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Tatarkiewicz Wladyslaw - Historia de La Estetica II - La Estetica Medieval PDF
Tatarkiewicz Wladyslaw - Historia de La Estetica II - La Estetica Medieval PDF
Wladysíaw Tatarkiewicz
Diseno interior: RAG
Motivo de cubierta:
Manuel Tzanes, C risto e n e l tro n o (detalle)
Traducción de fuentes:
Latinas: M.a Elena Azofra
Griegas: Felipe Hernández
Título original:
H istoria estetyk i
Sector Foresta, 1
28760>Ses. Cantos
Madwcl--*'España
www.akal.com
ISBN: 978-84-7600-407-4
Impreso en Cofás, S. A.
Móstoles (Madrid)
HISTORIA
DE LA ESTÉTICA
l. C o n d ic io n e s de d e sa r r o llo
1. E l cr is tia n ism o . En la época precedente al siglo prim ero de nuestra era, cuan
do la cultura del helenism o se encontraba aún en pleno auge y Rom a llegaba a las
cimas de su poder, empezó el proceso de transform ación de actitudes frente a la vida
y el m undo. El hom bre deja entonces de interesarse p or las cuestiones tem porales
para preocuparse, en cam bio, p or el más allá. En m uchos ám bitos, las posturas ra
cionalistas iban cediendo paso a las m ísticas y las necesidades cotidianas y terrenas
quedaban eclipsadas p or las religiosas. Las nuevas necesidades y actitudes aiero n ori
gen, a su vez, a nuevas religiones, sectas, ritos, sistemas religiosos y filosóficos, es
decir, produjeron una nueva ideología y , dentro de ella, tam bién una estética nueva.
Las antiguas doctrinas m aterialistas y positivistas perdieron su atractivo m ientras que
renacía el platonism o. U n producto original de la época fue el sistem a neoplatónico
de Plotino, un sistem a trascendente, m onista y em anatista, con su teoría estática del
conocim iento y con su propia ética y estética.
Lo más fecundo en consecuencia fue, no obstante, el nacim iento de la religión
cristiana. En los prim eros tres siglos del cristianism o, que aún pertenecen a lo que
llam am os A ntigüedad, cuando sus adeptos eran todavía escasos y no ejercían in
fluencia alguna en el campo social y político , también perm anecieron las formas de
vida y pensam iento antiguos. Pero a p artir del siglo IV, desde el año 3 13 para ser
exactos, cuando el edicto de C onstantino el Grande perm itió que el cristianism o se
extendiera sin im pedim entos, y más aún a p artir del año 3 25 en que llegó a ser la
religión estatal, las nuevas formas de vida y pensam iento empezaron a predom inar
sobre las antiguas. A sí empezó entonces un nuevo período en la historia del mundo.
El cristianism o se basaba en la fe, en sus leyes m orales, en el principio del amor
y en la esperanza de la vida eterna, razones p or las que pudo p rescindir de la cien
cia, de la filosofía y , en especial, de la estética. «L a verdadera filosofía es el am or a
D io s», dice Ju an D am asceno, e Isidoro de Sevilla añade que el prim er objetivo de
la ciencia es tratar de llegar a D ios y el segundo, conseguir una vida virtuosa. Si el
cristianism o había de profesar una filosofía, ésta sería una filosofía propia, distinta
a las anteriores.
Tanto en la ascética A frica como en la realista R om a, los Padres de la Iglesia la
tinos prefirieron renunciar totalm ente a la filosofía. En la Iglesia griega, en cambio,
los escritores eclesiásticos, en A tenas y A n tio quía siguieron cultivando las viejas tra-
diciones filosóficas, aun siendo conscientes de que tam bién entre los gentiles la fi
losofía em pezaba a evolucionar hacia posturas religiosas. Estos com prendían la ne
cesidad de crear una filosofía nueva y veían la posibilidad de aprovechar los anti
guos sistemas para form ular ahora la doctrina cristiana. T ertuliano trató de m odelar
la filosofía cristiana en base a la estoica, G regorio N iceno la quiso basar en la p la
tónica, y O rígenes tom ó com o m odelo la neoplatónica. N o obstante, todos estos in
tentos fueron desautorizados por la Iglesia.
La filosofía cristiana quedó form ulada en los siglos IV y V , en los tratados de Sap
A gustín y de los Padres de la Iglesia griega. Fue ésta una filosofía com puesta por la
fe cristiana junto con elem entos del pensam iento antiguo reconocidos por la Iglesia,
un a filosofía en la que la estética no figuraba en prim er plano, aunque sí contenía
ciertas ideas estéticas.
En efecto, los prim eros creadores de la filosofía cristiana — tanto los Padres grie
gos com o San A gustín— se interesaron p or la estética, com o verdaderos expertos
en la m ateria. Y como toda su filosofía, la estética incluida, aparte de las doctrinas
antiguas se basaba en la S a n ta B ib lia , la histo ria de la estética de aquel período ha
de em pezar por las ideas estéticas contenidas en ésta.
En su estética, los cristianos asum ieron m uchas ideas filosóficas de los griegos
y de los rom anos, siem pre y cuando aquéllas fueran com patibles con su religión e
ideología. En Platón les atraía la idea de belleza esp iritual; en los estoicos, la belleza
m o ral; y de Plotino tom aron la tesis de la belleza a e la luz y del m undo. Asim ism o,
coincidían con la postura cristiana frente al m undo y el hom bre la interpretación p i
tagórica de la belleza como proporción, la concepción aristotélica del arte, la cice
roniana de la retórica, la horaciana de la poesía y la vitruviana de la arquitectura.
P o r tanto, hemos de tener en cuenta que si junto con el nacim iento del cristianism o
em pezó una época nueva en la historia de la estética, la tradición antigua era en ella
tan im portante como los nuevos conceptos m edievales.
2. D os I m p er io s . En el siglo IV , cuando em pezaba la era cristiana y se estable
cían los principios de su filosofía y de su estética, tuvo lugar otro cam bio im por
tante: la división del Im perio.
Las diferencias políticas e intelectuales entre las provincias orientales y occiden
tales del Imperio R om ano siem pre habían sido m u y pronunciadas y se agudizaron
aún más cuando en el año 395 el Im perio sufrió la división en Im perio O riental y
O ccidental. A p artir de aquel m om ento, las vicisitudes políticas y culturales de am
bos conjuntos siguieron cam inos diferentes.
El Imperio occidental pronto fue derrotado, m ientras que el oriental perduró
otros m il años. El occidental experim entó diversos cambios m ientras que el oriental,
profundam ente conservador, quiso y supo frenar el desarrollo. El O ccidente tuvo
que adaptarse, al menos en parte, a las costum bres y gustos de sus conquistadores
norteños, mientras que el O riente, dada su situación geográfica, se halló en el ám
bito de las influencias asiáticas. A sí en O riente se conservaron en gran parte las for
mas de la cultura antigua que en O ccidente quedaron destruidas o pasaron al o lvi
do. M ientras O riente pudo alim entarse de la herencia antigua, conservarla y desarro
llarla, O ccidente, tras haberla perdido, se vio obligado a crear una cultu ra nueva. Y
tuvo que hacerlo partiendo de cero, creando formas originales propiam ente suyas.
M ientras que en O riente term inaba la historia antigua, en O ccidente nacía una
nueva. Si hemos de llam ar m edievales las form as de cultura creadas en Occidente
tras la caída de Rom a, llegam os a la conclusión de que en O riente no hubo época
m edieval; el medievo fue un fenómeno específico de O ccidente. Bien es verdacf que
O riente también adquirió en aquel entonces nuevas formas de vida y de cultura, mas
éstas no eran productos originales suyo s sino una continuación de la A ntigüedad.
A sí pues, la historia de la cultura, del arte y de la estética cristianos de Oriente
y de O ccidente han de ser tratados por separado. N uestro estudio debe empezar
por O riente, ya que éste fue una continuación directa de la A ntigüedad. A llí per
duraron durante varios siglos el pensam iento y el arte griegos; Bizancio pensaba y
hablaba en griego (así hasta el siglo VI existió la Academ ia de P latón), aunque lo ha
cía y a al m odo cristiano.
O riente contaba con una doble tradición antigua. Por un lado, y conforme a las
aspiraciones de C onstantino el G rande, Bizancio heredó el legado de Rom a, llegan
do a ser conocida com o la «N ueva R om a». Por otro, gracias a su posición geográ
fica e histórica, contaba tam bién con el legado de la Grecia antigua. M odelos anti
guos no faltaban; por orden de los em peradores se recogían y llevaban a Bizancio
obras del arte antiguo de todo el territorio del Im perio. Sólo aelan te de la iglesia de
S an ta'S o fía se colocaron 427 estatuas griegas y romanas. Es pues natural que en
este am biente se desarrollara, antes que en otros, el arte cristiano en todas sus ma
nifestaciones: m úsica, literatura y artes plásticas.
Fue precisam ente en Bizancio donde se erigieron los prim eros grandes templos
cristianos, con el de Santa Sofía en cabeza. Y fue tam bién entre los bizantinos donde
nació el pensam iento estético cristiano.
B ib l io g r a f ía
2. La e st é t ic a d e l a s a g r a d a E s c r it u r a
a T e o lo g is cb e s W ó rterb u cb zum N eiten Testament, hrsg. v. G. Kittel, 1938, vol. III, 539 (art. xaXóg
por W. Grundmann).
de las obras de Jehová realizadas en la naturaleza y en la h isto ria son denominadas
con la palabra griega k alá. La misma idea de la V ersión d e lo s S e te n ta aparece en el
E clesia stés (3, 1 1 ) 3 y en el S a lm o 25, 8 : «Jehová, la habitación de tu casa he am ado»,
así com o, en térm inos un tanto diferentes, en el Salm o 95, 5 4, donde se emplea la
palabra h o r a io s ((üQaíog) que tiene un sentido estético más estricto que k a lós. Así,
en todos estos fragm entos de la S a g ra d a E scritu ra podem os advertir la huella de las
doctrinas estéticas del h ele n ism o .a
Los libros del A n tigu o T e s ta m en to que acabam os de m encionar fueron com pues
tos en la época del helenism o: el E clesia stés e s, probablem ente, del siglo III a. C ., el
E clesiá stico (o de los P r o v e r b io s ) de principios del siglo II a. C . y el L ib ro d e la Sa
b id u ría fue escrito en el siglo I a. C ., es decir, en un tiempo en el que los teólogos
judíos, como Filón de A lejan dría, conocían va perfectam ente la filosofía helenística.
2. El L ib ro d e la S a b id u ría . De todo el A n tigu o T e s ta m e n to el texto que más
habla de la belleza como tal es el L ib ro d e la S a b id u ría . En él se pondera la belleza
de la creación, viendo en ella una prueba de la existencia y de la obra de D ios; a
través de la belleza y m agnitud de la creación se conoce, por antología, a su C reador
(13, 5 ) 5. El libro habla ae la belleza de las obras divinas y las hum anas, tanto en la
naturaleza como en las obras de arte, cu ya herm osura es tan grande que «la gente
les atribuye cualidades divinas».
Este libro introduce además un elem ento que no es de carácter religioso sino fi
losófico, un elemento pitagórico-platónico, o sea, puram ente griego. A llí se dice que
Dios lo hizo todo «según medida, núm ero y p eso»: o m n ia in m e n s u r a e t n u m e r o et
p o n d e r e (11, 2 1 ) 6, profesando así una teoría m atem ático-estética. D icha teoría, in
mersa en un libro efe carácter canónico, testim onia una evidente influencia del pen
sam iento griego, en este caso una influencia ejercida no sólo sobre la traducción sino
sobré el libro m ism o.b
El hecho de que esta tesis se hallara contenida en la S a g ra d a E scritu ra fue de
sum a im portancia para la estética m edieval. La autoridad de que gozaba la B iblia
hizo que el concepto subyacente fuese divulgado por los estudiosos, con un resul
tado sorprendente: la teoría m atem ática llegó a ser una de las principales teorías es
téticas del período canónico. La idea mism a es m encionada en el A n tigu o T e s ta m en
to más de una vez. Tam bién en el E clesiá stico se dice que la obra de Jehová d e n u -
m e r a v i t e t m e n s u s e s t (1, 9) 7.
3. El E clesia stes y e l C a n ta r d e lo s C a n ta res. G racias a los griegos, pasaron a
la estética de la S a gra d a E scritu ra ciertos elementos optim istas y m atem áticos. Los
israelitas por su parte, im prim ieron en ella una huella com pletam ente distinta. La
postura de estos últim os hacia la belleza y el aspecto exterior en general, se carac
terizaba por una absoluta indiferencia. A sí, al hablar de las obras arquitectónicas,
describían el proceso de construcción sin reparar en su aspecto c. A l referirse a per
sonas —José, David, A bsalón— decían que eran herm osos, mas no describían su her
' L. Pirot y A. Robert, D ictio n n a ire d e la fíib le , suppl. vol. IV, 1949; ari. ¡d a les, u lo ld ir ic por A.
Gelin, pág. 169 y siguientes, ¡m a g a s por J. B. í :rey, pág. 199 y siguientes; véase también: I’ . Kieinert en
R e a le n cy k lo p a d ie f i i r p r a te s ta n tis ch í' T h e o lo g ie u n d K ireh e, vols. III y IV, 1897 y 1899. G. I;. Moore en
t n c y c lo p a e d ia b lb liea de C heyne, vol II, 1901. A. I.ods en lin e y e lo p a e d ia a j relig ió n a n d l'.lh n s de Has-
ting, vol. V íí. I.. Bréhier, La q u e r e lle d e s im a g e s , 1904. J. Tixeront, H isto ire d es cío gtn es, vol. III, 1928.
H. De Bruyne, F .sth étiq u e dit m a y e n A ge, í.ouvain, 1947.
niñeado que no había tenido para los griegos, y habría razones para considerarla
como una doctrina propia de la B ib lia .
La estética cristiana se basó tanto en t\ A n tig u o T e s ta m en to como en autores grie
gos. El hecho de que el A n tigu o T e s ta m e n to — en algunos de sus libros, especial
mente en la traducción de la V ersión d e lo s S e te n ta — se inspirase en el pensam iento
antiguo facilitó la fusión de ambas fuentes. N o obstante, existen también en la es
tética cristian a algunas contradicciones, incongruencias y cierta dualidad.
En ésta una estética que reconoce tanto la belleza sim bólica como la directa, que
adm ite la belleza de la luz y de la arm onía, la belleza de la vida y la de la serenidad,
una estética que ora ve en lo bello v a n a p u le h r itu d o , ora una de las m ayores per
fecciones del m undo.
T ertuliano era partidario de prohibir las im ágenes (por cierto, su justificación
era d istin ta: quería evitar la falsedad que im plica cada reproducción) mas la m ayo
ría de los cristianos im itó a los griegos, cultivando las artes y representando no sólo
ia creación sino tam bién al mismo C reador.
La dualidad de fuentes de la estética cristiana, sin em bargo, se reflejó en la prác
tica, en los gustos y el carácter de sus obras de arte, porque en cuanto a la teoría y
generalizaciones científicas, los cristianos siguieron a los antiguos.
Los prim eros cristianos vivían en el m undo helenístico y al plantearse proble
mas estéticos aprovecharon los conceptos creados por los griegos, muchos de los cua
les, en aquel entonces, y a se habían convertido en patrim onio común y se encon
traban al alcance de todos. Asim ism o, los cristianos cultos conocían las doctrinas
griegas más sofisticadas como, por ejem plo, la teoría ecléctica de que la belleza con
siste en la disposición de las partes, igual que el más reciente sistem a de Plotino que
afirm aba que la belleza estriba en la lu z y el resplandor.
Pero como la actitud religiosa de los cristianos rem itía todos los valores a Dios
y su postura m oral som etía toda actividad del hom bre a fines m orales, los cristianos
dieron a las ideas estéticas asumidas de la A ntigüedad justificación y sentido
diferentes.
El m undo es hermoso porque lo ha creado D ios; el mundo tiene su medida por
que Dios se la otorgó; la belleza es una vanidad frente a la eternidad y a los desig
nios m orales que el hom bre ha de cum plir en su vida terrena.
En vista de tales prem isas, el paso ae la estética antigua a la cristiana — aunque
los cristianos hayan recogido las principales ideas de los griegos y de los romanos—
hizo que nacieran doctrinas nuevas, m otivadas no por el deseo de introducir en ella
ideas originales sino por su nueva concepción del mundo.
7. El E v a n g e lio . La ideología de los cristianos se apoyaba, principalm ente, en
el N u e v o T e s ta m en to que contenía aún menos elem entos estéticos que el A n tigu o .
H asta podríam os afirm ar que prácticam ente el N u e v o T e s ta m en to carece del todo
de ideas estéticas, aunque, por otro lado, la palabra «b ello » (k a lós) aparece en él en
varias ocasiones.
San M ateo dice que un árbol da «b ello s» frutos (7, 17; 12 , 33), que el sem brador
siem bra «b ella» sem illa (13, 27; 37, 38), y , especialm ente, que las obras son «bellas»
(5, 16). M as la belleza a que se refiere no es una belleza estética, sino única y ex
clusivam ente m oral. Todo aquello es hermoso y bueno en el sentido cristiano, es de
cir, en el sentido de obras realizadas por m otivos de am or y de fe. C uando el evan
gelista San Ju an habla de ó Jtot|xrjv ó xaÁ.05 (19, 11 y 14), lo debemos traducir sólo
como «buen pastor» y no como «herm oso». Lo mismo se refiere a los prim eros es
critos de los cristianos donde xoX oq vó|xog es usado en el sentido de la «buena ley»
y xaÁ-óg S iá x o v o í; significa «buen sacerdote (diácono)».
De todas las clases de belleza conocidas por el helenism o, el E v a n g e lio pondera
sólo una, que es la belleza m oral. La belleza en el sentido estrictam ente estético
— como belleza de aspecto o de forma—• carecía de im portancia, lo que no quiere
decir que se prescindiera de ella o que se despreciara el aspecto hermoso de las cosas.
El Sermón de la M ontaña (S. M a teo , 6 , 28-29) dice: «C onsiderar los lirios del
campo, cómo crecen: no trabajan ni h ilan ; pero os digo, que ni aun Salomón con
toda su gloria se vistió como uno de ellos» .
El mundo corpóreo y su herm osura eran de cierta im portancia porque, como
dice San Pablo, a través ae ellos el eterno poder y la divinidad se hacen visibles para
la mente. 14.
Los prim eros cristianos no encontraron en el E v a n g elio afirmaciones estéticas
precisas; en cam bio, hallaron en él indicaciones referentes a la postura que habían
de tom ar frente a cada aspecto de la vida, la belleza y el arte incluidos. Esa postura
se basaba en la convicción de que los bienes eternos son superiores a los tem porales,
que los bienes espirituales son superiores a los corporales y que los m orales predo
minan sobre todos los demás.
El N u e v o T e s ta m en to carece de teorías estéticas, pero indica qué ¡deas estéticas
podían adm itir los cristianos como suyas. Y los pensadores cristianos no tardaron
mucho en poner en práctica aquellas indicaciones.
1 . K a l e íS e v ó S - e ó ? ' toc T távT a, 3<ra 1. Y vio Dios que cuanto había hecho era
£7tofo)<rev x a í íS o ú x a X á X íav. bueno en gran medida.
(V id itq u e Deus cun eta, qu ae fecerat,
e t e ra n t v ald e bona).
2. T á ep ya xupíou TtávTa ím xaX a 2. Las obras del Señor son todas buenas.
(jtpóópa.
(O pera dom ini u n iv ersa b on a v a ld e ).
ECLESIASTÉS, 3, 11.
SALMO, 25, 8.
SALMO, 95, 5.
éí; o|xoXóy7)<ti<; xaí d>paiÓT7]<; évmtiiov Majestad y esplendor Le preceden.
aÓToS.
(M ajesta s e t decor p raeced u n t eum ).
LA BELLEZA DEL MUNDO REVELA
AL CREADOR
EL M UN D O DEBE SU BELLEZA A LA
LIBRO DE LA SABIDURÍA, 11, 21. MEDIDA, EL NÚMERO Y EL PESO
ECLESIÁSTICO, 1, 9.
7. xúptoí aÚTO<; £jmaev <xÚtí¡v xat 7. Es el Señor quien la creó, la vio y la
eíS e xa't éi;7¡pí'9'[X7¡(jev aúr/jv. distribuyó.
(lile creavit illam in Spiritu sanoto et
vid it, et dinum eravit, et mensus est).
1 2 . É7uxaTápa-ro<; av^-pomoi; fieme; 12. M aldito e! hombre que haga una obra
7roivjaEi yAutitóv x at ^uveutÓv, pSÉAuy(xa esculpida o fundida, producto de manos ar
y.upía), Epyov ^Etpüv tex v itu v . tífices, abominación para e! Señor.
(M aled ictus hom o, q u i fa c it scu lp tib ile
e t co n flatib ile, abom inationem Do
m in i, opus m an u u m artificum ).
13. C on sidérate lilia a g ri quomodo 13. M irad los lirios del campo, cómo cre
crescun t: non lab o ran t ñeque nent. cen; no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo
Dico a u te m vobis quoniam nec Salo- que ni Salomón en toda su gloria se vistió
m on in om ni g lo ria su a coopertus est como uno de ellos.
s ic u t u n um ex istis.
14. I n v is ib ilia enim ipsius a crea- 14. Porque desde la creación de! mundo
tu ra m u nd i. p er ea q u a e la c la sunt. lo invisible de Dios se hace mentalmente vi
in te lle c ta conspiciuntur. sible a través de sus criaturas.
a Las obras más com pletas concernientes a las ideas estéticas de la patrística son las d e: E. De B ru y
ne, E sth étiq u e p a ie n n e , e s th é t iq u e cb r é t ie n n e . A p r o p o s d e q u e lq u es tex tes p a tristiq u es, en «R evue Inte
n c ió n a le de Philosophie», n.° 31, 1955, pp. 130-144. G esch ied e n is v a n d e Aesthetica, 1951, vol. III, Q.
C ataudella, E stética cristia n a en el trabajo colectivo: M o m e n ti e p r o b le m i d i storia 'es tética , 1959 A nto
logía de textos: R. Montano, L ’e s te t ic a n e l p e n s ie r o cristia n o (en: G ra n d e A n to lo gía F ilo so fía , vol. V,
1954, pág. 151 y siguientes)
Y. Courtonne, St. B a silie e t l ’h e llé n is m e , París, 1934, (IX, B ea u té d e la cr éa tio n ).
ción o proporción. El oro es herm oso no por su proporción sino por su color, el
sol o el lucero son bellos por su centelleo. De esta suerte, la luz y el brillo deciden,
en el mism o grado que la arm onía, sobre la belleza de las cosas .
San Basilio com prendía que las afirm aciones de Plotino eran incom patibles con
las de C icerón, pero como estaba dispuesto a darles la razón a ambos, trató de com
p aginar sus teorías, fundiéndolas en una so la: seguro de que la luz es bella a pesar
de ser una substancia uniform e en cuyas partes no h ay proporción alguna, esto no
contradice la tesis de que la belleza consiste en la proporción. La luz tam bién posee
su propia proporción así como sus relaciones adecuadas. No es ésta una relación de
las partes entre sí sino la que m antiene en relación a los órganos de la vista 1, y la
belleza depende, entre otras cosas, de dicha relación.
San Basilio, intentando encontrar un térm ino medio entre ambas tesis, llegó a
un tercer concepto. U n concepto que, visto desde cierta perspectiva histórica, era
de bastante im portancia, y a que introducía en el concepto de belleza el factor sub
jetivo. Es verdad que la belleza se encuentra en el mundo exterior, en la luz, en el
color y en la forma, pero para captar la belleza de la luz, del color y de la forma es
indispensable la vista o, en térm inos generales, es preciso que todo ello sea captado
por el sujeto. El pensador cristiano advirtió este fenómeno con más perspicacia que
los estéticos de la época clásica, lo cual — por otro lado— es natural. Su actitud re
ligiosa hizo que concentrara la atención en el m undo interior más que en el exterior,
obligándole a fijarse en el sujeto más que en los objetos.
4. R e la ció n e n t r e la b e lle z a y la fin a lid a d . ¿En qué consiste la belleza de las
cosas? Sobre todo, en el hecho de que son gratas a la vista y el oído. N o obstante,
los prim eros cristianos, al hablar de la belleza pensaban en algo más. Si el mundo
es herm oso, como lo repite en varias ocasiones el L ib ro d e l G én esis, no es porque
guste a los sentidos sino porque ha alcanzado los objetivos para los cuales ha sido
creado, es decir, el mundo es bello por su finalidad. C ada cosa particular es hermosa
en la m edida que cumple su finalidad, es herm osa en la medicla que presta sus ser
vicios, en la m edida de la perfección con que realiza las tareas que le han sido
asignadas 3.
En vista de lo anterior, la belleza puede ser entendida de dos m aneras: como
una belleza directamente sensible y como una belleza que consiste en la correspon
dencia con su finalidad. San B asilio explica esta dualidad citando como ejemplo el
mar. Por un lado, describe la belleza directa que complace la vista y , por otro, afir
ma que su herm osura reside tam bién en el hecho de ser el m ar fuente de humedad
y un enorm e almacén de aguas, ú til económ ica y socialmente, una com unicación en
tre continentes que facilita el com ercio y proporciona diversas riquezas.
L a intención de aquella argum entación era teológica, más su contenido no resulta
indiferente para la estética. Y a los antiguos habían justificado la belleza de algunas
cosas diciendo que eran a p ta , o sea, convenientem ente construidas y que correspon
dían a su fin. San Basilio, p or su parte, advierte esta clase de belleza n o sólo en los
objetos p articulares sino tam bién en el universo, concebido, por cierto, como
totalidaa.
De este modo la finalidad, que para los antiguos constituía como mucho una de
las m anifestaciones de la belleza, se convirtió para San Basilio en una característica
necesaria. O tras cualidades de lo bello, com o el orden, la proporción y la disposi
ción arm ónica de las partes así como los efectos positivos ejercidos sobre la razón
y los sentidos y el hecho de proporcionar placer, han llegado a ser m arginales y se
cundarias frente a su característica fundam ental, que seria la finalidad.
El hom bre es propenso a ju zg ar la belleza según el placer experim entado por los
sentidos, pero — según afirm a San Basilio—• esa tendencia no es sino consecuencia
de su im perfección. Si no fuera por ella, el hombre juzgaría la belleza de las cosas
en base a su finalidad, como indudablem ente lo hace Dios.
De esta afirm ación se desprende que hay dos clases de belleza: una para el hom
bre y otra para D ios; es decir, existe una belleza superficial y otra verdadera, una
belleza subjetiva y otra objetiva.
Y fue ésta no sólo la convicción p ropia de San Basilio sino de todos los escrito
res cristianos de los prim eros siglos de la Edad M edia.
5. L a p a n k a lia . El m undo, en todos sus aspectos, tiene una finalidad. San Ba
silio escribe que en la creación ni hay nada que sobre, ni falta nada que sea necesa
rio . «N ad a fue hecho sin m otivo o p or casualidad; todo contiene una inefable sabi
d uría» 4. Y dada su finalidad, el m undo es bello.
A l profesar la finalidad y la belleza del m undo, San Basilio repetía la tesis de la
p a n k a lia introducida en el L ib ro d e l G én esis, igual que lo hacían los restantes P a
dres, especialm ente los griegos. Fue éste un concepto estético com ún de la p atrísti
ca. La p a n k a lia ya había sido pregonada por los filósofos antiguos — sobre todo por
los estoicos— mas ahora llegaDa a ocupar un lugar predom inante en el campo de la
estética, siendo concebida teleológicam ente: el m undo es herm oso no en el sentido
de que guste siem pre y agradece a todos, sino porque está hecho con una finalidad.
Si el m undo es bello p or su finalidad, en ello se parece a una obra de arte. San
B asilio escribe: «C am inam os por el m undo como si visitáram os un taller en el que
el escultor divino exhibe sus m aravillosas obras. El Señor, artista y creador de estas
m aravillas, nos incita a su contem plación» 5. Dios es concebido a sem ejanza del ar
tista, m ientras que el mundo es tratado como un objeto destinado a la contem plación.
Son éstas unas ideas que señalan lo cerca que estaba aquel Padre de la Iglesia de
adoptar un punto de_ vista detem inantem ente estético.
La idea de que el m undo es obra de un artista y que su belleza se parece a la de
una obra de arte, no es ajena a los filósofos antiguos. A sí la divulgaron, entre otros,
C icerón y Plutarco, pero fueron sólo los cristianos quienes hicieron de ella un con
cepto predom inante y generalm ente aceptado, que encontram os en el L ib r o 'd e la Sa
b id u ría , en la obra de San B asilio, en San A tanasio y San Clem ente, así como en el
pensam iento de los Padres latinos com o Justino y Lactancio. Ju n to con el de la p a n -
k a lía fue éste un elem ento típico de la estética ae la patrística. En cierto m odo, in
cluso com plem entaba la idea de la p a n k a lia : el m undo es herm oso y además lo es
de la m ism a manera que las obras de arte.
Dada la m entalidad de los antiguos, a éstos les era más fácil advertir las diferen
cias entre el arte y la naturaleza que sus afinidades, y cuando decidían hacerlo, más
bien concebían el arte a sem ejanza de la naturaleza que viceversa. A sí solían afirm ar
qu e una obra de arte es como la naturaleza porque la im ita. En cam bio, los Padres
de la Iglesia, San Basilio incluido, afirm aban que la naturaleza es como una obra de
arte que revela el talento artístico de su creador. En una obra de arte no sólo se ve
la obra mism a sino tam bién al artista 6 y hace mal el que adm irando una construc
ción se olvida del arquitecto 7, dice San A tanasio, aplicando el m ism o razonam iento
al hablar de la naturaleza.
N o fue aquel un cambio de actitud inesperado si tom amos en cuenta la m anera
de pensar de los cristianos, que m iraban la naturaleza como obra divina y no como
una entidad en sí.
Para los Padres de la Iglesia, el m undo era herm oso, mas no lo era por sí m ism o,
sino por ser obra de Dios, caracterizándose por la finalidad, el orden y la arm onía.
«D io s es causa de todo lo bello» s, escribe Clem ente de A lejandría, y San A tanasio
añade: «la C reación, cual las palabras de un libro, remite por su com posición y su
arm onía al Señor y C reador» , lo que significa que la p a n k a lia , la tesis de la belleza
del m undo, aparte del sentido teleológico, había adquirido tam bién un sentido
teológico.
Pronto hará su aparición la idea de que Dios es la belleza suprem a e incluso la
única belleza verdadera, idea que en los siglos III y IV era aún desconocida. Para
los prim eros Padres de la Iglesia, la belleza era cualidad de la creación y no del C rea
dor, una cualidad de las cosas visibles y no del Dios invisible. D ios era, en cambio,
causa de la belleza. Las cosas bellas dan una imagen adecuada de él 10 y el pensa
m iento del hombre que las contem pla debería dirigirse hacia su causa.
Las cosas bellas pueden tener diverso valor. La belleza de los cuerpos, de la na
turaleza, toda belleza visible, no es duradera ni está exenta de peligros n . La belleza
más segura es la que proviene de la buena salud, que es su síntom a exterior. Por tan
to, una vida sana es el m ejor cam ino hacia lo bello, según aseguraba Clem ente de
A lejandría n . La belleza interior es m ejor y más grande que la exterior, el alma es
más hermosa que el cuerpo.
El concepto de lo bello, tom ado de los griegos y , en especial, de Platón, abar
caba tam bién tradicionalm ente la belleza del alma. Los cristianos, em pero, traslada
ron la belleza al m undo espiritual o, en otras palabras, espiritualizaron la belleza.
Valiéndose del ejem plo de una obra de arte perfecta tan utilizado por los estéticos-
griegos, el Zeus O lím pico de Fidias, O rígenes escribe que ni siquiera la estatua más
herm osa puede com petir en belleza con un alm a virtuosa: «S i con pureza de espíritu
penetras en ti m ism o, en la herm osura de tu alm a encontrarás el reflejo de la belleza
que es tu causa».
Fue ésta una opinión corriente entre los prim eros cristianos y en este aspecto
no hubo divergencias entre O riente y O ccidente.
A quella concepción de lo bello generó una específica opinión acerca del retrato.
A sí leem os en las A cta s d e S an J u a n : «M i retrato se parece a m í y , sin embargo, no
se me parece porque no es más que m i im agen corporal; si el pintor, al representar
mi rostro, quiere pintar m i verdadero retrato, no lo logrará, porque para hacerlo se
necesita algo más que las p in tu ras1. Paulino de Ñ ola (353-431) se negó a tener un
retrato suyo, convencido de que lo único im portante era «la im agen celestial del hom
bre» (im a g o ce le s tis h o m in is ), m ientras que el arte era capaz de ofrecer tan sólo una
im agen terrestreb.
El desprecio por la belleza corporal suponía para los cristianos cierta dificultad
y a que, conforme a sus creencias, C risto se había encarnado. M as, en realidad, ¿era
h erm o so ?' Los E v a n g e lio s no m encionan su aspecto físico y las opiniones al res
pecto de los doctores de la Iglesia eran divergentes. U nos, rem itiéndose al Salmo 45,
sostenían que era herm oso; otros, citando al profeta Isaías (52, 14), afirm aban que
no lo era. Clem ente de A lejandría escribió: «El Salvador ha superado toda la natu
raleza hum ana en herm osura»"1. Pero hubo también escritores para quienes Cristo
tenía un cuerpo m enudo y nada recio. Los prim eros partían ae la aseveración de
ue C risto no podía padecer defecto alguno, m ientras que para los segundos, la be-
a eza, confrontada con las virtudes m orales, resultaba ser una cualidad carente de
im portancia.
a A . K. C oom arasw am y, M e d ie v a l A esth etic, I, D io n ysiu s th e P seu d o -A reo p a g ite a n d U lrich E n gel-
b e r t i o f S tra ssb u rg, en «A rt Bulletin» X VII, 1935.
k U na idea parecida fue enunciada mil años más tarde por Eckhardt, I, 408: «Q uien ve mi rostro, no
me ve a m í... Mi aspecto no es mi naturaleza». C it. por C oom arasw am y, op> cit.
c T h e o lo g is ch e s W o rterb u ch z u m N eu en T esta m en t, hrsg. v. G. Kittel, Stuttgart, 1938, vol. III, p. 513
y ss., art. por P. Bertram.
d S tro m . II, 5, 21, 1.
Fue aquella una disputa teológica, pero que daba pie a reflexiones estéticas. Las
posturas del prim er grupo de pensadores derivaban ae la tesis optim ista de que el
m undo m aterial es obra de D ios y , p or tanto, es hermoso. Los otros representaban
la actitud dualista, que contraponía el perfecto y hermoso m undo divino al m isera
ble y feo m undo m aterial. A m bas p osturas, tan encontradas, resultaban igu al de con
vincentes para los prim eros cristianos, y num erosos pensadores vacilaban entre la
una y la otra. En el arte, en cam bio, em pezó a predom inar el concepto optim ista:
así, en las pinturas de las catacum bas, C risto era representado como un m ancebo her
m oso y apuesto.
6 L a m a n e r a d e e n t e n d e r e l a rte. A consecuencia de la ideología y m entalidad
de los cristianos prim itivos, lo cercano y visible dejó de ser atractivo e interesante
p ara ellos, perdió su im portancia e incluso su realidad, cediendo lugar a asuntos dis
tantes, sobrenaturales e invisibles. Se p odría suponer que, dada esta ideología, las be
llas artes desparecerían del todo. Eso no ocurrió, pero las artes cam biaron de carác
ter. El proceso de transform ación que se realizó en cuanto a las artes fue paralelo
al cam bio experim entado p o r el concepto de lo bello.
A . C am bió el criterio para valorar el arte. La conform idad con la naturaleza
dejó de ser el criterio vigente, a favor de la existencia de que la obra artística debía
corresponder a la idea ae la belleza perfecta, supransensible y esp iritual: ahora no
sólo las leyes de la naturaleza regirían el m undo sino, sobre tocio, la le y de Dios
(lex D ei) que debe m anifestarse tam bién en el arte. Y es más im portante que el arte
refleje la sabiduría y grandeza del m undo a que se corresponda a sus formas
accidentales.
B. La perfección form al tuvo que d ejar de ser el objetivo del arte, que ahora
debía de representar a los santos en tanto que m odelos p ara la gente, así com o los
acontecim ientos señalados en tanto que testim onios de la gracia y los m ilagros di
vinos. De esta suerte, el arte ad qu iría rasgos nuevos, desconocidos en la A n tigüe
d ad : debía proporcionar m odelos del bien y constituir un testim onio de la verdad,
transform ándose en un arte que dem uestra y ejem plariza. Su objetivo era presentar
la verdad, enseñarla y d ivulgarla, o sea, había de cum plir unos designios cognosci
tivos y educativos.
7. E v o lu ció n d e l a r te . C on la m anera de entender el arte que acabam os de ex
p on er, tuvieron que cam biar tam bién los criterios para su evaluación. Los Padres de
la Iglesia eran conscientes de que el arte aspira a obras cada vez más bellas, que se
preocupa por el aspecto (s p e cies ), por la form a (fig u r a ) y por los ornam entos (o r n a -
tu s ), que crea estatuas tan nerm osas que la gente em pieza a adorarlas. Y en ello pre
cisam ente veían el mal. H asta un hom bre tan culto como San Jeró n im o, gran cono
cedor de la cultura antigua, se pronunció contra el a rte 3. A sí, se negó a in cluir la
p in tu ra y la escultura entre las artes lib erales13, criticó las construcciones que lleva
ban ornam entos 14 y elevó la belleza de la naturaleza por encim a de la belleza
artística15.
Es com prensible que algunas obras de arte les parecieran a los cristianos censu
rables, y a que constituían para ellos el sím bolo del paganism o, no m ostrándose dis
puestos a cultivarlas. O bjeto de las m ayores protestas fue la escultura de los anti
guos griegos y romanos, con sus estatuas de los dioses representados a sem ejanza
del hom bre. Este rechazo fue expresado por los Padres de la Iglesia y , en especial,
por el apologista A tenágoras, quien criticó a los que adm irando las estatuas de los
dioses, «adm iran el arte y no a los dioses».
4. oÚ Sev á v a í r i o v oúSev arcó raÚ T O - 4. N ada hay que no tenga una causa.
[lá - ro u . 7 tá v ra e ^ e i T iv á a o < p ía v a 7 tó p p r ¡- N ada se debe al azar. Todo contiene cierta sa
t o v . -rl? á v á < p E y .0 iT 0 X ó y o i ; ; 7tco<; áv-9-p& >- biduría inefable. ¿Q ué palabra alcanzaría a
r o v o ? v o G ? T i á v T a }1 £ t ’ á x p i p e í a ? é jté X 'Q 'O L expresarla? ¿Cóm o la razón humana podría
¿ó ctte x al x a T tS e tv rá<; i8 tÓ T 7 )T a ?, x al abarcarlo todo con tanta exactitud para co
-iá ? 7 tp i? exaarov 8 ia < p o p á ? évapyS? nocer perfectamente las particularidades, dis
S ia x p ív a i, xal Ta? x e x p u [X [X É v a i; atT Ía ? tinguir con claridad las diferencias respecti
á v E v S e o ii; m x p a c r o i a a i . ; vas y revelar por completo las causas ocultas?
ATANASIO, O ra tio co n tr a g e n t e s , 47
(P. G. XXV, 96).
7. 6 |¿ o t o v yáp e í Ti? xa. ep ya upo 7. Es lo mismo que si alguien admir.i ñus
toü t e ^ v Ít o u & a u [x á a e ie , x a l e t T á é v T fl las obras que a su artista, o queda atónito ante
rc ó X et S r jfX to u p y ^ iia T a xaTa7tXayel<; tov los edificios de una ciudad, pero desprecia a
TOÚT&jv 8r¡[X ioupy6v x aT O ftaT o ír)-. f ¡ (ó? su constructor, o como si alguien elogia un
£Í t i ? t o ¡jI v ¡ío u c jix o v o p y a v o v É 7taivoír¡, instrumento musical pero desprecia al que lo
t o v S e auvS-évT a x a l áp[Xoaá[X£vov é x - hizo y afinó.
|3áXXoi.,
1 1 . &<rKEp o3v to xáXXo?, outo) x a l 11. Como la belleza, así también la flor
t í áv^o? Tép7tei PXetc6[Xevov x a l xpí) deleita al ser mirada, y los que nos gozamos
St’ Sipew? á7toXa¿ovTa? tíov xaX5>v, en la contemplación de la belleza debemos
8oi;á£eiv tov Ar¡[xioupy6v. r¡ XP^CTt? ^ glorificar a su Creador. Sin embargo, el uso
aÚ TíSv É 7ttpX apr¡?___ á^itpa) y á p ¡la p a íV E - de ellas puede ser muy nocivo..., pues ambas
tov , x a l t í S vS-o? , x a l t í xáX X o?. se marchitan, la flor y la belleza.
1 2 . xáX X o? y á p áptcrTOV 7tp¿OTOV [X¿v 12. La mejor belleza es, en primer lugar,
^ u / i x i v . . . ¿ t ’ ^ xexocj[xr¡[xévr¡ ipu / í) áyí<¡) la del alma... cuando está adornada por el Es
7tV£¿|j.aTi x a l tou ; Éx toútou é[X7tveo[xévr¡ píritu Santo y los resplandores que emanan
< p atSp ú a[x aaiv , S t x a io a ú v fl, tppov^CTEi, de El: justicia, prudencia, fortaleza, templan
7
á v S p ía , CT(iKppoaúv ), tp tX a y a S -ía t e x a l za, benevolencia y pudor. Jamás ningún co
a íS o t, ■?)<; oSSév eiavS-écJTepov lor se ha visto tan radiante como ellos. Des-
kú¡ p a r a l t^cÍtote' I^sitcc xal to cr&)|¿an- pues también debe cultivarse la belleza cor
xov xá7J¡.Oí; r¡a x r¡a & (ú crufifiETpía fieXñv poral, una arm onía de miembros y partes
xa l (¿spñv |¿st’ eúxp°ía ?- ••• & v & o c, Si acompañada de belleza en el color... La be
-vr¡q ó y i e í a t ; IXeudápiov to x á X k o t;- r¡ ¡xév lleza es la flor espontánea de la salud: la sa
y á p SvSov toü crc¡>|¿aTOi; Ipyát^ETat., to Se lud se cultiva dentro del cuerpo, pero la her
£Í5 tÓ éx róg t oü crtijiaTOi; É^av-íKja-av, mosura, al florecer fuera de él, hace manifies
<pavspáv sv&síxvuTai tt¡v sfi^poíav ai ta la belleza del color. A l ejercitar el cuerpo,
y o ü v x á W a u T c a xal úyiEivÓTaTai á y w y a l , las más hermosas y saludables conductas con
SiaTTOVoücrai t ¿ cr&>[AaTa, to xáXAot; to siguen la belleza genuina y duradera.
yvií¡cjiov xal 7rapá¡xovov Epyá^oVTai.
CO N D EN A DE LOS PINTORES
SAN JE R Ó N IM O , E pístolas, 88, 18). Y ESCULTORES
14. Q uid lo q u a r m arm o ra, quibus 14. ¿Q ué diré de los mármoles con los
tem p la, qu ib us dom us fu lge n t? qu id que resplandecen los templos y las casas?
lap id e as m oles in ro tun d um a c leve ¿Q ué de los bloques de piedra redondeados
fo rm atas, q u it a s p o rticu s e t c a p a d a y pulidos con los que sostenemos los pórti
populorum te c ta su sc ip im u s?... v ilis- cos y techos que albergan a las muchedum
sim orum m an cip io rum is ta com m enta bres?... ésas son ocupaciones de los esclavos
su n t: sa p ie n tia a ltiu s sedet. más humildes: la sabiduría mora más alto.
15. Quod sericum , qu ae regum 15. ¿Q ué seda, qué púrpura de los reyes,
p u rp u ra, q u ae p ic tu ra tex tric u m po qué tapiz puede compararse a las flores?
te s t flo rib us co m p arari? quid it a ¿Q ué es tan rojo como la rosa? ¿Qué es tan
ru b e t u t ro sa? q u id it a candet u t blanco como el lirio? Los ojos, más que las
lili uní? Y io lae vero p u rp u ram nullo palabras, son jueces de que la púrpura' de la
su p e rari m ú r ic e , oculorum m agis violeta no es superada por ningún tinte.
qu am serm onis iu d iciu m est.
16. (In aede) sim u lacra artis pre- 16. Las estatuas (en el templo) deben
tio , non d iv in ita te m etienda. apreciarse por su valor artístico, no por el
religioso.
HILDEBERTO DE LAVARD IN ,
C a rm in a m i s c e l l a n e a , LXIII (P. L. 171,
c. 1409).
16a. Non p o tu it n a tu ra déos hoc lé a . La naturaleza no pudo crear a los
[ore creare, dioses con los rasgos con que el hombre creó
Quo m iran d a deum sig n a c re a v it homo, las admirables estatuas de los dioses. Estas di
V ultus' a d e st his m iruini'bus, potiusque vinidades poseen una expresión, yson más ve
[coluntur neradas por la destreza del artista que por su
A rtificu m studio q u am d e ita te sua. propia divinidad.
19. r¡ toü eExÓvoí; ÍtA to 7tpco- 19.' El culto rendido a una imagen pasa a
tótu7tov SiapaívEi. 8 o5v éotiv ÉVTaüS-a su prototipo, porque lo que la imagen es aquí
lxi|xr¡Tt>ccói; r¡ eExá>v, toüto é x e i 9 Uat>co)¡; por im itación, eso es allí el H ijo por na
ó YEó?. turaleza.
LA C TA N C IO , D e fa lsa re lig io n e , XI
(P. L. 6, c. 171-6). LA VERDAD EN LA POESÍA
4. La e st é t ic a d e P s e u d o -D i o n i s i o
a H . F. M uiler, D io n ysio s, P rok los, P lo tin o s, en «B eítráge zu r Geschíchte der Philosophie des Mit-
telalters» X X, 3-4, 1918. Véase también: G. T h éry, É tu d es a io n y sie n n e s , 1932; D ion ysm ca , I, Solesmes,
1937.
to papel en las artes plásticas, especialm ente en la pintura. A consecuencia de sus
ideas, las im ágenes de los santos em pezaron a ocupar un puesto destacado dentro
de los tem plos, y a que a la luz de aquella teoría, los santos eran emanación de la
divinidad.
A p artir del siglo V I, las paredes de los tem plos en los países cristianos del O rien
te se cubrieron de pinturas que, en el siglo IX , eran y a obligatorias para la liturgia.
Este m ism o fenómeno no se produjo, em pero, en la Europa occidental, particular
mente en los países al norte de los A lpes, donde las doctrinas metafísicas no tenían
acceso. Y , lo que es más im portante, la teoría de Pseudo-D ionisio que veía en el mun
do sensible la emanación ae Dios, fue causa de que se em pezara a rendir culto a las
im ágenes.
10. I n flu e n c ia d e la d o ctr in a d io n isia n a e n la a rq u itectu ra . En un grado nada
m en o r,'el pensam iento estético de Pseudo-D ionisio ejerció también gran influencia
sobre la arquitectura, y sobre su interpretación m ística y simbólica.
Para los m ísticos de aquel entonces, el m undo estaba formado por un cubo cu
bierto por la cúpula del cielo. M ientras que el O ccidente cristiano adaptó para sus
tem plos la form a de las antiguas construcciones públicas (las basílicas), los arquitec
tos ae O riente levantaban sus edificios a sem ejanza de la imagen m ística del mundo,
es decir, erigían construcciones en forma cúbica, cubiertas con una cúpula semies-
férica. Prim ero aplicaron ese diseño a las tum bas y m ausoleos y, con el tiem po, tam
bién a los tem plos, el m ayor de ellos — la iglesia ae Santa Sofía de Constantm opla—
naturalm ente incluido.
A quella arquitectura inspirada en conceptos sim bólicos nunca llegó a Occidente
donde, p or otro lado, las ideas m ísticas p en etraro n más tarde y en forma debilitada.
En cam bio, en Bizancio, donde las influencias de la filosofía dionisiana eran m uy
fuertes, los tem plos de planta central, provistas de paredes adornadas con pinturas,
perduraron por espacio de m il años. E incluso después de la caída de Bizancio, la
Iglesia oriental conservó aquellas formas arquitectónicas.
H uellas de las ideas dionisianas se advierten tam bién en algunos detalles arqui
tectónicos. A sí su concepto de emanación hizo que los constructores de templos em
plearan un conjunto de sím bolos distintos al existente hasta entonces. Era éste un
sim bolism o m ultigrado: un mismo edificio sim bolizaba a la vez a Dios y su obra.
