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MUNICIPALIDAD PROVINCIAL

DE PISCO

CENTRO CULTURAL “TEODULO WILL HERNANDEZ VALLE”

BIBLIOTECA MUNICIPAL “ABRAHAM VALDELOMAR”

EL BICENTENARIO

DE LA

INDEPENDENCIA

DEL PERU

Municipalidad Provincial de Pisco


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EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU
 MUNICIPALIDAD PROVINCIAL DE PISCO

PISCO, ABRIL, 2018.

CENTRO CULTURAL MUNICIPAL ―TEODULO WILL HERNANDEZ VALLE‖


BIBLIOTECA MUNICIPAL ―ABRAHAM VALDELOMAR PINTO‖

ALCALDE: TOMAS ANDIA CRISOSTOMO.

ADMINISTRADOR DEL CENTRO CULTURAL MUNICIPAL:


ING. JOSE OSCAR FLORES CONISLLA

JEFATURA DE LA BIBLIOTECA MUNICIPAL “ABRAHAM VALDELOMAR


PINTO”
TAP ROSA L. REYES ALVARADO.

EL CONTENIDO DE ESTA PUBLICACIÓN, ES DE DOMINIO PÚBLICO.


PUEDE SER UTILIZADA POR TODOS LOS MEDIOS, FISICOS Y ELECTRONICOS,
CITANDO LA FUENTE BIBLIOGRAFICA.

NO ESTÁ PERMITIDO SU COMERCIALIZACIÓN.

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INTRODUCCION

Nos acercamos al bicentenario de la Independencia del Perú, al año 2021, y ello implica muchas
reflexiones desde los distintos campos.

El año 1921, siendo Presidente de la República, Augusto B. Leguía, el Perú cumplió un siglo de
vida independiente.

¿Por qué la fecha?

Entre 1909 y 1910, varios países latinoamericanos celebraron su ―Centenario‖, pues


conmemoraron el ―primer grito de independencia‖, ya sea de su Virreinato (México, Colombia
y Argentina), de su Audiencia (Bolivia y Ecuador) o de su Capitanía General (Chile).

En realidad, no fue el centenario de su independencia efectiva sino el inicio (remoto) de su


lucha por ella, pues todos tuvieron que esperar varios años, que van desde 1816 hasta 1830,
cuando empezaron a funcionar como verdaderos Estados independientes.

En el caso peruano, si tuviéramos que aplicar la misma lógica, habríamos tenido que celebrar
nuestro centenario en 1911, cuando se cumplieron 100 años del grito emancipador de Francisco
de Zela en la ciudad de Tacna, fuertemente reprimido por el virrey Fernando de Abascal, quien
presidía entonces el Virreinato peruano.

La tradición de celebrar acontecimientos similares en momentos distintos induce al error, pues


muchas veces se piensa que el Perú se independizó mucho después que el resto de países
latinoamericanos. Hoy, gracias al avance de la historiografía, sabemos que la Independencia de
Hispanoamérica fue un mismo proceso, y la del Perú fue parte de éste, por lo que muchas fechas
claves coinciden.

Las diferencias entre los países tienen que ver con la forma en que, arbitrariamente, durante la
construcción de su Estado-Nación en el siglo XIX, sus élites fijaron la fecha (el momento)
fundacional de sus respectivas patrias, iniciándose así una tradición celebrativa o tradición
conmemorativa.

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A la confusión de fechas, a este error ―cronológico‖, se suma otra controversia. Ésta tiene que
ver con la idea según la cual, como los demás países se independizaron primero, ellos superaron
con mayor facilidad la pesada ―herencia colonial‖ y construyeron Estados más eficientes, más
coherentes, con mayores niveles de integración que el Perú e, incluso, gracias al temprano
surgimiento de una élite dirigente mejor comprometida con los intereses de sus respectivas
―naciones‖. Hoy, asimismo, debido al desarrollo de la historiografía latinoamericana, tal
argumento no resiste ningún análisis serio.

A diferencia de otros países de la región, en el Perú no hubo ningún problema para elegir el
nombre que debía llevar el país luego de la Independencia; tampoco hubo mayor dificultad para
asumir que el acontecimiento ―fundacional‖ de la Nación fue cuando San Martín convocó a los
peruanos a luchar por la emancipación el 28 de julio de 1821.

No se tomaron en cuenta algunos acontecimientos anteriores que hubieran sido leídos como
―gritos precursores‖: Francisco de Zela (Tacna, 1811), Enrique Paillardelle (Tacna, 1813) y
Mateo Pumacahua y los hermanos Angulo (Cuzco, 1814), todos ellos inscritos en la coyuntura
de la crisis monárquica en España y el avance del liberalismo hispano, pero también duramente
reprimidos por el virrey Abascal con el apoyo de la élite limeña.

Ya desde 1822, un año después de la proclamación del Libertador argentino, la población


limeña celebró el 28 de julio. Luego, en 1827, quedó esta fecha sancionada, oficialmente, como
el ―aniversario patrio‖ en todo el territorio de la república. Los que sobrevivieron a la guerra
asumieron que la ―verdadera‖ independencia se dio desde la llegada del ejército sanmartiniano
hasta la victoria de Ayacucho, conseguida por las tropas bolivarianas al mando del mariscal
Antonio José de Sucre.

En todo caso, fue una apreciación más pragmática del proceso, no la ―romántica‖ de escoger un
grito aislado y remoto, incluso ―fidelista‖ o ambiguamente ―separatista‖, y que fue apagado con
relativa facilidad, como ocurrió en algunos países de la región.

Por ello en el Perú, sin mediar polémicas, el Cincuentenario se cumplió en 1871 (Balta), el
Centenario en 1921 (Leguía) y el Sesquicentenario en 1971 (Velasco). Gobiernos civiles y
militares, autoritarios o relativamente democráticos, o de distinta tendencia ideológica, han
mantenido, en un excepcional consenso, esta tradición conmemorativa.

La celebración debe promover también el nuevo rol que debe cumplir la Historia en el vigente
Estado nacional. Asimismo, hay que buscar una nueva relación entre la historia nacional y las
múltiples historias regionales o locales, que reflejan la existencia de muchas memorias
provenientes de una sociedad tan diversa como la nuestra.

El haber focalizado el inicio de nuestra independencia con el discurso de San Martín en la Plaza
Mayor de Lima nos puede dar algunas ―ventajas‖ respecto al próximo Bicentenario. Así como
Leguía organizó las ceremonias del Centenario después de las de muchos países

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latinoamericanos, las fiestas del 2021 tendrán lugar cuando ya varios países hayan celebrado las
suyas.

De esa manera, tenemos que trabajar bajo esa visión; por ejemplo, recuperar la imaginación
creativa de quienes, en tiempos de la Independencia, quisieron un país verdaderamente libre y
con un profundo sentido de ciudadanía entre los peruanos. Tenemos que volver a esos valores
para vivirlos y practicarlos, en vez de exaltarlos en términos puramente retóricos.

La Independencia del Perú es un proceso histórico social, que corresponde a todo un periodo de
fenómenos sociales levantamientos y conflictos bélicos que propició la independencia política y
el surgimiento de la República Peruana como un estado independiente de la monarquía
española, resultado de la ruptura política y desaparición del Virreinato del Perú por la
convergencia de diversas fuerzas liberadoras y la acción de sus propios hijos.

En 1820, la Expedición Libertadora procedente de Chile desembarcó en Paracas-Pisco, bajo el


mando del general José de San Martín. Éste proclamó en Lima la independencia del Estado
peruano (1821) y bajo su Protectorado se formó el primer Congreso Constituyente del país.

Con la Guerra de Maynas queda pacificado el oriente peruano en 1822. Pero San Martín se ve
obligado a retirarse del Perú mientras el flamante estado sostiene una guerra contra los realistas
de resultado incierto hasta 1824, año en que tuvieron lugar las campañas de Junín y Ayacucho
bajo el mando del Libertador Simón Bolívar.

La victoria de Ayacucho concluyó con la capitulación del ejército realista que puso fin al
virreinato del Perú.

La independencia del Perú fue otro capítulo importante en las guerras de independencia
hispanoamericanas. Finalmente en abril 1825 concluye la campaña de Sucre en el Alto Perú, y
en noviembre de ése mismo año, México consigue la capitulación del bastión español de San
Juan de Ulúa en América del norte, y por último, en enero de 1826, caen los reductos españoles
del Callao y Chiloé en América del sur. España renuncia en 1836 a todos sus dominios
continentales americanos.

En lo político se cortó la dependencia de España; en lo económico se mantuvo la dependencia


de Europa y en lo social el despojo de tierras a indígenas se acentuó en la era republicana, pero
se considera, que el empleado doméstico indígena fue tratado de forma inhumana, incluso en las
primeras décadas del siglo XX.

De esa manera, para gran parte de los peruanos, los 200 años de nuestra independencia es
todavía un episodio lejano. Sin embargo, en casi toda América Latina, el bicentenario se
desborda en múltiples iniciativas y actividades. Se construyen desde estadios a bibliotecas, se
publican cientos de libros y se programan encuentros.

Este despliegue, que cuesta mucho dinero, está desdibujando un poco el sentido de la
celebración. Y es que las formas de celebrar solo dan cuenta de una autopercepción coyuntural.

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Los monumentos y cualquier otra construcción conmemorativa, por grandiosa que sea, pueden,
con el tiempo, perder o cambiar su significado.

Cuando llegó el centenario, en 1921 y 1924 (cien años de la Batalla de Junín), las celebraciones
llevadas a cabo por Leguía fueron la ocasión para proyectar una imagen de orden y progreso.
Fueron utilizadas por el leguiísmo como medio de propaganda. Hubo gran despliegue y Leguía
supervisó los detalles de todos los acontecimientos. Fueron fiestas cívicas que evocaron la
independencia y quisieron generar la unión del país, teniendo como testigos a las embajadas de
los países amigos.

Los peruanos vivieron una década celebrando los 100 años de la independencia. Al final, la
―Patria Nueva‖ de Augusto B. Leguía se derrumbó y el discurso que le dio vida quedó sin
contenido. Como las obras del centenario estuvieron muy ligadas a la figura de Leguía, estas
también perdieron su significado.

Por ello, dentro del marco de celebraciones del 2021, será la oportunidad para abrir un debate
nacional no solo sobre la independencia, sino sobre el largo proceso de los grupos que han
habitado este territorio, para entender la complejidad de nuestra sociedad y dibujar la
construcción de una más dialogante y multicultural.

Hay que buscar una nueva relación entre la historia nacional y las múltiples historias que se
escriben desde las otras orillas, que reflejan la existencia de muchas memorias provenientes de
una sociedad tan diversa. Conviene recordar el pasado, en sus grandezas y miserias. Hay que
festejar, pero también hay que ser conscientes de cuánto nos ha costado mantener el país que
hoy tenemos.

Nuestro bicentenario tendrá lugar cuando ya varios países habrán celebrado el suyo. Tenemos la
ventaja de conocer los aciertos y errores de los demás. Para el 2021 no tratemos de resolver
todos los problemas, pues al final podemos quedarnos sin abordar ni siquiera uno solo de ellos.
Trabajemos desde ahora en aquellos que nos permitan vivir en comunidad y en plena
democracia. ¿Nos sirve el pasado para ello? Sí, por ejemplo, recuperar la imaginación creativa
de quienes, en tiempos de la Independencia, quisieron un país verdaderamente libre.

En ese sentido, la Municipalidad Provincial de Pisco, pone a disposición este consolidado de la


diversa información relacionada desde la perspectiva histórica, sobre la construcción ―de la
independencia‖, entendiéndose como un proceso.

La información que se presenta, está en relación de nuestros próceres, de aquellos que viron una
Patria libre, y que lucharon por ella, desde nuestro mismo territorio, de querer independizarse de
la corona española, así como comprendiendo la corrientes libertarias del sur y del norte,
representadas por José de San Martín y Simón Bolívar.

Es el primer paso que damos, y que se pone a consideración de los escolares de Pisco, de todos
los pisqueños y visitantes, dentro de la construcción de la ―nueva provincia‖… rumbo al
bicentenario.

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CAPITULO I

LOS PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

JUAN SANTOS ATAHUALPA

Nacido posiblemente en el Cuzco, el año de 1710. No se sabe la fecha de su fallecimiento.

Fue el dirigente quechua de una importante rebelión indígena que estalló en 1742, cuyo
propósito era restaurar el Imperio de los incas y expulsar a los españoles y negros. Al frente de
las tribus selváticas, logró controlar un extenso territorio de la selva central del Virreinato del
Perú, amagando la sierra central.

Si bien la rebelión no llegó a extenderse más allá de esos límites, tampoco pudo ser sometida
por la autoridad virreinal. Juan Santos desapareció misteriosamente hacia el año 1756,
desconociéndose la fecha y las circunstancias de su fallecimiento.

Lo poco que se sabe de la vida de este caudillo mestizo antes del año 1742 nos lo han
transmitido los religiosos que se entrevistaron con él y que recogieron algunos datos de su boca,
por lo demás dudosos. Juan Santos afirmaba ser un descendiente de los incas nacido en
el Cusco y criado por los jesuitas.

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Demostraba tener una gran cultura, pues dominaba el castellano y latín, además del quechua y
otros idiomas nativos. También afirmaba que uno de sus maestros jesuitas, al comprobar sus
aptitudes intelectuales, lo llevó consigo a Europa (España y Portugal) y África (San Pablo de
Luanda, en Angola).

Regresó al Perú, que lo recorrió del Cuzco a Cajamarca. Hacia 1740 se ofreció como ayudante
de los misioneros franciscanos de la región de Chanchamayo, en la selva central. Estas misiones
habían facilitado la llegada de los españoles interesados en explotar la sal proveniente de un
cerro aledaño (Cerro de la Sal), quienes empezaron a usar como mano de obra a los nativos
asháninkas, lo que conllevó a una serie de abusos.

La idea de la rebelión surgió entonces en Juan Santos, al comprobar la desalmada dominación


española que ejercían con total impunidad. Se propuso restaurar el trono de sus antepasados y
dar la libertad a los indios.

Al momento de estallar la rebelión, Juan Santos contaba de 30 a 40 años de edad. Vestía


una cushma o camisón típico de los indios selváticos y llevaba siempre colgada en el pecho una
cruz de madera de chonta con cantoneras de plata. Mascaba abundante hoja de coca, a la que
denominaba «hierba de Dios». Sus rasgos eran de mestizo.

Uno de los frailes franciscanos que lo visitó lo describió como de estatura alta y de piel tostada,
añadiendo: ―tiene algún vello en los brazos, tiene muy poco bozo, luce bien rapado… es de
buena cara; color pálido amestizado; pelo cortado por la frente a hasta las cejas, y lo demás
desde la quijada alrededor coleteado‖, es decir, recogido en una coleta, según la moda
occidental del siglo XVIII.

LA REBELION

El movimiento libertario estalló en junio de 1742. Juan Santos se hizo proclamar Apu Inca,
aduciendo ser descendiente de Atahualpa. Confiaba en el apoyo de los indios de todo el
territorio peruano; llegó incluso a afirmar que estaba relacionado con los ingleses y que una
flota británica apoyaría por mar su rebelión. Coincidentemente, al iniciar la lucha de la libertad,
se vio por las costas del virreinato la nave del inglés Jorge Anson.

Su meta era restaurar el Imperio inca y expulsar a los españoles y a sus esclavos negros, para
inaugurar un nuevo régimen de prosperidad, aunque aseguró que la religión de todos seguiría
siendo la católica. Sin embargo, incitó a los indios a que se rebelaran contra los trabajos que les
imponían los misioneros católicos y exigió la ordenación de sacerdotes indígenas. Su plan era
ganar primero la selva, luego la sierra y finalmente la costa. Por último, se coronaría Inca en
Lima.

Nombró por teniente suyo a un cacique cristiano llamado Mateo de Asia y mantuvo como
ayudante cercano a un negro, Antonio Gatica, que era su cuñado.

LA EXTENSION DEL MOVIMIENTO

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El conocimiento que poseía de la lengua quechua y de varias lenguas amazónicas le permitió a
Juan Santos ser comprendido prontamente por los indígenas de la selva central, que se plegaron
a su lucha con gran entusiasmo. La rebelión logró congregar a los pueblos de la selva
central: ashaninka, yanesha y hasta shipibo, es decir, las poblaciones que habitaban las cuencas
de los ríos Tambo, Perené y Pichis. Toda esa zona era conocida con el nombre del Gran
Pajonal y era territorio de las misiones franciscanas.

Juan Santos llegó a contar con más de 2000 hombres, con los cuales logró controlar la selva
central, territorio que, por lo demás, no se hallaba eficazmente regulado por el poder virreinal.

El primer objetivo de los rebeldes fue la reducción de Eneno, para luego seguir con Matranza,
Quispango, Pichana y Nijandaris. Destruyeron en total 27 misiones y amenazaron con atacar la
sierra.

El virrey marqués de Villagarcía ordenó a los gobernadores de la frontera de Jauja y Tarma,


Benito Troncoso y Pedro de Milla Campo que se internaran en la región convulsionada, para
cercar al rebelde. Así se hizo y Troncoso llegó hasta Quisopango, en donde encontró alguna
resistencia, pero logró ahuyentar a los indios. Juan Santos, que rehuyó al encuentro, se dirigió
hacia el pueblo de Huancabamba. Desde Tarma salieron fuerzas coloniales para ir en su
búsqueda, pero el caudillo mestizo logró ponerse a salvo.

Al año siguiente, los españoles organizaron una expedición a Quimiri (hoy La Merced), en el
valle de Chanchamayo. Iban bajo el mando del corregidor de Tarma, Alfonso Santa y Ortega,
acompañado por el gobernador de la Frontera, Benito Troncoso.

El 27 de octubre de 1743 llegaron a Quimiri, donde levantaron un fuerte, que concluyeron en el


mes de noviembre. Fue dotado de cuatro cañones y cuatro pedreros, con su correspondiente
provisión de municiones. El día 11 de noviembre, el corregidor Santa partió hacia el interior,
quedando en el fuerte de Quimiri el capitán Fabricio Bertholi con 60 soldados.

Juan Santos, que estaba al tanto de todos los movimientos del adversario, planeó atacar a la
pequeña guarnición. Previamente, se apoderó de una remesa de víveres que marchaba con
destino al fuerte, iniciando luego el sitio del mismo.

Muchos de los soldados españoles perecieron entonces a raíz de una epidemia y en los demás
cundió la desmoralización, al extremo que presionados por el hambre algunos desertaron.
Entonces, Juan Santos exigió a Bertholi la rendición, mas éste se negó confiando en que le
llegarían pronto los refuerzos que había solicitado por intermedio de un religioso que pudo
eludir a los insurrectos. Finalmente, Juan Santos decidió atacar el fuerte y todos los españoles
fueron muertos. Eran los días finales del año 1743.

Mientras tanto, asumió el poder un nuevo virrey, José Antonio Manso de Velasco, futuro conde
de Superunda, un militar con mucha experiencia. Juan Santos continuó sus ataques. Tomó el
pueblo de Monobamba, el 24 de junio de 1746, extendiendo el radio de acción de su
movimiento. Incluso se habló de manifestaciones a su favor en la lejana provincia de Canta.

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El virrey Manso de Velasco nombró jefe de una tercera expedición a Joseph de Llamas,
marqués de Menahermosa. Pero el rebelde tomó la iniciativa tomando Sonomoro en 1751 y
Andamarca el 4 de agosto de 1752. Esto último significaba ya una seria amenaza, porque
Andamarca era ya la cordillera y estaba cerca de Tarma, Jauja y Ocopa. La rebelión amenazaba
extenderse a la sierra, poblada por una nutrida población indígena, cuyo alzamiento habría dado
un giro formidable y decisivo a la misma.

El marqués de Menahermosa maniobró para dar alcance a Juan Santos pero éste logró eludirlo.
El virrey enfureció con los resultados, pues no se había librado una batalla decisiva y el rebelde
seguía controlando una gran zona en la selva. Corrieron rumores de que Juan Santos atacaría
Paucartambo, que caería sobre Tarma, que asolaría Jauja, pero nada de esto ocurrió.
Misteriosamente, el líder mestizo no volvió a realizar sus osados ataques y la región volvió a
gozar de paz.

DESAPARICION DE JUAN SANTOS

Desde el año 1756 no se supo pues nada de Juan Santos. El mismo virrey Manso de Velasco, en
su memoria fechada en 1761, escribió al respecto: ―desde el año 1756… no se ha dejado sentir
el indio rebelde y se ignora su situación y aún su existencia‖.

