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Onelio Jorge Cardoso Negrita PDF
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—Tú dirás.
Y Bruno dijo:
—¡Regálemela, señor!
—¡Vive, Negrita!
—¡Suéltalo, Negrita!
De un envión la bestia lanzó a la perra por los aires, y ésa
fue la suerte de ella, porque cuando el toro corrió a
alcanzarla, ya Negrita estaba a dos metros de la cerca y,
pegándose al suelo, se arrastró ligera para cruzar bajo las
púas de los alambres. Luego Bruno le estuvo pasando la
mano por el cuerpo tembloroso y sofocado. Al cabo, le
habló:
Era un don que todos los animales tenían y que ella, como
todos, había heredado de sus antepasados. Le bastaba
apuntar su hocico contra la brisa para diferenciar
enseguida los olores que el viento le traía. ¡Y qué
agradable le resultaban los días de la primavera! Entonces
los pájaros enloquecían de contento. Cada quien buscaba
su pareja y poblaba el espacio de vuelos y trinos sobre la
tierra esponjada de frescura. Los árboles y los seres
cambiaban. A los animales mayores les nacía de la piel un
nuevo olor atrayente que invitaba a los individuos de su
especie a encontrarse entre ellos por encima de todos los
obstáculos que existieran. A las grandes rocas sombreadas
en los lugares húmedos les nacía un musgo verdoso de
redoblado olor a humedad que atraía a cientos de insectos,
ranas, mariposas y caracoles. Pero sobre todo, después de
caídos los aguaceros de la tarde, brillaban más limpias que
nunca las estrellas. Se renovaba el mundo como si
empezara a vivir otra vez.
—¿Y qué?
—Nada tampoco. Se calman por unos días, pero vuelven.
El hombre vive aquí abajo en el llano, y el perro en la
montaña. Se mete el jíbaro en los rajones de piedras y no
hay quien dé con ellos.
—Así es —dijo.
—Siga —dijo.
—¡Sio, Negrita!
—"¡Ahhuuu!" —dijo.
Y María suspirando:
—No vaya a ser que nos traiga problemas con ese hombre
—añadió la mujer.
—Eso —respondió Bruno—. Y para luego es tarde. Voy a
buscarla.
—Por supuesto.
—No tiene que darle vueltas a las cosas para hablar claro,
don Cristóbal. Negrita se enamoró del jíbaro. Lo libertó
con los dientes y se fugó con él ¿qué más necesita saber?
—Pues dígala.
—Pues claro que sí, porque ésos van a ser tan inteligentes
como su madre.
—¿Quién?
—¿Dónde? —dijo.
Agosto de 1982.
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