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BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA

F u n d a d a p o r DÁ M A SO A LO NSO

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 372


FRANCISCO MORENO FERNÁNDEZ

METODOLOGÍA
SOCIOLINGÜÍSTICA

f e
BIBLIO TECA R O M Á N IC A H ISP Á N IC A
ED ITO R IAL GREDO S
MADRID
© FRANCISCO MORENO FERNÁNDEZ, 1990.

EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid.

Depósito Legal: M. 42775-1990.

ISBN 84-249-1433-3.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1990. — 6350.
Yo corregiría el hermoso verso de Virgilio: «La fortuna ayuda
a los jóvenes». Porque la audacia es virtud de la juventud y no
de los hombres provectos, aunque, planteadas así las cosas, ten­
dríamos que reconocer la paridad de atrevimiento y vida no gasta­
da. Francisco Moreno cuenta en su haber con pocos años, los nece­
sarios para no ser inexperto y los suficientes para poseer madurez
de raciocinio. Pero Francisco Moreno no sabe aún qué es el tae-
dium vitae y se entrega al quehacer cotidiano con la fe del neófito,
con la esperanza del hombre bueno y con la caridad de quien puede
derrochar sus caudales, porque la senectud ni siquiera es una som­
bra en el lubricán.
He tenido la suerte de que Francisco Moreno confiara en mí
y a mi lado ha ido haciéndose. Recuerdo muy bien aquel día en
que acabé mi primera clase de dialectología; un muchachito de 19
ó 20 años se me acercó: ¿Querría leerme este cuestionario? Y aquel
mozo que buscó maestro nunca supo cuánto significa la confianza
de un alumno. Más, si el conocimiento sólo es de oídas. De oídas
en una Universidad de sordos, de ciegos, de mudos. Pensé que,
también yo, un día tuve pocos años y busqué maestros. Francisco
Moreno era mucho más que un alumno, era uno de esos regalos
que Dios pone en nuestro camino para hacer que la humilde condi­
ción del profesor se convierta en la más hermosa de las ocupacio­
nes. Día a día nos encontrábamos en la clase de dialectología, en
la de geografía lingüística, en la de sociolingüística. Francisco Mo-
reno tenía prisas por aprender —las tiene vivas todavía— y talento
para que el mucho caminar no produjera desazones. No le basta­
ban las clases: se asomaba a la informática y le procesaban la tesis
en Tokio; se empeñaba en la sociolingüística y se iba a Estados
Unidos. Lo tenía siempre cerca. Era una de las últimas luces de
mi atardecer académico. El pobre trabajo del profesor no se agos­
taría, quedaba el entusiasmo renovado que mantendría los brazos
del maestro para que no se rindieran de tanto bregar. Y Francisco
Moreno se vino conmigo a Estados Unidos. Yo pensaba en aquellos
estudiantes que migraban a París, a Brujas, a Bolonia para escu­
char las palabras que pronunciara el mágico éfeta. Veía al joven
español luchando contra toda incomodidad y contra mil inconve­
nientes. Pero él tenía una simple consigna: estudiar, estudiar, estu­
diar. Sin pausa para que el tiempo se hiciera más duradero, sin
desencanto para que el trabajo floreciera de continuo, sin sentir
las heladas inmisericordes para que el fuego interior (¿todo lo abra­
sa?) le permitiera llegar a Belén. Y Belén estaba allí, en los libros,
en las conversaciones con los colegas, en el entusiasmo que se acre­
cía. En el hedonismo de una civilización (por tantas cosas envidia­
ble), aquel mozo español iba arrancando vetas de saberes: leía, juz­
gaba, discernía. Pensaba en los yermos donde había trabajado y
creía en su fecundidad. (Yo contemplaba aquella pasión y pensaba
en palabras que escribí, ¿cuánto hace?, en Erlangen.) Francisco Mo­
reno traía cuartillas y cuartillas, Francisco Moreno era ya profesor
universitario, Francisco Moreno cada mañana tenía una bandada de
jilgueros para que gorjearan en el aire limpio.
Vinieron viajes, saber de muchas tierras y de muchos hombres,
porque quien no viaja por pueblos lejanos se queda entre sombras
pueblerinas. Llegaban días de aposo y una vieja universidad rena­
cía. Eran unos grupos de jóvenes audaces los que hacían florecer
el milagro. Francisco Moreno arrimó el hombro y el oro de las
piedras se trocó en dócil materia. Volvía la meditación a lo que
la injuria de los años había convertido en despojos. Ahora los silla­
res vulnerados son la gallardía de unos libros que vuelven a desafiar
el tiempo. Uno de ellos está aquí y yo no sé ponerle el prólogo
que se me ha pedido. Pasarán las décadas y nuestra ciencia enveje­
cerá, también la del joven que se llama Francisco Moreno. Lo que
no envejecerá es el airón de ese gesto del hombre que trabaja, ni
la universidad rescatada, porque, cuando todo esté en el mundo
del silencio, seguirá viva la fe que ha hecho florecer de nuevo las
piedras gloriosas de Alcalá. Alumnos de los alumnos de Francisco
Moreno tal vez lo ignoren, pero serán hombres de ciencia porque
alguien se sacrificó por ellos. Y seguirá la Academia porque su ser
es eterno, si se alimenta de la vocación por los estudios silenciosos.
Debía decir bien de este libro. Prefiero dejar el testimonio obje­
tivo, por apasionado que se enuncie, de un hombre joven que ha
hecho olvidar las canas a quien da el dulce y desazonante título
de maestro.

M a n u e l A lv ar
Esta obra ha sido pergeñada y casi concluida durante mis estan­
cias en la Universidad de Nueva York en Albany (año académico
1985-1986) y en el Westfield College de la Universidad de Londres
(1987-1988). El trabajo se ha realizado gracias a una beca Fulbright
y a otra Fleming, dentro del Programa de Formación, Perfecciona­
miento y Movilidad del Personal Investigador del Ministerio de Edu­
cación y Ciencia de España. Vaya por delante mi agradecimiento
a las instituciones que lo hicieron posible y a los directores de los
Departamentos que me acogieron: los profesores Frank Carrino
(Nueva York) y Alan Deyermond (Londres).
Debo también agradecer al Dr. D. Antonio Alvar Ezquerra, Di­
rector del Departamento de Filología de la Universidad de Alcalá
de Henares, su apoyo, fe y aliento, así como el compañerismo del
Dr. D. Pedro Benítez al cargar con parte de mis responsabilidades
durante mi ausencia.
Una vez más, D. Manuel Alvar, maestro, ha tenido la paciencia
de ayudarme con el equilibrio y la sabiduría de sus juicios. Gracias.
También agradezco los comentarios del profesor Ralph J. Penny
y los valiosísimos consejos y advertencias del Dr. D. Humberto Ló­
pez Morales y de la Dra. D .a Pilar García Mouton.
No puedo olvidar en este capítulo a Mar, por saber comprender
y esperar. El libro se lo dedico a Irene, por mis infidelidades.

Londres, 22 de febrero de 1988. F.M.F.


Madrid, 4 de enero de 1990.
INTRODUCCIÓN

Cada vez tienen mayor repercusión los avances que, de cuando


en cuando, se producen dentro de la sociolingüística. Cada vez son
más rigurosos y fiables los análisis de esta disciplina. Va aumentan­
do ininterrumpidamente el atractivo del método y de las técnicas
sociolingüísticas para las nuevas generaciones. Por eso no resulta
extraño que los estudiantes de lingüística, cuando oyen hablar pór
primera vez de lengua, sociedad, interacción, trabajo de campo
—con la impaciencia propia del querer saber—, se apresuren a pre­
guntar: ¿Cómo se hace un estudio sociolingüístico? La respuesta
se halla encuadernada en cientos de volúmenes que han visto la
luz, en su mayor parte, desde los inicios de los años 60 y cuyos
valores no son fáciles de condensar en unas pocas páginas.
La intención de este libro es explicar cómo se hace un estudio
sociolingüístico, que vendrá a ser lo mismo que revisar cómo se
han hecho los principales estudios sociolingüísticos. Pero ello no
supondrá una presentación de todas las posibilidades actuales, ni
mucho menos futuras. Por tal razón se hace conveniente comentar
algo más in extenso las pretensiones de esta obra mediante la glosa
de su título: Metodología sociolingüística.
¿QUÉ SOCIOLINGÜÍSTICA?

Por fortuna o por desgracia, dentro del ámbito de la sociolin­


güística no existe ni unidad teórica ni uniformidad metodológica.
Los lectores que conozcan mínimamente la bibliografía lingüística
en general sabrán bien que la ciencia del lenguaje no suele presentar
estas cualidades en ninguna de sus ramas. La sociolingüística es
heredera directa de esta situación, que no debe considerarse demeri­
toria para la propia disciplina ni para sus estudiosos. La compleji­
dad del panorama es reflejo de la versatilidad que presenta el obje­
to de estudio: la lengua y la sociedad, el hablante y su entorno.
Si partimos de una sociolingüística en sentido lato como disciplina
encargada de ese objeto de estudio, no tardaremos en apreciar que
sus intereses están solapados con los de otras ciencias, como la psi­
cología, la psicología social, la antropología, la sociología y la et­
nología, en lo que puedan estar de preocupadas por el lenguaje.
Desde este punto de vista, se podría hacer sociolingüística al anali­
zar la influencia del entorno social en la adquisición de una lengua,
aunque ello esté llamando ya a las puertas de la psicología; al anali­
zar las interacciones entre individuos que pretenden iniciar unas re­
laciones comerciales, aunque así parezca que se está haciendo psi­
cología social; al describir las costumbres que refuerzan u organi­
zan la comunicación entre los miembros de una tribu amazónica,
aunque se esté pisando el umbral de la etnografía; al estudiar las
vinculaciones existentes entre el aumento del número de hablantes
de una lengua, en una sociedad multilingüe, y las transformaciones
sociales que ello implica, aunque de esta forma se entre en los do­
minios de la sociología.
El concepto de sociolingüística, con esta amplitud de horizon­
tes, podría encerrar cualquier aspecto del lenguaje puesto en con­
tacto con cualquier hecho social 6 de repercusiones sociales. Según
esto, podríamos estudiar desde los asuntos más estrechamente liga­
dos al «individuo» (no olvidemos que la producción lingüística in­
dividual adquiere su pleno sentido sólo si se proyecta hacia la co­
municación), hasta cualquier ente en el que el individuo como tal
quedara muy desdibujado (estratos sociales, por ejemplo).
Pero la historia de la lingüística de los últimos años ha demos­
trado que trabajar con un objeto de estudio tan amplio como «len­
gua y sociedad» no lleva demasiado lejos. Por eso se comenzó a
hablar de una sociolingüística en sentido estricto, situada bajo el
amparo de la lingüística y con un objeto de estudio más específico:
el estudio del lenguaje en su contexto social. Ante todo, estudio
del lenguaje. De esta forma la separación entre sociolingüística y
sociología del lenguaje se hizo más clara: la última antepone el es­
tudio de la sociedad \ Hablar, pues, de sociolingüística no es ha­
blar de algo a caballo entre lingüística y sociología, sino simple­
mente de lingüística.
Hechos estos comentarios, nos centraremos en el punto que los
motivó: «¿Qué sociolingüística trataremos en las páginas que si­
guen a estas introductorias?» Nuestro objetivo será la «sociolin­
güística en sentido estricto», en otras palabras, los estudios que,
con vocación decididamente lingüística, se preocupan por la reper­
cusión que hechos sociales de índole heterogénea puedan tener so­
bre las lenguas naturales. Ahora bien, al estrechar así el radio de
acción, aún no se ha conseguido evitar la multiplicidad de perspecti­
vas. Dentro de los trabajos denominados «de sociolingüística estric­
ta», nos ocuparemos especialmente de aquellos que no tratan de
la relación entre sistemas lingüísticos distintos, trabajos cuyo objeto
de estudio son fenómenos lingüísticos tal y como aparecen en
comunidades monolingües. Así pues, dejamos fuera una gran canti­
dad de posibilidades de investigación, como la adquisición, el cam­
bio y la conservación de lenguas, el cambio de código, la planifica­
ción lingüística, la educación lingüística en contextos dialectales o
bilingües, el estudio general de sociedades multilingües, lenguas en

1 H. López Morales, Sociolingüística, Madrid, Gredos, 1989, págs. 19-39.


contacto y un etcétera que se hace largo. Esperamos ganar en pro­
fundidad lo que perdamos de amplitud.

¿QUÉ METODOLOGÍA?

Si se tiene en cuenta la disparidad teórica existente en sociolin­


güística, no es difícil comprender que las alternativas metodológicas
se multipliquen en progresión geométrica. Los estrechos cauces de
nuestra obra exigen también discernir y seleccionar sobre este pun­
to. El camino ya ha sido entreabierto al hacer coincidir los límites
teóricos de la sociolingüística estricta, la que se preocupa del len­
guaje en su contexto social (a partir de ahora sociolingüística), con
los de nuestros intereses. Pero, incluso así, aparece ante nosotros
una gran riqueza de posibilidades. La metodología que aquí se ex­
pondrá responde al principio de que toda lengua tiene variedades
internas y que todo hablante, al enfrentarse a su lengua, descubre
posibilidades de variación en todos los niveles lingüísticos: las mis­
mas cosas pueden ser dichas de muy diferentes maneras. Ésta es
la idea que sigue la corriente sociolingüística de la variación o «va-
riacionismo», cuya metodología nos ocupará especialmente.
Se denomina ‘variacionismo’ a la escuela iniciada por William
Labov a principios de los años 60, que tiene como uno de sus he­
chos más notables la publicación, en 1969, del trabajo del propio
Labov titulado «Contraction, Deletion and Inherent Variability of
the English Copula» 2. En este estudio se presentó por vez primera,
con un detalle explicativo suficiente, el concepto de «regla varia­
ble». La variabilidad del lenguaje había sido un hecho minimizado,
por voluntad propia o por incapacidad para dar pasos hacia delan­
te, en la lingüística general del siglo xx. El concepto de «variación
libre» había ocultado una de las cualidades más evidentes de las
lenguas. La «regla variable» pretendió explicar cómo se produce

2 Language, 45 (1969), págs. 715-762.


la variación y qué agentes intervienen en ella. La utilización o la
no utilización de la -d- en los participios de la primera conjugación
(cantado, /kantáo/), hoy día no puede ser considerada simplemente
como una «variación libre»: hay contextos situacionales y constric­
ciones psicosociales que hacen que se relaje o desaparezca. Una
regla variable reflejaría en qué contextos y por qué constricciones
se debilitaría fonéticamente ese elemento.
Pero la «regla variable» y el complejo metodológico que com­
porta no van a acaparar nuestro interés, porque otras visiones de
la sociolingüística también merecen ser consideradas con detenimien­
to. Hay una de especial significación: la etnografía del hablar o
etnografía de la comunicación. Esta corriente, abierta igualmente
en la década de los 60 por Dell Hymes y John Gumperz 3, nació
con una inclinación clara hacia la antropología y la etnografía (den­
tro de la tradición estadounidense ya desbrozada desde Edward Sa-
pir y Benjamín L. Whorf), pero en el último decenio ha vuelto
su interés más hacia la lingüística: es en este punto donde reclama
nuestra atención. Aparte de esto, no dudaremos en incorporar cual­
quier aportación sociolingüística que pueda dar luz a lo tratado
en cada momento, al margen de escuelas, temas o tendencias.
Los epicentros geográficos alrededor de los cuales nos movere­
mos, en lo que a la utilización y desarrollo de la metodología socio-
lingüística se refiere, serán Norteamérica y el Reino Unido. El pri­
mero porque allí (Estados Unidos y Canadá) han trabajado los prin­
cipales mentores de la sociolingüística en los últimos veinticinco años;
el segundo, porque allí ha encontrado gran eco la metodología nor­
teamericana, dando lugar posteriormente a aportaciones novedosas
e interesantes. De todas formas, será inevitable que también presen­
temos algunas investigaciones vinculadas al mundo hispánico.

3 Véanse J. J. Gumperz y D. Hymes, Directions in Sociolinguistics, New York,


Holt, Rinehart and Winston, 1972; M. Saville-Troike, The Ethnography o f Commu-
nication. An Introduction, Oxford, Blackwell, 1982.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 2
La obra estará dividida en cuatro capítulos de desigual exten­
sión. El primero de ellos («Las reglas del método sociolingüístico»),
el más breve, pretende ser simplemente una presentación de las re­
glas del juego de la metodología sociolingüística. Se ha intentado
abstraer la esencia de las técnicas, dispares, que conforman la me­
todología de nuestra disciplina, para hacer más fácil el acceso a
los demás capítulos y a su razón de ser. Aquellos lectores que ya
hayan manejado publicaciones sobre sociolingüística tal vez encuen­
tren en este primer capítulo una excesiva simplificación. Lo recono­
cemos de antemano, pero estamos seguros de que se agradecerá,
por parte de los que carezcan de tal experiencia, encontrar alisada,
al principio, una senda que luego puede hacerse abrupta y empina­
da. Estas reglas del método coinciden casi punto por punto con
la disposición y el contenido de los capítulos siguientes.
El segundo trata de una de las fases iniciales del método, de
la que, sin duda alguna, dependerá el éxito de las subsiguientes:
«La recogida de materiales». Como es lógico, se tratará de la reco­
gida de materiales con un valor sociolingüístico, pero en determina­
dos momentos será muy conveniente mostrar qué suponen las técni­
cas sociolingüísticas respecto de las técnicas utilizadas por la geografía
lingüística. Y esto por dos razones: 1.°) el nacimiento de la socio-
lingüística estuvo muy vinculado al desarrollo de actividades dialec-
tológicas o de geografía lingüística; 2.°) es necesario revisar los es­
tudios publicados en los que se hace un análisis de los porqués
técnicos de la encuesta dialectal en contraste con los de las técnicas
sociolingüísticas. Es importante plantear que hay una extraordina­
ria coincidencia de problemas en la aplicación de las técnicas de
las respectivas disciplinas, que en la mayor parte de los casos no
son tan divergentes como algunos pretenden.
El capítulo tercero («Análisis de los materiales sociolingüísticos»)
evita las referencias a otras disciplinas, para centrarse únicamente
en aspectos sociolingüísticos. El análisis de los materiales es tal vez
la etapa más mecánica en el desarrollo de una investigación socio-
lingüística. Como se verá en su momento, el auxilio de disciplinas
no lingüísticas, como la sociología, la estadística o la informática,
es imprescindible para realizarlo con éxito. A pesar de su automa­
tismo, los análisis no están libres de críticas, puntos laxos y proble­
mas, de los que procuraremos dar cuenta allí donde sea conveniente.
«Interpretación de los análisis e implicaciones teóricas» son los
temas sobre los que versa el capítulo final. Es indiscutible que con
estos aspectos la investigación sociolingüística alcanza su clímax,
su cota más sobresaliente y a la vez delicada, y da cuenta de su
auténtica dimensión. El buen fin de cualquier estudio depende de
la correcta interpretación de los resultados, actividad en la que el
sociolingüista puede realizar sus aportaciones más personales.
Las interpretaciones fácilmente pueden llevar a poner en rela­
ción la variación sociolingüística con las variaciones diacrónicas,
diafásicas y diatópicas. Las implicaciones teóricas que se observan
en todo ello afectan directamente no sólo a la lingüística general,
sino también a disciplinas como la pragmática, la dialectología o
la lingüística histórica. Esta última rama está conociendo en la ac­
tualidad un resurgir teórico que no se había producido en Europa
en los últimos cuarenta años y un florecimiento que la América
anglosajona nunca había experimentado.
Presentar los contenidos de este libro no es tarea excesivamente
complicada. Lo penoso será mantener una separación temática real
a lo largo del texto, porque sus partes están íntima y fuertemente
interrelacionadas. Hablar de la recogida de materiales sin tener en
cuenta el tipo de análisis al que van a ser sometidos es prácticamen­
te imposible; evaluar e interpretar los resultados de los análisis sin
tener en cuenta qué criterios los han regido y la forma de recolec­
ción de datos es clamar en el vacío: una cosa llevará a la otra en
continuas referencias internas. No vamos a trabajar, pues, con dis-
jecta membra, sino con un todo de difícil segmentación.
Finalmente, nos gustaría hacer un brevísimo comentario a pro­
pósito de dos recientes obras que también se han interesado por
aspectos metodológicos de la sociolingüística. Nos referimos a Ob-
serving and Analyzing Natural Language, de Lesley Milroy, y a
Sociolingüística: teoría y análisis, de Carmen Silva-Corvalán. Nues­
tro trabajo, como es lógico, tiene puntos de contacto con ambas,
pero pueden encontrarse suficientes elementos diferenciadores. Silva-
Corvalán dedica exclusivamente a cuestiones metodológicas el se­
gundo capítulo de su libro, cerca de un quinto del total. Aunque
en el resto se atiende por doquier a la metodología, se pone más
insistencia, por un lado, en aspectos teóricos y, por otro, en la
descripción de variables sociolingüísticas concretas, en su mayoría
relacionadas con los niveles fonológico y sintáctico. Por nuestra
parte, intentaremos dejar en segundo plano las consideraciones
teóricas.
El tono general que Milroy ha dado a su obra está más en con­
sonancia con la concepción de nuestras páginas, a pesar de que
en ellas se desarrollan muchos asuntos que Milroy sólo esboza o
cita de pasada, y viceversa. Ahora bien, en los comentarios críticos
que Milroy realiza, tiene un peso específico importante el hecho
de que la misma autora sea la promotora de una de las alternativas
metodológicas más innovadoras y recientes: lenguaje y redes socia­
les. Es difícil evitar pensar que algunas críticas están hechas sola­
mente en función de la alternativa propuesta, si bien todas ellas
suelen estar bien fundadas. Nosotros hemos procurado no vincular­
nos específicamente a ninguna tendencia para así adquirir una pers­
pectiva algo más amplia.
C a p ítu lo I

LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLINGÜÍSTICO *

Émile Durkheim justificaba su obra Les regles de la méthode


sociologique (París, 1895) denunciando la escasa preocupación que
habían tenido los sociólogos por caracterizar y definir el método
que aplicaban al estudio de los hechos sociales \ El libro aparecía
impreso medio siglo después del nacimiento de la sociología 2. La
sociolingüística moderna acaba de cumplir su primer cuarto de si­
glo 3, pero aún no se ha podido establecer un corpus de reglas que
perfile uniformemente su metodología. El porqué es plural: en pri­

* Este capítulo es la adaptación de una conferencia pronunciada en las «III Jor­


nadas de Lingüística en Alcalá de Henares» (marzo de 1987) y publicada en F.
Moreno (ed.), págs. 103-114.
1 Edición en español: Las reglas del m étodo sociológico, Barcelona, Orbis, 1985,
basada en la 3 .a ed. de Morata, S. A . (1982), que, a su vez, es traducción de la
18.a francesa publicada por PUF. Citaré por la edición de Orbis.
2 La creación de la sociología moderna se atribuye a A. Comte y a su obra
Cours de philosophie positive, París, 1930-1942.
3 Se da como fecha de constitución la de 1964, año en que tuvieron lugar los
congresos de la Universidad de California (W. Bright, Sociolinguistics, The Hague,
Mouton, 1966) y de la Universidad de Indiana (S. Lieberson, Explorations in Socio­
linguistics, The Hague, Mouton, 1966). Para una introducción al nacimiento de la
sociolingüística, véase H. López Morales, Sociolingüística, Madrid, Gredos, 1989,
Cap. I.
mer lugar, aún está por definir el objeto de estudio de la sociolin­
güística; en segundo lugar, los esfuerzos para caracterizar su méto­
do han sido dispersos y reduccionistas; en tercer lugar, existe una
insistente tendencia a confundir el método con las técnicas y, por
último, los metodólogos se han convertido en metodólatras muchas
más veces de lo conveniente.
Efectivamente, la sociolingüística comparte su objeto de estudio
con otras disciplinas. Estamos ante un problema inserto en un gru­
po de mayor entidad que encierra todas las dificultades nacidas de
la relación entre la lengua y la sociedad 4. Cuando Saussure 5 defi­
ne el concepto de langue, le atribuye el rasgo de «social» o «su-
praindividual», pero, paradójicamente, la langue no se ha estudia­
do en o entre la sociedad y sus miembros, sino que más bien ha
sido analizada desde reducidos corpora de datos o desde la intros­
pección del propio investigador. Por otro lado, la sociolingüística
debe tener un objeto de naturaleza lingüística y de naturaleza so­
cial, como es lógico, pero ¿en qué proporción? Cargar el peso so­
bre uno de los dos componentes supondría llevar el fiel de la balan­
za hacia la sociología o hacia la lingüística. De ahí que se imponga
la necesidad de establecer unos límites claros entre la lingüística
(teórica), la sociolingüística, la sociología del lenguaje y la sociolo­
gía 6, por no hacer mención de las implicaciones de estas disciplinas
con otras como la antropología, la etnografía 7, la dialectología 8,

4 Véase H. López Morales, «Hacia un concepto de la sociolingüística», en Lec­


turas de sociolingüística, Madrid, EDAF, 1977, págs. 101-124. También M. Alvar,
Lengua y sociedad, Barcelona, Planeta, 1976, especialmente págs. 11-21, y F. Gime-
no, «Sociolingüística: un modelo teórico», Boletín de la Academ ia Puertorriqueña
de la Lengua Española, 7 (1979), págs. 125-168.
5 Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1945, cap. III.
6 Véase H. López Morales, «Hacia un concepto...», art. cit., págs. 116-120.
7 Véase E. Ardener y otros, Antropología social y lenguaje, Buenos Aires, Pai-
dós, 1976.
8 Véase H. López Morales, Sociolingüística, cit., cap. I.
la psicología o la psicología social 9. El pastel que hay que repartir
es demasiado pequeño para tantos y tan voraces comensales. Fruto
de la divergencia teórica es la dispersión metodológica. Las formas
de trabajar en sociolingüística son muy diversas, por lo que rara
vez pueden compararse los datos y los resultados de las investiga­
ciones llevadas a cabo por autores diferentes 10.
Además, llama la atención el extraordinario valor que se atribu­
ye a las técnicas de análisis, que frecuentemente son consideradas
como el «método» por antonomasia de una investigación. Las téc­
nicas son tan sólo un eslabón en la cadena de la metodología de
un estudio. La búsqueda de un método esencial a la teoría sociolin­
güística se ve dificultada finalmente por la «metodolatría». Meter
los datos a empellones entre las frías rejas de un análisis factorial
o poner los aspectos metodológicos muy por encima de los teóricos
o del propio objeto de estudio va en el sentido contrario de lo que
debe ser el método, esa cartesiana «marcha racional del espíritu
para llegar al conocimiento de la verdad» 11. Porque el culto al
método o incluso a la simple técnica de análisis convierte la investi­
gación en un puro ritual inflexible e incapaz de adaptarse a las
necesidades concretas de cada uno de los elementos que conforman
el objeto. Un cálculo de regresión múltiple o un test de Pearson
no dan cuenta por sí mismos de la bondad y la calidad de un trabajo.
Hasta el momento, y debido en parte a la maraña de complica­
ciones que escuetamente se ha presentado, los intentos de fijar las
reglas más elementales del método sociolingüístico han sido escasos
y de alcance restringido. Antes de 1985, el más notable de todos

9 Sirva como ejemplo la obra de E. Goffman, de la que podemos destacar, Rela­


ciones en público, Madrid, Alianza, 1979.
10 Esto ha ocurrido, por ejemplo, en la llamada etnografía de la comunicación.
Cf. la obra de R. Bauman y J. Sherzer, Explorations in the Ethnography o f Spea-
king, Cambridge, CUP, 1974.
11 Recordemos el título completo de la obra de Descartes: «Discurso del método
para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias».
ellos fue el trabajo de William Labov titulado «El estudio del len­
guaje en su contexto social» 12. Posee como característica principal
la heterogeneidad, porque se nos presentan problemas teóricos, im­
plicaciones entre la teoría y la metodología, y se da cuenta de algu­
nos de los escollos más difíciles de salvar en cualquier investigación
sociolingüística: el estudio del lenguaje cotidiano, las observaciones
sistemáticas y asistemáticas, la correcta interpretación de los marca­
dores sociolingüísticos o las reglas variables 13. Por lo demás, las
consideraciones concretas han de buscarse en la inmensidad del océa­
no bibliográfico de nuestros tiempos, en el que sobresalen, junto
al de Labov, los nombres de Lesley Milroy y Robert Shuy 14.
La intención de este capítulo es esbozar las reglas más elementa­
les y constantes en la metodología sociolingüística. Para ello utiliza­
remos un guía de excepción: Émile Durkheim. La simplicidad de
sus «reglas del método sociológico» las hace idóneas para su adap­
tación a la sociolingüística.
Durkheim presenta cinco grupos de reglas:
1) Reglas relativas a la observación de los hechos sociales.
2) Reglasrelativas a la distinción de lo normal y de lo patoló­
gico.
3) Reglas relativas a la constitución de los tipos sociales.
4) Reglas relativas a la explicación de los hechos sociales.
5) Reglas relativas a la administración de la prueba.

12 Modelos sociolingüísticos, Madrid, Cátedra, 1983, págs. 235-324. Práctica­


mente toda la obra está impregnada de una cierta intención metodológica.
13 El modelo de Labov no está exento de debilidades; algunas de ellas son razo­
nablemente «denunciadas» por J. A. Villena Ponsoda: «Variación o sistema. El
estudio de la lengua en su contexto social: William Labov», I. Analecta Malacitana,
VII (1984), págs. 267-295; II. Analecta Malacitana, VIII (1985), págs. 3-45.
14 L. Milroy, Observing and Analyzing Natural Language, Oxford, Blackwell,
1987. R. Shuy, W. Wolfram y W. Riley, Field Techniques in an Urban Language
Study, Washington, D. C., CAL, 1968.
Pero ello requirió dar un paso previo: la definición del concepto
de «hecho social», que en nuestro caso debe ser el concepto de
«hecho sociolingüístico» 15.
Suele definirse hecho o acto sociolingüístico como cualquier ac­
to de comunicación lingüística en cuya construcción, emisión o in­
terpretación intervienen factores sociales y contextúales. Sabido es
que cualquier enunciación puede ser analizada desde la lingüística
exclusivamente (análisis fonético y fonológico, morfosintáctico, lé­
xico), sin que eso implique la consideración de los factores sociales
que la circundan o determinan, por muy social que sea el lenguaje.
Sabido es que la comunicación puede ser interpretada desde un punto
de vista sociológico, sin que esto implique la consideración de fac­
tores lingüísticos, por muy lingüística que sea la propia comunica­
ción. El hecho sociolingüístico aúna necesariamente los dos tipos
de factores. Ahora bien, la definición ofrecida acoge prácticamente
cualquier hecho de lenguaje, es decir, salvo ciertas interjecciones,
cualquier hecho lingüístico sería un hecho sociolingüístico. Si esto
es así, la sociolingüística no tendría un objeto de estudio propio.
Se hace necesario restringir aún más la definición. Si siguiéramos
paralelamente a Durkheim 16, el hecho sociolingüístico tendría dos
caracteres distintivos esenciales:
l.10) Su exterioridad en relación con las conciencias individuales.
2.°) La acción coercitiva que ejerce, o es susceptible de ejercer,
sobre estas mismas conciencias.

Cuando un individuo saluda, se despide o pregunta por la sa­


lud, está obedeciendo unas normas o unas costumbres establecidas
fuera de él 17. El hablante puede expresar voluntariamente estos

15 Véase W. Labov, What is a Linguistic Fací?, Lisse, Peter de Ridder Press, 1975.
16 Op. cit., págs. 62-74.
17 Véase F. Moreno, «Sociolingüística de los rituales de acceso en una comuni­
dad rural», Lingüística Española Actual, VIII (1986), págs. 245-267.
actos, pero están sujetos a normas exteriores. Estas conductas lin­
güísticas se imponen al individuo, y el instrumento que se utiliza
para ello es la educación. El conjunto de reglas que determinan
la conducta sociolingüística recibe el nombre de «competencia co­
municativa» 18.
Esta concepción del «hecho» ha sido duramente refutada por
Eugenio Coseriu 19: no niega que la lengua sea un «hecho social»,
sino que los hechos sociales sean exteriores a los individuos. No
existen hechos extraindividuales, sino interindividuales. Coseriu re­
cupera el valor de la individualidad, de la creatividad lingüística
del individuo 20, frente a las propuestas de la sociología de Durk-
heim e incluso de la lingüística de Saussure.
Los planteamientos de la sociolingüística norteamericana están
más cerca de las posturas sociológicas (no las de Durkheim estricta­
mente), porque sus propuestas parten de nociones de una dimen­
sión mayor que la que tiene el «individuo» (comunidad, clase so­
cial, grupo, etc.) 21. Pero no es nuestro deseo ceñirnos a posiciones
teóricas concretas, si bien es grande la dificultad de deshacer un
entramado epistemológico.
Para nuestros intereses, al margen de posiciones más individua­
listas o más sociológicas, definiremos el hecho sociolingüístico co­
mo un hecho lingüístico en su contexto social, como el fruto de
la relación entre una estructura social y una estructura lingüística 22.

18 Para el concepto de «competencia comunicativa», véase D. H. Hymes, «On


Communicative Competence», en J. B. Pride y J. Holmes, Sociolinguistics, Har-
mondsworth, Penguin Books, 1972, págs. 269-293.
19 Sincronía, diacronía e historia, 2 .a ed., Madrid, Gredos, 1973.
20 Op. cit., págs. 34 y ss.
21 Véase A . Pisani, La variazione lingüistica, Milano, Franco Angeli, 1987.
22 Es hecho demostrado la autonomía de las estructuras lingüísticas y las estruc­
turas sociales, aunque no se ha visto libre de duras críticas; P. Kay, «Variable Rules,
Community Grammar and Linguistic Change», en D. Sankoff, Linguistic Variation,
New York, Academic Press, 1978, págs. 71-84.
1.1. REGLAS DE RECOGIDA DE DATOS

El primer grupo de reglas al que haremos referencia se corres­


ponde con lo que Durkheim denominó «Reglas relativas a la obser­
vación de los hechos sociales» 23. Las «reglas de observación de
los hechos sociolingüísticos» pueden quedar formuladas de la ma­
nera siguiente:
R e g l a 1.a: El investigador debe dejar a un lado cualquier
noción previa.
R e g l a 2 . a : El objeto de la investigación deben constituirlo
fenómenos definidos por unos caracteres exteriores, comunes
y constantes.
R e g l a 3.a: Los hechos sociolingüísticos no deben ser confun­
didos con sus manifestaciones individuales.
R e g l a 4 .a: Los hechos han de ser observados utilizando la téc­
nica más adecuada a cada caso.

La generalidad que puede apreciarse en cada una de estas reglas


es intencionada. Las posiciones teóricas son tan dispares y la canti­
dad de posibles objetos de estudio concretos es tal que no podemos
atar las manos del investigador con demasiada fuerza. Ahora bien,
esto no es óbice para disponer unos esquemas fundamentales que
garanticen la fiabilidad del estudio y la posterior comparación de
los datos observados.
Esa misma generalidad aconseja comentar algo más extensamente
la fría rigidez de cada norma.

R e g l a 1 .a : El investigador debe dejar a un lado cualquier no­


ción previa.
El concepto de «noción previa» acoge cualquier idea, creencia
e incluso experiencia a las que se atribuye un valor superior al de
23 Op. cit., págs. 49 y sigs.
los hechos mismos. Las nociones previas o prenociones, según las
denominó Bacon 24, son fruto de la reflexión del hombre sobre cual­
quier fenómeno y son anteriores al conocimiento científico de esos
fenómenos. El sociolingüista debe considerar los hechos sociolin­
güísticos como simples hechos, como cosas ajenas a su persona y
no como conclusiones de una primera reflexión. Lo peor que puede
ocurrirle a un investigador científico es dejar que su trabajo se vea
influido por afinidades, antagonismos y, por qué no, pasiones per­
sonales. Los hechos deben ser tratados como algo objetivo, como
si fueran contemplados por vez primera.

R e g l a 2 .a: El objeto de la investigación deben constituirlo fenó­


menos definidos por unos caracteres exteriores, comunes y constan­
tes.
Es ésta la primera norma formulada en términos positivos y
por ello ha de ser tan sencilla como esencial. Su finalidad última
es garantizar la homogeneidad de los datos que han de ser observa­
dos y analizados. Una mínima reflexión nos hace ver que la norma,
como otras que aquí irán surgiendo, no es exclusiva de la sociolin­
güística, ni tiene por qué serlo. Estamos ante una ley fundamental
de la investigación científica y como tal viene aplicándose (y violán­
dose) desde hace decenios. La sociolingüística, en este punto, se
ha «aprovechado» de la experiencia acumulada tanto en las Cien­
cias Naturales como en las Ciencias Sociales. Establece la norma
que los caracteres que definen los fenómenos deben ser exteriores,
comunes y constantes. El adjetivo exteriores se refiere a caracteres
objetivos, que puedan ser observados a simple vista, sin necesidad
de profundizar en la esencia del hecho, tarea que deberá llevarse
a cabo una vez que los datos hayan sido analizados. Pero, quede
claro que la exterioridad y objetividad de un rasgo no impiden en

24 N ovum Organum, I, 26.


modo alguno su inherencia al fenómeno. Los caracteres deben ser
también comunes a todos los elementos que conforman un fenóme­
no: los hechos que reciben un mismo tratamiento analítico deben
poseer al menos un rasgo en común. Por último, los caracteres de­
ben ser constantes en el aspecto que se esté estudiando, porque de
otra forma podría hacerse imposible la comparación de unos datos
con otros. Pongamos un ejemplo: el estudio del fonema / s / en una
determinada zopa del español del sur de España. La fase de obser­
vación no requiere que se aborden factores tan esenciales como pue­
dan ser el estudio de la correlación a la que pertenece o de sus
posibles alófonos; hay que atender, en primer lugar, a caracteres
tangibles, esto es, exteriores, como los contextos en que aparece
(posición inicial de sílaba, posición final de sílaba, la vocal que
constituye el núcleo silábico, etc.).

R e g l a 3 . a : Los hechos sociolingüísticos no deben ser confundi­


dos con sus manifestaciones individuales.
Se trata de una norma que es indispensable para que un hecho
pueda ser visto como tal. Sin embargo, no es fácil acatarla, en con­
tra de su apariencia, porque ello exige que el investigador dé un
salto cualitativo hacia el que no siempre se tiene una buena disposi­
ción de ánimo.
La dificultad nace de una vieja paradoja, la paradoja saussuria-
na, que fue formulada por Labov con estas palabras:
el aspecto social del lenguaje es estudiado observando a cada indivi­
duo, pero el aspecto individual sólo se capta observando el lenguaje
en su contexto social 25.

La sociolingüística en sus primeros años dio la impresión de


haber salvado esta paradoja, pero no ha logrado verse libre de con­
tradicciones. Una de ellas es la paradoja del observador:

25 Véase «El estudio del lenguaje en su contexto social», art. cit., pág. 238.
el objetivo de la investigación lingüística de la comunidad ha de ser
hallar cómo habla la gente cuando no está siendo sistemáticamente
observada y sin embargo nosotros sólo podemos obtener tales datos
mediante la observación sistemática 26.

Siguiendo la definición de «hecho social» de Durkheim, los hechos


sociolingüísticos serían exteriores al individuo, pero sólo pueden ser
observados en individuos concretos. Posteriormente, es posible aten­
der al conjunto de los datos recogidos en un grupo social, pero
sin olvidar que un hecho sociolingüístico no es una suma de con­
ductas individuales.

R e g l a 4 . a : Los hechos han de ser observados utilizando la téc­


nica más adecuada a cada caso.
No tiene sentido, en sociolingüística, utilizar un mismo patrón,
una misma técnica con cualquier tipo de datos lingüísticos. Por su­
puesto que puede un investigador aplicar tan sólo una técnica en
todos sus trabajos, pero ha de ser consciente de que esa técnica
sólo se adecúa a unos casos muy concretos y de que sobrepasar
esos límites deteriorará el valor de sus resultados. Aún no ha llega­
do el momento de describir cuáles son las técnicas de observación
utilizadas en sociolingüística, pero sí cabe anticipar, tal y como su­
girió Willems en 1969 27, que las estrategias pueden ser clasificadas
por el grado en que el investigador estructura la observación. Estas
técnicas constituyen un continuum en cuyos polos se encuentran,
por un lado, aquellas técnicas que suponen una nula o escasa es­
tructuración (el investigador no trata de seleccionar los datos y da
más valor a la información cualitativa) y, por otro, aquéllas que

26 Ibid., pág. 266.


27 «Planning a Rationale for Naturalistic Research», en E. P. Willems y H.
L. Raush (eds.), Naturalistic Viewpoint in Psychological Research, New York, Holt,
1969.
poseen una rígida estructuración (el investigador selecciona qué con­
ductas quiere estudiar y cómo lo va a hacer; normalmente prescinde
de criterios cualitativos para dar mayor realce a los cuantitativos,
o bien pretende llegar a los primeros a través de los segundos).
Los procedimientos utilizados más frecuentemente para la recogida
de datos sociolingüísticos son la observación directa, los cuestiona­
rios y entrevistas y los métodos proyectivos o indirectos. Todos ellos
se pueden situar en distintos puntos del continuum ai que nos he­
mos referido.
El segundo conjunto de reglas metodológicas que distingue Émi-
le Durkheim incluye aquéllas encaminadas a distinguir lo normal
de lo patológico 28. Hemos intentado realizar el ejercicio de adap­
tarlas al ámbito de la sociolingüística, pero al punto han surgido
obstáculos insalvables. El primero ha sido el de la denominación:
hablar de hechos patológicos en lingüística a estas alturas del siglo
xx es, cuando menos, un anacronismo. En segundo lugar, Durk­
heim afirmaba que «la observación... confunde dos órdenes de he­
chos, muy desiguales en ciertos aspectos: los que son todo lo que
deben ser y los que deberían ser de otra manera de como son» 29.
En lingüística, y concretamente en sociolingüística, ¿cuáles son los
hechos que deben ser y cuáles se alejan de la ortodoxia? Al parecer,
en sociología sí hay hechos «patológicos» objetivos, por ejemplo,
la incidencia de una enfermedad en una población. En lingüística,
lo patológico sería lo que se aleja de la norma, pero ¿qué norma
servirá para distinguir lo bueno y lo malo, lo que debe de lo que
no debe ser?, ¿la dictada por la Academia, la que se ajusta al crite­
rio de gramaticalidad en el generativismo, la norma en el sentido
descrito por Coseriu? 30. Estamos ante una pregunta sin respuesta,

28 Op. cit., págs. 77 y sigs.


29 Op. cit., pág. 77.
30 Los problemas que plantea el concepto de «norma» han sido tratados en el
«XVI Simposio de la Sociedad Española de Lingüística (Norma y uso)», Madrid,
10-19 de diciembre de 1986. Los resúmenes de las comunicaciones se publican en
Revista Española de Lingüística, 17-1 (1987).
sobre la que más adelante reflexionaremos. Dentro de la sociolin­
güística sí es posible pensar en la corrección y en la incorrección,
pero en la emisión de tales juicios hay que tener en cuenta una
variable elemental: la actitud lingüística del hablante 31. El proble­
ma está en que hay casi tantas actitudes como hablantes, por lo
que establecer unas reglas generales serviría de muy poco.
Las reglas durkheimianas relativas a la distinción de lo normal
y lo patológico incluyen un importante factor: el diacrónico o evo­
lutivo, lo que automáticamente nos hace pensar en el estudio del
cambio lingüístico 32. Sin embargo, éste de ninguna manera puede
regirse por unas leyes rígidas, como la que dicta Durkheim, porque
los cambios no se producen de forma semejante en las distintas
sociedades, aunque en determinados casos sea posible poner en re­
lación un cambio lingüístico con las condiciones generales de la vi­
da colectiva 33.

1.2. REGLAS DE ANÁLISIS

La recogida de los datos da paso a una nueva etapa en el proce­


so investigador: el análisis de la información observada. Dentro de
las múltiples facetas que encierra el análisis, destaca por su relevan­
cia la constitución de los tipos sociolingüísticos, de ahí que se im­

31 Sobre actitudes lingüísticas, véanse: R. Agheyisi y J. A. Fishman, «Language


Attitude Studies», Anthropological Linguistics, 12 (1970), págs. 137-157; R. Shuy
y R. Fasold (eds.), Language Attitudes: Current Trends and Prospects, Washington,
GUP, 1973; E. Bouchard Ryan y H. Giles, Attitudes towards Language Variation,
London, Edward Arnold, 1982; R. L. Cooper (ed.), International Journal o f the
Sociology o f Language, 3 (1974) y 6 (1977); M. Alvar, «Actitud del hablante y
sociolingüística» (1977), ahora en Hombre, etnia, estado, Madrid, Gredos, 1986,
págs. 13-36.
32 Op. cit., págs. 90-91.
33 Véase W. Labov, «La base social del cambio lingüístico», Modelos sociolin­
güísticos, cit., págs. 325-400.
ponga proponer unas normas generales que garanticen su corres­
pondencia con la realidad. Téngase en cuenta que, aunque, de una
forma u otra, casi todo estudio sociolingüístico tiene como finali­
dad la constitución de tipos, no es una tarea totalmente generaliza­
da. Llamamos aquí «tipo» o «clase» a cualquier serie de elementos
(lingüísticos o extralingüísticos) que pueden ser sometidos a un mis­
mo tratamiento por poseer uno o más rasgos en común. Pensamos,
por ejemplo, en tipos sociológicos, como los constituidos por indi­
viduos de una edad, un sexo y un grado de instrucción determina­
dos; pensamos en tipos lingüísticos, como el conjunto de variantes
que se reconocen para el estudio de una variable precisa; pensamos
en tipos sociolingüísticos, como el que forman los fonemas realiza­
dos con unas variantes por una clase de hablantes y con otras va­
riantes por otra clase diferente de hablantes.
La construcción de clases suele exigir la presencia de una fase
instrumental de gran importancia que consta, a su vez, de tres
pasos 34:
1) La codificación de las respuestas obtenidas en las encuestas
o en las observaciones.
2) La tabulación de los datos.
3) Aplicación de técnicas estadísticas.

La utilización de cómputos estadísticos en la investigación so­


ciolingüística está proporcionando resultados sorprendentes. Según
Ralph Fasold 35, tal vez sea en el campo de la comprobación de
las hipótesis donde la estadística esté dando susmayores frutos;
en él destacan cuatro pruebas: x2, test deStudent, elanálisis de
varianza y la correlación 36. La importancia de estos tests y de los

34 Véase C. Selltiz, L. S. Wrightsman y S. W. Cook, Métodos de investigación


en las relaciones sociales, 9 .a ed., Madrid, Rialp, 1980, cap. XIV.
35 The Sociolinguistics o f Society, Oxford, Blackwell, 1984, págs. 85-112.
36 Véase Fasold, op. cit., págs. 94-110, y Ch. Muller, Estadística lingüística,
Madrid, Gredos, 1973.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 3
otros cálculos estadísticos es tal que merecen la formulación de dos
reglas básicas:
R e g l a 1 .a :El análisis estadístico debe cumplir, entre otros,
dos fines: a) describir y resumir los datos; y b) hacer es­
timaciones de significación y de fiabilidad.
R e g l a 2 .a: La estadística debe ser considerada como un mero
instrumento, nunca como un fin en sí misma.
Lógicamente, la constitución de un tipo sociolingüístico depen­
de siempre de la elección de un criterio. Para Durkheim, la distin­
ción entre lo normal y lo patológico permite constituir los tipos
sociales37. En el campo de la sociolingüística, no puede ofrecerse
un solo criterio tipificador o clasificador, pero sí pueden presentar­
se unas reglas básicas para llevar a cabo una clasificación indepen­
dientemente del criterio elegido 38:
R eg la 3 . a : El conjunto de tipos o categorías sociolingüísticas
se ajustará a unos mismos principios o criterios.
R e g l a 4 . a : Los tipos o categorías de cada conjunto serán mu­
tuamente excluyentes.
R e g l a 5.a: El conjunto de tipos será exhaustivo, esto es, cada
elemento deberá encuadrarse en uno de ellos.
La constitución de tipos sobre hipótesis previas y sobre materia­
les recogidos con una técnica estructurada no suele presentar nin­
gún problema, puesto que los criterios, normalmente, se fijan de
antemano. En cambio, es más complicado hacer clasificaciones so­
bre materiales que no han sido seleccionados en su observación.
Las técnicas no estructuradas resultan especialmente útiles para crear
las hipótesis. Supongamos que queremos realizar un estudio sobre
el español en su registro familiar o coloquial39. Si los materiales

37 Op. cit., pág. 103.


38 Reglas basadas en Selltiz et al., op. cit., pág. 625.
39 Véase, por ej., W. Beinhauer, E l español coloquial, 3 .a ed., Madrid, Gredos,
1978.
los hemos recogido con una grabadora y según una técnica no es­
tructurada, la audición o la lectura de la transcripción deben pro­
porcionar unas pistas que permitan plantear las primeras hipótesis
de trabajo. Pero ¿cómo descubrir las pistas? Una de las formas
más objetivas y fiables es comparar los materiales del registro colo­
quial con materiales procedentes de un registro formal y de hablan­
tes de características sociológicas diferentes. Otra forma de llegar
a formular hipótesis sobre datos no seleccionados es apelar al senti­
do común o a las dificultades teóricas que pueden presentar los
informantes y los enunciados. No hace falta extenderse sobre la
cantidad de información que no puede ser aprovechada con el siste­
ma no estructurado, aunque, por el contrario, es capaz de ofrecer­
nos datos que jamás podrían haber sido recogidos con un cuestio­
nario.
La constitución de tipos sociolingüísticos se ajusta en la mayo­
ría de los casos a lo que se denomina «estratificación sociolingüísti­
ca». William Labov y sus seguidores descubren los estratos socio-
lingüísticos de una comunidad de habla atendiendo a las llamadas
variables sociolingüísticas, es decir, variables de naturaleza lingüís­
tica que están relacionadas con alguna variable no lingüística del
contexto social (hablante, receptor, público, etc!). Los rasgos lin­
güísticos que se estudian se denominan indicadores y las variables
sociolingüísticas más desarrolladas suelen recibir el nombre de mar­
cadores 40. Es bien conocido que la estructura lingüística y la es­
tructura social de una comunidad de habla no tienen por qué coin­
cidir, pero hemos de añadir que la estratificación sociolingüística
no tiene por qué derivar de la suma de las estructuras anteriores,
aunque esté relacionada con ambas. Pero aún no es el momento
de detenernos en aspectos metodológicos de escuelas concretas. Si

40 Estos conceptos aparecen tratados en W. Labov, «El estudio del lenguaje en


su contexto social», art. cit., pág. 229. Véase para metodología usada en la prime­
ra época, «Some Principies o f Linguistic Methodology», Language in Society, 1
(1972), págs. 97-120.
nos hemos interesado por algunos principios básicos de la técnica
de estratificación de Labov es porque tal vez sea la más utilizada
en la sociolingüística mundial, incluida la realizada sobre la lengua
española 41.

1.3. REGLAS DE INTERPRETACIÓN

La interpretación de los hechos sociolingüísticos, o la explica­


ción de los hechos, como prefirió escribir Durkheim 42, es la fase
culminante del proceso investigador. Normalmente, la interpreta­
ción nos va a venir dada por todos los pasos anteriores, pero espe­
cialmente por la finalidad del estudio y el análisis realizado. Pode­
mos formular una regla en los términos siguientes:
R e g la1.a: La interpretación estará en correspondencia con la
finalidad del estudio y el análisis de los datos.

