución de la personalidad humana. inseguridad ontológica, que es el principio que mueve al clérigo a bus-
Y ¿qué decir del psicoanálisis, de la psicología profunda} Ese pro- car refugio en la función.
cedimiento ¿no está constituido por una serie de teorías aún no sufi- Con todo, si se observa con detenimiento, el verdadero problema
cientemente demostradas?, ¿no existen, en realidad, tantas escuelas no está en esa especie de compromiso privado que el clérigo establece
como maestros?, ¿no se trata de un método que incluso niega la liber- entre su ignorancia y su arrogancia, y que, para evadirse del caos de su
tad humana?, ¿no está basado en un enfoque unilateral, centrado ex- «no-existencia» personal, le lleva a agarrarse desesperadamente a la
clusivamente en el estudio de las pulsiones? doctrina de la Iglesia considerada como infalible. El problema radica,
Para plantearse con toda neutralidad el alcance psicológico de esas más bien, en la tendencia de cada religión a ofrecer a sus fieles un
«objeciones», hay que tener bien claro que la formación espiritual de simulacro de «certeza» y de «seguridad» que los reduzca a meros se-
los clérigos todavía hoy está esencialmente marcada por una férrea cuaces perfectamente maleables por medios administrativos. Con ra-
autoridad en todas las cuestiones de orden interno, y por una actitud zón hablaba Karl Jaspers de la tremenda fatalidad que se produce cuando
externa de defensa contra los detractores del cristianismo. La mayor una decisión existencial sin condiciones, como la que es propia del
parte de los clérigos en ejercicio activo de sus funciones tienen tras de acto de fe, termina por desembocar «en una fórmula que exige cono-
sí cursos y cursos de filosofía, de teología fundamental y de dogmáti- cer lo que es justo» y llega a convertirse «en una verdad universalmen-
ca, en los que, en sólo una hora, se mencionaban como «adversarios» te válida»153.
—y, en buena lógica, se refutaban— hasta veinte, o más, ateos, agnós-
ticos, herejes y tergiversadores de la verdad, encuadrados en una inter- Nuestro conocimiento de las extraordinarias proezas que el cristia-
minable serie de «-ismos». Todo el arte de esos prestidigitadores de nismo ha llevado a cabo, y de las gigantescas figuras que han creci-
conceptos consistía entonces —y lo peor es que no ha cambiado— no do en esa y por esa fe, no nos impide comprobar que la corrupción
en una lectura para la comprensión y el aprendizaje, sino en una repre- de sus principios ha tenido consecuencias históricas desastrosas,
disimuladas generalmente bajo el manto de una verdad sagrada e
sentación ficticia para luego desacreditar, juzgar y condenar; y total,
incorruptible154.
para presumir y hacerse ilusiones de ser los únicos detentadores de la
verdad. El clima de temor engendrado por la inseguridad ontológica se une
Hace poco, un eclesiástico de alto rango me decía muy orgulloso: a una teología de esa misma especie y, en particular, a la pretensión de
«Los cristianos somos los únicos que tenemos un Hombre-Dios, en el exclusividad de la cristología. Parece ser que la mentalidad del clérigo
que —cómo diría yo— Dios mismo se ha encarnado personalmente». es el lugar privilegiado en el que la sumisión de la personalidad a una
Con la única intención de quebrantar un poco aquel bastión de auto- doctrina presuntamente objetiva y absolutamente cerrada sobre sí mis-
suficiencia, yo le repliqué: «También hay otras religiones, como el ma corre el mayor peligro de degenerar, al exterior, en un fanatismo
hinduismo, que tienen su Hombre-Dios; de hecho, los hindúes creen de corte violento. La inseguridad del ser humano, que brota necesaria-
que Visnú, segunda persona de una divinidad trinitaria, la Trimurti, se mente de la reglamentación de la vida espiritual y no se puede vivir
encarnó en el Hombre-Dios Krisna»152. «Sí», me contestó, «pero eso no con plenitud si no es en la libertad de una continua lucha y de una
es más que un mito. Nosotros, en cambio, creemos en un acontecimiento permanente búsqueda de la verdad, desata en la psicología del clérigo
histórico que, a la vez, es trascendente». En ese momento, estuve a punto una tal inquietud, que no puede calmarse más que con la intervención
de objetar: «Claro, eso es lo propio del mito: expresar un acontecimiento por decreto de la autoridad eclesiástica, que es la que define inequívo-
142 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 143

camente las verdades de la fe, condena explícitamente a los discrepantes Ya nos hemos ido acostumbrando a sonreír con cierta malicia ante
y subsana con toda claridad la incertidumbre de los perplejos. Pero así la inconcebible censura intelectual que supone el Index romanusxsl —el
es como, psicológicamente, los contenidos de la religión y sus funda- famoso «índice de libros prohibidos»— como el ejemplo más típico
mentos espirituales se quiebran y degeneran en puro materialismo ad- del anacronismo de un sistema tradicional, anticuado incluso en la
ministrativo; consecuentemente, se mata el pensamiento y, en su lu- tradición que representa. Pero el caso es que esa sonrisa ignora el enor-
gar, se impone todo un sistema coercitivo de falsas garantías. me daño intelectual y religioso que la Iglesia católica, en su lucha con-
Sin embargo, también hay textos en la Biblia que podrían legiti- tra la libertad de pensamiento y de expresión, ha causado hasta en sus
mar una situación semejante. ¿No dice expresamente «el apóstol» que propias filas. No se puede prohibir la lectura de unos literatos como
en la Iglesia de Cristo hay que «mantener, mediante el vínculo de la Émile Zola, André Gide o Jean-Paul Sartre, y al mismo tiempo creer
paz, la unidad que es fruto del Espíritu. Hay un solo cuerpo y un solo que, a pesar de todo, se puede dar entre los hombres algo así como una
Espíritu... un solo Señor, una fe, un bautismo; un Dios que es Padre de comunicación «en espíritu y verdad» (cf. Jn 4,23)158. Pero lo más grave
todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos» (Ef 4,3- es que uno ni se molesta en reflexionar sobre el hecho de que no hay
6)155? Pero, en realidad, si no existiera el amor —que es de lo que institución que pueda sacudirse siglos y siglos de férrea dictadura inte-
realmente trata aquí el apóstol, presentándolo como la verdadera fuer- lectual recurriendo sencillamente a suprimir por decreto, a partir de
za de unión entre los cristianos—, todas estas palabras podrían resonar una determinada fecha, ciertos órganos de los que echó mano en el
también en los oídos de tantas víctimas de una ideología colectivista, pasado para estrangular la inteligencia. Lo malo es que en el interior,
totalitaria y destructiva de la propia individualidad, que vivieron los en el ámbito del espíritu, en los rincones copados por el miedo, todas
horrores del Tercer Reich. Se parecerían a aquellas célebres consignas: esas medidas no han llegado a producir jamás el más mínimo cambio.
«Tú no eres nada; tu pueblo lo es todo», y «Un pueblo, un imperio, un Para hacerse una idea de la situación espiritual en la que viven
caudillo». Hay reputados teólogos que todavía hoy conceden tal vali- precisamente esas personas sobre las que la Iglesia, por sí y ante sí,
dez a la estructura «integrada» de la «comunidad», que pueden afirmar ejerce su absoluto poder de decisión, no hay nada más significativo e
sin inhibiciones, en cualquier discusión, que esas máximas son falsas incluso más dramático —y eso que estamos ya a finales del siglo xx—
sólo «fuera de la comunión con Cristo»156. Es la propia desperso- que el caso de las religiosas de clausura. Ni punto de comparación con
nalización de la mentalidad funcional la que, debido a su falsa identi- los religiosos. A éstos, efectivamente —desde luego, a los destinados a
ficación con la personalidad del individuo, destruye a éste y, con él, su una actividad de orden «externo» como el ministerio pastoral—, siem-
propio espíritu personal. Ese «modo de razonar» es estructuralmente pre se les presentará alguna oportunidad de tener acceso a diferentes
fascista, cualesquiera que sean los contenidos concretos con los que se medios informativos, si la cosa les interesa. Por el contrario, estarse
pretenda justificarlo ante la opinión pública. toda la vida sin poder leer un periódico, y no digamos un libro, a no
Seguro que este tipo de análisis psicológico del estamento clerical ser que previamente se le haya juzgado irreprochable, es algo que a un
de la Iglesia católica le resultará bastante difícil a uno que no esté extraño le resultará difícil de entender. La monja de clausura que quie-
suficientemente familiarizado con las costumbres de los clérigos. Y ra vivir su vida espiritual según las reglas de la orden jamás tendrá
eso, debido a la mojigatería pseudocientífica con la que la Iglesia trata ocasión de ver una buena película, asistir a un teatro, escuchar algún
de recubrir esa franja de sus más genuinos representantes. Con todo, el programa de radio, o un disco, o una «cassette». Y no digamos las
testimonio más elocuente de lo que acabamos de describir como priva- noticias: todavía hoy hay conventos en los que no se sabe literalmente
ción de espiritualidad, impuesta al pensamiento y a la imaginación nada de actualidad. La religiosa ha renunciado al «mundo», y su única
religiosa —por supuesto, en cuanto apropiación subjetiva—, se puede aspiración debe ser el reino de Dios. ¿Qué le importa a ella si hay o no
encontrar, de un modo brutalmente directo, en las técnicas refinadas armas atómicas, si la capa de ozono se deteriora día a día, si la selva
con las que, sobre todo, las órdenes y congregaciones femeninas ejer- tropical sufre el acoso de desaprensivos especuladores? Lo único que
cen la tutela espiritual de sus religiosas con toda clase de vejaciones deberá hacer es cumplir fielmente su deber ciudadano de votar en las
personales. próximas elecciones, pero votando «como Dios manda», es decir, se-
144 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 145

gún los principios de inspiración cristiana15*. Además, no podrá asistir la censura intelectual. Con todo, si se examina en serio la realidad,
a conferencias, a actos públicos o a cualquiera otra actividad que pu- desde el punto de vista psicológico, se verá que lo conseguido hasta
diera hacerla un tanto independiente de espíritu, sin que antes la ahora se parece más a mera palabrería que a una auténtica libertad de
superiora responsable no dé su aprobación expresa, por considerar pensamiento y de diálogo.
que dicha actividad es inocua o necesaria. Hasta los predicadores y No hay nada más difícil, en una terapia de clérigos, que liberar al
confesores, a cuyo influjo está sujeta la monja, le vendrán oficialmente paciente de todos sus complejos mentales, hasta conseguir, al menos,
impuestos «desde arriba»; aparte de que todas las religiosas deberán una cierta disposición para enfrentarse con las inhibiciones del «ello»,
tener el mismo consejero. Sin peligro de exageración, se podría decir que es el verdadero campo de análisis, según Freud. El miedo a una
que incluso una cárcel de máxima seguridad ofrece más oportunidades especie de autocensura interna proveniente del pensamiento y consi-
de información y de libertad de pensamiento que las que la Iglesia derada como un castigo o, por el contrario, pensar maquinalmente
católica prevé para las «siervas de Cristo». para evitar una posible aparición de nuevos medios es —qué duda
¿Se puede expresar más claramente el hecho de que todavía hoy, a cabe— el síntoma por excelencia de la mentalidad funcional del cléri-
más de doscientos años de la Ilustración, la Iglesia católica sigue sin go anclada en el «super-yo». Cada vez que surge una amenaza de liber-
ver con buenos ojos la independencia del pensamiento, la capacidad de tad, la mente del eclesiástico se trastorna y su imaginación se debate
una crítica, la mayoría de edad espiritual, en una palabra, las conquis- literalmente en una angustia mortal, ante la sola idea de que Dios pue-
tas más importantes del Siglo de las Luces? Por el contrario, ¿no habrá de condenarle por culpa de su infidelidad a la doctrina católica. El que
que decir, más bien, que se aprovecha cualquier oportunidad para im- haya sido testigo alguna vez de la repetida insurgencia de tales miedos,
poner la «aceptación» acrítica, irreflexiva, alienante y hasta infantil de precisamente en los que constituyen la flor y nata de la Iglesia, no
una «fe» que termina por crear subditos incondicionalmente sumisos, podrá menos de quedarse atónito al comprobar hasta qué punto ha
a los que se puede explotar sin contemplaciones? logrado calar en la psicología del clérigo ese férreo sistema intelectual
Hay que haber vivido el proceso terapéutico de muchos clérigos y elaborado por el catolicismo. Y el que sinceramente sienta alguna pre-
de muchas religiosas, para percatarse de lo increíblemente difícil que ocupación por la continuidad y el futuro de esa Iglesia no tendrá más
es volver a sacar brillo a la única arma que tiene el «yo» para recupe- remedio que poner la máxima energía en la denuncia pública de la
rar, con ayuda del analista y al cabo de algunos años, la propia libertad inconmensurable distancia estructural que separa esta concepción de
e independencia: la espada del espíritu. Hace unos años, me encontré Iglesia —al parecer, anclada en el Medievo— de las aspiraciones de
con un religioso que me contó con la mayor franqueza: «Cuando yo libertad y respeto al individuo que caracterizan la cultura moderna.
tenía quince años, mi gran pecado era que tenía dudas de fe. Recorrí Dicho en otras palabras: precisamente los procedimientos que más
una infinidad de iglesias, buscando un confesor con el que poder ha- han contribuido al desarrollo interno y a la expansión externa de la
blar de mi situación. Consulté a una media docena, y todos me decían Iglesia, durante largos períodos de su historia, son los que hoy día
que las dudas de fe no eran más que producto de la soberbia intelec- constituyen el mayor problema para su credibilidad. Y los principales
tual, y la soberbia era uno de los mayores vicios, uno de los siete peca- responsables de esa situación son los mismos clérigos. Mientras éstos
dos capitales, que convierten al hombre en enemigo de Dios. Así que sigan atenazados por el miedo a sus convicciones internas, igual que
renuncié a más consultas. Recuerdo que uno de los confesores —el esos niños que, en cuanto se les cambia el más mínimo detalle de su
más simpático, por cierto— me dijo que su actitud fundamental se cuento favorito, en seguida protestan de que sus padres se hayan per-
sintetizaba en la máxima latina: Roma locuta, causa finita, es decir, mitido introducir esa variación, la Iglesia no deberá admirarse de que
una vez que ha hablado Roma, ya no hay dudas que valgan; ¿a qué su actitud despierte en círculos cada vez más amplios una oposición
seguir atormentándose?». instintiva más bien que una aceptación sumisa y obediente de los prin-
A este punto, no se puede negar que, a raíz del concilio Vaticano cipios de la fe. Para resolver ese conflicto, no hay receta más eficaz que
II, la teología católica está haciendo los mayores esfuerzos —al menos, la que ya proponía Friedrich Schiller, hace más de doscientos años, en
de palabra— por sacudirse el baldón de autoritarismo que pesa sobre su Don Carlos: «Sugiero, señor, que deberíais dejarles pensar por sí
146 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 147
160
mismos» . A ver cuándo la Iglesia logra descubrir que, mientras siga
satisfacción subjetiva, no sólo su propia audacia y espíritu de investi-
aferrándose a la concepción de una verdad superficial y totalmente
gación, sino también, y no menos, su habilidad táctica en el trato con
desfasada de la realidad, en lugar de «revelar» a Dios no hará más que
los poderosos junto a su decisión de esperar pacientemente la oportu-
«velarle», cada día más, a los ojos de los creyentes. Sólo a partir de ese
nidad de cambiar el «sistema» desde dentro 162 . Mientras no presenten
momento, habrá una oportunidad de resolver, de una vez por todas, la
públicamente su opinión ante los «seglares» —como si dijéramos, en
esquizofrenia espiritual que desgarra implacablemente la mentalidad
el mercado—, no corren ningún riesgo. Y eso es precisamente lo que el
de los clérigos.
magisterio de la Iglesia, en virtud de su autoritarismo, trata de evitar
Mientras tanto, los «seglares» se verán expuestos a cargar con las por todos los medios a su alcance, como la intimidación y la represión.
trágicas consecuencias de ese fracaso de la psicología clerical, en el Y así pasa lo que pasa. En la sociedad civil, los últimos descubrimien-
que se repite incesantemente el drama de su contradicción más íntima. tos científicos en campos como la física o la biología no tardan ni
Los padres se verán cada día más incapaces de transmitir conveniente- cinco años en entrar incluso en los manuales de enseñanza media. Sin
mente a sus hijos sus propias convicciones religiosas. embargo, en la Iglesia, el caudal de conocimientos religiosos que sue-
Frente a este análisis de la mentalidad clerical como una forma de len tener los «seglares», por ejemplo, en temas como la historicidad de
ambigüedad, de abstracción y de «lealtad» absolutamente dependiente los textos bíblicos o la «infalibilidad» del papa, no rebasa el nivel de la
del autoritarismo, aun a costa de la renuncia al propio punto de vista, teología de 1890. Por consiguiente, lo más lógico es que el «castigo»
es más, como una forma de radical despersonalización espiritual, al no se haga esperar.
tiempo que se sigue hablando de «espíritu», se podría aducir —como,
Una vez que el catolicismo, por su misma naturaleza, ha creído
por otra parte, en cualquier otro tema, por desagradable que resulte—
que debía establecer objetivamente la verdad por medio de fórmulas y
el fácil argumento de la excepción.
ritos tradicionales, hoy por hoy no le queda más remedio que asistir
Quizá pueda admitirse que determinados profesores de teología se
impotente al derrumbamiento estrepitoso de ese saldo monumental,
atreven a publicar de vez en cuando en revistas especializadas, o inclu-
que es en lo que se han convertido sus propias estructuras. Y después
so en semanarios de amplia difusión, ciertas opiniones que no con-
de que, durante tantos siglos y bajo la guía de tan venerables figuras, lo
cuerdan exactamente con las líneas generales establecidas por el
único que ha hecho ha sido arrastrar a los «seglares» con un tirón de
autoritarismo central. Eso podría «demostrar», en un sentido pura-
orejas, como se hace con un niño díscolo, ahora tiene que contemplar
mente apologético, que en la Iglesia, concretamente entre los clérigos,
perplejo cómo las familias católicas —vivero, al fin y al cabo, de su
se ha dado y se sigue dando un rico intercambio de pareceres, todo un
continuidad— van dejando progresivamente de ser el santuario de trans-
espectro de libertad de opinión y de apertura al diálogo constructivo.
misión de una «fe» cristiana, convertida en fardo de las más insulsas
Pero ese «argumento» es tan pobre como la referencia al puñado de
doctrinas.
profesores universitarios que, durante el régimen del Tercer Reich, se
pronunciaron abiertamente contra la absurda mística nazi de «sangre y Achacar esa situación, como suelen hacer los clérigos, precisa-
territorio». Si la «resistencia» de esos intelectuales no les llevó a un mente a un fallo de los «seglares» es, por lo pronto, una de las más
campo de concentración, fue porque su discrepancia se mantuvo sufi- flagrantes injusticias. En cualquier cuestión psicológica que toque
cientemente secreta como para no salir a la luz pública. directamente la personalidad del clérigo, no estaría mal preparar una
buena mezcla de crítica, que es lo propio del análisis, y de compren-
La situación actual de muchos profesores de teología en la Iglesia sión, que es lo que da carácter al diagnóstico; en última instancia, las
católica es, más o menos, idéntica (!)161. Lo que puedan decir en sus primeras víctimas de los problemas de la existencia clerical son los
seminarios no encontrará «objeción» o «supervisión doctrinal», mien- mismos clérigos. Sin embargo, saca verdaderamente de quicio ver
tras no trascienda al público, o sea, mientras no llegue a los «seglares». cómo las directrices de Roma o de las Conferencias episcopales car-
De hecho, hay bastantes profesores que, basados precisamente en esa gan los problemas de la educación religiosa precisamente sobre las
enorme diferencia entre un mero cambio de impresiones entre «espe- familias. Si los niños no van en masa a las clases de religión, si ya con
cialistas» y la publicación de un artículo, tratan de probar, con gran catorce años cuesta un verdadero triunfo llevarles a misa los domin-
148 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 149

gos, si los jóvenes ya no consideran pecado las relaciones gran medida, un gigantesco «juego» de azar165?, ¿qué relación existe
prematrimoniales —contra los preceptos de la Iglesia—, todo es por entre estas nociones y el esplendor de las culturas más antiguas o de las
culpa de los padres, que no les dan ejemplo163. Juan Pablo II, durante grandes religiones no cristianas?
sus frecuentes visitas a diversos países, no hace más que decir en casi Esa falta de valentía que acabamos de describir como propia del
todos sus discursos que el matrimonio y la familia están amenazados clérigo, esa estrechez de miras del que se considera guardián de «la
en su misma esencia por el uso de anticonceptivos, por el divorcio y verdad» y esa negligencia de espíritu del estamento clerical, arrastrada
por el aborto 164 . En síntesis: si los esposos se guiaran más por las siglos y siglos, son la causa de que los «seglares» se encuentren solos e
instrucciones de la Iglesia católica, la familia se conservaría intacta, indefensos ante los desafíos de la modernidad. Por un lado, esa rigidez
reinaría un clima más intenso de oración y de sacrificio, y los hijos mental dominada por el miedo alcanza también a los «seglares» y ac-
verían en sus padres el mejor ejemplo que imitar. Así, la religión túa retroactivamente sobre las generaciones de jóvenes en desarrollo
cobraría fuerza y se haría cada vez más sólida, las órdenes religiosas creando en ellos un profundo disgusto por la «fe», o haciéndola apare-
no tendrían tanta preocupación por la falta de novicios, y no habría cer como una forma sectaria de increencia y alienación. Por otro lado,
tanta escasez de vocaciones al sacerdocio. suele ocurrir que, en esas circunstancias, los mismos padres, conscien-
Pero habrá que prescindir, por el momento, del formalismo inhe- tes de su propia inseguridad, se aferran desesperadamente a la doctri-
rente a esa clase de consideraciones, y dejar de lado el hecho de que na «clara y segura» de la Iglesia, y exigen a los clérigos que les acompa-
cada día crece en nuestra sociedad el número de familias que va per- ñen en su resignado repliegue a los rincones de la sociedad donde reina
diendo en mayor o menor grado su interés por la religión. El problema verdaderamente el espíritu.
surge en su cruda realidad cuando los padres hacen todo lo posible e Sólo si se ha vivido de cerca y por bastante tiempo la amarga lucha
imaginable: van a misa todos los domingos, a veces hasta forman parte que tienen que librar los padres católicos entre la tendencia a condenar
del consejo parroquial, bendicen la mesa antes y después de las comi- y el deseo de comprender a unos hijos que presuntamente han perdido
das, celebran las fiestas de Navidad y de Pascua, preparan a sus hijos la fe, se podrá entender lo que supone para los «seglares» vivir en una
para la primera comunión y, más adelante, para la confirmación; y sin Iglesia que, en la figura de sus clérigos, hace siglos que reacciona —y
embargo, tienen que ver cómo los hijos se apartan cada día más de la siempre con la máxima intensidad— a las señales de suprema angustia
religión que les han inculcado, y no por comodidad o por desidia, sino elevando a la categoría de sistema los miedos de su propia mentalidad
porque toda esa actividad de sus padres les parece una simple supersti- despersonalizada. Lo que ya puso de manifiesto el concilio Vaticano
ción religiosa o una actitud psicológica puramente superficial e im- II, o sea, la rapidez con la que muchas prácticas piadosas del catolicis-
puesta desde el exterior. mo se derrumban como un castillo de naipes al menor soplo de liber-
A la hora de creer sinceramente en lo que les dicen su madre o el tad y voluntariedad, se repite hoy, treinta años más tarde, en cada una
párroco sobre la constitución del mundo o el desarrollo de la historia, de las familias, aunque a menor escala. De un lado, los padres —por lo
todo se reduce a la noción de un Dios que, hace unos millones de años general, las madres— que (todavía) celebran el mes de mayo («mes de
y en un acto de amor desbordante, creó la tierra y el firmamento; y las flores»), rezan regularmente el rosario y hasta guardan una reliquia
luego eligió especialmente al hombre para constituirle señor del mun- de algún santo; de otro lado, los hijos, cuya indiferencia religiosa obli-
do. Más adelante, en el curso de la historia humana y después de un ga a los padres a una práctica más o menos secreta de lo que conside-
inabarcable período de paganismo tenebroso, se reveló al pueblo judío ran un deber sagrado, para no quedar en ridículo ante los jóvenes.
y, finalmente, se manifestó en su Hijo Jesucristo para salvar al univer-
La crisis religiosa que hoy afecta a la Iglesia es, esencialmente,
so. Todo lo que los padres saben transmitir a sus hijos en el campo de
consecuencia de la falta de verdadero pensamiento en su clase pensan-
una educación cristiana se resume en estos conceptos. Ahora bien, ¿cómo
te, es decir, en los clérigos. Dicho a la inversa: el mayor beneficio para
compaginar esa presentación con los postulados de la cosmología
los «seglares» católicos sería la transformación radical de ese modo de
moderna sobre el BigBang, o explosión originaria?, ¿qué pensar de las
pensar que caracteriza a los clérigos.
leyes de la naturaleza, que se comportan «ciegamente» y parecen, en
150 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 151

Razón e historia en el pensamiento clerical alma, que fue mi verdadero padre espiritual, el padre de mi espíri-
tu, del mío, el de Angela Carballino...
Una mentalidad que se rige por la función que desempeña, como es la Su maravilla era la voz, una voz divina, que hacía llorar. Cuan-
del clérigo, posee intrínsecamente una dialéctica que, al estar esencial- do al oficiar en la misa mayor o solemne entonaba el prefacio,
mente determinada por factores externos, o sea, «sin vitalidad», tiende estremecíase la iglesia y todos los que le oían sentíanse conmovidos
en sus entrañas. Su canto, saliendo del templo, iba a quedarse dor-
a huir a un mundo de representaciones absolutamente racionales, a la
mido sobre el lago y al pie de la montaña. Y cuando en el sermón de
vez que busca el sentido de su actuación preferentemente en aconteci- Viernes Santo clamaba aquello de «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué
mientos de orden histórico. La explicación de esa realidad no resulta me has abandonado?», pasaba por el pueblo todo un temblor hon-
excesivamente difícil: de hecho, tanto el racionalismo como el histo- do como por sobre las aguas del lago en días de cierzo de hostigo. Y
ricismo son, formal y fundamentalmente, los caminos más simples y era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo mismo, como si la
más seguros para huir de la propia personalidad. voz brotara de aquel viejo crucifijo a cuyos pies tantas generaciones
En un contexto como el de la investigación que nos ocupa, el tér- de madres habían depositado sus congojas. [...] Su acción sobre las
mino «racionalismo» no se refiere a la convicción meramente filosófi- gentes era tal que nadie se atrevía a mentir ante él, y todos, sin tener
ca de la plena inteligibilidad del mundo, sino, más bien, a la actitud que ir al confesionario, se le confesaban.
psicológica de inhibición, rechazo o negación de toda clase de conteni-
dos o fórmulas de una experiencia «puramente subjetiva», «exclusiva- Todos veneraban a don Manuel como a un santo, cuya mirada
mente personal», o «excesivamente emotiva». Aunque, en el plano sub- cautivaba los corazones y desvelaba los más profundos pensamientos.
jetivo, ese afán de poner diques al desbordamiento de la propia Pero resulta que su ama de llaves, Angela Carballino, encuentra en su
afectividad suele ser más frecuente en clérigos de carácter abierto y diario unas anotaciones de las que se deduce que don Manuel, durante
personalidad dinámica, no es raro que, a nivel teórico, se considere esa toda su vida, no ha podido creer en Dios, en el sentido de una verdade-
postura como un acto de responsabilidad personal. Si por casualidad, ra fe. De hecho, cuando Lázaro, el hermano de Angela, regresa de Es-
y de puro ingenuos, se van excesivamente de la lengua, terminarán tados Unidos, don Manuel trata de persuadir a este ateo de la necesi-
demasiadas veces por revelar sus propios miedos y sus perplejidades, a dad de entregarse a remediar las necesidades de la gente. Con la mayor
riesgo de desconcertar al «pequeño rebaño» que les ha sido confiado. naturalidad, le confiesa que todo su frenético ministerio en favor de
Son absolutamente incapaces de entender que vale más y da más «alien- los pobres no ha sido más que un intento de escapar a su propósito de
to» una pregunta sincera que los obligados artilugios de una mentali- suicidio:
dad burocrática.
He aquí mi tentación mayor. Mi pobre padre, que murió de cerca
Con el escepticismo clásico del pensador atormentado, pero con la de noventa años, se pasó la vida, según me confesó él mismo, tortu-
apasionada búsqueda religiosa de un espíritu dramáticamente inquie- rado por la tentación del suicidio, que le venía no recordaba desde
to, el gran filósofo español Miguel de Unamuno supo expresar este cuándo, de nación, decía, y defendiéndose de ella. [...] ¡Mi vida,
conflicto con insuperable maestría en su novela San Manuel Bueno, Lázaro, es una especie de suicidio continuo, un combate contra el
mártir1*'*'. Transcribo alguno de los párrafos más significativos: suicidio, que es igual; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros!
Aquí se remansa el río en lago, para luego, bajando a la meseta,
Ahora que el obispo de la diócesis de Renada, a la que pertenece precipitarse en cascadas, saltos y torrenteras por las hoces y en-
esta mi querida aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se cañadas, junto a la ciudad, y así se remansa la vida, aquí, en la aldea.
dice, promoviendo el proceso para la beatificación de nuestro Don Pero la tentación del suicidio es mayor aquí, junto al remanso que
Manuel, o, mejor, San Manuel Bueno, que fue en ésta párroco, espejea de noche las estrellas, que no junto a las cascadas que dan
quiero dejar aquí consignado, a modo de confesión y sólo Dios miedo. Mira, Lázaro, he asistido a bien morir a pobres aldeanos,
sabe, que no yo, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo de ignorantes, analfabetos que apenas si habían salido de la aldea, y he
aquel varón matriarcal que llenó toda la más entrañada vida de mi podido saber de sus labios, y cuando no adivinarlo, la verdadera
causa de su enfermedad de muerte, y he podido mirar allí, a la
152 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 153

cabecera de su lecho de muerte, toda la negrura de la sima del tedio haberle creído no meterían a su pueblo en la tierra prometida, y les
de vivir. ¡Mil veces peor que el hambre! Sigamos, pues, Lázaro, hizo subir al monte de Hor, donde Moisés hizo desnudar a Aarón,
suicidándonos en nuestra obra y en nuestro pueblo, y que sueñe que allí murió, y luego subió Moisés desde las llanuras de Moab al
éste su vida como el lago sueña el cielo. [...] ¡Déjalos! ¡Es tan difícil monte Nebo, a la cumbre del Fasga, enfrente de Jericó, y el Señor le
hacerles comprender -dónde acaba la creencia ortodoxa y dónde mostró toda la tierra prometida a su pueblo, pero diciéndole a él:
empieza la superstición! Y más para nosotros. Déjalos, pues, mien- «¡No pasarás allá!» y allí murió Moisés y nadie supo su sepultura. Y
tras se consuelen. Vale más que lo crean todo, aun cosas contradic- dejó por caudillo a Josué. Sé tú, Lázaro, mi Josué, y si puedes dete-
torias entre sí, a no que no crean nada [...] ner el Sol, detenle, y no te importe del progreso. Como Moisés, he
No, Lázaro, no; la religión no es para resolver los conflictos conocido al Señor, nuestro supremo ensueño, cara a cara, y ya sabes
económicos o políticos de este mundo que Dios entregó a las dispu- que dice la Escritura que el que le ve la cara a Dios, que el que le ve
tas de los hombres. Piensen los hombres y obren los hombres como al sueño los ojos de la cara con que nos mira, se muere sin remedio
pensaren y como obraren, que se consuelen de haber nacido, que y para siempre. Que no le vea, pues, la cara a Dios este nuestro
vivan lo más contentos que puedan en la ilusión de que todo esto pueblo mientras viva, que después de muerto ya no hay cuidado,
tiene una finalidad. Yo no he venido a someter los pobres a los pues no verá nada...
ricos, ni a predicar a éstos que se sometan a aquéllos. Resignación y Y ahora, en la hora de mi muerte, es hora de que hagáis que se
caridad en todos y para todos. Porque también el rico tiene que me lleve, en este mismo sillón, a la iglesia para despedirme allí de
resignarse a su riqueza, y a la vida, y también el pobre tiene que mi pueblo, que me espera.
tener caridad para con el rico. ¿Cuestión social? Deja eso, eso no
nos concierne. Que traen una nueva sociedad, en que no haya ya
Ya en la iglesia, en el presbiterio, al pie del altar, con un crucifijo
ricos ni pobres, en que esté justamente repartida la riqueza, en que
entre las manos, don Manuel pronuncia su último sermón:
todo sea de todos, c'y qué? ¿Y no crees que del bienestar general
surgirá más fuerte el tedio a la vida? Sí, ya sé que uno de esos
caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la reli- Muy pocas palabras, hijos míos, pues apenas me siento con fuerzas
gión es el opio del pueblo. Opio... Opio... Opio, sí. Démosle opio, sino para morir. Y nada nuevo tengo que deciros. Ya os lo dije
y que duerma y que sueñe. Yo mismo con esta mi loca actividad me todo. Vivid en paz y contentos y esperando que todos nos veamos
estoy administrando opio. Y no logro dormir bien y menos soñar un día en la Valverde de Lucerna que hay allí, entre las estrellas de
bien... ¡Esta terrible pesadilla! Y yo también puedo decir con el la noche que se reflejan en el lago, sobre la montaña. Y rezad, rezad
Divino Maestro: «Mi alma está triste hasta la muerte». a María Santísima, rezad a Nuestro Señor. Sed buenos, que esto
basta. Perdonadme el mal que haya podido haceros sin quererlo y
sin saberlo. Y ahora, después de que os dé mi bendición, rezad
Y cuando D o n Manuel ve acercarse su hora, llama a su casa a
todos a una el Padrenuestro, el Ave María, la Salve, y por último el
Angela y a Lázaro, para despedirse de ellos en privado, antes de despe-
Credo.
dirse de su comunidad en la iglesia:
Y empezaron las oraciones. Al terminar el Credo, al llegar a «la
¡Qué ganas tengo de dormir, dormir, dormir sin fin, dormir por
resurrección de la carne y la vida perdurable», t o d o el pueblo sintió
toda una eternidad y sin soñar!, ¡olvidando el sueño! Cuando me
que su santo había entregado su alma a Dios. «Y ahora creen en San
entierren, que sea en una caja hecha con aquellas seis tablas que
tallé del viejo nogal, ¡pobrecito!, a cuya sombra jugué de niño, Manuel Bueno, mártir, que sin esperar inmortalidad les mantuvo en la
cuando empezaba a soñar... ¡Y entonces sí que creía en la vida per- esperanza de ella».
durable! Es decir, me figuro ahora que creía entonces. Para un niño, La idea de U n a m u n o sobre este santo de la duda, descreído mártir
creer no es más que soñar. Y para un pueblo. [...] de la dedicación al h o m b r e , es el testimonio más conmovedor del «de-
Recordaréis que cuando rezábamos todos en uno, en unanimi- ber» que experimenta el clérigo de cerrar su más íntima interioridad a
dad de sentido, hechos pueblo, el Credo, al llegar al final yo me la mirada ajena. H a y muchos don Manueles que silencian su propia
callaba. Cuando los israelitas iban llegando al fin de su peregrina- personalidad, que n o viven lo que realmente son, pero cuya cálida
ción por el desierto, el Señor les dijo a Aarón y a Moisés que por no sensibilidad, e incluso su amor a la gente, les convierte en antípodas de
154 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 155

una «teología de clérigos», esos desterrados de la existencia que viven comprobar hasta qué punto la tarea de la mentalidad clerical consiste
en su mundo de pensamiento despersonalizado. en buscar el equilibrio de la persona mediante una absolutización de
Pero así como don Manuel experimenta una cierta calma, dentro sus pensamientos y de sus doctrinas. En ese contexto de autocom-
de su inseguridad ontológica, en el hecho de su actividad en favor del prensión del clérigo hay que interpretar literalmente la vieja doctrina
hombre, también hay «teólogos» que encuentran una cierta satisfac- teológica según la cual, «fuera de la fe cristiana, no hay salvación posi-
ción en la idea de que su palabra ha procurado difundir algún aspecto ble», sino únicamente perdición y condena; sólo a través de una since-
de la auténtica realidad divina. Sólo que la seguridad de su propia in- ra conversión y una vida de penitencia se podrá escapar del irremisible
seguridad radica en una íntima convicción de ser los portavoces auto- castigo del infierno 169 . Estas doctrinas, que parecen enunciados
rizados de la única, total y definitiva verdad de Dios. La psicología del teológicos trascendentes, pueden considerarse muy bien como una afir-
clérigo necesita imperiosamente esa convicción, como se ve por la vio- mación de la autoconciencia clerical. Efectivamente, valer para clérigo
lencia con la que reacciona cuando alguien pretende relativizar la pre- de la Iglesia presupone, en el aspecto psicológico profundo, sentirse
tensión de la fe cristiana de poseer absolutamente la verdad. Aunque, irremediablemente perdido, sea cual sea la posible formulación teológica
de hecho, sobran motivos para ponerla en duda. de este sentimiento. Es como si el clérigo no tuviera otra justificación
Si uno se plantea, por ejemplo, lo inverosímil que resulta el hecho de su vida, en cuanto ser humano, que su pertenencia a la Iglesia. La
de que, entre todos los pueblos de la tierra y a lo largo de toda la historia «nebulosa» que invadía a Fleurier, el sentimiento de no tener raíces,
de la humanidad, nosotros hayamos sido los únicos en tener la suerte más aún, de no existir en absoluto, sólo se disipa por medio de una
de pertenecer, ya desde la cuna, a la única religión verdadera, la mayo- ratificación puramente externa de que, a pesar de todo, uno es «queri-
ría de los clérigos pensarán que ya el mero planteamiento de la pre- do», «estimado», «comprendido», en suma, «imprescindible».
gunta es una prueba de increencia. Se podrá admitir fácilmente que la A esta luz, la predicación del clérigo, su lenguaje sobre Dios, no es
convicción de que el propio pueblo y la propia cultura son mejores que más que una manera de convencerse a sí mismo de que su existencia es
los demás es, en el fondo, la señal de un pensamiento arcaico167; sin algo verdaderamente real. Y eso no sólo se aplica a la realidad de Dios,
embargo, eso que en todas las demás religiones se debe considerar sino a la propia religión, a la propia orden, incluso a las explicaciones
como egoísmo primitivo de grupo, como petulancia, o incluso como que en sus años de carrera —hace ya más de cuarenta años— le daban
obstinación, es para la lógica clerical, en cuanto se refiere a la religión sus profesores de teología sobre los dogmas de la religión. Únicamente
cristiana, la expresión más exacta de una fe que muestra su sincero ahí se encuentran la verdad y la vida, la ortodoxia y la paz; de modo
agradecimiento por el don inmerecido de una especial elección divina. que el que se atreva a perturbar esa paz no podrá ser más que un
El que se atreva a poner en duda la validez de esa convicción, tendrá alborotador y un vocinglero, un hereje, un enemigo del ser humano,
que contar con la condena más violenta de los guardianes e intérpretes una personalidad anormal, un caso verdaderamente patológico.
oficiales de la fe cristiana.
En este panorama mental, el trenzado de las pequeñas diferencias
Una vez más, el problema que nos ocupa aquí no se plantea a nivel resulta francamente significativo. No hay más que asomarse al campo
dogmático, es decir, no nos preguntamos si la fe en la persona de Jesús de otras profesiones análogas para comprobar que también en ellas se
implica necesariamente la pretensión de una posesión exclusiva de la da una tendencia a complacerse en el recuerdo nostálgico de los viejos
verdad' 68 . Lo que realmente nos interesa es el descubrimiento de que tiempos de carrera, y una cierta pereza intelectual para ponerse al día
la propia personalidad del clérigo comienza a perder pie, apenas se le en los avances técnicos de la propia especialidad. Por ejemplo, ¿es nor-
pone en duda este —supuestamente firme— «punto de apoyo» de su mal que un médico en pleno ejercicio de su profesión, al llegar a casa
existencia, como diría el viejo Arquímedes. por la noche, después de horas y horas de consulta o de quirófano,
En un análisis precedente, descubríamos en la figura paradigmática tenga humor para sentarse tranquilamente a estudiar las últimas nove-
de Lucien Fleurier su imperiosa necesidad de una tarea misionera, su dades en el campo de la medicina? Lo más lógico es que se contente
fanatismo beligerante y su furibunda intolerancia, como consecuencia con aplicar lo mejor posible los conocimientos adquiridos en la carre-
de un sentimiento radical de inseguridad ontológica. Ahora podemos ra; aunque, por otra parte, cuanto más «técnica» sea su actividad, verá
156 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 157

más claramente la importancia de aquellos años en los que su interés lógicamente parece tan sólida, la supuesta infalibilidad del magisterio
estaba acaparado por la bioquímica, la botánica, la zoología o la ana- eclesiástico, la convicción rutinaria de que la verdadera Iglesia de Cris-
tomía comparada. Y si tiene que asistir a algún cursillo especializado o to se realiza plenamente en la Iglesia católico-romana con todas sus
a algún congreso, por lo general estará más interesado en el aspecto instituciones, sus ritos y sus prácticas, todo eso se ve, en una perspec-
social que en el contenido propiamente científico. Al fin y al cabo, uno tiva psicoanalítica, como un gran montaje de la fantasía para conjurar
es alguien en su profesión. Y eso es lo más normal. tantos y tan profundos miedos como atenazan el espíritu. Y si ese me-
En cambio, en la profesión del clérigo todo es distinto. A él, por canismo ha llegado a cobrar proporciones tan gigantescas, es porque
ejemplo, no le afectan las normas sobre una especie de prejubilación su función consiste en reprimir y oscurecer la obra más espléndida, la
espiritual. Al contrario, hay muchos países, como Alemania, en los más sublime —y sin duda también la más inquietante— que ha brota-
que el clérigo es el único profesional que está obligado a continuar en do de la evolución de este planeta, es decir, la persona individual.
su «oficio», incluso con setenta y cinco años. El es sacerdos in aeternutn Toda esa superestructura mental del clérigo en tanto es necesaria
(«sacerdote por toda la eternidad»). En terminología civil diríamos —literalmente, con «necesidad salvífica»— en cuanto que el sujeto
que para el clérigo no hay edad de jubilación. mismo no ha aprendido, es más, no debe aprender, a desarrollar una
A la mayoría de los clérigos no les afecta la dimensión puramente reposada confianza en sí mismo y a buscar la auténtica verdad divina
externa de su situación social. Lo que realmente les importa, lo único en su propio interior o, en términos teológicos, a vivir más intensa-
que les satisface, es la exactitud objetiva de una verdad garantizada mente el elemento profético de su «vocación»172. Al depender de una
por la autoridad suprema, y la necesaria consistencia de sus conviccio- verdad enraizada en la función, el «super-yo» mental del clérigo sirve,
nes de fe y de su actividad funcional, porque su fundamento es el mis- en primer lugar, para combatir, para arruinar y, literalmente, para «ne-
mo Dios. Su interior está dominado por el torbellino de su inseguridad gar» su propio «yo»173. Y las consecuencias son inevitables. Todo ese
ontológica, de modo que cualquier duda sobre la solidez del sistema entramado intelectual, cuya misión consiste principalmente en refre-
que da seguridad a su ideología debe interpretarse no sólo como una nar los desatados torbellinos del miedo, no puede resolver la contra-
ofensa personal, sino, en última instancia, como una ofensa a Dios170. dicción originaria entre la fundamental inseguridad ontológica y los
Su inestabilidad mental es tan aguda, que basta que una teoría de sus resortes personales de la existencia; lo más que puede hacer es perpe-
profesores de antaño pueda considerarse falsa, para que vuelvan a des- tuar los contrastes. Es decir, todo mecanismo que pretenda apaciguar
atarse los viejos miedos tan laboriosamente reprimidos. el desasosiego interno a expensas del propio «yo» no podrá menos de
Todo lo que en buena lógica podría parecer irreconciliable, como la crear un sistema de permanente y autoritaria orientación externa, y
postura de fidelidad pragmática que asume como verdadera una proposi- una heteronomía que, aunque interiorizada en el «super-yo» y consi-
ción por el mero hecho de ser la que «defienden» sus superiores, o la derada como de origen divino174, en realidad, equivale a un mandato
sumisión fideísta del que sólo hace una cosa porque cree que es verdad, de pensar contra el propio «yo»; una especie de obligación de huir de
encuentra su perfecta armonización, como convergencia de contrarios, sí mismo, para poder participar, dentro de la Iglesia de Cristo, del
en la actitud del clérigo. Ésa es la razón por la que necesita una Iglesia que aprecio con que Dios trata a los salvados y elegidos.
nunca se equivoca, y que, si hoy enseña algo manifiestamente distinto de
Sólo desde esos presupuestos se puede comprender psicológica-
lo que enseñaba ayer, no por eso deja de estar en lo cierto: no es que antes
mente ese derroche de energías, ese tesón indómito y consecuente, por
se hubiera equivocado, es sencillamente que se ha transformado. Ya decía
más que condenado una y otra vez al fracaso, con el que la teología
Pablo: «Y si yo mismo, o incluso un ángel del cielo, os anunciara un
occidental ha tratado de probar y explicar los «misterios» de la fe con
Evangelio distinto del que yo os anunié, maldito sea» (Gal 1,8)171.
argumentos filosóficos, es decir, puramente racionales.
De ahí se deduce lo importante que es prestar atención a la enorme Desde una perspectiva histórica, la racionalización de la fe comen-
dosis de energía desarrollada por esos miedos subyacentes que, de he- zó ya hacia finales del siglo i de nuestra era, cuando se presentó la
cho, constituyen las estructuras básicas de la mentalidad clerical, en figura de Cristo como «Logos», como razón universal hecha carne,
cuanto expresión del «super-yo». La certeza de una salvación que ideo- como Sabiduría de Dios personificada175. Con esas fórmulas, la Iglesia
158 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 159

primitiva trató de abrir, como con una llave maestra, los reductos más cés, el jansenista Blaise Pascal, al que la Iglesia de su tiempo consideró
escogidos de la filosofía pagana, esforzándose por ofrecer, con la ayu- hereje e incluyó en el índice de libros prohibidos 181 .
da del monoteísmo judío manejado elocuentemente por los primeros Habrá que insistir una vez más en que nuestra intención, en este
apologetas, una especie de pensamiento ilustrado y una moral de más momento, no es analizar teológicamente hasta qué punto el racio-
altos vuelos176. Al mismo tiempo, presentó batalla a los mitos paganos nalismo filosófico y la claridad del pensamiento metódico de Descar-
que tomaban forma en las religiones de los misterios, tratando de fun- tes, el gran antagonista de Pascal, lograron imponerse hasta la época
damentar históricamente los contenidos altamente mitificados de su de la Ilustración, a finales del siglo xvm. De hecho, el triunfo de la
propia cristología con argumentos racionales177. certeza subjetiva de la razón fue cobrando cada día nuevas fuerzas en
Poco importa aquí lo que piense el historiador sobre las ventajas o su lucha contra el dogmatismo y el clericalismo eclesiástico182, soca-
los inconvenientes de este verdadero cambio de agujas que, ya desde vándole de ese modo el único pilar sobre el que pretendía afirmarse: la
sus comienzos, fue decisivo para el desarrollo del cristianismo en Oc- razón humana. Lo que nos interesa aquí es la función psicológica de
cidente. El hecho es que de ahí se deducen dos consecuencias impor- una mentalidad que, valiéndose de una ascesis muy refinada, trata de
tantes, desde el punto de vista psicoanalítico. La primera es la formu- desembarazarse progresivamente de toda injerencia personal o tonali-
lación del dogma, es decir, de las «verdades salvíficas», en conceptos dad afectiva, tildándolas de insolencia o de arbitrariedad.
racionales que hay que aprender y repetir a la letra para transmitir y Con estos presupuestos, nuestra afirmación es la siguiente: La
llegar a asimilar la fe en Cristo; esa transformación de la fe en una tarea esencial de este tipo de razonamiento consiste en descargar al
doctrina sobre «hechos salvíficos» plenamente objetivos significa, en sujeto de cualquier clase de culpabilidad por ser constitutivamente
un plano de psicología de la religión, el paso decisivo a una nueva falible y, dada la perversión de sus sentimientos y la profunda insegu-
situación histórica que exige y promueve estructuralmente en el cléri- ridad en sí mismo, extremadamente vulnerable. Es el salto del que
go esa psicodinámica que hemos visto cristalizar siglo tras siglo de hablábamos anteriormente, cuando veíamos a Lucien Fleurier salir
manera cada vez más evidente178. La segunda es que esa represión de del caos de su juventud para caer en el purgatorio de su honorabilidad:
los mitos paganos implica, paralelamente, la represión, destrucción y es sencillamente un compromiso, una misión con respecto al grupo,
demonización de las fuerzas mitopoyéticas de la psique humana que, una ideología que, por sí misma, libera del complejo de inferioridad,
consecuentemente, quedan relegadas a los rincones más lóbregos del una convicción personal inquebrantable de ser el elegido del destino
inconsciente179. para convertirse en sujeto «imprescindible para los otros». Así empe-
La conjunción de estos dos factores —represión de todo compo- zamos a entender paulatinamente el hecho y la razón de que, en la
nente onírico, imaginativo, sentimental o poético, y objetivación en mentalidad del clérigo, la «doctrina» cristiana produce la «salvación»
fórmulas doctrinales y transmisibles racionalmente de una realidad que, del hombre no tanto por su contenido peculiar cuanto por su for-
por su carácter de misterio, escapa a toda comprensión— actúa siner- mulación como doctrina. Su auténtico valor salvífico, para la persona
géticamente y crea una mentalidad teológica cuyo presupuesto inevi- del clérigo, reside en el hecho de que la proclamación de la doctrina le
table es que, por principio, la verdad divina sólo se puede encontrar libera de la necesidad de hablar de sí mismo. En fin de cuentas, él
mediante un proceso que prescinde de las capacidades y sentimientos nunca deberá ser tan petulante y pretencioso como para convertirse
personales. En el ámbito de una mentalidad como ésta, todo lo emotivo en tema de su propio discurso. Al contrario, cuando presenta sus opi-
es, de por sí, sospechoso, más aún, conducente al pecado, por el mero niones, lo hace en su condición de personaje incuestionable, como
hecho de ser un sentimiento, es decir, un dato meramente subjetivo, mensajero de Dios, como enviado de la Iglesia, como «vaso elegido»
personal, producto de los sueños o de un lirismo exacerbado. Sólo la por el Espíritu de Dios.
cabeza, el pensamiento puro, guiado por la obediencia a la fe180, es Esta última metáfora no resulta demasiado solemne para compren-
capaz de percibir la palabra de Dios e interpretarla correctamente. Pero der un tipo de raciocinio que vale esencialmente para encerrar y repri-
el que tiene que orar es el corazón, porque «sólo el corazón tiene razo- mir los propios sentimientos. Vamos a ver, ¿de qué hablan dos cléri-
nes que la razón no puede comprender», como dice un pensador fran- gos a los dos minutos de encontrarse? Naturalmente, de los sentimientos
160 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 161

de otros, con clara preferencia por temas relacionados con el amor; nos damos cuenta de que los clérigos, en realidad, cuanto más hablan
concretamente, de cuestiones relativas a la pareja, tanto durante el de los otros, más están hablando de sí mismos!
noviazgo como en el matrimonio, o fuera de él. Como el preso, que
Una descripción bastante exacta de lo que verdaderamente signifi-
sólo habla de libertad, o el enfermo, cuyo único tema de conversación
ca para la psicología del clérigo ese continuo desplazar el sentimiento
es la salud, el pensamiento del clérigo, que ha tenido que renunciar al
al nivel de pensamiento se puede ver en dos facetas de su modo perso-
amor y echar la llave a sus afectos, gira y gira invariablemente en torno
nal de manifestarse, que podríamos designar como la comunicación
a las vivencias más íntimas y a las sensaciones más intensas de la vida
indirecta y la insinceridad pastoral.
de otras personas. Como el animal aterido por las heladas del crudo
Entendemos por comunicación indirecta ese fenómeno tan curio-
invierno se acurruca junto a la puerta de la casa buscando, al menos,
so que se da en muchos clérigos y que consiste en que, mientras apa-
una mínima cercanía al calorcillo del hogar, ya que no le dejan estar
rentemente se retraen de ponerse a sí mismos en primer plano, en rea-
dentro, el clérigo calienta sus labios yertos discutiendo sobre los besos
lidad, siempre encuentran un camino sustitutorio para manifestar su
de los demás, porque no le está permitido experimentar por sí mismo
propio interior: el camino, concretamente, de la «predicación». Aun-
ese calor. Su afán de racionalización y formalización del pensamiento,
que resulte paradójico, el mejor modo —por no decir, el único— de
su prurito de diseccionar, catalogar y reducir a sistema cuadriculado
conocer a muchos sacerdotes como personas es prestar atención a su
las experiencias de los otros, tiene como finalidad secreta cerrarse
«ministerio». En sus homilías o sermones, en la proclamación de un
deliberadamemte el acceso al paraíso natural de los sentimientos es-
texto de la Biblia, en la declamación de un poema o en la simple lectu-
pontáneos 183 .
ra pública de una carta pueden llegar a emocionarse de tal manera, que
Desde el punto de vista psicoanalítico, ese modo de pensar, con dejen traslucir su lado más humano. Es como un tímido permiso para
todo su bagaje de valoraciones y establecimiento de normas, no puede hablar de sus sensaciones personales, como si por esa fisura del muro
menos de desembocar en una tácita reafirmación de la propia infan- de sus represiones se escapase toda la energía de una existencia violen-
cia, en la que el verdadero acceso a la realidad experiencial de los tamente represada.
sentimientos estaba determinado por las ideas advenedizas de una moral
En particular, en sacerdotes cuya identificación con el ministerio
alienante, de modo que una lista de prohibiciones era el mejor reflejo
es prácticamente absoluta —como, por otra parte, sería de desear en
de todos los peligros que acechan en un mundo tan proceloso como el
todo funcionario— es donde más salta a la vista esa personalización
de las más intensas emociones individuales. Paralelamente, ese pensa-
de lo oficial. En fin de cuentas, es ese ministerio lo que les proporcio-
miento —censurado y censurante— tiene como objetivo primario en-
na un mínimo resquicio para vivir su más auténtica vida. Y no se pue-
cuadrar los sentimientos de los otros en un predeterminado esquema
de negar que todo eso les brinda la mejor oportunidad de ejercer algo
de valores.
así como un verdadero arte184. Precisamente esa expresión indirecta es
Ya desde este momento, e incluso antes de abordar el estudio de lo que les hace más creíbles. Hombres que, en su foro privado, jamás
las inhibiciones específicamente sexuales de los clérigos, se puede de- deben hablar de sí mismos, ahora, cuando con motivo de una comuni-
ducir de su estructura mental característica que, debido a ese entredi- cación objetiva se les presenta la ocasión sustitutoria de mostrar su
cho de la afectividad que viene impuesto por la función, el máximo auténtica personalidad, dan la impresión de poner toda su existencia,
interés de su esfuerzo intelectual, en cuestiones como las que se refie- con sinceridad absoluta, en cada una de sus palabras.
ren al amor, se puede describir como un intento por reservar exclusi-
Pero, ¡cuidado! Puede ocurrir también que sólo se trate de aquel
vamente al ámbito del matrimonio el disfrute de las sensaciones sexua-
trueque de niveles —metafísico y experiencial— del que hablábamos
les y de las emociones humanas más intensas. Igual que ellos mismos
en el caso de Lucien Fleurier. La mejor manera de determinar con
no pueden permitirse el lujo de tener sus propios sentimientos más que
ciertas garantías hasta qué punto esa personalidad se mueve en una
dentro de su institución y en beneficio de la misma, tampoco pueden
relación contradictoria por la que, en lugar de asimilar lo genérico,
admitir los sentimientos de otras personas, si no «se producen» en un
está dispuesta a disolver lo personal en puras generalidades —lo que
marco bien delimitado y válido bajo cualquier circunstancia. ¡Qué poco
implicaría no estar realmente anclada en ninguno de los dos niveles—,
162 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 163

será someterla a la prueba del ejemplo, es decir, de su comportamiento ontológica está totalmente dominado por el temor de que todo, literal-
práctico. Una de las advertencias más dramáticas, y no por eso menos mente todo, se pueda venir abajo, si se cambia un mínimo detalle en la
verdaderas, que Jesús pronuncia en el Nuevo Testamento es su crítica estructura del «super-yo»187. Se trata, desde luego, de un temor incons-
despiadada a la convicción errónea de que, con hablar sinceramente ciente; siempre está ahí, aunque congelado estructuralmente al abrigo
de Dios, uno ya está salvado. Al contrario, Jesús exige una palabra que del «super-yo» pensante. De modo que, en esas circunstancias, cual-
corresponda exactamente al propio ser interno: quier discusión teológica se verá subjetivamente no como un problema
personal de angustia, sino, más bien, como cuestión de defensa de la
No todo el que me dice: «¡Señor, Señor!» entrará en el reino de los verdadera fe188. En otras palabras, esa represión de sentimientos que
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. caracteriza la mentalidad despersonalizada del clérigo se transforma
Muchos me dirán aquel día: «¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en
en las reglas de un juego en el que ninguno de los participantes llega a
tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre
hicimos milagros?». Pero yo les responderé: «No os conozco de tocar al otro, es decir, sólo hay aproximación, que es lo típico del
nada. ¡Apartaos de mí, malvados!» (Mt 7,21-23)185. funcionario. Y eso produce, desde el punto de vista ideológico, una
tremenda intolerancia en caso de desviación con respecto a la norma.
Y es que, ante Dios, no vale ningún sustitutivo de la propia vida Incluso en otros campos de las relaciones sociales, es frecuente ver
personal. la indignación con la que los miembros de un determinado consorcio
Sin embargo, cuanto más despersonalizada e insensible es la vida suelen reaccionar contra los que han sido «infieles» a las normas del
del clérigo, con más vigor se manifiesta la segunda variante del pensa- respectivo club, asociación, o grupo de camaradas. Ante la amenaza de
miento convencional: la insinceridad del ministerio, el ejercicio mecá- ruptura de la cohesión, todos se unen como una pina, para lanzarse
nico de la función. No es raro que, en medio de una conversación todos juntos a la caza de una presa común, animados por el alarido de
normal sobre temas sociales o religiosos, el interlocutor cambie de guerra189.
repente de tono, saque una voz melodramática, suelte una retahila de Sin embargo —habrá que repetirlo una vez más— lo que se conci-
frases solemnes, y con un acento engolado pretenda dar mayor convic- be como perfectamente normal en otros contextos debería considerar-
ción a sus palabras. Es el popular tonillo de predicador, la mejor prue- se anormal dentro de la Iglesia. Pues bien, será realmente difícil encon-
ba de que el otro, a pesar de todos sus esfuerzos, ha dejado de hablar trar, en la larga historia de Europa, un grupo humano que, durante
con toda espontaneidad o, dicho con mayor crudeza, está mintiendo tanto tiempo, en un espacio tan dilatado, y con una saña tan despiadada,
por oficio. Ya no es él el que habla; es como si, al salir a relucir deter- haya perseguido y tratado de aniquilar física y psicológicamente a cual-
minados temas o cuestiones, se pusiera en marcha en su cerebro una quier «disidente», «discrepante» o «hereje» surgido de sus propias filas,
especie de magnetófono invisible que reproduce un texto programado como la Iglesia católica190. Naturalmente, en esa serie de acontecimien-
para la ocasión. En vez de ceñirse al verdadero tema propuesto, deja tos se puede hacer referencia a un marcado fanatismo, que se vio deci-
caer una auténtica granizada de frases que se aunan para pulverizar, ya sivamente exacerbado por motivos de orden ideológico191. Pero el fa-
en germen, una cuestión que jamás se hubiera planteado en una pers- natismo es una realidad muy compleja, desde el punto de vista
pectiva de «fe». psicológico; es el resultado de un buen número de factores concretos,
Pero, sobre todo, al fijar la conversación en tópicos aparentemente entre los que destaca indudablemente una teología de la represión es-
racionales, el interlocutor pierde por completo la dosis de subjetividad tructural de los sentimientos. Precisamente, ese hablar y venga a ha-
que encierra la palabra sincera, es decir, el significado emotivo de la blar de salvación y de redención, de pecado y de perdón, de Dios y de
comunicación interpersonal. Es difícil —más aún, no se debe— captar creación impone al sujeto una cerrazón total en sí mismo y da pie a esa
el interés que pueda tener una persona en defender determinadas ideas, visión totalizante, de la que hablaba Karl Jaspers en su crítica de la
o lo que pueda significar para ella el hecho de que una u otra formu- religión192. No se puede mantener, a sabiendas, que toda transmisión
lación de doctrina adquiera un sentido diferente al que aprendió en la de verdades que trascienden el puro dato de experiencia pueda llevar-
preparación para la primera comunión 186 . El fondo de la inseguridad se a cabo en otro lenguaje que el simbólico, si no quiere degenerar en
164 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 165

un mero fundamentalismo objetivista y, de ahí, en auténtica tamente los miedos y la desolación de toda una época, e incluso de
increencia193. Pues bien, si la psicología del clérigo se basa esencial- todo un continente195. Mientras tanto, por parte del catolicismo, no se
mente en una lacerante identificación del «yo» con los contenidos de llegaba a comprender que las dudas existenciales que planteaba Lutero
«super-yo», es lógico que los círculos eclesiásticos que se arrogan el no pudieran solucionarse por una determinada ley o por alguna norma
monopolio de las cuestiones teológicas sientan una incoercible necesi- concreta; más bien, existía el convencimiento de que, en ese estado de
dad de interpretar sus propios «símbolos de la fe» como la representa- cosas, no harían más que agudizarse196.
ción exacta de un mundo objetivo, y no como claves intrínsecamente Todo eso condujo inevitablemente a que la crítica de Lutero con-
vinculadas con la realización existencial del sujeto. Es ese objetivismo tra la teología de su tiempo no tardara mucho en transformarse en una
racionalístico, que transforma los comportamientos humanos en cons- crítica a los clérigos católicos, o, más concretamente, a la corporación
trucciones lógicas y las experiencias palpitantes en teoremas clerical como estamento administrativo197. Con todo, no parece que,
demostrables. Consecuentemente, esa mentalidad tiene que ser nece- incluso en el momento actual, se haya entendido plenamente el verda-
sariamente violenta, porque consiste estructuralmente en la negación dero núcleo de la «protesta» reformista contra la versión romana del
y represión más absoluta de la subjetividad humana. cristianismo, tal como se defiende en la Iglesia católica. Aún se sigue
Véase, como prueba, el modo en que, hace ya más de cuatrocien- discutiendo, igual que antaño, sobre la correcta interpretación de no-
tos cincuenta años, la Reforma desembocó en una dramática ruptura ciones como «ministerio», «sacramento», «tradición» y «primado», sin
de la unidad confesional194. Prescindiendo de las habituales cuestiones darse cuenta de que se soslaya continuamente el punto más fundamen-
de poder y dinero, lo que realmente motivó y consolidó el cisma fue la tal: el significado del sujeto, con sus experiencias y su afectividad, sus
incapacidad clerical de los teólogos de entonces para dar su valor a los miserias y sus temores, sus dramas y sus esperanzas. Casi quinientos
sentimientos y a las experiencias humanas, o, al revés, su falta de flexi- años después de la Reforma, instaurada por Lutero, el catolicismo ro-
bilidad para encontrar unas fórmulas doctrinales que, aparte de incluir mano aún ignora qué es, exactamente, la angustia vital. Y eso significa
las vivencias del ser humano, ayudaran a interpretarlas. Esos acérri- que, todavía hoy, los propios clérigos en activo tratan de escamotear
mos defensores de la verdad de Cristo, encelados en interminables de- ese profundo miedo a «ser uno mismo», un individuo auténtico, y se
bates teológicos sobre la doctrina de la gracia, el libre albedrío y la aferran a instituciones que puedan ofrecer una garantía de salvación,
justificación, fueron absolutamente romos para ver en Lutero al autén- aunque no sea más que aparentemente objetiva, como si ese recurso les
tico ser humano, con todos sus miedos y sus depresiones, su total en- facilitara, o incluso les impusiera, liberarse de un peso tan insoporta-
trega al ministerio, su audacia, su entusiasmo por la verdad, y una ble como el de la propia existencia.
creciente rabia contra el formalismo de aquellos eclesiásticos que pre-
Peor aún; esa esperanza de aligerar el peso de la propia existencia
sumían de tener siempre la razón.
les impide el acceso al otro. En la mentalidad del clérigo, que piensa
La protesta inicial de Lutero se transformó, con el tiempo, en una por imposición de un deber, se conciben las relaciones humanas a
rabiosa insurrección de su personalidad y de su subjetividad contra un nivel de participación en una misma fe. El otro es nuestro hermano o
objetivismo tan monolítico, rígido e intransigente como el de la teolo- nuestra hermana, pertenece a nuestro propio grupo, es de «los nues-
gía romana. Pero no se vio entonces, y todavía no se llega a compren- tros», sólo si —y mientras— está de acuerdo con las fórmulas doctri-
der hoy, que es precisamente esa forma tan impersonal, insensible y nales de nuestra religión cristiana; si se aparta de ellas, o las abandona
absolutamente descarnada de la teología la que, en virtud de sus con- totalmente, deberá considerársele «como un infiel o un publicano» (Mt
tradicciones y de su propia desintegración, engendra —y no puede 18,17)198. Aquí cuadra perfectamente la recomendación del apóstol:
menos de engendrar— sus «herejes» y sus «renegados». Y es que el «Hermanos, en nombre de Jesucristo, el Señor, os mandamos que os
corte racionalístico de toda su argumentación se resiste a aceptar como apartéis de todo aquel que viva desordenadamente y no se porte según
base de sus argumentos las más íntimas experiencias personales de la la tradición que nosotros os hemos transmitido» (2 Tes 3,6)199.
vida humana. Por eso, cuando la Reforma, nadie fue capaz de admitir
Si las relaciones humanas van por ese camino, quiere decir que
que la angustia que corroía al famoso monje agustino reflejaba perfec-
están total y absolutamente vinculadas a una conformidad con los dic-
166 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 167

tados del «super-yo». Nada tienen que ver con el afecto o el cariño, la de base a una nueva forma de religión202. Al contrario, cuando Jesús
concordia de corazones o la afinidad de espíritu. En ningún caso habrá hablaba a la gente, les contaba una parábola o les ponía imágenes bien
cabida para los sentimientos humanos, porque, en definitiva, todas sencillas sobre la bondad de Dios y nuestra confianza en el Padre; el
esas inclinaciones no son más que eso: reacciones puramente huma- rasgo más característico de su predicación era que no hablaba en cate-
nas. Lo que cuenta es, única y exclusivamente, la coincidencia total en gorías jurídicas, filosóficas o éticas, sino que simplemente se limitaba a
una misma profesión de fe. Es lógico que, según esa concepción, haya describir las escenas de la vida humana con tal candor, que a la gente
fanáticos que lleguen a proponer la anulación de un matrimonio por- se le esponjaba el corazón y se le henchía el espíritu en ansias de abrirse
que el marido no quiere acompañar a su mujer a la misa dominical de hacia lo alto203. Desde el punto de vista de una psicología de la reli-
una parroquia considerada como modelo. ¿Es posible volver la espal- gión, se puede decir que el pensamiento y las «enseñanzas» de Jesús,
da a una comunidad de creyentes a machamartillo, basada en la eclesio- por su graficismo de imágenes y su acomodación a las circunstancias
logía del evangelista Lucas, cuando esa comunidad de elegidos por el concretas del oyente, constituyen la única manera de transmitir las
Espíritu es, para cualquier persona honrada, el signo más fehaciente y verdades religiosas como una percepción interior, sin constricciones o
creíble de que la gracia de Dios no se ha extinguido, sino que todavía alienaciones de cualquier clase204; por el contrario, toda «doctrina» re-
sigue actuando en nuestro tiempo200? ligiosa, sea cual sea el modo de proponerla, comporta necesariamente
Hay un tipo de teología que, si se toma una vez en serio, no deja la tendencia a encastillarse en una especie de «super-yo» intelectual,
ninguna escapatoria: los dictados intelectuales del «super-yo» trun- opuesto frontalmente al «yo».
can radicalmente el sentimiento humano, devalúan su capacidad Para expresar ese contraste en sus términos más agudos, diríamos
perceptiva y desacreditan su entero sistema de valores, relegando todo que, de acuerdo con el mensaje de Jesús, no podrá haber una teología
lo humano a meras categorías de error, seducción, ateísmo y anticris- o una cristología que necesite su estamento particular de «doctores»
tianismo. Dentro de esos parámetros doctrinales, hablar de «amor» es que, investidos de poder y con la fuerza del dinero, proclamen que
como pronunciar una palabra tan hermosa con labios contraídos, prie- Jesús fue pobre y tuvo que afrontar toda clase de sufrimientos205. Con
tos, exangües, labios que sólo saben hablar de la pura ascesis del la actitud de Jesús sólo se puede conciliar una «teología» capaz de
miedo. Por más que lamentemos hoy la mentalidad de cruzada carac- transmitir con imágenes y símbolos la experiencia de Dios, una «teolo-
terística de la Edad Media, no habremos logrado superarla, en la gía» abierta, ajena a todo despotismo, transida de benignidad y de sen-
Iglesia católica, hasta haber devuelto a los clérigos de esa Iglesia el tido humano, y con unas aspiraciones tan internacionales que resulte
permiso de ser realmente hombres, antes que meros funcionarios. Y, perfectamente comprensible y asimilable en cualquier parte del mun-
al revés, la fe cristiana sólo recobrará su más puro humanismo, en la do, en cualquier cultura, en todas las épocas de la historia humana,
Iglesia católica, si la teología de esos clérigos se ocupa de interpretar como el «mensaje» de las sinfonías de Beethoven —por ejemplo, la
la vida y las dificultades del ser humano, en vez de meterse a gober- Séptima206—, del Rey Lear de Shakespeare207, o de los Desastres de la
narla con medidas de orden administrativo, y destruirla con su guerra de Goya208.
rigorismo en materia de comportamiento o su dogmatismo en el campo En perspectiva existencial, la comprensión religiosa es mucho más
de la doctrina. intensa, más completa y humanamente más comprometida que cual-
Si todas estas indicaciones sobre la relación entre una religiosidad quier clase de receptividad estética. Pues bien, precisamente por eso
unilateral que ha degenerado en doctrina y un sistema de constricciones deberá impedir, de manera casi automática, una explotación de la teo-
mentales y represiones psicológicas no bastan para suscitar un vivo logía como «doctrina» que, según el ideal científico moderno, presu-
deseo de sublevarse contra la alienación estructural que ha hecho pre- pone en el acto cognoscitivo una división radical entre el sujeto y el
sa en los clérigos católicos, tal vez puedan abrir los ojos a aquel que objeto209, y eleva a categoría de obligación el hecho de hablar sobre los
quiera ver claramente lo reacio que es el mensaje de Jesús a dejarse «acontecimientos salvíficos» revelados por Dios con la misma neutra-
transformar en una «doctrina» de fe201. Lo que pretendía Jesús no era, lidad con la que hablaría sobre el unicornio o sobre algún monstruo
en absoluto, una «nueva» teología o un sistema ideológico que sirviera marino 210 .
168 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 169

Una variante característica de la despersonalización que rige en el catolicismo está totalmente invadida por un oscuro miedo al sujeto. Su
pensamiento clerical es su tendencia a historificar la realidad. mejor y más clara personificación es la despersonalización de los pro-
En este punto se da una confluencia de dos factores. El primero es pios clérigos. Pero lo peor es que destruye psicológicamente todos los
la ya mencionada incapacidad para el pensamiento simbólico, que presupuestos sobre los que únicamente se puede construir una religión
obliga a buscar lo religioso donde, en realidad, no puede encontrarse, sin constricciones ni meras apariencias de fe.
es decir, en un mundo exterior de espacio y tiempo, y no en la vivencia El segundo factor de la historificación de la realidad religiosa en el
interior de los afectos y sentimientos del corazón humano. ¡Cuánta pensamiento del clérigo es la disolución de las tensiones personales,
energía ha despilfarrado hasta hoy la teología católica tratando de inherentes a toda existencia religiosa, en la distancia que separa a los
imponer a la gente la convicción de que los credos o «símbolos de la creyentes de hoy de los de antaño. Uno de los hábitos característicos
fe» cristiana reproducen acontecimientos históricamente objetivos, y del clérigo católico es solemnizar el pasado y pensar en clave metafísi-
que como tales deberán ser interpretados! ¡Cuánta increencia, por una ca los acontecimientos remotos; lo que hace que su relación con la
parte y, por otra, cuánta estrechez y canija pseudoseguridad en el pro- historia sea la de mero repetidor ritual de hechos antiguos, o la de
pío «yo» ha sembrado en el mundo! ¡Cuánto misticismo nostálgico, mediador oficial e institucional entre el pasado y el presente.
fundamentalismo agresivo u oscurantismo retrógrado se sigue exten- Así se explica esa contradicción —paradójica, desde el punto de
diendo todavía hoy entre los creyentes, por no hablar del cínico des- vista lógico, pero psicológicamente comprensible— que caracteriza la
precio o de la burla mordaz de sus adversarios211! actitud espiritual del clérigo. Mientras que, por una parte, se orienta
La desintegración psíquica del clérigo, la lacerante escisión entre permanentemente hacia un pasado que le confiere su legitimidad en
doctrina y vida que se da en su propio interior es, se mire donde se virtud de una tradición histórica, por otra, no deja de nutrir una irre-
mire, lo que engendra en la teología católica una serie de alternativas primible aversión a pensar en categorías históricas, a reconocer la ines-
necesariamente falsas. Por ejemplo, una de dos: o es verdad, en el tabilidad espacio-temporal de todos los fenómenos de la vida humana
sentido histórico-fáctico más estricto, que en la mañana de Pascua la y, sobre todo, a aceptar la crítica que la propia historia ejerce sobre las
tumba de Jesús estaba vacía, o no hay resurrección de muertos que más sagradas tradiciones.
valga; o Jesús subió literalmente al cielo, en el sentido de visibilidad Pero prescindiendo de la crítica histórica, la orientación mental
óptica, ante los ojos de sus discípulos, o no es verdadero Hijo de Dios, del clérigo se encuentra con la neutralidad individual y la indiferencia
es decir, no existe ningún cielo; o Jesús resucitó verdaderamente a su existencial del historicismo del siglo xix213. Eso, precisamente, es lo
amigo Lázaro liberando de la mortaja su cadáver que ya despedía un que le permite situar su discurso sobre Dios en el invisible paréntesis
hedor fétido, como lo presentaría cualquier fotógrafo de prensa, o Dios del pasado214, justificar su pretensión de ser el único especialista en la
no es el dueño de la vida y de la muerte. Y así se podrían aducir otros interpretación histórica de la Biblia frente a la masa de «seglares» insu-
muchos ejemplos. ficientemente instruidos, y establecer cada momento histórico de lo
La eliminación sistemática del sujeto, en la mentalidad clerical, cristiano en continua dialéctica con la realidad presente215. No hay
conduce irremisiblemente a proyectar la realidad de Dios fuera del nada que se pueda considerar unívoco, definitivo y obligatorio, mien-
ámbito del hombre, hacia el mundo externo. Si antes decíamos que la tras no se pueda probar con argumentos históricos. La historificación
imagen de Dios que tiene el clérigo es una proyección de las profundas que ha experimentado lo religioso en manos de los clérigos ha contri-
represiones de su inconsciente hacia el mundo de lo divino212, ahora buido de manera esencial a una creciente alienación de la Iglesia con
tendríamos que añadir como complemento que, a consecuencia de esa respecto a la vida humana, y a crear una imagen de sus formas de
misma psicodinámica que hace que se busquen los contenidos divinos predicación y de presentación de sí misma como antiguallas obsoletas
en un mundo exterior a la realidad humana, la revelación de Dios sólo o simples piezas de museo. Pero es claro que no se debe reconocer ni
puede tener una consistencia sólida, si se la considera como aconteci- tomar conciencia de la gravedad de esta situación, porque eso supon-
miento histórico, como sucesión de unos hechos anclados en espacio dría poner en serio peligro la existencia misma del estamento clerical,
y tiempo. Desde el punto de vista del psicoanálisis, la teología del como representante de la teología de pura raza.
170 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 171
También sobre este punto podríamos haber aprendido de Friedrich mismas necesidades, de modo que termine por convertirse en una au-
Nietzsche, hace ya unos ciento veinte años, algo fundamental. En su téntica mentira ambulante»219. Por desgracia, estamos muy lejos de ese
obra Utilidad e inconvenientes de los estudios históricos para la vida, día. ¡Qué razón tenía el propio Nietzsche, al poner a estos pensamien-
el gran crítico del cristianismo arremete sin el más mínimo reparo tos el significativo título de «Consideraciones intempestivas»!
contra la insinceridad existencial de historiadores y filólogos que, en
sus análisis de la historia, no dudan en distanciarse —objetivamente, Sustitución de los argumentos por la prepotencia del poder administrativo
según ellos— de los acontecimientos en sí mismos. Nietzsche no duda
en rechazar como «saber» o como «ciencia» todo ese «caótico fárrago La falta de inserción en la vida y el continuo desplazamiento de la
de conocimientos carentes de proyección externa», esas «enseñanzas experiencia individual al plano de una realidad presuntamente objeti-
que, en realidad, no inciden en la vida»216. Cualquier teólogo podría va, históricamente comprobable y que hay que formular racionalmen-
aplicarse, sin más, las siguientes líneas de Nietzsche: te genera, como condición estructural del pensamiento del clérigo, una
irrefrenable tendencia a compensar la falta de persuasividad de sus
Basta una mirada al exterior, para darse cuenta de que la elimina- argumentos con la prepotencia del poder administrativo.
ción de los instintos por la historia ha transformado al hombre en Cuando un párroco que «está en la brecha» llega a una situación en
una pura abstracción, en una sombra. Nadie se atreve a ser él mis- la que no puede menos de reconocer que la teología que aprendió du-
mo, sino que se disfraza de hombre culto, de sabio, de poeta, de
rante tantos años no es más que una abstracción con respecto a la rea-
político. Si uno se aferra a esas máscaras por creer que se trata de
realidades, y no de meras bufonadas —ya que todas ellas pregonan lidad que se vive en su parroquia y en la sociedad circundante, es per-
la mayor seriedad—, se encontrará de repente entre las manos con fectamente lógico que, al tomar contacto con la gente y sus problemas
un montón de andrajos y remiendos multicolores [...]217. de cada día, se sienta extremadamente inseguro. Su misión de repre-
Sólo desde la increíble fuerza del presente podéis interpretar el sentante oficial de la doctrina de la Iglesia choca con su deber de acer-
pasado; sólo llevando al colmo de la tensión vuestras cualidades car esa doctrina a los hombres de su tiempo. De modo que no se exclu-
más nobles podréis adivinar las lecciones más fecundas, las ideas ye que los sacerdotes, al menos los más despiertos, descubran tarde o
más indiscutibles y las fuerzas más dinámicas de pasado. ¡Uno por temprano hasta qué punto ese «modo de pensar impuesto desde arriba»
otro! Si no, conformaréis el pasado a vuestro capricho. es absolutamente incompatible con la realidad en la que se mueven.
No os fiéis de una presentación de la historia que no haya Para resolver ese complicado dilema entre función y humanismo,
brotado de las mentes más selectas. Conoceréis la verdadera calidad
o «super-yo» y personalidad, hay clérigos que recurren a una esca-
de su espíritu, cuando los veáis obligados a enunciar principios uni-
versales o a repetir fórmulas trilladas. El auténtico historiador tiene patoria: aferrarse con la mayor firmeza posible a las directrices emana-
que poder transformar lo consabido en excepcional, y explicar lo das de sus superiores y buscar la razón de la discrepancia entre doctri-
universal en términos tan simples y, a la vez, tan profundos que la na y realidad precisamente en esta última; es decir, si las concepciones
gente no vea la profundidad, a causa de la sencillez, ni se quede en de la Iglesia sobre la vida humana son difíciles de transmitir, la culpa
la sencillez, ignorando la profundidad. Nadie puede ser al mismo es únicamente de los hombres, no de la propia Iglesia. Otros, por el
tiempo un gran historiador, o sea, un artista, y un espíritu trivial o contrario, se ven incapaces de soportar por más tiempo el frío
totalmente romo218. aislacionismo de su función y recurren a formas de pastoral que tienen
más en cuenta la realidad de la vida.
Cuando escribía esto, Nietzsche todavía tenía la esperanza de que Indudablemente se abre aquí, en el seno de la Iglesia, un campo de
llegaría el día en que «arte y religión, como verdaderos auxiliares de la experimentación del que podría surgir algo verdaderamente nuevo y,
vida humana», pondrían fin al insulso y frivolo trabajo científico de sin duda, prometedor para el futuro. Pues bien, precisamente por eso,
filólogos e historiadores, para crear una cultura capaz de «satisfacer los directivos eclesiásticos no dejan de considerar ese aspecto de su
las verdaderas necesidades del ser humano y que no le enseñe solamen- propia renovación como extremadamente inquietante y sospechoso.
te, como lo hace la cultura general de hoy, a engañarse sobre esas <iA dónde iríamos a parar si los capellanes, los directores de estudio o
172 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 173

los profesores de religión se negasen a transmitir simplemente los prin- cualquier caso, el límite funcional de las posibilidades de una vida
cipios básicos de la doctrina de la Iglesia y, en vez de eso, se dedicaran comunitaria dentro de la Iglesia (como corresponde, al menos en teo-
a discutir con sus alumnos sus propias ideas sobre el Tercer Mundo o ría, al modelo de Iglesia protestante)210.
sobre la amistad entre chicos y chicas? ¿Sigue siendo válida una misa Pero la comprensión del ministerio que ha estado vigente durante
católica si se adultera el texto del canon con omisiones o adiciones tantos siglos en la Iglesia católica lleva, como automáticamente, a un
arbitrarias? ¿Qué sería del sacramento de la penitencia si los consejos progresivo endurecimiento de las contradicciones que cristaliza en dos
parroquiales se atribuyeran el derecho a suprimir, por sí y ante sí, la formas peculiares de manifestarse. Primera, los criterios de selección
confesión de los niños antes de la primera comunión, sustituyéndola, con vistas a la continuidad del clero —sobre todo, del alto clero— dan
por ejemplo, por una celebración penitencial? la primacía a la fiabilidad funcional, que trae como consecuencia lógi-
Preguntas y más preguntas, que todas coinciden en una cosa: el ca la consolidación de un rígido formalismo del espíritu. Y segunda,
hecho de nacer de las turbulencias que necesariamente tienen que pro- esa psicología de inmovilismo y de ausencia de diálogo hacia el inte-
ducirse en los márgenes de esa zona de depresión intelectual que es la rior se procura una cierta base biológica de envejecimiento de los altos
herencia de toda teología transformada en oficio. Cuanto menor sea la cargos del funcionariado eclesiástico: una auténtica gerontocracia,
penetración intelectual de una determinada doctrina en la realidad del subproducto típico de regímenes totalitarios que duran más de un par
mundo, mayor será la seguridad de que ese mundo puede independizar- de generaciones. Esas dos características de rigidez y envejecimiento,
se del contenido de esa doctrina y, en consecuencia, mayor necesidad típicas —si las hay— de la clerecía católica, producen en el ámbito de
tendrán los dirigentes de compensar la falta de persuasión de su doc- la Iglesia unos efectos extraordinariamente singulares.
trina con medidas puramente autoritarias. Cartas pastorales, instruc- Un sistema social que, para elegir su forma concreta de organiza-
ciones, decisiones, encíclicas, disposiciones jurídicas: todo es puro apa- ción y articular la idea que se hace de sí mismo, se funda, sobre todo,
rato administrativo y dirigismo intelectual, que están en proporción en el estilo jerárquico de sus órganos dirigentes, y en el que la identi-
directa con el gigantesco formalismo abstracto que caracteriza a una dad de sus miembros está esencialmente ligada a la conformidad ex-
doctrina presentada como de oficio. presa con una verdad cuyo carácter objetivo está oficialmente fijado,
Sin duda, la mayor tragedia de la Iglesia católica ha sido responder sólo puede llamar a ejercer el ministerio a personas que, al menos en
a los retos espirituales de la modernidad con decisiones autoritarias y apariencia externa, den la impresión de una solidez y una firmeza in-
no con la iluminación del Espíritu, con maniobras para disciplinar y quebrantables.
homogeneizar el pensamiento y no con plena confianza en la fuerza de En ciertas cuestiones como la vocación a clérigo y, ulteriormente,
persuasión de su doctrina, con un refinado sistema de censura y casti- en la elección de colaboradores para la curia episcopal o el capítulo
go y no con una fe ilimitada en la capacidad que poseen sus propios catedralicio, pero, sobre todo, en los nombramientos para cargos de
fieles de amor a la verdad y de empeño por encontrarla. Hoy por hoy, responsabilidad, como prepósito, prelado u obispo auxiliar, los crite-
todo el que decide ordenarse como clérigo católico tiene que aceptar rios decisivos son las virtudes de fidelidad, conciencia del deber y con-
de buena gana e incluso convertir en vivencia interna, lo quiera o no, ducta intachable, unidas a una cierta capacidad de trabajo y de deci-
la hipoteca del miedo, con todas sus leyes y sus estructuras psíquicas sión, y con un toque de relativa afabilidad y jovialidad221. Frente a esas
maduradas durante largos siglos de historia. cualidades, la creatividad, la imaginación, la inteligencia —en sentido
Particularmente, en lo tocante a la jerarquización y abstracción de aptitud para aprender cosas nuevas y ver los puntos de convergen-
que caracterizan la mentalidad del clérigo, se ve con una claridad ab- cia entre cosas distintas— o el calor humano son de segundo orden.
soluta que esos dos factores se refuerzan recíprocamente por la resis- Sólo esa «mentalidad de clérigo que piensa en virtud de la función»
tencia que les ofrece la realidad de la vida. Un sistema de acoplamien- tiene la culpa de que, durante tantos siglos, la estructura social de la Iglesia
to flexible entre doctrina y experiencia permitiría ver que, en la católica haya cultivado esa tendencia a escoger como funcionarios a gente
personalidad del clérigo, el plano de verdad funcionalizada, sacralizada con enorme capacidad de trabajo y de sacrificio, pero, en el fondo, des-
y jerárquicamente garantizada por su presunto carácter divino es, en provista de una congrua capacitación espiritual e intelectual.
174 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 175

Se podría pensar que ése es el problema de los servicios públicos. sia —en contraposición con la nobleza de sangre, único criterio para
En cualquier campo, sea político, social, o incluso religioso, se escoge las monarquías hereditarias de la vieja Europa— no falta un elemento,
preferentemente para un «cargo» concreto a personas que se distin- en cierto modo, democrático en el carácter electivo de sus principales
guen más por su capacidad de gestión que por sus dotes de creación, dirigentes, como los abades, los obispos, los papas, etc.
más por su instinto para las relaciones públicas que por su sensibilidad En este punto, la Iglesia católica se apartó bien pronto del modelo
frente a los problemas internos, más por su aptitud de representación común de sucesión dinástica228. Es más, rechazó la idea arcaica de una
y, llegado el caso, de represión que por sus cualidades para recabar transmisión biológica de la función, como todavía se da en la sucesión
información y actuar consecuentemente en el «ejercicio de sus funcio- del Dalai Lama, aunque un tanto modificada aquí por la idea budista
nes». Todo grupo tiende a situar como jefes —en dinámica de grupos de la reencarnación, o como aún sigue vigente en el islamismo chiíta,
se diría: en posición «alpha»122— a personas cuya capacidad de deci- en la figura de una sucesión hereditaria de tipo espiritualista229, y optó
sión puede abrir caminos a los otros, mientras que a los más reflexi- por una sucesión de carácter puramente espiritual. Pero al mismo tiem-
vos, a los inteligentes, los relega a la posición «beta», a la plana mayor po, el alcance de ese principio quedó considerablemente limitado, ya
de los egg-heads, de los «intelectuales». que el derecho a elegir al máximo dirigente no radica en el «pueblo»,
Se piensa que con ese procedimiento se puede crear una alternancia sino en un círculo cerrado de clérigos selectos, los cardenales.
entre el poder y el espíritu, entre la acción y la reflexión, entre la Por otra parte, una de las categorías más importantes que definen
decisión y la planificación223. Y así surge una ilusión mítica compara- la idea de ministerio en la Iglesia católica, a saber, la posesión del
ble a la de los antiguos egipcios que creían que el dios de la Luz (Ra) y «Espíritu», no se debe entender como un atributo individual o una me-
el dios del Espíritu {Antón), el faraón y el clero, la política y el culto, el ra peculiaridad subjetiva, sino —igual que el mismo ser clérigo— como
trono y el altar podían constituir una verdadera unidad en equilibrio una cualidad realmente objetiva230 que Dios confiere al hombre por la
recíproco224. De modo semejante, a partir de la Revolución francesa, entrega del ministerio y en continuidad con una línea histórica de su-
todos los Estados europeos sin excepción, hasta la Rusia de los zares, cesión. De ahí se sigue, como artículo de fe, que en la Iglesia católica
lograron una cultura política que se independizó del funesto oscu- puede haber ciertamente hombres falibles, pero jamás ministros inca-
rantismo de una casta de dirigentes basada en la sucesión dinástica y paces, es decir, «carentes de Espíritu», para realizar su misión. Por
en la nobleza de sangre225. En vez de que el gobierno de una comuni- consiguiente, no hay ninguna posibilidad de que el pueblo disponga de
dad social estuviera vinculado a unas condiciones tan disparatadas como algo así como un derecho de veto contra eventuales imposiciones por
la pura descendencia biológica o el derecho de primogenitura, prevale- parte del obispo. El hecho de que la «posesión del Espíritu», en los
ció la idea de que el poder de gobernar a un pueblo debe emanar del representantes «espirituales» de la Iglesia católica, resulte de la pose-
propio pueblo226. A partir de ahí, la población de Europa fue tomando sión misma del ministerio, es decir, sea una «cualidad inherente» a la
conciencia progresivamente de que la democracia no es una mera idea función, trae como consecuencia la posibilidad —y la práctica, perfec-
política o una simple cláusula de la constitución de cualquier Estado, tamente constatable— de que los dirigentes eclesiásticos sigan desem-
sino la esencia de un sistema de valores, como la igualdad de derechos, peñando sus cometidos hasta una edad muy avanzada.
la autonomía personal, la libertad de palabra, la tolerancia; en otros
términos, algo así como el fundamento de un nuevo estilo de convi- Todos los regímenes totalitarios que se han dado en la historia han
vencia basado en el respeto mutuo, que implica aceptar la decisión de sucumbido a una especie de inclinación estereotipada de culto al jefe;
la mayoría, tolerar los puntos de vista de las minorías, e incluso reco- pero en los niveles más altos no ha dejado de producirse, por lo gene-
nocer un cierto pluralismo ideológico227. ral, una enconada lucha por el poder. En cambio, un sistema de direc-
ción como el de la Iglesia católica —de por sí, sacrosanto— está nece-
En comparación con esos planteamientos, el principio jerárquico sariamente sujeto a un peculiar efecto recíproco de las condiciones que
de autoridad que anima el modo de gobierno en la Iglesia católica él mismo se impone como norma. La sobrevaloración del ministerio
suena como una especie de oligarquía espiritualista basada en una en sí, que, según la teoría, tiende a desvirtuar el factor personal del
tradición. Hay que reconocer, con todo, que en el gobierno de la Igle- interesado, hace imprescindible en la práctica un control particular-
176 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 177

mente escrupuloso de la persona llamada a ejercer un determinado Desde un punto de vista puramente «humano», hay que pensar
ministerio. que la elección a obispo o el nombramiento a prepósito no va a añadir
En consecuencia, una diócesis para la que se nombre un obispo de a nadie ni siquiera una pizca de sabiduría, de bondad o de inteligencia.
unos cincuenta años tendrá seguramente que estar vinculada a esa per- Pero desde el punto de vista teológico, esa opinión no sólo es absolu-
sona, tanto para lo bueno como para lo malo, durante los próximos tamente deleznable, sino que, ya en sí misma, es señal de una conside-
veinticinco años. Eso supone que no habrá que escoger a la ligera a un rable falta de fe en la fuerza del Espíritu Santo que, como impone el
homo novus, a un «novato», para un cargo importante del escalafón dogma, dirige la Iglesia con su continua actuación y deja sentir los
eclesiástico, sino que, por el contrario, la carrera del clérigo deberá benéficos efectos de su providencia precisamente en la vocación y elec-
estar erizada de un refinado sistema de obstáculos, de modo que, al ción de los más altos representantes de la dignidad eclesiástica. Se per-
final, sólo queden como elegibles para los cargos más importantes «los filan así dos enfoques divergentes, por no decir opuestos: el humano y
mejor preparados», según los criterios anteriormente expuestos. Por el teológico.
otra parte, ese método de selección puede empezar relativamente pron- Una simple comparación con el procedimiento normal en la acti-
to, incluso durante el período de estudios. Por ejemplo, haber estudia- vidad política podrá ilustrar la diferencia entre los dos enfoques. Un
do teología en Roma sigue siendo, todavía hoy, el mejor pasaporte jefe de gobierno jamás se presentará a un debate parlamentario sin
para acceder rápidamente a las posiciones más encumbradas de la ca- haber recabado con anterioridad de su gabinete y de sus colaboradores
rrera eclesiástica. más especializados toda la información necesaria, las formulaciones
Pero, en resumidas cuentas, la excesiva importancia que, desde el pertinentes y cualquier clase de referencias útiles para tratar un tema
punto de vista objetivo, se atribuye al propio ministerio, es decir, la concreto. En cambio, un obispo, cuyo ministerio es prácticamente igual
negación ideológica del elemento personal, desemboca —quiérase o de complejo y diferenciado por desarrollarse en una sociedad pluralista
no y, sobre todo, por el carácter vitalicio del nombramiento— en una y por la diversidad de sus tareas, parece que puede permitirse el lujo de
auténtica sobrevaloración de la persona del ministro. Y eso conduce, a decidir autocráticamente, en virtud de su función, sobre el bien y el
su vez, a un proceso de selección tan prolijo —con el natural miedo mal, sobre lo permitido y lo prohibido, sobre lo que es genuinamente
permanente de haber puesto a un sujeto inadecuado en el sitio menos cristiano y lo espurio, sobre lo verdadero y lo falso, sobre lo humano y
adecuado—, que el envejecimiento incluso senil de los clérigos en ac- lo inhumano. El obispo está en su pleno derecho, si lo estima oportu-
tivo, especialmente si se une al conservadurismo tradicional y al no, de prescindir del parecer de sus consultores; más aún, tiene la
moralismo rigorista de la curia romana, termina por adquirir las gro- obligación de hacerlo cuando se trata de las «verdades reveladas» de la
tescas connotaciones del más auténtico ridículo. Iglesia231.
De ese modo, el sistema no puede menos de volver, finalmente, a Ahora bien, como el obispo, precisamente en virtud de su ministe-
su condición inicial. Bien mirado, los hombres, en cuanto personas, rio, posee la autoridad de la verdad, es lógico que sobre este punto se
no son realmente importantes, ni como administradores, ni como su- cierre el círculo vicioso del pensamiento clerical. En la medida en que
bordinados; el único que cuenta verdaderamente es Dios. Y eso signi- se exige que todas las opiniones procedan de una mentalidad bien for-
fica que, en nombre de Dios, todas las posibles figuras beta se aprestan mada y segura, ya no cuenta lo que se dice ni las razones que se adu-
a asediar con sus pretensiones a las ya rancias figuras alpha, hasta cen, sino únicamente quién lo dice, o sea, de dónde procede esa opi-
lograr arrancarles el visto bueno para un plan detenidamente elabora- nión. Ocurre, pues, que el ideal de objetividad que persigue el clérigo
do que, según sus cálculos, podría ser una jugada maestra. falsea subrepticiamente la cuestión de la verdad y la convierte en una
En resumen. Es innegable que los órganos de decisión de la Iglesia cuestión de poder. Quiérase o no, la pregunta sobre un Dios que habla
católica se enfrentan con la imperiosa necesidad de tener que formular en el corazón de cada individuo se transforma en una pregunta sobre
y explicar desde sus más radicales pretensiones de máxima autoridad la función pragmática de la Iglesia. La eliminación de lo personal y la
unas verdades divinas que no son capaces de probar ni de desarrollar represión del propio «yo», que marcan estructuralmente la existencia
con los únicos medios de su inteligencia personal. del clérigo, se afirman como represión de la capacidad subjetiva de la
178 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 179

persona, como transformación de una fe de convicciones en una fe de sia universal. Ahora bien, la unidad global de la Iglesia exige, natural-
autoridad, como identificación de la función simbólica de la Iglesia, mente, una clara decisión de Roma, sea de aceptación o, por el contra-
que reside en ser «signo», con la realidad de Dios en sí misma232. rio, de veto. De modo que, en definitiva, se opta por hacer del papa el
Para comprender hasta qué punto ha llegado esa transformación portavoz de unas «verdades» que el propio obispo no se siente capaz
de las cuestiones teológicas en cuestiones de autoridad, volvamos otra de defender o de explicar ante sus propios fieles. Los incansables viajes
vez a los resultados del Sínodo de Würzburg. Si los obispos no some- del papa Juan Pablo II, aparte de expresar un sistemático reforzamiento
tieron realmente a discusión sus propias convicciones tanto sobre el del centralismo romano, incluyen evidentemente una reacción a la os-
divorcio como sobre otros puntos candentes, fue porque estaban per- tensible perplejidad de los obispos locales en sus respectivas diócesis.
suadidos de que su opinión era la única válida, ya que hablaban ofi- Sólo así se puede entender que en sus visitas a los diferentes países
cialmente en calidad de obispos. En consecuencia, no era ni siquiera europeos se le presenten los discursos que debe leer en público, a fin de
posible, sin traicionar la lealtad a la Iglesia católica en su conjunto, que sus pronunciamientos oficiales, con el poder que le confiere su
plantearse cómo podía ser que entre tantos obispos no reinara más que máxima autoridad, puedan zanjar de una vez por todas cualquier posi-
una opinión perfectamente definida y absolutamente unánime sobre ble discusión sobre determinados temas vidriosos que afectan a cada
un problema tan controvertido como el de la posibilidad de que los país.
divorciados contraigan nuevo matrimonio. De hecho, una pregunta Desde el punto de vista de la pura psicología, vemos repetirse aquí,
así no sólo hubiera presentado como discutible la capacidad y compe- en el nivel más alto de decisión dentro de la Iglesia católica, el mismo
tencia teológica de los obispos, sino que habría puesto en duda la dilema que anteriormente hemos reconocido como estructura básica
psicodinámica social de una jerarquía de funciones en la Iglesia e in- del modo de pensar del clérigo. Empezando por el individuo, que, en
cluso habría taponado las vías de su propia continuidad (!). vez de guiarse por su pensamiento personal, busca un apoyo en las
El hecho mismo de que no se puedan ni plantear tales debates —ya verdades previamente establecidas como doctrina de la Iglesia, la bús-
que ese tipo de discusiones, entre una nube de fórmulas teológicas, de queda de seguridades se desplaza progresivamente desde un determi-
inviolabilidades jerárquicas y de misticismos sobrenaturales, toca di- nado nivel hacia otro superior, hasta que termina por manifestarse
rectamente a las personas, las pone en entredicho y manifiesta su lado como es en realidad, o sea, como una reducción desesperada del pro-
humano— demuestra suficientemente por qué se reacciona con tal blema de la verdad a una decisión extrínseca de poder 234 ; o, en otras
recelo frente a cualquier estudio psicoanalítico de un funcionario ecle- palabras, una mera compensación de la inseguridad ontológica por el
siástico. La razón es que el método se considera como una auténtica fanatismo de un pensamiento autoritario.
amenaza no sólo contra la autoridad del ministerio, en sí mismo, sino La constatación es de extrema importancia, porque muestra, des-
incluso contra el poder y la autoridad de la propia Iglesia. de el punto de vista del psicoanálisis, que la mentalidad clerical, con
Pero los obispos reunidos en Würzburg fueron aún más lejos. Para todas sus dosis de racionalismo, de objetivismo y de alienación de la
evitar un posible choque entre el episcopado alemán y los fieles de las persona, no sólo está basada en una interiorización de la violencia,
respectivas diócesis, renunciaron a dar respuesta a unas cuestiones que sino que se degrada ella misma como una forma de violencia. Dicho de
ellos mismos no se habían atrevido a resolver ni como individuos ni otro modo, la estructura del pensamiento clerical no sólo produce vio-
como responsables ministeriales, y delegaron la cuestión en manos de lencia, sino que funciona como fundamento ideológico del poder y de
la máxima autoridad en Roma. la violencia.
Desde entonces, ése es el estilo de las discusiones internas en la En una contemplación global de la historia de la Iglesia, se ha pen-
Iglesia católica. En vez de aprovechar las capacidades de dirección de sado siempre que el origen de la violencia eclesiástica se remonta al
la propia diócesis o de la Iglesia nacional, el obispo se remite a la tota- famoso «giro constantiniano»235. La característica alianza entre Iglesia
lidad del episcopado, y éste, a su vez, prefiere englobar dichas cuestio- y poder se explicaría por la transformación del cristianismo que, de una
nes —por ejemplo, las de la «Iglesia de los mártires», en Corea, o las de religión de mártires, pasó a ser, a principios del siglo iv, la religión más
la Iglesia de Polonia233— en los asuntos más genéricos de toda la Igle- influyente del Imperio romano 236 . Pero esa argumentación no tiene en
180 El diagnóstico Estructura, din árnica y mentalidad del clérigo 181
cuenta, primero, que sólo un determinado tipo de teología se presta a ¡Adelante, caballeros de Cristo! ¡Adelante, valientes reclutas del
convertirse en ideología política para imponer una férrea uniformidad ejército cristiano! ¡Que el grito vibrante de la santa Iglesia sea vues-
a los subditos, y, segundo, que los métodos para forzar esa uniformi- tra luz y vuestra guía; que un celo sagrado encienda vuestros cora-
dad, a base de crear herejes y descalificarlos, ya eran habituales en la zones, para vengar tal infamia a vuestro Dios! [...] ¿No os han dicho
Iglesia del siglo n. Lo que pasaba entonces era que el aparato eclesiás- que la fe se ha apagado, que la paz ha muerto, que la peste de la
tico no disponía aún de los medios oportunos para invocar la represión herejía y el furor de la guerra están cobrando nuevos bríos241?
del Estado e imponer por la fuerza sus propias convicciones237. Vuestra misión es acabar con la herejía por todos los medios
que os depare la Providencia. Sed más concienzudos con ellos que
La contradicción entre esa típica mentalidad teológica y una posi-
con los sarracenos, porque éstos son mucho más peligrosos. Com-
ble alternativa, tal como se ha venido intentando en Occidente a lo batid a los herejes con mano dura y a brazo partido. Si el conde de
largo de los veinte siglos de historia de la Iglesia, nunca ha sido tan Toulouse [...] no se aviene a desagraviar a Dios y a la Iglesia, arrojadle
manifiesta como en el siglo xm, a raíz de la aparición del movimiento sin piedad, a él y a sus cómplices, de los campamentos del Señor.
cátaro238 y su total aniquilamiento por el papa Inocencio III. ¡No tengáis miedo! ¡Adelante! Apoderaos de sus tierras, para que lo
Hay una serie de manifestaciones que muestran hasta qué punto que un día fue morada devastada de herejes pueda ser repoblada
los cataros se apartaban de la doctrina y de la praxis convencional de hoy de católicos irreprochables...242.
la Iglesia: por ejemplo, su negativa absoluta a admitir una conciencia
de pecado y, por consiguiente, su total rechazo de la excomunión y de Las consecuencias fueron lógicas: toda una serie estúpida de las
todo el catálogo de castigos, incluso de las más horribles y espantosas más crueles y brutales matanzas, de agitaciones tumultuosas, de exco-
penas del infierno, con el que les amenazaba la autoridad eclesiástica. muniones funestas sobre las ciudades rebeldes, de sistemático ani-
Por su parte, «despreciaban los sacramentos, rehusaban pagar los diez- quilamiento de enteras regiones, sin perdonar mujeres y niños. Y lo
mos a la Iglesia y conferían la ordenación sacerdotal a las mujeres. La que no logró arrasar la cruzada contra los cataros en Languedoc se
Iglesia catara no cobraba estipendio por sus servicios, carecía de pose- encargó de completarlo la Inquisición, en manos de los dominicos.
siones, y celebraba sus reuniones litúrgicas en las casas particulares. Los cataros fueron aniquilados, porque... ¡también se puede destruir
Era algo así como una Iglesia subterránea, igual que la comunidad incluso el espíritu! El año 1321, en el patio de armas del castillo de
primitiva, y por tanto difícil de combatir»239. Además, los cataros eran Villerouge-Thermenés, se extinguía el último cátaro «perfecto» en las
estrictamente vegetarianos. A la hora de la muerte, imponían las ma- llamas de la hoguera243. Pero sigue en pie la pregunta más inquietante:
nos al moribundo y, de esa manera, le consideraban «consolado», de ¿qué es realmente lo que nos lleva, en virtud de la función, a ese cú-
modo que su alma recibía automáticamente el perdón de Dios, con mulo de atrocidades, utilizando un concepto determinado de verdad
toda confianza y sin necesidad de actos de contrición o de arrepenti- que entiende como revelación divina precisamente su formulación más
miento. «Los miembros de la comunidad catara podían cometer peca- abstracta y objetivista, y que, en consecuencia, se emplea para des-
dos sin miedo alguno, y su entrada en la vida eterna se producía sin truir, por puro fanatismo, no sólo la vida física, sino incluso la esta-
ninguna formalidad y de modo absolutamente gratuito»240. bilidad psicológica del hombre?
La afluencia de fieles a la religiosidad catara conoció muy pronto En perspectiva psicológica, esa terrible violencia de una mentali-
una expansión extraordinaria, especialmente en Languedoc. Pero a dad funcional no se explica, ante todo, por su origen en determinadas
partir de 1198, año de la elección del papa Inocencio III, se vio inme- ideas que, al ser interpretadas como ideología, llevarían al fanatismo y
diatamente su intención de combatir por todos los medios una herejía al horror, sino única y exclusivamente porque se llega a comprender
tan perniciosa. Ya el año 1203 el papa se dirigió a los señores feudales que la identificación del «yo» con determinados contenidos del «super-
del Norte y, en general, a todos los cristianos, invitándoles a poner el yo», es decir, con un grupo concreto, tiene que engendrar, por sí misma
máximo esfuerzo en erradicar dicha herejía y prometiendo a todos los y de manera necesaria, precisamente ese modo de comportamiento244.
participantes en esa cruzada contra los herejes el perdón de todos sus Para ilustrar la escasa importancia que, en determinados contex-
pecados: tos, cobra el contenido intelectual, baste un ejemplo aparentemente
anodino. Imaginemos que se transmite por televisión un partido de
182 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 183

fútbol entre dos equipos totalmente desconocidos. Lo normal es que, por hacer honor al lenguaje de Inocencio III. El fanatismo no es más
al cabo de unos minutos, nazca una cierta simpatía por uno de los dos que una recaída en esa mentalidad arcaica que dormita en cada uno de
contendientes. Y eso, por motivos que pueden ser totalmente absur- nosotros y que, como por necesidad, hace presa en nuestro espíritu
dos, como el simple hecho de que uno de los equipos vaya perdiendo y cuando exageramos nuestro esfuerzo de adaptación a determinados
nosotros queramos que gane, o porque el nombre de ese equipo es más grupos o tratamos de identificarnos excesivamente con ellos.
sonoro, o simplemente porque el color de su camiseta nos gusta más. A este propósito, considero de capital importancia una precisión,
Todo eso no tiene importancia. Pero es posible que, a los cinco minu- a saber, que la inteligencia no ofrece, de por sí, ninguna protección
tos, nos levantemos del sillón gritando desaforadamente porque el ar- contra el fanatismo de la mentalidad funcional. La creencia ingenua de
bitro no ha pitado una falta cometida contra el delantero centro de la «gente sencilla», según la cual las personas cultivadas serían inmu-
nuestro equipo favorito, mientras que no tenemos ojos para ver las nes a la estupidez humana, proviene de una ilusión benévola, inmedia-
marrullerías de los que consideramos «nuestros». Se va desarrollando tamente corregida por el proverbio popular: «Cuanto más sabio, más
progresivamente un partidismo tan fanático, que puede llegar incluso obtuso». Y por cierto que a esa máxima no le falta razón. En ningún
a que, en el menudeo de faltas, deseemos y hasta gritemos a nuestros régimen autocrático o totalitario ha habido un solo profesor o un solo
ídolos que paguen a sus adversarios con la misma moneda. intelectual que haya sabido mantener firmemente el tipo en cuestiones
Pero el colmo de la insensatez es que uno, por lo que sea, lleve más de resistencia. Y el ejemplo más aterrador, a este respecto, fue el cola-
de veinte años siendo secretamente del Real Madrid o del Barca, sin boracionismo pasivo, o incluso activo, de la mayor parte de los inte-
haber visto nunca en el campo a ninguno de los dos equipos, y a pesar lectuales alemanes en la época del Tercer Reich146.
de que sus jugadores hayan cambiado varias veces durante esos años. Ya hemos aludido anteriormente a la escasa disponibilidad heroica
Puede darse el caso de que se tenga una preferencia especial por un de los profesores de teología para protestar enérgicamente contra las
jugador concreto, pero, en general, la simpatía no va a las personas, presiones vaticanas en materias cruciales de su especialidad. Es lógico
sino al grupo. Y eso desde siempre, semana tras semana; hasta tal pun- que, para explicar dicho comportamiento, se recurra a la constatación
to que uno puede pasarse todo el domingo emberrenchinado, por el puramente externa de que, en caso de conflicto, esos círculos teológicos
mero hecho de que el sábado «su» equipo perdió en casa con el colista. llevan todas las de perder en materia de éxito, de consideración y de
Ésos son, en la práctica, los efectos de una identificación del «yo» fama, de subsistencia y de influencia, de bienestar y de comodidades.
con un grupo determinado. Pues bien, si nos imaginamos ahora a un Pero, en pura psicología, la situación es bastante más complicada.
sujeto de carácter relativamente débil, sometido durante años a las Es preciso reconocer que, en el ámbito de la Iglesia católica, no hay
más intensas presiones de adaptación y de identificación por parte de más que un camino para llegar a ser alguien, con ayuda de la «inteligen-
un grupo —como, por ejemplo, la Iglesia—, comprenderemos fácil- cia»: poner en juego todas las propias capacidades para destacar como
mente que ese sujeto no pueda encontrar satisfacción más grande que profesor. El precio habrá de ser ciertamente muy alto; habrá que
ponerse al servicio de ese grupo con todas las fuerzas de su personali- diversificar, en todos sus puntos y detalles, la mentalidad del «super-
dad, y dedicarse enteramente a él, para la bueno y para lo malo. Tam- yo», habrá que reflexionar, sintetizar, perfeccionar constantemente.
bién se entiende, desde esa misma perspectiva, el peligro que corre, en Lo malo es que, al final, la mayoría de esa gente es mucho menos
especial, el pensamiento funcional del clérigo de asociarse incondi- personal que al principio; sólo que ahora se pueden esconder mejor
cionalmente al fanatismo del propio grupo —en este caso, de la Igle- tras la máscara de una reputación social o eclesiástica. De todos mo-
sia—, como lo demuestran suficientemente todas las etapas de la his- dos, un individuo así se encuentra más identificado con su posición,
toria eclesiástica. ganada a pulso, que un simple párroco rural con su ministerio. Pensar
Según las leyes arcaicas de la dinámica de grupos, el concepto mis- que en esos ámbitos intelectuales puede haber lugar para la sinceridad
mo de humanidad termina, en cierto sentido, en la frontera de la soli- humana, para la apertura intelectual, para la espontaneidad personal
daridad grupal245; más allá sólo empieza, en la mentalidad primitiva, o, incluso, para la simple curiosidad científica sería, según la palabra
el mundo de la barbarie, de lo inhumano, de la «peste» personificada, de Jesús, como pretender buscar «uvas entre las zarzas» (Mt 7,16)247.
184 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 185

A eso hay que añadir otro rasgo importante, que se podría descri- No cabe duda de que, para comprender esa serie de contradiccio-
bir como una desaparición progresiva de la responsabilidad humana. nes, se requiere un estudio psicoanalítico. Por ese camino, pronto se
La típica mentalidad del «super-yo», característica del clérigo, tiende llegará a caer en la cuenta de que aquella afabilidad y jovialidad tan
de manera espontánea, y por su naturaleza impersonal y formalista, a expansiva, que parecía brotar de una vivencia de fe, en realidad no era
transformar al hombre en «cosa», para trasladar luego esas «cosas» al más que la reacción espontánea de un «yo» que, desde su misma infan-
mundo de las ideas. El que se haya formado en ese sistema jamás po- cia, había estado celosamente protegido y conservado inmune dentro
drá salir de él con el único medio de su inteligencia. Pero, en realidad, de las representaciones protectoras de su «super-yo». El lado oscuro de
hay un elemento que puede funcionar en la vida de muchos clérigos ese «super-yo» no podría menos de permanecer oculto, mientras no se
como un auténtico elixir de vida: su relación pastoral con personas de presentara la necesidad de tener que actuar doctrinal o autoritariamente
carne y hueso. Éste es el único lugar —si es que hay alguno— en el que frente a otras personas. Pero a cualquier observador atento no se le habría
los conceptos teológicos pueden recuperar su verdadero contenido y escapado, ya entonces, que la actitud normalmente franca y abierta de
toda su densidad experiencial, porque sólo ahí se puede interpelar y ese clérigo se agarrotaba en el momento en que tenía que hablar o ac-
plantear una exigencia al clérigo como «persona», sólo ahí se alcanza tuar según las exigencias de su «función». En ese momento, su modo de
su «yo» auténtico y no precisamente su «super-yo». construir las frases, el tono de su voz, su elección de las palabras, inclu-
Ya hemos indicado antes lo fácil que es sustraerse a ese tipo de so sus gestos, todo se hacía tremendamente artificial e incomprensible-
exigencia humana. Pero el hecho es que, al menos en la actividad mente afectado. Pero a todo eso apenas se le daba importancia, porque
pastoral que se lleva a cabo en las parroquias, se produce una especie al poco tiempo volvía a salir la buena persona de siempre.
de presión correctiva que impide que la práctica funcional desembo- Sin embargo, en el fondo, el personaje existía ya entonces más por
que en un exceso de despersonalización interior, especialmente a nivel su «super-yo» que por su «yo» auténtico. Por eso, ahora que, después
de pensamiento. La situación es totalmente distinta en los puestos más de su ascenso a los niveles más encumbrados de la jerarquía eclesiásti-
altos del escalafón clerical y en el mundo de los profesores de teología. ca, le faltaba el control social del ejercicio del ministerio, con todas
Para esa clase de sujetos no existe ningún factor humano que pueda sus demandas de actuación personal del «yo», mientras que, por el
servir de cortapisa, ni el matrimonio, al no estar casados, ni los hijos, contrario, crecían las pretensiones doctrinales del «super-yo», la ima-
porque no los tienen. Por otro lado, disponen de un montón de ayu- gen externa de ese hombre adquiría a los ojos de su antiguo amigo la
das: desde asistenta que les limpie la casa, y secretaria que se cuide de apariencia de una profunda transformación. Pero lo que pasaba real-
sus papeles, hasta ayudante de cátedra, e incluso chófer particular; o mente, desde el punto de vista psicoanalítico, era que empezaba a aso-
sea, personal de servicio al que pueden tratar con aires de superiori- mar, sin protección de ninguna clase, su auténtica psicodinámica pro-
dad. En el aspecto intelectual, su acopio de conocimientos les propor- funda. Para un clérigo, el ejercicio de la actividad pastoral es, con
ciona —subjetivamente— el derecho de llamar imbécil a cualquiera relativa frecuencia, su última vinculación con la realidad. Si, por ca-
que ose llevarles la contraria. Viven en un estado de auténticos «ele- sualidad, pierde ese apoyo humano, será como un globo a merced del
gidos», porque todo depende de ellos. Pero el resultado de tantas su- viento reinante.
perioridades es, por lo general, más pobre de lo que ellos mismos se Ahora bien, al perder su realidad humana, el hombre no sólo pier-
imaginan. de la realidad de su propio «yo» personal, sino que, al mismo tiempo,
Hace algún tiempo, me comentaba un párroco sobre un antiguo pierde también a Dios. Ya durante los años de seminario, en los que el
amigo suyo y compañero de clase que había sido nombrado obispo: futuro clérigo completa su formación teológica, se observa un fenóme-
«Fíjate, que ya ni le conozco. ¡Antes era tan distinto!». Naturalmente, no curioso. Durante los primeros semestres todo es idealismo, dispo-
al pobre párroco le resultaba muy difícil compaginar aquella actitud nibilidad, impulso entusiasta. Pero al cabo de unos dos años, y precisa-
abierta y simpática que tanto había apreciado antes en su compañero mente después de un período en el que se le explica en profundidad el
con las medidas pastorales y las declaraciones de ese hombre elevado contenido específico de la fe cristiana, el seminarista se ve súbitamente
ahora a la dignidad episcopal. asaltado por un mar de dudas que, por lo general, plantea a sus profe-
186 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 187

sores, rectores y padres espirituales un verdadero enigma: ¿qué se le de pro de la Iglesia católica, con sus intrigas, sus comadreos, sus or-
puede decir a ese sujeto, que no se haya dicho ya hasta la saciedad? dinarieces e incluso sus chistes de mal gusto sobre ciertos temas gene-
Sin embargo, la solución no parece excesivamente complicada, ya ralmente considerados como sacros.
que el núcleo de la dificultad radica precisamente en el sistema mismo Si alguien hubiera esperado que un encuentro de clérigos podría
de formación, basado en la carencia absoluta de una dimensión per- parecerse, aunque fuera remotamente, a un simposio platónico, se ve-
sonal. En los primeros cursos de teología, las explicaciones sobre la ría amargamente decepcionado. Dice el refrán que «nadie es grande para
realidad de Dios y su obra salvífica todavía pueden tener para el futuro su ayuda de cámara». Pero no hay nada peor que tener que reconocer,
clérigo una cierta resonancia vital, porque van asociadas a determina- si se es honesto, que de la fe en un Dios al que, como al Moloc cananeo,
das experiencias de su juventud, como participación en grupos se han sacrificado todas las virtualidades de la existencia personal no
parroquiales, asociaciones de jóvenes, movimiento escultista, etc. Pero queda más que el puro cinismo de un poder totalmente desvirtuado.
a medida que esos recuerdos van palideciendo progresivamente, la fal- Ésa es precisamente la imagen de la Iglesia católica que, hace cien
ta de nuevas experiencias que den una mayor densidad a la persona años, trazaba F. M. Dostoievski como la realidad secreta del catolicis-
impide la maduración plena del sujeto. El proceso de personalización mo romano, encarnada en la impresionante figura del Gran Inquisidor,
se sustituye por un barniz superficial de fórmulas huecas y sin sentido. que es como la personificación de la lucha contra el sujeto, el campo
Y el resultado no puede ser más lógico. Los pobres estudiantes de teo- de batalla contra la libertad individual:
logía acabarán como los peces que, sin darse cuenta, se ven envueltos
en la red y, cuando se les saca a la superficie, abren ansiosamente sus
Nosotros les convenceremos [a los hombres de Iglesia] de que no se
bocas tratando de aspirar el aire, hasta que mueren asfixiados. En re-
enorgullezcan, pues tú [Jesús de Nazaret] los has elevado y les has
sumen, lo que en un principio parecía duda de fe se muestra, realmen-
enseñado a enorgullecerse; nosotros les demostraremos que son
te, como una lenta y prolongada asfixia en un sinfín de palabrería débiles, que no son más que unos lamentables niños, que la más
teológica, en un hartazgo de fórmulas de lo más insípido y abstruso; dulce de las felicidades es la felicidad infantil. Ellos, entonces, se
por poner un ejemplo, la «unción» de Cristo con el «crisma del Espíri- volverán tímidos, empezarán a mirarnos y a apretarse contra noso-
tu» para «la dignidad de sumo sacerdote» en el momento de su bautis- tros, medrosamente, como los polluelos contra la clueca. Se sor-
mo en el Jordán... prenderán, se estremecerán de horror ante nosotros, y se sentirán
El mayor peligro de la mentalidad clerical está, sin duda, en el orgullosos de nuestro poder y de nuestra inteligencia, de que haya-
mos sido capaces de someter un rebaño tan turbulento de miles de
hecho de que la profunda despersonalización y el corte radical con
millones de hombres. Temblará, sin fuerzas, ante nuestra cólera; se
toda experiencia humana que propugna esa clase de teología no sólo
entorpecerán sus inteligencias; de sus ojos fluirán frecuentes lágri-
aniquila la persona, sino que destruye hasta las mismas fuentes de la fe mas, como ocurre con los niños y las mujeres, pero con la misma
y de la religiosidad del individuo. Como en un matrimonio, que sólo facilidad y a voluntad nuestra pasarán a la alegría y a la risa, a la
se sostenga por sentimientos de obligación, va muriendo poco a poco alegría luminosa y a la feliz cancioncita infantil. Sí, les obligaremos
lo fundamental, que es el amor, lo mismo sucede con la religiosidad a trabajar, mas para las horas libres de su labor les organizaremos la
del clérigo: a fuerza de funcionalizarse, termina por constituir el más vida como un juego infantil, con canciones infantiles cantadas a
serio peligro para su propia subsistencia. coro y con inocentes danzas.
Si se pudiera hablar con toda franqueza de lo que aún le queda de Oh, sí, les daremos permiso para que pequen, pues son creaturas
fe a un profesor de teología, después de años de «enseñanza», o de los débiles e impotentes, y nos amarán como niños porque les permiti-
apoyos humanos que aún sostienen a un obispo en su actividad pastoral, mos pecar. Les diremos que todo pecado puede ser redimido, si se
comete con nuestro consentimiento; les permitiremos pecar, por-
sería verdaderamente sobrecogedor comprobar hasta dónde llega el
que los amamos. En cambio, los castigos correspondientes, los car-
abismo de frialdad y aislamiento que les abruma. Lo que más impre- garemos sobre nosotros, ¡qué le vamos a hacer! Cargaremos con sus
sionaría a un observador externo sería la falta de espiritualidad, los pecados, pero ellos nos adorarán como a sus bienhechores que car-
chismorreos, la banalidad que preside las reuniones de esos hombres gan con sus pecados ante Dios.
188 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 189
No tendrán secreto alguno para nosotros. Les permitiremos o quiméricas compensaciones, de reacciones de frustración, de imágenes
les prohibiremos vivir con sus mujeres y amantes, tener o no tener sustitutivas, de identificaciones engañosas, de abstrusas
hijos, según sea su obediencia, y ellos se nos someterán con alegría
racionalizaciones, y demás peculiaridades. No cabe duda de que la
y satisfacción. Nos comunicarán los secretos más atormentadores
de sus conciencias; todo, todo lo pondrán en nuestro conocimien- psicología de un clérigo es una de las manifestaciones más complejas
to, y todo se lo resolveremos nosotros. Ellos aceptarán con alegría de la psique humana. El que pretenda resolver sus meandros con sim-
todas nuestras resoluciones porque así les liberaremos de la preocu- ples ecuaciones no ha comprendido realmente la dificultad de la tarea.
pación y de los terribles sufrimientos que les agobian ahora, al tener De entrada, se puede asegurar una cosa: en este punto, jamás se
que tomar una determinación personal y libre. podrá poner en duda la buena voluntad y el sincero esfuerzo del cléri-
Todos serán felices, todos los millones de seres, excepto unos go católico. Precisamente por la inseguridad ontológica que constitu-
cien mil dirigentes. Pues sólo nosotros, depositarios del secreto, ye el fondo de su existencia, la elección para el ministerio es lo que le
sólo nosotros seremos desdichados. Habrá miles de millones de lleva a reconocer su verdadero valor, lo que le confirma la realidad de
niños felices; cien mil mártires tomarán sobre sí la maldición de su ser y, en definitiva, lo que le permite aceptarse como persona. Por
conocer el bien y el mal. Los primeros morirán dulcemente, suave-
eso, se esforzará desesperadamente por satisfacer al máximo todas las
mente se apagarán en tu nombre, y en la tumba no hallarán más que
exigencias imaginables. Pero lo que constituye para él una trampa in-
la muerte. Pero nosotros conservaremos el secreto y, para su propia
felicidad, les cautivaremos con el premio del cielo y de la vida eter- soslayable, lo que tuerce todos sus caminos, es su total
na. Pues aunque hubiera algo en el otro mundo, no sería, desde despersonalización. Lo típico del clérigo, lo que caracteriza su estilo
luego, para hombres como ellos248. peculiar de vida, es su actitud de supresión, de represión, o de absoluta
indiferencia ante lo personal.
2. Una vida simbólica: la existencia como metáfora Hasta aquí hemos hablado con amplitud, espero que suficiente,
sobre la impersonalidad «jerarquizada» del pensamiento clerical. Pero
No hay constatación más desgarradora en la existencia de un clérigo es que era imprescindible, puesto que la existencia del clérigo católico
que llegar a descubrir que, al cabo de tantos años de sacrificio y de se mueve fundamentalmente en los terrenos de la idea (o, más bien, en
esfuerzos agotadores, no queda absolutamente nada que valga la pena un mundo de ideas preconcebidas). La actitud artificiosa y de privile-
en el aspecto humano, o incluso que toda su existencia ha sido perju- giada exención frente a la norma es como la marca distintiva del cléri-
dicial, ya que la represión sistemática que la función ejerce sobre el go, en lo que a su estilo de vida se refiere.
propio «yo» implica necesariamente una opresión de los demás. Pero donde mejor se observa el masivo efecto despersonalizador
La crítica que se suele hacer a los sacerdotes y a los religiosos que el ideal del clérigo ejerce sobre las vivencias del sujeto, especial-
supone, con demasiada complacencia, que se trata de hipócritas ocio- mente en el terreno afectivo, es en los ambientes en los que ese ideal se
sos, que no hacen nada útil para la sociedad, predican a los otros lo vive más en serio. Sin embargo, habrá que precisar que donde mejor se
que ellos mismos no cumplen249, y sólo tienen ojos para el dinero, el perciben esos efectos es en los religiosos —y más que nada, en las
poder y la satisfacción de los instintos más depravados250. Pero esa religiosas— y no tanto en los sacerdotes seculares, cuya vida, a pesar
crítica no sólo es injusta, sino que, además, es absolutamente de todos sus compromisos solemnes, puede ser, en realidad, bastante
injustificable, por demasiado superficial, tajante y sin matices. En rea- más libre.
lidad, es tan falsa como la propia mentalidad del clérigo. Si ésta con-
funde, como hemos visto, el fin con los medios, aquélla mezcla las a) Determinación del espacio: el hábito clerical
apariencias con las intenciones; y el idealismo de la segunda es, desde
el punto de vista humano, tan reduccionista como el supuesto realis- El primer aspecto es el que se refiere al hábito, o sea, el modo de
mo de la primera. Evidentemente, no es fácil orientarse con precisión vestir, y a las formas externas, es decir, a los modales característicos
en una lógica como la del pensamiento clerical, tejido de sistemáticas del clérigo.
rupturas, de desviaciones retrógradas, de finalidades contrapuestas, de No sin razón, a principios de los años ochenta —ide este siglo, es
190 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 191

decir, del siglo xx!—, el Vaticano puso en marcha una verdadera cam- Pues bien, contra el deber de fidelidad que atenaza la conciencia
paña para intimar a todos los clérigos, religiosos y seculares, la obser- de un clérigo verdaderamente entregado no hay argumentos teológicos
vancia más estricta de su obligación de vestir el hábito correspondien- ni críticas populares ni sarcasmos, por corrosivos que sean, que lle-
te251. Hasta entonces, muchos sacerdotes habían debido comprobar guen a moverle un ápice de su postura preconcebida. No hay más que
que mucha gente, al verlos de hábito, se asustaba de tal manera que oír hablar a la gente, ante todo, los comentarios de los más jóvenes,
resultaba absolutamente imposible entrar en conversación con ellos, o sobre esa solemne procesión de prelados y canónigos que, el domingo
que el hábito constituía una barrera insuperable para poder dialogar por la tarde, se dirige pausadamente a la catedral para entonar las
con toda espontaneidad y de persona a persona sobre temas verdade- vísperas, y el efecto que les produce la acumulación de armiños y ter-
ramente importantes. Por eso, con el fin de desarrollar su función de ciopelos, y esos pies de hombres adultos enfundados en calcetines de
un modo más personal, colgaron en el armario la sotana y el alzacuello, color rosa y en unos zapatitos de fibias doradas. La gama de compara-
y se vistieron de paisano. Lo que esos clérigos pretendían con su modo ciones va desde «buhos» a «murciélagos» o «mariposas nocturnas»,
de proceder no era precisamente demostrar que también ellos pertene- asociadas todas con la fúnebre mascarada de la muerte.
cían a la especie humana, sino simplemente vivir como lo que eran, Cabría pensar que esos sujetos que se atreven a presentarse tan
como seres humanos de carne y hueso. emperifollados deberían ser conscientes de su apariencia verdadera-
Para justificar su actitud, tenían a mano, aparte de las razones de mente grotesca. Pero se dice que el verdadero motivo para mantener
tipo pastoral, una infinidad de argumentos de peso. ¿No dice el Evan- el hábito es su carácter de manifestación pública del componente
gelio que el propio Jesús puso en guardia a la gente contra la vanidad espiritual —por ejemplo, la dimensión misionera en el hábito de las
de los fariseos y de los doctores de la ley, que paseaban por la calle religiosas—, además de la posibilidad de dar testimonio de Cristo y
luciendo lujosas hopalandas y mantos aparatosamente ribeteados (Me su predicación del reino de Dios, y de ofrecer una oportunidad de
12,38)252? Pues bien, siendo eso así, ¿se puede establecer algún tipo de asistencia espiritual. Pero la verdadera razón de esas motivaciones,
relación entre la cercanía de Jesús a la gente y un vestido tan extrava- totalmente alejadas de la realidad, es completamente distinta de lo
gante como el que se impone a los clérigos? O, planteando la cuestión que se dice; ejemplo típico, si los hay, de la ambigüedad del clérigo,
con toda crudeza, si san Francisco de Asís, hace unos ochocientos años, hasta en sus más mínimos detalles. De lo que se trata realmente —o,
se despojó en plena calle del elegante vestido que le había regalado su por lo menos, en primer término— en esa cuestión del hábito no es,
padre, para vestirse como un simple campesino, ¿no será una tergiver- desde luego, de que sirva de «testimonio para los seglares», sino que
sación monstruosa y una desviación intolerable convertir hoy esa lo primero, en el orden psicológico-social, es la intención de imponer
indumentaria en signo distintivo de la dignidad clerical frente al resto una disciplina a los clérigos. Es a éstos, y no precisamente a los
de los mortales? Desde esta perspectiva, ¿no será el hábito una prueba «seglares», a los que el uso de un hábito llamativo debe inculcar la
absolutamente lamentable de la capacidad que tiene el ser humano de peculiaridad de su estado, junto a las obligaciones más específicas de
pervertir incluso las ideas más simples y espontáneas de los santos en su profesión. El hábito permite reconocerlos incluso desde lejos; de
pura vanidad desacralizada y en una absurda presunción253? modo que, por el mero hecho de llevarlo, están inevitablemente suje-
Dicho con la mayor claridad, ¿no tendría toda la razón del mundo tos a un continuo control social.
Federico Fellini cuando, hace veinticinco años, durante el rodaje de su
Volvamos a la comparación que establece Freud entre el ejército y
famosa película Roma, se le ocurrió introducir un cuarto de hora de
la Iglesia255. En el ejército, el uniforme constituye el signo de unidad
desfile de modelos papales, en el cual venerables proceres de la Iglesia,
entre los soldados de un mismo cuerpo, los asocia entre sí y, por me-
perfectamente ensotanados y luciendo espléndidos birretes, exhibían
dio de los respectivos galones o estrellas, define su puesto en el escala-
contoneándose o en bicicleta las últimas creaciones de la «moda a lo
fón de mando. Más aún, el uniforme es la expresión visible del senti-
Jesucristo», mientras poco a poco iban transformándose en momias y
miento de compañerismo, del sentido de cuerpo, del deber de una
en esqueletos? La escena es de antología. Es como un museo de muer-
camaradería inviolable y, ante todo y sobre todo, del hecho indiscuti-
tos ambulantes, cuya única preocupación parece ser la de asegurarse,
ble, irrevocable y hasta sellado con juramento, de pertenecer a esa
por lo menos, un fastuoso funeral y un entierro de primera254.
192 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 193

institución concreta. Sin embargo, el punto decisivo es que el unifor- Ni aun en la misma muerte se detiene el culto a la uniformidad en
me militar sólo define al soldado como soldado, y no como hombre; y los aspectos externos. Basta visitar los cementerios de las ciudades que
esa diferencia permanece, a menos que la milicia se convierta en co- albergan grandes comunidades monásticas —por ejemplo, el cemente-
munidad religiosa, como sucedía con la «Orden de los Jaguares» entre rio del Este, en Paderborn— y recorrer las tumbas de las religiosas, para
los aztecas256, o que la misma guerra se considere como una especie de darse cuenta de la realidad: filas y filas de diminutas losas perfectamente
liturgia257. alineadas y todas iguales, a pesar del paso de los siglos; y grabado en
La cosa es distinta en la militia Christi, es decir, en las órdenes ellas, el nombre de religión, no el de bautismo, y apenas el de familia.
religiosas. En el concepto de elección clerical va implícita la idea de Lo que fue esa persona consiste exclusivamente en su pertenencia a una
que los planes de Dios sobre la vida de un hombre se cumplen total- determinada orden religiosa; lo demás no cuenta ante Dios. Será difí-
mente en lo que comporta la designación para clérigo. Todo lo que es cil encontrar sepulturas que puedan inspirar más tristeza.
—o puede ser— un clérigo, lo es en cuanto miembro de esa orden, de En las necrópolis de guerra, la enorme cantidad de cruces que lle-
esa comunidad, sin reservas de ninguna clase258. Él, de por sí, no tiene van el rótulo de «desconocido» sobre la desolada uniformidad de las
nada, no es nada; más bien, lo que es o lo que tiene lo decide su orden, tumbas produce la sensación de una advertencia conmovedora sobre
sin ningún tipo de intermediarios. En otras palabras, el hábito —por el sinsentido de la guerra. De hecho, a las granadas y a las bombas
ejemplo, de una religiosa— no es una especie de uniforme profesio- incendiarias no les importaba qué miembros desgarraban o calcina-
nal, sino la señal de que Dios la llama a su servicio. La ropa con la que ban. Pero, ¿se podría atribuir a Dios una indiferencia como ésa? ¡No
cubre su cuerpo, lo que la marca y la distingue, no es lo que llevó con- es, desde luego, así como se nos ha revelado el «Padre» de nuestro
sigo al convento. Lo que trajo, por precioso que fuera, se le arrebata y Señor Jesucristo!
se hace trizas. Como se suele decir, «hay que trasplantar la flor». En Un Dios indiferente es el dios del Gran Inquisidor, como lo pre-
adelante, la orden religiosa va a ser la verdadera tierra, la concretización senta Dostoievski. Es el dios de aquel socialismo teológico propugna-
de esa vid, que es el propio Cristo (Jn 15,1 ss.), como única fuente de do por un monje como Tommaso Campanella, que soñó una ciudad
la que en el futuro se podrá beber el agua de la vida. del sol161, un sistema de igualdad total entre los hombres. Es el dios del
En consecuencia, los detalles de la vida ordinaria deberán adaptar- famoso «correccional feliz»262, en el que, entre una balumba de prohi-
se a esa normativa. En la celda de una religiosa sobra el espejo; si hay biciones, sólo había una auténtica prohibición: ser sí mismo, ser una
que creer en las palabras, la imagen de una religiosa debe reflejarse en persona.
su rosario y en su devocionario. El vestido, incluso la ropa interior y Tal vez haya alguien que, a este punto, se pregunte dubitativo si
los mismos paños higiénicos, deberá recibirlos de manos de la comuni- de un único tema —y tan particular— como el hábito de las monjas, se
dad. El espíritu comunitario no tolera individualismos ni decisiones puede llegar a tales deducciones. Desde luego que no, no del hábito
personales. Por ejemplo, una monja como Teresa de Lisieux, ¿no se sólo; pero sí, desde luego que sí, de lo que en el hábito se expresa, es
santificó porque, a pesar de padecer de tuberculosis y dormir en una decir, la plena y total despersonalización. Precisamente a nivel de há-
celda sin calefacción, nunca se le ocurrió pedir una manta para comba- bito, que no es más que una forma espacial de la destrucción del indi-
tir el frío de la noche, sino que aguantó humildemente los dolores de viduo a manos de la comunidad, es donde se produce con relativa
su enfermedad? Pues bien, Dios recompensó tanto sufrimiento llevan- frecuencia un retorno verdaderamente sarcástico a la actitud ignomi-
do consigo a esa criatura tan consumada a la temprana edad de veinti- niosa de que, a pesar de todo, hay que imponer la represión163.
cuatro años259. Incluso teólogos de la talla de Hans Urs von Balthasar, Aparte del hábito, se podrían aducir otros ejemplos, como la ora-
que han sabido captar perfectamente la tensión entre una mentalidad ción comunitaria —que incluye el rezo privado del breviario o la re-
como la de las órdenes religiosas y el mensaje de Jesús, no han tenido citación común de las horas canónicas— y la penitencia pública. Ta-
ninguna duda sobre el aspecto psicológico del caso de «santa Teresita les prácticas pueden degenerar fácilmente en signos de una cierta
del Niño Jesús», claro triunfo del masoquismo que llega hasta la des- despersonalización. Pero, sin detenernos en ellas, pasaremos directa-
trucción del propio ser260. mente a un tema tan crucial como el de la vida afectiva de los clérigos.
194 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 195

b) Determinación del sentimiento: pios, con mayor duración histórica y con más acopio de experiencia
prohibición de las amistades particulares ha impulsado y desarrollado continuamente la alienación psíquica de
sus miembros, no sólo en el reducido ámbito de la historia europea,
Donde más resalta el verdadero carácter unificador del ideal de clérigo sino incluso a niveles de historia universal —y, en este aspecto, es un
vigente en la Iglesia católica es en una exigencia, que a los compromi- fenómeno verdaderamente «único»—, ha sido, sin ningún género de
sos del individuo antes de entrar en el convento añade, como determi- duda, la Iglesia católica.
nación complementaria, la prohibición estricta de desarrollar senti- Hacia finales de los años sesenta, el mando militar alemán comisionó
mientos de tipo personal respecto a otros miembros de la orden; dicho a un grupo de oficiales encargados de la disciplina interna del ejército
con toda claridad, la condena de las «amistades particulares». para que se presentaran en un seminario vecino. Su misión era solicitar
Desde una perspectiva externa, se podría pensar que una medida permiso para estudiar durante un par de días, con la mayor seriedad,
como la confesión pública de las faltas individuales es un signo típi- cómo era posible tener a un centenar de jóvenes encerrados meses y
co de la degeneración que rige en los gobiernos totalitarios. ¿Quién meses, sin sexo ni alcohol, y sin provocar ni un alboroto. Los respon-
no conoce, por ejemplo, el sistema de «autocrítica» que se practica- sables, aunque no dudaron en responder negativamente, interpretaron
ba en ciertos procesos públicos o en los congresos del partido comu- aquella impertinencia no como una ironía sobre las prácticas de la
nista de la antigua Unión Soviética? La represión del individuo es un Iglesia, sino, hasta cierto punto, como un reconocimiento de sus méto-
rasgo común a todos los sistemas totalitarios, por lo que a nadie dos, que realmente les llenaba de orgullo. Ya el propio Georges Bernanos
puede extrañar que en todas partes se produzcan manifestaciones concluía la presentación del protagonista de su Diario de un cura rural
análogas. con un paralelismo entre el ejército y el clero. Es verdad que en ambas
Pero, por lo pronto, hay que dejar constancia de que ningún siste- organizaciones existe un orden; sólo que en el ejército se trata, según
ma político, aunque se presente rodeado de pretensiones mesiánicas Bernanos, de «un orden sin amor»265.
como un sucedáneo de religión —así fue el bolchevismo, durante tan- Pero resulta que las condiciones más severas que la Iglesia impone
tos años—, jamás tendrá poder para dirigir a las personas hasta en sus a sus clérigos se dirigen precisamente contra el amor. Y no, en primer
más íntimos sentimientos. Ese poder no lo detenta más que la religión, término, por la posible implicación o explicación de orden sexual,
cuando llega a tal grado de perversidad que se convierte en dominadora sino sencillamente porque el amor —lo mismo que su deformación
del ser humano. Pues bien, ésa ha sido —¡y sigue siendo!— la actitud antitética, el odio— es la más intensa de las emociones personales.
de un catolicismo intransigente y siempre dispuesto a gobernar la inti- Es lógico que cualquier sistema totalitario vea al amor como su
midad humana, como se percibe con una claridad verdaderamente ate- más encarnizado enemigo, porque de él dimana toda esa exuberante
rradora en las medidas con las que pretende controlar, hasta en sus energía que exalta al «yo» hasta el culmen del apasionamiento y le
más mínimos detalles, incluso la afectividad de los clérigos. confiere fuerzas insospechadas cuando se encuentra con «el otro». Y,
Por lo que se refiere al sistema comunista, hace cuarenta años que al revés, el criterio más fidedigno para descubrir hasta qué punto es
George Orwell lanzó en su novela 1984 una advertencia apocalíptica, «totalitario» un sistema concreto es su actitud frente al amor. Que yo
al describir los horrores de una sociedad en la que el «Gran Hermano» sepa, no ha habido en la historia de las religiones ningún sistema que
velaba con extrema severidad sobre el amor entre los sexos: haya vigilado y proscrito no sólo el amor entre un hombre y una mu-
jer, sino hasta la amistad entre los diferentes miembros de un grupo.
La finalidad del partido en este asunto no era sólo evitar que hom- Incluso el Nuevo Testamento no duda en atribuir al propio Jesús
bres y mujeres establecieran vínculos imposibles de controlar. Su la «injusticia» de haber querido a uno de sus discípulos más que al
objetivo verdadero y no declarado era quitarle todo placer al acto resto266; y hay que admitir que se encontraba más a gusto con determi-
sexual. El enemigo no era tanto el amor como el erotismo; y no nadas mujeres, como Marta y María, hermanas de su amigo Lázaro (Jn
sólo en el matrimonio, sino también fuera de él264. ll,l-2) 2 6 7 , que con sus propias hermanas y hermanos, con los que,
según todas las apariencias, no se llevaba excesivamente bien (Me 6,1-
Por otra parte, el sistema que con mayor fidelidad a sus princi-
196 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 197

6)268. Sólo a la Iglesia católica se le ha reservado el privilegio de querer Sólo desde el presupuesto de tales sensaciones se puede entender
ser más cristiana que el mismo Cristo, y de establecer un modelo de la necesidad constitutiva que tiene el clérigo de sumergirse en un mundo
comunidad en el que se excluye todo tipo de relación personal y, por en el que sea posible prescindir de la negación del propio «yo» y olvi-
consiguiente, cualquier muestra de mutua simpatía. darse de sí mismo, para pertenecer realmente a un grupo que legaran-
En los seminarios de los años setenta, todavía se consideraba como tiza una respuesta positiva a la cuestión del contacto interpersonal.
un grado superior de imitación de Cristo la costumbre de que incluso Mientras la ley de la simpatía y de la libertad siga vigente, el clérigo
los diáconos y subdiáconos, es decir, hombres ya maduros, entre vein- será incapaz de refrenar sus miedos y acabará inevitablemente encon-
ticinco y treinta años, consultaran el tablón de anuncios de la comuni- trándose de nuevo solo. Únicamente si esa ley queda abolida como
dad para ver con quién tenían que salir de paseo, siempre de dos en dos, condición imprescindible para el contacto con la gente, podrá un cléri-
de tres a cuatro de la tarde. Con eso se quería inculcar que un clérigo go sentirse inmune contra la decepción personal; sólo entonces caerá
no debía tener preferencias ni inclinaciones personales; por amor a en la cuenta de su derecho a ser «querido» y de su obligación de «que-
Cristo, tenía que mostrar su consideración y su deferencia a todos por rer». No hay ningún otro modo de combatir, y hasta de superar, las
igual. Sólo así podría aprender a no ser amigo de nadie, sino únicamente amargas carencias y los deletéreos traumas de la infancia.
compañero de todos en el mismo camino hacia la salvación. Dicho en otras palabras, el sistema de represión del sentimiento es
Para valorar en su justa medida los efectos de tales condiciones perfectamente aceptable, e incluso deseable, en el caso de un sujeto
sobre el psiquismo de un sacerdote o de una religiosa, habrá que recor- que haya experimentado en su propia carne el peligro de que el desa-
dar que toda la existencia del clérigo está radicalmente marcada por rrollo de un sentimiento «normal» podía «relegarle a la más completa
un fondo de inseguridad ontológica. Necesariamente hay que partir nulidad». El que haya vivido esa situación, tanto en lo personal como
del hecho de que esos hombres, cortados por el patrón del Lucien en lo ambiental, necesita imperiosamente un sistema en el que pueda
Fleurier de Sartre, se mueven con extraordinaria dificultad en materia encontrar más desvelo, más compasión, y mayor cariño «cristiano»
de relaciones humanas o de contactos personales, si les faltan esos que lo que le proporcionó aquel mundo cruel de los campos de depor-
condicionamientos. Aunque en su juventud hayan ejercido como tes o de las excursiones que organizaba su colegio. Pero lo trágico es
monitores de grupos parroquiales o como delegados de curso durante que un sistema así, que en sus compases iniciales consigue apaciguar la
sus años de colegio y, por consiguiente, den la impresión de ser capa- inseguridad ontológica, presente ahora en el contacto interpersonal,
ces de relacionarse con soltura, basta cavar un poco en su personali- no tarda demasiado en manifestarse como un estrangulamiento y has-
dad, para ver que, en el fondo de sus sentimientos, están bloqueados ta como una prohibición de toda libre iniciativa.
por el miedo y por infinidad de prejuicios, que no les dejan comprome-
Ahí, precisamente, radica el principal reproche que se le puede hacer
terse con las inclinaciones de otros, aun en el caso de que no sean más
a la Iglesia católica, y que cuanto más se analiza la estructura psíquica
que meras insinuaciones.
de la existencia clerical más claramente se percibe. Frente a la llamada
Es posible que algunos de ellos sean auténticos virtuosos en el arte del miedo y la inseguridad del hombre, la Iglesia no responde con los
de disimular tamañas inseguridades. Gente, por ejemplo, que es capaz medios de Jesús, ni con las infinitas formas de diálogo personal y ge-
de reaccionar con una ocurrencia humorística a la más mínima aproxi- nerador de confianza, sino con un sistema de seguridades puramente
mación, únicamente para eludir, con el artificio de un juego de fórmu- institucionales. De ese modo, al atorar las fuentes del miedo, que son
las corteses y un par de fiorituras bien calibradas, cualquier contacto patrimonio de la libertad misma de la persona, lo único que consigue
personal269. Sin embargo, en cierto sentido, esa experiencia supone es provocar, como reacción, e incluso instrumentalizar el peor de to-
para ellos el inmenso alivio de no tener que preguntarse ni andar con dos los miedos: el de arriesgarse a vivir una vida propia, con indepen-
muchas cavilaciones sobre si tal o cual interlocutor rechaza o acepta dencia absoluta y plena responsabilidad personal. Lo que al principio
sus preferencias personales, mientras que, por otra parte, ese recurso parecía ser una ayuda —¡y todavía hay mucha gente que piensa así!—
al subterfugio pone fin a su miedo a la decepción, diluye su sensación termina por manifestarse como consolidación del miedo, en forma de
crónica de no ser querido, y calma la sospecha innata de su profundo preceptos de tipo institucional, que transforman la innata actitud hu-
desarraigo y de su más completa y desesperante soledad.
198 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 199

mana de huir del miedo en una obligación, o sea, que hacen de la nece- Desde esa perspectiva, nuestro diagnóstico sobre una sistemática
sidad virtud. Y así es como el «miedo a la soledad» desemboca en un despersonalización como rasgo fundamental de la existencia del cléri-
«deber de soledad» de por vida. ¡Cruel círculo vicioso, que con su inexo- go, que así pretende liberarse de su inseguridad ontológica, se alarga y
rable giro de prescripciones concentra todo un poso de perdición en lo se confirma con la constatación ulterior de que la represión de lo per-
más íntimo de unos hombres que, por fuerza de su llamamiento, sólo sonal no se limita al trato con sus «hermanos» y «hermanas» dentro de
pretenden dedicarse a la salvación del ser humano! la orden, sino que se extiende —¡y con categoría de deber!— a la
A este punto, y en perspectiva puramente lógica, se podría reducir eliminación de las relaciones familiares y, en cierto sentido, hasta al
este sistema de despersonalización y alienación a la simple fórmula de rechazo mismo de toda la biografía personal,
un intercambio de niveles, donde lo personal se transforma en colecti-
vo, y lo colectivo se hace personal. Por una parte, se crea la necesidad c) Determinación del pasado: separación de la familia
de comentar públicamente ciertas cosas de las que sólo se debería ha-
blar en el ámbito de la confidencia privada, porque se piensa que esa Desde el mismo momento de su incorporación a la orden, al clérigo le
publicidad debe sustituir a cualquier conversación de carácter perso- queda terminantemente prohibido mantener cualquier contacto con
nal; y, por otra parte, se tiende a ventilar en ese ambiente de desper- sus familiares —padres, hermanos y parientes—, fuera de algunas oca-
sonalización que se impone a los contactos privados todas las inciden- siones bien concretas y explícitamente autorizadas por sus superiores.
cias que, en el fondo, deberían ser de dominio público: por ejemplo, se Como fundamento de esa prohibición se aduce aquella frase del Evan-
comentan una y mil veces las últimas decisiones del capítulo provin- gelio: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi
cial, la inminente visita de la superiora general, o el trato que dispensa hermana y mi madre» (Me 3,35)270. Esa palabra de Jesús exige una
el jefe de clínica a las hermanas enfermeras. separación total y una ruptura de sentimientos con relación a los pa-
rientes; en adelante, deberá ser la comunidad —monástica o religio-
Pero el caso es que los dos niveles están mutuamente condicionados
sa— la que ocupe el puesto de la propia familia.
por una actitud de insinceridad, ya que, de hecho, la intimidad —por
Pero el intercambio forzoso de grupos de referencia entraña una
ejemplo, de la confesión pública de las faltas privadas— sirve más para
dificultad extraordinariamente grave, ya que es imposible establecer
ocultar la realidad de la propia persona que para ponerla de manifies-
un trueque social entre los lazos de familia y la comunidad de «herma-
to, y los comentarios privados de lo que, en realidad, pertenece al
nos» o «hermanas» en religión —o sea, transformar unos vínculos bio-
dominio público de ningún modo contribuyen a promover, sino más
lógicos en vínculos espirituales— sin tener en cuenta y estudiar dete-
bien a evitar, cualquier tipo de relación personal. Resulta, pues, evi-
nidamente un nivel intermedio tan decisivo como las relaciones y
dente en ambos casos que una verdadera comunidad humana jamás se
sentimientos de orden psicológico. En caso contrario, lo que ocurre es
puede fundar sobre una base de despersonalización esencialmente
que esa situación, en vez de solucionar posibles conflictos, no hará
atenazada por el miedo. Sin embargo, eso es lo que se intenta, más
más que perpetuarlos irremediablemente. Sin embargo, es posible que,
aún, lo que se debe intentar, para reprimir la inseguridad ontológica.
en los comienzos, el interesado perciba como un alivio lo que, más
Toda investigación de un sistema vivo se basa en el postulado de tarde, sólo verá como un sistema de violentas constricciones.
que no se puede comprender verdaderamente su funcionamiento si no
Uno de los tabúes más protegidos en la historia de las motivacio-
se logra captar la cohesión interna de sus componentes específicos.
nes que llevan a una persona a hacerse clérigo es la confrontación con
Pues bien, la institución del clero en la Iglesia católica es una organiza-
la propia familia, entendiendo confrontación en su sentido más literal.
ción que ha mantenido viva toda su pujanza durante un largo período
Ya las mismas contradicciones de la reflexión teológica sobre el tema
de tiempo. Y eso lleva a postular que una organización como ésta ja-
dejan entrever que este punto encierra un aspecto conflictivo. La teo-
más se podrá entender de manera satisfactoria si no se aprende a con-
ría pone de relieve el hecho de que Jesús, mientras, por una parte,
siderar ciertos fenómenos, en apariencia distintos, como elementos in-
consagró el matrimonio y lo elevó a la dignidad de sacramento271, por
trínsecamente coherentes que, en definitiva, forman parte de un único
otra, recomendó el celibato de los clérigos como un estado más agra-
núcleo fundamental perfectamente compacto.
dable a Dios272.
200 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 201

Entre esas dos posturas se tiende, como es lógico, el arco de una por ejemplo, con la necesidad de «ser jefe» que detectábamos en el
intolerable tensión psicológica, de la que trataremos cumplidamente personaje de Lucien Fleurier.
más adelante, al abordar la reacción específica del clérigo frente al En el caso del antihéroe de Sartre, su mismo proceso evolutivo le
tema de la sexualidad. produce, como connaturalmente, un auténtico escepticismo en la cues-
De momento, baste indicar que, desde el punto de vista histórico, tión del matrimonio. En efecto, si realmente se casa, no es por razones
parece claro que Jesús no escogió para sí ninguno de esos dos caminos. tan «burguesas» como el amor o la inclinación sexual, sino en virtud
El Nuevo Testamento ni se plantea la cuestión sobre si el propio Jesús de una decisión, tan violenta como resignada, de erigirse él mismo en
estaba o no casado; de modo que nunca se podrá tener una respuesta medida de una existencia burguesa por la que no siente el más mínimo
mínimamente satisfactoria27'. Y por lo que toca al estado clerical, nos aprecio.
consta fehacientemente que a Jesús jamás se le pasó por la cabeza fun- Ahora bien, la diferencia específica entre el tipo «Fleurier» y el
dar algo así como una orden —por ejemplo, al estilo de la de clérigo no radica en su desconfianza —fruto de la experiencia— frente
Qumrán 274 — o una especie de comunidad religiosa. Al contrario, lo al matrimonio (de sus propios padres), sino en la desproporción —míni-
que pretendió Jesús fue suprimir toda discriminación entre el grupo ma, desde luego, pero extraordinariamente importante— que se da entre
selecto de «los piadosos» y la masa del 'am ha-'árets, del «pueblo de la ambos conflictos. El tipo Fleurier posee un «yo» considerablemente
tierra»275, de los excluidos, de los marginados276. Y su actitud de liber- más fuerte; por eso, trata de solucionar su problema con un despliegue
tad plena y sin miedos no tiene absolutamente nada en común con de actividad, que le lleva a tomar por sí mismo sus propias decisiones.
todas las acotaciones que caracterizan la existencia del clérigo en la En cambio, el clérigo, que no tiene esa capacidad, protesta contra el
Iglesia católica. matrimonio de sus padres, resignándose simplemente, bajo la presión
Por otro lado, esa continua referencia a la historia, típica de la del modelo parental, al convencimiento de que él jamás podrá llevar
mentalidad clerical y que constituye una característica del autoritarismo una existencia burguesa mínimamente organizada278.
con el que el clérigo ejerce externamente sus funciones de dirección, le Si nos fijamos bien, aquí entran en juego dos factores que actúan
impone una absoluta necesidad de evitar cualquier argumento basado en un mismo plano: la obstinación del «Fleurier» y la resignación del
en la experiencia humana, para decantarse por un modelo histórico clérigo. Ninguno de esos dos factores, que sitúan a ambos al margen
sobre el que pueda proyectar sus reflexiones y de donde él mismo sea de la sociedad, les permite encontrar un desvío —o un retroceso— que
capaz de deducir una fundamentación, aunque sólo sea teórica, de su les abra una forma específica de consideración social. De prolongar
propio ser. más ese proceso, se encontrarían en un serio peligro de deslizarse hacia
Desde una perspectiva psicoanalítica, la convicción del clérigo de formas patológicas de aislamiento del medio ambiente. De ahí se de-
que «lo mejor» es no fundar una familia no se debe derivar de la pala- duce que la renuncia a los vínculos familiares, típica de la «elección»
bra de Jesús en el Evangelio (Mt 19,10)277, sino más bien de las viven- del clérigo, desemboca, en cierto sentido, en una forma de existencia
cias personales del propio clérigo. En la vocación al estado clerical no marcada por el riesgo y amenazada por continuos peligros. Pero, aquí,
se trata de un rechazo genérico del matrimonio y de la familia, sino lo más importante es subrayar que la actitud del clérigo frente a las
más bien de la negación de ese tipo concreto de matrimonio y de fami- cuestiones relativas al matrimonio y la familia no se puede entender
lia que se vivió en la propia infancia y en la juventud. Sobre esta base, desde el tema concreto de la sexualidad (genital), que en el proceso de
sólo desde la pura subjetividad del clérigo se puede concebir que «no desarrollo psicológico sólo aparece en un estadio posterior, sino que
sea bueno» casarse; y eso, hasta el punto de que su rechazo, concreta- radica esencialmente en un fondo de inseguridad ontológica.
mente, del matrimonio de sus propios padres y de la familia en la que ¿Qué puede hacer uno que en la casa paterna no se ha sentido
ha nacido se transforma en el principio fundamental de todo su pro- nunca «como en su propia casa»? No es raro el caso de chicos y de
yecto de vida. chicas que, menos cohibidos por las imposiciones de su «super-yo»,
Este punto permite algunas precisiones sobre la estructura psíqui- buscan desde muy jóvenes —ya desde los dieciséis o dieciocho años—
ca de la vocación clerical, ya que encierra una diferencia específica, un compañero, o una compañera, con quien se comprometen a cons-
202 El dtagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 203

truir su propio «nido», en sustitución del de sus padres. En cambio, en vocaciones clericales, sino que, sobre todo, genera una disponibilidad
un clérigo, la estructura misma de su «yo» está demasiado inhibida y refleja de adaptación que puede llegar hasta una negación de la reali-
coartada como para atreverse a dar ese paso por su propia cuenta279. Si dad rayana en el delirio. El matrimonio de los padres tiene que mar-
alguna vez se le presentara un sustitutivo de la amargamente añorada char bien; o, por lo menos, así hay que considerarlo. Y el que se
tranquilidad de la familia, tendría que venirle del exterior. Y, en cierto atreva a sembrar la más mínima duda sobre ese dogma fundamental
sentido, eso es precisamente lo que hace tan atractiva la entrada en de la conducta infantil, por ejemplo, en una sesión terapéutica, será
una orden o comunidad religiosa: en ella se pueden encontrar «herma- el primer blanco de todas las iras y agresiones en un principio desti-
nos» y «hermanas» que no riñen ni se pelean, que nunca, o casi nunca, nadas a los propios padres. Y aun en el caso extremo de que uno de
se levantan la voz, y que viven bajo el cuidado y protección de «vene- los hijos se atreva a descargar violentamente su agresividad contra
rables padres» y «reverendas madres» que, al revés de lo que quizá uno solo de sus progenitores —por lo general, el hijo contra el padre
sucediera en su propia casa, no dicen palabrotas ni se tiran los trastos y la hija contra la madre, según las determinaciones del «complejo de
a la cabeza, no se emborrachan ni arman camorra, sino que, por amor Edipo»—, para tomar partido mucho más decididamente a favor del
a Cristo, se comprometen a vivir como la bondad, la amabilidad y la otro miembro de la pareja, esa misma crítica no deja de pertenecer al
paciencia personificadas. Y todo eso sucede, simplemente, porque se comportamiento moral; sencillamente, existe la obligación de prote-
apura hasta sus últimas consecuencias una oculta «resignación» frente ger y ayudar, según los casos, a una madre maltratada o a un padre
a las posibilidades de vivir una vida propia. Es como si, por fin, se que se ha quedado solo.
cerrase un círculo. Se comprende perfectamente la razón por la que la doctrina sobre
Con todo, aunque el concepto de «resignación» implica la renun- la «santidad» del «sacramento» del matrimonio y la tesis sobre su abso-
cia a una voluntad obstinada, eso no comporta en modo alguno la luta indisolubilidad juegan un papel tan importante en la formación
ausencia de una fuerte agresividad. Podríamos aducir de nuevo el caso psíquica del clérigo. Doctrinas como éstas sirven para proteger al futu-
de Francisco de Asís, para mostrar cómo en la decisión de hacerse ro clérigo de su propia agresividad contra el matrimonio de sus padres
miembro de una orden no sólo se conjuga un sentimiento de extrema que, a los ojos de Dios, es tan «sagrado» y tan «eterno» como lo es, en
suavidad con una violenta protesta —desde luego, «edípica»— contra definitiva, la misma existencia clerical.
el propio padre y contra el matrimonio mismo de los progenitores, Por otra parte, en el esfuerzo por proteger esa seguridad, el mismo
sino que se podría incluso decir que la suavidad deriva de la protes- comportamiento exterior1*1 del clérigo deja ya entrever que la agre-
ta280. La discusión de este círculo de problemas resulta verdaderamen- sión, aunque en principio rechazada, no ha dejado de estar latente.
te difícil, aunque sólo sea por el hecho de que en la «elección» de una Incluso en las cautelas de las formulaciones teológicas sobre el estado
orden religiosa como familia sustitutiva el aspecto agresivo de la pro- clerical se ve bien claro que, a pesar de todas sus aseveraciones de
testa queda, por lo general, completamente eliminado. Y eso es difícil palabra, existe inevitablemente una desestima profunda del matrimo-
de armonizar con los contenidos del Sermón del Monte; de modo que nio como institución: en realidad, se trata de un estado meramente
se recae en la censura del «super-yo». provisional, de naturaleza terrena, imperfecto y profano, un estado
Pero aquí interviene otro factor mucho más profundo que el moti- que hay que superar en orden a la futura implantación del reino de
vo moral de la represión de la agresividad. Se trata, concretamente, de Dios. En este punto, como en otros, la crítica ejercida por los protes-
un mecanismo cuyas virtualidades provienen ya desde los primeros tantes —en particular, la de Hegel— ha dado en el clavo:
años de la infancia, o sea, el miedo a no poder subsistir en la propia
familia, si uno se permite tomar verdaderamente en serio los conflictos No se debe decir que el celibato va contra la naturaleza, sino
que surgen en su propio ámbito, y la amenaza de que esos conflictos contra la moral. Porque si bien es cierto que el matrimonio [...]
terminen por convertirse en una realidad explosiva —y, por consi- se ha considerado siempre en la Iglesia como uno de los sacra-
guiente, insoluble— si uno se atreve a ventilarlos con frecuencia. mentos, no lo es menos que, a pesar de esa concepción, se le ha
Ese miedo al previsible daño de una crítica abierta a los propios degradado considerablemente, al aribuir al celibato una mayor
padres no sólo se observa con una gran regularidad en el origen de las sacralidad282.
204 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 205

Pero profundizando más en la cuestión, es de todo punto evidente decisión de hacerse clérigo obedece a una serie de motivaciones exter-
que la decisión de hacerse clérigo no sólo desemboca, desde el punto nas, contrarias a la verdadera inclinación del ser humano. Con su abo-
de vista filosófico, en una crítica indirecta de la institución matrimo- lición del estado clerical —y, en concreto, del monacato— pretendía
nial genéricamente considerada, sino que, desde una perspectiva psi- expresamente no sólo poner fin a una hipocresía abierta o simulada,
cológica, termina por ser, al mismo tiempo, una crítica directa del sino al mismo tiempo introducir en las estructuras de la Iglesia una
matrimonio de los propios progenitores. De hecho, así es como mu- especie de higiene de orden psicológico. Precisamente, esa actitud de
chos padres toman la noticia de que un hijo o una hija suya ha deci- los refor-madores, menos intransigentes con respecto al matrimonio y
dido entrar en un convento o hacerse sacerdote. Lo que ven en esa a la sexualidad, permitió a la teología protestante reconocer no sólo la
decisión es un verdadero reproche contra la familia. No es sólo el su- posibilidad de fracaso en el matrimonio, sino también la de contraer
frimiento interno de verse obligados a renunciar definitivamente a un nuevas nupcias284. Eso, por otra parte, es lo que sucede entre los orto-
hijo, sino que es, sobre todo, la sensación de que su hijo o su hija, al doxos y los anglicanos, que no sólo permiten la ordenación ministerial
decidir hacerse clérigos, lo que pretenden es romper completamente de gente casada, sino que, al mismo tiempo, reconocen la disolubilidad
cualquier contacto familiar. de un matrimonio fracasado.
Por eso hay tantos padres que se preguntan una y mil veces si no se En línea radicalmente contraria a esa postura, el desarrollo de la
habrán equivocado en la educación de sus hijos. Es más, muchas ma- teología moral católica ha estado invariablemente en manos de clérigos
dres vienen a consulta sólo por la desesperación que les causa el hecho no casados. Y da la impresión de que las propias leyes de la psicología
de que su hijo —en ocasiones, hijo único— haya decidido entrar en los de los clérigos celibatarios son las únicas responsables de que, leyendo
jesuitas o en los dominicos. En realidad, son perfectamente conscien- los mismos textos que sirven de base a los protestantes para defender
tes de que esa decisión es el único modo que su hijo encuentra para su posición, aquéllos hayan llegado durante estos últimos siglos no sólo
manifestar el miedo que le produce una dependencia excesiva del pa- a diferentes conclusiones, sino a posturas diametralmente contrarias283.
dre o de la madre; no hay otra manera de decirles lo insoportable que Se puede decir que la insistencia con la que los clérigos católicos tienen
resulta vivir a su lado. Pero el caso es que la agresividad, aunque in- que defender la indisolubilidad del matrimonio se debe, en buena par-
consciente y reprimida, consigue su objetivo; sólo que lo que antes no te, a su preocupación por solucionar un conflicto que atañe fundamen-
se podía ni desear libremente por propia iniciativa se presenta ahora, talmente a la historia de sus propias motivaciones. La agresividad que
bajo una capa de racionalidad, como voluntad de Dios o como sacrifi- late en su deseo íntimo de destruir el matrimonio de sus padres, o de
cio que consagra la propia entrega. ver que está realmente acabado, queda amortiguada por la exigencia
Por otra parte, cualquier observador puede «verificar» por sí mis- antitética de que el matrimonio católico tiene que ser total y absoluta-
mo, desde su propia experiencia, la tesis que acabamos de proponer, o mente indisoluble. Por otra parte, esa convicción implícita no olvida
sea, que las dos actitudes, la exaltación teológica del matrimonio, con- subrayar el hecho de que la fundamentación de una exigencia como la
cebido como una unión sacramental de carácter indisoluble, y el si- indisolubilidad no se apoya en meras causas «naturales», sino que tie-
multáneo rechazo de esa institución por parte del ideal monástico, ne su raíz en el carácter decididamente «sobrenatural» de la sacramen-
proceden de la raíz común de una latente agresividad y, por tanto, talidad del matrimonio. Por eso, hay una cierta correspondencia entre
deben considerarse en recíproca interacción. lo «sobrenatural» de la propia vocación y lo «sobrenatural» del compro-
La primera «verificación experimental» de esta tesis toma cuerpo miso mutuo en el que se funda el matrimonio (de los padres).
en la propia historia de la Iglesia, concretamente, en el fenómeno del Con todo, también en esa figuración moral de corte idealístico
protestantismo. No deja de ser sorprendente el argumento psicológico habrá que reconocer el grado de agresividad inherente a sus motiva-
de Lutero para rechazar la institución monástica. De hecho, escribe así ciones. Lo que termina por conseguir es, ni más ni menos, que los
en su Gran Catecismo de 1529: «Nadie siente menos aprecio, o inclu- cónyuges —¡los propios padres!— se vean obligados a soportarse mu-
so amor, por la castidad que el que, bajo pretexto de ser más santo, tuamente hasta el fin de su vida, a pesar de las previsibles tensiones. A
evita el estado de matrimonio»283. Con esto quiere subrayar que la lo que parece, la prohibición del divorcio no hace más que mantener
206 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 207

viva la negación del viejo conflicto; no se debe tomar conciencia ni leer desde el pulpito una declaración oficial sobre el mismo tema, mien-
hablar abiertamente de las dificultades que surjan en la vida matrimo- tras una hermana o un hermano suyo está viviendo amancebado. A
nial de los padres, porque si no, se pondrá en peligro la estabilidad del propósito de las familias que tienen un hijo clérigo, el psicoanálisis se
mismo matrimonio. Por otra parte, da la impresión de que esa postura pregunta si no será eso un claro indicio de crisis de pareja, o la mani-
implica algo así como una venganza de los clérigos sobre sus padres, festación de una duda sobre el matrimonio de los padres. Dicho sea de
en cuanto cónyuges, ya que les condena a vivir una vida que los pro- paso que el método psicoanalítico, en vez de usar un lenguaje altiso-
pios clérigos no vivirán jamás. Se comprende así, en primer lugar, el nante como «elección» divina o «gracia sobrenatural» del ministerio,
interés que tienen precisamente esos grupos en inmiscuirse en cuestio- enseña a contemplar simplemente el dolor humano. Cierto que Dios
nes que, vistas desde fuera, no tienen nada que ver con su propia vida habla también en el dolor; pero sólo el que percibe realmente el dolor
personal. Y la explicación es que la idea que tiene la teología moral humano puede conjurar el peligro de precipitarse a la hora de deducir
católica sobre el matrimonio no responde tanto a las necesidades de precisamente de esa «gracia» de Dios unas consecuencias más bien «des-
los esposos cuanto a las dificultades que jalonan la vida del propio graciadas».
clérigo a consecuencia de su incoercible represión. Por lo demás —recurriendo a un símil—, si en lo tocante al
Por otra parte, dada la complejidad de las cuestiones psicológicas, no «frente de batalla» la estadística dice que por cada «muerto» en com-
se debe olvidar que a los dos motivos anteriormente reseñados —la nega- bate hay que suponer, por lo menos, cuatro «heridos», habrá que
ción angustiosa de un conflicto percibido con claridad y una latente sen- pensar lógicamente que el número de desastres psicológicos que se
sación de venganza— habrá que añadir un tercero, que deriva, como producen en las familias de los clérigos es bastante más elevado de lo
consecuencia lógica, del texto de Mt 19,10: si la vida matrimonial es tan que parece a simple vista. Ya veremos más adelante que precisamente
difícil como postula la teología moral católica, será más fácil para los del matrimonio católico fracasado surge una cierta motivación para
clérigos de esa Iglesia renunciar al estado del matrimonio286. Por tanto, es hacerse clérigo.
evidente que determinados problemas que, desde el punto de vista de la En resumidas cuentas, la regla estricta de que, al entrar en una
teología, resultan insolubles se comprenden perfectamente desde una orden religiosa, se debe romper todo contacto con la familia —tanto
perspectiva psicoanalítica; sencillamente, bastará tener en cuenta la padres como parientes— no sólo constituye un deber externo, sino
psicodinámica de las personas cuya mentalidad refleja esas concepciones. que, como tantas otras prescripciones semejantes, recoge una latente
La segunda «verificación experimental» de nuestra tesis se reduce necesidad de volver la espalda lo más completamente posible y de
a una simple constatación. En vez de decir que la decisión de hacerse una vez para siempre a la propia casa familiar. Hasta dónde puede
clérigo lleva implícita una «renuncia» al matrimonio, se debería decir llegar la aversión que experimentan muchos sacerdotes y religiosas
—en clave psicoanalítica— que es la consecuencia de la incapacidad hacia sus propios padres y parientes se ve, por ejemplo, en la ver-
psíquica que tiene el candidato a una orden religiosa o al sacerdocio güenza que les dan sus visitas con motivo de la profesión religiosa, de
para imaginarse a sí mismo viviendo una vida matrimonial que pueda la ordenación sacerdotal o de cualquiera otra circunstancia. A los
resultarle satisfactoria. padres se les ve de un modo distinto a como se les veía antes: no
No es raro que en familias de donde ha salido algún clérigo haya están a la altura de lo que correspondería a las actitudes de la vida
otros hijos que, bajo la impresión del ejemplo de sus padres, prefieran clerical, se comportan como relativamente poco «cultivados» para
permanecer solteros: una hermana que se va a vivir con su hermano entenderla, piensan con categorías puramente mundanas y no con
cura en la casa parroquial, o que sigue sus mismos pasos y entra en una una mentalidad suficientemente «eclesiástica», y todavía se les notan
orden religiosa; otros que sí se casan, pero más tarde, agobiados por las huellas del pesar y dolor que les ha causado la decisión de su hijo
serias dudas de conciencia, terminan por romper con todos sus escrú- o de su hija.
pulos y solicitan el divorcio. Es relativamente frecuente la paradoja de Por otra parte, el sentimiento latente de culpabilidad que suele
que un obispo católico se crea obligado a escribir una carta pastoral tener el clérigo por haber «abandonado» —a veces, hasta bruscamen-
sobre la indisolubilidad del matrimonio, o que un párroco tenga que te— a sus padres dificulta aún más el contacto. Aunque, por supuesto,
208 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 209

eso no obsta para que en cada ordenación sacerdotal o profesión reli- sujeto y, por consiguiente, de una radical soledad. De ahí que esos
giosa se agradezca efusivamente a los padres la educación dada a sus mismos sacerdotes y religiosas que al principio tramaban algo así como
hijos para que hayan podido llegar a clérigos. En realidad, un consuelo una huida de la casa paterna acaricien con la imaginación el sueño
que a la mayoría de los padres no parece hacerles excesivamente feli- nostálgico de regresar a casa y reanudar lo más estrechamente posible
ces, ya que la procesión va por dentro. ¿Quién —se preguntan—, lle- la relación con sus familiares.
gado el caso de grave enfermedad o de muerte de uno de los progeni- Eso es lo que ha pasado después del concilio Vaticano II. Cuando
tores, se va a ocupar del superviviente? Y es que, de ordinario, un el catolicismo del siglo xx decidió suavizar en muchas órdenes reli-
párroco o una religiosa están demasiado atareados como para, enci- giosas la «prohibición oficial» de los contactos con la familia —una
ma, dedicarse a las necesidades de su familia; para eso están, natural- ruptura psicológicamente funesta—, cuando por fin se permitieron
mente, los demás hermanos. Lo único que falta es que, como sucede los viajes a la propia tierra para visitar a los parientes y se llegó a dar
con frecuencia, se cierre el círculo y la propia madre se traslade a vivir el visto bueno a la correspondencia epistolar con los familiares, salió
a la casa parroquial en compañía de su hijo, sólo porque éste no logra a la luz, de la manera más insospechada, toda la angustia y la añoran-
liberarse de la presión materna. Pero el caso es que esa situación da za que durante tantos años había estado violentamente reprimida. Y
lugar a tantos problemas, que lo único que se consigue es agravar y entonces se produjo una verdadera explosión, sobre todo en comuni-
multiplicar en el propio clérigo esa sensación de ambivalencia que des- dades femeninas: muchas religiosas comenzaron a escribir crónicas
cubríamos anteriormente en este mismo estudio como fruto de una familiares, a investigar árboles genealógicos con todas sus posibles
interacción de factores individuales. ramificaciones, a consultar archivos para recabar datos sobre su lina-
Si alguien piensa que la historia de despersonalización que preside je, etc. De esta manera, los conventos terminaron por convertirse
las relaciones entre el clérigo y su familia biológica termina aquí, está muy pronto en un verdadero arsenal de información sobre multitud
muy equivocado. De hecho, el inconsciente, en virtud de su dinamis- de familias.
mo, no se cansa de producir una dialéctica propia tanto frente a los Pero no todo fue excitación y entusiasmo. Muchas veces, en me-
procesos del consciente como dentro de sus mismas ambigüedades y dio de esa frenética exaltación de los valores familiares, volvía a repe-
contradicciones. Hay personas que, precisamente por no haber experi- tirse la antigua tragedia. Los parientes, por lo general, respetaban e
mentado nunca el placer psíquico de sentirse a gusto, se pasan la vida incluso apreciaban la «vida de sacrificio», la servicialidad y la renuncia
añorándolo. Y si lo que contribuye decisivamente a aumentar esa nos- de las religiosas, se las consideraba buenas personas por su enorme
talgia es la decisión de hacerse clérigos, resulta fácil imaginar que la dedicación, y se les agradecían sinceramente sus desvelos por acompa-
inevitable decepción frente a las relaciones reales, tal como se dan en ñar día y noche a sus padres, a sus hermanos, a sus tíos en su lecho de
la Iglesia o en la comunidad religiosa, haga resurgir inmediatamente enfermedad o de muerte. Pero en las relaciones humanas, la situación
las viejas aspiraciones de aceptación y amparo como su verdadero punto seguía prácticamente igual que antes: la misma frialdad y distan-
de partida. Y puesto que las instituciones eclesiásticas son incapaces de ciamiento, con una cordialidad forzada y hasta un tanto tirante, con
responder a los miedos y conflictos de la inseguridad ontológica con ese aire amargo de lo impersonal, que produce un cierto disgusto, casi
un sistema dinámico de fortalecimiento, sino que recurren más bien a un auténtico fastidio; en fin, algo así como una relación mortecina, a
la represión del «yo» de la persona, la nostalgia de ser querido y acep- punto de extinguirse. ¡Qué lástima! ¿Es que para ser hijo de Dios hay
tado por los «hermanos» o «hermanas» de la nueva familia sustitutiva que pagar el precio de no ser hijo de nadie287?
no dejará de experimentarse, tarde o temprano, como una de las más
acerbas frustraciones. La comunidad eclesiástica ofrece, ciertamente,
d) Determinación del futuro: imposición del juramento
«seguridad» a todo riesgo, pero en modo alguno «protección». Al con-
trario, mediante un meticuloso empleo de todos los medios imaginables
Desde que existe una institución como el clero, la Iglesia católica ha
para consolidar sus estructuras de «super-yo», no hace más que refor-
intuido la fragilidad de los fundamentos psíquicos sobre los que ella
zar la sensación de desplazamiento, de desamor, de insignificancia del
misma ha tratado de asentar ese estrato privilegiado de su ordenamiento
210 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 211

institucional. Su mayor amenaza es la libertad del sujeto, es decir, la juramento debe prever que, en caso de transgresión, se apliquen los
espontaneidad personal del «yo» humano. Pues bien, como esa liber- castigos más refinados. El grupo mismo debe sancionar al perjuro, por
tad no se puede suprimir completamente, habrá que integrarla en la considerarlo un infame; es más, el propio Dios del cielo deberá poner-
estructura de una Iglesia sólida, edificada sobre la roca de Pedro. se de parte del grupo vengador para juzgar al renegado y ratificar con
Toda organización, todo grupo humano se enfrenta necesariamen- su eterna sabiduría el acto justiciero de toda la colectividad289.
te a un problema: ¿cómo desarticular la amenaza, siempre posible, de Lo que expresa esta mentalidad no es sólo una simplificación ar-
que un miembro del grupo desdiga su pertenencia al colectivo?, ¿cómo caica del egoísmo de grupo, que llega a transfigurarse en mito —por
conjurar el riesgo de inestabilidad que entraña una pertenencia pura- ejemplo, la jura de bandera que Adolf Hitler impuso en 1935 a todos
mente libre —y, por tanto, revisable, en principio— a determinada los capellanes militares, ¿se podría considerar como un juramento pres-
asociación? El testimonio de la historia, en este punto, es que todas las tado a Dios?—, sino que es, ante todo, la transformación de Dios en
agrupaciones humanas que han tratado de solucionar este problema jefe invisible de la tribu o incluso de la patria; una tergiversación con-
han optado por el camino de una violencia interiorizada. Es decir, se tra la que la Iglesia de Cristo, según su propia esencia, debería mos-
trata de que el individuo configure por sí mismo su libertad y la trans- trarse inmune.
forme en el vínculo de un compromiso indisoluble. Y eso sólo es posi-
Jesús en persona prohibió expresamente a sus discípulos cualquier
ble si a cada uno de los miembros de la asociación —por lo menos, a
clase de juramento (Mt 5,33-37)290, y la primera comunidad cristiana
los que ocupan puestos de responsabilidad— se le obliga a prometer
se atuvo estrictamente a esa norma del fundador (Sant 5,12)291. Y la
solemnemente, o a jurar, que en el futuro nunca usará ni reclamará su
razón es evidente: si el miedo es el principal problema de las relaciones
libertad, si no es como libertad vinculada, decidida y determinada por
humanas, es absolutamente imposible dominarlo rebajando a «Dios, el
el propio grupo. El individuo tiene que prestar juramento, para que la
Señor», a la categoría de espantajo del hombre. Lo único que se consi-
asociación esté segura de que la libertad del sujeto está encadenada al
gue de ese modo es absolutizar el miedo, proyectándolo metafísica-
grupo.
mente en el mundo de lo divino. En consecuencia, la moral que brota
Sólo mediante el juramento que se impone a los dirigentes y a los de esa transposición estará necesariamente abocada a la ruina, en vir-
que deben desempeñar una función de relevancia en el seno de la aso- tud de una rigidez que no puede desembocar más que en una violencia
ciación se garantiza la estabilidad de la tribu, y sólo así se puede neu- extrema.
tralizar en el interior de cada uno de los miembros el explosivo de la Pues bien, Jesús enseña precisamente lo contrario. Al rechazar la
disolución. J.-P. Sartre, en sus alusiones a la violencia estructural des- práctica del juramento como una absurda contradicción con la natura-
plegada en el juramento, describe magistralmente esa situación, califi- leza divina, lo que pretende realmente es exigir a sus discípulos que se
cándola como fraternidad del terror2™. lancen a superar sus miedos no con un sistema de solemnes segurida-
La institución de un juramento de fidelidad supone que el respecti- des recíprocas, sino con la inseguridad de una total y absoluta confian-
vo grupo es perfectamente consciente de su propia inestabilidad. Sabe za en Dios. En otras palabras, para Jesús, Dios es el fundamento esen-
ya de antemano que, en determinadas cuestiones decisivas, el atractivo cial de una existencia humana vivida en grupo, que no radica en el
y hasta la plausibilidad interna de la organización dejan bastante que temor y en la violencia. Si se pretende transformar este otro polo de la
desear; y naturalmente conoce la inclinación latente de cada miembro superación humana del miedo en una nueva fuente de temor al castigo
a abandonar el grupo, en caso de que se presenten tiempos de crisis. —como sucede con el juramento— no sólo será imposible resolver
Dicho de otro modo, el juramento es necesario mientras haya grupos conforme al espíritu de Cristo el problema social de la superación de
cuya razón de ser estribe en un estado de temor en el que todos rece- los recelos mutuos, sino que se privará al hombre de la única posibili-
lan de la libertad de cada uno; grupos cuyo único medio para superar dad de abrirse a esa interna confianza en Dios, que es lo único que
esos temores consiste en poner barrotes a la libertad, como sucede en puede purificar la vida humana de lo inhumano que pueda haber en
la sensación de culpa, donde se tiende a interiorizar cualquier imposi- sus estructuras sociales.
ción externa. Y para que esas imposiciones sean realmente eficaces, el
Desde esa perspectiva, resulta difícilmente comprensible que una
212 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 213

comunidad como la Iglesia católica, que se presenta como la institu- siempre sobre la Biblia! Es decir, sobre un libro en el que está escrito:
ción necesaria para la salvación del hombre, proceda como cualquiera «Pues yo os digo: No juréis en absoluto; ni por el cielo, que es el trono
otra agrupación humana, y acuda al juramento, para asegurarse de de Dios, ni por la tierra, que es el estrado de sus pies» (Mt 5,34). Y en
este modo la «fidelidad» de sus dirigentes y de los que en ella ocupan otro pasaje: «No tomarás en vano el nombre del Señor» (Ex 20,7) 293 .
los puestos más representativos. Eso, que en cualquiera otra sociedad A este propósito, lo importante no es precisamente el contenido
cabría interpretar como ironía de la historia, en la Iglesia católica se del juramento. En realidad, durante más de medio siglo, los futuros
convierte en una trágica disfunción, sobre todo, si se tiene en cuenta clérigos tuvieron que emitir, antes de ordenarse de diáconos, algo tan
que en ninguna otra sociedad se exigen y se prestan tantos juramentos monstruoso desde el punto de vista intelectual como el juramento
como precisamente en el catolicismo. antimodernista294, requisito indispensable para ejercer el ministerio,
En este contexto, tal vez ni siquiera habría que mencionar esa far- que exigía rechazar prácticamente todos los avances científicos del si-
sa que, durante la ceremonia llamada de confirmación, obliga a niños glo xix en materia de filosofía, ciencias de la naturaleza, investigación
y niñas de doce a quince años a renovar (?) ante el obispo de su diócesis histórica, filología, etc. Lo decisivo es el hecho mismo del juramento,
las promesas de su (?) bautismo. Pues bien, ¿es lógico que unos adoles- obligatorio para todos los miembros cualificados de la Iglesia: simples
centes, a medio camino entre la infancia y la edad adulta, renuncien sacerdotes, profesores de teología, incluso obispos. La institución ecle-
con toda la solemnidad de un compromiso de por vida «a Satanás, a siástica nunca parece estar satisfecha de exigir a sus representantes una
sus pompas y a sus obras», y se comprometan a mantenerse siempre declaración solemne —renovada, preferentemente, cada año— de in-
fieles a las doctrinas de la Iglesia? Ya Sóren Kierkegaard decía a propó- quebrantable fidelidad. Y eso mismo se exige a los religiosos, tanto el
sito de la confirmación protestante, con una ironía rayana en la día de su profesión como en los sucesivos aniversarios. El sistema de
mordacidad, que en esa ocasión habría que proporcionar a los jóvenes intimidación va tan lejos, que ha habido promociones de sacerdotes
«al menos una barba postiza», para dar a la ceremonia una cierta apa- que, en la celebración de sus bodas de oro, después de la homilía pro-
riencia de seriedad292. nunciada por el obispo, han roto a cantar como niños de primera co-
Ahora bien, a unos niños, a los que ni siquiera se confiaría la res- munión; las lágrimas se mezclaban con su renovación de las promesas
ponsabilidad de administrar una cierta suma de dinero, ¿se les puede del bautismo, con la reafirmación solemne de su fidelidad a la Iglesia y
considerar capaces de comprometer con juramento su propia salva- con el agradecimiento al Señor por el privilegio de una elección tan
ción o condenación? La ceremonia no carece de un cierto carácter có- especial. Claro ejemplo de una mentalidad para la que identificarse
mico. Sin duda, es que la Iglesia tiene tan exigua confianza en sus absolutamente con la Iglesia es la condición indispensable para servir a
miembros, que ninguna oportunidad le parece demasiado temprana Dios como verdadero cristiano. El que llega a esa identificación es que
para exigir a sus más jóvenes adeptos un compromiso de tal enverga- ha asumido el sentido del juramento como su propia mentalidad, hasta
dura. Y la razón no es tan infundada como podría parecer. De hecho, el punto de no poder hacer diferencias entre lo exclusivamente perso-
si esperara sólo unos cuantos años más, sería difícil que muchos de nal y lo puramente objetivo.
esos jóvenes se animaran a recibir libremente un sacramento como el El problema psíquico de la institución del juramento no radica
de la «confirmación». En realidad, lo que impele a la Iglesia a proceder sólo en el hecho de ser la manifestación del miedo de una Iglesia que,
así no es precisamente la sinceridad o la seriedad de una existencia para estar segura de sus responsables, necesita que éstos repitan una y
comprometida, sino más bien la solemnidad de un ritualismo externo que otra vez su promesa de fidelidad. El problema está, sobre todo, en que
salvaguarde, aunque sólo sea oficialmente, la pertenencia a la institución. esa práctica descalifica a la propia Iglesia en cuanto «Iglesia de Cristo»
Sin embargo, todo eso, aun sin pasar de ser un estilo genérico, es el y la equipara a la psicodinámica de cualquiera otra organización pro-
fundamento de todo lo demás. De hecho, donde realmente se muestra fana, por ejemplo, el Estado. En vez de actuar como fermento huma-
en todo su esplendor esa manía insana que tiene la Iglesia de apaciguar nizante de las instituciones históricas de poder político, poniendo la
la angustia interna multiplicando juramentos es en los diversos esta- confianza mutua —al menos, entre sus propios miembros— como prin-
dios de la carrera eclesiástica. ¡A cada obstáculo, un juramento! ¡Y cipio indiscutible, la Iglesia parece que considera normal, aunque en
214 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 215

abierta contradicción con la palabra de Jesús, consolidar en sus mis- emitirlo, es decir, de los propios clérigos. Con el juramento, ellos mis-
mas instituciones la lógica del miedo. Quiérase o no, la práctica del mos se cierran toda posibilidad de maduración y desarrollo, toda opor-
juramento socava el carácter mismo de la Iglesia, y mina la personali- tunidad de humanizarse e integrarse progresivamente en una sociedad
dad del que lo pronuncia. Su perfidia intrínseca radica en el hecho de adulta. Con el juramento comienza definitivamente la vida del funcio-
que, pronunciado en el presente, declara que la radical inseguridad del nario idóneo, la entrada en ese gueto hermético del que no hay ni la
futuro humano es una magnitud sujeta a planificación, perfectamen- más mínima escapatoria.
te controlable y obligatoriamente predecible.
e) Determinación de la actividad: la huida hacia el «ministerio»
Ya hemos visto cómo la Iglesia va apretando el cerco en torno a
la vida clerical con toda clase de prescripciones: en cuanto al espacio, La situación, con todo, no es tan radicalmente desesperada. Aunque se
la libertad de movimientos se ve coartada por la obligatoriedad del cierren todas las puertas a un futuro de libertad y de maduración per-
hábito eclesiástico (y, no digamos, por el «voto de estabilidad» que se sonal, siempre hay otra salida abierta, es más, trazada de antemano: la
emite en las órdenes monásticas y en ciertas congregaciones religio- huida hacia una despersonalización aún más intensa, la huida hacia el
sas); limita la afectividad por la prohibición de amistades particula- ministerio, que no es más que huida hacia el trabajo.
res; y cercena el pasado mediante la restricción del contacto con la La vieja regla monástica del ora et labora, es decir, la división del
familia. Ahora, como última y definitiva medida, sólo le queda deter- día en horas de trabajo y horas de oración, puede constituir, en sí
minar el porvenir. Para garantizar el futuro de la institución, hay que misma, una forma de vida extraordinariamente sabia, incluso para
privar al individuo de su libertad de desarrollo; hay que embarcarle, nuestra época actual. Sólo que habrá que interpretarla en el sentido de
mediante el juramento, en un permanente statu quo psicológico, que que toda actividad debe ir acompañada de su correspondiente período
le obligue a permanecer tal como es en la actualidad. Naturalmente, de reflexión e, inversamente, que toda reflexión debe desembocar, por
no podrá menos de envejecer, pero nunca deberá cambiar. Pase lo fuerza, en una actuación práctica. El ora et labora es como la respira-
que pase en su vida futura, y cualesquiera que sean sus experiencias, ción del espíritu, un monótono vaivén de aspiración y espiración, de
deberá siempre interpretarlas a la luz del esquema que se le inculcó sístole y diástole, de tensión y relajamiento. Ahora bien, como la exis-
desde un principio. De aquí se deduce con toda claridad que lo que el tencia del clérigo ha transformado su vida de oración en un ritualismo
juramento ofrece al individuo, desde el punto de vista psíquico, es despersonalizado, su vida de trabajo muestra también —sólo que más
única y exclusivamente la prohibición de un desarrollo personal, la intensamente— la marca de lo impersonal y obligatorio; se trata de
negación de un porvenir activo, y la imposición moral de un deter- una especie de «justificación por las obras», en el sentido protestante.
minismo inexorable con respecto al propio futuro; en una palabra, la Claro que la actitud interna y la presión de las circunstancias juegan
más flagrante injusticia. también aquí su papel, aunque esa síntesis entre «deber e inclinación»
Nadie puede garantizar que un automóvil o un electrodoméstico, rara vez resulta positiva; más bien, puede dar lugar a formas dramáti-
por mucho que se le cuide y se controlen escrupulosamente sus mecanis- cas de invencible acorralamiento.
mos, vaya a funcionar durante cinco años, o incluso más, sin un solo Visto desde fuera, es difícil imaginar la presión que el trabajo ejer-
fallo. Pues, si no se puede esperar una cosa así ni siquiera de la mecá- ce sobre los sacerdotes y religiosos, excepción hecha de los miembros
nica más exigente, ¿cómo se podrá garantizar que un ser humano, con de órdenes contemplativas. En contraposición con una enfermera «nor-
su capacidad de reflexión y sentimiento, piense y sienta al cabo de mal», cuyo servicio está regulado por contrato, la religiosa de cual-
cincuenta años lo mismo que piensa y siente ahora sobre las cuestiones quier orden hospitalaria —por ejemplo, una Hermana de la Caridad—
más trascendentales de la vida? no tiene horario fijo, sino que debe estar día tras día y noche tras
Por tanto, dentro de la Iglesia, la práctica del juramento es la ma- noche a disposición de sus pacientes, mientras el cuerpo aguante. Lo
nifestación más clara de los miedos, de las presiones psicológicas y de que se espera de una monja «en servicio» es una total e ilimitada dispo-
la ambigüedad interna que acosa la vida de los que se ven obligados a nibilidad para hacer lo que se le pida, sea a requerimiento del médico
216 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 217

de guardia, de algún paciente, o del capellán de la clínica. Un «no» iría tenían más refugio que las frías calles de París297. Entre el sentimiento
contra el espíritu de humildad y significaría un comportamiento poco inmediato de compasión y la actuación práctica, entre la motivación
acorde con la imitación de Cristo. afectiva y la ejecución efectiva no existía un paso traumático.
Esa postura ha levantado diversas voces que piden para los que Sin embargo, ahora, las Hijas de la Caridad se ven en una situación
trabajan en profesiones eclesiásticas una especie de sindicato, ya que el totalmente distinta. Para ocuparse de un enfermo, necesitan estudios
modo con el que la Iglesia trata a sus colaboradores refleja sin el más de enfermería, y no podrán atender a huérfanos sin haber hecho la ca-
mínimo atenuante el estilo del primitivo capitalismo de Manchester, a rrera de pedagogía; y todo eso cuesta tiempo y dinero. Por otra parte,
comienzos del siglo xix295. De hecho, la Iglesia no ha tenido reparo en todos esos conocimientos apenas tienen relación con sus objetivos ini-
desvincularse de las luchas obreras y de sus reivindicaciones en pro de ciales de dedicación pastoral. Pero lo más desolador y hasta sarcástico
una seria instauración de los derechos humanos. Pero también habrá es que la teología católica no se ha ocupado de la realidad del sufri-
que dejar constancia de la extraordinaria actividad benéfica desarro- miento humano más que de manera teórica y moralizante, jamás de un
llada por diversas instituciones eclesiásticas que, aparte de liberar al modo integrativo desde el punto de vista espiritual298. Enquistada en
Estado de cuantiosos gastos en actividades sociales, supone una costo- sus planteamientos dogmáticos sobre una relación misteriosa entre
sa inversión no sólo en medios técnicos e instalaciones realmente pun- pecado y enfermedad, y con su repudio radical del método psicoana-
teras, sino, de modo muy especial, en recursos humanos. Eso se ve, lítico, la teología católica ha sido incapaz de elaborar una visión con-
particularmente, en la abrumadora presencia de órdenes religiosas en creta tanto de la psicodinámica como de la psicosomática del miedo
hospitales, residencias de ancianos, orfelinatos, instituciones de todo que acosa a la existencia humana y la aleja de Dios. Eso ha hecho que
tipo para desintoxicación de drogodependientes, atención a los margi- el ejercicio del ministerio pastoral se encuentre hoy teórica y práctica-
nados, etc., tanto en países ricos como en el llamado Tercer Mundo, mente desorientado en un terreno como el de las modernas actividades
actividades todas ellas que, desde la Antigüedad, han sido campo pri- sanitarias. Paralelamente, se explica que hoy haya hospitales, residen-
vilegiado de la caridad cristiana296. cias de ancianos, sanatorios de maternidad, y otro tipo de instalacio-
Paralelamente, los avances científicos —a los que la Iglesia se opu- nes, de propiedad eclesiástica o religiosa, que necesitan alguna prueba
so durante tanto tiempo— han creado unas condiciones más eficaces para que pueda legitimar el carácter específico de su función.
luchar contra el dolor y la enfermedad, contra las epidemias, contra el Del todo análogos, aunque no tan espectaculares, son los proble-
deterioro crónico de los ancianos, la mortalidad infantil, los desequilibrios mas de los clérigos en su actividad pastoral. La situación no deja de
psíquicos, y tantas plagas como se abaten continuamente sobre la huma- ser altamente preocupante, sobre todo en el elevado número de parro-
nidad. En esas circunstancias, la Iglesia se ha visto en la necesidad de hacer quias que no tienen sacerdote propio. Esa escasez de personal ejerce
suyos los conocimientos y prácticas de la medicina moderna en campos objetivamente sobre los párrocos en activo una considerable presión.
como la geriatría, la psiquiatría, la pediatría, etc. Todo ello supone para el En muchas diócesis del mundo, casi un tercio de las parroquias rura-
personal religioso no sólo un exceso de trabajo, sino toda una serie de les están vacantes; y eso hace que tengan que ser atendidas a nivel
dificultades intrínsecas, que pueden degenerar en un estado crónico de «suprarregional»299. El alarmante descenso de vocaciones sacerdotales
extenuación y agotamiento que, en cierto sentido, les hace sentirse como provoca una acumulación de funciones y una sobrecarga de trabajo
si estuvieran a caballo entre el ora y el labora. totalmente desconocida para las generaciones precedentes.
Una de las causas podría ser el desacuerdo entre la motivación y la Es francamente delicioso hablar con viejos curas ya retirados y oír
realidad. Cuando san Vicente de Paúl fundó su congregación de her- cómo recuerdan sus buenos tiempos. Hace cincuenta años, podían sa-
manas para el cuidado de los enfermos y de los pobres, se encontró car sus veinte horas semanales, de lunes a sábado, para preparar tran-
con una gran dificultad social de tipo organizativo. Su idea era estimu- quilamente su homilía dominical. El lunes —el «domingo del cura»—
lar a algunas mujeres de la alta sociedad para que, por encima de los era su gran día: jugaban a las cartas, charlaban con unos y con otros,
prejuicios de la época, tomaran conciencia de la desesperada situación salían a pasear sin prisas... Por lo demás, al cura se le tenía un gran
que atravesaban los huérfanos, los mendigos y tantas viudas que no respeto, e incluso gozaba de un cierto prestigio entre sus parroquia-
218 El diagnóstico Estructura, din árnica y mentalidad del clérigo 219

nos. Eso, sin duda, le ayudaba a sobrellevar, mal que bien, otra clase vidad espontánea. La supresión de casi todos los demás actos religio-
de privaciones como, por ejemplo, el celibato. Hasta se puede asegurar sos, a excepción de la misa dominical, ha contribuido, sin duda, a que
que, en ese ambiente, los párrocos gozaban de una salud mental relati- la eucaristía adquiera una relevancia que su monolítica solemnidad no
vamente equilibrada, porque podían compensar sus problemas con la le permite transmitir plenamente. De hecho, no se vive como la insu-
vía de escape del reconocimiento público, de un cierto poder en su perable cumbre de la vida cristiana, como el más sublime compendio
parroquia y de una posición social de indiscutible desahogo económi- de los misterios salvíficos de la gracia. Por más que cueste reconocer-
co. En aquellos tiempos, la gente aún acudía al sacerdote; le necesita- lo, la misa católica, tal como se celebra hoy, se parece cada día más a
ban para recibir los sacramentos, para confesar sus pecados y, a pesar la «celebración de la cena» en las Iglesias protestantes, en la que todo
de un cierto anticlericalismo, para ratificar su idea de que la persona gira en torno a la predicación. La interpretación de la Escritura es el
del cura representaba la unidad, querida por Dios, entre Iglesia y pa- punto central de la «celebración», en el que se transmite verdadera-
tria. La respuesta a cualquier cuestión sobre la vida cotidiana estaba mente el sentimiento religioso. Pero la calidad de un sermón depende
claramente previstas en las sabias determinaciones del Código de De- fundamentalmente de la persona que lo pronuncia; y eso agudiza aún
recho Canónico, publicado en 1917300, y en las declaraciones infali- más la presión sobre el sacerdote.
bles del Vaticano sobre cualquier tema imaginable, desde la teoría del En estos últimos veinticinco años, el número de fieles que asisten
conocimiento hasta la filosofía de la historia, desde la astrofísica hasta regularmente a misa ha disminuido, más o menos, en un cincuenta por
la biología molecular 30 '. ciento. Eso significa que ya no es posible repetir incansablemente las
Hoy todo es diferente. Los sacerdotes viven inquietos, nerviosos, fórmulas trilladas de los viejos manuales de religión o los ritos de una
se los ve como neurasténicos. No parecen estar a gusto si, un domingo liturgia anquilosada. Lo que se necesita hoy es encontrar esos resortes
tras otro, no sermonean y leen la cartilla a sus feligreses —sobre todo, que puedan motivar a la gente, de modo que lleguen al convencimien-
a los que han tenido la osadía de no asistir a misa— en un estilo que to de que, incluso a finales del siglo xx, todavía vale la pena ser una
recuerda las famosas soflamas del siglo xix. persona «religiosa». Hoy en día, la religión, o se transmite personal-
Últimamente, a partir del concilio Vaticano II, el celebrante de la mente, o no se transmite en absoluto. Y ahí, precisamente, radica la
misa dominical debe pronunciar una homilía de carácter bíblico, es debilidad del clero católico: su despersonalización funcional es, sin
decir, una explicación de los textos del evangelio y demás lecturas duda, la causa de una serie de dificultades prácticamente insuperables.
prescritas para cada domingo. Hasta principios de los años cincuenta La sobrecarga de trabajo que hoy agobia a los clérigos se debe sólo
—¡de nuestro siglo!— había manuales de oratoria sacra en los que se en apariencia a la incesante acumulación de quehaceres y obligacio-
enseñaba que el criterio de un buen sermón estaba en atenerse lo más nes. En realidad, es al revés; si les cae encima tal multiplicidad de
exactamente posible al número de sílabas prefijado. Hoy, por suerte, tareas, es porque tienen que ocuparse, cada día con más ahínco, de
ya no es así. Ahora, a pesar de que la teología católica rechazó de gente a quien las cuestiones de Iglesia ni le preocupan ni le dejan de
plano, durante decenios, la «hermenéutica existencial» de R. Bultmann, preocupar. En el fondo, es la consecuencia lógica de una quiebra es-
el lenguaje deberá ser mucho más directo, y abordar sin miedos ni pectacular de las estructuras más tradicionales o, expresado en térmi-
remilgos los problemas reales de la comunidad concreta. nos positivos, de la necesidad de enterrar, de una vez por todas, un
Hoy día, el «ministerio» sacerdotal se asemeja, de hecho, cada vez estilo de pastoral, que consistía en poner al alcance humano, mediante
más al trabajo de un representante que tiene que hacer publicidad de ritos y prescripciones, el tesoro de salvación que Dios mismo había
un producto de consumo que prácticamente no interesa a nadie. La confiado a sus representantes como depósito sagrado. En cambio, hoy
misa tiene que ser mucho más dinámica. Y, ante todo, habrá que hacer día, la tarea es transformar las proposiciones de la fe cristiana en una
un gran esfuerzo por no presentar la religión a niños de ocho años especie de paquete de ofertas, para que cada uno, por sí mismo, pueda
como si el ser católico fuera esencialmente una mezcla de deber y obe- encontrar en ellas una ayuda y un estímulo para su propia salvación302.
diencia, de sufrido aguante y soberano aburrimiento. Por más que la A nadie le interesan ya las razones teológicas por las que la Iglesia
estructura actual de la misa no ofrece mucho margen para una creati- romana se presenta como «necesaria para la salvación» de todos los
220 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 221

hombres. Lo que importa sencillamente es ver, en cada lugar concreto, estructura psíquica da la impresión de estar cortada a medida para un
qué se puede esperar de sus representantes y de la propia organización. catolicismo de asociación (!).
Hay que reconocer que detrás de todos esos planteamientos está la Los sacerdotes de hoy no tendrán más remedio que darse cuenta de
creciente transformación social de las últimas décadas, sobre todo las que nada puede funcionar bien en las estructuras de la Iglesia mientras
grandes aglomeraciones urbanas. A finales de siglo, vivirán en ciudad, esa mentalidad siga siendo la norma. A muchos de ellos les resulta muy
según los cálculos, cerca de cuatro mil millones de hombres, y más de duro tener que seguir representando una farsa en cualquier ocasión. Lo
cuatrocientas ciudades contarán con una población que superará fácil- que desean es encontrar hombres auténticos, hombres de carne y hue-
mente el millón de habitantes303. Pero el problema fundamental no so. Pero parece que ese arte resulta hoy mucho más difícil que en tiem-
está sólo en la quiebra de la estructura rural del ministerio30*, sino en pos del famoso Diógenes de Sinope, del que se cuenta que, todos los días,
un ambicioso cambio de rumbo, en una reestructuración espiritual en a plena de luz del sol, recorría la plaza pública con un candil e iba alum-
gran estilo. brando cara por cara, para ver si encontraba un hombre 306 .
Cuando, a partir de 1939, y después del aturdimiento de la Guerra Naturalmente, la situación no depende de las personas. Pero tal
civil, la Iglesia española fue despertando poco a poco de tan horrible vez los sacerdotes son conscientes, hoy más que nunca, de que ellos
pesadilla, se consideró aquella tragedia en términos de fatalidad. Todo encarnan y tienen que administrar un sistema del que ellos mismos son
había sido una prueba para el catolicismo español, masacrado y vilmente prisioneros y que les impide hacer lo que sinceramente desearían e
martirizado. Pero los restos del comunismo ateo y de la masonería incluso deberían llevar a cabo. Vayan unos ejemplos. Colaboración de
estaban aún vivos; por tanto, había que seguir combatiéndolos hasta los seglares, sí, desde luego; pero con tal que no tengan voz ni voto en
extirparlos definitivamente. Lo más lógico era aliarse con la idea de las decisiones. Servicios de asesoramiento, también; pero que no pon-
restauración, encarnada en el general Franco, y repristinar la estructu- gan en tela de juicio la doctrina moral ni el sano criterio de la Iglesia.
ra eclesiástica del tiempo de la monarquía, con sus instituciones y sus Cuerpo de asistentes de pastoral, por supuesto; pero que no empiecen
propias organizaciones, bajo los auspicios de un sistema que controla- a querer predicar, o a poner en ridículo el sistema de organización del
ba las más mínimas actividades, para evitar la subversión. ¡Lástima párroco.
que no se aprovechara a fondo la lección de la guerra y del subsiguien- La cosa está bien clara. Hay una infinidad de ideas y planteamien-
te régimen político! No se vio que era francamente desastroso tratar tos sobre una posible «modernización» de la parroquia 307 ; pero, en la
de refrenar el miedo con la imposición de una psicología de masas, en práctica, todo serán dificultades y hasta impedimentos, por culpa de
vez de fomentar la capacidad creativa del individuo; no se entendió una concepción dogmático-teológica que considera al clérigo como un
que el miedo al caos de la libertad no se combate a golpe de reglamen- «hombre distinto de los demás». ¡De él, y sólo de él, depende todo! ¡Él
tos colectivos305. es «el consagrado», el único depositario del poder de Dios! Pues bien,
Todavía hoy, buena parte del tiempo libre del que dispone un pá- precisamente es ese principio de su peculiaridad sobrenatural y de su
rroco lo absorbe la organización de todo tipo de asociaciones parale- división intrínseca lo que desgarra psicológicamente al clérigo en su
las, en muchos casos, absolutamente intrascendentes: grupos de jóve- ejercicio ministerial.
nes, diversas cofradías, escultismo infantil, campamentos de verano, Ya durante el concilio Vaticano II se llegó al acuerdo —porque se
preparación de monaguillos, reuniones de «Caritas», ensayo de cantos, había visto que era necesario— de descargar a los párrocos de ciertos
clase de guitarra, etc. ¡Todo un programa semanal, sin una triste tarde compromisos ministeriales y repartirlos con otros colaboradores. Por
libre! Como, hace tiempo, me decía pensativo un párroco: «Necesita- ejemplo, el diaconado tenía que dejar de ser una mera etapa en el
ría fuerzas de caballo, para soportar esta tensión toda mi vida». Pero camino al sacerdocio, para convertirse en auténtico ministerio con sus
no es la falta de tiempo, sino la sensación de estar perdiéndolo, el propias funciones y competencias308. Lógicamente, habría que ordenar
sinsentido absurdo de toda esa dispersión, lo que convierte la «activi- de diáconos incluso a hombres y mujeres casados. Pero con la muerte
dad pastoral» en un ejercicio tan difícil, e incluso tan ingrato. Por más del papa Juan XXIII, esa mentalidad pastoral fue pronto suplantada
que no se puede negar que hay curas, prelados y hasta obispos cuya por viejos recelos: ¿qué sería de esa peculiaridad del sacerdocio, que
222 El diagnóstico Estructura, din árnica y mentalidad del clérigo 223

