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POLACO ROSADO nace en Riohacha el 13 de agosto

de 1945, en la bocacalle la Esperanza; hoy, conocida


como el callejón de las Brisas. Efecto melodramático de
JOSÉ GABRIEL ROSADO PADILLA, Ingeniero
Agrónomo, egresado de la Universidad de Córdova;
en Colombia es pionero del cultivo de la Jojoba
(Simmondsia chinensis (LINK), Schneider).

A la edad de un año, tiene la tranquilidad de saber


que su madre Carlota Sofía Rosado Pérez, aliviada
por el gozo de su próximo encuentro con Dios; en los
minutos previos por venir, compartía un increíble relato con la hermana Sabina
Dolores Rosado Pérez; en aquel entonces, y ahora, la personalidad luminosa de la
tía, no tardaría en encargarse de la custodia de la niña, del rey y los mellos. Para
que no fueran víctimas de los quebrantos del duelo, se los lleva a vivir a la
ranchería indígena El PÁJARO. Como miembro de la colectividad indígena, el 24
de octubre de 1950, es confirmado en la parroquia San Rafael de El PÁJARO -–de
donde dice ser oriundo--, por el cacique Papúm Freile Amaya de la casta
Epinayüu.

Su pasión por las letras, nace en el invierno de 1951, al ver llegar al caserío una
caravana de camiones contrabandistas; encadenados en tracción y empapado de
barro. Pasado unos minutos, llega a la tienda de su tía Sabina; una apuesta figura
adornada de gentil disposición, de sombrero fino, camisa azul marino, pantalón
kaki remangado hasta las rodillas que, dejaba ver las piernas lavadas y calzado con
güaireñas, por su aspecto, formaba parte de la caravana; y con sentimiento de
tristeza pregunta: ¿Dónde está mi prima? A la voz del indio, por arte de magia; ella
sale de la cocina y ad libitum le brinda una taza de café, como expresión de bien
recibido: ¿Cómo está primo hermano? Bien –respondió el civilizado, luego agrega--
, la guardia viene detrás de nosotros, pero aquí no llegan, porque los vamos a
recibir a plomo. Entre palabras vienen y palabras van, el paisano saboreaba el
néctar negro de los dioses blanco, para despedirse. Cuando el gatillero iba por el
centro de la amplia calle, la tía Sabina les habla a los niños que retozaban en la
tienda; con una mirada tranquila y distante, señala con el dedo índice: ¡Ese indio si
es guapo, él combatió en la Guerra de Pancho, al lado de mi hermano Ceferino! Las
memorables palabras de la matriarca, esas que despertaron inclinación hacia la
curiosidad y creatividad muy viva de los niños; fue factor motivante para que
Polaco Rosado practicara y predicara el existencialismo.
A la edad de diez años, su hermano Reinaldo J. Rosado le da señas de enseñanza
primaria, en la cartilla segunda de Alegría de Leer; para que aprendiera a
deletrear. La vida le dio un pronto, y por causa de aquel detalle psicológico muy
triste; comienza a ponerle rostros a la tragedia, al darse cuenta que la persona que
había estado de visita en casa de su tía, se llamaba Camito Aguilar; individuo que
en la acción del momento, habría sido tomado como figura de señuelo. Las raíces
de la conflagración, añadidas a las hablillas de un escándalo de traición pasional,
despertarían sensaciones encontradas en José Prudencio Aguilar, las que
aprovecharía para fingir una desgracia. Partía de su pena para hablarle de la
muerte de su hermano a José Ceferino Rosado Curvelo, quién siempre había tenido
a bien, demostrarle ser su mejor amigo –a José Prudencio todo le inducía a pensar
que José Ceferino no regresaría a Riohacha--, el inducido habría tomado para él, la
satisfacción del agravio a Camito. Persuadido con hechos falseados y bajezas
enfiladas, Ceferino no dudaría en ir al escenario de los acontecimientos, en pos de
venganza con la convicción de que desafiaría en duelo a muerte a los cinco agentes
de la policía montada, armados con fusil Máuser de repetición; la valentía de
volver la cara al enemigo, sería el plazo de la fatalidad; para que fuera abatido el 13
de junio de 1939, en Panchomana. Su reputación de guapo a tiempo completo, en
defensa de sus amigos; sería la hazaña que lo convertiría en una figura mitológica.

El artesano de la historia ejercitaría el oficio de la investigación, con este recuento


parcial. Pero, en la adolescencia logra robustecer el proceso investigativo, y hace
que no pierda vigencia el mito de la tradición oral. En realidad, los años de estudio
en el Liceo Nacional Padilla, fue su manifiesto para ser miembro fundador (1964)
del grupo de estudiantes partidarios de la doctrina de los Jacobinos; caracterizados
en el procedimiento radical y su rigor moral.

Esa buena vibra que respira de escritor autodidacta, lo motiva a ser coautor de una
obra basada en la investigación: Introducción del Cultivo de la Jojoba en La Guajira
Colombiana. Et. Al. Para la recuperación de la memoria y la verdad histórica,
escribe la antología Cuentos Guanebucanes –colección de piezas escogidas de
literatura, que se desarrollan a partir del conflicto guajiro--, pero, para considerar
válido el concepto promovido por las Casas Editoras: “Sólo es escritor quien
escribe novelas”. Polaco Rosado en su condición de psíquico creativo, nos presenta
una colección de libros inéditos, ejecutados con primor; que tienen características
comunes: El Hombre Concreto (un diario existencial, en el que a menudo aporta
nuevos referentes al discurso; y expresa su presencia o su existencia). La Ruta
Guanebucán (género literario narrativo, con un surtido temático y diverso de
antología). Y La Viuda de Atkinson, novela cultivada en el siglo pasado con una
temática que narra la sublimación de la realidad; y desarrolla su acción en época
moderna, con personajes reales o ficticios.

Las obras de este novelista pajarero, de sombrero guapo cinco x, con un toque
sucio que le da carácter; hacen que se llene de gloria y orgullo al honrar con valor
definido, la memoria de nuestra identidad; ocasión favorable para el
reconocimiento de la relación paterno filial con el negro de origen africano Don
Prudencio Padilla, padre del maestro Andrés Padilla, primogenitor del Almirante
José Prudencio Padilla López, (héroe de la epopéyica Batalla de Trafalgar, 21 de
octubre de 1805); y de sus hermanos, el capitán de navío Francisco Javier Padilla
López y el Contraalmirante José Antonio Padilla López. Los tres riohacheros, se
consolidaron como héroes de la libertadora Batalla Naval del Lago de Maracaibo,
24 de julio de 1823.
En su condición de inédita, esta
novela tuvo por título “El
Senador”; pero, a medida que se
desarrollaba la isotropía marcada
por el discurso del narrador al
abordar el tema cultural que revela
la trama de esta obra dramática,
llena de tragedia y comedia; por
ello, el autor ha considerado
apropiado, llevar por título: La
Viuda De Atkinson.
En mis obras, siempre he
tenido por hábito; hacerle
emblema a mis hijas y a mi esposa
Julia Elvira Sánchez. Ahora quiero
dedicarle esta obra, a mi madre
Carlota Sofía Rosado y a mi tía
Sabina Dolores Rosado; que fueron
una llama de coraje, para mi
espíritu. Sin ellas, no hubiera
podido llevarse, nada a cabo.

Autor.
POLACO ROSADO
Imagen de cubierta: Elías Daza

info@ derechodeautor. gov.co

34181177

Registro # 1-2018- 29056

ISBN

polaco 0813 @hotmail.com

Cel: 3186438518

Tel: 095-7288163
LA VIUDA DE ATKINSON
Para reforzar el poder del uso del arma, a menudo hablaba con los reservistas; a
cerca de la gloria de los héroes que regresaron de la guerra de Korea. Y del odio
que se sentía al matar a una persona. Esta confrontación mundial, no fue sólo un
momento; sino una manera de vivir en Maracarote. A la pequeña localidad, la
invade el drama de la sociedad, que ve por los ciento treinta y siete veteranos del
Batallón Colombia; caídos en combate. En el pasado de la guerra, se encuentra una
relación; con el gobierno de turno. Donde la descomposición social, recae en el
gobierno militar; que hubo dado golpe de estado. El invierno de mil novecientos
cincuenta y cuatro, parece que había amarrado los rayos azules del sol; y desde
entonces, los días son cortos y ardientes; como los de ningún otro noviembre.

En la aldea es costumbre asociada, que grupos de amigos y conocidos se reúnan en


las esquinas y los alrededores de los bares y cantinas; para entregarse al ocio, a la
distracción del espíritu con la música antillana y cotejar a las prostitutas. En esta
ocasión, la situación era inquietante para Camilito Palacio, Euclides Gutiérrez, Lolo
Torres, Emiro el chofer de Enrique Peñaranda, Monche el hijo de la difunta Kika,
Miguel Quintero; con los marineros Marcelino Pinedo y el Samario de la
embarcación contrabandista “Sandra”. Todas las noches, acuden a la esquina del
bar Gambrino; que contempla la calle el “Templo”, con la carrera del “Comercio”.
La conversación de los últimos días, se trenza en la obsesiva insistencia del
santandereano de saber; porqué la señora Meme Gómez cada vez que sale a hacer
visitas todas las noches, saluda con tanto sentimiento a su ahijado Camilito. La
viuda era el impulso psicológico del cachaco, y éste no iba a desperdiciar la
oportunidad del pequeño detalle; lo que aprovecha para preguntar:

¿Qué es de usted la señora Meme?


--- Ayer te dije que era mi madrina.

--- ¿Cuánto le da de aguinaldo? – Luego agrega porque sentía curiosidad por


nuestra conversación --, desde hace tres o cuatro días, que tengo de estar con
ustedes; he podido darme cuenta que la vecina lo saluda con mucho cariño.

--- Mi madrina no me regala nada, ella sólo me echa la bendición.

Unos pesados pasos resonaron en el zaguán de la morada. La costumbre


imprudente de salir a las 09:00 P.M. hace que la velada pase a ser aún más extraña.
En la obesidad de su mediana estatura, aún se observan rasgos de la gloriosa época
que vivió en Nueva York. Salea la calle, llena de orgullo. Tras ella, cierra la puerta
de su pasado. La abducción de los brazos, justo la hace debajo del marco, que tiene
la nomenclatura 6-21. En la calle se siente un frío helado. Ansiosa observa el
ambiente curioso. El rostro sin expresión alguna, cubre el corto trecho que la
separa de la farmacia el “Carmen” 6-11. Pasa con mesurada indiferencia por la
acera, su voz perfora la noche; al saludar a Camilito en buenos términos:

--- ¿Qué haces ahí ahijado?

--- Ya voy a acostarme madrina.

En la esquina, da un giro abrupto y bizarro; en la dirección de los vientos Alisios.


A pesar de la hora, la carrera está concurrida por personas normales. La camioneta
Jeep Willys, verde con blanco que se acerca; le es familiar. Su interés en la fe
católica, la lleva a acercarse a los familiares y amistades. Atropella residencias,
cuadras y calles. Con el correr de los minutos, queda fuera de vista en la acera de la
casona 4-25, de Mimilla Gómez; lugar donde converge la carrera del “Comercio”
con la calle los “Almendros”. Como se era de esperar, las huellas de los finos
calzados; dan muestra de cansancio y se desespera por llegar donde la espera un
par de mecedoras de bejuco y mimbre; que vigilan la terraza 5-51. No muy lejos del
lugar preferido, Miguel sobreactúa al bromear, porque tiene algo que ocultar:

--- Estos muchachos ponen mucho cebo –luego insiste --, Bueno muchachos, ya es
hora de irnos a acostarnos.
Ninguno de los allí presente, le prestó atención alguna. Su tendencia a discutir o a
pelear con los compañeros; parecía ser su denominador común. La conversación se
extiende hasta las 09:30 P.M. De nuevo, pretende la atención de los amigos y
vuelve a insistir:

--- Muchachos, ya es hora de irnos a acostar.

Dentro del bar, la situación se torna arriesgada y desesperada; para el cantinero


Dionisio Torres. Existe ese puñado de seres al que ellos pertenecen y que no hacen
nada distinto a embriagarse. Es el mejor sitio para observar el mundo desde una
dimensión diferente. Todos asumieron que debían emigrar. La reunión pudo
desembocar en un alto al diálogo. Camilito Palacio aprovecha la oportunidad para
invitar a Eliécer Serrano a beber algo refrescante en la heladería 3-35, del Mono
Torres; que está a media cuadra en la carrera del “Comercio”. De lado a lado, la
selva de tejas rojas, arcos de punta y balcones de madera; muestran el preludio de
viejas edificaciones que se mantienen de pie, como grandes creaciones del mundo
clásico. El trayecto del pavimento, lo recorrieron de memoria. En todo el giro de la
balada, los dos hombres usan prendas de vestir, del típico vaquero del oeste
norteamericano; del año mil setecientos ochenta y seis. Al viejo le solicitaron un
fresco de Milo con leche y hielo picado, lo que fue suficiente para calmar la sed.
Con el ánimo de ocupar las mentes en algo, Eliécer saca del bolsillo de la camisa un
paquete de cigarrillo Camel; que le ayuda a delatar los recuerdos. La conversación
de los clientes, se ubica en el regreso a la esquina por el sardinel del hotel
Almirante Padilla 3-29, que fue la puerta de entrada de la familia Cano; colateral a
lo que alguna vez fuera el arco de punta 3-13, de la floreciente ferretería del
comerciante alemán Juan Siegler. Este espía fue el más poderoso de los alemanes.
Hoy en día, la esquina amarilla con arco de punta 5-69, sobre la calle; es la
edificación más representativa de la época colonial; convertida en la tienda
arruinada del dependiente Gratiniano Gómez.

En el caserón, donde ahora choca la edad media y el siglo XX; detiene la marcha el
grupo de amigos. Con argumento que suena vacío, dibujan la suntuosa y angosta
calle del “templo”, que le da una perspectiva a la ciudad. Hablan del rato, que
pudo permanecer el cachaco Miguel Quintero; sentado en el sardinel de la mansión
de la señora Meme. Más adelante, con baja luz su ojo humano ve sólo en blanco y
negro; las nomenclaturas 6-81, del colegio María Auxiliadora. Mira a su alrededor
y ve el hogar 6-40, que refleja el estilo de vida del secretario Zancudo Pinedo. Le
ayuda a recuperar la memoria, el zaguán 6-65, del renegado de Miguelito Cotes.
Argumenta una ilusión de grandeza, la casa quinta 6-66, donde reside el
farmaceuta Alberto Ricciulli. Ahora la cabalgata prosigue hacia a etapa final de la
cuadra; hasta llegar al andén de las oficinas de la empresa aérea Avianca 6-87; que
da esquina con la carrera séptima. Atraviesa la vía arenosa y sigue el rastro que se
extiende en la dirección del sol. Se enfrenta a una pareja de advenedizos, que
transitan por el andén de la tienda 3-08, del comerciante Gerardito García. Ahora
recuerda; los eventos tradicionales de su natal Convención. De manera gradual, se
acerca al lote lleno de escombros, que está paralelo a la iglesia. Las calles que dan a
la plaza principal, son transitadas por figuras rutilantes; que se acercan y se alejan
del teatro Aurora 8-37, de la calle la “Concordia”.

El mítico edificio de la “gran manzana” es una pieza de historia, construida en


1928, por el ingeniero electro mecánico Enrique Aaron Hayen; forma parte del
complejo arquitectónico; que rodea el bosque y los jardines pintorescos de la plaza
Almirante Padilla. La gente que llega a conversar sobre política al parque; es la que
permanece tranquila. En el histórico vecindario, la imaginación entra en el zaguán
de la residencia que alguna vez fuera el consulado norteamericano y hoy resida el
tabaquero Ismael Henríquez; en esta última expresión de la arquitectura colonial
republicana, reciben como huéspedes de honor al Teniente General Gustavo Rojas
Pinilla y a la familia. Siguen en importancia, una hilera de casas con alegría y
gruesos paredones. También, es así de seria tradición; el Palacio Municipal,
bastante clásico por los rústicos ventanales revestidos de crema y el arrullo que le
brinda a la choza sonriente de Cotorrón Weber; que dan la imagen a una tarjeta
postal. Forma parte del panorama más amplio de la vida cotidiana, el claustro de
La Divina Pastora; desde 1929, es el signo de prestigio de los Padres Maristas
Doroteo, Gerardo, Emeterio y Juan. En el corazón del parque, descansan bancas de
granitos; en ellas hay romance y pasión. Como símbolos referenciales para
reestructurar el complejo natural, hay cuatro árboles de almendros Terminalia
catappa acompañados de un sinnúmero de árboles de matarratón Gliricidia sepium;
que rodean la estatua del Prócer de la Independencia José Prudencio Padilla. El
reluciente busto en mármol de José Manuel Goenaga, que mira de reojo a la palma
real Roystonia regia, que ejerce guardia permanente al templete; donde descansa el
busto de Luis Antonio Robles. Estas pléyades de hombres libres, que buscaron
fama y gloria; honran a este pueblo; más allá de lo que se les pueda agradecer.

El parque honra la memoria de sus hijos. Este jardín es un maravilloso aderezo y por encontrarse
cerca al templo, lo lleva a pensar; que la iglesia es la fortaleza moral y espiritual del estado. Las
campanas de la torre, son símbolos de la belleza y del lenguaje corporal. Despierta instinto de su
existencia, el contemplar en letras resaltantes, el relato testimonial escrito en latín HAEC EST
DOMUS ET PORTA COELI “Esta es la casa de Dios y la puerta del Cielo”. En el interior, la nave
central está sostenida por columnas romanas. Una idea fluye en la cabeza, se aleja en medio de
parcelas con jardines pintorescos, que están precedidas por la banca de Guillermo B. Wierbicki y el
borde de las cadenas del templete de Luis Antonio Robles. Ahora da muestra de una leve
inquietud y prosigue hacia la salida noroeste del campus y sortea el corto trecho, de la calle la
“Libertad” que separa la forma de expresión del edificio de la Alcaldía 8-38, esta edificación, de
bloque con jamiche y cemento alemán; es así de seria tradición. Y la secuencia de las eventuales
casas de la carrera novena, que colindan con la tienda 9-02, de la señora María Aguilar; vecina
informal del comerciante Mario Pinedo. Pasa a un ambiente urbano, en el pequeño condominio de
la clase media del “Pimpá”. La intranquilidad lo obliga a tomar la calzada derecha, paralela a la
residencia 9-10, del saxofonista de la orquesta Jazz Band, Quintín Correa. De pronto, la distraída
mirada se pierde al paso por la pensión “Gochi” 9-42, de doña Margarita Aroca. La armadura
emocional del cachaco, se aventura a pasar por el alto sardinel del bunker 9-48, del masón Tollito
Robles. Contiene el aliento, se detiene en el sardinel que protege la puerta 9-54, de la costurera
Pilar Henríquez. Casa de vecindad del dulce hogar 9-62, de Icha Arregocés y del rancho ardiente de
Meme Moreu. Todo parece un retrato perfecto, que forma parte del panorama de la vida
cotidiana del humilde vecindario de pescadores el “Guapo”; que está cerca de la playa. Es un
momento de mucha tensión. La noche, le impide ver los detalles cruciales. Pensativo cruza el
ancho de la calle y penetra en la sombra que precede la fachada de la rústica morada 9-57. En la
oscuridad pasa raudo por el costado de la efigie del chasis Dodge Eagle 1928, color negro con
verde; que allí reposa. Se detiene frente a las dos hojas de la puerta, zafa el lazo de la cinta azul;
que amarra las dos aldabas. Viola el umbral de la pared de barro y penetra en la sala de la
zapatería, donde Julio César se encuentra acostado en una hamaca. Por los alrededores de ella,
Miguel camina de puerta a puerta y va a sentarse sobre los dos arrumes de fique; que están en el
aposento. El silencio de Julio César no es muy usual, de hecho, inquietante. Lo que lo motiva a
preguntarle con un sentido de respeto, incluso de humor:

---Supongo que estuviste todo el día de farra con tus amiguitos.


---Desde muy temprano, estuve con ellos adentro del café Gambrino; pero en
ningún momento, les acepté una sola cerveza Nevada a ninguno de ellos. Pasé
toda la tarde, y parte de la noche en la esquina; atento a los movimientos de la
señora Meme. Hoy salió de visita a las nueve.

--- ¿Por qué no la esperaste?

---Todo el mundo se fue para la casa –dice una mentira armada a la perfección--,
porque estaba cayendo rocío.

---Mañana temprano, antes de que te pongas a trabajar con el viejo; vamos a salir a
dar un paseo por el mercado. Te voy a brindar un vaso de avena cocida –calla y
luego le surgen algunos sentimientos--, haremos un rápido recorrido por el Banco
del Comercio; para ver si tropiezo con el cajero. Para preguntarle si esa vieja ha
retirado plata en estos últimos días. Ya que la semana pasada, llegamos al acuerdo;
que me pagaría por el día de mañana, cuatro.

---Sí señor… iremos mañana temprano --no puede dejar de sentir la culpa de ser
utilizado--, desde que llegué a vivir a su casa, le he escuchado hablar a solas; de la
deuda que le tiene la señora Meme.

Comparten un momento de amigo íntimo. Desvelaron el estado de ánimo,


separados por un tabique en ruina; que separa las dos piezas. Luego de asegurar
las aseveraciones, se queda dormitado. Es algo así, como un impulso del momento.
Julio César es un espíritu libre, que disfruta la vida con el alcohol; porque no logra
comprender tanta ira y resentimientos.

La bruma matinal se levanta sobre el rocío. Puerta adentro, hay tensión en el aire.
A pesar del alcoholismo destructivo de Julio ´César, éste tiene la virtud de hombre
fuerte. Reviste un gran interés, y no pierde tiempo en el patio; para presentarse con
aparente estado de ánimo. Lo que le da impulso a su compañero, para que empiece
a actuar. Miguel luce una camisa blanca manga larga, muy bien almidonada y un
pantalón kaki; marca “cabeza de perro”, que no había podido estrenar. Se mira en
el pedazo de espejo, que cuelga de un clavo del tabique. Nota que la barba
rasurada, empieza a cubrirle la cicatriz que tiene en la mejilla derecha. Con la
mano izquierda, sujeta en la cabeza; la copa del sombrero marca “Nutria”. De
nuevo le llama la atención, la pobreza del cuartucho; que le ha servido de albergue
en estos últimos días. Abre la puerta antes de salir hacia el mercado. Antes, paseó
una mirada silenciosa por el rollo de cuero que está recostado en una de las
paredes de la sala. Salen del refugio con unos segundos de diferencia. Pasan
raudos, sin mirar el deteriorado chasis del carro Dodge Eagle; que se lantana hacia
el pavimento arenoso de la calle segunda. Reavivan la emoción interna que sienten
al desplazarse por el caminillo de la margen más despoblada del barrio, y salen a la
calle la “Marina”. Donde la marea impulsa las olas sobre el terraplén, que protege
el entorno que nos rodea.

La calle la “Marina” es el punto de partida que hay entre la cultura guanebucán y


la civilización europea. Recrea la realidad, la ruta a seguir, por el pintoresco y
angosto trecho que hay; entre el mar y la única hilera de casas; que llega hasta la
esquina de la tienda del venezolano Cirilo Rojas. Mientras caminan, sus
pensamientos llegan a dar tropezones por los huecos y lo angosto de la vía. Lo que
refleja, que el próspero vecindario de perleros margariteños, es la crema innata del
bajo mundo. La histórica callejuela es un cementerio de barcos que se encuentra
establecida sobre un mosaico rocoso, cubierto de arcilla y arena de la playa. En el
muladar siguen los escombros. El rostro cambiante de la cuadra, sucumbe en la
Pensión Cirila; ésta combina las comodidades al estilo europeo. El curso de los
acontecimientos, cambia antes de la carrera novena; enmarcado contraste con el
esplendor del siglo XVII. Lo que es una señal para seguir adelante.

La secuencia de la cuadra, se inicia donde ahora choca la edad media y el siglo XX.
Pasan por el pasadizo con arcos de punta de la arquitectura colonial y republicana;
donde opera la agencia de aduana y la fábrica de jabón del alemán Josep Traxler.
En el momento inmediato, dibujan el suntuoso y angosto callejón de las “Brisas”.
Aquí se ven levantadas casas torreadas con altos y soberbios edificios; estos de
tapias, aquellas de cal y canto. Se preparan para sortearlo. Con una serie de pasos
graduales, deambulan por los costados de hogares que tienen algo muy atrayente.
Reflejan el estilo de vida del político conservador Clemente Iguarán, de la
mercadora Rosa Pérez y la dibuyera Cándida Campo. Casas con paredes que
derraman lágrimas; para escribir espantosas leyendas y hechos reales.
Edificaciones que se asustan con el golpeteo de las espectaculares imágenes de olas
del torrente embravecido que choca contra el malecón. Las barcazas y los cayucos
prevalecen amarrados en el muelle, que da la apariencia de caminar como un
ciempiés sobre el azuloso de porcelana. Julio César y Miguel a pesar de que van de
prisa, disfrutan de la tranquilidad habitual de la avenida. El mercado público, es
un centro donde hay muchas actividades. El interior es un espacio a cielo abierto,
de tipo renacentista en forma circunferencial; en donde Justa Zúñiga exhibe en su
mesa el menudeo de víveres, la señora Rosa Pérez vende arepuela frita, la anciana
Valentina Vanegas despacha una deliciosa sopa de hueso, que embriaga el paladar
de los transeúntes, Kika Socarras vende carabañuelas de carne molida, la
curazaleña Modesta Salecio fríe deliciosas empanadas mexicanas y la colmena de
la obesa Beba Choles, donde se exhiben jaula para pájaros, trompos y artículos de
madera para la cocina.

El edificio del mercado público, marca la atención porque es una selva de tejas
rojas; con arcos de punta, color amarillo y portones de madera, pintados de rojo;
que muestran el preludio de viejas edificaciones que se mantienen de pie, como las
grandes creaciones del mundo clásico. Ahora cambian de actitud y agitan los
brazos para atravesar la avenida “14 de mayo”. Se detienen al pie de la base del
cañón del Siglo XVI; donde está la carretilla con el tanque de avena que vende K.
Jiménez; rodeado de curiosos que no se conocen entre sí, que le reclaman celeridad
en la atención. El lugar parece un abrevadero, donde los mercaderes llegan a
disipar el hambre. Los dos hombres, se muestran pálidos y conmocionados. Miguel
sin ninguna expresión, se sienta sobre la base del cañón. No muestra ninguna
sensación y se ve forzados a esperar a que los atiendan. Julio César trata de pensar,
cómo podría relacionarse con el conocido; y aborda la conversación con buena
disposición:

--- ¿Cómo está esa avena, viejo K?

--- ¡Hola Pollo… está espesa y bien fría –con una mirada amable y buen humor,
agrega--, hoy pierde K!

---Sírvanos un par de vasos, con poco hielo; por favor.

--- Tú me quiere joder. El engrudo se vende revuelto –luego agrega--, de lo


contrario quiebro en el negocio.
Son las siete de la mañana y no hay luz solar. Desde una perspectiva emocional, la
calle es un conmovedor recordatorio de historias. A la vista de todo el mundo,
transitan los carros mulas tirados por espantadizos caballos. Camionetas, buses y
automóviles ruedan por la ruta del viento; en la que circulan las carreras
medioevales del centro. Mientras disfrutamos de un par de vasos con avena cocida
y hielo, los pocos caracteres que dan a la vista; muestran las dos baterías que hacen
famosa, por sus tradiciones históricas. Por los arcos de puntas y pasillos que dan a
los portales, corre un sinfín de la vida riohachera. La ciudad tiene en sus
habitantes, un indudable atractivo universal. Los rastros de las viejas calles del oro,
son relatados por tradición por la mar que no tiene memoria. Iban en la dirección
de la desembocadura Río Ranchería. Lugar distante, al otro lado del mundo; donde
existió la gran nación Guanebucán. Mientras terminan de saborear la avena, Julio
César aprovecha el momento, porque sabe que hay demasiadas voces; que tratan
de confundir sus ideas:

---Viejo K, repita la dosis; porque quedamos fayucos.

---Yo sabía que repetían, porque está apta para bajar el guayabo.

--- ¿Cuánto te debo viejo K?

---Cuarenta centavos, Pollo.

Julio toma ventaja de la situación. Piensa que puede movilizarse, sin ningún
inconveniente por toda la ciudad. Parecen haber pre acordado el tiempo de reposo.
Intenta poner su vida en orden. Y con un recorrido controlado, esperaban que la
vida retomara su cauce. La plaza del mercado y la calle la “Marina” se ven
ocupadas de hombres que hacen sus oficios. Los indios ladinos, hacen traslados de
cargas en carretillas hacia el centro de la ciudad. Y desafían todos los obstáculos
que aparecen en el centro de la calle primera. Desde donde se le mire, la belleza de
los portales es imponente. Julio trata de mantener el paso por el pasillo con
columnas de estilo dórico; del edificio del alemán Herbert Müller. Miguel hace
muchas preguntas improvisadas sobre la marcha. Dieron pasos a la arquitectura y
grandeza local de la edificación donde funcionan las oficinas del Servicio de
Inteligencia Colombiano S.I.C. y la oficina de los agentes de aduana. Ven en ruinas
el mediterráneo lugar donde reposaba la residencia 6-05, del general Juan de la
Rosa Gómez. En la actualidad, los militares realizan los preparativos para la
construcción del edificio administrativo de la Intendencia de La Guajira. Hacia el
fondo de la avenida, luce el característico ladrillo rojo de la zona. Depósitos y casas
propias del estilo victoriano. El portal fue una mansión de lujo de la familia del
millonario Antonio Cano; hoy, está convertido en un lugar frío y oscuro. Todas las
personas se ven acaecida por la belleza de la capilla y del convento, que van del
barroco al neo clásico; en su totalidad están pintados de amarillo y blanco con
ventanales color marrón. Están protegidos por doce árboles de matarratón
(Gliricidia sepium). En el umbral de la avenida, se encuentra el residencial pasaje
Zubiría. De lado, se alcanza a ver la fachada blanca del emblemático rancho de
Palo Floriao Rosado. Intenta recordar de él, algo de lo legendario.