Los fines más corrientes de los estudios sociolingüísticos suelen


ser los cuatro que exponemos a continuación:
a) Avanzar en el conocimiento de algo.
b) Describir las características de un grupo.
c) Determinar la frecuencia de algo o de ese algo en relación
con otro u otros factores.
d) Comprobar hipótesis de relación causal entre variables 43.
Los trabajos orientados a «avanzar en el conocimiento de algo»
suelen denominarse estudios exploratorios. No suelen ser investiga­
ciones exhaustivas, porque tan sólo pretenden llegar a formular al­
guna hipótesis o tomar un primer contacto con hechos que poste-

41 Véase, por ejemplo, H. López Morales, Estratificación social del español de


San Juan de Puerto Rico, México, UNAM , 1983.
42 Op. cit., pág. 117 y sigs.
43 Véase Selltiz et. al., op. cit., págs. 132-133.
nórmente serán estudiados en profundidad. Las descripciones de
las características sociolingüísticas de grupos o comunidades de ha­
bla pueden ajustarse a ciertas hipótesis. Este tipo de estudios es
el que más se ha hecho en España (por ej., las tesis de Borrego 44,
Etxebarría 45, Gómez Molina 46). Muchas investigaciones intentan
determinar frecuencias a la vez que describen los caracteres de un
grupo, aunque son tareas que no tienen por qué ir parejas. La de­
terminación de frecuencias para obtener con posterioridad probabi­
lidades es uno de los fines de los estudios variacionistas o de la
regla variable: su intención es incorporar un componente probabi-
lístico a la «competencia lingüística» 47. Por último, en cuanto a
la comprobación de hipótesis de relación causal entre variables, es
un objetivo que tiene una larga tradición tanto en sociología como
en lingüística y en sociolingüística. La relación causal exige una
variación conjunta de la causa y lo causado y la clara separación
de los conceptos de función y causa.
El análisis realizado sobre los datos también va a determinar
la naturaleza de la interpretación, porque uno y otro proceso están
íntimamente ligados 48. Ahora bien, la relación entre el análisis y
la interpretación de los resultados puede presentar notables diferen­
cias de una investigación a otra. Estudiar esas relaciones suele ser
más complicado en los trabajos exploratorios (tipo a) que en los
experimentales (tipos b, c y d) 49. Pero, al margen del papel deter­
minante de la finalidad del estudio y del tipo de análisis en la inter­
pretación, ésta tiene sus caracteres propios: a través de ella se suele
poner en relación los datos analizados con otros aspectos conocidos

44 Sociolingüística rural, Salamanca, Univ. de Salamanca, 1981.


45 Sociolingüística urbana, Salamanca, Univ. de Salamanca, 1985.
46 Estudio sociolingüístico de la comunidad de habla de Sagunto, Valencia, Ins-
tiíució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1986.
47 Véase N. Chomsky, Aspectos de la teoría de la sintaxis, Madrid, Aguilar,
1970, págs. 5-11.
48 Véase Selltiz, op. cit., págs. 611-617.
49 Ibid., págs. 132-164.
y es en ella en la que debemos abordar los factores internos, esen­
ciales, que habíamos dejado a un lado para la observación de los
datos. De tal forma, que toda interpretación debe ajustarse a las
siguientes reglas:
R eg la 2 .a: Mediante la interpretación hay que establecer la con­
tinuidad en el proceso investigador general, poniendo en re­
lación los resultados del estudio con los de otros.
R e g l a 3 . a : La interpretación debe establecer conceptos aclara­
torios.

La finalidad de la primera regla se ve complementada por el


conocimiento de la bibliografía relacionada con el mismo asunto 50.
La importancia de lo personal, de lo subjetivo, en la interpreta­
ción es tal que no pueden darse más normas. Con las que se han
ofrecido se garantiza la homogeneidad y la coherencia internas del
proceso investigador, a la vez que éste se pone en línea con otras
investigaciones afines. Sólo así la comparación es posible, sólo así
los pasos de una persona pueden ser de plena utilidad para otra,
porque los avances se consiguen a mitad de camino entre la tradi­
ción y la originalidad.

50 De los grupos de reglas presentados por Durkheim, hemos prescindido de


las «Reglas relativas a la distinción de lo normal y lo patológico» y de las «Reglas
relativas a la administración de la prueba». La primera supresión ya ha sido justifi­
cada. La segunda se/debe a que Durkheim propone como único método sociológico
el de las relaciones causales. Restringir tanto el punto de mira no tiene sentido en
la sociolingüística actual.
L A RECO GIDA D E M ATERIALES

Toda investigación, también la sociolingüística, debe proyectar­


se sobre una serie previa de interrogantes, a la que paulatinamente
habrá que dar explicaciones satisfactorias: ¿qué hacer?, ¿acerca de
qué hacerlo?, ¿para qué hacerlo? y ¿cómo hacerlo? Todas estas
preguntas están íntimamente imbricadas; sin embargo, los comenta­
rios que deseamos presentar exigen que se consideren separadamen­
te. Se provocará así una situación forzada, en cierto modo irreal,
aunque necesaria para el análisis detenido.
El primer paso que hay que dar es preguntarse ¿qué hacer? y
¿para qué hacerlo? Ello supondrá en muchos casos plantear una
o varias hipótesis de trabajo que deberán ser admitidas o rechaza­
das, procurando que en una y otra circunstancia se pueda avanzar
en el conocimiento de los hechos sociolingüísticos.
La metodología de cualquier estudio afecta directamente al «¿có­
mo hacerlo?» y, dentro de la sociolingüística, el primer paso para
dar cuenta de ello es establecer la técnica (o las técnicas) de recogi­
da de datos que se va (o van) a emplear. El surtido de técnicas
que se presentan ante el investigador es amplio y variado. La elec­
ción de la correcta dependerá de la finalidad de la investigación
y del tipo de análisis al que se someterán los datos, pero sobre
todo de la propia naturaleza de esos datos. Los materiales que se
han de recopilar serán, por definición, lingüísticos y sociológicos,
si bien se necesitará precisar cuáles son los que más interesan. No
obstante, el primer objetivo está formulado: habrá que buscar entre
las técnicas que habitualmente emplean la lingüística y la sociología
y, por supuesto, entre las técnicas híbridas que se han desarrollado
desde los inicios de la sociolingüística 1. La deuda que la metodolo­
gía sociolingüística ha contraído con estas disciplinas es cuantiosa
en sendos casos, pero de desigual envergadura en lo que a recogida
de materiales se refiere. El método sociológico ha legado muchos
de sus artificios técnicos: procedimientos de estratificación social,
nociones fundamentales de dinámica de grupos, criterios de repre­
sentad vidad social, etc., sin olvidar que no es poco lo que la socio­
logía, y por ende también la sociolingüística, debe a la estadística
en este mismo sentido. Ahora bien, la metodología sociolingüística
no es más que un eslabón de la ya larga cadena en la que se siguen
y enlazan metodologías lingüísticas; en otras palabras, el método
sociolingüístico está insertado en la tradición lingüística y por tanto
responde a requerimientos y necesidades de la investigación lingüís­
tica. Es en esta tradición donde la sociolingüística se ha presentado
como algo innovador. Para conseguirlo se ha servido, lícitamente,
de muchos conocimientos de la sociología, sin que ello haya su­
puesto para esta última más avance que el de ver ampliado su radio
de acción hacia unos ámbitos a los que no tenía acceso por desco­
nocimiento de los principios que rigen la lingüística teórica. Hasta
el momento, sin ánimo de despreciar las excepciones notables, la
sociolingüística ha sido cosa de la lingüística y de los lingüistas.

1 Con esto no se quiere decir que la sociolingüística sea un híbrido de lingüística


y sociología. Véase H. López Morales, «Introducción» de Dialectología y sociolin­
güística. Temas puertorriqueños, Madrid, Hispanova, 1979, págs. 17-18.
2.1. CONCEPTOS Y PROBLEMAS PREVIOS

2.1.1. D ia l e c t o l o g ía y m a t e r ia l e s s o c io l in g ü ís t ic o s

En gran parte, el nacimiento y desarrollo de la sociolingüística


se debe a las muchas incursiones exploratorias que se han realizado
desde la dialectología. Puede decirse que la metodología de la pri­
mera es resultado parcial de una desgajadura de la segunda. Bien
se sabe que los acontecimientos que llevan al surgir y declinar de
las disciplinas científicas o de sus métodos ni son fruto del azar
ni se producen como respuesta a un solo estímulo: los primeros
pasos de la nueva sociolingüística —al inicio de los años sesenta,
como ya se ha dicho— fueron consecuencia directa de un cúmulo
de factores que hemos enumerado en otro lugar 2. Sin embargo,
no podemos minimizar la importancia de la geografía lingüística
en este sentido. Existen argumentos que así lo hacen ver y por ello
les prestaremos atención.
Antes es conveniente recalcar que las actividades de los dialectó-
logos en los siglos xix y xx se han repartido en dos campos: el
del estudio de territorios que atienden a múltiples localidades (in­
cluimos aquí los atlas lingüísticos) y el del estudio monográfico de
hablas locales. Ambos tienen puntos en común innegables, pero es­
tán bien diferenciados. Los estudios de territorios permiten, entre
otras muchas cosas, establecer las fronteras de diversos hechos lin­
güísticos, denominadas «isoglosas»; las monografías describen muy
detallada y extensamente los caracteres de un habla local. La dia­
lectología en conjunto ha recibido reproches de los sociolingüistas
que deberían haber sido dirigidos, de ser necesario, hacia una de
sus partes: la de las monografías locales. En éstas cobra todo su

2 Cap. 1 de Sociolingüística en EE.UU. (1975-1985), Málaga, Ágora, 1988.


sentido el método sociolingüístico; en los otros es tal la envergadu­
ra metodológica, que el dar cuenta de unos aspectos (los diatópi-
cos) justifica el sacrificio parcial de otros (los diastráticos) siempre
y cuando se observe una estricta coherencia metodológica. No obs­
tante, las incursiones a las que al inicio de este epígrafe hemos alu-.
dido las encontramos en las dos ramas. Una de las más destacadas
se produjo dentro de la escuela de Ginebra, creada por Jules Gillié-
ron (recordemos, defensor a ultranza del informante único, quien,
por tanto, no entra en consideraciones sociales) y fue hecha por
Jakob Jud y Karl Jaberg en su Sprach- und Sachatlas Italiens und
der Südschxveiz 3 (Atlas Italo-Suizo, AIS) al encuestar a individuos
de diferentes edades y posiciones sociales dentro de las comunida­
des más populosas 4.
Mucho antes de la aparición del AIS, el dialectólogo británico
Alexander J. Ellis publicó una obra titulada The Existing Phono-
logy o f English Dialects (1889) 5, virtual quinta parte de On Early
English Pronunciation, cuyos cuatro primeros volúmenes salieron
a la luz entre 1869 y 1874. En rigor, no puede decirse que Ellis
pretendiera con su trabajo adentrarse en la «sociología lingüística»,
como así había sido la voluntad expresa de Jud y Jaberg, pero lo
hizo, en su deseo de cultivar la más pura dialectología. Ellis estudió
las variedades dialectales de 1.145 localidades. Muchas de ellas eran
importantes ciudades industrializadas cuyo estudio ofrecía muchas
lagunas metodológicas a finales del xix. De ahí que Ellis, buscando
el «dialecto auténtico» (real dialect), decidiera prestar atención ex­
clusivamente a la clase trabajadora, único reducto donde, al pare­
cer, podía encontrarse. De este modo, se había pasado de describir

3 Zofingen, Ringier, 1928-1940.


4 Véase M. Alvar, «Karl Jaberg y la geografía lingüística», Revista de Dialecto­
logía y Tradiciones Populares, XXIX (1973), págs. 301-312. Del mismo K. Jaberg,
Sprachgeographie. Beitrag zum Verstándnis des Atlas Linguistique de la France,
Aarau, Sauerlánder, 1908.
5 London, Trübner.
el habla de una localidad, frente a la de otras, a describir el habla
de una clase social. Curiosamente, los sociolingüistas anglosajones
no han visto un interés sociológico en la decisión de trabajar con
campesinos, decisión tomada por una geografía lingüística que tam­
bién buscaba el real dialect.
La especial configuración socio-demográfica de Estados Unidos
llevó a los dialectólogos a las fronteras de la sociología, aunque
en fechas más recientes. El primer intento de realizar una labor
de geografía lingüística fue encabezado por Hans Kurath. El pro­
yecto fue elaborar un Atlas Lingüístico de Estados Unidos y Cana­
dá. La tarea se repartió en atlas de menores extensiones, de los
que el único que ha llegado a buen puerto es el Atlas Lingüístico
de Nueva Inglaterra 6, dirigido por el propio Kurath 1. La intención
de este geolingüista fue incorporar a sus encuestas sistemáticamente
consideraciones de tipo social: se entrevistaba a varios informantes
de distintas características sociológicas. Para ello pasó largo tiempo
aprendiendo y aprovechando las experiencias acumuladas en el A IS
por sus directores, Jud y Jaberg, y por uno de sus principales ex­
ploradores, P. Sheuermeier. Las diferencias existentes entre el tra­
bajo de los europeos y el del americano nacieron casi exclusivamen­
te de las distintas circunstancias que rodeaban a los territorios estu­
diados 8. Las propuestas de Jud y Jaberg han tenido amplia reper­
cusión en el mundo de la geografía lingüística y han sido muchos
los atlas que las han asumido, por ejemplo, los atlas regionales

6 H. Kurath et al., Linguistic Atlas o f New England, Providence, Brown


U. P ., 1939-1943. Véase W. A. Kretzshmar, Jr., «Computers and the American
Linguistic Atlas», en A. R. Thomas (ed.), Methods in Dialectology, Clevedon, Mul-
tilingual Matters, 1988, págs. 200-224. Aquí se pasa revista al estado actual de la
geografía lingüística estadounidense, en lo que se refiere a la aplicación de la
informática.
7 H. Kurath et al., Handbook o f the Linguistic Geography o f New England,
Providence, Brown U. P ., 1939.
8 Véase K. M. Petyt, The Study o f Dialect, London, Andre Deutsch, 1980, pág. 44.
españoles dirigidos por Manuel Alvar 9. Como conclusión, pode­
mos añadir que las «advertencias» de los dialectólogos sobre la in­
cidencia de factores sociales en el lenguaje se han realizado princi­
palmente desde una perspectiva cualitativa, no cuantitativa.
La dialectología ha recibido numerosas críticas y reproches por
parte de la sociolingüística 10. K. M. Petyt ha resumido estas críti­
cas en dos puntos concretos: críticas a la fiabilidad y críticas a la
validez de los datos n .
La fiabilidad se pone en duda porque los datos cosechados y
las personas que los han proporcionado no son representativos. La
estadística moderna y las ciencias que la aplican no conceden fiabi­
lidad a aquellos estudios que, trabajando con fenómenos sociales,
no se realizan sobre muestras de poblaciones suficientemente repre­
sentativas. Consecuentemente, la crítica se hace más dura contra
aquellos trabajos dialectales que manejan un solo informante por
localidad, sobre todo si no se ha seleccionado aleatoriamente, pues­
to que debe tener unas características establecidas a priori. La vali­

9 Véase, por ejemplo, Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, Granada,


CSIC, 1961-1973 (6 vols.). Con la col. de A. Llórente y G. Salvador. Los atlas
de M. Alvar siguen la estela del NALF (A. Dauzat, «Le Nouvel Atlas Linguistique
de la France par régions. Notre enquéte préliminaire. Les premieres legons de l’expé-
rience», Le Frangaise Moderne, X (1942), págs. 1-10).
10 La mayor parte de las críticas proceden de la sociolingüística anglo­
norteamericana, que, para hacerlas, sólo toma como referencia ciertos trabajos, cuyas
deficiencias son manifiestas. En L. Milroy ( Observing..., pág. 10) leemos: «twentieth-
century dialectology (exemplified by the Survey o f English Dialects)». Los defectos
de estas encuestas han sido señalados en parte por P. Trudgill (On Dialect, New
York, New York U. P ., 1983, págs. 52-63). No puede decirse que la Survey o f
English Dialects sea la ejemplificación perfecta del método dialectal del siglo xx
(H. Orton y E. Dieth, Survey o f English Dialects. Introduction, Leeds, E. J. Arnold
& Son, 1962).
11 Las críticas de Petyt (págs. 110-116) están basadas en G. R. Pickford. Véase
nota 20. Véase también J. T. Wright, «Urban dialects: a Consideration o f Method»,
Zeitschrift fü r Mundartforschung, 33 (1966), págs. 232-247. J. M. Kirk et al. (eds.),
Studies in Linguistic Geography, London, Croom Helm, 1985.
dez de los datos se niega cuando las técnicas de encuesta, la elabo­
ración del cuestionario o el tiempo empleado en la investigación
no han sido los adecuados.
Señala Petyt que estas críticas, surgidas en gran parte a media­
dos de siglo, obligaron a muchos dialectólogos a volver su atención
hacia la sociolingüística 12. Cierto que las críticas de las técnicas
de encuesta y de los cuestionarios pueden hacerse a numerosas obras
dialectales concretas, pero el buen o mal hacer de los investigadores
no tiene por qué comprometer la validez general de una discipli­
na 13, dejando a un lado el hecho de que cuestionarios de ese tipo
también han sido utilizados en sociolingüística 14 y que la misma
sociolingüística se enfrenta a graves problemas a propósito de la
representatividad de sus muestras.

2 .1 .2 . T e o r ía y m é t o d o

La incorporación de la sociolingüística al elenco de actividades


de la lingüística ha supuesto un gran avance para ésta en la técnica
de recogida de datos y, lo que es más importante, ha vuelto a abrir
una etapa de reflexión sobre la metodología y, en general, sobre
la epistemología de la ciencia del lenguaje.
Desde su nacimiento, la sociolingüística ha ido madurando mul­
titud de aspectos metodológicos, pero no se ha visto un proceso

12 Cf. pág. 115.


13 Véase G. Tuaillon, «Exigences théoriques et possibilités réelles de l’enquéte
dialectologique», Revue de Linguistique Romane, XXII (1958), págs. 293-316.
14 En la investigación sobre Detroit, Shuy, Wolfram y Riley (Field Techniques
in an Urban Language Study, Washington, Center for Applied Linguistics, 1968,
cap. 5) hicieron uso del cuestionario del Atlas Lingüístico de Estados Unidos y Ca­
nadá. Utilizaron la misma técnica de encuesta que en geografía lingüística. Véase
B. Bloch, «Interviewing for the Linguistic Atlas», American Speech, 10 (1935), págs.
9 y sigs.; L. H. Burghardt (ed.), Dialectology: Problems and Perspectives, Knox-
ville, Tennessee, Univ. o f Tennessee, 1971; W. J. Samarin, Field Linguistics. A
Guide to Linguistic Field Work, New York, Holt, 1967.
paralelo en su ámbito teórico. Las únicas escuelas que han tenido
detrás una teoría capaz de sostener un entramado epistemológico
han sido la lingüística variacionista y la sistémica, pero no por ello
han dejado de plantear problemas. El variacionismo parte de prin­
cipios teóricos generativistas, sin embargo el primer concepto que
cayó con la regla variable fue el de hablante-oyente ideal. Algunos
estudiosos, como Pisani, han presentado el variacionismo y el gene-
rativismo como tendencias epistemológicamente contradictorias 15.
La sistémica, por su parte, ha acusado una falta de desarrollo en
lo que se refiere al trabajo con materiales del habla real 16. Esta
situación ha llevado a muchos a pensar que no existe una teoría
de la sociedad unánimamente aceptada.
Dittmar, Schlobinski y Wachs consideran que, mientras se llega
a esa teoría, habría que trabajar en las siguientes tareas:
1) Reconstruir aproximaciones sociolingüísticas dentro de las
teorías lingüísticas y sociológicas.
2) Valorar el poder explicativo y descriptivo del mayor numero
de conceptos posible.
3) Elaborar y criticar los conocimientos empíricos para llegar
a conclusiones capaces de desarrollar la teoría lingüística.
4) Esbozar los fundamentos del uso social del lenguaje y de
los factores básicos que lo dirigen. Esto se conseguiría:
a) con una orientación interdisciplinaria,
b) integrando las materias relacionadas con los sistemas
y la interacción,
c) integrando los macroniveles y los microniveles de des­
cripción y de explicación 17.

15 A. Pisani, La variazione lingüistica, Milano, Franco Angeli, 1987, págs. 154-161.


16 M. A . K. Halliday, An introduction to Functional Grammar, London, E.
Arnold, 1985.
17 En N. Dittmar y P. Schlobinski (eds.), The Sociolinguistics o f Urban Verna-
culars, Berlin, Walter de Gruyter, 1988, pág. 36.
El estrecho vínculo que une teoría y método, ampliamente dis­
cutido desde la Filosofía 18, obliga ahora a hacer otras considera­
ciones. Para comprender en su justa medida el alcance de la meto­
dología sociolingüística y de las teorías' desde las que ha emanado,
hay que tener muy presente, ante todo, sus limitaciones. Todos los
objetivos de la sociolingüística tienen como denominador común
el deseo de conocer y reflejar la realidad de los hechos lo más fiel­
mente posible. Este deseo no hace sino dar cuenta de la distancia
que existe entre los resultados de un estudio y la realidad estudiada.
Podría decirse que la investigación perfecta sería aquella cuyas con­
clusiones estuvieran a una distancia cero de esa realidad. También
puede afirmarse que en lingüística —incluimos, por supuesto, la so­
ciolingüística— ningún estudio ha alcanzado semejante grado de
«perfección». Si consideramos falsa aquella información que no se
ajusta a la realidad, podríamos sostener que prácticamente todas las
investigaciones sociolingüísticas realizadas hasta el momento han
proporcionado conclusiones falsas: siempre se ha encontrado una
distancia superior a cero 19. Pero lo mismo podría decirse de la
dialectología, la lingüística histórica, la lingüística teórica y otras
muchas ramas de la disciplina madre. Evidentemente estamos ante
una gravísima limitación, a la que tampoco son ajenas otras cien­
cias exactas, naturales y sociales.
La sociolingüística se encuentra con un status epistemológico
en vías de constitución y con un objeto de estudio cambiante, com­
plejo, que no se deja medir fácilmente. En tal caso, ¿cómo deben
ser considerados los análisis sociolingüísticos que se hacen en la
actualidad? Ya lo han apuntado otros autores 20: como modelos

18 Véase P. Feyereband, Against Method, London, Verso, 1978. K. Popper, Ob-


jective Knowledge, Oxford, Clarendon Press, 1972.
19 Con esto no queremos decir que las conclusiones sean falsas desde un punto
de vista hipotético-deductivo.
20 L. Milroy, Observing and Analyzing Natural Language, Oxford, Blackwell,
1987, págs. 1 y sigs.
idealizados de un fragmento de una lengua. Precisamos. Modelos:
se trata de artificios teóricos que pretenden esquematizar la organi­
zación interna de los hechos; idealizados: suponen un grado mayor
o menor de abstracción, de despegue de la realidad; fragmento de
una lengua: sería muy difícil dar cuenta de todos los niveles lingüís­
ticos y de los factores que en ellos se implican en un solo estudio
y de forma exhaustiva. Esto nos lleva directamente a hablar de dos
de los grandes inconvenientes de la investigación: el tiempo y el
dinero. No estamos ante nada nuevo 21. Estudiar la lengua en la
sociedad en que se produce exige observar a los miembros que la
componen y, por tanto, hacer largas investigaciones que acarrean
gastos constantes. De ahí que esa lengua suela ser estudiada de for­
ma fragmentaria, es decir, recortando gastos y horas de un trabajo
que podría alargarse durante años.
Las investigaciones sociolingüísticas nos ofrecen informaciones
idealizadas (se hacen abstracciones de los datos concretos) y parcia­
les (se estudian niveles lingüísticos e incluso parte de esos niveles
sin ponerlos en relación con el resto). Por el momento, y mientras
la lingüística siga los cauces actuales, la idealización es inevitable,
porque nace del hecho de que no son los grupos sociales o las co­
munidades los que hablan, es decir, los que proporcionan datos
tangibles, sino los individuos (paradoja saussuriana) y además no
pueden recogerse datos de todos los individuos que forman una
comunidad (los costos de tiempo y dinero serían demasiado eleva­
dos), a menos que el grupo estudiado tuviera unas reducidísimas
dimensiones, con lo que probablemente tendrían más importancia
los factores comunicativos que los puramente sociolingüísticos. La
etnografía de la comunicación ha preferido esto último y en ella
el problema no es tan grande, aunque choca con el obstáculo de

21 M. Alvar, Estructuralismo, geografía lingüística y dialectología actual, 2 .a ed.,


Madrid, Gredos, 1973, pág. 141. Para cuestiones de metodología dialectal, S. Pop,
La dialectologie, Louvain, 1950-1951, 2 vols.
las generalizaciones. Como señaló Kibrik 22, la investigación lin­
güística gira en torno a tres puntos: el investigador, la lengua (da­
tos) y el modelo creado. Las mutuas relaciones que se establecen
entre ellos conducen a la idealización a la que venimos haciendo
referencia. Entre el investigador y los datos surge la paradoja del
observador y la paradoja acumulativa (cuanto más se sabe de una
lengua más se puede descubrir de ella 23); entre los datos y el mode­
lo, a través del investigador, la paradoja saussuriana; entre el mo­
delo y el investigador nace un doble problema: mediante un método
de tipo deductivo el modelo está, por definición, idealizado; me­
diante un método inductivo lo está igualmente, puesto que no se
parte de todos los datos, sino sólo de una parte de ellos.

Lengua
(datos)

22 A. E. Kibrik, The M ethodology o f Field Investigations in Linguistics (Setting


up the Problem), The Hague, Mouton, 1977, págs. 2 y sigs.
23 W. Labov, M odelos..., pág. 257.
SOCIOLINGÜÍSTICA. — 4
Insistimos, la investigación sociolingüística no ofrece conclusiones
fieles a la realidad, sino idealizadas. Lo que hay que buscar es la
forma de que las idealizaciones sean progresivamente más realis­
tas 24. En este sentido, y frente a la labor realizada por la lingüísti­
ca teórica, por ejemplo, el primer paso está dado: nuestra disciplina
trabaja con datos reales, observados y recogidos mediante lo que
Kibrik denomina un «método experimental» 25. Sin embargo, esos
datos que se observan y recogen, que se analizan e interpretan, no
son todos los datos que se producen dentro de un determinado ente
social. Al no ser todos, hay que procurar que los datos que se ma­
nejen sean suficientemente representativos. Y aquí surge otro de
los puntos conflictivos de la sociolingüística: la representatividad
(como se ve, el paralelismo con los problemas de la geolingüística,
tan criticada, y de otras disciplinas es mayor de lo que a veces
se pregona). A grandes rasgos, y perdónesenos el maniqueísmo, hay
dos formas de orientar la recogida de datos: si la entidad social
estudiada es grande, sólo se accede a una pequeña porción de los
datos que en ella se generan; si la entidad es reducida, la propor­
ción aumenta. Conste que no nos referimos a la cantidad de datos
recogidos, espacio habrá para hacerlo, sino a la proporción de da­
tos utilizados para el estudio, respecto del volumen total que pro­
ducen los individuos que conforman la entidad. Lógicamente, a me­
dida que se reduce la proporción, aumenta la representatividad teó­
rica de esos datos. En realidad no existen tan sólo dos alternativas,
sino todas aquellas que aparecen en un continuum que va desde
la utilización de un solo individuo como «representante» del habla

24 Adviértase que no se pide que las idealizaciones dejen de serlo; no tendría


sentido.
25 Basándose en los presupuestos de Kibrik, L. Milroy (Observing..., págs. 4-5)
distingue tres tipos de métodos: a) m étodo introspectivo: el investigador accede di­
rectamente al modelo de un fragmento de lengua por medio de su competencia;
b) m étodo analítico: el investigador accede directamente al modelo pero basándose
en un corpus de datos independientes; c) m étodo experimental: el investigador domi­
na el corpus de datos al manipular informaciones recogidas de informantes.
de una comunidad, hasta la recogida de datos lingüísticos proce­
dentes de todos los componentes de la entidad social analizada (ca­
so difícil, por costoso, a menos que se trate de una entidad minús­
cula). Aparte, hay que tener en cuenta si, de los individuos estudia­
dos, se atiende a todas sus manifestaciones lingüísticas —y aquí hay
que valorar la imposibilidad de que el investigador acceda a ciertos
contextos y situaciones— o sólo a las que se dan en determinados
niveles, contextos o circunstancias de naturaleza diversa.
La sociolingüística actual suele agruparse en torno a dos tenden­
cias metodológicas: la que pone su atención en entidades sociales
de mediana o gran dimensión (dentro siempre de la microlingüísti-
ca), tendencia encabezada por Labov, y la que prefiere centrarse
en el estudio de grupos más reducidos, al frente de la cual podemos
situar a Gumperz 26. En el primer caso, los datos analizados osten­
tan una fuerte representatividad: son pocos en relación con los po­
sibles; en el segundo se ofrece un mayor detalle, al crecer la propor­
ción de individuos observados respecto del universo. Por otro lado,
la primera tendencia suele buscar análisis puramente cuantitativos,
mientras que la segunda los reduce considerablemente en dimen­
sión. Esto no ha sido inconveniente para que estudiosos como Mats
Thelander hayan propuesto un acercamiento de las posturas, en el
que se combina la cuantificación con la perspectiva cualitativa 27.
Como se puede suponer, las técnicas de investigación varían consi­
derablemente de una a otra y ambas presentan ventajas e inconve­
nientes que habrá que sopesar con cuidado.

26 Véanse los trabajos recogidos en J. Gumperz y D. Hymes (eds.), Directions


in Sociolinguistics, New York, Holt, 1972.
27 «A Qualitative Approach to the Quantitative Data o f Speech variation», en
S. Romaine (ed.), Sociolinguistic Variation in Speech Communities, London,
Edward Arnold, 1982, págs. 65-83.
2 .1 .3 . L a e n t id a d so c ia l

Otra de las dificultades previas con las que se topa el investiga­


dor es la delimitación de la entidad social que será su objeto de
estudio. En la mayor parte de los estudios se ha atendido a uno
de los siguientes objetos: a) individuo; b) red social; c) grupo so­
cial; d) clase social; e) comunidad de habla. Cada uno de ellos pre­
senta algún tipo de dificultad, bien teórica, bien metodológica o
tanto de una como de otra clase. Considerados en conjunto tam­
bién pueden dar motivo a la discusión. Un estudio profundo de
ellos sería más propio de un libro teórico que de unos apuntes me­
todológicos, de ahí que nos contentemos con hacer algunos plan­
teamientos generales, que en algunos casos serán desarrollados en
otros epígrafes y que, en definitiva, sólo pretenden ser un sustento
inicial que permita hablar de método sin caer en terrenos excesiva­
mente movedizos.
a) Individuo. En gran medida, el desarrollo de la sociolingüís
tica se debe a un intento de superar las limitaciones que suponía
la utilización de un solo individuo, en la geografía lingüística prin­
cipalmente, como fuente de datos para la investigación lingüística.
Sin embargo, de los principios teóricos del propio Labov ha emana­
do una tendencia a realizar lo que Suzanne Romaine llama «indivi­
dualismo metodológico» 28, es decir, a considerar que el individuo
se comporta lingüísticamente como un grupo, puesto que en él con­
curren una serie de variables lingüísticas y extralingüísticas que fá­
cilmente lo pueden convertir en «representante» de un grupo social
determinado. La entidad «individuo» ha tenido una especial signifi­
cación dentro de la «etnografía de la comunicación» y dentro del
modelo de las «escalas de implicación» 29.

28 «A Critical Overview o f the Methodology o f Urban British Sociolinguistics»,


English W orld Wide, 2 (1980), pág. 184.
29 Sobre etnografía de la comunicación, véase M. Saville-Troike, The Ethno-
graphy o f Communication, Oxford, Blackwell, 1983. Sobre escalas de implicación,
véase D. Bickerton, The Dynamics o f a Creóle System, Cambridge, CUP, 1975.
b) Red social. El concepto de red ha entrado recientemente
en el ámbito sociolingüístico, aunque es bien conocido por los so­
ciólogos 30. De ello se ha encargado la investigadora británica Les-
ley Milroy 31. Una red social básicamente es un entramado de rela­
ciones directas entre individuos y actúa como un mecanismo para
intercambiar bienes y servicios, para imponer obligaciones y otor­
gar los derechos correspondientes a sus miembros. Llamamos la
atención sobre el hecho de que estamos ante relaciones entre indivi­
duos, no entre grupos.
c) Grupo social. Existe un grupo social cuando sus miembros
poseen ciertas características en común (sociales, religiosas, étnicas,
culturales, ideológicas, e tc .)32.
d) Clase social. Es tal vez el concepto más polémico dentro
de la sociolingüística y dentro de la sociología 33. En general, la
clase social se entiende no sólo como un nivel dado de poder econó­
mico y social, sino como una esfera en la que los individuos se
sienten integrados. El concepto de clase encierra, por tanto, la acti­
tud que los individuos que la componen demuestran hacia ella. De
todas formas, su validez es puesta en tela de juicio constantemente,
ya que, por lo general, se ha revelado como inútil para el estudio
de comunidades de reducidas dimensiones o para analizar comuni­
dades cortadas con patrones distintos al occidental34.

30 J. A. Barnes, «Class and Committees in a Norwegian Island, Parish», Human


Relations, 7 (1) (1954). Citado en L. Milroy, Observing...; J. Boissevain, Friends
o f Friends: Networks, Manipulators, and Coaiitions, Oxford, Blackwell, 1974; J.
Boissevain y J. C. Mitchell (eds.), Network Analysis: Studies in Human Interaction,
The Hague, Mouton, 1973; M. Granovetter, «The Strength o f Weak Ties», Ameri­
can Journal o f Sociology, 78 (1973), págs. 1360-1380.
31 L. Milroy, Language and Social Networks, 2 .a ed., Oxford, Blackwell, 1987.
32 Véase J. J. Gumperz, «Sociolinguistics and Communication in Small Groups»,
en J. B. Pride y S. Holmes (eds.), págs. 203-223.
33 D. Kingsley et a i, La estructura de las clases, Caracas, 1970.
34 Véase S. Clark, «Linguistic Variation in the Non-Stratified Context», en A.
R. Thomas, op. cit., págs. 684-699.
e) Comunidad de habla. Se trata de un concepto constante
mente revisado 35. Se ha definido desde cuatro perspectivas:
i) Perspectiva lingüística: la gente que utiliza una variedad
dada.
ii) Perspectiva interactiva: red de interacción que controla
los usos lingüísticos.
iii) Perspectiva de la sociología del conocimiento: grupo
que comparte el conocimiento de unas reglas de con­
ducta y de interpretación del habla.
iv) Perspectiva psicosociológica: formada por miembros que
juzgan y evalúan de igual forma las variables que
permiten diferenciar sociolingüísticamente a los ha­
blantes 36.
Labov sigue este último criterio. Estamos ante una definición
a posteriori que permite, por ejemplo, incluir a todos los habitantes
de Nueva York dentro de una misma comunidad 37.
No hace falta reflexionar mucho para advertir lo delicado de
estos conceptos. Fácilmente podrían permutarse las etiquetas a la
hora de trabajar sobre entidades sociales concretas: un individuo
puede tener la misma consideración que un grupo; en muchos casos
coinciden los conceptos de grupo y clase social; una comunidad
de habla podría llegar a ser más pequeña que un grupo; en las
redes se trabaja con individuos. La única forma de evitar la colisión
total entre ellos está en concebirlos no como entidades sociales, si­
no, en la línea de lo señalado por Romaine, como simples grados

35 Véanse J. J. Gumperz, «The Speech Community», en P . P. Giglioli (ed.),


págs. 219-231; J. P. Roña, «The Social Dimensión o f Dialectology», International
Journal o f the Sociology o f Language, 9 (1976), págs. 7-22; F. Gimeno, «A propósi­
to de comunidad de habla: ‘The Social Dimensión o f Dialectology’, de J. P. Roña»,
en M. Vaquero (ed.), págs. 689-698.
36 M odelos..., págs. 175 y sigs.; 353 y sigs.
37 En este sentido ha realizado S. Romaine sus críticas a Labov. Véase «What
is a Speech Community?», en S. Romaine (ed.), págs. 13-24.
de abstracción para el análisis lingüístico 38. Una vez más entramos
en los dominios de las idealizaciones.
Pero hay un aspecto que no debe seguir quedando en el aire.
Al establecer las «reglas de recogida de datos» se dijo, siguiendo
a Durkheim, que «los hechos sociolingüísticos deben ser considera­
dos aislados de sus manifestaciones individuales». Puede parecer
paradójico hablar del «individuo» en sociolingüística, como lo he­
mos hecho, sin violar nuestra particular reglamentación. La para­
doja se eliminaría elevando al individuo a un nivel de abstracción
superior al de su propia naturaleza: los datos lingüísticos siempre
son extraídos de personas concretas, pero se les otorga una valora­
ción «idealizada». Sin embargo, la sociolingüística británica está
reivindicando la presencia del «individuo» como tal en la sociolin­
güística 39. Trataremos este punto más extensamente en el apartado
que dedicaremos a los informantes. Por el momento es suficiente
con que el problema teórico quede a la vista.

2.1.4. El e s t u d io e x p l o r a t o r io

Antes de entrar en el estudio directo de la recogida de datos


sociolingüísticos, necesitamos referirnos a una exigencia del méto­
do, previa a cualquier investigación: los estudios exploratorios. Tal
y como vimos en el capítulo I, la finalidad de un estudio explorato­
rio es avanzar en el conocimiento de algo. Es imprescindible, pues,
saber de antemano cuáles son los perfiles, aunque sea vagamente,
de ese algo; en otras palabras, hay que situarse en un nivel de abs­
tracción concreto: un grupo social, una red, una comunidad, etc.
La verdad es que, en la práctica habitual, el nivel de abstracción
se ha fijado a posteriori, es decir, el investigador ha sabido qué

38 «A Critical Overview...», cit., pág. 195.


39 Véase L. Milroy, Languáge:and Social Networks, 2 .a ed., 131-134; 152-153;
205-206.
le ha interesado (una ciudad x, un barrio de ella, una localidad
rural...), pero hasta después de analizar los datos no le ha atribuido
un grado teórico de abstracción. Cuando esto deje de hacerse siste­
máticamente, la sociolingüística habrá dado un paso de gigante en
su consolidación. Ahora bien, un estudio exploratorio puede ser
capaz de ayudar a fijar ese nivel antes de que se inicie la investiga­
ción en sí. También servirá para ayudar a plantear las hipótesis
y determinar qué tipo de datos son más interesantes y cuál es la
técnica más adecuada para recogerlos. Sólo así podrán cumplirse
sin excesivas complicaciones las «reglas de observación» 2 .a y 4 .a.
De todo ello se deduce la trascendencia de los estudios explorato­
rios para el éxito final de la investigación. Estos estudios no deben
ser nunca un medio de confirmar o rechazar hipótesis, sino de des­
cubrirlas. Si partimos de un conjunto de hipótesis bien desarrolla­
das y designamos la exploración como medio de verificarlas, se está
partiendo de nociones previas o de saberes intuitivos que pueden
dañar peligrosamente el estudio (Regla 1.a de recogida de datos).
Las intuiciones deben ser plasmadas como hipótesis una vez con­
cluido el estudio exploratorio.
En su realización, hay otro aspecto de singular importancia: la
recolección e interpretación de los datos lingüísticos. Cuando se
afronta una exploración, el investigador ha de ser consciente de
que en ella trabajará con un volumen de datos menor que el que
posteriormente tendrá entre sus manos. Al ser menor, la posibili­
dad de que proporcione informaciones parciales aumenta. Esto puede
evitarse atendiendo a un número cualitativamente importante de va­
riables lingüísticas y extralingüísticas. Por otro lado, hay que tasar
correctamente el valor de los datos en cuanto a la forma en que
son recogidos. Si el propósito es trabajar sobre una entidad social
desconocida lingüísticamente por el investigador, éste tiene dos op­
ciones: recoger incluso hechos de gran detalle 40 o atender a los

40 Por ejemplo, si se está estudiando las realizaciones de / s / en Andalucía, aten


der incluso a las levemente palatalizadas.
rasgos lingüísticos de más bulto. En el primer caso se corre el riesgo
de interpretar como sistemático lo que puede ser tan sólo acciden­
tal; en el segundo, no es difícil que algunas variables aparentemente
nimias se escapen entre los dedos. Evidentemente, el registro de
los datos a través del magnetófono impide muchas veces que se
caiga en uno u otro extremo, pero siempre y cuando se tenga en
cuenta que esos datos van a servir simplemente para plantear hipó­
tesis, no para dictar conclusiones. Extraer nociones falsas del estu­
dio exploratorio es tan dañino para la investigación como partir
de pre-nociones.

2.2. NATURALEZA DE LOS DATOS

Si el sociolingüista ha conseguido esclarecer qué clase de entidad


social le interesa, perfilando sus límites y concretando el nivel de
abstracción, se enfrentará a la encrucijada de precisar qué fenóme­
nos lingüísticos han de constituir el objeto de su investigación. La
decisión final dependerá de la respuesta que se dé a tres preguntas
principales:
1-°) ¿Qué nivel lingüístico interesa?
2.°) ¿De qué tipo de discurso han de obtenerse los datos?
3.°) ¿Cuántos datos deben manejarse?

2.2.1. N iv e l l in g ü ís t ic o

En teoría, las técnicas sociolingüísticas pueden aplicarse sobre


cualquier nivel lingüístico (fonético-fonológico, morfonológico, sin­
táctico o léxico-semántico) y tanto sobre el eje de la sincronía, co­
mo de la diacronía. Sin embargo, el núcleo más importante del
aparato teórico-metodológico se ha creado sobre el estudio de datos
fonológicos y morfológicos. La razón que lo explica es sencilla:
los investigadores que han contribuido con más fuerza a la evolu­
ción de la moderna sociolingüística han sido los de origen anglo­
norteamericano; por tanto, se ha hecho predominantemente socio-
lingüística de la lengua inglesa. En esta lengua, uno de los filones
de estudio más ricos, en cuanto a la variación, es el de la fonética
y fonología de las vocales y de algunas consonantes que forman
parte de elementos fonéticamente débiles. En la mayor parte de
los trabajos de Labov se estudia bien los diptongos, bien el com­
portamiento de -r implosiva 41, bien la realización de determinadas
partículas gramaticales (la cópula, por ejemplo 42)..La sociolingüís­
tica británica, presidida por Peter Trudgill y Lesley Milroy 43, se
ha volcado en el estudio de las vocales y de las secuencias vocálicas.
Gran parte de la sociolingüística hispánica, aprovechando el cami­
no despejado por el ámbito anglosajón, también ha prestado aten­
ción preferentemente a aspectos fonológicos o morfonológicos de
la lengua española 44. Actualmente, por tanto, es más fácil hacer
sociolingüística de la fonología, que sociolingüística de otro nivel
lingüístico. Pero, el hecho de ser más fácil, por poder aprovechar
numerosas experiencias ajenas, no significa que los resultados satis­
factorios estén garantizados. Para investigar en fonética, fonología
o morfonología hay que contar con estudios exploratorios rigurosos
y fiables. La recogida de datos debe hacerse con magnetófono, de
manera que sea posible posteriormente analizarlos por medio de
un sonógrafo o de un ordenador 45. Para Lesley Milroy, uno de

41 Modelos..., passim.
42 «Contraction, Deletion, and Inherent Variability o f the English Copula», Lan­
guage, 45 (1969), págs. 715-762.
43 L. Milroy, obras citadas. P. Trudgill, The Social Differentiation o f English
in Norwich, Cambridge, CUP, 1979.
44 Véase H. López Morales, Estratificación social del español de San Juan de
Puerto Rico, México, UNAM , 1983.
45 En algunos casos, hay que crear alfabetos fonéticos especiales, como hicieron
Shuy, Wolfram y Riley para Detroit (Field Techniques..., págs. 33-35). La dialecto­
logía se enfrentó hace tiempo a este mismo problema. Véase el alfabeto desarrollado
para los Atlas regionales españoles («Nota preliminar», del ALEA) sobre el pro­
los principales problemas con los materiales de este nivel es la co­
rrecta identificación de las variables puramente lingüísticas y de los
factores contextúales que favorecen o impiden la aparición de esas
variables 46. Estamos ante un aspecto concerniente más al análisis
de los datos que a su recogida (la interrelación entre las partes del
método es inevitable), pero el problema aparece ya en el estudio
exploratorio, por lo que se ve afectada directamente la fase de la
cosecha de materiales. Es importante fijar en la exploración los ca­
racteres exteriores, comunes y constantes de los fonemas o morfe­
mas que se van a recoger y de las variables que los rodean, enten­
diendo «fijar» como un planteamiento de hipótesis, no como una
caracterización definitiva.
El estudio sociolingüístico de la sintaxis es más complicado, por­
que las técnicas aún no han sido suficientemente perfeccionadas y
porque la propia naturaleza de los materiales sintácticos pone con­
tinuas trabas. Al estudiar fonemas o morfemas gramaticales, el so-
ciolingüista sabe, antes de comenzar, que está manipulando unida­
des finitas en constante recurrencia. Una cantidad de materiales
relativamente pequeña proporciona testimonios de cada una de ellas
con poca dificultad. En sintaxis no ocurre así 47. Conseguir pruebas
suficientes de combinaciones que son infinitas es tarea imposible:
exigiría recoger un conjunto abrumador de datos durante años y
aún así no se tendría la certeza de haber dado cuenta de una parte

puesto por Tomás Navarro Tomás (Revista de Filología Española, II (1915), págs.
374-376).
46 Observing..., págs. 114-115.
47 Véase Ch. J. Bailey y R. W. Shuy (eds.), así como B. Lavandera, «Where
does the Sociolinguistics Variable Stop?», Language in Society, 1 (1978), págs. 171-182;
Variación y significado, Buenos Aires, Hachette, 1984; H. López Morales, «La so­
ciolingüística actual», en F. Moreno (ed.), pág. 83; L. Milroy, Observing..., págs. 143-
170; y S. Romaine, «On the Problem o f Syntactic Variation and Pragmatic Meaning
in Sociolinguistic Theory», Folia Lingüistica, 18 (1984), págs. 409-437. También
W. Labov, «Where do Grammars Stop?», en R. W. Shuy (ed.), págs. 43-88.
importante de ellos 48. Al margen de estas dificultades, existen otras
que afectan al complejo teórico-metodológico del variacionismo. La
escuela de Labov parte de la idea de que la variación consiste en
la utilización alternativa de formas equivalentes: decir lo mismo de
distinta forma. Dos formas pueden variar cuando tienen una identi­
dad lógica. Ésta es fácil de conseguir con las unidades fonéticas
y fonológicas, pero no ocurre así con las sintácticas. La alternancia
sociolingüística de dos unidades sintácticas exige que ambas tengan
un mismo significado sintáctico, semántico y pragmático 49.
Por el momento, apenas existen investigaciones, comparativa­
mente, sobre sociolingüística léxico-semántica, al menos en lo que
respecta a comunidades monolingües. Pero la puerta está abierta
y, según nuestro criterio, la invitación es más generosa que la de
la sintaxis 50.
Existen aún otros hechos lingüísticos que pueden recibir una bue­
na acogida dentro de la sociolingüística, aunque hasta ahora han
demostrado más interés por ellos la psicología social51 y los etnó­
grafos centrados en el análisis de la conversación 52. Nos referimos
a los actos de habla 53. Hemos tenido oportunidad de profundizar
en este campo 54 analizando actos de habla procedentes de la len­

48 Véase A. Morales, «Estructuras sintácticas implicadas en el español de Puerto


Rico: infinitivos y gerundios (análisis transformacional)», Boletín de la Academia
Puertorriqueña de la Lengua Española, 7 (1979), págs. 111-128. Tal vez el campo
que más frutos ha dado en el estudio de este nivel sea el de las «gramáticas en
contacto».
49 Véase H. López Morales, Sociolingüística, Madrid, Gredos, 1989, págs. 91-105.
50 Ibid., pág. 105.
51 Véase W. P. Robinson, Language and Social Behaviour, Harmondsworth,
Penguin, 1974.
52 Véase F. Moreno, Sociolingüística en EE.UU., cit., § 1.3.
53 Sobre el concepto de «acto de habla», véase J. L. Austin, How to Do Things
with Words, London, Oxford University Press, 1962, y J. Searle, Speech Acts, Lon­
don, Oxford University Press, 1969.
54 «Análisis sociolingüístico de actos de habla coloquiales. 1», Español Actual,
51 (1989), págs. 5-51.
gua coloquial. El tener que describir, en el análisis, los condiciona­
mientos pragmáticos de tales actos no impidió afrontar aspectos
puramente sociolingüísticos. El inconveniente que plantea el estudio
de estos datos es similar al que hemos comentado a propósito de
la sintaxis: estamos ante materiales infinitos que ofrecen una varia­
bilidad lingüística notable.

2.2.2. Los REGISTROS

Llamaremos «registros» a aquellas variantes que en la bibliogra­


fía sociolingüística anglonorteamericana se denominan styles. No
resulta este punto fácil de tratar ni desde la teoría ni desde la prác­
tica: teóricamente, estamos ante un campo sin explorar suficiente­
mente; además, es difícil ahondar en él sin traer a colación de for­
ma constante otros aspectos metodológicos de la recogida de datos.
El concepto de registro presenta actualmente problemas tan elemen­
tales, y a la vez graves, como los de su definición y posteriormente
su medición y estudio cuantitativos 55. No es éste el lugar apropia­
do para teorizar sobre el registro, pero es necesario dejar centrado
que cuando hablamos de tal concepto no podemos referirnos a com­
partimientos incomunicados que reciben etiquetas de contenido uní­
voco y esclarecedor. Ésta parece haber sido la tónica de la lingüísti­
ca al diferenciar un registro formal y un registro coloquial. No hay
duda de que es posible decir que un determinado hablante en un
contexto concreto está utilizando uno u otro registro, pero ¿cuál
es el límite real entre ellos? Desde nuestro punto de vista, una de
las propuestas más razonables sobre cómo caracterizar los registros
es la que Ure y Ellis llevan a cabo en su trabajo «El registro en
la lingüística descriptiva y en la sociología lingüística» 56. Allí se

55 Véase C. Silva-Corvalán, Sociolingüística: teoría y análisis, Madrid, Alham-


bra, 1988, § 3.3. Una presentación general de algunas teorías sobre el registro, en
R. Hudson, Sociolingüística, Barcelona, Anagrama, 1981, págs. 58-61.
56 En O. Uribe Villegas (ed.), versión española, págs. 115-164.
presenta una serie de parámetros formados por unos rasgos cuya
presencia o ausencia determinan los tipos de registro. El registro
sería por tanto:
una variación situacional constituida por una selección de preferen­
cias de entre el total de las opciones lingüísticas que ofrece esa len­
gua específica 57.

Pero las formulaciones de Ure y Ellis no están exentas de incon­


venientes, porque no todos los rasgos pueden aparecer bien como
positivos, bien como negativos. Ahí están, por ejemplo, las contro­
versias levantadas a propósito de la determinación de qué es lo lite­
rario. Los registros se organizan, según nuestra opinión, en una
escala de grados infinitos58, fijada a través de parámetros que son
en su mayor parte continuos y que varían de dimensión dependien­
do de las características de cada hablante. Puestas así las cosas,
nace el problema metodológico: ¿cómo medir el registro?, ¿cómo
llevar a cabo cuantificaciones sobre unidades que no son discretas?,
¿cómo identificar la naturaleza de los registros que cada hablante
utiliza en cada momento?
La sociolingüística trabaja, en la mayor parte de los «casos, con
materiales recogidos de la lengua hablada. Por tanto, una de sus
mayores preocupaciones debe ser la de describir la naturaleza de
los datos, lo que incluye la determinación del registro al que perte­
necen. Pero, a la vez, es frecuente que las investigaciones intenten
analizar un registro concreto. Ello las obliga, primero, a delimitar
perfectamente el registro que desea ser estudiado y, segundo, a ob­
tener datos que se ajusten fielmente a lo delimitado. Otros inconve­
nientes surgen: mal se puede cumplir el primer punto si la caracteri­
zación teórica del registro, como hemos apuntado, aún está en el
aire; por otra parte, dados su carácter de continuidad y la divergen­

57 Art. cit., pág. 116.


58 Labov admite la existencia de ese continuum (M odelos..., pág. 1511).
cia que puede existir entre hablantes, es difícil encontrar materiales
ad hoc, como es difícil afirmar que esos materiales son en realidad
los buscados.
El estudio que William Labov hace de lós «estilos» ha sido sufi­
cientemente divulgado, pero necesitamos volver a él. En el capítulo
4 de The Social Stratification o f English in New York City 59, La­
bov habla de la diferenciación de los estilos contextúales. Insiste
en la dificultad de medir la variación estilística, debido al polimor­
fismo de su «apariencia» y a la cantidad de factores que en ella
convergen, pero no vacila al afirmar que los hechos deben ser estu­
diados cuantitativamente. Para Labov puede hablarse de un contí-
nuum estilístico que para ser segmentado y cuantificado requiere
la aplicación de un artificio metodológico. Su propuesta consiste
en el estudio de cinco registros, definidos por el grado de atención
que el hablante presta a su propio discurso 60. Los segmentos esti­
lísticos que propone y estudia son los siguientes:
A) Discurso casual.
B) Entrevista.
C) Lectura.
D) Listas de palabras.