Una versión dice que hubo una sublevación entre los rebeldes y que Juan Santos tuvo que
ordenar la muerte de Antonio Gatica, su lugarteniente y otros hombres por posible traición.

Sobre el final de Juan Santos corrieron las más variadas versiones. Una de ellas afirma que
murió en Metraro, víctima de una pedrada disparada con una honda en un festejo público; otras
afirman que fue envenenado. Otra posibilidad es que haya muerto de vejez. Se dice incluso que
habría contado con una especie de mausoleo en Metraro, a donde descansaban sus restos
humanos y eran objeto de veneración.

Su desaparición y probable muerte tuvo visos legendarios y maravillosos, en el recuerdo de los


montañeses. Para unos no había fallecido, creyendo que era inmortal. Para otros habría subido al
cielo rodeado de nubes, y volvería en un futuro a la tierra.

Fray José Miguel Salcedo aseveró que cuando llegó a San Miguel del Cunivo fue recibido por
catorce canoas con unos ochenta hombres con extrañas demostraciones de regocijo, entre ellos
dos capitanes del rebelde, quienes le aseguraron que Juan Santos ―… murió en Metraro, y
preguntándoles a donde había ido me respondieron que al infierno, y que delante de ellos
desapareció su cuerpo, echando humo…‖

El coronel Roberto López, del ejército peruano, afirmó en una carta que muchos indios de las
márgenes de los ríos Huallaga, Ucayali y sus afluentes, no creían que había muerto, pues ―… un
día, en presencia de varias tribus reunidas en el pueblo de Metraro, rodeado de nubes se remontó
a los cielos‖.

Para Ossio, Juan Santos Atahualpa asumió atributos para destacar su condición
de mesías restaurador del orden. Fue el líder en el cual por primera vez se materializaba la idea

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del retorno del Inca. Frente al desorden reinante por la corrupción y los abusos de los
corregidores, proclamó la abolición del dominio español y la recuperación del reino incaico, en
su calidad de descendiente legítimo del último Inca, pero además proclamándose enviado de
Cristo y poseído por el Espíritu Santo cristiano. Era la primera expresión del mito
de Inkarrí llevada a la acción.

De allí que se impuso entre los pueblos selváticos una explicación sobrenatural que afirmaba
que el caudillo ―se elevó a los cielos en medio de mucho humo‖ y se corrió la voz de que había
prometido regresar. El mesianismo tuvo efecto, pues hasta el día presente muchos todavía
aguardan su retorno.

Sea como fuera, lo cierto es que el accionar de Juan Santos tuvo un dilatado efecto en la región,
pues colonos y misioneros no volverían a ingresar a la selva central peruana hasta ya
conformada la República del Perú.

TRATOS DE JUAN SANTOS ATAHUALPA

En cuanto al supuesto trato de Juan Santos con los ingleses, sobre lo cual no hay mayor
información documental que lo confirme, se puede, sin embargo, lanzar algunas hipótesis a
partir de ciertas circunstancias por entonces acaecidas, tal como lo hace Francisco Loayza.

Es conocida, por ejemplo, la vieja pugna que sostenían los ingleses con los españoles en busca
de tener mayores facilidades para comerciar con los mercados de América, celosamente
guardados por los coloniales.

Una serie de acuerdos y concesiones que nos hacen evocar al famoso navío de permiso forman
parte de esta historia. Y estos hechos no eran, pues, desconocidos para un hombre bien
informado y culto como Juan Santos Atahualpa.

Así, en la primera noticia sobre él se dice que ―habló con los ingleses, con quienes dejó pactado
que le ayudasen a cobrar su corona por mar, y que él vendría por tierra, recogiendo su gente,
para al fin de recobrar su corona‖. Para Loayza este pacto no es inverosímil por los hechos antes
referidos y podría haberse establecido en 1741.

Los ingleses cumplieron lo pactado con Juan Santos a favor de la Independencia. El Vice
Almirante Jorge Anson, al mando de cinco buques de guerra, fue comisionado por su Gobierno,
para entrar al Pacífico y perseguir todas las naves, y bloquear todos los puertos subyugados a
España... (Anson, a la sazón era parte del equipo de marinos británicos que sostenían la guerra
con España en sus colonias, desde 1740.

Otro de sus principales líderes, además de Anson, era el Almirante Vernon quien disponía de 50
naves, 130 de transporte y/o cerca de 13 mil hombres de desembarco, asolando las aguas del
Caribe). Anson pasando el Estrecho de Magallanes, fue a fondear en la isla de Juan Fernández el
día 7 de junio de 1741. Desde allí atalayaba los mares de Chile, Perú y Ecuador. Y en el mes de

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septiembre del mismo año apresó al navío español "Monte Carmelo" que iba del Callao a
Valparaíso, apoderándose de más de veinte mil pesos y muchas mercancías.

Luego anduvo de correría en correría, de sur a norte, capturando y hundiendo navíos, asolando y
saqueando diferentes pueblos de la costa. Y agrega:

No es improbable que Anson, después de estas correrías, por más de medio año, al no tener
noticia de levantamiento alguno en el Virreinato del Perú, decidió alejarse, como lo hizo, rumbo
al Asia. Cinco meses después (en mayo de 1742) no habiéndose levantado los pueblos peruanos
de la costa y de la sierra, dan los indios de la montaña, con Juan Santos Atahualpa, el grito de
rebelión. Si este movimiento de los montañeses hubiera estallado en su debido tiempo, la
expedición del Vicealmirante inglés Jorge Anson habría resultado eficiente y, quizá, definitiva...

TUPAC AMARU II

José Gabriel Condorcanqui Noguera llamado igualmente José Gabriel Túpac Amaru
(Surimana, Canas, Virreinato del Perú, 19 de marzo de 1738-Cuzco, 18 de mayo de 1781),
conocido posteriormente como Túpac Amaru II o simplemente Túpac Amaru, fue
un caudillo indígena líder de la mayor rebelión anticolonial que se dio
en Hispanoamérica durante el siglo XVIII. Descendía de Túpac Amaru I (último
Sapa Inca, ejecutado por los españoles en el siglo XVI).

Lideró la denominada ―Gran rebelión‖ que se desarrolló en el Virreinato del Río de la Plata y
el Virreinato del Perú, pertenecientes al Reino de España, rebelión iniciada el 4 de
noviembre de 1780 con la captura y posterior ejecución del corregidor Antonio de Arriaga.

Curaca (jefe nativo) de Surimana, Tungasuca y Pampamarca, era adinerado y se dedicaba


al comercio. Se trataba de un personaje de origen mestizo en el que confluía la sangre del Sapa
Inca Túpac Amaru con la de los criollos.

De hecho, durante una gran parte de su vida, habiendo sido criado hasta los 12 años por el
sacerdote criollo Antonio López de Sosa y luego en el Colegio San Francisco de Borja, mostró
preferencia por lo criollo llegando a dominar el latín y a utilizar refinadas vestimentas hispanas,
pero posteriormente se vistió como un noble inca, hizo uso activo de la lengua
nativa quechua en su vida y proclamas, y fue excomulgado de la Iglesia católica. Encabezó el
mayor movimiento de corte indigenista e independentista en el Virreinato del Perú.

Fue el primero en pedir la libertad de toda Hispanoamérica de cualquier dependencia, tanto de


España como de su monarca, implicando esto no sólo la mera separación política sino la
eliminación de diversas formas de explotación indígena (mita minera, reparto de mercancías,
obrajes), de los corregimientos, alcabalas y aduanas (14 de noviembre de 1780). Además
decretó la abolición de la esclavitud negra por primera vez en la misma Hispanoamérica (16 de
noviembre de 1780).

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Su movimiento constituyó un ―parteaguas‖, debido al cual las autoridades coloniales eliminaron
a la ya escasa clase indígena noble y acrecentaron la represión contra lo andino por el temor de
que algo así se repitiese.

En Perú ha sido reconocido como el fundador de la identidad nacional peruana. Fue una figura
capital para el régimen velasquista (1968-1975) y desde entonces ha permanecido reivindicado
en el imaginario popular.

José Gabriel Condorcanqui fue hijo de Miguel Condorcanqui y Rosa Noguera. Por su condición
de indígena noble realizó sus estudios con los jesuitas del Colegio San Francisco de Borja o
Colegio de Caciques del Cusco.

Dominaba el quechua, castellano y latín, destacando entre sus lecturas los Comentarios
Reales del Inca Garcilaso de la Vega, las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, las Sagradas
Escrituras, el drama quechua Apu Ollantay, así como posterior y clandestinamente textos
de Voltaire y Rousseau, en aquella época censurados.

El 25 de mayo de 1758, contrajo matrimonio con Micaela Bastidas Puyucahua con quien tuvo
tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando (todos apellidados Condorcanqui Bastidas); seis años
después de su matrimonio fue nombrado cacique de los territorios que le correspondían por
elemental herencia. Condorcanqui fijó su residencia en la ciudad del Cuzco, desde donde
viajaba constantemente para controlar el funcionamiento de sus tierras.

Debido a sus prósperas actividades económicas, Condorcanqui empezó a sufrir la presión de las
autoridades españolas, en especial por presión de los arrieros que vivían en la región de la
cuenca del Río de la Plata, quienes intentaban tener el monopolio del tránsito de mineral por el
Alto Perú. Las autoridades españolas sometieron a Condorcanqui al pago de prebendas.

Vivía la situación típica de los curacas: tenía que mediar entre el corregidor y los indígenas a su
cargo. Sin embargo, se vio afectado, como el resto de la población, por el establecimiento de
aduanas y el alza de las alcabalas. Realizó reclamos sobre estos temas pidiendo también que los
indígenas fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas, reclamos dirigidos por las vías
regulares a las autoridades coloniales en Tinta, Cusco y después en Lima, obteniendo negativas
o indiferencia.

Además buscó que se le reconociera su linaje real inca, siguiendo por años un proceso judicial
en la Audiencia de Lima y siendo este finalmente rechazado.

SUBLEVACION

El 4 de noviembre de 1780 se inicia la rebelión de José Gabriel Condorcanqui contra la


dominación española, adoptando el nombre de Túpac Amaru II, en honor de su antepasado el
último Inca de Vilcabamba. Túpac Amaru se autodeclara Inca, Señor de los Césares y
Amazonas, y jura con el siguiente bando su coronación:

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“... Don José Primero, por la gracia de Dios, Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile,
Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los
Césares y Amazonas con dominio en el Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad
Divina, etc...”

Al comienzo el movimiento reconoció la autoridad de la corona, ya que Túpac Amaru afirmó


que su intención no era ir en contra del rey sino en contra del ―mal gobierno‖ de los
corregidores. Más tarde la rebelión se radicalizó llegando a convertirse en un movimiento
independentista.

Su esposa Micaela Bastidas así como familiares de ambos tuvieron una participación de primer
orden en el movimiento, tanto en el reclutamiento, abastecimiento y hasta cierto punto en la
toma de decisiones.

Con el apoyo de otros curacas, mestizos y algunos criollos, la rebelión se extendió, llegando a
tener tropas de decenas de miles de combatientes. Entre sus ofrecimientos se hallaban la
abolición tanto del reparto como de la alcabala, la aduana y la mita de Potosí.

La convocatoria de Túpac Amaru II buscó integrar a indígenas, criollos, mestizos y libertos


negros en un frente anticolonial, pero no pudo evitar que la masificación del movimiento
convirtiera el accionar en una lucha racial contra españoles y criollos (en general en el
Virreinato los criollos no tenían en su actuar antagonismos con los españoles, siendo como
mucho contrarios a las reformas borbónicas pero fieles a la corona en los demás aspectos).

Su movimiento tuvo dos fases:

- Primera fase o fase tupacamarista, donde destaca la hegemonía de José Gabriel Túpac
Amaru y continuada tras su muerte por su primo Diego Cristóbal Túpac Amaru.

- Segunda fase o fase tupacatarista, donde destaca el protagonismo de Julián Apaza


Túpac Katari.

JUICIO Y EJECUCION

Tras ser capturado el 6 de abril de 1781, fue llevado a Cuzco encadenado y montado en una
mula. Ingresó a la ciudad una semana después, ―con semblante sereno‖ mientras las campanas
de la Catedral repicaban celebrando su captura.

Apresado en el convento de la Compañía de Jesús, fue sucesivamente interrogado y torturado al


límite del fallecimiento, con el objetivo de arrancarle información acerca de sus compañeros de
rebelión en Cuzco y otras ciudades, y de sus ejércitos que aún conservaban grandes territorios.
Torturas que fueron inútiles ya que no dio confesión alguna. Más bien trató de enviar mensajes
escritos con su propia sangre, pero estos fueron interceptados. La madrugada del 29 de abril a
causa de los rigores del tormento le fracturaron el brazo derecho.

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Un día durante el encierro cuando el visitador José Antonio de Areche, autoridad del
interrogatorio y ejecución enviado por el rey Carlos III de España, entró intempestivamente al
calabozo para exigirle, a cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión,
Túpac Amaru II le contestó: ―Solamente tú y yo somos culpables, tú por oprimir a mi pueblo, y
yo por tratar de libertarlo de semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte‖.

El 18 de mayo de 1781, en acto público en la Plaza de Armas de Cuzco, se cumplió la ejecución


de Túpac Amaru II, su familia y sus seguidores. Los prisioneros fueron sacados de sus
calabozos, metidos en zurrones (un tipo de costal) y arrastrados por caballos todos a la vez, uno
tras otro, hasta llegar a la plaza. Ya al pie del cadalso, Túpac Amaru II fue obligado, tal y como
señalaba la sentencia, a presenciar la tortura y asesinato de sus aliados y amigos, su tío, sus dos
hijos mayores y finalmente su esposa, en ese orden.

Después, al igual que hicieron con varios de sus lugartenientes, con su tío y su hijo mayor, le
cortaron la lengua.

Luego se intentó descuartizarlo vivo, atando cada una de sus extremidades a caballos para que
estos tirasen de aquellas y las arrancaran. Un testigo describió los hechos:

“Atáronle a las manos y pies cuatro lazos, y asidos estos a la cincha de cuatro caballos, tiraban
cuatro mestizos a cuatro distintas partes: espectáculo que jamás se había visto en esta ciudad.
Intentaron por mucho tiempo pero no pudieron absolutamente dividirlo después que por un
largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire, en un estado que parecía
una araña”.

Al ser la acción infructuosa sus verdugos optaron por decapitarlo y posteriormente


despedazarlo. Su cabeza fue colocada en una lanza exhibida en Cuzco y Tinta, sus brazos en
Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca (actual provincia de Chumbivilcas) y en Santa
Rosa (actual provincia de Melgar, Puno).

De igual forma despedazaron los cuerpos de su familia y seguidores, y los enviaron a otros
pueblos y ciudades. Todo ello descrito en el documento español Distribución de los cuerpos, o
sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza de Cuzco, el 18
de mayo de 1781.

El hijo menor de Condorcanqui, Fernando, al ser un niño de 10 años, no fue ejecutado, más se le
obligó a presenciar el suplicio y muerte de toda su familia (incluyendo las patadas y pena de
garrote a la madre así como el descuartizamiento del padre) y a pasar por debajo de la horca de
los ejecutados, para luego ser desterrado a África con órdenes de prisión perpetua. No obstante
el navío zozobró y acabó en Cádiz, siendo encarcelado en las mazmorras de dicha ciudad (el
virrey Agustín de Jáuregui sugirió que no fuera enviado a África sino a España por temor a que
alguna potencia enemiga lo rescatara). Falleció en España en 1798.

Los científicos que han estudiado este intento de desmembramiento concluyeron que por la
contextura física y resistencia de Túpac Amaru II no hubiera sido posible descuartizarlo de esa

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manera, sin embargo se le dislocaron brazos y piernas junto con la pelvis. Aunque Amaru
hubiera sobrevivido a esta ejecución hubiera quedado prácticamente inválido.

A pesar de la ejecución de Túpac Amaru II y de su familia, el gobierno virreinal no logró


sofocar la rebelión, que continuó acaudillada por su primo Diego Cristóbal Túpac Amaru, al
tiempo que se extendía por el Alto Perú y la región de Jujuy.

Después de reprimir la sublevación tupamarista de 1780, se comenzó a evidenciar contra


los criollos mala voluntad de parte de la Corona Española, especialmente por la Causa de Oruro,
y también por la demanda entablada contra Juan José Segovia, nacido en Lima y el
coronel Ignacio Flores, nacido en Quito, quien había ejercido como presidente de la Real
Audiencia de Charcas y había sido Gobernador Intendente de La Plata (Chuquisaca o Charcas,
actual Sucre).

La rebelión general del Alto y Bajo Perú en 1780, fue encabezada por José Gabriel
Condorcanqui con el objetivo de liberar a sus compatriotas de las pesadas cargas a las que
estaban obligados por las autoridades españolas desde hacía casi tres siglos, aunque agravadas
en la década anterior por las reformas borbónicas: mitas, repartimiento de
efectos, tributos, alcabalas y otros derechos; trabajos en corregimientos y obrajes; diezmos y
primicias eclesiásticas, y la eliminación de las divisiones en castas. Buscaba la creación de un
reino independiente de España, gobernado por una monarquía hereditaria incaica, a través de la
creación de un ejército y una administración propias, introduciendo una tributación única a
todos los súbditos, libertad de comercio y trabajo.

Con las masas, el inca iba a comunicarse usando un lenguaje simbólico, de raigambre
mesiánica. Ese lenguaje se manifestaba en el uso de instrumentos musicales tradicionales, en el
uso de banderas, insignias y vestimentas incaicas, así como del apelativo Inca, que poseía
implicaciones mesiánicas (vinculadas al mito de Inkarrí), por cuanto el Inca no se mostraba
solamente como rey y soberano legítimo, sino también como redentor, restaurador del mundo,
salvador de los indios, esperándose de él un comportamiento milagroso.

SE LE OTORGABAN RASGOS DIVINOS O PRODIGIOSOS.

Al respecto, las palabras de Túpac Amaru II a su compañero de lucha, Bernardo Sucacagua,


afirmando que las personas que murieran siéndole fieles tendrían su recompensa, sugieren que
aquél se veía a sí mismo, en principio, como redentor.

El obispo del Cuzco afirmó que Túpac Amaru II, había persuadido a los indios de que los que
muriesen en su servicio resucitarían al tercer día. Sahuaraura Tito Atauchi afirmó que los indios
se arrojaban a pelear en las batallas sin temor y ciegamente, pero aun estando mal heridos no
querían invocar el nombre de Jesús, ni confesarse. Ello se debería a que Túpac Amaru II les
había dicho que el que no dijese Jesús resucitaría al tercer día, y los que lo invocaban, no.
Igualmente se presentaba el modelo peruano, que preveía la resurrección al quinto día.

El sistema de creencias indígenas aceptaba a Túpac Amaru como dios, redentor y liberador de
los oprimidos, vale decir como una figura equivalente a la de Jesucristo. El Inca reforzaba esta

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creencia, al afirmar que los españoles habían impedido a los indígenas el acceso al dios
verdadero, siendo él mismo quien designaría personas que les enseñaran la verdad.

El mito de Inkarrí, al imaginar el regreso de un inca para enderezar el mundo injusto, era un
símbolo unificador poderoso usado para unificar poblaciones indígenas divididas por la
geografía y las fronteras étnicas. Pero también era un símbolo divisionista, cuando no se reunían
todas las condiciones necesarias para gobernar; tal el caso de José Gabriel Condorcanqui o
Túpac Amaru II, al que muchos nobles incaicos consideraron un "advenedizo fraudulento", más
que un verdadero redentor, aunque él se reivindicara como descendiente del último inca de
Vilcabamba, Felipe Túpac Amaru, o Túpac Amaru I.

Para la mayoría de los rebeldes peruanos, la fuente de sus creencias acerca del fin de la
dominación española estaba en la concepción que tenían del futuro, por la cual, el Inca que
regresa pone término a la dominación española y devuelve el orden al mundo. Igualmente, la
muerte del Inca implicaba una destrucción del orden, del principio regente del mundo. La
muerte de Túpac Amaru, al ser la muerte de un Inca, era la muerte de un hombre que reunía la
tierra, el cielo y los elementos; era la muerte del hijo del sol.

RECONOCIMIENTO

La fama de Túpac Amaru II se extendió a tal punto que los indígenas sublevados en el llano
de Casanare, en la región de Nueva Granada, lo reconocieron como "rey de América".