Dios había revelado?, ¿qué sería del celibato, a ejemplo de Jesús? Y sus fuerzas, al menos una vez en su vida, en aras de una causa justa,
tantos otros puntos, que se tambaleaban con esa decisión. El hecho es provechosa e imprescindible. Pero, como siempre, las dudas empeza-
que, hoy por hoy, y después de un enorme fárrago de discusiones, la ron a venir más tarde.
función del «diaconado» se limita prácticamente a distribuir la comu- Sin embargo, no todo tiene que ser así. Después del Vaticano II,
nión en la misa dominical; aunque, eso sí, a la función tienen acceso hay muchos países que se preocupan, cada día más, de formar conve-
hombres (no) casados, además de ciertos colaboradores especialmente nientemente e incorporar al ministerio a los llamados asistentes de
«formados» para desempeñarla. En cambio, la predicación compete pastoral. Ahí es donde se le brinda a la Iglesia una gran oportunidad de
exclusivamente al que «parte el pan», es decir, sólo al sacerdote. Si el renovación. Basta erigir centros superiores de teología, para crear un
«diácono» está casado, tiene que tener, por lo menos, treinta y cinco sitio en el que, por fin, la experiencia religiosa y la reflexión científica
años, para que se le pueda considerar «acreditado» (¡en un camino, en puedan fecundarse mutuamente, en el que el desarrollo de la persona-
sí, «más fácil», como el del matrimonio!). Si está soltero, deberá hacer lidad tenga más cabida que la que hoy le ofrece el formalismo intelec-
voto de no casarse; sólo que, entonces, ¿por qué va a ser «simplemen- tual y moral de la carrera eclesiástica, en el que los «profesores», des-
te» diácono, y no plenamente sacerdote? pojados de tanta erudición estéril, puedan considerarse como verdaderos
De modo que lo que en un principio se consideró no sólo como «discípulos», codo a codo con sus «alumnos». Hay indicios más que
«ayuda» urgente para los sacerdotes, sino incluso como una prolonga- suficientes de que tales centros especializados se oponen —y con toda
ción esencial del propio ministerio, se ha convertido, después de vein- la razón— a que se les relegue a facultades teológicas de segunda, y
ticinco años de especulación teológica sobre el espíritu siempre vivo reclaman su propia originalidad e independencia. Pero no, no hay
del Vaticano II, prácticamente en una curiosidad, que no trae más que manera de conseguirlo. La verdad es que chocan —¡una vez más!—
problemas. Pero, ¡atención!, que no se diga que la Iglesia católica es contra los dos grandes obstáculos creados por la propia Iglesia: el po-
incapaz de dar un cambio... der y el dinero. Ocupar a un grupo de asistentes cualificados supone
Sin embargo, la situación es bastante grave. Muchos dignatarios para las exiguas finanzas diocesanas un incremento considerable de los
de la curia romana no parecen excesivamente preocupados por la pro- gastos de personal, pero ante todo, implica una merma significativa de
gresiva indiferencia o incluso franca hostilidad de Europa frente al la influencia de los clérigos.
clericalismo católico, dada su convicción personal de que el futuro de No cabe duda de que el problema monetario de la contratación de
la Iglesia está en América latina. Pues bien, son precisamente esas per- tales asistentes parecer ser de bastante fácil solución. ¿No se podría, por
sonas las que, en interés del propio catolicismo, deberían hacer todo lo ejemplo, proponer a ciertas parroquias que carecen de párroco, pero que
posible por romper de una vez y regenerar completamente las estruc- poseen rectorales perfectamente acondicionadas, que se encargasen ellas
turas eclesiásticas. ¿Qué clase de «pastoral» es ésa, que lleva a que, en mismas de mantener a un asistente? De hecho, eso es a lo que se ven
amplias zonas del Brasil, no haya más que un solo sacerdote, que tiene impulsados muchos párrocos, y por cuenta propia, ante sus condiciones
que vérselas y deseárselas para poder visitar «sus» parroquias por lo de sobrecarga de trabajo. Desde luego que esa iniciativa, de por sí de bajo
menos una vez al año309? costo, supone para las finanzas de muchas diócesis una fuerte disminu-
Con ocasión del concilio Vaticano II, los obispos latinoamerica- ción de los ingresos por colecta, al mismo tiempo que reduce el centralis-
nos pidieron insistentemente que Europa enviara sacerdotes a sus res- mo eclesiástico en favor de una pastoral por regiones.
pectivas diócesis, que tanto los necesitaban. La única respuesta de los Pero lo más grave es que eso implica una creciente autonomía en
obispos europeos fue comprometerse a no poner obstáculos a ningún el trabajo de los asistentes. Y ése es el punto fundamental; ahí es donde
sacerdote que quisiera ir a América latina; pero sólo por períodos de se ve que, tras las cuestiones financieras, se ocultan razones de poder.
cinco años, y con todas las precauciones para mantenerse «leales», es El hecho de que, de repente, aparezcan en las aldeas unas asistentes de
decir, no meterse en política, y dedicarse exclusivamente a «adminis- veinticinco años, que presiden la misa dominical, predican la homilía,
trar los sacramentos». Es claro que, ante esas perspectivas, los prime- llevan la comunión a los ancianos e impedidos, e incluso se hacen
ros en ofrecerse a la tarea fueran algunos idealistas, ansiosos de agotar cargo de los entierros, ¿no podría perjudicar seriamente a la incompa-
224 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 225

rabie dignidad del clero? Siempre será mejor confiar la educación cris- compensaciones, se les presenta como una actividad frustrante, la
tiana de los niños, aunque sean de tres aldeas, a los cuidados de un amenaza es, ni más ni menos, la de una tremenda descompensación de
viejo sacerdote de setenta y cinco años, que tolerar pasivamente esos los ideales utópicos de pobreza, humildad, castidad, entrega, amor a
brotes de anticlericalismo. Cristo y semejantes. Es decir, comienza una vida anclada en los subte-
De hecho, el principal punto de fricción entre los representantes rráneos de la psique, cuya consecuencia es una progresiva expansión
de la Iglesia y los asistentes de pastoral (o teólogos diplomados) está de vicios secretos y autopuniciones masoquistas.
en que a los seglares se les permita predicar. En general, los jóvenes El motivo externo de una tal descompensación puede parecer, a
que terminan sus estudios teológicos en centros especializados saben simple vista, de lo más trivial. Por ejemplo, un nuevo traslado de acti-
incomparablemente más de teología y de exégesis que la mayor parte de vidad, que un observador imparcial consideraría como una bagatela,
los párrocos que pasaron su último examen antes de 1962, y que —todo puede ser, en determinadas circunstancias, «la gota que colme la medi-
hay que decirlo— se han quedado prácticamente estancados en lo que da». En muchas órdenes religiosas, especialmente femeninas, es habi-
«aprendieron» en sus buenos tiempos. Pero esa realidad, por clara que tual vivir —como se dice en tono jocoso— «con las maletas hechas», es
sea, no conviene manifestarla en público. Parece que a la Iglesia cató- decir, a punto para cualquier traslado, cuando así lo requieran los in-
lica le resulta más ventajoso mantener la ficción de la competencia tereses de la orden. Pero muchas veces los motivos de esa mudanza no
teológica de sus clérigos que preocuparse de aliviar su exceso de traba- son más que «pretextos», y la urgencia del cambio obedece sólo a prin-
jo y mejorar la eficacia de sus compromisos, por lo menos en el ámbito cipios morales. Por ejemplo, una religiosa no debe paladear los frutos
de la actividad pastoral. de su actividad, porque podría enorgullecerse y considerar el producto
En esas circunstancias, la mentalidad del clérigo es más la de un de su trabajo como algo que le pertenece; más aún, podría llegar a la
burócrata que la de un hombre del Espíritu. En su sensación de no poder temeridad de identificarse con su propia obra, en vez de hacerlo con la
hacer nada útil, se refugian en actividades de relleno, como reparar el actuación salvífica de Dios, una de cuyas manifestaciones concretas es
campanario, enjalbegar los muros, recoger dinero para un nuevo órga- la propia orden religiosa. Contra esos peligros, la medida más simple y
no, y cosas semejantes. Es decir, en todo ese cúmulo de tareas superfi- más eficaz es un traslado. A los tres años o, a lo más, a los cinco, se
ciales se trasluce la exterioridad a la que se ven abocados por su condi- sustituye a esa religiosa por otra, de modo que la movilidad de ocupa-
ción de clérigos. Pero en todo eso, siempre acaban multiplicándose los ciones, el paso de una actividad relativamente importante a otra com-
puntos de fricción, en el interior y al exterior, hasta una apatía infinita parativamente intrascendente resulta un medio extraordinario para
y una sensación cada vez más intensa de llevar una vida de prisionero establecer la disciplina. Pero no hay que pensar que la superiora tome
en jaula dorada, una vida como metáfora310, una existencia «resigna- esa medida por animosidad personal contra una religiosa en concreto,
da», como en un juego de marionetas. Esos sentimientos de total des- sino que eso es sencillamente su deber, igual que un camarero tiene
esperación de no ser uno mismo, ¿no están a un paso del aislamiento que servir el «menú de la casa».
más destructivo, incluso del deseo de renunciar a la existencia? Junto a eso, existen verdaderas «necesidades de servicio». De he-
Para medir en toda su amplitud el sufrimiento que jalona la vida cho, faltan sacerdotes y religiosas en todos los rincones del mundo.
de tantos clérigos, habrá que plantearse una vez más el punto de parti- Pero la política de nombramientos que siguen las autoridades tanto
da de su desarrollo, es decir, la sensación básica de inseguridad on- eclesiásticas como religiosas se parece, ya desde hace años, al que para
tológica, que les lleva a entender su propia existencia clerical como calentar su casa quema la madera de las vigas que la sustentan. Mu-
liberación de sí mismos, y les hace aferrarse a ella como última tabla chos superiores son perfectamente conscientes de lo que supone para
de salvación. Su única compensación es el ejercicio mismo del ministe- determinados sujetos el continuo cambio de ocupación o de lugar de
rio —sacerdotal o religioso— y en esa actividad encuentran la plena residencia (en muchas órdenes religiosas, de convento a convento). Y
realización de una existencia personal, tan inmadura en todos los de- hay casos en que a un superior le resulta tremendamente penoso en-
más aspectos. Pues bien, si este único camino de afirmación indivi- contrarse con un antiguo miembro de su comunidad al que, objetiva-
dual, que ve en el ministerio la fuente de todas sus motivaciones y mente, aunque con su mejor intención, causó una auténtica tortura
con sus traslados.
226 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 227
Lo malo es que, para el individuo, ese incesante baqueteo termina
vulgarización de placeres prohibidos que, en una situación apremian-
por crearle una mentalidad cuartelera frente a su compromiso. Si cum-
te, puede llevar a explosiones pulsionales y a las satisfacciones más
ple, es por obligación, aun a riesgo de «enmohecerse». ¡Cualquier cosa,
primitivas. Se crea así toda una serie de descompensaciones crónicas,
con tal de permanecer en el cuartel! ¿Por qué seguir identificado con
cuyos síntomas más frecuentes —aunque no los más llamativos— son
una actividad, sea la que sea? ¡Basta de compromisos serios! Y así se
el abuso de alcohol y de medicamentos.
entra en la pasividad de la víctima derrotada. Hace algún tiempo, me
decía una religiosa: «No sé si creo en Dios, pero en lo que sí creo es en El que quiera explorar, como terapeuta, esas zonas de más o me-
el Juicio Final. ¡Cómo me gustaría a mí encontrar allí a todas mis nos larvada dependencia o de trastorno estructural no dejará de descu-
superioras!». brir, ante todo, que las frustraciones en materia de dedicación o rendi-
miento no se deben, globalmente, a un exceso cuantitativo* de trabajo,
Y aquí se plantea la pregunta más lacerante: ¿qué se puede hacer?
sino más bien a sobrecargas específicas. Si uno se rige inflexiblemente
¿Qué puede hacer el que, a pesar de todo, se ve aplastado por las
por la idea de que «un clérigo, en virtud de los votos, debe estar siem-
ruedas de esa máquina de despersonalización, el que se siente definiti-
pre a disposición de sus superiores», puede suceder que «con la más
vamente «frustrado», fracasado en un último intento de compensar
estricta justicia», es decir, sin tener en cuenta las circunstancias especí-
una existencia jamás vivida en su más profunda verdad? Su gran trage-
ficas de la persona, se asigne a ciertos sacerdotes o religiosos un minis-
dia es que la vida del clérigo, precisamente por su ideología, no admi-
terio para el que, aun con su mejor voluntad, no son mínimamente
te nada que se parezca a una vida privada. De ahí que una afición, un
aptos. Y la tragedia es más dolorosa cuando —como sucede con fre-
gusto o, simplemente, una veleidad personal tenga que ser, por fuerza,
cuencia— se da un conflicto entre motivación basada en el carácter y
un vicio o un engendro del «egoísmo» más refinado. Hasta en las eta-
frustración debida al carácter; porque, en realidad, hay personas que
pas más «normales», la hipocresía y la ambigüedad calculada, incluso
muestran una inclinación precisamente hacia tareas para las que, da-
en placeres absolutamente inofensivos, cobran dimensiones rayanas
das sus condiciones psíquicas, no tienen suficiente aptitud.
en lo monstruoso.
El director español de cine Luis Buñuel presenta en su película
Las barreras impuestas a la afectividad impiden a muchos clérigos
Viridiana el caso de una monja que, después de abandonar la orden,
cualquier acceso al mundo de la pintura, de la poesía, e incluso de la
recibe en su casa a un grupo de desarrapados, para cuidar de ellos por
música, a no ser que, en casos aislados, el camino pueda ensancharse
caridad311. Un día deciden celebrar una especie de «última cena». Pero
por medio de la música sacra hasta englobar también la música «pro-
la celebración termina en una borrachera monumental, en la que
fana». Por otra parte, una agenda tan apretada como la del clérigo
Viridiana es maltratada y violada. Traducida a un plano psicológico,
difícilmente es compatible con salir de noche al cine o al teatro. Final-
la película muestra con una incisividad cruel lo que sucede en la vida
mente, habrá que recordar que los clérigos católicos provienen, casi
de muchos clérigos que, al buscar con acendrado idealismo una serie
sin excepción, de la clase media, lo que hace que, en materia de bellas
de compensaciones, se estrellan inevitablemente contra la dura reali-
artes, existan ciertas inhibiciones sociales que les llevan a considerar
dad del mundo y todas las miserias, hasta las más innobles, del ser
los museos y las salas de concierto como el paraíso prohibido, sólo
humano.
accesible a la alta sociedad.
En todos estos casos, frente al idealismo del clérigo —y, sin duda,
En general, la vida del clérigo apenas se ve afectada por toda esa
también frente a los presupuestos de la propia vida clerical— resultará
aventura y excitación del arte. Por consiguiente, esa clase de vivencias
extraordinariamente difícil que el terapeuta pueda encontrar suficien-
tan extraordinariamente sutiles no son campo adecuado para la
te margen de maniobra para reconstruir algo tan complicado como el
sublimación de sentimientos; y más, si el excesivo trabajo absorbe to-
propio «yo», con todas sus figuraciones y sus objetivos vitales. Embar-
das las energías psíquicas frustradas que, de repente, no se sabe adon-
carse en una terapia de clérigos exige, por lo general, una aguda y casi
de han ido a parar. Habrá pocos clérigos que, en momentos de crisis,
siempre conflictiva confrontación con unas instancias que desde muy
traten de mantenerse a flote recurriendo a artistas como Dostoievski,
antiguo se han considerado sagradas, algo así como una caída de los
Rilke, Chopin, Brahms, Van Gogh o Edvard Munch. Lo malo es la
dioses. Por eso es, quizá, lo más difícil que se puede experimentar
228 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 229

desde el punto de vista psíquico312. La mayoría de las veces, eso lleva del propio «yo» se transforma muy pronto en un verdadero infierno de
consigo una violenta oposición a los demás hermanos y hermanas de esclavitud y en una superficialidad permanente, unida a la angustia de
la comunidad que, en cierto modo, se sienten personalmente amenaza- la represión y de la anulación personal.
dos y como agredidos por cualquier nuevo planteamiento que se pre- Pero, aun en esas circunstancias, el encuentro con los demás resul-
tenda introducir. Pero es el único camino. Si se resquebrajan los di- ta inevitable. Sólo que, entonces, las relaciones presuntamente perso-
ques, lo primero que hay que hacer es desviar el curso de la corriente. nales degeneran en un contacto despersonalizado. La «persona», el in-
Sin una ambiciosa transformación de las estructuras psíquicas, so- dividuo, se convierte en persona, o sea, en «máscara», en mera función;
bre todo en ciertos casos de identificación del «yo» con el «super-yo», el «yo», es decir, lo auténtico, en «no-yo», en pura apariencia; la pro-
la terapia de un clérigo jamás podrá llegar a ser realmente satisfacto- pia vida personal, en la futilidad inconsistente de una vida prestada.
ria. La tarea del analista no es más que abrir caminos para que el sujeto
pueda vivir esa vida propia y personal que jamás le estuvo permitida y a) Principio de disponibilidad
que hasta debía contemplar, en sagrada renuncia a su propio «yo»,
como el objetivo supremo de su existencia. El camino para convencer También aquí, lo importante es la diferenciación. En toda sociedad
al clérigo de que con el lenguaje de sus sentimientos, de sus afectos, de suficientemente organizada se crean formas de asignar ciertas funcio-
su cuerpo y de su sangre, Dios suele hablar con más sabiduría y amor nes a determinados individuos, que tienen que desempeñarlas de acuer-
que con la voz de los teólogos o incluso, quizá, con las palabras de la do con sus capacidades. La categoría de cada función y los procedi-
Biblia, supone en el analista no sólo paciencia y comprensión, sino mientos para anularla determinan el rango del individuo que la asume;
también suficiente práctica del análisis de la existencia3™ y un profun- mientras que el conjunto de actividades específicas y los métodos par-
do conocimiento de la hermenéutica existencial314. En resumen, lo ticulares exigidos por la función definen el cargo que desempeña dicho
ideal sería que el terapeuta de clérigos fuera —o hubiera sido— él individuo. Rango y cargo son, por consiguiente, aspecto estático y di-
mismo clérigo; así le sería más fácil no perderse en toda esa maraña de námico, haz y envés, cara y cruz de una misma cosa; el prestigio social
represiones, racionalizaciones, bloqueos y antibloqueos, compensacio- es sólo el reverso de la conducta personal en el desempeño de una
nes y descompensaciones, disimulos, frustraciones y renuncias. función. De aquí se deduce que el presupuesto «normal» e imprescin-
dible para la supervivencia de todo grupo es que, en él, la pluralidad de
3. Relaciones en el anonimato: la función como contacto individuos desempeñe lo mejor posible un cierto número de cargos.
La disposición para identificarse con determinados cargos se re-
¿Cómo se entiende que unos hombres a los que sistemáticamente se les ha monta indudablemente a los orígenes de la sociedad humana, en con-
impedido desarrollar su propio «yo» y convertir en realidad auténtica su creto, a los primeros grupos de cazadores315. En cualquier caso, toda-
propia personalidad, hasta el punto de hacerles renunciar a su nombre, vía hoy constituye uno de los factores más importantes de la institución
anular sus orígenes, y uniformar, en virtud de un voto, no sólo su vida, comunitaria. La clave del bienestar social está en la disponibilidad de
sino también su propia muerte, sean capaces de vivir juntos? cada individuo para desempeñar lo mejor posible su propio «cargo»,
Ya hemos visto que la aceptación de un sistema de autorrepresión en beneficio de toda la colectividad. Sus propias ideas o sus sentimien-
y autoinmolación se deriva de una dinámica fundamental como la in- tos con respecto al cargo son una cuestión secundaria. Hasta se puede
seguridad ontológica. De lo que se trata, en el fondo, es de huir del decir que, cuanto más arcaica es una sociedad, mayor es la importan-
miedo a la libertad personal, de apaciguar el temor innato al riesgo de cia de la función; baste recordar, a este respecto, el enorme significado
enfrentarse con uno mismo, refugiándose en el inmenso aparato de lo del rey para la vida religiosa y administrativa en el Antiguo Oriente316.
institucional. La dialéctica del sistema consiste en que esa aparente Lo mismo ocurre en nuestra sociedad de hoy. Por ejemplo, un
liberación de sí mismo, por el refugio en lo genérico, revierte sobre el policía que está «de servicio» no puede actuar indiscriminadamente
individuo como una libertad alienada y, en consecuencia, agrava aún con respecto a los ciudadanos, sino que habrá de limitarse a los proce-
más los problemas individuales. La felicidad de encontrarse «liberado» dimientos que le marquen las reglas de su cargo; por eso, deberá ac-
230 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 231

tuar de una manera distinta, según sea guarda de fronteras, policía de importancia saber qué sentían entonces —y todavía sienten— sus pro-
tráfico, o miembro de la brigada criminal. Un juez en ejercicio de sus pios padres el uno por el otro y con respecto al hijo común. Ignorar
funciones procesales no actúa del mismo modo que el fiscal o que el una cosa tan imprescindible significa, ni más ni menos, un vacío hu-
abogado defensor, aunque todos ellos desempeñan el cargo de «juris- mano absoluto, una caída en la más profunda nada existencial. Pues
tas». Y un médico, en el trato con sus pacientes, deberá tener una bien, esa «nada» en cuanto a relaciones personales, asumida por las
relación «profesional» específica, distinta de la que compete al policía palabras del cardenal, se hace plenitud por medio de la nueva creación
o al jurista. del mandato eclesiástico, que transforma la no-existencia del indivi-
Por consiguiente, no es extraño que también los clérigos católi- duo en juguete de la potencia creadora —casi divina— del papa. En
cos, sean sacerdotes, religiosos o religiosas, traten de acomodar el manos de la Iglesia, el individuo es una especie de materia prima, un
mundo de sus relaciones humanas a los requisitos de su ministerio material sin forma, sin rasgos que lo personalicen; su esencia, su reali-
específico. Pero la diferencia, que cambia totalmente el enfoque, está dad personal le viene exclusivamente del mandato y autorización de la
en que el ideal del clérigo exige una plena identificación entre la Iglesia.
persona y el cargo, es decir, su deber le impone una especie de fusión No se puede expresar más claro que, según la ideología teológica,
del propio individuo con el lugar y la tarea que le han sido asigna- la persona del clérigo es como un cántaro cuyo contenido hay que va-
dos. Pero como las tareas y los lugares pueden cambiar radicalmente ciar por completo para poder llenarlo hasta el borde con las exigencias,
con los nuevos y sucesivos traslados, que implican nuevas ocupacio- los planes y los deseos de la autoridad eclesiástica. Con esto no sólo se
nes, los complicados mecanismos de todo el sistema clerical termi- cambia subrepticiamente la autoridad de Dios, que habla al corazón del
nan por hacer que el individuo no sea literalmente nada, para poder hombre, por una autoridad meramente externa como la del papa o la
ser todo. de los superiores eclesiásticos, sino que, sobre todo, se neutraliza el
La seriedad con la que hasta las más altas jerarquías de la Iglesia campo de la afectividad humana en beneficio de una simple decisión
católica toman esta sistemática destrucción de la personalidad, en del poder. Al mismo tiempo, queda claro que, bajo el efecto recíproco
favor de una «disponibilidad» incondicional, se deduce —por no po- de inseguridad ontológica y sumisión a la autoridad, la insensibilidad
ner más que un ejemplo— de las declaraciones hechas a la televisión afectiva que nace de la experiencia de opresión se extiende a una total
alemana por el cardenal Joachim Meisner, con ocasión de su traslado indiferencia frente al mundo de la opinión, de la reflexión y de la de-
desde la sede de Berlín a la de Colonia. Preguntado por el periodista cisión humana. De todo el amplio espectro de relaciones personales no
Christian Modehn sobre su opinión acerca de la política autoritaria queda más que una sola modalidad: la correspondencia entre manda-
de Juan Pablo II en un tema como la provisión de obispos para las to y sumisión, el ritual de amo y esclavo, es decir, una vida abstracta,
diócesis de 's-Hertogenbosch, Viena, Chur, Voralberg y, últimamen- reducida al puro formalismo de cumplir órdenes.
te, de Colonia, en el que el papa, en contra de las indicaciones y Eso es lo que encierran las dos frases de una figura tan conspicua y
deseos de las Iglesias locales, había impuesto, en virtud de su autori- respetada por el papa como Joachim Meisner, cardenal de Berlín-Co-
dad absoluta, los candidatos que él había elegido, la respuesta del lonia. Pero lo más dramático es que la Iglesia, al carecer internamente
cardenal fue la siguiente: «Si el actual sucesor de Pedro me llama, yo de un lenguaje adecuado, no pueda hacer recapacitar, ni lo más míni-
no puedo menos de estar a su lado». Y para justificar esa postura, mo, a un hombre como el cardenal Meisner sobre el alcance humana-
puso una comparación que expresaba con la mayor evidencia el fon- mente monstruoso de sus declaraciones. Pero, después de todo, lo úni-
do de inseguridad ontológica: «No me interesa en absoluto lo que co que hizo Meisner fue expresar —magistralmente, por cierto, y en
pudiera haber habido entre mis padres para que yo viniera al mundo. total conformidad con el magisterio eclesiástico— lo que realmente
Como tampoco me interesa lo que haya podido haber entre Roma y significa el compromiso de obediencia y de plena dedicación que ca-
Colonia. Lo que realmente me importa es que yo soy el resultado de racteriza al clérigo católico. ¡Y a fe que lo logró! Lo bueno es que sólo
esa decisión». así se entiende cuánto tiene que cambiar la Iglesia de Pedro, para llegar
a ser la Iglesia de Cristo.
Parece lógico que a cualquier persona le resulte de extraordinaria
232 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad de i clérigo 233

b) Cinismo del funcionario bigüedad alcanza su máxima expresión es en los chistes «populares»
sobre el «gobierno». Con todo, ni punto de comparación con los que
De entrada, habrá que matizar la formulación del subtítulo. La mera se cuentan en una reunión de curas. Valdría la pena recoger en una
observación de las relaciones entre los propios clérigos permite afir- especie de catálogo las historias que se han contado —por ejemplo,
mar que también aquí reina la misma ambivalencia de agresividad re- durante una década— cada vez que un grupo de clérigos se ha reuni-
primida que funda su actitud de rechazo de las relaciones familiares. do para celebrar cualquier aniversario. Es frecuente que se pasen ho-
Se trata de una adaptación por cortesía, cuyo fondo puede encerrar tal ras y horas recordando sus buenos tiempos de seminario; y todo a
dosis de amargura y resignación, que sólo se puede definir como cinis- voz en cuello, quitándose la palabra y desternillándose de risa a ex-
mo (del funcionario). pensas de sus superiores. ¡Un verdadero apocalipsis de humor negrol
También en este campo hay que distinguir entre lo que general- La malignidad latente de esos «chistes de legítima defensa» no se
mente se considera «normal» y lo que es específicamente «propio» de para en barras ni ante lo más sagrado; es más, se enardece y cobra
la vida del clérigo. «Normal» es, por ejemplo, esa especie de frialdad nuevas fuerzas ante ciertos temas centrales de la observancia clerical,
con la que un grupo de médicos discute sobre los «pulmones» o el como la relación con los superiores y hasta la administración de los
«intestino grueso» de la habitación número veinte. Al parecer, concen- sacramentos, en particular la eucaristía y la penitencia. De hecho, no
trarse en la enfermedad, y no precisamente en la «persona» misma del cabría esperar otra cosa de unos hombres que han tenido que aguan-
enfermo, es una cuestión de ética profesional y una prueba de la com- tar tantas ridiculeces. Por ejemplo, se les ha explicado largo y tendido
petencia objetiva en la propia especialidad médica. Más aún, el con- el modo de bautizar a un niño aún en el seno de su madre; se les ha
tacto diario con el sufrimiento, el dolor e, incluso, la muerte acaba por obligado a atravesar todo el presbiterio del altar mayor de la catedral
embotar la sensibilidad y provoca, a modo de defensa, un cierto hu- con una palmatoria en la mano y un vestido largo hasta los pies —co-
mor macabro. También se considera «normal» el lenguaje absoluta- mo sonámbulos en pleno día, o como si estuvieran haciendo publici-
mente descomedido de los soldados —sobre todo, en tiempos de gue- dad de un determinado laxante— para «alumbrar» al lector de turno;
rra— para referirse a la muerte de un compañero. Por lo común, un se les ha mandado recorrer todo el coro, durante la misa solemne,
militar no dice: «Murió fulano», sino «la pringó», «la diñó», y otras para dar a besar a los canónigos y prelados una determinada imagen
expresiones de ese tenor. Es posible que, años más tarde, les dé cierta o una reliquia, limpiándola cuidadosamente con un paño blanco des-
vergüenza reproducir aquel intento de superar la cínica barbarie de la pués de cada beso, como se les había repetido cientos de veces duran-
realidad vivida en el campo de batalla con unas expresiones igual de te innumerables ensayos; se les ha inculcado el modo más correcto de
cínicas, y de endurecerse así, hasta llegar prácticamente a una total proceder en la comunión a mujeres —sobre todo, en verano, y te-
insensibilidad. En cambio, parece mucho menos «normal» el cinismo niendo en cuenta cómo suelen ir vestidas— cuando la hostia cae en
con el que ciertos funcionarios, especialmente de partidos políticos, un escote y tienen que purificar las partículas. En fin, no hay chiste,
tratan de escaquearse ante la arbitrariedad de determinados progra- por banal e incluso grosero que sea, que no venga coreado y comen-
mas presentados por sus sucesivos dirigentes. Ya en el Antiguo Egipto tado ruidosamente hasta por los más altos niveles de profesores de
se hizo proverbial la frase siguiente: «Primero, un jefe extraordinario; teología y funcionarios de la curia, si es que no son precisamente
luego, uno más bien mediocre; después, un perfecto inútil. ¡Total, un ellos mismos los que se animan a contarlo.
verdadero desastre!»317. La educación y el ideal de una fidelidad absoluta a los principios
Pero lo que supone un salto cualitativo es ese lacónico cinismo crean inevitablemente su propia contrafigura en la degradación y va-
con el que el clérigo de la Iglesia católica trata de sacudirse el peso de cío de tantas formas y fórmulas patéticas con las que el catolicismo
la autoridad, tanto la eclesiástica como la divina. Todo sistema basa- trata de presentarse. Pero, al final, es la vida misma la que, en una
do en la autoridad tiende a crear en sus funcionarios sentimientos especie de autodefensa, se toma la revancha sobre todas las represio-
ambiguos de veneración y desprecio, amor y odio, dependencia y nes y llena el vacío existencial de unos sentimientos bastardos con la
rebeldía, obediente docilidad y astuta subversión. Pero donde ,1a am- proliferación de otros sentimientos como el sarcasmo, el despecho y la
234 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 235

burla. Por otra parte, la única manera de contener esas inclinaciones piar «alpha» goce de un derecho absoluto de control e inspección so-
afectivas es por medio de la violencia. Todo ese «carnaval» disoluto bre el resto de los componentes de categoría inferior318. En cambio, el
termina siempre en el arrepentimiento y contrición del grisáceo deber hombre posee ciertos mecanismos innatos para reaccionar frente a esa
de todos los días, en ese permanente humor de «miércoles de ceniza» amenaza de control; por ejemplo, para demostrar que no ha comido
que define la disposición espiritual del clérigo. nada prohibido, automáticamente abre la boca, levanta las manos, aga-
cha suavemente la cabeza y se encoge de hombros 319 . Pues bien, en una
c) Ambigüedad frente a los superiores organización social, como la de la Iglesia católica, que atribuye a todos
los representantes de sus diversos grados jerárquicos —desde el papa
Sería, ciertamente, sobrevalorar el influjo del seminario en la psicolo- al obispo, al arcipreste, al simple párroco; o bien, desde el superior
gía del clérigo, si se quisiera ver ahí la causa, más bien que la expresión, general al provincial y al local— un derecho absoluto a disponer de
de su ambivalencia afectiva en lo tocante a sus relaciones humanas. todos sus subordinados sin más control que el de su superior inmedia-
Desde el punto de vista psicoanalítico, el sistema de formación to, a nadie debería extrañar que en los diferentes niveles se desaten
eclesiástica no engenedra una absoluta disponibilidad del clérigo para miedos arcaicos. En este sentido, la descripción que hace Freud de la
identificarse con su cometido específico; lo único que hace es exigir y psicología de la horda primitiva, con su recíproca interacción entre el
fomentar esa actitud dentro de un sistema de coordenadas previamen- poder despótico y la ambigüedad de sentimientos; se parece espanto-
te establecido. Esto supuesto, no cabe más que reconocer que la ambi- samente a la viva realidad, incluso actual, de la Iglesia católica320.
güedad de sentimientos actúa en la vida de los eclesiásticos como una Durante el proceso terapéutico, se puede observar perfectamente
oposición correosa frente a los propios superiores y, al mismo tiempo, que basta el mero anuncio de que el obispo, el superior o la superiora
imprime en las relaciones con otra gente su peculiar ambivalencia. desean hablar con un determinado subdito, para provocar una auténti-
Con respecto a los superiores, esa ambivalencia afectiva se expresa ca regresión en el esfuerzo que ha hecho ese sujeto, incluso durante
preferentemente en una mezcla de expectativas exageradas y decep- meses, por ganar mayor independencia o cobrar nuevas energías. Al
ciones demoledoras, de grandes esperanzas y miedos absolutamente mismo tiempo, uno se hace una idea del estilo de las relaciones huma-
irracionales, de fantasías todopoderosas y temores de rendición incon- nas en el interior de los conventos, y se ve que esa ideología de «frater-
dicional. nidad en Cristo» no es más que un pavoroso sarcasmo. Hasta reputa-
Por ejemplo, a una religiosa se le comunica que la semana que dos teólogos, ante la inminencia de una «visita» a «su» obispo, se
viene, digamos el lunes, a las 16,30, deberá presentarse a la superiora. preparan durante semanas, como si se tratara de un campeonato de
Ante todo, no es de esperar que la invitación le produzca la más agra- ajedrez, dándole vueltas y más vueltas a las doscientas cincuenta mil
dable de las sorpresas. Más bien, lo normal es todo lo contrario; la variantes de apertura. Tendrían que ser maestros consumados en el
noticia es como un verdadero golpe en el estómago: ¿Qué puede que- arte de dialogar, para que, en una sola visita, pudieran exonerar todos
rer de ella, así tan de repente, una superiora que jamás le ha dirigido la sus miedos y sus más profundas suspicacias. Así las cosas, lo que vale
palabra? Ya esa incertidumbre es fuente de inquietud y de todo tipo de es la máxima de la vieja sabiduría cortesana: «Nunca vayas a ver al
cavilaciones: ¿Habrá hecho últimamente algo malo? ¡Tal vez lo que príncipe antes de que él te llame».
pasó el otro día! ¡Quizá se trate de un traslado, o de un cambio de
A decir verdad, la mayoría de los superiores eclesiásticos, dados
ocupación! Hay pocos superiores que se den cuenta de que una invita-
los criterios estrictamente ideológicos de elección, como quedó expli-
ción así, de repente y sin explicaciones, puede desatar un torbellino de
cado antes, no suelen ser los más indicados para facilitar a los subditos
preocupaciones, de temores, de rabia, de aversión, de sensación de
un auténtico desahogo de sus sentimientos, sobre todo, sus inhibicio-
culpa, de crisis de obediencia y, en algunos casos, hasta de auténtica
nes, sus ambivalencias y sus posibles arrebatos de agresividad. Por eso,
desesperación.
es lógico que, en la Iglesia católica, un diálogo verdaderamente since-
Una de las leyes de la manada, que se da incluso en los primates ro, que pueda dar sentido a una fe real en Cristo «Palabra de Dios» (Jn
más desarrollados como babuinos y chimpancés, impone que el ejem- 1,1)321, sea más raro que un perro verde. Hoy por hoy, cualquier em-
236 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 237

presa de más de cien trabajadores no contrata como jefe de personal A eso hay que añadir una cierta tosquedad de la persona. La corte-
más que a una persona con buena formación en recursos humanos y sía más elemental exigiría que un superior, ante la visita de un subor-
con una cierta experiencia en el campo de las relaciones públicas. Sin dinado, saliera, por lo menos, a recibirle e introducirle en su despacho.
embargo, en la Iglesia —hoy como antaño—, como prueba de una Pero no suele ser así. Los clérigos —en especial, las religiosas— se
inquebrantable confianza en Dios, se confía la decisión sobre el desti- quejan de que el superior permanece como atrincherado en su escrito-
no de otros sujetos a ciertas personas cuyas credenciales son única- rio, detrás de una verdadera torre de papeles, como si quisiera decir:
mente la solidez de su fe y su firmeza de carácter. Pero hay una excep- «¡Cuidado con acercarse excesivamente!». En esto, el teléfono que suena,
ción: el cargo de administrador de finanzas se confía sólo a una persona y el superior que se apresura a atender la llamada. Como si todo se
verdaderamente responsable y que haya seguido algunos cursos sobre uniera para dejar bien claro que el verdaderamente importante es el
la materia. Para ese puesto se requiere imprescindiblemente una ver- superior, mientras que el subdito apenas cuenta. Es más, hay obispos
dadera competencia profesional; para los demás, lo que el Señor le que, para dar impresión de cordialidad, suelen ofrecer al visitante todo
dijo un día a san Pablo: «¡Te basta mi gracia!» (2 Cor 12,9). un muestrario de bebidas, tanto licores como refrescos. Pero, natural-
Con todo, ni aun la gracia de Dios podría compensar los defectos mente, todo eso no cambia en absoluto el clima glacial que flota en
de tantos superiores en su relación con los subditos. Uno de los fallos torno al palacio del obispo.
más frecuentes es la desproporción en el interés que ponen ambas par- El núcleo de todo ese distanciamiento es, indudablemente, la falta
tes para preparar su entrevista. Mientras que el subdito, por lo gene- de claridad por parte del que detenta el poder. De hecho, un superior
ral, toma muy en serio la «visita» a su superior, éste se contenta con jamás dirá a su subordinado lo que verdaderamente piensa o espera de
dar un vistazo a un expediente; y mientras que aquél, sin saber de qué él. Pues bien, eso es precisamente lo que ocurre en la Iglesia. Con el fin
va la cosa, se enfrasca en toda clase de conjeturas, el otro sabe perfec- de mantener intacto el principio de autoridad, existe la regla de que el
tamente lo que quiere. superior ha de hacer todo lo posible para no mostrar jamás sus cartas.
Otro fallo es la invariable falta de tiempo. En primer lugar, esas Su obligación no es comunicar —y mucho menos someter a discu-
«conversaciones» suelen ser demasiado esporádicas para que puedan sión— sus propios puntos de vista, sus motivos o sus intenciones, sino
crear contactos verdaderamente personales. Por otra parte, siempre solamente, y en virtud del voto de obediencia, mandar y transmitir
tienen un objetivo concreto, al margen de lo que pueda preocupar en instrucciones. De ese modo, aunque sólo sea por razones tácticas, el
ese momento al interlocutor. Y finalmente, el tiempo que se les dedica subdito no podrá saber hasta qué punto tiene margen de maniobra; en
es, por lo común, demasiado breve. Se crea así una situación —triste es principio, sólo deberá cumplir órdenes. Lo que pasa es que esa insegu-
decirlo— en la que sacerdotes que llevan veinte años, o más, en el ridad objetiva impide o, al menos, dificulta enormemente cualquier
ministerio no hayan «hablado» con su obispo, en total, más de media clase de relación espontánea entre ambas partes. De hecho, en todas
hora. El resultado no puede ser más que el reflejo de lo que, en reali- esas tácticas para mantener el poder mediante la despersonalización de
dad, son las relaciones con la jerarquía: una mera expresión formal, los contactos, el oscurecimiento sistemático del subdito y un hábil
sumisa y despersonalizada del deber sagrado de obediencia. Por lo de- sistema para preservar el secreto e incrementar el clima de terror, la
más, muchos sacerdotes de base estarán incluso contentos de poder Iglesia católica posee una experiencia de siglos, que no se puede com-
eludir tales conversaciones. parar con ningún otro régimen político de la tierra.
En cuanto a las llamadas «visitas pastorales», o «de oficio», por Ese estilo de despersonalización incluye que, en caso de sospecha,
parte de los superiores, la realidad raya en la farsa, como lo demuestra por ejemplo, a raíz de una denuncia, jamás se hable directamente con
suficientemente el comportamiento de muchos obispos durante sus el interesado sobre el presunto delito, sino que —según la norma ex-
giras de confirmación. El Derecho canónico les obliga a visitar perso- presa de san Ignacio323— se recoja indirectamente toda la información
nalmente a todos sus párrocos322. Y sí, lo cumplen. Pero, entre la visita posible en el entorno del sujeto. Las autoridades eclesiásticas parecen
al alcalde, como autoridad política, y a la guardería, como institución aprobar como perfectamente lícita, y hasta necesaria, la elaboración
religiosa, lo que les queda para «estar» con el párroco no es, en reali- de «listas negras» y expedientes incriminatorios, a espaldas del inte-
dad, más que unos cinco —o, quizá, seis— minutos.
238 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 239

resado y, por supuesto, sin hablar con él sobre el particular, porque se d) Inviabilidad del centralismo autoritario
supone que el sujeto tiene que ser necesariamente «parcial», en propia
causa. Parece extraño que la Iglesia no se dé cuenta, ni siquiera hoy, Todo sistema autoritario se caracteriza por una polarización entre do-
del espectáculo desesperadamente cavernícola y medieval que ofrece minantes y dominados y por la supresión de fuerzas intermedias. Si,
al mundo moderno un sistema jurídico que no estima necesario asumir con el transcurso del tiempo, ha logrado transformar su estructura
aunque no sea más que los derechos fundamentales de la jurispruden- impositiva externa en un código interno de concepciones y normas de
cia democrática, como el carácter público de la acusación, acceso del conducta, sólo puede ser reformado desde uno de sus dos polos: «des-
presunto inculpado a un exhaustivo examen del pliego de cargos, po- de arriba» o «desde abajo». Una reforma «desde abajo», es decir, una
sibilidad de una defensa justa y, desde luego, obligación del ministerio revolución, depende de por lo menos dos condiciones: primera, que la
fiscal de aducir pruebas fehacientes de la culpabilidad del imputado 324 . presión de los dominantes sobre los sometidos haya traspasado consi-
En condiciones como éstas, dominadas por el temor y la descon- derablemente los límites de lo soportable; y segunda, que los primeros
fianza, y en un ambiente enrarecido de poder y arbitrariedad, es poco no tengan suficiente capacidad de maniobra para eludir los embates de
menos que imposible que entre clérigos de diferentes grados jerárqui- las masas, de modo que la ola de violencia promovida por la autoridad
cos se entablen relaciones de cordialidad, de calor humano, o de amis- se estrelle contra los propios muros del sistema y refluya sobre sí mis-
tad. Sin embargo, la ambigüedad de sentimientos es tal, que los subdi- ma convertida en espuma.
tos, aun recomidos por el miedo a sus superiores jerárquicos, prefieren Lo que caracteriza a la Iglesia católica es que la segunda condición
poner en ellos todas sus esperanzas. Incluso teólogos consecuentes, no existe más que a nivel ideológico, siendo impensable en su aplica-
como el profesor de Tubinga Hans Küng325, que se han atrevido a ción práctica. Teológicamente, la Iglesia católica romana es, en sí mis-
criticar una teoría dogmática como la infalibilidad del papa en materia ma, un sistema salvífico, fuera del cual, según la famosa frase de Vi-
de fe y costumbres, no han podido menos de plantear a la cúpula de la cente de Lérins, no hay ninguna esperanza de salvación326. Pero, de
Iglesia una serie de exigencias prácticas con las que, por un rodeo facto, desde los tiempos de la secularización, la Iglesia no dispone de
bastante sinuoso, se reafirma la vieja fe no en la omnisciencia, pero sí medios compulsivos externos para evitar que sus adeptos «rehuyan», o
en el poder práctica y fácticamente absoluto de la institución pontificia. «huyan» de su omnímoda autoridad. Lo paradójico es que, en un tiem-
De este modo, en lo positivo y en lo negativo, en la esperanza y en po en el que la administración papal, con su pretensión de competen-
el desencanto, se mantiene continuamente una fijación sobre la auto- cia suprema, no pierde la más mínima oportunidad de prescribir a los
ridad, que no deja de mirar arriba en espera de una palabra del poder, esposos cristianos cuáles son los métodos anticonceptivos «dispuestos
para lo bueno y para lo malo. La misma religiosa que, hace un rato, por Dios» y cuáles, por el contrario, deben considerarse «inmorales»,
temblaba de miedo ante su inminente visita a la superiora, ahora, des- «pecaminosos» y «anticristianos», precisamente los destinatarios de esa
pués de cambiar un par de frases, está dispuesta a esperar de su espíritu suprema autoridad papal la rechazan, cada día más, como totalmente
de decisión y de su sensibilidad todos los cambios que reclama el con- inadecuada. Resulta, pues, del todo evidente que no hay nada que cau-
vento. Ese mismo coadjutor que, hace sólo un par de segundos, mon- se daño mayor al prestigio de una autoridad que el hecho de proponer
taba en cólera y se ponía a despotricar violentamente contra unas es- e imponer, con la pretensión de una competencia suprema, unas doc-
tructuras tan autoritarias como las de la Iglesia, cree ahora que su trinas que la mayoría de los subordinados consideran absurdas, ajenas
obispo debería pronunciarse de una vez sobre la conveniencia de la a la realidad, e incluso falsas327.
energía nuclear, sobre el exterminio de las focas, o sobre la amenaza De ahí que el resultado, como muestran las estadísticas, no pueda
que suponen para el medio ambiente los millones de coches en circula- ser más lógico. Hoy día, en contraposición a lo que pasaba, por ejem-
ción. Eso significa que, a pesar de todas sus ilusiones democráticas, los plo, en Francia antes de 1789, existen en la Iglesia católica tantas vías
clérigos católicos, en virtud de sus convicciones de base y de sus más de escape (a nivel meramente externo), o de distanciamiento (en el
profundos sentimientos, conservan una mentalidad decididamente plano de la intimidad), que la reacción de las bases contra la prepoten-
«monárquica». Por eso, más allá de cualquier nivel psicológico, su ac- cia de un poder autoritario no se materializa en una «revolución», sino
titud engendra realmente una dinámica de política realista.
240 El dtagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 241

«sólo» en una deserción silenciosa, o en una indiferencia interior. Ambas Pero, con el tiempo, quedó claro que tales planteamientos, por su
formas de una protesta sosegada resuenan vigorosamente desde hace naturaleza autocrática y por venir del interior de un sistema monolítico
décadas; sólo que no tendrán efecto sobre la cúpula eclesiástica hasta y autoritario, tenían que crear tensiones, descontentos y conflictos que,
que, bajo las superestructuras elaboradas por la teología, quiebre la en definitiva, iban a poner obstáculos insuperables a las expectativas
base económica de la Iglesia. Hasta ese momento, parece que no hay de esa reforma iniciada desde la cúspide. De hecho, unos veinticinco
otra esperanza que la que expresan los propios clérigos precisamente años después del concilio Vaticano II, el arzobispo de Viena, cardenal
en la ambivalencia de sus sentimientos con respecto a los superiores: Groer, con motivo de la ordenación del Dr. Kurt Krenn como obispo
una «renovación», pero «desde abajo». Sin embargo, hasta esa esperan- auxiliar de su propia diócesis, declaraba abiertamente en la catedral de
za podría resultar falaz. San Esteban dirigiéndose todos los que, hasta el momento, se oponían
Por otra parte, hay que reconocer que en todo sistema autoritario literalmente a la toma de posesión del nuevo obispo elegido por el
hay un elemento irracional e imprevisible, por el hecho de que, aun papa: «¿Es que nos hemos olvidado de que el espíritu del Vaticano II
después de décadas, o incluso de siglos, de rigidez monolítica, puede sólo puede llegar a ser espíritu del concilio Vaticano II si lleva la rúbri-
suceder que se abra repentinamente a la realidad, si la clase dominante ca del papa?».
asume en su programa autocrático de gobierno y hace suyas las exi- Aquel clima conciliar329 que, hace un cuarto de siglo, prometía
gencias de la base, es decir, determinadas opciones democráticas. Como con el mayor entusiasmo la completa renovación de la estructura de la
ejemplo de esa posibilidad pueden valer diversos acontecimientos del Iglesia está hoy prácticamente muerto a todos los niveles. Dicho de
siglo xx: la apertura de Turquía, anclada en el islamismo, promovida otra manera, mientras los clérigos católicos no aprendan por sí mis-
por Kemal Atatürk; el intento que, cincuenta años más tarde y de modo mos a desconfiar de las esperanzas positivas que han puesto en la capa-
parecido, puso en marcha en Irán el shah Reza Pahlevi con su «Revolu- cidad de renovación que atribuyen a sus superiores, y a huir de los
ción Verde»; y el proceso de «desestalinización» del mundo comunista miedos negativos con los que creen estar atenazados por las directrices
llevado a cabo por Nikita Khrushchov a finales de los años cincuenta. de sus dirigentes, la Iglesia católica no podrá librarse psicológicamente
Pero todos esos ejemplos demuestran, en primer lugar, lo arriesgados de su fijación sobre la autoridad. Por ese camino, la Iglesia estará abo-
y efímeros que son esos intentos de reforma «desde la cúspide». Tanto cada a perpetuar un estilo de relaciones entre «la cúpula» y «la base»
en su incoación como en su ejecución son obra de una sola persona, y que, por fundarse en una ambigüedad de sentimientos, están necesa-
con ella nacen y mueren. Si el reformador autocrático no logra, duran- riamente deformadas.
te su vida, vincular su programa de reformas con el poder de decisión Pero, ¡cuidado! Mucho más determinantes que las frustraciones y
de los «subordinados», es decir, del pueblo, es de prever que los apreturas que experimentan los clérigos en el ámbito de sus relaciones
«diadocos» que le sucedan en el poder vuelvan, tarde o temprano, al personales son los equívocos y crispaciones en las que inevitablemente
viejo estilo de gobierno de corte autoritario. se ven implicados los «seglares», cuanto más estrecha es su vinculación
La prueba más palpable es la propia Iglesia católica. Después de con la persona de un clérigo.
la definición de la infalibilidad personal del papa, el año 1871 328 ,
cuando los exponentes más cualificados de la teología protestante
e) Cisternas secas: la tragedia del doble compromiso
mantenían el convencimiento de que en la Iglesia católica era abso-
lutamente impensable una renovación que viniera, por ejemplo, de
la convocatoria de un nuevo concilio, el papa Juan XXIII, un hom- La crispación empieza cuando se ve que las relaciones del clérigo no
bre ya anciano, elegido como figura de transición, sorprendió al proceden de su identidad como persona, sino de su identificación con
mundo, en pleno siglo xx, a principios de los años sesenta, con su el papel que tiene que desempeñar; de modo que, cuando uno se en-
famoso aggiornamento, un programa que pretendía abrir la Iglesia cuentra con un clérigo, no puede menos de preguntarse con quién está
al mundo contemporáneo y que parecía que, por medio del concilio realmente hablando.
Vaticano II, iba a conducirla a una auténtica renovación tanto espiri- Una de las sensaciones más relajantes, que cada cual experimenta
tual como pastoral. a su manera, es poder refugiarse en lo puramente funcional, en susti-
242 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 243
tución de unas relaciones auténticamente personales. Basta ver, por raro ver a coadjutores, a los que les ha tocado presidir alguna asocia-
ejemplo, los grupos de estudiantes en la cafetería de una universidad, ción, o a párrocos que van al frente de una peregrinación de mujeres a
los corrillos de compañeros de trabajo que se forman junto a la barra un santuario de la Virgen, dar muestras de tal abnegación, que hasta
de un bar o, simplemente, los viajeros que van en el mismo compar- anotan en un cuaderno un montón de chistes y se los aprenden de
timento de un tren, para darse cuenta de que toda su conversación, memoria para congraciarse con la gente, a pesar de la timidez propia
aunque no sea más que para relajarse, gira preferentemente en torno a de su inseguridad. Pero, en el fondo, no se sienten a gusto en su baño
las curiosidades del día, sin entrar en ciertas cuestiones que puedan de multitudes, como se ve por la fatiga que les causa esa servidumbre
requerir una opinión personal y les hagan comprometerse demasiado. forzosa a la afabilidad que se exige al clérigo. El caso es que, en fin de
Cuanto más tímida es una persona, más propensa es a desviar la con- cuentas, no parece que eso les sirva para acercarse más a la gente, sino
versación hacia temas intrascendentes, o a hablar de cosas puramente que más bien les aleja de ella. Por eso, cuando vuelven a casa, a su vieja
circunstanciales, tras las que poder ocultar su personalidad. soledad de siempre, se depositan en un sillón y lanzan un suspiro de
Por lo que se refiere al clérigo, no resulta excesivamente difícil alivio porque, finalmente, ya pasó todo el ajetreo. ¡Y es que pasarse
comprender el carácter típicamente calculador de su comportamiento todo un día poniendo cara de cordialidad resulta francamente agotador!
en sociedad, si se tiene en cuenta su profunda inseguridad ontológica. Pero lo más difícil es tener que estar siempre dispuestos, según lo
Ese constitutivo tan fundamental de su existencia crea en él una nece- pida la ocasión, a mostrar una amabilidad desbordante, o a identifi-
sidad imperiosa de liberarse de cualquier tipo de relación personal; y carse con los sentimientos ajenos en cualquier situación posible. Por
no sólo de vez en cuando, sino realmente de una vez por todas. Por ejemplo, hay sacerdotes que tienen la costumbre —loable, qué duda
otra parte, esa misma inseguridad actúa como la gran fuerza impulsiva cabe— de salir inmediatamente a la puerta de la iglesia, nada más
de su tendencia a buscar la propia «salvación» —así, literalmente— en terminar la misa, para saludar con un apretón de manos al mayor nú-
el desempeño de una misión sagrada. mero posible de fieles. Pero el caso es que, mientras saludan a una
Una de las circunstancias que contribuyen a que el clérigo se sienta persona, no dejan de mirar a uno y otro lado, como para no hacer de
subjetivamente aliviado es el hecho de que, esté donde esté, su hábito menos a nadie. Y eso, naturalmente, produce en el interlocutor la sen-
y hasta su manera de actuar le convierten en centro de todas las mira- sación de ser un número, uno más de los parroquianos, y no una ver-
das y en punto de referencia para sus contemporáneos «seglares». Aun- dadera persona que merece toda la atención del párroco. En su esfuer-
que él se sienta personalmente «irrelevante», la función clerical, por sí zo por llegar a todos, sin olvidar a nadie, la idea que tiene el clérigo
misma, le confiere una «relevancia» de primer plano. Él, en cuanto sobre las relaciones humanas no es, en el fondo, más que una indife-
clérigo, es como una personalización de lo que deber ser un individuo rencia profesional ante cualquier contacto verdaderamente humano.
cabal, el punto de partida, la cristalización y el centro de la vida cris- A eso hay que añadir el deber que tiene el párroco de comportarse
tiana. Pero ahí también se manifiesta la duplicidad típica del clérigo, adecuadamente durante los «servicios de iglesia», como bautizos, bo-
que aparece como un conflicto de relación entre las exigencias con- das, o entierros. Debe saber fingir —de manera melodramática— sen-
tradictorias planteadas por el ejercicio de sus respectivas funciones. timientos de felicidad, de alegría, o de duelo, que apenas tienen nada
Al clérigo se le exige, por un lado, que su actitud refleje lo mejor que ver con sus verdaderas emociones. Una relación exclusivamente
posible «el modelo de Cristo», es decir, la actitud de un hombre afa- funcional, aparte de que puede ser engañosa, obliga al sujeto a adoptar
ble, humilde y desinteresado, cuyo servicio no conoce fronteras. Por formas cada vez más frecuentes y rutinarias de insinceridad y
eso, hay muchos sacerdotes que van por ahí con una eterna sonrisa y ambivalencia. Cuando se piensa que la Iglesia medieval llegó a prohi-
que parecen alegrarse verdaderamente de poder saludar, de una acera bir bajo pena de muerte la profesión de actor330, resulta verdaderamen-
a otra, a una de las «ovejas» de su comunidad parroquial; y cuando te grotesco ver cómo en la actualidad esa misma Iglesia ha elevado la
entran en conversación con la persona, se esfuerzan por entreverar farsa a condición de vida para sus propios «funcionarios».
frases de ánimo y alguna que otra gracia, para dar impresión de «es-
Pero no es sólo la forma de ejercicio ministerial del clérigo, sino
pontaneidad personal» y, no menos, de u/ia actitud «edificante». No es
principalmente su contenido, lo que, en circunstancias concretas, pue-
244 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 245

de privar al compromiso de un sacerdote de toda credibilidad, desde el Desde un punto de vista psicoanalítico, la persona del sacerdote,
punto de vista humano. En toda «actividad de servicio», desde el ca- en cuanto figura que representa aquí abajo al Padre del cielo en medio
marero a la enfermera, desde el oficinista de ventanilla a la secretaria de los hombres, suscita, por lo menos entre los «creyentes», una enor-
general, la función impone ciertos comportamientos en los que el con- me disponibilidad para toda clase de transferencias paternales de or-
tacto personal con los destinatarios se ve sustituido por otras prácticas den psicológico. El crédito de confianza que un médico o un psico-
definidas por la función. En todas estas profesiones puede suceder que terapeuta sólo se pueden ganar a pulso durante meses, o incluso durante
un individuo, por timidez o inseguridad, se refugie en las competen- años, se le concede, por lo común, al sacerdote como la cosa más
cias objetivamente definidas por su estatuto. Pero el problema del clé- natural. Sobre todo, el realce de la figura paterna del sacerdote, su
rigo está en que él no puede considerarse un mero funcionario, sino proximidad a la esfera de lo sagrado y del perdón, el poder que le
que, por la naturaleza misma de su función, tiene que poner en juego reconoce la Iglesia para «atar y desatar» en nombre de Dios aquí en la
su propia persona para ejercer el «ministerio pastoral» al servicio de tierra (Mt 18,18)332, envuelve al sacerdote en los rasgos típicos de una
otras personas. Pero, dado que la identificación con su ministerio no le personalidad transida de «mana»333, es decir, le sitúa cerca del arque-
deja ni le permite vivir como persona, lo único que le queda es expre- tipo del «médico divino»334. Y no es ésta, seguramente, la última reali-
sar sus sentimientos —su calor afectivo, su cercanía emotiva, su com- dad en la que se funda el poder psicológico de la madre Iglesia sobre el
prensión pastoral, su paciencia benévola y tolerante— no como una espíritu de sus «hijos».
manifestación real de sí mismo, sino como un disfraz de su ser autén- En consecuencia, la cuestión sería saber si el sacerdote, en virtud de
tico. Sin embargo, a los que se prestan a ese confuso juego de senti- sus recursos personales, puede satisfacer realmente las desmesuradas
mientos, y en especial a muchas mujeres, la continua oscilación entre demandas de su función. Es decir, debería conocer el verdadero alcan-
la máscara profesional visible y la personalidad afectiva soterrada no ce de los sentimientos que suscita su práctica ministerial y dar pruebas
dejará de producirles graves crisis y toda clase de decepciones. de una madurez suficiente para manejarlos de modo saludable. Pero
Uno de los aspectos más llamativos de la actividad pastoral en la sucede exactamente lo contrario. Su plena identificación con el minis-
Iglesia católica es que en ninguna otra institución religiosa del mundo terio, que es lo que la Iglesia católica exige a sus representantes, con-
los funcionarios están envueltos en un aura patriarcal tan marcada duce, en el plano psicológico, no precisamente a un desarrollo, sino a
como el sacerdote católico. En abierta contradicción con el mandato una represión sistemática y, por consiguiente, a una atrofia de la per-
expreso de Jesús: «No os dejéis llamar "padre"» (Mt 23,9) 331 , al sacer- sonalidad. De ahí que sean principalmente los sacerdotes que se toman
dote, al párroco, al religioso se les llama «padres», sin más. Por su más a conciencia su condición clerical los que corren el mayor peligro
profesión, el sacerdote debe encarnar aquellos aspectos que cabría es- de que una práctica excesivamente escrupulosa de su función suscite en
perar de un «padre» con relación a su propio hijo: ser dialogante, afa- la gente una serie de expectativas personales que ellos mismos, dada su
ble, cariñoso, comprensivo, protector, justo, un verdadero ejemplo para personalidad, no pueden menos de frustrar de la manera más cruel. Y
el niño; en una palabra, como mucha gente desearía de corazón que eso supone para todos los interesados una verdadera tragedia.
fuera su propio padre, pero que quizá nunca han podido experimen- Es trágico para el sacerdote, porque eso implica el fracaso de sus
tarlo. Entonces, ¿por qué admirarse de que la gente tome cariño al desvelos pastorales. De hecho, detrás de la identificación de su propio
sacerdote, si él, en su papel de padre, parece encarnar esa figura que «yo» con la función que desempeña se esconde la esperanza tácita de
han estado añorando toda su vida? En él depositan toda su confianza, que, al final, todo el tesón que pone en su cumplimiento del deber
de él lo esperan todo, como si él fuera capaz de sustituir —o de devol- tendrá el aprecio y el amor de los suyos, como lógica recompensa. La
ver— todas las alegrías de las que han carecido durante años. Pero se confusión de niveles, que obliga al clérigo a vivir de modo personal lo
olvidan con demasiada facilidad de que están poniendo ese cúmulo de genérico y de un modo genérico lo personal, transpone sus ansias re-
esperanzas y sentimientos no en la «persona» del sacerdote, sino en su primidas de afecto y de comprensión desde la profundidad íntima de
persona, en su «máscara», no en su «yo» personal, sino en el «super- la persona al nivel de lo puramente funcional y profesional. Así se
yo» de su profesión. explica, sin duda, que, a pesar de —o precisamente a causa de— la
246 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 247

despersonalización objetiva de su existencia, aflore indefectiblemente, se habían hecho la ilusión de haber encontrado en él al hombre que
tanto en sus homilías como en sus conversaciones privadas o en sus podría poner un poco de cielo en su tierra yerma, acercándoles más a
visitas a casas particulares, la pregunta latente sobre la verdadera im- Dios, ahora tienen que descubrir que se habían «equivocado» y que
presión que causa una persona como él en sus interlocutores. El rever- todo había sido un vergonzoso manejo, a capricho del que veneraban
so de su inseguridad ontológica no sólo le lleva a agarrarse desespera- como ídolo. Y no precisamente porque el clérigo se hubiera propuesto
damente a instrucciones y normas de valor presuntamente irrefutable, utilizarles o engañarles, sino porque es sencillamente imposible acom-
sino que, al mismo tiempo, despierta en él la incoercible necesidad de pañar a una persona más allá de ese punto al que uno mismo ha llega-
inquirir qué efecto causa sobre los demás y qué calificativos le atribu- do en su propia vida.
yen. Y no hay que olvidar, a este propósito, que son precisamente las Ése es, precisamente, el punto en el que se ve más claro —y,
personas más necesitadas de cariño y reconocimiento las que mejor muchas veces, de manera dramática— que la inmersión de la per-
responden, y como por instinto, a ese código cifrado que emite el clé- sona del clérigo en el ideal de su profesión, con la ambigüedad que
rigo desde su más profunda añoranza. Por el hecho de no vivir una eso comporta, induce a error y, por consiguiente, resultará engaño-
vida propia, el clérigo puede llegar a constituir una trampa fatídica sa para los más directos destinatarios de su actividad, es decir, para
para todos los que, faltos de amor y con la esperanza de encontrar en los «creyentes», al menos, para los católicos. Al mismo tiempo, se
él una especie de parentesco espiritual y una complementariedad recí- ve la necesidad de que la Iglesia defina claramente sus intenciones:
proca, no pueden menos de comprobar, con toda la angustia de la es decir, si quiere mantener su viejo estilo de insistir en la «objetivi-
decepción, que sus ilusiones iniciales se han convertido en amargura y dad» de la salvación, a expensas y a cargo de unas personas desgra-
hasta en violento despecho. ciadas y maltrechas, o se decide a apostar por una forma integral
Para el clérigo en cuestión, consciente de la sinceridad subjetiva de de teología y de actividad pastoral en la que hablar de Dios no
su compromiso, un resultado tan frustrante sólo puede hundirle más y excluya el desarrollo y la realización personal del individuo, sino
más en su sensación de fracaso y en una nueva soledad. Muchas veces que, al revés, la fomente y hasta la exija. A medida que la concien-
ni él mismo logra comprender, aunque sea remotamente, hasta qué cia de la modernidad, alumbrada en el siglo xv a través de los
punto sus propias contradicciones son culpables de provocar tal desas- movimientos prerreformistas y en el siglo xvi con la Reforma335,
tre humano. Porque ha sido él, con su actitud profesional y con la impulse permanentemente el desarrollo del sujeto, con su libertad
represión de sus ilusiones personales, el que ha creado en los demás personal, su verdad individual y el derecho debido a su dignidad, la
unas expectativas y unas ansias que no puede satisfacer, mientras no forma clerical de ejercicio del ministerio que defiende el catolicis-
aprenda a ser humana y personalmente mucho más abierto y, sobre mo estará, por su misma estructura, cada día más abocada a un
todo, más espontáneo. Pero para eso hay que pagar un alto precio. Si, retraso psicológico decisivo con respecto a las exigencias humanas,
para recobrar su propia identidad, emprende una revisión a fondo de aparte de correr el riesgo de degenerar en un montaje de fórmulas
su identificación con ciertas exigencias de su papel, lo más probable es vacías que patinan sobre sus propios postulados. La Iglesia es, así,
que corra el riesgo de tener que afrontar graves conflictos interiores y como cisterna en pleno desierto, como la visión de un oasis que
exteriores, tanto en el desempeño práctico de su función, como de atrae desesperadamente al que se muere de sed, cuya ilusión es
cara a una previsible toma de postura, e incluso a una intervención encontrar agua y un poco de frescor. Pero la cisterna, reseca desde
oficial, por parte de sus superiores. hace tiempo, es sólo un espejismo, una trampa tendida a la imagi-
nación, un engaño que, bajo apariencias de esperanza, lo único que
Pero la tragedia tiene una segunda vertiente. Si el colapso total de
ofrece es la muerte.
unas relaciones que podríamos denominar amistades de ministerio
afecta dramáticamente al sacerdote en su vivencia personal, aún es Jamás se podrá decir con suficiente claridad. El efecto del cléri-
más trágico y doloroso para aquellas personas que, quizá por primera go sobre sus semejantes es como el de una cisterna seca. Es verdad
vez en su vida, esperaban de su relación con el clérigo una especie de que no deja de hablar de amor entre los hombres, pero su prolon-
restauración del desierto de su existencia. Y si, ya desde un principio, gada práctica le ha enseñado a retirarse, presa de miedos instinti-
248 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 249

vos, ante toda oferta de amor, al menos cuando viene de la mujer. rimentar emociones «demasiado intensas». Aunque, bien mirado, lo
En realidad, trasladan sus propios miedos, psicológicamente vincu- que ahoga los sentimientos personales del clérigo no es propiamente
lados a su existencia clerical, a los «seglares», sobre cuyos hombros su actividad profesional, sino, más bien, su inseguridad ontológica
descargan la hipoteca de su propia vida encerrada en la angustia y frente a la propia subjetividad. Eso es lo que realmente le impulsa a
en la frustración. Se confirma así, triste es decirlo, aquella invectiva buscar la estabilidad de su propio «yo» en la rigidez e inmovilismo de
de Jesús contra los doctores de la ley, que creían tener las llaves del la función.
reino de los cielos: «Ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que La observación se puede comprobar fácilmente por el modo en
quieren hacerlo» (Mt 23,13) 33S . Hombres así no son más que un que los clérigos se relacionan entre sí, es decir, cuando tienen la posi-
obstáculo para llegar a Dios. bilidad de comportarse como personas realmente privadas. Toda vin-
El error más grande de la Iglesia católica consiste, evidentemente, culación humana de cierta densidad comporta una considerable carga
en pensar —ahora como antes— que, mediante la represión de la per- afectiva. Hay que ser conscientes no sólo de lo que se espera de la otra
sona, en orden a su identificación total con el ministerio, podrá crear persona, sino también de lo que se siente por ella; por tanto, debe
mejores siervos de Cristo y funcionarios de Dios más competentes. existir la posibilidad de una comunicación mutua de sentimientos y
Ahora bien, el resultado de esa actitud no es precisamente la forma- expectativas personales. Pero la enorme paradoja de la existencia del
ción de ministros más cualificados, sino, más bien, la de difusores de clérigo está en el hecho de que la plena funcionalización de sus intere-
doctrinas erróneas que constituyen literalmente un peligro para la es- ses vitales le lleva a convivir en una continua yuxtaposición con sus
tabilidad del ministerio, hombres que, sin derecho a conocerse a sí compañeros. De los clérigos se podría decir que son como locomoto-
mismos, entorpecen seriamente el proceso de maduración de otros cuyo ras —independientes, en el mejor de los casos— que circulan por raíles
destino se les ha confiado. Ya Pío XII, con notable clarividencia, des- perfectamente paralelos, según un horario único, e impulsados por la
cribía como «misterio espantoso» el hecho de que la intervención de misma fuerza motriz. Así se evita, es cierto, cualquier clase de colisión
un hombre pueda resultar fatídica para los esfuerzos de otro que pre- o de confrontación, pero también es totalmente imposible un verdade-
tende orientar su vida hacia Dios337. ro encuentro. En realidad, no existe un sentimiento de camaradería,
Por eso, hay que esperar —y exigir— del clérigo católico que, en como se suele dar, por ejemplo, en análogas circunstancias, entre los
sus relaciones humanas, especialmente con los que están más necesita- soldados de un mismo batallón; un sentimiento de recíproca depen-
dos de cariño, muestre tal grado de madurez, que no aumente la an- dencia, para lo mejor y para lo peor, en situaciones de potencial peli-
gustia y crispación que les atenaza, descargando sobre ellos sus frus- gro. El deber de neutralizar toda relación afectiva conduce inevitable-
traciones personales. Con todo, habrá que repetir una vez más que mente a una existencia parecida a la de las «mónadas» de Leibniz338, en
todo esto sólo atañe a los sacerdotes que tienen suficiente espíritu para cuyo interior cada clérigo debe ser, en sí mismo, un reflejo de la inter-
intentar, al menos, un compromiso personal con sus semejantes, y no pretación católica del mundo; sólo que eso le hará vivir en total aisla-
piensan, ya de antemano, que se trata de enfermos psíquicos que hay miento, a años luz de sus «hermanos» o «hermanas».
que enviar al médico o al psiquiatra.
De paso, habrá que reseñar que toda esta situación es un indicio,
suficientemente elocuente, de que, en la mayor parte de las cuestio-
f) Temor al compromiso y soledad nes relativas a la existencia, la teología católica depende esencialmen-
te de la psicología de los clérigos en ejercicio. Por otro lado, se con-
La ausencia crónica de sentimientos personales o, más exactamente, firma la tesis de que muchas posturas, sobre todo en teología moral,
la prohibición sistemática de dejarlos aflorar, bajo una capa represiva sólo se pueden entender como racionalizaciones de unos conflictos
de prescripciones funcionales, no sólo engendra en el clérigo perma- que, por lo general, son los que afectan a los clérigos en sus relacio-
nentes frustraciones recíprocas e incluso enfermedades patógenas en nes mutuas.
el campo de la relación personal, sino que provoca en su interior el Precisamente al observar esa manifiesta falta de relación entre los
distanciamiento característico de la huida frente al peligro de expe- propios clérigos, se comprende el significado de la campaña que, desde
250 El diagnóstico
Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 251

hace años, prolifera en la inmutable predicación eclesiástica contra las


cial quedará aún mucho más claro el carácter subjetivo y meramente
dificultades, especialmente de los jóvenes, en materia de matrimonio y
proyectivo de esa interpretación. En otras palabras, lo que realmente
familia. Por supuesto que es lamentable tener que comprobar la fre-
describe ese miedo al compromiso no es tanto la crisis actual del
cuencia y la rapidez con la que muchos matrimonios se van al traste, al
matrimonio, sino, más bien, las dificultades que experimentan los
poco de su celebración, y lo difícil que es vivir en pareja con una rela-
propios clérigos en el campo de las relaciones humanas, sobre todo
tiva felicidad. Las causas son múltiples y extraordinariamente com-
en la relación hombre-mujer.
plejas. Por ejemplo, a nivel social, cabría mencionar el crecimiento
En este punto, lo que más llama la atención es que, entre todos los
indiscriminado de las grandes aglomeraciones urbanas, la práctica di-
«miedos» posibles o imaginables que pueden arruinar una vida matri-
solución de la familia numerosa, la falta de control de los comporta-
monial, la mentalidad del clérigo se centra en la variante esquizoide
mientos individuales por parte de la familia o de los conocidos, la
del miedo a la proximidad, en el sentido de una limitación o inmo-
incorporación de la mujer al mundo del trabajo con su consiguiente
vilización de la libertad individual. Hay que notar, con todo, que esa
independencia económica, etc.; y a nivel psíquico, los frecuentes pro-
variante no se puede identificar sin más con el tipo «esquizoide» que se
blemas en el matrimonio de los padres, la relativa inmadurez con la
describe en psicología estructural del carácter341. Lo único que se ma-
que muchos jóvenes, apenas salidos de la adolescencia, se deciden a
nifiesta aquí es que la identificación del clérigo con la función que
contraer matrimonio, el creciente individualismo de las relaciones hu-
desempeña da pie a que, en el campo de las relaciones, se produzca
manas, la aspiración irrenunciable a una compatibilidad emocional y
una disociación entre la sensibilidad y el comportamiento, que termi-
sexual, etc. Cualquier observador de la sociedad no podrá menos de
nará por experimentarse y conceptualizarse subjetivamente como un
darse cuenta de que, en cuestiones de amor, y en las circunstancias
problema «esquizoide», mientras que la estructura primaria de tal
apuntadas, la juventud actual lo tiene bastante más difícil que la gene-
disociación es, más bien, del tipo de neurosis compulsiva, que lleva a
ración precedente.
un desdoblamiento de responsabilidad e inclinación, querer y deber,
Estando a las declaraciones de los obispos sobre este punto, los deseo y obligación.
factores que ponen en peligro el matrimonio son fundamentalmente
Los que verdaderamente sufren de ese «miedo al compromiso» no
dos: primero, la libertad sexual, unida al uso de anticonceptivos, y
son los matrimonios, o sea, la mayor parte de la población, sino preci-
segundo, la «infidelidad»3'9; ambos tienen como raíz el miedo al com-
samente la mayor parte de los propios clérigos, de manera que la ma-
promiso340. Pues bien, quede claro que ese tipo de análisis no hace
yoría de ellos jamás han tenido entre sus brazos a una mujer, si se trata
más que aislar de un modo extremadamente simplista, dentro de la
de hombres, o a un hombre, en el caso de mujeres, por no decir haber-
amplia gama que caracteriza los comportamientos sexuales y matri-
se atrevido nunca a «abandonar» su corazón en otro ser humano, para
moniales, uno solo de los elementos posibles, presentándolo como
reencontrarse en él. Y no porque sus sentimientos —como en el verda-
única causa de la quiebra del matrimonio. Lo que nos interesa aquí es
dero esquizoide— se hayan visto inhibidos desde un principio por un
comprobar que a los clérigos de la Iglesia católica les parece perfecta-
miedo inconsciente e irracional ante un compromiso demasiado exi-
mente legítimo atribuir la crisis matrimonial de nuestros días a ese
gente, sino porque una autoridad externa —primero, la de los propios
«miedo al compromiso», como factor determinante. Al parecer, dejan
padres, y luego, la de la Iglesia— siempre les ha prohibido mantener
de lado —¿intencionadamente?— el hecho de que ese «miedo al com-
una relación con personas del otro sexo. La consecuencia es una sole-
promiso», suponiendo que no provenga de otras causas, es sólo una
dad impuesta, que a muchos clérigos, a pesar de algún intento ocasio-
posibilidad —desde luego, muy específica— de fracaso matrimonial.
nal de rebeldía, no sólo les resulta extremadamente difícil de superar,
Tampoco parecen excesivamente sensibilizados a la injusticia que co-
sino que se les hace mucho más gravosa. Y es que a la duplicidad
meten al acusar de inmoral, llegando incluso a prohibir, la honesti-
inicial de su existencia se añade ahora otra duplicidad, la de su rela-
dad con que muchos jóvenes de hoy, frecuentemente tan sensibles y
ción con otras personas, sean sus propios compañeros, o bien los re-
comprensivos, luchan por instaurar un clima de sentimientos más
presentantes de la autoridad eclesiástica.
veraces y relaciones más auténticas. Pero para un observador impar-
A la sombra de esa soledad se desarrolla furtivamente una verda-
252 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 253

dera angustia existencial, en la que reaparece, aunque ligeramente dis- con toda su energía parecen haber resbalado de la memoria de la gen-
frazada, la primitiva inseguridad ontológica. Hay muchos sacerdotes te, y ahora no son más que objeto de burla, como una reliquia del
que, en su ministerio pastoral, trabajan y trabajan hasta el agotamien- pasado. Y así, en muchos clérigos de edad avanzada que, a sus setenta
to, a riesgo de sufrir un infarto, mientras que, sacando fuerzas de fla- y cinco años, todavía creen un deber continuar «atendiendo» a su pa-
queza, aseguran a sus «compañeros» que les «va estupendamente», fie- rroquia, crece inmisericorde una sensación frustrante de amargura o
les al viejo lema: «¡Pon una sonrisa en tus lágrimas!». Por más que de resignación, acompañada en ambos casos de una insufrible soledad
hacer a otros partícipes de las propias dificultades es, en general, per- y de esa duda persistente que no deja de corroer su corazón: «¿De qué
fectamente inútil, o sea, no suele conducir más que a una curiosidad ha servido todo eso?».
entrometida o a una compasión impotente. Lo único que conseguirá el
clérigo o la religiosa manifestando sus problemas, será agudizarlos aún g) El pastel y el látigo
más. En resumidas cuentas, el precio de la actividad pastoral es la
despersonalización, y el precio de ésta es la soledad, y hasta el deber de La actividad «pastoral» del clérigo, aun en su concepción más ideal,
arreglárselas por sí mismo totalmente solo. posee una dialéctica interna que deriva de dos factores. Por una parte,
Muchas veces, lo único que le queda a un clérigo es el lenguaje la despersonalización que impone el ejercicio del ministerio, unida a
subsidiario de la afección psicosomática. Cuando se encuentra enfer- esa especie de «humanismo personal» con el que se intenta poner de
mo del estómago, del pulmón, del corazón o del intestino, puede manifiesto una «dedicación a la salvación del prójimo», provoca falsas
resultarle hasta conmovedor recibir la visita de algún «colega» que, expectativas y desastrosas decepciones. Por otra parte, la pretensión
hasta el momento, no se había dejado ver y que ahora no hace más que de conjugar una envidiable gentileza y jovialidad de trato con una evi-
elogiar su temple y darle toda clase de consejos para que se mejore. dente intolerancia ideológica —como si aquélla fuera la envoltura, y
Pero, ¿no habrá en todo eso una especie de satisfacción solapada por el ésta la mercancía— incide directamente sobre la actividad pastoral
mal ajeno, como suele ocurrir entre especialistas del mismo ramo, que confiriéndole un carácter de contradicción intrínseca.
compiten por la influencia y el prestigio? Y ¿no habría que interpretar Esa impresión se ve confirmada en buena parte por la literatura de
esos elogios como una especie de panegírico anticipado? De mortuis nuestro tiempo. Baste citar, a modo de referencia, la obra del drama-
nihil nisi bene, que, traducido libremente, podría sonar así: «De los turgo norteamericano Tennessee Williams La gata sobre el tejado de
competidores que, por lo que sea, han dejado de constituir un peligro zinc342, para apreciar el verdadero papel de «los eclesiásticos» en la
se pueden decir cosas bonitas». sociedad actual. El brillante analista de los enrevesados sentimientos
Cuando en la vida de una persona, hacia los cincuenta y tantos, las del corazón humano dedica dos tercios de su obra a presentar la vida
sombras se hacen cada vez más alargadas, empieza una carrera contra de una familia cuyos componentes se ven esclavizados por un juego
la muerte. Entonces a muchos sacerdotes les cae como una verdadera cruel de ambigüedades y mentiras. A medida que la acción avanza, el
venganza de la vida el hecho de que, año tras año, no hayan admitido espectador percibe cada vez con más claridad que los personajes son
otra clase de compensación que el trabajo. Y no es sólo la constatación víctimas de sus aparentemente amables disimulos. El único que no se
de que sus fuerzas físicas van debilitándose progresivamente; para unos da cuenta de lo que pasa a su alrededor, sino que sigue insistiendo en
hombres que han dedicado toda su vida a la difusión y defensa de su grotesca petición de ayuda para restaurar la capilla del cementerio,
determinadas ideas, el mayor peligro que acecha en una edad avanza- es el personaje del clérigo, el reverendo Tooker. Su posición se explota
da es la amargura de tener que reconocer que se les ha pasado su tiem- como mero elemento decorativo de la fiesta familiar, al tiempo que
po, es decir, que han perdido el tren de la vida. En contraste con su sus intervenciones no tienen más valor que el de un ruido de fondo.
pretensión de poseer una verdad garantizada por Cristo y por la Igle- Entre tanto, la tensión entre el joven Brick, un alcohólico empedernido, y
sia, ven ahora que los fundamentos mismos de su proyecto de vida su padre va subiendo de tono, hasta que estalla en una auténtica tempes-
clerical se tambalean peligrosamente y amenazan con derrumbarse. tad verbal que, entre rayos y truenos, libera toda la tirantez reprimida. Se
Todos aquellos contenidos por los que durante tantos años lucharon trata de «la verdad que hace libres» (Jn 8,32)343, es decir, de «la repugnan-
254 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 2.55

cia ante la mentira» que, en resumidas cuentas, es «asco de ti mismo»344. más mínimo interés por los verdaderos problemas humanos; sólo está
El propio Tennessee Williams decía a propósito de su obra: interesada en ella misma. El egocentrismo clerical es el canto del cisne
de la religión. La Iglesia católica tendrá que plantearse ese desafío, si
Mi intención ha sido descubrir todo el caudal de verdad que encie- quiere recuperar su credibilidad en el mundo contemporáneo.
rran las vivencias de un grupo de personas; ese juego recíproco tan Lo que más llama la atención en un personaje como el clérigo del
titubeante, tan encapotado de nubarrones, tan incomprensible, pero drama de Tennessee Williams es su incapacidad para darse cuenta de
tan cargado de tensión febril, de unas gentes que se ven inexorable-
las agresiones que se producen, y actuar como corresponde. Una per-
mente atrapadas en la tormenta de una crisis común'45.
sona como el reverendo Tooker vive en un mundo en el que basta
Lo más significativo para nuestra investigación es el hecho de que, evidentemente —y, en cualquier caso, ésa es su obligación— congra-
en esa lucha decisiva para reconquistar la propia verdad y restaurar la ciarse con los demás como un joven bien educado que trata de agradar
capacidad de amor y de fecundidad, el representante eclesiástico no a la gente con una invitación amable a responder con la misma amabi-
sólo se muestra incompetente, perplejo y totalmente inerme para ha- lidad. La confianza que un hombre así suele tener con sus semejantes
cerse cargo de la situación, sino que se eclipsa en una vergonzosa in- le impide comprender que determinadas agresiones puedan ser legíti-
consciencia y hasta desaparece incluso antes de que comience verdade- mas y que, por tanto, afloren inevitablemente a la superficie y se discu-
ramente ese drama espiritual de la búsqueda de una forma auténtica de tan en común. Un clérigo que quiera obrar como corresponde a su
identidad. De él no se espera absolutamente nada por encima de sus función tendrá que estar necesariamente por encima de unos senti-
desfasados, inoportunos y caducos requerimientos, como la ruinosa mientos tan primitivos como la ira, la rabia, la venganza o el odio.
capilla del cementerio. Para lo que es verdaderamente importante en Pero la verdad es que él mismo jamás ha llegado a experimentarlos
el aspecto humano, para el drama de las personas, él es absolutamente realmente; por eso, tendrá que condenar en otros como «pecado» lo
«incompetente», en el sentido más estricto de la palabra. que, en realidad, no es más que un grito de socorro.
Sin duda, una de las formulaciones más negativas que se han he- En general, esa represión más bien «bonachona» de los sentimien-
cho hacia finales del siglo xx sobre las carencias de la teología católica tos no suele causar graves problemas. Lo que pasa es, sencillamente,
para enfrentarse con la miseria humana es esta descripción verdadera- que es inoperante, tanto para lo bueno como para lo malo; pero eso,
mente dramática de la bancarrota funcional del clérigo, formulada aquí sólo si no se considera como un mal fundamental la despreocupación
como la cosa más natural. Hay que observar, con todo, que hace ya crónica por los problemas del ser humano. Lo que sí puede resultar
mucho tiempo que no se trata de mero «desamparo», como el que, por realmente grave es el intercambio entre la cordialidad y afabilidad
ejemplo, Friedrich Hebbel, en la segunda parte de su trilogía de los profesionales y la actitud de predicación misionera. Pues bien, aquí
Nibelungos, atribuye a la figura del sacerdote, en contraposición con precisamente, en el campo de las relaciones humanas, es donde toma
la sed de gloria y de venganza que devora al mundo «pagano» de cuerpo un problema que no cabe duda que se puede reconocer como
Brumilda y de Crimilda346. Lo que ahí, hace más de un siglo, y bajo una de las más fatídicas consecuencias de la teología actual.
capa de historia, se presentaba como la impotencia del mensaje cristia- Ya hemos visto que todo el que se decide a hacerse sacerdote en
no para enfrentarse con las fuerzas más primitivas de la psique huma- la Iglesia católica debe ser instruido «correctamente», es decir, en
na, pero que, por lo menos, dejaba abierta la esperanza en un mundo un modo de pensar acorde con determinadas fórmulas tradiciona-
mejor, aparece en Tennesee Williams, un siglo más tarde, como una les. La teología que tiene que aprender —y, por tanto, que transmi-
pura indiferencia por parte de los funcionarios de la Iglesia. El mundo tir— está exclusivamente marcada por la racionalidad; de modo
mejor de una vida más auténtica y más sincera no sólo es posible, sino que es bastante lógico que, para él, «predicación» equivalga senci-
que hasta se hará realidad, pero sin intervención de los clérigos, que llamente a la transmisión exacta y fiel de determinadas doctrinas.
son cómplices de todos los embustes tanto privados como públicos. En Con estos presupuestos, se concibe sin dificultad que en los cursos
la obra del dramaturgo norteamericano, la Iglesia no sólo no puede de formación permanente para párrocos y coadjutores, por ejem-
ayudar al hombre, sino que, por su constitución clerical, no muestra el plo, sobre cuestiones de psicoterapia del diálogo, se presente conti-
256 El diagnóstico Estructura, dinámica y mentalidad del clérigo 151

nuamente la objeción de que el esfuerzo por comprender y acom- urbanos, donde prácticamente nadie conoce a nadie, no se espera que
pañar a la gente es, «desde el punto de vista humano», una cosa el párroco vaya por ahí saludando a la gente, a no ser que se trate de un
buena y loable, pero de ningún modo puede constituir una auténti- conocido o haya una razón especial. Lo contrario no sólo estaría fuera
ca pastoral. Pastoral, lo que se dice «pastoral», es presentar e incul- de lugar, sino que hasta resultaría ridículo. En cambio, en una aldea o
car de manera explícita unos contenidos doctrinales perfectamente en una población más pequeña, donde todo el mundo se conoce, es de
claros y con unas fórmulas precisas347. El divorcio entre el pensa- esperar que el párroco se acerque a todos y cada uno, y los trate como
miento teológico y la experiencia afectiva del ser humano disocia conocidos; es más, si por casualidad no saluda a alguien, es fácil que
el mundo de relaciones clericales en dos vertientes contrapuestas: eso se interprete como una imperdonable descortesía. De todos mo-
por una parte, una íntima y solícita amabilidad y, por otra, una dos, cuando un párroco sale a pasear por «su» parroquia y va saludan-
rigidez impositiva, que tienen su única justificación en el compro- do a «su» gente, no sólo hace un gesto de cortesía y de adaptación
miso con una verdad suprahumana e independiente del hombre. diplomática, sino que, al mismo tiempo, siente una «complacencia»,
Esta disociación, fruto de una neurosis compulsiva, impregna to- en el sentido más literal, que halaga y refuerza su sensación de
talmente el comportamiento del clérigo, hasta en sus más mínimos egocentrismo, al verse como protagonista. Lo que dice el Salmo 145,15:
detalles. «Todos esperan con los ojos puestos en ti, Señor», se le puede aplicar a
La causa de ese desquiciamiento es la incapacidad inherente a toda él con la mayor razón del mundo. El peligro está en que esa misma
doctrina de encontrar a Dios en el hombre. Por eso, la teología debería amabilidad, fruto de la función, se convierta inmediatamente en puro
ser fundamentalmente una escuela de contemplación de la vida huma- dirigismo, dependiendo de cada párroco en concreto.
na, en línea con lo que Vincent Van Gogh decía de la pintura: La función pastoral, la mentalidad egocéntrica y la disociación de
la conducta entre un humanismo prescrito y un predeterminado con-
Yo querría expresar en mis cuadros, en esta eterna actividad de trol de las opiniones forman una tríada peligrosa, que sólo se puede
pintor, algo que pudiera entusiasmar a la gente. Lo que antes era la deshacer si, en lugar de contactos esencialmente funcionales, se instaura
aureola que envolvía a los santos es ahora el estremecimiento y la una relación verdaderamente personal. Pero eso supondría un plantea-
luminosidad de los colores. Lo que yo realmente quiero pintar no miento teológico que no concibiera el encuentro entre las personas,
son catedrales, sino los ojos de una persona, porque en ellos late que tiende a integrar al individuo, como opuesto a la finalidad de en-
algo que no se encuentra en ninguna catedral: el centelleo de un contrar a Dios y hacerlo objeto de proclamación. Sólo que esos plan-
alma humana348. teamientos son, todavía hoy, un sueño muy lejano. La gran tragedia de
la psicología clerical reside, entre otras cosas, en que el sacerdote está
Pues bien, mientras la teología no llegue a descifrar en los ojos de obligado, por su función, a dedicarse al hombre para ayudarle a vivir,
un hombre el rostro escondido de Dios, mientras sienta la necesidad mientras que con frecuencia, en virtud de su estructura psíquica, no
de considerarlo incluso prohibido, el mundo de las relaciones huma- hace más que ponerle obstáculos o sembrar de dudas su camino.
nas del clérigo estará tan dividido como su propia mentalidad y su
Por otra parte, también aquí vale la regla de que los problemas
existencia. La misma Iglesia será como un edificio de dos plantas, en el
estructurales de la psicología clerical se hacen cada vez más graves a
que el piso superior queda reservado a los clérigos. Lo malo es que ese
medida que se sube por el escalafón jerárquico, de modo que lo que se
confinamiento forzoso a vivir en la planta noble reduce social y psico-
da en los jóvenes retoños no es, por lo general, más que un modelo a
lógicamente a los «seglares» a una vida de planta baja, a una función
escala reducida de lo que sucede, a tamaño natural, en los más altos
de fuerzas meramente suplementarias. niveles de la jerarquía eclesiástica.
Esta ruptura de niveles se puede observar en infinidad de detalles
Naturalmente, no se puede tratar de la represión de sentimientos,
del comportamiento clerical en su relación con el mundo que le rodea.
propios y ajenos, que produce esa clase de «predicación», sin hacer
Pongamos, por ejemplo, un párroco al que se le ha enseñado en clase
una referencia al aspecto de comodidad psicológica que entraña, y que
de psicología pastoral que en una aldea debe comportarse de un modo
juega un papel realmente determinante en una vida tan ajetreada y
distinto a como lo haría en una gran ciudad. En los grandes centros
258 El diagnóstico

sobrecargada de trabajo como la que llevan la mayoría de los clérigos. B) C O N D I C I O N E S D E LA E L E C C I Ó N :


En su preciosa obra El Principito, concretamente en el personaje del PSICOLOGÍA DINÁMICA
«farolero», Antoine de Saint-Exupéry nos presenta a un hombre que, DE LOS «CONSEJOS EVANGÉLICOS»
fiel a su lema: «Órdenes son órdenes»349, trata de cumplir una tarea
que, en el fondo, hace tiempo que quedó anticuada. Su pequeño plane-
ta gira cada vez a más velocidad, de modo que entre la puesta y la
salida del sol, es decir, entre la hora de encender y apagar los faroles, 1
no pasa ni siquiera un minuto. Pero la orden no ha cambiado. Lo úni-
TRASFONDO PSICOGENÉTICO:
co que quiere el farolero es poder descansar un poco, pero no logra
ASIGNACIÓN DE FUNCIONES EN LA FAMILIA
conseguirlo. Sin embargo, como le aconseja el Principito, le bastaría
organizar su actividad con suficiente lentitud como para permanecer
siempre al sol. Pero el farolero no quiere ir más despacio, sino dormir.
Él quiere ese vértigo de fidelidad al deber de conectar y desconectar;
por eso, su caso es totalmente desesperado. Sin embargo, como bien
observa el Principito, «se puede ser fiel y, a la vez, perezoso»350.
Siguiendo con ese mismo ejemplo, diríamos que los clérigos de la Hasta aquí hemos tratado de analizar las estructuras psíquicas de la
Iglesia católica, si son «fieles» al ideal de su profesión, viven casi como existencia del clérigo a tres niveles: el de pensamiento, el de la forma
fotones, esos elementos mínimos y eléctricamente neutros cuya tarea de vida y el de sus relaciones humanas, sobre el fondo de su inseguri-
es iluminar el mundo, pero que, si llegaran a pararse, se disolverían en dad ontológica. Pero ha quedado pendiente la pregunta por el verda-
la nada, porque en estado de reposo su masa es nula, y por eso se dero origen de esa inseguridad y por los fundamentos de las formas
mueven a la velocidad de la luz. Los clérigos de la Iglesia, al estar específicas con las que el clérigo cultiva sus más íntimas incertidum-
totalmente identificados con su profesión, tienen un miedo innato a bres.
que, sin una vida de actividad y de esfuerzo, se van a convertir en Sin embargo, antes de hablar, desde la perspectiva de los «consejos
nada. Por tanto, aunque no se desplacen a la velocidad de la luz —a evangélicos» de pobreza, castidad y obediencia, sobre ciertos conflic-
pesar de que algún bromista pueda detectar en ellos ciertos rasgos de tos específicos que se plantean en algunos campos concretos de la psi-
la relatividad, como una increíble prolongación del tiempo junto a una cología dinámica, con las formas características de determinadas es-
considerable reducción de longitud y un enorme incremento de «ma- tructuras de inhibición y su correspondiente cristalización ideológica,
sa»—, están persuadidos de que su misión es iluminar el mundo, y no tendremos que reflexionar sobre las circunstancias generales que ro-
dejan de imaginarse que como mejor puede resultar ese proyecto es dean la situación familiar en la biografía del clérigo. ¿Qué presupues-
evitando que ellos tengan que reaccionar ante la más mínima brizna de tos se han de dar en el entorno de la propia casa paterna, para predis-
«materia» poner a alguno de sus componentes a aceptar una función como la de
clérigo en la «gran familia» de la Iglesia? Ésa es la cuestión que nos
ocupa aquí. Y para responder convenientemente, aparte del elemento
fundamental, que es la inseguridad ontológica, disponemos de una
característica tremendamente importante que bien podríamos deno-
minar exceso de responsabilidades.
Hasta este punto, para analizar la existencia del clérigo, hemos
podido recurrir con cierta rentabilidad al modelo del «jefe», según la
descripción que J.-P. Sartre hace de Lucien Fleurier. Pero es claro que,
en cuanto a las motivaciones de fondo, el clérigo de la Iglesia católica
260 El diagnóstico Tras fondo psicogenético 261

se distingue radicalmente de cualquier «Fleurier», sobre todo, por su ca, el ser humano es, por naturaleza, «ontológicamente inseguro»; pero
voluntad objetiva de hacer algo justo y útil para los demás. Pero —y psicológicamente, esta condición fundamental de la existencia huma-
ahí está la paradoja— esa voluntad de ser útil no va unida a una confian- na constituye un problema permanente para cualquier existencia con-
za inquebrantable en la capacidad de la propia persona, sino precisa- creta, si el sentimiento de no ser necesario, es decir, de ser «super-
mente al revés: la falta de una justificación radical de la existencia es lo fluo», radicalmente contingente, no se debe al «ser», en sí mismo, sino
que impulsa, como compensación, el deseo de merecer esa justifica- que nace del rechazo de unas personas a cuya cercanía y calor está
ción por medio de ciertas formas de utilidad. La actitud básica que se esencialmente vinculado «ese ser concreto», sobre todo, en los prime-
manifiesta en ese proyecto de una radical dedicación a los demás con- ros años de su vida.
siste en lo que anteriormente llamábamos resignación. Mientras que la
«Rechazo» no significa casi nunca, en la vida de un niño, el hecho
psicología de un Lucien Fleurier se puede interpretar fundamental-
de que sus padres no hayan querido tenerlo. Eso sucede, desde luego.
mente como una actitud de obstinación, la psicología del clérigo pare-
Pero un rechazo frontal y plenamente voluntario de un ser humano,
ce estar marcada por una extrema actitud de renuncia frente a cual-
aunque en el peor de los casos puede levantar un muro de impenetra-
quier forma de felicidad. Y eso hasta tal punto, que todo esfuerzo
ble frialdad, no suele producir una relación de repulsa tan enérgica
personal por realizarse «puramente» como individuo no sólo suscita
como la que se exige para dar vida a una psicología clerical. Lo que
en él un angustioso sentimiento de culpa y una actitud autorrecri-
caracteriza el origen de esa psicología es un «rechazo» en cierto modo
minatoria, sino que ésa es precisamente la causa de su característico
involuntario, por ejemplo, en el caso de que los progenitores o, sim-
miedo existencial y lo que priva a su existencia de un principio tan
plemente, uno de ellos, estén psíquicamente agotados o sobrecargados
fundamental de la vida humana como es centrarse en el propio «yo»,
de excitación. Por consiguiente, hay que entender «involuntario» en el
una actitud que, por otra parte, no sólo no excluye, sino que incluye
sentido más literal del término. La situación fundamental no consiste
todas las posibles clases de egocentrismo crónico.
en que la madre o el padre, aun pudiendo o queriendo manifestar, de
Esta realidad del clérigo nos lleva a plantear la pregunta por las hecho, sus sentimientos con respecto al niño, no hayan sido —lamen-
condiciones familiares que han podido favorecer ese sentimiento de tablemente— capaces, por determinadas circunstancias, de dar a sus
que la única manera de existir consiste en el puro altruismo, en ser sentimientos una expresión suficientemente intensa. Más bien, lo que
sólo para los demás. De modo que, si prescindimos ahora de la confi- caracteriza esa situación es un cruce de la voluntad, de modo que, por
guración estructural de los problemas, y dedicamos nuestra atención a ejemplo, una madre querría amar de veras a su hijo, pero por alguna
estudiar psicoanalíticamente la etiología de las motivaciones que inci- razón su estado afectivo se lo impide; entonces, ella se fuerza a enta-
den en la vocación clerical, entraremos en el verdadero núcleo de los blar una relación positiva con su hijo, pero lo único que consigue es
problemas que afectan a la vida psíquica del clérigo. poner de manifiesto que su buena voluntad rebasa con mucho la medi-
En principio, se pueden imaginar infinidad de situaciones familia- da de sus verdaderos sentimientos. En ese caso, la relación entre ma-
res en las que un niño pueda llegar a sentirse radicalmente inseguro de dre e hijo carecerá de auténtica cordialidad. Pero entonces, se intenta-
su derecho a la existencia y se vea impulsado a adoptar formas extre- rá sustituir esa falta de cariño espontáneo por un mayor esfuerzo
mas de utilidad y de servicio. Por eso, como en los ejemplos preceden- voluntario que, a su vez, no hará más que reforzar el sentimiento fun-
tes, no se trata de generalizar ciertos rasgos aislados, sino de compren- damental del rechazo de origen, mientras que, por otra parte, el senti-
der mejor, con la ayuda de situaciones concretas, lo específico de una miento de culpa, provocado como reacción, impondrá con mucha más
estructura de conjunto. fuerza el deber de un comportamiento correcto. Se produce así un
El sentimiento de inseguridad ontológica, que hemos presentado primer círculo vicioso de sentimientos reprimidos y culpable tenden-
como realidad fundamental en la motivación de la existencia del cléri- cia a la reparación de un deber moral que, del lado de la madre —la
go, se puede entender, desde el punto de vista psicoanalítico, como persona en la que se localizan los primeros contactos—, prefigura ya
consecuencia directa del sentimiento de no ser aceptado por las per- en buena medida la futura orientación clerical. La única relación que
sonas responsables de los primeros contactos. En perspectiva filosófi- se establece entre madre e hijo es una actuación voluntaria impuesta
262 El diagnóstico Tras fondo psicogenético 263

por determinadas obligaciones morales. En principio, todo debe suce- No se trata aquí —hay que repetirlo una vez más— de discutir la
der razonable, ordenada y responsablemente, pero, en realidad, todo justificación de ciertas representaciones de la escatología cristiana. Ya
rezuma una ambigüedad crónica de sentimientos y una discordancia lo hemos expuesto detalladamente en otra obra1. Lo único que nos
verdaderamente llamativa entre querer y ser. interesa ahora es reducir el significado sensible del contenido de esas
Más adelante encontraremos este mismo fenómeno en la existen- representaciones a determinadas experiencias que durante la infancia
cia y en la conducta del clérigo. Pero hasta entonces, todavía nos que- han debido de ser tan poderosas como para marcar y configurar toda
da, desde el punto de vista de la psicogénesis, un largo y tortuoso la vida subsiguiente con la fuerza de una predeterminación del destino.
camino. Sería un verdadero error querer interpretar las relaciones en- Por tanto, hay que tomar a la letra esas doctrinas teológicas y procurar
tre el modelo paterno y la elaboración infantil según un esquema tan interpretarlas no precisamente como promesas de un futuro, sino como
simplista como el del sello y su impronta, en vez de fijarse en la conti- recuerdos inconscientes de la primera infancia, sustituyendo el térmi-
nua dialéctica de un intercambio de contradicciones recíprocas, que es no «Dios» por la imagen de la madre que se ha formado durante los
lo que realmente caracteriza la relación entre padres e hijo. primeros meses de vida. Igual que en la escatología cristiana existe un
Dios que, en sí mismo, es bueno y providente, pero cuyos planes cho-
can contra las condiciones del mundo real —que él mismo, según su
I. EXIGENCIA RIGUROSA Y EXCESO DE RESPONSABILIDAD designio inabarcable, ha creado tal como es, y no de otra manera—,
habrá que presuponer en la psicogénesis del clérigo, como condición
Para hacerse una idea exacta de la complejidad de estas relaciones, básica, una situación en la que existe una figura central —de ordina-
podríamos imaginar, por ejemplo, una madre para la que la mera exis- rio, la madre— que deja en el niño una permanente impresión de que,
tencia de un hijo supone una carga insoportable. En otras circunstan- aun estando llena de buenas intenciones, en lo más decisivo no es ca-
cias, ella sería indudablemente lo que se suele llamar «una buena ma- paz de entregarse tal cual es en realidad. En otras palabras, hay que
dre». Es decir, lo que pesa sobre la relación entre madre e hijo no es, en experimentar a la madre tan cercana como para despertar las más
primer lugar, una cierta incompatibilidad neurótica. Al contrario, para vivas esperanzas y, al mismo tiempo, tan lejana como para poder cau-
la formación de una futura psique clerical lo más apropiado parece ser sar el trauma de la decepción. Sólo una experiencia tan contradictoria
que el hijo crezca a la sombra de una madre que sea suficientemente puede generar la ambigüedad que, como hemos visto, es una de las
«maternal» como para transmitir una imprescindible sensación de características más acusadas de la psicología del clérigo.
amparo, pero que, al mismo tiempo, no pueda ser, de hecho, ni entre- En estas circunstancias, no hay ninguna posibilidad de escapar de
garse como ella realmente desearía. ese robo recíproco de la vida, a no ser que llegue a suceder lo que los
Plantear este postulado resulta indispensable por dos razones. Pri- más puros sentimientos morales prohiben con la mayor firmeza: de-
mera, sólo una mujer que, por principio, tenga carácter maternal po- volverse mutuamente la responsabilidad sobre su propia vida y ser tan
drá reaccionar con un sentimiento de culpabilidad ante las dificultades «egoísta», que cada uno aprenda a vivir independientemente, la madre
en el desempeño de su papel de madre y tratar de compensar esa ca- como mujer, y el hijo como chico o como chica. Una madre que no ha
rencia con una dedicación especial a su deber. Segunda, una persona aprendido a vivir por sí misma impedirá necesariamente el desarrollo
que, como madre, sea absolutamente fría y rechace positivamente a su normal de su propio hijo. Para muchas madres (católicas) no puede
hijo jamás podrá educarle como vemos que pide la psicología del futu- haber cosa más terrible en la vida que descubrir que, en el fondo, tie-
ro clérigo. Éste, de por sí, cifra toda su esperanza en alcanzar, por lo nen una deuda total con sus hijos y son culpables, sobre todo, de haber
menos en Dios, o en otro mundo distinto del «meramente» terreno, provocado en ellos ese mismo sentimiento de culpabilidad que les
una unión paradisíaca y una especie de abrigo en algo que le propor- marcará de por vida. Detrás de un niño que, en el drama de su insegu-
cione absoluta seguridad. En su concepción, si desaparecieran todos ridad ontológica, se siente culpable de existir hay siempre una madre o
los obstáculos terrenos, el mundo sería maravilloso, feliz, seguro, en un padre que, de alguna manera, se sienten también ellos culpables de
una palabra, un verdadero cielo. ser mujer o madre, o de ser hombre o padre. En el plano moral no hay
264 El diagnóstico Tras fondo psico genético 265

salida posible para ese entramado humano de una existencia corroída «padre». Más concretamente, pensaba que el «ambiente vital» en el
por el continuo sentimiento de culpabilidad que, precisamente por eso, que nacieron esas ideas y sentimientos fue la situación de una «horda
se siente incluso moralmente culpable en muchos aspectos. primitiva» de régimen patriarcal, que desapareció por un levantamien-
to de los hijos contra el monopolio sexual que los individuos «alpba»
ejercían sobre las mujeres de la horda, y que terminó con una especie
II. REPARACIÓN DE LA REALIDAD DE LA EXISTENCIA: de asesinato del tirano 2 . En particular, en cuanto a la concepción cris-
ORIGEN INFANTIL DE LA IDEOLOGÍA CLERICAL DE SACRIFICIO tiana del sacrificio, Freud pensaba que no se podía hablar de una en-
trega sacrificial del hijo en humilde sumisión a la voluntad del Padre; y
Alrededor de ese sentimiento de culpabilidad va cobrando forma una creía poder probarlo por el simple hecho de que el «sacrificio» del
constelación de relaciones fixistas sobre las que se apoyará toda la vida «Hijo» relegaría a una especie de segundo plano la preeminente posi-
ulterior y que quedarán profundamente grabadas en la conciencia como ción del Padre, tal como lo profesa la religión cristiana. Freud veía en
una base secreta para interpretar desde ahí el sentido de la historia y de esta realidad el laborioso triunfo de un deseo íntimo, aunque forzo-
la constitución del mundo. samente reprimido, de llegar a destronar al «padre», privándole de su
Difícilmente se encontrará un estado de vida tan absolutamente (omni)potencia3.
ideologizado como el del clérigo. Por eso, un estudio psicoanalítico de Ni que decir tiene que no vamos a embarcarnos ahora en una dis-
esa mentalidad deberá seguir paso a paso y con la mayor exactitud la cusión sobre el carácter puramente especulativo de esa «horda prehis-
complicada urdimbre entre el inconsciente y el consciente, entre las tórica» que Freud postula en los mismos albores de la humanidad, ni
vivencias de la primera infancia y las reflexiones de la edad adulta, sobre el valor altamente problemático de la selección de monografías
entre la psicología de las pulsiones y la interpretación del mundo. que llevó a Freud a elaborar su «mito científico»4. Tampoco hay nece-
Hasta el momento, hemos tratado de comprender la idea teológica sidad, ni mucho menos, de subrayar que, aunque la concepción freu-
de una «elección» divina a ser clérigo, a partir del sentimiento funda- diana tiene cierto fundamento en la descripción de las estructuras
mental de la inseguridad ontológica y de la consiguiente identificación patriarcales tal como las propone la psicología social, el patriarcalismo
del «yo» con determinados ideales y preestablecidos contenidos de vida —y con él, la teoría edípica que Freud desarrolla a partir de ese fenó-
capaces de «justificarla». Resultado del análisis ha sido también la con- meno— no es una constante de la naturaleza, sino simplemente una
vicción de que el excesivo relieve que cobran en teología moral ciertas variante cultural5, cuyo influjo en la historia de la civilización europea
posiciones, por ejemplo, sobre la indisolubilidad del matrimonio, hay difícilmente se puede sobrevalorar6.
que entenderlo, en buena parte, como racionalización de las experien- Para nuestro planteamiento lo más importante es subrayar que el
cias y conflictos de la vida matrimonial de los propios padres. Incluso tema central de la doctrina teológica cristiana sobre el sacrificio no
ciertos postulados de la reflexión teológica, por ejemplo, la idea —ra- brota de la oposición edípica del hijo contra el padre, que sólo se
yana en lo maniático— de que lo que hemos denominado «temor al manifiesta en una etapa relativamente tardía del desarrollo psicológi-
compromiso» es causa de tantas tragedias conyugales se puede inter- co, sino que nace originariamente y como de manera espontánea de
pretar fácilmente como una proyección de lo que experimentan los la relación entre madre e hijo. Por eso, igual que el propio Freud, du-
propios clérigos en sus problemas personales. Pero queda por resolver rante la elaboración de sus teorías psicoanalíticas, se vio obligado por
una de las más importantes cuestiones teológicas, la idea de que el los estudios de su amigo y colaborador Karl Abraham a retrasar hasta
mundo sólo puede ser redimido del pecado y de la culpa mediante el la primera infancia la posible aparición de los conflictos neuróticos 7 ,
sacrificio que «el Hijo» ofrece al «Padre». también nosotros, para explicar el origen de la inseguridad ontológica
Una de las convicciones de Sigmund Freud radicaba en el hecho de y de su correspondiente idea de sacrificio en la psicogénesis del cléri-
que la doctrina cristiana sobre el sufrimiento redentor de Jesús com- go, nos vemos obligados a situar sus factores etiológicos en una etapa
portaba un exceso de fantasía punitiva en relación con el carácter re- muy temprana, es decir, en la relación del niño con el objeto de sus
volucionario de los sentimientos de agresividad del «hijo» para con su primeros contactos, o sea, esencialmente en la relación con su madre.
266 El diagnóstico Tras fondo psicogené11co 267

En la misma medida en que la madre se sacrifica por el bienestar de lo que impulsa a la madre a sacrificarse por el bienestar de su hijo es su
su hijo, le incumbe a éste el deber de sacrificarse por el bienestar de «inconmensurable amor» hacia él.
su madre. A la luz de esta descripción de la psicogénesis del clérigo, En estas reflexiones, lo realmente decisivo no es sólo el mayor
las sensaciones de miedo o de indignación y las reacciones de culpa- grado de comprensión psicoanalítica que proporcionan al enfocar así
bilidad o de deseo de reparación que experimenta el hijo sólo se los problemas, sino, ante todo, su capacidad de explicar —y, por tan-
pueden explicar como el desarrollo lógico de aquella primera to, de solucionar— una paradoja que amenaza con pervertir psicológi-
interacción originaria. camente la teología cristiana de la redención, transformando su men-
La consecuencia de este planteamiento es tremendamente impor- saje de libertad en un sistema de represión masoquista del propio «yo»
tante. Si esto es así, nuestra explicación del profundo significado psi- y en una teoría decididamente sádica del sacrificio. Según los enuncia-
cológico de la ideología clerical de sacrificio deberá ser mucho más dos de la teología dogmática, el sacrificio de Cristo —su muerte en
literal que si se basara meramente en el psicoanálisis de Freud. Para cruz— es fuente de «justificación» y «perdón», de «expiación» y «re-
comprender el proceso de formación que llevará a un niño a hacerse dención» para nuestra existencia humana 8 . Pero, por otra parte, el te-
clérigo, hay que pensar, desde una perspectiva psicológica, igual que rrible sufrimiento del Hijo de Dios, que «se entrega» como única vícti-
lo hace la teología desde su punto de vista doctrinal. Toda nuestra ma inocente por toda «la multitud», no puede menos de dejar clara la
existencia se funda en un sacrificio originario, que nos obliga a un enorme culpabilidad del ser humano. Ahora bien, el efecto inmediato
agradecimiento infinito, ya que revela y, al mismo tiempo, remite la de esa doctrina no consiste precisamente en una sensación de alivio y
imperdonable culpa de los orígenes, el «pecado original». Este princi- de liberación, sino, por el contrario, en un renovado y más agudo sen-
pio teológico, extremadamente ambiguo y hasta contradictorio, se timiento de culpabilidad. ¿Quién querría ser «redimido», si para ello
entiende sin dificultad, si se toman en serio todos sus detalles como tuviera que matar a una persona tan amable e infinitamente bondado-
recuerdo biográfico. sa, a una persona incluso divina, como se manifestó en Jesús, el Mesías,
y convertirse así en asesino precisamente del que es el fundamento de
La sensación vital del clérigo percibe que toda su existencia está
la propia existencia9? Por otra parte, los efectos psicológicos de esa
literalmente transida de una profunda inseguridad ontológica y que
concepción teológica no dejan ver ni una sola huella de satisfacción o
sólo se puede realizar cumplidamente en virtud de un sacrificio origi-
de alegría de vivir, sino única y exclusivamente desmedidos sentimien-
nario, que no es precisamente el de Cristo, sino el que ofrece su propia
tos de indignidad, de odio a sí mismo, de punzante culpabilidad, de
madre para redimir «al hombre», es decir, «al mundo», o sea, al hijo,
insoslayable deber de sacrificio. ¡Unos sentimientos que se consideran
de la culpa de estar en el mundo. Esta «culpa», que exige un sacrificio
«cristianos»!
tan inconmensurable, no es propiamente de naturaleza moral, aun en
sentido teológico, sino que está «misteriosamente» vinculada a la rea- En realidad, cualquiera que sea la interpretación teológica de la
lidad misma de la existencia. Más adelante, al exponer los consejos doctrina cristiana de la redención10, lo que no se puede negar es que
evangélicos de «pobreza» y «obediencia», veremos con mayor detalle sus consecuencias psicológicas han cobrado una forma que, a lo largo
que, desde el punto de vista psicoanalítico, esa experiencia de una de toda la tradición clerical, no ha servido para un retorno a la «acep-
«culpa original» está relacionada en los mitos populares con el tema tación inmediata» del ser, para un nuevo descubrimiento de la origi-
oral de comer alimentos prohibidos. Aquí, por el momento, baste to- nalidad primitiva, o para un regreso a la confianza espontánea en la
mar el dato en el sentido más literal de experiencia biográfica, es decir, realidad de la vida. Para lo único que ha servido es para provocar un
que el mero hecho de estar en el mundo ya impone sobre la realidad de sentimiento de dependencia absoluta y una permanente autoflagelación.
la existencia un pesado y, a veces, hasta fatídico sentimiento de culpa. Dicho con más exactitud, los esquemas arquetípicos de sacrificio y
Porque en la situación que tenemos que considerar originaria ya exis- de reparación11, con sus correspondientes ambivalencias afectivas, han
tían esos deseos y necesidades absolutamente normales de un niño que, quedado teológicamente formulados de tal manera, que sus represen-
en la situación específica de la madre, constituyen una exigencia exce- tantes e ideólogos son preferentemente hombres, como en el caso de
siva. De modo que —¡en conformidad total con el dogma cristiano!— los clérigos, cuya psicología está marcada por una experiencia infantil
268 El diagnóstico Tr as fondo pstcog enético 269

de ambigüedades traumáticas, vividas en un clima de crueles ideas de tencial, la difusión de las indulgencias papales, cuyo paladín era el
sacrificio y deberes de reparación. Y como, en perspectiva contraria, fraile dominico Tetzel:
parece que, en el marco de la teología imperante en la Iglesia, los úni-
cos predestinados a ser clérigos, es decir, «elegidos» por Dios, son pre- Cuando nuestro Señor Jesucristo predicaba: «¡Haced penitencia!»
cisamente las personas que poseen esa sensibilidad, resulta que, desde (Me 1,15), no se refería a esas obras que vosotros denomináis in-
hace siglos, los únicos que logran encaramarse a los puestos clave de la dulgencias; lo que quería decir es que toda vuestra vida debe ser
jerarquía eclesiástica son los sujetos cuya mentalidad se ajusta a la teo- una penitencia14.
logía clerical del sacrificio como el guante a la mano. Y así se cierra un
nuevo círculo vicioso entre teología y psicología, entre una superes- Para Lutero, el verdadero «retorno» (= conversión, penitencia) de
tructura racional y las experiencias reprimidas durante la primera in- una vida descarriada consistía en una apertura del corazón del hom-
fancia. El caso es que este flujo y reflujo de constricciones no sólo bre, convulsionado por la angustia, a una confianza incondicional en
determina y prescribe al clérigo, a nivel individual, una serie de formas Dios. La auténtica «penitencia» residía, según él, en una renuncia a
que no tienen nada que ver con la redención, sino que, incluso al nivel todos esos miedos que, en definitiva, nos llevan a desear «merecer» la
genérico de la Iglesia en cuanto colectividad, eleva a rango de criterios justificación de nuestra existencia a base de multiplicar las «buenas
de vida cristiana una ideología y una práctica de permanente aliena- obras». De hecho, ese planteamiento comportaba la abolición de la
ción y represión. idea de sacrificio y, por consiguiente, a corto o a largo plazo, la des-
aparición incluso del propio estado clerical, como forma de vida «de
Para esta mentalidad, y en el ámbito de las vivencias prácticas, el
mayor mérito» que la que llevan los «seglares», inmersos en la realidad
«descubrimiento y realización del "yo"», tal como se formula y se exi-
«mundana»15. Si es verdad que Dios quiere la existencia humana y la
ge en psicoanálisis y en filosofía existencial, no son más que «tentacio-
ratifica plenamente, sin ningún tipo de restricciones o condiciona-
nes diabólicas», actitudes anticristianas y hasta antidivinas, propias de
mientos, su gracia sólo será digna de crédito, si el individuo llega a
los «enemigos de la cruz de Cristo» (Flp 3,18). Sin embargo, esa con-
adquirir conciencia de su derecho inalienable al desarrollo personal.
cepción desvirtúa radicalmente las enseñanzas de Jesús, ya que de unas
Por consiguiente, no es posible invocar una teología del sacrificio para
palabras como las del Maestro, que rezuman una inequívoca confianza
contraponer un encuentro de la persona consigo misma a una «obe-
en el amor de Dios, sin previas exigencias sacrificiales12, se empeña en
diencia» a Dios, a Cristo, o a la Iglesia16. Si es cierto que la inseguridad
deducir un sistema de sacrificio ininterrumpido y de obras humana-
ontológica no se puede subsanar con obras, la teología del sacrificio
mente meritorias.
pierde todo su fundamento; y, paralelamente, también el estado cleri-
La íntima vinculación que existe entre la psicología del clérigo
cal pierde toda su consistencia como modo de vida marcado por la
católico y las ideas y los sentimientos de una mentalidad específica de
función, completamente institucionalizado y concebido como esen-
sacrificio se ve con claridad meridiana en la «experiencia» histórica
cialmente superior al estado de los «seglares».
que supuso la época de la Reforma. Cuando, a principios del siglo xvi,
el monje agustino Martín Lutero se esforzaba continuamente con toda Desde el punto de vista de los reformadores, el reproche más grave
clase de oraciones y penitencias por liberarse de la desgarradora zozo- que se puede hacer a los clérigos católicos es que, en vez de ponerse en
bra que le planteaba su angustia existencial, y se veía totalmente impo- manos de Dios con absoluta confianza, tratan de conseguir por cami-
tente para conseguirlo, descubrió, de pronto, que las cartas de Pablo a nos opacos una santidad que se autojustifica exclusivamente por las
los Romanos y a los Gálatas le proporcionaban la clave de la «reden- obras. El reproche no deja de tener su lógica, porque en la medida en
ción»: Dios nos justifica no por las obras de la ley, sino «únicamente que Dios sólo puede «reconciliarse» con el hombre mediante una ac-
por la fe» (sola fidé) y «sólo por su gracia» (sola gratia), es decir, sin ción concreta, es decir, mediante un «sacrificio», también el hombre
que el hombre lo pueda merecer previamente 13 . Con la seguridad de debe «colaborar» a la «acción salvífica» con su correspondiente dispo-
esa intuición, el futuro reformador eclesiástico se puso a fustigar vio- nibilidad para una entrega en sacrificio17. Los reformadores tenían ra-
lentamente lo que él consideraba una farsa de predicación bíblica peni- zón al afirmar que la permanencia o la extinción del estado clerical
270 El diagnóstico
Tras fondo psi cogenéttco 271

católico depende, desde un punto de vista dogmático, de la teología ñeza y de sublimidad, de aversión y de inclinación hacia determinadas
del sacrificio; pero, sobre todo —y eso es lo que realmente nos interesa ideas. La historia de la teología, sobre todo, en la época de los prime-
aquí—, incluso desde una perspectiva meramente psicológica. En el ros concilios ecuménicos, es la de un continuo y violento choque entre
marco de nuestra investigación, lo que nos preocupa no es determinar la exaltación fanática de los «creyentes» y la dubitativa frialdad de los
qué clase de teología —bíblica, o dogmática— es la «correcta»; lo verda- «no creyentes». Pues bien, esa refracción de material arcaico, rechaza-
deramente importante es comprobar la íntima vinculación del estado do en un primer momento y proyectado luego al ámbito de la divini-
clerical con la idea de sacrificio. El planteamiento confirma la concep- dad, es lo que, desde el punto de vista psicoanalítico, confiere a los
ción psicoanalítica de que la psicología del clérigo tiene que proceder «dogmas» de la fe cristiana su apariencia de lo que podríamos llamar,
fundamentalmente de la experiencia de un sacrificio originario (el de con Th. Reik, «idea compulsiva»21.
la madre), ya en los comienzos de la vida (del niño).
En concreto, el dogma de la Trinidad profesado por el cris-
Es claro que, hasta aquí, nuestra presentación de la teología del tianismo, si se compara con ciertos paralelos en la historia de las
sacrificio deja bastante que desear. Por eso, para comprender plena- religiones, se puede interpretar indiscutiblemente como una variante
mente su trasfondo psicológico, es decir, todo su bagaje de vivencia —transformada, eso sí, en un sentido patriarcal— de la tríada fami-
humana, tendremos que prestar atención a unas cuantas precisiones de liar arquetípica: padre, madre e hijo22. Por ejemplo, en la teología
naturaleza teológica. tebana del Antiguo Egipto se reconocía la tríada de divinidades Amón,
Según un postulado de la teología, el «Hijo» no habría tenido que Mot y Khons23, y los vínculos familiares entre Osiris, Isis y Horus
sacrificarse por los hombres, si no hubiera tenido que someterse a la constituían el trasfondo teológico de la sucesión dinástica de los
incomprensible «voluntad del Padre», y «cumplirla» llevando a cabo la faraones24. Y aun en el panorama de la teología actual, un investiga-
«obra redentora» por una aceptación «obediente del sufrimiento». De dor que ha dedicado varias décadas de su vida a elaborar una concep-
ese modo, la teología del sacrificio ensancha su significado y se con- ción precisa del Espíritu Santo, no duda en confesar en la introduc-
vierte en una cuestión de «economía salvífica de la Trinidad»; más ción a una de sus obras la utilidad práctica de sus reflexiones altamente
aún, si se interpreta correctamente, tiene ya una prefiguración incluso especulativas sobre la doctrina trinitaria, ya que cabe esperar de ellas
en el ámbito de las «procesiones intratrinitarias»18. Ante la dignidad una clarificación de la teología del matrimonio y de las relaciones
hierática de una doctrina tan sublime, que se ha enseñado por genera- entre hombre y mujer, y entre padres e hijos25. ¡Como si, en el fondo,
ciones y generaciones de teólogos desde el siglo n d.C. hasta hoy, de todas esas reflexiones no provinieran de una experiencia familiar, en
poco sirve el reproche, aun justificado en sí mismo, de Oskar Pfister, vez de ser meras derivaciones teológicas aplicadas al ámbito de la
cuando dice que todas esas elucubraciones y fórmulas teológicas no familia! Para entender, en particular, el papel del padre en la teología
han hecho más que transformar al Dios que nos presentó Jesús como cristiana del sacrificio, hay que liberarlo psicoanalíticamente de su
objeto de una confianza como la de un niño con su padre en un lejano proyección (metafísica), para reintegrarlo a la experiencia vital, o
y contradictorio espectro conceptual19. sea, biográfica de la primera infancia. Y para eso, hay que tomar cada
Sin embargo, la realidad es que ese «espectro conceptual» de la detalle lo más literalmente posible.
doctrina trinitaria, con la idea de un Padre que, por amor al hombre,
Una cosa que llama poderosamente la atención es que en ninguna
no perdona a su propio Hijo, sino que lo entrega a la muerte, y a una
de las múltiples ramificaciones especulativas de la teología dogmática
muerte de cruz (Flp 2,8), tiene unas raíces muy profundas en las vi-
se encuentra la idea de que el «Padre» haya experimentado una satis-
vencias del espíritu y es, en cierto sentido, connatural al hombre. Lo
facción en el sufrimiento de su «Hijo». A diferencia de numerosos mi-
«espectral» o, como dice Freud, lo inquietante20 de esa concepción y
tos populares en los que los hijos de los dioses o los héroes son desolla-
de esa doctrina reside en que las huellas de su origen en el inconsciente
dos vivos o torturados a muerte —por ejemplo, el sátiro Marsias,
han quedado borradas por un proceso de represión tan precoz como
amarrado a un poste y despellejado por Apolo26—, en la teología cris-
profundo. De modo que se puede decir que una de las características
tiana no hay ni la más mínima huella de sadismo o de voluptuosidad
del dogma cristiano es una mezcla de miedo y de fascinación, de extra-
morbosa por parte del Padre frente al indecible tormento del Crucifi-
272 El diagnóstico Trasfondo pstcogenético 273

cado. Desde luego que, dada la extraordinaria relevancia que cobran de ser suficientemente fuerte como para arreglárselas ella sola. En nin-
la sangre y el sufrimiento en la presentación cristiana de la crucifixión gún caso debe considerarse al padre como un auténtico sinvergüenza,
de Jesús, no parece absurda la idea de que esa falta de sadismo sea aunque por sus circunstancias personales no haga más que provocar
consecuencia lógica de una tremenda represión27. ¡Por lo menos, el conflictos objetivamente serios y no deje de ser una carga. Para la
Padre, que no sólo quiere, sino que hasta considera inevitable ese mons- psicogénesis de una mentalidad clerical es totalmente imprescindible
truoso tormento, debería experimentar, al fin y al cabo, su «satisfac- que, por encima de todo, se pueda —¡y se deba!— tener fe en el «pa-
ción»! Pero precisamente ese momento decisivo no aparece por ningu- dre» como en una persona bienintencionada.
na parte, ni siquiera por alusiones. Al contrario. Hasta ha habido una Ya hemos indicado antes que la «mitología» particular, constitui-
interpretación teológica —la «patripasiana»28— que afirma expresa- da por los recuerdos familiares de muchos clérigos, incluye la idea de
mente que «el Padre sufría» al ver sufrir a su Hijo. En una considera- que el matrimonio de sus progenitores ha funcionado, globalmente, de
ción psicoanalítica, se podría ver en esta idea un reflejo de las viven- manera satisfactoria. Pero al mismo tiempo, también observábamos
cias contradictorias de la primera infancia. todo el cúmulo de agresividades reprimidas y de percepciones engaño-
Se comprende, pues, que en el sacrificio del «Hijo» en favor de la sas que encierra esa impresión. ¡Cuántas veces habrá tenido que ser
«humanidad» hay que entender que, originariamente, se condena a la precisamente la madre la que haya tratado de ocultar a sus propios
madre a una vida de renuncia y de privación. Es su sacrificio el que ojos, y a los de su hijo, la verdadera realidad de su vida sacrificada,
confiere al niño «salvación», «vida» y «perdón» de la «culpa» de exis- aparentando estar tranquila en la dureza de su existencia, sea por ha-
tir. En el contexto de esa situación originaria, lo que constituye desde ber comprendido la situación, o por intentar suavizarla con excusas
el punto de vista psicológico un factor absolutamente plausible y, en sentimentales! Si, por ejemplo, el padre llega a explotar en un arrebato
definitiva, irrenunciable, es que, detrás del drama sacrificial entre ma- de cólera, y levanta la voz desconsideradamente, no habrá que tomar-
dre e hijo, hay un padre que aparece como el verdadero autor, como el lo demasiado en serio; no es que haya perdido el control, sino que,
destinatario y beneficiario de la escena; y, como se asegura feha- más bien, está agotado de trabajar por su familia, y necesita un poco
cientemente, contra su propia voluntad. A pesar de todas las aparien- de tranquilidad. Si apenas se le ve jugar con sus hijos, o si les interrum-
cias, el padre no es en modo alguno un déspota cruel; al contrario, de pe en sus juegos con un bufido, no hay que pensar, por eso, que sea un
acuerdo con los postulados teológicos, hay que considerar como una egoísta despreocupado. ¡Ni mucho menos! En realidad, quiere a los
expresión de amor desbordante su contemplación —o, más bien, su niños; y bastaría que se le presentase una ocasión, para demostrárselo.
obligación de contemplar— cómo su «hijo obediente» (es decir, su pro- De hecho, no importa que la madre crea o no de veras en esas explica-
pia esposa) se «sacrifica» por el bienestar del «mundo» (doméstico). ciones de la conducta del marido; lo importante es que su hijo —él,
Así es, precisamente, como se deben conjugar todos los factores sí— tiene que creerlo.
para propiciar el nacimiento de una «vocación» clerical. Porque, si el La idea de que, en el desarrollo psíquico del clérigo, el padre deba
padre no fuera más que un pervertido o un ser brutal, se llegaría fácil- ser considerado como una persona delicada y cariñosa, aunque su pe-
mente a una alianza beligerante entre madre e hijo. En semejante situa- culiar modo de proceder llegue a causar, e incluso a exigir, una buena
ción, una mujer tendría que dejar de sacrificarse, aunque sólo fuera dosis de sufrimiento, no es sólo un postulado de la teología, sino que
para proteger a su hijo; para defenderle a él, e incluso para defenderse es, además, y originariamente, un dogma de la psicología. Y el mejor
a sí misma, tendría que luchar contra las intolerables exigencias de su testimonio de esa convicción y su prueba más irrefutable es el sacrifi-
marido. ¡Una condición tremendamente escuálida para engendrar la cio de obediencia que se le ofrece. Y como la madre no deja de ofrecer
resignada disposición al sacrificio en la que, como hemos expuesto a su marido un claro testimonio de amor y de fidelidad, habrá que
anteriormente, radica la mentalidad clerical! Para que una mujer acce- creer realmente que el padre es, por su parte, merecedor de todo cari-
da a «sacrificar» su persona y su propia felicidad por el bien de sus ño. El sacrificio de uno prueba el amor del otro.
familiares, tiene que acariciar, como premio, la esperanza, por mínima Sólo en esta constelación de experiencias de la primera infancia se
que sea, de que puede contar con el amor de su marido, o la sensación puede dar una descripción fiable de la teología clerical del sacrificio.
274 El diagnóstico Tras fon do pstcogenético 275

Lo único que cabe añadir es que todo lo que aquí se dice de la «madre» Todavía no se ha podido determinar de manera unívoca en qué
se puede aplicar también al padre, e inversamente, según se contemple consiste exactamente ese signo sacramental. Pero también en este as-
la historia familiar desde la perspectiva de un chico o desde la de una pecto merece una consideración muy particular la opinión de santo
chica, y de acuerdo con la distribución del papel de «padre» o de «ma- Tomás de Aquino. El gran representante de la teología de la Edad
dre» en el seno de la familia. No es necesario subrayar que hay muchos Media opina que el símbolo específico de la ordenación al sacerdocio
padres cuyo carácter es más bien «maternal» y, por el contrario, mu- es la entrega del cáliz o, por lo menos, el encargo simbólico de celebrar
chas madres en las que predomina el tipo «paternal». Pero el presu- la misa32. Así es como el sacerdote, con su «nueva personalidad» mi-
puesto básico para que la teología del sacrificio se llegue a vivir de nisterial, se convierte en vivo representante, en heraldo y protagonista
manera tan fascinante que pueda marcar toda una vida humana con la de la celebración cultual de la muerte y resurrección de Cristo. Según
imagen del futuro clérigo es que la psicodinámica de la biografía fami- la frase de san Pablo, tiene que «llevar en su propio cuerpo el sufri-
liar se ajuste, como acabamos de exponer, a las características de «sa- miento de Cristo» (Gal 6,17)33 para perpetuar entre los hombres «la
crificio» y «obediencia», en una relación a tres como la que se da entre acción salvífica» de Dios y llevarla a su «cumplimiento». No se puede
«padre», «madre», e «hijo». negar que en los últimos veinticinco años la teología propiamente
sacrificial de la misa se ha ensanchado —o, tal vez, se ha sustituido—
por la concepción de «banquete». Pero resulta que con eso se pone en
III. VARIACIONES DE LA RESPONSABILIDAD: tela de juicio la peculiaridad única del ministerio sacerdotal, vinculada
EL SÍNDROME DEL SALVADOR esencialmente al sacrificio.
Hay que insistir, una vez más, en que no tratamos aquí del origen
Estas consideraciones podrían parecer suficientes para explicar la dogmático o de la justificación de tales concepciones; la cuestión que
psicogénesis de la idea cristiana de sacrificio. Pero, en realidad, nos nos interesa, en este punto, sigue siendo exclusivamente psicológica.
falta el aspecto más importante, o sea, cómo el niño, el futuro clérigo, Es decir, nuestro planteamiento quiere investigar cuáles tienen que
debe recorrer ese camino sacrificial durante su vida. También aquí se haber sido las vivencias que, como por un destino fatal, han predis-
puede sacar un buen partido de la reflexión teológica. Lo único que se puesto desde el punto de vista psíquico a un ser humano a concebir
necesita es escucharla con «oído psicológico», porque, de hecho, ofre- subjetivamente su tarea, es decir, esa forma típica de autocomprensión,
ce indicaciones muy valiosas sobre prácticamente todos los detalles de como una realidad evidente, como la clave para interpretar toda su
los sentimientos y vivencias que acompañan el proceso de formación vida, como la verdadera liberación de todos los desgarramientos de la
del futuro clérigo. —¡propia!— existencia.
El primer punto es que la existencia clerical está orientada a una En este punto, desde una perspectiva psicoanalítica, no podemos
conformidad con Cristo. Según los principios de la teología, «imitar a menos de aceptar la concepción teológica de que el Espíritu de Cristo
Cristo» es un deber de todo fiel cristiano, pero «especialmente» (?) del se comunicó a los creyentes, o sea, a los «salvados», en el momento de
clérigo29. En esa «imitación», lo más importante es la identificación la muerte de Jesús34. En lenguaje psicoanalítico, habría que decir que
con el «sufrimiento expiatorio» del «Salvador» en su camino hacia la la identificación —inconsciente— del niño con su «madre», o más bien
muerte. Él es el modelo; y la conformidad con él será la prueba más con su «espíritu» de sacrificio, es lo que le impulsará más tarde a asu-
fehaciente de una auténtica imitación30. El sacerdote de la Iglesia cató- mir personalmente la función de clérigo en la Iglesia. La tarea que se le
lica recibe una consagración particular para un ministerio sublime, ya presenta consiste en tratar de mantener literalmente en vida y arrancar
que, por la imposición de las manos del obispo, se le transmite el Es- de la esclavitud de la muerte a su madre, que ha ofrecido su sacrificio
píritu Santo, que en el signo sacramental le constituye «sacerdote para personal por el bienestar de su familia; y eso lo va a llevar a cabo por
siempre», tanto en la tierra como en el cielo, y por la gracia inherente una imitación del comportamiento de la madre y por una asimilación
al sacramento le imprime una «marca indeleble», el sello, el carácter de su espíritu. Sólo en el —¡libre!— sacrificio personal del hijo se cum-
de su existencia sacerdotal31. ple en plenitud la «obra» de la madre, porque sólo así puede desapare-
276 El diagnóstico Trasfondo psicogenético 277

cer el sentimiento de culpabilidad por haber colaborado a la muerte de de Cristo contemplándola desde la perspectiva de la —¡propia!— ma-
su madre. Sólo en la aceptación del espíritu maternal de entrega y de dre 38 . Por el contrario, en las Iglesias nacidas de la Reforma, parece
renuncia se hará realidad tangible la «redención» de la culpa de existir. que es precisamente su clara relativización del estamento clerical lo
Desde una visión teológica, se podría objetar que el psicoanálisis, que las lleva a rechazar la relevancia de la figura de María. En otras
al dar especial relieve a la experiencia de la madre, sustituye el papel palabras, el marcado acento que adquiere la «mariología» en la re-
que se atribuye a Cristo en la teología clásica de la redención, ya que, flexión teológica del catolicismo es una nueva y espléndida confirma-
en realidad, la función de Cristo es decididamente masculina, y en ción de nuestra tesis psicoanalítica, cuyo postulado esencial es que, en
ningún modo se puede identificar con cualquier aspecto femenino. La la psicogénesis del clérigo, el esquema de «sacrificio y redención» que
diferencia salta a la vista, por ejemplo, con la figura de Buda, que en propugna la teología dogmática se realiza en el sacrificio de la «ma-
las célebres representaciones chinas de Kuanyin (diosa de la misericor- dre» en favor del «padre». Pero al mismo tiempo, ese principio nos
dia, nacida del Bodhisattva Avalokiteshvara35) aparece con rasgos típi- enseña, psicoanalíticamente, un planteamiento ulterior, que resultará
camente femeninos. Pero la objeción es más ficticia que real. Bastaría decisivo.
hacer referencia al desarrollo que ha experimentado la teología católi- En un buen número de monografías de carácter psicoanalítico se
ca durante el último siglo y, más concretamente, a la progresiva im- suele interpretar la mariología de la Iglesia católica como una deriva-
portancia que se da a la participación de María, la madre de Dios, en la ción del complejo de Edipo39. El presupuesto tácito del análisis es que
obra de la redención 36 . Desde el lado teológico se percibe, y con razón, el «hijo» debe «ser crucificado» por su transgresión, que consiste en
que la idea cristiana del sacrificio estará psicológicamente descentrada, haber querido imponer sus pretensiones sexuales sobre la madre, con-
mientras sólo gire en torno a figuras masculinas. Por eso, parece razo- tra la voluntad del padre. El árbol de la cruz y el cuerpo desnudo del
nable poner junto a la «acción salvífica» de un varón, como Cristo, y crucificado son una representación apenas disfrazada de la unión coital
con una importancia correspondiente, la cooperación y el sufrimiento incestuosa40; de modo que el simbolismo de la cruz expresa simultá-
compartido de su propia madre. neamente el deseo incestuoso y su castigo41. Esa clase de interpreta-
No se puede negar que la reflexión dogmática sobre la corredención ción se inspira fundamentalmente en el análisis freudiano del comple-
de María no ha llegado aún a nivel de dogma solemnemente definido37. jo de salvador41, que Freud atribuye al deseo del niño de liberar a su
Pero, por otra parte, no dejan de ser, hasta cierto punto, legítimas las madre de la prepotencia decididamente «bestial» del padre. El tema
objeciones de la teología protestante, cuando reprochan a la teología subyace a una infinidad de mitos y cuentos populares 43 , en los que un
de la Iglesia católica que la figura de María ha adquirido en su menta- héroe se pone en camino para acometer las más difíciles tareas y libe-
lidad pietista prácticamente el mismo significado que la persona de su rar finalmente a una doncella encantada de la cautividad a la que unos
Hijo, si es que no ha llegado a superarla e incluso a suplantarla. Pues monstruos espantosos la tienen sometida.
bien, de lo que realmente se trata, desde un punto de vista psicoanalítico, En particular, la relevancia que se da en la Iglesia católica a un
es de una progresiva revelación del trasfondo psicogenético de la men- tema como el de la perpetua virginidad de María44, y la imposición
talidad clerical, más que de una intención consciente de desdibujar la todavía vigente en la actualidad de interpretar ese magnífico símbolo,
doctrina dogmática de la redención. De hecho, psicogenéticamente, es tan común en la historia de las religiones de diversos pueblos45, de
la madre la que con su comportamiento inicia al futuro clérigo, ya desde modo puramente externo y privado de connotaciones simbólicas, es
su primera infancia, en el papel de Cristo (y le hace entender, de este decir, como un fenómeno biológico46, confirma plenamente, por parte
modo, el fundamento espiritual sobre el que se asienta su vida). Por de la teología católica, la interpretación freudiana del complejo de
consiguiente, es impensable que se pueda renunciar a esta clase de ex- salvador-redentor. Igualmente, ese modo de interpretar el tema adole-
plicación tan decisiva, que ve el pleno cumplimiento de la pasión re- ce del fallo fundamental de todas las consideraciones psicoanalíticas
dentora de Cristo en el ejemplo de la (Gran) Madre. que toman el «complejo de Edipo» como un dato originario, o sea,
No cabe duda de que la teología católica, mientras esté en manos como un principio fijo y absolutamente privado de prehistoria. Por
de clérigos, sólo podrá comprender la eficacia de la muerte redentora decirlo de una manera un tanto audaz, si los clérigos católicos no su-
278 El diagnóstico
Trasfondo psicogenético 279
frieran verdaderamente más que del «complejo de Edipo», no existi-
De ahí precisamente suele brotar el excesivo sentimiento de responsa-
rían clérigos en la Iglesia. Es sencillamente imposible que unos niños
bilidad y de sacrificio del «yo» para la salvación del «mundo», que
que, por lo general, deben desarrollarse con una cierta normalidad
caracterizará más adelante la existencia del clérigo católico.
entre los cuatro y los cinco años, puedan experimentar exclusivamente
Una de las paradojas inherentes a toda investigación psicoanalítica
en un campo como el de la sexualidad —es decir, en el círculo de
es que el rechazo que se manifiesta ante sus conclusiones suele ser
Edipo— tales traumatismos y tales frustraciones, que sean capaces de
tanto más violento cuanto más evidente es la sensación de su impres-
echar sobre sus hombros todo el catálogo de renuncias que, en los
cindible pertinencia. Aunque sólo sea por eso, resulta absolutamente
diferentes campos pulsionales, corresponden a los llamados «consejos
irrelevante tratar de investigar el trasfondo psicológico de la existencia
evangélicos».
clerical con los métodos habituales de una encuesta o de una estadísti-
Ya tendremos oportunidad de exponer detalladamente cómo el
ca47. Ya hemos visto antes lo increíblemente difícil que les resulta a la
tema de Edipo ejerce una influencia determinante sobre la enojosa cues-
mayoría de los clérigos llegar a reconocer personalmente, aunque sea
tión del celibato. Pero sería un error de bulto y, a la vez, una simplifi-
de lejos, la enorme cantidad de problemas y conflictos por los que ha
cación absolutamente irresponsable de las dificultades psíquicas del
tenido que pasar la vida conyugal de los propios padres. Lo más co-
clérigo pretender que el punto de partida e incluso la meta de su solu-
rriente es que, cuando se inicia una terapia, se necesiten muchos meses
ción son los conflictos planteados por la «exigencia de castidad», sólo
o incluso años para sacar a la luz, contra un impenetrable muro de
porque ésa es la cuestión más llamativa y la primera que descubrió
resistencias, la historia de las más auténticas motivaciones de su voca-
Sigmund Freud. La conclusión más lógica es la contraria. Precisamen-
ción clerical.
te por ser el dato más llamativo, es sin duda el último en el desarrollo
psicológico y, por eso, el más susceptible de quedar sepultado desde Hay que admitir, con todo, que lo que acabamos de exponer hasta
un principio por otros múltiples factores. Lo que realmente condicio- aquí es susceptible de una objeción perfectamente justificada, que se
na, como elemento primario, el proceso global del desarrollo de un podría formular en los siguientes términos: es fácilmente comprensible
clérigo no es, desde luego, la aparición de dificultades en el campo de que, por ejemplo, un niño cuya madre esté afectada de frecuentes ata-
la sexualidad, sino toda una serie de cuestionamientos de alcance mu- ques cardíacos se vea presa de una angustia de muerte y se aferré a su
cho más profundo, que llegan a poner en tela de juicio la salvación o la madre haciendo lo posible, y hasta lo imposible, por mantenerla en
condena, el ser o no ser, la realización o el fracaso de la existencia vida. Pero ése no es, propiamente, el problema que nos ocupa; se trata
humana, que es precisamente lo que constituye el fondo de la reflexión simplemente de un caso aislado, que no permite deducir una conclu-
y de las definiciones teológicas. El sacrificio redentor que tanto la sión de tipo general.
«madre» como el «hijo» tienen que ofrecer para salvar el mundo del Para refutar esta objeción, hay que reconocer que la psique huma-
«padre» no consiste en la represión de determinadas pulsiones sexua- na sólo dispone de una capacidad limitada de experiencia y de un re-
les, sino en encontrar una justificación de la existencia en general. Si es ducido número de mecanismos de reacción con los que responder a la
verdad que la vida de una persona sólo puede realizarse plenamente multiplicidad de estímulos provenientes de la realidad circundante. Por
cuando se decide a abrirse al amor, también lo es, por el contrario, la ejemplo, «el miedo» siempre se experimentará, subjetivamente, como
constatación de que sólo es capaz de amor el que ha encontrado la una sensación de angustia, sea ante el culebreo insólito de un relámpa-
alegría de su vida en el amor de otra persona. Pero la psicología del go, la conmoción de un terremoto, el estampido de un cañonazo, o la
sacrificio, con todas sus ambivalencias, sólo empieza más allá de esa ridicula presencia de un ratón. Análogamente, ese mismo efecto psico-
seguridad ontológica que los mitos populares describen con la sim- lógico puede provenir de la propia inseguridad ontológica, de un sen-
bología de un paraíso originario. La verdadera cuestión, lo realmente timiento radical de culpabilidad o de responsabilidad, de las respecti-
decisivo, no es saber cómo se puede competir con el padre por el amor vas tendencias al sacrificio —como hemos supuesto que se dan en la
de la madre, sino cómo salvar a la madre que, con el sacrificio de su primera infancia del futuro clérigo—, o de cualquiera otra constelación
existencia, trata de asegurar a toda costa la estabilidad de su familia. de impresiones psíquicas en la que la relación entre el padre y la madre
sólo puede estabilizarse, a los ojos del niño, mediante el sacrificio indi-
280 El diagnóstico Tr as fondo p stcogen ético 281

vidual de una de las dos partes (en general, la «madre»). Con todo, y so. Pero desde el punto de vista psicológico, tiene más importancia,
con la única pretensión de servir de ayuda al que quiera embarcarse en para la experiencia del niño, su participación en el miedo y en el
un análisis de su situación personal, se podrían describir algunas varian- desamparo íntimo de su madre. Cuando un niño ve que la persona a
tes de las principales fuentes de angustia típicas de la primera infancia. la que más se agarra en busca de seguridad está tan agobiada ella
La primera posibilidad es la ausencia del padre. Naturalmente, misma que no puede ofrecerle ninguna protección, se le derrumba
esta situación puede evolucionar más tarde, preferentemente en el sen- todo su «mundo». Por eso, para esa niña de cuatro años, su única
tido de una pronunciada relación edípica entre madre e hijo. Sin em- tarea consistía en consolar a su madre tratando de sacarla de su des-
bargo, para entender el problema de la inseguridad ontológica, debe- esperación y dándole ánimos para seguir viviendo. No cabe duda de
mos partir, como hemos indicado, de una situación anterior y que la niña se daba perfecta cuenta de que su vida suponía una enor-
preguntarnos qué sentimientos puede provocar en la madre el hecho me carga para su madre. Pero, por otro lado, el hecho de que ella
de que falte el padre. estuviera allí era prácticamente lo único que podía dar sentido a la
Vamos a suponer, por ejemplo, que el padre está en el frente de vida de la madre.
batalla, cuando su hijo —el futuro clérigo— viene al mundo. Lo que Esas dos clases de experiencia se conjugan en el subconsciente del
en el niño se consolidará más tarde como «inseguridad ontológica» es, niño, para crear el mencionado intercambio entre complejo de culpa-
ante todo —y objetivamente—, la inseguridad real en la existencia de bilidad y misión redentora, entre la sensación de que mejor sería no
la madre. Son precisamente sus sentimientos de soledad y desespera- existir en absoluto y la convicción de haber nacido para ser «salva-
ción, de inquietud y desánimo, de desamparo íntimo y permanente dor», lo que, en definitiva, no deja de tener un componente religioso.
espera, lo que habrá que tener en cuenta para comprender los contras- Porque, ya que un niño no puede hacer objetivamente nada por el
tes, frecuentemente imaginarios, entre resignación y confianza que bienestar de su madre, tendrá que acudir, en cierto sentido, a inventar-
determinan la estructura psicológica de muchos clérigos. La experien- se él mismo algún tipo de consolación religiosa, si es que no lo encuen-
cia de su propia infancia les ha enseñado que para el bienestar de la tra ya en la propia fe de su madre. Es precisamente la inseguridad
persona no cabe esperar mucho de la actividad del sujeto. Siempre hay ontológica lo que, al llegar a su más exacerbado dramatismo, provoca
una posibilidad de que un inesperado cambio del destino venga a me- en el interior del niño, como la cosa más natural, un sentimiento reli-
jorar la situación. Por ejemplo, puede ocurrir que el padre, después de gioso que despliega en él todas sus virtualidades, como si sobre el río
muchos años de cautiverio, aparezca de repente en casa; o que, des- de lava que fluye de la erupción de un volcán quisiera construir una
pués de años de exilio o de una vida errante, encuentre un sitio donde casa de basalto para sí y para su familia.
establecerse con toda su familia. Este ejemplo tan simple ilustra cómo hay que interpretar el tema
Este contraste entre resignación y esperanza es fundamental, sobre del «sacrificio de la madre» en beneficio del «padre». De hecho, el
todo por sus implicaciones religiosas. Por una parte, el miedo real de padre no tiene por qué estar implicado ni subjetiva ni moralmente en
la madre y, por otra, su esperanza contra toda esperanza pueden crear el problema. Basta que la sucesión objetiva de acontecimientos no ofrez-
en la conciencia del niño una tensión que sólo podrá resolverse me- ca a la persona más cercana al niño otra posibilidad de supervivencia
diante unas expectativas religiosas que apuntan hacia un más allá que la postergación extrema de su vida, para que se desencadenen los
ultramundano. Avivando ciertos recuerdos de su infancia, confesaba mecanismos descritos de miedo, complejo de culpa y sentido de res-
una religiosa: «Me acuerdo perfectamente que un día —yo debía de ponsabilidad, con su decisiva incidencia en la psicogénesis del futuro
tener por entonces unos cuatro años— estaba en la cama de mi madre clérigo. Pero éste es sólo uno de los innumerables ejemplos de la diver-
y ella me dijo que muy pronto iban a llegar los americanos y lo más sidad de formas que puede adoptar el miedo y la desesperación frente
probable era que destruyeran el pueblo. Entonces las dos nos pusimos a la ausencia del padre. Lo realmente importante para nuestro propó-
a rezar, para que papá volviera de la guerra». sito es el hecho de que, en sustitución del padre ausente, el niño ocu-
En estos recuerdos de la infancia, es importante, ciertamente, que pa el puesto central en la vida de la madre, una posición literalmente
la propia madre busque un alivio de sus miedos en el ámbito religio- de «salvador», que da sentido y entidad a su vida.
282 El diagnóstico Trasfondo psicogenético 283

Pero también se da la situación inversa. Una proximidad agobiante especie de diplomacia pendular entre su padre y su madre, para preve-
del padre puede suscitar en la vida de la madre una sensación de miedo nir posibles malentendidos o conjurar una amenaza de ruptura; a sus
que repercute en el niño creando en él una inseguridad ontológica en ocho o diez años se vieron en la necesidad de comprender a su padre o
grado máximo. Sin duda, eso se debe fundamentalmente a factores de a su madre mucho mejor de lo que sus mismos progenitores eran capa-
orden externo. Es el caso del desempleo, que hace al hombre andar ces de comprenderse mutuamente. Lo decisivo en tales circunstancias,
como perdido, siempre gruñendo y de mal humor, y poniendo a todos al menos a nivel de representación subjetiva, era mantener las suficien-
los nervios de punta. Puede ser también una enfermedad o un acciden- tes fuerzas, incluso esperar un milagro, para encontrar la solución más
te laboral o de tráfico, que le convierte en un inválido permanente o en apropiada. ¿No hay un viejo proverbio que dice que «la oración de un
un jubilado precoz. Pero por impresionantes que sean esas circunstan- niño atraviesa las nubes»? ¡Cuántos clérigos, siendo todavía niños, tu-
cias del destino desde el punto de vista externo, lo que realmente causa vieron que arrodillarse ante el Padre del cielo para pedirle que prote-
en la familia una sensación de inseguridad ontológica no es tanto el giera a su madre de los desmanes de su padre o, al revés, a su padre de
hecho en sí cuanto el impacto psicológico que produce. la incomprensión de su madre y, de paso, su propia existencia perso-
En esas condiciones, sólo se puede concebir una vocación a clérigo nal situada entre los dos frentes49!
si, aunque el padre sea una carga, la madre toma las riendas y el ejem- Ahora bien, ¿cuántas religiosas y cuántos sacerdotes serían capa-
plo de su entrega basta para mantener un cierto orden y dar consisten- ces de confesarse a sí mismos y a los demás y, por consiguiente, de
cia a la familia. Igual que en la teoría de la Historia elaborada por explotar en provecho propio, aunque no fuera más que de un modo
Arnold Toynbee, para que nazca una cultura superior es necesario que aproximado, ese misterio de su «libre» decisión y de su «entrega total»
se produzca un justo medio entre las condiciones climáticas de ex- a Cristo en una vida que, como hay que creer, se «realiza plenamente»
trema dureza, como en el Ártico, y de extremada bonanza, como en las en su comunidad religiosa y en el ejercicio de su ministerio? En la
islas tropicales de los mares del Sur48, también para que nazca una mayor parte de los casos se necesitan años y años para acercarse por el
«vocación» clerical y pueda desarrollarse convenientemente, las con- camino real de los sueños, de los recuerdos escondidos y de las progre-
diciones más propicias son las que derivan de un cierto grado —so- sivas manifestaciones a las verdades ocultas, reprimidas y celosamente
portable y admisible— de inseguridad ontológica. Y muchas veces, el guardadas de la propia biografía. Por fin, en una revelación en catara-
principal factor del «desafío productivo» que, por un exceso de responsa- ta, se entera uno de que su padre o su madre eran prácticamente unos
bilidad, empuja al niño o a la niña hacia la vida clerical es precisamen- alcohólicos, que pasaban días y días sin dirigirse la palabra, que se
te la cercanía psíquica del «padre». dejaban llevar de incontrolados ataques de cólera, que no había entre
En la formación de una psicología de clérigo, lo fundamental es ellos la menor muestra de ternura o de cordialidad, que aquel matri-
que en escenas y vivencias de esta clase tiene que haber una motiva- monio burgués que aparentemente era un camino de rosas era, en rea-
ción muy fuerte que produzca en el sujeto, ya como niño, la tendencia lidad, una especie de hibernación mantenida de la que uno sólo podía
a situarse del lado de la parte más débil, como responsable de toda la despertar verdaderamente a la muerte del otro, para recuperar su au-
familia. Si anteriormente hemos analizado el interés de la teología moral téntica plenitud vital. Es entonces cuando se llega a percibir que, de
—formulada por clérigos— en rechazar categóricamente el derecho de niño, había que esforzarse en serio por comprender lo incomprensible,
los cónyuges al divorcio aun en circunstancias extremas, aquí encon- por soportar lo insoportable, por desear lo imposible, con la esperanza
tramos un elemento mucho más profundo que la ya mencionada acti- de una armonía y de una paz sobrenatural donde no había más que una
tud hostil con respecto a la biografía familiar. Muchos clérigos son guerra sorda.
conscientes de que su tarea, ya desde la infancia, ha consistido en pro- Sin esa medida bien colmada de hipoteca psíquica, no se puede dar
curar una cierta estabilidad, un equilibrio y, en definitiva, una salva- esa combinación específica de inseguridad ontológica y sentimiento de
ción para el matrimonio de sus padres. responsabilidad que se necesita para hacerse clérigo. Pero el camino
Resulta verdaderamente conmovedor escuchar cómo una religiosa está prácticamente andado cuando, por fin, uno se permite tomar con-
o un sacerdote cuentan que, siendo niños, ya tuvieron que ejercer una ciencia del inevitable sentimiento de culpabilidad frente a los verdade-
284 El diagnóstico Tr as fondo ps i cogen ético 285

ros problemas que agitaron la vida de los progenitores, y se decide a Paralelamente a esas determinaciones, uno se sentirá responsable, re-
afrontarlos con decisión, en vez de tratar de apaciguar —y, por tanto, chazado, cargante, o celoso. Pero debe quedar claro que todos esos
de reforzar— los miedos de la primera infancia, trasponiéndolos sin conflictos, aunque aquí los estudiamos separadamente, por exigencias
más a las estructuras compulsivas de la gran familia que es la Iglesia. de exposición, están íntimamente relacionados y giran en torno a un
solo núcleo, que podríamos denominar complejo de Caín y Abel.
La mayor parte de las enconadas rivalidades entre hermanos, si no
IV. CAÍN Y ABEL: LA FUNCIÓN DE LOS HERMANOS todas sin excepción, se alimentan no precisamente de incompatibilida-
des mutuas, sea cual sea su naturaleza, sino más bien de la oscura
Una paradoja típica de la existencia clerical consiste en que es la única pregunta sobre cuál es el sentimiento de los padres, especialmente de
profesión humana en la que, en virtud de la función, se hace todo lo la madre, sobre cada chico o cada chica en particular. Todo niño tien-
posible por considerar a los compañeros como «hermanos o hermanas de, casi desde su nacimiento, a hacer todo lo imaginable por ganarse lo
en Cristo», como miembros de la gran familia de la Iglesia, mientras más posible la atención y el cariño de su madre. Cualquier limitación
que esa nostalgia de la unidad familiar es frecuentemente fruto de las o renuncia que se le imponga en este sentido suscita en él, de buenas a
violentas tensiones con los propios hermanos de sangre. El ejemplo primeras, su más cerrada oposición y protesta.
más conocido de esas tensiones es el que se refleja en diversos textos Sin embargo, hay dos instintos que pueden atenuar —y, un día, tal
evangélicos (Me 3,21 50 y Me 6,1-6S1) que hablan con toda claridad de vez hasta refrenar— su pretensión de disponer en exclusiva de su ma-
las dificultades y tensiones internas entre Jesús y sus hermanos y pa- dre: por un lado, la creciente necesidad de afirmar su independencia,
rientes. que le llevará progresivamente a considerar ciertas formas de exagera-
Pero en esta investigación de los factores fundamentales que inci- da atención materna como una tutela que pone trabas y coarta su desa-
den en la psicogénesis del clérigo y le atribuyen su auténtico papel rrollo personal; y, por otro lado, el amor hacia su madre y la necesidad
primario no se trata de las simples incompatibilidades o de los fre- de buscar en ella su seguridad, es decir, lo que se llama técnicamente
cuentes roces que son normales entre hermanos, sino de los conflictos libido anaclítica del objeto52. Ese instinto obliga al niño a respetar
que, como con un poder fatal, determinan la autocomprensión del siempre a su madre y a firmar una especie de compromiso entre sus
hombre para todo el resto de su vida. Esos conflictos son ciertamente propias demandas y las posibilidades maternas. Lo decisivo es que un
inevitables, es decir, no se deben a las típicas fricciones de cualquier niño sólo estará dispuesto a admitir voluntariamente determinadas
pandilla de muchachos, sino que están enraizados en la cuestión ver- restricciones, si ve que realmente puede contar con su madre y deposi-
daderamente central que se le plantea a todo niño: qué puesto ocupa tar en ella su confianza. Y al revés, cuanto mayor es el miedo que tiene
él, entre todos los demás, en los sentimientos y afectos de sus padres, el niño a perder a su madre, tanto más se aferrará desesperadamente a
especialmente de su madre. También aquí vale la regla de que de las ella y estará más inclinado a interpretar cualquier signo de privación o
más variadas situaciones puede deducirse un resultado relativamente de rechazo por parte de la madre como una ratificación de su miedo a
semejante. Para la formación de la psicología propia del clérigo, lo que ella ya no le quiera realmente.
más importante es que, cualesquiera que sean las circunstancias con- Sobre ese fondo de inseguridad ontológica, hasta las cuestiones en
cretas de su génesis, se produzca una interacción entre inseguridad apariencia más simples sobre el tiempo e intensidad de dedicación
ontológica y sentido de responsabilidad. Sólo hay que hurgar lo sufi- pueden degenerar en conflictos dramáticos de poder y superioridad53,
ciente en la biografía de un clérigo para descubrir que, en el fondo, eso en los que la madre, en vez de poder contar con la «colaboración» del
es lo que resulta con una pasmosa regularidad. niño, se tiene que embarcar en una lucha de su voluntad contra la
En la serie de hermanos se producen, por lo general, cuatro clases voluntad de su hijo.
de diferentes conflictos, según la escala de posibles particularidades: el Entonces se produce rápidamente un segundo y fatal círculo vi-
conflicto entre el bueno y el malo, entre el mayor y el menor, entre el cioso. El niño se siente más que nunca rechazado, incomprendido y
sano y el enclenque, entre el guapo y el feo (o entre el listo y el tonto). atropellado en sus deseos presuntamente justos, y sin la más mínima
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posibilidad de entender que el hecho de que sus deseos sean excesivos, donde no los hay, termina por invadir la conciencia de la persona con
incondicionales, engañosos, e incluso desmesurados, unos deseos que hedor insoportable. La única posibilidad de respirar aire fresco es la
ni siquiera la madre más cariñosa, a pesar de toda su buena voluntad, esperanza en otra vida totalmente distinta, una vida en el más allá, que
podría satisfacer como él quiere, no es más que consecuencia lógica de de vez en cuando sopla incluso aquí como una brisa refrescante, en-
sus propios miedos. E inversamente, la madre, que de todos modos ya vuelta en sueños de nostalgia.
se siente agobiada por engendrar en su hijo un sentimiento de insegu- «No ser hijo de nadie», decíamos anteriormente para describir el
ridad ontológica, no podrá menos de acusar las excesivas exigencias sentimiento fundamental del clérigo. «No ser jamás un niño», debería-
del niño y, consecuentemente, ponerse a la defensiva contra sus de- mos decir ahora, cuando se trata de definir la relación de angustia con
mandas. Se entabla así entre madre e hijo una relación de lucha que, respecto a la propia madre y la ambigüedad de sentimientos con rela-
en vez de solucionar los conflictos, lo único que consigue es enconarlos ción a los demás niños, sobre todo a los demás hermanos, que marca,
aún más. Se comprende, pues, que pueda llegar un momento en que la en cierto sentido constitutivamente, la existencia del futuro clérigo,
madre ponga en la balanza toda su superioridad sobre el niño y trate vaya a ser en el sacerdocio o en una orden religiosa. A propósito, deja-
de eliminar a brazo partido esos «malos hábitos» infantiles. mos entre paréntesis el problema de los llamados «niños-sandwich», o
Por el contrario, en la psicogénesis del clérigo habrá que asumir sea, aquellos cuyas dificultades provienen precisamente de verse obli-
que la norma es, por lo general —según la teoría del sacrificio—, la gados a crecer y desarrollarse entre el mayor y el menor de los herma-
sumisión depresiva del niño54. La madre, en lugar de imponerse por nos. Por lo general, sus conflictos vienen a sumarse a los que expe-
un camino directo, tratará de forzar al niño indirectamente, lanzándo- rimentan los que abren y cierran el arco familiar. Estructuralmente,
le determinadas señales: por los caminos de su tristeza y de su sufri- ofrecen una infinidad de variaciones posibles, pero en cuanto al tema
miento, y mostrando sus debilidades, terminará por hacerle capitular. de este estudio, no añaden cambios sustanciales a lo que vamos a ex-
Y así, para no parecer más cargante, más culpable y más aborrecible, el poner a continuación.
niño se verá obligado a refrenar en lo posible sus caprichos y sus nece-
sidades; más aún, deberá sentirse culpable de expresar ciertos deseos a
1. La eterna historia de Caín y Abel:
una madre como la suya, tan agobiada y oprimida por las exigencias
confrontación entre el bueno y el malo
de su maternidad.
En adelante, se va a invertir el sistema de valores. Si antes el niño No hay mejor ilustración de la lucha a muerte que se entabla entre los
reprochaba a su madre que le trataba injustamente, en el futuro se hermanos inmersos en un mismo mundo de inseguridad ontológica
sentirá obligado a considerarse a sí mismo, con todas sus exigencias, que la historia de Caín y Abel, como se cuenta en el libro bíblico del
como la viva imagen de la injusticia, como una basura, como un ser sin
Génesis (Gn 4,l-16 s s ).
moral, desvergonzado e impertinente. En las sesiones de terapia, lo
El tema del relato es la situación de unos hombres que se sienten
que uno acaba por conocer sobre la verdad «auténtica» de los que han
esencialmente rechazados, bajo el peso de una maldición de Dios que
crecido en tales circunstancias son manifestaciones como «soy un cer-
ya se había cebado en sus progenitores. Al otro lado del Edén, el jardín
do integral», «no soy más que basura». Y a la pregunta: «¿Por qué cree
de las delicias de los «comienzos» del mundo, donde el hombre vivía
usted que es un ser tan absolutamente despreciable?», la respuesta es,
en la unidad natural de su propio origen, la naturaleza estaba corrom-
por lo general: «Y yo qué sé. No tengo razones positivas, pero así es
pida. Pero ahora el hombre, para recuperar la sensación de ser acepta-
como me siento. Son cosas que pasan, ¿no cree? Y estoy seguro de que
do por la divinidad, a pesar de su sentimiento existencial de culpa,
usted piensa lo mismo, ¿no es verdad?». Evidentemente, hubo un tiempo
tendría que pagar tributo a la tendencia secreta de la religión de todos
en el que esa sensación estaba plenamente justificada. Pero de eso hace
los pueblos y amoldarse al lema que define la vida de todo «clérigo»,
ya mucho. Lo que queda es una propensión a acusarse a sí mismo, y
en cualquier época de su historia: sólo se puede ser aceptado, si se está
descargar a los demás, en caso de conflicto. Pero esa tendencia excesi-
dispuesto, porque se está dispuesto, y mientras se esté dispuesto a ofrecer
vamente enfermiza a ver conflictos por todas partes, preferentemente
en sacrificio no sólo cosas materiales, sino, ante todo y sobre todo, el
288 El diagnóstico Tras fon do psi cogenético 289

propio ser personal. Sólo si se logra configurar la vida del modo más decir, en el más extremado egocentrismo y en una absolutización egoísta
inteligente, más fecundo, más prometedor y más útil posible, se pue- del propio «yo».
de tener una oportunidad de encontrar esa «aprobación» que tanto se En la historia de Caín y Abel, ese hombre que hace sólo un mo-
añora. Por otra parte, dada la constitutiva inseguridad ontológica del mento ofrecía a Dios en sacrificio lo mejor de sus rebaños es el mismo
hombre, sólo se puede superar el sentimiento innato de ambigüedad que, instantes después, contra la voluntad de Dios y contra sus aspira-
existencial, si se renuncia radicalmente a los más íntimos deseos e inte- ciones más profundas, se va a convertir en asesino de su hermano, sólo
reses. Para alcanzar el amor, hay que sacrificarse a sí mismo. porque éste parece gozar de una mayor aceptación. Cuanto más inten-
Esta divisa y condición de los hijos de Eva podría funcionar, hasta so es el miedo a ser excluido, más terrible es la agresividad que se
cierto punto, si el hombre viviera en aislamiento. Pero la historia de desata con toda su potencia de destrucción y de liquidación del com-
Caín y Abel nos cuenta lo que necesariamente sucede cuando al menos petidor, de ese otro, que se ha convertido en enemigo simplemente por
dos sujetos se enfrentan como inexorables rivales en su desesperado ser mi hermano o mi hermana, por el hecho de formar parte de mi
esfuerzo por reconquistar un amor perdido, mejor dicho, un amor nunca misma familia. Al fin y al cabo, toda esa competitividad, esa lucha, no
realmente poseído. Cuando el «prestigio» de la propia existencia de- tiene más que un objetivo: conquistar el amor.
pende de los méritos personales, cada uno se convierte en un peligro Pero donde la contradicción despliega tintes de verdadera tragedia
mortal para el otro, que entra en la escena de la vida con las mismas es en el hecho de que toda esa hostilidad no puede menos de presentar-
aspiraciones y con el mismo fondo de miedo. se como realmente perversa a los ojos de la persona cuya benevolencia
Ahora bien, las enormes ventajas que una naturaleza generosa, se pretende conquistar. Porque, ¿no es lógico que un buen niño tenga
aunque no siempre justa, ha concedido al otro, sin méritos por su par- que ser educado y cariñoso especialmente con sus hermanos, procu-
te, suponen una amenaza permanente para los propios esfuerzos por rando no hacerles daño ni causarles ningún disgusto? Pues bien, ahí
conseguir el amor, la consideración y el reconocimiento. Por tanto, precisamente es donde un miedo excesivo puede llegar a producir una
para tener seguridad en sí mismo, habrá que combatir, desvirtuar, anular extrema desesperación. El otro —el hermano o la hermana—, por el
y hasta deformar esas cualidades del otro, que le confieren un halo de simple hecho de su existencia, o incluso haciendo exactamente lo mis-
superioridad e incluso de aprecio. Pues bien, en un clima de acepta- mo que uno, pone en tela de juicio el puesto que uno creía haber con-
ción y de ausencia de miedos, esas cualidades podrían ser las más ade- quistado y poseer ya en propiedad, a base de sus mejores intenciones y
cuadas para ensanchar las propias limitaciones, colmar las carencias de dolorosas renuncias. Todo impulsa a desembarazarse del molesto
personales y convertirlas, mediante un intercambio mutuo, en mayor competidor, imaginando que, si el otro desaparece, todo volverá a
perfeccionamiento y provecho del propio ser; sin embargo, cuando estar bajo control. Pero, ¡no hay nada que hacer! El esfuerzo por privar
entran en el campo del miedo, en el terreno de la inseguridad ontológica, al hermano o a la hermana del amor de la madre, calculado con una
se transforman en una señal del enemigo y, por consiguiente, en los enorme mezquindad, provoca en la propia madre una lógica indigna-
puntos más indicados para el ataque. De modo que lo que en el otro ción e incluso una seria reprimenda, que terminan por convencer al
sería en sí mismo digno de alabanza se transforma, por causa de ese propio sujeto de que, en el fondo, no es más que lo que él ya se temía
fondo de animosidad, en objeto de odio. y lo que menos desearía en el mundo, una criatura perversa y digna de
El miedo a sentirse postergado, a no ser querido, posee una infini- reprobación que, en vez del cariño de su madre, no merece más que
ta capacidad de pervertir todos los valores. Por eso, entrar por el cami- desprecio.
no de un enfrentamiento frontal y lateral constituye lógicamente un En estas circunstancias, tanto la madre como el niño se encuentran
callejón sin salida, ya que no sólo comporta una descalificación del frente a un dilema casi insoluble. A pesar de todos sus sacrificios y sus
rival, sino que, al mismo tiempo, constituye una verdadera falsifica- desvelos, la madre no logra convencer al niño de que su amor por él no
ción del propio esfuerzo por entregarse plenamente en auténtico sacri- conoce límites ni restricciones. Es el niño el que tiene que decidir ganarse
ficio y mostrarse incondicionalmente bondadoso. La consecuencia es a pulso, mediante su propio sacrificio y sus méritos personales, la se-
que la actitud inicial se transforma precisamente en lo contrario, es guridad de la que carece su existencia. Si es bueno y cariñoso, si hace
290 El diagnóstico Tras fondo psicogenético 291

exactamente lo que quiere su madre, ella terminará por quererle. Pero para poner en la picota a los adversarios de la fe o de la doctrina moral
precisamente esa actitud de sacrificio es la que, por su conexión con el de la Iglesia y así, bajo capa de defensor acérrimo de la verdad, em-
miedo, marca a cualquier otro como enemigo, como rival. El deseo de prender una lucha feroz y despiadada para encaramarse a los puestos
hacerlo todo a la perfección se convierte en malicia y en hostilidad más prestigiosos de la administración y de la enseñanza eclesiástica.
contra todos los que, presuntamente, se interponen en su camino hacia Se puede decir, sin embargo, que ese tipo de «luchador» abierto, a
el amor de la madre. la manera de don Camilo56, constituye una excepción en las filas de la
Pero, ¿hay alguna madre que, detrás de esa repentina explosión de clerecía católica. De ordinario, esa actitud —con el considerable exce-
odio, sea capaz de descubrir la reacción desesperada de una decepcio- so de energía que proviene del complejo de Edipo— se mantiene la-
nante búsqueda de amor? Ni el propio Dios que nos presenta la Biblia tente en la propia Iglesia. La lucha contra el padre por la felicidad o
en la historia de Caín y Abel es capaz de ello. Pues ¡cuánto menos desgracia de la madre encuentra su continuación, por motivos ideoló-
cualquier madre que, a diferencia de Dios, es el objetivo directo, la gicos, en el rechazo más absoluto de la autoridad —del papa, de los
causa secreta y el fatídico destinatario de la pulsión destructora del obispos, de los representantes civiles— en favor de los oprimidos, es
niño! Así que tanto la madre como el hijo terminarán por sentirse más decir, de unas «comunidades» que sólo se pueden salvar mediante la
desangelados, más culpables y recíprocamente más divididos que an- entrega de la propia vida —sacrificio de la existencia «burguesa»—,
tes. Si, al principio, el amor entre madre e hijo estaba cubierto por la como pueden ser diversos grupos de marginados, colectivos homo-
duda, ahora no puede menos de manifestarse en toda su ambigüedad, sexuales, refugiados políticos, etc. La originaria rebelión contra el pa-
como una mezcla de nostalgia y de decepción, de buena voluntad y de dre puede convertirse fácilmente en causa o en agudización de los con-
cólera, de reproche y de intento de reparación. flictos que, en un campo como el de la inseguridad ontológica, suelen
¿Es posible encontrar salida a una quiebra como ésa? ¿Cómo? Quizá producirse entre los hermanos. ¿Quién será el salvador de la madre?
sólo mediante una disociación y una interiorización. ¿Quién será el más capacitado y, en definitiva, el que conquiste su
No se puede negar que, por una parte, existe un tipo de sujetos amor? O, si se prefiere, en términos de la narración bíblica sobre Caín
que, ya de niños, aprendieron a comportarse como los cainitas; y, de y Abel, ¿qué sacrificio personal será el más agradable a Dios?
hecho, no les fue mal en su aventura. Por ejemplo, supieron sacar pro- Vamos a aclarar este punto. Situémonos en 1942, e imaginemos
vecho personal de las debilidades y de la indefensión de su madre, o una familia que tiene un niño de unos cuatro o cinco años cuando el
acertaron en una movilización de agresiones sustitutivas para compen- padre es llamado a filas. A poco de marcharse el padre, nacen dos
sar sus deficiencias. Este último comportamiento es perfectamente gemelos. Para el niño, en plena fase edípica, ésta es la gran oportuni-
imaginable en la vida de un futuro clérigo, ya que combina a la perfec- dad de ocupar el puesto de su padre ausente al lado de su madre. No
ción la tendencia interna y la práctica externa de su función de salva- tiene que defenderla contra la superioridad de su padre, sino única-
dor, en primer lugar, de su madre. mente contra las presiones que ejercen los pequeños; y eso, con los
Existe, por ejemplo, el tipo de sacerdote que, en la práctica, no se mejores medios que le ofrece su edad, es decir, su constitución física y
siente excesivamente preocupado de que su trabajo parroquial vaya a su ascendiente moral. Desde ese momento, asume las funciones de
la buena de Dios, pero que, en cuanto se le presenta una oportunidad vicepatriarca. Él sabe más que sus dos hermanos pequeños, él es el
de desempeñar su papel de salvador de huérfanos y viudas, es como si jefe, el responsable de la familia. Y aunque la tarea tiene sus exigen-
se despertase bruscamente, y se desvive por atenderles, más aún, busca cias, también le da cierta relevancia y hasta le sirve de estímulo. Eso es
el enfrentamiento directo con el problema. Resulta evidente la satis- lo que, más tarde, cuando sea clérigo, le saldrá como la cosa más natu-
facción que le produce encontrar ahí un camino lícito para desfogar de ral del mundo, sea en funciones de superior de una orden religiosa, de
una vez toda su agresividad acumulada. Como sustitutivo, descarga su eximio catedrático de teología, o de una alta responsabilidad en el
cólera contra el sinvergüenza que abandona a su mujer dejándola des- escalafón jerárquico.
amparada o contra el alcohólico que no deja de maltratar a su esposa e
Notemos de paso que la situación «el padre está en la guerra» es
hijos. Por supuesto que esa energía «cainita» puede desatarse también
como el paradigma de las «guerras normales» que se producen en cual-
292 El diagnóstico Tras fondo psi cogenético 293
quier matrimonio. Basta que los cónyuges, después del nacimiento del avergüenza de ser el hermano malo... Entre hermanos rivales, de
primer hijo, lleguen a tal grado de tensión, que la madre se plantee los que uno es el preferido de uno de los padres, el que se siente
seriamente la ruptura del matrimonio, a no ser que, por sentido de postergado en el cariño familiar desarrolla frecuentemente preten-
responsabilidad, desee tener otro par de hijos, creyendo que tal vez esa siones cainitas. Su impulso le lleva a desear la muerte de su adversa-
medida ayude a restablecer el equilibrio de la vida matrimonial. Pero lo rio o incluso del progenitor considerado injusto. De ese modo, el
que está claro es que, en adelante, el primogénito será cada día más el destino trágico del cainita tiene ya sus raíces en la primera infancia.
ojito derecho de la madre; a él le confiará sus penas, en él buscará su Lo más frecuente es que durante la noche sean enurésicos crónicos,
felicidad, a él le pedirá consejo, él será su seguridad. Y cuanto más humille mientras que durante el día se dejan llevar fácilmente de accesos de
rabia y con sus pequeñas venganzas llegan a provocar verdaderos
a su marido en presencia de los demás hijos, con más ardor y mayor nos-
conflictos tanto en casa como en la escuela. Los cainitas tienen
talgia cifrará todas sus esperanzas en su idolatrado primogénito 57 . tendencias muy marcadas a la generalización, es decir, a ensanchar
Lo que significan todos estos ejemplos es que hay que darse cuen- el campo de sus «celos», sintiéndose defraudados incluso en sus
ta, en primer lugar, de que los conflictos no resueltos entre los padres éxitos profesionales. Esa actitud les lleva a ampliar continuamente
repercuten, a través de la inseguridad ontológica, en los conflictos de el círculo de los destinatarios de sus iras y de sus fobias, porque
los hijos; y segundo, que la idea de sacrificio trasluce una tremenda tienen envidia y están celosos de sus éxitos. Donde más suele proli-
ambigüedad psíquica en la que intervienen el temor, la agresividad, la ferar el tipo cainita es entre los industriales, los comerciantes, los
voluntad de entrega, el miedo a la rivalidad y una agresiva voluntad de científicos, los literatos, o los políticos que no han logrado el éxito
poder, características todas ellas de la actitud propia de Caín. Lo que o el reconocimiento profesional. No es raro que uno que de niño
realmente desean conseguir esos «cainitas» con su ansia de poder, con ha sido eneurésico vengativo se convierta en un crítico avinagrado,
que rocía con acida y despiadada intolerancia a cualquier autor
su irascibilidad, con sus tendencias asesinas, y lo que tan difícilmente
literario o científico que haya tenido más éxito que él. ¡Desgraciado
se reconoce detrás de sus asaltos brutales no es, en general, más que un
Caín, miserable plumífero de redacción, que sólo sabe saborear a
supremo esfuerzo, fruto de la desesperación, por hacer todo lo posible solas la vileza de su venganza!
para ser queridos. Pero, naturalmente, hay que reconocer que su con- Pero no hay que ser despiadados con esos cainitas. Su destino
ducta les lleva más fácilmente a ser respetados que a sentirse verdade- inspira compasión, más que desprecio. Si el Caín del relato bíblico
ramente queridos, de modo que no les queda más remedio que huir de estranguló a su hermano fue, sin duda, por su inconmensurable
sí mismos y refugiarse, igual que en los comienzos, en «Tierra Perdi- amor a Dios-Padre, una circunstancia que se olvida fácilmente cuando
da», en el país de Nod (Gn 4,16) 58 . se le juzga... Sólo un escaso porcentaje de los cainitas acepta el
El «tipo Abel», por su parte, es la verdadera antítesis de ese modo camino de la conversión... Aunque el auténtico Caín siempre guar-
da, en el fondo, un Abel más indulgente, pocas veces llegan los
de comportamiento, aunque no por eso menos contradictorio. Hace
técnicos en psicoanálisis a dar un giro suficientemente significativo
bastantes años, Leopold Szondi clasificaba pertinentemente a los repre- a la escena de los afectos y transformar el mal en bien, quizá porque
sentantes de profesiones «sacras», por ejemplo, jueces o pastores, como el ambiente que nos rodea no es capaz de amar incluso a los enemi-
víctimas de una contradicción pulsional que él llamaba «epileptiforme» gos, a esos cainitas, y persuadirles, a base de amor perseverante y de
y describía como una perpetua lucha de defensa entre las pretensiones incansable ternura, de que en la vida todo es más fácil con amor que
de Caín y las pretensiones de Abel59. Prescindiendo aquí del componente con malignidad60.
hereditario, extremadamente discutible, sobre el que Szondi basa su
teoría, parece que da en el clavo cuando describe psicodinámicamente Sin embargo, en la propia Biblia hay toda una serie de ejemplos
el comportamiento de Caín en los siguientes términos: que muestran cómo una inversión de la actitud cainita puede hacer
que aflore el indulgente Abel. Y para entender la psicogénesis de un
La perversidad de Caín se alimenta de dos tendencias. En primer clérigo es de suma importancia reconocer su comportamiento «abe-
lugar, acumula unos sentimientos tan burdos como la rabia, el odio, liano», en el sentido expuesto por Szondi, como el revés exacto de las
la ira, la envidia, los celos... Y en segundo lugar, deja que esos tendencias pulsionales opuestas. Por ejemplo, aquel Moisés que, en un
afectos tan indignos afloren a la primera oportunidad... Caín no se arrebato de cólera y por un acendrado sentido de justicia, mata a un
294 El diagnóstico Trasfondo pstcogenético 295

egipcio y tiene que escapar del país (Ex 2,11-15) es el mismo que en el ma teológico en el que se ve con toda claridad que la decisiva impor-
Sinaí promulgará el mandato divino: «No matarás» (Ex 20,13) 61 . Y tancia que se le atribuye, desde el punto de vista subjetivo, en los círcu-
aquel Saulo que, aun sin participar directamente, aprobaba la lapidación los clericales es una pura racionalización de los miedos y de las pulsiones
de Esteban (Hch 8,1) y respiraba amenazas de muerte contra los discí- violentamente reprimidas, según el modelo de disociación inherente al
pulos de Jesús (Hch 9,1) es el mismo que, a las puertas de Damasco y comportamiento del «tipo Abel». Me refiero al debate sobre el proble-
a consecuencia de un ataque epiléptico (Hch 9,4-5), se transforma en ma del aborto.
Pablo, el apóstol de los gentiles62. Cualquier observador profano se inclinaría a pensar que una Igle-
La tensión interior del clérigo sólo se puede comprender si en la sia que cree estar en posesión de los misterios divinos que el propio
actitud evidentemente sacrificial de Abel se reconoce el rechazo de las Dios le ha confiado para la salvación del mundo tendrá que movilizar
tendencias pulsionales «cainitas» diametralmente antitéticas. En otras todos sus resortes para transmitir su mensaje con la mayor continui-
palabras, según los presupuestos de la historia bíblica sobre Caín y dad y convicción posible. Para la fe eclesiástica, no hay nada más im-
Abel, hay que reconocer en el componente «abeliano» de todo clérigo portante en el mundo que la persuasión de que, en Cristo, la humani-
un comportamiento idéntico al que se produce cuando el «sacrificio» dad entera puede encontrar su salvación tanto temporal como eterna.
de uno mismo es «aceptado» por la persona más cercana al sujeto (en Cabría esperar, por tanto, que el tema fundamental de su enseñanza
su caso, por la propia madre). Según los postulados de Szondi, la acti- no fuera otro que la proclamación de la actuación salvífica de Dios por
tud de Abel corresponde a una persona «que, por una parte, procura medio de Jesucristo. Pero, de hecho, no es así. Desde que la Iglesia ha
que su conducta ética esté dictada por un cuidado escrupuloso en ser perdido la capacidad de imponer su doctrina por medio de presiones
justa y tolerante con los demás, en ser afable, servicial y, con frecuen- externas, su actividad pública se centra más en la exposición de cues-
cia, movida por principios religiosos...; y por otra parte, una persona tiones morales que en una presentación de los contenidos de fe propia-
cuya moral se basa en una observancia estricta de los límites del pu- mente dichos. Y en terrenos de moralidad, no hay problema que más le
dor, es decir, que no pretende exhibirse, sino que reprime su valora- preocupe que la cuestión sobre el aborto. Cuando la Iglesia católica, a
ción propia y oculta sus emociones más intensas... En sus relaciones diferencia de las Iglesias protestantes, provoca grandes titulares de pren-
sociales, se la tiene por una buena persona. Por más que ser bueno sa, se puede apostar —con buenas expectativas de ganancia— que se
equivale a relegar a la sombra el lado malo, o sea, al "hermano Caín"»63. trata de una declaración sobre la «protección de la vida del no nacido».
Pero, ante todo, hay que darse cuenta de que la actitud clerical de Ése es el aspecto central de sus preocupaciones y en lo que empeña
sacrificio, que corresponde al «manso cordero» que es Abel, no entra- todas sus energías. No es éste el lugar más adecuado para discutir el
ña un comportamiento «simple» y carente de dialéctica, sino que cons- significado objetivamente ético del problema ni una posible justifica-
tituye una reacción extremadamente compleja a ciertas pulsiones des- ción de la postura eclesiástica. En el contexto de nuestra investigación,
tructivas contra las que no hay más defensa que elevadas dosis de miedo. lo verdaderamente importante es el significado subjetivo del tema para
Si hasta ahora la formulación de la actitud interna podía condensarse el equilibrio psíquico de los clérigos.
en la expresión: Sólo puedo ser bueno —es decir, aceptable y digno de Descendiendo a casos concretos, podemos pensar en las religiosas
amor— si me sacrifico (según el modelo de la madre, y para ser su que prestan servicio en hospitales. ¡Cuántas veces se habrán visto fren-
salvador), ahora, como reacción al sentimiento de ambigüedad inhe- te al dilema de renunciar o tener que asistir al ginecólogo que practica
rente a la actitud de sacrificio, habrá que decir, más bien: Tengo que una amniosíntesis! Y eso que no se trata más que de un análisis del
ser un Abel, para no convertirme en un Caín. Pero habrá que subrayar líquido amniótico para emitir un diagnóstico precoz sobre posibles
que, desde un punto de vista biográfico, el «Caín» de dicha fórmula se malformaciones del feto y, en caso de grave riesgo, ofrecer a la emba-
identifica generalmente con un hermano real, mientras que, en una razada suficientes elementos de juicio para decidir si, en tales circuns-
perspectiva psicológica, el personaje representa, más bien, las fuerzas tancias, no será el aborto la única solución sensata para remediar una
antagónicas que dominan las profundidades de la propia psique. situación insufrible. En muchas clínicas católicas, una de las cuestio-
A modo de confirmación de esta tesis se podría aducir un proble- nes más acuciantes es cómo ganar la confianza de las mujeres, si se
296 El diagnóstico Trasfondo pstcogenético 297

sabe que, ya de antemano, cualquier consulta sólo puede arrojar un contrar nueva pareja —no ya un marido—, sola, dejada a sus propias
resultado —tener el niño—, ya que todas las demás eventualidades se fuerzas, ¿cómo podría ver a su hijo, sino como lo que realmente era
consideran, por principio, como inmorales y gravemente pecamino- para ella, es decir, como el sacrificio más grande de su vida? Y ¿cómo
sas. A lo que parece, el factor decisivo para excluir radicalmente cual- podría enfrentarse a su futuro, sino agarrándose lo más firmemente
quier consideración diferenciada de las situaciones concretas no es pre- posible a la única y tan endeble barandilla que le quedaba, la convic-
cisamente la fidelidad a los principios objetivos de una moral ción del deber cumplido?
tradicional64. Lo que influye verdaderamente en el rigorismo de la moral Era evidente que aquel joven teólogo, al que la mera idea de que se
católica en un tema como el del aborto, por encima de las estructuras pudiese «permitir» el aborto le llenaba de pánico, había tenido que ser
—ya expuestas— del pensamiento clerical, es más bien un factor de para su madre un verdadero obstáculo y una auténtica pesadilla. Por
naturaleza particular e intensamente emotiva que, sin duda, está rela- eso necesitaba que la prohibición del aborto fuera absoluta y, literal-
cionado con las propias vivencias de la primera infancia. mente, sin excepciones; sólo así podría tener seguridad en su propia
Ya hace años, en una conferencia que tuve ante un grupo de teólo- existencia. La prohibición eclesiástica del aborto era para él, en cierto
gos, les planteaba la necesidad de que en determinados temas, como el sentido, la única garantía de su ser. Y así es como se explica que defen-
aborto, se tuviera en cuenta la posibilidad más que real de llegar a diera tan apasionadamente la doctrina de la Iglesia sobre el aborto.
situaciones irreversiblemente trágicas^, en las que nadie podía erigirse En una perspectiva psicoanalítica, está perfectamente motivado
en juez de la moralidad de una acción, y mucho menos adoptar ciertas desde el estricto rigor con el que se prohibe el «asesinato del niño que
posturas que son exclusiva competencia del derecho penal. Al final de está en el seno de la madre» hasta la asombrosa y teóricamente incom-
la conferencia, uno de los oyentes me preguntó si podría haber alguna prensible comparación del cardenal Josef Hóffner, que sitúa en el mis-
cosa segura en un mundo en el que estuviera «permitido» el aborto. mo plano el aborto y el exterminio masivo de tantas «vidas inútiles» en
No sé si mi respuesta le dejaría satisfecho, pero el caso es que durante las cámaras de gas del régimen nacional-socialista66. Para comprender
días y días no dejó de asediarme con su pregunta. Aun con mi mejor esa motivación, basta presuponer en los defensores de esa postura una
voluntad, no fui capaz de convencerle de que «reconocer lo trágico» vivencia infantil temprana que, llegada la madurez, se transforma en
no equivalía a «permitirlo», sino que, al revés, quería decir simple- evidencia contundente de que, si uno realmente existe, se debe única-
mente que «es ilícito, aunque inevitable». En el curso de sucesivos en- mente a la heroica voluntad de sacrificio de la propia madre. En con-
cuentros vi claro que, tras sus machaconas preguntas, no se ocultaba secuencia, lo que hay que esperar del interesado es que, como otro
sólo una especie de ansiedad —de carácter neurótico-compulsivo— o Abel, asuma su disposición personal para el sacrificio. Así, cuando
un simple miedo al caos, sino una forma extrema de inseguridad llegue a sacerdote de un Dios exigente, podrá él mismo exigir a todos,
ontológica. especialmente a las mujeres y a las madres, que actúen de la misma
Resultó que era hijo ilegítimo de una madre que, a sus dieciocho manera y ofrezcan «libremente» su sacrificio personal.
años y en un mundo rural, había tenido que sufrir la ambigüedad de Sin embargo, mucho más importante que la racionalización teóri-
unos principios morales que condenaban como pecado mortal los ca de esa dialéctica interna que lleva al clérigo a identificarse con Abel
anticonceptivos, las relaciones sexuales fuera del matrimonio y el aborto. es la represión de sus tendencias cainitas, o el desplazamiento de di-
Es lógico que, en sus circunstancias, a una madre soltera no le quedara chas pulsiones hacia los estratos más profundos de su psiquismo. Po-
más remedio que llevar adelante su embarazo, como testimonio públi- cas veces se cae en la cuenta de que el carácter típicamente «abeliano»
co de su deshonra. Con toda valentía, y dadas sus convicciones religio- no procede de una riqueza anímica originaria o de una generosidad
sas de que el infanticidio era un pecado aún más grave, decidió hacer- natural, sino que, al contrario, es un modo de proceder que, valiéndo-
se fuerte y tener el niño; no cabía elección. Pues bien, con todos esos se de una determinada estrategia, trata de conseguir prestigio, aten-
problemas, con habladurías de la gente y presiones de la «moral» pú- ción y amor en un campo en el que la invasión del miedo crea una
blica, decepcionada y abandonada por su amante, sin perspectivas de despiadada competitividad. Lo que importa es llegar antes que los de-
un trabajo que le proporcionara ciertos ingresos, sin esperanza de en- más y, si fuera necesario, incluso a exgpngásláe sus pretensiones.
298 El diagnóstico Tr as fondo psicogenético 299

Cuando antes tratábamos de describir la superestructura mental del dad de convertir la propia conducta en una especie de veneno invi-
clérigo, en el contexto de su absoluta identificación del «yo» con los sible que, inyectado en las venas del organismo rival, produzca, a su
dictados del «super-yo», es decir, con la respectiva autoridad, ya se podía tiempo, los efectos previstos: críticas sin pudor, arañazos y mordiscos
vislumbrar esa faceta extraordinariamente narcisista de su propia solapados, ordinarieces de todo tipo, terquedades obstinadas, posturas
psicodinámica. Decíamos entonces que de ese «modo de pensar» pro- despectivas, golpes bajos y otros comportamientos claramente
ceden, como de manera espontánea, toda clase de fanatismos, de ambi- vituperables. Si de ese modo uno consigue que la madre lo vea como
güedades de la existencia y de cegueras dogmáticas frente a la realidad del una víctima inocente de la perversidad ajena, y que se decida a castigar
mundo. Ahora, en cambio, vemos con claridad el origen psicogenético al que antes trataba de proteger, hay buenas esperanzas de que salgan
de aquella representación. Es más, contra la teoría de Freud, que ponía bien los cálculos. En una palabra, todo «Abel» necesita su «Caín», para
el origen del «super-yo» en el punto de disolución del complejo de poder presentarse al mundo —de su madre— como una víctima ino-
Edipo67, vemos que hay que retrasarlo considerablemente, desde lue- cente. De hecho, cuanto menos abunde un «Caín» que no se deje llevar
go, a un estadio bien anterior al quinto o sexto año de vida. a una acción perversa por el resplandor de su «hermano», menos habrá
El factor decisivo del nacimiento del «super-yo» no consiste en la un «Abel» que quiera coronar su bondad por el triunfo de ver a su
violenta ruptura de los vínculos que unen al hijo con su madre, sino en propio «hermano» definitivamente reprobado o hasta marcado a fue-
el complicado proceso de proyecciones e introyecciones que tiene lu- go por la mano de Dios (Gn 4,15).
gar durante la primera infancia, en plena fase oral68, cuando la insegu- Desde esta perspectiva, se puede comprender fácilmente la fre-
ridad ontológica del niño le impulsa a aferrarse a su madre, es decir, a cuencia con la que a orillas de la carrera de un clérigo se ven tantas
buscar la más plena y total identificación con ella. Frases como «sólo personas, comenzando frecuentemente por los propios hermanos de
puedo vivir si hago lo que quiere mi madre», o «estoy condenado a sangre, que hay que considerar como verdaderas víctimas de una san-
muerte si no hago lo que quiere mi madre» —frases que bien podrían tidad clerical basada en la represión70. Ya hemos visto en un análisis
estar tomadas de la teología de la historia que ofrece la obra deute- precedente hasta qué punto resulta imprescindible para la autocom-
ronomista del Antiguo Testamento, con referencia a Yahvé como «un prensión de la existencia clerical una convicción narcisista de ser dife-
Dios celoso»69— imponen desde época muy temprana una especie de rente a cualquier otro. El clérigo es el único personaje que, por fun-
comportamiento «abeliano» como el único medio de sobrevivir. ción, encarna y transmite la salvación divina. Su modo de vida es
Si a este esquema se añade un factor como la competitividad que objetivamente superior al de los otros y, en especial, al de los «segla-
nace de la presencia de otros hermanos también implicados en su lu- res», que no son más que gente del mundo. Esa diferencia es, precisa-
cha personal por el amor, y que, por consiguiente, supone una amena- mente, lo que hace que las privaciones y renuncias a la felicidad terrena,
za para la medrosa vinculación del niño a la madre, se verá que nece- aunque en sí mismas tan amargas, puedan parecerle al clérigo una
sariamente deberá surgir el problema de la «precedencia» en el bien. Y auténtica necesidad, que merece cualquier esfuerzo. Si Dios le ama de
esa lucha entre voluntades narcisistas de ser bueno sólo puede termi- una manera especial, es precisamente por su incomparable renuncia.
nar pacíficamente si se logra dar al buen comportamiento propio una Ahora todo se ve con claridad. No hay más que transponer punto
forma que no sólo manifieste que la bondad del otro es menor, sino por punto el contenido de esa concepción teológica al contexto bio-
que incluso la haga aparecer como una auténtica maldad. La batalla se gráfico de una existencia clerical, para obtener una copia exacta de la
puede dar por vencida si se consigue persuadir a la madre para que situación que se da entre madre e hijo y que se explica perfectamente a
rompa su aparente neutralidad, o lo que para ella no es más que un partir de la teología sacrificial del clérigo. Tenemos a un niño que es
equilibrio justo entre iguales, y se alie con el mejor, con el único verda- objeto de las preferencias maternas, precisamente porque no guarda
deramente bueno. nada para sí mismo, porque sabe supeditar, en lo posible, sus propias
Todos esos miedos que laten en el fondo de la existencia sólo po- necesidades a los intereses de su madre, porque con su sentido de «res-
drán desaparecer si el brillo de la bondad propia consigue oscurecer al ponsabilidad» hace que, a los ojos de la madre, su «sacrificio» personal
otro de manera tan sutil que ni siquiera se note, o si se tiene la habili- redunde en beneficio de sus hermanos. Pero lo realmente trágico, lo
300 El diagnóstico Tras fondo pstco genético 301

paradójico de esa maniobra bienintencionada, está en que el otro, por En una palabra, la madre es francamente injusta, porque prefiere a
el mero hecho de aceptar el sacrificio de su hermano, no podrá menos esa criatura que no tiene ningún mérito y que, quizá, hubiera sido
de parecer como un mediocre, como un presuntuoso, como demasia- mejor que no viniera al mundo. ¿Cómo podría uno deshacerse de él?
do egoísta, en una palabra, como la contrafigura del mejor. ¿Vendiéndolo, por ejemplo? Lamentablemente, cualquier insinuación
Antes oíamos decir a Nietzsche que el sacerdote no vive más que de este tipo basta para que su madre se muestre enormemente preocu-
de los pecados del otro, que siente como una obligación de desmorali- pada. ¡Lo que le gustaría a ella que todo el mundo tratase con el mayor
zar las vidas de otros, llenándolas de complejos de culpabilidad, para cariño a esa preciosidad de hermanito, al que no se puede tocar si no es
poder sentirse a sí mismo, en su azarosa vida, como salvador de peca- con la mayor precaución y la más suave de las caricias! En fin, que hay
dores. Pues bien, ahora, mediante la explicación que ofrece el psico- que tragarse el rencor y la rabia y la envidia y la indignación; y por el
análisis de una actitud aparentemente tan inexplicable, podemos en- contrario, mostrarse lo más cariñoso posible con ese intruso indesea-
tender que todo radica en la rivalidad entre hermanos que se da en la ble, que se ha colado en el paraíso de la infancia.
primera infancia, con tal de que exista un fondo de inseguridad Esa clase de sentimientos y de conflictos son perfectamente nor-
ontológica, y a condición de que se exija el sacrificio de, por lo menos, males entre el hijo mayor y su hermano más pequeño. Lo que realmen-
uno de los progenitores. te puede ser preocupante, desde una perspectiva psicoanalítica, es que
precisamente en ese comportamiento que, en sí mismo, es «normal»
intervenga el factor angustia y se multiplique el conflicto, hasta adqui-
2. Confrontación entre el mayor y el menor rir tales dimensiones, que no dejen otra salida al «yo» infantil que el
refugio en una represión absoluta. Puede suceder perfectamente que el
A este nivel de confrontación, la que se produce entre el hermano «hermano mayor» se convierta en un «Abel», si se empeña en alejar de
mayor y el más pequeño —e igualmente entre las hermanas— es mu- su ser consciente cualquier clase de protesta o de oposición y, a cam-
cho más fácil de explicar. Basta una ojeada a la literatura etnológica bio de una actitud resignada, espera que, mostrándose comprensivo y
para ver que, por lo general, el hermano mayor es el que termina por afectuoso, y sabiendo ser suficientemente responsable, podrá recupe-
convertirse en asesino de su hermano menor, que suele ser el prefe- rar, al menos, una parte del reconocimiento y del afecto materno.
rido 71 . De situaciones como ésta es de donde arranca el lema clerical: «Si
El drama psicológico que subyace a este particular conflicto se me porto bien, si soy cariñoso y responsable, seguro que Dios, Jesu-
comprende fácilmente. Precisamente en el torbellino de miedos en el cristo y mi ángel de la guarda nunca dejarán de quererme». Pero, desde
que un niño se debate desesperadamente para acaparar el máximo de luego, esos cálculos no se convertirán en realidad, sino a condición de
atención por parte de su madre, se encuentra de repente con la amena- que la madre reconozca efectivamente los esfuerzos de su hijo mayor,
za mortal de un nuevo ser que reclama para sí los más exigentes desve- y que éste logre reprimir satisfactoriamente las impresiones negativas
los y pretende tener derecho exclusivo a una solicitud materna que, de la primera infancia. Este último punto podría explicar, sin duda, la
después de muchos esfuerzos, se creía ya definitivamente asegurada. impresión que dan bastantes clérigos que han logrado medrar profesio-
Pero lo peor es que tiene que ver cómo su madre, llena de satisfacción, nalmente de estar encantados con su propia vida. Y a juzgar por lo que
prodiga a ese recién llegado todas las muestras de cariño de las que aparentan, sería difícil suponer exactamente lo contrario, si no fuera
parece querer privarle a él, el mayor. A ese pequeño se le consiente por determinadas fisuras en el revestimiento de la fachada que son
mamar al pecho de su madre y reposar tranquilamente en sus brazos, signo inequívoco de graves conmociones e incluso de serios terremo-
mientras que a él se le inculca que tiene que acostumbrarse a comer su tos en su vida anterior.
pan y sus verduras; el pequeño puede hacerse caca en los pañales, al Pero las apariencias engañan. Y para demostrarlo, me permito aducir
parecer, sin gran molestia para su madre, mientras que él tiene que el caso de una religiosa que aparentemente llevaba una vida idílica; sin
usar su orinal a las horas precisas; el enano puede gritar y berrear, pero embargo, la procesión iba por dentro, y con connotaciones verdadera-
a él le corrigen para que se exprese correctamente. mente dramáticas. Al término de sus estudios, financiados por su con-
302 El diagnóstico Tras fondo pstco genético 303

gregación, obtuvo una plaza que le permitía vivir con plena indepen- madre hubiera querido decir con esa expresión que el interés de su
dencia económica. Era bastante guapa, no solía llevar hábito más que padre por los caballos no era tanto como el que sentía por otras muje-
los fines de semana, cuando regresaba al convento y, además, parecía res. De todos modos, ella, a sus apenas catorce años, tuvo que asumir
bastante joven. Es decir, todo lo que una chica podía desear para co- de fado el papel de su padre, junto a una madre enferma y agobiada de
merse el mundo. Entonces, ¿por qué no lo había hecho? Al hablar con preocupaciones.
ella, se veía que era una persona culta, inteligente, simpática, con ideas No es tan fácil imaginar todo lo que esa religiosa debió de apren-
propias y una gran personalidad; se la veía alegre y con gran sentido der en tales circunstancias. Se dio cuenta de que, en su situación, no
del humor. El ejemplo perfecto para refutar en la práctica todas las tenía derecho a quejarse, a llorar, o a desahogarse con ninguna perso-
teorías sobre la vocación clerical como resultado de una profunda in- na. En su aflicción, no se le ocurría otra cosa que acudir a Dios; sin
seguridad ontológica, de un eterno complejo de culpabilidad, y de ten- embargo, a los ojos de los demás, parecía llena de entusiasmo. Un
dencias a la reparación y a compensar posibles fallos con un meticulo- entrenamiento tan duro la había llevado a dar, incluso ahora, la impre-
so sentido de responsabilidad. sión —engañosa— de que todo marchaba perfectamente. En cualquier
¿Cómo pensar que una persona tan «liberada» y con esas mues- caso, nadie podía suponer que, en el fondo, el destinatario de esa «ale-
tras de equilibrio psicológico podía haber decidido entrar en una congre- gría» había sido su madre, y que la tarea de esa religiosa debió de
gación religiosa «por puro y mayor amor a Dios y a los hombres», consistir en luchar día a día contra las depresiones y la desesperación
como ella misma aseguraba? Sin duda, se trataba de una auténtica de su ser más querido.
excepción. Pero incluso como excepción que confirma la regla, el caso Otra cosa que, aunque sin formulación expresa, debió de aprender
obligaba a revisar todas las teorías precedentes, de modo que en la al lado de una madre tan cariñosa, pero tan desvalida y que, sin duda,
definición de la metodología se incluyeran también las excepciones. por pudor, había llevado a su marido a buscar una compensación en la
Durante algún tiempo, la impresión era como si todo lo dicho ante- «trama de los caballos», fue que los hombres, pobres víctimas de sus
riormente no cuadrara en realidad; sobre todo, cuando las dificultades instintos y de su inconstancia sexual, eran una especie de animales
que exponía la religiosa parecían provenir exclusivamente de su entor- imprevisibles, más bien que verdaderos seres humanos, y que toda pre-
no particular: cuestiones de incomprensión por parte de sus colabora- vención contra sus posibles insinuaciones nunca sería suficiente. Por
dores, rigidez de las condiciones de trabajo, toda clase de trabas a su otra parte, su manera de definir la posición social que ocupaba tenía
competencia y creatividad, etc. Pero en el curso de las conversaciones un tinte extremadamente masculino: por ejemplo, tenía que procurar
salió que, anteriormente, ya había vivido conflictos semejantes. Hasta ser siempre «el mejor caballo de la escudería», es decir, el mejor mari-
que, por fin, vencidas las reticencias iniciales de un extraordinario pudor, do para su madre. Era así como la represión de una tendencia latente a
logró explayarse abiertamente sobre la historia de su familia y, en par- la homosexualidad se manifestaba en un amor nostálgico y universal
ticular, sobre su infancia. por el ser humano.
Ahora, después de varios meses, lograda una perfecta sintonización Por otra parte, se le podía notar un agudo complejo de culpabili-
de sus afectos, pudo contar que había nacido y crecido en una granja dad por todo lo que había hecho. ¿No había sido una pérdida de tiem-
de la familia como la mayor de ocho hermanos. Pronto tuvo que ha- po y un lujo irresponsable ir a la escuela, hasta terminar el bachillera-
cerse cargo no sólo de la supervisión de sus hermanos más pequeños, to, y dedicarse posteriormente a unos estudios tan largos y costosos,
sino incluso de la administración y economía de la granja. Su padre, en mientras que sus hermanas no habían tenido más remedio que casarse
vez de llevar la explotación de las tierras con métodos convencionales, jóvenes, y sus hermanos se habían visto obligados a dedicarse a una
había esperado hacer dinero fácil con el comercio de caballos. No pa- profesión manual? Para justificar, al menos en parte, los méritos de su
raba de viajar, se dio a la bebida, y empezó a gastar enormes canti- educación, tuvo que esforzarse, ya de niña, cuando asistía a la escuela,
dades; pero lo peor fue que con su conducta provocó una violenta por destacar como la más aplicada; y para no dejarse influir por los
indignación por parte de su madre, que, un día, llegó a insultarle como incipientes celos de sus compañeras de clase, se había dedicado a con-
«desgraciado vagabundo». Aún hoy, la religiosa no podía creer que su quistar lo más pronto posible una posición dominante entre todas ellas.
304 El diagnóstico Tras fon do psicogenético 305

Si había logrado calmar todos sus miedos y sus complejos de culpabi- fácil de reducir todos sus contactos a la expresión formal: «¿En qué
lidad, había sido a base de siempre nuevas exigencias personales y puedo servirle?», junto al comportamiento extremadamente autárqui-
ensanchando continuamente el campo de su responsabilidad. Y por lo co, no sólo perpetuaba en ella la intolerable soledad de su infancia,
que se echaba de ver, los resultados no habrían podido ser mejores. sino que incluso humillaba a los demás, reduciéndolos a meros seres
Incluso las experiencias de su infancia y de su juventud se habían inte- apáticos y, en definitiva, a despreciables inútiles.
grado maravillosamente en los votos de pobreza, castidad y obedien- El caso era evidente: «Abel» estaba asesinando a su hermano «Caín».
cia. Al parecer, tenía motivos suficientes para estar agradecida a Dios Esa persona había tenido que matar tantas cosas durante su vida, que
por la perfección con la que se habían ido encadenando las circunstan- ahora su vacío existencial constituía una misteriosa amenaza para su
cias de su vida. Cualquier idea que no fuera entrar en una orden reli- propia subsistencia.
giosa habría sido para ella lo más descabellado. Y, por lo que se veía,
era una religiosa excelente. El análisis detallado de este ejemplo debería servir para recordar la
No quedaba más que un problema, relativamente insignificante: verdadera intención de nuestras reflexiones. El propósito de una in-
las incomprensibles fricciones con sus colegas y, aunque más raramen- vestigación psicoanalítica no es causar inquietud, no es sembrar dudas
te, con sus subordinados. En cierto modo, era el elemento «Caín», y sospechas, ni privar de los merecidos frutos del propio esfuerzo a
escondido bajo la actitud «Abel». Y así debía permanecer: ¡oculto! una persona que, en su vida, y a pesar de graves conflictos, ha llegado
Durante toda su vida, la religiosa había tenido que pisotear cruelmente a un cierto equilibrio consigo misma y con sus semejantes. Lo que
su inclinación a una existencia tranquila y agradable, sus deseos de pretende realmente es ayudar a esa persona, mediante una clarifica-
una felicidad sencilla y sin grandes complicaciones, su nostalgia de ción de sus motivaciones, a superar sus dificultades concretas y em-
poder ser como las demás. Había tenido que luchar contra todas esas prender nuevos derroteros. El aspecto crítico del psicoanálisis sólo se
tendencias, por considerarlas innobles y primitivas. Es más, poco a debe poner en práctica cuando un sistema de racionalizaciones alta-
poco había comenzado a hacer valer su orgullo y su propia estima, en mente ideologizadas empieza a transformar la vida en inevitable es-
un esfuerzo por ser distinta de las demás: la más responsable, la más clavitud; pero, por otra parte, el psicoanálisis tiene que ser despia-
diligente, la mejor entre las mejores; y así, como creía ella, la más dadamente crítico con los sistemas que tratan de sacar provecho de la
querida y estimada. Pero lo trágico es que, en la vida, hay casi una esclavitud humana, poniendo obstáculos al normal desarrollo post-
contradicción entre ser diligente ylo ser querido. infantil y empeñándose en congelar, y posteriormente explotar duran-
Aunque ella, en su subjetividad, se sentía libre de arrogancia, su te toda la vida, las pulsiones púberes de los adultos.
comportamiento inconsciente dejaba traslucir su desprecio por todo lo El ejemplo aducido puede servir también para dar respuesta ade-
que parecía «débil». Por influjo de la impulsividad de su padre, ¿qué cuada a previsibles objeciones, como las siguientes: «Sin embargo, tam-
podría pensar una chica como ella sobre la frivolidad de sus compañe- bién hay curas y monjas que son felices», o bien: «Con todo, yo entré
ras, que no hacían más que presumir tontamente de su sombra de ojos en la orden por propia voluntad». También nuestra religiosa podría
o de las medidas del sujetador? Desde la desesperación de su madre, haberse planteado eso mismo; y, de hecho, lo hizo bastantes veces.
¿qué proyectos podría emprender ella con tanta negligencia y descui- Pero la verdad iba por otros derroteros.
do como veía a su alrededor? Ciertamente, ella había estrangulado Para completar el análisis de la rivalidad entre hermanos, habrá
dentro de sí sus reproches secretos, pero no caía en la cuenta de que que considerar también el problema del más pequeño. El caso parece
hay reproches tácitos que hieren mucho más que una descalificación bastante más sencillo y con menos meandros que el del mayor, quien,
directa. Y por parte del desamparo que había visto en sus hermanos, para seguir disfrutando de la benevolencia de «los dioses», tiene que
su más ardiente deseo —si todavía le quedaba una posibilidad de de- desplazarse del papel de «Caín» al de un «Abel» victorioso. El dilema
sear— era hacer cualquier cosa, costase lo que costase, para no tener que se le presenta al hermano menor proviene de su posición en la
que depender de nadie. No podía, ni quería, aceptar que la transfor- serie que, aunque comporta ciertas ventajas, no deja de tener, a la vez,
mación de su reprimida agresividad en actitud de servicio, y el recurso sus inconvenientes. Las ventajas radican en su relación con la madre
306 El diagnóstico Tras fondo psicogenético 307

que, por necesidad e incluso por tendencia, le presta mucha más aten- tiva, no hacían más que reflejar lo que por él sentían sus padres. Una
ción que al resto de sus hermanos. Los inconvenientes derivan, como vez, José soñó que el sol, la luna y las estrellas —interpretándolo: su
es lógico, de su escaso bagaje en cuanto a capacidades naturales; haga padre, su madre y sus hermanos— se postraban ante él.
lo que haga, siempre se encontrará, durante años y años, y tanto física ¡Sueño muy peligroso! Porque en el corazón de los hermanos em-
como mentalmente, a irrecuperable distancia de sus hermanos mayo- pezó a surgir una sensación de odio hacia José, por sus aires de preemi-
res. En su indefensión objetiva, si alguna vez se le ocurre enfrentarse nencia. En realidad, casi lo matan; aunque, luego, se contentaron con
con sus hermanos, no le quedará más remedio que contar directa o venderlo. Y así, José se encontró en Egipto, donde la mujer de un alto
indirectamente con el apoyo de su madre. Pero, por otro lado, precisa- funcionario real, Putifar, trató de seducirle; sin duda, un elemento
mente esa situación le podrá enseñar todo el alcance de aquella frase edípico que, en la psicodinámica de la leyenda, puede ser una aclara-
de san Pablo: «Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 ción retroactiva de las relaciones entre José y su madre Raquel (Gn
Cor 12,10). 39,l-23) 73 .
Se trata, pues, en cierto sentido, de cultivar el síndrome del peque- Pero, a pesar de los contratiempos que le habían causado la envi-
ño y convertirlo en instrumento de éxito, para lo que pueden ayudar dia y las calumnias de todo tipo, José terminó por convertirse, como
dos motivaciones distintas por parte de la madre. Puede ser que la habían pronosticado sus sueños, en una auténtica bendición de Dios
madre prefiera al más pequeño precisamente porque, después de haber para todos sus allegados. ¡El piadoso «Abel» había vencido! Después
nacido los anteriores, ese último nacimiento le ha resultado el más de años y años de soledad y de destierro, había logrado, por fin, el
costoso; también podría ser que la mujer, ante la falta de un verdadero reconocimiento y el respeto de sus hermanos que, en una situación de
afecto por parte del marido, sólo pueda considerarse fundamental- apuro, habían tenido que acudir a Egipto y presentarse precisamente a
mente como madre y, por consiguiente, la existencia de su hijo menor aquel hermano al que no habían querido ni sabido reconocer.
es lo único que le ayuda a prolongar su maternidad. Por otra parte, no En el conjunto de la historia, lo que destina al protagonista a ser el
es raro que, mientras el mayor se va desarrollando y, naturalmente, se instrumento de salvación elegido por Dios es el amor preferencia! de
le exige cada vez más, surja el conflicto del pequeño supermimado, los padres, en contraste con el odio de los hermanos. El que mejor y
que de ningún modo quiere soltarse de la madre. El problema, que más consecuentemente ha expuesto los rasgos narcisistas de la leyenda
admite múltiples variaciones, se observa en muchos sacerdotes que de José ha sido Thomas Mann, quien interpreta la fe que Israel tenía
llevan a su madre —o, en su sustitución, a una hermana mayor— a en su Dios como una proyección de la fe que el pueblo y sus represen-
vivir con ellos en la propia casa parroquial. tantes tenían en sí mismos74.
Hasta qué punto las preferencias maternas —o paternas— por el Sin embargo, también se puede concebir que el hijo menor adopte
más joven pueden inspirar en él los más maravillosos sueños de una la posición contraria. Puede suceder que el pequeño, sin apenas pre-
elección divina, mientras que en los mayores provocan una reacción ocuparse de sí mismo, se sienta culpable de haber causado «daño» a
de envidia e incluso de celos asesinos, se puede ver en la insuperable sus hermanos mayores, por el mero hecho de existir. En forma simbó-
página de la Biblia donde se nos cuenta la historia de José y sus herma- lica, se puede ver ese mismo caso en la fábula de los hermanos Grimm
nos (Gn 3 7,2-3 6)72. Después de catorce largos años de paciente y labo- Los siete cuervos75. He aquí un breve resumen de la fábula:
riosa espera, Jacob puede, por fin, casarse con la que verdaderamente Érase una vez una niña que tenía siete hermanos. Ella no sabía que
quería, Raquel. Pero, al ser estéril, Raquel no podía darle descenden- sus padres, después de haber bautizado a todos, les habían echado una
cia. Las únicas que le habían dado hijos habían sido la hermana de maldición, condenándoles a transformarse en cuervos. Al enterarse, la
Raquel, Lea, con la que se había casado anteriormente, y sus dos escla- niña se puso muy triste. Y como no sabía qué hacer, decidió dedicar su
vas. Pero, al final, Raquel pudo concebir un hijo. Y dio a luz a José, vida a liberar a sus hermanos. Y se puso a buscarlos desesperadamente,
que, desde ese momento, fue evidentemente el preferido de su padre. sin importarle el calor abrasador del sol ni los malditos desiertos de la
Jacob le regaló la túnica más maravillosa; y escuchaba, como emboba- luna —¡otra vez, la imagen del padre y de la madre!—, donde había
do, cuando José venía a contarle unos sueños muy raros que, en defini- ogros que se comían a los niños. Y así estuvo años y años. Hasta que,
308 El diagnóstico Trasfondo ps icogenét i co 309

un día, el lucero de la mañana cambió una de sus piernas en una pata 3. Confrontación entre el sano y el enclenque
de palo muy larga y muy áspera. Y al poco, vinieron siete cuervos y se
posaron en ella. La niña, entonces, hizo un conjuro. Y así, la mar de Un esquema análogo al de las desavenencias entre el hermano mayor y
contenta, logró liberar a sus hermanos. el más pequeño, entre el bueno y el malo, entre Caín y Abel, se da en
En este momento, habrá que prescindir del simbolismo astral, que otra clase de confrontación: el contraste entre un hermano «que rebo-
podría hacer referencia a un cuento mucho más antiguo sobre el ori- sa salud» y otro que es más bien «enfermizo». También esta polaridad,
gen de las Pléyades76. Igualmente, se puede pasar por alto el acusado según las circunstancias, puede tener efectos de una predestinación
simbolismo sexual del cuento, como los «pájaros», el tema de la cas- divina. El niño enclenque, lo mismo que antes el pequeño, puede ir
tración, y otros muchos77. Lo que importa es la presentación de un dándose cuenta poco a poco de que su situación tiene ciertas ventajas,
destino que, para un niño sensible, podría verse realizado precisamen- ya que, debido a su debilidad —física—, se le prestan más atenciones y
te en la vida de clérigo. Los hermanos, en vez de sentir satisfacción cuidados que al que goza de una salud envidiable. Pero en éste, las
por el trato de preferencia que se le da al pequeño con relación a los ventajas psíquicas de la enfermedad78 de su hermano pueden dar lugar
demás, aparecen tan «malos», tan burdos, tan descuidados, que es a problemas psicológicos de muy difícil solución.
necesario ponerse en busca de su verdadera condición humana y, Partimos de la situación hipotética de una familia que vive en unas
llegado el caso, hasta mutilarse como «por propia mano», con tal de circunstancias de estrechez y de tensión, como para provocar un clima
liberar al hombre —a los «hermanos»— de esa especie de maldición de angustia y de inseguridad. Lógicamente, un niño enfermizo supone,
familiar. por una parte, una carga adicional para la familia y, por otra, plantea
El tema de la vocación desempeña un papel importantísimo, sobre a todos exigencias complementarias, con sus consiguientes efectos. La
todo entre las religiosas. Ella desearía ser buena y complaciente con reacción de los hermanos puede ser absolutamente imprevisible. ¿Cuán-
todo el mundo; sin embargo, en su interior surge un sentimiento de do le dará el próximo ataque epiléptico? ¿Se habrá recuperado ya de la
culpa por la «maldad» del otro. Lo que pasa es que, sin saber por qué meningitis, o volverá a tener una recaída? ¿Podrá la hermana polio-
—aunque no sin ciertos motivos— esa sensación se percibe como vin- mielítica volver a andar con normalidad? Cuando se presentan esos
culada de algún modo con la existencia propia. Y así es como va to- problemas, el continuo vaivén entre compasión y rabia, entre preocu-
mando cuerpo la idea de que deberá sacrificarse por sus hermanos, pación y celos, entre buena voluntad y rechazo encolerizado resulta
para que lleguen a vivir una vida verdaderamente humana. Esta expe- perfectamente comprensible. Lo peor es que el niño sano se encuentra
riencia presupone, como en la fábula de los Grimm, una notable dife- inevitablemente envuelto en un torbellino de problemas.
rencia de edad, porque sólo entonces es cuando los distintos compor- En cierta medida, el niño sano quizá pudiera justificar su disgusto
tamientos entre hermanos —en realidad, absolutamente normales— ante la enfermedad o discapacidad de su hermano por la obligación
adquieren una relevancia moral. Por ejemplo, a principios de la puber- que siente de proteger a su madre contra los contratiempos que le
tad, los «hermanos» contestan a su madre, llegan a casa más tarde de proporciona el enfermizo. Si la madre acepta ese ofrecimiento, por
lo permitido, empiezan a fumar a escondidas y a leer algunas revistas verse quizá bajo el peso de una sobrecarga que supera los límites de lo
picantes, se burlan de su hermana pequeña con canciones o chistes tolerable, podría establecerse una especie de pacto, en el que el niño se
más o menos verdes y tan refinados como los que se pueden leer en el da cuenta de que se le quiere no sólo por defender el derecho de una
Antiguo Testamento, entre ellos Cant 8,8, y multitud de cosas más. madre tan agobiada, sino también por la satisfacción que ella encuen-
Sólo por ser mayores, tienen que aparentar ante su hermana bastante tra en verle tan sano y vivaracho. Pero, desde luego, esa variante del
más pequeña que son «malos». Y si a eso se añaden los miedos especí- conflicto no deja de tener también sus problemas psicológicos. Sin em-
ficos de un campo como el de la inseguridad ontológica, no sería raro bargo, éstos no llegan a cobrar tintes verdaderamente dramáticos sino
que a esa niña le viniera la idea de que su deber era renunciar a todas cuando, en opinión del niño sano, la madre se pone de parte del enfer-
las cosas interesantes y placenteras «del mundo», para no ser jamás tan mo, aun contra el resto de la familia. Eso podría producir en el niño
«mala» como sus hermanos. una situación de desconcierto: haga lo que haga, y esté donde esté, no
310 El diagnóstico Tra s fondo ps i cogen ético 311

podrá menos de encontrarse como perdido. Lo que le pasa, en reali- enfermera, para dedicar toda su vida a cuidar enfermos y necesitados,
dad, es que se siente castigado por gozar de buena salud. Por eso, le mientras pide a la Virgen, la madre celestial, su protección y ayuda tan-
entran unas ganas enormes de estar tan enfermo como su hermano to para sí misma como para los desvalidos que Dios decida confiarle.
que, a su parecer, es objeto de las mayores preferencias. En cuanto esta clase de análisis baja al caso concreto, se plantea
Pero entonces puede venirle el pensamiento de que precisamente inmediatamente la objeción de que «también hay vocaciones libremen-
la debilidad de su hermano —o de su hermana— es lo que no le permi- te elegidas», que «no hay que reducirlo todo a problemas psicológi-
te a él ponerse enfermo, ya que eso supondría agravar la situación de cos», que «también hay que dejar sitio al misterio de Dios, con la dig-
su madre, que ya tiene bastantes preocupaciones. En esas circunstan- nidad que se merece». Todo eso es verdad, no cabe duda. Pero si, ante
cias, y sobre todo por su inseguridad ontológica, nace en él la idea de los conflictos que intervienen directa o indirectamente en la psicogénesis
una imperiosa necesidad de estar sano. Y hasta tal punto, que se aver- de una «vocación» clerical, se puede ofrecer un criterio sumamente
güenza y siente remordimientos de haber deseado estar enfermo: tan apto para verificar si lo que hemos apuntado es o no aceptable, diría-
tranquilo en su cama, y con su madre que le trae un vaso de leche ca- mos que todo depende de un contraste entre la capacidad de acción
liente por la noche, que le estira el edredón y le arregla la almohada, le profesional y la impotencia de afirmación personal.
acaricia el pelo todo alborotado, le pone el transistor o le acerca la Hasta aquí, nuestra investigación ha tratado de demostrar que la
lámpara de la mesilla. ¡Así da gloria estar enfermo! Pero, por otro estructura básica de las diversas formas de existencia clerical reside
lado, ¿cómo podría ser un buen chico, si se dejara llevar de esas ima- necesariamente en una despersonalización funcional. Igualmente, he-
ginaciones? Lo importante es sentirse a gusto con su conciencia cuan- mos expresado la idea de que el modo que tiene el clérigo de vivir la
do a uno no le falta de nada, y no atosigar a la madre con exigencias huida de sí mismo y su esfuerzo por relegar lo personal a nivel de lo
tontas, o tratando de escurrir el bulto para no hacer los deberes. puramente abstracto como auténtica «liberación», como «elección» o
Pero lo peor es que, si la gente llega a la convicción de que ese como una «gracia particular de Dios» sólo se explica desde un fondo
«interesado desinterés» por las propias necesidades es auténtico, aca- de extrema inseguridad ontológica.
bará por no darle la más mínima importancia, considerándolo como la Pues bien, ahora estamos en condiciones de precisar con bastante
cosa más natural del mundo. «¡Pero, si es que Irmgard tiene una salud más exactitud esa idea teórica, incluyendo algunas situaciones concre-
de hierro!». Y en ese tipo de comentarios, el esfuerzo que moralmente tas en el esquema existencial de «culpabilidad-reparación». El resulta-
hace la niña por aparentar que es «sana por naturaleza» ni se tiene en do es un contraste francamente extraño, al que, por desgracia, no se
consideración. presta la suficiente atención. Imaginemos, por ejemplo, una religiosa
Pues bien, ¿qué puede hacer una niña que, precisamente por que- perfectamente cualificada para obtener grandes rendimientos en su tra-
rer dar la impresión de que su estado de salud es espléndido, se siente bajo profesional, que sabe expresar sus opiniones en cualquier reunión
no sólo preterida, sino incomprendida e incluso despreciada? Sin duda, de altura y que, por su dedicación a una causa «justa», es capaz de
el mejor consuelo es la esperanza de poder contar con la actitud posi- contagiar a la gente sus propios entusiasmos. Pero esa misma religiosa
tiva de una figura maternal —si no en la tierra, al menos en el cielo— se sentirá tremendamente agobiada, si se la manda a la ciudad con
que sepa apreciar y recompensar el sacrificio secreto de la niña79. unos cuantos miles de pesetas para que se compre algo que le guste, un
Y así, esa mezcla —que ya nos resulta familiar— de resignación, vestido, un collar, una pulsera, un libro, en fin, algo para ella misma. Y
sentido de responsabilidad y esperanza en un más allá supramundano no es que no sienta el más mínimo interés por esas cosas «mundanas»
sirve como telón de fondo sobre el que las expectativas profundas de la o que le falte práctica de ir de compras; de hecho, estaría dispuesta a
persona se proyectan hacia el nivel de lo religioso, mientras que la vida hacerlo con el mayor placer, y con un gusto exquisito, si se tratara de
real queda como sujeta e inconmoviblemente anclada en la decepción y un regalo para otra persona. Lo que sucede es que la incapacidad de
en una espera interminable. Se comprende, pues, que esa niña, ya de ser ella misma la frena, por principio, no sólo para ir de compras, sino
mayor, y haciendo de la necesidad virtud y de su deber inicial vocación incluso para pensar por sí misma, para manifestar sus deseos o para
sagrada y tarea encomendada por Dios, se haga, por ejemplo, religiosa expresar sus pensamientos más personales.
312 El diagnóstico Tras fondo pstcogenético 313