A) Discurso casual. — Labov llama discurso casual al «habla


cotidiana empleada en situaciones informales, sin atención ninguna
al lenguaje» 61, y lo distingue del discurso espontáneo, «pauta utili­
zada en el habla cargada de excitación o de emoción» 62. El discur­
so espontáneo puede darse perfectamente en situaciones formales
cuando desaparecen las constricciones de éstas.

59 Washington, D. C., Center for Applied Linguistics, 1966. El capítulo está


recogido en M odelos..., cap. 3: «La diferenciación de los estilos contextúales».
60 M odelos..., pág. 115.
61 M odelos..., pág. 124.
62 Ibid.
B) Entrevista. — Las respuestas obtenidas en una entrevista sue­
len corresponderse con lo que Labov llama discurso cuidado, aun­
que existen procedimientos para hacer que la entrevista en sí pierda
parte de su formalidad y, por tanto, para que los hablantes presten
menos atención a su discurso 63.
C) Lectura. — Aunque se busca un tono familiar en la lectu­
ra, el registro es más formal, porque se presta mayor atención al
discurso que en los que acabamos de citar 64.
D) Listas de palabras. — Teóricamente deben recogerse mate­
riales emitidos con gran cuidado por el hablante. Dentro de este
registro, el grado extremo se obtiene al hacer que se diferencie entre
pares mínimos 65.
Por el momento, interesa llamar la atención sobre las varieda­
des estilísticas que pueden interesar a la sociolingüística y sobre la
importancia de las propuestas metodológicas de Labov respecto de
una lingüística que admitía la existencia de los registros, pero que
los ignoraba de hecho a la hora de la investigación. Las conclusio­
nes que el profesor de Filadelfia ha extraído de sus estudios sobre
el registro pueden resumirse en dos puntos:
1.°) La entrevista es imprescindible para conseguir un corpus
de datos cuantitativamente significativo.
2.°) Los datos más convenientes al análisis sociolingüístico son
los procedentes del discurso casual 66.
Ya que la entrevista no proporciona materiales casuales, ambos
presupuestos entran en un conflicto de intereses de difícil resolución.

63 Ibid., pág. 116.


64 Ibid., pág. 117.
65 Ibid., págs. 121 y sigs.
66 W. Labov, «Field Methods Used by the Project on Linguistic Change and
Variation», Sociolinguistic Working Paper 81, Austin, Texas, South Western Educa-
tional Develqpment Lab., 1981, pág. 2.
Las conclusiones de Labov son admitidas sin demasiados repa­
ros. Sin embargo, la segmentación que hace del continuum estilísti­
co ha suscitado más de un rechazo. R. K. S. Macaulay y G. Tre-
velyan 67 no admiten que se incluyan en el mismo parámetro estilos
que pertenecen a la lengua hablada y a la lengua escrita: hay un
salto demasiado grande entre la lectura y el habla para ser conside­
radas como segmentos adyacentes. A pesar de tratarse de una críti­
ca razonable, en nuestra particular opinión, la sociolingüística bri­
tánica ha preferido objetar a la técnica de Labov la imposibilidad
de su aplicación sobre comunidades en las que un nutrido grupo
de hablantes son incapaces de leer, siquiera con una mediana soltu­
ra. Así se demostró para Belfast 68 y Edinburgo 69, y así puede com­
probarse al estudiar numerosas comunidades rurales e incluso urba­
nas de España 70.
Las vías para realizar una segmentación estilística basada exclu­
sivamente en la lengua hablada podrían ser, entre otras, las siguientes:

1.a) Realizar entrevistas en contextos que presenten un distinto


grado de formalidad.
2 .a) Atender solamente a lo que se produce dentro de una en­
trevista 71.

67 R. Macaulay, y G. Trevelyan, Language, Education, and Employment in Glas­


gow, A Report to the Social Sciences Research Council, 1973, pág. 25.
68 L. Milroy, Language and Social Networks, 2 .a ed., págs. 9 y sigs.
69 E. Reid, «Social and Stylistic Variation in the Speech of Some Edinburg School-
children», en P. Trudgill (ed.), págs. 158-173. S. Romaine, A Sociolinguistic Investi-
gation o f Edinburgh Speech, A Report to the Social Science Research Council, 1978.
70 En nuestras encuestas en Quintanar de la Orden fue necesario leer las pregun­
tas a muchos informantes.
71 Propuesto por Macaulay y Trevelyan, op. cit., pág. 26, aunque criticado por
J. Milroy, reseña de Language, Social Class and Education: A Glasgow Study, de
R. K. S. Macaulay, Language in Society, 8 (1979), pág. 91.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 5
3.a) Sobre las frecuencias de los datos recogidos en contextos
constantes, realizar la segmentación allí donde se observe una «fron­
tera natural»: segmentación a posteriori72.
4 .a) Observar las constantes estadísticas de individuos concre­
tos en muy diversos contextos 73.
5.a) Considerar la variación estilística como fruto de la varie­
dad de posibles oyentes74.
6.a) Analizar la actitud de los hablantes hacia lo que ellos con­
sideran como registros distintos.
La eficacia y posibilidades metodológicas de esta última alterna­
tiva aún no han sido comprobadas, pero parece lógico tener en
cuenta este parámetro sobre un objeto que ofrece tanta y tan parti­
cular variabilidad.
Detengámonos ahora, aunque sea brevemente, sobre el concep­
to de discurso casual. Utilizando esta denominación, estamos que­
dándonos al margen de un cúmulo de problemas y contradicciones
que tienen su origen en el término inglés vernacular. En la acepción
no técnica, vernáculo (esp.) y vernacular (ingl.) significan «lengua
(idioma, dialecto, palabra, etc.) nativa de un país». La traducción
que José Miguel Marinas ha hecho del Sociolinguistic Patterns de
Labov evita 75, al hablar de discurso casual, algunos contrasentidos
teóricos. En la sociolingüística escrita en lengua inglesa se utiliza
vernacular con sentidos distintos no especificados. Lesley Milroy
ha llamado la atención sobre este hecho:

72 Propuesto por N. Coupland, Dialect in Use: Sociolinguistic Variation in Car-


d iff English, Cardiff, Univ. o f Wales Press, 1987. Esto lo tuvo en cuenta Labov
(Modelos..., págs. 150-152), pero prefirió su artificio metodológico por ser más eficaz.
73 Propuesto por L. Milroy, Language and Social Networks, cit., pág. 115. Sólo
es posible hacerlo desde las redes sociales o, en general, desde la etnografía de la
comunicación.
74 Propuesto por A. Bell, «Language Style as Audience Design», Language in
Society, 13 (1984), págs. 145-204.
75 Véase cap. 3 de Modelos...
Labov ha descrito el «vernacular» de forma diversa: como la
variedad adquirida en los años de la preadolescencia y como la va­
riedad adoptada por un hablante cuando le está prestando a su ha­
bla la menor atención posible. (...) Se usa frecuentemente para hacer
referencia a la variedad de bajo status característica de un grupo
social (como los americanos negros) o de un área geográfica 76. (Las
comillas son nuestras.)

Son, pues, tres los sentidos que suele poseer esta denominación,
y en la bibliografía sociolingüística no son habituales las precisiones
a este respecto. De ahí nacen numerosas incongruencias: desde un
punto de vista teórico y metodológico, hay una gran distancia de
una interpretación a otra. Pero es que, además, a la hora de consi­
derar ciertos datos como vernáculos, en la tercera acepción, es fre­
cuente que se los distinga de otros elementos que, sin justificaciones
teóricas sólidas, reciben el trato de «prestigiosos» 77.
Volvamos de nuevo al discurso casual. Parece aceptarse la se­
gunda conclusión de Labov: la conveniencia de utilizar materiales
«casuales» en los estudios sociolingüísticos. Pero los impedimentos
aparecen constantemente, no sólo al intentar caracterizar los mate­
riales como casuales (de tal naturaleza no se obtienen pruebas real­
mente objetivas), sino en el momento de recogerlos. Aquí la dificul­
tad es doble: acertar con la técnica más adecuada para cada caso
y no caer en la paradoja del observador.
Las técnicas utilizadas para recoger datos del registro casual tie­
nen, por lo general, una deficiencia común: se presta poco interés
al tipo de interlocutor al que van dirigidos los discursos. La socio-
lingüística variacionista ha pasado de puntillas sobre la importancia
del interlocutor. La sociolingüística llamada «etnografía de la co­
municación» 78 (en la que nos atrevemos a incluir los trabajos de

76 L. Milroy, Observing..., págs. 57-58.


77 Ibid., Language and Social N etworks, cit., pág. 119.
78 Tampoco ha ocurrido esto con los trabajos vinculados a la psicología social,
por ej., Robinson, op. cit.
Milroy y sus seguidores), en cambio, ha conseguido prestarle más
atención, ciñendo sus intereses a grupos de poca entidad numérica
y sobrevalorando los aspectos cualitativos. Ahora bien, es posible
ceder un lugar al interlocutor sin que ello vaya en detrimento de
la cuantificación. En nuestro estudio de algunos aspectos del colo­
quio en Quintanar de la Orden 79 atendimos a cuatro tipos de inter­
locutores definidos a priori según los parámetros de «Poder» y «So­
lidaridad» propuestos por Brown y Gilman 80. Los tipos poseían
las características que aparecen en el Cuadro 2.

1 2 3 4
+ Poder -l- Poder —Poder —Poder
—Solid. + Solid. —Solid. +Solid.

C uadro 2

El poder y la solidaridad nos sirven para fijar la relación exis­


tente entre un hablante y su interlocutor. Como se puede suponer,
al conceder importancia a este aspecto, técnicamente es difícil evi­
tar que se le reste a otros, ya que se hace necesaria la utilización
de una técnica de recogida de datos (la encuesta) que no es igual­
mente útil para reflejar todos los matices del discurso casual.
Finalmente, la cosecha de materiales de este tipo se enfrenta
al gran obstáculo de la paradoja del observador. Como veremos,
los planteamientos de la «etnografía de la comunicación» suelen
ser más oportunos para no incurrir en ella, pero la victoria no está
totalmente garantizada: si hay un magnetófono delante, sea en una
rama de la sociolingüística, sea en otra, nunca tendremos la total

79 Véase «Hacia una sociolingüística automatizada del coloquio», en F. Fernán­


dez (ed.), págs. 353-362.
80 «The Pronouns o f Power and Solidarity», en J. Fishman (ed.), págs. 252-275.
Véase A. Elizaincín, «Métodos en sociodialectología», Estudios filológicos, 14 (1979),
págs. 45-58.
seguridad de que los materiales que en él se recogen son idénticos
a los que cosecharíamos al trabajar sin el aparato. La única solución
posible a esto sería utilizar ocultamente el magnetófono, pero en­
tonces podríamos violar una de las principales reglas éticas de la
investigación en Ciencias Sociales y de la convivencia: el derecho
a la intimidad y a la imagen del individuo. Alternativamente, po­
dría hacerse una grabación secreta y luego pedir permiso al hablan­
te para la utilización de «sus palabras» con fines científicos. Sin
embargo, esto no garantiza un respeto total a su intimidad; en todo
caso, tendría que ser oída la grabación íntegramente para obtener
el consentimiento. Otra norma ética obliga a asegurar el anonimato
y limitar el acceso a esos materiales por parte de terceras personas 81.

2 .2 .3 . C a n t id a d d e d a t o s

Para la recogida de materiales en sociolingüística es importante


que el investigador se pregunte no sólo por el nivel y la calidad
de los datos que le interesan, sino también por su cantidad. Nos
ponemos de nuevo sobre una de las barras de equilibrio más difi­
cultosas: la representatividad, en este caso de los datos lingüísticos.
Sorprendentemente, no ha sido ésta una cuestión a la que se haya
prestado una excesiva importancia. Acerca de ella, no obstante, se
ha levantado también una pequeña polémica, que, como casi siem­
pre, tiene su origen en la postura adoptada por Labov 82. Según
él, 10 ó 20 datos lingüísticos de una variable dada son suficientes
para representar una matriz completa de variación estilística. No

81 Sobre aspectos de ética en sociolingüística, véanse: S. W. Cook, «Temas éti­


cos en la realización de investigación en relaciones sociales», en C. Selltiz et al.,
págs. 277-344; W. Labov, «Field M ethods...», págs. 31-34; L. Milroy, Observing,
págs. 87-93; W. J. Filstead (ed.), Qualitative Methodology, Chicago, Markham,
1970. Part six: «Ethical Problems in Field Studies», págs. 235-282.
82 A raíz de la publicación, en 1966, de The Social Stratification o f English
in New York City, cit., págs. 181 y sigs.
vamos a caer en el error de discutir sobre cifras en un asunto tan
errático como éste: 20 datos pueden ser suficientes para unos casos
e insuficientes para otros. Lo verdaderamente importante es que
para Labov con pocos datos puede quedar representada una amplia
gama de variedades estilísticas o de variables lingüísticas. Esto sólo
puede ser admitido si, como hace Labov, se parte del principio de
la «homogeneidad de la conducta lingüística»: el comportamiento
lingüístico es lo suficientemente homogéneo y constante como para
ser representado por un número reducido de datos. Este mismo
principio subyace en los planteamientos metodológicos de la geo­
grafía lingüística.
Las críticas y comentarios que ha recibido la idea de Labov,
sin que eso haya hecho desmerecer la fiabilidad de sus estudios,
han sido principalmente las que siguen:
1.a) Labov ha expuesto sus conclusiones metodológicas sobre
la «homogeneidad lingüística» después de haber realizado sus análi­
sis e interpretaciones; partiendo de ellos ha realizado sus generaliza­
ciones. Lo aconsejable sería comprobar la «homogeneidad», no partir
de ella como principio absoluto y universal 83.
2 .a) No se puede establecer de antemano la cantidad de datos
necesaria para una investigación sociolingüística 84.
3.a) Si el principio no es universal, como demostró Albó, hay
que cosechar el mayor número posible de datos, dentro siempre
de las posibilidades, intereses y objetivos del estudio, e indicar el
número y calidad de los materiales que se recojan en cada infor­
mante.
4.a) La auténtica representatividad de un dato no es asunto
que deba ser juzgado desde la subjetividad del investigador. Lo acon­

83 S. Romaine, «A Critical Overview...», cit., págs. 91 y sigs.


84 A. Albó, «Social Constraints on Cochabamba Quechua», tesis doctoral, Uni-
versity o f Cornell, 1970.
sejable sería medir la significación estadística de los datos a través
de pruebas objetivas: x2, prueba t, etc. 85.

Todo lo que aquí se ha dicho acerca de la naturaleza de los


datos son asuntos que cualquier investigador debe tener en mente
y valorar. Sería conveniente reflexionar sobre cada problema teóri­
co y metodológico antes de comenzar la recogida de datos, aunque
lo habitual ha sido perfilar posturas conforme iba avanzando la
investigación en sus distintas etapas, porque los datos están presen­
tes en todas ellas y se comportan de forma distinta. El estudio ex­
ploratorio debería hacer posible partir con unas ideas concretas so­
bre la cantidad exacta de datos que se requiere, sobre el registro
que debe ser estudiado y las variables que deben contemplarse, así
como del comportamiento que todo ello puede tener, no sólo en
la recogida, sino también en el análisis y la interpretación.

2.3. EXPLORADORES

Los problemas que concurren alrededor de las características que


han de tener los exploradores son similares y en muchos casos idén­
ticos a los descritos por los geolingüistas. Llama la atención cómo
se discuten hoy ciertas cuestiones sin atender a las conclusiones sur­
gidas hace decenios sobre los mismos puntos de debate 86.
En la recogida de materiales, podemos señalar tres aspectos co­
mo los más discutidos acerca del explorador: su formación, su nú­
mero y su vinculación al territorio analizado. Los tres, y alguno
más que añadiremos, tienen cabida al hablar de sociolingüística y
los tres han sido ampliamente tratados por la geografía lingüística.

85 S. Romaine, «A Critical Overview...», cit., pág. 192.


86 Véase M. Alvar, Estructuralismo..., y S. Pop, La diaiectologie..., cit.
2.3.1. F o r m a c ió n d e l i n v e s t i g a d o r

En el estado actual de la sociolingüística, como ocurre en socio­


logía, el investigador de campo no tiene por qué ser necesariamente
lingüista o sociolingüista. Conste que hablamos exclusivamente del
explorador y no del encargado de proyectar, analizar e interpretar
el conjunto del estudio. No es necesario, pues, una formación aca­
démica de años para recoger los datos; bastará con que el coordina­
dor de la investigación presente a sus exploradores un conjunto de
instrucciones claramente descritas y con que éstas se sigan rigurosa­
mente en el campo. El explorador dialectal debe reunir una serie
de requisitos imprescindibles para que la encuesta sea satisfactoria.
Es especialmente importante que esté bien entrenado en la trans­
cripción fonética y que conozca el habla estudiada. La sociolingüís­
tica, en cambio, no suele hacer uso de la transcripción in situ 87.
Todo lo anterior no ha sido óbice, por un lado, para que la
mayor parte de los trabajos de campo en sociolingüística hayan
sido realizados por las mismas personas que luego han analizado
e interpretado los datos, es decir, los lingüistas 88, y, por otro, para
que los exploradores hayan reunido la máxima cantidad de conoci­
mientos sobre la propia investigación y el objeto investigado 89.

2.3.2. N ú m ero d e e x p lo r a d o r e s

Si se ha hablado de que no es requisito indispensable que el


explorador sea sociolingüista, se debe a que las investigaciones sue­
len necesitar el concurso de varios de ellos, dependiendo del tama­

87 Véase Shuy, Wolfram y Riley, Field Techniques..., cit., págs. 29-38.


88 Como es lógico, en otras ramas de la sociolingüística han trabajado también
sociólogos, psicólogos, antropólogos, etc.
89 Shuy, Wolfram y Riley entrenaron a los exploradores durante una semana,
de forma intensiva (pág. 30).
ño de la muestra. La geolingüística admitió esta posibilidad hace
años y la sociolingüística en ningún momento se lo ha planteado
como un problema ni teórico ni metodológico. Hoy es frecuente
que las investigaciones sociolingüísticas las realicen equipos de per­
sonas que aseguren que la recogida de datos no necesitará un largo
período de tiempo para su consumación 90.
Ahora bien, hay una tendencia de estudios sociolingüísticos en
que se prefiere el concurso de un solo explorador. Nos referimos
a la tendencia que podemos denominar «redes sociales», iniciada
por Lesley Milroy, seguida por V. Edwards 91, S. M. Bortoni-
Ricardo 92 y A. Schmidt 93, y localizada, al menos parcialmente,
dentro de la corriente de la «etnografía de la comunicación». En
el estudio de Milroy, las exigencias del método no afectaban sólo
a la cantidad de exploradores sino a las características que debía
reunir el encargado (sólo uno) de realizar esta labor; se requería
una mujer (en Belfast son menos «agredidas»), sola (para no repre­
sentar una «amenaza») y que demostrara su buena fe 94. Cada red
necesita un explorador, pero, si el objeto está constituido por va­
rias, podrá utilizarse uno para cada una de ellas, como es lógico.
Aún no se ha experimentado la inserción de varios exploradores
en una misma red, con la metodología que propone Milroy. Sí lo
han hecho, en cambio, John Gumperz 95 y William Labov 96, quie­

90 Shuy, Wolfram y Riley trabajaron con un equipo de 11 exploradores.


91 V. Edwards, Language in a Black Community, Clevedon, Avon, Multilingual
Matters, 1986.
92 S. M. Bortoni-Ricardo, The Urbanization o f Rural Dialect Speakers: a Socio-
linguistic Study in Brazil, Cambridge, CU P, 1985.
93 A. Schmidt, Young People’s Dyirbal, Cambridge, CUP, 1985.
94 L. Milroy, Language and Social Networks, cit., 2 .a ed., págs. 44-45.
95 J. P. Blom y J. J. Gumperz, «Social Meaning in Linguistic Structures: Code-
switching in Norway», en J. Gumperz y D. Hymes (eds.), págs. 407-434.
96 W. Labov, P. Cohén, C. Robins y J. Lewis, A Study o f the Non-standard
English o f Negro and Puerto Rican Speakers in New York City, informe final del
Cooperative Research Project 3288, 2 vols., Philadelphia, Regional Survey, 1968.
nes entienden el concepto de red de un modo mucho más laxo,
en el que el propio explorador no ocupa un lugar definido dentro de
la red.

2 .3 .3 . O r ig e n d e l in v e s t ig a d o r

¿Explorador perteneciente a la comunidad estudiada o de un


origen ajeno a ella? Se trata exactamente de la misma pregunta
que se han hecho los dialectólogos, aunque hay que añadir nuevos
matices. Un explorador inserto en una comunidad o grupo puede
tener, presumiblemente, un más fácil acceso a los discursos casuales
de los informantes, ya que su presencia podría suponer un obstácu­
lo menor para la desinhibición. Sin embargo, al explorador «de
dentro» le puede ser difícil acceder a ciertos registros formales. Por
eso, algunos de los más importantes estudiosos han preferido utili­
zar exploradores combinados: unos pertenecen a la comunidad o
al grupo, otros son ajenos a ella. Labov, en su estudio sobre Har-
lem, consiguió materiales de una gran parte del espectro estilístico
gracias a la colaboración de dos exploradores negros (Clarence Ro-
bins y John Lewis), cuyas labores se coordinaban con las de dos
blancos (Paul Cohén y el mismo Labov) 97. La consecuencia que
de ello se deriva es que convendrá utilizar uno u otro tipo de explo­
radores según el interés concreto de la investigación.

2 .3 .4 . P a r t ic ip a c ió n d e l e x p l o r a d o r

A grandes rasgos, puede hablarse de dos formas de enfocar la


recogida de datos: con un explorador que desempeñe esa misma

97 En este sentido son muy interesantes las experiencias de U. Edwards (Lan­


guage in a Black Community, véase nota 142) y de E. Douglas-Cowie, «Linguistic
Codeswitching in a Northern Irish Village: Social Interaction and Social Ambition»,
en P. Trudgill (ed.), págs. 37-51.
función de cara a los informantes; con un explorador que se integre
en el grupo y que participe activamente en interacciones cara a cara
(observación participativa). Maurice Sevigny 98 ha combinado las
características de ambas clases de exploración y ha ofrecido la si­
guiente tipología:
— Participante.
— Participante como observador oculto.
— Observador como participante.
— Observador.
En cualquier caso, su caracterización juega con los rasgos que
poseen las clases extremas. En general, la figura del observador
participante ha sido muy utilizada en las investigaciones encuadra­
das dentro de la etnografía de la comunicación, mientras que el
observador no participante ha tenido una mayor acogida en la so­
ciolingüística cuantitativa. La adopción de uno u otro recurso pro­
porciona beneficios y limitaciones. Los más importantes han sido
señalados por Milroy de forma bastante objetiva, a pesar de ser
parte interesada en la polémica. La observación participativa tiene
las siguientes ventajas 99:
1.a) Proporciona datos de gran calidad que suelen constituir
una buena muestra del lenguaje en su registro más familiar.
2 .a) Es capaz de dar cuenta de las normas comunicativas y
sociales de una comunidad.
3.a) Permite describir y explicar con mayor fiabilidad las posi­
ciones que ocupan los hablantes dentro de su grupo 10°.

Las desventajas, que coinciden con la oferta de la técnica no parti­


cipativa, pueden resumirse de la siguiente forma:

98 «Triangulated Inquiry-A Methodology for the Analysis o f Classroom Interac-


tion», en J. Green y C. Wallat (eds.), Ethnography and Language in Educational
Settings, Norwood, N. J., Ablex, 1981, págs. 65-85.
99 Observing..., págs. 78-79.
100 Ventaja ya señalada por Labov, «Field M ethods...», cit., págs. 27-29.
1.a) Se accede a muy pocos contextos sociolingüísticos.
2 .a) Requieren un esfuerzo y una concentración constantes del
explorador. Un relajamiento inoportuno puede echar por la borda
muchos meses de trabajo. Además, al estudiarse interacciones lar­
gas y continuadas, el informante puede llegar a sentirse incómodo
con la presencia constante del magnetófono.
3 .a) Se recoge una gran cantidad de material que no es útil
en absoluto, con lo que parte de la inversión económica no consi­
gue un rendimiento.
4 .a) Ya que la observación participativa sólo es factible si se
realiza en grupos o redes reducidos, es difícil conseguir una repre­
sentatividad mínima y una aceptable variedad de factores sociológi­
cos: no siempre se encuentra el mismo número de mujeres que de
hombres, de adultos que de adolescentes, de personas instruidas
que de personas no instruidas, etc.
5.a) Las actitudes que despierte el explorador no tienen por
qué ser las mismas en todos los individuos; por otra parte, a ese
explorador le es difícil medir tales actitudes de forma objetiva, con
lo que las ventajas de su participación, como un miembro más del
grupo, se ven en parte contrarrestadas.
Los aspectos positivos son considerables, los negativos no pue­
den ser ignorados. Siempre estará en el objetivo final de la investi­
gación la piedra de toque para decantarse por alguna de las posibi­
lidades existentes.

2.3.5. C a r a c te r iz a c ió n d e l in v e s tig a d o r

Las sesudas cavilaciones sobre si el explorador debe ser lingüista


o no, si debe ser único o múltiple, si debe ser nativo o no, o sobre
si es mejor o peor que participe en las interacciones dejan de dar
su fruto si a la hora de redactar el trabajo no se le caracteriza
minuciosa y concienzudamente. Al lector de trabajos de investiga­
ción se le deben proporcionar informaciones suficientes para que
él mismo pueda emitir un juicio sobre la calidad de los análisis
y de la interpretación que ha hecho el autor. Por eso es importante
dar a conocer, junto a las características de los datos lingüísticos
y de los informantes, los rasgos sociológicos de los exploradores,
las circunstancias que los rodearon en la campaña y la naturaleza
de la relación que establecieron con los otros hablantes. Resuma­
mos en unos pocos puntos los datos de más interés que deberían
ser revelados:
a) Rasgos sociológicos
— Formación (lingüista o no).
— Sexo.
— Edad.
— Raza.
b) Relación con informantes (especialmente en la observación
participativa)
— Forma de acceder al grupo.
— Función dentro o de cara al grupo.
— Actitudes del grupo hacia él o ella.
— Relación de poder-solidaridad con los miembros del grupo.
— Tipos de interacciones en que ha participado.
— Tiempo de contacto con el grupo.
c) Rasgos lingüísticos más destacados.
d) Circunstancias especiales.

En cualquier caso, los exploradores siempre han de ser bien ca­


racterizados, práctica que no ha sido demasiado frecuente en socio-
lingüística, aunque sí en geografía lingüística.

2.4. INFORMANTES

Una de las fases más complicadas e interesantes de la recogida


de datos sociolingüísticos, aunque, en realidad, previa a la cosecha
en sí, es la selección, cualitativa y cuantitativa, de los informan­
tes 101. La elección de los informantes tiene que ir siempre acorde
con el objetivo de la investigación: hay que valorar el grado de
representatividad de que gozarán los datos, el tipo de análisis a
que van a ser sometidos, los sectores sociales que se pretende estu­
diar, las variables lingüísticas sobre las que se va a trabajar, los
contextos comunicativos que se tendrán en cuenta y las clases de
hipótesis que se han de comprobar, entre otros muchos factores
que escapan a la rigidez de un listado y a la inconcreción que supo­
ne el hablar en términos generales. Al sopesar todos estos hechos,
el investigador debe ser consciente de que, si da más importancia
a unos, va a sacrificar la precisión e incluso la presencia de otros.
La selección de informantes en sociolingüística es un proceso
a lo largo del cual al investigador se le irán presentando diversas
opciones. La decisión que habrá de tomarse en cada caso supondrá
una reflexión sobre aspectos teóricos (concepto de clase social, sta­
tus, prestigio, etc.) y sobre aspectos metodológicos (grado de repre­
sentatividad, tipos de muestras, significación estadística, etc.). In­
tentaremos aislar, en la medida de lo posible, los componentes más
graves de este proceso, aunque en la práctica suelan calibrarse de
forma conjunta.
El punto de partida está en delimitar la población que se tendrá
en cuenta para el estudio, es decir, en describir e identificar «el
conjunto de todos los casos que concuerdan con una serie determi­
nada de especificaciones» 102. Aquí también encontramos diferen­
cias entre lo que ha sido habitual en la etnografía de la comunica­
ción y en el variacionismo. La etnografía ha trabajado normalmente
con grupos muy reducidos de informantes (alumnos de un aula,
amigos reunidos con cualquier propósito, comunidades muy peque­

101 Véase W. Wólck, «Community Profiles: an Alternative Approach to Linguis­


tic Informant Selection», International Journal o f the Sociology o f Language, 9
(1976), págs. 43-47.
102 Véase I. Chein, «Introducción al muestreo», en C. Selltiz et al., pág. 682.
ñas, etc.) 103. El variacionismo se ha centrado en grupos de pobla­
ción de mayor entidad. Pueden constituir una población todos los
individuos residentes en una comunidad rural, en u n barrio urbano,
aquellos que están escolarizados en Enseñanza Primaria, los que
tengan una edad comprendida entre un máximo y un mínimo esta­
blecidos de antemano o, en fin, cualquier grupo que responda a
una determinada especificación 104. Si hacemos una división interna
de cada población, hablaremos de estratos o subpoblaciones para
cada uno de los sectores que la compongan.
Esto, que aparentemente es sencillo, puede presentar al sociolin-
güista algunos problemas de importancia. Supongamos que nos ha­
llamos en disposición de hacer un estudio sociolingüístico sobre Al­
calá de Henares (Madrid). En principio, nuestra «población» esta­
ría formada por todas las personas residentes en esta localidad es­
pañola. Pero, al trabajar con datos lingüísticos, debemos tener en
cuenta ciertas circunstancias, porque ¿podría considerarse como ha­
blante típicamente complutense a una mujer de 55 años llegada a
la localidad cuando contaba con 47, procedente de una región tan
marcada lingüísticamente como la Andalucía occidental? La res­
puesta ha de ser negativa. Si atendemos al hecho de que Alcalá
ha pasado de 59.783 habitantes en 1970 a 142.862 en 1981 (139%
de crecimiento) y que estos «nuevos residentes» tienen su origen,
en muchos casos, en regiones bien diferenciadas lingüísticamente
de la de Madrid, ¿qué población deberá tomarse en cuenta?, ¿ha­
brá que excluir de ella a los que no son nativos de Alcalá? Por
otro lado, el valor del concepto de «nativo» en sociolingüística es
relativo, como ha señalado P. Trudgill 105, ya que hay personas
que, habiendo nacido en un sitio, conservan, por causas diversas
(v. g. ser hijo de emigrantes), unos rasgos lingüísticos de origen

103 Véase F. Moreno, Sociolingüística en EE.UU., cit., cap. 1.


104 Véase G. Sankoff, «A Quantitative Paradigm for the Study o f Communica-
tive Competence», en R. Bauman y J. Sherzer, cit., págs. 18-49.
105 On Dialect, cit., pág. 10.
geográfico-social muy diferente. Pero, continuando en la suposi­
ción, puede darse el caso de que una proporción importante de
nuestra «población» (86,8% en el caso de Alcalá en 1981) no sea
originaria de a llí106. ¿Podemos hablar entonces de representativi-
dad en un análisis que prescinda nada menos que de las tres cuartas
partes de los habitantes reales de una localidad? Labov se enfrentó
a esta decisión en su estudio sobre Nueva York y, al excluir a los
no nacidos en esta capital, vio su muestra reducida en un 35% (ad­
viértase que la exclusión no se hizo desde la «población», sino
desde la muestra, aunque creemos que es un caso perfectamente
extrapolable para nuestros fines inmediatos). Las críticas que esta
postura ha levantado no deben echarse en saco roto 107. Una solu­
ción podría ser la exclusión, siempre que los inmigrantes no consti­
tuyan, por ejemplo, una proporción superior al 10% de la pobla­
ción total; en caso contrario, se atendería a los no nativos que
respondan a otro tipo de especificaciones, como la de llevar una
serie de años residiendo en la localidad, haber criado allí a los hi­
jos, no tener un origen muy distinto lingüísticamente del habla de
la nueva residencia y todas aquellas que se consideren oportunas.
Pero los problemas no han hecho más que empezar. Natural­
mente, el investigador, cuando delimita una población, parte de la
idea de que va a tener un acceso hipotético a prácticamente todos
los individuos que la componen, pero puede darse el caso de que
no sea posible entrar en contacto con ciertos estratos de esa pobla­
ción, por tratarse de grupos marginales o automarginados o por
cualquier otro motivo, como, sencillamente, que se nieguen a cola­
borar. Prescindir de ellos desfiguraría la realidad y la investigación
perdería gran parte de su fiabilidad. Estos inconvenientes surgie­
ron, por ejemplo, ante Labov en Nueva York o ante los expertos

106 Inmigración entre 1970 y 1981. Sobre población de Alcalá, véase M. A. Díaz
Muñoz, El espacio social en la ciudad de Alcalá de Henares, tesis doctoral inédita,
Madrid, Univ. Complutense, 1987.
107 Véase S. Romaine, «A Critical Overview...», cit., pág. 167.
británicos que llevaron a cabo el «Proyecto sobre Minorías Lingüís­
ticas» (Linguistic Minorities Project) 108.
Una herramienta para poder acceder a toda la «población» pres-
tablecida son los censos, en los que quedan recontados todos sus
integrantes. Sin embargo, puede ser difícil obtener una relación ex­
haustiva de los individuos que poseen una determinada característi­
ca en común. Si se desea hacer un estudio sobre el comportamiento
de ciertas variables léxicas entre la población que consume con re­
gularidad cualquier tipo de droga, el sociolingüista difícilmente en­
contrará una relación donde se detallen los datos personales de es­
tos informantes potenciales; procederá por cálculos aproximativos
o estimaciones, pero probablemente nunca podrá cubrir toda la po­
blación de forma adecuada.
Pongámonos ahora en el caso de tener delimitada una «pobla­
ción» que no ofrece dificultades para acceder a ninguno de sus es­
tratos y de la que disponemos de un censo completo. Normalmente
no es posible recoger materiales de todos los componentes de la
población, tarea por otra parte innecesaria gracias al desarrollo de
la estadística. Lo habitual es trabajar sólo con una parte de esos
componentes, que son seleccionados de entre el total, del que cons­
tituyen una muestra. Pero para ello es preciso saber cómo seleccio­
nar a los individuos que se transformarán en informantes, en otras
palabras, deben conocerse las técnicas del muestreo. Hay diversas
formas de preparar una muestra. En general, la sociolingüística tra­
baja sobre técnicas ya experimentadas por la sociología, que pue­
den ser de dos tipos, muestreo de probabilidad y muestreo de no
probabilidad, aunque cada una de ellas admite diversas posibilidades.

108 Los investigadores fueron G. Smith, C. A. Moser y G. Kalton. Véase C.


A. Moser y G. Kalton, Survey M ethods in Social Investigation, London, Heine-
mann, 1971.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 6
2 .4 .1 . M u e s t r e o d e p r o b a b il id a d

En este muestreo se parte del principio de que todos y cada


uno de los componentes de la población tienen alguna probabilidad
de ser seleccionados para formar parte de la muestra; por tanto,
es posible establecer con exactitud su grado de representatividad.
En Ciencias Sociales se distinguen tres clases de muestreo de proba­
bilidad: muestreo simple al azar, muestreo estratificado al azar y
muestreo en racimo o agrupado. A pesar del elevado coste que su­
pone llevar a cabo cualquiera de los dos primeros, éstos han sido
muy utilizados por la sociolingüística.
Isidor Chein define el muestreo simple al azar de esta manera:
Es el esquema básico de muestreo de probabilidad; se halla in­
corporado en todos los esquemas más complejos de muestreo de pro­
babilidad. Una muestra simple de azar se selecciona mediante un
proceso que no solamente da a cada elemento de la población una
oportunidad igual de ser incluido en la muestra, sino que también
hace la selección de cualquier combinación posible del número de­
seado de casos igualmente semejantes 109.

Ahora bien, elaborar una muestra considerando todas las posi­


bles combinaciones de todos los componentes de la población se
convertiría en una tarea más penosa que lo que supone el resto
de la investigación sociolingüística. No puede concebirse meter en
un bombo de lotería, por ejemplo, bolas en que aparezcan todas
las combinaciones posibles entre los individuos que residen en Lon­
dres, si es que éste es el caso. La alternativa es seleccionar los desti­
nados a formar parte de la muestra, utilizando una lista de núme­
ros al azar no. Sólo habrá que numerar los individuos de nuestra
población y seleccionarlos siguiendo las indicaciones de la citada lista.

109 Chein, I., «Introducción al muestreo», cit., págs. 694-695.


110 Por ejemplo, en A. Woods et al., Statistics in Language Studies, Cambridge,
CUP, 1986, pág. 297.
El muestreo al azar ha sido puesto en práctica por numerosos
lingüistas, entre los que podemos destacar a W. Labov y a P. Trud­
gill, aunque también sería digno de cita el estudio que Charles L.
Houck hizo sobre la ciudad de Leeds 11*. En este caso, la selección
al azar se realizó sobre un mapa de la ciudad a escala 1:2500. El
mapa fue cuadriculado en 236 unidades de un cuarto de kilómetro
(sólo se estimaban zonas habitadas); sobre las cuadrículas se traza­
ron cinco anillos concéntricos desde el centro de la ciudad hasta
las afueras; finalmente, se seleccionaron 118 cuadrículas, que repre­
sentaban proporcionalmente a todos los anillos marcados sobre el
mapa.
Como se ve, no es imprescindible utilizar el sistema de la lista
de números, siempre que el azar esté garantizado y que todos los
individuos de la población tengan alguna probabilidad de ser elegi­
dos. Labov utilizó, por ejemplo, guías telefónicas sobre las que se
llevó a cabo una selección aleatoria. Sin embargo, como han hecho
notar Milroy y Romaine 112, el uso de las guías o de relaciones
como los censos electorales o las listas de contribuyentes municipa­
les pueden hacer que la muestra resulte inadecuada: en los listines
sólo aparecen las personas que tienen teléfono, lo que ya supone
una distorsión de la población; en los censos electorales no apare­
cen los menores de una edad determinada; en las listas de contribu­
yentes sólo encontramos a los que poseen cierto poder adquisitivo.
También puede hacer dudar de la aleatoriedad de la muestra la
forma de sustituir a aquellos elegidos que, por cualquier causa, no
llegan a colaborar con la aportación de sus datos: si de un bloque
de viviendas se ha seleccionado a un vecino del último piso, podría
representar un sesgo, el que, al fallar éste, se eligiera a un vecino
que vive en el primero, porque suele haber diferencias entre los

111 Houck, Ch., «Methodology o f an Urban Speech Survey», Leeds Studies in


English, N. S. II, 1968, págs. 115-128. Obsérvese la proximidad entre esta técnica
y la que utiliza la geografía lingüística para seleccionar los puntos de encuesta.
112 L. Milroy, Observing..., pág. 19; «A Critical Overview...», cit., pág. 167.
precios de las viviendas de plantas distintas (el poder adquisitivo
de los dueños no sería el mismo probablemente).
Chein caracteriza el muestreo estratificado al azar con estas
palabras:
En el muestreo estratificado al azar (...) la población se divide
primeramente en dos o más estratos (...) Los estratos pueden estar
basados en un criterio único (por ej., sexo, dando paso a los dos
estratos de varones y hembras), o en una combinación de dos o
más criterios (por ej., edad y sexo, adoptando estratos tales como
varones menores de 21 años, varones de 21 y más años, hembras
menores de 21 años, hembras de 21 y más años). En el muestreo
estratificado, una muestra simple es lo que se toma de cada estrato,
y las submuestras se unen entonces para formar la muestra total 113.

El muestreo estratificado es conveniente cuando se sospecha que


los estratos pueden presentar diferencias importantes y que dentro
de cada uno se observará un mínimo de homogeneidad. Ello supo­
ne que el investigador ha de emitir previamente una serie de juicios,
basados por lo general en los resultados del estudio exploratorio,
pero sin tener todos los datos ante sus ojos. La inclusión de estra­
tos como sexo, edad o raza no suele presentar inconvenientes gra­
ves ni para los análisis ni para su interpretación. Los problemas
pueden surgir, por un lado, de las subpoblaciones que no se han
tenido en cuenta y, por otro, de aquellos factores que se valoran
indebidamente. Dentro de estos últimos, es el concepto de clase
social el que más tropiezos puede ocasionar. La moderna sociología
aún no ha logrado caracterizar el ente denominado «clase social»,
ni siquiera puede dar pruebas irrebatibles de su existencia. La so­
ciolingüística no lo ha intentado, pero el concepto ha sido usado
ininterrumpidamente desde las primeras obras de Labov hasta la
actualidad. En principio, una «clase social» está formada por una
serie de personas que se ajustan a determinados niveles de ciertos

113 Cf. págs. 700-701.


factores sociales. Las clases sociales suelen ordenarse de baja a alta
en estadios escalonados, cuyo número varía. Para fijar los niveles
de estratificación se recurre a uno o más factores sociales, tales
como la educación, los ingresos económicos y la ocupación. Labov
en Nueva York atendió a estos tres 114. Trudgill utilizó, para crear
su escala estratificada, los factores «profesión, ingresos, educación,
vivienda, localidad y profesión del padre 115». Si se piensa que es­
tos factores no tendrán idéntica incidencia sobre los hechos lingüís­
ticos, se multiplican por coeficientes proporcionales a la importan­
cia que se les atribuya. Ahora bien, a priori no puede especificarse
cuáles son'los factores que funcionan en todas las sociedades para
distinguir clases sociales, porque ni siquiera se puede afirmar que
todas las sociedades estén estratificadas de esta manera. Aquí es
donde aparecen los obstáculos para el sociolingüista: ¿cómo descu­
brir esos factores suponiendo que funcionen con este fin? Si para
preparar una muestra estratificada se opta por distinguir clases so­
ciales (cuando haya pruebas que lo aconsejen), el investigador ha
de arriesgarse a establecer previamente los factores sobre los que
se construyen. Si no acierta, el resultado de su trabajo será sencilla­
mente inútil. Pero en caso de descubrirlos, lo más seguro -es que
se encuentre con un continuum sobre el que tendrá que determinar
dónde acaba una clase y empieza otra.
Vayamos ahora al otro extremo, el que afecta a subpoblaciones
que no se tienen en cuenta. Cuando esto ocurre, obtenemos una
imagen desfigurada de la realidad, no sólo porque nunca podrá
conocerse en su plenitud, sino porque de este modo es fácil que
se ponga el énfasis, en aspectos que no lo merecen 116. Una de las

114 Véase M odelos..., pág. 353.


115 The Social Differentiation o f English in Norwich, Cambridge, CUP, 1974,
págs. 30 y sigs.
116 Hay factores que no se valoran tanto como el sexo, la edad, la raza, la
profesión, la ocupación y el nivel de ingresos, que pueden ser muy importantes.
Romaine («A Critical Overview...», cit., págs. 174-175) «reivindica la importancia
de la ‘ocupación del padre’, sobre todo para el estudio de adolescentes».
pocas formas que hasta ahora se han propuesto para evitarlo, den­
tro de la sociolingüística que se decanta claramente por la cuantifi-
cación, ha nacido de un proyecto para el estudio de Tyneside (Tyne-
side Linguistic Survey), en Newcastle upon-Tyne, Gran Bretañá. Este
proyecto tuvo una etapa en los años 60, cuyo representante más
significativo fue B. Strang 117, en la que no se utilizó muestreo al
azar. Unos años más tarde, John Pellowe y sus colaboradores co­
menzaron a elaborar estudios en los que la selección de informantes
se hacía sobre el Registro Electoral y en los que, por otra parte,
las variables lingüísticas y sociológicas se identificaban matemática­
mente a partir de datos referidos a decenas de factores 118. Queda­
ba minimizada, pues, la subjetividad que pudiera suponer el que
las variables fueran seleccionadas sólo por el juicio, bueno o malo,
del investigador. Entre las tesis doctorales nacidas en el seno de
la TLS, merece ser destacada la de Valerie M. Jones 119. Allí se
critica la forma, demasiado restrictiva, en que Labov y Trudgill
seleccionan las variables y el tratamiento atomístico que se da a
esas mismas variables una vez seleccionadas. Para evitar caer en
estas limitaciones, Jones pasa revista y analiza automáticamente 48
variables sociológicas entre las que se incluyen actitudes, contextos,
etc. Aunque caiga algo fuera del interés de este epígrafe, añadire­
mos que las variables lingüísticas también fueron seleccionadas auto­
máticamente: se incluyeron datos de 51 variables cuya importancia
y complejidad fueron discernidas por procedimientos matemáticos.
Debe tenerse en cuenta que estos artificios metodológicos se pusie­
ron en marcha después de recogidos los datos. La cosecha en sí
consistió en acumular una inmensa cantidad de información lin­
güística y sociológica de procedencia muy diversa, sin necesidad de

117 «The Tyneside Linguistic Survey», en L. E. Schmidt (ed.), págs. 788-795.


118 J. Pellowe et al., «A Dynamic Modelling o f Linguistic Variation: the Urban
(Tyneside) Linguistic Survey», Lingua, 30 (1972), págs. 1-30.
119 Trabajó con datos de 150 informantes. Some Problem s in the Computation
o f Sociolinguistic Data, tesis doctoral inédita, Newcastle upon-Tyne, 1978.
buscar variables o factores concretos, porque éstos serían identifi­
cados a posteriori y automáticamente. Con este procedimiento, al
contrario de lo que ocurre en otras investigaciones, la fase de análi­
sis adquiere una gran sofisticación, mientras que se simplifica la
de recogida de datos.
Chein distingue un tercer tipo de muestreo de probabilidad, la
muestra en racimo o agrupada 120. Se utiliza principalmente cuando
se trata de estudios que abarcan poblaciones muy amplias y consis­
te en partir de elementos que presenten algún tipo de agrupación.
Si se quiere estudiar la «clase obrera» de una determinada ciudad,
no es necesario trabajar en principio con una relación de cada uno
de los obreros; se puede conseguir una lista de las fábricas o empre­
sas y seleccionar algunas de ellas al azar (muestreo simple o estrati­
ficado). El estudio se realizará entonces sólo sobre los obreros de
las fábricas seleccionadas 121 previamente. La técnica del agrupa-
miento puede permitir poner en marcha otros procedimientos com­
plementarios, como el de «bola de nieve», para poder llegar a indi­
viduos concretos de otras características sociológicas 122.

2.4.2. M u estreo de no p r o b a b il id a d

Este tipo de muestreo está adquiriendo una aceptación cada vez


mayor, porque es menos complicado, supone menos gastos y com­
parativamente no ofrece unos resultados tan distantes de los de pro­
babilidad. Tres son las variedades principales del muestreo de no
probabilidad: muestreo accidental, muestreo por cuotas y muestreo
intencionado.

120 Cf. págs. 707-710.


121 Shuy, Wolfram y Riley partieron de un muestreo sobre niños en edad escolar
y de las escuelas en que estudiaban (Field Techniques..., págs. 4-19).
122 Sobre este procedimiento, véase E. Noelle, Encuestas en la sociedad de ma­
sas, Madrid, Alianza, 1970, págs. 177-179; puesto en práctica dentro de la sociolin­
güística por F. M. Martínez Martín, Fonética y sociolingüística en la ciudad de
Burgos, Madrid, CSIC, 1983, págs. 60-62.
El primero no suele utilizarse en sociolingüística: se trata sim­
plemente de atender a los informantes que se cruzan en el camino
del investigador hasta que éste considera que su muestra es suficien­
temente grande. No hay forma de saber exactamente cuál es la des­
viación de este tipo de muestras, hasta que se comparan con otras
más elaboradas.
El muestreo por cuotas es el correlato de la muestra estratifica­
da al azar en la no probabilidad. Consiste en dividir la población
en subpoblaciones y en procurar que se atienda a informantes de
todas ellas. El problema, al margen de la misma no probabilidad,
está en la bondad del criterio utilizado para establecer las subpobla­
ciones, y en conseguir que todos los estratos estén representados
por un número suficiente de informantes. El hecho de que las pro­
porciones de individuos sean diferentes no es tan importante, si
se conoce la proporción real del estrato en la población, y si éste
está representado por un número suficiente de casos, porque los
desequilibrios pueden corregirse fácilmente mediante operaciones ma­
temáticas 123. No creemos que estos limitados apuntes sean el lugar
adecuado para especificar detalles matemáticos y estadísticos sobre
este asunto, que, por otra parte, pueden consultarse en las ya abun­
dantes publicaciones sobre lingüística matemática y estadística lin­
güística 124. Como ejemplo de muestreo por cuotas, puede verse el
que hemos llevado a cabo para el estudio del prestigio (§ 4.4.4) 125.
Finalmente, el muestreo intencionado se basa en el juicio del
investigador para seleccionar los individuos que deben aparecer en
la muestra. Esta clase de muestras ha tenido un eco notable: pode­

123 Lo mismo ocurre en la muestra estratificada al azar (I. Chein, op. cit., págs.
703-705). En cada cuota no deberían aparecer menos de cuatro o cinco individuos.
124 Véase A. Woods et al., op. cit.; Ch. Muller, Estadística lingüística, Madrid,
Gredos, 1973; C. Butler, Statistics in Linguistics, Oxford, Blackwell, 1985.
125 Véase también el muestreo realizado por M. Alvar en Las Palmas (Niveles
socio-culturales en el habla de Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Excmo.
Cabildo Insular, 1972).
mos destacar entre sus cultivadores a Romaine, Reid o Macaulay 126.
El único requisito que se exige es que el juicio personal del que
elabora la muestra sea «razonable». En verdad, aparte de la dife­
rencia en el número de informantes seleccionados, muy poco separa
a esta técnica, científicamente, de la que suele utilizarse en geolin­
güística, aunque los cultivadores de la primera se hayan ensañado
en la crítica contra la segunda.
Los tipos de muestreo (de probabilidad y de no probabilidad)
que acabamos de comentar rara vez aparecen en su «estado puro».
Es habitual que se combinen, yuxtapongan, y que se creen variantes
menores, con el fin de adecuarlos a los objetivos de cada investiga­
ción. Como conclusión, antes de entrar en otros aspectos, podemos
añadir que, después de un cuarto de siglo de experimentación en
sociolingüística, se ha demostrado que ninguno de los sistemas de
muestreo utilizados por ella (incluimos los de probabilidad) es téc­
nicamente perfecto, o lo que es lo mismo, ninguno puede asegurar
una representatividad idónea. Ello también depende en gran parte
del desarrollo de otras disciplinas, como la estadística y la misma
sociología, lo que revela que la nuestra está, y probablemente siem­
pre estará, en un estado de dependencia constante.
Hemos de detenernos en un punto más: el número de informan­
tes necesario para llevar a cabo una investigación sociolingüística,
en otras palabras, el tamaño de la muestra. William Labov ha con­
cluido, a raíz de sus estudios 127, que la sociolingüística no requiere
manejar un gran número de informantes, porque la conducta lin­
güística, como ya apuntamos, es bastante homogénea. Gillien San-
koff ha llegado a afirmar que, incluso para las comunidades más
complejas, sería suficiente manejar los datos de 150 informantes 128.

126 S. Romaine, A Sociolinguistic Investigaron, cit.; E. Reid, «Social and Stylis-


tic Variation...», art. cit.; R. K. S. Macaulay, Language, Social Class and Educa­
tion..., cit.
127 The Social Stratification..., pág. 638. Bastaría el 0.025 de la población.
128 «A Quantitative Paradigm ...», en G. Sankoff, The Social Life o f Language,
Philadelphia, PUP, 1980, págs. 47-49.
Dar cifras siempre es un asunto arriesgado. Nuestra experiencia tanto
en dialectología como en sociolingüística nos hace apoyar el princi­
pio de la «homogeneidad lingüística», pero entre eso y proporcio­
nar cifras de presumible validez universal media un buen trecho.
La homogeneidad existe, pero es muy difícil cuantificaria y mucho
más ofrecer patrones polivalentes para su uso antes de la recogida
de datos. Porque, como bien apunta Romaine 129, Labov habló de
homogeneidad después de haber trabajado con muchos informan­
tes, no antes. ¿Merece la pena arriesgarse a presentar una imagen
excesivamente simplificada de una comunidad, cuando, además, la
reducción del número de informantes puede suponer una disminu­
ción en la significación teórica de la representatividad de nuestros
datos? Depende de los recursos con que se cuente para llevar a
cabo la investigación y de sus objetivos, pero también hay que valo­
rar que, en el número de hablantes estudiados, existe un umbral
de significación: antes de él se obtienen datos significativos, des­
pués de él las conductas comienzan a ser redundantes. El estudio
idóneo contará con un número de informantes que ronde ese umbral.