Movimientos posteriores invocaron el nombre de Túpac Amaru II para obtener el apoyo de


los indígenas, caso entre otros de Felipe Velasco Túpac Amaru Inca o Felipe Velasco Túpac
Inca Yupanqui, quien pretendió levantarse en Huarochirí (Lima) en 1783. La rebelión de Túpac
Amaru II marcó el inicio de la Etapa Emancipadora de la historia de Perú.

Esta gran rebelión produce una fuerte influencia sobre la Conspiración de los tres Antonios,
indicios descubiertos en Chile el 1 de enero de 1781, en pleno desarrollo de la insurrección. Los
conspiradores se animaron a actuar gracias a las noticias de los avances de Túpac Amaru II en
el Virreinato del Perú.

En Perú, el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) acogió la efigie estilizada
de Túpac Amaru II como símbolo del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas que él
encabezaba, hasta hoy único gobierno de ideología de izquierda en la historia de Perú. Lo
reconoció como héroe nacional en 1968, lo cual fue novedad puesto que desde la independencia
la figura de Túpac Amaru II fue llevada con indiferencia u omisión por la educación e
historiografía oficial peruana.

En su honor renombró uno de los salones principales del Palacio de Gobierno, el hasta entonces
llamado salón Francisco Pizarro (que la élite de la Lima republicana creó y mantuvo los
primeros dos tercios del siglo XX en su aprecio al conquistador español), retirando además
su retrato del centro superior del salón y reemplazándolo por el del revolucionario indígena. Así
también durante su gobierno se construyó la avenida Túpac Amaru, una de las más extensas

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(22 km) de la ciudad de Lima y que une el Cono Norte capitalino (en ese entonces excluido del
resto de la ciudad) con el centro de Lima.

Túpac Amaru II es considerado un precursor de la Independencia de Perú por antonomasia.12


Actualmente su nombre y figura es acogida ampliamente por los movimientos
indígenas andinos, así como por los movimientos de izquierda política.

En otro sentido, su nombre también fue utilizado por el Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru o MRTA, agrupación guerrillera, posteriormente terrorista, que operó en Perú
de 1985 a 1997. El MRTA se dio a conocer internacionalmente por la Crisis de los rehenes de la
embajada de Japón (1996-1997) y fue uno de los beligerantes del Conflicto armado interno en
Perú (1980-2000).

En Uruguay los Tupamaros también conocidos como Movimiento de Liberación Nacional o por
sus siglas MLN-T, fue un grupo insurgente que estuvo activo entre los años de 1960 y 1970, que
se denominó como tal por la admiración y respeto que según sus militantes sentían por Túpac
Amaru II.

En Venezuela, inspirados en la guerrilla uruguaya mencionada, el Movimiento Tupamaro de


Venezuela desarrolló acciones armadas entre 1992 y 1998, para después integrarse a la política
formal.

En Estados Unidos el famoso rapero 2pac (1971-1996) tuvo como nombre de nacimiento el de
Túpac Amaru Shakur debido a la admiración que su madre Afeni Shakur (activista de la
organización afroestadounidense Panteras Negras) tenía por Túpac Amaru II.

En Argentina el nombre de este líder rebelde fue adoptado por la Asociación Túpac Amaru, un
movimiento indigenista político y social surgido en 2001 en la provincia de Jujuy que
actualmente tiene presencia en 15 provincias argentinas. También pertenece a la Galería de los
Patriotas Latinoamericanos, creada en la Casa Rosada por la presidenta Cristina Fernández en
2010 (año del Bicentenario de la Revolución de Mayo).

FRANCISCO DE ZELA

Francisco Antonio de Zela y Arizaga (Lima, 24 de julio de 1768 - Chagres, actual Panamá, 18
de julio de 1819) fue un político peruano que encabezó la Revolución de Tacna de 1811, siendo
reconocido como uno de los precursores de la Independencia del Perú.

Francisco Antonio de Zela era hijo del español Alberto de Zela y Neyra, y de Mercedes de
Arizaga y Hurtado de Mendoza, natural del Callao, radicados en Lima. Estudió en el Seminario
Conciliar de Santo Toribio hasta 1784, cuando a solicitud de su padre pasó a Tacna como
aprendiz de ensayador y fundidor de las Cajas Reales de dicha localidad. Ascendió en dicha
profesión hasta llegar a ser ensayador. Se casó con María de la Natividad Siles y Antequera
(tacneña), con quien tuvo nueve hijos.

REVOLUCIÓN DE TACNA

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Zela es conocido por dar el primer grito libertario del Perú en la ciudad de Tacna el 20 de
junio de 1811 siendo considerado el líder de la primera insurrección armada por la
independencia del Perú. La rebelión de Tacna estuvo en estrecho contacto con la Revolución
Argentina, que se inició en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810.

Los argentinos enviaron un ejército a la Provincia de Charcas (actual Bolivia), bajo el mando
del general Antonio González Balcarce y del abogado Juan José Castelli. Los rioplatenses
enviaron proclamas a varias ciudades del sur del Perú, invitándolos a seguir la revolución.

Zela fue el primero en responder y en un "Bando al pueblo de Tacna" declaró su adhesión a la


Junta de autogobierno de Buenos Aires y su fidelidad al rey de España, de acuerdo con la
posición de la Junta, y pretende asumir la jefatura político-militar de la plaza militar
imponiéndose él mismo el título de "Comandante Militar de las Fuerzas Unidas de América".
Zela fue apoyado por un numeroso grupo de criollos, mestizos e indígenas, entre ellos el
cacique de Tacna, Toribio Ara, junto a su hijo José Rosa Ara y el cacique
de Tarata y Putina, Ramón Copaja.

Bajo la dirección de Zela, en la ciudad de Tacna, se asaltó primero el cuartel de caballería del
Regimiento Dragones del Rey y luego el cuartel de infantería que estaban situados a dos cuadras
de distancia a la voz de "...cargar y adelante", la noche del 20 de junio de 1811.

Zela enarboló una bandera con colores azul y blanco a cuatro campos triangulares,
estableciendo por escasos tres días un gobierno libre, autogobierno adherido a los principios de
la Junta de Buenos Aires.

El mismo día (20 de Junio) el ejército patriota argentino fue derrotado por el ejército realista
peruano encabezadas por el brigadier José Manuel de Goyeneche en la Batalla de Guaqui, en las
cercanías del lago Titicaca, y por lo tanto, Zela nunca recibió el apoyo necesario. Esta noticia
deterioró la moral de la reducida tropa de Zela, como resultado de ello, fueron diezmados y
algunos capturados por los españoles sin presentar batalla.

Los principales dirigentes de la rebelión fueron sometidos a juicio, entre ellos Zela, que fue
llevado a Lima. Allí, gracias a las influencias de su familia y a la mediación de importantes
personajes se le conmutó la pena de muerte por la de encierro perpetuo en el morro de La
Habana. Pero se consiguió modificar aún más la sentencia: una pena de diez años de presidio en
la cárcel de Chagres de Panamá, y terminados éstos, expatriación perpetua.

Su prisión en Lima duró cuatro años y en 1815 fue trasladado a Panamá. Afectado por el clima
tropical y las duras condiciones de su encierro, falleció algunos años después. Una versión muy
difundida afirma que su fallecimiento se produjo el 28 de julio de 1821, el mismo día de la
Proclamación de la Independencia del Perú. Lo cierto es que murió en 1819 a la edad de 50
años.

JOSE CRESPO Y CASTILLO

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Juan José Crespo y Castillo (Huánuco, 1747 - 1812) fue un prócer de la Independencia del
Perú que se distinguió como uno de los líderes de la rebelión de Huánuco de 1812, organizada
por criollos prominentes de esa ciudad y por un grupo de alcaldes indígenas de los poblados
vecinos, que movilizaron masas de indios contra las fuerzas virreinales o realistas. Vencido, fue
ajusticiado.

Natural de Huánuco, ciudad de la sierra central del Perú, al igual que muchos criollos de
provincias desde muy joven se dedicó a las labores agrícolas. También estuvo empeñado en la
búsqueda de minas y tesoros antiguos.

Llegó a ser un propietario muy acaudalado, dueño de casas y explotaciones mineras, pero
también incursionó en las especulaciones mercantiles, al obtener por remate la administración
de sisa de la ciudad de Huánuco, y al habilitar sus tierras al cultivo de cascarilla, tabaco y otros
productos de alta cotización. Llegó a ser nombrado regidor, posiblemente a inicios del siglo
XIX.

Luego fue nombrado síndico procurador. Era pues un personaje respetado y de gran ascendiente
en Huánuco, al momento de estallar la revolución de 1812.

LA REBELION DE HUANUCO DE 1812

La numerosa población indígena sufría por entonces la tiranía y los abusos del régimen
virreinal. La población criolla también estalló en descontento cuando las autoridades virreinales
decidieron suprimir la libertad de cultivos decretada hacía poco por las Cortes de Cádiz (enero
de 1812).

Como consecuencia de ello, muchos productores y comerciantes, especialmente de tabaco,


fueron considerados contrabandistas, y como tales perseguidos por la autoridad virreinal. Se
daba así el campo propicio para que indígenas y criollos se aliaran para luchar contra la
dominación española.

Crespo y Castillo organizó reuniones con los criollos de Huánuco afectados por la arbitraria
política virreinal. Convencidos de que era necesario acabar con el ―mal gobierno‖, los criollos
organizaron una rebelión y enviaron agentes a los pueblos vecinos para que anunciaran la
llegada inminente de un ―inca justiciero‖ o propusieran la expulsión de los "odiados
españoles‖·. Los indios de partidos de Panatahuas, Huamalíes, Huánuco y otras poblaciones
vecinas, alentados por sus alcaldes, se sumaron en masa a la rebelión.

Armados de palos, piedras, hondas y una sola escopeta, el 22 de febrero de 1812 convergieron
hacia la ciudad de Huánuco. Se detuvieron en el puente de Huayaupampa, donde derrotaron a
un pequeño contingente realista. Los criollos pactaron con los caudillos indígenas. Al día
siguiente, todos los cerros que circundaban Huánuco aparecieron copados de indios.

Los españoles fugaron apresuradamente de la ciudad y los indios ocuparon la ciudad, a la que
sometieron al saqueo, respetando solo las casas de los criollos y mestizos. La autoridad española

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fue destituida y en su reemplazo fue elegido Crespo y Castillo como jefe político y militar (26
de febrero de 1812).

Después de dichos sucesos, los criollos conformaron una junta de gobierno integrada por
Domingo Berrospi, Juan José Crespo y Castillo y Juan Antonio Navarro. El jefe de la misma era
Berrospi pero este fue destituido al poco tiempo a instigación de los alcaldes indios, acusado de
pasividad. Crespo y Castillo asumió entonces el liderazgo de la junta.

Los alcaldes indígenas, en número de 25, dirigieron una comunicación al virrey en la que
manifestaban que la insurrección no era contra el Estado, ni contra la monarquía, no contra la
patria, ni contra la religión, sino contra los chapetones [españoles] opresores y tiranos.

Crespo y Castillo organizó y condujo a las fuerzas patriotas en persecución de los españoles,
librando el combate de Ambo. Los españoles, abrumados por el ataque masivo y bullicioso de
las tropas indígenas, huyeron derrotados, con dirección a Cerro de Pasco (4 de marzo de 1812).
Los patriotas ocuparon Ambo. Ello causó gran preocupación entre las autoridades realistas.
Crespo y Castillo retornó triunfante a Huánuco, presidiendo un desfile de fuerzas indígenas.
Llegó a afirmar que contaba con 15.000 hombres y que aún podía atraer más efectivos.

El virrey Abascal dispuso que el Intendente de Tarma, José Gonzáles de Prada saliera a
combatir a los insurrectos, equipando a sus fuerzas con cañones, fusiles y municiones. Gonzáles
de Prada se presentó con sus fuerzas ante Ambo, el 10 de marzo. Crespo y Castillo, al enterarse
del movimiento de los realistas, dispuso la movilización de sus fuerzas más disciplinadas y se
dirigió a Ambo equipado solamente con 100 escopetas y algunos fusiles con escasa munición.

Gonzáles de Prada, con su fuerte contingente, avanzó sobre Ambo, el 17 de marzo. Los
indígenas bajaron de las alturas que circundan Ambo y valerosamente se enfrentaron a las tropas
realistas, pese a no contar con armamento adecuado. Cientos de ellos fueron masacrados y unas
decenas capturados. A este encuentro sangriento se conoce como el combate de Puente de
Ambo. Los patriotas abandonaron Ambo y pasaron a Huánuco, y aunque Crespo y Castillo
quiso organizar la resistencia, optaron finalmente por retirarse a los poblados vecinos. Los
realistas entraron en Ambo y luego en Huánuco, el 19 de marzo, a la que hallaron despoblada.

González Prada salió de Huánuco en persecución de los cabecillas insurrectos, que contaban con
un ejército de 2 000 hombres. Las fuerzas patriotas y realistas se encontraron cerca del mediodía
y se libró una encarnizada y desigual lucha, cayendo abatidos cerca de 1 000 patriotas. Los
indígenas se dispersaron y los cabecillas fueron capturados por González Prada.

Crespo y Castillo, juntamente con el alcalde pedáneo de Huamalíes José Rodríguez y el curaca
Norberto Haro, fueron enjuiciados sumariamente y ajusticiados con pena de garrote, el 14 de
septiembre de 1812, en la Plaza Mayor de Huánuco. Antes de morir Crespo y Castillo dijo a
viva voz: ―Muero yo, pero mil se levantarán para ahorcar a los tiranos. ¡Viva la libertad!‖.

ENRIQUE PALADERLLI

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Enrique Paillardell (en algunas fuentes: Enrique Pallardelli o Enrique Paillerdelle),
(Marsella, 1785 – Buenos Aires, 1815) fue un militar de origen francés que encabezó la rebelión
de Tacna de 1813, en el contexto de la guerra de la independencia del Perú. Participó además en
las Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú, en las guerras civiles durante el Directorio de las
Provincias Unidas del Río de la Plata y murió ejecutado por haber colaborado durante el
gobierno del Director Supremo Carlos María de Alvear.

Enrique Paillardelle fue hijo del médico francés Juan María Paillardelle y de
la limeña Eustaquia de Sagardia Villavicencio. Estudió en la Escuela Politécnica de París, de la
cual egresó como teniente de ingenieros militares.

En 1796 ingresó a la marina francesa y en 1803 era alférez, datos que constan en un informe que
él mismo redactó. Sus hermanos Juan Francisco Paillardelle y Antonio Felipe Paillardelle
siguieron también la carrera militar.

Tras la muerte de su padre en 1803, se trasladó a la península ibérica, acompañando a su madre


y hermanos. La familia se instaló en el puerto de Cádiz. Los tres hermanos se naturalizaron
españoles y en 1805 pasaron al Virreinato del Perú. Enrique, al igual que su hermano Juan
Francisco, logró ser admitido en 1806 en el Regimiento de la Concordia, un cuerpo del Ejército
Real del Perú integrado por miembros de familias de alcurnia.

Su madre falleció en 1810, pero Enrique no pudo heredar ya que la Real Audiencia de Lima le
negó tal derecho, por ser extranjero. Se sospecha que fue esta injusticia lo que impulsó a los
hermanos Paillardelle a abrazar la causa separatista.

Enrique pasó al Cuzco y se avecindó en Anta, donde contrajo matrimonio. Trabajó como
ingeniero, profesor de matemáticas y agrimensor (1807); trazó el puente de Izcuchaca, entre
otras labores profesionales.2

En 1813 se hallaba en Tacna, confinado por las autoridades realistas. Por entonces, los
independentistas rioplatenses organizaban las Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú, enviando
al llamado Ejército del Norte para luchar contra los realistas que controlaban esa región.

El general revolucionario Manuel Belgrano estableció su cuartel en Vilcapuquio y envió


emisarios a distintos lugares del Alto y el Bajo Perú, para que atrajeran adeptos a la causa
patriota. Uno de esos emisarios fue Juan Francisco Paillardelli. Burlando la vigilancia de los
realistas, Enrique Paillardelle se trasladó a Puno, donde se encontró con su hermano, quien le
puso al tanto del plan revolucionario, que consistía en el estallido conjunto de movimientos
en Arequipa, Moquegua, Tacna y Tarapacá (Bajo Perú), paralelos al avance de Belgrano por el
Alto Perú.

Llegado el momento de actuar, sólo se produjo el estallido en Tacna el 3 de octubre de 1813,


encabezado por Enrique Paillardelli, quien al mando de unas decenas de voluntarios rebeldes,
tomó el control de dicha ciudad y apresó al gobernador de la provincia. Al día siguiente, Juan
Francisco se dirigió al cuartel de Belgrano, para informarle del éxito obtenido y solicitar ayuda,
mientras que Enrique se quedó al mando de los rebeldes.

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Días después, Enrique, al mando de un pequeño ejército, que enarbolaba la bandera azul y
blanca de Buenos Aires, se dirigió hacia Moquegua, pero les salieron al encuentro fuerzas
realistas enviadas desde Arequipa y reforzadas con milicias locales. Se libró el combate de
Camiara, en el valle de Sicana y cerca de Locumba, el 31 de octubre de 1813, en donde los
patriotas fueron derrotados.

Los rebeldes capitaneados por Enrique Paillardelle, José Gómez y Pedro Julio Rospigliosi
sumaban 500 hombres a caballo. Enfrente estaban las tropas del coronel José García de
Santiago, superior en número. Paillardelle marchó al Alto Perú para unirse a Belgrano, pero se
enteró de que el general patriota había sido derrotado en la batalla de Vilcapuquio y retrocedía;
alcanzó a unírsele justo después del desastre de Ayohuma. De todos modos, fue ascendido al
grado de teniente coronel.

Por el desaliento que le causaron estas dos derrotas, terminó convencido de que no valía la pena
seguir intentando la liberación del Alto Perú, y que lo mejor era aliarse a los patriotas
de Chile para llegar, desde allí, a Lima, por el Océano Pacífico. En cuanto el coronel José de
San Martín se hizo cargo del Ejército del Norte, le hizo llegar esa idea, que fue apoyada
entusiastamente por su amigo Tomás Guido. Había habido planes militares británicos desde el
siglo pasado proponiendo campañas desde Buenos Aires, a través de Chile y con destino final
en Lima. De modo que fue ésta la idea que se decidió San Martín a llevar adelante.

Justamente por esa idea de no seguir avanzando, San Martín decidió acantonar
permanentemente a su ejército en San Miguel de Tucumán, en una posición defensiva, centrada
en una gran fortaleza. El sitio elegido fue el "Campo de las Carreras", el mismo lugar donde
Belgrano, en 1812, había librado exitosamente la Batalla de Tucumán. San Martín puso la
construcción bajo la dirección de Paillardell, que tenía algún prestigio de ingeniero, aunque no
se sabe que haya estudiado ingeniería.

Después de tres meses de trabajo, quedó incompleta, transformada en una serie de cuarteles
rodeados por un foso y una empalizada. Era conocida como "La Ciudadela", y fue el cuartel
general del Ejército del Norte desde 1816 hasta 1819. También fue director de la academia de
Matemáticas de mencionado ejército.

En abril de 1814 pidió y obtuvo el traslado a Buenos Aires junto con su hermano, el
mayor Guillermo Paillardell. Se incorporó a la campaña que llevaba Carlos María de Alvear en
la Banda Oriental, culminando exitosamente el largo sitio que le había impuesto el ejército
de José Rondeau. Hizo imprimir una traducción de un tratado militar, que dedicó a Alvear. Éste
quedó muy impresionado y lo ascendió a coronel, además de iniciarlo en la Logia Lautaro.

Cuando Alvear fue nombrado Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en
enero de 1815, designó a Paillardell comandante del Fuerte de Buenos Aires.

Los tres meses del directorio de Alvear fueron considerados por los porteños como un gobierno
insoportable debido a su carácter arbitrario y a los desmanes que cometían sus oficiales
favoritos –que incluían asesinatos y robos– y que le hicieron muchos enemigos.

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Cuando el ministro de guerra, Francisco Javier de Viana, inició la campaña contra
los federales autonomistas de Santa Fe, Alvear envió a la mayor parte del ejército de la capital,
unos 2.000 hombres, a su campamento de Olivos, bajo el mando del coronel Paillardell.