Esta fotografía, es una maravillosa captura en blanco y negro; de las cosas que hace
la gente. Llegan al final de la cuadra. Con pasos lentos e indecisos, se ven
obligados a cruzar a la derecha por la carrera sexta. A lo lejos de la línea maginot,
se aprecia el tanque elevado del acueducto. En ese transitar por el costado de casas
propias del estilo victoriano¸ surgen algunos sentimientos. Los movimientos
seguros y precisos que dan por la acera contraria a los alerones del colegio Sagrada
Familia; revelan la gran experiencia que adquirió Julio César en el servicio militar.
Por las calles aledañas, no se sienten los minutos; que van con el tiempo. Miguel
intenta retomar el diálogo, pero las cuadras son tan cortas, que sin darse cuenta;
llegan a la esquina 5-76, del Banco del Comercio. Muchas emociones pasan por la
mente del cachaco, que se enfrenta a un misterio nuevo y conmovedor; al verse
frente al café Gambrino 2-20. De repente ve la pared amarilla de la esquina
dormida de la ferretería 5-69, de Gratiniano Gómez. Ésta forma parte de las cuatro
esquinas que animan todo el tiempo a la farmacia “El Carmen”. Pasan seis largos
minutos y no se ven con nadie conocido. Julio César con un gesto muy evidente de
celos y dominio, toma una actitud atrevida y procede con rigor:

De hoy en adelante, vigila a esa vieja desde esta esquina –Julio sostiene una corta
mirada con Miguel--, nunca te confíes de Camilito, porque él es un bocón.
Comparten su inspiración. Ambos hombres, vieron la longitud de lo que queda de
calle. Lo único que los ocupa, son sus pensamientos. Mientras caminan,
comenzaron a hablar de lo divertido que sería robarle a alguien. Ahora, tienen por
delante el parque; donde se ve gloriosa la estatua del Almirante Padilla. A la vista
del héroe, están el busto de bronce del Negro Robles y el busto de mármol blanco
de Florentino Goenaga; que son testigos oculares de que los vieron atravesar la
plaza en dirección Este a Oeste. Siguieron derecho. El otro atractivo, es el paisaje
gutural de las ruinas del barrio el “Guapo”; éste tiene una rica historia de los
curazaleños, margariteños y dominicanos que se afincaron aquí. Arribaron en
balandras y veleros que hablaban con aplastante quietud de que fue un centro de
comercio entre la península y las ínsulas del mar océano. A mitad de la primera
cuadra, ingresan a la residencia 9-54, de la vieja Yeya Fernández. El aire en la sala
es muy intenso de ira y de ansiedad. Sin duda, la presión la afecta. Miguel se siente
incómodo. Pasan por el estrecho comedor y franquean la puerta que da hacia el
patio; lo recorren a todo lo largo, para ingresar a la covacha de techo de cinc
oxidado y picado; con desagradable hedor a cuero. La zapatería es un rancho en
ruina, desolado e inclinado hacia la calle la “Libertad”. Miguel se refugia en el
aposento.
CAPÍTULO II

Con el transcurrir de las primeras horas, el sol se eleva raudo; para pincelar
de nácar el iluminado Cielo. Ensobinado sobre los frescos arrume de sacos vacíos
de fique, Julio César se apoya sobre los pies y recuerda con dificultad; las
diferentes circunstancias de la difícil situación. El día presenta las mejores
condiciones, para superar la carga psicológica y emocional. Miguel alza la mirada
y en un giro de vista, se encuentra con los dilatados ojos de su compañero; a quien
le habla con repentina sorpresa y viva curiosidad:

---Espero que no ocurra lo de ayer ---luego agrega --, te esperé hasta las siete de la
noche; para salir a dar un paseo.

---Desde el primer día, te dije que no debemos salir juntos; porque siempre y por
siempre, los cachacos no son bien visto en la ciudad ---con fría indiferencia agrega-
--, todo el día lo pasé en la carpintería de mi viejo amigo Federico Romero; a donde
llega Cico Cirico, el sirviente del hermano de la viuda.

--- ¿Quién es ese tipo? Nunca me habías hablado del tal Cico Cirico,

--- Es un concertado de don Grati ---con humor premeditado, agrega en bajo tono
de voz ---, en una ocasión, lo pusieron a limpiar el patio y debajo de un matorral,
encontró una lata de galleta de soda Puig Sol; repleta de morrocotas de oro. Y el
muy marica se las entregó al patrón. Este haragán, ni corto ni perezoso, le dio
treinta centavos para que comprara un ico y se ahorcara.

---Ese tipo es un pitre ---el cachaco de rostro pálido y ojos sollozos, afirma con
sarcasmo ---, ese esclavo debe estar muerto.

--- ¿Qué piensas hacer por la tarde?


---Si temprano, termino de arreglar este par de zapato; pienso salir por la tarde,
para ir a visitar a la señora Eufemia Rueda –dirige la mirada al frente y vuelve la
cabeza sin desplegar los labios--, y regresaré; para hacer la rutina de ayer.

---Recuérdame lo que hiciste anoche.

--- ¿Hacia dónde se dirigió?

---Se detuvo en la esquina de la farmacia “El Carmen” con la mirada puesta en la


casona del miserable de su hermano ---con actitud al menos dispuesta, continúa el
diálogo---, muy pronto entra en una casa antigua de balcón; que se puede
considerar una joya, construida con elementos criollos. De allí, salió acompañada
de la señora Rosa Rodríguez.

--- ¿Cómo sabes tú, ¿qué se llama así?

---Cuando iban por la ferretería del señor Vence, le pregunté a una señora que
pasaba por ahí ---calla y prosigue la parla en tono serio ---, con disimulo eché un
vistazo en la dirección que llevaban; hasta que desaparecieron en el postigo de la
puerta de una residencia señorial con amplio patio, donde al parecer vive una
hermana de ella.

---Esa señora es Mercedes Gómez esposa de un señor de apellido Christofer. Es


una familia pudiente ---Julio César transforma sus emociones en acciones ---, debes
asegurarte de crear una atmosfera agradable, entre tus compañeros.

---Lo hice al regresar al sitio de reunión. Los marineros de la embarcación Sandra,


se fueron a eso de las ocho y media y media hora más tarde, se fueron Camilito y
Samuel ---agrega el inquilino---, yo me vine, al verlos desaparecer en el “callejón
del castillo”.

---Entonces, tú llegaste casi junto conmigo ---dice el residente en un tono cálido y


sentido---, te abono estos diez pesos, más el valor de los cinco días que tiene de
estar aquí en el cuarto; completan el adelanto, por el trabajito que vamos a hacer en
estos días.

--- ¿De qué me hablas?

---Después nos arreglamos ---lo disuade y elude el diálogo---, voy a desayunar


para bañarme y luego salgo a buscar un pantalón, en la sastrería de mi compadre
René Escobar. Y si es posible, llegaré a la peluquería de Darío Rivas; para que me
haga un buen corte ---hace un lúgubre silencio y dice---, espero que esta noche,
estés despierto cuando llegue; porque vamos a ir a cobrarle a la vieja.

----De acuerdo –Miguel capta el abominable mensaje--.

Comienza a comprender, que esta extraña conversación; entraña un oculto


significado. Para la imagen de los vecinos, Miguel es un hombre casero. Mientras
permanece estirado bocarriba, sobre el arrume de sacos vacios; con los ojos negro,
sigue a Julio César que camina en pie descalzo hacia el baño, que está bajo la
sombra del árbol de grosella Phillanthus acidus. Lo pierde de vista, al franquear el
umbral de la puerta del patio que sirve de acceso; a la habitación donde están las
herramientas de zapatería. El hombre de cara pálida y barbas tupidas, se levanta y
guarda silencio por un instante; mientras mira por encima de la emparamentada
tapia de tablas podridas y pedazos de cinc oxidados; que protegen el baño
desaseado; donde Julio agita la mano izquierda dentro del el agua fría que rebosa
el barril. Encogido de hombros, con la mano derecha; levanta repetías veces una
totuma llena de agua fría, que arroja repetidas veces. Con jabón azul “lava perro”
se restriega la piel erizada del cuerpo; que tiene la apariencia de cuero de gallina.
Se brota la toalla mugre, sobre los vellos puntiagudos, que parecen aguja de coser
caldero. Con la toalla amarrada a la cintura, sale de la ducha en retozo; con tal
singular estado de ansiedad. No han sentido el paso de los minutos, que van con el
tiempo. Después de una productiva mañana, los amigos se preparan para disfrutar
de un buen desayuno. El día presenta las mejores condiciones climáticas,
apropiadas para lucir la camisa blanca, marca Arrow, pantalón de lanilla azul y
medias azules rotas; que hacen juego con los zapatos medio botines blancos. Julio
César había servido en las fuerzas militares, pero no estaba motivado por el
patriotismo; ni el deseo de servir a la patria. Tiene habilidad social y parece tener
todo resuelto. La tensión se disipa, en el intercambio de frases mudas; y se miran a
la cara para motivarse.

---Vamos a desayunar.

---La vieja desde hace cinco días, no nos sirve comida; ni viene a barrer las
habitaciones. –piensa y luego agrega--, me he quedado sin comer en estos días y tú
lo sabes bien. A ti, ni siquiera te ha pasado por la imaginación; pedirle
explicaciones.

---Ah!.. Por eso fue que antier, mi mamá vino con altanerías; “¡vamos!”
“¡levántate a desayunar!”. “Piensa llevar una vida de borrachón”. “Parece un
huérfano. Me tiene desencantada, por la actitud de pordiosero; que has tomado del
guatemalteco y del cachaco”.

Recupera la compostura, camina hacia Miguel, sin decir una palabra; como si él no
estuviera ahí. Al cabo de un rato, decide ir a dar una vuelta por las calles. Sale en
ímpetus por la puerta, y fuera de casa; el tiempo le sienta mucho mejor. El Cachaco
se incorpora y de manera penosa, pregunta:

--- ¿Julio, qué piensas hacer hoy ¿

--- ¡Voy a llegar a la fiesta de la policía! –aprieta los dientes y murmura--, si no


vengo en todo el día, no dejes de ir a la noche; a echarle ojo a la viuda.

--- Voy a trabajar un rato con tu papá y luego, saldré hacia el acueducto; para
visitar al señor Luis Eduardo Cuellar.

--- ¿Tú qué tanto interés, tiene en ir a visitar a esos cachacos? –acota con cierto
aire de disgusto--.

---La señora Eufemia Rueda, es tía de mi mujer; y de pronto tenga noticias de


Convención –contesta tras un instante de vacilación--

Adopta un aire sobrio y silencioso, cuando las facultades mentales le permiten huir
del diálogo. A Miguel, el fastidioso calor salino del clima seco y las circunstancias
ambientales; le importan muy poco. El drama que está por delante, es lo que le
interesa. Presiente que tiene una relación tormentosa con la señora Yeya, y ve que
cada día; se vuelve más y más difícil la tensión, que permitiría limar esta aspereza.
En mérito, el ingenio y la habilidad con que desarrolla los instintos; es lo que le
permite estar enterado, de los pormenores que acontecen de tiempo atrás en la
ciudad de los mil nombres. Es una ciudad, donde los valores antiguo se mantienen
intactos; como orgullo del bravío imperio guanebucán. Con la mente suspensa,
dispone de la libertad de poder pensar; cuál será la suerte nuestra, respecto al
encuentro con la señora Atkinson. Tuvieron una sensación incómoda. El inquilino,
se mantiene lejos de la retina de los ojos trigueños de Julio César; en movimiento,
parte de ahí y roza el tabique con el codo izquierdo; con pasos peripatéticos e
indecisos, atraviesa la arboleda del traspatio. Próximo a la puerta que da al
comedor, inclina la cabeza hacia el pecho; para evitar un golpe con el marco.
Ingresa a la improvisada cocina comedor. En la improvisada mesa, de pulimentado
cedro y patas torneadas; mira servido el desayuno, sin tenedor ni cuchillo. Siente
que la presión afecta a la vieja Yeya. Sin duda, para él, era la persona de mayor
interés en el hogar. Lo que lo lleva a mantenerse lejos de los ojos curiosos de su
mamá.

De espalda a ella, toma el taburete por la cabecera del espaldar; y lo rueda hacia
atrás. Con las manos, lo ajusta detrás de las inclinadas rodillas; y queda acodado
en el mesón, al lado derecho de la pared. Destapa el escarchado plato de peltre y
empieza a partir en tajadas el plátano amarillo, que acompaña con queso boronoso.
Al lado izquierdo, está una taza llena de guarapo de café caliente; endulzado con
panela. Mientras lo ingiere sorbo a sorbo, con la mirada perdida; más allá de la
sucia pared, se le acerca Miguel inquisitivo y curioso. Desde ese momento, creció la
tensión entre los tres. El hijo y su invitado, se transformaron en víctima; de la vida
de la vieja Yeya. Daba la impresión de ser la recreación, de una escena; de la
película “Sabes Quién Viene a Cenar”. Para combatir los sentimientos de ansiedad,
el cachaco empieza a paladear algo del menú tradicional de la región. Siente señal
de culpa, por el enojo de la matrona; en vista de que ocupa el cuarto junto con el
guatemalteco. Aunque mi relación con él no es amistosa, el aposento, es el lugar,
que siempre ha utilizado el zapatero Colá, para guardar las herramientas de
trabajo. Permanece pensativo, un largo tiempo; para tratar de encontrarle sentido,
a lo que le ha ocurrido; desde que llegó aquí.

La dinámica de la familia de Julio César, no cambia. Una ráfaga de viento, trae del
patio; un fuerte hedor. Lo que ven, puerta adentro; explica el desagradable hedor a
agua servida, que rueda por el suelo. Eso le provoca enojo y se interesa por la
terminación del saboreo del desayuno. El desdentado campesino, ahora propone el
comentario; de sus vivencias en Fundación y del primer instante, de su llegada a
tierra guajira; donde fue recibido como huésped de honor por los paisanos, que
residían en el hacinamiento de la calle doce, con carrera seis; que está a los pies del
tanque del acueducto. El constante derroche de agua y la siembra de hortalizas,
eran condiciones apropiadas; para la proliferación de sancudos. Lo que hizo que
mi permanencia fuera corta. Además, el rancho con techo de dos aguas, apoyado
en una cocina con paredes interiores cubierta de hollín; no contaba con espacio
para que se alojara otra persona, que no fuera uno de los hijos del señor Luis
Eduardo Cuellar y mi tía Eufemia. Su sistema nervioso autónomo se despierta.
Medita. Nunca imaginé, que la posada que me diera Julio César; sería una carga
incomoda para la familia. Ellos saben, que en mis pasatiempos, participo en el
arreglo de zapatos rotos; que le traen amargos recuerdos al viejo, por la purga de
treinta años en la cárcel de San Diego en Cartagena. Con la comida en la boca,
charla sobre los mitos y leyendas de los indios motilones. Quiso ser provocativo
con el alza del codo de la mano derecha; para embutirse el último sorbo del
guarapillo. El acto de arrogancia y desprecio, fue de inmediato visible por la ama
de casa. El amigo le hace señas y visajes, luego le participa con suave vozarrón:

--- A mi mamá, le disgusta que le dejen comida sobrada en el plato.

En el corto tiempo, que han tenido para que se amplíe la conversación y decirse lo
que hay que hacer en el día de hoy; los dos hombres, quedan con la mirada fija
sobre el piso de cemento resquebrado. El invitado genera una situación de vacío en
el comedor. Y hay algo de estrés y ansiedad involucrado; en toda la habitación.
Julio César sentía pasión por escuchar los relatos de los combatientes de la guerra
de Korea; donde conquistaron grados de héroes Lalo Guaza y Modesto Vanegas,
quienes estaban acostumbrados a narrarle el heroísmo de Nicandro Medina; a
quien una bala le cegara la vida en el campo de batalla. Con la coartada, parte muy
animado, de la residencia pretenciosa de mama Yeya. La cristiana, queda sentada
en el rústico taburete; que se encuentra apoyado en el fondo de la sala. Y lo mira,
como si quisiera comprenderlo; dentro del alma. Al verlo que sale, se a moña el
cabello crespo; con una peineta y se lo amarra con una tira de trapo. Ahora mismo,
inclina las chanclas sobre el piso; y mueve con energía las piernas de chorlito, en
dirección hacia la tienda 9-51, de enfrente; donde atiende Mona Socarras, la mujer
de Chindo Mendoza. Se detiene en el umbral de la puerta. Ahora entra. Permanece
de pie, apoyada al grasiento mostrador de madera; cubierto con costra de aceite y
polvo. Se apoya sobre el codo de la mano izquierda y vuelve la cabeza sobre los
hombros; y hace gestos, con la boca en trance de abrir y cerrar los labios. La
primera impresión que se le viene a la mente, es la de manifestarles a los tenderos;
con voz sonora y clara, que su flaca vida se agota, por las extrañas amistades; que
le trae a la casa el hijo. Con alguna dificultad, le presta atención al gago lenguaje
del tendero; quien sostiene, que a la hora que regrese; le pida una aclaración, de la
conducta sospechosa de los forasteros. El diálogo se convierte en esgrima de
ingenio. Cambia de postura y abandona el aire muerto de la humilde tenducha,
para seguirlo con la vista; hasta que desaparece al inicio de la cuadra. Calle
el”Templo” arriba, se derrite por el surgimiento de una ola de calor. Luego de
cuatro minutos, de testimonio de pequeños detalles, que supone, le traerían
enormes repercusiones; a la humilde familia, que no es lo que parece ser. Para
combatir sus sentimientos de ansiedad, se limpia los lagrimales y atraviesa el
espacio callejero; hacia la entrada clásica del dulce hogar.
La anciana detiene el paso, sobre el sardinel; donde hace un calor; que se le mete
bajo la piel arrugada. El humestre saco de hueso habla a solas, al pasar por el suelo
resquebrajado; que va desde la sala, hasta el acceso a la puerta de la cocina. Sus
neuronas espejos; registran las últimas acciones de las emociones; de las sombras
en pena que comparten la pasión por el arreglo de zapatos rotos. Camina hacia
ellos, sin decir una palabra; como si ya no estuvieran ahí. Yeya vuelve a reclamarle
al inquilino con acerbia. Los hombres permanecen sentados, en un estado de
tensión; en donde la escena de lo que ocurre en el taller de la zapatería, es una foto
real, congelada en blanco y negro. Mientras, Colá siente que su alma ha sido
arruinada, porque no sabe, cómo su mujer había llegado a esa situación. A pesar de
todo lo que ocurre, Miguel tiene el sentido del humor fantástico. Sonríe y deja ver
la honda cicatriz, de la mejilla derecha; cubierta de pelo. Él sabe que ella no quiere
verlo en el terruño. No puede olvidarse de las cosas de ensueño y no puede
olvidarse de lo que le ha ocurrido. Ahora, piensa en el calvario de los hijos; que
están en Convención. Porque se ha dado cuenta, que la relación de él con la dama;
tomaba caracteres dramáticos. Está altanera en el sofá de su fraternidad. Le da un
rodeo a la mesita de lujo; donde reposa el sombrero gris. Segundos preciosos, que
aprovecha para mirarle la barba rasurada; y abandonar la sala. Atropelladamente,
emprende la marcha hacia la cocina. Con el rostro tranquilo, se detiene a lavar las
ollas y los platos. Una vez termina de enjuagarlos colocarlos en la alacena, se seca
las manos con la falda y se asoma a la puerta; ve la arena menuda y seca del
pavimento arenoso que cubre la calle. Echa un relampagueante vistazo hacia los
frondosos árboles de almendros, que bajo miradas mudas; vigilan el parque
Almirante Padilla. Lugar, donde el alma de Julio César; siempre ha experimentado
un inmediato alivio.

Él anda peregrino en medio de otras gentes, mientras ellos permanecen en casa en


la realización de las empresas del cuero; y el ajetreo de la cocina. Ya puede
imaginar cómo ocurren los hechos. El palomar del doctor Francisco Zubiría, la
choza reforzada de Miguel García y el rancho de Cotorrón Weber; son ruinas que
mal pueden hablarnos, de lo que realmente fueron. Las otras edificaciones
periféricas a la plaza, lucen bellas y sonrientes; adornadas con tejas de barro
cocido, que las trasladan a la época del siglo XVI. A poco trecho de allí, camina
calle arriba; y rápido llega al punto de confluencia, de lo antiguo y lo moderno.
Emplazado en medio de callejones y carreras alineadas por casonas señoriales, de
amplios patios y rejas; a través de las cuales, se asoman las historias y las leyendas.
La acompañan limpias casas de gruesos paredones, adornadas de dulce alegría y
una gran memoria entre sus postigos y verjas. En estos momentos, el ensordecedor
ruido de los motores de raudos carros; alegran las pisadas de los coches de mulas y
las habladurías de la vecindad que rodea la plaza. En dirección hacia el mercado,
hay mucha diversidad de personas promedio; que se confunden entre sí.
Acompañada por amantes intermitentes y una multitud de mítios, que van y
vienen delante de burros; que arrean víveres. Seguidos por la marcha de coteros,
que llevan y traen bultos de plátanos y misceláneas. Había poca emoción en el
rostro de los carniceros marchantes, por el callejón de los maristas; que se alejan
hacia los barrios marginales. La situación es tan inquietante, que ni siquiera piensa
en el modo que actúa.

Mientras el tiempo pasa en su soledad, tiene valor y confianza en lo que hace. De


pronto, el cuerpo se estremece y dirige la mirada en torno de él; como si buscara
algo, a través de los sentidos. Nunca antes, había visto que un objeto inmóvil viera
y riera; como lo he podido comprobar ahora. Desde hace cierto rato, una fuerza
misteriosa; lo impulsa a deambular por los lugares arenosos del sur de la carrera
octava; con el fin de comprobar, que la tristeza domina al cuerpo. Recuerda ahora,
que todo lo que desfilaba delante de su espíritu, era la idea predominante del
movimiento diagonal, hacia la esquina oriental de la plaza. La abandona y
atraviesa la calle cuarta, para alcanzar la esquina de la tienda 8-54, de Chichi
Romero. Detrás del mostrador de vidrio, la señora Elba Ariza es el rostro del
negocio. El centro de la aldea, es un paraíso obrero; para la gente tranquila que
vive aquí. Al llegar a la esquina, se encuentra de vista con el Cabo Casinci y el
Dragoneante Nicolás Lakanki. Toma la dirección de sus paseos habituales, por
calles y casas amigables. Está media cuadra de la calle los “Almendros”, acierta ver
a prudente distancia; los espíritus libres, de la comunidad Guanebucán; los cuales
son recocidos por su identidad y lenguaje. La apariencia exterior, oculta tiempos
oscuros. Las edificaciones que están en ambos lados de las aceras; son viviendas
coloniales y republicanas; con acumulación de emoción y fantasías. No cesan las
movilizaciones de gentes que vienen y van. Julio César repone un buen trecho y en
la calle los “Tres Infantes”, sin detenerse cambia un corto saludo; con la trágica
figura del maestro Calleja Romero. En el recorrido Julio César se desplaza solo y
desemboca al final de la cuadra. Está que llega al punto crítico, para encontrarse
con una ráfaga de vientos; envueltos en una tormenta de arena, que circula por la
calle “Ancha”.

Sobre la amplitud de la calle séptima, está el almacén “Casa Azul”; la fachada de


color azul, en las dos plantas; está compuesta por un fuerte y viejo balcón de
abarrotes; con ventanas de madera. Es el centro comercial más grande de la
avenida. Parece irreal, en la parte alta cuelga un parlante; que envía un mensaje
abominable, a las amas de casa: “Se les avisa a las areperas de la calle el “Carmen”,
que ha llegado maíz pilado; donde Leónidas el Joño” Sobre la misma acera, sobre
sale el sanatorio del psiquiatra Picho Lombrí; la atmósfera de su desaseo, garantiza
el estado del alma a los pacientes. La acera derecha, está diseñada para la escuela
del maestro Enriquito Lallemand, claustro considerado un trozo de paraíso. Todas
son viejas construcciones, adornadas con techo de cinc alemán y ventanales de
maderas finas; que mal pueden hablarnos, de lo que en realidad fueron. Sonriente
y con seguridad, cruza hacia la izquierda y termina por bordear la desvencijada
tapia de la Herrería 7-54, de Lombana Romero. En envión final, cierra los ojos y el
sol se posa sobre la frente. Ahora, está en curso directo; hacia el dintel de la puerta
de entrada a la herrería. Tras el descanso reparador, acumula energías; para seguir
adelante. El armero Murillo Joiro es un mentiroso patológico, que nunca tiene
pensamientos críticos; ya que cuenta historias tan vividas en la isla de Aruba, que
todo el mundo se las cree. Julio César permanece indiferente y escucha la ansiedad
que hay en sus últimas palabras:

--- ¿Cómo estás Pollo? –luego inquiere, con una sonrisa estridente-- ¿Qué milagro
te trae por aquí?

---Vengo en busca de un pedazo de varilla.

---Siga adelante y pregúntele al patrón Lombana.

La pintoresca herrería, es llamada a ser el basurero del pueblo; por el desorden y la


mugre que acumula. Es un ambiente, en donde nadie se siente cómodo. La primera
emoción que se le viene a la mente, es que es capaz de cualquier cosa. Necesita
crear la mayor de las mentiras, para acercarse a los dos hombres; que, en estado
andrajoso, están vestidos de kaki. Juntos pasan las horas, sentados en el piso del
corredor compuesto de carbonilla y arena. Departen tragos de ron; porque sienten
culpas de lo que hacen y de lo que dicen al verlo llegar:

--- ¡Pollo Julio…qué milagro te trae por aquí!...

---Compadre Lomba, necesito un pedazo de tubo o de varilla…

--- ¿De qué tamaño?

--- De unos cuarenta centímetros.

---Cuidado y es para matar a una persona.

---Nada de eso compadre –contesta con ambigüedad--, es para ponerla de


pasador en la ventana; porque los vecinos; me han dicho, que han visto por la casa;
rondando a Orejón el hijo de la Tile y a Lucho Moscón.

---Um… cuídese de esas oncitas. –luego agrega—compa busque debajo de esas


láminas de tanque o en el cuartico de las herramientas. No se la busco, porque
estoy atrasado en el trabajo.

Una hora después del ajetreo, Eusebio Mascarrabia tiene una expresión
permanente, de llevar una vida miserable. Comienza a desarrollar fuego ardiente
con la fragua; donde se enrojecen pedazos de tiras delgadas de hierro; que luego, él
mismo las retuerce en el yunque, a punta de golpes de moña. Típica combinación
de fuerza e inteligencia. Murillo con segueta en mano, corta tiras oxidadas; luego
las remachas en cruz. Aumenta el calor, en más de un sentido y Julio César se
encuentra en medio de un congelante calor; porque no encuentra la herramienta
que busca. La curiosidad lo lleva registrar pequeñas repisas llenas de sucio, tuercas
y tornillos sin estrías. Actúa con culpa. La idea de marcharse es tan inquietante,
que parece una historia inventada; ya que ahora ve en Meme Gómez; un refugio de
sus problemas económicos. El descanso reparador, le ha servido para que acumule
energía; y pueda seguir adelante con la balada. Camina hacia el dintel, sin decir
palabra alguna; a la espera de que Lombana; le diera una información oculta:

---Compadre Pollo Julio, supo la última.

--- ¿Cuál es esa?


---A Héctor Salivita si le gusta comprar problemas.

---Ah… si, mató al policía por una puta.

---Hombre… con una esposa tan bella que tiene y no deja de ir al barrio. El día
menos pensado, le van a pegar una gonorrea.

---Compadre, con el ron y las putas; no hay mística que valga.

---La policía anda en busca de él. En todas estas noches, han hecho batidas; por
las calles del pueblo. Por aquí, pasan durante toda la noche.

---Bueno… compadre Lomba, será hasta otro día... Me iré sin el pedazo de varilla.

---Pollo, véngase mañana; que yo se la busco, ahora que termine ese trabajo.

---Hasta luego… compadre. Voy a llegar a la sastrería de René Escobar –tras una
breve pausa, agrega--, que me está cosiendo un pantalón.

De pronto, se escuchan los tañidos de una campana; seguidos del alboroto del
recreo de los niños de kindergarten y primaria. Lo que, en sí, trajo un vivo placer;
como en la acostumbrada indulgencia, donde la inocencia de esos años mozos fue
fugaz. Evoca emociones y adopta una apariencia externa, de joven alegre. Pero a
Lombana le duele saber, que a sus veinte y siete años; no tiene educación y se ha
dedicado al consumo del alcohol; porque no tiene dinero para sacar del taller, el
camión “Dióscoro”. Enseguida, se precipita hacia la puerta afuera. Se detienen y
tratan de abrir los ojos para mirar hacia todas partes. Con creciente entusiasmo,
echa a caminar calle arriba, y no acierta a ver nada; por el polvo que arrastra la
brisa. Se aleja por el corredor misterioso de la escuela “la Complementaria”, donde
el maestro Enrique Lallemand le enseña a los alumnos; más con ternura que con
educación. Pasa por alto estas situaciones y sólo recuerda las gratas veladas, que le
proporcionó el maestro. Sobre el andén de esa calle privilegiada, van delante de él;
docenas de personas. No recuerda, que hubiera pasado muy cerca a los ventanales
rojos con verde; del hogar del cacique Lázaro Pimienta. Sobre la marcha, se detiene
a media en la puerta 7-06, donde reside la familia Delúquez Chassaigne. Llega al
punto decisivo de la cuadra, y cruza hacia la izquierda. Por la calle séptima, se
pasea una multitud de seres pletóricos. A esta hora, sobre la carrera séptima hay
una mancha épica de indios semidesnudos; que cubren sus testes con un taparrabo
de tela. Chaquetica, Tata y Arpaná con un caminar errático y sin esperanza; se
dirigen hacia el mercado. En medio de ellos, Julio César, pasa por constantes
episodios callejeros. Al vivac de un ejército de hormiga, controla la situación sobre
la amplitud de la calle quinta.

La pintoresca avenida, es un pedazo de paraíso en imagen; copiosa de árboles de


Almendros. Los ramajes arropan las amplias edificaciones y alteran los patrones
climáticos, hasta el crepúsculo del suburbio; donde todos los vecinos permanecen
en casa. Al oriente, está al alcance de la vista; el aviso colgante, pintado de gris con
letras rojas “Sastrería Modelo”, René Escobar. Lo mira, como si quisiera
comprenderlo; dentro del alma. Camina y camina hacia allá, trata de entender,
trata de comprender; lo que quisiera decir. Él está desesperado por un descanso
decente. De hecho, tan pronto él pasa sin acucia; por el cordón 6-26, de una de las
dos puertas de la sastrería. Se presenta como alguien consentido y caprichoso. Esa
cualidad, atrae a cierto tipo de personas como a los armadores de pantalones Pelón
Pérez y Tino Brugés. Por la visita, los obreros de las máquinas Singer, expresan con
especial contento un fervor popular: “Pájaro de mar en tierra” dice el primero.
¿Muchacho… y tú qué te habías echo…?”, inquiere el segundo. Después del
rutinario saludo, se sienta en el taburete que está recostado sobre el marco; que
conduce al salón de planchado. Su pose, es la de un hombre que disfruta del
humor. De inmediato, empieza a buscar una respuesta en la memoria: “Estaba en
la casa ruinosa de Chiquillo, donde hablaba paja con Lalo Guaza; sobre los
cruentos combates que se realizaron en el paralelo treinta y ocho, de la Guerra de
Korea y de las encarnizadas escaramuzas en que intervino el Batallón Colombia y
participaron él y el héroe Nicandro Medina. Los soldados colombianos en Korea, al
parecer eran muy recios; y eran bohemios, eso fue fatal para los riohacheros que
pelearon allá”. Desafía todos los estereotipos de la primaria, como lo hizo también;
en el ejército. Puerta adentro, las paredes y el piso; tienen áreas bastante
descuidadas; se ven parches en el piso. Es evidente, que son los restos de la casa
vieja; donde alguna vez, abrió sus puertas la farmacia del italiano Donato Pugliese.
La pista más importante, aparece en el techo de tejas rotas. Una vez más, Pollo es el
centro de atención de los que aquí laboran.