Lo paradójico es que en el estamento clerical predomina la gente viejo impulso infantil a la autorrepresión, la prohibición absoluta de
que, en todo lo que no concierne directamente a su propia persona, toda protesta, la necesidad de adaptarse a las circunstancias, y la acep-
son plenamente responsables, activos, inteligentes y dispuestos a cual- tación de una tristeza interna vivida en soledad. Y todo, bajo las apa-
quier cosa; pero si se les saca de ahí, si se les encierra en el ámbito de riencias de un deslumbrante trato social abocado al éxito. Precisamen-
sí mismos, son absolutamente incapaces de hacer nada semejante. La te, esa tendencia a la repetición de determinadas reacciones afectivas
razón más plausible de ese comportamiento está en la prohibición táci- es lo que permite estudiar, desde una perspectiva psicoanalítica, el
ta de llevar una vida verdaderamente personal. Y todo, en virtud de trasfondo generativo de ciertas actitudes en las que se decantan en
unos principios, que responden admirablemente a las situaciones ex- forma químicamente pura y salen a la luz los sedimentos más antiguos
puestas. de la propia infancia.
Con todo, en la psicogénesis de un clérigo hay algunos indicios,
especialmente por lo que se refiere al conflicto con el hermano enfer- Con las reflexiones que acabamos de proponer se podría decir que,
mo, que podrían contribuir enormemente a un análisis muy fecundo para un lector interesado en el tema, queda suficientemente expuesto
de la propia personalidad. Esos indicios se presentan, por lo general, el influjo determinante de la rivalidad entre hermanos —la confronta-
como aspectos colaterales de una actitud de ayuda. Pasa como con las ción entre Caín y Abel— para explicar la psicogénesis del clérigo, tan-
turbulencias que inciden sobre las alas de un avión. Una vez que los to en su origen familiar como en las múltiples variaciones y meandros
problemas propios se lanzan a toda velocidad en una huida hacia ade- temáticos que derivan de esa situación.
lante, como si tuvieran forma aerodinámica, el trato con las demás Pero todavía hay un conflicto que merece ser estudiado con un
hermanas y con los empleados llega a originar unos problemas franca- cierto detenimiento, porque encierra un factor —en ocasiones, decisi-
mente incomprensibles. vo— para muchas adolescentes. Se trata de la rivalidad, o confronta-
Por ejemplo, una de las enfermeras del reparto finge encontrarse ción, entre el guapo (la guapa) y el feo (la fea), es decir, la pregunta
mal y se queda en casa unos días. En una religiosa, cuyo principal pro- sobre quién es la más guapa (!). En otras palabras, la actitud frente al
blema de su infancia había consistido en la obligación de no ponerse propio cuerpo.
nunca enferma, ese simple incidente basta para desatar los sentimien-
tos más contradictorios de envidia y de celos, de indignación y de 4. Confrontación entre el guapo y el feo
reproche, y hasta de culpabilidad y de autocrítica. Es como si, en una
fracción de segundo, le pasara por la imaginación toda su infancia. No «Sobre gustos no hay nada escrito», dice el refrán. Pero eso no puede
se trata aquí de una cuestión puramente administrativa o de sobrecar- ser razón para negar, desde una postura ideológica, el sorprendente
ga de trabajo por la ausencia de una colaboradora. Lo que pasa es que, atractivo de ciertos niños y, cuánto más, de ciertas niñas. Naturalmen-
de repente, surgen viejos fantasmas y soterrados sentimientos, con los te, los criterios sobre la «belleza» corporal varían de cultura a cultura;
que hace años se veía cómo la hermana enferma disfrutaba de toda y a veces hasta extremos opuestos. Ya Wieland presenta a su personaje
clase de atenciones. Aquella prohibición categórica de entonces, de no Demócrito organizando entre los habitantes de la antigua ciudad de
ponerse jamás enferma, se ceba ahora con toda intensidad en esa pobre Abdera las más pintorescas discusiones sobre el tema de la belleza80.
enfermera que se ha arrogado el derecho de «fingir» que no se encuen- Pero, por el contrario, también es verdad que la educación del
tra bien. gusto estético, en una determinada cultura, empieza en paralelo con el
La religiosa «sabe» perfectamente que sus reproches son «injustos» proceso educativo del niño. Además, ya desde ese momento, propor-
y no se pueden compaginar con una actitud cristiana: «¡Pues, vaya, te- ciona una serie de categorías que, aparte de que permiten a cada uno
nía que pasarme esto precisamente a mí, que, en lugar de enfadarme apreciarse a sí mismo, e incluso corregir los propios defectos, están
tanto y dejarme recomer de envidia, debería haber dado muestras de siempre por encima de las eventuales variaciones que arbitrariamente
comprensión y amabilidad!». Lo que aflora en estas consideraciones pudieran producirse tanto en éste como en otros múltiples terrenos. El
no es sólo la vieja rivalidad frente al hermano enclenque, sino aquel modo en el que las diversas culturas transmiten sus propios cánones
314 El diagnóstico Tr as fondo p si cogen ético 315

estéticos, en cuanto a belleza o fealdad, es tan banal como efectivo. Ya tación; para él, comer es el símbolo de todas esas cosas. Y si el ambien-
desde el principio, y de manera espontánea, se presta más atención a te que le rodea es más bien depresivo, habrá que añadir a todo eso el
un niño particularmente guapo que a cualquier otro hermano suyo. miedo a morir de hambre 81 . No hay que tirar las sobras, hay que co-
Los padres, la familia, toda la vecindad, e incluso los maestros, no merse todo lo que a uno le sirvan; y el niño ve que la mayor satisfac-
dejan de sonreír al niño y hacerle toda clase de monerías. Es lógico que ción de su madre es verle rebañar el plato y dejarlo perfectamente
un niño así despierte fácilmente el interés y la simpatía de los que le limpio, como recién salido del lavavajillas. Naturalmente, una situa-
rodean; y si no se presenta un contratiempo, el niño terminará, tarde o ción real de hambre puede servir de preparación remota a ese tipo de
temprano, por hacerse una idea positiva de sí mismo, como la que le comportamientos.
ofrece su propio entorno. Pero no siempre todo sale a pedir de boca. Y Pero las secuelas derivadas del sobrepeso no son tanto de carácter
no es, ni mucho menos, raro que mujeres extraordinariamente guapas fisiológico cuanto de naturaleza psicológica. El que no lo haya vivido,
hayan terminado por encontrar en su belleza una fuente no sólo de difícilmente podrá imaginarse lo que significa estar expuesto día tras
complejos de inferioridad, sino de todo tipo de dificultades. día a las bromas mordaces de los compañeros, tener que escuchar —tal
El destino de un chico que no es tan guapo, o que incluso él mis- vez con demasiada frecuencia— comentarios hasta soeces al respecto,
mo se considera feo, suele ser, al menos aparentemente, mucho más y no poder reaccionar a todo ese baqueteo más que haciendo oídos
dramático, aunque más regular y bastante menos expuesto. Empece- sordos y poniendo la mejor sonrisa, como pidiendo un poco de com-
mos también aquí por el caso más simple, aunque psicológicamente es prensión. Con una tristeza contenida, hay que ver cómo las compañe-
la peor forma de crítica social: ser el hazmerreír de todos. Sin duda, ras de clase invitan a bailar o a que las acompañen a la piscina a los
hay una coincidencia global —y por cierto muy afinada— en la apre- chicos más guapos y más inteligentes; a veces, hasta es una suerte po-
ciación del «ridículo». De un niño que tiene un labio leporino congéni- der hacer de carabina. Así se produce un sentimiento extremo de aban-
to no se suele reír casi nadie. Él, naturalmente, no tiene la culpa de su dono, un tremendo y progresivo complejo de inferioridad, un odio
aspecto externo y, lo que es más importante, su deformidad carece de latente a sí mismo, un miedo cerval a entablar cualquier contacto con
valor expresivo y no es una marca que suscite la hilaridad. Eso no la gente, una absoluta disponibilidad para adaptarse a las exigencias
sucede con la posición de los ojos o de las orejas, cuya más mínima del entorno, con enormes dosis de resignación que no hacen más que
desviación puede dar lugar a toda clase de burlas y hasta de sarcasmos. pedir paciencia, al mismo tiempo que prometen una plena efectividad.
No es mera casualidad que estos dos órganos hayan sido durante mi- Todo, barreras y más barreras.
llones de años los instrumentos más importantes de la comunicación Ante ese cúmulo de problemas psicológicos, ¿qué otra salida que-
humana. Pero lo que infaliblemente provoca la burla es cualquier ano- da sino el camino del convento? Pues se sabe que allí no cuentan todas
malía en las proporciones del cuerpo, especialmente, si el individuo es, esas limitaciones; es más, hasta se considera un signo de predilección
en cierto modo, responsable de su apariencia física. El ejemplo clásico divina lo que en otras partes —prácticamente, en todo el mundo— no
es la obesidad. es más que motivo de burlas y sarcasmos. Hacerse, por ejemplo, mi-
El círculo vicioso de donde proviene la obesidad crónica es tan sionero entre los leprosos, cartujo, hermano hospitalario, «Hija de la
fácil de describir como difícil de erradicar. En el fondo, la obesidad Caridad», o «Hermana de la misericordia» puede ser la única condi-
suele deberse a un exceso de mimo oral, unido a trágicas privaciones ción para encontrar en alguna parte, en algún reducto humano, un
de calor afectivo o a una insuficiencia de caricias físicas. El paradigma poco de caridad y de misericordia.
de dichas circunstancias podría ser una madre que, a consecuencia de Pero en cierto sentido, el proceso de maduración de una niña que,
su carácter depresivo, concibe el alimento y la alimentación como el ya desde su pubertad, llama la atención por su belleza es mucho más
medio ideal para devolver a su familia lo que ella expresa verbalmente difícil. Precisamente por ser más vulnerable, su condición puede
como amor y dedicación. Un niño que crece en esas condiciones desa- resultarle fatal. La desproporción entre su madurez física y su inmadu-
rrolla muy pronto el hábito de asociar con la comida sus más íntimas rez psicológica es para los padres una fuente de sobresaltos y continuas
exigencias de cariño, de ternura, de protección, de confianza, de acep- preocupaciones. Ante la incertidumbre sobre la capacidad de autocontrol
316 El diagnóstico Trasfondo psi cogenético 317

por parte de la niña, son ellos mismos los que tienden a intensificar la Hay un tema, en particular, que puede dar origen a las más extra-
vigilancia y a multiplicar los controles. Por eso, la solicitud de los ñas confusiones y perplejidades, como si quisiera llevar ese conflicto
padres que, en el fondo, es perfectamente lógica, aunque muchas veces entre belleza y moralidad hasta un final dramático: el tema de la con-
procede de una extrema mojigatería en materia sexual, puede degene- frontación dentro de la propia familia. No cabe duda de que hay fami-
rar en forma de una cuarentena inaguantable. Ahora bien, como la lias en las que la situación va en sentido inverso a lo que se cuenta en
sola vigilancia externa de una adolescente no puede dar resultados a un buen número de fábulas, donde una hija hermosa y trabajadora se
largo plazo, los padres tratan de inculcar a la niña su propia ideología, compara con una hermana más bien fea y perezosa83. Muchos padres
su manera de ver las cosas, acudiendo a un «truco» extremadamente tratan de meter en vereda a su bija más guapa apelando al ejemplo —pre-
eficaz, que consiste en transformar el juicio positivo sobre la belleza en suntamente recomendable— de su otra hermana, la más feúcha, que
una calificación negativa. Por eso, jamás le comentarán: «Cierto, eres no va por ahí sacando de quicio a los chicos, ni se exhibe como una
muy guapa; pero ten en cuenta que eso se nota, y tus compañeros no rompecorazones, ni se pasa el día hojeando revistas de moda poco
son ciegos», sino que, por el contrario, le harán una observación más o adecuadas.
menos así: «¡Qué guapa estás! Pero, ¿por qué vas tan provocativa?». Para escapar de esa absurda identificación de la «belleza» con la
En 1944, ante el avance del ejército rojo, muchas jóvenes alema- «maldad», según los criterios de su madre, puede ser que la niña «gua-
nas, precisamente por ser jóvenes y de buen ver, se vestían andrajo- pa» busque refugio en su padre, quien no dejará de sentirse halagado
samente y hasta se desfiguraban el rostro, ante la amenaza de posibles por el hecho de desempeñar el papel de galán y de perfecto caballero.
violaciones. En esa línea, muchas madres, asustadas por la extraordi- ¿No debe un padre sentirse ufano de poder pasear del brazo de su hija?
naria belleza de su hija, tratan de inculcarle un desprecio por la figura ¿No es su deber, como buen conocedor de la naturaleza humana, acon-
femenina, como si se tratara de una cosa secundaria, de algo sucio y sejar a su hija, incluso hasta el punto de hacerle ciertas sugerencias
hasta asqueroso. De modo que, para una mentalidad adolescente, lo sobre su lencería íntima? Pero, por otra parte, es evidente que la hija,
que en principio debería ser causa de orgullo y de autoafirmación ter- por ganarse la benevolencia de su padre, e incluso de otros hombres
mina por convertirse en algo humillante y vergonzoso. Pero lo que que eventualmente puedan acompañarla, deberá renunciar a algo así
ejerce una influencia más decisiva en la mentalidad de una joven es el como la infidelidad que supondría dejar a su padre para salir con chi-
hecho de transformar unas categorías estéticas en la imposición de un cos de su edad. Sin embargo, siempre es posible satisfacer, aunque en
juicio de naturaleza moral. Así, la pobre chica termina por considerar- modo muy limitado, el elemento de pacha celoso que percibe en su
se verdaderamente horrible, por el mero hecho de ser extraordinaria- padre. Y así, a medida que la hija se va haciendo mayor, más difícil
mente agraciada; y hasta puede ocurrírsele la idea de que lo mejor será resulta poder prescindir de la componente sexual que se mezcla en las
esconderse y pasar desapercibida, no porque su aspecto sea «peligro- relaciones entre padre e hija.
so», «provocativo» o «desvergonzado», sino porque se ve demasiado
En consecuencia, la suerte de una chica particularmente guapa y
deforme para aguantar las miradas críticas (de su madre). Hasta una
cortejada por todas partes puede terminar en una completa catástrofe;
mujer como Brigitte Bardot, a sus veinte años, llegaba a sentir una
marginada en el círculo de sus hermanos, atosigada por su madre y
desesperación atroz al mirarse al espejo, porque —en contra de lo que
víctima de los asaltos de su padre, se encuentra sin saber qué hacer. En
pensaba todo el mundo— se encontraba «de un aspecto imposible»82.
tiempos pasados, a las mujeres que, por su belleza, constituían una
Mucha gente no acierta a comprender cómo unas mujeres verda-
posible trampa para los hombres, se las recluía en un convento o en
deramente guapas pueden tener interés en disimular o incluso renunciar
una cartuja84. Hoy día, si la joven llega a interiorizar sus impulsos
plenamente a su feminidad bajo un hábito religioso. Pero lo que nadie
internos, tal vez una medida así pueda tener efectos incluso liberadores.
sabe es todo el cúmulo de problemas, resignación, perturbaciones afectivas
Si se analizaran a fondo ciertas vocaciones femeninas, sobre todo de
y angustia crónica que se oculta bajo ese hábito. Sólo se comprende cuan-
chicas que han sido guapas, se descubriría con insospechada frecuen-
do uno se pone a revisar pacientemente y detalle por detalle los recuer-
cia la angustia edípica en la que debieron de vivir durante años, some-
dos, incluso los más soterrados, de su infancia y de su juventud.
tidas al continuo acoso de su padre. No carece de un cierto aspecto
318 El diagnóstico Tras fondo pstco genético 319

tragicómico el hecho de, todavía hoy, una de las plegarias clásicas de los demás, para transmitirles salvación, gracia, libertad, amor y per-
la ceremonia de toma de velo por parte de las religiosas sea precisa- dón, mientras, en sí misma, rehuye toda clase de manifestación perso-
mente un salmo, inspirado en un viejo himno del Antiguo Oriente que nal y se aferra al lenguaje sustitutorio de una «predicación» cuya «ver-
hace referencia al harén del rey: dad» está perpetuamente garantizada por una institución que vive de
tradiciones, aparece ahora, hasta en los detalles de los postulados
Escucha, hija, mira; inclina el oído, teológicos y durante el proceso de formación ideológica del clérigo,
olvida tu pueblo y la casa paterna; como un reflejo directo de las vivencias de la infancia.
prendado está el rey de tu belleza,
Pero queda una cuestión clave, que habrá que responder también
póstrate ante él, que él es tu señor (Sal 45,11-12)85.
desde los presupuestos de una situación familiar. ¿De dónde viene el
carácter específicamente religioso de esos conflictos? Esa mezcla de
De ese modo, el miedo edípico que se experimenta ante el propio
inseguridad ontológica y exceso de responsabilidad, ¿no podría origi-
padre carnal se proyecta hacia la divinidad omnipotente, y se interpre-
nar, por ejemplo, un asistente social, un médico, un juez o un veterina-
ta como «elección» divina lo que no es más que puro desplazamiento
rio? Entonces, ¿por qué precisamente un clérigo, concretamente, un
de unas sensaciones que aquí, en la tierra, están severamente reprimi-
sacerdote? O también, en perspectiva femenina, todo ese sentido de
das por la estricta prohibición del incesto, y que sólo cabe proyectar en
culpabilidad que brota en el seno de las relaciones entre hermanos, unido
el «divino Esposo», Cristo.
a la lógica tendencia a la reparación, ¿no podría tener como resultado
que la niña decida hacerse maestra, enfermera, institutriz, u optar por
5. El factor religioso otra profesión semejante? ¿Por qué precisamente «religiosa»?
Sería demasiado fácil responder que todas esas diferencias que se
Según los resultados parciales de nuestra investigación, el conjunto de
dan a la hora de elegir una profesión entre las infinitas imaginables
unos elementos psicodinámicos como inseguridad ontológica, com-
dependen exclusivamente de las aptitudes o tendencias individuales de
plejo de culpabilidad, exceso de responsabilidad, resignación y con-
cada sujeto. Eso influye, qué duda cabe; y de hecho, se dejarán sentir
frontación explica el hecho de que el camino hacia el sacerdocio, o
decisivamente en el futuro. Pero el problema que nos planteamos aquí
hacia una orden religiosa, se comprenda como «elección» de un des-
no consiste en ofrecer una explicación de por qué un chico se hace
tino que irrumpe en una vida humana condicionada por todos esos
asistente social o sacerdote, y una chica escoge hacerse enfermera o
factores. Paralelamente, ofrece una explicación psicogenética de una
religiosa. Lo que pretendemos es llegar a entender por qué la elección
serie de peculiaridades de la vida del clérigo que, en un principio, pre-
de una profesión civil —diríamos, «normal»— le parece casi indiferen-
sentábamos como elementos únicamente estructurales.
te, y por qué esa elección particular se vincula, en todo caso, a la de-
Pero, sobre todo, esa extraña disociación que parece presidir la cisión fundamental de hacerse clérigo; es decir, él se hará asistente
vida del clérigo entre un deseo objetivo de salvación y la necesidad social, sí, pero como sacerdote en una determinada orden religiosa;
subjetiva de concebir la propia existencia bajo el aspecto negativo de ella se hará enfermera, sí, pero como «Hermana de la Caridad», o de
sacrificio y renuncia, se explica perfectamente por la vinculación que cualquier otra oden hospitalaria. La comprensión que tiene el clérigo
se establece, ya en período tan decisivo como el de la primera infancia, de su propia existencia no deja ningún margen de maniobra. De lo que
entre el sacrificio personal del ser más querido y los correspondientes se trata es de que toda su vida, en cuanto realización personal, esté
«fantasmas de salvador» que surgen en la mentalidad del niño. Tam- esencialmente animada y configurada por la dimensión religiosa de ser
bién ha quedado claro que la represión afectiva, con todas sus limita- clérigo. Y eso es válido en tal medida que, si un sacerdote plantea a sus
ciones, es decir, la ampliación de zonas del «super-yo» a terrenos del superiores la posibilidad de dedicarse a ampliar estudios —historia,
«yo» mediante una identificación angustiosa con las figuras de los pro- ciencias sociales, psicoterapia, etc.—, lo más normal es que la curia
genitores, surge en una etapa muy precoz de la vida del futuro clérigo. diocesana o la dirección de la orden religiosa interpreten esa sugeren-
Por último, lo que en términos puramente estructurales podría parecer cia como un signo de crisis de vocación. En cuanto ese sujeto, con la
contradictorio y hasta doloroso, como una existencia volcada hacia
320 El diagnóstico Tras fondo psico genético 321

ayuda de sus nuevos estudios, tenga la posibilidad de labrarse un por- mimado; al revés, hacía lo imposible por endurecer su cuerpo y afirmar
venir civil independiente, correrá serio peligro de romper el vínculo de su virilidad, mediante el ejercicio físico y una ascesis refinada. Pero por
incondicionalidad y confianza que le liga indisolublemente a la Iglesia, otro lado, no estaba dispuesto a romper la vinculación con su madre,
en virtud de su ministerio. Y en casos extremos, habrá que prescindir aunque no fuera más que por su sentido de responsabilidad y por un
de las preferencias e inclinaciones personales, e incluso no habrá más sentimiento de compasión. Por eso, decidió tomar la salida que, en su
remedio que negarlas, cuando esté en juego la «disponibilidad» para caso, le parecía la única consecuente: la separación espiritual.
las tareas de la Iglesia o de la propia orden religiosa. Así que, con gran sorpresa e incluso desgarramiento de su madre,
Por consiguiente, el núcleo de la pregunta no está en determinar por que nunca se había roto la cabeza con disquisiciones filosóficas, a sus
qué uno elige una profesión determinada, en virtud de sus inclinacio- quince años, y en una región exclusivamente protestante, se convirtió
nes, sino en saber cómo llega a persuadirse de que la única solución de al catolicismo; y desde entonces, aun contra viento y marea, mantuvo
sus problemas existenciales pasa necesariamente por un enfoque radi- firme su decisión de hacerse sacerdote. Su fervor teológico le llevó a
calmente religioso de su vida, es decir, por una elección y una vocación una veneración apasionada de la Virgen María, cuyo culto, según él,
que viene directamente de Dios. El problema es más complicado si los había decaído bastante en el catolicismo romano, mientras que sólo
padres de un futuro clérigo no son precisamente el mejor modelo de los himnos de las Iglesias orientales exaltaban dignamente a la «Santí-
religiosidad y de sumisión a la Iglesia. Planteada así la cuestión, las sima» Virgen. Dicho sea de paso, si alguien se hubiera atrevido a suge-
técnicas puramente mecanicistas de una psicología del aprendizaje86, rir a este hombre de carácter tan fuerte y belicoso que su conversión al
basadas en el esquema modelo-copia, resultan demasiado simples para catolicismo y su devoción casi mística a la Virgen no era más que una
ayudar a una comprensión de la psicogénesis de un clérigo. consecuencia —muy fácil de desmitificar psicoanalíticamente— de la
Dentro del enorme abanico de posibilidades, no resultaría extraño vinculación edípica con su madre, lo habría considerado absolutamen-
empezar por el caso de una familia en la que ni el padre ni la madre se te ridículo y como expresión típica de la decadencia occidental. Natu-
pueden considerar personas religiosas, mucho menos, practicantes. ralmente, después de años y años de prolongados esfuerzos por con-
Según las estadísticas, esa situación inicial en la psicogénesis de un trolar su voluntad, llegó a considerarse un hombre libre e independiente,
clérigo no parece ser la más frecuente, pero se da, de hecho. Y para que sólo se guiaba por su razón y por su conciencia. Y lo mismo llega-
demostrarlo, me permito aducir la siguiente historia. ron a pensar sus educadores, mientras su devoción mariana no llegó a
Durante los primeros años de su infancia, un niño se había visto adquirir unos rasgos exagerados.
obligado a ser testigo directo de las desavenencias entre sus padres. Él, Este ejemplo ilustra suficientemente el problema que nos ocupa.
naturalmente, se puso de parte de su madre, como decidido abogado En el supuesto de una considerable inseguridad ontológica y de un
de sus derechos. Un día, el padre, harto de la convivencia conyugal, optó exagerado sentido de reponsabilidad, sólo unas fuerzas como la identi-
por el divorcio; de modo que el niño se encontró con la oportunidad ficación, la protesta y la creación antitética de un ideal que busca la
de asumir la carga y la satisfacción de ser el único y verdadero destina- solución en el plano del «espíritu» pueden engendrar la vocación a
tario del amor de su madre. Durante muchos años, los dos había llega- clérigo. Además, una «decisión» por la Iglesia católica está evidente-
do a establecer una alianza de duelo contra todo el resto del mundo. mente relacionada con la búsqueda de una madre sustitutiva que pue-
Pero, poco a poco, las demandas de la madre se fueron haciendo cada da disolver toda clase de vínculos externos con la madre biológica, en
vez más exigentes, hasta que terminaron por convertirse en una espe- orden a recuperarlos con más fuerza en un nivel espiritual o religioso.
cie de explosivo, que amenazaba con hacer saltar aquel «matrimonio de Esa clase de conversiones puede producirse también con posteriori-
sustitución». Desde el comienzo de su pubertad, el niño, físicamente ya dad, ya en plena vida adulta, y como no obedecen a una causa externa
bastante maduro y de carácter más bien independiente, empezó a sen- fácilmente verificable, la mayoría de las veces hacen verdaderos estra-
tir que el cerco al que le sometía la presencia agobiante de su madre no gos en el entorno.
sólo le producía disgusto, sino que hasta le causaba una sensación de
Valgan de ejemplo las conclusiones a las que llegó Freud en 1927,
vergüenza. Por nada del mundo querría dar la impresión de ser un niño
al analizar la experiencia de un médico estadounidense. Decía el ciru-
322 El diagnóstico Tras fondo psicogenético 323

jano que, al ver sobre la mesa de disección el cadáver de una mujer de religiosa se debe al ejemplo de los padres, sino a la propia fuerza
edad, sintió una profunda conmoción interna. Ante «aquel rostro con psicodinámica del enfrentamiento con ellos, como derivación del com-
una expresión tan dulce, tan encantadora», el médico no pudo menos plejo de Edipo.
de pensar: «¡Imposible! ¡Dios no existe, no puede existir! Si realmente Pero para los planteamientos de nuestra investigación es mucho
hubiera un Dios, jamás habría permitido que una mujer tan dulce, tan más importante el hecho de que, ya antes de la manifestación del
encantadora como esta viejecita... viniera a parar precisamente a una complejo de Edipo, la propia psicología del niño encierra una multi-
mesa de disección». Terminado el trabajo, volvió a su casa, con la tud de elementos afectivos que pueden condicionar el nacimiento de
firme resolución de no volver a pisar una iglesia. Pero oyó una voz magnitudes autónomas, por ejemplo, la aceptación especialmente in-
interior que le invitaba a reexaminar su actitud. A la mañana siguiente, tensa, y hasta fanática, de determinadas concepciones religiosas. Ha-
una iluminación especial de Dios le hizo comprender que la Biblia es ciendo nueva referencia al caso —anteriormente expuesto— de la madre
palabra de Dios y que las enseñanzas de Jesucristo son la única verdad que ya ha sufrido un infarto de miocardio y puede morir en cualquier
y en ellas está la única esperanza. Freud le replicó que todo el mundo momento, una de las soluciones para escapar de la angustia de tener
sabe que Dios permite catástrofes mucho más horrorosas que el cadá- que enfrentarse con una muerte inminente consiste en soñar que se
ver de una viejecita simpática y encantadora sobre una mesa de abandona la tierra para situarse en el cielo. Aunque la madre muera,
disección. Lo más probable era que aquel rostro de mujer le hubiera en realidad no muere totalmente, sino que entra en la plenitud de su
recordado al médico la cara de su propia madre. Freud analiza el caso verdadera vida, la del cielo, donde será mucho más feliz que aquí en la
de esta manera: tierra. Y en cuanto al que queda aquí abajo, jamás podrá sentirse total-
mente huérfano, porque llegará un día en que siga los pasos de su
La vista de un cuerpo de mujer desnudo (o a punto de estarlo), que madre, para encontrarse definitivamente con ella. De ese modo, la
suscita en un joven el recuerdo de su propia madre, despierta en él angustia por la amenaza diaria de la muerte de la madre se puede
una añoranza provocada por el complejo de Edipo; y a esa añoran- transformar en una apasionada añoranza de otra vida mejor, sobrena-
za se añade inmediatamente, como complemento perfecto, la rebe-
tural y eterna. Y eso, aunque los padres no hayan sentido particular
lión contra su padre. Para el joven, el padre y Dios no son todavía
realidades perfectamente diferenciadas; de ahí que el deseo de des- interés por el consuelo que ofrece la religión en cuestiones como el
truir al padre pueda hacerse consciente bajo la forma de duda sobre más allá y el destino eterno del hombre.
la existencia de Dios, y pretenda legitimarse ante la razón como Igual que en determinadas formas psicóticas suelen surgir visiones
rabia por los malos tratos infligidos al objeto materno... apocalípticas88 que recuerdan extraordinariamente los respectivos tex-
El conflicto parece haberse desarrollado en forma de psicosis tos de la Biblia, aunque el paciente no haya vuelto a oír hablar de ellos
alucinatoria, en la que se oyen voces internas que desaconsejan la desde su juventud, los contenidos centrales de la religión, especial-
resistencia contra Dios. El resultado de la lucha vuelve a adquirir mente de la cristiana, pueden surgir espontáneamente de las propias
tintes religiosos y, predeterminado por el destino del complejo de vivencias psíquicas. Aunque los padres no hayan contribuido cons-
Edipo, se manifiesta en una absoluta sumisión a la voluntad de un
cientemente más que en medida muy escasa a la transmisión de esas
Dios que se considera como Padre. El joven termina por creer, y
acepta todo lo que se le ha enseñado desde la infancia sobre Dios y ideas, su influjo psíquico sobre el inconsciente del niño, desde época
sobre Jesucristo87. muy temprana, puede hacer que ciertas doctrinas de la dogmática cris-
tiana se perciban como el cimiento subjetivamente infalible y nunca
En este caso, unos contenidos religiosos que, de por sí, no habrían cuestionable de la propia existencia. Sin embargo, en todos esos casos,
tenido fuerza suficiente para configurar la propia existencia quedaron el factor decisivo es la característica ambigüedad de sentimientos y la
reforzados por el nuevo impulso del miedo a un castigo infligido por el correspondiente disociación de la imagen paterno-materna, cuyo lado
padre —fruto natural del complejo de Edipo— y desembocaron en más positivo se proyecta hacia la esfera de lo sobrenatural, de modo
una total identificación con los contenidos de la educación religiosa que resulta absolutamente incuestionable.
recibida en la primera infancia. Tampoco en este caso la «conversión» En una modalidad de esa experiencia, ciertas nostalgias y ciertos
324 El diagnóstico Trasfondo pstcogenético 325

ideales contrapuestos frente a la realidad circundante pueden contri- Ha circunstancia no fue precisamente la causa de un nuevo dinamismo,
buir a la formación de apnorismos psicológicos sobre los contenidos sino un mero catalizador, la condición —en sí misma, indispensable—
de la fe cristiana. ¡Cuántas veces hasta el tono mismo con el que los para liberar todo el cúmulo de energía preexistente. Sin una psicología
sacerdotes y las religiosas hablan sobre Dios, sobre Jesucristo, sobre la de la nostalgia y de la soledad, sería difícil explicar determinadas voca-
Virgen, o sobre la Iglesia deja entrever la más profunda nostalgia de ciones, especialmente las que surgen con independencia del ejemplo
algo que, en realidad, nunca se ha vivido personalmente! religioso que hayan podido ofrecer los padres.
Pero esa nostalgia también se puede inducir desde el exterior. En Pero, sin duda, el caso más favorable y, tal vez por eso, el que se
la biografía del clérigo se observa frecuentemente que el deseo de su aduce con más frecuencia para explicar la psicogénesis de un clérigo es
vocación futura va ligado a la familiaridad con la única persona que, el que se produce en una situación en la que uno de los progenitores,
en un mundo gélido, ha sabido proporcionarle algún calor. Sin embar- por regla general la madre, incluso en significativo contraste con el pa-
go, hay un fenómeno, que se da también en otros campos y que, por lo dre, posee profundas convicciones religiosas. La palabra «religión» hay
que se me alcanza, la literatura no ha sabido explotar suficientemente: que entenderla aquí como equivalente a catolicismo, ya que una «reli-
el factor específico de la casualidad. Por ejemplo, un chico se decide a giosidad» en sentido de «humanismo ilustrado», como pretendía
hacerse filatélico de profesión, porque a los siete años encontró duran- Lessing90, o de un romántico «gusto por lo infinito», que decía Schleier-
te tres semanas a un inquilino de sus padres con el que salió una sola macher91, sería difícilmente conciliable con el dogmatismo típico de la
vez a dar un paseo, pero que le habló como a un adulto. Pues bien, ¡ese Iglesia católica. Es más, habrá que suponer que la vivencia religiosa de
hombre era coleccionista de sellos! Otro caso podría ser el de una chi- ese progenitor (la «madre», por lo general) incluye una vinculación
ca que se decide a hacerse librera, porque un amor de juventud, vecino particularmente intensa con los postulados de la Iglesia. La situación
suyo, le escribía de vez en cuando unos poemas rebosantes de pasión. «ideal» para que surja una vocación de clérigo, o sea, el mejor punto de
Cuanto más lóbregos sean los subterráneos en los que un niño se ve partida de la psicogénesis clerical, se produce cuando uno de los pro-
obligado a desarrollarse, mayor será el encandilamiento con el que, más genitores, decepcionado por el otro en su vida emocional, se aferra,
tarde, se lance incondicionalmente, como una mariposa nocturna, de- como solución «sustitutoria», a la Iglesia y asume como el fundamento
trás del primer rayo de luz que irrumpa en su soledad. La psique hu- indispensable de su propia existencia determinadas decisiones mora-
mana, en su capacidad de sobrevivir y en la tenacidad de su ilimitada les, sobre todo las que se refieren a la indisolubilidad del matrimonio y
paciencia, se parece a esas flores del desierto que, año tras años, per- al comportamiento sexual. Y si, además, se presupone que ese proge-
manecen como muertas bajo la abrasadora canícula del sol, pero que, nitor está considerado en el seno de la familia como un ser humana-
ante unas gotas de lluvia, brotan en toda su magnificencia. De repente, mente superior, modelo y norma para los demás, se darán todas las
la energía vital acumulada en sus raíces se desata en una explosión de condiciones para que, mediante una estricta educación del niño, todo
alegría y de colores; ellas aprovechan esa ocasión verdaderamente se encamine al nacimiento de una futura vocación clerical.
crucial y se aferran a ella como a una especie de marca constitutiva89.
Por consiguiente, en la psicogénesis del futuro clérigo, el elemen-
En una visión retrospectiva del proceso de configuración existencial
to decisivo es que el progenitor que marca la pauta en la familia con-
de muchos clérigos se puede descubrir la impronta que han dejado en
sidere su vinculación a la Iglesia como algo verdaderamente esencial
su desarrollo ulterior ciertas vivencias, como una acampada juvenil,
para su propia vida. En ese caso, el necesario contraste con el otro pro-
un retiro de fin de semana, un encuentro con determinado sacerdote,
genitor actuará como un poderoso mecanismo que, al favorecer la apa-
etc. En ese momento afloró como esperanza, o incluso como confir-
rición de unas tensiones que influyen decisivamente en la psicología del
mación real, lo que hasta entonces yacía sepultado como nostalgia. Es
niño, agudizará en él un factor como el de su inseguridad ontológica,
como si se abrieran las esclusas y las aguas durante tanto tiempo acu-
con las previsibles consecuencias de buscar refugio en la vocación
muladas en el pantano se precipitaran hacia el valle; todas las tenden-
clerical.
cias, todos los intereses pueden fluir ahora por el cauce que abrió aquel
encuentro puramente casual. Pero, en una correcta interpretación, aque- De esa oposición relativa entre padre y madre que, como acabamos
de indicar, es uno de los factores decisivos para la vocación a clérigo,
326 El diagnóstico

se deduce el significado afectivo de una de las concepciones dogmáti-


cas que constituyen el núcleo fundamental de la teología católica.
A juzgar por la religiosidad práctica de muchos clérigos, se tiene la
impresión de que en su vida real hay como dos dioses diametralmente
opuestos: por un lado, están Jesucristo y su madre, como quintaesencia 2
del amor, de la benignidad, del perdón; y por otro lado, está el Padre, LIMITACIONES DE LOS ESTADIOS ESPECÍFICOS:
como quintaesencia de la justicia, de la severidad, del castigo. Hay que MISERIA Y NECESIDAD DE UNA «VIDA MONÁSTICA»
reconocer que la Iglesia, ya desde sus primeros tiempos, rechazó como
herética la doctrina de Marción, según la cual el Dios de la creación es
radicalmente distinto del Dios de la redención92. Pero, afectivamente,
esa disociación ha penetrado en la religiosidad cristiana, como se pue-
de ver en infinidad de oraciones, sobre todo, las de carácter popular,
como las «rogativas». Por ejemplo, en los himnos y en las letanías de la
Virgen se le pide que, junto a su Hijo, interceda ante el Padre para que
envíe su protección y ayuda a una humanidad amenazada por el sufri-
miento y el pecado. Emocionalmente, se concibe al Padre —contra lo Nuestra investigación ha llegado a un punto en el que todas las re-
que nos enseñó Jesús93— como un monarca desabrido, cuya indulgen- flexiones precedentes no hacen sino corroborar la tesis de que la «vo-
cia sólo puede y debe conseguirse por la intercesión de tan poderosos cación» a una vida de clérigo está reservada exclusivamente al sujeto
mediadores. que, ya desde su primera infancia y en el seno de la propia familia, ha
Por otra parte, según el dogma de la Iglesia, dentro de la Trinidad, aprendido a compensar el sentimiento de inseguridad ontológica y de
el Padre y el Hijo son personas distintas94, cuyas relaciones consisten falta de justificación de la existencia por medio de una inclinación a
precisamente en su diferenciación; y de la contraposición entre las dos reparar las posibles malformaciones.
personas, es decir, del Padre y del Hijo, surge el Espíritu Santo95, que Eso nos da la clave para comprender no sólo el lugar que ocupan
es, en definitiva, el responsable de la elección de un hombre a clérigo. en la vida del clérigo católico la ideología de sacrificio y su práctica
De modo que esa representación, en su significado afectivo, tendrá correspondiente, sino también esa peculiar y confusa disociación entre
que interpretarse como información de la propia biografía del clérigo, persona y ministerio que se observa en su actividad intelectual, en su
ya que, de hecho, sólo la contraposición entre las dos personas «divi- estilo de vida y en sus relaciones humanas. Paralelamente, hemos po-
nas», el padre y la madre, da lugar a ese espíritu del que brota una dido aislar toda una serie de fenómenos que constituyen el núcleo fun-
existencia como la del clérigo. damental de su existencia: el sentimiento de una excesiva responsa-
bilidad, con su correspondiente síndrome de salvador; la absoluta
disponibilidad del «yo» para identificarse plenamente con las exigen-
cias y dictados del «super-yo»; la convicción narcisista de una situa-
ción privilegiada, a causa de una peculiar elección; la represión de
enteros sectores de la propia psique y de cualquier reminiscencia de la
situación familiar originaria; la sustitución y sublimación de esas vi-
vencias por medio de una idea de vocación como destino divino; la
tendencia al convencimiento de la propia valía, con la inclinación a
imponerla a otros que, en una situación de franca o solapada compe-
titividad, quedarán necesariamente rebajados a la categoría de «obje-
tos» de la actividad pastoral. Todos esos fenómenos se explican per-
328 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 329

fectamente como restos y reacciones de una infancia en la que el «yo» considera específico de la existencia clerical: una vida guiada por los
del niño, presa del miedo, de la angustia y de un sentimiento de culpa- llamados «consejos evangélicos» de pobreza, castidad (o celibato) y
bilidad, no veía otra salida posible, sino recuperar el amor siempre humildad (u obediencia). Pues bien, hasta que no se vea claro por qué
incierto, o incluso presuntamente perdido, de la única persona impor- una determinada persona llega al punto de considerar esa vida no sólo
tante y decisiva para él —la «madre»—, mediante una extrema dispo- como un ideal que merece cualquier esfuerzo, sino como el fundamen-
nibilidad para la adaptación y la entrega. to mismo y la razón única de su propia existencia, el análisis no habrá
Sobre ese fondo de una psicología perpetuamente amenazada, se logrado penetrar en el núcleo más profundo de la psicogénesis del
puede entender, como la cosa más natural, que el «yo» del niño expe- clérigo. Si hasta aquí hemos descrito el sentimiento o, mejor dicho, la
rimente la necesidad de una promesa de salvación, como la que le situación fundamental que desencadena la psicogénesis, ahora tene-
ofrece el ámbito religioso, y se abra completamente a aceptarla sin la mos que analizar cómo todas esas constelaciones de conflictos y senti-
más mínima reserva. Ahora bien, si a esa apertura existencial del niño mientos que hemos apuntado anteriormente repercuten en cada uno
hacia el mundo de lo religioso —perfectamente explicable, desde la de los estadios del desarrollo psíquico del clérigo, con sus exigencias y
psicología— se añade como factor socio-cultural, tanto dentro como sus pulsiones específicas.
fuera de la familia, la presencia de la Iglesia católica, en cuanto insti- Pero antes de comenzar esa andadura, no estaría mai recordar aquí
tución transmisora de los valores y de las concepciones religiosas, se el verdadero propósito que guía nuestra investigación. Todo el que,
comprende la posibilidad de que un chico o una chica sientan poste- como sacerdote o como miembro de una orden o congregación reli-
riormente el vivo deseo de compartir una experiencia como la de giosa, crea que el psicoanálisis puede arrojar una cierta luz sobre las
Jeremías, la del «Siervo» en el Deuteroisaías, o la de san Pablo, que se motivaciones de fondo de los «consejos evangélicos», deberá plantear-
creyeron elegidos por Dios «desde el seno de su madre» para ponerse a se ineludiblemente hasta qué punto esas conclusiones le afectan a él
su servicio Qr 1,5; Is 49,1; Gal 1.15)1. personalmente. Antes, cuando no se trataba más que de una mera ex-
Pero, en el fondo, todo este recorrido no cubre más que la mitad posición de las estructuras fundamentales de la afectividad clerical, el
de la historia. Es decir, nuestro esfuerzo por delinear una imagen lo lector, aun sintiéndose personalmente aludido, todavía tenía un cierto
más exacta posible de la psicología del clérigo no nos ha proporciona- margen de maniobra, por ejemplo, distanciándose del problema. ¿No
do más que el marco en el que se encuadra esa imagen; conocemos habría que rechazar sin más los ejemplos aducidos, objetando que se
sólo el punto de enfoque de la perspectiva, y no hemos hecho más que trata de casos meramente particulares y no de concreciones de una
bosquejar la trama de los colores. Nos falta lo principal, lo decisivo, tipología estructural? ¿No se podría incluso proponer ejemplos con-
que no es otra cosa que delinear exactamente los volúmenes, las for- trarios? ¿Quién no conoce alguna religiosa o algún sacerdote «total-
mas, la colocación, o sea, el contenido propiamente dicho del cuadro. mente distintos» de los presentados aquí? Y, sobre todo, ¿hay, de he-
Responsabilidad, idealismo, religiosidad, vinculación a la Iglesia cho, algún clérigo que no se haya esforzado personalmente por no ser,
son, qué duda cabe, presupuestos fundamentales para la vida del futu- ni llegar a ser, como el que se ha descrito hasta aquí, o sea, una perso-
ro clérigo; pero todos esos factores podrían ser la base de una infini- na que «vive por la función»? Aunque se quiera, o incluso se deba,
dad de profesiones posibles, en vez de condicionar exclusivamente la admitir que existe «el clérigo a la Drewermann», siempre se podrá
vocación clerical. De ahí podrían surgir profesores de religión, colabo- encontrar una diferencia, por mínima que sea, que suavice lo dicho, en
radores, redactores o directores de un periódico, revista o editorial cuanto se refiere al propio interesado.
católica, animadores de grupos, presidentes de cualquier comisión o Pero, de ahora en adelante, el proceso mismo de lectura se encar-
asociación eclesiástica, etc. De hecho, en todo ese abanico de profesio- gará de ir reduciendo y estrechando cada vez más hasta esa posible
nes no es raro encontrar gente que, en un momento de su vida, haya diferencia. A medida que el psicoanálisis horada como un torno las
pensado hacerse sacerdote o religioso, pero que, por diversos motivos, profundidades de la persona, se reduce el campo para la excusa o para
antes o incluso después de la ordenación sacerdotal o de los votos, la huida, y se intensifica una interpelación al sujeto, que le empuja al
optó por abandonar ese camino. El mayor obstáculo suele ser lo que se conocimiento propio. Naturalmente, siempre cabe la posibilidad de
330 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 331
que el acento sea distinto, ya que en materia de los llamados «consejos ser feliz, sino también experimentar con ella, quizá por primera vez en
evangélicos» cada individuo podrá tener sus propios problemas: uno su vida, el significado de unas palabras tan trilladas como confianza,
tendrá más dificultad con la pobreza, otro deberá afrontar las deman- entrega, amor? ¿No fue, en definitiva, su mayor fracaso la renuncia
das de la obediencia, y un tercero se sentirá más angustiado por la ante Dios y ante los hombres, por «fidelidad» al compromiso de su
renuncia a la pulsión sexual. En cualquier caso, cada uno tendrá que ministerio, a su propia felicidad y a la de los otros? ¿Qué hacer, pues,
examinar los elementos de su primera infancia que más directamente cuando esa clase de pensamientos y reflexiones vienen, literalmente,
han influido en su «vocación», es decir, en su «decisión» personal de demasiado tarde?
hacerse clérigo; tendrá que tener en cuenta las múltiples limitaciones,
Pocas cosas hay tan trágicas y deprimentes en la vida humana, co-
represiones, inhibiciones y síntomas neuróticos que han jalonado toda
mo descubrir algo a destiempo. De ahí el riesgo de una lectura de
su vida, desde la primera infancia; tendrá que ser más sincero consigo
libros sobre psicoanálisis, que llevan a descubrir ciertos datos precisa-
mismo que como le enseñaron durante sus años de formación en el
mente en el momento en que se es aún demasiado joven o ya demasia-
seminario o en el noviciado; y tendrá que encarar ciertas cuestiones
do mayor para poder aceptarlos y aprovecharse de ellos. De nada sirve
que la ideología puramente racional de la Iglesia le ha ocultado, como
la excusa, por pertinente que sea, que más vale ser corregido o repro-
por condescendencia, ya que consideraba como bendición de Dios y,
chado por un libro que por la dura escuela de la vida. Por eso, no nos
por consiguiente, benéfico, lo que, en determinadas circunstancias y
cansaremos de repetir que en nuestra investigación no se trata —ni
desde el punto de vista humano, habría que reconocer como maldi-
debe tratarse— de acusar o reprochar, ni siquiera en el tono, a perso-
ción, como fatalidad o, por lo menos, como infortunio. Por eso, si se
nas que, según su apreciación subjetiva, han hecho los mayores esfuer-
supone que la «decisión» de hacerse clérigo nace de una fuerte presión
zos por orientar su vida hacia los demás de la manera más provechosa
interna que lleva a concebirla como una auténtica «vocación» de Dios,
posible . Pero, al mismo tiempo, debe permitirse no sólo forzar esas
y se subraya la disponibilidad absoluta que se exige al interesado, para
angosturas que, en virtud de determinados factores del inconsciente,
identificarse plenamente con la «dignidad» de su «ministerio», se en-
suelen desembocar en decisiones capitales para la propia existencia,
tiende fácilmente el miedo, las vacilaciones e incluso la actitud de de-
sino también, cuando sea posible o incluso resulte necesario, imaginar
fensa con la que la mayoría de los clérigos reaccionan frente al psico-
y abrir caminos más adecuados para revisar y mejorar tales decisiones.
análisis2.
Se trata, pues, de atenuar los complejos de culpabilidad que hacen
No se puede negar que ciertos descubrimientos que inciden en la aparecer como fallo o incompetencia de la persona lo que es posible
psicodinámica de unas personas que viven con tantas compensaciones que, en realidad, se deba al carácter obligatoriamente despersonalizado
como los clérigos de la Iglesia católica encierran cierto peligro. Pero de un particular modo de vida. Se trata de superar la sensación de
no por eso dejan de ser verdad. Y ese mero hecho basta para que pue- aislamiento, de soledad y de abandono, en la que se podría ver como
dan provocar la ruina, como si se tratara de un castillo de naipes, de la problema puramente privado lo que, en realidad, obedece a la estruc-
construcción que durante toda una vida se ha ido edificando con tanto tura insoportable de una forma objetiva de existencia como la del clé-
esfuerzo. Pero lo peor es que esa ruina puede producirse demasiado rigo. Se tata de reclamar el inalienable derecho del individuo a la liber-
tarde como para poder volver a empezar. tad de su propia maduración y desarrollo psíquico, aunque la conciencia
¿Qué puede hacer, por ejemplo, un párroco que a sus sesenta años de esa necesidad se produzca en un momento en el que, según las
tiene que reconocer que, a pesar de todas sus palabras sobre la misión reglas del juego que presiden una forma de vida totalmente institucio-
de la Iglesia y la libertad de los hijos de Dios, él, en el fondo, sigue nalizada como la clerical, no debería producirse. En otras palabras, se
siendo aquel niño de tremenda fijación edípica sobre su madre, aquel trata de que la persona, a través del método psicoanalítico, llegue a
niño que, por afán de no cometer jamás un pecado, cargó con el peca- percibir conscientemente el cúmulo de constricciones con las que un
do tal vez más grande, el de no haber vivido jamás una vida verdadera- determinado sistema religioso controla hasta los más mínimos detalles
mente suya3? ¿Hizo bien, o fue un irresponsable, cuando a sus veinte de su vida, de modo que pueda recuperar el aliento para pensar y
años renunció al amor de una mujer con la que no sólo habría podido expresarse, para sentir y obrar por sí misma.
332 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 333

Naturalmente, no se puede excluir la hipótesis de que un alto cos. En determinados círculos helenísticos se consideraba ese texto
porcentaje de clérigos —teóricamente, todos—, dada su identifica- como una especie de catecismo comunitario que recogía, entre otros
ción con el ministerio —en términos psicoanalíticos, identificación temas, el de matrimonio y familia, con la prohibición del divorcio
del «yo» con el «super-yo»—, perciban estas reflexiones no sólo como (Me 10,1-12), el de la preocupación por los «niños» (Me 10,13-16), y
un ataque a ciertas formas o contenidos del estamento clerical, tal el de la renuncia a las riquezas en favor de los pobres (Me 10,17-27) 5 .
como lo define todavía hoy la Iglesia católica, sino incluso como una Si se quiere, se puede ver ya en ese catálogo tan antiguo de normas
auténtica agresión personal. Pero aquí vale la observación de Sóren de comportamiento cristiano una forma embrionaria de lo que serán
Kierkegaard, que, en pura dialéctica, ataque y defensa son una misma en el futuro los «consejos evangélicos» de pobreza, castidad y obedien-
cosa4. Por eso, nuestro cometido consiste en analizar, con ayuda del cia. Pero una de las características de ese catálogo es que no contiene
psicoanálisis, los ideales propios del clérigo tal como él mismo los «consejos» propiamente dichos sobre una «particular» forma de vida,
formula, para humanizar en lo posible su función psíquica; y, en sino que, más bien, propone reglas válidas para todos; más aún, si se
sentido inverso, tratar de analizar las estructuras psíquicas de las per- tiene en cuenta el contexto inmediatamente anterior, o sea, el episodio
sonas que procuran vivir según dichos ideales, de modo que lleguen a del «joven rico», parece que se trata de una advertencia enérgica con-
comprender y a vivir su ideal como una forma de expresar su integra- tra cualquiera otra orientación de la vida que no vaya en ese sentido.
ción humana y el encuentro personal consigo mismos. Finalmente, la En esa concepción pervive el recuerdo de que Jesús no pretendió, en
única posibilidad de evitar la eterna amenaza de degeneración que modo alguno, fundar una especie de «orden monástica para seglares»,
pende sobre nuestros objetivos vitales, o de liberarnos de ella, si ya se del tipo de las «hermandades» fariseas —los aberitn6— o de la comu-
ha producido, es el esfuerzo por comprender y el valor para buscar nidad de Qumrán 7 , que florecieron durante el judaismo tardío, sino,
sinceramente la verdad del hombre. Mezquino ideal sería el que tuvie- más bien, dar vida a un movimiento de personas que, por su confianza
ra como único fundamento la obsesión de retraerse a la luz que arroja en Dios, fueran capaces de renunciar —y renunciaran, de hecho— a
el psicoanálisis. toda clase de divisiones entre ellos provocadas por la inclinación al
Por consiguiente, el punto de partida más sólido para seguir nues- poder, a la propiedad y a la concupiscencia.
tra investigación consiste en tomar lo más en serio posible, desde un Pero pronto se comprobó la realidad de la sombría advertencia
enfoque psicológico, los datos teológicos que se aducen como funda- que el filósofo romano Celso había hecho a los cristianos hacia el 180
mento de los «consejos evangélicos». d.C.8, cuando predijo que sólo podrían mantener la elevada moralidad
de la que hacían gala los primeros apologistas en su confrontación con
el mundo pagano9, si seguían como un pequeño grupo religioso o como
I. FUNCIONALIZACIÓN DE UN EXTREMO: una secta; en cambio, si llegaran a convertirse en una religión de ma-
EL VERDADERO PROBLEMA DE LOS «CONSEJOS EVANGÉLICOS» sas, serían exactamente como los demás, ni mejores ni peores. Y de
hecho, así fue. El cristianismo, después de largos años de persecución,
Para legitimar teológicamente los «consejos evangélicos» y llegar a que se recrudeció a principios del siglo iv bajo los emperadores Decio
institucionalizarlos como ideal de vida de unos hombres que se sienten y Diocleciano, llegó a ser no sólo una «religión de masas», sino que, el
«particularmente llamados», el punto de referencia durante los largos año 381, se convirtió en la religión oficial del Imperio10. Fue por esa
siglos de historia de la Iglesia ha sido el modelo de Cristo. Imitar a época cuando surgieron las primeras comunidades eremíticas, espe-
Cristo es el punto de partida y la meta de toda vida auténticamente cialmente entre los cristianos coptos de Egipto11. Apelando a la pasión
cristiana. y muerte de Cristo, optaron por una vida de privaciones y de renun-
Los intentos de compilación de ciertos hechos y dichos de Jesús cias radicales, para hacer realidad los principios más elevados del espí-
durante su vida terrestre, para descubrir en ellos el hilo conductor de ritu cristiano, frente a la secularización en la que había caído la Iglesia.
la existencia cristiana, se remontan a una tradición muy antigua que Las regiones semidesérticas de Egipto y Siria fueron la verdadera cuna
es, probablemente, la base del capítulo 10 del evangelio según Mar- del monacato cristiano12.
334 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 335

Hasta para la elección del sitio se siguió el modelo de la Biblia. esas figuraciones, era el lugar de la muerte 21 o, mejor dicho, el lugar de
Una leyenda, recogida en Mt 4,1-11 (véase también Le 4,1-13), cuenta la vida eterna situado en «la región occidental», que pertenecen a la
que Jesús, después de su bautismo en el río Jordán, y antes de comen- diosa Meret-Seger, la «diosa que ama el silencio»22. En la mentalidad
zar su ministerio público, fue llevado por el Espíritu de Dios al desier- egipcia, la «tumba» era el lugar de la «resurrección»23; era la morada
to; y allí, después de cuarenta días de oración y ayuno, fue «tentado eterna, el escenario de la fusión con el dios Osiris que, por el amor de
por el demonio»13: ante su sensación de hambre, el tentador le habría su mujer, Isis, alcanzó la inmortalidad 24 . No parece una pura casuali-
retado a convertir las piedras en pan; a precio de una muestra de ado- dad que fueran precisamente los cristianos de Egipto los que iniciaron
ración a su supremacía, Satanás habría puesto a sus pies todos los rei- la vuelta a esos lugares de las más viejas esperanzas de inmortalidad,
nos del mundo; y para probar su confianza en Dios, debería arrojarse para morir al mundo y alcanzar la vida eterna mediante una vida
desde el pináculo del templo. Pero Jesús rechazó esas tentaciones, adu- monástica25. El culto con el que los faraones celebraban sus ritos de
ciendo que «no sólo de pan vive el hombre», que Dios es el único victoria sobre la muerte sufrió un proceso de interiorización con refe-
digno de adoración, y que no se debe «poner a prueba a Dios» con rencia al trágico destino de Cristo entre el Viernes santo y la mañana
artes mágicas o milagros. De ese modo, Jesús logró superar la sensa- de Pascua, y se convirtió en una forma de existencia en plenitud, que
ción de hambre, la pulsión de poder, y también, si se interpreta habría de configurar radicalmente el curso ulterior del cristianismo26.
psicoanalíticamente el «sueño de la caída» desde el pináculo del tem-
plo14, la pulsión sexual hacia las «muestras» de amor y de cobijo afec- Aunque el objeto de nuestra investigación no consiste precisamen-
tuoso. Desde la perspectiva de una psicología profunda, no se puede te en hacer una historia de la espiritualidad, resulta inevitable, desde el
dudar que las «tentaciones» de Jesús, tal como se cuentan en Mt 4,1- punto de vista de la psicología religiosa, empezar con una presenta-
11, son el primer reflejo simbólico de los tres campos pulsionales de la ción genérica del ambiente espiritual en el que se originan las grande-
oralidad, la analidad y la sexualidad, que encuentran en los tres «con- zas y los peligros del movimiento monástico. En la crítica que se suele
sejos evangélicos» de pobreza, castidad y obediencia sus limitaciones hacer a la práctica de los «consejos evangélicos» en la Iglesia católica
más radicales15. es fácil dejarse llevar por una concepción arbitraria y, de ordinario,
Pero desde ese «ejemplo» de Cristo a la doctrina eclesiástica de los más bien unilateral. En este aspecto, parece que la última moda consis-
«consejos evangélicos», tal como se entendió en el movimiento mo- te en criticar con una actitud rayana en la caricatura la conocida hos-
nástico, hay un largo camino. A la pregunta sobre cómo pudo surgir tilidad de la Iglesia católica con respecto a la sexualidad27. Por otra
esa concepción, que se propagó por toda la Iglesia durante el siglo iv, parte, recordando el ejemplo de san Francisco de Asís, no se ahorran
hay que responder que los puntos de comparación son más abundan- elogios a sus exigencias de «pobreza», sobre todo en un mundo en el
tes con el brahmanismo indio o con el budismo que con el Nuevo que cada año mueren de hambre unos cincuenta millones de perso-
Testamento 16 . Aquí, la idea de «vencer al mundo» (Jn 16,33) 17 se con- nas28, mientras que, al mismo tiempo, se considera que la «humildad»
vierte en el verdadero programa, de modo que el ideal de vida cristia- y la «obediencia» son, hasta cierto punto, un problema privado de los
no, desde la perspectiva de una espiritualidad histórica, pertenece a clérigos católicos.
una corriente cuyos orígenes se encuentran fuera de un judaismo abierto Una disociación tan superficial olvida totalmente que los «conse-
al mundo y a las experiencias sensoriales18. Es verdad que en el judais- jos evangélicos» forman un todo unitario, que no se puede aceptar ni
mo tardío, dentro de la concepción apocalíptica, se percibe un fuerte combatir sólo en uno u otro de sus componentes, sino que se debe
pesimismo y una atmósfera de inminencia del fin del mundo 19 . Y a la considerar como una actitud fundamental y unitaria frente a la totali-
sombra de ese fenómeno, crecen las promesas proféticas de un «desier- dad de las pulsiones del ser humano. Concretamente, en el debate so-
to» al que Dios conducirá a su pueblo en la hora definitiva, como lo bre un tema ya de por sí tan limitado como el «celibato obligatorio» de
hizo anteriormente cuando la salida de Egipto20. los clérigos, resulta no sólo gratuito, sino absolutamente inaceptable,
Pero el desierto egipcio, ya en la mentalidad de los faraones de acudir a ciertos esquemas monocausales como los siguientes: el pa-
hacía miles de años, y de una manera mucho más radical que en todas triarcalismo es el culpable de la misoginia de la Iglesia católica y de su
336 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 337

extremada represión sexual, de donde se deduce, como consecuencia ción masculina, que todavía hoy perdura en forma de patriarcado.
lógica, la exigencia del celibato de los sacerdotes29. O también: el Precisamente entonces, nacieron las relaciones de poder y de propie-
capitalismo que, en cierto sentido, es causa y consecuencia socio-eco- dad, que alcanzaron su máximo desarrollo en las antiguas culturas del
nómica de la dominación masculina, por su orientación a un máximo Medio Oriente 35 . Pero el aspecto más importante es que la historia
de productividad y lucro, es en sí mismo enemigo del placer y del económica y social de todo aquel período se debió a una profunda
cuerpo; de donde se deduce que una institución como la Iglesia, gober- transformación espiritual de las relaciones del hombre con la naturale-
nada por hombres, y ansiosa de poder y dinero, tendrá que transfor- za circundante y consigo mismo36. Recurrir a categorías morales para
marse necesariamente en una institución represiva, en particular del explicar las conquistas de aquella época como una falta que se habría
amor sexual30. podido evitar, o sea, la culpa «de los» hombres o «de los» poderosos,
Por supuesto, hay buenas razones para relacionar el puritanismo no sólo denota una falta de sentido histórico, sino que sería como el
de la era victoriana, durante casi todo el siglo xix, con el nacimiento y que, llegado a lo alto de un torre, maldice las escaleras que le han
auge de la revolución industrial31. Y también, desde una perspectiva permitido subir. Todo lo que somos hoy se lo debemos al cambio de
etnológica, hay buenos argumentos para pensar que una cultura mentalidad que se produjo en aquella época de la historia.
matriarcal es menos represiva de la sexualidad, menos intolerante y Para nuestro análisis, lo decisivo es que, hace unos diez mil años,
menos ávida de poder que las culturas paternalistas con las que, sin con la retirada de los glaciares y la desaparición de la caza mayor, que
duda, se podría comparar32. Pero fueron precisamente los movimien- se había adaptado al clima extraordinariamente frío, se derrumbó toda
tos monásticos los que, con sus exigencias de pobreza y humildad, se la estructura de la civilización de la caza y de la recolección de frutos
opusieron más tenazmente a cualquier tentación de poder o de lucro. silvestres, para dar paso, a lo largo del Mesolítico, a un progresivo
Aparte de que también fueron esos movimientos los que colaboraron establecimiento del hombre a orillas de los lagos y de los grandes ríos.
de manera decisiva a la propagación del celibato como ideal de vida Entonces no sólo cobró auge la agricultura, la ganadería, la confección
cristiana. textil, la cerámica, la construcción y un esbozo de administración ci-
Pues bien, aparte de todas estas consideraciones, lo verdaderamen- vil, sino que cambió radicalmente la posición del hombre en el conjun-
te importante para nuestra investigación es que no se debe ni se puede to de la naturaleza.
pasar por alto el hecho de que los ideales de la «vida monástica»33, tal El hombre dejó de comprenderse como parte de la naturaleza37, y
como se han entendido y practicado en la historia de la Iglesia, difícil- su dominio de la tierra que iba ocupando se extendió sin límites, mien-
mente se pueden deducir de la Biblia —si es que, en realidad, tienen tras que con la conciencia creciente de sus libertades fue creciendo
algún fundamento en ella—, a pesar de todas las resonancias que he- también su percepción de que unos fenómenos como la salida y puesta
mos apuntado anteriormente. Y tampoco se pueden explicar por las del sol, la alternancia entre verano e invierno, entre estación seca y
circunstancias de la historia cultural de Europa. El núcleo esencial de estación de lluvias torrenciales, las fases de la luna y las órbitas de las
los ideales monásticos no es patrimonio específico de una determinada estrellas estaban producidos por determinadas fuerzas a las que tam-
cultura o de una comunidad particular, de la que se puedan deducir bién la vida del hombre estaba sometida para bien o para mal. En la
por línea directa, sino que son el reflejo de una época bien delimitada medida en que un mejor conocimiento y aprovechamiento de las leyes
en la historia de la conciencia humana. Dicho de otra manera, lo que naturales proporcionaba una enorme ampliación y diferenciación de
pretende el ideal monástico es dar respuesta a un problema estrecha- las bases materiales de la cultura, crecía también la percepción de la
mente relacionado con los orígenes de lo que solemos llamar «histo- amenaza radical que suponía para la existencia humana una naturale-
ria» o «cultura», y que podría interpretarse como el «pecado original» za cada día más extraña. El «paraíso» de sentirse protegido en el seno
de la «revolución neolítica»34. de un mundo natural parecía definitivamente perdido. Se quebró la
Hay suficientes datos para pensar que, hacia finales de la última unidad afectiva de la experiencia, la cultura se desarrolló con absoluta
glaciación, hace unos diez mil años, las relaciones entre hombre y mujer independencia de la naturaleza, y en el propio interior humano co-
sufrieron una modificación considerable en beneficio de la domina- menzó a disociarse el nivel emotivo del racional38.
338 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 339

Cada vez eran más imprescindibles los hombres, cuya mayor fuer- como una «huida», ya que, en realidad, se trata de una victoria interna
za física se empleaba para cultivar los campos, para poner diques a los sobre las aspiraciones más profundas del ser humano que le atan inexo-
ríos y para hacer la guerra39. Y ese progresivo aumento del valor social rablemente a las apariencias transitorias. Despicere terrena et amare
del hombre tuvo que producir necesariamente una decadencia de la caelestia, despreciar las realidades de la tierra y ansiar las del cielo,
valoración de la mujer. La que, durante el período de las glaciaciones, dice una de las oraciones más repetidas en la Iglesia católica a lo largo
era la dueña de los animales40, la Gran Madre, y fuente de toda vida41, de los siglos. Y esa máxima es también como el cantus firmus, como la
se convirtió progresivamente en un ser inferior al hombre, mera encar- tonalidad sostenida, que confiere carácter propio a la vida monástica
gada de la casa. Es verdad que las religiones míticas de la época logra- en todas las culturas.
ron superar, hasta cierto punto, la alienación entre hombre y mundo, Para encontrar el sentido originario de los «consejos evangélicos»
entre naturaleza y cultura, entre consciente e inconsciente, entre pen- habrá que acudir a un fenómeno religioso que se produjo siglos antes
samiento y afecto, entre hombre y mujer42. Sin embargo, la crisis deci- de la era cristiana, el budismo, única religión totalmente organizada
siva en la historia de la conciencia humana fue absolutamente inevita- según el modelo monástico. Un día, un joven príncipe indio, Siddhartha
ble: el descubrimiento de lo particular, la conciencia de la propia Gautama, de paseo por la ciudad de Kapilavastu, se encontró sucesiva-
individualidad produjo una concepción totalmente nueva de la situa- mente con un mendigo, un enfermo y un difunto que llevaban al cre-
ción del hombre en los dos puntos neurálgicos de su existencia: por matorio. La impresión que le produjo aquel encuentro le llevó a aban-
una parte, su libertad y, por otra, su mortalidad constitutiva. donar la corte real y dejar a su mujer y a su hijo46. Por primera vez, el
En una perspectiva histórica, los testimonios más primitivos sobre príncipe se vio confrontado con la despiadada realidad de la existencia
esa polaridad humana se encuentran en la literatura de la antigua In- humana. A partir de entonces, decidió unirse a las comunidades de
dia, con sus acuciantes deseos de superar el fatídico círculo de la vida monjes itinerantes, con el juramento de no volver a casa hasta haber
entre nacimiento y muerte, con el desprendimiento espiritual de las vencido a la muerte. Su «iluminación» le llevó a descubrir la «vía me-
realidades materiales43. Karl Jaspers definió como tiempo eje el perío- dia»47, es decir, el equilibrio interior entre los dos extremos de un
do que va del siglo vm al v a.C, por su importancia para la evolución ascetismo destructor de la persona y el vacío de una existencia perdida
histórica de la conciencia44. Es la época de figuras tan gigantescas como en la sensualidad48. La fórmula central de la meditación budista, con la
Lao-tsé, Isaías, Buddha o Sócrates, que fueron los primeros en hacer que se trata de inculcar al hombre la diferencia liberadora entre su propia
frente a las desmesuradas exigencias de libertad y responsabilidad per- esencia y todas las realidades finitas es simple: «Ese no es mi propio
sonal e infundir nuevo espíritu en la conciencia individual, convirtién- yo»49. Nadie escapa de la pura negatividad de esa experiencia50, cuan-
dola así en última instancia decisoria ante Dios y ante los hombres. do se llega a descubrir el carácter «axial» de la existencia humana.
Pues bien, precisamente en ese ámbito espiritual de la experiencia También la Iglesia de Occidente ha conocido una exuberante flo-
humana surge el fenómeno del monacato en las diferentes religiones. ración de esa clase de movimientos, impulsados por el sentido de la
En un mundo finito y esencialmente marcado por el dolor, el monaca- vanidad de todo lo terrestre y de la alienación absoluta que experi-
to ofrece al hombre una serie de medios espirituales para vencer su menta el hombre frente al universo creado. En vano se ha tratado de
condición de creatura cautiva y recuperar la independencia interior de atribuir el origen de esas corrientes subterráneas a determinados per-
la que se siente dolorosamente privado por el sufrimiento externo. Se sonajes históricos o a causas puramente coyunturales, caracterizándolos
trata de superar el miedo y la constitutiva inquietud frente al inevita- con denominaciones como gnosticismo51, maniqueísmo52, platonismo,
ble azote de la existencia, plasmado en el envejecimiento, en la enfer- dualismo griego, herejía catara53, o consecuencia de la visión teológica
medad y en la muerte. Para ello habrá que renunciar a los valores de la de san Agustín54. Cuanto más sufre el hombre por los condicionamientos
juventud, habrá que someter el cuerpo a una disciplina ascética, y orien- de la existencia terrestre, más deseable se presenta el panorama alenta-
tar la vida a la consecución de unos valores que ni la misma muerte dor de la vida monástica, como liberación de todas las miserias.
puede arrebatar o devaluar45. Pero si se compara el monacato budista con la organización de las
Pero esa ruptura con el mundo no puede, ni debe, interpretarse órdenes religiosas en la Iglesia católica, se verá inmediatamente una
340 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 341

diferencia fundamental. Mientras que en el ámbito cultural asiático la modelo de los «consejos evangélicos»62, pero, en realidad, se desvió
figura del monje es parte integrante de la sociedad, en la Iglesia de conscientemente de las exigencias de esa misma vida, porque, mien-
Occidente el monacato sigue siendo un fenómeno bastante ambiguo. tras elevaba el espíritu del evangelio a categoría de ideal, no renunció
Al surgir en un ambiente en el que la Iglesia comenzaba a rodearse de al derecho de hacerse cargo ella misma de la presunta realidad huma-
las prerrogativas externas que dan el poder, la riqueza y la dignidad, el na63. Y en vez de dejarse transformar por la vida monástica, trató de
monacato fue, desde el principio, una especie de movimiento de pro- justificar su condición de Iglesia rica y poderosa precisamente con el
testa intraeclesial contra la creciente secularización hasta de las pro- reconocimiento del monacato y de las corrientes afines como la más
pias estructuras. auténtica imitación de Cristo en la comunidad cristiana. De ese modo,
En particular, la exigencia de pobreza es una constante de toda la desvirtuó prácticamente el sentido del monacato, al exaltarlo como un
historia eclesiástica, que no cabe interpretar sino como un eco de mala símbolo ideológico y convertirlo en una existencia como metáfora,
conciencia, de desasosiego interior. Por ejemplo, en el siglo xi, el mo- cuyos efectos de disociación psíquica y destrucción de la personalidad
vimiento cisterciense fue una clara reacción contra el desmesurado hemos estudiado anteriormente. El carácter fundamentalmente ambi-
fausto y prepotencia de Cluny55. En el siglo XII, cuando la burguesía de guo de la existencia clerical se convirtió en una premisa para que la
las opulentas ciudades-Estado, ya independientes del Imperio, senta- Iglesia pudiera mantener sus privilegios de riqueza y de poder, mien-
ban las bases de la moderna economía monetaria con el intercambio tras exigía a sus miembros la pobreza y la sumisión más absolutas.
comercial y la elaboración de productos artesanos56, surgió toda una La característica más evidente de esa situación y, a la vez, la más
floración de movimientos «seglares», conocidos como «los pobres», llamativa, sobre todo si se la compara con el monacato budista, es la
que con un programa socialmente revolucionario se oponían a ese tipo impermeabilidad institucionalizada entre las dos formas de vida, en
de desarrollo que había invadido todas las instancias de una Iglesia de la que el conflicto originado —y jamás resuelto desde el punto de vista
obispos, de cardenales y de papas57. A principios del siglo xm, dos espiritual— por la teoría de los dos reinos parece constituir la base
figuras señeras, el papa Inocencio III y san Francisco de Asís, son como jurídica de la espiritualidad de la Iglesia católica. En el budismo, y no
los dos polos de una extraordinaria tensión entre la responsabilidad menos en el hinduismo, la vida monástica se caracteriza esencialmente
sobre el mundo y el deseo de liberarse de él58, entre los reinos de este por su flexibilidad. Hay países orientales de religión predominante-
mundo y el reino predicado por Cristo, un «reino que no es de este mente budista donde se considera parte de la formación cultural —equi-
mundo» (Jn 18,36)59. Pero, como un medio —de hecho, puramente valente, en cierto modo, al servicio militar en otros países— el hecho
administrativo— para suavizar la tensión, Bonifacio VIII, el más autó- de que un joven pase una temporada haciendo vida en un monasterio,
crata de todos los papas medievales, permitió a las «órdenes mendi- para tener una experiencia directa de sí mismo y de su propia religión.
cantes» la práctica de la pobreza personal, mientras declaró sus bienes Después de ese período, regresa tranquilamente a la vida civil, sabien-
como posesiones de la Iglesia; y a los movimientos que no se sometie- do que, si más tarde siente la necesidad de repetir la misma experien-
ran a la decisión papal los anatematizó como herejes contra «la santa cia, puede volver en cualquier momento a esa vida de profunda paz
Iglesia» y exigió a la Inquisición, dirigida entonces por los dominicos interior64. El sentido de esa organización consiste en un esfuerzo por
—originariamente, orden mendicante60— que los persiguiera a muerte evitar cualquier posible disociación de la comunidad religiosa en dos
y acabara con ellos61. clases, una de elegidos y otra de «seglares»; precisamente la distinción
Pero por eficaz que fuera entonces, y aún siga siendo, la imposi- que en la Iglesia católica es de capital importancia.
ción autoritaria de leyes y estatutos para someter el espíritu de las El pensamiento asiático, al que la vida monástica de Occidente
órdenes religiosas a la comunidad eclesiástica y asegurarse así el con- debe algunos de sus impulsos decisivos, es mucho más fluido, más
trol y la disciplina, la pura exterioridad de esas normas no hizo más unitario, más abierto a grados de transición e incluso a cambios, y no
que agudizar los posibles conflictos, en lugar de solucionarlos. No cabe tan encajonado, tan preciso y tan riguroso como el espíritu romano,
duda de que la Iglesia católica hizo repetidos esfuerzos por imponer con sus distinciones conceptuales. La religiosidad india no ha olvida-
incluso a los sacerdotes las exigencias de la vida monástica, según el do en su organización de la vida monástica que la renuncia al mundo y
342 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 343

a sus atractivos constituye una parte verdaderamente importante del definirla como forma de vida comunitaria, lo que la hacía mucho más
desarrollo espiritual65. Por eso, ha evitado proponer algo así como controlable por las prescripciones del derecho canónico.
unos «consejos evangélicos» que no cuenten con una cuidadosa prepa- Ya entonces se planteaba la pregunta sobre la viabilidad práctica
ración experiencial y una maduración por parte del individuo. El pro- de la exigencia espiritual de Francisco de Asís encuadrada en un marco
pio Buddha no pudo decidirse a romper con su familia, hasta que su administrativo. Incluso en vida del propio fundador, tomaron cuerpo
mujer le hubiera dado un hijo, Rahula66. Y en el hinduismo, todo el entre los «hermanos» dos concepciones encontradas sobre la radicali-
que quiera ser brahmán tiene que estar casado67. Nadie puede, ni debe, dad con la que había que vivir la pobreza72. El hecho mismo de que se
renunciar a nada que no haya experimentado personalmente. Nadie produjera esa disensión es prueba suficiente de que, en la mentalidad
puede, ni debe, sumergirse en las aguas purificadoras del Ganges, el reinante, no se consideraba esencial fundamentar la pobreza en el modo
torrente mortal de Shiva68, sin haber recorrido antes, uno tras otro, los con que la persona quería o debía vivirla, sino que, más bien, lo que se
escalones de los gaths, en la ribera de la ciudad santa de Benarés. Na- pretendía era fijar una norma objetivamente correcta, según las direc-
die puede, ni debe, abrazar «la vida de pureza nacarada»69, si no es trices de un determinado ideal de vida «cristiana». Y a consecuencia de
como purificación, nunca como negación de la existencia. esa concepción, impersonal y antipsicológica desde un principio, todo
Todas esas actitudes reflejan un profundo conocimiento del hom- el esfuerzo se centró en una serie interminable de discusiones, distin-
bre. Se podrían comparar con las costumbres de los indios centroame- ciones y decisiones para definir en qué consistía objetivamente el mo-
ricanos, según las cuales, después de escoger a los adolescentes que delo de Cristo, y determinar cuáles eran, o deberían ser, las condicio-
iban a ser sacrificados en el templo de la pirámide sagrada, les propor- nes eclesiásticas que hicieran posible a los elegidos vivir según sus
cionaban cuatro años de felicidad y de placeres, les enseñaban los bai- exigencias. Para poner fin al conflicto, el papa Nicolás III promulgó en
les típicos al compás de la música, les regalaban los vestidos más ele- 1279, con rango de disposición canónica, la bula Exiit qui seminat, en
gantes y les ofrecían las jóvenes más bonitas; pero, al pie de la escalera la que se estipulaba expresamente que «la pobreza no atañe tanto al
que les llevaba a la muerte, tenían que despojarse de sus vestidos, rom- individuo como a la comunidad» y que «sólo así es meritoria e instru-
per sus flautas y abandonar a sus compañeras70. No hay subida al sa- mento de salvación»73.
crificio, si no se ha experimentado antes la plenitud de la alegría, si no Pero una comunidad de pobres, dentro de la Iglesia, resultaba un
se ha madurado en la libertad para poder dejar y poder entregarse. auténtico desafío a la jerarquía eclesiástica. Era relativamente fácil
Hasta un ritual como el de aquellos indios, que hoy nos parece tan definir la humildad como «obediencia» y someterla así a la administra-
horripilante, exhala esa profunda sabiduría: sólo una entrega volunta- ción eclesiástica. Y en cuanto a la exigencia de castidad, convertida ya,
ria puede ser agradable a los dioses; pero sólo tiene libertad el que bajo forma de «celibato», en una obligación para todos los sacerdotes,
puede escoger, porque ha llegado a aprender por experiencia. se vio que era un instrumento extraordinariamente eficaz para estrechar
Totalmente distinta es, y ha sido desde siempre, la postura de la lo más posible el vínculo de los clérigos con el poder de libre disposi-
Iglesia católica en relación con los ideales del monacato. Unos ideales ción que asistía al papa. De hecho, Gregorio VII, que en 1073 había
que no han brotado de su propio seno, como en el caso de las culturas logrado, por primera vez, el reconocimiento de que el obispo de Roma
asiáticas, sino que han crecido en ella como un cuerpo extraño que era el único que tenía derecho a usar el título de «papa», un año más
sólo ha podido ser aceptado privándole de un elemento tan peligroso tarde afirmaba: «La Iglesia nunca se verá libre de la servidumbre de los
como la libertad y tratando de reglamentarlo con todos los medios seglares, si antes los clérigos no logran liberarse de la servidumbre de
jurídicos. Se alaba el hecho de que, a principios del siglo xm, el papa sus mujeres»74. De ahí se deduce que la imposición del celibato en la
Inocencio III admitiera en la Iglesia el movimiento franciscano71, pero Iglesia latina sirvió, ya desde el principio, para ampliar la potestad del
no se dice a qué precio; porque, en realidad, una pobreza tan provoca- papa sobre un grupo selecto de la jerarquía eclesiástica, del que no te-
tiva, que parecía un escarnio contra el comportamiento de los papas y nían más remedio que depender los «seglares» para conseguir la salva-
cardenales romanos, tuvo que sufrir dolorosas amputaciones por parte ción. Sin embargo, una exigencia como la de pobreza seguía siendo el
de la autoridad, que la desvinculó de las personas individuales para punto más elocuente sobre la ambigüedad que lleva consigo la institu-
344 El diagnóstico
Limitac iones de los estadios específicos 345
cionalización de los «consejos evangélicos». La pregunta era perfecta-
so una posible renovación, de las órdenes religiosas a finales del siglo
mente lógica: si la pobreza era la expresión de una vida agradable a Dios
xx76. En cuanto a la obediencia: es imprescindible en toda comuni-
y la más perfecta imitación de Cristo, ¿cómo se podía compaginar esa
dad, aunque sólo sea para que funcione sin estridencias de mayor mon-
exigencia con la fastuosa corte papal o con la ostentación y el lujo del
ta77. Y el celibato: es la consecuencia lógica de la postura de Jesús, que
que hacían gala cardenales y obispos? Lo que ni el propio Bonifacio VIII
se vio tan acaparado y absorbido por la predicación del reino de Dios
se había atrevido a decir, lo proclamó Juan XXII en un desesperado
que, en cierto modo, no tuvo ni tiempo para casarse y fundar una
esfuerzo. En su bula Cum inter nonnullos, del 12 de noviembre de 1323,
familia, como afirmaba, no hace mucho, un famoso exegeta bíblico
afirmaba que «decir que Cristo y los apóstoles no tuvieron nada en
(aunque coreado, naturalmente, por los abucheos del auditorio)78. Pero
propiedad es falsificar la Sagrada Escritura»75. En otras palabras, el que
la pobreza: ¿cómo no va a resultar algo evidente para un cristiano, en
quiera vivir pobre, que lo haga, dejando a la Iglesia todas sus posesio-
este mundo de miserias? ¿es que puede faltar la solidaridad con nues-
nes y los frutos de su trabajo; pero la Iglesia, en su conjunto, no tiene
tros hermanos más necesitados? ¿no es esa vivencia un intento de con-
por qué sentirse vinculada a esa opción por la pobreza, y mucho me-
vertir en realidad tangible el símbolo de la eucaristía?79. Aquella pro-
nos sus más altos representantes y dignatarios eclesiásticos.
testa de Francisco de Asís contra el incipiente mercantilismo de las
La cosa está bien clara. La Iglesia católica, desde siempre, tiene ciudades y gremios medievales80 resuena también hoy, aunque de ma-
miedo a los ideales que ella misma pretende defender en nombre de nera mucho más radical, como un apasionado manifiesto contra el
Cristo; y cuanto más burguesa y secularizada se vuelva, más fundados sistema económico del capitalismo que, a partir de entonces, se ha ido
se mostrarán esos miedos. Sin embargo, para calmar todo recelo, la instaurando en la civilización occidental81.
medida más eficaz es entender el ideal de los «consejos evangélicos» en
Las comunidades religiosas católicas podrían proporcionar, de
el único sentido que realmente tiene, es decir, como ideal «religioso»,
hecho, una especie de modelo comunitario de base para la sociedad
como ideal vivido interiormente por el individuo en virtud de su pro-
futura, o sea, podrían ser punta de lanza para convertir en realidad
pia personalidad; y de ese modo, el ideal podrá transformarse en reali-
concreta una utopía como la que propone el Sermón de la montaña.
dad objetiva, que habrá que considerar como «sagrada» en sí misma,
Tal vez, en unas condiciones tan opresoras como las del mundo actual,
prescindiendo en la medida de lo posible de sus condicionamientos
deberían ser especialmente las comunidades franciscanas, por ejem-
psicológicos.
plo, las que trabajan en Brasil o en México, las que pusieran de relieve
La funcionalización que convierte en prácticas meramente exter- la necesidad verdaderamente dramática de repristinar aquella vieja
nas los «consejos evangélicos», heredados del tiempo eje como explo- exigencia de pobreza monástica que, en su tiempo, propuso el funda-
sión de una espiritualidad que descubre la alienación y la libertad del dor82. Sin embargo, precisamente en ese esfuerzo de renovación de una
hombre con respecto al mundo, es lo que proporciona a la Iglesia ro- parte de los «consejos evangélicos» se comete, en cierto sentido, el
mana sus materiales ya neutralizados. La amenaza latente que supone viejo error de la pura exterioridad, es decir, se convierte un ideal reli-
el ideal de la vida monástica desaparece cuando se logra eliminar, por gioso en mera función y se lleva hasta sus últimas consecuencias: una
principio, la pregunta sobre quién realiza una determinada acción, y total desvinculación con respecto a la psicología de las personas que
todo el interés se centra en qué es lo que se hace. O sea, si se logra deberían vivir ese ideal, y la ideologización teológica de unos plantea-
atribuir al poder espiritual la competencia para dictaminar qué es lo mientos que, para adquirir pleno sentido, deberían moverse en un pla-
que hay que hacer, ya no hay nada que pueda constituir una amenaza no de pragmatismo realista, y no bajo la constricción de valores mora-
para la institución. les totalmente incontrovertibles.
Para captar todo el alcance de esa manipulación, habrá que tener
Sigamos con el mismo ejemplo. Si se quiere encuadrar el problema
bien claro que la consideración exclusivamente funcional de los «con-
de la pobreza en el marco de la teología de la liberación, como un ca-
sejos evangélicos» es lo que hoy en día, incluso en labios de ciertos
mino para superar las desigualdades sociales por medio de una solida-
teólogos que se las dan de progresistas, constituye el fundamento na-
ridad con los necesitados83, se corre el riesgo de un doble fallo intelec-
tural de todas sus elucubraciones para justificar la existencia, e inclu-
tual. Por una parte, y desde un punto de vista puramente económico,
346 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 347

parece bastante problemático que se llegue a mejorar sustancialmente sos y laudables que sean92. Por eso, el compromiso que, por lo general,
la situación de los países del Tercer Mundo mediante una renuncia sis- asumen las Iglesias con relación a la pobreza del Tercer Mundo —y lo
temática de los países más industrializados a su excesivo consumismo, mismo ocurre con los demás problemas políticos, como guerra o paz,
aunque ésa sea la receta recomendada por el papa Juan Pablo II en casi rearme o desarme, desempleo o endeudamiento externo, supresión de
todas sus alocuciones84. La prosperidad de los países «capitalistas» oc- aduanas o proteccionismo comercial, etc.— obedece a un ritual es-
cidentales se debe, casi exclusivamente, a las revoluciones causadas por tereotipado. Se intensifican las llamadas a la solidaridad con ciertos
la industrialización85, es decir, a unos cambios que no serían imaginables grupos más severamente afectados, con lo que se intenta probar la
sin la actividad frenética desarrollada durante siglos por la «burguesía»86, actualidad del mensaje de la Iglesia, y se organizan las correspondien-
ese estrato social tan frecuentemente criticado por los teólogos. tes manifestaciones informativas, con el fin de motivar a los responsa-
Todo el que, desde los postulados del Sermón de la montaña, pre- bles para que emprendan acciones específicas. Pero, por lo general,
tenda estigmatizar el sentido de los negocios y el afán de lucro como uno acaba por convencerse de que, después de la secularización, hay
un motivo egoísta de la actividad humana, corre el riesgo de destruir el que reconocer y tener en cuenta la autonomía total de los diferentes
motor que desde siempre ha puesto en marcha aquí, en nuestra tierra, estamentos; no se puede apelar a la Biblia para encontrar unos princi-
un continuo crecimiento de los recursos económicos, como base del pios o reglas universales, como quisiera un cierto fundamentalismo
bienestar social87. Por ejemplo, la ética de Adam Smith demuestra que, teocrático. Dada la complejidad de las cosas y su inabarcable diversi-
incluso desde el punto de vista económico, se puede compaginar per- dad, lo único que se puede hacer es advertir y poner en guardia contra
fectamente el egoísmo de la actividad mercantil con el altruismo del «esos terribles simplificadores», o introducir en el debate un opción
bien común 88 . Y, al revés, parece difícil que la prosperidad social pue- cristiana expuesta con toda claridad y con la mayor franqueza. Y en
da fundarse en motivaciones que no hagan referencia a ingresos, inte- último término, tal vez, orar93; orar «por los gobernantes», para que
reses, rentas, seguros de vejez, ayuda a hospitales, etc. Dios les ilumine y les dé fuerza para la acción, sabiduría en sus decisio-
Ludwig Feuerbach fue el primero en establecer claramente hasta nes, un corazón abierto a la paz, arrojo para afrontar las situaciones
qué punto los fundamentos de la vida moderna están en chocante des- más difíciles, y espíritu de amor cristiano, que es fuente de compren-
proporción con los presuntos ideales del cristianismo89. En otras pala- sión y de concordia.
bras, no es muy probable que la práctica del «consejo evangélico» de Naturalmente, siempre tendrá que haber personas más sensibles,
pobreza pueda contribuir en alguna medida al crecimiento del bienes- por ejemplo, sacerdotes como Camilo Torres 94 , que tengan la impre-
tar económico, en el sentido de una elevación de las cuotas de pro- sión de que todas esas «acciones» no son más que manifestaciones
ducción y consumo de energía por habitante90, según el modelo occi- narcisistas que sólo pretenden tranquilizar la mala conciencia cristia-
dental. Más aún, una pobreza vivida radicalmente, como Buddha, los na, y que, en resumidas cuentas, contribuyen a perpetuar el statu quo,
monjes de la Tebaida o el mismo san Francisco de Asís, es fundamen- en lugar de combatir efectivamente un sistema dictatorial. Pero, por
talmente incompatible con las exigencias de una actividad profesional otra parte, no se debe pasar por alto lo importante que puede ser la
sistemática91. Sólo tiene sentido como una vida de mendicidad. Y eso contribución de la Iglesia, en una situación de letargo y de desespera-
presupone, lógica y económicamente, que a su lado debe existir una ción, para mantener o incluso para despertar una esperanza en la con-
burguesía, que es precisamente lo que la actitud de pobreza radical ciencia de las masas. A pesar de que la solidaridad en la pobreza no
pone en tela de juicio. puede aportar, por sí misma, una solución positiva a los problemas de
Pero es que, además, frente a tantos y tan complicados problemas orden económico, sí puede, al menos, mantener despierto un extraor-
económicos, ecológicos y políticos como plantea la situación del Ter- dinario potencial de crítica, y ofrecer a los pobres, en su situación
cer Mundo, el cristianismo, si no quiere degenerar en pura ideología, desesperada, lo único humanamente posible: la conciencia de su digni-
tiene que reconocer que no posee una receta maravillosa que pueda dad, de su valor inalienable como seres humanos 95 . Sólo que para eso,
esgrimir como verdad divina. Y la falta de competencia objetiva no se ¿cuánto podrá y deberá aguantar un pobre desvalido?
puede compensar con una intensificación de sentimientos, por genero- Pero, por otra parte, aun dada la poca utilidad psicológica de una
348 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 349

solidaridad con los necesitados, entendida «a la franciscana», todavía Nadie mejor que Hermann Hesse, hijo de pastor protestante, pudo
hay un problema bastante serio. Buscar una motivación para la prácti- escribir en su novela Siddhartha, inspirado en la literatura budista,
ca de la pobreza en el contexto de miseria social en que se mueve más una defensa tan apasionada de la libertad y del derecho de cada indivi-
de la mitad de la población humana es, precisamente por su objetivo de duo a su propio desarrollo, al subrayar la absoluta imposibilidad de
vencer la pobreza con la solidaridad, algo intrínsecamente contradic- integrar en la propia vida unas experiencias bastardas que se proponen
torio. En sí misma, esa motivación no es más que una medida transito- como listas para el consumo 96 . El Siddhartha de Hesse ha llegado a
ria, e incluso altamente cuestionable (!). Si la protesta que va implícita comprender cuánta razón tenía Buddha en su exposición de una vida
en el deseo de solidaridad se viera coronada por el éxito, la pobreza ter- ascética para alcanzar el ideal. Por eso, se lanza a recorrer ciudades y
minaría por desaparecer, igual que el analfabetismo, la malaria o las ciudades, por si allí pudiera encontrar, aunque fuera tanteando entre
enfermedades causadas por avitaminosis. Pero eso es precisamente lo los extremos, el camino adecuado a su personalidad97. Hasta que una
que no pretende el «consejo evangélico» de pobreza. El ideal de esa noche, ya viejo, tiene que ver cómo su propio hijo abandona el camas-
exigencia, desde su perspectiva religiosa, no consiste en una actitud me- tro de la gruta y cruza el río, para buscar más allá, lejos de su padre, la
ramente provisional, pasajera y condicionada por una finalidad concreta verdad de su propia vida98.
que, en determinadas circunstancias extremas, pudiera pensarse y sen- Por el contrario, la Iglesia católica no ha admitido jamás el juego
tirse como la cosa más natural. Lo que realmente constituye el fondo del descubrimiento de sí mismo. Es más, con su imposición del jura-
del «consejo evangélico», desde los tiempos más antiguos, es una acti- mento, sólo se ha preocupado de que las decisiones que en un determi-
tud fundamental de cara a la existencia, una postura que, una vez «ele- nado momento de la vida han podido tener subjetivamente un valor de
gida», recibe el reconocimiento de la Iglesia con el rango de una insti- iluminación deban considerarse absolutamente irrevocables. La finali-
tución a la que el candidato debe vincularse de por vida. dad de todo su sistema de disposiciones jurídicas no es la integración
Pues bien, aquí es, precisamente, donde se plantea el problema psi- psíquica de las personas que se someten a los dictados y exigencias de
cológico fundamental. Si la exigencia de pobreza no surge más que por los «consejos evangélicos», sino la constricción de una forma objetiva-
determinadas circunstancias sociales, será una cosa puramente coyun- mente válida de verdad en sí, cuya utilidad y necesidad encuentra su
tural y externa al propio ser del individuo. No será una actitud que única ratificación en el presunto bienestar del hombre, es decir, fun-
nazca del fondo mismo de la experiencia, como derivación del propio damentalmente en la propia Iglesia. Dentro de esa mentalidad, lo úni-
ser personal, sino que será un mero postulado del ser para los demás. co que se plantea es el modo más adecuado para garantizar de manera
Dicho en términos psicoanalíticos, su motivación, por noble que pa- estable y segura una determinada forma de vida que logre la mejor
rezca, no obedece más que a una identificación del propio «yo» con adaptación externa del «yo» a las presiones impuestas por un sistema
ciertas representaciones ideales y, por consiguiente, sólo puede crear institucional. No hay que preocuparse de la manera en que el indivi-
un estado de alienación extrema, ya que en la actitud de vivir para los duo llegue a aceptar internamente ese proyecto como su propia forma
demás pervive esencialmente y se prolonga aquella antigua prohibi- de vida; es más, una cuestión de ese tipo no haría más que traducir una
ción de ser uno mismo que se experimentó en los años de la infancia. mentalidad «pecadora», egocentrista y presa del más refinado orgullo
Una comprobación de que la teología y la praxis de la Iglesia van personal99. De ese modo, la deformación, por principio, de lo que sólo
en esa línea, no sólo en cuanto a la exigencia de pobreza, sino, dada la tiene auténtico significado si se vive como actitud espiritual del propio
interrelación que existe entre los «consejos evangélicos», también en la sujeto, se transforma en una función institucionalizada del ser para los
obediencia y la castidad, se ve en lo que anteriormente hemos denomi- demás. Y el resultado es que los «consejos evangélicos», en vez de ser
nado impermeabilidad institucionalizada de las formas de vida. Por una forma de existencia, se convierten en un yugo de puras exte-
temor a que la energía acumulada en sus propios ideales pueda explo- rioridades y en una total y absoluta despersonalización.
tar en cualquier momento, la Iglesia católica hace todo lo posible por También aquí, la comparación con otros elementos puede ser un
impedir ese vaivén entre vida monástica y vida «seglar» que hemos medio eficaz para comprender la diferencia entre los dos estilos de
podido ver en la sabiduría asiática. vida. La mayor parte de los cuentos fantásticos y de los mitos popula-
350 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 351

res presentan el azaroso viaje del «héroe» hasta los confines más remo- «estaba con las fieras» y que «los ángeles le servían». Si se toma a la
tos, en busca de una princesa o de una doncella embrujada, para liberarla letra, y no en sentido puramente simbólico, esa imagen de las antiguas
del conjuro y, mediante esa hazaña de salvar al otro, salvar también su promesas del paraíso, la paz con las fieras podría interpretarse como
propia vida100. Por lo general, el viaje del héroe está erizado de peligros la unidad del «yo» con las pulsiones del inconsciente, mientras que el
y de las más duras privaciones: tiene que dejar literalmente la servicio de los «ángeles» podría hacer referencia a la unidad entre el
suntuosidad y el lujo de la corte, y emprender un largo camino de di- «yo» y los contenidos del «super-yo»104.
ficultades y renuncias para que madure su amor y se haga digno de la Sobre esta base bíblica, el principal deber de la Iglesia consiste en
dama de sus sueños. Esa fase de la existencia se puede denominar con mantener la vida según los «consejos evangélicos» abierta a cualquier
toda razón anacorética, término derivado de una palabra griega que orientación posible, como en la praxis india, y ofrecer un sistema con
significa propiamente «subir» —y de ahí, «retirarse»— y que en los suficiente flexibilidad de posibles cambios, que permita a cada indivi-
primeros siglos de la Iglesia se aplicaba a los que «se retiraban» al duo adaptar su forma de vida a su situación psicológica, sin traicionar
desierto para vivir una vida monástica de santidad, según los «consejos por eso los ideales del cristianismo. Así debería ser, si la Iglesia acepta-
evangélicos»101. ra que su primera y principal obligación es el bien de las personas que,
Pero en los cuentos y en los mitos, esa vida que podríamos llamar en sus filas, buscan un camino hacia Dios. Pero la experiencia enseña
«monástica» no describe más que una de las direcciones de la madu- todo lo contrario. La Iglesia hace lo posible y lo imposible para impe-
ración psicológica; tan importante, o más, y en determinadas circuns- dir la más mínima flexibilidad del sistema e imponer la férrea alterna-
tancias mucho más difícil, es el camino de vuelta. Ahí es donde se tiva de una de dos: actividad lucrativa o pobreza, existencia burguesa
recogen los frutos de la conciencia de sí mismo adquirida en esa tierra o vida monástica, matrimonio o celibato. Prueba evidente de que la
de nadie, verdadero «desierto» del inconsciente; ahí es donde se acu- Iglesia no sólo pone más interés en la marcha tranquila de sus institu-
mula toda la riqueza, el inapreciable «tesoro» arrebatado al dragón del ciones que en la vida de las personas que las constituyen, sino que
cuento, y se lleva «a casa» para que fructifique en una existencia pro- manifiesta un miedo increíble a la libertad humana, por lo que no deja
pia, vivida en plenitud. En una perspectiva psicoanalítica, el viaje de de ponerle obstáculos, hasta que no logra doblegarla y encorsetarla en
ida o «subida», es decir, la etapa «anacorética», corresponde simbóli- su sistema de leyes y de infinitas prescripciones.
camente a la vida monástica; pero el de vuelta, el de «bajada», el viaje Tal vez pueda pensar alguno que la actitud que tiene la Iglesia con
de integración psíquica, sólo puede ser fecundo si desemboca en la respecto a un porcentaje relativamente escaso de sus miembros no es,
realidad de lo cotidiano. Toda anachóresis tiene que ir seguida de su en realidad, tan importante, y que su peculiar interpretación y viven-
correspondiente katachóresis, todo viaje de «subida» debe completarse cia de los «consejos evangélicos» tiene la incuestionable ventaja de una
necesariamente con el viaje de «bajada», con la vuelta al mundo real de mejor supervisión y control de las circunstancias. Pero cabría respon-
las obligaciones y del sufrimiento diario. Y la mejor prueba de que la der que una funcionalización que reduce los más altos ideales cristia-
arriesgada aventura de la conciencia ha dado frutos positivos consiste nos a una pura cuestión de orden pragmático y jurídico, para obtener
indefectiblemente en una nueva capacidad de amar. con ello una simple disponibilidad administrativa, no sólo opera una
Un breve episodio del evangelio según Marcos ilustra perfecta- división entre «clérigos» y «seglares», sino que provoca en los propios
mente, en el plano simbólico, ese doble camino de la integración psi- clérigos una tremenda disociación de lo que debería ir intrínsecamente
cológica. Es el pasaje de Me 1,12-13 que, en la tradición de Dichos de unido, puesto que convierte un camino de búsqueda y de riesgo en un
Jesús, la «fuente Q», describe el desenlace del «relato de la tentación», deber de sumisión a las más estrictas prescripciones jurídicas. Paralela
tal como se presenta en Mt 4,1-12 y Le 4,1-13. Ya hemos visto ante- a esa división entre clérigos y seglares, se produce en la psicología
riormente que los temas de este episodio pueden considerarse, desde el misma del clérigo una disociación entre lo espiritual y lo temporal,
punto de vista psicoanalítico, como prefiguración simbólica de la «vida como la oposición que establece «la teología» entre Dios y el hombre,
monástica»102. A esta luz, cobra nuevo sentido la conclusión del episo- una contraposición que sólo puede salvarse a través del puente del
dio en Me 1,12-13, que, en alusión a Is 65,25 103 , nos dice que Jesús sentido de culpabilidad, de la entrega al sacrificio y de la reparación.
352 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 353

Una funcionalización que convierte en exterioridad lo más íntimo Iglesia católica, al presentar lo que ella misma considera como sus más
del hombre, es decir, su mundo religioso, con el único fin de adminis- preciosas conquistas espirituales —los «consejos evangélicos»—, cree
trarlo «mejor» y controlarlo al propio arbitrio, sólo conseguirá que que puede establecer tranquilamente una separación entre, por una
aparezca como «consejos evangélicos» lo que, en realidad, es una trans- parte, las formas objetivas de una existencia ya «salvada» y, por otra,
formación de las estructuras esencialmente salvíficas de la religión cris- las personas mismas por medio de las cuales pretende comunicar a los
tiana en reglamentos rígidos y disposiciones inflexibles, que sólo lle- hombres la «salvación» de Cristo.
van a crear alienación, superficialidad y represión del propio «yo». A La eterna contradicción en la que se mueve la vida de la Iglesia
tal perversión de los ideales religiosos más sublimes puede aplicarse consiste en su convicción de que los clérigos tienen que ser salvadores
perfectamente la máxima latina corruptio optimi, pessima, el peor de de los demás, mientras que a ellos mismos les está vedado adquirir una
todos los males es que se corrompa lo mejor105. plena y convincente madurez humana en todo el ámbito de sus más
Y no es sólo que se pueda sospechar, o incluso acusar a la Iglesia íntimas pulsiones. Lo verdaderamente triste es que el clérigo que, por
de que, mientras siga aferrada a una forma de espiritualidad meramen- vocación, tiene que estar siempre disponible para los demás, no pueda
te externa, en vez de ser testigo de la libertad y de la salvación, que es llegar nunca a encontrarse a sí mismo, y que la santidad de su estado
su verdadero mensaje, no hará más que inventar nuevas formas de neu- sea precisamente lo que le impide su propia santificación.
rosis o de constricciones colectivas. Es que, al mismo tiempo, y desde En estas circunstancias, el planteamiento meramente psicológico
el punto de vista psicoanalítico, no se puede prescindir del hecho de que, de los «consejos evangélicos» se transforma en una cuestión de verda-
después de tantos siglos de instituciones preestablecidas que no produ- dera psicopatología. Sólo después de ponderar debidamente las moti-
cen más que una profunda despersonalización absolutamente alienante, vaciones y las consecuencias de la deformación teórica y práctica de
la «opción» por los «consejos evangélicos», ya se entiendan como deci- los «consejos evangélicos», podremos pensar en la vacuna más eficaz
sión individual o como «elección» por parte de «Dios», se opera inde- contra esa epidemia que destruye psíquica y espiritualmente la vida de
fectiblemente en un clima de constricción interna. los clérigos.
Al final de esta investigación explicaremos en detalle cómo los Tal vez pudieran servir aquí de paliativo las lúcidas y pertinentes
«consejos evangélicos» podrían recuperar su sentido, su auténtico reflexiones que, hace más de cincuenta años, hacía Harald Schultz-
valor y su fuerza de convicción existencial. Pero, de momento, el Hencke sobre los «consejos evangélicos»:
problema que nos ocupa aquí es mucho más preciso; no consiste
tanto en determinar el significado propio de la «vida monástica», La vida no se puede encajonar en un sistema; sin embargo es objeto
cuanto en descubrir los condicionamientos psicogenéticos que lle- de ciencia, es decir, se debe, en la medida de lo posible, diseccionar,
van a un hombre o a una mujer a concebir como verdad auténtica, e delimitar y organizar convenientemente. Cuando uno se pone a
incluso como «vocación» para toda una vida, esa caricatura que la analizar, durante una década o algo más, esa franja de vida que
Iglesia hace de los «consejos evangélicos», al presentarlos como ver- ocupa el hombre inhibido, se van perfilando poco a poco tres ám-
dad objetiva, como institución «transmisora de gracia», y hasta como bitos característicos: el deseo de poseer, el deseo de prestigio y el
deseo sexual. Detrás de toda inhibición, se traslucen siempre esos
«voluntad de Dios».
tres aspectos. Pero ha tenido que transcurrir bastante tiempo hasta
Lo que realmente interesa a nuestro análisis es llegar a compren- que se ha llegado a reconocer que la inhibición no es más que el
der la cantidad de estímulos externos, temores y constricciones alienantes denominador común de un cúmulo de manifestaciones psíquicas
que el individuo ha tenido que experimentar durante su infancia, para que, al principio, sólo se presentaban como magnitudes heterogéneas
poder pensar que su existencia no tiene otro sentido que el de poner en y respectivamente independientes106.
práctica una «vocación» divina a renunciar a sí mismo y a cifrar todo La inhibición transforma lo expansivo en inhibido. Así le pasa
su ideal en vivir sólo para otros. O bien, desde una perspectiva inversa, a todo el que tiene que acomodarse a las exigencias de su ambiente
lo que tratamos de comprender es la profunda disociación neurótica o debe someterse a ellas... Es lo que nos enseña la historia y lo que
que tiene que invadir las estructuras eclesiásticas, cuando la propia confirma el día a día de nuestro presente. Pobreza, castidad y obe-
diencia no son magnitudes aleatoriamente relacionadas, sino que
354 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 355
tienen un sentido en sí mismas: plantean grandes exigencias y son lógico, en ese caso, es pensar que sus instintos están seriamente pertur-
nobles deberes. Si, en cuanto tales, se las ha elevado a categoría de
bados109. Pues lo mismo pasa con el hombre. Del que pretende orien-
mandamientos, es porque estos tres campos del deseo del hombre
se distinguen por una serie de rasgos comunes, dentro de la inmen- tar su vida únicamente por el «principio del placer»110 diríamos que es
sa gama de los deseos humanos. Se trata de necesidades imperiosas, una personalidad profundamente neurótica que, o no ha sabido esta-
que pueden hacer que el hombre pierda su corazón, ya que tiende a blecer una relación estrecha con sus semejantes o sufre una grave
ellas como por un impulso instintivo que, además de hacer daño a descompensación por exceso de exigencia del «super-yo», que le hace
otros, puede causárselo a sí mismo... Lo fundamental no es que el huir a la insociabilidad del aislamiento.
hombre desee, ambicione y ame, sino que pervierta lo que hubiera En otras palabras, las pulsiones, es decir, el componente «animal»
podido ser una vida de sosegada evolución. Si ese mandamiento del hombre, no tienen por qué ser, en principio, algo aterrador o inclu-
triple, junto a su más estricta observancia, se ha podido ofrecer so peligroso; únicamente lo serán por los sobresaltos y los estragos de
como signo de santidad, es porque se da un estrecho paralelismo un miedo que, a la más mínima oportunidad, puede convertir en des-
entre el posible daño individual y el que una vida en expansión mesurado, irrealizable y destructivo el conjunto, en sí limitado e in-
puede ocasionar a su entorno. De lo que se trata es de que el ámbito
ofensivo, de las necesidades pulsionales. E inversamente, ese mismo
de los preceptos pueda proteger al individuo contra sí mismo. Y
cuando se logra ese equilibrio de fuerzas, se debe aceptar como miedo puede dar lugar, por reacción, a represiones y estrechamientos
protección. Entonces es cuando surge una ley que es válida para el de la personalidad, que no permiten un compromiso razonable entre el
reducido número de los que se sienten impulsados a someterse a deseo y la realidad. Cuando ese «extremo», que son los «consejos evan-
ella de por vida y que, de ese modo, se convierten en testigos de lo gélicos», se convierte en fundamento de la propia vida por pura obliga-
esencial. La orientación de la existencia aparece entonces marcada toriedad o por función, como sucede en la Iglesia católica, ya no se
por un valor límite, que tiene que llenar toda la vida, a no ser que se puede hablar de una sabia regulación autóctona del mundo de las
desmorone él mismo. La psicología del neurótico, es decir, de la pulsiones humanas. En ese caso, y desde el punto de vista psicoanalítico,
persona que, a causa de una seria deformación en esos tres aspectos, las vivencias individuales no son más que una huida provocada por el
sufre una crisis existencial, muestra con claridad siempre más diáfa- miedo a unas pretensiones pulsionales que, en virtud de ese mismo
na el profundo significado de esos tres preceptos como auténticos miedo, se habían sobrevalorado hasta llegar a ser una auténtica
valores límite de la existencia107.
desmesura111.
El problema psicoanalítico no está en que los «consejos evangéli- El que quiera comprender la biografía de un clérigo católico tiene
cos» puedan llegar a considerarse, desde una perspectiva socio-psico- que investigar, ante todo, las condiciones de temor que, desde su pri-
lógica, como un criterio —incluso, absoluto— de orientación existencial, mera infancia, han contribuido a poner freno a unas pulsiones instinti-
sino que radica en la psicología misma de las personas que se ven vas, en sí perfectamente normales, hasta el punto de que, poco a poco,
impulsadas a vivir durante toda su vida ese absoluto como auténtica por miedo a que se rompieran los diques, han terminado por convertir
voluntad de Dios, pero según la interpretación que de ella da la Iglesia su psicología en un auténtico desierto. Deberá tratar de entender por
católica. qué un hombre así decide refugiarse en la ausencia total de necesida-
A este punto de la exposición, habrá que empezar por rechazar de des, que es la «pobreza espiritual», para no parecer «demasiado exi-
plano la idea —propiciada por una neurosis compulsiva— de que de- gente» u «oneroso»; por qué le parece deseable plegarse a la autoridad
jarse llevar de las pulsiones constituye algo así como una necesidad de una voluntad extraña, en acto de entera sumisión, para conjurar
natura] de la psique humana, que sólo puede reprimirse con un mo- «humildemente» la amenaza de su propio albedrío y hacerse aceptable
ralismo riguroso o con la disciplina de una vida ascética108. Ya el pro- a Dios y a los hombres por su actitud de una «obediencia» sin límites;
pio mundo de los animales, que se suele aducir como ejemplo clásico por qué, finalmente, renuncia al amor entre un hombre y una mujer,
de una vida puramente sensitiva, es decir, de sumisión a los instintos y para consagrarse a Dios y a los hombres en una vida «más pura».
carencia de libertad, nos enseña exactamente lo contrario. Imagine- ¿Qué puede haber pasado, para que un individuo decida renunciar
mos que un mamífero descuida sus «deberes» de incubación; lo más a todas sus necesidades y a su felicidad «terrestre» —como si pudiera-
356 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 357

mos saber algo de una felicidad «celeste», sin haber experimentado No cuentan más que los estadios finales de un ideal perfectamente
esta de aquí, la «terrestre»—, y renunciar a lo que la vida tiene de establecido, que se llega incluso a institucionalizar como fundamento
puramente «humano» —como si el hombre pudiera ser objeto de algu- único y obligatorio de la existencia.
na determinación «divina» ajena o superior al propio ser humano—, y Se constituye así, como una «reserva», un «cuerpo de operaciones
todo eso, con una renuncia no meramente transitoria o coyuntural, especiales» con una disciplina casi castrense, cuyos miembros jamás han
sino de lo más estricta, absoluta e irrevocable? experimentado personalmente, es más, nunca deberán experimentar, la
Y ¿qué será de la propia Iglesia católica si, por puro miedo a la «salvación» que deben transmitir: un ejército de mercenarios apatridas,
libertad del hombre —una libertad que, según la doctrina teológica, una «legión extranjera» para servir a Dios, una hueste de proscritos
tiene su expresión más perfecta en los «consejos evangélicos»—, trata juramentados a los que se entrena en el más fanático patriotismo. De
de impedir que sus clérigos, incluso los que ya han fracasado como modo que el estado clerical y la vida según los «consejos evangélicos» se
tales, puedan abandonar ese compromiso existencial «extremo», que convierten en una especie de cañería por donde circula todo un chorro
es la «vida monástica», y para ello emplea toda clase de amenazas, de fuerzas, pero que no inciden en la persona. Hasta que, finalmente, en
intimidaciones y severos castigos que alcanzan incluso a su existencia ese círculo de ser obligatoriamente para los demás, el sujeto no podrá
civil, y pone las mayores dificultades para arruinar cualquier intento menos de revestirse de lo que Sóren Kierkegaard consideraba «la escan-
de recomenzar una vida propia y exclusivamente personal? dalosa hipocresía de un cristianismo para los otros»112, un cristianismo
Desgraciadamente, habrá que pensar que los «consejos evangélicos» que, por otra parte, se solemniza hasta hacer de él una mística en la que
no son más que la cristalización de los miedos individuales y colecti- se profesa la santidad de unos ministerios, de unas vocaciones y de
vos. Habrá que echarle en cara a la Iglesia, como si la pusiéramos ante unas misiones absolutamente irrenunciables.
un espejo, su culpabilidad objetiva, su desvergonzada explotación del En suma, una tal ideología convierte la libertad en esclavitud y el
mal psíquico y del sufrimiento moral en favor de sus propios fines, que servicio de Dios o de Cristo en una farsa. En efecto, Dios, tal como lo
ella presenta como sagrados, como divinos, como misión encomenda- comprendió Jesús, desea precisamente lo que más aterra a la Iglesia:
da por Cristo, mientras pensamos y esperamos que, tal vez, un día ven- una vida humana totalmente libre, alegre, madura, que nace de una
gan tiempos mejores y se pueda hacer realidad ese humanismo, esa acción confianza obediente y no del temor, liberada de las constricciones
liberadora por la que suspiraba Buddha y que tiene en Cristo su expre- tiránicas de una teología tradicional que prefiere buscar la verdad de
sión más consumada. Dicho de otro modo, la Iglesia de hoy, en su for- Dios en la sagrada Escritura más que en la santidad de la vida humana;
ma de administrar los «consejos evangélicos» como una mera «institu- una vida sensible y casta frente a cualquier forma de sufrimiento moral
ción», violenta a los que se someten a sus ideales, es decir, está abocada o social, una vida audaz, que no teme enfrentarse hasta con la muerte,
a ser objeto de «elección» por parte de unos hombres que han crecido cuando se trata de vivir personalmente, aun a riesgo de la propia per-
en un ambiente de represión extrema y de continua alienación. sona en sus relaciones con los otros, esa pequeña brizna de verdad que
Esta realidad se confirma por todo lo expuesto anteriormente so- con tanto esfuerzo se ha llegado a descubrir.
bre la fundamentación y estructura de los «consejos evangélicos» en Pero basta de preliminares, y vamos a lo específico.
general. En ningún intento por justificar ideológicamente los ideales
cristianos se toma como base el destino de la persona o su experiencia
individual. Al revés; desde un puro funcionalismo, se convierte en mera II. POBREZA: CONFLICTOS DE ORALIDAD
exterioridad lo que de por sí es esencialmente interno, ya que el valor
más importante es el funcionamiento sin estridencias de los mecanis- 1. Disposiciones eclesiásticas y sus deformaciones:
mos exteriores en los que se articula el sistema «Iglesia». Por eso, se el ideal de la disponibilidad
cohiben, o simplemente se anulan, los estadios iniciales de maduración
humana y de desarrollo personal, que podrían conducir de modo es- En la Iglesia católica no existe una verdadera espiritualidad de la po-
pontáneo a encontrar un cierto sentido en los «consejos evangélicos». breza. Y la prueba es que, mientras se multiplican los debates sobre el
358 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 359

«consejo evangélico» del celibato p o r el reino de Dios, y la autoridad dar seriamente a los sacerdotes seculares las normas que rigen en la
eclesiástica mueve R o m a con Santiago para reprimir y sofocar sus p o - «vida monástica»; de hecho, la Instrucción termina con la siguiente
sibles conclusiones, sobre la pobreza apenas si se habla, a n o ser en el cláusula asistencial:
ámbito más bien privado de las órdenes religiosas.
C u a n d o , en 1 9 7 1 , el Sínodo romano de obispos se ocupó del «mi- La remuneración de los sacerdotes, que debe determinarse de acuerdo
nisterio de los sacerdotes», la declaración oficial conclusiva dedicaba con el espíritu de pobreza evangélica, pero que al mismo tiempo
sus buenas cinco páginas al celibato, mientras que la cuestión de la debe ser, dentro de lo posible, equitativa y suficiente, es una exi-
pobreza n o se contemplaba ni en una sola línea; a n o ser que se quiera gencia de justicia y debe incluir también una seguridad social116.
ver una alusión al tema en las consideraciones siguientes:
En vez de una espiritualidad de auténtica pobreza, se trata ahora
Como miembro de la comunidad de los santos, el sacerdote tenga del «espíritu» de pobreza. De hecho, entre los clérigos se ve muy poca
siempre su espíritu orientado hacia las cosas del cielo; acuérdese de «pobreza», al menos en los clérigos alemanes.
contemplar a María, madre de Dios, que acogió la actuación divina Por otra parte, en la mayoría de los países, no faltan precisamente
con una fe consumada, y pídale diariamente que le conceda la gra- tratados espirituales sobre la pobreza, que vienen a decir, más o menos:
cia de parecerse cada vez más a su Hijo 1 ' 3 .
El trabajo pastoral ofrece un alimento insustituible para la vida Jesús, Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre, lo recibe
espiritual del sacerdote [...] Por el ejercicio de su ministerio, el sa- todo de éste. Jesús no tiene nada propio, sino que todo le viene del
cerdote recibe de la acción global de la Iglesia y del ejemplo de sus Padre. Jesús es infinitamente pobre, porque no tiene nada suyo;
fieles la luz y la energía necesarias para el cumplimiento de su mi- todo pertenece al Padre. Y, al mismo tiempo, es infinitamente rico,
sión. Incluso las renuncias que le impone su actividad pastoral le porque de la mano del Padre lo recibe todo.
llevan a una participación cada vez más profunda en la cruz de Todo el amor que nos tiene el Hijo, que viene para ofrecernos
Cristo y a un amor más desinteresado por sus fieles114. su alegría, se revela en una sola frase: no poseer nada, y recibir todo.
Ese mismo amor sacerdotal le facilitará la tarea de adaptar su Ésa es la pobreza de la que Jesús habla continuamente en su
propia vida espiritual a las formas y modos de santificación que más predicación [...] y hacia ella guía a sus discípulos. Él los llama, y ellos
se ajusten a las demandas de su tiempo y de su cultura, y a las le siguen, abandonándolo todo, su oficio, su familia [...] La pobreza,
exigencias de sus contemporáneos. Animado del deseo de «hacerse en sentido pleno, es el legado más precioso que Jesús dejó a su Igle-
todo a todos, para salvarlos a todos» (1 Cor 9,22), el sacerdote sia. La pobreza exterior es como una antorcha, en la que se enciende
deberá estar atento a las inspiraciones del Espíritu Santo en la épo- la disponibilidad interior para pedir todo al Padre y esperarlo todo
ca actual. De ese modo, su anuncio de la palabra de Dios no nacerá de él, que ha contado hasta los cabellos de nuestra cabeza117.
sólo de un esfuerzo humano, sino que se convertirá en un instru-
mento útil en manos de la Palabra hecha carne, una palabra «viva,
Lo común a todas estas exigencias es que dibujan, a través de la
eficaz y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4,12) 115 .
figura de Cristo, un modelo ideal, elevado literalmente al infinito, que
el hombre debe tratar de conseguir, aunque jamás p u e d a alcanzarlo.
La lectura de párrafos como éstos n o sólo ofrece una ocasión para
Pero nadie se pregunta por el efecto psíquico que pueden tener tales
regocijarse del estilo untuoso que emplean los dirigentes eclesiásticos
tratados, ni piensa en los presupuestos psicológicos que pudieran con-
en sus instrucciones, con ese tonillo de sabiduría superior que parece
vertir en realidad un ideal tan sublime. En el fondo, todas esas consi-
estar p o r encima de la miseria h u m a n a , sino que, al mismo tiempo,
deraciones no son más que pura retórica de homilía dominical, que
nos da una cierta idea de la típica mentalidad eclesiástica, con sus es-
sólo se pueden entender correctamente cuando se ve que n o tienen la
quemas estereotipados, sobre los «consejos evangélicos». La manera
más mínima relación con una vida auténtica, sino que pretenden pro-
de concebir esos ideales n o es una muestra de psicología concreta, sino pagar una mala conciencia crónica que, c o m o ya hemos indicado, es la
que responde a un m o d e l o prefabricado de santidad objetiva. Pero, marca típica de la existencia clerical. Un modelo «infinito» apunta
p o r otra parte, en cuestiones de «pobreza», nadie se atreve a recomen- lógicamente a la imposibilidad de imitación; y donde esa imposibili-
360 El diagnóstico f Limitaciones de los estadios específicos 361

dad se ve más clara es precisamente en la contrición, en el espíritu de mente, gracias a todas las posibles formas de alienación, y dan como
penitencia y en el permanente complejo de culpabilidad118. resultado una masiva explotación de sus colaboradores, es decir, de
Las consecuencias son de extrema gravedad, porque adquieren ran- los propios clérigos.
go de estructura. Dado que la teología cristiana de la pobreza no acos- Para ilustrar esa situación, contradictoria —¡como siempre!—, con
tumbra a enfocar este «consejo evangélico» desde una perspectiva inte- un ejemplo bien conocido, podríamos aducir la estrepitosa quiebra del
rior, o sea, psicológica, la exigencia eclesiástica de pobreza que se famoso Banco Ambrosiano.
impone a los clérigos no sirve para expresar un sentimiento verdadera- El 18 de junio de 1982 se encontró en Londres, colgado bajo uno
mente vital, una verdad de la existencia humana. Su único objetivo es de los puentes del río Támesis, el cadáver de un hombre que fue iden-
crear y fijar indeleblemente un cierto sentimiento neurótico de «pobre- tificado como Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano de
za», en sentido de incapacidad, dependencia y futilidad de la persona. Milán, el grupo financiero más poderoso de Italia, con intereses eco-
Y al revés; hay que constatar una vez más que esa clase de predicación nómicos en quince países. Fundado en 1895, el Ambrosiano sólo ad-
«cristiana» se dirige, en particular, a personas cuya autoestima se en- mitía como accionistas a personas que pudieran exhibir su certificado
cuentra tan minada de neurosis que, paradójicamente, todas esas acti- de bautismo; y así fue hasta los años setenta de este siglo. En 1967,
tudes no hacen más que reforzarlas. Sólo cuando la predicación «cris- Calvi había conocido a un banquero siciliano, Michele Sindona, quien,
tiana» de la pobreza logra que el sentimiento neurótico de la futilidad después de haber fundado un verdadero imperio mundial de bancos y
del «yo» aparezca no como patología, sino como la verdad oculta del sociedades financieras, había llegado a ser uno de los hombres más
mundo, como revelación divina del ser auténtico, se le abre el camino ricos de Italia. Al mismo tiempo, Sindona era el administrador secreto
al clérigo para que elija la vida cristiana de pobreza. de los negocios del Vaticano tanto en Italia como en los Estados Uni-
Pero, en realidad, no se trata de «pobreza», sino de sometimiento dos. A comienzos de los años setenta, Calvi, ya presidente del Ambro-
de la voluntad, de obediencia total y en todo, y consiguientemente, de siano, conoció por mediación de Sindona al arzobispo católico Paul
dejarse manipular por mecanismos externos. Es lo que intentaremos Marcinkus, que, debido a su estatura física, había ascendido en 1964 a
ver más adelante, por medio de un análisis de las reglas y constitucio- guardaespaldas de Pablo VI, siendo posteriormente nombrado «gober-
nes de las órdenes religiosas, que son las que se han tomado en serio nador» de la Ciudad del Vaticano y, finalmente, presidente del Istituto
esta forma de «pobreza cristiana». per le Opere di Religione (IOR), que es el nombre eufemístico por el
Quizá se nos pudiera objetar aquí que no se puede imputar a la que se conoce al banco vaticano.
Iglesia, como actitud generalizada, esa abierta y casi cínica voluntad La colaboración de ese triunvirato de financieros, Sindona, Calvi y
de explotación de la miseria espiritual del hombre. Y es verdad; por Marcinkus, alimentaba las mayores expectativas. Sólo que en 1964, a
eso, habrá que proceder con cautela, sopesando la reflexión y matizan- consecuencia de la quiebra del Franklinbank, en el que Sindona tenía
do, si es preciso, algunas afirmaciones. Aun reconociendo, como he- una participación importante, todo el imperio financiero de ese hom-
mos apuntado antes, que en la larga historia de la Iglesia ha habido bre tan emprendedor se vino irremisiblemente abajo. Se supone que el
épocas enteras a las que no se puede absolver de manifiesto espíritu de Vaticano perdió entonces varios cientos de millones de dólares; pero
avaricia y de un transaccionismo sin escrúpulos, sería injusto repro- como las finanzas vaticanas constituyen uno de los secretos mejor guar-
char globalmente idénticas motivaciones a eclesiásticos individuales dados y escapan a cualquier control democrático, es imposible, ni si-
que hoy día ejercen el ministerio o detentan cargos de responsabilidad. quiera hoy, proporcionar cifras exactas. En 1980, el propio Sindona
Al contrario, por tratarse de clérigos católicos, habrá que tener siem- fue condenado en Estados Unidos a veinticinco años de cárcel y a una
pre ante los ojos la profunda disociación entre persona y ministerio. A multa de doscientos siete mil dólares por estafa, perjurio y malversa-
esa disociación se debe que determinadas personas, subjetivamente más ción de fondos por valor de cuarenta millones de dólares. Pero a lo
bien modestas y sin grandes pretensiones, busquen refugio o se vean largo de todo su proceso, no perdió la esperanza de salir en libertad,
empujadas, precisamente por la debilidad y desamparo de su propio por intervención del Vaticano. Sin embargo, durante una visita a Roma
«yo», a entrar en un engranaje cuyos mecanismos funcionan, objetiva- de Marvin E. Frankel, principal abogado de Sindona y antiguo juez de
362 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 363

la República Federal de Alemania, el cardenal Agostino Casaroli, a la No obstante, el Estado italiano insistió en pedir aclaraciones, al
sazón Secretario de Estado, se negó personalmente a proporcionarle menos sobre la responsabilidad moral del Vaticano en lo tocante a las
unas cintas de vídeo que habían hecho grabar ciertos amigos de Sindona, famosas «cartas de recomendación». Pero Marcinkus, deseoso de ais-
entre ellos el arzobispo Marcinkus. «Muchos altos cargos del Vatica- larse de cualquier contacto con el mundo exterior, se encerró en su
no, convencidos de que Sindona no había sustraído dinero al Franklin apartamento de la Ciudad del Vaticano. Entonces, por deseo expreso
National, sino que, al contrario, había invertido millones de su propio de Juan Pablo II, el cardenal Secretario de Estado, Agostino Casaroli,
bolsillo para salvar el banco, pensaban que el comportamiento de las se hizo cargo de las funciones económicas del Vaticano, desempeñadas
autoridades vaticanas con su antiguo gerente era "una cobardía de tal hasta entonces por el acosado arzobispo120.
vileza que rayaba en la traición"»119. Con todo, a partir de 1980, y En esas nuevas circunstancias, la protección de Calvi, el cómplice
después de la definitiva ruina de su amigo Sindona, Marcinkus puso de Marcinkus, decreció considerablemente. Desesperado, Calvi trató
toda su confianza en las habilidades del Banco Ambrosiano, bajo la de aproximarse a algunos buenos amigos suyos, miembros de la orga-
dirección de Calvi, que, en 1981, pudo presentar un activo de más de nización derechista Propaganda Due (P2), una logia masónica que, en
dieciocho mil millones de dólares. 1981, había provocado subrepticiamente la caída del gobierno de coa-
La caída de Calvi se produjo en 1982. Una auditoría encargada lición presidido por Arnaldo Forlani. Pero también la P2 le dejó en la
por el Banco nacional de Italia descubrió serias irregularidades en estacada. El día 15 de junio, Calvi se presentó en Londres con la inten-
muchas transacciones del Banco Ambrosiano, y pudo comprobar con ción de vender una parte del Ambrosiano al Artoc Bank and Trust, de
sorpresa que no había modo de distinguir entre los activos del Banco capital preferentemente árabe, y poder cubrir así un agujero de casi
Ambrosiano y los del Vaticano, debido a innumerables y complejas in- mil millones y medio de dólares. Estando allí, le sorprendió la noticia
versiones comunes y a una intrincada trama de movimientos y desvíos de que la cotización de su banco había sido congelada y sus directores
de fondos. Calvi se encontró en un tremendo aprieto, al tener que habían dimitido. El día 17 de junio, la secretaria personal de Calvi,
devolver créditos en dólares que no le era fácil reunir por la constante Graziella Teresa Corrocher, se suicidó en Milán, arrojándose por la
depreciación de la lira italiana y la creciente fortaleza del dólar. ventana de su despacho. Cuando, al día siguiente, se encontró al pro-
A partir de 1981, Calvi había logrado liquidar sus negocios con pio Calvi ahorcado bajo un puente de Londres, empezó a tomar cuer-
bancos sud y centroamericanos con la ayuda de «cartas de recomenda- po la duda sobre lo que, a primera vista, no parecía más que un suici-
ción» firmadas por el arzobispo Marcinkus, que debían dar la impre- dio. ¿No habría sido asesinado Calvi por miembros de la logia P2? Su
sión de que el banco vaticano cubría las transacciones. Hasta hoy, hija, Anna, declaró que su padre había dicho un día, a propósito del
sigue sin saberse hasta qué punto el Vaticano y, en particular, Marcinkus banco vaticano: «I preti saranno la nostra fine»: los curas terminarán
estaban realmente informados de las maquinaciones de Calvi. En cual- por arruinarnos. De hecho, en sus últimos tiempos, Calvi no salía ja-
quier caso, el Vaticano aseguró con posterioridad que todos los crédi- más de casa sin su pistola cargada. Había demasiados círculos intere-
tos del grupo Ambrosiano se habían cancelado en fecha anterior a las sados en su muerte, por ejemplo, para que no pudiera revelar los ma-
«cartas de recomendación» de Marcinkus. Mientras tanto, el Estado nejos por los que tantos fondos del Ambrosiano habían ido a parar a
italiano, incapaz de probar ante los tribunales la veracidad de esas América latina121. Como dijo una vez el arzobispo Marcinkus: «La Iglesia
declaraciones, no sólo tuvo que renunciar a su derecho de recurso, no puede funcionar a base de avemarias»122.
sino que se vio impotente para obligar, y mucho menos inducir, al
Cualquiera que, durante meses, tenga que leer en la prensa esta
Vaticano a esclarecer la trama que había ocasionado la quiebra del
clase de casos, no podrá menos de pensar, por benevolente que sea,
Banco Ambrosiano. En julio de 1981, Calvi fue condenado por la au-
que los responsables de las finanzas vaticanas no parece que tengan
toridad judicial italiana a cuatro años de cárcel por exportación ilegal
mucho que ver con los sucesores de los apóstoles de Cristo, sino más
de veintiséis millones y medio de dólares entre 1975 y 1976, pero salió
bien con una banda de mafiosos desaprensivos. Y a esa impresión se
en libertad bajo fianza. Aun entonces, Marcinkus siguió fiándose cie-
añade el funesto secretismo del Vaticano que, en cuestiones de dinero,
gamente de Calvi y le prestó todo su apoyo.
se comporta con la misma meticulosidad con la que un niño de dos
364 El diagnóstico Limttaciones de los estadios específicos 365

años maneja sus excrementos (según el modelo de la «compulsión nes en innumerables empresas que abarcan el sector inmobiliario, la e-
anal»123). laboración y transformación de plásticos, la electrónica, la producción
Pero el verdadero problema de los desastres financieros del Vati- de acero y de cemento, la industria textil, los productos químicos, la
cano no radica tanto en la redomada perversión de sus representantes alimentación, la construcción, etc. El Vaticano es uno de los banque-
cuanto en su manifiesto diletantismo. En particular, el arzobispo ros más importantes de Italia, posee varias de las mayores compañías
Marcinkus tuvo que acreditarse en un puesto para el que no tenía la de seguros, e invierte a gran escala —se calcula sobre los dos millones
menor cualificación; según su propias declaraciones, jamás había he- de dólares— en la Bolsa de valores de Nueva York. El Vaticano es uno
cho estudios de banca y no tenía más que una noción rudimentaria de de los más importantes poderes financieros a nivel internacional, al
economía política. Igualmente, el reducido grupo de cardenales al que disponer de unos activos que rondan los veinte mil millones de dóla-
Juan Pablo II encargó el control de las actividades de su máximo hom- res»128. Sin embargo, el hecho de que, a pesar de todos los subterfugios
bre de negocios no estaba preparado para detectar las tretas y los sub- —muchas veces, en los límites de la legalidad—, el banco vaticano esté
terfugios de la pareja Marcinkus-Calvi. «Su verdadero cometido no hoy prácticamente en quiebra es la otra cara de la moneda.
era más que dar una ojeada a los balances que Marcinkus tenía que Pero naturalmente se puede plantear —y se plantea—, desde el
someter al papa dos veces al año, y corroborar los números rojos que punto de vista teológico, la pregunta inquietante sobre lo que hace la
arrojaban los totales»124. El mismo Pablo VI, «con una ingenuidad dig- Iglesia con toda esa involuntaria «legitimidad particular» del dinero
na de mejor causa», tenía a un hombre como Sindona por un verdade- que pasa por sus manos. Se podría decir que ella, por ideología, no
ro genio de las finanzas, ya que, en 1962, cuando el papa Montini era sólo aconseja el desprecio del dinero, sino que incluso muchos de sus
arzobispo de Milán, le había proporcionado dos millones y medio de representantes así lo hacen, y por convicción. Normalmente, en los
dólares para construir una residencia de ancianos, que se llamó la Casa círculos clericales, casi nadie está interesado en una cosa tan baja y tan
della Madonnina125. poco evangélica como el vil metal. Pero, por otra parte, la ambivalencia
Desde un punto de vista exclusivamente financiero, la mejor época de esa actitud fundamental lleva, como automáticamente, a que ese
de los asuntos bancarios del papa fue el año 1929, cuando, con oca- mismo desprecio vaya unido a una veneración especial y casi mágica
sión de los Pactos de Letrán, firmados por Mussolini y el papa Pío XI, del dinero; algo así como una mentalidad primitiva, que lo que más
se estipuló que, como indemnización por ceder cuarenta y un mil kiló- tiende a divinizar son esas potencias vitales de las que se sabe depen-
metros cuadrados de territorio pontificio al Estado italiano, el papa diente y que, sin embargo, no llega a conocer en profundidad, por un
recibiría unos noventa millones de dólares. Por esa época, el papa ha- temor supersticioso. En virtud de unas excesivas exigencias morales
bía contratado los servicios del banquero Bernardino Nogara, un judío frente a la exterioridad de una pobreza que sólo se concibe de manera
convertido al catolicismo, quien inmediatamente cambió en oro un externa, la Iglesia fluctúa necesariamente entre un irracionalismo de
tercio de esa suma y la depositó en Fort Knox, mientras que el resto lo naturaleza escatológico-salvífica llena de signos y prodigios barrocos,
diversificó en varias inversiones, según el lema: «Los programas finan- a la manera franciscana, y un pragmatismo casi cínico, por falta de
cieros del Vaticano deben ser totalmente ajenos a limitaciones teo- asimilación interna, en el manejo más bien tormentoso de las realida-
lógicas»126. A la muerte de Nogara, en 1958, el Vaticano poseía toda des económicas.
una serie de sociedades financieras en todo el mundo, que prosperaban De todos modos, queda claro que ni sacerdotes ni papas quieren ni
continuamente por su diversificación y sus mutuas implicaciones. Esa deben ser «pobres», en el sentido «monetario» —exterior— del térmi-
política de inversiones, tan meticulosamente planificada, llevó a uno no. Y, como siempre, cuando un ideal choca con la realidad, se procu-
de sus sucesores a la convicción de que la actuación de Nogara «había ra negar el conflicto a base de moralizarlo. La «pobreza» se convierte
sido lo mejor que le había podido suceder a la Iglesia, desde los tiem- así en el objetivo final de unas aspiraciones y unos esfuerzos infinitos,
pos de nuestro Señor Jesucristo»127. ya que entre los presupuestos de base de ese aspecto concreto de la
En realidad, «el Vaticano es, hoy en día, la institución religiosa existencia clerical está el carácter «inalcanzable» de lo deseado. De ese
económicamente más fuerte del mundo, con intereses y participacio- modo, se produce una interiorización del sentimiento, no como expre-
366 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 367

sión, sino más bien como impresión existencial; se crea un estado de comience a mostrarse «ansioso de repugnantes ganancias» y a que-
imposición interna en el que el «yo» está irremediablemente abocado a rer asociarse con los hijos de este mundo [...] Cuando se piensa que
hacer lo que no puede y a ser lo que no es en realidad; y nace una Judas, un apóstol de Cristo, [...] se sumió en el más profundo abis-
forma de «pobreza» que no es, en absoluto, vivencia liberadora, o fuente mo de su maldad, precisamente por su espíritu de avaricia de bienes
de alegría y de amplitud interna, sino todo lo contrario, derrota moral terrenos, se comprende que ese mismo espíritu haya podido traer a
la Iglesia tantas desgracias lo largo de los siglos129.
crónica, reconocimiento de una impotencia de la que uno no tiene más
remedio que «arrepentirse». La inversión de valores no deja lugar a
dudas: en lugar de que sea el espíritu de pobreza el que funde y dé sentido Lo último es indiscutible. Pero lo malo es que en esos términos tan
al ideal de una forma de vida, se introduce un ideal externo —porque polémicos se pasa por alto el problema fundamental. Ser «desprendi-
sólo se entiende como una realidad exterior— que fuerza y violenta al do» y «desinteresado» en las cuestiones de dinero coincide exactamen-
«yo», hasta transformarlo verdaderamente en «pobre de espíritu». te con la definición que daba ya Karl Marx del capitalista130. Y un
filósofo como Max Weber aludía al influjo que ha tenido en el naci-
Una simple ojeada a las encíclicas que los papas de este siglo han
miento y desarrollo de la economía moderna una cierta ascesis perso-
dirigido a los sacerdotes sobre el tema de la pobreza será suficiente
nal del ahorro, en el marco de la ética protestante 131 .
para mostrar el dilema planteado por esa ambigüedad que nace de una
Igualmente, Pío XII, que, en su exhortación apostólica Menti
exterioridad funcionalizada o, al revés, de una abstracción moralizante
nostrae tuvo la valentía y el acierto de apelar a la conciencia de los
de las exigencias de pobreza. La falta de espiritualidad devalúa la «po-
sacerdotes en lo referente a la organización concreta de su estilo de
breza evangélica», al transformar —en el mejor de los casos— una
vida, llega un momento en que se pierde en sutiles disquisiciones so-
actitud religiosa fundamental en mero apostolado caritativo, aureolado
brenaturales, tan solemnes como inútiles132.
de perfecta imitación de Cristo, o hasta el punto de que la «pobreza»
termine por degenerar, como en el Sínodo romano de 1971, en pura En fin de cuentas, lo que queda por dilucidar es de qué «pobreza»
cuestión de remuneración, es decir, lo que en justicia se debe pagar al se habla. No se puede desterrar, en absoluto, la miseria económica con
clérigo por el ejercicio de su actividad. un bienintencionado pauperismo; y la renuncia voluntaria a la pose-
sión personal puede ser testimonio de una gran solidaridad con las
Esta realidad no es de hoy, sino que tiene una larga historia. Para
necesidades ajenas, pero, en sí misma, no es más que una respuesta
el papa Pío XI, en su encíclica Ad catholici sacerdotii, la «pobreza»
simbólica que, en la práctica, resulta absolutamente inefectiva. Desde
equivalía prácticamente a «desinterés» y protesta contra el materialis-
luego, la actitud de «desprendimiento» y «generosidad» es sinceramen-
mo reinante. Éstas son sus palabras:
te loable, pero no se puede identificar con una pobreza económica
reflejada en la propia vida, y no tiene nada que ver con la cuestión
En medio de la de la depravación de un mundo en el que todo se
sobre el correcto uso del dinero. En otras palabras, mientras no se
compra y se vende, él [el sacerdote] debe moverse con absoluta
libertad, sin intereses personales, en un santo desprecio de los bajos entienda la psicología del dinero 133 y de la propiedad, no habrá una
instintos y de los rastreros deseos de ganancia, y dedicarse entera- auténtica espiritualidad de la pobreza, que nos enseñe cómo se pue-
mente a ganar almas y no dinero, a buscar la gloria de Dios y no su den vivir hoy de manera creíble las exigencias del estilo de vida y del
propio prestigio. El sacerdote no es asalariado de trabajos perdi- espíritu de Jesús. Y mientras la teología no estudie seriamente la psico-
dos, ni funcionario que, mediante el cumplimiento escrupuloso de logía de esos miedos, que llevan siempre a transformar la riqueza y las
su deber, piensa en prosperar en su carrera y subir de rango [...] El posesiones en un fetiche capaz de proporcionar el mejor seguro de
sacerdote es siervo de Dios y padre de almas, consciente de que sus vida, jamás se podrá entender qué es lo que tiene la «pobreza» para
esfuerzos y sinsabores no serán recompensados con riquezas terres- considerarla como un elemento de liberación.
tres ni con los honores más valiosos. No le está prohibido aceptar
una remuneración apropiada [...] Pero, «llamado a tener parte en el Ese mismo enfoque se puede aplicar perfectamente a las conmove-
Señor», como indica su propio nombre de «clérigo», no debe espe- doras palabras con las que el papa Juan XXIII, en consonancia con su
rar otra recompensa que la que Cristo prometió a sus apóstoles. antecesor, Pío XII, proponía a los sacerdotes el ejemplo de san Jean-
Desgraciado el sacerdote que, olvidándose de las promesas divinas, Marie Vianney, cura de Ars. En su encíclica Sacerdotii Nostri primordia,
368 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 369

proponía, por una parte, la imitación de ese modelo, pero, por otra, a colaborar con denier du cuite, o sea, una cierta suma para el soste-
citaba también a san Beda el Venerable: nimiento de la actividad espiritual de los sacerdotes, rebota en unos
oídos sordos. Según una encuesta realizada entre los años 1978-
1979, más del cincuenta y uno por ciento de los católicos franceses
El sentido de este mandamiento [de la pobreza] no es que los sier-
estaban convencidos de que sus sacerdotes disponían de medios
vos de Dios no puedan hacer algún ahorro para sí mismos o para
materiales suficientes para llevar una vida confortable [...] Otra parte
dárselo a los pobres. De hecho, nos consta que el Señor [...] tenía
de la población católica piensa exactamente lo contrario, pero si-
una bolsa para la fundación de la Iglesia [...] Lo importante es servir
gue aferrada a la imagen romántica del sacerdote como el cura de
a Dios, no precisamente por dinero, y no vulnerar la justicia por
Ars, que se le inculcó desde la infancia: un pobre párroco rural,
miedo a la miseria. [...] Por eso, asumimos la preocupación de Nues-
miembro él mismo de una sociedad atrasada, que nunca ha oído
tro inmediato predecesor, e instamos a los fieles a que escuchen con
hablar de industrialización. Así nace el mecanismo psicológico del
generosidad la llamada de sus obispos, que tan loablemente se es- «dechado de virtudes», tan frecuente en el cristiano medio 137 .
fuerzan por asegurar a sus sagrados colaboradores los recursos in-
dispensables para una digna subsistencia134.
Para abordar con cierta claridad y sinceridad la situación econó-
Pero todas esas declaraciones tan contradictorias n o parecen ayu- mica del sacerdote, muchas de las actuales reflexiones de la Iglesia
dar m u c h o ni a los propios sacerdotes ni, m u c h o menos, a los «fieles». francesa pueden considerarse c o m o verdaderas pautas de futuro. En el
Por otra parte, viviendo en una Iglesia que colectivamente es tan rica, fondo, lo que exigen es que se ponga fin a la situación particular que
una exigencia c o m o la pobreza personal resulta de lo más ambiguo. vive el clérigo. Así lo recoge H . Mischler:
Eso es lo que demuestran ciertos ejemplos, como el de la Iglesia de
La remuneración del clérigo] debería entrar en el sistema de retri-
Francia, en la que los clérigos carecen de la garantía estatal del «im- bución salarial de un trabajador. Así se desterraría la anacrónica
puesto religioso», c o m o es el caso en Alemania y, hasta cierto p u n t o , costumbre de los estipendios de misas u otros servicios religiosos,
en España. C o n razón escribe H . Mischler: que dan pie a los fieles para encasillar al sacerdote en una función
puramente cultual [...] Para muchos clérigos franceses, el sistema
Debido a que la Iglesia tiene tanta dificultad en superar su pasado, alemán, que considera a los sacerdotes como funcionarios del Esta-
la situación económica del clero francés es todavía hoy tabú en los do y les pasa una nómina correspondiente a la escala A-14 de la
círculos eclesiásticos. Antes de la Revolución francesa, y durante retribución salarial, es un procedimiento anticuado. Pero por otra
todo el siglo xix, la Iglesia estuvo decididamente al lado de las fuer- parte, la situación económica de los sacerdotes franceses no deja de
zas conservadoras de la nobleza y de la burguesía. Hoy, en cambio, ser bastante incómoda, y hasta incide negativamente en la floración
procura por todos los medios posibles dar al menos la impresión de de nuevas vocaciones sacerdotales. Los jóvenes de hoy no se sienten
que está al lado de los pobres y de los oprimidos 135 . particularmente atraídos por la idea de que el sacerdote viva del
La razón principal de la pobreza del clero francés consiste en culto. Cierto que la pobreza es una virtud, pero la miseria y el
que, a raíz de la separación entre Iglesia y Estado, el año 1905, la deterioro personal nunca lo han sido. Un mínimo de seguridad en
Iglesia perdió todos sus privilegios. Desde entonces, la Iglesia es la existencia es un derecho fundamental de cualquier hombre; y,
verdaderamente pobre, ya que no recibe ni un céntimo del Estado. por supuesto, también del sacerdote.
El año 1905 supuso para el clero de Francia un traumatismo que Quizá la Iglesia de Alemania pueda sacar algún provecho de la
aún no ha logrado superar 136 . experiencia de sus vecinos franceses. ¿Quién puede suponer que las
Por otra parte, hay que notar que, en Francia, la relación entre Iglesias de Alemania, de Austria y de Suiza van a seguir recibiendo
la Iglesia oficial y los «fieles» deja mucho que desear. Una gran parte eternamente un susbsidio del Estado? La creciente despreocupación
de la población sigue aferrada a la vieja idea de que la Iglesia es de los jóvenes por los asuntos de la Iglesia y el auge que cada día
inmensamente rica; y eso es lo que se inculca todavía hoy a los experimenta el fenómeno de la descristianización son una realidad
niños y a los jóvenes, sobre todo por parte de la corriente laica de la social innegable. De modo que, previsiblemente, la Iglesia no será
«Educación nacional». De ese lado no hay que esperar la más míni- en el futuro más que un grupo minoritario. En ese caso, ¿por qué
ma contribución monetaria para ayuda de la Iglesia; toda invitación iba a gozar de privilegios especiales? [...] En muchos países limítro-
370 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 371

fes de Francia se conoce teóricamente la precariedad en la que vi- común, como dice la Escritura; y nadie tenga alguna cosa como
ven los sacerdotes franceses. Por eso, desde hace algunos años, bas- suya ni la considere como tal.
tantes párrocos alemanes [...] se han comprometido a pasar de vez Sepan todos que el que se complazca en vicio tan pernicioso,
en cuando una temporada con sus compañeros franceses. Y según será amonestado una vez y hasta dos veces; y si no se corrige, reci-
ellos, eso les resulta infinitamente más provechoso que una semana birá un severo castigo139.
de ejercicios espirituales138.
Por su parte, las Declaraciones de la Orden benedictina referentes
En cualquier caso, el problema de la remuneración de los sacerdo- a este pasaje rezan así:
tes seculares no deberá vincularse a la ideología de la «pobreza evangé-
lica» o a una apología del bienestar, sino, más bien, habrá que situarlo
en el marco de las exigencias prácticas de la pastoral en un lugar con- La comprensión de la pobreza, en la orden benedictina, quiere imi-
tar la vida de la primera comunidad cristiana en Jerusalén, donde
creto, según las características de cada comunidad. Pero sobre todo,
«todos lo tenían todo en común» (Hch 4,32). El fin de la pobreza es
habrá que replantearse el verdadero sentido espiritual de la exigencia hacer del monje una persona absolutamente libre, para dedicarse a
evangélica de pobreza, sobre el fondo de las circunstancias actuales y Dios y a su Reino, para alimentar su esperanza en el futuro y dar
de una nueva conciencia de la realidad, tal como se presenta, en pri- gracias a Dios, del que procede todo bien. Lo que busca el monje es
mer lugar, desde la perspectiva del psicoanálisis. Pero por el momen- imitar el anonadamiento de Cristo, renunciando a toda exigencia
to, baste decir aquí que hay muy pocos sacerdotes seculares, por ejem- de posesión personal, pero sin que eso sea un pretexto para el uso
plo, en Alemania, que consideren la «pobreza evangélica» como una negligente o abusivo de los bienes de la comunidad140.
razón, o como un obstáculo, para abrazar la vida clerical. Por la profesión solemne, el monje renuncia a su derecho a
Si se quiere entender a fondo lo que realmente hace de la «pobre- adquirir una propiedad, a poseerla o a desprenderse de ella. Todo
lo que adquiere u obtiene, lo adquiere para el monasterio141.
za» un ideal de vida, no parece que el mejor camino sea la considera-
Sin la autorización conveniente, ningún monje puede solicitar
ción de una existencia desconcertante —por ser, en sí misma, confu-
regalos, aceptarlos o cederlos a un tercero. Las costumbres de cada
sa— como la de los sacerdotes seculares, sino más bien el ejemplo de monasterio regulan esos detalles142.
los religiosos, que son los que han tomado en serio, al menos, según Sin perjuicio de su derecho a la propiedad, cada monasterio
sus constituciones, el «consejo evangélico de pobreza». En compara- debe esforzarse por llevar un estilo de vida sencillo y, en su proyec-
ción con la vida de estos hombres, el ideal de «pobreza» de los sacerdo- ción social, evitar la acumulación de bienes, todo apetito desorde-
tes seculares parece como un juego de niños, como una miniatura de la nado de ganancia y cualquier clase de lujo. Más bien, debe procu-
más auténtica realidad. rar, según sus posibilidades, atenuar la miseria del mundo y estar
Para comprender el verdadero sentido de ese ideal de vida, con sus siempre dispuesto a compartir sus bienes materiales y espirituales143.
consecuencias psicológicas y los presupuestos psíquicos imprescindi-
bles para considerarlo como algo santo y absolutamente deseable, lo Por consiguiente, la pregunta que se plantea desde el punto de
mejor será acercarse a las palabras mismas con las que san Benito for- vista psicoanalítico consiste en descubrir el trasfondo psíquico de don-
mula ese ideal en el capítulo treinta y tres de su Regla: de brota no sólo la disponibilidad, sino incluso el deseo de abrazar esa
forma de «santa pobreza» —precisamente, esa forma—, es decir, la
Por encima de todo, hay que arrancar de raíz del monasterio ese voluntad de entrega sin reserva de la propia persona a una comunidad
vicio. Nadie se permita dar o recibir algo, sin permiso del abad, ni que recompensa una renuncia total con una asistencia total en todos
tener nada propio; absolutamente nada, ni un libro, ni una tablilla, los aspectos de la vida, naturalmente a precio de una disponibilidad
ni un estilo, nada en absoluto. Porque nadie tiene derecho a dispo- sin límites para acatar las disposiciones de los superiores. ¿Cómo se
ner ni de su propio cuerpo ni de las inclinaciones de su voluntad. puede concebir, y qué tiene que haber pasado, para que una persona
Todo lo necesario lo esperarán de la mano del superior del monas- pretenda formalmente renunciar a todo deseo de su voluntad perso-
terio. No está permitido tener nada que no haya dado el abad o
nal, y entregar «voluntariamente» a otro todo su ser, en lugar de vivir
para lo que haya expresado su consentimiento. Tengan todo en
372 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 373

sólo para sí mismo y, por el mero hecho, sentirse culpable frente al fos, los libros mejor forrados; todo era poco para ellos. En otras pala-
único modelo, «Jesucristo»? bras, mientras los niños no tuvieran nada propio, los padres podían
La respuesta, después de todo lo dicho, se orienta por los caminos presumir de que no les faltaba de nada, y que no tenían ninguna razón
del psicoanálisis. Bastaría sustituir en las experiencias de la primera para quejarse.
infancia el modelo de la propia «madre» por el modelo «Jesucristo», La interpretación más exacta de ese sistema educativo con respec-
para encontrar la solución. to al dinero y la propiedad es verlo como un preludio de lo que más tarde
se concretará en las reglas monásticas sobre la pobreza. Se aprende a
2. Del ideal de la pobreza a la miseria de lo humano considerar el dinero como lo que no se tiene, incluso como una cosa que
está prohibido desear; alguien se encargará de proporcionarlo, bien sea
Empecemos por el aspecto más superficial. La experiencia enseña que la divina providencia, o la previsión de la madre, con tal de que uno sea
en toda retrogresión psicoanalítica no deja de aflorar, tarde o tempra- tan desprendido como para dejar toda posesión propia en manos de otro:
no, la pregunta sobre lo que se solía hacer, de pequeño, con el propio la familia, o la orden correspondiente. Desde esa perspectiva, el dinero
dinero de bolsillo. Aunque en este particular no dispongo de datos —y con él cualquiera otra forma de propiedad personal— se tiene por
estadísticos, puedo decir que yo, personalmente, en mis más de veinte algo fundamentalmente despreciable y primitivo. Pero, al mismo tiem-
años de práctica psicoanalítica con toda clase de sacerdotes y religio- po, ejerce una fascinación casi mágica. Como dice el cuento de los
sos no he encontrado ni un solo paciente que, entre los ocho y los hermanos Grimm Sterntaler —por supuesto, mal interpretado, si se
quince años, haya aprendido a manejar con independencia algún dine- considera desde un punto de vista meramente externo—: «El que da lo
ro verdaderamente propio. Lo que parece predominar, sin excepcio- que tiene, recibe lo que necesita». Pero lo que en el cuento se dice en
nes, en el estadio inicial de la biografía del clérigo es una educación de sentido espiritual, como mera expresión simbólica, no funciona en la
tipo más bien parsimonioso. De niño, o no tuvo jamás dinero disponible, práctica de lo material. Todos sabemos que entregar — o gastar—di-
o, si lo tuvo, fue sólo como premio por determinados servicios —ayudar nero no es precisamente la mejor manera de multiplicarlo.
a lavar el coche, cortar el césped del jardín, regar las plantas, hacer En toda esta cuestión, conviene tener en cuenta que no se trata de
pequeños recados, etc.— o por haber sacado buenas notas. Más aún, una especie de sistema filosófico, por ejemplo, como el modelo de
de dichas «ganancias» no podía disponer sin más, a su antojo, sino que utopía social monástica elaborado por Tomás Moro 144 , o la sociedad
tenía que guardarlas en una hucha, bajo la estrecha vigilancia de sus comunista de Tomás Campanella145. Ese modo de ver las cosas proce-
padres, para comprar alguna cosa que «valiera verdaderamente la pena», de, más bien, de un sentimiento profundo, de un proceso de desarrollo
como unos zapatos, unos pantalones, o cosas parecidas. psicológico que ya tuvo que haber cobrado forma en los años de la
Naturalmente, esas costumbres no parecen lo más apropiado para pubertad y que ha sobrevivido indemne a toda modificación ulterior.
el desarrollo de una capacidad futura de manejo y disposición de los En otras palabras, una vida como la de pobreza monástica no empieza,
propios recursos. La regularidad con que se produce ese fenómeno es en modo alguno, a los veinte años, sino que se configura mucho antes
todavía más chocante, si se tiene en cuenta que, en la mayoría de los —a más tardar, en la pubertad—, como un conjunto de orientaciones
casos, no se debía a una situación de verdadera necesidad, sino que afectivas, que encontrarán más tarde, en la vida monástica, su expre-
más bien reflejaba el espíritu de ahorro —¡y de obediencia!— que cons- sión objetiva y una racionalización elevada a la categoría de ideal de
tituía una de las virtudes de la clase media social. Como dice el refrán: vida cristiana.
«El que no mira el centavo, no merece ni un ochavo». Pero precisa- Pero, con todo, esas posturas no surgen por primera vez en la épo-
mente a esos padres que ejercían tan severo control sobre sus hijos en ca de la pubertad. Uno de los descubrimientos más importantes de
tales nimiedades no les dolían prendas a la hora de proporcionarles lo Freud fue la idea de que, al revés de lo que se suele experimentar en el
«necesario». Por ejemplo, si salían de excursión, tenían que llevar el plano subjetivo, los conflictos de la pubertad no se presentan como
mejor equipo; si se trataba de material escolar, los cuadernos más bo- algo nuevo o hasta entonces desconocido, sino que, en realidad, repro-
nitos, las cajas más grandes de lápices y pinturas, los mejores bolígra- ducen o incluso prolongan ciertas vivencias de la infancia que, al co-
374 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 375

menzar el período de «latencia psicológica», han pasado a formar par- siguiente, los niños se las arreglaron para coger migas de pan y señalar
te del enorme mundo de la represión, para caer en el olvido146. Apli- así el camino de vuelta. Y se fueron otra vez al bosque. Pero, al querer
cando a nuestro propósito esa intuición de Freud, podríamos decir que volver, se dieron cuenta de que los animales se habían comido todas
las circunstancias de la pubertad no prometen, por sí mismas, una las migas. Y como no sabían salir del bosque, se pusieron a dar vueltas,
explicación satisfactoria de la necesidad de pobreza monástica que surge hasta que se perdieron.
en el interior de un futuro clérigo. Al contrario, lo que realmente nece- Tres días anduvieron perdidos, hasta que divisaron una casita, en
sita una explicación es el motivo por el que un chico o una chica de la que vivía una bruja. La casa estaba toda hecha de pan, de dulces y de
quince años se someten, con mayor o menor disponibilidad, al control caramelos. Los niños estaban en la gloria. Pero la bruja era muy mala;
de sus padres en lo referente al manejo de dinero o de cualquiera otra y lo que quería, en realidad, era la vida de los niños. Cogió a Hansel y
propiedad personal. La clave de una respuesta convincente habrá que lo encerró en el establo, para cebarlo bien cebado como a un cerdo y
buscarla —aquí, igual que en cualquier estudio de carácter podérselo comer cuando estuviera bien gordo, mientras que a Gretel la
psicoanalítico— en las vivencias de la primera infancia. puso a trabajar en la casa en las faenas más duras, y no le daba de co-
mer más que los carapachos de los cangrejos. La situación de los dos
a) Hansel y Gretel: el factor de la pobreza externa niños se hizo tan desesperada, que Gretel no hacía más que rezar, mien-
Partiendo de una simple posibilidad psicológica, podríamos imaginar tras pensaba que hubiera sido mejor morir en el bosque devorados por
unas circunstancias en las que la presión de la pobreza externa que las fieras. Pero un día, Hansel logró engañar a la bruja, que ya veía muy
vive una familia puede penetrar en la psicología del niño y marcarla poco; cuando vino a tocarle para ver si estaba suficientemente gordo,
para toda la vida. Para describir con dos trazos lo más típico de esa él le alargó un hueso que había encontrado por allí. Entonces, la bruja,
constelación psicológica, tal vez lo más adecuado sea recurrir a los harta de esperar, mandó a Gretel que encendiera el fogón. Ésta, al dar-
cuentos de hadas. Y entre ellos, ninguno mejor que Hansel y Gretel, se cuenta de que lo que quería la bruja era asar al niño y comérselo, se
de los hermanos Grimm. armó de valor, atizó bien el fuego y, cuando ya chisporroteba, empujó
a la bruja en medio de las llamas, hasta que se abrasó viva. Se fue y soltó
Érase una vez un leñador muy pobre, que tenía dos hijos. Como en
a su hermano. Entre los dos, metieron en un saco todos los tesoros de
la región había una gran escasez, los alimentos cada día eran más ca-
la bruja y, llevados en volandas por un ánade gigantesco, atravesaron
ros; de modo que el pobre leñador llegó a no tener nada con que ali-
un gran río y llegaron, por fin, a casa. Al llegar, encontraron a su pa-
mentar a su mujer y a sus hijos. Una noche, la madre —la madrastra—,
dre, que había sobrevivido a la madrastra. Y los tres, ya sin preocupa-
mientras los niños estaban acostados, le sugirió a su marido que la
ciones y llenos de alegría, vivieron muy felices.
única solución era llevar a sus hijos al bosque y abandonarlos a su
suerte. Pero el padre se resistía y se resistía; hasta que, por fin, en vista Este cuento puede hacer comprender hasta qué punto una situa-
de su tremenda miseria, no tuvo más remedio que aceptar. Pero Hansel ción de pobreza externa puede interiorizarse psíquicamente, hasta con-
y Gretel, que así se llamaban los niños, no podían dormir de hambre vertirse en una sensación existencial de miseria. Al mismo tiempo,
que tenían y oyeron la conversación. abre un camino de solución, que difiere completamente del que pre-
Entonces, Hansel, todavía de noche cerrada, salió de la cabana, se sentará la psicogénesis de un futuro clérigo para solucionar sus pro-
llenó los bolsillos de piedrecitas blancas y se fue al bosque con Gretel. pios conflictos, pero que, precisamente por contraste, puede ayudar a
Por donde pasaban, marcaban el camino con las piedrecitas, para sa- una comprensión más profunda del deseo de una pobreza monacal,
ber volver a casa. A la mañana siguiente, su madre los vio salir del que constituye el fondo de la decisión por el correspondiente «consejo
bosque, y se puso a regañarles por lo que habían hecho, como si no evangélico».
tuvieran ganas de volver a casa. Pero como el hambre seguía apretan- Si se entra realmente en ese mundo infantil de Hansel y Gretel™7,
do, la madrastra se decidió otra vez a desembarazarse de los niños. Y lo primero que se encuentra es una extrema contraposición: por un
de nuevo Hansel quiso escaparse al bosque; pero la puerta de la caba- lado, la voluntad y sentido del deber de los progenitores, y por otro, el
na estaba cerrada, de modo que no pudo salir a recoger piedras. Al día margen de maniobra tan brutalmente estrecho que les dejan las cir-
376 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 377

cunstancias. En particular, sería injusto ver a la madre como «madras- En el cuento, lo paradójico de la reacción materna llega al culmen
tra», que es como la ven los dos niños. Todo lo contrario. Se trata de cuando los dos niños, contra cualquier expectativa, vuelven a casa. En
una mujer que quiere verdaderamente a sus hijos, una mujer que, pre- realidad, la madre está furiosa porque no ha logrado desembarazarse
cisamente por amor, puede caer en la desesperación al ver el continuo de ellos, pero tiene que disimular su rabia y hacer ver que, si está fuera
reproche en los ojos de unos niños que la miran desde el círculo cerra- de sí, es porque los niños han tardado tanto en regresar. Pero en esa
do de su más extrema miseria. El novelista ruso F. M. Dostoievski, mentira también hay una buena parte de verdad, porque, de hecho, si
que, como ninguno, había experimentado en su propia carne el se ha visto obligada a tomar esa decisión extrema, ha sido por un
desgarrón psicológico de la pobreza y lo expresó con la poesía más exceso de preocupación. Y para complicar más las cosas, los niños
sublime, se esfuerza continuamente por mostrar cómo los sentimien- tienen que entrar en el doble juego de la madre. No pueden decir que
tos más nobles del ser humano pueden degenerar en odio y en un furor saben la verdad, ya que sólo la ambigüedad de la relación les ofrece un
iconoclasta, cuando se esfuma toda esperanza de vivirlos en la reali- pequeño margen de maniobra para quedarse con su madre. Pero de ese
dad148. modo, un conflicto que no se podía resolver por medios externos se
Una madre que quiere verdaderamente a sus hijos, considera que convierte en una pesadilla interna.
es su propia responsabilidad ofrecerles, al menos, lo necesario, y no El problema que a muchos niños puede amargarles su juventud
podrá menos de sentirse culpable, si por una u otra razón no llega a comienza cuando nos enteramos de que Hánsel, para recuperar a unos
conseguirlo. Ver sufrir a los propios hijos y no poder remediarlo puede padres que le rechazan por cariño, ha tenido que tirar por el bosque los
llegar a ser una tortura moral tan insoportable, que el perderlos de restos de pan que le habían dado para el camino. La «moraleja» es
vista puede suponer un verdadero alivio. Pero, por otro lado, esa acti- bastante clara: «Sólo si te desprendes de todo lo que tienes para man-
tud puede producir en el niño la terrible sensación de verse rechazado tener tu vida, puedes volver a casa». Esa fórmula es como un conjuro
por su madre, precisamente cuando la miseria se agudiza hasta el pa- que transforma la casa de los padres —sede de la miseria— en una casa
roxismo. No es un dato puramente casual que, en el cuento, Hánsel y encantada.
Gretel estén despiertos y escuchen la conversación de sus padres. Es El que ha pasado hambre durante una buena temporada sabe que,
literalmente la revelación «nocturna» de una verdad que no se dice a a un cierto momento, las ideas empiezan a darle vueltas y todo gira en
plena luz, o sea, que los hijos, por el mero de hecho de que hay que torno a los manjares más exquisitos. Sólo así se puede comprender que
darles de comer, constituyen una carga excesiva para la madre, y que Hánsel y Gretel, abandonados en el bosque por la situación de miseria
la angustia que la consume y la persigue y la atormenta incluso duran- de sus padres, se encuentren de repente ante una casa en la que no sólo
te el sueño es saber que llegará un día en que tenga que separarse de abunda la comida, sino que ella misma está construida con los alimen-
ellos para siempre. tos más apetecibles. Es simplemente la fantasía del deseo frente a la
En esa situación, todos los sentimientos, las ideas, los propósitos experiencia real y cruel del hambre. Pero hay más. Según el cuento, la
tanto de la madre como de los hijos adquieren una tremenda ambigüe- casa es de una bruja que sólo quiere cebar a los niños —en concreto, a
dad, hasta resultar contradictorios. Hánsel y Gretel tienen que ser, en Hánsel— para comérselo después o, bien, para explotar su fuerza de
cierto sentido, «desobedientes», para poder quedarse junto a su madre. trabajo, como le ocurre a la pobre Gretel. «El que se aventura a saciar-
No deben escuchar lo que les digan sus padres, pero tendrán que adivi- se en la casa de la miseria, se arriesga a ser degollado y devorado». Ése
nar que lo que pretenden es desprenderse de ellos de manera discreta; podría ser el grito de la angustia mortal que emite una pobreza interio-
y tienen que descubrirlo cuanto antes, para poder urdir a tiempo una rizada.
estratagema que les permita ser más astutos que sus padres. La ambi- Ahora bien, si se considera la «bruja» como el negativo de la ma-
güedad es francamente ineludible. ¿Qué madre se atrevería a confesar dre, se puede afirmar que la figura materna actúa como el centro hacia
que la existencia de sus hijos le resulta sencillamente insoportable? Por el que se proyecta con la intensidad desmedida del deseo todo el mun-
amor, tendrá que mentir a sus propios hijos; pero es que, en realidad, do de las sensaciones «orales» de hambre. La madre que rechaza es el
no puede quererles ante la implacable verdad de la miseria. primer objeto de odio, se la empieza a odiar como a una «bruja», es
378 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 379

como algo que uno quisiera «devorar». Pero bajo la presión del senti- Pero el cuento rebate esa concepción. La vivencia interna de Gretel
miento de culpabilidad, se produce una segunda fase en la que decaen se hace tan insoportable que, en un arranque de agresividad dictada
esas tendencias represivas. No es el niño el que quiere devorar a su por el paroxismo del miedo, no puede menos de empujar a la «bruja»
madre, sino que ella misma se le presenta como un monstruo devorador para que se queme y desaparezca, i O ella, o yo!: sólo cuando los niños
que, si le da de comer, es sólo para cebarlo y engullirlo en cuanto le sea se enfrentan a esa alternativa, pueden tener un atisbo de libertad. Y
posible. precisamente ese paso es lo que impide a Hánsel y a Gretel llegar a ser
Es todo un círculo vicioso de fantasías y de miedos que se encuen- algo así como un sacerdote o una religiosa. En el proceso de formación
tra con relativa frecuencia en gente que sufre de anorexia149. Como del clérigo, ese cambio de agujas funciona en un sentido diametral-
Hánsel que, para sobrevivir, tiende un hueso seco a la bruja, el anoréxico mente opuesto: en lugar de rebeldía y lucha, no hay más que sumisión
siente la necesidad de adelgazar dentro de la cárcel de su madre, hasta y huida del conflicto; en vez de odio visceral, prolongación infinita del
quedarse en los huesos, por temor a que la energía que ha ido acumu- complejo de culpabilidad y de la tendencia a la reparación; en lugar de
lando suscite en él expectativas irrealizables y, sobre todo, a que un afirmación del propio «yo» en plena libertad personal, mentalidad de
aumento de peso pueda llevarle a sentimientos de culpabilidad peli- sacrificio de sí mismo y de una entrega en dependencia. Todos los
grosamente asesinos. Comentarios como los que a veces se oyen: «Ese elementos con los que Freud describe el complejo de castración, en el
niño —esa niña— quita a su madre el pan de la boca...», o también: marco de la conflictividad edípica151, se presentan aquí, en el proceso
«Ya se ve dónde va a parar la comida...», encierran un reproche cuyos de formación del clérigo, como alternativa al cuento de Hánsel y Gretel.
efectos, en circunstancias de miseria real, pueden ser más devastadores Sin embargo, la orientación del desarrollo psicológico, en el caso del
de lo que se piensa. Por temor a ser culpable y terminar siendo devora- clérigo, nace de las contradicciones internas de la fase oral, y no preci-
do, Hánsel se emperra en no comer, siendo así que precisamente su samente, como postula Freud, de la experiencia de la sexualidad.
sensación de hambre es lo que le ha hecho imaginar toda una casa de Otro punto importante es la posibilidad de deducir del cuento una
caramelo y atribuir a su propia madre rasgos de canibalismo. confirmación ulterior de nuestras observaciones precedentes sobre la
Desde una perspectiva psicoanalítica, el cuento de Hánsel y Gretel posición específica que ocupa el futuro clérigo dentro de la jerarquía
ofrece a nuestra investigación el dato inestimable de dar al tema de la de los hermanos. El cuento admite varias lecturas, por ejemplo, a nivel
pobreza una profunda dimensión de oralidad, agudizando de ese modo de objeto, o a nivel de sujeto. Si se lee en una perspectiva de objeto,
unos sentimientos como la angustia, la agresividad y la culpabilidad. Hánsel se habría visto irremediablemente condenado a permanecer en
En el ámbito de esa experiencia, comer no es otra cosa que «matar», e su «establo» como un perpetuo anoréxico —y por consiguiente, idó-
incluso «ser degollado»150. De hecho, la decisión que pueda romper ese neo para convertirse en clérigo de la Iglesia católica—, si su hermana
bloqueo oral de la existencia es una cuestión de vida o muerte. Si lo Gretel no se hubiera decidido a dar el paso trascendental de acabar con
que prevalece es el sentimiento de culpabilidad, se abrirá inevitable- la «bruja-madre», arrojándola a las llamas.
mente el camino a una actitud depresiva de tendencias sacrificiales y Ya en nuestra descripción precedente de la mentalidad clerical quedó
representaciones oblativas, que conciben como programa de supervi- claro que es una forma de pensar cuyo principal objetivo, dictado por
vencia una actitud, por ejemplo, como la de Gretel, que se hace volun- el miedo, consiste en definir con la mayor precisión posible su condi-
tariamente tan útil en casa de la «bruja», que resulta imprescindible. ción de dependencia y absoluta entrega. Pues bien, eso es lo que suce-
La característica fundamental de ese tipo de desarrollo, que es una de de en la dinámica del cuento. Hánsel trata por todos los medios de
las constantes de la psicología clerical de pobreza, consiste en que el mantener una dependencia ambivalente con respecto a sus padres, aun
conflicto creado por la miseria externa no suele durar mucho tiempo, a costa de llegar, si fuera preciso, a renunciar a todo alimento. Pero
ni rebasar excesivamente un cierto grado de tensión psicológica, ya precisamente esa actitud «regresiva» es lo que le cierra todo acceso a
que sólo dentro de ciertos límites puede germinar la esperanza de que, su propio ser y lo que transforma su existencia en perpetua cautividad.
mediante una actitud de servicialidad, de renuncia y de sacrificio, se Si se observa con una cierta atención la vida de tantos clérigos, se verá
puede llegar a ser, al menos, tolerado en «casa de la bruja». con una claridad estremecedora la verdad profunda de su ser. La obe-
380 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 381

diencia y la angustia frente a una madre agobiada por el sufrimiento se de las propias pretensiones, o bien —y eso sería indudablemente lo
han convertido para ellos en una auténtica prisión, cuyos muros pue- mejor— negándolo simplemente, es decir, tratando de reinterpretarlo
den ser los de la casa parroquial, los del convento, los del palacio hasta que pierda su conflictividad y se convierta en puramente «in-
espiscopal o, simplemente, los barrotes sutiles de una vida de funcio- ofensivo».
nario. Su arte de sobrevivir, atenazados siempre por el miedo a ser Pero no habrá que dejar de lado la figura del padre. En el cuento
«devorados», consistirá en no mostrar jamás de sí mismos, de su pro- de Hansel y Gretel, el padre se opone a que la madre se desembarace
pio «yo» personal, más que un hueso seco. Para personas del tipo de sus hijos. Pero no es difícil descubrir en esa actitud una proyección
«Hansel» no existe más salida que vivir bajo el temor que invade a del propio deseo de los niños. Aparentemente, tal como lo presenta el
«Gretel» de ser o no ser ella misma, de afirmarse o morir, frente a la cuento, el padre no tiene una relación activa y directa con sus hijos;
amenaza que supone la «bruja-madre». por eso, puede reaccionar con una mayor calma que la madre, presa de
Pero el cuento, como decíamos, admite también una lectura a ni- sus agobios internos. Basta esa mayor serenidad del distanciamiento
vel de sujeto. Desde esta perspectiva, se puede ver en «Gretel» ese para que un niño, decepcionado por la actitud de la madre, busque su
aspecto de la psicología de Hansel que trata de superar el miedo a ser refugio en el padre y asimile la idea liberadora de que, por lo menos,
rechazado no con la actitud «regresiva» de aceptar la dependencia, el su padre tiene una actitud positiva con respecto a él y no está dispues-
sacrificio y la cautividad, sino con una decisión «progresiva» de actuar to a rechazarle. En realidad, al padre no se le ocurre ninguna solución
y afirmarse personalmente. Pero lo decisivo, desde este punto de vista, práctica al problema de la pobreza, pero para todos los «Hánsels» y
es que la «parte Gretel» del sujeto se atreve a echarse encima una mons- «Gretels» es determinante llegar al convencimiento de que, suceda lo
truosa carga de culpabilidad, rechazando a la madre que la rechaza. Es que suceda, su padre no está dispuesto a que ellos sean «sacrificados»
exactamente la inversión de la tragedia griega, por ejemplo, de la al bienestar de la familia. Sólo esa confianza puede proporcionar a los
OrestíadaÍS2, en la que Orestes, el hermano, asume la culpa del asesi- niños la fuerza necesaria para superar los sentimientos «orales» de an-
nato de la madre, mientras que a Electra, la hermana, las diosas de la gustia y de culpabilidad que les asaltan en «casa de la bruja».
venganza, es decir, su propio complejo de culpabilidad, la empujan En oposición al espíritu de sacrificio que hemos subrayado en la
inexorablemente a la locura. Por otra parte, incluso en el nivel de ob- psicogénesis del clérigo, en el cuento de los hermanos Grimm es, sobre
jeto, esa duplicidad de experiencias en el cuento de Hansel y Gretel es todo, la propia madre la que no está dispuesta a sacrificarse por sus
extraordinariamente importante para una solución «activa» y «esténica», hijos. Sólo su transformación en «bruja» permite a Hansel y a Gretel
es decir, «dinámica», del conflicto oral de la «pobreza». atisbar la posibilidad de romper su cautiverio mediante una acción
Al analizar anteriormente la psicogénesis del clérigo descubríamos agresiva. En otras palabras, si en el cuento de los hermanos Grimm la
su relativo aislamiento dentro de la línea de hermanos como compo- madre hubiera estado tan desprovista de medios materiales como se la
nente específico de su propia personalidad, ya que sus responsabilida- presenta, pero hubiera tenido igualmente una disposición interior para
des por el bienestar de la familia le plantean una exigencia particular y sacrificarse, en sentido literal y sin reservas, los niños no habrían teni-
los hermanos mayores o menores suponen para él una ocupación su- do prácticamente ninguna posibilidad de escapar del mundo de mise-
plementaria. No son primariamente una ayuda o sus posibles aliados, ria que les rodeaba.
sino más bien una carga extra que tiene que soportar. En ese sentido, De aquí se deduce que, para comprender el espíritu de pobreza de
hay que excluir desde un principio la «protesta solidaria» que Sigmund los clérigos, es imprescindible que, incluso en la fase oral del desarro-
Freud describe en Tótem y tabú como rebelión de la horda de herma- llo psíquico del niño, se pueda percibir el modelo de una actitud
nos contra la tiranía del «primer padre»153. En el proceso de formación sacrificial por parte de la madre. El mayor peligro para el desarrollo
psíquica del futuro clérigo no cabe la experiencia de una alianza con- armónico de una personalidad independiente no es la «bruja-madre»,
tra una persona determinada, sea el padre o la madre, para eliminarla sino esa mezcla de miseria y sacrificio, de pobreza y obligación, de
por la fuerza. Lo que cuenta es, más bien, el sentimiento de una pre- querer y no poder, cuya ambigüedad teje en torno al niño y frente a su
sión constante para eliminar el conflicto, sea mediante una limitación personal impulso de resistencia una tupida red de sentimientos de cul-
382 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 383

pabilidad que prefigura ya, casi inevitablemente, su camino hacia una base, desde esta perspectiva, el compromiso personal de aceptación y
vida religiosa marcada por la más profunda resignación ante su capa- de imitación del único «sacrificio» verdaderamente redentor; y en esas
cidad de subsistencia. circunstancias, jamás podrá liberar al hombre de su legítima agresivi-
Pero el cuento también ofrece, desde una perspectiva de psicología dad en un campo como el de la experiencia de «oralidad». Y así, con
religiosa, un criterio para valorar la teología cristiana del sacrificio y tantos miedos y tantos complejos de culpabilidad, la propia Iglesia
su incidencia en la mentalidad del clérigo. No cabe duda de que el terminará por convertirse en una especie de castillo encantado, en una
regreso de los niños a casa de su «padre» contiene un amplio espectro «casa de bruja», en la que las ambivalencias «orales» no se resuelven,
de motivos religiosos. En particular, el tema del ánade que transporta sino que sólo se racionalizan y permanecen eternamente impresas.
a los niños sobre el gran río es uno de símbolos favoritos de la muerte De aquí se deduce, por principio, la inevitable oposición intrínseca
y sugiere el «viaje de las almas» a la otra «orilla» de la vida, es decir, al entre curación y santificación, entre psicoterapia y actividad pastoral,
cielo. De todos modos, los niños, purificados en su espíritu, después ya que, según el cuento de los hermanos Grimm, se permite a los «hi-
de haber matado a la bruja, vuelven a casa de su «padre», que ya no jos de este mundo» regresar a casa del padre cargados de riquezas y
tiene nada de ambiguo ni de equívoco, puesto que la «bruja» que vivía tesoros, mientras que el cristiano tiene que permanecer pobre, para
con él ha dejado de existir. que el «Padre» pueda recompensar con su riqueza, en otra vida, lo que
Paradójicamente, el cuento de Hansel y Gretel, en cuanto relato voluntariamente sufrió en ésta con toda clase de privaciones (cf. Me
de liberación, tiene en este aspecto extraordinariamente importante 10,28-31). Según los planteamientos de una teología del sacrificio, la
notables coincidencias y, al mismo tiempo, un duro contraste con el pobreza exterior de las condiciones de vida engendra necesariamente
mito cristiano de la redención. También según el cristianismo, la hu- la miseria del propio «yo». Y sólo aquel al que se le haya inculcado
manidad sólo fue liberada de su culpa a través de un «asesinato». Pero, desde su infancia este esquema mental, como única salida a la miseria,
a pesar de todas las coincidencias en las representaciones simbólicas, podrá experimentar más tarde como algo sagrado y ejemplar lo que
la diversidad de sentimientos es inmensa. afirma la teología cristiana, o sea, que de aquí en adelante, la gran
Cualquier niño, al escuchar la historia de Hansel y Gretel, acabará tarea de su vida deberá consistir en fijar definitivamente esa revalori-
por alegrarse y sentirse aliviado de que los dos hermanos hayan podi- zación de todas sus aspiraciones infantiles a la felicidad, y derivar de
do defenderse de la perversidad de la bruja, matando en ella lo que les determinadas condiciones difíciles de su primera infancia la idea de
hubiera matado a ellos. La psicología del cuento actúa como un estí- una providencia y de una vocación divina.
mulo de la energía espiritual del propio «yo» para luchar y resistir; en Naturalmente, la pobreza exterior no es más que el primer princi-
este sentido, se trata de la actitud diametralmente opuesta a toda ideo- pio —y, desde el punto de vista psicoanalítico, el más simple— para
logía de sacrificio. Pero el relato de la pasión y muerte del Hijo de entender cómo las experiencias de la propia infancia se pueden con-
Dios, en la religión cristiana, es completamente distinto. El Hijo tuvo vertir, para un adulto, en la razón y el fundamento de su renuncia a
que ser «sacrificado»; de modo que la narración de su muerte no po- toda pretensión de poseer algo personalmente. Según lo expuesto, ha-
drá menos de provocar en el alma de cualquier niño, en primer lugar, brá que considerar como el factor más importante de ese proceso de
tristeza y una gran compasión y, luego, un sentimiento de culpa por la transformación un sentimiento opresivo de culpabilidad frente a las
maldad personal de cada uno. propias aspiraciones. Persistir en hacer valer las propias exigencias y
En otras palabras, y presentándolo en la perspectiva del «padre», necesidades sería matar a la madre. Y ese temor es precisamente lo que
en el cuento, Hansel y Gretel no pueden regresar a casa de su «padre» impide andar con lloriqueos y quejidos para recabar su atención, su
más que después de resistir y haber logrado la victoria; sin embargo, cercanía y hasta su tiempo. Más vale estarse quieto, con los labios bien
en la variante cristiana, el efecto sobre la psicología del oyente es que apretados y con unos ojos bien mustios, pero estallantes de añoranza,
sólo puede reencontrar a Dios como «Padre» el que sigue el ejemplo aguardando pacientemente a que sea ella misma la que se dé cuenta de
del «Hijo sacrificado» y se entrega con él incluso a la «muerte». La la necesidad y encuentre el modo de colmar tantos deseos tácitos re-
bondad de Dios, según la teología cristiana del sacrificio, tiene como primidos en el inconsciente. La inhibición «oral», fruto del miedo a
384 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 385

pretender algo para sí o, eventualmente, para procurárselo, va siempre escucharla en silencio, no sólo corta toda posibilidad de conversación,
acompañada de una capacidad marcadamente depresiva de leer uno sino que impide cualquier exigencia a propósito del alimento. Desde
mismo los pensamientos y los deseos del otro. Sólo si existiera un siempre se ha considerado que la finura de modales de un clérigo en la
mundo en el que cada individuo adivinara por sí mismo, sin necesidad mesa supone que nunca pedirá a nadie que le pase la sal, el pan, las
de hablar, sino por una especie de comunicación telepática, los deseos verduras, etc.; y que, una vez que ha terminado un plato, espere que el
del otro y pudiera concedérselos sin más, si hubiera una especie de vecino o el sirviente se dé cuenta y le presente nuevas viandas. Más
armonía preestablecida que uniera a unos con otros y borrara todos aún, uno de los ejemplos paradigmáticos del progreso espiritual en la
los conflictos de la miseria, de la confrontación y del asesino dilema virtud es el caso de la monja Eutimia que, obligada a seguir un severo
«tú o yo», que caracteriza la lucha por la subsistencia, sólo entonces régimen por prescripción médica, y viendo que la cocinera se equivo-
podría haber una esperanza de que, aun en este mundo de inhibiciones caba día tras día en su preparación, prefirió callar con santa modestia,
«orales», floreciera algo así como la felicidad. y seguir tomando un alimento que ponía en peligro su vida, antes que
Cualquier observador externo que contemple sin particular interés alterar su actitud de silencio con respecto a sus deseos y necesidades
el rito ideal que preside la refección de los clérigos pensará que sólo se «orales»154.
trata de un detalle sin trascendencia o de una lógica rutina de la vida No formular ninguna apetencia personal es, sin duda, el primer
monástica. Pero no es así. En realidad, es una de las más profundas paso para interiorizar psicológicamente la «pobreza», y podríamos de-
expresiones de esa experiencia de inhibición «oral». cir que la expresión más clara de esa interiorización es lo que el clérigo
Por «razones ascéticas», se ha venido practicando durante siglos el considera como la forma ideal de comportarse en la mesa. Si en la
rito siguiente. Después de la recitación común de una hora canónica, biografía de un clérigo que está en el refectorio se sustituye la figura
se entra en el refectorio a la hora en punto. Cada comensal tiene su del lector por la propia madre, se tiene inmediatamente ante los ojos la
puesto fijo en una de las mesas. Todo sucede en el más estricto silen- proyección de aquellas escenas de la infancia que, comida tras comida,
cio. A una señal del que preside —el rector, el superior, la madre aba- se han grabado profundamente en su percepción psicológica. La ma-
desa, u otra persona delegada— se recita en pie la bendición de la dre —o el padre, o un locutor de radio— habla o monologa durante
mesa. Terminado el rezo, los sirvientes designados para ese día y esa toda la comida; y los niños tienen que estar callados, mientras los a-
hora se dirigen al antecomedor, para recoger los alimentos previstos y dultos charlan animadamente: «¡Niños, no se habla mientras están
repartirlos por las distintas mesas. Mientras tanto, un lector ha subido hablando los mayores!». El niño tiene que comer todo lo que se le
al pulpito. Y una vez que el ruido de sillas de madera arrastradas por el pone, pero sin mostrarse glotón. En vez de comerse con los ojos el
enlosado se ha ido extinguiendo en las concavidades de las bóvedas, escalope o la tarta, tiene que acostumbrarse a ser «educado» y compar-
comienza la lectura espiritual: una meditación del fundador sobre un tir las cosas con los demás.
tema relacionado con el calendario litúrgico, un fragmento de los san- Naturalmente, no se puede decir que ese tipo de experiencias pue-
tos Padres de la Iglesia, la vida de algún santo, cualquier cosa relativa dan explicar, por sí solas, la conducta de los clérigos en la mesa, tanto
al mundo del espíritu. Lo que se pretende es desviar la atención del en su período de formación como en el resto de su vida. Pero, inver-
placer puramente sensual de los alimentos, para elevarlo al plano de samente, sí se debe afirmar que, en esas prácticas, elevadas a categoría
las alegrías celestes. de ideal, se perpetúan las actitudes de renuncia e inhibición «oral» que,
Así se consigue despersonalizar la comunidad de mesa, se evita el en los años de la infancia, constituyeron algo así como el primer estra-
placer de los contactos personales, y se crea un ámbito común en el to de una «pobreza» personalmente experimentada. Sin embargo, y al
que todos tienden hacia un mismo ideal de pensamiento y actividad revés de lo que sucede en el cuento de Hansel y Gretel, la vida clerical
consagrada. Todo es un reflejo de esa esfera superior de valores tras- presenta, al menos en apariencia, una esperanza que es exactamente el
cendentes e indiscutibles, a cuya asimilación empuja continuamente la reverso de la prohibición «oral»: la esperanza de que, con cierto grado
elección divina a ser clérigo. Pero sobre todo, el hecho de que no exis- de moderación y respeto a los demás, no sólo todos tendrán lo sufi-
ta más palabra que la del lector designado, mientras los demás deben ciente, sino que incluso habrá una especie de premio especial en forma
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de recompensa o de aprobación. El sistema objetivo de prodigar cuida- día siguiente, al salir el sol, la niña se marchó de casa y se fue hacia un
dos «orales» que, como decíamos antes, forma parte de la estructura mundo en el que pudiera encontrar «gente compasiva» que le propor-
de dependencia típica del clérigo, adquiere una innegable fuerza de cionara «cuanto» necesitaba para vivir. Caía la tarde, y la niña, prote-
atracción precisamente sobre aquellas personas a las que, durante su gida por un ángel, llegó al jardín prohibido de un rey, donde trató de
infancia, se les ha enseñado a renunciar a cualquier deseo personal. coger una pera con la boca. Ya de noche, el rey encontró a la pobre
niña en su jardín, la llevó consigo a la corte, mandó que le hicieran
b) La muchacha sin manos: pobreza espiritual y miedo al «demonio» unas manos de plata, en sustitución de las que le habían cortado, y se
casó con ella. Pero el matrimonio con el rey no resultó bien; no había
Pocos clérigos estarán dispuestos a reconocer que una actuación tan más que conflictos. Así que la hija del molinero, convertida en reina,
violenta como la de Hansel y Gretel pueda identificarse simbólica- huyó del palacio hacia «un país salvaje». De repente, se encontró fren-
mente con sus comportamientos de infancia. Por otra parte, en lo que te a una casa, sobre cuya puerta estaba escrito: «Aquí todos son li-
toca a mi experiencia personal, tanto en conversaciones privadas des- bres». Entró en la casa, que estaba protegida por un ángel, y se quedó
pués de alguna conferencia como en las numerosas cartas que recibo, a vivir allí. Y poco a poco fueron creciéndole otra vez las manos.
me consta que mucha gente —sobre todo, religiosas— está particular- Por su parte, el rey buscaba desesperadamente a la reina. Miró en
mente interesada en mi interpretación de otro cuento de los hermanos todos los sitios, recorrió todos los países, envió mensajeros a todos los
Grimm, el de La muchacha sin manos155, un cuento en el que no se reyes. Pero pasaba el tiempo, y el rey seguía sin encontrar a la reina.
trata del miedo a la madre, sino más bien al padre necesitado. He aquí Hasta que un día, al cabo de siete años, llegó al «país salvaje». Y allí el
un breve resumen. rey encontró, por fin, a su esposa.
Érase una vez un molinero al que le habían ido muy mal las cosas. El cuento demuestra de manera casi macabra cómo una situación
Una sequía pertinaz había causado estragos en los campos en otro tiem- de extrema pobreza durante la infancia puede causar ulteriormente las
po llenos de mieses. Escaseaba el grano, y faltaba el agua; era la ruina más severas inhibiciones a nivel «oral-captativo». Pero, sobre todo,
del molino. Pero el molinero tenía una hija muy guapa y muy hacen- pone de relieve el contraste entre la actitud masoquista de la propia
dosa. Un día, el molinero, desesperado por la miseria en que vivía, entrega al sacrificio y la esperanza pasiva de encontrar la «compasión»
prometió dar su hija al diablo, a cambio de recuperar su situación de de otros. Por una parte, está la angustia mortal que siente la niña ante
antes. El diablo aceptó. Y el molinero se encontró de repente con una la idea de que el propio padre pueda ser presa del «demonio», si ella
inesperada riqueza; él y su hija podían vivir tranquilos. Pero la niña no persiste en su derecho a conservar sus manos, o sea, su capacidad de
hacía más que llorar y llorar, tapándose la cara con las manos. A los intervenir personalmente en los acontecimientos; y por otra parte, está
tres años, según habían estipulado, se presentó el diablo para reclamar la seguridad de que sólo un torrente de lágrimas podrá evitar la
lo que era suyo, y llevarse a la hija del molinero. Pero la niña había «diabolización». La «moraleja» que se perfila en estas circunstancias
derramado tantas lágrimas en sus manos, que el diablo ya no tenía podría formularse así: «Sólo cuando estoy triste, no soy perverso; lo
poder alguno sobre ella. Así que el diablo le exigió al molinero que le único que me purifica son mis lágrimas; sólo mi abyección y depresión
cortara las manos a su hija. El padre se arrepintió de lo que había me evitan el espectáculo de ver cómo los otros se lanzan ferozmente
hecho; pero por miedo a que el diablo se lo llevara a él mismo, se vio contra mis deseos».
obligado a cumplir en su hija aquel horrible sacrificio. Por su parte, la Pero sería erróneo creer que de este fondo de depresiva resigna-
niña, para evitar males mayores, consintió «libremente» en aquella obra ción que viene de los primeros años de la infancia tiene que surgir más
de destrucción. Pero, aun después del sacrificio, la niña siguió lloran- tarde, como por necesidad, un ser crónicamente avinagrado. Desde
do tanto sobre los muñones de sus manos cortadas, que el diablo tuvo luego, puede ocurrir que las tristezas de la primera infancia lleguen a
que marcharse sin haber logrado su propósito. agravarse en grado sumo. Pero lo más probable es que la evolución del
El padre habría querido recompensar largamente a su hija por su futuro clérigo siga un camino diferente: ¡No se debe ser una carga para
sacrificio. Pero la niña le pidió que le atara los brazos a la espalda. Al nadie! Este supremo lema de vida de todo auténtico depresivo —incul-
388 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 389

cado eficazmente por determinadas advertencias de los padres, como: mínimo sentimiento verdaderamente propio. Ese destino no está in-
«¿Qué te pasa ahora?», «Tienes una cara de pena», «¡No mires así, trínsecamente limitado a un peculiar modo de vida, de tipo espiritual.
tonto!», etc.— suele conducir a un esfuerzo desesperado por ocultar Pero, de hecho, la tensión que se esconde tras esa alegría depresiva en
los propios sentimientos, de modo que nadie pueda adivinarlos. En el ningún sitio es tan fuerte como en esas «muchachas sin manos» que
cuento de La muchacha sin manos, la actitud de la hija le está dicien- huyen a un convento, como si sólo allí pudieran encontrar realmente
do literalmente a su padre, que está para cortarle las manos: «Haz de la «casa» sobre cuya puerta está escrito: «Aquí todos son libres».
mí lo que quieras». Esta disponibilidad absoluta es suficientemente Cualquier ama de casa con un carácter parecido puede experimen-
elocuente como para poder identificarse con todo un abismo de triste- tar una serie de estímulos externos —expectativas de su marido, cons-
za. Es una renuncia total a cualquier forma de vida propia y a toda tricciones sociales, exigencias de su posición, deberes representativos,
posible manifestación externa de los más íntimos sentimientos, espe- etc.— que le impongan el juego de una comedia permanente de adap-
cialmente el de tristeza. La verdadera disponibilidad consiste en mani- tación. Pero una religiosa católica no puede aparentar una alegría pu-
festar únicamente los sentimientos que corresponden a los deseos del ramente externa, sino que deberá vivir y encarnar en su interior el
otro, y que no le van a suponer una molestia añadida. sentimiento de haber sido redimida por Cristo, que es la fuente de la
Hay que haber visto —por ejemplo, en psicoterapia— cómo tantas verdadera alegría, la alegría de los hijos de Dios.
religiosas sonríen, mientras se les arrasan los ojos en lágrimas, o cómo Georges Bernanos trata de mostrar en una de sus novelas, El júbi-
tratan de disculparse con una sonrisa, porque no pueden contener más lo, cómo puede nacer verdaderamente esa auténtica alegría cristiana156.
los sollozos. Se comprende entonces hasta qué punto la alegría puede Y Paul Claudel presenta en su obra El zapato de raso un ejemplo mara-
ser de mera fachada, una actitud que «las muchachas sin manos» han villoso de renuncia heroica a sí mismo y la verdadera alegría cristiana
tenido que aprender ya de pequeñas, para poder acercarse a los demás. que brota de esa actitud157. Sin embargo, esas dos obras maestras de la
Finalmente, el arte de negar los propios sentimientos puede llegar a literatura demuestran de manera ejemplar —puesto que involuntaria—,
convertirse en un auténtico virtuosismo, como los antiguos llorones hasta qué punto se puede desdeñar, sobre una base ideológica, la psi-
de los cuartos de los niños, que se podían transformar en divertidos cología real de los sentimientos, transformándola en un drama pura-
payasos, en actores consumados, en cañones de pega siempre dispues- mente simbólico, en beneficio de una construcción artificial de senti-
tos a disparar. Pero lo que realmente pasaba en su interior, sus verda- mientos racionales. Hay que repetirlo hasta la saciedad: En nuestro
deros sentimientos, a nadie le importaba ni lo más mínimo. mundo de hoy, a los cien años del descubrimiento del psicoanálisis, no
Pero que nadie se llame a engaño. Esa pantomima de duelo que hay santidad creíble, si no es plenamente humana. Pero, de hecho, en
puede desembocar en alegría de fachada no es, por sí misma, un rasgo la vida de tantas religiosas — y de tantos sacerdotes—se puede com-
específico de la psicogénesis de un futuro clérigo. Sin duda que esos probar con sobresalto cómo una alegría in Christo adolece frecuente-
mismos rasgos psicológicos se encuentran fácilmente en infinidad de mente de una absoluta falta de libertad y se muestra como crispada,
hombres y mujeres que jamás han pensado entrar en un convento o porque, en la práctica, no es más que una actitud de deber, concebido
hacerse sacerdotes de la Iglesia católica. Para formar una imagen psi- sin, e incluso contra, los propios sentimientos.
cológicamente tan complicada como la existencia de un clérigo, se El dilema es, en realidad, perfecto. Por una parte, al estilo de La
necesita todo un cúmulo de factores, algunos de los cuales ya hemos muchacha sin manos, se fija como modelo y como tarea el sacrificio
descrito, y otros que nos quedan aún por describir. Tampoco el cuento de la propia vida, apelando a la donación de sí mismo que Cristo rea-
de La muchacha sin manos describe realmente el proceso vocacional lizó en la cruz; con eso, se escapa literalmente de las asechanzas de
de una religiosa, sino más bien el de una esposa en ciernes. Sin embar- Satanás, por más que sólo se encuentra al «Padre» bondadoso median-
go, sí que describe claramente cómo en plena «corte real», en medio de te una «entrega» total, hasta el propio aniquilamiento. Pero, por otra
la mayor pompa y magnificencia, se puede seguir siendo en realidad la parte, el sacrificio de Cristo no es una tortura, sino que, bien entendi-
pobre hija mutilada del molinero, con sus brillantes manos de plata, do, es una auténtica liberación, un sacrificio que proporciona la verda-
que no son más que el símbolo de una alegría artificial, pero sin el más dera alegría, porque arranca de nuestro corazón todo deseo egoísta y
390 El diagnóstico Limitactones de los estadios específicos 391

todo apetito desordenado, que es de donde procede la mayor infelici- ramos describir como inhibición oral esa forma de pobreza que no
dad, el pecado del hombre. De ahí se sigue que el cristiano, especial- consiste únicamente en «no poseer» nada propio, sino que va mucho más
mente el sacerdote y la religiosa, tiene cien mil motivos, más que to- allá, y niega no sólo el «derecho» a poseer algo, sino hasta el impulso
dos los demás hombres, para vivir de la alegría que Cristo hizo realidad inconsciente que lleva al «deseo» de poseer en propiedad alguna cosa.
en la cruz, con su aceptación del sufrimiento. Por eso, dice el apóstol: Pues ésa es precisamente la pobreza que, en la formación del ideal de
«Alegraos; otra vez os lo digo: alegraos» (Flp 4,4). clérigo, se exalta como la más perfecta imitación de Cristo.
«Pero, íes que te has creído que eres Juan de la Cruz?», le decía
hace poco el director espiritual de un seminario mayor a un estudiante c) De la coacción a la anulación personal y a la infelicidad
de teología que andaba turbado por la confusión de sus sentimientos.
Y no es sólo que, incluso en la actualidad, no haya prácticamente nin- Las reflexiones precedentes han tratado de clarificar, en la medida de
gún responsable de la formación de los clérigos que tenga siquiera una lo posible, el aspecto psíquico de la pobreza. Pero el tema no estaría
mínima noción de psicoanálisis, para captar el fondo de los problemas completo, si no tratáramos también ciertas formas de «anulación per-
que se le confían; es, sobre todo, el verdadero terror a desviarse de lo sonal» que no están directamente relacionadas con una «pobreza»
que se considera objetivamente correcto en materia de sentimientos monetaria o de puro aspecto económico.
cristianos lo que, bajo la aparente alegría de los hijos de Dios, perpe- A modo de ilustración del tema, podríamos poner el ejemplo de
túa, de hecho, toda clase de posibles problemas de la primera infancia, una religiosa que, para su sorpresa, sentía verdadero pánico cuando en
hasta el límite de la desesperación. el ejercicio de su profesión, con motivo de su cumpleaños o, simple-
Pero hay algo mucho mejor. Aunque en casos concretos una reli- mente, con ocasión de algún encuentro fortuito, se elogiaba su dedica-
giosa o un sacerdote no hayan vivido realmente lo que les haría «apa- ción, se la felicitaba cariñosamente, o se le echaba algún piropo. Ella
recer como salvados», según las expectativas de Friedrich Nietzsche158, misma no acertaba a explicarse por qué tendía instintivamente a huir
la santidad objetiva de la Iglesia católica es, en sí misma, un inefable de cualquier clase de lisonja. Lo más lógico era pensar que se debía a
motivo de alegría. ¡Qué suerte tan inmensa haber nacido en el seno de cierto recelo de naturaleza sexual ante cualquier aproximación de un
una familia católica, mientras que quizá unos kilómetros más al norte, hombre. Pero pronto se desechó esa explicación, porque le pasaba lo
al sur o al este, pudiera haber nacido en un país protestante, en una mismo cuando los elogios procedían de una mujer; siempre se sentía
nación dominada por el comunismo ateo, en una tierra de religión aterrorizada.
musulmana, o incluso en pleno paganismo, sin haber tenido la dicha La terapia fue descubriendo poco a poco la verdadera razón. En el
inexplicable de poder conocer en toda su plenitud la absoluta verdad fondo de su problema no estaba más que la figura de su madre, una
de Cristo! ¡Eso sí que es suerte! ¿Por qué no celebrarlo con la alegría mujer aquejada de un enorme complejo de inferioridad e inclinada a
más exultante? hacerse a sí misma, delante de sus hijos, violentos reproches por su
En general, se llama «pobre» a una persona que carece de medios incapacidad y manifiesta falta de decisión. Cualquier extraño hubiera
de subsistencia. Pues bien, ¿cómo habría que llamar a uno al que, por podido pensar fácilmente que la mujer, en sus momentos de mayor
la fuerza, se le ha vaciado el espíritu de sus propios sentimientos, ideas crisis depresiva, no estaba lejos de la verdad sobre sí misma, dada su
y reacciones personales, como si se tratara de un embargo administra- insensata manera de proceder en la educación de sus hijos. En esas
tivo por impago de deudas? ¡Pobre de espíritu, sin dudar! Y ¿qué decir ocasiones, los niños, que habían aprendido a querer y a venerar a su
si, inmediatamente después del embargo, se vuelve a amueblar la mis- madre como una mujer valiente y generosa, sufrían lo indecible. Espe-
ma casa con un mobiliario distinto, de modo que un visitante ocasio- cialmente la futura religiosa tuvo que sufrir aún más, por el sentimien-
nal tenga la impresión de que todo está en perfecto orden? ¿Qué cali- to de que su deber era consolar a su madre.
ficativo habría que dar al que sólo puede vivir como inquilino? Aunque Tendría unos ocho años cuando se dio cuenta, por primera vez, de
el vocabulario corriente no dispone de terminología precisa para desig- un hecho sorprendente. Siempre que a ella misma o a cualquier perso-
nar, ni siquiera aproximadamente, esa clase de situación, tal vez pudié- na que estuviera con su madre se le daban muestras de aprecio, la
392 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 393

madre rompía a llorar desesperadamente por no sentirse tan capaz y do; ella tenía que ser astuta, para ser tan buena y tan estúpida. Es
tan estimada como su propia hija o como aquella otra persona. La niña malo ser astuto, porque muestra lo estúpidos que son los otros,
llegó a la conclusión de que en ninguna circunstancia debía tolerar que para llegar a decirle a ella lo estúpida que es159.
su madre experimentara el sufrimiento de verse rebajada ante otras
Lo que revela esta formulación magistral de Laing es el deber de
personas por la bondad de su hija. Por respeto a su propia madre,
rechazar, por consideración al otro, toda apreciación positiva de la
pensó que su deber era «hacerse la mala» o, por lo menos, pasar lo más
propia persona, hasta borrar en lo posible cualquier rastro de orgullo
desapercibida posible. ¡Sin duda, el papel ideal de Cenicienta]
narcisista ante la perfección de esta aniquilación del propio «yo». El
Desde luego que, en comparación con ella, la Cenicienta del cuen-
que busca formas de vivir en sí mismo una verdadera pobreza de espí-
to de los hermanos Grimm había tenido mejor suerte, ya que, hasta
ritu puede encontrarlas precisamente en esta actitud.
cierto punto, podía disfrutar del amor de su padre. En cambio, nuestra
religiosa había aprendido desde pequeña a temer al suyo, porque, en la Sin embargo, nuestra religiosa fue mucho más allá en su tendencia
encarnizada guerra conyugal que desde hacía tiempo se habían decla- a sabotearse a sí misma. Para poder dar a su madre la satisfacción de
rado sus padres, la madre hacía todo lo posible sin la menor indulgen- que tenía una hija cuyo éxito profesional no iba a herir los sentimien-
cia, es decir, con sus ataques depresivos, por poner a los niños de la tos que ella misma tenía de su propio valor y capacidad, la joven pro-
parte del más débil, o sea, de la suya. Naturalmente, la niña habría curó —por supuesto, inconscientemente— coronar sus estudios uni-
agradecido de corazón alguna muestra de reconocimiento por parte de versitarios con unos exámenes realmente desastrosos. En vez de
su padre, al que respetaba, aunque de lejos; sin embargo, por nada del enfrascarse en la preparación de sus propios exámenes, se había dedi-
mundo se habría dejado llevar por su padre a ser infiel a una madre cado, con una enorme ambición y con éxito considerable, a redactar
que veía tan agobiada. los trabajos de licenciatura de otras personas, consiguiendo a cambio
el reconocimiento que a su valía personal tan cruelmente se le negaba.
De ese modo nació en la niña el deber formal de rebajarse, y hasta
Su manifiesta servicialidad no le causaba ningún problema. Al
de ser injusta consigo misma. Para combatir eficazmente el comprensible
contrario, precisamente esa disponibilidad fue la base de su decisión
disgusto que le producían las depresiones de su madre, fue desarro-
de ingresar en una orden religiosa, convencida de su aptitud para vivir
llando espontáneamente la costumbre de transformar en lo contrario
el estado de consagración en la vida monástica. Lo único que deseaba
las críticas que se le ocurrían, en primer lugar, contra su madre y,
era que se la explotase. Y la mejor confirmación de su actitud de
luego, contra los demás. El dogma supremo de su vida era que su
servicio estaba en el ejemplo sublime de la madre de Dios, la humilde
madre —y sus sucesores— hacía(n) bien lo que había que hacer; ella
esclava del Señor, cuyo nombre había adoptado al entrar en la orden
era la mala, es más, incluso incompetente si, a base de devaluarse ella
y procuraba llevar con el mayor respeto. Si no hubiera sido porque un
misma, no lograba recomponer el progresivo deterioro que experi-
día se vio aquejada de una violenta colitis, provocada por una úlcera
mentaba la autoestima de su madre a raíz de sus sucesivas crisis. Y así
de estómago, nunca se habría llegado a descubrir su extrema «inhibi-
fue tomando cuerpo en la religiosa una situación que suele afectar a
ción retentiva», o sea, su absoluta incapacidad de guardar cualquier
mucha gente que, aun con espléndidas cualidades, nunca llegan a des-
cosa para ella; y, sobre todo, nunca se hubiera podido superar esa
cubrir por sí mismos y, mucho menos, a poner en práctica todo su
unión casi forzosa entre su predisposición severamente neurótica al
potencial creativo.
total aniquilamiento de sí misma y sus modelos de la virtud cristiana
En su obra Nudos, R. D. Laing describe así la trama relacional que de pobreza, según la imagen del divino Salvador y de su santísima
implica esa forma de anulación de sí mismo: Madre.
¿Hasta qué punto hay que ser astuto, para ser estúpido? Los demás De este ejemplo podríamos deducir que no se anula, sino que más
le decían que era estúpida. Así que ella misma se hizo estúpida, para bien se amplía, el reproche que antes apuntábamos, a saber, que una
no ver lo estúpidos que eran los que pensaban que ella era estúpida; definición puramente funcional y una gestión meramente administra-
porque no estaría bien pensar que ellos eran estúpidos. Ella prefirió tiva y pragmática de los «consejos evangélicos» no sólo ignoran con
ser estúpida y buena, en lugar de mala y astuta. Es malo ser estúpi- una ceguera inexcusable las auténticas motivaciones del clérigo como
394 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 395

individuo, sino que tienden a racionalizar sus complejos psicológicos haber sido objeto de malos tratos161. Y uno de sus discípulos, Hans
con un despliegue de fórmulas de alto misticismo, y a explotarlos cíni- Zulliger, defiende con toda seriedad la idea de que la historia se verá
camente en el marco de un sistema institucionalizado. Sólo la enfer- inexorablemente asolada por la guerra mientras haya niños maltratados
medad y el agotamiento psíquico permiten abrir la puerta, por prime- por los adultos162. Cuando un niño es maltratado, se produce en su inte-
ra vez, a una especie de rechazo de cualquier definición trillada, y rior tal acumulación de miedo y de rabia, de sentido de humillación y
marcar el comienzo de una reflexión verdaderamente crítica. de odio, de rechazo de sí y de ansia de destrucción, que nunca se podrá
Además de las limitaciones de carácter «oral», el ejemplo muestra llegar a deshacer ese entramado de reacciones sado-masoquistas.
un factor complementario —y, a veces, verdaderamente dramático— Pero, hasta cierto punto, mucho peor que la experiencia personal
de esa vivencia depresiva de la pobreza: el sentimiento de culpabili- de malos tratos es haber sido testigo de la tortura que se infligía a un
dad que se experimenta cada vez que se tiene que decir «no». Cuando hermano, sobre todo, cuanto mayor era la afinidad con la víctima. Ese
el niño descubre por primera vez en su vida la capacidad de decir no, niño se sentirá como obligado a hacer todo lo posible para evitar un
se despierta en él la sensación de que su propio «yo» es y está limita- horror tan monstruoso, y procurará enterarse de la ocasión y del mo-
do 160 ; por primera vez puede expresar, diciendo no, su propia volun- tivo de los azotes, para prevenir o para consolar a su hermano. Pero lo
tad, su propio rechazo. El período de unión dual con la madre ha peor es el presentimiento de que la próxima vez le va a tocar a él. Si
terminado definitivamente; ahora comienzan los verdaderos conflic- hasta el momento se ha salvado, no ha sido ciertamente por ser «me-
tos de afirmación de la propia voluntad o de sumisión a los dictados de jor», sino porque ha tenido un poco de suerte. De.hecho, hay adultos
otra persona, típicos de la fase anal. Pero los niños que, por su depen- que no tienen reparo en confesar que, de niños, aunque por miedo a
dencia absoluta de la madre, se han visto durante la fase oral de su los azotes habían aprendido a comportarse «tan bien» que nunca reci-
desarrollo tan agobiados por sus miedos y su complejo de culpabilidad bieron un reproche o un simple pescozón, temblaban como una hoja
que sólo han podido construir parcialmente su propio «yo», no podrán cuando veían azotar a algún hermano suyo; e incluso hoy día, ya hom-
decir no, sin experimentar en lo más profundo de su ser unos escrúpu- bres hechos y derechos, hacen lo posible por ser —y parecer— absolu-
los terriblemente lacerantes. Por eso, en vez de afirmar su «yo» con la tamente irreprochables.
negativa al mundo que les rodea, se dejarán llevar por la añoranza de
Con estas reflexiones podemos dar ya el último paso para compren-
un refugio paradisíaco en el que no habrá necesidad de distinguir entre
der en toda su amplitud el proceso de la pobreza psicológica. Ante todo,
«tú» y «yo», entre «tuyo» y «mío», sino que todo será común, exacta-
esa reflexión nos introduce en una estructura psíquica de la existencia
mente igual que en el seno materno. Las representaciones orales que,
en la que el no, constitutivo del rechazo, se sustituye no precisamente
por su carácter eminentemente unitivo, tienden a negar, por miedo y
por la enfermedad —física, o psicológica— sino directamente por el
por un sentimiento de culpabilidad, la relación espontánea de compe-
deseo, o por la amenaza de muerte. Eso nos lleva a comprender, al mismo
tencia y confrontación que se da en todos los ámbitos, incluso en el de
tiempo, lo que constituye el reverso de todas las inhibiciones, o sea, un
la propiedad personal, se traducen aquí en ideas y añoranzas de una
exceso de expectativas inconscientes que, de manera casi automática,
especie de comunismo primitivo, como lo proclama la ideología cris-
inician un juego con la muerte, como medida de presión contra el entor-
tiana de la comunidad y como lo exige el ideal monástico de pobreza.
no. Todas esas expectativas, que no pueden prosperar adecuadamente
Todo eso ejerce una especie de fascinación, perfectamente comprensible
por estar basadas en un sentimiento de culpa, engendran en los que se
en personas así orientadas. Pero esa incapacidad de tener una voluntad
dejan llevar por ellas una verdadera tortura de culpabilidad, porque su
propia, o de afirmarla mediante la delimitación del no, puede traer
propia negligencia, su insensatez o su descaro les ha hecho, al menos
unas consecuencias verdaderamente dramáticas.
parcialmente, responsables de la muerte de otro.
Otro aspecto que puede inducir formalmente en un joven la po- La excesiva exigencia que inconscientemente abriga cualquier per-
breza del propio «yo» es el hecho de haber experimentado malos tratos sona sobrecargada empieza muchas veces, en el campo de la inhibición
por parte de alguno de sus progenitores. En un breve ensayo, Sigmund «oral», por un mutismo absoluto, que nace de la percepción de que sus
Freud describe la impresión que causa en el niño la experiencia de deseos y proyectos se han convertido en una cosa verdaderamente tabú.
396 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 397

Durante una terapia, se puede estar toda una hora frente a una religiosa cortar en el jardín del convento; una manera de compensar, hasta cier-
o frente a un sacerdote, sin poderles sacar más que el suspiro de una o to punto, una «sustracción» con otra. Sintiéndose culpable, es decir,
dos frases. Naturalmente, en estos casos, no se trata ni de una «confis- poco segura de sí misma, espera naturalmente una señal de aprobación
cación del pensamiento», ni de un interrogatorio, ni del influjo de cier- o de reconocimiento por parte del destinatario, con la secreta esperan-
tas voces extrañas, como sucede en el silencio psicótico; lo «único» que za de que eso le llevará a mostrarse particularmente sensible al proble-
ocurre es que todas esas ideas que se agolpaban en la mente antes de ma que se le plantee. También aquí se puede crear una situación de
comenzar la entrevista quedan ahora como borradas, o que a cada pa- por sí insoluble. Porque, si el terapeuta, o el confesor, aprecia «dema-
labra surge del interior una voz que descalifica como trivial, ridículo, siado poco» el regalo —aunque, en realidad, ¿qué quiere decir «dema-
impertinente o infundado lo que se tenía en la punta de la lengua. siado poco»?—, puede parecer que no se preocupa o incluso que des-
Una costumbre típica del depresivo es dejar lo más importante precia a su paciente, para la que ese detalle significa tanto, dadas sus
para cinco minutos antes del final y, mientras tanto, dedicarse a echar privaciones habituales. Pero si lo aprecia «demasiado», corre el riesgo
balones fuera. Sólo cuando ve que el tiempo apremia y que la hora se de dar la impresión de que la próxima vez la paciente no será tan
echa encima, empieza a vaciar el saco, generalmente con un trágico bienvenida si no lleva consigo ese «signo de reparación».
ritual de despedida. Por un lado, está el deseo apremiante de soltarlo De todos modos, el problema, tanto a nivel terapéutico como hu-
todo, pero por otro, hay un estricto deber de cortesía. Si el terapeuta es mano, es llegar a un comportamiento más libre en cuanto a la rela-
rígido con la hora, lo más normal es que el paciente se achique y se ción «tuyo-mío». Pero precisamente a eso se opone la regla de la or-
sienta decepcionado, o incluso que se enfade y se ponga antipático, den, que dice: «Entre nosotros no hay tuyo ni mío. Nosotros somos
sentimientos que hay que reprimir y cortar en seco, y que en muchos para Cristo, y Cristo para nosotros». Es evidente hasta qué punto cier-
casos pueden generar un nuevo mutismo precisamente en el momento tas formas extremas de inhibición «oral-captativa», que se perciben en
en que iba a venir la revelación más decisiva. El peso de sentirse cargante todos los niveles de la existencia de esas muchachas sin manos, están
va en aumento, mientras que el terapeuta, ya en el umbral de la salida, totalmente racionalizadas, hasta convertirse, desde el punto de vista
hace un último esfuerzo por calmar la tensión, preocupado siempre ideológico, en un auténtico ideal. Ahora bien, ¿qué «director» o supe-
por la posibilidad de acrecentarla, si insiste demasiado. rior, o incluso quién de entre los propios interesados, se atrevería afir-
Pero, por otra parte, si el terapeuta propone un nuevo encuentro «fue- mar que ésa, y no otra, es la verdad? Porque, de hecho, el camino hacia
ra de horas», se arriesga a que el paciente se vea roído por la duda de si se el verdadero humanismo pasa necesariamente por la verdad.
ha comportado bien, si ha sido impertinente cuando veía que el terapeuta Resulta particularmente doloroso tener que descubrir continua-
miraba su reloj, como diciendo que era hora de poner término a la entre- mente hasta qué punto puede insinuarse incluso en los más mínimos
vista. Ese tipo de cabalas son la mejor preparación para que la próxima visita detalles un pánico mortal. El que decida tratar las inhibiciones orales
empiece con el mismo bloqueo psíquico con el que acaba de terminar esta en materia de «pobreza evangélica» debe saber que se enfrenta con
última; un círculo vicioso que haría perder la paciencia al mismísimo san- unos sentimientos de angustia y de culpabilidad que se remontan hasta
to Job. Pero un terapeuta, o un confesor, que no esté familiarizado con el los mismos comienzos de la existencia, y que pueden encubrir cual-
método psicoanalítico tardará en darse cuenta de que, en estos casos, todo quier relación que promete ser profunda con unas emociones que se
intento, por decirlo así, «normal» de romper por la fuerza ese mutismo remiten a los días de la infancia pasados junto a la madre. Una de las
compulsivo le convertiría, a los ojos de su paciente, en el protagonista de grandes dificultades en el trato con clérigos consiste, desde una pers-
un viejísimo impulso de repetición. pectiva psicoanalítica, en el hecho de que la acumulación de prescrip-
Esa misma alternancia de situaciones se puede dar también en el ciones sobre el recorte de cualquier clase de contacto no llega, por lo
tema de los regalos. Para expiar la «culpa» que se pueda causar a un general, a establecer un tipo de relación suficientemente sólida como
semejante importunándole con las propias dificultades, más de una para disparar, por sí misma, unos mecanismos de repetición y de trans-
religiosa, en su carencia de propiedad individual, puede ofrecer al te- ferencia de sentimientos, cuya elaboración podría permitir al paciente
rapeuta un ramo de flores que ella misma «se las ha arreglado» para tomar conciencia de su psicogénesis. Por supuesto que los defensores
398 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 399

del orden establecido no tendrán reparo en esgrimir la «objeción» de 5) Apremio al otro para que se defienda y explique claramente si él
que es precisamente el psicoanálisis el que convierte a tal sacerdote o a no me ha seducido ni me ha rechazado; y sigo apremiándole, hasta que
tal religiosa en un enfermo mental o en un neurótico perdido; el psi- termina por enfadarse.
coanálisis lo complica todo y embrolla hasta las cosas más sencillas: 6) Soy consciente de que, si el otro se ha enfadado, ha sido para
«¡Qué raro, esa hermana, o ese sacerdote, eran antes mucho más "ra- castigarme por mis deseos. Pero eso no se lo digo a él; lo que le digo es
zonable"...!». En fin, que, como dice la «gente sensata», hubiera sido que él es un arrogante y un pervertido, que quiere tener siempre razón.
mejor dejar las cosas como estaban; desde luego, infinitamente mejor Una cuestión de relación se convierte en una cuestión de poder.
que pretender que ciertas personas se liberen de unos vínculos que las 7) Deseo la muerte, porque ya no me queda nada que esperar en
tienen cautivas desde la infancia, y que las formas de vida clerical se este mundo. En realidad, no tengo ningún deseo; lo único que quiero
encargan de perpetuar. es ir al cielo. Pero el otro tiene que reconocer, por lo menos, toda su
El que quiera curar psíquicamente a alguien, aunque no sea más culpa con respecto a mí.
que a un solo sujeto, no podrá menos de poner en cuestión el sistema 8) Tengo miedo a la muerte, y desearía que el otro viniera a salvar-
que ha causado la enfermedad. Sin embargo, una vez neutralizadas, me. Pero no quiero extorsionarle con mi deseo de muerte; sólo quiero
aunque no sea más que hasta cierto punto, las resistencias «objetivas» que, cuando yo muera, él reconozca que ha hecho mal en todo.
—reglas de la orden, espíritu de comunidad, normas del derecho canó- 9) = 1.
nico, obediencia al obispo, al superior, etc.—, tendrá que enfrentarse, En todo eso se expresa una continua reivindicación: ¡Sálvame!, y
en la mayoría de los casos, a todo un cúmulo de temores de aniqui- al mismo tiempo, desde las profundidades de la angustia, se niega esa
lamiento y deseos explícitos de muerte, de los que nadie puede escapar misma reivindicación con la actitud de: No quiero absolutamente nada
por sus propios medios. Pero para el que se decide a afrontar el proble- de ti, que se transforma en el reproche: Eres un monstruo, si no te das
ma, empieza una especie de partida de ajedrez con la muerte, un envite cuenta por ti mismo de lo que me falta.
a todo o nada. Precisamente el hecho de que la apuesta sea a todo, y no
En vez de decir que todas esas confrontaciones son una especie de
precisamente a algo, es lo que hace tan dramática la confrontación con partida de ajedrez con la muerte, se puede decir también que son una
las inhibiciones orales, y conduce a lo que podríamos llamar la inso- lucha con la Hidra de Lerna, cuyas cabezas renacían a medida que se
lencia de la gente delicada, o también «el totalitarismo pretencioso de las cortaba.
los totalmente angustiados».
En la génesis de esa huida radical de la cercanía y añoranza total
En cuanto al modo de afrontar los propios deseos inhibidos, se de la cercanía se encuentra regularmente, en la fase oral, una imagen
puede establecer una escala de nueve grados, en la que el último paso que corresponde al comportamiento de la madre. La madre «ama-
revierte sobre el primero de esa programación de infelicidad crónica, manta» al niño, es decir, hace todo lo posible por tenerlo contento;
vinculada siempre a un fondo existencial de verdadero drama de ser o pero no puede hacer eso más que con la sensación de que el niño es
no ser. Vamos a enumerarlos por orden: demasiado cargante, y al mismo tiempo con la insistencia de que así
1) Tengo un deseo, y encuentro una persona que podría y hasta ella se queda tranquila. En otras palabras, surge una especie de violen-
querría colmarlo. cia asistencial en la que al niño no le queda ningún margen de manio-
2) Tengo miedo a ser castigado por haber tenido ese deseo, e inclu- bra; en terminología moral, se diría que no tiene ningún derecho a
so por haber deseado que se hiciera realidad. sentirse desgraciado o quejoso, más o menos igual que Hansel y Gretel.
3) Huyo ante la amenaza de que mi deseo se haga realidad, por miedo Pero, ante esa presión, el niño se atemoriza y «lloriquea», sin que se
a ser castigado, y busco toda clase de pretextos para evitar cualquier con- pueda saber qué es lo que quiere, después de que se ha hecho por él
tacto con la persona que podría colmar mi deseo, o hago todo lo posible todo lo posible. Pero la madre sí que lo sabe, e interpreta esos lloriqueos
para que un eventual contacto resulte lo más insatisfactorio posible. del niño como lo que son en realidad: un reproche por no ser suficien-
4) Me siento vacío y solo, y reprocho al otro que, después de haber temente querido.
despertado en mí esos deseos, me haya abandonado dejándome solo y Empieza entonces entre la madre y el niño una lucha a vida o
totalmente vacío. muerte que se reproducirá más tarde, con intensidad siempre renova-
400 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 401

da. El niño aprende que puede «estropearlo» todo, si irrita a su madre dades del mundo. Pero, precisamente por eso, y desde el punto de vista
y la pone de mal humor —en terminología de K. Abraham163 y M. psicológico, no es posible empeñar todos los recursos, cuando se nece-
Klein164, le «muerde el pecho»—, de modo que precisamente ese senti- sita la miseria de otro para encontrar una justificación o para permitir-
miento de culpa por echarlo todo a perder se convertirá más adelante se arrinconar los propios conflictos y seguir viviendo con ellos como si
en auténtica obligación: hay que arruinar deliberadamente el mundo tal cosa. El que esté convencido de que hay que hacer de la propia
de relaciones de las que, en realidad, se quiere vivir. Por otra parte, ese necesidad virtud no será, sin duda, el más apto para eliminar efectiva-
mismo sentimiento de culpa entroniza a la madre en un derecho de mente la miseria ajena. Por lo demás, habrá que usar los conceptos en
dominio sin límites: ella tiene que saber, y lo sabe, qué es lo que más su sentido propio: tratar de repartir de manera equitativa la prosperi-
conviene a ese niño malvado y descontento; una dependencia que, por dad existente no es cuestión de pobreza, sino de justicia; y eso equivale
parte del niño, se puede experimentar también como refugio y como a imponer la Declaración de derechos humanos, y no precisamente el
protección contra sí mismo y contra un mundo hostil. Así recomienza consejo de «pobreza evangélica». Pero desde un punto de vista psicoló-
ese vaivén entre el miedo a perderse en la proximidad de la madre, gico, hay que plantearse con la mayor claridad posible una cuestión
perdiendo todo derecho a un «yo» personal, y el miedo espantoso al como la siguiente: Para saber si se está en lo cierto, ¿qué estructuras
abandono y a la soledad. Y la consecuencia es que no se puede aguan- psíquicas habrá que presuponer en unos hombres que tienen necesidad
tar ni junto al otro, ni junto a sí mismo. de regirse por las formas externas del ideal cristiano de pobreza, más
Pero lo peor es que ese impulso incontrolable, ese verdadero pla- aún, que ansian vehementemente ese ideal?
cer de destruir lo que podría ser fuente de felicidad, esa afán desespe- De lo que aquí se trata es de desmontar totalmente las falsedades,
rado de recuperar lo que se acaba de «morder» busca siempre nuevas las falsificaciones y los esquemas neuróticos que se manejan como si se
«víctimas». El que desee comprender qué es realmente la «pobreza» lo pudieran vivir las verdades objetivamente divinas sin una autenticidad
puede descubrir aquí. Porque, en realidad, nadie hay más pobre que el humana y una coherencia personal. Se trata, en particular, de someter
que se ve obligado a reproducir continuamente su infelicidad. Al mar- a una profunda revisión la práctica teológica que exalta la imagen de
gen de una elaboración psicoanalítica de esos juegos del destino en el la madre a nivel de ideal de Cristo y voluntad de Dios.
inconsciente, no cabe otra alternativa que, según el modelo bíblico, Por poner un ejemplo, santa Teresa del Niño Jesús era indudable-
hacer a Dios o al demonio responsables de ese impulso que lleva mente «pobre», en el sentido tradicional del ideal cristiano de pobreza.
incoerciblemente a destruir la propia felicidad. Mientras se luche, se En sus Cartas se explaya en interminables consideraciones sobre su
puede pensar que el proceso de interiorización de esos miedos y de íntimo deseo de ser tan pobre y tan pequeña, que se pueda arrojar en
esos sentimientos de culpabilidad se debe a algo «demoníaco», a un brazos del Niño Jesús como una pelota que carece de voluntad:
«mal espíritu». Pero, a partir de cierto estadio, se acabará por sucum-
bir al dominio de una actitud de resignado agradecimiento por parte
[...] Sólo tengo un deseo: cumplir su voluntad. Probablemente re-
del «yo», que se ve como elegido por vocación divina para enriquecer
cuerdas cuánto me gustaba llamarme «juguetito de Jesús»; pues to-
a otros, mediante el absoluto despojo de sí mismo. Pues bien, aquí davía me encanta serlo. Sólo que he pensado que el Niño Dios
precisamente es donde empieza la andadura vital de un clérigo. también tendrá otras almas, llenas de virtudes sublimes, que se lla-
A este punto, llegamos a una última y tan comprensible como fatal man igualmente «sus juguetes». Entonces, se me ha ocurrido pensar
maniobra de fuga por parte de estos seres psicológicamente empobre- que ellas son sus juguetes más bonitos, y que mi pobre alma no es
cidos frente a sí mismos: una huida hacia la solidaridad con los mate- más que juguetito que no vale nada[..] Para consolarme, pienso que
rialmente pobres, cuyo proceso de racionalización hasta convertirla en hay muchos niños que disfrutan mucho más con un pequeño juguete
ideal de vida hemos expuesto anteriormente. ¡Es tan reconfortante poder que pueden coger o dejar a un lado, que pueden romper o besar,
según les apetezca, que con otros mucho más valiosos que casi ni se
olvidar la pobreza del propio «yo», al sentirse atraído como por arte de
atreven a tocar[...] Entonces me he alegrado de ser pobre, y me
magia por los que presuntamente son más pobres que uno...! gustaría serlo cada día más, para que Jesús, de vez en cuando, se
Hay que subrayarlo una vez más. No hay nada que objetar al in- alegre de jugar conmigo165.
tento de combatir con la mayor fuerza posible la miseria y las necesi-
402 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 403