Poco después, la avanzada del ejército al mando de Ignacio Álvarez Thomas produjo la
sublevación de Fontezuelas. Cuando algunos grupos de militares se unieron a la revuelta, Alvear
ordenó a Paillardell que avanzara sobre la capital, cosa que éste no llegó a hacer.

El Cabildo de Buenos Aires asumió provisoriamente el mando político, y envió al coronel Juan
José Viamonte a hacerse cargo del ejército de Olivos. Paillardell rechazó las escasas fuerzas de
Viamonte con descargas de fusilería, en una escaramuza que le causó lagunas bajas y lo obligó a
retroceder. Por unas horas más, Alvear tuvo a su disposición el ejército, por lo que se negó a
renunciar.

Pero finalmente, tras una serie de comunicaciones cruzadas, sabiendo que ni siquiera contaba
con la fidelidad de todos los hombres de Paillardell, y anoticiado del regreso del ejército rebelde
al mando de Álvarez Thomas, Alvear presentó su renuncia y emigró. El jefe del campamento de
Olivos entregó sus fuerzas a Viamonte y fue arrestado.

Las nuevas autoridades consideraron necesario hacer un escarmiento de los partidarios de


Alvear. Muchos de sus oficiales fueron enviados al jefe de los federales, José Artigas, para que
éste dispusiera de ellos; pese a que se temía que los hiciera ejecutar, Artigas los puso en
libertad. Los jefes políticos fueron condenados a condenas de destierro.

El único partidario de Alvear que fue condenado a muerte —por un tribunal militar
especialmente creado para la ocasión— fue Enrique Paillardell; la causa para su condena fue
haber causado bajas en defensa de su gobierno. Viamonte —el derrotado por Paillardell— fue
miembro del tribunal que lo condenó. Enrique Paillardell fue fusilado en mayo de 1815 en
Buenos Aires.

LOS HERMANOS ANGULO

Los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, líderes de la revolución del Cuzco de 1814.
Los hermanos Angulo fueron próceres de la Independencia del Perú. Eran cusqueños, hijos del
matrimonio de Francisco Angulo con Melchora Torres, desconociéndose la fecha exacta del
natalicio de cada uno.

Eran cuatro en total: José (minero, agricultor y capitán del Regimiento de Abancay), Vicente
(agricultor, comerciante y oficial del ejército realista), Mariano (comerciante y oficial de
milicias) y Juan (clérigo). Los tres primeros encabezaron la Rebelión del Cuzcode 1814, junto
con Mateo Pumacahua y otros líderes patriotas.

José Angulo asumió el título de Capitán General de las Armas de la Patria, es decir, el cargo
militar de más alto rango de la revolución. Vicente Angulo fue investido con el grado de
brigadier y acompañó a Pumacahua en la expedición hacia Arequipa, siendo el artífice del

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triunfo patriota en La Apacheta. Mariano Angulo asumió la comandancia general del Cuzco con
el grado de coronel y marchó a apoyar la expedición hacia Huamanga. Mientras que Juan
Angulo, que era religioso, ofició de consejero y posiblemente de secretario de José.

Derrotada la revolución y capturados los hermanos José, Vicente y Mariano, estos fueron
sometidos a juicio sumario y condenados a muerte, pena que se cumplió en el Cuzco el 29 de
mayo de 1815. Por su parte, Juan fue enviado a España, donde fue encerrado en la Cárcel de
Corte en Madrid. A continuación se desglosa una breve biografía de cada uno de los cuatro
hermanos:

JOSE ANGULO

Empezó como minero en Tarapacá. Se casó con María Asencia Tapia de Mendoza, el 7 de
enero de 1790 y optó por dedicarse a las labores agrícolas en las cercanías del Cusco.
En 1798 aplicó la dote de su esposa en adquirir mediante censo el cañaveral
de Chitabamba situado en el partido de Abancay, pero al no contar con recursos económicos
para hacerla rendir lucrativamente, lo traspasó a su hermano Vicente el 30 de
septiembre de 1808. Preocupado por la explotación de los indígenas a manos de los coloniales,
y por las corrientes ideológicas ligadas al fidelismo y a la revolución rioplatense, frecuentó las
reuniones que los patriotas cusqueños organizaban en la ciudad.

Fue uno de los promotores del movimiento que exigió la promulgación de la Constitución de
1812, el 5 de noviembre de 1813, por lo que fue apresado, pero logró que se le permitiese salir
por las noches, de modo que continuó reuniéndose con los patriotas, llegando a tomar la
dirección de los planes conspirativos. La revolución estalló en el Cuzco en la madrugada del 3
de agosto de 1814. Se instaló una junta de gobierno conformada por el brigadier Mateo
Pumacahua, el coronel realista Domingo Luis Astete y el teniente coronel Juan Tomás Moscoso.

El mismo José Angulo asumió el título de Capitán General de las Armas de la Patria,
asignándose una guardia de doce alabarderos. Inicialmente, escribió con mesura al
virrey Abascal haciéndole saber que la revolución era sólo una protesta contra los abusos de las
autoridades locales, pero luego declaró altivamente que aspiraba a sacudir el yugo español y
libertar al país. Dividió sus fuerzas en tres expediciones militares para extender la revolución en
todo el Perú:

- La primera, dirigida por el brigadier Pumacahua y su hermano Vicente Angulo, la cual


marchó hacia Arequipa;
- La segunda, al mando del coronel Juan Manuel Pinelo y el sacerdote Ildefonso de las
Muñecas, que marchó hacia Puno y La Paz; y
- La tercera, comandada por Manuel Hurtado de Mendoza y el sacerdote José Gabriel
Béjar, que se dirigió hacia Huamanga.

La sorpresa inicial hizo que estas tres expediciones iniciaran triunfantes sus operaciones; pero la
disciplina del ejército realista pronto se impuso sobre el entusiasmo y la improvisación de los
patriotas. Los realistas derrotaron a éstos en la batalla de Umachiri el 11 de marzo de 1815 y en
otras acciones.

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El cabildo cusqueño inició entonces una reacción contra los revolucionarios, el 20 de marzo.
José Angulo se vio obligado a huir del Cusco, pero fue capturado en Zurite por los mismos
pobladores. Tras un sumario juicio, fue ejecutado en el Cuzco el 29 de mayo, junto con sus
hermanos Vicente y Mariano.

VICENTE ANGULO

Dedicado a los labores agrícolas, su hermano José le traspaso su cañaveral de Chitabamba, en


1808, y para desarrollar sus sembrados, lo ofreció como garantía de los préstamos que contrató
con el Convento de Santo Domingo el 1 de diciembre de 1809, y el Convento de Santa Catalina
de Siena del Cusco el 5 de junio de 1811, por 2.000 y 6.000 pesos respectivamente. Por
entonces se enroló en el ejército realista para luchar contra las fuerzas argentinas que invadieron
el Alto Perú. Ascendió a teniente, siendo comisionado a custodiar a tres prisioneros a Lima
en 1812.

De vuelta en el Cuzco el 24 de abril de 1813, participó activamente en las reuniones que los
patriotas organizaban para planear una revolución y en las cuales participaban sus hermanos
José y Mariano.

Denunciado el 5 de octubre y luego el 5 de noviembre, fue apresado y puesto en libertad bajo


fianza, pero cuando estalló la revolución cuzqueña, participó activamente en ella. Se le
reconoció el grado de brigadier y acompañó al también brigadier Mateo Pumacahua en la
expedición a Arequipa.

El 9 de noviembre de 1814 venció en la batalla de La Apacheta a las fuerzas realistas dirigidas


por el intendente José Gabriel Moscoso y el mariscal Francisco Picoaga, luego de lo cual ocupó
Arequipa, donde intentó organizar un gobierno local. Pero pronto debió ordenar la retirada
debido a la aproximación del ejército del general realista Juan Ramírez. Ambas fuerzas
antagonistas se avistaron en Apo el 5 de diciembre, pero por lo pronto prefirieron evitar un
encuentro. Ramírez consolidó la posesión en Arequipa y dio un descanso a sus fuerzas.

Los realistas contaban con fuerzas bien equipadas y disciplinadas, en número de 1200, mientras
que los patriotas, si bien eran más numerosos, solo unos 600 de ellos tenían armas de fuego; el
resto combatía con lanzas, hondas y picas. Reanudada la lucha, se trabó la batalla de Umachiri,
el 11 de marzo de 1815. Las fuerzas patriotas de Pumacahua y Vicente Angulo fueron
derrotadas. Vicente fue apresado y conducido al Cusco, donde fue sometido a juicio sumario y
condenado a muerte, junto con sus hermanos Mariano y José.

MARIANO ANGULO

Se inició en la administración pública como subdelegado del partido de Abancay (una de las
subdivisiones políticas de la Intendencia del Cusco). Luego se dedicó al comercio en el Cusco y
se hizo cargo del fundo Simataucca, en Chinchero, que le cedió a censo Petronila Durán de
Quintanilla. Al estallar la revolución de 1814, se hizo cargo de la comandancia del cuartel
general del Cusco, con el grado de coronel.

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El 30 de noviembre del mismo año encabezó el asalto a la casa del también coronel Domingo
Luis Astete, miembro de la junta revolucionaria, pero que evidentemente estaba a favor de los
españoles. Al frente de fuerzas revolucionarias se dirigió hacia Abancay el 15 de
febrero de 1815, para unirse, como mayor de caballería, a las fuerzas patriotas de Manuel
Hurtado de Mendoza y el cura José Gabriel Béjar que operaban en Huamanga, pero conocida la
derrota de Pumacahua y Vicente Angulo en Umachiri (Puno), surgió el desaliento entre las
tropas patriotas. Se produjo entonces la traición de uno de los jefes patriotas, José Manuel
Romano, alias Pucatoro (toro rojo), que promovió una trifulca en la que asesinó a Hurtado de
Mendoza, luego de lo cual se entregó a los realistas con todas sus fuerzas. Mariano Angulo
logró huir, pero fue apresado junto con sus hermanos y enviado al Cusco, siendo sometido a un
proceso sumario. Todos ellos fueron condenados a muerte, pena que se cumplió en el Cusco
el 29 de mayo de 1815.

JUAN ANGULO

Estudió en el Seminario de San Antonio Abad del Cuzco, y luego de recibir el diaconado el 18
de septiembre de 1802, sirvió en las parroquias de Belén y Santiago, y fue ecónomo en las
doctrinas de Alca y Quiaca. Consagrado como presbítero hacia 1808, fue destinado a la
parroquia de Pampamarca, a cuyo templo ornamentó y puso techo, de su propio peculio.
Hallábase en el curato de Lares, cuando estalló la Revolución del Cuzco de 1814.

Enterado de este suceso, se trasladó inmediatamente al Cuzco para acompañar a sus hermanos
Mariano, Vicente y José, caudillos de dicha revolución. Estuvo al lado de José, el mismo que se
había autoproclamado Capitán General, llegando sin duda a ser su consejero y posiblemente
redactó los documentos que tienen la firma del mismo.

Derrotada la revolución y ajusticiados sus hermanos el 29 de mayo de 1815, fue capturado y


encerrado en prisión. Sometido a juicio, los jueces se limitaron a tomarle declaración y no lo
acusaron formalmente. Solamente por el abandono de su parroquia y por haber acompañado a
su hermano José, fue condenado a un año de ejercicios espirituales en Trujillo (ciudad del norte
del Perú), y a pagar una multa de 2.000 pesos.

De todos modos, el general realista Juan Ramírez lo envió a Lima, donde el virrey Abascal
ordenó que fuera embarcado rumbo a España. Al llegar a Cádiz fue recluido en el castillo de
San Sebastián y a pedido del consejo real, fue finalmente trasladado a Madrid, pasando a
la Cárcel de Corte.

MATEO PUMACAHUA

Mateo García Pumacahua Chihuantito (Chinchero, Cuzco, 21 de septiembre de 1740 -


Sicuani, Cuzco 17 de marzode 1815), fue un militar y funcionario indígena del Virreinato del
Perú. Fue el más destacado líder de la Rebelión del Cuzco de 1814, por lo que es considerado
prócer de la independencia del Perú. Su rebelión fue comparada con la de Túpac Amaru II.

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Nació en 1740 y heredó el cargo de cacique de Chinchero (su pueblo
natal), Maras, Guayllabamba, Umasbamba y Sequecancha.

Al frente de milicias indígenas, persiguió a José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II)
durante su rebelión de 1780 y 1781, contribuyó a la causa realista con pertrechos y hombres.
Paralelamente, ganó prestigio entre la nobleza inca, siendo elegido Alférez Real de Indios
Nobles del Cuzco en 1802.

También apoyó las campañas de "pacificación" posteriores a la derrota de los rebeldes


indígenas. En reconocimiento por sus servicios obtuvo el rango de militar, llegando a
ser coronel de infantería española; la historia lo reconoce como brigadier, grado equivalente al
de general de brigada de la jerarquía vigente.

En 1811, respaldó la campaña en el Alto Perú del brigadier Goyeneche. En 1813, siendo
integrante de la Real Audiencia del Cusco, de la que había llegado a ser presidente interino
en 1807, tuvo noticia de la Constitución liberal española de 1812 y de las muchas "Leyes de
Indias" que no se aplicaban.

Pese a su avanzada edad —tenía entonces 72 años— se unió entonces a otros líderes indígenas
descontentos y a criollos liberales demandando la vigencia de la Carta española de 1812. Junto
con el criollo apurimeño José Angulo y dos oficiales del ejército, el coronel Domingo Luis
Astete y el teniente coronel Juan Tomás Moscoso, formó en el Cusco, el 3 de agosto de 1814,
una junta de gobierno según dicha Constitución y llamó al pueblo a ponerla en vigencia por
las armas. Luego encabezó una expedición hacia Arequipa, que venció a los españoles en la
Apacheta el 9 de noviembre e ingresó a la ciudad al día siguiente.

Ante la proximidad de las fuerzas realistas, Pumacahua dejó Arequipa el 30 de noviembre y


buscó hacerse fuerte en Cusco y Puno. El 11 de marzo de 1815, en las inmediaciones de
Umachiri (Puno), el ejército rebelde sufrió una aplastante derrota. Pumacahua fue apresado en
Sicuani, donde se lo sentenció a morir decapitado, pena que se cumplió el 17 de marzo.

Los pronunciamientos y la carta al virrey José Fernando de Abascal y Sousa, Marqués de la


Concordia (1806-1816), firmados por la junta de gobierno del Cusco en agosto de 1814, tienen
el mérito de expresar un anhelo de soberanía basada en leyes libremente votadas.

Actualmente su legado quedó marcado en la memoria cusqueña. La familia Pumacahua es ahora


una familia de gran relevancia en Cusco siendo este uno de sus legados más importantes en la
región. Su último descendiente es Enrique Pumacahua Moscoso, quien fue condecorado por la
hazaña de su antepasado.

MARIANO MELGAR

Mariano Lorenzo Melgar Valdiviezo (Arequipa, 10 de agosto de 1790 - Umachiri, 12 de


marzo de 1815) fue un poeta y revolucionario independentista peruano. En el plano literario, es
más conocido por haber dado cabida en su creación a los yaravíes (cantos sentimentales de
origen popular, cuyo antecedente son los jarawi o harawi, cantares de la época prehispánica).

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El tema predominante de su poesía es su amor por Silvia (apelativo de María Santos Corrales),
pasión colmada de dolor y despecho. Según muchos críticos, fue el precursor del Romanticismo
literario en América y el iniciador de una literatura auténticamente peruana. Participó en la
guerra por la independencia del Perú del dominio de España, uniéndose al ejército de Mateo
Pumacahua, que lo acogió en calidad de auditor de guerra (1814).

Fue tomado prisionero en la batalla de Umachiri y fusilado al día siguiente en el mismo lugar,
cuando apenas tenía 24 años de edad.

Mariano Melgar nació en el departamento de Arequipa. Fue hijo legítimo de Juan de Dios
Melgar Sanabria y Andrea Valdiviezo Gallegos, no habiéndose determinado si nació el 8 de
agosto (día de San Mariano) o el 10 de agosto (día de San Lorenzo) de 1790. Lo único que se
sabe a ciencia cierta es que fue bautizado el día 12 de agosto de ese año en la catedral de
Arequipa, por el párroco Matías Banda.

A tarde edad inició sus estudios en la escuela que funcionaba en el Convento de San Francisco
de su ciudad natal. Se dice que a los tres años ya sabía leer y escribir. Su hermano José Fabio
Melgar afirmaba que a los ocho años dominaba tan bien el latín a tal punto que lo enseñaba a
sus compañeros de estudio. Otros afirman que antes de cumplir los doce años ya dominaba
el inglés y el francés. En sus ratos apacibles dibuja y pinta los hermosos paisajes donde se
desenvuelve su primera juventud.

Su padre, que andaba en apuros económicos, solicitó que le concedieran a su hijo la capellanía
eclesiástica establecida en una viña del Pago de Guarango en el valle de Majes, que contaba con
una renta de 4.000 pesos. El deán y el cabildo eclesiástico de Arequipa accedieron a dicha
solicitud, y así, Mariano fue nombrado Capellán propietario cuando apenas tenía seis años.

Como requisito para hacer efectiva la posesión de la capellanía, el 2 de marzo de 1798, antes de
cumplir los ocho años, Mariano recibió la prima tonsura de manos del obispo Pedro José
Chávez de la Rosa y vistió el hábito clerical. Sin embargo, la satisfacción de su padre duraría
pocos meses, pues las autoridades eclesiásticas suspendieron dicha concesión arguyendo una
falla procesal; aunque don Juan de Dios entabló un litigio para que restituyeran la capellanía a
su hijo, no logró finalmente su deseo.

El 19 de setiembre de 1807, Mariano aprobó el examen de ingreso al Seminario Conciliar de


San Jerónimo, para estudiar Filosofía y Teología. Su acceso a la nutrida biblioteca de dicho
Seminario, conocida como una de las más completas de Arequipa (si no la más completa), lo
familiarizó con las obras clásicas y de la Ilustración. Se dedicó a hacer traducciones de Virgilio.
En 1810, gracias a sus brillantes estudios, se hizo merecedor a una beca de gracia y se encargó
interinamente de la clase de Gramática en el Seminario. Luego se desempeñó sucesivamente
como profesor de Latinidad y Retórica; Física y Matemáticas; y Filosofía (1811-1813).

El 21 de septiembre de 1810, recibió las órdenes menores, de manos del obispo Luis Gonzaga
de la Encina y Perla, sucesor de monseñor La Rosa.

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En 1812, por razones amorosas, abandonó la carrera eclesiástica y viajó a Lima para estudiar
leyes, pero no se sabe si logró graduarse de doctor.

Su primer amor fue Melisa (cuyo verdadero nombre era Manuelita Paredes, hija del Tesorero
Fiscal de Arequipa), pasión que pronto se truncaría. Luego ya siendo mayor, se enamoró con
pasión de su prima en segundo grado, María Santos Corrales, mejor conocida como Silvia,
quien, según la leyenda, tenía por entonces 13 años.

Esta tormentosa pasión fue la que empujó a Melgar a abandonar la carrera eclesiástica. Sus
padres decidieron entonces enviarlo a Lima, para que estudiara leyes. No conforme con ello,
regresó a Arequipa para encontrarse con Silvia, pero ésta lo convenció a que obedeciera los
deseos paternos, por lo que volvió a Lima.

Por aquellos años se abocó hacia literatura y empezó a ser conocido por su poesía, todavía
enmarcada en los moldes clásicos. Con ocasión de la elección del cabildo constituyente en
Arequipa, el 9 de diciembre de 1812, escribió por encargo una oda, que sería posteriormente
conocida como ―Oda a la libertad‖. El 29 de marzo del año siguiente, dedicó su ―Oda a la
soledad‖ a José María Corbacho y Abril, su compañero en el seminario y en la Sociedad o
Tertulia Literaria de Arequipa.

Su estancia en Lima coincidió con la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812 y los


festejos realizados en homenaje a José Baquíjano y Carrillo por haber sido designado consejero
de Estado. Dedicó entonces a este personaje una ―Oda al Conde de Vista Florida‖, donde
expone el sentimiento de la mancomunidad hispanoamericana.

En el periódico El Investigador aparece su fábula "El ruiseñor y el calesero" (1813). Otras


fábulas suyas, que no se publicaron sino hasta después de su muerte, contienen indudables
mensajes de crítica hacia el estado de cosas imperante y en defensa del indio, lo que nos indica
que ya por entonces el poeta se hallaba ganado por la idea de la emancipación, corriente que por
entonces convulsionaba a las colonias hispanoamericanas.