El sim bolism o de Pseudo-D ionisio fue desarrollado por M áxim o el Confesor,
autor de una M y s ta g o g ia . Asim ism o, un him no sirio del siglo VI, recientemente des
cubierto, testim onia que al erigir la catedral de Edesa se siguieron los símbolos im
plicados por la teoría dionisiana a.
Finalm ente se llegó a tratar el tem plo como un triple símbolo. Prim ero, según
se desprende del him no dedicado a la catedral de Edesa, el templo era sím bolo de
D ios m anifestándose en la Santísima T rinidad, por lo que tenía tres fachadas iguales
y un a «lu z ún ica» que pasaba al coro a través de tres ventanas. Segundo, era sím
bolo de la Iglesia fundada por Jesucristo, y representaba sus cim ientos: los A pósto
les, los profetas y los m ártires. Y , tercero, era sím bolo del cosmos: «cosa extrañísi
ma que pese a su dim inuto tamaño se parezca al extenso mundo, no por sus dim en
siones sino por su form a». A sí el techo sim bolizaba al cielo, por cuanto éste era ex
tenso y abovedado; su cúpula, representaba la cúpula celeste, y sus cuatro arcos, fi
nalm ente, los cuatro puntos cardinales.
E ra éste un sim bolism o nuevo que llevaba im presa la marca inconfundible de
C. TEXTOS DE PSEUDO-DIONISIO
1. Toüto TayaS-óv ú(J.veraa np6<; 1. Los sagrados teólogos alaban ese bien
t ü v Eepüv S-EoXóycov x a l ú ? xaXóv, x a l con los nombres de «bello» y de «belleza»,
¿ S xáXXo?, x a l ú ? á y á ro ] x a l ú ? á y a m ]- de «am or» y de «am able», y cuantas otras de
TÓv, x a l 6 a a i áXXai z\>npemi<; e ia i rr¡<; nom inaciones divinas le convienen como
xaXXo7roioü x a l xe/api.Tu[iÉvv¡i; úp o aó n )- creador de belleza y de hermosura encanta
to i; S-ecovufiíai. Tó Se xaXóv x a l xáXAo? dora. Lo bello y la belleza se distinguen por
SiaipE-réov ércl TÍj? év évl x a 8Xoc cuv6i.Xv¡- la causa que comprende a todas en una sola.
cputa<; aÍTÍa?’ TaÜTa yáp ércl ¡xév t ü v Al dividir todos los seres en «participaciones»
ovtcüv á 7távTMV eE5 [lETOxái; x a l ¡xsté- y «participantes», llamamos bello a lo que
SiaipoüvTE?, xaXóv ¡xév eívai. XÉ- participa de la belleza, y la belleza a la parti
yofiev tó xáXXou? [lETé^ov, xáXXo? Sé cipación de la causa que hace bellas todas las
tr¡\ ¡ieto x ^ v -rví? xaXX07ü0t0Ü t£>v 6Xcüv cosas. Lo bello trascendental se llama belleza
xaX ñv aÍTÍa?. Tó Se Ú7tEpoúatov xaXóv por la hermosura que propiamente comunica
xáXXo? [xév XéyeTat, S iá tv¡v A k ’ a&TOÜ a cada ser como causa de toda armonía y es
TtacJt t o í? oíitji fJ.ETaStSofiivv¡v oExcítúi; plendor, alumbrando en ellos porciones de
éxáaTtp xaXXovv¡v, x a l ú ? TÍji; 7távTO>v belleza a la manera del rayo brillante que
EÚapjioaTÍa? x a l á yX aía i; aÍTiov, Síxvjv emana de su fuente, la luz. También porque
(parró? ÉvaaTpá7tT0v araxai. i á s xaXXo- «llam a» (k aloún) a todas las cosas hacia sí (y
tohoÍk; r % TT^yaíai; áxTÍvo? aóroO [is x a - por eso recibe el nombre de k állos, «belleza»)
SóaEti;, x a l ú ? rcávTa 7tpo? éauró x a - y las reúne en sí. Bello se llama también a lo
Xoüv (oS-ev x a l xáXXo? X éyeTai) x a l que es totalmente bello y , al mismo tiempo,
óXa év SXoi? eE? TaÚTÓ aruváyov. KaXóv más que bello, eterno, bello y , al mismo tiem
Sé á<; 7táyxaXov á¡x a x a l Ú7tépxaXov, x a l po, más que bello, eterno, bello en sí y del
á e l 6v, x a x á t& a ú x á x a l ¿>aaÚTO>? xaXóv, mismo modo, sin nacer ni m orir, ni crecer ni
x a l oÜte yiyvófiEvov, o ííte á7toXXú¡xevov, disminuir. No es en parte bello y en parte
o üte aii;avó[J.EVOv, o ííte ipíHvov, oúSé feo, ni en un tiempo sí y en otro no, ni bello
Tfl ¡iev xaXóv, Sé aítrx p iv , oúSé TOTé con relación a alguna cosa y feo con relación
[J.év, Toxé Sé oS, oúSé rcpó? [iév tó , xaXóv, a otra. Tampoco puede serlo aquí y allí no,
7tpo? Sé t o , aEtrxpóv o ííte Év&a ¡lév, o para unos sí y para otros no, sino que es
£v&a Sé oü, &<; Ttat fiév ov xaXóv, « a l siempre bello de manera uniforme según él
Se oó xaX óv áXA’ ú ? a¿TÓ xaS-’ éauTÓ mismo y consigo mismo, como conteniendo
¡ieS-’ éauTOÜ [iovoEtSé? ¿ e l 8v xaXóv, x a l previamente en sí la belleza, fuente eminente
<í>? 7tavTÓ? xaXoü t}¡<; Tn)ya£av xaXXovíjv de todo lo bello, ya que en la naturaleza sim
ÚTCspo^ixá)? év lauTCO 7rpoé);ov. TJ¡ y á p ple y sobrenatural del conjunto de las cosas
aícXTÍ x a l ÚTrepcpuEÍ t u v oXuv xaX üv bellas preexiste uniformemente, según la cau-
tpútxei. naca. xaXXovi¡ x a l 7tav xaXov sa, todo lo bello y toda belleza. A partir de
évoeiSGn; xaT ’ a M a v TtpoücpÉcmjxsv. ’ Ex lo bello cada cosa es bella, según su propia
to ü xaXoü toÚtou 7ta a i t o i? o Sai t¿> medida. Por causa de lo bello se producen las
e lv a i, x a r á tov oExeiov Xóyov íx a a r a armonías, afectos y participaciones de todas
xaXá, x a í 8 iá tó xaXov a i 7távTcov écpap- las cosas: por medio de lo bello todo se une.
(¿o yal, xocí, cpiXíai, x a l x o iv a m a f x a í t ü Lo bello es el principio de todas las cosas, su
xaX ü r á 7távTa ^vcoTai. x a í ¿ipxv causa eficiente, su motor y lo que las contie
7távTcov to xaXóv, ú ? 7toi.r]Tixóv aÍTtov, ne por amor de su propia belleza. Es también
x a l xivoüv r á 8Xa, x a l auvé/ov t £> t% el límite que se ama como causa final (por
o íxeíai; xaXXov5j? e p a m 1 x a í ro p a ? 7táv- que por causa de lo bello todas las cosas re
r a v , x a í áya7tv¡Tov, ú ? teXixov a írio v ciben su ser) y el modelo, porque, según él,
(toü xaXoü y á p Svsxa 7távTa yíyvETai)- todo recibe su delimitación. Por eso lo bello
x a l 7iapa8Eiy[i.aTix6v, oti x aT 1 aúxo también es idéntico al bien, porque, en toda
TtávTa ácpopí^STar S'.o -.-.al Taúrov Étm causa, todo tiende hacia lo bello y hacia el
T áyaS-ü t¿> xaXóv, o ti toü xaXoü x a í bien; no hay ningún ser que no participe de
áyaS-oü x a r á 7cacrav aÍTÍav 7távTa lo bello ni del bien.
écpÍETai- x a í oúx é'cro t i tm v tívTtov, o fj.r¡
toü xaXoü x a í áya& oü.
LAS CO SAS ESPIRITUALES PUEDEN
PSEUDO-DIONISIO, D e co elesti SER REPRESENTADAS EN
hierarchia, II, 4 (P. G. 3, c. 114). LAS FO RMAS CORPORALES
2. etm Toiyapoüv oúx ároxSoúaai; 2. Por tanto, es posible forjar formas que
ávaTcXáaat t o í? oúpavíoti; [iopípá?^ xáx armonicen con las celestes, incluso a partir de
Ttov árificoTáTuv Tvj? üXrji; ¡xepüv, éotI las porciones menos valiosas de la materia,
x a í a ú rí¡, npíx; to ü 8vtco? xaXoü ty¡v porque también ella, recibiendo su existencia
üícap^tv étrxvjxuía, x a r á rcaaav aÚT^? de lo que realmente es bello, conserva en toda
tí]V úXa£av 8 iaxó a[i 7)aiv áTn)xWaT“ T1,va su disposición material ciertos reflejos de la
•rij? voepa? eÚ7cpe7te£as £xe!- belleza intelectual.
3 N . V. Arseniev, O stk irch e u n d M ystik , M ünchen, 1925. \V. Gass, G en a d iu s u n d P leth o , P la to n is
m o s a n d A ristotelism u s in d e r g r ie c h is c h e n K ir ch e , W ro ciaw , 1944. W . N . Lazariev, I sto r ia v iz a n tiy sk o y
z iv o p is i, M oscú, 194/, vols. I y II, págs. 23 y ss. O . D em us, Byzantine Mosaic D ecorations, 2.* ed., 1953.
P. A . M ichelis, An A esth etic A p proa ch to B y z a n tin e, A rt, 1955. (Para O . Demus la estética bizantina es
una fusión de O riente y Occidente, m ientras que P. A. M ichelis ve en ella únicamente una herencia de
G recia.)
igual que la de Pseudo-D ionisio era ésta una estética religiosa que se ocupaba de la
belleza trascendental. M as encontram os en ella una aportación original, el concepto
de arte que sostenía que su objetivo es trasladar al hom bre del mundo m aterial hasta
el divino. A ntes de que lo form ularan explícitam ente los eruditos bizantinos, el con
cepto era expresado en el arte de Bizancio y p erm itía — conforme a la idea del m is
terio de la Encarnación—• representar a D ios corporalm ente.
2. A ctitu d d e lo s b iz a n tin o s h a cia e l a r te . Igual que su concepto trascendental
y religioso del mundo, influyeron tam bién en el arte y la estética bizantinos las con
diciones étnicas, geográficas y políticas.
1. Los bizantinos se consideraban griegos y , en gran medida, lo eran. Leían las
obras de los griegos antiguos y convivían a d iario con su arte; deseaban conservar
sus tradiciones, sus formas artísticas y sus conceptos del arte, cosa que, en la ma
yo ría de los-casos, habían logrado.
2 . Por otro lado, viviendo en los confines orientales de Europa y en territorios
que se extendían hasta el A sia, los bizantinos no podían evitar las influencias orien
tales. De O riente precisam ente y no de G recia provenía su gusto por las formas abs
tractas, por el boato, las piedras preciosas, los ornam entos dorados y los colores
intensos.
Se ha tratado de ver el papel histórico de B izancio en el hecho de haber conser
vado el legado de la A ntigüedad; no obstante, dicho legado fue transform ado por
Bizancio en la misma medida en que lo conservaba.
3. D urante siglos Bizancio fue una gran potencia y todo en él era de dim en
siones m onum entales. A sí superó al arte antiguo en su capacidad de representar ob
jetos descom unales, de ennoblecer e id ealizar las form as, de saber expresar lo su bli
me. Y todo aquello, halló su reflejo en la estética bizantina.
4. Los bizantinos eran conscientes de que en la decadente Europa que se
derrum baba en las tinieblas de la barbarie, ellos eran los únicos que conservaban la
fuerza, la grandeza y la cultura. Y su deseo de m antenerlas contribuyó a su persis
tencia y conservadurism o. El arte bizantino se caracteriza — en opinión de B urck-
hardt— por una increíble tenacidad en rep ro ducir lo desaparecido y extinto y por
una de las m ayores virtudes, que es la perseverancia.
5. Los em peradores bizantinos ostentaban un poder ilim itado, tanto secular
como eclesiástico, siendo su voluntad la ley suprem a. L a capital concentraba el po
der y la cu ltu ra; la centralización no era en B izancio inferior a la autocracia, lo cual
traía com o consecuencia la reglam entación y unificación. La vida intelectual y artís
tica del país quedaba bajo el control del em perador y de sus funcionarios, que no
toleraban ninguna clase de oposición ni innovaciones. Todo aquello causaba que B i
zancio tuviera una cultura e ideología más uniform es, menos diversificadas que O c
cidente aunque, al mismo tiempo, más ricas, y que las formas una vez creadas per
durasen allí durante siglos. C ualquier intento de cam biar los conceptos del arte una
vez establecidos, a pesar de que fueran im puestos p or monarcas autocráticos, tro
pezaba con una fortísim a oposición.
3. El m a te r ia lis m o m ístico . El arte b izantino, siguiendo los modelos im puestos
por la corte del emperador, concebía sus objetivos de la manera más grandiosa. En
las iglesias bizantinas convergían todas las artes: la m onum ental arquitectura, los mo
saicos, las pinturas de paredes y bóvedas, cuadros, objetos y ornamentos litúrgicos;
los ritos y cantos, sus palabras y su m úsica — todo aquello había de proporcionar
un gran placer estético y, gracias a él, elevar las alm as hacia Dios. El ritual bizantino
estaba m arcado por un cierto «m aterialism o m ístico », de modo que los objetivos m ís
ticos eran alcanzados mediante el esplendor de la m ateria. El ritual pretendía con
ducir a Dios a través de la experiencia estética; se basaba en efecto en la ideología
de P seudo-D ionisio, el. más abstracto y el más m ístico de los filósofos, pero al m is
mo tiempo tenía en cuenta la. aspiración griega a la belleza y la solem nidad. H asta
cierto punto, las cerem onias religiosas eran para los bizantinos lo mism o que las re
presentaciones teatrales para los atenienses. «E l pueblo griego creía únicam ente en
lo que veía y podía-palpar. Esto era así en los tiempos de Fidias y así perm aneció en
la época de Bizancio. M as el objeto de su fe experim entó un cam bio radical: en la
Grecia antigua dicho objeto lo constituía una deidad panteística, m ientras que en el
m edieval Bizancio, un Dios trascendental encarnaba la idea del espiritualism o más
puro» a.
Con todo su esplendor sensible y boato m aterial, el arte bizantino tenía un ca
rácter m ístico y sim bólico, y era producto de una estética espiritualista y trascen
dente. Sus m onum entales tem plos sim bolizaban la grandeza de D ios; la riqueza im
ponente de los rituales, el oro, la plata, las piedras preciosas y los m árm oles m ulti
colores representaban la C iud ad C eleste; el deleite experim entado al presenciar las
ceremonias había de presagiar la felicidad del cielo.' «Si los esplendores terrenos y
tem porales son tan grandiosos, cuál será la grandeza de los esplendores celestes que
aguardaban a los justo s», escribe Porfirio, obispo de G aza, y Procopio, al describir
la iglesia de Santa Sofía, dice: «quien entra en el tem plo para orar, siente que éste
no fue construido por la fuerza hum ana ni el arte sino por orden de D ios». El pa
triarca Focio llegó aún más lejos: «E l creyente atraviesa los um brales del tem plo
como si fuera la C iudad C eleste en sí m ism a» b.
4. L a im a g e n y e l p r o t o t ip o . La religiosa y esp iritualista estética bizantina halló
su expresión más pura en la pintura que — conform e a sus convicciones— no sólo
había de servir a D ios sino tam bién representarle, a El y a sus santos. La pintura
bizantina se lim itaba prácticam ente a un solo tipo, los «iconos» (eíxc&y), es decir,
«im ágenes» o «representaciones» de C risto y de lo s santos, haciendo caso omiso de
todo el m undo visible. Se lim itaba a la figura hum ana, con la justificación teológica
de que la figura del hom bre, en la que Dios se había encarnado, es la más digna de
la tierra.
Las imágenes bizantinas representaban cuerpos, mas no eran ellos su verdadero
objeto sino la s alm as; el cuerpo no era sino sím bolo del alm a. «U n buen artista no
representa al cuerpo sino al alm a», escribió uno de los teólogos de la época. P ersi
guiendo aquel ideal, los astistas desm aterializaban el cuerpo num ano, rep resentán -.
dolo con líneas lo más abstractas y lo menos orgánicas posible.
A sí, al pintar una figura, trataban de representar su esencia y no de captarla en
uno u otro m om ento o presentar alguno de sus aspectos. A quella esencia la identi
ficaban con la idea, con el modelo eterno. De este m odo, m anifestaban su ideología
dualista, que m arcaba una línea divisoria entre el m undo tem poral y el m undo eter
no. Los iconos no habían de representar figuras tem porales, sino sus prototipos.
C oncentrado en ellos la atención del espectador, tenían que trasladarlo a la eterna
C iudad de D ios, «elevarlo a la contem plación de la d ivin id ad ». La im agen pintada
no era un fin en sí mism o sino un m edio, pues el objeto real de la pintura era in
visible. «M ediante la im agen visible, nuestro pensam iento, en una exaltación del es
píritu, debe anhelar llegar a la grandeza invisible de la divinidad.»
Los iconos no estaban destinados a la contem plación, sino que servían para re
zar ante ellos; su objetivo era, por tanto, provocar una larga y encentrada contem
plación. Fue ésta la razón por la que el pintor representaba a los santos en posición
inm óvil, esperando otro tanto por parte del espectador: que se quedara inm óvil para
a «L as cosas materiales, por sí mism as, no merecen veneración alguna, pero cuando representan a al
guien lleno de gracia entonces, conforme a la doctrina de la fe, participan de esta gracia.» Ju an Damas-
ceno D e im a g in ib u s o ra tio (P. G. 94, c. 1264).
Schwarzlose y Lazariev> op . cit. G, Ladner, D er B ild erstreit u n d d ie K u n stleh r e n d e r b y z a n tin is-
ch e n u n d a b e n d la n d is ch e n T h e o lo g ie , en «Zeitschrift für Kirschen geschichte», 3 folge, vol. .50, cuader
nos I-II, 1931.
parcialm ente: no conform e al espíritu sino según el cuerpo 6. Viendo una imagen,
vemos en ella al prototipo, vemos en fin a Dios 7 y Dios está presente de este modo
en el cuadro 8.
9. C o n s e c u e n cia s d e la t e o r ía d e lo s ico n o la str a s C om o fruto del movimiento
iconoclasta nació la teoría más inusitada del arte de las conocidas hasta entonces en
la historia de la estética; una teoría au e concebía la obra pictórica como parte del
ser divino, y cuyo criterio de valor radicaba en la sem ejanza con el trascendente pro
totipo. N unca en el futuro surgiría una teoría tan extrem ada, aunque no faltaron te
sis parecidas, concernientes al entendim iento del papel del artista y al objeto del arte.
H abrá pocos quienes afirm en que la teoría de los iconólatras bizantinos era cierta,
pero nadie negará que fue una teoría emparentada con un m agnífico arte, y que a
su modo contribuyó a que dicho arte perdurase y sobreviviese largos siglos.
Conform e a aquella teoría, el arte no podía ser solamente una representación de
la naturaleza, y a que había de representar los prototipos trascendentes de las cosas.
No obstante, debía tom arla en consideración, porque tam bién la naturaleza deriva
de prototipos. El arte bizantino trató de satisfacer ambos postulados: fue un arte
que nació de una teoría extrem adam ente idealista pero que, al mismo tiem po, con
tenía elementos realistas.
Gracias a la doctrina de los partidarios de las imágenes, las obras de arte gana
ron un valor m ístico desconocido en O ccidente. Asim ism o se crearon tipos icono
gráficos a los que los bizantinos atribuían un origen sobrenatural y que el arte bi
zantino supo conservar durante siglos.
10. La i n flu e n c ia e je r c i d a p o r lo s ico n o cla s ta s s o b r e la e s t é t ic a y e l a rte. En cier
to sentido, el m ovim iento inconoclasta desempeñó un papel positivo en el desarro
llo del arte y de las teorías artísticas. M ientras que sus adversarios crearon su teoría
m ística del arte, los iconoclastas iniciaron el arte realista.
Antes de que estallara la querella, la com unidad religiosa de Bizancio desconocía
todo arte que no fuera idealista y religioso. Los iconoclastas pusieron los cimientos
del arte realista. Los m ism os em peradores que censuraban y destruían el arte reli
gioso, fom entaban al m ism o tiempo el desarrollo del arte secular, introduciéndolo
también en las iglesias. Por orden de Constantino V, en uno de los templos de Cons-
tantinopla, escenas de la vida de C risto fueron sustituidas por pinturas que repre
sentaban árboles, pájaros, anim ales, pavos reales o grullas, o sea todo menos im á
genes de Dios. A l decir de sus adversarios, que censuraban semejantes procedim ien
tos, C onstantino V convirtió la iglesia en «un almacén de frutas y una jaula de
pájaros» *.
O tro tanto, y en form a más vistosa y espectacular, ocurría en los palacios. Por
ejem plo, en la residencia del em perador Teófilo, el últim o de los iconoclastas, las
paredes estaban cubiertas de pinturas que representaban paisajes, fiestas, carreras, es
cenas de caza y espectáculos teatrales. A sí pues, podemos afirm ar que gracias a los
iconoclastas nació un nuevo tipo de pintura, una pintura realista, libre de esplritua
lismo y m isticism o.
11. La e s té tic a y la t e o lo g ía . Puede surgir la duda si la querella bizantina acer
ca del culto de las im ágenes pertenece a la historia de la estética, o más bien habría
que incluirla en la historia d é la teología. En realidad, el m ovim iento iconoclasta per
tenece a am bas: a la teología, que suele im plicar consecuencias estéticas, y a la esté
tica, porque a veces esta disciplina basa sus. teorías en supuestos teológicos.
U na estética que se funde, en ideas religiosas o en principios ideológicos no es
1 Vita S tep h a n i, P. G ., vol. 100, pp. 1112-3. A . Grabar, U E m p ereu r d a n s Vart b y z a n tin , R e c b e r c b e s '
su r Van o ff i c i e l d e l ’e m p ir e d ’O rie n t, París* 1936.
nada excepcional: fue éste el caso de una parte considerable de la estética antigua y
de la m ayo r parte de la estética medieval.
La querella bizantina concernía no sólo al concepto de la naturaleza divina sino
también a la naturaleza de lo bello. C uando por orden de C onstantino V, en un
gran tem plo de C onstantinopla, se destruyeron los mosaicos que representaban la
vida de C risto y se los su stituyó con im ágenes de plantas y anim ales, para los con
tem poráneos «toda la belleza desapareció de las iglesias», según reza un texto de la
época.
Todos los bizantinos se inspiraban, prácticam ente, en los mismos supuestos teo
lógicos. Pero en base a ellos, dos grupos distintos crearon dos estéticas extrem ada
mente diferentes. Tanto los ortodoxos adoradores de las im ágenes como los icono
clastas partían de la prem isa de que existen dos m undos, el divino y el terreno, el
inteligible y el sensible. M as los prim eros creían que el arte es capaz y tiene la o bli
gación de respetar el m undo divino, m ientras que los segundos le negaban tal capa
cidad y derecho de hacerlo y sostenían que su único designio posible es representar
la naturaleza accesible por los sentidos.
Am bos grupos se inspiraron en la m etafísica dualista, pero m ientras los iconó
latras alcanzaron m ediante ella a una estética m ística, la meta de los iconoclastas fue
la estética naturalista. La estética m ística reconocía las formas sim bólicas, espiritua
les y extratem porales, cuya existencia en el arte era rotundam ente negada por la es
tética de los iconoclastas.
La estética m ística de los iconólatras fue una continuación del pensam iento de
los Padres griegos y de Pseudo-D ionisio; fue un producto extrem ado, pero típico
del O riente cristiano, que no encontró p artidario s en O ccidente. O tro tanto sucedió
con la estética positiva de los iconoclastas, que quedó aislada en la Europa oriental
y cü ya especificidad residía en su positivism o, en su falta de trascendencia y de es
plritualism o , en su falta.de m isticism o originado por una visión trascendental y es-
peritualista del mundo.
12. L a ico n o cla s tia f u e r a d e B iz a n cio . El m ovim iento iconoclasta no fue un fe
nóm eno exclusivam ente bizantino, Surgió en al menos tres países, culturas y reli
giones diferentes: entre los judíos, entre los árabes m usulm anes y , finalm ente, entre
los cristianos bizantinos. Donde prim ero apareció fue entre los judíos, para los cua
les la ley de M oisés prohibía toda im agen, no sólo de D ios sino de cualquier ser
vivo. Los judíos quedaron durante mucho tiem po aislados en sus convicciones y fue
ron criticados por los representantes de la cultu ra greco-latina (Tácito habló del I u -
d a e o r u m m o s a b s u r d u s s o r d id u s q u e .)
El m ovim iento iconoclasta, iniciado por los judíos, se extendió entre los m aho
metanos que, al principio, no se m ostraban contrarios a representar seres reales, y a
que el C o rá n no se oponía a ello. Tan sólo a com ienzos del siglo VIII, los califas
Ya-Z id y O m ar II se declararon enem igos del culto de las im ágenes. (El decreto de
Ya-Z id II en contra de las im ágenes, proclam ado en el año 722, se adelantó en cua
tro años al prim er decreto bizantino de León III.)
En el m ovim iento iconoclasta, que duró varios siglos y que abarcó diversos paí
ses y culturas, podemos distinguir al menos tres m otivaciones: la prevención de la
id olatría (con razones que provenían de la doctrina de M oisés), la oposición a la as
piración creadora del hom bre-artista, dado que la creación era considerada como atri
buto divino (argum ento procedente de la religión m usulm ana) y, finalm ente, la con
vicción de que Dios es invisible, inim aginable e irrepresentable (tesis derivada de la
religión cristiana).
A aquellas tres razones principales se juntaron otras: los judíos pretendían evitar
la m entira que percibían en el arte figurativo. A sí, uno de sus escritores, Filón de
A lejan dría, nos dice que M oisés condenó las sofisticadas artes de la pintura y la es
cultura porque estropean la verdad con la mentira.
Los m usulm anes, a su vez, unían la condena de las imágenes con la condena de
todo lujo, del arte costoso, de los techos dorados y las telas decorativas.
Adem ás, el alcance de la doctrina iconoclasta difería de una cultura a otra. En
Bizancio sólo se prohibía representar a Dios en figura hum ana (y, a veces, sólo ve
nerar sus im ágenes); los mahometanos, en cam bio, prohibían cualquier representa
ción plástica ael ser hum ano, m ientras que los judíos, la de todo ser viviente. Los
últim os, durante muchos siglos, observaron escrupulosam ente la prohibición; y sólo
desistieron de ella en el siglo II para, en el siglo V, volver a destruir todas las im á
genes. Los mahometanos desacataron la prohibición en numerosas ocasiones, m ien
tras que- entre los cristianos la prohibición de representar a Dios provocó protestas
y luchas que acabaron con el triunfo de las doctrinas adversarias.
La iclonoclastia, im puesta p or la religión, pudo echar raíces sólo en aquellas so
ciedades que ofrecían condiciones favorables para su divulgación, es decir, en las que
la necesidad del arte, de crear y representar eran lim itadas. El movimiento no se ex
tendió por los países latinos de O ccidente, y fue más bien un fenómeno oriental,
aunque en O riente los persas no respetaron la prohibición mahometana.
La doctrina iconoclasta, que nació en B izancio, en el punto de encuentro de las
culturas oriental y occidental fue en realidad una intervención de O riente en el cam
po de la estética griega, una injerencia más de las y a acaecidas en la época arcaica y
luego en la helenística.
El m ovim iento trajo consigo diversas consecuencias: entre los judíos fue causa
del em pobrecim iento de las artes plásticas y la desaparición, por varios siglos, de las
artes im itativas. Entre los m usulm anes, la iconoclastia, aunque no im pidió el de
sarrollo del arte, lo convirtió en arte abstracto, en gran parte decorativo, estilizado,
arabesco, puram ente im aginario, p or com pleto distanciado del modelo y de la vida.
En B izancio, en cam bio, el m ovim iento originó y prom ovió el desarrollo del arte
figurativo, practicado no sólo por los iconólatras sino tam bién —aunque a escala m u
cho m enor— por sus adversarios.
Visto pues desde la perspectiva de los diversos movimientos iconoclastas, lo es
pecífico del bizantino consiste en que coincidió con la metafísica espiritualista, y que
condujo igualm ente a una lucha de la que salió como perdedor.
JU A N D A M A SCEN O , D e im a gin ib u s
o r a d o , I, 9 (P. G. 94, c. 1240). EL CO N CEPTO DE LA IMAGEN
Las principales tesis de la estética cristiana fueron form uladas casi al mismo tiem
po en O riente y O ccidente. Un poco más tarde de que lo hicieran los Padres grie
gos, las form uló — en latín— San A gustín, pensador que pertenece aún a la A n ti
güedad, que vivió en tiem pos del Imperio Rom ano y que pudo leer a sus anteceso
res filosóficos y servirse así de la literatura antigua.
Con su obra em pieza la estética cristiana de O ccidente, que —por cierto— ha
asumido m uchas ideas y conceptos de la estética antigua. San Agustín trató la esté
tica de m anera aún más com pleta que los Padres griegos; sus competencias en este
campo eran mucho más amplias y su interés por el tem a mucho más profundo.
1. La e s t é t ic a d e Sa n 'A g u st ín
’ Las obras que más ampliamente presentan los conceptos estéticos de San Agustín son: K. Svoboda,
¿ 'e sth é tiq u e de St. A gustín et ses sources, Brno, 1933.—y las m onografías: H . Edelstein, D ie M usik , A ns-
c h a u u t ig A u g u stin s n a c h s e i n e r S ch r ift « D e m u s ic a », D iss., Freiburg 1928/29.— L. Chapm an, St. A u gu s-
tm e^ s P nilosoph y of B eauty, N ew Y ork, 1935.
P. H en ry, P lo tin e t l ’o c c id e n t, Louvain, 1934.
hombre hacia lo bello, por el p lacer que el hom bre encuentra en la herm osura. Es
taba convencido de que el gusto p or la belleza presupone la existencia de lo bello
como algo externo al hom bre, con lo que el hom bre es sólo espectador y no el crea
dor de la belleza. En este aspecto, San A gustín coincidía con las corrientes princi
pales de la A ntigüedad, más en lo que había sido obvio para los antiguos, el filósofo
advirtió un problem a. Y lo form uló con toda precisión: «¿A lgo es hermoso porque
gusta o gusta por ser h erm oso?» y su respuesta era claram ente: «G usta porque es
herm oso». 1
4. L a b e lle z a d e la m e d id a y d e l n ú m e r o . La segunda tesis recogida por San
A gustín de la estética antigua concernía a la pregunta: ¿en qué consiste la belleza?,
¿cuándo y p o r qué las cosas ha de ser bellas? Según el filósofo, las cosas son bellas
cuando «sus partes se parecen unas a otras y gracias a su conveniencia crean la ar
m onía»; es decir, la belleza consiste en la arm onía y la arm onía, a su vez, en la ade
cuada proporción, o sea, en la relación de las partes, de líneas y sonidos. Si sólo per
cibimos la belleza con los ojos y los oídos es porque los otros sentidos son incapa
ces de captar aquellas relaciones. C uando las diversas partes m antienen relaciones
adecuadas, surge de ellas una herm osa totalidad, p o r lo que a veces causa adm ira
ción dicho total sin que la provoquen sus partes tom adas por separado. 2
La belleza de un hom bre, de una estatua, de una m elodía o de una obra arqui
tectónica no estriba en sus elem entos particulares sino en su m utua relación. La re
lación apropiada de las partes produce al tiem po s u recíproca conveniencia 3 y or
den 4, creando así la unidad 5, y son precisam ente la conveniencia, el orden y la uni
dad los que deciden en últim a instancia sobre la belleza.
M ás, ¿qué relación es la adecuada? La que observa la m edida, y es sabido que
sobre la m edida decide el núm ero. 6'7 H asta lo s pájaros y las abejas construyen con
forme a los núm eros — dice San Agustín-— y el hom bre debería obrar como ellos,
pero de modo consciente. La fórm ula clásica de San A gustín afirm aba que la razón
ha advertido que le gusta sólo lo que es herm oso, y de lo herm oso, las form as; en
las form as, las proporciones, y, en las proporciones, los núm eros. 8 La m edida y el
número garantizan el orden y la unidad de las cosas y , a través de ellas, finalmente
la belleza.
San A gustín expresó esta mism a idea tam bién de otra manera, com binando tres
conceptos: m oderación, form a y orden. 9 Son estas tres cualidades las que deciden
sobre el valor de las cosas: todas las cosas son buenas si contienen m oderación, for
ma y orden y cuanto más poseen, son m ejores; donde no existan estos atributos no
existe ningún bien. San A gustín habló del bien, pero está claro que abarcaba con
este térm ino al mism o tiem po lo bello. C on el térm ino s p e c ie s denominaba tanto la
belleza como la form a, y el trinom io agustiniano de m o d u s , s p ec ie s e t o r d o (mode
ración, form a y orden) entró de lleno en la term inología de la estética medieval.
Estos conceptos y a habían sido form ulados por la estética antigua y tam bién los
conocía la S a g ra d a E scritu ra , particularm ente el L ib ro d e la S a b id u ría tras el cual
San A gustín pudo repetir que D ios hizo el m undo conforme a la m edida, el número
y el peso. A sí pues, com o vemos, el doctor hiponense se inspiró en ambas fuentes.
San A gustín recogió así el viejo concepto pitagórico de proporción y armonía,
que en la A ntigüedad había sido interpretado efe dos maneras. M ientras que para los
propios pitagóricos tenía un carácter puram ente cuantitativo y conducía a una esté
tica m atem ática, más tarde, con los estoicos y C icerón, había adquirido un sentido
cualitativo. Para estos últim os, la b elleza dependía de la relación adecuada de las par
tes, más esta relación no era entendida y a m atem áticam ente.
San A gustín, p or su parte, vaciló entre las dos interpretaciones. En gran medida
basó su estética en el núm ero y , sobre todo, en la m úsica entendía la belleza m ate
m áticam ente. El concepto fundam ental de su sistem a era la igualdad de dim ensio
nes, la equidistancia, 10, la «igualdad num érida» (a eq u a lita s n u m erosa .) 11. En otras
ocasiones, no obstante, concebía lo bello como relación cualitativa de las partes.
T al dualidad es com prensible y a que en tanto que estético San A gustín era pro
penso a interpretar la belleza m atem áticam ente, pero en su condición de cristiano
no podía prescindir de la belleza interna. D e ahí que tuviera que tratar de la belleza
de m anera más am plia, lo que salió a la luz en dos conceptos que se revelaron ca
pitales para su estética: el ritm o y el contraste.
5. La b e lle z a d e l ritm o , a. El ritm o había sido también uno de los conceptos
fundam entales de la estética an tigua , 1 que lo interpretaba m atem áticam ente; los ro
manos lo denom inaban justam ente con el nom bre de n u m er u s . Pero, al mism o tiem
po, fue un concepto aplicado casi exclusivam ente con relación a la m úsica. En cambio
San A gustín hizo del ritm o el concepto fundam ental de toda su estética y veía en él
la fuente de toda la belleza. Para hacerlo, tuvo que am pliar el concepto de modo
que abarcara no sólo el ritm o perceptible por los oídos sino tam bién por los ojos,
no sólo e l ritmo del cuerpo sino tam bién el del alm a, no sólo el ritm o del hombre
sino tam bién el de la n aturaleza; y tuvo que incluir en él tanto el ritm o de las ex
periencias como el de las actividades, el de las percepciones y el de la memoria, el
ritm o pasajero de los fenómenos y el ritm o eterno del m undo. A l convertir el ritmo
en el concepto básico de su estética, San A gustín lo am plió de tal m anera que los
factores cuantitativos y m atem áticos dejaron de ser elementos indispensables del
ritm o.
6. La b e lle z a d e la ig u a ld a d y d e l co n tr a s te , b. San A gustín relacionó la be
lleza con la «igualdad num érica». Pero tam bién advirtió que la b elleza se vincula
con la desigualdad, la disparidad y el contraste. Tam bién ellos deciden sobre la be
lleza, especialm ente sobre la belleza hum ana y la belleza de la historia. La hermo
su ra del mundo (s a e cu li p u lc h r it u d o ) nace de los opuestos 12 y el orden de los siglos
(o r d o s a e c u lo r u m ) es el más bello de los poem as construidos a p artir de «las antíte
sis» 13. A l afirm arlo así, San A gustín evocaba más bien los conceptos de H eráclito
que los de los pitagóricos, y a que a luz de tal interpretación, la belleza derivaba de
la relación entre las partes y no del núm ero en cuanto tal.
c. En los escritos de San A gustín encontram os otras ideas que distan no sólo
de la estética m atem ática, sino incluso de la que veía la belleza en la relación de las
partes. Siguiendo a los estoicos, el filosofo afirm a que la belleza depende tanto de
la proporción adecuada de las partes ( c o n g r u e n c ia p a r tiu m ) como de agradable color
(c o lo r ís s u a v ita s) 14 y repite tras Plotino que lo bello reside en la luz, lo que preci
sam ente para el últim o constituía un argum ento con el que dem ostraba que la be
lleza no consiste en la relación de las partes.
San A gustín conocía todas las definiciones y conceptos de lo bello ideados por
los antiguos, utilizándolos en consecuencia al form ular su doctrina. M ás la concep
ción propia de él fue la mism a que había prevalecido en la A n tigüed ad : la belleza
es una relación, es la arm onía de las partes.
7. « P u lch ru m » y «A p tu m » ; « P u lch ru m » y « S u a v e» . San A gustín concebía la be
lle z a de la m anera más am plia, para que abarcara no sólo la belleza corporal sino
tam bién la espiritual, conforme las exigencias de la tardía estética antigua y más aún,
de la cristiana. En cambio, se guardaba de confundirla con conceptos afines, y hacía
u n a clara distinción entre las cosas «b ellas» y las «convenientes» y «agradables».
A. Los estetas helenísticos estaban dispuestos a distinguir lo conveniente (a p -
1 El que prim ero llam ó la atención y apreció la im portancia de este texto de San Agustín fue M . Scha-
piro, O n t b e A e s tb e tic a tt itu d e in R o m a n e s q u e A rt, en A rt a n d T h o u g b t, is s u e d in b o n o u r o f A. K . C o o -
n a r a sw a n y , ed. K. B. íy e r, London, 1947, pág. 152.
cepción de belleza com prendida como m edida y p roporción, la distinción entre be
lleza sensible y belleza inteligible, así como la clásica convicción de la belleza del
mundo. A sim ism o, hizo pasar a la Edad M edia la teo ría pitagórica de la medida, la
idea platónica de la belleza absoluta y el concepto estoico de belleza y arm onía del
mundo.
A aquellas ideas antiguas añadió A gustín algunas de su p ropia invención: así acer
có la teoría del arte a la teoría de lo bello, dio un paso adelante en el análisis de la
experiencia estética, creó un concepto más extenso del ritm o así como la teoría de
los «vestigios de lo b ello », puntualizando además la diferencia entre la poesía y las
artes plásticas.
M ás junto a los elem entos estrictam ente estéticos, encontram os en su filosofía
un elemento de carácter m etafísico; basándose en las id eái y conceptos de los anti
guos y em pleando — en la m ayoría de los casos— su term inología, San A gustín pro
porcionó a la estética una nueva superestructura religiosa, una teodicea de la estética.
De este m odo, la doctrina de San A gustín se com pone de diversas corrientes:
por un lado, es y a una estética medieval, pero p o r otro es todavía una estética an
tigua. Por un laclo, es una estética religiosa, trascendente, teocéntrica y «supraterre-
nal», y por otro, en cam bio, una teoría que ve con claridad y perspicacia las cosas
naturales, la com plejidad del arte, la inseguridad de la p ostura estética del hombre,
y lo entrelazadas que están en el mundo belleza y fealdad.
Igual que en la estética de Aristóteles o C icerón, h ay en el pensam iento agusti-
niano dos tipos de ideas. A unas, que son las centrales, vuelve continuam ente; p er
tenecen a este grupo, por ejem plo, ios conceptos teísticos o el de la medida. Dichos
conceptos, com partidos bien con la estética antigua, o bien con los Padres de la Igle
sia, ejercieron una enorm e influencia sobre el pensam iento medieval.
Por otro lado, h ay otros conceptos que tan sólo accidentalm ente aparecen en
sus escritos, com o si el autor no les prestara gran im p ortan cia alguna. Pertenecen a
este grupo su tesis de «los vestigios ae lo b ello», la asociación del arte con la belleza
y la distinción entre la poesía y las artes plásticas. Y se da el caso de que estas son
precisam ente ideas suyas, originales, que pasaron desapercibidas en los siglos me
dios, pero que h o y adm iram os por su acierto singular.
18. La e s t é t ic a e n O r ie n té y O c cid e n te . Los conceptos estéticos del cristianis
mo fueron form ulados casi sim ultáneam ente en O riente y O ccidente. (San Agustín
fue un poco más joven que San Basilio y , probablem ente, un poco m ayor que Seu-
do-D ionisio). En sus com ienzos la estética cristiana nacida en O riente era sim ilar a
la occidental, lo cual es natural, y a que ambas dim anaban de la. misma filosofía grie
ga, en especial la platónica, y la adaptaban a la m ism a fe cristiana. Ambas realzaban
la belleza espiritual por encima de la corporal y la divina por encima de la humana.
Ello no obstante, hubo entre ambas ciertas diferencias. La estética oriental de
San Basilio provenía de G recia directam ente, m ientras que la de San A gustín había
pasado por Rom a. La oriental asumió más de la filosofía de Plotino, la occidental
de C icerón. La p rim era se concentró en los problem as generales de la belleza y la
segunda se ocupó tam bién de las cuestiones particulares del arte. M ientras que los
pensadores orientales glorificaban la belleza del m undo, los occidentales advertían
tam bién su fealdad. La prim era adoraba el arte, al percib ir en él elementos divinos,
a diferencia de la otra, que se prevenía ante él, en tanto que consciente de sus ele
mentos humanos.
Sin em bargo, sólo después de San Basilio y.S an A gustín las respectivas estéticas
cristianas de O riente y de O ccidente se distanciaron. M ientras que Pseudo-D ionisio
o Teodoro E studita (representante de los iconólatras bizantinos) fueron quizá los
estéticos más espectaculares que conoce la historia, los seguidores de San Agustín
— como Boecio o C asiodoro— no eran sino enciclopedistas, com piladores de infor
m ación, definiciones y clasificaciones.
19. La e s té t ic a p o sta g u s tin ia n a . San A gustín llegó a ser una autoridad en ma
teria de la estética cristiana durante un m ilenio, y sólo Pseudo-D ionisio pudo en
este aspecto, com petir e igualarse con él. Aún al cabo de varios siglos, las sumas es
colásticas, al tratar de la belleza, citaban a ambos filósofos o al menos a uno de ellos.
Y fue de éstos precisam ente de los que el M edievo tomó el concepto metafísico de
lo bello.
A sí pues, el concepto religioso-m etafísico, es decir, el cim iento de la estética me
dieval, fue obra de los siglos IV y V . Los siglos posteriores, hasta finales de la época
m edieval, lo conservaron sin desarrollarlo, Gmitándose a repetirlo con otras palabras
o — lo que era más frecuente aún— con las de P seudo-D ionisio y San A gustín. Fue
éste un concepto que con stitu yó el marco más que el contenido del análisis estético
del A lto M edievo, análisis que sólo en un grado m uy pequeño tuvo un carácter me
tafísico, siendo, en su m ayo r parte, de orientación em pírico-científica.
San A gustín form uló pues, las tesis de la estética cristiana aún en los tiempos
del Imperio R om ano, dentro del sistem a antiguo, y teniendo a su alcance todo el
legado artístico y científico de la A ntigüedad en una línea ininerrum pida de evolu
ción y desarrollo. Pero después de San A gustín, dicha continuidad se rompió y vino
la catástrofe: fue entonces cuando cayó Rom a y de entre las ruinas de la cultura an
tigua nadie pensaba y a en la estética. Pronto desaparecerían no sólo los vestigios de
la estética antigua sino tam bién la nueva estética agustiniana. El doctor hiponense
no pudo ya tener seguidores ni discípulos y cuanto había hecho por definir la es
tética del cristianism o, quedó, de m omento paralizado.
Llegados a este punto, la historia de la estética se ve o bligada a presentar los acon
tecim ientos históricos y las condiciones de vida que expliquen la catástrofe y el es
tancam iento producidos eji el desarrollo de. la estética; así como a buscar sus m ate
riales en el mismo arte de la época, y a que aquel tiem po, si bien dejó prácticam ente
de escribir, nunca dejó de cantar, de p in tar y de construir, y sólo en base a las con
creciones de su arte podem os deducir cuál era su actitud hacia la creación y hacia
lo bello.
Y aún por últim o, tendrem os que dejar que hablen aquellos pocos que — como
Boecio, Casiodoro o Isidoro de Sevilla— sin ,ab rigar pretensiones de crear una es
tética nueva, trataron p o r lo menos de salvar de sus escom bros los restos de la an
tigua. Luego, quedando tratados estos puntos, podrem os y a pasar al llam ado «rena
cim iento carolingio» y a la estética que corresponde a este período.
4. 2fTih.il enim est o rd in atu m , quod 4. Pues nada hay ordenado que no sea
non s it pulchrum . bello.
LA BELLEZA DE LA UNIDAD
LA FORMA, LA PROPORCIÓN
SAN AGUSTÍN, D e ordine, II, 15, 42. Y EL NÚMERO
9. O m nia enim qu an to m agis mo- 9. Todas las cosas son tanto mejores
d e ra ta , speciosa, o rd in a ta su nt, tanto cuanto más moderadas, hermosas y ordena
m ag is u tiq u e b o n a su n t; quanto autem das son, y tanto menos buenas cuanto menos
m in us m o d erata, m in us speciosa, m inus moderadas, menos hermosas y menos orde
' o rd in a ta su n t, m inus bon a sunt. H aec nadas. Así pues, estas tres cosas, la modera
ita q u e tria , m odus, species e t ordo, ción, la forma y el orden —y no nombro
u t de in n u m erab ilib u s taceam , quae otras innumerables cualidades que claramen
a d is t a t r ia p ertin ere m o n stran tu r; te se reducen a estas tres—, estas tres cosas,
h aec ergo tria , m odus, species, ordo, pues, la moderación, la forma y el orden, son
tam q u am g e n e ra lia b on a su n t in como bienes generales en todos los seres crea
reb us a Deo F a c tis, siv e in sp iritu , dos por Dios, en el espíritu o en el cuerpo...
siv e in co rp o re... H aec t r ia ub i m agn a Allí donde se encuentran estas tres cualida
su n t, m a g n a b o n a su n t; u b i p a rv a des en alto grado, hay grandes bienes; donde
su n t, p a rv a b o n a su n t; u b i n u lla sunt, son pequeñas, hay bienes pequeños; donde
nuUum bonum est. faltan, no hay ningún bien.