Corderito Jesús, reza por este pequeño grano de arena; que el externo, se perderá necesariamente de vista la coherencia interna de
granito de arena sepa estar siempre en su sitio, es decir, a los pies de los «consejos evangélicos». En la exigencia de pobreza se trataba, como
todos; que nadie piense en él, que su existencia sea, por decirlo así, veíamos, de la expresión de un sentimiento existencial de vacío inte-
ignorada[...] Lo único que quiere este granito de arena es ser humi- rior, de nulidad de la persona, de renuncia a los deseos del «yo», de
llado; aunque esto es, ya en sí, demasiado, porque la gente se vería destrucción del propio ser personal. Pues bien, en la obediencia, como
obligada a ocuparse de él; por eso, lo único que quiere es ser olvida- ideal de vida, se trata de eliminar el aspecto subjetivo de la actividad
do, tenido por nada (Imitación de Cristo, I 2,3) [...] visto sólo por humana, de extinguir el «yo» que se manifiesta en cada uno de nues-
Jesús. Si las miradas de la gente no pueden bajar hasta ese granito, al
tros actos, de trasladar la voluntad del dominio del «yo» a la aliena-
menos que el rostro ensangrentado de Jesús se vuelva hacia él... ¡Él
no desea más que una mirada, una sola mirada.'f...]166. ción de la voluntad de otro.
Naturalmente, basta escribir frases como éstas, para que se eleve
Aquí se nos plantea una cuestión de principio. El que, como hom- inmediatamente un coro de voces indignadas que proclaman a voz en
bre, como pastor o como terapeuta, no se sienta enormemente alarma- cuello que la verdadera obediencia es una actitud que se refiere a Cris-
do ante el misticismo de unos textos que revelan tal despojo del propio to y, por consiguiente, se dirige a Dios, que es el único que hace posi-
ser, sino que vea en ellos, sin ninguna reserva, un modelo ejemplar de ble el ser y la actuación del hombre. Sin embargo, ésa es precisamente
la pobreza cristiana, deberá esperar que se le reproche no sólo su inca- la cuestión que nos planteamos aquí: qué significan exactamente las
pacidad para distinguir entre neurosis y santidad, sino incluso su pro- prescripciones eclesiásticas que exigen al clérigo una sumisión en obe-
pensión a pensar que la neurosis, en determinadas condiciones decla- diencia, y cuáles son las razones y las consecuencias psíquicas de tal
radas como positivas por la institución eclesiástica, puede ser hasta un exigencia.
deber sagrado. El que haya leído, al final del apartado precedente, las frases de
Pero eso no servirá de nada. La Iglesia tiene hoy ante sí la delicada Teresa Martin sobre la pobreza puede tener la impresión de que en
tarea de reinterpretar incluso los conceptos más fundamentales, por ellas no se traduce, en definitiva, más que una actitud de humildad
ejemplo, el de «pobreza», para devolverles su credibilidad humana y su personal y de amor a Dios. Pero, de hecho, no es así. Leyéndolas con
sentido liberador. Y eso vale también para los conceptos de obediencia atención, se ve que lo que hace «Teresita» no es, ni más ni menos, que
y de castidad, como vamos a ver a continuación. una descripción del sexto grado de humildad que, en el siglo vi, san
Benito impuso a sus monjes —y en ellos, a todo el monacato occiden-
tal— como una de las doce etapas de progresiva humillación, que se
III. OBEDIENCIA Y HUMILDAD: CONFLICTOS DE ANALIDAD
recogen en su Regla de la vida monástica. Basta recorrer sumariamente
las condiciones que se establecen en esa Regla, para comprender no
Que Dios me dé fuerzas sólo la unidad intrínseca entre esas dos actitudes: «pobreza» y «obe-
para no confiar ciegamente ni en él mismo diencia», es decir, «humildad», sino también el increíble grado de des-
(Otto Hahn) trucción psicológica y de crispación neurótica que se puede observar
en los clérigos católicos, especialmente en materia de obediencia167.
1. Prescripciones y disposiciones eclesiásticas: El camino de autohumillación que san Benito extrae de diferentes
el ideal de la disponibilidad textos bíblicos, interpretados según la exégesis de su tiempo 168 , es de-
cir, adaptándolos a las circunstancias concretas, es, desde el punto de
La actitud de obediencia no es, en realidad, un requisito nuevo, añadido vista psicológico, un itinerario que comienza explícitamente con el
a los que constituyen la vida monástica. En el fondo, no es más que la cara tema de la pobreza, sube por una cada vez más clara conciencia de
externa de la «pobreza» en relación con la vida en común de los clérigos. pecado y por una progresiva entrega de sí, que supone una renuncia a
Mientras se conciba la «pobreza evangélica» sólo como una forma la propia voluntad para dejarla en manos de otro, hasta llegar
de vida puramente exterior y material, que se elige, según los casos, connaturalmente a la «virtud» de la humildad, acompañada de profun-
por solidaridad con los pobres o por cualquier otro motivo de orden
404 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 405
169
da alegría . Aunque haya diferentes maneras de explicar esa eventualmente, «la Iglesia de Cristo», lo que constituye una garantía
maduración de la actitud de humildad, sea como influjo de la doctrina de que en ellos se expresa, por sí misma, la verdad de Dios174. Surge así
de Aristóteles sobre las virtudes170, o bien por los condicionamientos la ilusión de una colectividad sin sujeto, en la que todo, suceda lo que
de la época —por ejemplo, los escritos de san Basilio171 y los de san suceda y se mande lo que se mande, es voluntad de Dios. En otras
Agustín172—, hay una realidad que está fuera de toda duda desde la palabras, la eliminación del «yo» individual va de la mano con una
perspectiva psicoanalítica: se trata de un sistema progresivo de ideologización que transforma el grupo en una magnitud absoluta, en
interiorización de directrices externas, en el que lo único normativo un colectivo incuestionable que pretende ser la verdad misma, una
no es el propio «yo» indigno, pecador, inseguro y recalcitrante, sino la verdad encarnada en él175.
orientación dada por otro, o sea, el modelo de Cristo y la indicación En la línea de este planteamiento, se puede comprender también el
del superior o del director espiritual173. Se trate de Cristo, o del supe- significado de lo funcional, que ya hemos analizado antes detalladamen-
rior de la orden, la sede de la verdad está esencialmente fuera de la te en sus diversas manifestaciones: la mentalidad, la existencia y el
propia persona. Y precisamente la equiparación de todo lo personal mundo de las relaciones humanas. Si el superior está adornado de una
con lo falso, lo inauténtico, lo no cristiano, más aún, lo contrario a sabiduría divina, no es por su personalidad particular como individuo,
Dios, no puede menos de engendrar una radical desconfianza en la sino porque es sujeto de una función; si tiene razón y goza de todos los
propia psique y una tendencia desesperada a buscar la salvación perso- derechos, es porque es el superior. Dicho de otra manera, eliminar la
nal en las orientaciones provenientes de otro. Tomada a la letra, esa voluntad individual supone totalizar el colectivo, y la desconfianza con
invitación a la «humildad» da origen a una escala de valores en la que la que, por principio, se mira al individuo se cambia, igualmente por
todo lo personal es falso, por el mero hecho de ser personal, y todo lo principio, en una confianza absoluta y sin reservas en la verdad del grupo
que viene de fuera debe ser considerado auténtico, sencillamente en cuanto tal. No hay mejor manera de confundir el fin de la integra-
porque viene de fuera y, por tanto, tiene todas las garantías de ser des- ción, es decir, la identidad del individuo consigo mismo, y el fin de la
interesado. identificación del individuo con el grupo. El individuo no entra en la
De ese modo, lo divino, la verdad, se sitúa en la negación pura- comunidad de los «redimidos» por afirmarse a sí mismo; al revés, sólo
mente abstracta de la voluntad personal que, por consiguiente, queda tiene posibilidad de «salvarse», si se niega completamente a sí mismo,
vacía de todo contenido concreto, para reducirse formalmente a la para abandonarse enteramente a la comunidad de los redimidos, a la
voluntad de no querer por sí mismo. No se trata, pues, en absoluto, de Iglesia176. La tensión entre individual y universal que implica la búsqueda
superar cualquier motivación «egoísta» de una voluntad cuyo conteni- de la verdad, la dialéctica y la dinámica del diálogo y de la lucha por
do esencial consiste en querer por sí misma, sino que se trata, más hacer realidad la misión divina tiene como único punto de referencia
bien, de destruir hasta el fundamento mismo de la voluntad personal. la sustancialidad de una Iglesia detentora de la verdad en sí misma,
La deficiencia no está en hacer del «yo» el objeto único de la voluntad, mientras que el individuo concreto, precisamente por no ser más que
sino en que el «yo» pretende ser el sujeto de la capacidad volitiva; ahí un individuo, es la encarnación y la representación de la no verdad. Entre
radica la imperfección, el error, es decir, lo que hay que superar a toda lo objetivo y lo subjetivo no hay otra mediación que la obediencia, la
costa. Querer ser sujeto de la propia voluntad es idéntico a la subjetivi- sumisión total, la extirpación de la voluntad personal en aras del mo-
dad de la voluntad, o sea, a una voluntad subjetiva que, por tanto, es la nopolio absoluto de la verdad, que reside en el colectivo.
fuente de todo mal. Desde luego, hay que reconocer que no faltan, especialmente entre
Naturalmente, en estas condiciones, resulta imposible dar respues- los benedictinos, denodados esfuerzos por reinterpretar esos puntos de
ta a la pregunta que lógicamente se plantea: ¿cómo se puede excluir vista, y no parece mera casualidad que hoy día mucha comunidades
que ese «yo» ajeno, por ejemplo, la persona del superior, esté afectado tomen como modelo precisamente a Buddha177. Desde la óptica de la
él mismo de esa presunta imperfección e incluso pecaminosidad de su psicología profunda, ¿no se puede entender la condición de ser uno
propio «yo»? Pero esa pregunta se elude, por lo general, con la afirma- con Cristo como una exigencia de fusión con el verdadero «yo», con la
ción de que, en el otro, el que toma la palabra es el Espíritu de Dios o, figura del «Hijo del hombre», con la divinidad presente en el corazón
406 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 407
de cada uno178? ¿no es indispensable para la formación del propio ser anulación de la «voluntad personal», se eleva a la categoría de ideal del
personal renunciar a los condicionamientos del «yo», más aún, al ca- cristiano. Imposible no reconocer en estos principios la expresión más
rácter personal de la voluntad, considerándolo como el principio de acusada de una imposición exterior de la decisión, de una total
todo mal179? Y, ¿no habrá que pensar que, en el proceso hacia la uni- heteronomía, en sentido kantiano186.
dad, la práctica progresiva de la obediencia es el camino más adecua- Siempre podría decir alguno que habrá que relativizar e incluso
do, más aún, el medio indispensable, para conseguir ese fin? discutir esos datos, teniendo en cuenta las circunstancias históricas de
De hecho, uno de los ejercicios más importantes del budismo es el la época, el siglo vi d.C. Pues bien, el que así piense no tendrá más que
vaciamiento del propio «yo»; es más, la psicología y la metafísica de la observar los efectos históricos que ha tenido esa mentalidad en las
religión budista tienden a negar todo carácter personal de la concien- disposiciones eclesiásticas sobre el monacato, para convencerse de que,
cia humana, con unos argumentos que recuerdan la crítica de Immanuel a lo largo del tiempo, la realidad se presenta mucho más dura.
Kant180 a la posibilidad de conocer la sustancialidad del alma huma- En cuestión de obediencia, los miembros de la Compañía de Jesús,
na181. Pero la diferencia es evidente, y ningún artificio interpretativo, los jesuitas, son unos verdaderos «expertos», como los franciscanos lo
por oportuno y bienintencionado que sea, permite eliminarla. Cuando son en la pobreza. En sus Ejercicios espirituales, san Ignacio de Loyola,
Buddha ya estaba para morir en Kusinara, pidió a sus monjes que le el fundador de la orden, después de haber instruido al ejercitante du-
olvidaran precisamente a él, «el Iluminado», en cuanto persona indivi- rante varios días en los engaños y tentaciones de Satanás, le recomien-
dual, y que no pretendieran tomarlo por modelo puramente exterior. da las virtudes de pobreza espiritual y de humildad que, con razón,
«Vosotros sois vuestra propia luz. No os canséis nunca de buscar», considera como intrínsecamente unidas:
fueron sus últimas palabras182.
No se puede negar que también en la Iglesia católica hay testimo- El 3.°: considerar el sermón que Christo nuestro Señor hace a to-
nios de una búsqueda del Cristo interior, sobre todo en la mística de la dos sus siervos y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles
Edad Media183. Pero también es evidente la desconfianza con la que la que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a summa pobreza
Iglesia católica ha mirado siempre cualquier clase de misticismo. Siem- spiritual, y si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir,
pre lo ha considerado como una cosa demasiado subjetiva que, en sí no menos a la pobreza actual; 2.°, a deseo de opprobios y menos-
misma, no tiene necesidad de mediaciones externas para llegar a Dios; precios, porque destas dos cosas se sigue la humildad, de manera
es más, en línea directa, es una de las fuentes del protestantismo, que que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el 2.°,
opprobrio o menosprecio contra el honor mundano; el 3.°, humil-
incluso ha servido como arsenal de armas espirituales a ciertos defen-
dad contra soberbia; y destos tres escalones induzgan a todas las
sores de una teología política, como el revolucionario Thomas Münt-
otras virtudes (Segunda semana, cuarto día)187.
zer184, que aprovechó para sus fines escatologistas los discursos de
Tauler, el gran místico medieval185.
Pero la concepción de la obediencia, según san Ignacio, alcanza
Una lectura de los textos en los que san Benito habla de la humil- una mayor precisión cuando habla de la total indiferencia de la volun-
dad y de la obediencia confirma fehacientemente esa realidad. En nin- tad. La actitud de obediencia significaba para él una especie de
gún sitio se trata de una obediencia mística al Cristo interior, sino más ecuanimidad o serenidad estoica frente a todo los objetivos y tareas
bien todo lo contrario: el otro —el superior, el director, el abad— se posibles188. La perfecta obediencia consiste, según él, en no querer ni
identifica de manera puramente externa con el propio Cristo. Según desear por sí mismo nada especial, es decir, estar internamente dis-
esos postulados, la obediencia al superior eclesiástico es automá- puesto a cualquier encargo posible189. Lo que san Ignacio entiende por
ticamente una obediencia a Cristo, y si, además, se hace «con alegría», obediencia es la pura y simple disponibilidad. El contenido del con-
es hasta un acto meritorio ante Dios. Hay que advertir que en toda esa cepto es el mismo que en la Regla de san Benito, sólo que está expresa-
reglamentación no se trata nunca de determinados contenidos que, en do de manera más pragmática, más instrumental, más militar.
casos especiales, exigirían la obediencia; de lo que se trata es, más
Se ha observado, y con razón, la semejanza entre el pensamiento
bien, del principio formal de la obediencia que, precisamente por la
de san Ignacio en los Ejercicios y los fines que se propone el hesicasmo
408 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 409
de la Iglesia oriental, según lo expresa, por ejemplo, Gregorio Palamás, Superior, como si fuese un cuerpo muerto, que se dexa llevar
en el siguiente texto: adondequiera y trattar comoquiera, o como un bastón de hombre
viejo, que en dondequiera y en qualquier cosa que del ayudarse
Cuando [los monjes], en el recogimiento íntimo de la oración, sólo querrá el que le tiene en la mano, sirve. Porque así el obediente para
se preocupan de sí mismos y entran en la intimidad de Dios me- qualquier cosa en que le quiera el Superior emplear en ayuda de
diante una unión mística que supera toda inteligencia, entonces son todo el cuerpo de la Religión, debe alegremente emplearse, tenien-
iniciados en los misterios que están más allá de toda comprensión 190 . do por cierto que se conforma en aquello con la divina Voluntad,
más que en otra cosa de las que él podría hacer siguiendo su propia
Sin embargo, las Constituciones de la orden, compuestas por san voluntad y juicio differente.
Ignacio en 1 5 5 1 , muestran con la mayor claridad posible que no se Así mesmo sea a todos muy encomendado que usen grande
trata de una obediencia a los dictados y movimientos del propio cora- reverencia, specialmente en lo interior, para con los Superiores su-
zón, sino esencial y exclusivamente a las instituciones eclesiásticas; y yos, considerando en ellos y reverenciando a Iesu Cristo; y muy de
eso, con un rigor cuya intransigencia y firmeza n o tiene parangón en la corazón los amen como a padres en el mesmo; y así procedan en
todo en spíritu de caridad, ninguna cosa les tuviendo encubierta
Iglesia católica. Veamos el siguiente pasaje de las Constituciones, par-
exterior ni interior, deseando que estén al cabo de todo para que
te 6. a , capítulo 1.°:
puedan mejor en todo enderezarlos en la vía de la salud y per-
fección191.
De lo que toca a la obediencia.
Todos se dispongan muy mucho a observar [la obediencia] y
Se ve con claridad absoluta hasta qué p u n t o en estas prescripcio-
señalarse en ella; no solamente en las cosas de obligación, pero aun
en las otras, aunque no se viese sino la señal de la voluntad del nes se expresa, incluso en su formulación, el espíritu c o m ú n a t o d o la
Superior sin expresso mandamiento, teniendo entre los ojos a Dios vida monástica occidental, pues aquí n o se trata del pensamiento pro-
nuestro Criador y Señor, por quien se hace la tal obediencia, y pio de san Ignacio. En particular, la formulación clásica de «la obe-
procurando de proceder con spírito de amor y no turbados de te- diencia como de cadáver» se encuentra con imágenes análogas, por
mor; de modo que todos nos animemos para no perder punto de ejemplo, en la Regla de san Francisco 1 9 2 , de la que hablaremos a conti-
perfección que con su divina gracia podamos alcanzar en el cumpli- nuación con cierto detalle. El único mérito personal que hay que reco-
miento de todas las Constituciones y modo nuestro de proceder en nocer a san Ignacio está en la radicalización e intensidad con que trans-
el Señor nuestro; muy especialmente poniendo todas nuestras fuer- mite la herencia recibida. Lo fundamental de su pensamiento, a saber,
zas en la virtud de la obediencia, del Sumo Pontífice primero, y la obediencia sin reservas ni hesitaciones, la alegría de la sumisión y,
después de los Superiores de la Compañía. sobre t o d o , la identificación de la voluntad del superior con la volun-
En manera que en todas cosas a que puede con la caridad ex-
tad de la divina Providencia, san Ignacio se lo debe a la tradición.
tenderse la obediencia, seamos prestos a la voz della como si de
Cristo nuestro Señor saliese (pues en su lugar y por su amor y reve- Conviene observar aquí que, en pleno siglo xvi, cuando san Ignacio
rencia la hacemos), dexando por acabar qualquiera letra o cosa fundó la orden de los jesuitas, los tiempos habían cambiado notablemen-
nuestra comenzada; y poniendo toda la intención y fuerzas en el te. Por ejemplo, la Regla de san Benito, escrita en el siglo vi, surge en
Señor de todos, en que la santa obediencia, quanto a la execución y una época en la que someterse a la autoridad establecida p o r Dios era
quanto a la voluntad y quanto al entendimiento, sea siempre en la cosa más natural. En cambio el siglo xvi, el siglo de san Ignacio, es la
todo perfecta, haciendo con mucha presteza y gozo spiritual y per- época en la que el Renacimiento y la Reforma hacen el t o r m e n t o s o
severancia quanto nos será mandado; persuadiéndonos ser todo descubrimiento de la libertad del individuo, un paso que venía prepa-
justo, y negando con obediencia ciega todo nuestro parecer y juicio rándose desde tiempo atrás con el desarrollo económico. Es un hecho
contrario en todas cosas que el superior ordena, donde no se pueda
que, a principios de la Edad Media, la actividad profesional se concen-
determinar (como es dicho) que haya alguna especie de peccado,
traba casi exclusivamente en los monasterios y en las granjas de los
haciendo cuenta que cada uno de los que viven en obediencia se
señores feudales, de m o d o que resultaba prácticamente imposible que,
debe dexar llevar y regir de la divina Providencia por medio del
mediante el trabajo y las propias prestaciones, pudiera generarse una
410 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 411

conciencia autónoma. Fue precisamente el florecimiento de las ciudades mando, que se arroga la pretensión de ser creíble porque somete la
y, con él, la liberación tanto económica como jurídica de la burguesía lo voluntad del otro, un gélido voluntarismo que desdeña lo puramente
que se convirtió, desde el siglo xn, en un factor decisivo de emancipa- personal; actitudes sólo comprensibles, si se tiene en cuenta lo mucho
ción y de independencia frente a la Iglesia y los grandes terratenientes. que exigieron para poder justificarlas: guerras de religión, Inquisición,
Así nació el comercio, el artesanado y los oficios 1 ". Es verdad que, aun persecución de los judíos, destrucción de las culturas «paganas» por
entonces, la mayor parte de los bienes de consumo eran de producción medio de la «espada aguda que sale de la boca» de la palabra de Dios
propia, sobre todo en el campo; pero poco a poco, hasta el siglo xv, las (Ap 19,15)198.
grandes ciudades conocieron una floración de oficios manuales, que Se trata de una obediencia que violenta psicológicamente al pro-
pronto se organizaron en gremios194. En otras palabras, la vida se fue pio sujeto y que, por eso, es el instrumento más adecuado para some-
haciendo más compleja y diferenciada; cada vez era más difícil someter ter por la fuerza a los que se atreven a pensar de otro modo. Podríamos
la realidad social a una planificación única o al dominio de uno solo, decir que la obediencia sólo tiene sentido donde hay uno que manda,
hasta que acabó por imponerse la técnica y la reglamentación particu- y sólo puede mandar el que detenta el poder. El contenido de la obe-
lar de las diversas ramas profesionales. diencia eternamente silenciado y hasta elevado a categoría de ideal
En esas circunstancias, la formulación de la obediencia, primero consiste en la ideología de poder de la propia Iglesia. Nunca se manda
en la Regla de san Francisco y, trescientos años más tarde, en las Re- con más absolutismo y más totalitarismo que cuando uno se arroga la
glas y Constituciones de san Ignacio de Loyola, representó para la pretensión de mandar en nombre de Dios y, por consiguiente, puede
historia espiritual y social un auténtico retroceso a la época anterior a exigir obediencia incondicional.
la Edad Media. En cierto sentido, significaba una protesta precisamen- Para «justificar» la obediencia que exige san Ignacio, a pesar de su
te contra aquellos factores que habían determinado el paso de la Edad carácter fundamentalmente anacrónico en la época de fundación de la
Media a la Edad Moderna. Dicho en otras palabras, la respuesta más orden, se podrían tener en cuenta ciertas circunstancias históricas.
adecuada que hubiera podido dar la Iglesia, hace ya seiscientos años, Durante los siglos del absolutismo, o sea, doscientos años después de
al pluralismo creciente de un mundo cada vez más desarrollado habría san Ignacio, los monarcas se arrogaron, como connaturalmente, el
debido consistir en la apertura a una mayor libertad y responsabilidad derecho de imponer a sus subditos la religión a la que debían pertene-
personal, es decir, a un estilo de dirección más dialogante y cooperati- cer199; y hay fórmulas como «rey por la gracia de Dios», empleada por
vo. Pero, en vez de eso, la Iglesia católica hizo todo lo posible por el «rey sol», Luis XIV, que pueden provenir, sin retoques, del título
aglutinar la enorme diversificación del mundo contemporáneo en tor- «hijo del sol» con el que los antiguos egipcios adoraban a sus faraones200.
no a los principios de una concepción trasnochada; lo que la llevó Pues bien, ¿cómo el papa de Roma, que es pater patrum, el padre de
inevitablemente a tener que condenar como «herejes» a una enorme los padres, no va a tener derecho a imponer la verdad a sus subordina-
masa de ciudadanos que no estaban dispuestos a someterse a su auto- dos201? Y quizá habría tenido ese derecho, si no hubiera sido válida
ridad monolítica195. también para él, y precisamente para él, aquella palabra de Jesús: «Pero
El voluntarismo de una verdad impuesta sustituyó a la perspectiva vosotros no os hagáis llamar "padre"» (Mt 23,9) 202 . A este propósito,
de una visión espiritual y de una convicción común, fruto de denoda- habrá que recordar que los soberanos sólo pudieron arrogarse una au-
dos intentos y de sucesivos fracasos. Y no cabe duda de que la deman- toridad en materia de religión después de que el caos de la Guerra de
da de una obediencia como la que presentaba Ignacio de Loyola tenía los Treinta Años mostrara que una paz en tolerancia y concordia, como
como finalidad principal convertir la antigua actitud monástica de la que se firmó en Münster en 1648, no era posible más que si se
humildad en espada de la «Contrarreforma» católica196. Es un deseo de lograba contener dentro de los límites de la razón y del pragmatismo
verdad que se expresa, tal vez como en ningún otro sitio, en la vacía e político la pretensión fanática de un ergotismo religioso para imponer
insípida monumentalidad de ese ejemplo de la arquitectura «católica» la fe203. De hecho, habrá que esperar hasta mediados del siglo xvm
que es El Escorial de Felipe II, una fortaleza del poder en la que el para que el despotismo ilustrado llegue a abdicar de sus pretensiones
cuerpo se hiela y el alma queda petrificada197. Una verdad de ordeno y de competencia religiosa, y declare que la religión es un asunto pura-
412 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 413

mente privado de cada individuo. Y así, aunque sin quererlo expresa- ternamente, en lucha contra emperadores, antipapas y herejes, el cen-
mente, acabó el absolutismo del poder humano 204 . tralismo de la sede de Roma, y crear así una teocracia del más puro
A partir de esa época, como muy tarde, es cuando se puede consi- estilo, que es la base de lo que posteriormente cristalizó en la idea de
derar ya superado y definitivamente abolido en la historia de la «Iglesia católica romana». En su famoso Dictatus Papae reivindica para
espiritualidad el principio de una obediencia fundada en la total sumi- el pontífice romano una supremacía sin límites:
sión del individuo a un sistema de observancias externas. Por eso pare-
ce tanto más aberrante y escandaloso que, entre todos los movimien- Nadie en la tierra puede juzgar al papa. La Iglesia romana no se ha
tos espirituales y culturales de Occidente, la Iglesia católica haya sido equivocado nunca, y jamás se equivocará hasta el final de los siglos.
la única que se ha atrevido a mantener hasta hoy su interpretación de Sólo el papa tiene autoridad para deponer a los obispos [...] al
la santidad de la «obediencia evangélica», entendida como una sumi- emperador y a los reyes, y dispensar a sus subditos de la debida
sión incondicional del individuo a la voluntad de los superiores ecle- fidelidad. Todos los príncipes deberán besarle los pies [...] Un papa
siásticos, y que no ha querido adaptar su estilo de vida comunitaria al legítimamente elegido es indiscutiblemente un santo, por los méri-
tos de Pedro»206.
espíritu fundamental de la era moderna, es decir, a la libertad del hom-
bre y, en particular, a la «libertad del cristiano»205.
Es la primera vez que en la historia del papado se proclama tan
La obediencia así entendida, a pesar de todas sus referencias a un
abiertamente no sólo la reivindicación del poder absoluto de Roma,
camino «común», es una especie de participación en el martirio de
sino, de manera especial, la combinación «poder y verdad» o, mejor
Cristo. El sacrificio, la continua entrega personal y la negación del
dicho, la definición del «poder» como «verdad», que es lo que real-
propio «yo» en beneficio de una comunidad en la que la voluntad de
mente expresa dicha concepción.
Dios se manifiesta en una figura concreta son, y siguen siendo, los
Pero que nadie se llame a engaño. No se trata de episodios o restos
rasgos ideales de la actitud del subdito. La última instancia y el autén-
de un pasado medieval, sino del fundamento conceptual sobre el que
tico destinatario de la sumisión individual a la voluntad de la Iglesia es
surge la demanda de una obediencia absoluta a la autoridad religiosa.
la figura del papa, «padre de los padres», «santo padre». La divinización
Sólo si la función del papa es, en sí misma, la encarnación de la verdad
de su potestad de mando aparece como la concomitancia lógica de esa
de Dios, merece y exige de sus subordinados un absoluto «desasimien-
absolutización de la voluntad que lleva a «no deber querer por sí mis-
to propio». La historia eclesiástica da testimonio fehaciente de la habi-
mo». Igual que la actitud de humildad de san Francisco se presentaba
lidad del papa Gregorio VII para fundamentar «teológicamente» su
como el extremo diametralmente opuesto a la voluntad de poder de
poder, a base de una sistemática falsificación de documentos. Cien
un papa como Inocencio III, esas mismas dos posturas se condicionan
años más tarde, apoyado en la documentación presuntamente auténti-
recíprocamente, desde la perspectiva de una psicología social, como
ca de Gregorio VII, el benedictino Graciano compuso sus Decretales,
los dos focos de una elipse: la absolutización de un grupo humano
compilación de citas falsas atribuidas a obispos romanos de los cuatro
como el altavoz exclusivo de la voluntad divina genera necesariamente
primeros siglos de nuestra era, con las que se intenta probar que el
la polarización entre omnipotencia e impotencia. Ahora bien, no ha-
papa «está por encima del derecho, sin limitación alguna», porque pre-
brá que entender esa tensión en el sentido de la dialéctica «amo-escla-
cisamente él «es la fuente del derecho». «Por eso, fel papa] debe ocupar
vo» que propone Hegel, porque lo que él concibe como una dinámica
el mismo puesto que el Hijo de Dios»207. De ahora en adelante, la
de continua inversión de funciones adquiere en la Iglesia una estructu-
Iglesia romana poseerá una característica propia:
ra jerárquica de poder, que sólo admite un funcionamiento en vertical
—de arriba abajo—, absolutamente irreversible.
Cada una de las Iglesias debía configurarse al modelo romano, por
No hay testimonio más elocuente de la proporción entre obedien- diferentes que fueran sus orígenes y sus experiencias. El latín, el
cia monástica y poder papal que la figura de Gregorio VII (1073-1085), celibato, la teología escolástica fueron formas que se impusieron de
el papa que por primera vez cayó en la cuenta de la fuerza de los tal manera que la unidad quedó sustituida por la uniformidad, fun-
llamados «consejos evangélicos» para afirmar tanto interna como ex- dada en el modelo romano. Los cambios introducidos por Gregorio
414 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 415
se reflejan hasta en el lenguaje; si antes de su reinado, el título teocrático del papado 214 . En aquella época, los «jefes de las naciones»,
tradicional del papa era el de «sucesor de Pedro», después de él se con sus reproches a los papas con motivo de la llamada Guerra de las
cambió por el de «vicario de Cristo». Sólo esa «representación de
Investiduras, estaban más cerca de la verdad de Cristo que los propios
Cristo» podía justificar sus pretensiones absolutistas. Y de hecho, el
legado que han recibido los sucesivos papas es herencia de Gregorio, supremos servidores de Cristo.
no de Pedro ni de Jesús208. Los apologistas acérrimos de la obediencia podrían alegar la enor-
me distancia que nos separa de los papas de la Edad Media. Pero ese
alegato cae por sí mismo, si se considera la historia del papado hasta
A la sombra o, si se quiere, a la luz de esa mentalidad, el papa nuestros días. La realidad histórica demuestra que las pretensiones de
Inocencio III (1198-1246) revistió el poder papal de una forma que le poder sin límites y de posesión infalible de la verdad que tuvieron unos
permitía identificar la expansión de las pretensiones imperialistas del papas como Gregorio VII o Inocencio III no sólo se han mantenido
papado con la expansión de la verdad de Cristo por todo el mun- intactas, a pesar de las transformaciones culturales y espirituales de la
do 209 . Para el papa, la Iglesia era el alma del mundo, de modo que Edad Moderna y de la Edad Contemporánea, sino que incluso han
cada miembro de ese cuerpo debía someterse a sus decisiones. Ya cobrado nuevas fuerzas y mayor virulencia. Es verdad que el Estado
hemos aludido antes, al tratar de la «mentalidad funcional» del cléri- pontificio, el de los sucesores de Pedro, el de los vicarios de Cristo en
go, a la visión del mundo que tenía Inocencio III y que se manifestó, la tierra, ha ido perdiendo progresivamente poder, riquezas y presti-
por ejemplo, con ocasión de su cruzada contra los cataros. No hay gio; pero, precisamente por eso, se ha reforzado más su pretensión
fanatismo religioso que no se manifieste objetivamente como ambi- espiritual de una obediencia ciega e incondicional por parte de los
ción de poder, aunque subjetivamente trate de interiorizarse como creyentes a sus legítimos superiores.
obediencia de los subditos. Pues bien, fue Inocencio III el que llevó
El punto culminante de ese proceso se sitúa indiscutiblemente en
hasta el extremo la aporía de las exigencias eclesiásticas en cuestión
el pontificado del papa Pío IX (1846-1878). Su reinado marca la quie-
de obediencia, cuando declaró solemnemente: «Todo clérigo debe
bra de los Estados pontificios, pero ese revés político se compensa con
obedecer al papa, aunque le ordene hacer el mal, ya que nadie puede
una más fuerte pretensión del papa a la posesión exclusiva de la ver-
juzgar al papa»210.
dad revelada, hasta el punto de que el día 18 de julio de 1870 se define
No cabe duda. En el siglo xx sólo tenemos una palabra para des- como dogma de fe la infalibilidad pontificia215. Ya en 1864, en su tris-
cribir esa mentalidad: fascista. Un «caudillo», que es dueño de la ver- temente célebre Syllabus, un catálogo de errores elaborado por el pro-
dad y del derecho 211 , que exige la obediencia como medio para impo- pio papa, Pío IX había condenado 216 prácticamente todos los avances
ner las verdades establecidas: ¡Qué perversión de la «verdad» del científicos en materia de ciencias de la naturaleza, en filosofía y en
cristianismo! ¡Vaya una teología la que, en una Iglesia tan estructurada, teología, con los que el pensamiento moderno se oponía a la visión
debe preocuparse de uniformar ideológicamente con sus doctrinas la medieval del mundo tal como la defendía el más reaccionario tradi-
profesión de fe de todos los verdaderos creyentes! ¡Qué lejos está la cionalismo católico. Pues bien, ese mismo estilo de pensamiento y de
realidad imperante hoy en la Iglesia de aquellas palabras sarcásticas de acción es el que, a pesar de la fugaz esperanza abierta cien años más
Jesús en Me 10,42 sobre la «tiranía» que los gobernantes ejercen sobre tarde por el concilio Vaticano II (1962-1965), aún está vigente en la
sus subditos, y del enérgico mandato conclusivo: «¡Entre vosotros no Iglesia de nuestros días y, bien miradas las cosas, parece que está co-
debe ser así!»212. brando nuevo esplendor.
No se puede menos de asentir a las palabras de Thomas Hobbes,
Para ver dónde se encuentra actualmente la Iglesia católica en
cuando escribe en su Leviatán: «El papado no es más que el espectro
materia de obediencia, se pueden aducir dos casos:
del desaparecido Imperio romano, sobre cuya tumba ostenta su coro-
Primer caso: Medidas disciplinarias sobre los jesuítas en 1981. Si
na»213. Habrá que leer a Marsilio de Padua, especialmente su obra De-
en la Iglesia católica hay una orden religiosa con disponibilidad casi
fensores de la paz, para espantarse de lo que ya en el siglo xm se podía
castrense para secundar con obediencia ciega las iniciativas y deman-
decir y escribir, desde un punto de vista político, contra el principio
das espirituales de la Iglesia es la Compañía de Jesús, a la que su funda-
416 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 417

dor mandó en las famosas «Reglas para sentir con la Iglesia», al final sesión de la verdad que su propio oficio garantiza al papado romano,
de los Ejercicios espirituales: según el cual, el hombre sólo llega a ser partícipe de la verdad de Dios
mediante la obediencia y la ejecución de las órdenes, no por medio del
13.a regla. Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo
blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárchica assí lo raciocinio o del diálogo. Aunque sólo fuera por eso, había que parar
determina, creyendo que entre Christo nuestro Señor, esposo, y la inmediatamente la amenaza de que la orden de los jesuítas se transfor-
Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para mase de avanzadilla espiritual de la administración pontificia en un
la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Spíritu y Señor colegio de filósofos en busca de la verdad.
nuestro, que dio ios diez Mandamientos, es regida y gobernada El General de la orden, Pedro Arrupe, había tratado de trasladar a
nuestra sancta madre Iglesia. la práctica las decisiones del concilio, mediante una liberalización de
la orden. «Cuando el General Arrupe cayó enfermo, fue nombrado
Para un papa como Juan Pablo II, la obediencia de los más obe-
vicario general, para los asuntos ordinarios, el estadounidense Vincent
dientes siervos de Cristo con relación al trono de Pedro no fue, desde
O'Keefe, antiguo rector de Fordham, la universidad jesuítica de Nueva
los mismos comienzos de su pontificado, lo suficientemente perfecta.
York. Pero Juan Pablo II no lo encontró aceptable. Así que, en 1981,
Habían sido los jesuítas, con hombres como Karl Rahner a la cabeza,
impuso a la orden, como delegado personal suyo, a Paolo Dezza, de
los que mejor habían visto en el concilio Vaticano II una gran oportu-
setenta y nueve años y casi ciego. Ningún papa había hecho cosa seme-
nidad y una maravillosa tarea para renovar espiritualmente la Iglesia y
jante en el pasado». Sólo cuando el papa pudo estar seguro de que los
prepararla para afrontar con un nuevo espíritu las cuestiones más
jesuítas «cambiarían de conducta y elegirían un General aceptable para
acuciantes de nuestro tiempo. Durante años se corrían por los círculos
él, les dejó hacer»218. Pero, aun en esas circunstancias, él quiso inaugu-
clericales infinidad de chistes sobre los jesuítas, por ejemplo, que ha-
rar personalmente la trigésimotercera Congregación general en la pro-
bían introducido en la fórmula de sus votos religiosos un nuevo tema:
pia curia de los jesuítas, situada en Borgo Santo Spirito, a pocos me-
Voveo dialogum perpetuwn, es decir, prometo discutir indefinidamente.
tros de la sede del célebre Santo Oficio; y con su presencia, impuso
Precisamente esa nueva disponibilidad para el diálogo y capacidad de
prácticamente la elección de Piet Hans Kolvenbach, un holandés con-
discusión le parecieron al papa actual, ya desde un principio, bastante
siderado como moderado 219 .
sospechosas. Peter de Rosa, que recopiló todos los documentos relati-
vos al caso, emite el siguiente juicio sobre Juan Pablo II: El segundo caso —junto a la privación de cátedra, de la que fueron
víctimas Hans Küng, en 1979, y Charles E. Curran, en 1986— es aún más
Es el papa más riguroso de todos los de nuestro tiempo. Hay que elocuente, por su mezquindad. En 1987, el jesuíta estadounidense Terence
remontarse hasta Pío X, a finales del siglo pasado y principios de Sweeney, de Los Angeles, había hecho una encuesta a «trescientos doce
éste, para encontrar un papa que escuche menos y que exija obe- obispos católicos de Estados Unidos sobre cuatro temas relacionados con
diencia más inmediata. Y la razón es evidente. El papa es, por natu- el celibato de los sacerdotes y la ordenación sacerdotal de las mujeres».
raleza y por formación, un perfecto platónico. Está convencido de «De los ciento cuarenta y cinco que contestaron, treinta y cinco estaban a
que la verdad es eterna e inmutable. En cuanto vicario de Cristo, y favor del matrimonio de los sacerdotes, sobre todo por la penuria de
por inspiración del Espíritu Santo, posee un conocimiento privile- vocaciones, y once se declararon a favor de la ordenación sacerdotal
giado de las verdades que tiene que presentar a la Iglesia, y de las
de la mujer»220. Apenas se enteró el cardenal Ratzinger del resultado de
que ningún católico puede apartarse ni un ápice217.
la encuesta, exigió insistentemente a Sweeney que destruyese el material
Eso parece de lo más acertado, sólo que no va totalmente de acuerdo recogido o que abandonase la orden. Sweeney pensaba que una obedien-
con Platón. Porque éste, por mucho que creyera en la inmutabilidad de cia que no estuviera fundada en la razón y en la verdad era incompatible
la verdad, no creía en absoluto en la infalibidad humana; al contrario, con la dignidad humana. Veamos el razonamiento de Peter de Rosa:
lo que creía Platón era que sólo se puede encontrar la verdad en el
Difícilmente se puede comprender por qué un jesuíta intachable
diálogo con otro, en una búsqueda común. Ahora bien, precisamente
puede ser forzado a abandonar su orden, no por un delito contra la
esa concepción filosófica no se puede conciliar en absoluto con la po- doctrina o contra la moral, sino por hacer pública la postura de unos
418 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 419

obispos que habían contestado libremente a las preguntas de una en- las eventuales, y quizá arbitrarias, decisiones del superior como la
cuesta. El papa daba la impresión de estar horrorizado ante la idea manifestación de una excelsa sabiduría y de la providencia de Dios. Si
de que cualquiera pudiera conocer qué piensan verdaderamente los su voluntad es la voluntad de Dios, habrá que considerarla siempre
obispos, sus obispos. El cuadro no pide explicación: el papa ve a los como sabia, de amplitud de miras, y «profundamente humana». Este
obispos como meros altos funcionarios. No son ellos los que dise- sistema de dirección puramente externa sólo puede convertir en reali-
ñan la política; ellos no son más que puros ejecutores. Piensen lo dad su propia concepción de la obediencia, si no hay nadie que se
que piensen personalmente, lo mejor que pueden hacer es guardarse
atreva a decir algo que no haya sido previamente tolerado o aprobado
su opinión. El único que habla en nombre de la Iglesia es él.
La impresión que se tiene es que el hecho de que un obispo no por el superior, o que no tienda a conseguir el más unánime consenso
piense como el papa ya es suficientemente grave, pero treinta y por parte de los demás. La falta de personalidad es el punto más débil
cinco en un país es sencillamente intolerable. Una revelación de ese de todo régimen autoritario.
tipo destroza la fachada de unidad total, que es el gran orgullo del En círculos dirigentes del partido comunista de la Rusia soviética
catolicismo [...] Es difícil sustraerse a la conclusión de que los obis- se contaba una anécdota que bien podría reflejar la situación actual de
pos tienen demasiado miedo al papa como para expresar libremen- la Iglesia católica. Se dice que el día 12 de octubre de 1961, durante la
te sus convicciones personales sobre lo que realmente es mejor para celebración del vigésimosegundo congreso del PCUS, mientras Nikita
la Iglesia y para sus respectivas diócesis. De todos modos, no hay S. Khruschov pronunciaba uno de sus más importantes discursos sobre
ningún medio para expresar una opinión divergente. la continuidad del proceso de desestalinización del país, uno de los
Y lo mismo pasa a nivel de parroquia. Los párrocos dan a sus
asistentes habría interrumpido al orador, preguntándole en voz alta:
ovejas unos consejos muy liberales, pero sólo en el confesionario.
No les gustaría representar públicamente el papel de mártires. Creen «Y, ¿dónde estaba usted entonces, camarada Presidente?». Y Kruschov
que más vale callarse que malvivir. Pues bien, ¿dónde queda el tes- habría interrumpido su discurso, para preguntar quién le había inter-
timonio sobre la verdad del evangelio? ¿Qué va a pasar con esa pelado de aquella manera. Pero nadie se levantó de su asiento. «Ya ven
gigantesca institución que en tantos niveles de responsabilidad no ustedes, camaradas, entonces yo estaba allí». En un sistema dominado
vive más que de mentiras?221. por el terror de nada sirve decir la verdad en el momento justo; lo
único que cuenta es tener siempre razón colectivamente y esforzarse
Se ve por este ejemplo hasta qué punto el autocrático, o teocrático, por poner en práctica las nuevas determinaciones, una vez que todo ha
centralismo de las autoridades romanas desciende hasta los más míni- pasado.
mos detalles. Mientras que en cuestiones de dinero, los funcionarios El dramaturgo francés Jean Anouilh, en su obra Jeanne ou l'Alouette
de la curia romana son más bien unos diletantes, como ya hemos visto, du bon Dieu, ve la Inquisición de la Iglesia católica como la ilustra-
en manejo del poder y extorsión de una obediencia espiritual poseen ción eternamente válida de la lucha de todo gobernante absolutista
indudablemente más experiencia que cualquiera otra organización es- contra la libertad del ser humano. En ninguna obra de la literatura
tatal. Pero por otra parte, no se puede prescindir del carácter moderna se pone tan satíricamente al desnudo el principio romano de
estructuralmente irracional de las formas autoritarias de dominio. La la obediencia como en las palabras que el Inquisidor dirige a aquella
concentración de todo el poder en una sola persona conduce necesa- joven, bruja o santa, que se ha atrevido a seguir sus fantasías y visiones
riamente a que, a pesar de todas las garantías de altruismo en el ejerci- interiores, en lugar de obedecer las órdenes de otros hombres:
cio del poder clerical, la persona del soberano de turno cobre, de he-
cho, una importancia decisiva. En el fondo, son sus apreciaciones, sus No veis, señores, a esa criatura, con qué altivez levanta la cabeza?
preferencias, sus prejuicios los que, desde el momento de su accesión ¿Os dais cuenta ahora de quién se sienta ante vosotros en el banqui-
al cargo, se toman como norma universal, ya que soplan sobre las llo? O ¿es que también vosotros estáis deslumhrados por esas voces
cabezas inclinadas de sus obedientes subditos como el viento sobre las celestiales? Os empeñáis obstinadamente en buscar no sé qué de-
espigas de una campo de mieses. Además, como «en virtud de la obe- monio que pueda ocultarse detrás de ellas [...] Lo que a mí me da
cien mil veces más miedo es el hombre, un hombre tranquilo y
diencia», su opinión y decisiones tienen siempre fuerza de ley divina,
seguro de sí mismo. Miradlo ante vosotros, encadenado, impoten-
la tarea de los subordinados consiste en aprobar y hasta corear todas
420 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 421

te, abandonado de todos y ya no tan seguro de sí, ¿verdad, Jeanne? Sólo cuando el terror de la imposición externa logre penetrar has-
[...] Pero, ¿va a derrumbarse y suplicar a Dios que lo lleve consigo? ta el fondo de los sentimientos, cuando ya no haya pensamiento ni
[...] ¡No! En su tortura, en su humillación, bajo los golpes del ver- sensación ni impulso sentimental que puedan vivirse y considerarse
dugo, en su miseria de animal herido, sobre la húmeda paja de su como inseguros, como posiblemente falsos, como susceptibles de la
calabozo, levanta obstinadamente la vista hacia la imagen invicta de censura de otro, cuando se despoje el corazón del hombre de toda
sí mismo [...] ¡porque ella es su único y verdadero dios! ¡Eso es lo
evidencia interna y de toda idea personal, entonces —y sólo enton-
que me da realmente miedo!222.
La caza del hombre no termina jamás. Aunque un día llegue- ces— se conseguirá hacer realidad lo que el ideal de Iglesia católica
mos a ser tan incuestionablemente poderosos, y nuestra Idea llegue exige de sus clérigos: una obediencia como la de un cadáver, que ya no
a aplastar al mundo como un tanque, por cruel y astuta que sea tiene voluntad.
nuestra policía, siempre habrá en algún sitio un hombre que tenga Por consiguiente, habrá que empezar la educación lo más pronto
que ser cazado. Y aunque logremos atraparlo, e incluso matarlo, él posible. Hay que prohibir pensar por propia cuenta, porque incluso la
no dejará de burlarse de esa maravillosa Idea, en todo el colmo de mera duda sobre la doctrina de la Iglesia es ya en sí un grave pecado;
su poder, sencillamente porque dirá «¡no!», sin bajar los ojos. ¡Raza hay que atizar el miedo a quedarse sin apoyos, si uno se desvía, por
insolente! ¿Tenéis necesidad de seguir interrogándola, de seguir poco que sea, del pilar seguro de la autoridad; hay que cultivar una
preguntándole por qué se arrojó de lo alto de la torre de la prisión, moral de niños pequeños, según la cual lo verdadero y lo falso se mi-
si fue para huir o para suicidarse, contra el precepto de Dios? [...]
den por las normas dictadas por las instancias competentes. Habrá que
Señores, de una manera u otra, y por mucho que le cueste a la
humanidad, tenemos que aprender cómo llevar a los hombres a sustituir la conciencia personal por el miedo social; habrá que asegu-
decir «¡sí!». Mientras haya un solo hombre cuyo orgullo no pueda rar la absoluta dependencia del sistema imperante, procurando que
doblegarse, la Idea estará en peligro. Por eso, exijo para Jeanne la hasta las faltas más secretas estén vinculadas a la disponibilidad para el
excomunión, su expulsión del seno de la Iglesia, y su entrega al perdón que muestre el grupo. La institución de la confesión se con-
brazo secular, para que ejecute la justicia. Será un triunfo ridículo vierte así en un excelente instrumento de dominio, que nunca será
sobre ti, Jeanne, pero de todos modos, callarás. Por ahora, no he- demasiado pronto para implantarlo en el alma de los niños.
mos encontrado nada mejor223. Huelga todo comentario sobre la exterioridad, rayana en el ridícu-
lo, que caracteriza la administración del «sacramento de la penitencia»
En este drama, Anouilh nos hace ver que la obediencia, tal como la en la Iglesia católica225. Una acción que debería decidir entre el cielo y
concibe la Inquisición, sólo podrá imponerse realmente, si logra apo- el infierno está vinculada al hecho de enumerar punto por punto ante
derarse de los sentimientos del hombre, sobre todo de sus sentimientos el confesor, representante de la Iglesia, qué «pecados» —en el sentido
éticos, principalmente la compasión y la misericordia. Por eso, pone de transgresión de ciertos mandamientos— se han cometido de pensa-
en boca del Inquisidor estas palabras dirigidas al hermano Ladvenu: miento, palabra y obra, para terminar con el rito de «absolución» e
imposición de una determinada «penitencia». Si se lograra mantener a
No olvidéis que soy el representante de la santa Inquisición, que es los adultos a nivel de niños de primera comunión, de modo que duran-
la única capaz de distinguir entre la misericordia, como virtud te toda su vida se sintieran obligados a esa obediencia para con la
teologal, y el vergonzoso, repugnante y embriagador brebaje de la Iglesia, que les lleva a depender hasta en los más mínimos detalles,
compasión humanaf...] ¡Ay, señores, qué pronto os conmovéis! Si incluso en el terreno más íntimo, de las directrices e instrucciones de
el reo es una muchachita, que os mira con sus grandes ojos claros los supremos pastores, el triunfo del ideal católico sería completo.
bien abiertos, que muestra un poco de corazón y tuerce ingenua- Cuando la confesión se concibe de ese modo, el problema no está en
mente la boca, en seguida os derretís y estáis dispuestos a perdonar- llevar a los fieles a perdonarse a sí mismos con plena confianza en Dios
le todo. ¡Vaya unos defensores de la fe! Veo que la santa Inquisición —eso sería puro egoísmo, refinado orgullo, intolerable pretensión
todavía tiene mucho que hacer. Tiene que talar, talar, y seguir ta- individualista—, sino en despertar el sentimiento de que el hombre no
lando, y tiene que abatir sin piedad, hasta que se despejen las filas es nada sin la bendición de la Iglesia.
de árboles, y el bosque pueda conservarse sano224.
422 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 423

Por consiguiente, la fuerza «liberadora» de esa dependencia de la 2. Sumisión pasiva de la voluntad: ventajas de la dependencia
Iglesia —desde luego, dependencia impuesta— corresponde al grado
de angustia y de inseguridad personal. Las imposiciones desde el exte- El problema de la existencia clerical en materia de obediencia «evangé-
rior se hacen más leves por medio de una monstruosa reducción de la lica» no radica sencillamente en que «la» Iglesia esté sedienta de poder
vida a un par de fórmulas prácticas que basta aplicar como de manera y que los clérigos, sus mejores peones, sean al mismo tiempo sus más
automática. Se trata de una disolución de todo contenido espiritual, indefensas víctimas. Si no vamos equivocados, la demanda radical de
hasta reducirlo al funcionamiento puramente mecánico de un rito que obediencia por parte de la Iglesia no es una variante de su ambición de
se disimula bajo el título de «decisión personal hacia Dios», pura poder, sino que a esas ansias de poder se superpone algo mucho más
autenticidad interna, o «fidelidad» a las «promesas del bautismo» emi- fundamental, como es la libertad y la contingencia de la vida humana.
tidas en su momento. En cierto sentido, es muy peligroso ser espíritu227, y saber que uno
En general, como el «yo» no se deja conducir por su visión racio- siempre puede equivocarse, ya sea en lo que piensa, en lo que quiere, o
nal de las cosas o por su resonancia afectiva, acaba dejándose domi- en lo que hace. Pues bien, una religión que trate de dar respuesta a ese
nar, en el plano psicológico, por una obligación interiorizada. Si se problema puede caer fácilmente en la tentación, según la magnitud de
acepta vivir la religión en su vertiente católica, no es por madurez sus miedos, de imponer una solución «definitiva»: si se destruye el
personal, capacidad de juicio, o sintonía afectiva, sino únicamente «yo» del individuo, ya no habrá ninguna libertad a la que tener miedo.
por mandato, por entrenamiento, o por una especie de reflejo condi- El miedo a la libertad es un reflejo subjetivo, y connatural a la
cionado que provoca un sentimiento de culpabilidad cada vez que existencia humana228. Pero, ¿cómo puede alcanzar tales niveles que a
uno se aparta de las normas vigentes en la Iglesia. Se crea así una un individuo llegue a resultarle insoportable, hasta el punto de consi-
permanente mala conciencia de tener una voluntad propia, aunque derar la obediencia como una liberación del peso de su propia subjeti-
no se manifieste más que en el humilde y obediente deseo de renun- vidad, ya que, de hecho, su única aspiración consiste en que todo lo
ciar a toda voluntad personal. J.-P. Sartre ha expuesto magistralmen- que haga esté funcional y formalmente vinculado no sólo a una orden
te ese conflicto en uno de sus dramas, El diablo y Dios, a través de su bien precisa, o a un superior único, sino a la pura abstracción de una
protagonista Gotz226, demostrando que, desde su existencialismo, se instancia suprema de poder, declarada objetivamente sagrada, es de-
pueden ver las cosas con una mayor penetración que desde la más cir, a una función}
refinada ascesis cristiana: incluso la voluntad propia del que renuncia
Hasta aquí, hemos tratado de dilucidar el «consejo evangélico» de
a su propia voluntad sigue siendo irrevocablemente su propia volun-
pobreza desde su trasfondo de conflictos de la fase oral. Ahora, con la
tad. Nadie puede escapar de su propia libertad, ni siquiera mediante
obediencia, entramos en otro tipo de planteamientos, que caracterizan
una obediencia «voluntaria».
la llamada fase anal del desarrollo. Si hasta ahora nos hemos pregun-
Ahora, nuestra pregunta es ésta: ¿de dónde viene la prohibición de tado por la legitimidad del «yo» personal con sus deseos y sus necesi-
ser uno mismo la fuente de la propia creatividad, de perseguir la pro- dades, ahora nos planteamos la legitimidad de un pensamiento, de una
pia fantasía, de engolfarse en el propio pensamiento, de soñar la poe- voluntad y de una acción propia del individuo; si antes nos movíamos
sía del propio corazón y de traducir los propios sueños en acción per- en el terreno de un reduccionismo existencial depresivo, ahora tene-
sonal? Eso es lo que tenemos que investigar a continuación. mos que enfrentarnos con determinados problemas de orden neurótico-
Al revés de lo que ocurre con el servicio militar, la influencia de compulsivo, como el poder, la autoridad, la sumisión, las pretensiones
una institución como la Iglesia no espera a que la persona sea adulta externas y la voluntad personal, la presión del rendimiento y la libre
para ejercer su eficacia, sino que marca —y de manera decisiva— ya el disposición de sí229. Es evidente que las dificultades surgidas ya duran-
propio desarrollo de la primera infancia. Con todo, también aquí hay te la fase oral del desarrollo psíquico marcarán decisivamente las vi-
ciertos elementos decisivos que tienen poco que ver con la «religión», vencias, con su correspondiente elaboración, de las sucesivas fases del
pero que, por sus consecuencias, contribuyen a delinear el camino ha- desarrollo personal. El que dude de su derecho a la existencia encon-
cia una vida de clérigo. trará serias dificultades para afirmar su voluntad ante determinadas
424 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 425

contradicciones, o para resolver decisivamente en favor de sus intere- coartar al niño, a base de mandatos y puniciones, más fácil es que
ses ciertos conflictos o diferencias de opinión. «quiebre» su voluntad y disminuya en él su sentimiento de autoestima.
Igual que la teología no puede considerar ni proponer los «conse- Ya hemos aludido antes a la situación psicológica que se produce
jos evangélicos» aisladamente, sino como un todo unitario, el psicoa- en un niño maltratado. Su propia indefensión provocará en él una ten-
nálisis no podrá analizar las motivaciones profundas que llevan a abra- dencia a sentirse culpable, por haber sido castigado. La paradoja está
zar una existencia como la «vida monástica», con su contenido específico en que, cuanto «menos» punible le parezca una determinada acción,
y sus demandas peculiares, si no tiene en cuenta la unidad intrínseca «mayor» será su convencimiento de que, en todo caso, es merecedor
de las tres fases de la psicogénesis del niño. Sólo por razones didácticas de castigo. Ahora bien, precisamente la punición inmotivada desde el
se puede justificar un estudio aislado de la psicología de la obediencia punto de vista moral es lo que agudiza en la psicología del niño el sen-
como conflicto de la fase anal. Pero, naturalmente, siempre es posible timiento de no tener derecho ni siquiera a existir. Franz Kafka expresó
que, en determinadas circunstancias, se den casos particulares en los con toda claridad esa experiencia en su Carta al padre230.
que, sin previas dificultades en la fase oral —o por un reflujo de los En las circunstancias de una vida doméstica en la que se impone la
conflictos edípicos—, se pueda llegar a crear una estructura de neuro- autoridad del padre, lo lógico es que se experimente no sólo un com-
sis compulsiva. plejo de sumisión y de inferioridad, sino, ante todo, una total impoten-
En cualquier caso, la pregunta que nos planteamos es la siguiente: cia para responder a las normas establecidas que se encarnan en la
¿Cómo se educa en la «obediencia», en el sentido expuesto? O, formulado figura paterna. Si el individuo se ve culpable no es por una voluntad
de otro modo: ¿Qué vivencias de infancia ha debido tener un hombre, reprensible desde el punto de vista moral —eso sería lo mejor, porque
para entregar tan incondicionalmente su «yo» adulto a la voluntad de dejaría un cierto margen para la conversión y la esperanza—, sino por
otro, que detenta una función sagrada, hasta el punto de considerar esa impotencia física, porque es un fracasado de nacimiento; y ésa es la
entrega como el más sublime ideal de la existencia cristiana? pura realidad. Él no será jamás otra cosa que lo que tantas veces ha
Globalmente, se pueden presentar tres formas en las que la actitud oído a su padre echarle en cara: un miserable cobardica, que deberá
de una obediencia incondicional puede convertirse, ya desde la prime- estar satisfecho de tener un padre lo suficientemente fuerte como para
ra infancia, primero en un deber y, luego, en una necesidad: levantar del suelo al que no hace más que arrastrarse, cogerlo como un
paquete y colocarlo en su punto de destino231. Y sólo cuando la masiva
a) Intimidación autoritaria. intimidación del padre ha arrasado todo sentimiento de autoestima en
b) Identificación con el modelo correspondiente. el niño, de modo que no pueda menos de necesitar la autoridad que le
c) Alteración de la propia capacidad de juicio. ha destruido, como el sarmiento cascado que necesita un varal que lo
mantenga erguido, puede tomar forma directamente una actitud de
Estas tres formas pueden compenetrarse y condicionarse mutua- obediencia que debe ser incondicional, porque la autoridad (del padre)
mente, aunque de por sí cada una de ellas, con tal de que se manifieste ha puesto incondicionalmente en entredicho la autoconciencia del pro-
con suficiente fuerza, tiene toda la capacidad para orientar una vida pio «yo» (del niño). Ya no se podrá vivir sin decir «sí» al que a uno
hacia la obediencia típica del clérigo. mismo le dice continuamente «no». Sólo entonces, la obediencia será
una auténtica liberación, más aún, una «gracia de la divinidad».
a) Intimidación autoritaria: ruina del sentimiento de autoestima No olvidemos que todas estas reflexiones se mueven en el ámbito
de una fase del desarrollo psíquico en la que no se trata del ser o no ser
No cabe duda que, la mayor parte de las veces, la interpretación más
de la persona, como ocurría anteriormente con los problemas «depre-
sencilla y más obvia de la aparición de ciertos fenómenos psicológicos
sivos» de la fase oral, sino de la postura correcta o falsa en la que cada
es la más exacta. De ahí que la actitud de obediencia incondicional
uno se encuentra. En la fase anal, ya hay un «yo» que dispone por sí
pueda interpretarse como la consecuencia directa de una educación mismo de los presupuestos básicos para hacer valer su propia volun-
que se rige por la máxima: «Niño obediente, niño excelente». De he- tad. Eso es precisamente lo que plantea a los «educadores» una cues-
cho, cuanto más riguroso es el freno con el que los padres tratan de
426 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 427

tión tan espinosa como encontrar la mejor manera de modelar y en- en un tono, diríamos, de «compañerismo», de modo que el pequeño se
cauzar la voluntariedad del niño. dará cuenta no sólo de que se le toma en serio, sino que se le deja hacer
Como consecuencia de la revolución cultural de 1968, se implantó lo que él puede ya poner en práctica por sus propias capacidades per-
durante algún tiempo una pedagogía que, por un justificado horror a sonales. En estos casos, la «obediencia» está en función del propio
las consecuencias del viejo estilo de educación basada en la«autoridad», aprendizaje y de la maduración de la persona. No anula, sino que po-
se proclamó abiertamente antiautoritaria. Inspirada en el principio tencia la personalidad del niño, proponiéndole normas de vida ya
laissez-faire de J.-J. Rousseau, trataba de inculcar a los niños, por me- contrastadas, sin imponérselas ciegamente y sin consideración de sus
dio de la mayor apertura y tolerancia, un mínimo de sentimientos de propios intereses.
miedo y de culpabilidad232. Entretanto se vio que hasta el simple «dejar Por su parte, la autoridad autoritaria, que es de la que hablamos
hacer» podía generar miedo y sentimiento de culpa, al menos si la aquí para tratar de comprender la psicogénesis del clérigo, se compor-
pedagogía familiar de no inmiscuirse en los asuntos de los hijos llegaba ta de una manera radicalmente opuesta. En este caso, la obediencia no
a entenderse como indiferencia, desinterés o debilidad. Para un niño, está al servicio del desarrollo del «yo» del niño, sino que contribuye a
su entorno natural y social constituye siempre un enigma amedrentador, un reforzamiento del poder que ejerce el «yo» del padre. Es como si en
sencillamente porque lo desconoce o porque le resulta ininteligible231, ese estilo de educación se prescribiera a una criatura de alrededor de
si no se le indican los caminos que hay que seguir en esta vida. Y el año y medio una determinada actitud, como si realmente se necesitara
sentimiento de culpabilidad se presentará indefectiblemente, si todo le tiempo para frenar la incipiente «obstinación» del niño con la corres-
resulta opaco y sin reglas bien definidas, de modo que cualquier cosa pondiente presión de la voluntad de sus padres234. En la educación
pueda ser verdadera o falsa, buena o mala, pertinente o irrelevante, autoritaria, los progenitores, sobre todo el «padre», parten de la idea
bella o fea, grata o rechazable. En otras palabras, el niño necesita, por preconcebida de que el niño no sabe ni puede —o incluso, en el peor
una parte, una autoridad que le diga lo que tiene que hacer, y por otra, de los casos, ni quiere— saber qué es lo mejor para él o cuáles son sus
ciertas dosis de obediencia para encontrar en el reconocimiento de esa intereses. Y es precisamente la asunción de toda responsabilidad por
autoridad una especie de protección y un cierto amparo. parte del (de los) educador(es) lo que va a hundir al niño, para toda su
Aquí no cuestionamos esa dosis de autoridad y de obediencia, en sí vida, en una sima de dependencia con respecto al poder del padre.
aceptable y pedagógicamente comprensible. Lo que planteamos es que, Usar aquí unos términos como «autoridad» y «poder» despertará,
para comprender cómo un clérigo llega a concebir como el fundamen- sin duda, todo el campo de asociaciones con la actitud típicamente
to de su vida la obediencia incondicional a una autoridad que él con- patriarcal de acaparamiento egoísta de poder, que Freud describe en
sidera sagrada, hay que presuponer en su primera infancia una situa- sus estudios sobre el complejo de Edipo235. Sin embargo, también aquí
ción en la que la actitud de obediencia era la única forma de superar ocurre lo que ya indicábamos antes con relación a la pobreza. Un plan-
ciertos problemas personales. Para persuadir a un sujeto de que toda teamiento correcto de la cuestión sobre el desarrollo psíquico de la
verdad, por principio, viene del exterior, es necesario que ya desde su obediencia tendrá que remontarse necesariamente a un período y a
infancia haya estado sometido a un tipo de educación en el que su una situación anteriores a la fase edípica. Antes de que el niño llegue a
propia voluntad, precisamente en cuanto voluntad propia, se ha visto preguntarse si puede amar o es digno de ser amado, a nivel de sexuali-
privada de todos los derechos, porque el único garante y depositario dad, se cuestiona, en la fase oral, si su propia existencia está o no
de la verdad era la autoridad (paterna). justificada, y en la fase anal, si tiene o no derecho a una voluntad
No se debe pasar por alto que el concepto de autoridad que aquí se propia. Pues bien, esa voluntad del «yo» infantil puede ser «castrada»
presupone deriva su significación del adjetivo autoritario. Porque, de no sólo por el «rigor» de unos métodos de imposición tiránica o por la
hecho, también se puede pensar o imaginar una autoridad que funde pretensión despótica del que cree que siempre tiene razón, sino tam-
su pretensión de respeto y aprecio en su esfuerzo por presentarse al bién —y de un modo tan pertinaz como el anterior— por la actitud
niño como plausible, por medio de una manifiesta buena voluntad y crónica de preocupación absorbente, que jamás se fía bastante de que
confianza amistosa. Es decir, la autoridad (paterna) puede transmitirse el niño pueda responder de sí mismo. Esas dos actitudes pueden apare-
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cer por separado o simultáneamente y, según eso, pueden dar lugar a trate de un chico o de una chica). Cuanto más severo y más agresivo,
infinitos matices y variaciones. iracundo, gruñón y violento nos imaginemos al padre, tanto más
La situación clásica para que se desarrolle la obediencia clerical evidente resultará el miedo y el terror que esa imagen paterna deberá
nace de la combinación entre una madre más bien débil y medrosa y un infundir en el niño. Comienza así la primera fase de la intimidación:
padre impositivo y autoritario. Todo suele comenzar con una madre el niño aprende que la razón la tiene siempre el que más grita. Ya una
poco segura de sí misma tanto en su vida personal como en su relación experiencia tan sencilla puede constituir más tarde un obstáculo casi
con el mundo que la rodea236. Una mujer así no podrá menos de cifrar insuperable para la eventual psicoterapia de un clérigo, ya que los
todas sus esperanzas en su matrimonio con un hombre que da impre- método normales de un tratamiento psicoanalítico —comprensión,
sión de tener una gran personalidad, que sabe bien cómo hay que arre- paciencia, cercanía, aclaración de posibles transferencias, etc.— re-
glárselas en la vida. Pero muchas veces, un estudio psicoanalítico de- sultarán globalmente inoperantes contra un miedo tan primario como
muestra que ese carácter fuerte del marido no es más que una coraza el que se experimentó de niño frente al descontrolado vocerío del
externa que su «super-yo» ha encasquetado a su «yo» auténtico, de modo padre 237 .
que su aparente seguridad no nace de su ser profundo, sino de los dic- Pero la evolución no termina ahí. Si uno ve que le gritan, sentirá
tados de su «super-yo». Y en la mujer ocurre otro tanto; su disponibi- espontáneamente la tendencia a responder con otro grito, y más fuer-
lidad y sumisión espontánea no son fruto de la debilidad de su «yo», sino te, si cabe. Esa inclinación brota no sólo de la propia agresividad per-
una especie de adaptación forzosa a los imperativos del «super-yo». En sonal estimulada por el miedo, sino también de la experiencia vivida
cuanto mujer, no puede manifestar su autoestima, su carácter activo, junto al padre. La identificación con el agresor23* hace que la figura de
alegre, desenfadado; eso no estaría de acuerdo con la imagen de mujer un padre tan temible se convierta directamente en parte del propio
que tuvo que interiorizar de pequeña. Por consiguiente, para ninguno «yo» del niño atemorizado. La terapia de personas extremadamente
de los dos, ni para el hombre ni para la mujer, el matrimonio es un «obedientes» choca una y otra vez con el problema de un incontrolado
terreno de encuentro de su propio «yo», sino que el «amor» —mejor deseo de imitar a ese padre impresionante y reproducir algún día su
dicho, las ventajas del matrimonio— se funda en una cierta confluen- mismo comportamiento. Con todo, es perfectamente comprensible que
cia de contenidos del «super-yo». Y de ahí nacen sus respectivos pape- esa especie de veneración imitativa que siente el niño por las agresio-
les en la vida conyugal: el hombre manda, la mujer recibe órdenes. nes de su padre no pueda durar demasiado; éste hará todo lo posible
Por tanto, es perfectamente comprensible que un niño nacido en por doblegar esa incipiente obstinación de su hijo. La situación se de-
ese matrimonio quede marcado, ya desde su primera infancia, por esos linea perfectamente: padre e hijo se enzarzan en una confrontación
rasgos inconscientes del carácter de sus progenitores. La estructura por el dominio sobre la familia. Sólo que el hijo, ante su evidente de-
neurótica depresivo-compulsiva de la mentalidad familiar y el modo rrota, aprenderá que ha sido un verdadero necio al desafiar a su pa-
de vida de sus padres le enseñarán mucho más sobre el tema de la dre239. Si, hasta ese momento, había sentido por su padre algo así como
«obediencia» que todos los esquemas educativos posteriores. El com- una mezcla de veneración y de odio, ahora sólo sentirá por él una
portamiento de sus padres y el mundo de sus inhibiciones afectivas profunda admiración, reservándose el odio para sí mismo. La moraleja
actuará sobre él en cada encuentro con ellos como una alambrada eléc- es clara: no hay nada más meritorio que obedecer, porque la preten-
trica invisible que le señalizará los límites dentro de los que su propio sión de instaurar su propio dominio no trae más que peleas, desasosie-
«yo» puede expansionarse. Unos padres que no son internamente li- gos y hasta destrucción en la familia y, por consiguiente, en el mundo.
bres no podrán jamás educar a sus hijos de una manera liberal. Por
Sólo cuando la situación se presenta así el niño se da cuenta de que
otro lado, esa constelación de factores produce una tensión y una
no es bueno tener una voluntad propia, y que la única manera de salir
dialéctica interna que no estará de más describir con un cierto
de ese atolladero es desprenderse totalmente de su voluntad240; sólo
detenimiento.
será un buen chico y podrá gozar de aceptación, si se hace obediente,
Por una parte, está la relación del niño con su padre (prescindien- renunciando a su voluntad e incluso a todo su propio ser. Sólo sobre
do en estas reflexiones del elemento específicamente sexual, según se el fondo de esa alternativa entre voluntad de los padres o voluntad del
430 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 431

hijo puede tomar forma el ideal de una obediencia como la que se siendo la respuesta de la madre al comportamiento peculiar del padre
exige al clérigo. O sea, sólo se entiende la radicalidad con la que en la y su propia colaboración en el proceso educativo. Ésa es la otra cara de
Iglesia se formulan y se funcionalizan hasta el extremo las demandas la moneda en nuestro ejemplo de un matrimonio entre una depresiva y
de obediencia, si se ven como el resultado de una castración que se un compulsivo, para entender la psicogénesis de una actitud de obe-
produjo en la fase anal del desarrollo, o, dicho en otros términos, diencia como la que brota esencialmente de la intimidación autoritaria
cuando esa obediencia que se ve como entrega a Dios, en la entrega a del niño por parte de sus progenitores.
otro ser humano, se retrotrae a una situación de la primera infancia en El carácter autoritario de un padre dejará una marca más profunda
la que el padre es como un monarca absoluto, cuyos mandatos gozan en la mentalidad de su hijo, si junto a él hay una madre cuyo carácter,
del poder divino de decidir sobre el bien y el mal. Desde ese momento, radicalmente opuesto, se ve determinado por una permanente actitud
no es la propia capacidad de juicio la que determina lo que hay que de sumisión angustiosa. Supongamos que, un día, esa madre cae en la
hacer o no hacer, sino únicamente la palabra del padre. cuenta de la poca consideración que puede esperar personalmente de
La teología cristiana parece encerrar una contradicción que sólo es un marido que no se preocupa apenas de sus demandas, sino que se
comprensible en este contexto de experiencias. Por una parte, insiste limita a lanzarle sus instrucciones en un tono de ordeno y mando. Es
en que Dios quiere y respeta la libertad del hombre, pero, al mismo posible que, al cabo de cierto tiempo, la mujer, harta de un matrimo-
tiempo, define en nombre de Cristo unos ideales que, en lugar de aquella nio que no va precisamente sobre ruedas, no sólo sienta más angustia
valiente declaración de Pedro ante el Sanedrín: «Hay que obedecer a que antes de casarse, sino que se vea fácilmente inclinada a transmitir
Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), introduce el mandato de sus propios miedos a su hijo por el camino de una desmesurada solici-
obedecer a los hombres para obedecer a Dios. En esta idea es donde la tud de protección242. Si el niño va a salir, y está lloviendo: «¡Niño,
ambigüedad de sentimientos del niño con relación a su propio padre ponte los chanclos!»; si está helando: «¡Niño, ponte los guantes!»; si
encuentra su forma racionalizada de expresión. El niño ve en su padre hace sol: «¡Niño, ponte la gorra!»; si hay mucho tráfico: «¡Niño, aten-
un «hombre», cierto, pero un hombre que tiene que ser respetado como to a los coches al cruzar!». No hay ni una situación para la que esa
persona absoluta, porque posee toda la sabiduría y todo el poder. Esa madre no tenga una advertencia o un consejo que dar su hijo. Por
autoridad imprime en la concepción del niño la imagen de Dios y, por consiguiente, su modo de educar al niño no está dictado por la estima
medio de esa imagen autoritaria de Dios, llega a sacralizar la figura o la confianza, sino por puro miedo; sólo que ella pretende compensar
paterna. Por eso, ¡es pecado desobedecer a los padres241! sus propios miedos no con órdenes e instrucciones, como su marido,
Se puede afirmar, pues, que un religión cuyos fundamentos se ba- sino más bien con todo el celo de su instinto de protección.
san esencialmente en una forma tan exteriorizada de obediencia se Pero el hecho es que esa actitud, en contraste con la del padre,
expone a la sospecha, más aún, queda realmente convicta, de que no tiene doble eficacia sobre la mentalidad del niño: cuanto más miedo le
sólo no soporta la libertad y la independencia del hombre, sino que, de da someterse a la severidad del padre, tanto mayor es su confianza en
hecho, exige y promueve la dependencia infantil de unos eternos ni- el calor de su madre. Pero ni en una parte ni en otra encontrará lo que
ños a los que se ha intimidado en nombre de Dios. le permita alcanzar lo más importante para su propia vida: confianza
Basta el mero ejemplo de una autoridad patriarcal aplastante para en sí mismo, e independencia personal. Al contrario, la actitud protec-
humillar tanto a una persona y hacerla tan «obediente», que la incline tora de su madre le presentará un mundo hostil y lleno de peligros; y
a aceptar las exigentes demandas de obediencia por parte de la Iglesia. eso excluye que él mismo pueda afirmarse en ese mundo por su propia
Lo único que nos preguntamos en estos casos es qué clase de Iglesia es experiencia e iniciativa. Así que tratará de buscar apoyo y protección
ésta, que se atreve a construir sus catedrales sobre los escombros de un en la obediencia a su madre. En una palabra, tenemos el mejor retrato
sentimiento infantil de pérdida total de autoestima. del perfecto niño mimado, una clara situación «edípica» provocada
En todo caso, habrá que reconocer que, por lo general, no basta el por elementos que actúan ya antes de que aparezca el complejo de
solo influjo del padre para inculcar al niño esa actitud de obediencia. Edipo, una «castración» del sentimiento de autoestima, que se presen-
Una de las cuestiones decisivas para la educación de un niño sigue ta mucho antes de lo que Freud había pensado. Puede ser que un niño
432 El diagnóstico Limit acione s de los estadios específicos 433

que ha crecido a la sombra de esa constelación de caracteres trate más tos psicológicos de donde nace esa actitud. Y para ilustrar esa génesis,
tarde de desprenderse, sobre todo, de los condicionamientos externos nada mejor que la propia biografía de san Francisco de Asís.
de la excesiva protección y solicitud de su madre, considerándolos Un día, en la ciudad de Foligno, Francisco vendió todos sus bienes
irritantes y hasta ridículos. Pero jamás podrá olvidar una lección que a un mercader. Su padre, al enterarse, salió en su busca, pero Francisco
es fundamental para todo clérigo: sólo la obediencia es la que salva, la se refugió en casa de un sacerdote de Asís. Pero las burlas que provoca-
que purifica y lleva a la santidad; sólo ella hace aceptable al niño tanto ba en la gente el aspecto desarrapado de Francisco le indicaron bien
a los ojos de un padre divinizado como a los de Dios Padre. El círculo pronto dónde se escondía su hijo. Y allá se dirigió. Tomás de Celano
vicioso queda definitivamente cerrado. describe así su comportamiento:

b) Identificación con el modelo: actitud «tipo Francisco» Fuera de sí de indignación, se lanza sobre él, como el lobo sobre el
cordero, lo mira torvamente, lo agarra todo furioso y lo arrastra
En la situación familiar que hemos descrito, la psicogénesis de una ac- vergonzosamente hasta su casa. Una vez allí, sin la más mínima
titud de obediencia como la que habrá de caracterizar al futuro clérigo compasión, lo encierra durante varios día en el cuarto más lóbrego.
va implícitamente vinculada a la suposición de que tanto el padre como Y como cree que va a poder doblegar la obstinación de su hijo y
la madre, a pesar de sus posiciones antitéticas, parecen colaborar hasta hacerle cumplir su voluntad, la emprende con él, primero con pala-
cierto punto para que el sello tan lleno de contrastes que imprimen sus bras, luego con golpes y, finalmente, con cadenas244.
distintas personalidades dé una imagen perfectamente complementaria.
El fin que ambos se proponen es la sumisión; y para ello es irrelevante Aunque en la descripción haya mucho más de leyenda que de his-
que venga de la severidad del padre o de la debilidad de la madre. Pero toria, los motivos y el comportamiento del padre, Pietro di Bernardone,
basta imaginar que la tensión entre los padres suba aunque sólo sea un bastan para delinear perfectamente su carácter. No cabe duda de que
par de grados, para que esa colaboración rica en contrastes se transfor- ese hombre ama verdaderamente a su hijo y pone su mayor empeño en
me en una oposición irreconciliable. De ahí nace una nueva forma de hacerle feliz. Pero sus métodos educativos son tan violentos, y tanto
obediencia, que podríamos denominar «tipo Francisco». quiere «doblegar la voluntad» del hijo, que lo único que consigue es todo
lo contrario de lo que podía esperar: resistencia en vez de docilidad,
También Francisco, cuando quería explicar a sus compañeros en
aversión en vez de reconocimiento, terquedad en vez de obediencia.
qué consistía la obediencia perfecta, solía utilizar la imagen de «obe-
diencia de cadáver»: La pregunta es inevitable: ¿Cómo un hijo que tan obstinadamente
ha desobedecido a su propio padre va a poder exigir más tarde una
Toma un cuerpo muerto y ponió donde te plazca; verás que no obediencia incondicional?
opone resistencia a que lo muevas, no se queja de su situación, ni Según todas las apariencias, la respuesta está en el comportamien-
protesta cuando lo abandonas. Si lo sientas en un trono, su mirada to de la madre. En el fondo, parece que también ella estaba de acuerdo
no irá hacia arriba, sino hacia abajo. Si lo vistes de púrpura, su con la opinión del padre; pero en incisivo contraste con la rudeza bru-
rostro parecerá aún más pálido. tal de su marido, se nos dice que no sólo no aprobaba su proceder, sino
Así es el verdadero obediente. No trata de saber por qué se le que, más bien, hablaba «a su hijo con una gran ternura». De modo que,
manda, ni se preocupa del sitio adonde se le envía, ni insiste en que «al ver que no podía disuadirle de su propósito, se conmovió su cora-
se le traslade. Si se le asigna una función, no por eso pierde su zón maternal, le desató las cadenas que le había puesto su padre, y le
humildad habitual. Y cuanto más se le honra, por más indigno se dejó marchar. Él, por su parte, dio gracias a Dios todopoderoso y se
tiene243. apresuró a volver al lugar donde antes solía quedarse»245. «Cuando
regresó el padre, al no encontrar allí a su hijo, la emprendió con su
Es el mismo espíritu que preside las recomendaciones de Ignacio mujer, llenándola de toda clase de reproches e improperios, añadiendo
de Loyola, como ya indicábamos antes. Pero lo que ahora nos ocupa así pecado sobre pecado. E inmediatamente, fuera de sí y vociferando
no es discutir ese ideal de obediencia, sino el estudio de los presupues- como un loco, se fue adonde estaba su hijo, con el propósito de que, si
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no lograba hacerle entrar en razón, haría todo lo posible para expul- porque ella misma, con su dulzura tan comprensiva, habría hecho todo
sarle del país»246. Finalmente, se produce la famosa escena de la plaza lo posible e imaginable por suavizar las desavenencias entre su marido
del mercado de Asís, en la que Francisco restituye a su padre todo el y su hijo; con su espíritu de sumisión, habría procurado inducir a Fran-
dinero que había pensado emplear en la restauración de la iglesia de cisco a que se sometiera a las órdenes de su padre. En cualquier caso,
San Damiano, al mismo tiempo que, delante del obispo y de la multi- así habrá que interpretar su intervención en ausencia de su marido.
tud congregada, le dice: «De ahora en adelante, sólo diré: "Padre nues- Pero en lugar de eso, parece que Francisco no siente la necesidad de
tro, que estás en los cielos", y no: "mi padre, Pietro Bernardone", al luchar, en virtud de su propio «yo»; en ese conflicto, el que carga con
que —¡mirad!— restituyo no sólo su dinero, sino también todos mis la responsabilidad es el contenido de su «super-yo». Naturalmente,
vestidos»247. esa desviación del conflicto hacia niveles superiores encierra grandes
Resulta claro que Francisco, en este momento, opone sin media- dosis de agresividad; pero el procedimiento tiene la gran ventaja de
ción alguna la imagen del Padre celestial a la de su padre terrestre. Los alejar del «yo» cualquier arranque de cólera, de indignación o de aver-
dos están en perfecta contradicción, de modo que desobedece a uno sión. Lo que de ahora en adelante va a predominar en Francisco será
para poder obedecer al otro. Si su padre terrestre es violento y brutal, sólo buena voluntad, profunda religiosidad y obediencia a Dios. De
su hijo deberá ser afable y pacífico, y así lanzarse al mundo en obedien- hecho, la sustitución del padre terrestre por el Padre del cielo acaba
cia a la voluntad de Dios. Si su padre Pietro Bernardone sólo tiene por ser una condena absoluta de Pietro Bernardone. Sólo que esa con-
interés por la riqueza y el reconocimiento público, su hijo, con plena dena se deja para Dios y para los hagiógrafos, mientras que Francisco
confianza en el Padre celeste, escogerá la pobreza como la «dama de puede tener la satisfacción de haberse abstenido de toda clase de críti-
sus sueños» y pasará por encima de la aprobación de la gente. Todo lo ca a su propio padre, de acuerdo con aquella recomendación de Jesús
que el Padre del cielo quiere de Francisco está en manifiesta contradic- en el evangelio según Mateo: «No juzguéis, y no seréis juzgados (por
ción con lo que le exige su padre Pietro Bernardone. Lo que más llama Dios)» (Mt 7,1).
la atención, desde el punto de vista del psicoanálisis, es que Francisco La hipótesis de que, en la experiencia de Francisco, lo que está
no se opone a su padre «en persona»; es decir, no es él mismo, su realmente detrás de la manifestación de lo absoluto, de lo divino, es la
propio «yo», el que se atreve a enfrentarse con su padre, sino que, más imagen de la madre encuentra confirmación directa en la historia de la
bien, su modo de protestar se proyecta sobre la imagen del Dios-Padre, vocación del propio Francisco. Cuenta Tomás de Celano que la ma-
que es el que legitima —y hasta exige— la rebelión contra su padre dre, al ver que sus intentos por hacer cambiar de opinión a su hijo
carnal. Del mero conflicto subjetivo entre padre e hijo surge uno más resultaban inútiles, terminó poniéndose de parte de Francisco y en-
profundo entre el padre terrestre Pietro Bernardone y Dios-Padre. La frentándose con las pretensiones de su marido, de cuya cólera desata-
desobediencia al padre terrestre se presenta como obediencia incondi- da no pudo menos de ser víctima248. No se trata sólo de que el padre se
cional a Dios, la repulsa de la persona como una vocación divina. muestre como un ser tan abyecto y tan inhumano como era previsible,
sino que de esos datos habrá que concluir, desde un punto de vista
Pero da la impresión que lo que Francisco atribuye objetivamen-
psicoanalítico, que si tal es el resultado, las causas deberán ser propor-
te a su imagen de Dios existía ya, como fenómeno objetivo, en su
cionadas. Es decir, la lucha que se libra en el interior de Francisco
experiencia personal. De modo que el conflicto entre un padre te-
entre Dios y su padre se desvela en la continuación del drama familiar,
rrestre y un Padre del cielo no era más que un reflejo, sólo que a
en los términos que ya habíamos supuesto: un conflicto extremada-
nivel superior, de lo que sucedía en la oposición entre su padre y su
mente violento entre la madre y el padre del interesado.
madre. A lo que parece, fue la figura dulce y acomodaticia de su
madre la que se grabó en el espíritu del santo como una conciencia Si esto es así, deberíamos corregir una única indicación de entre
divina, como una fuente inagotable de deseo de amor, de armonía y de las que Tomás de Celano ofrece en su biografía. Se trata de un pasaje
reconciliación universal. de la introducción, en el que el hagiógrafo dice que Francisco «fue
Lo decisivo es que Francisco, en su protesta contra el padre, jamás educado por sus padres, ya desde su más tierna infancia, en la altanería
se atreve a decir una palabra sobre su madre. Y con toda la razón, de los vanos principios del mundo», de modo que «durante bastante
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tiempo imitó su vida y sus deplorables costumbres, siendo él mismo Segunda observación: Ahora se comprende por qué Francisco,
tanto más orgulloso y vano que ellos»249. después de tomar su decisión, parece empeñado en concitar contra sí
Nuestra conclusión es precisamente la contraria. Francisco debió mismo a todo lo que le rodea, y por qué, a pesar de su extraordinaria
de amar a su madre por lo menos tanto como ella le amaba a él. Y si, «humildad» y de toda su penitencia, no llega a perder nunca su sensa-
cuando la situación se hizo crítica, ella no tuvo ni el más mínimo repa- ción de ser culpable. Psicoanalíticamente, cabe la interpretación de
ro en ponerse definitivamente de parte de su hijo, no podemos menos que el desplazamiento de la tremenda agresividad contra su padre des-
de pensar que también él estaba secretamente de parte de su madre de los dominios del «yo» a los del «super-yo» revirtiera sobre su «yo»
contra su padre. Y lo mismo que, en la visión vocacional, Francisco en forma de fantasías punitivas y despertara en él una auténtica nece-
reconoce en la imagen de Dios sus verdaderos designios, a su madre no sidad de infamias y humillaciones. También desde esta perspectiva se
le queda más remedio que reconocer su más auténtico «yo» en el he- puede entender perfectamente su deseo de sufrir con Cristo, hasta el
cho de declararse abiertamente en favor de su hijo. Y si esto es así, punto de reproducir en su propio cuerpo las llagas del Crucificado, si,
habrá que suponer que la madre colaboró en esa educación «en la como indicábamos antes, sustituimos la imagen de Cristo por la figu-
altanería de los vanos principios del mundo» no por convicción perso- ra, es decir, por la persona de la madre. Identificarse con ella contra el
nal, sino por obediencia a su marido. Y habrá que suponer también padre es la verdadera sustancia de su vida. Y si, desde el momento de
que un hijo tan sensible como Francisco tuvo que percibir lo que debió su vocación, se sintió llamado a renovar la Iglesia de Cristo, podemos
de costarle a su madre dar ese paso de renuncia a sí misma, hasta el detectar en ello, desde un punto de vista psicoanalítico, un desplaza-
punto de imaginarse que sólo podía imitar realmente la verdadera ima- miento o una prolongación de aquella nostalgia primitiva de liberar a
gen de su madre como una magnitud absoluta, de carácter divino, si se una pobre criatura avergonzada y humillada como su madre de las
atrevía a llevar adelante el conflicto con su padre, aunque eso implica- garras de un burdo comerciante, ávido de dinero y poder, como Pietro
ra arrastrar a ese torbellino hasta a su misma madre. Bernardone.
Aplicando este análisis a la cuestión de la obediencia, se deducen
tres observaciones: Tercera observación: Por este camino podemos comprender tam-
bién una paradoja por lo demás inexplicable: ¿Cómo es posible que
Primera observación: Ahora se puede comprender por qué un ca- uno que, como Francisco, se ha saltado sin más toda obediencia termi-
rácter como Francisco llega a concebir la obediencia como requisito ne por convertirse precisamente en paradigma de esa virtud?
absoluto de sus ideales religiosos. Una obediencia como ésa no nace de Psicoanalíticamente, lo que le impulsa en un determinado momento a
la aceptación pura y simple de las demandas de su padre, sino de una desobedecer, en última instancia, a un padre como Bernardone, es de-
identificación con la persona que, en contraposición a su padre, tuvo cir, a enfrentarse con una alternativa verdaderamente dramática de
que ser la más querida durante su infancia, su propia madre. La obe- «todo, o nada», es la obediencia según el modelo de la madre o, más
diencia de esa mujer, durante años y años, a un marido tan diferente de concretamente, la obediencia a la madre.
ella tuvo que cobrar a los ojos del futuro santo la condición de un Por otra parte, esa misma constelación nos da la clave para enten-
modelo incondicional. Y precisamente por esa contraposición entre der la doble actitud que Francisco adoptará más tarde respecto a la
los dos progenitores, Francisco debió de ver en su madre la más per- jerarquía eclesiástica. No hay nadie en la historia de la Iglesia que con
fecta encarnación de un mundo ideal y auténtico que había que re- su sola personalidad haya ejercido una crítica más despiadada y hasta
construir y proteger contra los asaltos del marido. Y para mantener en provocativa contra el aparato del poder de Roma. Pero no es el propio
toda su pureza una figura tan idealizada como la de la madre, sólo «yo» del santo, sino el contenido objetivado, es decir, divinizado que
había un camino: la negación total del padre. La obediencia, no sólo a se proyecta en su «super-yo» lo que resulta un auténtico desafío; y eso,
ejemplo de la madre, sino también a la figura materna, elevada a ima- sin pronunciar una sola palabra contra Roma, sino en humilde obe-
gen de Dios, se consolida de ese modo como elemento indispensable diencia y acatamiento de la voluntad de Dios. También se puede en-
de una vida de santidad. tender así que Francisco decidiera presentarse al papa Inocencio III,
438 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 439

para pedir a ese Bernardone gigante el reconocimiento de su manera En el caso concreto de san Francisco, al no disponer de suficiente
de vivir la pobreza monástica250. material histórico, sino prácticamente sólo de tradiciones legendarias,
En resumen, si no hubiera sido la identificación con la obediencia el análisis se ve necesariamente abocado a puras hipótesis. Sin embar-
de su madre lo que le impulsó a desobedecer a su padre, y si no hubiera go, para explicar la psicogénesis de la actitud clerical de obediencia
desterrado completamente de su «yo» la agresividad de su comporta- «tipo Francisco», podemos mencionar una condición que parece reali-
miento, Francisco de Asís, dada su tremenda voluntad de realizar sus zarse en la mayoría de los casos. A un niño le resulta más fácil elevar la
propósitos y su escasa disponibilidad para la sumisión, se habría con- imagen de la madre a la esfera de lo divino y, consiguientemente, con-
vertido quizá en un rebelde o en un reformador, pero jamás habría siderar su propia obediencia como exigida por Dios cuando en la acti-
llegado a ser un gran santo o el fundador de una orden religiosa251. tud de la propia madre se trasluce algo así como una relación especial
Lo que podemos sacar de todo esto no es, naturalmente, la convic- a lo trascendente, cuando la madre deja entrever en su propio compor-
ción de haber explicado psicoanalíticamente en cinco meras páginas la tamiento que ella misma no habría aceptado ni habría sido capaz de
vida de un genio como san Francisco de Asís. Pero lo que sí podemos aceptar esa obediencia, si no hubiera detrás de ella una persona abso-
aprender es que, para erigir la vida de un gran santo en modelo de luta que le exigía esa actitud y que le daba la fuerza necesaria para
imitación, no se puede prescindir de las profundas motivaciones psí- ponerla en práctica.
quicas que marcaron su trayectoria. Lo fundamental, en nuestro caso, Ya en nuestros análisis del «factor religioso» hacíamos referencia
es que así se puede conocer una determinada demanda de obediencia, al influjo que tiene en la psicogénesis de la vocación a clérigo el hecho
rayana en lo ideal, que se funda en la preferencia infantil por aquel de de que uno de los progenitores —preferentemente la madre—, en con-
los progenitores que ha tenido que someterse al otro, totalmente ex- traste con su pareja, atribuya la fuerza anímica que dicta su comporta-
traño y detestado, para no poner en peligro con su enfrentamiento la miento a su relación con la Iglesia. Ahora podemos precisar esa indica-
quebradiza estabilidad del matrimonio. La identificación con el mode- ción. La propia vivencia trascendente del progenitor que dicta la norma,
lo amado, así como la conciencia del extremado riesgo que eventuales y al que se ve como modelo, inclina al niño, durante su desarrollo
movimientos de desobediencia pueden traer consigo, más una tremen- psicológico, a ver a esa persona —sobre todo, la «madre»— a la luz de
da ambivalencia frente a la autoridad (del padre) son los pilares bási- lo que ella misma considera la fuente de su propia vida. La presencia
cos de la obediencia «tipo Francisco». Se ama a la madre como una de una realidad trascendente en la vida de la madre favorece la
creatura tan encantadora, tan ideal, tan modélica y tan humana preci- «trascendentalización», es decir, la idealización de la imagen materna
samente en esa sumisión que se empieza a ver como su fuerza secreta y en la mentalidad del niño y siembra en el interior de éste algo así como
su grandeza moral, que se querría de todo corazón ser semejante a ella: un elemento de «misterio» al que, sin duda, se sentirá absolutamente
tan paciente, tan dulce, tan entregada, tan totalmente distinta de un ligado el resto de su vida.
padre avaro, violento, rencoroso, despótico, interesado, cruel, etc. Más
adelante analizaremos con mayor detalle el componente femenino de c) Quiebra de la capacidad personal de juicio
esa estructura psíquica de la obediencia «franciscana». De momento,
baste insistir en que todos esos conflictos se producen ya en la fase
Hasta aquí, nos hemos familiarizado con unas formas de obediencia
anal del desarrollo psicológico y que, para entenderlos, no hay por
que nacen de una presión directa de la educación familiar, o bien de la
qué recurrir a las complicaciones del complejo de Edipo.
identificación con uno de los progenitores. En este último caso, uno de
Dentro de ese entramado interpretativo, todavía hay una cuestión los factores más importantes es la tensión que existe, al menos a los
que no ha quedado suficientemente aclarada: ¿De dónde viene esa ener- ojos del niño, entre el padre y la madre. Pues imaginemos ahora que
gía capaz de elevar la imagen de la madre a nivel divino? La respuesta esa tensión se hace aún más dramática e incluso más «peligrosa» que
clásica del psicoanálisis es que eso se debe a la represión que se produ- en la variante «franciscana» de la obediencia, y habremos llegado a un
ce cuando se resuelve el complejo de Edipo. Pero la respuesta no nos punto en el que la actitud de sumisión no puede surgir más que de una
vale, ya que las cuestiones de obediencia, como acabamos de subrayar, quiebra fundamental de la propia capacidad de juicio.
se producen ya en una fase «pre-edípica».
440 El diagnóstico L i m itaciones de los estadios específicos 441

Presentamos por anticipado y en una breve síntesis lo que quere- guíente, más peligrosas también para el placer de descubrir y para el
mos decir. Un hombre como Francisco aún podía darse cuenta de lo espíritu de investigación propio de la curiosidad del niño son esas ver-
mal que se llevaban sus padres. Pero si damos un paso más, existe el dades que no deben propalarse, porque podrían provocar una quiebra
peligro de que, viendo lo que realmente sucede entre los padres, se de la estructura familiar. Por ejemplo, la simple idea de que algo puede
sienta la obligación de negar o de falsificar incluso lo que se ve y las no funcionar bien en el matrimonio puede provocar una angustia de
consecuencias que de ahí se derivan, según la máxima: «Lo que no muerte, cuyo mejor y más expedito remedio consiste simplemente en
debe ser no puede ser». Pues bien, esa actitud puede engendrar tal activar el mecanismo de negación de la realidad253. Pero precisamente
grado de inseguridad frente a la propia capacidad de juicio, que se esa negación de los conflictos reales por los que atraviesa un matrimo-
llegue a buscar e incluso hasta a pedir desesperadamente una aprecia- nio, unida a los correspondientes tabúes y al miedo a un eventual cas-
ción «justa y correcta» de la realidad. Nace así una obediencia, que ya tigo provocados por la percepción misma de los hechos, engendra en
no es sólo de voluntad, sino que afecta hasta al pensamiento; o mejor el niño una irritación del pensamiento154 y una disponibilidad para la
dicho, es una voluntad de dar por verdadero lo que dicen otros, para obediencia. Esa actitud, por su parte, vincula la propia vida a una
no tener que percibir lo que podría percibir uno mismo. conducta incondicionalmente intachable con respecto a ciertas autori-
Ahora bien, para comprender cómo es posible exigir una obedien- dades, y configura una psicología perfectamente adaptada a una exis-
cia de este tipo, como lo hace Ignacio de Loyola, en la que se debe tencia que vive por la función, típica —como ya explicábamos antes—
someter «ciegamente» —nunca mejor dicho— la opinión personal a la de la existencia del clérigo. Y así se cierra el círculo vicioso de la elimi-
opinión del superior, y cómo puede haber aún partidarios fanáticos de nación de la propia personalidad en favor de un mecanismo de repro-
esa exigencia, habrá que investigar seriamente el pasado de unas per- ducción del sistema en cada individuo.
sonas que, de niños, tuvieron que taparse los ojos para no tener que Me permito aducir el caso de una religiosa que, durante una sesión
ver cosas que, si las hubieran visto, habrían tenido que sacar unas con- de terapia, formulaba así sus propias experiencias:
secuencias realmente devastadoras.
Aun en este caso, la simple aplicación mecánica de un esquema Siempre sabían de antemano lo que era bueno para mí y cómo
como el de «sello-impronta» resulta prácticamente inútil para explicar debía comportarme. Lo que pasa es que yo era demasiado tonta
la psicogénesis de las actitudes de un clérigo. Bien puede suceder que para entender por qué los otros tenían que tener razón. ¡Siempre
un muchacho se desarrolle en un ambiente en el que, cada vez que él las mismas instrucciones, siempre las mismas normas, que me resul-
emite un juicio personal, su padre le corrija con actitud despectiva o taban totalmente extrañas, pero que yo tenía que aceptar de todos
incluso le ponga en ridículo. Y puede suceder también que un niño vea modos! Lo único que tenía que hacer era mostrarme contenta, aun-
que en mi interior me sentía profundamente infeliz. Todavía hoy,
inhibida su capacidad de juicio, por tener que desarrollarse a la som-
cuando me encuentro con alguna persona, lo primero que se me
bra de un padre (o de una madre) que, por un complejo de inferiori- ocurre es decirme a mí misma: ¿Qué querrá éste de mí? Y luego me
dad, sienta como amenaza personal el hecho de tener un hijo olvido de lo que yo misma quería hacer, y termino por enfadarme
superdotado, inteligente, capaz de enjuiciar cualquier acontecimiento, con el otro, porque me ha impedido hacer lo que yo me había
y hasta de poner en apuros el estrecho campo de conciencia de sus propuesto; pero a continuación, tengo que remediar mi mal com-
padres. Y también puede darse el caso de unos padres que, debido a su portamiento con aquella persona. Y todo eso me sucede como de
propia inseguridad, tienen que saber de todo, hasta de lo que no en- manera automática. Es más, ahora que se lo digo a usted, me entra
tienden, y que, precisamente por eso, no pueden aprovecharse de un un cierto temor de que usted mismo me vaya a mandar a paseo.
niño tan despierto, capaz de descubrir sus pretenciosas compensacio- Prefiero decirme: Y yo qué sé, y declinar la responsabilidad en el
nes. Un estudio psicoanalítico del cuento de los hermanos Grimm La otro. Sólo que a esa otra persona yo la odio por haber obrado como
sabia Elisa puede constituir una espléndida descripción de este caso252. si supiese lo que yo quería y necesitaba. Pero, por otro lado, yo no
debo odiar a nadie. Por eso, me detesto a mí misma, porque me
Pero más peligrosas que las verdades que pudieran representar una encuentro tan confusa; y ya ve, ahora mismo, aquí con usted, no
amenaza para la autoestima de uno u otro progenitor y, por consi- hago más que gimotear.
442 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 443

Soy tan mala como mi madre, que no hacía más que embrollar de la inseguridad y sumisión individual con la pretensión —atribuida
las cosas y nunca sabía lo que quería, pero sí sabía siempre lo que los institucionalmente a un aparato jerárquico de funcionarios— de estar
otros tenían que querer. En mi mente, estoy convencida de que en posesión absoluta de la verdad, no se limita al ámbito exclusiva-
todo esto viene de que no dejo de censurarme. Apenas se me ocurre mente personal de dar o recibir órdenes, sino que constituye, en sí
una idea o me surge un sentimiento, empiezo a darle vueltas y vuel- mismo, el fundamento ideológico de la Iglesia católica. Por decirlo de
tas; y sólo lo considero válido, si creo que puedo confiárselo a
otra manera, habría sido absolutamente imposible construir el edificio
alguien. Pero así, todo resulta falso. No puedo tener ideas ni senti-
mientos propios, porque todos son malos; y tampoco puedo censu- dogmático de la Iglesia durante siglos255, e incluso mantenerlo en toda
rarme por no ser así. En fin, que estoy hecha un lío, porque ya no sé su amplitud hoy día, doscientos años después de la Ilustración, si no se
nada de nada. Me gustaría no ser nada; sólo existir, y dejar que hubiera empezado por intimidar a los «fieles» y socavar su propia se-
corra la vida. Pero eso nunca he podido hacerlo. Lo que hay que guridad en materia de religión, de modo que, como «seglares», no
hacer es imitar siempre a los santos, y seguir el ejemplo de otros. pudieran tener ninguna clase de competencia en estas cuestiones.
En la Iglesia católica, la obediencia a la fe no es un aspecto de su
De aquí se deduce que la autocensura permanente, la confusión estructura, sino su centro y su corazón. Por ejemplo, si durante una
del pensamiento, la transferencia de la agresividad sobre sí mismo, la conferencia pública, el orador se aparta, aunque sea mínimamente, de
transposición a la persona del terapeuta de sentimientos ambiguos con lo que se suele escuchar en la homilía dominical, en la discusión poste-
respecto a la propia madre, la conciencia de alienación del propio ser, rior no faltará el «sabio» de turno que pregunte no por lo que se ha
etc., son elementos estructurales que manifiestan una evidente neuro- dicho, sino por lo que podría decir «la» Iglesia sobre el particular; la
sis compulsiva, característica de la fase anal. Pero, al mismo tiempo, norma de un buen católico es saber si se puede pensar así. La Iglesia
habrá que subrayar que la obediencia puede provenir no sólo de una católica ha sido la única institución de Occidente que se ha atrevido a
compulsión autoritaria o del conflicto que puede producirse por el prescribir a sus adictos una manera de pensar que prescinde absolu-
sometimiento de la propia voluntad al control de una persona extraña, tamente de lo que piense el sujeto, pero que éste tiene que reproducir,
según el modelo de uno de los progenitores, sino también, como en el la entienda o no, para poder alcanzar su «salvación» aquí y en la eter-
ejemplo aducido, de una «sublimación» espiritual de las mentiras de la nidad256. Incluso hoy día, la preocupación central de la enseñanza
vida provenientes de los propios padres; unas mentiras que se propo- teológica de la Iglesia consiste no en la libertad de pensamiento, sino
nen al niño como verdades cuyo reconocimiento, contra todo lo que él en la transmisión de una estructura rígida que impone lo que se debe
realmente percibe, se convierte en la condición de su desarrollo e in- pensar y lo que se debe querer.
cluso de su supervivencia. Y las consecuencias son claras. Hemos llegado al punto de que los
Sólo a partir de una quiebra de la capacidad de pensamiento o de teólogos oficiales tienen que guardar en secreto sus descubrimientos,
juicio, tan absoluta que no se pueda —o no se deba— saber qué acti- por ejemplo, en relación con la historicidad de ciertos pasajes de la
tud tomar ante la propia percepción de las cosas, se puede entender Sagrada Escritura, sin poder transmitírselos a los fieles, para evitar que
que un individuo llegue a tachar de obstinación cualquier idea perso- éstos mismos y, luego, la comisión doctrinal de las respectivas Confe-
nal o de voluntarismo todo acto de voluntad propia, hasta el punto de rencias episcopales puedan acusarlos de herejía. Esta clase de profesio-
no ver un sello de garantía de la verdad más que cuando es otro, y no nales de la doctrina marcados por la obediencia flotan como una man-
él mismo, el que juzga u opina. Por supuesto, no nos referimos aquí a cha de aceite sobre las aguas de una multitud no sólo ignorante, sino
los clérigos que conciben esa demanda de obediencia como una pre- completamente desinformada hasta el límite de la superstición, y tie-
tensión abusiva que ellos procuran «solventar» como un puro forma- nen que mantener esa actitud para no causar el más mínimo deterioro
lismo; hablamos de personas para las que la «obediencia», como la a la fe infantil de la gente.
propusieron san Benito, san Francisco o san Ignacio, es un compromi- La esperanza de un san Ignacio, que quería hacer de la Iglesia una
so muy serio, más aún, una necesidad. fuerza exteriormente más eficaz, porque una obediencia monástica de
Con todo, hay que observar, a este propósito, que el acoplamiento tipo militar le ayudaría a reforzarse internamente, se ha transformado
444 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 445

en la triste realidad de que la formalización de las demandas de obe- una autoridad externa y, sobre todo, lo que se considera plenamente
diencia ha consumido y devorado las fuerzas espirituales inherentes a garantizado desde su infancia. Si, ante cualquier cuestión que pudiera
una vida verdaderamente religiosa. De momento, una cosa parece cierta: planteárseles, reaccionan no precisamente de una manera personal,
el futuro de la Iglesia católica depende hoy día de una renovada defini- sino con el recurso a medidas disciplinarias o a instrucciones adminis-
ción del «consejo evangélico» de obediencia que, para que resulte creí- trativas, no es por su mala voluntad. Lo que pasa es, más bien, que su
ble, debería responder a las demandas de la crítica psicoanalítica y falta de ideas propias o de voluntad personal les empuja a tratar a
filosófica de los siglos xix y xx. otros como se tratan a sí mismos: diríamos, «según la regla». Su pro-
Las enormes dificultades que frenan desde hace tiempo la necesa- pio «yo» lo han consagrado a «Cristo»; y estructuralmente son incapa-
ria transformación intelectual se deben no sólo a la pasividad impuesta ces de comprender que el rechazo de una vida personal en nombre de
a los «obedientes», sino, sobre todo, a la paradójica fascinación que Cristo no puede menos de transformar el mensaje de Jesús, que procla-
ejercen las manipulaciones de los «jefes» sobre los espíritus más sumi- mó la libertad del hombre, en el programa tiránico de una permanente
sos. A fin de cuentas, todo funcionario por vocación no hace más que censura del pensamiento y de la conciencia.
reproducir en miniatura la imagen de sus superiores, animado por el De ese modo, entre los obedientes de hoy se recluían y se produ-
secreto deseo de poder equiparárseles en el futuro. Ya en nuestro aná- cen los pastores de mañana. Pero sigue en pie la pregunta fundamental
lisis de la actitud de pobreza, perteneciente a la fase oral, mencionába- sobre qué es exactamente la obediencia, según el evangelio. La res-
mos la «brutalidad de la gente delicada», es decir, el nuevo cúmulo de puesta a esta pregunta podrá determinar si el cristianismo se compren-
exigencias que asumen los que se ven superagobiados. Del mismo modo, de esencialmente como una religión del «super-yo», o si proporciona
tenemos que hablar aquí de la latente ambición de poder de los impo- el valor de considerar la relación entre Dios y el hombre como una
tentes2". Por su obediencia han tenido que reprimir tantos impulsos función del «yo», y dejar que actúe en la vida. Lo que hoy se puede
personales y se han identificado tanto con el modelo funcional de unos pensar de una obediencia de «tipo ignaciano», lo formuló ya hace unas
superiores jerárquicos a los que debían «lealtad» absoluta que, a partir décadas Albert Einstein: «Si a uno le gusta caminar en fila, no puedo
de un determinado momento, están realmente maduros para acceder a menos de despreciarle, porque tiene cerebro sólo por error; en reali-
los puestos más elevados de la jerarquía eclesiástica. dad, le bastaría la médula espinal»258.
La condición ideal para ese ascenso consiste en poseer un carácter
con suficiente carga de neurosis compulsiva como para experimentar
una cierta tensión entre el propio «yo» y las imposiciones que ha habi- IV. «CASTIDAD» Y «CELIBATO»: CONFLICTOS DE LA SEXUALIDAD EDÍPICA
do que interiorizar. Un carácter estructuralmente depresivo, es decir,
en el que el «yo» se identifica plenamente con los contenidos del «super- 1. Sentido y absurdo de las decisiones, orientaciones
yo», no dispone del suficiente distanciamiento con relación a sí mis- y actitudes eclesiásticas
mo, ni tiene suficiente capacidad para imponerse externamente, de
modo que pueda ser «llamado» a la función de administrar un poder Al estudiar el tercero de los llamados «consejos evangélicos», es decir,
como el eclesiástico. Pero una actitud de neurosis compulsiva propor- la exigencia de «castidad» y de «celibato», seguiremos el mismo méto-
ciona exactamente el tipo de funcionario que predomina entre los pas- do que en los análisis precedentes, sin reservas ni limitaciones.
tores supremos de la Iglesia: unos hombres en los que el sentimiento,
Desde el punto de vista psicogenético, entramos en la fase edípica
sea propio o ajeno, no tiene ninguna relevancia; que siempre están en
del desarrollo. Y, como veremos en el curso del estudio, hay infinidad
lo cierto, porque ellos saben lo que es verdad, lo justo, lo útil, lo nece-
de razones para plantear la discusión, sobre todo, en lo tocante al tema
sario; que están siempre «de servicio», y no se dan cuenta de cómo
del celibato, desde esta perspectiva. Sin embargo, antes de abordar la
elevan sus propias necesidades a la categoría de exigencias metafísicas;
cuestión, es indispensable precisar el planteamiento desde un punto de
hombres, en fin, que sólo pueden aceptar, por principio, lo que a ellos
vista de psicología religiosa. De hecho, en la Iglesia católica de hoy no
les parece claro y absolutamente unívoco, lo que está acreditado por
hay problema tan cargado de ideología y tan susceptible de despertar
446 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 447
la emotividad como el debate sobre el celibato de los clérigos; más como él mismo la vivió. Su vida es vuestro modelo, su acción vues-
aún, no hay ninguna cuestión en la que tanto se mienta y se deforme, tra norma, su Espíritu vuestra fuerza. Por vuestra unión con él to-
se sufra y se discuta como en este tema. máis parte en su misión y sois testigos de los grandes hechos salvíficos
de Dios. Para misión tan sublime, vuestra fuerza y vuestra libertad
a) Superación de la finitud y lucha contra las religiones de fertilidad está en una vida de castidad y renuncia al matrimonio por el Reino
de los cielos, en una vida de pobreza ante Dios y ante los hombres,
en una vida de obediencia a Dios dentro de una comunidad especí-
Vamos a comenzar con el enunciado de una tesis realmente importan-
fica. Habéis consagrado a Dios vuestro amor de esposas, y en ello
te: el «celibato» no es ni una consecuencia ni un engendro de una habéis encontrado el sentido de vuestra vida. La vida de Cristo,
particular hostilidad de la Iglesia católica con respecto a la sexualidad; llena de la plenitud del Padre, puede llenar también la vida perso-
más bien, sería lo contrario. nal de cada una de vosotras. En el encuentro con él, que le pedís en
El ideal de una abstinencia sexual de por vida, en la que se impli- la oración y que profundizáis en vuestra meditación, y en la seguri-
ca tanto la «castidad» como el «celibato», es mucho más antiguo que dad de que él es fiel a sus promesas encontráis vuestra libertad. Así
la misma Iglesia católica. Desde luego, ese ideal no nace de ninguna podéis entregaros al servicio de los hombres y a la vida fraterna en
mojigatería personal o social, sino de una actitud fundamental del el seno de vuestras comunidades. No tengáis miedo a perder vues-
hombre frente a su existencia terrestre, por más que esa actitud pue- tra personalidad o a recibir menor recompensa; el amor de Dios os
da producir ciertas crispaciones neuróticas en el campo de la sexuali- rodea por todas partes y os presta apoyo. Así es como seréis capaces
dad. De hecho, eso es lo que ha ocurrido, como muestra la historia y, de renunciar, por el reino de Dios, al bien sublime de la comunidad
conyugal y de la maternidad carnal.
de modo especial, la del cristianismo. Pues bien, ¿de qué se trata
Esa actitud virginal se ha hecho realidad consumada en María.
exactamente? Ella, como ninguna otra, se ocupó de las cosas del Señor desde la
Por lo que yo puedo saber, todas las investigaciones sobre la moral anunciación del ángel hasta el momento de acompañar a su Hijo al
sexual de la Iglesia católica sufren, sin excepción, las consecuencias de pie de la cruz. Por eso, es la madre de la Iglesia. Muchas de vosotras
una tremenda estrechez de miras, ya que, en realidad, se ocupan única lleváis su nombre; llevad también su imagen en vuestro corazón, e
y exclusivamente de la historia del cristianismo259'. Como es normal en imitad su fidelidad. Vosotras encendéis una luz para los hombres de
los tratados teológicos, también aquí reina la idea de que, para enten- nuestro tiempo, cuando manifestáis que una vida de continencia
der la fe cristiana, no es necesario abandonar su propias fronteras; a lo por el Reino de Dios conduce a la alegría y a la plenitud de la
más, se podrá contar, a modo de introducción, con la influencia del persona, cuanto más se vive en libertad y total entrega. Vive en
Antiguo Testamento y de la antigüedad greco-romana. Los partidarios tinieblas el que tiene su corazón dividido; permanece en la oscuri-
dad el que sólo sabe amar a medias.
del celibato rechazan, por lo general, ocuparse de cuestiones de psico-
Y vosotras, jóvenes, no dejéis de considerar atentamente este
logía religiosa o de historia de las religiones. Para ellos, el modelo de signo de virginidad cristiana261.
Cristo lo es todo; no sólo es sencillamente incomparable, sino que no
se puede derivar de ningún otro. Por tanto, lo único que cabe es alabar El discurso llama la atención en varios aspectos:
debidamente la sublimidad de ese modelo y aceptarlo como la expre- En primer lugar, hay una pura y simple ideologización de la entera
sión más perfecta de la voluntad de Dios260.
experiencia psíquica. Según estas palabras, para la religiosa no puede
Ejemplo y expresión ejemplar de dicha concepción es el discurso haber un problema humano serio en su vida de consagración, porque
que Juan Pablo II dirigió en 1987, en la ciudad de Augsburgo, a un ese estado es agradable a Dios y, consiguientemente, está rodeado y
auditorio de religiosas y chicas jóvenes. El papa les hablaba así: sostenido por su amor. La santidad de la vida religiosa, considerada
como objetiva, se subraya aquí simplemente como realidad subjetiva.
¡Queridas hermanas! Sólo aquí está la «verdadera libertad»; y el que vive otras experiencias
Habéis aprendido a reconocer y a amar la posibilidad de una estará expuesto, según esta manera de razonar, al reproche de que sólo
vida de íntima comunión con Jesucristo, que vosotras queréis vivir vive y sólo ama a medias.
448 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 449

El carácter sobrenatutalista, es decir, monofisita, de esa línea de hijos abrazaran el camino del sacerdocio, a ejemplo de santa Mónica,
pensamiento no sólo hace inútil cualquier consideración psicoanalítica que redoblaba sus oraciones por su hijo Agustín, cuando éste «se en-
de las «verdaderas» motivaciones de la existencia del clérigo, o sea, de contraba lejos de Cristo, porque ahí creía encontrar su libertad». A
una psicogénesis enraizada en la propia historia personal, sino que, ante este propósito, declaraba el papa:
todo, conduce —siempre desde el punto de vista psicoanalítico— a una
estructura psicológica de rechazo que no concede al propio «yo» de Si la tan deseada renovación de la Iglesia depende, de modo espe-
cada religiosa ningún legítimo margen de desarrollo individual. Según cial, del ministerio de los sacerdotes (¡s/'c!), no es menos cierto que
las palabras del papa, la religiosa tiene que ser lo que, en virtud de su también es competencia, y en grado muy elevado, de las familias y,
estado, es. Y esa violenta aniquilación del «yo» se define aquí como en especial, de las mujeres y de las madres.
una libertad que procede de Dios. No cabe una afirmación contraria. Si en la parroquia y en la familia se crea una atmósfera de fe, la
Así se proporciona un fondo ideológico a toda neurosis depresivo- Iglesia está segura de que, aun en nuestro tiempo, por más que
crezcan los obstáculos y se multipliquen las dificultades, y a pesar
compulsiva que surge del miedo al «super-yo», se atribuye a la institu-
de que se mantenga la institución del celibato sacerdotal, Dios no
ción la absoluta prevalencia sobre los intereses del individuo, y el amor dejará de llamar al sacerdocio a suficientes jóvenes, infundiéndoles
deja de ser un sentimiento, para transformarse en actitud voluntaria de la necesaria anchura de corazón para mantenerse fieles a su llama-
autorrepresión. Analizar esos sentimientos será una de nuestras princi- miento265.
pales tareas en lo sucesivo.
En segundo lugar, el símbolo mítico del nacimiento virginal del Ya la mera sintaxis de la formulación manifiesta que el celibato,
rey divino, cuya dilatada prehistoria262, con la extremada finura psico- más que un fin, es un obstáculo en el camino al sacerdocio. Pero queda
lógica de su lenguaje y su gran sensibilidad poética, nunca lo interpre- la esperanza de que el ejemplo de las madres ayude a superar esa valla.
tó como realidad meramente biológica o de naturaleza moral, queda El cómo de esa superación es lo que tendremos que analizar, con ayu-
transformado aquí en una variante mariológica, sin el más mínimo da del psicoanálisis.
fundamento histórico, y presentado con la mayor naturalidad como Y en cuarto y último lugar, es notable la lógica de la alternativa
ideal de castidad femenina161. salvífica que se mantiene punto por punto. El papa exhortaba así, en
Un símbolo arquetípico de la historia de las religiones se convier- Augsburgo, a las jóvenes que acompañaban a las religiosas:
te, de esa manera, en modelo ascético; y, a consecuencia de una inter-
pretación errónea del símbolo en sentido biológico, es decir, como No os dejéis engañar por los que no pretenden otra cosa que
hecho objetivo, se acepta —al parecer, sin inmutarse— la inconcebible esclavizaros a vuestros propios instintos. Sólo es verdaderamente
paradoja de que un «prodigio» absoluto e irrepetible, como la concep- libre el que, por su vinculación a Cristo, ha encontrado en el amor
ción y nacimiento virginal de un niño, se declare modelo de imitación el medio de entregarse a Dios, para ser testigo viviente de su mise-
en la vida de cada individuo. Igual que antes no se hacía distinción ricordia con el mundo y con la humanidad266.
entre sobrenatural y natural, entre teología y psicología, tampoco aho-
ra se distingue entre biología y moral, entre milagrosa intervención de Habrá que pensar, pues, que su condición virginal es la respuesta
Dios y acción de la voluntad humana264. definitiva del cristiano a los instintos pulsionales que esclavizan al hom-
En tercer lugar, llama poderosamente la atención, desde el punto bre moderno; su pobreza, según el papa, es una señal del Espíritu con-
de vista psicoanalítico, el énfasis con que la exigencia de castidad se tra el consumismo desenfrenado de la sociedad de la abundancia; su
pone en relación con el modelo de la madre, no sólo de una madre obediencia «voluntaria», aceptada en la «libertad del amor», es el ca-
como María, sino también de la madre individual de cada clérigo. mino para escapar de «la cautividad del egoísmo y del odio».
Precisamente ese mismo día, y también en Augsburgo, con motivo de En estas formulaciones se percibe explícitamente la funcionalización
la consagración de un nuevo seminario, el papa declaraba solemne- de un extremo que, como ya hemos explicado anteriormente, consti-
mente que las madres debían orar a Dios y sacrificarse para que sus tuye un problema fundamental para la comprensión de los «consejos
evangélicos». En el fondo de esa concepción se expresa claramente el
450 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 451

continuo miedo al caos interior; y los «consejos evangélicos», así en- Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, a otros los
tendidos, constituyen el medio más eficaz para disciplinar la psique hicieron así los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el
humana frente al peligro de un abandono psicológico. En términos Reino de los cielos. El que pueda con eso, que lo haga.
psicoanalíticos, se trata de una mentalidad en la que el «yo», huyendo
de las aspiraciones reprimidas y deformadas del «ello», se refugia en el U. Ranke-Heinemann, enemiga acérrima del celibato, piensa que
«super-yo», para escapar del peligro de una invasión de pulsiones el pasaje reproduce palabras auténticas de Jesús. Pero eso la obliga a
asociales. Así, se racionaliza la represión misma, se refuerza la instan- plantearse cómo es posible que Jesús hubiera dicho tal cosa. Su propia
cia represiva —el «super-yo»— y se prepara al «yo» para huir del mie- explicación es que aquí no se trata de «eunucos» en sentido estricto, es
do hacia las directrices que ofrece la institución de los «consejos decir, «castrados» y, por consiguiente, «inhábiles para el matrimonio»,
monásticos». Con esa argumentación se suprimen las tensiones entre sino que el pasaje alude a «la renuncia voluntaria a segundas nupcias,
el «yo» y el «super-yo», entre la persona y la institución, entre el indi- es decir, al adulterio». Pero, si propone esa interpretación, es quizá por
viduo y la comunidad. Y así se entiende que el respectivo lenguaje desconocimiento de la respectiva bibliografía exegética268.
teológico tenga que ser «monofisita», o sea, «sobrenaturalista», para Hoy por hoy, prácticamente nadie admite que ese «dicho sobre los
legitimar y llevar a la práctica, en toda su amplitud, el proceso de asi- eunucos», en la forma en que nos ha llegado, se pueda atribuir al pro-
milación del individuo por la colectividad eclesiástica. pio Jesús histórico. La estructura misma del pasaje demuestra que es
Vistas así las cosas, no es de suponer que Juan Pablo II se haya Mateo —o el autor, para no entrar en más problemas— el que toma
equivocado en la elección de sus palabras o de sus propias formulaciones. postura en favor del celibato; la cuestión sobre un nuevo matrimonio
Con toda razón puede el papa actual reclamar para sí y para su mensa- es totalmente distinta de la relativa al adulterio o al divorcio. Una
je la pretensión de conservar y transmitir fielmente la más pura y legí- lectura global del pasaje (Mt 19,3-12) muestra con toda claridad que
tima tradición de la Iglesia. Y en cuanto a las prescripciones sobre las el evangelista compuso el diálogo precedente sobre el divorcio con
órdenes religiosas, se puede decir que en todos sus discursos las sigue vistas al epifonema final sobre los «eunucos». La intención del evange-
con escrupulosa fidelidad, hasta en la selección del lenguaje. lista era presentar un resumen de la historia de salvación, empezando
Por su parte, los críticos de la exigencia eclesiástica del celibato con el orden establecido en la creación (w. 4-6), siguiendo con la ley
obligatorio —sin entrar aquí en la distinción canónico-jurídica entre de Moisés, provocada por el endurecimiento del corazón humano (vv.
el celibato de los sacerdotes y el de los religiosos— suelen argumentar, 7-8), para volver a restablecer el orden primitivo (v. 9) y terminar el
también ellos, más desde posiciones teológicas que desde una reflexión desarrollo con la recomendación del celibato (vv. 11-12)269.
basada en la psicología; por eso, prefieren afilar su incisividad contra Detrás de toda esa presentación se puede adivinar la influencia de
las aristas más salientes de la argumentación eclesiástica. Su interés se determinados círculos relacionados con la comunidad de Qumrán270.
centra en demostrar que la hostilidad que, de hecho, muestra la Igle- Pero uno no puede menos de preguntarse hasta qué punto el propio
sia católica contra la sexualidad es realmente anticristiana. Su princi- Jesús, aunque no fuera más que por su vinculación con Juan el Bautis-
pal argumento es que Jesús se comportó de otra manera: su trato con ta y, a pesar de toda la oposición a la comunidad esenia y a su interpre-
las mujeres, incluso con las prostitutas, comparado con la actitud de tación de la ley, llegó a compartir con esos grupos determinadas con-
los rabinos contemporáneos, no deja entrever ningún miedo ni la más cepciones como, por ejemplo, la espera de un inminente fin del mundo.
mínima crispación267. c'De dónde viene, pues, esa indudable mentali- Desde luego, no se puede pensar, como parece hacerlo U. Ranke-
dad de agudo escepticismo frente al matrimonio, que se percibe en Heinemann, que las ideas de la secta fueran una especie de desviación
tantos pasajes del Nuevo Testamento? La cuestión merece un análisis «gnóstica» de un judaismo originariamente ajeno a toda vida ascéti-
serio, aunque con cierta brevedad. ca271. Sin duda, se trata de lo contrario, o sea, de una extrema
radicalización de la mentalidad farisea, atizada por la esperanza
Ante todo, habrá que hacer referencia al pasaje clásico en el que se
apocalíptica en un inminente fin del mundo; y lógicamente, esas ideas
enuncia la exigencia del celibato, el texto de Mt 19,12, que dice lo
no permitían encontrar un sentido en el matrimonio y en la familia272.
siguiente:
452 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 453
Y eso mismo se puede decir de la mentalidad de Pablo sobre el miento de Cristo puede exigir la renuncia y el rechazo de la propia
tema. G. Denzler parece estar en lo cierto, no sólo cuando defiende al mujer. Como se ve, las recomendaciones pastorales del apóstol Pa-
apóstol de la acusación global de ser enemigo del cuerpo, sino también blo (1 Cor 7) adquieren aquí la forma de palabra autoritativa del
cuando insiste en que Pablo, en oposición a la ética helenística, quiso Señor275.
dejar bien claro que el mundo de lo corpóreo no es una cosa indiferen-
te y sin valor alguno, desde el punto de vista moral. «En realidad, Y los ejemplos pueden multiplicarse276. En Le 16,18, el evangelista
Pablo sentía un gran aprecio por el cuerpo, y deseaba que toda su reproduce un «dicho» de Jesús que en Mt 5,32 dice así: «Todo el que
actividad sexual estuviera bajo el dominio del espíritu»273. se separa de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a
Desde luego, no cabe duda de que Pablo pensaba que la continen- cometer adulterio». Esa misma sentencia, en Mt 19,9 y en Le 16,18, se
cia es un valor mucho más estimable que el matrimonio (cf. 1 Cor 7,8- transforma en: «Todo el que se separa de su mujer y se casa con otra,
9), pero no deja de parecer bastante rastrero aconsejar el matrimonio comete adulterio». Eso significa que el que se separa de su mujer —por
sólo como remedio de la concupiscencia. Para una mentalidad ajena al ejemplo, por motivos de fe (!)— y, por tanto, vuelve al venturoso esta-
psicoanálisis será difícil imaginar que determinados matrimonios, con- do de celibato, no debe contraer nuevas nupcias y recaer en la desgra-
traídos con toda sinceridad por esa razón —por ejemplo, el de deter- cia del matrimonio.
minados eclesiásticos «fluctuantes»—, puedan marchar bien, y no es- Igualmente, en Le 17,34, el evangelista recoge otro «dicho» de
tén llenos de resentimiento, de humillación y de odio, por la sensación Jesús, de naturaleza escatológica, que en Mt 24,40 tiene la siguiente
de no haber podido vivir la continencia (!). Pero, por otra parte, es ese formulación: «Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán,
mismo Pablo el que, en su primera carta a los Corintios (1 Cor 7,3-6), y al otro lo dejarán». La formulación de Lucas varía considerablemen-
exige respetar los derechos sexuales de la mujer, a diferencia de la te: «Aquella noche [la del juicio de Dios] estarán dos en una cama: a
concepción moral vigente en la Antigüedad, que, «en este punto no uno se lo llevarán, y al otro lo dejarán». Difícilmente puede tratarse de
reconocía la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer»274. un lecho de homosexuales, sino más bien de una pareja de hombre y
Pero la postura de Pablo, motivada por su convicción de «espera mujer, que va a quedar separada por la repentina aparición del Hijo
escatológica», provocó notables reticencias con relación al matrimo- del hombre. En otros términos: ¡O matrimonio, o reino de Dios! ¡Donde
nio. Hace ya algunos años, E. Stauffer analizaba así la situación: está lo uno, no puede estar lo otro, o tiene que desaparecer!
Otro ejemplo, en comparación con el evangelio según Marcos. En
Después de la muerte del apóstol, y en el ámbito de su propia acti- Le 18,29-30 se ve el retoque de un «dicho» de Jesús, que Marcos for-
vidad misionera, apareció el evangelio según Lucas, escrito tal vez mula así: «No hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos o her-
por uno de los discípulos de Pablo. En el escrito se multiplican manas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por la buena noti-
masivamente frases y sentencias hostiles al matrimonio, como no se cia, que no reciba [...] cien veces más [...]» (Me 10,29-30). En esa
encuentran en las demás recensiones evangélicas. Por ejemplo, en enumeración de todo lo que hay que abandonar —u «odiar», según se
Mt 22,2 ss. se cuenta la parábola del banquete de boda, tomada de dice en Le 14,26— para seguir a Cristo, Lucas añade expresamente: «o
la «Fuente de dichos de Jesús» (Cj). Pues bien, en el pasaje paralelo,
mujer», con formulación también distinta a la de Mt 19,29. A este
Lucas habla sólo de «un gran banquete» (Le 14,16) y cuando, un
par de líneas más tarde, surge el tema de la boda, éste se presenta propósito, se ha suscitado el problema sobre la posibilidad de recibir
con connotaciones negativas, como una excusa por parte de uno de «cien veces más» en lo que se refiere a la «mujer». Le tocó a san
los invitados: «Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo asis- Jerónimo, desmesurado defensor de la virginidad y del celibato, solu-
tir». En otras palabras, el matrimonio se presenta como un obstácu- cionar esa cuestión con el recurso a una especie de fantasía
lo para entrar en el reino de Dios. Y en la conclusión de la parábola compensatoria, ya que dice literalmente que el cielo ofrecerá como
(Le 14,26) Lucas pone en labios de Jesús las siguientes palabras: «Si recompensa cien mujeres al que en la tierra haya abandonado a una, la
alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su suya propia, por el reino de Dios277.
padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas,
Pero Lucas no comparte esas esperanzas. Al revés. Su concepción
e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío». Es decir, el segui-
del matrimonio se expresa con la máxima claridad en Le 20,27-36,
454 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 455

que cuenta el diálogo de Jesús con los saduceos a propósito de la resu- todo, en el movimiento de los encratitas, un grupo del siglo n que
rrección. En el pasaje correspondiente, Marcos refiere así las palabras pretendía imponer a todos los cristianos una vida virgen y una severa
de Jesús: «Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán, mortificación corporal, con abstinencia de carne y de vino 282 . Los
sino que serán como los ángeles en el cielo» (Me 12,25). Dentro del encratitas no eran, propiamente hablando, una secta del cristianismo,
contexto, lo que significa esa palabra de Jesús es que no se puede con- sino un grupo de particulares que se tomaban su fe especialmente en
cebir el cielo con categorías puramente terrestres. Para Lucas, en cam- serio. Eso es, precisamente, lo que demuestra la enorme distancia que
bio, eso significa una clara reprobación, y hasta una dramática decla- separaba su vida ascética de la imagen de Jesús tal como nos la ofrece
ración de guerra al matrimonio, que toma cuerpo en la siguiente el Nuevo Testamento.
formulación: «Los hijos de este mundo, hombres y mujeres, se casan; Por lo general, se piensa que una actitud de reserva con respecto al
en cambio, los que sean dignos del mundo futuro y de la resurrección, mundo obedece a ciertas influencias de carácter «gnóstico». Pero en el
sean hombres o mujeres, no se casarán, porque ya no pueden morir, caso de Lucas parece tratarse, más bien, del problema que planteaba el
puesto que serán como ángeles, y, por ser hijos de la resurrección, retraso de una «parusía» que se esperaba como inminente283. Lo que en
serán hijos de Dios» (Le 20,35-36). Este pronunciamiento no sólo re- la actitud del propio Jesús podía parecer como la cosa más natural,
coge una vieja idea, proveniente del antiguo Egipto278, según la cual el dada su perspectiva de un inminente fin del mundo, el distanciamiento
hombre se hace «hijo de Dios» a través de la muerte y de la resurrec- de todo lo que constituye «este mundo», la renuncia a la propiedad, al
ción, sino que devalúa implacablemente el orden de la vida terrestre, poder y a la familia, todo eso, ante la evidencia cada vez más confusa
incluso el amor entre un hombre y una mujer, como realidades irre- y opaca de la motivación inicial, se transforma en toda una serie de
mediablemente superadas. Sólo «los hijos de este mundo», es decir, en exigencias morales. De una actitud originariamente existencial se pasa
definitiva, los que caminan a la perdición (!), son los que todavía se poco a poco a postulados éticos; el mensaje de liberación por la cerca-
casan. Pero los llamados por Dios a la beatitud eterna ni pueden ni nía de Dios se transforma en un nuevo legalismo que se cree que nos
deben casarse. acerca más a él. Parece, pues, que esa «brecha» entre la presencia histó-
Éste es, en su forma más depurada, el fundamento del celibato por rica de Jesús y la promesa no cumplida de un «fin del mundo» entendi-
el reino de los cielos. Y habrá que subrayar, evidentemente, que no do como fenómeno puramente externo cambió el entusiasmo extático
hace referencia al estado espiritual del clérigo, sino que, según Lucas, de los comienzos en la decidida ascesis de los epígonos de la segunda y
ésa es la verdadera forma de vida de todos los «elegidos» de Dios. Si a tercera generación del cristianismo.
esto se añade que el evangelio según Lucas, aparte de sus preferencias Es el problema de toda sucesión que se comprende esencialmente
por el celibato, es el que más rigurosamente se decanta por la pobreza como imitación de un modelo exterior y que no tiene suficientemente
—desde luego, con más incisividad y con bastante menos reservas que en cuenta las motivaciones y las experiencias que determinan interna-
los otros evangelistas279— y el que considera que el poder terreno y las mente ese mismo modelo. En cualquier caso, parece que el sentimien-
riquezas de este mundo le han sido entregadas —¡por Dios!— a Sata- to apocalíptico de un inminente «fin del mundo», según la concepción
nás, que las reparte a su gusto entre sus secuaces (Le 4,6)280, no podre- judía y con la ayuda de categorías históricas, corresponde práctica-
mos menos de reconocer a este evangelista como el principal testigo de mente a la misma experiencia que constituye el núcleo de la gnosis, un
los «consejos evangélicos» en el Nuevo Testamento y, en especial, como sentimiento fundamental del hombre, que se encuentra como alienado,
el gran teólogo del celibato. No es de extrañar que ciertos grupos desterrado y solo284. Ese mismo sentimiento alimentaba el mensaje de
elitistas, como las «comunidades de inspiración neotestamentaria» 28 ', Jesús, aunque se compensaba con un espíritu de euforia ante la inmi-
puedan encontrar en el evangelio según Lucas su modelo ejemplar. nente «liberación final». Sin embargo, en la comunidad primitiva, pa-
Pero al mismo tiempo se ve la infinidad de problemas que suscita una rece que la decepción ante el retraso del fin del mundo abrió la puerta
teología como la de Lucas. a los influjos de diversos sistemas y actitudes «gnósticas», de modo que
Si se quiere encuadrar la postura espiritual de Lucas en el marco de al clima de alegría por la inminencia del fin sucedió un voluntarioso y
otros grupos conocidos de la Antigüedad, habría que pensar, sobre tenso programa de aguante hasta el final. No cabe duda de que ese
456 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 457

clima de resignación, si no dio origen, por lo menos favoreció decisi- ignora por completo el verdadero y decisivo origen de una experiencia
vamente el nacimiento de una especie de vida monástica, centrada, que es lo único que puede explicar satisfactoriamente la actitud reli-
sobre todo, en una renuncia al amor conyugal y a la familia. giosa de los ideales ascéticos del monacato: la insuficiencia funda-
Desde esa perspectiva, es sólo parcialmente cierto, por no decir mental de la vida terrena.
completamente falso, que la exigencia del celibato deba considerarse No se trata, pues, de la presuntuosa destrucción de una existencia
como una tergiversación «gnóstica» del mensaje de Jesús, totalmente placentera en sí misma, sino precisamente de todo lo contrario, es
ajena a la mentalidad de la Biblia. Habrá que decir, más bien, que en decir, de la liberación de la existencia humana de todos los
la persona y en el mensaje de Jesús se condensó por un momento, y condicionamientos de una vida que se experimenta, en terminología
se logró superar, una tensión que en la época siguiente resurgió con budista, como duhkha, o sea, «colmada de sufrimiento y vacía de sen-
renovada fuerza y con efectos más dolorosos, y que, al derrumbarse tido»289. Es precisamente la «primitiva leyenda» del budismo la que
la síntesis específica de Jesús, tuvo que liberar necesariamente el sen- con más radicalidad se opone a cualquier intento de relativización de
timiento «gnóstico» del abandono y del sufrimiento constitutivo del esa experiencia humana, que trate de deducirla de determinadas con-
hombre frente a los estrechos límites de su finitud. Lo verdaderamen- diciones histórico-sociales o políticas. Es el príncipe Siddhartha, apa-
te decisivo es comprender, en todo caso, que el «celibato» de la vida rentemente feliz, el que descubre que la riqueza, el poder y los más
«monástica» brota más de una sensación de necesidad de ser liberado variados placeres de los sentidos no son más que un barniz superficial,
de la existencia terrena que de una presunta hostilidad contra la sexua- una ilusión que termina por convertirse en sufrimiento, una enorme
lidad o contra la mujer, que es, en definitiva, lo que indiscutiblemen- decepción oculta en el velo de la maya290.
te ha predominado en el posterior desarrollo del cristianismo. Para entender cómo esa experiencia de la absoluta inescrutabilidad
En la bibliografía anticelibataria se suele atribuir la exigencia del y fragilidad metafísica de la existencia humana impregna y marca in-
celibato, aparte de su componente «gnóstico», a ciertas influencias cluso el ámbito de la sexualidad, habrá que remontarse en la historia
«míticas», en cualquier caso, «ajenas al cristianismo». En este aspecto, de las religiones hasta un nivel más originario que el que se suele to-
es especialmente relevante la enumeración que hace U. Ranke- mar como punto de partida en la escueta investigación del «celibato
Heinemann de diversas fuentes del escepticismo cristiano frente al obligatorio». Por los datos de las tradiciones míticas de los pueblos,
matrimonio, entre las que destacan, por un lado, el miedo arcaico a la parece que la mujer se consideró durante largo tiempo bajo la figura de
menstruación femenina y, por otro, la errónea interpretación mora- la Gran Madre, como la absoluta y misteriosa dueña de la vida291.
lizante y puramente biológica del relato de la concepción y nacimien- Evidentemente, aún no se conocía la verdadera función del hombre en
to virginal del Mesías, según Mateo y Lucas285. el acto generativo; por eso, resultaba un enigma que un gesto tan habi-
Los dos factores son reales. Pero, desde luego, no es legítimo pre- tual y cotidiano entre un hombre y una mujer pudiera producir un
sentar como ridiculas extravagancias ciertos planteamientos que han acontecimiento tan extraordinario como el embarazo y el subsiguiente
determinado durante milenios la sensibilidad y la reflexión humana. nacimiento de un nuevo ser292. Parece lo más probable que lo que dio
Es decir, no se puede destruir la unidad de los diversos síntomas de origen a la imagen mítica del nacimiento virginal fue precisamente la
una concepción fundamentalmente unitaria, reduciéndola a mera natural normalidad de lo sexual293.
fragmentación degenerativa de una existencia en sí misma absoluta- El ciclo de la mujer se parecía de manera admirable al ciclo de la
mente placentera. Ese enfoque no sólo pervierte la seriedad del com- luna. Al cabo de un período fijo de días, la luna vuelve a surgir con
promiso pasado y presente de los monjes y de los clérigos de la Iglesia renovado esplendor de las tinieblas del pasado, y recobra como por
católica, sino que, al mismo tiempo, siembra la duda sobre las sabias y arte de magia, y por su baño en el océano del cielo, todo el brillo de su
perfectamente válidas aspiraciones de los pitagóricos, estoicos, neo- pureza original. Pero ese aspecto lunar, maravilloso y supraterrestre
platónicos, maniqueos2*6 y gnósticos de la Antigüedad, y de los actua- de la naturaleza femenina no deja de proyectar una inquietante som-
les budistas e hinduistas, con sus bhikkhus287, sadhus y fakires, por no bra. De la mujer brota la vida y la felicidad del amor, es cierto; pero no
hablar de los derviches y de los sufíes288 musulmanes. Pero, sobre todo, se puede negar que, por el contrario, la sexualidad y la reproducción
458 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 459

sólo tienen sentido a precio de la muerte 294 . Sólo lo que muere tiene ban los ritos de fecundidad, por medio de su teología lineal de la histo-
que reproducirse para existir; pero cada procreación, al mismo tiempo ria, presidida por la providencia de Dios y la responsabilidad del hom-
que una nueva vida, trae al mundo la vejez, el sufrimiento y la muerte. bre. Y así, se encontraba en una oposición diametral al mundo de la
El ciclo entre nacimiento y muerte es inevitable; y el misterio de la Gran Diosa Madre. Todos los intentos de una teología feminista por
mujer, ya suficientemente ambiguo en sí mismo, es el que provoca y encontrar algún rasgo femenino o maternal en la imagen de Dios que
desencadena esa contradicción. Sólo a partir de esos presupuestos se ofrece el Antiguo Testamento no pueden atenuar ese contraste. Yahvé,
comprende que muchos mitos populares vean el «descubrimiento» de el Dios de Israel, es la contradicción personificada de toda divinización
la sexualidad en relación con una culpabilidad y un castigo originario. de la naturaleza; Yahvé es, en sí mismo, la negación monoteísta más
Realizar la obra de la mujer atrae la muerte. radical de la polaridad de sexos que se diviniza en los mitos297. Su ira,
Pero también los hombres están implicados en ese ciclo tan lleno su voluntad de imponerse, su carácter de «Dios celoso», junto a sus
de misterios. Si la mujer, en cuanto madre, genera vida, la tarea del ejércitos de ángeles, acusan los rasgos guerreros, agresivos e incluso,
hombre es destruirla mediante la caza y la guerra295. En los ritos de en ocasiones, brutales y fanáticos de un Dios extremadamente mascu-
iniciación de muchos pueblos se expresa por medio de respectivas danzas lino298. Todo eso fue, al parecer, el inevitable precio que hubo que
y cánticos lo que significa llegar a ser «adulto» y tener que asumir en pagar por haber hecho el descubrimiento, por primera vez en la histo-
compañía y, a la vez, en oposición, como hombre o como mujer, el ria, de la experiencia de una personalidad y de una libertad absoluta,
deber contradictorio de un conflicto polar entre generar y morir, dar como centro fundamental y decisivo de la existencia humana.
vida y quitarla, sembrar y cosechar, florecer y marchitarse, madurar y Pero, por otra parte, y a pesar de todos sus esfuerzos, la religión
pudrirse. Sobre todo, los ritos de fecundidad, con su magia iniciática del Antiguo Testamento no logró liberarse de las contradicciones de la
de imitación, son los medios preferidos para fortalecer las energías existencia terrena que, con la revolución neolítica, se fueron haciendo
vitales y la voluntad de vivir del ser humano 296 . La embriaguez, el cada vez más evidentes. Más bien sucedió lo contrario. La religión de
éxtasis del orgasmo generativo debía ser, si no una superación, al me- Israel, al rechazar no sólo la divinización de la naturaleza, sino, al
nos una compensación de la melancolía del duelo. Se quería consolar mismo tiempo, la idea de un alma inmortal y su correspondiente culto,
con la mayor felicidad terrena imaginable una existencia herida de se quedó más encerrada que cualquiera otra religión en la existencia
muerte, a un ser humano consciente de sí mismo. ¡La vida es tan cor- de aquí abajo, y sin perspectivas de superación. ¿Podía ser un verdade-
ta! Y sin embargo, ya en todas esas imágenes de incesante regeneración ro consuelo y un signo de esperanza imaginar que la justicia y la felici-
tejida de nacimiento y muerte está vivo el presentimiento simbólico de dad perfecta habría de llegar bajo el reinado de un rey futuro, enviado
una participación espiritual y de un renacimiento interior a una reali- por Dios para traer la salvación, pero allá, al final de los tiempos299?
dad trascendente, más allá de los límites de este mundo. En el fondo, Israel no hizo más que ampliar la idea de las religiones de
Es absolutamente imprescindible llegar a reconocer que la religión fecundidad, al unir la perspectiva de sus promesas con la aparición y
del Antiguo Testamento no da una respuesta convincente a todos es- desaparición de generaciones, es decir, con la fuerza generativa del
tos problemas. Por eso, hacia finales de la era bíblica, la religiosidad de amor humano. Al mismo tiempo, despojó la sexualidad humana de
Israel tenía que estar inexorablemente madura para un retorno de to- todo elemento simbólico de lo divino, con la consecuencia de que, en
das las cuestiones reprimidas desde los orígenes, que en ese momento su esfuerzo por superar las contradicciones de los cultos de fertilidad,
hacían directamente acto de presencia en forma de gnosis o de su propia idea religiosa de la fecundidad humana se hizo extremada-
platonismo. En un apasionado rechazo de la religión del antiguo Egip- mente contradictoria. El éxtasis, la embriaguez, la fusión apasionada
to y en una encarnizada lucha contra el mundo mítico «pagano», el de la atracción sexual llenaba de horror y de disgusto a los profetas y a
judaismo había pretendido poner al Dios de Israel frente a los dioses los sacerdotes de Israel, que, al condenar las religiones de fertilidad
de las demás naciones; se había propuesto vincular lo más íntimamen- como pecaminosas por naturaleza300, proyectaron la sombra del peca-
te posible la unicidad de Yahvé con la peculiaridad de Israel; y había do sobre la propia fecundidad humana.
querido hacer saltar la concepción de un tiempo cíclico que presenta- Hoy día se tiende a valorar positivamente el espontáneo frescor
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del Cantar de los cantares en el Antiguo Testamento 301 ; pero, quizá, prochar al catolicismo la conservación y práctica de algunas de esas
no con demasiada razón. Cierto que tal colección de himnos ál amor tradiciones en ciertos «sacramentales», por ejemplo, la bendición de
sexual sería inconcebible en el Nuevo Testamento. Pero habrá que la parturienta309.
reconocer que, si ese libro se admitió en el canon veterotestamentario, Pero el punto más decisivo es que la religión del Antiguo Testa-
fue porque hubo acuerdo en su interpretación esencialmente alegórica, mento es incapaz de vencer el miedo óntico que marca la historia hu-
como símbolo del amor entre Dios y el alma, pero no primariamente mana desde que el hombre toma conciencia de sí mismo con la revolu-
como exaltación del amor sexual entre hombre y mujer302. Más aún, si ción neolítica, y que culmina en el tiempo eje de la historia (siglos
se estudia con detenimiento, se verá que prácticamente nada del Can- vm-v a.C). La objeción se puede formular en estos términos: Si la
tar de los cantares es autóctono de Israel, sino que, por lo menos, sus vejez, la enfermedad y la muerte, como figuras de un destino inexora-
flores más bellas despuntaron a orillas del Nilo, en los estanques de ble, se ciernen ya sobre la cuna del recién nacido, ¿qué esperanza pue-
lotos del cercano Egipto303. Y es lógico, porque la secular colonización de generar la perspectiva de un futuro lejano, en el que un hipotético
de Palestina por los egipcios había sembrado las semillas de esa lírica rey Mesías instaurará en la historia y en el destino del ser humano un
mucho antes de que Israel tomara «posesión de la Tierra». nuevo sentido de gracia y de felicidad? ¡Mientras tanto, los hombres
En otras palabras, el Cantar de los cantares no es una prueba feha- sufren y mueren! Y no habrá ninguna sociedad en el futuro, por pací-
ciente de la presunta receptividad del Antiguo Testamento en materia fica, justa y próspera que sea, que pueda cambiar ni un ápice de esta
de sexualidad. Más bien, se trata de un cuerpo extraño en la literatura experiencia fundamental: ¡«Los hombres mueren, y no son felices»310,
veterotestamentaria, una simple excepción, igual que esa maravilla de mientras están en esta tierra; y dentro de unas décadas comenzará para
amor a la naturaleza que es el Salmo 104, espléndida adaptación he- cada uno de nosotros el fin del mundo!
brea del Himno al Sol del faraón Akenaton 304 . Al contemplar la La gran obra del cristianismo consistió en recoger de la herencia
sensualidad de los frescos egipcios, por ejemplo, los de la tumba de del antiguo Egipto la idea de una vida eterna en el mundo del más allá,
Nakht, en el Valle de los Reyes305, resulta inimaginable encontrar algo y tratar de conjugarla con la religión del Antiguo Testamento. Pero
parecido, ni siquiera de lejos, en la poesía o en las artes plásticas de la con eso creó una nueva tensión entre el más acá y el más allá, entre las
religión de Israel. De modo que, el que reproche al cristianismo —¡y religiones de fertilidad y la creencia en una resurrección individual; y
con razón!— que es hostil al cuerpo y a la sexualidad, es como el que en ese horizonte, el tema de la sexualidad tuvo que quedar relegado a
quiere erradicar las malas hierbas de su jardín; las raíces están mucho la penumbra en la que se encuentra todavía hoy. Desde entonces, acu-
más profundas y, si sólo se arranca lo que asoma a la superficie, el mal cia la pregunta: ¿Cuál es el objeto de una vivencia tan esencial como el
sigue en la raíz, a riesgo de multiplicarse. Cuando las flores están en amor humano: lo terrestre o lo supraterrestre, lo transitorio o lo per-
plena lozanía, basta cualquier roce para que se disperse el polen. manente, lo humano o lo divino? Sólo ahora entran en necesaria con-
Uno de los tabúes más arcaicos —y no sólo «patriarcales»— que frontación el amor a un hombre y el amor a una mujer; sólo ahora,
el Antiguo Testamento no logró superar nunca fue el miedo a la según los más puros condicionamientos de la teología bíblica de la
virginidad306 y a la menstruación de la mujer. De hecho, lo extendió historia, resurge el viejo tema indio: ¿Cómo se puede liberar al hom-
y lo agravó mucho más, mediante todo un catálogo de leyes y ritos de bre de las cadenas de su innata cautividad terrestre? ¿Cómo se pueden
purificación. Los ritos más primitivos que todavía hoy se practican superar y vencer el sufrimiento, el pecado y la muerte? Pero el cristia-
en las culturas orales del África negra307 son los que, por medio de la nismo ¡no tiene respuesta!
tradición bíblica, desde Moisés a Mahoma, imperan todavía —¡como Y aquí viene el genio, la grandeza, los límites y el peligro de un
ley!— en la mayor parte de los pueblos de cultura semítica. Hay que personaje como san Agustín. Sus reflexiones toman la forma de oración:
reconocer que el cristianismo tuvo el mérito indiscutible de liberar a
la mujer de su más pesada hipoteca, por una especie de liberalismo ¿Qué amo, en realidad, cuando amo a Dios? Ciertamente, no la
ilustrado y, posiblemente, por el propio ejemplo de Jesús (cf. Me belleza del cuerpo ni su lozanía perecedera, ni el fulgor de la luz
5,25-34: curación de la hemorroísa)308. Sin embargo, habrá que re- que acaricia y deleita mis ojos, ni las delicadas melodías de toda la
escala musical, ni el perfume de las flores, ni los ungüentos, ni las
462 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 463
especias, ni el néctar, ni la miel, ni el atractivo de los miembros que
invitan al abrazo del amor. No es eso lo que yo amo, cuando amo a como de cadenas y cepos, de todas las necesidades de la «carne»: ali-
mi Dios. mento, robustez, pasión sexual, instintos y concupiscencia. Oigamos
Y sin embargo, amo una luz, una música, un perfume, un ali- la oración de san Agustín:
mento, un abrazo, cuando amo a mi Dios; es la luz, la música, el
Lo sé, Señor; tú me mandas abstenerme de «la concupiscencia de la
perfume, el alimento, el abrazo de mi ser más íntimo. Ahí brilla
carne, de la codicia de los ojos y de la soberbia de la vida» (1 Jn
para mi espíritu una luz sin límites, ahí suena una música cuyos ecos
2,16). Tú mandas abstenerse de toda unión extramatrimonial; y en
nunca se apagan, ahí se exhala un perfume que no se disipa con el
viento, ahí se gusta lo que no provoca hartura, ahí se une lo que cuanto al matrimonio, has querido indicar que hay algo mucho
ninguna saciedad separa. ¡Eso es lo yo amo, cuando amo a mi Dios! mejor que eso que tú mismo has permitido. Y sólo porque tú me
diste esa gracia, yo lo escogí, incluso antes de ser dispensador de tus
La verdad me dice: «Tu Dios no es el cielo, ni la tierra, ni
sacramentos.
realidad alguna corpórea». Pero eso ya se lo dice su naturaleza a
Todavía están vivas en mi memoria las imágenes de aquellas
todo el que tenga ojos para verlo; todo es masa y, por consiguiente,
cosas, de las que tanto he hablado, y que la costumbre ha fijado en
cualquier parte es menor que el todo. Pero tú, alma mía, eres mejor
—te lo digo yo—, porque tú activas la masa de tu cuerpo y le das mi recuerdo. Cuando estoy despierto, se atreven a presentarse a mi
una vida que ningún cuerpo puede dar a otro. En cambio, tu Dios imaginación, aunque sin fuerza para seducirme; pero durante el
es para ti la vida de tu vida311. sueño me inducen no sólo a la voluptuosidad, sino hasta al consen-
timiento y casi al acto mismo pecaminoso. Y tan poderosos son esos
fantasmas sobre mi espíritu y sobre mi carne, que su imagen enga-
En esta conmovedora meditación de insaciable nostalgia, san ñosa puede inducirme a sucumbir, durante el sueño, ante lo que la
Agustín contempla todo el mundo de la experiencia sensorial como realidad no podría lograr de mí despierto. ¿Es que no soy yo mis-
una alusión a lo invisible y, precisamente por ser todo tan bello, como mo, Señor Dios mío314?
una posible tentación a olvidar al Creador, fascinados por su creación.
La finalidad de la existencia terrena consiste esencialmente en elaborar Como se ve, hasta en los sueños se libra esa lucha por la pureza y
y ensayar esa expectativa de eterna inmortalidad del alma. Y el que ha se activa esa voluntad de perfección moral. Desde la perspectiva de
vivido alguna vez en la profundidad de sí mismo la idea de lo infinito, este pasaje se comprende como con un escalofrío que, ya desde muy
ese «terror» del que habla Pascal312, no podrá menos de dar la razón a pronto, la teología cristiana se orientó incondicionalmente en una di-
san Agustín. rección que se fue acentuando con el paso de los siglos. Su exigencia
era una absoluta liberación del hombre, que le impulsaba a oponerse
Y aquí habría que hacer silencio, una larga pausa de silencio. Por-
conscientemente a sí mismo y a la naturaleza circundante, incluso du-
que el que rechace la exigencia eclesiástica del celibato debe, en pri-
rante el sueño. Aun con toda su penetración psicológica y su total
mer lugar, tratar de comprender toda la grandeza y la profundidad de
disponibilidad para el examen del propio «yo», semejante a la propug-
sentido de ese consejo evangélico, y después preguntarse cómo haría él
nada por el psicoanálisis, el texto programático de san Agustín consti-
para preservar ese tesoro de una forma distinta. Con todo, no se puede
tuye, al cabo de mil quinientos años, la antítesis más exacta de lo que
negar que, en esa concepción, toda la energía de la nostalgia desembo-
tanto Nietzsche como Freud postulaban en su crítica al cristianismo
ca en el infinito, sin un posible retorno a nuestro pequeño mundo de la
como un retorno del «espíritu griego», es decir, una recuperación de la
finitud. No hay ninguna posibilidad de acariciar con calma, sin temor,
salud moral. En realidad, para los primeros apologistas cristianos, sen-
con la alegría de un juego, las realidades de la existencia y asumirlas
sibilizados por el rechazo veterotestamentario de las religiones y cul-
henchidos de felicidad. Como enseña san Agustín con la agudeza que
tos de fertilidad, todos los mitos y misterios de la antigüedad greco-
le caracteriza, el pecado original ha deformado la dependencia natural
romana no eran más que una fuente inagotable de toda clase de vicios
que el hombre experimenta frente al mundo de los sentidos, y la ha
y voluptuosas perversiones315.
convertido en pecado313. Por eso, en nombre y a ejemplo de Cristo,
hay que crucificar a ese «hombre natural», para entrar en la vida pura, El fin de la teología agustiniana no es comprender más profunda-
sobrenatural y supraterrestre del mundo de lo divino. Hay que huir, mente los enigmas y misterios de la naturaleza que rodea al hombre y
determina su propia psique; más bien, el deber de un buen cristiano es
464 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 465

concentrarse exclusivamente en el conocimiento de «Dios y del alma». que la ayuda del psicoanálisis contribuye en gran manera a hacer per-
La actitud de una confianza infantil, como la encarnó Jesús, se trans- fectamente plausible la propia concepción cristiana, cuando se estudia
forma ahora, a nivel moral y espiritual, en un intento por vencer las con cierto detenimiento la deformación que sufre todo el sistema
«fuerzas naturales» que actúan en el hombre y la naturaleza que lo pulsional humano bajo la presión del miedo, en un horizonte de lejanía
circunda. De aquí en adelante, el alma del cristiano se verá presa de de Dios.
una angustia continua que, bajo la amenaza de cometer un pecado Nuestro objetivo, en este momento, es mucho más limitado. Lo
grave y verse así condenada a las penas eternas del infierno, se impone que pretendemos, en primer lugar, es comprender las estructuras psi-
inevitablemente como obligación de estar en perpetua guardia, incluso cológicas en las que parecen insinuarse unas polarizaciones de carácter
durante la noche, frente a sus más íntimas tendencias naturales, para neurótico-compulsivo que determinan la entera mentalidad clerical en
mortificar «la carne» y «dominar» sus propios instintos. Desde ahora, cuestiones de sexualidad y que mantienen preso el campo de la
el «libre albedrío» de la moral cristiana lucha contra una degradante afectividad con continuos equívocos, crispaciones, sentimientos de
«esclavitud» provocada por la naturaleza «bestial» del ser humano. La culpabilidad y toda clase de esclavitudes. La gran paradoja es que la
armonía de la Grecia clásica, si es que existió alguna vez, no sólo resul- Iglesia católica, dos mil años después de Cristo, todavía esté tan llena
ta impensable e inimaginable en el futuro, sino que se convierte en de miedos y suspicacias con respecto a todo lo que se presenta como
ocasión de pecado, que es mucho peor. «natural». En vez de preocuparse por integrar en perfecta armonía el
De ahí que la desesperada lucha de la Iglesia católica contra la ámbito pulsional del hombre, declara abiertamente que sacrificarlo,
sexualidad, con todas sus contradicciones, sus tremendos despropósi- reprimirlo y hasta crucificarlo es, por lo menos, el ideal, si no —¡ ¿más
tos y sus inconcebibles absurdos, sólo se puede comprender como ins- bien?!— el deber de todo cristiano.
trumento para liberar al hombre, en cuanto «alma» y persona cons-
ciente capaz de autodeterminación y dueña de su libertad, de una b) La imposición compulsiva de la Gran Madre
naturaleza que, al no tener alma, lo esclaviza, lo humilla y lo degrada. y ciertas características de la devoción a María
Para una mentalidad como ésa, la sexualidad sigue siendo, desde aquel
remoto pasado hasta hoy, un resto de paganismo, una fuerza con la Hace ya unos cien años, E. Zola trató de describir en su novela El
que se suelen disfrazar «dioses extraños», y principalmente el demo- pecado del padre Mouret cómo se configura la vida de un hombre que,
nio, dispuestos a conseguir que el que experimenta la plena felicidad en su condición de clérigo, procura realizar lo más perfectamente po-
sexual, por el mero hecho de tratarse de una felicidad puramente sible las enseñanzas de la Iglesia. El novelista, profundamente influido
terrena, se sienta inevitablemente bajo la amenaza de olvidar a Dios. por el romanticismo y el naturalismo, consideraba —con razón— la
Más aún, en estas circunstancias, no cabe más que ponerse de rodillas ascesis de la Iglesia católica, con su carácter de hostilidad hacia la
y agradecer a Dios que, al maldecir a Adán y a Eva por su pecado, naturaleza, como un desafío central a su pensamiento y a su creativi-
procurase que al hombre no le fuera posible alcanzar la verdadera feli- dad poética; y eso es, precisamente, lo que trató de describir en esta
cidad de un «modo puramente animalesco», es decir, «sucumbiendo a novela.
la mera pulsión sexual». Y así queda cerrado el círculo; de modo que El protagonista de la obra es un sacerdote que llega a su parroquia
lo mejor es evitar con todas las fuerzas posibles, y mientras se pueda, de Les Artaud precedido de una aureola de santidad. Mientras su her-
la sexualidad como la verdadera fuente de todos los apetitos desorde- mana Desirée, de carácter más bien débil y figura perfecta de lo que se
nados. tiene por «un alma de Dios», desborda de amor por los animales que
No es éste el momento —ni lo pretendemos— de discutir la doc- en número indefinido cuida en el patio de la parroquia, otra figura, la
trina cristiana sobre el pecado original ni de dar nuestra interpretación del hermano Archangias, constituye su verdadera antítesis espiritual:
del correspondiente relato bíblico; ya lo hemos hecho detalladamente un hombre más bien rudo, mezcla grotesca de san Miguel y de
en otra obra316. Tampoco es nuestra intención analizar teológicamente Cancerbero, que sobre las mujeres sólo sabe que huelen a azufre, por-
el concepto de «apetito desordenado», o «concupiscencia», ni mostrar que tienen el diablo en el cuerpo, «en las piernas, en los brazos, en el
466 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 467

vientre, en todas partes». Su idea es que las mujeres «llevan la conde- hipnosis de una irrenunciable obediencia al insistente, palpitante y
nación en sus faldas, y son unas creaturas sólo buenas para el estercolero, apasionado lenguaje de la sangre, que eleva también a la categoría de
por sus porquerías que no hacen más que emponzoñarlo todo»317. Sin lo «divino» el hecho de que Sergio y Albina se entreguen mutuamente,
embargo, para el padre Mouret, el personaje, precisamente por su ru- es decir, se pierdan el uno en el otro. En lenguaje del propio Zola:
deza, es un verdadero hombre de Dios, «sin lazos terrenales, sometido
a la voluntad del cielo, humilde, tosco, y con una boca llena de obsce- Era el jardín el que había querido el pecado. De los bancales llega-
nidades contra el pecado. Su mayor motivo de desesperación era no ban aromas de flores estremecidas, un prolongado susurro que rela-
poder desprenderse aún más de su cuerpo»318. taba las nupcias de las rosas, la voluptuosidad de las violetas; y
nunca la solicitud de los heliotropos tuvo un ardor más sensual. Del
En clima de religiosa entrega a su renuncia al mundo, el sacerdote
huerto llegaban bocanadas de frutos maduros que traía el viento,
pasaba «sus días centrado en la existencia interior que él mismo se
un perfume rico en fecundidad, a la vainilla de los albaricoques, al
había labrado al abandonarlo todo para entregarse plenamente. Había almizcle de las naranjas. Las praderas proferían una voz más pro-
cerrado las puertas de sus sentidos y su único anhelo era liberarse de funda, hecha de los suspiros de millones de plantas besadas por el
las exigencias del cuerpo, de modo que se había convertido en un alma sol, profundo lamento de una innumerable muchedumbre en celo,
embelesada en la contemplación. La naturaleza no le ofrecía más que conmovidas por las caricias frescas de los ríos, las desnudeces de las
trampas e inmundicias; por eso, su gran orgullo era oponerle violen- aguas corrientes, en cuyo borde los sauces soñaban en voz alta con
cia, despreciarla y tratar de liberarse de su propio fango humano [...] el deseo. El bosque exhalaba la pasión gigantesca de las encinas, el
de modo que se consideraba como un desterrado en esta tierra»319. canto de órgano de los elevados setos, música solemne que condu-
Lo que más nos interesa en este momento es el acerado contraste que cía al matrimonio de los fresnos, de los abedules, de los plátanos,
en el fondo de los santuarios de hojas; mientras que los bosquecillos
establece el autor entre la ascesis cristiana y la omnipotencia de una
y las espesuras jóvenes estaban llenas de una pillería adorable, de un
Naturaleza elevada a categoría de mito. Los propios habitantes de Les
alborozo de amantes que se persiguieran, arrojándose al borde de
Artaud aparecen como los epígonos paganos de los adoradores de la Gran los declives, robándose el placer, en medio de un gran estremeci-
Diosa. Toda su mentalidad está centrada en sus viñedos, con cuya tie- miento de ramaje. Y en este acoplamiento del parque entero, los
rra les gustaría fundirse en un voluptuoso abrazo; un pueblo rudo, sen- abrazos más rudos se oían a lo lejos, sobre las rocas, allá donde el
sual, violento, que se aparea a placer con la mayor lascivia y obsceni- calor hacía restallar las piedras henchidas de pasión, donde las plantas
dad; una población que, a los ojos del sensible padre Mouret, se presenta espinosas se amaban de una manera trágica, sin que las fuentes veci-
como totalmente embrutecida. Pero lo que verdaderamente cautiva la nas pudieran aliviarlas, totalmente quemadas ellas mismas por el
mirada del párroco, sobre todo durante la noche, es la sugestividad de sol que descendía hasta su lecho. [...]
ese paisaje, en el que flotan los rasgos de la Gran Diosa. Los animales del jardín les gritaban que se amasen. Las cigarras
cantaban con una ternura como si se muriesen. Las mariposas es-
Y es precisamente una joven, la bella Albina, en la que el párroco
parcían besos con el batir de sus alas. Los gorriones atrapaban ca-
ve una auténtica hija de la naturaleza, la que en medio del lujuriante
prichos de un segundo, como caricias de sultanes que se pasean con
«Paradou», bajo el árbol de la vida, le «seduce» y le hace caer en el viveza y orgullo enmedio del serrallo. En las aguas claras había
«pecado». La escena es de una inocencia conmovedora, como la de estremecimientos de peces que depositaban su freza al sol, se oían
aquellos dos hijos de la naturaleza en la antigua poesía romana, Dafnis las llamadas ardientes y melancólicas de las ranas, toda una pasión
y Cloe320, que tardan en comprender lo que les sucede y a los que la misteriosa, monstruosamente saciada en la insipidez glauca de los
naturaleza misma instruye en su secreto. Sólo que aquí, en Zola, todo cañaverales. En el fondo de las frondas, los ruiseñores lanzaban
es mucho más reflejo. La naturaleza se apodera de un modo casi risas perladas de voluptuosidad, los ciervos bramaban, ebrios de tal
demoníaco de esos dos seres que se han emancipado de ella demasiado concupiscencia que les hacía morir de laxitud al lado de las hembras
deprisa, como si quisiera engullirlos en el seno de su todopoderoso exhaustas. Y sobre las losas del roquedo, al borde de los diminutos
murmullo y de su inconsciente embriaguez. Todo es el lenguaje del bosquecillos magros, las culebras, anudadas de dos en dos, silbaban
amor, de la cópula, de la generación; todo sucede como en la profunda con dulzura, mientras que los grandes lagartos empollaban sus hue-
vos, vibrante el espinazo y con un ligero ronquido de éxtasis. De los
468 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 469
rincones más recónditos, de las superficies al sol, de los manchones una rama colateral de los mamíferos, una parte de la naturaleza que,
de umbría, emanaba un olor animal, cálido, enervante, como de
poco a poco, va tomando conciencia de sí misma? En cualquier caso,
celo universal. Toda esa vida pululante tenía un estremecimiento
de parto. Bajo cada una de las hojas, un insecto concebía; en cada el padre Mouret descubre demasiado tarde y de una manera más bien
espesura de la hierba, brotaba una familia; las moscas, emparejadas, trágica que la presunta inexpugnabilidad de la sexualidad, la fatal y
no se preocupaban de dónde posarse para fecundar. Las parcelas de primigenia fuerza tentadora de una naturaleza omnipotente, el atracti-
vida invisible que poblaban la materia, los átomos de la naturaleza vo irresistible de la mujer, como eterna «Eva», sólo suponen un peli-
se amaban, y se acoplaban, dando al suelo un balanceo voluptuoso, gro, si durante toda la vida se ha estado obligado exteriormente y uno
haciendo del parque una gran fornicación. mismo se ha impuesto la obligación interna de rechazar y reprimir
Entonces, Albina y Sergio comprendieron. Él no dijo nada; la todo impulso de «la carne», para conquistar el ideal de una exigencia
rodeó con sus brazos, siempre con más fuerza. La fatalidad de la tan inhumana como la castidad.
fecundación les rodeaba. Cedieron a las exigencias del jardín. El Eso es precisamente lo que el padre Mouret, en un esfuerzo que le
árbol le susurró a Albina lo que suelen musitar las madres a las
ha llevado casi a la locura, ha intentado repetidamente conseguir, al
novias en la noche de bodas. Albina se entregó; Sergio la poseyó.
Y el jardín entero se abismó, con la pareja, en un último grito consagrar su vida a la Madre de Dios, a la anti-Cibeles, a la inmaculada
de pasión. Los troncos se plegaron como bajo un viento tremendo; y siempre virgen María, antítesis de la seductora Eva.
las plantas dejaron escapar un suspiro de embriaguez; las flores, No hay ninguna regla monacal o de congregación religiosa, ningu-
desmayadas, con los labios abiertos, exhalaban su alma; el propio na recomendación eclesiástica, ningún discurso papal que, en contex-
cielo, abrasado por el sol poniente, tenía nubes inmóviles, nubes to de una exigencia como la castidad monástica o el celibato, no hagan
desfallecidas, de donde cayó un embeleso sobrehumano. Y fue el referencia, como por una necesidad intrínseca, a la devoción a la Ma-
triunfo de los animales, de las plantas, de todas las cosas que les dre de Dios. Las dos cosas van íntimamente unidas, tanto desde el
rodeaban y que habían deseado que esas dos criaturas entraran en la punto de vista de la historia de las religiones como desde la perspecti-
eternidad de la vida. Y el parque entero crujió de plenitud y se va del psicoanálisis. Pero precisamente esa relación es lo que —contra
desató en un aplauso estrepitoso321. la voluntad explícita de la Iglesia católica— revela de manera inquie-
Eso, precisamente, el éxtasis natural del acto de la generación, el tante la tragedia de la devoción a la Virgen.
estremecimiento voluptuoso de los miembros en el abrazo sublime del La Antigüedad nos da testimonio de los galli, sacerdotes de Cibeles
amor, la coral unísona de la naturaleza en una apasionada nostalgia, que, en un transporte de éxtasis divino, se emasculaban y arrojaban los
eso es de lo que, desde siempre, la religiosidad cristiana ha huido con despojos de su virilidad en el seno de la Gran Diosa322, un rito de unión
horror y vergüenza, como de las mismas profundidades del infierno. edípica ficticia entre madre e hijo que, en realidad, y por el tabú del
El infierno era y es el vientre de la tierra, el seno de la mujer, la vida incesto, llegó a significar exactamente lo contrario de lo que encerraba
natural, la fuente misma de la existencia; una contradicción aparente- su simbolismo. El rito se transformó en imagen de una plenitud sexual
mente insoluble. Como lo es la alucinación que produce en la cabeza que se realizaba a precio de una destrucción voluntaria de sí mismo, de
del clérigo la idea de un deleite en el placer prohibido y simultánea- un sacrificio de la propia virilidad, que consideraba la automutilación
mente la punición por el pecado, que le sugiere su profunda repugnada como el condicionamiento esencial para soñar una «hierogamia», o
a los sudores y gemidos del amor en el acto generativo. Se resiste a sea, la unión sagrada con la divinidad, que nunca llegaba a
comprender que el oleaje de la pasión es lo que empuja la barca del consumarse323.
«yo» del hombre, y no lo que la engulle; sólo hay que mantener el En la Iglesia católica, a nadie se le ocurrirá poner en duda esa
rumbo contra viento y marea, en vez de esforzarse en remar contra interpretación psicoanalítica del culto a Cibeles y a su pastor Atis.
corriente. Pero, de manera incomprensible —¡o, tal vez, demasiado compren-
Por supuesto, el hombre no es un animal en celo. Pero, ¿no corre- sible!—, se producirá inmediatamente un masivo rechazo ante el mero
ría el riesgo de comportarse como tal, si le enseñaran a avergonzarse intento de proponer una interpretación semejante sobre el culto a las
de lo que, en realidad, también es: un producto tardío de la evolución, imágenes de María, y sobre la exigencia de castidad, de autocastración
470 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 471

y de fijación a la figura de la m a d r e , especialmente en lo que se del cielo, y bajo la desatada amenaza de los contenidos sexuales que la
refiere a la devoción a la Virgen. Sin embargo, hace más de cien años, oración apenas logra disfrazar, se acrecentase en el orante el rechazo
Émile Zola, con absoluta independencia de los descubrimientos del de los sentimientos psíquicos reprimidos, y se viera impulsado a co-
psicoanálisis, nos ofreció en el personaje de su protagonista, el padre brar una actitud infantil cada vez más pronunciada, hasta el p u n t o de
M o u r e t , una intuición poética extraordinariamente exacta n o sólo de tener que declararse inocente, asexuado, prepubertario frente a su
la mera plausibilidad, sino de la evidente e indiscutible realidad de m a d r e , para apartar la vista de la intensidad con la que sus impulsos
esta clase de relaciones. En lugar de ofrecer un sinfín de teorías e traicionan el deseo masculino de unirse a una mujer adulta. Esa
hipótesis, Zola nos p o n e ante los ojos la vida y la experiencia de un dialéctica psíquica es lo que audazmente describe Zola c u a n d o hace
hombre cuya devoción a la M a d r e de Dios n o es un simple añadido a exclamar al protagonista, en el curso de su oración:
su existencia, sino que — c o m o tenía que ser, por las instrucciones
recibidas— constituye el centro y la única razón de su afectividad. Quisiera ser niño todavía. Quisiera no ser nunca sino un niño que
Émile Zola nos presenta al sacerdote, una noche de comienzos del caminara a la sombra de vuestra túnica. Era pequeño y ya unía las
mes de mayo, absorto en oración ante el altar de la Virgen, profusamente manos para pronunciar el nombre de María. Mi cuna era blanca, mi
a d o r n a d o con flores recién cortadas. Perturbado y nervioso por su pri- cuerpo era blanco, todos mis pensamientos eran blancos. Os veía cla-
mer encuentro con la joven y bella Albina en «Paradou», el sacerdote ramente, sentía que me llamabais; acudía a vos sonriendo, sobre rosas
intenta recuperar la calma ante la imagen de María. Presa de la más deshojadas. Y nada más. Yo no sentía, no pensaba, vivía sólo para
desgarradora angustia, c o m o si oyera a sus espaldas los galopantes ser una flor a vuestros pies. Uno no debería crecer. No tendríais en
derredor más que cabecitas rubias, una muchedumbre de niños que
pasos de Albina, se arroja a los pies de la Virgen y empieza a balbucir
os amarían, de manos puras, de labios sanos, de miembros tiernos,
c o m o perdido:
sin inmundicia, como salidos de un baño de leche. En la mejilla de
un niño, se besa su alma. Sólo un niño puede pronunciar vuestro
¡Madre purísima, Madre castísima, Madre siempre virgen, rogad nombre sin mancharlo. Más tarde, la boca se ensucia, envenenada
por mí! Sois mi refugio, la fuente de mi dicha, el templo de mi por las pasiones. Incluso yo, que tanto os amo, que me he entregado
sabiduría, la torre de marfil en la que he encerrado mi pureza. Me a vos, no me atrevo a invocaros continuamente, pues no quiero que
pongo en vuestras manos sin tacha, os ruego que me protejáis, que os encontréis con mis impurezas de hombre. He suplicado, he co-
me cubráis con un fragmento de vuestro velo, que me guardéis bajo rregido y flagelado mi carne, he dormido bajo vuestra custodia, he
vuestra influencia, al amparo de vuestro vestido, para que no me permanecido casto; y lloro al ver hoy que no me encuentro lo sufi-
alcance ningún hálito carnal. Os necesito; sin vos me muero, si no cientemente muerto en este mundo como para ser vuestro esposo.
me lleváis entre vuestros brazos misericordiosos, lejos de aquí, en ¡Oh, María, Virgen adorable! ¿Por qué no tengo cinco años, por qué
medio de la blancura ardiente en que vivía. María, sin pecado con- no sigo siendo aquel niño que posaba sus labios sobre vuestras imá-
cebida, sumergidme en el fondo de la nieve inmaculada que cae de genes? Os llevaría en mi corazón, dormiríais a mi lado, os abrazaría
cada uno de vuestros miembros. Vos sois el prodigio de eterna cas- como a una compañera, como a una muchacha de mi edad. Tendría
tidad. Vuestra raza ha brotado de un rayo de luz como árbol mara- vuestra túnica estrecha, vuestro velo infantil, vuestro manto azul, toda
villoso que ningún germen haya plantado. Vuestro Hijo, Jesús, ha esa infancia que hizo de vos una hermana mayor. No trataría de besar
nacido del aliento de Dios, vos misma habéis nacido sin que fuese vuestros cabellos, pues la cabellera es desnudez que no debe dejarse
mancillado el vientre de vuestra madre, y yo deseo creer que esta que se vea; pero besaría vuestros pies desnudos, uno tras otro, du-
virginidad asciende así de edad en edad ignorando absolutamente rante noches enteras, hasta que hubiera deshojado con mis labios
la carne. ¡Oh! ¡Vivir, crecer, fuera de la vergüenza de los sentidos! vuestras rosas de oro, las rosas místicas de vuestra sangre 325 .
¡Oh! ¡Multiplicarse, tener hijos sin la necesidad abominable del
sexo, con el solo acercamiento del beso celestial!324.
El padre Mouret no se da cuenta de que su actitud, como la de tantos
amantes que se defienden de sus sentimientos a base de negarlos, n o
La escena se desarrolla c o m o si, a consecuencia de un progresivo y
hace más que provocar con mayor insistencia los fantasmas de los que
desmesuradamente ardoroso deseo de unión y de fusión con la M a d r e
pretende huir. Si hace un m o m e n t o no quería acercarse a besar el cabe-
472 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 473

lio de esa imagen a la que se atreve a llamar su «compañera», ahora, en que yo sea como uno de esos ángeles que no poseen más que dos
su humildad, siente un irresistible deseo de besar su pies; como si en el grandes alas tras sus mejillas; sin tronco ni miembros; volaré a vos,
lenguaje de la Biblia, los «pies» no fueran uno de los eufemismos más si vos me llamáis; no seré más que una boca que pronuncia vuestras
frecuentes para designar los órganos genitales masculinos o femeni- alabanzas, más que un par de alas sin mácula que acunarán vuestros
nos326. Y apenas piensa en apretar reverentemente sus labios contra esos viajes por los cielos. ¡Oh! ¡La muerte, la muerte, Virgen venerable,
«pies» de la santísima Virgen, le viene la idea de pasarse «noches ente- dadme la muerte absoluta! Os amaré en la muerte de mi cuerpo, en
la muerte del que vive y del que se multiplica. Consumaré con vos el
ras deshojando las rosas de oro» de la Virgen —unas imágenes que alu-
único matrimonio que mi corazón desea. Iré siempre más arriba,
den indiscutiblemente a los rosados pezones de la mujer amada, y a lo siempre más arriba [...] subiré a vuestros labios como una llama
que se añade la mención de la «sangre»—, como lejana y soñadora pro- sutil; entraré en vos, por vuestra boca entreabierta, y se consuma-
mesa de una inevitable desfloración del auténtico objetivo de todos esos rán las nupcias, mientras que los arcángeles se conmoverán con
encendidos esfuerzos, a duras penas disimulados. nuestra alegría. ¡Ser virgen, desearse virgen, conservar la blancura
En cualquier caso, el propio sacerdote parece tener un primer atis- virginal en medio de los más dulces besos! ¡Poseer todo el amor,
bo del secreto deseo que se trasluce en su oración; pero inmediatamen- acostado sobre alas de cisne, en una nube de pureza, del brazo de
te pide a la Virgen que ella misma lleve a cumplimiento en él el servi- una señora de luz cuyas caricias son goces del alma! [...]
cio de Cibeles. Por eso, en un creciente arrebato de locura, suplica con ¡Oh, María, vaso de elección, privadme de lo humano, hacedme
mayor insistencia: eunuco entre los hombres, para que yo consiga sin miedo el tesoro
de vuestra virginidad327.
Pues bien, haced que vuelva a ser niño, Virgen bondadosa, Virgen
poderosa. Haced que yo tenga cinco años. Tomad mis sentidos, Desde el punto de vista psicoanalítico, esta oración, en la que re-
tomad mi virilidad. Que un milagro haga desaparecer todo lo que suenan las plegarias de tantos clérigos o, simplemente, en la que se
de hombre ha crecido en mí. A vos, que reináis en el cielo, nada os recogen las oraciones típicas de los devocionarios católicos, pone de
resultará tan fácil como fulminarme, secar mis órganos, dejarme sin manifiesto de manera verdaderamente conmovedora cómo el sacerdo-
sexo, incapaz para el mal, tan despojado de fuerza que no pueda te, a pesar de la sinceridad de su lucha, se dirige en círculos cada vez
mover ni siquiera un dedo sin vuestro consentimiento. Quiero ser más estrechos a su objetivo inconsciente. Por castos que sean sus inten-
candido, con ese candor, el vuestro, que ningún estremecimiento tos de desplazar de abajo arriba, desde el seno hasta la boca, el punto
conseguirá turbar. No quiero sentir más ni mis nervios, ni mis mús- de unión con la mujer amada328, por mucho que se esfuerce en pre-
culos, ni el latido de mi corazón, ni el esfuerzo de mis deseos. Quie- sentarse, después de su emasculación, como transformado en una sim-
ro ser un objeto, una piedra blanca a vuestros pies, en la cual no ple «boca», es decir, como mujer, se mantiene vivo en su interioridad
dejaríais más que un perfume, una piedra que no habría de moverse
el deseo de una «fusión casta» y, consecuentemente, un vislumbre de
del lugar en que la arrojaseis; sin oídos, sin ojos, satisfecho de estar
Albina. Ya no le será posible apartarla de su pensamiento, ni con la
bajo vuestros talones, sin poder pensar inmundicias con las piedras
del camino. ¡Oh! ¡Qué beatitud tendría entonces! Llegaré sin es- oración. Una vez que la fiebre del amor le ha entrado en las venas,
fuerzo, a la primera tentativa, a la perfección con que sueño. Al fin seguirá pulsando en todo el cuerpo del sacerdote y ya no le abandona-
me proclamaré vuestro verdadero sacerdote [...] rá jamás, hasta que llegue la catástrofe.
Sí, rehuso la vida; digo que la muerte de la especie es preferible Es evidente que, en todo ese proceso, se trata de una imposición
a la abominación continua que la propaga. El pecado lo mancha compulsiva de la represión, que se manifiesta no sólo a nivel de psique
todo. Es una podredumbre que ensucia el amor, envenena la cáma- individual, sino incluso en perspectiva de historia de las religiones. En
ra nupcial, la cuna de los recién nacidos, e incluso las flores marchi- el fondo, es la Gran Madre, Cibeles, la que se trasluce en el ideal de
tas por el sol, y los árboles que dejan nacer sus brotes. La tierra se castidad de la Iglesia católica, tal como lo describe Zola. Y no cabe
baña en esa impureza cuyas gotas más pequeñas hacen brotar una
duda de que esa interpretación del novelista francés se ve definitiva-
vegetación vergonzosa. Mas para que yo sea perfecto, ¡oh, Reina de
los ángeles, Reina de las vírgenes, escuchad mi grito, acogedlo! Haced mente confirmada por la iconografía cristiana.
No es aventurado decir que, en el terreno artístico, la sexualidad
474 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 475

reprimida se expresa preferentemente en las fantasías compensatorias los poderosos de sus tronos, que le otorgaba a María, precisamente
de lo cursi (kitscb). ¿Qué pensar, si no, de esas Vírgenes de escayola a él, un pobre niño desnudo que suspiraba y sucumbía de amor
que, con las manos juntas, un vestido blanco hasta los pies, los ojos sobre las heladas baldosas de su celda329.
nostálgicos vueltos hacia el cielo, siempre descalzas, con su boquita
pintada de rojo, y su cabellera suelta que les cae por toda la espalda, Lo decisivo en este pasaje no es que Émile Zola describa aquí con
tratan de seducir a sus fieles devotos con sugerencias tan sensuales inquietante precisión la tremenda nostalgia de amor insatisfecha, sino
como extravagantes? La fascinación que suelen ejercer esas imágenes su extraordinaria intuición de un lenguaje simbólico que sabe interpre-
sube de tono cuando el tema es la Dolorosa que, como en las imágenes tar genialmente; y eso, sin conocer los descubrimientos de Freud. Se
del Corazón de Jesús, muestra externamente su corazón herido de amor trata de una descripción soberbia; sobre todo, la insaciable —porque
y atravesado por siete espadas. jamás saciada— nostalgia clerical de ser amado maternalmente, como
Sobre un decorado semejante, Zola describe los sentimientos del un niño, y por toda la eternidad. Y si, como piensan muchos psicoana-
padre Mouret: listas, el pecho de la madre representa el fondo onírico de toda año-
ranza de amor humano y del cumplimiento de todas las fantasías del
Durante largo tiempo había mantenido clavado en la pared de su deseo" 0 , la oración del desgraciado padre Mouret confirma plenamente
celda un grabado en color del Sagrado Corazón de María, en el que esa idea. Sólo que el pobre párroco ya no es un niño; por eso, le angus-
la Virgen, con una sublime sonrisa, abría su corpino y mostraba en tia tanto, hasta la desesperación e incluso hasta experimentar «un in-
su pecho una brecha roja, en cuyo oscuro fondo irradiaba su cora- soportable horror ante el sufrimiento de una mujer», esa espada que se
zón atravesado por una espada y coronado de blancas rosas. Aque-
hunde en el pecho de María por «una brecha roja». Naturalmente, esa
lla espada le sumía en la desesperación, produciéndole un insopor-
table horror ante el sufrimiento de la mujer, cuya sola suposición le horrible «espada» es un símbolo fálico. Y toda la escena rebosa una
arrancaba de toda piadosa obediencia. Acabó por tacharla, dejando fantasía coital que, desde el vientre de la mujer —tan peligroso, por
sólo el aureolado corazón, arrancado en parte de aquella carne ex- otra parte—, se desplaza sencillamente «hacia arriba», de modo que el
celsa para serle ofrecido. corazón traspasado, que se encuentra entre los dos pechos, no es más
En aquel instante fue cuando se sintió amado. María le daba su que simple sustitución de la vagina entre los muslos. Y, en esas cir-
corazón, un corazón vivo, tal como latía en su seno, mientras su cunstancias, la mención de la «sangre», que eleva la intensidad del
sangre caía gota a gota. Ya no tenía frente a él una simple imagen de terrible espectáculo, tendrá que interpretarse como el inevitable acom-
piadosa pasión, sino algo material, un milagro de ternura que, du- pañamiento de la desfloración. Sólo en esa interpretación se entiende
rante sus rezos ante la imagen, le impulsaba a extender los brazos la «sublime sonrisa» de la Virgen en medio de su dolor; y así habrá que
para recibir en sus manos, con toda religiosidad, el corazón que se interpretar también la referencia al «sufrimiento de la mujer», o sea, de
desprendía del pecho sin mácula. Además de verlo, sentía sus lati- todas las mujeres.
dos. ¡Y el corazón latía para él, sólo a él amaba! Aquello era como
si todo su ser enloqueciese en un deseo de besar el corazón, de Lo que, en realidad, produce ese escalofrío tan tremendo en el
fundirse en él, de reposar con él, dentro de aquel pecho herido. padre Mouret, durante su insistente petición de amor y de acogida, no
Ella le amaba intensamente, hasta el punto de anhelar que se queda- es más que su inaudito deseo de poseer virilmente a la Virgen. Y la
ra a su lado toda la eternidad, perteneciéndola siempre. Ella le persistente afirmación de la «virginidad perpetua» de María responde
amaba con ternura. Más que el resto de las mujeres juntas, con un indudablemente al esfuerzo por asegurarse tanto más del tabú de la
amor profundo, azul e infinito como el cielo. ¿Dónde hubiera po- virginidad, es decir, del himen, cuanto más se deja sentir en el hombre
dido encontrar una amada tan atractiva? ¿Qué caricia en la tierra el deseo masculino de desgarrarlo virilmente. De modo que la venera-
podía ser comparable con ese hálito en el que se hallaba envuelto?
ción de la «Madre siempre virgen» sintetiza dos elementos: la fijación
¿Qué unión mísera, qué abyecto goce podría compararse con esa
eterna flor del deseo siempre en aumento y que jamás se agotaba? edípica a la madre, como se da en la primera infancia, y la reanimación
Entonces, cual soplo de incienso, el Magníficat emanaba de su regresiva de ese vínculo por la huida ante el deseo sexual adulto. Para-
boca. Cantaba el himno de alegría de María, su dichosa conmoción lelamente, se da un extremado desplazamiento del deseo original ha-
al acercarse a su divino Esposo. Enaltecía al Señor que arrojaba a
476 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 477

cia el terreno de lo sádico: el goce se convierte en sufrimiento, el delei- aún se sigue discutiendo si lo fundamental es probar que las raíces del
te, en dolor, el acto generativo, en muerte irremediable. culto a María se encuentran ya en determinados pasajes de la sagrada
Si se leen psicoanalíticamente las anteriores descripciones de Émile Escritura o, más bien, si hay que alegar ciertos datos de la historia de
Zola, se verá con asombro y hasta con inquietud cómo, durante más las religiones «paganas», que contradicen esa idea331. En realidad, pa-
de cien años, la Iglesia católica no ha sacado la más mínima conse- rece mucho más útil una comparación de las estructuras religiosas que
cuencia de una descripción tan exacta de los fundamentos y efectos definen las dos posturas. Se comprobaría fácilmente que en el catoli-
psicológicos de los textos místicos, sobre todo de los jesuítas españo- cismo existe un estrecho vínculo entre esa forma de devoción mariana
les, que sirvieron al novelista francés para estudiar este tipo de devo- y la represión sexual característica de los clérigos, mientras que en las
ción mariana. Para Zola, un hombre como el padre Mouret no es nin- Iglesias de la Reforma el matrimonio opcional de los «pastores» tiende
gún santo, sino un desequilibrado que, inmediatamente después de su a socavar, a más largo o más corto plazo, incluso contra la voluntad
derrumbamiento en el «Paradou», tendrá que aprender como un niño expresa de los reformadores, los fundamentos psicológicos de esa mis-
pequeño, en los cálidos brazos de Albina, todos los rudimentos de la ma devoción.
existencia, para sanar de su enfermedad. Más tarde tendremos ocasión Para mostrar, a la inversa, cómo todavía hoy la mentalidad clerical
de volver sobre los sufrimientos de ese siervo de Dios tan angustiado, en materia de celibato obligatorio está marcada por una típica mezcla
cuando abordemos las dificultades que se ciernen sobre los clérigos de fijaciones edípicas «a la Mouret», es decir, por la añoranza de la
católicos que osan rebasar los límites de la prohibición del incesto con madre, prohibiciones sexuales de efecto castrativo, fantasías de viola-
la madre y desarrollan un amor adulto entre hombre y mujer. Por el ción o de desfloración, miedos a un posible castigo, y actitudes indis-
momento, baste señalar que la situación en la que hoy se mueve la cutiblemente sádicas, con referencia a la figura de la «siempre virgen
Iglesia es exactamente igual a la de 1875, cuando Émile Zola publicó María, Madre de Dios», basten dos ejemplos.
su novela sobre «el padre Mouret» y diagnosticó la situación psicológi-
El primero consiste en la asociación de un cierto culto a la Virgen
ca de conjunto a partir de un caso concreto, aunque ficticio.
con determinadas tendencias a un sadismo sexual. No habrá ningún
Sin embargo, habrá que repetir una vez más que el propósito de católico de los años cincuenta que no recuerde el gran impacto popu-
estas reflexiones no es estudiar dogmáticamente la doctrina católica lar, seguido de la lógica veneración, que produjo entonces el caso de
sobre la mariología. De lo que aquí se trata es únicamente de descubrir Maria Goretti, una niña violada y posteriormente asesinada por un
cómo el culto a la «siempre virgen María» y la contemplación de sus joven agricultor. Para el papa Pío XII, el hecho fue motivo más que
gozos, de sus sufrimientos y de su gloria contribuye a la represión de suficiente para elevar a los altares a esa joven mártir de la castidad
tantas añoranzas sexuales, y qué papel desempeña en dicha represión. virginal. «¡Antes la muerte, que cometer un pecado!», era el lema que
Precisamente sobre un fondo de historia de las religiones en el que se le atribuía. Sobre este caso se rodó una película titulada Cielo sobre
cobra tanta importancia el culto a la Gran Diosa Madre con toda su el pantano, que durante muchos años fue prácticamente de obligato-
variopinta gama de expresiones extáticas, la mística de la Virgen Ma- ria proyección en todos los círculos de jóvenes católicos, como ejem-
ría, según se practica en la Iglesia católica, aparece como una contra- plo de actitud cristiana. Por el mismo tiempo, más o menos, los pulpi-
partida ascética y como una imposición compulsiva de los deseos sexua- tos tronaron contra la película de Willi Frost La pecadora331, porque
les originariamente reprimidos. Y así, el resultado es una tremenda mostraba durante unos quince segundos a la actriz Hildegard Knef
infantilización de los resortes afectivos, una enorme acumulación de posando desnuda para un pintor, ferviente adepto de un iluminismo
miedos pubertarios y una hiperactividad imaginaria, que oscila conti- religioso en el que no había lugar para las mojigaterías trasnochadas ni
nuamente entre la sublimación de la madre pura y el miedo a determi- los oscurantismos supersticiosos. La época estaba marcada por un fer-
nadas obsesiones sádicas. viente amor a la Virgen: la celebración del mes de mayo estaba
No dejará de ser instructivo considerar aquí el «experimento» his- concurridísima, el rosario se rezaba por todas partes, y no había mujer
tórico de las Iglesias de la Reforma. En las reuniones «ecuménicas» piadosa que se perdiera la misa del sábado por la mañana, y la sabatina
entre teólogos católicos y protestantes, a propósito de la mariología, y la salve al atardecer.
478 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 479

Todo ese bullicio se fundió como la nieve al sol, con la irrupción extendida devoción a la «Madre siempre virgen» María. En lenguaje
de la libertad sexual, un desarrollo que a finales de los años cincuenta del psicoanálisis, se trata indudablemente de la proyección colectiva
y principios de los sesenta tuvo su símbolo en el mito —ya decrépito— de una forma del complejo de Edipo, en la que se mezclan la exalta-
de Brigitte Bardot. En un libro sobre la estética del cine erótico se ción religiosa de la autoridad patriarcal, su consecuencia lógica en for-
emite el siguiente juicio sobre el personaje: ma de amenaza de castración, y una fijación neurótica de ciertas ten-
En su presentación, la sexualidad femenina adquirió un grado de dencias libidinosas en la figura de la madre. Y eso se produce en unos
franqueza y de naturalidad que significó, quizá por primera vez en hombres que, tanto en su pensamiento como en su sensibilidad, se ven
la historia del cine erótico, un verdadero correctivo para la imagen impedidos —literalmente, por voluntad del cielo— de ser algo más
de la mujer forjada en el «Occidente cristiano». Bastaba la presenta- que niños apacibles, sumisos, dependientes de las instrucciones, inse-
ción de su figura para dar la impresión de una perfecta unidad entre guros, que no pueden ni deben ser precisamente como deberían en
cuerpo y espíritu, entre sexualidad y carácter, como jamás había virtud de la pretensión cristiana, o sea, personalidades libres, seguras
conseguido antes ninguna de las estrellas conocidas como «símbo- de sí mismas, abiertas al amor y capaces de amar, en definitiva, perso-
los sexuales», y sólo muy pocas de las siguientes llegarían a conse- nas adultas.
guir. Nada se puede separar de su erotismo; por eso, ella nunca ha
De manera especial, el aspecto sádico de una devoción mariana «a
dejado de ser sujeto. Tal vez sea exagerado considerarla como una
figura simbólica de la emancipación femenina. Pero su total y abso- la Mouret» queda confirmado en nuestros días por la actitud del papa
luta feminidad, que no se puede simplificar arbitrariamente ni Juan Pablo II que, aunque involuntaria, no por eso deja de ser suficien-
anatematizar como demoníaca o caricaturizar de cualquier modo, temente elocuente. Si exceptuamos a Pío XII, no ha habido otro papa
constituye todo un mensaje333. en este siglo que haya dado muestras de tanto fervor mariano. Por eso,
El mensaje de Brigitte Bardot se fue configurando [...] a través no es difícil interpretar como un comentario a la tremenda nebulosa
de pequeñas secuencias [...] en las que la actriz, olvidándose de sí afectiva que baña la devoción a la Virgen el hecho de que, durante el
misma, se mostraba con la mayor naturalidad y traducía en simples reinado de Juan Pablo II, y en continuidad con la canonización de Maria
imágenes la equivalencia entre erotismo y alegría de vivir. Bastaba Goretti, hayan subido a los altares seis mujeres con un destino análogo,
un beso o unos pasos de danza sin la dramatización artificial de las entre ellas: en 1985, Anuarita, una religiosa de veintitrés años,
estrellas de Hollywood, unos momentos de felicidad, no sólo en martirizada con otras dos mil víctimas en el Zaire, y Karoline Kozka,
una autoafirmación del amor, sino incluso en las «caricias» del sol y asesinada en 1914 cuando contaba sólo dieciséis años; y el 4 de octubre
del mar, para desmentir las reservas «morales» que podían inspirar
de 1987, Antonia Mesina, asesinada en 1935, también a la edad de
los escenarios. Lo nuevo de esta cinematografía radicaba no sólo en
la posibilidad —hasta entonces, sólo «masculina» —de separar dieciséis años, y Pierina Morosini, que murió con veintisiete años335. En
emocionalmente el objeto de deseo y el placer sexual, sin referencia estas circunstancias, la salvaguarda del ideal de virginidad difícilmente
explícita al amor «eterno» e inquebrantable —«Todo amor dura lo permite imaginarse una relación entre hombre y mujer sino como un
que se merece», dice una afirmación muy común sobre este tema, acto violento que obedece a la irrupción de unas pulsiones instintivas.
sino también una insistente reivindicación del derecho de los jóve- Por consiguiente, a ejemplo del padre Mouret, y por miedo a la propia
nes a la experiencia erótica334. sexualidad reprimida, no cabe otra solución que refugiarse en los bra-
zos de la «purísima Madre». Es el eterno círculo vicioso en el que el miedo,
A partir de ese momento, y debido a una libertad inconcebible la represión, la regresión y las fantasías transgresoras no engendran más
hasta entonces en materia de sexualidad, quedó obsoleto en la sensibi- que nuevos miedos, nuevas angustias y más profundas represiones.
lidad popular, entre otras cosas, un cierto tipo de religiosidad. De modo
El segundo ejemplo puede parecer más incidental, pero en sí mis-
que no fue sólo cuestión de tiempo que la revuelta del 68 viniera a
mo es tremendamente revelador. Se trata de la descalificación que di-
expresar abiertamente la verdadera situación.
versas Conferencias episcopales pronunciaron, en 1988, contra la fa-
No se puede negar que en la actitud religiosa del catolicismo se
mosa película de Martin Scorsese La última tentación de Cristo*36. La
conjugan tres factores: el centralismo autoritario del poder patriarcal,
película, incluso antes de su proyección pública, se consideró como
la severidad restrictiva en los principios de moralidad sexual, y una una deformación de la fe cristiana, aparte de su escaso valor artístico.
480 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 481

Por más que, «cuándo la Iglesia ha desdeñado la «cursilería» en el arte, —Entonces, ¿por qué ansias el cielo, y suspiras por el agua
con tal que fuera religiosa? Pues bien, la película de Scorsese no era inmortal? Yo soy ese agua inmortal. Tú te has inclinado hacia ella,
cursi, ni mucho menos, sino una obra seria. has bebido, y has encontrado la alegría. ¿Suspiras todavía, cariño?
El problema no estaba tanto en la película propiamente dicha, cuan- ¿En qué estás pensando?
to en el libro homónimo de Nikos Kazantzakis, en el que estaba inspi- —Mi corazón es como la rosa de Jericó. Estaba marchita, pero
rado el film. El novelista griego, que durante toda su vida «se había ahora vuelve a florecer y a abrir sus pétalos en el agua. La mujer es
cargado con la responsabilidad por el destino del hombre», para medir una fuente de agua inmortal. Ahora lo comprendo.
—¿Qué es lo que comprendes, mi vida?
sus fuerzas con «el enemigo número uno de la humanidad, la muerte»337,
—Que lo mortal tiene que hacerse inmortal, que Dios ha baja-
sentía una mágica fascinación por los «muertos inmortales»: Cristo,
do a la tierra en figura de hombre. Yo andaba equivocado, cuando
Buddha, Lenin. Por eso, había dedicado su novela sobre «la última ten- buscaba mi camino fuera de la carne, en las nubes, en las ideas
tación» a Cristo en la cruz, entre otras razones, porque quería «desem- sublimes, en la muerte. Perdóname tú, mujer, la ayuda más preciosa
barazarse de esas sirenas» y transformar «sus tres voces discordantes en que Dios me ha enviado. Yo me inclino ante ti, y te adoro, madre
una perfecta armonía»338. En ese intento, pone en contraposición la de Dios. [...] Vamos a tener un hijo; pero, ¿cómo lo llamaremos?
figura de Jesús con las continuas insinuaciones de su discípulo Judas, —Lo llamaremos «Intercesor».
que quiere convencer al Maestro de la necesidad de emprender una
acción violenta, político-mesiánica, contra las fuerzas romanas de ocu- Después de algún tiempo, el ángel de la guarda susurra al oído de
pación. Pero, de hecho, para poder interpretar el mensaje de Jesús en Jesús:
sentido «político», sería imprescindible que la tradición nos hubiera
transmitido alguna palabra de Jesús sobre o contra Roma. —Nadie puede encontrar a Dios él solo; tienen que ser dos,
Sin embargo, la verdadera piedra de escándalo que llevó a la Igle- hombre y mujer. Pero tú no lo sabías; tuve que ser yo el que te lo
enseñara. Ahora tú, con María, has encontrado al Dios que durante
sia a rechazar la filmación de la novela no fue la posibilidad de seduc-
tantos años andabas buscando. [...] Esto es el reino de los cielos: ¡la
ción a la violencia, que Kazantzakis atribuye a- su protagonista, sino el
tierra! Esto es Dios: ¡tu hijo! Esto es la eternidad: ¡cada momento,
hecho de que el novelista griego, siempre dividido entre Apolo y Jesús de Nazaret, cada momento que pasa! ¿No te basta cada mo-
Diónisos, se hubiera planteado la posibilidad de que Cristo, a punto de mento? Si es así, tampoco te bastará la eternidad339.
morir, y por insinuación de su compasivo ángel de la guarda, hubiera
podido imaginarse que estaba casado con María de Magdala o con Esos pensamientos, esas palabras en las que el novelista griego sue-
cualquiera otra mujer, y que había tenido hijos con ellas. El Jesús de ña con una reconciliación verdaderamente cristiana de realidades tan
Kazantzakis se lamenta de que su rechazo a un matrimonio con su opuestas como cielo y tierra, tiempo y eternidad, hombre y mujer, espí-
amiga de infancia María Magdalena haya impulsado a ésta a la prosti- ritu y afectividad fueron los que realmente provocaron la irritación cle-
tución. Sólo entonces, al término de su vida, y bajo el indecible tor- rical en el año 1988. ¡Jesús en brazos de una mujer! ¡El amor entre los
mento de la crucifixión, su ángel de la guarda le transporta hasta la sexos como camino de liberación del alma! ¡La felicidad terrestre de la
mujer amada, que le estrecha entre sus brazos con la ternura con que
sexualidad como un modo de experimentar la presencia de lo divino!
se acaricia al hombre. Entre ambos se entabla un diálogo que trata de
Eso es precisamente lo que hay que combatir; y no sólo la realidad, sino
oponerse a la teología de la redención por el sufrimiento, en figura de
incluso la posibilidad de pensarlo, de sentirlo, de imaginarlo.
una divinidad transformada en ave de presa con ocho garras afiladas,
El sacerdote debe permanecer célibe, para estar absolutamente «a
con la promesa y la experiencia de la felicidad del amor. En una de las
disposición» de la Iglesia340. Pero después de los trabajos de Wilhelm
escenas, el Jesús de Kazantzakis dialoga con la mujer de sus sueños:
Reich341 sobre la relación entre represión sexual y dictadura, no se
—¡Cariño, no sabía yo que el mundo fuera tan bello, ni la carne tan puede entender la disminución del «yo», la destrucción de la pulsión
sobrehumana, porque también ella es hija de Dios y encantadora sexual y la sumisión del individuo al grupo más que como expresión
hermana del alma, ni que la alegría del amor no fuera pecado. de una psique neurótica y de una psicología de masas totalmente
482 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 483

neurotizada. De todos modos, siguen siendo verdad las palabras de de las reglas de diferentes órdenes o congregaciones religiosas para
Nietzsche en Zaratustra: demostrarlo.
Según las palabras de Adolar Zumkeller, san Agustín, al componer
¿Os exhorto acaso a la castidad? La castidad es en algunos virtud,
su Regla, pensaba en el ideal de una virginidad consagrada, como «una
pero en muchos es casi un vicio. Éstos son, sí, continentes; más la
perra sensualidad está husmeando de continuo, con envidia, todo vida sobrehumana, semejante a la de los ángeles, que ya aquí abajo,
cuanto hacen. Hasta las cumbres de su virtud, y hasta la frialdad de mientras está en esta carne perecedera, debe estar orientada a la con-
su alma, les sigue esa alimaña con su descontento. Y, ¡cuan templación de lo eterno, de lo imperecedero»343. Para conseguir esa
comedidamente sabe mendigar la perra sensualidad una migaja de inmensa dicha, de la que serían partícipes los elegidos de Dios, exhor-
espíritu, cuando se le niega un trozo de carne! taba a sus monjes a un particular cuidado en la guarda de los sentidos,
¿Os complacen las tragedias, y todo cuanto desgarra el cora- sobre todo de los ojos. En el capítulo sexto de su Regla dice expresa-
zón? Pues yo desconfío de vuestra perra. Os veo ojos demasiado mente:
crueles, y miráis con lascivia a los que sufren. ¿Es que habéis disfra-
zado de compasión vuestra lujuria? Os propongo una parábola: No Es normal que vuestros ojos tropiecen con una mujer; pero que no
pocos que quisieron expulsar a su demonio acabaron ellos mismos se fijen especialmente en ninguna. Cuando salgáis a la calle, no es
dentro de los cerdos342. que os esté prohibido ver mujeres; pero codiciarlas con los senti-
dos, o desear ser codiciado por ellas, eso es pecado. Porque la codi-
¡Basta ya! No se puede seguir fundando la imitación de Cristo en
cia de los sentidos no se expresa, o se excita, sólo por el contacto
tabúes y represiones de toda clase, mientras se le cuelga la etiqueta de real, sino también por el movimiento afectivo y por la mirada. No
donación total, de renuncia libre a sí mismo, de vida virtuosa según el digáis que vuestro corazón es casto, si vuestros ojos no son limpios,
espíritu de Cristo. A finales del siglo xx, es absolutamente imposible porque la mirada impúdica revela un corazón impúdico. Y si por un
compaginar el progreso de la psicología en el conocimiento profundo intercambio de miradas, aunque callen las lenguas, los corazones se
de la autenticidad y sensibilidad del ser humano con un sistema de manifiestan su mutuo deseo deshonesto y, cediendo a la concupis-
mentiras impuestas por decreto. cencia de la carne, se deleitan en recíprocos ardores, la verdadera
Las comunidades religiosas, en las que se toma en serio el ideal de castidad se ha esfumado de las costumbres, aunque los interesados
«vida monástica» en todas sus formas, son el testimonio más claro de estén limpios de toda mancilla corporal. El que fija sus ojos en una
que la forma en que actualmente presenta el catolicismo su ideal de mujer y se deleita al sentir sobre él los ojos de ella, que no crea que
va a pasar desapercibido; habrá muchos que le vean, precisamente
castidad no resiste la crítica psicoanalítica, y que hablar de «libertad» o
aquellos de los que menos se espera ser visto. [...] Por eso, cuando
de «voluntariedad» en este aspecto es pura y simple fantasía. En la os reunáis en la iglesia, y siempre que estéis donde haya mujeres,
mayoría de los libros y artículos que critican el celibato obligatorio se vigilad mutuamente vuestra castidad. Porque Dios, que habita en
subraya —y con razón— que la hostilidad que muestra la Iglesia ca- vosotros, os guardará, si también vosotros os guardáis a vosotros
tólica contra la sexualidad ha conducido —y tiene que conducir nece- mismos344.
sariamente— a un desprecio, más aún, a una verdadera demonización
de la mujer. Pero se olvida fácilmente que todo tiene dos caras, y que a Consecuente con sus principios, san Agustín llega a prescribir a los
la demonización de la mujer por parte de los clérigos masculinos co- miembros de su orden, aun en los más mínimos detalles, cómo tienen
rresponde la equivalente, si no mayor, demonización del hombre por que amonestarse y controlarse mutuamente en lo tocante a sus mira-
parte de las religiosas; sólo que el ejercicio del poder dentro de la das: «No penséis que esa denuncia es por malevolencia; porque, de no
Iglesia favorece descaradamente a la posición de los hombres. Pero, de hacerlo, no estaréis libres de culpa, ya que vuestro silencio será el res-
hecho, en ambos bandos reinan los mismos miedos con relación al ponsable de que vuestro hermano, que podría haberse corregido en
sexo opuesto. Y eso se traduce en unas medidas de precaución tan virtud de vuestra amonestación, se hunda más en su desgracia»345. Y la
refinadas como sutiles, para prohibir cualquier clase de contacto, aun denuncia de miradas impúdicas debe llegar hasta el superior. Concre-
por descuido, entre hombre y mujer. Basten algunos ejemplos tomados tamente, en el capítulo nueve de su Regla, san Agustín prescribe que
tst ci diagnostico Limitaciones de los estadios específicos 485

nunca se debe ir solo a tomar un baño, sino de dos en dos, o de tres en y bajo cualquier circunstancia, hay que evitar la ocasión próxima de
tres, según designe el superior346. Sin embargo, en la conclusión de su cometerlo.
Regla, san Agustín afirma que no considera a sus monjes «como escla- Pues bien, todos esos planteamientos y las reflexiones que suscitan
vos bajo la ley, sino como hombres libres bajo la gracia»347. conducen necesariamente a formular una pregunta: ¿Cómo es que un
Como heredero de esa tradición espiritual, san Ignacio de Loyola, chico o una chica llegan a considerar ese género de vida como ideal
que da tantas y tan prolijas instrucciones sobre la perfecta práctica de querido por Dios?
la obediencia, no cree que sea necesario extenderse en más explicacio-
nes sobre el voto de castidad: 2. «Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios» (Léon Bloy)

