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Cuando todavía era un niño, y con motivo de una revuelta contra Ligdamis en
la que murió Paniasis, tío o primo del futuro historiador, la familia de
Herodoto hubo de abandonar su patria y dirigirse a Samos. Allí pudo
Herodoto tener un contacto más estrecho con el mundo cultural jonio. Según
la tradición, fue en Samos donde aprendió el dialecto jónico en el que
redactó su obra; pero los investigadores modernos han comprobado que este
dialecto era empleado también comúnmente en Halicarnaso.
Es casi seguro que, poco antes del 454 a.C., Herodoto regresó a Halicarnaso
para participar en el derrocamiento de Ligdamis (454 a.C.), hijo de Artemisia,
representante de la tiranía caria que dominaba en aquella época la vida
política de la colonia. La siguiente fecha conocida con certeza de la biografía
de Herodoto es la de la fundación, en el 444-443 a.C., de la colonia de Turios,
junto a las ruinas de Síbaris. No se sabe si Herodoto formó parte de la
primera expedición fundadora (que dirigió Pericles), pero sí que obtuvo la
ciudadanía de la colonia.
Algunos de sus biógrafos informan de que, entre esos diez años que median
entre la caída de Ligdamis y su llegada a Turios (454-444), Herodoto realizó
viajes por varias ciudades griegas, en las que ofrecía lecturas de sus obras;
incluso se dice que recibió diez talentos por una lectura ofrecida en Atenas,
dato que hoy parece bastante improbable, aunque manifiesta la buena
acogida que tuvo Herodoto en la ciudad.
Su influencia
A pesar del enorme éxito obtenido por Herodoto, pronto comenzaron las
críticas por parte de los historiadores posteriores, que le acusaban de ser
poco riguroso con los datos. Uno de sus primeros críticos fue Tucídides, quien
se refiere a su método como algo efímero y válido sólo para un instante, es
decir, apto únicamente para la lectura y el disfrute.
A los dieciocho años, Agustín tuvo su primera concubina, que le dio un hijo al
que pusieron por nombre Adeodato. Los excesos de ese "piélago de
maldades" continuaron y se incrementaron con una afición desmesurada por
el teatro y otros espectáculos públicos y la comisión de algunos robos; esta
vida le hizo renegar de la religión de su madre. Su primera lectura de las
Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta y
no fundada en la razón. Sus intereses le inclinaban hacia la filosofía, y en este
territorio encontró acomodo durante algún tiempo en el escepticismo
moderado, doctrina que obviamente no podía satisfacer sus exigencias de
verdad.
Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, San Agustín fue nombrado
obispo de Hipona; desde este pequeño pueblo pescadores proyectaría su
pensamiento a todo el mundo occidental. Sus antiguos correligionarios
maniqueos, y también los donatistas, los arrianos, los priscilianistas y otros
muchos sectarios vieron combatidos sus errores por el nuevo campeón de la
Cristiandad. Dedicó numerosos sermones a la instrucción de su pueblo,
escribió sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y
paganos, y ejerció a la vez de pastor, administrador, orador y juez. Al mismo
tiempo elaboraba una ingente obra filosófica, moral y dogmática; entre sus
libros destacan los Soliloquios, las Confesiones y La ciudad de Dios,
extraordinarios testimonios de su fe y de su sabiduría teológica.
Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo
de ser responsable de las desgracias del imperio, lo que suscitó una
encendida respuesta de San Agustín, recogida en La ciudad de Dios, que
contiene una verdadera filosofía de la historia cristiana. Durante los últimos
años de su vida asistió a las invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas
en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Al tercer mes del asedio
de Hipona, cayó enfermo y murió
Beato Joaquín de Fiore o de Floris