De regreso a Arequipa, en marzo de 1814, sufrió la indiferencia de Silvia. Al parecer, la actitud


de Silvia obedecía al deseo de sus padres, que por algún motivo rechazaban al poeta. Todo su
drama amoroso lo concentró entonces Melgar en su conocida "Carta a Silvia", en la que expresa
en 522 versos cómo conoció el amor y el dolor, hasta la aparición y pérdida de su amada. De esa
época también data, al parecer, su célebre "Soneto a la Mujer".

Para olvidar a Silvia, se dedicó a leer y traducir a Ovidio, además de consagrarse al trabajo de
campo en el valle de Majes (al oeste de Arequipa). Su cercanía con los trabajadores agrícolas, le
pone a la escucha de las variantes mestizas del antiguo harawi o canto quechua, que adopta para
componer sus más célebres composiciones de carácter sentimental: los yaravíes.

EN LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA DEL PERU

En agosto de 1814 estalló la rebelión del Cusco bajo la dirección de los hermanos
Angulo y Mateo Pumacahua. En noviembre de ese año, Melgar, que se hallaba en Majes, se

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dirigió a Chuquibamba para enrolarse a las tropas patriotas que se unían al ejército de
Pumacahua, quien avanzaba desde el Cuzco para capturar Arequipa. Dada su preparación
intelectual fue nombrado auditorio de la guerra. La campaña resultó inicialmente exitosa para
los patriotas, que obtuvieron la victoria de la Apacheta y ocuparon Arequipa. Sin embargo, poco
después, la reacción realista los obligó a abandonar la ciudad blanca y dirigirse hacia Puno.

El 28 de febrero de 1815, el jefe patriota Vicente Angulo firmó en Ayaviri una oferta de paz
dirigida al general realista Juan Ramírez Orozco, documento que se supone fue escrito por
Melgar.

El 11 de marzo del mismo año, se libró la batalla de Umachiri, entre las fuerzas patriotas y las
realistas, en la actual provincia de Melgar del departamento de Puno. Melgar resistió
valerosamente en la dirección de artillería, pero consumada la derrota de los patriotas, fue
persuadido a que huyera y le proporcionaron un caballo. Sin embargo, fue finalmente capturado
por los realistas, y de manera rápida, se constituyó un tribunal improvisado en el mismo campo
de batalla, siendo juzgado sumariamente y condenado a muerte.

A la mañana siguiente (12 de marzo), Melgar fue fusilado. Se dice que cuando el jefe del
pelotón pretendió ponerle una venda sobre los ojos, Melgar la rechazó diciendo: “Pongánsela
ustedes que son los engañados porque América será libre antes de diez años”. Su profecía
habría de cumplirse pues en 1824 la libertad de América se sellaría en los campos de Junín y
Ayacucho.

El 16 de setiembre de 1833, los restos de Melgar fueron trasladados a Arequipa y al día


siguiente fueron enterrados en el recién inaugurado cementerio de la Apacheta.

El 2 de julio de 1964, en reconocimiento por su actuación en las primeras batallas por la


independencia, el gobierno del Perú reconoció oficialmente a Mariano Melgar como uno de los
primeros patriotas y soldados del país.

Muerto a la temprana edad de 24 años, Melgar no dejó una obra sólida y orgánica. En lo poco
que dejó, sin embargo, se puede ver nítidamente su talento y su pasión.

La mayor parte de su obra fue publicada de manera póstuma. En 1827 fue editada
en Ayacucho la ―Carta a Silvia‖. En junio del mismo año El Republicano de Arequipa publicó
cinco fábulas. En 1831, en el mismo periódico, aparecieron una serie de Canciones (sólo a partir
de 1861 serían llamadas ―yaravíes‖).

En 1833, con el sello de la Imprenta del Gobierno, se editó su traducción de Remedios de


amor del poeta latino Ovidio, a la que denominó como el Arte de olvidar.

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CAPITULO II

EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU

REBELIONES DURANTE LA CONQUISTA Y EL PERIODO COLONIAL

GUERRAS CIVILES ENTRE LOS CONQUISTADORES

Gonzalo Pizarro, pretendió hacer el Perú independiente a la cabeza de los encomenderos entre
1542-1544, y aconsejado por Francisco de Carvajal con aspiraciones a rey del Perú, y se rebeló
contra la autoridad del primer virrey enviado para reprimir a los conquistadores que aspiraban a
la independencia. Finalmente fue derrotado tras un gobierno efímero de tres años. Como
consecuencia de estas rebeliones los descendientes de los principales conquistadores fueron
trasladados a España, como la familia Pizarro, entre ellos la hija del conquistador, Francisca
Pizarro Yupanqui.

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GUERRA DE RECONQUISTA INCAICA.

Las rebeliones durante la conquista y el período colonial del Perú se produjeron desde la captura
del inca Atahualpa en la emboscada de Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532, y que llevó a la
conquista del Imperio inca por parte de Francisco Pizarro. Algunos pretendidos sucesores de los
incas trataron en varias ocasiones de retomar el país, reconquistar su imperio e instalar de nuevo
su gobierno. Unos intentos ocurrieron inmediatamente; otros, más tarde, en los
siglos XVII y XVIII.

La guerra de reconquista incaica la encabezó Manco Inca en 1536, quien puso sitio al Cuzco y
tomó la fortaleza de Sacsayhuaman, consiguiendo exterminar a importantes partidas de soldados
españoles. Uno de sus lugartenientes, Titu Yupanqui, sitió a la recién fundada ciudad de Lima,
en la costa. Los españoles resistieron tanto en Lima como en el Cuzco, con el apoyo de miles de
indios auxiliares (cañaris, chachapoyas, huancas).

Sin embargo, debido a la amenaza de la hambruna, Manco Inca se vio obligado a licenciar a sus
fuerzas y se refugió en las selvas de Vilcabamba, con el propósito de renovar la rebelión.
Durante algún tiempo se consagró a enviar a sus tropas a incursionar en los poblados fundados
por los españoles, hasta que resultó asesinado hacia 1542, a manos de unos almagristas a los que
había dado refugio.

Sus sucesores, llamados incas de Vilcabamba, mantuvieron la resistencia en dicha zona


hasta 1572, cuando el último de ellos, Túpac Amaru I (o Túpac Amaru Inca), fue capturado y
llevado al Cuzco, donde fue ejecutado.

PROTESTAS Y REBELIONES DEL SIGLO XVIII

En el siglo XVIII, estallaron en el territorio del Virreinato del Perú protestas y rebeliones de la
más diversa índole, que se originaron, indistintamente, por los abusos de los funcionarios reales
y el mal gobierno de las autoridades virreinales. En especial, los corregidores fueron el centro
principal de las quejas, ya que cometían una serie de abusos y excesos sobre la población
indígena, en lo referente a la distribución del trabajo en las mitas, el cobro de los tributos y el
repartimiento de mercaderías. Las reformas borbónicas, que implicaron el aumento de los
impuestos y otras contribuciones, fueron otro factor agravante del descontento popular.

Al principio, algunos curacas e indios principales creyeron que, enviando memoriales de quejas
al monarca español, lograrían la atención de la Corona, para que rectificara las injusticias. Pero
al constatar que esto no daba resultado, muchos de ellos tramaron rebeliones armadas, algunas
abortadas antes de estallar y las que estallaron fueron debeladas por las fuerzas del virrey de la
manera más brutal.

PROTESTAS Y REBELIONES ESTALLADAS EN EL SIGLO XVIII

1724-1736. La rebelión de los indios de Azángaro, Carabaya, Cotabambas y Castrovirreyna,


quienes dieron muerte a sus corregidores, como reacción frente al abuso que cometían estos

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funcionarios. La rebelión fue cruelmente reprimida, siendo los indios masacrados, ajusticiados
sin juicio, y condenados de por vida a las mitas de Potosí y Huancavelica, así como a los obrajes
y panaderías.

1722-1732. Protestas de Vicente Mora Chimo Cápac, curaca de Chicama (norte del Perú) y
descendiente de los reyes chimúes e incas. Este personaje viajó sin autorización a España, donde
presentó sucesivos memoriales ante el rey de España, reclamando justicia para los indios y
quejándose de los funcionarios reales.

1736. Protesta de los caciques de Paita. Estos, tras esquivar la rígida censura virreinal, lograron
hacen llegar a la corte de Madrid un extenso memorial conteniendo denuncias y reclamaciones
en favor de los indios.

1737. Rebelión de Andrés Ignacio Cacma Condori y José Orco Huaranca, curacas
pertenecientes a las antiguas panacas incas del Cuzco. En la conjura se hallaban implicados
otros 17 curacas. Al producirse hechos violentos en Azángaro, las autoridades virreinales
actuaron con gran rapidez, deteniendo a 89 indios principales del Cuzco, mientras que columnas
milicianas armadas por los mercaderes entraban en Azángaro, donde, tras cometer excesos de
todo tipo, apresaron a 39 indios sindicados como cabecillas de la rebelión. Todos los implicados
fueron condenados a diversas penas: prisiones, mitas forzadas y a ración en las minas, obrajes y
panaderías.

1739. La conspiración de Oruro (Alto Perú), bajo el mando de Juan Vélez de Córdova. Este
personaje se proclamó descendiente de los reyes incas y exigió a través de un ―Manifiesto de
agravios‖ el fin de la dominación española, fundamentando esta exigencia en el hecho que los
funcionarios españoles se dedicaban solo a expoliar a las poblaciones, cuando el fin primordial
de la dominación española había sido la evangelización. Poco antes de su estallido, el
movimiento fue delatado; Vélez y otros cabecillas fueron capturados y ajusticiados.

1742-1756. La rebelión de Juan Santos Atahualpa, caudillo mestizo que se proclamó


descendiente de los Incas y tuvo el propósito expreso de restaurar el Imperio incaico y expulsar
a los españoles. Al frente de las tribus selváticas, logró controlar un extenso territorio de la selva
central del Virreinato del Perú, el llamado Gran Pajonal, llegando a amagar la sierra central. Si
bien la rebelión no llegó a extenderse más allá de esos límites, tampoco pudo ser sometida por la
autoridad virreinal. Juan Santos desapareció misteriosamente en 1756, desconociéndose la fecha
y las circunstancias de su fallecimiento.

1750. La revolución de Huarochirí. Encabezada por Francisco Inca y Pedro de los Santos, en
protesta por los abusos y arbitrariedades de las autoridades virreinales. Los insurgentes tomaron
la ciudad de Huarochirí, a cuyo corregidor ajusticiaron. Las fuerzas virreinales, al mando
del Marqués de Monterrico, cercaron Huarochirí, donde los rebeldes resistieron con heroísmo,
hasta ser derrotados. Los líderes de la revuelta fueron apresados; algunos fueron asesinados y
otros llevados a Lima, donde fueron ajusticiados.

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1766. Movimiento de Quito, en la que participaron indios y mestizos, en protesta por el
establecimiento de las aduanas. Se produjeron diversos motines y tumultos en dicha ciudad, a lo
largo de dicho año. Desde Lima se enviaron tropas, para apaciguar a la población exaltada.

1770. Movimiento de Sica Sica (Alto Perú). Los indios de dicha localidad dieron muerte al
teniente del corregidor y atacaron con suma violencia el corregidor. La represión dejó como
saldo cientos de indígenas masacrados.

1771. Movimiento de Pacajes (Alto Perú). Los indios de dicha localidad dieron muerte a su
corregidor y persiguieron a los coadjutores de estos. Igualmente fue reprimido severamente.

1773. Protesta de Santiago de Chuco (en el actual departamento de La Libertad), protagonizada


por indios y mestizos, por los exorbitantes precios de las mercaderías dadas en reparto por el
corregidor. Como al año siguiente se renovaron estas protestas, las autoridades apresaron a los
líderes visibles.

1774. Rebelión de Chumbivilcas. Se originó cuando el corregidor de esta localidad apresó al


curaca local por encabezar la protesta general contra los repartimientos de mercaderías. Los
indios reaccionaron violentamente y dieron muerte al corregidor. El alzamiento fue aplastado
con un saldo elevado de vidas.

1774. Rebelión de los indios de la villa de Llata, contra los abusos del corregidor, al que dieron
muerte.

1776. Rebelión de los indios de Urubamba, que lograron expulsar a las autoridades coloniales.
Estas regresaron con refuerzos militares y reprimieron a los rebeldes con extrema ferocidad.

1780-1781. La rebelión de los hermanos Catari en el Alto Perú. Ellos eran Tomás, Nicolás y
Dámaso Catari. Actuaron en relación con la revolución de Túpac Amaru II. Tomás Catari fue
capturado por los españoles y despeñado el 15 de enero de 1781. Sus hermanos acabaron siendo
sucesivamente delatados y apresados. Dámaso Catari fue ejecutado el 27 de abril y Nicolás
Catari el 7 de mayo del mismo año.

1780. Conspiración de los plateros en el Cuzco. Los plateros Lorenzo Farfán de los Godos,
Ildefonso Castillo, Juan de Dios Vera, Diego Aguilar, Ascensio Vergara, José Gómez y Eugenio
Cárdenas, se complotaron con el influyente curaca de Písac, Bernardo Tambohuacso Pumayali.
Descubierta la conspiración, Farfán de los Godos y otros seis plateros fueron apresados y
ajusticiados, en junio de 1780.
Posteriormente fue capturado el curaca Tambowaqso, que fue ajusticiado el 17 de noviembre de
1780, días después del estallido de la revolución de Túpac Amaru II.

1780-1781. La rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, sin duda, la más
importante de este periodo, que estalló en Tinta el 4 de noviembre de 1780 (ver sección
siguiente).

LA REBELIÓN DE TUPAC AMARU II (1780-1781)

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Descendiente de la realeza inca, José Gabriel Condorcanqui, cacique de Surimana, Tungasuca y
Pampamarca, adoptó el nombre de Túpac Amaru II y encabezó la más formidable revolución
indígena de la época colonial, en protesta por el maltrato que recibían los indios por parte de los
corregidores.

Entre sus exigencias figuraba la supresión de los corregimientos y la creación de una Real
Audiencia en el Cuzco para una rápida administración de justicia, ya que solo existía la Real
Audiencia de Lima para todo el territorio del Virreinato. A estos reclamos, se unió
posteriormente su deseo de separarse del yugo español; es decir, su rebelión, originalmente de
tendencia reformista, se convirtió en separatista. Para algunos analistas, fue el iniciador de la
lucha por la emancipación política del Perú.

La rebelión estalló el 4 de noviembre de 1780 en el pueblo de Tinta (50 leguas al sur del Cuzco)
y puso en movimiento a todo el sur del Virreinato del Perú, hasta la región de Charcas.
Repercutió, además, en el resto de los dominios españoles de Sudamérica.

El primer episodio de la revolución fue el apresamiento del odiado corregidor de Tinta, Antonio
de Arriaga, quien fue ejecutado públicamente. Acto seguido, Túpac Amaru se puso en marcha
hacia el norte contando con la simpatía y adhesión de los pobladores que, en su mayoría,
estaban armados de picos, palos, hachas y sólo algunas armas de fuego.

En estas condiciones, ganó la batalla de Sangarará, librada el 18 de noviembre de 1780. Pero no


quiso todavía dirigirse al Cuzco y prefirió retirarse a Tinta, donde el día 27, lanzó un manifiesto
explicando las causas que le habían llevado a la sublevación. Poco después, a inicios de
diciembre se dirigió al sur, atravesó la cadena del Vilcanota, pasó por Lampa, Pucará y penetró
en Azángaro, extenso recorrido con el que pretendía ganar adeptos a su causa.

El virrey Agustín de Jáuregui envió al Cuzco al visitador José Antonio de Areche, con poderes
extraordinarios para sofocar la rebelión, teniendo como ejecutar inmediato al mariscal José del
Valle. Es así como los españoles, con refuerzos llegados desde Lima, enfrentaron a Túpac
Amaru, que ya por entonces (enero de 1781), se había decidido a atacar el Cuzco.

Sin embargo, éste no pudo doblegar el poderío de las fuerzas realistas y sufrió sendos reveses en
las batallas de Checacupe y Combapata, por lo que se vio obligado a retroceder. Los realistas,
en su persecución, ingresaron a sangre y fuego a Tinta, que fue totalmente destruida. El inca, su
mujer y sus tres hijos huyeron a la villa de Langui donde fueron apresados por la traición de un
partidario suyo. Enseguida, fue a parar a manos de Areche. Sufrió atroces torturas, para que
delatara a sus colaboradores cuzqueños, pero permaneció hermético. Finalmente fue sentenciado
a muerte.

El 18 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas del Cuzco, Túpac Amaru II fue descuartizado a
hachazos, luego de un intento fallido de desmembrarlo usando la fuerza de cuatro caballos.
Previamente, se le obligó a presenciar la muerte de su esposa Micaela Bastidas, de sus dos hijos
mayores y de otros familiares y partidarios suyos. Su hijo menor, Fernando, fue enviado a los

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presidios de África. Sus miembros mutilados fueron enviados a distintos puntos del sur del
virreinato y clavados en picas, para que sirviera de escarmiento a las poblaciones rebeldes.

Sin embargo, el espíritu de lucha se mantuvo entre sus partidarios, quienes, encabezados
por Diego Cristóbal Túpac Amaru (primo suyo), se mantuvieron en pie de lucha hasta principios
de 1782.

El horrendo sacrificio de Túpac Amaru y la represión feroz de la rebelión (cuyo saldo, según el
cálculo de los mismos represores, fue de 120.000 hombres andinos muertos), avivó más la
rebeldía contra la dominación española.

Obligó a la corona española concentrar sus fuerzas en el sur peruano, de modo que dicha zona
se convirtió en el último bastión del poder español en Sudamérica. Además, en su momento el
sacrificio de Túpac Amaru II no resultó estéril, pues a raíz de esta rebelión se suprimieron los
corregimientos y se creó la Real Audiencia del Cuzco, tal como lo había exigido el inca rebelde.

La rebelión de Túpac Amaru constituye, a decir del historiador Carlos Daniel Valcárcel, «el
movimiento anti-colonialista, reivindicador y precursor de justicia social e independencia
política más importante que haya tenido el Perú. Su valor aumenta si lo recordamos como un
suceso anterior a la revolución francesa —que tantos otros movimientos propició—, acaecido
cuando todavía la revolución separatista estadounidense estaba en plena pugna».

REBELIÓN DE TÚPAC CATARI

Una segunda fase de la revolución tupacamarista la protagonizó el caudillo aimara Julián Apaza
en el Alto Perú. Este personaje adoptó el nombre de Túpac Catari (en homenaje a Túpac Amaru
II y Tomás Catari) y a la cabeza de 40.000 indios puso sitio a La Paz (13 de marzo de 1781);
exigió la entrega de los corregidores y el retiro de los españoles.

Aunque suspendió el cerco en julio, lo estrechó más y lo mantuvo hasta el 17 de octubre,


teniendo que retirarse para concertar nuevas acciones. Pero traicionado y entregado a las
autoridades españolas (10 de noviembre) fue condenado a ser arrastrado atado a la cola de un
caballo y luego descuartizado por cuatro caballos (13 de noviembre).

CONSPIRACIONES ENTRE 1782 Y 1810

Entre el fin de la revolución de Túpac Amaru II y el inicio de la guerra de la independencia


hispanoamericana de 1810-1824, tuvieron lugar en el Perú otras conspiraciones y revueltas,
como las siguientes:

El movimiento de Huarochirí (1782), encabezado por Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui, con
apoyo del indio Ciriaco Flores y en conexión con Diego Cristóbal Túpac Amaru. Movilizó a
seis pueblos de la provincia de Huarochirí.

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El virrey envió contra ellos al corregidor de Huarochirí, al gobernador de Yauyos y a un
destacamento de Lima. Los agitadores fueron sorprendidos y tomados prisioneros. Sometido a
proceso, Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui fue ejecutado en Lima, el 7 de julio de 1783.

La conspiración del Cuzco de José Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde (1805). El primero era un
minero huanuqueño y el segundo un abogado arequipeño, que se conocieron en Lima y se
hicieron amigos.

Luego coincidieron en el Cuzco, donde, con el apoyo de diversas personalidades, tramaron un


plan para independizar al Perú y restaurar el Incanato. Delatados antes de producirse el
alzamiento, fueron apresados y ajusticiados, el 5 de diciembre de 1805.

INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA (1810 – 1830)

El principal detonante de la independencia hispanoamericana fue el descabezamiento de la


monarquía por la renuncia de los reyes españoles y la invasión napoleónica a España en 1808.

Desde entonces, los patriotas, denominados así por su identificación con América (la Patria
Grande), recurrieron a las armas frente a España con el objeto de defender la libertad frente a las
autoridades peninsulares y obtener la independencia de los nuevos estados.

La emancipación americana forma parte de un periodo mayor, denominado de Revoluciones


Atlánticas, que ocurre entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, y proponían formas de
gobierno republicanas para los nuevos países independientes, y que engloba hechos tales como
la independencia de Estados Unidos en 1776, la Revolución francesa de 1789, la Revolución
haitiana (1791), o la Independencia de Brasil, y que ocurrieron fuera del mundo hispano.

LEVANTAMIENTO AUTOCTONOS DEL PERU (1811 – 1815)

PRIMERA REVUELTA DE TACNA EN 1811

Los patriotas peruanos, conocedores del avance de los ejércitos argentinos en el Alto Perú
(actual Bolivia), organizaron en Tacna un movimiento libertario contra el virrey José Fernando
de Abascal y Sousa.

El 20 de junio de 1811 (día de la batalla de Guaqui, en donde las tropas realistas al mando del
general José Manuel de Goyeneche vencieron a los independentistas rioplatenses), los patriotas,
dirigidos por Francisco Antonio de Zela, asaltaron los dos cuarteles militares realistas de Tacna,
proclamando a Zela comandante militar de la plaza, a Rabino Gabino Barrios como coronel de
milicias de infantería y al curaca Toribio Ara como comandante de la división de caballería.

El día 25 de junio se supo en Tacna de la derrota de los patriotas argentinos en Guaqui.


Aprovechando el desconcierto provocado por la noticia, los realistas desmontaron el
movimiento y tomaron preso a Francisco Antonio de Zela, a quien llevaron a Lima donde fue
condenado a cadena perpetua en la cárcel de Chagres, Panamá, donde falleció en 1819, a los 50
años de edad.

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SEGUNDA REVUELTA DE TACNA DE 1813

El general argentino Manuel Belgrano reorganizó las tropas argentinas derrotadas en la batalla
de Guaqui. El 14 de septiembrede 1812, se enfrentó a las tropas comandadas por el general Pío
Tristán, las venció y detuvo el avance del ejército realista sobre Tucumán. Más tarde, obtuvo
otra victoria en la batalla de Salta, por lo que Pío Tristán, capituló el 20 de febrero de 1813, con
lo cual el Ejército argentino volvió a emprender otra ofensiva y ocupó nuevamente el Alto Perú.

El general español Joaquín de la Pezuela, que había reemplazado a Goyeneche en La Paz por
disposición del virrey del Perú Abascal, reorganizó el Ejército Real del Perú y derrotó al
argentino Manuel Belgrano en la batalla de Vilcapugio el 1 de octubre de 1813 y seguidamente
en la batalla de Ayohúma, el 14 de noviembre de 1813.

El tacneño Juan Francisco Paillardelli fue emisario de Belgrano en las coordinaciones que el
general argentino pretendió establecer en Perú. Junto a Juan Francisco Paillardelli, su
hermano Enrique Paillardelli conspiraba en Tacna y Julián Peñaranda lo hacía en Tarapacá.
Enrique recibió sus instrucciones de Belgrano en Puno. El plan consistía en concertar el
alzamiento de todo el sur del Perú. Bajo el liderazgo de Enrique Paillardelli, los patriotas
tacneños, el 3 de octubre de 1813, se apoderaron de los cuarteles tacneños y apresaron al
gobernador realista de la provincia.

El intendente de Arequipa, José Gabriel Moscoso, enterado de los acontecimientos, envió una
milicia realista al mando de José García de Santiago. Se produjo el combate de Camiara, el 13
de octubre, donde fueron derrotados los patriotas de Paillardelli que se replegaron a Tacna. A
los pocos días se supo de la derrota de Belgrano y los patriotas se volvieron a dispersar. Enrique
Paillardelli y unos cuantos seguidores huyeron hacia el Alto Perú, el 3 de noviembre de 1813,
mientras que Tacna fue retomada por los realistas.

REBELIÓN DE HUÁNUCO DE 1812

La rebelión indígena de Huánuco del 22 de febrero de 1812 se dirigió contra el régimen


colonial. Las tropas del virrey se organizaron en Cerro de Pasco y se dirigieron a Huánuco,
donde se produjo la batalla de Ambo el 5 de marzo de 1812. El intendente de Tarma José
González Prada reconquistó Ambo el 10 de marzo con un contingente colonial. Los rebeldes
abandonaron Ambo y Huánuco; los realistas entraron a ambas ciudades el 19 de marzo de 1812.
González Prada salió de la ciudad en persecución de los insurrectos, que contaban con 2.000
hombres.

Los indígenas se dispersaron y los cabecillas fueron capturados por González Prada, entre ellos,
a Juan José Crespo y Castillo, al curaca Norberto Haro y al alcalde pedáneo de Huamalíes, José
Rodríguez, quienes fueron enjuiciados sumariamente y ejecutados con la pena del garrote. A
otros sublevados se les desterró y muchos fueron puestos en prisión.

REBELIÓN DEL CUZCO DE 1814

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En 1814, se produjo la Rebelión del Cuzco que abarcó el sur del virreinato del Perú. La rebelión
de 1814 se inició con la confrontación política entre el Cabildo Constitucional y la Real
Audiencia del Cuzco: el primero era percibido como pro americano y el segundo como pro
peninsular. A raíz de este enfrentamiento, fueron encarcelados los hermanos Angulo a fines de
1813.

Para agosto de 1814, los hermanos Angulo y otros criollos escaparon y tomaron el control de la
ciudad del Cuzco. En esos momentos, ya se habían aliado con el brigadier y cacique de
Chincheros Mateo Pumacahua. Este último personaje fue uno de los grandes defensores de
la monarquía españoladurante la rebelión de Túpac Amaru II y comandante de los indígenas
realistas en la batalla de Guaqui; sin embargo, había cambiado su postura beligerante movido
por imposición del virrey Abascal de no garantizar el cumplimiento de la Constitución de Cádiz
de 1812 en el virreinato del Perú.

EXPEDICIÓN AL ALTO PERÚ

La primera de ellas fue enviada al Alto Perú, al mando del arequipeño Juan Manuel Pinelo y del
cura argentino Ildefonso Muñecas. Estas fuerzas rodearon La Paz con 500 fusileros y 20.000
indios armados con piedras y hondas, el 14 de septiembre de 1814. El 24del mismo mes,
tomaron la ciudad. Los realistas fueron confinados en sus cuarteles, pero estos aprovecharon la
situación para hacer volar el polvorín; enfurecidos, los insurgentes paceños les dieron muerte.

Para reconquistar La Paz, marchó desde Oruro un regimiento realista de milicianos cuzqueños,
con 1.500 fusileros al mando del general español Juan Ramírez Orozco. Se enfrentaron en las
afueras de La Paz, el 1 de noviembre de 1814, y los insurgentes resultaron derrotados. Pinelo y
Muñecas ordenaron replegarse y una parte de la tropa quedó dispersa en la región en forma
de guerrillas.

EXPEDICIÓN A HUAMANGA

La segunda sección patriota marchó a Huamanga, bajo el mando del argentino Manuel Hurtado
de Mendoza, que tenía por lugartenientes al clérigo José Gabriel Béjar y a Mariano Angulo y
llegaron a la plaza de la ciudad el 20 de setiembre.

Días antes se desarrolló en esa ciudad el levantamiento de cientos de mujeres campesinas el


cuartel de Santa Catalina (actual Centro Artesanal Soshaku Nagase) lideradas por Ventura
Ccalamaqui, en apoyo a la causa. Hurtado de Mendoza ordenó marchar a Huancayo, ciudad que
tomaron pacíficamente.

Para enfrentarlos el virrey Abascal envió desde Lima al regimiento español Talavera, bajo el
mando del coronel Vicente González. Se produjo la batalla de Huanta, el 30 de septiembre de
1814; las acciones duraron tres días, luego de los cuales los patriotas abandonaron Huamanga.
Se reorganizaron en Andahuaylas y volvieron a enfrentarse a los realistas el 27 de
enero de 1815, en Matará, donde fueron nuevamente derrotados.

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Los patriotas volvieron a reorganizarse gracias a las guerrillas formadas en la provincia de
Cangallo. Entre tanto, el argentino Hurtado de Mendoza conformó una fuerza con 800 fusileros,
18 cañones, 2 culebrinas (fundidas y fabricadas en Abancay) y 500 indios. Estas fuerzas
estuvieron bajo el mando de José Manuel Romano, apodado ―Pucatoro‖ (toro rojo).

Debido a la traición de José Manuel Romano sobre Hurtado de Mendoza, a quien dio muerte y
rindió a los realistas, los patriotas se dispersaron y los cabecillas de la revuelta fueron
capturados. Las traiciones fueron un hecho común en las rebeliones independentistas de toda
América. Las biografías de los actores sociales muestran que los cambios de bandos no eran
extraños. En el caso de los líderes locales, sus filiaciones políticas estaban vinculadas a los
conflictos locales que se expresaban en una mayor dimensión. Los hermanos Angulo, Béjar,
Paz, González y otros sublevados fueron capturados, llevados al Cuzco y ejecutados
públicamente el 29 de marzo de 1815. La Corona tenía la política del escarmiento público como
un mecanismo para intimidar a la población y evitar futuros alzamientos.

EXPEDICIÓN A PUNO Y AREQUIPA

El tercer agrupamiento patriota hizo su campaña en Arequipa y Puno, al mando del antiguo
brigadier realista Mateo Pumacahua, y contaba con 500 fusileros, un regimiento de caballería y
5.000 indios. Pumacahua, como curaca de Chinchero, tenía un gran dominio y liderazgo entre la
población indígena. Al Cuzco fueron enviados los hermanos José y Vicente Angulo, con algún
resguardo de indios y negros leales.

El control del Cuzco era fundamental por motivos ideológicos y de logística. Por múltiples
motivos, Cuzco tenía una fuerte influencia sobre el Alto Perú; y, a su vez, el Alto Perú mantenía
un vínculo colonial administrativo con la ciudad de Buenos Aires, uno de los grandes centros
revolucionarios de los años 1810 en Sudamérica. Mateo Pumacahua, se enfrentó exitosamente a
los realistas en la Batalla de la Apacheta, el 9 de noviembre de 1814. Tomó prisioneros
al intendente de Arequipa José Gabriel Moscoso y al mariscal realista Francisco Picoaga, su
antiguo compañero de armas de la batalla de Guaqui. Los patriotas ingresaron a Arequipa. Por
presión de las tropas patriotas, el cabildo de Arequipa reconoció a la Junta Gubernativa del
Cuzco, el 24 de noviembre de 1814.

Pero la reacción realista no se hizo esperar. Pumacahua, enterado de la aproximación de tropas


realistas, abandonó Arequipa. El cabildo abierto de Arequipa se volvió a reunir y se apresuró a
acordar lealtad al rey, el 30 de noviembre de ese año. Tales cambios de ―lealtad‖ en los
dirigentes locales fueron normales durante toda la guerra, pues se escogía al sector que era
dueño de la plaza fuerte, como una forma de garantizar la seguridad personal, familiar y de los
bienes, no necesariamente por una inclinación ideológica ni menos una predisposición para la
lucha a favor de cualquier bando.

Las tropas realistas, al mando del general Juan Ramírez Orozco, ingresaron a Arequipa el 9 de
diciembre de 1814. Luego de reponer fuerzas y de reforzar su milicia, el general Ramírez salió
de Arequipa en busca de los patriotas en febrero de 1815. Dejó como gobernador al general Pío
Tristán. Ambos ejércitos, el realista y el patriota, se desplazaron cautelosos por diversos parajes
de los Andes, buscando un lugar propicio para el enfrentamiento. El 10 de marzo de 1815, se

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encontraron cerca de Puno, en la batalla de Umachiri, saliendo vencedores los realistas. El
triunfo realista se debió al correcto equipamiento y mayor disciplina de sus tropas. Hubo más de
un millar de muertos en el curso de la batalla.

Entre los patriotas capturados estuvo el célebre poeta Mariano Melgar, quien fue fusilado en el
mismo campo de batalla. Pumacahua fue apresado en Sicuani, donde fue sentenciado a morir
decapitado, pena que se cumplió el 17 de marzo.
CAPITULO III

LA CORRIENTE LIBERTADORA DEL SUR


(SURGIMIENTO DE LA REPUBLICA DEL PERU)

CAMPAÑAS NAVALES

EXPEDICIÓN DE WILLIAM BROWN AL PACÍFICO

Guillermo Brown, de origen irlandés, inició su carrera en la marina estadounidense y llegó a ser
jefe de las fuerzas navales de las provincias del Río de la Plata. En el año 1815 formó una
expedición en Buenos Aires compuesta por 4 barcos que sumaban 150 cañones con una
tripulación de 500 hombres. Brown regresó a Buenos Aires en 1818 con gran parte de su flota
perdida en la navegación o apresada por la marina inglesa, después de cerrar la costa de Chile y
de incursionar en los puertos del Callao y Guayaquil.

EXPEDICIONES DE THOMAS COCHRANE

El marino escocés Thomas Cochrane llegó a Chile el 28 de noviembre de 1818 para tomar el
mando de la marina chilena, contratado por un agente del gobierno de ese país. A comienzos
de 1819 el gobierno chileno había hecho preparativos para hacer incursiones en las costas del
Perú con su flota naval al mando de Cochrane, como medida que sirviera de antesala para la
futura expedición libertadora.

El objetivo de esto era para obtener información, difundir la propaganda patriota para aunar a
los locales a esa causa, combatir a las fuerzas marítimas españolas apostadas en el Callao,
bloquear sus puertos y capturar o destruir cualquier embarcación en la que estuviera
comprometido algún interés español. Para estas operaciones Cochrane se valió de diversas
tácticas alternativas y novedosas como el uso de brulotes, cohetes incendiarios, la quinta
columna, desembarcos sorpresivos de pequeñas unidades, entre otros.

En enero de ese año Cochrane hizo una primera expedición a las costas peruanas,
bombardeando y bloqueando el puerto del Callao, arrebatando varios buques a los españoles y
encerrando el resto en ese puerto. También pasó por Huacho, Huaura, Supe(cuyo cabildo se
declaró por la independencia), Huarmey y Paita, para tomar provisiones y buscar la adhesión de
sus pobladores a la causa patriota. Cochrane regresó a Valparaíso en junio.

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Se embarcó en una segunda expedición en septiembre del mismo año, en que volvió a bloquear
el Callao, y continuó sobre otros puntos, destacando entre ellos Pisco y Guayaquil.

De regreso a las costas de Chile se dirigió al sur con el objeto de atacar los enclaves españoles
de Valdivia y Chiloé, logrando conquistar el primero. En esta acción se destacó el subteniente
peruano Francisco de Vidal, que se había unido a Cochrane durante sus expediciones a las
costas peruanas, y que sería llamado como el ―primer soldado del Perú‖. Por último, Cochrane
procedió a atacar Chiloé pero fracasó, siendo derrotado por Antonio de Quintanilla.

Luego de estas acciones, Cochrane fondeó en Valparaíso a mediados de febrero de 1820 para
formar parte de la "Expedición Libertadora del Perú" como jefe de la escuadra del gobierno de
Chile, que transportaría y apoyaría al ejército al mando del general José de San Martín.

JOSÉ DE SAN MARTÍN Y LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL PERÚ

EXPEDICIÓN LIBERTADORA AL PERÚ

La pacificación interior del virreinato peruano permitió al virrey del Perú la organización de dos
expediciones contra los patriotas de Chile formado por regimientos realistas
de Arequipa y Lima y batallones expedicionarios europeos.

En 1814 la primera expedición permitió la reconquista de Chile en la Batalla de Rancagua.


En 1817 tras el triunfo de las armas patriotas en la Batalla de Chacabuco, otra vez se recurrió
al Ejército Real del Perú para salvar la monarquía.

Una segunda expedición parte en 1818, obtuvo una victoria en la Batalla de Cancha Rayada,
pero finalmente fue destruida por José de San Martín en la batalla de Maipú.

Para llevar adelante la independencia del Perú, se firmó el 5 de febrero de 1819 un tratado entre
Argentina y Chile. El General José de San Martín creía que la independencia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata no estaría totalmente segura mientras el Perú fuera un importante
bastión de las fuerzas realistas.

Se organizó una fuerza militar anfibia que en un principio sería financiada conjuntamente por
los gobiernos de Argentina y de Chile, pero debido a la situación de anarquía en las provincias
rioplatenses, el gobierno de Buenos Aires se desentendió de los presupuestos, siendo la casi
totalidad de los costos asumidos por el gobierno de Chile dirigido por Bernardo O'Higgins.

Se determinó que el mando del ejército fuera para José de San Martín y de la escuadra para
el almirante Thomas Alexander Cochrane.

El 21 de agosto de 1820 se embarcó en Valparaíso la Expedición Libertadora del Perú bajo


bandera chilena. Contaba con un ejército de 4.118 efectivos.

El 7 de septiembre la Expedición Libertadora arribó a las playas del Paracas, en la bahía de


Pisco, en la actual Región Ica.

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El desembarco en Paracas se inició el 8 de septiembre de 1820 y continuó los días siguientes.
San Martín instaló su cuartel en Pisco y recibió el apoyo de la población.

El 15 de septiembre de 1820, el virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, proclamó la restauración


de la Constitución de Cádiz de 1812, y envió una carta a San Martín ofreciéndole entrar en
negociaciones, teniendo como base la nueva situación política peninsular. San Martín aceptó, y
a partir del día 25 de septiembre, los delegados del Libertador y del virrey se reunieron en
las Conferencias de Miraflores (pueblo situado al sur de Lima), que concluyeron el 4 de octubre,
sin llegar a ningún acuerdo.

INICIO DE LA CAMPAÑA DEL PERÚ

Las acciones de guerra de la expedición libertadora comenzaron con la Primera campaña de


Arenales a la sierra del Perú, y abarca todas las operaciones militares del general Juan Antonio
Álvarez de Arenales en la sierra, entre el 4 de octubre de 1820, cuando parte de Pisco, hasta el 8
de enero de 1821, cuando se reúne nuevamente con San Martín en Huaura.

El primer encuentro bélico se libró en Nasca, el 15 de octubre de 1820. Luego, Arenales


ocupó Ica, –que juró su independencia el día 21 de octubre–, y avanzando hacia la sierra, pasó
por la ciudad de Huamanga (Ayacucho), que declaró su independencia el 1 de noviembre. El 6
de diciembre tuvo lugar la Batalla de Cerro de Pasco, en donde Arenales batió a una división
realista enviada por el virrey Pezuela.

El 9 de octubre de 1820 se produjo el alzamiento del batallón realista de granaderos de la


reserva del Cuzco acantonado en Guayaquil, que culminó con la proclamación de
la independencia de esta provincia.

El 21 de octubre de 1820, San Martín, en su cuartel de Pisco, dio un decreto estableciendo la


primera bandera del Perú y el primer escudo del Perú, cuyos diseños serían posteriormente
modificados por Bolívar, aunque la bandera conservó sus colores originales: el rojo y el blanco.

El 23 de octubre de 1820 la Expedición Libertadora se reembarcó con destino norte, pasando


frente al Callao. Una parte de la flota, al mando del almirante Thomas Cochrane, bloqueó por
tercera vez el puerto del Callao, donde capturó a la fragata española Esmeralda, el 5 de
noviembre, con lo que se dio un golpe mortal a la marina realista en el Pacífico.

El 9 de noviembre, la Expedición Libertadora arribó al puerto de Huacho (a 170 km al norte de


Lima), donde desembarcó. Al frente de su ejército, San Martín avanzó hasta el poblado vecino
de Huaura, donde estableció su cuartel general. Fue en Huaura donde por primera vez San
Martín proclamó la independencia del Perú, en noviembre de 1820, desde un balcón que hasta
hoy se conserva como joya histórica.

El 2 de diciembre de 1820 el batallón realista Numancia se sublevó pasándose a los patriotas,


importante suceso que fue posible gracias a la labor incansable de los patriotas de Lima, entre
ellos el criollo José de la Riva Agüero.