[...] lo que toca al voto de castidad no pide interpretación, constan- Sigmund Freud estaba en lo cierto. El deseo de amor y la nostalgia de
do quán perfectamente deba guardarse, procurando imitar en ella la muerte, junto a la angustia existencial de todo ser creado y el juicio
la puridad angélica con la limpieza del cuerpo y mente348. discriminatorio de la cultura, constituyen las fuerzas elementales de la
existencia humana. Por tanto, el que quiera comprender a un determi-
En cuanto al modo práctico de llevar una vida angélica en la plena nado individuo desde el centro mismo de su personalidad, deberá prestar
libertad de la gracia de los hijos de Dios, se puede tener una idea, si se la máxima atención a su modo de amar y de integrar la muerte en el
consulta, por ejemplo —y como representativo de otros muchos—, el núcleo de su existencia. La capacidad de amor y de trabajo es la medi-
Directorio de las Hermanas Misioneras. En uno de sus apartados se da más fiel de la salud mental de un individuo351. El que sólo sea capaz
dice lo siguiente: de comportarse responsablemente en uno, o en ninguno, de esos dos
aspectos habrá de ser catalogado como enfermo psíquico, por ejem-
La santa pureza es el hábito de honor, la joya más preciosa, la coro- plar y recomendable que parezca su vida en cualquier otro campo. El
na de una esposa de Cristo. El voto de la santa castidad es el más estudio del comportamiento sexual de una persona ofrece la ventaja de
bello de los votos, pero también el que más fácilmente se puede
poder conocer las peculiaridades de su carácter literalmente «en carne
violar349.
y hueso». Todos los pensamientos, las sensaciones y los movimientos
En la santa castidad, no hay distinción entre voto y virtud.
Todo pecado contra la virtud es también pecado contra el voto. Si ocultos del corazón humano pueden resultar equívocos en sus diferen-
una hermana, con pleno conocimiento y plena voluntad, consiente tes y variadas manifestaciones; pero en el campo de la sexualidad se
en un pecado grave contra esa virtud, comete dos pecados morta- muestra inequívocamente la impresión que causa una persona. Esa
les, uno contra el sexto mandamiento y otro contra el voto. Y este experiencia, que sintetiza todas las demás pulsiones, revela los más
último sería un sacrilegio, porque sería la profanación de una per- recónditos aspectos de la verdad del propio «yo». Ahí sale a la luz lo
sona que está consagrada a Dios. Si el conocimiento intelectual no que es verdad y lo que es mentira. Sólo hay que observar y escuchar
es claro, o el consentimiento de la voluntad no es pleno, el pecado con atención.
sólo será venial [...] Aparte de los pecados que vulneran directa-
mente la santa castidad, las hermanas deben evitar cuidadosamente Otro aspecto importante de esa verdad es que toda mutilación de
todo acto externo o interno que, por la fragilidad humana, pudiera la sexualidad humana no sólo envenena la fuente de las pulsiones, sino
exponerlas al peligro de cometer tales pecados350. que distorsiona la claridad del pensamiento, empaña la pureza de los
afectos y embota la sensibilidad de los anhelos más profundos. El «yo»,
Ya la sola formulación de esas prescripciones demuestra clara- en su esfuerzo por adaptarse a la estrechez de sus propias inhibiciones,
mente la seriedad con la que se siguen los criterios que la teología se ve obligado a convocar todos sus recursos mentales para justificar lo
moral de la Iglesia establece como infalibles para determinar la grave- que, en principio, parece una injusticia. Y esa lógica absurda es preci-
dad de un pecado. Si es plenamente libre y totalmente consciente, samente la que condiciona la mentalidad e incluso la existencia de los
cualquier acto que lleva a experimentar placer sexual fuera del matri- clérigos. Por extraño que pueda parecer ante la exigencia eclesiástica
del celibato obligatorio, la manera más elocuente e inequívoca de me-
monio, sea de pensamiento, de palabra, o de obra, es pecado mortal;
Limitaciones de los estadios específicos 487

dir el grado de madurez psicológica de un clérigo consiste en observar En una concepción simplista, las inhibiciones sexuales proceden
cómo se comporta con el sexo opuesto. El miedo, la crispación, la directamente de prohibiciones sexuales, son el resultado de una moral
seguridad ficticia, la actitud huidiza, la profesionalización de las rela- represiva, y brotan como consecuencia de una transformación de cual-
ciones humanas o, al revés, la cordialidad, la franqueza, la receptividad, quier clase de placer carnal en pecado mortal. No cabe duda que esa
la sensibilidad por los demás, son las más fidedignas señas de identi- concepción tiene su punto de verdad. De hecho, un observador neutral
dad del corazón humano. Como también decía el apóstol Pablo: «Ya difícilmente podrá imaginarse hasta qué punto la teología moral cató-
puedo dar en limosnas todo lo que tengo, y hasta dejarme quemar lica ha calado en la mentalidad de los fieles, sobre todo cuando se
vivo, que si no tengo amor, de nada me sirve» (1 Cor 13,3). Hay mu- sienten en sintonía con una tradición secular, aparentemente unánime
chos clérigos que se dejan «quemar vivos», precisamente porque no e inmutable, transmitida por las directrices de los papas y las declara-
tienen amor. La cuestión es si se les permite, o ellos mismos se permi- ciones de los teólogos.
ten, «quemarse vivos» por amor o, mejor dicho, en amor. Hoy día, parece que la Iglesia católica, aunque nunca ha llegado a
romper verdaderamente con sus posturas más rigurosas en las cuestio-
a) La inmadurez impuesta y sus artimañas en la vida de los padres
nes de doctrina, ya no se atreve, probablemente más por debilidad que
y en la vida de los «elegidos»
por sincera convicción, a proponer sus puntos de vista con el rigor con
Sería tremendamente injusto con los clérigos presentarlos hoy, a fina- que lo hacía en los años cincuenta. Sin embargo, el 29 de diciembre de
les del siglo xx, como unos «frailongos», según el decir de algunos 1975, la Congregación vaticana para la doctrina de la fe presentaba de
críticos352 que los describen como unos monstruos de lascivia, de em- manera inequívoca el pensamiento secular de la Iglesia. Para luchar
buste y de ambición de poder. Cierto que en la historia de la Iglesia contra la progresiva degradación moral de una sociedad pluralista, en
católica ha habido épocas en las que los clérigos eran modelos de hipo- la que el placer sexual ya no conoce límites, la Congregación se sentía
cresía y de redomado cinismo353. Pero aquí no nos referimos a aquellos obligada a proponer las siguientes recomendaciones:
curas y monjas tan desenvueltos de los que habla Boccaccio en su
Decamerón. No pensamos, ni por asomo, en una farsa como la de También en nuestro tiempo, y hoy mucho más que en épocas pre-
aquella abadesa que, mientras está en brazos de un cura, recibe el aviso cedentes, los fieles deben recurrir a los medios que la Iglesia siem-
de que a una de sus monjas la han pillado in fraganti con un joven; pre ha aconsejado para llevar una vida de castidad: disciplina de los
pero ella misma, al vestirse a toda prisa en la oscuridad, se confunde y sentidos y del espíritu, vigilancia y prudencia para evitar las ocasio-
nes de pecado, mayor sentido del pudor, moderación en el disfrute,
se pone por velo los calzones de su acompañante; de modo que la
distracciones sanas, oración ferviente, y asidua recepción de los
acusada, después de hacer ver a la abadesa lo extravagante de su sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. En especial, los jóve-
atuendo, lejos de recibir un castigo, puede seguir con sus devaneos nes deben cultivar la devoción a la inmaculada Virgen María, Ma-
amorosos, porque, según el indulgente juicio del autor, ninguna de sus dre de Dios, y tomar ejemplo de la vida de los santos y de otros
compañeras está en condiciones de poder condenarla, en virtud de una hermanos en la fe que se distinguieron por la virtud de la pureza.
vida más respetable354. Por más que cabría preguntarse si estar privado En particular, todos deberán tener en alta estima la virtud de la
del amor es realmente una vida «más respetable». castidad y el esplendor que de ella dimana3".
En los clérigos de hoy, forzados a vivir en la ambigüedad y en el
equívoco, nadie estaría dispuesto a reconocer, ni aun en secreto, a Imagínese que se leen esas palabras tan sublimes en una clase de
unos héroes tan temerarios como los piratas de Stendhal, que parecen formación profesional ante futuras peluqueras o aprendices de mecáni-
sacados del Renacimiento355. Se trata, más bien, de «pálidos crimina- co, y se verá con una claridad de bulto lo fanáticamente lejos de la rea-
les», según la descripción de Friedrich Nietzsche356; hombres que pe- lidad que está la Iglesia y hasta su evidente sectarismo. Se puede criticar
can por debilidad, no por bravura, y que, corroídos por sus escrúpulos con la mayor dureza la competencia del sexo en portadas de revistas, o
de conciencia, ponen toda su pasión en sufrir y hacer sufrir, en vez de la comercialización de la sexualidad en burdeles y en tiendas especiali-
irradiar alegría y felicidad. zadas en esa clase de artículos. Pero lo que no se puede tolerar, de una
488 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 489

vez por todas, es seguir tomando en serio unas recetas que todo lo que El daño más grave de esos métodos educativos está en la inhibi-
dicen es que sólo se puede aprender el amor aprendiendo a huir de él, ción de la palabra frente a cualquier tema que roce la sexualidad. Ante
que en un aspecto tan vital de la existencia humana se tiene que ser un una palabra de ternura, ante la poesía del cuerpo y de los sentidos, no
experto antes de encontrar el verdadero camino a base de intentos y de se encuentra el término medio entre el tabú y la pornografía. Una mujer
errores, que lo mejor para santificar el cuerpo, la carne, el mundo, la así educada, por poco sensible que sea, experimentará una enorme
mujer es considerarlos fuente de pecado. Hoy día, basta sugerir esa repugnancia y un horror instintivo, incluso antes de los catorce años,
concepción, que durante tantos siglos ha llevado a innumerables perso- ante cualquier palabra que pueda arrojar fango sobre su cuerpo, objeto
nas al borde de la enfermedad e incluso de la locura, para desatar la preferido de la poesía de tantas culturas; y es que la buena educación
indignación de la gente o, en círculos más moderados, las más groseras católica no hace más que degradar el erotismo358. Y no es sólo que una
burlas de cabaret. Parece que esa concepción ha quedado definitivamente niña «bien educada» debe aprender a mirar con miedo y con disgusto a
arrinconada. Pero los muertos pueden aparecerse, más aún, sólo un los chicos que emplean «ese» lenguaje; es que ella misma, como niña
muerto puede convertirse en fantasma. Éste es el verdadero problema «bien educada», tiene que considerarse, en esas circunstancias, como
que acosa hoy a la teología moral de la Iglesia. un peligro y una tentación, puesto que provoca una y otra vez seme-
Hoy por hoy, la inmensa mayoría de los clérigos, ante la pregunta jantes barbaridades.
por su desarrollo sexual, negará haber recibido una educación de corte Ya hemos hablado antes de las desventajas que puede tener para
«represivo»; pero si se ahonda un poco, se encontrarán los viejos mie- una joven el hecho de ser excepcionalmente bella. Ahora habrá que
dos, aunque en una forma larvada y reprimida. Y el engaño puede añadir lo que significa encontrar que toda sensación agradable que se
llegar hasta tal punto, que muchos clérigos afirmarán que nunca han experimenta al tomar conciencia del propio cuerpo es pecado, y que
tenido dificultad con «ese problema» ni en su infancia ni en su juven- cualquier muestra de ternura debe evitarse como una tentación. Esa
tud. Pero lo que pasa, en realidad, es que no se imaginan que precisa- actitud no puede menos de conducir a la paradoja que tortura a tantas
mente esa supuesta ausencia de dificultades es lo que constituye su esposas católicas. Como nunca han aprendido ni siquiera a hablar de
auténtico problema. Desde luego, eso explica que, en un aspecto tan las realidades sexuales, y mucho menos de su propios deseos, se han
esencial de su existencia, se vean confrontados con dificultades casi acostumbrado a desear un marido que juegue el papel de príncipe
insuperables. liberador. Lo mismo que sucedía, en el plano de la «pobreza», en el
cuento de La muchacha sin manos, esas mujeres sólo aspiran a encon-
El matrimonio católico ejemplar trar un príncipe que descubra por sí mismo lo que ellas podrían añorar
o desear. Naturalmente, no es tan fácil encontrar ese «príncipe azul»; y
Para entender correctamente los mecanismos por los que se transmite aun en el caso de que se encuentre, no será fácil que él pueda superar la
de padres a hijos una actitud de represión del miedo, unos sentimien- ambigüedad de ese deseo nostálgico de realización, sobre todo, si va
tos latentes de culpabilidad y toda una serie de tabúes que prohiben unido al rechazo —tan vigoroso, por lo menos— de las correspondien-
hablar sobre sexualidad, se puede partir de una consideración sobre lo tes pulsiones. Y es que aquí surgen tres problemas que se condicionan
que es un matrimonio ejemplar, según el ideal de la Iglesia católica. e interfieren recíprocamente.
Para ejemplificar brevemente los problemas que, más o menos,
El primer problema consiste en la dificultad de una espontanei-
marcan un matrimonio de este tipo, bastará imaginarse el caso de una
dad impuesta. Una mujer que, de niña o de adolescente, no ha hecho
esposa que ha sido educada en los principios de ese ideal. Durante
más que rechazar con insistencia, durante diez o quince años, cual-
años ha procurado guardar su cuerpo de posibles aproximaciones por
quier clase de aproximación masculina, desarrollará un miedo especial
parte de algún chico y, sobre todo, ha aprendido a considerar sus sen-
a los ojos y a las manos de un hombre. En cambio, una chica más
timientos y sus pulsiones como señales de peligro. Pero la contradic-
desinhibida se considerará halagada de que los chicos la miren «con
ción interna entre esa clase de educación y los fines que pretendía ha
descaro», vuelvan la cabeza a su paso, y se les llene la boca de despro-
terminado por convertirse en una fuente de continuos trastornos y
pósitos fácilmente imaginables. Para comprender la situación actual,
turbaciones.
490 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 491

no hay más que recordar algunas canciones de la música «pop», por bien puede suceder que, en lugar de eso, y según la propia habilidad,
ejemplo, la célebre Dirty Looks on Me cantada por Diana Ross. La llegue a inducir formalmente a su marido a que se atreva a hacer sin rodeos
escultural belleza negra asegura con toda sinceridad que «las miradas lo que todos los tabúes trataban precisamente de evitar.
impúdicas de los hombres la ponen a tope». Naturalmente, no es ése el El «super-yo» no «piensa» lógicamente, sino que actúa como de
caso de una «chica bien» a la que, desde pequeña, se le ha inculcado la manera automática. Por eso, se puede dar el caso de que una mujer,
idea de que las miradas «lúbricas» son «pecado mortal», y que ella es precisamente porque en sus años jóvenes no podía ni imaginar «una
responsable, tanto de inducir a los hombres a cometer pecado como de cosa así» que, de todos modos, contaba como algo de lo que no se
mantenerlos a raya con su sentido del pudor y de la decencia. El descu- podía ni hablar, sienta menos repulsión y vergüenza ante la unión físi-
brimiento capital del psicoanálisis, a saber, la consideración de la sexua- ca con un hombre que ante el placer de los preliminares del juego
lidad humana como medio de expresión personal, y no como brutum amoroso. Pero es exactamente esa carencia de ternura en las palabras,
factum objetivo, no entra fácilmente en la cabeza de los moralistas en los gestos y en las miradas lo que, a la larga, tiene que herir en lo
católicos ni en el corazón de los que se ven sometidos al magisterio de más profundo a una mujer, por poco sensible que sea. Toda la realidad
la Iglesia «con una obediencia de fe bien entendida». se invierte y se transforma. Esa mujer a la que, de niña, nunca se le
Lo trágico en la moral sexual del catolicismo está, sobre todo, en permitió hacer lo que ella hubiera podido desear se ve ahora obligada
la inversión que se produce entre fines y resultados. La Iglesia católica a reclamar una cosa que no puede de ningún modo desear.
se emplea a fondo en la pastoral sobre el matrimonio y la familia; no El segundo problema, que va unido al primero, el de la esponta-
hay ningún otro tema en el que despliegue tantas energías. Pero tam- neidad impuesta, consiste en la incapacidad de formular los propios
poco hay otro tema en el que la población, en general, esté más alejada deseos. Para no poner en peligro su matrimonio, y por consideración a
de las instrucciones y recomendaciones eclesiásticas. De hecho, la ex- su marido, pocas mujeres católicas se animan a expresar a sus respec-
periencia se encarga de enseñar lo que los clérigos —que son los res- tivos esposos lo que en realidad desean y sienten. Según el grado de
ponsables de la teología moral en la Iglesia— no quieren o no pueden inhibición, que ya estaba presente en la fase oral de su desarollo, si a
reconocer: que los matrimonios contraídos y vividos a la sombra de una mujer que, de por sí, ya tiene dificultades para manifestar sus
esa moral sexual no por ello son más estables, sino que, al revés, po- deseos se le añade el tabú de la sexualidad, le resultará aún más difícil
seen un grado más alto de peligro. expresar al marido su propia necesidad de amor y de ternura. Es más,
La realidad es evidente. Una chica que durante toda su juventud ha en el marco del catolicismo, la situación se agrava por la idea de que
aprendido a tener miedo de los ojos y de las manos de sus semejantes, una mujer que se respete y que trate de vivir el ideal de María, la
como si, según las palabras de un modelo de ascetismo, fueran hurones madre siempre virgen, no debe desear para sí «una cosa semejante».
o halcones y, en todo caso, bestias sanguinarias, podrá llegar virgen al Según esa concepción, la sexualidad es cosa exclusivamente de hom-
matrimonio, pero seguramente desde el primer momento de su noche bres, que la quieren y la necesitan. Si una mujer desea «una cosa de este
de boda será incapaz de una cosa: de encontrar satisfacción, por ejem- tipo», tiene que ser, a lo más, con un absoluto desinterés y sólo para
plo, en los preliminares del amor359. Sin duda, han pasado ya los tiem- complacer a su marido; de modo que ella encuentre su propia felici-
pos en los que se recomendaba a la mujer, para esos momentos delica- dad en el placer que proporciona a su marido, por medio de su actitud
dos, rezar el rosario a la inmaculada Virgen María, para pedirle a la llena cristiana de entrega total.
de gracia su ayuda protectora 360 . Pero, de hecho, para boicotear cual- Valga de ejemplo el caso de una mujer que, por otra parte, ocupa-
quier clase de ternura, basta sencillamente el miedo, tan profundamen- ba en su parroquia un cargo de cierta responsabilidad. Un día me con-
te enraizado, ante el placer que brilla en los ojos, ante el deleite que excita fesó sin paliativos: «En nuestra relación matrimonial, yo sólo estoy
los sentidos, o ante la altanería de la carne. Así se dará el caso de una pendiente de satisfacer lo más posible a mi marido. Cuando él ha ter-
joven recién casada que insiste, con lágrimas en los ojos, en apagar la minado, yo pienso: Ahora te toca a ti. Pero él está demasiado cansado,
luz, o que pide poder llevar algún vestido, para no tener que pasar por y ya no hay nada que hacer. De vez en cuando, yo trato de procurarme
el tormento de prolongadas caricias francamente impúdicas. Pero tam- placer en secreto, pero eso me da mucha vergüenza. Sinceramente, no
492 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 493

entiendo cómo mi marido puede ser tan egoísta». A esa mujer le resul- pias sensaciones, de modo que la hagan gozar lo más intensamente
taba difícil hacerse a la idea de que, probablemente, era su pretendido posible y la lleven a reconocer, como conviene, al causante de una
«desinterés», es decir, que ella no debía sentir nada hasta haber cum- felicidad tan colmada. Pero la mujer, precisamente por eso, se siente
plido su «deber conyugal», lo que le hacía ver a su marido como un como presionada y se ve como empujada desde fuera a algo que no se
«egoísta». puede experimentar más que como vivencia puramente interior y es-
En cambio, por parte del marido, la situación era exactamente la pontánea. La consecuencia es perfectamente lógica. La mujer se senti-
inversa. Naturalmente, él experimentaba la necesidad de ternura que rá interiormente más inhibida, más reservada y más frígida que antes.
tenía su mujer, y le habría encantado satisfacerla; más aún, eso preci- Por lo general, ninguna de las dos partes se da cuenta de que, en su
samente le habría proporcionado una renovada conciencia de su valor comportamiento sexual, están reproduciendo y ratificando con la ma-
masculino, bastante deteriorado por la situación. Pero, en lugar de yor exactitud, hasta en lo físico, esa absoluta exterioridad que consti-
ello, tenía que reconocer que le estaba prácticamente vedado cualquier tuye el verdadero fondo de la doctrina tradicional de la Iglesia católica
intento de juego amoroso. Había tenido que llegar hasta lo imposible, en cuestiones de teología moral. Con toda su buena voluntad, la mujer
es decir, estimular sólo genitalmente a su mujer, sin una caricia oral o tendrá tendencia a multiplicar sus esfuerzos puramente exteriores y,
manual que rebasara la raya de la cabeza y los hombros, ante su extre- en analogía con el sistema de sentimientos impuestos, que antes hemos
mada reticencia a toda muestra de ternura; y durante tanto tiempo, presentado como una de las características de la existencia clerical, en
que ya empezaba a resultarle un verdadero martirio. lugar de tener verdaderas sensaciones y sentimientos, fingirá tenerlos,
Se comprende perfectamente la enorme interferencia de sentimien- algo que nunca podrá experimentar subjetivamente, al tener que susti-
tos que provocaba ese tipo de relación. La mujer, acosada por una tuir la falta de sentimientos verdaderamente reales por la teatralidad
mezcla de vergüenza y rabia ante su débil satisfacción, compensaba su de unas sensaciones meramente fingidas. De ahí en adelante, una de
decepcionante experiencia reprimiendo lo más posible, como fiel es- dos: o bien la felicidad aparente de un matrimonio católico ejemplar,
posa, su disgusto por la presuntamente escasa sensibilidad de su mari- donde todo es concordia y armonía, ratificado por el sacramento de la
do, para entregarse con más conciencia a su deber conyugal, en lugar Iglesia; o bien una externa minimización de la conflictividad real por
de concentrarse en su propio placer. Por su parte, el marido tenía que medio de mecanismos de defensa que no hacen más que bagatelizar o
interpretar esa frialdad tan servicial de su esposa como un rechazo incluso negar los problemas. En todo caso, lo que resulta es una tre-
tácito de su persona, es decir, como una verdadera falta de amor. Él se menda ambigüedad estructural, que es el terreno abonado para el cul-
sentía frustrado, porque después de tanto esfuerzo y tantos sudores, tivo de una personalidad como la de un futuro clérigo361.
no había logrado provocar en su mujer ni la más mínima reacción de Pero aún no hemos terminado. A todo esto viene a añadirse un
respuesta. «Se queda allí», se lamentaba el marido, «como un saco de tercer problema, el de la disociación de los sentimientos y la
patatas, sonriendo como si quisiera decirme: "No has conseguido nada, racionalización de las evasivas. Es de sobra sabido que los sentimien-
querido". No sé; casi siempre tengo la impresión de que yo he conse- tos no desaparecen por el mero hecho de no querer tenerlos. Al revés,
guido lo que pretendía, pero ella no». cuanto más se empeña uno en ponerles trabas y obstáculos en una
Este comentario sugiere otro aspecto importante de la cuestión. cierta dirección, con mayor fuerza buscan desvíos y escapatorias en
Una mujer que, por complejo de culpabilidad, se cierra a toda sensa- cualquiera otra dirección. En esas circunstancias, un hombre que se
ción de placer, para no dar impresión de egoísta, provoca necesaria- vea inevitablemente relegado al margen de la actividad sexual, se en-
mente en el marido, a modo de sustitución, ese mismo sentimiento de contrará inmediatamente metido en un nuevo círculo vicioso. Es posi-
culpabilidad por ser él tan egoísta que experimenta un placer que ella ble que se vea como un auténtico fracasado y que sienta vergüenza de
no acaba de sentir, porque, en el fondo, él no debe proporcionárselo. Y sus pensamientos y sus compensaciones, mientras que, delante de su
así es como se cierra inmediatamente un nuevo círculo vicioso. El hom- mujer, guardará un respetuoso silencio, esperando que ella tampoco lo
bre, para no aparecer como aún más culpable y fracasado, trata de quiera realmente de otro modo. La mujer, por su parte, en conformi-
estimular naturalmente a su mujer para que se deje llevar de sus pro- dad con los principios de su educación católica, tratará de buscar otros
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objetivos «lícitos» fuera del matrimonio, por ejemplo, se compromete- mentalidad es la insistencia del papa en el supercontrol que hay que
rá a ejercer alguna función en la parroquia, lo que no podrá menos de tener sobre todos los procesos sexuales para evitar un hijo no deseado.
subrayar la impresión de un matrimonio católico ejemplar. Y para apar- Así se cierra un nuevo círculo vicioso entre la moral sexual de la Iglesia
tar eficazmente a su marido de cualquier intento de aproximación, no católica elaborada por clérigos y los influjos de una educación a la que
encontrará mejor ayuda que la propia moral sexual del catolicismo. ellos mismos se vieron sometidos ya desde niños por parte de sus pa-
Hoy día es raro encontrar una familia que tenga más de dos o tres dres, especialmente por su madre, como preparación consciente, o in-
hijos, incluso entre los católicos. Y eso, a pesar de las frecuentes y consciente, a su futura condición clerical.
calurosas recomendaciones del papa y de los respectivos obispos, que Sólo si se tiene en cuenta la importancia —jamás declarada— de
no dejan de clamar contra el consumismo egoísta de nuestra época, una encíclica como la Humane vitae para la continuidad del propio
mientras insisten una y otra vez en que la única medida contra una estado clerical, se comprende por qué el magisterio eclesiástico tiene
resignación pesimista de la sociedad y a favor de un crecimiento esta- tanto interés en imponer y favorecer ciertas teorías y doctrinas que no
dístico de la religión católica es un valiente y decidido «sí» a los hijos. pueden menos de ser perjudiciales para la vitalidad de la gente corrien-
A lo más tardar, después del nacimiento del segundo hijo, las mujeres te. Sin embargo, precisamente en ese punto es donde muchas mujeres
católicas se ven confrontadas con la doctrina del supremo magisterio «católicas» encuentran una ventaja inapreciable. Con ayuda de ese ver-
eclesiástico, que afirma tajantemente que, en el «acto conyugal» — dadero caos de días fecundos e infecundos, consiguen en un santiamén
¡vaya expresión!—, no se debe limitar arbitrariamente ni obstaculizar que, en virtud de una moralidad superior, el hombre se vea sometido a
con cualquier clase de medios no naturales la «fecundidad natural» su arbitrio en todas las cuestiones referentes a la sexualidad, es decir,
que Dios, Señor y creador de todas las cosas, ha unido indisolublemente, logran transformar en lo contrario la famosa «maldición del Génesis»
como causa y como fin, al don de la sexualidad humana. (Gn 3,16), en la que, a consecuencia del pecado original, se establece
Mientras tanto, hay millones y millones de mujeres católicas que que «el hombre dominará a la mujer». En otras palabras, si la mujer
piensan que el papa y los obispos pueden decir lo que quieran; que hace suyo el ideal de la Virgen María, ¿qué le queda al hombre, sino
ellas, a pesar de todo, seguirán tomando la pildora o utilizando el aceptar el papel de san José? Así se realiza plenamente el ideal de la
diafragma. Otras, en cambio, las más fieles, las mejores, en el sentido Sagrada Familia, una comunidad conyugal presidida por una religiosi-
de la moral católica, encontrarán precisamente en esa prohibición de dad que excluye el sexo, y que es lo que realmente le interesa a la
cualquier medio anticonceptivo artificial la mejor disculpa para zafar- Iglesia católica, para producir el mayor número posible de clérigos.
se de sus maridos, sea por irregularidades en el ciclo menstrual, o bien La objeción que se suele hacer a este tipo de razonamiento afirma
porque sufren de dismenorreas o menorragias que impiden la aplica- que, hoy día, los «seglares» católicos se encuentran, por lo general,
ción de los métodos que la Iglesia reconoce como anticoncepción na- más emancipados con respecto a la Iglesia y más seguros de sí mismos
tural. Ahora bien, ¿se puede llamar «natural» al cómputo de días del que lo que aquí se presupone. Y es verdad; pero no precisamente en el
calendario, al uso de termómetros vaginales, al análisis de determina- tema que nos ocupa. Nuestro punto de referencia es un modelo
das mucosas, etc., que convierten el cuerpo de la mujer en objeto pri- psicodinámico que, desde luego, se basa en unas premisas inevitable-
vilegiado de investigación biológica? mente simplificadoras y que, por razones de visión sintética, tiene que
Para valorar correctamente desde el punto de vista psicológico la admitirlas como necesario presupuesto. Pero también podemos decir
ambigüedad de esas normas de comportamiento, hay que pensar tam- que, en el aspecto decisivo de nuestro planteamiento, el modelo se
bién que el conjunto de la educación católica de una adolescente inclu- puede considerar indudablemente como un fiel retrato de la realidad.
ye el hecho de que, cuanto más se insiste en presentarle el ideal católi- No partimos de unas premisas totalmente abstractas e imaginarias,
co, más se procura prevenirla sobre la posibilidad de un hijo ilegítimo. sino de datos biográficos, de situaciones familiares en las que se toma
De ese modo, el desarrollo de la mujer queda marcado, ya desde niña, en serio y se trata de llevar a la práctica lo mejor posible la doctrina y
por el miedo a que un posible descontrol de su sexualidad se vea casti- las directrices tradicionales del catolicismo en materia de sexualidad.
gado con un hijo. Y hay que reconocer que el reflejo más exacto de esa Claro que hay familias católicas en las que la doctrina de la Iglesia en lo
496 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 497

tocante a comportamiento sexual no preocupa demasiado. Pero, en esos vientre, es la que reclama ahora la mayor atención. Para designar el
casos, los responsables eclesiásticos, de acuerdo con sus principios, no estado en que se encuentra la madre en esos momentos, el lenguaje
suelen considerar a dichas familias como «católicas», en su sentido más católico ha encontrado una fórmula altamente significativa: el niño se
estricto, a pesar de que sus propios miembros no duden en considerarse desarrolla «bajo el corazón de la madre». Pero el símbolo del corazón
subjetivamente como tales. Lo importante, en cualquier caso, es que de no implica necesariamente un amor «cordial» por parte de la madre;
esas familias no llegarán a surgir hombres que consideren como el úni- más bien, el desplazamiento de los procesos biológicos «hacia arriba»
co sentido de su vida ulterior la más plena expansión funcional de los expresa, incluso en el lenguaje, los más viejos tabúes relacionados con
principios de la Iglesia católica y el más perfecto sometimiento de sí el cuerpo femenino, de cintura para abajo. Las mujeres que han creci-
mismos a los dictados de la autoridad eclesiástica. Los supuestos que do en ese clima de represión no dejarán de experimentar personalmen-
constituyen la base de nuestras reflexiones y que aquí presentamos como te sus consecuencias.
un modelo se fundan en un análisis de las consecuencias que se dedu- Es verdad que la Iglesia católica atribuye la mayor importancia al
cen de las doctrinas e ideales de la Iglesia católica para la vida psíquica nacimiento de un niño; para ella, ése es precisamente el fin principal
de las personas. Ya hemos desarrollado anteriormente la tesis de que las de la sexualidad humana. Pero a pesar de que el estado de gestación se
familias de donde brotan vocaciones al estado clerical deben dar la considera como una recompensa moral, las vivencias de muchas ma-
impresión específica de que «no es bueno casarse» (Mt 19,10). Pues bien, dres católicas están considerablemente alejadas de la idea de los
ahora empezamos a comprender cómo esa impresión se extiende tam- moralistas católicos sobre la felicidad «natural» de una futura madre.
bién al campo de la sexualidad. No son pocas las mujeres que, educadas en el clima represivo de una
moral sexual no natural, sienten vergüenza de estar encinta; su estado
La transmisión del miedo revela sin ningún equívoco la realidad del proceso de la generación. Lo
mismo que todavía hoy hay muchos padres que, por un sentimiento de
La transmisión de las inhibiciones sexuales, especialmente de la madre vergüenza, se retraen de hablar abiertamente con sus hijos sobre las
al niño, empieza con el hecho mismo de la maternidad. Sigmund Freud circunstancias concretas de la generación y del nacimiento de los ni-
ha dejado bien claro lo difícil que es para un niño de unos cinco o seis ños, muchas futuras madres se sienten inhibidas ante su propio estado
años decir adiós a la estrecha vinculación con su madre y relegar al de gestación. Para un mujer que, en cierto sentido, no habría debido
olvido de la represión los deseos «sexuales» que empieza a experimen- nunca ser «mujer», sino saltar desde la adolescencia directamente a la
tar con respecto a ella362. Pero para nuestro propósito es más impor- maternidad, es increíblemente difícil aceptar lo que de ahora en ade-
tante el nudo de complicaciones que encierra el desarrollo sexual y lante va a transformar toda su vida. Por la costumbre de ver su cuerpo
que son muy anteriores a las constelaciones que constituyen el com- y hasta su propia feminidad como algo hostil, experimentará una
plejo de Edipo; sólo así podemos comprender el influjo del «clima irreprimible tendencia a considerar los cambios que se producen en su
católico» sobre la psicogénesis de una futura personalidad clerical. Los interior como una impertinencia, como una especie de maldición bí-
mecanismos de transmisión de las inhibiciones sexuales son relativa- blica (Gn 3,16). La visita regular al ginecólogo, con sus instrucciones
mente fáciles de explicar. directas y sin rodeos, le parecerá, según el grado de su propia morali-
Una mujer cuya infancia tuvo que desarrollarse en un ambiente dad y de su natural pudor, una humillación insufrible. Pero, por otra
como el que acabamos de describir experimenta su sexualidad como parte, la conciencia de su deber le obligará a someterse a esa tortura,
un problema no sólo en cuanto esposa de su marido, sino también en ya que no puede permitirse ninguna negligencia culpable. En cual-
cuanto madre de su hijo. A excepción de la enfermedad y la muerte, en quier caso, ¿cómo va a prescindir de la visita al ginecólogo?
la vida de una mujer no hay ningún acontecimiento en el que la pura En fin, todo eso podría aceptarse, mal que bien, si no fuera que las
biología se apodere de su ser con más autonomía que el hecho de la dificultades después del parto van a aumentar de manera considerable.
gestación. Precisamente la «parte» del ser humano que hasta ese mo- La sabia naturaleza ha establecido que inmediatamente después del
mento más se ha descuidado o temido, el cuerpo, concretamente el nacimiento de un niño se desencadene toda una serie de comporta-
498 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 499

mientos innatos que van a vincular a la madre con el recién nacido de lugar de su propia personalidad se materializa en ella la persona de su
la manera más estrecha posible. Instintivamente, la madre apretará al propia madre, eventualmente su «madrastra», y la obliga a comportar-
niño contra su pecho y lo mantendrá con el brazo izquierdo pegado a se con su hijo del mismo modo que la trataron a ella cuando era niña.
su corazón. Lo normal es que el acto de la lactancia procure gran satis- Así, el calor espontáneo de la propia maternidad queda roto por una
facción no sólo al niño, sino también a la propia madre, que experi- serie de medidas educativas «correctas» y por unos sentimientos mora-
menta la succión como una fuente de alivio y de placer. Y ahí precisa- les impuestos desde el exterior. Entonces, la pregunta ya no se plantea
mente se mezclan unas sensaciones y unas vivencias que recuerdan a a nivel personal: «¿Cómo me siento yo?», ni siquiera a nivel de rela-
las que se «abren camino» en los preliminares del acto amoroso entre ción: «¿Qué es lo que quiere mi niño, o mi niña?», sino, más bien, a
hombre y mujer. No se puede negar que, tanto desde una perspectiva nivel externo: «¿Cómo debo comportarme, de modo que mi madre, si
psicoanalítica como incluso desde la propia psicología del comporta- me viera, aprobara mi modo de proceder?».
miento humano, la relación entre una madre y su hijo está fuertemente En particular, el rapto de un niño por la Virgen expresa de manera
marcada por el placer sexual. incisiva el peligro de que una madre, con toda su buena voluntad o,
Pues bien, todo eso constituye un problema casi insoluble para una mejor dicho, por un exceso de buena voluntad, no llegue a tener nunca
mujer que, de niña, fue educada en la «castidad». El verdadero modelo una relación verdaderamente personal con su hijo, porque la relación
de «pureza», según el ideal católico, es la Madre de Dios, siempre vir- que ella tiene consigo misma, es decir, con su propio cuerpo, está des-
gen, incluso en y después del parto 363 . Durante siglos, la teología cató- virtuada por una serie de inhibiciones sexuales. Una madre calcada
lica ha defendido que María, en cuanto madre, no experimentó nunca literalmente según el modelo de la Virgen no debería sentir lo que
el menor rastro de sensualidad, ni siquiera cuando daba el pecho a su siente, por ejemplo, al dar el pecho a su hijo. Su propio miedo, atenazado
hijo. Así parecen sugerirlo ciertas representaciones iconográficas en por condicionamientos sexuales, repercute inevitablemente sobre el
las que la Virgen y el Niño, perfectamente separados uno de otro, se «yo», o sea, sobre el cuerpo de su hijo con una marca indeleble. Desde
vuelven hacia el espectador como para mostrarle el modelo 364 . Si en la esa perspectiva, el cuento no puede menos de tener razón cuando pre-
mentalidad de una madre verdaderamente cristiana esa interpretación senta el «rapto» de los hijos de la «reina», inmediatamente después de
de la «pureza» como el modelo propuesto por la gracia divina es lo su nacimiento, por intervención de «la Virgen», es decir, por todo el
único que vale, es lógico que el milagro sobrenatural produzca, en sus aparato de representaciones eclesiásticas sobre la pureza.
circunstancias personales, la exigencia de un comportamiento moral De un ejemplo tan simple como este cuento de los hermanos Grimm
amanerado. se deduce con una claridad verdaderamente dramática cómo un deter-
En algunos cuentos de los hermanos Grimm, por ejemplo Herma- minado ideal católico que pretende reivindicar la dignidad de la mujer
nitos y hermanitas, o El hijo de María, se plantea la situación de mu- bajo el signo de la devoción a la Virgen, en realidad implica necesaria-
jeres que, en el momento del parto, tienen que ver cómo se presenta la mente una destrucción de los mecanismos psicológicos del niño. Pero
«madrastra» y les arrebata el niño recién nacido365. Es más, en El hijo lo más insólito de la historia es que esa narración sobre El hijo de
de María es precisamente la Virgen la que, siempre que la joven reina María parece que fue lanzada por la propia Iglesia católica en tiempos
da a luz, viene y le quita los niños; y no contenta con castigarla a de la Contrarreforma, para promover la devoción a la Virgen. Pocos
quedarse muda, le reprocha en público su canibalismo. Lo que este textos habrá en los que se aprecie mejor que en este breve cuento de
cuento, el más «católico» de toda la colección de los hermanos Grimm, los hermanos Grimm el contraste entre lo que se quería transmitir
quiere significar con esos símbolos es realmente una monstruosidad conscientemente como mensaje religioso y el efecto inconscientemen-
criminal. Se puede dar el caso de una mujer que, por represión te obtenido como represión de la sexualidad. Basta ese pequeño cuen-
compulsiva de sus propios sentimientos, se vea llamada a la materni- to para refutar, por sí mismo, toda la doctrina moral católica con su
dad, pero que en la relación con su hijo no se mueva por los dictados reducción del hombre a pura inteligencia y libre albedrío, mientras
de su «yo», sino únicamente por los contenidos de su «super-yo». En- prescinde absolutamente de sus vivencias psíquicas.
tonces, en el momento preciso de asumir su condición de madre, en Si se quiere profundizar en un análisis del intrincado complejo de
500 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 501

ramificaciones que adquiere la inhibición sexual en el desarrollo de un ció de sus propios padres, tienen que recabar sus propias explicaciones
niño, habrá que tener en cuenta la multiplicidad de señales y mensajes en determinados libros, aparte de la vida callejera con sus camaradas.
que una madre sexualmente inhibida transmite inevitablemente a su En la experiencia subjetiva de esos niños, el factor de los tabúes de la
hijo. Ya desde una edad muy temprana, y según el modo con que se le primera infancia puede llegar a constituir un caparazón de represiones
mira, se le acaricia, se le viste o se le baña, el niño percibe inmediata- tan sólido que ni las más violentas pulsiones de la pubertad sean capa-
mente qué zonas de su cuerpo son las que su madre considera como ces de romperlo.
negativas o como positivas. De ese modo, incluso mucho antes de po- Pero lo más importante en el camino hacia la futura existencia de
der expresarse, el niño aprende a aceptar los valores de su madre como clérigo es el hecho de que en la Iglesia católica se impone un sistema de
un sistema de reglas bien definidas. En la etapa siguiente, el lenguaje valores que, ya desde muy temprano, interpreta esas inhibiciones como
de la madre enseñará al niño qué palabras —y, por consiguiente, qué una forma de pureza ideal, más aún, como el primer signo cifrado de
campos de la realidad— hay que considerar como decentes y cuáles una posible «vocación» al sacerdocio o a la vida religiosa. Precisamen-
como indecentes, qué términos se pueden usar y cuáles son los que hay te ese ideal neurótico de la propia Iglesia católica es lo que proporcio-
que evitar, qué se puede expresar y qué es lo que hay que callar. De ese na una coartada, una legitimación y hasta una especie de divinización
modo, y a través del lenguaje de su madre, el niño adquiere una espe- de las neurosis juveniles. Y en lugar de inspirarse en la humanidad de
cífica visión del mundo, que es la que se le transmite en esas palabras. Jesús y dar ánimos a los jóvenes para superar en la medida de lo posi-
Con lo que no se puede decir, el niño aprende lo que hay que evitar a ble los miedos y los apuros de su pubertad366, la Iglesia hace, en reali-
toda costa, lo que no se debe ni siquiera pensar, lo que hay que repri- dad, todo lo que está en su mano para atizarlos y acrecentarlos. Hay
mir y hasta erradicar de la conciencia. que decirlo claramente. Con sus rígidos planteamientos, y tomando el
Todo ese complejo de influencias educativas «naturales» es el que desvío de una educación familiar estricta, la Iglesia va encerrando in-
transmite al niño, como por osmosis, las represiones sexuales mater- sensiblemente a los jóvenes sobre los que todavía ejerce un cierto influ-
nas, que han crecido a la sombra de los ideales de moral sexual pro- jo en un callejón sin salida, en cuyo fondo se presenta ella misma para
pugnados por la Iglesia católica. interpretar como elección de Dios una existencia frecuentemente des-
Sólo así puede surgir más tarde, y de un modo casi automático, la trozada desde el punto de vista humano, y ofrecerles una continuidad
impresión subjetivamente correcta que muchos clérigos se esfuerzan sin obstáculos y lo más lejos posible de los deletéreos influjos del «mun-
por defender con vehemencia en sus tratamientos terapéuticos, a sa- do» entre los muros del seminario o del convento. De esta falsificación
ber, que nunca han tenido un problema sexual durante su infancia o su que convierte la neurosis en santidad, la enfermedad en elección, y la
juventud, y que, si se piensa lo contrario, es por culpa del psicoanáli- angustia vital en confianza en la providencia divina, surge esa imagen
sis, con sus presupuestos obscenos y su costumbre de percibir única- de los «predicadores de la muerte», que Nietzsche dibuja con trazos
mente lo deformado y lo torcido. Ellos saben muy bien que, durante su tan vigorosos en su Zaratustra:
infancia, jamás han experimentado una prohibición de carácter sexual.
Y de hecho, es así. Lo mismo que en nuestra cultura no hay por qué Existen predicadores de la muerte; y la tierra está llena de indivi-
explicar a un niño que una práctica como el canibalismo que se da duos a quienes hay que predicarles que se alejen de la vida. La tierra
entre ciertos pueblos «salvajes» es una «perversión», tampoco en una está repleta de gentes que sobran; corrompida está la vida por los
familia católica se necesita insistir en el hecho de que la sexualidad es superfluos. [...]
algo que hay que evitar a toda costa. En el marco de una familia cató- Ahí están los tísicos del alma: apenas han nacido, ya comienzan
lica ejemplar, la sexualidad se considera, al menos en el aspecto peda- a morir, y sueñan con doctrinas de cansancio y de renunciación.
gógico, como una cosa perteneciente a un mundo lejano, de naturaleza ¡Ellos desearían estar muertos, y nosotros deberíamos respaldar su
«salvaje» y «primitiva». Los niños podrán encontrar información sobre voluntad! ¡Guardaos de resucitar esos muertos y de violentar esos
féretros que andan! [...]
ese tema en ciertos resúmenes populares de etnología, por no decir en
Cuando les sale al paso un anciano, un enfermo o un cadáver,
el conocido «vocabulario» de los chavales que, frente al muro de silen-
se apresuran a proclamar: «¡La vida está refutada!». [...] Inmersos
502 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 503

en densa melancolía, y buscando con avidez accidentes diminutos católica empieza a incidir sobre la personalidad del niño ya en un esta-
que ocasionan la muerte, aguardan siempre con los dientes apreta- dio muy temprano de su desarrollo psíquico, y despliega un poderoso
dos. Ésta es la enseñanza de vuestra virtud: «¡Debes arrancarte la influjo no precisamente para favorecer la experiencia sexual, sino, al
vida! ¡Debes huir de ti mismo!». contrario, para ponerle trabas. La finalidad de esa doctrina no consiste
«¡La lujuria es pecado! —dicen algunos predicadores de la muer- en explicar las vivencias personales para integrarlas en la propia vida,
te— ¡Apartémonos unos de otros, y no engendremos hijos!». sino más bien en formar una ideología específica que llevará al futuro
«¡Parir es doloroso! —dicen otros— ¿A qué viene el parir? Sólo
clérigo a huir de tales experiencias o, si se da el caso, a estrangularlas
se paren desgraciados». Y también éstos son predicadores de la muer-
apenas despunten en su vida. Lo que confesaba ese profesor de teolo-
te. [...]
Pero ellos quieren librarse de la vida. ¿Qué les importa atar a la gía se puede aplicar, sin excepción, al desarrollo de cualquier clérigo:
vida a otros, con sus cadenas y sus regalos?367. jamás uno de ellos se habrá atrevido a acercarse, ni de lejos, a un repre-
sentante del «otro» sexo.
La lucha contra la naturaleza, la tensión del espíritu frente a la A la gente le gustan las historias de chicas que, a causa de una
simple existencia como creatura ha tomado en el ideal católico la for- decepción amorosa, se refugian en un convento; o lo que tanto se aireó
ma de una vida «pura», «angélica», que necesita formalmente lo enfer- en su día sobre un posible romance del actual papa Juan Pablo II con
mizo, lo ambiguo, lo falaz y lo perdido, para levantarse de la hez de esa una actriz polaca en los años de su adolescencia: ¿hubo realmente
vida desvirtuada y fracasada, y poder renovarse. Los así «llamados» «algo», o no fue más que humo de pajas? En la vida de casi todos los
desde su infancia viven en una vaharada asfixiante de aire corrompi- clérigos sinceros consigo mismos, la respuesta es mucho más desoladora
do. De modo que uno de los más severos reproches que se pueden de lo que benévolamente se piensa. Su desarrollo psicológico no les ha
hacer en la actualidad al ideal de clérigo católico es que ese corte con permitido nunca ni les ha infundido la osadía de presentarse, ni siquie-
la vida, esa tendencia a impregnar de odio y disgusto cualquier impul- ra de lejos, como chico a una chica, o como chica a un chico, simple-
so natural como si se tratara de un pecado ha obtenido tal aceptación, mente para hablar, o incluso para entrar en una relación de mutua
que ni los propios interesados son capaces de percibir hasta qué punto confianza y ternura. En la experiencia adolescente, príncipe y princesa
su existencia está predeterminada y orientada en una única dirección, del amor se encuentran en una especie de castillo encantado de año-
sin alternativa posible. ranzas y recelos mutuos; y cuanto más parece desvanecerse su sueño
Hace algún tiempo, un profesor de teología me confiaba así los ya de plenitud terrestre, mayor es su transfiguración hacia el nivel celeste
lejanos recuerdos de su juventud: «A mis diecisiete años, yo no tenía de una felicidad suprema y encantadora. Pero, como ya sabemos, el
aún una idea clara sobre la sexualidad. Usted podrá creerme, o no; punto originario de fijación de esos sueños es la propia madre.
pero yo era capaz de dar una conferencia perfectamente ilustrada so- Según la teoría de Sigmund Freud, es el complejo de Edipo, con
bre materias relativas a la sexualidad, como la división de los toda su constelación, el que nos permite comprender los miedos, re-
cromosomas, la fusión de los gametos, los procesos del ciclo femeni- presiones y pulsiones ciegas que jalonan el desarrollo de la personali-
no, la anatomía y fisiología de los órganos sexuales tanto internos dad humana. Ese punto central del psicoanálisis ha sido el blanco pre-
como externos del hombre y de la mujer, las fases del desarrollo ferido de toda clase de dudas, justificadas e injustificadas; pero lo cierto
embrional, etc., ya que el tema me interesaba extraordinariamente. es que, en un clima de represión sexual, se llega inevitablemente a esas
Pero no tenía la menor idea sobre la relación que todo eso pudiera situaciones y sensaciones que Freud describe con tanta precisión. Un
tener conmigo mismo». Precisamente al hablar así es cuando mi niño que crece en el seno de una madre que se avergüenza de las cir-
interlocutor se dio cuenta del desgarrón existencial entre su pensa- cunstancias en las que ha concebido y dado a luz a su hijo aprenderá
miento y su sentimiento, entre su percepción intelectual y el mundo de muy pronto a odiar a su propio padre, al hombre que ha podido cau-
sus más íntimas experiencias. sar tal oprobio a su adorada madre; para él será cuestión de supervi-
A este punto de nuestra reflexión, uno de los aspectos fundamen- vencia y de estrategia de su vida combatir a ese hombre en su propio
tales estriba en la comprensión de que la doctrina moral de la Iglesia terreno, es decir, en su virilidad, hasta llegar a derrotarle. El que acuse
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a la Iglesia católica de ser patriarcal y misógina deberá explicar, ante su conversión, se reprochaba que, de joven, había alardeado ante sus
todo, por qué, precisamente en un clima de represión sexual, se da compañeros como de una auténtica proeza de lo que, en realidad, no
entre los clérigos masculinos tal odio a la virilidad, e incluso una ver- era más que una porquería de lo más vergonzosa370. En la juventud de
güenza tácita de ser hombre. todo clérigo, y de cualquiera que haya aspirado a serlo, se encuentra
Un tema originariamente mítico, o de los cuentos fantásticos, como fácilmente ese distanciamiento moral, esa reserva mezclada de timidez
la Leyenda de san Jorge36* juega un papel extraordinariamente impor- y de miedo que le impone ser mejor que los otros, y al mismo tiempo
tante en la imaginación del clérigo. Si se es verdaderamente hombre, una especie de autorrecompensa secreta que espera de Dios el recono-
habrá que liberar a la doncella —¡la propia madre!— de la amenaza cimiento de su disponibilidad a la renuncia y al sacrificio.
del dragón satánico; sobre un esbelto alazán, con gallardía y arrojo Cuanto más estricta es la educación católica en materia de moral
caballeresco, habrá que lanzarse a combatir y vencer el sulfuroso alien- sexual, más se polariza el desarrollo psíquico de un muchacho o de
to de fuego del monstruo. Sólo así podrán superarse todas las tenden- una muchacha hacia la cuestión sobre si se atreverá o no a violar las
cias y las pulsiones instintivas en sí mismo y en los otros, y podrán normas del catecismo, o deberá seguir guardándolas escrupulosamen-
desplegarse todas las energías «masculinas» en una lucha contra la vi- te. Un futuro clérigo se decidirá instintivamente por lo segundo; jamás
rilidad. De aquí que el programa de vida de un futuro clérigo consista se atreverá a hacer algo «malo». Pero entonces, ¿qué pasa con los de-
en llevar a culmen, con todos los medios ideológicos y ascéticos, esa más, sus compañeros y compañeras de clase, los componentes de su
cruzada contra el «dragón» masculino, que no es otro que el propio equipo, sus amigos? ¿son todos unos pecadores? La mayoría de los que
padre de la infancia y todas las tendencias masculinas del propio cora- tienen madera de clérigo han aprendido a cerrar los ojos ante semejan-
zón369. La finalidad será siempre la inmaculada pureza de «la» mujer, te pregunta; porque, ¿no dice la Escritura: «No juzgarás» (Mt 7,1)? Sin
el único y verdadero objeto de deseo, la propia madre, a la que hay que embargo, siempre queda ese poso amargo de que los otros —práctica-
defender contra las posibles asechanzas por parte del «monstruo» —el mente todos, sin excepción— son, desde la perspectiva cristiana, unos
propio padre— para mantenerla perfectamente incólume. perfectos «cerdos»; y sería, cuando menos, una porquería hacer lo que
Naturalmente se trata de una lucha que, en principio, no puede ellos hacen. Cierto que no se puede andar por ahí divulgando a los
tener fin, y que, en la experiencia subjetiva, de ningún modo se corona cuatro vientos esa apreciación. Cuando se casa uno del pueblo, hay
con un éxito tan grandioso como en las leyendas de los héroes o en las que mostrar alegría; aparte de que no es verdad que la Iglesia despre-
vidas de los santos. Lo único que se debe mantener intacto, según la cie el matrimonio, ya que lo ha bendecido con un sacramento especial.
conciencia de un clérigo, es la imagen de la propia madre, que, aunque Pero, ¿qué pasa, si todo lo que prepara a ese estado bendecido por
mujer, está sublimemente por encima de toda sospecha de haber teni- el sacramento es puro pecado? Todos los problemas y preocupaciones
do alguna pulsión sensual fuera de las innatas a la naturaleza humana. que quedaron sin resolver, e incluso sin formular, en la vida de la
Y lo que antes hemos descubierto en la vida del desgraciado padre madre revierten ahora con idénticas demandas sobre la vida del ado-
Mouret como la mística de una determinada forma de devoción a la lescente: ¿Es pecado besarse? ¿Es pecado bañarse desnudo? ¿Es peca-
Virgen nace evidentemente del rechazo infantil a desvincularse de la do acariciarse? La respuesta «correcta» será invariablemente: «No, si
madre idealizada, para hacerse un hombre según el modelo del padre no se hace por puro "egoísmo"». Pero, ¿qué pulsión puede no ser
detestado. «egoísta»? No se debe buscar «únicamente» la «mera satisfacción» de
Sin embargo, el propio padre no es el único hombre. En la vida del una pulsión, porque eso sería una impureza; y hay que mantenerse
futuro clérigo, una de las mayores dificultades de su adolescencia radi- «puro» para el matrimonio. Pero, ¿se puede pensar sólo en uno mis-
ca en el contacto con chicos y chicas de su edad. Efectivamente, ellos mo? Eso es lo que hacen los chicos y las chicas de la propia clase y los
hacen lo que a él no le está permitido hacer; y no sólo lo hacen, sino grupos de jóvenes; y a pesar de todo, se lo pasan muy bien divirtiéndo-
que lo comentan, pavoneándose abiertamente y considerando como una se juntos.
hazaña y como una afirmación de sí mismos lo que a los ojos de la moral Una moral que con sus conceptos e ideales abstractos no hace hue-
cristiana es un pecado, un pecado mortal. Ya san Agustín, después de co para una pedagogía del aprendizaje y de la maduración a través de
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las respectivas etapas no hace, en primer término, más que crear una psicología de estas personas verdaderamente «inocentes» en materia
enorme confusión de ideas y de sentimientos en la mente y en el cora- sexual hay que tener en cuenta la intensidad con la que una madre que
zón de los que se mueven por sus normas y, en segundo lugar, termina- ha sufrido, como mujer, la presión de una educación católica negará y
rá por obligar a los más osados, los que no tienen madera de clérigo, rechazará en su hija todo lo que ella ha tenido que reprimir en sí mis-
los que en cierto sentido son más normales, a buscarse sus propias ma. En una chica, el impulso a equiparar su propia vida a la de su
normas al margen de la Iglesia. madre, con todos sus miedos, sus mecanismos de defensa y sus tabúes,
Lo malo es que, de ahora en adelante, en la mente del futuro cléri- se dejará sentir con más efecto que en un chico que, por su vinculación
go empezará a bullir una idea que bien se puede calificar como abs- «amorosa» a la madre, en calidad de amante de sustitución, sigue enre-
tracción misionera o predicación despersonalizada. Si hasta entonces dado en los conflictos del complejo de Edipo. Sin duda, es esa presión,
sus ideas se habían transformado en una abstracción con respecto a sus entre otras razones, lo que explica por qué las adolescentes suelen pa-
sentimientos y sus impresiones propias, ahora esa abstracción afecta al sar la fase de su pubertad con bastante menos problemas sexuales que
mundo de sus relaciones humanas. Y así surge lo que anteriormente los chicos. Sin embargo, si se analiza en profundidad la biografía de
hemos descrito como despersonalización del pensamiento funcional y muchas religiosas, se comprobará fácilmente que el miedo de una chi-
como funcionalización del trato. Se crea «espontáneamente» una masa ca a su propio padre, durante la pubertad, está mucho más marcado
de juicios hechos, es decir, de prejuicios, sobre el modo de interpretar que el correspondiente rechazo en el clérigo masculino.
y valorar el comportamiento de los otros. Pero, ¡sólo el comporta- En el tratamiento psicoanalítico, muchas religiosas que no recuer-
miento! Porque no se debe reprochar a nadie personalmente que sea dan experiencias sexuales concretas y que afirman honestamente que
«como» es, y siempre habrá que distinguir entre el pecado y el peca- jamás han experimentado una excitación sexual o, mejor dicho, que
dor, entre la persona y sus actos. consideran uno de los pocos aspectos de autoestima el hecho de no
Pues bien, en este contexto, una distinción tan precisa, típica del haber tenido nunca que ver con «esas cosas», recalcan una y otra vez
clérigo, respecto al modo de emitir un juicio constituye por sí misma que el mundo sexualmente angustiado de su madre les hacía percibir,
una indispensable protección contra su propia agresividad. Los otros desde el principio, la figura de su padre como una auténtica amenaza.
no dejan de ser unos pecadores, aunque «de por sí» —fuerza es recono- La advertencia de su madre: «Los hombres no buscan más que eso»
cerlo— son buena gente. Nace así el propósito de rezar por ellos, de tenía como efecto más importante crear en ellas un continuo miedo a
aguantarlos con paciencia, de sufrir, de sacrificarse por ellos. Quizá un su padre. Si las fantasías favoritas de los clérigos masculinos están casi
día se presente la oportunidad de contribuir a su enmienda, en virtud siempre relacionadas con la liberación de una doncella «virgen» de las
del ministerio. El odio hacia el propio padre, el disgusto ante la propia garras del dragón de siete cabezas, como en el cuento de los Grimm
virilidad, la aversión hacia todo lo masculino se traduce ahora en una Los dos hermanos, o en la Leyenda de san Jorge, las fantasías sexuales
desmesurada idea de salvar al mundo, en perfecta sintonía con el ideal de muchas religiosas giran en torno al tema de La bella y la bestia.
materno de pureza, de «amor», de total entrega de sí mismo en obras Igual que a muchos clérigos masculinos se les inculca desde pequeños,
de caridad. No cabe duda de que será verdaderamente difícil encontrar como artículo de fe, que las mujeres —al menos, las que son como su
un clérigo que tenga el valor de confesarse a sí mismo y a los demás la madre— no pueden tener por sí mismas ningún deseo sexual, sino que
dosis de venganza, diferida durante más de una década de humilla- «lo» hacen sólo por complacer a sus maridos, a muchas religiosas se les
ciones infantiles y adolescentes, que se esconde detrás de tantas ideas ha enseñado, desde niñas, a tener cuidado con los hombres y a no
que proclama abiertamente la más pura moral católica en materia de perder el control frente a ellos; exactamente como se lo habían incul-
sexualidad. cado a su madre por medio de una educación católica, como sacrosan-
Evidentemente, todos esos problemas no son patrimonio exclusi- to legado.
vo de los clérigos masculinos, sino que se pueden trasponer respecti- Pero no son únicamente los miedos sexuales de la madre los que
vamente a una chica que contempla su posible entrada en una orden o ponen serios obstáculos a la inclinación natural que una niña siente hacia
congregación religiosa femenina. Para comprender, en primer lugar, la su propio padre. De hecho, si se presta atención, sorprende la frecuen-
508 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 509

cia con la que muchas religiosas recuerdan que, de pequeñas, fueron llamar a las cosas por su nombre, tendría que usar una expresión que,
realmente objeto de las impertinencias de su padre, hasta el punto de por su misma monstruosidad, pondría en peligro la paz y el orden de
sentirse como sistemáticamente perseguidas por él. Por ejemplo, una su matrimonio. En otras palabras, la madre actúa como en el cuento
religiosa, después de muchos titubeos, confesaba abiertamente: «Todos de los Grimm Los dos hermanos —según el modelo del mito del
los sábados, cuando yo iba a bañarme, mi padre encontraba siempre una Minotauro171—, en el que se habla de un reino en el que cada año
excusa para hacer algo en el sótano, en las proximidades del cuarto de debía sacrificarse una virgen para aplacar las iras de un monstruoso
baño. Aunque yo ya tenía entonces trece años, él insistía en que le de- dragón. Una mujer que, por pura mojigatería, fruto de su educación en
jara secarme». Y otra monja recordaba: «Cuando yo me ponía ante el la más estricta moralidad sexual católica, se ve obligada a ofrecer con-
espejo para peinarme, él venía por detrás y me estrechaba los pechos». tinuamente un sacrificio a su marido no podrá menos de sacrificar a su
Un testimonio más: «Yo me di cuenta de cómo era realmente mi padre, propia hija para aplacar la sed de ese monstruo de hombre que es, al
cuando un día, con ocasión de la fiesta de mi cumpleaños, me estrechó mismo tiempo, su padre. De ese modo, en la segunda generación se
tan fuerte que pude notar su excitación. Habría querido gritar de mie- vuelven a reproducir los mismos miedos que marcaron la vida de la
do; pero, ¿cómo iba yo a armar una escena?». Confidencias de este tipo, precedente.
que no se pueden interpretar como fantasías subjetivas, en el sentido de La ilusión con la que tantos clérigos afirman que nunca han tenido
la «escena primitiva» de Freud371, sino como recuerdo de unos hechos problemas con la sexualidad, sino que «desde siempre» han sido lla-
vividos de manera dramática, pertenecen a los secretos mejor guarda- mados por Dios a la mejor forma de imitar a Cristo, que consiste en
dos de la vida de muchas religiosas, especialmente de aquellas que han una vida de absoluta pureza, se desvanece totalmente cuando se escu-
reprimido tan completamente el tema de la sexualidad, que se puede cha sin prisas y con tiempo por delante los relatos de infancia de mu-
decir que han logrado borrarlo de su conciencia. chas religiosas. Los descubrimientos resultan sorprendentes. Por ejem-
Con todo, no es difícil imaginar lo que se oculta detrás de tales plo, hay ciertas religiosas que, incluso hoy día, cuando reciben la visita
experiencias; lo difícil es formular una monstruosidad tan enorme. de su familia, son absolutamente incapaces de dar un beso a su padre;
Una mujer que siente disgusto e incluso dolor en los intentos de unión otras que, después de años en el convento, al acostarse por la noche,
de su marido terminará, tarde o temprano, por ver cómo él se va ale- no pueden prescindir de un rito que consiste en echarse boca abajo y
jando cada vez más de ella. Si el marido es un buen católico, que se proteger el vientre con las manos, por miedo de que alguien pueda
esfuerza por mantener su vida conyugal dentro de las normas morales entrar por sorpresa —como, sin duda, lo hacía su padre— y se atreva
de la Iglesia, no podrá menos de sentirse como perdido ante esa situa- a tocarlas de una manera indecente, cuando están más desprevenidas.
ción. La mejor salida para su sexualidad frustrada por falta del amor Naturalmente, en la vida de personas tan asustadizas se dan otras mu-
maternal de su mujer será incrementar su amor paternal; mientras que chas situaciones que les producen una tremenda inquietud: por ejem-
la mujer, por su parte, no dejará de apreciar, al menos por cierto tiem- plo, un chico que la acompañaba a casa, después de la lección de baile,
po, la solicitud con la que el padre se ocupa de su hija. Pero la niña, al y que de repente intentó propasarse; o un soldado ruso que, en 1945,
ir creciendo, se dará cuenta muy pronto de que su padre se siente más cuando ella sólo tenía dieciséis años, trató de violarla; o aquella tarde,
atraído por los encantos de su juventud y lozanía que por la lejana en un parque público, cuando se encontró en situación verdaderamen-
presencia de su madre. Es una constatación que, a la vez que la llena de te difícil; etc.
un orgullo legítimo, no deja de infundirle miedo; por eso, lo mejor es
Por lo demás, pocas veces se suele percibir claramente que un mie-
no reconocer todo su alcance y reprimir tanto la amenaza sexual de su
do excesivo tiene que provocar infaliblemente todos los peligros que,
padre como su propia reacción ante el hecho.
en su momento, desataron una señal de advertencia. Una chica cuya
Por su parte, la madre se verá necesariamente implicada en ese actitud deja entrever que huye de la sexualidad despierta naturalmente
juego de represiones. Ella sabe perfectamente lo que ocurre entre pa- en sus amigos o compañeros masculinos el placer de la caza y les incita
dre e hija, y sigue el juego con una actitud medio celosa medio descon- a intentar, a pesar de todo, llegar a «algo»; verdadero círculo vicioso
fiada, aunque sin reconocerlo abiertamente; de hecho, si se decidiera a que termina por confirmar todos los prejuicios sobre los instintos mas-
510 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 511

culinos que laten en el fondo de los miedos que abriga la mentalidad acerqué y le dije: "Lo que a ti te pasa es que te da apuro que se te noten
femenina. En un mundo tan peligrosamente corrompido, que recuerda los pechos, ¿no es verdad?". Y ella me confesó que así era en realidad».
las historias sobre la mítica Sodoma (Gn 19,1-14), lo mejor es buscar Y se echó a reír estrepitosamente. Para esa maestra, el conflicto estaba
el refugio seguro del convento y ponerse, literalmente en cuerpo y resuelto; ahí estaba la prueba: «¡Nosotras no somos así, no somos tan
alma, en las manos de nuestro Padre del cielo. antiguas!». Y es verdad. Nosotros no somos así. ¡Somos mucho peo-
Pero ahora es cuando comienza la auténtica perfidia. Siempre bajo res! En cuanto a esa pobre novicia, una joven de campo, robusta y con
el sacrosanto lema de «entrega total de la persona» y de «libre decisión tendencia a la obesidad, era el ejemplo viviente de los lógicos efectos
por Cristo», se recibe a ese o a esa joven de dieciocho o veinte años en de una estricta educación católica desde los días de la infancia. Su
el seminario o en el noviciado. Y entonces, en nombre de la santa pubertad había sido un horror; y eso la había llevado al convencimien-
regla, se procura con el máximo escrúpulo interrumpir cualquier tipo to de que lo mejor para ella sería hacerse religiosa. Se la había enseña-
de contacto espontáneo entre hombre y mujer, para evitar que en ese do a avergonzarse de ser una mujer plenamente desarrollada. Y el con-
gueto de temores e inseguridades pubertarias pueda surgir la más mí- sejo «desenfadado» de su maestra no le había sido de gran ayuda para
nima tentación de los sentidos. La finalidad de la formación eclesiásti- sentirse mejor como mujer, sino para tener vergüenza de lo que le
ca del clero no tiene ambiciones terapéuticas, sino que busca la estabi- producía vergüenza. Por eso, se sentía ahora más humillada, más inca-
lidad y la racionalización de ciertas represiones masivas; y el que se paz y más desorientada que antes.
atreva a decir lo contrario es que no conoce la realidad o, por el moti- Una Iglesia que no muestra interés más que por el comportamien-
vo que sea, no está dispuesto a reconocerla. La estricta separación de to de la gente, y no por el mundo de sus relaciones humanas, y que les
hombre y mujer no es sólo una prescripción de las reglas de castidad, presenta sus «verdades divinas» según los gustos del momento no en-
sino que sirve, ante todo, para interiorizar por decreto la completa gendra libertad o un sentimiento de bienestar, sino, al revés, sensación
eliminación de todo sentimiento. de angustia, de temor y de dependencia. En esas condiciones, la única
Es evidente que en la Iglesia católica todavía existe la convicción impresión duradera sólo puede ser que la Iglesia siempre tiene razón, y
de que basta «imponer» los sentimientos; el gran error del pasado, que que el individuo que no se acomode a ella estará inevitablemente equi-
aún perdura en la actualidad, aunque con un nuevo ropaje. Según el vocado. ¡Así de simple!
lema, erróneamente atribuido al concilio Vaticano II: «Todo lo hago Hay que reconocer que, bajo la apariencia exterior de fidelidad al
nuevo», la Iglesia católica se siente profundamente indignada por el reglamento, siempre hay gente que aspira a emanciparse por su cuen-
eterno reproche que se le hace de hostilidad hacia el cuerpo, represión ta. Pero eso no hace más que ratificar la penosa impresión de conjun-
de la sexualidad y temor ante la mujer. Pero con eso no hace sencilla- to, en vez de refutarla. Para muchas religiosas y sacerdotes de treinta y
mente más que negar su actuación en el pasado, tratando de reprimir- cinco a cuarenta años, el hecho de haber llegado alguna vez, a pesar de
la. A las víctimas de su propia actuación las considera como espíritus todos sus recelos interiores, a abrazar a una persona del «otro» sexo es
torcidos, que no han hecho más que malinterpretar sus enseñanzas; y una auténtica señal de «madurez humana». ¡Quizá «todo eso» no sea
entre tanto, se jacta de dar la impresión de tolerancia y liberalismo, tan malo como dicen! Sin embargo, es urgente poner en marcha los
mientras que sólo aspira a vender los viejos valores a precio rebajado sistemas de seguridad. Nada de eso puede tener para un clérigo el
en los mercados de opinión. Pero no hay más que prestar atención a mismo significado que para el común de los mortales. Si él abraza a
las tragedias que se producen, para ver lo que realmente significan otra persona, es sólo por «pura espontaneidad», como «manifestación
para las bases, es decir, para la «tropa», órdenes como «¡En marcha!, de alegría», como «signo de comunión fraterna», como señal de pro-
¡Alto!, ¡Media vuelta!, ¡Firmes!». tección, de intimidad, de pura simpatía. En él todo está por encima de
Una maestra de novicias explicaba así su nueva pedagogía ilustra- cualquier sentimiento de carácter sexual; y si logra probar que todo
da a un alto dignatario eclesiástico: «Mire usted, teníamos aquí una eso no guarda la más mínima relación con la sexualidad, la alegría será
novicia que solía ir por los pasillos con los hombros inclinados hacia completa y absolutamente cristiana.
adelante. Yo entiendo de psicología, ¿sabe usted? Por eso, un día me Sin duda, Sigmund Freud está totalmente equivocado cuando defi-
512 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 513

ne la ternura como sexualidad inhibida373. Si se toma la palabra «sexua- hasta hace unos pocos años, la admisión al sacerdocio o la incorpora-
lidad» en su sentido estricto, la perspectiva psicoanalítica de Freud no ción formal a una orden religiosa estaba inevitablemente vinculada al
puede menos de ser incorrecta. Desde el punto de vista evolutivo, la éxito en evitar el llamado «vicio secreto». Probata castitas; ése era el
ternura humana brota seguramente del comportamiento de incubación, lema. Y sobre esa «castidad probada» debía interrogarse el diácono,
y no de la sexualidad genital374. Pero, por otra parte, no se puede negar incluso unos días antes de su ordenación sacerdotal: ¿le había concedi-
que también en los animales se observan los gestos de ese mismo com- do Dios esa gracia, o él mismo había echado a perder, por su propia
portamiento de la incubación, en una forma ritualizada, como elemen- culpa, ese honor único de la vocación a un sacerdocio eterno? «Casti-
tos del cortejo sexual y como preliminares del amor, orientados a se- dad probada» quería decir que, en el transcurso del último o de los dos
ducir a la pareja. De modo que, en cuanto a las circunstancias de la últimos años, el candidato no se había tocado de una manera inconve-
inhibición sexual, Freud tiene razón incluso en sus afirmaciones obje- niente. Para ser exactos, no se puede decir que, en este punto, la for-
tivamente falsas. mación sacerdotal haya jugado con cartas trucadas. Desde el mismo
La insistencia con la que muchos clérigos de hoy subrayan en sus comienzo de sus estudios, se advertía expresamente al candidato que,
conversaciones y homilías, decididamente bienintencionadas, el carác- dada la inmadurez de su juventud, entraba dentro de lo posible que
ter «puramente» espiritual de sus manifestaciones de ternura no hace alguna que otra vez cayera en el pecado de la masturbación, pero que
más que traducir en la práctica lo que ya observaba en teoría el propio no había que considerar ese fallo como una señal de que era definitiva-
Sigmund Freud, es decir, los primeros síntomas de un despertar al mente indigno de la vocación al sacerdocio; sin embargo, al tercero o,
mundo de la sexualidad, que no acaba de atreverse a tomar conciencia lo más tardar, al cuarto semestre de formación, debería haberse libera-
de sí mismo. Por eso, no habrá una mejora sustancial de la situación do ya de esa falta.
mientras no se le dé al clérigo, junto a la libertad de pensar, una autén- Ahora bien, la cruda realidad nos dice que, hasta hace unos veinte,
tica libertad de sentir, y mientras no se le permita lo que de momento o veinticinco años, la gran mayoría de los que abandonaban el sacerdocio
le está prohibido bajo la severa amenaza de perder definitivamente su lo hacían fundamentalmente por un fracaso en materia de masturba-
estado: aprender el amor, cuando está maduro para hacerlo. ción. No lograr vencer «ese vicio» era una señal evidente de que Dios
les llamaba más bien al matrimonio, donde podían llevar una vida
b) Fantasías masturbatorias de una vida «pura» sexual «ordenada». Si hoy día se emplearan los mismos parámetros, se
podría decir sin miedo a equivocarse que los candidatos dignos de ser
Hasta ahora, nuestro presupuesto de base ha sido el hecho de que la
admitidos al sacerdocio se podrían contar con los dedos de una mano.
llamada «vocación» a clérigo surge de una completa inexperiencia
sexual. Empecemos por conceder que se trata de una condición que Con todo, no se trata de una tolerancia basada en meras convic-
ciones éticas, sino, más bien, de una tolerancia fundada en la menti-
raramente se da en la práctica, pero que, sin embargo, es la que mejor
ra, que sólo persigue la continuidad de la función eclesiástica. El
responde al ideal de la moral católica. Por consiguiente, puede servir
magisterio de la Iglesia católica no ha admitido nunca la licitud de
de modelo y de punto de partida para una correcta comprensión de los
cualquier forma de satisfacción sexual fuera del matrimonio, por ejem-
demás problemas sexuales que afectan a los clérigos.
plo, la masturbación. La Iglesia católica jamás se ha considerado res-
El abandono de la «inocencia», el verdadero pecado original en la
ponsable de haber inducido durante siglos a la enfermedad e incluso
vida de muchos clérigos, es la masturbación. Para la mayoría de ellos,
a la locura a una infinidad de jóvenes, obsesionados por un complejo
ésa es la única forma de experiencia sexual que tienen en su vida. Por
de culpabilidad sexual y por el miedo a previsibles castigos. Desde
eso, el que quiera comprender verdaderamente las ideas —en buena
luego, hay que reconocer que algunos moralistas católicos han trata-
medida, bastante peculiares— de la teología moral católica sobre los
do en sus declaraciones —un tanto tímidas, es verdad, pero bienveni-
diversos aspectos de la sexualidad humana no podrá menos de prestar das, desde el punto de vista psicoanalítico— de llamar la atención
una atención especial a este problema. sobre la necesidad de no juzgar el acto aislado de una persona, sino
La importancia que desde siempre se ha dado a la masturbación en de sopesar, ante todo, las circunstancias de su contexto social y per-
el marco del ideal de clérigo se puede demostrar por el hecho de que,
514 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 515
sonal. No es lo mismo la masturbación de un viudo de sesenta años gías del sujeto hacia el propio «yo». Cuanto menos se deje a una perso-
que la de un soltero de treinta, que no tiene la más mínima ilusión na vivir por sí misma, más se acentuará su egoísmo y más intensa será
por el matrimonio. su búsqueda de realización personal. Multiplicar los obstáculos equi-
Para la Iglesia actual, las «circunstancias» son las alarmantes cifras vale a aumentar el desconcierto; de modo que el individuo, totalmente
de descenso en el número de vocaciones sacerdotales y religiosas. Bajo desorientado, no hará más que girar indefinidamente en torno a su propio
la presión de los números, la Iglesia se ve forzada hoy a centrarse en su «yo», sin llegar jamás a encontrarlo. Para decirlo con toda claridad, si
propia subsistencia, a través del clero. Y eso la lleva a aconsejar a sus hay un «pecado» grave que la moral sexual católica debería denunciar
seminaristas que no hagan de la lucha contra la masturbación un re- en la masturbación es el «triple pecado» que ella misma comete en este
quisito indispensable para su vocación al sacerdocio. «¡Dios necesita tema: el primero, arruinar la confianza en el propio «yo», con la
hombres a su servicio!». Y eso es mucho más importante que la perfec- promulgación de leyes impracticables; el segundo, construir sobre las
ción absoluta de cualquier condicionamiento moral. ruinas del «yo» el edificio narcisista de una moral del «super-yo», que
Es evidente que, con tales directrices, el problema psicológico no no pretende más que conservarse a sí misma, proponiendo como ideal
sólo sigue sin resolverse, sino que se agudiza considerablemente. La la entrega y el sacrificio de la persona; y el tercero, introducir en la
doctrina eclesiástica por la que se declara pecador al que se masturba formación de sus clérigos tal cúmulo de mistificaciones tradicionales
no ha experimentado cambios sustanciales. Sólo que ahora se piensa sobre sus propias necesidades psicológicas, que no les deja otra salida
que la existencia clerical incluye ofrecer al Dios de la misericordia y que el refugio en una especie de «tierra de nadie» que, en realidad, es un
del perdón el sacrificio supremo de la renuncia a la propia dignidad. verdadero desierto psíquico. Pero, ¡vamos por orden!
En vez de afrontar honestamente el problema de la masturbación y
La inmensa mayoría de los que han recibido una estricta educa-
buscar la forma de sintonizar la idea con el sentimiento y la experien-
ción católica, en especial —y prácticamente sin excepción— los cléri-
cia, la ambigüedad clerical ha encontrado su legitimación en una nue-
gos masculinos, recuerdan con verdadero horror la profunda vergüen-
va variante de la vieja teología del sacrificio. El que no sea capaz de
za que experimentaron ante sus primeras prácticas masturbatorias. Más
refrenar sus pulsiones sexuales —por lo menos, fuera del sueño— de-
aún, a muchos de ellos esa práctica les produjo un desesperante com-
berá seguir esforzándose por conseguir una pureza que, aunque no se
plejo de culpabilidad, que los atormentaba incluso antes de conocer
debe interpretar como condición previa, sí es un objetivo esencial de la
exactamente el significado preciso de términos como onanismo, mas-
existencia del clérigo. Lo que, sobre todo, deberá aceptar es prescindir
turbación o vicio solitario.
de la parte más importante de su vida personal, la fuerza del amor,
Del modo con que muchos clérigos describen las primeras etapas
considerándola como algo neutro que aún no ha logrado controlar, y
de su juventud, se deduce que, aunque en ciertos casos no hayan reves-
dejando el resultado en manos de la gracia y del perdón de Dios.
tido una forma particularmente dramática, por lo general todas obe-
El procedimiento es casi tan insensato como querer edificar una decen a una estructura semejante. En casi todos los casos, su despertar
ciudad al borde de un terreno pantanoso, cuyos miasmas tóxicos no sexual de la pubertad fue la vivencia de una verdadera catástrofe mo-
dejarán de provocar, a la larga, toda clase de epidemias y enfermeda- ral que no debería haber ocurrido, pero que, ante la contundente rea-
des mortales en la población. Si uno renuncia a sanear previamente el lidad del hecho, habría de ser superada en el futuro. Hace unos ciento
terreno, no sólo actuará con una negligencia inconcebible, sino que setenta años que Sóren Kierkegaard demostró, precisamente a propó-
expondrá a los futuros habitantes a un serio peligro de muerte. Pero sito de la experiencia sexual, que el miedo al pecado, cuando se instala
siempre cabe esperar de la teología moral católica una explicación con- en la libertad del hombre, no puede menos de intensificarse después de
vincente: esas «ciénagas» se producen por el estancamiento de agua cada acción, porque reaparece en la conciencia del individuo como
junto a las presas que, por otra parte, se consideran imprescindibles miedo a la posibilidad de un nuevo acto, de modo que la recaída supo-
para proteger a la gente contra la amenaza de una posible inundación. ne casi siempre un cierto alivio que libera, al menos por un momento,
Una moral que tiende a desposeer a la persona de su propio ser no de la presión de la posibilidad375.
podrá menos de actuar como la fuerza del vacío, succionando las ener-
De hecho, cuanto más en serio se tomaba la teología moral católi-
516 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específieos 517

ca que se solía enseñar hasta el concilio Vaticano II, mayor tenía que no se ha entendido correctamente la postura de la teología moral cató-
ser la sensación de desamparo y hasta de desesperación del individuo, lica en esta cuestión, al considerarla exclusivamente como lucha con-
al verse expulsado del paraíso de la inocencia. Y si a eso se añade la tra sí mismo, mientras que, en realidad, se trata de una pedagogía del
convicción de que la Iglesia católica es una institución divina cuyas amor desinteresado y de la plena entrega de sí en un clima de fidelidad
enseñanzas en materia de moralidad son infalibles, difícilmente se po- inquebrantable.
dría pensar que un sistema moral de tantos siglos pudiera estar equivo- Ahora bien, eso no cambia sustancialmente la situación. Para la
cado, y que el individuo, con sus turbias experiencias de juventud, Iglesia católica, el placer sexual sigue sin tener valor en sí mismo. Por
estuviera en lo cierto. Pero, aun admitiendo la posibilidad de esa hipó- eso, todavía hoy sigue infundiendo en los más jóvenes su secular mie-
tesis, el sentimiento de la propia culpabilidad le privaría de cualquier do al propio cuerpo, a sus pulsiones instintivas, y a cualquier clase de
derecho a contraponer su propia experiencia a la doctrina de la Iglesia. sentimientos personales. Sus recetas pedagógicas revelan claramente
Una vez más nos encontramos aquí con uno de los factores decisi- su mentalidad. Para evitar las continuas asechanzas de la masturba-
vos de la mentalidad «funcional» que habrá de caracterizar al futuro ción, el consejo es: «¡Apartaos! ¡Protégeos de vosotros mismos! ¡Bus-
clérigo: ¿cómo oponer la propia razón a un sistema dogmático, si ese cad refugio en los demás!» —¡como si el control del grupo fuera un
sistema posee la capacidad psíquica de declarar al «yo» personal radi- remedio!—. «¡Hay otros muchos placeres!». Y como complemento:
calmente culpable? No se puede decir que la moral sexual católica sea duchas frías, poca sal en la mesa, y verduras cocidas en abundancia; y
un sinsentido o una perversión del pensamiento y de la sensibilidad, por supuesto, nada de cine, y mucho cuidado con la televisión.
queriendo justificar esa opinión por el hecho de que los que pretenden Así se pone en práctica lo que va a necesitar el futuro clérigo: el
acomodarse a ella terminan psicológicamente enfermos. Al contrario; masoquismo de una sexualidad reprimida, el disgusto por el propio
es uno el que debe considerarse enfermo y pervertido, si no logra refre- cuerpo y por todo afecto personal, la actitud de sufrimiento expiatorio
nar sus pulsiones desordenadas y recuperar su libertad moral y su pro- y, sobre todo, mantener firme un ideal que, lejos de servir a la vida,
pia capacidad de autodeterminación. Para un hombre libre no hay exi- sólo sirve para fortalecer un eterno complejo de culpabilidad. De modo
gencias morales impracticables, porque la moral se funda en la libertad que, cada vez que «eso» vuelve a «suceder», a pesar de todos los propó-
que Dios nos ha concedido; y el que alegue incapacidad o imposibili- sitos y esfuerzos sobrehumanos por evitarlo, se derrumba progresiva-
dad de practicar el bien que ha reconocido como auténtico no hará mente la personalidad moral del individuo, que así se ve abocado a la
más que agravar y acrecentar su pecado, porque, en vez de arrepentir- inevitable catástrofe de una dramática sensación de impotencia y
se, no busca más que pretextos, subterfugios y excusas. Una persona compulsiva autoacusación.
así no sería más que un pecador impenitente y endurecido, incapaz de
Cuando el dictado inapelable de la teología moral califica de vi-
obtener la gracia divina del perdón.
cios ciertas cosas que son absolutamente naturales, al «yo» no le queda
Pero estas consideraciones no agotan la posibilidad de análisis. De más remedio que, más tarde o más temprano, sentirse como un «vicio-
hecho, en la concepción clerical de la pureza, la verdadera tragedia de so», a riesgo de que, si la neurosis alcanza un determinado nivel, no
la masturbación no radica únicamente en la destrucción de la capaci- sólo se «sienta» como tal, sino que llegue realmente a serlo. Se crea así
dad intelectual, sino que incluye un inevitable y permanente trastorno una espiral en la que todos los miedos y los sentimientos de culpabili-
de la confianza en sí mismo e incluso de la autoconciencia personal. dad, de impotencia y de fracaso experimentan una aceleración que los
Nadie es capaz de tenerse en buena estima, si se ve indisolublemente mayores esfuerzos de autocontrol por procedimientos ascéticos, las
atado a un compromiso que es incapaz de cumplir. El ideal católico de desesperadas reacciones de huida y los firmes propósitos de «nunca
pureza, con su prohibición de todo tipo de placer sexual fuera del más» son incapaces de detener. La suma de todos esos factores sólo
matrimonio, obliga a los «fieles», desde el mismo comienzo de la pu- puede dar por resultado un creciente complejo de inferioridad, un «yo»
bertad, a poner en juego todos los recursos morales a su disposición, cada día más atrofiado y un progresivo desgaste de todas esas energías
para reprimir completamente determinados pensamientos y acciones. que son las únicas que pueden engendrar una moral verdaderamente
Uno de los argumentos favoritos de los defensores de la Iglesia es que autónoma.
518 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 519

Aquí precisamente, en materia de masturbación, es donde adquiere pió «yo», por el complejo de inferioridad y por toda clase de temores
su máximo dramatismo ese círculo vicioso del agotamiento moral, de y sentimientos de culpabilidad, uno todavía es suficientemente digno
la frustración más desesperante, de los complejos de inferioridad y de de amor.
unas exigencias morales que, por reacción, se vuelven cada vez más En la fase ascética de represión del «yo» aún se percibe el ideal de
imperiosas. Uno de los cuentos de los hermanos Grimm, Blancanieves una pureza heroica, pero en la fase de irrupción de pulsiones más o
y Rosarroja, da muestras de un exquisito humanismo al describir cómo menos voluntarias se sitúan en primer plano unos imperativos viriles
las chicas pueden desarrollarse armónicamente con sólo aprender a ju- de extremada violencia —en la mujer, desmesuradas fantasías de se-
gar con las energías aparentemente «salvajes» de una sexualidad que ya ducción irresistible— frecuentemente unidos a sueños de carácter
empieza a despuntar en ellas376. Pues bien, eso es precisamente lo que hermafrodítico, en los que, al fundirse masculino y femenino, ya no se
todavía ignora la teología moral católica. Por eso, no hace más que necesita pareja, porque el propio «yo» se ha hecho plenamente
someter a los jóvenes sobre los que aún ejerce un cierto influjo a una autárquico y asume en sí los dos papeles de amante y amado, seductor
especie de ducha escocesa de ideas irrealizables de castidad y de degra- y seducido, principio y fin de todas las pulsiones.
dantes sentimientos de vergüenza; un desgaste de pura neurosis Pero pronto ese mundo se difumina y vuelve la cruda realidad; una
compulsiva, que aplasta y tritura al «yo» como entre dos ruedas de realidad tanto más vergonzosa cuanto que en ese ensueño de deseos el
molino. propio «yo» parecía incomparable, mientras que ahora vuelve a ser el
La cuestión de la sexualidad va íntimamente unida a la conciencia «yo» profundamente despreciable y blanco de los odios más violentos.
de sociabilidad y valía personal. Si a un niño se le inculca la idea de No es raro escuchar a clérigos contar que sus prácticas masturbatorias
que su sexualidad es algo peligroso, que sólo hay que aceptar o desear suelen ir acompañadas de sueños y fantasías sádicas. «Cada vez que lo
con muchas reservas, se corre un grave riesgo de perjudicar severa- hacía», contaba un sacerdote, «me venían ganas de arrancarme el sexo
mente su capacidad de autoestima. Cuando llegue a la adolescencia, de una vez por todas». Y para evitar «eso», había maltratado lamenta-
encontrará enormes dificultades para relacionarse con los demás y le blemente sus genitales, tratando de luchar contra el placer sexual, a la
resultará prácticamente imposible intercambiar sentimientos que, por vez que lo provocaba. El caso de muchas religiosas va en el mismo
lo general, implican referencias a la sexualidad. Por eso, al encontrarse sentido, ya que frecuentemente sueñan con violaciones en las que se
con una chica, se verá inevitablemente relegado a la soledad del aisla- mezcla el dolor con el deseo, y donde la involuntariedad compulsiva
miento en sí mismo. Y así es como se crea esa situación en la que hay del acto suaviza en cierto modo el sentimiento de culpabilidad por
que reconocer uno de los condicionamientos más importantes de la haber deseado y realizado «una cosa así».
vida de un clérigo, al menos, en materia de sexualidad: la necesidad de Dentro de esa contradicción entre realidad y sueño se inscribe, en
huir de sí mismos y de los otros, a lo más tardar en el preciso momen- particular, el aspecto del rendimiento. Cuanto más débil se siente el
to en que la primera aproximación, aunque titubeante, amenaza ser «yo», más fácil es que se agudice la tendencia a considerar las deman-
coronada por el éxito, es decir, cuando la proximidad del otro provo- das del trabajo cotidiano como una auténtica sobrecarga. La añoranza
ca naturalmente una expresión de tipo sexual. de un mundo materno como refugio protector, que en la literatura se
Pero todas esas energías liberadas por el encuentro, al no poder considera frecuentemente como causa, y no como consecuencia, del
volcarse sobre el otro, refluyen necesariamente sobre sí mismo y se problema de la masturbación, cobra un perfil cada vez más acusado,
fijan en el propio «yo». Por tanto, es de esperar, de entrada, que el en contraste con el rigor de la exigencia «paterna» de trabajo. Una
problema de la masturbación reclame un lugar de privilegio en la aversión a la actividad, dominada por el miedo y compensada con los
vida psíquica del clérigo católico. En realidad, el sentido de la mas- fantasmas regresivos de los grandes senos de la madre y con sueños de
turbación no consiste exclusivamente en una simple descarga biológi- deslumbradoras genialidades, no hace más que favorecer la tendencia
ca de energía sexual, sino fundamentalmente en un esfuerzo desespe- a buscar en la masturbación una especie de sustitutivo de la seguridad
rado por probarse a sí mismo que, a pesar de todo, y aun en medio de del «yo», como si el tamaño del propio miembro fuera la prueba feha-
esa soledad moral que viene impuesta por la desconfianza en el pro- ciente de la «potencia» personal.
520 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 521

A este propósito, habrá que recordar lo que ya apuntábamos en producen a consecuencia de la pulsión masturbatoria como una ratifi-
una reflexión precedente sobre el sentimiento crónico de culpabilidad cación de la verdad divina de sus enseñanzas. Más aún, explota la
que experimenta el clérigo frente a toda forma de placer y de satisfac- situación para hacer propaganda entre los jóvenes, no precisamente de
ción, y sobre su carencia de una vida verdaderamente privada. Lo pa- que los complejos de culpabilidad que crea la propia Iglesia son los
radójico es que, en un mundo gris y plagado de obligaciones anodinas, que conducen realmente a todos los posibles círculos viciosos, sino
la masturbación sea el único entretenimiento posible. que es el pecado el que, en cuanto contravención del orden establecido
Muchos clérigos, cuando logran vencer sus reticencias a explayar- por Dios, produce natural y necesariamente tristeza, nerviosismo y
se sinceramente sobre un tema tan espinoso, confiesan que, para afrontar estado de apatía.
determinadas dificultades de trabajo, como participación en semina- Precisamente esa explotación de sentimientos depresivos provo-
rios o preparación de una homilía, sienten la necesidad de masturbarse, cados artificialmente manifiesta, sin lugar a dudas, la verdadera fina-
para vencer el miedo y su propia inseguridad ante el compromiso y lidad de esa clase de teología moral. Lo que le interesa no es la
superar la tendencia a huir de sus obligaciones. Un sacerdote manifes- felicidad de los adolescentes ni la consecución de sus objetivos en la
taba así sus experiencias personales: «Después de hacerlo, me sentía vida, sino la plena intimidación de su «yo» frente a la sublimidad del
como aturdido; pero sólo entonces, y quizá también por una cierta orden divino, que sólo alcanza su insuperable esplendor en la propia
necesidad de castigo, podía ponerme a trabajar con eficacia. ¿No se Iglesia católica. Al joven que haya crecido en ese ambiente espiritual
cuenta de William Faulkner que sólo pudo escribir algunas de sus gran- no sólo se le inculca —ahora por tercera y última vez, después de
des novelas bajo los efectos del alcohol? Pues eso me pasaba a mí; la haber aceptado el doble sacrificio de la pobreza y la obediencia—
masturbación era como una droga, que aclaraba mis facultades y me que su propio «yo», empecatado y perdido, aún no ha alcanzado la
estimulaba en el trabajo». Sólo que, una vez terminado su cometido, justificación, sino que, además, se le enseña que la salvación de Dios
no le quedaba como recompensa más que el triste recurso de la mas- sólo se realiza en toda su plenitud en la Iglesia católica, la institución
turbación. En su vida personal, tanto el esfuerzo como el agotamiento divina para perdonar los pecados por medio de los sacerdotes. Una
dependían cada vez más de lo que él llamaba su vicio secreto. A la vez que se ha convencido a la gente de que no puede vivir sin el
larga, había perdido la costumbre de sus tiempos jóvenes de buscar, sacerdote, existe la seguridad de que habrá hombres que no puedan
cada vez que debía celebrar la misa, un compañero que le diera la imaginarse su propia vida, si no es como agentes de ese preciso mi-
absolución entre la sacristía y el altar. Lo único que le quedaba, en el nisterio sacerdotal.
fondo, era la sensación de ser un individuo cuyo valor moral estaba Desde el punto de vista psicoanalítico, se crea así una dictadura
por los suelos. del «super-yo» que ahoga cualquier posible desarrollo de la persona. Y
Analizando atentamente esos casos, se comprende que la compa- el mayor reproche que se puede hacer a la Iglesia católica es el de
ración con el alcoholismo del genial William Faulkner, entre otros, provocar por todos los medios a su alcance precisamente esa situa-
podría dar una explicación del abuso de la bebida que tan frecuente- ción. Al mismo tiempo, se da la paradoja de que bajo capa de un ideal
mente se da en los clérigos. Muchos de ellos empiezan a beber, porque del más absoluto desinterés y entrega se da pábulo a una psique extre-
más vale llenarse la cabeza de alcohol que cometer un pecado mortal; madamente «onanista», cuyo objetivo fundamental consiste en la adap-
y si, una vez curados, vuelven a la bebida, es porque la sensación de tación del «yo» no precisamente a las exigencias reales de los demás,
aturdimiento que acompaña normalmente a la borrachera les alivia, al sino exclusivamente a las del propio «super-yo». Dentro de una estruc-
menos de momento, la modorra de su perturbación moral. tura psíquica como ésa, la cuestión sobre el comportamiento no es
Pero lo verdaderamente increíble es la cerrada obstinación con la saber a quién puede beneficiar esto o aquello, sino ver cómo se consi-
que la Iglesia católica se resiste a reconocer —y, por consiguiente, a gue el efecto final de todo lo que se hace, es decir, procurar al «super-
subsanar— su indeclinable parte de responsabilidad en la desgracia de yo» la satisfacción narcisista de haber hecho «lo que se debía hacer».
sus propias víctimas. Lo que hace es, más bien, todo lo contrario. Es Resulta, pues, innegable que se puede vivir el ideal cristiano del máxi-
decir, consigue interpretar el conjunto de depresiones morales que se mo desinterés de manera plenamente egoísta. Y si se puede ver la mas-
522 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 523

turbación como un acto fundamentalmente compensatorio del más por primera vez. Desde aquel momento, sintió la imperiosa necesidad
puro narcisismo, también se puede dar la vuelta al problema y califi- de repetirlo y repetirlo. Y empezó a tener miedo al castigo; un miedo
car, con todo derecho, de absolutamente «onanista» ese narcisismo terrible que la destrozaba interiormente. Hasta llegó a pensar que la
con todas sus compensaciones. próxima vez iba a desplomarse muerta. Desde que detectó una cierta
Asistimos así a la configuración de un nuevo círculo vicioso. La arritmia, no hacía más que tomarse la tensión, por temor a que su
violación de la psique clerical por parte del «super-yo» engendra un inconcebible sacrilegio le fuera a provocar un infarto. Costó infinito
narcisismo estructural, cuyo objetivo no es una apertura franca, sino, convencerla de que, en sus circunstancias, una cierta dosis de mastur-
más bien, la preservación a toda prueba del propio «yo» de la persona. bación era presumiblemente una cosa normal, y que de ningún modo
En fin de cuentas, lo que realmente le importa a la Iglesia no es la constituía un pecado «grave».
pureza y la castidad que pretende defender, sino la aquiescencia for- Y ahora, ¿cómo continuar? Por lo general, el que ha vivido a sus
mal a las prescripciones de una vida celibataria. Ya lo decía una reli- catorce años una experiencia semejante a la de esa religiosa de cuaren-
giosa con el mayor orgullo del mundo: «Yo no he hecho voto de casti- ta, aunque en circunstancias menos dramáticas, se desarrollará nor-
dad, sino de celibato». Y así era, en realidad. Pero, «cómo se puede malmente sin mayores problemas, hasta que un día descubra el amor
vivir así, sin caer en el más increíble cinismo? de otra persona. Pero lo malo es que, en la vida de un clérigo, ese
El aspecto más pernicioso de la masturbación del clérigo es, sin proceso natural está totalmente descartado. De ahí la gravedad del
género de duda, la paralización del desarrollo psicológico. A lo largo problema —prácticamente insoluble— que se le presenta a la
de la práctica psicoterapéutica con personas verdaderamente «intac- psicoterapia de un clérigo católico: ¿hasta qué punto se puede asumir
tas», por ejemplo, una religiosa que jamás ha experimentado una exci- la responsabilidad de despertar en él ciertas energías vitales que jamás
tación sexual, se ve con frecuencia lo que ocurre cuando, de repente, podrán desarrollarse por los caminos legítimos?
se rompen sus mecanismos represivos. La vida de muchos clérigos constituye el testimonio más estreme-
Es el caso de una religiosa que, alentada por el tratamiento, logró cedor de las consecuencias que pueden derivarse de una existencia
expresar libremente el deseo que había despuntado en ella de conocer deformada por un ideal suicida de pureza, incluso antes de que pueda
el amor y la ternura en su relación con los demás. Uno de los médicos descubrirse por sí misma. La esperanza que, en un principio, abriga-
del departamento se dio cuenta de que la religiosa no veía la hora de ban esos clérigos de poder retrotraer la inexorable rueda del desarro-
caer en brazos de un hombre. Él se prestó encantado, con lógica satis- llo hasta el estado de inocencia infantil no es, en la mayor parte de
facción por ambas partes. Pero el médico no podía ni imaginar las los casos, más que pura y simple ilusión; y confiar a otros las propias
consecuencias verdaderamente dramáticas que iba a traer aquel con- angustias personales es poco menos que imposible. En su desamparo
tacto. Fue como si, de repente, un viento sur abrasador se hubiera rayano en la desesperación, hay quien busca consejo en los escritos de
abatido sobre el eterno témpano de un glaciar, como si un sol ardiente ciertos moralistas «modernos»; pero lo que allí encuentra no es, por
hubiera empezado a quemar las rocas de los peñascales. Un alud de una parte, tan claro y unívoco como hace veinte años, y por otra, es
apetitos inéditos sepultó durante meses, e incluso años, el frágil y tan inquietante como aquello. Véanse, si no, algunas muestras:
maleable «yo» de la religiosa. Todo comenzó con una serie de pesadi-
En una obra de Franz Furger, publicada en 1985, se afirma que la
llas que le hacían pasar las noches en blanco y con una intolerable
masturbación no se puede considerar como un fenómeno «indiferen-
opresión en el pecho. Presa de una oscura inquietud, aprovechaba sus
te» desde el punto de vista moral, sino que, «a pesar de toda la com-
ratos libres para vagar sin rumbo por las calles de la ciudad, como si
prensión» por determinadas circunstancias, hay que rechazarla
huyera de fantasmas.
éticamente, porque no se ajusta al ideal de la sexualidad humana377.
Un día, mientras se duchaba, notó que el fino chorro le producía Basta abrir el Diccionario de moral cristiana, publicado en 1976,
un suave masaje en el bajo vientre, que le despertaba en ciertas partes y leer el artículo «Masturbación», para enterarse de que, según el au-
del cuerpo sensaciones desconocidas. Entonces, hecha un mar de lágri- tor, K. Hórmann, hay que rechazar la masturbación como una forma
mas, se dio cuenta de que, a sus cuarenta años, había hecho «el mal» aberrante de comportamiento sexual, porque es capaz de «esclavizar al
i
524 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 525

hombre [...] y le impide llegar al amor heterosexual y, por consiguien- esa postura como «sepulcros blanqueados» (Mt 23,27). Pero, desde
te, a la coronación de ese amor, que es el hijo»378. ¡Qué maravilla de luego, hay que advertir que esa situación no depende de la culpabili-
lenguaje! dad del individuo, sino que es culpa de un sistema literalmente impe-
Y finalmente, la Congregación de la Fe expone, como enseñanza nitente, como el de la Iglesia clerical. Hace poco lo reconocía un sacer-
más reciente de la teología moral católica, que la masturbación es «un dote: «Me da vergüenza decirlo, pero cada vez siento con más intensidad
acto gravemente desordenado», en el sentido de que «el uso voluntario que, en mí, la lujuria no nace de una debilidad de la carne, sino de una
de la potencia sexual, por el motivo que sea, fuera de las relaciones actitud del espíritu. Es mi cabeza la que me impulsa, como por cos-
normales entre cónyuges contradice esencialmente su finalidad, ya que tumbre, a atrapar la oportunidad más propicia para una excitación
le falta la relación entre los sexos exigida por el orden moral»379. Por sexual. Es curioso; pero cuando caigo una y otra vez, me parece obe-
lo demás, la Congregación reconoce que hay determinados factores decer como a un mandato superior que, en cierto modo, va contra mis
que pueden limitar la libertad humana al llevar a cabo una acción en sí auténticas necesidades». Éstas, o parecidas, son las quejas de unos hom-
inmoral; con todo, advierte expresamente que no se puede aceptar, en bres a los que se les ha prohibido aprender el amor, y que tarde o
general, que el acto de masturbación «carezca, en principio, de una temprano terminan por descubrir que se les han ido emponzoñando
grave responsabilidad». sistemáticamente las fuentes que les podían proporcionar el agua de la
Se renuevan así las perplejidades de la vieja polémica entre cielo e vida. Han perdido la fuerza de querer apasionadamente alguna cosa, y
infierno: ¿fue un acto verdaderamente libre, es decir, pecado mortal?, son totalmente incapaces de desear, de amar, de dar rienda a sus aspi-
¿hasta qué punto el acto no fue totalmente libre, o sea, pecado venial} raciones. Son meras cenizas humeantes, víctimas de un sistema que, en
Y un largo etcétera. Mientras tanto, el progreso sigue su curso. En la nombre de la vida, no administra más que la muerte.
actualidad muchos clérigos piensan —subjetivamente— que, de acuerdo Y la Iglesia querría que la situación continuara así. No hace mu-
con las convicciones morales de la mayoría de los ciudadano, más vale cho, un sacerdote que había decidido casarse sin pasar por los trámites
ceder a la masturbación que, por ejemplo, mantener una relación ilícita de la secularización —perspectiva que hoy tiene pocas esperanzas—
con una mujer, como hacen algunos compañeros. Hace más de cien me contaba su conversación con el obispo cuando fue a despedirse de
años, Émile Zola expresó con el lenguaje brutal del hermano Arcangias él. Todo lo que se le ocurrió a Su Eminencia ante la situación de aquel
la postura de muchos clérigos: hombre que había dedicado casi veinte años al ministerio sacerdotal
fue este comentario: «Usted está viviendo en pecado mortal». Con la
Es preferible arrastrarse de espaldas, que anhelar por colchón la
esperanza de poder tener por primera vez en su vida, ahora que todo
piel de una bribona. Bueno, usted ya me entiende. Por un momento
uno se convierte en animal, se frota, se quita los piojos. Y eso des- había acabado, una especie de conversación pastoral con su «jefe», el
cansa. Pero cuando yo me froto, imagino que soy un perro al servi- sacerdote replicó: «Pero si, en realidad, lo que yo quiero es huir del
cio de Dios, y eso me hace decir que todo el paraíso se asoma a las pecado». Y sacando fuerzas para seguir la conversación, añadió: «Yo
ventanas, riendo al verme f...]380. creo que más vale amar a una mujer que masturbarse». «Eso no tiene
nada que ver», sentenció finalmente el obispo. Y mi interlocutor, anti-
El mayor peligro de esa actitud es su redomado cinismo y su total guo sacerdote, me comentaba: «Entonces le miré fijamente a los ojos y
desprecio de sí. A lo que muchas veces se añade un problema de estuve a punto de decirle: "El caso es que tú también lo haces, ¿ver-
desmesura. dad?"». Por desgracia, en la Iglesia católica siempre se callan las verda-
Si la masturbación es ya en sí misma un acto extremadamente lle- des más importantes. Más vale una vida de masturbación, que seducir
no de fantasmas, hoy día se ha desarrollado todo un negocio en torno a una mujer o, peor aún, dejarse seducir por ella. Como ya decía
a la pornografía, que no tiene otra finalidad que estimular la imagina- Friedrich Nietzsche:
ción. Hoy por hoy, se puede decir que la suposición maligna de que la
mayor impureza del espíritu reside en los que bajo capa de pureza Hay algunos para quienes la virtud es un espasmo bajo un látigo [...]
pretenden encarnar la moralidad más acendrada, si no es absoluta- Otros llaman virtud a la pereza de sus vicios; y cuando sus odios y
mente cierta, por lo menos se acerca mucho a la realidad. Jesús calificó
526 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 527

sus envidias se desperezan, entonces su «justicia» despierta, res- En cualquier caso, una «curación» sólo es posible, si no se hipote-
tregándose los ojos adormilados. ca de antemano la cuestión de la homosexualidad con prejuicios de
Otros hay también a quienes parecen tirarles desde abajo: son naturaleza moral. La mayoría de los homosexuales, sobre todo los así
sus demonios los que les arrastran; y cuanto más se hunden, tanto prejuzgados por la Iglesia, sufren angustiosos sentimientos de culpabi-
más se encienden sus ojos y tanto más codician a su dios. lidad, por el mero hecho de la inclinación de sus pulsiones. Pero, como
¡Ay! Hasta vosotros, virtuosos, llegaron también los gritos de veremos a lo largo de la investigación, habrá que preguntarse si, hasta
estos últimos: «¡Todo lo que yo no soy, eso, eso son para mí Dios y
cierto punto, esos sujetos han llegado a adquirir un comportamiento
la virtud!».
Tampoco faltan otros que llevan mucho peso, y rechinan por homosexual precisamente por haber sido víctimas de una determinada
ello como carros que avanzan cuesta abajo, cargados de pedruscos: educación por parte de la Iglesia.
hablan mucho de dignidad y de virtud; ¡a sus frenos llaman virtud! Por su parte, la Congregación de la Fe, inmediatamente después
Y hay otros que son como relojes a los que se precisa dar cuerda de sugerir esa «diferenciación» de juicio en materia de homosexuali-
todos los días: producen su tic-tac, y pretenden que a ese tic-tac se dad, en vez de tratar de relajar la enorme crispación moral acumulada
le llame virtud. en torno a este problema, continúa así:
Es verdad, con ésos me divierto; cuando vea a esos relojes les
daré cuerda con mi mofa, y no tendrán más remedio que Según el orden moral objetivo, hay que decir que las relaciones
ronronear381. homosexuales son acciones desprovistas de su finalidad esencial e
indispensable [o sea, la procreación]. En la Sagrada Escritura se
c) Escapatorias homosexuales: un tabú específico de la profesión condenan dichas acciones como una grave depravación que, en de-
finitiva, es una triste consecuencia de la negación de Dios. Aunque
Acabamos de ver cómo esa moral de autopreservación que rige entre es verdad que este juicio de la Sagrada Escritura no permite con-
los clérigos impulsa bajo apariencias de entrega personal una actitud cluir que todos los que sufren esa anomalía son personalmente res-
fundamentalmente onanista, debido al típico narcisismo de la domina- ponsables de ella, testifica fehacientemente que las acciones homo-
ción del «super-yo». Pues bien, esa dialéctica se presenta con más in- sexuales son reprochables en sí mismas y, por consiguiente, no se
tensidad en uno de los campos de la experiencia humana que la Iglesia pueden aprobar de ninguna manera383.
católica ha considerado desde siempre como uno de los pecados más
espantosos, porque rehusa dar crédito a lo que ella misma favorece: la La Congregación romana protesta, en particular, contra una acti-
homosexualidad. tud característica del mundo moderno:
Según la «declaración» de la Congregación de la Fe, publicada en En oposición a la enseñanza constante del magisterio de la Iglesia y
1975, en la homosexualidad hay que distinguir entre formas «cura- al sentir moral del pueblo cristiano, [...] hoy día hay algunos que,
bles» e «incurables», y eso requiere una gran prudencia a la hora de apelando a ciertas observaciones de naturaleza psicológica, han em-
emitir un juicio, especialmente sobre la homosexualidad incurable382. pezado a juzgar con indulgencia las relaciones homosexuales, e in-
Ya en esta misma presentación del tema hay que observar lo teóricas cluso a excusarlas completamente384.
que resultan esas distinciones de la institución romana, al clasificar a
priori y con unos criterios puramente externos lo que en psicoterapia Lo único que cabe decir es que con tales declaraciones se cierran
sólo se puede descubrir después de muchos esfuerzos, prolongados a violentamente todas las puertas que se deberían abrir de par en par,
veces durante años. Sólo al final de un tratamiento, y no desde el prin- para encontrar una solución terapéutica al problema de la homose-
cipio, es cuando se puede determinar lo que, en un caso concreto y en xualidad.
circunstancias bien determinadas, y teniendo en cuenta tanto los mé- No menos cuestionables son ciertas opiniones de eminentes mo-
todos terapéuticos como la confrontación de los resultados específicos ralistas modernos. La mayoría de esos teólogos parecen no tener ni
con otros muchos casos «al azar», se puede calificar de «curable» o noción de los verdaderos problemas que se plantean en una psicoterapia
«incurable». de pacientes homosexuales, ni de que carece literalmente de toda im-
528 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 529
portancia que uno se sienta homosexual, heterosexual, bisexual o psicoanálisis sobre el origen y los condicionamientos de la homose-
sexualmente condicionado de cualquier otro modo, con tal de que xualidad, ¿se puede afirmar que hay que seguir enseñando la misma
sienta realmente él mismo. Lo que nos debe interesar, en este contex- moral de antes, aunque —eso sí— suavizando un poco su excesivo
to, es la^norme culpabilidad que ese modo puramente exterior de ver rigor?
las cosas puede tener en la emergencia de numerosas formas de homo- Será difícil hacerse idea de la pesada carga que la Iglesia impone a
sexualidad, especialmente por parte de los que en el futuro van a cons- los homosexuales cuando sólo sabe aconsejar como el único medio
tituir las filas de los moralistas, es decir, los clérigos. La resistencia de para «tratar correctamente» sus pulsiones el dominio de sí, la castidad
la teología moral a derivar sus normas y sus principios a partir de la y la abstinencia, si no se ha llegado a comprender, en cuanto personal-
experiencia humana, en vez de imponerlas desde el exterior como cri- mente afectado o, al menos, como guía espiritual —por ejemplo, ma-
terios presuntamente objetivos para valorar ciertas acciones o determi- dre, padre, hermano, médico, o terapeuta—, la enorme lucha que tie-
nados comportamientos, es fuente de las mayores y más continuas nen que afrontar día a día entre el «yo» y el «ello», entre individuo y
injusticias con los interesados 385 . Esa teología moral, que con sus sociedad, entre voluntad propia y obligación moral.
dicotomías y pura exterioridad de sus principios presupone y suscita Julien Green, un hombre tan vinculado a la Iglesia católica duran-
una constante alienación de la conciencia con respecto a los sentimien- te toda su vida, describe en sus recuerdos autobiográficos de los años
tos de la persona, es la primera responsable de que muchos fieles, por 1919-1930 el momento en que, en una piscina de Weimar, descubrió
miedo a sí mismos, por temor ante el «otro» sexo, y finalmente por su indudable tendencia homosexual:
desconfianza de sus propias impresiones, acaben totalmente descon-
certados. Casi no había terminado de desnudarme en mi cabina, cuando me
En último término, es la propia Iglesia la que define los criterios invadió un terrible sufrimiento. Mi ironía natural no me era de
de su «deber pastoral» con declaraciones como las que el cardenal Josef gran ayuda cuando yo veía a alguien que deseaba. Con una enorme
Ratzinger dirigió a todos los obispos católicos en 1986, recomendán- tensión en el vientre y con los ojos que se me saltaban de desespera-
ción, contemplaba yo a aquellos jóvenes, que me parecían los más
doles que, después de tantos años de un liberalismo —en su opinión—
bellos del mundo. A decir verdad, había tantos que yo no sabía
excesivo, fueran mucho más estrictos en su valoración y en su com-
dónde mirar. Finalmente decidí subir a tomar el sol en una terraza
portamiento con los homosexuales. Según Ratzinger, ser homosexual reservada para hombres. No hay ni que decir que yo no estaba solo.
no es pecado; lo que sí es pecado es la práctica homosexual, porque Una veintena de bañistas dormitaban al sol, unos tendidos boca
esos actos van en contra de la naturaleza y del fin de la sexualidad arriba, otros boca abajo. Con fingida indiferencia, me tumbé tran-
humana386. Ya antes, en el mes de octubre de 1979, el papa Juan Pablo quilamente junto a unos jóvenes que, medio dormidos, habían adop-
II, con ocasión de su visita a los Estados Unidos, había declarado sin tado inconscientemente una postura que me dejaba sin aliento.
reservas que la homosexualidad es una práctica prohibida387. Para el ¿Cómo podían saber ellos la inmensa fuerza de atracción que ejer-
papa no había ninguna duda, porque ya dice san Pablo en su carta a cían sobre el desconocido que se había colado a su vera? Algunos
los Romanos que la homosexualidad es «una lujuria antinatural» (Rom me recordaban los grabados de Gustavo Doré, con sus impresio-
1,26-27; cf. 1 Cor 6,9)3SS. nantes figuras de condenados, que me habían producido tal obse-
sión durante mi infancia, tan atolondrada como mística...
Ahora bien, ¿no seremos capaces de admitir que ciertas concepcio- Todavía hoy puedo evocar fácilmente el delirio interior que en
nes morales de la Biblia sobre la «naturaleza» del hombre pueden estar aquel momento se apoderó de todo mi ser. Tumbado bajo el fuego
tan condicionadas por su tiempo como sus ideas sobre el mundo de los que caía del cielo, me llegaban los gritos de los niños que juguetea-
astros, el de las plantas o el de los animales, tal como se presentan en ban en el césped, unos gritos que me traspasaban el corazón. ¿Qué
los dos relatos de la creación? ¿Se puede decir que las concepciones podía hacer yo contra aquel hambre tan monstruosa que me consu-
morales de los antiguos griegos y romanos 389 son idénticas a las que mía? Mi gran deseo estaba allí, casi a la mano. Uno que no fuera yo
hoy día rigen entre los ciudadanos de Detroit, de Boston, o de Berlín? habría actuado, sin duda se habría puesto a charlar sobre cualquier
Y actualmente, a más de ochenta años de las primeras intuiciones del cosa con aquellos jóvenes que mi desvarío transformaba en semi-
dioses. ¿Era tan difícil preguntar, por ejemplo, a qué hora se cerra-
530 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 531

ba la piscina, para entablar así una conversación? Pero yo era inca- especie de complicidad secreta entre la Iglesia católica y ciertas formas
paz. Para un hombre tan predispuesto como yo, la belleza consti- de homosexualidad. Y no se trata sólo del eros artístico y pedagógico
tuía un círculo mágico infranqueable. Como nadie me ofrecía nada, que se encuentra frecuentemente en muchos homosexuales ilustres,
allí estaba yo, inmóvil, sumido en un abismo de pensamientos más sino, ante todo, de ciertos rasgos de índole homosexual que rodean al
crueles que cualquier castigo. Los más espantosos recuerdos de mi clérigo católico en el desempeño de su función.
juventud no podría buscarlos más que allí, en aquel lugar donde Volvamos, por ejemplo, al tema del hábito. Una simple compara-
triunfaba en todo su esplendor la exaltación pagana de la desnu- ción con el uniforme que suelen llevar otros profesionales bastaría para
dez390. ver de qué se trata. Y es que la Iglesia católica da una enorme impor-
tancia a que la figura del sacerdote, sobre todo, durante la celebración
Pero lo más inquietante para un espíritu como el de Julien Green de la misa, destaque por su vestimenta decididamente ostentosa, y ocupe
es la «simplicidad verdaderamente cruel» con la que llega a descubrir todos los primeros planos. Pero en sí, es un hábito que no tiene abso-
que «en el reino de Dios no hay lugar para los pecadores». . 3 9 1 . lutamente nada de masculino, sino que, al revés, ostenta en todos sus
detalles el más acusado carácter femenino.
¡Que nadie me hable aquí de una influencia jansenista! En mi igno-
Y el exterior no hace más que reflejar el interior. Por ejemplo, en
rancia, resulta que, sin saberlo, me encontré en plena sintonía con
el cardenal Newman que, en su discurso más descorazonador —The su ya mencionada obra El pecado del padre Mouret, Émile Zola des-
State of Salvation— no predicaba más que eso. Con unas tesis tan cribe el acerado contraste entre una figura grácil, de lánguida virilidad
categóricas —y como espero— tan falsas como las mías, me resulta- y de una devoción a la Virgen llena de resonancias místicas, como el
ba imposible justificar mi asistencia a misa; por eso, dejé de hacerlo. joven párroco Sergio, y la rudeza robusta y desvergonzada de los cam-
Un hombre como Jacques Maritain podría haberme ayudado a ver pesinos de Artaud. El sacerdote pertenece evidentemente a un mundo
las cosas con claridad, si yo hubiera tenido suficiente confianza que no tiene nada que ver con la realidad rural de los viñedos, los
para explayarme con él; pero me parecía utópico que se pudiera contratos de compraventa, los matrimonios de interés, el desenfreno
hablar de sexualidad con una persona tan ajena al mundo de lo masculino, la agresividad brutal y la sarta de obscenidades393. Una vi-
cotidiano. Y, ¿con un sacerdote? Pero yo no conocía ninguno. En- rilidad reprimida y no integrada en la persona tiene que asumir unos
tre 1919 y 1938 no encontré ningún eclesiástico que me inspirara rasgos feminoides y amanerados, que no pueden menos de provocar la
confianza para tener una conversación seria. El padre Lamy, a quien
risa y el desprecio en unos campesinos que son prácticamente como
encontré un día de 1928 en casa de Maritain, me soltó un par de
frases terribles en respuesta a una pregunta que yo le había plantea- alimañas. De manera análoga, Guy de Maupassant, discípulo y amigo
do. Y eso fue todo. El padre Lamy era un místico y, no me cabe de Zola, dibuja en una de sus novelas cortas la figura de un sacerdote
duda, también un santo. Realmente sabía muy poco de literatura que, después de un bautizo, se convierte en el hazmerreír de la gente,
[...] Pero el caso es que había visto al demonio; y yo tuve la ligereza cuando lo descubren en su habitación con el niño en brazos y mecién-
de preguntarle qué aspecto tenía. Sin siquiera volverse para mirar- dolo como si fuera una madre394.
me, me espetó: «Es un chico muy guapo»392. La añoranza de la madre perdida, el deseo de un mundo más apa-
cible, más comprensivo, más femenino, la aspiración a una armonía y
Estas confesiones del novelista francés son una muestra conmove- a una paz que suavice la agresividad conflictiva de una ley dictada por
dora de la auténtica tragedia que se ven condenados a vivir los homo- hombres, todos esos sentimientos e ideales que la predicación cristiana
sexuales en la Iglesia católica. Un hombre de creencias, como Julien proyecta hacia el futuro reino de Dios se funden en la psique del cléri-
Green, que supo infundir en muchos personajes de sus novelas un es- go en una imagen femenina y homosexual en la que se expresan simul-
tricto ideal de castidad, tenía que estar muy cerca de la doctrina de la táneamente su inhibición de la agresividad, sus angustias sexuales y su
Iglesia. Pero precisamente una persona así, sólo por ser homosexual, insuperable complejo de culpabilidad. Hace años, un sacerdote lo ex-
no pudo menos de ser víctima de unas enseñanzas que le hicieron su- presaba así: «Yo, de niño, prefería jugar con chicas. ¡Lo pasaba tan
frir toda su vida de un terrible complejo de culpabilidad. bien con ellas! Eran mucho más agradables y educadas que los chicos».
Pero, si se presta atención, se verá que, en el fondo, existe una
532 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 533

Posiblemente aquí esté la explicación de por qué la mayoría de los cielo y tierra, entre sueño y vigilia. Por eso, también en este aspecto
sacerdotes católicos hace tiempo que no tienen nada valioso que decir cobra especial relieve la considerable diferencia entre la Iglesia católi-
a los hombres. Su manera de ser traduce una mentalidad y una moral ca y las culturas «primitivas», como un contraste entre libertad e im-
que difícilmente se adaptan a la realidad cotidiana. Estos nuevos «doc- posición, entre aceptación y separación.
tores de la ley» sólo parecen estar a gusto en una realidad hecha de Es un hecho que, en las culturas tribales que poseen la institución
libros y bibliotecas. sagrada del chamanismo, la homosexualidad de los «soñadores divi-
Pero profundizando un poco más, se ve que la psicología de la nos» no está considerada como desviación moral, sino como cuestión
mayor parte de los clérigos está imbuida de un infantilismo típico del de capacidad religiosa. La homosexualidad de los chamanes se acepta
que jamás ha logrado desvincularse de la madre. Esa exigencia desme- como una de las condiciones que facilitan el camino hacia una dimen-
surada de la que hablábamos anteriormente y el exceso de mimo por sión más allá de la normalidad. La Iglesia católica, por su parte, va en
parte de la madre producen una extraña mezcla, que la Iglesia católica sentido contrario; aunque apenas habrá quien dude de que la cultura
ha asumido sin más y reproduce continuamente con un incomparable occidental, en concreto la europea, se vería incalculablemente empo-
derroche de ceremonias. Tal vez sea ésta la única explicación del cu- brecida sin esa pléyade de homosexuales ilustres, empezando por Platón
rioso atractivo que la Iglesia ejerce sobre las mujeres. Aunque son las y siguiendo por Leonardo da Vinci, Piotr Ilich Tchaikovski, André
más oprimidas por el estamento eclesiástico, son ellas las que, en rea- Gide, Osear Fingall Wilde, Thomas Mann, Ludwig Wittgenstein, etc.
lidad, hacen posible que la misa matutina tenga algún sentido y que la Por consiguiente, la Iglesia puede estar orgullosa de no haberse equi-
homilía dominical no se dirija sólo a unos bancos medio vacíos. Las vocado nunca, al menos en su decidida condena de los homosexuales,
estructuras patriarcales de la Iglesia católica traslucen un latente odio y de haber mantenido inquebrantable e inamovible su doctrina de si-
a la virilidad, que constituye, al mismo tiempo, el núcleo de la opre- glos. Pero ya es hora de que se acabe de una vez con una interpretación
sión de las mujeres. La Iglesia está dominada por hombres que no «católica» de la sexualidad, orientada exclusivamente a la procreación,
quieren ser hombres; y es precisamente esa especie de fluido homo- que lleva a condenar la homosexualidad como una actitud «contra la
sexual lo que, a los ojos de muchas mujeres, les confiere la aureola de naturaleza». Lo que habría que preguntarse es, más bien, cómo deter-
ser los mejores, los más cultivados y los más finos y sensibles entre los minadas personas, homosexuales o heterosexuales, han explotado sus
«hombres». Son precisamente esas madres a las que apenas se les ha propias cualidades para enriquecer la cultura de la humanidad.
permitido ser mujeres las que, en su peculiar mezcla de maternidad y No es éste el sitio ni el momento de analizar detalladamente las
ejemplaridad, suelen ver en los sacerdotes a los hijos que habrían de- causas y el desarrollo de la homosexualidad en cuanto manifestación
seado tener, o descubren en ellos lo que les habría gustado que tuviera de unos fenómenos de carácter psíquico. Sin embargo, una breve idea
su propio padre. de la interpretación «clásica» que se da en psicoanálisis sobre la psico-
Estas reflexiones nos brindan la oportunidad de volver aquí sobre génesis y la psicodinámica de la homosexualidad parece necesaria para
aquella comparación que establecíamos al principio de esta obra entre comprender cómo un homosexual puede emprender el camino del
la vocación de un clérigo católico y la vocación onírica del chamán en sacerdocio o de la vida religiosa, con las dificultades que allí le espe-
las culturas llamadas «primitivas». En muchas obras de etnología se ran, particularmente en la Iglesia católica. De Leopold Szondi toma-
recoge el hecho de la inversión de la finalidad pulsional entre los mos los siguientes datos:
chamanes395, como lo muestran sus costumbres de vestirse de mujer y
de hablar con voz de falsete, mientras que no pueden disimular ciertos El proceso psíquico del desarrollo de la homosexualidad consta,
rasgos decididamente homosexuales. Sin embargo, en esas culturas, según Freud, de las etapas siguientes: 1) Fijación en la madre; 2)
según todas las apariencias, el chamanismo ofrece un camino para in- Identificación con la madre; 3) Búsqueda de objetos de su mismo
tegrar la homosexualidad, ya que la posición «intermedia» que ocupan sexo, semejantes a él y que él pueda amar como su madre le amó a él
entre los sexos los que han recibido esa vocación se puede entender, al cuando tenía esa misma edad. Por consiguiente, el objeto de amor
mismo tiempo, como mediación entre lo divino y lo humano, entre homosexual debe tener la misma edad que tenía el sujeto cuando se
produjo en él la inversión. Otros elementos que, según Freud, pue-
534 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 535
den condicionar la aparición de la homosexualidad son: 1) La ma-
aspectos: 1) Sexualmente, sólo quiere ser una mujer; 2) En el cam-
yor facilidad que tiene el varón para una elección narcisista del objeto po afectivo, no tiende más que a la dulzura; 3) En su propio «yo»,
de amor; 2) El desmedido aprecio del órgano masculino y la incapaci- sólo quiere ser una mujer; 4) En su relación humana, todavía está
dad de prescindir de su presencia en el objeto de deseo; 3) La poca muy cerca de un tipo de vinculación incestuosa con la madre399.
estima de la mujer y su aversión hacia ella; esa antipatía nace, según
Freud, de un miedo a la castración. A eso hay que añadir la renuncia
a competir con el padre. Si, después de todo lo dicho anteriormente sobre la psicogénesis
En resumen, según Freud, los principales elementos psicológi- del clérigo, se acepta este modelo explicativo de la homosexualidad,
cos de la homosexualidad son: 1) Vinculación a la madre; 2) Narci- no será difícil descubrir e incluso ilustrar con experiencias de los inte-
sismo; 3) Miedo a la castración. A ésos se añaden: 4) Fijaciones deriva- resados el factor de progresiva neurotización que representa la Iglesia
das de seducciones precoces; 5) Factores orgánicos que favorecen un católica en virtud de su moral sexual. Pero al mismo tiempo, habrá
papel pasivo. que completar este esquema de base de la actitud exclusivamente fe-
Otro camino que, según Freud, podría llevar a la homosexuali- menina del homosexual masculino con una variante masculina que
dad es la aparición de celos con respecto a los hermanos. En esta actúa a modo de complemento.
forma, las etapas serían: 1) Vinculación a la madre; 2) Celos del rival
Ya conocemos la influencia que una madre demasiado exigente y,
(el hermano, eventualmente el padre); 3) Odio alrivaly deseo de su
a la vez, excesivamente mimosa ejerce en los diversos estadios de la
muerte; 4) Inversión y transformación del odio en amor. Es decir, lo
contrario de lo que aparece en la paranoia persecutoria. vida del futuro clérigo. La mentalidad de sacrificio y su correspon-
Las identificaciones sociales y de ternura nacen, según Freud, diente sistema de reparación y exceso de responsabilidad que caracte-
como reacción a los impulsos de una agresividad reprimida. Eso riza la actitud del clérigo depende, sin género de duda, del valor ejem-
quiere decir que la homosexualidad es una formación sustitutoria de plar que se atribuye al modelo de la madre. Eso justifica la presuposición
la represión del deseo primitivo de matar al rival. El psicoanálisis de un cierto miedo a la madre y ante la madre, que engendra un fac-
contempla los sentimientos sociales como sublimación de posiciones tor de carácter homosexual en el desarrollo ulterior del clérigo. A par-
homosexuales frente al objeto. En los homosexuales, esa sublimación tir de ese fondo de vivencias infantiles, se pueden reconocer actual-
y su separación del objeto de amor no llegan a realizarse de manera mente muchas formas de teología de la comunidad cristiana como
plena y totalmente satisfactoria'96. expresiones racionalizadas de una añoranza fundamentalmente ho-
mosexual. Es el sueño de una fraternidad universal en la que todos los
El perfil de las pulsiones elaborado por Leopold Szondi a partir de que viven animados por una misma idea puedan realizar sin luchas,
numerosas pruebas con homosexuales muestra en primer plano la ima- sin conflictos, sin rivalidades, sino únicamente con el total compromi-
gen de una mujer «bondadosa, justa, de carácter manso como un cor- so de los miembros, el ideal de una familia regida por la madre. Por
dero, que lleva en sí misma el ideal femenino del propio "yo"; la per- ejemplo, una institución como las Comunidades integradas de Munich
sona quiere existir como mujer»397. Y esa imagen femenina proyecta en o de Hagen cumple en todas sus estructuras las condiciones de un
el plano de fondo la figura del hombre, Caín, con todo su «yo» mascu- matriarcado de este tipo 400 . Y es lógico que su teología «lucana» de la
lino. Szondi recapitula así sus análisis: comunidad no pueda menos de ejercer un gran atractivo sobre deter-
minados teólogos a los que, deseosos de encontrar un sustitutivo del
Con la creación de su ideal femenino, es decir, con su deseo de ser
mujer, el hombre puede ponerse a buscar al hombre y adquirir una penosamente añorado seno de la madre, les encantaría buscar refugio
fijación en ese hombre que ha proyectado en el mundo exterior en el seno de la santa madre Iglesia. «Comunidades» de este tipo com-
como objeto de deseo398. binan perfectamente, tanto en la teoría como en la práctica, exceso de
Hay que insistir aquí en el hecho de que el hombre homosexual mimo y desmesuradas exigencias, de modo que constituyen un siste-
conserva no sólo en su sexo, sino en toda su estructura pulsional, ma en el que el sacrificio total de sí se une a las ventajas de una asis-
únicamente la mitad femenina de su personalidad. Por consiguien- tencia material basada en una comunidad de bienes que reproduce un
te, la homosexualidad del hombre es una solución de todas sus comunismo ideal. Sólo que en esa clase de comunidades el «valor» del
antítesis pulsionales, que determina su personalidad en todos estos individuo no radica en su capacidad de ser él mismo, sino en el hecho
536 El diagnóstico Ltmttaciones de los estadios específicos 537

de pertenecer a esa comunidad de corte escatológico, en la que sólo lizar los primitivos miedos pubertarios y poner bajo control duradero
caben los elegidos401. el factor homosexual que late en el desarrollo de las propias pulsiones.
Sólo ahora nos es posible comprender en su verdadera dimensión Lo que en perspectiva puramente humana debería ser una transición
una costumbre, en sí tan indignante, de las congregaciones religiosas progresiva hacia la madurez, se ve, a los ojos de Dios, pero con las
como la prohibición de las «amistades particulares». Decíamos en un gafas de una teología católica (!), como el estadio final de una voca-
apartado precedente que el objetivo de esa disposición era eliminar ción específica, ya que el miedo de haber perdido a la madre se supera
toda clase de sentimiento individual, pero ahora podemos ser más pre- con la integración en un grupo que reproduce, como sustitutivo, el
cisos; de lo que se trata esencialmente es de extinguir posibles senti- añorado calor materno. Si antes decíamos que la Iglesia católica tiene
mientos de carácter homosexual. Una comunidad que, al estar consti- una marcada tendencia a responder a los miedos del individuo ofre-
tuida por un grupo cerrado de «hermanos» o de «hermanas», se funda, ciéndole unos apoyos meramente externos, en vez de explotar las po-
no por mero accidente, sino por esencia, en unos elementos en los que sibilidades personales internas de superación, ahora podemos tocar
late un componente homosexual tiene que emplear las máximas caute- con las manos esa realidad que, de hecho, no es más que una estructu-
las para evitar que las energías psíquicas reprimidas, al salir de su ra de fabricación de miedos impulsando su proliferación, es decir, un
Iatencia y aflorar a la superficie consciente, se traduzcan en comporta- sistema de superación del miedo a través de la más total y absoluta
mientos explícitos. despersonalización.
También en este aspecto puede ser instructiva una comparación con Con todo, habrá que analizar más profundamente el papel que
las costumbres y métodos psicológicos de las sociedades primitivas. juega la madre en la psicogénesis de un desarrollo homosexual. Es
En infinidad de culturas tribales es costumbre ritualizar la fase cierto que las tendencias homosexuales de un joven se basan funda-
homosexual de transición, al comienzo de la pubertad, agrupando a mentalmente en el miedo a su madre. Por lo general, ese miedo está
los chicos y a las chicas en sus correspondientes casas de hombres o condicionado por una excesiva demanda psicológica; la madre agobia
casas de mujeres, donde se los tiene estrictamente separados durante a su hijo con exigencias a las que ni un adulto podría responder ade-
cierto tiempo402. La finalidad de esta medida consiste evidentemente cuadamente, y eso termina por abrumarle con un exceso de responsa-
en procurar que los jóvenes, según las tradiciones de la tribu, se iden- bilidad difícilmente soportable. Las características que hemos descu-
tifiquen con sus respectivas funciones, como hombre o como mujer, bierto en la evolución del futuro clérigo se dan, sólo que bastante más
antes de que los dos sexos entren en su contacto habitual. acusadas, en un desarrollo específicamente homosexual. Así se com-
Durante el desarrollo infantil, y mucho más en la adolescencia, se prende un poco más la afinidad subjetiva que tienen muchos homo-
produce siempre una fase homosexual en la que, por una parte, los sexuales con determinadas funciones eclesiásticas. Pero a eso hay que
chicos y, por otra, las chicas forman sus propios grupos qu&, por lo añadir otro factor: los miedos sexuales de la madre.
general, se mantienen separados403. Hay muchas razones para pensar En pura ortodoxia freudiana, el miedo que experimenta un niño
que en los grupos homogéneos de hombres o de mujeres, como se frente a su madre no se debe precisamente a ella misma. Es, más bien,
presentan en las comunidades religiosas, en el fondo, no hace más que el padre el que con su amenaza de castración intimida de tal manera al
perpetuarse la psicología de los adolescentes hacia el fin de la puber- niño, que éste empieza a temer a su madre porque ve que en ella, como
tad. De hecho, se da una resistencia a perder la ingenuidad de la infan- mujer, se ha realizado ya la temida ablación del pene404. Pero, en reali-
cia al tener que abandonar por fuerza aquel estado feliz en el que aún dad, según las confesiones de muchos homosexuales, el «temor a la
no se conocía «el pecado del sexo»; se busca refugio en la actitud de castración» brota con frecuencia directamente de las limitaciones sexua-
una obediencia infantil; y se jura entrega de por vida y sin restricciones les de la propia madre, y el miedo de un niño ante su padre no es
a la comunidad, es decir, a la «horda de hombres» —o la «horda de muchas veces más que un mero reflejo del miedo de la madre ante su
mujeres»—, con todos los recursos materiales y espirituales. marido. La «castración» del niño, es decir, su desarrollo de una ten-
Desde este punto de vista, la elección de Dios para una existencia dencia a la homosexualidad, comienza por el mero hecho de que la
de clérigo se presenta como un intento realmente ambicioso de estabi- madre, a consecuencia de su propia angustia sexual, ha querido hacer
538 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 539

de él un ser asexuado, en lugar de su marido. En realidad, esta explica- externamente los atributos de su virilidad; por ejemplo, se dejan cre-
ción no se opone a la teoría de Freud; lo único que hace es tratar de cer la barba, llevan prendas de cuero, y adoptan determinadas actitu-
comprender más profundamente la psicogénesis de la sexualidad, par- des que demuestren fuera de toda duda su pertenencia al género mas-
tiendo de los signos impresos en el comportamiento de los padres. culino; sólo que en su interior están tremendamente inseguros de su
El relato autobiográfico de un sacerdote homosexual puede servir verdadera identidad. Por eso, cuando se encuentran con una mujer, se
de ilustración de lo expuesto: «Mi primer recuerdo no se me borrará ven asaltados por tres clases de miedo: en primer lugar, les viene la
jamás. Yo debía de tener unos cuatro años. Era verano, y hacía mucho duda de que puedan tener el «instrumental» adecuado para disfrutar
calor. Una tarde, estaba yo echado en mi cama, entretenido en no sé del amor de una mujer; en segundo lugar, temen que la mujer les exija
qué cosas; no me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que mi madre entró demasiado, y termine dándoles calabazas, porque la mujer es como
en la habitación, se sentó a mi lado y me preguntó si había estado aquel famoso demonio que le dabas el pie y se tomaba la mano; y por
tocándome. Yo no sabía qué quería decir con eso, pero ella me miró último, tienen miedo a acercarse a algo que les resulta tan extraño
con toda severidad, levantó el dedo en señal de amenaza y me dijo: como el mundo femenino, y buscan la primera oportunidad, por fútil
"Los chicos que hacen eso se ponen muy malos, y viene el demonio y que sea, para reafirmar sus viejos prejuicios pubertarios.
se los lleva". Yo traté de explicarme, pero ella ni me escuchó». En términos psicoanalíticos, habría que decir que el fundamento
Dejemos estar por el momento las razones por las que el sacerdote de una homosexualidad basada en la protesta masculina es esencial-
sigue afirmando hasta hoy que no sabe lo que realmente sucedió en- mente el miedo a la propia «castración» y a la propia «impotencia», o
tonces. Lo importante para nuestro propósito es que el interesado con- el miedo a «ser castrado» por una mujer, que se percibe como una
sidere como el primer recuerdo de su vida un hecho que, objetivamen- monstruosa venganza devoradora. Ante esa clase de experiencia, brota
te, no tiene por qué ser lo primero que se recuerde. Lo que pasa, en el convencimiento de que no se necesita una mujer; y en esas circunstan-
realidad, es que esos «primeros recuerdos» son como los «mitos de los cias, la consecuencia más lógica es retirarse al mundo masculino. Así
orígenes», que siempre cuentan algo sobre el propio ser de la persona, es como se llega a creer que la posesión de pene es una condición
en cuanto que reproducen con una mayor densidad lo que realmente indispensable para que el homosexual «masculino» activo pueda dis-
marcó los años de su infancia con una impresión imborrable. Para ese frutar del amor.
sacerdote, como en la novela ya citada de Emile Zola, era la Gran Frente a éste, y como objeto de su deseo, se encuentra general-
Madre, Cibeles, la madre de los dioses, la que reclamaba para sí el mente un homosexual «femenino». Hasta este momento, nuestra re-
sexo de su propio hijo. Esa feminización del hombre por la madre flexión sobre la psicogénesis de la homosexualidad ha descuidado por
debe considerarse como uno de los rasgos fundamentales del desarro- completo un tema tan fundamental como la influencia del padre en el
llo sexual en los clérigos católicos masculinos. desarrollo psíquico del muchacho. Desde luego, la intimidación del
Otro sacerdote contaba también un caso parecido. Un día, a co- niño por su padre no tiene, por lo general, la importancia decisiva que
mienzos de su pubertad, su madre le sorprendió en traje de deporte, supone Freud. La mayoría de las veces, la agresividad paterna no juega
con uno de esos pantalones muy ajustados. Al notar su miembro en un papel determinante en la orientación primaria a la homosexuali-
erección, le dijo: «¡Vaya cosa que llevas ahí!». Y el sacerdote contaba dad, aunque puede ejercer un influjo persistente en su formación. Sin
la vergüenza tan horrible que pasó entonces. Pero ese recuerdo no se le embargo, pongamos que una madre, a pesar de todas sus ambivalencias,
presentó más que al cabo de varias horas de conversación. se presenta a los ojos de un homosexual como la que lleva la voz can-
De esas o parecidas situaciones se derivan dos formas posibles de tante. En ese caso, un padre de carácter más bien débil y de apariencia
desarrollo homosexual. Hay un primer tipo de homosexualidad en el tirando a femenina acabará muy pronto por provocar en su hijo, mar-
que la inhibición sexual no está realmente superada, sino que —des- cado ya por su relación homosexual hacia la madre, un modo de com-
viándose del esquema de Freud— se produce una superposición de portarse decididamente masculino, en franca oposición a la actitud del
determinadas formas de protesta masculina*05. Los afectados por esta padre; mientras que un padre más severo, más rudo, e incluso sádico,
clase de homosexualidad tienen una acusada tendencia a manifestar le impulsará presumiblemente a querer parecerse más a su madre. Ya
540 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 541

hemos encontrado esa constelación psicológica, por ejemplo, en una Esa clase de relaciones suelen terminar yéndose a pique. Eso suce-
actitud como la de obediencia «tipo Francisco». de, en general, porque llega un momento en que el englobante se sien-
En otras palabras, lo que se deduce de este último caso es que, a te como coartado, como «encorsetado» —tanto preocuparse del otro
partir de cierto momento, un niño tiene la impresión de que el hecho llega a hartar a uno—, y añora una relación «menos complicada». Pero
de no ser hombre no sólo no es un inconveniente, sino que, en cierto también sucede a la inversa; el que actúa como englobado puede que-
modo, es una ventaja moral. A ese punto, la castración queda tan rer independizarse e ir en busca de nuevas relaciones. En teoría, ambos
interiorizada que no sólo produce satisfacción, sino que se sublima como pueden derivar hacia una relación con una mujer. Pues bien, precisa-
fuente de ser hombre en grado superior. Los clérigos que encajan en mente en este punto es donde la práctica efectiva de la Iglesia católica
esta categoría por su comportamiento ostensiblemente femenino sue- con respecto a sus clérigos homosexuales acaba por manifestarse como
len estar particularmente dotados para comprender, como por empatia, una compulsividad realmente hipócrita.
los sentimientos y conflictos de las mujeres. Un modelo de descripción Todo lo dicho hasta el momento se basa en la suposición de que,
de esa sensibilidad «femenina» que se observa en los homosexuales en el fondo, la homosexualidad clerical fija de modo paradójico la
masculinos es la novela de André Gide Escuela de mujeres*06. situación de la pubertad. Lo paradójico es que, mientras todos los
Naturalmente, no se puede predecir el curso de los acontecimien- mandamientos y prohibiciones de la Iglesia sólo tienden a dificultar —
tos. De hecho, puede pasar de todo. Es perfectamente posible que un mejor dicho, a suprimir— cualquier contacto entre chicos y chicas, y
homosexual de tipo femenino, por su especial sensibilidad y carácter de ningún modo inducir al adolescente al «pecado» mucho más grave
inofensivo, se convierta en el favorito de las mujeres, porque encuen- de la homosexualidad, lo que realmente sucede es esto último. Al pro-
tran en él no sólo comprensión, sino hasta un cierto amparo, sin tener hibir cualquier contacto heterosexual, la energía psíquica se orienta de
que preocuparse por su integridad moral. Y con cierta malignidad, la manera más natural en la dirección que tanto a los padres como a la
hasta se podría decir que es precisamente ese tipo de homosexualidad propia Iglesia les parecía tan monstruosa que, simplemente, se olvida-
el que la Iglesia, de acuerdo con su ideal de imitación de Cristo, desea ron de prohibirla. Por eso, es frecuente que en la experiencia ulterior
para sus servidores, con tal que ese clérigo «por la gracia de Dios» esté de los homosexuales se dé una fijación hacia la paidofilia. Y no hay
«limpio de toda sospecha», es decir, pueda presentarse sin ninguna que olvidar que esas personas, extremadamente solitarias, suelen vivir
clase de gestos manifiestamente homosexuales. Aunque, en realidad, su primera amistad con un joven, es decir, la primera auténtica ruptu-
no se excluyen gestos de ese tipo, ya que el sentimiento de inferioridad ra con su madre, bajo una presión espantosa. No es sólo que la añoran-
viril que se da en caracteres etéreos, como el padre Mouret, confiere za de amor y de ternura, refrenada durante tanto tiempo, acabe por
una cierta aspiración a encontrar hombres «auténticos»; y donde, en explotar en su interior y busque abrirse camino hacia la superficie como
su opinión, resulta más fácil encontrarlos es precisamente entre sus por la chimenea de un volcán; más bien, lo que sucede es que, después
colegas homosexuales «masculinos» de virilidad supercompensada. de la erupción, la lava incandescente se enfría y se solidifica en la
Éstos, por su parte, menos intimidados por el influjo paterno, están forma que adquirió el flujo magmático.
acostumbrados a asumir responsabilidades del lado de la madre. Se
En las relaciones pubertarias de los futuros clérigos, la amistad
llega así con facilidad a un arreglo homosexual complementario sobre
con jóvenes casi nunca se arriesga a franquear los límites de una zona
una base de relación «masculino-femenino». Una de las dos partes des-
tabú como es la sexualidad genital. Apenas el individuo se da cuenta
empeña, por lo general, un papel «activo», de ayuda, mientras que la
del componente sexual de esa amistad, tiende a reprimirlo inmediata-
otra recala en la «pasividad» del que necesita esa ayuda; a uno le gusta
mente, ya que durante años ha sido suficientemente fuerte como para
ser querido y deseado, mientras que el otro se siente satisfecho de
desatar en él un horror espantoso. ¿Será posible que uno sea más ab-
poder encontrar apoyo y asistencia. En la terminología de C. G. Jung,
yecto que todos esos chicos y chicas que, ya a sus dieciséis años, se lo
uno es la parte «englobante», el otro la «englobada»407. Se llega así, en
pasan estupendamente estando juntos? El hecho es que, entre la pre-
cierto sentido, a una mutua huida de la soledad, a una especie de
sión y la represión de las pulsiones homosexuales, el miedo fija esas
complicidad de proscritos, víctimas de un destino común.
primeras experiencias amorosas en una imagen de radiante ansiedad.
542 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 543
Más tarde, la relación amorosa del clérigo homosexual tiende a produ-
hay una cosa que jamás se pondrá en práctica: nunca se le dará a ese
cirse con jóvenes o con adolescentes de la misma edad que él tenía
individuo una razonable oportunidad para desarrollarse humanamen-
cuando vivió su primera «experiencia» de amor, sólo para olvidarla en
te, sin dejar de ser sacerdote. La misma Iglesia que en sus instrucciones
el acto por un deber de autorrepresión. Es más, ese estado intermedio
y exhortaciones recomienda tan vivamente la psicoterapia de los ho-
es frecuentemente un motivo suplementario para elegir la profesión
mosexuales «reversibles» tratará por todos los medios —y por amor
clerical. Como, por una parte, el matrimonio está absolutamente ex-
del cielo— de poner todos los obstáculos imaginables o, sencillamen-
cluido, pero, por otra, perdura el miedo a una posible irrupción de
te, de rechazar cualquier clase de tratamiento psicoterapéutico, que,
actos y relaciones homosexuales, la posición represiva de la sexuali-
por otra parte, es absolutamente imprescindible para ese tipo de cléri-
dad que defiende la Iglesia católica se presenta como una promesa de
gos homosexuales.
liberación de ese dilema. Naturalmente, la realidad es bien distinta. De
hecho, los seminarios y noviciados están llenos de jóvenes que tienen ¿Cómo proceder en esos casos? No hay terapeuta en todo el mun-
esos mismos problemas y que, de golpe, se sienten mutuamente atraí- do que pueda conocer de antemano si el sacerdote que viene a su con-
dos, según una reglas no menos enigmáticas que las señales cifradas sulta es un homosexual «reversible» o «irreversible». Ante todo, tendrá
que emiten los amantes heterosexuales. En otras palabras, la trampa que aclarar la situación: cómo se ha producido, qué grado de presión
está servida, y con ella viene una mayor angustia; uno piensa que ya ha alcanzado el sufrimiento, cuáles son las expectativas de una terapia
tiene su seguridad a buen recaudo, y resulta que tiene que reconocer seria, hasta qué punto la transferencia es reversible, etc. Luego vendrá
decepcionado que, en realidad, ha salido de Málaga para entrar en la «anamnesis»: situación familiar, influencias que han dejado huella,
Malagón. evolución y paso por las distintas fases del desarrollo, etc. Pero llega la
hora de la verdad. Suponiendo que el sacerdote en cuestión no dé el
Pero aquí entra en juego la diplomacia más sutil de la Iglesia cató-
menor indicio de un cambio en su inclinación pulsional, ¿qué terapeu-
lica. Se empieza por hacer todo lo posible e imaginable, con todas las
ta que se precie se atreverá a sugerir a ese paciente lo que la Iglesia
reglas del arte más refinado, para llevar en palmitas y proteger al indi-
exige de él de manera tan categórica, a saber, que deberá abstenerse de
viduo en cuyo carácter late un componente homosexual, sobre todo si
por vida de ceder a unas tendencias consideradas como una perversión
es de tipo «femenino». Todo va bien, mientras no «pase» nada. Ya
«antinatural»?
decía el cardenal Ratzinger que ser homosexual no es pecado, sino que
el pecado está en la práctica homosexual. Si un alumno se siente in- ¿Y si se comprueba que esa inclinación pulsional es en todo caso
quieto por haber soñado que tenía relaciones íntimas con un compañe- «reversible»? Entonces, la Iglesia católica dará pruebas definitivas de
ro de estudios, se le indicará, con la sagacidad pastoral característica, una extraña duplicidad. Esa Iglesia, que parecía dar tanto valor a la
que esos sueños no significan nada, y que son totalmente normales «psicoterapia», jamás en la vida aceptará como solución lo que podría
entre los hombres. Ahora bien, si la homosexualidad aparece antes de y debería ser un lento proceso de aprendizaje retrasado. La psicoterapia
la ordenación, las medidas serán muy severas; en cambio, si se mani- «normal» de un sacerdote con tendencias homosexuales, si verdadera-
fiesta después, «¡un eclesiástico necesita toda clase de protección!». mente es posible un cambio de inclinación pulsional —cosa que, en sí,
no debe ni puede ser la condición o el fin expreso de una terapia—,
Si se detecta un caso de homosexualidad, se procura proceder con
suele ir acompañada de una serie de encuentros con mujeres que, de
la máxima discreción, para que la gente no se escandalice. Si, por lo
una manera o de otra, ellas mismas buscan amor y comprensión, y
demás, el interesado permanece fiel a la Iglesia, se le procurará trata-
que, precisamente por eso, tienen una sensibilidad especial para perci-
miento médico e incluso moral; pero si no muestra lealtad a las dispo-
bir cualquier síntoma de cambio o de transformación en el sacerdote
siciones eclesiásticas o las critica abiertamente, si incluso niega los
sometido a terapia. Cualquier psicoterapeuta se alegrará de encontrar
hechos que se le imputan, casi siempre denunciados por terceros, o si
mujeres casadas que, en cuanto tales, son capaces de aportar la justa
no da señales de verdadero arrepentimiento, se procederá sin dilación
medida de deseo y de experiencia, para llevar como de la mano a ese
a tomar medidas más drásticas: un traslado, como mínimo, y en caso
sacerdote y liberarle paso a paso de su miedo al amor, de su miedo a la
de necesidad, hasta la suspensión de su ministerio. Pero seguro que
mujer y del miedo a sí mismo. Pero, según la teología moral de la
544 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 545

Iglesia, eso es puro adulterio y violación del celibato. Y sin embargo, entonces fueran objeto de exigencias parecidas a las que acabamos de
esos encuentros en la «tierra de nadie» del amor suelen estar transidos describir; sólo que chicas como éstas, en vez de poder prestar su contri-
de una gran sensibilidad y de ternura casi poética, ligeros como el aire, bución para solucionar los problemas familiares, tuvieron que apren-
como un perfume de rosas que se abren en un jardín en plena primave- der a no complicar más las cosas por el mero hecho de su existencia.
ra. La alternativa sólo puede ser un cambio de método terapéutico, Tenían que acurrucarse para pasar desapercibidas, con los ojos abier-
bajo la dirección y cuidado de ciertas profesionales remuneradas 408 . La tos y la boca cerrada, dispuestas a saltar cuando uno les pedía un fa-
mayoría de los homosexuales han arrastrado su tortura interior, con vor. En sus años mozos, esas religiosas homosexuales de modo «me-
tanta frecuencia como ineficacia, por todos los burdeles posibles, para nor» no podían menos de sentir un enorme complejo de inferioridad
terminar profundamente hastiados. Hasta el momento, nadie ha lo- frente a los chicos, y sabían sólo de oídas que existe un sentimiento
grado liberarse de su miedo al ser humano, a base de humillar a su que se llaman emoción sexual.
pareja para que le preste un servicio puramente mecánico. Por tanto, Pues bien, si una religiosa homosexual de tipo «femenino» se da
no hay más medio de curación que precisamente esas formas de amor cuenta de que otra hermana del tipo «fuerte» la estima, la desea y hasta
a las que los mandamientos de la Iglesia católica se oponen con el coquetea con ella, lo más fácil es que se llegue a ciertas expresiones, en
radicalismo más tenaz. Si la terapia de clérigos homosexuales logra, al sí de carácter «lésbico», aunque previamente no se haya detectado en
menos, quitarles de la cabeza todos esos mandatos, se ha andado ya ninguna de las dos una tendencia marcadamente homosexual. Al prin-
medio camino en la vía de la curación. cipio, todo se reduce al gusto que da abrazarse y acariciarse mutua-
Lo mismo vale, guardando las distancias, para las religiosas que mente, y lo delicioso que es echarse cómodamente una al lado de otra;
acuden a consulta por problemas de homosexualidad. Todas coinci- total, sólo se trata de juegos inocentes, como se suele hacer entre chi-
den en su característico y originario miedo ante los hombres; y la idea cas de doce o catorce años. Sencillamente, se disfruta desnudándose
que ellas tienen de sí mismas puede expresarse, en sintonía con lo que ante la otra, y rememorando juntas los tremendos escrúpulos que les
acabamos de exponer, en modo «mayor» o en modo «menor». asaltaban durante la infancia y la adolescencia, cuando todavía eran
Muchas religiosas homosexuales aprendieron de pequeñas a des- tan jóvenes, sobre si había que avergonzarse de ser mujer, con un cuer-
preciar a su propio padre, asumiendo al lado de su madre el papel de po y una apariencia como la suya. Pero todas las perplejidades, todas
«verdadero hombre de la casa». Una madre débil —o dominante por las dudas sobre una misma terminan por converger en una respuesta
su debilidad—, un padre que, por su ausencia o por su presencia, su- en la que todo adquiere su más lúcida afirmación: «Te quiero». Una
pone una carga para la familia, y una hija que, por sentido de respon- religiosa que oye por primera vez esas palabras sentirá un deseo
sabilidad, tiene que tomar las riendas de la casa forman el triángulo incoercible de vivir esa experiencia y, en virtud de su innato sentido de
ideal para la psicogénesis de la religiosa homosexual de tipo «masculi- sumisión, estará dispuesta a hacer por la otra hermana lo que no se
no». A pesar de sus capacidades, no ha conocido la experiencia del atrevería a hacer ni por sí misma. O, por el contrario, esa religiosa
amor; pero será casi inevitable que, a la larga, a eso de los treinta y «más débil», inducirá fácilmente a la otra, con sus indecisiones y sus
cinco o cuarenta años, su excesivo ascetismo empiece a relajarse. En quejas, a que le dé unas pruebas de amor que, en sí, van mucho más
ese momento, ya no tiene que luchar para cumplir sus funciones o allá de su propia exigencia de contactos homosexuales.
para ganarse un reconocimiento profesional. Y entonces es cuando surge Sea como sea, no se puede obviar la pregunta por las perspectivas
y se acrecienta su disposición a concederse un poco de vida privada. de desarrollo que se abren para el futuro. Puede ser que, después de
Lo más natural es que esas religiosas ejerzan un fuerte magnetismo todo, el sentimiento de vergüenza, e incluso de miedo, adquiera tales
sobre otras hermanas, cuyas tendencias homosexuales encierran un proporciones que pronto se llegue a rechazar con disgusto y con hastío
acusado elemento de dependencia y de sumisión. Por lo general, estas lo que en el comienzo prometía ser una ayuda y una satisfacción. Pero
religiosas «femeninamente» homosexuales han sufrido una infancia llena también puede suceder que esa relación de homosexualidad comple-
de fracasos, por ejemplo, por venir entre chico y chico, o por haber mentaria alcance un alto grado de estabilidad, en cuyo caso podrá
tenido que crecer a la sombra de una hermana mayor. Es posible que llegar a una solidez incomparablemente mayor que la que se da entre
546 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 547

los homosexuales masculinos. Por otra parte, el control social en las función, tiene que encontrarse como perdido y absolutamente incapaz
órdenes religiosas femeninas es considerablemente más estricto que, de establecer una relación verdaderamente personal con un hombre o
por ejemplo, en el caso de los «sacerdotes seculares» que, con un poco con una mujer. Ahora bien, si de lo que se trata es de un verdadero
de precaución, pueden hacer prácticamente lo que quieran, sin temor contacto entre un sacerdote y una mujer, o entre una religiosa y un
a desagradables delaciones. En las comunidades religiosas, no es raro hombre, la situación se complica extraordinariamente, sobre todo, por
que surjan celos y peleas motivadas por la homosexualidad, el factor de las más antiguas inhibiciones pubertarias. Valdrá, pues, la
presumiblemente porque es en los conventos donde se procura vivir el pena entrar en un análisis detallado de esas dificultades típicas del
compromiso de una vida cristiana con más seriedad que en ninguna clérigo.
otra parte. Ahora bien, si la presión de una vigilancia permanente y No hace mucho me comentaba una mujer a propósito de un sacer-
una notable predisposición a la intriga llega, a pesar de todo, a crista- dote que en su juventud había estado perdidamente enamorado de ella:
lizar en vinculaciones relativamente estables entre religiosas lesbianas, «Cuando nos ponemos a hablar, él es capaz de decir cosas preciosas y
eso no debe atribuirse exclusivamente a la intensidad de la energía extremadamente delicadas. Pero yo veo que él no las vive. Le comen
vinculante, sino que tal vez haya que pensar que la situación de mise- los deseos, pero no se atreve a ser fiel a sí mismo. Lo único que hace es
ria compartida crea una especie de alianza entre esas dos personas levantar entre él y su interlocutor un muro invisible de obligaciones y
contra el resto de la humanidad. Hasta es posible que esas religiosas, compromisos; y a eso lo llama Dios». En el tono de esa mujer se perci-
precisamente por el amor que se tienen, aprendan a ser más indepen- bía claramente una mezcla de respeto y de amargura, y se veía que en
dientes que las demás, e incluso se atrevan a asumir personalmente el sus palabras resonaba la experiencia personal de toda una época. ¿Cómo
reproche público de los sectores más vinculados al catolicismo, como se puede dar fe a un discurso sobre el amor, que a ese mismo hombre
aquellas monjas estadounidenses que no tuvieron reparo en divulgar que lo pronuncia le evita el riesgo de vivirlo personalmente y de su-
sus experiencias homosexuales en el convento409. Naturalmente, la Igle- mergir su propia vida en la impetuosa corriente de los sentimientos
sia no puede menos de horrorizarse cuando gente de sus propias filas más abrasadores?
confiesa abiertamente sus inclinaciones lesbianas y le pide, al menos, Hace más de cien años, Émile Zola, en su ya citada novela El
muestras de tolerancia, cuando no el reconocimiento de su situación y pecado del padre Mouret, dio el golpe de gracia a una religión que,
hasta el apoyo correspondiente. Pues bien, no hay ninguna razón, ni bajo todas las fantasmagorías de una vida más pura, no celebra más
divina ni humana, para negarles sus justas reivindicaciones. que la muerte. En cualquier caso, eso es lo que experimenta Albina
En cualquier caso, en los principios de teología moral por los que cuando, después de días y días de espera infructuosa, trata de rescatar
la Iglesia condena la homosexualidad de sus clérigos, tanto en el mun- a su amante, Sergio, de la iglesia en la que se ha escondido como en
do masculino como en la rama femenina, late una actitud que no deja una tortura penitencial, después de aquellos días luminosos vividos en
de ser consecuente con la actuación eclesiástica. Porque no es la lógica el «Paradou». La Albina de Zola expresa lo que tantas mujeres destro-
ni la moral, sino única y exclusivamente unas ansias desmesuradas de zadas por el amor a un sacerdote han sentido y dicho a su manera:
poder, lo que está en juego cuando la Iglesia hace todo lo posible para
Guárdate tus oraciones. Es a ti a quien quiero [...] ¡Tenía tantas
impedir que sus clérigos superen su homosexualidad atreviéndose a
cosas que decirte! Y tú aquí, despertando mi cólera, con tus histo-
dar ese paso que, desde el punto de vista de la más sana psicoterapia, rias del otro mundo. No puedo marcharme así. No puedo dejarte.
parece tan deseable, y que consiste en que el sacerdote se enamore Aquí estás como muerto, con la piel tan helada que no me atrevo ni
perdidamente de una mujer, y la religiosa de un hombre. a tocarte.

d) Relaciones en el ámbito de lo prohibido La misma arquitectura y la ornamentación de la iglesia hacen pen-


sar a Albina en una tumba:
Ya hemos desarrollado antes con cierta amplitud la «tragedia de las
cisternas secas». Allí veíamos que el clérigo, al tener que identificar su Una agonía lamentable llenaba la nave, salpicada por la sangre que
«yo» —tan insuficientemente estructurado— con los quehaceres de su circulaba por los miembros del gran Cristo; mientras que, a lo largo
548 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 549
de las paredes, las catorce imágenes de la Pasión mostraban su dra- naturalismo, y mucho antes del psicoanálisis, no se puede ni se quiere
ma atroz, embadurnadas de amarillo y rojo, rezumando horror. creer en un cristianismo que predica de esa manera a un Dios sufriente
Allí agonizaba la vida, en aquel escalofrío de muerte, sobre los alta-
que exige ser adorado y alabado en la destrucción de la vida y del
res semejantes a tumbas, en medio de aquella desnudez de caverna
fúnebre. Todo hablaba allí de masacre, de tinieblas, de terror, de amor. No se puede seguir predicando un cristianismo con la solemni-
humillación, de anonadamiento. Un postrer hálito de incienso su- dad cobarde de una castidad que, frente al amor de una mujer, no sabe
bía y se elevaba, semejante al último suspiro de un difunto, ahoga- decir más que: «¡No debo!». En este punto, las dudas amargas de Nikos
do celosamente bajo las losas410. Kazantzakis están plenamente justificadas: ¿puede ser verdaderamente
inocente un hombre que abandona al amor de su juventud para servir
Vano esfuerzo el de Albina para evocar, en estas condiciones, los a un Dios celoso detrás de los muros de un convento, mientras esa
días ardientes de su alegría compartida: mujer, repudiada por amor de Dios, tiene que buscar refugio en el
matrimonio con un hombre de repuesto al que nunca ha amado de
¡Recuerda qué bien se estaba al sol...! Una mañana, a la izquierda de veras? Sin duda, son los «mejores», es decir, los más humanos entre los
los bancales de flores, caminábamos a lo largo de un seto de rosales sacerdotes y religiosas, los que, por lo general, se encuentran en la
grandes. Me acuerdo del color de la hierba: era casi azul, con refle- situación de tener que «abandonar» o, como también dice la Biblia —y
jos verdes. Al llegar al final del seto, regresamos sobre nuestros pa-
con toda la razón, porque así es la experiencia—, de tener que «odiar»
sos, de tan dulce como era allí el olor del sol. Y ése fue todo nuestro
paseo aquella mañana, veinte pasos adelante y veinte hacia atrás; un a una persona, por el reino de los cielos. Pero, ¿qué reino de los cielos
rincón de felicidad del que no querías salir. Las abejas zumbaban, es ése, que se construye sobre las lágrimas de tantas víctimas repudia-
un cid no se apartaba de nosotros, y saltaba de rama en rama; a das por los elegidos a una vocación divina? Y ¿cómo se pueden resca-
nuestro alrededor, toda una procesión de animales iba a sus queha- tar las almas de esos elegidos que parecen evaporadas de la tierra, para
ceres. Y tú murmurabas: «¡Qué bella es la vida!». La vida eran las hacerlas volver precisamente a pisar tierra?
plantas, los árboles, las aguas, el cielo, el sol, donde estábamos tan Sobre las huellas de Émile Zola, otro escritor francés, André Gide,
dorados, con los cabellos de oro [...] La vida era el Paradou. ¡Qué describe en su novela La puerta estrecha el significado que adquiere la
grande nos parecía! No sabíamos encontrar el final. Las espesuras vocación divina desde la perspectiva de las víctimas. El argumento es
llegaban hasta el horizonte, libremente, con ruido como de olas. ¡Y
la historia desgarradora de la lucha interior de Alissa, una joven ena-
cuánto azul sobre nuestras cabezas! Podíamos crecer, volar, correr
como las nubes, sin encontrar más obstáculos que éstas. ¡El aire era morada de Jeróme, que se cree obligada a abandonar a su novio para
nuestro! [...] Pero aquí estás en una fosa. No puedes extender los entrar por «la puerta estrecha», siguiendo la invitación de Cristo: «Por-
brazos sin desollarte la piel de las manos con la piedra. La bóveda te que ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición,
oculta el cielo, te quita tu parte de sol. Es tan pequeño esto, que tus y son muchos los que entran por él» (Mt 7,13). A la muerte de Alissa,
miembros se envaran, como si te hubieran enterrado vivo. se encuentra su diario, un testimonio único del desgarramiento inte-
rior que se ocultaba detrás de su inaccesible frialdad y de la ruina
Sergio no puede menos de contradecir ese mensaje de vida. Por torturante de una vida en flor. Con fecha 20 de septiembre, y el cora-
eso, replica con aires de seguridad: zón hecho jirones, Alissa escribe:
¡No! La iglesia es grande, tan grande como el mundo. Dios la llena
por entero. Dios mío, devuélvemelo, para que yo pueda entregarte mi corazón.
Dios mío, sólo te pido que me dejes volver a verlo. Dios mío, te
Con un gesto, Albina señaló las cruces, los Cristos agonizantes, los prometo entregarte mi corazón; pero concédeme lo que mi amor te
suplicios de la Pasión: suplica. Lo que me quede de vida será exclusivamente para ti...
Perdona, Dios mío, esta ridicula petición; pero es que no puedo
Y tú vives en medio de la muerte. Las plantas, los árboles, las aguas, apartar su nombre de mis labios, ni olvidar la pena que tortura mi
el sol, el cielo, todo agoniza en torno tuyo4". corazón. Dios mío, a ti te grito; no me abandones en una situación
tan miserable. ¡Atiéndeme! ¡Socórreme!412.
Después de la Ilustración, después de Nietzsche, después del
550 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 551
Y el 3 de octubre, Alissa anota en su diario:
manifiesto sobre su concepción del mundo que, en todos sus capítulos,
Ya se ha extinguido todo. ¡Desgraciada de mí! Como una sombra se es prácticamente la antítesis y la refutación de un cristianismo hostil a
escurrió de entre mis brazos. ¡Estaba allí! ¡Era él! Todavía lo siento la naturaleza y declarado enemigo del amor.
[...] y sigo llamándolo. Mis manos, mis labios lo buscan inútilmente Mientras tanto, ya sabemos bastante sobre los condicionamientos
por la noche [...] Me es imposible orar; no puedo dormir. He salido de la situación familiar, de la infancia y de la pubertad que inciden en
al jardín lleno de sombras. En mi celda, en cualquier rincón de la la psicogénesis del futuro clérigo, para poder comprender el origen de
casa, me asaltan un miedo irracional. La angustia de mi corazón me la imagen de Dios que tiene un ser como Alissa, y el interés que de-
arrastró a la puerta del convento, donde nos habíamos despedido. muestra la Iglesia actual por mantener y promover, por todos los me-
Con una esperanza insensata abrí la puerta: ¡si hubiera vuelto...! dios a su alcance, el infantilismo piadoso y la ingenua y candida pueri-
Me puse a llamarlo. Dando tumbos, a tientas en la oscuridad, volvía lidad de un tipo de inocente asexuado, con tal de afianzar y difundir lo
a mi celda para escribirle [...] No puedo soportar más tanto sufri- más posible su sistema patriarcal de poder. Con estos presupuestos, lo
miento413.
que realmente reclama nuestra atención es entender cuáles son los ca-
minos que a tantos hombres, a pesar de su infancia y de su juventud, a
De nuevo, el 5 de octubre: pesar de su fe en una elección divina y en una bendición de la Iglesia,
a pesar del juramento sagrado y de la censura moral, a pesar de la
Dios celoso, que me has desposeído de todo, toma mi corazón. Ha
dependencia económica y la fuerza de la costumbre, y después de años
perdido todo su calor, y ya no tiene interés por nada. Ayúdame a
triunfar de este mísero resto de mí misma. Esta casa, este jardín y años de vida clerical, los llevan por los derroteros más imprevisibles
excitan en mí el amor de una manera intolerable. Quisiera huir a un e inesperados a las fuentes secretas y prohibidas del amor. ¿Cuáles son
sitio, donde no pueda encontrar a nadie más que a ti414. sus posibles motivaciones, qué sentimientos los animan, qué peligros
acechan en su aventura, qué posibilidades se les abren de llegar a una
Y finalmente, el 12 de octubre: felicidad compartida?
Es lógico que, tratándose de una investigación psicoanalítica, no
¡Venga tu Reino! Que venga y entre totalmente en mí, de modo podamos compartir unas valoraciones tan llenas de prejuicios como
que sólo tú reines sobre mí y sobre todo lo que hay en mí. Ya no las que proclama la teología moral del catolicismo. Por eso, no habla-
quiero regatearte más mi corazón. ¡Estoy tan cansada...! Aunque remos aquí de «tentación», sino de «tentativa», no de infidelidad a una
me siento como una vieja decrépita, mi alma guarda una extraña vocación precedente, sino de apertura a una nueva llamada. Creemos
puerilidad. Vuelvo a ser aquella niña de un tiempo, que no podía tener derecho a acompañar por los azarosos caminos del corazón a
dormirse si la habitación no estaba en perfecto orden, con los ves- unos hombres que, a lo largo de la psicoterapia, hemos tenido que
tidos cuidadosamente doblados al pie de la cama [...] Así es como
orientar tantas veces con la energía de la desesperación. La dificultad
quisiera prepararme para morir415.
de moverse en este campo del amor tan minado de tabúes y de prohi-
biciones se puede deducir de lo que, no hace mucho, me comentaba un
La cuestión que plantea André Gide, en contraste con una mística
famoso psicoanalista que, harto de tratar a clérigos, había renunciado,
de la abnegación como la que presenta en su obra Paul Claudel416, se
en principio, a esa práctica porque, en su opinión, no era más que una
refiere naturalmente a la idea de ese espectro sanguinario que la reli-
irresponsable pérdida de tiempo. Pero yo estoy convencido de que per-
gión cristiana llama Dios y propone como objeto de culto y de adora-
der el tiempo buscando la oveja extraviada enseña mucho sobre el
ción. ¿Cómo puede haber un Dios que, en vez de enseñar a los jóvenes hombre, sobre uno mismo y, desde luego, sobre la necesidad de mise-
la sublimidad del amor e impulsarlos a seguir los dictados de su cora- ricordia, que supera cualquier culpabilidad.
zón, los empuja sistemáticamente —como si lo hiciera adrede— a des-
truir precisamente lo único que puede llenarlos de un felicidad colma- Sigmund Freud pensaba que muchos artistas, aunque por su inhi-
da? Por eso, André Gide dio el título de Alimentos terrestres4" al bición congénita tuvieran que enfrentarse a una vida enormemente
difícil, podían conseguir por el desvío de sus sueños y de su capacidad
552 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 553

expresiva lo que la gente sana suele obtener directamente, o sea, el Y algo así le pasa al sacerdote. Poco a poco empieza a experimen-
aprecio del público y el amor de las mujeres418. Con los clérigos pasa tar una profunda transformación. Él, que era un manojo de miedos,
una cosa semejante. Una inhibición precoz de sus tendencias pulsionales tan tímido, tan huidizo, descubre de repente la sensación de verse apre-
les suele impedir, ya desde jóvenes, conquistar los favores de una mu- ciado y hasta deseado; y no precisamente por una persona cualquiera,
jer. Pero a los diez años de los desastres de la juventud, se produce sino por una mujer que le parece superior por su madurez y experien-
eventualmente un fenómeno muy curioso. Imaginemos un sacerdote cia, y que, sin embargo, viene a él en busca de consejo y de ayuda. Él
que sabe predicar maravillosamente sobre el amor y la bondad. Exte- siente que la relación con esa mujer revaloriza su propio «yo»; y pues-
riormente parece un hombre equilibrado, con una profesión que le to que la estima le viene por su condición de sacerdote, tiene la impre-
granjea el aprecio social y un respeto sagrado por parte de los fieles. sión de que nunca le ha sido más fácil ser clérigo. En su predicación,
Nadie se atrevería a pensar en una personalidad fracasada; su vida es en su voz, en sus modales externos se empieza a notar un cierto tono
todo un éxito, su inteligencia rezuma sabiduría, su porte inspira con- de suavidad y de dulzura; se vuelve más humano, más «charlatán», y
fianza, su circunspección despierta el deseo de disfrutar de su cerca- en cierto sentido, más cercano a su ideal de clérigo, en el que no cabe
nía; pero, sobre todo, es un hombre cuya actitud y condición es una una separación entre el «yo» y el «super-yo». Pero, sin darse apenas
promesa de respeto y de salvaguarda para la reputación de las mujeres cuenta, su centro de gravedad psíquica empieza a bascular desde los
que van en busca de consejo. Pero a la sombra de esas ventajas, sucede niveles abstractos del «super-yo» hacia la realidad personal del «yo»,
algo muy raro; precisamente la calma de una sexualidad reprimida que cobra nuevas energías. Y cuanto más se intensifica su inclinación,
suscita todo un hervidero de emociones y de sentimientos inconscien- más justificado y aceptado se siente su propio «yo». De modo que una
tes, y hace brotar flores que, en un clima menos propicio, jamás se brisa cálida empieza a fundir las profundidades gélidas de su existen-
habrían atrevido a germinar. cia sacerdotal, y su inseguridad ontológica empieza a diluirse progre-
La mujer que acude a un sacerdote en busca de ayuda va segura- sivamente. Si esa evolución continúa durante un tiempo suficiente,
mente con una sensación inicial nostálgica de haber encontrado, por puede suceder que, al término, surja una personalidad nueva, que ya
fin, a un verdadero «ser humano», a un hombre totalmente distinto de no necesite justificar su existencia por el hecho del sacerdocio —o, en
los demás. Lo que al principio se le antojaba un peso insoportable se su caso, por pertenecer a una orden religiosa—, sino que viva su profe-
transforma ahora misteriosamente en una insospechada ventaja. Posi- sión desde los dictados del propio «yo», o sea, como persona, y no
blemente ha tenido que vivir sus muchos años de «matrimonio católi- únicamente como función. Pero cuanto más se acerca un sacerdote —y lo
co ejemplar», como lo hemos descrito antes, sin decir ni un sola pala- mismo se diga de la religiosa— a ese estado, más crecen las fricciones,
bra sobre sus sentimientos. Por eso, ahora tiene que parecerle una tanto internas como externas, con las formas institucionales de la exis-
bendición del cielo poder encontrar una persona que preste oído a sus tencia clerical.
miserias. Por otra parte, abriga en su corazón los más acendrados sen- Una de las dificultades más serias que, desde el principio, inciden
timientos «piadosos» sobre el mundo de los «padres», de los «sacerdo- sobre esa relación es su ambigüedad intrínseca. No se pueden
tes», de esos «hombres de Dios». ¿Sería extraño que una mujer así intercambiar claramente los sentimientos recíprocos. El sacerdote se
empezara a cobrar una viva simpatía por la persona del sacerdote? da cuenta de lo que pasa en el interior de la mujer, y eso deshiela un
Naturalmente, no hay excitación sexual por ninguna de las dos partes; poco su frialdad. Pero siempre existe el temor de que el fuego pueda
pero, para la mujer, ese toque de sensibilidad que se percibe en sus apagarse, si uno es tan imprudente como para admitir los hechos con
respectivos contactos podrá resultarle tan sublime, que se encuentre franqueza. Bajo la capa de tantos encubrimientos, sólo se puede man-
verdaderamente en la gloria o como en el séptimo cielo. Así es como tener vivo el rescoldo de un mutuo compromiso con la realidad. Para
llega a comprender —quizá, por primera vez— las palabras de la Bi- entender la situación, no hay más remedio que admitir, de entrada,
blia sobre la pureza del corazón (Mt 5,3) y sobre un amor que no que ni la mujer ni el propio sacerdote están dispuestos a poner clara-
conoce el temor (1 Jn 4,18). Es decir, a esa mujer se le empiezan a abrir mente sus cartas sobre el tapete. La mujer admira al sacerdote, en el
nuevos horizontes de insospechada felicidad, de piedad mucho más que ve un auténtico amigo y un ser superior; jamás se atrevería a pen-
intensa y de una libertad realmente desconocida.
554 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 555

sar que, bajo la máscara de un eclesiástico que sabe mucho de mundo, enviándole algún regalo de poca monta, como unas flores, un bordado
no hay más que un hombre tímido, inhibido, inseguro, que no conoce para el altar, alguna foto, un grabado, el último libro «superventas»,
el amor ni la libertad, que se alegra de sentir por primera vez un poco etc.; detalles que, de un modo secreto, expresan sus sentimientos más
de cercanía humana y de atención a su persona. El sacerdote, por su íntimos, pero que jamás rebasan los límites de lo convencional, sino
parte, ve en esa mujer una verdadera dama, con experiencia de la vida que, al revés, despiertan un agradecido respeto por la recíproca inte-
y conocimiento de los hombres, una mujer casada y, por consiguiente, gridad moral, que excluye toda clase de intimidad.
«inofensiva» para él. Pero no intuye, ni de lejos, las inhibiciones y las En los ambientes clericales se acepta gustosamente, por lo general,
trabas que una mujer católica tiene que encontrar necesariamente, des- ese modo de equívoca cercanía, que permite salvar la propia dignidad
pués de diez o quince años de matrimonio, ni con cuánto gusto y, a la y mantener una actitud irreprochable, al tiempo que ofrece la oportu-
vez, con cuánto miedo desearía liberarse de sus viejas ataduras. Por nidad de mostrarse como un galán lleno de encanto. Pero esos detalles,
consiguiente, ambos se encuentran en una total imposibilidad de co- en sí tan simples, tienen un alto precio. Dentro de los límites estableci-
municarse el uno al otro lo más importante de su relación; más aún, en dos, jamás se llegará a conocer el amor. Se podrá hablar de él con
la mayor parte de los casos no saben por qué no pueden hacerlo, ni por palabras solemnes, como ministro de Dios y representante de la Igle-
qué no deben saberlo ni comunicárselo, aunque realmente quisieran. sia, pero nunca se dejará de oír internamente una voz que recuerda que
Para una mujer casada, enamorada de un sacerdote, sería una ofensa todo eso no es más que una mentira piadosa. ¡Y es que no se puede
imperdonable decirle descaradamente la verdad de sus sentimientos. mentir a la naturaleza! Ésta siempre se defenderá contra cualquier ten-
Pero es que el mismo sacerdote no se encuentra en una posición más tativa de transformar los sentimientos del corazón en puro juego de
ventajosa, aunque parezca lo contrario. Externamente, da la impre- sociedad.
sión de que tiene todos los triunfos en la mano. Él no empezó el asun- Pero, sobre todo, ¡esa continua confusión! La vida no perdona al
to. Por consiguiente, no tiene necesidad de manifestar sus sentimien- que la vive continuamente a contrapelo. Si se gasta la mayor parte de
tos; y en cualquier caso, siempre puede escudarse en las exigencias del la energía psíquica en relaciones que nunca podrán llegar a la más
ministerio sacerdotal. Él puede hacer lo que más le plazca: permanecer absoluta transparencia sin quedar aplastadas por las bombas de la cul-
«de servicio», o entregarse personalmente. Sólo que eso no va bien con pabilidad, se corre inevitablemente el peligro de que la vida propia,
su «personalidad»: ¿Cuándo ha aprendido un sacerdote a dar rienda por miedo a la evidencia, se convierta en un perpetuo sueño, y así se
suelta a sus sentimientos? Lo que se le ha enseñado siempre —ya lo abra un abismo entre la fantasía y la realidad. Resistirse a ver los peli-
veíamos antes— es a vivirlos dentro de su ministerio, como sucedáneo. gros psíquicos de ese tipo de evolución, más aún, aceptarlos conscien-
Por eso, lo más normal es que se vea sencillamente desbordado, cuan- temente con tal de que «no pase nada», equivale a hacer una «pastoral»
do tenga que responder con toda su persona a las necesidades de otro. que encaja perfectamente en la advertencia de Jesús a los fariseos:
Y así pasa lo que pasa: que hay tantos «curas» que, por mera inmadu- «¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!» (Mt
rez psíquica, se ven frecuentemente envueltos en una serie de trágicas 23,24). Y todo acabará, otra vez, en el más puro narcisismo del «super-
complicaciones. yo» clerical, que se expresa y se perpetúa en ese tajo entre sueño y
En teoría, el desarrollo de la relación puede tomar dos direccio- realidad, entre alma y cuerpo, entre deseo y deber, y casi siempre a
nes: el estancamiento, es decir, la resignación, o la provocación. precio de los más severos síntomas de desequilibrio psicosomático.
El estancamiento es, sin género de duda, la dirección más frecuen- Desde el punto de vista psicoanalítico, el alto grado de aceptación
te, aunque, desde el punto de vista psíquico, es la forma menos intere- que alcanza esta «escapatoria» del amor clerical por los caminos de un
sante y más estéril de amor clerical, ya que se limita a fijar el statu quo estancamiento ambiguo nos enseña algo nuevo sobre el estado psíqui-
de la ambigüedad, es decir, un compromiso entre sentimientos repri- co de la Iglesia católica. Se trata, especialmente, de una vivencia de
midos y caracteres valiosos que se encuentran irreprochables. Por ejem- carácter histérico419, típica de esa evasión al campo de lo turbio, de lo
plo, una mujer que siga viviendo esa relación no dejará de felicitar ambiguo e incluso de lo equívoco, que tiñe y difumina la nitidez del
anualmente a «su» amigo sacerdote por su santo y por su cumpleaños, significado; es decir, esa «nebulosa a la Fleurier» de la que hablábamos
556 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 557

al comienzo de esta investigación. Pero lo que aquí suscita particular 5,25-34)420. Pero el catolicismo real de hoy hace todo lo posible para
interés es la correlación entre una moral compulsiva de corte autorita- impedir que se renueve ese milagro entre un clérigo y una mujer; es
rio típicamente patriarcal y determinadas reacciones de carácter histé- más, emplea todos los medios a su alcance, aun la frustración afectiva
rico. Un análisis más profundo nos lleva a descubrir que, por lo gene- de mujeres sanas, para hacerlas auténticas «hemorroísas».
ral, las mujeres que acuden a un sacerdote en busca de refugio y de Pero, ¿qué pasa, si la relación entre una mujer y un sacerdote sigue
protección se mueven casi siempre por un impulso de «huida» o de su curso? Desde el punto de vista psicoanalítico, es importante despe-
«búsqueda» del propio padre, o por ambas cosas a la vez; mientras, por jar la cuestión sobre las fuerzas que pueden eliminar unas inhibiciones
una parte, creen y esperan encontrar en el sacerdote una imagen posi- tan poderosas como las que se encierran tanto en la actitud personal
tiva, contraria a la que de su padre les ha dado su experiencia, temen como en el «corsé» institucional de un clérigo.
descubrir en él lo negativo de la imagen paterna, que les provoque una Puesto que toda transgresión de los límites establecidos va unida a
nueva huida. En términos más precisos, la mayoría de las mujeres que un agudo sentimiento de culpabilidad, se puede suponer que, para la
se estancan en su amor a un clérigo tienen miedo a verse obligadas a huir mayoría de los clérigos, el amor no es algo que simplemente «les suce-
de esa relación apenas se trasluzca algo de sus verdaderos sentimientos; de», sino que, por el contrario, les va envolviendo poco a poco y cen-
y así, por miedo a una decepción, rara vez se atreven a expresarse sin- tímetro a centímetro, bajo cualquier pretexto y con toda clase de sub-
ceramente o a embarcarse en una relación auténtica. terfugios, en las redes de siempre nuevos compromisos.
Por eso, sería imprescindible analizar a fondo ese confusionismo y Hay muchas historias medievales y, en su misma línea, una infini-
procurar que las interesadas sean conscientes de que, ya desde su mis- dad de leyendas —por ejemplo, el cuento de Tolstoi El padre Sergio—
ma infancia, están cautivas de esa ambigüedad entre deseo y temor frente en las que se cuenta cómo una mujer, auténtica encarnación del dia-
a su propio padre, y que eso es lo que les produce una inclinación a blo, pretende subrepticiamente seducir e inducir al pecado a un pobre
desear lo inalcanzable —la figura de un sacerdote asexuado—, con el monje, verdadero hombre de Dios y de hábitos irreprochables. Pero en
único fin de esquivar, por los viejos miedos al castigo o al rechazo, lo la realidad no suelen suceder así las cosas. Desde una perspectiva
que, en realidad, tienen a su alcance, por ejemplo, el propio marido. Pero psicoanalítica, todo lo que se puede aceptar de esa presentación es que
ese análisis tiene que empezar por suponer que el sacerdote es una per- al clérigo católico se le ha puesto en guardia, ya desde sus primeros
sona, por una parte, capaz de reconocer como problema el hecho de que años, sobre la frivolidad en el trato con el sexo opuesto. Sin embargo,
la otra só/o puede amar de esa manera ambigua, y por otra parte, que en una mentalidad como la suya, el miedo existencial no es precisa-
no se siente personalmente halagado por unos sentimientos que, en mente a la mujer, sino sólo a su propio «ello». Todos los clérigos han
realidad, se dirigen a su función, ni trata de derivar de ellos una serie aprendido de pequeños a desconfiar y a tener miedo de sí mismos, y la
de ideas y afectos aparentemente religiosos. En resumen, una Iglesia que, raíz de su inhibición está en el hecho de que nunca han podido acercar-
en su proclamación del mensaje divino, prefiere boicotear el amor, en se espontáneamente a una mujer con «deseos sensuales». En esas cir-
vez de exponerse a sus posibles riesgos, lleva necesariamente al hom- cunstancias, lo natural es que, ante una columna de santidad como
bre a ese dilema de histeria neurótico-compulsiva que se observa en el ésa, la mujer se sienta incitada a poner a prueba la solidez de una
interior de la propia Iglesia: los hombres, o sea, el estamento clerical, castidad tan inquebrantable, sencillamente para ver qué se esconde
asumen el papel más fácil, el de la indolencia, mientras dejan a las detrás. Es posible que esa mujer haya tenido que vivir, de joven, bajo el
mujeres que se prestan a ello la onerosa tarea de arracimarse como abejas peso de un ideal de pureza que un día tuvo que destruir con dolor y
en busca de miel en torno a un tronco que, aunque todavía exhala un amargura para madurar como mujer. Por eso, puede ser que sienta una
cierto perfume, en realidad está totalmente podrido. especie de satisfacción maligna y casi tranquilizadora en comprobar
El Nuevo Testamento cuenta la historia de una mujer que, después que también los sacerdotes son «hombres de carne y hueso». En esas
de doce años de continuas pérdidas de sangre, encuentra su curación condiciones, es perfectamente posible que ese intento, que en las le-
por el mero hecho de atreverse a tocar al hombre de Nazaret, aun yendas de los santos se eleva de manera fantasmagórica al rango de
contraviniendo expresamente la ley judía sobre la pureza ritual (Me verdadera y propia «tentación», consiga sus fines con más facilidad
558 El diagnóstico
Limitaciones de los estadios específicos 559
que la que en un principio cabía suponer. Aunque bien pertrechados
sobre ella sin más; yo trataba de hablar y hablar, para no perder total-
para velar por sí mismos, muchos sacerdotes, por pura ingenuidad de
mente la cara ante mí mismo. Pero eso no me daba ninguna satisfac-
su parte, se encuentran totalmente inermes frente a esa provocación.
ción. Lo que yo quería experimentar realmente era ser objeto de deseo
Por temor a que se desate en ellos el torbellino de sus propias pulsiones,
por parte de una mujer, como lo había vivido antes; quería ser desea-
jamás se han atrevido a acercarse a una chica o a una mujer. Y ahora
do, y sentir que lo era, pero eso no se puede comprar con dinero». Para
que se les pone a pedir de boca esa perita en dulce de la ternura, no
este sacerdote, la «seducción» del primer encuentro había dejado evi-
tienen suficiente experiencia y les falta práctica para manejar hábil-
dentemente una profunda huella, pero no en el sentido de entablar una
mente una situación tan comprometida.
relación estable, sino, más bien, en el de un comienzo de descom-
Hace unos cuantos años, me confesaba, hecho un mar de lágrimas,
pensación con respecto a unos ideales de pureza que se habían vuelto
un pobre sacerdote: «Lo único que sé es que un día, al salir el sol, me
impracticables. El interés de este episodio para el curso de nuestra
desperté en la cama de una mujer. Yo no la había visto en mi vida. Y no
investigación no es más que relativo. En él se puede comprobar cómo
tengo la menor idea de cómo aterricé allí. ¡Me da tanta vergüenza, y
un sacerdote prefiere mil veces la escapatoria de un amor prohibido,
me considero tan despreciable...!». Y así siguió durante algún tiempo.
que desemboca en la degradación de un mero sexo literalmente des-
En realidad, no resultó difícil reconstruir cómo había «aterrizado allí».
provisto de amor, al enamoramiento sincero de una mujer. Pero lo
Prescindiendo de una excusa tan socorrida como el alcohol, lo que
peor es que esa actitud no carece de cierta justificación en la postura
había pasado era que aquella noche, víctima del atractivo de una chi-
de la Iglesia. El sacerdote, fiel a su deber y al firme propósito que había
ca, había perdido el control. Él, que toda su vida había tenido que
hecho en la confesión sacramental, había evitado desde entonces a su
evitar «vivir», se encontró de repente y sin ninguna preparación con
«seductora» de antaño. «Pero el caso es que, cuando no sé adonde ir,
una oportunidad, a su juicio, espléndida e irrepetible, a la que tuvo
vuelvo a ella».
que agarrarse con toda la energía de un náufrago, como a un clavo
ardiendo. Pero a eso se añadía un motivo verdaderamente digno de Evidentemente, se trata de una mera variante del liberalismo falaz
atención. Ese hombre de Dios, con un carácter tan sensible y delicado, que, como veíamos antes, define la actitud de la Iglesia católica en el
no había podido rechazar a una criatura que se desnudaba delante de tema de la masturbación de sus clérigos. Es una especie de tolerancia
él y quería entregársele con la mayor ansia del mundo. «¡Eso la habría frente a la «debilidad humana», que no persigue más objetivo que afian-
humillado tanto...!». No cabe duda de que hablaba sinceramente; y zar el sistema de siempre por la prohibición del amor. «¡Ah!, ¿sí? En-
desde iuego, era creíble. Hay una clase de vulnerabilidad que parece tonces, ¿está usted realmente decidido a renunciar a su ministerio, por
constitutiva del narcisismo típicamente clerical. La idea de velar una mujer de cuarenta y cinco años?», preguntaba hace poco el secre-
sistemáticamente por uno mismo, sin incluir jamás al otro, con sus tario general de una diócesis a un sacerdote ya harto del celibato. Y
deseos, esperanzas y hasta inclinaciones, queda reducida a cenizas cuan- añadía con un cinismo que no se puede trasladar al lenguaje escrito:
do aparece un poco de consideración por los demás. En una palabra, «Ya verá cómo en unos años se le pone tan vieja y fea que estará hecha
en esas circunstancias, resulta fácil comprender ciertas desviaciones una pena». Habría que acudir a las descripciones que hace Theodor
insólitas del camino de la virtud que aparecen de vez en cuando en la Fontane de los modales de la guardia prusiana en su trato con las
vida de los clérigos; sin embargo, hasta ahí, no se trata, ni más ni mujeres421, para encontrar una misoginia patriarcal como la que, aun
menos, que de simples desviaciones. hoy día, se observa en ese grupo escogido que son los clérigos católi-
cos, con sólo levantar el velo de las frases bonitas y de las circunlocu-
Pero también puede ocurrir que, con el tiempo y la práctica, esos ciones diplomáticas, e interesarse por la mentalidad y sentimientos
casos y esas experiencias lleguen a crear hábito. Una vez encontrada la reales de esa gente.
«ocasión propicia», es fácil que a muchos les asalte el deseo de repetir
la experiencia. «Desde aquel momento», confesaba otro sacerdote, «no Por lo demás, la escapatoria hacia el «amor venal» no es más que
hice más que andar de burdel en burdel. Yo procuraba entrar en con- una forma aguda de frustración y de estancamiento del proceso de
versación con la mujer que más me gustaba. Nunca quise abalanzarme desarrollo. En cualquier caso, hay que observar que unos hombres a
los que ya desde la infancia se les ha prohibido el amor terminarán
560 El dtagnástico Limitaciones de los estadios específicos 561

lógicamente por buscar su única satisfacción en el amor prohibido, protección y apoyo que hasta el momento le garantizaban una seguri-
porque sólo eso les produce esa excitación nerviosa, esa intensidad dad estable. Y si no surgen ciertos miedos o complejos de culpa que le
con la que irrumpe una sensación voluptuosa de vergüenza, y esa alo- hagan retroceder, consigue por primera vez el acceso a sí mismo. Por
cada obstinación del orgullo masculino aun en medio de la degrada- consiguiente, la mayoría de los sacerdotes viven la irrupción del amor,
ción, que tuvieron que vivir desde el comienzo de su pubertad en per- esa apacible seducción de la libertad, como una lucha a todo o nada, a
petua lucha de defensa, bajo la férula implacable de la correspondiente vida o muerte, a ser o no ser. Pero eso sólo ocurre cuando la vivencia
moral católica. En definitiva, ese sentimiento de culpa que, desde en- es un verdadero acontecimiento, es decir, si no se reduce a un episodio
tonces, va indisolublemente unido a toda vivencia de la sexualidad puramente banal, o a un resbalón que pueda precipitar al individuo
actúa como un «reflejo condicionado» que sirve de estímulo a la sensa- hasta el fondo de la ciénaga.
ción sexual; de modo que lo prohibido actúa en ellos como la famosa Ahora bien, ¿cómo llega a entablarse la relación con una mujer en
campanilla con la que Pavlov trataba de provocar en sus perros la el «ámbito del ministerio»? El comienzo es, por lo general, bastante
atracción por la comida. fácil. Por una parte, está el sacerdote, el «párroco», el «director espiri-
Pero, ¿qué pasa si la relación sigue adelante? Ésa es la cuestión. tual», que prácticamente no aparece como persona, es más, no debe
Evidentemente, no hay más que dos formas de amor, verdaderamente aparecer como tal. Por otra parte, una mujer que, hora tras hora, se le
capaces de hacer milagros incluso en el alma de un clérigo. Las deno- va manifestando —más aún, tiene que manifestársele— con sus pre-
minamos: el amor del hada liberadora, y el amor de la princesa cauti- guntas y sus problemas. Si todo va bien, cada entrevista acrecienta la
va. Ambas formas de amor están ligadas a la magia de un mundo dife- confianza y, con ello, la simpatía y el interés de la mujer por el sacer-
rente —de ahí nuestra denominación un tanto romántica—, las dos dote, por ese hombre que la atiende con tal solicitud y tanto provecho.
tienen que ver con el eterno tema clerical de redención y liberación, Ella es perfectamente consciente de que las reglas del juego imponen
sacrificio y compromiso —la vida «ordinaria» llegará después, si es dejar aparte cualquier asunto privado. Pero en realidad, esas reglas,
que llega—, y ambas tienen en común, en primer lugar, la provoca- por simples que parezcan, están llenas de trampas. ¿Quiere eso decir
ción del sentimiento de culpa, y en segundo lugar, las exigencias que que la mujer no debe visitar al sacerdote más que en caso de verdadera
están detrás de ese sentimiento. Por lo general, las dos interfieren mu- necesidad?
tuamente. El camino que lleva a un sacerdote, o a una religiosa, a entrar en el
La mayor parte de los grandes amores que irrumpen en la vida de paraíso de los amantes, a pesar de todos los tabúes y prohibiciones,
un sacerdote tienen su origen en el ejercicio del «ministerio»; ¿dónde, contempla, entre otros, tres aspectos fundamentales. Desde un punto
si no? Pero muchas veces ni los propios amantes ven con claridad du- de vista estructural, los tres son de extraordinaria importancia, aun-
rante mucho tiempo en qué medida el «ministerio» puede marcar, al que, según los casos, pueden adquirir diversas formas.
menos en sus comienzos, el desarrollo del amor. Por parte del sacerdo-
te, una relación como ésta, si ha de provocar un cambio definitivo, 1) Un primer aspecto es el que podríamos denominar genérica-
tiene que ser ni más ni menos que una reconstrucción de su entera mente el tema del salvador.
personalidad, una especie de psicoanálisis espontáneo con toda la in- Como decíamos en otro apartado, este aspecto puede tener múlti-
finidad de riesgos y sorpresas que el inconsciente suele tener ocultos ples raíces en la psicología del clérigo. Pero, fijándose bien, todas re-
bajo capa de represiones masivas. El punto decisivo sobre el que gira miten a la misma fuente: la figura de la propia madre, cargada de
todo lo demás es el siguiente: cuando un sacerdote se ve fuera de los connotaciones edípicas422. En todos los niveles del desarrollo psíquico
condicionamientos de su ministerio, y se siente absolutamente libre —en el plano «oral» de la pobreza, en el «anal» de la obediencia y en el
para entablar una relación abierta entre «tú» y «yo», se desata en él un «sexual» de la castidad— a ella es a la que hay que proteger y salvar de
proceso de maduración que libera su «yo» más íntimo de las ataduras cualquier clase de sobrecarga material o psicológica, de la progresiva
de su «super-yo» que hasta el momento lo tenían como alienado. En- destrucción de sí misma, es decir, de la organización de la familia, y
tonces, el «yo» del sacerdote se despoja de todos los mecanismos de finalmente de todas sus humillaciones por parte de la sexualidad mas-
562 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 563

culina. Un elemento típico de la infancia, como el sacrificio por una su parecer, sólo es una exigencia ministerial, más crece su sensación de
madre que se sacrifica a sí misma para hacerse benévolo a un padre que el fondo mismo de su ministerio se tambalea y pierde consistencia
(Dios) esencialmente masculino y despiadadamente cruel —tema fun- bajo sus pies. Mejor dicho, puesto que sólo el amor puede ser «el fon-
damental de la relación madre-hijo—, repercute más tarde en la psico- do» de la existencia y de la entrega, el sacerdote ve que se le va de las
logía del clérigo adulto como una especie de optimismo contra la des- manos esa escala que, en su opinión, era lo único que podía librarle del
esperación. abismo de su inseguridad ontológica.
Las relaciones que para cualquier persona «normal» serían algo Para el sacerdote, el amor empieza a ser algo serio cuando se atre-
que hay que evitar a toda costa, aunque sólo sea por el instinto innato ve de una vez a entregarse al otro absolutamente sin nada —sin oficio,
de conservación, constituyen para el amor de un clérigo el aliciente sin méritos, sin regalos, sin reparaciones—, sencillamente como es,
más eficaz. Sólo el tema de la «salvación de la doncella», tan común en con sus defectos y sus debilidades. Mientras siga pensando que todavía
la mayor parte de los cuentos de hadas, tiene la energía suficiente para tiene que merecer el amor del otro, conserva cierta aureola de libertad
reconstruir todas esas parcelas de la experiencia clerical en las que se que, en su denodado esfuerzo por estar cerca del otro, lo único que
ha arrasado sistemáticamente todo derecho a ser y a tener, a querer y a hace es impedir una auténtica cercanía. En todo eso, todavía hay cierta
actuar, a amar y a vivir por sí mismo. Sólo una mujer que, en su propia unilateralidad, que equivale a un secreto distanciamiento del verdade-
angustia, sepa dar prueba de tanta disponibilidad para el sacrificio y ro compromiso. Una mujer que se ha dejado seducir por los modales
entrega de sí misma como la que en un tiempo demostró su madre, y exageradamente galantes del sacerdote enamorado de ella puede lle-
que, al abrigo de un fanal protector como el sentido del deber, la com- varse una desagradable sorpresa, si se precipita en sus conjeturas de
pasión y la capacidad de desvelo, empiece a desarrollarse como mujer que la verdadera personalidad de un compañero tan obsequioso reside
e incluso como compañera de amor, será capaz de librar a un sacerdo- allí donde, en realidad, no han hecho más que comenzar los dolores de
te de todas las ataduras que lo tienen cautivo a la figura de su madre; parto del «super-yo», como señal precursora del nacimiento de su pro-
sólo de ese modo, y al mismo tiempo que, en virtud de su antigua pio «yo» personal.
responsabilidad, le impone el deber de liberarla a ella misma, podrá En muchos sacerdotes, sobre todo, después de los primeros con-
darle la oportunidad de madurar y de desarrollarse hasta llegar a ser tactos indiscutiblemente sexuales, se desata una tendencia a reaccio-
todo un hombre. nar casi con miedo precisamente ante la mujer a la que hace un mo-
mento prometían hasta la luna. Habrá pocas mujeres, sobre todo si se
2) La dialéctica de la responsabilidad delegada es otro problema han visto en la necesidad de buscar la ayuda de un sacerdote por sufri-
estructural que late en todo el entramado del amor de un clérigo. mientos personales, que estén dispuestas a entender y aceptar la des-
Por exigencias de su función, el sacerdote está habituado a acapa- medida escisión que se produce en la personalidad del clérigo entre
rar el mayor cúmulo posible de responsabilidad con respecto a otros, amabilidad y brusquedad, entre bondad y severidad, entre generosidad
mientras que a él mismo apenas se le ha enseñado a asumir la suya y repliegue egoísta, entre un «super-yo» rígidamente masculino y un
propia. Por otra parte, una relación amorosa verdaderamente auténti- «yo» de estructura casi femenina. Pero lo que menos pueden suponer
ca tiende a despojarle de su máscara funcional y dejarle literalmente esas mujeres es la tremenda angustia que son capaces de crear en un
«desnudo», es decir, sólo con lo que es y vale en realidad. Por eso, el compañero que lleva años cortejándolas, si se deciden, por fin, a entre-
amor, debido a su tendencia radical a personalizar e individualizar, gársele plenamente.
constituye una amenaza de primer orden para una vida que no tiene Dicho sea de paso, ¿cómo una Iglesia católica que se empeña en una
otro sentido que la «función», tanto la vida del funcionario como la de campaña insensata contra la aspiración —presuntamente egoísta— del
la institución que lo define. El amor da miedo, porque exige y, a la ser humano a alcanzar su «realización personal», objetivo común de toda
vez, hace posible que el otro salga de su máscara protectora y se atreva psicoterapia, habría sido capaz de enseñar a sus clérigos a darse cuenta
a ser él mismo con total responsabilidad. Ahí está la paradoja de que del egoísmo y egocentrismo atenazado por el miedo y totalmente so-
un clérigo, cuanto más se compromete en una relación amorosa que, a metido a una autoconservación neurótica que encierra su ideología de
564 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 565

entrega y sacrificio personal? Y unos clérigos amarrados a un celibato amor de esa mujer. En el crecimiento y maduración recíproca, a través
sancionado por la voluntad divina, ¿cómo podrían tener oportunidad del amor al otro, los dos pueden estar seguros de que han llegado a
de saber lo que realmente les pasa frente a una persona que no desearía encontrarse a sí mismos en ese ser que ellos llaman Dios.
más que ellos fueran dueños de su propia existencia? Aplicar a Dios el mito gnóstico de «el salvador salvado» sería, en
una perspectiva dogmática, la repetición de una vieja herejía426. Pero si
3) El camino de un clérigo hacia el amor tiene un tercer aspecto se aplica a la experiencia humana, el mito se convierte en uno de esos
que podríamos llamar la verdad del mito gnóstico de «el salvador sal- símbolos primigenios que ilustran de la manera más acertada los cami-
vado»413. El tema es uno de los elementos estructurales más caracterís- nos tan tortuosos por los que el hombre llega al descubrimiento de sí
ticos de las «novelas de curas». mismo.
La objeción más frecuente contra la interpretación psicoanalítica Por eso, precisamente, los caminos del amor por los que un clérigo
de la doctrina cristiana de la redención consiste en el reproche de que encuentra la plenitud de sentido de su vida resultan una provocación
con esos métodos se cae una vez más en la concepción puramente para una Iglesia que, en nombre de Dios, hace lo posible y lo imposible
humana de la liberación de sí mismo424. Pero, en realidad, una de las para obstaculizar todos sus accesos. Si para encontrarse a sí mismo y
cosas que la experiencia psicoanalítica deja bien clara es que no hay tal romper las ataduras que tienen encadenado el «yo» en el infierno del
«liberación de sí mismo»; desde luego que no, mientras el diagnóstico «super-yo» es necesario relativizar la concepción de ministerio sacerdotal
de la necesidad que tiene el hombre de ser liberado se denomine «an- y de los votos religiosos, ¿no habrán de saltar hechas añicos todas esas
gustia»425. Ahora bien, esa sensación de angustia, es decir, de miedo ideas de fidelidad y elección, vocación y gracia de estado, libertad y
óntico a la existencia, no se puede suprimir a base de dogmas incon- salvación? De hecho, ya lo están.
trovertibles o de sentimientos teñidos de obligación, con los que se
pretende disimular la inseguridad ontológica del ser humano. El mie- e) Fidelidad e infidelidad: culto a la muerte y bondad del ser
do ante la evidencia de poseer un «yo» personal y de tener que vivir
una vida propia sólo se puede superar por el encuentro de otra persona
Hasta aquí hemos hablado exclusivamente de los clérigos masculinos
que con su actitud de cercana benevolencia transmita una sensación de
que se enamoran de una mujer. Ese amor es, precisamente, lo que les
seguridad y la convicción de que la vida es algo que vale verdadera-
da la fuerza necesaria para liberarse de una identificación de su perso-
mente la pena. Pero sólo es posible desembarazarse de los propios mie-
na con la función que desempeñan. Pues bien, si pasamos ahora al otro
dos frente a esa otra persona, si se da con decisión el paso de confiarse
lado, al mundo clerical femenino, podemos decir que los problemas
al otro sin la más mínima reserva.
que tiene que afrontar una religiosa que se enamora de un hombre son
La vida de la mayoría de los clérigos que jamás han abierto las fundamentalmente idénticos. Sólo que, en consonancia con una divi-
puertas de su corazón —porque no debían hacerlo— a las exigencias sión de funciones de tipo patriarcal como la que rige en la Iglesia
de un amor comprometido y que compromete es el más claro testimo- católica, en las religiosas no domina la pretensión, incuestionablemente
nio, aunque involuntario, de que, bajo el pretexto de una fe automáti- masculina, de acciones heroicas como las que describen las leyendas
ca en el valor salvífico del sacrificio que Jesús ofreció en la cruz, se de san Jorge o de san Martín, sino que su característica esencial es una
puede —y hasta se debe— hacer todo lo posible, en virtud del propio actitud de servicio, como forma de relación con otras personas.
ministerio, para hacer partícipes a los otros de esa liberación, aunque El fondo de la inseguridad ontológica femenina está bajo el domi-
psíquicamente no se haya experimentado nunca en la propia vida per- nio absoluto de un sentimiento fundamental que consiste en la persua-
sonal ni un ápice de esa misma redención. La experiencia de ese sacer- sión de que el único acercamiento posible a otra persona es la presta-
dote —que presentamos a modo de ilustración— consiste en que, an- ción de un servicio. Por eso, en toda religiosa, la base esencial de unas
tes que nada, debe ser liberado de su complejo de salvador, para poder relaciones más intensas reside en la disposición al trabajo. Basten unos
ser literalmente salvado él mismo. Él, que tanto se había empeñado en ejemplos: una religiosa enfermera que se enamora de un paciente dia-
restituir a la mujer su vida propia, sólo se encontrará a sí mismo en el bético y decide dedicarse a él el resto de su vida con sus conocimientos
566 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 567

especializados; una fisioterapeuta encargada de un balneario que co- La primera medida será intentar separar a los amantes. Hace años,
noce a un señor mayor lleno de encanto y se enamora de él por su el procedimiento era bastante simple. Bastaba que el superior recorda-
extraordinaria amabilidad; una jefe de quirófano que descubre lo bien ra con severidad a ese clérigo díscolo el compromiso tan serio que
que le sienta a un joven quirurgo un rato de conversación distendida había contraído al ordenarse, para hacerle comprender lo intolerable
por la tarde, después de todo un día de actividad agotadora. Para una de su situación, y para que el penitente aceptara «de buena gana», a
religiosa, el terreno más propicio para el nacimiento del amor es, sin modo de castigo, un traslado al otro extremo de la diócesis. Hoy, en
duda, la sensación de ser útil, saber que se la aprecia y se la quiere por cambio, la protección «pastoral» que la Iglesia ejerce sobre sus clérigos
su disposición a prestar cualquier servicio profesional. Pero las dificul- se plantea unas exigencias más elevadas, aunque el resultado es prácti-
tades psíquicas que le depara el camino del amor son fundamental- camente igual. Se puede afinar el sistema, y parece que incluso gente
mente las mismas que encuentra el clérigo masculino: la lucha contra que lleva muchos años de enseñanza y de práctica de psicología pastoral
el complejo de culpabilidad, el miedo a la sexualidad, la angustia fren- está dispuesta a colaborar, pero antes que poner en tela de juicio la
te a un posible castigo por una relación demasiado estrecha, la renun- reglamentación de la Iglesia, se prefiere cuestionar al pobre clérigo y
cia a cualquier pretensión de utilidad, etc. Sólo que la religiosa, dada no se duda ni un momento en dejarlo solo, aislado y abandonado a su
su más estricta vinculación a la comunidad, tiene mayores trabas ex- búsqueda y a su propia inseguridad.
ternas para abrirse un nuevo camino que las que, de ordinario, en- Hace algún tiempo, un estudiante de teología que preparaba su
cuentra un sacerdote secular corriente, que sólo tendrá que vérselas tesis doctoral se vio enredado en unos amores ilícitos, y acudió a un
con la posible crítica por parte de sus parroquianos o de su inmediato eminente formador de sacerdotes en busca de consejo y de una opinión
superior eclesiástico, que, por lo común, está relativamente lejos. autorizada. El párroco de su pueblo, un hombre rechoncho y más bien
En principio, las reacciones de la Iglesia católica contra todos los poco instruido, le había dado una explicación muy clara: <ino sabía él
que pretenden abandonar el estado clerical a causa del celibato, ya de sobra lo que le podía suceder si, como Abelardo, aquel monje me-
sean miembros de una orden religiosa o bien de una diócesis, son exac- dieval tan culto, se dedicaba a meter la mano en el justillo de su Eloísa,
tamente iguales. En ambos casos obedecen a un marcado cinismo que en vez de hincar los codos sobre los libros427? ¡Vaya si lo sabía él!
desprecia la dignidad del interesado. Esa actitud desmiente por sí sola Cuatro hombres se habían apoderado del pobre Abelardo, mientras
de una manera lacerante toda esa palabrería ideológica sobre la liber- dormía, y con un cuchillo le habían cortado todo deseo contra la cas-
tad y la gracia de los «consejos evangélicos», y desenmascara la verda- tidad. Pero eso fue hace ya novecientos años. Hoy día, el cuchillo de
dera postura de la Iglesia, hasta el punto de que incluso los que la castidad no corta la carne, sino que traspasa el alma. Pues bien, el
aman sinceramente no pueden menos de sentirse horrorizados. formador de seminario al que hemos aludido antes se apresuró a escri-
El drama comienza cuando los amores de un clérigo trascienden a bir a nuestro teólogo una breve carta, aconsejándole que, para aclarar
la gente y llegan a oídos del superior eclesiástico. Los motivos por los sus ideas, lo mejor sería que se retirase durante unos meses o, preferi-
que se llega a denunciar la inclinación de un sacerdote por una mujer o blemente un año, a un monasterio, para hacer con calma un retiro
de una religiosa por un hombre importan muy poco; pueden ser los espiritual. Estaba bien claro lo que se pretendía con aquel consejo. Un
celos de una fémina a la que le gustaría ser ella la favorita de un párro- clérigo aún no suficientemente quemado por las llamas del amor po-
co tan encantador, la envidia de una compañera devota que, ya de dría experimentar, con el tiempo y con los aires sublimes de su retiro
pequeña, miraba con resentimiento cómo una hermana suya se colga- monástico, un enfriamiento que calmase su ardorosa concupiscencia.
ba del cuello de un chico de dieciocho años, o el despecho de una ¡Estar separado todo un año, y precisamente cuando el amor, ape-
neurótica, desequilibrada por un matrimonio que se ha ido a pique. nas despuntado, es más tierno y más vulnerable...! Sólo el que ha co-
Pero, ¿qué importan los motivos, si de lo que se trata es de proteger el nocido el amor puede entender la crueldad de ese «consejo». ¡Algo
buen nombre de la Iglesia y de evitar un escándalo? Ahora le toca verdaderamente diabólico! Y es que un sacerdote o una religiosa re-
intervenir al que, por oficio, tiene la responsabilidad de actuar con cién enamorados, como cualquiera otra pareja, no viven como las no-
prudencia y solicitud, y aplicar las normas y procedimientos previstos vias o las mujeres de los marineros, para las que la ausencia de sus
por la Iglesia y acreditados durante tantos siglos.
568 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 569

novios o maridos es la cosa más normal y el pan nuestro de cada día. demasiado alto. Por consiguiente, la consecuencia lógica es que hay
Para un enamorado, la separación rompe el amor. ¡Y eso es precisa- que tomar medidas más drásticas y poner todos los medios posibles
mente lo que se pretende! Todavía hoy se pueden encontrar superiores para hacer aún más difícil la secularización de los sacerdotes.
de órdenes religiosas que, en virtud de su obligación de velar por la Ahora bien, si se considera este problema desde el punto de vista
pureza de un subdito en peligro, llegan a cortarle toda clase de comu- estrictamente dogmático, la reducción de un clérigo al estado laical es
nicación con el exterior, incluso el correo y el teléfono. Y sin embargo, absolutamente imposible, porque ya en el concilio de Trento se decla-
se podría decir, después de todo, que ésas son las normas —y por ró expresamente, contra las teorías de la Reforma, que el sacramento
cierto, bien claras— y que cada cual sabe dónde se ha metido. Pero, de la ordenación «imprime carácter», es decir, confiere una especie de
evidentemente, es lógico que la educación pastoral de una Iglesia mo- marca indeleble de la gracia, que nunca se le podrá quitar al sacerdote
derna y desarrollada, como la de finales del siglo xx, haya superado ya por toda la eternidad429. Pero —¡jugadas de la vida!— esos mismos
esos métodos constrictivos. clérigos que declaran que el matrimonio, aunque no «imprime carác-
El caso es que, cuando el doctorando en cuestión, al ver el torrente ter», es por su misma naturaleza indisoluble, hacen toda una filigrana
de lágrimas y la desesperación de su amiga, y consciente de lo que de distinciones cuando se trata de los suyos, y llegan a idear un proce-
podía pasar, se mostró contrario al retiro en un monasterio, el conse- dimiento —desde luego, no sacramental, sino sólo de «derecho ecle-
jero le echó un auténtico discurso apremiándole a que considerase bien siástico»— por el que un clérigo que resulta incómodo puede ser dis-
que iba a tomar la decisión más seria de su vida. ¡Procedimiento absur- pensado de su condición clerical y reducido a simple «seglar».
do! Porque la primera regla de una buena psicoterapia consiste en pro- Se puede decir todo lo que se quiera sobre el pontificado del papa
curar no forzar las cosas ni tomar decisiones trascendentales en fase de Pablo VI, pero lo que no se puede poner en duda —cosa que le hon-
crisis o cuando la situación no está madura. Por suerte, el joven descu- ra— es que, a pesar de todos sus escrúpulos en cuestiones de morali-
brió a tiempo el juego. Entonces, escribió una declaración, tan emotiva dad sexual, a ejemplo de su venerado modelo Pío XII, jamás le faltó
como enérgica, en la que afirmaba que nunca se le había dejado desa- honestidad en su actitud hacia los clérigos. Hasta bien entrados los
rrollarse libremente y que era justo que se le considerase un inmaduro, años setenta, todo el que creía sinceramente que no podía vivir célibe
pero que, si alguna vez había tenido una oportunidad de madurar y sin grave peligro espiritual podía ser secularizado, no sin formalida-
desarrollarse como persona, era precisamente ahora, al lado de su amiga. des, claro, pero desde luego sin complicaciones, y prescindiendo de
Y después de ese taconazo, saltó la última valla y, por el mismo correo, cualquier consideración de tipo dogmático. Pero bien pronto Roma se
notificó oficialmente al obispo su decisión de contraer matrimonio. vio desbordada por una marea de solicitudes; de modo que el nuevo
Pero, ¿qué sucede si los cuchillos de castidad se embotan y ya no papa Juan Pablo II, desde el mismo día de su elección, decidió poner
cortan? Que se convierten en podaderas que no hacen más estropear el coto a ese flujo de peticiones, y congeló drásticamente todas las de-
amor y a los amantes. mandas de secularización.
Empecemos por la reducción al estado laical. Como en cuestiones No hay que pasar por alto el hecho de que la práctica de procedi-
tan delicadas la Iglesia católica guarda el más estricto secreto, nadie miento de la Iglesia católica en materia de secularización, aun inter-
sabe con exactitud, fuera de la curia romana, cuántos sacerdotes aban- pretada con la mayor benevolencia, contiene una serie de presupuestos
donan el ministerio cada año. Según datos meramente estimativos, se ideológicos inaceptables y hasta inhumanos. En el mejor de los casos,
piensa que, sobre un total de unos cuatrocientos cincuenta mil sacer- sólo se pueden explicar por la actitud de la Iglesia que, en su preten-
dotes católicos en todo el mundo, se puede cifrar entre ochenta y no- sión de claridad objetiva, no se preocupa de cómo le va al sujeto en el
venta mil el número de sacerdotes que, durante los últimos treinta desempeño de su función, sino de cómo lograr que la desempeñe co-
años, han abandonado el sacerdocio y se han casado428. Aunque no rrectamente. En la figura del sacerdote, lo que le importa realmente a
falte algún prelado en Roma que se consuele con la idea de que hasta a la Iglesia no es la persona de carne y hueso, sino el figurín de santo, el
un conocedor tan experto del ser humano como Jesús de Nazaret, en venerable icono, que bien puede estar por dentro totalmente podrido,
la elección de sus apóstoles, de doce le falló uno, el porcentaje parece con tal que el fino pan de oro que lo recubre pueda ocultar los desper-
570 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 571

fectos a los ojos de un observador medianamente crítico. En particu- trimonio— comete «objetivamente» un pecado mortal, aunque «subjeti-
lar, el tema de la secularización de los clérigos plantea a la Iglesia vamente» no llegue a serlo en el único caso de que no haya tenido
católica un problema que pone de manifiesto lo singular de su postura plena libertad para embarcarse en tal aventura.
en materia de moral sexual. El flujo de estas reflexiones nos lleva a entender que el verdadero
La pregunta realmente decisiva sobre la posibilidad o imposibili- problema planteado por la secularización es el de la incapacidad de la
dad de la secularización de un clérigo es la siguiente: ¿hasta qué punto Iglesia católica para reconocer que las formas de desarrollo humano y
ese candidato era plenamente libre en el momento de su ordenación o de maduración personal son mucho más variadas y ricas que unos es-
al emitir sus votos religiosos? Si lo hizo en plena libertad, la Iglesia quemas tan rígidos y estrechos como los de sus postulados objetivistas.
entiende que el compromiso es absolutamente firme y, por tanto, obli- Estando a lo que dice la Iglesia, jamás podríamos comprender lo que,
gatorio a los ojos de Dios, de modo que ninguna autoridad del mundo en realidad, es la experiencia de tantos clérigos que cuelgan la sotana.
puede revocarlo. Sólo si el candidato no era perfectamente libre en ese Es decir, por el mero hecho de haber pasado por la escuela del amor y
momento, puede la Iglesia dictaminar jurídicamente que la ordenación las manos de una mujer, no son menos sacerdotes que antes, sino al
sacerdotal no llegó a producirse, es decir, fue inválida, por falta de la contrario, lo son mucho más, simplemente porque son más libres, más
libertad requerida para recibir el sacramento. La postura es estructu- abiertos, más bondadosos, más comprensivos, en una palabra, más
ralmente idéntica a la que está en vigor con respecto tanto al divorcio humanos que lo que habían tenido que ser por fuerza toda su vida an-
como a la anulación del matrimonio canónico. Tampoco aquí puede terior. Si hay una situación en la que es plenamente válida la doctrina
«separar el hombre lo que Dios ha unido»; lo más que se puede hacer católica, según la cual «la gracia de Dios presupone la naturaleza del
es testificar que Dios no ha unido nada, por falta de las condiciones hombre», ésta es, sin duda, donde mejor se pueden ver sus consecuen-
necesarias por parte del hombre. cias prácticas. La Iglesia debería alegrarse de que algunos de sus sacer-
La Iglesia católica no quiere reconocer que esa postura lo único dotes hayan encontrado en su condición sacerdotal una forma de hu-
que hace es desgarrar violentamente la vida, al proyectar sobre la bio- manismo más conforme a la naturaleza, que les hace hablar de Dios con
grafía de un hombre totalmente indefenso una mentalidad que no dis- más credibilidad personal, con más eficacia pastoral y más sentido re-
tingue entre consciente e inconsciente, y un concepto de libertad pura- ligioso. La Iglesia debería aprender de todos los que lo han aprendido
mente abstracto. En lugar de reconocer diversos estadios de maduración, en la escuela del amor que no hay dos reinos, uno terrestre y otro ce-
se contenta con separar —como en el caso de la masturbación y de la leste, sino uno solo, el reino del espíritu, donde todo es sueño de una
homosexualidad— lo libre de lo compulsivo, cargando sobre una dis- poesía beatífica en la que se funde la misericordia con la bondad. La
tinción tan artificiosa toda la seriedad de un destino irrevocable al Iglesia debería entender que el calor de la existencia humana no tiene
cielo o al infierno. Ante el fracaso de un matrimonio, a la Iglesia ni se otro termómetro que el grado de nuestra propia capacidad —espiritual,
le ocurre pensar que esas dos personas, hace veinte años, intentaron más que material— para saciar al hambriento, liberar al cautivo, vestir
vivir lo mejor posible un amor verdaderamente sincero, sin saber las al desnudo (Mt 25,35-36). Precisamente los sacerdotes casados son los
dificultades de las que iba a estar erizado su camino común, y que que mejor podrían ofrecer a la Iglesia una forma de vida en la que se
puede ser que no sea culpa suya, sino el hecho puro y simple de un superen definitivamente diferencias tan nefastas como las que aún exis-
trágico fracaso, lo que ahora cierra todas las esperanzas de una felici- ten entre hombre y mujer, cuerpo y alma, sensualidad y sensibilidad,
dad compartida. Y ante la secularización de un clérigo, tampoco se le realidad y promesa, naturaleza y gracia, religiosidad y experiencia. Y
ocurre pensar que esa persona, a sus veintisiete años, decidió dedicar sobre todo, los sacerdotes casados podrían abrir con su ejemplo un
su vida al servicio de Dios con su mejor voluntad y todas sus posibili- camino que lleva de la angustia humana a la fe, un modo de ser que
dades, sin sospechar que esa forma que había elegido le iba a resultar considera al individuo más importante que los principios meramente
siempre más agobiante, hasta llegar prácticamente a asfixiar su exis- teóricos, una ilusión audaz que prefiere quebrantar ciertas leyes —por
tencia. Lo que la Iglesia está obligada a decir es que todo el que aban- santas que sean— antes que destrozar el corazón de un ser humano.
dona el ministerio eclesiástico —o, respectivamente, el estado de ma- Pero ¡eso no! La Iglesia depende de sus leyes, y parece que no está
572 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 573

dispuesta a confesar jamás que la forma del sacerdocio celibatario, si A una Iglesia que, en lugar de reconocer a una persona su derecho
no teóricamente, al menos en la realidad de una determinada existen- al libre desarrollo, no hace más que exigirle un cúmulo de juramentos,
cia humana, puede indicar algo limitado, meramente transitorio, psi- resulta que, al final, para parecer benévola a los ojos de sus subditos,
cológica y espiritualmente individual, que el posterior desarrollo de la no le queda otra solución que otorgar la gracia de la falta de libertad.
persona obligará a revisar, a ampliar e incluso, en cierto sentido, a Sólo que esa «benevolencia», igual que la de los procedimientos de la
superar. Y eso, no porque la persona en cuestión haya sido un mal «santa Inquisición», exige la autoinmolación moral del individuo. Esa
sacerdote, un enfermo, un esclavo, o un psicópata, sino al revés, por- Iglesia no podrá ser humana más que cuando ya no queden hombres.
que todo lo que hacía ya entonces estaba dictado por un humanismo y ¿Qué Iglesia es ésa que, cuando sus hombres más escogidos empiezan
una benevolencia que le llevó como espontáneamente a los brazos de a ser víctimas del amor, tiene que declararlos temporalmente pertur-
una mujer. Ahora bien, eso es precisamente lo que la Iglesia católica, bados, para poder reconciliarlos con el sistema?
en su constitución actual, no quiere ni puede admitir. En las filas de la Pero aun prescindiendo de esa exigencia de capitulación psiquiá-
Iglesia, ser clérigo tiene que considerarse como algo absoluto, subli- trica ante el tribunal del caso de secularización, no deja de ser un ver-
me, simplemente definitivo y, por tanto, «eterno»; y eso, sin excepción dadero escándalo la infinidad de trámites y el transcurso de tiempo
y por principio, en la idea y en la realidad, en general y en particular. que se exige para gestionar la solicitud. Visto desde fuera, se podría
La Iglesia niega que con esa postura tan radical esté violentando la achacar a la lógica lentitud de la administración. Pero no, la dificultad
realidad y haciendo el juego a un idealismo vacío y totalmente abstrac- no proviene del procedimiento, sino de la estrechez de miras de la
to; la Iglesia niega que con su exagerada exaltación de lo clerical esté burocracia romana que, a veces, hasta se ensaña para «regular» los
despojando al alma humana de todas sus capacidades, menos de un asuntos del corazón con todos los medios del poder; de modo que
ansia de poder que llega a extremos verdaderamente patológicos. No algunos clérigos han tenido que esperar hasta diez años para saber si su
hay desarrollo psíquico posible que pueda sobrepasar el de ser clérigo; solicitud de secularización había sido aprobada en Roma. La cosa es
como no lo hay más allá de una determinada forma de matrimonio. Lo clara; se intenta deliberadamente una tortura moral, para intimidar a
«definitivo» es el fin de todo; al menos, el fin de todo desarrollo fecun- la víctima. ¿Se puede decir que es «santa» y «sagrada» la condición de
do. La cosa está bien clara; una concepción como ésa no hace más que unas personas —«llamadas libremente por la gracia de Dios»— que,
elevar al grado de lo absoluto, junto a la voluntad de poder, una volun- para mantener su propia subsistencia, tienen que recurrir a torturas
tad de perfección consumada y de infalible exactitud. tan inhumanas?
Pero todo eso lo único que hace es provocar un espectáculo grotes-
De hecho, basta prestar un poco de atención para ver que la prác-
co. Si la Iglesia católica, según su concepción de siempre, propone la
tica del Vaticano, que ordena y manda a capricho y según sus intere-
vida clerical como el estado absoluta y definitivamente válido, no le
ses, pone deliberadamente al solicitante frente a un dilema que, en la
queda más remedio que someter a tratamiento psiquiátrico la lucha y
lógica de los principios católicos, no sólo no tiene solución, sino que
la continua búsqueda de perfección en la que está empeñada tanta
obliga al candidato a someterse a los términos de una alternativa sen-
gente que reconoce sus limitaciones y no cree haber llegado ya a la
cillamente insultante para las exigencias del más simple humanismo.
meta definitiva. Esa Iglesia, que no muestra el más mínimo interés por
Imaginemos, por ejemplo, que un sacerdote de treinta y dos años se
la psicodinámica del inconsciente y que se resiste a adquirir el menor
enamora de una chica de veintinueve. Los dos están dispuestos a ser
conocimiento en este campo, valora extraordinariamente un dictamen
fieles a su amor, pase lo que pase. Decisiones así suponen, por lo gene-
psiquiátrico cuando tiene que proceder a la secularización de uno de
ral, todo un torbellino de crisis internas, de incertidumbres y de tras-
sus clérigos. Aunque, si hace eso, es únicamente para distanciarse de
tornos, como los que hemos descrito anteriormente, pero con la pers-
las verdaderas cuestiones que se plantean en psiquiatría y en psico-
pectiva de que ahora, por fin, todo parece dispuesto para iniciar un
terapia, mejor dicho, para empeñarse en tener razón contra las perso-
camino de felicidad. Después de madura reflexión, ambos optan por
nas. La Iglesia prefiere mil veces elevar sus estatutos y determinacio-
lo que, desde el punto de vista humano, parece lo más honesto. Sin
nes a la categoría de normas jurídicas, que abrirse a posibles experiencias
esperar a denuncias insidiosas, deciden ellos mismos comunicar abier-
y a nuevos campos de desarrollo.
574 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 575

tamente al obispo su intención de consagrar su amor en un estado que, hombres que han creído la doctrina que ella misma les ha enseñado,
según la doctrina de la Iglesia, es indisoluble, porque es Dios el que lo según la cual la Iglesia de Roma es la depositaría infalible de la verdad
ratifica. de Dios, el eje secreto de la historia, la norma suprema y definitiva
Su deseo, perfectamente comprensible, sería poder casarse cuanto para todos los tiempos y para toda la eternidad; hombres cuyas con-
antes. Pero esa actitud humanamente tan «comprensible» y tan «natu- vicciones religiosas no les han permitido jamás ni la menor duda sobre
ral» es lo que la Iglesia católica se siente obligada a «desnaturalizar» y todas esas ideas, por absurdas e intolerantes que puedan parecer a los
transformar en algo monstruoso y punible, precisamente en nombre ojos de un observador externo. Y, ahora, es precisamente esa misma Igle-
de lo sobrenatural. Un sacerdote que contrae matrimonio sin estar sia la que les obliga a quemar todas sus convicciones; es esa misma
oficialmente secularizado, quebranta el derecho canónico de la Iglesia Iglesia la que con su brutal alternativa entre ser creyente o ser hombre
romana que, en el canon 277, §§ 1 y 2, declara solemnemente: pone de manifiesto el abismo de desequilibrio y de intransigencia mo-
ral que se esconde en su sistema de dogmas y de jerarquías.
Los clérigos deben guardar perfecta y perpetua continencia por el Es lógico que algún lector de esta obra, sobre todo si ha leído con
reino de los cielos; por tanto, están obligados al celibato, don espe-
cierto detenimiento las reflexiones presentadas en la primera parte
cial de Dios por el que los sagrados ministros pueden unirse más
fácilmente a Cristo con un corazón no dividido, y dedicarse con sobre la mentalidad funcional del clérigo, se haya preguntado —y no
más libertad al servicio de Dios y de los hombres. sin cierta inquietud— si una alternativa tan rigurosa entre persona e
Los clérigos deberán comportarse con la requerida prudencia en institución, entre «yo» y «super-yo», entre Dios y hombre, es tan
su relación con personas que pudieran poner en peligro su obliga- claramente aplicable a la Iglesia católica, sobre todo, de manera tan
ción de continencia, con el consiguiente escándalo entre los fieles430. drástica. O bien, puede ser que piense que, en hombres verdadera-
mente religiosos, contrastes de esa naturaleza son perfectamente
Y según declaración expresa del canon 915, un sacerdote que no se imaginables, por no decir absolutamente aceptables. Pues bien, aquí
ajusta a esas prescripciones queda ipso fado excluido de la comunión está la prueba de nuestras reflexiones: Un sistema que —¡durante
sacramental de los fieles431, porque, según el criterio de la Iglesia, vive siglos y siglos!— no ha dejado de forzar a sus seguidores a escoger
en una «unión irregular» sobre la que reposa no la bendición de Dios, entre Dios y el amor a una persona, ¿qué otra cosa puede ser, sino un
sino la maldición de la Iglesia. En esas circunstancias, si dicho sacer- sistema formalmente inhumano y antidivino, primero, porque le fal-
dote quisiera reconciliarse con la Iglesia, tendría que confesarse de ta el amor, y segundo, porque está anclado en estructuras meramente
todos sus «pecados mortales» y evitar, desde ese mismo momento y externas de poder y de burocracia? No son, desde luego, esos sacer-
por tiempo indeterminado, la ocasión de «pecado mortal» en la perso- dotes que, desoyendo el imperativo interno del «super-yo», fueron
na de su mujer, ¡perdón!, de su amiga. Si quiere seguir viviendo como suficientemente desleales y arriesgados como para «perderse» un día
sacerdote, deberá aniquilarse como persona, con todos sus sentimien- por una mujer los que tienen necesidad de confesarse ante la Iglesia;
tos y afectos; dicho en términos psicoanalíticos, deberá mostrar que, es esa misma Iglesia, ella precisamente, la que tiene que acusarse y
bajo la dictadura del «super-yo», nunca ha vivido realmente de una confesarse ante los hombres —y, por consiguiente, ante Dios— de su
manera tan autónoma como para ser capaz de tomar decisiones verda- refinada e inhumana crueldad moral.
deramente personales. Pero el caso es que precisamente esa dependen- ¿Palabras demasiado fuertes? ¿Juicio demasiado severo? Es pronto
cia y falta de iniciativa del «yo» es lo que la Iglesia católica, en su para juzgarlo, porque «sólo» estamos en los preliminares de las tortu-
política de intimidación, considera como motivo suficiente y sólido ras que la Iglesia católica es capaz de urdir, fomentando cualquier cla-
para hacerse clérigo. se de sentimientos de culpabilidad, para arrancar del corazón de sus
Si nos fijamos bien, todas esas torturas de conciencia no se impo- clérigos el peligro del amor. Otra de sus armas es la proscripción so-
nen a gente que, en cierto sentido, vive bastante al margen de la disci- cial. Por lo general, los «seglares» católicos de hoy se suelen mantener
plina eclesiástica, sino a hombres que han asimilado el sistema y que, al margen de los problemas relativos al celibato de los clérigos. ¡Eso es
desde pequeños, han considerado a la Iglesia como su patria espiritual; su problema! Pero esa indiferencia pragmática de los «seglares» ante la
576 El diagnóstico Limitacíones de los estadios específicos 577

cuestión del celibato eclesiástico posee una cierta ambigüedad. Por pañeros, o la descarada malignidad de tantos «ya-lo-sabía-yo», para
una parte, es una señal bien clara del distanciamiento creciente que se desatar una sacudida interna que incluso puede incidir peligrosamente
da en esos sectores con respecto a la Iglesia oficial de la jerarquía; sobre la recién emprendida relación amorosa. Hay sacerdotes casados
pero, por otra parte, denota una dependencia latente de la autoridad y que, incluso después de muchos años, no se atreven a poner los pies en
una disposición interna a obedecer sin más. Y eso, sin tener en cuenta su antigua parroquia, o ni siquiera a visitar la ciudad en la que reside
la naturalidad con que se acepta la distinción entre «clérigos» y «segla- su obispo. Contra toda razón humana, pero en conformidad con las
res». Pero, sobre todo, ese pueblo católico que ve con indiferencia o normas de la Iglesia, no dejan de sentirse como apestados. Hasta para
con absoluta impasibilidad los amores secretos o semipúblicos de sus sí mismos son los descastados de la comunidad católica.
clérigos, puede lanzarse con el instinto asesino de una jauría contra un Sin embargo, ni eso es suficiente. El furor punitivo de la Iglesia
pobre desgraciado sobre el que la Iglesia, por razones puramente polí- exige más y más. Y aquí es donde la propia Iglesia deja caer el último
ticas, ha abierto la veda. velo de un fanatismo institucional que desprecia al ser humano hasta
Por eso precisamente, la demora en la resolución del caso suele ser lo indecible. Supongamos, una vez más, que ese sacerdote de treinta y
tan despiadadamente cruel. Si, por ejemplo, ese sacerdote de treinta y dos años, a pesar de todos sus escrúpulos de conciencia y de la amena-
dos años llegara un domingo a misa y comunicara a los fieles que ha- za de proscripción social, es suficientemente hombre como para no
bía decidido casarse, y por la tarde todo el mundo le viera salir con sus amilanarse ante las circunstancias. En ese caso, al aparato de poder de
maletas, lo más probable es que el drama se resolviera en veinticuatro la Iglesia le queda todavía un as en la manga, y lo juega con toda des-
horas. Pero mientras dura en la gente la impresión —que es lo que, en fachatez: la dependencia en el aspecto económico.
realidad, pretende la Iglesia— de que la heterosexualidad del párroco Se podría expresar así. La misma Iglesia que impone a sus propios
es «reversible», el deber de todo buen católico es hacer entrar en razón clérigos la obligación de una vida de pobreza como «consejo evangéli-
al descarriado. Desde luego, los ataques se dirigirán contra la parte pre- co» amenaza ahora con esa misma pobreza como un dispositivo suple-
suntamente más débil, es decir, contra la mujer. Se la acusará de haber mentario de control. Al hablar antes de la mentalidad funcional que
seducido al sacerdote con todas sus malas artes y su total falta de ver- preside la vida del clérigo católico insistíamos en el hecho de que la
güenza; y nadie dará la menor importancia al hecho de que, si no se inmensa mayoría de los sacerdotes y de los religiosos encuentran en su
defiende contando, por ejemplo, cómo se conocieron, es por discreción vinculación a la madre Iglesia una salida a sus problemas de angustia
y para no herir al sacerdote. Y si no da señales de «arrepentimiento», existencial. Ahora vemos cómo ese círculo se estrecha más y más, has-
no faltará quien empiece a insultarla llamándole «querindanga», «puta ta cerrarse totalmente. Para asegurarse la «fidelidad» de sus subditos
de cura», «zorra de sacristía», y otras expresiones más soeces. En cuan- más serviciales, lo que procura la Iglesia es infundir el mayor miedo
to a ella, no debe aparecer por la iglesia en la que ese sacerdote celebra posible tanto en el plano psicológico como en el aspecto material. Su
la misa; y si se presenta, él estará obligado a negarle la comunión. Y si intención, disfrazada de consideraciones de teología moral, es obligar
todo eso no sirve para nada, y los dos persisten en llevar adelante su al díscolo a que vuelva a sus brazos misericordiosos; y para ello no
relación amorosa, de modo que el párroco tenga que abandonar por la duda en estrechar aún más el cerco, añadiendo a todas las demás medi-
vía rápida el ejercicio del ministerio, eso no detendrá la persecución. Es das coercitivas el panorama de la proscripción social. Y si ni siquiera
muy frecuente que los sacerdotes casados se quejen de haberse sentido esa amenaza funciona, no importa; hay que ponerla en práctica de
bruscamente aislados, y evitados hasta por los que se consideraban sus todos modos, para escarmiento de los demás y no crear así desagrada-
mejores amigos. Incluso hay quien cree haber notado muestras de ma- bles precedentes. ¡Ante todo, fidelidad!
ligna satisfacción en las reacciones de sus hasta entonces compañeros.
No hay nada que excite más la vanagloria en la propia fuerza de carác- Intimidados por esos procedimientos, muchos sacerdotes que no
ter que contemplar la «debilidad» del otro. sólo se sienten preocupados por su existencia social, sino que saben
que hay gente entre los fieles que necesita y aprecia sinceramente su
Pero lo peor es que al sistema objetivo de punición social se unen
dedicación al ministerio, prefieren mantener en secreto sus amores. En
las angustias del «super-yo». Basta la silenciosa ruptura de contacto
teoría, el derecho canónico prescribe en su canon 1395, § 1:
con los amigos, las muestras de decepción por parte de antiguos com-
578 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 579

Un clérigo que vive en concubinato [...] y el que, con escándalo táneas. La mujer tendrá que renunciar a tener un niño; es decir, o
público, persiste en cualquiera otra situación externa de pecado vivirá en un continuo sobresalto por temor a quedarse embarazada, lo
grave contra el sexto mandamiento del Decálogo serán castigados que sería una catástrofe, o tendrá que emplear anticonceptivos, contra
con suspensión, a la que pueden seguir gradualmente otras penas,
la prohibición expresa de la Iglesia católica. Pero lo peor es si, a pesar
incluso la reducción al estado laical, si el interesado, a pesar de
todas las advertencias, persiste en su delito432. de todo, pasa «algo». Pocos sacerdotes que viven un amor secreto ten-
drán valor para abandonar su confortable casa parroquial, su oficio de
Decíamos «en teoría», porque es de sobra sabido que las cláusulas responsables de una comunidad floreciente, y todo lo que han logrado
punitivas de una ley deben interpretarse en el sentido más estricto de hasta ahora, para tener que desterrarse. Por supuesto, no hay estadísti-
su formulación. Por eso habrá que saber leer con ojos romanos el texto cas sobre la frecuencia de abortos en uniones de esa clase. Pero si se
de esa ley. Concretamente, la fórmula «el que, con escándalo público, tienen en cuenta otros factores, como el hecho de que la mayoría de
persiste...» quiere decir que, si no hay «escándalo», no tiene por qué esos sacerdotes son absolutamente inexpertos en sus primeros contac-
haber castigo. Eso es exactamente lo que dice Úrsula Goldmann-Posch tos con mujeres, si a esto se suma la dependencia de la mujer que no
cuando escribe: quiere provocar la ruina de su amante, y si a todo ello se añade la
intolerable presión que ejercen las sanciones eclesiásticas y las caracte-
rísticas del «yo» clerical, que, por fuerte que sea, no hace al clérigo
Si un sacerdote y una mujer viven en una «unión irregular», el hecho
puede ser moralmente rechazable, pero la prescripción canónica sólo mejor que cualquiera otra persona, se puede suponer que el número de
puede tener efecto «si el delito está probado». Si la pareja desea poner abortos provocados por los clérigos de la Iglesia católica no es menor
fin a esa lamentable situación de «concubinato» y contraer matrimo- que el que se produce en la sociedad normal, en casos similares.
nio —civil, en imposibilidad de religioso—, eso se considera «acto Pero peor que todo eso es el cinismo hipócrita de una actitud basa-
público» y, por tanto, cobran pleno vigor las consecuencias indica- da en la falsedad y en la ambigüedad. El derecho canónico declara con
das. Hablando por experiencia, un profesor de teología que lleva la mayor firmeza en el canon 1398: «El que provoca un aborto, con
quince años viviendo con una mujer decía que hay obispos que in- resultado positivo, es reo de excomunión»434. Entonces, ¿cuántos sa-
cluso aconsejan al interesado que siga viviendo con su mujer. Su
cerdotes habrá que estén excomulgados? Sólo que, con la esperanza en
obispo, concretamente, estaría dispuesto a tolerarlo; y sólo en caso
la misericordia de Dios, que es más grande que el corazón humano —y
de matrimonio estaría obligado a tomar cartas en el asunto. Como
observaba ese mismo teólogo: «No se trata más que de mantener el por supuesto, más grande que el corazón de la Iglesia—, deben seguir
orden. Si no se pone en tela de juicio el sistema en cuanto tal, en casos celebrando misa y administrando los sacramentos, proclamar las seve-
concretos se admiten muchas excepciones. A mí la cosa me parece ras recomendaciones de los obispos contra las «uniones ilícitas» de los
grave. A veces me da la sensación que la Iglesia no es más que una jóvenes, contra las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio,
institución para mantener el celibato y el orden establecido»433. contra los métodos anticonceptivos, y contra el aborto; y el caso es
que no pueden decir lo ridiculas y absurdas que son todas esas directri-
Las hipotecas que comporta de manera casi automática esa «rela- ces, si se confrontan con la vida real de los humanos. Además, tienen
ción en el ámbito de lo prohibido» son muchas y bastante evidente. que defender continuamente de los ataques externos a una Iglesia en la
Por poner una hipótesis que, sin duda, no se puede generalizar, supon- que no creen. Y hasta su único consuelo, es decir, que más vale perma-
gamos que un sacerdote no se escuda en la imposibilidad de contraer necer en la Iglesia y ayudar a la gente, que abandonarla y tener que
matrimonio como pretexto para romper su «relación» cuando quiera; vivir en soledad, es humanamente comprensible, pero siempre queda
y supongamos también que la mujer tiene suficiente confianza en sí la pregunta más torturante: ¿Vale la pena una ayuda, un consuelo, un
misma como para aguantar en conciencia y ante Dios un «matrimonio arreglo que hay que pagar a precio de tanta mentira?
sin papeles». A pesar de todo, siempre estarán obligados a la clandesti- Y sin embargo, parece que incluso la mentira y la ambigüedad
nidad. No pueden pasear cogidos de la mano, no pueden besarse en valen mil veces más que la traición al amor. Vale más mentir a una
plena calle, y hasta tendrán que evitar en público las carantoñas espon- Iglesia que evidentemente espera que se le mienta, que traicionar a un
580 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 581

ser humano que con un corazón tan lleno de confianza se ha ganado y la Iglesia ha llenado de frases altisonantes que él confunde con la vida,
merece una fidelidad inquebrantable y una absoluta sinceridad. La ver- con su vida, de un pobre petulante, convencido de que su distancia
dadera elección no es entre Dios y el hombre, sino entre el amor a una con respecto a la realidad de otros hombres le confiere la misión divi-
persona y el miedo ante la prepotencia y ambición de poder de otros. na de predicar? Sin embargo, Mary Carson, hecha ya una mujer, se da
Hace ya unos años, la escritora australiana Coleen McCullough cuenta muy pronto de que el padre Ralph, ahora ya «cardenal de
contó maravillosamente en su novela El pájaro espino la historia de un Bricassart», contempla y acaricia a aquella pequeña Meggie de su in-
amor rechazado por un sacerdote, en aras de su carrera. La novela fancia —la niña de sus ojos— con algo más que mera solicitud o afán
conmovió a millones de personas, probablemente porque el relato des- protector. Pero empeñado en negarse a sí mismo, el padre Ralph no
cribe con toda exactitud y sin posible contradicción la mentalidad y la puede menos de aclarar su postura: «Pero yo no soy un hombre... ¡Soy
práctica de la Iglesia católica. El hecho es que, a pesar de lo trágico de un sacerdote!». Sin embargo, poco después, sumido en un mar de du-
la situación, nunca se cuestionó la obra. El argumento narra la vida del das exasperantes, tiene que reconocer la realidad:
cardenal Ralph de Bricassart que, a pesar de ser un chico guapo, joven
e inteligente, decide consagrarse a Dios como sacerdote: Mary tiene razón; evidentemente está en lo cierto. Soy puro oro-
pel. ¡Un impostor, un mero y simple impostor! Ni sacerdote, ni
Desde la cuna, fui educado para una sola cosa: ser sacerdote. Pero hombre; sólo uno que desearía saber cómo conjugar las dos cosas.
hay mucho más. ¿Cómo podría yo explicárselo a una mujer? Yo soy ¡No, las dos cosas no! Sacerdote y hombre no pueden darse juntos.
como un vaso [...] a veces, me encuentro lleno de Dios. Y esa pleni- Ser un hombre equivale a no ser un sacerdote. ¿Cómo he podido
tud, esa unión con Dios no está sujeta a tiempos ni lugares [...] caer en sus redes? Soy un insensato. Su veneno es violento; sin
Resulta difícil explicarlo, porque hasta para un sacerdote es algo duda, más de lo que yo me imagino [...] ¡Cómo le pega a Mary
realmente misterioso. Es una posesión divina, que nadie más puede ponerme el cebo! ¿Qué sabe ella, qué es lo que supone? Pero, ¿es
experimentar. Sí, eso es, más o menos. ¿Romper mi compromiso? que hay algo que saber o que suponer? ¡Nada, absolutamente nada!
Eso yo no lo podría hacer jamás435. Soledad y nada más que soledad, esfuerzo inútil, y dudas y sufri-
Mire usted, antes de la ordenación, cada uno de nosotros se miento. ¡Siempre el sufrimiento! [...] Pero te equivocas, Mary. Te
pasa años y años preparándose para eso. Poco a poco, con el mayor puedo demostrar que soy un hombre. Sólo que no quiero. Me he
esmero, el alma va preparándose para ser un vaso [...] que se abra pasado muchos años tratando de demostrarme a mí mismo que eso
plenamente a Dios. Es algo que se va mereciendo día a día. Éste es se puede controlar, que se puede dominar, que se puede reprimir437.
el sentido de la consagración, ¿comprende? Que nada terreno se
interponga entre el sacerdote y su estado espiritual: ni el amor de' La enorme habilidad psicológica de la novelista australiana reside
una mujer, ni la ambición de dinero, ni la repugnancia a someterse en su capacidad de crear personajes perfectamente creíbles que ella
a las órdenes de otros hombres. Para mí, la pobreza no es nueva; no mueve como marionetas con los hilos del complejo de Edipo. Mary
vengo de una familia rica. Acepto el voto de castidad sin mayores Carson, aquella pequeña Meggie que creció sin padre, ve en el sacer-
dificultades para vivirlo. Y en cuanto a la obediencia... ¡Ay! Ahí está dote Ralph a su único verdadero amigo, a su protector, al amor de su
mi problema. Obedezco, sí; porque si me llegara a considerarme vida, al que desea con pasión y, sin embargo, tiene que rechazar para
más importante que mi función de ser un vaso abierto a Dios, esta- no ofender a «Dios». Él, por su parte, no se atreve a dejar correr sus
ría perdido. Entonces, obedezco436. sentimientos más que bajo el disfraz, aparentemente inocente, del pa-
pel de padre, para terminar teniendo que reconocer—¡demasiado tar-
Todas esas palabras que el padre Ralph dirige a una desconcertada de!— que hace tiempo que lo que ama en esa «niña de sus ojos» no es
Mary Carson son perfectamente creíbles desde un punto de vista sub- a la juguetona Meggie de la infancia, sino a la mujer Mary de este
jetivo; corresponden exactamente al estereotipo de la mentalidad ecle- momento. El amor le sorprende como a tantos otros sacerdotes: deseado
siástica. Pero eso es precisamente lo que despierta cierta suspicacia en y maldito, implorado y rechazado, porque lleva en sí la maldición eterna:
el lector desde el principio de la novela: ¿no será todo eso palabrería
de un joven idealista que no se conoce a sí mismo, de un hombre al que Ella había inclinado la cabeza [...] sus manos se deslizaban hacia arri-
ba, subían por el pecho, llegaban hasta los hombros con un roce tan
582 El diagnóstico Limitaciones de los estadios específicos 583

lleno de sensualidad y de ternura, que el sacerdote quedó un momento niño del sacerdote. Ella hará de él un hombre; hasta el punto de que su
como petrificado, presa de fascinación y de terror. En un desespera- hijo —también él sacerdote—, en un momento de debilidad, dirá sin el
do esfuerzo por escapar a su embrujo, quiso apartar de su pecho la
más mínimo reparo que «esa búsqueda de la divinidad, de la propia
cabeza de la mujer; y lo hizo, pero no con la fuerza que él había
pensado. De pronto, sin saber cómo, se encontró con ella en sus divinidad» no es más que «una ilusión» sin el amor de una mujer:
brazos estrechándolo cada vez más fuerte, más fuerte, como una ser- «Nosotros, los sacerdotes, ¿somos todos iguales? ¿Es que todos aspira-
piente que le sorbía la voluntad de resistir. Se olvidó del dolor, se mos a ser Dios? ¿Por eso renunciamos al único acto que nos marca
olvidó de la Iglesia, se olvidó de Dios. Sus labios se encontraron; él irrevocablemente como hombres?»439.
era un suspiro de sed, de hambre, de no saciarse nunca, de ansiar Meggie amará a su hijo Dañe en lugar de su amante, y Dañe reco-
siempre más bajo el impulso loco desatado en sus entrañas. Ella le nocerá en Ralph su modelo espiritual, que, a su vez, le inspirará la
ofreció el cuello, desnudó sus hombros; una piel tersa, fresca, suave decisión de hacerse sacerdote. Así, todo se repite en la segunda genera-
como de terciopelo. Y él sintió que se hundía; más hondo, siempre ción. Dañe morirá ahogado en el intento de salvar a dos chicas que,
más hondo, sin aliento, con la asfixia de un ahogado. El oscuro y desde el agua, querían admirar su espléndida constitución física. Se
amargo vino de sus sentidos le embriagaba y le oprimía el corazón
repite la ley de un Dios cruel, según la cual todo el que trata de perse-
con latidos tan fuertes que no podía resistir. Tal vez fue eso, su sen-
guir el amor tiene que morir irremediablemente. En realidad, lo que
sación de estar perdido y como en suspenso lo que en el último se-
gundo le hizo volver en sí. Bruscamente se arrancó de los brazos de muere en Dañe no es más que el muchacho que era el padre Ralph
la mujer, se tambaleó y cayó de rodillas, totalmente aplanado, con la antes de ser sacerdote. Es literalmente el «complejo de salvador» de sus
cabeza hundida, como exánime; se miraba las manos que le tembla- miedos edípicos lo que mata en él al hombre, antes de que pueda abrir-
ban sobre los muslos [...] «Meggie, Meggie, ¿qué me has hecho? ¿Qué se a la vida. En cuanto a Ralph, sólo llegará a descubrir demasiado
pasaría si yo... Meggie, te quiero con locura, y te querré siempre. tarde, literalmente al pie de la tumba del muchacho, que Dañe era, en
Pero... soy un sacerdote. ¡No puedo, no puedo... sencillamente, no realidad, su hijo. Un descubrimiento que le desgarra literalmente el
puedo!»438. corazón, y muere en brazos de Meggie, de la mujer que hasta el último
momento tiene que ser su «serpiente», su «diosa de la muerte», porque
Así pasa siempre, y siempre sin respuesta, en el eterno drama entre un Dios cruel le obligó durante toda su vida a rechazarla como el ángel
el sacerdote y el hombre, entre el «ello» y el «super-yo». Precisamente de su existencia440.
porque Colleen McCullough nunca ataca formalmente la doctrina ca- La novela de Colleen McCullough es un retrato fascinante del amor
tólica y porque sus personajes son tan creyentes que, a pesar de su que acepta la renuncia y, en particular, del sacrificio que tienen que
sentimiento de culpa, jamás trasgreden la concepción eclesiástica del ofrecer las mujeres que ocultan a los ojos del sacerdote que ha sido el
mundo, resulta todavía más claro que «Dios» y «religión» aparecen amor de su vida incluso a su propio hijo, para no cargar sobre su amante
como instancias del «super-yo», como formas de violencia interiorizada, las consecuencias de su amor, y que prefieren un matrimonio infeliz,
como fuerzas hostiles al amor, como complejos destructivos e inhuma- sin amor y contra sus gustos, antes que poder olvidar al verdadero
nos de una psique marcada por los principios de la Iglesia. objeto de su deseo. Ese contraste entre la fidelidad de una persona que
Para proteger a su amante contra sí mismo, Meggie busca refugio sabe lo que es amar de corazón y la dureza inmisericorde de tantas
en los brazos de otro hombre, Luke, un rudo vaquero, de modales disposiciones eclesiásticas es lo que lleva formalmente a romper la
primitivos, y también «pastor», que, como su contrafigura espiritual, estatua de un Dios transformado en Moloc, un Dios que exige celosa-
no busca más que medrar profesionalmente. Pero precisamente la brus- mente el sacrificio de los niños, el sacrificio de la infancia, para poder
quedad viril de Luke pondrá a Meggie al seguro de cualquier peligro sacar de esos cuerpos ya hace tiempo sacrificados los esquemas exan-
de olvidar, ni por un solo instante, a su verdadero amor, al hombre gües de sus sacerdotes.
enviado por Dios, al hombre que ella misma ha robado a Dios. Desde
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia católica no es una modifica-
luego que el arzobispo no dejará de ofrecer sus oraciones por la «rosa»
ción de tal o cual artículo de la ley eclesiástica, sino un cambio radical
del apenado padre Ralph; pero bien pronto la «rosa» va a tener un
del comportamiento religioso, una nueva definición de lo que hay que
584 El diagnóstico

entender por «ideal» de vida. Necesitamos un modo de vivir que pueda


integrar en unidad más íntima nuestra manera de amar, de orar, de
bailar, de soñar, de sufrir y de ser felices. Necesitamos acabar definiti-
vamente con el desgarrón sangrante que todavía hoy destruye lo que
debería estar unido: creación y gracia, Iglesia y sociedad, clérigos y III. PROPUESTAS TERAPÉUTICAS:
seglares, sacerdote y hombre, santidad y responsabilidad por el mun- DE LA APORÍA A LA APOLOGÍA
do, alma y cuerpo, afectos e ideas, hombre y mujer, pulsión y espíritu, DE LOS «CONSEJOS EVANGÉLICOS»
naturaleza y cultura... Dios sólo está presente donde el hombre es uno
consigo mismo. En otras palabras, no hay «salvación» ni «redención»
posible en las estructuras psico-religiosas de una secta tan neurótica
como neurotizante.
A) ¿CUÁL ES R E A L M E N T E LA S A L V A C I Ó N
Q U E O F R E C E EL C R I S T I A N I S M O ?