2.5. TÉCNICAS DE RECOGIDA DE DATOS

El principio que debe guiar la aplicación de cualquier técnica


de recogida de datos es el que apareció en la Regla 4 .a: «Los he­
chos han de ser observados utilizando la técnica más adecuada a
cada caso». Creemos que ésta es la única forma de evitar el enfren­
tamiento, famoso ya en la bibliografía sociológica 13°, entre los de­
fensores de la «cuantificación» y los partidarios de la «cualifica-
ción», en parte reproducido, dentro de la sociolingüística, entre la
escuela de Labov y los seguidores de Gumperz y Hymes. Es obvio
que las posibilidades de cualquiera de ellos ponen de relieve las

129 «A Critical Overview...», cit., pág. 172.


130 Véase W. Filstead (ed.), op. cit., especialmente págs. 103-154.
limitaciones del otro, pero también es palmar que no todas las in­
vestigaciones parten de unos presupuestos teóricos idénticos ni tie­
nen las mismas finalidades, los mismos objetos de estudio, los mis­
mos recursos económicos, ni el mismo personal.
Antes de adentrarnos en la descripción de las técnicas en sí,
conviene hacer dos anotaciones: 1.a) el resultado de la recogida
de materiales será un cúmulo de datos que normalmente se conser­
vará bien en cintas magnetofónicas, bien en cuestionarios, sin que
haya inconveniente para que se utilicen ambos medios; 2 .a) la sofis­
ticación de las técnicas de recogida de datos y la complejidad de
los procedimientos de análisis suelen ser inversamente proporcionales.
Como ya se adelantó en el primer capítulo, las técnicas o estra­
tegias para conseguir datos sociolingüísticos, siguiendo la división
hecha por Willems, se clasifican a lo largo de un continuum que
representa los grados de estructuración que el investigador aplica
a cada una de ellas. Cuando se usa una técnica de estructuración
escasa o nula, los datos aparecerán sin seleccionar, con lo que se
exige mayor complejidad a la fase analítica. Si la estrategia está
muy estructurada, los datos aparecerán ya adscritos a unas varia­
bles concretas, por lo que el análisis será notablemente menos com­
plicado. Entre ambos extremos se abre una infinitud de grados en
los que podremos ir situando las estrategias que aquí describamos.
Aunque probablemente no sea éste el mejor modo de hacer una
presentación sistemática de ellas, preferimos, en principio, dividir
las técnicas en dos grupos: a uno lo llamaremos «técnicas de obser­
vación» y al otro «técnicas de encuesta». Cada uno de ellos ofrece
varias posibilidades con distinto grado de estructuración. Revisare­
mos solamente aquellas que han tenido una más amplia acogida
dentro de la sociolingüística.

2.5.1. T é c n ic a s de o b s e r v a c ió n

La finalidad de estas técnicas es recoger datos sobre la conducta


sociolingüística de un grupo de informantes tal y como se produce
en sus contextos naturales. Entre las «técnicas de observación» las
hay más y menos estructuradas. Las más estructuradas son aquellas
en las que el investigador dispone de un guión donde va recogiendo
informaciones específicas conforme van apareciendo. Son muy úti­
les, por ejemplo, para anotar las reacciones (generalmente previs­
tas) que surgen ante determinados estímulos o para recoger ordena­
damente conductas kinésicas. Sin embargo, la sociolingüística, por
lo general, ha hecho uso de «técnicas de observación» relativamen­
te poco estructuradas. De ellas destaca la observación participativa,
a la que aludimos en epígrafes anteriores. Este tipo de observación
nos proporciona numerosísimos datos que pueden explicar el por­
qué de determinadas conductas sociales o lingüísticas, en otras pa­
labras, ayuda a comprender los hechos sociolingüísticos en su con­
texto inmediato. Es importantísimo que el investigador decida en
qué va a consistir su participación dentro de una situación y, una
vez inserto en el grupo que ha de ser estudiado, esté atento a reco­
ger todo dato que pueda tener un valor explicativo. Como ha espe­
cificado Leonard Bickman 131, los elementos comunes a una gran
parte de situaciones sociales, a los que se debe prestar una especial
atención, son los siguientes:
1) Los participantes. Hay que describir quiénes son y qué tipo
de relación los une.
2) El ambiente. Hay que recoger datos de sus características
y de cómo influyen o pueden influir en los participantes.
3) El objetivo. Se trata de observar el fin que reúne a los parti­
cipantes en cada contexto.
4) La conducta. El investigador debe recoger el comportamiento
lingüístico de los participantes. Para ello se servirá normalmente
de un magnetófono, pero deberá anotar también aquellos hechos
que no sean audibles.

131 «Recogida de datos. I. Métodos de observación», en C. Selltiz et al., págs.


372-378.
5) Frecuencia y duración de los encuentros entre los partici­
pantes.
La «observación participativa» fue la técnica utilizada por La­
bov y sus colaboradores 132 para estudiar el inglés de los negros
de Nueva York en discursos casuales. Su interés se centró en los
adolescentes, con los que se convivió y se realizaron sesiones de
grupo. También hicieron uso de esta técnica Blom y Gumperz en
su estudio de la comunidad noruega de Hemnesberget, en la que
se producen importantes problemas de dialectos en contacto 133. Pe­
ro, al margen de estos trabajos y de la gran experiencia acumulada
por la «etnografía de la comunicación» en conjunto, la investiga­
ción más digna de reseñarse es la que Lesley Milroy hizo en tres
barrios de Belfast. El mérito de Milroy, desde nuestro punto de
vista, está en haber elevado el prestigio de la «observación partici­
pativa» en sociolingüística. Tarea difícil, dado que la corriente la-
boviana siempre ha puesto por encima otros intereses. La intención
de Milroy fue comprobar el peso específico que el concepto de «red
social» puede tener. Para ello, se introdujo como «amiga de una
amiga o de un amigo» en tres redes de la ciudad de Belfast, locali­
zadas en los barrios de Ballymacarrett, Hammer y Clonard 134. En­
tabló relación paulatinamente con los miembros que las componían
hasta que consiguió «ser vista como» un elemento más de la red.
Ello le supuso adquirir una serie de compromisos personales que
hicieron difícil la observación, pero, como contrapartida, consiguió
acceder, minimizando el problema de la «paradoja del observador»,
a numerosos discursos casuales y ofrecer una perfecta descripción
de la función desempeñada por el observador en todo momento.
La comprensión de los hechos sociolingüísticos, tal y como son en
su contexto natural, quedó asegurada.

132 P. Cohén, C. Robins y J. Lewis.


133 «Social Meaning in Linguistic Structures...», art. cit.
134 Descripción en L. Milroy, Language and Social Networks, 2 .a ed., págs. 70-79.
2.5.2. T é c n ic a s de encuesta

Las técnicas de encuesta normalmente permiten reunir gran can­


tidad de datos de un gran número de informantes con un esfuerzo
mucho menor que el que exige la «observación participativa». Por
medio de ellas, se recogen datos que son proporcionados volunta­
riamente (aunque hay excepciones, como veremos) por los propios
informantes a petición del investigador, es decir, se cuenta con la
colaboración del informante para satisfacer determinadas «curiosi­
dades». No hay que esperar, pues, a que el hecho se produzca,
simplemente se piden noticias de él. El esquema básico de las técni­
cas de encuesta es «pregunta-respuesta», aunque su aplicación prác­
tica puede presentar distintos grados de complejidad.
Podemos distinguir dos clases de «técnicas de encuesta»: encuestas
directas y encuestas indirectas. En la encuesta directa, el informan­
te proporciona consciente y voluntariamente el dato que interesa
al investigador, mientras que en la encuesta indirecta el dato intere­
sante es proporcionado de forma inconsciente al responder el infor­
mante, por su propia voluntad, a una pregunta formulada con tal
fin. Dentro de las técnicas directas, destacan dos estrategias, que,
a su vez, ofrecerán posibilidades alternativas: la entrevista y el cues­
tionario. Tanto una como otra requieren que el investigador pre­
sente ciertos estímulos (normalmente preguntas) ante los que pueda
responder el informante. La principal diferencia entre cuestionario
y entrevista estriba en que el cuestionario necesita que haya una
serie de preguntas establecidas previamente y que deben ser presen­
tadas en idéntica form a a todos los individuos. La ausencia de esta
condición no es imprescindible en la entrevista. Por otro lado, el
cuestionario no exige la interacción directa entre la persona del in­
formante y la persona del investigador, porque es posible enviarlo
por correo o distribuirlo de mil maneras, mientras que la entrevista
sí lo requiere. Sin embargo, hay técnicas que hacen que no sea to­
talmente válida esta división, o mejor, que demuestran que no hay
una distancia tan grande entre ambas, como tampoco la hay, en
determinados casos, entre entrevista y observación.
De igual forma que las «técnicas de observación» presentaban
ciertas ventajas sobre las «técnicas de encuesta», y viceversa, el uso
bien de entrevistas, bien de cuestionarios, también ofrece beneficios
y limitaciones. A ellos haremos referencia cuando hablemos de ca­
da técnica específica.
Centrémonos, en primer lugar, en las entrevistas 135. Los grados
de estructuración que el investigador puede inferirles son infinitos.
Ahora bien, esto no nos va a impedir hacer una separación clara
entre los extremos de la escala, a los que denominaremos entrevis­
tas poco estructuradas y entrevistas muy estructuradas. Sobre am­
bos han trabajado los sociolingüistas, aunque también podrían dar­
se ejemplos de grados intermedios, si es que no están en ellos
algunas de las técnicas que vamos a comentar.
Las entrevistas no estructuradas pueden ser útiles para recoger
datos de cualquier nivel lingüístico, aunque la sintaxis, por sus pro­
pias características, presenta unas dificultades que ya hicimos notar
en su momento. En líneas generales, una entrevista nada o poco
estructurada consiste en una conversación entre investigador e in­
formante, que trate de cualquier tema excepto del lenguaje y de
los hechos lingüísticos que van a ser analizados. Los discursos de
ambos interlocutores son grabados en magnetófono, si bien convie­
ne que los del primero sean cuantitativamente muy inferiores. Ad­
mitiendo siempre la existencia de posibilidades intermedias, este ti­
po de entrevistas posee dos variantes: la conversación dirigida y
la conversación no dirigida. De ellas, la menos estructurada, obvia­
mente, es la segunda. En una conversación dirigida el entrevistador
intenta asegurarse de que son tratados ciertos temas o de que salen
a la luz ciertos hechos que son de su interés, así como de que se
va a conceder más tiempo de coloquio a unos temas que a otros.

135 Sobre las entrevistas en las Ciencias Sociales, véanse C. Selltiz el al., págs.
399*452; y W. Filstead (ed.), págs. 132-154.
Las conversaciones dirigidas por lo general presentan discursos for­
males o semiformales, aunque, si tienen una longitud adecuada,
es posible incluso acceder a discursos casuales. Se ha llegado a afir­
mar que este estilo puede presentarse después de una hora de con­
versación 136. Establecer límites cronológicos para la «confianza»
humana parece excesivo: hay informantes capaces de pasar a un
registro informal después de 15 minutos de charla, como-los hay
que no pueden salir de la formalidad en dos horas. Del problema
de la obtención del registro informal en una situación de entrevista
ha dado fe la dialectología desde hace años, porque gran parte de
las encuestas geolingüísticas se cubre con conversaciones de este tipo.
William Labov, sin embargo, ha propuesto algunas estrategias
que suelen hacer más corta la búsqueda del discurso casual. Una
de ellas es preguntar:
¿Se ha encontrado usted en alguna ocasión en la que pensaba
hallarse en serio peligro de muerte, en la que ha llegado a pensar:
esta vez ya está? 137.

La respuesta, de ser afirmativa, suele ir acompañada de discur­


sos en los que, debido a la vivencia emocional de lo narrado, apare­
cen numerosos hechos pertenecientes al registro menos formal. Pe­
ro el tema del «peligro de muerte» no siempre funciona con esta
finalidad. Según Milroy 138, el relato, por parte de una tercera per­
sona, acerca de un muchacho de 19 años cuyo barco había naufra­
gado en el Báltico, a causa del ataque de un buque ruso, que había
sobrevivido a un tiroteo en Belfast, que había sido arrestado por
razones políticas y herido de bala en las piernas, no alteró en forma
grave ni el discurso del narrador ni el de su informante, que escu­
chó el relato. Puede concluirse de todo ello que cada comunidad

136 Véase L. Milroy, Observing..., pág. 39.


137 W. Labov, M odelos..., pág. 125.
138 L. Milroy, Observing..., pág. 40.
es sensible a unos temas que el investigador deberá conocer y sacar
en la conversación cuando convenga.
Las conversaciones no dirigidas permiten generalmente una apa­
rición más temprana de los discursos casuales, puesto que no se
pone ningún tipo de limitación ni a los temas tratados ni a la dura­
ción que se concede a los mismos. Teóricamente, el informante ha
de sentirse más cómodo, puesto que en él puede recaer gran parte
de la iniciativa 139. La función del sociolingüista será conseguir que
el coloquio no decaiga, animando al informante, dándole la razón
en muchos puntos, aunque con cuidado 140, preguntándole el por­
qué de lo explicado o sencillamente mostrando interés por ello.
Las conversaciones no dirigidas pueden presentar, no obstante,
algunas variantes que también permiten el paso de un registro for­
mal a otro informal. Labov prestó atención a tres tipos de contex­
tos 141: ...
1) Discursos exteriores a la entrevista formal. Suelen ser inter­
acciones cortas que rompen el ritmo de una entrevista
formal y que van acompañadas de un cambio de regis­
tro. Otras interacciones pueden surgir espontáneamente
o bien pueden ser provocadas por el propio investiga­
dor haciendo referencia a aspectos triviales del contexto
inmediato 142.
2) Discursos con terceras personas. También suelen ser inter­
acciones cortas, provocadas en este caso por la súbita
aparición de terceras personas conocidas por el infor­
mante. En estas circunstancias, es frecuente el cambio
de un registro formal por otro informal.

139 Véase C. Selltiz et al., pág. 440.


140 Sería igualmente peligroso que el informante llegara a sentirse mal al ver
asentir constantemente al investigador.
141 M odelos..., págs. 125-130.
142 Labov no hace una clara diferencia entre 1 y 2, porque admite en 1 la inte­
rrupción por parte de una tercera persona. Aquí procuramos separarlo.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 7
3) Discursos que no corresponden a las preguntas. Aparecen
también con frecuencia en las conversaciones dirigidas.
Son explicaciones circunstanciales, a veces de gran lon­
gitud, que el informante da por creerlo necesario a pro­
pósito de una pregunta, aunque la relación con ella sea
remota, o simplemente por encontrarse más cómodo
haciéndolo.

Estos tipos de discursos o de conversaciones breves, no dirigi­


das, suelen aportar datos interesantísimos: el investigador debe es­
tar atento a ellos. Bien se ha de guardar el sociolingüista de descri­
birlos conjuntamente con los discursos casuales conseguidos por otros
medios (por ej., la observación participativa) sin mencionar su ori­
gen, porque las diferencias nacidas de la diversidad de situaciones
son importantísimas en nuestra disciplina.
Las entrevistas estructuradas rara vez son útiles para el estudio
de la sintaxis, pero son especialmente valiosas para la fonética y
el léxico. De hecho, las encuestas dialectales son entrevistas estruc­
turadas, aunque en ellas quepa la no estructuración, como también
ocurre para la sociolingüística. La entrevista estructurada es una
técnica muy cercana al cuestionario, porque en ambos casos deben
presentarse a los informantes exactamente los mismos estímulos y
en el mismo orden; es decir, las preguntas deben ser hechas de igual
form a a todos los individuos, para así asegurar que todos han res­
pondido a unos mismos condicionantes lingüísticos. El registro que
suele obtenerse con esta clase de entrevistas, igual que con el cues­
tionario, es formal. Existen varias maneras de llevar a cabo entre­
vistas estructuradas. Destacaremos cuatro, las más usadas por la
sociolingüística actual: la lectura, la encuesta rápida, la encuesta
de puerta en puerta y la entrevista telefónica.
La técnica de las lecturas proporciona materiales pertenecientes
a un estilo formal, cuyo valor se limita al ámbito de la fonología
y de la fonética. Han sido utilizadas continuadamente desde 1966,
siguiendo los cánones que estableció Labov, según los cuales con
ellas es posible obtener datos que respondan a un distinto grado
de formalidad 143. Las tácticas que permiten conseguirlo son las
que siguen:
1) Lectura 144. Se pide al informante que lea dos textos redac­
tados en forma coloquial. El primero de ellos agrupa elementos
de las variables estudiadas en párrafos sucesivos. En el segundo,
se sitúan muy próximos pares de palabras fonéticamente cercanas.
Por ejemplo,
«And what’s the source of your information, Joseph?» She used
her sweet-and-sour tone of voice, like ketchup mixed with tomato
sauce. «Are they running submarines to the Jersey shore?» 145.

2) Listas de palabras. Se solicita del informante que lea listas


de palabras o que recite series que conozca de memoria (por ej.,
los meses del año). La forma exterior o la organización que pueden
tener las listas de palabras son muy variadas y normalmente están
condicionadas por los fenómenos fonéticos que se estudian.
3) Pares mínimos. En este caso, se pide al informante que pro­
nuncie parejas de palabras muy próximas fonéticamente (pueden
ser las mismas del punto 1, pero sacadas de su contexto) y que
explique cuál es la diferencia que él aprecia.
Como ya vimos (§ 2.2.2.), se supone que el registro que se obtie­
ne con la lectura, siendo formal, lo es menos que el que se obtiene
con las listas, y el de éstas, menos aún que el que se consigue con
los pares mínimos.
La encuesta rápida, la encuesta de puerta en puerta y la encues­
ta telefónica 146 tienen varios rasgos en común: todas ellas suelen

143 W. Labov, The Social Stratification..., cap. 4; Modelos..., cap. 3.


144 La misma técnica fue utilizada en Detroit por Shuy, Wolfram y Riley (Field
Techniques..., págs. 39-44).
145 Modelos..., pág. 119.
146 W. Labov, Field Methods..., págs. 24-27; L. Milroy, Observing..., págs. 68
y sigs.
ser estrategias fuertemente estructuradas; son escasamente útiles pa­
ra la sintaxis; bien organizadas, constituyen un sistema rápido, eco­
nómico y eficaz de recoger datos lingüísticos. La forma de llevarlas
a cabo es sencilla: simplemente hay que formular de un modo con­
creto una breve serie de preguntas. Lo complicado realmente es
redactar las preguntas, tanto por el contenido como por su forma:
es necesario que no contengan ambigüedades ni las provoquen. La
organización interna de estos tipos de entrevista, como en los cues­
tionarios, suele consistir en el enunciado de las preguntas y un espa­
cio para recoger las respuestas. Éstas habitualmente son de dos cla­
ses: de alternativas fijas o de final abierto. En el primer caso, el
informante debe ceñirse a las posibilidades que se le ofrecen, entre
las que se incluye el «no sabe / no contesta», aunque en determina­
das preguntas se deja lugar para una respuesta abierta. En el segun­
do, el informante responde libremente y el explorador debe recoger
con fidelidad lo que se le dice. Ha de tenerse en cuenta, a la hora
del análisis, si se admiten una o varias respuestas, tanto si son fijas
como abiertas.
Existen unos modelos de cuestionarios de alternativas fijas que
pueden ser de una extraordinaria utilidad para el estudio de las
actitudes lingüísticas y que suelen denominarse escalas. Cuando se
estudia la actitud, lo habitual es encontrar no solamente opiniones
contrarias, sino otras que pueden ser ordenadas gradualmente entre
dos extremos. Las escalas suelen hacer muy cómodo el análisis de
los datos, puesto que se construyen teniendo en cuenta argumentos
matemáticos 147. Un cuestionario en escala o una entrevista en la
que se ofrecen posibles respuestas escalonadas buscan que el infor­
mante elija, al responder a una cuestión, entre los distintos grados
que se le presentan, a los que previamente el investigador ha atri­
buido un valor numérico que servirá para conseguir una interpreta­
ción cuantitativa de lo analizado (¿Qué le parece X ? Respuestas:

147 Véase C. Selltiz et al., op. cit., págs. 558 y sigs.


1. Desastroso; 2. Mal; 3. Bastante mal; 4. Regular; 5. Bastante
bien; 6. Bien; 1. Extraordinario). Otro tipo de escala, bien conoci­
do, es el que Rensis Likert expuso en 1932, que consiste en presen­
tar al informante una serie de afirmaciones acerca de las cuales
debe mostrar su acuerdo o desacuerdo 148.
Lógicamente estas técnicas tienen limitaciones: lo medido no de­
be ser ambiguo en absoluto (problema difícil de solucionar a la
hora de tratar asuntos de lengua). También poseen, por supuesto,
las limitaciones que nacen del hecho mismo de tratarse de cuestio­
narios.
Acerca del registro que se obtiene en los discursos de los infor­
mantes con las entrevistas estructuradas en general, es difícil hacer
valoraciones precisas. En muchos casos estas estrategias no se ven
afectadas por la «paradoja del observador» 149, pero no puede ge­
neralizarse. En nuestra opinión, es más fácil conseguir estilos no
formales en la encuesta rápida que en la telefónica o en la encuesta
de puerta en puerta, pero no necesariamente. El investigador ha
de describir lo ocurrido en la aplicación de su encuesta y extraer
sus conclusiones.
Las características principales de los cuestionarios las hemos ido
exponiendo aquí y allá al hilo de los comentarios sobre las entrevis­
tas. Precisemos:
1) No es imprescindible la interacción directa entre investiga­
dor e informante.
2) Exigen la formulación de preguntas previamente establecidas.
3) Pueden ser de final abierto o de alternativas fijas.
4) El registro obtenido es formal.

148 Lo difícil realmente es redactar y preparar las afirmaciones.


149 William Labov (M odelos..., págs. 100-104) preguntó en grandes almacenes
dónde podía encontrarse un determinado producto. Los informantes respondían con
un natural fourth floor. Después el investigador fingía no haber entendido, para
obtener una respuesta m ás cuidada.
Los cuestionarios pueden ser muy útiles para recoger datos sin­
tácticos, léxicos y semánticos. La fonética y la morfonología que­
dan relegadas en ellos en un último plano, puesto que los materiales
se obtienen por escrito, excepto en el caso de que las respuestas
se recojan en transcripción fonética. Pero, a pesar de sus limitacio­
nes, el cuestionario ha demostrado ser muy útil, por ejemplo para
el estudio de actos de habla. Así lo hemos comprobado en nuestro
análisis de mensajes coloquiales en Quintanar de la Orden 15°. Ne­
cesitamos utilizar dos cuestionarios: uno de finales abiertos, para
el estudio exploratorio, y otro de alternativas fijas, el definitivo.
La ventaja de trabajar con alternativas fijas está en que es más
fácil dar a los materiales un tratamiento cuantitativo. Como es de
suponer, a todos los informantes se hacía exactamente las mismas
preguntas, en el mismo orden y con el mismo enunciado. El estudio
exploratorio nos permitió obtener una relación de los actos de ha­
bla más utilizados con distintas finalidades y funciones. Éstos pasa­
ron a constituir las alternativas fijas del cuestionario definitivo. Véase
como ejemplo el Cuadro 3.
Haremos finalmente referencia a las técnicas indirectas de en­
cuesta. Como ya se ha apuntado, el objetivo de estas técnicas es
conseguir datos que sean proporcionados por el informante incons­
cientemente. También puede hablarse de técnicas indirectas más y
menos estructuradas. Las menos estructuradas, que en Ciencias So­
ciales reciben la denominación de «métodos proyectivos» 151, están
encaminadas a estudiar aspectos profundos de la personalidad: per­
cepción del mundo, reacciones emocionales ante determinados estí­
mulos, etc.; por eso han sido ampliamente cultivadas por psicólo­
gos y psiquiatras. Los objetivos de la sociolingüística han hecho
que en esta disciplina sea más adecuado el uso de técnicas estructu­
radas, más conocidas como tests. Entre ellas destaca el test de «in-

150 «Análisis sociolingüístico de actos de habla coloquiales», art. cit.


151 C. Selltiz eí al., op. cit., pág. 455.
Pregunta 9. — Vd. ha hecho un favor a otra persona. Ella le dice: «Gra­
cias, muchísimas gracias». ¿Vd. qué contestaría, si esa persona es un...

P olicía des­ P olicía am igo D escon ocido A m ig o o


con ocido de o fa m ilia r jo v e n fa m ilia r
unos 40 años de unos 40 jo v e n
años

1 N o h ay de q u é

2 P udién dolo ha­


cer, lo que ne­
cesite

3 D e nada

4 M uchas veces

5 N o tiene im ­
po rta n cia

6 N o tiene p o r
q u é darlas
1 Siem pre que lo
n e c esites, d i­
ntelo

C uadro 3

seguridad lingüística» utilizado también por William Labov 152. Se


trata de obtener índices sobre las diferencias existentes entre lo que

152 Véase Modelos..., págs. 178-179.


el hablante cree correcto y lo que realmente dice. López Morales
hizo esta descripción en su estudio sobre San Juan de Puerto Rico 153:
Los informantes oyeron textos con cada una de las realizaciones
apuntadas, señalando de inmediato las que consideraban correctas;
una vez terminada esta operación, oyeron de nuevo los textos que,
aunque grabados por la misma voz, ofrecían una ordenación dife­
rente: en este caso, el informante indicaba cuál era la forma usada
por él regularmente 154.

Estas técnicas tienen su origen en la denominada matched guise


(«pares falsos») propuesta por W. Lambert en 1967 155. Su objetivo
es analizar las actitudes lingüísticas y reacciones subjetivas de los
informantes respecto a determinadas variedades lingüísticas y sus
usuarios. El informante emite un juicio sobre grabaciones en las
que se usan variedades distintas por parte de un mismo hablante,
aunque el sujeto no debe conocer este último hecho. Un claro ejem­
plo de su aplicación, aunque existen decenas 156, es el que realizó
Labov a propósito de la hipercorrección en la clase media 157.
Por último, destacaremos el «test de disponibilidad léxica», uti­
lizado por López Morales con informantes de la capital puertorri­
queña 158. Su finalidad es cuantificar las diferencias existentes, en
cuanto al léxico disponible, entre distintos estratos socioeconómicos
de San Juan. El test es de carácter asociativo y consiste en presen­
tar al informante unos estímulos, unos temas o «centros de inte­
rés», a propósito de los cuales el sujeto va enunciando unidades
léxicas relacionadas semántica o referencialmente.

153 «índices de inseguridad lingüística en San Juan», en Dialectología y sociolin­


güística. Temas puertorriqueños, Madrid, Hispanova de ediciones, 1979, pág. 167.
154 «índices...», cit., pág. 167.
155 «The Social Psychology o f Bilingualism», Journal o f Social Issues, 23 (1967),
págs. 91-109.
156 Véase F. Moreno, Sociolingüística en EE.UU., cap. 3, nota 49.
157 Modelos..., pág. 192.
158 «Disponibilidad léxica y estratificación socioeconómica», en Dialectología y
Sociolingüística. Temas puertorriqueños, págs. 173-181.
En líneas generales, las técnicas indirectas estructuradas permi­
ten el estudio de cualquier aspecto sociolingüístico en cualquiera
de los niveles del lenguaje, pero es aconsejable, si se persigue la
descripción de un grupo o una comunidad, hacerlas complementa­
rias de otras estrategias de las que aquí se han descrito. Presenta­
mos un esquema, a modo de resumen, en el que aparecen todas
ellas (Cuadro 4).

A. Técnicas de observación

Observación participativa

B. Técnicas de encuesta

B.l. Técnicas directas


B .l.l. Entrevistas
a) No estructuradas
Conversación dirigida
Conversación no dirigida
b) Estructuradas
Encuesta rápida
Encuesta de puerta en puerta
Entrevista telefónica
B . 1.2 . Cuestionarios
de alternativas fijas (escalas)
de final abierto

B.2. Técnicas indirectas (tests)


Test de inseguridad lingüística
Test de «pares falsos»
Test de disponibilidad léxica

C uadro 4

Técnicas de recogida de datos en sociolingüística


C a p ít u l o III

ANÁLISIS DE LOS MATERIALES SOCIOLINGÜÍSTICOS

3.1. EL ANÁLISIS COMO PROBLEMA METODOLÓGICO

3 . 1 .1 . P roblem as generales

A la hora de revisar los estudios ya publicados, se echa de me­


nos en ellos más información sobre el proceso de análisis. Dando
por supuesta la calidad de un estudio, no es algo cotidiano encon­
trar datos suficientes para experimentar por uno mismo si la aplica­
ción de una técnica ha sido correcta o si ha sido conveniente de
acuerdo con sus propias limitaciones y con la naturaleza de los ma­
teriales. Estas comprobaciones resultan prácticamente imposibles si
los datos recopilados se presentan —en la publicación— en un esta­
do de elaboración muy avanzado. Lo ideal sería situar al lector
en unas condiciones similares a las que tuvo el autor en su momen­
to, ofreciendo los datos poco o nada elaborados, explicando las
tareas que se han realizado sobre ellos y describiendo minuciosa­
mente las técnicas con que se han analizado.
En líneas generales, una vez recogidos los datos, el análisis con­
siste en identificar, agrupar, ordenar y comparar esos datos. Esta
«estrategia», por descontado, es la que se aplica en cualquier estu­
dio lingüístico de corte empírico. Por tanto, en principio, los análi­
sis sociolingüísticos no tienen por qué diferir técnicamente de los
de otras ramas, como la lingüística histórica o la dialectología, por
hablar de las consideradas «tradicionales». Lo que ocurre es que,
dentro de los conceptos de «ordenar» y «comparar», la sociolin­
güística incluye técnicas que no suelen ser empleadas (aunque sin
duda lo serán) en otras disciplinas. Actualmente existe una oferta
de técnicas que cualquier especialidad puede utilizar (¿no se está
desarrollando la dialectometría?) 1 y que la sociolingüística está sa­
biendo adaptar a sus necesidades tanto teóricas como metodológi­
cas. Evidentemente, no se debe olvidar que estamos refiriéndonos
a un paso concreto de la investigación: el análisis de los datos.
Una de las dificultades con las que se encuentra el investigador
de cara al análisis es elegir entre las muchas posibilidades que se
le ofrecen. Cuando seleccione un sistema de análisis, el sociolin-
güista habrá de procurar que en todo caso la técnica sea adecuada
a la naturaleza de los datos que han de ser analizados y que vaya
acorde con la finalidad del estudio. Algo tan sencillo en apariencia
puede volverse tercamente difícil, por cuanto la naturaleza de los
datos no es menos variada que los posibles objetivos de la investi­
gación. Habrá que valorar si se está ante datos fonéticos, sintácti­
cos, coloquiales, formales, numerosos, escasos, etc., en qué circuns­
tancias comunicativas se han recogido, de qué tipo de muestras,
y las características de los miembros que las componen, entre otros
factores, así como si se pretende hacer una descripción, comprobar
una hipótesis o llegar a algún tipo especial de averiguación, para
seleccionar las técnicas de análisis más convenientes en cada caso.

1 Véase H. Goebl, Dialektometrische Studien, Tübingen, Niemeyer, 1984 (3 to­


mos). H. Lóffler, Probleme der Dialektologie. Eine Einführung, Darmstadt, Wis-
senschaftliche Buchgesellscháft, 1980. H. Niebaum, Dialektologie, Tübingen, Nie­
meyer, 1983. Referencias en P. García Mouton, «El estudio del léxico en los mapas
lingüísticos», en F. Moreno (ed.). Véase también W. Viereck, «The Computeriza-
tion and Quantification o f Linguistic Data: Dialectometrical Methods», en A. R.
Thomas, Methods in Dialectology, Clevedon, Multilingual Matters, 1988, págs.
524-550.
3.1.2. CUANTIFICACIÓN Y NO CUANTIFICACIÓN

Analizar es básicamente descomponer (etimológicamente «des­


atar»). Un análisis consiste, por tanto, en separar las partes de un
todo hasta dar con cada uno de los elementos que lo componen.
En general, hay dos formas de realizar un análisis: identificando
simplemente las partes de ese todo o identificando esos elementos
y averiguando en qué cantidad aparece cada uno de ellos. A la
primera posibilidad se la denomina análisis cualitativo; a la segun­
da, análisis cuantitativo. Dentro de la lingüística podemos encon­
trar ejemplos de uno y otro tipo: los análisis gramaticales, tal y
como se vienen realizando hasta el momento, sea en la escuela que
sea, son típicamente cualitativos 2, de igual forma que lo son los
que se han realizado dentro de la corriente sociolingüística denomi­
nada «etnografía de la comunicación» 3. En la sociolingüística de
Labov, dedicada principalmente al estudio del lenguaje en su con­
texto social, existe ya una clara tradición de análisis cuantitativo.
Esto se debe a que, especificando las cantidades que corresponden
a cada elemento (por ej., las probabilidades que encierra una varia­
ble), es más fácil obtener conclusiones acerca de cómo puede evolu­
cionar ese todo. Identificando los elementos cualitativamente, se
consigue una visión estática del conjunto. Pero, de esta forma, es­
tamos adentrándonos en un terreno que, si no pertenece exclusiva­
mente al ámbito de la teoría, sí permite un comentario más extenso
a propósito de la interpretación.
Parece claro que la sociolingüística estricta se ha inclinado por
el estudio de datos cuantificados. Los problemas surgen cuando la
cuantificación presenta insuficiencias para trabajar con ciertos da­

2 Aunque cada vez se cultiva más la cuantificación. Véase J. De Kock, Gramáti­


ca española. Enseñanza e investigación, t. 2a y b, 3 .a ed. experimental, Lovaina, 1986.
3 Véase M. Saville-Troike, The Ethnography o f Communication, Oxford, Black-
well, 1982.
tos, bien por defecto propio, bien por dificultades intrínsecas a los
datos. Señalan Selltiz et al. 4, para las Ciencias Sociales, que ante
los datos no cuantificados se han adoptado dos posturas:
a) A ctitud positivista. Se parte de la idea de que todos los da­
tos pueden medirse, por lo que una de las tareas del investigador
debe ser la de refinarlos hasta poder someterlos a la cuantificación.
Se argumenta que aun los datos en un estado precuantitativo o pre-
clasificado pueden resultar útiles, por ejemplo, para ilustrar una
clase de observaciones o para sugerir un nuevo concepto.
b) A ctitud fenomenológica. Desde este punto de vista, los da­
tos individuales son significativos por derecho propio, al margen
de que admitan ser organizados en escalas o agrupaciones de índole
diversa.
En sociolingüística, la actitud más frecuente ha sido la de dar
preferencia a los datos cuantificados. De hecho, había (y hay) tanto
que hacer dentro de la cuantificación que no ha importado pospo­
ner el enfrentamiento con otros casos. Labov ha trabajado casi ex­
clusivamente dentro de la cuantificación. Pero, cuando se ha deci­
dido experimentar desde la no cuantificación, lo habitual ha sido
adoptar una actitud positivista. El ejemplo más claro lo tenemos
en los estudios sociolingüísticos sobre sintaxis. Ya hemos comenta­
do las dificultades que nacen de los corpora de datos sintácticos.
Desde la perspectiva de la variación surge además el problema de
considerar las variantes sintácticas como totalmente equivalentes o
no desde un punto de vista semántico y pragmático. Este último
es un aspecto que ya ha sido tratado detenidamente por Lesley Mil­
roy en su Observing and Analyzing Natural Language, así que, de
momento, no merece la pena insistir 5. Volviendo a la actitud posi­
tivista, ésta también se adopta en estudios sobre conversaciones en

4 C. Selltiz, et al., Métodos de investigación en las relaciones sociales, 3 .a ed.,


Madrid, Rialp, 1980, pág. 617.
5 Asunto tratado también por H. López Morales, Sociolingüística, Madrid, Gre-
dos, 1989, págs. 91 y sigs.
las que participan pocos interlocutores. Cuando no se obtienen da­
tos en el número suficiente y en la proporción adecuada para poder
trabajar con ellos desde el modelo cuantitativo, el investigador pue­
de adoptar otras técnicas de recogida de datos que le permitan ha­
cer recuentos sobre aspectos concretos. Al preparar estas otras téc­
nicas (entrevistas estructuradas o cuestionarios), el investigador debe
jugar con conocimientos adquiridos por él previamente sobre el fe­
nómeno que será analizado.
Otros investigadores, aun trabajando dentro de la cuantifica­
ción, prefieren, en determinados momentos, intentar ver sus datos
cuantificados desde una perspectiva cualitativa. Es el caso de Mats
Thelander en su estudio sobre la variación entre /dom m / y /dem m /,
‘ellos’ en la comunidad sueca de Burtrásk 6. Para Thelander, los
datos sociolingüísticos no deben ser sobrecuantificados. Esto puede
evitarse manipulándolos sin pasar por alto los aspectos cualitativos
que en ellos se muestran. El investigador sueco distingue dos tipos
de variación a propósito del cambio de código: la micro-variación
y la macro-variación. La micro-variación suele venir determinada
por factores contextúales intra y extralingüísticos (la caída o no
de -r implosiva en inglés obedece, por un lado, a las características
del propio contexto lingüístico y, por otro, a los sexos y edades
de los hablantes). La macro-variación suele verse afectada exclusi­
vamente por factores extralingüísticos (por ej., la alternancia de len­
guas o dialectos supone el cambio de situación lingüística). La micro-
variación suele ser analizada cuantitativamente; la macro-variación
debe ser estudiada desde la cualificación. Aunque Thelander pre­
senta sus conclusiones desde un campo que en principio dejamos
fuera de nuestros intereses (lenguas en contacto), creemos que pue­
de ser un ejemplo ilustrativo de un tipo de solución ante la alterna­
tiva cuantificación/cualificación: combinar ambas posibilidades.

6 «A Qualitative Approach to the Quantitative Data o f Speech Variation», en


S. Romaine (ed.), Sociolinguistic Variation in Speech Communities, London, E.
Arnold, 1982, págs. 65-83.
Dedicaremos lo que queda de capítulo casi exclusivamente a los
análisis sociolingüísticos cuantitativos, aunque no por ello dejare­
mos de hacer comentarios de alcance más general.

3.2. CONSTRUCCIÓN DE CLASES

3 .2 .1 . L a s r e g l a s y s u a p l ic a c ió n

Tanto los análisis cuantitativos como los cualitativos tienen en­


tre sus objetivos el de establecer clases de elementos. Ahora bien,
la tarea se hace más complicada, o al menos exige técnicas más
complejas, cuando se pretende clasificar cuantificando.
En el capítulo I, tuvimos la oportunidad de presentar tres reglas
(3.a, 4 .a, 5.a del análisis) que afectaban a la construcción de tipos
o clases. Como puede suponerse, estas reglas están dictadas para
que tengan validez en los análisis cuantitativos y cualitativos. En
el momento de aplicarlas, nos vamos a encontrar principalmente
con tres dificultades: en primer lugar, seleccionar criterios que han
de llevar al cumplimiento de la Regla 3.a y decidir el momento
en que se va a realizar la selección; en segundo lugar, valorar la
naturaleza de los datos (lingüísticos y extralingüísticos) que van a
ser analizados, es decir, que serán repartidos en clases; por último,
si se trabaja desde la cuantificación, seleccionar las técnicas estadís­
ticas de análisis que ayudarán a hacer la clasificación.

3.2.1.1. Selección de criterios y momento de su aplicación


La selección de los criterios que han de determinar las clasifica­
ciones está directamente relacionada con la forma en que los datos
han sido recogidos y la finalidad del estudio. Un estudio típicamen­
te etnolingüístico analiza los datos recogidos discerniendo los ele­
mentos que llevan al establecimiento de clases. Cuando el análisis
es cuantitativo, las clasificaciones suelen realizarse sobre variables
y cada variable, lingüística y extralingüística, refleja un determina­
do número de variantes que deben ser cuantificadas. Acabamos de
referirnos a dos conceptos cuya separación es de singular importan­
cia para el análisis: variable y variantes. Ambos se utilizan como
criterios para hacer clasificaciones. Variable es un rasgo que puede
manifestarse de formas distintas, a las que se denomina variantes.
Así, por ejemplo, el fonema / s / , cuando va en posición implosiva
final de palabra, en numerosos puntos del mundo hispánico, puede
presentar distintas variantes en su realización: [s], [h], 0, etc. De
igual forma, la variable «edad», como elemento sociológico, es un
rasgo que encierra tantas variantes como años pueden contar las
personas en su vida. Los análisis cuantifican tanto las variables co­
mo las variantes. Las variables y variantes que se van a manejar
en el análisis suelen ser seleccionadas y establecidas por el investiga­
dor antes, incluso, de efectuar la recogida de datos, aunque no siem­
pre es así, constituyendo el núcleo de las hipótesis. Como puede su­
ponerse, cuando los criterios se seleccionan tempranamente es por­
que el investigador está en condiciones de hacerlo, es decir, porque
se ha realizado algún estudio exploratorio serio sobre cuyos resulta­
dos se han planteado hipótesis de trabajo.
Comentamos en el capítulo II que cuanto más sofisticada es
la recogida de datos, tanta más sencillez presenta el análisis. La
función «identificadora» de elementos será más importante en el
análisis de aquellos datos que hayan sido recogidos de una forma
poco elaborada. En este último caso, suele necesitarse una mayor
cantidad de material.

3.2.1.2. Otra vez sobre la naturaleza de los datos


Si decimos que el análisis consiste básicamente en identificar las
partes que componen un todo, en apariencia se da por cierto que
la realidad sociolingüística está organizada en clases o tipos. No
es así exactamente. El análisis es un artificio mediante el cual parce­
lamos una realidad de naturaleza continua para llegar a conocerla
SOCIOLINGÜÍSTICA. — 8
mejor. Nos referimos naturalmente a la realidad lingüística y a la
realidad social. No existen razones absolutas que obliguen a distin­
guir cuatro clases de edad en los informantes ( —20; 21 ~ 35; 36 ~ 50;
51 ~ ) . Lo mismo podríamos decir de la naturaleza de los datos
lingüísticos y su clasificación. ¿Por qué distinguir cuatro segmentos
estilísticos y no más? ¿Por qué para clasificar los registros hemos
de fijarnos sólo en la atención que el hablante presta a su discurso
o a las características de los oyentes, como propone Bell 7? ¿Por
qué distinguir sólo dos variaciones en la realización fonética del
sufijo ing ([in], [iq])? ¿Acaso la realidad no ofrece infinitas posibi­
lidades intermedias? 8.
La naturaleza de los datos (lingüísticos y no lingüísticos) es tan
compleja que el investigador, especialmente si desea hacer cuantifi-
cación, se ve obligado a vestirla de límites clasificadores. El proble­
ma no está tanto en parcelar la realidad o no, cuanto en parcelarla
de forma razonable o justificada de acuerdo con los objetivos de
la investigación y el costo que supondría cumplirlos.

3.2.2. L a s v a r ia b le s s o c ia le s

Las variables sociológicas con las que más ha trabajado la lin­


güística cuantitativa han sido: sexo, edad, raza, posición socioeco­
nómica y educación 9. Cada estudio otorga mayor relevancia a aque­
llas variables que van a dar un mejor rendimiento de acuerdo con
un fin último. La etnografía de la comunicación, por su parte, in­
cluye entre sus parámetros (además de los indicados) otros directa­
mente relacionados con la interacción cara a cara: elementos para-
lingüísticos y kinésicos, tipos de oyentes, detalles contextúales, así

7 Véase § 2.2.2.
8 Véase P. Trudgill, The Social Differentiation o f English in Norwich, Cam­
bridge, CUP, 1974, pág. 92.
9 K. R. Scherer y H. Giles, Social Markers in Speech, Cambridge, CUP, 1979.
como unidades puramente etnográficas y psicológico-sociales. Nos
detendremos especialmente en las variables vistas desde la cuantifi­
cación.
La importancia de la recogida de datos para el análisis es enorme,
porque en ella se pondrán en contacto estas clases sociológicas con
variables lingüísticas. Si las ordenaciones preparadas de antemano
no son correctas, el análisis será completamente infructuoso. Sin
embargo, no es necesario hacer mal las cosas para topar con limita­
ciones. Hudson comenta que la sociolingüística cuantitativa se ha
visto obligada, en parte, a trabajar con grupos de hablantes, no
con individuos 10. Un inconveniente de este sistema es que la varia­
ción que pueda darse dentro de cada grupo queda oculta, a menos
que contemos con datos suficientes como para calcular la «desvia­
ción típica o estándar» (§ 3.3.2.). Pero el problema más grave está
en que el análisis de grupos
no permite distinciones para la gente que pertenece a los grupos en
distintos grados; y cuando las puntuaciones individuales se han fun­
dido en promedios de grupo, no hay forma de indicar si ello debía
o no haber sido tomado en cuenta 11.

Esto nos lleva a otro asunto que fue levemente esbozado en


el capítulo anterior: la organización interna de los entes sociales.
La sociolingüística de Labov divide las comunidades en estratos
socioeconómicos y, por tanto, los análisis que se realizan son estra-
tificacionales. Esta concepción ha funcionado en ciudades como De­
troit 12, Nueva York, Norwich, San Juan de Puerto Rico, Las Pal­
mas de Gran Canaria, etc., pero parece claro que no tiene una vali­
dez universal. Por eso han surgido alternativas, como el concepto
de «mercado lingüístico» o el de «red social», sin contar con las

10 Hudson, R. A ., La sociolingüística, Barcelona, Anagrama, 1981, págs. 176-177.


11 Ibid., La sociolingüística, cit., pág. 179.
12 R. Shuy, W. Wolfram y W. K. Riley, A Study o f Social Dialects in Detroit,
Washington, D. C ., Office for Education, 1967.
posiciones defendidas por la etnografía de la comunicación 13. Tan­
to la «red» como el «mercado» tienden a interpretar la variación
sociolingüística, no en función de estratos (supuestos o reales), sino
de grupos de actividad comunicativa. En el concepto de «mercado
lingüístico» subyace el principio marxista según el cual la conducta
lingüística, y por tanto sus variaciones, viene determinada por la
relación de los hablantes con los medios de producción. Un merca­
do, tal y como lo entienden David Sankoff y Susan Laberge, refle­
jaría conductas dependientes de las actividades socioeconómicas de
los individuos 14.
El concepto de «red social» nació por un deseo de trabajar con
unidades menos abstractas que el estrato social. La definición de
«red social» ya quedó apuntada, pero hay otros muchos aspectos
que merecen comentario. Si consideramos que una red está forma­
da por las relaciones que un individuo establece con otros, estamos
obviamente ante un principio de validez universal, como ha afirma­
do Lesley Milroy. De lo que no estamos tan seguros es de que la
metodología empleada por Milroy para estudiar esas redes tenga
un alcance tan amplio, especialmente en lo que se refiere a la reco­
gida de datos 15. Desde el punto de vista del análisis de los factores
sociológicos que determinan la existencia de las redes, es importan­
te destacar que éstas poseen distintos grados de densidad y de mul­
tiplicidad, según el número de individuos que las forman y la fuer­
za de los vínculos que unen a sus componentes. Cada uno de los
miembros recibe un índice numérico que refleja la estructura de

13 Véase F. Moreno, Sociolingüística en EE.UU (1975-1985), Málaga, Ágora,


1988, Cap. 1.
14 «The Linguistic Market and the Statistical Explanation o f Variability», en
D. Sankoff (ed.), Linguistic Variation: Models and Methods, New York, Academic
Press, 1978, págs. 239-250.
15 Por ejemplo, tenemos nuestras dudas sobre el hecho de que todo el mundo
concediera el mismo grado de confianza si el investigador se presentara como «ami­
go de una amiga de un amigo», al menos en España.
su red, de acuerdo con los principios de densidad y multiplicidad.
Según resume la propia Milroy 16:
La medida usada en [...] Belfast para examinar la relación entre
la variación lingüística y la estructura de la red fue una escala de
seis puntos que medía los índices de los hablantes sobre cinco indica­
dores de multiplicidad y densidad (vecindad, parentesco, trabajo en
el mismo lugar que otros vecinos, trabajo en el mismo lugar que
otros vecinos del mismo sexo y amistad). Estos indicadores fueron
interpretados como requisitos que, si se cumplían, sugerían la exis­
tencia de una red personal relativamente densa y múltiple. A cada
individuo se le asignaba un punto por cada requisito que cumplía,
de tal forma que el grado de fuerza de la red era la suma de los
índices de los indicadores individuales.

Una vez que las redes y los elementos de su estructura están


cuantificados, es fácil poner en relación, o mejor en correlación
(§ 3.3.3), estos factores sociales con las variables lingüísticas. Sin
embargo, la cuantificación de la red tiene algunos problemas a los
que no es ajena la creadora del método. Los problemas principales
son dos: a) la medida y cuantificación de la red; b) el estudio
de la red débil.
a) Medida y cuantificación de la red. Los individuos que for­
man una red están integrados en ella en grados diferentes, que son
medidos a través de indicadores. Milroy señala que estos indicado­
res pueden variar de una comunidad a otra, es decir, el procedi­
miento de medición propuesto debería reelaborarse para cada co­
munidad que se desee estudiar. En Belfast funcionaron perfecta­
mente como indicadores el parentesco, el trabajo y las amistades
desarrolladas dentro de un entorno geográfico-urbano concretos;
sin embargo, estos indicadores pueden ser perfectamente inútiles
para otras comunidades. A ello hay que añadir que los indicadores

16 L. Milroy, Observing and Analyzing Natural Language, Oxford, Blackwell,


1987, pág. 106.
siempre deben ser susceptibles de recibir un tratamiento cuantitati­
vo, detalle que, de no producirse, podría añadir nuevas dificultades.
b) El estudio de la red débil. Una red débil está compuesta
por unos miembros con una movilidad geográfica y social grande
y que, por lo tanto, no consolidan lazos de unión suficientemente
sólidos. La dificultad de su estudio nace de la diversidad de relacio­
nes que esos miembros móviles pueden llegar a establecer. Esta di­
versidad impide comparar en igualdad de condiciones a los miem­
bros que forman la red y a diversas *redes débiles entre sí.
El método de las redes de Milroy evita numerosos puntos oscu­
ros, como los que presenta la estratificación, al centrarse en una
entidad social pegada a la realidad, pero, para aplicarlo, la investi­
gadora británica tuvo que reducir sus intereses a tres ámbitos de
la clase trabajadora. No se ofrece, pues, un panorama general de
una comunidad, sino precisiones sobre algunos de los grupos que
la componen. Ahora bien, desde la posición del análisis sociolin­
güístico estrictamente, el método ofrece suficientes garantías para
obtener unos resultados coherentes con la realidad.