En el fondo, existe un espíritu de simpatía reprimida; hacia los masones.


Sonriente, el Pollo hace un barrido por todo el contorno, mientras devanaban sus
pensamientos en el hombre robusto y de talla media; al estilo Sinatra, que ha
rebasado los treinta años. Sus escasos cabellos cubren parte del rostro moreno,
hinchado por la obesidad. Debajo de los párpados, resaltan dos sombras. Pero, lo
que más asombra de su fisonomía; es la vehemencia que expresa – y acaso
también, cierto resplandor de inteligencia --, la camisa de lino bien planchada;
presenta sudor en las axilas, sin duda las aprieta con el deseo de guardar la
presentación. La que hace juego con el pantalón dril gris con bota de tubo; que
lleva puesto, a la moda antillana. Es notable, que hace pocas horas se hubo
afeitado; lo que lo hace ver mejor presentado. Lo he reparado, sin dejar de fijar la
atención a la crítica que le hacen Tino Brugés y Pelón Pérez, a la obra “Qué Hacer”
del autor ruso Wladimir Ilich Ulianov. La imagen que me he formado de ellos, es
que son intelectuales; conscientes de que la causal de la Revolución Cubana; fue
una “pequeña idea” que salió de la reunión entre el “Caudillo Liberal” Jorge
Eliecer Gaitán y Fidel Castro, en la Conferencia Panamericana. Revolución, que
cambiaría el destino de América latina. En tanto, que tengo una imagen en cámara
lenta sobre Fidel Roy y Chema Serrano; ya que, para ellos, todo era silencio. El
masón es un modelo a seguir. Pero, no sé, si es un síntoma de la mentalidad mía;
ver al diseñador mal apoyado en el mesón de madera, mientras hace el trazado en
el corte de tela kaki Súper Naval; que ahora corta para los otros dos sastres. Con el
correr de los minutos, participo del pasatiempo; y del escarnio de los cinco
hombres.

En ellos deja una gran impresión, sus preguntas de rutina; preguntas que hace para
distraerlos. Por un momento, hubo de callarse y estarse quedo. El operador de
máquina Pelón Pérez ha terminado por indicarle a Tino Brugés, que la plancha que
había ocupado Chema Serrano hacía unos momentos; está sin carbón en el extremo
de la mesa. Pero, Tino piensa en el carácter íntimo de la herramienta que le sirve de
medio de subsistencia; cambia de opinión y le limpia las cenizas para echarle
pequeños trozos de carbón vegetal; y la activa de nuevo, con el soplo de la boca.
Aunque las puertas permanecen abiertas, Fidel permanece empapado de sudor; en
lo más hondo de la sólida habitación. El lugar de trabajo es muy agradable, porque
el cortador de confecciones trata muy bien a sus empleados. A todos ellos le va
muy bien, a pesar de que no le paga buenos salarios. El visitante, se empieza a dar
cuenta, que había entrado en una escena de comedia. Ya que el constante re… reer
re… de las máquinas Singer de coser y el murmurio de los feligreses que circulan
por los andenes, calle arriba y calle abajo; no dejan escuchar el candente tema
político de todos los días. Julio César los examina por separado y con curiosidad,
sin que logre relegar del pensamiento a la señora Atkinson. Después de todo, los
armadores de pantalones quedaron en silencio; como si se hubieran puesto de
común acuerdo. Chema se pone de pie y empieza a dar un multirrutinario paseo
por la habitación contigua; y aprovecha para soplar la candela, que se apaga en el
horno de la plancha. Ahora, Pelón y Fidel laboran al compás del re… rer… de los
pedales de las máquinas Singer. El confeccionista René Escobar tiene de momento,
un repentino cambio de idea; por la visita amigable del Mono Pugliese. Su cara de
pequeño niño inocente, se queda fija hacia mí; mientras inspira de manera
repetitiva la colilla de un cigarrillo Pielroja; que sostiene entre las uñas de los
dedos índice y pulgar. Permanece sin experimentar ningún movimiento, sólo varía
de posición; para fumarse la colilla, después de rebasada la efigie del indio Pielroja.
Su risa tranquila, ni siquiera se altera; al escuchar que René crea un lazo de
confianza con el otro visitante:

--- Te veo pensativo Julio César.

--- Pienso en llegar donde Darío Rivas –habla con facilidad, es muy elocuente--,
para hacerme motilar.

--- ¿Qué tanta prisa llevas? Estate tranquilo –no tiene capacidad emocional para
armar oraciones completa--, tú sabes bien; que Darío abre la peluquería después de
las 10:00 A.M.

---Luego sienta mi voz en la puerta, sale corriendo a abrirme; para que le hable de
Luzmilla Henríquez.

---Darío está loco, desde que participó en el asalto a la cárcel; para asesinar a
Córdoba, el que mató a Carlos barros.

Después de los inapropiados comentarios entre el masón y Julio César, el flaco de


cabellos rubio; realiza largas incursiones de un lado hacia el otro, en el interior de
la sala. Con los dedos de la mano derecha, a menudo se peina hacia atrás; el moño
de pelos que le cae sobre la cara. De momento, habla incoherencias; que parecen
tonterías de un adolescente perturbado. El Masón René Escobar con la mirada fija
hacia abajo, responde todo, casi en susurro; y les hace saber a los armadores; que él
se encuentra en una situación, un tanto incómodo y crítica por los alegatos
sórdidos y de mal gusto; que el Mono vocifera contra la curia italiana. No hay
tiempo para pensar en sus ironías, todos trabajan; sin que se experimente vejación
alguna, de parte de los sastres y del visitante. Hago catarsis psíquica de todas las
cosas que han ocurrido a mí alrededor, en los primeros cuatro días del mes de
noviembre. Desde adentro, se veía una gran presencia nativa y de gente que toma
parte de las calles del distrito comercial. Julio César se asegura de que van a ser las
10:27 A.M. para marcharse, y presenta sus respetos al confeccionista y a la gente
que labora. Su limitado rango de sentimiento, parece muy llamativo; al despedirse
del Mono, llamándolo por el nombre propio: “¡Orlando, que te mejore!”.
Abandona en calma la sastrería y se disipa puerta afuera. Poco después, mira de
lleno un corto trecho de la calle quinta, al tiempo que llega a la esquina; que sirve
de visera a la casa del balcón crema y azul, de la señora Eufemia Fuentes.

En algún momento, hizo gestos inapropiados; para sí mismo. Ojea la carrera del
“Comercio”, desde el faro de la punta del muelle; hasta el tanque elevado del
acueducto. Gira el cuerpo y ve la calle los “Almendros”, desde el obelisco del
parque Centenario; hasta la puerta del cementerio. En toda su extensión, no hay
vehículos pesados. Con un gesto clásico, graba en la memoria una escena; que él
mismo se delata. Es una persona solitaria y tranquila, que no sabe qué hacer, ni
para dónde coger. Queda con la sensación de desplazarse hacia el norte, mientras
ve transitar en todas las direcciones; autos legendarios del estilo camioneta de las
marcas Willys, Dodge y Ford. En su trasegar, de a pie por el andén de la repostería;
no le presta atención a ninguna señal de advertencia, en los momentos en que se
desplaza por el andén de la farmacia “Tropical” de Marco J. Rosado; con el
propósito de doblar en la arista que converge con la calle cuarta. Es un vecindario
donde la gente se conoce por sus nombres. Ronda en medio de gentes clásicas y
refinadas, que viven y laboran en el monumental Banco Dugad y el taller de Luis
Manuel Ávila y la tapia del patio de Miguelito Cotes; lado repleto de árboles
frondosos de Trupios, Almendros y otras especies. En la acera opuesta, hay
muchas casas; justo al costado de la farmacia “Tropical”, que colinda con la
residencia de la señora Conchita Brugés. Mantiene la calma característica, al pasar
por la derruida mansión de Aminta Toro. Con rectitud, mira por completo el
espacio que tiene por delante; a mitad de la cuadra. Baja el alto andén de la casa
tienda del señor Adolfo Barros. Y se enfoca en el aviso que está a la altura del
marco de la puerta de la arruinada gallera de Caliche Rivas. Logra deletrear con
error de juicio: “Barber Shop”, corte y estilo perfecto, Darío Rivas. Se detiene frente
al sardinel, toca y penetra en el interior de la sala. No percibe ruidos ni sonidos de
voces humanas. Observa un momento más y se detiene a mirar de nuevo, hacia el
patio:

--- ¿Quién está por ahí? –pregunta y se anuncia--, compadre Dari, soy Julio César.

---¡Compadre, ya lo atiendo!

La contemplación de aquello se interrumpe, cuando el hombre de voz chillona y


rostro cetrino; penetra en la estancia.

--- Compadre Julio César, dese una vuelta para hablar de la hembra.

--- Dari, sólo he venido a saludarte; porque voy de prisa; estoy urgido de dos mil
pesos ($ 2000). Tengo dañado el motor del camión “Dióscoro”, aquí en el taller de
Luis Manuel Ávila. Los necesito, para pagar la mano de obra. Comprar un juego de
anillos y un par de pistones, en el almacén Crhystoffell y Pugliese.

---Compadre, haga las vueltas y si le va bien, venga más tarde. De todas maneras,
gracias por la visita.

---Hasta luego compadrito.

--- Hasta luego Julio –una despedida, acorde con el tono de voz; con el que se
dijeron las cosas--, chau.

La charla civilizada que sostuvo Julio sentado en la silla giratoria; y el peluquero


de rostro indio español; que, con una toalla amarrada en la cintura, se apoyaba en
el marco de la puerta que conduce hacia el patio. Un atisbo de algo más, le da
mucho atractivo al paralenguaje; que utilizaron para saludarse. Argumentos de
apertura, lo llevan a dar un salto del sillón; y cargado de emociones; franquea el
umbral de la puerta. Advierte que está demasiado cerca, y a ritmo de carrera;
emprende el regreso hacia la carrera del “Comercio”. Las casas acodadas, dan
pasos a los transeúntes; que hablan a viva voz a la sordidez del viento. Va en
andas, en paralelo con los ventanales del Banco Dugand. Para ese momento, da un
giro hacia el Norte. Y deja atrás la fachada bancaria. Por así decirlo, el horizonte
juega con el enfoque de la carrera comercial. Es un área de belleza impresionante,
que atrae a los transeúntes y compradores. A lo largo de la marcha, muchas veces
se pregunta: “¿Quién me prestará esos dos mil pesos?”. Atropella edificaciones
gigantes, que dan apariencia de poder; con columnas clásicas, que la sostienen;
cuadros que forman un mar de elementos típicos que adornan el entorno de las
calles; entre ellas, una mocha, La “Reventazón”, donde hay casas con techo de tejas
rojas españolas; casas con techo de cinc y unas pocas de bahareque, que hablan del
pasado histórico de la ciudad. Hay un espacio para la contemplación y el silencio
de la tienda de Ascanio Vega y la farmacia el “Carmen”; que hablan de un pasado
fluctuante y lleno de alimentos y medicinas. La figura de acción, se mantiene
conspicua y silente; sin prestar atención a la clase, al estilo y al carácter del Jeep
Willys, color verde del Brujo Mejía; que está parqueado en el separador de la
mansión pretenciosa de la señora Atkinson. Dama que tiene una reputación estelar,
en la hermosa y notoria Maracarote. Con la saliva gruesa entre los labios, está
detenido con la mirada puesta sobre el ancho y largo de la calle El “templo”. Tiene
la visualidad desde los manglares del Río Seturma, hasta el faro; donde las
edificaciones, se extienden como una columna vertebral. El bar Gambrino, trae a
sus neuronas espejos; las últimas imágenes que tiene de la viuda. Julio César se
dispone ingresar a el bar, para aliviar tensiones. El hombre mantiene un estilo
casual, frente al edificio amarillo con portales marrón, que proyecta una imagen de
la colonia. Sin duda, se esfuerza por no llamar la atención en medio de un montón
de completos extraños. A plena vista de los aturdidos espectadores, el adolescente
de veintisiete años; sigue adelante, se sobrepone al pavimento arenoso con una
sensación de emoción; e ingresa por la puerta principal, para escapar del mundo
real. Se esfuma bajo la sombra.
CAPITULO III

Puerta adentro, el corredor de la cantina es bastante oscuro; suficiente para estar a


primera vista de los clientes frecuentes, que escuchan a Daniel Santos en la
interpretación del bolero “Linda”; pintura romántica, que expresa lo que todos
sienten en el corazón. Sus ojos trigueños, hacen un barrido por todo el contorno; y
no ven a nadie conocido. Se distrajo por el hallazgo de ver en franelilla a Dionisio
Torres. El cantinero, le hace señas y visajes; para que ocupe la mesa vacía, que está
cerca al baño. El muchacho alegre y joven de espíritu, escucha la expresión “Pollo”;
que sale desde atrás, de una de las columnas clásicas de madera; que sostienen el
cielo raso del caserón. Con la luz del sol, los minutos de oscuridad terminaron.
Desde un lugar de su trayecto, vuelve la mirada hacia el lugar de origen del
silbido; y se encuentra con la vista y el movimiento de mano del perspicaz de
Tototó Daníes; quien, con una elevada expresión de espíritu, rueda la silla metálica
que está recostada a la mesa y lo invita a sentarse: “Siéntate, aunque ahí está
sentado Tiberio Barros; que hace rato salió para el orinal, pero no ha regresado.
Debe ser que se fue”. Con movimiento exagerado, arrastra la silla hacia atrás; y se
acomoda con las piernas sumergidas, debajo de la mesa. El conversador de Franco
Ríos se queda sin palabras, los escasos cabellos húmedos y bien peinados
alrededor de las orejas; hacen juego con la camisa antillana que lleva puesta.
Acodado en la mesa, el leguleyo de Hilarito Arredondo; le pone el pecho a un
arrume de botellas vacías de cerveza Bavaria. Bajo la influencia del alcohol, sin
duda es un bromista; que siempre habla con parodias de las prostitutas del barrio
El Chorrito. Con una sonrisa muy bien dibujada, forma parte del grupo divertido y
muy popular; Polaco Romero; habla muy poco, eso se le atribuye a que la historia
que narra Tototó; enfoca su atención en el lamentable asesinato del gringo Mc
aland, aquí en el bar; cometido por Juan Sánchez, motivado por sentimientos de
celos, hacia la Nena Ríos. –el aire hiede a D.D.T.--, pero los amigos, parecen
compartir entusiasmo. En ellos, como en las demás personas que están sentadas en
las nueve mesas restantes; encuentra una posición, toda romántica. Se contagia de
todas las maravillas de sus ojos al escuchar del traganíquel el melodrama musical
“Amigo de Qué”, de aspecto patético y sentimental; vocalizado por Orlando
Contreras. El recién llegado, no puede controlar sus propias ansias psicológicas; y
ahora enfrenta un nuevo misterio, porque los boleros pudieron haberse
convertidos en objetos; de una obsesión fatal. Aun así, comparte y sonríe con los
viejos amigos.

En sus mentes, brota la tempestad de frases vanas; mientras departen cervezas


calientes, por la gran demanda de los circundantes. Tantas fueron las cervezas que
sirvieron, y se bebieron; y tales, los protagonistas de las conversaciones que
expusieron y escucharon; que aguardaron intranquilos, en torno a ellos. Sus
sentimientos, no fueron mayor; que su pasión por los boleros. El salón, se había
convertido en un santuario del placer y los excesos; el humo de olorosos cigarrillos
americanos, se esfumaba en el aire. Franco tiene una mirada perdida en el sueño,
parece caer dormido en cualquier momento; a rato coloca “Así” sus manos adrede;
y se levanta en señal de preocupación. Acude hacia el orinal, y usó venir en su
mudo vaivén; a lo largo y ancho del oscuro salón. Ríe inseguro de su razón, no
acierta a decir nada; y se acerca a la labrada silla. En torno a la mesa de cantina,
Pollo Julio tiene un repertorio emocional muy limitado; sólo ambiciona robarle
inspiración a la ansiedad. Lo que obliga a Tototó a reforzar el tono de voz, en su
avanzado estado de embriaguez, acompañado de alucinaciones difusas y flotantes.
Y en el vahído, el desenfreno lo conduce a una idea más alocada:

---Vámonos para donde Cita, la mujer de Tiberio Gutiérrez; porque estoy seguro,
que ella vende cerveza Germania bien frías. Estas cervezas Bavaria, me tienen
embuchado.

---Yo tengo a mi cargo, el Jeep Willys del Brujo Mejía –gruñe Franco Ríos--, ahí
cabemos todos.
---¡Eche! pero vamos a terminar ésta servida –interrumpe en seco Polaco Romero-
-, yo soy el que manda aquí.

---¡Cantinero, cantinero… la cuenta! –Hilarito queda sin expresión, porque hace


una mueca de payaso, con los labios y el mentón—, ¿cuánto se debe?

El cantinero apenas tiene tiempo de oír las palmadas, una vez que el traganíqueles
detuvo el acetato del bolero “Linda”; en la voz de Daniel Santos. Acto seguido,
desde la oscuridad se escuchan pasos precipitados; que vienen del armario hacia el
centro del puesto de escuchas. Al estar entre ellos, Dionisio Torres saca un limpión
rojo y seca la mesa con aire amable y cortés: “¿Haber muchachos, en qué puedo
servirle?”. Todos se mantuvieron en silencio, excepto el hipo que afecta a Franco
Ríos; que detecta un destello de emoción en el barman: “La cuenta, y acuérdate;
que se te pagó la primera canasta”. Bajo la tenue claridad, que se proyecta en el
burdel; por la incidencia de la luz solar, el cantinero comienza a colocar los cascos
de cervezas Bavaria y Germania consumidas; en las canastas vacías de madera y
flejes. De pronto, con un acto de cortesía; se detiene y acierta entrar en la
conversación:

--- Canasta y media, da dieciséis pesos con veinte centavos; más cincuenta chavos
de un paquete de Camel y más diez chavos de una caja de fósforo, son por todo…
dieciséis pesos con ochenta centavos.

Se protagoniza una escena histórica, hay un nivel de incertidumbre en cada uno de


ellos; al ver que el mecánico se mete la mano al bolsillo; esculca en todos los
rincones, a la espera de que alguno de los compañeros, hagan lo mismo. Pollo se
muestra distante y extraño, sólo se ocupa de beber; con intenciones ocultas. Tototó
no se atreve a colaborar, había sacado dos billetes de diez pesos; escondidos entre
los dedos de la mano derecha. Los espíritus vigilantes que envuelven el lugar, no
entendían lo que ocurría. Para el pago de la cuenta, Hilarito intuye que algo no está
bien. Y Polaco tenta con probar a Franco Ríos, con la constancia de querer cancelar
la cuenta. A Franco no le gusta que le hagan escenas, la inseguridad hacia Tototó
Daníes, sólo aumenta la insistente sospecha; por las pretensiones engañosas de
Dionisio Torres, que no le había tomado mucho tiempo, memorizar el estado de la
cuenta:

---Son treinta y seis cervezas, a cuarenta y cincos chavos; cada una. Eso da
dieciséis con veinte.
---¿Dijiste que eran cuánto? –refunfuña el mecánico--, págate y me das tres pesos
con ochenta chavos, de vueltos.

--- Ahí tiene ocho pesos –luego agrega Tototó entre sus alucinaciones más
porfiadas--, no sea desconfiado.

--- No es eso –dice Franco Ríos con la lengua enredada y temblequeante--, todos
debemos colaborar.

--- Las cervezas me ponen a miá –con temeridad se atreve a decir Julio César--,
mejor nos vamos para la casa de Graciela Cotes, y mandamos a buscar una botella
de brandy Pedro Domecq; a la tienda de Meme Brito.

La obsesión repentina y su vida cotidiana, lo lleva a partir con sus amigos; aunque
se mantuvo con ellos en el bar, no por muy buenos motivos. Con la imagen de su
alegría se retiran de la mesa. Y con una mezcla de muchas emociones fantásticas,
atraviesan la sala del abovedado recinto; donde se extiende el fragor de los aires
cubanos, con el acompañamiento de la orquesta Sonora Matancera. Con ella se
elevan las voces celestiales de Bienvenido Granda, Celia Cruz, y la actuación
especial de Toña la Negra y Benny Moré; con canciones especiales, que pueden
volver el tiempo atrás. Las doce meridianas anduvieron sin aviso, mientras se
acercan a los portones marrones; que dan salida a la calle. Afuera, el rugido de los
carros y el pisoteo de los paseantes; van acompañados del ligero rumor de alegría,
que se esfuma en el ambiente. Al traspasar el umbral, el grupo se detiene en el
encintado de la acera. Consideran el espacio que tienen por delante y caminan con
curiosidad; en la dirección que han tomado para llegar hasta el Willy verde,
parqueado sobre la higuera que bordea la mansión de la señora Atkinson. Dama
que tiene el sentido de la estética muy bien marcado; con inversiones lucrativas en
la bolsa de New York. En el vínculo cultural urbano, todos se consideran miembro
de la familia; y eso en el lenguaje corporal de Julio César, ayuda a reforzar las
relaciones; y se mantiene en calma.

En tales circunstancias, sabe que hubo cierto nivel de sofisticación; para


embarcarse en el cacharro. El conductor se detiene con el pie apoyado en el estribo,
a la vez que Tototó desliza todo el cuerpo sobre el cojín del copiloto. Entregado a
las reflexiones, atiende el rostro de los viandantes; que permanecen esquivos por
delante. El Jeep reanuda la marcha, y asalta los próximos veintitrés metros; hasta el
pavimento de la carrera sexta. Hizo una parada rápida y con giro hacia la
izquierda, sigue marcha adelante hasta el cruce por los alrededores de la tienda de
Goya, la mujer de Félix Fonseca. En su trayecto por la calle la “Libertad” abajo,
Franco Ríos se ve forzado a hacer una pequeña escala al final de la cuadra. En ella,
el gran atractivo de la historia del “Callejón del Mercado”, son la Telegrafía y la
cárcel de Papillón. Las primeras impresiones pueden engañar a los acompañantes,
que no tienen precisiones acerca de la casa en ruina de la oficina de Avianca, ni de
la casa tienda de Gerardito García. En su afán por arrancar, el conductor aprieta el
botón del pito y hace rugir la bocina, pi… pi... Con grave rum… rumeo…, da un
giro hacia la izquierda; y el rodamiento de la película, se desarrolla de Norte a Sur
por la carrera séptima. Esta presenta llamativas y atractivas imágenes del
entablado de la casa de la familia Correa, las columnas que sostienen los arcos
clásicos de la mansión de Josefa Liberata, el billar la “Bota Itálica” de Don Pepe
Didoménico y recurrente a la calle “Ancha”, la del “Alambique” simbolizada por el
descuidado caserón de Inés, la hermana de Picho Lombrí; ellas dan testimonio de
la decadencia de la economía de la ciudad. La historia de cada esquina que pasan,
es una postal vacía; donde se interrumpen las antiguas rutas migratorias de los
indios carboneros de la cultura Guanibucán. Al lado y lado de la vía, hay una
congestionada multitud de caminantes; que caminan y caminan, como guía de lo
conocido y de lo desconocido; de toda representación visual de las cosas vivas. Los
ocupantes parecen compartir sus entusiasmos, sienten que el paseo en un auto
clásico, es sentir una experiencia distinta; del sentir del ruido del motor y del sentir
del placer de ser diferente. Lo que los lleva a desvelar la importancia del estilo
arquitectónico; que la hace muy rica, muy bella y muy cultural. Envueltos en bolas
de humo y una polvareda que se alza del pavimento arenoso, no tardaron en pasar
por los inquilinatos de la calle el “Carmen”. Las figuras que parecen derretirse,
brindan un extraordinario ambiente; en las callejuelas once y doce; pero, quedan
impresionados al ver desaparecer al vehículo que iba en medio de brincos y botes.
En ese trecho de la vecindad de Luis Marrano y la agencia de autos de Barón
Romero, el traste viejo se apaga y en movimiento inercial alcanza a llegar a la
Estación de Servicio Shell, de Gito Márquez. Y comienza a pasar imágenes por la
mente del timonel, seguida por una sórdida conversación:

---¿Quién de ustedes tiene plata por ahí? Pongan para comprar una lata, porque
el tanque de la gasolina no tiene una sola gota.
--- Nojoda, lo peor es andar en carro viejo ---refunfuña Tototó---, pregúntale a
Gito, cuánto cuesta una lata.

---Nojoda tú, hace rato te oí que le decía al Pollo; que quería conocer la
desmotadora de algodón y la torre del aeropuerto. Y ahora no quiere poner un
peso con veinte chavos, para comprá una latica de gasolina. Eres muy cují ---
Franco hace una pausa y luego agrega---, Pollo colabora con algo.

--- Tengo un peso ---Pollo en realidad siente que se beneficia de la atención que le
han brindado---, nada más.

---Compadre Gito ---grita con un tono distinto al que iba emplear---, eche tres
latas por favor.

---¿Compadre Franco, van de viaje? ---después de un instante el bombero agrega-


--, tres pesos con sesenta centavos.

---Estamos piaos y a estos clientes, se le ha metido en la cabeza; que quieren ver


las instalaciones del I.F.A. y los trabajos que se llevan a cabo en el aeropuerto.

---Dicen los comentarios, que la ciudad está en progreso; porque los miliares lo
están haciendo muy bien.

---Chau, compadre Gito.

---Con juicio compadre, acuérdese que está borracho; y el calor incesante lo


puede dormir en el timón.
A plena vista del aturdido testigo ocular, el carro de combate queda taqueado de
combustible; con el fuerte olor a gasolina, por el encendido del motor; pone cambio
en primera para dar marcha adelante. Sobre rueda, el renegado piloto se da cuenta
que había envejecido; y procura salir del post arrebato. Estaba demasiado agitado,
y en su mente sólo oía la respiración de sus sentidos. Por el paso a nivel, se
mezclan con la belleza natural del lugar y en desenfrenada carrera; dejan atrás los
días de gloria del Liceo Padilla y el notorio pasado que está por alcanzar la cancha
de fútbol “Campín Ojeda”. Por la línea doble que conduce hacia Valledupar, hacen
una desviación; y desaparece tras transformar las fachadas del estado colonial del
hospital Nuestra Señora de los Remedios y las oficinas del Distrito de Carreteras
del Ministerio de Obras Públicas. Los hombres se concentran en la parte más crítica
de la operación. El tiempo de recorrido de la primera etapa de la travesía, está por
cumplirse; y las condiciones ambientales crean una oportunidad única. La
curiosidad, los lleva a detenerse en la margen exterior del predio; donde está
instalado el Instituto de Fomento Algodonero. Han sido engañados con las
primeras impresiones de llamativas y atractivas imágenes que presentan el tanque
elevado, las bodegas de almacenamiento de las motas de algodón; las oficinas que
están al frente de la báscula del pesaje de los camiones y la vista panorámica de la
residencia de huésped, para la estada del Gerente. Los visitantes lo consideraban
un gran progreso. Mientras visitan estos lugares que tienen algo para ofrecer,
abandonan una parte de sí; todos estaban callados solemnes. Pollo en realidad se
beneficia de la atención de Franco y de Tototó, ya que dado el caso de que
ocurriere un incidente; sus amigos confirmarían la coartada.

Después de un gran cuarto de hora, ellos deciden continuar con el avance. La luz
de la mañana, revela una escena de devastación. El recorrido se realiza por las
márgenes de la periferia del alambrado de púa, hacia el destino apasionante y
salvaje. Franco Ríos quiere alejarse hacia una atmosfera distinta, en tanto que
Tototó Daníes presenta un problema difícil y angustiante; en el cojín de atrás, Pollo
está con una postura casual, con el pie derecho apoyado sobre el estribo de la
rueda trasera; con la ansiedad y el estrés que deja ver el constante movimiento del
pie, elabora una nueva e impactante trampa teórica. Perfecto recordatorio, porque
aún faltan dos kilómetros por recorrer. A mitad de camino, el sitio la “Escalera”, se
enfrenta al invierno de las malezas, que rodean a la ciudad; con lagunas y
pantanos que cubren el suelo del infierno en la tierra. Con sus cuatro avenidas
principales y vecindario pintoresco, este épico entorno se ha transformado en un
paraíso terrenal; sembrado de arbustos de cerezo. Los frutos y el envés de las hojas,
están cubierto de larvas y de insectos; que se convertirían en las criaturas más
primorosas de la selva espinosa tropical. Cada quien asocia de distintas maneras, el
aleteo de las mariposas; que pintan de múltiples colores la bóveda del Cielo, en su
desplazamiento hacia el Norte; donde desaparecen sin dejar rastros.

