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ENRIQUE DUSSEL
S
e nos ha ido a los 90 años Aníbal Quijano, marxista peruano tan original como Carlos
Mariátegui, quien supo descubrir a los pueblos originarios como posibles actores
revolucionarios peruanos. De la misma manera, el marxista Quijano supo mostrar que la
clasificación social en la modernidad eurocéntrica de la población no fue la clase social, sino
la raza. La racialización de marxismo que practicó Quijano, inspirándose en los marxistas
afrocaribeños, pero aplicada en América Latina a indígenas y mestizos, tiene consecuencias
teóricas y prácticas muy originales, que abren preguntas que hoy se hacen las ciencias
sociales en todo el mundo (como la decolonización epistemológicaacuñada por Aníbal).
Oponiéndose al marxismo clásico, que desde la categoría clase piensa que la revolución
socialista lucha contra una burguesía constituida, que sigue a la etapa feudal, Quijano escribe:
“Para creer que en América Latina una revolución democrático-burguesa basada en el
modelo europeo es no sólo posible, sino necesaria, primero es preciso admitir […] en
América Latina: 1) la relación secuencial entre feudalismo y capitalismo; 2) la existencia
histórica del feudalismo y, en consecuencia, entre la aristocracia feudal y la burguesía; 3) una
burguesía interesada en llevar a cabo semejante empresa revolucionaria” (p. 824). Con
respecto a lo cual concluye mostrando que en la historia latinoamericana “una revolución
antifeudal, ergodemocrática, en el sentido eurocéntrico, ha sido siempre una imposibilidad
histórica” (p. 825), simplemente porque no hubo feudalismo (como ya en 1949 lo demostró
Sergio Bagú, agrego yo).
El nuevo patrón del poder mundial expresó igualmente una nueva subjetividad mundial,
elaborando una historia en torno a una antigua hegemonía europea inexistente. Un nuevo
universo simbólico vino a probar esa superioridad europea, logrando “una nueva perspectiva
temporal […] reubicaron a los pueblos colonizados, y a sus respectivas historias y culturas,
en el pasado de una trayectoria cuya culminación era Europa” (p.788). Ese periodo histórico
de hegemonía es lo que se ha llamado Modernidad.
Este eurocentrismo moderno logra así de los pueblos periféricos “el control del trabajo,
de sus recursos y productos […], el control del sexo […], el control de la autoridad […], el
control de la intersubjetividad; [… es un] patrón de poder mundial”. (p. 793). Es lo que
Aníbal Quijano denomina la colonialidad del poder.
Por ello Aníbal, como uno de los fundadores de una comunidad intelectual que se reunía
en torno a las universidades de Duke (con Walter Mignolo), Berkeley (con Ramón
Grosfoguel), Binghamton (junto a I. Wallerstein), Stony Brook (con Eduardo Mendieta),
México (con alguno de nosotros), Bogotá (con S. Castro-Gómez) y tantas otras universidades
e intelectuales, se fraguó la denominación de toda una teoría en torno a la Descolonización
epistemológica, cuyo giro descolonizador (al decir de Nelson Maldonado-Torres) se propone
liberar a las ciencias sociales en general (en mi caso a la filosofía en particular) y a las elites
intelectuales del Sud global de su triste colonialidad mental europeo-norteamericana.
Mientras tanto, es un hecho, esta corriente teórico-crítica se ha mundializado en África, Asia,
América Latina, Europa y Estados Unidos. ¡Mucho le debe a nuestro Aníbal Quijano!
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