3.2.3. L as v a r ia b le s lin g ü ís t ic a s

Cuando se abre un libro en el que se estudia sociolingüística-


mente una comunidad, un grupo o un ente social de cualquier di­
mensión, el lector suele encontrarse analizadas alrededor de una
decena de variables lingüísticas elegidas desde un primer momento
de acuerdo con los resultados de los estudios exploratorios. Así,
por ejemplo, Trudgill estudió en Norwich 16 variables, casi todas
ellas (13) vocálicas 17; Milroy atendió a 8 variables (7 vocálicas y
1 consonántica); L. Williams, en su investigación sobre Valladolid,
ha publicado datos de dos variables, una vocálica y otra consonán-

17 Véase P. Trudgill, The Social D ifferentiation..., cit.


tica 18; en nuestro estudio sobre el habla de Quintanar de la Orden
estudiamos un total de 11 variables 19. Son menos frecuentes análi­
sis como el de Valerie M. Jones 20, para el que se tuvieron en cuen­
ta 51 variables lingüísticas, si bien ello se debió a que sus técnicas
le permitieron trabajar con gran cantidad de datos poco elaborados
(el tratamiento informático fue imprescindible). Muchas más varia­
bles manejaron J. Pellowe y sus colaboradores, dentro también del
proyecto Tyneside Linguistic Survey. En total, fueron manipuladas
303 variables lingüísticas de carácter cualitativo y cuantitativo 21.
En el análisis sociolingüístico es importantísima la fase de iden­
tificación de las variantes de cada variable, aunque éstas fueran
recogidas en las hipótesis de partida, etapa cuyo éxito depende ex­
clusivamente de la preparación del investigador y de los medios ma­
teriales con que cuente para hacerlo. Es en el nivel fonético donde
la identificación se hace más complicada, aunque el auxilio de un
espectrograma (en el estudio de Labov, Yaeger y Steiner sobre Nue­
va York (1972) 22), o de un análisis de señales digitalizadas (en el
estudio del mismo Labov y sus colaboradores en Filadelfia 23), pue­
de disipar cualquier duda. Sin embargo, en esta última circunstan­
cia, el sociolingüista puede encontrarse con realizaciones cuya ads­
cripción a una variante u otra es sumamente dificultosa, teniendo
en cuenta que las variantes son consideradas como unidades discre­

18 L. Williams, «Two Features o f Working-Class Phonology in Valladolid», Or-


bis, 3 (1983), págs. 72-84.
19 F. Moreno, «Análisis sociolingüístico de actos de habla coloquiales», Español
Actual, 51 (1989), págs. 5-51.
20 J. Pellowe, et al., «Some Problems in the Computation o f Sociolinguistic
Data», tesis doctoral inédita, Newcastle upon-Tyne, 1978.
21 «A Dynamic Modelling o f Linguistic Variation: the Urban (Tyneside) Linguis­
tic Survey», Lingua, 30 (1972), págs. 1-30.
22 W. Labov, et al., A Quantitative Study o f Sound Change in Progress, infor­
me final de la National Science Foundation, Philadelphia, Regional Survey, 1972.
23 Véase W. Labov, Locating Language in Time and Space, New York, Acade-
mic Press, 1980.
tas. Es el propio investigador el que objetivamente establece los
márgenes entre variantes, y en su mano está el que dentro de un
segmento acústico los márgenes estén más o menos cercanos unos
de otros.
Este difícil paso no suele presentarse cuando se trata de analizar
datos sintácticos, léxicos o de una naturaleza similar, lo que no
quiere decir, ni mucho menos, que sea un camino despejado. Al
analizar actos de habla coloquiales en una comunidad toledana, las
variables lingüísticas nos obligaron a tomar a lo largo del proceso
metodológico algunas decisiones subjetivas. Las variables que tuvi­
mos en cuenta fueron actividades comunicativas del coloquio, co­
mo «expresiones vocativas», «excusas», «disculpas», «ofrecimien­
tos», «invitaciones», «ruegos», «saludos», «despedidas», etc. En
cada una de esas variables se admitieron alrededor de una decena
de variantes (actos de habla concretos). Pero ¿por qué esas varia­
bles y no otras?, ¿por qué ese número de variaciones y no otro
superior? La finalidad general del estudio fue probar una metodo­
logía esencialmente cuantitativa sobre unos datos que hasta ese mo­
mento se habían analizado solamente desde un punto de vista cuali­
tativo. En nuestra opinión, los resultados obtenidos fueron intere­
santes en algunos puntos y dejaron en evidencia las limitaciones
del método en otros. La primera limitación, aunque con compensa­
ciones evidentes, estuvo en la utilización del cuestionario como téc­
nica de recogida de datos: el cuestionario aleja al informante de
un registro informal. El segundo inconveniente estuvo en que sólo
pudo atenderse a aquellas variables que permitían una más fácil
cuantificación: las estrategias coloquiales más complicadas en los
niveles sintáctico, semántico y pragmático no pudieron ser someti­
das a nuestro esquema metodológico; además, no convenía hacerlo.
De esta forma, quedaron marginados numerosos e interesantes as­
pectos del coloquio. Para decidir las variantes que iban a ser anali­
zadas, se realizó una encuesta previa con un cuestionario de final
abierto. Las respuestas obtenidas (variantes), especialmente en la
sintaxis, no así semánticamente, fueron muy numerosas, contando
con que se impusieron fuertes restricciones pragmáticas (tercera li­
mitación), para asegurar que a todos los informantes se les ofrecía
exactamente las mismas situaciones comunicativas (comprensión).
Para la pregunta relativa al «ofrecimiento de la casa», de 50 infor­
mantes encuestados, se recogieron varias decenas de variantes que
diferían entre sí, en muchos casos, por pequeños matices sintácticos
o textuales. Lógicamente, si se hubieran analizado tal cual estos
datos, difícilmente se habrían obtenido conclusiones clasificadoras.
De ahí que decidiéramos agrupar las variantes menos evidentes des­
de la perspectiva de su funcionamiento como actos de habla: nues­
tro interés estaba más en este factor que en el puramente sintáctico.
El resultado fue la elección de nueve actos de habla, sobre los que
se realizó la encuesta definitiva con un cuestionario de alternativas
fijas.
El análisis cuantitativo de las variables lingüísticas consiste nor­
malmente, por una parte, en descubrir las cantidades de datos que
se han recogido de cada variable y variante, si es que éstas fueron
determinadas de antemano (en caso contrario habría que identificar
previamente las variantes); por otra parte, en relacionar y comparar
matemáticamente las cuantificaciones hechas sobre cada variable y
variante de naturaleza lingüística y sobre cada variable y variante
de naturaleza extralingüística. La sociolingüística variacionista exi­
ge dar cuenta de todas las apariciones de una variable y de todas
las no apariciones de variantes en contextos significativos.
En todo ello la estadística desempeña un papel de suma impor­
tancia multiplicando las posibilidades analíticas, especialmente si se
realiza con procedimientos informáticos, por la velocidad, capaci­
dad y fiabilidad que ofrecen, aparte de que permiten utilizar técni­
cas muy elaboradas, cuya aplicación manual sería impensable.
3.3. EL ANÁLISIS ESTADÍSTICO

3 .3 .1 . G e n e r a l id a d e s

Las posibilidades de aplicación de la estadística sobre materiales


sociolingüísticos podrían calcularse multiplicando unos por otros
los objetivos generales de las investigaciones, los objetivos de los
análisis, los posibles objetos de estudio y las naturalezas de los da­
tos recopilados. El resultado de esta operación sería una casuística
de difícil abarcadura. Teniendo esto en cuenta, mostraremos espe­
cial interés por las técnicas estadísticas más ampliamente utili­
zadas. No entraremos en explicar la forma en que las aplicaciones
de unas y otras técnicas pueden combinarse, ni se ofrecerá una des­
cripción exhaustiva y pormenorizada de los procedimientos que efec­
tivamente se traten. El lector podrá satisfacer su curiosidad sobre
todo esto en los manuales de estadística lingüística más al uso 24.
Es verdad que las técnicas que aquí vamos a comentar también
aparecen tratadas en esos manuales, pero, si aún así y a pesar de
no ser estadísticos, hemos decidido incluirlo es porque en esos li­
bros no se ejemplifica preferentemente con datos sociolingüísticos:

24 En relación con la lingüística, es aconsejable A . Woods, P. Fletcher y A


Hughes, Statistics in Language Studies, Cambridge, CUP, 1986. Las explicaciones
suelen construirse sobre sencillos ejemplos no lingüísticos, aunque en todos los capí­
tulos se aducen análisis, más complejos, sobre aspectos de lengua o de actividades
relacionadas con la enseñanza de lenguas. Algo simple, en relación con los proble­
mas que plantea la sociolingüística, es el libro de Ch. Muller, Estadística lingüística,
Madrid, Gredos, 1973. Para técnicas avanzadas de estadística, véase D. Hoaglin,
M. Mosteller y J. Tukey (eds.), Exploring D ata Tables, Trends and Shapes, New
York, Wiley, 1985. También es útil, aunque no tan actual, J. Tukey, Exploratory
D ata Analysis, Reading, Mass., Addison Wesley, 1977. Sobre estadística en Ciencias
Sociales, véase A. Lovie, N ew Developm ents in Statistics f o r Psychology and the
Social Sciences, London, British Psychological Society and Methuen, 1985.
nosotros sí lo haremos. No obstante, la intención es que estas notas
despejen el camino hacia unas obras especializadas que en más de
una ocasión se levantan como muros infranqueables para los lin­
güistas.
En el capítulo I, formulamos dos reglas relacionadas con el uso
de la estadística en el estudio de la lengua y la sociedad. La primera
apuntaba que el análisis estadístico debe cumplir dos fines: a) des­
cribir y resumir los datos; y b) hacer estimaciones de fiabilidad.
Los contenidos que aparecen en la regla serán desarrollados a lo
largo de los siguientes epígrafes. Sin embargo, nos darán pie ahora
para hablar de los tipos de estadística. La regla posee dos partes
que responden a dos finalidades que perfectamente podrían reflejar
dos subgrupos dentro del conjunto de la disciplina estadística. Pero
esta división no es la única que se ha propuesto hasta el momento.
Insistimos en que nos estamos ciñendo a lo que se ha hecho dentro
de los ámbitos más cercanos a la sociolingüística. John Tukey en
1977 25 distinguió entre estadística exploratoria y estadística confir­
matoria: la primera acoge un conjunto de técnicas fáciles y seguras
que permiten describir datos descubriendo las líneas maestras de
su estructura interna; la segunda permite confirmar hipótesis que
se han planteado a raíz de las descripciones hechas por la anterior.
Como puede observarse, no existen notables discrepancias entre la
subdivisión que presentamos en primer lugar y la de Tukey, si ob­
viamos el hecho de que Tukey propone algunas formas particulares
de hacer estadística exploratoria 26.
Criterios diferentes se siguen al distinguir entre estadística des­
criptiva y estadística de inferencias: una descripción consiste sim­
plemente en cuantificar estadísticamente un conjunto de datos; con
la inferencia también se cuantifican unos datos, pero a través de
ella podemos aplicar de forma válida las conclusiones de esos análi-

25 J. Tukey, Exploratory Data Analysis, cit.


26 Véase comentario en L. Milroy, O bserving..., págs. 138-139.
sis a conjuntos de datos de mayor entidad y de mayor número que
no han sido realmente analizados en su totalidad. También se ha­
cen inferencias sobre cómo debe ser el conjunto de elementos que
van a representar a una población. La estadística de inferencias
ha tenido una gran importancia en el desarrollo de la sociolingüísti­
ca, por cuanto se ha podido afrontar el estudio del habla de cente­
nares de hablantes partiendo de los datos recogidos en sólo unos
pocos, sin que el principio de la representatividad quedara grave­
mente en entredicho. Aunque no lo hiciéramos explícito, lo comen­
tado más arriba a propósito de los muestreos y de la selección de
informantes cae directamente dentro de la esfera de la estadística
de inferencias. Sirvan aquellas páginas como introducción al mues­
treo 27, aunque ello no será óbice para que retomemos algunos as­
pectos inmediatamente.
Para Ralph Fasold, en la mayoría de los usos de la estadística
en sociolingüística subyacen cuatro conceptos: población, caracte­
rística, cuantificación y distribución 28. Probablemente valga la pe­
na detenernos en ellos, en parte como resumen, en parte como mar­
co general de referencia, antes de dar inicio a puntos más concretos.
Población. Todo estudio estadístico necesita de una población
para poder realizarse. Unas líneas más arriba nos referíamos a la
población de informantes; como puede suponerse, la estadística puede
aplicarse sobre cualquier conjunto de elementos. Estas poblaciones
pueden estudiarse bien en su totalidad, generalmente cuando están
compuestas de pocos elementos, bien a través de muestras. En el
caso de la sociolingüística, como es patente, las poblaciones que
se manejan están compuestas de elementos lingüísticos (variables
lingüísticas) y de elementos sociales (variables sociales).
Característica. Se llaman «características» a las variables pro­
piamente dichas. Generalmente algunas de estas variables son de­

27 Puede completarse con los capítulos 4-7 de A. Woods et al.


28 R. Fasold, The Sociolinguistics o f Society, Oxford, Blackwell, 1984, págs. 86-91.
pendientes y otras independientes: las dependientes suelen constituir
el objeto de estudio primordial de la investigación; las indepen­
dientes se valoran en cuanto que están relacionadas o influyen
sobre las dependientes. En el caso de la sociolingüística laboviana,
las variables dependientes son las lingüísticas y las sociales las inde­
pendientes, puesto que su objetivo casi fundacional es el estudio
del lenguaje en su contexto social. Ahora bien, el trato que los
investigadores den a unas y otras no tienen por qué ser siempre
el mismo.
Cuantificación. Las cuantificaciones se realizan sobre las carac­
terísticas o variables. Desde esta perspectiva, existen dos tipos de
variables: variables cualitativas 29 y variables cuantitativas. Unas y
otras, para la cuantificación, son analizadas sobre escalas. Las cua­
litativas son organizadas en escalas nominales u ordinales. En las
primeras, los elementos simplemente reciben una etiqueta o un nú­
mero, sin que ello implique un orden determinado; en las segundas,

Escala nom inal Escala ordinal


Variable cualitativa: «profesión» Variable cualitativa: «edad»
1. Agricultor 1. — 20
2. Comerciante 2. 21 ~ 35
3. Camarero 3. 36 ~ 50
4. Empleado de la construcción 4. 50-

C uadro 5

se establece un orden, pero los intervalos entre los grados no son


regulares (ver Cuadro 5). Podría servir como ejemplo de variable
cualitativa, sujeta a una escala nominal, la de «profesión» (se enu­
merarían las profesiones, sin que ello implicara que el agricultor

29 No se confunda el concepto de cualificación (vs. cuantificación) en un plano


metodológico general, con el de cualificación dentro de la cuantificación.
fuera anterior, en cualquier sentido, al comerciante). La escala ordi­
nal se encuentra a medio camino entre la cuantificación enumerativa
y la mensural. Podríamos ejemplificarla con la variable edad: cada
grado es superior al que le antecede ( ~ 20 < 21 ~ 35 < 36 ~ 50 <
51 ~ ) .
Las variables cuantitativas admiten medición interna, para la
que se utilizan dos tipos de escalas: «escala de intervalos» (interval)
y «escala proporciona}» (ratio scale). En ellas los elementos se or­
denan en diferentes niveles y a distancias iguales siguiendo la defi­
nición de Shavelson 30, aunque, en la primera, los límites de la es­
cala los marca el investigador arbitrariamente y en la segunda, de
acuerdo con unos criterios objetivos. Podríamos aplicar una escala
de cuantificación mensural a la abertura de las vocales finales tras
la caída de la implosiva final en andaluz oriental, por ejemplo, dis­
tinguiendo intervalos equidistantes. Desde un punto de vista socio-
lingüístico, tiene poca trascendencia el hecho de que los límites de
las escalas sean fijados arbitrariamente o no.
Distribución. La «distribución» consiste en establecer el número
de elementos de una variable que aparece en cada grado de las esca­
las. Es relativamente frecuente encontrar una mayor cantidad de
estos elementos en los intervalos centrales, pero dependerá siempre
de qué variable se estudia, de qué elementos la componen y de có­
mo se ha construido la escala.

3.3.2. La d e s c r ip c ió n e s t a d ís t ic a : c o n c e p t o s b á s ic o s

Cuando los datos han sido localizados y contados, e incluso


han sido ordenados 31, aunque sea parcialmente, en escalas, esto

30 R. Shavelson, Statistical Reasoning o f the Behavioral Sciences, Boston, Allyn


and Bacon, 1981, pág. 17.
31 Según el criterio de cada investigador.
es, cuando los datos ya han sido codificados y tabulados, se está
en condiciones de iniciar el análisis estadístico en sí. Para éste he­
mos distinguido dos finalidades: describir y resumir los datos y
hacer estimaciones de significación y fiabilidad. Los conceptos esta­
dísticos básicos mediante los cuales se describen y resumen los da­
tos son los siguientes: frecuencia, media, mediana, desviación típica
(o desviación estándar) y varianza.

3.3.2.1. La frecuencia
El concepto de frecuencia es bien conocido por todos: el núme­
ro de veces que aparece un elemento dado en una unidad concreta.
La sociolingüística trabaja constantemente con frecuencias: el nú­
mero de veces que se ha producido la caída de -d- intervocálica
en la terminación -ado de los participios, en los textos recogidos
del discurso informal de hablantes de una clase social concreta 32;
el número de elementos léxicos de la industria textil (en español)
que han sido tomados de la lengua inglesa sin una adaptación fono-
morfológica 33, etc.
Las frecuencias suelen presentarse de dos formas: bien como
frecuencias absolutas (el número real de veces que aparece un ele­
mento), bien como frecuencias relativas, llamadas también propor­
ciones o porcentajes (la proporción de casos respecto de un total
en que aparece un elemento). Aunque en sociolingüística se trabaja
con ambos tipos, en más de una ocasión se presentan solamente
las frecuencias relativas. Es conveniente dar cuenta simultáneamen­
te de ambas para poder comprobar la significación real de las pro­
porciones: no es lo mismo obtener una frecuencia de 45 % desde

32 L. Williams, «Two Features o f Working-Class Phonology in Valladolid», cit.,


págs. 72-75.
33 H. López Morales, «En torno al léxico textil de Puerto Rico», en Dialectolo­
gía y sociolingüística. Temas puertorriqueños, Madrid, Hispano va de ediciones, 1979,
pág. 67.
una frecuencia absoluta de 4 datos, que desde una de 300 datos.
Esto resulta especialmeiite importante cuando se trata de comparar
porcentajes paralelos: puede no tener el mismo valor una frecuen­
cia del 10% obtenida de una absoluta de 1 sobre un total de 10
casos, que una frecuencia del 10% desde una absoluta de 100 sobre
un total de 1.000 casos.
Si en la recogida de datos no se ha podido evitar que las varia­
bles estén representadas por un número similar de elementos, el
análisis debe incluir, junto a las frecuencias relativas, las frecuen­
cias absolutas, de las que se han extraído las primeras. La frecuen­
cia que aparece más veces repetida recibe el nombre de «moda».

3.3.2.2. Media y mediana


Los conceptos de media, mediana, desviación típica y varianza
pertenecen al ámbito de la «distribución de los datos». Son los ins­
trumentos encargados de dar cuenta de la distribución de las fre­
cuencias en las escalas establecidas.
La media también llamada media aritmética (x) es un promedio
que se halla sumando las frecuencias de una serie de elementos y
dividiendo el resultado por el número de elementos estudiados. Aun­
que la media puede ser un valor descriptivo importante con vistas
a la interpretación del estudio sociolingüístico, requiere ir acompa­
ñada de otras indicaciones estadísticas, como la desviación típica
o la varianza, para asegurar que no se obtiene una imagen defor­
mada de la realidad.
La distribución que suelen presentar los datos a lo largo de una
escala frecuentemente forma una figura simétrica, representada por
medio de una curva que recibe el nombre de curva normal y que
muestra claramente una acumulación de elementos en los estadios
intermedios 34.

34 Sobre la curva normal o de Gauss, véase A. Woods et al., Statistics..., págs.


87-88. El estudio de la distribución normal requiere el manejo de tablas.
La mediana es el punto intermedio de una escala de intervalos.
Su cálculo puede ser muy útil para la interpretación de los análisis,
porque da un punto de referencia ó un «dato típico» para valorar
más correctamente el comportamiento cuantitativo de un grupo de
elementos. Como puede suponerse, media y mediana no han de
coincidir necesariamente. Pongamos un ejemplo elaborado sobre
algunos de los datos que aparecen en un trabajo de Humberto Ló­
pez Morales sobre el léxico de la industria tex til35. En este estu­
dio 36 se presenta la lista de unidades léxicas en las que aparecen
en competición 76 términos del español y otros tantos del inglés
para designar 76 referentes distintos («caja de la bobina» / bobine
cage; «tendedor» / spreader; etc.). Las frecuencias absolutas de las
unidades mayoritarias en cada una de las «competiciones» van des­
de 1 hasta 32; las frecuencias de las minoritarias van desde 1 hasta
12. La media aritmética de las primeras es de 8,5, frente a 2.5 de
las minoritarias; sin embargo, la mediana en las mayoritarias es
de 16, mientras que en las segundas es de 6. Habría que contar
con estos últimos puntos de referencia para saber que de las 76
parejas en competición, sólo 11 están por encima de la mediana,
entre los términos mayoritarios, y sólo lo consiguen 9 entre los mi­
noritarios; dicho de otra manera, de las parejas analizadas, sólo
en 11 se observan importantes diferencias en cuanto a la frecuencia
de uno de los términos alternativos.

3.3.2.3. Varianza y desviación típica


Aunque dos poblaciones o muestras presenten una media idénti­
ca respecto de una variable determinada, puede haber entre ellas
importantes diferencias: una de las poblaciones puede ser muy ho­
mogénea, es decir, los elementos que la componen pueden ser muy
similares entre sí, mientras que es posible que la otra sea muy
heterogénea. En el primer caso, la variabilidad interna sería peque-

35 Véase n. 33.
36 Cf. págs. 74-76.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 9
ña y en el segundo, grande, o, dicho de otra forma, en la heterogé­
nea existiría una mayor dispersión que en la homogénea. Vayamos
a una ejemplificación. Supongamos que tenemos dos muestras de
diez hablantes, una de hombres y otra de mujeres, sobre las que
hemos recogido el número de aspiraciones de -s en posición implo­
siva (final de sílaba y de palabra) que aparecen al leer un texto.
Podemos encontrarnos con que la media de aspiraciones de -s es
de 5 en cada una de las muestras. Esta coincidencia podría dar
lugar a interpretaciones engañosas si no valoramos qué dispersión
tiene el fenómeno entre hombres y mujeres. En la primera columna
de los Cuadros 6 y 7 aparecen las frecuencias absolutas de aspira-

Hombres Mujeres

X d d2 X d d2
3 -2 4 1 -4 16
6 1 1 18 13 169
12 7 49 22 17 289
4 -1 1 1 -4 16
8 3 9 2 -3 9
7 2 4 1 -4 16
6 1 1 2 -3 9
2 -3 9 1 -4 16
1 -4 16 1 -4 16
1 -4 16 1 -4 16
M

o
O

Lx = 50 Hd2 = 572
X
II

Erf=0 I d2 =
II

x=5 x=5

C ua d r o 6 C u a dro 7

ción en los individuos de cada muestra, así como la suma total


de aspiraciones (Ex) y la media (x).
Los mecanismos que la estadística pone a nuestra disposición
para calcular la dispersión a la que antes nos referíamos son la
varianza (v) y la desviación típica (s). Ambas técnicas nos propor­
cionan información acerca de cómo se distribuyen los elementos
alrededor de la media. De hecho, se trata de cuantificar cuánta
es la variación de los datos y cuánto se desvían los elementos anali­
zados respecto de la media.
El cálculo de la varianza, en un ejemplo como el que estamos
tratando, consta principalmente de tres etapas:
1.a) Ver la diferencia (d) de cada frecuencia respecto de la me­
dia, para lo cual se realiza sencillamente una resta (x¡—x). Una
vez que se han restado todas las frecuencias de la muestra, para
comprobar que los cálculos están bien hechos, se suman los resulta­
dos entre sí (Ld): siempre debe obtenerse 0 (ver la segunda columna
de los Cuadros 6 y 7).
2 .a) Calcular el cuadrado de la diferencia obtenida en cada
resta (d2) y sumar los resultados (Ld2) (columna tercera de cada
cuadro).
3.a) Dividir Zd2 entre el número de x analizadas (n; en este
caso diez) menos uno. Así se obtendrá la varianza

n—1

En la muestra de los hombres, la varianza es 12.2; en la de las


mujeres, 63.6. Al comparar las varianzas queda claro que la homo­
geneidad de las muestras es muy diferente. La fase interpretativa
del método se encargará de señalar los porqués, aunque previamen­
te puedan aplicarse otras técnicas estadísticas que hagan más fácil
la interpretación final.
El cálculo de la desviación típica sólo requiere aplicar la fórmu­
la s= W ; en nuestro ejemplo, la desviación de la muestra de hom­
bres es de 3.5, mientras que en las mujeres es de 8.0. Queda clara
la mayor homogeneidad de la primera respecto de la segunda 37.

37 Véase A. Woods et al., Statistics..., págs. 40-43.


3.3.2.4. Probabilidad
El estudio de las probabilidades tiene como fin cuantificar el
tipo de relación que existe entre las características de una muestra
y la población de la que se extrajo esta última. No está dentro
de nuestro alcance comentar, ni aun con brevedad, los aspectos
más relevantes del cálculo de probabilidades: para ello necesitaría­
mos manejar operaciones matemáticas que son tangenciales a los
intereses de estas páginas. Pero sí es necesario comentar aquellos
puntos de la sociolingüística en los que más se ha dejado sentir
el influjo de las probabilidades. En ellos destaca con luz propia
el «modelo de la regla variable», auténtico núcleo teórico-
metodológico de la sociolingüística de William Labov.
El variacionismo pretende incorporar un elemento probabilísti-
co en la competencia lingüística que concibió Chomsky 38, sustitu­
yendo las tradicionales «reglas opcionales», en las que subyace el
concepto de variación libre, por «reglas variables». Cada «regla va­
riable» incluye un coeficiente específico que cuantifica la probabili­
dad de que una regla se aplique de acuerdo con una serie de cons­
tricciones de naturaleza lingüística y social39.
Los coeficientes probabilísticos se calculan a partir de las fre­
cuencias de materiales recogidos en trabajo de campo, ya que, de
hecho, una «probabilidad» no es más que una frecuencia relativa
esperada. El modelo de «regla variable», o de cálculo de los coefi­
cientes de probabilidad de una regla, más reciente fue propuesto
por David Sankoff y Pascale Rousseau en 1978 40. Su nombre es
«modelo lógico» y responde a la siguiente representación matemática:

38 N. Chomsky, A spectos de la teoría de la sintaxis, Madrid, Aguilar, 1970.


39 Véase W. Labov, «Contraction, Deletion, and Inherent Variability o f the En­
glish Copula», Language, 45 (1969), págs. 715-762. También H. López Morales,
«Estudio de la competencia sociolingüística: los modelos probabilísticos», Revista
Española de Lingüística, 11 (1981), págs. 247-268.
40 «Advances in Variable Rule Methodology», en D. Sankoff (ed.), págs. 57-69.
donde p es probabilidad, po es la probabilidad de que la regla se
aplique en el contexto más favorable y a , b, ..., n son cada uno
de los rasgos del contexto en que puede darse la regla.
La aplicación del «modelo lógico» sobre materiales reales se lle­
va a cabo a través dé un programa de ordenador denominado v a r -
b r u l . Tanto el modelo como el programa pertenecen al ámbito de

la estadística del análisis multivariable, al que más adelante nos


referiremos.

3.3.2.5. Presentación de datos en gráficos


Concluiremos estas páginas dedicadas a la descripción estadísti­
ca comentando una faceta de singular importancia para lograr des­
cribir y reunir los datos de una forma eficaz: la elaboración de
gráficos y tablas.
La finalidad de las tablas suele ser ordenar una serie de elemen­
tos (datos sociológicos, contextúales o lingüísticos) en clases o ca­
tegorías mutuamente excluyentes. Los datos que habitualmente apa­
recen en las tablas son frecuencias relativas y absolutas (recordemos
la conveniencia de dar cuenta de ambas). La complejidad de una
tabla será mayor cuantos más sean los grupos de datos (variables)
admitidos dentro de ella; por ejemplo, puede considerarse una ta­
bla medianamente compleja la que da cuenta de las frecuencias de
un hecho lingüístico en individuos divididos en las categorías de
sexo, edad y profesión.
Sobre los datos proporcionados por tablas como la que se re­
produce en el Cuadro 8, se pueden construir gráficos y diagramas
que, a la vez de reproducir estos mismos datos, los presentan de
una forma eficiente. Son varios los tipos de gráficos que se utilizan
en sociolingüística. Entre eílos destacan los diagramas de barras,
las curvas y los histogramas. Todos permiten comparar de un rápi­
do vistazo frecuencias pertenecientes a categorías distintas, pues son
al menos dos los parámetros que se ofrecen: uno se representa ver­
ticalmente y el otro en horizontal.
1 2 3 4 5 ' 6
varón mujer 10-25 26- estu­ no-estu­
diante diante

1 varón 42
2 mujer 0 39
3 10-25 23 20 43
4 26- 19 19 0 38
5 estudiante 20 20 38 2 40
6 no-estudiante 22 19 5 36 0 41
1 arquitecta 8 10 10 8 8 10
2 catedrática 26 28 30 24 27 27
3 científica 24 26 25 25 24 26
4 crítica 17 22 20 19 21 18
5 diplomática 32 31 33 30 31 32
6 física 23 24 25 22 24 23
7 ingeniera 16 14 18 12 17 13
8 médica 16 18 14 20 12 22
9 ministra 19 26 21 24 20 25
10 pilota 2 3 1 4 2 3
11 química 29 21 25 25 25 25
12 asistenta 40 38 41 37 37 41
13 comedianta 29 24 26 27 21 32
14 comercianta 18 17 14 21 11 24
15 dependienta 40 37 40 37 37 40
16 estudianta 8 11 5 14 4 15
17 presidenta 30 35 32 33 30 35
18 veterinaria 32 26 33 25 29 29
19 perita 4 5 4 5 3 6
20 conce jala 28 22 24 26 21 29
21 decana 17 16 17 16 12 21
22 diputada 37 31 38 30 33 35
23 escribienta 16 12 13 15 12 16
24 sirvienta 41 37 43 35 39 39
25 naveganta 3 5 3 5 3 5
26 licenciada 42 36 42 36 39 39

Cuadro 8

Frecuencia de uso de sustantivos con m orfema fa } para


profesiones desempeñadas por mujeres 41

41 F. Moreno y H. Ueda, «El género en los sustantivos del español: sob


naturaleza gramatical», Boletín de la Academ ia Puertorriqueña de la Lengua Esp
ñola, XIV (1986), pág. 108.
Los diagramas de barras y las gráficas de curvas (muy utilizadas
por Labov) frecuentemente tienen el mismo valor y la misma signi­
ficación estadística. La elección de uno u otro sistema en esos casos
viene determinada por la calidad plástica y su capacidad para hacer
los datos más fácilmente aprehensibles de cara al lector. En nuestro
estudio sobre el uso de tú y usted en una comunidad rural española
utilizamos una gráfica de curvas para representar la frecuencia de
usted en hombres y mujeres menores de 20 años según el tipo de
interlocutor hacia el que fuera dirigido el tratamiento 42 (Cuadro 9).

Frecuencia aproximada
de uso de «usted»

cidos «de de ma- con


respeto» yor edad carrera

C uadro 9

Sin embargo, también contamos con la alternativa de haber presen­


tado un diagrama de barras como el que se muestra en el Cuadro 10.
Los histogramas, por su parte, suelen utilizarse cuando los dos pa­
rámetros son escalas graduales cuantitativas (Cuadro 11). Los gra­
dos de las escalas (intervalos) deben estar dispuestos de tal manera

42 F. Moreno, «Sociolingüística de los tratamientos. Estudio sobre una comuni­


dad rural», Anuario de Letras, XXIV (1986), págs. 87-120.
Frecuencia aproximada
de uso de «usted»

edad carrera
C u a d ro 10

que su valor cuantitativo sea inferior al de los grados anteriores


y superior al de los grados posteriores. A su vez, es posible repre­
sentar por medio de curvas los contenidos de los histogramas, y
viceversa.
Parámetro A

3H
30-
25-
20- ______________ ______________

15- _____
10- --------------------

5 - 1 1 1 1 1 1 1 ___________________

10 20 30 40 50 60 Parámetro B

C uadro 11

También pueden presentarse los datos combinando diversas téc­


nicas gráficas: por ejemplo, curvas y diagramas de barras, como
hizo Humberto López Morales para representar los índices de dis­
ponibilidad léxica de los alumnos de la escuela pública de la zona
metropolitana de San Juan de Puerto Rico según su nivel socioeco-
nómico (Bajo, Obrero y Medio) y sus grados escolares (1, 3, 5) 43.
En el Cuadro 12 aparecen barras para dar los datos sobre cada
nivel y cada grado, y una curva que indica la media de disponibili­
dad en cada grado escolar.

B O M B O M B O M
1 3 5

C u ad ro 12

3 . 3 .3 . P ruebas e s t a d ís t ic a s

El segundo fin del análisis estadístico es el de hacer estimaciones


de significación y de fiabilidad. Cuando los datos han sido descri­
tos y se ha conseguido de ellos valores estadísticos importantes,
como pueden ser las medias y las desviaciones típicas, se está en
condiciones, partiendo por lo general de las frecuencias, de ir más
allá en el análisis. Este ir más allá consiste en plantear un conjunto
de hipótesis que los datos deben aceptar o rechazar ofreciendo unas
probabilidades de error lo más bajas posibles 44. Las hipótesis pue-

43 H. López Morales, «Disponibilidad léxica y estratificación socioeconómica»,


en Dialectología y sociolingüística. Temas puertorriqueños, cit., pág. 179.
44 La fiabilidad depende de esto. R. Fasold, The Sociolinguistic o f Society, cit.,
pág. 93.
den referirse a la vinculación existente entre diversas variables y
pueden ser planteadas de forma positiva o de forma negativa. La
forma negativa, hacia la que están orientadas muchas de las prue­
bas estadísticas (varianza, t, x2, etc.), consiste en presentar una hi­
pótesis que debe ser rechazada al aplicar la estadística sobre los
datos, de tal manera que quede comprobada su contraria: recibe
el nombre de «hipótesis nula» (nuil hypothesis). Existen dos aspec­
tos de singular importancia a la hora de plantear y comprobar hi­
pótesis: la preparación y los tipos de datos sobre los que se va
a comprobar. Al redactar una hipótesis debe dejarse a un lado cual­
quier tipo de ambigüedad que impida el éxito del análisis. No sería
adecuada una hipótesis que dijera: «La corrección en los usos lin­
güísticos de un hablante está directamente relacionada con su cali­
dad de vida», porque no se especifica qué factores explican el nivel
de «calidad de vida» ni qué se entiende por «corrección». Sí sería
válida una hipótesis como ésta: «La aspiración de -s implosiva final
de palabra en Madrid disminuye conforme los ingresos económicos
de los hablantes aumentan». En cuanto a los tipos de datos, hay
que tener en cuenta si éstos aparecen ordenados en escalas de inter­
valos o en escalas nominales u ordinales, es decir, si las variables
con las que se va a trabajar son cuantitativas o cualitativas. Cuan­
do se estudian escalas de intervalos se aplican técnicas estadísticas
paramétricas; en el caso de escalas nominales, técnicas no paramé-
tricas.
En el capítulo que Ralph Fasold dedica a la estadística en su
The Sociolinguistics o f Society, se presentan cuatro pruebas estadís­
ticas como las más usadas entre los sociolingüistas: análisis de va­
rianza (anova), la prueba t, j i cuadrado (x2) y correlación 45.

45 Ibid., págs. 94 y sigs.


3.3.3.1. Análisis de varianza 46 y prueba t
El análisis de varianza ( a n o v a ) se aplica cuando las variables
dependientes están organizadas en escalas de intervalos. Su finali­
dad, como quedó apuntado más arriba, es comparar las medias
y la forma en que los datos se distribuyen alrededor de esas medias.
Pueden distinguirse básicamente dos tipos de a n o v a : el análisis
simple y el análisis compuesto. El primero consiste en comprobar
si muestras diferentes de una misma variable tienen comportamien­
tos distintos respecto de otra variable; el segundo permite hacer
lo mismo, pero atendiendo a más de una variable.
Para comprender el a n o v a debemos apuntar algunas nociones
generales sobre la prueba /. Ésta también es paramétrica y sus fines
prácticamente coinciden con los de la variedad de a n o v á que he­
mos llamado análisis simple. Para aplicar la prueba t necesitamos
contar con dos variables: por ejemplo, el sexo y la abertura de la
vocal final tras producirse la caída de una consonante implosiva
final (andaluz oriental). Como se puede observar, la primera es de
las que se cuantifican enumerativamente, mientras que la segunda
admite una cuantificación mensural: el sexo sería la variable inde­
pendiente y la abertura vocálica la variable dependiente. Aplicando
la prueba t averiguaríamos si la conducta de hombres y mujeres
es significativamente distinta en lo que se refiere a la abertura de
las vocales finales. Decimos significativamente porque las diferen­
cias entre las muestras, es decir, la similitud o disimilitud de las
desviaciones típicas respecto de las medias, nos vienen dadas por
el cálculo de F (F ratio), dividiendo la varianza más grande entre
la varianza más pequeña. La prueba t nos dice si la diferencia pre­
sentada por F es significativa o no, es decir, cuál es la probabilidad
de que esa diferencia se deba al azar. Para calcular el valor de
t sobre muestras independientes es necesario aplicar la fórmula:

46 Excelente presentación del análisis de varianza, en A. Woods et al., Statis-


tics..., cap. 12.
Xi — X2

\\ ¡/ ni
- + ~n2
donde n es el tamaño de cada muestra (1 y 2), s la desviación típica
y x la media 47.
La diferencia principal entre la prueba t y el análisis simple está
en que t sólo puede trabajar con dos muestras (en nuestro ejemplo,
una de hombres y otra de mujeres), mientras que a n o v a simple
puede trabajar con más, siempre que sean estados distintos de una
misma variable (por ej., edad: —20, 21 —35, 36 —50, 51 —).
La gran ventaja del análisis compuesto de la varianza es que
permite manejar más de una variable (por ej., sexo y edad) 48, den­
tro de las cuales se distinguen varios niveles, con los cuales se tra­
baja realmente.

3.3.3.2. Ji cuadrado (x2)


La prueba de x2 es de carácter no paramétrico y tiene como
objeto comprobar si la distribución de dos variables es indepen­
diente o interdependiente. Su cálculo trabaja con unos valores ob­
servados (o) y con unos valores esperados teóricamente (e). La fór­
mula general de la prueba de x2 es la siguiente:

e
Esta prueba puede aplicarse sobre cualquier número de varia­
bles y trabaja con frecuencias absolutas. Una correcta utilización
de ella implica realizar tres tareas, aparte de las operaciones deriva­
das de la fórmula:

47 Véase L. Milroy, Language and Social Networks, 2 .a ed., Oxford, Blackwell,


1987, págs. 122 y sigs.
48 Véase A. Woods et al., Statistics..., págs. 200-212.
1.°) Calcular los valores esperados.
2.°) Calcular los grados de libertad.
3.°) Consultar la tabla de distribución de x2.

1.°) Cálculo de los valores esperados. La prueba se aplica so­


bre tablas de frecuencias observadas donde los datos se ordenan
en líneas y columnas, como en el Cuadro 13.

Col. A Col. B Col. C Total

Línea 1 62 58 60 180
Línea 2 108 96 102 306
Línea 3 46 31 49 126
Línea 4 33 27 37 97

Total 249 212 248 709

C ua dro 13

Los valores esperados de las frecuencias de cada columna se


obtienen por medio de una sencilla regla de tres aplicada sobre los
totales:
Total absoluto (709) Total Línea 1 (180)
Total Col. A (249) (e) Lín. 1, Col. A

e
709

Así pues, al valor observado 62 (Lín. 1, Col. A) le corresponde


un valor teórico o esperado de 63.2.

2.°) Cálculo de los grados de libertad. Esta operación nos per­


mitirá llevar a cabo la consulta de la tabla de distribución. Para
saber con cuántos grados de libertad se está operando (v), hay que
multiplicar el número de columnas de datos menos uno, por el nú­
mero de líneas menos uno
v = (C—1)(L—1)

En la tabla encontramos 4 líneas y 3 columnas; contamos, pues,


con 6 grados de libertad.

3.°) Consulta de la tabla de distribución de x2. Una vez que


se ha calculado la distribución de x2, y sabiendo el número de gra­
dos de libertad de la operación, ha de consultarse la tabla de la
prueba. En ella comprobaremos si nuestro x2 es significativo o no.
Para cada posible grado de libertad se da la probabilidad (p) de
que el valor de x2 dado por la tabla fuera el mismo o no en caso
de que la distribución fuera aleatoria. La interpretación de los re­
sultados de la prueba ha de pasar necesariamente por la consulta
de esta tabla. Tanto un mal cálculo de los grados de libertad como
una verificación errónea sobre la tabla, pueden falsear e inutilizar
los resultados de la prueba.
La aplicación de la prueba de x2 no es incompatible con el uso
de otras técnicas estadísticas, es más, el investigador puede ver muy
beneficiada su interpretación si distintos extremos de sus hipótesis
son confirmados por medio de cálculos y pruebas diversas. Éste
fue nuestro interés al analizar la fuerza de la relación que podía
existir entre longitud de los actos de habla (número de fonemas)
y cortesía en el habla de Quintanar de la Orden 49. Sobre una hipó­
tesis de trabajo, pusimos en práctica varias pruebas estadísticas:
Hipótesis nula. No hay relación entre el número de fonemas
de una fórmula lingüística y la aparición en ella del tratamiento Vd.
Comprobación. Seleccionamos 24 fórmulas corteses y 24 no cor­
teses con el siguiente criterio: consideramos fórmulas lingüísticas
corteses aquellas que son más utilizadas cuando el tratamiento que

49 F. Moreno, «Estudio sobre el habla de Quintanar de la Orden mediante orde­


nadores», tesis doctoral, Madrid, Univ. Complutense, 1984, págs. 592-596.
se da al interlocutor es de usted; consideramos fórmulas lingüísticas
no corteses a las que aparecen cuando el tratamiento que se da
al interlocutor es de tú. Trabajamos con 48 fórmulas o actos de
habla coloquiales. Cada fórmula lingüística recibió una puntuación
(longitud) igual al número de fonemas que la componían. Teniendo
en cuenta la cantidad de fórmulas que tenían la misma puntuación,
se elaboró la tabla 14:

Fórmulas no corteses Fórmulas corteses

N. 0 de fórmulas N .0 de fonemas N .0 de fórmulas N . 0 de fonemas

2 1 1 5
4 4 2 6
2 5 1 7
1 6 3 8
1 7 1 9
2 8 4 10
3 9 1 14
2 10 1 16
2 12 1 19
1 18 1 21
1 21 2 22
1 22 1 23
1 24 2 24
26 1i
1 30
1 32
1 36

C u ad ro 14

A partir de los datos presentados en la tabla, pudimos calcular


las medias y la desviación típica. Los resultados fueron los siguien­
tes (Cuadro 15):
No corteses Corteses

n = 24 N = 24
x = 9 .9 6 x= 15.83
s= 7 .015 s = 8 .956

C u a d r o 15

Observamos, pues, que la media de las fórmulas corteses es ma­


yor que la media de las fórmulas no corteses. Las primeras mues­
tran también una mayor diversidad en el número de fonemas, como
queda indicado por el valor de la desviación típica.
La tarea siguiente es comprobar si la diferencia entre las medias
está dentro de lo aleatorio, esto es, de lo esperable, si en cada
grupo hubiéramos incluido 24 fórmulas escogidas al azar, prescin­
diendo de su calidad de corteses o no corteses. Estimamos que la
diferencia no es aleatoria, sino que refleja una diferencia cuya pro­
babilidad de que se diera por azar es igual o inferior al 5% (p > 0.05).
Para verificar esta hipótesis, realizamos el cálculo de la t de
Student. Sobre su resultado averiguamos la probabilidad de que
la diferencia sea aleatoria. El resultado obtenido es 2.475. Según
las tablas estadísticas correspondientes, cuando el valor de t es de
2.014 (con un n = 48), las probabilidades de que la diferencia sea
puramente aleatoria son del 5%.
Nuestro cálculo nos proporciona un resultado superior a 2.014,
por lo que podemos afirmar que ambos tipos de fórmulas proce­
den, estadísticamente hablando, de poblaciones o universos distin­
tos, con una probabilidad real de error que oscila ente el 1 y el 2.5%.
A pesar de la claridad del resultado, estimamos oportuno, como
nueva comprobación, realizar la prueba de x2 (Cuadro 16).
De 1 a 9 fonemas De 10 o más fonemas

8 16
24
Corteses
( 100%)
(3 3 % ) a b ( 66 % )

15 c d 9
24
No corteses
(100%)
(6 2 .5 % ) (3 7 .5 % )

23 25
C u a d r o 16

Aplicando la fórmula del x2, obtenemos el siguiente resultado:


(a d — b e )2 . n
x =■ = 4 .0 9
(a + c) (b + d ) (a + b ) (c + d )

Para comprobar la falsedad de la «hipótesis nula» nos hubiera


bastado alcanzar para x2 un valor de 3.84, que también se ha supe­
rado. Puede afirmarse, por lo tanto, que el número de fonemas
que posee una fórmula lingüística está íntimamente relacionado con
el hecho de que la fórmula sea cortés o no cortés, con una probabi­
lidad de error inferior al 5%. Dicho de otra manera, si la longitud
de las fórmulas no hubiera tenido nada que ver con que fueran
corteses o no lo fueran, la distribución de frecuencias del cuadro
anterior se habría dado aleatoriamente menos de 5 veces de cada
100: demasiado poco como para sostener que ha sido una casuali­
dad. El resultado de x2 es coherente con el obtenido mediante el
cálculo de la t de S tu d en t50.

50 En el año 1978, Guy Fielding y Colín Fraser comprobaron una hipótesis simi­
lar a la nuestra: conforme crece la familiaridad, el hablante reduce la duración de
su discurso («Language and Interpersonal Relations», en Markova (ed.), The Social
Context o f Language, New York, John Wiley, 1978, págs. 217-232).
SOCIOLINGÜÍSTICA. — 10
La prueba de x2 ha demostrado ser útil cuando los datos pueden
aparecer en tablas como las del Cuadro 16 (2x2). Sin embargo,
Lawrence M. Davis ha señalado la necesidad de corregir los resulta­
dos de esta técnica con el fin de que sea mucho más fiable 51. Siem­
pre que sea posible la aplicación de tests paramétricos (por ejem­
plo, t), ésta se preferirá a la de x2.

3.3.3.3. Correlaciones, covarianza y regresión


En estadística es posible llegar a medir el grado de interdepen­
dencia que poseen dos variables, esto es, averiguar hasta qué punto
dos variables están relacionadas en una determinada población. De­
pendiendo del tipo de variables de que se disponga y, por supuesto,
de los objetivos del análisis, la sociolingüística puede verse muy
beneficiada con la utilización de cuatro cálculos: covarianza, coefi­
ciente de correlación, correlación de rangos y regresión lineal.
a) Covarianza (cov). — La covarianza es el grado de relación
lineal que establecen dos variables. Si tomamos como punto de re­
ferencia el Cuadro 8, donde se recogen las frecuencias de uso de
nombres con morfema j-a) para profesiones desempeñadas por mu­
jeres, podremos calcular la relación que existe entre los datos que
aparecen en las columnas 1 y 2 (las llamaremos x e y , respectiva­
mente), correspondientes a los usos de los hombres y mujeres. La
covarianza es una medida basada en la dependencia que existe entre
las escalas. La fórmula que nos da cuenta de ella es ésta:

cov (x, y ) = -------------------------- --I (x— x) (y — y )


n—1

La covarianza de x e y es igual a 1 dividido por el número


total de variaciones (26) menos 1, por sumatorio de x menos la

51 Por ejemplo, con la corrección de Yates o con la prueba de Mann-Whitney.


Véase L. M. Davis, «The Limits o f Chi Square», en A. R. Thomas, cit., págs. 225-240.
media de x, por y menos la media de y . Sobre x e y del cuadro
citado obtendríamos una covarianza de 122.22. Al encontrarnos que
el resultado es positivo y que además se trata de una cifra bastante
abultada, podemos afirmar que x e y tienden a comportarse de
una manera idéntica: cuando x es más grande que su media, y tam­
bién lo es; si x es menor que su media, la frecuencia de y también
es más baja.
b) Coeficiente de correlación. — El coeficiente de correlación,
también conocido como «coeficiente de correlación lineal de Pear-
son» (r), se calcula sobre escalas de intervalos que no son medidas
de la misma forma, es decir, que presentan medidas independien­
tes, sin que ello afecte al producto de la correlación. Este coeficien­
te ofrece valores entre 1 y -1, y su fórmula es ésta:

SX SY

donde cov es la covarianza y s la desviación típica. La dificultad


que presenta el coeficiente de correlación en sociolingüística está
en que no es myy frecuente comparar dos escalas de intervalos,
sino trabajar al menos con una escala ordinal.
c) Correlación de rangos. — Mediante el cálculo de la correla­
ción de rangos, diseñado por Spearman, podemos hallar la relación
de interdependencia existente entre dos series lineales, de las cuales
al menos una aparece presentada en una escala ordinal. Hay que
advertir que, aunque ésta es la principal diferencia que separa la
correlación de Spearman de la de Pearson, cuando se trabaja con
gran cantidad de datos, los resultados son muy similares 52. Lesley

52 Es algo menos complicado de aplicar, no obstante, el coeficiente de Pearson.


Así lo hicimos en «Intercorrelaciones lingüísticas en una comunidad rural», Revista
Española de Lingüística Aplicada, 2 (1986), págs. 87-107. Los resultados fueron
satisfactorios, aunque, de haber contado con los medios necesarios, habríamos apli­
cado el test de Spearman.
Rx Ry (R x - R y )

4.5 4 0.5
15 19 -4
14 16 -2
9.5 12.5 -3
20.5 20.5 0
13 14.6 1.6
7 7 0
7 10 -3
12 17.5 - 5 .5
1 1 0
17.5 11 6.5
2 3,5 26 - 2 .5
17.5 14.5 3
11 9 2
23 .5 24.5 -1
4.5 5 - 0 .5
17 22 -3
2 0.5 17.5 3
3 2.5 0.5
16 12.5 3.5
9.5 8 1.5
22 2 0.5 2.5
7 6 1
25 2 4 .5 0 .5
2 2.5 0.5
26 23 3

C u a d r o 17

Milroy utilizó la correlación de Spearman para analizar las diferen


cias existentes entre «red social» y «variables lingüísticas» 53. Pen

53 L. Milroy, Language and Social Networks, págs. 153 y sigs.


seguiremos trabajando sobre los datos del Cuadro 8, ya utilizados
al hablar de la covarianza.
Como se ha dicho, el cálculo de Spearman se realiza sobre esca­
las ordinales. Sería, pues, necesario atribuir un número de orden
a cada una de las frecuencias que aparecen en x e y (i. e. columnas
1 y 2): la menor recibirá el número 1 y la mayor el número 26
(si dos frecuencias son iguales, se les atribuye el promedio de los
órdenes que les correspondería ocupar). La fórmula de Spearman es:
_ _, 6 . I(R X- R y)2
rs— 1 -
n (n — 1)

donde Rx y Ry son los valores ordinales atribuidos a las frecuencias


que aparecían en x e y . Estos valores son los que presentamos en
el Cuadro 17. El resultado del coeficiente de Spearman sobre nues­
tros datos es 0.9375. Teniendo en cuenta que los resultados de una
correlación aparecen entre -1 y 1, podemos afirmar que la interde­
pendencia entre los usos de los hombres y de las mujeres es muy
fuerte.
Cuando se han analizado por parejas las correlaciones de diver­
sas variables, éstas suelen ser presentadas en matrices de correla­
ción. Se trata de tablas en cuyos ejes aparecen los mismos valores.
La diagonal las divide en dos partes simétricas, por lo que sólo
se reproducen los datos de la mitad inferior. Los valores que apare­
cen en esa diagonal son constantes, puesto que se dan en la inter­
sección de las coordenadas de una misma variable (Cuadro 18).

d) Regresión lineal. — Junto a la posibilidad de medir el gra­


do de relación entre dos variables, está también la de poder conocer
qué variaciones presenta una variable difícil de medir, a través de
una variable bien conocida y medida; en otras palabras, predecir
lo que puede ocurrir en una variable dependiente partiendo del com­
portamiento de otra u otras independientes. El análisis que cumple
este objetivo es el de regresión lineal: si se trabaja con una variable
1 2 3 4 5 6
1 1.000
2 0.287 1.000
3 0.966 0.437 1.000
4 0.895 0.569 0.379 1.000
5 0.776 0.810 0.123 0.962 1.000
6 0.678 0.402 0.896 0.314 0.835 1.000

C ua dro 18

Matriz de correlación hipotética

independiente se aplica la regresión lineal simple, si se trabaja con


más de una variable independiente utilizamos la regresión múltiple.
El cálculo de la regresión descansa en la covarianza de dos va­
riables y en la desviación típica de las variantes dentro de cada
variable. Con estos datos simplemente, puede apreciarse que las va­
riables tienen un comportamiento coordinado (por ej., que la longi­
tud de las oraciones ( y ) aumenta conforme aumenta la edad de
un niño ( x ) 54). Pero» si queremos saber exactamente el grado de
covariación en una progresión lineal, deberemos acudir a un cálcu­
lo de regresión. Para averiguar el promedio de cada variación de
la variable dependiente ( y í , y j . . . ) , por ejemplo, el promedio de la
longitud de las oraciones en cada grupo de edad (x¡, xj, ...), deberá
aplicarse la fórmula general:
Yi = a + bx¡

donde

Sx

54 J. Miller y R. Chapman, «The Relation between Age and Mean Length of


Utterance in Morphemes», Journal o f Speech and Hearing Research, 24 (1981), pá­
ginas 154-161.
Los valores de y¡, Yj ... calculados nos cuantifican la progresión
lineal de esa variable respecto de la variable x en sus distintos esta­
dios (Xi, Xj ...).
La regresión múltiple se usa cuando existe más de una variable
independiente (xi, X2 ...) y se calcula mediante la fórmula
y ( x i, x 2) = a + b i Xi + b 2 X2

Los valores de a y b se obtienen con el mismo procedimiento que


en la regresión lineal simple.
Como ocurre con otras pruebas estadísticas, los resultados de
la regresión pueden tener distintos grados de significación, que se
miden con la prueba t y que pueden ofrecer diferentes intervalos
de confianza, que han de ser precisados 55.
La representación gráfica de datos que covarían linealmente suele
realizarse por medio de diagramas de dispersión en los que se da
la posición relativa de cada individuo o grupo respecto de la de
los demás, según las variables analizadas (Cuadro 19).