Los caminos se cruzaron en el peor momento. Hay un nivel de incertidumbre en


cada uno de los ocupantes del vehículo, Franco hace manualidades con el timón,
por la ruta serpenteante que los aleja de “Cuatro Vías”. La trocha le brinda
escenarios exuberantes, que deben reconocer; ranchos de aborígenes en ruina, que
no son evidentes; ante los ojos de otras personas. Pronto tuvieron al alcance de la
vista, la torre de control aéreo; que erguía hasta cuarenta y cinco metros de altura.
Sus pensamientos se consumen, al reparar la maravilla de lugar; a medida que se
acercaban. El conductor se ve obligado a recuperar el control de la situación, al
pasar frente al fuerte aislado de Carlos Pimienta; pequeña estructura de bloques en
obra negra, que está enmalezada al lado izquierdo de la entrada del aeropuerto.
Para satisfacer la curiosidad, con respecto a los reparos que ha hecho el gobierno
militar del coronel Jorge Villamizar Flores; se estacionan sobre las huellas de trillas
del largo y amplio cobertizo; que antecede el antejardín. De inmediato, llama la
atención a todo el que puede oír; el vozarrón de Pollo: “Vamos a bajarnos para
constatar lo que dicen los políticos del pueblo”. Con demasiada inocencia, se apean
y después de sortear el estrecho pasillo que divide al antejardín, desaparecieron en
medio de la sombra de los salones del terminal aéreo; . Andan silenciosos por las
escaleras de la torre de control que se erguía hasta cuarenta y cinco metros de
altura; evidencia que nos permite ver en toda su extensión, el largo pasillo de la
edificación. La sala de espera es clásica, y algo más. En ella se encuentran objetos
bastante cómplices de la aviación; y nada más sorprendente de algo, que
transforma el arte criollo en un pasa tiempo culto; con una pintura al óleo, de la
reflexión del indio Arpaná, guindada del pelo de una cabuya podrida; lo que les
llama mucha atención a los visitantes. El gran atractivo de la historia, era la pulida
pista de aterrizaje; escondida en medio de una cerca de cactus, una siembra de
sábila y un devastado matorral espinoso. Amenizada por el trino de las aves y el
ladrido de los perros, son sonidos que son tenues a la distancia; eco de la
manifestación del espíritu que los hizo sentir un recordatorio melancólico. De la
nada, los hombres emergen de la sombra, como si hubieran estado por sus viejas
andanzas; pero es sabido; que las dimensiones humanas reales son diferentes. En
cada buena ocasión del camínatelo, los del grupo habían expresado su opinión;
acerca de la remodelación, que el Alcalde militar Luis Eduardo Aponte González le
había hecho al terminal aéreo. En las censuras que hacían, carecieron de una guía
mental; pero, en la medida que los hombres van de regreso hacia el pequeño
espacio del interior del vehículo, perciben a Maracarote como una ciudad en vía de
desarrollo. El corto trayecto ha servido para que Tototó demuestre lo versátil de su
cultura:

--- Es un buen momento, para que ellos hagan mucho por la región –Tototó
sobreactúa la expresión--, pero… eso está por verse.

--- Ojalá que los dejen –Pollo profirió bajo los efectos del delirio--, porque los
políticos de aquí, se apropian de las obras de otros.

--- Los militares no son de ideas liberales ni conservadoras –afirma Franco---,


ellos se caracterizan por ser progresistas.

El sentido común le indica, que deben volver a la ciudad. A plena luz del día de
hoy, cinco de noviembre de mil novecientos cincuenta y cuatro, las tres personas
actúan sin reflexión, por el efecto del fermentado de la cebada que habían
consumido. De tal manera, que como pudieron; se acomodaron en los respectivos
asientos. Sin importarle el pesimismo del familiar; Franco puso manos a la obra. Y
con el encendido de la máquina, el jeep empieza a moverse en reversa y da un giro
de ciento ochenta grados; con la intención de repasar el camino que los había
traído hasta aquí. Las cuatro ruedas giran hacia adelante, los sobreactuados a
través de la transparencia del vidrio; tienen la imagen de la “Ilusión de Ponzo” que
nace al final del camino vivo, y se amplía con el desplazamiento del carruaje a
medida que se acerca la curva del club Neimarú. Lugar ideal, que cuida con celos;
la historia arquitectónica de la avenida “La Marina”. Señalada la exactitud de la
visión, por el retrovisor, pierden de vista el aeródromo y esfuman sin dejar rastro,
por el paisaje que se encuentra al Sur de la ciudad. Si de goce se trata, el pequeño
espacio del campero, serviría para relajarse; pero, los brincos que le proporcionan
las escalerillas, el ruido del motor y el rumor del viento; no les permite a los
viajeros que promuevan una conversación, ni que escuchen nada de lo que se
comenta. Con la velocidad que llevan, encuentran esparcidos muchos ranchos y
restos de ranchos de indios, bien construidos; que, aunque no es posible revelar
como son; son pasados sin que ellos los vean. Sus ojos, sólo han tomado las
dramáticas fotos de las viviendas comunales; que son el punto focal de las vidas
que residen en el viacrucis, de la quince con quince. Están ansiosos por llegar, a
sabiendas de que falta un kilómetro por recorrer.
Se internan en el perímetro urbano, donde se exponen todos los antecedentes del
crecimiento de la ciudad. Más adelante, usaron un señalativo de la laguna que
existía en el lugar donde en la actualidad construyen el monumental “Estadio
Trece de Junio”. Su diseño de paredes rectangulares, incluye antiguos ladrillos que
tienen un cocido diferente; como si fuera una construcción de mil novecientos
cuarenta y cinco; que pudo haber visto mejores tiempos futboleros. Pollo empieza
a pensar con claridad y se forma una idea de la riqueza de la viuda, fuerte
sensación de una idea negativa; mientras, que entre Franco Ríos y Tototó había
algo de estimación; algo muy natural y familiar. Es un momento para ir lentos y
firmes; por el alambrado enmontado, que cubre el primer rancho de bahareque;
potencial hogar, que daría de que hablar de la persona de Tacio Lubo. Cada rincón
de esta vía, está llena de recuerdos; ahora están en la dirección que lleva el coche.
De paso, se aprecia bien la enorme edificación; tomada como algo simbólico sobre
las hazañas del Almirante Padilla, gesto que se hace a las raíces espirituales del
alma máter; que ofrece una esperanza cultural para el pueblo guajiro. Ésta magna
obra, se constituye en la parte más importante de la experiencia.

Viven el despertar político, a costa de que la gloria está; en que el auto anda por
mérito propio. En el camino se cruza un condominio, propiedad que pertenece de
manera colectiva; a un grupo de personas, de origen campesino. Y a medio camino,
los militares requirieron de imaginación y fuerza; para transformar un rancho
abandonado por Goyo Melgarejo, en un lujoso hospital. En la sala principal, hay
un área para los visitantes. Sus llamativos toques modernos, no son tan atractivos
como la sala de maternidad; es obvio que bien vale la pena, el resultado final de
ésta. El vitral reciclado que los separa, es la pared de la capilla llamada ciudadela;
por dentro, mantiene su estilo de iglesia española con todos los detalles originales
del barroco. Lo más curioso es el extraño patrón de piedra que dibuja la imagen de
Nuestra Señora la Virgen de los Remedios; inclinada al lado derecho de la zona
pública. En ella se encuentra una creencia religiosa de más de cuatrocientos años
edad; y eso, hace que se respete su determinación. Pollo Julio tiene paz espiritual,
por primera vez; y con otro ejemplo de su peculiar sentido del humor; pone a
prueba a los hombres de adelante, con la vana representación de proponerle que
serían padrinos de mi boda en Dibulla: “¿Quién de ustedes dos, me serviría de
fiador; ¿para que hable con la vieja Meme Gómez, para haber si me hace un
préstamo de dos mil pesos?”.

La falta de entusiasmo con que lo dice, sólo aumenta sospechas en el espíritu


aventurero; que ha servido de escudo imaginario a los compañeros: “¡Qué… qué…
ni por el putas. En la cantina, te escuché que le decías a Hilarito y a Polaco; que
necesitaba la misma cantidad, para mandar a arreglar el chócoro; que tiene en el
taller –Franco le hace un reclamo razonado--, ¡Tú sabes bien que soy mecánico!
¿por qué no me dijiste para arreglártelo yo?”. Eso los lleva a verse envueltos en una
pelea psicológica. La tripulación se mantiene en animación suspendida, el
conductor pasa a segunda el cambio de la caja manual del Jeep; y toman medidas
de seguridad, para internarse en un camino secundario; mal llamado calle el
“Carmen”; donde viven gente de origen campesino, que suelen tener una casa
soñada; que, a pesar de su modesta apariencia, están forradas de barro y palma.
Pasean por un camino de tierra, que le brinda escenarios exuberantes; que debían
reconocer por las constantes visitas conyugales, que le solían hacer a Santa
Larrayadora, y a Meche Laloca; cada vez que iban de compra, donde el matarife
Geño Mate. El buen sonido del motor, regula la movilidad al deslizarse por un
montículo; que los conduce a la gran calle larga con veintidós metros de trocha,
ésta les da una idea de las calles que han topografiado. Justo, en el montículo
funerario que está detrás del cementerio; se encuentra el faro, que en más de una
ocasión; miraron su imponencia a lo lejos. Este lucero es un testigo privilegiado del
paisaje; y tiene un alcance óptico de siete puntos dos millas náuticas. Lo cotidiano
es que de noche guía a los marineros; y de día, con ojo ciclópeo vigila las almas que
reposan en el campo santo. El gran atractivo de la historia es el arte del mausoleo
de los judíos, que ha sido considerado el estándar de los siglos. La tumba de
mármol gris de Petrus Frans Van Voorthuisen, maquinista del barco Flora que
hundido el diecisiete de junio de mil novecientos cuarenta y dos; hecho que la
había convertido en el espíritu de la élite holandesa. Y el sepulcro magnífico y
suntuoso de Nicandro Medina, a quien los retos indicaron el camino de ser
soldado guiado por el honor; para convertirse en héroe de la guerra de Korea.
Además, se aborda uno de los enigmas arqueológicos más representativo de la
época; como lo es el sarcófago donde reposan los restos despiertos de José Ceferino
Rosado Curvelo, que está diseñado como una casa; con techo y con caras que están
cubiertas de mosaicos azules, aunque no fue construido para impresionar; sólo
tenía como propósito específico, el de hacer valer su postura de hombre honrado y
valiente. “La tumba habla, que adentro se haya un momento de su historia; pero, la historia
tiene mucho más para decirnos, del arrojo de la intrépida leyenda”. Otras tumbas
divagan en el cementerio, para mantener la custodia de las casas; que tienen una
gran memoria de los alrededores; donde el sueño eterno, vuelve a sus mentes y es
más lívido, que el sueño anterior. Ese recordatorio melancólico, los lleva a tomar
medidas para alejarse de este remoto lugar; donde el mundo termina. El Jeep del
fin del mundo, gana terreno y sigue por la pista de rodamiento de la séptima calle;
también, dejan atrás el cuerpo de la paredilla del cementerio; que es parte
importante de la comunidad. La margen derecha del extendido pasaje, está
bendecida por casas bajas y pintorescas; como la del escultor Lole Mendoza. Están
en una encrucijada, al ser interrumpida por huellas de ruedas que son traficable en
ambos sentidos. No tienen ningún tipo de orientación, pasan cambio a primera y
arriesgan la maniobra; para romper la dinámica de gigantes olas de arena que se
estrellan contra el cuerpo de la fachada del cementerio. Delante de ellos, la avenida
sigue extendiéndose por completo; llena de obstáculos. Con los brazos tendidos
sobre el timón, como un novato; Franco toma la decisión de atravesarla por puro
impulso y la sensación de seguridad que tenían, fue violada por la encarnizada
lucha de sus emociones; que les dejó el polvorín del bochornoso incidente. Tanto
fue el rum rumeo y el brincoleo, que se encontraron de vista el uno a los otros; sin
que ninguno acertara a decir nada. En mínimo, tomaron la dirección que los lleva
hacia el carril rápido de la choza de Vitalia Culodemapa; convertida en legendaria
ilusionante, por el empalizado de la tapia; que marca el notorio pasado de los
tugurios de la estrecha calle sexta.
CAPÍTULO IV.

El pequeño vehículo verde, se iba de la escena por la vía pública; de la calleja los”
Tres Infantes”. A los invitados que por ella circulan, sólo le gusta el reluciente
blanco de la cal; en las paredes de barro de las típicas casucas de sala y aposento,
abrigadas con techo de palma. Los residentes de la zona, se mueven en derredor. A
media cuadra, desaparecen en las lúcidas sombras; que proyectan el hogar del
carnicero Carlos Escudero; y en la acera contraria, el recibo familiar de dos
habitaciones, del mudo Titi Arévalo, vociferador de los periódicos capitalinos. Los
actores que van de paso, hablaron de algunas preocupaciones; asociadas a Graciela
Cotes. Pollo Julio, ha hecho de la actuación un modo de vida; en su propia mente,
le ha robado varias veces a Meme Gómez. Aparece la bocacalle de “Magrí”, que da
la sensación de estrellarse contra las puertas y ventanales azules que adornan la
fachada rosada de la casa enorme; que por fuera mantiene un estilo de española; y
puerta adentro, la señora Flor Moreu brinda información clasista de pedagogía a
su esposo José Ramón Rosado Ávila; quien, en tono diverso; interpreta
pentagramas de música programática. El tiempo fue muy corto, a su paso por la
interclusión; sin embargo, vieron que muchas imágenes; son representadas en las
cuatro direcciones. De través, es arrollado el quiebre de la carrera décima; en la
retoma de la vía pública, entre edificaciones y solares. Hacen muchas preguntas
improvisadas sobre la marcha, fuera del pensamiento; Tototó promueve la
conversación: “Qué tanto paseo con este sol, vamos a llegá donde Graciela; para
que nos frite los pescaos, porque se van a poner maníos”. Transcurrido unos
segundos, Franco Ríos responde “¡Pégatelo hombe, ahora vas a comer pargo
frito!”. “Con qué me lo voy a pegar, si el trago se acabó”. Un peso adicional estaba
a punto de caer sobre los hombros del Pollo por no tener un solo centavo: “¡Me
doy por invitado –dice el gorrero—, porque ustedes saben que ando limpio y cara
de verga!”. Con el mínimo de la velocidad, siguen el curso de la ajetreada calle;
señalativo de que alguna vez, primó el estilo moderno exterior; de algunas
edificaciones y viviendas subvencionables, como la de Mami Toncel; la hija de
Bartola Peñaranda, pilandera que amasa los deliciosos pastelitos y carabañolas,
que son el advenedizo aliento de vida de los niños de la cuadra.

Acompañan el trazado de la acera, una residencia con historia; que se integra a la


sociedad europea, con piezas de muebles FISCHEL tejidos con bejuco y mimbre al
estilo vienés; importe des états Tchecolovaque -- made in the Czechoslovaque,
state; adornados con candelabros flamencos y auténticas vajillas francesas, que
forman parte de los lujos del hogar del polifacético Chente “El Ojón” Arregocés.
Dan paso a la arquitectura y grandeza local, los llamativos toques modernos de la
carpintería de Julio Sierra; que no luce tan atractiva, por el aserrín que sale por la
puerta hacia el pavimento arenoso de la vía. Por la mancha del polvorín de la
madera, empiezan a darse cuenta; que están más cerca de lo que pensaban. La
circularidad del móvil, parecería que terminaría en el fango; que está por delante
de la zapatería de Demetrio Quintero. Al pasar por aquí, comenzaron a sentir; que
llamaban la atención por su avanzado estado de embriaguez. Están aún de camino,
bajo el candente sol trescientos nueve; que impulsa el móvil hasta el incunable
habitáculo 9-03, forrado de palo con bahareque; y adornado con techo de palma;
que sirve de domicilio al grupo familiar de Graciela Cotes. La tejedora de blusas y
trajes con fardos de telas de la Europa medieval, traídas de Aruba y Curacao;
suspende el pedaleo y no los deja entrar muy bien para encararlos. Se desespera
por encontrar alguna forma para expresar: “Polaco Romero trajo dos ensartas de
pescaos y salió a comprá una botella de Brandy Pedro Domecq, a la tienda de
Meme Brito –Graciela sonríe y arguye con tanta gracia --, él puso las ensartas en la
cocina y salió julepeao, en busca de papel periódico para limpiarse. Me alcanzó a
decir, que ustedes venían en camino; pero en vista de la demora, no me preocupé
por prepararlos; porque no sabía cómo lo querían”. La expresión de la
imaginación, hace que empiecen a sentir que hay un aspecto humano y emocional,
en la personalidad luminosa de la amable mujer; que ha vuelto a ser el centro de la
vida familiar, de los esporádicos visitantes.
Ninguno de los borrachos se sentía seguro, hasta tanto hubo frenado el automóvil.
Una vez le quitan el suiche, los ocupantes se disponen a bajarse. En el exceso de la
desesperación, Pollo Julio sale disparado del cojín trasero; y con salto de gato, cae
sobre el desmoronado encintado del bordillo. Aquí y allá, agita sus esqueléticos
brazos; se sacude la polvareda del pantalón kaki “cara de perro”. Mira a los
compañeros y se da cuenta de la serenidad de Tototó para limpiarse el rostro
empolvado con el pañuelo; a pesar de que todos están poseídos de una viva
agitación. Con mucha atención, los observa de nuevo: observa que Franco Ríos
rodea por delante el Jeep. Ve que tienen los labios lívidos, por las cervezas y por la
reprobable acción de las acalambradas rodillas; que estiran con la fuerza y la
tensión de un arco de flecha india. Con las piernas rígidas, apenas pueden
mantenerse de pie sobre el andén. La dramatización de los personajes, está
inspirada en presentarle particular saludo de aprecio y amistad a la modista; que
representa la elegancia a la perfección. Desde el oscuro aposento de la corcovada y
caduca casuca, surgen unas palabras; provocadas por el comentario de los
visitantes: “A buena hora vienen ustedes a ponerme a fritar pecados –ella sonríe
porque los gestos de ellos la había emocionado--, por el hambre que lo acosaba.
Ella está muy atractiva y es muy amigable, a pesar de tener una mirada
atormentada en el rostro; al notarlos más distendidos y pletóricos. Ahora, tiene los
ojos puestos en la mano que sostiene el hilo y la aguja de la máquina Singer.
“Manita mía, de ahí comemos todos –dice muy amistoso Tototó--, porque lo que
tenemos es hambre”. Las palabras salían sin parar:

--- ¿A dónde está Polaco?

--- Él puso las ensartas en la cocina –disuade el diálogo--, cojió un pedazo de


papel periódico y dijo que ya volvía.

--- Hilarito Arredondo y Él estaban con nosotros esta mañana, en el bar


Gambrino –Pollo jamás alzó la voz, fue muy centrado, muy calmado--, acordamos
que ellos salían a comprar dos ensartas de pescaos, mientras nosotros dábamos
una vuelta, por la zona periférica de la ciudad.

--- ¡A… caray! ustedes están pasmaos.

--- No… a penas nos bebimos un par de cervezas para calentarnos –hubo un
momento en que el silencio que hizo Franco Ríos fue en su totalidad abrumador,
luego promueve la conversación--, muchachos, almorzamos y luego baje el sol nos
vamos para Camarones; porque las cosas se han puesto feas, por el asesinato del
policía. Es mejor beber con tranquilidad allá.
--- Ese Jeep no tiene carpa y el sol está muy caliente –dice con vivacidad Tototó--,
acabemos la botella y reposemos un rato; para arrancar.

---Tengan mucho cuidado –la matrona hizo una larga pausa y se puso muy
nerviosa--, porque la policía hace batida todas las noches.

Desesperada, intenta ocultar que está confundida; a pesar de eso, siempre ha


querido llenar de vida a las personas que la rodeaban. Ellos nunca han mostrado
desespero al respecto. En sólo veintitrés minutos, se vieron muy entusiasmado;
porque los preparativos del almuerzo, eran muy prometedor. Era una
oportunidad, para mirar más lejos en el tiempo. La bella mujer de pelo largo, de
brillante negro intenso; ha recuperado el ritmo de trabajo en la cocina. Están en la
antesala de una tarde de sol, es una oportunidad de mirar más lejos en el tiempo.
Sentado sobre un taburete de fondo de cuero seco, Pollo contempla el entorno; y se
siente atrapado en un ambiente traumático, pero su aparente modestia; lo
mantiene libre de toda sospecha. Se encuentra en estado de desconcierto. Y antes
de que el tapete de bienvenida desaparezca, se la ingenia y aduce ir en busca de
Hilarito Arredondo y Polaco Romero; cuando en realidad, toma la decisión crítica
de salir en busca de una bebida embriagante; en base a eso, se da a la tarea de
restaurar la alegría en la sala:

--- Salga sapo o salga rana, voy a llegá a la tienda de Meme Brito; para tirarle el
lance del fíao de una botella de Pedro Domecq.

--- Tú eres bien optimista, esa vieja no le fía ni a su madre –dice Tototó, al
detenerlo Franco con la mirada--, de paso; búscate a Polaco y a Hilarito y le dices
que traigan bollos o algo de comer, porque los pescaos están frito.

Ambos hombres disfrutan de un momento especial, por la atención de la mujer;


pero, asumen que abusan de la confianza de ella. De un salto, Pollo abandona la
sala y cae sobre la calle alta los “Tres Infantes”, al parecer; preparada para el
evento del año; en ella, se abre paso con su andar ligero, en medio de residencias
enteras; que se arruinan en el corto trayecto la carrera novena, que ofrece la
refrescante brisa del nordeste; en arriesgada maniobra por la arena, sube al
sardinel de ladrillos rojos; y por la puerta verde que se abre hacia la calle quinta,
entra a la tienda; donde encuentra a Polaco recostado al mostrador; en espera del
excedente. Para la tendera, el encuentro de los dos hombres; fue un momento
perturbador; pero muy divertido. Complacidos, salen a la bocacalle. De regreso,
consideraron la idea de que Pollo iría en busca de bollos; a la casa de Isabel
Márquez; en tanto, que el hombre de los cólicos; estaba decidido a dar muestra de
su valor y acuerda que llevaría el dulce trago a los hombres que aguardan
desesperados en la parranda. El haber llegado al lugar, no le costó mucho esfuerzo;
los parranderos ven que el perdido llega sonriente, con la vista puesta en el piso;
sitio que de aseado; pasó a ser sucio y dilapidado, por la cantidad de tiras de trapo
y papel basura; que los niños utilizan para vestir a sus muñecos, en el centro de la
sala. Polaco camina desde la puerta hacia el cajón de Whisky Black and White;
donde se encuentra sentado Franco Ríos. Es claro, que el mecánico habla de
manera especial sobre su cuñado Tototó; a quien el servidor se le acerca, para
brindarle con sutileza un trago doble. Para el fugitivo, el encargo sería un lejos
comienzo del miserable paseo; que, en el recorrido variado y diverso, a través de
una sucesión de casitas de adobe; piensa once mil veces en Meme Gómez, no en la
metáfora que se ha formado de ella, sino en el dinero que la viuda le podría
prestar. Polaco quiso salir de ellos, y para asegurarse de la demora del compañero;
se va por un costado de la sala hacia la puerta que conduce a la calle; puerta
adentro, hace un ágil movimiento de cadera y asoma la cara en ambas direcciones;
se lleva la impresión que continúa el excesivo tráfico de a pie, cristalizado por
vecinos de los arrabales del Ceibo, forasteros que van de paso, niños barrigones
con el estómago lleno de lombrices por el consumo de las arepuelas que fríe Mami
Toncel, la mujer de Rodrigo Díaz; mujeres que van de compras a las tiendas
aledañas y algunos desconocidos. Sobre el tumulto, se pliegan de forma diferentes;
costumbres y estereotipos, sin embargo, alcanza a apreciar al Pollo Julio que se
acerca muy de prisa al marco de la puerta. Su burlesca carcajada se convierte en
una broma perturbadora, pero muy divertida; al verlo que entra con una bolsa de
papel manigueta, media de bollos cabezones; en su afán, por el insoportable
calentamiento; se dirige hacia el mesón, donde se encuentra la graciosa Graciela;
mujer muy eficiente en el arte de la cocina:

--- ¡Al fin parió Paula –perifrasea Graciela con una mirada olísquica y relajada--,
yo creí que apenas molían el maíz!

--- La demora se debió a que la vieja Isabel –-las pausadas palabras del Pollo son
el mensaje clave para su coartada--, no tenía veinte chavos vueltos.

--- Comadre Graciela, deje presas para usted y los pelaos –Franco trata de tener
una idea de lo que ocurre--, a nosotros nos sirve en platos individuales; porque
esta gente tiene waima jamusili.
---Ve… ¿Francisco –hace una pausa de lo mejor del momento--, y tú desde
cuándo aprendiste a hablar guajiro?

---Chela, yo trafiqué mucho tiempo por los pueblos del desierto.

--- ¡Pollo, brinda tragos y pégatelo –Tototó precisa de él--, porque estamos
pasmaos!

Revestidos de personas, se reunieron los cuatro apóstoles para el disfrute del


almuerzo. La porción de presas sueltas que cabe en cada mano, están puestas en
forma cóncava; en los platos de peltre. Con el paso de los minutos, se vieron
intimados a ingerir el Brandy; con el apetecible pescado que le sirvió la amable
costurera. Graciela expresa la satisfacción, de poder acompañar a los niños a
digerir desmenuzado el pescado sentados en el piso; para evitar que, en el
consumo, se traguen una espina. Así lo hizo, con el traje negro y flores blancas en
entre piernas; y los pies recogidos a manera de una doncella. Se formaron una idea
de ella, la fuerte sensación; de una idea negativa. Ellos quisieron aprovechar el
espacio libre, para seguir con el brindis repetitivo de los tragos; que quedan de la
media botella de Pedro Domecq, antes de que caiga la tarde. Pero la magia
danzante del sueño, se apodera del Julio César que bascula sobre las ruedas del
viejo mecedor de mimbre y bejuco; donde hace unos minutos Polaco Romero,
había perdido su diversidad. Con el ronquido, suspira y gime sin querer; recobra el
esfuerzo del sueño y despierta con la ilusión de haber escuchado la voz de su
hermano Bienvenido Louis; por quien siente un cariño lleno de emociones: “No lo
despierten, déjalo que pase la pea”. Con la interrupción del sueño, responde a las
clásicas palabras: “¿Qué haces por aquí hermano, ya te lo pegaste?” “No puedo,
porque van a ser las tres – expresa sus afanes por el atraso--, voy de prisa para la
oficina”. Bienvenido no aceptó quedarse, por un asunto de principio. Deja a su
hermano cruzado de brazos, que permanece sentado sobre el taburete de cuero;
que está recostado al horcón que sostiene la viga del techo de la casa tradicional. Es
clásico ver a Tototó apoyado de codo a la mesita de centro, con frecuencia acude a
la interrupción de las palabras de los amigos: “Compadre Bienve, ellos se han
puesto necios; por el trago revuelto que se ha consumido”. Bienvenido no acepta
quedarse por un asunto de principio laboral. La atención botom hat de la agraciada
mujer, no le ha permitido que siga con la tarea del trazado de las medidas del corte
de seda; con el que pretende la confección de un traje color azul, adornado con
flores blancas; a media pierna y manga al puño que acompaña el escote redondo.
Sin pensar en más, encamina sus pasos hacia la cocina; toma por el mango una
sartén repleta de presas y regresa, con gran acato sirve de nuevo a los dormitados
parranderos. La mesa está atiborrada de fritos. El visitante disfruta del sentimiento
expresado por su hermano y del silencio de los inocentes. A tiempo que todos,
menos la dueña de la carraca; quedan impresionados por la partida de Polaco
Romero y del exseminarista Louis.

Todos procesan de forma diferente la pena, porque reconocen cierta calidad de


emoción humana en el hermano de Julio César Louis. La contemplación de
aquello, se interrumpe al ver qué muy pronto alcanzaron la acera de los dos frentes
de la vivienda de Meme Brito. Por el sardinel de ladrillos rojos, anduvieron
guarecidos de las discontinuas sombras de altas y coloreadas fachadas; que
comienzan a cernirse sobre las dos siluetas, que ahora van de sombra a sol; y en el
través de la carrera novena. Ocultan sus espaldas gracias al engalanado cuerpo de
la paredilla del teatro Aurora. De a poco se acercan a la naturaleza dominante de la
Plaza Padilla, con la vista puesta en el edificio colonial de la Alcaldía. Comienzan a
pensar que se les agota el tiempo, para despedirse; el uno, por ser un indeciso de
pena y el otro por ser un indeciso de culpa, por el lamentable estado de
embriaguez de su hermano. Un gesto de amistad, lo obliga a despedirse de Polaco;
para conducirse por el pasillo que lo lleva a la oficina de las Empresas Públicas
Municipal. Pero, su mente estaba en una de sus conversaciones previas en la
parranda; donde celebraban una página de sus vidas.

En cierto modo, despertaron del sueño del viaje que tienen planeado para ir a
Camarones. La tensión de la tarde empieza a hacerse sentir, el plan está en acción y
ya es demasiado tarde para las instancias del conductor; que está muy
entusiasmado y le propone a Tototó marcharse. Justo, cuando se preparan para la
partida; deciden confiar en la amiga Graciela y le ofrecen disculpas por las
molestias. Pollo Julio no puede evitar presumir que está muy emocionado, que está
dispuesto a acompañarlos; y piensa que la despedida sería una coartada indeleble.
Todos se levantaron, en efecto, uno tras otro en busca de la puerta; e hicieron corro,
alrededor de las llantas traseras. Una vez, que se han embarcados los impertinentes
borrachos; el estartaso del carro, facilita el arranque. Bajo la vigilante mirada de
Franco Ríos, cruzan a la derecha, trayecto señalado por un desfile de ranchos
ruinosos; durante el recorrido de la carrera novena, hace un patinaje y gana
espacio y velocidad. La alta comprensión del motor, hace que los elegibles se vean
envueltos en medio de un manto de humo; que se extiende por los cielos de las
calles “Ancha”, el “Alambique”, “San Antonio”, el “Carmen”; la alfombra
transportadora llena el cielo, como un encantador enjambre; hasta la arrabalera
calle “San Esteban”. Pasa por la memoria de ellos, detenerse en el improvisado
almacén de repuestos 7-53, atendido por el propietario Julio Bracho. Acomodado
en el cojín trasero, Pollo oculta su verdadero pensamiento; reconoce que se ha
puesto un poco nervioso, sin embargo; se empeña en el uso de la palabra: “¿Julio…
te gustaría acompañarnos a Camarones?”. Al distribuidor de combustible, con
igual pasión le encanta el diálogo: “Hermanos… parquéense al lado y espérenme
unos minutos, hasta que cierre el negocio”. Mientras el Wells Drive se pone en
reversa, él y los otros seres elegibles vociferan: “Apúrate que se hace tarde”. Ahora
gira con el cambio en primera, y se parquea cerca a la reja 11-19, que protege el
surtidor Texaco. La carrera octava que antes fue camino, cae en el atardecer; y la
oscuridad se volvió noche.

Con las luces encendidas, los ebrios y desesperados compadres; esperan ansiosos
para la partida. Sólo gracias a una fuerte dosis de buena voluntad, se aprecian los
primeros pasos tambaleantes de la sombra lúcida; que acumula el cansancio en las
pestañas. El hombre de baja estatura y entradas salientes, acelera el bastoneo; hasta
tanto le es posibles llegar hasta el estribo negro del Willys verde. Con una
sensación de confianza y de fe, personifica la idea de que debe sentarse en el
asiento del copiloto; tras el acercamiento, se pusieron a la tarea de recibirle el
bastón e impulsarlo a que se acomodara de espaldas sobre el cojín derecho. Lo que
obliga a Tototó trasladarse al asiento trasero. Al personaje, también, se le ve que
habla muy poco; porque está muy limitado a la acción del paseo. Lo que crea
vínculos, que lo llevan a inquirir: ¿A qué se debe que se acordaron de mí? No muy
bien alcanza a hacer el interrogatorio, cuando el motor ruge con todas sus fuerzas;
y se pone sobre la marcha en una sola dirección. Observan con cierto asombro, la
irregularidad de la pendiente; y a su lado derecho, una especie de condominios
ortodoxos que están en construcción; de hecho, la elevada expresión de espíritu en
madera, daría por construido el barrio Jorge Villamizar Flores; aledaño al mercado
público. En el lado trasero, no hay viviendas familiares, sólo un oscuro laberinto
invadido de ratas voraces. Llenos de una mezcla de curiosidad, acompañada de
una sensación de libertad; nos adentramos en un sinuoso camino. La ilusión de las
luces desapareció cuando llegaron a un matorral, invadido de arbustos de cerezos
de frondoso ramaje; que ponen el entorno cada vez más oscuro. Ahora están en un
área muy alejada de las afuera de la ciudad. El carruaje comienza a internarse en el
camino que conduce hacia Camarones.