Es comprensible que, a este punto de nuestra reflexión, se dé una divi-


sión de opiniones. Los que, por su experiencia personal, se hayan sen-
tido directamente afectados respirarán tranquilos con la esperanza de
que, en adelante, se pueda reflexionar libremente y sin trabas sobre
una posible solución de los problemas planteados. Otros, en cambio,
quizá se sientan personalmente ofendidos e incluso lleguen a imaginar
que toda su concepción ha quedado por los suelos. Estos últimos, se-
gún su respectiva tendencia, se inclinarán por una de dos posturas:
unos tenderán más bien a «minimizar», considerando que todo o, al
menos, parte de lo dicho no corresponde en absoluto, o responde sólo
parcialmente, a la realidad; otros, por su parte, se inclinarán a «aislar»,
es decir, se aferrarán a alguna afirmación concreta que, a su parecer,
resulte particularmente criticable. Pero, en realidad, ningún mecanis-
mo de defensa que se ponga como fin minimizar o aislar ciertas cues-
tiones podrá ayudar al clérigo. El problema que hay que resolver es el
de las consecuencias estructurales que produce la misma psicodinámica
de la actual forma de vida de los clérigos, en cuanto que una existencia
de ese tipo está marcada por unos ideales tradicionales.
Lo que hemos tratado de presentar aquí no es más que un modelo,
que no tiene la pretensión de reproducir exactamente la vida de cada
clérigo en particular, sino que lo único que pretende es ser fiel a la
realidad sólo en la medida en que sean exactos los presupuestos que
subyacen al modelo mismo que traza el ideal de clérigo. Pero al revés
de lo que se hace, por ejemplo, en economía, en química o en física,
donde el modelo se construye a partir de un núcleo reducido de hipó-
588 Propuestas terapéuticas i Cuál es la salvación que ofrece el cristianismo* 589

tesis derivadas de los datos de múltiples experimentos, nuestro m o d o humana tantas víctimas? ¿No se sentirá alguna vez la necesidad de
de proceder sigue el camino inverso, ya que partimos del ideal de clé- estrechar la entrada de esos abismos en los que enteras generacio-
rigo como modelo, para proceder a investigar después y desde ahí, con nes futuras encontrarán su perdición? Tantas oraciones rutinarias
los métodos del psicoanálisis, los presupuestos psíquicos en los que se como se hacen ahí, ¿valen igual que la limosna que se da a un pobre
funda dicho m o d e l o y que llevan a su realización práctica. Podemos por conmiseración?
decir, por consiguiente, que nuestras descripciones sólo serán válidas Dios, que creó al hombre como un ser sociable, ¿puede querer
o erróneas según que la vida de un clérigo concreto se acerque al ideal que se encierre en un convento? Y ese mismo Dios, que lo creó tan
inconstante y tan quebradizo, ¿puede aprobar la temeridad de sus
de su condición o se desvíe de él.
votos? Y esos votos que van contra la inclinación espontánea de la
De ese m o d o , cae como por su p r o p i o peso una objeción que, sin naturaleza, ¿pueden cumplirse a la perfección precisamente por unas
duda, se habrá presentado más de una vez, a propósito de nuestras creaturas rudimentarias en las que se ha marchitado el germen de
reflexiones sobre los «consejos evangélicos»: «Muy bien, pero a pesar las pasiones y que bien podrían contarse entre los monstruos, si
de t o d o , hay órdenes religiosas y formas de vida sacerdotal en las que nuestra limitada inteligencia nos permitiera conocer la estructura
la situación n o es tan negra como se la pinta en esas páginas». Sí, es interior del hombre tan bien como su configuración exterior? Todo
verdad; pero aquí n o se trata de eso. El ideal de los «consejos evangé- el lúgubre ceremonial que se desarrolla con motivo de la toma de
licos» sólo es h u m a n a m e n t e creíble y sólo tiene valor salvífico si, en su hábito o de la profesión solemne, es decir, cuando se consagra a un
más exacta y depurada expresión, promueve un desarrollo que verda- hombre o a una mujer a la vida religiosa y a la infelicidad, ¿logra
deramente libere y humanice a la persona. Y lo que afirmamos rotun- inhibir sus funciones animales? ¿No sucede, por el contrario, que la
soledad, la coacción y la ociosidad elevan esas mismas funciones a
damente es que la forma en que hoy día se presentan los «consejos
un grado de violencia desconocido por los hijos de este mundo,
evangélicos» n o corresponde en absoluto a ese ideal.
presa de un cúmulo de distracciones? ¿Dónde, sino en la vida reli-
El primero que, en lá tradición literaria, arremetió globalmente giosa, hay tantas mentes obsesionadas por espectros impuros que
contra la forma tradicional de la vida monástica fue, hace ya más de persiguen y agitan a las personas? ¿Dónde, si no, se ve ese hastío
doscientos años, Denis Diderot. En su novela satírica La religiosa n o profundo, esa palidez, ese adelgazamiento, que no son más que
sólo denuncia los sistemáticos abusos de la sociedad y de la Iglesia de síntomas de una existencia que languidece y se consume? ¿Dónde,
su tiempo, sino que desearía abolir el ideal religioso en sí mismo, ya si no, tantos suspiros que turban la tranquilidad de la noche, y
que no puede implantarse ni mantener sus apariencias más que a base tantas lágrimas que inundan el día sin saber por qué, y que brotan
de pura imposición, represión, despersonalización y destrucción de los de una melancolía inexplicable? ¿Dónde, si no, la naturaleza se
más íntimos sentimientos. Sus demandas retóricas, que revelan una subleva contra toda clase de coacción antinatural, rompe las atadu-
ras que la encadenan, estalla en cólera salvaje, y precipita las ener-
lucidez y una capacidad de análisis realmente extraordinarias, cuestio-
gías animales del cuerpo en un desorden absolutamente irremedia-
nan todos los campos, incluso los más dispares: la política, la historia,
ble? ¿Dónde, si no, el disgusto y el mal humor aniquilan toda virtud
la medicina, la psicología, la moral. Su primer ataque se centra en las social? ¿Dónde, si no, se esfuman el padre y la madre, el hermano y
dificultades jurídicas que tiene que afrontar cualquier clérigo que de- la hermana, los parientes y hasta los amigos? ¿Dónde, si no, el
see abandonar su condición. Éstas son sus palabras: hombre se considera a sí mismo como un soplo, como un ser tran-
sitorio, caduco, que trata las relaciones más dulces de este mundo
Pienso que en un Estado bien gobernado [...] debería ser difícil con la misma indiferencia con la que el turista recoge los objetos
entrar en religión, y fácil abandonarla. ¿Por qué no se actúa en este que encuentra en su camino? ¿Dónde, si no, residen los odios, las
caso como en tantos otros, en los que el más mínimo defecto de insatisfacciones, la histeria? ¿Dónde, si no, está la patria de la escla-
forma invalida un proceso, por otra parte, justo? ¿Es que son los vitud y del despotismo? ¿Dónde, si no, brotan las rencillas y ene-
conventos algo tan esencial para la constitución de un Estado? ¿Es mistades irreconciliables? ¿Dónde, si no, se conserva el rescoldo de
que Jesucristo instituyó la vida monástica, tanto de hombres como las pasiones? ¿Dónde, si no, impera la más cruel curiosidad? [...]
de mujeres? ¿Es que la Iglesia no puede prescindir de ellos? ¿Para Hacer voto de pobreza significa obligarse por juramento a ser
qué quiere el novio tantas vírgenes locas [Mt 25,1-14], y la especie perezoso o a tener que robar. Hacer voto de castidad equivale a
590 Propuestas terapéuticas ¿Cuál es la salvación que ofrece el cristianismo? 591

prometer a Dios la contravención continua de la más importante y El que todavía tenga algún interés —ya no digamos amor— por la
sabia de sus leyes. Hacer voto de obediencia es renunciar a la pre- Iglesia no puede permitirse seguir prestándole el flaco servicio de la
rrogativa irrenunciable del hombre, que es su libertad. El que ob- paciencia, de la indulgencia, de la tolerancia que se cree generosa, sino
serva esos votos es un criminal, y el que los trasgrede es un perjuro.
La vida monástica no está hecha más que para fanáticos o para que deberá tratar de hacerla consciente, lo más claramente posible, sin
hipócritas1. escapatorias ni subterfugios, y por su propio bien, de la deformación y
distorsión que ella misma ha dado a sus propios ideales. Hay faltas que
Hasta el más reacio a aceptar sin restricciones un juicio tan duro y son inexcusables por el mero hecho de que ya duran demasiado tiem-
demoledor sobre la vida religiosa tendrá que reconocer que los puntos po; y hay concepciones erróneas que no se pueden justificar apelando
más relevantes de la requisitoria de Diderot coinciden exactamente con a que en otra época, y en las circunstancias de entonces, desempeña-
los que a lo largo de nuestro análisis psicoanalítico se han manifestado ron una función concreta. El que quiera quitar la herrumbre tendrá
como los puntos más débiles y perniciosos de la existencia clerical. En que emplear productos corrosivos. Ya nos hemos pasado bastante tiempo
concreto: la distorsión de la simpatía humana de Jesús transformada en barnizando sencillamente el óxido.
un sistema asfixiante de imposiciones, reglas y normas tan neuróticas A pesar de todo, me puedo imaginar perfectamente que habrá
como neurotizantes; la exteriorización de una religiosidad interna por muchos que preferirían prescindir de estos problemas. Ya sé por dónde
medio de una rígida reglamentación que transforma la vida en un puro pueden venir las «objeciones»: «Eso es una exageración; la realidad no
mecanismo burocrático; la alienación de los sentimientos personales por es así». «Yo conozco a sacerdotes y religiosas que llevan una vida ejem-
una absurda colectivización del individuo bajo formas repetitivas de las plar de acuerdo con sus compromisos religiosos, y yo no los encuentro
expresiones religiosas; la esterilización de la riqueza y sentido de las tristes, ni se me ocurre pensar que sean unos pobres enfermos neuró-
relaciones humanas por su transformación en el ideal abstracto de una ticos». O también: «Si alguien —como ese autor— no puede tragar las
«vida común» que se presenta como modelo sobrenatural de santidad; decisiones de la Iglesia católica, que se vaya de una vez».
la fijación moral de la persona, es decir, la total despersonalización del Ya decía Hegel 2 que donde se muestra la valentía de ánimo no es
sujeto, a través de un sistema de imposición de juramentos y promesas en negar las contradicciones, sino en la capacidad de afrontarlas, ana-
de fidelidad; la destrucción, o sea, la deformación total de las pulsiones lizarlas, resolverlas y compensarlas en un nivel superior, a precio de
naturales en favor de una explotación continuada de las fuerzas psíqui- nuevas contradicciones y ulteriores desarrollos. Ningún problema del
cas y físicas del individuo; la racionalización de estructuras inhibitorias espíritu admite una solución definitiva. Sin embargo, en el catolicis-
presentadas como fases o como jalones de un elección y vocación divi- mo, por lo menos desde la época de la Contrarreforma, hemos actua-
na; la consolidación y progresiva ampliación de la psicopatología del do como si tuviéramos la respuesta definitiva a los problemas que se
sujeto con toda clase de sustitutivos de orden somático y caracterial con nos plantean en nuestro trato con Dios y con los hombres y ya no
sus correspondientes reacciones; la confusión entre fin y resultado, que necesitáramos más que vivir fieles a esos principios, mostrándonos
no proviene más que de la disgregación entre consciente e inconscien- diligentes y piadosos y recomendando a los demás que sigan ese mis-
te, entre voluntad y motivación, entre conducta y actitud. En una pa- mo camino. A los retos de la modernidad, que el protestantismo ha
labra, la absoluta falta de credibilidad del lenguaje sobre Dios dentro sabido expresar de forma válida y comprometida, por ejemplo, la
de un sistema inhumano que todo lo dirige desde el exterior y decide en orientación al sujeto, la irrupción de la personalidad, los miedos del
lugar de las personas. Aparte de que cada cual es dueño de su propia individuo, el postulado de la libertad, la transmisión de la fe por el
postura —de asombro, de indignación, de horror, o incluso de escán- encuentro interpersonal y no por una fría y lejana enseñanza, la Iglesia
dalo—, se puede decir que, durante doscientos años, la Iglesia católica católica ha respondido desde siglos con un endurecimiento de lo
no sólo ha ignorado, negado y reprimido la crítica de Diderot, sino que, institucional, de lo presuntamente objetivo, de lo meramente funcio-
de hecho, la ha incrementado, en cierto sentido, ratificando así que la nal y de lo ritual. Por eso, tenemos que darnos cuenta de los devastadores
sátira del enciclopedista francés se ha convertido, en realidad, en una efectos psíquicos que ese unilateralismo impuesto ha tenido que ejer-
sátira de la propia Iglesia católica contra sí misma. cer sobre los principales afectados, es decir, sobre los funcionarios,
592 Propuestas terapéuticas
iCuál es la salvación que ofrece el cristianismo? 593

que son los portadores del propio sistema. En ese sentido, nunca se gioso», qué verdad se expresa en esa actitud, de qué evidencia humana
insistirá demasiado en las aporías del catolicismo actual. Si hay alguna o divina es testimonio. Mientras no se experimente el valor «vital» y
salida de ese atolladero, no habrá que buscarla en una mera continua- «religioso» que una determinada actitud tiene en sí misma, la imita-
ción de las directrices de siempre, sino en un esfuerzo serio por inte- ción puramente externa de ciertos modelos no puede llevar más que a
grar constructivamente la crítica en las estructuras actuales y recons- interiorizar una decisión impuesta desde fuera, como la hemos descri-
truir sobre nuevas bases del espíritu y a un nivel superior lo que en el to antes con suficiente amplitud. No sirve para nada repetir: «Jesús, el
presente no son más que escombros de un pasado muerto. Hijo del hombre, ha dicho...»; de lo que se trata es de percibir y expe-
No podemos prescindir de esa reconstrucción de todo el sistema, y rimentar a través del calor humano de esas palabras de Jesús que él es
cuanto antes y con mayor denuedo pongamos manos a la obra, mejor. verdaderamente «el Hijo del hombre».
Por eso, es cierto que todo lo que hemos dicho hasta ahora —porque En particular, se trata de aprender de los evidentes fallos y de los
teníamos que decirlo— sobre las consecuencias psíquicas de ese ideal sutiles prejuicios intrínsecamente unidos a la forma de vida clerical
de clérigo que hoy presenta la Iglesia católica supone el derrumba- que hoy rige en la Iglesia católica. Lo importante es llegar a entender
miento de tantos y tan queridos hábitos mentales y venerables formas cómo se puede vivir hoy la vocación sacerdotal o religiosa, sin que
de vida heredados de nuestros predecesores. Pero sólo mediante una haya que enredarse necesariamente en todo ese piélago de miedos, de
confesión sincera de las aporías que hoy circundan la existencia del resignaciones, de complejos de culpabilidad y de toda clase de renun-
clérigo seremos capaces de hacer una apología creíble del contenido cias neuróticas para conservar el deseo de vivir esa vida. ¿Cómo es
espiritual que encierra la vida monástica, en todas sus versiones, desde posible dar hoy un sentido a los consejos evangélicos, de modo que se
la perspectiva de los «consejos evangélicos». conviertan en una forma humana de vivir y dejen de ser unas prácticas
Pero, quizá no sin titubeos, alguien podrá objetar: ¿cómo va a ser masoquistas de los «especialmente» llamados a la cruz de Cristo? ¿To-
posible rescatar ese contenido espiritual, si la crítica psicoanalítica es davía se puede recuperar aquella bondad espontánea con la que Jesús
tan radical y absoluta? curaba enfermedades, expulsaba «demonios» y anunciaba el «reino de
Quede claro que la reconstrucción deberá ser tan radical y absolu- Dios» (Me 6,7-8)3?
ta como la misma crítica. El tema del llamado diálogo ecuménico nos El que haya leído atentamente el citado pasaje de Diderot quizá
puede servir de referencia. Desde el punto de vista psicológico, habrá crea que en la Iglesia el espíritu y la forma van tan indisolublemente
que terminar de una vez con todos los planteamientos bíblicos, dog- unidos, que todo intento de separarlos es tan imposible como separar
máticos e históricos de un debate que, al parecer, pretende conciliar el alma del cuerpo, con la ilusión de que, después, todavía quede un
las bases de funcionamiento de la Iglesia católica y de las Iglesias pro- resto de vida. Naturalmente, esa impresión es más que comprensible.
testantes fundándolas en la única palabra y en el ejemplo de Jesús, es Sin embargo, sería interesante, a modo de prueba, enfocar esa misma
decir, en el testimonio de determinados estratos de la tradición neo- hipótesis desde el lado opuesto, y preguntarse si no habría una posi-
testamentaria. Prescindiendo de la dificultad evidente para romper el bilidad de devolver la vida a una cosa muerta. ¿No será que, en la
cerco ideológico que impide a ambas confesiones una apertura recí- situación actual de la Iglesia católica, los principales contenidos del
proca, habrá que decir que, desde el punto de vista psicoanalítico, el cristianismo están como a la espera de que venga una mano y los
agudo positivismo de un pensamiento puramente exterior constituye libere de las cadenas y rejas de una prisión de monstruosas exte-
el mayor perjuicio para un sistema religioso. Exteriores, pura y simple- rioridades tradicionales, de inconsistentes ergotismos dogmáticos, de
mente exteriores son todas las doctrinas y exhortaciones que, para sutiles y despóticas argucias administrativas, de crueles arrogancias
fundar el estilo de vida de un sacerdote o de una religiosa, no saben jerárquicas, de arbitrariedades autoritarias que se arrogan el poder de
más que repetir: «Jesucristo dijo que...; Jesucristo hizo...; la acción del Dios, de fetichismos sin alma y sin espíritu que adoran un falso
Espíritu Santo...; el concilio, el sínodo, el papa ha decidido...». Lo objetivismo y un formalismo vacío? Y ¿qué pasaría si esa transforma-
realmente decisivo es preguntarse por qué Jesús, el Espíritu Santo o la ción y esa reconstrucción no sólo no fueran perjudiciales para la Igle-
Iglesia han podido elevar una forma determinada de vida a «ideal reli- sia, sino, al revés, un auténtica bendición, aun a precio de un parto
594 Propuestas terapéuticas ¿Cuál es la salvación que ofrece el cristianismo? 595

tan doloroso? ¿Qué pasaría si los propios clérigos, sometidos durante de memoria. Y así terminará por destruir lo mejor que hay en el hom-
siglos al temor y a la intimidación de una autoridad arbitraria y a la bre: imaginación, creatividad, poesía, amor, aguante, fortaleza del yo,
desconfianza propia y ajena, se atrevieran a hacer valer su propia autonomía del corazón, en una palabra, la fuerza de una personalidad
experiencia, al menos en las cuestiones concernientes a su vida, sin el libre, que se niega a reconocer la verdad de Cristo en la coraza de una
más mínimo miedo a las requisitorias y a los lamentos de unas instan- invulnerabilidad impuesta, y rehusa montar guardia para defender esa
cias y de unas instituciones tan poco espiritualmente espirituales? En verdad con tales atavíos.
vez de llorar por una Iglesia moribunda, o hacer duelo y guardar luto Es evidente que lo que hoy más corroe por dentro la estructura del
por ese «gran cementerio bajo la luna»4 que sólo se interesa por los entero sistema clerical católico y provoca su ruina tan estrepitosa es
horarios de la misa dominical o por proteger y conservar la santidad fundamentalmente el psicoanálisis. Y eso, no precisamente porque los
de determinados lugares, deberían gritar con contundencia y llenos psicoanalistas —total, un puñado de médicos— se muestren especial-
de confianza en sí mismos qué es lo que pasa realmente, porque ellos mente agresivos en su crítica a la institución eclesiástica, sino porque
son los que mejor lo saben por propia experiencia. En un organismo la terapia psicoanalítica, en su esfuerzo por ofrecer una forma de vida
osificado, nada produce tanta repulsa, pero al mismo tiempo, nada es más saludable basada en la experiencia, confirma día a día lo que ya
tan útil como la libertad para pensar, para sentir y, sobre todo, para dijeron en el siglo xix filósofos de la talla de Feuerbach 5 , Marx y
vivir. Nietzsche: que hay que considerar los principios religiosos del cristia-
Personalmente, no veo ningún obstáculo, fuera de los eternos mie- nismo como una forma de alienación de la conciencia, como un estado
dos, que pueda impedir esa realización. verdaderamente patológico tanto de la sociedad como del individuo.
¿Que no se quiere? ¡Naturalmente que no! Pero, ¿hay algún médico Sobre todo, en la forma de vida actual de los clérigos es donde mejor se
que se preocupe por el lógico miedo al dolor que muestra su paciente? ve que todos los ideales y contenidos del cristianismo aparecen como
¿Que el poder espera que se le respete y castiga cualquier forma de injertados desde el exterior, en lugar de crecer de dentro. Y precisa-
deslealtad? ¡Es lógico! Sin embargo, el primer deber de un hombre no mente los clérigos más sinceros dan la impresión de aquella gente de la
es comportarse con lealtad, sino ser él mismo; y un respeto que nace que decía Heinrich Heine que estaban tan tiesos porque se habían tra-
del temor al castigo no es más que una vergüenza que deshonra al gado el palo de la escoba con la que se les golpeaba.
propio interesado. En cualquier caso, es evidente que hay que terminar de una vez
Pero ¿qué van a decir los que buscan en la Iglesia su tranquilidad y con un sistema que pone «el miedo a la realización personal» como la
su refugio, ante el sobresalto y el pavor que les tienen que producir base de una jerarquía de funciones; que trata de «hacer realidad» la
ciertas cuestiones que van a la raíz del problema? El que tiene en la «salvación» del hombre en Cristo por medio de unos hombres que
cárcel su refugio y ve en el gueto su patria es lógico que considere la hasta en su mismo carácter están marcados por la deformación perma-
libertad como una carga intolerable. Pero nuestra postura es radical- nente de sus miedos y de sus constricciones; que pone como funda-
mente distinta. El que para calmar su angustia tiene que destruir la mento del valor y del sentido de una vida unos principios puramente
libertad no hará más que transformar su vida en un témpano de mie- externos como la entrega a los demás y el servicio a la Iglesia, es decir,
dos. Su único recurso será acudir a la institución, para que le ayude a el compromiso en favor de ciertos grupos humanos intra y extraecle-
superar esa fuente de todos los miedos, que es la persona libre del siásticos, y no se pregunta, en primer lugar, qué significan esa actitud
individuo. Tendrá que renunciar a ser sujeto, para convertirse en mero y esos objetivos para la propia vida del sujeto que decide asumirlos,
objeto. Tendrá que sustituir el dinamismo espontáneo de su evolución cómo van con su carácter, cómo reflejan sus aspiraciones personales,
vital por la rigidez monolítica del poder; su lucha y su búsqueda de la etc. Si es verdad que el psicoanálisis es lo que, hoy día, cuestiona per-
madurez humana, por un sistema infalible de verdades; su capacidad manentemente la existencia de los clérigos, se impone un esfuerzo por
de sentir, de probar y de sufrir, por un caótico galimatías de expresio- comprender los contenidos de la vida monástica de una manera que no
nes trilladas; la riqueza de su experiencia presente, por el farragoso sólo resista la crítica psicoanalítica, sino que encuentre precisamente
catálogo de fórmulas y términos altisonantes de un pasado aprendido en ella su más seguro fundamento.
596 Propuestas terapéuticas ¿Cuál es la salvación que ofrece el cristianismo? 597

¿Que es imposible} Sólo si nos aferramos al esquema funcional de una miseria tanto política como social. Por eso, en alusión a la
que precisamente en nuestros días se trata de llevar hasta sus últimas y conocida parábola de Jesús sobre «el buen samaritano», Metz no duda
más desesperadas consecuencias para ofrecer una nueva fundamentación en escribir:
de la vida religiosa. Y la prueba de que, a pesar de los mejores esfuer-
zos, se puede distorsionar la situación empleando términos aparente- Un cristiano no puede permitirse dar la espalda al sufrimiento de la
mente modernos sobre la imitación de la pasión de Cristo con el fin de humanidad y buscar refugio en la psicología. El cristiano no puede
racionalizar el eterno temor de los teólogos a la psicología con todas —ni debe— transformar al «Jesús peligroso» de las historias de se-
sus consecuencias es el último libro de Johann Baptist Metz sobre la guimiento en un «Jesús suave» de la autorrealización humana, que
termina despidiéndose discretamente una vez que el hombre se ha
posibilidad de futuro que se le abre hoy a la Iglesia.
encontrado «a sí mismo», es decir, su propia «identidad»7.
Según Metz, «el seguimiento de Jesús implica siempre un elemento
místico y un elemento político —al menos, en sentido amplio—, es En este párrafo casi todo es falso, sencillamente porque teólogos
decir, un elemento de dolorosa resistencia frente a los ídolos y demo- como J. B. Metz se resisten a tomar en consideración, ni siquiera de
nios de un mundo injusto que desprecia el valor del hombre» 6 . De lejos, el monstruoso cúmulo de sufrimiento y de miseria psicológica
acuerdo; pero sólo si el punto de encuentro entre «mística y política», que los rodea no sólo en el mundo, sino —probablemente— también
y entre «seguimiento y mundo», se busca en el interior mismo del dentro de ellos mismos; aparte de que ¿quién de ellos movería el dedo
alma humana, porque de ahí es de donde brotan todos esos «ídolos y meñique para aliviar esa miseria? Por su parte, los que, después de
demonios» de la injusticia y del desprecio del hombre. Las pulsiones años y años de sumisión a unas directrices dictadas en nombre de Cris-
de agresividad, sexualidad, ansia de poder, avaricia y apasionamiento to, de Dios o del Espíritu Santo, se toman la libertad de «realizarse»
no están impresas en el alma humana por intervención de la sociedad, personalmente no son gente que se retira, sino personas que se expo-
en cierto sentido, son anteriores al mismo ser humano. El que se pone nen, quizá por primera vez en su vida, y que actúan decididamente
en marcha para liberar al mundo de toda clase de monstruos y drago- sobre esa parcela de sufrimiento humano que tiene en ellas mismas su
nes, lo mejor que puede hacer es buscarlos, en primer lugar, en su concretización más sangrante. Y no es que «se despidan discretamen-
propio corazón. No se puede negar que, en el estado actual de la histo- te» sólo porque, al sentirse obligados a comprender, más bien que a
ria, todavía estamos en mantillas en cuanto a la realidad de unas rela- condenar, hablen con una voz más «suave»; lo que ocurre es que, entre
ciones humanas verdaderamente auténticas en unos campos como la tanto, han aprendido que las cosas son más complicadas de lo que se
cultura, la sociología, la ecología o la economía. Por eso, hablar aquí supone desde fuera y, por eso, han llegado a la íntima convicción de
de «demonios» entraña siempre un grave peligro de describir realida- que los verdaderos problemas de la vida humana no se resuelven con
des históricas con categorías absolutas, en definitiva, míticas, que son violentas conminaciones a lo Juan el Bautista, sino con el «suave yugo»
muy apropiadas para una diabolización moralizante, pero totalmente de Jesús de Nazaret (Mt 11,30)8. ¡No podemos imaginar cuánto tiem-
inútiles para una verdadera comprensión y un estudio pertinente. Por po y desvelo personal se requiere para llevar a una persona más cerca
otra parte, no hay ningún sistema de violencia que el alma humana no de sí misma, aunque sólo sea un palmo, mientras se tiene que luchar a
sea capaz de interiorizar, para proyectarlo de nuevo hacia la sociedad. brazo partido contra las resistencias de sus propios miedos y contra la
Y si es hasta cierto punto comprensible que se intente combatir la malaria ideología esclesiástica de «sacrificio» y «entrega total»! Argumentos
delimitando los focos de desarrollo del anofeles transmisor, eso no como los esgrimidos por Johann Baptist Metz no hacen más que agudizar
vale para aliviar la fiebre de la persona en cuyo organismo se han y multiplicar los viejos sentimientos de culpa inherentes a la persona,
inoculado los gérmenes de la enfermedad. sencillamente porque dejan de lado, de manera premeditada, el autén-
Pero lo más monstruoso es que el deber de ceguera psicológica tico problema de la pastoral. Por eso, no sólo es deseable, sino absolu-
lleva a Johann Baptist Metz, a más de cien años de las intuiciones de tamente imprescindible, que psicoanálisis y emancipación política se
Friedrich Nietzsche, a la pretensión de imponer categóricamente su embarquen en una línea de acción complementaria.
compromiso —en sí mismo, plenamente justificado— con las víctimas Se suele decir que la «teología de la liberación» se basa en dos
598 Propuestas terapéuticas i Cuál es la salvación que ofrece el cristianismo? 599

principios y en una apuesta. Los principios son: primero, la teología órdenes religiosas y de una vida según los consejos evangélicos deba
no es una cuestión de doctrina auténtica, sino de vida auténtica; y presuponer invariablemente como ya realizado lo que la doctrina cris-
segundo, una vida «auténtica», en el sentido de Jesús, consiste en po- tiana considera el momento verdaderamente decisivo: la redención.
nerse siempre del lado de los que más sufren. La apuesta podría for- La redención es un fin social y político para «los otros»; en cambio,
mularse así: puede y tiene que hacerse realidad la victoria sobre el nosotros, los miembros de la Iglesia —y esto se subraya conveniente-
sufrimiento existente. mente— nos consideramos ya salvados y somos depositarios de una
Una aplicación de esos principios a nuestro propósito debería lle- «salvación» de la que tenemos que hacer partícipe al resto de la huma-
var a una transformación —aunque sea dramática— del panorama nidad con un recetario prefabricado. Con estos presupuestos, no cabe
teológico, en la línea de una integración del psicoanálisis y de la ninguna pregunta sobre la disposición psicológica de los clérigos, de
psicoterapia en los contenidos de las disciplinas teológicas más impor- los religiosos, de los fieles en general. Por el hecho de pertenecer a la
tantes. La exégesis de la Biblia, la teología moral, la reflexión dogmá- Iglesia desde la recepción del bautismo estamos capacitados psíquica-
tica no deberían seguir pasando como de puntillas por el sufrimiento mente para ofrecer a nuestros contemporáneos, si queremos, las más
psíquico del hombre, sino mostrar qué pueden oponer a esa realidad benéficas bendiciones del cielo y todo lo que la voluntad divina ha
cotidiana tanto el mensaje de Jesús como la doctrina de la Iglesia, y no dispuesto para ellos; de modo que, si en algún caso no hemos procura-
sólo de palabra, sino también —y principalmente— de obra. Porque, do suficiente o correctamente la salvación del mundo, es por nuestra
lo que es hoy, en vez de empezar por hacerse uno mismo más humano, propia culpa. Según esta concepción, Dios ha obrado ya lo esencial en
se confía en la asombrosa creencia de poder salvar a la humanidad, en Jesucristo; y como en el bautismo se nos comunica plenamente esa
abstracto; en vez de intentar una seria transformación de la Iglesia, «salvación», estamos capacitados para hacer siempre lo que conviene y
anclada en unas estructuras que se muestran tan inhumanas, lo que como conviene.
pretende el teólogo, con su ilusión de cambiar la sociedad, es granjear- Ese tipo de teología ni se plantea la pregunta sobre la clase de
se el aprecio y un mayor reconocimiento por parte de los suyos; en vez gente con la que quiere emprender la «redención» del mundo, aparte
de emprender un camino tan fatigoso como el que exige la elaboración de ignorar conscientemente todo lo que hay de irredento en las estruc-
terapéutica de lo individual para desembocar en lo genérico, uno se turas esclerotizadas de la Iglesia y en la interioridad de los propios
permite el lujo de imponer con fórmulas altisonantes lo que, en reali- fieles. No se da cuenta de que el mero hecho de llevar a un recién
dad, son cosas requetesabidas. nacido a la iglesia más cercana para, encima de haberle despertado
Observemos de paso que el pragmatismo, tan beneficioso a la hora violentamente, echarle en la cabeza unas gotas de agua fría no cambia
de fijar objetivos políticos, puede verse considerablemente afectado absolutamente nada en su propia condición psíquica. Pero, sobre todo,
por una sobrecarga de moralismo idealista. Igualmente, una excesiva ni se plantea un hecho tan evidente como que, en la psicología más
orientación de la teología a la acción política puede, en buena lógica, elemental, cualquier palabra sobre Dios que se pronuncie en un con-
atraerse el mismo reproche que se suele hacer con tanta arbitrariedad a texto de angustia y de heteronomía personal no podrá menos de con-
una teología en la que se acentúa el aspecto terapéutico, es decir, que vertirse en una pura dialéctica.
no es más que una simple doctrina de autoliberación9. De hecho, el Teóricamente, se podría incluso creer que el momento psicológico
que piense que la salvación definitiva de la humanidad puede venir de de la redención puede corresponder a la idea de mística que J. B. Metz
la acción humana, y que el hombre está capacitado por sí mismo para opone al concepto de «política» en su intento de renovar la vida cleri-
actuar de la manera más correcta, entra plenamente en los terrenos de cal. De hecho, la «mística» es el ámbito en el que el individuo experi-
aquella herejía condenada hace mil quinientos años como pelagia- menta la salvación en presencia de Dios; mientras que, por otra parte,
nismo10. el propio Metz considera la «mística» como la fuente decisiva de inspi-
Pero no vamos a entrar aquí en una discusión dogmática. Desde el ración y de motivación del compromiso político.
punto de vista de la psicología, resulta sencillamente desastroso que Sin embargo, profundizando un poco más, se verá que lo que pre-
una concepción como la que presenta Metz para la «renovación» de las domina aquí es un lenguaje sobre Dios que sólo es «místico» en cuan-
600 Propuestas terapéuticas i C u á l es la salvación que ofrece el cristianismo? 601

to prescinde de la experiencia psicológica, e incluso la reprime; y eso el campo de la psicología, es decir, trascienden el nivel meramente
no puede menos de transformar el inconsciente en pura metafísica, y externo de su envoltura social y exigen una respuesta comprometida
convertir lo divino en una realidad meramente externa. Los teólogos, de la persona.
como Metz, no se dan cuenta de que, desde el punto de vista Pero, por otra parte, esas formas de pobreza psíquica no son, de
psicodinámico, cuando uno ora a su Dios, lo primero que hace es re- por sí, inherentes al ser humano; por eso, no sólo pueden, sino que
forzar su propio «super-yo» n . En vez de empezar inmediatamente por deben ser erradicadas. Entonces, cuanto más eficaz sea el trabajo tera-
una distinción de contenidos «verdaderos» y contenidos «falsos» en el péutico sobre esas formas «accidentales», más claro se podrá ver que la
«super-yo», es decir, cómo se pueden y se deben entender «adecuada- pobreza es, en definitiva, una propiedad metafísica de la existencia
mente» conceptos como «Dios» y «palabra de Dios», según el sentido humana. Y aquí es donde se sitúa el nivel auténticamente religioso,
de esa teología, sería preferible empezar analizando, caso por caso y porque la religión es la única instancia capaz de decirle al hombre
persona por persona, en qué relación se encuentra el «yo» individual cómo vivir con una pobreza que lo define esencialmente como creatura,
con el «super-yo», o sea, si la actitud religiosa es realmente una fun- como ser terrestre y limitado. En ese campo, la religión es necesaria al
ción del «yo» o, más bien, del «super-yo». En realidad, el ámbito deci- hombre. Es decir, la religión únicamente es competente en cuestiones
sivo de la auténtica religiosidad es fundamentalmente la persona del que, por principio, no se pueden resolver con procedimientos terres-
individuo, su propia personalidad. Por eso, es imprescindible recono- tres; en tanto que, si se aplica a cuestiones de psicología o de sociolo-
cer que, en determinadas circunstancias, todos los discursos sobre li- gía, lo más que puede pretender, en el mejor de los casos, es un papel
bertad, humanismo, amor e igualdad de derechos no garantizan en auxiliar, sin función propia. En ese sentido, la religión no es, por sí
absoluto que la persona en cuestión no sea un perfecto inmaduro, lle- misma, una realidad terapéutica o política. Pero es evidente que, si
no de servidumbres, totalmente egoísta, inclinado a las más feroces uno logra convivir con los miedos y preocupaciones esenciales a su
vejaciones, y que sólo pretende aplastar a los demás con sus ideas —tal propia naturaleza, eso no podrá menos de traer consecuencias benefi-
vez, aprovechables—, porque sólo demostrando su virtuosismo podrá ciosas. El hecho de vivir psicológicamente en paz consigo mismo no
rescatar el caparazón de su propio «yo», convertido en intelectualismo sólo le hará mucho más fácil superar los miedos y preocupaciones que
barato, de la ciénaga de todos sus latentes complejos de inferioridad. se pueden vencer con medios psíquicos, sino que le proporcionará mayor
En otras palabras, precisamente la mística de una religión como el decisión para luchar contra todas las opresiones y crueldades que co-
cristianismo, que lleva tantos siglos creando neurosis tras neurosis en rroen las estructuras y prácticas de su cultura y de la sociedad. El psi-
la psique de sus clérigos, es lo que necesita una revisión más profun- coanálisis no es una escuela de pereza; más bien, es un modo de en-
da. Y para eso, lo primero es interpretar los contenidos de los conse- frentarse con la alienación y la violencia a todos los niveles. Desde
jos evangélicos en perspectiva existencial y no meramente funcional, luego, la psicología está más cerca de la religión que la mera sociolo-
psíquica y no precisamente política, terapéutica y no «escatológica». gía; y en ese sentido, «mística» y «política» no son magnitudes yuxta-
Está claro que todas estas consideraciones no hacen superfluo el puestas, sino, hasta cierto punto, superpuestas. Y eso implica un cam-
compromiso político, sino que lo ponen en el lugar que le correspon- bio en el modo de proceder. Cualquier persona un tanto familiarizada
de, es decir, el de un elemento derivado y, por consiguiente, de valor con el psicoanálisis no tardará mucho en comprender que las verdade-
sólo relativo. Por ejemplo, el que quiera combatir la pobreza la encon- ras cuestiones de la existencia no se resuelven con recetas morales;
trará, ante todo, en sus manifestaciones externas, y posiblemente en pronto se dará cuenta de que los farragosos catálogos de principios,
una forma tan impresionante que todas las reflexiones psicológicas le opciones e imperativos prefabricados no hacen más que obstaculizar y
parecerán totalmente secundarias. Pero cuanto mayor sea el éxito de poner trabas al desarrollo del paciente. Y no porque los objetivos mo-
sus desvelos, menos tardará en convencerse de que la pobreza no es rales estén fuera de sitio, sino porque, al no estar dictados por princi-
sólo una realidad social, sino que también existe —y probablemente pios internos al proceso de desarrollo, desconciertan al «yo» y lo alejan
en mayor grado— a nivel psíquico. La miseria, la dependencia, la ex- más y más de la verdad. La ley mata, no porque sea falsa, sino porque
plotación, la alienación son realidades que revierten infaliblemente en no es más que ley. Esta experiencia de san Pablo (Rom 7,10) es esen-
602 Propuestas terapéuticas ¿Cuál es la salvación que ofrece el cristianismo? 603

cial a cualquier terapia psicoanalítica, e impone una revisión a fondo de la existencia y de la historia humana. Y el miedo durará mientras no
de la forma de vida de los clérigos de la Iglesia católica. se ofrezca al ser humano otra «salvación» que un catálogo de reglas y
Por ejemplo, se pueden suscribir sin más las afirmaciones de Paul principios moralizantes, en vez de analizar concretamente los proble-
M. Zulehner: «Mística significa [...] estar arraigado, sumergido en Dios mas reales que ahogan la vida del individuo.
[...] Hermandad [...] es una prolongación del [...] concepto de fraterni- Lo más importante es la dimensión individual. Si las formas de
dad. Esa evolución lingüística está relacionada [...] con la creciente vida clerical, y en particular el modo de vivir los consejos evangélicos,
autoconciencia de la mujer en la sociedad y, no digamos, en la Iglesia se siguen estableciendo con categorías de «función», el verdadero error
[...] Política significa [...] compromiso por la justicia, por una mayor de fondo quedará intacto, es decir, se seguirá sacrificando la persona a
justicia». Y llega a esta conclusión: «En cuanto pueblo de Dios, la Igle- la institución, el «yo» al «super-yo», el ser a la función, lo individual a
sia es mística; y cuanto más mística, más hermanada; y cuanto más lo normativo, el sujeto a una objetividad abstracta y estéril. Pero no es
mística, más política»12. posible realizar la liberación y la «redención» del ser humano si uno se
Todo eso puede ser verdad, pero el caso es que no se ve ni la más queda en lo meramente «funcional», es decir, como un miserable es-
mínima indicación sobre cómo conjugar toda una serie de problemas clavo interiormente irredento. ¿Cómo puede enseñar el amor el que
que inciden poderosamente en la psicología de un clérigo. Por citar tiene miedo al amor? ¿Cómo puede estimular el desarrollo personal el
alguno, ¿cómo transformar los conflictos fraternos, sobre todo de la que no se atreve a existir personalmente? No se puede hacer de guía si
infancia, en una «hermandad» psíquica que llegue a ser creíble? ¿Cómo no se ha recorrido antes todo el camino. No se pueden interpretar los
superar las casi infranqueables barreras que existen en la mentalidad consejos evangélicos en la vida de un clérigo como «servicio a la Igle-
del clérigo entre hombre y mujer} ¿Cómo conciliar amor a Dios y sia», como «testimonio escatológico», como «sacrificio de Cristo», o
amor al «mundo» —dicho claramente, a «una mujer»—, en personas como empeño de solidaridad con determinados grupos, sino como
con tantos miedos y tanta represión sexual por causa del celibato? En actitudes que tienen un valor en sí mismas. Decía Max Scheller, a
otras palabras, la discusión tiene que plantearse antes de llegar al nivel propósito de las «virtudes», que emprender el camino de la virtud por
de declaraciones, definiciones, o directrices teóricas; y mientras el ideal meras ansias de ser virtuoso implica buenas dosis de fariseísmo y de
del clérigo no se formule en unos términos que muestren hasta qué hipocresía; hay que proceder al revés: vive determinados valores evi-
punto esa norma de vida puede contribuir psicológicamente al descu- dentes, y verás que las «virtudes» vienen solas «a caballo de tus ac-
brimiento de sí mismo, el edificio de la Iglesia seguirá estando cons- tos»14. Pues lo mismo ocurre con los consejos evangélicos; no es posi-
truido sobre arena. ble vivirlos para conseguir tal o cual objetivo personal o altruista. O se
En el fondo, se trata de definir con categorías psicoanalíticas el fundan en el propio ser del hombre, o carecen literalmente de funda-
equivalente empírico de lo que el lenguaje teológico llama «redención», mento. No son instrumentos de trabajo. O se viven espontáneamente
empezando por encuadrarla en la vida personal del individuo, si que- por la energía interna del hombre liberado, o están internamente muer-
remos movernos en un terreno sólido. El psicoanálisis es, sin duda, el tos; y lo peor es que matan. Si los consejos evangélicos pueden —¡y
mejor instrumento para mostrar lo que ya hemos expuesto amplia- deben!— ser signos creíbles de una existencia «redimida», deben
mente en otra obra con ayuda de la exégesis bíblica, de la psicología interpretarse no precisamente como integridad, sino como integración,
profunda y de la filosofía existencial13. En síntesis, para que el hombre no desde la función, sino desde la persona, no como deber, sino como
pueda escapar de ese campo maldito de la alienación «al este del Edén», expresión del ser. La cuestión no está en procurar que un determinado
y reencontrarse consigo mismo y con Dios, lo esencial es que sea libe- sacerdote o una religiosa en concreto encuentren en los consejos evan-
rado de sus miedos, por medio de una ilimitada confianza en la perso- gélicos una ayuda para someterse a la Iglesia con una mayor intensi-
na de Jesús. Lo esencial no es liberar al hombre de la injusticia política, dad, utilidad, solidaridad o lealtad; al contrario, lo que hay que procu-
de la pobreza social, o de la explotación económica; lo esencial es rar realmente es que el individuo descubra en ellos el valor y la grandeza
liberarle de la angustia, del miedo que, mientras dura, es la verdadera de su propia personalidad y que, a partir de esa experiencia, siga los
causa de esos síntomas de infelicidad que atraviesan todos los niveles consejos evangélicos con la espontaneidad propia de la vida.
604 Propuestas terapéuticas

No cabe duda que acentuar estos aspectos de la existencia clerical


difiere radicalmente del principio político de Martin Buber15, aunque
ambas concepciones coincidan en entender la forma actual de la polí-
tica como necesitada de redención. Desde los presupuestos de la doc-
trina cristiana sobre el pecado original, sería un error bien trágico pen-
sar que se puede redimir la política con medios exclusivamente políticos.
Si Jesús hubiera querido hacer eso, habría organizado el reino de Dios 1
según el modelo pacifista del emperador Augusto, moderado por las UNA POBREZA QUE HACE LIBRE
reformas de los Gracos. Pero no lo hizo; y por razones bien convincen-
tes. «Política» es jugar con el hombre y con su mundo, violando el
principio supremo del humanismo, según el cual, el hombre nunca
puede ser «medio» para alcanzar un fin, sino «fin» en sí mismo16. Fren-
te a esa concepción, de hoy y de siempre, la Iglesia católica debería ser
«política», revolucionando los principios políticos vigentes e instaurando
un modelo de comunidad humana que abra y ofrezca al individuo un
espacio para su desarrollo personal. La Iglesia debería romper con su
despersonalización sistemática del ser humano individual, y debería Cada uno de los ideales de la existencia clerical sufre el gravamen
dejar de diluir los consejos evangélicos en un manojo de funciones y secular de una hipoteca de opresión y de alienación psicológica. Por
deberes, bajo el pretexto de un «estado de vida más perfecta». Sólo eso, resulta indispensable definir claramente sus objetivos no sólo des-
cuando se presenten los consejos evangélicos como un aspecto de la de un punto de vista psicoanalíticamente «incuestionable», sino tam-
realización personal, y se deje de considerarlos como meras formas de bién desde una perspectiva que presente como realizable en la práctica
autorrepresión o de sacrificio masoquista, se podrá pensar que la críti- el aspecto central del cristianismo, que es la redención del hombre. En
ca del psicoanálisis a las actuales formas de vida clerical ha quedado nuestros días, no han faltado algunos intentos de reformulación de los
«caduca», en el sentido hegeliano del término. consejos evangélicos, pero todos ellos son tributarios de ese vicio cons-
Pero el gran obstáculo para llevar a buen puerto esa tarea sigue titutivo que a lo largo de nuestra investigación hemos denominado
siendo la doctrina sobre la necesidad del sufrimiento, en la que se ha pensamiento funcional.
pretendido y se pretende fundar esencialmente la práctica de los con- Siguiendo la sucesión de fases del proceso psicogenético, empeza-
sejos evangélicos: a ejemplo de Cristo, el individuo tiene que «sacrifi- mos por la pobreza. En este punto merece una atención especial el
car» su «yo» por el bien de la Iglesia y de la sociedad. Pero la redención enfoque de este problema, tal como lo expone Johann Baptist Metz en
del «mundo» no consiste en «sacrificar el yo», sino, al revés, en afirmar su obra Las órdenes religiosas. Después de una serie de consideracio-
sus derechos y libertades, equipándolo contra la vesania de la colecti- nes de carácter más bien genérico, el autor eleva una vigorosa protesta
vidad por medio de la autonomía y apertura de sus decisiones. La psi- contra la interiorización estricta de la exigencia cristiana de pobreza y
cología profunda nos descubre el verdadero significado de los símbo- aboga por el verdadero compromiso cristiano:
los de la redención para el proceso de encuentro de sí mismo y para una
auténtica realización personal. El psicoanálisis no niega la cruz de Cristo, [Esta exigencia] es la única forma socialmente comunicable, inte-
sino que manifiesta dónde radica exactamente su valor de redención. ligible y eficaz de oponerse a la fascinación de una sociedad inmersa
Si el elemento religioso no brota del interior del individuo, no sólo en el consumo y en el mercado, dominada por una razón calculado-
carece de fuerza liberadora, sino que realmente destruye. Y hoy por hoy, ra que no da nada a cambio de nada, en la que todo se pacta en
lo que nos puede —y debe— indicar cuáles son los efectos neurotizantes términos de ganancia y del más puro mercantilismo, y que, por eso,
de una exteriorización de lo religioso es el psicoanálisis. no admite otro ideal de justicia que las leyes del mercado ni otro
humanismo que el de la explotación1.
606 Propuestas terapéuticas Una pobreza que hace libre 607

¿Cómo una Iglesia que se gloría de ser «una» puede terminar de años, por destino de su orden, había enseñado en colegios de la alta
una vez con la escandalosa lucha de clases entre Norte y Sur, ya que sociedad de Francia y del Medio Oriente, hasta que un día, en Egipto,
ambas regiones pertenecen a su propio ámbito2?
impresionada por tantos niños harapientos como se arrastraban por
Es evidente que el mensaje de Jesús es ya político, aunque no
sea más que por el hecho de que proclama la dignidad de la perso- las calles de la capital recogiendo basuras, organizó entre sus alumnas
na, la condición de sujeto que todo hombre tiene ante Dios. Por una colecta para aquellos desharrapados. Al ver que unas niñas ricas
eso, los testigos del evangelio deben ser los garantes de esa condi- habían dado una suma irrisoria, mientras se gastaban enormes canti-
ción del hombre cada vez que se vea amenazada. Y no sólo deben dades en helados, dulces y chucherías, se indignó de tal manera que
empeñarse y luchar para que el hombre pueda mantener su condi- decidió abandonar sus clases de francés a esas niñatas y dedicarse ex-
ción frente a las presiones de la colectividad, sino también para que clusivamente a los traperillos de la zona de Moallaka, «la iglesia col-
los que viven en la miseria y en la opresión puedan llegar un día a gante». Hoy sor Emmanuelle es todo un mito, una de esas pocas perso-
ser auténticos sujetos. En mi opinión, ésa es una de las tareas más nas a la que te sientes inclinado a darle todo lo que posees, como en la
urgentes de la pobreza como virtud evangélica3. primera comunidad cristiana de Jerusalén. En materia de pobreza cris-
tiana, no se puede hacer más ni mejor.
Bajo ese título de «pobreza», Metz exhorta a la Iglesia a que cam- Pero es evidente que sor Emmanuelle no podría ayudar a sus po-
bie radicalmente su postura y tome partido en favor de los pobres, a bres si no fuera por la relativa riqueza de otras personas. Ahora bien,
los que se ha privado de todos sus derechos; es decir, en favor del esa riqueza es precisamente lo que constituye un problema político,
«pueblo». Y tiene toda la razón cuando dice un poco más adelante: que habría que resolver con otras medidas que no fueran la pura y
simple caridad de otros; pero el caso es que, hasta hoy, hemos sido
Cada día cobra más fuerza una silenciosa deserción de la «base», y la incapaces de solucionarlo. Eso no quita que sor Emmanuelle, en cuan-
identificación del pueblo con la Iglesia no sólo no avanza, sino que
to persona concreta, sea perfectamente creíble y hasta admirable en su
retrocede progresivamente. Y eso, a pesar de tantas y tan bellas
palabras sobre la Iglesia como «pueblo de Dios» y sobre el «sacerdocio dedicación. No como otros tantos —biblistas, profesores de teología,
de los fieles», y a pesar de todos los encantos con que se ensalza el etc.— que mucho predicar la pobreza, pero viven como reyes: un viaje
significado de los seglares en la Iglesia...4. de estudios por el Medio Oriente, un congreso a la sombra de las Pirá-
mides o del Empire State, buen sueldo, despacho, secretaria, etc. Lo
No cabe duda de que los problemas planteados por Metz son de personal está tan separado de lo genérico, la teología de la pobreza es
extrema urgencia. Pero quizá sus propuestas estén abocadas a perder tan ajena a sus aspectos psicológicos, que uno puede estar perfecta-
mucho de su fecundidad, porque no contemplan en absoluto el factor mente «comprometido» con los pobres sin tener que experimentar en
decisivo de la pobreza, es decir, su aspecto psicológico, y se limitan a propia carne el más mínimo efecto de la verdadera pobreza. Esa defor-
ver en ella un mero reflejo de las condiciones sociales. Precisamente, a mación no es otra cosa que una teología del odio al «yo» burgués, una
propósito de su referencia a la condición de sujeto», podemos decir variante muy curiosa de la ya mencionada «satisfacción narcisista del
que una discusión del tema de la pobreza tiene que comenzar por un super-yo». ¿Para qué interesarse en avanzar en la propia vida, cuando
estudio psicoanalítico de las inhibiciones «orales» que comporta una basta la ideología para mostrarse a sí mismo y a los demás la imagen
exteriorización del ideal eclesiástico. En caso contrario, se corre el favorita de un «yo» excepcional por su conciencia crítica}
riesgo de enzarzarse en tal cantidad de exterioridades sobre la forma Volviendo a la seriedad del tema, aun a los clérigos que se deciden
de vida, que no se llegue a ofrecer realmente ningún criterio de sintonía a escapar del sistema corrupto de una «pobreza funcionalizada» se les
psíquica con la pobreza a los que quieren o deben realizar ese ideal en plantea una dificultad que hasta a un hombre como L. Tolstoi le resul-
su propia vida. taba insuperable6: aunque renunciase a la parte superflua de su rique-
Tal vez el ejemplo hoy día más impresionante de pobreza cristia- za, aún seguía siendo rico, y era necesario que fuera «rico», para soco-
na, en su aspecto material, sea la vida de la extraordinaria sor rrer a los «pobres»; sería una irresponsabilidad absurda vender en pública
Emmanuelle entre los traperos de la ciudad vieja de El Cairo 5 . Durante subasta casa y tierras que dan pan y trabajo a tanta gente, sólo por
608 Propuestas terapéuticas Una pobreza que hace libre 609

amor a un ideal abstracto. Es decir, Tolstoi aspiraba ardientemente a «pobreza» en sentido material, es decir, como categoría meramente
la pobreza evangélica, pero sólo se decidió a ponerla en práctica poco «funcional». Aparte de que sólo así se pueden centrar los tres consejos
antes de su muerte. Diametralmente opuesto a Tolstoi aparece su gran evangélicos en la cuestión verdaderamente nuclear de la vida humana
antagonista F. M. Dostoievski, que durante largos años de su vida a todos sus niveles y en todas las fases de su desarrollo, la experiencia
experimentó la pobreza y dejó espléndido testimonio de sus efectos del miedo óntico, de la angustia vital constitutiva del ser humano.
psíquicos en algunas de sus novelas. Dostoievski no buscó la pobreza, Decíamos anteriormente que uno de los problemas fundamentales
sino que hizo todo lo posible por vencerla; y mostró, particularmente de la percepción oral-depresiva del mundo es el sentimiento de la finitud
en personajes como Sonia, la hija del borrachín impenitente Mar- de la existencia. En todo momento nos acecha la muerte, cada vez nos
meladov, que se pueden superar perfectamente hasta las consecuen- faltan más las fuerzas, la fragilidad de nuestro propio «yo» cubre de
cias más desastrosas de la pobreza material, como la degradación de la sombras la posibilidad de aparecer ante los demás como dignos de ser
propia estima, con una profunda confianza en Dios7. queridos. Desde la perspectiva del psicoanálisis, la debilidad existencial
Si es cierto lo que Dostoievski trató de describir en sus novelas en y los complejos de inferioridad son las principales fuentes de la sensa-
relación con el tema de la pobreza, se impone la conclusión de que no ción de miseria que experimentamos ante nosotros mismos, y que nos
se puede seguir definiendo la «pobreza cristiana» en términos materia- lleva a querer «ser ricos». En la mentalidad de Jesús, «rico» no es el que
les. La pobreza material no es ni un ideal ni un objetivo; es pura y tiene grandes posesiones, sino el que tiene que acumular grandes pose-
simplemente un objeto de compasión caritativa y de comportamiento siones para calmar su angustia de no ser suficientemente bueno, inteli-
social responsable, que hay que vencer a toda costa. Lo que hay que gente, estimado, útil, perfecto, animoso y fuerte como para poder lle-
preguntarse es, más bien, por qué el Nuevo Testamento insiste tanto var una existencia segura y sin sobresaltos. Cuando uno piensa que el
en guardarse de una riqueza que aparece en sus exhortaciones como dinero y la riqueza le van a dar respuesta a cuestiones que, en princi-
un auténtico antidiós, como un ídolo. Dicho de otra manera, íen qué pio, no pueden resolver, es cuando queda cautivo, y cuando el dinero
consiste el carácter fetichista del dinero y de la riqueza8} ¿Qué valor se le convierte en un fetiche y el poseer en pérdida de ser. El contraste
psicológico tiene la pobreza, cómo podemos expresarla, en qué radica es evidente: sólo puede liberar de la pobreza material una riqueza
su necesidad compensatoria? material. Pero el verdadero problema es cómo liberar a uno de aferrar-
Un paso importante es darse cuenta de que, en el fondo, el proble- se a la felicidad que le dan unas posesiones que él considera como la
ma central del Nuevo Testamento no es la pobreza, sino la riqueza. Y fuente de su felicidad. ¿Cómo hacerle comprender que menos signifi-
en este sentido, es de capital importancia llegar a comprender que la ca más}
insistente advertencia de Jesús contra la riqueza no responde a una Desde un punto de vista exclusivamente intelectual, no es difícil
motivación de tipo social, sino que se deduce inmediatamente de su comprender que una mentalidad para la que todo «aumento» constitu-
relación a Dios. La riqueza no puede interponerse entre Dios y el hom- ye un valor en sí mismo tiene más inconvenientes que ventajas. Por
bre; no puede constituir para el hombre la garantía suprema y definiti- ejemplo, si una glándula aumenta exageradamente su normal produc-
va contra su angustia vital, porque eso, en última instancia, no puede ción de hormonas o de enzimas, puede acarrear serios daños a la salud
serlo más que Dios. Por tanto, si se quiere entender la «pobreza» como del organismo. No es siempre lo más lo que hace a uno sentirse bien,
la entendió Jesús, es decir, como expresión de redención —y ante todo, sino, por lo general, la dosis justa. El «aumento» descontrolado de
no para los otros, sino para uno mismo—, no se podrá prescindir de peso puede traer consecuencias gravísimas en todos los sentidos9. Des-
ese fondo de angustia existencial. La experiencia decisiva, en el senti- de el punto de vista psicológico, el arte de vivir, cuando se tienen
do que le dio Jesús, no es «tengo que abandonarlo todo en favor de muchos bienes, consiste en aplicar ese principio de la «dosis justa». Y
otro», sino «tengo que ser pobre». Desde esa perspectiva, no será difí- una ideología de pobreza que impusiera desde el exterior un senti-
cil entender la pobreza evangélica como un «modo de ser» que está miento de culpabilidad a esa «dosis justa» no sería salvífica, sino faná-
exento de toda deformación neurótica. No cabe duda de que este pun- tica. Pero en perspectiva psicoanalítica, no parece fácil mantener esa
to de vista supone el fin de cualquier clase de interpretación de la «dosis justa» de riqueza mientras subsista la angustia de la finitud, es
610 Propuestas terapéuticas Una pobreza que hace libre 611

decir, el complejo de inferioridad. Ya sería bastante que se pudiera ninguna motivación religiosa especial. El sentido de la pobreza evan-
robustecer la autoconciencia de un individuo de tal modo que se sin- gélica está en distinto plano que una solidaridad práctica con los «po-
tiera capaz de rechazar como una carga esas formas de «riqueza» que bres»; es más, desde el punto de vista exclusivamente pragmático, pue-
sólo sirven para compensar presuntas carencias interiores o exteriores de constituir incluso un obstáculo para la solidaridad. Sin embargo,
con la posesión de determinados objetos. En cualquier caso, el proble- para la pobreza del ser12, para el vacío del miedo a vivir el propio «yo»
ma no está en una «pobreza» material, sino en una determinada forma no hay más respuesta que la que viene de la religión. Y aquí es donde
de «riqueza» que sólo trata de ocultar una gran pobreza interior. radica esencialmente la exigencia de pobreza, según el mensaje bíblico.
Hace años ya que Walter Dirks desarrolló este mismo significado La psicoterapia se enfrenta muchas veces con las situaciones más
de la pobreza evangélica en su libro La respuesta de los monjes, en el paradójicas. Por ejemplo, puede ocurrir que haya que- «convencer» a
que caracteriza a san Francisco de Asís como un hombre que «no era una mujer, que aparentemente no carece de nada, para que «desee»,
un pobre que no quería ser rico, sino un hombre que se había hecho quizá por primera vez en su vida, como regalo de cumpleaños, algún
pobre»10. Dirks expresa así su pensamiento: símbolo de su situación social, como un abrigo de visón o un collar de
platino. Desde el punto de vista psicoanalítico, no existe forma creíble
Nunca se insistirá demasiado en el carácter peculiar de su predicación. de pobreza evangélica si no se ha encontrado el camino para fortalecer
No predicaba la justicia, no predicaba un equilibrio económico. Es el propio «yo». La dificultad está en robustecer la capacidad personal
verdad que exhortaba a los ricos a dar limosna; es verdad que exi- de lucha contra todas las dudas y complejos de inferioridad, para que
gió a un hermano que quería unirse a su grupo que diera sus bienes el sujeto se atreva a ser lo que es realmente, en vez de vivir una vida
a los pobres. Pero su principal preocupación no era tanto el pobre puramente exterior apoyándose en realidades extrañas a sí mismo. Pero
que recibía la limosna, cuanto el que la daba. La amenaza de la
para llegar a ese punto, hay que revisar, ante todo, las limitaciones que
riqueza le preocupaba más que el hambre de los pobres. Dar al
pobre lo que necesita es natural, pero no pasa de ser una muestra de el «super-yo» ha impuesto al «yo» desde la infancia, y que impiden
fraternidad y hermandad; no tiene nada que ver con Dama Pobre- toda relación sana entre «tuyo» y «mío». Por eso, muchas veces hay
za. Aunque no hubiera ningún pobre, para recibir, Francisco habría que recurrir a poner en práctica ciertas formas de verdadera posesión,
arrojado sus pertenencias en el primer barranco que hubiera encon- antes de abordar con garantías el tema de la pobreza cristiana. La rea-
trado, para deshacerse de ellas, para no depender de ellas. Y su re- lidad de la fe no se crea con fórmulas mágicas, ni con exhortaciones
nuncia, sobre todo al dinero, fue tan lejos que los miembros de la morales o con gestos más bien espectaculares, sino con la fuerza
orden no deben admitir nada, ni siquiera para dárselo a los pobres. liberadora de un «yo» fuerte y suficientemente maduro como para rom-
No deben recoger un dinero que se encuentren en el camino, ni per todos los caparazones protectores del miedo interno tanto a la
para devolverlo a su dueño, sino que deben pisotearlo. No cabe necesidad impuesta de «poseer» como a la obligación impersonal de
duda que los frailes menores serían útiles a los pobres si, como «no poseer». ¡Enseñar a poseer, para poder vivir sin poseer! Ésa es
intermediarios, aceptaran limosnas y dinero de los ricos para dárse-
muchas veces la mejor psicoterapia para un clérigo católico. Pero esa
lo a los pobres. ¡Pero ni siquiera eso! Francisco no quiere ni oír
hablar de ello. La orden franciscana no es una orden de caridad. «carencia de posesión» no es nunca fin ni premio de una especie de
Vive la pobreza evangélica y predica la paz de Cristo. ¡Nada más!". desvío para pasar de la neurosis a la curación; en todo caso, es resulta-
do de una afirmación del «yo» y de un encuentro consigo mismo; ni
Podrá parecer extraño que W. Dirks considere la compasión por más ni menos. Es literalmente la «obra» de una gran confianza en Dios
que calma el profundo miedo del hombre a embarcarse en la hermosa
los pobres como una cosa natural, y que la distinga claramente del
aventura de la existencia, con todas sus carencias y limitaciones.
sentido de la pobreza evangélica. Pero así es; no hay que darle más
vueltas. En nuestro siglo ha habido grandes personalidades, como Elsa Esta es la única condición para escapar de la ambigüedad psíquica
Brandstrom o Florence Nightingale, que vivieron una «pobreza» vo- de la pobreza evangélica y evitar la permanente amenaza del terroris-
luntaria dedicándose a recoger heridos y prisioneros víctimas de la mo moral del «super-yo». Sólo así la «pobreza» puede presentarse no
guerra; sin duda, vivían el evangelio, pero para eso no necesitaban como una cosa que encorseta y limita al «yo», o lo hace «víctima» de sí
612 Propuestas terapéuticas Una pobreza que hace libre 613

mismo, sino como una redención, que libera todas las capacidades del eso, el terapeuta debe abstenerse de cualquier juicio de valor. Lo
sujeto, lo centra en sí mismo y le devuelve la juventud, la vitalidad, la esencial es que esté convencido de que él no puede saber qué es
autonomía y la confianza que se le había literalmente robado y que se realmente lo mejor para su paciente. El terapeuta debe «desprender-
había tratado de sustituir, a modo de compensación, por la posesión se» de sus soluciones y recetas preferidas, para poder abrirse al otro;
de bienes externos. Si se estudia con atención, se verá que uno de los si quiere ayudar y curar, debe hacerse pobre. Si se pone en actitud de
pasajes evangélicos más decisivos sobre la pobreza, el episodio del «jo- entendido, de experto en la materia, él mismo será víctima de los
ven rico» (Me 10,17-31) 13 , tiene que interpretarse precisamente así, conflictos de autoridad que puede provocar su comportamiento. Todo
como una visión de la impotencia radical del hombre para «conseguir» lo que el terapeuta cree «poseer», fuera de su propia persona, no hará
por sus propias fuerzas presentarse ante Dios como «bueno» (Me 10,27). más que crear obstáculos entre él y su interlocutor. Sólo si se vacía de
Es decir, la «pobreza», como la concibe Jesús, revela al hombre lo sí mismo, podrá acoger la miseria y el sufrimiento ajeno. Aparte de
absurdo de su presunción de rectitud moral, ya que la única «seguri- que esa pobreza interior le ayudará también a él mismo, porque le
dad» de su vida es su confianza en Dios; de aquí brota todo lo demás. dará esa tranquilidad del que no se siente obligado a ser más de lo
La misma idea de «recompensa», que Me 10,21 concibe como «un que es, a saber más de lo que realmente sabe, a hacer más de lo que
tesoro en el cielo», no cuadra con la actitud de Jesús; lo más probable puede. Aprenderá a vivir con sus propias limitaciones, sabiendo que
es que provenga de la predicación primitiva14. Cuando el joven llama a la vida del otro es algo consistente en sí mismo o, en cristiano, una
Jesús «Maestro bueno», él rechaza el apelativo: «¡Sólo Dios es bueno!» cosa que está en manos de Dios. Eso sí que es una pobreza liberadora
(Me 10,18). La insignificancia del hombre, que sólo puede superarse para sí mismo y para los demás; una especie de maravillosa multipli-
por una total confianza en Dios, es el verdadero objeto de una pobreza cación de los panes (Me 6,30-44; 8,1-10)16.
que libera.
Esta comparación con el terapeuta es particularmente instructiva,
Naturalmente, el aprendizaje de esa pobreza tiene que resultar muy no sólo porque abre a una comprensión de lo que se entiende por
difícil. Y así lo demuestra la psicoterapia analítica, por el mero hecho «pobreza» desde el punto de vista psicoanalítico, sino también porque
de que es lo más cercano a las formas esenciales de la pobreza humana. hace ver a los clérigos católicos dónde reside realmente la seriedad de
En primer lugar, el terapeuta deberá desprenderse de sus propias su forma de vida. Ha quedado suficientemente claro que los clérigos,
ideas moralizantes sobre la riqueza. Una de las actitudes más impor- por lo menos en nuestro ámbito cultural, se verán abocados a vivir una
tantes en psicoterapia es la convicción de que sólo se puede ayudar al «pobreza» ambigua, poco vinculante y no muy creíble, mientras se siga
paciente, si se prescinde de las propias categorías y del propio sistema (mal)interpretando este consejo evangélico en sentido exclusivamente
de valores como criterio decisivo de juicio y de comportamiento. Por material. Pero ahora es cuando se puede comprender que los clérigos,
ejemplo, en el caso de aquella mujer del abrigo de visón, puede suce- a pesar de todas sus palabras sobre la pobreza, se ven estructuralmente
der que un terapeuta apasionadamente contrario a la explotación de obligados a no poder ser verdaderamente pobres, y que esa incapaci-
los animales se sienta en su interior tremendamente incómodo ante dad está íntimamente ligada a su dependencia del «super-yo», que es
las circunstancias. Pero, si es un buen terapeuta, jamás tratará de precisamente de lo que debería liberarlos una auténtica pobreza. Los
desbaratar los planes de su paciente, por ejemplo, con ias ideas de clérigos «poseen» muchos recursos que les impiden aceptarse a sí mis-
Albert Schweitzer sobre el «respeto a la vida»15. Pensará, más bien, mo como «pobres»; incluso la pobreza forzada de su «yo» es como una
que lo que necesita esa paciente —como en el cuento de La mucha- protección contra la verdadera «pobreza del ser». En vez de vivir por sí
cha sin manos— es aprender a «desear» algo; qué es lo que vale la mismos, tienen su función; y en esa función disponen no sólo de todas
pena desear, vendrá más adelante. El terapeuta debe ver el mundo a las comodidades de la existencia normal burguesa, sino que, en su
través de los ojos de su paciente. Sólo en caso de que éste corra el calidad de «ministros», reciben, como por la puerta de atrás, como por
peligro de deformar la situación en perjuicio propio, intentará defen- la entrada de servicio, una serie de ventajas y privilegios que no ten-
der el «principio de realidad» al que, en ciertos casos, pertenecen drían como personas corrientes. Se ven rodeados de una aureola de
determinadas normas morales aceptadas por la sociedad. Fuera de elección, de dignidad, de respeto y hasta de misterio, que les permite
614 Propuestas terapéuticas Una pobreza que hace libre 615

jugar con «la mística y la política», con la superstición y el poder, con A este propósito, sería interesante recordar aquí una considera-
el «ser» escondido y el «parecer» prestado, con la plena autenticidad ción muy sugestiva de Paul M. Zulehner. Su opinión global es que el
de los valores y el oropel de los sucedáneos en el que se refleja su «ser- contenido «político» de la pobreza está íntimamente ligado a una «as-
para-sí». Y sobre todo, la garantía que les proporciona la Iglesia por el piración a la justicia». Pero el caso es que, analizando la historia bíbli-
mero ejercicio de su ministerio sustituye lo que, en el fondo, debería ca de Caín y Abel (Gn 4,1-16), cree descubrir dos actitudes frente al
brotar de su relación con Dios basada en una absoluta confianza en él. «sacrificio»: una, representada por Abel, que se sitúa por encima de las
En vez de preguntarse: «¿Cómo soy yo realmente, como hombre y cosas; y otra, simbolizada en Caín, que rechaza ese movimiento funda-
como persona, a los ojos de Dios?», toda su actitud se diluye literal- mental de la vida y se queda al ras de las «realidades terrestres». El
mente en la seguridad «redentora y liberadora» (?) de vivir en un esta- problema estaría, según Zulehner, en conciliar esas dos actitudes con-
do conforme a la voluntad de Dios y que santifica por sí mismo, pero trapuestas: huida del mundo, e inmersión en el mundo 18 . No se puede
que, en realidad, mediante la progresiva renuncia a su personalidad, negar que la conciliación de las diferentes tendencias que encontramos
los conduce a tratar de adaptarse con la mayor flexibilidad posible al en nuestra pulsiones es un problema serio. Pero la historia de Caín y
modelo de una presunta «objetividad». Abel muestra precisamente el desgarramiento en el que tiene que vivir
Pero esa objetividad, que descarga al sujeto de sí mismo, termina un hombre cuya relación con Dios está marcada por la idea de sacrifi-
por convertirse en el único punto de referencia de una infinita serie de cio19. No habrá una reconciliación del hombre consigo mismo mien-
posesiones. Por ejemplo, un profesor de teología posee tal conocimiento tras piense que, antes, tiene que reconciliarse con Dios. Ahora bien, el
de los misterios divinos y de las manifestaciones de la salvación, que comienzo de la verdadera pobreza no está en esa acción, en sí merito-
impone respeto y lo hace imprescindible; un sacerdote posee la verda- ria, del desprendimiento, sino en la confianza de la propia persona en
dera doctrina de la Iglesia, que no tiene más que transmitir, y posee poder y deber «ser», sin restricciones. Una pobreza auténtica no está
poderes sacramentales secretos que no le corresponden más que a él. en perfeccionar la historia de Caín y Abel, sino, más bien, en salir de
El clérigo posee a Cristo y la misión de Cristo, posee el poder de juzgar esa historia y dejarnos llevar como de la mano hacia el paraíso perdi-
qué es vicio o virtud, pecado o mérito, piedad o impiedad, y posee el do, pasando ante los querubines de espada llameante (Gn 3,24), hasta
poder de perdonar o no perdonar los pecados (Jn 20,23) 17 . ¡Unos hom- llegar a ese mundo en el que podamos estar «desnudos» ante los ojos
bres que viven esencialmente por su función no pueden jamás ser de Dios y a los ojos de los hombres, sin sentir vergüenza de lo que
verdaderamente pobres! Jamás se ven expuestos, perplejos, indecisos, realmente somos (Gn 2,25)20. Nada menos que a Ernst Bloch se le
desamparados, ignorantes. ¡No son jamás —perdón por el calificati- ocurrió un día esta observación:
vo— verdaderos creyentesl Sólo el propio «yo» es capaz de afirmar su
pobreza. Pero si se refugia en el «super-yo», no será más que un pre- Un viejo sabio se lamentaba de que era más fácil salvar a un hombre
suntuoso caballero andante, por mucha púrpura que luzca en sus ves- que darle de comer. Pues bien, el socialismo futuro, una vez que
tidos o por muy dorada que sea su armadura. Es la función la que todos estén sentados a la mesa, porque todos hayan podido sentar-
impide la verdadera pobreza. se, no tendrá más remedio que afrontar [...] como un problema
El planteamiento decisivo es que, mientras se piense que ser pobre particularmente difícil y paradójico, la inversión bien conocida de
esa idea: Es más fácil dar de comer a un hombre que salvarlo21.
consiste en «sacrificar» y abandonar el propio «yo», no podrá menos
de brotar sobre esa capa de quebranto masoquista una reivindicación
mucho más brutal de posesiones y poderes. Pobreza es asumir y vivir
con plena confianza en Dios las debilidades y miserias del propio «yo»
sin excusas ni evasivas. No tenemos, ni podemos tener, más que lo que
somos, porque eso es lo que nos confió Dios al crearnos. Pretender
tener más deforma y falsea sustancialmente nuestro propio ser y nos
cierra toda capacidad de acceso al ser humano.
Una obediencia que abre 617

Juro que pondré todo mi empeño en promover y defender los dere-


chos y la autoridad de los papas, así como las prerrogativas de sus
enviados y representantes. Y si viniera en mi conocimiento que
alguien está tramando algo contra ellos, informaré debidamente al
Sumo Pontífice2.
2
UNA OBEDIENCIA QUE ABRE, El profesor J. Kremer, que no es precisamente un progresista, tie-
Y UNA HUMILDAD QUE EXALTA ne toda la razón cuando piensa que, por este juramento, el candidato
al episcopado se hace un mero colaborador de la curia romana, renun-
ciando a su independencia personal como obispo. Una muestra del
encarecimiento con que esa obediencia, entendida en un sentido pura-
mente externo como lealtad al magisterio eclesiástico, se debe incul-
car con toda seriedad a los clérigos es la prescripción que entró en
vigor el día 1 de marzo de 1989, por la que se impone a los profesores
de teología, a los vicarios generales, a los superiores de órdenes reli-
Al abordar el consejo evangélico de «obediencia» y de «humildad», se giosas, a los párrocos y demás funcionarios eclesiásticos un nuevo ju-
presenta como tarea casi imposible retirar los escombros que, durante ramento de fidelidad. De ahora en adelante, todos ellos, al tomar po-
tantos siglos, se han ido acumulando sobre el valor de esos conceptos. sesión de su cargo, deben jurar respeto y obediencia a la disciplina
Hasta las mismas palabras han quedado prácticamente inutilizables. eclesiástica, a las prescripciones del Código de derecho canónico y, en
Obediente se asocia de manera casi automática con la actitud de especial, «a todas y cada una de las doctrinas en materia de fe y buenas
un niño, o con la situación de extrema emergencia bélica en la que, a costumbres, sea que se proclamen mediante una declaración solemne,
la voz de mando, cualquier soldado tiene que estar absolutamente o que emanen del simple magisterio ordinario» 3 . Y para justificar ese
dispuesto a saltar sin contemplaciones y sin respeto al valor de la juramento, los funcionarios de la curia romana dan especial importan-
vida individual. Y humilde sugiere la actitud de la muchacha que, cia a las cuestiones de contracepción, matrimonio de los divorciados y
con la cabeza y los ojos bajos, espera granjearse la atención y la bene- ordenación sacerdotal de las mujeres. Todas esas doctrinas, aunque no
volencia de su amo. Fuera del lenguaje eclesiástico, esos términos han sancionadas por el supremo magisterio eclesiástico, se imponen «en
quedado obsoletos y parecen hasta ridículos, como lo es el significa- virtud de obediencia»; de modo que todo hace pensar que, en última
do mismo que originariamente se les atribuía. Mientras no se estu- instancia, habrá que considerarlas como tales.
dien a fondo las deformaciones psíquicas que laten en esos concep- Pero lo que causa verdadero estupor en las reflexiones de J. B. Metz y
tos, difícilmente podrán usarse de manera creíble ni en la Iglesia ni en de otros teólogos contemporáneos es la ligereza con que sencillamente
la sociedad. prescinden del aspecto psicológico de la obediencia en la vida clerical.
También aquí un comentario de Johann Baptist Metz nos podrá El que en la práctica psicoterapéutica haya tenido ocasión de com-
valer como ejemplo. Naturalmente, él sabe muy bien dónde está el probar semana tras semana lo difícil que le resulta a un clérigo —sacer-
núcleo de la cuestión. Según sus propias palabras: «[La obediencia] no dote o religiosa— tomar una decisión personal o justificar, al menos una
designa, en primer término, la disponibilidad radical con respecto a la vez y a modo de prueba, algún sentimiento o deseo propio de modo que
jerarquía eclesiástica o a los superiores de las órdenes religiosas»1. Cabe, pueda defenderlo contra objeciones reales o imaginarias, verá que lo
pues, preguntar: Y ¿en segundo término? Porque, de hecho, eso es lo primero que hay que hacer es liberar al paciente de las inhibiciones de
que ha significado durante siglos, y significa todavía hoy. En la actua- carácter anal y edípico que ha encontrado en el proceso de formación
lidad, todo el que va a ser consagrado obispo tiene que prometer bajo y desarrollo de su personalidad. Sólo entonces podrá admitir un clérigo
juramento: que el consejo evangélico de obediencia puede interpretarse «en sí mis-
mo» de una manera totalmente distinta de la interpretación tradicional.
618 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 619

Y es que no faltan teólogos que, llevados de una creencia rayana en la razón de nuestra existencia terrestre. Y eso se explica —como dice
superstición infantil de la omnipotencia de la mente, piensan que uno Metz con tanto comedimiento— porque la búsqueda de sí mismo pone
puede desembarazarse sin más de una herencia de siglos con un par de «nervioso» al hombre. Es decir, nos da miedo preguntarnos qué clase
fórmulas novedosas; como si se tratara simplemente de borrar de la de hombres somos, porque inesperadamente podríamos hacer algún
pizarra una operación matemática incorrecta. Y así pasa lo que pasa; descubrimiento desagradable, como, por ejemplo, ¡encontrarnos con
que se encuentra uno con los mismos perros, aunque con distintos Dios! Pero ¡nada; tranquilos! ¡El «Dios de esta obediencia» no va a ser
collares. tan cruel como para exigirnos ser nosotros mismos\ Con todo, ni esa
J. B. Metz tiene toda la razón cuando afirma que el cristiano debe seguridad es suficiente. La búsqueda de la identidad personal —¡qué
orientar toda su vida según el modelo de Cristo, como única norma. horror!— «ahoga nuestra imaginación para tomar parte en el sufri-
Pero ¿cómo aprender de Jesús de Nazaret precisamente la obediencial miento de otros»; es decir, es puro vampirismo, egoísmo empederni-
Si algo se puede aprender de él es exactamente lo contrario, es decir, do, descaro vergonzoso, obstinación, crueldad inhumana. Pero ahí es
su firme actitud de desobediencia, sobre todo, frente a la autoridad donde se muestra en todo su esplendor el cristianismo de la renuncia a
eclesiástica. Pero de eso, Metz no dice ni una palabra. En vez de poner la propia persona, de las barreras a todo sentimiento, del masoquismo
el fundamento de la Pasión real en la desobediencia, Metz deriva hacia escrupuloso del deber.
una «mística», que tendría sus raíces en la «obediencia» de Jesús al Mientras tanto, la teología se ha dado cuenta de que es muy difícil
Padre, como dice expresamente el Nuevo Testamento en la carta a los conciliar «Padre de Jesucristo» con tiranía y automutilación. Pero no
Hebreos: «Y aunque era Hijo, sufriendo aprendió a obedecer» (Heb se le ocurre una cosa mejor que negar ideológicamente un masoquis-
5,8). La «obediencia» que Jesús tuvo que aprender consistió esencial- mo que se intenta justificar por otras vías. Es evidente que en la teolo-
mente en aceptar el sufrimiento de la muerte en cruz, según la volun- gía de la obediencia propugnada por J. B. Metz, el supremo deber de
tad del Padre 4 . Ahora bien, es de sobra sabido que la concepción un cristiano es renunciar a una enervante búsqueda de sí mismo,
neotestamentaria de la voluntad de Dios, según la cual el Padre ofrece presumiblemente porque expolia y desgasta las fuerzas que deberían
a su Hijo en la cruz por nuestros pecados, «obedece» a ciertas nociones emplearse en el servicio a los otros, a los hermanos y hermanas sumi-
arcaicas tomadas del Antiguo Testamento que, precisamente por eso, dos en la miseria. ¡Ésa es la voluntad de Dios!, dice esa teología.
no sirven para fundar una «moral de la obediencia», ya que tienden a
Pero, por nuestra parte, podríamos plantear tres cuestiones:
considerar la historia humana e incluso la vida de Jesús desde una
presunta perspectiva divinas.
Primera cuestión: ¿Qué clase de Dios es ése que, mientras desea la
Lo que, sin embargo, sí llama la atención es que un autor como felicidad del otro, condena como socialmente nociva la voluntad de
Metz demuestre tal miedo a la psicología que llegue incluso a carica- ser feliz uno mismo? ¿Qué extraño orden de creación es ése, en el que
turizarla, al exponer su concepción de una obediencia según el modelo parece posible procurar a otro una libertad de la que uno mismo se ve
de Cristo. Así, dice textualmente: privado, ofrecerle una felicidad de la que uno mismo carece, hacerle
partícipe de una redención que mata literalmente en uno mismo la
El Dios de esta obediencia no empuja a una búsqueda nerviosa de la propia vida? Según esta concepción, jamás se puede abandonar la es-
identidad personal, ni ahoga nuestra imaginación para tomar parte trechez compulsiva del sacrificio, de la obediencia, de la heteronomía
en el sufrimiento de otros, sino que, más bien, la despierta y la interiorizada; siempre será el otro la única norma de la verdad divina.
acrecienta6.
Sólo que esa relación, en vez de situarse, como hasta ahora, en el mar-
co de unos imperativos o de unas órdenes que vienen del exterior, se
Cada palabra de este párrafo habla por sí misma. Resulta que para transforma en unas exigencias de carácter caritativo y político. Pero
«buscar la identidad personal», el individuo —que piense como Metz— siempre reinará la vieja y cruel alternativa de que sólo mediante la
tiene que ser empujado por Dios. En las categorías de esa «obediencia «entrega» personal y el «sacrificio» en favor del otro se puede llegar a
de imitación» no entra que la búsqueda de la identidad personal es el Dios; y en Dios —es de esperar—, a encontrarse a sí mismo.
único objetivo, la aspiración suprema, la tarea fundamental y la única
620 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 621

Desde el punto de vista psicoanalítico, resulta claro qué es lo que esclavitud psíquica; puede ayudar a revisar esa inversión de niveles
aquí se eleva a nivel de ideología. Se trata evidentemente del universo por la que se piensa que se pueden solucionar los problemas psíquicos
mental del «super-yo», que se fue configurando en la fase psicogenética con remedios «sociales» o, al revés, que la miseria social puede ser una
del clérigo: un sufrimiento opresivo —por lo general, de la madre— que coartada para no enfrentarse con el propio sufrimiento psíquico.
ensombrece todo el «mundo» del niño, y marcará más adelante su con- Por consiguiente, habrá que dejar de fomentar y exigir, en nombre
cepción de la vida; la prohibición estricta de poseer algo en «propiedad» de una obediencia cristiana, la adoración de una imagen divina que no
en ese «mundo»; y finalmente la absolutización de esas experiencias en contribuye a la aceptación del «yo», sino a una mayor estabilidad del
la figura de Cristo, como sustituto de la madre. Dicho con toda clari- «super-yo». La tesis de que el encuentro consigo mismo es contrario al
dad: un Dios que hace ridicula toda «búsqueda de la-identidad perso- compromiso político no es más que parte de una ideología de opresión
nal» y la prohibe moralmente como egoísta, «nerviosa», o parasitaria del «yo». Al revés, todo compromiso político debe medirse por el valor
del psicoanálisis, no es ni el creador del mundo, ni el Padre de nuestro de libertad personal que admite 7 . Una psicología correcta contribuye
Señor Jesucristo, sino un demonio del «super-yo»; pero un demonio de una manera inapreciable a la emancipación del sujeto. No es preci-
suficientemente astuto como para no ser nunca la víctima, mientras que samente la antítesis de una liberación política, sino el motor que le
no tiene reparo en sacrificar a los otros, sus propios «hijos». puede dar su verdadero impulso.
Todas esas transposiciones nos resultan bien conocidas: un «pa-
dre» en sí mismo «impotente» que, para «salvar» a su «mundo», nece- Segunda cuestión. No cabe duda —y es importante reconocerlo—
sita el sacrificio de «Cristo» —la madre— y de sus queridos «hijos»..., de que Dios nos habla en el grito frecuentemente mudo de los que
¿qué es eso sino el masoquismo que tantas veces se encuentra en la sufren, y que en él quiere ser «escuchado». Con todo, hay que decir
biografía de los clérigos? Pues bien, en nombre de todos los que, por que Dios nos habla más profundamente y nos interpela con exigencias
causa de esa teología, se ven hundidos en la depresión y en una neuro- más acuciantes en la voz suave y callada de nuestro corazón. En la voz
sis compulsiva que arruina su felicidad, aumenta sus complejos de cul- del sufrimiento humano, Dios habla desde una realidad que contradi-
pa y confunde sus ideas, hay que decir mil veces que sólo se procura la ce su misma esencia, porque él no puede tolerar el dolor de su creatura.
felicidad de otros en la medida en que uno mismo ha sido capaz de Sin embargo, esa voz no es más que el eco quebrado de unas palabras
encontrarla. No se puede utilizar la disponibilidad de otros, para ganarse totalmente distintas que él dirige a nuestro propio ser, sin ninguna
la justificación de ser imprescindibles. Y existe la obligación de «ser clase de mediaciones. Y sólo en y por esa palabra podemos vivir real-
uno mismo» para no tener que lamentar un día que las propias limita- mente, porque sólo ella nos da la fuerza para negar la negación de lo
ciones y miras estrechas no son más que obstáculos para que los otros humano mediante la afirmación de lo que en ella se nos comunica
puedan «ser ellos mismos». sobre Dios. Nunca se repetirá demasiado que la pregunta fundamental
Hace años, una auxiliar de parroquia me contaba que, durante sus del hombre no es: «¿Qué tengo que hacer?», sino una cuestión mucho
estudios teológicos, nada le había hecho tanta impresión como la lec- más primordial: «¿Quién soy yo?», «¿Quién debo ser yo?», o «¿Qué
tura de unos poemas de campesinos latinoamericanos, a la que había puedo yo esperar?»8. Alterar el orden de esos interrogantes y poner la
asistido unas Navidades. Toda su relación con esas gentes estaba teñi- ética, o sea, el querer y el deber del hombre, en primer plano significa,
da de puro romanticismo abstracto; y hasta ese momento, nadie le ni más ni menos, el fin de la doctrina cristiana sobre la redención. Por
había hecho caer en la cuenta de que ella misma proyectaba en esos otra parte, cargar el acento —fundamental, si ya no exclusivamente—
poemas sus propios sentimientos de explotación, de soledad, de po- en el compromiso político equivale en la práctica a prolongar el pensa-
breza, de impotencia, de protesta inútil, de vaga esperanza de libera- miento de I. Kant, con su reducción de lo religioso a lo ético9. Pero la
ción. Pero ¡atención! Los problemas de esos campesinos son una amarga moral no es lo más originario en el hombre, como diría el idealismo
realidad, y el psicoanálisis no es capaz de solucionarlos. Lo que sí pue- alemán; no es más que una derivación10. Mientras la existencia del
de hacer el psicoanálisis es neutralizar la tendencia a considerar la falta hombre no se vea libre de todos sus miedos, con sus consiguientes de-
de libertad «social» de otros como un recurso para superar la propia formaciones e inquietudes, el deseo de rectitud moral estará necesaria-
622 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 623

mente sometido a la dialéctica de todos los legalismos. No se puede en el violento lenguaje del «super-yo», es decir, en el lenguaje sustitutivo
crear vida a base de preceptos y normas; es más, de ese modo ni siquie- de la represión del deseo, con todos los síntomas imaginables de las
ra se la puede proteger eficazmente. más agudas obsesiones sexuales y sádicas, evidentemente patológicas.
No estará de más insistir en que, si se concibe la «búsqueda de la No hay más que comparar, por ejemplo, la experiencia mística de san-
propia identidad» como puro escapismo antisocial, el problema de la ta Teresa de Ávila13 con la extraña ascesis de san Alfonso de Ligorio14,
redención, tan esencial a la fe cristiana, se reduce a mero positivismo ese modelo de castidad para enteras generaciones de jóvenes (!). Es
salvífico de corte decididamente dogmático. Y es exactamente al re- evidente el peligro de una teología —como la actual— que, al negar el
vés. Así se explica, por ejemplo, que tantos matrimonios, a pesar de la inconsciente humano, condena a todo lenguaje sobre Dios a una alie-
buena voluntad y de los esfuerzos de los cónyuges, terminen en un nación puramente extrínseca, por miedo a que se vaya a reducir exce-
estrepitoso fracaso, porque ni el hombre ni la mujer han podido pre- sivamente el espacio de lo divino si, después de investigar la naturaleza
guntarse de veras: «¿Quién soy yo, realmente?». Convendría caer en la externa con unos métodos «ateos», se intenta adentrarse en la natura-
cuenta del sufrimiento de unos niños cuyos progenitores—uno, u otro— leza interna de la psicología humana con el ateísmo metódico del psi-
se han visto obligados a estar siempre «al servicio de los demás», en coanálisis. Un hombre no es menos creyente por el mero hecho de
vez de estar anclados en su propia persona. Por consiguiente, será fácil conocerse más a sí mismo; lo único es que será más libre, más abierto,
ponderar los daños que tiene que causar, incluso en el aspecto social y más receptivo, más sensible, en una palabra, «más piadoso», quitando
«político», una teología que, por su «mística de un sufrimiento obe- al calificativo su significado vulgar de «beato». En el plano religioso,
diente» a imitación de Cristo, declara ilegítimo, desde el punto de vis- nadie puede darse por satisfecho con la integridad moral de una perso-
ta cristiano, todo interés por el propio «yo». La primera forma de «mís- na ni con la ortodoxia de las estructuras eclesiásticas en las que ha
tica» de una obediencia redentora consiste en su capacidad de escucha: crecido espiritualmente. Para la psicología religiosa, lo esencial es la
una escucha hacia el interior, es decir, a la poesía soñadora de nuestras integración del inconsciente, porque sólo en el espíritu de un ser hu-
imágenes nocturnas, a las sutiles vibraciones de nuestros sentimientos mano «plenamente» hombre se puede reflejar, aun con todas sus limi-
diurnos, a las infinitas señales del lenguaje del cuerpo; y una escucha taciones, la verdadera imagen del «Hijo del hombre».
en el interior, es decir, en las ideas espontáneas de nuestra fantasía, en Y lo mismo que hay que escuchar a la naturaleza interior del hom-
los movimientos de nuestro corazón, en el flujo de nuestra sangre, en bre, también hay que escuchar a la naturaleza exterior. En la actuali-
el pulso de nuestras arterias. Ahí es donde nos habla Dios: en esa im- dad, son especialmente los teólogos los que defienden con mayor ve-
ponente sinfonía de la creación, de la que participamos como creaturas hemencia la idea de que todo es política. En esa tesis se fuerza tanto el
de este mundo y como seres que, en nuestra individualidad inconfun- recurso a una filosofía bíblica de la historia, que no se puede entender
dible, somos capaces de enriquecer el canto de la naturaleza con una la reflexión de Albert Camus, cuando decía que hay que abrir espacios
voz, con una tonalidad, con una melodía exclusivamente nuestra, si es a la experiencia de la belleza natural, para descansar un poco del peso
que hemos aprendido a escuchar los acordes sonoros y las infinitas de la historia15. La frase «todo es política» es tan absurda como decir
variaciones de nuestro propio «yo». Esa «música callada», esa «soledad que todo es física o bioquímica; aparte de que, en última instancia, lo
sonora» de la existencia es la primera palabra que Dios hace resonar que hoy llamamos «política» no tiene ni siquiera ocho mil años. Lo
en nuestro corazón, es el eco lejano de los pasos del Creador cuando, que sucede es que se pasa por alto, como deliberadamente, la autono-
después de la canícula, baja a pasear por el jardín al fresco de la tarde, mía de la naturaleza con respecto al hombre; y así se mata, ya con el
para gozar de la compañía del hombre (Gn 3,8) n . Y será también la pensamiento, el derecho a existir que tienen las plantas y los animales,
última palabra que tendremos que aprender a escuchar, cuando «la incluso mucho antes de sacrificarlos realmente encerrándolos en par-
obra de la redención» llegue a su más total y absoluta plenitud12. ques zoológicos, llevándolos a la mesa de disección, o aniquilándolos
Lo que aquí se plantea es, ni más ni menos, una reorientación y, con venenos y otras técnicas destructivas y contaminantes, en puro
por consiguiente, una relativa rectificación de determinadas formas de beneficio de la industria, de la silvicultura o de la agricultura. El que
religiosidad. Toda «mística» es eminentemente ambigua, si se queda no tiene oídos para percibir la voz de Dios en el lenguaje de sus creaturas,
624 Propuestas terapéuticas llna obediencia que abre 625

el que en los Salmos del antiguo Israel sólo escoge la elegía o la pre- gado de cadenas y grilletes, y destinado a ser protagonista en el macabro
gunta desesperada, el que no oye un canto de felicidad en el susurro espectáculo de una ejecución pública, a Pedro no le queda otra perspec-
del viento, en el estruendo del mar, en el chirrido de las cigarras, en el tiva que la inminencia de su muerte. Pero Pedro duerme. Si la narra-
gorjeo del ruiseñor, en el bullicio de las golondrinas, ¿podrá ése escu- ción fuera de carácter político, habría que contar ahora qué hace la
char la voz de Dios en el chillido de un cerdo que se sacrifica, en el comunidad de discípulos de Jesús, fortalecida por la «mística» de la
mugido de una vaca que se lleva al matadero? ¡Imposible! Sin embar- oración comunitaria, para liberar al prisionero. Pero eso es exactamen-
go, tenemos que aprender Dios sabe qué obediencia natural, bastante te lo que no se cuenta. Sin embargo, qué duda cabe, Dios quiere la
más vinculada a la creatura que la obediencia «política» frente a la libertad del hombre. Pues bien, en ese momento, cuando los hombres
miseria del hombre. no pueden hacer por otro más que orar, es cuando Dios envía a su ángel.
La historia del paraíso cuenta que Dios, antes de conceder a Adán Interpretar de una manera «externa», es decir, como activismo políti-
el honor de encontrar a la mujer como pareja, hizo desfilar ante él a co, lo que el propio relato orienta hacia el «interior» bajo la figura del
todos los animales para ver qué nombre les ponía, porque así deberían ángel, equivaldría a desfigurar por completo el lenguaje simbólico de la
llamarse en adelante. Pues bien, la interpretación que hoy da la teolo- leyenda19, contra su propia psicodinámica. No se trata de conjeturar si
gía a este maravilloso pasaje de la imposición del nombre a los anima- alguien, quizá un alto funcionario de la corte al que la comunidad cris-
les (Gn 2,19) 16 , como si se tratara de poner en claro el dominio y la tiana habría logrado convencer, se presentó en la cárcel por sorpresa
dominación del hombre sobre las bestias, no es sólo una interpretación para liberar al apóstol; lo que subraya el episodio es que un hombre,
falsa, sino el sello más evidente de la más cerril incomprensión. En incluso un prisionero, puede ver cómo «se le caen las cadenas» espon-
realidad, es uno de los pocos pasajes de la Biblia en los que se canta táneamente, por el mero hecho de abrirse a su propia imagen existencial.
toda la magia y el hechizo de una percepción y de una expresión de la Antoine de Saint-Exupéry cuenta que, un día de otoño, un grupo
esencia misma de la vida. En el texto bíblico se pone de relieve la de patos domésticos de una granja, que no habían visto en su vida más
unidad del hombre con su propia naturaleza interior y con la naturale- que el corral, la artesa y el camino del estanque, vieron volar por el
za que circunda su vida. Pues bien, antes de poder discutir con sensatez cielo una bandada de patos salvajes. En ese momento, se produjo algo
sobre la protección del «medio ambiente»17 y sobre la ecología, una realmente maravilloso: los pobres animales se pusieron a batir las alas,
mística de la obediencia debería dar todo su valor a una serie de reali- como si quisieran imitar a sus congéneres que vivían en libertad. Por
dades evidentes, como la santidad e intangibilidad de las maravillosas un instante se imaginaron bosques, montañas, océanos, y el ansia de
catedrales que Dios mismo se erigió en las selvas vírgenes del trópico, poder volar hacia un horizonte sin límites, para volver por caminos
en las sabanas al norte y al sur de la franja verde del ecuador, en las desconocidos a su país de origen, de donde habían emigrado hace mi-
regiones árticas, en los bajíos de la corteza terrestre, en los glaciares de llones de años. Pero después de unos segundos, se esfumó la visión. Y
las montañas. ¡No, no todo es política! La naturaleza no nos pertene- los patos de la granja tuvieron que volver a su rutina diaria del corral,
ce, si sabemos escuchar su voz. Y saber escuchar significa vivir y com- de la artesa y del estanque, al ciclo implacable de comer y ser sacrifica-
prender que el poeta es mucho más importante, literalmente más re- do, como si nunca hubieran tenido aquella maravillosa visión de su
dentor, que el político; éste, en fin de cuentas, depende de aquél no verdadero ser, de su libertad20.
sólo para «ser» hombre, sino para «hacerse» hombre. Escuchar a Dios significa ver ante ti la imagen esencial de tu pro-
Quizá el mejor ejemplo de esta escucha poética que libera no sólo pia existencia y obedecer ciegamente; como Pedro, pasar de largo ante
interiormente, sino incluso en lo más externo, sea la leyenda de la libe- los guardias, atravesar las puertas cerradas con siete llaves y quedarte
ración de Pedro, tal como se relata en el libro de los Hechos de los solo, hasta que encuentres el camino que lleva a la comunidad de her-
Apóstoles (Hch 12,1-19)18. A primera vista, el texto parece hablar de la manos que te esperan (Hch 12,10).
prepotencia del rey Herodes, que juega con la vida de sus subditos para
satisfacer al pueblo y cubrirse de prestigio ante la corte. Pero el narra- Tercera cuestión. Sólo el que ha aprendido así a escucharse a sí
dor se centra en Pedro. Custodiado por cuatro turnos de guardia, car- mismo podrá escuchar en otro hombre la propia voz de Dios.
626 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 627

Hace unos años, salió en la prensa que un grupo de esquimales de cia que el propio sujeto interesado. Obediencia es percibir en y detrás
Groenlandia había hecho una colecta en favor de las víctimas del ham- de las figuras, vivencias y escenas que van desfilando en la conversa-
bre en el Sahél. El gesto fue espectacular; pero, en realidad, no había ción todas las rupturas y las contradicciones entre pensamiento y sen-
tal motivo de admiración, ya que los esquimales saben muy bien lo que timiento, mientras se procura que el sujeto sea consciente de ellas, y se
es el hambre, por haberlo experimentado en sus propias carnes. Pero es intenta interpretar su carga vivencial en imágenes que reflejan sus sue-
en el propio espíritu donde hay que haber experimentado lo que se ños o que, en cierto sentido, los preceden.
quiere saber de la intimidad de otro. Sin embargo, hay infinidad de ra- En nuestro siglo, si podemos conocer verdaderamente la realidad
zones para pensar que, en nuestra cultura, todavía estamos en manti- psíquica que se esconde detrás de lo visible, se lo debemos esencial-
llas en cuestión de sensibilidad para escuchar los sentimientos de otros. mente al psicoanálisis. Y es que se trata de una modificación de la
Por ejemplo, a la generación de nuestros padres jamás se les preguntó conciencia que ha cambiado radicalmente la comunicación humana.
cuáles eran sus sentimientos con respecto a la Segunda Guerra Mundial, Pongamos un ejemplo. En 1978, durante el rodaje de la película El
aunque tuvieron que tomar parte activa en ella. En una cultura como regreso, sobre el destino de los soldados durante la guerra del Viet-
la de hoy —que bien se podría llamar cultura de la vergüenza—, mani- nam, el director Hal Ashby creó el siguiente diálogo entre Sally (Jane
festar los sentimientos privados se considera, por lo general, como algo Fonda) y su marido, el capitán de marina Hyde (Bruce Dern), en el
infamante; es como si perdiéramos la cara. Quizá hoy día esté despun- curso de un encuentro en Hongkong:
tando entre la juventud la necesidad fundamental de hablar de los pro-
pios sentimientos. Por eso, tal vez, nuestros jóvenes desconfían tanto de —¡Estoy harto del maldito Vietnam! Es una cosa que me tiene com-
unas palabras como «sacrificio» o «deber». En lugar de eso, insisten en pletamente desquiciado.
la sinceridad y corrección de las relaciones recíprocas, en la franqueza —¿Y eso? A ver; cuenta, cuenta. Me gustaría saber qué pasa por
allí.
con la que cada uno puede expresar sus deseos y sus intereses, en dis-
—Mira, yo no sé realmente lo que pasa; lo único que sé es lo
tintas formas de vida en común, en un compañerismo satisfactorio para que eso significa. Lo que pasa ya os lo cuenta la televisión; pero lo
todo el grupo. Hoy día, en una sociedad superindustrializada, imperio que no dice, ni puede decir, es lo que eso significa22.
de la informática y de la tecnología punta, sabemos muy bien que la
automatización puede facilitar considerablemente el trabajo; pero tam- Lo que se ve por fuera no corresponde en absoluto a lo que se vive
bién sabemos que puede destruir totalmente cualquier clase de relación por dentro. Y el que capta esa diferencia entiende inmediatamente uno
interpersonal. Hoy está más claro que nunca que lo importante en la de los principales descubrimientos del psicoanálisis. Ése sabe muy bien
vida es el amor, pero no un amor que «se tiene», sino que hay que con- que, para comprender a una persona, hay que escuchar los sentimien-
quistar día a día. Y el mejor medio para conseguirlo es la escucha recí- tos que se esconden detrás del lenguaje de los hechos. ¡Qué distinta
proca, es decir, una escucha que en sí misma es estímulo. sería hoy la enseñanza de la teología, si precisamente los intérpretes
de la palabra de Dios hubieran captado, aunque no fuera más que de
Desde luego, se puede discutir que el psicoanálisis haya contribui-
lejos, ese cambio de mentalidad, esa transformación de la conciencia
do sustancialmente a ese clima de búsqueda de nuevas formas de com-
que en cualquier parte se considera como lo más natural!
pañerismo más profundo, pero no cabe duda de que Sigmund Freud
fue el pionero de la creación de un espacio en el que el hombre fuera Pero lo decisivo para ver en qué se distinguen esta concepción y una
capaz de superar poco a poco las limitaciones de su «yo». En el en- definición «política» de la obediencia es la absoluta imparcialidad y
cuentro con una persona que prácticamente no hace más que escu- renuncia a todo objetivo con que hay que escuchar a una persona, para
char, el sujeto se ve conducido como espontáneamente a hablar de descubrir la verdad secreta de su vida y, si se trata de un lenguaje reli-
sentimientos, afectos y deseos que nunca en su vida le estuvo permiti- gioso, para oír y hacer perceptible lo que Dios dice a y por medio de esa
do ni siquiera pensar1^. persona. La política es esencial e invariablemente el campo de la
racionalidad, de la planificación, de lo posible. En cambio, una escucha
Por todo eso, obediencia, en sentido psicoanalítico, es escuchar la
que no pretende «hacer» nada, sino simplemente «estar» a disposición
palabra del otro con más rigor, seriedad, entusiasmo e incluso pacien-
del sujeto, no tiene más objetivo que dejar que el otro sea él mismo y se
628 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 629

manifieste como tal. Es una escucha de la palabra creadora que Dios sivamente a enfermos psíquicos, constituye en realidad un conjunto de
mismo pronunció sobre la existencia del otro cuando lo llamó a la vida; actitudes fundamentales que podemos transponer sin más al ámbito
es un esfuerzo por recuperar, a pesar de las posibles resistencias exter- religioso, si tomamos realmente en serio el «consejo evangélico de obe-
nas e internas, su «nombre» originario —su «nombre de hijo del sol», diencia». En este sentido, se puede suscribir plenamente lo que afirma
como decían los antiguos egipcios23— en el que se expresa su esencia y Paul M. Zulehner sobre la «obediencia»:
su misión en la vida como procedentes de un único centro. Esta escu-
cha es un verdadero arte del encuentro interhumano, como la poesía, la No podemos hacer todo; es más, no debemos hacerlo. Ni la vida, ni
pintura, las artes plásticas, la música. Por encima de una utilización el amor, ni la reconciliación, ni el futuro, ni la victoria sobre la
funcional, su objetivo es provocar en el otro la palabra, la imagen, la muerte están en nuestras manos. Dios ha hecho ya lo fundamental.
tonalidad más adecuada para que exprese toda su verdad, manifieste su Y así quedamos libres de una afirmación de nosotros mismos llena
absoluta transparencia, y entone su más puro y bello poema. Esta escu- de crispaciones. Es más, eso nos anima a liberarnos de nuestro «po-
cha no sólo no tiene nada que ver con el mundo de los objetivos polí- der», de modo que no seamos los únicos en disfrutar de la vida, sino
ticos, sino que es un intento de salvar de la tiranía del principio políti- que otros muchos puedan tener una vida en paz. Los que están
co, e incluso de liberar a la política de sus propias ataduras. privados de poder nos inducen a enfrentarnos con absoluta libertad
contra todos los poderes, personas o estructuras que destruyen la
En las primeras páginas de la Biblia hay una escena que quizá sea,
vida, de modo que podamos poner freno a su desmedido poder27.
por contraste, la mejor ilustración de esa actitud de escucha. Es la
historia de la torre de Babel (Gn ll,l-9) 2 4 . Expulsada del paraíso, y
Ese planteamiento suscita el tema de la humildad, en relación
casi aniquilada por el diluvio, la humanidad se ve pronto en peligro de
con un poder que hace arrogante. Precisamente en el contexto de una
dispersión. Por eso, según las leyes de la dinámica de grupos, trata de
teología política es donde se suele alzar la voz contra los poderosos,
mantenerse unida fijándose el objetivo común de una tarea que com-
apelando al Magníficat, un himno atribuido a María, en el que se da
prometa a todos los miembros25. Pero precisamente ese mundo de ob-
gracias a Dios porque «derribó a los poderosos de sus tronos y ensal-
jetivos fácticos racionales es lo que rompe la unidad del lenguaje; y así
zó a los humildes» (Le 1,52). También se ve una referencia a la «hu-
se llega a una situación en la que nadie entiende a nadie, porque nadie
mildad» en la advertencia de Jesús a sus discípulos: «Sabéis que los
sabe expresar la verdad de sí mismo.
que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y
Una persona que no ha aprendido a ser ella misma ni a escuchar la sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que
voz de su interior no usa las palabras en su sentido habitual ni entiende quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que
lo que se le dice en su significado corriente. Dice: «¡A ver si vuelves quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos» (Me
pronto!», cuando en realidad quiere decir: «¡Ojalá te pierdas!». Se jac- 10,42-44)28. Desde siempre, el cristianismo ha recomendado a sus
ta de lo que no puede probar, y da la impresión de avergonzarse de fieles que sean «humildes», porque, en referencia al relato del pecado
ciertas cosas por las que, de hecho, espera secretamente una palabra de original (Gn 3,1-7), ha visto la raíz de todo pecado en la «soberbia» y
estima y de reconocimiento. Y al revés, cualquier felicitación le pare- el «orgullo» del hombre 29 . La ascesis cristiana ha puesto siempre en
cerá un reproche, cualquier sugerencia una crítica, cualquier perpleji- primer plano —y así lo hace todavía hoy— actitudes como las si-
dad una culpa, cualquier silencio una reprobación, etc. Sus propios guientes: escoger siempre «el último puesto» (Le 14,7-11), hacerse
miedos la han condenado a una perpetua deformación del lenguaje. débil entre los hombres, dar pruebas claras de «servicialidad», no
La «obediencia», tal como hoy se puede entender desde el punto desear «ser servido», sino «servir» (Me 10,45)30, y ejercer servicios de
de vista del psicoanálisis, es como un esfuerzo por reconducir al hom- esclavo, a ejemplo de Jesús que lavó los pies a sus discípulos durante
bre desde la confusión de Babel a aquel lugar en el que por primera vez la última Cena (Jn 13,1-16); y todo ello, sin caer en la reivindicación
pudo darse un nombre que expresara plenamente, y sin ninguna clase de un salario justo (Le 17,7-10).
de miedos, todo su amor y sus más íntimas inclinaciones (Gn 2,23) 26 .
Pero el peligro de todas esas actitudes está en el equívoco de su
Todo lo que hoy parece una técnica psicoterapéutica, destinada exclu-
interpretación. En realidad, el ser humano no tiende por naturaleza a
630 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 631

la petulancia o al engreimiento. La teoría del orgullo pecaminoso del en él basados en el temor del pueblo37. Por consiguiente, el verdadero
hombre no obedece, como se piensa, a una interpretación del relato reto a una auténtica liberación no es el poder, sino el miedo que le
bíblico sobre el pecado original, sino, más bien, a una influencia de la sirve de fundamento. No hay que olvidar la tragedia de ciertos «pode-
mitología babilónica. Según esta presentación mítica de los orígenes rosos», desde el emperador romano Marco Aurelio hasta el zar Alejan-
—y no según la Biblia—, el hombre es esencialmente rebelde contra dro I, que, contra su voluntad, tuvieron que declarar guerras y derra-
los dioses, porque corre por sus venas la sangre del demonio recalci- mar sangre, mientras que ellos habrían deseado deponer su corona y
trante Kingu, al que el dios supremo, Marduk, puso como cabeza de buscar la inocencia de la soledad. Si a alguien no le bastan las indica-
turco para formar al hombre con su sangre mezclada con el polvo de la ciones que da el evangelio según Marcos (Me 14-15) sobre personajes
tierra, y hacerlo siervo y esclavo de los dioses31. La Biblia, en cambio, como Caifas38, Poncio Pilato39, o José de Arimatea40, para convencerse
no habla de una rebelión titánica contra los dioses, sino de la infinita de la impotencia del poder, que lea la descripción magistral de Reinhold
desmesura del hombre que, frente a la «serpiente» —símbolo de la Schneider en su novela Taganrog41.
nada— quiere ser como Dios, para no tener que afrontar el miedo
Para no salirse del campo de una cierta competencia religiosa en
permanente a no ser más que una brizna de la creación32.
materia de poder, no habrá que empezar por una crítica de determina-
Por consiguiente, el problema fundamental que aborda la narración das forma de ejercerlo, sino —igual que a propósito de la riqueza—
bíblica no es cómo liberar al hombre de su presunto orgullo y llevarlo tratar de analizar todas las variantes del comportamiento humano en
a una actitud de «humildad», sino cómo liberarlo del miedo que le las que el poder parece necesario para calmar la angustia ante el pro-
impide vivir en sano equilibrio todas las dimensiones de su propio ser. pio complejo de inferioridad o la sensación de impotencia. En perspec-
Desde el punto de vista psicoanalítico, el orgullo no es un impulso tiva religiosa, lo decisivo para construir —o reconstruir— una vida es
afectivo originario, sino una reacción al complejo de inferioridad33. Lo ver si uno es sincero consigo mismo y acepta sus debilidades y limita-
que debe afrontar realmente una auténtica doctrina cristiana sobre la ciones, o si, por el contrario, necesita «dominar arbitrariamente» a
redención no es cómo «humillar» al hombre, o hacerlo «obediente» a otros para no ser, hasta para sí mismo, un don nadie. Por consiguiente,
la autoridad, sino cómo devolverle el sentido de su dignidad origina- el problema central de la «humildad» —mejor dicho, de una auténtica
ria. El pavo real que despliega en el jardín la policromía de su cola no obediencia a sí mismo, es decir, de una aceptación serena de la propia
es «orgulloso»; lo único que hace es mostrar en todo su esplendor los personalidad— no está en preguntarse cómo o a quién se puede pres-
atractivos de su condición natural. A la que sí se puede llamar «orgu- tar un servicio. De hecho, aun la mejor «servicialidad», si nace de una
llosa» es a la rana de la fábula de La Fontaine que, de puro miedo, se angustia interna, puede asumir rasgos verdaderamente terroristas. Eso
infla y se infla hasta reventar 34 . Lo que caracteriza al «orgullo» es la se da especialmente en ciertas formas —de sobra conocidas— de
presuntuosa desmesura, el desvío de la unidad originaria del ser. Por autosuficiencia clerical, que se intenta justificar con fórmulas como
consiguiente, la verdadera respuesta al «ser como Dios» de Gn 3,1-73J «la alegría del servicio apostólico», la «humilde» consagración del «sa-
no es la «humillación», sino la supresión del miedo innato del hombre. crificio» y de «la pequenez de nuestro ser» al Corazón de Jesús o a la
Y aquí surge el tema del poder. Para muchos católicos de hoy, una santísima Trinidad, una «entrega sin reservas» y una «ilimitada dispo-
buena síntesis de «mística» y «política» es orar por los «poderosos» de nibilidad», etc.
la tierra. Es evidente que nuestro mundo actual está lleno de dictadu- El problema de la «humildad» está en soportarse a sí mismo. Cuando
ras y de regímenes injustos. Y es también evidente que la Iglesia tiene la respuesta a esa pregunta se tiñe de confianza en Dios, se experimen-
que elevar su voz de protesta no sólo en nombre de sus fieles, sino en ta que la propia paz personal refluye sobre el otro, creando un clima de
favor de toda la humanidad. No se debería repetir la política concilia- sosiego y ensanchándole el corazón. Esa clase de gente no se interpone
toria del Vaticano frente al Tercer Reich. Pero la psicología social nos entre Dios y el otro. No imponen, ni empujan; simplemente son. Por
enseña que los «poderosos» no son tan independientes de su pueblo eso, influyen en los otros, para que también ellos sean. No tienen po-
como parece, sino que, en realidad, son los más vinculados a la volun- der, ni lo quieren; por eso, su influjo sobre los demás puede ser verda-
tad de las masas36. Todos los dictadores llegan al poder y se mantienen deramente salvífico y liberador. No tienen necesidad de hacerse valer,
632 Propuestas terapéuticas Una obediencia que abre 633

puesto que valen por sí mismos. No se ponen de puntillas para sobre- para que así, con la fuerza que da la unión, y con las armas del espíritu,
salir; y es que su altura humana es capaz de levantar a otros. Puede ser pueda vencer en la lucha decisiva de la historia, la lucha contra la
que palabras como «obediencia» y «humildad» hayan caído en desuso; impiedad y la inmoralidad, contra la injusticia y el egoísmo. Es la ima-
pero todo el mundo sabe lo que es «humillar» a otro. Sin embargo, el gen viva de la verdad para los otros, en la que no cuenta la sinceridad
que se ha encontrado a sí mismo no tiene necesidad de hacerlo. propia; el signo de una verdad indefectible no sólo a nivel individual,
Esta interpretación psicoanalítica de un consejo evangélico como sino, sobre todo, a nivel colectivo.
el de «obediencia» y «humildad» tiene la inapreciable ventaja de que Pero, si es verdad que la obediencia de Cristo es el modelo de la
puede repercutir directamente en la realidad de la Iglesia. Desde un obediencia cristiana, sigue estando en vigor —para todo cristiano, y
punto de vista psicoanalítico, se tiene la impresión de que, cuando se frente a cualquier hombre— aquella valiente declaración de Pedro ante
dice que la Iglesia, como signo de la presencia de Cristo al lado de los el Sanedrín judío, o sea, ante la suprema autoridad religiosa de la Igle-
pobres y de los que sufren, se alza contra los «poderosos del mundo» y sia de su tiempo: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»
aboga por la libertad y los derechos humanos, todo es una maniobra (Hch 5,29). Una frase que, hoy día, y sin cambiar una sola letra, habría
de desvío. A la Iglesia le cuesta muy poco clamar por la democracia en que dirigir al «sucesor de Pedro», en la figura de todos los papas de la
ciertos países; pero cierra toda posibilidad de introducir siquiera un Iglesia católica. Parece una temeridad aducir el ejemplo de Jesús para
pequeño signo de democratización en las propias estructuras. Le cues- justificar la ideología de una obediencia que destruye el «yo», en vez de
ta muy poco declararse contra el racismo y la discriminación; pero, llenarlo de sentido, que tiende a despersonalizar al individuo, en vez
incluso a finales del siglo xx, es decir, a finales del segundo milenio de impulsar sus propias capacidades, que trata de someter la voluntad,
después de Cristo, ella sigue empeñada en mantener la desigualdad de en vez de fortalecer la afirmación del «yo». Es lógico que una sociedad
hombres y mujeres en el acceso al ministerio eclesiástico. Le cuesta compleja espere y exija de sus funcionarios una especie de obediencia
muy poco denunciar el consumismo de los países industrializados de funcional; cuando la supervisión centralizada resulta imposible, hay
Occidente; pero admite que sean precisamente los fieles de esos países que delegar responsabilidades. Pero esa obediencia, puramente prag-
los que tengan que sufragar los ingentes gastos de la corte vaticana. Le mática, no es más que racional, con determinados objetivos, exclusi-
cuesta muy poco llamar a la solidaridad con el Tercer Mundo; pero no vamente civil, y propia de cualquier burocracia administrativa. Y no
da la menor muestra de disponibilidad para discutir una forma razona- porque la practique una orden religiosa o la Iglesia en su conjunto
ble de política demográfica o regulación de la natalidad por medio de adquiere carácter sagrado o divino, ni se puede atribuir al Espíritu de
la contracepción42. ¿Tiene todo esto algo que ver con la «escucha» y el Dios. Todo lo contrario; cuanto más transparente y democrática se
«servicio», o más bien con la arrogancia ideológica y la indoctrinación? muestre la Iglesia, más fluidos serán los procesos vitales de su organis-
La Iglesia sigue bajo el dominio de aquellas estructuras arcaicas que mo, mejor se podrán corregir sus posibles desviaciones, y más sana y
Sigmund Freud describe en Tótem y Tabú: una «horda de hermanos» más útil será su vida. Con todo, la obediencia absoluta, en sentido del
que consideran al animal alpha como un ser todopoderoso que desea- evangelio, sólo se debe a Dios44. Por ahí iba Jesús cuando en su res-
rían suprimir por medio de un levantamiento general43; pero, ante la puesta al joven rico, que le había llamado «Maestro bueno», le replicó:
imposibilidad de una revuelta pública, lo único viable parece ser el «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es "bueno"» (Me 10-18)45.
desvío hacia el exterior de toda la agresividad acumulada.
En la Iglesia católica, «obediencia» y «humildad» deberían consistir
Ésa es la impresión que da actualmente la «política» y la «mística» en aprender no sólo de los individuos concretos, sino también —¿por qué
del Vaticano. La Iglesia, como bien se sabe, es infalible y santa, es la no?— de otras religiones. Del budismo podría aprender qué es verda-
insuperable revelación de Dios en su Hijo Jesucristo, que sigue vivien- dera pobreza. Como podría aprender del islamismo en qué consiste la
do en ella misteriosamente como signo de la salvación del mundo has- obediencia a Dios; una obediencia que va en el sentido de la Biblia, en
ta el fin de los tiempos. Es la esposa mística del Cordero de Dios que el sentido de Jesús.
se ofrece en sacrificio por los pecados del mundo. Es el arca de salva- Cuando, a raíz de la muerte de Mahoma, la tribu de Azd se enteró
ción sobre las aguas del diluvio. Por eso, tiene que exigir obediencia, de que su nuevo jefe iba a ser Abu Bakrin, que significa «padre de la
634 Propuestas terapéuticas

cría de camello», ironizaban: «¿Es que el Profeta nos va a dejar como


herencia una cría de camello? ¡Eso sería el colmo de la deshonra!»46. A
propósito de la actitud religiosa en los primeros tiempos del Islam,
escribe J. Wellhausen:

El dominio sobre el ser humano corresponde exclusivamente a Dios. 3


Toda pretensión humana de poseer un mulk (reino) se opone a UNA TERNURA CREADORA DE SUEÑOS,
Dios. A este respecto, ningún hombre tiene derecho de preferencia Y UN AMOR QUE ABRE CAMINOS
sobre otro; el derecho no está vinculado a la persona, y no se puede
transmitir hereditariamente47.

Esta actitud de humilde obediencia que depende sólo de Dios, que


raja lo estrecho y endereza lo torcido, se percibe de manera conmove-
dora en los gestos de la oración islámica. Bajo la esplendorosa cúpula
del cielo arábigo, el fiel musulmán se postra en tierra tres veces al día,
porque no somos más que polvo y ceniza. Luego, se lleva las manos a
los oídos, como si en el susurro del tórrido viento del desierto pudiera Entre los consejos evangélicos destaca el de castidad, o virginidad,
percibir la palabra impronunciable del misterio que todo lo llena y que como el más gravoso y delicado. En definitiva, es el que durante siglos
llamamos Dios. Y en nombre deAllah, el Clemente, el Misericordioso™, y siglos ha tenido que absorber como una esponja todas las aguas su-
se alza del suelo y se pone en pie. Esa manera de «escuchar» confiere al cias de la moral sexual católica.
hombre, a pesar de su pequenez y de su pobreza, toda su dignidad y su En teoría, según las palabras del papa Pío X, la castidad es el «or-
valor, y hace indomable a esa mísera creatura, libre entre cielo y suelo, namento más selecto» del estado clerical1. Y añade: «Su resplandor
con su frente alzada a las estrellas, y con los pies pisando el polvo. hace al sacerdote semejante a los ángeles, le granjea la consideración
de los fieles, y confiere a su actividad toda la fuerza de la bendición
En el cristianismo aún se cree que la mejor oración es pedir a Dios
sobrenatural»2. Por su parte, el papa Pío XII, descendiendo al terreno
determinadas cosas. Pero una verdadera «pobreza» de espíritu, ¿no
práctico, afirma sin contemplaciones: «Si un clérigo manifiesta una
debería consistir, más bien, en una renuncia a esa «absurda materiali-
clara tendencia a cometer esa clase de pecado y, al cabo de un tiempo
zación» de lo religioso? ¿No deberíamos aprender en la oración a en-
razonable de probación, no logra dominar una inclinación tan nefasta,
contrarnos con Dios? Todavía creemos que hay que asediar a Dios con
deberá ser expulsado del seminario, antes de recibir las sagradas órde-
nuestras miserias y sufrimientos, en la ilusión de saber lo que nos con-
nes»3. Pero ya hemos visto la flexibilidad con que se aplican esas pres-
viene, como si Dios no lo supiera. Ser «obediente» debería consistir en
cripciones, concretamente en el caso de la masturbación. No obstante,
dejar de lado todos nuestros planes y procurar ser sinceros y transpa-
incluso un papa como Juan XXIII creyó conveniente advertir sobre el
rentes, abriéndonos en silencioso recogimiento a la presencia de Dios.
relajamiento de las costumbres que, «en ciertas regiones llega a
inficionar el ambiente por el desenfrenado placer de los sentidos»; por
eso, proponía como modelo al cura de Ars, que «disciplinaba su cuer-
po [...] con una determinación heroica»4. En esa línea, Georges Bernanos
presenta con el mayor respeto y veneración al protagonista de su nove-
la Bajo el sol de Satán azotándose con varillas de hierro hasta derra-
mar sangre, para expulsar de su carne pecadora el más mínimo rastro
de pensamiento impuro 5 .
Ejemplos así han convertido la idea de «castidad», incluso más que
636 Propuestas terapéuticas Una ternura creadora de sueños 637
sus correlativas de «humildad» y «obediencia», en algo verdaderamen- más que perpetuar en el chico o en la chica los miedos pubertarios
te ridículo, excéntrico y hasta perverso. Para la juventud de hoy, el frente a la realidad del cuerpo.
hecho de no haber tenido durante la pubertad ninguna experiencia de En especial, el cambio ha consistido en la rigurosa sustitución de
contactos sexuales satisfactorios es un signo humillante de debilidad y una moral clerical de preservación por una moral de acreditación. La
hasta de cierta extravagancia, más bien que de santidad y corrección. gente ya no cree lo que los clérigos católicos, sin excepción —o a
Ser apocado o quisquilloso está, por lo general, peor visto que ser precio de una excepción ilícita—, tienen que creer y que inculcar: que
«impuro» y, a partir de cierta edad, nadie se atreverá a decir que es la actitud o la estrategia de soslayar y disimular los problemas puede
«virgen»6. Entre paréntesis, parece sintomático que, en las lenguas más enseñar realmente la autenticidad, el humanismo y el amor.
difundidas, no exista un término masculino correspondiente a «vir-
A eso hay que añadir que, en materia de sexualidad, se ha recupe-
gen», invariablemente femenino. Con todo, sería injusto achacar a las
rado un aspecto que la Iglesia había descuidado desde el concilio de
generaciones que vivieron —o que hicieron— la «revolución cultural»
Trento, por reacción contra el matrimonio de los sacerdotes y por la
de 1968 que no tengan otra aspiración que satisfacer sus pulsiones,
abolición de conventos en el protestantismo: la sexualidad como jue-
proclamando la liberalización sin límites del principio del placer. Lo
go, como placer ingenuo, como diversión. En los ambientes de cultura
que sucede, en realidad, es que se ha implantado una forma de rela-
católica, eso se podía tolerar como «excepción» durante los carnava-
ción entre los sexos que, en el fondo, es más difícil que la de las gene-
les. Pero incluso ahí había que marcar las diferencias. Durante esos
raciones precedentes, pero que, de todos modos, es más abierta, más
«días locos», en los que se suspendían el ritmo y las constricciones de
sincera, personalmente más creíble y, por lo general, más tendente a la
la vida normal, el clérigo tenía que hacer penitencias «especiales» en
unión. Sólo que esa nueva forma de sexualidad manda por los aires,
reparación de los pecados, mejor dicho, de el pecado, porque no había
como paja al viento, las inveteradas distinciones y clasificaciones de la
—¡ni hay!—más que uno: ése. Mientras tanto, el teatro, el cine, la
mentalidad clerical.
televisión, la prensa ilustrada, la literatura, en suma, todo el ambiente,
El hecho es que cuando un clérigo se aventura por los caminos del han devuelto a la sexualidad su carácter de atractivo, de belleza y de
amor —sea un sacerdote que se enamora o «se deja seducir» por una seducción, aunque también — hay que reconocerlo—de explotación y
mujer, o una religiosa que se enamora o «se deja seducir» por un hom- de envilecimiento mercantilista. La teología moral puede renegar de
bre—, en muchos casos cree ser fiel a los principios de la disciplina esa situación, pero lo que no puede es negar que exista. Eso es lo que
cristiana, si no deja que sus sentimientos, por vivos e intensos que ha hecho que una moral de célibes, como la de los clérigos católicos,
sean, no pasen hasta la expresión corporal y física; es más, aun en el parezca hoy una verdadera extravagancia. ¿Qué joven de hoy que haya
caso de que se produzca una expresión corporal, no dejará de ser total- crecido en un ambiente «normal» —juzgando por la media de una so-
mente «inocente», mientras no llegue a adquirir una connotación cla- ciedad— puede ver en la castidad «la flor del tronco de la Iglesia»,
ramente sexual. De ese modo, en el curso de unas semanas o de unos como decía san Cipriano en su tratado Sobre la conducta de las vírge-
meses, la biografía personal repite lo que la teología moral católica nes7, aun tomándolo con cierta ironía? N o es fácil que un adolescente
viene tratando de inculcar desde hace siglos en la mentalidad de sus diga, en su lenguaje característico, que «están muy guay» las siguientes
fieles, es decir, la separación entre espíritu y afectividad, entre alma y alabanzas de las vírgenes en la pluma de san Cipriano:
cuerpo, y en el cuerpo, entre partes «honestas» y partes «deshonestas».
Eso, precisamente, esas separaciones y distinciones es lo que hoy se
Ellas son [...] el mejor y más preciado adorno de la gracia espiritual,
rechaza como hipocresía o mojigatería; y no porque el nivel de mora-
la sonrisa de la naturaleza, la obra maestra de la alabanza, la imagen
lidad esté por los suelos, sino, al revés, porque se ha elevado consi- de Dios que corresponde a la santidad del Señor, lo más escogido
derablemente. Lo que se espera de una relación humana normal es que del rebaño de Cristo. Ellas son la alegría de la creación, en ellas la
sea franca, sincera, madura y decidida. Pues bien, con estos presupues- gloriosa fecundidad del seno de la Madre Iglesia se abre en la más
tos de un cambio en la expresión afectiva, será muy difícil que termine maravillosa y abundante floración. Y cuanto más crece el número
por aceptarse una concepción de la «castidad» que, de hecho, no hace de vírgenes, mayor y más profunda es la alegría de la madre8.
Una virgen no sólo debe ser virgen, sino que se debe reconocer
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en ella que lo es. Nadie que vea a una virgen debería abrigar la más
a decir que el celibato, como virtud evangélica, es la «expresión de una
mínima duda sobre su condición [...] Ella, que no tiene un marido
ineludible nostalgia» del día del Señor. Y prosigue:
al que tenga que agradar, no sólo debe ser pura e inmaculada de
cuerpo, sino también de espíritu. Una virgen no debe acicalarse
para que resalte su atractivo, ni vanagloriarse de la belleza de su [El celibato] impulsa a una solidaridad con aquellos célibes para los
cuerpo. La lucha más violenta es la que se entabla contra la carne; y que su estado no significa más que soledad, carencia de una presen-
bien se sabe lo que cuesta dominar y vencer el cuerpo9. cia humana, y no una virtud, sino un destino social; e impulsa a
La tortura y el martirio [...] por el fuego, por la cruz, por la preocuparse por los que viven encerrados en su propia resignación
espada o por la lucha contra bestias feroces [...] son las mejores y desesperanza13.
piedras preciosas, las joyas más resplandecientes del cuerpo de una
virgen10. Concretamente, Metz piensa en «las personas mayores», de las que
nadie se preocupa, o en «los jóvenes que sufren, a veces más que los
Es lógico que, a casi un siglo de los principales trabajos de Freud mayores, de esa oscura resignación sin esperanza, esa plaga social que
sobre el psicoanálisis, cualquier adolescente un tanto cultivado no deje atenaza cada día más nuestro espíritu»14. Psicoanalíticamente, esas
de ver la carga de sado-masoquismo que esconden esos ideales. Es declaraciones cobran todo su sentido, si se proponen con seriedad como
decir, la mayoría de los jóvenes de hoy, en vez de considerar el celibato motivación a jóvenes, digamos, de diecisiete o dieciocho años.
de los clérigos, con la exigencia de castidad que les impone la Iglesia, Si tomamos a la letra esas afirmaciones, podríamos pensar en una
como un modelo o un ejemplo creíble, no ven en ello más que un mo- chica de COU, que debería sentir el atractivo de una vida de virgini-
do de vida antinatural y patológico. Y no por un hedonismo permisivo, dad, porque en tantos pisos de la ciudad y en tantas residencias de
como le gusta decir a la Iglesia, sino por un sano instinto que sabe ancianos hay gente que parece bien atendida, pero que, en lo profundo
aprobar o reprobar lo que humanamente funciona o no funciona. A los de su ser, se siente absolutamente sola. O, tal vez, debería renunciar
jóvenes les duele tener que oír tanta palabrería solemne y hueca de «libremente» y «por el evangelio» a irse de vacaciones con su amigo,
labios de unas personas que, por miedo a enfrentarse a su propia vida, porque alguno muy cercano a ella ha caído en la droga. Es claro que,
lejos de ser un ejemplo, no son más que unos pobres desgraciados, en esas o semejantes situaciones, no se trata de verdaderos motivos,
presa de toda clase de angustias y de complejos de culpabilidad que les sino de posibles o hasta plausibles sintonías que tienden a establecer
han agostado la etapa más bonita de su existencia, la primavera del un cortocircuito entre la motivación psíquica y la mera función so-
amor. Una moral que no es capaz de integrar las mejores energías del cial. Lo que hace Metz, a pesar de que rechaza una fundamentación
hombre, sino que las reprime salvajemente, no tiene ningún valor ni funcional del «celibato evangélico», es sustituir la institución eclesiás-
puede justificarse a los ojos de la juventud. tica por un catálogo de necesidades o conveniencias «sociales», cuyo
Se comprende perfectamente ese rechazo emocional de la estre- contenido varía a voluntad: si se trata de pobreza, «la» sociedad es el
chez de miras de la Iglesia en materia de castidad, si se observa el Tercer Mundo; si se trata de obediencia, «la» sociedad es «el» o «los»
esfuerzo de algunos teólogos «progresistas» por justificar esa «opción sistemas dictatoriales; y si se trata de castidad, parece que el punto de
de un celibato por el reino de los cielos». Una vez más, el planteamien- referencia es el sistema de relaciones en una gran ciudad occidental. La
to de J. B. Metz nos puede resultar instructivo. total falta de unidad y la involuntaria funcionalización de los consejos
Ante todo, hay que aceptar de lleno el punto de partida del teólogo evangélicos es prueba evidente de falta de credibilidad psicológica.
de Münster, cuando afirma que su propósito «consciente» es «no fun- Las consideraciones de J. B. Metz —quizá el mejor intento que se
dar el celibato sobre el cargo o función del clérigo»11. También se debe haya hecho en la Iglesia católica por explicar un aspecto tan esencial
estar de acuerdo en su postura de que «la institucionalización eclesiás- de su forma de vida— no tienen nada que ver con la realización perso-
tica del celibato para todos los sacerdotes proyecta ciertas sombras nal del individuo, sino que son meras racionalizaciones tardías de una
sobre su misión "específica" e insustituible»12. No obstante, Metz es vida fracasada en la juventud en favor de unos cuantos casos sociales
víctima de sus propias carencias en materia de psicología cuando llega marcados también por el fracaso. Tal vez, todo eso pueda valer para
cierto tipo de gente que, enredada en el tinglado clerical, se pregunta si
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vale la pena seguir así. O también podría estar justificado en personas El modo de contestar a esta pregunta es sencillamente decisivo. Si
cuya vida, contemplada desde el exterior, difícilmente puede cambiar, la Iglesia reconociera que es un deber humano animar todo lo que se
por ejemplo, de cuarenta y cinco años para arriba. Da la impresión de pueda a un chico o a una chica a que vivan su propia vida como un
que se trata de un intento de estabilización retroactiva, una especie de hombre o como una mujer en desarrollo, muy pronto le entraría mie-
deseo desesperado de salvar la cara del propio «yo» ante el lamentable do de que eso pudiera suponer la ruina de su estructura clerical, por-
fracaso de aquellos días de la juventud. que tendría que abandonar un ideal que ella misma ha vinculado a una
Pero hay que añadir, para evitar malentendidos, que cada uno tie- profesión sagrada. Tendría que ver su propia vida no desde la institu-
ne derecho —y hasta cierto punto, está obligado— a sacar todo el par- ción, sino desde la perspectiva de las personas concretas, y en vez de
tido posible de las desgracias de su vida precedente. Por otra parte, sancionar como válidas ciertas formas de vida puramente exteriores,
quede claro que una psicoterapia no pretende modificar los aspectos tendría que fijarse en el interior, o sea, en las motivaciones de donde
puramente exteriores de una existencia, sino que trata de transformar- nacen esas formas. Tendría que hacer lo que más miedo le ha dado
la en su más profunda interioridad. Lo que aquí se pretende es com- siempre, es decir, renunciar al presunto objetivismo de una mentalidad
prender la carga ideológica —psicoanalíticamente muy cuestionable— administrativa, y ocuparse fundamentalmente del sujeto, de la reali-
que implica una tal racionalización de las pulsiones reprimidas. No dad personal del hombre. Por consiguiente, la cuestión no es estar
tenemos nada contra los que, aun permaneciendo solteros, han encon- casado o soltero, sino por qué una persona concreta quiere o debe vivir
trado el camino de ser felices en la fe en Dios y en la compasión frente así. Lo que cuenta ante Dios no es la pura exterioridad, sino el interior
a la miseria del otro; pero sí tenemos mucho contra los que pretenden de cada uno. Con todo, el interior de una vida humana no siempre se
ser mejores, e incluso servir de ejemplo, a base de grandes discursos puede percibir en toda su profundidad desde el exterior, ni el «yo» de
teológicos que, en definitiva, no hacen más que tapar de mala manera una persona es algo que en un momento queda fijo para siempre, sino
tantas frustraciones y compensaciones personales. Tenía razón C. G. que es una realidad esencialmente abierta a una infinidad de desarro-
Jung cuando advertía del enorme peligro que existe en la simple apli- llos posibles en el futuro.
cación a la juventud de unas doctrinas religiosas que sólo se pueden El planteamiento, como se ve, es de lo más simple. Pero esa misma
entender en la edad madura, es decir, en la segunda mitad de la vida15. simplicidad sólo podrá reconocerse si la Iglesia está dispuesta a una
Hace algún tiempo, con motivo de una reunión de educadores, sincera revisión de sus postulados tradicionales en materia de «casti-
encontré a un sacerdote que había pasado varios años en Bolivia traba- dad» y de «celibato», al menos en dos puntos:
jando con los mineros y compartiendo su vida con ellos hasta el límite
de sus energías físicas y psicológicas. Allí había conocido y experi- Primero: No se puede aceptar por más tiempo la situación psicoló-
mentado en su propia carne la miseria y la postergación a la que puede gica que el celibato obligatorio crea en un estado de consagración reli-
llegar un ser humano. Pero como el clima de altura amenazaba seria- giosa. Los argumentos en favor de esta tesis han quedado claros: sólo
mente su salud, había tenido que regresar a Alemania. Por las tardes, la persona en sí misma es digna de crédito. El valor de una determina-
se presentaba en un salón de la parroquia y se ponía a cantar, acompa- da forma de vida no es algo intrínseco a esa forma, sino que depende
ñado de su guitarra, las canciones españolas de mineros y gauchos que del modo en que la viva una persona concreta. Para una mentalidad
había aprendido allí, poemas tristes y llenos de melancolía, o textos de normal, es simplemente absurdo que, ante la angustia que crea en el
protesta que rezumaban rencor, rabia o desesperación. Sus canciones adolescente cualquier clase de contacto sexual, en vez de investigar el
causaban tal impresión, que siempre había oyentes que no podían con- problema y tratar de buscarle un sentido para la vida, se interprete
tener las lágrimas. Sin embargo, todos veían en el sacerdote algo que «ideológicamente» como una señal misteriosa de elección divina. El
no se atrevían a decir abiertamente: la infinita soledad, la insondable riesgo es que se puede ahogar toda la espontaneidad juvenil, si se em-
amargura, el vacío total de amor que traslucía aquel hombre que había pieza por desorientarla con unos ideales que, tal vez en una etapa ulte-
gastado lo más precioso de su vida en servicio de Cristo. ¿De Cristo? rior y como resultado de unas determinadas vivencias —que ni se pue-
¿De qué Cristo? den desear ni, mucho menos, imponer—, pudieran tener ciertos visos
642 Propuestas terapéuticas Una ternura creadora de sueños 643

de plausibilidad. La obligación de vivir célibe, en cuanto fruto de la el pasaje con una cierta atención, se verá que Jesús no trata aquí de
propia psicodinámica de la persona, no es señal de un mayor amor, promulgar una nueva ley, sino de poner fin a cualquier clase de le-
sino de unas limitaciones e inhibiciones del amor mucho más grandes galismo. Lo que pretende es restaurar el amor y la ternura en aquella
que las que se dan normalmente en la respectiva cultura. De por sí, el ingenuidad natural que tenía en los orígenes, por su cercanía a Dios.
celibato no tiene ninguna ventaja ni psicológica ni moral sobre el ma- Por otra parte, el hombre de Nazaret no tuvo ninguna intención
trimonio; en todo caso, entraña una serie de complicaciones y de peli- de fundar una orden religiosa, con unos reglamentos que protegieran
gros psíquicos que hay que compensar necesariamente con una dimen- a los hombres de las mujeres —y viceversa—, y a ambos de los peli-
sión social que, por su parte, puede ser socialmente útil. Pero gros del mundo por medio de altos muros de piedra y a golpe de
precisamente la dificultad de mantener esa especie de compensación castigo. Todo lo contrario. Jesús vino al mundo para enseñarnos una
debería prohibir objetivamente cualquier clase de vinculación de esa cosa que, incluso dos mil años después de su vida, la Iglesia católica
utilidad social con una forma de vida expuesta a un considerable sufri- teme como al mismísimo demonio: un estilo de relaciones humanas
miento, y mucho más habría que impedir una valoración moral, por libre de toda angustia, franco, abierto y suficientemente audaz como
no hablar de una explotación institucional. En una palabra, es inhu- para permitir y hacer posible entre ambos sexos el sincero juego de la
mano enredar a unos chicos o a unas chicas, evidentemente inmaduros, amistad. Jesús no tuvo el propósito de «limar» la capacidad de amor
en una maraña de miedos y complejos de culpabilidad impuestos, mien- dividiendo la vitalidad del hombre en dos polos, como ha hecho y
tras se les dice que eso es señal de que Dios los ama y los elige de ma- hace la Iglesia católica en virtud de un presunto «deber»: un estado
nera «particular»; no se los puede embarcar, con esa excusa, en una de vida casta —es decir, esencialmente asexual— como el de las ór-
forma de vida en la que cualquiera otra opción aparece no sólo como denes religiosas; y otro, que sólo es «casto» en cuanto que en él «se
peligrosa, sino hasta como fuente de pecado. Desde el punto de vista permite» la vida sexual, como el estado de matrimonio. Jesús vivió,
psicoanalítico, el único modo de salvar la credibilidad de una alterna- como de la manera más natural, una forma de fraternidad que atraía
tiva como matrimonio o celibato es tratar de neutralizarla, o sea, ofre- a hombres y a mujeres por su propia fascinación. Si algo podemos
cer al individuo, en cualquier fase de su desarrollo psicológico, la po- aprender de Jesús en materia de «castidad» es, sobre todo, a no mez-
sibilidad de elegir libremente una u otra opción, según sus condiciones clar su postura con los problemas de una determinada ética profesio-
personales y el ambiente que le rodea. nal o con las formas históricas e institucionalizadas de la existencia
Si alguno todavía no acaba de convencerse de esta realidad por clerical. Lo que tenemos que hacer es, más bien, fijarnos en esa acti-
consideraciones psicoanalíticas o simplemente humanas, sin duda po- tud incomparablemente abierta a todo lo humano, como la de Jesús,
drá aceptar el testimonio de la Biblia. A los autores del Nuevo Testa- y tratar de ponerla en práctica.
mento, esa cuestión sobre matrimonio o celibato —en especial, por Uno de los argumentos más frecuentes a favor del celibato se basa
lo que se refiere a la persona de Jesús— parece tenerles tan sin cuida- en un texto de la primera carta de Pablo a los Corintios:
do, que no nos dan ninguna indicación concreta sobre la vida privada
o la situación social del Maestro: desarrollo personal, profesión, esta- Quiero que estéis libres de preocupaciones. Mientras el soltero está
do civil, lazos familiares, etc. En realidad, no sabemos si estaba casa- en situación de preocuparse de las cosas del Señor y de cómo agra-
do o soltero, si tenía o no hijos; no sabemos absolutamente nada16. dar a Dios, el casado ha de preocuparse de las cosas del mundo y de
Da la impresión de que todo eso no es lo verdaderamente importan- cómo agradar a su mujer, y por tanto está dividido. Igualmente, la
te, lo especial, lo ejemplar a los ojos de Dios, sino que es totalmente mujer no casada y la joven soltera están en situación de ocuparse de
secundario. Tampoco podemos deducir nada de las propias palabras las cosas del Señor, consagrándose a él en cuerpo y alma. La que
de Jesús, ni en un sentido ni en otro. La Iglesia católica ha pensado está casada, en cambio, se preocupa de las cosas del mundo y de
siempre que del texto evangélico de Me 10,1-12, especialmente de la cómo agradar a su marido (1 Cor 7,32-34).
frase: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Me 10,9),
se deduce la indisolubilidad jurídica del matrimonio 17 . Pero si se lee Pues bien, hoy día se tiene la sensación de que esa idea, más que
aclarar, parece que desdibuja la verdadera actitud de Jesús. ¿Entonces?
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¿Habrá que escoger entre el amor a Dios y el amor a un hombre o a una jamás en su cuerpo las manos de una mujer ni en su alma la herida de
mujer, entre la entrega incondicional a Cristo y la entrega al compañe- la tentación del amor, prueba evidente de la autenticidad de su misión
ro de vida, entre la felicidad de una plenitud terrena y la aspiración al divina. Si de veras queremos imaginarnos la vida de Jesús, tendremos
mundo celestial donde estaremos con Dios por toda la eternidad? Des- que fijarnos más bien en el aspecto paradójico y «anarquista» que, se-
de el punto de vista de la psicología religiosa, lo que plantea verdade- gún un texto que hay que tomar en serio, constituyó uno de los cargos
ros problemas a la religiosidad de la Iglesia católica es precisamente ese más graves que se imputaron al hombre de Nazaret en su proceso cri-
afán de divisiones y subdivisiones. Es posible que una persona que no minal: que sembraba discordia en las familias y soliviantaba al pueblo
tiene ninguna vinculación específica con otra parezca «totalmente libre» desde Galilea hasta Jerusalén19.
para desempeñar cualquier «servicio». Y cuando de lo que se trata es del En nuestro ámbito cultural, hay un solo grupo de personas cuya
funcionamiento de la Iglesia como institución, puede ser hasta desea- vida podría acercarse, aunque a distancia incalculable, a la vida de
ble tener a disposición el mayor número posible de personas «desvin- Jesús; un grupo capaz de cantar un amor tan fuerte como para remon-
culadas». Pero a Jesús no parece que le importaran las instituciones; ni tarse sobre los tabúes de la sociedad con sus rituales impositivos y la
siquiera una institución como la Iglesia católica romana. Lo que le rutina de sus reglamentos; un amor que aboga por el individuo, en su
importaba era el hombre y su cercanía a Dios. Por eso, habrá que decir peculiaridad de hombre o de mujer; un amor que irradia la energía
rotundamente que jamás una persona a la que uno se consagra «en mágica que no se deja encuadrar en categorías de posesión como «mi
cuerpo y alma», puede ser un obstáculo para unirse a Dios. Al revés, son marido» o «mi mujer»; un amor que ensancha el corazón y engendra
precisamente esos «seres esenciales» —como diría Jochen Klepper18— una generosidad que va más allá de los celos, porque une y acerca; un
los que pueden comunicarnos algo de la propia esencia de Dios. Es más amor que proclama con un lenguaje nuevo la invitación universal, sin
que probable que sus exigencias y pretensiones constituyan un verda- distinciones, a participar en el gran festín de la cercanía de Dios. Son
dero obstáculo para una dimensión más ancha de nuestra vida. Pero Dios los poetas; los únicos capaces de vincularse desvinculados, pactar sin
no habita en exterioridades, ni se mide por categorías de cantidad o de pactos, y casarse con la felicidad del hombre sin contraer matrimonio.
extensión. A Dios sólo se le percibe en la intensidad del corazón. Y Las elegías de Goethe, los sonetos de Rilke, las novelas de Stefan Zweig
cuanto más cerca estén dos personas una de otra, más cerca estarán de serían inconcebibles sin ese fondo de experiencia humana común, que
ese misterio del mundo del que todos recibimos vida. Una persona a la rompe todas las barreras y convenciones de la respetabilidad burguesa.
que amamos no nos desfigura la imagen de Dios. Su mera existencia es Aunque sus contemporáneos se burlasen de ellos, tuvieron que acabar
para nosotros un pedazo de cielo sobre la tierra; ella nos da un atisbo respetándolos, porque la categoría humana no disminuye por los ata-
del fondo de la realidad. Sólo en el amor experimentamos un barrunto ques de un miserable, sino que se agiganta. Tales hombres son ricos,
de la necesidad del ser; sólo el amor nos devuelve aquella felicidad lim- abiertos, con infinidad de brazos que, como el delta del Nilo, fecundan
pia de la mañana del paraíso; sólo el amor nos transporta a la cumbre y vivifican todo lo que tocan; cuando sus aguas se desbordan, no inun-
del monte de la transfiguración, donde el tiempo se detiene en el mis- dan, sino arrastran la esterilidad del desierto; y cuando rebosan sus
mo instante en que rozamos la eternidad; sólo el amor a una persona canales no hacen más que anticipar generosamente lo que el trabajo de
nos enseña a percibir la poesía del mundo; sólo el amor es capaz de las norias difunde por los campos. Su vitalidad se desborda, sin des-
transformar las cosas, los seres vivientes, las fuerzas de la vida, los rit- truir; toma cuerpo en su obras, y la posteridad tiene que reconocer que
mos de la naturaleza, en parábola, en clave, en conjuro mágico, en sutil su vida no ha sido en vano. Los que mejor lo saben son los que han
mensajero de la persona amada. No se acerca uno más a Dios por ale- vivido a su lado y bebido de su fuente. Para ésos, sus obras son las
jarse del hombre; no se eleva la existencia al nivel de Dios por rechazar ascuas de un fuego inextinguible, y su vida mucho más preciosa que
la pequenez humana; no se entrega uno más, por reservarse... ¿para las cuatro palabras que dejaron a la posteridad.
Dios? ¿Para qué, si no, nos ha dado él el amor?
Esos poetas, esa especie de chamanes, son los que más se aproxi-
De ninguna manera. No podemos imaginarnos a Jesús como un man a la vida de Jesús de Nazaret: el profeta, como lo llamaban, el
solterón empedernido, alardeando de su «virtud», de no haber sentido Hijo del hombre, como se definía él mismo; un poeta que amaba tanto
646 Propuestas terapéuticas
Una ternura creadora de sueños 647

la vida humana que, con sólo mirarla, la revestía como automáticamente trata de una síntesis de la experiencia humana que adquiere toda su
del fulgor divino de su gracia y de la esplendorosa belleza de su figura. densidad en las representaciones pictóricas que decoran los templos
Vivía en una libertad que le permitía atravesar espontáneamente las del dios Shiva en el sur de la India. La veneración cúltica de Shiva se
«puertas cerradas» y no necesitaba la barrera del matrimonio o del traduce en la expresión no figurativa del símbolo fálico del lingam que
claustro para presentarse «seguro», como hombre, en el ámbito de las festonea el símbolo femenino del yoni: una clave coital que evoca no
mujeres. En una forma de vida como la de Jesús debería parecer absur- sólo la fuerza generativa de la fecundidad, sino también, y sobre todo,
do que la diferencia entre casado o célibe fuera significativa ante Dios la unión que alcanza en la divinidad el juego de tensiones entre mascu-
y ante los hombres. Según todos los datos, parece que Jesús no estuvo lino y femenino20. En otras palabras, no sólo no hay oposición entre el
casado; pero no por eso mantuvo una distancia ascética con las muje- amor a un hombre o a una mujer y el amor a Dios, sino que el amor
res, sino que mostró con ellas una actitud de cordialidad abierta y entre hombre y mujer es el lugar mismo de la experiencia y de la mani-
acogedora. Jesús no «evitó» el matrimonio, no «renunció», no se «sa- festación de lo divino. En el muro exterior del gran templo de Shiva en
crificó»; vivió en la poesía sobrehumana y en la creatividad del amor a Tanjore se puede ver toda una serie de rayas verticales que alternan el
unos niveles de energía existencial en los que no existe la polaridad color rojo con el blanco; no es mera casualidad que sean ésos los colo-
entre matrimonio y claustro. Según los científicos, hay partículas ele- res que llevan en la frente los sacerdotes del dios. Si suponemos que el
mentales en las que la masa y la electricidad coinciden y se identifican. rojo es el color del amor y de la pasión, y el blanco el de la pureza y la
Algo así debió de ser la vida de Jesús de Nazaret. inocencia, podremos intuir que el culto de Shiva encarna una síntesis
Dos mil años después de la aparición de su figura, la distancia que maravillosa de los dos polos que en la mentalidad de la Iglesia católica
nos separa de esa vivencia única en la que el sentimiento religioso son irreconciliables. Precisamente porque la religiosidad de la Biblia
cobra la plenitud de su unidad se puede medir por las categorías nació esencialmente como fruto de una polémica contra los cultos «pa-
teológicas de una moral anclada en la edad de piedra, que funciona ganos» de fertilidad, no es extraño que el cristianismo, heredero de esa
por la lógica de una ecuación como: «amor = sexualidad = posesión tradición bíblica, todavía tenga en su haber un enorme déficit de expe-
= familia». Cada una de esas equivalencias que nosotros creemos tan riencia para armonizar los dos polos, aparentemente irreconciliables,
naturales no debieron de serlo así para Jesús. <Se puede decir, por de alma y cuerpo, hombre y mujer, sexualidad y religiosidad, Dios y
ejemplo, «mi marido» o «mi mujer» por el simple hecho de experimen- hombre, una polaridad que se auna perfectamente en la espiritualidad
tar o haber experimentado la ternura de una relación sexual? No cabe del hinduismo.
duda de que las caricias del amor unen de manera inefable a dos perso-
nas; pero no por eso pertenecen la una a la otra. En realidad, pasamos
Llegamos así a un segundo aspecto que —como sugeríamos an-
por la tierra como transeúntes; y cuanto más aprendamos a escuchar-
tes— la Iglesia católica tendría que revisar. Precisamente los temas de
nos unos a otros, más seguros podremos estar de lo absurda que es
«amor y pasión», «pureza e inocencia» llevan como espontáneamente
toda forma de «servidumbre». Ningún ser humano puede ser propie-
a distinguir la idea de castidad de la obligación de celibato de los cléri-
dad de otro. Sin embargo, ¡qué lejos estamos, aun en la mentalidad de
gos. En la bibliografía teológica reina una cierta confusión en este as-
la Iglesia católica, de vivir en unidad recíproca la «pobreza», la «obe-
pecto. Por la preocupación de verse obligados a considerar a la gente
diencia» y, sobre todo, la relación entre hombre y mujer!
casada como «menos casta» por el simple hecho de que esas personas
Si es verdad que podemos aprender mucho del budismo en mate- no sienten la disposición de ofrecer a Dios el sacrificio del placer sexual,
ria de pobreza, y también mucho del Islam en cuanto a la actitud de como lo hacen los clérigos, que tienen obligación de castidad en virtud
obediencia, no lo es menos que una religión como el hinduismo nos de su estado, algunos teólogos tienden a emular a Alejandro Magno
puede ayudar a descubrir nuevos aspectos en el campo de la sexuali- cortando con la espada ese «nudo gordiano» que ellos mismos han
dad y del matrimonio. Las «técnicas» hinduistas de purificación pro-
anudado. Con espíritu y actitud tan generosa, que no deja de ser
gresiva de las pulsiones humanas van desde la experiencia sensible de
encomiable, declaran que todos están en camino hacia la sagrada cas-
la sexualidad hasta las formas más refinadas del éxtasis místico. Se
tidad, sólo que el punto de partida es distinto: para unos es el matri-
648 Propuestas terapéuticas Una ternura creadora de sueños 649

monio; para otros, el celibato. Si se pretende justificar con estos presu- sentido inverso, habría que traducir el término «casto» por circunlocu-
puestos mentales, como se ha hecho hasta el presente, la necesidad del ciones como: sensible para despertar el cariño, tierno como la brisa,
celibato eclesiástico y el voto de «especial castidad», habría que hacer suave como el terciopelo, como las alas de la mariposa, cálido y pro-
alguna pirueta lógica, como la de aquella astuta legislación que pre- fundo como los manantiales de un geiser, ancho como el río que se
senta George Orwell en su Rebelión en la granja, y que enuncia el echa en brazos del mar, benéfico como la llovizna, soñador como la
principio revolucionario de que «todos los aminales son iguales», pero luz de las estrellas, intenso como el aguacero en día de bochorno; tér-
al que se añade la cláusula —¡igualmente legislativa!— de que «algu- minos todos ellos que destilan lo esencial de una experiencia poética.
nos más iguales que otros»21. Pues bien, para evitar toda posible difa- En este sentido, la «castidad» empieza con el convencimiento de que
mación del «sagrado» estado del matrimonio, se declara que todos los no se puede hablar sobre la relación entre hombre y mujer más que con
católicos, tanto casados como solteros, deben distinguirse por la vir- un lenguaje eminentemente poético.
tud de la castidad; pero que los clérigos de la Iglesia, por su parte, Pero ¿qué pasa entonces con la «castidad especial» de los clérigos?
están llamados a la castidad «de una manera especial». De hecho, tiene Sin duda, hay una forma «especial» de sensibilidad y de poesía —¡o
que ser así, porque, si no, el celibato de los clérigos quedaría reducido sea, de «castidad»!— que podría aportar algo «específico» a la dedica-
a mera función, a una «total disponibilidad para el servicio». Y eso ción pastoral del clérigo, y cuyo modelo más ilustrativo se podría en-
sería, de por sí, un argumento demasiado mezquino —o quién sabe si contrar en la psicoterapia. Nos referimos a la delicadeza y discreción
demasiado sincero— para justificar una definición tan delicada como entre el (la) terapeuta y su cliente.
la del celibato obligatorio de los clérigos. En general, una de las grandes ventajas que tiene una psicoterapia
La teología actual, como la de siempre, se ve enredada en todas seria es que puede aprovechar la tensión entre los sexos para suscitar
esas dificultades, porque sigue definiendo la castidad como el hecho transferencias, contra-transferencias y repeticiones de toda clase. Para
de estar sexualmente intacto. Pero, si se profundiza un poco, se verá la terapia analítica, Sigmund Freud dictó con el mayor rigor la «regla
con toda evidencia que hablar de «castidad» de las personas casadas no de la abstinencia»22, es decir, prohibió estrictamente que los afectos y
significa lo mismo que cuando se hace referencia a la «castidad» de los sentimientos de inclinación o de amor que pudieran surgir en el curso
clérigos. En la castidad matrimonial, no se trata de una abstención de de la terapia se tradujeran en «actos» concretos. Lo que hay que hacer
cualquier contacto sexual entre hombre y mujer, sino de la forma en es hablar de todos los impulsos de transferencia, llevarlos al nivel del
que hombre y mujer se encuentran personalmente. La verdadera cues- consciente, y así poder eliminarlos, con la esperanza de que los restos
tión es aquí cómo definir exactamente esa forma de «castidad». Lo de sentimiento auténtico que le queden a un «yo» adulto puedan orien-
mejor sería evitar en el futuro las palabras «castidad, pureza» y sus tarse en una dirección compatible con los datos de la realidad. Por
correspondientes términos negativos, como «impuro, deshonesto». En tanto, el tratamiento psicoanalítico impone al (a la) terapeuta un modo
vez de llamar a uno «impuro», se podría usar toda una larga termino- de relación cargado de graves exigencias. Por una parte, convendrá
logía de la que disponen todas las lenguas al respecto: grosero, descor- crear un clima emocional más bien intenso entre terapeuta y cliente,
tés, hiriente, machista, humillante, cínico, prosaico, insensible, vicio- para conseguir una atmósfera de entendimiento y de confianza mutua
so, desvergonzado, rudo, villano, y similares, que describen y expresan como la que se suele dar entre madre e hijo, y que, por lo general, no
perfectamente el «comportamiento» de una persona en su relación con se produce en una relación de amor entre adultos. Pero, por otra parte,
otra. En este sentido, «impuro» quedaría reservado para el lenguaje habrá que procurar que esos posibles sentimientos lleguen a un verda-
neutro, frío, «objetivo», distante, que suele emplear la teología moral dero nivel de experiencia, aunque no de vivencia, analizando siempre
católica para hablar del amor y de las miserias del corazón. Para expre- su origen y su significado. En esas condiciones, la terapia psicoanalítica
sar esta idea con la mayor claridad posible, se podría decir que, si comporta algo así como un efecto budista, por el que hay que provo-
«impuro» significa aislar el cuerpo del alma, la Iglesia católica ha he- car continuamente en la persona unos impulsos y una esperanzas ex-
cho verdaderamente lo indecible para elevar a la categoría de manda- traordinariamente intensas, que habrá que analizar y revisar sin prisas,
miento esa separación entre afectos e ideas, entre alma y cuerpo. Y en hasta que parezca que se evaporan como espontáneamente.
650 Propuestas terapéuticas Una ternura creadora de sueños 651

Se ha escrito bastante y se ha especulado más sobre los motivos trata de una actitud suficientemente sensible para abrir espacio a sue-
que pudieron llevar a Sigmund Freud a vivir la segunda mitad de su ños que el paciente jamás había soñado, para expresar con palabras
vida en abstinencia sexual23. Una posible explicación sería que el per- sentimientos que el otro jamás había tenido, para dar cauce abierto a
manente control analítico de sus sentimientos junto a su prolongada lágrimas nunca derramadas, para fundir el témpano de sus angustias,
observación de las continuas desilusiones de otros habrían modificado para percibir en las extravagancias del falso «yo» del paciente el balbu-
su estructura emocional, dejándole exclusivamente una actitud de be- ceo de su verdad, y para creer que en todo hombre hay unas vivencias
nevolencia objetiva, de curiosidad profesional y de una indómita pa- que transmiten realmente lo divino. Esa actitud es, en el sentido más
ciencia. Todas las formas de deseo personal debieron de ir disminu- literal de los términos, suficientemente pobre y obediente como para
yendo progresivamente; y el hecho de reconocer lo que realmente sentía no humillar ni deformar, y suficientemente casta como para no in-
debió de ahogar más y más la posible satisfacción de sus sentimientos quietar ni herir.
personales. En este sentido, castidad es adivinar el ser del otro, y restaurar en
Y ¿qué tiene que ver todo esto con la «castidad»? Veamos. En la su primitivo brillo, con la paciencia y cuidado de un restaurador de obras
terapia psicoanalítica se descubre una especie de relación afectiva de arte, lo que retoques espurios o la erosión del tiempo han deteriora-
que, literalmente, no «quiere» nada del otro, pero que, al mismo do. Castidad significa dar relieve a las líneas de carácter en las que el
tiempo, está enormemente interesada en su maduración y crecimien- «yo» del otro se expresa con mayor nitidez. Castidad significa asumir
to psíquico. Es muy difícil describir esa situación. «Amor» es un tér- el retrato de su sonrisa y los rasgos de su tristeza, de modo que en esa
mino demasiado vago que, según los casos, puede significar todo y imagen pasajera pueda lucir plenamente la autenticidad de su persona.
nada; sólo que entre te quiero y me gustas hay cabida para toda una Castidad consiste en despejar el espíritu del otro de todo el montón de
gama de sentimientos como entre el cielo y el infierno. Mientras dura escombros de esperanzas arrumbadas, de gestos secretos y pensamien-
el tratamiento, el analista ocupa, en el fondo, el lugar que durante la tos disimulados, en hacer habitable el desierto de sus miedos y su choza
infancia del (de la) paciente tuvieron —o debieron tener— su padre, devastada, y en forzar una floración de las zonas de su cuerpo marchi-
su madre, sus hermanos, sus hermanas y las personas que vinieron tas o congeladas. Castidad es esforzarse por liberar el cuerpo del otro
después en su vida. Pero como los diversos papeles están sujetos a un de las ataduras de un pudor falso y equívoco, para devolverle a su prís-
cambio permanente, hablar de paternidad, maternidad o fraternidad tina belleza e inocencia. Entre todas las relaciones humanas, ésta es la
con respecto al terapeuta es sólo parcialmente exacto. Los diferentes que procura con más ahínco acercarse al misterio de la creación; es una
aspectos de una relación terapéutica no reproducen lo que el terapeu- recreación poética del ser del otro, que da nuevo sonido a aquella pa-
ta quisiera ser por sí mismo, sino únicamente el papel que deberá labra con la que Dios lo llamó un día a la vida; es un repetición de aquel
asumir en cada fase de la transferencia, y que se debe, en parte, a su gesto con el que unas manos creadoras dejaron sus huellas en una carne
proyección personal y, en parte, a su propia disposición a cooperar corruptible; es una sinfonía sobre ese tema callado e imperceptible que
con su paciente. Sin embargo, hay una actitud de equilibrio interior Dios grabó suavemente en el corazón del otro.
que el terapeuta debe mantener en la medida de lo posible. Esa acti- Eso es castidad, desde este horizonte: ternura desinteresada, poe-
tud se puede definir de muchas maneras, pero fundamentalmente con- sía creadora, donación y entrega como arte, búsqueda incansable de la
siste en ponerse en disposición de recorrer dos kilómetros con el que verdad del ser, satisfacción agradecida por servir a un reino todavía
le pide que le acompañe sólo uno (Mt 5,41), de no juzgar a nadie, escondido. Castidad es forzar la entrada en castillos encantados, escu-
diga lo que diga (Mt 7,1), de ir en busca del descarriado (Mt 18,12), char el suave cuchicheo de los gnomos y la sardónica risa de los duen-
y de inspirar a su interlocutor una confianza que le enseñe a aprove- des, cabalgar en un caballo mágico y enganchar las nubes y los vientos
char el presente y a no dejar que las preocupaciones de mañana este- al carruaje de las hadas. Castidad es magia y realismo, religiosidad y
rilicen su vida de hoy (Mt 6,34). sobriedad, libertad y compromiso, sueño y vigilia, ensoñación e idea,
Naturalmente, todo eso es una actitud auténticamente pastoral, sentimiento y acción. En una palabra, castidad es la más consumada
que se ve ratificada por innumerables recomendaciones de Jesús. Se unión entre cuerpo y alma.
652 Propuestas terapéuticas Una ternura creadora de sueños 653

Sin embargo, esa unidad pictórica del alma que es la psicoterapia pero un diálogo unilateral: el paciente habla, mientras que el analista
se parece más a una obra de arte que a la realidad cotidiana de la vida. no hace más que escuchar, por lo general, sentado a su vera, sin inter-
Pero es una imagen viva que se realiza en la persona del otro; de ahí su venir más que esporádicamente y nunca hablando de sí mismo. Es
contraste esencial con la creación puramente estética. El terapeuta tie- como si el «yo» del analista perdiera todos sus contornos y se convir-
ne en común con el poeta, con el pintor, con el músico, que su más tiera en la mejor pantalla de proyección para el paciente. Exactamente
preciada obra, nacida de lo más profundo de su ser, deja de pertenecer- lo contrario de la relación amorosa, en la que el conocimiento mutuo
le. Una vez terminada, la obra vuela de sus manos, se posa libremente crece a través de la comunicación con el otro y la reciprocidad del
en el escenario de la vida y desarrolla su propio «yo» personal, sin intercambio. Con todo, la situación analítica ofrece la ventaja de que
esperanza segura de retorno. Esa preciosidad de ánfora griega, rescata- no fija al otro en su estado presente. La amistad y la relación amorosa
da penosamente un día de las profundidades del mar, limpia de arena, transmiten fácilmente al otro el sentimiento de que uno es deseado por
de algas y de calcares de siglos, y reconstruida pieza a pieza con pri- una peculiaridad determinada, por un comportamiento específico; prác-
mor, se escapa, se exhibe en cualquier exposición, y termina por con- ticamente, se dice al otro que no cambie, que siga como es. El amor no
vertirse en objeto de subasta o en un bien prestado. quiere cambios dramáticos; no le agradan las transformaciones de la
Y aquí es precisamente donde empieza ya a perfilarse una «casti- personalidad amada, sino que confirma al otro en su propia realidad,
dad» incompatible con la voluntad de matrimonio y que, incluso en en lo que es. Por el contrario, en la psicoterapia se presupone que el
una terapia, puede proporcionar agudos sufrimientos y dolorosas de- otro no puede ni quiere mantenerse en su situación; n a se le toma
cepciones. No hay que explicitar mucho la diferencia. Aunque los es- como es, sino que se espera que podrá ser diferente de como ahora se
posos no puedan jamás considerarse «posesión» recíproca, su relación manifiesta.
se basa en un amor que los lleva a necesitarse recíprocamente, a entre- En realidad, la psicoterapia es un medio de liberación, no de rati-
garse y apoyarse el uno en el otro como complemento y plenitud. En ficación. Mientras que el amor supone que el otro se ha encontrado a
un matrimonio presidido por el amor, yo necesito tener al otro para sí mismo y ha encontrado su camino, la psicoterapia parte del supues-
mí mismo; querría colmarle a saciedad, ser el centro de su existencia, to de que el paciente aún tiene por delante mucho camino que encon-
su único objeto de deseo; quisiera ser la luz de las estrellas en sus trar. Por eso, el curso de la evolución difiere en ambas situaciones.
sueños y el ardor del sol en sus caminos. El amor que une a dos perso- Después de diez años de convivencia matrimonial, se supone que los
nas en unidad duradera lleva a su culmen todo el poder del «yo» y del sentimientos se han consolidado, que la confianza es mucho más densa
«tú». No sólo es «desinteresado», «abnegado», «fiel», sino que es una y profunda, y que la mutua presencia es más insustituible que al prin-
maravillosa síntesis de todas las pulsiones agresivas, fuerte y conquis- cipio. En psicoterapia es al revés; después de diez años, o los que sean,
tador, combativo, exigente, celoso. Ese amor consuma la unidad de de trabajo común, puede suceder que el terapeuta sea para el paciente
dos cuerpos, de dos almas, que se hunden uno en otro hasta perder el menos importante que al principio; y tal vez él mismo tenga que pro-
sentido, para no despertarse nunca, si no es en una fusión sagrada que curar hacerse cada día más superfino. Eso requiere un tacto exquisito
los empuja y los atrae por encima de las montañas y los mares, más y grandes dosis de discreción y de atención liberadora. En el caso ideal,
allá de los días y los largos años de espera. Siempre empezar de nuevo: la psicoterapia analítica se parece más al proceso de maduración y
ésa es la danza infinita del amor, los círculos míticos por los que discu- progresiva autoafirmación del niño en el entorno familiar, mientras
rre y se desliza el tiempo 24 . Comparadas con ese torbellino, la pastoral que el amor conyugal es, más bien, como el proceso de crecimiento de
o la psicoterapia no parecen más que proyectos huecos, fuegos artifi- dos adultos que viven uno con otro y el uno para el otro.
ciales; mero camino, pero nunca objetivo; señas, pero jamás domici-
Según todas estas consideraciones que, por cierto, resultan bastan-
lio; caricias, pero nunca abrazo apasionado; cercanía, pero jamás fu-
te tranquilizadoras, lo «especial» de una «castidad celibataria» como la
sión; escucha, pero nunca embriaguez de los sentidos.
de los clérigos católicos podría consistir en una especie de «benevolen-
Ahora bien, ¿son imprescindibles las caricias y la cercanía? En cia terapéutica», semejante a la actitud de los padres con relación al
psicoterapia, la forma de contacto es fundamentalmente el diálogo; hijo; sería un medio de liberación para poder vivir. Mientras que, en
654 Propuestas terapéuticas Una ternura creadora de sueños 655

sentido inverso, el amor conyugal sería la confirmación y la realiza- «norma» para esa clase de alianza comunitaria en la que la «castidad»
ción práctica de una vida ya liberada y consciente de sí misma. Pero el no excluye la «sexualidad»? ¿Con qué frecuencia se puede repetir esa
proceso de la psicoterapia no siempre es tan simple, y no resulta fácil «técnica de tratamiento»? ¿Cómo abordar la posible insurgencia de los
delimitar sus fronteras. Ya Sandor Ferenczi advertía con razón que hay celos? ¿Qué pasaría, si se propalaran cierta intimidades, dando pie a
situaciones en las que el tratamiento psicoanalítico gira necesariamen- que la gente se hiciera su propia versión del caso? Y lo que todavía es
te en el vacío, en una especie de círculo vicioso25. ¿Qué pasa, por e- peor: ¿Qué pasaría con la persona? ¿No se sentiría profundamente
jemplo, cuando una paciente tiene tanto miedo a los hombres que, humillada, al ver que sí, que ha encontrado el amor, pero... un amor
después de años y años de tratamiento, de anamnesis, de repeticiones, «por compasión»? Y ¿si no fuera compasión, sino un aprecio sincero,
de análisis de la figura de su padre, no se atreve a embarcarse en una admiración, sintonía? Una persona que ama, desea ser correspondida
relación con un hombre? ¿Qué pasa cuando una mujer, al cabo de con el mismo amor; no quiere limitarse a experimentar la ayuda, sino
quince o más años de matrimonio, no ha logrado sentirse ni una sola también a proporcionarla con todas sus fuerzas. Ahora bien, ¿se pue-
vez como mujer? ¿Qué pasa cuando una mujer, abandonada por su den recuperar las «reglas» y las «normas» del psicoanálisis, una vez
marido, se siente profundamente herida y humillada en su feminidad, abandonadas?
y no hay nadie al que pueda confiar sus perplejidades y sus angustias
El miedo a esas cuestiones parece tanto más justificado cuanto
más que a su terapeuta? Precisamente porque el psicoanálisis da tanto
que, por lo general, la persona que ha pasado verdadera hambre mani-
valor al significado psicológico de la sexualidad, es realmente difícil
fiesta unos deseos y unas aspiraciones verdaderamente insaciables. Pero
armonizar una solución puramente «mecánica» de los miedos, de los
sabemos que, en un organismo consumido por el hambre, el apetito
conflictos y de las frustraciones sexuales —en el sentido de una terapia
disminuye, si se le administra alimento en dosis moderadas, no sea que
del comportamiento 26 — con el principio analítico de «abstinencia».
el ansia desmedida llegue a causar estragos irremediables. Las situacio-
Lo que más ha preocupado en psicoanálisis, hasta que T. Moser pre-
nes límite no pueden estar sujetas a reglas ni prescripciones. Todo de-
sentó un intento de solución honesto y bien elaborado 27 , ha sido inves-
pende de una confianza que escapa a toda fundamentación; y no se
tigar lo que debe y lo que no debe hacer el analista. En psicoterapia,
exige más que una cosa, con el máximo de honestidad personal.
todavía es ésa una de las cuestiones más acuciantes. ¿No podría suce-
der que fuera precisamente el psicoanálisis el que revelara a los cléri- Se podría aplicar a este aspecto lo que respondió un rabino a uno
gos católicos el sentido de aquella acción de Jesús, cuando un sábado, de sus discípulos que le preguntaba si Dios, que habla al hombre en
al atravesar con sus apóstoles un campo de trigo, transgredió la sacro- todas las cosas, podía decirnos algo a través del juego de damas. El
santa ley de Israel para calmar el hambre de sus seguidores (Me 2,23- rabino le contestó: «¡Naturalmente! Puedes mover en zigzag, sin retro-
28)28? Pues bien, ¿qué «hambre» no tendrá un espíritu que se ve inexo- ceder; pero en cada tirada, sólo puedes avanzar una casilla. Y si llegas
rablemente acorralado entre la vida y la muerte? Y ¿qué hizo Jesús en a la meta del otro, puedes hacer dama, y mover como quieras y adonde
otra ocasión, sino —contra las leyes de pureza ritual— dejarse tocar quieras»30. ¡Ojalá muchos clérigos pudieran «hacer dama», como hom-
por una mujer «hemorroísa» y otorgarle la curación (Me 5,25-34)29? bre o como mujer!
¿Cuándo se atrevería un clérigo a aceptar ni de lejos la cercanía de una En suma, el psicoanálisis puede enseñar a la práctica pastoral de la
persona, concretamente de una mujer, para poder curarla de su sufri- Iglesia una forma de «castidad» abierta y realmente liberadora. Pero,
miento interior? No se trata aquí de menos «castidad», sino de más por otra parte, no se pueden separar institucionalmente unas reaccio-
madurez y menos necesidad de preservar intacto un narcisismo ascéti- nes humanas que aparecen claramente polarizadas en la psicoterapia y
co, de ser más abiertos con relación a unas personas que necesitan ser en el amor conyugal, ni se las puede arrancar del flujo de un desarrollo
llevadas durante un tiempo de su existencia, porque no pueden cami- que las vincula recíprocamente. La relación que un terapeuta mantie-
nar por sí mismas. ne con otras personas, casadas o no, puede enseñarle muchas cosas
sobre el ser humano, que le serán de utilidad para el tratamiento de sus
Es natural que, a este punto, surjan toda clase de miedos por lo pacientes; y al revés, la experiencia adquirida en el curso de la terapia
que pueda suceder. ¿Se podría llegar a establecer alguna especie de puede incidir profundamente en sus relaciones personales privadas.
656 Propuestas terapéuticas

Desde el punto de vista psíquico, el hombre es una unidad indisoluble;


por eso, no se puede andar con lamentables separaciones entre casa-
dos, por una parte, y célibes, por otra, sin cometer un enorme despro-
pósito. Lo más bello es el amor. Y ese amor llevará a una persona a
deber ser —y a ser, de hecho— todo para la otra, un hombre para una
B) R E F L E X I O N E S E X T E M P O R Á N E A S
mujer, y una mujer para un hombre: a ser médico y guía, poeta y
S O B R E LA F O R M A C I Ó N D E L O S C L É R I G O S
sacerdote, amigo y amante, padre e hija, madre e hijo, hermana y her-
I D E A S PARA U N V I R A J E
mano..., un trozo de cielo que se refleja en los ojos brillantes de deseo,
E N LA H I S T O R I A D E LAS R E L I G I O N E S
en espera de la felicidad de una vislumbrada plenitud.