4
Variable Y 3
(dependiente) 2
1

10 20 30 40

Variable X
(independiente)

C u a d r o 19

Diagrama de dispersión hipotético

La línea recta sería producto del cálculo de regresión lineal simple.

55 A. Woods et al.,' Statistics..., §§ 13.4 y 13.5.


3 .3 .4 . A n á l is is m u l t iv a r ia b l e

La estadística que hasta mediados de los años setenta fue más


utilizada por los sociolingüistas consistía en descripciones basadas
principalmente en la obtención y comparación de frecuencias. Con­
forme los estudiosos se fueron familiarizando con los recovecos de
la disciplina matemática, se incorporaron nuevas técnicas (varian-
zas, correlaciones, etc.). En la última década han ido adquiriendo
más aceptación artificios estadísticos que permiten trabajar con mu­
chas variables simultáneamente. Este tipo de técnicas recibe la de­
nominación genérica de análisis multivariable, que tiene como fina­
lidad la de descubrir o confirmar la existencia de agrupaciones, se­
mejanzas o relaciones de diversa índole entre los datos de las varia­
bles observadas 56.
Dentro del análisis multivariable existen numerosísimas posibili­
dades analíticas, todas ellas de una respetable complejidad matemá­
tica. No estamos en condiciones de presentar estas posibilidades,
entre otras razones, porque de forma constante aparecen nuevas
propuestas técnicas que perfeccionan, muchas veces en cuestiones
de detalle, las anteriores. La realización de análisis multivariables,
debido a la complejidad matemática a que nos hemos referido, así
como al volumen de datos que se maneja y a la cantidad de facto­
res que se valoran estadísticamente, requiere, por lo general, el auxilio
de los ordenadores electrónicos. En no pocos casos, la elección de
una técnica multivariable u otra puede depender del potencial in­
formático de que se disponga. Teniendo en cuenta estas considera­
ciones, y dado que nuestro interés está puesto en hacer una elemen­
tal introducción a la estadística sociolingüística que dé cuenta de
algunas de sus múltiples utilidades y que sirva de acicate para su
estudio en los manuales especializados, nos limitaremos a presentar

56 Véase A. E. Maxwell, M ultivariate Analysis in Behavioral Research, London,


Chapman & Hall, 1977.
una de las muchas posibilidades de análisis multivariable. Pero,
para la aplicación de ella o de cualquier otra, es imprescindible
presentar los datos a los analistas y programadores del centro de
cálculo donde se vayan a realizar los análisis, para que, en colabo­
ración con el sociolingüista, puedan practicar los ajustes necesarios
con vistas al tratamiento automático. Muchos de los problemas que
en esta etapa surgen pueden evitarse si la consulta a los informáti­
cos se hace en los preliminares de la investigación, cuando se decide
cuál es su objetivo, qué variables y variantes se van a manejar y
qué técnica de recolección de datos se piensa utilizar.
Pasemos ya a nuestro análisis multivariable. Se trata de un mo­
delo diseñado por Hiroto Ueda y que nosotros mismos tuvimos
oportunidad de llevar a la práctica en nuestro estudio sobre actos
de habla coloquiales en Quintanar de la Orden 57. Hiroto Ueda,
en colaboración con Antonio Ruiz Tinoco 58, lo experimentó para
comparar el uso de 10 formas vocativas del español y 17 del japo­
nés, sobre 48 contextos situacionales determinados por las caracte­
rísticas del interlocutor 59. El análisis multivariable pretende traba­
jar con las relaciones internas que establecen estos datos entre sí
sin que deje de valorarse conjuntamente ninguno de ellos. En pri­
mer lugar, se calculó automáticamente un coeficiente de asociación
o correlación 60 entre las variables lingüísticas y las variables socia­
les tanto del hablante (informante), como del interlocutor. Sobre

57 Véase F. Moreno, Análisis sociolingüístico de actos de habla coloquiales (en


prensa).
58 H. Ueda, y A. Ruiz Tinoco, «Estudio comparativo de las formas vocativas
del español y el japonés. Atributos del hablante, del interlocutor y sus relaciones»,
Area and Culture Studies, XXXII (1982), págs. 71-86.
59 En realidad, son 24 posibles tipos de interlocutor, pero se analizan los contex­
tos en ambas lenguas; por eso son 48.
60 Véase Chikio Hayashi, «Multidimensional Quantification with the Applica­
tions to Analysis o f Social Phenomena», Annals o f the Institute o f Statistical
Mathematics, 5 (1954), págs. 121-143. Ueda calculó la medida de asociación de Good­
man y Kruskal.
N N N 7 A N 9 7 s D
O O O P O R O
M M M A E M A A * N
B B B L B A *
R R R D L R D D P N
E E E Ó I E Ó ó E O
N D N N L M
F F F D O D D L B
A A A E E E I R
M M M D E
* * V V V O
A D A A A
B I S
R M 7 U

1 VARÓN, N IÑ O , N A D A , MEN O R, MUY CO N O C.


3 VARÓN, JO V EN , 5 $ T U ., MEN O R, MUY CO N O C.
5 VARÓN, JO V EN , E S T U ., IGUAL, MUY CO N O C.
25 M U JER, N IÑ O , N A D A , MEN O R, MUY CO N O C.
26 M UJER, N IÑ O , NA DA , MEN O R, DESCO N O CI.
27 M U JER, JO V EN , E S T U ., MEN O R, MUY CO N O C.
29 M U JER, JO V EN, E S T U ., IGUAL, MUY CO N O C.
31 M U JER, JO V EN, E S T U ., MAYOR, MUY CO N O C.

2 V A RÓ N, N IÑ O , N A D A , MEN O R, DESCO N O CI.


28 M U JER, JO V EN, E S T U ., M EN O R, D ESCONOCI.
41 M U JER, A D U L T ., D O C T ., IGUAL, MUY CO N O C.
4 VARÓN. JO V E N , E S T U ., MEN O R, DESCO N O CI.
7 VARÓN, JO V E N , E S T U ., MAYOR, MUY CO N O C.
17 VA RÓ N, A D U L T ., D O C T ., IGUAL, MUY CO N O C.
6 V A RÓ N , JO V E N , E S T U ., IGUAL, DESCO N O CI.
8 V A RÓ N, JO V E N , E S T U ., MAYOR, DESCO N O CI.
15 VARÓN, A D U L T ., D O C T ., M EN O R, MUY CO N O C.
30 M U JE R , JO V E N , E S T U ., IGUAL, DESCO N O CI.
39 M U JER, A D U L T ., D O C T ., M EN O R, MUY CO N O C.
33 M U JE R , A D U L T ., SE R V ., M EN O R, MUY CON O C.
35 M U JE R, A D U L T ., SE R V ., IGUAL, MUY CO N O C.

9 VA RÓ N, A D U L T ., S E R V ., M EN O R, MUY CO N O C.
11 VA RÓ N, A D U L T ., S E R V ., IGUAL, MUY CO N O C.
32 M U JER, JO V E N , E S T U ., MAYOR, DESCO N O CI.
13 VA RÓ N, A D U L T ., S E R V ., M AYOR, MUY CO N O C.
34 M U JER, A D U L T ., S E R V ., M EN O R, D ESCONOCI.
21 VARÓN, ANCLA., SE R V ., M AYOR, MUY CONOC.
37 M U JER, A D U L T ., S E R V ., MAYOR, MUY CON O C.
19 VARÓN, A D U L T ., D O C T ., M AYOR, MUY CO N O C.
43 M U JE R , A D U L T ., D O C T ., M AYOR, MUY CONOC.
45 M U JER, ANCLA., S E R V ., M AYOR, MUY CO N O C.
10 VARÓN, A D U L T ., SE R V ., MEN O R, D ESCONOCI.
12 VARÓN, A D U L T ., S E R V ., IGUAL, DESCONOCI.

36 M U JER, A D U L T ., SE R V ., IGUAL, D ESCONOCI.


47 M U JER, A N C IA ., D O C T ., MAYOR, MUY CON O C.
22 VARÓN, ANCLA., SE R V ., MAYOR, D ESCONOCI.
38 M U JER, A D U L T ., SE R V ., M AYOR, D ESCONOCI.
23 VARÓN, ANCLA., D O C T ., MAYOR, MUY CO N O C.
14 V A RÓ N, A D U L T ., SE R V ., MAYOR, D ESCONOCI.

40 M U JER, A D U L T ., D O C T ., MENOR, DESCO N O CI.


24 VARÓN, A N C IA ., D O C T ., MAYOR, DESCO N O CI.
42 M U JER, A D U L T ., D O C T ., IGUAL, D ESCONOCI.
18 VARÓN, A D U L T ., D O C T ., IGUAL, DESCO N O CI.
V 44 M U JE R , A D U L T ., D O C T -, MAYOR, DESCO N O CI.
16 VARÓN, A D U L T ., D O C T ., MEN O R, D ESCONOCI.
46 M U JER, A N C IA ., S E R V ., MAYOR, D ESCONOCI.
20 V A RÓ N, A D U L T ., D O C T ., MAYOR, D ESCONOCI.
48 M U JER, ANCLA., D O C T ., MAYOR, D ESCONO CI.

C uadro 20

Patronización (español)
este cálculo se aplicó el programa Q u a n t i f i c a t i o n III que agrupó
aquellas formas que eran utilizadas en condiciones más similares
(por ej., formas vocativas que son usadas por hombres para dirigir­
se a mujeres adultas, doctoras, poco conocidas por el hablante).
El programa proporciona unas tablas (patrones) donde las fórmulas
vocativas y las características de los interlocutores se ordenan según
las condiciones en que son elegidas y el uso que se hace de ellas.
Los patrones reflejaron por separado los usos en japonés y en espa­
ñol. (Presentamos sólo el correspondiente al español, Cuadro 20.)
También sobre los cálculos de asociación pudo elaborarse una
gráfica tridimensional (Cuadro 21) donde quedaron ordenadas de
forma conjunta las fórmulas japonesas y españolas, según las con­
diciones de su uso: la edad relativa de los interlocutores y el grado
de conocimiento entre ellos parecen ser los rasgos que determinan
la aparición de estas fórmulas en circunstancias concretas.
Al margen de la técnica que acabamos de comentar y de los pro­
cesos, también multivariables, de elaboración de la regla variable, en
los últimos años se han utilizado con frecuencia el análisis facto­
rial 61 y los modelos de logaritmos lineales. Estas técnicas permiten
reducir las dimensiones de los factores analizados para hacerlos más
fácilmente comparables y descubrir entre qué variables, de las mu­
chas que pueden combinarse, se da una mayor interacción.
Dittmar, Schlobinski y Wachs ofrecen un análisis logarítmico
lineal de una variable fonológica del habla berlinesa: /g /. Las va­
riables manejadas fueron las siguientes:
Variable A : realización de / g / en posición inicial
A = 1 [g]
a =2 m

61 Véase S. Bennett y D. Bowers, M ultivariate Techniques f o r Social and Beha-


vioural Sciences, London, Macmillan, 1976. El análisis factorial fue utilizado por
J. R. Gómez Molina en su estudio sobre Sagunto (Estudio sociolingüístico de la
comunidad de habla de Sagunto, Valencia, Institució Valenciana d’Estudis i Investi-
gació, 1986).
Edad relativa

.IraQsyarundesuka?
.IkareruNdesuka?
/
. Docirae^
, X
. Don Francisco
+ .5
#'¿va Ud.?
/ ¿va?
Samada-seNse
. Sense: . Sr. Pérez

. Yamada-saN
/
/
Ikundesuka? + .5
Pérez Grado de proximid.
. Francisco

. Paco /
/
/ Yukio-saN
/ . Dokoe

f,vas?
Yamada
. Paqui . Paquito _ <5
Yukio. D oko”

. Yamada-kuN
./ . Ikuno?
Yukio-kuN
/ . Yukio-cyaN

C uadro 21
Variable B: contexto precedente
B = 1 # (límite de palabra)
B - 2 + (límite de morfema)

Variable C: contexto siguiente


C=1 /d / C = 6 / u:/
C= 2 / £/ C = 7 /u /
C= 3 /e : / C = 8 /i/
C= 4 /a / C = 9 /Y /
C= 5 /a :/ C = 10 /r /.

Los cálculos de los logaritmos de cada combinación de variables


revelaron, entre otras, las siguientes cifras:
C=l, 2.686 AC = 21, 0.651 ABC = 211, 0.264
C=10, -0.916 BC= 11, 0.461 ABC = 2210, 0.319.

El grado de interacción entre estas variables lingüísticas aparece


con toda claridad. De los cálculos puede deducirse que el elemento
del «contexto siguiente» que más influye en la aparición de la va­
riante [j] es /a /; el que menos, / r / . También se aprecia que la
interacción más significativa es aquella en que [j] aparece precedida
de # y seguida de / a / 62.
En el desarrollo de la aplicación de estas técnicas a la sociolin­
güística está teniendo una importancia grande la informática. El
mercado pone hoy a nuestra disposición muchos programas que
facilitan al máximo los cálculos estadísticos, desde los más elemen­
tales a los más sofisticados. Para ordenadores personales son espe­

62 Véase D. Girard y P. Larmouth, «Log-linear Statistic Models: Explaining the


Dynamics o f Dialect Diffusion», en A. R. Thomas, op. cit., págs. 251-277. Para
los detalles técnicos que no podemos ofrecer aquí, véanse S. Fienberg, The Analysis
o f Cross-Classified Categorical Data, 2 .a ed., Boston, MIT Press, 1980; L. G ood­
man, Analyzing Qualitative/Categorical Data, Cambridge, Abt Books, 1978. El pro­
yecto de Tyneside Linguistic Survey propone uno de los análisis multivariables más
ambiciosos.
cialmente útiles los programas S y m p h o n y (hoja de cálculo y gráfi­
cos), S t a t g r a p h i c s (de fácil manejo) y S p s s (más completo). Las
facilidades que ofrece la informática permiten prever que el cultivo
de las técnicas estadísticas irá en aumento: cada día será más fácil
aplicarlas y cada vez se podrá trabajar con mayor número y varie­
dad de datos y con resultados más fiables 63.

63 Véase M. García Ferrando, J. Ibáñez y F. Alvira (comp.), E l análisis de la


realidad social. M étodos y técnicas de investigación, 2 .a ed., Madrid, Alianza, 1989,
págs. 457-488.
C a p ítu lo IV

INTERPRETACIÓN DE LOS ANÁLISIS E


IMPLICACIONES TEÓRICAS

4.1. DESPUÉS DEL ANÁLISIS

Un buen análisis estadístico, por complicado que sea, puede con­


vertirse en algo totalmente inútil si sus resultados no se interpretan
de forma adecuada. La interpretación de los análisis, última fase
importante del proceso metodológico, permitirá al investigador ha­
cer sus aportaciones más personales y dar sentido a lo analizado
dentro de un ámbito teórico de alcances más generales. Precisamen­
te por tratarse de la etapa en que lo personal adquiere un mayor
peso específico, se hace más difícil dar indicaciones sobre el modo
exacto en que debe afrontarse: las posibilidades interpretativas son
ilimitadas. No obstante, es posible formular algunas directrices que
aseguren el fruto de las tareas de recogida de datos y de análisis.
Entre ellas están las que propusimos en el primer capítulo. El cum­
plimiento de estas elementalísimas reglas asegura la coherencia de
la interpretación respecto de las etapas anteriores del método, y
de todo el estudio respecto de los trabajos realizados por otros in­
vestigadores. Este último aspecto tiene una singular importancia para
el desarrollo de una disciplina. No olvidemos que la etnografía de
la comunicación, una de las más cultivadas ramas de la sociolin-
güística en los años sesenta y setenta, tiene como principal punto
débil, al margen de aspectos específicos de método, que pueden
ser discutibles, el que los análisis que le han dado cuerpo no pueden
ser comparados fácilmente. No ha ocurrido lo mismo con la socio-
lingüística variacionista, de ahí probablemente que, después de un
cuarto de siglo de andadura, siga siendo la tendencia más pujante
de la microsociolingüística y de ahí que. esté en condiciones de se­
guir dando unos frutos de indudable interés para el conjunto de
la ciencia del lenguaje.
Como desarrollo de la Regla 1.a, podría añadirse que es en la
interpretación donde se decide si las hipótesis nulas son rechazadas,
y por tanto aceptadas las hipótesis positivas, o cuál es la significa­
ción teórica (no estadística) que poseen los resultados de los análi­
sis. También en esta etapa debe valorarse la calidad de las técnicas
utilizadas tanto para la recogida de datos como para el análisis y
el grado de eficacia que se ha obtenido al poner en correspondencia
unas y otras. Consecuencia de ello puede ser el reconocer las limita­
ciones que se hayan observado y apuntar las formas de solucionar­
las. Por otro lado, si se han utilizado en el análisis diversas técni­
cas, es en la fase interpretativa donde deben relacionarse sus
resultados.
La Regla 2 .a exige dar cuenta de los antecedentes que tengan
una orientación similar a la del estudio en cuestión, bien por refe­
rencia teórica, bien por objeto de estudio, bien por metodología.
El investigador debe ser consciente de qué lugar ocupa su trabajo
en la trayectoria de la sociolingüística y debe aprovechar las expe­
riencias acumuladas, con el fin de comparar resultados, perfeccio­
nar un modelo o con cualquier otro objetivo que esté encaminado
a cumplir la Regla 3 .a: establecer conceptos aclaratorios.
La fase interpretativa es también el momento adecuado para
determinar la relación causal entre variables, siempre y cuando el
análisis o al menos parte de él se haya planteado con esta finalidad.
Es sabido que en Ciencias Sociales los hechos no se producen por
causas únicas. A menudo, la aparición de un fenómeno se localiza
en una coyuntura en la que conviven aspectos de muy diversa natu­
raleza (históricos, psicológicos, sociales, culturales, etc.). Pero las
posibilidades de la investigación en esta rama del saber son limita­
das. Avanzar en el conocimiento de algo generalmente supone limi­
tar el análisis a una serie corta de parámetros: las variables. En
el caso de la sociolingüística, como hemos visto, las variables de­
pendientes con las que se trabaja son las lingüísticas y las variables
independientes, las sociales. Sobre todas ellas el método impone
la ley de formular hipótesis, siendo conscientes de aquello que que­
da fuera de las variables, se ignora o se desprecia por poco signifi­
cativo o poco rentable.
El ámbito teórico ha de ser un punto de referencia constante
a la hora de utilizar, proponer o perfeccionar un método, de igual
forma que una teoría ha de estar respaldada por un método com­
plementario. Por eso, no podemos dar fin a estas páginas sin reco­
ger los aspectos teóricos fundamentales que se corresponden con
la metodología sociolingüística que hemos presentado. Como se in­
dicó en la introducción, el método que ha recibido una mayor aten­
ción ha sido el de William Labov. Es lógico, por tanto, que las
implicaciones teóricas que a partir de aquí se comenten provengan
en gran parte del sociolingüista estadounidense, puesto que una de
sus mayores preocupaciones, aparte del establecimiento de un mé­
todo sólido, también ha sido la de hacer de cada avance un puntal
de una concepción teórica que tiene sus miras puestas, más que
en la estricta sociolingüística, en la lingüística general. La concep­
ción teórica a la que aludimos tiene la ambición de dar cuenta de
la variación y del cambio lingüísticos. Una y otro forman parte
de la base de un mismo fenómeno: la actuación lingüística. Pero
en ésta también concurren aspectos de origen geográfico y de ori­
gen pragmático que deben ser valorados.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 11
4.2. LA V A RIA CIÓ N SO CIO LIN G Ü ÍSTICA

Todo el complejo teórico-metodológico levantado por William


Labov descansa sobre la idea de que los avances en el conocimiento
de los hechos lingüísticos han de producirse sobre fundamentos em­
píricos. Aunque, en principio, el modelo de Labov se acoge al mar­
co general de la lingüística generativo-transformacional, hay puntos
de fricción que los chomskyanos no están dispuestos a limar. Entre
ellos sobresalen el de la concepción del hablante-oyente ideal y el
de las reglas opcionales. Construir una teoría lingüística sobre el
hablante ideal y sobre las reglas opcionales viene a ser lo contrario
de estudiar el lenguaje desde fundamentos empíricos, porque supo­
ne cerrar los ojos a los conceptos de «heterogeneidad normal» y
de «comunidad lingüística». El primero asume que la heterogenei­
dad de variantes, registros, dialectos, etc., es el estado «normal»
de cualquier comunidad de habla. Esto contrasta vivamente con
la homogeneidad de la que parte Chomsky para elaborar la gramá­
tica generativa de una lengua. Pero hablar de heterogeneidad de
variantes no es algo nuevo en lingüística. Larga tradición posee ya
el concepto de variación libre, asumido posteriormente en el de re­
gla opcional por los generativistas. La cuestión está en considerar
la heterogeneidad como un punto de partida o como un punto de
llegada, sin que eso equivalga a decir que no se reconoce la existen­
cia de elementos invariables u homogéneos (las reglas categóricas
son un hecho). Para unos, estructuralistas y generativistas ortodo­
xos, la variación libre y la regla opcional (lejos estamos de conside­
rarlas totalmente equivalentes) son el material sobrante de la des­
cripción de lo homogéneo, que constituye su punto de partida; para
otros, sociolingüistas, son el inicio de un proceso investigador, que
las asume desde un primer momento y que tiene el objetivo de ex­
plicar el cómo y el porqué de esa variación, llenando de contenido
los adjetivos «libre» y «opcional»: la heterogeneidad es algo «nor­
mal», no «residual».
El concepto de «comunidad de habla» de Labov es la otra cara
de la moneda de la heterogeneidad. Si la comunidad viene delimita­
da por el hecho de que sus componentes interpretan y juzgan unos
hechos de una misma forma, hay que pensar en ella como algo
con cierto grado de homogeneidad. Aquí nace una de las paradojas
en la caracterización de la actuación lingüística: la producción de
actos de habla es heterogénea, mientras que la interpretación de
esos mismos actos es homogénea.
En 1982 Labov hizo una presentación general de los aspectos
más destacados del estudio de la variación y del cambio lingüístico
sobre fundamentos empíricos y pasó revista a las investigaciones
que se habían desarrollado en este mismo sentido. El denominador
común de todas ellas 2 lo explicó Labov en estos tres puntos
metodológicos:
a) Los hablantes cuya lengua se estudia son localizados en el
contexto social de una comunidad de habla, de tal forma que puede
valorarse el grado en que representan a esa comunidad de habla.
b) Los datos de habla proceden de grabaciones de interaccio­
nes en las que el hecho lingüístico estudiado no es el principal foco
de atención, ni el lenguaje, el tema de conversación.
c) Los datos recogidos siguen el principio de la contabilidad 3:
en la porción de habla examinada, se recogen todas las apariciones
de una variante dada y, donde ha sido posible la variable como

1 W. Labov, «Building on Empirical Foundations», en W. P. Lehmann y Y.


Makiel (eds.), Perspectives on Histórica! Linguistics, Amsterdam, Benjamins, 1982,
págs. 17-92.
2 Labov recoge, aparte de las suyas, las siguientes investigaciones (véase biblio­
grafía para la referencia completa; no se recogen las tesis doctorales inéditas): Shuy,
Wolfram y Riley (1966); W. Wolfram (1969); P. Trudgill (1974); R. Macaulay (1977);
L. Milroy (1980); C. Feagin (1979); H. Cedergren y D. Sankoff (1974); H. Ceder-
gren (1973), en este caso se trata de una tesis; L. Brink y J. Lund (1975); M. Fonta-
nella de Weinberg (1974).
3 Contabilidad: acepción n.° 1 del Diccionario de la Lengua Española, 20 .a ed.,
Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1984.
un conjunto limitado de variantes, todas las no apariciones de la
variante en los contextos relevantes.
Las propuestas más actuales de explicación del cambio lingüísti­
co son deudoras en gran parte de los logros a los que se ha llegado
en el estudio de la variabilidad inherente. Esto no quiere decir que
variación y cambio deban considerarse como fenómenos indepen­
dientes o vinculados por una relación causal. Según Labov, el cam­
bio implica variación; el cambio es variación 4. En la admisión de
estos presupuestos coinciden, como es evidente, los que siguen la
línea de Labov sin desviarse un ápice, pero también muchos otros,
como Suzanne Romaine 5 y Lesley Milroy 6, que se han manifesta­
do críticas con numerosos aspectos de la metodología de Labov
y que tienen sus propias ideas sobre la forma en que nacen y evolu­
cionan los cambios lingüísticos.
El punto de arranque y núcleo central de la teoría de la varia­
ción de William Labov es el concepto de «regla variable», llamada
a sustituir a la «regla opcional». La recogida sistemática de datos,
la tabulación de las frecuencias de esos datos, el análisis de las va­
riables contextúales y lingüísticas y el cálculo de la probabilidad
de aplicación hacen de la «regla variable» una potentísima arma
de descripción lingüística. Las variables independientes (constriccio­
nes contextúales) son las que determinan la presencia de una u otra
variante de la variable dependiente (lingüística).
Pero no todos los estudios que asumen como principio la varia­
bilidad inherente del lenguaje tienen como fin la formulación de

4 «B uilding...», pág. 20. Véase S. Rom aine, «The Status o f variable Rules in
Sociolinguistic Theory», Journal o f Linguistics, 17 (1981), págs. 93-119.
5 S. Rom aine, Socio-historical Linguistic: its Status and M ethodology, C am ­
bridge, C U P, 1982.
6 J. Milroy y L. Milroy, «Linguistic Change, Social NetWork, and Speaker Inno-
vation», Journal o f Linguistics, 21 (1985), págs. 339-384. G ran parte de las ideas
expuestas en este artículo se incorporan a la 2 .a ed., de L. M ilroy, Language and
Social Networks, O xford, Blackwell, 1987, especialmente en el cap. 7.
reglas variables, dicho de otro modo, no siempre se ha pasado «de
la frecuencia a la probabilidad». Numerosísimas investigaciones han
dado cuenta de la variación aplicando sobre las frecuencias las más
diversas técnicas de comprobación de hipótesis. Sobre variables fun­
damentadas en el concepto de red social, no de estratificación, Mil-
roy realizó análisis de varianza y correlaciones de Spearman que
le permitieron comprobar cuantitativamente que, incluso cuando las
variables «edad», «sexo» y «clase social» permanecen como cons­
tantes, la fuerza de los vínculos entre los individuos que forman
una red social hace que su lenguaje se sitúe más cercano a normas
adquiridas en sus años adolescentes (vernaculares) 1. Los cálculos
de correlación tal y como fueron realizados por la profesora de
la universidad de Newcastle permitieron llegar a un coto casi veda­
do para la sociolingüística laboviana: la comparación de datos lin­
güísticos cuantificados con datos de individuos cuantificados sobre
las redes. En este caso, no sólo se trata de partir de principios teóri­
cos distintos (red/estrato social), sino de darles un desarrollo meto­
dológico diferente.
En el estudio de la comunidad de Quintanar de la Orden 8, se
incorporó de forma sistemática la variable «interlocutor», cuyas va­
riantes fueron localizadas respecto de los emisores de los mensajes
y respecto de los actos lingüísticos coloquiales gracias a un análisis
multivariable y a los patrones proporcionados por el programa
Q u a n t e f ic a t i o n III de Hiroto Ueda 9. Este tipo de análisis abre
una de las muchas posibilidades existentes para explorar los terre­
nos intermedios entre la sociolingüística y la pragmática.

7 Ibid., Language and Social N etworks, cit., págs. 121-134 y 149-166.


8 Véase «Hacia una sociolingüística automatizada del coloquio», en F. Fernán­
dez (ed.), págs. 353-362.
9 H. Ueda y A. Ruiz Tinoco, «Estudio comparativo de las formas vocativas
del español y el japonés. Atributos del hablante, del interlocutor y sus relaciones»,
Area and Culture Studies, XXXII (1982), págs. 71-86.
4.3. EL CAM BIO LINGÜ ÍSTICO

El cambio lingüístico es un complejísimo proceso que implica


factores de muy diferentes signos: sociales, geográficos, psicológi­
cos, pragmáticos, etc. En 1968, Weinreich, Labov y Herzog señala­
ron los cinco principales problemas con los que ha de enfrentarse
el estudio del cambio ^°:
a) Las constricciones. Determinar los factores que hacen posi­
bles unos cambios e imposibles otros y que marcan su dirección,
cuando pueden producirse.
b) La transición. Explicar cómo se produce el cambio lingüísti­
co. Afrontar este problema supone dar cuenta de cómo es y cómo
se produce la variabilidad de la lengua en una comunidad concreta.
c) La adaptación. Determinar cómo un cambio en marcha se
adapta al sistema que lo rodea.
d) La actitud. Descubrir qué actitudes despierta entre los ha­
blantes el cambio lingüístico y de qué manera influye tal actitud
en el desarrollo ulterior del cambio.
e) La consumación. Explicar por qué un cambio lingüístico se
ha producido en unas coordenadas espacio-temporales concretas.
De todos estos problemas, el que presenta más dificultades para
su resolución es, sin duda alguna, el de la consumación.
Hemos comenzado diciendo que en el cambio están implicados
muchos factores. Por razones obvias, el punto de vista al que nos
referiremos será el sociolingüístico. Dentro de esta especialidad, las
aportaciones e innovaciones más interesantes, según nuestra opi­
nión, han sido hechas por W. Labov, L. Milroy y D. Bickerton.

10 «Empirical Foundations for a Theory o f Language Change», en W . P .


L ehm ann y Y. Malkiel (eds.), Directions fo r Hisíorical Linguistics, A ustin, Univ.
o f Texas Press, 1968, págs. 95-195.
4 .3 .1 . W il l ia m L a b o v

Aunque el cambio lingüístico siempre ha sido un tema que ha


preocupado a Labov, su estudio como un proceso en marcha fue
directamente observado dentro del «Proyecto sobre cambio y varia­
ción lingüísticos en Filadelfia» (1 9 7 2 -1 9 7 8 ). Las conclusiones a las
que se llegó quedaron resumidas de la siguiente forma n :
a) Los cambios lingüísticos tienen su origen en grupos sociales
intermedios: generalmente en los segmentos superiores de la clase
trabajadora o en los inferiores de la clase media.
b) Dentro de estos grupos, los innovadores suelen ser personas
con el más alto status, que desempeñan una función importante
en los asuntos de la comunidad.
c) El estudio de redes de comunicación demuestra que los in­
novadores tienen el más alto grado de densidad de interacción so­
cial y la más alta proporción de contactos fuera del vecindario.
d) Para la mayoría de los cambios lingüísticos, las mujeres van
por delante de los hombres, normalmente en el grado de una
generación.
e) Los grupos étnicos nuevos que entran a formar parte de
una comunidad de habla participan de los cambios lingüísticos en
marcha solamente cuando comienzan a adquirir derechos y privile­
gios, como puestos de trabajo, residencias y acceso a la estructura
social.

Estas conclusiones complementan la descripción del mecanismo


de cambio lingüístico que Labov presentó primeramente con Wein-
reich y Herzog (1 9 6 8 ) 12 y después, en solitario, en su Sociolinguis-

11 Véase W. Labov, «Building...», págs. 77-78.


12 Véase nota 10.
tic Patterns 13, sobre datos recogidos en M artha’s Vineyard 14 y en
Nueva York. Allí se habla de que el inicio de un cambio suele darse
en un subgrupo cuando acusa algún tipo de presión. En un primer
momento, la difusión se realiza de forma inconsciente dentro del
subgrupo y la variable lingüística se transforma en un indicador,
una característica de grupo no sometida a variación estilística. Cuan­
do esa variable pasa a otras generaciones y éstas la llevan más allá
de lo que lo habían hecho los innovadores, se habla de hipercorrec-
ción desde abajo 15. Si la difusión del cambio llega a ser tan amplia
que afecta a toda la comunidad, el hecho se transforma en un mar­
cador que pasa a ser incorporado a la variación estilística y que
produce reajustes estructurales que, a su vez, pueden dar origen
a nuevos cambios. Las consecuencias últimas de este proceso de
cambio varían dependiendo del status del subgrupo que lo inició.
Según Labov, si el subgrupo es el de mayor status, el cambio llega
a ser un «modelo de prestigio»; si el subgrupo es de bajo status,
los individuos del status superior pueden rechazarlo e intentar co­
rregirlo. Es en este momento cuando puede surgir la hipercorrec-
ción desde arriba: los status más bajos, principalmente la clase me­
dia (alta o baja), en un intento de ajustarse al modelo prestigioso,
sobrepasan los usos del grupo más prestigiado. En estos casos, el
cambio original puede convertirse en un rasgo estigmatizado: un
estereotipo.
En las propuestas más recientes de Labov (1980) 16, se observa
un gran interés por la interacción comunicativa, que hasta entonces

13 W. Labov, «El mecanismo del cambio lingüístico», en Modelos sociolingüísti-


cos, Madrid, Cátedra, 1983, págs. 209-234.
14 Ibid., «The Social Motivation o f a Sound Change», Word, 19 (1963), págs.
273 y 309; recogido en Modelos..., págs. 29-74.
15 En Modelos... (pág. 229, nota 16) se define la hipercorrección como «despla­
zamiento de toda una clase más allá de la meta fijada por el modelo de prestigio».
16 W. Labov, Locating Language in Time and Space, New York, Academic Press,
1980.
sólo había ocupado un plano secundario. De sobra se conoce que
en 1968, junto a P. Cohén, C. Robins y J. Lewis, Labov había
experimentado el estudio de estas interacciones a través de la obser­
vación participativa 17, pero, en nuestra opinión, hasta finales de
los años 70, principios de los 80 (Language and Social Networks
de Milroy apareció en 1980) no les concedió un lugar notable den­
tro de sus formulaciones. De hecho, la conclusión c, que antes he­
mos expuesto, va en una línea similar a la que Milroy siguió para
su aportación a la teoría del cambio, aunque las conclusiones defi­
nitivas son diferentes.
Por otro lado, observamos que, a pesar del paso de los años,
el concepto de prestigio nunca ha sido sometido a perfeccionamien­
to, ni ha sido tratado a fondo por parte de Labov, cuando en reali­
dad, tal y como se presenta el mecanismo del cambio, posee una
notable trascendencia. La adjudicación automática del «modelo de
prestigio» a los status más altos y el modo en que ese modelo de
prestigio condiciona las actitudes de los demás status son fenóme­
nos que merecen ser revisados con sumo detenimiento.

4 .3 .2 . L e s l e y M il r o y

Para ser justos, junto al de Lesley debería figurar, al frente de


este epígrafe, el nombre de James Milroy. El trabajo donde James
y Lesley Milroy han tratado más a fondo el problema del cambio
ha sido «Linguistic Change, Social Network and Speaker Innova-
tion» 18. El objetivo primordial de los Milroy es intentar aclarar
cuáles son las condiciones sociales en las que más frecuentemente

17 W. Labov, A Study o f the Non-standard English o f Negro and Puerto Rican


Speakers in New York City, informe final del Cooperative Research Project 3288,
Philadelphia, Regional Survey, 1968.
18 J. Milroy y L. Milroy, «Linguistic Change, Social Network and Speaker Inno-
vation», art. cit.
se producen y difunden los cambios. Se ha podido comprobar que
la difusión de una innovación dada de un grupo a otro se produce
a través de individuos unidos por lazos débiles. En este aspecto,
las comprobaciones de los Milroy no coinciden con las de Labov 19.
Los Milroy rechazan la visión de Labov con dos argumentos: pri­
mero, los vínculos débiles, al menos en las redes de individuos mó­
viles, son más numerosos que los fuertes; segundo, se puede llegar
a más individuos teniendo lazos débiles que teniendo vínculos fuertes.
Los individuos móviles contraen muchos más lazos débiles que
los sedentarios y, por tanto, suelen ser elementos periféricos de cual­
quier grupo, de ahí su capacidad de difundir innovaciones. Hay
que tener en cuenta que tales consideraciones están hechas sobre
los avances de este campo producidos desde 1968. No se trata, pues,
de un cuerpo teórico sólido, sino complementario de lo propuesto
por Weinreich, Herzog y Labov, aunque sus observaciones empíri­
cas perfeccionen algunos puntos.
En cuanto al concepto de prestigio, los Milroy critican el hecho
de que se considere motor de los cambios desde arriba (status altos)
hacia abajo, no sólo porque su modelo está basado en criterios
distintos a los de Labov (redes débiles e individuos móviles), sino
porque algunos cambios se dan en sentido contrario 20. Sin embar­
go, James y Lesley Milroy tampoco se han decidido a dar el paso
de tratar en profundidad el concepto de prestigio.

4 . 3 .3 . D e r e k B ic k e r t o n

No sería totalmente adecuado convertir al criollista Bickerton


en protagonista único de otra de las concepciones del cambio lin­

19 Locating..., pág. 261.


20 Véase J. Milroy, «Some Connections between Galloway and Ulster Speech»,
Scottish Language I (1982). Número de invierno. También J. Harris, «Linguistic
Change and Nonstandard Dialect. Phonological studies in the History o f English
in Ireland», tesis doctoral inédita, Univ. o f Edinburg, 1983.
güístico, tal vez la más claramente enfrentada a la forma en que
Labov concibe la variación lingüística y los cambios. Junto a Bicker-
ton 21 hay que destacar, en este sentido, las figuras de D. De Camp 22
y Gh.-J. Bailey 23. Entre los tres construyeron un «nlodelo dinámi­
co» alternativo al «modelo cuantitativo o de regla variable», pro­
puesto por Labov. El «modelo dinámico» parte de la idea, de larga
tradición, de que no pueden establecerse divisiones tajantes entre
variedades lingüísticas. Sus primeros asertos se realizaron específi­
camente sobre variedades dialectales, a propósito de las lenguas crio­
llas, aunque paulatinamente han ido extendiéndose al ámbito de
la sociolingüística. Una de las acusaciones que se lanzaron contra
Labov fue que, al establecerse grupos (sociales, económicos, de edad,
etc.), se disimula la existencia de un continuum de variedades, evi­
dente cuando se atiende a los individuos. La existencia de los dia­
lectos y, por tanto, de los «lectos» sociolingüísticos quedó negada
al proponer que las variedades establecen unas con otras relaciones
de implicación que se miden en escalas y que cada una de esas
variedades es simplemente una gramática individual. Esta visión de
la variabilidad del lenguaje se complementa con la «teoría de la
onda» propuesta por Bailey sobre el modelo decimonónico de
Schmidt 24.

21 D. Bickerton, The Dynamics o f a Creóle System, London, CUP, 1975; «Quan-


titative versus Dynamic Paradigms: the Case o f Montreal ‘que’», en Ch.-J. N. Bai­
ley y R. W. Shuy (eds.), New Ways o f Analyzing Variation, Washington, George-
town U. P ., 1973, págs. 23-43.
22 D. De Camp, «Toward a Generative Analysis o f a Post-Creole Continuum»,
en D. Hymes (ed.), Pidginization and Creolization o f Languages, Cambridge, CUP,
1971, págs. 349-370; «What do Implicational Scales Imply?», en Ch.-J. N. Bailey
y R. W. Shuy (eds.), op. cit., págs. 141-148; «Implicational Scales and Sociolinguis-
tic Linearity», Linguistics, 71 (1971), págs. 30-43.
23 Ch.-J. N. Bailey, Variation and Linguistic Theory, Arlington, Center for
Applied Linguistics, 1973.
24 J. Schmidt, Die Verwandtschaftsverháltnisse der indogermanischen Sprachen,
Weimar, Bóhlan, 1872.
Es importante destacar que, si para los de la «regla variable»
la variación (parte esencial en el proceso del cambio) no siempre
implica cambio en marcha, para los del «modelo dinámico» es una
etapa del cambio lingüístico: si se analiza el uso de cualquier varia­
ble por los hablantes se obtiene una gráfica en forma de S que
representaría en sí misma el proceso de cambio (Cuadro 22).

C uadro 22

Entre los muchos inconvenientes que podrían ponerse al «modelo


dinámico» 25, señalaremos los siguientes:
1.°) Sólo ha demostrado su posible viabilidad sobre lenguas
pidgin o criollas 26.

25 Véase R. Fasold, «The Bailey Wave Model: A Dynamic Q uantitative P ara-


digm», en R. Fasold y R. W. Shuy (eds.), Analyzing Variation in Language, W a­
shington, Georgetown U. P ., 1975, págs. 27-58. Tam bién T. Bynon, Historical Lin­
guistics, Cam bridge, CU P, 1977, págs. 256-261.
26 Petyt trabajó sobre Yorkshire, «Secondary Contraction in W est Yorkshire Ne-
gatives», en P . Trudgill (ed.), Sociolinguistic Patterns in British English, L ondon,
E. A rnold, 1978, págs. 91-100.
2.°) Los estudios que se han realizado son muy parciales, por­
que atienden a pocas variables lingüísticas.
3.°) Al trabajar con «individuos», no se hace una separación
clara para el estudio de los distintos niveles lingüísticos.
4.°) No se ha atendido a la variación estilística en cada uno
de los individuos.
5.°) No se puede hacer equivalente la situación dialectal que
pueda surgir del contacto de lenguas distintas, con la que tiene su
origen en la relación entre dialectos de una misma lengua.
6.°) Su metodología aún no está suficientemente desarrollada.
En cualquier caso, mírese desde la perspectiva que se mire, po­
demos concluir que el estudio del cambio lingüístico, en otras pala­
bras, la lingüística histórica, tiene en la sociolingüística un comple­
jo teórico y metodológico que le será en adelante de gran utilidad 27.

4.4. LENGUA Y PRESTIGIO 28

Antes nos hemos referido al escasísimo tratamiento que ha reci­


bido el concepto de prestigio. En este epígrafe, pretendemos refle­
xionar sobre las relaciones que se establecen entre él y la lengua.
A ello nos ha movido principalmente el comprobar cómo ese con­
cepto citado por todos no ha sido estudiado en profundidad por

27 Véanse, además, W. Bright, «Social Dialect and Linguistic History», en D.


Hymes (ed.), Language in Culture and Society, New York, Harper and Row, 1964,
págs. 469-472; J. Harris, Phonological Variation and Change, Cambridge, CUP,
1985; R. D. King, Historical Linguistics and Generative Grammar, Englewood Cliffs,
Prentice-Hall, 1969; R. Anttila, An Introduction to Historical and Comparative Lin­
guistics, New York, Macmillan, 1972; C. Pomphrey, Language Varieties and
Change, Cambridge, CUP, 1985.
28 Este capítulo es la adaptación de una conferencia que pronunciamos en Mála­
ga (1987), dentro del ciclo «Sociolingüística». Las conferencias formaron parte del
Curso Superior de Filología Española (C .S.I.C.).
casi nadie o sólo lo ha sido parcialmente, aunque, a su vez, ha
servido de explicación para infinidad de procesos lingüísticos. Henry
Kahane en un estudio sobre «A Typology of the Prestige Lan-
guage», otorga «prestigio» a una serie de lenguas sin definir previa­
mente lo que es 29. Eso le permite con toda libertad hablar de pro-
venzal antiguo, italiano renacentista o francés del xvm y no dedicar
una sola palabra al español del Siglo de Oro, por ejemplo. Gaetano
Berutto, cuando habla,de prestigio, lo hace equivalente a algo tan
inconcreto como «peso socio-cultural» 30. Cuando Ninyoles escribe
del conflicto entre catalán y castellano, hace alusión al prestigio
y le dedica varias páginas, pero sólo atiende a una cara del concep­
to, la que está relacionada con el «poder», como si ambos aspectos
sociológicos, por otra parte, fueran siempre intercambiables 31. Por
último, gran parte de lo que hoy se sabe del prestigio en sociología
del lenguaje se debe a los estudios sobre actitudes de hablantes in­
mersos en situaciones de bilingüismo o que utilizan una variedad
dialectal 32; pero ¿cómo funciona el prestigio en comunidades ex-

29 Ibid., Language, 62 (1986), págs. 495-508. El trabajo habla de la diacronía


de diversas lenguas consideradas como prestigiosas y su influencia sobre otras de
menor importancia.
30 G. Berutto, La sociolingüística, México, Nueva Imagen, 1979, págs. 97 y 118.
La edición italiana es de 1974.
31 R. Ninyoles, Idioma y poder social, Madrid, Tecnos, 1972. Especialmente,
págs. 103 y sigs.
32 Véase para el mundo hispánico, por ejemplo, M. Alvar, «Actitud del hablante
y sociolingüística», en Teoría lingüística de las regiones, Barcelona, Planeta, 1975,
págs. 93-114; «Español, castellano, lenguas indígenas. Actitudes lingüísticas en Gua­
temala sudoccidental», Logos semantikos. Studia Lingüistica in honorem Eugenio
Coseriu, V, Madrid, Gredos, 1982, págs. 393-406; «Reacciones de unos hablantes
cubanos ante diversas variedades del español», Lingüística Española Actual, VI (1984),
229-265; H. López Morales, «Velarización de /R R / en el español de Puerto Rico:
índices de actitud y creencias», Dialectología y sociolingüística. Temas puertorrique­
ños, Madrid, Hispanova de Ediciones, 1979, págs. 107-130; A. Quilis, «Actitud de
los ecuatoguineanos ante la lengua española», Lingüística Española Actual, I (1983),
págs. 269-275.
elusivamente monolingües y en hablantes de una variedad no estig­
matizada? Lo cierto es que alrededor del prestigio giran cuatro
disciplinas (la sociología, la lingüística, la sociolingüística y la psi­
cología social) y diversos conceptos (poder, status, ocupación, clase
social, estigma, norma, corrección, uso lingüístico, aceptabilidad
gramatical). Con ello hay que responder a preguntas como éstas:
¿qué es el prestigio?, ¿el prestigio se concede o se ostenta?, ¿quién
concede el prestigio?, ¿qué consecuencias tiene la concesión de pres­
tigio?, ¿el prestigio lo posee quien a su vez tiene dinero?, ¿quien
tiene poder?, ¿quien ocupa altos cargos?, ¿quien pertenece a una
determinada clase social?, ¿quien reúne todos estos atributos? En
cuestiones lingüísticas, ¿dónde radica el prestigio? Son tantas las
preguntas, que nos vemos incapaces de dar respuesta ni siquiera
a una pequeña parte; pero vale la pena, al menos, pararse a pensar:
la importancia de la relación entre lengua y prestigio lo merece.
Como se ha apuntado, esta relación implica factores sociales (y psico-
sociales)33, factores lingüísticos y factores sociolingüísticos. Vea­
mos, pues, lo que puede aportarse desde cada uno de estos ámbitos.

4 .4 .1 . E l p r e s tig io d e s d e l a s o c io lo g ía

No cabe duda ninguna de que lo que hoy se conoce del prestigio


se lo debemos principalmente a los sociólogos. Ahora bien, a las
cosas sólo hay que darles el valor que tienen. El estudio del presti­
gio en sí casi nunca ha sido considerado por la sociología como
un objeto de investigación prioritario. Si los sociólogos lo han estu­
diado, e incluso han propuesto fórmulas para su medición, ha sido
porque les resultaba imprescindible para analizar y especular sobre
un objeto de mayores dimensiones: la estratificación social34.

33 Sobre psicología social, véanse H. Giles y R. N. St. Clair, Language and


Social Psychology, Oxford, Blackwell, 1979; C. Fraser y K. R. Scherer, Advances
in the Social Psychology o f Language, Cambridge, CUP, 1982.
34 Sirvan como referencia los manuales de M. Spencer, Foundations o f Modern
Entre los sociólogos parece clara la idea de que los grandes pa­
dres de la teoría de la estratificación social han sido Karl Marx
y Max Weber. Permítasenos dejar las formulaciones de Marx en
la mera cita: aunque muchos lo vean posible, no creemos que el
nivel de producción o el grado de concentración del control de los
medios de producción entre los miembros de una comunidad, fac­
tores que para Marx constituyen los principios de la estratificación,
puedan ser, de momento, suficientemente eficaces para explicar la
relación entre lengua y prestigio 35. Mayor provecho, en cambio,
pueden suponer los principios manejados por Max Weber 36.
El economista alemán concibió la estratificación como un fenó­
meno multidimensional en el que actúan tres factores: la clase, el
status y el poder. La interacción de estos principios determina los
conflictos de clases, conflictos que tienen su expresión en la pérdida
de la legitimidad de las clases superiores y en la organización políti­
ca de las clases subordinadas. Es en la pérdida de la legitimidad
de las clases superiores donde el prestigio salta a escena, porque
se erige, en correlación con el poder y la riqueza material, en uno
de los principales agentes de la movilidad social y del establecimien­
to de jerarquías.
Prescindamos de más detalles sobre la estratificación. Lo impor­
tante es que Weber ha distinguido y marcado diferencias entre
conceptos como poder, riqueza, status, prestigio. No pocos lo han
acusado de ser más que un teórico un simple tipólogo, un taxono-

Sociology, 3 .a ed., Englewood Cliffs, N. J., Prentice-Hall, 1982, págs. 209-241,


o de B. Philips, Sociology. From Concepts to Practice, New York, McGraw-Hill,
1979, págs. 149-173.
35 Véase K. Marx, El capital. Crítica de la economía política, Tomo I, La Haba­
na, Ed. Nac. de Cuba, 1962. Trad. de Wenceslao Roces. Véase también R. P. Ap-
plebaum, «Marx’s Theory o f de Falling Rate o f Profit: Towards a Dialectical Analysis
o f Structural Social Change», American Sociological Review, 43 (1978), págs. 75-84.
36 Véase Economía y sociedad, México, FCE, 1974. Un análisis y crítica de la
estratificación weberiana se hace en J. H. Turner y L. Beeghley, The Emergence
o f Sociological Theory, Homewood, III, Dorsey Press, 1981.
mista 37. Pero eso no quiere decir que evite elaborar una teoría con­
junta de la estratificación; hasta tal punto es así que, a pesar de
la separación de conceptos, Weber no los describe y analiza de for­
ma aislada, sino dentro de un todo, en estrecha implicación.
Más cerca de nuestros días, los sociólogos Hans Gerth y Charles
Wright Mills han aprovechado las formulaciones de Weber para
poner el acento en las características peculiares de cada factor y
no en la visión de conjunto de ellos 38. Para Gerth y Mills la forma­
ción y persistencia de los estratos sociales tienen cuatro claves, lla­
madas «dimensiones de la estratificación». Estas cuatro dimensio­
nes son la ocupación, la clase, el status y el poder. Pasemos revista
rápidamente a los contenidos de estas claves:
La ocupación es el conjunto de actividades realizadas de forma
más o menos regular, como fuente principal de ingresos económi­
cos. El concepto de clase tiene también que ver con la cantidad
y la fuente de ingresos, pero en tanto en cuanto estos ingresos per­
miten obtener otros objetos. El status está relacionado con la ob­
tención de respeto. Finalmente, el poder consiste en la capacidad
de realización de la voluntad de uno, aun a costa de la voluntad
de los dem ás39.
Existe una relación evidente entre algunas de estas dimensiones:
por ejemplo, ocupación y clase son factores complementarios en
la esfera de la economía. Sin embargo, la relación es perfectamente
posible entre cada una y el resto de las dimensiones. De ellas, la
que tiene una vinculación más directa con el concepto de prestigio
es la del status. Esta obtención de respeto, para Gerth y Mills, no
es más que una obtención, o al menos pretensión, de prestigio. La
forma de conseguirlo está determinada por la presencia, en un gra­
do aceptable, de las demás dimensiones, que desgranadas nos lleva­

37 J. H. Turner y L. Beeghley, op. cit., págs. 250 y sigs.


38 Véase Carácter y estructura social, Buenos Aires, Paidós, 1968. Especialmen­
te, cap. XI.
39 Ibid., pág. 289.

SOCIOLINGÜÍSTICA. — 12
rán a factores como el origen social, la educación, los ingresos o
incluso el mismo aspecto físico del individuo. Ahora bien, la pre­
sencia simultánea de todos ellos no es condición sine qua non para
la obtención de un status determinado.
Muy polémica fue en su momento la teoría de la estratificación
que defendieron Kingsley Davis y Wilbert Moore, más conocida
como hipótesis Davis-Moore 40. Sus planteamientos teóricos están
dentro de la línea de investigación llamada «funcionalismo». En
esencia, sus ideas eran las siguientes: un estrato o una posición so­
cial vienen determinados por su importancia funcional en correla­
ción con el número de personas que son capaces de ocuparlo. De
ahí nace la desigualdad en la distribución de prestigio: sólo los que
desempeñan satisfactoriamente una función, para la que deben es­
tar perfectamente capacitados y preparados, estarán en disposición
de adquirir un prestigio que irá aumentando conforme más impor­
tante sea la función social. Estamos ante un punto de vista distinto
del de Gerth y Mills: sus ideas parecen llevar a un «tanto tienes,
tanto vales», mientras que las de Davis-Moore se aproximan más
a un «tanto funcionas, tanto vales». Pero creemos que los plantea­
mientos no son contrarios, sino complementarios, porque conseguir
y mantener una ocupación, por mucho que ésta se defina por la
remuneración que comporta, supone cumplir una función social y
cumplirla bien. A mejor preparación individual, más importante
función social y, por tanto, mejor ocupación, aunque esta cadena
no se establece de forma indefectible, por lo que se hace necesario
separar para su análisis unas nociones de otras.
Tan sólo nos detendremos en una teoría de la estratificación
más: la presentada por Jonathan Turner 41. Su forma de ver las

40 «Some principies o f Stratification», American Sociological Review, 10 (1945),


págs. 242-249.
41 J. Turner, Societal Stratification. A Theoretical Analysis, New York, Colum-
bia U. P ., 1984. Especialmente, en cap. 4 y sigs. Turner comparte muchos puntos
con K. Hope («A Liberal Theory o f Prestige», American Journal o f Sociology,
87 (1982), págs. 1911-1931).
cosas no se enfrenta a las teorizaciones que le preceden en el tiem­
po, antes bien, parte de ellas e intenta perfeccionarlas (especialmen­
te la de Max Weber). Según Turner, la estratificación comprende
tres procesos genéricos que pueden ser aislados para su estudio:
la distribución de los recursos de valor, la formación de grupos
de población y la categoría de esos grupos 42. El proceso que más
nos interesa en estos momentos es el de la «distribución de los re­
cursos de valor» 43, porque entre ellos, junto a la «riqueza mate­
rial» y al «poder», está el «prestigio». La opinión de Turner sobre
el prestigio es muy clara: en los sistemas sociales adquieren presti­
gio aquellas posiciones en las que se aprecia la existencia de poder,
habilidad, importancia funcional y riqueza material, todo ello pues­
to en relación con el número de miembros que componen esa
sociedad.
La ecuación que representa esta teoría es la siguiente (Cuadro 23):

C Pr = f(N ) . g(Po) . h(Ha) . i(IF) . j(RM)

C ua dro 23

donde C pr = «concentración de prestigio»;


N = «numero de miembros»;
Po = «poder»;
Ha = «habilidad»;
IF = «importancia funcional»;
RM = «riqueza material»;
teniendo en cuenta que el poder es el elemento cuantitativa y cuali­
tativamente de más peso, seguido de la habilidad, de la importancia
funcional y, por último, de la riqueza material.