Es la visión más maravillosa, que la tierra puede ofrecer a los ojos de cualquier
humano. El haber transitado este lugar, no le ha costado mucho esfuerzo; a los
testigos privilegiados del paisaje. De lado, los árboles y las piedras corren hacia
atrás; adornan una vegetación extraña y hermosa que a la vista ofrece un paisaje de
otro mundo. Sin que falte en él, la Coa Geoffrae sp. La perspectiva del lugar, lo
lleva a una fuente de agua; que, en vez de peces; salpican piedras preciosas. Ésta
corriente de agua salobre, da la apariencia de ser partida por un puente raído; en la
dirección de Oriente a Occidente. La disposición de atravesarlo, somete a una
encrucijada a todos los viajantes; que en el momento presentan una expresión
siniestra. La cobertura tambalea con el rodamiento de las ruedas delanteras; pero la
conducción imprudente de franco Ríos, lo lleva a trabajar fuera de hora, en la
medida que avanza hacia la orilla occidental. Gracias a la épica embestida del
conductor, lograron sortearlo y se libraron de las garras de la muerte. Aunque los
compañeros no tuvieron forma de saber, lo siniestro que se volvió todo; por
encontrarse un poco aturdidos. Es obvio, que el único camino a tomar es el paso
sobre nivel; que está en muy malas condiciones, por la película resbaladiza de la
arcilla; el ascenso del trillado de arena, comienza en lo alto del carreteable, eso
sería el concepto a vencer, para que puedan alcanzar la pradera de Mayita Matisia
castaño y Palmicho Copernica santa marthae; que cercan el caserío El Horno. Un
silencio inquietante invade el lugar de ranchos dispersos, habitados por la
representación perfecta de la cultura Guanebucán; que se encuentran diezmados
por cinco siglos de sequía, de hambre y de guerras. Los reales horrores del hambre
y de la guerra, hacen que a Pollo Julio se le note algo deslumbrado; en su mente se
ha formado la fuerte sensación de una idea negativa.

La dramatización de los personajes, está inspirada en la ocupación del vehículo. El


recorrido variado y diverso a través El grupo rueda en íntima relación, con el
entorno de naturaleza semi desértica. En este paraje desolado, hicieron contacto
visual con el predio La Tolda. Aquí la vida tiene otro ritmo, todos se conocen,
todos se ayudan, todos son de la familia Quintana. En ella, hay una mezcla de
tranquilidad y soledad todo el tiempo. Tratan de tener una idea, de cómo es este
paraje. El recorrido variado y diverso, la luna luciente; es la única que acompaña
las expresiones de los árboles, que están a la vera del camino. La paz de la
naturaleza, envuelve al bosque amigo que vive en familia; y no se perturba
demasiado con nuestra presencia. El agua de los arroyos, les brinda un horizonte
sin fin; la creciente tensión se extiende más allá de las habladurías de los cuatro
delfines; Franco Ríos reacciona con rápido reflejo en él acelerador; mientras que los
tres hombres restantes, es probable que experimenten diversas emociones. Julio
Bracho siempre tiene algo que decir, que desvía la atención de los ocupantes del
cojín trasero. Tototó que empezaba a aburrirse; con su voz apagada, dejaba que
pasara el tiempo; y muy callado, le responde: “No creas que estamos dormidos,
desde que salimos, también te escucha el Pollo Julio”. El reticente estaba muy
triste, por su controvertida relación con su madre Yeya. Continúan con la senda
que llevan, concentrados en la sobriedad y la vida en familia. La noche está de su
lado, una luz en el sendero se aproxima. Se ven rodeados de depósitos de maíz,
con techos de dos aguas. “Estamos en Camarones” --dice el chofer--, que se siente
agotado. Más que nada, es un paraíso; donde mucha gente precisa de él.

En la sala se ve un montón de generales camaroneros, que tropiezan en medio del


baile; aunque sus limitados rangos de sentimiento, parecen muy llamativo por las
pocas parejas. Lo que, en determinado caso, vendría como anillo al dedo; para el
montaje de una coartada falible. En el centro del salón, dos ágiles bailarines
ejecutan admirables pasos bajo el compás de la tambora que lleva el ritmo de
merengue. De repente, le empieza a divagar la mente al Pollo como si estuviera en
otra dimensión; y se encuentra cara a cara con los ojos de Divina Luz, considerada
la pareja más linda del baile. De sorpresa, todos los ocupantes de la mesa de
dominó; incursionan por el pasillo de reparto de la casa, que comunica la sala con
el comedor y la cocina, con espacios y corredores que rodean el patio interior.
Desde allí, contemplan la estancia por un largo rato; la armonía de los cuerpos que
se mueven al compás de los merengues de Ángel Viloria; lo que le permite mayor
estímulo externo a la cadencia espiritual de la pareja de bailarines.

Una vez terminada la proyección del acetato, una de las debutantes acelera el paso
cuanto le es posible; y se acerca a otra dama, a quien con ternura llama por su
propio nombre. Su actitud se debió a un reflejo de vuestra presencia. La
encantadora dama se acerca hacia el grupo de forasteros y los invita a pasar hacia
el patio, donde les acomoda una mesa con sus respectivas sillas; debajo de un árbol
de Trupío, que sirve de testigo mudo en la departición de tragos; de lo que queda
del litro de Ginebra. La ocasión sirvió para que Pollo Julio se diera a conocer y le
hable de tal modo, y ella se viera precisada a concederle el honor de bailar una sola
pieza con él:

--- Es de su gusto, que me acompañe a bailar este bolero.

--- Ay! lo lamento mucho señor, pero mi pareja espera –Divina Luz le responde
con la más dulce y la más encantadora de las voces--, pero si es de su gusto, lo
complaceré en la otra tanda.
Comienza a esperar con mucho fervor, sabe que ella es una mujer sensual y
atlética; que resplandece entre todas las muchachas y el parejo es un rufián rudo y
mal vestido; que personificaba una mirada nostálgica. Los visitantes se mantienen
a la expectativa durante nueve minutos, Pollo Julio no bebe mientras su
imaginación vuela; lucha por mantener su atención, hasta que sus ojos logran
encontrarse y sus corazones se aceleran, como si una cosa lleva a la otra. Abandona
la mesa y va en busca de la correspondida bailarina: “Lo prometido es deuda”.
Divina Luz con la famosa sonrisa de Ángor, de hecho, finge y con una voz
identificable; expresa interés de querer bailar con él: “¡Hola... disculpa que se me
había olvidado, pero, ahora si estoy dispuesta a complacerlo”! Continúa el
espectáculo, la pareja experimenta una metamorfosis alarmante. Con el transcurrir
del tiempo, giran los acetatos románticos de disco Tropical; con relieve de setenta y
ocho revoluciones. Afuera, los invitados se ponen entusiastas por causa de los hits
musicales que se escuchan, y acuerdan la suspensión del cuarto set de la partida de
dominó; para ir a darse cuenta de las pilatunas en que se encuentra Julio César.
Durante el desarrollo de la balada “Amor Mío”, la pareja con espíritu abalo; le
canta con el corazón. En esa intimidad danzan, y tratan de avivar la llama; de su
acalorado romance. Para las chicas bonitas de la fiesta, la pareja ha despertado
grandes sentimientos románticos. Ella es la imagen viva de la diosa Diana,
candidata perfecta para el apuesto y astuto hombre de veintisiete años. La pareja
no se daba cuenta, que sentía una debilidad recurrente por el encantador e
irresponsable hombre. Ella, aunque intentaba concentrarse para mantener el
equilibrio, era evasiva del control de los pases; él, por el contrario, nunca antes
había podido agotar las sutilezas y matices, que constituían los encantos de la
música romántica. Sin darse cuenta, la apasionada pareja pone en riesgo todo;
demasiado rápido. La interpretación de los boleros de Bienvenido Granda, Daniel
Santos y Rolando La Serie y las guarachas de Celia Cruz con el acompañamiento
de la orquesta Sonora Matancera. En el imaginario popular, hay comentarios
indiscretos; acerca de lo que sucedía en el centro de la sala. La tensión está en el
aire, y los tres mosqueteros abandonan el juego para encaminarse hacia la puerta,
desde allí, ven a las chicas que encajan con sus gustos. El fuego apasionado que
había encendido su compromiso matrimonial con Dora Alfaro en Fundación; se
había apagado. Ahora, todo es muy artístico; bien hecho, que bien bailan. Una vez
más, en ese son, Divina Luz hechiza a Pollo; es claro que le gusta ese tono
masculino y él sin darse cuenta, comienza a enamorarse de sus encantos. Eso los
conduce al deseo. Pero, el grupo de amigos que está en torno de la mesa del patio;
se dan cuenta, que hay algo a fuego lento y eso hervirá pronto. Porque a él lo
mueve ser servicial y tiene un gran ego. Esperan ansiosos que una vez que el pick
up del Mello Barros, deje de tocar notas románticas; todo vuelva a la normalidad.
Y él esté decidido a mostrar su valor, con esa manera curiosa que él suele hacerlo y
sepa despedirse de ella. Y ellos puedan emprender el viaje de regreso, para que
Franco Ríos haga entrega del Jeep al propietario Brujo Mejía.

De repente y sin esperarlo, los celos mostraron su rostro horrible en dos de los
invitados; que se acercaron a la pareja y con palabras aladas que se ahogan en el
espacio; varraquean contra el advenedizo por las pretensiones desmedidas con la
dama: “Ya tú has bailado mucho, ahora me toca a mí”. Discutieron mucho acerca
de la forma y del número de piezas que habían bailado. Al oírlo hablar así, una
indecible alegría inunda de sangre el corazón del recién llegado; y viéndose
colmado de desesperanzas al lado de la joven, alta y magna; toma la posición de
que se le conceda el deseo de bailar una última pieza. Luego de la breve
confrontación verbal con El Pando y Toño, una mano abierta; golpea con fuerza la
mejilla izquierda de Julio César. La contundencia del golpe, lo arroja de bruce
sobre la banca que está apoyada a una de las paredes de la sala. Del alboroto,
palabras van, palabras vienen: “¡Toño… cálmate… Toño ya… Pando … ten
calma!” voces que salen del bullicio de la numerosa y animada reunión. En estado
de desconcierto, Pollo Julio se pone de pie y con acostumbrada agilidad esquiva un
segundo impulso; lanzado por uno de los contrincantes. A Toño le aprisiona la
cabeza en el sobaco del brazo izquierdo y le lanza rápidos golpes, que hacen
impacto en el rostro; empuña por los cabellos a Pando y le asesta sendos golpes en
el ojo y el hígado. La multitud logra separarlos. A la bulla, con pasos ligeros llegan
los otros recién llegados a darse cuenta de lo que sucede; con el propósito de
prestarle auxiliarlo. Y encuentran que uno de los pretendientes habla de una
historia graciosa: “Este carajo desde que llegó aquí, se la tira de enchollao y le está
faltando el respeto a la muchacha” –dice Toño al ver que llegan fuertes voces--, de
pronto Tototó hace contacto visual con el celoso y lo enfrenta con una regañina:
“¿Qué te pasa a ti con el muchacho? –hace una larga pausa que lo pone nerviosos--,
¿ella es mujer tuya? ¡Yo me jodo con cualquiera de ustedes! Los rufianes Franco
Ríos y Julio Bracho, utilizan dramatizaciones compuestas; para calmar los ánimos,
ya que éste último; mantiene amistad potencial con los camaroneros. El
sentimiento de Julio César se había ido, y los cuatro borrachos sienten emociones
de regreso hacia el Jeep; que esperaba con amarga ansiedad.
De a poco, el recinto crecía en población. Los invitados están en una encrucijada
para abandonar la explanada de la gran casona. Para recuperar el resplandor del
salón de baile, Linda se dio a la tarea de restaurar la alegría en la sala. Ella no era
llamativa, pero tenía un encanto lleno de gracias; con el que pensó que tenía el
convencimiento de aplacar la ira de los rumberos de este pueblo honesto y muy
divertido, que lo habían convertido en un escenario de trifulca. Como pudieron, a
través de empujones y apretones se zafan del nudo humano; y logran la
evacuación de la sala. Puerta afuera, hay una gran presencia nativa y la gente toma
parte de una amenaza restaurativa. El miedo invadió sus cuerpos, pero intentan
ser racional. Tototó con una botella en la mano, se aparta con cuidado y se
encamina hacia el último escalón dl sardinel; Julio Bracho, sin embargo, no
disimula su impaciencia; y con constancia vuelve la cabeza hacia el foco que
resplandece la cabeza del compañero que va delante de él. De esa manera, mira a
las personas que entran y salen del baile. Para ese entonces, el pánico aumenta y
Julio César tiene la tentación de ir en busca de un objeto contundente que está en el
interior del baúl de las herramientas del vehículo. Abandona en calma la gritería. Y
con indignación pasiva en la mente, le afloran dudas e ideas que lo llevan a
apropiarse de la palanca del gato; y con astucia y rápido movimiento, se la guarda
detrás de la camisa; entre la hebilla de la correa y el ombligo, lo que develaría su
estratégico plan. Después de recorrer un buen trecho, los tres hombres con
características siniestras, que en realidad los hacen parecer unos gánsteres; llegan
al todo terreno, con estilo militar de la Segunda Guerra Mundial; que por supuesto,
hace rato pide pista. Allí mismo, con el pie apoyado sobre la defensa delantera;
Franco Ríos para poner en evidencia los diferentes comentarios eleva la voz:

--- Muchachos es mejor que nos larguemos de aquí; porque esta gente es
bronquinosa y siente antipatías por los extraños.

--- ¿Qué hora es ¿--pregunta Julio Bracho, peinándose con la mano las entradas--,
ya es tarde.

--- Van a ser las nueve y media –repuso Tototó--, sin alzar el rostro, que le cubría
el sombrero.

--- Es tarde ya –se interpuso de nuevo el calvo--, móntense porque debemos


irnos, a las ocho debí entregarle el vehículo a Basilio “Brujo” Mejía.
Se disponían a abordarlo. Lo abordan, pero son interrumpidos por dos duendes de
luz; que aparecen en la distancia focal de los reflectores. Bajo la sombra de la duda,
Franco no tarda en reconocer ante el rayo luminoso a Julián Díaz Pimienta
acompañado por otro muchacho de la Flores; a quién el rostro se le hace familiar.
El primero, después de saludarlo con buenos modales, lo persuade mediante
súplicas:

--- ¿Franco, hermano mío… puedes darnos un chance? ¡Necesitamos viajar de


mucha urgencia!

--- De llevarlos, no hay ningún problema; pero, les diré que ahora vamos a dar
una vuelta por el pueblo –con un dejo, repuso el conductor con displicencia--, y
más tarde partiríamos.

--- No interesa la demora, lo importante es que lleguemos esta noche a Mara –


respondieron los recién llegados--, para hacer las diligencias mañana temprano.

---Franco, hay que hacerle el favor a Julián; porque él es una buena persona –dice
Julio César sin afectar el sueño de Tototó y el silencio de Julio Bracho--, que
duermen hace horas.

--- Bueno, ya que el Pollo lo pide; vamos a complacerlos. Acomódense ahí atrás,
como puedan –dice el piloto con un dejo de complicidad--, que lo que viene es
duro.

No muy bien había terminado de complacerlos, cuando se vieron encaramados


sobre los guardafangos de las ruedas traseras; donde se acomodaron de espaldas,
con los pies hacia afuera y de esa manera, descansaban sobre los hombros; de los
hombres que van en el asiento trasero. El bólido arranca en un solo cambio, y crea
un estruendoso ruido; como si se tratara de una bola de fuego que rueda en medio
de hileras de casas adosadas, que albergan gentes; que trabajan en el campo. Los
marcos de las ventanas, le dan vida a la calle. Las residencias tienen la
personalidad de sus propietarios; en el lado de afuera; están construidas bajo un
plan uniformes, en esas dilapidadas arborizaciones de las orillas; Acacia roja,
Almendros y Trupíos son el punto focal de la belleza escénica. Ahora el Wells
Drive corre cada vez más rápido, porque tienen un desafío muy grande por
delante; para el desarrollo del viaje de regreso. Mantenían una conversación tan
entretenida sobre Divina Luz, que no se dieron cuenta de su paso por el banco de
arena que comienza a partir del kilómetro cuatro que señala el Ahumao. Según los
amigos de Julio César, ella era el alma de la fiesta. Con la vista puesta en el vidrio
avizor, Julio Bracho describe la maraña espinosa; como la madre extraña, posible y
accesible a las piedras que se le impregnan; como si le dieran vida a las plantas
puras, que exhalan aroma y se mueven para multiplicar su perfume; a sabiendas,
de que el buen olor no queda en ellas, sino que vaga por el aire. A su paso por el
arenal de la ranchería “La Jagua de Juanito”, el motor se apaga de pronto; lo que
absorbe la atención del mecánico conductor y de los pasajeros. Todo aquello,
despierta ánimo y curiosidad; una vez se acerca el ruido de un motor, que alcanza
a alumbrar el corto circuito; que le dio encendido al sistema eléctrico del motor.
Desde la camioneta que llega en señal de auxilio, se alcanza a escuchar la voz de
aliento de Ramón De la Rosa De Luque: “Qué le pasa a esa carcacha?”. “Parece que
era un corto circuito. Pero, todo está arreglado, Hermano” –respondió con afán
Julio Bracho--, quien sostiene alzado el capó. Con la desaparición de la camioneta,
desaparece la forma de vida de los compañeros de Julio César y de los pasajeros;
un conato de temblor, recorrió su cuerpo. Ahora, parece que están de excelente
humor; sonríen muy afectuosos, aunque el chofer permanece inmóvil, petrificado
frente al timón; como si le hubieran amarrado la boca. Su actitud, es un reflejo del
transcurrir del tiempo; lo que motiva a todos los convidados a morirse de la risa.

Durante el desarrollo de la balada, se escuchan los sonidos del bosque y de una


compleja cadena de vida; que existe aquí. En la carretera oscura, hay propiedades
aisladas; que al parecer se encuentran a su alrededor. La conversación sigue muy
entretenida, o no han caído en cuenta que los cerebros están mintiendo; o si se
tratara de una alucinación coactiva, porque no se han dado cuenta que el camino
por donde trafican; domina todos los aspectos de los habitantes del infierno de
Dante Alighieri. La frentera del móvil está que llora, por la falta de verde a lo largo
del camino. Después de recorrer catorce kilómetros, llegaron al Río Purgatorio;
atravesado por el Puente Guerrero. Ni siquiera el corredor de la muerte, pudo
detener el avance de los borrachos; con advenedizo aliento de vida, los seis
hombres exploran lo desconocido con dos de las cuatro ruedas motrices en falso; a
su paso por el trastabillado entablado; que ha hecho trizas sus sufrimientos y
penalidades, para que sintieran las vivencias de una situación inesperada en el
infierno. Mientras tanto, la noche avanza y el clima va de mal en peor. Hay un
grado de fantasía, que se concreta en acciones reales; según se escucha, todos
querían a Divina Luz; quién la conocía, de inmediato se hacía amigo de ella.
El viento sopla muy fuerte y se escuchan sonidos inexplicables, en unos cinco
minutos; todo se ha puesto en completa oscuridad. No hay nada más importante,
que la relación del auto y su piloto. Franco Ríos bajo vigilante mirada, desarrolla
un gran interés por la llegada, para hacer la entrega del vehículo. Su mente está en
una de sus conversaciones previa con el Brujo Mejía. La conversación en la parte
trasera, se transformó en una audiencia amigable; Pollo se pone al habla con
Tototó, el primero admitió haber tenido sentimientos románticos hacia Divina Luz;
por quién tenía pensado hacer muchas cosas. Por los ladridos de los perros
rabiosos y las luces de las lámparas de keroseno, se dan cuenta que están en los
predios de Juan Capillita. No saben cuánto tiempo divagaron por la carretera.
Ahora rondan por “cuatro vías” y visualizan la recién inaugurada avenida quince.
Se ven vacíos, los espacios situados a lo largo de la trayectoria; a veces con
expresiones lucientes de árboles a los lados. Suben hacia el norte en medio de la
oscuridad total; y se involucran en los sectores perimetrales de la sórdida ciudad.
El final de las calles lleva el desolador espectáculo, y hace que Julio Bracho se
sienta muy distinguido. De vuelta hacia el centro, siguen el curso hacia la playa y
en la recta final del club Neimarú; dan un leve giro hacia la derecha y desaparecen
los puntos rojos de los stop traseros. Ahora se deslizan de occidente a oriente, por
la avenida la “Marina”; polo de atracción que tiene la ciudad, por la concurrencia
de varios mitos, que narran la desaparición de hileras de planos y perfiles de
orfebrerías; donde se labraban objetos artísticos de oro y plata.

La mar es un mundo amable, es el alma misma que tiene el río. La marcha de la


historia, deja escrito en sus renglones; el estado en que se encuentra el edificio
donde se sacrifican las reses, sin ocuparse de los legendarios arrumes de cuernos,
que rodean el matadero municipal. Es invisible a los ojos de los ocupantes, la
fortaleza abandonada del hospital de los tuberculosos; esta joya de la arquitectura,
representa una escena de horror en la biblia. A pesar de eso, la ruina inscribe sus
cánones, dentro de la arquitectura neoclásica. En la pendiente que da inicio a la
carrera del cementerio, hacen un leve descenso; y de nuevo se respira el olor a
sargazo y a hoja seca de río crecido. Las intenciones del Pollo Julio eran insidiosas,
como una antorcha invertida; lleva la palanca incrustada entre el esternón y los
testes. Piensa que, si trata de acomodársela; los compañeros se darán cuenta del
secreto compartido y se borrará cualquier resto de confianza entre ellos. Tototó
piensa con mucha fuerza. La emergencia, hace que Franco Ríos asuma el riesgo de
una atollada en los lodos que hay en el paso restringido, creado por la estructura
de rocas calcinadas y restos de numerosos árboles que la naturaleza rebelde
petrificó. Este pedazo de tierra firme, se comunica con la mar por la playa que
alguna vez creó el cementerio de los barcos. Las luminarias carecen de energía,
Franco conduce con cautela por este muladar de escombros; que amenaza la
demanda habitacional 9-95, del político conservador Clemente Iguarán Laborde, el
plano de la obra negra 9-63, de doña Rosa Alfina Pérez Zúñiga; procesadora de
deliciosas arepuélas que fría en el mercado público; el perfil del rancho de tejas 9-
47, del pescador margariteño Luis Beltrán Suárez y la Pensión Cirila 9-07, del
perlero Cirilo Rojas Coba; este buzo de escafandra, mediante fórmula casera
elaboraba la bebida “No te Sebe” de Piña añejada; que le competía a la Coca Cola.
El vecindario no es un lugar fantástico, pero sí admirable por el espectacular halo
de luna; que golpea los recintos de pequeña dimensión. Nada allí, tenía que ver
con su misión; pero, los ocupantes del campero; sienten que ganaron la carrera por
la vida de hoy.

Para lograr el perfecto túnel del tiempo, las miradas vacías de los viajeros,
penetraban en el espacio que se ha recorrido de la avenida. El panorama está
inhabitado, también, esconde muchos secretos. Las edificaciones hablan de un
pasado de los años treinta. Las pulsaciones fuera de control, se difuman en el
trayecto que va desde el cantón militar de la policía, la fábrica de jabón del alemán
Joseph Straxler, hasta el imaginario embudo de vientos; que azotan la fría bocacalle
La “Esperanza”. El ritmo lento de la balada, los lleva a que vean los sucesos muy
cercanos a la puerta falsa del pabellón de carne; que antecede al pasacalle con una
sinfonía de arcos de medio punto, de siete metros de altura; que definen el marco
central del edificio de color rojo, que hace que pierda intensidad el color amarillo
de las paredes del interior del Mercado Público; donde se logra una ventilación
cruzada, entre la calle y el patio central. Sobre ruedas, se habían dado cuenta que
aparecería la carrera séptima; que aísla la plaza de mercado del bunker del alemán
Herbert Muller. Se alimentan del miedo a la soledad, una soledad cada vez más
oscura, cada vez más triste viven; por eso, quisieron reconstruir la línea del tiempo;
con esa clásica costumbre de vivir supeditado a la agradable sonería del reloj. El
dispositivo histórico de la torre de la catedral, con diez sones les da la bienvenida.

El territorio por donde transita el pensamiento, ha servido para que Pollo Julio
tenga mal presentimiento de lo que el chofer quiere hacer; sabe que él no tiene
reparo de manejarlo por toda la ciudad, sin importarle las apariencias. En el
habitáculo del coche descarpado, al menos sus ojos no saben del cierre de la boca y
pide que lo deje en el Café Gambrinus: “Compadre Franco, si no es molestia;
déjeme en la cantina, que estoy pasmao”. El piloto responde con una alerta de
atención responsable; a sabiendas de que el ábaco no es una buena visión para los
amigos: “¿A dónde van los demás?”. “A la casa” –respondieron en coro--, lo
hicieron para sentirse cómodo con la situación. Todos le hablan y a nadie
responde, va con la mirada siempre adelante; por este pasaje de intensidad y
vibración, que parece una pintura del impresionismo de Van Gogh. Las huellas de
las ruedas, se difuminan con los segundos; por el tramo de la vía urbana, con
dibujos vivos y preciosos que dan a la calle el “Templo”. La conservación del
nombre, se debe a que su origen se remonte; a un espacio de culto más antiguo,
donde el arte y la arquitectura; han alcanzado un punto culminante. La traza de los
rayos luminosos, describe la trayectoria del punto luminoso; que da la apariencia
de una figura que se esconde, próxima al típico esplendor del burdel forzado a ser
discreto. Su fachada anterior amplia, delicada y llena de gracia; luce por el extraño
silencio de la música. Pollo Julio está cegado y no ve las advertencias, se apresura a
apearse sin que se detuviera a pensar; que los rostros tienen ojos que permanecen
en la sombra del interior del campero. Los labios sonrientes de los amigos que se
alejaron en el todo terreno; transmitían un sentido de paz espiritual, para que se
facilitara el confort y cariño de sus hijos.

Las especificaciones del motor dicen que se aleja. Y las piezas estándar, hacen que
el ruido se escuche; hasta que desaparece. Está impaciente, camina bajo un
torturante ambiente de terror; hasta que acaba por posar la pierna izquierda, sobre
la pared del Café. Registra la perspectiva del lugar y no ve nada, bosteza con
pereza sin perder el aire de persona activa. A Julio César le fue difícil mantener la
compostura. Él está focalizado en la ausencia del cachaco Miguel Quintero. Al
verlo que se encuentra bien vestido para la ocasión, consigue un poco de silencio
en el espacio. Su aspecto externo, escondía su singular comportamiento debajo del
marco de la puerta principal del Banco del Comercio. Eso, le dio un incentivo para
irse a pasos ligeros hacia él; para darse cuenta de lo que ocurría. Llegó con Meme
Gómez en el pensamiento. Con los ojos muy abiertos, escucha las últimas palabras
del discurso bastante largo del Cachaco: “Don Colá se la pasó hablando todo el día,
le dijo a la señora Yeya, que la vida de sus hijos era un caos – lo observa con
quietud--, está bravo contigo, porque tú no dejas de beber. Además, dijo que tú le
tienes la casa llena de gente foránea que no conoce; que no se sabe de dónde diablo
son, esos forasteros –dice con ira, viendo cara a cara al Pollo --, ese guatemalteco y
ese cachaco tienen que buscar mañana para dónde irse”. Pollo Julio escucha el
discurso con el mayor de los silencios, conmoviéndose de lleno por supuesto.
Siendo tal el motivo, para tener el rostro gélido; con dificultad expresa emociones:
“Óyelas… el reloj público da el son de las diez y media. Es muy raro qué a esta
hora, todavía esté de visita, donde su hermana Mercedes”. Luego de experimentar
cierta inventiva de malicia, dejan un espacio entre cuerpo y cuerpo; y sin tardanza
abandonan la puerta del Banco del Comercio. El estado de ánimo, lo hace respirar
con profundidad y caminaron muy nerviosos; hacia la proximidad del umbral del
Café Gambrinus. Por el centro de la vía, pasa adelante Miguel Quintero; y Julio
César veía en él, algo que no había hecho antes. Se acercan poco a poco a la esquina
del bar, y ahí esperan. Se cercioran bien, para no correr el riesgo de infundir
sospechas: “No hay moros en la costa” – dice el Pollo con una mirada de soslayo--,
la vieja “calle del comercio” es un camino tranquilo; pero hoy, es una pesadilla.

La carrera comercial, parece un mundo real; que no existe. Por el curso se dan
cuenta que se encuentra muy bien conservada, con la existencia de enormes
edificaciones de ladrillos y casas de madera con altos balcones de pronunciados
aleros. La noche está muda, arropada por la difusa luz de los postes del alumbrado
público; que vigilan la acera izquierda. Desde el llamativo lugar, la orientación
vocacional de norte a sur; revela el apogeo de la ingeniería medioeval, al ver que
sus componentes con diseño clásico; están alineados a la perfección. Rodean las
cuadras, sonrientes casas revestidas con techos de tejas rojas; largos ventanales y
paredes de calicanto, cubiertas con cemento alemán; que dejaron como recuerdos
gentes de cultura muy diferentes, que pertenecían a las familias Cano, Weeber,
Lallemand, Wild, Annichiarico, Smit, Daníes, Kennedy y Bayer. La desesperación
se hace insoportable, la brisa del crudo invierno azota las calles; y es testigo de ella.
Es blanco en movimiento, la persona que se acerca por la acera que termina en la
farmacia de Marco J. Rosado. Miguel tenía la mirada fija, en un punto del centro
comercial; hasta que por fin reacciona: “¡Epa!… Con socarronería, señala con el
dedo índice: “Alguien de pasos lentos y cansados, se acerca por la acera derecha” --
, lo hizo de nuevo; con el propósito de persuadirlo con serias palabras: “Creo que
es ella”. La silueta de la elegante dama, se veía sin identidad. Julio César está en un
estado de agotamiento nervioso, que no alcanza a ver nada: “¿Dónde está, que no
la veo? ¡Si… es ella! –repuso con repulsión instintiva--, voy a tratar de hablar en
serio con ella, si en quince minutos no salgo; tú entrarás”.