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CAPITULO IV

PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU

Un suceso importantísimo, que ayudó decisivamente a la lucha emancipadora continental, fue la


Independencia de todo el Norte del Perú, obra de los patriotas locales, que lo lograron de
manera pacífica. Toda esa región se hallaba bajo la jurisdicción de la Intendencia de Trujillo,
cuya capital, la ciudad de Trujillo, a instigación de su intendente José Bernardo de Tagle,
marqués de Torre Tagle, juró su independencia el 29 de diciembre de 1820.

Sucesivamente hicieron lo mismo Piura, Cajamarca (6 de enero de 1821), Chachapoyas, Jaén (4


de junio de 1821) y Maynas (19 de agosto de 1821); antes ya lo había hecho Lambayeque (27 de
diciembre de 1820).

El 8 de enero de 1821 la columna de Álvarez de Arenales regresó de su incursión en la sierra


central y se reincorporó a la Expedición Libertadora en la costa.

El 29 de enero de 1821, en el lado realista se produjo el llamado Motín de Aznapuquio: los jefes
españoles obligaron al virrey Pezuela a abandonar el mando del virreinato peruano, que recayó
en el general José de la Serna. En marzo de 1821 se produjo la incursión de las fuerzas patriotas
de Guillermo Miller y Thomas Cochrane sobre los puertos de Tacna y Arica.

El 4 de junio de 1821, el virrey La Serna se entrevistó personalmente con San Martín en la


hacienda Punchauca, situada a unos 25 km al norte de Lima, en el actual distrito de Carabayllo.
Delegados de ambos continuaron en los siguientes días estas Conferencias de Punchauca, pero
al igual que lo ocurrido en las conferencias de Miraflores, no se llegó a algún acuerdo
trascendente.

Lima se vio amenazada por el avance del ejército libertador y el acoso de las montoneras
patriotas, estas mayormente conformadas por hombres andinos, lo cual es otro ejemplo del
aporte valioso de los peruanos a la Independencia.

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El 5 de junio de 1821, el virrey La Serna anunció a los limeños que abandonaría Lima y dejaría
una fuerza al mando de José de la Mar para que resistiera en el Callao, al amparo de la Fortaleza
del Real Felipe. El ejército realista, al mando del general Canterac, dejó Lima y enrumbó a la
sierra, el 25 de junio de 1821. Arenales fue enviado en misión de observar el repliegue de los
realistas a la sierra sin empeñar su ejército en una batalla frontal por orden de San Martín.

A comienzos de julio de 1821 se vivía en Lima una tremenda escasez de alimentos, debido al
asedio de las montoneras, que cortaron las vías de comunicación con el exterior.Bajo el temor al
pillaje o rebeliones, la población solicitó a San Martín que ingresara en la ciudad. San Martín
aceptó, a condición de que se reuniera el cabildo o ayuntamiento de la ciudad y jurara la
independencia.

Las avanzadas del Ejército Libertador ingresaron a Lima el 9 de julio de 1821. El mismo San
Martín hizo su ingreso en la noche del día 12 y dos días después lo hizo todo su Ejército.

ACTA Y PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

En cumplimiento de lo acordado con San Martín, los ―notables‖ de Lima se reunieron en


Cabildo Abierto, con el propósito de jurar la Independencia. La firma del Acta de Independencia
del Perú tuvo lugar el 15 de julio de 1821.

Unos 300 ciudadanos principales firmaron el Acta ese día; en los días siguientes lo hicieron
muchos más. Manuel Pérez de Tudela, letrado arequipeño, más tarde Ministro de Relaciones
Exteriores, fue quien redactó el Acta de la Independencia. El ―temido‖ almirante Cochrane entró
en Lima el 17 de julio.

El sábado 28 de julio de 1821, en una ceremonia pública muy solemne, el generalísimo José de
San Martín, enunció la célebre proclamación de la Independencia del Perú.

Primero lo hizo en la Plaza Mayor de Lima, después en la plazuela de La Merced, luego, en la


plaza Santa Ana, frente al Convento de las Descalzas y finalmente en la plaza de la Inquisición
(hoy plaza Bolívar). Según testigos de la época, presenciaron la ceremonia más o menos 16.000
personas.

El libertador con una bandera peruana en la mano, exclamó:

DESDE ESTE MOMENTO EL PERÚ ES LIBRE E INDEPENDIENTE POR LA VOLUNTAD


GENERAL DE LOS PUEBLOS Y POR LA JUSTICIA DE SU CAUSA QUE DIOS DEFIENDE.
¡VIVA LA PATRIA!, ¡VIVA LA LIBERTAD!, ¡VIVA LA INDEPENDENCIA!.

José de San Martín. Lima, 28 de julio de 1821.

Basil Hall, capitán de la marina británica, que por entonces se hallaba en Lima, al comentar la
ceremonia culmina diciendo:

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―Sus palabras fueron recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y las calles
adyacentes, mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre
aclamaciones como nunca se había oído en Lima‖.

Cabe destacar que hay cuestiones históricas que dicen que San Martín ya había jurado la
independencia peruana el 27 de noviembre de 1820 en la ciudad de Huaura(al norte de Lima),
aunque este tema es muy debatido, lo cierto es que en Huaura San Martín reorganizo su ejército
y comenzó el plan para el asedio de la capital del virreinato.

EL PROTECTORADO DE SAN MARTÍN

Tras proclamar la independencia del Perú, San Martín asumió el mando político y militar de los
departamentos libres del Perú, bajo el título de Protector, según decreto del 3 de agosto de 1821.
Su gobierno se llamó el Protectorado del Perú.

Dio al estado peruano su primera bandera y escudo, su himno nacional, su moneda, su


administración primigenia y sus primeras instituciones públicas.

Asimismo, creó la Biblioteca Nacional del Perú, dio libertad a los hijos de los esclavos negros
(libertad de vientres) y abolió el tributo indígena. Pero quedaba pendiente la Constitución
Política (que debía ser obra de un Congreso Nacional) y mientras tanto, impuso un Reglamento
provisorio, reemplazado después por un Estatuto provisorio.

Por su parte, el virrey José de la Serna trasladó su cuartel general al Cuzco, y desde allí trató de
auxiliar el Callao enviando una división al mando de Canterac. Ésta llegó a Lima el 10 de
septiembre de 1821, y sin que las tropas patriotas intentasen detener su avance, se unieron a las
fuerzas realistas sitiadas en el Castillo del Callao o Fortaleza del Real Felipe. Luego de dar a
conocer las órdenes del virrey y de avituallarse, Canterac regresó a la sierra el 16 de
septiembre de ese año.

El mando patriota que contaba con 7.000 efectivos y 3.000 montoneros, reaccionó tarde. Las
tropas patriotas al mando del general Guillermo Miller persiguieron la retaguardia del ejército
realista, produciéndose escaramuzas principalmente por la acción de los montoneros patriotas.
Canterac y La Serna, lograron reunirse en Jauja el 1 de octubre de 1821.

Finalmente, los patriotas lograron la rendición de las fortalezas del Callao, el día 19 de
septiembre de 1821. El general cuencano José de la Mar, que era el jefe realista de dicha plaza,
se sumó a la causa patriota.

SAN MARTÍN ABANDONA EL PERÚ

El 27 de diciembre de 1821, San Martín convocó por primera vez a la ciudadanía con el fin de
que eligiera libremente un Congreso Constituyente, con la misión de establecer la forma de
gobierno que en adelante regiría al Perú, así como una Constitución Política adecuada.

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Mientras tanto, la corriente libertadora del Norte, al mando de Bolívar, avanzaba hasta la región
de Quito, al norte del Perú. Desde Guayaquil, el gran colombiano Antonio José de Sucre solicitó
la ayuda de José de San Martín, que puso entonces en marcha la Expedición Auxiliar de Santa
Cruz a Quito desde Piura el 15 de enero de 1822. La libertad de Quito quedó sellada en
la Batalla de Pichincha librada el 24 de mayo de 1822.

Posteriormente se produjo la Entrevista de Guayaquil, el 26 de julio de 1822, y los dos


libertadores discutieron sobre el destino de la Provincia Libre de Guayaquil (si debía pertenecer
a la Gran Colombia o al Perú), la ayuda que debía prestar la Gran Colombia a la independencia
del Perú y sobre el sistema político que se instalaría en el Perú: Monárquico independiente
como deseaba San Martín o Republicano como quería Bolívar.

La entrevista se saldó favorablemente para Bolívar que ratificó la anexión de Guayaquil a la


Gran Colombia.

En abril de 1822 se produjo otra ofensiva realista contra la costa, al mando de Canterac, que
destruyó un ejército patriota en la Batalla de La Macacona o de Ica. Mientras que en la zona de
Ayacucho, se batían bravamente las montoneras de indios patriotas, bajo el mando de Cayetano
Quirós y Basilio Auqui; en ese contexto se produjo el heroísmo de la dama ayacuchana María
Parado de Bellido, que desde Huamanga cooperaba con las fuerzas de Quirós enviando cartas
con informaciones sobre los movimientos de los realistas. Descubierta, fue fusilada por orden
del general José Carratalá el 1 de mayo de 1822

Por indisposición contra San Martín, el almirante Cochrane se retiró del Perú el 10 de
mayo de 1822, siendo reemplazado en el mando de la escuadra por Martín Guisse.

Cochrane consideraba que ―el protectorado que estaba ejerciendo San Martín carecía de
decisión, se mostraba dubitativo y su contribución no era realmente apreciada ni aprovechada”

José de San Martín terminaría abandonando el Perú en septiembre de 1822.

GOBIERNO DE LA SUPREMA JUNTA GUBERNATIVA

El 20 de septiembre de 1822 se instaló el primer Congreso Constituyente del Perú, compuesta


por 79 diputados (elegidos) y 38 suplentes (para los territorios que aún se hallaban ocupados por
los realistas, es decir, el sur peruano). Ante este Congreso, San Martín renunció al protectorado
y se dispuso a abandonar el Perú. Como Presidente del Congreso fue elegido el diputado por
Arequipa, Francisco Javier de Luna Pizarro, clérigo liberal.

El Congreso entregó el poder ejecutivo a tres de sus miembros, que conformaron un cuerpo
colegiado denominado la Suprema Junta Gubernativa (presidida por el general José de La Mar e
integrada por Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado). Esta Junta entró en
funciones el día 21 de septiembre de 1822.

(En varias oportunidades, fue Presidente de este Congreso, Monseñor Carlos Pedemonte y
Talavera, nacido en Pisco).

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CAPITULO V

LA CORRIENTE LIBERTARIA DEL NORTE: SIMON BOLIVAR

PRIMERA CAMPAÑA DE INTERMEDIOS

El nuevo gobierno juntista se abocó a la guerra contra los realistas que aún dominaban la sierra
central y sur del Perú (incluyendo el Alto Perú), poniendo en práctica el plan esbozado por el
mismo San Martín, llamado ―Plan de los Puertos Intermedios‖.

Consistía en atacar a los realistas desde los puertos del sur peruano, combinado con otro ataque
desde la sierra central, junto con una eventual acometida desde territorio rioplatense, para cercar
así al enemigo.

Esta primera Campaña de Intermedios, comandada por el general rioplatense Rudecindo


Alvarado, acabó en total fracaso al no seguirse el plan completo y al no ponerse dinamismo en
las acciones, lo que dio tiempo a que los realistas se pusieran a la defensiva.

Alvarado llegó a Iquique en donde hizo desembarcar un destacamento para que iniciara acción
sobre el Alto Perú. Luego se dirigió a Arica, donde permaneció sin desembarcar por espacio de
tres semanas, dando tiempo para que el virrey La Serna, informado por su servicio de espionaje
de la presencia patriota, ordenara a sus lugartenientes José de Canterac y Jerónimo
Valdés acudir con sus fuerzas a la zona amenazada.

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Cuando a fines de diciembre Alvarado desembarcó en Arica y avanzó sobre Moquegua se
encontró con las fuerzas realistas que ocupaban mejores posiciones. Valdés le salió al
encuentro, librándose la batalla de Torata. El jefe realista resistió ocho horas hasta que llegó en
su auxilio Canterac con su caballería; juntos pusieron en fuga a los patriotas, logrando así la
victoria para las banderas del Rey (19 de enero de 1823).

Animado por su éxito, Valdés persiguió a las tropas de Alvarado, alcanzándolas y venciéndolas
definitivamente en la batalla de Moquegua (21 de enero de 1823). Las tropas patriotas,
reducidas a la cuarta parte de su número original, tuvieron que reembarcarse precipitadamente y
retornar al Callao con cerca de 1.000 sobrevivientes.

LOS MOMENTOS PREVIOS A LA LLEGADA DE SIMON BOLIVAR

Tras la proclamación de independencia del Perú, el proceso parecía estancado por la resistencia
militar española y la inestabilidad de los primeros gobiernos independientes. Así, mientras la
costa y el norte del Perú eran independientes, la sierra peruana y el Alto Perú seguían siendo
realistas. El virrey La Serna había establecido su sede de gobierno en el Cuzco.

Dos campañas militares emprendidas por los gobiernos de Lima para acabar con la resistencia
realista en el sur peruano (Campañas de Intermedios), culminarían en sendas derrotas. La
anarquía amenazaba al naciente Estado Peruano, que vio producirse el primer golpe de estado
de su historia (Motín de Balconcillo).

La conclusión de la guerra en el Perú vendría con la intervención de Simón Bolívar y la Gran


Colombia.

GOBIERNO DE JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO - MOTÍN DE BALCONCILLO Y FIN DE LA


JUNTA.

Debido al desastre bélico, el Congreso y la Junta de Gobierno quedaron tremendamente


desacreditados ante la opinión pública. Ante el temor de una ofensiva española, los oficiales
patriotas al mando del ejército acantonado en Lima, se movilizaron hasta la hacienda de
Balconcillo, a media legua de la capital, desde donde exigieron la destitución de la Junta y la
elección de un único Jefe Supremo.

Se pronunciaron incluso por la persona indicada para asumir el gobierno: el coronel de


milicias José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, aristócrata criollo limeño, conocido por su
labor de conspirador patriota. El Congreso, acatando este pedido, disolvió la Junta y nombró
como Presidente a Riva Agüero (28 de febrero de 1823). Este episodio, conocido como el Motín
de Balconcillo, fue el primer golpe de estado de la historia republicana peruana.

El presidente José de la Riva Agüero fue el primero en ostentar el título de Presidente del
Perú y en usar la banda presidencial bicolor.

El nuevo mandatario volcó todo sus esfuerzos en organizar y fortalecer el ejército peruano, con
el propósito de iniciar una nueva campaña para poner fin a la resistencia realista en el sur

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peruano. Formó además la primera escuadra peruana, cuyo mando encargó al
vicealmirante Martin Guisse.

También acordó un empréstito con el gobierno británico, que ascendió a £ 1.200.000 y envió
misiones diplomáticas a la Gran Colombia, Chile y Argentina para solicitar la ayuda de estos
países para consolidar el proceso continental de independencia.

SEGUNDA CAMPAÑA DE INTERMEDIOS

El más importante hecho del gobierno de Riva Agüero fue la organización de una Segunda
Campaña de Intermedios. Esta expedición la comandaba el general Andrés de Santa Cruz y
como jefe de estado mayor iba el entonces coronel Agustín Gamarra. Santa Cruz prometió
regresar victorioso o muerto.

Era la primera vez que se ponía en acción un ejército formado íntegramente por peruanos. Santa
Cruz desembarcó sus fuerzas en Iquique, Arica y Pacocha y avanzó sobre el Alto Perú.

Los patriotas obtuvieron al principio algunas victorias. Gamarra ocupó Oruro y Santa Cruz La
Paz. Pero la reacción de los realistas no tardó en producirse. El general realista Gerónimo
Valdes atacó a Santa Cruz, produciéndose la batalla de Zepita (25 de agosto de 1823), a orillas
del lago Titicaca. Los patriotas quedaron dueños del campo, pero sin obtener una victoria
decisiva.

Pero en vez de consolidar su victoria, Santa Cruz ordenó la retirada hacia la costa, siendo
perseguido muy de cerca por las fuerzas de La Serna y Valdes, quienes despectivamente
denominaron a esta campaña como la ―campaña del talón‖, aludiendo a lo cerca que estuvieron
de los patriotas que se retiraban apresuradamente, casi ―pisándoles los talones‖. Santa Cruz no
frenó hasta llegar al puerto de Ilo donde se embarcó con 700 sobrevivientes. La campaña
terminó, pues, en total fracaso para los patriotas.

Para colmo, aprovechando que Lima se hallaba desguarnecida, el jefe realista José de
Canterac avanzó desde la sierra contra la capital, donde ingresó el 19 de junio de 1823. El
gobierno y el Congreso se vieron obligados a trasladarse al Callao. Esta ocupación realista de
Lima sería efímera.

Por esos días se produjo el heroísmo del pescador indio José Olaya, quien oficiaba de
mensajero o informante al servicio de los patriotas de Lima. Descubierto por los realistas, fue
torturado para que delatara a sus contactos, pero se mantuvo en silencio. El 29 de junio de 1823
fue fusilado en el callejón de Petateros, cerca de la Plaza Principal de Lima, hoy llamado Pasaje
Olaya, en su honor.

DESTITUCIÓN DE RIVA AGÜERO

Tras los reveses de los patriotas, surgió una pugna entre Riva Agüero y el Congreso. El
Congreso destituyó a Riva Agüero, el 23 de junio de 1823. Éste marchó a Trujillo (norte del

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Perú), donde instaló su gobierno, con su propio Senado, rebelándose así contra la decisión del
Congreso.

En Lima, el Congreso nombró en reemplazo de Riva Agüero a Torre Tagle (el mismo que
proclamara la independencia de Trujillo), que se convirtió así en el segundo Presidente del Perú.
De ese modo, dos gobiernos se disputaron el poder en el Perú, asomando la amenaza de la
anarquía.

INSTAURACIÓN DE LA DICTADURA DE BOLÍVAR

Tras el fracaso de la Segunda Campaña de Intermedios emprendida por el presidente Riva


Agüero, el Congreso peruano decidió solicitar en 1823 la intervención del Libertador Simón
Bolívar.65 Bolívar ya había enviado antes al general Antonio José de Sucre, quien mantuvo la
autonomía de las agrupaciones militares de Colombia, sin comprometerlas en las campañas de
intermedios. Bolívar, tras acabar con la resistencia de los pastusos en la batalla de Ibarra, se
embarcó y arribó al Callao, haciendo su entrada a Lima el 1 de septiembre de 1823.

El día 10 de septiembre el Congreso de Lima otorgó a Bolívar la suprema autoridad militar en


toda la República. Seguía siendo Torre Tagle presidente, pero debía ponerse de acuerdo en todo
con Bolívar.

El único obstáculo para Bolívar era Riva Agüero, que instalado en Trujillo con un ejército de
3.000 hombres, dominaba parte del norte peruano. La guerra civil se evitó al ser Riva Agüero
apresado por sus propios oficiales, encabezados por Antonio Gutiérrez de la Fuente, quien,
desoyendo la orden de Bolívar de que fusilara a su jefe, optó por enviarlo al destierro. Así se
unificó el mando del país en manos de Bolívar.

El 5 de febrero de 1824, se produjo una sublevación en la Fortaleza del Callao, instigada por los
españoles. Las tropas argentinas y chilenas, que guarnecían dicha fortaleza, se amotinaran en
reclamo por pagos devengados y otros maltratos. Los amotinados lograron tomar el fuerte,
liberaron a los prisioneros españoles, les devolvieron sus cargos y jerarquías y junto con ellos,
enarbolaron la bandera española, cometiendo así una traición a la causa libertadora.

Ante tal delicada situación, el Congreso dio el 10 de febrero un memorable decreto entregando a
Bolívar la plenitud de los poderes para que hiciera frente al peligro, anulando la autoridad de
Torre Tagle. Se instaló así la Dictadura.

CAMPAÑA Y BATALLA DE JUNÍN

Con poderes absolutos y contando con refuerzos llegados de la Gran Colombia, Bolívar se
instaló en Trujillo, donde organizó el Ejército Unido Libertador del Perú, con miras a las
campañas finales de la independencia del Perú. Para ello contó con los recursos humanos y
materiales que le brindó la población peruana a manos llenas.

Mientras tanto, la Restauración absolutista en España causó la división en las filas realistas, lo
que se hizo evidente con la sublevación del 22 de enero de 1824 del general Pedro Antonio de

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Olañeta en el Alto Perú. La Serna se vio obligado a enviar al general Valdés contra Olañeta,
produciéndose el enfrentamiento de la mitad del ejército realista entre sí. Aprovechando esta
coyuntura, Bolívar abrió campaña contra el ejército realista más cercano, que era el de José de
Canterac, el cual estaba acantonado entre Jauja y Huancayo.