LA BELLEZA DE DIMENSIONES
SAN AGUSTÍN, D e m úsica, VI, 10, 26. IGUALES
10. Q uid est quod in sensibUi 10. ¿Qué es lo que nos agrada en el rit
n u m e io sita te d ü ig im u s? N um a liu d mo sensible sino cierta semejanza y los inter
p ra e te r p a rilita te m q u an d am e t aequa- valos de dimensiones iguales? ¿O el pirriquio,
lit e r d im en sa in te rv a lla ? A n ille p yr- el espondeo, el anapesto, el dáctilo, el proce-
rh ich iu s pes, siv e spondeus, siv e an a- leusmático y el dispondeo nos deleitan por
p aestu s, siv e d a c ty lu s, siv e proceleus- otra razón que no sea la igual dimensión de
m a tic u s, siv e dispondeus nos a lite r sus dos partes?
d e le c ta ret, n isi p a rtem su am p arti
a lte ri aeq u aJi d ivisio n e conferret? ■
LA BELLEZA DE LA «IGUALDAD
SAN AGUSTÍN, D e m úsica, VI, 12, 38. NUMÉRICA»
11. N um possum us am are nisi 11. ¿Acaso podemos amar otra cosa sino
p u le h ra ... H a ec igitur p u le h ra num ero lo bello..? En efecto, las cosas bellas agradan
p la c e n t, in quo ia m ostendim us aequar por el número, en el cual ya hemos demos
lita te m a p p e ti. N on enim hoc ta n tu m trado que se busca la igualdad. Y ésta no se
in e a p u lch ritu d in e , q u ae ad aures encuentra sólo en la belleza que llega a los oí
p e rtin e t a tq u e in m o tu corporum est, dos y reside en el movimiento de los cuer
in v e n itu r, sed in ip sis e tia m visib ilib us pos, sino también en las propias formas visi
form is, in qu ib u s ia m u s ita tiu s d icitu r bles, en las cuales ya es más usual hablar de
p u leh ritu d o . A n a liu d qu am aeq u a lita - belleza. ¿O piensas que la igualdad numérica
te m n um erosam esse a rb itra ris cum consiste en otra cosa sino en la correspon
p a r ia p arib u s b in a m em b ra respon dencia dos a dos de miembros iguales..? Lue
d e rá ? ... Q uid ergo a liu d in luce et go, ¿qué buscamos en la luz y los colores sino
coloribus, n isi quod n o stris oculis lo que agrada a nuestros ojos..? Cuando bus
co n g ru it, appetimuB... I n his ergo camos en ellos la conveniencia, según nues
cu m ap p etim u s co n v en ien tia pro na- tra medida de la naturaleza, y rechazamos la
tu ra e n ostro modo et in co n v en ien tia inconveniencia... ¿acaso no nos agrada tam
re sp u im u s... nonne M e etiam quodam bién entonces por un vínculo de-igualdad..?
a e q u a lita tia iu re la e t a m u r ? ... H oc in Esto se puede apreciar en el olfato, el sabor
odoribus e t sap o ribus e t in tan g e n d i y el sentido del tacto...: en efecto, no es nada
sen su a n im a d v erte re lic e t... n ih il enim propio de estos sentidos lo que nos agrada
e st h o r a m aensib ilium quod nobis non por su igualdad o semejanza. Ahora bien,
a e q u a lita te a u t aim ilitu d in e p la c e a t. donde hay igualdad o semejanza, allí hay ar
U b i a u te m a e q u a lita s a u t sim ilitu d o , monía: y realmente, no existe nada tan igual
ib i n u m ero sitas: n iliil est quippe ta m y semejante como lo uno y lo uno.
a e q u a le a u t sim ile qu am un um et
un um .
14. O m nis... corporis p ulch ritudo 14. Toda la belleza del cuerpo consiste en
e st p a rtiu m con gruen tia cum q u ad am la proporción adecuada de las partes, acom
c o lo r ís s u a v it a t e . pañada de un colorido agradable.
lin d e illa m nosti u n ita te m , secun- ¿Cómo conoces aquella unidad según la
dum qu am iud icas corpora, quam cual juzgas los cuerpos, pues si no la ves, no
nisi vid eres, in d icare non po 8ses, quod puedes juzgar que no la consiguen perfecta
eam non im p le a n t: si a u te m i i s cor- mente; y si la vieras con los ojos corporales,
poreis oculis eam vid eres, non v ere no dirías ciertamente que, aunque conservan
díceres, q u am q u am eius v estig io te- una huella de ésta, sin embargo, distan mu
n ean tu r, longe tam en ab e a d ista re ? cho de ella? Pues con los ojos corporales no
ÍTam istis oculis corporeis non n isi ves sino las cosas corporales: así pues, la ve
corpo ralia vid es: m en te ig itu r eam mos con la mente.
videm us.
17. Q u aerit ergo ratio e t carn alem 17. Luego la razón busca también el de
a n im ae d electatio n em , qu ae iu d icia les leite carnal del alma, que se atribuían los sen
p a rtes sib i v in d ic a b a t, in te rro g a t, cum tidos, y se pregunta, cuando la igualdad nu
eam in sp atio ru m tem p o ralium n um eri mérica en una secuencia temporal le agrada,
a e q u a lita s m u lc e at, u tru m d u ae sy l- si dos sílabas breves que ha oído son real
la b a e b rev es quascum que a u d ie rit v e re mente iguales.
sin t aeq u ales.
Q uin qué gen era n um ero ru m ... Hay cinco tipos de ritmos... Los primeros
v o ee n tu r ergo p rim i iud iciales, secundi se llaman iu d icia les, los segundos p r o g r e s s o
progressores, te r tii occursores, q u a rti res, los terceros o ccu r so res, los cuartos r e c o r
reco rd ab iles, q u in ti sonantes. d a b iles, y los quintos son a n tes.
19. Q uoniam si quis, verb i g ra tia , 19. Puesto que si alguien, por ejemplo, se
in a m p lissim aru m pulcherrim arum que colocara en una esquina de los templos más
ae d iu m uno aliq uo ángulo tam q u am amplios y más hermosos, como una estatua,
s t a t u a collocetur, p uleh ritud inem illiu s no podría percibir la belleza de esta construc
fa b ric a e sen tire non p oterit, cuius ción, de la cual él mismo formaría parte. Ni
et ip se p a rs e rit. Nec un iversi exerei- el soldado en el campo de batalla puede ver
tu s o rdinem m iles in acie v a le t iu tu e ri. el orden de todo el ejército. Y si las sílabas
E t iu q u olibet poem ate si quanto que suenan en cualquier poema vivieran y
sp a tio sy lla b a e sonant, tan to v iv eren t sintieran por algún tiempo, no disfrutarían en
a tq u e se n tire n t, nullo modo illa num e- absoluto de la belleza y la armonía del con
ro sitas et co n tex ti operis puleh ritudo texto, pues no podrían sentirla y apreciarla
eis p la c e re t, qu am to tam perspicere en su totalidad, aunque se construye y per
a tq u e ap prob are non possunt, cum de fecciona con la sucesión de cada una de ellas.
ip sis sin gu lis p raetereun tib us fa b ric a ta
esset a tq u e perfecta.
20. In óm nibus quaocum que p a rv a 20. En todos los bienes hay algunos de
su n t, in m aio rum com paratione eontra- orden inferior que, al compararlos con los de
riis n om inibus ap p e llan tu r: sicu t in orden superior, reciben nombres opuestos:
h om in ibus form a q u ia m aio r est pul- así, en comparación con la forma del hom
c h ritu d o , in eju s com paratione sim iae bre, cuya belleza es mayor, la belleza de la
p u leh ritu d o deform itas d icitu r: e t fa llit mona recibe el nombre de fealdad: y esto
im p ru d en tes, tan q u am illud sit bonum hace que los ignorantes se equivoquen, juz
e t hoc m alu m ; nec in ten d u n t in gando que aquélla es un bien, y ésta un mal;
corpore sim iae m odum proprium , p a ri no piensan en la medida que es adecuada en
lita te m ex utro qu e la te re m em brorum , el cuerpo de la mona, la proporción de sus
concordiam p artiu m , in c o lu m itatis miembros, la simetría de las partes, el cuida
cu sto d iam , et c ete ra q u aa p ersequi do de su conservación y otros detalles que se
lon gum est. ría muy largo describir.
C uique n a tu ra e non est m alum La naturaleza no participa del mal sino en
n isi n iin u i bono. cuanto disminuye el bien que posee.
SAN AGUSTÍN, C o n t r a e p i s t o la m
M a n i c h a e i , 34 (P. L. 42, c. 199).
24. Q uia scilicet a liu d est falsu n i 24. Porque una cosa es querer ser falso,
esse v e lle , a liu d veru m esse non posse. y otra no poder ser verdadero. Así pues, las
Ita q u e ip s a opera hom inum v e lu t obras humanas, como comedias, tragedias,
com oedias a u t trago ed ias, a u t m im os, farsas y otras de este género, podemos asimi
e t id genus a lia possum us operibus larlas a las obras de los pintores y escultores.
p icto ru m fictorum q ue coniungere. T am En efecto, tan imposible es que sea verdade
enim v e ra s esse p ictus liomo non ro un hombre pintado, aunque imite la for
p o test, qu am vis in speciem hom inis ma del hombre, como lo que está escrito en
te n d a t, qu am illa qu ae sc rip ta su n t los libros de los cómicos. Y estas cosas no in
in lib ris com icorum . Ñ eque enim fa ls a tentan ser falsas ni por alguna tendencia suya
esse v o lu n t a u t ullo a p p e titu suo lo son, sino por cierta necesidad de poder se
fa ls a su n t; sed q u ad am n ecessitate guir la imaginación del artista. Ahora bien,
q u a n tu m fin gen tis arb itriu m sequ i Roscio en el escenario representaba volunta
p o tu e ra n t. A t vero in scaena R oscius riamente a una falsa Hécuba, siendo por na
v o lú n ta te fa ls a H ecub a e ra t, n a tu ra turaleza un verdadero hombre; pero por
v e ra s hom o; sed illa v o lú n tate e tia m aquella voluntad resultaba un verdadero ac
veru s tragoed us, eo v id elice t quo tor, precisamente porque lo imitaba bien;
im p le b at in stitu tu m ; falsus au tem ahora bien, era un falso Príamo, porque se
P ria m u s eo quod P riam u m assim ila b a t, parecía a él, sin serlo en realidad.
sed ip se non erat.
E x quo ia m n ascitu r qu id d am m i- De donde resulta algo maravilloso... todas
ra b ile ... h aec om nia ind e esse in estas cosas son verdaderas en algunos en tan
q u ib u sd am vera-, unde in qu ib usd am to son falsas en otros, y con respecto a su ver
fa ls a su n t, e t ad suum verum lioc dad, sólo, les sirve el ser falsas en relación a
so lum eis prodesse, quod ad aliu d lo demás... En efecto, ¿cómo podría ser éste
fa ls a s u n t... Q.uo pacto enim iste, que he mencionado un verdadero actor, si no
qu em com m em oravi, v e ra s tragoedu3 consintiera en ser un falso Héctor..? O
e sset, si n o llet esse falsus H écto r..? ¿cómo podría ser una verdadera pintura, si
a u t un d e v e ra p ic tu ra esset, si falsua no fuera un falso caballo?
eq u u s non esset?
2. C o n d ic io n e s del fu t u r o d e sa r r o llo
A. C ondiciones políticas
a H . Pirenne, M a h o m et e t C h a r le m a e n e , 5.1 ed., 1937. H isto ire d e l ’E ttrope, d e in v a sio n s a ií XVI siécle,
1936.
leer y escribir. Los aristócratas del séquito de Pipino, igual que el mismo rey, eran
analfabetos. El latín, al dejar de ser controlado por los textos escritos, degeneró para
convertirse, con el tiem po, en varios dialectos romanees. A principios del año 800,
y a era tan sólo una lengua de eclesiásticos y eruditos. Aparte del clero, nadie lo en
tendía. L a poesía, cultivada sólo p or los que sabían escribir, o sea, por los sacerdo
tes, era religiosa y latina, esotérica e incom prensible para el pueblo llano.
5. L a « d er r o m a n iz a ció n » . C uando la falta de naves y la inseguridad de los m a
res dom inados por los piratas, causaron la desaparición del transporte y las com u
nicaciones m arítim as, de modo que el único camino transitable nacia Italia pasaba
por los Alpes, el difícil acceso a las regiones del M editerráneo acarreó su rápido ais.-
lam iento y em pobrecim iento.
A consecuencia de esta situación, el centro de la vida cultural se trasladó hacia
el N orte y los romanos perdieron los privilegios adm inistrativos y episcopales de
que habían disfrutado hasta el siglo V II. Las tribus germ ánicas em pezaron a jugar
un papel cada vez más activo. A p artir de C arlom agno, el lugar de la civilización
rom ana fue ocupado por la rom ano-germ ánica, y empezó el proceso de «derrom a
n izació n» de la sociedad.
6. L a I g lesia . Sólo a finales de la prim era m itad del siglo VII se fundaron unos
doscientos m onasterios, esparcidos entre N eustria, A ustrasia, Borgoña y A quitania.
Su superficie total era cuarenta veces más grande que la de París \ Los m erovingios
fueron todavía soberanos seglares, pero a p artir de Pipino, las relaciones entre la Igle
sia y el estado sufrieron un cam bio rad ical: la Iglesia empezó entonces a dom inar a
los reyes. M ientras que los m erovingios habían nom brado aún a los obispos de en
tre sus funcionarios, ahora, al contrario, los reyes designaban a sus funcionarios de
entre los obispos. U na de las causas que condujeron a tal situación fue el hecho de
que el clero, aunque no m u y ¡lustrado , constituía el único grupo social de cierta eru
dició n ; así el térm ino escribir clérigo ( c le r c ) se convirtió en sinónim o del que sabía
leer y e sc rib irb.
H em os tenido que exponer brevem ente las condiciones políticas de la A lta Edad
M edia para explicar las razones de la enorm e decadencia que experim entó la cultura
estética, así como las causas que perm itiero n conservar algunos restos de la cultura
antigua, los factores que originaron que la nueva estética adquiriera un carácter re
ligioso y eclesiástico, y en definitiva, el porqué la estética de O riente y la de O cci
dente siguieron por caminos com pletam ente distintos.
Las condiciones de vida de la E uropa m edieval contribuyeron a que el arte fuera
exclusivam ente religioso, eclesiástico y cristiano. M ientras que en Bizancio el arte
ad quirió elementos orientales, en O ccidente fue sometido a la influencia goda y , en
un momento dado, bajó a un nivel protohistórico. En Bizancio se dieron las con
diciones necesarias para que se d esarrollara 'una teología del arte, m ientras que en
O ccidente hasta la sola reflexión sobre el arte parecía im posible. En efecto, si en
aqu el período se expresaron algunas ideas estéticas, no fueron más que una repeti
ción de las antiguas. . . . . .
Las tribus que dom inaron O ccidente, tenían también cierta actitud original fren
te la belleza y el arte, pero sus estudiosos nunca la expresaron claram ente en escritos
ni teorías. Su única m anifestación qu ed a im plícita en las obras de arte conservadas
B. L a literatura
C. La m úsica
* El origen del arte cristiano ha sido objeto de diversas controversias. La polémica se animó, sobre
todo, a partir de 1901, cuando T. Strzyglo w ski y D. A inalov plantearon, simultáneamente, la misma prgun-
ta: ¿procede el arte cristiano de Rom a o del O riente? M ientras que hasta entonces los historiadores eran
más bien propensos a sostener que provenía de Rom a, actualm ente prevalece la tendencia a afirm ar que
es de origen oriental. Pero no son éstas las únicas opiniones al respecto. Según E. S. Swift, existen al me
nos cuatro teorías, que le atribuyen distinto origen: greco-helenístico, oriental helenístico, oriental ro
mano y occidental-rom ano, respectivamente. Las excavaciones, en especial las realizadas en 1920 en Dura
Europos, confirmaron las tesis de los que veían la génesis del arte cristiano en el O riente. El arte cristia
no alcanzó su forma m adura en Bizancio, pero las excavaciones en D ura demostraron que la pintura bi
zantina fue iniciada en el O riente m ucho antes, al menos en el siglo I de nuestra era.
Bibliografía concerniente al tem a: J . Strzyglo w ski, O r ien t o d e r R o m , 1901. D. Ainalov, E llen istich es-
k a ya o s n o v i v iz a n tiy s k o v o issk u slv a , 1901. E. W eigand, B a a lb eck u n d R o m } d ie r ó m is ch e R eich sk u n st in
ih r e r E n tw ick h m g u n d D iffe r e n z ie r u n g , «Jahrbuch des deutschen archáologischen In stituís», vol. XXIX,
1914. J. W ilpert, D ie r ó m is ch e n M osa ik en u n d M a lereien d e r k ir ch lic b e n B a u ten v o n IV b is X III Ja h rh .,
4 vols., 1917. C . D iehl, L es o r ig in e s o r ie n ta le s d e P art b y z a n tin , en L ’a m o u r d e Part, V , 1924. J. Breads-
tead, O r ie n ta l f o r e r u n n e r s o f B y z a n tin e p a in tin g , 1924. E. D iez, D as m a g is c b e O p fer in D ura, ein D enk -
m a l s y n k r e tis ch e r M a lerei, en «B elvedere» VI, 1924. F. C um ont, L es fo u i ll e s d e D u ra-E u rop os, 1926. G.
Galassi, R o m a o B isa n z io , 1930. W . M ole, H istoria sz tu k i b iz a n ty jsk ie j i w cz e sn o cb r z escija ñ sk iej (H isto
ria del arte bizantino y de los prim itivos cristianos), 1931. S ztuk a sta ro ch rz escija ñ sk a (El arte de los p r i
meros cristianos), 1948. M . Rostow tzeff, D u ra a n a t h e P r o b le m o f P a rtb ia n A rt, En «Vale Classical Stu-
dies», 1934. D u ra E u ro p o s a n d its A rt, 1938. R. Grousset, D e la G r é c e a la C h in e, le s d o cu m e n t s d 'art,
Monaco, 1948. E. S. Sw ift, R o m á n S o u rces o f C h ristian A rt, 1951. C h. R . M orey, M e d ie v a l A rt, 1942.
E arly C h ristia n A rt, Princeton, 1953.
b A . R iegl, op. cit. por W . W orringer en A b stra k tion u n d E in fü h lu n g , 10.1 ed., 1921.
ción de pueblos» (por la época en que dicho arte se produjo). Fue éste un arte que
subsistió durante largo tiem po, hasta el siglo IX en el continente europeo y hasta
más tarde aún en Escandinavia.
Siendo cultivado p o r diversas tribus, y dado que todas ellas representaban el m is
mo nivel de desarrollo, sus creaciones tuvieron m uchos rasgos com unes. Sus formas
— hasta cierto punto protohistóricas—' resultaron m uy duraderas y poco suscepti
bles de evolucionar. Y , lo que es más im portante, las su yas eran formas com pleta
mente distintas de las clásicas y de las cultivadas por los prim eros cristianos. En una
palabra, aquel arte fue producto de otros gustos y de otro nivel de desarrollo. Su
rasgo más característico fue su dinam ism o — a diferencia del estático arte del M edi
terráneo— y su elevada capacidad de abstracción — a diferencia del realism o anti
guo— . El hom bre no era su tem a ni su m edida; en este aspecto el arte m erovingio
representa una interrupción en la continuidad entre los dos artes hum anistas que fue
ron el antiguo y el del M edioevo tardío.
Las obras de arte de aquella época, sus ilum inados pergam inos, llevan como m ar
ca inconfundible unas líneas entrelazadas, unas líneas com plejas e industriosas, que
rellenan la casi totalidad de la superficie, como si el artista se estrem eciera ante la
idea del h o r r o r v a cu i. D ichas líneas testim onian precisam ente el gusto por las for
mas abstractas que perduró en todo el arte m edieval y se convirtió en uno de sus
elementos más característicos.
C om o vemos, el panoram a de las artes cultivadas en la A lta Edad M edia es bas
tante p eculiar: la arquitectura era m uy m odesta, la escultura había desaparecido, y
la pintura se lim itó a las m iniaturas de los m anuscritos; florecieron, en cam bio, las
artes decorativas y la industria artística.
El arte de la época, concebido en gran m edida para adorno del hom bre, iba en
pos del esplendor y del boato, am bición algo chocante si tom am os en cuenta la po
breza reinante en aquel tiem po. Pero la verdad es que nunca antes ni después se ha
prestado tanta im portancia a los metales y a las piedras preciosas como en aquel
entonces.
Por otra parte, debem os señalar que las artes respectivas se desarrollaron y flo
recieron en diversas regiones: Los francos de G alia, dom inados por los m erovin
gios, se especializaron en la industria artística y la orfebrería; los irlandeses fueron
m aestros en la ilum inación caligráfica, y los longobardos de Italia cultivaron con éxi
to la arquitectura.
A quel arte dinám ico, abstracto y «ahum ano», de carácter exclusivam ente orna
m ental, nació de una estética com pletam ente distinta de la antigua, una estética aue
nunca quedó expresada, explícitam ente, por escrito (puesto que los godos no culti
vaban las ciencias), pero que puede ser deducida en base a sus obras artísticas.
L a Edad M edia aprendió de la A ntigüedad a adm irar el arte, m ientras que los
prim eros cristianos le enseñaban a desconfiar de él, cuando no a condenarlo. De ahí
sus continuas fluctuaciones, entre la adm iración y la condena. Pero el período godo
no tenía y a suficiente fervor religioso como para condenar el arte, ni tampoco sufi
ciente cultura para respetarlo y venerarlo.
3. E l R e n a cim ie n to C a ro lin g io . La situación que acabam os de exponer cambió
considerablem ente a finales del siglo V III, cuando C arlom agno brindando a las artes
ayuda y protección, reunió a su alrededor la élite cultural de la época y creó las con
diciones necesarias p ara el cultivo de las artes y las ciencias. Era natural que C arlo
magno, en tanto que em perador rom ano, quisiera cuidar las tradiciones romanas e
im periales. A sí pues, bajo su reinado tuvo lugar el prim er renacim iento del arte an
tiguo, que se reveló tanto en las formas como en los temas tratados por los artistas,
en un retorno a la arquitectura m onum ental y en la reaparición del hom bre como
tema del arte figurativo. De este modo los artistas volvieron sus m iradas hacia los
restos del arte antiguo y em pezaron a copiar sus obras.
Las aspiraciones de C arlom agno tuvieron su fiel continuidad en la dinastía de
los Otones.
En el arte carolingio, los motivos rom ánicos, em pero, no lograron suplantar a
los godos. N o obstante el entusiasmo m ostrado por Ja corte hacia la lejana Roma,
los godos estaban dem asiado apegados a sus formas tradicionales para poder aban
donarlas. L a transición del arte m erovingio al carolingio no consistió en abandonar
las propias formas proto-históricas en favor de las antiguas, sino en fundirlas. Fue
éste el prim er arte europeo de rasgos claram ente sincréticos, que unía dos tenden
cias distintas e incluso opuestas y que, por tanto, im plicaba una doble estética, con
todas ]as contradicciones e incom patibilidades consiguientes.
El arte carolingio fue así un arte que, por un lado, cuidó — igual que la A nti
güedad— de la gran arquitectura y, por otro, en tanto que arte protohistórico, in
sistió en los pequeños adornos pensados para el hom bre; igual que el arte antiguo
este arte representaba a los hom bres, pero al mismo tiem po conservaba el susto por
las formas abstractas y por sus caligráficas líneas entrecruzadas. Por un lado, repro
ducía pues la realidad, pero p o r otro, insistía en los símbolos.
Los contactos m antenidos con Rom a fueron causa de que el N orte se interesara
por el arte m onum ental y que le concediera cierta universalidad de objetivos, a di
ferencia de las artes locales que seguían siendo cultivadas por las tribus godas. Por
lo demás, todos estos rasgos del arte carolingio hallaron su expresión en las delibe
raciones estéticas de sus eruditos *.
3. D e B o e c io a Sa n I sid o ro
3. N unc illu d est intendendu m , 3. Entonces hay que entender que todo
quod omnis ars, om nisque e tiam d isci arte, y también toda disciplina, tiene por na
p lin a honorabiliorem n a tu ra lite r ha- turaleza una categoría más respetable que la
* A . Blaise, D ictio n n a ire la tin -fra n q a is d e s a u te u r s ch r é tie n s , 1954. Du C ange, G lossa riu m m e d ia e
e t I n fim a s la tin ita tis, 1937. A . Sleum er, K ir ch e n la t e in is ch e s W ó rterb u ch , 2.* ed. 1926. A . Jo ugan , S low n ik
k o s cie ln y la ciñ sk o-p oslk i, 3.* ed. 1941. (D iccionario eclesiástico latín-polaco).
b e a t ratio n em qu am artificiu m quod artesanía, realizada por los artistas con el tra
m an u a tq u e opere artificia exercetur. bajo de sus manos.
4a. Isqu e m usicus est eui ad est 4a. El músico el que posee la capacidad
fa cu lta s secundum speculationem ra- de pensar racionalmente y juzgar la conve
tionem ve propositam ae m usicae con- niencia de las melodías, los ritmos, los distin
venicntem ■de modis ac rh yth m is tos tipos de música y los cantos de los poetas.
deque generibus cantilenarum ac de
p oetarum earm inibus iudicandi.
7. T ria su n t ig itu r g en era, quae 7. Así pues, hay tres géneros que giran
circa artem m usicam v e rsa n tu r, unum en torno al arte de la música: una emplea ins
genus est, quod in stru m e n tis a g itu r, trumentos, otro compone poemas, y un ter
aliu d fin g it carm in a, tertiu m , quod cero juzga las composiciones instrumentales
instrum entorum opus carm en que diiu- y versificadas.
dicat.
CASIODORO, D e a rtib u s a c
d isd p lin is, III (P. L. 70, p. 1203) EL ARTE Y LA CIENCIA
CASIODORO, D e a rtib u s a c
d isd p lin is, II (P. L. 70, p. 1157) LOS FACTORES DEL ARTE
11. F a c u lta s orandi con sum m atur 11. La capacidad de elocuencia se consi
n a tu ra , a rte , e x ercitatio n e; cui p artem gue mediante la naturaleza, el arte y la prác
q u artam a d jic iu n t qu id am im itatio - tica; algunos añaden a esto un cuarto factor,
nem , quam nos a rti su bjieim u s. la imitación, que nosotros colocamos después
del arte.
12. T ria su n t q u ae p ra e sta re debet 12. El orador debe tener tres objetivos:
o rato r: u t d o c e a t , m o v e a t , d e le c enseñar, conmover y complacer. Esta divi
t e t. H aec enim c lario r d iv isio est sión, en efecto, es más clara que la de aqué
qu am eorum , qu i to tu m opus in res llos que reparten todo el trabajo en dos: la
e t in affectus p a rtiu n tu r. parte práctica y la afectiva.
CASIODORO, D e a rtib u s a c
disciplinis, V (P. L. 70, p. 1209) DEFINICIÓN DE LA MÚSICA
CASIODORO, E xpositio in
P sa lteriu m , XCVII (P. L. 70, p. 692)
13a. M úsica est d isc ip lin a, qu ae 13a. La música es la ciencia que estudia
rerum sib i con gruen tium , id est Bono- la diferencia y conveniencia de los elementos
ru m d ifferen tias et con ven ien tias per- armoniosos entre sí, es decir, los sonidos.
sc ru tatn r.
16. In stru m e n ta m ú sica frequen ter 16. Con frecuencia descubrimos en los
p o sita rep erim us in p salm is, qu ae non salmos los instrumentos musicales, que no
ta m v id en tu r m ulcere au riu m sensum , parecen tanto acariciar el sentido del oído,
sed provocare p otius cordis 'au d itu m . sino más bien apelar al oído del corazón.
CASIODORO, D e artibus a c
disciplinis, V (P. L. 70, p. 1212)
17. [M usica] g ra tis sim a ergo nim ia 17. La música es una disciplina extrema
u tilisq u e cognitio, q u ae e t scnsum damente agradable y útil, que eleva nuestro
n ostrum ad su p ern a e rig it e t aures espíritu a las cosas celestiales y con su melo
m o dulatio n e p erm ulcet. día halaga nuestros oídos.
DIFERENCIACIONES
S. ISIDORO, D ifferen tia e (P. L. 83, c. 1-59) CONCEPTUALES
S. ISIDORO, Sententiae, I, 9, 18
(P. L. 83, c. 551) LA BELLEZA Y LA CONVENIENCIA
21. Decor elem entorum om nium 21. La armonía de todos los miembros
in p u lc h r o e t a p t o c o n sistit; sed reside en la belleza y la conveniencia. Ahora
p ulch ru m ei quod ad se ip su m est bien, posee belleza lo que es por sí mismo be
p ulch ru m , u t homo ex an im a et llo, como un hombre que consta de alma y
m em b ris óm nibus constans. A p tu m de todos los miembros. En cambio, la con
vero e st, u t vestim en tum e t v ictu s. veniencia es como el vestido y la comida, y
Id eo q u e hom inem d ici p u lch ru m ad por tanto se dice que el hombre es bello en
se, qu ia. non vestim ento e t v ic tu i e st sí, porque no es el hombre necesario para el
homo necessarius, sed is t a hotnini; vestido y la comida, sino que estas cosas son
ideo au tem illa a p ta , q u ia non sib i, necesarias para el hombre; pero son conve
sic u t homo, p uleh ra, a u t de se, a u t nientes, porque, no siendo bellas por sí mis
a d a liu d , id est, ad hom inem accomo- mas o en sí mismas, como el hombre, están
d a ta , non sibim et n ecessaria. ordenadas a otro fin, es> decir, acomodadas
para el hombre, pero no necesarias para sí
mismas.
24. P ic tu r a est im ago exprim ens 24. La pintura es una imagen que refleja
speciem a lic u ju s rei, qu ae d u m v is a la forma de un objeto cualquiera y, una vez
fu e rit, a d recordatio nem m en tem re- vista, queda reducida al recuerdo. Ahora
d u cit. P i c t u r a au tem d i c t a q u a s i bien, se dice que la pintura es casi una ilu
f i c t u r a . E st enim im ago fic ta , non sión: en efecto, es una imagen figurada, no
v e n ta s . real.
f ebe venerarlas 24. A sí, tal como exigiera C arlom agno, el sínodo de obispos cele
brado en el año 794 en Francfort, rechazó la a d o r a tio e t s e r v itu s 25 a las im ágenes y
declaró su posición al respecto en el C a p itu la re a d v e r s u s S y n o d u m , al que el papa
contestaría en el 790 con una carta. La subsiguiente respuesta de C arlom agno fue
ron los L ib ri C a ro lin i e n v ia d o s a R o m a e n e l a ñ o 794. T a n to la ca r ta d e A d ria n o I
c o m o lo s L ib ro s constituyen en consecuencia im portantes docum entos que revelan
las actitudes hacia el arte predom inantes en la época.
La postura de los francos era parecida a la ae los iconoclastas porque tanto los
unos com o los otros concebían el arte de m odo sensualista y a D ios, en cam bio, de
m anera espiritualista, así que no podían atrib u ir a las obras de arte una verdadera
naturaleza divina. M as aquí term ina todo parecido. Los francos no pensaban en des
tru ir las im ágenes; y aunque no las tenían p o r sagradas, creían que eran útiles y que
tenían un valor didáctico. Los eruditos de O ccidente no buscaban en las imágenes
lo sagrado, sino lo útil, y en consecuencia efectos edificantes. N o com prendían la
m etafísica bizantina ni las especulaciones acerca la identidad de la im agen con el p ro
totipo; sus posturas eran más sencillas, p or ser más realistas.
8. E l p a p e l d e l a rte. Y a hacia el año 600, en una famosa declaración afirmó
G regorio M agno que las im agénes estaban destinadas, sobre todo, a las gentes sen
cillas, y que debían ser para ellas lo m ism o que la escritura para el que leía 26. Sobre
lo m ism o insistió el concilio ecum énico de A rrás en el 1025 27. Los escritores ecle
siásticos adoptaron la tesis de que «la p in tura es la literatura de los incultos 28», lo
que significaba que el objetivo de la p in tura era enseñar y educar, cum pliendo di-
cnos fines de m anera sustitutiva. Los L ib ri C a ro lin i expresaron esta idea aún más
taxativam ente: «los pintores deben conm em orar acontecim ientos históricos; en cam
bio, lo que puede ser visto y expresado con palabras, no los pintores sino los escri
tores deben m ostrarlo a los dem ás.»
N o obstante, lo s lib ro s no lim itaban el papel de las artes plásticas a la función
puram ente educativa, pues les atribuían dos designios. Prim ero, traer a la memoria
los acontecim ientos, la vida y existencia de los santos e incluso al mismo Dios, aun
que tam bién sostenían que era im posible que las im gánes pudieran encarnar la divi
nidad, como lo pretendían los iconólatras bizantinos. O sea, era la su ya una función
histórica e ilustrativa. Y en segundo lugar, se esperaba que las pinturas embellecie
ran los tem plos, y en consecuencia se les atribuía una función estética. La belleza
no h a y que m enospreciarla, escribió W alafied Strabus 29.
La m em orable declaración de los L ib ri C a ro lin i afirm aba que «las imágenes no
están p ara rendirles culto sino para conm em orar acontecim ientos y embellecer las
paredes (á d m e m o r ia m r e r u m g e s t a r u m e t v e n u s t a t e m p a r ie tu m ) 30. Exactamente lo
m ism o a u e ría decir A lcuino cuando escribió que unos guardan los cuadros porque
tem en el olvido (o b liv io n is t im o r e ) y otros, porque les gustan los adoraos (o rn a -
m e n t i a m o r e ). En ambas funciones el papel de la p in tura era insustituible, y en .este
aspecto la escritura no podía com petir con las bellas artes.
9. El S u r y e l N o rte. Los L ib ri C a ro lin i revelaban la diferencia de opiniones
sobre el arte, entre la especulativa m anera de pensar de O riente y la em pírica de O c
cidente por un lado, y las divergencias existentes entre N orte y Sur de Europa, por
el otro. En efecto, la actitud de los godos, como gentes del norte, difería en buen
grado de la italiana; unos m ostraban posturas más intelectuales, otros en cambio
eran más sensibles respecto de lo visible y de lo plástico en cuanto a la «belleza de
la form a.» A sí el papa, con m ayo r perspicacia que los godos, comprendiendo el va
lo r estético de las artes plásticas les otorgaba más autonom ía que los especulativos
griegos de Bizancio y los utilitarios norteños.
La querella por el culto de las imágenes duró hasta los tiempos de Carlomagno
y continuó todavía durante el reinado de Ludovico Pío (814-840). Y aún cuando
C onstantinopla volvió a la doctrina iconoclasta, el concilio de París (825) mantuvo
la postura de com prom iso presentada en los L ib ro s C a ro lin g io s. En la práctica, em
pero, la victoria estaba del lado del papado: bajo su influencia, paulatinam ente, el
culto a las imágenes fue ganando terreno en O ccidente, en contra del intelectualis-
mo carolingio, aún desprovisto de m etafísica bizantina. Y también —y esto es im
portante— en contra del A n tigu o T e s ta m en to concretam ente en una de sus prescrip
ciones que prohibía hacer im ágenes y que, por cierto, a diferencia de los que cono
cemos com o «los diez m andam ientos», no entró en el catecismo. En el ámbito de
la teoría, sin em bargo, las opiniones carolingias sobre las bellas artes prevalecieron
en casi toda la E daa M edia. Los autores posteriorm ente y a no harían más que re
p etirlas; éste fue el caso, por ejem plo, de H onorio de A utun quien, a principios del
siglo X II, escribió que la pintura era cultivada por tres razones: prim ero, por ser 1a
literatura de los laicos; segundo, para adornar la casa y, tercero, para traer a la me
m oria la vida de los antepasados . Pero y a en el siglo XIII Gurillermo Durando
recordaría el argum ento de que la pintura exhorta al espíritu con más fuerza que la
escritura 32.
10. R e su m en . La estética carolingia, 1.° fue una de las manifestaciones de la
estética religiosa del medievo siendo su rasgo diferenciador la vuelta a las ideas an
tiguas de la época clásica; gracias a lo cual, 2 .° pudo adm itir los valores puramente
estéticos de la forma y su autonom ía en el arte; 3.° para hacer compatibles sus pos
turas con las teísticas, tomó como base la estética platónica; 4.° Ju an Escoto Erí-
gena, el reperesentante más filosófico de la estética carolingia, la inscribió en un sis
tem a m etafísico, parecido al neoplatónico y dionisiano; y 5.° produjo también una
cierta aportación de ideas propias, entre ellas, la más im portante concepción de la
actitud estética en tanto que actitud desinteresada.
1. Q uid fa ciliu s est qu am am are 1. ¿Qué es más fácil que amar bellas for
species p u lch ras, dulces sapores, sonos mas, dulces sabores, sonidos gratos, olores
su aves, odores frag ran té s, ta c tu s jucun - fragantes, cosas agradables al tacto, honores
dos, honores et fe lic ita te s sa e c u lil y felicidad eternos? Para el alma es fácil amar
H aeein e am are faeile est an im ae, quae estas cosas, que se desvanecen como una
v e lu t v o la tilis u m b ra reced u n t, et sombra efímera, y no amar a Dios, que es la
D eum non am are, q u i est ae te rn a eterna belleza, la eterna dulzura, la eterna
p u leh ritu d o , a e te rn a dulcedo, ae te rn a suavidad, la eterna fragancia, el eterno placer,
su a v ita s, a e te rn a fra g ra n tia , aetern a el perpetuo honor, la felicidad infinita... Esta
ju c u n d ita s, p erp etuus honor, indefi- ínfima belleza pasa y se desvanece: bien aban
ciens fe lic ita s ... H aec Ínfim a p u leh ri dona al que la ama, bien se ve abandonada
tud o tra n s it e t reced it, v e l am an te m por él; que el alma observe el orden propio
d eserit v e l ab am an te d e se ritu i: de ella. ¿Cuál es el orden del alma?: amar lo
t e n e a t ig it u i a n im a o r d in e m s u u m . superior, es decir, a Dios, y gobernar lo in
Q uis est ordo an im ae? U t d ilig a t quod ferior, es decir, el cuerpo.
su p erius e st, id est D eum , et re g a t
quod inferius est, id est corpus.
10. Ab óm nibus quaecum que ad 10. Los sacerdotes de Dios deben apar
a u riu m e t ad oouloruni p ertin en t tarse de todas las tentaciones que llegan al
lle c eb ras, unde vigo r anim i em olliri oído y a la vista, por donde puede debilitar
posse c re d a tu r... Dei sacerdotes ab sti- se, al parecer, la fortaleza del espíritu; por
nere d eb en t; q u ia per aurium oeulo- que a través de las tentaciones del oído y la
ru m q u e illeceb ras vitio rum turb a ad vista suele llegar al espíritu una multitud de
an im um ingredi solet. pecados.
11. N onne vobis v id etu r in van i- 11. ¿Acaso no os parece que incurre en
t a te sensus et o bscu ritate m en tís la vanidad espiritual y la oscuridad mental...
in g re d i... qui ta n ta m m etrorum siiv am el estudioso que puntúa y construye en su
in suo stud io sus corde d istin g u it et memoria un bosque tan extenso de versos?
co n gerit.
13. P icto res ig itu r rerum g estaru m 13. Así pues, los pintores pueden de al
h isto ria s ad m em oriam reducere quo- guna manera perpetuar el recuerdo de la his
dam m odo v a le n t, res autem , quae toria, pero los hechos, que sólo se perciben
sen sibus tantum m odo p ereip iu ntur et con los sentidos y se explican con palabras,
v erb is p ro feru n tur, non a pictorib us, no pueden ser explicados por los pintores,
sed a serip to rib us com prehendi et sino por los escritores, y confirmados con los
alio ru m re la tib u s dem onstran v alen t. relatos de otros.
15. A rs p o é tic a p er fie ta s fabu las 15. El arte poético, a través de historias
allego rieasq ue sim ilitu d in es m oralem ficticias e imágenes alegóricas, construye la
do ctrin am seu p h y sie a m com ponit ad doctrina moral o física, destinada a ejercitar
h um an o rum an im orum exercitatio n em . el alma humana.
19. P u lch ritu d o to tiu s un iv ersi- 19. La belleza de todo el universo crea
ta tis co n ditae, aim ilium e t d issim iliu m , do, de los seres iguales y diferentes, reside en
m irab ili q u ad am h arm o n ía co n atitu ta la maravillosa armonía entre los distintos ti
est e x d iversis gen eribus v a riisq u e pos y las diversas formas, en las diferentes
form is, d iííeren tib u a quoque su b stan - clases de naturalezas y circunstancias, fundi
tiaru m e t accid en tiu m o rd inib us, in- das en una inefable unidad.
u n ita te m q u an d am ineffab ilem com
p a cta .
22. Y isibiles fo rm a s... nec p ro pter 22. Las formas visibles... no han de ser
seipsas uppetondas seu nobis pro m úl deseadas por sí mismas, ni son divulgadas por
g a la s , aed in v isib ilis p u lch ritu d in is nosotros, sino que son figuraciones de la be
¡m ag in atio n es esse, per qu as d iv in a lleza invisible, a través de las cuales la Divina
p ro v id e n tia in ipsain p uram et invi- Providencia encamina al alma humana hacia
sibilem p u lcliritu d iu em ipsiua v e rita - la pura e invisible belleza de su propia verdad.
t i s ... hum anos ánim os revo cat.
24. P erm ittim u s im agin es sancto- 24. Permitimos que quienes así lo quie
i'\im quiennque eas form are v o lu e rin t... ran pinten imágenes de Santos..., pero en
a d o ra re vero eas n eq u aq u am cogim us, modo alguno obligamos a adorarlas a los que
qui n o lu erin t; fran gere vel destruere no lo deseen; no permitimos que nadie las
eas e tiam , si quis v o lu erit, non p erm it- rompa o destruya por su voluntad.
tim ua.
27. I llite ra ti quod per scrip tu ram 27. Los incultos contemplan a través de
non posBunt in tu eri, hoc p er quaedam los trazos de la pintura lo que no pueden ver
p ic tu ra e lin eam en ta con tem plantur. a través de la escritura.
GUILLERMO DURANDO,
R ationale D ivin o m m O fficiorum , I, 3, 4 ed. LA PINTURA ES SUPERIOR A LA
Amberes, 1614, p. 13). ESCRITURA
5. R e su m e n d e l a e s t é t ic a d e l a a l t a e d a d m e d ia
i. C o n d ic io n e s de d e sa r r o llo
Pero el arte de los burgueses, creado por ellos y para ellos, tuvo que diferir del
caballeresco y del m onástico: fue así un arte que carecía del rom anticism o de los p ri
meros y de la trascendencia de los segundos.
4. La e v o lu c i ó n d e l m e d io e v o . N o obstante el conservadurism o tan propio del
feudalism o, la Edad M edia no fue un tiempo de parálisis, realizándose en ella un pro
ceso continuo de transform aciones sociales, políticas e ideológicas. G racias al traba
jo de los cam pesinos, más efectivo que el de los esclavos, m ejoró la agricultura, flo
recieron los telares y la elaboración de m etales, se intensificó el com ercio, y las cru
zadas facilitaron el contacto con países y culturas alejadas. D e este modo nuestras
grandes naciones, los centralizados países m odernos europeos, así como las m oder
nas clases sociales, y a se fueron formando poco a poco durante la Edad M edia.
H acia el final de los tiem pos m edios com enzaron a producirse diversas revolu
ciones y el sistem a feudal com enzó a tam balearse. En 1215, en Inglaterra, se procla
mó la C arta M agna; en 1302 se convocaron en Francia los prim eros Estados Gene
rales, con participación de la burguesía. G erm inaba la Reform a, y así se abría una
brecha en el poder eclesiástico.
Todo ello significa que em pezaban a resquebrajarse los fundamentos más sóli
dos del sistem a medieval. N o es pues de extrañar que ai final de esta época, el arte
y la estética medievales tuvieran otro carácter que al principio.
5. C a ra cter ística s d e l m e d ie v o . N o obstante lo anterior, hubo ciertas caracte
rísticas que persistieron a lo largo de todos los siglos medios. Entre ellas destacan
la organización feudal y la enseñanza trascendente de la Iglesia, fenómenos que cau
saron que los modos a e pensar y de vivir fueran en su generalidad jerárquicos y
religiosos.
El cristianism o m edieval adquirió diversas form as: así, fue jurídico-eclesiástico
y m ístico; fue evangélico, profesando el am or y la p az, y fue apocalíptico, divul
gando la terrorífica im agen del fin y del castigo. M as nunca dejó de ser la fuerza
m otriz de aquella época, m ientras que sus enseñanzas nunca perdieron su carácter
jerárquico y trascendente.
D urante todo el M edievo, la Iglesia fue el elem ento fundamental de la cultura
intelectual y artística. El caballero feudal pasaba su vida dedicándose a las artes m ar
ciales, el campesino labraba la tierra y antes de que se consolidase la burguesía, sólo
el monasterio y la catedral disponían de condiciones y tiempo favorables para poder
m editar sobre las artes y las ciencias. En un grado mucho m ayor que en las épocas
anteriores y posteriores, la cultura ostentaba un carácter religioso. Y casi todo el
arte — la arquitectura, la pintura, la escultura, las artes ornamentales, así como la m ú
sica, la poesía y el teatro— era religioso en cuanto a su temática y eclesiástico en
cuanto a su destino.
El arte era creado pues por la Iglesia y para la Iglesia; la Iglesia le proporcionaba
todo lo necesario: la orientación, los temas y los m edios m ateriales. Y el artista en
contraba incentivos e inspiración en la Iglesia y en la religión. Pero no sólo en e lla s l .
Su dependencia de la religión y de la Iglesia fue enorm e, mas no exclusiva. U na de
pendencia casi absoluta la sufrió en cambio la teoría del arte que — igual que todo
saber de los de entonces— estaba en manos de los eclesiásticos, los únicos que dis
ponían de las condiciones idóneas para ocuparse de ella.
O tro rasgo característico de los tiempos medios fue su universalism o. N o se ha
bían consolidado todavía ías naciones y menos aún la conciencia nacional. Las d i
ferencias entre países, provincias, tribus y capas sociales,'eran relegadas a una posi
ción m arginal en vista de la unidad de la iglesia universal. Dichas diferencias pene
traron, hasta cierto punto, en el arte, mas no en su teoría, cuya universalidad era
garantizada p or el latín, la tradición y la enseñanza de la Iglesia. Asim ism o, deter
minaba dicho universalism o el sistem a corporativo m edieval, que veía en el hombre
a un representante de su corporación más que un individuo autónomo.
Todos estos factores contribuyeron a que la ciencia y el arte medievales cobra
ran un carácter im personal y unificado, y que fueran cultivados conforme a normas
universales, por países y generaciones concebidos anónim a y jerárquicam ente. Así,
tanto la teoría del arte como el arte mism o, fueron — a lo largo de aquellos siglos—
entendidos de m anera universal.
O tra característica particular de la Edad M edia es el papel que quedó asignado
al arte, que no sólo no fue m arginado com o se hubiera podido esperar, dadas las
fuertes presiones religiosas y morales de la época, sino que, al contrario, empezó de
nuevo a florecer. Los historiadores del arte, así como los de la cultura, coinciden en
a P. Francastel, L 'h tim a n ism e r o m á n , «Publications de la Faculté des Lettres de l’université de Stras-
b urg», fase. 96, 1942.
afirm ar que el arte es el verdadero título de gloria de la época feudal, pues fue pre
cisam ente en él donde la época halló su más plena expresión, y en él convergieron
y se m anifestaron reunidas todas sus aspiraciones a. Y junto con el arte, tam bién el
pensam iento estético ocupó en la Edad M edia un a posición privilegiada.
6, L a e s t é t ic a d e la s a r te s p a r ticu la r e s y la e s t é t ic a fi lo s ó fic a g e n e r a l. El pen
sam iento estético de la Baja Edad M edia no refleja m ayores discrepancias de un país
a otro, aunque se desarrollara tanto en Francia como en Inglaterra o Italia.
A dvertim os, en cam bio, considerables diferencias cronológicas. En las prim eras
centurias las ideas estéticas son más bien escasas; el pensam iento estético nace en el
siglo XII y florece en el X III, para volver a ser m arginal en los siglos XIV y X V . A sí
. pues, el auge de la estética m edieval lo constituyen los siglos XII y X III.
La diversidad de opiniones y posturas existente en dicha estética tiene su origen
y se explica por el hecno de que una parte de las mism as surgió del análisis del arte
y la otra del sistem a filosófico general. Las prim eras concepciones, concernientes a
la teoría estética de la poesía, de la m úsica y de las artes plásticas, fueron form uladas
antes que las emanadas de la filosofía, y p or ello nuestra exposición ha de seguir este
orden.
2. LA POÉTICA
1. C la s ifica ció n d e las a rtes. En la Edad M edia, se trataron las artes por sepa
rado, como si no tuvieran nada en com ún, y se dedicó escasa atención a com parar
los y clasificarlas. En general, resultaba suficiente la antigua división de las artes en
liberales y artesanales, com pletada a veces por la de artes teóricas, prácticas y p ro
ductivas, que C asiodoro haDÍa copiado de Q u in tiliano . N i siquiera se veía la nece
sidad de recurrir a la división platónico-aristotélica de las artes en productivas y
representativas.
No obstante, surgieron en la Edad M edia al menos dos ideas originales al respec
to. U n a de estas clasificaciones fue realizada p or el ilustre hum anista y m ístico del
siglo X II, H ugo de San V íctor, y la otra por un escritor por lo general poco cono
cido, Rodolfo de Longo C am po o de Longcham ps, al que llam aban l’A rd e n tk. La
prim era constituyó el punto final de las clasificaciones antiguas de las artes y la se
gunda abrió paso a las m odernas.
H ugo se basó en la clasificación de Q uintiliano y conservó su división de las artes
en teóricas, prácticas y productivas. Estas últim as las denom inó «m ecánicas» y rea
lizó un análisis m u y detallado de las m ism as. A dem ás, siguiendo la concepción in-
telectualizada del arte iniciada p or Boecio, quien lo separó del concepto de produc
ción para acercarlo al de habilidad, H ugo añadió un cuarto tip o : las artes «lógicas».
Las artes de interés para la estética fueron, en la clasificación de H ugo —igual que
en las antiguas— adjudicadas a diversas ram as de su división: j a m úsica formaba par
te de las artes teóricas, la retórica se encontraba entre las lógicas y las artes plásticas
se hallaron en el grupo de las artes m ecánicas.