Aunque apremiada, el lento compás de los trancos; le tarda el paso por la


cinematográfica fachada del cine Argelia. Se separa de allí, con tacones medianos;
apropiados para lucir la moda de las medias veladas que luce hasta la rodilla.
Lleva un lujoso traje marrón de media pierna y manga al puño, que hace juego con
el escote redondo. El metro con cincuenta y siete centímetro de estatura, parce
contrastar con los setenta y seis kilos de la gordura ginecoide del voluminoso
cuerpo. No aparenta que tenga sesenta y siete años de edad, por mucho que el
pesado y arrítmico andar de las piernas; lo confirmen. Hace un esfuerzo y aligera
el paso, junto a la ventana de hierro torcido; que adorna el frente de la farmacia el
“Carmen”. A medida que ella reduce la distancia que la conduce hacia la calle el
“Templo”, sus grandes ojos redondos de pestañas largas y tupidas; describen con
minuciosidad los detalles del espacio público, que le permitiría esquivar a la
delgada figura, que pretende darle alcance; antes de que llegue a la morada. En
este momento de la descripción, Pollo Julio advierte que se aproxima; y de nuevo
fue a prevenir a su cómplice: “Cálate el sombrero hacia el lado izquierdo y mira
siempre hacia el suelo; para que pases desapercibido”. Discreto calla y con la
confianza que lo caracteriza, no tarda en presentarse con amargura de espíritu;
ante la puerta, diciéndole:

---Buenas noches Doña Meme, usted puede ser tan amable; para que me haga el
favor de venderme fuegos artificiales --agrega el desglose con cortesía--, una
docena de varillas y media docena de bombas.

---Mijito… lo lamento mucho, pero vengo muy cansada de la tienda de Josefa


Liberata –impone su voz y agrega--, vente mañana y con mucho gusto te puedo
atender.

--- Mi tía, esta misma noche debo mandarlas en un cayuco dibullero – le insiste
con respeto--, para la fiesta de la patrona de Dibulla.

---Estoy agotada, porque fui a comprar estos panes –toma la palabra para
responderle a su insistencia--, además esos cohetes los tengo arrumados en un
cuarto allá atrás –para amainar su insistencia, luego le pregunta--, ¿Cómo ha
seguido tu papá de las heridas en los tobillos?

Con el paraguas bajo el brazo y una bolsa de papel de una libra, que contiene tres
panes de sal en la mano izquierda; esculca el bolso de cuero, que le guinda del
antebrazo. Crearon condiciones propicias para el diálogo. Compartieron un
increíble relato, donde se sintió la horrible sensación de un minuto de tiempo sin
final; sobre los años que pasó con grillos el viejo Colá; en las mazmorras de
Cartagena. Lo que hizo, que la combinación de la dulce persuasión y sonrisa
ganadora; le funcionara. Ahora saca el manojo de llaves, selecciona la llave más
larga y la acondiciona en el ombligo del candado. Abre una de las alas de madera
de la puerta e ingresa al vestíbulo y se queda en el reparo del anverso, que está
separado por una estrecha abertura; por donde la religiosa observa con evidente
desconfianza al recién llegado:
--- Él ha mejorado mucho –quedaron en ponerse al habla el uno con la otra--, él
me mandó a comprarla donde las Christoffel; pero allí está cerrado desde esta
tarde.

---Voy a entrar para atenderte –en ella jugaban las palabras, cuando se trataba de
fiestas patronales ardorosas--, espérame un momentico.

Por el alejamiento de las pisadas, la sexagenaria Meme Gómez; sigue hacia el


fondo de la casa palaciega. Convencida de que era un testamento impresionante;
de su devoción por los santos, ingresa al ajedrezado pasillo de baldosas blancas y
negras; que se comunica con todos los cuartos y el primer patio, tallado de manera
maravillosa en piedras calizas; pero ella se detiene a la entrada del comedor, que es
una hermosa pieza de museo. Afuera, la calle está inhabitada y se cree que esconde
muchos secretos; lo que hace que el ritmo de la noche se haga incesante. Han
pasado los minutos, y no hay señales de las varillas ni de las bombas ni
parafernalias. Pero, todavía cree que hay un rayo de esperanza. Sus prisajes
alcanzan el máximo de intensidad y de vibraciones, en cierta forma; parece que
está obsesionado por la vulneración de lo acordado. Con aire atento y vigilante,
gira la vista arteria arriba, arteria abajo; y se dice “No viene nadie”. Ve que Miguel
está tranquilo, mientras, mantiene la mirada en el espejo hirviente de ellos mismos.
En su lúcido empeño, supera la sorpresa, vuelve y mira con infinita dedicación;
algo indefinido. Acompañado de un semblante de estrés congelado, entreabre los
maderos; entra y cierra con cuidado una hoja del portal. El intruso ahora se
encuentra en medio de paredes construidas con una técnica especial de
mampostería. El techo combina tejas rojas españolas con madera de Carreto del
siglo pasado. Hay un largo zaguán que le permitiría caminar por toda la mansión.
A una de las paredes le han dado un toque clásico, ya que en ella se encuentra
colgado un lienzo de dos metros de alto; que resalta la efigie de dolor de un
diplomático francés. En medio de la estancia, queda solo en el pasillo que lo
conduce hasta la antecámara del comedor. Detiene la marcha, asomado en un solo
ojo, supera la sorpresa y en su lúcido empeño; vuelve y mira con infinita
dedicación, se da cuenta que la obsesiona mantener todo prolijo y en orden.
Agudiza el oído y se afinca con pisadas de felino, mientras procura que los
movimientos no sean advertidos por la vendedora de fuegos pirotécnicos.
Conforme se acerca, desabotona dos ojales de la camisa y de la pretina que sujeta la
hebilla contra el ombligo; desenfunda la palanca del gato hidráulico. Julio César
observa la paciencia con que la viuda de Atkinson, detenida delante de un ángulo
de la pulimentada mesa; coloca sobre el centro del mantel; el paraguas, el bolso y la
bolsa de papel que contiene tres panes de sal. El sigiloso visitante se le acerca por
detrás y lleno de mucha ira contenida; se impulsa y le propina un fuerte golpe en el
cráneo, que lacera la carne rala del cabello; y le deja al descubierto el hueso
occipital, en cuatro centímetros de longitud. En desparrame de desmayo, dobla las
rodillas y la atrapa entre sus brazos; justo, antes de que produzca ruidos delatores.
Con cuidado la deja resbalar y la tiende en el ajedrezado piso de baldosas blancas y
negras; que comunica el comedor con la sala. Tendida al pie de la mesa, gotea
sangre azul; seguida de una vaga exclamación de dolor: ¡Ay... ay! que deja un
mojado de orín al descubierto.

Con los ojos abiertos y la cara contorsionada, en agónica respiración; intenta


librarse de la angustia trascendental y la tortura que la ahoga, gime de manera
quejumbrosa; con dificultad en el respiro, que le impide que palabra alguna
disuene. El hilo de orín se mezcla en pequeñas charcas, con el volumen de sangre
que sale del occipital; y las gotas que brotan de los orificios nasales y del músculo
bucinador de los labios, que también fueron afectados por el golpe. Sorprendido y
extasiado en su angustia, murmura: “¡Umm!”. El sociópata sin emoción ni
remordimiento, se pone en pie de un solo salto; luego, inmóvil sobre los fríos
adoquines; la analiza de espaldas y fuera de control empieza a alejarse,
apoyándose en la porción de muralla que corre de un lado a otro. Por años, ha sido
el hogar de famosas obras del renacimiento italiano. Abarca con la vista, la
representación de una obra de arte; de una escena de la imagen del Señor, que
despertaba una exclusión: “No tengas miedo, YO SOY Jesús”; este testamento
impresionante de la devoción, que ejemplificaba la actitud religiosa de la víctima,
es una leyenda en su mente. Hace realidad su sombría visión, la incidencia de la
luz de una de las bombillas; que le infunde temor, tanto, que lo llena de miedo
interior. Poco tiempo ha necesitado para explorar todo el comedor, cubren la pared
principal; dos vitrinas de madera con acabados de vidrios, las estanterías
exteriorizan un juego de porcelanas en material de cerámica fina de la China, una
hermosa pieza de museo elaborada en el apogeo de la era del Emperador Ching
Ching Gho, cerca del año 221 D.C.; cristal chino de color púrpura Hong que guarda
lúgubres recuerdos de lo que sucedió en Terracota y una jarra de porcelana de
peltre esmaltado. La vitrina que está a la espalda de la silla principal, presenta en
uno de sus estantes; un juego de tazas de esmalte blanco con una mezcla de azul,
adornadas con piezas de oro. Y en los armarios inferiores, hay colección de cristal
de roca de cuarzo cristalizado y cristal hilado de vidrio fundido. Algunos espacios
del pasadizo de paredes gruesas, reservistas para pintura sobre lienzo; parecerían
capsula del tiempo en otras partes. La casa cuenta con habitaciones familiares con
duchas y baños propios; y una amplia sala de stand, donde se puede ver toda una
colección de safari en pinturas naturales y paisajes de todo tamaño; que hacen
juego con el adorno de las cortinas color crema, que penden de la altura de los
arcos y de los vitrales interiores con dibujos de carneros. Lo que está a la vista, lo
convence; que la difunta era una asidua tasadora de bellas artes. El asustadizo con
un ligero intervalo de ansia espera, reposa cerca de la entrada principal; junto a la
cocina. Pisa la sombra que se asoma próxima al arco de medio punto, que remata
la forma rectangular del vano; que ameniza al pasillo de reparto de la mansión,
que comunica el comedor, la habitación privada y la sala de cocina.

El acabado de los muebles se mantiene todo en madera natural, bien pulimentada.


Los ventanales altos, están equipados con barrotes de cedro biche, cortados en luna
menguante; por su amplitud y frescura, son cómodos para sentarse dos personas;
con deslumbrante vista que domina gran parte de la calle. Afuera, la noche
tranquila; hace que la ciudad sea antigua, donde el silencio se traslada de puerta a
puertas. El desafiante frío hace de la soledad una aliada, que conmueve en sus
entrañas al cómplice; insinuándole a que entre, cómo si supiera todo lo que sucede
en el interior. El agazapado mira a todas partes, en diagonal abandona el cantón
refugiado en su sombra; y salta de una acera hacia la otra, en dirección al portal de
la vetusta mansión de alma primaria; que siente miedo, que siente ansiedad,
porque presiente que su vida también se apaga; como la de la estoica propietaria
que permanece ecuánime ante la desgracia.

Secuencias rodadas en exteriores, llevan a Miguel a una sensación subjetiva


precedida de impresión en los sentidos; para que empuje el armazón que se abre
sin estorbo y sin ruidos de bisagras oxidadas. Al cierre de los pesados tablones,
contiene la respiración con esfuerzo. Expuesto a la luz que alumbra los pasos
felinos que ensucian las baldosas amarillas y rojas que conducen hasta las cortinas,
que adornan el arco principal del límpido pasillo; que parecía un santuario, para
cualquier persona que entre por la puerta principal. El lugar tiene antiguas e
irregulares paredes, Miguel se siente impotente; por encontrarse solo, pero para
evitar riesgos innecesarios decide vulnerar el umbral de una gran habitación
abierta; sin la menor idea de lo que encontraría adelante. De pronto, se tropieza
con los rasgos del rostro magro, borrados por el sudor; que presenta el clásico
chico rebelde que, con afán, hace lo que quiere en las extremidades superiores del
cuerpo que está en estado de indefensión al pie de la mesa. La mente de Miguel
Quintero, queda muy afectada al ver a Julio César ligeramente inclinado sobre las
rodillas; aferrado al esculque de la desguarnecida anciana que difunde en su cara
un dolor vago. Sin imaginarse, que ahora la despoja de un arete de oro con tres
rubíes, de la oreja izquierda; le empuña el antebrazo para zafarle un pulso
compuesto por doce aros gruesos de oro; que le cubrían el antebrazo desde el codo
hasta la muñeca. Sin prestar ninguna atención al compañero, se esfuerza por
sacarle del dedo meñique de la mano derecha; una finísima sortija con piedras
preciosas, que hacía juego con la camándula que está desabrochada sobre la
garganta. Por la obsesionada ambición, no han tenido en cuenta la cultura, los
valores y las artes; en la colección resaltaba una copia de la pintura “La Primavera”
de Boticelli, que encarna el espíritu de Milán; sueño que le traía un poco de
aventura; a la aburrida vida de Meme Gómez. El cachaco contrariado por la
desagradable motivación y por el apremio de las joyas que han obtenido, palidece
a causa de la pesada respiración; que lo lleva a señalar a la víctima por encima de
los hombros del victimario: “¿Qué pasó?”. Julio César conforta el espíritu y
responde con el vozarrón, en tono bajo y despacio: “Se desmayó por culpa tuya”.
“Voltéala y quítale con cuidado el otro arete, la gargantilla y las otras sortijas; que
yo voy a registrar las vitrinas, para haber si consigo unos papeles de valor, que la
acreditan como propietaria de una mina de carbón”. El cachaco en vez, de tomar
decisiones impulsivas; se retira hacia la puerta de salida. De pronto se escucha en
el vacío, una charla incongruente e ilógica: ¿Oye hijueputa, tú pa dónde va? En los
ojos del cachaco, despunta una dulce melancolía y se atreve responder a señas:
¿Qué es lo que usted quiere? Al borracho no se le nota desmayo en su carne, ni en
su sangre. Más luego se escucha un eco: ¡Apúrate hombe, después hablamos!
Diálogo, que pudo haber sido infortunio para los dos hombres.

Un silencio inquietante, invade el lugar. De repente, la desguarnecida anciana abre


los ojos y mira con expresión inconsciente; la imagen invertida del agresor, que
vuelve a inclinarse sobre ella. Siente que la respiración es lenta y penosa,
acompañada por un hilo de sangre y saliva que sale por la comisura de los labios
carnosos; que están humedecidos por el sudor de los bozos finos y de la frente. Sus
ojos empiezan a errar por toda la estancia, no reconoce al forastero que va por un
túnel blanco sin final. Vuelve y dirige una mirada triste y severa a las dos sombras
que la acompañan. Al parecer, todos tenían una expresión siniestra. En Julio César
salta el odio, la ira y el desprecio; se inclina a medias y arquea el enjuto cuerpo;
para propinarle con el objeto romo, un punzante y ardiente golpe en la región
frontal derecha; que le deja una hendidura de ocho centímetros de longitud, con el
hueso al descubierto. Con ademán instintivo e inevitable, la agredida con una
mueca siniestra y la boca abierta; abrió los ojos para volver a ver aquel rostro, que
jamás viera. Tal vez, sea una exageración del adolescente; pero, siente mucho
enojo, lo que lo motiva a golpearla de nuevo. En seguida le secunda un golpe seco,
que le deja un hundimiento en la cervical; con la fractura del cráneo por donde
aparece abundante sangre. El cachaco es una persona reservada, bajo la sombra del
sombrero gris; ni siquiera dijo “mu…” o algo que le sirviera de reflexión. Más bien,
le llama la atención los detalles con que Julio César le indica mediante señas; que
guarde el rosario de oro de dieciocho quilates, que tiene unos veinticinco gramos
de peso; de donde yerguen cincuenta y tres medallitas, siete medallas en espiral
labradas con una fina sutileza; que sostienen un cristo como péndulo. En este
momento, el rostro de Miguel Quintero se torna rudo y pálido; por el agudo oído
que escucha un desgarro que viene desde el fondo de la habitación contigua. En los
dos rostros, se cierne tamaña preocupación; por lo que se escucha. Las miradas no
pueden separarse del diáfano lugar. Sin tardanza, Pollo Julio se levanta de manera
gradual con el claro deseo de darse cuenta de lo que ocurre. Piensa que tal vez, sea
una alucinación producida por los acontecimientos; que han ocurrido en la noche.
Con una voz trémula y anudada en la garganta, le recuerda que asegure las
prendas:

---¡Guárdalas en la cajetilla de cigarrillo Camel! Y ven conmigo a los dormitorios.

---Aguanta un momento, que esta vieja tiene los dedos muy gordos –por su
mutismo, la boca y la voz del cachaco; están llenas de miedo--, no le salen ni los
anillos ni la sortija.

En el discurrir de las palabras, Julio César alcanza a tocar de lado un ángulo de la


pulimentada mesa; que está adornada por un resplandeciente jarrón de cristal
cortado, repleto de gajos de flores artificiales de mil colores; que sirven de apoyo a
la vanidad que siempre han ostentado las “familias de los balcones”. Miguel es
como una sombra que marcha detrás de Julio César, de un lado para el otro;
inquietos, miran y buscan por el corredor, que conduce hacia la puerta de donde
sale el ronquido. Quisieron ver que era aquello y deciden acercarse. A causa de la
confusión que se ha producido entre ellos, no examinan con minucioso cuidado;
las paredes y recodos de los dormitorios; que conservan el mismo aspecto
hogareño de antaño, que están próximo al patio. El cachaco da muestras de una
tenaz inquietud. Buscan entre las sombras, la respiración cercana de la figura que
no llega. Hace un calor sofocante. Todo se siente tan distante, que más bien
parecía; el recuerdo de una vida anterior. Se oyen ruidos débiles, de patas de
grillos tambaleantes; que corren a esconderse detrás de los baúles. Miran con ojos
ausentes, las paredes del pasillo de reparto de las alcobas; que exhiben objetos
decorativos que simbolizan la paz y la prosperidad del dinero abundante. En alto
relieve, se exponen fotografías célebres de toda la dinastía de Thomas Atkinson; y
de la familia Gómez Benjumea. Los relojes de pared, son objetos de excepcional
preferencia; aunque parecía que no estaban detenidos en el tiempo real; sino que
marcaban el tiempo señalado por la inscripción de un papiro, que es testigo
histórico del poder del monarca maya Pakal; que extendía su Imperio desde la
península de Yucatán hasta, más allá del territorio de la cultura guanebucán en la
Serranía de la Macoira. Esta antigüedad fue obtenida en una subasta inglesa, a
donde acostumbraba participar. Por detrás, también, se comunica con la sala de
cocina; donde resaltan objetos de bronce, platos de plata y vasos de todas las
épocas; al igual que pinturas y cerámicas que se fundían en sus ojos. Ahora las
fantasías que los rodean, para conducirlos por los espacios y corredores; enmarcan
la transición de un gran número de objetos asociados al culto, que lo guían hacia el
patio exterior. En una habitación oscura con puertas desplegadas de par en par,
detienen la marcha; frente a la redondez de la hamaca donde duerme el hermano
de la víctima, que cubre el mobiliario de estilo moderno que compone la
habitación; y escondidos, dos vestigios de baúles de cuero con chapas de metal,
que utilizan como depósitos de morocotas de oro y fajos de billetes de curso legal,
de finales del siglo diecinueve; y billetes de tesorería de veinte y cien dólares,
impresos en mil ochocientos sesenta y uno. La violación de los baúles, empieza a
convertirse en una necesidad impaciente. La respiración del dormido, se mezcla
con el viento fresco que viene del patio; lo que hace que, de vez en vez, se le
escuche una tos. Toman su tiempo para pensarlo. Y empiezan a acercarse en la
punta de los talones, a un árbol de guanábano; en donde con estilo se apoyan en
una de sus ramas, para darle vuelo a las ilusiones.

Las emociones fluían. Y llegan a ser como una meditación, el hecho de encontrarse
aquí. Envueltos en el ininterrumpido ronquido del mediano soñador de gordura
androide, cuerpo de oso, cabeza grande cubierta de pelo cenizo, sin cuello y con
mirada cabizbaja. El hombre de rostro cetrino, duerme boca abajo; apoyado del
lado izquierdo, con la cara al filo del extremo de la hamaca; está bajo la mirada de
los tallos humanos, que tienen mucho estrés emocional. Antes de entrar en pánico,
Julio César mira con mucha atención a Miguel, que a pesar de su serenidad
aparente; está poseído de una viva agitación, que le produce un temor inexplicable.
En el momento, le late el corazón con más violencia que de ordinario; en tanto,
que, en su interior; el cerebro libra una batalla incontrolable cuando alcanza a ver
por completo, el cuerpo ágil y fuerte del sonámbulo. Inquieto, se mueve y se
revuelca en el envoltorio; con cierto serpenteo, retoma la larga respiración del
espíritu que se le agotara; y pareciera que superara el trance, de lo que ocurría en el
en el piso del comedor. Ahora, la persona permanece inmóvil y en silencio; de
modo, que el conjunto del escenario, ha podido ser abarcado, de una vez con la
vista. Meditan mucho sobre lo que había sucedido, sin ver las partículas que se
dispersan en la oscuridad. Las retinas lo copian entero, integro; en la inmensidad y
en la infinitud de los colores y los detalles de la humanidad de Grati Gómez. Una
vez más, la situación delictiva del dúo; se ve amenazada. En medio del calor turbio
que siempre ha estado a nuestro lado; Miguel permanece callado, no obstante, su
cara pálida es expresiva del todo. Julio César como controlador y agresivo, procura
separarlo del código de la rutina y trata de inficionarle un mal pensamiento; al
acercarse paso a paso hacia él, para conversarle con misterio al oído:

--- ¡Mátalo!

---¿Umm? –el cachaco elige callar su enojo y angustia, y en vez de tomar


decisiones impulsivas contra el hermano de la víctima; trata de retirarse hacia la
puerta de salida--, al conjuro de la expresión.

Miguel reflexiona por un segundo y con dificultad, logra el dominio de su


entusiasmo. Julio César mantiene la mirada puesta en la cama vacía; de un solo
cuerpo; que está al fondo, con un colchón más pangado que un patacón. Apoyado
en el silencio, Miguel permanece inmóvil durante breve tiempo; y sobre la silueta
negra que tiene por delante, fija con asombro sus inteligentes ojos; limitándose a
responderle:

--- ¡Me voy! --las palabras acompañadas de una dosis de temor extraño, le turban
la razón--, hazlo tú.

--- ¡Cobarde! –repuso al oído, con la mirada empeñada en el dormilón--, ¡debo


matarte!

Por encima del hombro, Julio César lo sigue con la vista. Mudo en última, se
distancia del diálogo; en tanto, que la mirada de él, se precipita por el zaguán; con
la sombra amarrada a los talones. La invisible figura se reduce, al pase por debajo
de la incidencia de la bombilla; y se esconde bajo los pies en movimiento. Luego, se
alarga y se dobla en los rústicos tablones marrones de la puerta; que permanecen
libres de la tranca. Sin ninguna precaución, abre una de las hojas; y cruza el
vestíbulo que lo conduce hacia la calle. En el corredor exterior, un ruido de voces
que orinan al pie del poste del alumbrado público; revelan una sensación de
sorpresa por la extraña presencia del hombre de sombrero gris, con rostro de barba
rasurada; que abandona la residencia de la señora Meme Gómez; y deja trémulos
de emoción a los beodos. Y con manifiesta expresión, los saluda con cortesía
interrogadora: “Qué tal jóvenes”. El hombre de menor estatura, demuda con
rapidez el aspecto de borracho, que había adquirido cinco horas antes; le
corresponde el saludo: “¿Cómo estás, señor?”. El intercambio de palabras, sirvió
para colocarse los dedos en el ala del sombrero; antes de que se le apagara la voz.
El enano, tuvo apenas tiempo para la suspensión de las ganas de orinar y poder
decirle al compañero: “Dante, Dante… viene la vieja Meme”. Lo que sirvió para
que interviniera el nesciente borracho: “Quién es ese forastero que salió de ahí”.
Samuel cansado de su actitud superficial, ignora la advertencia con una expresión
natural: “No sé quién esa cara pálida. Voy a seguirlo”. La ambición personal del
Pollo, lo lleva a manejar la tragedia; como si fuera el protagonista de una novela
bajo el estilo costumbrista; convencido de que los extras aventureros que
estuvieron con él en Camarones, solaparán lo que sucedía en este instante.
Permanece un largo rato dentro de la residencia, porque la ambición personal era
robarle todas las prendas y el dinero disponible. Pero, sus ojos ausentes; se
mantuvieron en la contemplación de la occisa que tenía los ojos rojos; por la fuente
de sangre que descendía de las heridas y se mezclaba con el orín; sobre una parte
del rostro. Parecía que, a su lado, Julio César sintiera el hálito de la muerte.

En el preocupante momento, la abandona y asoma la cabeza crespa por la


hendidura de la puerta y mira con afán el paisaje de la calle. Por la estrechez que
separa las dos puertas, entra el frío de la noche. Todo está tranquilo. Cómo si la
vida se mirara de reojo, así misma. Sale del pasillo con la palanca en la mano y la
balancea como si estuviera dispuesto a utilizarla. Cierra la hoja derecha de la
puerta, sobre su rostro; como si quisiera tirarla. La noche se hace más azul –WÜIT
> PÜSÜ KA > I KAI--, es ahora más transparente; y las estrellas brillan más, con
luces más relucientes. De pronto, ve que un guarda de aduana se pasea por el
amplio corredor del edificio de la Administración de Aduana. Donde sus miradas
horadaban la atmósfera dorada de la bonanza cafetera; y pueda ver con claridad al
lado del edificio, el peripatético ir y venir del agente de aduana Euclides “Mackey”
Padilla Cotes. El olor cálido y fuerte del uniforme nuevo color kaki, llegaba a su
olfato. Desde allí, se veía el final de la cuadra; camina en silencio por el pequeño
espacio que está por delante hasta la oficina de Avianca. De la culata de la iglesia,
una sombra negra con dientes brillantes y boca sorprendida; se mueve
rítmicamente hacia Julio César; él quiso ver que era aquello y fue a su encuentro.
La sombra crece en torno a su cuerpo, como si aumentara de volumen con el correr
de la noche; por el contrario, la de él se alarga delgada y caricaturesca; con la
palanca inverosímil en la mano, lo afrenta con voz antipática y seria:

--- ¡Te vieron salir de la casa… --le dice con toda la gravedad del rostro--, y vi que
te siguieron los borrachines Samuel Serrano Y Dante Lubo!

--- El hombre bajito, me siguió hasta la calle primera; ahí crucé hacia el barrio
abajo, por debajo de la suprficie alar del edificio de Gobierno Intendencial –
responde como si le hubieran concedido la razón--, él se asomó y se devolvió de la
columna que está en la terraza -–sentía en la nuca que los dos hombres les pisaban
los talones---, pero yo iba volando y dejé de lado el edificio de la oficina del S.I.C. y
cuando quise mirar hacia atrás, alcancé la esquina del almacén de sales; que está en
el edificio Muller –hace una larga pausa y luego continúa con la referencia--,
camuflado en la oscuridad, bajé por ese callejón hasta ahí; hasta la calle segunda; e
hice un corto descanso en la puerta de la cárcel de Papillón; como vi que no venía
nadie, me refugié en ese arbusto de trupío –, agitado señala con el dedo índice
hacia la oscuridad--, que está detrás de la catedral; a la espera de que tú llegaras.

--- Esa acción tuya va a traernos problemas –luego agrega--, ojalá que esos
borrachos no te hallan reconocido.
Una situación muy complicada, los había reunidos aquí. Sabían que estaban a
pocos pasos del parque Padilla, donde saben que si lo atraviesan; se ven expuestos
a los paseos nocturnos. La imaginación de ellos, los pone a salvo de los peligros;
que redundan en la vecindad de la arteria principal. Entonces, se detienen un
momento a pensar hacia donde cogen; porque suponen que más adelante, los
esperan rostros, que se borran en la distancia. El cachaco rompió el silencio con
una pregunta imperativa: “¿Para dónde vamos?” El rostro de Pollo era pálido,
preocupado; de pronto se ríe con una sonrisa alegre. Se animan a seguir adelante
en dirección Sur, porque están enterados de que la ciudad de Maracarote mantiene
una tranquilidad de antaño. Las estructuras de cada casa, contienen su propia
conexión; por eso, dan la apariencia de ser tan alargadas, como una cuadra. En la
parte alta, el edificio de madera de la familia Correa; que desde su balcón rescata
una parte importante de la historia arquitectónica, los ve, que van a su paso en
soliloquio; sumergidos más y más en una especie delirante, hasta que se les
pierden de la retina en la inmensidad de la carrera séptima. Ebrios de ardor, entran
en el santuario de la calle “Ancha”. En la clandestinidad, aprovechan las
sensaciones más diversas que la avenida pueda ofrecer. Comparten las dos aceras,
la Escuela Complementaria del maestro Enrique Lallemand; edificación que
inscribe sus cánones, dentro de la arquitectura neo clásica y la “Casa Azul”,
considerada el palacio de los víveres; por las visitas que hacen todas las areperas
del pueblo al señor Leónidas Ocando. Para conservar su exquisito balance e tienda
y ruinas, la acera está seguidas de casucas hechas de barro, tablas techadas de
palma y otras con techo de zinc; que han sido consideradas como una de las
promotoras del arte y la cultura barroca.