42 Ibid., págs. 57-69.


43 Véase cap. 7.
Hay que añadir que el prestigio puede aparecer aun cuando no
se den los cuatro factores reunidos en un estrato o en un individuo.
No obstante, se hace imprescindible la concurrencia de al menos
dos de los factores: difícilmente puede obtener prestigio alguien que
solamente tenga poder, es decir, capacidad de imponer su voluntad,
por ejemplo 44.
De este manojo de ideas sobre el prestigio en las teorías de la
estratificación social, podemos sacar algunas conclusiones que pro­
bablemente sean útiles para hablar de sociolingüística. De ellas, tal
vez merezca la pena destacar que el prestigio es un concepto que
debe ponerse en relación con otros principios como el de poder,
el de función o el de clase, pero tratados de forma independiente,
aunque luego se compruebe que están relacionados, porque esa re­
lación no es necesaria ni constante. Tal discriminación no caracteri­
za precisamente a las investigaciones sociolingüísticas. Ya nos he­
mos referido, por ejemplo, a la estrecha vinculación que establece
Ninyoles entre prestigio y poder, sin aportar ningún elemento real­
mente diferenciador entre ambos 45. Sin embargo, llama la atención
cómo se han hecho precisiones, que no hemos observado en estu-

44 Turner propone como ecuación más precisa la siguiente:

donde F es «factor».
45 Lope Blanch («El concepto de prestigio y la norm a lingüística del español»,
Anuario de Letras, X (1972), págs. 29-46) afirm a, con acierto, que los factores
extraidiom áticos que determ inan el prestigio de cualquier norm a lingüística pueden
englobarse en las siguientes categorías: políticos, demográficos, económ icos, históri­
cos y culturales. Al leer el artículo se echan de m enos m uchas precisiones teóricas.
dios considerados como la vanguardia de la sociolingüística, a pro­
pósito de la vulgarización del latín, uno de los procesos sociolin-
güísticos más apasionantes para su estudio de los que se han dado
en las lenguas occidentales, pero que difícilmente podremos cono­
cer en profundidad por la falta de datos. Hablar de la vulgarización
del latín es hacer referencia a tres agentes principales: el cristianis­
mo, las invasiones bárbaras y la ruptura de las tres aristocracias
(la de la sangre, la del poder y la del dinero) 46. Este último agente
surgió con la dinastía Julio-Claudia. Hasta los últimos tiempos de
la República, debió de ser relativamente fácil saber dónde se con­
centraba el prestigio social y el prestigio lingüístico, pero cuando
el dinero dejó de ir sólo a los poderosos, cuando los nobles dejaron
de ser los más ricos, cuando la cultura dejó de ser patrimonio ex­
clusivo de nobles y pudientes, el prestigio dejó de ser un monopo­
lio. Sólo la consideración parcial de cada uno de estos factores so­
ciológicos puede dar alguna luz sobre la sociolingüística del latín,
especialmente a partir de Nerón 47. Muchas sociedades actuales tam­
bién muestran un reparto irregular de estas aristocracias; no tiene
sentido, pues, seguir considerándolas como una sola cuando se tra­
ta de hacer investigación. Sería de ingenuos pensar que, en la socie­
dad occidental actual, sólo los ricos o los que ostentan el poder
tienen prestigio en cuantía suficiente como para orientar la direc­
ción de los principales cambios lingüísticos.

4.4.2. El p r e s t ig io d esd e la l in g ü ís t ic a

A las dificultades que presenta la caracterización del prestigio


desde la sociología hay que añadir los problemas que nacen desde

46 Así nos lo hicieron saber las enseñanzas, directas o indirectas, de Sebastián


Mariner.
47 Entre los escasísimos estudios en los que se hace referencia a aspectos socio-
lingüísticos del latín destaca el de Antonio Alvar, «Para una sociolingüística del
latín», Philologica Hispaniensia in honorem Manuel Alvar. I. Dialectología, Ma­
drid, Gredos, 1983, págs. 57-68.
la misma lingüística. De igual forma que hay individuos, grupos
o clases prestigiosas, existen usos lingüísticos prestigiosos, al mar­
gen de los hablantes de los que procedan. Pero, desde este punto
de vista, ¿qué es lo que hace prestigioso un uso lingüístico? No
cabe duda de que si de algo se ha hablado, y se seguirá hablando,
en lingüística ha sido de la corrección, de la norma, de la aceptabi­
lidad gramatical y de la adecuación de los enunciados a los contex­
tos 48. Todas estas nociones están interrelacionadas, pero, excep­
ción hecha de «corrección» y «norma», también han sido tratadas
de forma total o parcialmente independiente. Sobre «norma» y «co­
rrección», después de lo escrito por Eugenio Coseriu 49 y por Ma­
nuel Alvar 50, no queda demasiado que añadir. Tan sólo recordar
la distinción entre norma general, «conjunto de hábitos lingüísticos
considerados como correctos por una amplia comunidad» 51, y nor­
mas particulares, «cada una de las que existen minoritariamente
y que son realizaciones del sistema reducidas a grupos limitados» 52.
Pero, de esta forma, «corrección» se queda sin precisar, de ahí
que Alvar acuda a principios estéticos, éticos y culturales, mientras
otros siguen concibiendo la corrección como el respeto escrupuloso
a la normativa académica correspondiente 53. Partiendo de la dis­
tinción entre norma general y normas particulares, podríamos afir­
mar, por un lado, que son usos prestigiosos aquellos que se ajustan
a la norma y, por otro, que hay normas particulares más prestigio­

48 Sobre diversos aspectos relacionados con la norm a, véase de L. F. L ara, El


concepto de norma en lingüística, México, El Colegio de México, 1976. Atención
especial merece el capítulo titulado «La norm a lingüística como m odelo de correc­
ción», págs. 85-103.
49 E. Coseriu, «Sistema, norm a y habla», en Teoría del lenguaje y lingüística
general, 3 .a ed., M adrid, G redos, 1973, págs. 11-113.
50 M . Alvar, «La norm a lingüística», en La lengua como libertad, M adrid, E di­
ciones C ultura Hispánica, 1982, págs. 37-55.
51 Ibid., «L a norm a lingüística», art. cit., pág. 54.
52 Ibid., pág. 55.
53 Ibid., pág. 54.
sas que otras, eso sí, en términos relativos, porque entre determina­
dos grupos sociales puede ser prestigiosa la norma particular que
se separe sistemáticamente de la norma general.
En cuanto a la aceptabilidad y a la adecuación, diremos que
se trata de una leña que aviva más, si cabe, un fuego que de por
sí tiene grandes dimensiones. Para algunos lingüistas, la aceptabili­
dad gramatical sigue siendo un juego que consiste en poner uno,
dos o más signos de interrogación delante de las oraciones. El único
criterio que determina la decisión de usar o no estos signos suele
ser el resultado de la introspección del propio lingüista. Pero no
es asunto que merezca ser tratado ligeramente, por eso se han le­
vantado voces reclamando estudios sociolingüísticos que hagan legí­
timos los signos de interrogación: así lo hizo Eagleson en el año
1977 54. Éste es un aspecto importante a la hora de analizar el pres­
tigio de los usos lingüísticos. Como lo es la adecuación de los enun­
ciados a las situaciones comunicativas, hasta tal punto que una fra­
se dicha en el lugar oportuno y ante los interlocutores precisos pue­
de ser «bien vista», aunque en ella haya incorrecciones proscritas
por las academias: los interlocutores pueden determinar los usos
lingüísticos de un hablante. De hecho, para Havránek la norma
no es más que la obligación que el hablante tiene de ajustarse a
un modelo aceptado por el grupo social en que se desenvuelve 55.
De no hacerlo así, corre el peligro de que sus usos sean sanciona­
dos, o dicho de otra forma, de que no gocen de prestigio lingüístico.

54 R. D. Eagleson, «Sociolinguistic Reflections on Acceptability», en Sidney Green-


baum (ed.), Acceptability in Language, The Hague, Mouton, 1977, págs. 63-71.
Pero téngase en cuenta que este problema ya fue tratado implícitamente por Labov
cuando formuló su «regla variable» («Contraction, Deletion, and Inherent Variabi-
lity o f the English Copula», Language, 45 (1969), págs. 715-762).
55 B. Havránek, «Zum Problem der Norm in der heutigen Sprachwissenschaft
und Sprachkultur», A cíes du 4éme. Congrés International de Linguistes, Koben-
haun, 1936, págs. 151-156. Sus ideas son manejadas por L. F. Lara, op. cit., pági­
nas 92 y sigs.
Visto todo esto, nos volvemos a preguntar ¿qué criterio debe­
mos utilizar para definir el prestigio lingüístico? Tal vez la suma
de todos ellos, tal vez algún otro que se nos ha quedado fuera.

4 .4 .3 . El p r e s t ig io d esd e la s o c io l in g ü ís t ic a

Revisaremos ahora un conjunto de trabajos más próximos a nues­


tros intereses actuales: aquellos que, procedentes de la sociolingüís­
tica, han prestado atención a la noción de prestigio. Así se ha he­
cho en los estudios de actitudes lingüísticas, a los que se hará refe­
rencia más adelante.
Al margen de las interesantes aportaciones de la psicología so­
cial 56, los mentores del prestigio en sociolingüística son, en nuestra
opinión, Charles Ferguson 57, William Labov 58 y Peter T rudgill59,
aunque hay que advertir que ninguno de ellos lo ha tratado de for­
ma sistemática y profunda.

56 Véanse los artículos recogidos en J. R. Torregrosa y E. Crespo (eds.), Estudios


básicos de psicología social, Barcelona, H ora, 1982, especialmente los de D. Katz
(«El enfoque funcional en el estudio de las actitudes», págs. 261-280), M . Sherif,
(«Las influencias del grupo en la form ación de norm as y actitudes», págs. 333-350),
H . Kelman («La influencia social y los nexos entre el individuo y el sistema social;
más sobre los procesos de sumisión, identificación e internalización», págs. 383-420)
y J. R. P . French, Jr. y B. Raven («Las bases del poder social», págs. 607-622).
Véase tam bién M . W olf, Sociologías de la vida cotidiana, M adrid, C átedra, 1982,
y R. Lam bert, «A utoridad e influencia social», en Psicología social, P. Fraise y J.
Piaget (eds.), Buenos Aires, Paidós, 1972. (T ratado de psicología experimental,
núm . 9.)
57 Ch. Ferguson, «Diglossia», Word, 15 (1959), págs. 325-340.
58 W. Lavob, M odelos..., op. cit. Véase, Language in the Inner City, Phila-
delphia, Pennsylvania U. P ., 1972.
59 P. Trudgill, «Sex, Covert Prestige, and Linguistic Change in the U rban British
English o f Norwich», Language in Society, 1 (1972), págs. 179-195. E stá recogido
en On Dialect. Social and Geographical Perspectives, New Y ork, New York U. P .,
1982, págs. 169-185. Citarem os por esta edición.
Ferguson concibió el prestigio en 1959 como una de las nueve
rúbricas que dan cuenta del renombrado concepto de diglosia. El
prestigio lo posee la lengua o variedad alta, la superior, la más
elegante y más lógica, y se le niega a la variedad baja, cuya existen­
cia en muchos casos ni siquiera es admitida. Ferguson no hizo más
precisiones, pero al menos puso en primer plano un principio que
sirvió de modelo para elaboraciones posteriores.
Algo similar significa la aportación de Labov. Aunque en su
obra el prestigio es traído y llevado constantemente, Labov nunca
ha organizado en un papel sus ideas sobre el prestigio sociolingüís-
tico. Sin embargo, hay afirmaciones, hechas de forma esporádica,
que pueden ser interesantes si se aprovechan adecuadamente 60. La
pena es que esa falta de organización obliga en muchos casos a
leer entre líneas. Por ejemplo, su trabajo sobre «La hipercorrección
en la clase media baja como factor del cambio lingüístico» 61 hace
ver, aunque no se diga de forma explícita, que el prestigio es algo
que se posee, pero también es algo que se concede. En su estudio
sobre «La base social del cambio lingüístico» 62, Labov ofreció la
fórmula para la definición del prestigio: «la noción de prestigio
puede ser definida en los términos y en las situaciones en que la
gente la utiliza; esto es, sacándola del área de la especulación y
convirtiéndola en centro de investigación empírica» 63. El problema
está en que la investigación empírica, tal y como la propone Labov,
nos lleva a conocer los usos prestigiosos, pero no el prestigio socio-
lingüístico en sí, lo que, por nuestra parte, no supone restar un
ápice a la conveniencia de llevar a cabo tales investigaciones. Por
otro lado, de todos es conocida la oposición que establece el mismo
Labov entre status y estigma. En ella «status» se concibe como
la posición a la que la comunidad lingüística atribuye prestigio; es­

60 Atiéndase especialmente a las págs. 81, 184, 270 y 273.


61 Op. cit., págs. 167-188.
62 Op. cit., págs. 325-400.
63 Op. cit., pág. 380.
tigma, la posición a la que se atribuye desprestigio 64. Las investiga­
ciones de Labov parten del presupuesto de que los individuos y
los usos lingüísticos que poseen prestigio son los de las clases altas.
Concretamente, el prestigio es adjudicado de forma automática a
los hombres blancos de status más altos, lo que ha dado origen
a una dura crítica por parte de la lingüística feminista 65, tanto des­
de un punto de vista ideológico, como puramente sociolingüístico.
Labov asocia poder, dinero y clase social con status y prestigio.
La asociación puede ser correcta, pero si se realizara un estudio
empírico sobre un solo grupo de las clases bajas, por ejemplo, en­
contraríamos, con toda seguridad, que dentro de él y sin referencia
al exterior también funcionan las categorías de status y de prestigio.
El lingüista británico Peter Trudgill tiene el mérito, entre otros
muchos, de haber desarrollado la noción de «prestigio encubierto»,
aunque el término ya había aparecido en la obra de Labov 66. El
«prestigio encubierto» puede definirse como el conjunto de valores
ocultos que se asocian a usos lingüísticos que no se ajustan a la
norma, o que pertenecen a una variedad no estándar, como prefiere
decirse en la sociolingüística anglosajona 67. La noción de «presti­
gio encubierto» presenta una dificultad: la de detectarlo y medirlo,
precisamente por tratarse de valores que los hablantes no suelen
reconocer abiertamente. Peter Trudgill fue capaz de cuantificar este
tipo de prestigio; lo hizo en su estudio sobre Norwich a propósito
de las diferencias de ciertas variables lingüísticas, entre el habla de
hombres y mujeres. La importancia de todo esto, desde nuestro
punto de vista, radica no sólo en el hallazgo metodológico, sino

64 Véase H. López Morales, Sociolingüística, Unidades 4 y 5 de Lengua Españo­


la II (Para Filosofía y C. de ¡a Educación), Madrid, UNED, 1977, tema XXIV.
65 Véase D. Cameron, Feminism and Linguistic Theory, Hampshire, Macmillan,
1985, págs. 45-46.
66 Véase también de E. B. Ryan, «Why do Low-Prestige Language Varieties
Persist?», en H. Giles y R. St. Clair (eds.), págs. 145-157.
67 P. Trudgill, art. cit., págs. 172, 177, 184 y 185.
también en que se puede demostrar el funcionamiento de valores
de prestigio en usos lingüísticos que no son considerados tradicio­
nalmente como correctos o como normativos.
En resumen, podemos afirmar que la investigación sociolingüís­
tica, excepción hecha de los estudios sobre actitudes, también reali­
zados por Labov 68, no ha tratado el concepto de prestigio de for­
ma sistemática, o lo que es lo mismo, no ha sabido aprovechar
los conocimientos ofrecidos desde la sociología, de igual forma que
no ha analizado los matices que ofrece el prestigio desde una pers­
pectiva puramente lingüística.

4.4.4. P r e c is io n e s a l c o n c e p t o d e p r e s tig io e n s o c io lin g ü ís ­


tic a

A) El descubrimiento y la medida del prestigio


El prestigio puede ser considerado bien como una conducta, bien
como una actitud, es decir, el prestigio es algo que se tiene, pero
también que se concede. Podemos definir el prestigio como un pro­
ceso de concesión de estima y respeto hacia individuos o grupos
que reúnen ciertas características y que lleva a la imitación de las
conductas y creencias de esos individuos o grupos.
A la hora de medir el prestigio, es importante tomar una posi­
ción clara acerca de la perspectiva que se va a adoptar: la de la
conducta o la de la actitud. La mayor parte de los sociólogos han
analizado el prestigio como actitud, mientras que los antropólogos
lo han estudiado como conducta. Los sociolingüistas, por su parte,
también han preferido profundizar en la perspectiva de la actitud,
en otras palabras, han preferido detenerse en averiguar lo que es
considerado como prestigioso y no en descubrir, sobre los indivi­
duos y grupos prestigiosos, cuáles son las características que los

68 Labov, W ., M odelos..., caps. 5 y 6.


convierten en tales. El punto de vista que puede ofrecer análisis
más ajustados a la realidad es el de la actitud, porque profundizar
en el prestigio como conducta presupone que el prestigio ya ha sido
concedido por otros individuos. Ciertamente, el estudio del presti­
gio como conducta puede proporcionarnos datos interesantísimos,
pero rara vez va a permitir descubrir nuevas normas de prestigio:
este descubrimiento sólo sería posible si ge analizara como actitud.
La sociolingüística, insistimos, se ha ceñido a las actitudes. Pero
en casos concretos, como el de la sociolingüística laboviana, se ha
atendido más a los usos sociolingüísticos prestigiosos que a las nor­
mas de prestigio en su conjunto. Este último objetivo no se ha lo­
grado porque los análisis se han hecho sobre aspectos lingüísticos
muy parciales, normalmente pertenecientes a la fonología y la foné­
tica. Como se puede suponer, el estudio de una docena de usos
lingüísticos no puede dar mucho de sí para obtener conclusiones
generalizadoras, pero por algo hay que empezar.
Las técnicas que hasta ahora se han mostrado más útiles para
el descubrimiento de usos lingüísticos prestigiosos han sido la del
reconocimiento de atributos sociales sobre textos grabados (ahí es­
tán los trabajos de Alvar, Quilis o López Morales) 69 y el Test de
Autoevaluación, puesto en práctica para el estudio de la «inseguri­
dad» 70. Para el estudio del prestigio hay que suponer que lo que
el hablante cree correcto es, a su vez, lo que también considera
más prestigioso, pero debemos matizar que lo que es considerado
como correcto no tiene por qué ajustarse a lo que, desde un criterio
normativo, se juzga como correcto. De ahí la dificultad que implica
el concepto de corrección, como ya comentamos en su momento.
Estas formas de medir y detectar el prestigio están dando unos
resultados admirables y de gran fiabilidad, sobre todo en situacio-

69 Véase nota 4.
70 Véase, por ejem plo, H. López M orales, «índices de inseguridad lingüística
en San Juan», en Dialectología y sociolingüística. Temas puertorriqueños, cit., páginas
165-181. Labov, Modelos..., cap. 5.
nes de bilingüismo, ya que la información se recoge de una forma
indirecta. Sin embargo, creemos que debe concederse más impor­
tancia de la que hoy tienen a las técnicas directas, que permiten
al hablante dar.su opinión abiertamente sobre lo que considera pres­
tigioso. Desde esta perspectiva y para una situación de monolin-
güismo, redactamos un brevísimo cuestionario en el que se hacía
a los informantes las siguientes preguntas:

1.a) En la sociedad española en que vivimos, ¿quién cree Vd.


que se expresa mejor, es decir, qué personas o tipo de personas
hablan mejor según su criterio?
2 .a) ¿En qué nota Vd. que habla mejor el tipo depersonas
que ha señalado en la pregunta anterior?
3.a) ¿Le gustaría hablar como ese tipo de personas?
4 .a) ¿Qué es para Vd. el prestigio?
5.a) ¿Qué tipo de personas tiene para Vd. más prestigio?

Al redactar el cuestionario, partimos de la idea de que los resulta­


dos de la encuesta nos proporcionarían unas nociones generales so­
bre las normas de prestigio que actúan en cada grupo social. Deci­
dimos trabajar sobre tres muestras diferentes. Una muestra repre­
sentativa de un grupo social concreto, el formado por estudiantes
universitarios de filología, de ambos sexos y con edades comprendi­
das entre los 20 y los 27 años. Una muestra estratificada por cuotas
de una comunidad rural (Quintanar de la Orden, Toledo), en la
que se manejaron las variables sexo y edad ( ~ 20; 21 ~ 35; 36 ~ 50;
51 —) y para la que se manejaron 40 informantes (5 por cuota).
Finalmente, otra muestra por cuotas que, dentro de una comunidad
urbana, no representara a ningún grupo en especial, para la que
se utilizaron informantes escogidos aleatoriamente en la Puerta del
Sol de Madrid (lugar de tránsito por donde concurren personas per­
tenecientes a muy distintos niveles socioculturales), si bien se aten­
dió a las variables sexo y edad. Los informantes se eligieron equili­
bradamente de acuerdo con estas variables (21 hombres y 21 muje­
res, cada sexo tiene 8 representantes de una edad inferior a 25 años,
9 entre 25 y 50 y 4 mayores de 50 años) 71. Para, el estudio del
grupo universitario se encuestó a 30 informantes (15 hombres y 15
mujeres).
Nuestro estudio es simplemente exploratorio. Pretendemos des­
cubrir cuáles son las variables que conforman las normas de presti­
gio en cada grupo para realizar sobre ellas un análisis precuantitati-
vo. Se utilizó un cuestionario de final abierto, cuyo contenido ya
hemos detallado. Las conclusiones que se obtienen de las encuestas
pueden tener cierto interés. Pasamos a comentarlas brevemente.
Las respuestas más frecuentes a la pregunta «¿Qué personas o
tipo de personas hablan mejor, según su criterio?» nos remiten a
aquellos individuos que poseen una mayor cultura, que están inser­
tos en el mundo de la intelectualidad o que poseen estudios medios
o superiores. Las diferencias entre la muestra universitaria y la mues­
tra general, en este punto concreto, no son muy grandes: el 65%
de las respuestas de los estudiantes apuntaban a las personas cultas,
mientras que en este sentido iba el 60.7% de las respuestas obteni­
das en la muestra general. El factor «cultura» también es el que
más aparece en la comunidad rural, pero su frecuencia relativa tan
sólo es del 45%. La muestra rural y la urbana coinciden en señalar
a los políticos como modelo de buen hablar con unas proporciones
cercanas al 10% (9% en la rural —en los hombres 15%— y 11.1%
en la urbana), mientras que este factor no aparece en la muestra
universitaria. Por último, los universitarios admiten la validez de
la variable «hábitat» como indicador de prestigio, concretamente
se refieren al hecho de desenvolverse en una comunidad urbana

71 Las encuestas en la Puerta del Sol fueron realizadas por las sociólogas Juliana
Moreno Fernández; y Montserrat Navarrete Lorenzo, a quienes agradecemos su cola­
boración y profesionalidad.
(12.5%), pero ni la muestra de la calle, ni la rural atienden a este
factor 72.
La segunda pregunta, «¿En qué nota Vd. que habla mejor el
tipo de personas que ha señalado en la pregunta anterior?», ofrece

72 Los resultados fueron los siguientes:

H om bres M ujeres X

Factor «cultura» 66.6% 63.6% 65%


Factor «edad» 2 2 .2 % 22.7% 22.5%
Factor «hábitat» 11.1% 13.6% 12.5%

* Los más cultos.


** Los más jóvenes.
*** Zonas urbanas.

c. urbana:
Hombres M ujeres X

Factor «cultura» 57.1% 62.5% 59.8%


Factor «edad» 4,7% 20.8% 13.3%
Políticos 14.2% 8.3% 11.1%
Otros 19% 8.3% 13.3%
N S /N C 4.7% — 2.2 %

* Los más cultos.


** Opiniones diversas, según la edad del propio encuestado.

c. rural:

H om bres Mujeres X

Factor «cultura» 45% 41.6% 43.1%


Factor «edad» 20% 20.8% 20.4%
Políticos 15% 4.1% 9%
Periodistas — 8.3% 4.5%
Otros 20% 20.8% 20.4%
N S/N C — 4.1% 2.2%
* Según edad del encuestado.
un abanico de respuestas más amplio 73. Se hacía alusión, en las
73 Los resultados obtenidos en la segunda pregunta fueron los siguientes:
UNIVERSITARIOS:
H om bres Mujeres X

Corrección 9.5% 31.5% 20%


Vocabulario 19% 15.7% 17.5%
«Expresión» 9,5% 21% 15%
Facilidad 9.5% 15.7% 12.5%
Fonética 19% 5.2% 12.5%
Sintaxis 9.5% 10.5% 10%
Otros 23.8% 12.5%

c. urbana:
H om bres Mujeres X

Vocabulario 20.8% 29.6% 25.4%


«Expresión» 12.5% 22.2% 17.6%
Fluidez 12.5% — 5.8%
Claridad 4.1% 7.4% 5.8%
Fonética 8.3% 3.7% 5.8%
Corrección 4.1% 3.7% 3.9%
Otros 25 % 14.8% 19.6%
N S/N C 12.5% 18.5% 15.6%

c . rural:
Hombres Mujeres X

«Expresión» 29.1% 45.4% 36.9%


Contenido 12.5% 9% 10.8%
Vocabulario 4.2% 9% 6.5%
Claridad 4.2% 4.5% 4.3%
Corrección — 4.5% 2.1%
Facilidad — 4.5% 2.1%
Fonética 4.2% — 2.1%
Sintaxis 4.2% — 2.1%
Otros 20.8% 9% 15.2%
N S/N C 20.8% 13.6% 17.3%

Compárense nuestros resultados con los que ofrece López Morales (Sociolingüística,
Madrid, Gredos, 1989, págs. 205-222).
tres muestras, al vocabulario, a la fonética, a la corrección norma­
tiva y a la facilidad de palabra, entre otros factores; pero hubo
discrepancias significativas: el 25.4% de las respuestas de la gente
de la calle considera el léxico, el vocabulario, como el índice más
significativo de buen hablar, mientras que, para los estudiantes de
filología, la respuesta más frecuente se refería a la corrección de
los usos lingüísticos (20%), aunque le seguía en importancia cuanti­
tativa el léxico. En la muestra rural, el léxico tiene una frecuencia
tan sólo del 6.5%. Llama la atención la aparición en los tres tipos
de informantes de una respuesta vaga y ambigua desde un punto
de vista lingüístico: «se nota que se habla mejor en la forma de
expresarse». Dentro de la lógica está que en la muestra urbana sea
la segunda respuesta más frecuente (17.6%) y que sea la más fre­
cuente en la rural (29.1%); menos lógico es que ocupe la tercera
posición entre los estudiantes de filología con un 15% y detrás del
vocabulario y de la corrección. Hay que apuntar, no obstante, que
entre los universitarios se atiende por ejemplo a la sintaxis, factor
que no es citado entre la gente de la calle, aunque sí en la comuni­
dad rural (2.1%), y que es esta última la única que da cierta impor­
tancia (10.8%) a elementos de contenido.
A la pregunta «¿Le gustaría hablar como ese tipo de personas?»
se respondió afirmativamente con toda contundencia, especialmen­
te por parte de los estudiantes (86.6%). También es importante el
sí de la muestra urbana (69.7%) y de la rural (72.5%), pero mien­
tras en éstas aparece un 9.3% y un 12.5%, respectivamente, de
respuestas negativas, en la universitaria el no es inexistente 74. Tan-
Los datos completos son éstos:
u n iv e r s it a r io s :
H om bres Mujeres X

Sí 80% 93.3% 86.6%


No
Indiferente 6.6% — 3.3%
Depende — 6.6% 3.3%
N S/N C 13.3% — 6.6%
SOCIOLINGÜÍSTICA. — 13
to en la calle como en la muestra rural, los noes proceden especial­
mente de los hombres.
La cuarta pregunta, «¿Qué es para Vd. el prestigio?», nos apor­
ta algunos datos muy reveladores 75. El prestigio fue definido prin-

c. urbana:

Hombres Mujeres X

Sí 52.3% 86.3% 69.7%


No 14.2% 4.5% 9.3%
Ya lo hace 14.2% 4.5% 9.3%
Depende 9.5% — 4.6%
Indiferente 4.7% — 2.3%
N S /N C 4.7% 4.5% 4.6%

c. rural:

Hombres Mujeres X

Sí 65% 80% 72.5%


No 20% 5% 12.5%
Ya lo hace 10% — 5%
Depende 5% 15% 10%

75 Los datos generales son los siguientes:


u n iv e r s it a r io s :
Hombres Mujeres X

C ultura 2 2 .2 % 17.6% 20%


Reconocim iento 2 2 .2 % 17.6% 20%
ajeno
Dinero 16.6% 5.8% 11.4%
Categoría — 11.7% 5.7%
social

Saber estar 5.5% 5.8% 5.7%


Éxito — 11.7% 5.7 %
O tros 11.1% 11.7% 11.4%
N S /N C 2 2 .2 % 17.6% 20%
cipalmente por medio de atributos personales, pero también es rele­
vante la frecuencia de las respuestas que apuntaban que el prestigio
es algo que debe ser reconocido por alguien ajeno al individuo al que
se le concede. El 40.9% de las respuestas de la muestra de la calle
señala que el prestigio se debe a un reconocimiento ajeno. Entre
los estudiantes, la frecuencia relativa de esta respuesta es del 20%,
la mitad, y en la comunidad rural la proporción es bajísima (2.5%).
La cualidad que los universitarios consideran más importante para
adquirir prestigio es la de la cultura (20%); la gente de la calle

c . urbana:
H om bres Mujeres X

Reconocimiento 45.4% 36.3% 40.9%


ajeno

Buenas 4.5% 9% 6.8% *


cualidades
Otros 40.9% 45.4% 43.1%
N S/N C 9% 9% 9%

* Todos atributos personales o de conducta.

c. rural:

H om bres Mujeres X

«Algo grande» 20% 20% 20%


Buenas cuali­ 15% 5% 10%
dades
Cultura 5% 15% 10%
Saber estar 5% 5% 5%
Éxito 5% 5% 5%
Una tontería 10% — 5%
Rec. ajeno 5% — 2.5%
Cat. social — 5% 2.5%
Otros 25% 5% 15%
N S/N C 10% 40% 25%
apenas se acuerda de la cultura con este fin específico: da mayor
importancia al hecho dé tener cierta categoría social o éxito profe­
sional. Aquí se comprueba que un grupo como el de los estudiantes
de filología posee unas normas de prestigio que difieren de las de
otros hablantes, y téngase en cuenta que no estamos en una situa­
ción de bilingüismo ni de diglosia. En la muestra rural, encontra­
mos una gran dispersión en las respuestas, aunque puede destacarse
la vaguedad de las más frecuentes («Algo grande, algo importan­
te», 20%) y la relativa importancia (10%) que se concede a las
cualidades morales, especialmente entre las mujeres.
Por fin, la última pregunta no hace más que complementar a
la cuarta: «¿Qué tipo de personas tiene para Vd. más prestigio?» 76.

76 Presentam os los resultados completos:

u n iv e r s it a r io s :

Hombres Mujeres X

Cultos 62.5% 62.5% 62.5%


Sobresalientes — 12.5% 6.2%
C onducta adec. — 12.5% 6.2%
Ricos 6.2% — 3.1%
Otros 25% 6.2% 15.6%
N S /N C 6.2% 6.2% 6.2%

c. u r b a n a :
Hombres Mujeres X

Cultos 14.2% 28.5% 21.4%


Buenos 33.3% 4.7% 19%
C onducta adec. — 28.5% 14.2%
O tros 42.8% 23.8% 33.3%
N S /N C 9.5% 14.2% 11.9%

* Respuestas m uy variadas que no se repiten.


La primera diferencia significativa que se aprecia entre las muestras
es la dispersión de respuestas de la general y de la rural, frente
a la concentración de la universitaria, en la que las personas del
mundo de la cultura son las consideradas como más prestigiosas
con diferencia (las respuestas alcanzaron el 62.5%). También la cul­
tura es factor notable en las muestras rural (21.4%) y urbana
(21.4%), pero parejo a ella anda el reconocimiento de cualidades
morales («gente buena»): 14.2% en Quintanar, 19% en Madrid.
Salvo en los aspectos señalados, y en el hecho de que la cultura
parece tener un mayor peso específico entre los jóvenes de las mues­
tras rural y urbana, las variables sexo y edad no muestran un com­
portamiento muy dispar. La proporción media que se ha obtenido
en el apartado «Otros» es del 16.5% y en el no sabe/no contesta
del 9.9%. Sobre los datos que acabamos de comentar y los que
aparecen en las tablas, podemos obtener las siguientes conclusiones
generales:
a) Grupo universitario. Los jóvenes universitarios, en su con­
cepción del prestigio, se muestran especialmente sensibles a la va­
riable «cultura», con todos los matices que encierra. En ellos tam­
bién se observa un mayor grado de conciencia sobre los usos lin­
güísticos y una especial preocupación por la corrección.

c. rural:

Hombres Mujeres X

Cultos 18% 25% 21.4%


Buenos 4.5% 25% 14.2%
Todos 4.5% 10% 7.2%
Ricos 9.1% — 4.6%
Políticos 9.1% ___ 4.6%
Conducta adec. — 10% 5%
Otros 40.9% 10% 26.1%
N S /N C 13.6% 20% 16.8%
b) Muestra urbana. Los informantes urbanos poseen nociones
conscientes poco claras de lo que es el prestigio. En ellos la cultura
ocupa un lugar secundario y adquiere mayor importancia la catego­
ría social y el éxito profesional. El prestigio para los individuos
de esta muestra depende en gran parte del reconocimiento ajeno.
Para los hombres no siempre son adecuados los usos lingüísticos
considerados como prestigiosos y correctos.
c) Muestra rural. En la comunidad rural se observa un grado
menor de reflexión sobre el concepto de prestigio y una menor cons­
ciencia de él tal y como se entiende convencionalmente. Entre los
informantes rurales parece no tener tanta importancia la «calidad
formal» de los usos lingüísticos como la efectividad en la comuni­
cación y la ordenación de los contenidos. Las cualidades morales
y éticas son consideradas como prestigiosas, especialmente por par­
te de las mujeres.
A la vista de los resultados de nuestro estudio exploratorio, cree­
mos necesario afirmar que las normas de prestigio han de buscarse
en el interés de cada grupo social y que sólo después de esto podrán
buscarse los intereses comunes a varios grupos hasta llegar a una
formulación general de las normas que rigen el prestigio en una
sociedad determinada.

B) Tipos de prestigio
El análisis del prestigio exige, finalmente, establecer cuatro di­
cotomías que se desprenden de todo lo dicho anteriormente:
1. Prestigio de la ocupación / Prestigio del individuo
Existe un prestigio como atributo de la reputación de las perso­
nas y un prestigio como atributo formal de determinados puestos
sociales 77. El primero es fruto de la interacción social entre miem­

77 Véase F. Parkin, Orden político y desigualdades de clase, M adrid, Debate,


1978. Especialmente, págs. 49-57. Parkin, en gran parte, sigue las ideas de W eber.
bros de un mismo grupo 78, el segundo es fruto de la interacción
entre miembros de distintos grupos. Creemos que ambos tipos de
prestigio pueden ser capaces de determinar la dirección de un cam­
bio lingüístico. La psicología social y la sociolingüística que se está
preocupando del estudio de la conversación en grupos reducidos 79
tienen mucho que decir a propósito del prestigio individual.
2. Prestigio como actitud / Prestigio como conducta
Son las dos caras de una misma moneda, pero sólo una de ellas,
la de la actitud, nos puede llevar al conocimiento de formas de
prestigio desconocidas. Una vez descubiertas, se hace imprescindi­
ble detenerse en la otra cara y desarrollar investigaciones comple­
mentarias. Por ahora, los mejores resultados, desde un punto de
vista sociolingüístico, los ha proporcionado el estudio de la actitud,
principalmente con técnicas indirectas, aunque deben también te­
nerse en cuenta las directas.
3. Prestigio vertical / Prestigio horizontal
El estudio del prestigio y de los fenómenos sociolingüísticos en
los que se ve implicado no puede seguir haciéndose tomando como
paradigmas exclusivos la riqueza, la clase o el poder, y mucho me­
nos si estas dimensiones sociales las barajamos indiscriminadamen­
te. El prestigio es un proceso que funciona, con un grado mayor
o menor de consciencia, entre clases sociales diferentes, entre los
individuos que tienen poder y los que no lo tienen, entre las gentes
que pertenecen a ciertos status y las que no participan de ellos,

78 Véase D. Treiman, Occupational Prestige in Comparative Perspective, New


York, Academic Press, 1977. Se analiza el prestigio de la ocupación en los sistemas
industriales y desde el punto de vista de la actitud. También es interesante, ya que
sigue las teorías de Turner, el trabajo de B. Barber, «Inequality and Occupational
Prestige: Theory, Research, and Social Policy», Sociological Inquiry, 48 (1978), pá­
ginas 75-88.
79 Sirvan como muestra las obras de Ch. Goodwin (Conversational Organiza-
tion. Interaction between Speakers and Hearers, New York, Academic Press, 1981),
y de J. Schenkein (ed.) (Studies in the Organization o f Conversational Interaction,
New York, Academic Press, 1978).
pero también funciona entre individuos que pertenecen a una mis­
ma clase, que participan del mismo grado de poder o de competen­
cia y que pertenecen a un mismo status, ya sea éste elevado o no
lo sea. Por eso, es necesario distinguir entre un prestigio vertical
o externo y un prestigio horizontal o interno. El prestigio externo
funciona entre clase y clase, entre grupo social y grupo social: es
lo que justifica la imitación de las conductas de las clases altas por
parte de las clases medias, tal y como ha estudiado William Labov.
El prestigio interno funciona en el interior de cada clase y en el
interior de cada grupo y puede afirmarse que para la difusión o
propagación entre los hablantes de un cambio lingüístico posee una
mayor trascendencia, desde el punto de vista práctico, que el presti­
gio externo. En cualquier caso, ambos deberían ser objeto de estu­
dio de las investigaciones sociolingüísticas (Cuadro 24).
4. Prestigio sociológico / Prestigio lingüístico
Las dificultades que presenta la interpretación, definición y aná­
lisis del prestigio, nacen de las interferencias que se producen entre
el prestigio sociológico y el prestigio lingüístico. Sólo aislándolos
podremos saber posteriormente qué peso ejercen por separado y
conjuntamente en los fenómenos sociolingüísticos. Estamos conven­
cidos de que, desarrollando estas nociones acerca del prestigio, el
conocimiento del mecanismo de la variación y del cambio lingüísti­
co podría salvar muchas de las limitaciones que posee en este
momento.

4.5. VA RIA CIÓ N SO C IO LIN G Ü ÍSTICA Y V A RIACIÓN G EO LIN G Ü ÍSTICA

Los epígrafes anteriores dan fe de las numerosas implicaciones


que se producen entre sociolingüística y lingüística histórica, impli­
caciones que afectan no sólo a cuestiones metodológicas, sino tam­
bién teóricas. Por otro lado, son evidentes los lazos de unión que
existen entre las epistemologías sociolingüística y geolingüística. El
CLASE A

PRESTIGIO

EXTERNO

CLASE B

PRESTIGIO INTERNO

C u a d r o 24
estudio de la variación geolingüística ha sido competencia desde ha­
ce más de un siglo de la dialectología, a la que paulatinamente se
han ido incorporando los avances más notables de la lingüística
general: en los años 50 quedó clara la posibilidad de llevar a cabo
una dialectología estructuralista (Weinreich), de igual forma que
en los 70 se vieron abiertas las puertas de una dialectología genera-
tivista (López Morales).
En principio, nadie'niega la existencia de un juego de influen­
cias mutuas entre los hechos sociolingüísticos y los geolingüísticos,
pero no parece muy claro qué vía metodológica hay que seguir para
el estudio de la imbricación de unos y otros. Dado que es posible
hacer descripciones dialectales desde el modelo generativista y que
la sociolingüística, al menos la de Labov, también parte de él, po­
dría estar ahí el primer acercamiento; sin embargo, el terreno está
aún virgen. Se piensa que Peter Trudgill 80 está siendo el encargado
de guiar la aproximación entre ambas disciplinas, pero no acaba­
mos de ver con nitidez que se esté haciendo algo distinto a combi­
nar «detalles» dialectales con «detalles» sociolingüísticos. Más
parece una yuxtaposición de resultados obtenidos con métodos dis­
tintos que la creación de una metodología específica. Bien útiles
podrían ser los planteamientos realizados por Pedro Roña 81, pero
tampoco han sido llevados suficientemente a la práctica 82.
Con el fin de acercar ambas disciplinas, somos partidarios, por
ejemplo, de incluir la sociolingüística en los atlas 83, pero compren­

80 Véase W. Labov, «Building...», págs. 42-46. De P. Trudgill, Dialects in Con­


tad, Oxford, Blackwell, 1986; J. K. Chamber y P. Trudgill, Dialectology , Cam­
bridge, CUP, 1980.
81 J. P. Roña, «The Social Dimensión o f Dialectology», International Journal
o f the Sociology o f Language, 9 (1976), págs. 7-22.
82 Exceptuamos las propias investigaciones del profesor de la Universidad de
Ottawa.
83 P. García Mouton y F. Moreno, «Proyecto de un Atlas Lingüístico (y etno­
gráfico) de Castilla-La Mancha», Actas del I Congreso de Historia de la Lengua
Española, Madrid, Arco-Libros* 1988, págs. 1461-1480.
demos que estará en inferioridad frente a la necesidad de recoger
datos comparables de grandes extensiones de terreno. La puesta en
práctica del método sociolingüístico en el estudio de comunidades
aisladas o de variaciones geosociolingüísticas en territorios no muy
extensos es, hoy por hoy, inexcusable. Por eso sería conveniente
explorar dentro del modelo de Roña y por eso están surgiendo,
dentro de la dialectología, corrientes como la «dialectología social»
y la «dialectología comunicativa» 84.
Definitivamente, la dialectología tradicional ha perdido parte de
sus poderes teóricos y metodológicos sobre el estudio de las ha­
blas locales. Roña llegó a proponer una sociodialectología. Peter
Trudgill ha llegado a hablar de una «nueva dialectología» (frente
a la «dialectología tradicional») que tendría dos vertientes: una geo-
lingüística y otra sociolingüística 85. Es verdad que los límites entre
una y otra son imprecisos, pero entre eso y hablar de una nueva
disciplina cuyas unidades mínimas serían el geolecto y el sociolecto
hay una gran distancia teórica, porque ambas unidades habrían de
tener un fundamento común que no se ha proporcionado. Si definir
el concepto de dialecto ha sido difícil, sin que se haya conseguido
la unanimidad en la propuesta 86, y aún está por definir desde la
sociolingüística lo que es un sociolecto 87, lograr la conjunción de

84 Véase en E. Halbband (ed.), Dialektologie... (Berlin, Walter de Gruyter, 1982,


vol. 1.1), el cap. XIII, dedicado a trabajos sobre dialectología comunicativa. Tam­
bién, H. Niebaum, Dialektologie, Tübingen, 1983.
85 Véase J. K. Chambers y P. Trudgill, passim, especialmente págs. 15-36; W. N.
Francis, Dialectology, London, Longman, 1983. Sobre relación entre dialectología
y sociolingüística, véanse J. P. Roña, «Una visión estructural de la sociolingüística»,
Santiago, 7 (1972), págs. 22-36; J. M. Lope Blanch, «La sociolingüística y la dialec­
tología hispánica», en F. Aid, M. Resnick y B. Saciuk (eds.), 1975 Colloquium
on Hispanic Linguistics, Washington, Georgetown U. P ., 1976, págs. 67-90; Y. Mal-
kiel, «From Romance Philology Through Dialect Geography to Sociolinguistics»,
International Journal o f the Sociology o f Language, 9 (1976), págs. 59-84.
86 Véase M. Alvar, «Hacia los conceptos de lengua, dialecto y hablas», Nueva
Revista de Filología Hispánica, XV (1961), págs. 51-60.
87 Se han dado definiciones poco útiles. Por ejemplo, McDavid, «Differences
dos «materias inconcretas» es una tarea a la que no vemos un fin
fácil e inmediato, en parte porque creemos que se están confun­
diendo elementos de categoría diferente: por un lado está el objeto
de estudio y por otro el modo de analizarlo. Es obvio que cualquier
acto lingüístico tiene, entre otras, una dimensión geográfica y una
dimensión social y que ambas son inseparables. Pero la lingüística
trabaja, recordemos, con «modelos idealizados de una porción de
lengua». De igual forma que existen modelos sociolingüísticos, exis­
ten modelos de descripción geolingüística y pueden existir aislada­
mente porque son simples artificios de investigación. ¿Acaso puede
separarse la dimensión sociológica de la dimensión psicológica de
un individuo? Sin embargo, existen disciplinas (sociología y psico­
logía) que las estudian de forma independiente.

4.6. EL PROCESO COMUNICATIVO

Acabamos de mencionar que los actos lingüísticos tienen, entre


otras, una dimensión geográfica y una dimensión social. Al decir
«otras» pensamos en la dimensión histórica, ya comentada, y en
la dimensión pragmática, y todas ellas son inseparables. No cabe
duda de que la pragmática de la lengua hablada está haciendo sus
propuestas peculiares88, incorporando valiosos avances de la filo­
sofía del lenguaje (pensamos especialmente en Austin 89) y de la
psicolingüística. Las implicaciones entre sociolingüística y pragmá­
tica son evidentes, aunque el acercamiento entre ambas entidades,
como modelos de descripción o artificios de investigación, sólo se
han producido de soslayo. En esta línea han ido los estudios de
Hiroto Ueda sobre los tratamientos en español y japonés 90.

in an Urban Society», en W. Bright, Sociolinguistics, The Hague, Mouton, 1966,


págs. 74*80.
88 Véase S. Levinson, Pragmatics, Cambridge, CUP, 1983.
89 Austin, J. L., H ow to do Things with Words, London, Oxford U. P ., 1962.
90 Cf. nota 9.
Desde esta perspectiva podría incorporarse la descripción siste­
mática de actos paralingüísticos y kinésicos que tan importante fun­
ción cumplen en el proceso comunicativo 91.