En lo que atañe a estas últim as, H ugo introdujo dos ideas nuevas. Prim ero, rea
lizó una jerarguización de las artes plásticas contraponiendo las artes principales a
las subordinadas. La arquitectura era para él un arte principal, com plementado por
la pintura y la escultura. Y , en segundo térm ino, al contrario de los modelos an ti
guos, incluyó entre las artes a la poesía. Bien es verdad que no la consideró como
a R. de Gourmount, L e la tín m y s tiq u e , 1922. M. Manitius, G e sch ich te d e r la tein isch en L itera tu r d es
M ittela lters, 3 vols. 1911-1931. E. Faral, L es a rts p o é tiq u e s 'd u X I I e t d u X IIIs, 1923. F. J. E. Raby, A
H isto r y o f S e cu la r L atín P o e tr y in t h e M id d le A ges, 3 vols., 1934. H. H. Glunz, D ie L itera tu ra sth eth ik
d e s e u r o p a is ch e n M ittela lters, 1937. J. de Ghellink, L ittér a tu r e la tin e d u M a yen a g e , 1939, L ’e s s o r d e la
litté r a tu r e la tin e a u X I I s., 2 v o ls ., 1946. E. R. C u rtiu s, E u ro p a isch e L itera tu r u n a la tein isch es M ittela l-
ter , 1948. E. Garin, M e d ie v o e R in a scim en to , 1954.
Pero las guerras religiosas del siglo XIII pusieron fin a la poesía de los trovadores.
A sí G uiraut R iq u ier (m uerto en 1292), uno de los últim os trovadores, pudo escribir
que «la canción debe expresar alegría, m ientras que yo estoy abatido p o r la tristeza
de haber venido a este m undo dem asiado tard e».
La creación de aquellos poetas fue m u y abundante. Los filósofos conocen al m e
nos 2.600 poemas cíe trovadores com puestos para 264 m elodías, y unos 4.000 poe
mas de trouvéres para unas 1.400 m elodías.
Esta poesía iba siem pre m u y unida a la m úsica, siendo poesía cantada y no reci
tada, en la que la m úsica y el texto form aban un conjunto inseparable. «U n poema
sin m úsica es como un m olino sin a g u a», escribió el trovador F olquet de M arsella
(m. 1231).
En cuanto a sus form as, proceden de la antigua poesía religiosa, utilizándose co
m únm ente el estribillo, tom ado prestado de la letanía, y en otras ocasiones las ca
racterísticas propias de las secuencias y los him nos. Eran, no obstante, com posicio
nes verdaderam ente nuevas gracias a su contenido. A diferencia de la poesía religio
sa y eclesiástica de los prim itivos cristian o s, su tem ática era profana, com poniéndo
se principalm ente de baladas y cantos de am or. Y como era una m anifestación es
pontánea de los sentim ientos y los problem as cotidianos de la vida, era n atural que
éstos fueran expresados en las lenguas nacionales. N o tenía y a que cum p lir — como
la p o esía anterior— tareas didácticas ni de culto. Su función era de orden estético e
inform ativo, y en este aspecto com plem entaba, con la estética que por sí m ism a im
plicaba, la teoría expuesta en los tratados.
N o era pues una poesía m ística sino de expresión de lo bello y fue esto precisa
m ente lo que contribuyó a que en la Edad M edia desaparecerá el antiguo contraste
entre poesía y arte, entre la poesia entendida como inspiración de lo divino y arte
de escuela.
4. L os M isterios. A diferencia de la poesía, el teatro m edieval sí fue religioso y
eclesiástico. Los m isterios, que eran su rep erto rio , nacieron'—igual que el teatro grie
go— del culto, y form aban parte de los ritos religiosos. En su m ayo ría, eran repre
sentados en las iglesias p or sacerdotes, diáconos y niños del coro, y las m ujeres no
intervenían en ellos. La form a de los m isterios, en especial el diálogo, provenía de
los oficios, y el argum ento trataba sobre la vida de Jesucristo y de los santos.
Los m isterios nacieron de la necesidad de representar m aterialm ente las creencias
religiosas. En realidad, no eran espectáculos sino ritos. N o tenían público sino par
ticipantes. H ablaban los intérpretes, mas participaban en ellos — igual que ocurre en
el rito— todos los presentes.
L os m isterios eran cuestión de culto, de la fe, de la vida social y religiosa. Por
un lado pertenecían al arte, pero al m ism o tiem po, en tanto que ritos,'form aban par
te de la religión. Igual que los oficios litúrgicos, se servían de la p alabra y de la m ú
sica, p o r lo que no eran un teatro p uram ente literario ; la E dad M edia desconocía
este género.
C onceptualm ente, el m isterio estaba em parentado con la tragedia griega, pero su
religión era distinta: más transcendental, más distante de los problem as de lo bello,
concentrada en los problem as de la salvación. Trataba, por tanto, de asuntos sobre
hum anos, a diferencia de las tragedias griegas que concernían a problem as genuina
m ente terrenos. En fórm ula de R enán, entre el hom bre m edieval y su arte se inter
p on ía la B ib lia , que privaba a dicho arte de su carácter directo.
Tan sólo a fines a e l M edioevo experim entó el teatro una laizació n, surgiendo co
m edias de tem a profano, y aunque nasta el siglo XVI los religiosos no dejaron de
participar en las representaciones, apareció tam bién el actor profesional. La prim era
n oticia acerca de una com pañía de actores — su nom bre era aún religio so : C o n fr é r ie
d e la P a sió n — y de un teatro estable m ontado en el hospital de la Santa Trinidad
de P arís, proviene del año 1402. Todo ello afectaría a las estructuras antiguas, po
niendo en duda la razón de ser del teatro existente hasta entonces.
Igual que lírica de los trovadores, tam bién los m isterios implicaban cierta esté
tica. La poesía trovadoresca era m anifestación y expresión de la vida, m ientras que
los m isterios constituían un rito. Se podría suponer que la teoría de la poesía for
m ulada en el M edievo se basaba en la creación de su tiempo y propagaba su poética,
pero en la realidad ocurrió lo contrario. Los eruditos que crearon aquella estética ni
siquiera repararon en la poesía contem poránea: los m isterios, en tanto que ritos, es
taban, a su modo de ver, m u y por encima de la poesía, mientras que a la lírica pro
fana la tenían por m u y inferior. Respetaban, en cam bio, la teoría antigua, cuyos res
tos perduraron hasta sus días, y de ella asum ieron sus conceptos y tesis fundam en
tales, a consecuencia de lo cual su estética distaba tanto de la lírica trovadoresca con
tem poránea como de los m isterios.
5. A rs p o e t ic a e . La poética m edieval, obra de eruditos y estudiosos, apuntaba
intencionadam ente hacia la poesía del pasado. Pero aparte de la obra de los clásicos
tenía otro modelo de perfección, la S a g ra d a E scritu ra .D e este modo, disponiendo
de tales m odelos, la teoría m edieval tuvo que d iferir de las clásicas. Adem ás, las ne
cesidades contemporáneas le plantearon un objetivo especial. En una época en la que
el arte de escribir llegó a convertirse en un saber excepcional, sólo accesible para un
grupo m u y restringido, resultaron indispensables las instrucciones sobre cómo es
cribir. A sí pues, los primeros tratados sobre teoría de la literatura fueron dedicados
al a rs d icta m in is, o sea, al arte de escribir en general, y a que se llam aba d icta m e n
cualquier obra literaria (d icta m e n e s t c u ju s lib e t r e i tra cta tu s) tanto en verso como en
prosa l . U n Ars d icta m in is (hasta h o y inédito, por cierto) fue compuesto, entre otros,
por el em inente filósofo Bernardo Silvestre.
T an sólo a fines del siglo XII em pezaron a aparecer con más frecuencia algunos
tratados dedicados exclusivam ente a la poesía, m anuales del arte poético, llamados
«p o etrías» o a r te s p o e t ic a e . Se ha conservado hasta nuestros tiempos un tratado en
verso com puesto en el siglo XI por M arbod (1035-1123) titulado D e o r n a m e n tis v e r -
b o r u m , otro de Conrado de H irsau (del siglo X ll ) , y el Ars v e r s ifica to r ia de Meteo
de Vendóm e (nacido en 1130). D e las obras posteriores (siglo X III) se conocen: la
P o e tr ia n o v a de Ju an de G arlande (1195 h. 1272), una P o etr ia de Godofredo de Vin-
sauf (n. 1249) y otra de G ervasio de M elk ley (n. 1185). La m ayoría de dichos tra
tados proviene de los círculos de O rleáns y de París, y todos ellos se basaron e ins
piraron en poéticas y retóricas antiguas, no siendo sino recopilación y repetición de
sus conceptos y clasificaciones, a los que a veces añadían alguna que otra observa
ción o idea nueva a.
6. C lases d e p oesía. El arte de la palabra (serm o, ora tio) solía dividirse en pro-_
sa y poesía. La poesía era clasificada como tal en base a su forma y contenido. M a
teo cíe Vendóm e la definió como la habilidad para dar forma métrica a un discurso
serio e im portante (Poésis est scien tia , q u a e g r a v e m e t illu strem o ra tion en cla u d it in
m e t r o f , lo que era una variante de la definición griega formulada por Posidonio.
Adem ás definió el poema (versu s ) como un discurso puesto en forma m étrica, ador
nado con ideas y palabras herm osas, en el que no h ay nada insignificante o que so
bre el conjunto 3.
1 E. F aral, L es a rts p o é d q u e s d u XII e t ' d u X III sié c le , 1923. G. M ari, T ratatti m e d i e v a l i d i rítm ica
la tin a , 1899. Sobre Juan de Garlande: J. B. H auréau, N o tices e t ex tra its d e s m an uscrita, d e la B ib lio teq u e
N a tio n a le, vol. XXVII, París, 1879. E. H abel, J o h a n n e s d e G a rlan d ia, en «M itteilungen der Gesells-
chaft für deutsche Erziehungs~und Schulgeschichte», 1909. G. M ari, en «Romanische F orschungen», XIII,
1902 (texto de la P oetria ).
A lgunos de estos enunciados nos indican que para los tratadistas m edievales en
la poesía más im portante que la selección adecuada y disposición de las palabras era
la com posición musical y la expresión acertada de las cualidades de las cosas: e l e -
g a n s iu n ctu r a d ictio n u m y ex p ressio p r o p ie ta tu m . Pero en otras ocasiones, sobre todo
cuando había que separar la poesía de la prosa y en especial de la historia, estos m is
mos autores volvían a las tesis antiguas y sostenían que la poesía era un tipo de es
critu ra que inventaba y no observaba la verdad. A sí C onrado de H irsau llegó a es
cribir que el poeta es f i c t o r y fo r m a t o r , que habla p r o v e r i s fa ls a * .
Las poéticas mediavales se preocuparon insistentem ente por dar una clasifica
ción detallada de la literatura. D e este modo, la P o etr ia de Ju a n de G arlande pre
senta cuatro clasificaciones realizadas desde diversos puntos de vista.
a) Desde el punto de vista de la form a verbal, divide la literatura en poesía y
prosa. En la prosa distingue la «tecnográfica», es decir, la científica; la histórica, es
decir, la narrativa; la epistolar, y la rítm ica. Esta últim a correspondía a lo que pos
teriorm ente se denom inaría prosa literaria.
b) Desde el punto de vista del papel del autor, y siguiendo los modelos anti
guos, divide la literatura en im itativa (im ita tiv u m -d r a m a tik ó n ) descriptiva (e n a r ra -
tiv u m , e x eg e m a tik o n ) y m ixta (m ix tu m , d id a sca lik o n ). En la prim era, el autor habla
por sus protagonistas y en la segunda, en nom bre propio.
c) Desde el punto de vista de la verdad, distingue tres tipos de literatura, tam
bién conocidos en la A n tigüedad: h isto ria , fá b u la y a r g u m e n tu m .
d) Desde el punto de vista de los sentim ientos que expresan, divide las obras
poéticas en tragedias (que em piezan alegrem ente y term inan con tristeza) y com e
dias (que em piezan tristem ente y term inan con alegría).
7. L as r e g la s, e l ta le n to y la g r a cia . Las poéticas m edievales sostenían que la
creación literaria exige la teoría, la práctica y la lectura. O , en otras palabras, hacen
falta el conocimiento de las reglas, el talento del autor, y el conocim iento de libros
de buenos autores que han de servir de m odelo. Este últim o requisito, tan caracte
rístico del M edievo, fue añadido por los tratadistas de la nueva época; las poéticas
antiguas desconocían dicho postulado.
N o obstante, lo que más apreciaban las «poetrías» m edievales fue la teoría, lo
que significa que se creía que la creación literaria estaba sujeta a reglas universales.
Por ello, se intentó som eter a reglas toda creación, y form ular teorías que cubrieran
todas sus posibilidades. G odofredo, por ejem plo, elaboró nueve m aneras de empe
zar una narración, como si no pudiera haber más.
La convicción de que, en lo que atañe a las norm as, la poesía no difiere en nada
de las otras artes y de que es cuestión de reglas, era típica de la poética medieval.
Sin negar la necesidad del talento ( in g e n iu m ) y experiencia (e x e r citiu m ) por parte
del poeta, se creía que el valor de su obra depende, en un grado m ayo r, de la o b -'
servación de las reglas. Y se valoraba una obra más por lo que en ella era fruto del
intelecto que de la inspiración; no se apreciaba lo que distinguía al poeta del cien
tífico sino justam ente lo que tenían en común.
La estética antigua y a había som etido el arte a las reglas, mas la poesía no estaba
incluida entre las artes. Si a pesar de ello se habló de reglas poéticas, fue en contra
de sus mismos principios. La estética m edieval, en cam bio, aí incluir la poesía entre
las artes no veía ningún inconveniente en dictarle reglas.
Dada la interpretación racional de la poesía, las poéticas m edievales exigían que
fuera un arte comprensible, escribiendo Ju an de Saíisb ury que los poetas no debe
rían enorgullecerse de que sus obras resultaran incom prensibles cuando no iban
acom pañadas de com entarios. Pero en desacuerdo precisam ente con esta exigencia
m ilitaba otro postulado de la poética m edieval, que exigía que la buena poesía nabía
de tener un sentido alegórico, para que m ediante lo sensible expresara lo suprasen
sible. Y como el sentido alegórico no puede ser captado de inm ediato, hallam os en
la poética m edieval tam bién la afirm ación de que «las m ejores canciones son las que
al principio resultan incom prensibles».
8. L a ra z ó n , lo s o íd o s y e l u so . La poética m edieval entendía de m anera m uy
am plia y polifacética el aspecto subjetivo de la poesía y los efectos ejercidos por ella
en el oyente y el lector: A sí se sostenía que la poesía debe y puede satisfacer diver
sas necesidades y afectar a varios sentidos. La form a versificada facilita la com pren
sión, ayuda a concentrar la atención y contrarresta el cansancio 4s El contenido de
la poesía en cam bio, le afecta de otra manera, pues la poesía debe enseñar y a la vez
solazar. El poem a ha de proporcionar regocijo a los oídos y a la m ente: e s to q u o d
m u lc e t a n im u m , s ic m u lc e a t a u r e m , al decir de G odofredo 5. La poesía es juzgada
tanto por los oídos com o por la razón, mas éstos no son suficientes para ello — sos
tenía el mism o autor— , por lo que el juicio acerca de una obra poética debe ser em i
tido juntam ente por la razón, los oídos y el uso 6.
L a idea de que es tam bién el uso el que juzga la poesía fue ¡dea original de los
teóricos m edievales, quienes m antienen que no puede gustar lo que va en contra del
m ism o. Y hasta se llegó a considerarlo como el factor decisivo al evaluar una obra
de arte: iu d ex ... s u m m u s q u i te r m in e t-u s u s . Pero los tratadistas medievales tenían en
cuenta que los gustos y costum bres difieren no sólo de una época a otra, sino tam
bién de un círculo social a otro. A sí pues, en la objetiva y racionalista poética m e
dieval cupo tam bién cierta dosis de relativism o.
9. L a e le g a n c ia . Las cualidades objetivas de la poesía m edieval eran tam bién
interpretadas de modo polifacético. Las teorías m edievales exigían que la poesía fue
ra portadora de valores diversos, y se podría esperar que los más im portantes fuesen
los religiosos, m ientras sucede au e éstos ni siquiera se m encionaban. ¿Será quizá p or
que era éste un requisito tan obvio que no valía la pena ni aludirlo? ¿O quizá p er
tenecían dichos valores al campo de la teología y no al de la poética?
Los valores exigidos por las poéticas m edievales son semejantes a los que y a ha
bían apreciado los antiguos, es decir, la m oderación (m o d e r a t a v e n u s ta s , como la lla
mó G odofredo) y la conveniencia, o concordancia entre las palabras y el contenido
(los escritores m edievales llam aban c o n g r u u m lo que los antiguos habían denom ina
do a p tu m y d e co r u m ) .
Los valores fundam entales de la literatura eran el placer, la belleza y la utilizad 1.
En otras ocasiones se exigía de la poesía la elegancia, com posición y dignidad 8. Pero
más que las antiguas, las poéticas m edievales ensalzaban la elegancia . A quel ideal
de los poetas y teóricos del siglo XII y la exigencia principal de las poéticas signifi
caba refinam iento, perfección, acabado irreprochable y expresión adecuada ( e le g a n -
tia est, q u a e f a c i t u t lo c u tio sit c o n g r u a , p r o p r ia e t a p ta ) así como gracia y lenguaje
florido, postulados contrarios a la austera belleza clásica. A sí que la «elegancia» abar
caba en su conjunto los valores principales de la poesía y era claro sinónim o de
perfección.
Concretam ente, se entendía la elegancia como cualidad de la form a y el conte
nido. A sí escribía M ateo de Vendóm e que la elegancia del poem a estriba en la be
lleza del contenido interior, en el ornato exterior de las palabras o en la expresión
verbal del contenido 9. V enustas in te r io r is s e n t e n t ia e significaba el contenido y su -
p e r fic ia lis o rn a tu s v e r b o r u m y m o d u s d ic e n d i la forma. De esta suerte, la poética m e
dieval realizó una distinción que en la A ntigüedad apenas había germ inado: separó
la form a del contenido y sus respectivos valores fueron analizados por separado.
10. L a f o r m a d e la p o es ía . La poética m edieval tenía la forma, es decir, la so
noridad del ritm o (d u lciso n i n u m e r i) y la herm osura de las palabras ( v e r b a p o lita ),
por una belleza superficial (s u p e rficia lis), p or un adorno (o rn a tu s) com parable por
ejem plo a «una guarnición de p erlas». Y sin em bargo, dicho adorno externo era con
siderado de im portancia prim ordial en lo que respecta a la poesía.
C abe subrayar que se distinguían dos clases de aquella form a exterio r: la acús
tica y la intelectual. El valor de la form a acústica residía en su sonoridad I0, ritm o,
m usicalidad y dulzura de sonido (s u a v ita s c a n tile n a e ) . Era ésta una cualidad propia
de la m úsica, pero se decía un buen poem a de n ih il a liu d q u a m f i c t i o r h e t o r ic a in
m u s ica q u e p o sita .
Por la form a intelectual, se entendía a su vez un estilo herm oso, adecuado y or
nam ental. M ientras que la p rim era form a de la poesía era m usical, esta segunda era
propiam ente literaria. Tam bién se la so lía d efin ir como «m odo de decir» (m o d u s d i-
c e n d i) o como q u a lita s o c o lo r del lenguaje. Y se refería a im ágenes, tropos y figuras,
bien conocidos y cultivados desde los tiem pos antiguos.
La poética m edieval hacía hincapié en lo m elodioso del poem a, pero prestaba m u
cha más im portancia a la capacidad de crear im ágenes y a la riqueza y selección de
los vocablos. A éstos los trataba com o un adorno pictórico, valorándolos más aún
que en el aspecto m usical. A sí se creía que un léxico variado, rebuscado y engala
nado es lo que distingue la poesía de la p ro sa: las palabras han de ser en la poesía
algo sem ejante a un vestido de gala. Y lo digno de atención es que todos aquellos
adornos de la poesía eran tratados por la poética m edieval no como una invención
lib re del poeta sino como algo sujero a reglas que debe ser codificado.
Gervasio de M elkley sostenía que los ornam entos estilísticos se basan en tres
principios: la identidad, la sim ilitud y el contraste (id en tita s, s im ilitu d o e t co n t r a r ie -
ta s... e lo q u e n t ia e g e n e r a n t v e n u s t a t e m ) . Eran éstos los m ism os principios que los p si
cólogos m odernos considerarían com o base de la asociación, lo que es una coinci
dencia que no debe extrañar, y a que los adornos estilísticos consisten fundam ental
m ente en com paraciones, al asociar unos objetos o palabras con otros.
La poética m edieval exigía de la poesía un buen estilo, aunque adm itía que podía
haber varios estilos buenos. Sobre todo, porque cada idea puede ser expresada sen
cillam ente, es decir, de m anera directa (d u c t u s s im p lex ) o de m anera com pleja, indi
recta y artificiosa (d u ctu s fig u r a t u s , o h licu s, su b tilis). En la Edad M edia predom inaba
la opinión de que toda literatura debe ser ornam ental, pero al mism o tiem po se' ad
m itía que dichos adornos pueden ser de dos tipos fáciles (o rn a tu s fa c ilis ) y difíciles
(d ifficilis ).
Estos dos tipos de adornos originan a su v ez la diversidad de estilos. Las poé
ticas hablaban extensam ente sobre el estilo difícil, bien trabajado y artificioso. A sí
G odofredo enumeró siete de sus form as, poniendo el signo en lugar de la cosa, la
m ateria en lugar del objeto, la causa por la consecuencia, la consecuencia por la cau
sa, una cualidad por la sustancia, una parte p or la totalidad, o la totalidad por una
p arte u .
Siguiendo a los antiguos,la poética m edieval distinguía tres estilos: el hum ilde,
el m ediocre y el grandilocuente (s u n t i g i t u r tr e s stili: h u m ilis, m e d io cr is , g r a n d ilo -
q u u s ) v — como lo hicieran los antiguos— ponderaba el estilo grandilocuente, ele
vándolo por encima de los otros. Sólo que ahora se em pleaba una term inología algo
d istin ta: mientras que las poéticas antiguas habían hablado de tres «tipo s» (s p e cies o
g e n u s ) , las medivales em pleaban la voz «estilo » (stili). Era éste un térm ino de origen
an tiguo , pero los teóricos de la A ntigüedad lo usaron en m u y contadas ocasiones.
Ju an ae Garlande relacionó sociológicam ente los tres estilos con tres estamentos
de la sociedad de la época 12, es decir, la triplicid ad del estilo concernía no sólo a la
form a sino también al contenido.
11. El c o n te n id o d e la p o es ía . N o obstante la im portancia prestada a la for
m a, los tratadistas medievales estaban convencidos de que lo esencial de la poesía
era el contenido (in te r io r s e n te n tia ) 9 y no los adornos e x terio re sI3. Es precisam en
te en el contenido, y no en la forma, donde reside la auténtica belleza. A dem ás, el
contenido es más im portante que la form a, porque el autor debe primero concebir
la idea para ataviarla luego con palabras (p r io r e s t s e n t e n t ia e co n c e p tio , s e q u itu r v e r -
b o r u m e x c o g itio ) : antes de ser expresada por la boca, la obra ha de estar y a en el
corazón I4.
¿Y qué es lo esencial en el contenido de la poesía? La conformidad con los p rin
cipios m orales y religiosos por un lado; la probabilidad y la conformidad con la ver
dad, p or otro. De ahí que los criterios para evaluar la poesía fueran la m oralidad y
el realism o. L a poética medieval exigía no sólo que se representara la verdad, sino
tam bién que se reprodujera con fidelidad dicha representación. Por ejem plo, se re
quería d el’ escritor que al presentar a los protagonistas inform ara detallada y fiel
m ente sobre sus datos personales: sexo, edad, sentim ientos, relaciones, contactos,
etc. I5.
Pero p or otro lado, la poética m edieval — de igual modo que la antigua, la aris
totélica— dejaba al escritor abundante libertad e iniciativa. A pesar de la exigencia
de una descripción detallada, la teoría recom endaba que se eligieran los rasgos más
característicos del objeto descrito (q u o d p r a e c e t e r i s d o m in a tu r), que ciertas cuali
dades fueran resaltadas (a m p lia ri) e incluso que se idealizara el objeto descrito. La
poética de M ateo de Vendóme sostenía que la belleza de la poesía era distinta a la
realid ad, y citaba como argum ento el hecho de que una fealdad bien descrita gusta
más que una belleza m al descrita.
12. L os p o s tu la d o s d e la p o é t i c a m e d ie v a l. Si tuviéram os que resumir los pos
tulados de la poética m edieval, destacaríam os los concernientes al contenido, que
aparte de los y a mencionados requisitos de m oralidad y realism o, demandaban de
la poesía la gravedad de las ideas (p o n d u s r e r u m ), censurando al mismo tiempo los
tem as fútiles. Asim ism o, la poética recom endaba la sublim idad (ela tio ) y criticaba
los tem as triviales y prosaicos; y exigía que la poesía fuera alegórica, siendo ésta una
exigencia que en la Edad M edia cobró más im portancia de la que había tenido en
la A ntigüedad. La imagen inm anente y diáfana del m undo, presentada y extendida
por los antiguos, sería a partir de ahora sustituida por una imagen trascendente y
m isteriosa. Junto al sentido literal (sen su s litter a lis ), incluso a las palabras más sen
cillas se les otorgaría un sentido figurado (fig u r a lis ) y espiritual, es decir, alegórico
(sp iritu a lis v e l a tte g o r icu s) y em pezarían a designar no s ó l o la realidad visible y tem
p oral sino tam bién, indirectam ente, la invisible.
En cuanto a los postulados referentes a la form a literaria, la poética m edieval exi
gía una com posición adecuada de la obra (d isp o sitio , según la term inología de en
tonces) así como la riqueza léxica y la ornam entación. M as, al mismo tiem po, pedía
claridad en la expresión verbal y censuraba las oraciones retorcidas y confusas: n e
d ic t io n e s im p lic ita e sin t e t in trica ta e . Exigía que la obra fuera acabada, no conten
tándose con esbozos, sugerencias o im presiones y requería una obra term inada y con
cluida. En este aspecto, la época tenía los m ism os requisitos respecto a la poesía que
en relación a las artes plásticas: conform e a los ideales medievales, una obra pictó
rica debía causar admiración, aun cuando fuera escudriñada con la lupa. Del mismo
m odo, se reclam aba precisión en la poesía, siendo la labor del poeta com parada con
la del orfebre.
L a poética medieval empezó a apreciar el refinam iento, y la producción de unas
obras extraordinarias que despertaran la curiosidad (cu rio sita s). Asim ismo eran es
tim ados altam ente los valores pictóricos de la obra literaria: la nitidez poética (n ito r)
y el colorido de las figuras poéticas ( c o lo r r b e to r icu s ). Además se ensalzaban los va
lores m usicales de la poesía (su a v ita s ca n tile n a e ), y —juntando los criterios plástico
y m usical— se alababa el c o lo r r y th m icu s de la obra poética.
13. L os o b je t i v o s d e la p o esía . ¿Cóm o entendía la Edad M edia el objetivo de
la poesía? D esde luego, era impensable que la poesía pud iera funcionar como un ar
te p or el arte, y tampoco eran sus objetivos la b elleza, la perfección o la expresión.
Se esperaba en cam bio que cum pliera los siguientes designios:
1 .° inform ar y enseñar, no habiendo lím ite claro entre los contenidos de la poe
sía y de la ciencia;
2 ° cum p lir tareas m oralizadoras, siendo éstas entendidas am pliam ente. A sí se
creía que el encanto de la poesía amansa el alm a, provoca sentim ientos benévolos,
induce a la obediencia, combate la renuencia y anim a a la acción;
3 .° d ivertir a la gente. Si los dos prim eros designios elevaban al poeta al nivel
del científico y el predicador, éste asemejaba su rol al del juglar.
En los tratados medievales no encontram os indicación alguna de que la poesía
se propusiera como meta la belleza, y menos aún que se planteara como objetivo la
expresión de sentim ientos. Los teóricos no m encionaban semejantes tareas, preocu
pados en cam bio p o r la labor educativa, m oral y religiosa que, según ellos, había de
realizar.
Cabe suponer que los lectores creían a los teóricos y form ulaban sus opiniones
en base a lo que habían leído en los tratados. Los poetas empero, al menos los se
glares, junto a metas didácticas y religiosas — si es que las tenían— perseguían tam
bién fines estéticos. Su poética no coincidía con las P o é tica s de la época, siendo éste
uno de los casos — no el único en la historia— en que la práctica artística im plicaba
una teoría distinta a la prescrita en los tratados.
Las tesis de la poética m edieval procedían de la tradición y en la m ayo ría de los
casos eran repetición de las tesis griegas y rom anas. Provenían pues de unos supues
tos apriorísticos, no siendo sino conclusiones extraídas del sistem a escolástico gene
ral. N o obstante, tam bién halló en ellas su reflejo la experiencia poética, que abrió
una brecha en las indicadas tesis tradicionales. .
El dogm a central de aquellas poéticas sostenía que la poesía está sujeta a reglas
universales. N o obstante, también se adm itía que los efectos ejercidos por la misma
dependen del uso de los hábitos personales del público. El aogm a suponía que la
poesía debe concordar con la razón, mas al mism o tiem po se reconocía que a veces
gusta la poesía incom prensible para el público.
Pero las tesis más interesantes de las poéticas m edievales fueron precisam ente las
originadas por la experiencia, y no las derivadas de la tradición y el sistem a. Nos
referim os con ello a la distinción entre form a exterior e interior de la poesía, a la
exigencia de que la form a exterior ostentara cualidades m usicales y plásticas, a la dis
tinción entre la belleza fácil y difícil de la poesía, y por últim o al requisito de la
elegancia.
DEFINICION Y DIVISION
ALBERICO. Ars. d icta n d i (R ockinger, I, 9). DE LA LITERATURA
1. D i c t a m e n e s t congruus et 1. Una obra literaria es un tratado armo
ap p o situ s c u j u s l i b e t r e í t r a c t a t u s nioso y adecuado sobre cualquier tema, con
a d ipeam rem com m ode ap p lieatus. venientemente ajustado a éste. Ahora bien,
D ictam in um au tem a lia su n t m étrica, las obras literarias pueden ser métricas, rít
a lia rith m ic a, a lia p ro saica. micas o en prosa.
GODOFREDO DE VINSAUF.
P oetria n o v a (Faral, 1947 y 1966). TRIPLE EVAULA CIÓN DE LA POESÍA
6 . ÍTon so la s it au ris n ec solus 6. No sea el oído el único juez, ni tam
iu d ex an im u s: d iffin ia t istu d iu d iciu m poco únicamente la razón; que sean tres jue
trip le x , e t m en tís e t a u ris, e t usus. ces quienes decidan: la razón, el oído y el uso.
S it i u d e x ergo triío rm is propoaiti Que haya, pues, un juez triple de la pala
v erb i: m ens p rim a, secu n d a s it a u ris, bra propuesta: en primer lugar, la razón; en
te rtiu s e t s u m m u s , q u i t e r m i n e t , segundo, el oído; en tercero y más importan
u su s. te, el decisivo: el uso.
LA GRACIA, LA BELLEZA
JUAN DE GARLANDE. P oetria, 897. Y LA UTILIDAD
9. E ten im tr ia su n t q u a e red o len t 9. Así pues, son tres las cualidades que se
in carm in e: v e rb a p o lita d icen d iq u e aprecian en un poema: las palabras hermosas,
color in terio rq u e fa v u s. V ersus eten im el adorno de la expresión y el concepto inte
a u t contraH it e le g an tiam e x v e n u s rior. Por tanto, la elegancia del poema estri
t a t e in t e r io r is s e n te n tia e , aut ba en la belleza del contenido interior, en el
e x s u p e r f ic ia li o rn a tu v e rb o ru m , ornato exterior de las palabras o en la expre
a u t ex m o d o d i c e n d i. sión verbal del contenido.
11. Septem su n t q u ae d ifficu lta- 11. Hay siete formas de construir el esti
tem o p erau tu r o rn atam . P rim u m est lo difícil. Primera, poner el significante por
ponere significans pro sig n ific ato ; se el significado; segunda, poner la materia por
cundum , ponere m ateriam pro m a- el objeto; tercera, poner la causa por la con
te r ia to ; tertiu m , ponere c au sam pro secuencia; cuarta, poner una cualidad por la
c au sato ; q u artu m , p ro p rietatem pro sustancia; quinta, poner el continente por el
su b jecto ; q u in tu m , ponere continens contenido; sexta, poner la parte por el todo,
pro contento; sextum , ponere p artem o el todo por la parte; séptima, poner la con
pro toto, y e l totum pro p a rte ; septi- secuencia por el antecedente.
m um , ponere consequens pro a n tece
den te
12. Ite m su nt tres s t y li secundum 12. Así también hay tres estilos, según los
tres sta tu s hom inum : p a sto ra li v ita e tres estamentos de la sociedad: el estilo hu
con venit sty lu s t a m ilis , agrico lis m e- milde conviene a la vida pastoril, el mediocre
diocris, g ra v is gravib u s personis, quae a los agricultores, y el serio a las personas se
p raesu n t pastoribus e t agrico lis. rias, que están por encima de los pastores y
agricultores.
GODOFREDO DE VINSAUF,
D o cu m e n tu m d e m o d o e t a r te d icta rid i e t LA IMPORTANCIA DEL CONTENIDO
v er sifica n d i, II, 3, 1 (ed. Faral, p. 284) EN LA POESÍA
13. U nus modus est u ten d i o rn ata 13. Se puede emplear un tipo de adorno
fa c ilíta te , aliu s m odus e st uten d i fácil y otro difícil. Pero a esto hay que aña
o rn a ta d ifficu ltate. Sed hoc a d jicien - dir que ni el adorno fácil ni el difícil poseen
dum quod nec fa c ilita s o rn a ta nec ningún valor si son sólo exteriores. Así pues,
d ifficu ltas o rn ata est a lic u ju s ponderis, e¡ adorno superficial de las palabras, a no ser
si o rn atu s ille s it ta n tu m exterio r. que se ennoblezca con un contenido juicioso
S up erficies enim verb orum o rn ata, y de valor, es semejante a una pintura barata,
n isi sa n a e t com m endabili n o b ilite tu r que causa gran placer al que permanece quie
se n te n tia , sim ilis est p ic tu ra e v ili, to, pero desagrada al que la contempla en de
q u ae p la e e t longius sta n ti, sed d isp licet talle: así también el adorno de las palabras sin
p roprius in tu en ti. S ic et o rn atu s v e r el adorno del contenido causa placer al que
borum sine o rn atu sen ten tiaru m las escucha, y desagrada al que las examina
a u d ie n ti p laeet, d ilig e n te r in tu e n ti atentamente.
disp licet. Superficies au tem verb orum Sin embargo, el adorno superficial de las
o rn a ta cum o rn atu sen ten tiae sim ilis palabras unido al adorno del contenido es se
e st egregiae p ictu rae, q u ae quidem , mejante a una pintura excelente, que cuanto
quando proprius in sp icitu r, tan to com- más detalladamente se observa, tanto más va
m en d ab ilio r inven itur. liosa parece.
GODOFREDO DE VINSAUF,
P o etria ñ ora, V, 58.
14. O p us... p rius in p ecto re qu am 14. Que la obra esté antes en el corazón
s it in ore. que en la boca.
MARBOD, D e orna m entis verb o ru m
(P. L. 171, c. 1692)
15. A is a natura, ratione vocante, 15. El arte, que procede de la naturaleza,
[profecía respondiendo a su razón de ser, se esfuerza
P rin c ip ii fo rm am p ro p rii re tiñ e re labo- en conservar la forma de su propio origen.
[ra t. Así pues, quien quiera alcanzar la gloria
E rgo q u i la u d e m sib i y u lt scribendo como escritor, que se ocupe de distinguir en
[p a ra re, su relato el sexo, la edad, los sentimientos y
S ex u s, a e ta te s , affectu s, conditiones, las situaciones, tal como son en realidad.
S ic u t su n t in . re, stu d e a t d istin c ta
[referre.
3. La t e o r ía de la m ú s ic a
3 Textos M edievales: M. Gerbert, S cr ip to res eccle s ia s ú ci d e m ú sica , 3 vols., 1784. E. de Coussem aker,
S cr ip to ru m d e m u sica m e d ii a e v i n o v a s er ie s, 4 vols., 1864-76. - N umerosos textos en P a tr o lo g ía L atina
de M ign e: C asiodoro (vol. 30), San A gustín (32), Boecio (63), Beda (90), N otker (131), Regino, H ucbal-
2. R e la ció n e n t r e la m ú s ica y la s m a te m á tica s. La teoría m edieval conservó las
tesis fundam entales de los antiguos, especialm ente el axiom a pitagórico de que lo
esencial en la m úsica son la proporción y el núm ero. A sim ism o, los estudiosos m e
dievales m antuvieron la tesis de C asiodoro según la cual m ú s ica e t d iscip lin a , q u a e
d e n u m er is lo q u itu r .
A l p artir de esta base, para los teóricos m edievales la m úsica estaba más vincu
lada con las m atem áticas que con la estética, y más que un arte era para ellos una
ciencia. Entendían la m úsica de m anera más am plia que en los tiem pos m odernos y
afirm aban que donde esté la arm onía está la m úsica: «d ecir m úsica es decir arm o
nía» — escribió H u g o r de San V íctor 1— , y R udolf de St. Trond d ijo : «m úsica, es
decir, la base (r a tio ) de la arm onía.» Estos hom bres estaban convencidos de que la
arm onía no siem pre tiene p or qué revelarse en forma de sonidos, consistiendo tam
bién en la m úsica de los m ovim ientos 2. La m úsica sonora no era para ellos sino una
de las formas de m úsica.
A l escribir acerca de este arte, unos se ocupaban de los sonidos y otros, — sin
reparar en ellos— se dedicaban exclusivam ente a la teoría abstracta de las propor
ciones arm oniosas. Esta interpretación dualista de la m úsica — la acústica y la abs
tracta— fue típica de la teoría m edieval, siendo el su yo un dualism o mucho más acu
sado que el de las teorías form uladas en la época antigua.
En la Edad m edia prepondera la interpretación abstracta nacida del pitagorism o,
del T im eo platoniano y de la obra de Boecio. Pero ahora el concepto abarcaba algo
más que una m era fusión de la m úsica con las m atem áticas porque la m úsica en cuan
to tal era tratada com o una ram a de las m atem áticas.
Para los estudiosos m edievales, el concepto fundam ental de la m úsica era el de
la proporción 3, creyendo por otra parte que las proporciones no son obra del in
telecto hum ano 4, que el m úsico no las inventa, sino que las capta del m undo real
en últim a instancia. En vista de tales presupuestos, la teoría de la m úsica constituía
parte de la ontología y era estudiada dentro de la teoría del Ser 5.
3. E l a lc a n c e d e l c o n c e p t o d e la m ú sica . El concepto m edieval de la m úsica con
ducía a la convicción de que ésta puede ser percibida no sólo por los oídos sino tam
bién — y aún mejor-— por la razón, por «el sentido interior del alm a 6», pertene
ciendo a ella algunas proporciones y arm onías inaudibles para el hombre. Jacobo de
Lieja escribió que la m úsica, en sentido general y objetivo, lo abarcaba todo: a Dios
y a los seres vivos; corpóreos e incorpóreos, celestes y hum anos, a las ciencias teó
ricas y a las prácticas . La m úsica se encuentra pues en cada parte donde h ay ar
m onía, o sea, una relación adecuada de los núm eros, así que — según creían los es
colásticos— está en el m undo por d o quier: co n s o n a n tia b a b e t u r in o m n i crea tu ra .
La Edad M edia so lía d ivid ir esta extensa disciplina en tres ram as: la m úsica exis
tente en el universo, la m úsica existente en el hom bre, y la m úsica de las obras h u
manas 8. U na división sem ejante era y a conocida en la antigüedad, habiendo habla
do de ella los tardíos escritores neopitagóricos, pero la Edad M edia la atribuía al mis-
do y S. Odón (132), Adelboldo (140), Guido de Arezzo (142), Cotton (143), Bernardo (182) y otros.
Obras dedicadas al tema: E. Westphal, G e sch ich te d e r a lte n u n d d e r m itte la lte r lic h e n M usik, 1864.
H. Abert, D ie M ttú k a n sch a u u n g d e s M ittela lters u n d in h r e G m n d la g e , 1905. - ] . Combarieu, H isto rie d e
la m u siq u e, I, 1924. - G. Pietzsch, D ie K la ssifica tio n d e r M u sik .v on B o etiu s b is U go lin o v . O ru ie to , 1929.
- Th. Gérold, La m u s iq u e d e s o r ig in e s a la f i n d u XIV s., 1936. - G. Reese, M u sic in th e M id d e l A ges,
1940. - J. Chailley, H isto r ie m u s ic a le d u M o y e n a g e , 1950. - A. Einstein, A sh o r t H istory o f M u sic, 1936!
- G. Contalonieri, S toria d e lla m ú sica , 2 vols., 1958. - A. Harman, M e d ia e v a l a n d E arly R en a issa n ce M u
s ic (up to 1525), Londres, 1958. - E. Welletz, A n cien t a n d O r ie n ta l M u sic, 2 vols., Londres, 1957; - T he
M u sic o f B y z a n tin e C h u rch , 1959. - A. Robertson the Interpretarán of Plainchant. Libro dedicado ex
clusivamente a la historia de la estética de la música: R. Schafke, G esch ich te d e r M u sik d sthetik . 1934.
mo Picágoras. D icha idea fue recogida por Boecio, quien la divulgó, y gracias al cual
encontró una aceptación general, convirtiéndose en un axiom a de la teoría medieval
de la m úsica.
A sí, aparte de la m úsica creada p or el hom bre, que sirve de instrum entos por él
inventados, existe — independientem ente de él— la m úsica del universo (m ú sica m u n
d a n a ) y además la de su propia alm a. Y dado que la m úsica creada por el hombre
se realiza con empleo de instrum entos, los tratadistas m edievales la denom inaron
con el nom bre de «in strum en tal» (in s tru m en ta lis ), m ientras que el nom bre de «h u
m ana» correspondía a la m úsica del alm a consistente en la arm onía interna. Por ello
se distinguían la m ú s ica m u n d a n a , la h u m a n a y la in stru m en ta lis. Adem ás, según
otra term inología, más clara que la anterior, se distin guía tam bién entre la m úsica
perteneciente al arte (a rtificia lis) y la p ropia de la naturaleza (n a tu ra lis) 9. «D os son
los instrum entos universales — sostenía R egino— , el prim ero pertenece a la natura
leza, y el segundo al arte, o sea, uno es m undano y el otro hum ano; el prim ero lo
constituyen las estrellas, y el segundo la garganta hum ana.» R egino habló así de la
garganta en tanto que instrum ento porque la m úsica cultivada en los siglos medios
era vocal principalm ente.
Tam bién para Adam de Fulda había dos tipos de m úsica, una perteneciente a la
naturaleza y al arte, otra. Pero tanto la m úsica del m undo como la del hom bre for
man parte de la m úsica de la naturaleza. De la m úsica del m undo, que reside en los
m ovim ientos de los cuerpos superacelestes, se ocupan los m atem áticos; de la del
hom bre en cam bio, que consiste en la proporción adecuada del alm a y cuerpo, se
ocupan los físicos, y así sólo la m úsica «perteneciente al arte» está en manos de los
m úsicos I0.
Para los escolásticos, lo prim ero era la m úsica de la naturaleza, que era fuente
de la artística, la cual no era para ellos sino una im itación de aquella m úsica p rim i
tiva. A l hablar de la m úsica ae la n aturaleza, inaudible para el hom bre, los escolás
ticos se referían —igu al que los antiguos— a la «m úsica de las esferas», a la arm onía
del cosmos, así como tam bién a algo más general y menos perceptible: a la arm o
nía residente en la naturaleza de todo ente, a la arm onía «m etafísica» y «trascen
dente 11». Pero ésta no la percibim os no p orque esté dem asiado distante o porque
nuestros oídos sean dem asiado débiles — según creían los antiguos— sino porque es
una m úsica insonora, una arm onía intelectual.
C om o vemos, en su am plio concepto de la m úsica los escolásticos incluían tam
bién la perceptible tan sólo p o r la m ente (s p e cu la tiv a ) y hasta llegaron a otorgarle
el puesto más im portante en su «jerarq u izació n »: m u s ica p r in cip a liu s est s p e c u la t iv a
q u a m p r a c t ic a 12, dijo Jacobo de Lieja.
La m úsica abarca, pues, la tierra y el cielo; por tanto, no sólo .existe la m úsica
terrestre, la «sub lunar» (su b lu n a ris), sino tam bién la celeste (co e le stis ), tom ando este
térm ino en el sentido trascendental cristiano y no en el sentido antiguo de «la m ú
sica de esferas». Y es justam ente la m úsica celeste la que es origen y principio de
todas las restantes I3.
La m úsica abarca no sólo el m undo m aterial sino tam bién el espiritual, porque
existe tam bién una m úsica esp iritual (sp iritu a lis). C om o vem os, sólo una parte m uy
lim itada de lo que los m edievales entendían por la m úsica corresponde a la acepción
m oderna de este término.
El concepto de la música especulativa significaba que ésta es una armonía indepen
diente del hom bre, que es una m úsica no creada por el hom bre, pero que éste puede
conocer y asim ilar. Asim ism o — siguiendo las corrientes pitagóricas— los escritores
m edievales afirm aban que aquélla es una arm onía única, p o r lo que en la m úsica no
h ay lugar para la diversidad, la originalidad o la fantasía, y que esta m úsica está tan
ligada a nuestra existencia que no podríam os prescindir de ella aunque qui
siéramos 14/
4. L a m ú s ica te ó r ic a y la p r á c tic a . D ado que la m úsica más perfecta existe fuera
del hom bre, su deber no es sólo crearla sino tam bién investigarla, y no sólo com
poner arm onías sino tam bién conocer las arm onías del universo. Existen, por tanto,
dos clases de m úsicos: el práctico y el teórico. M ientras que el primero compone o
canta, el segundo investiga y estudia. Y , respectivam ente, hay dos tipos de actitud
hacia la m úsica o incluso — al decir de los escolásticos— dos músicas: la práctica y
la teórica (p r a ctica y t h e o r e t ic a o s p e c u la tiv a ) 15. Adem ás, ambas clases eran deno
m inadas «arte» (ars) en el sentido am plio de la palabra (como lo hiciera Boecio), a
diferencia de la interpretación m oderna, para la que sólo la «m úsica práctica» es un
arte, m ientras que la «teórica» es una ciencia.
La m úsica teórica no tenía asignados otros fines que la cognición, p or lo que,
junto con la geom etría y con la lógica, figuraban en el program a de estudios esco
lares. C abe añadir que en disertaciones más detalladas los escolásticos solían distin
guir aún entre la m úsica puram ente práctica (p r a ctica p u r a ) y «la práctica m ezclada
con teoría» (p r a ctica m ix ta).
Era tam bién frecuente que se llam ara «m úsico» (m u sicu s) solamente al teórico
de la m úsica, al estudioso que poseía cierto conocim iento de ella I6, y que era capaz
de evaluar la arm onía celeste s p e c u la t iv e e t r a tio n e I7. Para los prácticos había otros
nom bres, y lo peculiar es que el virtuoso era más apreciado que el com positor, y
que entre los virtuosos el más apreciado era el cantante. De ahí que el cantor repre
sentara en su conjunto toda la m úsica práctica, y la oposición entre el teórico y el
práctico de la m úsica quedara reflejada, p o r ejem plo, en los textos de G uido de A rez-
zo o Ju an C otton, como la diferencia existente entre el músico y el cantor I8. Uno
tenía los conocim ientos, y el otro sabía ejecutarla. Pero había también clasificacio
nes más ám plias que distinguían entre el m úsico docto, el com positor y el cantante.
E l más respetado de ellos fue sin lugar a dudas el estudioso. Ju an C otton llegó
a com parar al práctico con el borracho que llega a casa sin saber ni darse cuenta de
cómo pudo hacerlo. Los escolásticos pensaban que el arte lo cultiva el teórico, m ien
tras que lo que hace el práctico no es a rs, s e d n a tu ra , y a que éste sólo hace uso del
don que le fue otorgado por la naturaleza. Para ellos, el verdadero artista no era ni
el com positor ni el virtuoso sino el m usicólogo, lo cual, por otro lado, era lógica
consecuencia de su concepción del arte y del artista.