Mantienen el paso firme a medida que avanzan, bajo la mirada de humildes casas
sin jardines; que albergan vidas espirituales. El Pollo y el cachaco, no hablan del
perturbador hecho; con el tiempo, ambos se han dado cuenta, que comparten un
perverso interés. En la inmensidad, se abre un vago ramaje del árbol de Ceiba;
perdido entre la repetición de ranchos, que le dan sentido a la vida. Con la
recuperación de la memoria y la verdad histórica, Julio César se da cuenta; que es
blanco en movimiento; la acera terminada por la tienda de Ñeje Ñeje, que abre sus
puertas al árbol de Ceiba. Recuerda que aquí se realizaban espectáculos de
diferentes índoles; para el bienestar de los espectadores, que se acercaban a ver la
cumbiamba que el Almirante José Prudencio Padilla bailaba con la pareja Rita
Rivadeneira. Las hojas y las ramas se abrazan unas a otras; para darle una
hospitalidad sombría a los ranchos que le han devuelto la gloria original. Con una
personalidad encantadora, descendieron hasta que se pierde toda la luz. La noche
los empuja en una sola dirección, pero, en el horizonte; le despierta mucha más
atención; una visión apocalíptica del glorioso monumento a los muertos. La
fachada del camposanto fue construida con la más fina arquitectura; parecía la
revelación de un momento único. Todo el tiempo ha sido observado por aquellos
rostros sonrientes, que allí reposan. Les invade el miedo. Codo a codo, vadean el
curso del llamativo lugar, pasan muy aprisa; como huyendo hacia la mar. Los
perros que les ladran; transmutan esa energía de dolor. Eso obliga a los dos
fugitivos a que revelen cuentos fantásticos y verdaderos del pasado; en la medida
que se trasladan hacia el frondoso trupío que vigila los tugurios del humilde barrio
El Guapo. De súbito, Pollo siente frío en el cuerpo, por las salpicaduras de sangre
que le dejó la vieja Meme y por los vientos Alisios que soplan del norte. Penetran
en el arrabal dormido, que ni a sí, deja de ser escenario constante de injurias graves
de palabras; basadas en calumnias injuriosas, hechos falseados y bajezas enfiladas.
Pasan por el centro de la calle, que antes fue camino; y todavía, no han podido ver
los mechones procedentes de las cocinas y de los aposentos de los bohíos
recostados, ranchos en canilla cubiertos con techo de yotojoro y media aguas con
techo de pajas, que le dan apariencia de artes visuales adornadas con falsas
paredes pintadas de cal. En estos albergues se refugia el viento, y da frescura al
hogar compuesto por Cotire, la mujer de Che Mondongo, a Ramona Márquez, la
mujer de Che Bola, el bohío de la vieja Bey Pimienta, un cuarto en ruina ocupado
por Carranza “Tuilasnubes” y Pedrito “el mello”; del mismo modo, y en ese orden;
en la otra acera, gozan del privilegio de Morfeo; Cresenciana Cuán, Meme Moreu
la mujer de Che Polelo, Julia Pimienta, la mujer de Juan “el mello”, el rufián de
Güipia Pinzón y María Francisca Moreu, la mujer de Canagúey Sierra. No se
percibe voces de los alborotos causados por los remeros que hacen alarde de su
odisea; antes del zarpe para la faena de pesca. Sienten que el populachero barrio,
está lejos de la realidad. Más adelante, los encorajinados prosiguen la marcha con
más ardor, con más entusiasmo. En apuro, salieron de ese nido de contagio y de
sueño irreal; que viven los pescadores. Es sabido por Miguel, que a pesar de la
memoria almacenada de Julio César; este conoce en todas sus formas los secretos
del lugar. Caminan con seguridad por el pavimento arenoso del final de la calle la
“Libertad”, porque saben; que están a corta distancia de la zapatería. Se preparan
para rebasar con grandes zancadas la tapia del culuco “Ecce Homo” de Anchícale
Quintero; que sostiene un recostado árbol de jovito. Donde enseguida murieron
sus pasos. De pie y en completo mutismo, permanecen aún insignificante; y
considerados invisibles. La ingesta del licor consumido por Pollo, ha hecho que por
las venas de Cachaco; corra una sensación fría y somnolienta, al verlo que saca del
bolsillo un manojo de llaves; que había sustraído del bolso de la viuda de
Atkinson. Oportunidad que se le ha presentado al voluntario, para que animara un
diálogo; fue muy cuidadoso con la pregunta:

--- ¿De dónde sacaste esas llaves? –hace una larga pausa--, ese manojo de llaves y
esa palanca, son muy comprometedores; hay que salir de esas vainas.

Para evitar correr riesgos innecesarios, hay sólo dos direcciones; hacia arriba la
zapatería o hacia la mar.
--- Acompáñame a la orilla de la playa, para botarlas.

Consideran que era necesaria la vía de acceso hacia la mar. Con extraordinaria
sutileza, lo piensa rápido y se va con él en andas; el uno detrás del otro. Para evitar
el encintado de la acera, penetran por el tortuoso camino, donde los torrentes de
agua lluvia que afectan el suelo; han abierto descomunales grietas que amenazan la
casa pequeña y mal construida de la dibullera Viviana Mejía Rosado y la estancia
de asiento de la señora Dioselina Mendoza, esposa del patricio Clemente Iguarán;
que se encuentra en una situación difícil, dolorosa y comprometida. Con cuidado,
atraviesan el reducto de la calle primera. Apremiado con aquel aire propio, bajan el
muladar repleto de basura; a tropezones chocan con troncos y ramas secas, que
fueron arrastrados por la corriente; llegan a la arena húmeda y se detienen donde
duermen las olas. Una vez sobre la arena mojada, desabrocha los botones de la
camisa pringada de sangre; con la mano derecha saca la palanca del gato del
Willys y con la mano izquierda extrae del bolsillo del pantalón, el copioso llavero;
que aprieta entre los dedos, con una inquietud incomprensible. Apoyado sobre las
corvas, hace un esfuerzo ciclópeo sobre el jorobado cuerpo; y con los brazos curvos
a manera de díscolo, lanza en secuencia de planos; las herramientas que caen al
fondo del mar, evidencias que podrían servir a cualquier testigo ocular para
delatarlos. Están cegados y no ven las advertencias.

En sus ojos la amargura se llena de oscuros colores. Consumidos por la lujuria y el


orgullo, el regreso lo hacen cabizbajos. Minuto a minuto, y a la luz de la pálida
luna; respira el relente del crepúsculo nocturno. Se quedan callados por un largo
momento. Recorren a pasos lentos, la vía de acceso que la conduce hasta el poste
terminal, de la calle la “Libertad”. Invadido por una inquietud incontenible, que no
lo deja estarse tranquilo; Pollo mira hacia el barrio “Pimpá” y suspira tan fuerte;
que el respiro llega hasta el taller de calzado. Ahora se peina la cabeza con ambas
manos y mira hacia el suelo y sin que diga una sola palabra, su conversación pasa
por los oídos del cachaco; mientras, caminan en dirección hacia el lote, donde se
encuentra el chasís Fargo. El huésped no reprocha nada, por encontrarse turbado
delante de la presencia del mesonero. Rendidos por el cansancio y desasosegados
por la imaginación; entran en diálogo:

--- ¿Dónde están las prendas? –con inflexión del vozarrón, inquiere a Miguel--,
entrégamelas para mirarlas.

---¿Cómo para qué? ---pregunta el cachaco con afán--, todavía, me quedan dos
cigarrillos en la cajetilla.

--- ¡Bótalos y dame esa mierda! –la voz no sale de su garganta, sino de los
meandros del sueño--, en el patio tengo un sitio seguro, para esconderlas.

De esa manera, los clandestinos llegan al habitáculo. Con la mente falta de espacio
y las manos temblorosas, Julio César zafa la tira de trapo; que mantiene asegurada
las dos hojas de la emparchada puerta. Las abre de par en par, para que Miguel de
marcha adentro con el pie izquierdo; y bajo un dominio ideológico, siguen en
silencio hacia la sala. Una vez adentro del caluroso y pestilente albergue, Miguel se
abre paso hacia el aposento oscuro. En el afán de relajar su cuerpo, suelta las
güaireñas y estira los dedos del pie. Tumbado de espalda sobre el lecho de fique,
con el sombrero de copa en el pecho; da la apariencia; de que se encuentra
indiferente, a lo que ocurre en el entorno. Lleno de gozo y íntima satisfacción,
revisa el agujereado y oxidado zinc alemán. Se reconforta con los gigantes lucero,
que se ven por los pequeños orificios. Pensativa gira la cabeza a todos los rincones
del rancho y del patio. Todo lo piensa con tanta naturalidad, que el ronquido; ya
no le preocupa al compañero. Dos pasos bastaron para que la silueta llegue al
borde de la cama, donde permanece sentado; agobiado por el cansancio, estira el
cuerpo un largo rato y permanece rígido, con las manos encontradas debajo de la
cabeza. Con las pupilas abiertas por completo y con sentido de culpa en el espíritu,
en un tris de sueño; todo el lustre desapareció de la vista.
CAPITULO V

Por la acción de una ligera corriente de aire, se dispersan las nubes; para que se
asome la aurora. Para el logro de la noción del tiempo, Pollo se sitúa en condición
eidética. A las cuatro y doce minutos de la mañana, los gallos de riña de Joaco
Barros; irrumpen el silencio, con su acostumbrado canto matutino; como si el
vecindario estuviera habituado a levantarse con el ritual de las aves de corto vuelo.
El enguayabado despierta un poco asustado, empieza con el acomodo de las nalgas
sobre uno de los largueros de la cama oxidada; por la visión perturbadora que tuvo
anoche. Con suave movimiento yoguístico, se pone en ocasión de levantarse; afinca
los pies sobre el espíritu de su sombra; lo que aprovecha para corresponderle la
mirada a Miguel; que con los ojos insiste en saber el porqué de los hechos de
anoche. Hay luz por todas partes, Julio César con los ojos llenos de incertidumbre
y de temor, camina hacia el espacio existente entre la pared y el tabique. Define su
mayor desafío al bajar la mirada hacia el baúl de troncos rudimentarios y tablas
primitivas; que sirve para que el viejo Colá Louis guarde el imán, los potes con
tachuelas, puntillas, betún y las herramientas con las que lleva acabo el oficio de la
zapatería. Esta especie de arca a la ligera, está cubierta con una tapa rústica
añadida con bisagras rupestres de suela de guaireña; que lo convertían en un
clásico tradicional de la cultura guanebucán. Lo que convencía al zapatero, que el
arte siempre estaba ligado a las necesidades sociales. En la mañana, el ánimo en la
casa de los Louis; cambia por completo. Y Julio César trataba de comunicarle sus
pensamientos a Miguel; que estaban llenos de tragedia:
--- ¡Hola Miguel! qué tal lo de anoche? –en estado afectivo, trata de comunicarse
con el amigo; tan bien como con cualquier otro--, te comportaste como un buen
muchacho.

El cachaco responde con un bostezo, entre cuyo fondo; se pierden las palabras.

--- Me rendí, pero, estoy despierto desde las cinco –los presentes guardan un
recogido silencio--, aunque toda la noche, la pasé con una tos molestosa.

La brisa y la arena que corre en el entorno, y cubre los cuerpos andantes; forma
imágenes virtuales que no existen. Con el correr de los minutos, Julio César siente
pasos ligeros que no hacen ruidos. Miguel se aproxima a la ventanilla que da a la
calle del Templo; con el corazón cargado de miedo y de nostalgia. Aferra sus
puños a los parales con visible rostro de enfado, como si ocultara una moral
maligna y temerosa. Acomoda la cabeza en el espacio que dejara la partida de uno
de los parales de la rústica ventana. Lo que le serviría de pretexto para el entable
de una conversación con el amigo de farra, sobre los hechos que llenan de
recuerdos a la memoria de los dos invitados. De pronto, Julio César con cierto rigor
psíquico, con la boca apretada y los ojos llenos de recuerdos; se queda con la vista
puesta hacia la vía compuesta por la concurrencia de varias casas; como si dudara
de que la silueta del hombre que caminaba por los imponentes pasillos exteriores,
es el juez del circuito. En el transcurso de las palabras, el nervio los puso a
distancia; de pronto, Miguel tosió y sus ojos se inundaron de lágrimas por el humo
que expelan los trocitos de carbón vegetal; que retozan en la superficie del
guarapillo que preparaba en la cocina la vieja Yeya. En la sala, los hombres
guardan reposo de pie; el cachaco se encorva detrás de la ventana y acomoda la
cabeza en el hueco dejado por dos barrotes rotos; que lo dejan fuera del alcance de
las ideas y las miradas de todos los que vienen y van hacia los extramuros del
barrio la Boca del Lobo. Dibujado sobre los acontecimientos del día a día, el
hombre de corta estatura, y buen vestir por la camisa blanca, manga larga a rayas
azules y corbata roja, acompañada de un pantalón de paño gris que hace juego con
la brillantina de los calzados corona; que dejan huellas al descubierto en el
pavimento arenoso. Lo que permite que Julio César dramatice la fantasía de una
coartada sólida, que desencadene en la persuasión del juez del circuito; que traía la
mirada extendida hasta la parte más indómita del barrio arriba. A mitad de la calle,
aprecia un extraño movimiento de personas que atraviesan ligeros; de una acera a
la otra. Sin que aparte la vista, el hombre de la justicia se detiene a medias; y con
un español cargado de guajirindio, parlotea frases tan elásticas; como el llanto de
su casta:
--- Julio César, buenos días –ínsito del mestizo al inquirir con mucho entono y
una ligera preocupación--, ¿qué pasó por allí?

--- ¡Hombre, no sé dotor Smit porque acabo de salir de mi casa –traza la mirada
hacia el barrio arriba y responde con aparente estado de sorpresa--, algo raro pasa
allá!

A la vista del juez Noli Smit el compañero Miguel Quintero, bajó lo alto del
sardinel y atiende de cerca la solicitud que hizo el representante de la autoridad:
“Ahí hubo un choque”. Julio camina despacio y con confianza le habla el vecino:
“Eso es raro, choque a mitad de la cuadra” hasta acompañarlo el buen trecho qué
desde aquí, le aguardaba el domicilio. Con el respeto que la autoridad inspira,
platican de manera alternada:

---¡Si es raro, sólo un accidente de dirección podría acarrear un choque a mitad de


la cuadra! –interviene con el espíritu agitado de Julio César, luego agregó--, algo
extraño está pasando al frente de la casa de don Grati.

--- ¿Choque a mitad de la calle? –se pregunta el civilizado, con palabras que
turban el pensamiento del acompañante--, eso es raro.

--- Sí... eso es raro, doctor Smit –dice Julio sin detener el paso y da muestras de
que no se apercibió de los hechos producidos.

--- Julio hazme un favor –con confianza Noli se apresura a decirle--, anda a darte
cuenta de lo que ocurre allí; que yo espero aquí, para que me comentes.

Al parecer, todo lo que hacían era desinteresado. Por el desempeño del oficio, el
juez guarda la debida fidelidad a su vecino; que le ha sido fiel en el trato. Lo que
no sabe el juez, es que detrás de esa fachada de persona leal; la realidad es otra.
Comprometido con la hora del desayuno, quedó atrapado en sorpresa en la
entrada de la puerta; de la casa adosada nueva con fachada blanca y ribetes azules
que comparte paredes laterales con el edificio de chalé 9-02, destinado a vivienda
familiar. Desde allí, la retina de Julio César, llena por completo el campo visual de
la calle el Templo; de donde se contempla con bastante amplitud, el ir y venir de la
parentela de diferente estirpe; que, llevados por la curiosidad de lo que acontece,
circulan por el centro y las seis entradas de la arborizada plaza pública. Pollo Julio
que había pasado una noche fatal, porque no había podido dormir; lidera el
camino en dirección de la escena del crimen; avanza sin remordimiento en medio,
de un espacio de techos que no miran. La deshidratación le provocaba confusión y
la pérdida de la memoria. Los ojos trigueños se salen de su rostro, como si
quisieran adelantarse a su curiosidad y a su temor. En la frente se aprietan las
arrugas y forman cauces por el sudor abundante. Le despiertan los sentidos, un
ruido de caballos de vehículos de tracción animal; que vienen en dirección del
mercado. Finalmente, se vio acompañado por el miedo; hasta tanto no haberse
visto en lo realidad. Hoy, el lugar dista mucho de su reputación bulliciosa; en el
ámbito de la aristocracia del dinero, sobresale la clase noble de la aldea. Por alguna
circunstancia, un pequeño grupo de personas de carácter hereditario; que tienen
una relación muy cercana con la víctima; impresionan por el murmurio donde
trataban el discurrir de la vida de este personaje oscuro. Un minoritario grupo de
individuos de manera propia se refieren a ella, por su apego ciego a la práctica de
la fe cristiana; y a la actividad artística de su performance por la pintura al óleo de
Débora Arango con el formato metafórico de los cañones que utilizara el General
Gustavo Rojas Pinilla para el derrocamiento del gobierno de Laureano Gómez;
pintado al parecer en forma de sapo. Y con tanta discreción hablan de otros
cuadros, donde la temática se aproxima al paisaje de pintura al desnudo. El truhan
con gestos y patrañas, procura divertirse y va a instalarse con asombroso estado de
sorpresa; en la esquina del Café Gambrino. Hay un nerviosismo distinto. Como
una estatua, mudo, quieto y grave; daba muestras de que estaba muy afectado. No
sabía cómo iba a volver a la casa del doctor Smit, sin embargo, todo estaba en
absoluta normalidad; pero, el ingenio animal del hombre estaba reservado para
que encuentre las 08:13:45 a. m. cómo hora ad quem de su partida del duelo.

A esta hora, la soledad se torna llena de ocasión. Disfruta de un goce


extraordinario al ver calle abajo, que Mingo salas sale del depósito de Gerardito
García; con tres pares de varillas de hierro, en dirección a la fragua; con los que
elabora listoncillos de hierro para los enrejados, que se ponen en los ventanales.
Aprovecha que todos los que están a sus alrededores, tienen un aspecto distraído,
vago con las miradas fijas por la inquietud de saber cuáles fueron las causales del
móvil; promovido por la voz de alarma del imaginario general. En medio de
decenas de viviendas que guardan el legado de sus constructores, lo alcanza a
pasos forzados. El viento y la arena se fue llevando los recuerdos, que
acompañaban el ruido que hacían las varillas; que no dejaban que se escucharan
las confrontaciones que llevaban en la boca, basadas en las lamentaciones; sobre lo
que le había sucedido a la pobre viejecita. Los sabuesos hablaron mucho de la
celosía, en gran parte del recorrido de las tres cuadras; que parecieron
interminables para Julio César. Sin ninguna explicación, el indulgente deja que siga
de lado el herrero; y con disimulo entra en el domicilio social del doctor Noli Smit,
para informarle sobre los sucesos:

--- ¡Dotor Smit –el informante enfoca sus preocupaciones y esfuerzos en el juez
para decirle--, el asunto es de muerte!

---¿Qué pasó… --Noli deja de lado el desayuno y reitera--, ¿Quién murió?

--- Encontraron muerta a la señora Meme Gómez –con una mirada integral se
había dado cuenta que la calzada era un corral de gente –, pero el que manifiesta
sentimientos de aflicción es don Grati, quien le comentaba al médico Nelson
Amaya, al médico Rubén Fuente y a los señores Miguel Gómez, Juancho
Christoffer y a la señora Emilia Gumercinda, “que él tiene por costumbre a salir a
las seis de la mañana, a tomarse un café donde su hermana Mercedes; y le extrañó
que vio encendida la luz del pasillo y también vio que puerta no tenía la tranca, lo
que le hizo pensar que se le había olvidado a su hermana Remedio; pero nunca
pensó nada malo –hizo una pausa y agregó--, que fue a abrir la tienda y cuando
regresó a desayunar, encontró a su hermana Meme tendida en un charco de
sangre, al pie de la mesa del comedor”. Al mismo tiempo, estuve muy cerca de tres
agentes del S.I.C. que conversaban en secreto con el alcalde Luis Eduardo Aponte
González.

---Julio siéntate en el mecedor y espera que yo termine de desayunar, para que


me acompañe.

--- Anda… dotor, no puedo acompañarlo; porque debo ir a comprarle un cuero a


mi papá –miente el indulgente, inclinado en el disimulo de los yerros; porque no
quiere volver a la escena del crimen y dice de manera propia--, voy a llegá a la
casa.

--- Anda a hacerle el mandado a Colá. –luego de un juicio de cuatro segundos--,


que yo iré a la oficina a ver si hay algo ordenado para el levantamiento del
cadáver.

--- Así, que recuerde también, alcancé a ver a... al –habla con dilaciones y con la
mirada fuera del contexto de la conversación--, médico Ramón Gómez Bonivento
que mantenía una información sobre la reserva de los hechos; con el boticario
Alberto Ricciulli Gómez, acompañados de la señora Josefita De Luque, de la señora
Mariana Gómez de la señora Luisa Santiaga Márquez y un abigarrado grupo de
mujeres que profesaba una lealtad a la difunta –quiso seguir hablando con
versatilidad, pero fue interrumpido por el ruido de la silla; al ponerse de pie el
juez; deprimido se expresa con entera confianza--, vamos a ver qué es lo que pasa.

El convidado deja la diplomacia de lado y se esfuma en el momento dado, en la


parte exterior de la puerta. Con él, sus pensamientos discurrían por todos los
pormenores; de la horrible noche que había cesado. Lo que aprovecha para el
lanzamiento de conjeturas, al antojo y voluntad de parejas de vecinos y conocidos
que están de pie; de fachadas al lado y lado de la vía hasta mitad de la cuadra.
Presuroso y confundido entra a la humilde casita de la vieja Yeya, con la creencia
de haber hecho algo por sí mismo. Puerta adentro, eso llevó a Julio César a
obedecer su corazón; y con vehemencia obra de manera irreflexiva y pidió permiso
para sentarse en la mesa del comedor para compartir el momento del desayuno
con su mamá. Con la confianza de escuchar mejor su voz, no tardó en presentar
manifestaciones y demostraciones exageradas, que parecían plegarias que lo
hacían sentirse mejor. Ya, que minutos previos; había visto que algo le preocupaba
al juez.

La falta de apoyo social afectivo y el malestar psicológico que le da frecuentes


síntomas de ansiedad y depresión; lo llevaron a sentarse en una de las sillas de la
mesa del comedor, donde algunas veces ha compartido el desayuno con la vieja
Yeya. Mientras comían en el lugar de la remisión, se veía decidido a renovar sus
templanzas y virtudes. Eran plegarias para sentirse mejor. Era algo de ellos, que
después que terminaban de hablar y de comer; durante hora y media se referían de
manera desobligante hacia el guatemalteco y hacia el cachaco. También, acordaron
qué no seguiría con la rutina de salida matinal, para reunirse con los amigos de
parranda. Al patético se le paraliza la mente, al escuchar que el acompañante
separaba la tranca que ajustaba la puerta de la zapatería; que da hacia la calle la
Libertad. Antes de que alcance la luz del sol que ilumina el vacío de la terraza,
donde está el chasís Fargo de cabina verde y guardafangos negros; Julio César
arrastra la silla hacia un lado, hace un estruendoso ruido para dar marcha atrás. De
inmediato, se desplaza por el patio y el traspatio; alcanza el lugar más oscuro de la
zapatería y pasa raudo muy de cerca del papá que realiza labores de cosido de las
suelas de un par de zapatos. Lo sigue con la mirada hasta que se recuesta a la parte
del chasís, que sale de la terraza; armazón donde había encontrado el momento de
reflexionar, y desde el cual explayaba la vista desde el inicio del barrio El Pimpá
hasta el final del barrio El Guapo. La improvisada presencia del Pollo, al cachaco le
pareció ser la bien intencionada persona que lo abordaba; y vacío de palabras, le
pregunta fuera de tono:

---¿Por dónde andabas Julio César? –interroga con semejante inquietud, mientras
permanecía lleno de intranquilidad--, ya pensaba locura, por la demora.

---Acabo de llegar del duelo, le di pésame al hermano de la víctima –emplea un


lenguaje moderado para hacerle un imprudente relato--, pero ahora me enfrento a
un complejo de culpa, porque yo fui quien les dijo; que a mí no me parecía, que
había sido de muerte natural –pelea contra sus emociones --, pensándolo bien, me
vine cabizbajo y sin darme cuenta; terminé en la tienda de la señora María Aguilar,
en donde Conde Henríquez, me brindó un par de cervezas Bavaria.

--- ¿Pollo tú estás loco o estás borracho? –el cachaco aún no logra entender las
acciones del sospechoso--, viéndolo bien, tú mismo te has delatado.

--- La verdad es que estoy enguayabado. Acompáñame a la calle ancha, te invito


a tomarnos cinco cervezas bien frías; para calmar esta pasma. En la tienda de Kika
Arellanes, las venden congeladas.

El sospechoso y su acompañante abandonaron el lugar vacío de la zapatería.


Siguen la rutina de salida hacia el barrio abajo, Pollo lidera el camino que conduce
hacia lo que llegaría a ser la carrera décima; el conjunto de personas que vive en los
diferentes hogares de la vecindad, lo siguen con las miradas, hasta que son
absorbidos por la maravillosa lengua de fuego que agita la fragua de la herrería de
Pablo Salas. Para sortear el saludo de los hijos del herrero, pelean contra sus
emociones. Desde lo alto, pueden divisar el trazado de cuartos trastero. La ruta del
callejón de Magrí les resulta conocida, van en torno a las ideas y miradas de toda la
vecindad; en sus labios se dibujan las palabras, sobre los acontecimientos del día a
día. Con sus ojos recorren el paisaje del paso estrecho y largo. El camino invita a
perderse en los hedores del orín y el estiércol del asno de Simón “el manco”
Vanegas, dan marcha adelante y tropiezan con la imagen reveladora del rancho
amarillo de la indígena Enriqueta López; éste trastero le ha dado de que hablar a
Julio César, porque en su diálogo ha considerado; que de manera religiosa el juez
visita a su madre todas las mañanas. Más adelante, alcanzan los colores de las
cuevas pequeñas con aposentos pobre, incómodos y oscuros; en sus patios habían
sido sembrados hermosos árboles ancestrales de los principios ortodoxos
guanebucán: tamarindo, mamón, papayo y mango que todavía se abrazan con
timidez; los frutos nunca se han visto interrumpida por la juventud de la
primavera. Las pocas sombras que arropan las veras, vienen de los techados de
yotojoro y palma en dos aguas; cubren algunas casucas con paredes de arcilla
amarilla. En el corto trecho, tropiezan con un río humano; que va y que viene bien
vestido, al hacer alarde de su acostumbrada sencillez. El aire fresco llega norte, en
su revoloteo trae el olor a pan horneado que viene de la panadería de Isabel Julia
Bernier; en esa casa vieja de ayer, los deliciosos panes son amasados con las manos
mágica de su hija Gachi Gómez. Las calles afluentes están llenas de anuncios para
la elaboración y venta al detal de calillas y tabacos. Les resulta conocido
encontrarse con Choño Campo. La película del final de la bocacalle, parece una
sesión de caricaturas improvisadas; que son interrumpidas por la invasión de la
morada rosada con azul celeste, del maestro José Ramón Rosado Ávila. La realidad
detrás de esa fachada de lujo, se debe a demostraciones de sentimientos y
quebrantos; comentario que hacía Julio César de un vago recuerdo de esa
sensación de orgullo al compañero; Miguel suspira y gime sin querer, luego
piensa: “eso no estaba en mi área de experiencia” y con la tranquilidad que llevan
de la marcha progresiva, empiezan a rebasar el acabado de calicanto y cemento de
esa antigua gloria colonial; donde el alma tapizada de la extinta, los lleva en la
dirección que habían tomado de manera acelerada; en procura de la retroacción del
quiebre, para dar alcance a la embocadura que los llevaría a la margen derecha del
sombreado paraje de la avenida séptima.

Quedaron callados por un largo momento, que no llenó del todo; la satisfacción de
sus pensamientos. En el centro de la calle ancha, aparece en primer plano la
trifurcación del tallo que tiene un grosor de tres metros de diámetro; el género
urbano es el cuadro de un árbol de ceiba que da origen a variedades de ramas que
se dividen en ramas cortas y delgadas; que tienen la función de un mayor
crecimiento y ampliación de las coberturas de las hojas fotocromáticas, que definen
naturaleza y familia. En este barrio de memoria colectiva, invadía el espacio del
entorno; el rancho vacío del cotero Lole el Mocho, que les da la idea de una escena,
marcada por el dolor y la tragedia; y de la covacha subdividida de Juliana
Mendoza, que cerraba la puerta detrás de ellos. Por el frescor de la sombra, es
lugar de encuentro de propios y visitantes; es la otra acera, donde está el rancho
desnudo de Sebastián Dandarét y la tienda 10-07, pintada de azul con blanco;
atendida por la dependiente Kika Arellanes, donde se vende al público bebidas y
artículos de comercio al por menor.

Las familias presentaban una visión clásica del estilo de vida, de las personas
humildes que habitan el vecindario. En el trecho que separa una acera de la otra,
tropiezan con un río humano; que entra al abarrote de Ñeje Ñeje, donde se vende
al menudeo; artículos comestibles como la elaboración de bola de cacao, café,
panela y los colores de las hilazas; que empleaban en la evocación de su herencia
indumentaria. Los trotacalles apoyados en el silencio, atravesaron la avenida bajo
el resplandor del sol, que los había puesto a ver versiones pasadas de ellos mismos.
Con disposición anticipada las almas con figura humana; tal como son y como
viven, quisieron asegurarse de que no se perdiera esa atmósfera de taberna, para
que la tendera reconociera a Julio César como una apuesta figura, de buen gusto
para beber; y tuviera el interés de atenderlos, con la misma delicadeza que lo hacía
con el borracho que se dormía en una de las mesas. Una vez saludaron a la
dependiente Kika Arellanes y al conocido beodo, que se comía con avidez un trozo
de carne asada; se hicieron a la mesa donde el borracho platica a solas, en su
dialecto y en sus propios términos; lo que se había interrumpido, en el momento
del arribo:

--- Julio Mendoza, te alcancé a escuchar que en Ciénaga hay un señor que cambia
una camioneta nueva por un volteo.

--- Oiga tocayo, ahora no recuerdo el nombre del tipo; pero, mañana me puede
buscar, que se lo tendré.

--- Julio Mendoza… aprovecha que la carne está caliente, porque si se te enfría; se
pone desagradable por lo gordo –intervino Kika en el instante en que destapaba un
trío de cervezas Nevada congeladas, luego agrega--, déjenlos porque él está muy
borracho y es mejor que se vaya a dormir.

En el entorno hay un mejor ambiente emocional, lo que obligaba hacerle señales


con golpes de manos; a la tranquila propietaria. Los pares de cascos de cervezas
servidas iba en aumento, lo que ella hacía con entusiasmo; muy a menudo. Con el
paso de los minutos, Julio Mendoza toma confianza y llega a un acuerdo verbal;
para despedirse de los integrantes del trío:

--- Tocayo… si se acuerda mañana, dígale que le cambio la camioneta por mi


camión.

--- Pollo… si viajo en estos días para Fundación, trataré de arribar a Ciénaga; y
conversaré con él, acerca de tu propuesta –lo decía como fórmula de cortesía para
despedirse, mientras caminaba con febril agitación--, y a mi regreso te traeré una
respuesta.
--- ¡Oye! Julio Mendoza, si logro un acuerdo con ese tipo –Pollo se lo decía sin
ambages-

--- Julio César, déjalo que se vaya, él está amanecido; y después va a tener
problema con la policía que está de batida en la calle; por el asesinato de la señora
Meme.

En el ambiente de trabajo que siempre le había servido a Kika para relacionarse


con la clientela, que ahora aumentaba la tensión; por el drama que conmueve a la
familia Gómez Benjumea. Durante todo el medio día, la atención hacia la cartera de
clientes; le generaba una mezcla perfecta de magia y comedia. Para el despacho del
consumo de vinagre, cebollín, aceite y arroz; que se vendían como sobrantes de
cocina; lo que no le permitía a la servidora, que apartara sus ojos de la defectuosa
cicatriz que cubría la escasa barba del pómulo derecho del forastero. El
permanente cambio de discusiones, entre los dos socios; hacía que se acrecentaran
las sospechas. Pollo habla todas las veces, y cachaco renuente; cumple todas las
ordenes. Disposición que a menudo se veía, en el rostro descompuesto del
conterráneo, que dejaba escapar ahogados suspiros de su pecho. Los minutos
avanzaban y se volvían horas. La juiciosa reflexión de la provinciana, le permitía el
sostenimiento de constantes atenciones y cuidados para la sensibilidad de la
parentela y clientes. Afuera, es otra la situación. La imagen sin tiempo; poco a poco
empezaba a extenderse sobre la facera de techos y paredes declinante, que
preceden el final de la tarde.