¡El poeta, el psicoterapeuta, como modelos o puntos de referencia del


sacerdote, del clérigo! Ésa es la conclusión «positiva» en la que desem-
bocan los análisis precedentes sobre la angustiosa negatividad de con-
flictos psíquicos que aquejan hoy a la forma de vida de los clérigos en la
Iglesia católica. Hemos tratado de reinterpretar desde el punto de vista
psicoanalítico los «consejos evangélicos» de pobreza, obediencia y cas-
tidad; pero aún nos queda por ver cómo se podría imaginar hoy a un
sacerdote o a una religiosa que estuviera realmente a la altura de las
expectativas que abre esa reinterpretación.
Una mentalidad tradicional no podrá menos de sentir cierta extra-
ñeza frente a esa transformación del paradigma de clérigo católico.
Durante siglos ha visto en la figura del sacerdote el supremo ideal de
vida, la imagen de la «perfección angélica», la más completa realiza-
ción de la naturaleza humana tocada por la gracia de Dios. Y con ra-
zón. De hecho, en las llamadas culturas primitivas, la figura del
«chamán» es como la personificación de la experiencia religiosa, del
ámbito de «lo sacro», donde el arte, la poesía, la música, la medicina
encuentran su único y supremo fundamento. La religión lo es todo para
el primitivo; una unidad en la que se funden el origen y el fin del pen-
samiento, del sentimiento, de la experiencia.
Pero, evidentemente, la vida actual del clérigo nos da una imagen
bastante alejada de esa concepción. Quizá nos encontremos hoy en el
fondo de un callejón sin salida, que se abrió cuando se empezó a dar al
clérigo una dimensión psicológica y social que le desvinculaba total-
mente de una integridad de experiencia como la que significaba la reli-
658 Propuestas terapéuticas

gión. Hoy por hoy, lo que llamamos «sacerdocio» o «monacato» no


parece más que una rama lateral de la sociedad, inscrita en una admi-
nistración eclesiástica que funciona por sus mecanismos particulares
sin grandes estridencias. Su realidad social no tiene prácticamente más
que un valor decorativo para ciertas ocasiones solemnes, como si se
tratara del teatro o de la ópera. Lo religioso, en vez de ser portador y 1
creador de experiencia realmente artística, como lo fue antaño, se ha PÉRDIDA DE UNA MÍSTICA DE LA NATURALEZA
degradado al nivel de pura estética de bambalina. La gente no ve en lo
religioso más que una mera repetición, una paráfrasis de sí mismo. Y
la razón es clara. Hace siglos que los clérigos perdieron el contacto
consigo mismos, con los hombres, con la vida auténtica. En sí, el cléri-
go es un ser «especial», una entidad «aparte». No existe real y verdade-
ramente. Ese es el fondo amargo y desolador de las estructuras
neurotizantes y de los procesos neuróticos individuales que hemos tra-
tado de analizar y describir en los capítulos precedentes.
«¿Se puede ser santo sin Dios?», se preguntaba hace casi cincuenta
años Albert Camus ante el problema que él consideraba el más impor- Si es cierto que la forma actual de religiosidad procede del tiempo
tante de nuestro tiempo 1 . Y hombres como Sigmund Freud encarnan oscuro de la revolución neolítica, cuando empezó la distinción entre el
una experiencia aún más dolorosa: muchas veces, sólo se puede curar hombre y la naturaleza que lo rodeaba, todo parece indicar que hoy
a un paciente contra «Dios», contra el Dios de la Iglesia2. No basta día estamos llegando al fin de esa evolución. Todas las formas de reli-
constatar con profunda pena que la forma actual de lo religioso ignora gión atraviesan en la actualidad una grave crisis, por el simple hecho
completamente el aspecto de la «curación», como decía no hace mu- de que los nuevos conocimientos y el progresivo dominio de la natura-
cho Eugen Biser3. Lo que hay que hacer es investigar las razones por leza relegan a reliquia animística de un pasado remoto la idea de unas
las que la Iglesia católica ha tenido que eliminar cuidadosamente de la fuerzas divinas que controlan y orientan según su propia voluntad y
psicología de sus clérigos el elemento poético y terapéutico, y luego designio el proceso evolutivo del mundo 1 . En el siglo xix, la crítica
preguntarse qué es lo que debería cambiar en la Iglesia, para reintegrar marxista de la religión afirmaba que el sentimiento religioso no es más
lo que tanto se ha reprimido. Hoy por hoy, los artistas y los terapeutas que una actitud falsa del hombre, basada en su ignorancia y sus miedos
no tienen necesidad de la Iglesia. Pero ella, como un paciente aquejado frente a la naturaleza2. Y la psicología religiosa elaborada por Sigmund
de leucemia, sí tiene necesidad — y muy urgente — de una revitalización Freud amplió ese postulado afirmando que la creencia en Dios o en
y una reintegración de sus principios por medio de la poesía y de la fuerzas divinas no es más que una proyección infantil de la figura de
psicología profunda. los padres interiorizada3. Hoy día, ninguna forma de religión es creí-
En realidad, en el fondo de todas nuestras reflexiones laten dos ble, si no es capaz de enfrentarse con los criterios en los que se funda
desafíos fundamentales, que la Iglesia católica no puede rechazar por esa doble crítica. Habrá que mostrar cómo, en un mundo que la cien-
más tiempo, si no quiere perder la poca credibilidad que le queda. cia y la técnica van descubriendo hasta límites insospechados, la reli-
Estos dos aspectos, profundamente interrelacionados, son: la pérdida gión puede contribuir a la intrínseca unidad del ser humano, a pesar de
de una mística de la naturaleza, y el rechazo de una integración del sus diferencias personales, por medio de la mística de una poesía ins-
sujeto. crita en la naturaleza que lo rodea. Y también habrá que mostrar que el
sentimiento religioso no es el reflejo de una conciencia infantil alienada
y tiranizada por el «super-yo», sino, al contrario, una auténtica fun-
ción del «yo».
660 Propuestas terapéuticas Pérdida de una mística de la naturaleza 661

La historia del espíritu humano nos dice que nos movemos hacia mismo tiempo, protestaba de que la única información que se daba a
una religión que no deberá simbolizar ni transmitir la diferencia del los candidatos al sacerdocio sobre otras formas de religión —él decía
hombre respecto a la naturaleza, sino más bien su unidad dialéctica siempre «diversas formas de religión», en lugar de «diversas religio-
con ella. Quizá fuera Giordano Bruno el primero en expresar esa con- nes»— fuera bajo el título de «misionología», sin creer que hubiera
cepción4, que después recoge Spinoza5, ratifica explícitamente la filo- necesidad de conocer la experiencia de lo divino en otras culturas.
sofía romántica 6 , y lleva a su más dramática expresión la violenta crí- Naturalmente, eso equivalía a relativizar el absolutismo histórico de la
tica de Nietzsche al cristianismo7. Nietzsche fue el primero en reconocer teología occidental, que se consideraba el único camino para encon-
el carácter anticuado y hasta grotesco de la concepción cristiana del trar a Dios12. Si la Iglesia católica no quiere atrincherarse medrosamente,
mundo, anclada en la vieja imagen de la Biblia y totalmente ajena a los a ejemplo de muchas sectas, en el mantenimiento acérrimo de sus tra-
atisbos de las antiguas mitologías sobre las dimensiones del tiempo y diciones doctrinales, tendrá que procurar ampliar y enriquecer la
del espacio. Por eso, Nietzsche reclamaba insistentemente una forma espiritualidad cristiana con una apertura al mundo de la naturaleza, en
de religiosidad, de poesía y de humanismo que pudiera hacer frente a un fructífero intercambio con las diferentes formas de religión hasta
los desafíos de la ciencia moderna de la naturaleza8. En nuestros días, ahora consideradas como «paganas».
el movimiento New Age, aprovechando claves del hinduismo y del La que más se beneficiaría de esta concepción sería la propia ima-
taoísmo, trata de promover una mística de la naturaleza9. Después de gen de lo sacerdotal. La teología católica siempre ha estado segura de
milenios de diferenciación entre el hombre y la naturaleza, parece que poseer la verdad cuando, frente a la concepción protestante, ha defen-
la humanidad ha llegado al convencimiento de que no se puede neu- dido como presupuesto dogmático la idea de que fue el propio Jesús el
tralizar con principios religiosos la relación intrínseca del hombre con que durante la última cena instituyó el sacramento del orden 13 . Pero,
la naturaleza que lo rodea, y que no se puede interpretar tendenciosa- en realidad, la historia ofrece serios argumentos contra esa interpreta-
mente el «mundo» o la «carne» como «ocasión de pecado» o como ción. Jesús nunca se presentó como «sacerdote», y nunca pensó en
«peligro para la salvación del alma». Todo impulsa hacia una síntesis romper con el pueblo de la alianza para fundar su propia Iglesia con un
que renueve las demandas míticas de un nivel superior de comunica- sacerdocio particular que transformara la fiesta judía de Pascua en ce-
ción espiritual y encaje al hombre en el seno de la naturaleza lebración incruenta de su propia muerte, y en la que bajo forma de
enmarcándole en una interpretación global del mundo, en lugar de banquete divino ofreciera su carne y su sangre como comida y bebi-
enfrentarlo con ella en calidad de dueño o de cumbre suprema de la da14. Pero desde el punto de vista de la psicología religiosa y etnológica,
vida10. se puede mostrar el significado arquetípico de esa concepción. La figu-
De aquí se deduce que una interpretación de los llamados «conse- ra y la función del sacerdote en la Iglesia católica no se puede definir
jos evangélicos» como el modo más expresivo de la religiosidad cris- desde una perspectiva histórica, sino desde los principios de la psicolo-
tiana no tiene muchas perspectivas de futuro. De hecho, en el fondo, gía profunda. Una religión cuyo objetivo es contribuir a la liberación
no hace más que repristinar viejos planteamientos ascéticos de la re- del hombre necesita ese tipo de imágenes y sacramentos, porque se
presión de las pulsiones, en nombre de una teología del dolor y de la trata de unas realidades profundamente impresas en la psique huma-
cruz, y extender funcionalmente el tema del sufrimiento a determina- na15. Por eso, resulta imprescindible estudiar la figura del sacerdote
das actitudes sociales de solidaridad política. Al contrario, lo verdade- sobre el fondo de su inserción en la naturaleza.
ramente importante es interpretar los «consejos evangélicos» como la Mientras escribo esto, tengo enfrente de mí una pequeña repro-
actitud de un equilibrio natural, al que sólo puede llegar la persona ducción en cerámica de una figura maya del siglo vn. Probablemente
que ha superado sus miedos y su inseguridad ontológica por medio de representa a un halach uinic, es decir, un «hombre auténtico», general-
una absoluta confianza, como nos enseñó Jesús. Hace ya más de trein- mente el rey del territorio y, en algunas regiones, el gran sacerdote de
ta años, el teólogo de Münster Antón Antweiler levantó su voz contra los mayas16. La figura está frente a un árbol en forma de cruz, cuyos
la creencia de que la formación de los futuros clérigos podía prescindir ejes, orientados hacia los cuatro puntos cardinales, recuerdan el árbol
perfectamente del conocimiento de las ciencias de la naturaleza11. Al sagrado de Xibalbá en el que se repite el eterno drama de la vida y de
662 Propuestas terapéuticas Pérdida de una mística de la naturaleza 663

la muerte 17 . Según la concepción de los mayas, el puesto del sacerdote haciendo a la idea de que su misión es tratar con «hombres» y formar-
está en el centro del mundo; él mismo, en su persona, es una imagen los para que un día puedan llegar a ser sacerdotes. Si no está dispuesta
del árbol de la vida y de la muerte, y su propia vida brota de ese centro a hacer suya la recomendación de Hermann Hesse de que cada .uno
del mundo. Una serpiente bicéfala, símbolo del cielo que abarca todo debe encontrar su propio destino, sea el de poeta, el de pintor, o cual-
el espacio entre el sol y la muerte, ciñe a modo de cinturón la figura quier otro, que escuche al menos aquella advertencia de la Biblia con
del sacerdote18, porque se espera de él una anchura que abrace todo el motivo del censo ordenado por David (2 Sam 24,l-25) 21 , sobre el pe-
universo desde levante a poniente, y que él sea el punto de convergen- ligro de transformar a los hombres en objeto de planificación y especu-
cia y de unidad total. Dicho de otro modo, sólo el que sabe estar tan lación, por oscuros cálculos políticos.
unificado consigo mismo que no excluye ninguna realidad del cielo o El fin supremo de la educación eclesiástica debería consistir no
de la tierra, del empíreo o del abismo, merece el nombre de sacerdote. precisamente en mantener a ultranza sus instituciones, sino en impul-
En este sentido, no hay duda de que Jesús de Nazaret fue verdadera- sar y desarrollar la auténtica verdad del hombre. Pero, para eso, la
mente «sacerdote». Y así es como decía de él Oswald Spengler: «En Iglesia católica debería cambiar radicalmente de mentalidad. Hay que
toda la historia universal, el cristianismo es la única religión en la que reconocer que uno de los mayores males que aquejan hoy a la existen-
el destino humano de un presente inmediato se ha convertido en sím- cia clerical es el hecho de que se han «funcionalizado» las diferentes
bolo y centro de toda la creación»19. En opinión de Spengler, la figura formas de vivir los consejos evangélicos y, en cambio, se ha «persona-
de Jesús responde al «misterio último de la vida humana y de toda vida lizado» la función del sacerdote. Y debería ser exactamente lo contra-
en libertad, a saber, que el nacimiento del "yo" y la angustia cósmica rio; la forma de vida es lo que debería ser personal, mientras que el
son la misma y única cosa»20. Fue precisamente esa personalidad de ministerio debería estar relegado al ámbito funcional de lo meramente
Jesús lo que suscitó en la Iglesia primitiva el arquetipo sacerdotal como pragmático. Dicho de otra manera, la Iglesia tendría que atreverse a
la categoría más adecuada para explicar tanto la misión como el signi- vivir de los hombres y para los hombres, en lugar de tenerlos encerra-
ficado del Maestro. Y aquí está lo esencial: el sacerdocio, en cuanto dos en las mazmorras de sus instituciones, esperando que el resto de la
mediación entre opuestos, no es producto de una institución preexis- humanidad se guíe por sus luminosos principios.
tente, sino que brota de la fuerza misma de la personalidad. La unidad De aquí se deduce que habrá que liberar a las diversas formas de
de los contrarios abarca también, y necesariamente, la diversidad entre vivir los consejos evangélicos de toda pompa de ser algo «especial» y
hombre y naturaleza, y produce la integración de la diferencia psíqui- practicarlas como simples actitudes humanas, a ejemplo de la apertu-
ca entre consciente e inconsciente. El sacerdote, o es un hombre inte- ra, libertad y creatividad del poeta o del artista.
gral, o no es nada.
Por ejemplo, la pobreza. Lo más natural es que un poeta, un artis-
En el proceso de formación de un «sacerdote» de la Iglesia católica ta, un pintor no esté fundamentalmente polarizado hacia el dinero o el
se debería insistir, sobre todo durante el tiempo en que su personali- poder; y aún no sabemos hasta qué punto la creación artística es com-
dad todavía es suficientemente maleable y receptiva, en inculcarle el patible con la felicidad del amor. La «enfermedad» del verdadero artis-
sentido de la grandeza que posee un mundo tan bello, de modo que el ta profesional parecer ser la pobreza y la incomprensión de sus con-
respeto a la vida, el aprecio del carácter sagrado de su diversidad y temporáneos. «¿Son los hombres los que hacen una época, o es la época
equilibrio, y la percepción poética del significado de los símbolos va- la que hace a los hombres?», se preguntaba Caspar David Friedrich; y
yan calando en él, hasta configurar plenamente su pensamiento y su añadía: «¿Somos en realidad libres?». Todo el que se sale los estrechos
sensibilidad. Para decirlo con una paradoja, el esfuerzo de la Iglesia no límites de espacio y tiempo que se le han asignado suele ser objeto de
debería orientarse a formar sacerdotes, sino, más bien, a desarrollar lo burla e incluso de desprecio por parte de su entorno social, aunque
más posible en sus jóvenes candidatos la dimensión sacerdotal. Tam- puede ser que no esté absolutamente interesado ni en el dinero, ni en el
bién en este punto sería necesaria una actitud de pobreza, es decir, de poder ni en la fama, o que, como Friedrich, se encierre en su capullo,
renuncia a toda maniobra «política». No es tarea propia de la Iglesia dejando a la posteridad que dictamine si de esa crisálida ha brotado un
formar hombres para que sean «sacerdotes»; lo ideal sería que se fuera simple gusano o una bella mariposa multicolor22. En el mundo del
664 Propuestas terapéuticas Pérdida de una mística de la naturaleza 665

arte, suelen ser el comercio y la industria los que se encargan de unos res de la hembra, con lo que se consigue una especie de control de
intereses, por lo general, ajenos al artista, como transformar una obra calidad del capital genético24; por eso, la sexualidad va unida al senti-
de arte en mercancía de subasta. miento de los celos y a la necesidad de competencia. En la especie
Pues bien, en materia de religión, la Iglesia católica parece que ha humana, la naturaleza no ha dictado ningún período de celo, como en
querido ser simultáneamente estudio de arte y sala de subasta. Y el re- el reino animal, sino que la capacidad sexual del hombre dura todo el
sultado es que, hoy día, parece más una conservadora de museos que año; mientras que, por otra parte, ha fijado la tasa de mortalidad in-
una verdadera familia de artistas. A una mentalidad esencialmente re- fantil en una oscilación del cincuenta por ciento. En todos estos pun-
ligiosa no le interesa, por principio, cómo «marchan» las cosas, si se tos, se han producido importantes modificaciones en los últimos dos-
«vende» bien, si deja beneficios. Lo decisivo, tanto en la religión como cientos años. Hoy día, en los países industrializados, todo niño, aun
en el arte, es la relación con la «verdad», concretamente, con la verdad enfermo, tiene prácticamente asegurada la supervivencia. Por otra parte,
última de la existencia. Y la «verdad» nace del terreno de lo incondi- la explosión demográfica de la humanidad, con previsiones de dupli-
cional; por eso puede formar incondicionalmente al hombre; y no por- car la población en unos veinte o treinta años, es hoy una de las más
que desprecie la vida terrestre, sino porque sabe relativizar sus valores. graves amenazas no sólo para la conservación de la naturaleza, sino
Por eso, la Iglesia debería dedicarse a promover y estimular talentos, incluso para la estabilidad del propio planeta25. Ante la ausencia casi
capacidades, dotes personales —hablar de «carisma» parece demasia- completa de factores de selección natural, más pronto o más tarde se
do untuoso—, en vez de limitarse a gestionar, según el esquema prefa- tendrá que llegar a un control artificial del capital genético humano.
bricado de necesidades institucionales, una selección de mediocres. En Es decir, hace tiempo que ha llegado la hora de que la sexualidad
vez de exigir obediencia a sus clérigos, su primera obligación debería humana no tenga que servir primariamente a la reproducción y a la
ser prestar oído a todos los impulsos de sentimiento, iihaginación e conservación de la especie; y a no mucho tardar veremos que el capital
inteligencia que ella misma podría despertar y estimular en el indivi- genético de la humanidad no dependerá del comportamiento de la
duo. Debería correr el riesgo de que cada uno de sus seguidores llegue pareja, sino de medidas genéticas que impidan, como mínimo, la trans-
a ser personalmente aquello a lo que Dios le ha destinado de antema- misión de genes enfermos.
no, en vez de coartar todavía más los ya estrechos pasadizos neuróticos Estamos definitivamente al final de una época de la evolución, en
de la infancia con meras racionalizaciones e ideologías ilusorias. Y so- la que el individuo, especialmente el masculino, no ha sido, desde el
bre todo, debería formar y cultivar una cosa tan bella como la capaci- punto de vista biológico, más que mero depósito de material genético,
dad de amor, en vez de reprimirla y asfixiarla. El celibato jamás debe- es decir, máquinas de supervivencia y soporte de genes26. Evidente-
ría ser el objetivo, sino, más bien, el resultado de una evolución personal; mente, eso deberá incidir en un cambio profundo del comportamiento
un resultado que, en fin de cuentas, no es más que relativamente im- sexual humano, cuyos signos precursores ya están a la vista: las rivali-
portante. dades y los celos están en franca retirada, y la sexualidad ya no sirve
Tarde o temprano, la Iglesia tendrá que reconocer, a pesar de to- fundamentalmente a la reproducción ni a la creación de una familia,
das sus resistencias, que la demanda religiosa de una mística y de una sino que se vive cada día más como una fuerza hecha de ternura, de
poesía de la «creatura» exige al mismo tiempo una actitud mucho más satisfacción, de fantasía y de vivencia compartida, que invade poco a
«natural» con respecto a la sexualidad humana; y más hoy, cuando poco todos los rincones de la existencia. Ya sólo por esto, el celibato
paradójicamente la sexualidad se ha descargado y liberado de su tarea terminará por perder todo su sentido.
biológica directa. Dicho en dos palabras: la reproducción sexual es un A eso habrá que añadir otros factores. Por ejemplo, las diferencias
«invento» de la naturaleza para acelerar considerablemente el ritmo de entre hombres y mujeres desaparecen a pasos agigantados; la tensión
la evolución; por la mezcla de capital genético, el niño no es un simple entre los sexos, reforzada antes por toda clase de barreras morales y
y mero trasunto de sus padres, sino algo completamente nuevo23. Otro por los tabúes de la sociedad27, se desvanece visiblemente; entre amis-
de los «inventos» de la naturaleza para impulsar la evolución es la tad y amor no existe aquella sima que se había ahondado artificialmente,
conocida rivalidad de los machos que compiten y luchan por los favo- al menos en la cultura occidental28. La idea de que en la Iglesia o en la
666 Propuestas terapéuticas Pérdida de una mística de la naturaleza 667

sociedad debería haber ciertas funciones reservadas sólo a los hombres tra cultura, han sido especialmente los artistas los que jamás han llega-
o sólo a las mujeres — a excepción del parto — resulta cada día más do a entenderse con reglamentaciones del amor30, porque su mayor
absurda; lo que hace pensar que el furor con que la Iglesia se agarra al esfuerzo es y ha sido siempre procurar fundir y recrear en unidad vi-
principio de que sólo los hombres pueden ser sacerdotes es hoy un viente los lacerantes desgarrones que han tenido que sufrir el hombre y
anacronismo de lo más patente 29 . Todos estos factores tendrán necesa- la sociedad. Hay un cuadro de Caspar David Friedrich en el que se ve
riamente que influir en la «formación» de unas personas que tienen una iglesia en ruinas que destaca sobre un cielo plomizo de atardecer,
cualidades religiosas para desempeñar algo así como una mediación mientras en primer plano, junto a las tapias de un cementerio vecino
entre el hombre y la naturaleza, entre Dios y el mundo, entre la Iglesia con las tumbas medio desmoronadas, un grupo de monjes diminutos
y la sociedad. Por tanto, la obligación más importante será enseñarles parecen asistir a un entierro 31 . A primera vista, el cuadro no expresa
el arte del amor, pero no un amor supraterrestre, angélico, puramente más que degradación y un terrible decadencia. Pero no es únicamente
místico, sino un amor total y absolutamente terrestre. Habrá que cul- eso. Precisamente lo que pretendía Friedrich en muchas de sus obras
tivar una religiosidad que supere las viejas divisiones que todavía hoy era introducir una nueva forma de religión que, según él, se podía
separan el alma del cuerpo, el afecto del sentimiento, el amor del de- percibir detrás de las ruinas y en los cantos fúnebres de la religiosidad
seo, la mujer del hombre, el célibe y el casado, el clérigo del seglar, en tradicional. La religión futura, que ya presintieron e imaginaron los
definitiva, a Dios del mundo. románticos hace ciento cincuenta años, se basa fundamentalmente en
Se podría objetar que ya el mero hecho de considerar posibles tales dos grandes percepciones:
cambios es —en el sentido de la moral tradicional— una señal
reprobable de inmoralidad, aparte de que no se puede educar a adoles- 1. El verdadero culto a Dios consiste en una poetización de la
centes de hoy con patrones de un futuro incierto. ¡Bien! Pero en cual- existencia humana, en la que el sueño parezca más real que la idea32, la
quier caso, hay algo que no sólo se puede, sino que se tiene que hacer intuición más importante que la reflexión, y el lenguaje del deseo más
perentoriamente, y que consiste en establecer una pedagogía que deje fuerte que el de la realidad. La religión como poesía familiar de un
de una vez de andar destruyendo sentimientos, aspiraciones y viven- infinito extraño, como una especie de surrealismo de una misteriosa y
cias, y que abra caminos para encontrar aquella primitiva unidad de oculta infinitud. Pero eso exige el paso siguiente.
religión, poesía y terapia que una vez se hizo realidad en la figura del
chamanismo. Es verdad que, en el sentido que hemos expuesto, la 2. Hay que recuperar la naturaleza como el lugar autóctono de la
actitud de base de la psicoterapia es distinta de la que —al menos, por experiencia de Dios. Hay que superar el dolor del hombre desgajado de
ahora— da consistencia al matrimonio. Pero el problema real no está la naturaleza, por medio de una reconciliación de todas sus energías con
en eso; la verdadera cuestión radica en la posibilidad de fijar la hermosura de un universo que, por la abundancia de sus claves y de
institucional e indefinidamente esa diferencia, como ha pretendido hacer sus símbolos, se muestra como un puente hacia el infinito33. Eso es lo
la Iglesia católica durante los últimos mil años. No se puede negar que que llevó a espíritus como Friedrich o Novalis al convencimiento de que
la mayor parte de las veces, el amor entre un hombre y una mujer, no puede haber una oposición entre terapeuta y guía espiritual, médi-
termine o no en matrimonio —en el sentido normal de la palabra— co y sacerdote, poeta y profeta, artista y predicador, cantante y cléri-
puede tener efectos psíquicos mucho más hondos que cualquier clase go. Pues bien, esa religión que une con la sabia naturaleza que nos cir-
de terapia. Y también es cierto que los que mejor pueden contribuir a cunda y con la sabiduría natural de nuestro ser interior es lo que
despertar ese interés sincero por el otro, como lo exige una terapia o Friedrich veía ya detrás de una catedral o una iglesia en ruinas. El fue
un ministerio pastoral sensato, son los que saben por experiencia lo el primero que se atrevió a pintar la escena de la crucifixión de Cristo,
que significa sentirse bien, como personas, en el aspecto psicológico. la imagen central de la religión cristiana, sobre el paisaje de una colina
Sólo se pueden fijar bien los términos, tanto psíquica como moralmen- desnuda, como si quisiera devolver a la religión su verdadero sitio34. La
te, si no se violenta la realidad íntimamente personal de la experiencia cruz de Cristo no puede servir de pretexto para condenar a la naturale-
en beneficio de ciertas estructuras de poder o de burocracia. En nues- za o para reprimir lo natural del hombre; porque mañana no habrá más
668 Propuestas terapéuticas Pérdida de una mística de la naturaleza 669

que una única forma de religión, la que ya está presente en una mística fundos de la psique humana de los que dichas narraciones ofrecen
de la naturaleza vivida en la interioridad del hombre. En el marco de claro testimonio. De hecho, su realidad no consiste tanto en una
esa religiosidad no cabe una moral ascética de divisiones y subdivisiones facticidad histórica meramente externa, cuanto en la experiencia inte-
ni hay lugar para una organización eclesiástica con todas sus separacio- rior que ponen al descubierto35. ¿Se puede decir que una hermenéutica
nes y apartijos. Todo eso resultará sencillamente incomprensible. que no sabe interpretar el sentido profundo de un sueño o de una
fábula es apta para comprender y explicar textos religiosos? En lo esen-
Aun el que piense que todas esas perspectivas y demandas carecen cial, el método histórico-crítico arroja un balance negativo. Dios no es
de fundamento serio no podrá menos de desear una decisiva transfor- una parte del universo exterior, no es un objeto de investigación del
mación de lo religioso en la síntesis de una conciencia de unidad que pasado; y no se puede salvar el abismo entre realidad histórica y
integre todos los valores apuntados. La enseñanza teológica experi- predicación eclesial. Una parte imprescindible de la formación teológica
mentará la necesidad ineludible de superar una oposición tan funesta debería consistir en prolongar la exégesis histórico-crítica con cursos y
como la que ella misma establece entre pensamiento y afecto, entre seminarios sobre los sueños, sobre el análisis antropológico, sobre el
objeto y sujeto, y abogar por una visión unitaria en la que experiencia psicodrama, hasta sobre un posible «bibliodrama», etc. El hecho de
y reflexión vayan de la mano. La Iglesia católica todavía está conven- dedicar unos cuantos meses al estudio del hebreo y del griego no pare-
cida de que la mejor manera de conservar su patrimonio doctrinal ce realmente significativo para el desarrollo de la personalidad, aparte
consiste en la formación de una casta de teólogos obligados por jura- del narcisismo de una formación especializada. Por el contrario, una
mento a enseñar y poner en práctica ciertas formas y fórmulas consi- cierta familiaridad con el lenguaje del inconsciente puede abrir el acce-
deradas como objetivas. Pero, en realidad, esa falsa objetividad de la so a las fuentes de la experiencia religiosa36.
abstracción, esa formalización de lo religioso, no hará más que deste-
Lo mismo se puede decir sobre la forma en que actualmente se
rrar definitivamente de los pulpitos y de los cuatro muros de nuestras
estudia la teología dogmática. En vez de atosigar a los alumnos con
iglesias una vida verdaderamente religiosa. Y eso se observa claramen-
formulaciones de hace mil quinientos años, como las de los primeros
te en las tres grandes ramas de la teología: la exégesis de la Biblia, la
concilios, o con el vocabulario de la escolástica medieval, ¿no sería
reflexión dogmática, y los principios de la moral.
mejor dedicarse a profundizar en serio en la historia de las religiones,
No cabe duda de que esta sinceridad de pensamiento y de investi- en la etnología y en la psicología profunda, que podrían proporcionar
gación recibió un impulso considerable en el concilio Vaticano II que, una experiencia capaz de descubrir e interpretar el sentido profundo
aunque con más de ciento cincuenta años de retraso, autorizó a los de los símbolos de salvación y de redención? Da la impresión de que
teólogos el estudio y práctica de los métodos histórico-críticos en la sólo así se podría evitar una transmisión puramente extrínseca de las
interpretación de la Biblia. Pero en esa misma dirección, habría que doctrinas del cristianismo, es decir, fundada en la violencia psíquica y
dar un nuevo paso decididamente más importante y que ya se está en el ejercicio del poder exclusivamente burocrático. El cristianismo
haciendo esperar demasiado. En líneas generales, la exégesis bíblica no es esencialmente una doctrina, sino una transmisión existencia!37. Y
debería prescindir del ideal de pura objetividad que patrocinan esos hasta que el individuo no llegue a descubrir por propia experiencia los
métodos, y explorar nuevos enfoques interpretativos basados en la aspectos y las fases de maduración y desarrollo personal que encierran
psicología profunda, que nos permitirían descubrir la verdad humana los símbolos religiosos, la exégesis bíblica y la proclamación de la fe se
que encierran en sí mismas las diversas formas narrativas de la Biblia, verán en la obligación de compensar la falta de experiencia personal y
como sagas, leyendas, mitos, visiones, etc. No se puede entender real- de evidencia humana con una multiplicidad de doctrinas racionales y
mente la verdadera riqueza simbólica y poética de ciertas narraciones objetivistas, y tenderán a imponer a los demás en nombre del magiste-
bíblicas, precisamente las más decisivas en sentido religioso porque rio presuntamente infalible de la Iglesia.
son las que menos insisten en el puro valor histórico, si lo único que se
Y en el campo de la teología moral, sólo se acabará el desenfado
busca es el origen de esos relatos en el ambiente cultural y en los
con que se enseñan ciertas normas fijas y mandamientos inmutables
condicionamientos de la época, y se prescinde de los estratos más pro-
cuando, a través de una experiencia como la que propone el psicoaná-
670 Propuestas terapéuticas Pérdida de una mística de la naturaleza 671

lisis, se haya vivido en propia carne lo que significa miedo, angustia, sión distinta, pero siempre complementaria. Todo nos convoca a un
desesperación, y al mismo tiempo, se haya sentido la imperiosa necesi- esfuerzo por situar más hondo el centro de gravedad. Mientras la teo-
dad de confianza y de una especie de nuevo nacimiento. Cuestiones logía siga entendiendo como «fe de Cristo» la mera repetición del gali-
como la servidumbre del libre arbitrio — por hablar en términos lute- matías típico de Occidente que nos ha servido para formular la idea de
ranos — cuando se encuentra lejos de Dios38, la necesidad de la gracia Dios y definir los rasgos fundamentales de la personalidad de Cristo,
como fuerza que hace al hombre capaz de encontrarse a sí mismo y de no hará más que caminar progresivamente hacia una condición de sec-
comportarse moralmente, la pavorosa tragedia de los continuos inten- ta, con sus pretensiones de infalibilidad, su actitud de intolerancia y
tos y repetidos fracasos de un esfuerzo personal por ajustarse a los sus prácticas de violencia.
imperativos morales, y la relativización de una ética que se estrella Es hora de que la religión encuentre su más auténtico lenguaje,
contra la necesidad radical de redención que caracteriza a la existencia una expresión internacionalmente comprensible como los cuadros de
humana 39 , sólo se pueden comprender, si el individuo ha experimenta- Van Gogh o las sinfonías de Beethoven. En lo esencial, ese «lenguaje»
do por sí mismo la sensación de desamparo y de absoluta inutilidad no tiene por qué ser el conjunto de las palabras con las que cada pue-
del «yo» en la lucha contra sus propias sombras. Hace ya más de trein- blo expresa y ordena sus diferentes convicciones, sino la expresividad
ta años, Hermann Stenger puso de manifiesto el interés tan vivo que de esas imágenes que se imprimieron en nuestra mente mucho antes de
demostraban ciertos estudiantes de teología por las cuestiones de psi- que la humanidad tomara rutas distintas y desarrollara diferentes ra-
cología experimental 40 . Pero, como decía el cardenal Wetter el día 24 zas y culturas. La «palabra» de la religión no alcanzará su propio y
de junio de 1989 en Frisinga, con motivo de la ordenación de catorce verdadero nivel sino cuando, como la poesía, pueda evocar la eterna
diáconos: «Vais a ser ordenados sacerdotes, no para ocuparos de voso- imagen de Dios en el ser humano, y hacerla obligatoria en cada época
tros mismos o realizaros personalmente, sino para hacer realidad el única y exclusivamente por la fuerza de la existencia individual. La
Reino de Cristo; no para difundir vuestras propias ideas, sino la pala- antropología del siglo xx nos invita a tomar en serio la «definición»
bra de Dios, el evangelio». Y añadía: «Desde hoy, el sacerdocio de que la filosofía medieval daba del hombre, al presentarlo como «ani-
Cristo es también vuestro sacerdocio. Por el hecho de ser sacerdotes, mal pensante». El psicoanálisis, la teoría de la conducta, la historia de
podéis actuar también vosotros sacerdotalmente»41. En realidad, debe- las religiones y la etnología deben tener un puesto en los programas de
ría ser todo lo contrario. Cuanto más uno se realiza a sí mismo perso- formación teológica, y no como pura «especialidad», sino como ámbi-
nalmente, mayor es su capacidad de realizarse como sacerdote y de to de confrontación experimental con el propio ser del individuo.
asumir conscientemente el ministerio sacerdotal en la Iglesia católica.
Todo esto supone una profundización de la existencia religiosa,
en la que una integración de la naturaleza interior del hombre, es de-
cir, del inconsciente, va imprescindiblemente unida a una integración
del hombre en la naturaleza que lo rodea.
Integrar en la vivencia cristiana incluso la sombra que proyecta el
cristianismo no es una «herejía», sino la exigencia esencial de nuestro
tiempo. Desde un punto de vista de psicología religiosa, se trata de una
prolongación de la conciencia cristiana hacia componentes de la psique
del hombre hasta ahora reprimidos y rechazados como «paganos». Y
desde el punto de vista de historia de las religiones, es una vuelta al
pasado del recuerdo, una recuperación de las verdades que habíamos
considerado espurias al proceso de consolidación del cristianismo oc-
cidental, pero que pertenecen a la psique humana y que, precisamente
por eso, han podido encontrar en otras culturas una forma de expre-
Subjetividad esencial de la fe 673

nunciadas hace ya más de cuatrocientos setenta años, pero que aún no


han sido suficientemente escuchadas. En su escrito Sobre la libertad
de un cristiano dice lo siguiente:

Además [de la libertad y omnipotencia del cristiano], somos sacer-


2 dotes; y eso es mucho más que ser reyes, porque el sacerdocio nos
SUBJETIVIDAD ESENCIAL DE LA FE: hace dignos de presentarnos ante Dios y orar por otros. De hecho,
JUSTIFICACIÓN DE LA PROTESTA PROTESTANTE ponerse ante los ojos de Dios y orar no corresponde a nadie más
que al sacerdote. Es Cristo el que nos ha ganado la capacidad espi-
ritual de interceder por otros, igual que el sacerdote lo hace visible-
mente2.
Podrías preguntar: «Entonces, ¿qué diferencia hay en el cristia-
nismo entre sacerdotes y seglares, si todos son sacerdotes?». Res-
pondo: «La gente ha desfigurado unos términos como sacerdote,
párroco, eclesiástico y otros semejantes, al aplicarlos al reducido gru-
po que hoy se conoce como estado eclesiástico. En la sagrada Escri-
Igual que la recuperación de la naturaleza, la recuperación del sujeto tura no se hace más distinción que llamar a los entendidos, a los
es uno de los postulados ineludibles de la Modernidad en orden a una cristianos consagrados [...] servidores, siervos, administradores [...]
reestructuración global de lo religioso que pretenda un mínimo de cre- Pero esa administración se ha convertido hoy en un dominio y en
una potencia tan mundana, tan exterior, tan altanera e imponente
dibilidad interna. Si, dentro de la religión cristiana, la vertiente católi-
que no tiene ni comparación con el poder secular; es como si los
ca es la mejor ha expresado en sus imágenes y símbolos el aspecto
seglares fueran otra cosa que cristianos. Así, se ha suprimido toda
«objetivo» de lo religioso, la conciencia de la «subjetividad» de la fe comprensión de la gracia, de la libertad, de la fe cristiana y de todo
alcanza su mejor expresión en la vertiente protestante. Los dos nive- lo que nos ganó Cristo, más aún, del propio Cristo. Y por eso tene-
les, el simbólico-objetivo y el existencial-subjetivo, se interrelacionan mos tantas leyes humanas y tantas obras humanas, y nos hemos
y se condicionan mutuamente, como el mito y la historia, el incons- convertido en esclavos de la gente más miserable que ha existido en
ciente y el consciente, el «ello» y el «yo». Pero su separación, su orga- la tierra»3.
nización eclesiástico-política en dos confesiones diferentes, es una
manifestación dramática de que el cristianismo occidental no ha sido No es éste el sitio más apropiado para discutir dogmáticamente la
capaz de dar forma a una figura integral de la existencia humana, en la doctrina protestante sobre «el sacerdocio común de todos los fieles» y
que las estructuras innatas del inconsciente y las angustias y esperan- compararla con la doctrina católica de la gracia especial del sacramen-
zas de la conciencia personal pudieran encontrarse en una verdadera to del orden. Lo que nos interesa en este momento es considerar el
síntesis de tensiones. Lo que hoy día representan el sacerdote católico enorme daño psicológico que brota de una identificación de la persona
y el pastor protestante, cada uno por su camino, cada uno con sus con el ministerio, como incluso hasta hoy lo presupone la Iglesia cató-
doctrinarismos y sus desamparos, es un documento estremecedor de lica en su concepción del ideal de clérigo.
los desgarrones internos que atraviesan la historia de la religiosidad Ante todo, habrá que considerar la psicología de una elección
cristiana1. En perspectiva psicológica, la verdad «total» no reside ni en especial que, según todo lo dicho anteriormente sobre la psicogénesis
la Iglesia católica ni en la Iglesia evangélica, sino únicamente en la del clérigo, equivale prácticamente a hacer de la necesidad virtud y
totalidad de lo humano, en un humanismo global contra el que ambas de la virtud necesidad. El propio Lutero, en su decisión de «tomar el
confesiones pecan gravemente por la división que las separa. toro por los cuernos» en su reflexión teológica, expresaba esa rea-
La Iglesia católica haría bien en reflexionar sobre las advertencias lidad en sus Artículos de Schmalkalda, del año 1537, en estos tér-
de Lutero a propósito de la relación entre persona y ministerio, pro- minos:
674 Propuestas terapéuticas Subjetividad esencial de la fe 675

El que ha hecho voto de vida monástica cree que lleva una vida más La pretensión que tiene la Iglesia de poseer una verdad que se puede
perfecta que el cristiano corriente y se imagina que, con sus obras, enseñar objetivamente, que hay que conservar como el depósito de la
no sólo va a ir al cielo él mismo, sino que también ayudará a otros revelación que Dios le ha confiado, y que sólo se puede transmitir por
a conseguirlo. Pues bien, eso es negar a Cristo4.
una casta de teólogos especialmente formados para eso, obliga al indi-
viduo a atenerse a la sustancia de la fe de manera exclusivamente for-
Ya exponíamos antes la imposibilidad de aprender de Cristo la mal y abstracta, y le impide superar la división —eminentemente me-
pobreza y la obediencia, mientras se obliga a la gente a someter el dieval— entre clérigos y seglares, entre lo divino y lo mundano, entre
propio «yo» a la protección y al látigo del «super-yo». Y lo mismo se el inconsciente y el consciente. De ese modo, la transmisión de la fe no
puede aplicar a la castidad. Podemos enzarzarnos en interminables se puede entender como un encuentro de persona a persona, sino como
discusiones teológicas sobre una posible fundamentación bíblica o his- la vinculación con un sistema institucional de enseñanza que se procla-
tórica del celibato de los clérigos católicos. Pero, en perspectiva psico- ma infalible. Por tanto, si la función equivale a la verdad, el individuo
lógica, al menos en una cuestión como la del celibato obligatorio, ha- no tiene otra salida que la renuncia a su persona, considerando como
brá que aceptar la vieja protesta de Lutero, que escribía en ese mismo inauténtico y pernicioso todo elemento personal. Efecto directo de esa
documento: alienación de la conciencia del individuo es una concepción meramen-
Prohibir el matrimonio de los clérigos e imponer al sagrado estado te formal de la obediencia y una idea de sacrificio que violenta el mis-
sacerdotal la exigencia de una castidad de por vida es un abuso de mo núcleo de la personalidad, al no ser más que una forma exterior de
poder y hasta de justicia. Han actuado como unos perversos anti- lo religioso.
cristos, como tiranos, como verdugos, y han dado ocasión a esa De nada han valido las advertencias de Friedrich Nietzsche en su
serie innumerable de pecados horrendos y abominables de lujuria colección de aforismos Aurora:
en los que todavía están hundidos. Puesto que a nadie, ni a ellos ni
a nosotros, se ha dado potestad para cambiar a un hombre en mujer
Una moralidad que se mide por el sacrificio está aún en estado
o a una mujer en hombre, ni para abolir la diferenciación sexual,
semisalvaje. La razón sólo consigue una difícil y cruenta victoria en
tampoco ellos tienen poder para separar a esas pobres creaturas de
el interior del alma, porque hay que abatir instintos muy poderosos
Dios y prohibirles vivir juntos honesta y sinceramente en el estado
que siempre están a la contra; sin una crueldad como la del sacrifi-
de matrimonio. Por eso, no estamos dispuestos a admitir ni a tole-
cio que exigen los dioses caníbales, toda victoria es imposible7.
rar su detestable celibato, sino que abogamos por que el matrimo-
nio sea libre, como Dios lo quiso y lo instituyó; nosotros no quere- Igualmente en vano avisó del riesgo de desnaturalización de la
mos poner obstáculos ni destrozar la obra de Dios. Ya san Pablo (1 existencia humana por medio de una «vida simbólica» que todo lo
Tim 4,1 ss.) dice que eso es una doctrina diabólica5.
reduce al más «solemne vacío»8. Hay que insistir una y otra vez en que,
La santidad no consiste en sobrepellices, tonsuras, ornamentos
desde el punto de vista psicológico, la Iglesia no hará más que perder
amplios o en otros ritos que se han inventado ellos y que no tienen
nada que ver con la sagrada Escritura, sino en la palabra de Dios en credibilidad y autenticidad, si continúa vinculando unilateralmente la
una fe auténtica6. fe y la verdad a la función, en lugar de hacerlo, más bien, a la persona.
Y sólo si el individuo pierde el miedo a ser realmente persona, puede
Como dato histórico, no hay que olvidar que fueron precisamente nacer aquella confianza que Jesús vino a traer al mundo. Sólo desde la
esas posiciones, que los protestantes habían elaborado con vistas a un persona individual se puede desarrollar en la Iglesia la capacidad de
futuro concilio, las que fueron oficialmente rechazadas quince años admitir determinadas funciones ministeriales9. Si no se quiere correr el
más tarde en el concilio de Trento. riesgo de que la función eclesiástica deforme y violente la existencia
Cualquiera que sea la valoración teológica de las decisiones del del funcionario, habrá que mantener una cierta flexibilidad, de acuer-
concilio, lo realmente importante, desde el punto de vista psicológico, do con el desarrollo personal del individuo. En principio, toda fun-
es que la Iglesia católica rechazó entonces y sigue rechazando que se ción debería ser temporal, en previsión de que sujeto no esté a la altura
pueda entender la fe en Cristo como una plena realización del hombre. de las exigencias, o sienta que es hora de desvincularse de ella. Desde
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el punto de vista dogmático, no parece que haya ninguna dificultad Estado es el nombre que se da al más frío de todos los monstruos
para adoptar tales medidas, como lo muestran las reflexiones de K. fríos. El Estado miente con toda frialdad, y de su boca sale esta
Rahner y otros teólogos10. mentira: «Yo, el Estado, soy el pueblo».
La causa real de la exasperación que, durante siglos, ha sentido la ¡Qué gran mentira! Creadores fueron quienes crearon los pue-
Iglesia ante esa clase de demandas no es de origen bíblico ni se debe al blos, por la fe y el amor; así sirvieron a la vida. Aniquiladores son
propio carácter de las sugerencias, sino que radica exclusivamente en quienes ponen trampas a la multitud, y denominan Estado a tal
obra; suspenden sobre los hombros una espada y cien apetitos.
las implicaciones recíprocas de una cierta psicología con una determi-
Donde todavía existe pueblo, éste no entiende al Estado, y le
nada sociología. La objeción — tan estereotipada como vacía de con-
odia, considerándole como un mal de ojo, como un crimen contra
tenido — que suele poner la Iglesia a una presunta amenaza de las costumbres y los derechos.
«psicologización» de la teología consiste en observar que ésta no es Todo en él es falso; con dientes robados muerde, ese mordedor.
sólo cuestión del individuo, sino que también hay que tener en cuenta Hasta sus entrañas son falsas.
su «dimensión social»11. Pero la objeción se desmorona por sí misma. Confusión de lenguas del bien y del mal: esa señal os doy como
Cierto que se trata del individuo. Pero afirmar que las estructuras de la señal del Estado. ¡Y, en verdad, esa señal indica voluntad de muer-
Iglesia y de la sociedad tienen que desarrollarse a partir del individuo, te! En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte.
si no se quiere que se vuelvan contra él como estructuras de violencia «Sobre la tierra, nada existe más grande que yo; yo soy el dedo
institucionalizada, equivale a exigir un orden social en el que la pirá- ordenador de Dios». Así ruge el monstruo. Y no son sólo los de
mide de rango y de poder se forme desde la base a la cúspide, en lugar orejas largas y vista corta los que se postran de rodillas.
de que todo venga de arriba con el consiguiente peligro de aplastar a Aquí ha sido inventada, para muchos, una muerte que se precia
de ser vida: en realidad, un servicio íntimo para todos los predica-
los fieles con un sistema de violencia espiritual. dores de la muerte, una servidumbre a la medida del deseo de todos
Por eso, precisamente, el psicoanálisis le parece a la Iglesia tan los predicadores de la muerte.
peligroso, porque socava y pone en tela de juicio las estructuras del ¡Contemplad a esos superfluos! Roban para sí las obras de los
poder clerical. Si el psicoanálisis no sirviera más que para arreglar de inventores y los tesoros de los sabios, y llaman cultura a sus latroci-
vez en cuando la situación de un cura nervioso o de una monja histéri- nios. Y todo se vuelve para ellos enfermedades y reveses.
ca, se podría incluso tolerar como un método de tratamiento — por ¡Contemplad a los superfluos! Adquieren riquezas, y con ello
supuesto, un tanto peculiar — para algún comportamiento extraño. resultan más pobres. ¡Quieren poder! Y, en primer lugar, la pa-
Pero resulta que el psicoanálisis demanda a la sociedad y a la Iglesia lanqueta del poder, el oro —¡esos insolventes!
que acabe de una vez con sus imposiciones y exigencias puramente ¡Contemplad cómo trepan esos ágiles simios! Trepan unos por
encima de otros, arrastrándose así al cieno y a la profundidad.
externas y alienantes, y reclama que se ponga fin a una religiosidad
¡Todos quieren llegar al trono! Su locura consiste en creer que
concebida como una simple función del «super-yo» para administrar
la felicidad radica en el trono. Y, con frecuencia, el fango se asienta
verdades intocables. Por otra parte, el psicoanálisis pone en cuestión la en el trono, y también el trono se asienta en el fango.
seguridad de los que, por huir de su inseguridad ontológica, se han Hermanos míos, ¿es que queréis ahogaros con el aliento de sus
refugiado en la función. Por eso, el psicoanálisis provoca la reacción hocicos y sus concupiscencias? ¡Mejor haríais rompiendo las venta-
de todos los que se han visto en la necesidad de encaramarse a las nas y saltando al aire libre!
esferas del poder, para escapar de la sensación de que, como personas Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Todavía
«corrientes», no valen absolutamente nada. quedan muchos puestos vacantes para eremitas solitarios o en pare-
El más duro reproche que durante siglos se ha hecho a la Iglesia ja, puestos saturados del perfume de mares silenciosos.
católica es que se ha convertido en un Estado absolutista. Eso decía Todavía queda abierta, ante las almas grandes, la posibilidad
de una vida libre. En verdad, quien menos posee, tanto menos es
Ivan Karamazov en su «parábola» del Gran Inquisidor, como ya expu-
poseído. ¡Alabada sea la pequeña pobreza!
simos antes. Y a ese se puede aplicar perfectamente lo que Friedrich
Donde el Estado acaba, allí comienza el hombre que no es su-
Nietzsche pone en labios de su Zarathustra contra la divinización de lo perfluo; allí comienza la canción de quienes son necesarios, la me-
colectivo: lodía única e insustituible»12.
678 Propuestas terapéuticas

En ese sentido, la Iglesia debería dejar de hacer Estado con sus clé-
rigos, debería dejar de considerarlos como dignatarios de la corte de
Dios enviados a la tierra. En vez de empujarlos a una función, debería
enseñar a todos los que pueblan sus filas esa «pequeña pobreza» que deja
a cada uno su propia peculiaridad, mostrándole en eso mismo que él es NOTAS
necesario para los demás. Para eso, debería recurrir a unos métodos de
formación que intensificaran el descubrimiento de sí y la maduración
de la persona; algo parecido a lo que se practica en psicología profun-
da, incluso durante años, bajo el nombre de autoanálisis. Debería de-
jar de formar guías espirituales que tienen que sacrificar su persona, en
lugar de conocerla, y religiosos que tienen que servir a la orden, en lugar
de poner orden en sí mismos. Éste es el punto decisivo en el que la Iglesia
se juega: o su brillante transformación, o el triste reconocimiento de que
está arrumbada y caduca. En su forma actual, la Iglesia cultiva un tipo
de religiosidad que, por sus estructuras, pertenece más al Medievo que
a la modernidad, y que, por su mentalidad ascética y de sacrificio, pa-
rece más una reliquia arcaica que una novedad cristiana. De su actitud
con respecto a sus clérigos depende su futuro: ¿será la levadura que haga
fermentar la masa de la historia (Mt 13,33), o un mero bronce que suena
y unos platillos estridentes (1 Cor 13,1)?

Quizá estas ideas puedan sonar un tanto novedosas, pero son bien
antiguas. Para saber su antigüedad y caer en la cuenta del tiempo que
han pasado en el olvido, podríamos escuchar esta oración de Nicolás
de Cusa (1401-1464), representante de una Iglesia conciliar y concilia-
dora, más dedicado al misterio de Dios que a la ciencia sobre Dios.
Esta oración pone el punto final, porque nada como ella nos puede
hablar mejor sobre Dios y sobre el hombre, ni enseñarnos mejor a
rogar a Dios por el futuro de la Iglesia:

Nadie puede acercarse a ti, que eres el Inaccesible. Nadie puede


comprenderte, si tú mismo no te das a él. Y, ¿cómo te me vas a dar
tú, si no me das primero a mí mismo?
Y mientras yo estoy aquí, en el sosiego de mi silencio y de mi con-
templación, tú me respondes, Señor, en lo más profundo de mi ser.
Escucho tu palabra: ¡Sé tuyo tú mismo, y yo también seré tuyo!
Señor, delicia de mis delicias, tú has puesto en mis manos la
libertad de ser mío, si quiero. ¡Si yo no soy mío, tampoco tú podrás
ser mío!'3.
Abreviaturas de las principales obras de E. D r e w e r m a n n citadas en
este libro (se cita, por lo general, la primera edición):
NOTAS

DN: Dein Ñame ist wie der Geschmack des Lebens. Tiefenpsychologische
Deutung der Kindheitsgeschichte nach dem Lukasevangelium, Freiburg
i. Br.-Basel-Wien, 1986.
DE: Das Eigentliche ist unsichtbar. Der «Kleine Prinz» tiefenpsychologisch
gedeutet, Freiburg i. Br., 1984.
PM 1: Psychoanalyse und Moraltheologie I. Angst und Schuld, Mainz, 1982.
PM II: Psychoanalyse und Moraltheologie II. Wege und Umwege der Liebe,
Mainz, 1983.
PM III: Psychoanalyse und Moraltheologie III. An den Grenzen des Lebens,
Mainz, 1984. PRÓLOGO
SB: Strukturen des Bosen. Die jahwistische Urgeschichte in exegetischer,
psychoanalytischer und philosophischer Sicht, 3 vols., Paderborn, 1977- 1. F.JammeSfMonsieurlecuréd'Ozeron, Paris, 1940, pp. 237-238.
1978. 2. Véase F. Kemp, «De l'angelus de l'aube á l'angelus du soir», en Ktndlers
Literatur Lexikon VIII, Zürich, 1966, cois. 10603-10604. Sobre la espiritualidad de
KC: Der Krieg und das Christentum. Von der Ohnmacht und Notwendígkeit
P. Claudel, véase especialmente L'Épée et leMiroir, Paris, 1939.
des Religiosen, Regensburg, 1982. 3. G. Bernanos, Diario de un cura rural, Barcelona, 1951.
TE: Tiefenpsychologie und Exegese, 2 vols., Olten, 1984-1985. 4. R. Bresson, Journal d'un curé de campagne, 1951.
ME: Das Markus-Evangelium, 2 vols., Olten, 1987-1988. 5. Véase especialmente G. Bernanos, Diario de un cura rural, polémica con los
AF: An ihren Früchten sollt ihr sie erkennen. Antwort auf R. Pesch und G. psiquiatras, lucha contra el psicoanálisis. Véanse Id., Monsieur Ouine, 1940: sobre
Lohfinks «Tiefenpsychologie und keine Exegese», Olten-Freiburg i. Br., los sacerdotes; Id., Bajo el sol de Satanás, Madrid, 1990: lucha continua contra los
1988. pecados de concupiscencia.
DF: Der tódliche Fortschritt. Von der Zerstórung der Erde und des 6. G. Greene, Elpodery lagloria, Barcelona, 2 1951: «En el pasado, tan ino-
Menschen im Erbe des Christentums, Regensburg, 1981. cente como era, no había amado a nadie; pero ahora que se encontraba en el colmo
RT: «Religionsgeschichtliche und tiefenpsychologische Betnerkungen zur de la depravación, había aprendido...». Id., Vías de escape, Barcelona, 1990: «Años
Trinitátslehre», en W. Breuning (ed.), Trinitat. Aktuelle Perspektiven más tarde, en una audiencia con Pablo VI, el papa me dijo que había leído el libro. Y
yo le contesté que el Santo Oficio lo había prohibido. "¿Quién ha sido el responsa-
der Theologie, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1984, pp. 115-142.
ble?", replicó el papa. "El cardenal Pizzardo", confesé. Él repitió el nombre con una
GM: Grimms Marchen tiefenpsychologisch gedeutet, Olten, 1985. leve sonrisa, y me dijo: "Señor Greene, en su libro hay ciertos pasajes que no podrán
BS: Ich steige hinab in die Barke der Sonne. Altagyptische Meditationen zu menos de escandalizar a algunos católicos, pero yo no les doy especial importancia"».
Tod und Auferstehung in bezug auf Joh 20/21, Olten-Freiburg i. Br., 7. St. Zweig, Drei Dichter ihres Lebens, Frankfurta. M., 2 1961, pp. 226-227.
1989. 8. Véase H. Strathmann, Der Briefan die Hebraer (NTD 9), Gottingen, 1970,
p.99.
Otras abreviaturas 9. H. Hesse, Narciso y Goldmundo, Barcelona, 1978, p. 248.
10. Ibid., pp. 260.
DS: H. Denzinger y A. Schónmetzer, Enchiridion Symbolorum, Freiburg i. 11. Con alto sentido poético escribía K. Gibran en su libro Jesús, el hijo del
Br., u1963. hombre (Buenos Aires, 1978, p. 190): «¡Señor, Señor de todos los poetas, Señor de la
AAS: Acta Apostolicae Sedis, Roma, 1909 ss. palabra hablada y de la letra de las más bellas canciones! Los hombres construyeron
CIC: Codex Iuris Canonici, Roma, 1923-1939. templos para albergar tu nombre, en cada cumbre erigieron una cruz para guiar hacia
ella el desconcierto de sus pisadas, pero no para participar en tu alegría. Esa alegría
GW: Gesammelte Werke [Obras completas]. tuya es un pico inaccesible a su imaginación [...] Te llamaban rey, con la esperanza de
OC: Obras completas. pertenecer a tu corte. Te proclamaban Mesías, con el mayor deseo de participar en tu
682 Notas Notas 683

unción sagrada. En realidad, lo que buscaban era vivir a costa tuya». H. Cox, en especialmente P. Eicher, «Jerarquía», en P. Eicher (ed.), Diccionario de conceptos
particular, pone de relieve el carácter arlequinesco de la figura de Jesús: Fiestas de teológicos I, Barcelona, 1989, pp. 549-564, que presenta la concepción católica del
locos, Madrid, 1969. ministerio como contradictoria con la abolición del sacerdocio jerárquico propugna-
da por la Reforma, y con la concepción civil de la soberanía del pueblo y de la
democracia. Véanse, además, Id., «Priester und Laien — im Wesen verschieden», en
G. Denzler (ed.), Priesterfürheute, München, 1980, pp. 34-51; E. Schillebeeckx, El
I. OBJETIVOS Y M E T O D O L O G Í A ministerio eclesial, Madrid, 1983; Id., Christliche Identitdt und kirchlichesAmt. Pladoyer
für die Menschen in derKirche, Dusseldorf, 1985.
1. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME II, Olten, 1988, pp. 723-740. 12. Véase H. Burger, Der Papst in Deutschland, München, 1987, pp. 158-159:
2. Véase E. Schweizer, Das Evangelium nach Mattháus, Góttingen, 1986, p. «A pesar del celibato, la Iglesia espera tener más sacerdotes». El propio Juan Pablo II,
159; Id., Das Evangelium nach Lukas, Góttingen, 1982, pp. 134-135. en uno de sus discursos pronunciados en Alemania y recogidos en la publicación
3. Sobre la función socio-psicológica del tabú, véase A. Gehlen, «Mensch und Predigten und Ansprachen, a cargo del Secretariado de la Conferencia Episcopal Ale-
Institutionen», enAnthropologische Forschung, Hamburg, 1969, 73-76. mana, dijo expresamente: «La familia es el primero y el más auténtico seminario de
4. Sobre este pasaje, véase H. W. Hertzberg, Die Samuelbiicher, Góttingen, sacerdotes» (pp. 113-118, n.° 3).
2
1960,pp, 10,228-229. 13. B. Brecht, Historias de almanaque, Madrid, '1993.
5. Así piensan, por ejemplo, G. Lohfink y R. Pesch, Tiefenpsychologie und 14. Un estudio precioso sobre la psicología de los sueños se puede encontrar en
keine Exegese, Stuttgart, 1987, pp. 42-47. Para una opinión contraria, véase E. Fr. Nietzsche, Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres I, Madrid,
Drewermann, AF, pp. 119-172. 1991, números 12 y 13, donde el autor pone de relieve la relación entre sueño, mito
6. Véase S. Freud, Lecciones introductorias al psicoanálisis (1917), en OC VI, y poesía.
pp. 2.123 ss.; Id., Historia del movimiento psicoanalítico (1914), en OC V, pp. 15. Véase N. Luhmann, Funktion der Religión, Frankfurt a. M., 1977.
1.895-1.930: «Pero el análisis no se presta a un uso polémico, sino que presupone el 16. Sobre la institución de los lugares de asilo, o «ciudades de refugio», en el
consentimiento del analizado y la situación de un superior y de un inferior». [En lo Antiguo Testamento, véase Nm 35,9-34; 1 Re 1,50-53; Dt 4,41-43; Jos 20,1-9. Véa-
sucesivo, y a lo largo de toda la obra, se cita a Freud por la edición de sus Obras se R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona,31985, pp. 227-231.
completas, Madrid, 1972-1975, 9 vols. N. delE.] 17. Sobre los diversos mecanismos de rechazo, véase A. Freud, Das Ich und die
7. Sobre este pasaje, véase H. Strathmann, Der Briefan die Hebráer, p. 91. Abwehrmechanismen, München, s. f., pp. 65-73: renegar de palabra y obra.
Véase especialmente la opinión de H. Küng, Wozu Priester? Eine Hilfe, Zürich-Kóln, 18. Véase H. Stenger, Wissenschaft und Zeugnis, Salzburg, 1961, un estudio
1971, p. 18: «A diferencia de lo que sucede en los cultos paganos o judíos, el cristiano serio y penetrante en el que se analizan las «experiencias» por las que suelen pasar los
no necesita un sacerdote como mediador para acceder a lo más sagrado del templo, estudiantes de teología durante el período de su formación. En él se indican clara-
donde habita la divinidad. A él se le ha otorgado una íntima cercanía al propio Dios, mente (pp. 54,58) los cambios que habría que introducir en el estudio de la teología.
que ninguna autoridad eclesiástica puede impedir ni suplantar». Pero para lo que Un ejemplo es el tema de la psicología, que, según el autor (p. 81), es el que despierta
realmente se necesitan «sacerdotes» es para que cada cual pueda encontrarse a sí mayor interés entre los estudiantes. Pues bien, ha pasado ya un cuarto de siglo y
mismo y, en definitiva, a Dios. todavía, según las instrucciones de Roma, se piensa en suprimir en la medida de lo
8. Véase G. Greshake, Priestersein, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1982, p. 115: posible las ya escasas horas de psicología pastoral, sobre todo en los primeros semes-
«La santidad necesaria para la acción sacerdotal procede de la ordenación, es decir, tres de la carrera. Por su parte, el estudio de G. Siefer Sterben die Priester aus? (Essen,
de la capacitación operada por el propio Cristo. Desde este punto de vista, el minis- 1973) demuestra que las ordenaciones sacerdotales han ido disminuyendo progresi-
terio sacerdotal es "objetivamente santo y santificante", o sea, una realidad que re- vamente. En Alemania (p. 83), de las 447 ordenaciones en 1967 se pasó, en 1972, a
presenta a Cristo en la acción sacramental del sacerdote, aun prescindiendo de la 213, es decir, más de un 50% de disminución. En Austria (p. 84), las 100 ordenaciones
santidad de la persona». de 1967 se redujeron a 51 en 1970; en Holanda, la línea de las estadísticas se hundió
9. Véase Juan Pablo II, Christifideles laici (Carta apostólica con motivo de la estrepitosamente: de las 80 ordenaciones que se registraron en 1965 sólo se produje-
conclusión del Sínodo de 1988): AAS 87 (1988), p. 34: «Por el sacramento del orden, ron 4 en 1970; y en Suiza se observó el mismo resultado: 63 en 1965,39 en 1966, y
los ministros reciben de Cristo resucitado el carisma del Espíritu Santo, en ininte- 33 en 1970. De estas cifras tan alarmantes, Roma no sacó la más mínima consecuen-
rrumpida continuidad con la sucesión apostólica. Con ello reciben la autoridad y el cia. Véase, igualmente, K. G. Rey, Das Mutterbild des Priesters, Zürich-Kóln-Einsie-
sagrado poder de servir a la Iglesia, actuando en persona de la Cabeza, Cristo, y deln, 1969, pp. 109-110, donde el autor, a base de un minucioso estudio estadístico,
procurando unir a la comunidad en el Espíritu Santo por medio de la proclamación muestra que en la psicogénesis del clérigo influyen, sobre todo, «una desordenada
del Evangelio y la administración de los sacramentos». disposición afectiva de la madre» y «una deficiente experiencia del papel del padre».
10. Véase DS, n.° 828, p. 379; J. Brinktrine, Die Lehre von der Gnade, Paderborn, 19. De manera especial K. D. Hoppe, en su ensayo Gewissen, Gott und Lei-
1957, pp. 123-124. Para una crítica de esa presentación, véase E. Drewermann, PM denschaft (Stuttgart, 1985, pp. 63-82), deduce del perfil de diversos clérigos la reali-
I, p. 65, n. 75. dad de un «yo narcisista» anclado en la tendencia a una satisfacción decididamente
11. Para una crítica de la dimensión cúltica del sacerdocio de la Iglesia católica, maniática, en una extrema vulnerabilidad, en un ansia desorbitada de ser el centro de
véanse los argumentos exegéticos aducidos por J. Blank, «Kirchliches Amt und atención, y en una estima de sí mismo y de los demás tan absolutamente idealizada
Priesterbegriff», en Weltpriester nach dem Konzil, München, 1969, pp. 13-52. Véase que llega a resultar utópica.
684 Notas Notas 685
20. Véase Fr. Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio,
Madrid, 1984, n°. 523: «En todo lo que el ser humano deja entrever cabe la pregunta: II. EL D I A G N Ó S T I C O
¿qué puede ocultarse detrás de esa actitud?, ¿de qué pretende desviar la mirada?,
1. Véase K. Lehmann, «Das dogmatische Problem des theologischen Ansatzes
¿qué prejuicios quiere suscitar?, ¿hasta dónde alcanza la sutileza de esa presenta-
zum Verstandnis des Amtspriestertums», en F. Heinrich (ed.), Existenzprobleme des
ción?, ¿contra qué pretende atentar?».
Priesters, München, 1969, pp. 121-175. En las pp. 172-173 afirma: «Por medio de la
21. En este aspecto, la presentación más honesta desde el punto de vista huma- vinculación a Jesús que, desde este punto de vista, pertenece intrínseca y originaria-
no y más convincente en perspectiva personal parece ser la monografía de J. Bours y mente a la idea de sacerdote, en su sentido más radical, no sólo se puede moderar
F. Kamphaus, Leidenschaft für Gott. Ehelosigkeit, Armut, Gehorsam (Freiburg i. Br., cualquier clase de "institucionalismo" y de "actividad ministerial", o un funcionalismo
1981), en la que el «fundamento» real de los consejos evangélicos se deduce plena- peligrosamente aislado, sino que se puede mantener constantemente la tensión entre
mente de la determinación de unos objetivos concretos. Por ejemplo, J. Bours pone "impulso interior" y "servicio". Desde esta perspectiva, el sacerdote no se presenta
el sentido del «celibato» en una «solidaridad con los que se sienten postergados» (p. como "portador autónomo" de una "función", sino que su "servicio" es esencialmen-
36), tema sobre el que volveremos más adelante. Por su parte, F. Kamphaus subraya te "vicario"; su puesto es necesariamente el "penúltimo", ya que el que tiene siempre
—y con toda justicia— «la tensión dialéctica entre la fuerza del "yo" y la dejadez la primacía es el Señor. Por consiguiente, ser sacerdote significa, en principio, "ser-
individual, entre la realización personal y el don de sí mismo», que confiere un signi- para-otro"». Pero K. Lehmann parece no darse cuenta de que con tales proposiciones
ficado tanto a la «pobreza» (p. 91) como a la «obediencia» (p. 154). Curiosamente, la neutraliza teológicamente el entero campo de la psicología y de la sociología. Véase
«realización personal» aparece aquí como presupuesto de los «consejos evangélicos», B. Schulz, «Das kirchliche Amt auch Faktor oder nur Funktion?», en K. W. Kraemer
por más que ese planteamiento no se desarrolle suficientemente desde el punto de y K. Schuh (eds.), Priesterbild im Wandel, Essen-Werden, 1970, pp. 78-89; en la p. 89
vista psicológico. afirma: «Igual que el Hijo, la Palabra de Dios, se integró totalmente en el mundo y
22. Véase R. Schnackenburg, «Die sittliche Botschaft des Neuen Testaments», entre los hombres, sin miramientos por su vida o por su muerte, la implicación de la
en M. Reding (ed.), Handbuch derMoraltheologie IV, München, 21962, pp. 58-64, Iglesia en lo humano y en lo secular se produce precisamente por mediación de un
82-109. ministerio que, por orden expresa de Cristo, tiene que ejercerse en lugar de él y en
23. G. Berkeley, Tratado sobre los principios del conocimiento humano (1710), representación suya». Con estas «implicaciones» cristológicas, cualquier clase de con-
Madrid, 1992. sideración psicoanalítica de la existencia clerical no podrá sustraerse lógicamente a
24. Santo Tomás de Aquino, Summa theologíca, I, 8,1, afirma que Dios actúa un rechazo condenatorio por parte de la Iglesia.
en todas las cosas; pero no él solo, sino que deja que las causas segundas actúen por 2. Esta clase de planteamiento suscita el problema sobre la «noción de mila-
sí mismas; cf. ibid., I, 105, 5. gro». Véase a este propósito la nítida exposición de R. Baumann, «Milagro», en P.
25. Véase K. Rahner, La Iglesia y los sacramentos, Barcelona, 1967,pp. 11-18: Eicher (ed.), Diccionario de conceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp. 69-80.
la Iglesia como sacramento originario. Véanse también R. Schnackenburg, La Iglesia 3. Véase una crítica de esta postura en L. Feuerbach, La esencia de la religión,
en el Nuevo Testamento, Madrid, 1965, pp. 197-210: cuerpo de Cristo; F. Malmberg, Rosario, 1949; véase Id., La esencia del cristianismo (1841), Salamanca, 1975, pp.
Ein Leib — ein Geist, Freiburg i. Br., 1960, pp. 285-302: la «gracia del cuerpo». 144-154: sobre la noción de providencia, y pp. 168-176: sobre la explicación del
26. Véase E. Drewermann, AF, pp. 135-142. milagro por el afecto y la imaginación.
27. Con toda razón escribe K. G. Rey, Das Mutterbild des Priesters, Zürich, 4. La distinción es idéntica a la dicotomía que establece I. Kant en su crítica
1969, p. 136: «Deberíamos guardarnos de interpretar de buenas a primeras como del conocimiento entre mundo empírico y esfera inteligible de la cosa en sí, o sea, la
acción de la gracia lo que se nos presenta como inconsciente, misterioso o inexplica- distinción entre categorías del pensamiento e ideas reguladoras de la razón. Véase mi
ble. En realidad, bajo ese velo de la gracia se desarrollan frecuentemente verdaderas presentación de este problema en SB III, pp. 1-12.
tragedias del ser humano. La llamada "vocación" es muchas veces un escondrijo de
5. Sobre el aspecto teológico de esta cuestión, véase P. Tillich, Teología siste-
disfunciones neuróticas y de tendencias narcisísticas infantiles».
mática III, Salamanca, 1984, pp. 203 ss.: «El espíritu humano, en cuanto dimensión
28. J.-P. Sartre (Crítica de la razón dialéctica, en OC III, Madrid, 1982, pp. propiamente vital, es ambiguo como toda vida; sólo el Espíritu de Dios crea una vida
1.143 ss.) desarrolla metódicamente el esquema interpretativo de la constitución sin ambigüedades». De aquí que el planteamiento psicológico de la cuestión pueda
«lógica» del grupo a partir de la praxis individual. Véase una exposición detallada en formularse de la manera siguiente: ¿cuándo se le presenta al hombre en su vida alguna
E. Drewermann, SB III, pp. 331-352. cosa verdaderamente unívoca?
29. Véase J.-P. Sartre, Marxisme et existentialisme, Paris, 1962, pp. 13-14. 6. El planteamiento más radical de este problema se puede ver en J. Monod, El
30. Lo que más incita a una valoración negativa es la postura de la Iglesia con azar y la necesidad, Barcelona, 41989, pp. 183-186: «Por primera vez en la historia,
respecto a la sexualidad. Véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los deberá surgir una civilización que renuncie a la tradición animista como fuente de
cielos. Iglesia católica y sexualidad (Madrid, 1994, pp. 111-127), sobre el miedo que conocimiento, como origen de la verdad». Aunque las opiniones biológicas de Monod
experimentan los célibes ante la mujer y la opresión a la que ellos mismos someten a pueden necesitar ciertas correcciones, el problema sigue ahí.
las mujeres.
7. Véase H. von Ditfurth, Wir sind nicht nur von dieser Welt, Hamburg, 1981,
31. Véase R. P. Feynman, QED — The Strange Theory ofLight and Matter, pp. 19-23. Según el autor, el viejo contraste entre religión y ciencias naturales se debe
Princeton, 1985. a la imagen estática del mundo elaborada por la teología cristiana. Y no le falta razón.
8. Sobre el inútil repliegue del vitalismo en la filosofía de la naturaleza, véase
H. von Ditfurth, o. c, pp. 124-150.
686 Notas Notas 687

9. Hasta en unas fechas tan recientes como 1972, los resultados de una encues- 12. Véase K. Rahner, «Sobre la relación entre la naturaleza y la gracia», en
ta llevada a cabo ese mismo año por el Instituto Allensbach mostraban que la mayoría Escritos de teología [en lo sucesivo, ET] I, Madrid, 1961, pp. 325-349: «Cuando Dios
de los encuestados consideraba como una de las principales dificultades para su fe el quiere [para el hombre] un fin sobrenatural [...], Dios tiene que proporcionarle la
hecho de que la interpretación del mundo propuesta por las ciencias naturales fuera aptitud para dicho fin». De aquí toma pie Rahner para formular «la paradoja de un
tan distinta de la que propugna el cristianismo. Véase H. von Ditfurth, o. c, p. 139. deseo natural de algo sobrenatural como vínculo de unión entre naturaleza y gracia».
Rahner hace suya la crítica de la nouvelle théologie al extrinsecismo de la doctrina
católica sobre la gracia, al interpretar la idea de potentia oboedientialis, es decir, la
A) LOS ELEGIDOS, O LA INSEGURIDAD ONTOLÓGICA capacidad de recibir la gracia de Dios, como un deseo que el propio Dios ha puesto
gratuitamente en el hombre, para poder comunicarse con él.
1. LA CONTRAFIGURA DEL CHAMÁN 13. El dogma católico asegura que el que aún no está justificado necesita
indispensablemente la gracia incluso para poner en práctica los actos salvíficos que
1. Véase P. Tillich, Teología sistemática III, Salamanca, 1984, pp. 481-484. El siguen a la fe; véase DS, n.° 813, p. 378. Véase igualmente J. Brinktrine, Die Lehre
autor pone de relieve la «ambigüedad» intrínseca de toda mediación jerárquico-fun- von der Gnade, Paderborn, 1957, p. 86.
cional entre los hombres y Dios por medio de la figura del sacerdote, y así llega a 14. Véase L. Feuerbach, La esencia de la religión, Rosario, 1948, pp. 109 ss.:
ratificar, precisamente en este aspecto, la «protesta» de los protestantes. Desde la «"El origen de la vida es inexplicable e incomprensible". De acuerdo; pero el hecho
perspectiva de historia de las religiones, G. Mensching (Die Religión, München, s. f., de que sea así no te da derecho a extraer las consecuencias supersticiosas que la
pp. 204-205) ve en el sacerdote «el tipo del jefe religioso conservador». Véase E. O. teología deduce de las lagunas del saber humano [...] Igual que el hombre se transfor-
James, Das Priestertum in Wesen und Funktion, Wiesbaden, 1957. ma de un ser puramente físico en un ser político, en un ser sustancialmente distinto
2. Sobre la iniciación de los chamanes por medio de vivencias extáticas, véanse de la naturaleza y centrado en sí mismo, así su Dios, de un ser puramente físico se
M. Eliade, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, México, 21976, pp. 45- transforma en un ser político, distinto de la naturaleza [...] El "ser espiritual", que
71; H. Findeisen y H. Gehrts, Die Schamanen, Koln, 1983, pp. 60-74. Puede consul- coloca al hombre por encima de la naturaleza [...], no es otra cosa que el propio ser
tarse igualmente el detallado estudio de E. Drewermann, TE II, pp. 79-95. espiritual del hombre; si, en realidad, le parece un ser distinto, un ser diferente de sí
3. Véase sobre este tema E. Drewermann, TE II, pp. 105 ss. mismo e incomparable, es precisamente porque él lo convierte en causa de la natura-
4. Ibid., pp. 85-92. leza».
5. Ibid.,pp. 88-89. 15. Por eso es perfectamente razonable la exigencia de E. Fromm (Yseréis como
6. Ibid., pp. 105-114. dioses, Buenos Aires, 1967) de que el culto a Dios deba consistir esencialmente en la
7. Para un conocimiento de las representaciones de la fe, véase F. J. Stendebach, negación de la idolatría. Dios «ha dejado de ser un Dios autoritario. El hombre tiene
Soziale Interaktion und Lernprozesse (Kóln-Bern, 1963, pp. 225 ss.), que habla espe- que ser absolutamente independiente; y eso incluye una independencia incluso con
cialmente sobre la génesis de los castigos infligidos con anticipación por potencias respecto a Dios». Nunca se insistirá demasiado en que la inclusión del psicoanálisis en
divinas. A partir de ciertos límites, las condiciones medias de «normalidad» contribu- la teología recupera actualmente los postulados de la mística medieval. Por eso, E.
yen a que vayan cobrando forma ciertos destinos de los clérigos. Fromm termina citando un fragmento del Maestro Eckhart: «Mi condición de hom-
8. Véase H. Marcuse, «Autoritat und Familie in der deutschen Soziologie bis bre / es lo que me une a todos los hombres. / Mi capacidad de ver y de oír, / mi
1933», en Autoritat und Familie. Studien aus dem Instituí für Sozialforschung V, necesidad de comer y de beber / es lo que me une a todos los animales. / Pero el hecho
Paris, 1936, p. 745. El autor intenta definir aquí la prueba del comportamiento social de que yo sea yo, es exclusivamente mío; / me pertenece a mí / y a nadie más, / a
por el recurso a las siguientes funciones naturales y sociales: propagación y multipli- ningún otro hombre, / a ningún ángel, y ni siquiera a Dios, / excepto en el hecho de
cación de la especie, satisfacción natural de las pulsiones sexuales, mantenimiento e que soy uno con él».
incremento de la propiedad, comunidad de producción en la familia y en la sociedad, 16. C. G. Jung, Psychologie und Dichtung, en GW XV, Olten, 1971, pp. 97-
comunidad de consumo, cultivo de la tradición religiosa, comunidad de ocio y tiem- 120, trató de invertir el planteamiento de Freud. Sin embargo, en «Ulysses» (Ibid.,
po libre, salvaguarda y desarrollo de la cultura. Un recorrido por todos esos factores pp. 121-149), concretamente en la p. 131, escribe: «La transformación mefistofélica
demuestra claramente que los criterios aquí apuntados se oponen diametralmente a del sentido en absurdo, de la belleza en fealdad [...] expresan un acto creador que la
la forma de vida clerical, según los ideales de los consejos evangélicos. En cierto historia de la cultura aún no había experimentado en tales proporciones».
sentido, los clérigos comparten el destino de los chamanes, hasta el punto de que 17. Véase E. Drewermann, TE II, pp. 125-129,129-141; C. G. Jung, Überdie
podría considerárseles como sus descendientes tardíos. Beziehung derPsychotherapie zur Seelsorge, en GWXI, Olten, 1971, pp. 355-376.
9. Véase E. Drewermann, TE II, p. 156: ejemplo de Pitágoras; pp. 159-160: 18. P. M. Zulehner (Denn du kommst unserem Tun mit deiner Gnade zuvor,
Empédocles; pp. 174-175: Quirón. Dusseldorf, 1984, p. 85) escribe en el sentido de la dogmática del catolicismo: «Como
10. Sobre la psicología del artista, véase O. Rank, Das Inzestmotiv in Dichtung parte de su estructura, la propia Iglesia posee una especie de funcionalidad básica,
undSage (Leipzig-Wien, 1912, pp. 1-21), donde el autor trata de comprender la per- cuya pretensión consiste en mantener vivo el recuerdo de que ella misma constituye
sonalidad del artista partiendo fundamentalmente del complejo de Edipo. un momento de la libre actuación de Dios sobre la humanidad. Pues bien, esa realidad
11. Sobre la aureola de leyenda en torno a la figura de Francisco de Asís, véase funcional genérica se concretiza en el hecho de que determinadas personas (o grupos
Tomás de Celano, Vida de san Francisco de Asís, 1,2,5, en Francisco de Asís, Escritos, de personas) están investidas de un oficio por el que participan en la funcionalidad
Madrid, 1945, pp. 288-189. misma de la Iglesia». Las dificultades que plantea esa concepción no son de carácter
688 Notas Notas 689

exclusivamente teológico, sino que brotan esencialmente de sus presupuestos y de sus 2. LA CONTRAFIGURA DEL JEFE
consecuencias psicológicas.
19. Para un análisis de este pasaje, véase G. von Rad, Das fünfte Buch Moses. 1. J.-P. Sartre, La infancia de un jefe (1936), Madrid, 1994, p. 5.
Deuteronomium, Góttingen, 1964, pp. 150 ss. 2. Ibid., p.7.
20. G. Mensching, Die Religión, München, s. f., pp. 204-205, elabora a fondo 3. Ibid.
la oposición entre sacerdote y profeta. Véase también E. Drewermann, TE II, pp. 4. Ibid.,p.S.
368-371; Id., ME II, pp. 471-476. 5. Ibid.
21. Para un análisis del texto de Jl 2,28-32 [= 3,1-5], véase A. Weiser, Die 6. Ibid., p. 10.
Propheten I, Góttingen, 1950, pp. 119-121. 7. Ibid.,p. 11.
22. Stendhal, Rojo y negro, Madrid, 91992: «En lugar de todas esas reflexiones 8. Ibid.
tan sabias, el espíritu de Julien, ofuscado por tantos timbres masculinos [...], vagaba 9. Ibid.,p. 13.
errante por el inmenso espacio de la fantasía. Él no sería nunca un buen sacerdote ni 10. Ibid., p. 14.
un hábil administrador. Los espíritus que se dejan conmover de esa manera sirven, a 11. Ibid., p. 15.
lo más, para artistas». 12. Ibid., p. 16.
23. Véasejuan Pablo II, Predigten und Ansprachen bei seinem zweiten Pastoral- 13. Ibid., p. 17.
besuch in Deutscbland, editado por el Secretariado de la Conferencia Episcopal Ale- 14. Ibid., p. 19.
mana, p. 117; Juan XXIII, Sacerdotii Nostri primordio, en A. Rohrbasser (ed.), 15. Ibid., p. 27.
Sacerdotis imago, Freiburg, 1962, pp. 209-251, concretamente (p. 222) sobre la de- 16. Véase R. Descartes, Meditaciones sobre la filosofía primera (1641), Medita-
dicación total y abnegación del sacerdote, a ejemplo del cura de Ars. ción segunda, en Obras filosóficas I, Madrid-Paris, s. f., pp. 82-91. J.-P. Sartre, en La
24. Véase particularmente E. Fromm, «El desarrollo del dogma hasta el conci- transcendance de l'ego (París, 1965, pp. 26-37), comienza por la conciencia personal,
lio de Nicea» (1930), en El dogma de Cristo, Buenos Aires, 41974. El autor estudia la para fundar en ella la conciencia reflexiva. Véase E. Drewermann, SB III, pp. 198-
transformación que ha experimentado la figura de Jesús sufriente: el que podía haber 199.
sido una figura con la que se identificaran las masas para destronar a los poderosos se 17. J.-P. Sartre, La infancia de un jefe, p. 29.
ha convertido en un personaje marcado por el sufrimiento para expiar los pecados de 18. Ibid.
la humanidad: «Un hombre hecho Dios se tranforma en el Dios hecho hombre. No es 19. Ibid., pp. 29-30.
el Padre el que deberá ser destronado, ni los poderosos son culpables, sino las propias 20. Ibid., pp. 32-33.
masas que sufren; la agresión no se ceba en los poderosos, sino que se transforma en 21. Ibid., p. 34.
agresión a la propia persona de la víctima». 22. Ibid.,p. 35.
25. Para un análisis de este pasaje, véase H. Schlier, La carta a los Gálatas, 23. Ibid., p. 33-37.
Salamanca, 1974, pp. 120-124. 24. Ibid.,p.40.
26. A propósito de Gal 1,15-16, véase H. Schlier, La carta a los Gálatas, pp. 66- 25. Ibid.,pp.40-41.
71, donde se habla de la experiencia de Pablo en el camino de Damasco como de una 26. Ibid., p. 43.
visión, sin entrar en valoraciones de tipo psicológico. Sobre el aspecto psíquico del 27. Ibid., p. 46.
fenómeno de la visión, véase E. Drewermann, TE II, pp. 346-355. 28. Ibid., pp. 54-55.
27. Cf. especialmente Rm 7,7-25. Para un análisis del texto y la historia de su 29. Ibid.,p.58.
exégesis, véase O. Kuss, Carta a los Romanos, Barcelona, 1976. 30. Ibid.,p.60.
28. Cf. Gal 2,11-13; para la interpretación del texto, véase H. Schlier, La carta 31. Ibid.,p. 63.
a los Gálatas, pp. 98-104. Sobre la situación psicológica de Pablo como fariseo adul- 32. Ibid.,p.74.
top véase el estudio de R. Kaufmann, Die Krise des Tüchtigen. Paulus und wir im 33. Ibid.
Verstándnis derTiefenpsychologie, Olten, 1989.
34. Ibid.,p.75.
29. A partir de los efectos de la misión de Pablo, K. Deschner (Historia crimi- 35. Ibid., p. 76.
nal del cristianismo I, Barcelona, 1990, p. 101) emite el siguiente juicio: «Fue un 36. Ibid.,p.84.
maestro de la intolerancia, prototipo del proselitista, creador genial de un estilo que
37. Ibid., p. 90.
se desenvuelve hábilmente entre una elasticidad acomodaticia y una brusquedad des-
38. Ibid., p. 93.
carada, pero que, sobre todo, ha hecho escuela en la Iglesia universal».
39. Ibid.
30. Fr. Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (1888), Ma-
40. Ibid..
drid, 91982, n. 42, pp. 73-74: «Apoyado en Pablo, el sacerdote volvió a sus ansias de
41. Fr. Nietzsche, La voluntad de poderío (1887), en OCIV, Madrid, 1986, n.°
poder; lo único que necesitaba eran conceptos, doctrinas, símbolos aptos para tirani-
1026: «No es cierto que "la felicidad es fruto de la virtud", sino que el más poderoso
zar a las masas, para crear rebaños».
decide que su felicidad es virtud».
31. Véase M. Lutero, La libertad del cristiano (1520), en Obras, Salamanca,
42. Véase J.-P. Sartre, El ser y la nada, en OC III, Madrid, 1982, pp. 43 ss.: p.
1977, pp. 161-162.
690 Notas Notas 691

128: carencia de ser. Véase, a este propósito, E. Drewermann, SB III, pp. 203-204, personal, puedes comprender perfectamente lo mucho que tiene que repugnarle que
218-222. se le quiera restregar la boca con unos formularios de pacotilla».
43. G. C. Homans, The Human Group, New York, 1950. 62. Más adelante (infra, pp. 504 ss.) veremos qué fuerte es en los clérigos la
44. J.-P. Sarte, La náusea, Buenos Aires, 101967; véase E. Drewermann, SB III, añoranza de la feminidad, y cómo desde ahí se puede entender la represión de la
pp. 207-209,238-245. mujer; por otra parte, se puede asimismo constatar en muchas grandes mujeres de la
45. G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu (1808), La Habana, 1972, pp. Iglesia la añoranza de ser varones: por ejemplo, Teresa de Ávila; véase R. Schneider,
224 ss.; véase E. Drewermann, SB III, pp. 354 ss. Philipp der Zweite oder Religión und Macht, Frankfurt a. M., 1987, pp. 117-164:
46. J.-P. Sartre, El ser y la nada, pp. 123 ss.; véase, a este propósito, E. Drewer- narración de las vidas de los santos; especialmente pp. 131-132: la aceptación del
mann, SB III, pp. 200-201. dolor como «desmitificador del mundo».
47. Sobre este pasaje, véase H. Schlier, La carta a los Gálatas, Salamanca, 1975, 63. En su carta apostólica Christifideles laici: AAS 87 (1988), pp. 81-84, escrita
pp. 66-68. con motivo de la conclusión del Sínodo de obispos, el papa Juan Pablo II se expresaba
48. H. Ch. Andersen, El patito feo, Madrid, 1989. así: «En su participación en la vida y en la misión de la Iglesia, la mujer no puede
49. El texto de Me 10,28-31 parece ser una especie de moraleja sobre el hecho recibir el sacramento del orden; por consiguiente, le está vedado realizar las funciones
de que la renuncia radical del clérigo no quedará sin una cumplida recompensa. reservadas al sacerdocio ministerial». Su «tarea específica» en la transmisión de la fe
Véase, sin embargo, E. Drewermann, ME II, pp. 125-127. consiste en «conferir todo su valor a la vida matrimonial y a la maternidad», y con
50. Para un análisis de este pasaje, véase R. Schnackenburg, El evangelio según ello «asegurar la dimensión moral de la cultura» (n.° 51).
san Juan III, Barcelona, 1980, pp. 149-154. 64. J.-P. Sartre, Las palabras, Buenos Aires, 71966, pp. 159 ss.: «Yo pensaba
51. Véase F. M. Dostoievski, Diario de un escritor, en OCIII, Madrid, ,1966, entregarme a la literatura, mientras que, en realidad, había entrado en una orden
pp. 604 ss. Véase, a este propósito, E. Drewermann, BS, pp. 46-73. religiosa».
52. Véase E. Drewermann, SB III, pp. 235-251. 65. Para un análisis de este pasaje, véase E. Drewermann, ME II, pp. 129-147.
53. Véase K. Jaspers, La fe filosófica ante la Revelación, Madrid, 1968, pp. 2 0
ss.: «Fe es vivir de lo que nos rodea... Su carácter es esencialmente vacilante».
54. Véase P. Wust, Ungewifiheit und Wagnis, München-Kempten, 1950, pp. 3. ESTRUCTURA DINÁMICA Y MENTALIDAD PSÍQUICA DEL CLÉRIGO
54-74: riesgo y decisión.
55. Véase G. Mensching, Die Religión, pp. 290-297. Con una gran expresividad, 1. S. Kierkegaard, La enfermedad mortal, Madrid, 1969, pp. 137-148; véase
el autor enumera entre los estadios que jalonan la vida de una religión las fases si- E. Drewermann, SB III, pp. 460-478,487-492,503.
guientes: fijación de dogmas; determinación de la ortodoxia; y, por último, organiza- 2. J.-P. Sartre, El ser y la nada, Buenos Aires, 41976, pp. 680 ss.; véase E.
ción de la vida. A propósito de esta última fase, escribe: «Una religión organizada Drewermann, SB III, pp. 219 s.
sustituye la espontaneidad radical de la experiencia religiosa de la gracia por un 3. Sobre el concepto de simonía, cf. Hch 8,9 ss.
sistema objetivo de instituciones que constituye el medio de transmisión de esa mis- 4. Para un análisis de este pasaje, véase R. Schnackenburg, El evangelio según
ma gracia. Esa transformación es consecuencia necesaria del creciente influjo de la san Juan III, Barcelona, 1980, pp. 130-139.
masa sobre la organización [...] La religión organizada se muestra infinitamente
tolerante con las tendencias religiosas más primitivas de la masa que, por lo general, I. FIJACIONES IDEOLÓGICAS Y RESISTENCIA AL TRATO CON EL OTRO
son proclives a bajar el nivel [...], pero es extremadamente intolerante con las tenden-
cias que, por un desmesurado individualismo religioso o por una vuelta a los ideales 5. Sobre la doctrina dogmática de la gracia, véanse J. Brinktrine, Die Lehre
primitivos de santidad personal, amenazan la unidad compacta del sistema. La orga- von den beiligen Sakramenten der katholischen Kirche I, Paderborn, 1961, pp. 97-
nización no tolera [...] ninguna clase de libertad religiosa personal. Tanto en las 101; K. Rahner, «Sobre la relación de la naturaleza y la gracia», en ET I, Madrid,
cuestiones de fe como en las decisiones morales, el individuo queda privado de toda 1961, pp. 325-349.
libertad personal. Brota así una ética puramente casuística. Lo único que puede hacer 6. Tomás de Aquino, Summa theologica I, 2, 2 ad 1; véase J. Pieper (ed.),
la organización es garantizar unos mínimos de comportamiento religioso y de con- Thomas vonAquin, Hamburg, 1956, p. 102.
ducta ética de carácter puramente externo. La consecuencia lógica es que, oficial- 7. Ángela de Foligno, Libro de la vida, Salamanca, 1991, n.° 67: «El verdadero
mente, sólo puede exigirse lo que está sujeto a control, o sea, el comportamiento amor no induce a la risa»; n.° 83: «Yo no te he amado para que te rías».
externo, la práctica del culto, las obras, etc.». 8. Véase, a este propósito, E. Drewermann, ME I, pp. 25-80.
56. Fr. Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (1888), n.° 9, 9. Ibid. I, pp. 527-585; II, pp. 52-61; 129-147.
Madrid,'1982, pp. 33-34. 10. Sobre la «objeción hedonista», véase S. Freud, La moral sexual «cultural» y
57. Ibid., n.° 15, pp. 38-39. la nerviosidad moderna, en OC IV, pp. 1249-1261, sobre todo, p. 1261.
58. Ibid., n.° 49, pp. 85-86. 11. Véase H.-J. Lauter, Den Menschen Christus bringen (Freiburg i. Br.-Basel-
59. Ibid., n.° 51, pp. 87-88. Wien, 1981, pp. 57-86), donde trata de armonizar la tradicional «teología del sacrifi-
60. Ibid. cio» con los resultados de la exégesis; véase J. Brinktrine, o. c. I, pp. 345-368; 371-385.
61. S. Kierkegaard (Der Augenblick, en GW XIV, Düsseldorf-Kóln, 1959, pp. 12. Sobre el carácter sacrificial de la misa, cuya celebración constituye el minis-
185 ss.) destaca por sus críticas a un cristianismo funcional: «Siendo Dios un ser terio esencial del sacerdote en la Iglesia, véase J. Brinktrine, o. c. I, pp. 329 ss.
692 Notas Notas 693
13. Véanse, a este propósito, nuestras reflexiones, infra, pp. 465 ss. 1987, p. 106, donde Metz alerta sobre un posible abandono de la Pasión para refu-
14. La presentación de María como «madre dolorosa» ha llevado a deducir, giarse en terrenos de la psicología.
entre otras doctrinas, su carácter de «corredentora», por su participación en la obra 38. A la concepción subyacente a esa postura se opone de manera admirable H.
salvífica de su Hijo; véase J. Brinktrine, Die Lehre von der Mutter des Erlósers, Stenger, «Kompetenz und Identitat», en Id. (ed.), Eignung für die Berufe der Kirche,
Paderborn, 1959,pp. 101-114. En ese mismo sentido se pronuncia el papa Juan Pablo Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1988, pp. 31-133. En las pp. 65 ss., y en la línea de E. H.
II en su Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1988, donde dice que Erikson, Childhood and Society, New York, 2 1963, sostiene que el núcleo de la com-
la Virgen María, precisamente por su sufrimiento, es el modelo del celibato sacerdotal; petencia que exige el ministerio es la «arquitectura de la identidad personal». Desde
esta presentación traduce «el simbolismo matrimonial de la redención». luego que, en estas exposiciones, más que de una reelaboración del catolicismo real-
15. Véase Juan Pablo II, Reconciliatio et poenitentia, p. 26. Para una interpre- mente existente, se trata de un catálogo de deseos sobre cómo deberían ser los cléri-
tación contraria, véase E. Drewermann, PM I, pp. 128-162. gos de la Iglesia. Como decía el cardenal Friedrich Wetter el día 24 de junio de 1989
16. Véase J. Brinktrine, Die Lehre von der Mutter des Erlósers, pp. 51-56: la (!) durante la ordenación de catorce diáconos en la catedral de Freising: «Os vais a
plenitud de gracia de María. ordenar de sacerdotes no para ocuparos de vosotros mismos o para realizaros como
17. Sobre este pasaje, cf. Gal 4,3.9; véase H. Schlier, La carta a los Gálatas, personas, sino para hacer realidad el reinado de Cristo». Véanse nuestras reflexiones
Salamanca, 1975, pp. 220-226; 234-236; 202-203. infra, p. 670.
18. Véase P. J. Schmidt, Der Sonnenstein der Azteken, Hamburg, 1974. 39. El amor siempre va unido al sentimiento de aceptación de la «voluntad» del
19. Véase W. Krickeberg (ed.), Marchen der Azteken und Inkaperuaner, Düssel- destino y de su «guía», en el sentido de Gn 2,22; véase E. Drewermann, SB I, p. 377.
dorf-Koln, 1968, pp. 16-22. 40. A propósito de esta especie de «doble moralidad» y su génesis, véase infra,
20. Sobre la filosofía del tiempo entre los indígenas, véase J. E. S. Thompson, pp. 506 ss.
The Rise and Fall ofMaya Civilization, Oklahoma, 1954. 41. Sobre el deber de ese «vacío interior», véase infra, p. 391.
21. Véase E. Drewermann, ME I, pp. 64-65, nota 35. 42. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra, pp. 143-146. En la p. 144 formula así
22. Sobre el sentido del término «retorno de la represión», véase S. Freud, el problema: «¡Ay, hasta vosotros, virtuosos, llegaron también sus gritos: "Todo lo
Moisés y la religión monoteísta, en OC IX, pp. 3.241-3.325. Sobre las coincidencias que yo no soy, eso, eso son para mí Dios y la virtud"!».
entre la celebración católica de la eucaristía y el banquete de los dioses indígenas, 43. Sobre el sentido del término, véase W. Reich, Análisis del carácter, Barcelo-
véase C. G. Jung, Das Wandlungssymbol in derMesse, en GW XI, pp. 219-246. na, 31986.
23. Véase J. Brinktrine, Die Lehre von den heiligen Sakramenten der katholischen 44. Desde el punto de vista psicoanalítico, se trata, sobre todo, de la dialéctica
Kirche I, Paderborn, 1961, pp. 354-363. entre inhibición y actitud. Véase, a este propósito, W. Schwidder, «Hemmung, Haltung
24. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra (1884), Madrid, 5 1978, pp. 139-142. und Symptom», en Fortschritte der Psychoanalyse I, Góttingen, 1964, pp. 115-128.
25. Sobre la absurda materialización del dogma católico en la doctrina sobre 45. Para una definición de la idea de «felicidad», véase E. Drewermann, ME I,
«los frutos de la misa», véase J. Brinktrine, Die Lehre von den heiligen Sakramenten pp. 586-599, a propósito de la transfiguración de Jesús (Me 9,1-13).
der katholischen Kirche I, pp. 380-385. Para una crítica de la teología sacrificial de la 46. Véase H.-J. Lauter, Den Menschen Christus bringen, p. 74: «La entrega del
misa, véase ya M. Lutero, Los artículos de Schmalkalda (1537), art. 2, en Obras, Hijo por el Padre, como sacrificio expiatorio, no crea en Dios una división entre un
Salamanca, 1977, pp. 337-339. representante de la justicia (el Padre) y un representante de la misericordia (el Hijo),
26. Véase E. Drewermann, ME I, pp. 45-80. sino que muestra dos aspectos distintos del único amor de Dios». Este planteamiento
27. Véase J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento \, Salamanca, 1974, pp. teológico parece desconocer lo que exegéticamente tiene que reconocer, o sea, que la
181 ss. muerte de Jesús no se puede entender desde el punto de vista de Dios, sino sólo desde
28. Sobre este pasaje, véase J. Jeremías, Las parábolas de Jesús, Estella, 31974, la perspectiva del hombre. No se trata de una «expiación» que Dios necesite, sino de
pp. 200 ss. nuestras propias contradicciones humanas en nuestro camino hacia la salvación.
29. Véase J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento l, pp. 80-88. 47. Véase E. Drewermann, PM I, pp. 111-127.
30. Sobre la diferencia entre el mensaje de Jesús y la predicación de Juan el 48. Véase E. Drewermann, ibid., pp. 128-162, especialmente, pp. 128 ss.
Bautista, véase E. Drewermann, DN, pp. 67-81; Id., ME I, pp. 136-142. 49. Véase S. Kierkegaard, La enfermedad mortal, pp. 47 ss. Véase, a este propó-
31. Véase J. Jeremías, Las parábolas de Jesús, pp. 274 ss. sito, la presentación de E. Drewermann, SB III, pp. 460-468.
32. E. Drewermann, ME I, pp. 69-73. 50. Véase S. Kierkegaard, La enfermedad mortal, pp. 151 ss. Véase E.
33. E. Drewermann, KC, pp. 222-230. Drewermann, SB III, p. 474.
34. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra (1884), pp. 139-142. 51. Epicuro, Máximas capitales, n.° V, en Obras, Madrid, 1991, p. 68: «No se
35. Jn 14,6. Sobre este pasaje, véase R. Schnackenburg, El evangelio según san puede vivir con alegría, si no se vive con prudencia, honestidad y justicia; pero no se
Juan III, pp. 93-101. puede vivir con prudencia, honestidad y justicia, si no se vive con alegría».
36. Véase K. Rahner, El sacerdocio cristiano en su realización personal, Barce- 52. Véase A. von Harnack, Marcion. Das Evangelium vom fremden Gott, Darm-
lona, 1974, pp. 216-225, donde se establece una relación entre la vida según los stadt, 1985, pp. 97-143.
consejos evangélicos y la muerte de Jesús. 53. Son dignos de atención dos pequeños artículos de K. Rahner: «Visión
37. Véase F. X. Kaufmann y J. B. Metz, Zukunftsfáhigkeit, Freiburg i. Br., ecuménica de la "ética de situación"», en ET VI, Madrid, 1969, pp. 527-535 y «La
exigencia de Dios a cada uno de nosotros» (ibid., pp. 511-527). En este último enun-
694 Notas Notas 695
cía así su teoría: «Hay una llamada individual e irreductible de Dios, que no se puede que termina su idea de «lo bajo», es decir, el nivel de los sentimientos y de los afectos,
considerar como la mera suma o punto de intersección de los principios materiales el terreno del inconsciente. Las intenciones y los impulsos de Rahner sólo serán
genéricos de la ética y de la moral cristiana. Esta llamada individual e irreductible de efectivos, por decirlo así, cuando en la actual teología católica y en la mentalidad
Dios no es sólo una invitación a poner en práctica lo que es posible y está permitido religiosa de la Iglesia lleguen a superarse las disociaciones neuróticas entre consciente
dentro de los límites de los principios generales, sino que puede —aunque no siem- e inconsciente. El núcleo de un sentimiento como el de verse «liberado» y «redimido»
pre, sí en determinadas circunstancias— constituir una llamada a realizar un acto tiene que estar en un nivel más profundo del que postula el trascendentalismo teológico
individual y socialmente relevante para la salvación, a la vez que estrictamente obli- de K. Rahner.
gatorio». Sin embargo, Rahner no afronta la cuestión decisiva, o sea, el reconoci-
61. C. Goldoni, DerDienerzweier Herrén (1753), Stuttgart, 1953.
miento de que lo «obligatorio» también puede darse fuera de «los límites de los
62. N. Gogol, El inspector (1836), Barcelona, 1981, caricaturiza maravillosa-
principios generales».
mente esa mentalidad.
54. Véase J. Jeremías, Las parábolas de Jesús, pp. 274 ss.
63. K. Rahner, «Sobre las conferencias episcopales», en ET VI, pp. 423-445,
pone de relieve la independencia y la tarea de las Conferencias espiscopales, tanto a
I!. LA EXISTENCIA ALIENADA
nivel nacional como regional, «contra el poder centralista de Roma». ¡Y de eso hace
ya treinta años!
1. Nivel de pensamiento
64. La cita bíblica pertinente es Gal 5,1: «Para que seamos libres, Cristo nos ha
liberado». Para un comentario de este pasaje, véase H. Schlier, La carta a los Gálatas,
55. Véase S. Kierkegaard, Der Augenblick, en GW, II, Düsseldorf-Kóln 1971,
Salamanca, 1975, pp. 264-267, y en especial H. Küng, Wozu Priester, Zürich-Kóln,
pp. 357-366: «Juicio de Cristo sobre el cristianismo oficial». Realmente significativo
1971, pp. 19-21, donde el autor invoca los ideales de la Revolución francesa.
es el artículo de K. Rahner, «Limitaciones del ministerio en la Iglesia», en ET VI, Bar-
65. Sobre el «caso» Pfürtner, véase una excelente documentación recogida en la
celona , 1969, pp. 480-511, en el que se hace referencia a la distinción creciente entre
obra de L. Kaufmann, Ein ungelósterKirchenkonflikt. Dokumente und zeitgeschicht-
las normas generales proclamadas por la Iglesia y la realidad concreta del individuo.
liche Analysen, Freiburg i. Br., 1987. Una de las consecuencias de esta obra fue la
En P. M. Zulehner, Denn du komtnst unserem Tun mit deiner Gnade zuvor (Dusseldorf,
negativa de los obispos a que se le concediera a Kaufmann, en 1987, el doctorado
1984, pp. 85-90), Rahner pretende derivar la presencia del ministerio en la Iglesia del
honoris causa. Véase K. Obermüller, «Die Ehre, nicht Ehrendoktor zu werden»: Die
«carácter fundamentalmente oficial» de ésta. Pero, a continuación, subraya la
Weltwoche 47 (1987). Véase S. Pfürtner, Moral - wasgilt heute nochf Erwágungen
«caraterística de gurú espiritual» (!), que es lo que nos proporciona una comprensión
am Beispiel der Sexualmoral, Zürich, 1972.
del sacerdote: «Su misión principal no consiste en procurar que todos [...] reciban el
bautismo o se casen por la Iglesia [...] El sacerdote es una persona que [...] sintiéndose 66. Sobre esta «decisión unilateral del papa», véase L. Kaufmann, o. c, p. 51.
internamente liberado y redimido [...] tiene que transmitir a los demás su propia re- Para una crítica valiente de esta encíclica y de las declaraciones de la Congregación
dención y liberación interna». Aquí resulta clara la primacía de lo personal sobre lo para la doctrina de la fe, publicadas en 1975, véase el artículo de B. Háring, «Re-
administrativo, de modo que, en una visión cristiana, lo «ministerial» no es más que flexionen zur Erklárung der Glaubenskongregation»: Theologisch-praktische Quartals-
una concretización social de la fe, en el sentido de una serie de funciones salvíficas y schrift 124 (1976), pp. 115-126. ¡Quién iba a pensar que, en 1989, después de la
de formas de expresión. Sin embargo, lo que Rahner no se plantea es la cuestión de- «Declaración de Colonia», todavía habría que seguir discutiendo sobre la Humanae
cisiva desde el punto de vista psicológico, es decir, de dónde y cómo le viene al clérigo vitae\ El arzobispo de Paderborn, J. J. Degenhardt, en su obra Zur «Kólner Erklárung»
en ejercicio de sus funciones ese «sentimiento» de su propia «liberación». der Theologen, Paderborn, 1989, pp. 58-63, defiende la postura de Pablo VI sobre «el
dominio de las pasiones [...] y la ascesis [...] de la continencia periódica» como el
56. Véase H. Reuter (ed.), DasII. Vatikanische Konzil, Kóln, 1966, pp. 74-75; único método anticonceptivo autorizado. Degenhardt dice textualmente: «Lo que
197 ss.: Decreto sobre el apostolado de los seglares. hace la Iglesia es proclamar las normas morales que tienen que regular la propagación
57. Para un comentario a este pasaje, véase R. Schnackenburg, El evangelio responsable de la vida. Esas normas no las ha establecido la Iglesia a su propio arbi-
según san Juan I, Barcelona, 1980, pp. 512-523. trio, sino que, más bien, expresan la voluntad de Dios para todos los hombres de
58. Véase L. Karrer, «Seglares-clero», en P. Eicher (ed.), Diccionario de con- buena voluntad» (p. 62). Eso significa que el magisterio eclesiástico está en posesión
ceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp. 453-462, especialmente, p. 465. de la verdad divina, y el que quiera conocer la verdad no tiene más que escuchar las
59. Véase, especialmente, E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial, Madrid, 1983. declaraciones doctrinales del magisterio. Valiente tautología que, en el fondo, equi-
Véanse, además, K. Rahner, «Weihe im Leben und in der Reflexión der Kirche», en vale a convertir la tradición en Dios y el tradicionalismo en dogma.
Schriften zur Theologie XIV, pp. 113-131; A. Rajsp, «Priester» und «Laien». Ein neues
67. Véase P. M. Zulehner, Denn du kommst unserem Tun mit deiner Gnade
Verstándnis, Dusseldorf, 1982.
zuvor, p. 104, donde K. Rahner define la Iglesia como «comunidad sagrada de los
60. K. Rahner, «Sobre el episcopado», en ET VI, Madrid, 1969, pp. 359-412; fieles y, por tanto, presencia de la gracia de Dios, irrevocablemente triunfadora».
Id., «Advertencia teológico-pastoral sobre el episcopado en la doctrina del Vaticano ¡Cuánto trecho hay entre las pretensiones de la teología y la realidad psicológica!
II», ibid., pp. 413-420. Tiene razón Rahner al poner en guardia sobre la concepción Véase H. Wahl, «"Priesterbild" und "Priesterkrise" in psychologischer Sicht», en P.
de las Iglesias locales como meras unidades administrativas de la Iglesia universal. Sin Hoffmann (ed.), Priesterkirche, Dusseldorf, 1987, pp. 164-194, donde el autor esta-
embargo, esta concepción «desde abajo» no dejará de ser un postulado de la teología blece una relación entre la «identificación representativa», como ideal del sacerdote,
dogmática, mientras no se haga realidad plena en el campo psicológico individual y y el ejercicio del poder institucional vinculado al «super-yo» —o sea, dependencia de
social. Los límites de la teología de Rahner son perfectamente visibles en el punto en la madre— tan típico del funcionario.
696 Notas Notas 697
68. Véase I. Kant, La paz perpetua, Madrid, 1985, especialmente pp. 61-69. 2
75. Véase H. Reuter (ed.), Das II. Vatikanische Konzil, Koln, 1966, p. 112,
69. Véase R. Nürnberger, «Das Zeitalter der franzósischen Revolution und donde se afirma que, según el Decreto sobre el ecumenismo (III, 2, 22), el principal
Napoleons», en G. Mann (ed.), Propyláen Weltgeschichte VIII, Frankfurt a. M.-Berlin, obstáculo para una celebración común de la eucaristía es la ausencia del sacramento
1986, pp. 59-191, especialmente pp. 105-107. Se podría ver la descripción de una del orden en las Iglesias protestantes. Ya hace tiempo que H. Küng (Wozu Priester,
jerarquía religiosa infalible en las palabras de Nürnberger sobre los «iniciados», cuya pp. 30-32) sugería que, según los datos del Nuevo Testamento, sería mejor hablar de
misión sagrada es imponer la «voluntad del pueblo» contra los «enemigos»: «La so- «servicio de dirección» que de «sacerdocio»: «La designación "sacerdote" se emplea
ciología del terror jacobino tiene las características de una "secta" de "creyentes" para los dignatarios judíos o paganos, pero nunca para referirse a los ministros ecle-
fanáticos que tienen que diluir su propia personalidad en una fe común, para recupe- siásticos». Como veremos más adelante, considerar al sacerdote como un arquetipo
rar su "alma". La sumisión es liberación, la obediencia, libertad; la pertenencia al imprescindible en el campo de la religión es un argumento, sobre todo, psicológico;
club jacobino es signo de elección y de pureza». ¡Qué decir de una institución como y, precisamente por eso, habría que considerar con mayor flexibilidad la forma
la Iglesia católica que, durante más de mil años, no ha dejado de instruir a sus fieles organizativa e institucional del sacerdocio. Véase, desde una perspectiva protestante,
en esos mismos principios! Véase igualmente W. y A. Durant, Die franzósische Revo- la contribución de M. Weinreich, «Das Priestertum ohne Priesteramt», en P. Hoffmann
lution und der Aufstteg Napoleons, Frankfurt a. M.-Berlin, 1982, pp. 96-106, espe- (ed.), Priesterkirche, pp. 242-258. El autor vería con buenos ojos que se relegase al
cialmente el discurso de Camille Desmoulins, que criticaba así la filosofía del Terror: olvido la idea de vincular dignidad ministerial y jerarquía, basándose en los puntos
«La libertad no es una ninfa de ópera, ni un gorro frigio, ni una camisa grasienta, ni fundamentales de la crítica que hacen los reformadores a la Iglesia como mediadora
un vestido andrajoso. Libertad es felicidad, razón, igualdad, justicia». sacramental de la salvación (p. 257).
70. Para la Iglesia católica, el principio del perdón de los pecados en la confe- 76. G. W. F. Hegel, Filosofía de la historia universal, pp. 207 ss.
sión es el «compromiso» justo entre la abstracción de sus leyes y la imposibilidad de 77. Ibid.
conciliar lo individual con lo abstracto. Sin embargo, la diferencia entre esos dos 78. Ibid.,pp. 350-358.
polos no se anula, ya que, aunque la sumisión del individuo en la «penitencia» prueba 79. Ibid.
su sujeción al poder eclesiástico, lo individual y lo abstracto quedan meramente yux-
80. Esa es la descripción que F. Kafka (Cartas a Milena, Madrid, 31978) da de
tapuestos, como antes, sin ninguna clase de vinculación espiritual. Para una crítica de
su propia vida atenazada por el miedo, comparándola a un «animal salvaje» acorrala-
los reformadores al carácter externo de la confesión, tal como se practica en la Iglesia
do: «Si no escribo, me encuentro cansado, triste, medio atontado; y si escribo, me
católica, véase M. Lutero, Los artículos de Schmalkalda, en Obras, Salamanca, 1977,
desgarra la inquietud y el miedo». La comparación con el ratón es del propio Kafka.
pp. 347-351: «Sobre la falsa penitencia de los papistas».
81. Véase H. C. Meyer, «Das Zeitalter des Imperialismus», en G. Mann (ed.),
71. G. W. F. Hegel, Filosofía de la historia universal II, Madrid, 1928, pp. 193- Propyláen Weltgeschichte, IX, pp. 25-74, especialmente p. 52.
279. Sobre la filosofía hegeliana de la historia, véase E. Drewermann, SBIII, pp. 64- 82. En estos últimos años, Roma no ha dejado de insistir en este punto, como es
75. perfectamente notorio. Véase, a este propósito, B. Haring, «Für ein neues Vertrauen
72. Para un comentario de este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangelium in der Kirche. Zu einem Streit: Künstliche Empfángnisverhütung in jedem Falle
nach Mat tháus, Góttingen, 1986, pp. 158-161. unerlaubt?»: Christ in der Gegenwart (1989), pp. 29-30. Si no se tratara más que de
73. Véase G. Bessiére (y otros), Lettres au pére Riobé, Paris, 1973, donde el argumentos y experiencias, la discusión podría haber quedado zanjada con la obra de
autor se plantea la pregunta: «¿Cómo se puede presentar a la Iglesia como signo, A. Antweiler, Ehe und Geburtenregelung. Kritische Erwágungen zurEnzyklika Pauls
instrumento y lugar de "salvación", si lo único que hace es alienar a sus subditos?» (p. VI. "Humanae vitae", Münster, 1969.
76). El abandono del ministerio sacerdotal significa, como se afirma en p. 78, «libe- 83. Para una opinión contraria, véase ya la postura de K. Rahner, «Sobre las
rarse del mito que representa la comunidad sacerdotal, salir del ambiente clerical, de conferencias episcopales», en ET VI, Madrid, 1969, pp. 423-445, escribe: «¿No com-
un mundo de personajes inactivos e inamovibles, de una posición honorable y situada pete [...] a cada obispo particular la mera ejecución de las directrices provenientes de
en la cúspide». Y en p. 119: «No queremos una Iglesia como administración y "servi- la suprema autoridad central de la Iglesia?» (!).
cio" público [...] No queremos revocar fachadas resquebrajadas. Lo único que que-
84. Sobre el «afumado» de Federico Guillermo de Prusia, que era una especie
rríamos es encontrar la roca virgen sobre la que se asienta la Iglesia».
de gabinete consultivo, véase E. Simón, Friedrich der Grojle, Tübingen, 1963, pp. 58,
74. Véase ibid., p. 120, donde se aboga por un sacerdocio enraizado en el pue- 64.
blo, «que no es una mera casta de funcionarios»; p. 123: «Hoy se recomienda a los 85. Véase J. Brinktrine, Die Lehre von den heiligen Sakramenten der katho-
padres que no pongan toda su preocupación en transmitir a sus hijos el legado de su lischen Kirche II, Paderborn, 1961, pp. 213-216. Sobre la sacramentalidad y
profesión de fe y de sus normas de moral, sino que ayuden a esos jóvenes a realizarse espiritualidad del matrimonio, véase B. y L. Wachinger, «Matrimonio-familia», en P.
a sí mismos, durante toda su vida, en el conocimiento de Jesucristo [...] Y se debería Eicher (ed.), Diccionario de conceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp. 42-51.
proponer el sacerdocio a personas verdaderamente adultas, sobre los cuarenta años,
86. Véase, a este propósito, E. Drewermann, PMII, pp. 112-137.
que ya poseen la carga de sabiduría que proporciona la experiencia». Véase, además,
87. Véase E. Drewermann, PM I, pp. 19-78 y II, pp. 38-76.
M. N. Ebertz, «Die Bürokratisierung der katholischen "Priesterkirche"», en P.
88. Ibid. I, pp. 63 ss.
Hoffmann (ed.), Priesterkirche, pp. 132-161, especialmente pp. 142-168, donde se
distinguen tres etapas de burocratización, desde el Congreso de Viena (1815) hasta el 89. Gemeinsame Synode der Bistümer in der Bundesrepublik Deutschland.
concilio Vaticano I (1870), y se afirma sin paliativos que la Iglesia no ha cambiado la Beschlüsse der Vollversammlung. Offizielle Gesamtausgabe I, Freiburg i. Br.-Basel-
espina dorsal de su organización, tal como quedó fijada durante el siglo xix (p. 158). Wien, 1976. Ya durante el concilio Vaticano II, Elias Zoghby, vicario del patriarcado
melquita de El Cairo, se había lamentado de que la Iglesia abandonara a su suerte a los
698 Notas Notas 699

que se habían divorciado sin culpa personal; al mismo tiempo, abogaba por que la 103. Véase R. Pesch, Das Markusevangeltum I, Freiburg i. Br.-Basel-Wien 1984,
Iglesia latina se dejase inspirar en este punto por la práctica de las Iglesias orientales. pp. 319; 322-325. Véase igualmente E. Drewermann, AP, pp. 20-21.
Véase H. Haag y K. Elhger, «Stort nicht die Ltebe», Olten, 1986, p. 208. 104. El hecho de que Uta Ranke-Heinemann fuera condenada y apartada de la
90. El papa Pablo VI declaraba en su encíclica Humanae vttae, n.° 4- «Ningún docencia en 1988, por haber aludido —con razón— al vínculo entre la opresión se-
fiel cristiano debe poner en duda que la interpretación de la ley moral natural es xual de la Iglesia católica y la interpretación literal de la «virginidad de María», es un
competencia del magisterio eclesiástico». De ahí deduce el arzobispo de Paderborn J. acontecimiento lamentable, porque los teólogos que, en el fondo, piensan exacta-
J. Degenhardt, Zur «Kolner Erklarung» der Theologen, p. 4: «El papa y los obispos mente igual no sólo guardaron un vergonzoso silencio, sino que incluso se alegraron
deben ser los garantes autorizados y los auténticos intérpretes de la entera ley moral». del mal ajeno. La cuestión es cómo se pueden interpretar unos símbolos del espíritu
«Todo el que contradice al papa se aparta de la Iglesia» (p. 49). como realidades objetivas. Véase E. Drewermann, DN, pp. 44-58.
91. Para una teología que pretende unir a clérigos y seglares, véase P. M. 105. S. Freud, Psicología de las masas y análisis del «yo», en OC VII, pp. 2563-
Zulehner, «Das geistliche Amt des Volkes Gottes. Eme futurologische Skizze», en P. 2611.
Hoffmann (ed.), Prtesterkirche, pp. 195-207: «La tarea de los futuros ministros no se 106. G. Le Bon, Psicología de las masas (1895), Madrid, 21986.
podrá definir desde el concepto de servicio salvífico, prescindiendo de los cristianos 107. Véase Tertuliano, De corona II, cap. XIV, establece un paralelismo entre la
de a pie» (p. 206). Pero de ese «futuro» todavía nos separa todo un mundo, sobre todo corona del triunfo y la corona de espinas.
en el ámbito psicológico. 108. Véanse las reflexiones del concilio de Trento en DS, n.° 852, p. 382. Véase
92. Véase E. Drewermann, PMII, pp. 17-37. Para un desarrollo de la doctrina también J. Bnnktnne, Dte Lehre von den heiltgen Sakramenten der katholischen Kirche
sobre la indisolubilidad del matrimonio, véase H. Haag y K. Elhger, «Stort ntcht die I, pp. 97-101.
Ltebe», pp. 202-211. 109. Véase P. Milger, Die Kreuzzuge, Munchen, 1988, pp. 304-311, donde el
93. W. Kempf, Fureuch undfuralle, Limburg, 1981, pp. 111-112. autor habla —con razón— de la permanente cruzada que la Iglesia proponía a sus
94. Sobre una «huida hacia la nulidad», véanse las pertinentes observaciones de fieles durante el siglo xm. Véase también M. Erbstosser, Dte Kreuzzuge, Leipzig,
H. Haag y K. Elhger, «Stort ntcht dte Ltebe», pp. 206-208. Véase, además, M. Wegan, 1980, pp. 68-73; en la p. 70, el autor afirma que las reformas del papado, durante el
Eheschetdung. Auswege mtt der Kirche, Graz, 2 1983, donde el autor afirma que el siglo xi, pretendían una centralización de la Iglesia, con el fin de revalonzarla «como
treinta por ciento de los divorciados civilmente podrían obtener de los tribunales autoridad espiritual y política en el seno de la sociedad feudal». Desde esta perspec-
eclesiásticos la declaración de nulidad de su matrimonio. Pero, por otra parte, el tiva, la guerra se consideraba como una obra meritoria, que servía, ante todo, a los
hecho de hacer de una cuestión de corazón un trámite de tribunales, <se puede armo- intereses feudales.
nizar con el mensaje de Jesús? Véase el decisivo texto evangélico de Me 10,1-12, y el 110. Véase M. Hammes, Hexenwahn undHexenprozesse, Frankfurt a. M., 1977,
comentario de E. Drewermann, ME II, pp. 86-104. pp. 13-18; 43-50. Sobre el papel de la Iglesia durante el régimen del Tercer Retch,
95. Véase E. Drewermann, PM II, pp. 112-137, especialmente pp. 113 ss. véase K. Deschner, Mtt Gott und dem Fuhrer, Koln, 1988, pp. 224-225; el título es
96. Sobre este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangeltum nach Matthaus, una cita de la Carta pastoral de los obispos alemanes con fecha 26 de junio de 1941.
Gottingen, 21986, pp. 285-286 111. Véase F. Heer, Gottes erste Ltebe, Frankfurt a. M., 1986, pp. 326-436;
97. Sobre el «caso» Charles Curran, véase P. de Rosa, Gottes erste Dtener, Mun- 437-481. El autor estudia detalladamente la parte de culpabilidad que la Iglesia tuvo
chen, 1989, p. 179. en los horrores antisemitas del régimen nazi, y aduce sólidos documentos sobre su
98. Véase E. Drewermann, PM I, p. 69. colaboración en la «solución final».
99. Sobre el juramento antimodernista, véase P. de Rosa, Gottes erste Dtener, p. 112. Véase H. Ch. Lea, Htstory ofthe Inquisitton ofthe Mtddle Ages, 3 vols ,
331. Para una lista de las «doctrinas erróneas» del «modernismo», véase DS, números New York, 1887. «El decreto de Lucio III en el llamado concilio de Verona (1184)
3401-3466, pp. 669-674; cada número reproduce un error de los modernistas. impuso a todos los soberanos que juraran, en presencia de sus obispos, llevar a pleno
100. Véase DS, n.° 3513, p. 684, donde se reproduce la respuesta oficial negati- y efectivo cumplimiento todas las leyes eclesiásticas y civiles contra la herejía». Sobre
va de la Pontificia Comisión Bíblica (30 de enero de 1909) a la pregunta sobre si hay los defensores eclesiásticos de la Inquisición, véase P. de Rosa, Gottes erste Dtener, p.
que aceptar la teoría del método histónco-crítico que considera los tres primeros 219.
capítulos del libro del Génesis como «mito», es decir, que no contienen una verdade- 113. Véase G. von Le Fort, «Am Tor des Himmels», en Dte Erzahlungen, 1968,
ra realidad histórica. pp. 395-451, especialmente pp. 422-423. «La Iglesia [...] ama, aun cuando juzga».
101. Véase J. Bnnktnne, Dte Lehre von der Menschwerdung und Erlosung, Hasta B. Brecht {Leben des Galilet, 8. Ein Gesprach, Frankfurt a. M., 1962, pp. 75-
Paderborn, 1959, pp. 252 ss., donde el autor considera como definición dogmática de 76) muestra curiosamente una gran comprensión hacia la actitud de la Iglesia. Con
ftde que Jesús subió al cielo «en cuerpo y alma», «de manera visible a los ojos de sus razón Th. Losbach (Wunder, Wahn und Wirklichkett, Munchen, 1976, pp. 204-205)
discípulos», «cuarenta días después de su resurrección», y «por sus propias fuerzas», ironiza sobre la intervención del cardenal Franz Komg en una reunión de premios
mientras que en el momento de du resurrección subió al cielo «de manera invisible». Nobel de física celebrada en Lindau el 1 de julio de 1968, en la que dijo que, después
102. Véase O. Kuss, Dankbarer Abschted, Munchen, 1982, p. 77. En la p. 142 de su última conversación con el papa Pablo VI, creía poder asegurar «ante tan ilustre
escribe: «Sobre este Jesús que, en su realidad histórica, nos resulta totalmente inacce- auditorio que ya hay una iniciativa para llegar a una solución clara y franca sobre el
sible no se pueden proponer más que ciertas interpretaciones, semejanzas, mitifi- caso de Gahleo» (p. 205). La respuesta del auditorio fue una sonora carcajada.
caciones, proyecciones y masivas violencias científicas». 114. Según K. Rahner (La Iglesia y los sacramentos, Barcelona, 1967, pp. 13-
20), la Iglesia es «la continuación permanente de esa presencia real escatológica de la
700 Notas Notas 701
gracia, que Dios ha establecido en el mundo, por medio de Jesús, como un triunfo 131 Véase H. Fntzsch, Quarks. Urstoff unserer Welt, Munchen-Zunch, 1984,
definitivo»; igual que Cristo es «la presencia real histórica de la misericordia de Dios, pp. 283-301; S. W. Hawking, Historia del tiempo, Barcelona, "1990.
convertida en victoria escatológica». Ahora bien, eso quiere decir que la Iglesia sigue 132. Véase C. Roñan y S. Dunlop, Astronomie heute, Stuttgart, 1985, pp. 208-
sometida a la ley de la historicidad de las relaciones entre Dios y los hombres, o sea, 215; R. Kippenhahn, Ltcht vom Randeder Welt, Stuttgart, 1984, pp. 257-285; J. D.
al carácter humano de la encarnación del Hijo de Dios. Ya G. W. F. Hegel (Lecciones Barrowy J. Silk, Dteasymmetrtsche Schopfung, Munchen-Zunch, 1986, pp. 52; 64.
sobre filosofía de la religión I, Madrid, 1984, pp. 37 ss.) observaba justamente sobre 133. I. Asimov, Los agujeros negros, Madrid, 1981; S. W. Hawking, Historia del
una exégesis puramente histórica de la Biblia: «Una interpretación meramente literal tiempo, pp. 137-153.
consiste en sustituir una palabra... por otra... Por eso, la teología, mediante una 134. Véase I. Asimov, Los agujeros negros.
exégesis de la Esentura, llega a probar proposiciones francamente contrarias». 135. Véase C Sagan, Cosmos, Barcelona, 121992, pp. 217-243; H. Reeves, Woher
115. Véase G. Mensching, Dte Religión, Munchen, s. f., pp. 289-297. nahrt der Himmel setne Sterne, Basel-Boston-Stuttgart, 1983, pp. 72-89; 139-144; C.
116. Véase E. Drewermann, AF, pp. 98-105. Roñan y S. Dunlop, Astronomte heute, pp. 44-75, especialmente p. 70.
117. Hace poco más de un siglo, en 1863, el papa Pío IX todavía enseñaba expre- 136. Véase K. Rahner, «El cristianismo y el "hombre nuevo"», en ET V, pp. 157-
samente que, fuera de la Iglesia católica, nadie podía salvarse; y todo el que contra- 177.
dijera su autoridad o sus definiciones dogmáticas, se autoexcluía de la unidad eclesial 137. Ésta es la enseñanza unánime, como puede verse, por ejemplo, en J.
y, por consiguiente, no podía alcanzar su salvación eterna. Véase DS, n.° 2867, p. 571. Bnnktnne, Dte Lehre der Schopfung, Paderborn, 1956, pp. 228-235, o en A. Willwoll,
118 El 27 de octubre de 1986 se reunieron en la ciudad de Asís los representan- Seele undGeist, Freiburgi. Br., 1938. Para una concepción contraria, véase G. Bateson,
tes de diversas religiones para orar en común. Ese encuentro provocó ciertos reparos Getst undNatur. Eme notwendtge Einheit, Frankfurt a. M., 1982, pp. 181-233.
—aún no totalmente extinguidos— en círculos teológicos de carácter tradicionahsta. 138. Véase G. Nicolis y I. Pngogine, DteErforschungdes Komplexen, Munchen,
Véase J. Dormann, «Krise und Neuaufbruch aus evangehkaler und aus katholischer 1987, pp. 77-82.
Sicht» Theologisches 19 (1989), pp. 141-148. 139. Ibtd., pp. 261-287; M. Eigen y R. Winkler, Das Sptel. Naturgesetzesteuern
119. Véase Concilio Vaticano II, «Declaración Nostra aetate, sobre las relacio- den Zufall, Munchen-Zunch, 1975, pp. 110-121.
nes de la Iglesia con las religiones no cristianas», en Vaticano II. Documentos, Ma- 140. Véase especialmente la encíclica del papa Pablo VI Populorum progressto.
drid, 1967, p. 614. Véase también K. Rahner, «El cristianismo y las religiones», en ET Esta encíclica, probablemente la más importante publicada por un papa en todo el
V, Madrid, 1964, pp. 135-157. siglo xx, ha tenido escasa repercusión en la República Federal de Alemania, especial-
120. Véase K. Jaspers, La fe filosófica ante la Revelación, Madrid, 1968, pp. 70- mente en lo que se refiere a las relaciones Iglesia-Estado.
84: contra la pretensión de exclusividad. 141. La encíclica de Pablo VI aborda concretamente estas cuestiones. La Iglesia
121. Véase ya J. Huxley, Evolution m Action, London, 1953. católica de Alemania Federal nunca ha sido consecuente para entrar en tales conside-
122. VéaseH.-J. Laxitei,DenMenschenChnstusbrtngen,Freiburgi. Br.-Basel-Wien, raciones. Sobre el sistema monetario mundial, véase el Brandt-Report, Frankfurt a.
1981, pp. 57-86, sobre la teología tradicional del «sacrificio redentor» de Cristo. M.-Berhn-Wien, 1981, pp. 253-276.
123. Véase J. Moltmann, Teología de la esperanza, Salamanca, 4 1981, pp. 181- 142. Véase el Brandt-Report, pp. 216-252.
2994- identidad entre el Cristo resucitado que se apareció a los discípulos y el Cristo 143. Ibtd., pp. 135-139; véase también V. Hummel, D. Maulbetsch y H.-P.
crucificado. Schmid, «Entwicklung und Unterentwicklung am Beispiel der Dntten Welt», en N.
124. Véase Juan Pablo II, Chrtsttftdeles laici, n. 15 los seglares y el carácter Zwolfer (ed ), Telekollegll Geschtchte II, pp. 160-185
secular. 144. Véase E. Eppler, Ende oder Wende. Von der Machbarkeit des Notwendtgen,
125. Véase K. Rahner, «Consideraciones teológicas sobre el monogenismo», en Stuttgart-Berhn-Koln-Mainz, 41976, pp. 79-89; véase igualmente el Brandt-Report,
ET I, Madrid, 1961, pp. 313-325. pp. 178-215.
126. Véase G. Heberer, Homo — unsereAb- undZukunft, Stuttgart, 1968, pp. 145. Véase P. Eicher, BurgerlicheReligión, Munchen, 1983, pp. 174-182. Según
15-41; R. E. Leakey, La formación de la humanidad, Barcelona, 1981, R. E Leakey el autor, la expresión «Dios» se ha sustituido por una «teoría del desarrollo según
y R Lewin, Origins, London, 1977. sistemas socio-culturales».
127. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, Madrid, 41967. 146. Véase M. Scheler, «Die Formen des Wissens und die Bildung», en Phtlo-
128. Véase J. Bnnktnne, Dte Lehre von Gott I, Paderborn, 1954, pp. 11-13; sophtsche Weltanschauung, Munchen, 1954, pp. 16-48; en p. 21, el autor postula una
183-212; contra esa concepción, véase K. Rahner, «La cnstología dentro de la con- formación contraria a la que se centra exclusivamente en el dominio y en la ciencia:
cepción evolutiva del mundo», en ET V, Madrid, 1964, pp. 181-221. «La formación [...] es una categoría del ser, no del saber o de la experiencia. La
129. Véase A. Einstein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, Ma- formación imprime una marca y una figura al ser humano en su totalidad». Véase O.
dnd, 4 1991 Para una introducción de carácter divulgativo a la teoría de la relatividad Hurter, «Der Zóhbat des Weltpnesters ím Aspekt der Sozíalpsychologie», en F.
restringida, véase H. Fntzsch, Eme Formel verandert dte Welt, Munchen-Zunch, Hennch (ed.), Existenzprobleme des Prtesters, Munchen, 1969, pp. 53-71; en p. 60,
1988. el autor ve correctamente la ideología que impregna la vida del clérigo como una
130. Como introducción bastante accesible a la física cuántica puede servir la forma de vinculación con la madre y como un auténtico egocentrismo.
obra de J. Gnbbín, Aufder Suche nach Schrodingers Katze, Munchen-Zunch, 1984. 147. W. Wink, Btbelauslegung ais Interaktton, Stuttgart-Berhn, 1976, p. 9, des-
Véase especialmente la monografía de R. Feynman, QED. Quantenelektrodynamik, cubre en la exégesis histónco-crítica las tendencias de la secularización llevadas hasta
Munchen-Zunch, 1988, pp. 13-47. el extremo en la interpretación de la Biblia. Ya hace más de ciento cincuenta años, G.
702 Notas Notas 703
W. F. Hegel (Lecciones sobre filosofía de la religión I, Madrid, 1984, p. 37) pensaba porque, en caso de ser separados de la docencia por la autoridad eclesiástica, tenían
que la exégesis histórica había «convertido la llamada sagrada Escritura en una nariz asegurada su cátedra estatal. Como una especie de portavoz de los teólogos «leales»,
de cera». el profesor W. Kasper proclamó que la «Declaración de Colonia» no significaba más
148. J. W. von Goethe, Fausto, Primer acto. «En el cuarto de estudio». que «una pequeña guerra en el interior de la Iglesia, que no se preocupaba en absoluto
149 Véase arzobispo J. J. Degenhardt, Zur «Kolner Erklarung» der Theologen, de una crisis mucho más grave, como la quiebra de la conciencia moral» (Frankfurter
Paderborn, 1989, pp. 15-28. relación entre la conciencia individual y el magisterio Allgememe Zettung, 24 de febrero de 1989). Precisamente por entonces empezó a
eclesiástico; la conciencia. correr el rumor de que a Kasper pronto le iban a «elegir» obispo.
150. Valga como ejemplo la intervención en el Parlamento alemán del jesuíta En concreto, F. Bockle criticó abiertamente la postura del papa, para quien la
padre Hirschmann, durante el decisivo debate sobre la objeción de conciencia para encíclica Humanae vttae parecía poseer «la aureola de infalibilidad» (DerDom, n.° 7,
hacer el servicio militar. El experto de la Iglesia católica expresó claramente la opi- del 17 de febrero de 1989, p. 3). Véase también J. Grundel, «Die eindimensionale
nión de que no se puede conceder la exención de ese servicio por razones de concien- Wertung der menschhchen Sexuahtat», en F. Bockle (ed.), Menschhche Sexualttat
cia. Sin embargo, la ley, una de las más importantes de la República alemana, llegó a und kirchltche Sexualmoral, Dusseldorf, 1977 (!), pp. 74-105, donde declara, con
aprobarse, a pesar de la oposición expresa de la Iglesia católica. Véase E. Drewermann, razón, que el objetivismo de la moral católica tradicional en materia de sexualidad
PM I, pp. 19-78, especialmente p. 69. discurre por un camino equivocado.
151. Véase L. Leakey, «Heirat und Verwandschaft», en E. Evans-Pntchard (ed.), 162. Es, una vez más, el eterno problema: Se supone que sólo el que colabora
Bild der Volker II, Wiesbaden, 1974, p. 132, sobre la concepción del matrimonio en puede producir un cambio, y que sólo puede colaborar el que asume compromisos.
el África negra. Pero el que asume compromisos ¿puede evitar comprometerse a sí mismo, personal-
152. Véase H. Zimmer, Indische Mythen und Symbole, Dusseldorf-Koln, 1972, mente?, ¿habría cambiado algo Jesús de Nazaret, si hubiera «colaborado»?
pp. 87-101; S. Lemaítre, Htndoutsme ou Sanátana Dharma, París, 1957, pp. 55 ss. 163. Véase el documento Zur Sexualerztehung tn Eltemhaus und Schule, editado
153. K. Jaspers, La fe filosófica ante la Revelación, Madrid, 1968, pp. 70 ss. por la secretaría de la Conferencia episcopal alemana, Bonn, 1979. Véase igualmente
154 ¡btd. j . J. Degenhardt, Christltche Erzíehung tm Eltemhaus, Schule und Gemeinde, editado
155. Sobre este pasaje, véase H. Schher, La carta a los Efesios, Salamanca, 1991, por la Vicaría general del arzobispado, Paderborn, 1978.
pp. 242-249. 164. Véase H. Haag y K. Elhger, «Stort nicht die Liebe», pp. 770-771.
156. Véase G. Lohfmk y R. Pesch, Ttefenpsychologte und ketne Exegese, Stuttgart, 165. Véase M. Eigen y R. Winkíer, Das Spiel. Naturgesetze steuem den Zufall,
1987, p. 109; véase la opinión contraria en E. Drewermann, AF, pp. 158-166. pp. 85-198.
157. Véase, a este propósito, F. Heer, Gottes erste Liebe. Die Juden ím Span- 166. M. de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir, Madrid, 22 1991.
nungsfeld der Geschtchte, Frankfurt a. M., 1986, p. 514. 167. Sobre el juego socio-psicológico de la construcción de los autoestereotipos
158. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, TE II, pp. 686-697; Id., AF, pp. positivos del propio grupo y de los heteroestereotipos negativos de grupos extraños,
150-155. Sobre la práctica de la Iglesia católica con respecto al índice de libros pro- véase E. Drewermann, KC, pp. 65-74; véase P. R. Hofstatter, Gruppendynamik. Die
hibidos, véase P. de Rosa, Gottes erste Dtener, pp. 214 ss. KrttikderMassenpsychologte, Hamburg, 1957, pp. 98-111.
159. Hay países en los que, ante unas elecciones legislativas, los obispos invitan 168. Una de las cuestiones más candentes de la teología actual es hasta qué punto
—o incluso prescriben— a losfielesque voten a algún partido de inspiración «cristia- la reflexión de los teólogos identifica o confunde lo absolutamente único de la perso-
na»; la práctica se ha convertido en un ritual. Ya Fr. Ñietzsche (Aurora. Reflexiones na de Jesús con una absolutización de sus propias teorías y especulaciones sobre el
sobre la moral como prejuicio [1881], n.° 89, Madrid, 1984) escribía sobre la duda carácter absoluto de la persona de Jesús. Un punto decisivo, en este campo, es la
transformada en pecado: «El cristianismo ha hecho lo imposible por cerrar el círculo, interpretación de un texto como el de Me 10,8; véase E. Drewermann, ME II, p. 121,
y ha declarado que la duda es pecado [...] Con eso, toda reflexión sobre los fundamen- nota 11.
tos de la fe [...] queda excluida como pecaminosa. Lo que se pretende es la ceguera y
169. Véase especialmente K. Rahner, «El cristianismo y las religiones no cristia-
el vértigo, y un eterno cantar sobre las olas en las que se ha ahogado la razón».
nas», en ET V, pp. 135-157. El autor trata de armonizar la doctrina sobre el carácter
160. Fr. Schiller, Don Carlos, acto 3, escena 10, Barcelona, 1990. Sobre el miedo absoluto de la voluntad salvífica de Dios con la doctrina sobre la necesidad de perte-
a la libertad y sobre la huida hacia una identificación con el ministerio por falta de necer a la Iglesia para obtener la salvación. Para ello propone su teoría del «cristiano
personalidad, véanse las sabias observaciones de K. G. Rey, Das Mutterbtld des Prtesters, anónimo». Sin embargo, pasa lo de siempre; la realidad concreta del catolicismo no
Zunch-Koln-Einsiedeln, 1969, p. 35. «El sacerdote, cuanto menos competente se ve ve las cosas como lo querría gente de la talla de Rahner. En aquellos tiempos se
para desarrollar su tarea, y cuanto más inseguro se siente ante su comunidad, más se enseñaba a los seminaristas, antes de su ordenación sacerdotal, la necesidad de bauti-
identifica con la Iglesia, con la jerarquía, o con Dios». zar a un niño antes del nacimiento —y, naturalmente, las técnicas más adecuadas para
161. Una excepción —sólo aparente— a la regla fue la llamada «Declaración de llevarlo a cabo—, para que no quedara privado de la felicidad eterna, si llegaba a
Colonia», que se publicó a finales de enero de 1989 con la firma de ciento sesenta y morir sin el bautismo. De hecho, el concilio de Trento condena a todo el que afirme
tres profesoras y profesores de teología católica. En ella se criticaban, principalmen- que el bautismo no es necesario para la salvación (véase DS, p. 861) Véase J. Bnnktnne,
te, los abusos del papa en materia de regulación de la natalidad y la política del Die Lehre von den hetligen Sakramenten der katholischen Kirche I, pp. 168-173.
Vaticano en el nombramiento de obispos. Entre los signatarios, los que realmente 170. Sobre la psicología de un fanatismo dominado por el miedo, véase E.
enseñaban teología en facultades eclesiásticas o de órdenes religiosas se podían contar Drewermann, KC, pp. 67-69; 121 ss.
con los dedos de una mano. Todos los demás podían permitirse el lujo de disentir,
704 Notas Notas 705
171. Sobre este pasaje, véase H. Schlier, La carta a los Gálatas, Salamanca, 1975, pp. 67-78; Id., SB III, pp. 514-540; A. von Harnack, Das Wesen des Christentums, p.
pp. 51-52. 128.
172. Basta fijarse, por ejemplo, en los esfuerzos desesperados de K. Rahner («Exis- 178. Véase A. von Harnack, Lehrbuch der Dogmengeschichte I, pp. 567-630;
tencia sacerdotal», en ETIII, Madrid, 1961, pp. 271-297) por aclarar la «transforma- 637-397.
ción» que han experimentado en el cristianismo unos conceptos como los de «sacer- 179. Véase E. Drewermann, DF, pp. 133-160.
dote» y «profeta». Rahner intenta distinguir y, al mismo tiempo, armonizar un 180. Véase A. von Harnack, Das Wesen des Christentums, pp. 80-84; 92-94;
sacerdocio activo existencial, el de Cristo, y un sacerdocio pasivo también existencial, 120-130. Véase W. Dilthey, Introducción a las ciencias del espíritu (México, 1978,
el de los fieles, junto a una presencia sacramental permanente de ambos en la figura pp. 11 ss.), donde el autor pone de relieve la permanente antinomia entre la concep-
del sacerdocio institucional. Pero todo ello, naturalmente, sin tener en cuenta los ción de la inteligencia divina y la idea de su voluntad.
datos de la psicología religiosa o del propio psicoanálisis. De hecho, la vivencia 181. A propósito de la controversia sobre B. Pascal, véase la emotiva presenta-
«profética» y la «sacerdotal» tienen una concepción del mundo radicalmente distinta; ción de R. Schneider, Pascal, ausgewdhlt undeingeleitet, Frankfurt a. M., 1954, pp.
véase E. Drewermann, TE II, pp. 368-371; Id., ME II, pp. 471-476. No cabe duda de 7-37. Sobre el fondo de patología sexual subyacente a la controversia, véase U. Ranke-
que sacerdocio y profetismo deberían formar una unidad viva; pero el elemento Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Madrid,
profético quedará «desvirtuado» de antemano, si no hay «más que una función de 1994, pp. 239-245.
servicio, que presupone ya la realidad [...] de la Iglesia» (Rahner). ¿No sería posible, 182. Véase I. Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, pp. 116 ss.
por ejemplo, que Kierkegaard hubiera sido «profético», al considerar globalmente al 183. Se trata aquí de un mecanismo de defensa, que consiste en intelectualizar
«cristianismo» como una traición al mensaje de Jesús? Sobre los problemas que los sentimientos. A. Freud (Das Ich und die Abwehrmechanismen, München, s. i., pp.
plantea una institucionalización del carisma profético, véase O. Schreuder, Gestalt- 123-129) lo describe como una defensa de las pulsiones que es característica de la
wandel der Kirche. Vorschláge zur Erneuerung, Olten, 1967, pp. 100-120, a ejemplo pubertad. Desde el punto de vista psicoanalítico, ese empaque con el que se suelta
del movimiento franciscano. La piedra de toque de este planteamiento podría ser la toda una cascada de elucubraciones teológicas y escriturísticas es un rastro de
pregunta: ¿Es capaz la Iglesia católica de tolerar a un personaje como Jeremías? pubescencia prolongada, más bien que un signo de personalidad madura.
173. También a propósito de este tema pudo afirmar K. Rahner, «Pasión y ascesis», 184. Véase S. Freud, Lecciones introductorias al psicoanálisis, en OC VI, pp.
en ET III, pp. 73-103: «Si el hombre se somete, aunque sea una sola vez, a las exigen- 2123 ss.
cias de un Dios que se manifiesta en la ascesis de la fe, Dios puede aceptar, en virtud 185. Para un comentario a este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangelium nach
de su gracia, [...] que el hombre se consagre a servir al mundo, como camino para Mattháus, Gottingen, 1986, pp. 120-121.
llegar a Dios, [...] de modo que el hombre no sólo encuentra al Dios absoluto en una 186. Sobre la racionalización de una afectividad reprimida, tal como lo propug-
oposición radical al mundo, [...] sino también en el mundo». Hasta aquí, la concep- na la teología dogmática, véase especialmente Th. Reik, Dogma und Zwangsidee.
ción que tiene Rahner sobre la ascesis «cristiana» coincide exactamente con lo que Eine psychoanalytische Studie zur Entwicklung der Religión, Berlin-Kóln-Mainz, 1973,
Kierkegaard definía como «el doble movimiento de la infinitud»; véase S. Kierkegaard, pp. 44-52.
Temor y temblor (1843), Madrid, 1975; véase también E. Drewermann, SB, III, 497-
187. La expresión dogmática de esa «totalidad» es la fórmula nexus mysteriorum,
504. Por su parte, Rahner (ibid., pp. 96-97) prosigue: «Si el hombre se pone bajo la
con la que se afirma que todos los misterios salvíficos de la revelación están entrela-
cruz [...] todo acto, en sí bueno [...] puede ser elevado, por la gracia, al plano sobre-
zados, de modo que o se cree todo, y tal como lo enseña la Iglesia, o se cae en la
natural [...] El que es virgen por amor a Dios, tiene que confesar que el matrimonio
herejía. Véase Th. Reik, Dogma und Zwangsidee, pp. 52-55: reducción al mínimo
es un sacramento [...]», etc. No estaría mal examinar todas estas elucubraciones que,
común denominador. Una postura opuesta es la de K. Rahner («¿Qué es herejía?», en
ignorando absolutamente la psicología, hablan de que «las dos» magnitudes, mundo
ET V, Madrid, 1964), pp. 513-561), para quien el hecho de que un concepto como el
y trascendencia, «ya» están «reconciliadas» y «reunidas» «por la gracia de Cristo», y
de herejía sólo se encuentre en el cristianismo es precisamente el signo más claro de
compararlas con la zozobra que le produce a Kierkegaard la alternativa: ¿deberá
«lo absoluto de una moral perfectamente definida con relación a la verdad».
casarse con Regine Olsen? Y si no lo hace, ¿es que le falta fe, o es, más bien, que da
testimonio de ella? Así se podrá medir fácilmente la distancia que, desde el punto de 188. Véase O. Pfister, Das Christentum und die Angst, Olten, 1975, pp. 254-
vista psicológico, existe entre el pensamiento teológico-existencial de Rahner y la 297, especialmente pp. 290 ss., donde se describe atinadamente el miedo, consciente
existencia real de un verdadero ser humano. o inconsciente, que afecta a la «gran masa» de los católicos.
189. Véase E. Drewermann, KC, pp. 67-69.
174. Sobre este reproche de heteronomía, véase I. Kant, La religión dentro de los 190. Sobre la despiadada guerra de exterminio que se desató ya en la Iglesia
límites de la mera razón (1783), Madrid, 1986; véase, a este propósito, E. Dre- primitiva contra los disidentes, véase K. Deschner, Historia criminal del cristianismo
wermann, SB III, pp. 8-10; 21-24. I, Barcelona, 1990, pp. 189-223.
175. Véase A. von Harnack, Das Wesen des Christentums, Gütersloh, 1977, pp. 191. Sobre el concepto de fanatismo, véase E. Drewermann, KC, pp. 222-230.
122-124; Id., Lehrbuch derDogmengeschichte I, Darmstadt 1983, pp. 530-535; 697- 192. Véase K. Jaspers, La fe filosófica ante la Revelación, pp. 70-84.
707.
193. Ibid.
176. Véase A. von Harnack, Lehrbuch der Dogmengeschichte I, pp. 462-550: el 194. Véase F. Heer, Die Dritte Kraft. Der europdische Humanismus zwischen
cristianismo como filosofía y como revelación. Las doctrinas del cristianismo como den Fronten des konfessionellen Zeitalters, Frankfurt a. M., 1959, pp. 180-212. Sobre
religión revelada y racional. la figura de Lutero, véase O. Pfister, Das Christentum und die Angst, pp. 298-321; H.
177. Ibid. I, pp. 550-637: la lucha contra la gnosis. Véase E. Drewermann, DF, Zahrnt, Martin Luther in seinerZeit für unsereZeit, München, 1983, pp. 75-100; H.
706 Notas Notas 707

E. Enkson, YoungMan Luther. A Study tn PsychoanalysisandHistory, 1958. ¡Cuánta de los hermanos rivales que compiten por el amor del rey, su padre; es la eterna
angustia debió de inundar el corazón de Lutero, para tratar de romper sus trabas rivalidad entre Caín y Abel.
mediante una lucha abierta contra una institución opresora, puesta toda su esperanza 208. Véase «Los fusilamientos de la Moncloa», de Goya, dentro de la serie Los
en la justificación del ser humano frente a su Dios! desastres de la guerra. Será difícil encontrar en la pintura moderna una imagen de
195. El propio K. Rahner («La libertad en la Iglesia», en ETII, Madrid, 1961, pp. Cristo más conmovedora que esta escena de fusilamiento. El que no acierte a recono-
95-115) no pudo menos de hablar de la figura de Lutero en un plano puramente cer aquí un tema cristiano es que no entiende de cristianismo o de pintura.
intelectual: «Lutero [...] convirtió ese tema en el grito de guerra de los reformadores 209. Sobre la idea de división entre sujeto y objeto, véase K. Jaspers, La fe filosó-
contra la Iglesia de Roma [...] al negar al hombre su libertad frente a Dios, mientras fica ante la Revelación, pp. 10 ss.
glorificaba la gracia, y al subrayar la absoluta impotencia de la voluntad para decidir- 210. Véase J. Paul, Der Siebenkas. Ehestand, Tod und Hochzeit des Armen-
se entre Dios y el diablo». En todo su estudio, Rahner no hace la menor referencia a advokaten F. St. Siebenkas im Retchsmarktflecken Kuhschnappel (1796-1797),
la dinámica del miedo, de modo que la doctrina luterana de la justificación continúa Hamburg, 1957, cap. 8, p. 161.
siendo una extravagancia lógica, sustancialmente distinta del equilibrio y la modera- 211. La farsa teológica que representa, por ejemplo, U. Ranke-Heinemann (Eu-
ción de la doctrina católica. nucos por el reino de los cielos, pp. 311-318), esta vez con la doctrina sobre la concep-
196. Véase M. Lutero, La libertad del cristiano (1520), en Obras, Salamanca, ción virginal de Jesús, sólo es comprensible desde una postura que rechaza expresa-
1977, pp. 156-157: «Por la fe [...] la palabra de Dios dará al alma su libertad [...] y la mente explicar los símbolos de la fe como lo que son en realidad, es decir, símbolos,
llenará de toda clase de bienes». y sólo ve en ellos hechos históricos.
197. Véase M. Lutero, Los artículos de Schmalkalda (1537), en Obras, art. 4, pp. 212. El lenguaje sobre Dios se mezcla espontáneamente con una absolutización
342-344: la postura del papado. de la figura de los padres tal como se experimentó en la primera infancia. Y el resul-
198. Sobre este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangelmm nachMatthaus, pp. tado es un robustecimiento permanente del «super-yo» y una dependencia inmadura
241-244. con respecto a la autoridad, encuadrada en el complejo de Edipo. Véase K. G. Rey,
199. Sobre el origen de un sacerdocio específicamente eclesiástico y la desapari- DasMutterbtlddesPrtesters,p. 136.
ción de los apóstoles y maestros en la Iglesia primitiva, véase —como siempre, en 213. Sobre el problema del historicismo, véase W. Dilthey, Vom Aufgang des
estos temas— A. von Harnack, Entstehung und Entwtcklung der Ktrchenverfassung geschtchtltchen Bewu/Stsetns, en Gesammelte Schrtften XI, Stuttgart-Gottingen, 1979.
und des Ktrchenrechts tn den zwet ersten Jahrhunderten. Urchnstentum und Katholt- 214. Véase S. Kierkegaard, Ejercttactón del cristianismo, pp. 110-116:
zismus, Leipzig, 1910, pp. 83-96, donde se estudia detalladamente la idea del carác- contemporaneidad con Cristo; E. Drewermann, TE I, pp. 11-22.
ter apostólico de los obispos (pp. 90-91). Véase B. Snela, «Sacerdote-Obispo», en P. 215. El mejor ejemplo de esa actitud del clérigo es, sin duda, la cuestión sobre el
Eicher (ed.), Diccionario de conceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp. 398-423; nuevo matrimonio para los divorciados. Desde el punto de vista histónco-crítico, se
véase también P. Hoffmann, «Pnestertum und Amt im Neuen Testament», en P. puede mostrar fácilmente cómo ya en la Iglesia primitiva se dieron las más diversas
Hoffmann, Prtesterktrche, pp. 12-61, donde se exponen con una visión crítica los respuestas sobre el tema del divorcio. Pero, ¿qué consecuencias ha tenido eso para la
condicionamientos históricos que contribuyeron a imponer la concepción del episco- teología moral de hoy? Absolutamente ninguna, mientras no se enfoque desde el
pado. punto de vista de la oportunidad. Véase E. Drewermann, ME II, pp. 86-104.
200. Véase G. Lohfink y R. Pesch, Ttefenpsychologie und ketne Exegese, pp. 109- 216. Fr. Nietzsche, «Vom Nutzen und Nachteil der Historie fur das Leben», en
111; para la postura contraria, véase E. Drewermann, AF, pp. 160-164. Unzettgemafie Betrachtungen II, München, 1964, p. 100 (trad. española: Considera-
201. Véase E. Drewermann, AF, pp. 23 -3 8. ciones intempestivas, Madrid, 1988).
202. S. Kierkegaard, TagebucherW, Dusseldorf-Koln, 1962, pp.177-179: el pro- 217. Ibtd.,pp. 100-101.
fesor; tbtd., p. 67: Lutero. 218. Ibtd.,p. 111.
203. J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento I, Salamanca, 1974, pp. 97 ss. 219. Ibtd.,p. 101.
204. Véase E. Drewermann, TE II, pp. 725-734. 220. Véase P. Tilhch, Teología sistemática III, Salamanca, 1984, pp. 126 ss. A
205. Véase S. Kierkegaard, Ejercttactón del cristianismo, Madrid, 1961, p. 159: modo de crítica de la concepción católica del ministerio, que identifica Iglesia y
«El cristianismo no es una doctrina; hablar de escándalo, en relación al cristianismo comunidad, escribe: «El principio protestante sobre la infinita distancia que media
como doctrina, es un error, es debilitar el impacto del choque con el escándalo; por entre lo divino y lo humano rechaza toda concepción que identifique el Nuevo Ser
ejemplo, cuando se habla de escándalo, con referencia a la doctrina del Hombre-Dios con cualquier fórmula doctrinal».
o a la doctrina de la reconciliación. ¡De ninguna manera! El escándalo hace referen- 221. Como ejemplo histórico de las consecuencias efectivas que pueden produ-
cia a Cristo, o al propio ser cristiano». Id., Der Augenbhck XIV, pp. 182-186: lo cir, a largo plazo, esos criterios de selección, véase el episodio de la historia del
funcional, lo personal. antiguo Egipto que analiza M. Gorg, «Der Kollaps eines Klerus. Zu einem Musterfall
206. Véase H. Renner, Reclams Konzertfuhrer. Orchestermusik, Stuttgart, 1967, der Rehgionsgeschichte», en P. Hoffmann (ed.), Prtesterktrche, pp. 327-333.
pp. 153-155; en el tercer movimiento, el tema del trío parece provenir de un canto 222. Sobre el concepto de «posición alpha», véase la colaboración de A. Heigl-
austríaco de peregrinación. Evers, «Die Gruppe unter sozíodynamischem und antnebspsychologischem Aspekt»,
207. La obra no es sólo una desesperada tragedia del poder, sino que, al mismo en H. G. Preuss (ed.), Analytische Gruppenpsychotherapte, Munchen-Berhn-Wien,
tiempo, recoge el tema, ampliamente difundido en los mitos y fábulas de los pueblos, 1966, pp. 44-72, especialmente pp. 45 s. Véase R. Schindler, «Grundpnnzipien der
Psychodynamik ín der Gruppe»: Psyche 9 (1957-1958). El concepto está tomado de
708 Notas Notas 709
las investigaciones sobre el comportamiento de los seres vivos, según las observacio- Eicher, «Jerarquía», en P. Eicher (ed.), Diccionario de conceptos teológicos I, Barce-
nes de Th. Schjelderup-Ebbe, «Zur Soziologie der Vógel»: Zeitschrift fürPsychologie lona, 1989, pp. 549-564.
95 (1924). 229. Véase Dalai Lama (T. Gyatso), Mi vida y mi pueblo, Barcelona, 21990; L.
223. Se trata de una oposición como la que se da en el conflicto entre el poder y Gardet, Connaitre l'Islam, Paris, 1958, pp. 76 ss.
la gracia, al que alude con su habitual penetración R. Schneider, Der Winter in Wien. 230. Sobre la concepción tradicional de la llamada «gracia de estado», véase J.
Aus meinen Notizbüchern 1957-1958, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1958, p. 218: Brinktrine, Die Lehre von den heiligen Sakramenten der katholischen Kirche I, pp. 97-
«Nuestra tarea debería consistir en oponer a la increencia del poder la fe de la debi- 101; II, pp. 200-202. Desde el punto de vista de la psicología religiosa y de la historia
lidad». De una manera u otra, la polaridad de ambas magnitudes posee invariable- de las religiones, y a pesar de todas las elucubraciones teológicas, se trata de una
mente un carácter trágico. representación arquetípica, o sea, arcaica que, en definitiva, sólo puede explicarse
224. Es un hecho que entre ambas divinidades siempre hubo tensiones conside- por la vivencia de una realidad cúltica, es decir, ritual. Véase E. Drewermann, KC,
rables, como se puso de manifiesto especialmente durante la época de Amarna. Véase pp. 353-359. Véase también P. Neuner, «Carisma-ministerio», en P. Eicher (ed.),
G. Gottschalk, Die gro/Sen Pharaonen. Ihr Leben. Ihre Zeit. Ihre Kunstwerke. Die Diccionario de conceptos teológicos I, pp. 100-104.
bedeutendsten Gottkónige Ágyptens in Bildem, Berichten undDokumenten, Herrsching, 231. Así ocurrió, por ejemplo, cuando el papa Pablo VI, al publicar la encíclica
1984, pp. 129-160. Véase también H. Kees, Der Gótterglaube im Alten Ágypten, Humanae vitae, prescindió de la opinión de sus consultores en una cuestión que él
Leipzig, 1956, pp. 366-377; sobre la unidad entre Antón y Ra, véase ibid., pp. 345- consideraba, ya desde antes, como una doctrina infalible de la Iglesia. Véase H. Haag
352; 390-401. y K. Elliger, «Stórt nicht die Liebe», p. 226, notas 1 y 2. Sobre el pecado original y el
225. Sin duda, el que mejor ha sabido conjurar poéticamente el esplendor y la control de natalidad, véase P. de Rosa, Gottes erste Diener, pp. 405-409. Sobre la
tragedia de la monarquía hereditaria ha sido St. Zweig, María Estuardo (1935), Bar- prohibición del uso de anticonceptivos en el pasado y en el presente, véase K. Deschner,
celona, 101992. Tiene razón Zweig al interpretar el asesinato de la reina de Escocia Das Kreuz mit der Kirche, pp. 286-307 (trad. española: Historia sexual del cristianis-
como el fin del absolutismo, incluso antes de que hubiera realmente comenzado. mo, Zaragoza, 1993). N. Lo Bello (Vatikan im Zwielicht, München, 1986, pp. 31-36)
Véase el inteligente análisis del problema de los dos estados, nobleza y sacerdocio (o muestra que, por entonces (año 1967), la mayoría de los obispos era favorable a la
clero), en O. Spengler, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la regulación de la natalidad. Véase L. Kaufmann, Ein ungelóster Kirchenkonflikt.
historia universal II, Madrid, 121976, pp. 379-543. Dokumente und zeitgeschichtliche Analyse, Freiburg, 1987, p. 51. Sobre la «crisis»
226. Véase B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico (1677), IV provocada por la encíclica Humanae vitae, véanse los testimonios de primera mano
parte, proposición XXXVI, nota 2, Madrid, 1980, pp. 300-306. El autor ve en el aportados por B. Háring, Mi experiencia con la Iglesia, Madrid, 21990, pp. 55-64.
Estado la fuente de todo derecho contra el egoísmo de la condición natural, y desea 232. Véase P. Tillich, Teología sistemática I, Esplugues de Llobregat, 1972: «Los
que, con la ayuda de la legislación política, se tenga en jaque a los afectos del egoísmo símbolos religiosos son de doble filo. Por una parte, se orientan hacia el infinito, que
por el sentimiento de miedo a un detrimento de la propia persona, a causa del castigo es lo que realmente representan, mientras que, por otra parte, están enraizados en lo
que le puede infligir la sociedad. Sin embargo, en su Tractatus Theologico-Politicus finito, debido a los medios con los que representan ese infinito. Los símbolos fuerzan
(1670) (Tratado teológico-político, Salamanca, 1976, pp. 344-356) escribe: «El obje- a lo infinito a descender hasta la realidad finita, y a ésta a elevarse hasta el mundo de
tivo último del Estado no es dominar, ni atemorizar a los ciudadanos, ni someterlos lo infinito». Esta ambivalencia característica del símbolo le confiere su propia capa-
a un poder ajeno a ellos mismos, sino más bien liberarlos de todo miedo, para que cidad de abrir el mundo del misterio y, al mismo tiempo, su posibilidad de ocluirlo».
puedan vivir con toda seguridad y reclamar su derecho natural a existir y a actuar sin 233. Ésa era la actitud del cardenal Josef Hoffner a mediados de los años setenta,
el más mínimo detrimento de su propia persona o de los demás. El Estado no tiene cuando, durante un cursillo de formación permanente dirigido a sacerdotes que lle-
como finalidad someter a los hombres y convertirlos de seres racionales en fieras o en vaban dos años de ordenación, a la pregunta sobre la posibilidad de que los divorcia-
seres autómatas, sino más bien procurarles todos los medios para que su cuerpo y su dos volvieran a casarse dio esta respuesta: «Los polacos no lo entenderían»; y a con-
espíritu puedan desarrollar convenientemente todas sus capacidades, para que usen tinuación, puso como ejemplo el heroísmo de los católicos surcoreanos.
libremente de su razón y no se dejen llevar de la ira, del odio o de la alevosía para Sobre la reacción de Roma al Sínodo de Würzburg, véase A. Schneider, «Wie
luchar unos contra otros o cultivar recíprocos sentimientos hostiles. El fin del Estado Rom auf die deutsche Synode reagiert», en N. Greinacher y H. Küng, Katholische
es, en unapalabra, la libertad». Kirche — wohin'i Wider den Verrat am Konzil, München-Zürich, 1986, pp. 367-
227. Ésos son los elementos esenciales de la ideología republicana, que marcó 379, especialmente pp. 371-373: la Conferencia episcopal como guardián de las
decisivamente la Revolución de los Estados Unidos. Véase E. S. Morgan, «Die orientaciones romanas.
amerikanische Revolution», en G. Mann (ed.), Propylden Weltgeschichte VII, Frankfurt 234. La teoría de que todo derecho proviene de una decisión del poder no fue
a. M.-Berlin, 1986, pp. 513-567, especialmente pp. 546 ss. sólo la opinión de Nietzsche, sino que también la defendía C. Schmitt, El concepto de
228. A. von Harnack, Entstebung und Entwicklung der Kirchenverfassung und lo político (1932), Madrid, 1991. Partiendo de una identificación entre Estado y
des Kirchenrechts in den zwei erstenjahrhunderten. Urchristentum und Katholizismus sociedad, Schmitt demuestra que en el siglo xx no existe ninguna zona despolitizada
(1910), Darmstadt, 1980, pp. 60-76, muestra la mezcla de ordenación (por la impo- o desestatalizada; es más, la despolitización de ciertos valores, de determinadas con-
sición de las manos de los apóstoles) y de aclamación (por la elección del pueblo) que cepciones o de algunas actividades no es más que una astucia de la lucha política por
condujo a la instauración del episcopado monárquico durante el siglo u d.C. Sobre el el poder. Según Schmitt, todos los conceptos de la ética o de la estética surgen, en
problema teológico planteado por una ideología jerárquica, véase especialmente P. definitiva, de la antinomia de una lucha entre amigo y enemigo. Desde este punto de
vista, la moral no es más que un puro medio de la lucha por imponer los intereses del
710 Notas Notas 711
propio grupo. En realidad, la doctrina del dectstontsmo dictatorial era uno de los
rasgos congénitos de la ideología del nacional-socialismo. 253. Sobre lo que W Nigg (Grofie Heiltge, Zunch, 21986, p. 74) llama «una
235. Sobre el giro constantmiano, véase W. Seston, «Verfall des romischen Reiches inversión evidente de los anhelos de san Francisco» y el resultado de un «influjo de la
ím Westen. Die Volkerwanderung», en G. Mann (ed.), Propylaen Weltgeschtchte IV, cuna (romana)», véase H. Ch. Lea, Htstory ofthe Inqmsttion ofthe Mtddle Ages, 3
pp. 487-603, especialmente pp. 500-507. Véase también K Deschner, Historia crt- vols., New York, 1887.
mtnal del cristianismo I, pp. 169-222; W. Durant, Weltretche des Glaubens. 254. Véase C. G. Fava y A. Vigano, Federico Felltnt. Seme Filme — Setn Leben,
Kulturgeschtchte der Menschhett V, Frankfurt a. M.-Berlm, 1981, pp. 220-229. Munchen, 1989, pp 57-58.
236. Véase, en perspectiva psicoanalítica, Th. Reik, Dogma und Zwangstdee. 255. Véase S. Freud, Psicología de las masas y análisis del «yo», en OC VII, pp.
Eme psychoanahtische Studte zur Entwtcklung der Religión (1927), Berlin-Koln-Mainz, 2563-2611, especialmente pp. 2578-2582.
1973, pp. 128; 151. Para una concepción opuesta, véase E. Drewermann, KC, pp. 256. Véase W Krickeberg, Altmexikantsche Kulturen, Berlín, 1975, pp. 103-
222 ss. 105.
237. Véase K Deschner, Historia criminal del cristianismo I, p. 119. 257. Sobre el cambio que se produjo en la Iglesia del siglo iv con respecto al
23 8. Sobre el movimiento cátaro, véase G. Rottenwohrer, Der Kathansmus, Bad servicio militar, véase K. Deschner, Abermals krahte der Hahn. Eme Demaskierung
Honnef, 1982. des Chnstentums von den Evangeltsten bis zu den Faschisten, Stuttgart, 1972, Hamburg
2
239. Véase P. Milger, DieKreuzzuge. Knege im Ñamen Gottes, Munchen, 1988, 1972, pp. 377-379; 504-523. Véase también E. Drewermann, KC, pp. 177-215.
p. 264. 258. Así se expresaba el papa Pío XII en su exhortación apostólica Mentí nostrae
240. Ibtd.,p. 266. del 23 de septiembre de 1950; véase A. Rohrbasser (ed.), Sacerdotts ¡mago. Papstltche
241. Ibtd., p. 267. Dokumente uberdas Pnestertum von PiusX bis Johannes XXIII, Freiburg, 1962, pp.
242. Ibid.,p. 268. 133-191, especialmente p. 149. Según el papa, la identificación con Cristo exige al
sacerdote «que, en cierto sentido, se ofrezca a sí mismo en sacrificio [...], que renun-
243. Ibtd.,p. 281.
cie a sí mismo y se someta voluntariamente a la penitencia [...], para que todos
244. Sobre la psicología del fanatismo, véase E. Drewermann, KC, pp. 222-230.
podamos asumir con Cristo una muerte mística en la cruz».
245. Ibtd., pp. 65-74.
259. Para un elogio del espíritu de sacrificio frente a los largos inviernos y la
246. Hay que dejar bien claro que los que deberían haber condenado más enér-
humedad del clima, véase Thérése Martin (Teresa del Niño Jesús), Historia de un
gicamente la agresión bélica de Hitler fueron los profesores de teología moral; pero
alma, en OC, Burgos, 1964. La propia Teresa escribe que «creía morir de frío» en su
no lo hicieron. Sobre las declaraciones de los obispos y teólogos de la época, véase K.
celda, pero de ningún modo quiso abandonar su jergón de paja; y cuando se encontra-
Deschner, Mit Gott und dem Fuhrer. Die Poltttk der Papste zur Zett des Nattonal-
ba ya en la enfermería, tenía la sensación de estar acosada por el diablo. Pero, como
sozíalismus (separata del libro Etnjahrhundert Heilsgeschtchte. Die Poltttk der Papste
asegura el anónimo carmelita, editor de su obra, en medio de sus sufrimientos expe-
im ZeitalterderWeltkrtege, Koln, 1982-1983,2 vols.), Koln, 1988, pp. 262-270.
rimentaba algo así como un «éxtasis de abandono, de confianza y de amor».
247. Para un comentario de este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangeltum
260. El propio W. Nigg, Grofíe Heüige, pp. 485-525, especialmente p. 509, ve a
nach Matthaus, Gottingen, 1986, pp. 119-120.
Teresa como una segunda Verónica que recibió la impronta de la figura de Cristo en
248 F. M. Dostoievski, Los hermanos Karamazov, Barcelona, 1983, 2.a parte,
el sudario de su alma- «Uno se queda sin aliento, al ver esa insaciable voluntad de
hbro 5.°, cap. 5, pp 318-319.
asumir el dolor, hasta el punto de transformarlo, incomprensiblemente, en alegría».
En lugar de «incomprensiblemente», hubiera sido mejor decir neuróticamente. Tam-
2. Una vida simbólica: la existencia como metáfora bién la obra de I. F. Gorres, Das verborgene Antlttz (Frankfurt a. M., 1944) necesita-
ría urgentemente una buena revisión desde un punto de vista psicoanalítico; véase
249. La crítica es tan vieja como Mt 23,28. Para un comentario de este pasaje, Id., Die «Kleine» Therese. Das Senfkom von Ltsteux, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1964,
véase E. Schweizer, Das Evangeltum nach Matthaus, Gottingen, 1986, pp. 283-284. pp. 270 ss.
250. Sobre el tema del poder y el dinero, véase N. Lo Bello, Vattkan tm Zwteltcht, 261. Tomás Campanella, La ciudad del sol (1623), Madrid, 1988.
Munchen, 1986, pp 216-276. Sobre una especie de «Sodoma y Gomorra» dentro de 262. Véase F. M Dostoievski, Crimen y castigo (1866), Barcelona, 1982, parte
la Iglesia, hace ya más de ciento cincuenta años que ironizaba O. von Corvín, Der III, cap. V.
íllustnerte Pfaffensptegel. Htstonsche Denkmale des chnstltchen Fanatismus tn der
263. Véase S. Freud, La represión (1915), en OC VI, pp. 2053-2061, especial-
romtsch-katholischen Ktrche (1845), Munchen, 1971, pp. 123-171. A ese tipo de
mente p. 2058, sobre el retorno de la represión.
crítica subyace una frivolidad que ha venido siendo enérgicamente reprimida desde el
concilio de Trento. Sobre los cambios introducidos en la moral sexual católica desde 264. G. Orwell, 1984, Barcelona, 1972, p. 68.
mediados del siglo xvi, véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el remo de los cie- 265. G. Bernanos, Diario de un cura rural, Barcelona, 1951.
los. Iglesia católica y sexualidad, Madrid, 1994, pp. 219-233. Sobre la «moral del 266. Sobre la cuestión referente al «discípulo preferido», véase R. Schnackenburg,
celibato», véase K. Deschner, Das Kreuz mtt der Ktrche, pp. 18 6-211 (trad. española El evangelio según san Juan III, Barcelona, 1980, pp. 454-480.
Historia sexual del cristianismo, Zaragoza, 1993). 267. Desde luego, tanto en lo referente a la figura del «discípulo preferido» de
Jesús como en la presentación de las hermanas Marta y María nadie puede esperar
251. Véase W. Buhlmann, Von der Ktrche traumen. Etn Stuck Apostelgeschtchte que se se trate de informaciones históricas estrictamente dichas. Según R. Bultmann,
tm 20. Jahrhundert, Wien-Koln, 1986, pp. 224.231. Véase también CIC, can. 284. Das Evangeltum des Johannes, Gottingen, 171962, p. 302, nota 1, el texto de Jn 11,2
252 Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME II, pp. 316-329. es una glosa redaccional de la Iglesia que, en conexión con Me 14,3-9, trata de
712 Notas Notas 713

relacionar «los datos de la tradición con el ambiente conocido por los lectores» del 286. Sobre el texto de Mt 19,10, véase E. Schweizer, Das Evangehum nach
evangelio. Matthaus, pp. 249-250.
268. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME I, pp. 376-389. 287. Ya en el Antiguo Testamento, el hombre de Dios aparece frecuentemente
269. En el Directorio de L. Hoheisel (ed.), Dte geisthche Wegweisung (das como un personaje sin padre. Véase M. Buber, Der Gesalbte, en Werke II, Heidelberg-
Directorium sptrttuale) der Benedtktmer aus demjahre 1985 (Abadía de Gerleve, n.° Munchen, 1962, pp. 725-845, especialmente pp. 772-773. Véase también A.
6, p. 265) se dice que el lema «No anteponer nada al amor de Cristo» significa Klostermann, Die Bucher Samuelts undderKonige, 1877; en su comentario a 1 Sam
encontrar a Cristo en todos los hombres en una «dinámica de Adviento». 10,12, el autor recoge un juego de palabras basado en la etimología popular que
270. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME I, pp. 311-321. deriva la palabra hebrea nabt (= profeta) de la expresión eyn 'abt (= no hay padre
271. Véase CIC, can. 1055 § 1. para mí, no tengo padre). A eso hay que añadir la pronunciada carencia de familia,
272. Véase CIC, can. 276 § 1: «En su comportamiento, los clérigos están espe- tanto en el aspecto psíquico como en el ámbito social, durante el período de forma-
cialmente obligados a procurar la santidad de vida». Sólo que ese adverbio «especial- ción del clérigo. Véase K. G. Rey, Das Mutterbtld des Pnesters. Zur Psychologte des
mente» puede dar lugar a tremendas confusiones lógicas y psicológicas. Prtesterberufes, Zunch-Koln-Einsiedeln, 1969, p. 122, donde el autor observa que,
273. Según Sch. Ben Chonn (MutterMiiyamMarta in judtscher Stcbt, Munchen, en 1969, el noventa por ciento de los teólogos consultados habían hecho sus estudios
1971, 1982, pp. 92 ss.), Jesús de Nazaret, en cuanto sometido a la ley judía por su primarios en un internado.
condición de maestro de la Ley, tuvo que estar casado. Pero la argumentación no es 288. Véase J.-P. Sartre, Crítica de la razón dialéctica, en OCIII, Madrid, 1982,
convincente, ya que Jesús ni se presentó ni fue considerado como «Rabbi», sino como pp. 1067 ss. Sobre la filosofía social de Sartre, véase E. Drewermann, SBIII, pp. 340-
«profeta». Véase J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento I, Salamanca, 1974, pp. 346.
97-107. Véase también Sch. Ben Chonn, Bruder Jesús. Der Nazarener tn judtscher 289. Véase J.-P. Sarte, Crítica de la razón dialéctica, pp. 1.366 ss.
Stcht, Munchen, 1967,1977, pp. 103-105; sobre este punto, véase E. Drewermann, 290. Sobre este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangehum nach Matthaus, pp.
ME II, p. 95, nota 12. 77-78. Naturalmente, los votos caen bajo esta prohibición del juramento; sin embar-
274. El Documento de Damasco, VII, 7 manda expresamente que «deben tomar go, véase CIC, cans. 1191-1204. Como se ve, en estas cuestiones la Biblia puede decir
mujer [...] y engendrar hijos». Véase J. Maier, Dte Texte vom Toten Meer I, Munchen- lo que quiera; pero en cuestiones de matrimonio, sólo vale acogerse literalmente al
Basel 1970, p. 55; F. García Martínez, Los textos de Qumrán, Madrid, 41993, p. 85. presunto sentido de las palabras de Jesús. ¡La duplicidad de criterio es evidente!
Por su parte, Phmo cuenta que los esenios «vivían sin dinero y eran célibes». J. M. 291. R. Schnackenburg (El mensaje moral del Nuevo Testamento, Barcelona,
Allegro, The Dead Sea Scrolls, piensa que, junto a los que vivían célibes, había otros 1989, pp. 122-123) alude ciertamente a la prohibición del juramento, pero no dice
miembros de la comunidad «que estaban casados y llevaban una vida normal de ma- ni una palabra sobre la flagrante contradicción entre el mandato expreso y categórico
trimonio, con la única limitación de que el acto conyugal estaba exclusivamente de Jesús y la práctica de la Iglesia. Véase el contraste con la postura de S. Kierkegaard,
orientado a la procreación». Da la impresión que aquí están las verdaderas raíces de Der Augenbhck XIV, pp. 206-207: el juramento o la función, y su relación con la
la moral sexual de la Iglesia católica. Véase también U. Ranke-Heinemann, Eunucos persona.
por el reino de los cielos, pp. 20-21. 292. Véase S. Kierkegaard, Der Augenbhck XIV, pp. 257-259, a propósito de la
275. Véase J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento I, pp. 134 ss. ceremonia de confirmación y de la bendición nupcial: la comedia cristiana, o algo
276. Ibtd. peor.
277. Sobre Mt 19,3-12, véase H. Zimmermann y K. Kliesch, Neutestamenthche 293. Traducción inspirada en M. Buber, Dte funf Bucher der Wetsung, Koln-
Methodenlehre, Stuttgart, 1982, pp. 101-112; 238-244. Véase también E. Dre- Olten, 1954, p. 205.
wermann, ME II, p. 89, nota 3. 294. Sobre la «tormenta del modernismo» producida durante los pontificados de
278. Sobre el trasfondo de esa resignación, véanse nuestras reflexiones ulteriores Pío IX y Pío X, véase P. de Rosa, Gottes erste Diener, Munchen, 1989, pp. 325-332,
en pp. 264-274; 488 ss. que se centra especialmente en las condenas de G. Tyrell y A. Loisy. A Tyrrel se le
279. Sobre las inhibiciones específicamente sexuales, véanse nuestra reflexiones llegó a negar el funeral y el entierro eclesiástico (unos amigos lo enterraron en un
en pp. 486 ss. cementerio anglicano); su única culpa fue la de plantear la cuestión sobre si la filoso-
280. Véanse nuestras reflexiones en pp. 432 ss. fía de santo Tomás seguía siendo válida en nuestros días. Loisy, que estaba dispuesto
281. Sobre la dialéctica entre inhibición y actitud, véase W. Schwidder, a abjurar de sus escritos —especialmente de L'Évangile et lÉghse (1903)—, jamás
«Hemmung, Haltung und Symptom», en Fortschrttte derPsychoanalyse. Internattonales recibió una respuesta del papa Pío X; según instrucciones del cardenal Richard, arzo-
Jahrbuch I, Gottingen, 1964, pp. 115-128. bispo de París, se le intimó que «quemase lo que había adorado y adorase lo que había
282. G. W. F. Hegel, Filosofía de la historia universal II, Madrid, 1928, pp. 358 ss. quemado». A partir de 1908, Loisy fue declarado vitandus, persona a la que todo
283. M. Lutero, Catecismo mayor (1529), en Obras V, Buenos Aires, 1971, pp. católico debe procurar «evitar».
76-79: sobre los mandamientos, sexto mandamiento. Sobre la postura de Lutero, véase 295. Sobre las teorías económicas del capitalismo naciente y sobre la doctrina de
H. Zahrnt, Martin Luther. ReformatorwiderWillen, Munchen, 1986, pp. 215-218. la lucha de clases, véase P. H. Kosters, Okonomen verandern dte Welt, Munchen,
284. Ya en 1540, Lutero había aprobado el segundo matrimonio del landgrave 1982, pp. 43-66: David Ricardo. Véase igualmente N. Mitsch, «Industnahsierung
Phihpp von Hessen; a este propósito, véase K. Zahrnt, Martin Luther, pp. 226-228. und sozíaler Wandel», en N. Zwolfer (ed.), Telekolleg II, Geschichte I, Munchen,
285. Sobre la postura de luteranos y ortodoxos con respecto al divorcio, véase K. 1981, pp. 67-85.
Deschner, Das Kreuz mtt der Ktrche, p. 283. 296. Véase H. Boockmann, Die Stadt im spaten Mittelalter, Munchen, 1986, pp.
714 Notas Notas 715

240-253: hospitales: «Un hospital, es decir, un centro de atención a los desampara- los principios fundamentales de la existencia, en vez de partir de dogmas y de doctri-
dos, era una parte indispensable de cualquier monasterio medianamente consolida- nas fundadas en la tradición.
do. Durante los primeros siglos de la Edad Media, los monasterios eran prácticamen- Desde 1910 hasta 1967, todos los sacerdotes, antes de su ordenación, tenían que
te los únicos centros en los que se podía dar cauce, de una manera organizada, al prestar el famoso juramento antimodernista; y así se hacía, sin la menor objeción
mandamiento cristiano del amor al prójimo». Sólo a partir de los siglos xn y xm, ante —aunque un tanto maquinalmente— por parte de los interesados.
el crecimiento de la población, se erigieron los primeros hospitales públicos. 302. Véase R. Zerfafi, Menschliche Seelsorge, Freiburg i. Br., 1985; D. Stollberg,
297. Véase H. Daniel-Rops, «Le Saint de la miséricorde: Monsieur Vincent», en Therapeutische Seelsorge. Die amerikanische Seelsorgebewegung. Darstellung und Kritik
L'évangile de la miséricorde, París, 1965, pp. 229-250; F. X. Kaufmann y J. B. Metz, Mit einer Dokumentation, München, 1969.
Zukunftsfáhigkeit. Suchbewegungen im Christentum, Freiburg i. Br., 1987, p. 88, 303. Véase E. Drewermann, DF, pp. 10-14.
aboga con razón por una reforma de los hospitales católicos. 304. Resulta demasiado fácil reducir el problema a la eliminación de una Iglesia
298. A consecuencia de la unilateralidad de la teología, tanto moral como exe- popular dedicada a labores de asistencia. Con toda razón escribe O. Schreuder,
gética o dogmática, hay ciertos campos del dolor humano, sobre todo la psicosomática Gestaltwandel der Kirche. Vorschláge zur Emeuerung, Olten, 1967, p. 37: «Todavía
y el estudio del inconsciente, que han quedado expresamente aislados, en lugar de no han pasado definitivamente los tiempos en que lo más importante era el funciona-
estar integrados en una preocupación unitaria. Véase E. Drewermann, TE II, pp. 46- miento exterior de las instituciones religiosas [...] En una institución religiosa, lo
74; 188-238. fundamental es la formación del comportamiento personal con respecto a realidades
299. Sobre los métodos para reclutar religiosas indias en la región de Kerala, de orden superior [...] No se puede confiar impunemente en las estructuras [...] como
véase N. Lo Bello, Vatikan im Zwielicht, pp. 231-233. Sobre la escasez de sacerdotes si se tratase, ante todo, de un funcionamiento puramente exterior. Eso traería como
observaba en 198 2 el arzobispo de Paderborn J. J. Degenhardt (Gott braucht Menschen. consecuencia lógica la pérdida de fe en la religión por parte de los creyentes. Éstos se
Priestertum, Paderborn, 1982, p. 36) que, por entonces, en la parte occidental de la convertirían en meros doctrinos, y los ministros en funcionarios [...] Si no se tiene en
archidiócesis no había más que mil ciento cincuenta sacerdotes y religiosas dedicados cuenta la necesaria tensión entre persona e Iglesia, entre fe y religión, se caerá en el
a las tareas parroquiales. «Un buen número de esos sacerdotes tiene más de sesenta desastre de la superinstitucionalización o en un puro institucionalismo». Pues bien,
años, de modo que, en las próximas décadas, será mucho mayor el número de sacer- ése es precisamente el caso. ¡Más aún, ése es el ideal que se persigue! Véase, a este
dotes que se retiren del ministerio activo, que el de jóvenes que vengan a sustituirles propósito, J. P. Schotte (ed.), Lineamenta zurBischofssynode 1990: Die Priesterbildung
[...] En los últimos quince años, unos ochenta sacerdotes han abandonado el ministe- unter den derzeitigen Verhdltnissen. Eine Handreichung für die Bischofskonferenzen,
rio y se han optado por la secularización [...] De momento, la penuria de jóvenes Secretaría de la Conferencia episcopal alemana, 1989, p. 13: «En este mundo secular
sacerdotes es altamente preocupante [...] Donde antes el párroco compartía el minis- y secularizado, el sacerdote debe ser, en virtud de su consagración ministerial, testi-
terio con un coadjutor, ahora es el párroco el que tiene que cargar con todo el trabajo go del misterio; su identidad es del orden de la fe. Configurado con Cristo por su
[...] Y las parroquias que antes podían disponer de dos o tres coadjutores tienen que ordenación, el sacerdote sólo puede entenderse en dependencia de Cristo». Y eso
contentarse ahora con, a lo más, uno». Y el arzobispo concluye: «La situación no significa, naturalmente: en dependencia de la Iglesia, que es la que le ha ordenado
puede interpretarse más que como un toque de atención por parte de Dios». Véase sacerdote, y en la que Cristo sigue manifestando su vida. Pero el significado de facto
también P. M. Zulehner, Priestermangel praktisch. Von der versorgten zur sorgenden de tales afirmaciones se niega expresamente a continuación: «Esta dimensión del
Gemeinde, München, 1983. Sobre la orden de los benedictinos que, según estadísti- misterio no minimiza en absoluto el carácter humano del sacerdote». ¡Naturalmente
cas relativamente recientes, mantienen un buen nivel de vocaciones, véase J. F. Tschudy que no! ¿Sería posible que una identificación con Cristo hecho hombre que, por
y F. Renner, Der heilige Benedikt und das benediktinische Mónchtum, St. Otilien, medio de su gracia, hace continuamente efectivo en la Iglesia el cumplimiento pleno
1979, p. 267. Véase igualmente G. Siefer, Sterben die Priester aus? Soziologische de la obra salvífica de su redención, causara algún menoscabo, o incluso destruyera,
Überlegungen zum Funktionswandel einesBerufsstandes, Essen, 1973, pp. 73-75; el la personalidad humana del sacerdote? Discutir estas cuestiones es como hablar de
autor piensa (p. 74) que las mejores perspectivas profesionales y la mayor posibilidad libertad a los comunistas más encallecidos de la era estaliniana, a los que se quisiera
de elección han influido negativamente en las vocaciones sacerdotales «a modo de inculcar la necesidad de oprimir al individuo burgués para hacerle libre y solidario
propaganda estatal de carácter hostil hacia la Iglesia». con la clase trabajadora, que es la única que, como colectivo, puede ser portadora de
300. En aquella época, el Derecho canónico era el sustitutivo no sólo de la psico- una auténtica libertad.
logía pastoral, sino incluso de la teología moral, de modo que una mentalidad jurídica 305. Véase E. Drewermann, AF, pp. 140-145.
—e incluso puramente casuística, basada en libros de texto como el famoso Jones— 306. Véase K. von Fritz, «Quellenuntersuchungen zu Leben und Philosophie des
redujo a enteras generaciones de sacerdotes a simples boticarios de la pastoral, dis- Diogenes von Sinope»: Philologus, suplemento del día 18 de febrero de 1926.
puestos a expender el medicamento previamente confeccionado. Sobre el Derecho 307. Véase P. M. Zulehner, J. Fischer y M. Huber, «Sie werden mein Volk sein».
canónico, en general, véase K. Walf, «Derecho canónico», en P. Eicher (ed.), Diccio- Grundkurs gemeindlichen Glaubens, Dusseldorf, 1985, pp. 67-83, donde se acentúa
nario de conceptos teológicos I, Barcelona, 1989, pp. 214-222. intensamente el origen «comunitario-popular» de la fe, en orden a subrayar la
301. El año 1907, el papa Pío X (1903-1914) declaró oficialmente que el «movi- «corresponsabilidad de los seglares». W. Bühlmann (Von der Kirche traumen. Ein
miento modernista», marcado especialmente por M. Blondel, era, en su conjunto, Stück Apostelgeschichte im 20. Jahrhundert, Wien-Kóln, 1986, pp. 118-192) socava
agnóstico, inmanentista, e incluso ateo. Por su parte, Blondel, apartándose de los los principales obstáculos para esa «modernización»: la Congregación de la fe, verda-
principios de la filosofía neo-escolástica, abogaba por una fe cristiana enraizada en dera «fábrica de herejías», que sólo piensa en virtud de unos principios doctrinales
fijos, en vez de guiarse por la experiencia vital, y la constitución «jerárquica» de la
716 Notas Notas 717
Iglesia que, en los casos concretos, no hace más que minar la responsabilidad de los 320. S. Freud, Tótem y tabú, pp. 1747 ss.
«seglares». 321. N. Kazantzakis (Cristo de nuevo crucificado, Buenos Aires, 71967, p. 364)
308. Véase Lumen gentium. Constitución dogmática sobre la Iglesia, cap. III, n.° describe con gran penetración la visita del párroco Fotis a su obispo: «¿Era ése el
29, donde se restablece el diaconado «como grado propio y permanente de la jerar- representante de Cristo? ¿Podría un hombre como ése predicar la justicia y el amor al
quía», según las determinaciones de las respectivas Conferencias territoriales de obis- prójimo?». El libro es, sin duda, la más profunda «teología de la pobreza» que se haya
pos. «El diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén ca- escrito hasta el momento, en el mundo cristiano.
sados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del 322. CIC, cans. 396-399.
celibato». «Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad 323. Véase Ignacio de Loyola, Fórmula del Instituto de la Compañía de Jesús, n.°
competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la eucaristía, 63: «Para su mayor provecho espiritual y mayor abajamiento y humildad, pregúntesele
asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los mo- [al candidato] si está dispuesto a que todos sus errores y faltas, y todo lo que se pueda
ribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir saber de él fuera de confesión, sea comunicado a sus superiores». Véase también el n.°
el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los 196.
funerales y sepultura». Sólo que la función de «instruir y exhortar al pueblo», aunque 324. En lugar de esos presupuestos, véase la experiencia personal de un teólogo
asignada al diácono por el concilio Vaticano II, ha quedado prácticamente suprimida. como L. Boff, «Wie mich die Heilige Kongregation für die Glaubenslehre aufgefordert
Véase K. Rahner, «La teología de la renovación del diaconado», en ET V, Madrid, hat, nach Rom zu kommen: eine persónliche Zeugenasussage», en N. Greinacher y
1964, pp. 301-351, donde Rahner aboga por la ordenación de diáconos casados. H. Küng (eds.), Katholische Kirche—wohin ? Wider den Verrat am Konzil, München-
309. Sobre la situación de la Iglesia en América latina, véase W. Bühlmann, Zürich, 1986, pp. 433-447. De hecho, se procuró dar la impresión —errónea— de
Weltkirche. Neue Dimensionen. Modell für das Jahr 2001, Graz-Wien-Koln, 1985, que Boff se había presentado en Roma por propia iniciativa (pp. 440-441). Véase
pp. 22-38. también J.-P. Jossua, «Ein vernichteter Theologe: Jacques Pohier», en ibid., pp. 424-
310. Esta expresión le sirve a G. Büchner (Leonce y Lena, en OC, Madrid, 1992, 432. En 1978, la Congregación de la fe intimó al Maestro general de la orden de los
pp. 157-183) para ironizar sobre una vida que, como la de una marioneta, se mueve dominicos, mediante recurso al llamado «procedimiento extraordinario» —es decir,
exclusivamente por el juego de un mecanismo externo. sin las garantías jurídicas previstas por el concilio, que dan al encausado la posibilidad
311. L. Buñuel, Viridiana, 1961. La película quedó inmediatamente prohibida en de defensa— y sin citación ni audiencia previa, que en el plazo de un mes tenía que
España. Véase L.- A. Bawden (ed.), Film Lexikon, 4, Personen A-G, Hamburg, 1978, desdecirse de lo escrito en su libro Quandje dis Dieu, Paris, 1977. Al año siguiente,
pp. 858-860. 1979, la Congregación le comunicó que su proceso —¿qué proceso, si no se había
312. Fr. Nietzsche, Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres iniciado ninguno?— había concluido con resultado negativo, por su propia culpa; al
(1878), 1,3, Madrid, 1993, donde el autor describe con la mayor emoción la ruptura mismo tiempo se le comunicaba la prohibición de celebrar la misa y de predicar. Con
con los valores, antes sagrados, de la infancia. razón afirma Jossua (véase p. 430) que «la crítica de la religión por medio del psicoa-
313. Véase M. Boss, Psychoanalyse und Daseinsanalytik, München, 1980, pp. nálisis» es uno «de los elementos esenciales del contexto contemporáneo».
88-150. 325. Véase H. Küng, La Iglesia (Barcelona, 51984, pp. 525-565), donde el autor
314. Sobre la «simultaneidad» de una interpretación existencial y teológica de resume así su postura: «El ministerio de Pedro puede ser muy bien la roca que dé
los textos religiosos, véase S. Kierkegaard, Der Augenblick, XIV, en GW, Düsseldorf- unidad y cohesión a la Iglesia; pero no debe ser, en absoluto, el criterio para determi-
Kóln, 1959, pp. 297-302; Id., Philosophische Brosamen und unwissenscbaftliche nar dónde está la Iglesia». Véase Id., Esctructuras de la Iglesia (Santiago de Chile,
Nachschrift (1846), München, 1976, pp. 510-529: la simultaneidad de los momentos 1962, pp. 225-248 y 333-365) donde Küng trata de demostrar que la infalibilidad del
concretos de la subjetividad en la subjetividad de la existencia; el pensador subjetivo. papa es un caso particular de la infalibilidad de toda la Iglesia y del Colegio episcopal;
de paso, advierte que toda verdad cuya definición ha causado cierta polémica está
3. Relaciones en el anonimato: la función como contacto especialmente cerca del error.
Sobre lo que personalmente se puede esperar del papa, véase N. Greinacher, «Sie
315. Véase E. Drewermann, KC, pp. 46-64. messen mit zweierlei MaíS», en T. Seiterich (ed.), Beten alleingenügt nicht. Briefean
316. Ésa es la teoría de S. Freud,Tótemy tabú (1912), en OC V, pp. 1773-1780; den Papst (Reinbek, 1987, pp. 147-155), donde el autor pide al papa especialmente
la teoría debería ser exacta, al menos desde el punto de vista psicológico. un reconocimiento de la Teología de la liberación.
317. Véase H. Brunner, Abrifi der mitteldgyptischen Grammatik. Zum Gebrauch 326. Sobre la pertenencia a la Iglesia como «necesaria para la salvación», véase J.
in akademischen Vorlesungen, Graz 1967, § 69, p. 95; A. Gardiner, Egyptian Grammar, Brinktrine, Die Lehre von der Kirche, Paderborn, 1963, pp. 70-72. Véase especial-
Beingan Introduction to the Study ofHieroglyphs, Oxford, 31957, § 456,1, p. 377; mente la encíclica del papa Pío IX Quanto conficiamur moerore, del año 1863, en DS,
documentos de la antigüedad egipcia, 151,2; 484, 8. n.° 1677, p. 571.
318. Véase la interpretación de R. Bilz, «Biologische Radikale», en Id., Pa- Sobre Vincente de Lérins, véase J. Brinktrine, Einleitung in die Dogmatik, Pa-
laoanthropologie. Der neue Mensch in der Sicht einer Verhaltensforschung I, Frankfurt derborn, 1953, p. 53.
a. M., 1971, p. 119. Véase E. Drewermann, SB II, pp. 223-226. 327. Véase «National Catholic Repórter. Der Bann über die Geburtenkontrolle
319. Véase E. Drewermann, SB II, pp. 226-228. Véase también R. Bilz, — Ein erneuter Rückblick: die Aushóhlung der Autoritat geht weiter», en N. Grei-
Paláoanthropologie, pp. 488-495. nacher y H. Küng (eds.), Katholische Kirche — wohin?, pp. 325-333. Las cifras pre-
sentadas están tomadas de un artículo de U. Arens, «Ist die Kirche noch zu retten?»:
718 Notas
Notas 719
Quick, 21.12.1988, n.° 52, pp. 6-11. En 1987 el total de los que habían abandonado
la Iglesia era 81598. Véase también R. B. Kaiser («Die Kontrolle Roms uber die 338. Véase G. W. Leibmz, La monadología (1714), Madrid, 1986. Sobre este
Geburtenkontrolle», tbtd., pp. 307-324) para quien la razón decisiva de que la curia problema, véase K. Vorlander, «Philosophíe der Neuzeit», en Geschtchte der Phtlo-
romana siga manteniendo esa postura es la afirmación de su autoridad. Pero, precisa- sophte IV, Hamburg, 1966, pp. 76-79.
mente, es así como se destruye toda autoridad en cualquier grupo. Véase G. C. Homans, 339. Sobre la cuestión de la fidelidad, véase E. Drewermann, PM II, pp. 77-111,
Theoriedersoztalen Gruppe, Koln-Opladen, 1960, pp. 386-407. especialmente pp. 79 ss.
328. Sobre las circunstancias en que se produjo la declaración de la infalibilidad 340. Sobre el temor al compromiso, véase tbtd., p. 77.
pontificia y las objeciones que se le hicieron, véase H. Jedin, Kleme Konziltengeschtchte. 341. Sobre la tipología esquizoide, véase F. Riemann, Grundformen der Angst.
Die 20 okumemschen Konztlten tm Rahmen der Kirchengeschtchte, Freiburg i. Br., Eme ttefenpsychologtsche Studte uber dte Angste des Menschen und thre Uberwtndung,
1961, pp. 120-124. Munchen, 1961, pp. 20-45; E. Drewermann, PM I, pp. 128-162.
329. Véase K. Rahner, «Doctrina conciliar de la Iglesia y realidad futura de la 342. T. Williams, La gata sobre el tejado de zinc, Madrid, 1960.
vida cristiana», en ET VI, Madrid, 1969, pp. 469-496; Rahner prevé que, en el futu- 343. Para un comentario a este pasaje, véase R. Bultmann, Das Evangeltum des
ro, no será posible «tomar decisiones sólo desde arriba, al modo de una sabiduría Johannes, Góttingen, "1962, pp. 236-238.
patriarcal y paternalista». Pero, como se puede comprobar fácilmente, es, de hecho, 344. Ibid.,pp. 80-81.
perfectamente posible. 345. T. Williams, La gata sobre el tejado de zinc, p. 77.
330. VéaseA. Camus(E/raííodeSí'sí/b,enOCII,México, 3 1968,p. 184),donde 346. F. Hebbel, Dte Ntbelungen. Etn deutsches Trauerspiel tn dret Abteüungen
el novelista recuerda el caso de la actriz Adnenne Lecouvreur (1692-1730), amiga de (1862), Frankfurt a. M.-Berlm, 1966.
Voltaire, que, en su lecho de muerte, quiso confesarse y recibir la comunión, pero, al 347. Para una opinión contraria, véase D. Stollberg, Therapeutische Seelsorge.
resistirse a renegar de su profesión de actriz, le fueron denegados los sacramentos. Die amenkanische Seelsorgebewegung. Darstellung undKrttik. Mtt etner Dokumen-
331. Para un comentario a este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangeltum nach tatton, München, 1969, pp. 146-158: «La Iglesia practica la pastoral porque cree que
Matthaus, pp. 281-282. los sufrimientos de esta vida no son más que una etapa de tránsito. Ella se ofrece
332. Véase tbtd., pp. 242-244. como compañera para la victoria final, sobre la base de unas expectativas comunes»
333. Sobre el concepto de «personalidad transida de mana», véase C. G. Jung, (p. 156).
Uber dte Energettk der Seele, en Werke VIII, Olten-Freiburg i. Br., 1967, pp. 1-73, 348. Véase V. van Gogh, Bnefe an semen Bruder I, Frankfurt a. M. 1988, p. 444:
especialmente pp. 70 ss.; Id., Dte Struktur der Seele, enlbtd., pp. 161-183, especial- «Comprende que, para mí, ese Dios de los curas está muerto y más que muerto. Pero,
mente pp. 180 ss.; Id., Dte Beztehungen zwtschen dem Ich unddem Unbewufiten, en ¿acaso soy un ateo? Los curas creen que lo soy. ¡Allá ellos! Pero, mira, yo estoy
Werke VII, Olten-Freiburg i. Br., 1964, pp. 131-264, especialmente pp. 249-264. enamorado; y ¿cómo podría yo sentir amor, si no estuviera vivo, y los demás tampo-
334. Véase K. Kerényi, Der gottltche Arzt. Studten uber Askleptos und setne co? Pues, si estamos vivos, eso es algo maravilloso. Llámalo a eso Dios, o naturaleza
Kultstatten, Darmstadt, 1956; A. Maeder, «Der mythische Heilbnnger und Arzt», en humana, o lo que quieras. El caso es que hay algo que yo no puedo definir; algo que,
Der Psychotherapeut ais Partner, Zunch, 1957, pp. 19-28. aunque extraordinariamente vivo y real, me parece como una norma. Pues, fíjate, eso
335. En este sentido, K. Rahner («La exigencia de Dios en cada uno de noso- es mi Dios, o algo parecido a mi Dios». La cita está tomada de una película sobre van
tros», en ET VI, Madrid, 1969, pp. 511-527) hizo un intento extraordinariamente Gogh dirigida por F. Baumer.
importante, aunque sólo se quedó en el planteamiento de la cuestión. Rahner dice 349. A. de Saint-Exupéry, El prtnctptto (1943), en OC, Buenos Aires-Barcelona-
que hay una llamada de Dios irreductible e individual, que no se puede concebir México, 1967, p. 540. Véase E. Drewermann y I. Neuhaus, Das Eigentltche ist
como la mera suma o el punto de intersección de los principios materiales genéricos unstchtbar (DE), pp. 29-30.
de la ética y de la moral cristiana, sino que ahí late realmente una llamada «a realizar 350. A. de Saint-Exupéry, El prtnctptto, p. 542.
un acto salvífico de carácter individual y de alcance social, que es, en sí mismo,
estrictamente obligatorio». Se percibe la buena voluntad de Rahner en esta defensa de
la imprescindible autonomía del individuo en la Iglesia. Pero se podría comparar este
alegato de Rahner con la cuestión que se plantea S. Kierkegaard en Temor y temblor B) CONDICIONES DE LA ELECCIÓN:
(Madrid, 1975, pp. 121-139) y que Rahner parece desconocer tanto en el plano
PSICOLOGÍA DINÁMICA DE LOS «CONSEJOS EVANGÉLICOS
existencial como en el teológico, a saber: ¿se da una suspensión de lo ético?; ¿hay un
deber absoluto con respecto a Dios? Se comprende así no sólo la distancia entre la
1. TRASFONDOPSICOGENÉTICO
teología católica y la doctrina protestante de la gracia, centrada principalmente en la
experiencia, sino también la exigua cabida que, incluso en la actualidad, la teología
I. EXIGENCIA RIGUROSA Y EXCESO DE RESPONSABILIDAD
católica deja al elemento «profético», aun en sus más cualificados representantes.
Véase E. Drewermann, PM I, pp. 79-104.
1. Véase E. Drewermann, TE II, pp. 436-467
336. Sobre este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangeltum nach Matthaus, p.
282. II. REPARACIÓN DE LA REALIDAD DE LA EXISTENCIA:
337. Véase la encíclica del papa Pío XII Mysttct corports, del 29 de junio de ORIGFN INFANTIL DE LA IDEOLOGÍA CLERICAL DEL SACRIFICIO
1943: AAS 35 (1943), pp. 193-248.
2. Véase S. Freud, Tótem y tabú, en OC V, pp. 1773-1794.
720 Notas
Notas 721
3. Ibid.,pp. 1794-1810.
21. Th. Reik, Dogma und Zwangstdee. Eme psychoanalytische Studie zur
4. Sobre el tema, véase E. Drewermann, ME I, pp. 61-80.
Entwicklung der Religión (1927), Berlin-Koln-Mainz, 1973, pp. 25-43: sobre el ori-
5. Ésa es la opinión de B. Malmowski, La sexualité et la répression dans les
gen del dogma de las dos naturalezas de Cristo.
soctétés primttwes, París, 1980.
22. Véase E. Drewermann, «Religionsgeschichtliche und tiefenpsychologische
6. Véase E. Bornemann, DasPatriachat. UrsprungundZukunft unseres Gesell-
Bemerkungen zur Tnnitatslehre», en W. Breumng (ed.), Trtnttat. Aktuelle Perspektwen
schaftssystems, Frankfurt a. M., 1975,1979, pp. 511-543.
der Theologte, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1984, pp. 115-142.
7. Véase K. Abraham, Versuch etner Entwicklungsgeschichte der Libido auf
23. Véase E. Hornung, Der Eme und die Mielen. Agypttsche Gottesvorstellungen,
Grund der Psychoanalyse seelischer Storungen, en Gesammelte Schnften II, Frankfurt
Darmstadt, 1917, p. 214; J. Assmann, Agypten — Theologte und Frommtgkeit etner
a. M., 1982, pp. 32-102, especialmente pp. 32-45.
fruhen Hochkultur, Berlin-Koln-Mainz, 1984, pp. 19-21; 189-191: la Trinidad como
8. Véase E. Drewermann, ME I, pp. 45-80.
totalidad; H. Kees, Der Gotterglaube im Alten Agypten, Leipzig, 1956, pp. 155-171;
9. Ibtd. I, pp. 68-69. 344-355; C. G. Jung, Versuch einer psychologtschen Deutung des Trtnttatsdogmas
10. La doctrina del rescate desempeñó un papel fundamental en la teología (1942), en GW XI: ZurPsychologte westltcher und ostltcher Religión, Olten-Freiburg
cristiana del sacrificio. Véase J. Bnnktrine, Die Lehre von der Menschwerdung und í.Br., 1963, pp. 118-218, especialmente pp. 128-131.
Erlosung, Paderborn, 1959, pp. 210-211; E. Drewermann, ME, pp. 70-71.
24. H. Kees, Der Gotterglaube im Alten Agypten, Leipzig, 1956, pp. 256-257;
11. Para una fenomenología religiosa del sacrificio, véase G. van der Leeuw,
A. Erman, Die Religión derAgypter, Berlín-Leipzig, 1934, pp. 68-83.
Fenomenología de la religión (1933), México,21975, pp. 335-346 ; A. Bertholet, Der
25. H. Muhlen, Der Hetltge Geist ais Person, pp. V-VI. El autor dedica el libro
Stnn des kultischen Opfers, Berlín 1942. Sobre el arquetipo del sacrificio, véase C. G.
a su padre.
Jung, Das Wandlungssymbol tn derMesse (1924), en GW XI: ZurPsychologte westltcher
26. Véase L. Mader (trad.), Gnechische Sagen (Apollodoros, Parthemos, Anto-
und ostltcher Religión, Olten-Freiburg i. Br., 1963, pp. 219-323, especialmente pp.
nmus Liberalis, Hygtnus), Zünch-Stuttgart, 1963, pp. 8; 322; I, 24 (Apollodoros);
270-323.
165 (Hyginus).
12. Véase J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento I, Salamanca, 1974, pp.
27. Véase S. Freud, Tótem y tabú, en OC V, pp. 1810 ss.
149-170.
28. En las disputas sobre el «patnpasianismo» se trataba propiamente de la
13. Véase H. Zahrnt, Martin Luther. ReformatorwiderWillen, Munchen, 1986,
teoría de Sabeho, que defendía una interpretación «modalista» de la doctrina trinitaria.
pp. 111-122.
La herejía fue condenada a mediados del siglo v. Véase DS, n.° 284, p. 101.
14. Ibtd., pp. 84-88 (cita de memoria). Véase M. Luther, Auslegungdersteben
Buflpsalmen (1517), Munchen-Hamburg, 1964, pp. 9-101; en pp. 59-62 subraya la
III. VARIACIONES DE LA RESPONSABILIDAD: EL SÍNDROME DEL SALVADOR
idea de que «no podemos ofrecer a Dios un sacrificio agradable». Sobre la proyección
ecuménica de la teología del sacrificio, véase B. J. Hilberath y T. Schneider, «Sacrifi-
29. Según la formulación del CIC, can. 276 § 1, «los clérigos están particular-
cio», en P. Eicher (ed.), Diccionario de conceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp.
mente obligados a procurar la santidad, ya que, por la recepción del sacramento del
431-440.
Orden, quedan consagrados a Dios con un nuevo vínculo». Y según el can. 273, «es-
15. Véase M. Lutero, La libertad del cristiano, en Obras, Salamanca, 1977, pp.
tán especialmente obligados a respetar y obedecer al papa y a su respectivo obispo».
162-163. Véase también H. Kung, La Iglesia, Barcelona, 51984; Kung es, sin duda, el
30. Sobre el sacerdocio, véase la opnión del arzobispo de Paderborn J. J.
teólogo católico que sigue más de cerca el punto de vista de los reformadores. Sobre
Degenhardt, Gott braucht Menschen. Prtestertum, Paderborn, 1982: «Este don es [...]
estas bases, se podría llegar a un acuerdo interconfesional, si estuviera permitido.
al mismo tiempo [...] un mandato. El acto penitencial que se realiza durante la cele-
16. Véanse nuestras reflexiones en pp. 616-634. bración eucarística es una invitación a que los sacerdotes se reconozcan como peca-
17. Sobre la doctrina católica de la cooperación con la gracia de Dios, véase J. dores y siervos inútiles. La homilía, o sea, la proclamación de la palabra, es una
Bnnktrine, Die Lehre von der Gnade, Paderborn, 1957, pp. 151-165, según el cual, llamada a obedecer a la voluntad de Dios; y no a proclamarse a sí mismos sino a
«el adulto» (sirf) debe prepararse a" la justificación «por medio de una fe dogmática Jesucristo como el Señor crucificado y resucitado. Cuando los sacerdotes presentan
(sic1) o una fe profesada» y también «por otros actos». En este punto, el concilio de las ofrendas, deben expresar con ese gesto su total disposición a una entrega personal.
Trento adoptó una actitud decididamente «antirreformadora». Véase DS, n.° 822, p. Al hacer presente la manifestación del amor de Cristo, que por nosotros entregó su
379. vida en la cruz, también ellos deben emular ese amor de Cristo. Ellos mismos reciben
18. Sobre la relación entre la Trinidad «inmanente» y la Trinidad «económica», la comunión eucarística y la distribuyen a los demás, para asemejarse a Cristo, el
véase H. Múhlen, Der Heiltge Geist ais Person, Munster, 1963, pp. 169; 170-171; Señor».
249-258.
31. Sobre la doctrina del «carácter indeleble» que imprime el sacramento del
19. O. Pfister (Das Chrtstentum und die Angst, Olten, 1975, Frankfurt a. M.-
orden, véase J. Bnnktrine, Die Lehre von den hetltgen Sakramenten der katholischen
Berhn-Wien, 1985, p. 236), siguiendo a F. Heiler, Der Katholiztsmus, semeldee und
Kirche II, Paderborn, 1962, pp. 199-200. También esta doctrina se definió en el
seine Erschemung, 1923, p. 364. Pfister subraya con razón que, en la Iglesia católica,
concilio de Trento como dogma de fe, contra la teología de la Reforma. Véase DS, n.°
el sacerdote está como envuelto en un tabú que provoca miedo (p. 234).
964, p. 414. Véase ya Tomás de Aquino, Summa theologica, III, 63,5.
20. Véase S. Freud, Lo siniestro (1919), en OC VII, pp. 2,483-2.505, con la
32. Véase Tomás de Aquino, Summa theologtca, III63,5.
interpretación de E. T. A. Hoffmann, El hombre de la arena, Madrid, 1991.
33. Para un comentario a este pasaje, véase H. Schher, La carta a los Gálatas,
Salamanca, 1975, pp. 330-332.
722 Notas Notas 723

34. Cf. Jn 3,3-8. Sobre la necesidad de renacer del Espíritu, véase E. Dre- analyse, Leipzig-Wien-Zunch, 1942, pp. 128-132; véase E. Drewermann, ME II, pp.
wermann, DN, pp. 83-95. 599-623, especialmente pp. 611-620.
35. Véase E. Conze, «Das Mahayana», en E. Conze (ed.), Im Zetchen Buddhas, 41. O. Rank, Das Trauma der Geburt..., pp. 128 ss.; C. G. Jung, Das Wand-
Hamburg, 1957, pp. 107-178, especialmente pp. 158-159: entrega personal a Ava- lungssymbol tn derMesse (1924), en GW XI, Olten-Freiburg i. Br., 1963, pp. 293 ss.
lokiteshvara. Sobre la figura de Kwan Yin, véase E. Conze, Der Buddbtsmus — Wesen 42. Véase S. Freud, Bettrage zur Psychologie des Liebeslebens (1910), en GW
undEntwtcklung, Stuttgart, 1953, pp. 37; 174; E. Neumann,Diegrofie Mutter. Eme VIII, London, 1945, pp. 65-91, especialmente pp. 74-75. Véase O. Rank, DerMythus
Phanomenologte der wetbltchen Gestaltungen des Unbewufiten, Olten-Freiburg i. Br., von der Geburt des Helden. Versuch etner psychologtschen Mythendeutung, Leipzig-
1989, pp. 311-313. Wien, 1919, pp. 79-80, donde estudia «la saga paradigmática» del mencionado com-
36. Véase J. Bnnktnne, Dte Lehre von derMutter des Erlosers, Paderborn, 1959, plejo.
pp. 101-114, especialmente pp. 103 ss. 43. Sobre los temas de la «lucha con el dragón» y el «rescate de la doncella»,
37. En 1960 se declaró oficialmente como sententta certa esta proposición: véase U. Steffen, Drachenkampf. DerMythos vom Bosen, Stuttgart, 1984, pp. 163-
«María dio al mundo un Salvador, que es la fuente de la gracia; por eso, ella es media- 206: el cuento del hermano. Sobre el significado de ese tema en la mitología lunar,
dora de toda gracia». Como sententta pía et probabths se declaró la siguiente: «Desde véase E. Siecke, Drachenkampfe. Untersuchungen zur indogermanischen Sagenkunde,
la asunción de María al cielo, no se concede ninguna gracia que no se deba a su Leipzig, 1907, pp. 26-27.
específica intercesión». La doctrina recoge, por consiguiente, una medtatto Martae tn 44. Sobre los respectivos relatos en Mt 1-2 y Le 1-2, véase E. Drewermann, TE
unwersalt et tn spectalt. Sobre el origen de las leyendas mañanas y de su respectivo I, pp. 502-509, especialmente pp. 504-505; Id., DN, pp. 37-66.
culto, véase E. Meyer, Ursprung und Anfange des Chrtstentums I, Stuttgart-Berhn, 45. Véase E. Drewermann, DN, pp. 44-50, sobre el antiguo Egipto.
1921, pp. 65-70; 77-81: «En realidad, en la diosa María se reproduce plenamente la 46. En 1987, el arzobispo de Paderborn, J. J. Degenhadt escribía en su obra
figura de la antigua Madre de los dioses. Se puede incluso decir que, en ella, la reli- Martenfrommtgkett, pp. 29-34, especialmente pp. 31-32. «La pregunta es [...] qué
gión de Asia Menor llegó a conquistar el mundo. Todos los rasgos fundamentales de camino eligió Dios para hacerse hombre y salvarnos [...] Es absolutamente
María corresponden a los de la gran diosa venerada en Asia Menor. A la Virgen de incuestionable que Mateo y Lucas no presentan a José como el padre biológico de
Lourdes se le han aplicado las características especiales de la diosa de las montañas: Jesús, sino que quieren expresar el hecho de una concepción maravillosa, por obra
como ella, aparece en una gruta, rodeada de un frondoso arbolado y de flores que del Espíritu Santo [...] El hombre no tiene ningún derecho a poner límites a la acción
brotan por todas partes, en el corazón de un bosque de montaña, donde juguetea su divina ni a imponerle el modo de actuar; y mucho menos puede comparar esa actua-
hijo. También, como en los cultos paganos, los fieles cuelgan a sus pies multitud de ción con las leyes de la naturaleza, para aceptarla sólo en caso de que coincida con
exvotos que reproducen en cera los miembros que han sido curados; y por todas esas leyes o con nuestra propia experiencia. Buscar paralelismos en la historia de las
partes se leen inscripciones de acción de gracias por los favores concedidos» (p. 80). religiones es absolutamente inútil». J. J. Degenhardt obtuvo el doctorado en exégesis
Sólo si se llega a reconocer la imposibilidad de fundar el culto a la Virgen sobre los bíblica en los años sesenta, bajo la dirección de R. Schnackenburg.
datos de la Biblia, es decir, sólo si se acepta el carácter decididamente pagano de esas 47. Ya en 1969, K. G. Rey (Das Mutterbtld des Pnesters, Zunch-Koln-Einsiedeln,
manifestaciones de religiosidad, se puede captar el significado que tiene para la teo- 1969, pp. 109-110) aducía pruebas estadísticas sobre la escasez de experiencias rela-
logía fundamental, y para comprender en profundidad los símbolos de la fe cristiana, cionadas con el padre en la psicogénesis del clérigo. Con todo, habrá que interpretar
un estudio de los grandes arquetipos del inconsciente. Véase E. Drewermann, «Die esos datos y sacar las consecuencias pertinentes para la vida clerical.
Frage nach Mana im rehgionswissenschafthchen Honzont»: Zettschrift furMtssions- 48. A. J. Toynbee, Estudio de la historia I, Madrid, 1970, pp. 85-248. naci-
uitssenschaft undReltgtonswtssenschaft 66 (1982), pp. 96-117. Sobre el signi-ficado miento de las civilizaciones. El autor describe aquí el intercambio y la interacción
de la psicología profunda para una comprensión de la manología, véase C. G. Jung, entre desafío y respuesta, en el horizonte del justo medio, o de una áurea mediocrttas.
Respuesta a Job (1952), México, 1964, pp. 112-131: sobre el dogma de la asun-ción 49. Véase K. G. Rey, Prtesterberufe, p. 115. El padre, percibido como figura
de María al cielo. indiferente, o incluso negativa, en el plano religioso es la ocasión externa, mientras
38. Para la doctrina sobre los dolores de María, véase J. Bnnktnne, Dte Lehre que la madre, orientada hacia la religiosidad, es la condición interna de la elección del
von der Mutter des Erlosers, pp. 102-103. Típica de este enfoque es la monografía de modelo sacerdotal. «Eso quiere decir que el sacerdote percibe con frecuencia el sen-
J. J. Degenhardt, Martenfrommtgkett, Paderborn, 1987, pp. 16-20- María al pie de la tido de la vocación que le sirve de modelo, por una parte, en la actitud positiva de la
cruz. Por ninguna parte aparece la más mínima disposición a admitir que se trata de madre y, por otra, en la carencia de religiosidad por parte del padre». Sin embargo,
una imagen simbólica. hay que observar hasta qué punto la actitud de la madre —o de un padre de tipo
39. Véase E. Jones, «Die Empfangms der Jungfrau Mana durch das Ohr. Ein «maternal»— con respecto a la religión puede llegar a ser el medio decisivo para
Beitrag zu der Beziehung zwischen Kunst und Religión», en A. Mitscherhch, Zur resolver los miedos, los sentimientos de culpabilidad y los conflictos, de modo que la
Psychoanalyse der chrtstltchen Religión, Frankfurt a. M., 1970, pp. 37-128, especial- orientación de toda una vida esté determinada por la elección de una vocación
mente pp. 90-93. Sobre las relaciones entre represión sexual y manología, véase K. sacerdotal.
Deschner, Abermals krahte der Hahn. Eme Demaskierung des Chrtstentums von den
Evangelisten bis zu den Faschtsten, Hamburg, 1972, pp. 360-372; véase U. Ranke- IV. CAÍN Y ABEL: LA FUNCIÓN DE LOS HERMANOS
Heinemann, Eunucos por el remo de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Madrid,
1994, pp. 311-318. 50. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME I, pp. 311-321.
40. Véase O. Rank, Das Trauma der Geburt und setne Bedeutung fur dte Psycho- 51. Véase tbid., pp. 376-389.
724 Notas Notas 725
52. Sobre la «búsqueda de apoyos objetivos» por causa de la debilidad infantil, de la autora cita unas palabras del cardenal pronunciadas en 1986, en las que ratifica-
véase S. Freud, El porvenir de una ilusión (1927), en OC VIH, pp. 2961-2993. ba su postura sobre la preferencia que había que dar a la vida del niño sobre la de la
53. De ese modo, no es raro que, durante una terapia, el miedo, la búsqueda madre.
desesperada de apoyos y la decepción transformen en conflicto de poderes y en com- 67. Sobre la constitución del «super-yo» a partir del complejo de Edipo, véase
portamientos arbitrarios unas cuestiones tan simples como determinar la fecha de S. Freud, El «yo» y el «ello» (1923), en OC VII, pp. 2701-2729, especialmente pp.
una entrevista. En el fondo de la experiencia vivida están los padres —o sustitutos— 2710-2716.
que se suponen omnipotentes: si no pueden, es simplemente que no quieren. Incapaz 68. Véase K. Abraham, «Untersuchungen über die früheste pragenitale Entwick-
de hacer comprender a su paciente la realidad de ciertas exigencias, el terapeuta se ve lungsstufe der Libido», en Gesammelte Schriften II, Frankfurt a. M., 1982, pp. 3-31.
en la imposibilidad de hablarle directamente de sus deseos o de sus propias inclinacio- 69. Sobre la idea de retribución en la obra deuteronomística, véase G. von Rad,
nes; en consecuencia, muchas veces tendrá que presentarlas como necesidades. Ése es Teología del Antiguo Testamento I, Salamanca, 4 1978, pp. 177 ss.
el resultado paradójico de la transferencia. 70. Con C. G. Jung, Über die Psychologie des Unbewufiten (1943), en GW VII,
54. Sobre el aspecto negativo de la imagen materna en el clérigo, véase K. G. Olten-Freiburg i. Br., 1964, p. 58, se puede hablar de la sombra de la religiosidad del
Rey, Das Mutterbild des Priesters, pp. 66-67: «Ella tiene, por naturaleza, grandes clérigo.
complejos de inferioridad, que pretende disimular mediante una dedicación extrema
a sus hijos, para poderse afirmar ella misma».
2. Confrontación entre el mayor y el menor

