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Cuando era niño enfermé

de hambre y de miedo.
Desgarraba jirones de piel de mis labios.
En mis recuerdos...
lamo restos de sal, de frescura.
Y todavía camino y camino.
Me siento en el umbral,
buscando el calor.
Me tambaleo deliberadamente
como el sonido de la gaita.
Tenía calor. Me abrí
el alzacuellos y me tumbé.
Las trompetas sonaron.
Una luz me taladró los párpados.
Arriba, en lo alto de la acera,
Madre vuela, hace señas con la mano...
y se aleja volando.
Ahora debajo de los manzanos,
sueño con un blanco hospital.
Cuando era niño caí enfermo.
La vista se oscurece,
mi vigor...
está demasiado oculto,
dardos diamantinos.
Escuchando tejedores por la casa de mi padre
respiran truenos distantes.
Los tejidos de duros
músculos debilitados...
como el canoso buey en el arado.
Cuando cae la noche ya no...
brillan dos alas detrás de mí.
Durante la fiesta,
me consumí como una vela,
recolectando arriba y abajo
mi cera derretida.
Y ver en ello un luto por alguien
y así orgullosamente...
dar la última porción de felicidad,
muriendo brillando.
Y al abrigo de un tejado improvisado,
alumbrar póstumamente,
como una palabra.

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