Más allá de las presiones ejercidas por las repugnancias de las hablillas manifiestas
del imaginario general que llegaba de compra; acordaron separarse después de
esta última servida de cervezas Nevadas, porque el ambiente se sentía muy tenso.
En el ángulo que formaban las dos paredes del recinto, se acodaron y se
mantuvieron remisos; desde, donde un Ford, modelo 1952, que estaba fuera del
campo visual; ganaba la distancia, que a menudo patinaba en el trillo de arena que
cubría la calle. En primer plano se escuchaba el sonido cantarín del ayudante que
vociferaba con rehilamiento: “¡San Juan… ¡San Juan… a las dos, pa San Juan!”. Con
el paso de los minutos, apareció el bus mixto Rosario de color gris, con franjas
amarilla como enviado por Dios; porque hasta este momento; se sentía culpable de
conciencia, por el compromiso que había adquirido con mama Yeya; para que
Miguel desocupara la pieza de la zapatería, hoy, mismo. Después, de haber
experimentado muchas emociones al mismo tiempo; Pollo sin dirigir la mirada
hacia la dependiente, se separa del taburete, hace un rodeo alrededor de la mesa y
toma la decisión consciente de acercarse hasta la primera banca del bus escalera. Y
con una señal personalizada importante; se dirige hacia Lucho Castro, temeroso de
que, no fuera a reconocer que él estaba en el código de mejores amigos y le fuera a
decir; que ejercía como conductor de ocasión:

---¿Compadre Lucho, me lleva a la provincia?

---¿Cómo qué si te llevo? --con el rostro franco, Lucho personificaba la idea de


querer servirle--, a ti te llevo veinte veces.

---Lucho, ¿y si te digo que el chance no es para mí, es para que me colabore con
un amigo?

---A su amigo, no –lo simpático fue que Lucho hizo una buena distinción--,
porque no lo conozco.

--- ¡Ombe… Lucho! llévese a este carajo, que está varado aquí; y no tiene ni para
el pasaje –Pollo procura ocasión para mentirle--, este señor vino a buscá trabajo
aquí y no ha levantado

---Oye Pollo… ¿cómo hago para complacerte? –emplea una callejuela de


reservista para eludirlo--, porque dicen que ésta señora Gómez no murió, si no que
fue asesinada –con evasivas piensa y pregunta--, ¿Tú qué sabes de eso?

---Esta mañana estuve con el doctor Noli Smit allá –medita con particular
cuidado y atención--, le dimos pésame a don Grati y él nos hizo el comentario, de
que al parecer; la había sorprendido un infarto, y se había golpeado con la punta
de la mesa. Pero, por los comentarios de la gente que ha llegado a esta tienda de
vbarrio; se dicen muchas mentiras en esta novela –miente más que habla--, por que
manifiestan con vehemencia lo dicho por otros.

---Entonces, en qué quedamos… --con un suspiro rompe el sermón de la noticia,


el trato afable del conductor--, para hacerte el favor, dile a tu amigo que se
embarque, porque más adelante; voy a recoger dos pasajeros y una carga de sal
para salir a las dos.

---Compadre Lucho –con especial contento sonríe y muestra la dentadura


manchada de nicotina--, mientras usted recoge los pasajeros y embarca la sal;
nosotros vamos de rapidez a la casa, amarramos el equipaje y nos vamos a
esperarlo frente al hospital.

---OK… espérenme donde está el mojón del kilómetro dos, del camino real.
--- ¡Bien, primo!

El usuario de la vía da marcha adelante en el bus de transporte la Veloz, en busca


del creciente tráfico de pasajeros. Para Pollo Julio los segundos de ocio, se
convirtieron en minutos; y de esa manera le fue clásico verlo alejarse por debajo de
los ramales de la Ceiba petandra. El falsario daba media vuelta y con pasos cortos
ingresaba al entorno que los rodea en la tienda de barrio. En torno a la mesa de
cantina, lo esperaba su acompañante que no podía creer lo que les oía a los clientes;
que minutos previos a su ingreso, hicieron toda clase de comentarios. El cachaco
tenía intranquilidad, por haberse enterado de algunos mensajes que lo vinculaban
con el asesinato. A medida que corrían los minutos, la pesadilla se desarrollaba en
él, porque sabía que los organismos de policías habían recolectado cierto material
probatorio para dar con los responsables del crimen cometido la noche anterior. El
ambiente era muy tenso. Pollo perdía minutos preciosos en ponerse de acuerdo
con la tendera, por la cuenta de las dieciséis cervezas, más un paquete de
cigarrillos Lucky Strike y más una cajetilla de fósforo Globo. La significativa
cantidad, fue cancelada con saldo favorable a la acreedora; corta el diálogo y con
un álbum de mentiras oficiosas, se dirige con afán hacia el punto focal. Y con los
vueltos apretados en el puño de la mano, se disponía a acomodarse en el enredado
de la mesa con el asiento. Emocionado, exculpa palabras con la vista puesta en la
tradicional cara pálida de Miguel; para darle a conocer el motivo de la cancelación
del trago:

---Se nos ha presentado una ocasión ideal, para viajar ahora a las cuatro en el bus
–para hacerle un acertijo, le hace una afirmación muy enrevesada--, anda a la casa
y recoge tus motetes; vacía la caja de cartón donde guardo la ropa, te trae dos
pantalones, dos camisas y dos calzoncillos míos y echa tu lío de ropa sucia ahí. No
es conveniente, que nos vean juntos –el jurero personificaba la idea de estar con la
mayor cordialidad--, para que no te pierdas, te va derecho hasta la cárcel de
Papillón y por la bocacalle que afluye detrás de la iglesia; te tira de largo hasta el
hospital; que yo te esperaré en el mojón que sirve de guía al kilometraje de la
provincia de Padilla. ¿Estamos de acuerdo?

No había ningún acuerdo, siente que le miente; sin embargo, se había dado cuenta
que desde que llegó aquí, ha abandonado la dinámica de su familia y está
dispuesto a volver al seno del hogar. La imitación del continúo consumo de
cervezas del santandereano Miguel, se vuelve delirante; piensa que la situación era
vergonzante. De pronto, con un solo impulso se puso de pie y abandonaba la mesa
con movimiento ligero en puerta adentro; por los sucesos de ritmo lento, se fue a
detener en el bordillo. Rehuía con temor, para evitar toparse con transeúntes de
avanzada edad; que, al parecer no eran nada parecidos. Desde adentro del portal
de información, la provinciana que estaba detrás del mostrador y Pollo lo veían
apartarse del sitio que en este momento ocupaba. Abandona la jerga de los
borrachines, por el tramo de arena que cubre la callancha. Iba de camino en la
dirección del doble sentido de la embocadura, su silueta se pierde en el tiempo;
con frecuencia y sin necesidad se tropieza con mujeres de ojos negros, marcadas
por el bienestar que le brinda el viento que enfilaba el callejón de Magrí;
compuesto por una serie de accesorios iguales que van de calle en calles. Caminaba
por sus mismas huellas, en medio de aceras de casas que forman las cuadras, que
lo llevarían hasta a la zapatería; mientras ingresaba a la sala y seguía hacia el
aposento oscuro, pobre y pequeño, su espíritu libre se había dado cuenta que Julio
César era un buen muchacho. Y que él debía apurarse en vaciar la caja de Whisky
Old Parr y empacar la ropa, porque le convenía la compañía de Pollo, ya que iría
en plan de negocio. Esa razón, lo obligaba a apurarse; para ponerse en andanza
hacia la salida de Valledupar.

De lo que no se habían enterado, era que antes del medio día; fue raro haber visto
en el segundo piso del Palacio Municipal, al galeno Nelson Amaya que iba en
busca de su pariente Noli Smit. El juez en principio, esperaba que, mediante
medicina legal, presentara el estudio anatomo patológico; de los hechos que
rodean la muerte de la extinta Meme Gómez. Sin embargo, el motivo de la visita
tenía otro detonante; al presentarle un escrito sin firma, que decía algo ofensivo
hacia este personaje. El anónimo de carácter desagradable, que fuera leído por el
Juez; presentaba un léxico de palabras de diversas relaciones sin sentidos: “Doctor
Amaya: Tengo que contarle algo que me refirió una comadre; y que no me cabe en
el pecho: La señora Meme no murió de muerte natural, a ella la mataron un señor
cachaco que se llama Miguel Quintero, que vivía donde Colá Louis. Ese hombre es
un malhechor muy descarado, porque se puso a referir su crimen por allá por el
barrio el Guapo. También, dijo que tenía cinco noches de estarla acechando y que
se había conocido con ella, proponiéndole negocio de fuegos artificiales, para
comprarle unas barillas y unas bombas; porque tenía que mandarlas en un cayuco
que se iba para Dibuya, esa misma noche. Ella no se las quería vender, pero él
seguía insistiéndole, hasta que la convenció y le abrió la puerta para atenderlo; de
inmediato, él se le fue por detrás y le dio un golpe con un tubo. Ella quedó tendida
en el suelo y entonces, él le tapó la boca y la nariz y siguió dándole golpes, hasta
matarla”. La leída del anónimo por el señor Juez, fue determinante para que
ordenara que el Juzgado del Circuito computara copia; para que se investigara al
sujeto Miguel Quintero Martínez.

Pero, Julio César hizo lo que le parecía bueno. Para él, la ceremonia en los arrabales
del ceibo, tenía un sabor agradable; inclusivo para un grupo de personas que
obraban sin disciplina y con violencia verbal. Daba la apariencia de que
comenzaban a documentarse de la trágica escena. A medida que se difundía la
noticia por la ciudad, la gente sentía mucha tristeza por la muerte de Meme
Gómez; y Julio César permanecía atento, para disfrutar del duelo de esa atmósfera.
De tal manera, que revela su desconfianza a la propietaria del negocio; porque
todo el mundo le daba protagonismo a la noticia que había roto la historia. Eso lo
llevaría suspender el consumo de cervezas; para irse a acostar. También, le
incomodaba saber que las tropas del gobierno, ocupaban y rastreaban el asesino
por todos los recovecos de la aldea de Maracarote. Así, de golpe se puso de pie y
abandona la mesa de roble pulida; para acercarse hasta donde estaba Kika
sonriente por la atención que sostenía con dos bellas clientas. De manera abrupta,
las damas interrumpen las bellas sonrisas para escuchar la semántica del acuerdo
palaciego que el borracho le propone a la dueña del negocio; para que no fuera a
cerrar la tienda. El cuadro que presentaba a la vista de aquellas mujeres, no era de
lo mejor. En cuanto a su estado mental, era un beodo que pensaba que al llegar a
casa; desencadenaría la acostumbrada fantasía, que hace rato no había podido
dramatizarles padres: Para que despedirse, toma diferentes posturas porque se
siente culpable de haberle mentido a su amigo. No espera más y huye de la escena
de la tienda de la casa de la familia Lubo.

Perdido en la oscuridad, le fue clásico pensar que los arrabales del ceibo; es uno de
los lugares más místico del mundo. Aquí, las casas no se ven muy bien y los
maravillosos personajes que residen en ellas, por completo padecen alucinaciones;
tal es el caso de Tinen Mendoza que tiene el oficio de vendedor de boletas para
rifa; y dice que es el gerente del Sorteo Extraordinario de Navidad. Chentico
Curvelo que era un fumador de marihuana y alega que es el protagonista de la
propaganda de cigarrillos Marlboro. Benigno Catalino Bermúdez que jura no
haberse pegado un trago jamás y para todo el tiempo borracho y Pello Caderita
que cobra por el rezo a los difuntos, pero nunca le pagan. Va de pasos con las
güaireñas pegadas al piso, echa a andar por la embocadura de la calle de en medio;
campante anda escondiéndose por el sendero de la sexta donde vio unas
alucinaciones. Su mayor desafío era definir como esquivar los hechos que
acontecen a lo largo y ancho de las calles de la ciudad. En su andar, se abre trecho
por una tapia sin portón y sin cerca, y salta dos tapias para caer en el muladar de la
quinta; en ese monte de más allá, queda el cementerio. Para no ser descubierto,
procedía dar alcance al desempedrado de los vericuetos ociosos; y abrirse espacios
por la banda longitudinal de la oscura vía pública de la cuarta en el barrio La Boca
del Lobo; por la villa miseria, a paso acelerado marcha la sombra del Pollo,
protegida por las viviendas precarias; con grandes carencias de infraestructuras.
Aquí, la osadía roza en ocasiones con la locura. Impávido, abandona la jerga de los
maleantes que se ocultan detrás de un árbol de trupio; de las raíces y ondulaciones
del solar, se desprenden las historias de las fantásticas ideas; que sólo se ven
interrumpidas por el fantasma que vigila el carril longitudinal de la tercera vía
pública.

Lugar que visita con frecuencia y sin necesidad, a sabiendas de que se escucha un
jolgorio de voces; a quienes, en esta ocasión, responde en su embriagado
soliloquio. La opinión de la calle que tiene senos y recodos; lo pone a que mire de
hita en hita para que se dé cuenta, que los huecos formados por ondulaciones
curvas; de tapias parapetadas con palos y cinc oxidados lo llevan a los habituales
del barrio El Guapo, que engrosan la taza de informalidad y pobreza. Calle arriba,
la próxima parada será en el solar que está a media cuadra del barrio El Pimpá;
donde se asoma la oscuridad del solar donde reposa el chasís Fargo verde con
guardafango negro, que vigila la mediagua con algunos dotes de los estilos
barroco. La construcción con el techo inclinado de una sola vertiente, es el diseño
clásico; de la presencia sempiterna de la zapatería. En el trasegar, se muda de una
acera a la otra, como si tocara puertas; a la vista de los ojos delatores de las vecinas.
El cansancio de las corvas, hace que la una impida la fácil ejecución de la otra; no
lleva ritmo en el caminar, le hace un sig zag a la cola del chasís que duerme al pie
de la media agua que ha influido en su desarrollo y en sus actividades.
Tambaleante, se detuvo delante de la puerta y toca varias veces; en su juicio obra
de forma irreflexiva y dejándose llevar por los impulsos, fija los ojos trigueños en
las aldabas y zafa la tira azul que las amarraba. Empuja el ala izquierda de la
puerta y se abre, a pasos ciegos entra a tropezones al habitáculo; y se acuesta en el
arrume de sacos que hasta anoche ocupaba su amigo. Para él, era una señal
personalizada muy reconfortante, por enterarse de que el cachaco Miguel Quintero
Martínez había viajado en el bus hacia San Juan. El inquilino empieza a dormirse.
Se duerme, con la pensativa de que la policía ha comenzado a reconstruir las pistas
de lo ocurridos la noche del asesinato. Era casi, como un informe de los hechos.
A la mañana siguiente, los minutos avanzan y se vuelven horas; al parecer la
tormenta se calmado y el ánimo en la residencia de la familia Louis cambiaría por
completo. Julio César Louis siente que les hizo un favor a todos los que le rodean.
Venció el miedo y ahora no tendría miedo de comunicarle a sus padres, que los
inquilinos desocuparon esa vivienda vieja de ayer, que guardaba el legado de sus
constructores. Sus padres están de pie, en la sala de la otra casa; se traslada hacia
ella, como mecanismo de defensa, le parece que es apropiado hablarle de lo que
ocurría. El honor familiar, lo lleva reconocer que su madre Yeya lleva in sita la
inocencia sin ningún tipo de pecado; y poco a poco a recobrado sus fuerzas y su
salud. Su padre Colá era un hombre de gran dignidad y porche; lo que él cree que
ha heredado, por el papel directo que siempre ha desempeñado en la vida de él. A
falta de culpa y de remordimiento, ha decidido no andar ocioso de calle en calle; y
de forma suspicaz se dedica a vivir en la sombra al lado de sus primogenitores,
porque se siente culpable de que ellos sean señalados y despreciados por el
repudio callado de la sociedad.

Las horas se vuelven días. En el duelo, el secretario del juzgado, José Prudencio
Padilla Gómez hizo el comentario; de que en la reunión que se llevó a cabo, en la
sala plena del despacho del Juzgado; el jefe del S.I.C, señor Marco Tulio Linares le
había informado al doctor Noli Smit y al teniente Aponte, que el agente secreto
173, tras varias labores de inteligencia; tenía una sensación inquietante, por haber
visto algo extraño en dos forasteros. Los tres órganos de créditos legislativos,
correlacionaron las informaciones que recibían; y eso dio lugar a que se hablara de
las presuntas capturas de dos sospechosos primarios; que figuran como Gerardo
Mesa Arango, de profesión vendedor de mercancías; y del señor Nelson Cardona
Aristizábal, de profesión vendedor de mercancías; por tal motivo, el juez en la
noche de ayer; ordenaba la captura preventiva de estos dos señores.

Por invitación especial del señor Juez, en las horas de la mañana del sábado seis, el
señor Marco Tulio Linares se presenta por poder ante el órgano público. Por
considerar que el señor Alcalde, teniente Luis Eduardo Aponte González por
compromiso castrense se encontraba fuera de la ciudad; le mostraba un
marconigrama que había llegado a ese despacho, procedente de Distracción; y que
fuera enviado por el señor Héctor Álvaro Salomé, que grosso modo con
imperfección describía: “Enterado acontecimiento acaecido anteayer, ayer viajo
conmigo un ancha, ojos negros y nariz aguileña, lleva bozos coposos; de cara un
poco delgada con pómulos sobresalientes, en el lado derecho del rostro presenta
una cicatriz como un hoyo, cerca de la boca desdentada; tiene una estatura
aproximada de un metro con sesenta y cinco centímetros. Es un poco delgado y
lleva puesto un sombrero marrón bastante usado, que luce con la camisa blanca y
el pantalón kaki color oscuro. Inclusive, sacó un pañuelo blanco sucio,
ofreciéndome gran cantidad de prendas: un rosario de oro, varios cristos, una
sortija con dos piedras y una piedra en el centro, un arete con tres piedras; por todo
eso, me pedía quinientos pesos. Espero ayuda”. Leído el papel normalizado en que
se recibiera escrito el mensaje telegráfico, el jefe del S.I.C, de inmediato se dispuso
a desocupar la oficina; para enviar al Sur de la intendencia una comisión liderada
por el agente 173. Y mediante operaciones de inteligencia, se conocieron
reveladores detalles de la compra de unas prendas en San Juan del Cesar;
realizadas por una mujer a quien llaman la Carioca. También, se supo que,
realizados los operativos, el juez dijo haber recibido información de inteligencia; en
la que le confirmaban que la señora Antonia González alias la Carioca, era mujer
de Luis Guillermo Varela; quienes, en compañía de Miguel Quintero Martínez,
viajaron hacia Fundación, en el taxi 139, de propiedad del señor Lázaro Camacho.
Continuada la intensa investigación, se prueba que el fugitivo sólo haría tránsito
en esta ciudad, para vender algunas prendas; porque su objetivo al parecer sería,
hacer escala en Valledupar para seguir la ruta hacia Convención, Norte de
Santander.

El martes nueve del mes en curso, el ciudadano José Orozco de manera personal y
con carta blanca en mano; comparecía ante el órgano público. De modo inopinado,
pone por escrito lo sucedido el día cuatro por la noche; para que el alcalde Luis
Eduardo Aponte González obrara con discreción. El militar recibía con interés el
manuscrito y obra a cosa leída: “Compadre José Orozco, he sido informado por los
galleros de Fundación, señores Orlando Mejía y Changuelito Lubo; que quien
organizó el plan para cometer el crimen de la señorita Meme Gómez, fue un tal
Julio César Louis de Maracarote. Él fue quien se llevó de aquí, al autor del crimen y
el domingo siete que regresó, trajo gran cantidad de dinero en efectivo. Te
agradecería que pongas la información en boca del alcalde. Atte. Dolcey Barros”.
por su aporte a la investigación que lleva a cabo la autoridad gubernativa con sus
colaboradores, para resolver en conjunto el asunto determinado; y porque para él,
los gallos eran parte de su identidad.

Disuelta la reunión con el oficioso, el ente público fue hábil y expedito para
desempeñar los oficios de que se encarga; y mediante oficio, quiso darle curso a la
misiva sin retardarla; hacia cada una de las organizaciones, que integran la
administración local. El texto de la Resolución lleva una explicación, una confesión;
en donde era aclaratoria en afirmar que a las 09:00 a. m. del día domingo siete, el
individuo Julio César Louis viajó en el carro del señor Chichí Frías, que iba con
destino hacia la ciudad de Santa Marta. El vehículo había sido contratado por el
administrador de las Empresas Públicas Municipales, señor Bienvenido Louis; con
el propósito de comprar combustible, en la ciudad de Ciénaga. También, fueron
como acompañantes el propietario del vehículo, el señor Rafael Arredondo y el
señor Carlos Loaiza. De que se tenga alguna certeza de lo relacionado con el
referente, conozco su contenido sólo por referencias de estos generosos y
simpáticos colaboradores; que han dado informaciones oportunas, acerca del caso.
Con las que han corroborado que en las horas de la mañana del día ocho; de
manera inexplicable, el sospechoso hacía su arribo en la ciudad de Fundación;
donde su aparente modestia, lo mantenía libre de sospecha. Lo que motivaría a los
organismos de investigaciones, a que la policía intensificara sus acciones.

Había un pánico palpable en las calles, la gente estaba asustada porque se había
emitido un llamado a la policía y al ejército. El paraíso se encuentra empapado,
porque las lluvias continúan por semanas. El agua empieza a amainar, después de
varios meses; se enfrentan a la estación seca, donde la brisa pega fuerte y arrastra
tormentas de arena sobre la ciudad. Donde los visitantes ocasionales, empiezan a
vivir el despertar religioso. La catedral daba paso a la arquitectura y grandeza
local, en ella, todo cristiano descubre la belleza de hablar con Dios. La ciudad del
pasado bajo el incesante calor, es la anfitriona de las fiestas más movidas de La
Guajira. El dos de febrero, las fiestas patronales son la identidad de los habitantes
de siempre. Julio César, ordenado por sus preceptos para cumplir con formal
obediencia con la iglesia; venía con la necesidad de verle la cara a la Virgen de
Nuestra Señora de los Remedios, para que lo perdonara. Era una oportunidad de
mirar más lejos en el tiempo.

Llega con demasiada inocencia, y se da a ver, su presencia provocaba una tensión


personal, al ser visto por los vecinos de Maracarote. Por ser una ciudad pequeña,
hubo rumores dando vueltas; por la aparente modestia que lo mantenía libre de
sospecha. Al escurridizo sospechoso le gustaba la etiqueta de ser odiado y
admirado, por considerarse el mejor vestido de la fiesta; desde joven había
desarrollado un intenso esnobismo y ambición social. La gente comenzaba a
sospechar a su alrededor, porque presentían de que fuera detenido en cualquier
momento. Se habían acumulado muchas emociones y ansiedades, por eso querían
saber; cuál era la fantasía que utilizaba para escapar de la presencia de los
feligreses y de las autoridades. Los tañidos de las tres campanas de la torre del
templo, dan señal del Ángelus y en medio de esa armonía de colores, se dan las
primeras oraciones del místico clamor de la multitud. Esa decoración como de
ensueño, a través del paisaje vesperal, serviría para que Julio César con pasión de
ánimo, se esfumara en el espacio. Horas más tarde, hasta los habitantes de los
alrededores de la plaza, parecían impresionados; por la presencia de un pequeño
destacamento de choque, armados con fusiles Máuser de repetición de cerrojo
manual; destinado a hacer incursiones ofensivas, en cualquier terreno. A esta hora,
con su magia especial Julio César se encontraba en total reposo en el rancho viejo
con telaraña. El silencio que aguarda la llegada de los soldados, el período de
descanso es interrumpido con un par de toques en la puerta; que lo desvelan para
poner cuidado y atención en lo que acababa de escuchar, habla precipitado y
confuso:

--- ¿Quién es?

--- ¿Está el señor Julio César Louis?

--- ¡Un momento! –guarda silencio, en ropa muy básica abre la puerta y queda un
poco perplejo, ante la presencia de los cuatro miembros del ejército--, en qué les
puedo servir.

---Señor Louis, va a tener que acompañarnos.

--- ¿A qué se debe mi Sargento? –con aire vivo da concentración aguda a su voz--,
yo no he hecho nada.

---Señor Louis usted tiene orden de detención preventiva, emitida por el juzgado
del circuito, por haber cometido una culpa –el oficial disfraza una respuesta ligera
y sin sentido --, nosotros estamos en el ejercicio de nuestras funciones, por órdenes
de la Primera Autoridad.

Julio César no se resiste a atender la explícita invitación del sargento. Sin hacer
ninguna resistencia, decide entregarse, no antes, quizás ha tenido la nobleza de
concebir la idea de calzarse los zapatos. Antes de entrar en pánico, abre las hojas
de la puerta y delante de los uniformados, veía que los rostros del vecindario, eran
testigos oculares de lo que ocurría. Transeúntes y curiosos, todos indecisos y
flotantes como emergidos de un sueño, entendían la tanta aflicción del reo, al mirar
esos rostros. El demandado ha cerrado las hojas de la puerta, para acompañarlos.
En medio de edificios que no son significativos, se perfila por delante de los cuatro
soldados; y sobre la extraña penumbra, de la cual se destacan columnas de casas y
el frontón del edificio capítol, que se destaca a la vuelta de la esquina, por donde
fuera llevado bajo custodia hasta la reja del intramuros 9-85, que sirve de reclusión.
La muralla derivativa de la calle primera, ha perdurado dentro del recinto de la
ciudad; durante más de siglo y medio. Para su seguridad, fue recluido en una celda
de segregación, a las setenta y dos horas comenzaba a acusar signos de
derrumbamiento, que disminuirían su capacidad de pensamiento; aunque daba
muestras de una línea de tiempo, de lo que le había sucedido durante ese lapso.

A la luz de la mañana del día cinco de febrero, el sindicado de veintisiete años,


permanece recluido de la libertad en Maracarote; y por ser demandado en juicio
criminal, obedece para ser esposado y conducido por dos policías y dos vigilantes,
hacia el juzgado del circuito; para poner en pie, la sindicación que este sujeto hace
al reo ausente, por tal motivo; proceden la detención preventiva del primero y la
práctica de careos; cuando se diere la detención del segundo. En consecuencia, este
juzgado que ha administrado la justicia en nombre de la República de Colombia y
por autoridad de la Ley; decreta la “detención preventiva” del señor Julio César
Louis, mayor de edad y vecino de esta ciudad, como sindicado por estas sumarias;
y en vista de que no se conocen bienes del sindicado, decrétese la suspensión del
registro de los títulos que tendrían a agravar o enajenar en cualquier forma, los
bienes de su propiedad. Los que serían oficiados al señor Registrador de
Instrumentos Públicos y Privados de esta ciudad, para las inscripciones
correspondientes y por ende, diríjase al señor director de la Cárcel del Circuito
Judicial, las correspondientes boletas de detención, Cópiese, Notifíquese y
Cúmplase. El documento en letras de imprenta, elaborado en máquina de escribir
por el ambidiestro secretario José Prudencio Padilla Gómez; fue puesto con
sutileza sobre el escritorio del doctor Noli Smit López, para que lo firmara...

La pena máxima imponible al sindicado Julio César Louis, en caso de sentencia


condenatoria, sería de veinticuatro años de prisión (artículo 6 C.P.) y atención a
que la pena de presidio había desaparecido de nuestro régimen punitivo, de
conformidad con el Artículo 363, del antiguo Código Penal. El artículo 80, del
Nuevo Código Penal, señala un tiempo igual al máximo de la sanción fijada en la
respectiva disposición penal violada, como suficiente para que opere la
prescripción de la acción penal, si la pena fuere preventiva de la libertad; pero, en
ningún caso, sería inferior a cinco años, ni excedería de los veinte años, (subraya el
juzgado). Para dar ampliación al acto jurídico, se llevaría a cabo la Consumación
del punible hecho:
Con el objeto de robarle unas joyas y mediante acechanza y premeditación
acompañada de motivos innobles o bajos. Contra el incriminado Julio César Louis
obran en auto los siguientes indicios leves de coautoría: El haber traído a
Maracarote, antes de los delitos, al desocupado Miguel Quintero Martínez y
procura y facilitación de la fuga de este, el día cinco de noviembre de mil
novecientos cincuenta y cuatro; y el de haberse ausentado de la ciudad, desde el
siete de noviembre del mismo año, hasta el dos de febrero de mil novecientos
cincuenta y cinco; fecha en la que había comparecido ante la justicia; a pesar de los
rumores sobre la implicación, al haber resultado en un informe del agente secreto
número 173, debidamente ratificado. Información que fuera obtenida de parte de
un Juez de Control de Garantía, en la ciudad de Convención; donde había sido
capturado, el prófugo de la justicia; al transitar por las escaleras del edificio de la
alcaldía. Acusado como autor intelectual, y el de haber permitido los datos sobre
las circunstancias del tiempo; de su coartada, una cierta incertidumbre, en vista de
que los informes médicos, sobre rigidez cadavérica y los diversos asertos, sobre la
hora de llegada desde Camarones; y la forma como fuera recibido en su casa,
presentan un margen de verosimilitud a la acusación de Miguel Quintero
Martínez; de haber llegado embriagado y encaminarse luego a cometer el crimen,
en la forma conocida en autos.

Ningún esfuerzo investigativo para mejorar el anterior recaudo probatorio, a pesar


de que en el primer sobreseimiento temporal se decretaría la práctica de pruebas
con tal fin y por ello, se encuentra en este despacho de nuevo, ante la situación
ineludible de otro sobreseimiento temporal. Por lo cual, es recomendable
mantenerse dispuesto a mejorar las pruebas, en cuanto a la vinculación al proceso
de Julio César Louis para que se defina con claridad su inocencia o su
responsabilidad. Luego del melodrama de Maracarote, sentencian a Julio César a
ocho meses de prisión.

Luego de un juicio de cuatro meses, en el que Miguel Quintero Martínez aceptaba


que había un tercer cómplice; se le nombraron como abogados de oficio, al
tinterillo Luis Emilio Plata y al políglota Helión Pinedo Ríos; se le hizo audiencia
de imputación de cargos por asesinato agravado. Y fue sentenciado a dieciocho
años de prisión en la correccional de Santa Marta, aunque en últimas; han salido a
la luz, sus actos depravados.

04:25 p.m. 16/02/2018

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