Los dos componentes de la m úsica, la teoría y la práctica, el saber y la habilidad,
las proporciones m atem áticas y las audibles arm onías, las leyes eternas y su aplica
ción concreta, fueron elaborados y contrapuestos en el siglo XII por A d elarao de
Bath, escritor próxim o a la escuela platónica de C hartres. En su tratado D e e o d e m
e t d i v e r s o este autor presenta dicha dualidad sim bolizándola con dos m ujeres: la Fi
losofía y la Filocosm ia. La m úsica de la prim era es th e o r e t ic o -p r á c t ic a y p r á c t ic a la
de la segunda; la prim era induce a la contem plación, la segunda despierta curiosi
dad; la prim era proporciona regocijo intelectual (la etitia ) y la segunda goces sensua
les (v o lu p ta s ); la prim era deleita con su unidad, la segunda com place p o r su
diversidad.
5. L a m ú s ica h u m a n a y su s e fe c t o s . Ya hemos señalado que en el concepto m e
dieval de la m úsica se prestaba m ayo r atención a la m ú s ica m u n d a n a y speculativa,
lo que no significa que se desatendiera la m úsica sonora. Jacobo de Lieja conside
raba a esta últim a com o música «en el sentido propio del térm ino», sosteniendo que
era la que m ejor conocemos (n o b is n o tio r ) 19, por ser la que nos resulta más cercana.
Adem ás, los teóricos tardíos se interesaron no sólo por la armonía eterna del un i
verso sino también por la creación hum ana m usical. R oger Bacon incluso lim itó el
concepto de la m úsica al canto e instrum entación in d e le c t a t io n e m s en su s 20. Y en
contra de los tradicionalistas, que adm itían una sola solución para la obra m usical
(porque sólo existe una arm onía eterna y objetiva) C otton defendió el derecho a la
creación en la m úsica sin negar, em pero, la obligación de tom ar en cuenta la arm o
nía eterna y objetiva. Pero, según el m ism o autor, tampoco había que olvidarse del
factor subjetivo , del gusto del o yente a quien la com posición había de gustar (q u i-
b u s c a n tu m s u u m p la c e r e d e sid e r a t). H ay, pues, diversos gustos, y diferentes perso
nas se com placen en cosas distintas ( d iv e r s i d iv e r s is d e l a c t a n t u r ) ^ ,
A lgun os de los teóricos m edievales de la m úsica — com o, por ejem plo, G uido
de A rezzo — em pezaron a hacer hincapié en los valores sensoriales que lo s sonidos
poseen, igu al que los colores o los aromas. «N ad a extraño que los o íaos encuentren
placer en la diversidad de sonidos, al igual que la vista disfruta de la diversidad de
colores, el olfato se excita ante la diversidad de perfum es y la lengua goza con la
d iversidad de sabores. La d ulzura de las cosas que proporcionan deleite penetra m a
ravillosam ente, como a través de una ventana, en lo más hondo del corazón» 23. En
este caso, la m úsica era interpretada sensualm ente y se subrayaban los efectos sub
jetivos producidos por ella.
C uan d o los tratadistas m edievales escribían sobre los efectos ejercidos por la m ú
sica, lo hacían tam bién en el sentido más estricto de la palabra, sosteniendo — como
los griegos antiguos, especialm ente los estoicos— que hasta los niños gozan de la
m úsica, y los m a y o r e s , gracias a ella, se olvidan de sus preocupaciones (la m úsica es
c o n s o la t u m u n ic u m e t fa m ilia r e ) ; la m úsica proporciona así diversión y descanso, es
necesaria en la guerra y en los tiem pos de p a z , produce efectos religiosos y m ora
les 24, tran quiliza la mente inquieta, ennoblece el carácter, contribuye incluso a un
sistem a político más adecuado 25, es un m edio curativo y afecta hasta a los mismos
anim ales.
C uan d o en los tratados acerca de la m úsica se separaba la form a del contenido
(aunque no siem pre se hacía en estos térm inos), la distinción se refería exclusiva
m ente a la m úsica en tanto que arte producido por el hom bre. Sem ejante distinción,
que para los modernos resultaría bien difícil, en los tiempos medios era m uy fácil
a e realizar, y a que la m úsica era casi exclusivam ente vocal, y la m úsica vocal se com
pone de sonidos y de texto. Para los teóricos m edievales, los sonidos constituían la
form a de la m úsica, y la letra su contenido. U nos son los adornos (o rn a tu s) de la
form a y otros los del contenido, afirm aba C otton. Y la opinión del m usicólogo coin
cid ía plenam ente con las poéticas de la época.
6. El d e s a r r o llo d e la te o r ía m e d ie v a l. La convicción fundam ental en el con
cepto m edieval de la m úsica era — igual que en el caso de la estética antigua— la de
la arm onía del m undo; una arm onía del m undo que era a la vez espiritual y corpo
ral, celeste y terrena; una arm onía eterna basada en proporciones m atem áticas y exis
tentes fuera del hom bre. El hom bre no la crea — se pensaba— pero puede y debe
conocerla, y es verdadero músico el que h aya conocido aquella gran m úsica del m un
do y no el que crea su m úsica pequeña.
La m úsica de los sonidos creada por el hom bre es, pues, tan sólo un fragm ento
insignificante de la m úsica m undana. Pero aquélla es una música más cercana a lo
hum ano, p or cuanto es la que el hom bre m ejor conoce y percibe. A sí, a lo largo de
los siglos m edios, el interés del hom bre p or la m úsica empezó a dirigirse preferen
tem ente hacia aquélla que le era más próxim a, y perdiéndose el interés por la m úsica
del m undo p ara fijarse ahora en el arte hum ano como tal, se volvió de nuevo de la
contem plación a la creación, de la arm onía abstracta a la sensible, de las leyes obje
tivas de la m úsica hacia sus e f e c t o s subjetivos y hacia los sentim ientos provocados
por ella en él hom bre mismo 26.
La teoría m edieval de la m úsica partía a unos supuestos com pletam ente diferen
tes de los m odernos, pero poco a poco fue cam biando de dirección para acercarse
a los puntos de vista que h o y son usuales. A la luz de las modernas definiciones, la
música es, prim ero, un arte hum ano, y sólo luego un arte de sonidos. La concep
ción m edieval, en cam bio, desconoció durante largo tiem po ambas lim itaciones, in
cluyendo toda creación sonora del hom bre en la gran im agen espiritualista y tras
cendente del m undo. Tuvieron así que tran scurrir varios siglos para que el interés
por la m úsica se convirtiera en un interés genuinam ente artístico, autónom o en cuan
to tal.
7. L a te o r ía d e la m ú sica y la te o r ía g e n e r a l d e lo b e llo . La teoría m edieval de
la m úsica ejerció cierta influencia en las teorías de las artes restantes y en la inter
pretación general del arte y de lo bello.
«Los sonidos afectan al oído de la m ism a m anera que la im agen al ojo» (E o d em
m o d o a u ris a ffi c i t u r s o n is v e l o cu lu s a s p e c tu ). A l igual que en la m úsica, también en
otras artes la belleza consiste en la arm onía, en el conjunto de las sencillas proporcio
nes. La belleza reside siempre en la relación adecuada de las'partes. Tam bién en la
poesía, la belleza estriba en el ritm o y la relación de las palabras. Y en un sentido
más am plio hasta se podría afirm ar que siem pre es la m úsica la que decide en últim a
instancia sobre la belleza, encontrándose tam bién en las cosas visibles, p or ejem plo,
en los m ovim ientos del baile 27.
Los tiempos m edios veían el origen de la herm osura de cada cosa, igu al que el
de la m elodía, en la «m odulación» (m o d u la tio ), en el hecho de que las partes de las
cosas son conm ensurables y constituyen un m últiplo de una misma unidad. En este
aspecto, la danza, la poesía, la pintura, la escultura o las obras arquitectónicas, no
difieren del canto. Esta fue una gran teoría estética, nacida y a en la A ntigüedad, que
la Edad M edia generalizó y divulgó.
8. El co n tr a p u n to . La Edad M edia realizó una de las m ayores revoluciones de
la historia de la m úsica, cosa que no ocurrió precisam ente en su teoría sino al con
tenido en la práctica m usical, cuando introdujo el p rincipio en base al cual se de
sarrollaría to aa la m úsica m oderna: la invención del contrapunto.
Esta concepción más que fruto de la inspiración artística, fue obra de los estu
diosos y teóricos m edievales. En efecto, h ay teóricos que generalizan lo que antes
han logrado los artistas, y h ay otros en cam bio que se ocupan de pro yectar nuevas
posibilidades. En la Edad M edia, los teóricos del prim er grupo escribieron sus tra
tados sobre la m úsica «especulativa» y «m un d ana», m ientras que los otros idearon
el contrapunto.
Y fueron éstos precisam ente quienes h icieron posible el paso de la m onodia a la
polifonía. H asta aquel momento se sabía d irigir sim ultáneam ente una sola voz, pero
el contrapunto creó el arte de arm onizar y d irigir conjunta y sim ultáneam ente varias
voces, abriendo así enorm es posibilidades para la música.
El térm ino que desgina este concepto fue acuñado a principios del siglo XIV (su
etim ología se explica por el hecho de que las notas eran designadas con puntos),
pero el fenóm eno y a existía anteriorm ente, habiendo nacido en los tiempos en que
la m úsica gregoriana aún estaba en auge en los países nórdicos, donde menos pesa
ban las antiguas tradiciones m usicales. El galés G iraldus Cam brensis, que vivió en
el siglo XII, fue el prim ero en dejar constancia de cantos polifónicos que en su país
pertenecían a las antiguas costum bres locales. ■
Y a en el m ism o siglo XII se interesaron p o r el problem a los teóricos. N o obs
tante, su labor la dificultaba la persistencia de la antigua tesis que sostenía que sólo
la octava, la quinta y la cuarta producen sonidos arm oniosos, lo que era insuficiente
para crear la polifonía. Ello resultó posible cuando, en contra de las teorías griegas,
se reconoció que tam bién la tercera suena arm oniosam ente. Para lograrlo fue preci
so que se vencieran costum bres profundam ente arraigadas, que se rechazaran los vie
jos presupuestos dogm áticos, que se adm itieran nuevas arm onías que resultaban ca
cofónicas para los oídos no acostum brados a ellas y que eran tachadas de «m úsica
falsa». Pero el vencer y superar aquellos dogm as am plió considerablem ente las po
sib ilidades de la m úsica, cosa que el hom bre del siglo XX com prende perfectam ente
en cuanto está viviendo fenómenos parecidos.
A l p rincipio se empezó por arm onizar dos voces: a un tem a dado (ca n ta s, c a n
ta s fi r m a s , v o x p rin cip a lis ) se añadió otro segundo (d isca n ta s, v o x o rg a n a lis). De ahí
que la m úsica polifónica fuera denom inada d isc a n ta s y la griega «diafonía».
A p rincipios del siglo X III, el centro de aquella m úsica nueva fue la escuela pa
risiense, cuyo pionero fue Pérotin, llam ado el G rande. Pero éstos fueron tan sólo
sus albores. E l triunfo definitivo de aquella m úsica acaeció hacia el año 1300, fecha
a la qu e se atribuyó tanta im portancia que hasta se trató de cerrar con ella la era
m edieval de la m úsica y considerarla como fecha de nacim iento de la m oderna. D i-
.chos intentos fracasaron por resultar infundados: en todos los demás campos reina
ba todavía la Edad M edia y la nueva m úsica fue verdaderam ente obra de los tiempos
m edios.
9. A rs n o v a . La nueva m úsica no fue el m érito de un solo hom bre, y ni si
q u iera de una sola nación. Fue una obra colectiva de los teóricos (s cr ip to re s ) que for
m ularon sus principios y de los com positores que los aplicaron en 1a práctica. Mas
el papel preponderante correspondió a los teóricos; m ientras que la m ayo ría de las
com posiciones eran aún m u y torpes, los principios y las reglas fueron y a form ula
dos clara y acertadam ente. La tarea que quedaba para los siglos venideros no con
sistiría en inventar otros nuevos sino en crear nuevas obras en base a los principios
y a existentes, los que y a habían sido descubiertos, elaborados y desarrollados.
El siglo X IV tuvo plena conciencia de que su m úsica era nueva: por eso se de
nom inó a rs n o v a . Pero la adm isión de este arte nuevo no sucedió sin protestas. H as
ta el papa Ju an X XII se pronunció al respecto, y la bula de 1324 reflejaba sus te
m ores e inquietudes derivados de la aplicación del contrapunto: «A lgunos discípu
los de la nueva escuela... intentan, con notas nuevas, expresar m elodías que son sola
m ente su yas propias, en perjuicio de los antiguos cantos ... m ediante el discanto in
troducen la afem inización... y llegan a despreciar los principios fundam entales del
antifonario y del gradual... Los sonidos corren y no conocen descanso, deleitan el
oído, p ero no curan el alm a... y hacen que se olvide la piedad».
C ierto es que en aquella protesta había razones m orales, religiosas y de conser
vadurism o político, pero tam bién artísticas: la convicción sobre el carácter univer
sal, canónico y eterno del canto eclesiástico, que era susceptible de perder su belleza
si resultaba m odificado.
En los siglos XIII y X IV, cuando los principios de la nueva m úsica fueron de
sarro llado s y perfeccionados y su teoría alcanzó un nivel m u y alto, la m úsica misma
se presentaba más bien m odestam ente. Los com positores, absortos por la idea del
contrapunto, se fijaban exclusivam ente en la estructura, descuidando la expresión.
H izo falta tiem po para reun ir ambos elem entos, y gran m aestría para poder im preg
nar los cálculos m atem áticos de sentim ientos m elódicos. Pero la polifonía no pudo
alcan zar de inm ediato la perfección de la m úsica grego rian a; la m úsica, al conquistar
valores nuevos, fue incapaz de conservar el nivel de los antiguos.
10. R e la ció n e n t r e la m ú s ica y la p o esía . En la Edad M edia, la m úsica estaba
vinculada a la poesía de m odo mucho más estrecho que en los tiempos modernos.
.D urante m ucho tiempo no existió m úsica sin letra ni poesía sin acom pañam iento.
Boecio tenía pues sólida base para incluir la poesía en el campo de la música. Los
poemas líricos de los trovadores eran verdaderas canciones, mientras que las obras
dram áticas (los m isterios) eran una especie de óperas y pertenecen a la historia de
la música en igu al grado que a la historia de la poesía.
Y fue precisam ente la poesía trovadoresca, la profana, la que necesitaba del
acom pañam iento m usical y que no estaba obligada a observar los cánones de la m ú
sica litúrgica, la que contribuyó a que la m úsica com enzara a buscar caminos nue
vos. M as la nueva m úsica que surgió entonces, constructiva y técnica, no cuadraba
ni con la poesía lírica ni con un teatro tan em ocional como era el medieval. Los m is
terios se convirtieron en un género exclusivam ente literario, prescindiendo de su ca
rácter de obra m usical, y fue la evolución de la m úsica mism a lo que la separó de
la poesía, con la que estaba anteriorm ente tan unida que a los teóricos les parecía
constituir un solo arte.
O m ni au tem n o titiam h u ju s a rtis Todo el que desee aprender este arte debe
h ab e re cu p ien ti sciendum est, quod saber que, aunque la música natural es muy
q u a m q u a m n a tu ra lis m ú sica longe superior a la artística, sin embargo nadie pue
p ra e c e d a t artificialem , n ullu s tam en de conocer la fuerza de la música natural sino
v im n a tu ra lis m usicae recognoscere a través de la artística.
p o te st, n isi p er artificialem .
10. M ú sica est dúp lex, n a tu ra lis 10. La música es de dos tipos: natural y
e t a rtific ia lis . N a t u r a l i s est m u n d an a artística. La natural es mundana y humana.
e t h u m a n a . M u n d a n a est supercoele- La mundana es la resonancia de los cuerpos
stiu m corporum ex m o tu sp h aerarum supracelestiales por el movimiento de las es
re so n a n tia , ub i m áxim e e red itu r fore feras, donde se cree que existe la mayor ar
co n co rd ia: et hoc genus considerim t monía; de este tipo se ocupan los matemáti
m a t h e m a t i c i . H u m a n a e x ta t in cos. La humana se manifiesta en el cuerpo y
corpore et an im a, sp iritib u s e t m em - el alma, en el espíritu y la trabazón de los
b ro ru m com plexione, nam h arm o n ía miembros, pues el hombre vive mientras dura
d u ra n te v iv it homo, ru p ta vero eius la armonía, y muere cuando se rompe esta
p ro po rtion e m o ritur. E t hoc genus proporción; de este tipo se ocupan los físicos.
c o n sid eran t p h y s i c i.
A rtific ia lis: hoc genus ten en t m u - La música artística: este tipo está en ma
s i c i. E st v e l in stru m en talis v el vo- nos de los músicos. Puede ser instrumental o
calia. vocal.
' 11. D istin x i hanc coelestis m usicae 11. He distinguido este tipo de música
speciem a m u nd an a, q u ia m u nd an am celeste de la mundana, porque Boecio refiere
m u sicam ap p íica t B o etius ad solas la música mundana únicamente a las natura
res n a tu ra les m obiles et sensibiles. lezas móviles y sensibles. Sin embargo, los se
B es au tem , quas ad h an c m u sicae res que yo he incluido en este tipo de música
speciem p ertin ere d ixi, su n t res m eta- son metafísicos, trascendentes, privados de
p h y sic ale s, res transcendentes, a m otu movimiento y materia sensible, conforme a
et m a te ria sensibili se p a ra ta e e tiam su esencia.
secundum esse.
GUNDISALVO (Grabmann,
G e s ch icb te d e r sch ola stisch en M eth o d e, II, EL MÚSICO PRÁCTICO
p. 100). Y EL TEÓRICO
16. I n te re a sciencfum est, quod 16. Hay que saber que no se llama músi
non ille d ic itu r m usicus, q u i eam co al que compone la música sólo con sus ma
m anibus tantum m o do o p eratu r, sed nos, sino que es realmente músico el que sabe
ille v e ra c ite r m usicus est, q u i de m u sica discutir sobre la naturaleza de la música y ex
n a tu ra lite r n o v it d isp u tare e t certis plicar razonadamente el sentido de ésta. Pues,
ratio n ib u s eius sensus enodare. Omnis en efecto, todo arte y toda ciencia poseen por
enim a r s , om nisque d iscip lin a honora- naturaleza una categoría más respetable que
biliorem n a tu ra lite r h ab e t ratio n em , la artesanía, que los artistas realizan con el
quam artificiu m , quod m an u a tq u e trabajo de sus manos. Y es mucho más im
opere a rtific is exercetu r. M u lto enim portante saber lo que hace cada uno, que ha
m aius est scire, quod qu isque ía c ia t, cer lo que estudia otro.
quam íacere, quod ab alio d iscit.
19. H aec m ú sica instrum en tab a Í9. Este tipo de música instrumental es la
e st m úsica proprie d ic ta , no b is música en el sentido propio del término, la
n o t io r , nobis m agis consueta, inspi- que mejor conocemos, a la que estamos más
cien ti non solum n ota per in teliecturu , habituados, que no sólo llega al que la estu
sed e tiam per sensum . dia a través de la inteligencia, sino también a
través de los sentidos.
22. N ec m irum , si v a rie ta te sono- 22. No es nada extraño que los oídos en
ru m d e le c tatu r au d itu s, cum v a rie ta te cuentren placer en la diversidad de sonidos,
colorum g ra tu le tu r v isu s, v a rie ta te al igual que la vista disfruta de la diversidad
odoram fo veatur o lfactu s, m u ta tisq u e de colores, .el olfato se excita ante la diversi
saporibus lin g u a co n gaud eat. S ic enim dad de perfumes, y la lengua goza con la di
p er fen estram eorporis d e lectab iliu m versidad de sabores. La dulzura de aquello
reru m Buavitas in tr a t m ira b ilite r pene- que proporciona deleite penetra maravillosa
t r a lia cordis. mente, como a través de una ventana, en lo
más hondo del corazón.
ANÓNIMO, Mus. Bibl. C asanatensis,
21251, 135 v. (Pietzsch).
23. M u sicae in n a ta est q u aed am 23. La música innata es un deleite univer
com m unis secundum se ip sam d elec sal, de acuerdo con su propia naturaleza.
ta tio .
1 N . del T .: En el texto 2a J . D lugosz explica la etim ología del nom bre de W anda y lo atribuye al
parecido fonético entre éste y la arcaica voz de «w eda» (léase: venda), que significaba caña de pescar.
b F. P. Chambers, C y cle s o f T a s t e , 1928.
c G. Bandmann, M itte la lte r lich e A rch itek tu r a is B e d e u t u n g s tr a g e r , 1951. J . Sauer, S ym b o lik d es K ir-
c h e n g e b a iid e s , 2.‘ ed., 1924.
d Guiílaum e Durando, R a tio n a le D iv in o r u m O fftc io m m , I, 1, 40 (ed. Am beres, 1614, p. 8): «L u
m en, quod in ecclesia accenditur, C hristum significat, iuxta illu d : Ego sum lux m undi».
se las dio en el siglo X II, el abad Suger a su iglesia. D el mismo modo, los sillares
cuadrados sim bolizaban las cuatro virtudes teologales 4 y en las pinturas, las flores
y los árboles habían dé sim bolizar las buenas acciones que se desprenden de las
virtudes 5.
D ada la convicción de que el hom bre había sido creado a imagen y sem ejanza
de D ios, también las obras de arte, y de la arquitectura en especial, habían de ser
creadas a su sem ejanza. Según esto, el presbiterio debía representar la cabeza; el
coro, el torso; el crucero, los brazos, y la nave, el seno 6.
Pero no fue la Edad M edia la inventora de la interpretación sim bólica del arte:
ésta y a la había profesado la era antigua. V itruvio dijo que «el estado es una gran
casa y la casa, un estado p equeño», y D ión C assio creía que el Panteón romano ha
bía recibido su nom bre «p o r la sem ejanza de su cúpula con el cielo» a. Pero fue el
cristianism o, la atmósfera y am biente de aquellos tiem pos, y más concretam ente el
A p oca lip sis, los que provocaron que los gérm enes del sim bolism o antiguo se desarro
llaran e intensificaran.
7. L os o b je t iv o s d e l a rte. Én la Baja Edad M edia, los fines asignados al arte
fueron los mismos que en la época carolingia. La pintura había de adornar el edifi
cio, conm em orar los acontecim ientos señalados y cum plir además tareas didácticas.
Las dos prim eras eran sus funciones naturales, m ientras que la tercera la desempe
ñaba la pintura sustituyendo a la escritura para que los que no sabían leer o no eran
capaces de entender lo escrito. De ahí que la pintura fuera llam ada «literatura de los
laicos» (la ico ru m litter a tu r a ) o «literatura de los incultos» (illitera ti) b, como la de
nom inara W alafrido Strabo. M ás tardé esa definición fue repetida en m uchas varian
tes, como litte r a e la ico r u m (Sicardus, obispo de C rem ona, principios del siglo X I I I ) c,
o la ico r u m le c tio n e s e t s cr ip tu r a e (G uillaum e D u ran d o )d, o lib ri la ico r u m (Alberto
M a g n o )e.
Pero no todos se-acordaban de ello ni pretendían que el arte cum pliera al mismo
tiem po aquellos tres objetivos. De su deber de conm em orar los acontecim ientos no
tables se acordaban especialm ente los hom bres de estado: los predicadores y filóso
fos hablaban de sus tareas educativas y didácticas, m ientras que los círculos de los
que salió la m ayor parte de las opiniones acerca de las artes plásticas, pensaban so
bre todo en sus fines decorativos y , planteaban en m ayo r medida para el arte obje
tivos estéticos.
La Edad M edia no sólo esperaba que la arquitectura o la pintura desempeñasen
m últiples funciones; además se reclam aba otro tanto de las artes industriales. H o
norio de A utun escribió así que las lám paras que colgaban de los techos de las igle
sias tenían forma de corona, por cuanto debían perseguir un triple objetivo: adornar
la iglesia con la lu z pro yectada; exhortar con su form a, a los fieles al servicio de
Dios, que es la coronación de la vid a; y recordar el cielo con su estructura 7. Como
vemos, no sólo los edificios o las pinturas sino tam bién los objetos artísticos, aparte
de sus funciones utilitarias, debían cum plir otras distintas de carácter sim bólico re
ligioso, m oral y. estético.
8. L a t e r m in o lo g ía e sté tica . Si en la Edad M edia se habló de la belleza fue pre
cisam ente en relación a las artes plásticas y no a la poesía o a la música. Igual que
los griegos, los hombres m edievales vinculaban la belleza con el mundo visible, a
2 La voz d e c o r era em pleada en toda su extensión, abarcando todas las clases de belleza, tanto la
belleza en el sentido estricto (p u lch r u m ) como la conveniencia (a p tu m ). Véase: A . K. Coom orasw am y
M e d ie v a l A esth etics, en «A rt B u letin», X VII, 1935.
b O. Lehmann-Brockhaus, S ch r iftq u ellen z u r K u n stg esch ich te d es 11 u n d 12 J a h rh u n d erts f i i r D eu tscb -
la n d , L o th r in g en u n d I ta lie n , 1938, véase el Indice: «A estk etisck e A ttrib u te» .
c Vita L an fran ci, véase Lehm ann-BrockhauSj núm. 2336.
belleza (o p eris p u le h r itu d o ) y en otras en cambio la m aestría del artífice (m ira p e r -
f e c t i o a rtis, su b tilis e t m in u ta fig u r a t i o ) . En este aspecto, el aparato conceptual del
M edievo fue mucho más desarrollado que el antiguo. A djetivos com o su b tilis, m iru s
o m ira n d u s eran usados para expresar adm iración por la m aestría del artista, m ien
tras que decir a r tificio s a co m p o s itio era alabar tanto la obra com o las habilidades de
su autor.
En las obras apreciadas se distinguía además entre la arm onía interior y la or
nam entación exterior, designando la prim era con el nom bre de c o m p o s itio o f o r m o -
sita s, y como o r n a m e n tu m o v e n u s ta s la segunda, siendo aquélla una distinción de
la m ayo r im portancia.
Tam bién se señalaba la diferencia entre la belleza de la form a y la belleza de la
expresión. San Bernardo, en un escrito en el que polem iza con el arte a él contem
poráneo, habla y a de la belleza d efo rm ad a— d e fo r m is fo r m o s ita s — y de la bella de
form ación —fo r m o s a d e fo r m ita s — . Si las formas deform adas son bellas es porque
son expresivas. En cierto modo, las palabras de San Bernardo son respuesta y ju s
tificación naturales del arte rom ánico que, al representar los objetos reales, los d e
form aba considerablem ente.
Se hizo también una distinción entre las reacciones sensoriales y los intelectuales
cuando se trataba de apreciar una obra de arte. A sí se afirm aba que la belleza afecta
tanto a los ojos como al alm a (o eu lis e t a n im o ). El haber separado la reacción sen
sorial de la intelectual trajo en consecuencia la distinción entre la m ateria de la obra
y su m ism a form a, distinción que pronto aparecería en los textos escritos. U n do
cum ento del siglo X II, referente a la basílica de A quisgrán, nos asegura que ésta era
adm irable por su «m ateria y por su form a».
D el arte en sí, tomado en el sentido tradicional del saber teórico, se distinguie
ron las habilidades prácticas del artista, reservando el térm ino a rs para el prim er con
cepto. V illard de H onnecourt, que recom endaba a los arquitectos que se sirvieran
de la geom etría, la llam ó a r t d e g é o m e t r i e , m ientras que los conocim ientos prácticos
de los arquitectos los denom inó con la palabra f o r c é , es decir, la fuerza.
Se solía hacer otra distinción de sum a im portancia que fue la existente entre el
valor estético y los restantes valores de una obra, especialm ente los m orales y reli
giosos. A sí G uibert de N ogent escribe en su autobiografía que, aunque el valor de
las estatuas paganas es nulo desde el punto de vista de la fe, es justo que, dadas sus
proporciones, sean apreciadas a.
D e la capacidad de experim entar la b elleza se distinguía además la posibilidad
de expresar verbalm ente lo experim entado, siendo la prim era independiente de la se
gunda. Y como antaño lo hiciera C icerón, la crónica de C antero ury sostenía que
aun cuando advertim os la belleza, no somos verdaderam ente capaces de definirla,
pues se percibe m ejor m ediante los ojos de lo que se expresa con la plum a y las pa
labras. Y con frecuencia se insistía en esta im posibilidad de expresar la belleza per
cibida. A sí, del famoso pórtico de C om postela se decía que sus adornos «son tan
m agníficos que no se pueden expresar con las palabras». Pero h ay en aquellas opi
niones algo más que una m era diferenciación conceptual, residiendo en ellas tesis es
tética de la m ayor im portancia.
En la Edad M edia se escribió mucho sobre las obras de arte, pero más aún sobre
los sentim ientos que provocan, afirm ándose <jue la herm osura de las construcciones
«alegra y fortalece los corazones» ( c o r d a la e t ific a t e t co n fo r ta n t), que la vista de una
iglesia hermosa libra de tristeza y llena de alegria al que la ve (la etu s e t g a v is u s e f -
Corte transversal de la iglesia de Santa Sofía de C onstantinopla: m uestra que su concepción espacial
puede ser representada m ediante un sistem a de círculos concéntricos. Los tres círculos m ayores determ i
nan estrucr.uralmente los elementos fundam entales de la construcción: el prim er círculo designa la an
chura principal del edificio, el segundo, el punto más alto de la cúpula, y el tercero, el lím ite entre la
parte central de la iglesia (debajo de la cúpula) y las partes laterales (en los ábsides). Al trazar un trián
gulo, cuya base es la anchura de la iglesia y cuyo vértice se encuentra en el punto más alto de la cúpula,
se obtiene un triángulo equilátero.
O 5 10 15 20 25 M
i1. 1 I............ ..... | ± [
D ibujo 2
La C apilla Palatina de A quisgrán: una concepción parecida a la de Sama Sofía (dibujo 1).
Dibujo 3
A lzado en perspectiva de la iglesia de San Vitale en Ravena. Esta sección nos revela que:
1.° La parte central del interior, cubierta con la cúpula, es c irc u la r;.2.° el cuadrado inscrito en este
círculo determ ina los ejes de los pilares principales; 3.° las intersecciones de la prolongación de los lados
de este cuadrado con la prolongación de los lados del cuadrado inverso en 90 0 marcan ocho puntos en
los que están situados los planos principales de la giróla.
Dibujo 4
D ibujo 6
L a fachada de la catedral de N ótre Dame de París tiene unas proporciones que pueden ser com pren
didas en dos cuadrados que se interponen, uno respecto del otro, en la m itad ae su altura. Al cortarla a
lo largo del eje, obtenemos seis cuadrados. La proporción entre la altura y la anchura de la iglesia es de
3:2.
D ibujo 7
La sección transversal de la iglesia de San Petronio de B olonia m uestra que su altura ha sido fijada
en base al triángulo equilátero, cuyo lado es igual a la anchura de la iglesia. La altura de las naves laterales
ha sido fijada en base a triángulos equiláteros colocados en la mitad a e la anchura de la iglesia. Las demas
m edidas nan sido determinadas por las exigencias de la estática, es decir, por la distribución de fuerzas
en las diversas partes de la construcción.
Dibujo 8
La sección de la catedral de M ilán nos m uestra cómo calculaban los arquitectos góticos la altura de
las iglesias, tomando como base la anchura del templo, y trazaba sobre ella un triángulo equilátero cuyo
vértice determ inaba la altura de la nave principal. La anchura de las restantes naves se fijaba al dividir la
base en seis partes iguales: la nave principal ocupaba dos de estas partes, y cada una de las colaterales,
una. Esta división determ inaba los elementos verticales de la estructura. C ada una de las seis partes de
la base era dividida por la m itad, y de los puntos obtenidos de este modo se trazaban seis triángulos equi
láteros, paralelos al principal. La intersección del lado más largo con las líneas verticales fijaba los puntos
de resistencia para los arcos de la nave principal y de las naves colaterales. Los arcos alternativos m arca
dos en el dibujo prueban que los métodos aplicados por los arquitectos medievales adm itían ciertas va
riantes. Justam ente, al construir la catedral de M ilán, se tomaron en consideración diversas variantes, es
cogiendo la interm edia, en la que el punto de resistencia para los arcos de la nave central se encuentra
por encim a del cuarto cuadrado y para las naves laterales, por encima del tercero y segundo.
Se han conservadonum erosos tratados que abordan el problem a de la geom etría
en la arq uitectu ra procedentes del M edievo tardío y , sobre todo, de los territorios
germ ánicos, com o por ejem plo: la G e o m e t r ía D eu tsc h , del 1472; Von d e r F ía len G e-
r e c b tig k e it , de M athias R oritzer, 1486; F ia le n b ü cb le in , de H ans Schum etterm ayer,
1490; U n te r w e is u n g e n u n d L e b m n g e n de L oren z L achner, 1516; D er T r ia n g e l o d e r
d a s g l e i c h s e i t i g e D reieck ist d e r f ü r n e h m s t e b o c b s t e S te in m e tz g r u n d , de R ivius, h.
1548. Sim ilares a estos tratados son las norm as y m odelos para orfebres que se con
servan en B asilea, y que datan aproxim adam ente del año 1500.
El que los arquitectos m edievales se basaran en la geom etría es un hecho indu
dable y docum entado, mas la interpretación de sus m étodos no es acorde ni unáni
me en absoluto a. Surgen así diversas preguntas al respecto: 1. ¿Se aplicaban las re
glas geom étricas para diseñar las fachadas y las plantas? 2. ¿Q ué figuras geom étri
cas se usaban? 3. ¿Eran éstas em pleadas p ara alcan zar fines estéticos o sólo se u ti
lizaban con fines prácticos? ¿Eran necesarias para que las obras fueran más herm o
sas o sólo para facilitarse los trabajos? 4. ¿C ó m o se adquirían los conocim ientos
geom étricos: m ediante estudios o com o un secreto del grem io? 5. ¿De dónde p ro
cedían dichos conocim ientos? ¿C óm o fueron conseguidos y de qué m odo eran
transm itidos?
1. Las figuras y proporciones que aparecen en la arquitectura m edieval son
siem pre las m ism as, cosa que advertim os en la estructura de la construcción así como
en todos sus detalles, siendo aquellas adem ás las figuras y proporciones más senci
llas. En este sentido, lo prim ero que anotaron los historiadores de la arquitectura
fue la relación fija entre la altura y la anchura de las naves de la iglesia m edieval.
P osteriorm ente, se dem ostró que las proporciones fijas aparecen también en las p lan
tas, en las alturas y en las tres dim ensiones de la construcción. Adem ás las torres de
las iglesias ostentan las mismas proporciones que las naves, y se caracterizan por las
m ism as proporciones hasta los detalles más pequeños: pináculos, grapas y florones.
A q uellas mism as proporciones pasaron tam bién al arte decorativo y eran aplica
das al diseñar altares y pilas bautism ales, ostentorios, cálices y relicarios. Entre los
m odelos para orfebrería de Basilea se encuentran por ejem plo doce baldaquinos que,
a p rim era vista, parecen ser fruto de la más lib re im aginación, m ientras que en rea
lidad todos ellos se basan en sencillas figuras geom étricas (dibujos 9 - 12). N o sin
Zócalos de colum na gótica construidos en base al círculo, al cuadrado, al triángulo, y de nuevo cír
culo, con cuádruple estrechamiento. La aparente fantasía se basa en unas sencillas figuras geométricas.
i«? m i
Doce baldaquinos góticos, diseñados en base al triángulo y al rectángulo: planta y estructuras.
D ibujo 11
D ibujo 12
CHRONICON S. BENIGNI
DIVIONENSIS, entre los años 1001 y 1031
(Mortet, p. 26) EL SIMBOLISMO DE LAS FORMAS
3. Cujus artíficiosi operis forma 3. La forma de esta obra artística y su fi
et subtilitas non inaniter quibusque nura se manifiesta, no en vano y para algu
minus edoctis ostenditur per litteras: nos poco versados, a través de la escritura:
quoniam multa in eo videntur mystico porque muchos de sus elementos tienen sen
sensu facta, iquae magis divinae inspi- tido místico y deben hacer pensar más en la
rationi quam alicuius debent deputari inspiración divina que en la habilidad de un
peritiae magistri. artista.
HONORIO DE AUTUN, D e g em m a
anim ae, I, 141 (Mortet-Deschamps, p. 16;
P. L. 172, c. 588) MÚLTIPLES DESIGNIOS DEL ARTE
ESTATUTO DE LA ORDEN DE
HERMANOS MENORES del año 1260
(Mortet-Deschamps, p. 285)
12. Oum autem curiositas et super- 12. Ya que la afectación y el lujo se opo
fluitas directe obviet pauperitati, ordi- nen claramente a la pobreza, ordenamos que
namus quod edificiorum curiositas in se evite con más severidad la afectación en
picturis, celaturia, feneatris, columnis pinturas, grabados, ventanas, columnas, etc.,
et hujusmodi, aut superfluitas in y el exceso en longitud, anchura y altura, de
longitudine, latitudine et altitudine acuerdo con la condición del lugar... Que no
secundum loci conditionem arctius se construya nunca en adelante el campana
evitetur. ... Oampanile ecclesiae ad rio de la iglesia en forma de torre; asimismo,
modum turris de cetero ñus quam que no haya nunca en adelante ventanas de
fíat; ítem fenestrae vitreae ystoriatae vidrio con representaciones o colores, excep
vel picturatae de cetero nusquam to en la vidriera principal, detrás del altar ma
fiant, excepto quod in principali vitrea, yor del coro, donde puede haber imágenes de
post maius altare chori, haberi possint Cristo crucificado, la Santa Virgen, San Juan,
imagines Orucifixi, beatae Virginis, San Francisco y San Antonio.
beati Joannis, beati Francisci et beati
Antonii tándem.
14. Oratorii ornamenta necessaria 14. Que los ornamentos de la casa de ora
sint, non superfina; munda magis ción sean los necesarios, no superfluos; sen
quam pretiosa. ÍTihil igitur in eo de cillos antes que lujosos. Así, que no haya en
auro vel argento compositum sit prae- ella nada de oro o plata, excepto un cáliz de
ter Tunnn calicem argenteum, vel plata —o incluso varios, si fuera necesario—.
plures etiam si necesse sit. S u lla de Que no haya ningún ornamento de seda, ex
sérico sint ornamenta, praeter stolas cepto las estolas o túnicas. Que no haya en
aut phanones. Nulla in eo sint imagi- ella ninguna imagen esculpida.
num senlptilium.
HONORIO DE AUTUN, D e
g em m a anim ae, I, s. 171
(Mortet-Deschamps, p. 18)
16. Itaque bonum est ecclesias 16. Así pues, está bien edificar iglesias y
aedificare, constructas vasis, vestibus, decorar las construcciones con vasijas, vesti
aliis omamentis decorare; sed multo dos y ornamentos; pero es mucho mejor gas
melius est eosdem sumptus in usus tar ese mismo dinero en provecho de los in
indigentium expendere et censum digentes y enviar su fortuna a los tesoros ce
suum per manus pauperum in coelestes lestes a través de las manos de los pobres, y
thesauros praemittere, ibique donum preparar allí en el cielo un regalo no mate
non manufactum, Bed aetemum in rial, sino eterno.
caelis praeparare.
HELLINAND DE FROIDMONT,
Vers d e la m o rt (ed. F. Wulff & E.
Walberg, v. 97 y sigs.) LA VANIDAD DE LA BELLEZA
17. Que vaut quanque li siecles 17. ¿Qué vale todo cuanto hicieron los
[fait! siglos? La muerte todo deshace en una hora...
Morz en une enre tot desfait... ¿De qué valen bellezas, de qué valen rique
Que vaut biautez, que vaut richece, zas, de qué valen honores, de qué valen gran
Que vaut honenrs, que vaut hautece dezas pues que la muerte todo se lo lleva?
Puisque morz tot a sa devise.
18. Mihi fateor hoc potissimum 18. Reconozco que esto me agrada mu
placuisse, u t quaecumque cariora, chísimo, pues los objetos muy preciosos, los
quaecumque carissima saorosanctae más preciosos, deben servir ante todo para la
Eucharistiae amministrationi super administración de la Santa Eucaristía... Para
omnia deservire debeant... Ad sub- ocultar la sangre de Jesucristo deben expo
reptionem sánguinis Jesu Christi vasa nerse vasos de oro, piedras preciosas y las
auiea, lapides prefciosi, quaeque ínter obras más apreciadas, en perpetua servidum
omnes creatinas carissima, continuo bre, con plena devoción. Los que rechazan
famulatu, plena devotione exponi de- esto alegan que para dicha administración
bent. Opponant etiam qui derogant, debe bastar una mente en santidad, un alma
debere sufñcere huic amministrationi pura y una intención leal. Y nosotros real
mentem sanctam, animum puxum, mente estamos de acuerdo en que esto sea lo
intentionem fidelem. Et nos quidem principal y conveniente, pero también en los
haec interesse praecipue proprie, spe- ornamentos exteriores de los vasos sagra
cialiter approbamus. In exterioribus dos ... declaramos que se debe manifestar la
etiam sacrorum vasorum omamentis... devoción: en toda la pureza interior y en toda
in nmni puxitate interiori, in omni la nobleza exterior.
nobilitate exteriori debere famulari
profitemur.
DOMINGO GUNDISALVO, De
d ivision e philosophiae, p rolu gu s (Baur, p. 4) CURIOSITAS
22. C u rio s ita tis sunt ea, quibus 22. La vanidad comprende todo aquello
nec vita sustentatur, nec caro delecta- que ni sustenta la vida, ni complace a la car
tur, sed ambicio et elacio pascitur, ut ne, sino que alimenta la ambición y el orgu
superflua possessio et diviciarum the- llo, como la fortuna superflua y la acumula
saurisatio. ción de riquezas.
Ewer gnaden gnetn willn zubese- Por agradar a su Señoría, y en el común be
tigñ vn gemeine nuez zufrumen so neficio, al cual atañe especialmente materia
docli ein yde kunst materien form und forma y dimensión de cada arte, he empren
masse hab ich mit der liilíf gotea dido aquí con ayuda de Dios la resumida ex
ettwas berurter kunst d-geometrey posición del arte de Geometría. Así, empe
zu erleutem un am erstH dasmale den zando a partir de la cantera donde se extrae
anefang des aussgezogens staürwerks la piedra, explicaré en qué proporciones se
vie vn jn welcher mass das auss dem deberá ejecutar (la obra) según los fundamen
grunde d-geometry mit austailung tos geométricos, dividiendo (el proyecto) con
des zurckels herfurkomen und jñ ayuda del círculo a fin de conseguir las justas
die rechten masse gebrackt werden dimensiones.
solle zuerclern firgenome.
26. Diversae Mstoriae tam JYovi 26. Las diversas historias tanto del N ue
quam V eteris T esta m en ti pro volúntate v o c o m o del Viejo T estam en to están ilustra
pictorum depinguntur, nam: „pictori- das según el gusto de los pintores, pues «los
bus atque poetis |Quaelibet audendi pintores y los poetas siempre tuvieron igual
semper fuit aequa potestas“. facultad de atreverse a hacer su voluntad».
5. Ev a l u a c ió n d e l a t e o r ía d e l a s a r t e s. Pr o g ra m a d e l a e st é t ic a
FILO SÓ FICA
a W. Tatarkiewicz, H istoria filo z o fii, vol. I, 5.1 ed., 1958, especialmente p. 307 y siguientes.— E. Gil-
son, H isto r y o í C b ristia n P h ilo so p b y in th e M id d le A ges, 1955, E. Gilson-P. Bohner, D ie G e s cb icb te d e r
c h n s tlic b e n P h ilo so p b ie, 1937.
rada de la idea de la eternidad y de ideales m orales. Pero no fue una filosofía exclu
sivam ente teológica pues no sólo se ocupaba de Dios sino tam bién de los problem as
del m undo. N o obstante, la idea de que el m undo es una creación divina construida
el trasfondo teológico tanto de la filosofía com o de la estética medieval.
La filosofía m edieval fue, en gran parte, escolástica: tom aba sus verdades funda
m entales de la fe y se proponía el objetivo de explicar dichas verdades. A sí, pues,
sus presupuestos eran terónom os (aceptaba las verdades religiosas), mas sus aspira
ciones eran racionales (se proponía dar una explicación de esas verdades). N o obs
tante, no toda la filosofía fue escolástica; en el m edievo existió tam bién una filosofía
naturalista y hum anista, y todas esas variantes hallaron su reflejo en la estética de la
época.
Los historiadores han señalado en num erosas ocasiones las analogías existentes
entre la filosofía y el arte m edievales, entre la filosofía e s c o lá s t ic a y e l a rce g ó ti
co. a Am bos tuvieron carácter tradicional, basándose la prim era en la c o n c o r d a n c ia
de autoridades y aspirando a conservar las proporciones tradicionales el segundo.-
Adem ás tanto la escolástica com o el gótico abandonaron su inicial idealism o para
pasar, en los períodos de su más pleno florecim iento, a posiciones realistas. Y si la
filosofía escolástica estuvo vinculada con el arte de su época, tanto más lo fue la es
tética del escolasticism o.
N um erosos lazos unían la filosofía m edieval con la antigua. A sí se hizo un gran
esfuerzo para recuperar las obras de los principales pensadores antiguos así como
para m odificar e interpretar sus sistemas conform e al espíritu cristiano. L a Edad M e
dia no podía adm itir los conceptos m aterialista de Epicuro ni la doctrina escéptica
de Pirrón, pero Platón y A ristóteles, en cam bio, fueron, sucesivam ente, sus grandes
fuentes de inspiración, sus grandes autoridades.
N o obstante, la sem ejanza de las tesis básicas de todas las corrientes que se d ie
ron en la filosofía m edieval, el suyo fue un pensam iento diversificado. A sí súrgieron
en la escolástica, y a en el siglo X III, dos grandes doctrinas, el agustinianism o y el
tom ism o (por el hom bre de sus iniciado res: San A gustín y Santo Tom ás de A q ui
no), inspiradas en el sistem a de Platón y de A ristóteles, respectivam ente. En algunos
ám bitos, junto a la escolástica se extendió la filosofía m ística. C hartes en el siglo
X II, O xford en el X III fueron im portantes centros de estudios filosóficos respalda
dos p or investigaciones naturalistas y hum anistas. El florecim ientode la filosofía, con
su diversidad ae corrientes, empezó en el siglo XII y culm inó en el XIII.
Toda aquella diversidad se reflejó plenam ente tam bién en la estética, pronun
ciándose sobre tem as estéticos los naturalistas y los hum anistas, los de C hartres y
los de O xford, los místicos cistercienses (con San Bernardo de C lairvaux a la cabe
za) y los místicos de la abadía de San V íctor de París (entre los que destaca H ugo
de San V íctor). Pero la estética como tal no apareció en cuadrada dentro del sistem a
y métodos escolásticos antes del siglo X III, siendo G uillerm o de A uvernia el p ri
mero de sus representantes, aunque pronto la cultivarían los escolásticos más céle
bres, com o Santo Tom ás y San Buenaventura.
6. L a E stética d e lo b e llo y la e s té tica d e l a r te . En una filosofía religiosa como
lo fue la m edieval, los problem as de lo bello y del arte no figuraban, como es n atu
ral, entre los temas prim ordiales. La estética no era tratada como disciplina indepen
diente ni tampoco como una ram a im portante de la filosofía. M u y escasos fueron
los tratados dedicados a ella exclusivam ente. Sus problem as eran abordados de modo
incidental y de m anera com parativa, al m argen de otras cuestiones. A l hablar de
BERNARDO DE CLAIRVAUX,
S erm ones in C antica ca n ticoru m (P. L. 183, LA SUPERIORIDAD DE LA BELLEZA
c. 1001) INTERIOR
1 . P u lch ru m in te riu s speciosius est 1. La belleza interior es más hermosa que
om ni ornatn. extrín seco . todo adorno exterior.
BERNARDO DE CLAIRVAUX,
S erm ones in C antica can ticorum , XXV, 6
(P. L. 183, c. 901)
2. ÍTon co m p arab itu r {pulchritu- 2. No es comparable (a la belleza inte
din i in terio ri) q u a n ta lib e t p u lch ritu d o rior) ninguna belleza corporal, ni un cutis re
carn is, non cutis u tiq u e n ítid a et luciente y sonrosado, ni un rostro saludable
a rsu ra , non facies c o lo rata v ic in a pronto ajado por los años, ni un valioso ves
p u tre tu d in i, non v e stís p re tio sa obno tido expuesto al paso del tiempo, ni la belle
x ia v e tu s ta ti, non a u ri species sp len - za del oro o el resplandor de las piedras pre
do rve g em m aru m seu q u a eq u e t a lia ciosas o cosas semejantes, que tienen un des
q u a e o m nia su n t ad corrup tio n em . tino común: la corrupción.