El ejército libertador avanzó hacia el Sur, rumbo a la sierra central, apoyado eficazmente por las
montoneras peruanas. En junio de 1824, arribó a Huánuco y luego siguió hacia Cerro de Pasco.
A principios de agosto de 1824, Bolívar concentró sus fuerzas en la región de Quillota, Rancas y
Sacramento. Sumaban en total unos 8.000 hombres.

El 2 de agosto pasó revista a su ejército en el llano de Rancas, a 36 km de Cerro de Pasco.


Terminada la revista, arengó a sus soldados desplegando una elocuencia arrolladora.

El ejército libertador continuó su avance hacia el Sur, bordeando el lago Junín. Canterac, que
avanzaba por la orilla contraria del lago, fue sorprendido por el avance patriota y continuó
apuradamente su marcha hacia al Sur, con el propósito de enlazar con el grueso de las fuerzas
virreinales, pero ya era tarde.

Al amanecer del 6 de agosto, ambos adversarios convergían al extremo sur del lago sobre la
ciudad de Reyes (hoy Junín).

Bolívar, al llegar a la pampa de Junín, observó que la infantería realista ya había pasado y que
sólo la caballería realista, que iba a retaguardia, se encontraba a la vista. Para evitar que
Canterac huyera, Bolívar ordenó a su caballería, al mando del general Mariano Necochea, que
atacara al ejército realista. La infantería patriota se hallaba aún rezagada y era por ello necesario
ganar tiempo.

Por su parte, Canterac ordenó a su caballería que frenara a los patriotas, poniéndose él mismo a
la cabeza, mientras que su infantería continuaba su marcha al sur.

Los patriotas, desplegados en un mal terreno, empezaron a retroceder ante la embestida realista.
Necochea fue herido siete veces y todo hacía presagiar que la lucha culminaría en derrota para
los patriotas.

Fue entonces cuando se produjo la intervención de un escuadrón de los Húsares del Perú, al
mando del coronel argentino Isidoro Suárez, quien pidió órdenes a su superior, el general José
de la Mar, con respecto al escuadrón bajo su mando, que permanecía intacto.

El ayudante del escuadrón, mayor José Andrés Rázuri (natural de San Pedro de Lloc), fue el
encargado de llevar el mensaje a La Mar, quien ordenó a Suárez que pusiera a salvo su
escuadrón, pero Rázuri, embargado por el sentimiento patriota, cambió esta respuesta por la
orden de ataque.

Suárez ordenó entonces la carga contra la retaguardia realista, lo que desordenó a esta y dio
tiempo para que los perseguidos patriotas se rehicieran y volvieran a la lucha. La derrota segura
de los patriotas se trastocó así en una espléndida victoria.

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La batalla duró unos 45 minutos; fue un combate cuerpo a cuerpo, con arma blanca (lanzas y
sables), sin que se utilizaran armas de fuego. Murieron 254 realistas y 143 insurgentes. 80
realistas fueron tomados prisioneros. Bolívar, que había dado por segura la derrota y se había
alejado del campo, recibió de pronto el parte enviado por Guillermo Miller en que se anunciaba
la victoria.

El Libertador estalló en alegría y dispuso desde entonces rebautizar a los Húsares del Perú
como los Húsares de Junín. Este escuadrón estaba compuesto por aguerridos montoneros
andinos y es otro de los innumerables ejemplos de la participación activa y decisiva de los
peruanos en la lucha por su independencia.

LA BATALLA DE AYACUCHO

Tras la victoria de Junín, Bolívar regresó a Lima para recibir otro ejército de refuerzo,
delegando al general Antonio José de Sucre el mando del excelente ejército patriota de 8,500
veteranos americanos y voluntarios extranjeros, y ordenándole, en caso de peligro, replegarse
desde la línea del río Apurimac obtenida en el avance patriota desde Junín.

El virrey La Serna resolvió un contraataque decisivo antes del regreso de Bolívar, y se vio
urgido a rehacer sus fuerzas con un grupo heterogéneo de hombres, campesinos sin instrucción
militar, formado por indígenas y mestizos de ―habla quechua‖, negros, pardos, criollos y
españoles, supervivientes del antiguo ejército real. En el alto mando español permanecían el
grupo de liberales obligados a jurar por el rey absoluto.

El 9 de diciembre de 1824 se libró la batalla de Ayacucho, que fue el encuentro final por la
Independencia del Perú. Desde el Cuzco y tras una durísima marcha en la cordillera de los
Andes, salpicado de combates como la Batalla de Corpahuaico, ambos ejércitos mermados
alcanzaron el campo de Ayacucho.

Los patriotas tan solo contaban con 5.780 hombres mientras los realistas todavía contaban con
6.906 soldados de los 9.310 hombres que pasaron lista en su cuartel general de Limatambo.

El escenario de la batalla final fue la Pampa de la Quinua, cerca de Huamanga. Los patriotas se
desplegaron en la pampa, mientras que los realistas ocuparon las faldas del cercano cerro
Condorcunca. El ejército patriota estaba dividido en tres divisiones: una peruana, al mando
de José de la Mar (que incluía la Legión Peruana); y dos divisiones colombianas, al mando
respectivamente de Jacinto Lara y José María Córdova. El ejército realista se dividió también en
tres divisiones, comandadas por los generales Valdés, Monet y Villallobos.

Antes de la batalla, Sucre arengó a sus soldados con estas palabras:


“De los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur, otro día de gloria va a coronar
vuestra admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador del
Perú!”

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La batalla se inició a las diez de la mañana. La Legión Peruana de La Mar fue la primera en
sufrir el ataque realista, de parte de la división Valdés, sufriendo una fuerte embestida. Los
peruanos resistieron a pie firme, pero cuando empezaron a ceder y requerir auxilio, Sucre
ordenó que fueran en su apoyo las reservas de jinetes peruanos. La División Peruana pudo
entonces contener a Valdés, lo que fue un hecho crucial para el resultado final de la batalla.

Los realistas trataron de adelantar sus milicias por el otro flanco de la batalla, pero aislados
fueron deshechos por la caballería colombiana. Seguidamente, Sucre ordenó el avance de la
división de Córdova, quien al grito de

―¡Adelante! ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!”

inició el ataque general, desorganizó a la división Villalobos, llegando arrolladoramente hasta la


mitad del Condorcunca. Empezó entonces el repliegue realista. Canterac no consiguió rehacer la
línea. Por su parte, La Mar se repuso y avanzó contra Valdés, quien resistió desesperadamente.
La batalla terminó en la cima del Condorcunca a la una de la tarde, con una completa victoria de
los patriotas.

Los realistas tuvieron 1.800 muertos y 700 heridos; los patriotas, 370 muertos y 609 heridos. La
cuarta parte de los combatientes resultó muerta o herida, lo que nos da una idea de la ferocidad
de la lucha.

El mismo virrey La Serna fue herido y tomado prisionero. A Canterac, que le sucedió en el
mando, no le quedó otro recurso que aceptar la oferta de honrosa capitulación que le hizo llegar
el mando patriota, o enfrentarse a Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú.

En teoría, en Ayacucho combatieron en filas patriotas unos 4.000 grancolombianos y unos 1.500
peruanos (repartidos en esas fuerza se hallaba una escasa fracción de chilenos y rioplatenses).
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las bajas en los escuadrones o batallones colombianos
eran cubiertas con los naturales del país, por lo que el número de peruanos debió ser más
elevado.

La Legión Peruana, que tuvo una actuación destacada y decisiva en Ayacucho, junto con los
montoneros andinos y el resto de la división peruana, más los oficiales y tropas realistas
capitulados, se constituyó la base del ejército peruano que serviría para libertar el territorio de la
actual Bolivia.

La victoria de Ayacucho determinó el final del virreinato del Perú, que se concretó con la firma
de la capitulación de Ayacucho.

ULTIMOS FOCOS DE LA RESISTENCIA ESPAÑOLA - LA GUERRA DE ―MAYNAS‖

A pesar del progresivo desmembramiento del Virreinato del Perú en sus principales zonas de
influencia como Lima y Trujillo; la Comandancia General de Maynas seguía siendo fiel a la
corona española y solía ser refugio de varios soldados realistas que huían de los territorios
controlados por los patriotas.

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Nicolás Arriola —uno de los militares argentinos que se quedó en Perú para continuar la guerra
de independencia— auspiciado por José Bernardo de Tagle desde Trujillo decidió comenzar la
campaña para expulsar a los últimos españoles que se refugiaban en la espesura de la selva
amazónica, iniciando la guerra el 28 de julio de 1821 desde la pampa de Higos Urco donde
conseguiría sus primeras victorias.

En Higos Urco proclamaría oficialmente la independencia de Maynas el 19 de agosto del mismo


año, posteriormente se alisto para sitiar Moyobamba fracasando por la traición de uno de sus
comandantes que se pasó al bando realista, la campaña desembocaría en una guerra de
guerrillas hasta 1822 donde Arriola vuelve a lanzar un asedio inesperado para los realista,
logrando los patriotas la toma de Moyobamba el 4 de septiembre donde vuelven a jurar la
independencia de Maynas.

La guerra termina definitivamente el 23 de septiembre cuando el ejército patriota logra la


victoria en la batalla de Habana donde se refugiaban grandes cargos españoles que escaparon
de Moyobamba.

Posteriormente Maynas estaría durante unos meses controlado de facto por un gobierno militar
provisional patriota autosustentado y dirigido por Nicolás Arriola que más adelante cedería y
reconocería formalmente la soberanía peruana sobre el territorio que administraba.

CAMPAÑA DEL ALTO PERU

Pero en el Alto Perú se encontraba el general español Pedro Antonio Olañeta, quien no aceptó la
Capitulación y anunció su deseo de seguir batiéndose por el rey.

Sucre abrió entonces campaña en dicho territorio, cruzando el río Desaguadero con las división
de Córdova y la división del Perú del ejército libertador. Bastiones y unidades realistas
capitularon unas tras otras.

La guerra regular en el Alto Perú terminó con el combate de Tumusla, donde el mismo Olañeta
resultó victimado en una balacera desatada por sus propios soldados.

El gobierno del Perú (lo mismo que el rioplatense el 9 de mayo de 1825), emitió un decreto
donde pidió la delimitación de la fronteras y también dejó en libertad a Simón Bolívar para
resolver la pertenencia del Alto Perú a la Argentina o el Perú, o la independencia de Bolivia que
fue lo que finalmente ocurrió.

Resolución del Congreso constituyente del Perú se deja al juicio del Libertador el
establecimiento de un gobierno provisorio en las provincias indemnización para el caso de que
las Altas queden separadas de las del Perú.
Decreto del 23 de febrero de 1825:

Artículo 3º: que si verificada la demarcación según el artículo constitucional resultaren las

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provincias Altas separadas de esta república el gobierno a quien pertenecieren indemnizará al
Perú los costos causados en emanciparlas.

FIN DE LA GUERRA

La guerra sin embargo continuaría hasta su conclusión en el año 1826 con la Campaña de
Chiloé y la rendición de la fortaleza del Real Felipe. El 4 de septiembrede 1826, Bolívar se
embarcó en el bergantín "Congreso" con dirección a Colombia y no regresó más al Perú.

La guerra de guerrillas se mantuvo latente sin embargo en los Andes tras la caída de los
bastiones españoles del Callao y Chiloé.

El caudillo Antonio Huachaca lideró la resistencia guerrillera que en 1827 derrotó al batallón
de Pichincha conocida como rebelión de Iquicha. Finalmente fue vencido y no tuvo apoyo
exterior.

EL PAGO DE LA DEUDA DE LA INDEPENDENCIA

Presidente Ramón Castilla, durante su primer gobierno el Perú iniciaría el pago de la deuda.
Consumada la independencia del Perú, quedó pendiente el pago de la deuda que este país había
contraído con Chile y la Gran Colombia, a cuenta de los gastos hechos por estos países en la
organización de las campañas militares de la última fase de la independencia (es decir, las
expediciones libertadoras de San Martín y Bolívar).

Con España también había una deuda pendiente, de acuerdo a lo estipulado en la Capitulación
de Ayacucho. Otro rubro era la deuda con Inglaterra, contraída también durante el proceso de la
independencia y que al permanecer impaga había crecido excesivamente, por los intereses
acumulados.

De otro lado, existía una deuda interna con particulares que habían aportado, en especie o en
dinero, a favor de las campañas independentistas.

Por el Tratado de Guayaquil del 22 de septiembre de 1829, el gobierno peruano ratificó su


compromiso de pagar la deuda a la Gran Colombia, pero al fraccionarse esta entidad en tres
países (Ecuador, Nueva Granada y Venezuela), quedaron suspendidas las negociaciones.
En cuanto a la deuda con Chile, esta se vio incrementada con los montos que este país exigió
por las campañas restauradoras de 1838-1839, las mismas que habían puesto fin a
la Confederación Perú-Bolivia.

El pago de la cuantiosa deuda de la independencia peruana se fue prorrogando, hasta que, bajo
el primer gobierno de Ramón Castilla (1845-1851), al contar con una holgura fiscal producto de
las rentas del guano, se resolvió de una vez cancelarlas.

Se empezó con el pago de la deuda interna, conocida con el nombre de "consolidación de la


deuda interna", lo que originó un tremendo escándalo de corrupción, que estallaría en el
gobierno siguiente.

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Luego, por una ley de 1848, Castilla ordenó el pago de la deuda a todos los países, menos a
España, hasta que este país reconociera la independencia del Perú.

Hubo, sin embargo, voces discrepantes dentro del Perú, de quienes se oponían a realizar tales
pagos, ya que al haber sido la campaña de la independencia una empresa mancomunada, en la
que cada nación aportó de su parte en la consecución de un fin común, el Perú no debía dar ya
más de lo que había dado, pues su aporte en recursos humanos y materiales había sido tan
importante como la del resto de los países.

Sin embargo, en el gobierno de entonces primó la idea de cancelar las deudas, pues había
contratos firmados, que se debían honrar, ya que era una manera de cimentar la confianza
internacional en el país.

Con Chile se firmó una convención el 12 de septiembre de 1848, en la que se acordó como toda
y única deuda el monto de 4 millones de pesos, los que se fueron pagando hasta 1856, con los
intereses correspondientes.

Con los países de la antigua Gran Colombia se reiniciaron también las negociaciones, las cuales
concluyeron en 1853, bajo el gobierno de José Rufino Echenique.

Inicialmente, la demanda colombiana fue de más de 11 millones de pesos como deuda global,
pero luego quedaron reconocidos a favor de Nueva Granada y del Ecuador 2.860.000 pesos.

Con Venezuela se firmó un convenio aparte, reconociéndose su deuda en 855.000 pesos.

El pago se hizo en los años siguientes. El Perú abonó, pues, 3.715.000 pesos a las tres
Repúblicas grancolombianas.

También se pagó a los herederos de Bolívar la suma de un millón de pesos, decisión originada
por una controvertida ley del Congreso Constituyente de 1825, que de esa manera había
premiado al libertador en medio de la algarabía suscitada por el triunfo de Ayacucho.

Y con respecto a la deuda con España, si bien este país exigió su pago durante la crisis que
desembocó en la guerra hispano-sudamericana (1865-1866), ella no se pagó, ni se la volvió a
mencionar en el tratado definitivo de paz firmado entre ambas naciones en 1879.

TRATADO DE PAZ Y AMISTAD

Después de la guerra hispano-sudamericana, el Perú y España firmaron el Tratado de París de


1879 en donde la nación peninsular reconocía la existencia de la república americana.

Estados Unidos, Inglaterra y las potencias continentales europeas, principalmente Francia, se


disputaban el nuevo equilibrio del poder Atlántico, un drástico cambio político y comercial,
mediante el reconocimiento de las nacientes repúblicas tras su separación de España.

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El rey español Fernando VII muere en 1833 y el parlamento español el 4 de
diciembre de 1836 renuncia de todo derecho de soberanía sobre América continental y autoriza
a sus gobiernos para sellar tratados de paz y amistad con las nuevas repúblicas reconociendo su
independencia.

Sin embargo, debido a distintos desencuentros, España concluirá el tratado con el Perú en fecha
del 14 de agosto de 1879, mediante la firma en París del Tratado de Paz y Amistad España-Perú,
por parte de España lo hace el Marqués de Molíns y Mariano Roca de Togores, y por el
Perú, Juan Mariano de Goyeneche y Gamio, Conde de Guaqui.

España envía como su primer embajador en Lima a Emilio de Ojeda.

INDICE

INTRODUCCION

CAPITULO I
LOS PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

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JUAN SANTOS ATAHUALPA
LA REBELION
LA EXTENSION DEL MOVIMIENTO
DESAPARICION DE JUAN SANTOS
TRATOS DE JUAN SANTOS ATAHUALPA

TUPAC AMARU II
SUBLEVACION
JUICIO Y EJECUCION
SE LE OTORGABAN RASGOS DIVINOS O PRODIGIOSOS.
RECONOCIMIENTO

FRANCISCO DE ZELA
REVOLUCIÓN DE TACNA

JOSE CRESPO Y CASTILLO


LA REBELION DE HUANUCO DE 1812

ENRIQUE PALADERLLI

LOS HERMANOS ANGULO


JOSE ANGULO
VICENTE ANGULO
MARIANO ANGULO
JUAN ANGULO

MATEO PUMACAHUA

MARIANO MELGAR
EN LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA DEL PERU

CAPITULO II
EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU

REBELIONES DURANTE LA CONQUISTA Y EL PERIODO COLONIAL


GUERRAS CIVILES ENTRE LOS CONQUISTADORES
GUERRA DE RECONQUISTA INCAICA.
PROTESTAS Y REBELIONES DEL SIGLO XVIII
PROTESTAS Y REBELIONES ESTALLADAS EN EL SIGLO XVIII

LA REBELIÓN DE TUPAC AMARU II (1780-1781)


REBELIÓN DE TÚPAC CATARI
CONSPIRACIONES ENTRE 1782 Y 1810
INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA (1810 – 1830)
LEVANTAMIENTO AUTOCTONOS DEL PERU (1811 – 1815)

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PRIMERA REVUELTA DE TACNA EN 1811
SEGUNDA REVUELTA DE TACNA DE 1813
REBELIÓN DE HUÁNUCO DE 1812
REBELIÓN DEL CUZCO DE 1814
EXPEDICIÓN AL ALTO PERÚ
EXPEDICIÓN A HUAMANGA
EXPEDICIÓN A PUNO Y AREQUIPA

CAPITULO III
LA CORRIENTE LIBERTADORA DEL SUR
(SURGIMIENTO DE LA REPUBLICA DEL PERU)

CAMPAÑAS NAVALES
EXPEDICIÓN DE WILLIAM BROWN AL PACÍFICO
EXPEDICIONES DE THOMAS COCHRANE
JOSÉ DE SAN MARTÍN Y LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL PERÚ
EXPEDICIÓN LIBERTADORA AL PERÚ
INICIO DE LA CAMPAÑA DEL PERÚ

CAPITULO IV
PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU
ACTA Y PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ
EL PROTECTORADO DE SAN MARTÍN
SAN MARTÍN ABANDONA EL PERÚ
GOBIERNO DE LA SUPREMA JUNTA GUBERNATIVA

CAPITULO V
LA CORRIENTE LIBERTARIA DEL NORTE: SIMON BOLIVAR
PRIMERA CAMPAÑA DE INTERMEDIOS
LOS MOMENTOS PREVIOS A LA LLEGADA DE SIMON BOLIVAR
GOBIERNO DE JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO - MOTÍN DE BALCONCILLO Y FIN DE LA
JUNTA.
SEGUNDA CAMPAÑA DE INTERMEDIOS
DESTITUCIÓN DE RIVA AGÜERO
INSTAURACIÓN DE LA DICTADURA DE BOLÍVAR
CAMPAÑA Y BATALLA DE JUNÍN
LA BATALLA DE AYACUCHO
ULTIMOS FOCOS DE LA RESISTENCIA ESPAÑOLA - LA GUERRA DE ―MAYNAS‖
CAMPAÑA DEL ALTO PERU
FIN DE LA GUERRA
EL PAGO DE LA DEUDA DE LA INDEPENDENCIA
TRATADO DE PAZ Y AMISTAD

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