4.7. LINGÜÍSTICA DEL HABLA

Los actos lingüísticos son multidimensionales, pero la dificultad


de analizarlos como tales exige acogerse a disciplinas distintas que
se preocupan por cada una de esas dimensiones. Podríamos hablar
de «disciplinas de compromiso», como esa «nueva dialectología»
a la que se refiere Trudgill, pero uno de los problemas, aparte de
los que ya hemos planteado, está en que, si el solapamiento entre
geolingüística y sociolingüística es evidente, no menos obvios son
los existentes entre sociolingüística y pragmática, geolingüística y
lingüística histórica, sociolingüística y lingüística histórica, pragmá­
tica y geolingüística. Al ser así, ¿debería crearse una «dialectolo­
gía» que incluyera todo tipo de variación (diacrónica, diatópica,
diastrática, diafásica)? Nuestro punto de vista es otro. Creemos que
todas estas variaciones, todas las dimensiones del acto lingüístico,
están acogidas bajo un mismo seno, que no es otro que el de la
lingüística del habla, de la actuación, diferenciada de la lingüística
de la lengua, de la competencia 92, aunque ambas están estrecha­
mente unidas. El método de descripción de los hechos recogidos
en esa lingüística no estaría predeterminado. Ahora bien, la des­
cripción puramente lingüística de unos hechos de habla podría in­
corporar diversos sistemas teórico-metodológicos, dependiendo de
que el investigador quisiera poner el acento en alguna dimensión
especial del acto (geográfica, social, comunicativa 93 o histórica).
Aunque cualquier variación lingüística se produce en un contexto

91 Véase L. Milroy, Language and Social Networks, cit., págs. 84-94.


92 No hacemos sinónimos «lengua» y «competencia».
93 Incluimos lo psicológico y psicolingüístico.
social concreto, sale de boca de una persona en una situación con­
creta, en un momento histórico determinado y de acuerdo con cier­
tos condicionantes geográficos, en la investigación es posible des­
membrar la realidad con el fin de llegar a un mejor conocimiento
de ella. Por eso pueden estudiarse los hechos de habla exclusiva-

(G) Geografía Sociolingüística (S)


Lingüística

(H) Lingüística Pragmática (P)


Histórica

C u ad ro 25

mente en su contexto social, enfrentándolos a los que tienen oríge­


nes geográficos diferentes, orígenes diacrónicos distintos o encua­
drándolos en la psicología de los individuos que los han emitido
y en sus situaciones inmediatas. De ahí que esa lingüística del habla
tenga, según nuestro criterio, cuatro vértices unidos entre sí: lin­
güística geográfica, lingüística histórica, pragmática y sociolingüís­
tica (Cuadro 25).
Pero, así como puede estudiarse el objeto desde cada uno de
los vértices, puede analizarse desde infinitas posiciones intermedias,
que representamos en forma de flechas reversibles. Algunos puntos
intermedios de estas flechas ya han sido ensayados: en la que une
S y H se está cultivando la sociolingüística histórica 94 y la sociolin­
güística preocupada por los cambios en marcha 95. De la relación
entre G y H se ha dado fe constantemente desde el siglo xix 96.
La historia de la lengua literaria ha ocupado algunos tramos de
la flecha que une H y P. La «dialectología comunicativa» preten­
de 97 ocupar la línea G-P 98. La relación entre G y S llevó a Roña
a hablar de socio-dialectología, pero si una y otra están en esquinas
distintas es porque les hemos atribuido unos rasgos diferenciadores:
la sociolingüística se encarga de la lengua en su contexto social (nor­
malmente hablas locales " ) , y la geografía lingüística, del estudio
de las variedades habladas en un territorio, generalmente por medio
de los atlas lingüísticos.
En nuestra propuesta se reconoce la variación conjunta de fac­
tores de distinta naturaleza, pero se admite la posibilidad de estu­
diar cada uno de esos factores minimizando los demás. Por eso
carece de sentido la propuesta de una «nueva dialectología», que
daría cuenta de las variaciones geosociolingüísticas. No se pueden
despreciar las variaciones que nacen de factores distintos a la geo­
grafía y la sociología. Podría hablarse de «dialectología» en vez
de «lingüística del habla». Pero todo el problema sería terminológi­
co, porque en ella habría que incluir igualmente cualquier tipo de
variación.
Creemos que un modelo que pretenda restringirse a lo diatópico
y a lo diastrático es demasiado pobre. El modelo debe acoger otras
fuentes de variación y no debe impedir cultivar aislada o conjunta­

94 S. Romaine, Socio-historical Linguistic..., cit.


95 Encabezada por W. Labov, «Building...», art. cit.
96 Véase P. García Mouton, «El estudio del léxico en los mapas lingüísticos»,
en F. Moreno (ed,), págs. 27-75.
97 Decimos «pretende» porque en la mayor parte de los casos sólo se hace
pragmática.
98 Véase M. Deuchar, «Sociolinguistics», en J. Lyons (ed.), N ew H orizons in
Linguistics 2, Harmondsworth, Penguin Books, 1987, págs. 296-310.
99 Comunidades, estratos, grupos, etc.
mente, en grado diverso, la geolingüística, la sociolingüística, la lin­
güística histórica y la pragmática 100.
La sociolingüística se está apoderando legítimamente de una parte
de lo que antes era competencia de la dialectología (el estudio mo­
nográfico de hablas locales), pero ha creado un nuevo status meto­
dológico, distinto del status de la geolingüística, vástagos ambos
de la lingüística del habla, como lo son los métodos de la lingüística
histórica y de la pragmática, aunque todos ellos estén íntimamente
relacionados por ocuparse de dimensiones que concurren en un mis­
mo objeto de estudio.

100 Véase E. Coseriu, «Los conceptos de ‘dialecto’, ‘nivel’ y ‘estilo de lengua’


y el sentido propio de la dialectología», Lingüística Española Actual, III (1981),
págs. 1-30.
CONCLUSIÓN

Estas páginas han pretendido presentar las líneas maestras de


la metodología sociolingüística, señalando etapa por etapa (recogi­
da de datos, análisis, interpretación) las reglas que la guían y los
obstáculos que ha de salvar. Ha quedado patente la dificultad de
separar unos procesos de otros en el devenir metodológico.
Los comentarios que se han realizado no son válidos para afron­
tar cualquier tipo de investigación sociolingüística. Nuestro interés
se ha centrado especialmente en una sociolingüística epistemológi­
camente vinculada a la lingüística, cuyo interés por el estudio del
lenguaje en su contexto social, aunque admita el concurso de aspec­
tos etnográficos, psicosociales o pragmáticos, la caracteriza sufi­
cientemente y la distingue de otras disciplinas (especialmente de la
sociología del lenguaje), con las que coincide de un modo parcial.
Se ha trabajado, por tanto, con el concepto más estricto de
sociolingüística.
Hemos puesto especial atención a la hora de tratar la relación
existente entre sociolingüística y otras disciplinas también interesa­
das por el habla, por el complejo de la actuación y de la variación
lingüísticas. Consideramos interesante concebir la lingüística del ha­
bla como una red de relaciones interdisciplinares cuyos núcleos es­
tén constituidos por la sociolingüística, la geolingüística, la pragmá­
tica y la lingüística histórica. Todas ellas están vinculadas: en cierta
medida comparten el objeto de estudio y, por lo tanto, se enfrentan
a problemas teóricos y metodológicos similares. De estas relaciones,
SOCIOLINGÜÍSTICA. — 14
nos ha parecido especialmente interesante la que la sociolingüística
establece con la geolingüística, porque, si bien es verdad que traba­
jan sobre dimensiones de unos mismos hechos, no menos cierta
es la posibilidad de que cada una de ellas conserve su propio status
teórico-metodológico. Si la confluencia de estas disciplinas fuera
inevitable, como quiere hacerse ver, también sería inevitable la con­
fluencia de ambas, ya unidas, con otras formas de hacer lin­
güística que, como la pragmática o la lingüística histórica, se ocu­
pan de otras dimensiones parciales de los hechos lingüísticos.
El primer capítulo lo hemos dedicado a fijar un conjunto de
reglas elementales que puedan ser útiles para afrontar cualquier in­
vestigación sociolingüística, dentro de los límites marcados más arri­
ba. El corpus de reglas es el siguiente:
A) R eglas de r e c o g id a de datos

1.a) El investigador debe dejar a un lado cualquier noción


previa.
2 .a) El objeto de la investigación deben constituirlo fenó­
menos definidos por unos caracteres comunes, ex­
teriores y constantes.
3.a) Los hechos sociolingüísticos no deben ser confundidos
con sus manifestaciones individuales.
4 .a) Los hechos han de ser observados utilizando la técnica
más adecuada a cada caso.
B) R eglas de a n á l is is

1.a) El análisis estadístico debe cumplir, entre otros, dos


fines: a) describir y resumir los datos; y b) hacer
estimaciones de significación y de fiabilidad.
2 .a) La estadística debe ser considerada como un mero
instrumento, nunca como un fin en sí mismo.
3.a) El conjunto de tipos o categorías sociolingüísticas
se ajustará a unos mismos principios o criterios.
4 .a) Los tipos o categorías de cada conjunto serán mu­
tuamente excluyentes.
5.a) El conjunto de tipos será exhaustivo, esto es, cada
elemento deberá encuadrarse en uno de los tipos.
C) R e g la s d e in t e r p r e t a c ió n
1.a) La interpretación estará en correspondencia con la
finalidad del estudio y el análisis de los datos.
2 .a) Mediante la interpretación hay que establecer la con­
tinuidad en el proceso investigador general, poniendo
en relación los resultados del estudio con los de
otros.
3.a) La interpretación debe establecer conceptos aclaratorios.

El sentido pleno de estas reglas nace, por un lado, de la delimi­


tación de los conceptos de «método» y «técnica» y, por otro, de
complementar adecuadamente «método» y «teoría». La puesta en
marcha de una investigación exige al sociolingüista tratar con dete­
nimiento el ámbito teórico en el que se va a mover, el método que
va a dotar a la teoría de capacidad explicativa y la técnica que
conviene en coherencia con los límites metodológicos y la naturale­
za de los datos. El proceso pre-empírico requiere, por tanto, consi­
derar el encadenamiento teoría -►método -*■técnica, en esta misma
dirección. Cuando el estudio empírico haya sido concluido, la inter­
pretación de los resultados necesitará dar cuenta de la eficacia de
la correspondencia entre un eslabón y otro en la dirección contraria.
Nuestras «reglas del método sociolingüístico» están pensadas es­
pecialmente para la etapa empírica de la investigación y se han pre­
parado sobre las Reglas del método sociológico propuestas por Émile
Durkheim en 1895. Esa etapa empírica, núcleo de la metodología,
responde a cómo hacer la investigación, pero requiere que antes
se conteste a un qué hacer y para qué hacerlo, lo que incluye el
planteamiento de hipótesis de trabajo.
El capítulo segundo ha tratado de la recogida de materiales lin­
güísticos. Desde este punto de vista, la metodología sociolingüística
supone un avance más para la lingüística que tradicionalmente vie­
ne trabajando sobre corpora de datos, sin que ello invalide por
completo prácticas de origen más lejano. Los más notables antece­
dentes del conjunto de métodos sociolingüísticos están en la dialec­
tología y en la lingüística de corte antropológico. De hecho, en gran
medida, la sociolingüística actual pretende superar las deficiencias
que los estudios dialectales han presentado para el estudio de la
variación lingüística. El modo de conseguirlo tiene una palabra cla­
ve: cuantificación. Sin embargo, partiendo de la idea de que el estu­
dio cuantitativo del lenguaje en su contexto social está dando unos
resultados excelentes, no parece claro que las propuestas metodoló­
gicas de la sociolingüística, especialmente en lo que se refiere a la
recogida de datos, hayan ido siempre en el sentido opuesto al del
método dialectal. El porqué es sencillo de explicar. Tanto la dialec­
tología como la sociolingüística han de enfrentarse a unos proble­
mas comunes cuyas soluciones han de ser, por fuerza, similares:
preparación de los instrumentos para la recogida de datos (cuestio­
narios, entrevistas, etc.), formación de los exploradores, acceso a
los hablantes. Qué duda cabe de que una y otra disciplina adoptan
posturas dispares en numerosos puntos, pero el desarrollo de la
sociolingüística deja entrever que muchos de los criterios geolin-
güísticos no son tan descabellados como se ha dicho. El principio
de la «homogeneidad en la conducta lingüística», propuesto por
Labov, está justificando algunas prácticas de los dialectólogos (v.
g. trabajar con pocos informantes). Además, es obvio que la cuan­
tificación en sí misma, a pesar de su importancia, no agota las posi­
bilidades metodológicas y que las aproximaciones cualitativas no
deben despreciarse en absoluto. Lejos estamos de pensar que las
metodologías sociolingüística y dialectal son en el fondo una misma
cosa: los límites teóricos en los que una y otra se mueven están
bien trazados, por eso separamos, en la lingüística del habla, la
geolingüística de la sociolingüística. Habrá quien prefiera llamar
«dialectología» a la lingüística del habla. Es un simple problema
de nombre, que tendría como consecuencia la des vinculación par­
cial de los conceptos de «geografía lingüística» y «dialectología»,
por cuanto, dentro de esta última, también tendrían que ser inclui­
das la lingüística histórica y la pragmática, además de la sociolin­
güística.
Es importante resaltar que la sociolingüística trabaja con mode­
los idealizados de porciones de lengua. Aquí encontramos algunas
de sus limitaciones, pero también la razón de su efectividad analíti­
ca. El nivel en que esta efectividad se ha hecho más patente es
el de la fonética y la fonología, si bien no por ello hay que echar
en saco roto los avances en los niveles sintáctico y léxico.
A la hora de recoger los datos, el registro que más ha preocupa­
do a los sociolingüistas es el casual, en parte por el atractivo que
ofrece para conocer cómo funciona la comunicación cotidiana, en
parte por el reto científico de acceder a tal tipo de discursos. Puede
decirse que en este aspecto se ha llegado a logros importantes. Tam­
bién ha sido beneficiosa, para la lingüística en general y en concreto
para la sociolingüística, la incorporación de técnicas de muestreo
orientadas a la selección de informantes, aunque en este sentido
siempre se irá detrás de la pauta marcada por matemáticos, estadis­
tas e informáticos. Por otro lado, la sociología y la psicología han
prestado una especial ayuda para poner en marcha nuevas técnicas
de recogida de datos. Actualmente contamos con una gama de po­
sibilidades suficientemente amplia para satisfacer numerosos pro­
pósitos, teniendo en cuenta que las técnicas pueden combinarse unas
con otras para multiplicar su potencialidad y llegar a resultados
de un mayor alcance.
Las técnicas de recogida de datos poseen distintos grados de
estructuración. Nuestra clasificación, que no es ni mucho menos
exhaustiva, distingue entre técnicas de observación y técnicas de en­
cuesta. Las primeras sirven para recoger datos tal y como se produ­
cen en sus contextos naturales; con las segundas, los datos que se
recogen surgen a petición del investigador, contando lógicamente
con el consentimiento y la colaboración de los informantes. Dentro
de las técnicas de encuesta, hemos tratado separadamente las direc­
tas de las indirectas. Las técnicas directas de encuesta recogen datos
que son proporcionados consciente y voluntariamente por el infor­
mante; las técnicas indirectas solicitan de él una información con
valores subliminales que son los que realmente interesan al investi­
gador y que el informante facilita de forma inconsciente. Las técni­
cas directas más utilizadas son la entrevista y el cuestionario, cada
una de las cuales ofrece una gran variedad de alternativas con dis­
tinto grado de estructuración. Las técnicas indirectas son conocidas
habitualmente como tests (inseguridad lingüística, pares falsos, etc.).
La regla que habla de utilizar la técnica más adecuada a cada caso,
siempre debe tenerse en cuenta, sopesando las ventajas e inconve­
nientes que presenta cada técnica y el efecto de combinarlas entre sí.
El capítulo tercero de estas páginas se ha centrado en el análisis
de los materiales sociolingüísticos. No es frecuente que a la hora
de presentar los resultados de las investigaciones sociolingüísticas
se dé detallada cuenta de cada uno de los pasos seguidos en la
etapa del análisis. En nuestra opinión, es importante situar al lector
en unas condiciones similares a las del investigador, para poder com­
probar la conveniencia de las técnicas empleadas o incluso plantear
otras soluciones analíticas. Normalmente la cantidad de datos reco­
gidos en sociolingüística es tal que no parece razonable limitar su
interpretación a un solo punto de vista.
Los análisis que nos han preocupado de forma casi exclusiva
en este capítulo han sido los cuantitativos. En ellos cobra especial
trascendencia la aplicación de técnicas estadísticas. Siguiendo el plan­
teamiento de Ralph Fasold, hemos considerado como subyacentes
al uso de la estadística en sociolingüística, aunque válidos para otros
campos, los conceptos de población, característica, cuantificación
y distribución.
La sociolingüística, a grandes rasgos, trabaja con dos tipos de
variables: lingüísticas y sociales. Siguiendo el criterio de que la so­
ciolingüística debe preocuparse ante todo por el lenguaje, las varia­
bles lingüísticas se manejan como variables dependientes, mientras
que las sociales se consideran como variables independientes. Cada
una de ellas presenta en su seno una serie, más o menos extensa,
de variaciones cuya cuantificación exige disponerlas en escalas de
diversos tipos dependiendo de si se trata de hechos cualitativos (se­
xo, profesión, raza, ...) o cuantitativos (grado de abertura vocálica,
grado de relajación de -d-, ...).
La aplicación de la estadística a materiales sociolingüísticos se
ha ido transformando a lo largo de los años, aunque no con mucha
rapidez. En los años sesenta y primeros de la década de los setenta
se utilizaron técnicas que aquí hemos llamado descriptivas. A partir
de ese momento, hasta la actualidad, ha sido cada vez más frecuen­
te la utilización de técnicas multivariables, que permiten trabajar
con materiales muy diversos y en grandes cantidades. Para ello ha
sido decisiva la incorporación de las máquinas electrónicas como
una herramienta más de trabajo.
Entre los cálculos estadísticos, han tenido una especial utilidad
para analizar materiales sociolingüísticos la varianza, la desviación
típica, las pruebas de t y x2, el estudio de las correlaciones, de
la covarianza, de las regresiones lineales y las técnicas multivaria­
bles. La probabilística, por su lado, ha hecho posible la formula­
ción de reglas variables, dentro de la sociolingüística laboviana, por
medio de las cuales se ha podido llegar a una nueva concepción
de la competencia lingüística. La estrecha vinculación que existe
entre método y teoría encuentra en este campo uno de sus más
logrados exponentes.
Nuestro último capítulo ha puesto su atención en la interpreta­
ción de los resultados de los análisis y en las implicaciones teóricas
que surgen en la propia interpretación y respecto de todo el proceso
metodológico.
Interpretar no sólo es dar sentido a los resultados obtenidos de
los análisis, determinando, por ejemplo, la relación causal entre va­
riables, sino examinar si las distintas partes de la metodología se
han ensamblado de forma apropiada, hacer ver lo que el estudio
supone respecto de investigaciones anteriores, para lo cual se habrá
necesitado facilitar la comparabilidad, y determinar lo que el expe­
rimento aporta a la teoría, revisando alguna de sus facetas, profun­
dizando en ellas o haciendo nuevas aportaciones.
La consideración de la variación sociolingüística como algo in­
herente a la lengua, sin que se rechace la existencia de elementos
que no varían, implica directamente fenómenos como el cambio
lingüístico, la actuación lingüística en los procesos comunicativos
y los contrastes en el eje diatópico. Particularmente, la sociolingüís­
tica de William Labov ha mostrado una especial preocupación por
los cambios lingüísticos en marcha, asunto de indudable interés pa­
ra la lingüística en general y para la lingüística histórica en particu­
lar. En el desarrollo de un cambio tiene especial protagonismo el
reconocimiento de pautas prestigiosas, pero curiosamente el con­
cepto de prestigio es uno de los menos perfilados. En nuestra opi­
nión, es necesario estudiar el prestigio de una forma más analítica
de lo que se ha hecho hasta el momento, distinguiendo el prestigio
como atributo de la reputación de las personas (individual) del pres­
tigio como atributo de determinadas posiciones sociales (de ocupa­
ción); el prestigio como actitud, del prestigio como conducta; el
prestigio interno, del externo; y, por último, el funcionamiento del
prestigio en la esfera sociológica y su incidencia en la lingüística.
Metodológicamente sería interesante combinar las técnicas indirec­
tas de análisis del prestigio que se han utilizado hasta el momento,
con técnicas directas que ayuden a descubrir las normas que funcio­
nan dentro de cada grupo.
Añadiremos, como conclusión final, que la metodología socio-
lingüística, cuyas directrices vienen siendo marcadas especialmente
desde Estados Unidos y Gran Bretaña, es aún una obra inacabada.
En estas páginas sólo se han mostrado algunos de sus aspectos más
interesantes, pero confiamos en que hayan sido los suficientes para
apreciar que el método sociolingüístico está destinado a absorber
la atención de numerosos lingüistas en la recta final del siglo xx.
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ÍNDICES
ÍNDICE DE AUTORES

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Aid, F., 203 n. 85. Bloch, B., 45 n. 14.
Albó, A., 70 n. 84. Blom, J. P., 73 n. 95, 93.
Alvar, A., 181 n. 47. Boissevain, J., 53 n. 30.
Alvar, M., 22 n. 4, 32 n. 31, 42 n. Borrego, J., 37.
4, 44, 48 n.21, 71 n. 86, Bortoni-Ricardo,
88n. S. M., 73.
125, 174 n. 32, 181 n.47, 182, Bouchard Ryan, E., 32 n. 31, 186
188, 203 n. 86. n. 66.
Alvira, F., 158 n. 63. Bowers, D., 155 n. 61.
Anttila, R., 173 n. 27. Bright, W., 21 n. 3, 173 n. 27, 203
Applebaum, R. P., 176 n. 35. n. 87.
Ardener, E., 22 n. 7. Brink, L., 163 n. 2.
Austin, J. L., 60 n. 53, 204. Brown, R., 68.
Burghardt, L. H., 45 n. 14.
Butler, C., 88 n. 124.
Bailey, Ch. J., 59 n. 47, 171. Bynon, T., 172 n. 25.
Barber, B., 199 n. 78.
Barnes, J. A., 53 n. 30.
Bauman, R., 23 n. 10, 79 n. 104. Cameron, D., 186 n. 65.
Beeghley, L., 176 n. 36, 177 n. 37. Cedergren, H., 163 n. 2.
Beinhauer, W., 34 n. 39. Chambers, J. K., 202 n. 80, 203 n.
Bell, A., 66 n. 74, 114. 85.
Bennett, S., 155 n. 61. Chapman, R., 150 n. 54.
Berutto, G., 174. Chein, I., 78 n. 102, 82, 84, 87.
Bickerton, D., 52 n. 29, 166, 170- Chomsky, N., 37 n. 47, 132, 162.
173. Clark, S., 53 n. 34.
Cohén, P., 73 n. 96, 74, 169. Ferguson, Ch., 184, 185.
Comte, A., 21 n. 2. Fernández, F., 68 n. 79, 165 n. 8.
Cook, S. W., 33 n. 34, 69 n. 81. Feyereband, P., 47 n. 18.
Cooper, R. L., 32 n. 31. Fielding, G., 145 n. 50.
Coseriu, E., 26, 31, 174 n. 32, 182, Fienberg, S., 157 n. 62.
208 n. 100. Filstead, W. J., 69 n. 81, 90 n. 130,
Coupland, N., 66 n. 72. 95 n. 135.
Crespo, E., 184 n. 56. Fishman, J. A., 32 n. 31, 68 n. 80.
Fletcher, P., 122 n. 24.
Fraisse, P., 184 n. 56.
Dauzat, A., 44 n. 9.
Francis, W. N., 203 n. 85.
Davis, K., 178.
Fraser, C., 145 n. 50, 175 n. 33.
Davis, L. M., 146.
French, J. R. P., Jr., 184 n. 56.
De Camp, D., 171.
De Kock, J., 109 n. 2.
Descartes, R., 23 n. 11. García Ferrando, M., 158 n. 63.
Deuchar, M., 207 n. 98. García Mouton, P., 108 n. 1, 202
Díaz Muñoz, M.A., 80 n. 106. n. 83, 207 n. 96.
Dieth, E., 44 n. 10. Gerth, H., 177, 178.
Dittmar, N., 46, 155. Giglioli, P. P., 54 n. 35.
Douglas-Cowie, E., 74 n. 97. Giles, H., 32 n. 31, 114 n. 9, 175
Durkheim, É., 21, 24, 25, 26, 27, n. 33, 186 n. 66.
30, 31, 32, 34, 36, 38, 55, 211. Gilliéron, J., 42.
Gilman, A., 68.
Gimeno, F., 22 n. 4, 54 n. 35.
Eagleson, R. D., 183 n. 54.
Girard, D., 157 n. 62.
Edwards, U., 74 n. 97.
Goebl, H., 108 n. 1.
Edwards, V., 73.
Goffman, E., 23 n. 9.
Elizaincín, A., 68 n. 80.
Gómez Molina, J. R., 37, 155 n. 61.
Ellis, A. J., 42.
Goodman, L., 157 n. 62.
Ellis, J., 61, 62.
Goodwin, Ch., 199 n. 79.
Etxebarría, M., 37.
Granovetter, M., 53 n. 30.
Green, J., 75 n. 98.
Fasold, R., 32 n. 31, 124, 137 n. 44, Greenbaum, S., 183 n. 54.
138, 163 n. 2, 172 n. 25, 214. Gumperz, J. J., 17, 51, 53 n. 32,
Feagin, C., 163 n. 2. 54 n. 35, 73, 90, 93.
Halbband, E., 203 n. 84. n. 33, 35, 36, 49 n. 23, 50 n. 25,
Halliday, M. A. K., 46 n. 16. 51, 52, 54, 58, 59 n. 47, 60, 62
Harris, J., 170 n. 20, 173 n. 27. n. 58, 63-67, 69 n. 81, 70, 73, 74,
Havránek, B., 183 n. 55. 75 n. 100, 80, 83, 84, 86, 89, 90,
Hayashi, Ch., 153 n, 60. 93, 96, 97 n. 142, 98, 99 n. 143,
Herzog, M., 166, 167, 170. 99 n. 146, 101 n. 149, 103, 104,
Hoaglin, D., 122 n. 24. 109, 115, 119, 132, 161, 162-164,
Holmes, J., 26 n. 18, 53 n. 32. 166, 167-169, 170, 171, 183 n. 54,
Hope, K., 178 n. 41. 184-187, 200, 202, 207 n. 95, 212,
Houck, Ch. L., 83. 216.
Hudson, R., 61 n. 55, 115. Lambert, R., 184 n. 56.
Hughes, A., 122 n. 24. Lambert, W., 104.
Hymes, D., 17, 26 n. 18, 51 n. 26, Lara, J. F., 182 n. 48, 183 n. 55.
73 n. 95, 90, 171 n. 22. Larmouth, P., 157 n. 62.
Lavandera, B., 59 n. 47.
Lehmann, W. P., 163 n. 1, 166 n.
Ibáñez, J., 158 n. 63.
10.
Levinson, S., 204 n. 88.
Jaberg, K., 42, 43. Lewis, J., 73 n. 96, 74, 169.
Jones, V. M., 86, 119. Lieberson, S., 21 n. 3.
Jud, J., 42, 43. Likert, R., 101.
Livie, A., 122 n. 24.
Llórente, A., 44 n. 9.
Kahane, H., 174.
Lóffler, H., 108 n. 1.
Kalton, G., 81 n. 108.
Lope Blanch, J. M., 180 n. 45, 203
Katz, D., 184 n. 56.
n. 85.
Kay, P., 26 n. 22.
López Morales, H., 15 n. 1, 21 n.
Kelman, H., 184 n. 56.
3, 22 nn. 4-8, 36 n. 41, 40 n. 1,
Kibrik, A. E., 49.
58 n. 44, 59 n. 47, 60 n. 49, 104,
King, R. D., 173 n. 27.
110 n. 5, 127 n. 33, 132 n. 39,
Kingsley, D., 53 n. 33.
136-137, 174 n. 32, 186 n. 64, 188,
Kirk, J. M., 44 n. 11.
192 n. 73, 202.
Kretzshmar, W. A., 43 n. 6.
Lund, J., 163 n. 2.
Kurath, H., 43.
Lyons, J., 207 n. 98.

Laberge, S., 116.


Labov, W., 16, 24, 25 n. 15, 29, 32 Macaulay, R. K. S., 65, 89, 163 n. 2.
Malkiel, Y., 163 n. 1, 166 n. 10, 203 Nerón, 181.
n. 85. Niebaum, H., 108 n. 1, 203 n. 84.
Marinas, J. M., 66. Ninyoles, R., 174, 180.
Mariner, S., 181 n. 46. Noelle, E., 122.
Markova, I., 145 n. 50.
Martínez Martín, F. M., 87 n. 122.
Orton, H., 44 n. 10.
Marx, K., 176.
Maxwell, A. E., 152 n. 56.
McDavid, R. I., 203 tí. 87. Parkin, F., 198 n. 77.
Miller, J., 150 n. 54. Pellowe, J., 86, 119.
Mills, Ch. W., 177, 178. Petyt, K. M., 43 n. 8, 172 n. 26.
Milroy, J., 169-170. Philips, B., 176 n. 34.
Milroy, L., 19, 20, 24, 44 n. 10, 47 Piaget, J., 184 n. 56.
n. 20, 50 n. 25, 53, 55 n. 39, 58, Pickford, G. R., 44 n. 11.
59 n. 47, 65 n. 68, n. 71, 66, 67 Pisani, A., 26 n. 21, 46 n. 15.
n. 76, 68, 69 n. 81, 73, 75, 83 n. Pomphrey, C., 173 n. 27.
112, 93, 96 n. 136, n. 137, 99 n. Pop, S., 48 n. 21.
146, 110, 116, 117, 118, 123 n. Popper, K., 47 n. 18.
26, 140 n. 47, 147-148, 163 n. 2, Pride, J. B., 26 n. 18, 53 n. 32.
164, 165, 166, 169-170, 205 n. 91.
Mitchell, J. C., 53 n. 30.
Quilis, A., 174 n. 32, 188.
Moore, W., 178.
Morales, A., 60 n. 48.
Moreno, F., 21, 25 n. 17, 59 n. 47, Raush, L., 30 n. 27.
60 n. 52, 79 n. 103, 104 n. 156, Raven, B., 184 n. 56.
108 n. 1, 116 n. 13, 119 n. 19, Reid, E., 65 n. 69, 89.
134 n. 41, 135n.42,142n.49, Resnick, M., 203 n. 85.
153 n. 57, 202n.83,207n.96. Riley, W., 24 n. 14, 45 n. 13, 58
Moreno, J., 190 n. 71. n. 45, 72 n. 87, 73 n. 90, 87 n.
Moser, C. A., 81 n. 108. 121, 93, 99, 115 n. 12, 163 n. 2.
Mosteller, M., 122 n. 24. Robins, C., 73 n. 96, 74, 169.
Muller, Ch., 33 n. 36, 88 n. 124, Robinson, W. P., 60 n. 51, 67 n. 78.
122 n. 24. Roces, W., 176 n. 35.
Romaine, S., 51 n. 27, 52, 54, 59
n. 47, 65 n. 69, 70 n. 83, 71 n.
Navarrete, M., 190 n. 71. 85, 80 n. 107, 83, 85 n. 116, 89,
Navarro Tomás, T., 59 n. 45. 90, 111 n. 6, 164, 207 n. 94.
Roña, J. P., 54 n. 35, 202, 203, 207. Spencer, M., 175 n. 34.
Rousseau, P., 132. St. Clair, R. N., 175 n. 33, 186 n.
Ruiz Tinoco, A., 153, 165 n. 9. 66 .
Steiner, R., 119.
Strang, B., 86.
Saciuk, B., 203 n. 85.
Salvador, G., 44 n. 9.
Samarin, W. J., 45 n. 14. Thelander, M., 51, 111.
Sankoff, D., 26 n. 22, 116, 132, 163 Thomas, A. R., 43 n. 6, 53 n. 34,
n. 2. 108 n. 1, 146 n. 51, 157 n. 62.
Sankoff, G., 79 n. 104, 89. Torregrosa, J. R., 184 n. 56.
Sapir, E., 17. Treiman, D., 199 n. 78.
Saussure, F. de, 22, 26. Trevelyan, G., 65.
Saville-Troike, M., 52 n. 29, 109 n. Trudgill, P., 11 n. 8, 44 n. 10, 58,
3. 65 n. 69, 74 n. 97, 83, 86, 118,
Schenkein, J., 199 n. 79. 163 n. 2, 172 n. 26, 184, 186-187,
Scherer, K. R., 114 n. 9, 175 n. 33. 202, 203, 205.
Schlobinski, P., 46, 155. Tuaillon, G., 45 n. 13.
Schmidt, A., 73. Tukey, J., 122 n. 24, 123.
Schmidt, J., 171. Turner, J. H., 176 n. 36, 177 n. 37,
Schmidt, L. E., 86 n. 117. 178-179, 180 n. 44, 199 n. 78.
Searle, J., 60 n. 53.
Selltiz, C., 33 n. 34, 34, 36, 37, 69
n. 81, 92 n. 131, 95 n. 135, 97 Ueda, H., 134 n. 41, 153-156, 165,
n. 139, 100 n. 147, 102 n. 151, 204.
110 . Ure, J., 61, 62.
Sevigny, M., 75. Uribe Villegas, O., 61 n. 56.
Shavelson, R., 126.
Sherif, M., 184 n. 56.
Sherzer, J., 23 n. 10, 79 n. 104. Vaquero, M., 54 n. 35.
Sheuermeier, P., 43. Viereck, W., 108 n. 1.
Shuy, R., 24, 32 n. 31, 45 n. 13, Villena Ponsoda, J. A., 24 n. 13.
58 n. 45, 59 n. 47, 72 n. 87, 73
n. 90, 87 n. 121, 93, 99, 115 n.
12, 163 n. 2, 171 n. 21, 172 n. 25. Wachs, I., 46, 155.
Silva-Corvalán, C., 20, 61 n. 55. Wallat, C., 75 n. 98.
Smith, G., 81 n. 108. Weber, M., 176-179, 198 n. 77.
SOCIOLINGÜÍSTICA. — 16
Weinreich, U., 166, 167, 170, 202. n. 121,93, 99, 115 n. 12, 163 n. 2.
Whorf, B. L., 17. Woods, A., 82 n. 110, 88 n. 124,
Willems, E. P., 30, 91. 122 n. 34, 124 n. 27, 128 n. 34,
Williams, L., 118, 119 n. 18, 127 n. 131 n. 37, 139 n. 46, 140 n. 48,
32. 151 n. 55.
Wólck, W., 78 n. 101. Wright, J. T., 44 n. 11.
Wolf, M., 184 n. 56. Wrightsman, L. S., 33 n. 34.
Wolfram, W., 24 n. 14, 45 n. 13,
58 n. 45, 72 n. 87, 73 n. 90, 87 Yaeger, M., 119.
ÍNDICE DE MATERIAS

actitud lingüística, 32, 53, 86, 100, 102-158, 160, 164, 209, 210,
104, 166, 174, 184, 199. 214-215.
actitud social, 53, 76, 77, 187, 188. d e v a r i a n z a ( a n o v a ) , 33,
a n a lis is
acto de habla, 60 n. 53, 102, 120, 138, 139-140, 165.
121, 142, 165. análisis de vocales, 58, 118-119, 126,
actuación lingüística, 209. 139, 155-156, 215.
adecuación de los enunciados, 182- antropología, 14, 17, 22.
183. asociación de Goodman y Kruskal,
adolescentes, 67, 93, 165. 153 n. 60.
adquisición de lenguas, 14, 15. atlas lingüístico, 41, 43, 44 n. 9, 58,
alfabeto fonético, 58 n. 45. 202, 207.
análisis de consonantes, 29, 56, 56
n. 40, 58, 111, 113, 114, 118-119, bilingüismo, 15, 174, 189, 196.
126, 127, 130, 138, 139. «bola de nieve», 87.
análisis de la conversación, 60, 110,
199. cálculo de F, 139.
análisis cualitativo, 30, 44, 51, 68, cambio de código, 15, 111.
90, 109-112. cambio de lengua, 15.
análisis cuantitativo, 31, 44, 51, 68, cambio lingüístico, 19, 32, 57, 161,
86, 90, 109-112, 212. 163, 164, 166-173, 200, 216.
análisis factorial, 23, 155. cantidad de datos, 69-71.
análisis multivariable, 133, 152-158, característica, 124-125, 214.
165, 215. censo electoral, 83, 86.
análisis de señales digitalizadas, 119. censo de población, 81.
análisis sociolingüístico, 18, 19, 23, ciencias exactas, 47.
32-36, 37, 39, 71, 77, 78, 87, ciencias naturales, 28, 47.
ciencias sociales, 28, 47, 69, 82, 102, cuestionario, 31, 35, 45, 91, 94,
122 n. 24, 110, 160. 100-105, 120, 212, 214.
clase social, 26, 78, 84-85, 165, 175, cuestionario de alternativas fijas,
176, 177, 180, 186, 199. 100, 101, 102, 105, 121.
clase alta, 85, 169, 170, 176, 186. cuestionario de final abierto, 100,
clase baja (obrera), 42, 85, 87, 101, 102, 105, 120, 190.
118, 167, 176. curva normal (de Gauss), 128.
clase media, 167, 168.
codificación, 33. densidad de la red, 116-118.
competencia comunicativa, 26. despedidas, 25, 120.
competencia lingüística, 50, 205, 215. desviación típica (estándar), 115,
comunidad de habla, 26, 48, 52, 127, 129-131, 137, 215.
54-55, 118, 162, 163. diagrama de barras, 133-137.
comunidad rural, 189-198. diagrama de dispersión, 151.
comunidad urbana, 189-198. dialecto, 15, 19, 162, 171, 173, 174.
conducta social, 187. dialecto auténtico (real dialect), 42,
conflicto lingüístico, 174. 43.
contexto lingüístico, 66, 111. dialectología, 19, 22, 41-45, 47, 58,
contexto situacional, 17, 61, 76, 78, 90, 96, 108, 202, 207-208, 212.
92, 114, 153. dialectología comunicativa, 203, 207.
contexto social, 15, 26, 29, 35, 109, dialectología estructuralista, 202.
163, 207, 209, 212. dialectología generativista, 202.
continuum estilístico, 66. dialectología social, 203, 207.
conversación dirigida, 95-97, 105. dialectometría, 108.
conversación no dirigida, 97-98, 105. dialectos en contacto, 93.
corrección, 32, 175, 182, 187, 188, diglosia, 185, 196.
193, 197. dinámica de grupos, 40.
corrección de Yates, 146 n. 51. disculpas, 120.
correlación, 33, 117, 138, 146-151, discurso casual, 63-68, 74, 93, 96,
152, 215. 97, 98.
correlación lineal (Pearson), 23, 147. discurso espontáneo, 63.
correlación de rangos (Spearman), distribución, 124, 126, 214.
147-148, 165.
cortesía, 142-144. edad, 33, 42, 77, 84, 85, 111, 113,
covarianza, 146-147, 215. 114, 125, 133, 135, 140, 155, 165,
cuantificación, 125-126, 214. 189, 197.
cuantificación de la red, 117-118. educación, 15, 26.
encuesta dialectal, 18, 44, 45, 72, 98. estructuración de los datos, 30, 31.
encuesta de puerta en puerta, 98, estructuralismo, 162.
99-100, 105. estudio exploratorio, 36, 55-57, 71,
encuesta rápida, 98, 99-100, 105. 84, 118, 190.
enseñanza de lenguas, 122 n. 24. ética de la investigación, 69.
entidad social, 52-55. etnografía, 14, 17, 22, 115, 209.
entrevista, 31, 64-67, 94-98, 105, etnografía de la comunicación, 17,
212-214. 23 n. 10, 48, 52, 66, 67, 68, 73,
entrevista estructurada, 95, 98, 105. 75, 78, 93, 109, 112, 116.
entrevista no estructurada, 95, 105. etnología, 14.
entrevista telefónica, 98, 99-100, 105. excusas, 120.
escala de implicación, 52, 171-173. explorador, 30, 31, 71-77, 212.
escala de intervalos, 126, 147. explorador dialectal, 72, 74.
escala de Likert, 100, 105.
escala nominal, 125, 138. fiabilidad, 44, 80, 123, 137.
escala ordinal, 125-126, 138, 147, filosofía, 47.
148. filosofía del lenguaje, 204.
escala proporcional (ratio scale), 126. fórmulas vocativas, 153-156.
espectrograma, 119. frecuencia, 127-128, 137.
estadística, 19, 33, 40, 81, 88, 89, frecuencia absoluta, 127-128, 133,
121, 122-158, 159, 210, 214-215. 140.
estadística confirmatoria, 123. frecuencia relativa (proporción, por­
estadística descriptiva, 123-, 215. centaje), 127-128, 132, 133.
estadística exploratoria, 123. función social, 178-180.
estadística de inferencias, 123-124.
estadística lingüística, 88, 122. geografía lingüística, 18, 41-45, 52,
estereotipo, 168. 70, 71, 73, 77, 83 n. 111, 89,
estigma, 175, 185-186. 200-208, 209, 212.
estratificación social, 40, 118, 165, geolecto, 203-204.
175, 176, 177, 180. grabación secreta, 69.
estratificación sociolingüística, 35, gráfica de curvas, 133-137.
36. gramática generativa, 31, 46, 162,
estrato social, 15, 116, 165. 202 .
estructura lingüística, 26, 35. gramática individual, 171.
estructura de la red, 116-117. gramáticas en contacto, 60 n. 48.
estructura social, 26, 35. gramaticalidad, 31, 175, 182, 183.
grupo social, 30, 48, 52-55, 115, 118, lectura, 64, 98, 99.
167, 171, 179, 189, 226. lengua criolla, 171, 172.
guía telefónica, 83. lengua escrita, 65.
lengua hablada, 62, 65, 204.
habla local, 41. lengua pidgin, 172.
hablante nativo, 79-80. lenguas en contacto, 15, 16, 111,
hablante-oyente ideal, 46, 162. 173.
hecho lingüístico, 26. lingüística feminista, 186.
hecho social, 15, 25, 26, 30. lingüística general, 16, 19, 31, 40,
hecho sociolingüístico, 25, 28, 36, 161, 202, 216.
39, 55, 92. lingüística del habla, 205, 212.
hipercorreción, 168. lingüística histórica, 19, 47, 108, 173,
hipótesis, 33, 34, 35, 36, 39, 56, 59, 200, 205-208, 209, 210, 213, 216.
78, 113, 119, 137-138, 165, 211. lingüística de la lengua, 22, 205.
hipótesis Davis-Moore, 178. lingüística matemática, 88.
hipótesis nula, 138, 142, 145, 160. listas de contribuyentes, 83.
histogramas, 133, 135-137,. listas de números al azar, 82.
homogeneidad de la conducta lin­ listas de palabras, 64, 99.
güística, 70, 212. logaritmo lineal, 155-156.

indicador, 35, 117, 168. macro-variación, 111.


individualismo metodológico, 52. magnetófono, 57, 58, 68-69, 76, 91,
individuo, 14, 15, 25, 26, 29, 30, 48, 92, 95, 163.
50, 52, 54, 55, 165, 171-173. mantenimiento de lengua, 15.
informante, 44, 50 n. 25, 77-90. marcador, 35, 168.
informática, 19, 43 n. 6, 119, 121, matriz de correlación, 149-150.
157-158, 213. media aritmética, 128-129, 137, 139.
interacción, 168, 204-205. mediana, 128-129.
interlocutor, 67-68, 111, 153, 165. medida de la red, 117-118.
interpretación sociolingüística, 19, mercado lingüístico, 115-116.
24, 36-38, 56, 71, 77, 109, método analítico, 50 n. 25.
159-208, 209, 211, 215-216. método deductivo, 49.
introspección, 22, 50 n. 25, 183. método experimental, 50.
invitaciones, 120. método inductivo, 49.
isoglosa, 41. micro-variación, 111.
moda, 128.
kinésica, 92, 114, 205. modelo dinámico, 171-173.
modelo idealizado, 48, 49. noción previa, 27, 56.
modelo lógico (variacionismo), 133. norma general, 182.
movilidad geográfica, 118. norma lingüística, 31, 175, 180, 182.
movilidad social, 118, 176. norma particular, 182.
muestra, 44, 73, 78, 81, 108, 124,
131, 189, 213. observación participativa, 75, 92-93,
muestreo accidental, 87-88. 95, 98, 105, 169.
muestreo por cuotas, 87-88. ocupación, 175, 177.
muestreo estratificado al azar, 82, ofrecimientos, 120, 121.
84-87, 88. ordenador, 58, 152, 215.
muestreo estratificado por cuotas, oyente, 35, 66, 114.
189.
muestreo intencionado, 87-89. paradoja acumulativa, 49.
muestreo de no probabilidad, 81, paradoja del observador, 29, 49, 67,
87-90. 68, 93, 101.
muestreo de probabilidad, 81-87. paradoja saussuriana, 29, 48.
muestreo en racimo o agrupado, 82, paralingüística, 114, 205.
87. pares mínimos, 64, 99.
muestreo simple al azar, 82-84. «peligro de muerte», 96.
multiplicidad de la red, 116-118. planificación lingüística, 15.
población, 79-90, 124, 214.
nivel fonético-fonológico, 20, 25, poder, 68, 77, 174-200.
57-61, 98, 108, 120, 188, 193, 213. posición social (véase «nivel socio­
nivel de instrucción, 33, 85, 114, 137, económico», «clase social»),
178. pragmática, 19, 60-61, 120, 121, 165,
nivel léxico-semántico, 25, 60, 81, 204-208, 209, 210, 213.
98, 102, 120-121, 127, 129, 193, preguntas por la salud, 25.
213. prestigio, 67, 78, 168, 169, 173-200,
nivel morfológico, 25, 57, 134. 216.
nivel de producción, 176. prestigio encubierto, 186.
nivel sintáctico, 20, 59-60, 98, 100, probabilidad, 37, 109, 132-133, 137,
102, 108, 110, 120, 213. 142, 144, 164, 215.
nivel sociocultural, 85. profesión, 85, 125-126, 133, 215.
nivel socioeconómico, 42, 114, 136- profesión del padre, 85.
137. prueba de Mann-Whitney, 146 n. 51.
niveles lingüísticos, 16, 48, 57-71, prueba t (Student), 33, 71, 138,
118-121. 139-140, 144, 151, 215.
pruebas estadísticas, 137-151. selección de informantes, 78, 124
psicolingüística, 204. (véase «Muestra»),
psicología, 14, 23, 213. sesión de grupo, 93.
psicología social, 14, 23, 60, 115, sexo, 33, 77, 84, 85, 111, 114, 130,
175, 184, 199, 209. 133, 135, 139, 165, 167, 186, 189,
público, 35. 191-197, 215.
puntos de encuesta, 83 n. 111. significación estadística, 71, 78, 137,
193.
QUANTIFICATION III, 153-155, 165. significado, 60, 139, 193.
sistémica, 46.
situación comunicativa, 183.
raza, 77, 84, 85, 114, 215. sociedad monolingüe, 15.
recogida de datos, 18, 19, 23-32, sociedad multilingüe, 14, 15.
39-105, 115, 116, 160, 164, 209, sociolecto, 203-204.
210, 211, 213. sociolingüística histórica, 207.
red social, 20, 52, 53, 55, 115, sociología, 14, 15, 19, 21, 22, 26,
116-118, 165, 170. 31, 40, 53, 72, 81, 89, 187, 213.
registro coloquial (informal), 34, 60, sociología del lenguaje, 15, 22, 174,
61, 75, 96, 97, 101, 108, 120-121, 209.
162, 165, 213. solidaridad, 68, 77.
registro formal, 61, 64* 74, 96, 97, sonógrafo, 58.
98, 101, 108. s p s s , 158.

registros, 19, 61-69, 168, 173. ST A TGRAPHICS , 158.


regla categórica, 162. status, 78, 167, 168, 175, 176, 177,
regla opcional, 132, 162, 164. 185-186, 199-200.
regla variable, 16, 17, 24, 46, 132, subpoblación, 79-90.
164, 171, 172. s y m p h o n y , 158.

regresión lineal, 149-151, 215.


regresión múltiple, 23.
relación causal, 37, 160. tabulación de los datos, 33, 164.
representatividad, 40, 44, 50, 51, 69, técnicas directas, 94, 105.
70, 76, 78, 82, 89, 124, 189. técnicas de encuesta, 94-105,
riqueza material, 85, 176, 177, 178, 213-214.
179, 186, 199. técnicas estadísticas no paramétricas,
ruegos, 120. 138, 140.
técnicas estadísticas paramétricas,
saludos, 25, 120. 138, 146.
técnicas indirectas (método proyec- variable dependiente, 125, 139, 161,
tivo), 31, 94, 102-105. 164, 214.
técnicas de observación, 30, 31, 33, variable independiente, 125, 139,
91-93, 105, 213-214. 161, 164, 214.
teoría lingüística, 45-52. variable lingüística, 33, 56, 59, 78,
teoría de la onda, 171. 86, 117, 118-122, 124, 153, 209,
test de autoevaluación, 188. 212 .
test de disponibilidad léxica, 104- variable sociológica, 33, 56, 59, 86,
105. 114-118, 124, 153.
test de inseguridad lingüística, 102- variación libre, 17, 132, 162.
105, 214. variación sociolingüística, 19, 20, 32,
test de pares falsos (matched guise), 33, 34, 35, 116, 161, 162-165, 200.
104-105, 214. variacionismo, 16, 46, 60, 67, 78-79,
transcripción fonética, 72, 102. 121, 132, 160.
tratamiento, 135, 142-144. variante, 113, 120, 121, 162, 164.
varianza, 16, 127, 129-131, 138, 152,
VARBRUL, 133. 215.
variabilidad inherente, 16, 17, 164. vernáculo, 66.
variable, 109, 113, 121, 163-164. vulgarización del latín, 181.
variable cualitativa, 125-126, 138.
variable cuantitativa, 125-126, 138. x2, 33, 71, 138, 140-146, 215.
ÍNDICE GENERAL

Págs.

P rólogo ............................................................................................................ 7

A g r a d e c im ie n t o s .................... ................................................................... 11

I n t r o d u c c ió n ............................................................................................... 13
¿ Q u é s o c io lin g ü ís tic a ? ...................................................................... 14
¿Q ué m e to d o lo g ía ? ......................................................................... 16

I. L as r e g l a s d e l m é t o d o s o c io l in g ü ís t ic o .............. . 21
1 .1 . Reglas de recogida de datos ..... .......................... 27

1 .2 . Reglas de análisis .................................................. 32

1 .3 . Reglas de interpretación ................................... 36

II. L a r e c o g id a d e m a te r ia le s ................................................... 39

2 .1 . Conceptos y problemas previos ............................ 41


2 .1 .1 . D ia le c to lo g ía y m a te r ia le s s o c io lin g ü ís ­
tic o s ............................................................... 41
2 .1 .2 . T e o r ía y m é t o d o .......................................... 45
2 .1 .3 . L a e n ti d a d s o c ia l ............................................ 52
2 .1 .4 . E l e s tu d io e x p lo r a to r io ................................ 55

2 .2 . Naturaleza de los datos .................................... 57


2 .2 .1 . N iv e l lin g ü ís tic o ........................................... 57
Págs.

2.2.2. Los registros ......................................... 61


2.2.3. Cantidad de datos ............................... 69
2.3. Exploradores ................................................ 71
2.3.1. Formación del investigador ............... 72
2.3.2. Número de exploradores ................... 72
2.3.3. Origen del investigador ....................... 74
2.3.4. Participación del explorador ............... 74
2.3.5. Caracterización del investigador ....... 76
2.4. Informantes ................................................... 77
2.4.1. Muestreo de probabilidad ................. 82
2.4.2. Muestreo de no probabilidad ........... 87
2.5. Técnicas de recogida de datos ......... ... 90
2.5.1. Técnicas de observación ..................... 91
2.5.2. Técnicas de encuesta .......................... 94
III. A n á lis is de lo s m a te r ia le s s o c io lin g ü ís tic o s ---- 107
3.1. El análisis como problema metodológico . 107
3.1.1. Problemas generales ..... ..................... 107
3.1.2. Cuantificación y no cuantificación .. 109
3.2. Construcción de clases ................................. 112
3.2.1. Las reglas y su aplicación ............... 112
3.2.1.1. Selección de criterios y momento de
su aplicación, 112. — 3.2.1.2. Otra vez sobre la
naturaleza de los datos, 113.
3.2.2. Las variables sociales ......................... 114
3.2.3. Las variables lingüísticas ................... 118
3.3. El análisis estadístico ................................... 122
3.3.1. Generalidades ....................................... 122
3.3.2. La descripción estadística: conceptos
básicos ............................................. 126
Págs.
3.3.2.1. La frecuencia, 127. — 3.3.2.2. Media
y mediana, 128. — 3.3.2.3. Varianza y desviación
típica, 129. — 3.3.2.4. Probabilidad, 132. — 3.3.2.5.
Presentación de datos en gráficos, 133.
3.3.3. Pruebas estadísticas ............................. 137
3.3.3.1. Análisis de varianza y prueba t, 139. —
3.3.3.2. Ji cuadrado (x2), 140. — 3.3.3.3. Correla­
ciones, covarianza y regresión, 146.
3.3.4. Análisis multivariable ......................... 152
IV . In t e r p r e t a c ió n de los a n á l is is e im p l ic a c io n e s

te ó r ic a s ...................................................................... 159
4.1. Después del análisis ..................................... 159
4.2. La variación sociolingüística ...................... 162
4.3. El cambio lingüístico .................................... 166
4.3.1. William Labov ..................................... 167
4.3.2. Lesley Milroy ....................................... 169
4.3.3. Derek Bickerton ................................... 170
4.4. Lengua y prestigio ........................................ 173
4.4.1. El prestigio desde la sociología ....... 175
4.4.2. El prestigio desde la lingüística ....... 181
4.4.3. El prestigio desde la sociolingüística. 184
4.4.4. Precisiones al concepto de prestigio en
sociolingüística .............................. 187
A) El descubrimiento y la medida del pres­
tigio, 187. — B) Tipos de prestigio, 198.
4.5. Variación sociolingüística y variación geolin­
güística ..................................................... 200
4.6. El proceso comunicativo .............................. 204
4.7. Lingüística del habla .................................... 205
Págs.

C o n c lu s ió n ............................................................................................................ 209

B ib lio g ra fía ......................................................................................................... 217

Ín d ic e de a u to re s ......................................................................................... 237

Ín d ic e de m a te ria s ...................................................................................... 243

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