BERNARDO DE CLAIRVAUX,
S erm ones in cantica can ticorum , LXXXV, II LA BELLEZA DEL ALMA SE
(P. L. 183, c. 1193) MANIFIESTA EN EL CUERPO
3. Cum ducoris h uius c lia rita s 3. Cuando el amor de esta belleza haya
a b u n d an tiu s in tim a cordi re p le v e rit, colmado plenamente lo más profundo del co
p ro d eat foras necesse e st, ta m q u a m razón, es preciso que traspase las puertas, co
lu c ern a la te n s sub m odio: im m o lu x mo la lucerna que se oculta bajo la cavidad
in ten eb ris lucens la te re n escia. P o rro del mástil: por el contrario, la luz que resplan
effuJgentem et v e lu ti q u ib u sd am su is dece en la oscuridad no sabe esconderse. Des
ra d iis erum pen tem lu cem m en tís sim u- pués el cuerpo, espejo del alma, acoge esta
la cru m corpus e x c ip it et d iffu n d it p er luz resplandeciente que despide brillantes ra
m em b ra e t sensus q u aten u s om nis inde yos, y la difunde por los miembros y senti
re lu c e a t actio , serm o, asp ectu s, inces- dos hasta que cada acto, discurso, aspecto,
su s, risu a (si tam en rísu s) m istu s movimiento y son risa (incluso sonrisa) co
g r a v ita te e t plenus h o n esti. H orum et bren esplendor, al tiempo que seriedad y
alio ru m profecto a rtu u m , sen suu m qu e completo decoro. Cuando el movimiento,
m o tus g estu s et usus, cum a p p a ru e rit gesto y uso de éstos y todos los demás miem
seriu s, p uru s, m odestus, to tiu s expers bros se muestra serio, puro, modesto, des
in so len tiae a tq u e la sc iv ia e , tu m le v ita - provisto de toda insolencia y lascivia, ajeno a
t is tu m ig n a v ía e alien u s, a e q u ita ti la debilidad y la indolencia, pero ajustado a
au te m accom m odus, p ie ta ti officiosus, la conveniencia y dictado por la piedad, la be
p u l c h r i t u d o a n im a e p a la m e rit, si lleza del alma será patente, siempre que no
ta m e n non s it in sp iritu eju s dolus. exista engaño en su espíritu.
4. D ú p lex est decor an im a e, scü icet 4. Dos son los adornos del alma: la hu
liu m ilita tis et inn o centiae. mildad y la inocencia.
TOMÁS DE CÍTEAUX,
C om m entarii in C antica can ticoru m
(P.'L. 206, c. 38Ó)
4 a. D ú p lex p u lch ritu d o an im a e: 4a. Doble es la belleza del alma: la clari
p rim a est c la rita s, secu n d a e st c a rita s . dad y la caridad.
BERNARDO DE CLAIRVAUX,
S erm ones in Cantica ca n ticoru m , XLV
(P. L. 183, c. 1001) LA BELLEZA ABSOLUTA
5. (Te) p ulch ram sim p lic ite r fate o r; 5. Reconozco que tú eres simplemente
non u tiq u e p u lch ram e x co m p aratio n e, bella: no bella en comparación con nada, ni
n on cum d istin ctio n e, n on e x p a rte. en cierto aspecto, ni en parte.
7. T rip lex est p u lch ritu d o : prim o 7. Hay tres tipo de belleza: cuando el ob
quando e st sin e m ac u la, secundo in jeto es impecable, cuando es de gusto y ador
q u a est qu aed am g u stu s e t o rn atu s nos elegantes, y cuando la gracia de su forma
elegantia, terfcia, quaedam membrorum y color atrae hacia sí los sentimientos de quie
et colorís m se trahen*. ^ UI01;uln
nes lo contemplan. Esta triple belleza existe
affectus gratia. Haec triTiW
en el alma: la primera, por medio del perdón
tudo est in anima: prim„ "
del pecado; la segunda, por medio de la co
peccati abolítionem, secunda per r e ? municación religiosa; la tercera, por medio de
giosam conversationem „
la inspiración oculta de la gracia.
cultam gratiae *>er oc‘
BALDWIN CANTUARIENSE
T ractatus d e salutatione angeUca (p L>
LA BELLEZA DE LA MEDIDA
c. 469) ' ’ ADECUADA
8. Parilitas autem dimeMioms se 8. La paridad dimensional según la igual
cundum aequalitatem, ^
dad, semejanza, disposición y congruencia
compositionem et mod^catam euLm - medida y ordenada de las partes no es ui; as
mensuratam congruentiam parMum pecto de poca importancia en la belleza.
O u S 7 J aiS PUJohr^clinis est. Lo que no alcanza o excede la medida ade
cuada, o no consigue la igualdad con su se
veUxcedit v e ^ s K S mejante, no está adornado con la gracia de la
tudinem non accedit « . i S
belleza.
fcudinis non venustat’ g m ia pulclm-
El elogio de la verdadera belleza pertenece
Laus verae pulchritudinis m a a is esfc más a la mente que al cuerpo, aunque depen
corporis et tame» est de también del cuerpo.
aJiquo m o d o corporis.
BERNARDO DE CLAIRVAUX
A pología a d G m llelm um (odd <; -r nú A-
ed. Mabillon, 1690, I, 538-' f ’ ®ernhardl’
Q uellenbuch;P:L.i¿/cch9'°5sp
EN CONTRA DEL ARTE SUNTUOSO
BERNARDO DE CLAIRVAUX,
A pología a d G uillelm um , XII, 28 (P. L. 182,
c. 914)
11. Omitto oratoriorum immensas 11. Desprecio las inmensas alturas de los
altitudines, immoderatas longitudines, templos, su desmesurada longitud, su excesi
supervacuas latitudines, sumptuosas va anchura, sus suntuosos adornos, sus cui
depolitiones, curiosas depictiones: quae dadas pinturas: mientras atraen hacia sí la mi
dum orantium in se retorquent aspec- rada de los que oran, ofuscan también la dis
tum, impediunt et affectum... Sed posición del alma... Pero sucede que estas co
est, fiant haec ad honorem Dei. sas se hacen para gloria de Dios.
7. La e st é t ic a d e l o s Vi c t o r i a n o s
El m onasterio de los canónicos regulares de San V íctor en París fue uno de los
principales centros del pensam iento filosófico del siglo X II. En la historia de la filo
sofía m edieval los V ictorianos son conocidos como aquellos pensadores que auna
ron las dos grandes corrientes de la centuria, el escolasticism o y el m isticism o, y a
que los análisis conceptuales escolásticos les condujeron a conclusiones místicas. El
filósofo más destacado de la congregación fue el luego conocido com o H ugo de San
V íctor (1096-1141) quien m ostró gran interés p o r los temas estéticos y hasta llegó
a e sc rib ir— cosa poco frecuente en aquella época— un tratado de estética que forma
parte de su obra principal E ru d itio n is d id a sc cd ica e lib r i VII, llam ada brevem ente D i-
d a s ca lico n (el tratado dedicado a la estética figura como últim o lib ro de la obra).
1. L a b e lle z a v i s i b le y la in v is ib le . C om o cabía esperar de un m ístico medieval,
lo que más apreciaba H ugo fue, naturalm ente, la belleza «in v isib le»; pero al tiempo
creía que h ay cierto parecido entre ésta y la «v isib le». La segunda, según él, provoca
adm iración ( a d m ir a d o ) y deleite ( d e le ta t io ) p o r sí mism a. Pero no obstante su pa
recido, existen entre am bas considerables diferencias, pues la contem plación de la
belleza suprem a es cuestión de la m ente in tuitiva, que los V ictorianos llam aron «in
teligencia» ( in te llig e n tia ), m ientras que la belleza inferior sería percibida por los sen
tidos y la im aginación (im a g in a tio ). La belleza invisible es sencilla y uniform e (sim -
p le x e t u n ifo rm is ), la visible, al contrario, com pleja y variada (m u ltip lex e t v a r ia p r o
p o r t i o n e c o n d u c ta ). La belleza de cosas invisibles reside en su esencia (porque en
ellas no h ay diferencia entre form a y esencia), la de las visibles por su parte deriva
de la forma. En cuanto a ésta, H ugo la entendía extensam ente, incluyendo en ella,
en el caso de la poesía, p or ejem plo, la m elodía y su dulzura, (su a v ita s ca n tile n a e ),
la com posición y la disposición conveniente de las oraciones ( c o n v e n ie n t ia su is p a r -
tib u s a p ta ta a tq u e d isp o sa ta ). Pero, a pesar de las diferencias, la belleza visible e in
visible no están del todo separadas, porque la visible no sólo indica la existencia de
la invisible, sino que la expresa ■
2. El o r ig e n d e la b e lle z a s e n s ib le . H ugo realizó una nueva clasificación de la
belleza sensible dividiéndola en cuatro tipos, pues para él la belleza de la creación
dependía de cuatro elem entos: la situación (situ s), el movimiento (m o tu s), el aspecto
(s p e cies ) y la calidad (q u a lita s) 2.
1 . H ugo definía la situación espacial com o orden o disposición de las cosas,
ab an an d o con ello tanto el orden de las partes de una cosa (lo que llam ó «com po
sició n ») como el orden de varias cosas entre sí (que llam ó «disposición»), Y aunque
se podría esperar que como pensador m edieval viera en la disposición del espacio
la belleza puram ente formal y sensible, incluso ésta constituía para él una m anifes
tación de la belleza espiritual.
2. El m ovimiento lo concebía H ugo tan am pliam ente que incluso pudo distin
guir cuatro clases del m ism o: local, natural, racional (ra tio n a lis) y anim al (a n im a les).
Los m ovim ientos local y natural lo eran en el sentido literal del térm ino, m ientras
que el anim al y el racional tenían un sentido figurado. Según lo explica H ugo, el
m ovim iento «anim al» aparece en pensam ientos y deseos, y el «racio nal» en cambio
en actos y consejos. C ada m ovim iento tiene así su respectiva belleza, pero su m ayor
concentración se encuentra justam ente en el m ovim iento «an im al», propio de los se
res vivos. Y más especialm ente la belleza del hom bre reside en gran m edida, en la
belleza del movimiento anim ado.
3. H ugo llam aba aspecto de las cosas (s p e cies ) aquello que percibim os con la
vista: «el aspecto consiste en la form a visible, reconocida por el ojo, como el color
o la silueta de los cuerpos». En cam bio lo percibido por otros sentidos lo denominó
calidades. «L a calidad es una cualidad in terio r percibida por otros sentidos que la
vista, com o la m elodía del sonido captada por los oídos, la dulzura del sabor expe
rim entada por la garganta, el arom a aprehendido por la nariz, o la suavidad del cuer
po palpada con las manos».
De esta suerte, separando la vista de los demás sentidos, H ugo se alejó de las
concepciones antiguas. Para los filósofos de la era antigua había dos sentidos per
fectos e im portantes desde el punto de vista estético: ¡a vista y el oído; en cambio
para H ugo lo fue sólo la vista. Y es digno de su brayar que sus conceptos estéticos
fundam entales •—como «o rden » o «aspecto »— H ugo los form uló basándose exclu
sivam ente en el mundo visible y defendiendo la s p e c ie s como «form a visible reco
nocida por el ojo».
3. L a u n iv e r s a lid a d y d i v e r s i d a d d e lo b e llo . C on su distinción de la belleza vi
sible H ugo no negaba la existencia de otra belleza sensible; al contrario, lo particu
lar de su doctrina estética fue precisam ente reconocer la presencia de lo bello en to
das las sensaciones, sabor y tacto incluidos.
D esde los tiempos antiguos había sido m u y controvertido el problem a de si la
belleza es accesible a todos los sentidos o sólo a los más perfectos, los denom inados
superiores. En esa polém ica H ugo representa el panasteticism o, no en el sentido de
la «p an kalía» que sostenía que todo es bello en el m undo, sino más bien en el sen
tido de que toao puede ser bello, y de que en cada fenómeno, en el ám bito de cada
sentido hay un lugar reservado a la belleza.
T oda belleza, de colores y de form as, de sonidos y de aromas, es herm osa a su
m anera; en cada cuerpo h ay lugares no para una sino para m uchas arm onías. Y son
éstas — al decir de H ugo 3— tan num erosas que no es posible recorrerlas con el pen
sam iento ni fácil explicarlas con palabras. El incienso, la rosaleda, el prado, el bos
que, la flor, todo ello nos proporciona deleite, mas cada uno de esos deleites es dis
tinto del otro. Las arm onías de los diversos sentidos eran para Hugo tan distintas
que incluso las designaba con vocablos diferentes: así empleaba la voz p u lc h r itu d o
— por ser la más exacta y acertada para expresar el sentido de «lo bello»— exclusi
vam ente p ara las cosas que eran perceptibles por la vista, y las arm onías de otros
sentidos las denom inaba con térm inos como su a v ita s, d u lc e d o , a p titu d o que signi
ficaban más bien: dulzura, placer y proporción 4.
«L as form as de las cosas — escribe H ugo— causan admiración de diversas ma
neras: p or su m agnitud o su parvedad; a veces p or ser poco corrientes, a veces por
ser bellas, y en otras ocasiones por ser convenientem ente feas; a veces por formar
unidad en la m ultiplicidad, o, en ocasiones, por su diversidad en la unidad» 5. Así
pues, la b elleza fue para H ugo una de las razones por las que admiramos las cosas,
y todo un capítulo ae su trabajo lo consagró a las cosas que «causan adm iración por
sus h erm osura» 10. .
H ugo señala además que adm iram os las cosas por m uchas otras razones, pero al
h ablar a e la adm iración causada por la «conveniente fealdad», por la «unidad en la
m u ltip licid ad », o por la «diversidad en la un idad» no podía sino referirse, entre otras
cosas, tam bién y preponderantem ente, a la adm iración estética.
4. E l a r te . Para H ugo, con su. m arcado gusto por las deliberaciones estéticas
detalladas, el arte constituía un terreno más grato aún que la belleza. En su época,
el arte era concebido como un saber (s cie n tia ) 6 que difería de la ciencia por el hecho
de concernir a problemas tan sólo probables y supuestos, y se tenía por verdaderas
sólo a las artes liberales.
M as H ugo consideró como verdaderas tam bién las artes mecánicas, con lo que
se hizo p recisa una definición nueva para el arte. A sí lo definió como un saber com
puesto ae instrucciones y de reglas, form ulando también otra definición, más atre
vid a y o rigin al: lo esencial en el arte sería el hecho de que se realiza en la m ateria y
requiere no sólo el conocimiento (s cie n tia ) sino tam bién la acción (o p era d o ).
La definición que concebía el arte como práctica, como producción, y a la cono
cía A ristó teles, pero dicha concepción fue abandonada tanto en la Antigüedad como
en los tiem pos medios. Con lo que H ugo fue uno de los pocos que supieron apre
ciar su valo r antes de que llegara a ser plenam ente aceptada por lo s tiempos
modernos.
Entre los que cultivan el arte — afirm aría H ugo— están los teóricos y los prác
ticos: los prim eros «indagan sobre el arte» (a g u n t d e a r te ) y los otros «indagan me
diante el arte» (a g u n t p e r a r tu m ); los artistas-teóricos establecen las reglas, los ar
tistas-prácticos las aplican; unos enseñan y otros ejecutan.
5. « T h ea tr ica » . Hemos m encionado y a la clasificación de las artes realizadas
por H ugo de San V íctor, con su división en artes prácticas y teóricas, lógicas y me
cánicas. Tam bién se ha señalado que, aunque fueron condicionalmente, incluyó la
poesía entre las artes y advirtió cierta jerarqu ía entre las mismas. A l distinguir el gru
po de las artes lógicas no hizo sino extraer las conclusiones propias del concepto
m edieval del arte, que engloba tam bién las artes liberales, con la lógica a la cabeza.
La am pliación del grupo a las artes m ecánicas, en cam bio, fue fruto de su interés
personal por el estudio de las artes.
A sí distinguió — tal vez por analogía con las siete artes liberales— site artes me
cánicas, de las que cada una satisfacía un área de necesidades humanas. A sí, la a r-
m a tu r a (que com prendía la arquitectura) sum inistra al hombre su refugio; el la n ifi-
ciu m , la ro p a; la a g r icu ltu r a y la v e n a d o , la com ida; la m e d icin a cura sus enferm e
dades, y la n a v ig a t io le hace posible m overse por la tierra. No obstante, la más par
ticu lar fue la séptima de estas artes, la th e a tr ic a . Su nombre derivaba del «teatro»,
mas su alcance era mucho más am plio: ésta era — según explica H ugo— s cie n tia lu -
d o r u m , es decir, el arte de d ivertir al hom bre, y de satisfacer su necesidad de ocio.
Y es de señalar que tanto el térm ino como la idea m ism a eran nuevos, pues no co
nocemos a nadie que lo hubiera ideado antes de H ugo, ni tampoco posteriorm en
te, a lo largo de los siglos, fueron num erosos los que dieron continuación a esta
idea.
6. Él o r i g e n y la fin a lid a d d e las a rtes. H ugo se ocupó tam bién de la génesis de
las artes, sosteniendo que éstas, igual que las ciencias, nacieron para prevenir las de
bilidades y defectos humanos 7. Tanto el problem a m ism o, como el planteam iento
que le dio H ugo no eran nuevos, pero el filósofo los trató con la precisión propia
de la escolástica.
Puesto que el hombre padece ignorancia y pecado, dificultades para expresarse y
m iseria m aterial, los conocim ientos teóricos deben precaver la ignorancia; los prác
ticos, el pecado; ¡os lógicos, desatar la lengua; y de los m ecánicos se espera que ali
vien la m iseria y faciliten al hom bre su existencia. G racias a las artes, el nom bre con
sigue aquello de lo que no le ha dotado la naturaleza.
7. L os e s c a lo n e s d e l a r te . H ugo sostenía que h ay cuatro tipos de objetivos del
arte que consisten en conseguir aquellas cosas que para el hom bre son: necesarias,
cóm odas, adecuadas y h erm o sas8. Pero no todos estos fines son del mismo orden
ni im portancia. A l contrario, hay que distin guir cierta jerarqu ía entre ellos.
La prim era meta del hom bre es satisfacer sus necesidades vitales, por lo que pa
rece cosas indispensables (n eces a ria ). U n a vez satisfecha esta necesidad, surge una
nueva: el hom bre em pieza a buscar la com odidad y produce cosas cóm odas (c o m -
m o d a ). C uando y a lo ha conseguido, trata de darles la form a más conveniente (c o n
g r u a ) , y , finalm ente, desea hacerlas agradables (g ra ta ): agradables en el uso, o agra
dables de contem plar. El hom bre trata siem pre de p ro ducir aquellas cosas que sir
ven para un fin, mas dichos fines son diversos, p or lo cual la producción humana
tiene cuatro escalones, naciendo de ella objetos n e ce s sa r ia , c o m m o d a , c o n g r u a y gra
ta, como los llam ó H ugo, en su term inología latina.
D esde el punto de vista de la estética, el más significaivo es este últim o escalón
de las aspiraciones y producciones hum anas, el d é la s cosas gratas. En una ocasión
H ugo definió su concepto de g r a t u m como lo que com place (p la cet), y en otra como
lo q u e no es útil (a d u s u m h a b ile n o n est), pero es agradable para ser contem plado
(a d s p e c ta n d u m d e le c t a b ile ) 9. Tam bién en ello advertía H ugo una meta de las acti
vidades del hom bre, actividades que tienden a la utilid ad , pero que en su últim a eta
pa carecen de ella, lo que, aparentem ente, es una inconsecuencia. Y citaba como ejem
plo de aquellas cosas agradables pero desprovistas de utilidad — que el hom bre per
sigue cuando y a se ha procurado cosas útiles— , ciertas clases de plantas y anim ales,
de pájaros y peces. Pero las artes tam bién producen obras sem ejantes, en las que
sólo se trata de conseguir un agradable aspecto, como sucede en el caso de ciertas
p inturas, telas y esculturas 10.
En su clasificación H ugo no d istiguía las «b ellas» artes, pero en cierto sentido se
acercó a dicho concepto cuando separó aquel útlim o escalón en el que el arte servía
para dar a las cosas un aspecto agradable. Sin em bargo, según su teoría, todas las
artes eran susceptibles de alcanzar ese escalón superior, de m anera que todas podían
ser «b ellas». A sí, si H ugo distinguió las «b ellas» artes lo hizo como nivel destacable
para toda su generalidad y no para un grupo separado. De ahí que al an alizar cual
quier arte emplease térm inos estéticos como d e c e n s , g r a t u m , y e s p e cie s . El hecho de
que H ugo humera atribuido a la belleza una participación tan extensa en el arte se
debe a que el filósofo tenía un concepto m u y vasto de lo bello, representando una
postura que podríam os calificar de «panartism o» y panesteticism o.
Pero adem ás, en sus análisis, H ugo abordó tam bién el problem a de la relación en
tre arte y naturaleza, resolviendo a este respecto:
a) Q ue la naturaleza se guía por el instinto y las simples experiencias; m ientras
el arte obra conscientem ente y se propone finalidades concretas.
b) Q ue la naturaleza da el origen, m ientras que el arte continúa lo que la n atu
raleza ha iniciado: o m n e s s c ie n t a e p riu s e r a n t in u su q u a m in a rte.
c) Q ue la naturaleza es — conforme a las tesis antiguas— , junto al ejercicio (ex er-
c itiu m ) y el conocim iento (d iscip lin a ), el tercer factor de todo arte, siendo con el ta
lento del artista com o la naturaleza participa del arte: in g e n iu m e s t v is q u a e d a m n a -
tu r a lite r Ínsita.
Estas ideas de H ugo acerca de la relación entre arte y naturaleza fueron luego de
sarrolladas por R icardo " , otro canónigo del m onasterio de San V íctor.
8. L a b e lle z a s e n s ib le y la sim b ó lica . Las disquisiciones de H ugo sobre el arte y
lo bello, insertadas en el D id a s ca lico n son de carácter analítico y descriptivo, refi
riéndose a la belleza em pírica, perceptible por los sentidos.
Sin em bargo las distintas evaluaciones de dicha belleza, realizadas en la E dad M e
dia, eran m u y divergentes. A sí unos afirm aban que carecía de todo valor en com
paración con la «in visib le» pero «real» belleza divina. O tra concepción — heredada
de Plotino— sostenía en cambio que la belleza visible tenía cierto valor por ser re
flejo de la invisible. H abía además quienes aseguraban que su valor consistía p reci
sam ente en ser sím bolo de la invisible, habiendo incluso una tesis relativam ente poco
divulgada según la cual la belleza visible tenía valor por sí mism a, independiente
m ente de su relación co rría invisible.
En principio H ugo representaba la tercera postura. La belleza visible era para él
signo (s ig n u m ) e im agen ( im a g o ) d e la invisible; así creía que debía ser concebida
figurada ( fi g u r a t i v e ) y sim bólicam ente ( s y m b o lic e ) 12. E insistía en que la verdadera
belleza era la d ivin a. , m ientras que el d e c o r cr ea tu r a r u m era valioso porque cons
tituía un reflejo (s im u la cr u m ) de D ios, y a que «el mundo era como un libro escrito
por la mano de D ios» H. Pero, a pesar de ello, se ocupó de la bellaza de este mundo
con un afán y conocim iento de causa poco com unes en los tiem pos m edios, como
si estuviera dispuesto a adoptar aquella cuarta concepción y adm itir que la belleza
de este m undo es valiosa por sí m ism a.
N o obstante, tam poco él pudo quedarse en una estética em pírica y — como lo h i
cieron los demás pensadores de la época— elevó sobre ella una superestructura de
carácter religioso y especulativo, com binando así las pautas marcadas por Cicerón
con las de Seudo-D ionisio. En efecto la escolástica había abandonado la vieja con
cepción bílica, y en los tiem pos de H ugo nadie afirmaba y a que la belleza fuera ún i
camente propiedad de la creación y no del C reador. En este sentido, otros eruditos
del m onasterio de San V íctor, como por ejem plo el poco conocido A chardus 15, des
cuidaron por com pleto la estética em pírica para dedicarse exclusivam ente a la
religiosa-especulativa a.
H ugo trató también el aspecto psicológico de la estética. Aunque no lo dijera ex
presam ente, consideraba lo bello como objeto de contem plación, sólo que para él,
como para los demás pensadores del siglo X II, dicho objeto tenía un concepto m uy
am plio 16. C ontraponiéndola al acto de pensar, que tenía un carácter preciso e inves
tigador, la contem plación era entendida como acto que «se extiende a num erosas co
sas incluso a todas» y , teniéndolas ocularm ente delante, las abarca con su «clara m i
rad a». A sí concebida, la contem plación tenía varios niveles, desde los sentidos hasta
la «in teligen cia», que fue el nom bre que los V ictorianos dieron a la intuición inte
1 M . Th. d'A lvcrn y, en: «Recherches de théologie ancienne et m oderne», X XI, 1954-55, págs. 299 v ss.
lectual. Pero aun en el m áxim o grado de intensificación de la experiencia — la vivida
frente a la belleza incluida—• la inteligencia decía su lugar al éxtasis. A sí, mientras
que la contem plación corriente era — a su m odo de ver— una capacidad propia de
todos los hom bres, el éxtasis (e x u lta d o ) era una experiencia excepcional, de carácter
m ístico. E igual que la belleza (que en sus form as superiores era para H ugo una be
lleza sim bólica), la contem plación, tenía un carácter m ístico en su nivel superior.
Pero H ugo sólo llegó a esbozar aquella psicología m ística, que fue detalladam ante
desarrollada por su discípulo, R icardo de San V íctor.
9. R ica rd o y su c o n c e p t o d e la c o n t e m p la c ió n d e lo b e llo . R icardo fue el segun
do filósofo destacado de aquella congregación (m. 1173) y uno de los m ísticos más
em inentes del m edievo, pues m ostrando menos interés que su m aestro por la esté
tica descriptiva, dedicó en cam bio la m ayo r atención a la m ística sim bólica. «¿Q ué
es la form a de las cosas visibles si no una im agen de las in visib les?», se preguntaba
R icardo.
Este autor clasificó los objetivos que consideraba bellos de m anera diferente que
H ugo, haciendo más hincapié en el análisis del contenido. A sí distinguió cosas her
mosas (res), acciones (o p e r a ) herm osas, y costum bres (m o r e s ) herm osas. Lo que gus
ta en las «cosas», dependería de las diversas m aterias: bronce, m árm ol, etc.; de los
colores, de las form as, y de las restantes calidades sensibles. «L as acciones» de la na
turaleza gustan del m ism o modo que las hum anas, y entre las «costum bres» las que
más com placen son las pertenecientes al culto religioso y la liturgia. Pero a menudo
gustan tam bién las costum bres puram ente hum anas o las pom pas seglares. Y ade
m ás, tanto las cosas, las acciones como las costum bres hum anas, tienen su bellelza
form al y su belleza sim bólica.
El problem a a que R icardo prestó m ayo r atención fueron las experiencias o ri
ginales p or lo bello que — a su modo de ver— tenían un carácter contem plativo. En
su principal obra m ística, B en ia m in M a io r, distingue seis tipos de contem plación 17:
1. La contem plación im aginativa, que se realiza m ediante la im aginación.
2. La im aginación, que se realiza m ediante la razón.
3. La racional que se realiza m ediante la im aginación.
4. La racional que se realiza m ediante la razón.
5. La que aparece por encima de la razón, más no contra ella.
6 . La que aparece por encima de la razón siéndole aparentem ente contraria.
A sí pues, dos clases de contem plación residen en la im aginación, dos en la razón
y dos en la inteligencia. Los dos prim eros grupos tienen relación con la experiencia
estética en el sentido estricto del térm ino, y son precisam ente aquellas experiencias,
relacionadas con las cosas visibles y corporales, las que indican su m agnitud y d i
versidad, m ostrando su herm osura y la gratificación que producen. A un cuando tan
to más hermoso sigue siendo el m undo espiritual a cualquier caso.
En otro capítulo de su obra R icardo presenta otra jerarqu izació n de las expe
riencias contem plativas 18. En este caso, el prim er escalón lo con stituye la sencilla
contem plación de la m ateria; el segundo, la contem plación estética de formas y co
lores; el tercero, la concentración en las calidades de los demás sentidos: en los so
nidos, aromas y sabores m ediante los cuales — igual que m ediante los colores y las
form as— penetra la m ente en lo más hondo de la naturaleza. El cuarto escalón lo
con stitu ye la contem plación de las acciones y obras de la n atu raleza; el quinto, la
contem plación de las acciones y obras de los hom bres, especialm ente de las obras
de arte; el sexto, la cognición de las instituciones hum anas; y , finalm ente, el sépti
m o, la cognición de las instituciones religiosas y la participación en las cerem onias,
en las que convergen todas las calidades estéticas: las m elodías de los cantos, los co
lores y las formas de los tem plos y ornam entos litúrgicos.
En el segundo nivel, la contem plación tiene un carácter propiam ente estético;
allí se convierte en objeto de contem plación todo el mundo de formas y colores vi
sibles que y a H ugo había analizado. Pero tam bién a otros niveles la contem plación
de la que habló Ricardo no era sino una postura estética en aquella am plia interpre
tación del térm ino, propia de la Edad M edia.
En la contem plación de los escalones superiores distinguía R icardo tres géneros
cualitativos (q u a lita tes) 19: la «am pliación de la m ente» alcanzable por las capacida
des ordinarias del hom bre; la «elevación de la m ente», que exige un don especial, y
el estado superior logrado en la fascinación y el éxtasis (ex u lta d o ). En este últim o
estado la m ente sufre una transform ación (t r a n s fig u r a d o ), sale fuera de sí mism a y
por encim a de sí m ism a, «pierde m em oria de las cosas presentes», se vuelve ajena a
sí mism a. P or aquella transform ación llam ó R icardo a ese estado «enajenación» (a lie
n a d o ). El térm ino lo tomó de la m edicina, y fue el mism o que reaparecía en el sis
tema de M arx y se p op ularizaría en el siglo X X , pero y a en otro sentido, el de ena
jenación o alienación social, m ientras que para el m ístico del siglo XII tenía un sen
tido psicológico, designando la enajenación con respecto a la personalidad ordinaria
del hom bre. La mism a descripción de la experiencia reaparecerá en la estética del XX
y a con otra denom inación y sin el añadido del m isticism o, para defirnir ahora la ex
periencia estética como elim inación de la personalidad y concentración en el objeto
contem plado. Pero R icardo suponía que en el estado de «alienación» — enajena
ción— el hom bre contem pla «la belleza suprem a».
El pensador intentó describir dicha contem plación de la belleza en el estado m ís
tico (por ejemplo, en B e n ia m in M a ior, IV, 15) 20, pero no debemos esperar dem a
siado de una descripción de algo que los mism os místicos creían im posible descri
bir. N o obstante, la actitud m ística ante lo bello es demasiado típica de la Edad M e
dia com o para que la historia de la estética pudiera no reparar en ella. A unque tam
bién es verdad que en el período clásico de la escolástica hubo pocas descripciones
de esta índole, siendo más abundantes a finales del M edievo y y a en la época de la
C ontrarreform a.
10. R e su m en . La estética de los V ictorianos, la de H ugo, para ser más exactos,
es el capítulo más im portante de la estética del siglo XII, constando de dos elem en
tos com pletam ente distintos: el anaítico y el m ístico. El prim ero la acerca a los tra
tados técnicos de la teoría de artes, y el segundo a la estética de los cistercienses.
La parte analítica, la menos común en los siglos medios, dio frutos considera
bles: elaboró una clasificación de lo bello, subrayó su diversidad, form uló la tesis
de que la belleza puede residir en las percepciones de todos los sentidos, separando
al m ism o tiem po la belleza visible de las restantes; elaboró una desarrollada jerar-
quización de las experiencias estéticas; realizó una clasificación de las artes; hizo una
distinción entre artes principales y artes com plem entarias; advirtió que el origen de
las artes estriba en las necesidades del hom bre; hizo hincapié en los diversos obje
tivos del arte, desde la producción de cosas indispensables hasta las que sólo son gra
tas; form uló la tesis de que la producción de cosas de aspecto hermoso pertenece al
nivel superior de las artes, y expresó la idea del panesteticism o y el «panartism o».
8. L a e s t é t ic a d e l a e s c u e l a d e C h a r t r e s y d e o t r a s e sc u e l a s d e l
SIGLO XII
a C a rm in a C a n ta b rig en sia , ed. K. Strecker, en: M o n u m en ta G erm a n ia e H istórica , n.° 12, p. 37.
ALAN O DE LIL LE , A n ticla u d ia n u s
(P. L. 210, c 504).
2. Form a, figura, modus, numeras, 2. La forma, la figura, la medida, el nú
junctura decenter membria aptatur mero y la unión se adaptan convenientemen
et debita numera aolvit. Sic sibi te a los miembros y cumplen los números
reBpondent concorda pace ligata mem- precisos. Así se corresponden entre sí los
bra, quod in nullo discors junctura miembros enlazados en correcta armonía,
videtur. pues en ninguno se aprecia una unión dis
cordante.
G ILBERT DE LA PO RR É E, In
B o eth ii, De Hebdomad (ed. N. M. LA BELLEZA ABSOLUTA
H aning, IX p. 206). Y RELATIVA
4. B o n um düobus m odis d ic itu r: 4. Se dice que la belleza es de dos clases:
uno qu id em secun dum se, altero vero una por sí misma, y otra por la práctica. Ésta
secun dum usum , q u i ex eo quód procede de aquélla que se dice que es belleza
secunclum se bonum d ic itu i, a iii pro- por sí misma: por lo tanto, aquélla es abso
v e n it. Id eo qu e illu d a b so lu te ..., hoe luta..., mientras que ésta no es absoluta, sino
vero non ab so lu te sed q u ad am ad por comparación con la primera, de cuya
a liu m c u ju s ex illo bono usus p ro v en it práctica procede.
com paratio ne.
GILBERT DE LA PORRÉE, In
B oeth ii d e Trinitate (ed. Basril. 1570,
p. 1138).
8 . F o rm a m u ltip lic ite r d ic it u r ... 8. Se dice que hay múltiples formas... Se
D ic itu r e tiam form a quod est corpo rum dice también que la forma es la figura de los
fig u ra . cuerpos.
11. C reata est (m ateria) i n f o r m is , 11 . La materia fue creada sin forma, pero
n on ex toto c a r e n s f o r m a , sed ad no carece por completo de ella, sino de be
com paratio nem seq u en tis p u lch ritu - lleza y orden, que están vinculados a la
d inis e t ordinis. forma.
ROBERT DE MELUN, Sententiae,
I, 1, 20 (ed. R. Martin, III, I, p. 22).
12. E t ip s a in fo rm itas eat quae- 12. También la deformidad constituye un
d am fo rm a. Non enim a liq u id idcirco tipo de forma. En efecto, se dice que algo es
info rm e d ic itu r, quod om ni c a re a t deforme no porque carezca de forma, sino
fo rm a ; sed q u ia p ulch re form atum porque no está hermosamente formado.
non est.
BARTOLOME ANGLICO, De
p rop ieta tib u s rerum , 19, 7 (ed. Francfort,
1601, p. 1149). EL CON CEPTO DE LA BELLEZA
13. P u lc h ritu d o eat elegans cor 13. La belleza consiste en la disposición
p oris h ab itu d o cum colorís su a v ita te . elegante del cuerpo, unida a un color agra
dable.
LA BELLEZA ETERNA
GUIBERT DE NOGENT (de Novigento), MANIFESTADA EN LA BELLEZA
D e vita sua, 2 (P. L. 156, c. 840). TEMPORAL
14. E t c erte qu am vis m o m en tán ea 14. Y realmente, aunque debido a la ines
p u lch ritu d o s it san guinu m in s ta b ilita te tabilidad de la vida la belleza temporal sea
v e rtib ilis , secun dum consuetum im agi- cambiante, no se puede negar que es buena,
n a r ii b o n i mOdum, bona n eg a ri non según la medida habitual del bien imaginario.
p o test. S i enim q u id q u id a e te rn a lite r Si algo ha sido instituido eternamente por
a Deo in s.titu tu m est, p ulch ru m est. Dios, es bello. Toda belleza temporal es el re
O mne illu d quod tem p o raliter specio- flejo de la belleza eterna.
anm est, ae te rn ae illiu s speciei q u asi
sp ecu lu m est.
ALEXANDRE NECKHAM, De
la udibus divin a e sapientiae, 297 (ed. EL ARTE, LA RAZÓN , EL ORDEN Y
Wright, p. 426). LA BELLEZA
15. Sum m i S a p ie n tia P a tris Sin - 15. La Sabiduría del Padre Supremo, ma
g u la d isponens ars, noys, ordo, decor nifestándose y disponiendo el arte, la razón,
s in g u la com ponens, ludit-, creat, ordi- el orden y la belleza, divierte, crea, ordena y
n a t, o rn at. adorna.
CLAREMBALDUS DE ARRÁ S,
E xpositio s u p e r librum B oethii d e Trinitate
(ed. Jansen, p. 27). LAS ARTES PRÁCTICAS Y TEÓRICAS
16. In a rtib u s ceteris lib e ralib u s 16. Entre las restantes artes liberales o in
siv e e tia m m echanicis th eo rica n il cluso mecánicas, la teórica no es otra cosa que
a liu d e st q u am c o n t e m p l a t i o ra- el conocimiento de principios y reglas con los
tio n u m e t reg u laru m p er q u as ex cuales se procede en cada una de las artes. La
sin g u lis a rtib u s operandum est. .P ra c práctica es la habilidad de obrar conforme a
tic a vero sc ie n tia operandi est secu n las reglas prescritas y la observación de los
d u m p ra e eu n tiu m reg u laru m a tq u e principios.
ra tio n u m perceptionem .
DOMINGO GUNDISALVO, D e
d ivision e p h ilo so p h ia e, 4, 2 (ed. Baur, 52).
17. C um om nis ars d iv id a tu r in 17. Todo el arte se divide en teoría y
th e o ric a m e t p ra c tic a m , qu on iam v el práctica, puesto que consiste o en el conoci
h a b e tu r in so la cognitione m en tís, miento intelectual —arte teórica—, o bien en
e t e st th e o ric a , v e l in exercitio operis, la ejecución de la obra —arte práctica.
e t e st p ra c tic a .
DOMINGO GUNDISALVO, De
d ivision e p h ilo so p h ia e, 4, 2 (ed. Baur, 52). EL CONCEPTO DE ARTISTA
18. A r tife x e st, q u i a g it in m a- 18. El artista es el que trabaja la materia
te ria m p e r in stru m e n tu m secundum artísticamente con herramientas.
artem .
JUAN DE SALISBURY,
M eta logicon , III, 8 (ed. C. Webb, p. 148). EL CONCEPTO DE LA IMAGEN'
19. Im ag o est cuius g en eratio p er 19. La imagen es lo que nace por imi
im ita tio n e m ñ t. tación.
a Aristóteles Latinus, X X X III: D e a r t e p o é tic a , G uillerm o de M oerbeke intérprete, ed. E. Valm igli,
revis. Ae. Franceschii et L. M inio-Paluello, 1953.
b ] . Tkatsch, D ie a r a b is c h e Ü b erse tz u n g d e r P oetik , Viena, 1928-32.
c L. M inio-Paluello, G u g lie lm o d i M o erb ek e tr a d u tto r e d ella «P o é tica » d i A risto tele (1278), en: «R i-
vista di Filosofía N eoscolastica», 1947.
d E. Lobel, T h e M e d ie v a l la tin P o etics, en: «Proceedings of the British A cadem y», X VII, 1931. Ae.
Franceschini, La p o é ti c a d i A risto tele n e l s e c o lo XVIII, e n : A tti R. In stit. V en eto XCIV , II, 1934135.
3. D efin ició n d e lo b e llo . Lo más característico de la escolástica fue el plantea
miento metodológico de sus designios com enzando pues desde el principio con la
definición de lo bello. A sí lo form uló G uillerm o de Auverghe, diciendo que es bello
lo que gusta por sí mismo ( p e r s e ip su m p la e e t) Esta misma idea la expresó tam
bién en otros térm inos, sosteniendo que es bello lo que deleita a la mente (a n i-
m u m d e le c t a t) y lo que la atrae (a d a m o r e m su i a llicit).
La definición persentada en la S u m m a A lex a n d ri era parecida: es bello lo que es
suceptíble de gustar cuando es percibido, o es bello lo que contiene cualidades agra
dables de contem plar. 13
Lo característico de aquellas definiciones es el concebir la belleza como relación
entre el sujeto y el objeto, com o capacidad del objeto para gustar y atraer al sujeto.
Esta «relacionización» de lo bello no fue un concepto inesperado ni original, pues
ya- lo había mencionado San Basilio. Señalado por la prim era generación de los es
colásticos, pasó sin embargo inadvertido para sus sucesores, y tan sólo Santo Tomás
de A quino volvió a resucitarlo.
La definición de los escolásticos, determ inando lo bello en relación al sujeto, in
troducían el factor subjetivo, lo que no significa que tuvieran la belleza por un fe
nómeno puram ente subjetivo. Para los escolásticos, lo bello constaba de dos facto
res: el subjetivo y el objetivo y , conforme a ello, lo analizaban en dos aspectos, el
objetivo y el psicológico.
Adem ás, en sus estudios, los escolásticos no se lim itaron a la belleza corpórea;
dieron también gran im portancia a la la belleza espiritual, por lo que tuvieron que
adoptar una definición m uy am plia de lo bello. La distinción entre aquellas dos cla
ses de belleza.—la corpórea y la espiritual— , es decir, entre la exterior y la interior,
la sensible y la inteligible, y a la habían realizado los filósofos antiguos, quienes (sal
vo Platón y los platónicos) no prestaron tanta atención como los pensadores me
dievales a la belleza espiritual, interior e intelectual.
Estos últim os no abrigaban duda alguna respecto a la jerarquía de valores entre
la belleza corpórea y la espiritual. En efecto, sólo la espiritual era para ellos verda
deramente im portante 14, creyendo que sólo por ella era estim able la belleza. Vaci
laban, en cambio, al precisar cuál de las dos conocemos m ejor y más directam ente.
G uillerm o de Auvergne sostenía que lo prim ario era la belleza corpórea, porque
— según argum entaba— si entendem os por lo bello la belleza espiritual «es porque
la com paramos con la belleza exterio r y visible» 2. Por otro lado, afirm aba, la be
lleza espiritual «no la juzgam os exterior sino interiorm ente», y hasta la belleza ex
terior es evaluada según su «conveniencia» que es una de las cualidades morales.
4. El ca r á cte r o b je t i v o y c o n d i c i o n a l d e lo b e llo . N o obstante la «relacio n iza
ción» de lo bello com prendida en su definición, los escolásticos tenían dicho con
cepto por una cualidad objetiva de las cosas bellas, considerando que reconocemos
como bellas las formas o acciones hermosas porque nos gustan, y que para que nos
gusten ellas mismas deben poseer determ inadas cualidades. Algunas acciones son
pues, al decir de G uillerm o, herm osas y adecuadas «indudablem ente y en su esen
cia» (in d u b ita b iliter e t e s s e n t ia lit e r ) ; y dado que la belleza es su esencia y calidad
(essen tia e t q u id d ita s), por su naturaleza complacen a nuestra visión interior. Otro
tanto ocurriría con la belleza corpórea: algunos colores, formas y disposiciones de
las partes son hermosos en su esencia y naturaleza, es decir, que com placen por su
naturaleza. D ecir que algunas cosas «gustan por sí m ism as» (p er s e ip su m ), ex e s s e n
tia p l a c e n t , 3 o que gustan «p o r su n atu raleza»: n a tu m est p la ce r e , fue la fórm ula
m edieval que resum ía la idea de objetividad de lo bello. Los escolásticos la introdu
jeron incluso en su definición: «llam am os bello para la vista lo que por su natura
leza y por sí mismo deleita la vista de los observadores», escribió G uillerm o. O, en
otros térm inos, es bello lo que tiene que gustar. Si nuestra afición por una cosa ca
rece de este requisito, no h ay en ella belleza, sino sólo una afición subjetiva. El ca
rácter objetivo de las cosas se revela especialm ente al com pararlas con los útiles: lo
bello depende de las cualidades de las cosas y su u tilid ad, de aquello a lo que sirven,
aseguraba la S u m a A lex a n d ri, citando a San Isidoro. Y lo que concierne a lo bello
atañe tam bién, y en el mismo grado, a su opuesto: la fealdad. «Llam am os feo lo que
por sí mism o causa aversión y repugna a nuestro esp íritu».
A todo lo anterior, ponía G uillerm o una restricción fundam ental: lo bello, a pe
sar de ser objetivo, esencial y natural, opera sólo en ciertas condiciones; si éstas no se
cum plen, lo bello no nos gusta. «E l rojo, en sí m ism o, es hermoso y decide sobre
la belleza, pero cuando se encuentra en aquella parte del ojo que debería ser blanca,
lo afea. Lo que en sí mism o es bello y bueno se convierte en feo en un sujeto in a
propiado. Por ejem plo, el color verde, aunque es bonito en sí mism o, se convierte
en feo en un objeto para el que no es adecuado» 4. Lo mismo ocurre con las form as:
«en sí m ism o, el ojo es hermoso y bello, y con su belleza adorna el rostro humano,
pero sólo cuando se halla en el lugar que le corresponde. Si se hallara en el lugar de
la oreja o en m edio de la cara, es decir, en un sitio inadecuado, afearía el ro stro ». 5
Lo mism o se refiere tam bién a la belleza esp iritual o m oral: es hermoso poseer,
por ejem plo, inteligencia y educación, pero cuando las tenga un hom bre depravado,
no harán sino intensificar la desfiguración ( a u g e t d e tu r p a tio n e m s u b ie c ti) que le
caracteriza.
A sí pues, ciertos colores, formas o cualidades intelectuales son objetivam ente be
llo s, pero sólo cuando aparecen en un conjunto adecuado; de lo contrario, pierden
su belleza. «L as cosas bellas por sí m ism as, con relación a ciertas otras cosas, o en
com binación con otras cosas, o como com ponentes de otras cosas, se vuelven feas» 6.
La fealdad aparece cuando las cosas tom an una form a inapropiada. «H ablam os
de fealdad por oposición a la belleza» dice G uillerm o. «L a fealdad aparece en dos
casos: cuando existe algo indebido o cuando falta lo debido. Sería feo si alguien tu
viera tres ojos, pero es igual de feo cuando tiene sólo uno. En el prim er caso, sería
feo porque tendría algo indebido, y en el segundo, porque no tendría lo debido» 7.
5. La e s e n c ia d e lo b e llo . La definición que interpretaba la belleza como lo apro
piado al gusto, y com o aquello que no puede disgustar, hizo surgir una serie de p re
guntas: ¿En qué consiste lo bello? ¿C uáles son las cualidades de las cosas bellas?
¿Q ué cualidades causan que las cosas gusten y tengan que gustar?
Las respuestas de los filósofos clásicos, que los escolásticos llegaron a conocer
a través de San A gustín, Boecio y San Isidoro, trababan la belleza como cierta re
lación concebida de dos m aneras: como relación entre las partes de las cosas, o como
relación entre la cosa y su finalidad. Es decir, una de las tesis presum ía que una cosa
es bella cuando entre sus partes se da una relación arm oniosa, y la otra sostenía que
la cosa es bella cuando es conveniente, correspondiendo a su finalidad, a su objetivo,
y a su naturaleza (c o n v e n i e n s , a p tu m , d e c o r u m ) .
G uillerm o de Auvergne sostenía, concretam ente, esta segunda interpretación de
lo bello, subrayando que la belleza sólo era concebible en un objeto adecuado (in
s u b ie c t o d e c e n t i) y dispuesto en su debido lugar (in l o c o d e b ito ). Pero tam bién decía
que «la belleza en sí mism a o bien es la form a y la localización, o bien el color, o
bien lo uno y lo otro, o lo uno en com paración con lo o tro »; de modo que la be
lleza tam bién consiste en una relación entre las partes de las cosas, y a que estriba en
la form a.
Pero fueron sobre todo los franciscanos, los autores de la S u m m a A lex an dri,
quienes se atuvieron a esta tesis de que lo bello consiste en una relación entre las
partes 15, tesis antigua, aportada a la estética cristiana por San A gustín. A sí la S u m -
m a afirm aba cjus p u l c h r a e s t res, q u a n d o t e n e t m o d u m e t s p e c ie m e t o r d in e m 17. Era
está una definición idéntica a la de San A gustín: deciden sobre la belleza m o d u s, s p e
cie s y o rd o .
La S u m m a del siglo XIII no hacía más que repetir fielm ente la idea de San A gus
tín, citando los m ism os elem entos, aunque en form a adjetivada, y sosteniendo que
las cosas son bellas cuando son m o d e r a ta , s p ecio s a y o rd in a ta . Aunque los tres tér
minos eran más bien am biguos y polivalentes, parece que según el modo de enten
derlos los franciscanos del siglo X III, m o d u s correspondía a la m edida, s p e c ie s a la
forma, y o r d o al orden, por lo que la fórm ula de fray A lejandro, traducida a nues
tro lenguaje, equivaldría a decir que es bello lo que tiene m edida, forma y or
den.