1. La eterna historia de Caín y Abel: confrontación entre el bueno y el malo 71. Véase la nota 57.
72. Sobre la historia de José, particularmente en su estrato elohista, donde se
55. Véase E. Drewermann, SB I, pp. 111-148; II, pp. 247-249; III, pp. 263- acentúa el tema de los sueños, véase L. Ruppert, Die Josephserzáhlungen der Génesis,
299; 378-379. München, 1974, pp. 33-35; 62-67; 72-74; 77-78; 91-92; 228-229. En esta clase de
56. Véase G. Guareschi, Don Camilo, Buenos Aires, 1957. exégesis se manifiesta una teología o una ideología a favor o en contra del reino del
57. Sobre el problema particular del primogénito, en la historia de Caín y Abel, norte (Israel) o del reino del sur (Judá).
véase E. Drewermann, SB II, pp. 279-280. 73. Sobre este pasaje, véase G. von Rad, Das ersteBuch Afose, Góttingen, '1972,
58. Ibid.l,p. 143. pp. 317-322. E. Drewermann, PM II, pp. 38-76, especialmente p. 75.
59. L. Szondi, Schicksalsanalyse. Wahl in Liebe, Freundschaft, Beruf, Krankheit 74. Th. Mannjoseph undseine Brüder I, Frankfurt a. M.-Hamburg, 2 1971, pp.
undTod, Basel-Stuttgart, 3 1965, p. 276. 237-239; 321-324; 481.
60. L. Szondi, Tratado del diagnóstico experimental de los instintos, Madrid, 75. Sobre diversos paralelismos con este cuento, véase J. Bolte y G. Polivka,
1970. Anmerkungen zu den Kinder- und Hausmdrchen der Brüder Grimm I, Leipzig, 1913,
61. Sobre la figura de Moisés, véase E. Drewermann, TE II, pp. 379-392. pp. 227-234. Véase el cuento Los seis cisnes.
62. Sobre la visión de Pablo camino de Damasco, véase D. Hildebrandt, Saulus. 76. Sobre el mito griego de las Pléyades, Orion y las siete palomas, véase W.
Ein Doppelleben, Olten, 1989, pp. 66-78, aunque el autor no se fija en el aspecto de Schadewalt, Die Sternsagen der Griechen, Frankfurt a. M., 1956, p. 26. Hay que
tensión psíquica que encierra la experiencia. notar, con todo, que entre la caza de las jóvenes fugitivas y la liberación de los herma-
63. L. Szondi, Tratado del diagnóstico experimental de los instintos. nos hay considerables diferencias.
64. Sobre el problema del aborto, véase P. de Rosa, Gottes erste Diener, München, 77. Sobre la simbología de los pájaros, véase S. Freud, Un recuerdo infantil de
1989, pp. 448-479. «La mujer es la única que puede decir si su decisión de tener o no Leonardo da Vinci (1910), en OC V, pp. 1.577-1.620, especialmente pp. 1.588 ss.
tener el hijo está motivada por el egoísmo o por el amor de Dios manifestado en Véase también E. Drewermann y I. Neuhaus, Der goldene Vogel, Olten-Freiburg i.
Cristo [...] ¿No podría ser que el principal problema estuviera, no en los seglares, Br., 6 1988,pp. 36-39.
sino en los clérigos, que son los que dictan las normas para los seglares?» (pp. 478-
479). Véase igualmente K. Deschner, Das Kreuz mit der Kirche, pp. 307-320 (trad.
española Historia sexual del cristianismo, Zaragoza, 1993); a base de estadísticas, el 3. Confrontación entre el sano y el enclenque
autor trata de demostrar la ineficacia de las disposiciones legales promulgadas en
determinados países, y al mismo tiempo, la corresponsabilidad de la Iglesia y de sus 78. Sobre los beneficios de la enfermedad, véase S. Freud, Lecciones introductorias
normas morales en los peligros que deben afrontar las mujeres que, en su desespera- al psicoanálisis (1917), en OC VI, pp. 2.293-2.301.
ción, acuden a la primera «creadora de ángeles» que encuentran. Véase también U. 79. Sobre los aspectos de una imagen materna idealizada, es decir, positiva,
Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos, pp. 297-311; la autora pone véase K. G. Rey, Das Mutterbild des Priesters, pp. 56-66: «Una verdadera madre se
especialmente de relieve la primacía que atribuye la Iglesia a la vida del niño sobre la plantea como objetivo de su vida un desprendimiento total, que no busca su propio
de la madre. bien, sino el de sus hijos [...] Nunca se arredra ante el sacrificio [...] Una madre es
65. Sobre el aspecto frecuentemente trágico del aborto, véase E. Drewermann, fuerte hasta la muerte [...] La madre tiene que estar repartiendo amor indefinidamen-
PM I, pp. 40-45. te» (p. 57). Como Cristo y como la Virgen, también el sacerdote deberá hacer lo
66. U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos, pp. 274-275, don- mismo, por la fuerza de su ideal.
726 Notas Notas 727
4. Confrontación entre el guapo y el feo
Monographte zur Geschtchte der Grundlegung der katholtschen Ktrche (1923),
Darmstadt, 1985, pp. 106-143.
80 C. M. Wieland, Dte Abdenten. Eme sehr wahrschetnliche Geschtchte von
93. Véase J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento I, pp. 140-170; véase
Herrn Hofrath Wieland (1774), en Werke 1,4-6, Berlin-Weimar, 1984, pp. 23-29. igualmente O. Pfister, Das Chrtstentum unddteAngst (1944), Olten, 1975 pp 144-
81. Sobre la psicosomática de la obesidad, véase O. W Schonecke, «Ver- 181.
haltenstheoretisch orientierte Therapieformen ín der psychosomatischen Medizín»,
94. Véase H. Muhlen, Der Hetlige Getst ais Person, Munster, 1963, pp. 113-
en Th. von Uexkull, Lehrbuch der psychosomattschen Medtzin, Munchen-Wien- 115.
Baltimore, 2 1981, pp. 389-407, especialmente pp. 395-397 95. Ibtd., pp. 145-151.
82. P. Haining, Brigitte Bardot. Dte Geschtchte etner Legende, Herford, 1984,
p. 78.
83. Estos contrastes pertenecen a los temas clásicos del cuento y del mito; véase 2. LIMITACIONES DE LOS ESTADOS ESPECÍFICOS
E. Drewermann y I. Neuhaus, Frau Hollé. Grtmms Marchen ttefenpsychologtsch ge-
deutet, en GMIII, pp. 25-26; 30-32. 1. Para un comentario de Gal 1,15, veas H. Schher, La carta a los Gálatas,
84. Véase Stendhal, La cartuja de Parma. Fabnzio del Dongo, por consejo de su Salamanca, 1975, pp. 66-68.
tía Gina, de la que está perdidamente enamorado, decide hacerse sacerdote, con la 2. Véase K. G. Rey, Das Mutterbtld des Prtesters. Zur Psychologte des Prie-
esperanza de llegar a obispo y obtener así el poder y el respeto de los demás. Pero da sterberufes, Zunch-Koln-Einsiedeln, 1969, pp. 138-140.
con sus huesos en la cárcel, donde se enamora de Celia Conti, hija del carcelero 3. La película de Ingmar Bergman Fresas salvajes describe, como ejemplo vá-
Celia, que tiene que guardar en secreto sus amoríos con Fabnzio, se ve obligada a lido, la experiencia de un viejo profesor que, aunque demasiado tarde, tiene que
aceptar un matrimonio que, por otra parte, se presenta inevitable. Entonces promete reconocer que toda su vida ha vivido al margen de sí mismo; en realidad, nunca ha
a la Virgen que no verá a su amante más que de noche Fabnzio, por su parte, conver- amado verdaderamente.
tido ya en obispo, cuando predica lo hace con la esperanza de volver a ver a Celia. 4. Sobre la noción de dialéctica en Kierkegaard, véase L. Richter, Glossar, en
Se trata de uno de los ejemplos más célebres de la literatura universal sobre los S. Kierkegaard, Phtlosophtsche Brocken oderEtn btfichen Phtlosophte von Johannes
caminos tortuosos del amor prohibido vivido por un clérigo, y sobre la dureza y Cltmacus, en Werke V, Hamburg, 1964, pp. 127-152, especialmente pp. 132-133.
sequedad de corazón del propio clérigo, así como su obsesión por el poder. Mientras
que la acción de la novela se desarrolla en el siglo xix, los personajes actúan y sienten I. FUNCIONAUZACIÓN DE UN EXTREMO:
como si vivieran en pleno Renacimiento italiano. En realidad, a Stendhal su propia EL VERDADERO PROBLEMA DE LOS «CONSEJOS EVANGÉLICOS»
época le pareció demasiado degenerada como para que pudieran surgir grandes pa-
siones. 5. Para un comentario a este capítulo del evangelio según Marcos, véase E.
85. Sobre este pasaje, véase A Weiser, Dte Psalmen I, Gottingen, 1950, pp Drewermann,ME II, pp. 86-104; 104-114; 115-128.
242-247. 6. Véase J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid, 1977, pp. 260-
281.
5. El factor religioso 7. Sobre las reglas vigentes en la comunidad de Qumrán, véase tbtd., pp. 315
ss. Ver, asimismo, F. García Martínez, Textos de Qumrán, Madrid, 4 1993.
86. Véase K. G. Rey, Das Mutterbild des Prtesters. En general, parece razonable 8. La obra original de Celso, La palabra verdadera, se ha perdido; la conoce-
decir, como lo hace el autor (p. 110), que «una actitud religiosa negativa por parte de mos exclusivamente por los largos fragmentos que cita Orígenes en su Contra Celso.
la madre hace inverosílmil una vocación sacerdotal [del hijo]». Pero, aun en el caso de Véase la introducción de P. Koetschau a su edición de esta obra de Orígenes, en Id.,
una actitud positiva, el esquema no es el de una simple imitación del modelo; también Des Orígenes acht Buchergegen Celsus II, Kempten-Munchen, 1926, pp. VII-XVI.
es posible lo contrario, o sea, que la orientación religiosa del niño proceda de sus 9. Véase Orígenes, Contra Celso III, 44-59, Madrid, 1967, pp. 210-223.
propias aspiraciones y de determinados hechos relativos a una estrategia de supervi- 10. Sobre el remado de Decto, véase Eusebio de Cesárea, Historia ¿'eclesiástica,
vencia. libro VI, caps. 39-46; libro VII, cap. 1; sobre el reinado de Dtoclectano, véase tbtd.,
87. S. Freud, Una experiencia religiosa (1928), en OC VIII, pp. 3001-3003. libro VII, cap. 30 y libro VIII, cap. 13. K. Deschner (Abermals krahte derHahn. Eme
88. Véase E. Drewermann, TE II, pp. 473-485. Demaskterung des Chrtstentums, von den Evangeltsten bis zu den Faschtsten, Hamburg,
89. Sobre la noción de marca en la terapia de la conducta, véase K. Immelmann 1972, pp. 329-332) describe los primeros movimientos monásticos como una «refor-
y C. Meves, «Pragung ais fruhkindhches Lernen», en K. Immelmann (ed.), Ver- ma frustrada».
haltensforschung, Zunch, 1974, pp. 337-353. 11. Véase E. Brunner-Traut, Dte Kopten. Leben und Lehre der fruhen Chrtsten
90. Véase G. E Lessing, Dte Erztehung des Menschengeschlechtes (1780), en inAgypten, Koln, 1982, pp. 22-47.
Werke II, Wiesbaden, pp. 975-997. 12. Véase L. Holtz, Geschtchte des chnstltchen Ordenslebens, Zunch-Koln, 1986,
91. Fr. Schleiermacher, Sobre la religión. Discursos a sus menospreciadores cul- pp. 52-58; 65-73. Véase también Atanasio, Leben des hetltgen Pachomius, en H. Mertel,
tivados (1799), Madrid, 1990, pp. 130-133 Des hetltgen Athanastus ausgewahlte Schrtften II, Munchen, 1917, pp. 778-900.
92. Véase A. von Harnack, Marcion. Das Evangelmm vom fremden Gott. Eme 13. Para un comentario de Mt 4,1-11, véase E. Schweizer, Das Evangelmm
728 Notas Notas 729
nach Mattháus, Góttingen, 1986, pp. 30-36; sobre Le 4,1-13, véase H. Schürmann, 273; en su exposición de la moral de la Iglesia durante los siglos xix y xx, la autora
Das Lukasevangelium I, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 31984, pp. 204-220. prescinde completamente del contexto económico y social.
14. Sobre la «caída» o el «vuelo» en los sueños, véase P. Federn, «Uber zwei 31. Véase A. R. L. Gurland, «Wirtschaft und Gesellschaft im Übergang zum
typische Traumsensationen», en S. Freud (ed.),Jahrbuch de Psychoanalyse VI, Leipzig- Zeitalter der Industrie», en G. Mann (ed.), Propylden Weltgeschichte (1960-1964)
Wien, 1914, pp. 89-134. VIII, Frankfurta. M.-Berlin, 1987, pp. 279-336; N. Mitsch, «Industrialisierungund
15. Véase H. Schultz-Hencke, DergehemmteMensch. Entwurfeines Lehrbuches sozialer Wandel», en N. Zwólfer (ed.), Telekolleg II, Geschichte I, München, 1981,
derNeo-Psychoanalyse (21947), Stuttgart, 1965, pp. 39-42. pp. 67-85.
16. Sobre el monacato budista, véase H. Oldenberg, Buddha. Sein Leben, seine 32. Véase G. R. Taylor, Kulturgeschichte der Sexualitat, Frankfurt a. M., 1977,
Lehre, seine Gemeinde (1881), München, 1961, pp. 298-299: el monje como el esca- pp. 71-73: E. Drewermann, KC, pp. 242-246.
lón más alto de la perfección. Véase L. Boff, Zeugen Gottes in der Welt. Ordensleben 33. Véase R. M. Rilke, El libro de horas, Libro primero: «El libro de la vida
heute, Zürich-Kóln, 1985, pp. 25-28; en p. 26 califica la vida religiosa como «fe- monástica» (1899), en Obras, Barcelona, 1967, pp. 323-395.
nómeno universal en todas las religiones». 34. Esa es la sugestiva tesis histórico-cultural que defiende H. Müller-Karpe,
17. Sobre este pasaje, véase R. Schnackenburg, El evangelio según san Juan III, Geschichte der Steinzeit, München, 1976, p. 276. Véase también H. Kühn, DerAufstieg
Barcelona, 1980, pp. 208-209. der Menschheit, Frankfurt a. M.-Hamburg, 1955, pp. 60-65.
18. Especialmente la renuncia al matrimonio, constitutiva del monacato tanto 35. Véase J. A. Wilson, «Agypten», en G. Mann (ed.), Propylden Weltgeschichte
budista como cristiano, está en contradicción lógica con las formas primitivas de la I, pp. 323-521; W. von Soden, «Sumer, Babylon und Hethiter bis zur Mitte des 2.
esperanza mesiánica del judaismo. Incluso en Qumrán parece que hubo formas de Jahrhunderts vor Christus», en G. Mann (ed.), ibid. I, pp. 523-609.
comunidad matrimonial. Véase J. M. Allegro, Die Botschaft vom Toten Meer, Frankfurt 36. Véase W. Durant, Kulturgeschichte der Menschheit I: Der Alte Orient und
a. M., 1957, pp. 89; 140; 143; 156. Indien, Frankfurt a. M.-Berlin, 1981, pp. 49-92: los fundamentos morales y espiri-
19. Véase E. Drewermann, TE II, pp. 447-452; 467-472. tuales de la cultura (matrimonio, moral social y sexual, religión, lengua, escritura,
20. Sobre la «esperanza del desierto» en los profetas, véase G. von Rad, Teolo- ciencia, arte).
gía del Antiguo Testamento, Salamanca, 4 1978,1, pp. 381-436; II, pp. 163-409. 37. A. Toynbee, Menschheit undMutter Erde. Die Geschichte dergro/Sen Zivili-
21. E. Hornung, Tal der Kónige. Die Ruhestátten der Pharaonen, Zürich-Mün- sationen, Dusseldorf, 1979, pp. 44-54, especialmente pp. 46-47.
chen, 1982, pp. 9 ss. 38. Véase H. Kühn, DerAufstieg der Menschheit, Frankfurt a. M.-Hamburg,
22. Véase ibid., pp. 78; 92. 1955, pp. 60-65; H. Müller-Karpe, Das vorgeschichtliche Europa (1968), Baden-
23. La palabra con que los egipcios designaban la tumba significa exactamente: Baden, 1979, pp. 45-77.
«sitio de resurrección», es decir, «donde las momias están de pie». Véase E. Dre- 39. Véase P. Laviosa-Zambotti, Ursprung undAusbreitung der Kultur, Baden-
wermann, BS, p. 80. Baden, 1950, pp. 215-216.
24. Véase Ibid., pp. 119-154. 40. Véase E. Neumann, Die grofie Mutter. Eine Phdnomenologie der weiblichen
25. E. Brunner-Traut, Die Kopten. Leben und Lehre der frühen Christen in Gestaltungen des Unbewufiten, Zürich, 1956, Olten-Freiburg i. Br., 91989, pp. 255-
Agypten, Kóln, 1982, pp. 11-12; 14-21, donde el autor hace referencia a la irritación 266.
que sentían los egipcios por la «supercultura, la superconciencia y la supersensibilidad» 41. Ibid., pp. 123-146.
de Alejandría (p. 14). 42. Sobre el mito, véase A. Gehlen, Urmensch und Spdtkultur. Philosophische
26. E. Drewermann, BS, pp. 151-154. Ergebnisse undAussagen, Frankfurt a. M.-Bonn, 21964, pp. 217-228.
27. Véase especialmente U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cie- 43. Véase H. Zimmer, Philosophie und Religión Indiens, Frankfurt a. M., 1976,
los. Iglesia católica y sexualidad, Madrid, 1994, pp. 111-127, sobre el miedo que los pp. 51-55.
célibes tienen a la mujer; G. Denzler, Die verbotene Lust. 2000 Jahre christliche 44. K. Jaspers, Origen y meta de la historia, Madrid, 3 1965, pp. 51-71.
Sexualmoral, München-Zürich, 1988, pp. 235-330: la sexualidad de la mujer; K. 45. Véase H. Zimmer, Philosophie und Religión Indiens, pp. 17-28.
Deschner, Das Kreuz mit derKirche, pp. 154-211 (trad. española: Historia sexual del 46. E. Waldschmidt, Die Legende vom Leben des Buddha, Graz 1982, pp. 85-
cristianismo, Zaragoza, 1993): la hostilidad del clero hacia el sexo. Desde el punto de 94.
vista histórico, véase también G. Denzler, «Priesterehe und Priesterzolibat in 47. Véase H. Oldenberg, Buddha. Sein Leben, seine Lehre, seine Gemeinde (1881),
historischer Sicht», en F. Heinrich (ed.), Existenzprobleme der Priester, München, München, 1961, pp. 120-127. La doctrina sobre la vía media se acepta también por
1969, pp. 13-52. los hindúes; véase S. Nikhilananda, DerHinduismus. Seine Bedeutung für die Befreiung
28. Véase, por ejemplo, F. X. Kaufmann y J. B. Metz, Zukunftsfdhigkeit. des Geistes, Frankfurt a. M., 1960, p. 84.
Suchbewegungen im Christentum, Freiburg i. Br., 1987, pp. 86-90, donde se espera 48. Véase K. E. Neumann (trad.), Also sprach der Erhabene. Eine Auswahl aus
que la Iglesia se comprometa en el campo social con realizaciones que constituyan den Reden Gautama Buddhas, Zürich, 1956,1986, pp. 3-23: el pilar de la intuición.
«una ayuda [...] ejemplar» y, al mismo tiempo, sean signo de credibilidad, como 49. Ibid.,pp. 95-98; 166-168.
hospitales, residencias, etc. 50. Véase K. Mylius (trad.), Gautama Buddha. Die vier edlen Wahrheiten. Texte
29. Sobre la opresión de la mujer, véase K. Deschner, Das Kreuz mit derKirche, des urspriinglichen Buddhismus, München, 1983,1985, pp. 203-206. N. Kazantzakis
pp. 230-246. (Alexis Zorba, el griego, Madrid-Buenos Aires, 1985), en la historia de Buddha y el
30. Véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos, pp. 261- pastor, describe soberbiamente la oposición entre sabiduría y compromiso, saber y
730 Notas Notas 731
actuar, conocer y vivir, espíritu y sentimiento, conciencia y mundo, vacío y conquis- 58. Véase R. Schneider, Innozenz derDntte (1931), Munchen, 1963, pp. 103-
ta. Es importante observar, a este propósito, que la vida monástica no es simplemente 109, que escribe pertinentemente: «Si Cristo no vuelve con las señales del sufrimien-
una realidad antropológica, como piensa L. Boff, Testigos de Dtos en el corazón del to y de la renuncia, la Iglesia se convertirá en un Estado» (p. 108). Véase también H.-
mundo, Madrid, 3 1985: «Todo hombre es un ser abierto a la totalidad de lo real». Al Ch. Lea, Gescbtchte der Inqutsttion tm Mittelalter (1887), Nordlingen, 1985, pp.
contrario, el monacato es, en cierto sentido, la reacción a la experiencia de una 389-473: sobre el desarrollo de la orden franciscana; J. Le Goff, La baja Edad Media.
profunda ruptura entre el hombre y el mundo; por consiguiente, participa de una 59. Para un comentario de este pasaje, véase R. Schnackenburg, El evangelio
unilaterahdad que, en sí misma, no hace más que agudizar el problema, en lugar de según san Juan III, Barcelona, 1980, pp. 307-308. Véase también E. Drewermann,
resolverlo. ME II, pp. 588-589.
Sobre la doctrina budista del vacío de todas las cosas, véase E. Conze, Der 60. Sobre el papel de los dominicos como inquisidores, véase H.-Ch. Lea, Ge-
Buddhismus. Wesen undEntwicklung, Stuttgart, 1953, pp. 123-127. scbtchte der Inqutsttion tm Mtttelalter, p. 132: «En 1235, cuando tomó cuerpo la idea
51. Véase W. Foerster, Die Gnosis I, Zunch-Munchen, 1979, pp. 7-37; E. de establecer la Inquisición en toda Europa, Gregorio nombró inquisidor al provin-
Pagels, Versuchung durcb Erkenntnts. Die gnosttschen Evangelten, Frankfurt a. M., cial de los dominicos de Roma». Sobre el movimiento de las órdenes mendicantes y el
1987, pp. 176-201. papel de los dominicos en la Inquisición, véase J. Le Goff, La baja Edad Media. Véase
52. F. C. Burkitt, «Die Auffassung von dem Bosen Prinzip ím manichaischen también V. J. Koudelka (ed.), Domtnikus. Gotteserfahrung und Weg tn die Welt,
System und von seiner Übereinstimmung mit dem Christentum» (1925), en G. Wi- München-Zünch, 1989, pp. 169-176.
dengren (ed.), DerMamchaismus, Darmstadt, 1977, pp. 31-36. 61. J. Le Goff, La baja Edad Media; H.-Ch. Lea, Gescbtchte der Inqutsttion tm
53. Véase G. Rottenwohrer, DerKathansmus, Bad Honnef, 1982. Mtttelalter, pp. 473-506. Sobre Bonifacio VIII, véase P. De Rosa, Gottes erste Dtener,
54. Véase P. Alfanc, «Die geistige Entwicklung des heiligen Augustmus. Vom Munchen, 1989, pp. 95-105.
Mamchaismus zum Neuplatonismus» (1918), en G. Widengren (ed.), Der Mant- 62. Sobre la oposición de los canónigos regulares a la reforma eclesiástica de
cbatsmus, pp. 331-361; P. Brown, Der heihge Augustmus. Lehrer der Kirche und Cluny, véase J. Dhondt, La alta Edad Media. Por otro lado, según el autor de De vita
Erneuerer der Geistesgeschichte, Frankfurt a. M., 1973, pp. 39-51. Sobre el pensa- veré apostólica, de principios del siglo xu, «La Iglesia empezó con la vida monástica»,
miento de san Agustín, véase también G. Maurach, Gescbtchte der romtschen Phi- «la regla monástica es la regla apostólica, los apóstoles eran monjes y, por eso, los
losophie. Eme Etnfuhrung, Darmstadt, 1989, pp. 141-160. monjes son los auténticos sucesores de los apóstoles». Véase J. Le Goff, La baja Edad
55. Sobre la posición de la Iglesia en el mundo medieval, con sus privilegios y Media.
su función de tutela, véase H. Boockmann, «Das Reich ím Mittelalter», en H. 63. Hace ciento treinta años, E. Renán (Vida dejesús, Barcelona, 1969, pp. 97-
Boockmann y otros, Mttten tn Europa. Deutsche Gescbtchte, Berlín, 1984, pp. 41- 106) formulaba así el problema: «Si Jesús, en vez de predicar el reino de los cielos, se
112, especialmente pp. 59-63. Sobre la reforma de Cluny, véase J. Dhondt, La alta hubiera ido a Roma, limitándose a conspirar contra Tiberio o a lamentarse por Ger-
Edad Media, Madrid, 201993, donde el autor subraya la independencia de la abadía de mánico, ¿qué hubiera sido del mundo' Como austero republicano y patriota celoso,
Cluny con respecto a las ideas del papa Gregorio VII (1073-1085). Sobre la reforma no habría parado el curso de los acontecimientos, mientras que, al declarar que la
de los cistercienses, a principios del siglo xn, véase J. Le Goff, La baja Edad Media, política no servía de mucho, reveló al mundo la verdad de que la patria no lo es todo
Madrid, "1990. San Bernardo, de manera especial «criticó duramente el lujo del que y que el hombre es anterior y superior al ciudadano».
hacían gala los cluniacenses en cuanto al vestido y la alimentación, la opulencia y el 64. Sobre la doctrina de las cuatro etapas de la vida, según la ética bindú,\éase
esplendor de sus iglesias y de sus ceremonias religiosas, y la explotación de su cuan- S. Nikhilananda, Der Htndutsmus. Setne Bedeutung fur die Befremng des Geistes,
tiosa servidumbre» (p. 120). Frankfurt a. M., 1960, pp. 75-84. Sobre el monacato en el taotsmo, véase H. J.
56. Véase J. Le Goff, La baja Edad Media. Véase igualmente H. Boockmann, Schoeps, Reltgtonen. Wesen und Gescbtchte, Gutersloh, 1961, p. 227. Sobre la repre-
«Das Reich ím Mittelalter», en Id., Mttten tn Europa. Deutsche Gescbtchte, Berlín, sentación poética, véase A. Dobhn, Die dret Sprunge des Wang-lun (1915), Munchen,
1984, pp. 41-112, especialmente pp. 63-68, donde el autor apunta que, entre el año 1970, p. 143: «El que tiene un alma libre puede encontrar el paraíso de Occidente. Yo
1000 d.C. y mediados del siglo xrv, la población de Alemania y de Escandinavia pasó no me he entregado a los placeres; me he purificado para un cielo lleno de felicidad;
de cuatro millones a unos once millones y medio de habitantes, sobre todo a conse- he obligado a mis almas cautivas a entrar por la senda del emperador supremo».
cuencia del rápido crecimiento de la productividad agrícola, unido a una organiza- Sobre las cuatro clases de creyentes, según el budismo, véase H. Oldenberg, Buddha.
ción diferenciada del trabajo. Sobre economía y sociedad en los siglos x y xi, véase J. SemLeben, seineLehre, setne Gemeinde (1881), Munchen, 1961, pp. 296-298; véase
Dhondt, La alta Edad Media, sobre el desarrollo de las ciudades. también p. 177, y especialmente pp. 307-352. La ordenación de monje tiene lugar
57. Véase G. Duby, Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía mediante la aceptación de los cuatro grandes mandamientos: castidad, pobreza (no
europea, Madrid, "1992 «Desde finales del siglo xu, todas las fuerzas del progreso robar), no violencia (contra cualquier ser vivo), y modestia (humildad, es decir, no
producen en todo el continente europeo una enorme circulación de dinero. [...] A vanagloriarse de ser perfecto). Es una acto puramente jurídico, que se puede revisar
partir de 1180, el espíritu de lucro relega a un segundo plano el espíritu de generosi- en cualquier momento, y no tiene ninguna vinculación con cualquier clase de mística
dad [...] En el desarrollo económico [...] el campesino cede ante el ciudadano y le deja litúrgica; véase ibtd., pp. 322-324.
la iniciativa de actuar como fuerza impulsora». Véase igualmente O. Brunner, 65. S. Nikhilananda (Der Htndutsmus, p. 80) muestra que sólo en la cuarta
Sozíalgeschtchte Europas tm Mittelalter, Gottingen, 1978, pp. 53-64: conflicto entre etapa del desarrollo espiritual puede el alma dirigirse hacia la moksha, es decir «la
Iglesia y Estado, y sus consecuencias sociales; pp. 56-57. pretensiones fiscales de la libertad del amor y de la vinculación» a las cosas. Más aún, «según un precepto del
Curia; pp. 57-58: movimientos de pobreza, y sus correspondientes herejías. hinduismo, primero viene el cuerpo y, luego, la práctica de la religión». «La represión
732 Notas Notas 733
de los apetitos legítimos causa frecuentemente daño al cuerpo y al espíritu, y retrasa Desde la perspectiva de los consejos evangélicos, el problema es el siguiente,
la realización de la libertad» (p. 79). Sabias máximas de una pedagogía de grandes mientras la «pobreza» se defina en términos materiales, nunca dejará de ser un «mal
vuelos, totalmente desconocidas en la escuela de los clérigos cristianos. que ofende la dignidad humana y va directamente contra la voluntad de Dios», como
66. Véase E. Waldschmidt, Die Legende vom Leben des Buddha, p. 11; M. afirma exactamente L. Boff, Testigos de Dios en el corazón del mundo; por consi-
Percheron, Le Bouddha et le Bouddhtsme, París, 1956, pp. 22-23; H. Oldenberg, guiente, la pobreza nunca puede ser un objetivo ni un ideal. Hasta cuando el propio
Buddha,pp. 104-105. L. Boff afirma que «el ideal que propone el cristianismo es una sociedad que [...]
67. Sobre la figura del brahmán en el hinduísmo, véase H. von Glasenapp, Die realiza la justicia y el amor fraterno», supone que en esa sociedad ideal la pobreza ha
ntchtchrtstltchen Reltgtonen, Frankfurt a. M., 1957, pp. 83-84; 120. sido vencida por una riqueza compartida por todos. A nivel puramente material, no
68. Sobre la figura de Shiva, véase H. Zimmer, Indtsche Mythen und Symbole, se puede decir, en absoluto, que «la riqueza es un mal que deshumaniza al hombre y
Düsseldorf-Koln 1972, pp. 137-209. va contra la voluntad de Dios», a no ser que se trate de unas condiciones de reparto
69. VéaseP.Dah\ke(trad.),Buddha.DteLehredesErhabenen(Extractosdelcanon injusto de la propiedad, cuestión que, en sí misma, no está necesariamente vinculada
pah), Múnchen, 1960, pp. 61-86: Mahapadana-Suttanta, especialmente pp. 71; 78. a la riqueza o a la pobreza en sentido material. Si la riqueza es un mal en sí, habrá que
70. I. Nicholson, MextkanischeMythologte, Wiesbaden, 1967, pp. 74-75. argumentar psicológicamente, es decir, habrá que preguntarse qué función puede
71. Véase Tomás de Celano, Vtda de san Francisco de Asís, I, 32; II, 16-17, en desempeñar la riqueza material para superar una forma de pobreza psíquica; y, en ese
San Francisco de Asís, Escritos, Madrid, 1945, pp. 305-306; 395-397. Véase también caso, habrá que separar necesariamente el concepto de pobreza de sus formas mate-
A. Holl, Der letzte Chrtst. Franz von Asstst, Stuttgart, 1979, pp. 91-95. riales de manifestación, para profundizar en su dimensión psicológica y antropológica.
72. H.-Ch. Lea, Geschtchte der Inquisitton im Mtttelalter, pp. 389-398. Y eso es lo que hace L. Boff, cuando define la pobreza como «la capacidad de aceptar
73. P. de Rosa, Gottes erste Dtener. Die dunkle Sette des Papsttums, Munchen, a Dios y, en ese acto, reconocer la vaciedad radical de la creación y la nulidad abso-
1989, pp. 263-264. luta del hombre frente a la inconmensurable riqueza del amor divino». Ése es preci-
74. JW.,p.500. samente el punto de donde debería arrancar la reflexión y el análisis existencial, en
75. Ibid.,p.264. vez de terminar ahí, como de ordinario sucede.
76. R. de Almeida, «Pobreza. Desde una teología de la liberación», en P. Eicher 77. Véase CIC, can. 273. Véase también J. J. Degenhardt, Gott braucht Men-
(ed.), Diccionario de conceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp. 259-277: «Lo schen. Pnestertum, Paderborn, 1982, p. 16: «La obediencia del sacerdote, que debe
característico del rico es la posesión de bienes materiales que, especialmente en un estar impregnada de espíritu de colaboración, tiene su fundamento en una participa-
mundo capitalista, le abren el acceso a la ciencia y al poder de decisión. De este ción en la tarea del obispo, que se le confiere por la ordenación sacramental y la
modo, el grupo de los ricos se convierte en el núcleo de la clase social que determina misión eclesiástica». Es decir, desde el punto de vista «espiritual», el sacerdote no
las orientaciones políticas y los campos de la ciencia. Por el contrario, el pobre es hace más que participar en la dignidad del obispo, prolongando su brazo en virtud de
aquel cuyo único interés consiste en ser hombre [...] y brindar a todos la posibilidad una «colaboración». «Por su parte, el obispo tiene la obligación de preocuparse por el
de pensar, vivir, reír, expresarse y crecer juntos. Por eso, el pobre lucha para que bien espintualy material de sus sacerdotes» (p. 16). Se podría pensar que, tratándose
todos sean libres, mientras que para el rico sólo cuentan las ambiciones personales de de personas adultas, cada sacerdote podría hacer eso por su cuenta. Más oportuna es
unos pocos» (p. 276). No cabe duda de que, ante la realidad de los cincuenta millones la propuesta de L. Boff (Testigos de Dios en el corazón del mundo), que concibe la
de personas que cada año mueren de hambre, la lucha contra la pobreza debe —o obediencia como «un camino de realización personal», y que es lo que explicaremos
debería— ser uno de los objetivos prioritarios de la política, ya que se trata de una más adelante. La contradicción entre este punto de vista y la concepción oficial de la
cuestión de justicia. Pero, ¿cómo se puede explicar que el único interés del «pobre» «obediencia» es evidente; mientras que, por otra parte, cualquier interiorización psi-
sea la felicidad de todos? Cierto que la pobreza, en cuanto destino colectivo, sólo se cológica del concepto de obediencia sólo es creíble si se aplica igualmente a la «pobre-
puede superar colectivamente; pero, ante todo, habrá que considerar hasta qué punto za» y a la «castidad».
la pobreza, por el sufrimiento que impone al individuo, crea una división entre los Por lo demás, también es posible transformar esa propuesta, de por sí válida, en
hombres que los enfrenta a unos con otros: el que busca restos de alimento entre los su contraria, si se interpreta desde el otro extremo, como hace el cardenal J. Meisner,
desperdicios se enfrenta con el que hace otro tanto; el peor rival del mendigo calle- Setn, une Gott uns gemetnt hat. Betrachtungen zu Marta, Berlín, 1988, p. 43: «El
jero es otro mendigo; la mayor enemiga de la prostituta es otra prostituta; y la compe- hombre se encuentra a sí mismo en la voluntad de Dios y, con ello, la plenitud de su
tencia más desleal de un vendedor ambulante es la que le hace el otro vendedor. La propia vida». Eso significa que la verdadera identidad personal está determinada por
pobreza es lo que empuja a los campesinos al cultivo de la coca. «Por consiguiente [...] una voluntad externa; porque, en definitiva, ¿qué sabemos nosotros sobre Dios?
¿puede el pobre [...] ser el sacramento histórico de salvación, el portador de una
78. Véase CIC, can. 277 § 1: «Los clérigos deben guardar perfecta y perpetua
nueva racionalidad social, de una nueva cultura, [...] la encarnación privilegiada del
continencia por el reino de los cielos; por eso, están obligados al celibato, que es un
evangelio?» (p. 276). Todo lo contrario; el pobre es el signo escandaloso de nuestra
don especial de Dios, por el que los ministros sagrados se pueden unir más fácilmente
incapacidad de vivir juntos y de compartir con justicia los bienes de este mundo. Pero
a Cristo sin un corazón dividido, y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y
los bienes de este mundo no caen del cielo, sino que hay que conseguirlos mediante
de los hombres».
una «racionalidad» que jamás se habría podido conseguir en un estado de pobreza. Se
quiera o no, hay que contar con los «ricos» para poder vencer la pobreza. A eso hay 79. De hecho, hay una correlación arcaica entre el banquete y la vida en común,
que añadir que América latina no es «todo el mundo»; la India, por ejemplo, tiene ella o entre la caza común de un animal y el reparto equitativo del alimento; véase E.
sola una población mayor que toda América latina y África juntas. Drewermann, KC, pp. 334-337.
80. Con razón afirman L. Hardick y E. Grau (Die Schrtften des hetligen Fran-
734 Notas
Notas 735
ziskus vonAssisi, Werl, 1984, pp. 231-333, especialmente pp. 249-273) que la «po-
breza», en sentido franciscano, es únicamente «la forma exterior», la «manifestación 88. Véase A. Smith, Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las
de una actitud interna». Pero hoy día tenemos tal conocimiento de «la actitud inter- naciones (1776), Barcelona, 1949: «Lo que necesitamos para comer y beber no nos lo
na» del hombre, que no es posible determinar desde el extenor la vida de un indivi- proporciona la benevolencia del carnicero, del vinatero o del panadero, sino su pro-
duo, según la concepción de una regla monástica medieval; lo que hay que explicar es pio interés. Y naturalmente, no apelamos a su filantropía, sino a su egoísmo; ni les
como el hecho de decir sí a la pobreza del propio «yo» puede ser un signo de libertad mencionamos nuestras necesidades, sino sus propias ventajas. Nadie podría llegar
personal. Los autores comprenden perfectamente el sentido original de la pobreza muy lejos, si dependiera exclusivamente de la benevolencia de sus semejantes».
franciscana cuando la definen como una absoluta «desposesión». Es lo que dice el 89. L. Feuerbach, Uber Philosophte und Chnstentum (1839), en Werke II,
propio Francisco en su Carta a toda la orden. «No os guardéis [...] nada de vosotros Frankfurt a. M. 1975, pp. 261-330, especialmente pp. 315-327: «¡Áy, hipócritas y
mismos, para que podáis recibir en su totalidad al que se os entrega totalmente». Si mentirosos! Estáis deseando saborear en el más allá los frutos de la vieja fe, mientras
todavía tienen algún sentido esas palabras, significan exactamente lo contrario de una en el más acá no os priváis de los placeres de la moderna increencia» (p. 318). Tenía
autoafirmación o aceptación del propio «yo», a no ser que la figura de Cristo no se razón Feuerbach (La esencia del cristianismo [1841], Salamanca, 1975, pp. 199-208)
considere como la fuente de una gracia divina que afirma la propia personalidad. cuando decía que el celibato y ¡a vida monástica se fundan en «la creencia en el cielo»
Entonces, la «pobreza» cristiana, en lugar de una «desposesión», es restitución de la y en «la vaciedad e insignificancia de esta vida». En realidad, si no es sobre el fondo
existencia. de esta experiencia existencial, no se puede comprender ni el cristianismo ni el con-
81. Véase J. B. Metz, Las ordenes religiosas, Barcelona, 1978, pp 57-73. tenido de los consejos evangélicos; y sólo volviendo a estos orígenes se podrá encon-
trar un punto de apoyo para una nueva fundamentación de los ideales cristianos.
82. Véase L. Boff, Testigos de Dios en el corazón del mundo; pero, una vez más,
la «pobreza», así entendida, no es otra cosa que la reivindicación y la expresión de una 90. Véase E. Drewermann, DF, p. 10-14.
justicia que debe hacer a los «ricos» conscientes de sus obligaciones, si quieren reco- 91. Sobre las «comunidades mendicantes» en el budismo, véase H. Oldenberg,
nocerse como «cristianos». Desde luego, hay que exigir esa justicia; pero la «pobreza Buddha..., pp. 325-336: «Ningún voto expreso impone [al monje] la obligación de
evangélica» es una cosa muy distinta. pobreza. Por el mero hecho de abandonar su casa para llevar una vida errante, se
83. lbtd. la pobreza como compromiso de amor. consideran automáticamente anulados tanto el matrimonio como el derecho de pro-
84. Véase Juan Pablo 11, Laborem exercens: AAS 73 (1981),p. 584;ld., Solliatudo piedad del que renuncia al mundo». «Como el pájaro, vuele adonde vuele, no lleva
reí socialis. AAS 80 (1988), pp. 566-569, donde el papa espera del «trabajo» humano consigo más que sus alas, así el monje se contenta con el vestido que lleva y con el
y del «progreso» una transformación del sistema socio-económico. En cuestiones de alimento que tiene en su cuerpo. Vaya adonde vaya, lleva consigo su fortuna». No hay
pobreza social, la Iglesia no dispone de una solución mágica, pero es —o se está hacien- ningún monasterio cristiano en el que se viva de esa manera, «libre como un pájaro»;
do— más sensible a esta forma de «pobreza» que a la pobreza psíquica. Por ejemplo, la «pobreza» se desplaza a la provisión de la comunidad religiosa, que puede ser rica,
el día 27 de jumo de 1989, la Congregación vaticana para la formación católica pu- como lo es la propia Iglesia, mientras que el individuo no es propiamente pobre, sino
blicó unas «Directrices para el estudio y la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia dependiente de la provisión del superior.
en la formación d los sacerdotes». Pero todavía es absolutamente impensable un do- 92. Las propuestas concretas deberían ir en la línea sugerida por E. Eppler, Wentg
cumento de ese tipo sobre los problemas psíquicos de los candidatos al sacerdocio o Zeit furdte Drttte Welt, Stuttgart-Berhn-Koln-Mamz, "1976, pp. 37-72; en especial,
de los simples fieles en la Iglesia. La eliminación de la pobreza aparece aquí como una la planificación familiar (pp. 37-40). Si la Iglesia católica no entra en razón en este tema,
tarea mucho más urgente que el reforzamiento de la presión intraeclesial en la discu- perderá todo derecho a presentarse como exhortadora de la humanidad.
sión de los problemas socio-económicos. 93. Hay una forma de oración que parece traicionar una fe intensa en el «poder
absoluto del pensamiento», y que caracteriza el pensamiento mágico en la neurosis
85. En realidad, la mejora del nivel de bienestar de la burguesía comienza en la
obsesiva; véase S. Freud, Tótem y tabú (1912), en OC V, pp. 1801-1804.
Edad Media, al mismo tiempo que la protesta franciscana. Véase J. Le Goff, La baja
Edad Media: el progreso de la agricultura, la expansión del comercio y de la econo- 94. Sobre la historia de Camilo Torres se puede ver la película de E. Itzenphtz
mía monetaria hacia 1180-1270; la crisis de la sociedad entre 1315-1317. Sobre el Der Toddes Camillo Torres oder: dte Wtrkltchkett halt vielaus, por Ohvier Storz, emitida
proceso de industrialización en el siglo xix, véase A. R. L. Gurland, «Wirtschaft und por la segunda cadena de televisión alemana (ZDF) el día 14 de diciembre de 1977.
Gesellschaft ím Ubergang zum Zeitalter der Industrie», en G. Mann (ed.), Propylaen 95. Ésa es la opinión perfectamente razonable de L. Boff, Testigos de Dios en el
Weltgeschichte VIII, pp. 279-336. corazón del mundo. Por supuesto, tienen razón E. Hug y A. Rotzetter (Eranz von
Assist. Arm unter Armen, Munchen, 1987) cuando dicen (p. 6) que «la relación entre
86. En defensa del «burgués» tan frecuentemente denostado, véase I. Lissner,
las necesidades sociales y la mística cristiana sigue siendo válida». Lo que pasa es que,
Wir sind das Abendland. Gestalten, Machte und Schtcksale Europas durch 1700Jahre,
en nuestra sociedad, las necesidades psíquicas son mucho más agudas que las socia-
Munchen, 1980, pp. 410; 570-571, quien afirma con toda la razón, frente a J.-P.
les, y es mucho más difícil satisfacerlas.
Sartre, que la noción de «burgués todavía no es un concepto suficientemente preci-
so», «igual que el de proletario». La crítica teológica del «burgués» no debería estar 96. H. Hesse, Siddhartha (1919-1922), Barcelona, 91992.
motivada por razones de tipo económico, sino de tipo agustimano. El concepto de 97. Ibtd.,pp. 38-42.
«burgués» se opone al de «cristiano», si aquél describe la actitud de un individuo que 98. lbtd. pp. 45-59. Antes de que Siddhartha empiece a olvidar y a transformar,
no reconoce como «patria» más que la existencia terrena. junto al río, su inmenso saber, aprende al lado de la bella Kamala los secretos del amor.
87. Sobre la lucha que se entabló en el siglo xi entre la incipiente burguesía y los 99. En oposición a ese punto de vista puede leerse el maravilloso ensayo de H.
grandes terratenientes, véase G. Duby, Guerreros y campesinos. Hesse, Obstinación (1919), Madrid, 1977, pp. 90-96: «Una virtud es mi preferida,
una sola. Se llama obstinación [...] El obstinado obedece a otra ley, a una sola, incon-
736 Notas Notas 737
dicionalmente santa, la ley que está en sí mismo, el "sentido" [Sinn] de lo que le es 115. Sínodo romano de obispos, 1971: El sacerdocio ministerial, ed. alemana,
"propio" [eigen]». Trier, 1972, pp. 60-61.
100. Véase, por ejemplo, E. Drewermann y I. Neuhaus, Der goldene Vogel, en 116. Ibid.,p.69.
GM, pp. 39-42; 52-55. 117. M. Huthmann, Mit Jesús auf dem Weg. Grundzüge einer priesterlichen
101. Véase E. Brunner-Traut, Die Kopten, pp. 22-34. Especialmente interesante Spiritualitát, Dusseldorf, 1973, p. 85.
es el tema del silencio (pp. 30-31), que tiene que provenir del Egipto de la época de 118. Dicho sea de paso, lo mismo que en arte la cursilería (kitsch) es un indicio
los faraones y que juega un papel destacado en la Regla de san Benito (cap. 6). seguro de insinceridad de sentimientos, el típico estilo mistificador del lenguaje ecle-
102. Para un comentario de este pasaje del evangelio según Marcos, véase E. siástico manifiesta una relación hipócrita con Dios. S. Kierkegaard (Der Augenblick,
Drewermann, ME I, pp. 142-161. en Werke XIV, Düsseldorf-Kóln, 1959, pp. 248-250, Werkausgabe II, Düsseldorf-
103. Ibid., p. 148, nota 24. Kóln, 1971, pp. 454-456), en su «novela» sobre el estudiante de teología Ludwig
104. Ibid.,pp. 149-157. Fromm, hace una crítica despiadada de la decadencia de un cristianismo de palabras
105. Véase G. Mensching, Die Religión. Eine umfassende Darstellung ihrer altisonantes y huecas.
Erscheinungsformen, Strukturtypen und Lebensgesetze, München, s. f., pp. 290-297. 119. N. Lo Bello, Vatikan im Zwielicht. Die unheiligen Gescháfte des Kirchen-
106. H. Schultz-Hencke, Dergehemmte Mensch. Entwurfeines Lehrbuches der staates, München, 1986, p. 266.
Neo-Psychoanalyse (21947), Stuttgart 1965, p. 39. 120. Ibid., p. 272.
107. Ibid., pp.39-40. 121. Ibid., p. 276.
108. Sigue siendo válida la descripción que hace S. Freud, Das Ich und die Ab- 122. Ibid., p. 254.
wehrmechanismen (1936), München, s. f., pp. 118-135, de la ascesis (pubertaria), 123. Sobre la equiparación anal entre los excrementos y el oro, véase S. Freud,
cuyo fundamento, según el autor, reside en el miedo al caos. En cierto sentido, la Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal (1916),
moral ascética del clérigo termina por convertirse en una persistencia sin fin de los en OC VI, pp. 2034-2038.
miedos pulsionales de unos individuos que no han logrado superar la edad psicológi- 124. N. Lo Bello, Vatikan im Zwielicht, p. 252.
ca de los quince años. 125. Ibid., p. 256.
109. Véase especialmente V. B. Dróscher, Nestwárme. Wie Tiere Familien- 126. Ibid., pp. 243-244.
probleme losen, Dusseldorf-Wien, 1982, pp. 136-168, que aduce ejemplos impresio- 127. Ibid., p. 244.
nantes de amor paterno en el mundo animal. 128. Ibid., p. 244.
110. Véase S. Freud, Psicoanálisis (1917), en OC V, pp. 1.533-1.564. El predo- 129. A. Rohrbasser (ed.), Sacerdotis imago. Pápstliche Dokumente über das
minio del principio del placer sobre el principio de realidad es precisamente la carac- Priestertum von PiusX. bis Jobannes XXIII, Freiburg, 1962, pp. 43-44.
terística de la neurosis. 130. Véase K. Marx, El capital. Crítica de la economía política I, México, 81973,
111. Véase K. G. Rey, Das Mutterbild des Priesters. Zur Psychologie des Prie- pp. 177 ss. El capitalista, en cuanto personificación del capital, es tan «desinteresado»
sterberufes, Zürich-Kóln-Einsiedeln, 1969, pp. 129-133, donde se describe con una que termina por no ser él mismo el sujeto que actúa, sino el valor en el proceso de
gran exactitud el infantilismo de la «educación protectora» del clérigo, que actúa de circulación del dinero y de las mercancías.
manera especial en sus tabúes relacionados con la sexualidad. 131. M. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona,
112. S. Kierkegaard, Der Augenblick, en Werke XIV, Düsseldorf-Kóln, 1959, pp. s
1979.
127-128; Werkausgabe II, Düsseldorf-Kóln, 1971, pp. 344-346: «Elogio de la raza 132. A. Rohrbasser (ed.), Sacerdotis imago, pp. 220-221.
humana». 133. Sobre la psicología del dinero,véase P. Klossowski, «Das lebende Geld», en
J. Harten y H. Kurnitzky (eds.), Museum des Geldes I: Von der seltsamen Natur des
II. POBREZA: CONFLICTOS DE ORALIDAD
Geldes in Kunst, Wissenschaft undLeben, Hamburg, 1978, pp. 78-99.
134. A. Rohrbasser (ed.), Sacerdotis imago, p. 221.
1. Disposiciones eclesiásticas y sus deformaciones 135. H. Mischler, Haben die Priester Zukunftf Untersuchungen am Beispiel des
franzósischen Klerus. Befragungausdemjahre 1982, Speyer, 1983, p. 57.
113. Véase G. Denzler, Lebensberichte verheirateter Priester. Autobiographische 136. Ibid., p. 57.
Zeugnissezum Konflikt zwischen Ehe undZólibat, München, 1989, pp. 7-13, donde 137. Ibid., p. 58.
el autor presenta un catálogo de las principales críticas que se han hecho desde 1966 138. Ibid., pp. 60-61.
al celibato obligatorio. Ya F. Leist (Zblibat — Gesetz oder Freiheit. Kann man ein
139. Véase Die Regel des heiligen Benedikt, editada por la abadía benedictina de
Charismagesetzlich regeln?, München, 1968, pp. 178-214) evocaba un nuevo tipo de
Beuron, pp. 105-107 (ed. española: San Benito: su vida y su Regla, Madrid, 1954, pp.
sacerdote que no tuviera que vivir en un mundo mágico, para salvarse de los peligros
502-503).
del mundo y de los placeres.
140. Ibid., p. 104
114. CIC, can. 282 § 1, se contenta con recomendar: «Los clérigos deben llevar 141. Ibid., p. 105.
una vida sencilla y abstenerse de todo lo que pueda tener aspecto de vanidad». La
142. Ibid., p. 106.
recomendación no se refiere propiamente a la «pobreza», sino a la moderación propia
143. Ibid., p. 107.
de una clase media.
738 Notas Notas 739
2. Del ideal de la pobreza a la miseria de lo humano pregunta: «¿Qué significa esa fusión que se promete a la pareja humana fuera de lo
corpóreo y más allá del placer, como si el cuerpo fuera para el hombre una tumba y
144. Tomás Moro, Utopía (1517), Madrid, 1987, especialmente cap. 7: la pro- la consagración del amor sólo pudiera conseguirse mediante la muerte?» (p. 111).
piedad privada como obstáculo a una política equitativa. Claudel responde por boca de Prouhéze: «Yo no habría sido más que una mujer a
145. Tomás Campanella, La ciudad del sol (1623), Madrid, 1986, pp. 117 ss.: punto de morir sobre tu corazón, y no esa estrella eterna de la que tú estás sediento».
propiedad común y fraternidad. Con razón observa Campanella que la propiedad Pero el amor «no tiene otra finalidad que provocar la sed del hombre?
privada es inevitable mientras haya familias con casa propia, hijos propios y maridos 158. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra (1883), Madrid, 5 1978, pp. 140-141:
y mujeres independientes. De acuerdo con su teoría, Campanella está dispuesto a sobre los sacerdotes: «Ellos llamaron Dios a lo que les contrariaba y les causaba dolor
suprimir ambas realidades, la propiedad privada y la familia. [...] ¡Y no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz!
146. Véase S. Freud, Tres ensayos para una teoría sexual (1905), en OC IV, pp. [...] Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su
1.169-1.238. redentor: ¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de éste!».
147. Para la interpretación del cuento, véase B. Bettelheim, Psicoanálisis de los 159. R. D. Laing, Knoten, Hamburg, 1972, p. 29.
cuentos de hadas, Barcelona,'' 1992; el autor reproduce concompetencia la estructu- 160. Véase R. A. Spitz, Vom Sáuglingzum Kleinkind, Stuttgart 1967, pp. 198-
ra esquemática de la narración, con sus momentos más característicos. 205.
148. Véase especialmente F. M. Dostoievski, Nietochka Niezvanova (1849), en 161. S. Freud, Pegan a un niño. Aportación al conocimiento de la génesis de las
OC I, Madrid, ,0 1968, pp. 535-652, donde, bajo la influencia de Dickens, se cuenta perversiones sexuales (1919), en OC VII, pp. 2.465-2.481.
la historia de una chica que pierde a su padre y a su madre. Id., Humillados y ofensidos 162. H. Zulliger, Schwierige Kinder. Zwólf Kapitel über Erziehung, Erzieh-
(1861), ibid., pp. 1030 ss., que cuenta la historia de la pequeña Nelli y de su madre, ungsberatung und Erziehungshilfe, Bern-Stuttgart, 1951, pp. 209-211: «Si no llega-
agobiadas por la miseria. mos a una educación que renuncie al castigo, la paz en el mundo no dejará de ser una
149. Véase H. Thomá, Anorexia nervosa. Geschichte, Klinik und Theorien der ilusión».
Pubertátsmagersucht, Bern-Stuttgart, 1961, pp. 272-282; E. Drewermann, SBII, pp. 163. K. Abraham, Versuch einer Entwicklungsgeschichte der Libido aufgrund der
243-246. Psychoanalyse seelischer Stórungen (1924), en Gesammelte Schriften II, Frankfurt a.
150. Véase E. Drewermann, SB II, pp. 56-69; 178-202; 594-615. M., 1982, pp. 32-83.
151. Véase S. Freud, Sobre la sexualidad femenina (1931), en OC VIII, pp. 3.077- 164. M. Klein, Zur Psychogenese der manisch-depressiven Zustánde (1935), en
3.089. Das Seelenleben des Kleinkindes und andere Beitráge zur Psychoanalyse, Stuttgart,
152. Esquilo, La Orestíada, Madrid, 1986. 1962, pp. 44-71.
153. S. Freud, Tótem y tabú (1912), en OC V, pp. 1745 ss. 165. Thérése Martin (Teresa del Niño Jesús), Cartas, en OC, Burgos, 1946, p.
154. W. Meyer, Schwester Marta Euthymia. Nach den Akten und Vorarbeiten des 449.
Mutterhauses dargestellt, Münster, 1982, p. 117: «La disponibilidad para el sacrificio 166. Ibid. Véase Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, I, 2, 3: «Cuanto más
era su pensamiento principal, el que la llenaba hasta lo más profundo [...] Su voluntad amplio y profundo sea tu saber, más fuerte será tu responsabilidad, si tu santidad no
era únicamente la voluntad de Dios, sea que la obediencia la llamara a la enfermería corresponde a tu ciencia. Por eso, no te vanaglories de tu ciencia y de tu poder; más
o bien a la lavandería. Todo lo que le sucedía interna o externamente lo veía con ojos bien, mira con recelo la inteligencia que se te ha concedido [...] Si quieres saber o
de fe como una indicación, como un deseo, en una palabra, como una expresión de la aprender algo provechoso, escoge vivir escondido y tenido por despreciable».
voluntad de Dios». Sor María Eutimia tenía cáncer de intestino, como me comunica-
ron de palabra (p. 90). Una de las últimas notas que escribió decía así: «¿Quién puede
conocer la tristeza de mi corazón? María, la consoladora de los afligidos» (p. 124). III. OBEDIENCIA Y HUMILDAD: CONFLICTOS DE ANALIDAD
No dudo que sor María Eutimia fuera una persona extraordinaria, pero otra cosa
sería ensalzar su evidente debilidad y dependencia materna como un modelo ideal de 1. Prescripciones y disposiciones eclesiásticas: el ideal de la disponibilidad
devoción al Señor (pp. 17-19).
155. Véase E. Drewermann y I. Neuhaus, Das Mddchen ohne Hánde, en GM, pp. 167. Véase San Benito: su vida y su Regla, Madrid, 1954, cap. 7, pp. 371-392.
32-33. 168. Véase B. Steidle (trad.), DieRegeldes heiligen Benedikt, Beuron, 31978: «En
156. Véase G. Bernanos, La joie, París, 1965, p. 702: «Toda vida sobrenatural se la Regla de san Benito se da una unidad indisoluble entre la sabiduría de la Biblia y la
perfecciona en el dolor, pero esa experiencia no ha arredrado a los santos». En el epílogo rica experiencia bíblica personal del padre del monacato. Según la concepción del
a la traducción alemana {DieFreude, Frankfurt a. M., 1962, pp. 193-199, especialmente monacato primitivo, el autor de una Regla no tiene fundamentalmente otra intención
p. 195), H. U. von Balthasar escribía: «No se puede entender a un cristiano, desde un que manifestar y hacer comprensible a sus seguidores la voluntad de Dios tal como se
punto de vista psicológico». Pero el que no empieza por estudiar con un método expresa en la Sagrada Escritura».
psicoanalítico la dinámica del miedo en el inconsciente de la psique humana corre el 169. Ibid., p. 42.
peligro de tener que explicar como voluntad de «Dios» o de «Cristo» —o de la Iglesia— 170. Véase Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, 13, Buenos Aires, 1942, donde se
lo que, en realidad, es producto de las experiencias de la primera infancia. define la «felicidad» como «una actividad del alma [...] en el sentido de su esencial
157. P. Claudel, El zapato de raso, Madrid, 1992. Véase P. A. Lesort, Paul capacidad». Lo decisivo en esta definición «pagana» de la «felicidad», o «perfección»,
Claudel par lui-méme, Paris, 1963, pp. 105-111, donde el autor se hace la siguiente está en su relación con la naturaleza de cada sujeto agente.
740 Notas Notas 741
171. Véase H. U. von Balthasar (trad.), «Die ausfuhrhchen Regeln des heiligen social, según las cuales, todo grupo tiende a procurarse lo mejor y más provechoso.
Basilius», en Diegro/Sen Ordensregeln, Zunch-Koln, 1948, pp. 27-98. Véase R. Battegay, DerMensch in der Gruppe I, Berlin-Stuttgart, 1968, pp. 46-48;
172. Véase W. Humpfner (trad.), Die Regeln des heütgen Augustmus, en Dte 69-72. Véase también P R. Hofstatter, Gruppendynamik. Dte Krtttk der Massen-
grofien Ordensregeln, pp. 99-133; véase B. Steidle (trad.), Die Regel des hethgen psychologte, Hamburg, 1957, pp. 98-111. Es lógico que la idea de estar en posesión
Benedtkt, p. 7. de la verdad absoluta vaya unida a la intolerancia con respecto a otras formas de vida.
173. Este es el principio fundamental, que el arzobispo de Paderborn J. J. Y aun parece que la humanidad ha considerado como cuestión de supervivencia el
Degenhardt, Zur «Kolner Erklarung» der Theologen, Paderborn, 1989, pp. 38-39, arte de conjugar el respeto a las leyes del propio grupo con la conciencia de su validez
explica así. «Dado que el magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo para relativa frente a los condicionamientos históricos.
iluminar la conciencia de los fieles, y puesto que, en materia de fe y costumbres, el 176. P. Tillich (Wesen und Wandel des Glaubens, Frankfurt a. M.-Berhn, 1969,
magisterio está guiado por el Espíritu Santo, los profesores de teología católica no p. 114) piensa sobre este punto- «La única verdad incondicional de la fe [. .] es que
pueden apelar a la conciencia, para impugnar la doctrina proclamada por el magis- todo enunciado dogmático es susceptible de un "sí" o de un "no". Ése es el criterio
terio». Y el fundamento es el siguiente- es el propio Jesucristo, o el Espíritu Santo que ha llevado al protestantismo a condenar a la Iglesia de Roma. La verdadera causa
—y no el pueblo de la Iglesia— el que elige a los papas y a los obispos (p. 69). de la separación de las Iglesias durante la Reforma no estuvo tanto en las fórmulas
Además, «hay acciones intrínsecamente malas [...] que no se pueden transformar en doctrinales cuanto en el descubrimiento del principio fundamental de que ninguna
acciones moralmente buenas por una ponderación del bien, o en determinadas Iglesia tiene derecho a reclamar para sí la posesión de la verdad absoluta».
circunstancias históricas, para un individuo en concreto. Impugnar este principio es 177. En muchos monasterios benedictinos, la meditación «zen», según el método
negar que haya verdades sobre el hombre que se sustraen al desarrollo histórico» transmitido por K. Graf Durckheim, forma parte de su programa normal de forma-
Entre esas verdades inmutables, en virtud de la santidad de Cristo y del testimonio ción religiosa. Véase K. Durckheim, Ubung des Letbes aufdem mneren Weg, Munchen,
de la Biblia, hay que contar la indisolubilidad del matrimonio, la prohibición de la 1981; Id., Ton derStille, Aachen, 1986.
homosexualidad, y otras muchas (p. 14). La inmutabilidad histórica de la verdad 178. Sobre el concepto de «yo» en psicología profunda, véase C. G. Jung,
revelada por Dios y proclamada por el magisterio católico, y la deducción del Defmitionen, en GW VI: Psychologtsche Typen (1921), Olten-Freiburg i. Br., 1960,
magisterio infalible a partir de su institución por el propio Cristo o por la acción p. 512. En cuanto noción trascendental, el «yo» coincide con la imagen de Dios, con
del Espíritu Santo, marca toda disensión entre el individuo y el magisterio con el la figura de Cristo, con la de Buddha, o con la de cualquier otro salvador religioso.
sello del «error» —len el mejor de los casos!— o, lo que es más evidente, como una Véase C. G. Jung, Psychologie und Religión (1940), en GW XI, Olten-Freiburg i. Br.,
protesta malintencionada, que hay que reprimir con medidas disciplinarias. No 1963, 5 1988, pp. 88 ss. Véase también E. Drewermann, SBII, pp. 26-37.
cabe duda que ese tipo de razonamiento implica una concepción de la revelación y 179. Véase K. Durckheim, Ton der Sttlle, p. 211: «Cuanto más celebra sus triun-
de la Iglesia a la que, hace ya mil quinientos años, y aplicada a la cristología, se le fos la conciencia objetiva [...] y el hombre, en un desmesurado ensanchamiento de su
dio la calificación de «monofisismo». autoconciencia, más dilata hasta el infinito los límites de su poder espiritual, con más
174. Desde un punto de vista objetivo, la verdad no reside en la persona, sino en segundad entra en un espacio de carácter numinoso [...] Pero su ser más íntimo se
la función. A nivel de filosofía social, A. Gehlen (Urmensch und Spatkultur. sentirá amenazado, si, en movimiento inverso, no camina hacia las profundidades en
Phtlosophtsche Ergebntsse und Aussagen, Frankfurt a. M.-Bonn, 21964, pp. 42-45) cuyo fondo sólo podrá encontrar, humildemente, una minúscula perla».
habla de «la estabilización interna del hombre por las instituciones» y describe la 180. I. Kant, Crítica de la razón pura (1781), parte II, libro 2, caps. 1-2.
«tensión estabilizada» (pp. 78-84) que, como resultado de la ambivalencia del con- 181. Véase el famoso diálogo Miltndapanha, en K. Myhus (trad.), Gautama
flicto, determina un «elevado umbral de valores propios del objeto», que son «abso- Buddha. Die vter edlen Wahrheiten. Texte des ursprungltchen Buddhtsmus, Munchen,
lutamente invariables, es decir, independientes de cualquier cambio en el estado inte- 1985, pp. 373-387.
rior del sujeto y de cualquier umbral de necesidad y satisfacción. Lo que dice o hace 182. Véase el discurso de la extinción definitiva (Maha-partntbbana-Suttanta) en
el jefe merece siempre el máximo respeto, cualquiera que sea la propia situación P. Dahlke (trad ), Buddha. Dte Lehre des Erhabenen (1920), Munchen, 1960, pp. 87-
interna [...] En el ámbito de una tensión estabilizada no hay necesidades imperiosas 139, especialmente p. 107. «Te digo, Ananda, que igual que un carro desvencijado
que haya que satisfacer a cualquier precio, porque esa estabilidad absorbe y engloba sólo se puede sostener por medios artificiales, así, Ananda, el cuerpo del perfecto sólo
en sí misma las pulsiones contradictorias, eventualmente derivadas de la inhibición, se puede sostener artificialmente [...] Por eso, Ananda, sed vosotros mismos vuestra
que puedan producirse entre agresión y sumisión, o entre temor y admiración» (p. propia protección, vuestro propio refugio [...] Y todos los que [...] ahora o después de
79). No se puede describir mejor el proceso que lleva a convertir la institución en un mi marcha busquen apoyo o refugio en sí mismos [...] serán mis preferidos de entre
auténtico tabú. Sólo que hay que tener en cuenta que la capacidad de escuchar perte- todos los que estén dispuestos a aspirar a lo más alto».
nece esencialmente al ejercicio correcto de la autoridad, y que, a la larga, sólo se hará 183. Véase Maestro Eckhart, Tratados y sermones, Barcelona, 1983, pp. 582-
merecedor de «obediencia» el que logre personificar en sí mismo las normas efectivas 587- «si el hombre asume alguna cosa exterior a él, o se relaciona con ella, se equivo-
del grupo. Véase G. C. Homans, Theorte dersozíalen Gruppe, Koln-Opladen, 1960, ca. No se puede adorar a Dios considerándolo como algo fuera del propio ser, sino
pp. 386-407. Sobre el futuro de una religión que ha logrado alcanzar su «estadio de como una realidad "íntimamente mía", que está dentro de mí» (Sermón sobre Sab
organización», véase G. Mensching, Dte Religión. Eme umfassende Darstellung threr 5,16). Sobre la historia del Maestro Eckhart, véase W. Nigg, Das Buch der Ketzer,
Erschemungsformen, Strukturtypen und Lebensgesetze, Munchen, s. f., pp. 294-297. Zunch, 1986, pp. 289-310.
175. La Iglesia comparte también esas tendencias con las leyes de la psicología 184. Véase G. Wehr, Thomas Muntzer m Selbstzeugntssen und Bilddokumenten,
Hamburg, 1972, pp. 17; 25; 51; 117.
742 Notas
Notas 743
185. Véase L. Gnadinger (ed. y trad.), «Taulers Leben und Umwelt», en Id.,
Johannes Tauler, Gotteserfahrung und Weg tn dte Welt, Olten-Freiburg i. Br., 1983, Humantsmus zwtschen den Fronten des konfesstonellen Zettalters, Frankfurt a. M.,
pp 9-59, especialmente pp. 53-57. nacimiento de Dios en el hombre. 1959, pp. 347-407: Ignacio y sus hijos; véase especialmente pp. 378 ss., sobre el
186. Sobre el concepto de heteronomía, véase I. Kant, La religión dentro de los «nacimiento del hombre nuevo» en los Ejercicios ignacianos.
límites de la mera razón (1783), Madrid, 1986. 197. Véase R. Schneider, Phtltpp der Zwette, oder Religión undMacht, pp. 197-
187. Véase A. Guillermou, Saint Ignace de hoyóla et la Compagnte dejésus, París 219, especialmente pp. 199-200 «Al igual que el concilio de Trento, esa obra monu-
1960, p. 90. Véase también I. Iparraguirre, Obras completas de san Ignacio de hoyóla, mental se yergue como dominadora del error. Inexpugnable en sus formas, poderosa,
Madrid, 1963, p. 227. depurada, como baluarte irreprensible de una verdad absolutamente infalsificabie
188. A. Guillermou, Saint Ignace de hoyóla et la Compagnte dejésus, p. 90. Cada golpe de cincel es un grito de protesta contra lo nuevo, la ratificación de una
189. Ibid.,p. 90 tradición purificada; el perfil de cada una de sus torres es como una refutación del
190. Ibtd.,p.68. caos que viene del Norte».
191. Ibid., p. 112. Véase I. Iparraguirre, Obras completas de san Ignacio de hoyóla 198. Véase E. Drewermann, KC, pp. 177-182; 195-219; 232-254.
7. Constituciones, Madrid, 1963, pp. 530-532. Para una interpretación de la «indife- 199. Véase G. Mann, «Der europaische Geist ím spaten 17. Jahrhundert», en Id.
rencia», véase K. Rahner, «La mística ignaciana de la alegría del mundo», en ET III, (ed.), Propylaen Weltgeschichte VII, Frankfurt a. M.-Berhn, 1986, pp. 349-384, es-
Madrid, 1961, pp. 313-331, donde se entiende la obediencia ignaciana como éxtasis pecialmente pp. 379-380, donde el autor pone de relieve los esfuerzos de Leibniz por
del ser, o trascendencia del mundo. Tal vez sea ésa la mística de la orden, pero, desde la reconciliación de las diferentes confesiones.
luego, no va por ahí su práctica. 200. Véase V. L. Tapié, «Das Zeitalter Ludwig XIV», en G. Mann (ed.), Propylaen
192. Véase L. Hardick y E. Grau (eds.), Dte Schnften des hetligen Franztskus von Weltgeschtchte VII, pp. 275-348. Sobre el título egipcio «hijo del sol», véase J. von
Asstsí, Werl, 1984, pp. 273-288, que hacen continua referencia a la voluntad de Dios, Beckerath, Handbuch deragypttschen Kontgsnamen, Munchen, 1984, pp. 32-33; A.
que es a la que se debe obediencia (p. 280), pero añaden a continuación, según el Gardmer, Egypttan Grammar, betng an Introductton to the Study of Hteroglyphs,
espíritu de san Francisco «La obediencia que todos [...] debemos al Espíritu de Dios Oxford, 31957, pp. 74-76.
no se practica [...] en cualquier espacio o de manera arbitraria, sino, concretamente, 201. El denominativo «papa» es, en realidad, una abreviatura del término latino
en el seno de la Iglesia»; e ilustran esa afirmación con numerosas citas del santo (p. pater patrum, «padre de los padres».
281). En el superior, en las autoridades eclesiásticas, se manifiesta el propio Cristo. 202. Para un comentario de este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangeltum
Sin duda, hay una gran distancia entre este planteamiento y una mutua atención en el nach Matthaus, Gottingen, 1986, pp. 281-282.
seno de una comunidad fraterna. De hecho, la atención a los pobres no está vinculada 203. Sobre la paz de Westfaha, véase G. Mann, «Das Zeitalter des Dreuligjáhngen
a ningún mandato o a una misión específica, como lo está la obediencia al superior. Krieges», en Id. (ed.), Propylaen Weltgeschtchte VII, pp. 133-230, especialmente pp.
Y sobre todo, el hecho de personalizar los consejos evangélicos, en lugar de 219-230.
institucionalizarlos, implica necesariamente subrayar la autonomía del «yo». Sobre la 204. Véase A. Wandruszka, «Die europaische Staatenwelt ím 18Jahrhundert»,
«obediencia de cadáver», según san Francisco, véase Tomás de Celano, Vida de san en G. Mann (ed.), Propylaen Weltgeschtchte VII, pp. 385-465, especialmente pp.
Francisco de Asís, II, 152, en San Francisco de Asís, Escritos, Madrid, 1945, p. 476. 421-424. el joven rey Federico; véase E. Simón, Frtednch der Gro/se, Tubmgen, 1963,
193. Véase O. Rmnner, SoztalgeschichteEuropasimMittelalter, Gottingen, 1978, pp. 124-125; 148-162
pp. 53-64. conflicto entre Iglesia y mundo y sus consecuencias histónco-sociales; y, 205. Véase M. Lutero, ha libertad del cristiano (1520), en Obras, Salamanca,
especialmente, pp. 58-59. movimientos de pobres y herejías. Véase J. Le Goff, ha 1977, pp. 157-170, especialmente pp. 167-168, donde Lutero exhorta a la obedien-
baja Edad Media, Madrid, "1990, sobre la prosperidad de las ciudades, del comercio cia a toda autoridad. Véase también E. H. Erikson, Der ¡unge Mann huther. Eme
y de la economía monetaria, así como la revolución agrícola y la explosión demográ- psychoanalyttsche undhtstonsche Studte, Reinbek, 1970, pp. 52-105- obediencia, ¿a
fica. quién?; pp. 246-276 la fe y la ira.
194. Sobre la división del trabajo ya en el siglo XII, véase Ibid. 206. P. de Rosa, Gottes erste Dtener. Die dunkle Seite des Papsttums, Munchen,
195. Resulta difícil comprender hasta qué punto la historia de los dogmas ecle- 1989, p. 74.
siásticos ha estado marcada por el dominio y la violencia. Véase Th. Reik, Dogma 207. Ibtd.,p.76.
und Zwangsidee. Eme psychoanalyttsche Studte zur Entwtcklung der Religión (1927), 208. Ibid.,p. 83.
Berlin-Koln-Mainz, 1973, pp. 25-43; K. Deschner, Historia criminal del cristianismo 209. Sobre la figura de Inocencio III, véase J. Le Goff, ha baja Edad Media.
I, Barcelona, 1990, pp. 115-144: comienzos de la demonización de cristianos por 210. P. de Rosa, Gottes erste Diener, p. 92.
cristianos 211. Véase J. C. Fest, Hitler. Eme Btographte, Frankfurt-Berhn-Wien, 1973, p.
196. Véase R. Schneider, Phtlipp der Zwette, oder Religión und Macht, Olten, 644, que reproduce parte del discurso de Hitler para justificar el asesinato de Rohm:
1949, pp. 105-117, especialmente pp. 114-115: «Ignacio escogió Europa como cen- «En ese momento, yo era responsable del destino de la nación alemana y, por consi-
tro de irradiación de sus operaciones, y en seguida se decidió por Roma. Había que guiente, juez supremo del pueblo alemán».
despertar a Roma; había que armar a Roma. A través de Roma, España ejerció su 212. Para un comentario a este pasaje, véase E. Drewermann, ME II, pp. 129-
influencia en todo el mundo. España, como el enemigo más implacable de las nuevas 147.
ideas y el más denodado activista de la resistencia bajo el estandarte romano, trasladó 213. Th. Hobbes, hevtatán (1642), Madrid, 1987, pp. 93-104, afirma que la
la batalla al Norte». Véase también F Heer, Die Dritte Kraft. Der europaische doctrina romana de la fe no es más que un instrumento del poder papal (citado según
P de Rosa, Gottes erste Diener, p. 85).
744 Notas Notas 745

214. MarsiliodePadua,E/áe/é«sorífe/d¿Mz(1324),II,9,§ l-13,Madnd, 1989. tema de Rahner; por eso, todas sus afirmaciones en el campo de la teología dogmática
En II, 10, § 4, Marsilio se atreve a exigir para los procesos de herejía un procedimien- quedaban en un nivel puramente intelectual y racional.
to regulado por las leyes; cosa que ni siquiera hoy se toma suficientemente en seno. 226. J.-P. Sartre, El diablo y Dios, Madrid, 21986.
Véase también A. R. Myers, «Europa ím 14. Jahrhundert», en G. Mann (ed.), Propylaen
Weltgeschichte V, Frankfurt a. M.-Berhn, 1986, pp. 563-618, especialmente pp. 602- 2. Sumisión pasiva de la voluntad: ventajas de la dependencia
604.
215. Sobre el dogma de la infalibilidad pontificia, véase H. Jedin, Kletne 227. Véase S. Kierkegaard, La enfermedad mortal (1849), Madrid, 1969, pp. 50-
Konziltengeschichte, Freiburg i. Br., 1961, pp. 120-122. 55: posibilidad y realidad de la desesperación de la persona humana en cuanto espí-
216. Sobre el Syllabus, véase la enumeración de los diferentes artículos en DS, ritu.
números 2901-2980, pp. 577-584. Los errores condenados son, entre otros, los si- 228. Ibtd., pp. 73 ss.: la desesperada ignorancia del propio «yo», véase también
guientes: panteísmo, naturalismo, racionalismo (especialmente Antón Guenther), E. Drewermann, SBIII, pp. 436-468.
indiferentismo, laicismo, democratismo, liberalismo, etc. Habrá que imaginarse que, 229. Sobre la psicodinámica de la neurosis compulsiva, véase F. Riemann, Grund-
durante más de cien años, los candidatos al sacerdocio católico han sido formados, formen derAngst. Eme ttefenpsychologtsche Studte uber dte Angste des Menschen und
durante sus seis años de estudio de teología, en ese clima de condena y de reprobación, ihre Uberwindung, Munchen, 1961, pp. 75-95; E. Drewermann, PM I, pp. 128-162,
antes de ser considerados dignos de dar testimonio del amor de Cristo ante todo el especialmente pp. 136-143.
mundo. Incluso hoy día, pocos son los sacerdotes que hayan tenido en sus manos 230. F. Kafka, Carta a mi padre, Buenos Aires, 1955, pp. 9-45.
alguna obra de Spinoza, Kant, Hegel, Schopenhauer, Feuerbach, Saint-Simón, Bebel, 231. Véase F. Kafka, Once hijos (en La condena, Buenos Aires, "1961, p. 98),
etc., a no ser que los hayan necesitado para algún trabajo de seminario, en orden a donde el padre reflexiona a propósito del undécimo hijo: «"Eres el último a quien me
refutar un error concreto en nombre de la verdad de la Iglesia. Pero es probable que confiaría". Y él parece replicar con la mirada: "Déjame, entonces, ser al menos el
jamás hayan experimentado un verdadero encuentro con alguno de esos grandes último"».
pensadores. 232. Véase J- J. Rousseau, Confesiones (Madrid, 1978, libro VI, p. 231), donde
217. Véase el texto de Ignacio de Loyola recogido por P. Knauer en su traduc- el autor dice a propósito de su madre: «Hacía todo lo que se la mandaba, pero lo
ción y comentario de los Ejercicios espirituales. Geisthche Ubungen und erlauternde habría hecho lo mismo aunque no se lo hubieran mandado». ¡Lo ideal!
Texte, Graz-Wien-Koln, 1988, pp. 324-325: «La obediencia engendra actos y virtu- 233. Véase E. Drewermann, «Das Fremde — ín der Natur, ín uns selbst und ais
des heroicas [...] por ejemplo, si se me mandase ir desnudo o con vestidos extraños das vollkommen Neue, dargestellt an einem Marchen», en H. Rothbucher y F. Wurst
por calles y plazas; y aunque eso nunca me fuera mandado [...] nada hay que tanto (eds.), Wir und das Fremde. Fasztnation undBedrohung, Salzburg, 1989, pp. 117-144.
eche fuera el orgullo y la ativez como la obediencia». Véase P. de Rosa, Gottes erste 234. Sobre la «primera fase de obstinación», véase H. Remplein, Die seehsche
Dtener, p. 177; sobre Juan Pablo II, véase tbtd., pp. 174-175. Entwicklung des Menschen im Kindes- und Jugendalter, Munchen-Basel, 1966, pp.
218. P. de Rosa, Gottes erste Diener, p. 176. 220-241.
219. Ibtd., p. 177. 235. S. Freud, Lecciones introductorias al psicoanálisis (1917), en OC VI, pp.
220. Ibtd., p. 179. 2249 ss.
221. Ibtd., p. 180 236. Véase K. G. Rey, Das Mutterbüd des Prtesters. Zur Psychologte des
222. J. Anouilh, L'Alouette, París, 1953,1991, pp. 145-146. Pnesterberufes, Einsiedeln, 1969, pp. 48-51; 111-112; 133-140; especialmente p. 67.
223. Ibtd., pp. 146-148. 237. La identificación no con el «mejor», sino con el «más fuerte», que S. Freud
224. Ibtd., p. 127. {Tótem y tabú [1912], en OC V, pp. 1745-1851) describe como una interiorización
225. Merece aquí una mención especial el caso de Joseph Wittig, sacerdote y oral y un restablecimiento de «lo que se ha matado» en el «super-yo», lleva a ver la
profesor de Breslau, quien en su libro Horegott. Ein Buch vom Geiste und vom Glauben «genealogía de la moral» (Nietzsche) en una forma compulsiva de violencia aceptada.
(Gotha, 1929, pp. 128-123), y como justificación de su propia vida, expresaba el Tanto desde un punto de vista psicoanalítico como desde una perspectiva histórica,
deseo de curar el alma a partir del cuerpo, hasta que se viera a Dios pasear a la sombra sería difícil discutir esa interpretación de la realidad, aunque es manifiestamente
de sus árboles. Wittig fue condenado por la autoridad eclesiástica, por haber querido unilateral. R. E. Leakey y R. Lewm (W?e derMensch zum Menschen wurde, Hamburg,
suavizar las inhibiciones sexuales y superar la mezquindad de la confesión católica a 1978, pp. 79-117) subrayan la importancia de la participación social para el desarro-
base de una mayor confianza en la gracia de Dios. En el polo opuesto se encuentra, en llo de la persona.
la actualidad, el papa Juan Pablo II, quien, en el documento conclusivo del Sínodo de 238. Véase A. Freud, Das Ich und dte Abwehrmechanismen (1936), Munchen, s.
obispos Reconctliatio et poemtentia (2 de diciembre de 1984), se lamenta de que la f., pp. 85-94.
sociedad secularizada de hoy haya perdido la conciencia de pecado. Nada menos que 239. Lo que el niño aprende en estas circunstancias no es tanto —al revés que en
un K. Rahner («Problemas de la confesión», en ET III, Madrid, 1961, pp. 219-236) una situación depresiva— que es realmente culpable, cuanto que no tiene derecho a
lamentaba ya hace un cuarto de siglo «las tendencias mágico-legalísticas» de la prác- sentirse en su derecho, porque el derecho sólo está de parte del más fuerte. Ésa es la
tica de la confesión en la Iglesia católica, por ejemplo, en lo tocante a la santificación impresión de la moral que pretendió fundamentar Fr. Nietzsche, Más allá del bien y
del domingo. Pero incluso Rahner no pasaba de existencializar el concepto de peca- del mal (1885), Madrid, '1977, números 186-203, pp. 113-138: contribución a la
do: «¡Ojalá un día, en vez de decir: "Tienes que arrepentirte", se dijera: "Tienes que historia natural de la moral; véase especialmente n.° 197: «Se entiende mal al ave de
cambiar de vida"». Eso sería saludable. Pero la psicología del miedo no fue nunca un rapiña o al estafador —por ejemplo, Cesare Borgia—, y hasta a la misma naturaleza,
746 Notas Notas 747
si en todos esos monstruos y plantas tropicales rebosantes de salud se busca algún tipo De votis monasticis, «abiertamente decidido a regular sus dificultades sexuales en
de "enfermedad" o una especie de "infierno" íntimo, como han hecho hasta ahora cuanto lograra encontrar una solución digna». Precisamente esa manera distinta de
casi todos los moralistas». La naturaleza es bella, pero no es propiamente «moral»; enfocar las exigencias pulsionales del «ello» por la confianza en Dios es lo que mani-
una realidad que el cristianismo sigue ignorando obstinadamente. fiesta una personalidad diferente y lo que hace posible una forma distinta de enfren-
240. Sobre la diferencia entre adiestramiento y educación, véase H. Zulliger, tarse con los dixtados del «super-yo». Véase la crítica de Luther que hace Nietzsche
Schwierige Kinder. Zwólf Kapitel über Erziehung, Erziehungsberatung und Er- en Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejuicio, Madrid, 1984, n.° 88.
ziehungshilfe, Bern-Stuttgart, 1951, pp. 20-35. 251. En este aspecto, lo que separa decisivamente a Francisco, por ejemplo, de
241. Sobre la confesión como instrumento de una dirección externa autoritaria, Lutero no es sólo la diferencia entre Edad Media y Edad Moderna. Véase, a este
véase la razonable crítica de K. Deschner, Abermals krdhte der Hahn. Eine De- propósito, el caso de Pierre de Vaux (Pedro de Valdo); véase W. Nigg, Das Buch der
maskierung des Christentums von den Evangelisten bis zu den Faschisten, Hamburg, Ketzer (1949), Zürich, 1986, pp. 230-249: los valdenses.
1972, pp. 323-328. Según el autor, la confesión se introdujo como una concesión de 252. Véase E. Drewermann, GM, pp. 9-50.
la gran Iglesia a la psicología popular, con motivo de la lucha contra el montañismo 253. Véase A. Freud, Das Ich und die Abwehrmechanismen (1936), München, s.
ascético que, en el fondo, no era más que la «reacción de un cristianismo primitivo f., pp. 65-73: negación de palabra y de obra.
más radical contra la secularización de la Iglesia naciente» (p. 327). 254. Ibid., pp. 55-65. En su manifestación aguda, la construcción de un mundo
242. Sobre el problema de la superprotección, véase V. Kast, Wege aus Angst und imaginario en lugar de la realidad puede cobrar dimensiones cercanas a la locura, o de
Symbiose. Marchen psychologischgedeutet, Olten-Freiburg, 1982, pp. 39-63: el mie- auténtico desvarío.
do a separarse de la madre, ilustrado por el cuento de los hermanos Grimm La niña 255. K. Deschner (Historia criminal del cristianismo II, pp. 221-252) describe
de los gansos. las maquinaciones en la lucha por el primado del papa durante los siglos rv y v. La
243. Tomás de Celano, Vida de san Francisco de Asís, en Francisco de Asís, Escri- transformación de la fe en doctrina teológica es lo que hace al dogma aparecer como
tos, Madrid, 1945, II, 152; véase II, 153, p. 477: «No hay que echar inmediatamente instrumento de dominio.
mano a la espada. Pero el que no obedece con prontitud a los mandatos de la obedien- 256. El único medio de curar radicalmente esa situación es una idea básica pro-
cia ni respeta a Dios ni teme a los hombres [...] ¿Qué [...] hay más exasperante que un puesta por S. Kierkegaard, Tagebücher IV, Düsseldorf-Koln, 1962-1974, p. 217: «La
religioso que desprecia la obediencia?». A. Holl (Der letzte Christ. Franz von Assisi, lucha por el cristianismo ya no será la lucha por un cristianismo como doctrina. (Esa
Frankfurt a. M.-Berlin-Wien, 1982, n. 94, pp. 91-94) cuenta que el papa Inocencio es la confrontación entre ortodoxia y heterodoxia.) Debido a las transformaciones
III, durante la audiencia que concedió a san Francisco, le mandó predicar a los cer- sociales y a los movimientos comunistas, se luchará por un cristianismo como exis-
dos, con los que su aspecto guardaba cierta semejanza. Francisco, entonces, se revol- tencia. La cuestión fundamental será el amor al prójimo; la atención se dirigirá a la
có en excrementos de cerdo, demostrando así su disponibilidad a obedecer «inmedia- vida de Cristo, y el cristianismo deberá ocuparse fundamentalmente de conformar su
tamente»; y el papa reconoció que no era peligroso para la Iglesia. vida a la del Maestro. El mundo está harto de consumir esa masa defilfasy bambalinas
244. Tomás de Celano, Vida de san Francisco de Asís, 1,11, p. 293. con las que se había asegurado que la cuestión central era que el cristianismo siguiera
245. Ibid., I, 13, p. 294. siendo un cristianismo de doctrina. La indignación en todo el mundo grita: ¡Lo que
246. Ibid. queremos ver son hechos!».
247. Ibid., II, 12, pp. 392-393. 257. La crítica de la religión ha imputado siempre a los dirigentes de la Iglesia
248. Ibid., 1,13, pp. 393-394. una ambición de poder. Véase, por ejemplo, K. Deschner, Historia criminal del
249. Ibid., 1,1, pp. 286-287. cristianismo II, pp. 157 ss., sobre las luchas entre Roma y Bizancio durante los
250. A este propósito, y desde un punto de vista psicoanalítico, no se puede siglos v y vi. Parece indudable que sólo desde esa perspectiva se puede entender el
poner en el mismo plano a Francisco de Asís y a Martín Lutero, como ha intentado desarrollo objetivo de la historia de la Iglesia. Sin embargo, el aspecto subjetivo
hacerlo A. Holl, Der letzte Christ. Franz von Assisi, Frankfurt a. M.-Berlin-Wien, parece, desde el punto de vista psicológico, bastante menos creíble. A partir del
1982, n.° 170, pp. 174-175. Ante todo, no parece posible interpretar los agudos Renacimiento, es raro encontrar entre los príncipes de la Iglesia personalidades que
sentimientos de culpa que atormentaban a Francisco como remordimiento por una hayan sabido gozar de poder; más bien, se trata de personajes sin personalidad,
disipada vida anterior. Al contrario, esos sentimientos parecen provenir de su recha- cuyo «super-yo» se impone violentamente sobre su propio «yo» y les impulsa a
zo de aquella persona que encarnaba precisamente esa «vida disipada» y que constutía renovados actos de violencia.
un factor determinante en el desarrollo psíquico de Francisco, es decir, su propio 258. Hilde Domin, Gesammelte Gedichte, Frankfurt a. M., 1987, p. 261: Con-
padre. Por otra parte, el mismo A. Holl (ibid., n.° 173, pp. 177-178) admite que, en tra el avasallamiento, lo expresa así: «Cinco es par, / sin duda. / El trasero del que va
el curso de la vida de Francisco, le volvían «de vez en cuando [...] unas recaídas en sus delante, / el sol».
tormentos interiores». De todos modos, hay que reconocer que en Francisco no
actuaba sólo esa participación en el «super-yo» negativo de su padre, sino que predo- IV. «CASTIDAD» Y «CELIBATO»: CONFLICTOS DE LA SEXUALIDAD EDÍPICA
minaba en él la figura de su madre. Con todo, no se puede pasar por alto la diferencia
psicológica entre Francisco de Asís y Martín Lutero. A este propósito, E. H. Erikson
(Der junge Martin Luther. Eine psychoanalytische und historische Studie, Reinbek, 1. Sentido y absurdo de las decisiones, orientaciones y actitudes eclesiásticas
1970, p. 286) parece tener razón cuando sitúa la decisiva crisis de identidad y de
intimidad de Lutero en el castillo de Wartburg, mientras escribía su famoso tratado 259. Véase K. Deschner, Das Kreuz mit der Kirche, pp. 20-27; 27-33; 33-34
748 Notas Notas 749
(trad. española: Historial sexual del cristianismo, Zaragoza, 1993). Antes de hablar 270. Sobre la influencia de Qumrán, véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el
de los «orígenes de la ascesis», con la castidad cultual y el «desprecio de la mujer en remo de los cielos, pp. 20-22. Ya el mismo título del apartado, «Manuscrito de las
el monoteísmo judío» y en las religiones mistéricas del helenismo (pp. 44-59), el sectas», indica que «los niños y las mujeres tenían su puesto en la comunidad». J. M.
autor empieza directamente con unas consideraciones sobre la veneraciónde la Gran Allegro, Dte Botschaft vom Toten Meer, Frankfurt a. M., 1957, p. 89. Véase lQSa I
Madre, el culto fáhco y la prostitución sacra. Pero no parece haber entendido real- 4, del que existen diversas traducciones, en F. García Martínez, Textos de Qumrán,
mente el sentido de la revolución espiritual que dio lugar a la «ascesis». Madrid, "1993.
260. Véase D. von Hildebrand, Zoltbat und Glaubenskirche, Regensburg, 1970, 271. Sobre la «gnosis», véase R. Bultmann, Das Urchrtstentum im Rahmen der
pp. 145-150. A la pregunta sobre si puede dudar de la «obligación del celibato» antiken Religtonen (1949), Zunch, 1962, pp. 152-162.
responde: «¡De ninguna manera! Si en el alma del sacerdote hay un ardiente amor a 272. El movimiento de los esenios fue una rama lateral del partido de los fari-
Jesús, si Cristo ha enternecido su corazón, no hay riesgo de que se marchite». Para el seos. En su pesimismo apocalíptico se puede entrever una cierta relación con la «gnosis».
autor, toda discusión sobre el celibato es una «lucha contra la cruz» (pp. 47-48). Sobre este particular, véase E. Drewermann, TE II, pp. 467-485. A diferencia de la
Sobre el tema, véase el excelente análisis de A. Antweiler, Zum Pfltchtzolibat der gnosis, con su marcado dualismo, el movimiento de Qumrán nunca se desvió del
Weltpnester. Krttische Erwagungen zur Enzyklika Papst Pauls VI uber den prtesterlichen monoteísmo israelita. Véase H. Marwitz, «Gnosis. Gnostiker», en Der kleine Pauly.
Zoltbat, Münster, 1968, pp. 26-36. Véase igualmente F. Leist, Zoltbat — Gesetz oder Lexikon derAntike II, Munchen, 1975, pp. 830-839, especialmente p. 832.
Frethett. Kann man etn Chartsma gesetzltch regeln?, Munchen, 1968, pp. 78-141: 273. G. Denzler, Dte verbotene Lust, p. 33.
contra la alienación del sexo. 274. Ibtd., p. 35.
261. H. Burger, Der Papst m Deutschland. Dte Stattonen derReise 1987, Munchen, 275. E. Stauffer, Dte Botschaft Jesu damals und heute, Bern-Munchen, 1959, p.
1987, pp. 159-160. Véase Juan Pablo II, Predtgten und Ansprachen bet seinem zwetten 79.
Pastoralbesuch tn Deutschland, editado por la Conferencia Episcopal alemana, pp. 276. Sobre los textos citados a continuación, véase ibtd., pp. 79-85.
109-110. 277. Sobre Jerónimo, a propósito de Mt 19,29, véase ibtd., p. 80. Sobre la virgi-
262. Véase E. Drewermann, «Die Frage nach Mana ím rehgionswissenschaft- nidad y sus implicaciones patológico-sexuales, véase Jerónimo, De perpetua vtrgtnttate
hchen Honzont»: Zeitschrtft furMtsstonswtssenschaft und Rehgionswtssenschaft 66 beataeMartae adversus Helvtdium (383), en PL, 23, col. 183-206.
(1982), pp. 96-117. Véase Id., DN, pp. 73-95. 278. Véase H. Kees, Totenglauben und Jensettsvorstellungen der Alten Agypter.
263. Véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el remo de los cielos. Iglesia cató- Grundlagen und Entwtcklung bis zum Ende des Mtttleren Retches, Berlín,31977, pp.
lica y sexualidad, Madrid, 1994, pp. 29-47; 311-318; véase también K. Deschner, 108-131: desarrollo de la creencia en ultratumba, según los testimonios de tumbas
Das Kreuz mtt der Ktrche, pp. 224-230. Ambos autores polemizan contra esa privadas.
transposición de valores. El tono de la polémica puede ser un tanto agrio, pero la 279. Véase A. L. Fenger, «Pobreza. Historia bíblica», en P. Eicher (ed.), Diccio-
experiencia enseña que las palabras suaves casi nunca han sido escuchadas. Sobre el nario de conceptos teológicos II, Barcelona, 1990, pp. 249-259. Para una opinión
tema de la concepción virginal, véase el excelente estudio de E. Brunner-Traut, «Pharao contraria, véase H. Conzelmann, El centro del tiempo. La teología de Lucas, Madrid,
und Jesús ais Sohne Gottes», en Gelebte Mythen. Bettrage zum altagypttschen Mythos, 1974; el autor niega que Lucas transmita un ideal de pobreza.
Darmstadt, 1981, pp. 34-54. 280. Para un comentario del texto, véase E. Schweizer, Das Evangeltum nach
264. En 1962, K. Rahner («Vtrgmttas tn partu», en ETIV, Madrid, 1961) afrontó Lukas, Góttingen, 1982, p. 54. Véase H. Schurmann, Das Lukasevangeltum I, Freiburg
críticamente la prueba teológica, para escapar de un fundamentahsmo en el tema de i. Br.-Basel-Wien, 1969, 3 1984, pp. 211-212.
la concepción virginal de Jesús. Su conclusión no es que «esos detalles concretos no 281. Véase R. Pesch y G. Lohfink, Ttefenpsychologte und ketne Exegese, Stuttgart
han existido», sino que «no podemos deducir con segundad y de modo obligatorio 1987, p. 108. Véase E. Drewermann, AF, p. 119-172.
para todos [...] afirmaciones sobre las particularidades concretas de ese aconteci- 282. Sobre el rechazo del matrimonio entre los encratttas, véase Ireneo, Adversus
miento». ¿No será eso una manera de interpretar los «símbolos salvíficos» que, en haereses, 1,28. Ireneo atribuye —falsamente— a Marción las teorías de los encratttas.
definitiva, desemboca en la satisfacción de no ser hereje, por no haber hecho ninguna Véase igualmente Hipólito, Philosophumena, VIII, 20, para quien la vida de los
afirmación precisa? A los teólogos, más que a nadie, se podría aplicar lo que Nietzsche encratttas se parece más a la de los cínicos que a la de los cristianos.
dice sobre los filólogos (Consideraciones intempestivas, Madrid, 1988, n. 19): «El 283. Véase H. Conzelmann, El centro del tiempo, pp. 197-239: «Lucas es cons-
que no tiene sensibilidad para lo simbólico no puede entender el mundo de la Anti- ciente de que el seguimiento de Jesús no es ahora como en su tiempo».
güedad». 284. Sobre el gnosticismo en la Iglesia antigua, todavía vale la pena leer la obra
265. Juan Pablo II, Predtgten und Ansprachen, pp. 113-118, especialmente, p. de A. von Harnack, Lehrbuch der Dogmengeschtchte I (1910), Darmstadt, 1983, pp.
115. 243-291.
266. Ibtd.,pA0. 285. U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el remo de los cielos, pp. 29-47. Para
267. K. Deschner, Das Kreuz mtt der Ktrche, pp. 60-63; G. Denzler, Dte verbotene una interpretación de los simbolismos que enciera la concepción virginal, véase E.
Lust. 2000Jahre christltcher Sexualmoral, Munchen-Zunch, 1988. Drewermann, TE I, pp. 502-529; Id., DN, pp. 44-58.
268. U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos, pp. 30-33. 286. Véase A. Bohlig, «Chnstliche Wurzeln ím Manichaismus», en G. Widengren
269. H. Zimmermann y K. Khesch, Neutestamentliche Methodenlehre. Darstellung (ed.), DerMantchatsmus, Darmstadt, 1977, pp. 225-246.
der historisch-krtttschen Methode, Sututtgart, 1982, pp. 101-112; 238-244. E. 287. Sobre el monacato budista, véase H. Oldenberg, Buddha. Setn Leben, seme
Drewermann, ME II, pp. 86-104. Lehre, seme Gemetnde, pp. 307-352.
750 Notas
Notas 751
288. Sobre la mística islámica, el sufismo, véase A. Schimmel, Garten der
Erkenntms. Texte aus der islamtschen Mysttk, Dusseldorf-Koln, 1982, pp. 9-17. Véa- Frankfurt a. M., 1971,1978, pp. 520-529: el complejo de Edipo en los niños y en las
se especialmente T. Andrae, Islamtsche Mystiker, Stuttgart, 1960. niñas. Véase G. Devereux, Baubo. La vulve mythtque, París, 1983, pp. 117-170:
sobre la vulva y el pene. Véase H. A. Bernatzik (ed.), Neue Grofie Volkerkunde. Volker
289. Véase H. von Glasenapp, Die Phtlosophíe derlnder. Eme Emfuhrung tn thre
und Kulturen derErde m Wort undBild, Einsiedeln, 1974, p. 391. A propósito de la
Geschichte undtn ihreLehren, Stuttgart, 21958, p. 411.
influencia de esas representaciones míticas sobre el cristianismo, véase U. Ranke-
290. Ibtd.,pp. 183-185. Heinemann, Eunucos por el remo de los cielos, pp. 23-29.
291. Véase E. Neumann, Die Grofie Mutter. Eme Phanomenologte der weibhchen
308. Para un comentario del texto, véase E. Drewermann, ME I, pp. 366-375.
Gestaltungen des Unbewufiten (1956), Olten-Freiburg i. Br., '1989, pp. 90-122.
309. Véase K. Deschner, Das Kreuz mit der Kirche, pp. 227-229.
292. Un viraje tan decisivo, como el descubrimiento del papel que juega el hom-
310. A. Camus, Calígula (1947), en OC I, México, "1968, p. 718; véase acto I,
bre en el misterio de la maternidad, se debe probablemente a la leyenda hitita de
escena VIII: «¿De qué me vale una mano fuerte, de que me vale todo mi poder, si no
«Apu, el simple»; véase R. von Ranke-Graves, GrtechtscheMythologte. Quellen und
puedo cambiar el orden de las cosas, si no puedo hacer que el sol se ponga por el Este,
Deutungl, Hamburg, 1960, pp. 13-14.
que disminuya el sufrimiento, y que los hombres no mueran?» (p. 732).
293. Véase E. Drewermann, DN, pp. 40-43; 54-55; Id., «Die Frage nach Mana»:
311. San Agustín, Confesiones, X, 7.
Zettscbrift furMissionswissenschaft undRehgtonswtssenschaft 66 (1982), pp. 96-117,
312. B. Pascal, Pensamientos (1669), en Obras, Madrid, 1981, p. 412: «Me ate-
especialmente pp. 100-105.
rra el eterno silencio de esos espacios infinitos».
294. Véase E. Neumann, Die Grofie Mutter, pp. 123-169.
313. Véase P. Brown, Der hetlige Augustmus. Lebrer der Kirche undErneuerer der
295. Véase E. Drewermann, KC, pp. 19-31.
Geschichte, Frankfurt a. M., 1973, pp. 298-319. Es evidente que una concepción
296. Véase J. G. Frazer, La rama dorada, México-Buenos Aires,3195 6, pp. 3 91 -
como ésta puede transformar la doctrina cristiana de la redención en instrumento de
395: sobre Osins, Adonis y Atis.
opresión clerical; la naturaleza corrompida desde el punto de vista antropológico es,
297. Por ejemplo, en la mitología india. Véase H. Zimmer, Indtsche Mythen und sociológicamente, la masa infantilizada del pueblo de la Iglesia, y psicológicamente el
Symbole, Dusseldorf-Koln, 1972, pp. 152-165: Shiva-Shakti. mundo seductor de las pulsiones. Véase también K. Jaspers, «Augustin», en Dtegrofien
298. Sobre el aspecto guerrero de Yahvé, véase R. de Vaux, Instituciones del Philosophen, München, 1976, pp. 42-51.
Antiguo Testamento, Barcelona, 3 1985, pp. 291 ss. 314. San Agustín, Confesiones, X, 30.
299. El carácter terreno de las esperanzas mesiánicas de Israel fue sometido a
315. Véase, por ejemplo, Minucius Fehx, Octavtus, XXIV 2, 3, 5. Véase tam-
profunda crisis y a una revisión decisiva por el movimiento apocalíptico; véase E.
bién E. Drewermann, SBIII, pp. 514-533.
Drewermann, TE II, pp. 467-485.
316. Véase E. Drewermann, SB III, pp. 479-514.
300. Véase G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento II, Salamanca, 41978,
317. É. Zola, El pecado del padre Mouret, Barcelona, 1971, p. 76.
pp. 436-440.
318. Ibid.,p.31.
301. Véase especialmente H. Haag y K. Elliger, «Wenn er mich doch kufSte». Das 319. Ibid.,p. 24.
Hohelied der Liebe, Rembeck, 1985. También, Emilia Fernández Tejero (trad. y co-
320. Longo, Dafnts y Cloe, III, 14. 17-19. 34, Madrid, 1990.
mentario), El cantar más bello. El Cantar de los cantares de Salomón, Madrid, 1994.
321. É. Zola, El pecado del padre Mouret, pp. 213-215.
302. H. Schmokel (Hetlige Hochzett undHoheshed, Wiesbaden, 1956), que si-
gue la interpretación de W. Wittekind (Das «Hohe Lted» und setne Beziehungen zum 322. Sobre el culto de Cibeles, véase Lucio Apuleyo, El asno de oro, VIII, Ma-
Istarkult, Hannover, 1925), opina que las metáforas del texto están fuertemente drid, s1988. Parece que, originariamente, «kybele» significaba el útero femenino. Véase
marcadas por el trasfondo mítico de la hierogamia entre Tammuz e Istar, cantada por W. Fauth, «Kybele», en K. Ziegler y W. Sontheimer (eds.), Der kletne Pauly. Lextkon
la poesía sumero-acádica. Lo mismo ocurre en la poesía india, en la que el amor entre derAnttke III, Munchen, 1979, pp. 383-389.
Kishna y la pastora Radha es una expresión del amor que el alma siente por su dios. 323. Véase O. Rank, Das Inzestmotw tn Dtchtung und Sage. Grundzuge etner
Véase H. von Glasenapp, Indtsche Getsteswelt. Glaube, Dtchtung und Wtssenschaft Psychologie des dtchtertschen Schaffens, Leipzig-Wien, 1912, pp. 290-292.
der Hindus, Baden-Baden, 1958, pp. 217-222. Véase también E. Drewermann y H. 324. E. Zola, El pecado del padre Mouret, p. 113.
Haag, «Das Hohelied der Liebe», en Wort des Hetls, Wort der Hetlung II, Dusseldorf, 325. Ibtd.,pp. 113-114.
1989, pp. 43-78. 326. Cf. Ex 4,25; Is 6,2; 7,20. Véase E. Drewermann, TE II, p. 384.
303. Véase L. Manmche, Liebe und Sexualttat tm alten Agypten, Zunch-Munchen, 327. É. Zola, El pecado del padre Mouret, pp. 114-116.
1988, pp. 9-15; 45-65; y especialmente pp. 79-116: relatos mitológicos. Véase tam- 328. Sobre el desplazamiento hacia arriba, como mecanismo de defensa, véase S.
bién S. Schott, Altagyptische Liebeslynk, Zurich, 1950, pp. 7-36. Freud, Análisis fragmentario de una histeria («Caso Dora») (1905), en OC III, pp.
304. Sobre el Salmo 104, véase A. Weiser, Die Psalmen II, Gottingen, 1950, pp. 933-1003.
61-150. Sobre el «Himno al Sol» de Akhenaton, véase J. Assmann, Agyptische Hymnen 329. É. Zola, El pecado del padre Mouret, pp. 91-92.
und Cébete, Zunch-Munchen, 1957, nn. 89-95, pp. 209-225. 330. Véase B. D. Lewin, «Sleep, the Mouth and the Dream Screen»: Psycho-
305. Véase K. Michalowski, L'art de l'anctenne Égypte, París, 1968, figura 95. analittcal Quarterly 15 (1946); R. A. Spitz, Vom Saugltng zum Kleinktnd. Natur-
geschtchte derMutter-Ktnd-Beztehung tm ersten Lebensjahr, Stuttgart, 1967, pp. 93-
306. Véase S. Freud, El tabú de la virginidad (1918), en OC VII, pp. 2444-2454.
94 y, especialmente, pp. 98-100.
307. Véase P. Parin, F. Morgenthaler y G. Pann-Mattéy, Furchte deinen Nachsten
une dicb selbst. Psychoanalyse und Gesellschaft am Modell der Agnt in Westafrika, 331. Véase P. Meinhold, Mana in der Okumene, Wiesbaden, 1978.
332. L. A. Bawden (ed.), rororo-Ftlm-Lexikon, 4- Personajes A-G, Hamburg,
752 Notas Notas 753

1978, p. 981; G. Seesslen y C. Weil, Asthettk des erottschen Kinos. Geschichte und 2. «Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios»
Mythologte des erottschen Ftlms, Hamburg, 1980, p. 209.
333. G. Seesslen y C. Weil, Asthettk des erottschen Ktnos, pp. 174-176. 351. Véase S. Freud, El malestar en la cultura (1929), en OC VIII, pp. 3.017-
334. Ibid., p. 177. 3.068, especialmente: sobre la alegría en el trabajo.
335. Véase G. Heinen, Sterben fur dte Keuschhett? Marta Gorettt mal vter; un 352. Véase, por ejemplo, O. von Corvín, Der illustnerte Pfaffensptegel. Histortsche
programa de radio WDRIII emitido el 11 de enero de 1988. Denkmale des chrtsthchen Fanattsmus in der romtsch-katholtschen Ktrche (1845),
336. B. Frundt y R. Thissen, Wunderbare Vtstonen aufdetn Weg zur Hollé. Das Munchen, 1971, pp. 174-200: la «frailería». Se trata de un género literario burlesco,
Ktno und dte Kampfe des Martin Scorsese, programa del canal de televisión ZDF cuya tradición comienza con las farsas poéticas y los saínetes medievales, sobre todo
emitido el 17 de mayo de 1989. En la historia del cine, la figura de María Magdalena en Alemania; véase, por ejemplo, Stncke, Der PfaffAmts (hacia 1220), Munchen,
al pie de la cruz tiene al menos un famoso precedente en la película de P. P. Pasolini 1912, o Ph. Frankfurter, Des Pfaffen Geschtcht und Htstori vom Kalenberg (hacia
La rtcotta (1962), en la que, para consolar al crucificado, la prostituta se pone a bailar 1472), Halle, 1906. Como ilustración de las tendencias de ese género literario, se
desnuda. Hay también ejemplos parecidos, como el de Bngitte Bardot posando de- podría citar aquella famosa grosería con que se insultaba al papa en tiempos de la
lante de un gran crucifi]o. Véase G. Seesslen y C. Weil, o. c, p. 70. En 1965, en su Reforma: «El papa bebe príncipes, come gañanes, y caga curas». ¡Cuánto odio tiene
película Viva María, Louis Malle muestra a Jeanne Moreau haciendo el amor por la que haber sembrado la Iglesia a lo largo de los siglos para recoger tales agrazones!
noche con un rebelde atado a un travesano; L. A. Bawden, 5: Personales H-Q, pp.
353. Véase P. de Rosa, Gottes erste Diener, Munchen, 1989, pp. 111-169.
1176-1177.
354. G. Boccaccio, El Decamerón, Barcelona, 1970, Jornada novena, narración
337. N. Kazantzakis, Rechenschaft vor El Greco, Munchen, 1978, p. 553. II, pp. 475-477. Lo que pensaba Boccaccio sobre la Iglesia de su tiempo puede verse
338. Ibtd., p.550. en el relato sobre el judío Abraham, que se deja bautizar ante el panorama que ofrece
339. N. Kazantzakis, Dte letzte Versuchung, Reinbek 1984, p. 425 (trad. españo- la corte papal en Roma: una Iglesia -piensa él- que a pesar de tal degeneración puede
la La última tentación, Madrid, 1988). sobrevivir más de 1000 años, ha de ser de Dios.
340. Véase CIC, can. 277 § 1, de donde se deduce § 2: «Los clérigos deberán 355. Véase Stendhal, Les Cena, en Romans et nouvelles, París, 1947, pp. 666-
conducirse con la debida prudencia en su relación con personas cuyo trato pudiera 697 (trad. española Los Cena, Madrid, 1991). Stendhal define la figura de Donjuán
poner en peligro su obligación de guardar continencia, o causar escándalo a los fieles». como el «producto de las instituciones ascéticas de los papas que vinieron después de
Véase igualmente, J. J. Degenhardt, Goff braucht Menschen. Pnestertum, Paderborn Martín Lutero» (p. 668). Sobre los efectos del concilio de Trento sobre la moral
1982, p. 24. sexual católica, véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el remo de los cielos. Iglesia
341. Véase W. Reich, Dte Massenpsychologte des Faschismus (1933), Frankfurt católica y sexualidad, Madrid, 1994, pp. 219-233
a. M., 1974, pp. 75-78; 179; 187 (trad. española Psicología de masas del fascismo, 356. F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Madrid, 51978, pp. 66-69: Del pálido
Barcelona, 1980). criminal.
342. F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Madrid, 51978, pp. 90-92: «Sobre la 357. G. Denzler, Dte verbotene Lust, p. 93.
castidad». 358. Con razón decía Nietzsche (Más allá del bien y del mal, Madrid, 31977, p.
343. A. Zumkeller, «Die Regeln des heiligen Augustinus», en H. U. von Balthasar 110, n. 168)- «El cristianismo envenenó a Eros; no murió, pero degeneró en vicio».
(ed.), Dtegrofíen Ordensregeln, Zunch-Koln, 1948, pp. 99-133, especialmente p. Véase G. Bachl, Der beschadtgte Eros. Frau und Mann tm Chrtstentum, Freiburg i.
118. Br.-Basel-Wien, 1989, pp. 74-83.
344. Ibtd.,p. 126. 359. Véase L. G. da Cámara, Memortale. Ertnnerungen an unseren VaterIgnattus
345. Ibtd., p. 126. (1555), Frankfurt a. M., 1988, n. 195, pp. 108-109: «Cuando nuestro Padre habla de
346. Ibtd., p. 128. la oración, supone siempre que las pasiones están bien dominadas y mortificadas; y a
347. Ibtd., p. 130. eso le da gran importancia. Recuerdo que una vez, a propósito de un religioso que yo
348. M. Schoenenberg y R. Stalder (trads.), «Die Satzungen der Gesellschaft conocía, le comenté que era un verdadero hombre de oración. Él me replicó inmedia-
Jesu», en H. U. von Balthasar (ed.), Diegrofien Ordensregeln, p. 318. tamente: 'Es un hombre de gran mortificación'».
349. Dtrektorium derMtsstonsschwestern vom Kostbaren Blut, Paderborn, 1932, 360. G. T. di Lampedusa,E/g<jf O/WÍ/O, Barcelona, 21963, p. 36: «Todavía soy un
n. 57, p. 42. hombre vigoroso y ¿cómo puedo contentarme con una mujer que, en el lecho, se san-
350. 7¿>f¿.,n. 58, p. 42-43. tigua antes de cada abrazo y luego, en los momentos de mayor emoción, no sabe decir
otra cosa que "¡Jesús María!"? Cuando nos casamos, cuando ella tenía dieciséis años,
todo esto me exaltaba, pero ahora... He tenido con ella siete hijos y jamás la he visto
el ombligo. ¿Es esto justo? [...] ¿Es justo? ¡Os lo pregunto a todos vosotros! ¡Lapecadora
es ella!». No, la pecadora es la Iglesia que ha querido convertir a susfielesen máquinas
de procrear sin tomar en cuenta sus sentimientos ni sus sensaciones», p. 37: «...donnez-
moi la forcé et le courage de contempler mon coeur et mon corps sans dégout». Si estos
versos son una «guarrería», la religión, que declara impuro a un nombre sólo por el mero
hecho de serlo, es ella misma impura.
754 Notas Notas 755

361. Así se explica que tantos clérigos idealicen el matrimonio de sus padres; hay 373. S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einfubrung tn dte Psychoanalyse,
obligación de proteger la mentira común como algo sagrado. Después de una confe- en GW XV, London, 1944, pp. 103-104.
rencia sobre un cuento de los hermanos Grimm, me decía horrorizado un benedicti- 374. Véase V. B. Droscher, Ste toten und sie beben sich. Naturgeschichte soztalen
no: «Entonces, ¡yo tendría que insultar a mi madre!». Quizá, sí; o, ¿por qué no? Verhaltens, Hamburg, 1977, pp. 166-178, sobre el cortejo en las aves (el urogallo).
362. S. Freud, La disolución del complejo de Edipo (1924), en OC VII, pp. 2748- 375. S. Kierkegaard, El concepto de la angustia, Madrid, 71967, pp. 102-110.
2752. Véase E. Drewermann, SB III, pp. 436-448. Sobre el problema de la masturbación,
363. Véase J. Brmktrme, Dte Lehre von der Mutter des Erlosers,Paderbom, 1959, véase E. Drewermann, PM II, pp. 162-225, especialmente pp. 178-185. Sobre la
pp. 57-72. En cuanto a las «particularidades», la leyenda de Buda puede servir de doctrina oficial de la Iglesia, véase A. Pereira, Jugend vor Gott, Kevalaer, 1959, pp.
ilustración: Buda nació en forma de elefante blanco, y del costado de su madre, 291-315. Véase también K. Deschner, Das Kreuz mit derKirche, pp. 327-331; 365-
Mahamaya, de pie, en el bosque sagrado de Lumbini; la madre murió al poco tiempo 378 (trad. española Historia sexual del cristianismo, Zaragoza, 1993). Sobre el mis-
sin haber tenido relaciones con ningún hombre. Véase E. Waldschmidt, Dte Legende mo problema, véase igualmente H. Haag y K. Elliger, «Stort ntcht dte Ltebe». Die
vom Leben des Buddha. In Auszugen aus den hetltgen Texten, Graz, 1982, pp. 29-47. Dtskriminterung der Sexualttat - etnVerrat an derBibel, Olten, 1986, pp. 111-122; G.
364. Sobre la diferente valoración de la virginidad femenina, según se trate de Denzler, Die verboteneLust, pp. 181-187; Ch. Rohde-Dachser, StrukturundMethode
una cultura patriarcal o de un matriarcado, véase E. Drewermann, KC, pp. 240-241. der katholtschen Sexualerztehung, Stuttgart, 1970; U. Ranke-Heinemann, Eunucos
365. Para una interpretación, véase E. Drewermann y I. Neuhaus, Manenkind, por el reino de los cielos, pp. 285-293, sobre las consecuencias de una moral que
en GM, pp. 23-43. considera la masturbación como una enfermedad. S. Freud, Contribuciones al simposio
366. Sobre la formación de un ideal durante la pubertad, véase S. Freud, Das Ich sobre la masturbactón (1912), en OC V, pp. 1702-1709; ya en esa fecha, 1912, Freud
unddte Abwehrmechamsmen (1936), Munchen, s. f., pp. 118-135. Sobre la división abogaba por hablar sincera y realísticamente sobre la masturbación. E. Ringel y A.
de la imagen de la mujer en virgen y prostituta, véase S. Freud, Bettrage zur Psychologte Kirchmayr, Rehgionsverlust durch reltgtose Erztehung. Ttefenpsychologische Ursachen
des Ltebeslebens (1910), en GW VIII, London, 1945, pp. 72-77; y sobre todo, H. undFolgerungen, Wien-Freiburg i. Br.-Basel, 1986, pp. 123-125; los autores insisten
Mynarek, Eros und Klerus. Vom Elend des Zoltbats, Munchen-Zúnch, 1980, pp. 66- de manera especial en los efectos psíquicos de la prohibición eclesiástica de la mastur-
67; 155. Véase, además, F. Leist,Zum ThemaZolibat. Bekenntntsse von Betroffenen, bación.
München, 1973, pp. 9-56, donde se publican algunos escritos conmovedores de sa- 376. Véase E. Drewermann y I. Neuhaus, Schneewetfichen undRosenrot, en GM,
cerdotes que no han abandonado el ministerio, y pp. 226-242, donde se analizan las pp. 33-35. En contra de estos autores, F. Leist, Zum Thema Zolibat, Munchen, 1973,
consecuencias de esa obligación de pureza angélica. pp. 231-242, muestra cómo la prohibición absoluta de placer sexual fuera del matri-
367. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra, pp. 76-79: De los predicadores de la monio ha marcado la vida de los sacerdotes.
muerte. 377. F. Furger, Ethik der Lebensberetche, Freiburg i. Br., 1985, pp. 99-101.
368. Véase J. de Vorágine, Legenda áurea, pp. 301-303. Véase E. Drewermann, 378. K. Hormann, Lexikon der chnstltchen Moral, Innsbruck, 1976, artículo
TE I, p. 398. «Selbsbefnedigung», col. 1413-1417.
369. Véase S. Freud, El problema económico del masoquismo, en OC VII, pp. 379. Véase G. Denzler, Die verbotene Lust, pp. 185-187. Véase la Declaración
2752-2761. Cuando hay un complejo de culpabilidad (sexual) inconsciente y se expe- de la Congregación de la Fe, con fecha 29 de diciembre de 1975, acerca de ciertas
rimenta la necesidad de castigo, el sadismo puede volverse contra la propia persona. cuestiones de ética sexual, en AAS 68 (1976), pp. 77-96, en Sagrada Congregación
En el masoquismo, la moral queda sexuahzada, y vuelve al complejo de Edipo; la para la Doctrina de la Fe, Ocho documentos doctrinales, Madrid, 1981, pp. 61-97.
moral consiste, en definitiva, en desear ser castigado por el padre, para huir de la 380. É. Zola, El pecado del padre Mouret, p. 306.
tentación de pecado. Véase Th. Reik, Aus Leiden Ereuden. Masocbísmus und 381. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra, pp. 143-147: Sobre los virtuosos.
Gesellscbaft, Frankfurt a. M., 1983, pp. 404-420, sobre la «paradoja» de Cristo y la 382. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Ocho documentos
psicología del mártir. doctrinales, pp. 75-77. Véase H. Haag y K. Elliger, «Stort nicht dte Ltebe», p. 152.
370. San Agustín, Confesiones, II, 6: reflexiones sobre el robo de peras por un 383. Ibtd.
niño; II, 3: contraste entre la viril sensualidad de su padre y la dulzura casta de su 384. Ibtd. H. Haag y K. Elhger, «Stort nicht dte Ltebe», p. 152: «Este juicio sobre
madre. Es un contraste, en el campo de la sexualidad, correspondiente al que hemos la homosexualidad, emitido por las más altas instancias de la Iglesia, causa verdadero
visto en san Francisco de Asís en fase de anahdad. asombro. De hecho, prescinde totalmente del estado actual de la investigación cien-
371. Véase S. Freud, Historia de una neurosis infantil (Caso del «Hombre de los tífica». La valoración de Haag y Elliger es justa, aunque posiblemente demasiado
lobos»), en OC VI, pp. 1941-2010. En sus cartas a Wilhelm Flieí?, especialmente en benévola, como si Freud no hubiera escrito ya en 1908 su obra básica sobre el
la famosa carta del 21 de septiembre de 1897, Freud se plantea si los «recuerdos» de autoerotismo, homosexualidad, abstinencia prematrimonial, control de la natalidad
haber presenciado una relación sexual entre sus padres tienen realidad histórica. Es y existencia desdichada de muchos matrimonios. Véase S. Freud, La moral sexual
improbable que, como se ha mantenido, Freud, por conformismo social, rectificara «cultural» y la nerviosidad moderna, en OC IV, pp. 1249-1262. Véase también A. C.
su postura en favor de la antigua teoría sobre el trauma. Sin embargo, el hecho de que Kinsey, Das sexuelle Verhalten derFrau, Frankfurt a. M., 1963, pp. 342-381, según el
el niño pueda vivir de forma ambigua la ternura entre adultos, no sólo le hubiera cual, a los cuarenta y cinco años, el veinte por ciento de las mujeres y el cincuenta por
resultado admisible, sino que de hecho era su propia tesis. ciento de los hombres han tenido alguna experiencia homosexual, alcanzando el or-
372. Sobre la figura del Minotauro, véase R. von Ranke-Graves, GnechiscbeMy- gasmo el 13% de esas mujeres y el 37% de los hombres. Sin embargo, ese comporta-
thologie I, Reinbek, 1960, pp. 265-266; 269. miento real no cuenta para la Iglesia al proclamar las inmutables normas de morah-
756 Notas Notas 757

dad dictadas por Dios. <No se revela Dios también en la naturaleza? Sobre la homo- 151). Expresamente, el autor quiere que se sustituya el monasterio como «iglesia
sexualidad en los animales véase la obra citada de Kinsey. Cualquier visitante del zoo dentro de la iglesia» por la verdadera comunidad de Cristo en el mundo; quien, como
de Frankfurt puede observar contactos homsexuales entre los bonobos (chimpancés por ejemplo Hans Kung, se atreva a decir que la voluntad de Dios es simplemente el
enanos), que, según exámenes sexológicos (D. Hememann, «Die Menschenaffen», en bien de los hombres, «el comienzo de una vida verdaderamente humana», se encuen-
B. Grzímek (ed.), Tterleben, vol. I, pp. 485-489, especialmente p. 487) son los anima- tra en un camino equivocado y hace una interpretación errónea de la voluntad de
les más próximos al hombre. Sobre el paso del hermafroditismo biológicamente fun- Dios.
dado a la homosexualidad, véase V. B. Droscher, Ste toten undste heben sich, pp. 40- 402. A. Haberlandt, «Der Aufbau der europaischen Volkskultur», en H. A.
41. Muy acertado desde el punto de vista psicológico, y tremendamente inquietante Bernatzik (ed.), Neue grofie Volkerkunde. Volker und Kulturen der Erde tn Wort und
en los testimonios que aduce, es la obra de H. Mynarek, Eros und Klerus (pp. 145- Btld, Einsiedeln, 1974, pp. 14-22. Según el autor, las celebraciones con máscaras, que
168), sobre la relación entre represión eclesiástica y homosexualidad. todavía hoy realizan grupos de jóvenes en ciertas regiones alpinas, son reminiscen-
385. Véase especialmente K. Deschner, Das Kreuz mit derKtrche, pp. 331-335. cias de la identificación con el tótem en las culturas primitivas (p. 22).
La discriminación y persecución que la Iglesia ha ejercido durante siglos con respecto 403. Por ejemplo, entre los indios de América del Norte. Véase H. Lang,
a los homosexuales es, según el autor, un delito penalmente punible y políticamente Kulturgeschtchte der Indtaner Nordamertkas, Olten-Freiburg i. Br., 1981, pp. 347-
fascista. 349 (los indios Pomo); 374-375 (indios Hopts); 380-381 (indios Apaches).
386. Véase G. Denzler, Dte verbotene Lust, pp. 201-202. 404. De opinión contraria es S. Freud, «Psychogenése d'un cas d'homosexuahté
387. Véase H.Haag y K. Elhger, «Stort mcht dte Ltebe», p. 151. féminine». Revue francatse dePsychanalyse 6 (1933), pp. 130-154. Freud enuncia dos
388. Ibtd., pp. 142-148, sobre la postura de la Biblia, en especial, de san Pablo, «hechos fundamentales»: uno, que «los homosexuales masculinos han tenido una
con respecto a la homosexualidad. fijación extraordinariamente fuerte hacia la madre», y el otro, que «la gente normal,
389. La doctrina de Jesús condena el juramento absolutamente y sin excepción, junto a una heterosexuahdad manifiesta, dejan entrever una dosis considerable de
es decir, por lo menos tanto como la homosexualidad. Sin embargo, la Iglesia admite homosexualidad latente o inconsciente».
en sus mismas instituciones el juramento, más aún, multiplicado en infinidad de 405. A propósito de la teoría de A. Adler sobre la «protesta masculina de virili-
ocasiones. <Es que hay diversas varas de medir? Véase N. Lo Bello, Vatikan tm dad», véase S. Freud, Historia del movimiento psicoanalíttco (1914), en OC V, pp.
Zwteltcht, Munchen, 1986, pp. 210-215. 1916 ss. Véase también A. Adler, Das Problem der Homosexualttat und sexueller
390. J. Green, Oeuwes autobtographiques, en Oeuwes completes VI, París, 1990, Perverstonen. Erottsches Tratning und erotischer Ruckzug (1930), Frankfurt a. M.,
pp. 866-867. 1977, pp. 78-79. Sobre la defensa contra la madre o contra el complejo negativo de
391. Ibid.,p. 871. la madre, véase C. G. Jung, Dtepsychologtschen Aspekte des Mutterarchetypus (1939),
392. Ibtd.,p. 871-872. en Werke, IX, Olten-Freiburg i. Br., 1976, pp. 91-123, especialmente pp. 105-106.
393. É. Zola, El pecado del padre Mouret, pp. 20-25. 406. A. Gide, L'École des femmes (1929), en Romans, Réctts et Sottes. Oeuvres
394. Guy de Maupassant, Le Baptéme (1884), en Contes et Nouvelles I, París, lyrtques, París, 1958, pp. 1249-1310.
1974, pp. 1144-1148. Del mismo autor véase también «Claire de lune» (1884), en 407. C. G. Jung, Dte Ehe ais psychologtsche Beztehung, pp. 213-227, especial-
tbtd., pp. 594-599, que narra la historia de un abad misógino que rechaza «el amor mente p. 221.
carnal» tan categórica como «católicamente», sólo para preguntarse al final por qué 408. Véase G. Droscher, Ste toten und ste Iteben stch, pp. 40-41; 78-79. Véase
Dios habrá hecho así la creación. también J. Wolpe, Praxis der Verhaltenstherapte, Berhn-Stuttgart-Wien, 1978, pp.
395. Véase M. Eliade, Le Chamamsme et les Techntques archatques de l'extase, 86-102: tratamiento de la impotencia y de la frigidez.
París, 1951, 1974, p. 210. Para el autor, la presencia de caracteres femeninos en 409. Véase R. Curb y N. Manahan, Dte ungehorsamen Braute Chrtstt. Lesbtsche
algunos chamanes obedece a una ideología que se remonta a un «matriarcado arcai- Normen brechen das Schwetgen, Munchen, 1986, pp. 13-37: «La discreción nos aho-
co». Véase E. Drewermann, TE II, pp. 74-114. gaba. Sin embargo, tanto en el convento como fuera de él, contamos ahora nuestras
396. L. Szondi, Trwbpathologte I, Bern, 1952, p. 406. historias [...] Nos gustamos, y así lo confesamos. Después de siglos de oscurantismo,
397. Ibtd.,p. 407. nos hemos decidido a romper el silencio» (p. 36). Véase G. Denzler, Dte verbotene
398. Ibtd. Lust, p. 203, que recoge los datos de una encuesta realizada por W. Muller en 1977
399. Ibtd. Véase también E. Drewermann, PM II, pp. 162-225; 171-178; 291- entre 234 sacerdotes de la República Federal de Alemania: sólo 111 respondieron a
296. las preguntas formuladas, de los cuales entre el 15 y el 20% se declaró «exclusiva o
400. Véase E. Drewermann, AF, pp. 126-128. Véase el artículo anónimo «Of- predominantemente homosexual». La cifra es solamente aproximada; el porcentaje
fenbarung contra Religión. Zwischenbilanz nach den ersten vier Teilen der "Geschichte real es posiblemente más alto.
der Unterscheidung" ím Blick auf die heutige Theologie», en Dte mtegrterte Gemetnde 410. É. Zola, El pecado del padre Mouret, pp. 280.
(BeitragezurReform derKtrche), fase. 12-14, Munchen, 1971-1973, pp. 25-48. 411. Ibtd.,pp. 281-282.
401. Véase el artículo anónimo «Kommune — Kibbuz — Kloster — Gemeinde», 412. A. Gide, La porte étroite (1909), enRomans, Réctts, Soties. Oeuvres lyrtques,
en Dte mtegrterte Gemetnde, fase. 7, Munchen, 1970, pp. 143-152: ««Y una comuni- pp. 493-598, especialmente p. 591 (trad. española La puerta estrecha, Barcelona,
dad? Una comunidad ha de dar testimonio visible de la voluntad de Dios, cuyos 1988).
planes no son humanos aunque se dirijan a los humanos demandándoles no menos 413. Ibtd., pp. 592-593.
que lo que un kibbuz o una comunidad exige de sus miembros, es decir, todo» (p. 414. Ibtd.,p. 593.
758 Notas Notas 759
415. Ibid., p. 594. de la moral sexual de la Iglesia católica, véase ibid., pp. 117-145. La situación actual
416. A. Gidtjournal 1889-1939, Paris, 1940, p. 384. Gide reprocha a Claudel: se refleja en las siguientes cifras: «El 29,6%, casi una tercera parte de los monjes
«Es una máquina de hablar; ni objeciones, ni preguntas, nada puede pararle. Cual- capuchinos, la quinta orden religiosa de la Iglesia católica en cuanto a número de
quier opinión distinta de la suya no tiene razón de ser, y no hay excusa para ella». Y miembros, desea la posibilidad de tener relaciones íntimas con personas del otro sexo
cita unas palabras de Claudel a F. Jammes: «Amigo mío, después de vivir tantos años [...] Más aún, el 35,6% considera que el hecho de no tener mujer les impide "el pleno
en el amor de Dios, sucumbí, como usted bien sabe, al amor de esta mujer; salí de un desarrollo de su personalidad". Este es el resultado de una amplia encuesta elaborada
lago puro entre montañas, para hundirme en un pediluvio» (p. 254). Y Gide añade: por un grupo de capuchinos y sociólogos italianos. Los resultados provocaron una
«¡Ojalá que nunca hubiera conocido a Claudel!» (p. 359) «Su amistad pesa sobre mi desagradable sorpresa en el Vaticano» (p. 142).
mente, la obliga, la restringe [...] No me siento aún capaz de herirle, pero mi forma 421. Véase Th. Fontane, Schach von Wuthenow (1883), en Werke II, Wiesbaden,
de pensar es un insulto para la suya».. pp. 125-238; 233-236, un cruel ajuste de cuentas, según la concepción del honor en
417. A. Gide, Los alimentos terrestres (1897), Buenos Aires, 21962. aquellos tiempos.
418. Véase S. Freud, Lecciones introductorias al psicoanálisis (1917), en OC VI, 422. Véase S. Freud, Beitráge tur Psychologie des Liebeslebens (1910), en GW
pp. 2168 ss. VIII, London, 1945, pp.69-91, especialmente pp. 70-77. Sobre el problema, en todo
419. Sobre el cuadro de manifestaciones histéricas, véase E. Drewermann, PM I, su conjunto,véase W. Schmidbauer, Die hilflosen Helfer. Über die seelische Problematik
pp. 128-162, especialmente pp. 143-148. der helfenden Berufe, Reinbek, 1977.
420. Para un comentario del texto, véase E. Drewermann, ME I, pp. 336-370; II, 423. Sobre el mito del salvador salvado, véase W. Schmithals, Die Gnosis in
pp. 277-309. La idea de ser seducido por una mujer es, ciertamente, una de las Korinth, Gottingen, 21965, pp. 21-80; E. Pagels, The gnostic gospels, Harmondsworh,
favoritas de los clérigos. J. Bühler (Klosterleben im Mittelalter nach zeitgenóssischen 1980, pp. 62-63, sobre la amenaza que representaba la doctrina gnóstica de la reden-
Quellen, Maguncia, 1989) cuenta cómo una dama noble le confiesa su amor apasio- ción para la autoridad jerárquica de la Iglesia.
nado en el confesionario al abad; el abad responde que está poco presentable: «¿Ves 424. R. Pesch y G. Lohfink, Tiefenpsychologie und keine Exegese, Stuttgart, 1987,
como nos persigue el diablo aunque ya estemos muertos para el mundo?». P. Türks pp. 35-36. Véase E. Drewermann, AF, pp. 39-77.
(Philippo Neri oder das Feuer der Freude, Freiburg, Basel, Wien, 1986, p. 61) narra 425. Véase W. Kasper, «Tiefenpsychologische Umdeutung des Christentums?»,
como Cesárea, una joven que poseía tres casas cerca de San Girolamo, intentaba en A. Górres y W. Kasper (eds.), Tiefenpsychologische Deutungdes Glaubensf Anfragen
seducir a Felipe mediante la confesión. Se había jactado de que no sería capaz de an Eugen Drewermann, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 1988, pp. 9-26. Es asombroso
resistir su belleza. Le hizo llamar con el pretexto de estar mortalmente enferma y que Kasper me acuse de «gnosticismo» (p. 21). Si hubiera leído, al menos, los títulos
querer confesarse. Pese a su mala reputación, Felipe se sintió obligado a acudir. Al de los capítulos de Strukturen des Bósen, sobre todo, vol. III, le hubieran llamado la
llegar a la casa, la forma en que fue recibido le hizo percatarse de la trampa; sin atención, por ejemplo, los siguientes: «Más allá de los mitos», «Vida hay solamente
mediar palabra, se precipitó escaleras abajo. Ella, que tan segura había estado, furiosa en la fe».
le arrojó la primera silla a su alcance, lanzándose en su persecución. Felipe solía decir
426. Véase E. Drewermann, SBII, pp. 124-152; III, 118-185.
después: «En la guerra por la pureza solamente los cobardes, es decir, los que huyen,
427. Véase Abelardo, Historia calamitatum mearum, Paris, 1967, pp. 71-72 (trad.
alcanzan la victoria». Aquí tenemos todo: el cliché clásico del clérigo inocente y la
española Historia calamitatum y otros textos filosóficos, Oviedo, 1993): «... a la
mujer perversa, la devaluación de la belleza en mero instrumento de seducción, la
convivencia bajo el mismo techo (con Eloísa) siguió la unión de los corazones. Duran-
«guerra» que han de librar los clérigos contra sí mismos y contra las mujeres a fin de
te las clases teníamos tiempo suficiente para nuestro amor [...] Los libros estaban allí
mantener su pureza, la incapacidad forzada de responder personal y humanamente al
abiertos; las preguntas y las respuestas surgían velozmente cuando el tema era el
amor de una mujer y, sobre todo, la aceptación abierta del miedo y la huida de la
amor; había más besos que palabras. Mis manos estaban con más frecuencia entre sus
mujer como base del celibato. Todo ello, leído como prototipo de lo que es un santo
pechos que entre los libros; nos leíamos mutuamente en los ojos». Véase también U.
de la Iglesia católica. La realidad era y es más bien distinta. Para un estudio de cómo
Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos, pp. 153-157.
las mujeres, desde los tiempos de Pablo, han sido reprimidas, marginadas y devaluadas
en la Iglesia, hasta convertirlas en un mal en sí mismas, puede verse H. Haag y K. 428. Sobre el desarrollo de la obligación del celibato, véase G. Denzler, Das
Elliger, «Stort nicht die Liebe», pp. 64-69. K. Deschner, Das Kreuz mit der Kirche, p. Papsttum und der Amtszólibat, Stuttgart, 1973-1976. Véase también P. de Rosa,
158-211 describe las medidas con que la Iglesia impuso la exigencia del celibato, asi Gottes erste Diener, pp. 480-534: sobre los célibes impuros. Con razón dice que
como sus consecuencias, reacciones contrarias y exaltaciones morales. U. Ranke- «Juan Pablo II, que tanto proclama que los sacerdotes se han obligado libremente a sí
Heinemann (Eunucos por el reino de los cielos, pp. 111-126) resalta sobre todo la mismos [a guardar castidad], ¿por qué no les permite abandonar libremente el minis-
represión de la mujer por parte de los clérigos célibes que sienten miedo de la sexua- terio?». Véase U. Goldmann-Posch, Unheilige Ehen. Gespráche mit Priesterfrauen,
lidad. G. Denzler, Die verbotene Lust, pp. 267-304, describe la ambigüedad que tiene München, 1985, pp. 15-16, donde hace referencia a la disminución de vocaciones al
la imagen de la mujer en la Iglesia, mitad virgen, mitad prostituta; H. Mynarek (Eros sacerdocio: de los 433.089 sacerdotes, seculares y religiosos, que había en 1973, las
und Klerus, pp. 52-71) ofrece un impresionante material sobre las relaciones de clé- estadísticas del Vaticano sólo presentaban 408.945 en 1982. En 1973 fueron ordena-
rigos célibes con mujeres casadas y describe el problema de las «celibesas»: las muje- dos sacerdotes 7169 jóvenes en todo el mundo. Nueve años más tarde se ordenaron
res que trabajan como amas en casa de los clérigos, con los que tienen relaciones 5957 jóvenes más. Sobre la forma de vida actual de los sacerdotes habla una encuesta
maritales pero siempre inseguras y, por principio, sin estatuto jurídico. En lo que se hecha entre 1500 sacerdotes del arzobispado de Colonia por encargo de un grupo de
refiere a la catastrófica represión psíquica de la persona en los conventos en nombre trabajo sobre cuestiones de celibato. El 67,47% de los lectores de la revista católica
Weltbild era partidario del derecho al matrimonio para los sacerdotes católicos. El
760 Notas Notas 761
53,4% de los clérigos del obispado de Passau, en el mismo año, se mostraba partida- son sino palabras. Un sacerdote que ha tenido que vivir todo esto, solamente en
rio de los clérigos casados. En 1968, en Munich, el 94,4% de los estudiantes de circunstancias muy favorables será capaz de olvidar su actitud hacia ía sexualidad y
teología se manifestaba contra el celibato obligatorio. Según el estudio «Sacerdotes las mujeres», y esto si tiene la suerte de enamorarse de una mujer (frecuentemente
en Alemania», encargado por la Conferencia Episcopal Alemana en 1970, el 51% de casada) durante suficiente tiempo sin levantar sospechas. Acerca del sufrimiento de
los curas consultados eran favorables (un 28% lo consideraba «necesario») a que en el las mujeres que establecen una relación con un sacerdote y le dan «clases de amor» sin
futuro se reconsiderara la cuestión del celibato obligatorio, dejando la decisión al cobrar por ellas, véase U. Goldmann-Posch en Unheihge Ehen, pp. 49-56. Sobre la
criterio individual de cada uno (pp. 15-16). Y (p. 12) «...que en la República Federal moral del celibato, K. Deschner, DasKreuz mit derKtrche, pp. 186-211 (parcial pero
de Alemania 4000 sacerdotes hayan dejado el ministerio por razones del celibato no exagerado).
parece no ser oficialmente digno de discusión. Tampoco el abandono de 200 en 432. Véase U. Goldmann-Posch, Unheihge Ehen, pp. 57-70, que aduce el caso
Suiza, de 1000 en España, de 8000 en Italia, de 4000 en Brasil, de 17000 en Estados del padre Miguel y de Bettina, para demostrar toda la fuerza de ánimo que se requiere
Unidos o de 8000 en Francia que, mientras tanto, se han casado con o sin bendición para seguir en la Iglesia y participar en los sacramentos, a pesar de todas las condenas
de la Iglesia. Según estimaciones del grupo «Sacerdotes católicos y sus mujeres», eclesiásticas.
fundado en marzo de 1984 en Bad Nauheim, hay unos 80000 sacerdotes en todo el 433. Ibid.,p. 27.
mundo que se han casado con o sin la aprobación de la Iglesia. Esto quiere decir que 434. Véase G. Denzler, Die verbotene Lust, pp. 165-168, donde se da una rápida
una quinta parte de los 409000 sacerdotes que figuran en el anuario del Vaticano de visión histórica del tema del aborto. Véase U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el
1982 se ha despedido casándose». Véase, igualmente, G. Heinemann, «Zur remo de los cielos, pp. 273-285. Entre la población de la República Federal de Alema-
gegenwartigen Situation der Pnester ín Deutschland»: Lebendige Seelsorge 33 (1982), nia, el 60% tanto de hombres como de mujeres está en contra de la penahzación del
pp. 165-169, que, en pp. 169 ss. indica la pérdida de significado que tiene el celibato aborto según una encuesta realizada por la revista Stern. El 69% de los hombres y el
hoy. A. Exeler («Pnesterliche Lebensformen»: Lebendige Seelsorge 33 [1982], pp. 73% de las mujeres creen que son las mujeres quienes deberían tomar la decisión, si
223-226) considera que la vida en común del sacerdote con su ama, desde el punto de bien el 43% de los hombres y el 60% de las mujeres rechazan personalmente el
vista sociológico, no difiere de un concubinato (pp. 224-225). aborto; de este grupo, un 46% de los hombres y un 55% de las mujeres se decantan
429. Tomás de Aqumo, Summa theologtca, III 63,5. Véase DS, n° 964. A pesar a favor de la despenahzación: J. Kolb y U. Posche, «Das Signal von Memmingen»:
de ello, el papa Pablo VI (1963-1976) secularizó unos 32000 sacerdotes en todo el Stern, 10, 2 de marzo de 1989, pp. 268-270.
mundo. «Desde 1980 el Vaticano niega prácticamente toda secularización [...] Más 435. C. McCullough, Dornenvogel, München, 1981, p. 69 (trad. española El
de 10000 solicitudes (según cifras oficiosas) se encuentran bloqueadas». Véase U. pájaro espino, Barcelona, 1993).
Goldmann-Posch, UnheihgeEhen, p. 13. 436. Ibid.,p. 70.
430. Sobre el significado de esa «prudencia», véanse las reflexiones de F. Erbacher 437. Ibtd., pp. 140; 180.
en G. Denzler (ed.), Lebensbenchte verhetrateter Pnester. Autobiographtsche Zeugnisse 438. Ibid.,p.256.
zum Konfltkt zwtschen Ehe undZoltbat, Munchen, 1989, pp. 199-217: «El hecho de 439. Ibtd.,p. 397.
que casi todas las formas de relación entre el sacerdote y una mujer han de establecer- 440. Ibtd., pp. 610-622.
se en secreto impide el esclarecimiento de las posibilidades y límites de tal relación
(también en el terreno erótico)». Y en pp. 210-2111: «En cuanto a la Iglesia oficial, en
primer lugar a mí no me interesa tanto la problemática del celibato cuanto la de la
autoridad: ¿es la Iglesia, soy yo o es Dios quien decide cómo debo formar mi vida III. PROPUESTAS TERAPÉUTICAS
como sacerdote y como persona?... ¿De qué valor dispongo para poder vivir según mi
convencimiento? [...] Más allá de una verdad absoluta, cada individuo encuentra su
verdad en forma de diálogo y convivencia con los demás, y en su propia persona. En A) ¿CUÁL ES REALMENTE LA SALVACIÓN
esto radica precisamente la superación del problema de la autoridad». Véase también QUE OFRECE EL CRISTIANISMO?
R. Knobel-Ulnch, Verbotene Ehen, programa emitido por la NDR el día 16 de di-
ciembre de 1988. 1. D. Diderot, La Rehgieuse (1796), París, 1962, pp. 207-209 (trad. española:
431. Véase especialmente U. Goldmann-Posch, Unheihge Ehen, pp. 26-27, don- La religiosa, Barcelona, 1988).
de se hace referencia a una cierta inseguridad en el ejercicio de esas prescripciones, 2. Véase G. W. F. Hegel, Lecciones sobre filosofía de la religión II, Madrid,
puesto que la Iglesia no practica una «persecución» de los sacerdotes que no viven 1984. Su reproche al catolicismo es haberse quedado «en la idea del Hijo y en la
fielmente el celibato; por eso, en cuanto a medidas disciplinarias, prefiere mantener manifestación de su poder reconciliador al que tienen acceso María y los santos», y
en una zona gris de silencio tolerante esas uniones que ella considera ilegítimas. E. no haber llegado al mundo del espíritu, que «se manifiesta en la Iglesia como jerar-
Ringel y A. Kirchmayr (Reltgionsverlust durch religtose Erztehung, p. 137) tienen quía y no en cuanto comunidad». Véase Id., Der Geist des Chnstentums und sein
razón al afirmar: «La razón decisiva para la relación errónea que tiene [la Iglesia Schtcksal, Frankfurt a. M.-Berhn-Wien, 1978, p. 516. El destino de la Iglesia cristia-
católica...] es la ley del celibato [...] Todo el que conoce a seminaristas se percata de na es, para Hegel, que «Iglesia y Estado, culto y vida, religiosidad y virtud, acción del
cómo ellos mismos y, naturalmente y sobre todo, sus superiores, tienen pánico a la espíritu y acción del mundo no puedan fundirse en una sola realidad». Pero de esas
idea de un encuentro con una mujer y de una tentación sexual. En estas circunstancias tensiones, que hay que considerar como algo decisivo, no se deduce que el fundamen-
ya puede afirmar repetidamente que su actitud para con la mujer es sana y normal: no to de los «consejos evangélicos» sea la renuncia a los valores positivos del mundo, la
762 Notas Notas 763

«abnegación», como dice K. Rahner, «Sobre la teología de la abnegación», en ETIII, un futuro de maduración interna. Pues bien, ésa es precisamente la cuestión que no
Madrid, 1961, pp. 61-73: «La expresión y la realización de la fe, de la esperanza y del aborda J. B. Metz (F. X. Kaufmann), Zukunftsfáhigkeit. Suchbewegungen im Christen-
amor en camino hacia un Dios que es, en sí mismo, el fin del hombre en el orden tum, Freiburg i. Br., 1987, p. 106.
sobrenatural, sin la mediación del mundo». Véase igualmente K. Rahner, «Pasión y 7. J. B. Metz, ibid.,-o. 106.
ascesis», en ET III, pp. 73-109, donde el autor previene contra la «tentación» de 8. Para un comentario de este pasaje, véase E. Schweizer, Das Evangelium
«tomar el mundo como la revelación definitiva de Dios» (p. 94). Dios es más que el nachMattháus, Góttingen, 1986, pp. 177-178.
hombre y el mundo» (p. 95). Según Rahner, lo que contradice una posible «involución» 9. En cierto sentido, se amplía aquí el intento de reducir la religión a una pura
del mundo en sí mismo es la muerte. Pero, desde el punto de vista psicológico, podría- ética, como hace ya más de doscientos años hizo I. Kant (La religión dentro de los
mos preguntarnos cómo es posible una existencia que «trascienda» el mundo, si antes límites de la mera razón [1783], Madrid, 1986, pp. 95 ss.); se la traslada desde la
no se ha visto inmersa en él; por ejemplo, «cómo se puede «trascender» el amor entre esfera individual a la de la responsabilidad colectiva e interacciones estructurales. La
un hombre y una mujer, si no se les permite «amarse» mutuamente? Por eso, habrá «mística» no será creíble, mientras carezca de estructura o de contornos visibles pre-
que entender los consejos evangélicos en la perspectiva del «doble movimiento del cisamente en los que proclaman el mensaje del «ser ya redimido». Por tanto, lo pri-
infinito», propugnada en su tiempo por S. Kierkegaard, Temor y temblor, Madrid, mero que hay que investigar es la psique de esos mensajeros.
1975, pp. 139 ss. Véase E. Drewermann, SB III, pp. 497 ss. En otras palabras, los 10. Sobre el pelagianismo, véase Jerónimo, Dialoggegen die Pelagianer. Geführt
consejos evangélicos han de entenderse no como un movimiento de «trascendencia», vom Katholiken Atticus und dem Háretiker Critobolus I, München, 1914, pp. 324-
sino como «retorno» —reditio completa, en lenguaje de la teoría tomista del conoci- 497. El escrito muestra con toda claridad cómo hasta el mejor conocimiento de la
miento— al hombre de esta tierra y de este mundo. Porque, o son caminos y medios falibilidad humana puede degenerar en arma de una pretensión de infalibilidad, como
de redención, es decir, posibilidades de un ser redimido, o estarán siempre amenaza- se da en la historia de los dogmas de la Iglesia. U. Ranke-Heinemann (Eunucos por el
dos por una racionalización del miedo, de la represión, de la parálisis y de la muerte. reino de los cielos, pp. 73-93) califica la condena del pelagianismo como «catástrofe
Así expresaba esta misma realidad el gran poeta indio Rabindranath Tagore, Aufdes de una doctrina inhumana», porque con ello la Iglesia declaró que los niños no bau-
Funkens Spitzen. Weisheiten für das Leben, nn. 33-34, München, 1989: «Dios quiere tizados no pueden alcanzar la salvación, y provocó una enorme angustia sexual. A
que con amor / se construya su casa. / Los hombres construyen en las nubes, / las pesar de todo, debería ser posible determinar la verdad en una doctrina sobre la
convierten en tejas de su victoria. / Dios quiere llevar al cuello / las coronas de los necesidad de salvación que tiene el ser humano. La señora Ranke-Heinemann es
hombres. / Por eso siembra en el seno de la tierra / las flores de su creación». irreprochable al negarse a aceptar la facticidad de lo que sólo puede entenderse como
3. Véase el comentario de E. Drewermann, ME I, pp. 390-404. símbolo, como verdad de la existencia; la Iglesia debería, en primer lugar, aceptar el
4. Véase G. Bernanos, Los grandes cementerios bajo la luna, Madrid, 1986. carácter simbólico -y, por ello, psíquico- de sus propias doctrinas.
5. Véase L. Feuerbach, Xenien, en Werke I, Frankfurt a. M., 1975, pp. 270- 11. Con razón escribe S. Maderegger, Damonen. Die Besessenheit derAnnelise
349: «Los místicos antiguos y los modernos», especialmente pp. 324-325: «A voso- Michl im Lichte deranalytischen Psychologie,~Wels, 1983, pp. 112-113, que «la ora-
tros, místicos de antaño, que de vuestro espíritu / desde lo hondo reengendrasteis la ción aviva la conciencia de un Dios que ya se conoce; y lo que hace es reforzar en el
palabra / que habitaba en vosotros, oculta en los pliegues de vuestra alma, / no sólo fe arquetipo el aspecto que se considera divino».
/ y sentimiento, sino razón e idea, / íntimo resplandor del espíritu, plenitud infinita de 12. P. M. Zulehner, Das Gottesgerücht. Bausteine für eine Kirche der Zukunft,
vida; / sin afectación y sin apoyo en la palabra escrita, / creasteis obras que prueban la Dusseldorf, 1987, pp. 62-63.
autonomía del espíritu; / para vosotros, místicos, mi respeto y mi amor más profun- 13. E. Drewermann, SB III, pp. 228-251; 479-562.
do. / Pero a ese fardo insípido que hoy presumen de místicos, / que, carentes de 14. M. Scheler, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik (1913,
espíritu, desnudos de crédito interior, / apoyados en la crítica y en la gramática, 1916), München, 1954, 1966. En el mismo sentido, M. Buber, Cuentos jasídicos
arañan angustiosamente / la quintaesencia de los textos bíblicos, / y bombean puras (1949), Barcelona-Buenos Aires, 1983,2 vols.: «Pensar que la humildad es un manda-
exterioridades al erial de su corazón, / excavan en tierras donde no hay fuentes de miento es una inspiración de Satán. El demonio infla el corazón del hombre persua-
agua viva, / todo lo sacan de la Biblia, y no de su corazón; / hasta en lo más precioso, diéndolo de que es sabio, justo, temeroso de Dios; pero eso es puro orgullo, ya que
si no tiene aureola bíblica, / preguntan a la Biblia qué, cómo, y si hay que creer, / está mandado que hay que abajarse al nivel de la gente corriente. En suma, obedecer
preguntan a Pablo y a Pedro si no estará muerto, si todavía tiene pulso, / si tiene a ese mandamiento —si realmente exisitiera— equivaldría a alimentar el propio or-
fuerza y razón, o si está en su mano / producir algo bueno sin el impulso de la gracia; gullo».
/ a esos bichos, con toda su fe gramaticalmente correcta / que sólo se apoya en el papel 15. M. Buber, Geltung und Grenze des politischen Prinzips (1951), en Werke I,
y no en el espíritu vivificante, / que mendigan macilentos a la puerta de los apóstoles Heidelberg-München, 1962, pp. 1095-1108: «Vivimos un momento de la historia en
/ unas cuantas monedas para mantener la vida diaria; / a esa panda de bichos ruines y el que el destino común de la humanidad se muestra tan recalcitrante, que los admi-
vulgares, los odio, los desprecio, los repudio; / que hasta mi último aliento sea para nistradores rutinarios del principio político sólo pueden actuar como si fueran capa-
ellos un veneno mortal». ces de dominarlo. Les gustaría dar un consejo, pero no saben cuál; se enfrentan unos
6. Sobre el «miedo a la realización personal», véase el excelente estudio de H. con otros, y cada uno está enfrentado con su propio espíritu. Querrían hablar un
Stenger, Verwirklichung des Lebens aus der Kraft des Glaubens, Freiburg i. Br.-Basel- lenguaje en el que todos pudieran entenderse, pero no les queda más que una jerga
Wien, 1989, pp. 78-83: «Werdescheu und Werdewille». Pero la cuestión decisiva es política sólo apta para declaraciones. Con tanto poder como tienen, se ecuentran
la posibilidad de entender los consejos evangélicos como superación del miedo y impotentes; y con tanto arte de la política, no saben tomar ni una sola decisión
como integración de las sombras, es decir, como articulaciones abiertas al riesgo de importante. Quizá, cuando la catástrofe sea inminente, la oposición deberá saltar a la
764 Notas Notas 765
palestra. Y entonces, los que poseen el lenguaje de la verdad humana deberán hacer nismo a la categoría de movimiento revolucionario social. En cambio, Dostoievski,
frente común y tratar de dar a Dios lo que es de Dios o, lo que es lo mismo —porque que era pobre, pero en ciertos momentos un verdadero santo, no pensó nunca en
una humanidad perdida se encuentra siempre en la presencia de Dios— dar al hom- posibles reformas sociales. ¿De qué habría servido al alma la abolición de la propie-
bre lo que es del hombre, para salvarle de terminar siendo devorado por el principio dad privada?».
político». 8. Sobre el carácter fetichista del dinero, véase G. E. Simonetti, «Das Geld
16. Véase I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), und der Tod», en J. Harten y H. Kurnitzky (eds.), Museum des Geldes I, Dusseldorf
Madrid, 31967, pp. 72 ss.: «Actúa de tal manera, que trates a la humanidad, tanto en 1978, pp. 102-103.
tu persona como en la persona del otro, siempre como fin y nunca como un simple 9. Véase F. Capra, Wendezeit. Bausteine für ein neues Weltbild, Bern-München-
medio». Wien, 71984, pp. 257-289: el lado oscuro del crecimiento.
10. W. Dirks, Die Antwort der Mónche. Zukunftsentwürfe aus kritischer Zeit
von Benedikt, Franziskus, Dominikus und Ignatius, Olten-Freiburg i. Br., 1968, p. 170.
1. UNA POBREZA QUE HACE LIBRE 11. Ibid.,pp. 170-171.
12. Esa es la «pobreza» que hay que percibir en la necesidad que tiene el hombre
1. J. B. Metz, Las órdenes religiosas, Barcelona, 1978, p. 53. de ser redimido. Sobre el sentimiento de contingencia existencial, véase J.-P. Sartre,
2. Ibid., p. 64. La náusea, Buenos Aires, 101967. Véase igualmente E. Drewermann, SBIII, pp. 203-
3. Ibid., p. 65. 226; 226-251.
4. Ibid., pp. 68-69. 13. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME II, pp. 115-128.
5. Sobre sor Emmanuelle, véase Marcel Bauer, Schau mich an und flieg, pro- 14. Véase E. Stauffer, Die Botschaft Jesu damals und heute, Bern-München,
grama de la televisión alemana ZDF emitido el día 19 de abril de 1989. La ciudad de 1959, pp. 86-94 y, especialmente p. 189, nota 45: «Nunca será demasiado tajante la
El Cairo contaba en aquella época doce millones de habitantes, es decir, estaba evi- separación entre el mensaje de Jesús y la teología ebionita o la ética del entorno de
dentemente superpoblada; en el año dos mil, o sea, en sólo once años, se calcula que Lucas. Por eso, habrá que empezar por Mt 25,35 ss.». «Siempre será más fácil extir-
llegará a veinte millones. Tan desmesurado incremento, debido en parte al progreso par del mundo la riqueza que la pobreza. Por eso, después de la muerte de Jesús, la
de tipo «occidental» en materia de higiene, de técnicas agrícolas y de cuidados médi- comunidad de discípulos volvió rápidamente a la condena tradicional de los ricos, y
cos, sólo se podrá detener por medios «artificiales» adecuados a las circunstancias exaltó la pobreza como el camino sagrado que conduce al cielo» (p. 94). La verdad es
concretas. que, para combatir la pobreza, «jamás habrá suficiente dinero» (p. 94).
6. S. Zweig, Drei Dichter ihres Lebens. Casanova, Stendhal, Tolstoi (1928), 15. A. Schweitzer,KulturundEthik, München, 1960, pp. 328-253.
Frankfurt a. M., 1961, pp. 189-318, especialmente pp. 257-275, refuta la utopía 16. Véase el comentario a estos capítulos en E. Drewermann, ME I, pp. 430-
social de Tolstoi con argumentos que también son válidos contra cualquier intento de 440; 502-506.
deducir los consejos evangélicos de un contexto «social»: «[Tolstoi] pretende que a su 17. Para un comentario al texto, véase E. Drewermann, BS, pp. 184-204.
voz de mando todos renunciemos inmediatamente a todo, que abandonemos y entre- 18. P. M. Zulehner, Das Gottesgerücht. Bausteine für eineKirche derZukunft,
guemos todas las cosas a las que nuestro sentimiento nos mantiene atados: a los pp. 79-81; Id., Leibhaftigglauben, Freiburg-Basel-Wien, 1983, pp. 61-68.
jóvenes, él —un sexagenario— les exige una continencia que él nunca practicó siendo 19. E. Drewermann, SB I, pp. 120-124; II, pp. 267-276; III, pp. 263-299; Id.,
adulto; a los intelectuales les exige indiferencia y hasta desprecio por el arte y por las ME I, pp. 19-23.
cosas de la inteligencia, a lo que él dedicó toda su vida; y para convencernos, con la 20. Véase E. Drewermann, SB I, pp. 384-387; III, pp. 253-263.
rapidez del rayo, de que nuestra cultura se pierde en futilidades, trata de destruir a 21. E. Bloch, Ateísmo en el cristianismo, Madrid, 1983.
puñetazos todo nuestro mundo espiritual. Así pone en entredicho las intenciones
morales más nobles mediante una reivindicación feroz, una exageración sin medida y
un burdo engaño. ¿Hay alguien que pueda creer que Leo Tolstoi, al que su médico 2. UNA OBEDIENCIA QUE ABRE, Y UNA HUMILDAD QUE EXALTA
particular acompañaba y auscultaba todos los días, considerara la medicina y a los
médicos como "cosas inútiles", la lectura como un "pecado", y la limpieza como "un 1. J. B. Metz, Las órdenes religiosas, p. 78.
lujo superfluo"?» (p. 268). Si queremos vivir una vida verdaderamente cristiana, 2. Cita tomada de Kirche Intern. Forum für eine offene Kirche 6 (1989), p. 8.
tendremos que entender los consejos evangélicos en el sentido de unas actitudes que
3. Ibid. Véase E. Feil, «Sicherheit, Gehorsam, Glaube. Über ein neues Glaubens-
realmente ensanchan el corazón y hacen libres, en lugar de crear siempre nuevos
bekenntnis und einen neuen Treueeid für kirchliche Amtstrager»: Christ in der
complejos de culpabilidad, inútiles depresiones y estallidos de cólera impotente.
Gegenwart 28 (1989).
7. F. M. Dostoievski, Crimen y castigo, en OCII, Madrid 81964, pp. 23-35. 4. Pero, ¿qué pasa cuando la voluntad de Dios debe ser escuchada precisa-
Véase a este propósito E. Drewermann, BS, pp. 46-75. Ha sido especialmente O. mente en el propio «yo»? Como decía H. Hesse (Obstinación, Madrid, 1977, pp.
Spengler (La decadencia de Occidente, Madrid, 121976, pp. 228 ss.) el que mejor ha 90-96): «Aquí en la tierra, cada cosa tiene su sentido propio. Las piedras, las
señalado las diferencias entre Tolstoi y Dostoievski en relación con el mensaje de plantas, las flores, los animales, todo vive y actúa según su propio sentido; y por
Jesús: «Tolstoi, hombre de ciudad y de hábitos occidentales, no vio en Jesús más que eso, el mundo es bueno, rico y bello. Si hay flores y frutos, robles y abedules,
un moralista social, y como todo el Occidente civilizado, que sabe solamente distri- caballos y aves domésticas, estaño y hierro, oro y carbón, es única y exclusivamente
buir pero no renunciar, y a causa de una falta de fuerza metafísica, rebajó el cristia- porque, aun las realidades más insignificantes del universo tienen su "sentido",
766 Notas Notas 767
llevan en sí mismas su propia ley, y la cumplen sin falta, imperturbablemente. Sólo
la menor duda que a un psicoterapeuta le sería extremadamente fácil diagnosticar en
dos pobres seres de esta tierra se ven privados de seguir esa voz eterna que los llama
este santo una neurosis de angustia o una neurosis obsesiva como una catedral. Pero
a ser, a crecer, a vivir y a morir según su propio sentido innato. Sólo el hombre y el
¿hay algo malo en eso? En realidad, ese hombre torturado por el miedo al pecado fue
animal domesticado tienen que seguir no su propia voz interior, sino las leyes
capaz, como muy pocos, de proporcionar consuelo y acompañamiento por la fuerza
dictadas por los hombres [...] Los llamados "puntos de vista" [que proporcionan la
de la fe a muchas "almas" comidas de escrúpulos y miedo. Su destino fue despertar de
religión, la patria, la economía nacional, la moral, etc.], no valen, aunque fueran
la modorra a su sede episcopal y a toda Ñapóles, su ciudad natal. Realmente, se ganó
presentados por los expertos de mayor peso. Todos ellos son como una pista de
a pulso y a base de neurosis, con la gracia de Dios, su título de doctor zelantissimus».
hielo. No somos ni autómatas ni máquinas. Somos hombres. Y para los hombres
Es posible. Pero hay que reconocer, ante todo, que fueron precisamente sus rasgos
solamente existe un punto de vista natural, solamente una medida natural que es la
neuróticos —y no una confrontación con su neurosis— los que equiparon a san
del "sentido propio"; para él, no hay un destino como el socialismo o el capitalismo,
Alfonso con unas ideas de teología moral que tuvieron efectos devastadores, especial-
no hay Inglaterra ni América. Lo único que le da vida es la ley de su propio corazón
mente en la moral sexual de la Iglesia. U. Ranke-Heinemann (Eunucos por el reino de
que, aunque difícil de seguir para el que está instalado en la rutina, es destino y
los cielos, pp. 246-249) muestra el tremendo influjo que tuvieron las ideas de este
divinidad para el que posee el sentido de sí mismo». Sobre el texto de Heb 5,8,
doctor de la Iglesia en la difusión de la angustia y del sentimiento de culpabilidad en
véase H. Strathmann, Der Hebráerbrief, Góttingen, 1970, pp. 69-158, especialmen-
materia sexual, sobre todo con sus instrucciones sobre la confesión de los niños. En
te p. 105. Para una interpretación extraordinariamente profunda de la «obedien-
este mismo contexto, habrá que recordar la figura de san Luis Gonzaga que, con su
cia», véase la leyenda «budista» recogida por S. Zweig (Los ojos del hermano eterno,
exceso de pudor y ayunos, fue declarado patrono de la juventud hasta mediados de
Málaga, 1989) según la cual el fracaso tanto de los buenos como de los malos pro-
este siglo. Véase K. Deschner, pp. 95-96 y p. 376. Véase igualmente G. Denzler, Die
pósitos no deja otra salida que la obediencia del ser.
verbotene Lust, p. 81: «A la corta edad de diez años, siendo paje de la corte de
5. Véase E. Drewermann, ME I, pp. 45-80. Florencia, Luis Gonzaga (1568-1591), hijo de conde, hizo voto de virginidad. Para
6. J. B. Metz, Las órdenes religiosas, p. 83. demostrar su voluntad de conservar la pureza, sus biógrafos cuentan que el "angélico
7. Véase, en particular, E. Canetti, Masa y poder, Madrid, 21987: sobre el joven" nunca levantaba los ojos para mirar a las damas de la corte de la emperatriz
«mandato», del que dice que es «el elemento más peligroso de la vida del hombre en María, en Madrid, y ni siquiera a su propia madre. Murió a la edad de veintitrés
comunidad». años».
8. Estas tres cuestiones constituían para I. Kant los temas fundamentales de la 15. Véase A. Camus, «Regreso a Tipasa», y de manera especial «El destierro de
ética, de la antropología y de la teología, con los tres «postulados» correlativos de la Elena», en El verano, en OC II, México, 3 1968, pp. 919-927; 908-913.
razón pura: la libertad de la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de
16. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, SB I, pp. 344-357.
Dios. Véase I. Kant, Crítica de la razón práctica (1788).
17. Véase E. Drewermann, DF, pp. 64-65; 106-110.
9. I. Kant, Der Streit der Fakultáten (1798), en Werke, XI, Frankfurt a. M.,
18. Para un comentario de este pasaje, véase E. Drewermann, TE II, pp. 339-
1968, pp. 303-306, tiene toda la razón cuando demanda que la Biblia sea interpretada
341.
desde un punto de vista práctico: «Cualquier alumno admitirá sin más que le digamos
19. Ibid., pp. 350-351; 558-559. Id., VollerErbarmen rettet eruns. Die Tobit-
que en la Trinidad hay tres personas o que hay diez, porque él no tiene una idea
Legende tiefenpsychologisch gedeutet, Freiburg-Basel-Wien, 1985, pp. 40-46; Id.,
precisa sobre un Dios en varias personas (hipóstasis), pero sobre todo, porque de esa
DN, pp. 37-44.
diferencia no puede deducir diferentes reglas prácticas para su vida». La única obje-
20. A. de Saint-Exupéry, Tierra de hombres, en OC, Buenos Aires-Barcelona-
ción que se le puede hacer a Kant es que entiende «práctico» en sentido de «moral»,
México, 1967, pp. 321-322.
en lugar de interpretarlo como existencial.
21. Sobre el carácter dialógico de la terapia psicoanalítica, véase D. Flader y
10. Esta idea constituye el núcleo de toda la doctrina cristiana de la redención.
W. D. Grodzicki, «Hypothesen zur Wirkungsweise der psychoanalytischen Grund-
Por eso, no se pueden confrontar «mística» y «política» como si fueran, en cierto
regel», en D. Flader y otros (eds.), Psychoanalyse ais Gesprách, Frankfurt a. M.,
sentido, dos fuentes paralelas de conocimiento de igual rango y origen. Se trata más
1982, pp. 41-95. Véase E. Drewermann, PM I, pp. 179-189. «La regla fundamental
bien de demostrar cómo, extinguiéndose la angustia en la experiencia de Dios, la falta
[de la terapia psicoanalítica] consiste en la eliminación de todas las barreras a la
de unidad con Dios nos impide ser «buenos» en un sentido moral.
comunicación. Lo que aquí parece una regla «técnica» es en realidad una disposición
11. Para un comentario a este pasaje, véase E. Drewermann, SB I, pp. 79-80. humana, que pide grandes dosis de paciencia, comprensión, respeto, discreción, sen-
12. Cf.Is 65,17-25. sibilidad y, sobre todo, un alto grado de congruencia.
13. Sobre la figura de santa Teresa, véase R. Schneider, Philipp derZweite oder
22. H. Ashby, Corning Home, 1978. Véase H. G. Pflaum, «Hal Ashby.
Religión undMacht, Frankfurt a. M., 1987, pp. 117-175. Véase también K. Desch-
Erschütterung zum Leben», en P. S. Jansen y W. Schütte, New Hollywood, München,
ner (Das Kreuz mit der Kirche, pp. 112-119 [trad. española: Historia sexual del cris-
1976.
tianismo, Zaragoza, 1993]), donde el autor se muestra particularmente crítico en
23. Véase J. von Beckerath, Handbuch der ágyptischen Kónigsnamen, Mün-
relación a las visiones y demás experiencias de la gran mística española, cuyos símbo-
chen, 1984, pp. 32-33.
los encierran, desde el punto de vista psicoanalítico, un denso componente sexual.
24. Para un comentario del texto, véase E. Drewermann, SB I, 277-312.
14. Sobre la figura de san Alfonso, véase I. F. Górres, Aus der Welt der Heiligen,
25. Ibid. I, pp. 298-304; II, pp. 514-526, especialmente p. 522; III, pp. 389-
Frankfurt a. M., 1955, pp. 73-79. H. Stenger, Verwirklichung des Lebens aus der
396.
Kraft des Glaubens, Freiburg i. Br.-Basel-Wien, 21989, p. 150, afirma: «No me cabe
26. Ibid. I, pp. 378-379.
768 Notas Notas 769
27. P. M. Zulehner, Leibhaftigglauben, p. 80. 3. UNA TERNURA CREADORA DE SUEÑOS,
28. Véase un comentario a este texto en E. Drewermann, ME II, pp. 129-147. Y UN AMOR QUE ABRE CAMINOS
29. Para una opinión contraria, véase E. Drewermann, SB I, pp. 106-110; III,
pp. LXIX-LXXXVI; Id., ME I, pp. 11-25. 1. Pío X, Haerent animo, n. 97: AAS 41 (1908), pp. 555-557.
30. Un comentario a este texto en E. Drewermann, ME II, pp. 129-147. 2. Ibid.
31. Sobre este mito babilónico, véase E. Drewermann, SB I, p. 125. 3. Pío XII, Menti nostrae, n. 197: AAS 42 (1950), pp. 657-702.
32. Sobre el simbolismo de la «serpiente de la nada o del no-ser», véase E. 4. Juan XXIII, Sacerdotii Nostri primordia, n. 250: AAS 51 (1959), pp. 545-
Drewermann, SB I, pp. LXIV-LXXVI. 579.
33. Contra el recurso al tema del «orgullo» como explicación del mal en el 5. G. Bernanos, Sous le soleil de Satán, en Oeuvres romanesques, Paris, 1966,
hombre, véase E. Drewermann, SB I, pp. 75-78; II, p. 171; III, pp. XXX-XXXI; 304- pp. 147-155 (trad. española: Bajo el sol de Satanás, Madrid, 1990). En p. 249, como
305. en otros muchos pasajes, Bernanos se defiende contra esos «cazadores [...] que no
34. J. de la Fontaine, «La grenouille que veut se faire aussi grosse que le boeuf», hacen más que revolver y olfatear las aguas pantanosas», es decir, contra los psicoa-
en Fables de la Fontaine, Verviers, 1986, pp. 19-20. El motivo por el que la rana se nalistas. Hay que ver sobre todo que esa idea de una «santidad» que trasciende lo
hincha no es otro que la pura envidia. «humano» y lo «sacrifica», es decir, que lo niega o, por lo menos, lo neutraliza, es la
35. Véase E. Drewermann, ME I, pp. 25-44. que ha transmitido especialmente Hans Urs von Balthasar y que ha marcado a toda
36. Véase G. C Homans, Theorie der sozialen Gruppe, Kóln-Opladen, 1960, una generación de teólogos. Hace ya más de setenta años lo vio perfectamente Julien
pp. 395-397. Green, Jeunes années. Autobiographie 2, Paris, 1984. La teología de K. Rahner, den-
37. Véase E. Drewermann, KC, p. 64. tro de un contexto de «viraje antropológico», ha hecho posible que, incluso como
38. Véase E. Drewermann, ME II, pp. 525-544. católico, se piense de manera distinta. Sin embargo, aún está por venir la verdadera
39. Ibid. II, pp. 560-587; 588-598. lucha, la de la credibilidad psíquica.
40. Ibid. II, pp. 671-683. 6. Véase A. C. Kinsey, Das sexuelle Verhalten derFrau, Frankfurt a. M., 1963,
41. R. Schneider, «Taganrog», en Taganrog und ándete Erzdhlungen, Freiburg i. pp. 313-314. En pp. 258 ss. Kinsey muestra que la «doble moral» de una cultura
Br.-Basel-Wien, 1962, pp. 47-121, y el epílogo en pp. 122-124. judeocristiana vinculada a la prohibición estricta del coito prematrimonial «ha que-
42. Véase E. Drewermann, DF, pp. 10-12; 47-48. dado superada por el desarrollo de un modo unitario de comportamiento, en el
43. S. Freud, Tótem y tabú (1912), en OC V, pp. 1745 ss. sentido de que la actividad coital de la mujer antes del matrimonio es cada vez más
44. Véase especialmente H. Fries, «"Aus Schatten und Bildern zur Wahrheit". comparable a la del hombre». Según él, el 50% de las mujeres y -dependiendo del
Der schwierige Weg des John Henry Newman», en H. Háring y K. J Kuschel (eds.), nivel cultural- entre el 98% y el 68% de los hombres tienen experiencias coitales
Gegenentwurfe, München-Zürich, 1988, pp. 225-241, especialmente pp. 240-241: prematrimoniales; los datos son de antes de la existencia de la pildora anticonceptiva.
«Yo no debo a nadie una obediencia absoluta». Pero queda siempre la pregunta que Hay que caer en la cuenta de que la palabra alemana Keuschheit (castidad) viene del
pone de manifiesto el desgarramiento trágico de la vida de Newman y que queda sin latín conscientia para entender bien el extremo de autocontrol moral al que se asocia
respuesta: ¿hasta dónde se puede, o incluso se debe, resistir? En otras palabras, ¿tole- hoy la palabra; la palabra prudentia (en latín, sabiduría) sencillamente se ha conver-
raría la Iglesia un Jeremías? tido en prüde (pudoroso).
45. Sobre este texto, véase E. Drewermann, ME II, pp. 115-128. 7. Cipriano, Über die Haltung der Jungfrauen, en Des heiligen Kirchenvaters
46. Véase M. Buber, Kónigtum Gottes (1932), en Werke II, München-Hei- Caecilius Cyprianus Traktate I, Kempten-München, 1918, pp. 56-82.
delberg, 1964, pp. 485-723, especialmente p. 685. 8. Ibid., cap. 3, p. 64.
47. J. Wellhausen, Die religiós-politischen Oppositionsparteien itn alten Islam, 9. Ibid., cap. 5, p. 66.
1904, p. 14; Id., Das arabische Reich undsein Sturz, 1902, p. 5. A raíz de su elección, 10. Ibid., cap. 6, p. 67. Véase una síntesis de la psicología de estas concepciones
Abu Bakr declaró: «He recibido el poder, sin ser el mejor entre vosotros. Si lo hago en Fr. Nietzsche, Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres (1878),
bien, seguidme; si cometo algún error, corregidme. El que entre vosotros esté opri- Madrid, 1993, n.° 140.: «[Pero] cuando descubrí en infinidad de acciones práctica-
mido valdrá a mis ojos más que los demás, hasta que yo no le haya devuelto sus mente inexplicables el placer de la emoción por sí misma, sentí el deseo de encontrar
derechos; y el poderoso entre vosotros valdrá para mí menos que los demás, hasta en el desprecio propio, que es una característica de la santidad, y en las acciones con
que no le haya obligado a dar cuenta de sus acciones. Creyentes todos, yo no soy más las que uno tortura su propio espíritu -el hambre y la autoflagelación, la dislocación
que un hombre que quiere seguir el ejemplo de Mahoma». G. M. Sugana, Mohammed de los miembros, la simulación de locura- un medio por el que la naturaleza misma
und seine TJeit, Wiesbaden, p. 42. Aunque el Islam es una religión de libertad, que lucha contra el hastío de la vida o contra el agotamiento nervioso. En realidad, [la
carece de sacerdotes, las implicaciones medievales entre religión y política se mues- naturaleza] acude a los excitantes más dolorosos y crueles, para ver si puede emerger
tran hoy en día como un principio contra la libertad. -al menos, por algún tiempo- de esa apatía y fastidio en la que tantas veces la ha
48. Véase El Corán, sura 1, vers. 1. Esta frase introduce todas las oraciones, de sumido su inconcebible indolencia espiritual y su (ya mencionada) subordinación a
modo semejante a la fórmula «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» una voluntad ajena».
en la oración católica. Sobre el ritual islámico de la oración, véase G. M. Sugana, 11. J. B. Metz, Las órdenes religiosas, p. 77.
Mohammed, p. 58. 12. Ibid.
13. Ibid.,p. 74.
770 Notas Notas 771
14. Ibtd. punto, Boff se aleja consecuente y aceptablemente de las posiciones de K. Rahner y de
15. Véase C. G. Jung, Die Lebenswende (193 0), en GW, VIII, Olten-Freiburg i. J. B. Metz. Sin embargo, todos ellos confunden «motivación» y «objetivo». La unidad
Br., 1987, pp. 437-460 Jung advierte sobre el peligro de querer vivir o recuperar la de «lo» masculino y «lo» femenino, cualquiera que sea su contenido (véase G. R.
juventud en una edad ya avanzada. Véase también Id., Uber die Beztehung der Taylor, Kulturgeschtchte der Sexualttat, Frankfurt a. M., 1979, pp. 71-73; E.
Psychotherapie zur Seelsorge (1932), en GW XI, Olten, 1988, pp. 355-376, especial- Drewermann, KC, pp. 244-248), se podría describir como un objetivo del desarrollo
mente p. 369, donde califica el «problema de la curación» como un «problema reli- psicológico. Pero entonces hay que preguntar cuántos hombres deberá haber conoci-
gioso». Estas dos obras son de lo mejor que nos legó Jung en el aspecto humano. De do una mujer, o cuántas mujeres deberá haber conocido un hombre, para llegar a una
lectura indispensable para cualquier teólogo. integración del anima y del antmus en su propia vida personal. No cabe la menor
16. Según Sch. Ben Chonn (Mutter Mtr/am. Marta tn ¡udtscher Stcht), el silen- duda de que el rigorismo de la Iglesia católica en materia de moral sexual trata de
cio del evangelio sobre este tema permite deducir que Jesús tuvo que estar casado. estrechar al máximo un terreno como el de la experiencia sexual; su interés primario
17. Sobre el texto, véase E. Drewermann, ME II, pp. 86-104. Sobre la historia radica en la perfección moral, no en la madurez psicológica. Tampoco hay duda de
y el problema del divorcio en la Iglesia católica, véase K. Deschner, Das Kreuz mtt der que una institución cristiano-occidental como la monogamia tiene su punto más dé-
Ktrche, pp. 279-284. Véase, en particular, G. Denzler, Dte verbotene Lust, pp. 124- bil, desde una perspectiva psicológica, en la pretensión de vincular de por vida a unos
147, especialmente p. 147, donde el autor afirma que la disciplina actual de la Iglesia jóvenes de entre veinte y trema años a la compañía exclusiva de una sola persona que
no puede apelar a la vida y obra de Jesús, aparte de ser incompatible con la misericor- sólo puede conservar viva, en sí y para sí misma, una parte relativamente pequeña de
dia de Dios. la feminidad o de la masculinidad. Pues bien, la definición de castidad propuesta por
18. J. Klepper, Uníer dern Schatten detner Flugel. Aus den Tagebuchern der]abre L. Boff, aunque en sí es correcta, producirá necesariamente unos efectos un tanto
1932-1942, Stuttgart, 1972, p. 62: «...mi doctrina sobre el "ser esencial" del que se curiosos, si se presenta como fundamento de la castidad que exige la Iglesia. De
tiene absoluta necesidad y sin el cual nada tiene sentido». Klepper se refiere a su hecho, en las conferencias o ejercicios espirituales que se da a jóvenes novicias de
mujer judía Hanni. veinte años o a maduras profesas enfermeras en sus cincuenta, que no han visto en
19. Cf. Le 23,5. Marción aduce una vanante del texto, según la cual uno de los «los» hombres más que seductores, colegas de profesión o sacerdotes, se les predica
cargos contra Jesús habría sido que separaba «a las mujeres y a los niños de sus con el mayor énfasis que su propio estado de celibato no es, en absoluto, expresión de
familias». Véase A. von Harnack, Dte Mtsston und Ausbrettung des Chrtstentums tn una sexualidad reprimida o de hostilidad hacia el cuerpo -eso sería ir contra el plan
den ersten dret]ahrhunderten, Leipzig, 1924, p. 590, nota 2. K. Rahner, «Sacerdote y originario de Dios, que creó al ser humano a su imagen y semejanza, como hombre y
poeta», en ETIII, Madrid, 1961, pp. 331-357; Id., «La palabra poética y el cristiano», mujer-, sino que la castidad que exige la Iglesia es la más profunda y radical afirma-
en ET IV, Madrid, 1961, pp. 453-467. Rahner ha captado perfectamente la afinidad ción de la sexualidad humana, porque exalta el sentido antropológico y psíquico de la
entre pooeta y sacerdote: «Poder, casi solamente podemos hacer una cosa: pregun- dualidad sexual, integrándolo de manera sublime en la unidad de la persona humana.
tarnos hasta qué punto nos hemos hecho humanos [...] entender con amor la palabra En otras palabras, los religiosos y los sacerdotes viven y aman como los casados, pero
de la poesía». No se trata solamente de una conjunción funcional de los personajes con la diferencia de que la persona consagrada realiza en sí y por sí misma lo que los
poeta y sacerdote sino de una unión existencial que demuestra que un sacerdote que demás tratan de realizar con la ayuda del otro; el célibe no va en busca del otro, sea
no realice en sí mismo el carácter de poeta, de chamán, no es realmente un sacerdote. hombre o mujer, sino que busca únicamente en sí mismo lo masculino y lo femenino
Y, yendo un paso más allá, veremos que una moral castrante es incapaz de formar que coexisten en cada hombre y en cada mujer. Desde este punto de vista sería lógico
caracteres creativos. La Iglesia no puede pedir la presencia de poetas si desacredita las afirmar que el celibato es un estado de vida «mejor, más perfecto», si no fuera que
formas de vida que caracterizan un ambiente artístico. todas esas teorías encierran una enorme decepción, por carecer de respaldo en la
20. Véase H. Zimmer, Indtsche Mythen undSymbole, Dusseldorf-Koln, 1972, realidad. Ideas de este tipo podrían tener una cierta justificación psicológica en el
pp. 153-156. Precisamente desde esta perspectiva, no parece lógica la idea de que la caso de matrimonios o parejas ya mayores, pero en los clérigos de la Iglesia no hacen
«castidad» de los clérigos consiste en «una integración de lo masculino y lo femeni- más que sembrar confusión y construir sobre una enorme y perniciosa mentira. Para
no», como parece pretender L. Boff, Testigos de Dios en el corazón del mundo, Ma- un clérigo que carece de experiencia sexual, la diferenciación entre «lo» masculino y
drid, 3 1985. Es correcto y verdaderamente loable el intento de Boff de desarrollar «lo» femenino es algo meramente superficial, que nace de su identificación con la
una comprensión de los consejos evangélicos a partir de la realización personal, y no máscara profesional (la persona de los latinos) y por lo que hay que pagar el precio de
de la idea de «sacrificio». Una teología de la liberación debe ejercer sus efectos tener que prescindir de lo que es la otra parte del alma. En su inconsciente domina la
liberadores, ante todo, sobre los heraldos de dicha teología. Y aquí es donde entra una misma indiferenciación que al comienzo de la pubertad: una especie de btsexuahdad,
teología orientada hacia la psicología profunda. De modo que, en el plano psicológi- de hermafroditismo psíquico. Y ese estado, que transcurre al margen de la vida, se
co, esa teología tiene el mismo valor que la teología de la liberación en el plano racionaliza elevándolo precisamente a categoría de ideal de vida, lo que no impide
sociológico. Boff rechaza, con razón, cualquier enfoque funcional de la castidad, para que el propio clérigo -y ésa es otra de sus características-, sea consciente de su
insistir en una perspectiva de ciencias humanas, como la psicología de la religión y la imperfección personal o de la imposibilidad de realizar verdaderamente sus aspira-
antropología. También es cierto, como afirma Boff, que la castidad es, sobre todo, ciones. Expresado con la mayor claridad posible: uno que jamás se ha atrevido a amar
expresión de una madurez humana que ha sido capaz de integrar lo masculino y lo a una mujer no debería decir que nunca ha necesitado amarla porque lleva en sí
femenino en la propia psyche, y que la mitología es prueba evidente de que la eterna mismo la feminidad. Los hombres no giran alrededor de la tierra como aquellas
atracción recíproca entre el hombre y la mujer manifiesta una profunda aspiración a primitivas «esferas» de Platón, de las que los dioses quitaron a la mujer como castigo.
recuperar la unidad originaria. Véase E. Drewermann, SB I, pp. 368-389. En este Tampoco servirá de mucho ver «lo» femenino en la figura de María, virgen y madre,
772 Notas Notas 773
7
y reina del cielo, como propone L. Boff (El rostro materno de Dios, Madrid, 1991) 416). Dice Rahner que «mejor» no se refiere propiamente al «amor» o a una perfec-
que, en el fondo, diviniza la figura de la Gran Madre, para terminar volviendo a los ción subjetiva del individuo, sino a «una manifestación del amor en la cotidianidad
viejos fundamentahsmo de la Iglesia. Un hombre no puede progresar en su realiza- tangible del mundo, es decir, un amor escatológico, trascendente y eclesial». Ahora
ción como persona siguiendo los caminos de una especie de androginta mágico- bien, ¿sería ésa una respuesta convincente para un personaje como Albina en la novela
medttatwa o de una adoración mística de la Virgen; es el caso del padre Mouret. de Zola? Sin embargo, el propio K. Rahner (El sacerdocio cristiano en su realización
Contra lo religioso como sustitutivo de la vida no hay más que la experiencia real del existencial, Barcelona, 1974, pp. 164-170) expone extensivamente «los peligros que
amor. En la novela de É. Zola, la que salva de veras al enfermizo y desequilibrado hoy día acechan al sacerdote», en particular la rutina, la «vía media» como principio
sacerdote es Albina, y no precisamente la Virgen. Y que todo esto es un viejo proble- de mediocridad, la ascética de la desesperación, la intolerancia al servicio de la
ma lo dice claramente L. Feuerbach (La esencia del cristianismo, Salamanca, 1975, Iglesia y el miedo al futuro desconocido. Pero Rahner se quedó en una mera tipología
pp. 112-119: El misterio de la Trinidad y la madre de Dios; 199-207: Sentido cristia- de los «peligros», sin llegar a la etiología de las distorsiones que esos «peligros» pro-
no del celibato voluntario y de la vida monástica). Desde el punto de vista de la vocan en las estructuras, y que convierten lo deforme en una especie de obligación
psicología religiosa, dice magistralmente Feuerbach: «Ante la pérdida de un hijo, el atractiva. Por lo que toca al «miedo al futuro», la Iglesia lo resuelve con el juramento.
padre puede encontrar consuelo, porque tiene dentro de sí un principio estoico. En Y en cuanto a la «intolerancia», ¿no hay un magisterio eclesiástico? El «ascetismo» es
cambio, la madre no es capaz de encontrar consuelo: la madre es un mar de dolores, tanto una forma de defenderse contra el caos interno de la persona provocado por
pero en esa desesperación reside la verdad del amor». La pregunta verdaderamente una determinada moral eclesiástica, cuanto un modo de incrementar las víctimas
decisiva que hay que plantear al cristianismo es la siguiente: ¿Cómo se puede recupe- voluntarias del sistema. La «vía media» se erige en condición para pertenecer al grupo
rar la felicidad en la tierra y la felicidad del amor por medio de la confianza en Dios? elegido de los clérigos, bajo el dictado del «super-yo» y como entrenamiento para
Según Feuerbach, Nietzsche y Freud no se puede seguir creyendo en una religión en adaptarse a una función eclesiástica concreta. La «rutina despersonahzada» no es más
la que la fuerza del amor sólo se puede vivir como una proyección, como un ideal que el resultado inexorable de una vida que sólo se realiza en el desempeño de la
ajeno al hombre, como un sustitutivo. Entonces no queda más que la «añoranza del función. Estos puntos que Rahner pone de relieve exigen un análisis por medio de la
andrógino», como dice H. Schultz-Hencke (Der gebemmte Mensch. Entwurf etnes dialéctica del inconsciente; por eso, la dificultad empieza precisamente donde termi-
Lehrbuches derNeo-Psychoanalyse, Stuttgart, 1965, pp. 209-212). Pero la insatisfac- na Rahner, es decir, en las fronteras de la reflexión teológica, en el juego de la argu-
ción de la añoranza terrestre es una cosa muy distinta de cualquier forma de repre- mentación intelectual. El problema de los clérigos no radica en los conceptos o en las
sión, como la bisexuahdad o la homosexualidad pubertana que brota en los clérigos ideas, sino en los sentimientos, en los afectos y en las actitudes. Por otra parte, cuanto
como consecuencia de sus miedos y angustias sexuales, pero que se oculta bajo el más neurótico es un sistema, menos espacio deja al «espíritu» para que pueda reno-
ropaje de una «más profunda» antropología. Simplificando mucho, se podría decir varse por sí mismo.
que nada que tenga sentido para el desarrollo personal se puede vivir fuera del marco 22. S. Freud, Bemerkungen uberdte Ubertragungsliebe (1915), en GW X, London,
de la vida misma, igual que el «alma» no puede vivir más que en el «cuerpo». Es decir, 1946, pp. 305-321, especialmente pp. 318-319. Lo que se pretende con esta indica-
para que la castidad tenga sentido, no se la puede considerar como un fin o como un ción no es tanto una «técnica objetiva» cuanto una actitud humana, como muy bien lo
resultado, sino como la condición de un camino redentor que lleva a la persona, en demuestra C. G. Jung, Uber die Beztebung der Psychotherapte zur Seelsorge (1932),
cuanto hombre o en cuanto mujer, a la plena interioridad de sí misma. en GW XI, Olten, 1971, pp. 355-376. En realidad, el diálogo terapéutico no se centra
21. G. Orwell, Rebelión en la granja, Barcelona, 1973. El problema es tan an- en la metodología, sino en la persona del paciente. Véase A. Koerfer y C. Neumann,
tiguo como la ambigüedad con la que san Jerónimo trata de resolverlo en su tratado «Alltagsdiskurs und psychoanalytischer Diskurs. Aspekte der Sozíalisierung des
De perpetua virginitate Manae. Contra Helvedtum, cap. 20: «Pido a mis lectores que Patienten ín einem "ungewohnten" Diskurstyp», en D. Flader (ed.), Psychoanalyse
no crean que yo rebajo la vida matrimonial, al exaltar la virginidad. "...El no casado ais Gesprach. Interaktionsanalyttsche Untersuchungen uber Therapie und Supervisión,
se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa Frankfurt a. M., 1982, pp. 96-137. Véase también E. Drewermann, PMII, pp. 226-
de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está, por tanto, dividido. La 290. Véase especialmente J. Cremenus, «Die Bedeutung des Dissidenten fur die
mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser Psychoanalyse»: Psyche 36 (1982), pp. 481-514; Id., «Freud bei der Arbeit über die
santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, Schulter geschaut. Seine Technik ím Spiegel von Schulern und Patienten»: Festschrtft
de cómo agradar a su mando". ¿Tienes tú algo en contra? Porque el que dice esto es fur G. Scheunert. Betheft zumjahrbuch der Psychoanalyse (1980), pp. 123-158. Véa-
el instrumento elegido por Dios...». Lo que lleva al clérigo a desacreditar el mundo de se, desde el punto de vista de un paciente, L. Habel, Umarmen mocht tch dich. Brtefe
la comunicación personal, del intercambio entre hombre y mujer, es, sobre todo, la an emen Therapeuten, Frankfurt a. M., 1988, pp. 92-100.
psicogénesis de la resignación pubertana, la historia de sus propias motivaciones; y 23. El matrimonio Freud tuvo seis hijos en nueve años; de su cuidado y educa-
aunque más tarde, como profesor de teología, si está dispuesto a aprender algo nue- ción se ocupaba fundamental y casi exclusivamente Martha Freud, de soltera Bernays.
vo, se dedique a examinar la cuestión desde un punto de vista profesional y termine En febrero de 1896, cuando la hija más pequeña, Ana, tenía poco más de tres meses,
por negar la realidad, por racionalizarla o incluso por relativizarla, eso no la cambia. Freud confesaba: «Mi pobre Martha lleva una vida de perros»; véase P. Gay, Freud.
La realidad es otra. Así se ve, por ejemplo —aunque involuntariamente—, en las A Life for our Time, New York, 1988, p. 60. Más tarde, Freud vivió en abstinencia
disquisiciones de K. Rahner, «Sobre la teología de la abnegación», en ETIII, Madrid, matrimonial, dedicando todas sus energías al trabajo, que le absorbía totalmente. Se
1961, pp. 61-73, especialmente pp. 71-72, donde trata de interpretar los anatemas puede decir que era impotente en el sentido de que dedicaba todos sus sentimientos
del concilio de Trento contra todo el que niegue que el estado de virginidad o de a su pacientes, que le absorbían día tras día. Sin embargo, hay referencias a una
celibato «es mejor y más santo» que el estado de matrimonio (véase DS, n.° 980, p. aventura con Minna Bernays, su «hermana según la ley», como la llamaba Freud; de
774 Notas
Notas 775
hecho, durante el verano de 1919, cuando Freud ya tenía sesenta y tres años, pasaron
juntos un mes de vacaciones. Sin duda, ella le tenía mucho cariño, al igual que él a B) REFLEXIONES EXTEMPORÁNEAS
ella. Véase P. Gay, Freud, pp. 76; 202; 225; 382; 502-503. Ya en marzo de 1907, C. SOBRE LA FORMACIÓN DE LOS CLÉRIGOS
G. Jung dice haber oído de una aventura de Freud con Minna Bernays; en todo caso,
Jung estuvo en el origen de esos rumores, lo que llevó en 1911 a la ruptura entre 1. A. Camus, La peste, en OC I, México, 41968, p. 420: «¿Se puede ser santo
Freud y Jung. sin Dios5 Este es el único problema concreto que yo conozco hoy por hoy».
24. Véase E. Drewermann, SB I, pp. 357-389. 2. S. Freud, El porvenir de una ilusión (1927), en OC VIII, pp. 2961-2992.
25. Véase J. Cremenus, «Die Sprache der Zartlichkeit und der Leidenschaft. 3. E. Biser, Die glaubensgeschtchtliche Wende, Graz-Wien-Koln, 21987; Id.,
Reflexionen zu Sándor Ferenczis Wiesbadener Vortrag 1932»: Psyche (1983), pp. Glaubenswende. Eme Hoffnungsperspektwe, Freiburg i. Br., 1987.
988-1015: «El motivo del alejamiento que existía entre ambos [Freud y Ferenczi] se
debía a las técnicas de Ferenczi, que trataba de proporcionar a sus pacientes la "ter-
nura maternal" de la que habían carecido en la infancia. Al enterarse Freud de que 1. PÉRDIDA DE UNA MÍSTICA DE LA NATURALEZA
Ferenczi besaba y se dejaba besar por sus pacientes, lo exhortó a una mayor reserva,
no fuera a cundir esa práctica y se pasara a mayores, con el consiguiente daño para el
tratamiento psicoanalítico, que podría terminar en un pettingparty». Al año siguien- 1. Hoy día somos testigos de la profunda y dramática transformación que se
te, en mayo de 1932, Ferenczi pronunció en el congreso de Wiesbaden su conferencia está operando en nuestra concepción del mundo. Todo se basa, en particular, en el
«Die Leidenschaften der Erwachsenen und deren EinfluE auf Charakter und desarrollo de una epistemología evolutiva y en la nueva configuración de la física
Sexualentwicklung des Kindes», ignorando la petición de Freud de que la retrasara clásica —causal, reductiva, objetivista— que da lugar a un sistema de modelos teóri-
hasta el año siguiente (cf. Internationale Zettschrtft fur Psychoanalyse XIV [1933], cos que abarcan la biología, la química y la propia física. Asistimos al nacimiento de
pp. 5-15). A los ocho meses, Ferenczi moría de anemia aguda. En su conferencia, que un modo de pensar que supera las oposiciones entre hombre y naturaleza, entre
le llevó a la ruptura definitiva con Freud, Ferenzci mantenía que el terapeuta muchas idealismo y materialismo, entre espíritu y materia; un concepto unitario que, al pare-
veces sólo puede disolver el miedo de su paciente, que lo ha aprendido de sus padres cer, se puede aplicar tanto a la organización autónoma de la materia, en el ámbito
en la infancia cuando transmite sus verdaderos pensamientos y sentimientos. Además inorgánico, como al supremo estadio de desarrollo de las sociedades y de las culturas
creía conveniente sustituir una actitud abstinente por una de amabilidad maternal, que atraviesan la historia de la humanidad. Entre los muchos trabajos importantes en
porque estaba convencido de que los pacientes con grandes regresiones y gravemente este campo, se podrían citar: G. Vollmer, Evolutionare Erkenntnistbeorte, Stuttgart,
afectados no serían accesibles desde una interpretación neutra, distante y objetiva. 1980; R. Kied\,EvolutionderErkenntnts, Munchen-Zunch, 1982; Id., Die Spaltung
Véase también E. Jones, Vida y obra de Stgmund Freud III, Buenos Aires, '1981, pp. des Weltbíldes, Berlin-Hamburg, 1985; I. Pngogine y I. Stengers, Dialog mtt der
190-191: En carta del 13 de diciembre de 1931, Freud recuerda a Ferenczy que un Natur. Neue Wege naturwissenschaftltchen Denkens, Munchen-Zunch, 1983; I. Pngo-
beso en Rusia significa algo diferente a un beso en Viena, para continuar irónicamen- gine, Vom Setn zum Werden. Zett und Komplexitat in den Naturwtssenschaften,
te- «¿Para qué pararse en los besos? Podríamos conseguir más incluyendo toda clase Munchen, 4 1985; J. D. Barrow y J. Silk, Die asymmetnsche Schopfung, Munchen,
de "tocamientos" que, en sí, no producen niños. Y pronto llegarán los todavía más 1986.
audaces que incluirán todo tipo de voyeunsmo y exhibicionismo, con lo que pronto 2. Véase L. Feuerbach, Gedanken uber Tod und Unsterblichkett (1830), en
tendremos el repertorio completo de la "semivirginidad" y de los pettmg-parttes en Werke I, Frankfurt a. M., 1975, pp. 77-269, especialmente pp. 168-169: «Si quieres
nuestra técnica analítica. Así vamos a tener un gran éxito y un aumento considerable suprimir los límites de la vida, poblando de seres vivos los cuerpos celestes, no harás
de interés en el análisis, tanto entre los terapeutas como entre los pacientes» (p. 198). más que parchear agujeros, porque nunca podrás dar vida a la muerte, i Elimina del
Véase también pp. 206-209, sobre el Congreso en Wiesbaden, muy parcial, pues mundo la muerte!».
declara a Ferenczy como un chiflado. Véase finalmente S. Ferenczi, Ohne Sympathte 3. S. Freud, El porvenir de una ilusión, pp. 2961 ss. Freud ataca la inmutable
ketneHetlung. Das khntsche Tagebuch von 1932, Frankfurt a. M., 1985, pp. 94-98; santidad y la inflexible rigidez neurótica de las instituciones religiosas, que presentan
141-144. al hombre como obra intocable de Dios, y administrada por sacerdotes sumisos, lo
26. Véase J. Wolpe, Praxis der Verhaltenstberapie, Berlin-Stuttgart-Wien, 1972, que, en realidad, no es más que producto de su propio inconsciente.
pp. 86-102, sobre el tratamiento de la impotencia y de la frigidez. 4. Véase G. Bruno, La cena de las cenizas (1583), diálogo 1, Madrid, 2 1993:
27. T. Moser, Kompafi der Seele. Em Leitfaden fur Psychotherapte-Patwnten, «Bien puede ser [...] que existan otros cuerpos celestes, como la tierra, y hasta con
Frankfurt a. M., 1986, pp. 166-173, sobre la disposición a aceptar los componentes mejores cualidades, que ofrezcan a sus habitantes una felicidad mayor. Sabemos que
religiosos de la «transferencia». hay infinidad de estrellas, de astros, de divinidades que, en su multitud de cientos de
miles, contemplan y sirven a la causa primera, universal, infinita y eterna. Y sabemos
28. Sobre este pasaje, véase E. Drewermann, ME I, pp. 268-279.
que hay un solo cielo, una infinita región del éter, donde todos esos cuerpos lumino-
29. Ibid., pp. 366-370.
sos, aun conservando sus distancias [...] participan en la vida perpetua [...] Así pode-
30. Véase M. Buber, Die Erzahlungen der Chassidim (1949), en Werke III, mos descubrir el efecto infinito de la causa infinita, la auténtica huella viva de la
Munchen-Heidelberg, 1963, p. 467 (trad. española: Cuentos ¡asídicos, Barcelona- fuerza ilimitada [...] Pero no necesitamos buscar la divinidad lejos de nosotros, por-
Buenos Aires, 1983). que la tenemos cerca, en nosotros mismos, incluso más profunda que nuestro propio
ser. Como tampoco los habitantes de otros mundos tienen que buscar la divinidad
entre nosotros, porque ellos también la tienen cerca, dentro de sí mismos».
776 Notas Notas 777
5. Véase B. de Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico (1677), I acorde con los tiempos, con el hombre y con su cultura, del fin de una Iglesia anclada
parte, proposiciones XXXIV-XXXVI, apéndice, Madrid, 1980, pp. 93-104. en sus viejas e inveteradas concepciones, convenciones y miras tradicionales.
6. Véase F. Schleiermacher, Sobre la religión. Discursos a sus menospreciadores 13. Véase el documento del Sínodo romano de los obispos de 1971, El sacerdocio
cultivados (1799), Madrid, 1990, p. 29: «Situaos en el punto de vista más elevado de ministerial: «El ministerio sacerdotal alcanza su más alta expresión en la celebración
la metafísica y de la moral; constatareis que ambas tienen el mismo objeto que la de la eucaristía, fuente y centro de la unidad eclesial. Sólo el sacerdote puede actuar
religión, a saber, el universo y la relación del hombre con él». en nombre de Cristo, cuando se trata de representar y llevar a cumplimiento el ban-
7. Véase Fr. Nietzsche, Más allá del bien y del mal (1885), Madrid, 31977, quete sacrificial que une al pueblo de Dios con el sacrificio de Cristo». Con estos
sección 5. a : sobre lá historia natural de la moral, números 186-203, pp. 51-55. presupuestos, el sacramento de unidad de los cristianos resulta un sacramento de
8. Fr. Nietzsche, E/ Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (1888), nn. 25- unidad sólo de la Iglesia católica, excluyendo de esa unidad a los cristianos de otras
26, Madrid, 91982, pp. 51-55: «El sacerdote desnaturaliza, desacraliza la naturaleza; confesiones. Contra esa interpretación, véase H. Küng, La Iglesia, Barcelona,51984,
a ese precio es como existe» (p. 55). pp. 315-355.
9. Véase F. Capra, Der kosmische Reigen. Physik und óstliche Mystik — ein 14. Sobre las palabras de la institución de la eucaristía en Me 14,22-25, véase E.
zeitgemáfíesWeltbild, München-Wien, 1977. Drewermann, ME II, pp. 450-481.
10. Desde el punto de vista de la biología, véase G. Bateson, Geist und Natur. 15. Véase E. Drewermann, KC, pp. 282-337; 352-359; 359-368.
Eine notwendige Einheit, Frankfurt a. M., 1982, pp. 113-162: criterios del proceso 16. V. Ions, Mexikanische Mythologie, Wiesbaden, 1967, p. 120.
mental. Sobre las consecuencias prácticas de estos planteamientos, véase E. Drewer- 17. Sobre el árbol de Xibalbá, véase ibid., p. 58. Sobre el mito de Hun-Hunapu,
mann, DF, pp. 62-142. su descenso al reino de los muertos (Xibalbá), su muerte en un juego de pelota entre
11. Véase A. Antweiler, Der Priester heute und morgen, Münster, 1967, pp. el sol y la luna, y el reverdecimiento del árbol de la calabaza en el que se había colgado
110-111: «La fe nos enseña que el mundo es creación de Dios. Pero sobre la realidad su cabeza, véase Popol Vuh, México, 41976.
del mundo, la Iglesia no dice ni una palabra; nada sobre su magnitud, sobre su anti- 18. Sobre la serpiente bicéfala, véase F. Anders, Das Pantheon der Maya, Graz,
güedad, sobre su constitución, sobre su funcionamiento, sobre la misión y destino del 1963, p. 218.
hombre en ese mundo, sobre el futuro que el mundo depara al hombre, sobre la 19. O. Spengler, La decadencia de Occidente II, Madrid, 121976, pp. 264 ss.
consumación y el fin del propio mundo; tampoco dice una palabra sobre la vida, 20. Ibid.: sobre la vida de Jesús.
sobre el hombre, sobre la energía, sobre el espíritu, sobre los animales, sobre las 21. Para un comentario al texto, véase H. W. Hertzberg, Die Samuelbücber,
plantas. El concilio no aborda ninguna de estas cuestiones [...] Los conocimientos Góttingen, 1960, pp. 337-341.
teológicos ayudan solamente a una vida espiritual si dejan ver claro qué significado 22. Citado de la película de P. Schamoni Caspar David Friedrich, Grenzen der
tienen para la vida de la persona» (p. 111) «[...] de ellos [de los teólogos] se esperan Zeit, 1987.
experiencias vitales, no tácticas ni sofismas» (p. 110). Y «lo que es el cristianismo 23. Véase F. Schaller, «Die biologische Bedeutung der Sexualitát», en K. Im-
debería poder definirse en cualquier lengua. Y así fue en los primeros tiempos. No es melmann (ed.), Verhaltensforschung. Sonderbandzu Grzimeks Tierleben, Zürich, 1974,
posible considerar a personas que no saben hebreo, griego o latín como semi-cristia- pp. 392-405, especialmente pp. 402 ss. Véase W. Wickler y U. Seibt, Das Prinzip
nos» (p. 113). «Las estructuras jerárquicas actuales no tienen el más mínimo funda- Eigennutz, Hamburg, 1977, pp. 166-171.
mento bíblico, ni se pueden deducir de las estructuras de la Iglesia primitiva [...] No
24. Sobre la función de las luchas entre rivales, véase H. U. Reyer, «Formen,
puede ser misión del sacerdote convencer a las gentes de que estas formas expresan la
Ursachen und biologische Bedeutung innerartlicher Aggression bei Tieren», en K.
voluntad de Dios, son inmutables» (p. 131). «La cuestión del celibato se podría
Immelmann (ed.), Verhaltensforschung, pp. 354-391, especialmente pp. 375 ss. Véa-
desdramatizar, aunque no fuera más que retrasando la edad de la ordenación» (p.
se W. Wickler y U. Seibt, Das Prinzip Eigennutz, pp. 54-69.
138; véanse pp. 81-82).
25. Véase E. Drewermann, DF, pp. 11-14; 47-48; 61.
12. Véase A. Antweiler, Priestermangel. Gründe und Vorschláge, Altenberge, 26. Véase W. Wickler y U. Seibt, Das Prinzip Eigennutz, pp. 347-354, donde se
1982, pp. 60-70: la teología; pp. 212-215: la universidad; pp. 216-223: la teología. propone la hipótesis de que «también el hombre se comporta de manera que sus genes
«La religión pide la relación con Dios, o, al revés: uno es religioso porque está con- tengan las mayores posibilidades de difusión».
vencido de que Dios existe. Este principio tiene tanta validez que hay gente que por 27. La separación de los sexos es un fenómeno cultural que se observa frecuen-
su profesión se dedica a advertir a los demás que hay que pensar en Dios y dejarse temente. Véase I. Eibl-Eibesfeldt, Menschenforschung aufneuen Wegen, Wien-Zürich-
guiar por él. El objetivo consiste en aprender a vivir de la mejor forma y así también München, 1976. En nuestra cultura, hoy día sucede lo contrario; los hombres son
esas doctrinas que no hablan de Dios o, incluso le rechazan, como lo hace el budismo menos exclusivistas, y se tiende a una menor diferenciación de los sexos.
primitivo, podrían llamarse religiones» (p. 162). «Dios, dice la teología, desde siem-
28. I. F. Gorres (Laiengedanken zum Zólibat, Frankfurt a. M., 1962. p. 64)
pre, está en todas partes y lo penetra todo. Pero, ¿cómo puede uno imaginarse esa
presenta convincentemente la otra cara del celibato sacerdotal: «Hay infinidad de
acción? ¿Existe en el campo de la física alguna imagen o alguna analogía? ¿Quizá, la
razones por las que una mujer se acerca de todo corazón al sacerdote. Posiblemente,
teoría de los campos? ¿Se puede imaginar el mundo como una rarefacción de la
a ningún otro hombre más que a un buen sacerdote, ofrecen un mayor amor en todas
esencia y del poder divino, de modo que no esté como suspendido en el vacío, sino
sus formas: simpatía y lealtad, admiración y veneración, enamoramiento y camarade-
sostenido por la plenitud, como la corteza de la tierra por su centro gravitatorio?» (p.
ría, cordialidad y agradecimiento, amistad, erotismo, pasión. Y toda esa gama de
163). Hace ya treinta años que Antweiler escribió este alegato apasionado en favor de
variantes se dirige al sacerdote célibe, al hombre virgen. El problema, para él, muchas
la experiencia de la vida, de la libertad, de la audacia, de una teología y de una Iglesia
778 Notas Notas 779

veces es el siguiente: qué hacer con una oferta tan generosa, cómo tratar la cuestión que una de las reglas de vida de este gran santo era: «No pedir nada, no rechazar
de la forma más adecuada, comprensiva, respetuosa y honrada. Hoy día, para muchas nada».
mujeres, el sacerdote es el único hombre que entra en su vida; no solamente para el 29. Véase G. Denzler, Die verbotene Lust, pp. 316-330: la mujer como minis-
ama de llaves o las colaboradoras de la parroquia sino también para ciertas mujeres tro del culto.
sencillas, inhibidas, sin apenas contactos sociales fuera de su familia y grupos eclesiales. 30. Por eso, sin duda, todas las grandes historias de amor, por lo menos en
Todo lo que las demás mujeres pueden distribuir entre varios objetos, se concentra en Occidente, son grandes tragedias; véase E. Drewermann, Der Trommler, pp. 21-22.
este caso todo en el "señor cura"». ¿Qué consecuencias puede tener esto? ¿Cómo Aparte de los artistas, no son pocos los filósofos que han tenido problemas con la
puede alguien que no ha podido desarrollar y probar su virilidad reconocer en este teología moral de la Iglesia; véase, por ejemplo, B. Russel, Por qué no soy cristiano,
comportamiento de la mujer una búsqueda angustiada y, encima, ayudarla implican- Barcelona, 121993: «Las relaciones sexuales, si no hay niño de por medio, son asunto
do su propia persona? I. F. Górres ve muy bien el problema (p. 77). Pero uno no exclusivamente privado, que no conciernen ni al Estado ni al vecino. Hoy día se
puede menos de ser escéptico ante la propuesta que la autora hace como una de las condenan ciertas formas de sexualidad que no llevan a la procreación; pero eso es
posibles salidas al dilema del celibato de una «sincera amistad con mujeres», una pura superstición, porque no conciernen más que a los directamente interesados [...]
especie de «amor específico entre creyentes y sus buenos sacerdotes, que probable- La importancia que se da al adulterio es totalmente irracional [...] Hay otros compor-
mente sólo es posible en el ámbito católico», y al mismo tiempo señala la relación tamientos mucho más reprobables y nefastos para la felicidad de un matrimonio que
entre Francisco de Sales y Jeanne-Frangoise de Chantal como ejemplo clásico de un una infidelidad ocasional. Lo peor es un padre que insiste en tener un hijo cada año
matrimonio espiritual. Aunque, naturalmente, existen mujeres y hombres que son [...] Las reglas morales no deberían obstaculizar la felicidad natural. Sin embargo, ése
verdaderos amigos sin que sus relaciones tengan aspectos sexuales. Véase, supra, es el efecto de una monogamia estricta en una sociedad en la que la relación numérica
nuestras reflexiones, pp. 486 ss. Pero, en el fondo, planteando Górres lo que ella entre los sexos es tan desigual».
había vivido en los movimientos juveniles, trasluce la situación psíquica que ella 31. Véase H. Bórsch-Supan y K. W. Jahnig, Gaspar David Friedrich. Gemálde,
valora: es el eterno problema de todas las chicas educadas con monjas: ¿Dónde termi- Druckgraphik und bildmáfSige Zeichnungen, München, 1973. Sobre el problema reli-
na la amistad y dónde empieza el amor? Y si se trata de amor, ¿hasta dónde se puede gioso, véase especialmente G. Eimer, Zur Dialektik des Glaubens bei Gaspar David
llegar sin que sea pecado? Toda la letanía de miedos y angustias sexuales pubertarios Friedrich, Darmstadt, 1982.
cultivados por la Iglesia suelen ser «rezadas» en las relaciones con clérigos. Es cierto 32. Véase Novalis, «Wenn nicht mehr Zahlen und Figuren», en Das lyrtsche
que hay hombres de sesenta años o mujeres de cincuenta que ya no tienen ningún Werk, en Werke, München, M981, p. 85.
deseo sexual y que pueden vivir cualquier relación sin correr el más mínimo riesgo de 33. Véase Novalis, Das theoretische Werk, en Werke, München, 2 1981, p. 340:
caer en tentaciones. Pero el hecho de que hay formas de vida limitadas, que hasta «El sacerdote no debe ser motivo de confusión. Al principio, sacerdote y poeta eran
pueden tener sentido y belleza no puede ser motivo para elevarlos a un nivel de ideal una misma cosa; sólo se separaron más tarde. Pero el verdadero poeta es siempre
común, y mucho menos se puede deducir de ello una justificación para mantener el sacerdote; y el verdadero sacerdote es siempre poeta». ¿Y no se trata de que el futuro
celibato. No creo que se pueda estar de acuerdo con J. F. Górres y pensar que todos deberá restablecer la condición original? Sin duda, ese enfoque y esa esperanza era la
aquellos que no son capaces o no quieren reducir su amor a un nivel de «amistad», es raíz del amor que Novalis sentía hacia el catolicismo. Y las críticas que en esta obra
decir, reprimir la expresión sexual de sus sentimientos, son unos fracasados. El «arte» hemos prodigado a la Iglesia católica están dedicadas a la realización de esta esperan-
clerical que, siempre que hace falta, es capaz de separar el alma del cuerpo para poder za. Véase Novalis, Die Christenheit oder Europa, en Werke, pp. 499-518. Sobre un
mantener la pureza de una vida angelical, no puede ser ya considerado como ideal cierto elemento chamánico en el sacerdocio, véase R. Zerfass, «Der Seelsorger — ein
humano: la moral nos pide honradez, claridad y franqueza, y no la ambigüedad crea- verwunderter Arzt»: Lebendige Seelsorge 34 (1983), pp. 77-82. Véase E. Drewermann,
da por la división entre el «super-yo» y el «ello». Quien lee en Francisco de Sales TE II, pp. 155-157; 79-95; 174-177.
(Philothea, pp. 99-101) las advertencias a Francisca de Chantal de preservar su pure- 34. Caspar David Friedrich, Das Kreuz im Gebirge (Altar de Tetschen), 1807-
za tratando al Salvador crucificado, recordará las cartas de Abelardo a Eloisa, aunque 1808, Museo municipal de Dresde. Véase Wieland Schmied, Caspar David Friedrich,
con una diferencia significativa: Eloisa era suficientemente mujer para defender su Dumont, 1976, p. 57.
amor y no someterse sin más a las instrucciones de su amante-sacerdote; la señora de 35. Véase E. Drewermann, TE I, pp. 28-71; 72-100.
Chantal nunca llegó tan lejos. Pero ¿era por esto más virtuosa o más santa? ¿No será 36. Véase E. Fromm, Der Traum ist die Sprache des universalen Menschen, en
más bien el fin de su relación otro triste ejemplo del poder de un sistema que siempre Gesamtausga.be IX, Stuttgart, 1981, pp. 311-315; Id., Marchen, Mythen, Trdume,
resulta más fuerte que el amor que pretende proteger? Cualquier duda se desvanece XI, pp. 169-315, especialmente pp. 172-176.
leyendo a K. Deschner (Das Kreuz mit der Kirche, pp. 95 y 13 8; trad. española Histo- 37. Véase S. Kierkegaard, Tagebücher IV, Düsseldorf-Kóln, 1973, p. 7: «El error
ria sexual del cristianismo, Zaragoza): «A las mujeres les gusta ser conducidas». Véase fundamental del cristianismo es haber calcado toda la enseñanza religiosa sobre el
también U. Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielo, p. 17. Con todo, postulado ridículo de que todo cristiano lo es por el mero hecho de haber sido bau-
Francisco de Sales, con su regla de modo grosso da muestras de una libertad y una tizado». Y en p. 98 escribe: «Es un error, a consecuencia de una idolatría de la ciencia,
generosidad poco comunes en la Iglesia; de hecho, es él el que escribe: «Damos querer aplicar la ciencia al campo de lo existencial. Lo existencial es más concreto que
testimonio de nuestro amor a todos los consejos, cuando observamos fielmente los lo «científico»; y llevar la ciencia a lo existencial es puro galimatías. Lo existencial, o
que se acomodan a nuestra situación» (Traite de l'Amour de Dieu, libro VIII, cap. IX, se realiza en la vida, o se expresa en la poesía: habla, para que yo pueda ver».
Paris, 1969, p. 736). Esa actitud permite una vida digna. Véase, a este propósito, W.
Nigg, Grofie Heilige, Zürich, 1986, pp. 318-363, especialmente p. 359, donde dice 38. Sobre el conflicto entre Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero a propósito
del libre albedrío, véase F. Heer, Die Dritte Kraft. Der europáische Humanismus zwi-
780 Notas Notas 781

schen den Fronten des konfesstonellen Zettalters, Frankfurt a. M., 1959, pp. 213-241. 83-86; Id., La Iglesia, Barcelona, 51984, pp. 431-461. Sobre el aislamiento en que
No se puede comprender la doctrina luterana sobre la justificación sin la psicodinámica vive la Iglesia con respecto a la sociedad, véase F. X. Kaufmann, Ktrche begretfen.
de la angustia, como muy bien ha visto F. Heer (tbid., pp. 180-212), aunque sin Analysen und Thesen zur gesellschaftltchen Verfassung des Chrtstentums, Freiburg-
sacarle todo el partido posible. Basel-Wien, 1979, pp. 58-59, y especialmente pp. 93 ss., donde se habla de una «cul-
39. Véase E. Drewermann, PM I, pp. 19-78. tura peculiar del catolicismo», al margen de la Ilustración y del protestantismo.
40. H. Stenger, Wissenschaft und Zeugnts, Salzburg, 1961, p. 77. Es verdad, 4. M. Lutero, Los artículos de Schmalkalda (1537), en Obras, p. 356.
como dice Stenger, que los estudios esclesiásticos, separados de la vida y extremada- 5. Ibtd.,p 355.
mente racionalizados, son insuficientes (pp. 215-217). En realidad, no se ha hecho 6. Ibtd., p. 356. No es totalmente falso lo que sobre Lutero y sus aportaciones
prácticamente ningún cambio hasta hoy, ya que sólo es posible modificar la forma- importantísimas escribe Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre la moral como prejutcto
ción de los clérigos cambiando sus objetivos. La cuestión decisiva es- qué ideal es (1881), Madrid, 1984, n. 88- «Lo más significativo de la actuación de Martín Lutero
humanamente fidedigno. Hasta que no se encuentren nuevas respuestas a este fue la creación de un clima de desconfianza con respecto a los santos de la Iglesia y a
interrogante, todos los intentos de reforma son castillos en el aire. Por eso es impor- la vita contemplativa cristiana. Él fue el primero que abrió el camino en Europa a una
tante y acertado el estudio de K. Schaupp («Eignung und Neigung. Hilfen zur vita contemplativa no cristiana y puso fin a las reticencias con que se miraban las
Unterscheidung der Be-weggrunde», en H. Stenger (ed.), Etgnung fur die Berufe der actividades mundanas de los seglares. Lutero, como buen hijo de minero, al verse
Ktrche. Klarung, Beratung, Begleitung, Freiburg-Basel-Wien, 1988, pp. 195-240) so- encerrado en la vida del claustro, tuvo que cavar en sí mismo las más profundas y
bre las convergencias y divergencias de motivación en las vocaciones clericales que lóbregas galerías, hasta que se dio cuenta de que ese género de vida contemplativa no
constata las influencias variables de las instituciones, aunque, al hacerlo desde un era para é, porque amenazaba su salud mental y física. Durante mucho tiempo trató
planteamiento puramente teórico, vacía de contenido el concepto de Iglesia, convir- de encontrar el camino de la santidad a base de penitencias; hasta que un día tomó la
tiéndola en algo que puede vanarse a libre arbitrio. De esta manera, transforma el decisión- "¡No hay vida contemplativa que valga! iNos hemos dejado engañar! Los
catolicismo de real en hipotético, evitando el conflicto con la realidad. Pero quien santos no valen más que cualquiera de nosotros"». Desde luego, una manera muy
evita el enfrentamiento con la realidad, no la cambiará. Como dice un proverbio, rústica de tener razón; pero para los alemanes de entonces, la única válida. Por eso,
donde no alcanza la fregona, el polvo se queda. Hay que reconocer que sí ha habido se entusiasmaron al leer en el Catecismo de Lutero: «Fuera de los diez mandamien-
intentos de renovación, como dinámica de grupos, cursillos de análisis transaccional, tos, no hay obra alguna que pueda agradar a Dios; las famosas obras espirituales de
grupos Bahnt, etc.; véase H. Stenger, «Kompetenz — und identitatsfordernde los santos son inventos de ellos mismos». En realidad, lo que hay que hacer —tanto
Initiativen», en H. Stenger (ed.), Etgnung fur die Berufe der Ktrche, pp. 241-285; entonces como ahora— es encontrar el camino (psicológico) que lleva a Dios. Un
véase también K. Schaupp, «Geistliche Berufung ais Gabe und Aufgabe. Die Bedeutung camino que no hay que buscar al margen del mundo, sino en él, en sus propias
der Tiefenpsychologie fur die Ausbildung von Pnestern und Ordensleuten»- Zettschrtft contradicciones, con plena confianza en Dios; este mundo, que también es el propio
fur katboltsche Theologte 106 (1984), pp. 402-439. Pero no se puede limitar la psico- cuerpo de hombre o de mujer, el propio inconsciente con sus miedos y sus pasiones,
logía profunda al aspecto meramente «práctico» de la formación y de la pastoral. Lo incluye los propios errores. A lo mejor no hay ninguna frase más luterana que la que
que se exige es nada menos que una transformación radical de la conciencia y de la el mismo Lutero dijo antes de acudir al Retchstag de Worms: «Y aunque en Worms
orientación. Para la teología eso significa renovar a fondo las disciplinas nucleares — hubiera más diablos que tejas en los tejados de sus casas - yo tengo que ir allí». Ante
teología moral, exégesis y dogmática—, tanto en sus formas como en sus contenidos. las aspiraciones de Lutero, resulta asombrosa la incomprensión de la verdadera fuer-
La exigencia se extiende también a reformar las instituciones eclesiásticas y los za motriz psicológica de la Reforma. Hasta el punto de que un teólogo como K.
ideales generados. En otras palabras, la psicología profunda reclama una psicoterapia Rahner llega a decir que la teología de Lutero es fruto de una contradicción entre su
del entero sistema eclesial que, por su orientación unilateral tiene efectos neurotizantes pasión por la libertad frente a la Iglesia y su trágico sentimiento de dependencia;
incluso donde pretende actuar «pastoralmente». véase K. Rahner, «La libertad en la Iglesia», en ETII, Madrid, 1961, pp. 95-115, que
41. Extracto de la publicación oficial de la diócesis de Fnsinga, Ordtnartats- no considera en ningún momento la experiencia ni la importancia del miedo; Id., «A
korrespondenz, 03-38/89. Véase M. Ramsey, Worte an metne Prtester, Einsiedeln, la par justo y pecador», tbid. VI, pp. 256-271, donde termina con el ejemplo de santa
1972, p. 60. La presentación del primado anghcano, a pesar de que es de lo mejorcito Teresa de Lisieux - sin tener en cuenta que está en juego toda la cuestión del desarro-
que un obispo haya dicho a sus clérigos durante todo este siglo, encierra una adver- llo psíquico.
tencia sobre la psicología, como si pusiera en cuestión la responsabilidad humana. 7. Fr Nietzsche, >l«rora, n. 221.
8. Ibtd., n. 256, sobre una «vida simbólica» y «como metáfora».
9. Véase H. Stenger, «Kompetenz und Identitat», en H. Stenger (ed.), Etgnung
2. SUBJETIVIDAD ESENCIAL DE LA FE- fur die Berufe der Ktrche. Klarung, Beratung, Begleitung, Freiburg i. Br.-Basel-Wien,
JUSTIFICACIÓN DE LA PROTESTA PROTESTANTE 1988, pp 31-33. El autor da especial importancia, entre otras cosas, a la capacidad de
comunicación personal, realista, anclada en el mensaje salvífico, y familiarizada con
1. Véase E. Drewermann, KC, pp. 353-359. el lenguaje de los símbolos. Desde el punto de vista de la psicología profunda, se trata
2. M. Lutero, La libertad del cristiano (1520), en Obras, Salamanca, 1977, pp. de un «yo» que se ha encontrado a -sí mismo y que puede entablar un diálogo relati-
162-163. vamente libre de proyecciones con el «tú» del otro, un «yo» suficientemente liberado
3. Ibtd., p. 163. Sobre la doctrina protestante del sacerdocio común y sobre las de las imposiciones del «super-yo» para poder reaccionar adecuadamente a las situa-
intenciones de Lutero, véase H. Kung, Estructuras de la Iglesia, Barcelona, 21969, pp. ciones y ha integrado las pulsiones y los símbolos de su inconsciente para tener una
782 Notas
Notas 783
relación positiva con las imágenes del inconsciente colectivo. Exactamente lo que la
Iglesia, de acuerdo con sus ideales, declaraciones, normativas, hasta el momento no í r t í j P ? e s t o , q u e f*! e s , s u d e s t l n o como ser creado. Esto me parece ser el eterno
quiere y trata de erradicar por todos los medios. Por eso, la cuestión no es si la Iglesia
debe, o no, mantener la obligatoriedad del celibato —véase F. Klostermann, «Pnester Crt£rt!\w l yr, xl 3 d°u " T hfld,Ca>> (p - 9 4 7 ) - ° e l m i s m o e n Geschehende
Gesfchte, Werke II Munchen-Heidelberg, 1964, pp. 1032-1036, especialmente p.
fur morgen -pastoraltheologische Aspekte», en Pnestertutn. KirchhchesAmt zwtschen 1036: «El sentido de la historia no es una idea que puedo expresar independiente-
gestem und morgen, Aschaffenburg, 1971, pp. 71-100, especialmente pp. 80-83—, mente de mi vida personal. Solamente con mi vida personal soy capaz de captarlo
sino, más bien, si es un ideal superior renunciar al amor de un hombre o de una porque se trata de un sentido dialógico».
mujer, por amor a Dios, y qué imagen de Dios se expresa en ese ideal de renuncia. El
peligro de que bajo un ideal de servicio se oculte un ansia inconsciente de poder está
indicado en H. Stenger, «Dienen ist mcht nur dienen. Ein Beitrag zur Redlichkeit
pastoralen Handelns»: Lebendtge Seelsorge 34 (1983), pp. 82-87.
10. Véase K. Rahner, «La teología de la renovación del diaconado», en ET V,
pp. 301-351, especialmente pp. 346-351, donde dice que es fácil reducir al estado
secular a un diácono, de modo que recupere la posibilidad de contraer matrimonio,
mientras que es más difícil en el caso de un sacerdote. cHabrá que deducir, entonces,
que el diácono está más cerca del matrimonio, mientras que el sacerdote lo está del
celibato? Naturalmente que no. Lo que pasa es que, para el derecho canónico, el
diácono no es tan importante como el sacerdote. Lo que habría que hacer es conciliar
la función con la persona, y reconocer sus propias capacidades de desarrollo. Eso es,
más o menos, lo que dice A. Gorres, «Psychologische Bemerkungen zur Krise eines
Berufsstandes», en F. Hemnch (ed.), Weltprtester nach dem Konztl, Munchen, 1969,
pp. 119-141; 143-175; especialmente p. 134: «Me temo que muchos sacerdotes se
ordenan con un sí muy débil al celibato, sea por sugestión, sea por autoengaño». «A
todos los que se ordenan [...] por motivos más bien bastardos, sobre todo a los más
jóvenes, habría que ofrecerles una posibilidad de revisar su decisión». ¡Desde luego!
Pero las observaciones de Gorres presentan la demanda de secularización por parte
de un sacerdote o de un(a) religioso(a) como algo negativo, como si «algo no marcha-
ra bien», y la Iglesia tuviera que restablecer el orden. Pero, en realidad, lo que «no
funciona» es el orden establecido por la propia Iglesia, que exige a sus ministros e
impulsa en ellos una mentalidad neurótica, mientras rechaza a gente cualificada,
porque han llegado a superar sus miedos y sus complejos. Más positiva y más humana
es la postura de A. Antweiler, Priestermangel. Grunde und Vorschlage, pp. 238-239:
«Igual que hay que distinguir entre profesión y vocación, también hay que hacerlo
entre profesión y función [...] Hoy día, la legislación exige que la pastoral se desarro-
lle como una función; y eso, de por vida. Eso es lo que habría que cambiar, porque,
si se trata de una profesión como cualquiera otra, se podría cambiar sin más... por
razones pertinentes, tanto personales como profesionales: agotamiento, ineficacia,
disconformidad, conflictos con los jefes, con los superiores o con los colaboradores,
etc.». Una postura más razonable y más humana, que le hubiera causado senos pro-
blemas a Antweiler, si no hubiera sido ya un profesor emérito. Como nota curiosa, el
propio Dante reserva un puesto en el paraíso, aunque sea el más bajo, a los eclesiás-
ticos infieles a sus compromisos; véase Dante Ahghien, La divina comedia, Paraíso,
canto III, vv. 19 ss.
11. Véase E. Drewermann, AF, pp. 119-172.
12. Fr. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Madrid, 5 1978, pp. 82-86: sobre los
nuevos dioses.
13. Nicolás de Cusa, De vtstone Det (1488), Frankfurt a. M., 1962, p. 7. En
esto coincide conM.Huber, DerChasstdismus und der abendlandtsche Mensch (\956),
en Werke III, Munchen-Heidelberg, 1963, pp. 933-947. «El hombre no puede acer-
carse a la divinidad trascendiendo lo humano; sólo lo puede hacer siendo realmente
Título de la edición original: Klertker. Psychogramm eines Ideáis
Traducción del alemán: Dionisio Mínguez Fernández,
cedida por Editorial Trotta, SA.
Diseño: Winfned Bahrle
Foto de solapa: © Ullstein

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© Walter-Verlag AG, Olten, 1989


© Editorial Trotta, S.A., 1995
© de la traducción: Dionisio Mínguez Fernández, 1995

Depósito legal: B. 33613-1995


Impresión y encuademación: Primer industria gráfica, s.a.
N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicenc, deis Horts
Barcelona, 1995. Impreso en España
ISBN 84-226-5695-7
N.° 30981

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