El m o d u s es determ inado en la S u m m a A lex a n d rii como lo q u o res lim ita tu r 16:
lo que lim ita y encierra las cosas, lo que las delim ita exteriorm ente y , por tanto, ar
m oniza interiorm ente. El o r d o se define como aquello q u o re s a d a liu d o rd in a tu r,
o sea, lo que relaciona las cosas con las demás, lo que las arm oniza con su ámbito.
Y , finalmente, la s p e c ie s queda definida como aquello q u o re s d istin g u itu r , es decir,
como una cualidad p articular de cada cosa que la distingue de las demás.
La m edida, la form a y el orden constituían, además para los autores de la S u m
m a A lex a n d rí cualidades universales de las cosas, sin las cuales sería im posible con
cebir el m undo (res n o n p o s s u n t in t e llig i sin e m o d o , s p e c ie e t o r d in e ), cualidades que
se m anifiestan con m ayo r evidencia en el mundo exterior (in co rp o ra b ilis), pero que
aparecen tam bién en el interior (in sp ir itu a lib u s) 1S. A sí pues, se hallan en cada cosa,
existiendo tanto en las cosas bellas como en las feas. Son además cualidades sujetas
a gradación — p a re cí que es así como h ay que entender el texto de la S u m m a — por
lo que tanto más bellas son las cosas cuanto más (q u a n to m a g is ) m edida, forma y
orden contienen 19.
Los franciscanos tom aron la teoría de la «m edida, form a y orden» del pensa
miento agustiniano y del L ib ro d e la S a b id u ría , más su auténtica fuente era la tesis
griega según la cual la belleza consistía en la arm onía de las partes.
Por un lado, los franciscanos asum ieron aquella tesis, pero por otro, polem iza
ron con ella, y su argum entación fue de lo más natural para teólogos y moralistas.
A sí sostenían que esta tesis no era aplicable a la belleza m oral. ¿Q uerrá esto decir que
se contradecían? Creem os que no, porque la concepción antigua de lo bello en cuan
to arm onía de las partes tenía dos versiones. La prim era, la pitagórica, que fue más
rígida y de carácter cuantitativo, y la posterior, que fue más flexible y cualitativa,
popularizada p o r los estoicos y C icerón e introducida en la estética cristiana por
San A gustín. C onsecuentem ente, los franciscanos del siglo XIII polem izaron con la
variante cuantitativa, que' no englobaba la belleza m oral, m ientras que la cualitativa
llegó a ser fundam ental para su estética.
6. L a f o r m a (sp ecies). De las tres cualidades de lo bello -m edida, forma y or
den— la más im portante para la S u m m a A lex a n d ri fue la forma (s p e c ie s ) 20. No en
vano el adjetivo s p ec io s u s fue y sigue siendo usado com o sinónim o de p u l c h e r (bello,
herm oso). Pero al hablar de la «form a» los autores que tanta im portancia atribuían
a la belleza del alm a, no se referían exclusivam ente a la form a exterior.
La voz s p e c ie s tenía en latin dos significados. En el lenguaje corriente designaba
el aspecto exterior, sensible de las cosas, m ientras que en la lógica significaba el con
tenido conceptual, o sea, no sensible, de las cosas. La S u m a hace mención justam en
te de aquel doble sentido: « S p ecies tiene dos significados: p or un lado significa «el
rasgo distintivo de las cosas» (q u o res d is tin g u itu r ) y por otro, «lo que hace que las
cosas deleiten y parezcan agradables (q u o re s p l a c e t e t a c c e p t a est) " V A sí pues, el
térm ino s p e c ie s tenía una acepción lógica y otra estética, y la S um a , al definir s p ecie s
como q u o re s d is tin g u itu r , hizo pasar a la estética el sentido lógico, no sensible, ino
cular del térm ino, fundiendo ambos sentidos en un solo concepto.
La idea de la S u m m a puede expresarse de otro m odo: la form a exterior, sensi
ble, es bella cuando expresa la form a interior, conceptual. Y ésta constituye prácti
camente la diferencia entre una form a bella y otra que sim plem ente resulta grata a
los ojos, que gusta a los sentidos. L a belleza no es sólo un aspecto adecuado (c o n -
v e n i e n s a s p ectu s ), ni una silueta agradable (fig u r a tio ), ni una estructura ordenada ( fo r -
m a tu m ), sino tam bién una expresión del carácter específico de las cosas (q u o re s d is
t in g u itu r ) dirigiéndose no sólo a los ojos sino también a la mente.
Y ésta, que era una concepción nueva, tendría en el futuro la m ayo r im portancia.
7; G r a d a ció n d e la b e llez a . La belleza consiste en una cierta gradación, exis
tiendo una sp ecio s ita s m a io r y otra m in o r. Se da pues toda una jerarqu ía de lo bello:
la belleza de los cuerpos y , superior a ésta, la belleza de las alm as; la b elleza pasajera
de las cosas, y la constante, y esencial (essen tia lis), del mundo 26.
Por lo demás, toda belleza, la tem poral, corpórea incluida, los escolásticos la vin
culaban con Dios. Por un lado sostenían — igu al que los Padres griegos— que es
bello sólo lo que com place a Dios y feo lo que no le agrada 9, es decir, que sólo
Dios (y no el hom bre) es ju ez de la belleza. Pero por otro lado, repetían con San
A gustín que «la belleza de la creación es el vestigio (v e s t ig iu m ) que conduce al'co-
nocim iento de la belleza no creada» 21. Es decir, que la fuente de lo bello sería Dios
y no el hom bre. En consecuencia, contem plando formas hermosas vemos la eterni
dad que en ellas se refleja. En el lenguaje teológico utilizado por los escolásticos
esto significaba que la belleza era una cualidad esencial de las cosas.
8. R e la ció n e n t r e lo b e llo y e l b ien . Si definim os la belleza como m edida, forma
y orden, como lo hizo la S u m m a A lex a n d ri, surge cierta dificultad pues éstos son
los m ism os elementos que caracterizan el bien. ¿H a y entonces alguna diferencia en
tre el bien y lo bello? Y si la h ay, ¿en qué consiste? Algunos escolásticos, por ejem
plo G uillerm o de A uvergne y G uillerm o de A uxerre, identificaron sim plem ente am
bos conceptos. Lá S u m m a A lex a n d ri, en cam bio, señaló la diferencia: el bien es ob
jeto de caridad, m ientras que la belleza es objeto de contem plación. U na mism a cosa
puede ser buena y bella a la vez, pero es buena por ser objetivo de aspiraciones y
bella p or ser objeto de percepción. Esta solución no sólo reveló que el bien y lo be
llo son dos conceptos distintos, sino tam bién que tienen un rasgo en común (que
y a se había percibido en la definición de lo bello): tanto el bien como lo bello son
cualidades propias de los objetos, pero que aparecen en relación al sujeto (en el caso
del bien, con relación a los sentim ientos y en cuanto a lo bello, con relación a la
contem plación, a las percepciones) 22.
H abían transcurrido casi m il años desde que esta mism a idea fuera pronunciada
por San B asilio; ahora los escolásticos la recogían y la incluían en su sistema.
9. P r e c e p c ió n d e lo b e llo . D ada su interpretación de lo bello, para los primeros
escolásticos fue de gran im portancia el aspecto subjetivo de la belleza. A sí estudia
ron no sólo sus cualidades sino tam bién los efectos que ejerce sobre el hombre y el
cómo le com place y satisface. A dem ás, coincidían en que lo bello llega a la cons
ciencia del hombre m ediante la percepción, afirm ando G uillerm o que experim enta
mos la belleza directam ente, m eaiante los sentidos (ista o m n ia ip so e x p e r im e n to s e n -
su s fiu n t) .
En la S u m m a A lex a n d ri se em plean diversos términos para designar la percep
ción de lo bello, siendo el más frecuente el de a p p r e b e n s io , así com o tam bién: s p e c -
ta re, in t u e r i y a s p icer e. Todos estos vocablos eran sinónim os de visión (v isu s) que
para G uillerm o era el verdadero «testigo » de la belleza y de la fealdad u . Por su na
turaleza, nada sino la visión es relacionada con lo bello. Y se referían no sólo a la
visión exterior sino también a la interior, entendiendo el término de m anera m uy
am plia, igual que los Victorianos del siglo anterior, como una postura intuitiva ante
el objeto, como toda contem plación opuesta al pensam iento discursivo.
Por otra parte, m ientras que los escolásticos del siglo XII atribuían la capacidad
de percibir la belleza a todos los sentidos, G uillerm o de Auvergne volvió a la tesis
griega de que únicam ente la vista 10 y el oído eran capaces de hacerlo, porque sólo
ellos advierten la m edida, el orden y la form a. Pero la «vista» G uillerm o la entendía
tan am pliam ente que también abarcaba con el térm ino la «vista interior (y is u s in t e
r io r e t in te llig ib ilis). «Igual que la vista exterior es testigo de belleza exterior, la vista
interior lo es de la belleza interior e in telectual». «C uan do queremos conocer la be
lleza visible consultam os a la vista exterio r; asim ism o, cuando se trata de belleza in
terior, hay que consultar (c o n s u le r e ) a la vista interior y confiar en su testim onio (tes
tim o n io e ju s c r e d e r e ) 12».
La belleza es además objeto de una aspiración n a tu ra l 23 y su percepción es se
guida del sentim iento de satisfacción ( q u e i a S u m m a A lex a n d ri denominaba con pa
labras tales como d e le c t a r e y p ia c e r e ) . N o h ay experiencia de lo bello sin satisfac
ción como no la h ay sin percepción. La percepción es la condición del hallazgo de
la belleza, y la satisfacción su resultado.
A jucio de los escolásticos, existían dos clases de satisfacción proporcionada por
la belleza: la egoísta y la religiosa. En el caso de la prim era, la consciencia del que
advierte la belleza se concentra en el objeto herm oso; en el caso de la segunda, m e
díante el objeto se dirige hacia Dios. «O curre que consideramos a las criaturas se
gún la belleza que encierran y el delite que proporcionan, sin relacionarlas con Dios.
En otras ocasiones deliberam os sobre ellas teniendo en cuenta que tom an su her
m osura de la belleza suprem a, y el deleite que ofrecen se debe a que es fuente del
deleite su p rem o .24»
10. L os e le m e n to s a n t ig u o s y lo s n u e v o s . Los prim eros escolásticos que se pro
nunciaron sobre cuestiones estéticas plantearon sus problem as fundam entales: la de
finición de lo bello, la esencia de lo bello, la postura del hombre ante la belleza. Y
trataron todos aquellos problem as, aunque fuera de modo superficial. A dem ás, de
finieron la belleza m ediante la com placencia (n a tu m e s t p i a c e r e ), vieron su esencia
en la form a (sp ecies), y la actitud adecuada frente a lo bello en la contem plación (ap-
p r e h e n s io , co n te m p la tio ).
Pero no tuvieron necesidad de em pezar desde el principio: la idea de que la be
lleza exige una actitud contem plativa la pudieron encontrar en la doctrina victoria-
na; la tesis de que lo bello depende de la form a, de la m edida y del orden, la toma
ron de San Agustín. Tal vez la idea más original de los primeros escolásticos fue la
am pliación del concepto de forma (species)-, en este caso traspasaron los lím ites del
sencillo sensualismo y de una interpretación puram ente matemática, entre los que
solía oscilar la estética anterior. Lo más im portante, sin embargo, fue el hecho de
que al proceder metódica y sistem áticam ente partían de problem as básicos, gracias
a lo cual pudieron dar un significativo paso adelante en la teoría de esta disciplina:
basándose en ideas y observaciones independientes, avanzaron hacia una teoría de
lo bello científicam ente ordenada.
N. TEXTOS DE GUILLERMO DE AUVERGNE
Y DE SUMMA ALEXANDRI
GUILLERMO DE AUVERGNE, De
b o n o et m alo, 206 (mns. Balliol), Pouillon,
315,6). DEFINICIÓN DE LA BELLEZA
1. Q uem adm odum enim p ulch ru m 1. De este modo, pues, decimos que es
v is u d icim u s, quod n atu m e st p e r se bello para la vista lo que por naturaleza y por
í p s u m p l a c e r e sp e ctan tib u s et d elec sí mismo gusta a los que observan y deleita
t a r e secu n d u m visu m , sic et p ulch ru m mediante la vista, así como la belleza interior,
in te riu s , quod in tu e n tiu m ánim os que deleita el espíritu de los que la contem
d e le c ta t e t am orem su i a llic it ... L a u d a - plan y los atrae... Se dice que es digna de
b ile e t bonum p er se v o catu m est et aprecio y buena en sí misma y hace dignos
la u d a b ile s fa c it ipsos h a b e n te s... l a t a de aprecio a los que la poseen... Ahora bien,
a u te m o m n ia ipso exp erim en to sensus todo esto se percibe en la propia experiencia
n o ta ñ u n t ... I n h u ju s e x p lan atio n e non sensible... No nos detendremos en la expli
im m o ra b im u r quoniam ipse in te rio r cación de ésta, pues la mirada interior es tes
v isu s te s tis e st nobis in te rio ris e t tigo para nosotros de la belleza interior e in
in te llig ib ilis p u lch ritu d in is, sic u t e x te teligible, del mismo modo que la mirada ex
rio r v is u s e st exterio ris. terior lo es de la belleza exterior.
GUILLERMO DE AUVERGNE, D e
b o n o e t m alo, 206 (Pouillon, 316).
5. O culus in se speciosus e t p ulch er 5. En sí mismo, el ojo es hermoso, bello,
e st et e st d eco ran s faciem h u m an am y con su belleza adorna el rostro humano,
p u lc h ritu d in e su a, hoc au tem cum pero sólo cuando se halla en el lugar que le
situ s e st in. loco com peten ti sib i et corresponde. Si se hallara en el lugar de la
d ebito. V eru m si esset, u b i au ris ip sa oreja o en medio de la cara, es decir, en un
est, a u t in m e d ia facie , in loco scilicet sitio inadecuado para él, afearía el rostro.
non c o n g ru e n ti sib i, ipsam faciem
d e tu rp a re t.
GUILLERMO DE AUVERGNE, De
b on o e m a lo, 207 (Pouillon, 316).
6 . Ip su m quod est in se decorum , 6. Lo que en sí mismo es bello se vuelve
e st tu rp e a d a liq u id , a u t cum alio, feo cuando se relaciona, se combina o forma
a u t in alio . parte de otros seres.
GUILLERMO DE AUVERGNE, De
b on o e m alo, 207 (Pouillon, 316-17). LA FEALDAD
7. P e r oppositionem au tem eius 7. Hablamos de fealdad por oposición a
p u lc h ritu d in is tu rp itu d in e m dixim us. la belleza. La fealdad aparece en dos casos:
E t hoc e st secun d um dúos modos, v e l cuando existe algo indebido... o cuando falta
exh ib endo , quod non d e c e t..., vel lo debido. Llamaríamos feo al que tuviera tres
secun d um p riv atio n e m tan tu m . Tur- ojos, y no menos feo al que tuviera sólo uno:
p em d icim u s, si qu is h ab eret tres en el primer caso sería feo porque tendría
oculos, e t tu rp e m nihilom inus mono- algo indebido, y en el segundo, porque no
culum , sed illu m in habendo, quod tendría lo debido.
dedecet, istu m in non habendo, quod
decet ip su m h ab ere.
GUILLERMO DE AUVERGNE, De
b on o e m alo, 210 (De Bruyne, III, 84).
9. N ih il esse p ulch ru m dinoscim us 9. Reconocemos que nada es bello sino lo
n isi quod. Deo p laeere, n ih il tu rp e n isi que complace a Dios, y nada es feo sino lo
quod Deo d isp licere n ovim u s. que le disgusta.
GUILLERMO DE AUVERGNE, D e
b o n o e m alo, 207 (Pouillon, 316 y De RELACIÓN ENTRE LO BELLO Y EL
Bruyne, III, 76). BIEN
13. Y e rita s est d isp ositio e x p a rte 13. La verdad es la disposición de la for
fo rm ae r e la ta a d in te riu s, p u leh ritu d o ma referida al interior, y la belleza es la dis
v ero e st disp ositio e x p a rte fo rm ae posición de la forma referida al exterior: so
r e la t a a d e x te riu s: eolebam us enim líamos así decir que es bello lo que contiene
p u lch ru m d ieere, quod in se h a b e b a t, belleza en sí mismo, por lo que su aspecto re
u n d e eonveniens esset in asp e etu . sulta agradable.
SUMMA ALEXANDRI, II (ed. LA BELLEZA DE LOS SERES
Quaracchi, p. 576). INTELIGENTES
14. P en es q u ae p rin c ip a lite r con- 14. La belleza del universo está principal
Biatit p u lch ritu d o u n iv ersi su n t crea- mente en poder de las criaturas racionales.
tu i'ae ra tio n a les.
15. S ic u t en im «p u lch ritu d o cor 15. En efecto, del mismo modo que «la
p o rum e s t ex co n g ru en tia compo- belleza del cuerpo depende de la armonía de
Bitionis p a rtiu m " , it a p ulch ritud o an i- las partes que lo componen», así también la
m aru m e x co n ven ien tia v iriu m et belleza del alma depende de la conveniencia
o rd in atio n e p o ten tiaru m . de su naturaleza y del orden de sus potencias.
16. S pecies d ic itu r duobus m odis. 16. Species tiene dos significados. Por un
Uno m odo d ic itu r quo res d istin g u itu r; lado, significa «el rasgo distintivo de las co
e t sic c o n d iy id itu r co n tra m odum et sas», y así se diferencia de la medida y el or
ordinem , q u ia m o d u s e st, q u o r e s den, pues la medida es lo que limita las co
l i m i t a t u r , s p e c ie s , q u o d i s t i n g u i sas, la forma es lo que las distingue, y el or
t u r , o r d o , q u o a d a l i u d o r d i n a t u r . den lo que las relaciona con las demás. Por
A lio m odo d ic itu r species, q u o r e s otro lado, se define la forma como «lo que
p l a c e t e t a c c e p t a e s t : e t hoc modo hace que las cosas deleiten y parezcan agra
d ie it ratio n e m bon i d ecu rren tis p er dables», y así se alude a la naturaleza del bien
illa tria . que recorre las tres cualidades (medida, for
ma y orden).
17. D ic itu r enim p u lch ra res in 17. En efecto, se dice que una cosa es be
m undo, quando ten e t m o d u m debi- lla en el mundo, cuando posee la adecuada
tu m e t s p e c ie m , e t o r d in e m . medida, forma y orden.
io . L a e s t é t ic a d e R o b e r t G r o sse t e st e
3 Fragmentos de sus m anuscritos teológicos referentes a la estética fueron publicados por Pouillon,
op. cit., 288-291. Sus tratados concernientes a las ciencias naturales y de carácter metafísico fueron pu
blicados por L. Baur, D ie p h ilo s o p h is ck e n W erk e d e s R o b e r t G r o sseteste, 1912.
tes *. Los escolásticos la conocían, pero la interpretaron libre y cualitativam ente. R o
bert Grosseteste, en cam bio, le devolvió su prim itivo sentido m atem ático y pitagó
rico. En su opinión, una totalidad era arm ónica cuando entre sus partes se daba una
sencilla relación cuantitativa 2. D icha relación proporcionaba a las cosas la unidad,
y junto con ella, la b e lle z a 3'4. R obert sostenía 5 que «la correcta disposición y ar
m onía en todas las cosas com puestas deriva de las cinco proporciones que existen
entre cuatro cifras: 1 , 2 , 3 y 4 ». Siendo ellas las que producen la concordancia en
las m elodías musicales, los m ovim ientos y los ritm os.
En cierto sentido, la tesis de R obert Grosseteste significaba un nuevo giro en la
estética matemática. Los filósofos antiguos habían aplicado aquella teoría al mundo
audible, a los sonidos, a la m úsica, afirm ando que los sonidos estaban sujetos a leyes
m atem áticas y que la belleza de la m úsica estribaba en sencillas proporciones num é
ricas. Policleto intentó determ inar num éricam ente las proporciones perfectas del
cuerpo hum ano, pero en general, los griegos no habían creado una concepción ma
tem ática universal que abarcase tanto el m undo visible como el audible. N i tampoco
lo hicieron los estudiosos m edievales. Pero Robert Grosseteste sí pensaba en una
concepción de estas características.
A ella pudo conducirle la observación de analogías entre los sonidos y las for
mas y el hecho de que las ideas y palabras «pueden ser representadas m ediante fi
guras visibles» (p o ssib ile e s t r e p r e s e n t a n p e r f i g u r a m v is ib tle m ). Esta convicción le
perm itió abarcar con la teoría m atem ática no sólo los sonidos sino tam bién las for
m as, gracias a lo cual su concepción se convirtió en una teoría estética general. A si
m ism o, de una simple teoría aritm ética, como lo había sido p ara los griegos y luego
para Boecio, se convertía ahora en una geom étrica, y a que advertía la fuente de lo
bello tanto en los números sencillos com o en las líneas regulares 6.
La estética geométrica de R obert G rosseteste concordaba además con su cosmo
logía que también tenía un fondo geom étrico, tratando todo el m undo m aterial como
un conjunto de líneas, planos y figuras y atribuyéndole una estructura geométrica.
A sí, partiendo del supuesto de que el m undo es bello, vinculaba ambas cualidades
— geom etría y belleza— : el m undo es herm oso precisam ente por estar construido
geom étricam ente.
3. L a e sté tica d e la lu z . La estética de Grosseteste se basaba no sólo en con
ceptos geométricos sino tam bién en su idea de la luz. En el H e x a e m e r o n el pensa
dor com parte la tesis pitagórica de que decide sobre la belleza la proporción mate
m ática, pero en los com entarios a los N o m b r e s d iv in o s repite tras Ju an Damasceno
que la lu z es «la belleza y adorno de toda creación visible».
Esta tampoco era una idea nueva, pues provenía de Plotino, y en la estética cris
tiana era m uy estim ada desde antiguo p or San Basilio y Seudo-D ionisio. Pero Plo
tino creía que era incom patible con la estética m atem ática, en la cual la belleza con
siste en la proporción de las partes, m ientras que la luz es un fenómeno sim ple, y
estaba convencido de que había au e elegir entre la estética m atem ática y la estética
de la luz. Basilio a su vez trató de con ciliar la estética de la proporción con la lu
m ínica, ampliando el concepto de proporción para que cupieran en-él los efectos es
téticos de la luz.
Robert Grosseteste p or su parte, com prendía que la belleza de la lu z no consis
tía en la proporción en el sentido estricto del térm ino 7, pero ello no obstante com
paginó ambas estéticas esgrim iendo dos argum entos diferenciados. En p rim er lugar,
todo lo simple, y por tanto la luz, posee la proporción más perfecta por cuanto es
uniform e e interiorm ente concorde (m á x im e u m ta e t a d se p e r a e q u a lit a t e m c o n c o r -
d iss im e p r o p o r tio n a ta ) 8. Y en segundo térm ino, cuando se dice que la luz decide so
bre la belleza de las cosas, es más en el sentido de que constituye una condición
para la percepción de lo bello, que en el sentido de que sea la belleza misma. La
luz, dice Robert Grosseteste, em bellece las cosas y muestra su herm osura: lux e st
m á x im e p u lc h r ific a tiv a e t p u lc h r itu d in is m a n ife s ta tiv a 9; sin ella no podrían verse las
herm osas formas, y sólo habría oscuridad.
En la filosofía de Robert G rosseteste, la luz desempeño un papel igual de im
portante que los conceptos geom étricos, siendo éste uno de aquellos escolásticos del
siglo X III que desarrollaron la llam ada «m etafísica de la lu z». Grosseteste sostenía
que la luz es la forma prim itiva del m undo m aterial y que la configuración del m un
do es resultado de su radiación. La radiación se realiza en líneas rectas, proporcio
nando al mundo una forma geom étrica regular, una forma hermosa, porque la be
lleza consiste precisam ente en las formas regulares.
De esta suerte, la m etafísica de la luz se unía con la cosmología geom étrica y
ambas con la estética. La teoría de la luz de Robert Grosseteste fue, en principio,
una teoría cosmológica, pero concernía a aquellas fuerzas cósmicas que hacen que
nuestro mundo sea bello. Su teoría cosm ológica de la luz implicaba «una estética de
la lu z» com plem entaria de su «estética geom étrica». Según la una, la belleza consiste
en la form a geométrica, y según la otra, dicha forma geométrica es producto de la
luz. La com binación del concepto de la luz con el de proporción era típica de la es
tética m edieval, comenzando com o hem os visto por la doctrina de Seudo-D ionisio.
4. La b e llez a d e l m u n d o . La cosm ología de Robert Grosseteste le’ condujo a
una tesis m uy extendida en el M edievo que se concreta en la creencia de que el m un
do es bello. Sus discípulos la desarrollaron, justificándola de varios modos y re
curriendo a Platón, Aristóteles y C icerón. Tom ás de Y ork 10 fundam entaba la be
lleza del muñdo en la perfección de su creador, en la perfección de su forma y en
la perfección de sus elementos. Para R obert, en cambio, la belleza del m undo d eri
vaba de la luz y también — de acuerdo con las tesis tradicionales— del hecho de que
el m undo está construido con una finalidad, estando convencido de que la natura
leza obra siempre de la manera «m ás perfecta, ordenada, rápida y final de las posi
bles», p or cuya razón es bella.
Esta concepción referente a la n aturaleza Robert Grosseteste la extendía al arte,
creyendo que también éste debe sus cualidades a su finalidad. Adem ás, sostenía que
el hom bre, por sí mismo, no puede garan tizar a sus obras una finalidad, sino que
lo aprende de la naturaleza. El hom bre im ita en su arte a la naturaleza, y no tanto
su aspecto (como creyera antaño D em ócrito) como precisamente su m anera de obrar
con determ inada finalidad. «D ado que el arte im ita a la naturaleza y ésta siempre
obra de la mejor manera qué le es posible, el arte es tan irreprochable como la
n atu raleza» 11.
5. El a rte. En su concepto del arte, los escolásticos, fieles, a la vieja tradición,
presum ían que lo esencial es el conocim iento del artista. N o obstante, y a en el si
glo XII em pezó a ganar adeptos la idea de que el saber no era suficiente, y Robert
G rosseteste fue uno de los que lo dijeron explícitam ente.
Abandonando las posiciones antiguas y adelantándose a las m odernas, G rosse
teste sostenía que el arte no consiste sólo en el conocimiento sino tam bién en la ac
ción. La diferencia que parece haber entre el arte y la ciencia —escribía— es que en
ésta se trata principalm ente de la verdad, y en el arte en cambio de la m anera de
actuar conforme a la verdad ’2.
Es de advertir cierta originalidad en la explicación de Robert G rosseteste con
cerniente a los valores esenciales del arte. El pensador sabía que los adornos no son
indispensables para alcanzar la perfección, porque existen ciertas artes que o m a t u m
re p u d ia t. Por el contrario, todas las artes exigen tres cosas: lógica, m úsica y m ate
m áticas. Todas exigen en efecto una expresión correcta por lo que necesitan de la
lógica. Todas exigen la arm onía, la m edida y el ritm o, y por tanto se sirven de la
m úsica. Y tam bién todas se valen de las m atem áticas, porque al producir una obra
de arte o separan lo que está unido en la naturaleza, o introducen orden y com po
sición ( o r d in e m e t s itu m ), u otorgan por últim o diversas formas a las cosas (fig u r a s );
pues bien, para todo ello son necesarias la aritm ética y la geom etría.
Entre las disquisiciones y distinciones conceptuales referentes al arte, cabe men
cionar las observaciones de R obert G rosseteste acerca del im portante concepto de
form a. El estudioso sostenía que se llam a form a al modelo exterior a que se atiene
el artista; es form a en este sentido la horm a del zapatero para hacer las sandalias.
A sim ism o lleva este nom bre aquello con lo que el artista m odela la m ateria, y en
este sentido es form a el molde cíe fundición empleado p or el escultor. Y , finalm ente,
tam bién se llam a form a la im agen que el artista lleva en su mente según la cual crea
su obra 13.
Estas distinciones conceptuales de Grosseteste com plem entaban y precisaban la
¡dea de form a profesada por los escolásticos del siglo XIII.
6. E le m en to s c o m u n e s y o r ig in a le s d e la e s té t ic a d e R o b e r t G r o sseteste. La es
tética de R obert Grosseteste, una estética «geom étrica» y «de la lu z », junto con sus
observaciones sobré el arte, fue una estética del m undo m aterial. Pero tanto para él
como para los dem ás escolásticos, por encim a de la belleza del mundo estaba la di
vina. «Se habla de un hom bre hermoso, del alm a herm osa, de una casa herm osa, del
m undo herm oso, de ésta y aquella belleza, pero olvídate de éstas y m ira, si puedes,
la belleza en sí. A sí verás a D ios» 14, escribió G rosseteste, parafraseando a San A gus
tín, pues sólo contem plando la belleza suprem a es posible com prender qué es la be
lleza y si uno indagando la naturaleza de lo bello piensa sólo en la belleza corporal
y en ella basa su concepto de la m ism a, dificulta su verdadera com prensión 15.
D ados sus conocim ientos de ciencias naturales, sus aspiraciones m atem áticas y
su m etafísica de la luz, R obert Grosseteste no fue un escolástico adocenado. En la
estética, em pero, asum ió las mism as tesis que los demás escolásticos e igual que ellos
sostenía que el m undo es bello, que su belleza consiste en sencillas proporciones,
que la belleza suprem a es la belleza de Dios. Todas aquellas tesis, profesadas en la
Edad M edia, tenían sus raíces en la A ntigüedad, proviniendo del pensam iento de Plo
tino, de Platón y de los pitagóricos. M as G rosseteste trató de generalizar la teoría
m atem ática de lo bello y darle un fundam ento m etafísico, y en lo que respecta al
arte, lo separó de la ciencia con más precisión que sus contem poráneos. C onservan
do la tesis de la belleza divina, la explicó de m anera distinta que la m ayo ría de los
escolásticos: «cuando se dice de Dios que es bello, esto significa que Dios es la cau
sa de toda belleza» 16, lo cual quiere decir que m anteniendo la tesis de escolástica,
en realidad volvió a los conceptos de la patrística, según los cuales la belleza era pro
piedad de la creación y no del C reador, aquella propiedad de lo que podem os p er
cibir p or medio de los ojos.
14. D eua ig itu r est p erfectio per- 14. Así pues, Dios es la perfección más
fec tiasim a, com pletio com pletiasim a, perfecta, y el cumplimiento más completo, y
form a form oaiasim a e t apeciea apecio- la forma mejor formada y la hermosura más
sisaim a. D ic itu r homo form oaua, et hermosa. Se habla de un hombre hermoso, de
a n im a form oaa, e t domua form oaa, un alma hermosa, de una casa hermosa, de un
e t m undua form oaua; form oaum „hoc“ , mundo hermoso, de ésta y aquella belleza;
form osum ,,illu d t£. T olle, „hoc“ et pero olvídate de éstas y mira, si puedes, la be
„ illu d “ e t v id e ip sum form oaum , ai lleza en sí. Así verás a Dios, que no es otra
potea. I t a D eum videb ia non a lia form a forma de lo bello, sino la propia belleza de
form oaum , aed ipaam form o aitatem todo lo bello.
om nis form oai.
GROSSETESTE, D e unica fo rm a om nium NO PREGUNTES QUÉ ES LA
(ed. Baur, 108/9) BELLEZA
15. Noli quaerere, quid sit formo- 15. No preguntes qué es la belleza, pues
sitas. S ta tim enim se opponent calí al punto aparecerán las tinieblas de las cosas
gines imaginum corporalium... et nu- materiales... y las nubes de los sueños, y per
bila phantaam atorum et perturbabunt turbarán la claridad que al principio te ilumi
serenítatem , quae primo ictu illuxit nó, al decir... «belleza».
tibi, cum diceretur... formositas.
BUENAVENTURA, In Sap., 7, 10
(Quaracchi, VI, 153) LA BELLEZA DE LA LUZ
5. L u x e st p u lch errim u m e t delen- 5. La luz es lo mejor, lo más bello y agra
ta b ilissim u m e t o ptim um ín te r corpo- dable de las cosas corporales.
ra lia .
BUENAVENTURA, I I Sent. D. 34 a. 2 q.
3 (Quaracchi, II, 814) LA BELLEZA DE LA FORMA
6 . O m ne, ’qu o d e st ens, Uabet- 6. Todo lo que existe tiene alguna forma,
a liq u a m form am , om ne a u te m , quod y todo lo que tiene alguna forma posee
h a b e t a liq u a m form am , h a b e t p u lcliri- belleza.
tu d in em .
BUENAVENTURA, II Sent. D, 7 p. 2a 2
q. 2 (Quaracchi, II, 202) DIOS, NATURALEZA Y ARTE
12. T rip lex <est> a g e n s ... D eus, 12. Existen tres agentes...: Dios, la natu
n a tu r a e t in te llig e n tia . I s t a su n t agen- raleza y la inteligencia. Estos agentes guar
t ia o rd in a ta , it a quod p rim um p raesup - dan un orden, de tal modo que el primero
p o n itu r a secundo, et seeun dum está por encima del segundo, y el segundo
a te rtio . D eus enim o p e ratu r a nih ilo , por encima del tercero. En efecto, Dios crea
n a tu r a v e ro ... ex en te in p o te n tia , ars de la nada; la naturaleza, del ser en potencia;
eu p p o n it o peratio n em n a tu ra e e t ope- y el arte supone la acción de la naturaleza y
r a t u r su p e r ens com pletum : non enim crea sobre el ser real: en efecto, no crea pie
f a c it la p id e s, sed dom um d e la p id ib u s. dras, sino que con ellas construye una casa.
BUENAVENTURA, / Sent. D. 3 p. 2 a 1
q. 2 (Quaracchi, I, 83) LA IMAGEN Y SU MODELO
14. T r ia opo rtet in im agin is ra- 14. Es preciso suponer tres factores en la
tio n e praesup p on ere. Prim o enim naturaleza de la imagen.
i m a g o a tte n d itu r secundum expres- En primer lugar, la imagen se estudia con
sam eon fo rm itatem ad im a g in a tu m ; forme a su adecuación con lo imaginado; en
secundo, quod illu d quod conform atur segundo lugar, que lo que se ajusta a la ima
im ag in i, p er consequens conform etur gen, lógicamente se ajuste a lo imaginado: por
im a g in a to : un de qu i v id e t im agin em eso, el que ve una imagen de Pedro, lógica
P e tri, p er consequens v id e t e t P e tru m ; mente ve también a Pedro; en tercer lugar,
te r tio , quod an im a secundum BuaB que el alma, gracias a sus potencias, se aco
p o te n tia s conform is re d d a tu r h is ad mode a aquello hacia lo que se dirige, me
q u ae c o n v e rtitu r sive secundum cogni- diante el conocimiento o mediante el amor.
tio n em Bive secundum am orem .
BUENAVENTURA, I Sent. D. 3 p. la 1
q. 2 (Quaracchi, I, 72) LA PINTURA Y LA IMAGEN
BUENAVENTURA, I Sent. D. 31 p. 2a 2
q. 1 (Quaracchi, I, 544)
15. P u lch ritu d o ita refertu r ad 15. La belleza se refiere así al modelo,
p ro to typ u m , quod nihilom inus e st porque la belleza está tanto en la imagen
in im a g in e p u lcliritu d o , non solum como en el objeto que representa. Y se pue
in eo cuius est im ago. E t p otest ibi de descubrir así que la razón de la belleza es
re p e riri d ú p lex r a t i o p u l c l i r i t u d i - de dos tipos... Porque se dice que una pintu
n is ... Quod p a te t q u ia im ago d icitu r ra es bella cuando está bien pintada y tam
p u lc h ra , quando bene p ro tra c ta est; bién cuando representa correctamente a su
d ic itu r e tia m p ulolira, quando bene modelo.
re p ra e se n ta t u llu m , ad quem est.
BUENAVENTURA, D e red u ctio n e artium
a d th eol., 13 (Quaracchi, V, 323) LO BELLO, ÚTIL Y DURADERO
16. O m n is e n im a r t i f e x in - 16. Todo artista intenta crear una obra
t e n d i t p r o d u c e r e o p u s p u lc h r u m bella, útil y duradera... Los conocimientos
e t u t i l e e t s t a b i l e . . . S c ie n tia r e d d it hacen que la obra sea bella, la voluntad, que
opus p u lch ru m , v o lu n ta s re d d it u tile , sea útil: y la perseverancia, que sea duradera.
p e rse v e ra n tia re d d it stab ile.
berichte der bayerlschen A kadem ie der W issenschaften, Philos. - philol. Klasse, Jah rg. 1925,5 A bh., M ün-
chen, 1926.
s Grabman, op. cit. en la Introducción.
tido constituye la quintaesencia de su estética, pasó a la filosofía práctica del m edie
vo más que a su concepción de la belleza.
Ello no obstante, los adeptos al sistem a aristotélico, con Santo Tomás a la cabeza,
tenían y a una noción suficientem ente am plia de la filosofía del E stagirita, introdu
ciendo en el pensam iento estético m edieval algunos de sus elementos, y , sobre todo,
su espíritu y su actitud em pírica fundam ental.
R. TE X TO S DE A LBE R T O M A G N O Y DE U L R IC O DE ESTRASBURG O
MAGNITUD, PROPORCIÓN
ALBERTO MAGNO, M urióle, Qu. 15-16. Y COLOR
2. A d p u leh ritu d in em tr ia requ i- 2. La belleza requiere tres elementos: en
ru n tu r : p rim um est elegans e t con- primer lugar, una elegante y armoniosa mag
ven ien s corporis m ag n itu d o , secun d um nitud corporal; en segundo lugar, una dispo
est m em b ro ru m p ro p o rtio n ata ío rm a- sición proporcionada de los miembros; en
tio , te rtiu m boni e t lu c id i colorís per- tercer lugar, un revestimiento de color agra
fusio. dable y luminoso.
ULRICO DE ESTRASBURGO, D e
p u lch ro (Grabmann, 73-4). LA BELLEZA DE LA FORMA
1 0 . (F orm a) e s t p u lch ritu d o omnis 10. La forma es la belleza de cada ser...
r e i... Ideo e tia m p u lch ru m alio nom ine Por eso lo bello se denomina también «her
v o ca tu r speciosum a sp ecie siv e form a. moso» (speáosus), de «hermosura» (species),
que es sinónimo de «forma».
ULRICO DE ESTRASBURGO, D e
p u lch ro (Grabmann, 75). LA BELLEZA DE DIOS
11. D eus non so lum p u lch e r est 11. Dios no sólo es completamente bello
p erfecte in se in fin e p u lch ritu d in is, en sí y como fin de la belleza, sino que ade
sed in sup er e st c a u sa efficicn s et más es causa eficiente ejemplar y final de toda
e xem p laris e t fin a lis om nis c re a ta e la belleza creada.
p u lch ritu d in is.
ULRICO DE ESTRASBURGO, D e
p u lch ro D ecor, p u lch ru m , aptum .
(Grabmann, 80). DECOR, PULCHRUM, APTUM
14. D ic it e tia m Isid o ra s in lib ro 14. Dice Isidoro de Sevilla en su libro D e
d e s u m m o b o n o : d eco r o m n iu m consi- sum m o b on o que la belleza de todas las cosas
s t it in p ulch ro e t a p to e t secun d um consiste en la hermosura y la conveniencia, y
hoc d iffe re n tia e s t ín t e r h a e c t r ia : de acuerdo con esta diferencia hay que dis
decor, p u leh ritu d o e t a p titu d o . D ecor tinguir entre belleza, hermosura y convenien
enim re i d ic itu r om ne qu o d rem fa e it cia. Se denomina «belleza» a todo lo que hace
d ecen tem siv e hoc s it i n t i a re m uive que una cosa sea bella, tanto interior como
e x trin sec u s ei, a p tu m u t o rn a m e n ta exteriormente, y «conveniencia», a los orna
v e stiu m e t m a n iliu m e t h uiusm o d i. mentos de los vestidos, objetos, etc. Por tan
U nde decor est com m un is a d p u lch ru m to, la belleza es común a la hermosura y la
e t ap tu m . E t h a e c dúo d ifferu n t conveniencia. Y estas dos cualidades se dife
secun dum IsidOTum s ie u t ab so lu tu m rencian, según Isidoro, como lo absoluto y
e t re la tiv u m . lo relativo.
JACOBO DE LA VORÁGINE,
M uríale (Manuscrito de la Bibliot.
Naz. de Florencia, cod. B 2 1219,
fol. 124, Grabmann, p. 17). CUATRO CAUSAS DE BELLEZA
15. C ausae p u lc h ritu d in is su n t 15. Existen cuatro causas de belleza, que
q u a ttu o r, qu as p o n it P h ilo so ph us in describe el Filosofo en su libro P ersp ectiva e:
libro P e r s p e c liv o r u m , se ilic e t m a g n i la magnitud, el número, el color y la luz.
tu d o et num erus, color e t lu x .
1. La a ct it u d d e S a n to T o m á s h a cia la e sté tica . H asta hoy m ism o, los partida
rios de la escolástica consideran a Santo Tomás (1225-74) como el m ayo r filósofo y
estético de la misma. Ello no obstante, debemos señalar que Santo Tom ás no se in
teresó sobremanera por la estética, y si se ocupó de ella fue sólo porque no la pudo
eludir en su gran sistema filosófico. Pero aunque la tratara m arginalm ente, en sus
conceptos estéticos salen a relucir tam bién y en gran m edida sus enorm es facultades
intelectuales.
El método escolástico de com poner y contraponer conceptos condujo a Santo
Tom ás a considerar ciertas cualidades de lo bello que habían pasado desapercibidas
aún a aquellos autores para los cuales la estética era de sumo interés y que tenían
mejores conocimientos en el cam po del arte. No fue Tomás de Aguino el único caso
de este tipo en la historia de la estética. Cinco siglos más tarde, Inm anuel Kant, que
tampoco m ostraría gran interés p or la estética, al incluirla en el sistem a filosófico,
hizo que esta disciplina diera un enorm e paso hacia adelante.
Santo Tomás no escribió en efecto ningún tratado específico dedicado al estudio
del arte ni la belleza. El tratado D e p u lc h r o , que se le ha atribuido, no salió de su
plum a. Es m ás: el filósofo no consagró a las cuestiones de lo bello ni un solo capí
tulo de sus escritos, refiriéndose a la belleza sólo cuando lo requerían otros tem as;
adem ás, siempre que lo hizo, la trató concisamente y sin entrar en detalles, pero sus
lacónicas observaciones indican que tenía un concepto m uy claro de la mism a. En
cualquier caso, resulta una tarea bien difícil com poner en base a enunciaciones ac
cidentales una teoría estética com pleta, y más laborioso todavía será com paginar
aquellas observaciones sueltas, procedentes de diferentes períodos y hechas con di
versas o casio n esa.
2. Las tesis tr a d icio n a le s e n la e s té tica d e S a n to T om ás. Tomás de A quino, dis
cípulo de Alberto M agno, asistió a sus clases, que trataban, entre otras cosas, tam
bién de la estética, por lo que asum ió algunos conceptos aristotélicos, sobre todo el
de la forma. Y también de A lb erto o tal vez de otros maestros tom ó varias de las
tesis pertenecientes a la tradición estética del medievo:
1. Así la tesis de que, junto a la belleza sensible, existe también la belleza in
teligible (o, dicho en otros térm ino s: junto a la belleza corpórea existe la belleza es
p iritu al; junto a la belleza exterior, la belleza interior);
2. La tesis de que además de la belleza imperfecta que conocemos por expe
riencia existe también y sobre todo la perfecta belleza divina;
3. La tesis de que la belleza im perfecta es reflejo de la perfecta, existiendo qn
ella y gracias a ella y aspirando a ella;
4. La tesis de que lo bello difiere conceptualm ente de lo bueno, aunque no di
fieren in r e porque todas las cosas buenas son bellas, y todas las bellas son buenas;
17. A lia enim e s t p u lch ritu d o spi- 17. Una es la belleza del alma y la otra la
ritu s e t a lia corporis, a tq u e a lia llu ras belleza del cuerpo, y la belleza de este cuer
e t illiu s corporis. po es distinta a la de aquél.
18. Omnis hom o a m a t p u lch ru m : 18. Todos los hombres aman la belleza:
carn ales a'm ant p u lc liru m c arn ale , spi- los de inclinaciones carnales aman la belleza
ritu a lc s a m a n t p u lch ru m sp iritu a le . carnal, y los espirituales aman la belleza
espiritual.
TOM ÁS DE A Q U IN O , In d iv in a
N om ina , 362 (ed. Mandonnet, t. II) DOS CONDICIONES DE LA BELLEZA
19. H on jin em p u lch ru m dicim us 19. Llamamos bello al hombre cuando
p ro p ter decentem pro po rtion em mem- sus miembros guardan las proporciones ade
bro rum in q u a n tita te e t si tu , e t p ro pter cuadas en sus dimensiones y disposición, y
hoc quod h a b e t claru m e t n itid u m cuando su color es claro y nítido. Así pues,
colorcm . U n de p ro p o rtio n alitcr est se debe también llam ar bella a una cosa cuan
in c acte ris accip ien d u m quod unum - do posee la claridad—espiritual o corporal—
quodque d ic itu r p u lch ru m secundum propia de su género, y cuando está construi
quod h a b e t c l a r i t a t e m su i generis, da con adecuada proporción.
v e l sp iritu a le m , v e l corporalem , et
secun dum quod e st in d e b ita p r o -
p o r t i o n e co n stitu tu m .
TO M ÁS DE A Q U IN O , S um m a
T h eo lo g ia e, Il-a Il-ae q. 145, a. 2
S ic u t ac cip i p o test e x v erb is Dio- Como se entiende por las palabras de D io
n y s ii (cap . i d e D iv . N om ., p a rt. 1 , nisio (cap. 4 D e D iv. N om ., part. 1, lect. 5 y
lec t. 5 e t 6 ), a d ratio n em p u leh ri siv e 6), en la base de la belleza o hermosura con
decori c o n cu rrit e t c la r ita s , e t d e b ita curren la claridad y la debida proporción,
pro po rtio. D ic it en im quod D eus d i pues se dice que Dios es hermoso como cau
c itu r p u leh er sic u t u n iv erso m m con- sa de la proporción y esplendor del universo
so n a n tiae e t e la r ita tis ca u sa . — afirma Dionisio.
TOMÁS DE A Q U IN O , S u m rm ,
T h eo lo gia e, I-a Il-ae q. 57 a. 5 ad 1 EL ARTÍFICE Y EL ARTE
21. B o n um a r tis e o n sid e ra tu r non 21. La calidad del arte se observa no en
in ipso a rtífic e , sed in ipso a rtific ia to , el propio artífice, sino en la obra misma, pues
cum ara s it r e c t a r a t i o f a c t i b i l i u m : el arte es la exacta proporción de lo que se
factio- enim in e x terio re m m a te ria m puede hacer: la creación, proyectándose so
tran sie n s non est p erfectio fa cie n tis, bre la materia exterior, no supone la perfec
sed f a c t i... A d a rte m non re q u iritu r, ción del creador, sino de lo creado... El arte
quod a rtife x b en e o p eret, sed quod no exige que el artífice actúe bien, sino que
bonum opus f a c ia t. cree una buena obra.
TOMÁS DE A Q U IN O , S um m a
T h eo lo gia e, I q. 15
21a. D om us p ra e e x is tit in m en te 21a. La casa existe de antemano en la
a e d ific a to ris; e t h a e c p o te st d ici id e a mente del constructor, y a esto puede llamar
dom us, q u ia a rtife x in te n d it dom um se idea de la casa, porque el artífice intenta
assim ila re fo rm ae, q u am m en te con- hacer la casa semejante a la forma que conci
cep it. bió en su mente.
TOMÁS DE A Q U IN O , S um m a
T h eo lo gia e, I-a Il-ae q. 21 a. 2 ad 2. . EL ARTE Y LA VIDA M ORAL
22. In a rtific ia lib u s ra tio o rd in a tu r 22. En el arte la mente aspira a un fin par
a d ñ n em p a rtic u la re m ... in m o ralib u s ticular... mientras que la moralidad se propo
a u te m o rd in a tu r a d íin e m com m unem ne un fin común a toda la vida humana.
to tiu s h u m an ae v ita e .
TOMÁS DE A Q U IN O , In d iv in a
N om in a , 366 EL ARTE Y LA BELLEZA
24. N uüus e u ra t e ffig iare vel re- 24. Nadie se preocupa por reproducir o
y ra e se n ta re n isi ad p ulch rum . representar algo, a no ser para crear una obra
bella.
TOMÁS DE A Q U IN O , S um m a
T h e o lo g ia e , Il-a Il-ae q. 96 a. 2 ad 2.
25. C orporum a rtific ia liu m form ae 25. Las formas de los cuerpos artísticos
p ro ced u n t e x conceptione a rtific ia; proceden de la concepción del artista, y no
e ten im n ih il a liu d sin t qu am com- son sino composición, orden y figura.
p o sitio , ordo et fig u ra.
TOMÁS DE A Q U IN O , S um m a
T h eo lo gia e, I, q. 39 a. 8 LA IMAGEN Y LA BELLEZA
28. V idem ua quod a liq u a im ago 28.’ Vemos que se considera bella una
d ic itu r p u lc k ra , ai perfecto re p ra e se n ta t imagen si representa correctamente a su mo
rem q u am v is turp em . delo, aunque éste sea feo.
14. La e st é t ic a de A lh a z én y V i t e l io
a C l. B aeum ker, W ilelo, ein P jilo so p b u n d N a tx rfo rs cb e r d e s X I I I Jah rh., en «Betrage zur Geschichte
der Philosophie des M ittelalters», III, 1908.
b H . Bauer, D ie P s y c h o lo g ie A lha zen s, 1911, en: «B eitrage zu r Geschichte der Philosophie des M it
telalters», X. 5.
genes generalizadas del anim al o del hom bre, form adas precisam ente mediante com
paraciones. Y serán estas in t e n t io n e s s p e d a le s y f o r m a e u n iv e r s a le s las que desem
peñen un im portantísim o papel para la percepción.
Las percepciones, en p articular las de las cosas com plejas, exigen además la aten
ción y el esfuerzo del observador, razón por la que V itelio las llam aba in tu itio d i-
ligen s. El hom bre no suele darse cuenta sin em bargo de ese esfuerzo ni de las diver
sas funciones realizadas por su mente, pareciéndoíe que ve directam ente las formas
y atribuyendo a los sentidos lo que en realidad proviene de la mente. No se da pues
cuenta de que en sus percepciones participan la razón ( f i t p e r r a tio n e m e t d istin ctio -
n e m ), la facultad de ju zg ar, la m em oria, las im ágenes genéricas, la atención y el es
fuerzo m ental. Y el no percatarse el hom bre de las funciones de su propia mente lo
explicaba A lhazén por la m ism a rapidez del proceso de pensar, siendo aceptada su
explicación en el siglo X III p o r V itelio y por R oger Bacon ( p r o p te r v e lo c it a t e m in -
n a tu m b o m in i, s ic u t d o c e t A lh a z én ).
La cuarta tesis p or su parte contestaba a la siguiente pregunta: ¿qué consegui
mos captar m ediante las percepciones?
En p rim er lugar, respondía, captamos las form as espaciales (c o m p r e h e n s io f o r -
m a ru m ) 3. En segundo térm ino reconocemos las form as, descubriendo su parecido
(a ssim ila tio) con las im ágenes que llevamos en la mente, y gracias a que en las per
cepciones p articipa tam bién la facultad de juzgar, reconocemos incluso cosas vistas
sólo parcialm ente. P o r ejem plo, en base a una mano somos capaces de reconocer al
hombre y al leer, a base de unas cuantas letras, reconocem os toda la palabra. Ade
más, y en tercer lugar, com param os las cosas y las distinguim os, advirtiendo seme
janzas y diferencias entre ellas.
Las tesis psicológicas de A lhazén y Vitelio resultaron en la práctica de la m ayor
im portancia, pues constituían una novedad, y no sólo para la Edad M edia. Concre
tamente podríam os decir que lo esencial fue el tom a en consideración el factor aso
ciativo de la cognición. Y a los filósofos griegos, A ristóteles en particular, sabían de
la existencia de ese factor, mas creían que las asociaciones acom pañan la percepción,
mientras que A lhazén y V itelio observaron que form an parte de la mism a, consti
tuyendo un elem ento esencial en la percepción del mundo visible.
3. L a b e lle z a c o m p le ja y la sim p le. A quellas cuatro tesis psicológicas tuvieron
gran aceptación y fueron aplicadas a otras ciencias. A lhazén y Vitelio las elabora
ron basándose en la vista, mas las tesis mism as m u ta tis m u ta n d is eran adaptables a
toda percepción. A unque pertenecían a la psicología p o d ían servir de fundamento
para la estética y , efectivam ente, ejercieron cierta influencia en esta disciplina.
A sí como h ay dos clases de visión — una que consiste en sensaciones simples, y
en percepciones com plejas de segunda— también existen dos clases de lo bello: la
belleza cíe las cosas sim ples, que es objeto de ¡as sensaciones, y la belleza de las com
puestas, que pertenece a las percepciones. Es del prim er tipo de belleza de la luz y
los colores, y del segundo la belleza de las form as, pudiendo residir esta segunda
tanto en las form as particulares como en la com binación de las forma (ex co n iu n c-
tio n e e a r u m ín t e r s e ) y en una proporción adecuada entre ellas.
La convicción de que existen dos clases de lo bello — la belleza de las cosas sim
ples y de los conjuntos— estaba m u y extendida entre los escolásticos del siglo XIII,
pero m ientras que aquellos estudiosos la habían derivado de sus presupuestos filo
sóficos (y de su aspiración de conciliar la tradición pitagórica con la neoplatónica),
Alhazén y V itelio le dieron una justificación em pírica y psicológica.
4. E rrores e s té tico s . A lhazén y V itelio afirm aban que las percepciones no siem
pre son acertadas, y que percibim os debidam ente las cosas y sus formas sólo cuando
se cumplen ciertas condiciones. De lo contrario, la percepción es defectuosa y el jui-
cío basado en ella será erróneo. Todo ello concierne tam bién a los juicios acerca de
lo bello y lo feo. A sí, según estos autores, el juicio estético es susceptible de ser
erróneo
1 . cuando la lu z es insuficiente;
2 . cuando la cosa percibida está dem asiado distanciada del que la contem pla;
3. cuando la cosa percibida está situada anorm alm ente;
4. cuando es dem asiado pequeña;
5. cuando su silueta no está claram ente definida;
6 . cuando su consistencia no es suficientem ente densa;
7. cuando es percibida durante un tiem po dem asiado corto, y
8 . cuando el que la contem pla tiene una vista dem asiado d é b il3.
Siendo ésta relación la más com pleta de esta índole que se ha conservado.
5. E le m en to s d e lo b e llo . A lhazén y tras él V itelio, em prendieron otra empresa,
tan im portante como d ifícil: enum eraron las cualidades de las cosas que deciden so
bre su belleza, prim ero las aprehendidas por las sensaciones y luego las aprehendi
das por las percepciones.
D el prim er grupo supieron citar sólo dos: la luz (lux ) y los colores (co lo r), m ien
tras que entre las segundas distinguieron una veintena 6, cuya lista es tanto más pe
culiar cuanto que entre las veinte cualidades figuran la belleza y la fealdad mismas,
y de las dieciocho restantes se dice que cada una de ellas puede ser bella o contribuir
a la belleza. A sí pues, la relación abarca a
1 . la belleza;
2 . la fealdad;
y a continuación las dieciocho cualidades susceptibles de decidir sobre la belleza,
a saber:
3. la distancia (r e m o tio ) , que es capaz de ocultar las cosas feas, como las m an
chas y arrugas de la cara;
4. la situación (situs), porque según ella las cosas parecen bellas o feas; incluso
las letras más bonitas de un m anuscrito serán feas si se disponen caóticam ente;
5. la corporeidad (c o r p o r eita s ): como prueba el hecho de que nos gustan los
cuerpos redondos o circulares como, por ejem plo, la colum na;
6 . la form a (fig u r a ) : los ojos rasgados son más herm osos que los redondos;
7. la m ag n itu d (m a g n itttd o ): las estrellas grandes son más herm osas que las
pequeñas;
8. la continuidad (c o n tin u a d o ), y a que nos gusta, por ejem plo, la compacta
masa verde de árboles o de una pradera; pero tam bién nos gusta:
9. la discontinuidad (d is cr e tio e t sep a r a tio ) porque nos com placen las estrellas
disem inadas por el cielo;
10 . el número (n u m e r u s ): así nos agradan más aquellas partes del cielo donde
la concentración de estrellas es m ayor;
1 1 . el m ovim iento (m o ta s ): así los gestos adecuados del orador em bellecen su
discurso;
12 . la quietud (q u ies ): así nos gusta la inm ovilidad del m onum ento;
13. la aspereza (a sp erita s), por ejem plo, de la m alla; pero también
14. la lisura (len ita s), por ejem plo, de la seda;
15. la transparencia (a ia p h a n ita s); por ejem plo, la del aire, que nos perm ite con
tem plar las estrellas;
16. la densidad de la m ateria (sp issitu d o );
17. la som bra (tim b ra );
18. la oscuridad (o b s cu r ita s ); así con luna nueva el cielo es más hermoso que
con luna llena;
19. la sim ilitud (c o n s im ilitu d o ) : pues es fea la letra desigual o unos ojos desi
guales; pero también
20 . la diversidad (d iv e r s ita s ): así no es hermosa la escritura no caligrafiada.
Esta enumeración tan am plia de cualidades que deciden sobre la belleza no tenía
precedentes. N i siquiera A ristóteles ni los aristotélicos elaboraron algo parecido, no
obstante su afición a elaborar sem ejantes relaciones. Por otra parte, este listado no
es ni uniform e ni correcto m etodológicam ente. Junto a la belleza y la fealdad, en él
se enum eran juntam ente las cosas hermosas (por ejem plo, el color) como las co
sas feas, así como las condiciones de percepción de la belleza (por ejem plo, la dis
tancia). Sin embargo, hay allí ciertas ideas dignas de destacar, como la afirmación
de que pueden originar la belleza fenómenos y cualidades que son opuestos, como
la luz y la sombra, la continuidad y la discontinuidad, el movimiento y la inm ovi
lidad, la aspereza y la lisura, la transparencia y la densidad, la sem ejanza y la
diversidad.
A lhazén y Vitelio trataron de separar los elementos de lo bello, que form an com- -
piejos conjuntos, mas eran conscientes de que la belleza de dichos conjuntos no se
debe solam ente a la belleza de los elem entos sino también a su disposición, propor
ción y arm onía (p r o p o rtio n a lita s e t co n s o n a n tia ). «L a belleza puede resid ir en pre-
cepciones particulares (in te n tio p a r ticu la r ), pero la perfección se consigue mediante
la proporcioón y arm onía de m uchas percepciones».
6. ¿E s la b e llez a u n a cu a lid a d s u b je t iv a u o b je t i v a f Alhazén y V itelio se ocu
paron de las manifestaciones concretas de lo bello, dejando al margen la definición
de la belleza que, por otro lado, fue la preocupación fundamental de los escolásti
cos. Vitelio'escribió sencillam ente que «se llam a belleza la satisfacción del alm a» (p la -
c e n t ia a n im a e), m ientras que A lhazén sostenía que el «crear belleza significa poner
el alma en un estado en que vea que la cosa es bella».
Am bas definiciones parecen subjetivas. N o obstante, tanto A lhazén com o Vite
lio citaban la belleza y la fealdad de las cosas junto a otras cualidades como la forma
y el tam año, lo que testim onia que la belleza era para ellos una cualidad objetiva.
N o pensaban pues en ningún subjetivism o estético, y en cuanto psicólogos se inte
resaban únicam ente por cómo el hom bre reconoce aquella cualidad objetiva que lla
m am os belleza. En consecuencia dieron menos im portancia a los elem entos subje
tivos de lo bello que los m etafísicos del siglo X III, que las sumas de A lejandro de
H ales o Santo Tomás de A quino. O , m ejor dicho, A lhazén defendía una concep
ción de lo bello puram ente objetiva, aún teñida de ingenuo realism o, m ientras que
Vitelio, a pesar de seguir fielm ente las pautas marcadas por su antecesor árabe, y tal
vez influenciado por los m etafísicos de su tiempo, empezó a percatarse de los as
pectos subjetivos de lo bello.
7. El e m p ir is m o y e l r e la tiv is m o . En su condición de empíricos, ni A lhazén ni
Vitelio abrigaban duda alguna de que la belleza, igual que cualquier otra cualidad
de las cosas, sólo puede conocese a través de la experiencia. Pero, ¿es uniform e la
experiencia? Alhazén no se había planteado aún aquella pregunta y V itelio sostenía
con firm eza que la experiencia es diversa, variable, relativa y dependiente de los há
bitos y costumbres.
A sí los árabes gustan de unos colores y los escandinavos de otros. Lo que unos
tienen por lo más nerm oso, para otros es feo 6 Vitelio puso especial énfasis en un
factor que decide sobre la retalividad y subjetividad de los juicios acerca de lo bello
y de lo feo, factor que es la costum bre. La costumbre en efecto crea la personalidad
del hom bre. Y «según es la evaluación de lo bello (a estim a tio p u lc h r itu d in is ) así es
la personalidad (p r o p riu sm o s)» .
Pero de esta afirm ación no extrajo V itelio conclusiones sobre la relatividad es
tética o el carácter subjetivo de lo bello. A sí, no sostenía que en lo que respecta a
lo b ello , todos tuvieran razón, cada uno a su modo. A l contrario, creía que unos
tenían razón y otros se equivocaban, e interesándose precisam ente por los errores
estéticos, buscó sus causas atribuyéndolas a condiciones desfavorables de la percep
ción, como la falta de luz o la excesiva distancia, a los defectos del contem plador o
a las deficiencias de sus órganos sensitivos.
T. TEXTOS DE VITELIO
15. La E ST E T IC A D E LA E SC O L A ST IC A T A R D IA
a Véase las opiniones al respecto de Robert Grossteste (texto 0 13) y de Santo Tom ás de Aquino (tex
to S 21 a).
dad de reconocer en qué consiste una apropiada actividad, sino también la habilidad
de d irigir dicha actividad.
3. G u illerm o d e O cca m . G uillerm o de O ccam se ocupó menos aún de los pro
blemas de lo bello que Duns Escoto. Su definición de que «la belleza es la propor
ción adecuada de los m iem bros, unida a la salud del cuerpo» 10, concernía exclusi
vam ente a la belleza del cuerpo de los seres vivos, y además no era nada nueva ni
original. Pero en cambio encontram os en sus escritos ciertas observaciones acerca
de conceptos particulares. Las tesis de G uillerm o de Occam distan más aún que las
de Escoto del tradicional objetivism o estético, y su oposición a la hipóstasis estética
fue mucho más pronunciada.
a) En lo que atañe a los conceptos de forma y de figura el filósofo advierte que
significan sólo una cierta disposición de las partes y que, separadas de la substancia,
nada son 11.
b) En cuanto a la idea no es sino objeto de razón, y dicho objeto, según re
calca Guillermo de O ccam en su condición de nom inalista carece además cíe reali
dad 12. Ello no obstante, contem plando dicho objeto como idea, el hombre puede
crear algo real. Esta interpretación excluía la idea del terreno de la ontología, pero,
en cam bio, le abría posibilidades en teoría del arte.
c) Asim ism p, era aplicable a la estética lo que Guillermo de O ccam afirmaba
del bien. Los escolásticos solían definirlo como apetencia, y a O ccam esta definición
le parecía ambigua. En un sentido am plio, el bien es todo lo deseado, y en otro res
tringido, sólo lo deseado justam ente . «E l bien» ampliamente conceoido abarcaba
el bien estético, por lo que la distinción realizaba por Guillermo fue útil a la estética.
d) Entre los productos del arte G uillerm o de Occam distinguía los que en par
te son también producto de la n aturaleza y los que —como la casa, la cama o la p in
tura— son exclusivamente obras de arte . Y al contraponer el arte de la naturaleza,
el filósofo llegó a una conclusión que había sido m uy difícil de obtener en la anti
güedad y en el M edievo: si lo característico de las acciones de la naturaleza es la ne
cesidad, lo característico del arte será la libertad 15.
e) A l analizar el concepto de la im agen (im a g o ) Guillermo de O ccam señaló
que ésta puede definirse de diversas m aneras . Así puede entenderse por imagen
lo que está creado a sem ejanza del m odelo, o lo que no pertenece a la naturaleza
sino que esta librem ente creado por el artista, aún cuando carezca de modelo.
Esta distinción corresponde al doble significado que tiene el térm ino en el len
guaje m oderno: así se llam a «im agen» tanto a la representación de una cosa, como
a una obra abstracta, que no representa ni reproduce lo real.
A quellos ejemplos de análisis conceptual de Duns Escoto y G uillerm o de O c
cam prueban que en la últim a fase de la escolástica —la denominada v ia m o d e r n a —
el interés por la estética fue prácticam ente nulo, aportando sin em bargo, nuevos ele
mentos a esta disciplina. A sí fueron ordenados y aclarados ciertos conceptos estéti
cos, y además esto se hizo de la m anera típica del escolasticismo tardío, revelando
prim ero la ambigüedad y polisem ia de los m ism os y mostrando luego la subjetivi
dad y relatividad de las concepciones que la estética tradicional había tenido por ob
jetivas y absolutas.
4. La v ía a n tig u a . D io n isio e l C a rtu jo . Todo lo expuesto anteriorm ente se re
fiere a la v ia m o d er n a , corriente predom inante en el siglo X IV. A los representantes
de esta tendencia, G uillerm o de O ccam y sus seguidores, entregados a la lógica y
ciencias naturales y aficionados a lo exacto, la estética les resultaba más bien poco
atractiva.
Sin embargo, la v ia m o d e r n a no fue la única corriente de la época; una parte con
siderable de los escolásticos siguió fiel a la v ia a n tigu a , a la filosofía conservadora,
de la que la estética no había sido elim inada. Pero en el período en cuestión, los es
tudiosos de este grupo y a habían agotado sus p osibilidades y prácticam ente no idea
ron nada nuevo. E incluso ellos dejaron de interesarse p o r los problem as de lo be
llo, con lo que en el siglo XlVno se escribió ningún tratado al respecto.
H abría que esperar a la centuria siguiente, en la que D ionisio de R ickel % el d o c
t o r ex ta ticu s, fraile cartujo y escritor polifacético, volviera a detenerse en las cues
tiones estéticas. Entre sus ODras se conserva el tratado D e v e n u s t a t e m u n d i e t p u lc h -
ritu d in e D e l , h pero tampoco este trabajo contiene nada que no se hubiera dicho an
teriorm ente. A llí D ionisio repite tras los escolásticos que la belleza reside en el res
plandor y congruencia de las partes; que en el seno de la naturaleza lo bello consiste
principalm ente en la finalidad, y en el arte, en cam bio, en un trabajo su til; que la
verdadera y única belleza es la divina y que sólo D ios es p u lc h e r , m ientras que el
mundo posee solam ente la v e n u s t a s ; que la belleza es loable cuando induce a la p ie
dad y contem plación, y que a la vez es peligrosa porque puede conducir a la sober
bia y corrupción.
En el pensam iento de aquel escolástico tardío no encontram os pues nada que no
dijeran y a sus antecesores; no h ay aqu í definiciones de conceptos generales como
las de Santo Tom ás, no h ay tampoco clasificación de las cosas bellas, como la de
H ugo de San V íctor, no h ay un análisis de la experiencia estética, como el de San
Buenaventura, y no hay por últim o aquella p royección de los problem as estéticos
sobre la psicología de lo bello y del arte, que se iba abriendo paso y a desde el si
glo X II I, faltando asim ism o las dos virtudes principales de la escolástica m adura, la
precisión en definir los conceptos y la sistem atización en plan tear los problem as.
Por lo dem ás, en vez de reflexiones generales encontram os en los escritos de D io
nisio algunas observaciones de dudoso valor, com o, por el ejem plo, la de que las
piedras son bellas porque brillan y los cam ellos porque han sido creados con una
finalidad.
A l recopilar las ideas y tesis contenidas en las obras de los representantes de la
v ia m o d e r n a y la a n tig u a , llegam os a la conclusión de que la escolástica, tardía no
se ocupó directam ente de la estética, o que sus resultados en este campo fueron m uy
m odestos, hasta el punto de que parece com o si en los siglos XIV y XV la estética
estuviera ausente. Y fueron éstas sin em bargo unas centurias en las que el arte al
canzó su más pleno florecim iento.
5. L a e s t é tic a d e lo s a rtista s y la d e lo s te ó r ic o s . El arte de aquélla época tuvo
su estética propia, distinta de la cultivada p or los teóricos. Los pintores y escultores
no profundizaban en las su m a s filosóficas y teológicas, m ientras que los filósofos y
teólogos no reparaban en cómo pintaban y esculpían los artistas. U nos discutían so
bre la belleza eterna, otros adornaban los palacios de los m onarcas con una belleza
claram ente tem poral. Sus respectivas estéticas correspondían a grupos sociales e ideo
logías distintos. Los artistas se adaptaban a los círculos cortesanos para los que tra
bajaban y no había un lenguaje com ún para todos ellos y para el monje cartujo y
las sectas ascéticas que proliferaban en las ciudades c.
6. L a e s té tica m e d i e v a l y la r e n a c e n tis ta . Se suele determ inar la estética «m e
dieval» como una estética trascendente, por oposición a la estética renacentista, de
belleza sensible. O como una estética que deriva las leyes de lo bello y del arte a
p artir del cosmos, a diferencia de la renacentista que las deduce del hom bre. O como
6 . I stu d v id e tu r con so n are cum 6. Esto parece estar de acuerdo con las
dicto P la to n is , a quo a c c e p ta v it S . A u- palabras de Platón, del cual tomó San A gus
gu stin u s nom en id ea e . Ip se enim p o n it tín el término «idea». En efecto, este consi
id ea s q u id d ita te s reru m , p er se qu id em deró (según Aristóteles) las ideas como esen
ex isten tes, secun dum A ristotele.m , e t cias de las cosas, antes reales en sí, equivoca
m ale ; secundum A u gu stin u m , in m en te dam ente; según A gustín , acertadam ente,
d iv in a , e t bene. existirían en la mente divina.
GUILLERMO DE O C C A M ,
S u m m u la e in lib ro s p b y sico rttm , III, c. 17,
p. 69 (Baudry, p. 223). DEFINICION DE LA BELLEZA
GUILLERMO DE O C C A M ,
E xpositio áureo. (Baudry, p. 94). LA FO RM A
1 1 . F ig u ra , form a, re c titu d o et 11. La figura, la forma, la rectitud y la
c u rv ita s non im p o rtan t a liq u a s a lia s curvatura no aportan nada separadas de la
res ab so lu tas a s u b s ta n tia ... et q u a lita - sustancia y de las cualidades, sino que signi
tib u s, sed illa d icu n t connotando cer- fican sólo una cierta y determinada disposi
tu m et d c te rm in atu m o rdinem p ar- ción de las partes.
tiu m .
GUILLERMO DE O C C A M ,
Q u a estio n es in IV S en ten tia ru m lib ro s, I,
d. 35, q. 5 D, Lugduni, 1945 (B audry, p. 111). LA IDEA
12. Id e a non h a b e t q u id rei, q u ia 12. La idea no tiene entidad real, pues es
e st nom en co n n o tativ u m v e l re la ti- un nombre connotativo o relativo... La idea
v u m ... Id e a e st a liq u id co g n itu m es algo conocido por el principio intelectual
a p rincipio effectivo in te lle c tu a li ad que la produce; pero contemplando este ob
quod a c tiv u m asp iciens p o te st a liq u id jeto ideal puede crearse algo de entidad real.
in esse re a li producere.
G U ILLERM O DE O CC A M ,
Q u a e s tio n es in IV S en ten tia ru m lib ros, I,
d. 2, q. 9 (Baudry, p. 31).
13 . Bonum est ens appetibile a v o 13. El bien es un objeto deseado por la
lú n ta te v e l aliquid tale, vel bonum est voluntad o, m ejor dicho, el bien es un objeto
ens appetibile secundum reetam ra deseado justam ente.
tionem.
G U ILLERM O DE O CCAM ,
Q u a e s tio n es in lib ro s p b ysico ru m , q. 116,
m anuscrito, París, Bibl. Nat., lat. 17841 R E LA C IO N ENTRE EL ARTE Y LA
(Baudry, p. 27). NATURALEZA
14. A liq u a su n t a r tific ia lia , in 14. Algunas obras de arte no son sólo
q u ib u s n on so lum a rtife x o p e ra tu r, sed productos del artista, sino también de la na
e t n a tu r a , sic u t p a te t in m e d ic in a ... turaleza, como sucede con la m edicina...
A liq u a s u n t, in q u ib u s solus a rtife x Existen otras obras que sólo produce el ar
o p e ra tu r e t non n a tu ra , sic u t e st tista y no la naturaleza, como una casa, una
d o m us, le c tu s , im ago . cama o una pintura.
G U ILLERM O DE O CCAM ,
Q u a e s tio n es -in IV S en ten tia ru m lib ros, III,
q. 3 F (Baudry, p. 169). EL ARTE Y LA LIBERTAD
15. A c c ip itu r uno modo u t d is tin 15. A sí pues, sólo de una manera se dis
g u í t u r (n a tu ra le ) co n tra a r te m ... et tinguen las acciones naturales y las artísticas:
sic o m n e ag en s non lib eru m d ic itu r toda acción qué no sea libre se'dice que es
n a tu ra le . natural.
V. TEXTOS DE DANTE
10. M a or convien che m ió seg u ir 10. Mas ahora conviene que desista de
[d e sista este ir tras su belleza, haciendo mi poema,
P iú d ietro a su a b ellezza p o etand o , como todo artista que (alcanza) su fin.
Come aU’ u ltim o suo ciascuno a rtis ta .
14. Canzone, i’ credo che saranno 14. Canción, creo que serán pocos los
[rad i que entiendan bien lo que dices, ¡tan fatigosa
Color che tu a rag io n e in te n d a n bene, y fuertemente hablas! De aquí que si por ven
T an to la p a rli fa tie o sa e fo rte ... tura ocurriese que llegases ante gentes que no
O nde, se per v e n tu ra e g li ad d iv en e, te parezcan entenderlo bien, entonces, te lo
Che tu d in an zi d a persone v a d i, ruego, consuélate diciéndoles mi deleitosa
Che non t i p a ia n d ’essa b en e aeco rte, nueva: ¡Fijaos al menos en cómo soy de bella!
A llo r t i priego che ti ricon forte:
D icendo lor d ile tta m ía n o v ella:
P ó n ete m en te alm en com ’io son b e lla !
17. Ev a l u a c ió n d e l a e st é t ic a m e d ie v a l
3 eza sensible:
a) Prim ero, porque el concepto com prendía a la belleza espiritual, entendida
casi exclusivam ente como belleza m oral. Y a antiguam ente, la habían interpretado así
los estoicos y C icerón tras ellos, quien tradujo el k a ló n griego por h o n e s tu m . San
A gustín recogió esta interpretación ciceroniana y la trasm itió a la Edad M edia.
b) Segundo, porque se englobaba en el concepto de lo bello la belleza sobre
natural, la más verdadera y perfecta, frente a la cual la belleza sensible resultaba
insignificante.
Este trariscendentalism o estético qu e presuponía que la verdadera belleza era di
rectam ente inaccesible, constituía una tesis específica de la estética m edieval. En con
secuencia, para algunos pensadores de la época, frente a la belleza espiritual e ideal,
la corpórea dejó de ser belleza.
La m ayo ría de los escolásticos hacía una distinción entre la belleza en sentido
am plio y la belleza exclusivam ente sensible, diferenciando incluso la exclusivam ente
visual. A lberto M agno definió la belleza corporal diciendo: I n c o r p o r a b i li b u s p u lc h
r u m d icitu r s p le n d e n s in v isu , y Santo Tom ás se pronunciaría en térm inos parecidos.
En la Edad M edia, el concepto de lo bello era asociado con el concepto del bien,
prevaleciendo la opinión de que lo bello y el bien sólo difieren conceptualm ente:
todas las cosas belfas son buenas y todas las buenas bellas, y el m undo, en su tota
lidad, es bello a la p ar que bueno. La unión de lo bello con el bien no fue una idea
medieval, pues lo mism o se creía y a en la era antigua. La diferencia entre estos dos
conceptos quedaría claram ente definida por Santo Tom ás: lo bello es lo que adm i
ramos y el bien, a lo que aspiram os.
4. La belleza se realiza en el mundo
a) Esta fue otra de las convicciones profesadas desde los com ienzos de la esté
tica cristiana, aduciendo siem pre el L ib ro d e l G én esis. En el pensam iento de los P a
dres griegos nació así la tesis de la p a n k a lía , de la panbelleza. M ás que resultado de
observaciones, este optim ism o estético era fruto de un presupuesto religioso aprio-
rístico. Para explicar la p a n k a lía , los Padres en general y San Basilio en particular,
sostenían que el m undo había sido creado con una finalidad.
b) Los estéticos cristianos no creían que todo detalle del mundo fuera bello.
A lgunas de sus partes, tom adas por separado, incluso resultan feas, pero en realidad
no deben contem plarse por separado. «D el mismo modo que nadie puede advertir
la belleza de un poem a si no lo conoce íntegram ente, nadie ve la belleza que reside
en el orden del universo si ni lo contem pla en su totalidad», afirm aba San A gustín
y, tras él, San Buenaventura.
A sim ism o, la belleza del m undo es im perceptible en un momento dado, debién
dose buscarla en el conjunto de la historia. Esta era la clásica postura de la teodicea
aplicada a la estética, conforme a la cual la fealdad de los detalles o bien era nece
saria para la belleza de la totalidad o bien no era real, considerándola sim ple ausen
cia de lo bello. .
Este «integralism o estético» fue, igual que el m edieval, un «optim ism o estético»,
un concepto apriorístico, religioso-m etafísico.
c) A lo largo de los siglos m edios, el optim ism o cristiano sufrió una evolución:
al principio, se consideró bello el m undo, y después el ente. La mism a idea había
em pezado a germ inar y a en la doctrina de Plotino y de Seudo-D ionisio, pero fue
claram ente expresada p o r la escolástica del X III. Las cualidades universales del Ser
eran llam adas «trascendentales» y el prim ero, según nos consta, en enum erarlas fue
un escolástico conocido bajo el nom bre de Felipe el C anciller. Este Felipe habló de
tres cualidades: u n u m , v e r u m , b o n u m : unidad, verdad y bondad. Com o vemos, la
belleza no figuraba aún entre ellas.
La S u m m a A lex a n d ri conservó aquella enum eración, más señaló que lo bello y
el bien eran lo m ism o, i d e m su n t. Luego, San Buenaventura habló y a de las cuatro
cualidades trascendentales, siendo la cuarta precisam ente la belleza. Y A lberto M ag
no escribiría que no h ay cosa existente que no participe del bien y de lo bello: n o n
e s t a liq u id d e n u m e r o ex is te n tiu m a ctu , q u o d n o n p a r t ic ip e t p u lc h r o e t b o n o .
Esta tesis fue una gran paradoja que sólo pudo adm itirse con una interpretación
m u y específica de lo bello. A sí Tom as de A quino, a pesar de que profesaba la iden
tidad real del bien y de lo bello, y de que el bien fue para él una cualidad trascen
dente, nunca habló de la trascendencia de lo bello
d) En la Edad M edia se explicaba la belleza del mundo por ser éste obra de
Dios o •— en espíritu neoplatónico— por ser la belleza del m undo reflejo de la divi
na, siendo ésta una convicción dim anada de presupuestos teológicos metafísicos.
5. En los tiem pos medios, se advertía la b elleza tanto en la naturaleza como
en el arte y se prestaba más atención a la afinidád de ambas que a lo que las separa.
.Así se creía que las artes tom an sus m odelos de la naturaleza, siendo ésta tratada a
3 Pouillon, o p . cit.
sem ejanza de las artes, com o obra del divino artista. N o obstante, las dos bellezas
no eran iguales entre sí y la de la n aturaleza era considerada superior. Y otros axio
ma medieval sostenía que el arte no puede alejarse de la naturaleza.
6. ¿En qué consiste la belleza? A l responder a esta pregunta, en la Edad M edia
no hubo divergencias. Para los pensadores de la época, la belleza consistía en arm o
n ía (proporción). Estas dos cualidades habían sido establecidas por Seudo-D ionisio
y el medievo no hizo más que repetirlas. N o constituían en realidad la definición
de la belleza, y a que ésta era definida m ediante contem plación y com placencia, pero,
en cam bio, constituían la teoría fundam ental de lo bello: para que en la contem pla
ción h aya placer, son precisas la proporción y el resplandor. Era ésta una tesis más
com pleta que la antigua, que solía citar una sola fuente de belleza. En efecto, en la
era clásica el origen de la belleza había sido atribuido a la proporción, y luego la
luz fue añadida por Plotino. La tesis de Seudo-D ionisio y en consecuencia de toda
la Edad M edia, fue un intento de com paginar la proporción platónica con la luz
neoplatónica.
a) El concepto de proporción aparecía bajo diversa term inología, no sólo como
p r o p o r tio sino tam bién como arm onía ( c o n v e n ie n t ia , c o m m e s u m t io , co n s o n a n tia ), así
como o r d o y como m e n s u r a . En sentido cualitativo, proporción significaba selec
ción y disposición adecuada de las partes, y en sentido cuantitativo una sencilla re
lación matemática.
En su variante cuantitativa, la concepción de lo bello en cuanto proporción apa
rece en el L ib ro d e la S a b id u ría , en los Padres griegos y latinos y en Boecio, quien
form uló sus conceptos basándose en la m úsica. Pero como sólo era aplicable a la
belleza visible y a la audible, en la Edad M edia resultó poco útil, por lo que se optó
por la. variante cualitativa, que era a la vez m etafísica. Esto sucede así en la doctrina
de Seudo-D ionisio y en la ae San A gustín , quien — bien es verdad— habló de la n u
m e r o s a a e q u a lita s como fórm ula de lo bello, pero fuera de la m úsica entendía la pro
porción de otra m anera.
Ya en el siglo. X III, debido en parte al im pacto de los estudiosos árabes, hubo
una vuelta a la estética m atem ática, como fue, por ejem plo, el caso de R obert Gros-
seteste o el de R oger Bacon. Tam bién A lb erto M agno escribiría que la c o m m e n s u -
r a r io consiste en d e b ita q u a n tita te, situ , f i g u r a , p r o p o r t io n e p a r tís c u m p a r t e e t p a rtís
a d to tu m . Y como dicha c o n m m e n s u r a t io se asociaba no sólo con las «p artes» sino
tam bién con las «fuerzas», pudo aplicarse este térm ino a la belleza espiritual. Tomás
de A quino, a su vez, aunque conocía la concepción cuantitativa de la proporción,
u tilizó en su estética casi exclusivam ente el concepto cualitativo.
b) El concepto de cla rísta s. H abía varios térm inos latinos para designar la «p ro
p o rció n »; cla rista s, en cam bio, tiene varios equivalentes en el lenguaje m oderno, pu-
diendo traducirse como resplandor, esplendor, luz o claridad. Sin em bargo, lo más
im portante es que designara el fenómeno físico de la luz y claridad cuando, por ejem
plo, se refería a las estrellas o a un color nítido e intenso; pero tam bién sim bolizaba
el «resplandor de la virtud » o la lu m e n ra tio n is, y para los escolásticos este uso no-
tenía nada de metafórico.
El papel que la cla r ita s desempeñó en la estética medieval fue significativo. En
la definición tradicional este concepto señalaba que la belleza no reside únicamente
en Ja proporción de las partes, pues hasta en Jos objetos corpóreos deciden también
sobre ella la form a, la esencia y el alm a; cuyo «esplendor» luce en el cuerpo.
Esta definición bielem ental fue en ocasiones desarrollada y am pliada. En la es
colástica del siglo X III, p or ejem plo, encontram os una variante que consta de cuatro
elem entos: «C uatro son las causas de la belleza: la m agnitud, ef núm ero, el color y
la luz (m a g n itu d o e t n u m er u s , c o l o r e t lux »).
7. En la Edad M edia, se entendía la belleza como cualidad de los objetos que
causa adm iración. En la escolástica del siglo XIII, empero, surgió la ¡dea de que si la
belleza era objeto de adm iración, era preciso considerar al sujeto que la contem pla
ba, en el que ésta despertaba adm iración. Esta ¡dea fue expresada prim ero por Gui
llerm o de Auvergne, y más tarde por Tomás de A quino. En vista de tal interpreta
ción, la belleza adquiría dos aspectos: objetivo y subjetivo. Y el aspecto subjetivo
— la psicología de lo bello, que trataba de la contem plación de lo bello y la compla
cencia por ello producida— ocupó un puesto im portante en la estética de los pen
sadores escolásticos.
8 . En la Edad M edia se sabía que para percibir la belleza el hom bre había de
cum plir ciertas condiciones. Prim ero, y dado que la belleza es una cualidad de los
objetos, el hombre debe conocerla, y adoptar ante ella una postura cognoscitiva:
p u lc h r u m respecit a d v i m c o g n o sc it iv a m . En segundo término es preciso adoptar una
postura contem plativa, debiéndose contem plar el objeto y no razonar sobre él. En
tercer lugar, es necesario cum plir con ciertas condiciones em ocionales: si se quiere
aprehender la belleza de una cosa, debe sentirse hacia ella cierta sim patía, contem
plarla desinteresadamente, tener dentro de sí un adecuado ritm o interno.
Estas deliberaciones psicológicas, que efectuó San A gustín, fueron depués aban
donadas, y en el siglo XII las resucitaron los escolásticos, de los cuales V itelio y San
to Tomás de Aquino describieron detalladam ente las condiciones y el proceso de per
cepción de la belleza.
9. La evaluación de lo bello fue en la Edad M edia un problem a difícil y com
plejo. La belleza es atributo de D ios, por lo cual es perfecta. Pero al belleza sensible
del m undo, que el hom bre tiene ante sus ojos, es imperfecta y provoca sentimientos
indeseables como la curiosidad ( curiositas ) y la apetencia (concupiscentia). Algunos
estéticos medievales, guiándose por razones religiosas y m orales, recomendaban
adoptar ante la belleza una postura ascética. O tros, como San Buenaventura, m ati
zaban distinguiendo dos actitudes: si el hom bre trata la belleza sensible como
meta final, obrará m al; pero si m ediante la belleza sensible aspira a la belleza supe
rior, obra correctamente. Para San Francisco, por su parte, en toda belleza existen
vestigios de la belleza divina, añadiendo San Buenaventura que en las cosas bellas
veía al que es Bellísim o: c o n t u e b a t u r in p u lc h r is P u lch e rrim u m e t p e r im pressa rebus
v e s tig ia p ro se q u e b a tu r u b iq u e D ilectu m , palabras que servirían como lem a al movi
m iento franciscano.
La m ayor parte de las convicciones medievales que acabamos de exponer eran
de carácter metafísico, y constituían no tanto el contenido de la estética como sus
líneas generales y sólo la definición de lo bello (& 1 ) y su teoría (& 6) no cabían den
tro de ios marcos religiosos ni m etafísicos.
Las convicciones que conducían al hom bre medieval en busca de la belleza tras
cendente, le distrían de una detallada observación estética, y sólo a los Victorianos,
G uillerm o de Auvergne, San Buenaventura, Santo Tomás y V itelio, la belleza tras
cendente no les eclipsó la belleza terrestre.
N o faltaron, sin em bargo, en la Edad M edia observaciones y distinciones con
ceptuales de carácter puram ente estético, cabiendo en este grupo: la distinción entre
la Delleza y la conveniencia, la utilidad y el placer (a partir de San A gustín ); la dis
tinción entre varias clases de belleza, sensible y sim bólica (los V ictorianos y Gui
llerm o de A uvergne); la distinción entre la belleza consistente en al arm onía y la con
sistente en la ornam entación; la enum eración de los diversos factores de la belleza
(V itelio ); la descripción de la experiencia estética (San Buenaventura) o la separación
de los placeres estéticos y biológicos (Santo Tomás).
II. C on v iccion es m e d i e v a le s a c e r c a d e l arte. Las convicciones m edievales acer
ca del arte tenían otro carácter que las relacionadas con lo bello y a que las prim eras
eran fijadas casi exclusivam ente por los filósofos y teólogos, m ientras que en la ela
boración de las segundas también intervinieron los artistas.
1 . El m edievo conservó la definición del arte an tiguo : así es arte la habilidad
de producir cosas conform e a reglas. En los albores del m edievo dijo C asiodoro que
ars dicta est q u o d nos suis regulis a rcte t a tq u e con strin g a t y a finales de la época San
to Tomás definía el arte como recta ordinatio rationis, q u e p e r d e te rm in a ta m e d ia
a d d e b itu m f i n e m a ctu s h u m a n i p e rv e n iu n t.
Era éste un concepto viejo, asum ido de los pensadores antiguos, que subrayaba
aún más los conocim ientos indispensables en el arte, de m odo que también las cien
cias podían ser consideradas como tal. Y fue tan sólo Santo Tom ás quien trazó una
línea divisoria entre artes y ciencias.
2. Los pensadores medievales eran conscientes de que todo arte aspira a la be
lleza (entendida, p or supuesto, de manera m edieval, am plia y am bigua), lo que fue
úna de las razones p or las que no se llegó a diferenciar el grupo específico de las
«b ellas» artes.
La otra razón fue que en la teoría del arte de entonces m u y poco tom aba en cuen
ta la belleza (entendida en un sentido puram ente estético). A com ienzos de la era
cristiana, en la estética de San A gustín, hubo cierta aproxim ación a los conceptos
de lo bello y del arte, mas este proceso no fue desarrollado en los siglos medios. La
teoría fijaba para el arte ciertos fines religiosos y m orales, hasta cierto punto prác
ticos y didácticos, y sólo incidentalm ente estéticos. Y en m u y contadas ocasiones la
teoría exigía que el arte em belleciera las paredes (ad v e n u s t a m p a r ie tu m ) teniéndose
al poeta, según dijo un historiador, por teólogo o por m entiroso.
N ada parece ind icar que la teoría m edieval del arte tomase en consideración el
arte coetáneo. Fue en efecto demasiado apriorística para hacerlo. En cam bio el arte
sí que reparaba en la teoría, y bajo la influencia de ésta — no tanto de la estética
com o de la teología y de la ética— los artistas estaban convencidos de que su obje
tivo no era la belleza m ism a, sino que su designio era servir a D ios, educar a los
hombres m oralm ente, reproducir las ley e s del ente (en el campo de la m úsica), y sim
bolizar el cielo (en la arquitectura religiosa).
Todo ello aún cabía dentro de los marcos de la teoría, mas la práctica, sin em
bargo, fue distin ta: los artistas medievales no habrían sido artistas verdaderos ni ha
brían hecho lo que hicieron si no se hubieran guiado por un concepto de belleza,
razón por la cual observam os en el medievo ciertas discrepancias entre la teoría y
el arte de la época.
Y fue San A gustín quien encontró la solución para determ inar la relación entre
el arte y la b elleza: el arte debería descubrir en la- realidad los vestigios de lo bello.
L a posterior teoría m edieval no solía recordarlo, pero el arte, desde luego, se atuvo
a esta m áxim a.
3. A la luz de la teoría m edieval, y conforme a sus objetivos, el arte tuvo un
carácter sim bólico: no pudiendo hacerlo directam ente, debía expresar la verdad y be
lleza eternas m ediante sím bolos; y además debía ser dem ostrativo: m ostrar la belle
za m ediante im ágenes, y ejem plar: proporcionar m odelos para vivir. Y en efecto, en
m anifestaciones tales com o los m inisterios escénicos o la m úsica eclesiástica, aquel
arte cum plía dichos fines y estaba al borde del rito religioso.
4. La teoría m edieval hizo que el arte tuviera varios niveles diferenciados: así
se esperaba que representara cosas espirituales y divinas pero sólo podía hacerlo m e
diante cosas sensibles; la m úsica reproducía las leyes del universo, pero tam bién de
leitaba directam ente los oídos. La poesía debería ser g r a v i s e t illustris, pero osten
tando al tiempo una form a elegante, teniendo que ir adornada con las p o lita v e r b a .
A sí el tem a del arte lo establece el teólogo, pero la form a, el artista.
Pero adem ás, la interdependencia entre dichos niveles no era fija: el nivel espi
ritual era esencial para los místicos iconólatras bizantinos, m ientras que los icono
clastas racionalistas lo rechazaron frontalm ente.
5. La Edad M edia no tuvo un concepto de «verdad artística», pero como el
m undo era considerado com o un ente perfecto, era natural que la tarea más digna
del artista fuese representar el mundo. Toda disidencia de la verdad cognoscitiva era
pues injustificada desde el punto de vista de la teoría del arte. Y dado que el arte
debía representar al m undo espiritual, para hacerlo, espiritualizaba, idealizaba y de
formaba nuestro m undo sensible. A l parecer de los teóricos medievales, la verdad
era universal, por lo que el arte, sin escrúpulo alguno, generalizaba y esquem atizaba
las formas del m undo e incluso, siguiendo el espíritu de la filosofía substituía las for
mas por los signos convencionales y los sím bolos que las representan.
Por estas razones, el arte figurativo del m edievo osciló siem pre entre un realis
mo radical y un idealism o radical. En p rincipio, hubo una sola teoría del arte, pero
éste, aunque se atuviera a ella, se manifestaba de diversas maneras.
6 . Lo más frecuente era evaluar el arte desde un punto de vista m oral, pero los
resultados de tales evaluaciones eran divergentes. Por un lado, se produce la conde
na del arte por ser p erju d icial (lo que empezó m u y tem prano, ya con San Agustín,
San Jerónim o, T ertuliano y G regorio M agno, y se reveló más tarde en las corrientes
ascéticas). En el polo opuesto figuraba el am or por el arte, profesado por el m ovi
m iento franciscano. M as los que lo censuraban lo hacían com o predicadores y no
estéticos.
En el presente panoram a resulta excepcional la postura de los iconoclastas, que
apoyaron el arte profano y com batieron el religioso. La teoría ascética no fue sino
una sim ple teoría, que no contó con un equivalente en campo del arte y en ningún
momento, a lo largo del m edievo, dejó el arte de ir desarrollando sus propias
conclusiones.
7. Tanto en la antigüedad como en los siglos m edios, el concepto del arte no
se redujo al de las «b ellas» artes, qué no fueron separadas como grupo diferenciado,
ni aisladas de las ciencias y la artesanía.
La clasificación de las artes, elaborada por H ugo de San V íctor, la más com pleta
de las clasificaciones m edievales, distinguía artes teóricas (las ciencias), y mecánicas
(la artesanía), mas no las bellas artes. Y tampoco los pensadores medievales tuvieron
las bellas artes por superiores a las demás. C uando tenían que citar las artes supe
riores, se referían a las liberales, es decir, las teóricas. Y entre éstas, de las hoy con
sideradas bellas artes sólo figura la música. La arquitectura, p or ejemplo, era inclui
da entre las artes m ecánicas, m ientras que la pintura y la escultura no estaban asig
nadas a ningún grupo concreto y en la práctica social eran tratadas como artesanas.
En cuanto a la poesía perdió la posición excepcional de que había gozado en la an
tigüedad: el poeta dejó de ser un vate, pero conservó, sin em bargo, un puesto m uy
elevado, ya que la poesía fue incluida en la retórica, es decir, en la ciencia.
A parte de estas convicciones, referentes al arte y más o menos divulgadas, en la
teoría m edieval aparecieron ciertas observaciones e ideas incidentales que a veces
eran más acertadas y m odernas que las mismas convicciones, pudiendo ser conside
radas sin em bargo com o adorno de la estética m edieval. N ada más que un adorno,
y a que no caracterizaban en realidad la estética de este período, ni sobrepasaban los
lím ites de ideas individuales, ni penetraron en definitiva en la m entalidad e ideología
medievales.
La m ayoría de aquellas observaciones provino de San A gustín y de Escoto Erí-
gena y, más tarde, de los V ictoriano, de San B uenaventura y de Santo Tom ás, con
cerniendo a la psicología del artista y el espectador, al origen y a las diversas posi
bilidades del arte, y figurando entre ellas ideas tales como la tesis agustiniana del rea
lism o, según la cual e l arte saca de la realidad los v e s tig ia p u lch ri, o la distinción de
San Buenaventura que afirm aba que la belleza de una obra de arte es la belleza de
las cosas representadas o la belleza de la propia representación.
En realidad, resulta de lo más natural que el arte y la teoría del arte de una épo
ca dada sean coincidentes. Son en efecto dos fenóm enos paralelos, una la expresión
práctica y otra la teórica de la actitud ante el m undo típ ica de una época. Am én de
que la teoría suele nutrise de las experiencias del arte y el arte se guía por las indi
caciones teóricas. A sí pues, además de ser fenóm enos paralelos, se influyen
mutuamente.
D icha situación tuvo lu gar en la antigüedad, pero en la Edad M edia la relación
entre el arte y su teoría fue distinta. La teoría m edieval del arte se inspiró en la fi
losofía y teología más que en el arte m ism o, y en el arte, a su vez, llegaron a m ani
festarse autónom am ente las necesidades puram ente estéticas de la belleza, la forma,
el color, el ritm o y la expresión. Es ésta la razón p or la que la estética im plicada en
el arte m edieval no coincidía con la estética expresada por los teóricos de la época.
19. L a e s t é t ic a a n t ig u a y l a n u e v a