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Anexo Acerca Del Problema Del Error Sensible en Aristóteles de Anima (Lectura No Obligatoria)
Anexo Acerca Del Problema Del Error Sensible en Aristóteles de Anima (Lectura No Obligatoria)
Insomnis afirma que después de mirar largamente un color lo que vemos después parece
del mismo color (459b11); en Gen. An. (V.2), que oímos mal cuando bostezamos y
vemos mal cuando tenemos polvo en los ojos. En Met. IV,5 (1010 b 4-6) que los colores
son mejor juzgados de cerca que de lejos y por los sanos que por los enfermos.
Considerando estas situaciones por todos conocidas, y reconocidas por Aristóteles, la
interpretación tradicional es problemática.
Otra posibilidad es pensar que la percepción es siempre “verdadera” -en sentido
impropio- en el sentido de que por sí misma no es ni verdadera ni falsa (es verdad que
veo lo que veo, sin importar si está ahí), y lo que la reconoce verdadera o falsa es la
intervención de un juicio racional acerca de lo percibido. Cuando yo percibo una torre a
la distancia con un tamaño distinto del que en realidad tiene, o cuando percibo el palo
medio sumergido como quebrado cuando no lo está, o si veo una mancha blanca a la
distancia como el hijo de Diares cuando en realidad era el tío de Pedro, sigue siendo
cierto que lo que percibo es para mí tal como lo percibo en el momento en que lo
percibo. Todo aparece como verdadero, y no podemos distinguir entre percepciones
verdaderas y falsas sirviéndonos solamente de la percepción, sino que juzgamos que tal
percepción es verdadera o falsa. Esto parece ser lo afirmado por Platón en Teeteto (el
diálogo en que se pregunta “qué es conocer”), cuando polemiza con la primera
definición propuesta del conocimiento: conocer es percibir. Resumo a continuación
brevemente su análisis.
¿Qué significa saber que la habitación de al lado está vacía? Significa verlo. Una
primera propuesta que examina Platón es entonces: conocer x, o saber que x es p,
significa verlo, percibirlo. Esta definición “sensista” del conocimiento es atribuida en el
diálogo al sofista Protágoras, y asociada a su tesis del homo mensura: “el hombre es
medida de todas las cosas” (que Platón interpreta como “cada hombre es medida de
todas las cosas”). Sin embargo, dice Platón, la definición de conocer como percibir tiene
muchas dificultades. Por ejemplo, una de ellas es que yo puedo saber algo que recuerdo,
contar con ese saber, sin estar percibiendo ahora aquello que sé. Otras, más fuertes y
más interesantes para nuestro problema, son:
- De aceptar que conocer es sentir, deberíamos decir que “no hay nada que en y
por sí mismo sea una sola cosa, … no podrías nombrar nada correctamente y no hay
nada que sea de una cualidad determinada sino que si lo describes como “grande”
también (a)parece como pequeño, y si como “pesado” [(a)parece como] liviano, y así en
todos los casos, porque no hay nada, ya sea algo o una cualidad determinada, que sea
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una sola cosa. Todas las cosas que decimos que son están llegando a ser [deviniendo,
cambiando] …” (Teet. 152d). Es decir, puesto que nuestras percepciones de algo son
cambiantes, si conocer algo fuera percibirlo, entonces deberíamos decir que no hay
ninguna cosa que sea algo determinado, no podríamos predicar nada de nada, ni
nombrar ninguna cosa ni, en suma, conocer ninguna cosa. (Aristóteles critica este
argumento en Met. IV 1010 b 3 ss. de varios modos, e.g., distinguiendo la sensación de
“la cosa anterior a la sensación” que la produce, afirmando que “ningún sentido nos dice
que es así y no así al mismo tiempo y respecto del mismo objeto”, etc.).
- “Lo que a mí me (a)parece así es para mí, y lo que a ti te (a)parece así es para ti”
(Teeteto 152a6-b3). Yo percibo a la distancia una persona, otro percibe un árbol, y lo
que cada uno percibe es percibido por cada uno como siendo eso que percibe (i.e., como
verdadero). Si conocer es percibir, entonces ambos conocen, en la percepción no hay
posibilidad de error. Pero el problema es que ambos perciben cosas distintas. Platón
agrega a su argumento que de hecho sabemos que hay percepciones erradas: “Falta el
caso de los sueños, las enfermedades y otros estados -entre los que se cuenta la locura-,
casos en los que se dice que se oye o se ve en forma defectuosa (paraisthánestai). … En
todos esos casos el argumento que hace un momento hemos expuesto parece quedar
refutado de modo unánime, sobre todo porque en tales casos tenemos sensaciones falsas
(pseudeîs aisthéseis) que se producen en ellos, y aquello que (a)parece a cada uno está
lejos de ser [como aparece a cada uno] sino que al contrario nada de lo que (a)parece es
[tal como aparece]” (Teet. 157e-158ª) (Platón agrega que al soñar muchas veces no
distinguimos que es un sueño, de modo que podríamos estar soñando ahora).
De esto Platón concluye que conocer no es percibir/sentir, puesto que todo lo que
se nos aparece se nos aparece como siendo tal como se aparece, de modo que no hay
posibilidad de determinar el error a ese nivel, mientras que por otro lado sabemos que
hay percepciones erróneas. El error y la verdad (y por tanto el saber o conocimiento) no
pueden estar entonces a nivel de la percepción, sino en una instancia superior: “el saber
no reside en los estados afectivos [percepción sensible] sino en la evaluación racional
que hagamos de ellos” (186d).1 La discusión de Platón de la definición del saber como
percibir culmina entonces con la conclusión de que el saber no está en las impresiones o
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Con esto Platón descarta la definición del saber como percibir y pasa a considerar una segunda opción
que define el saber como “creencia verdadera”. Esta última también va a ser rebatida, para dar lugar a la
tercera definición del saber como “creencia verdadera justificada”, la cual también va a ser igualmente
rebatida por Platón. El diálogo no culmina arribando a una definición del conocimiento, como se
proponía, sino de manera aporética.
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En este pasaje el sentido de la doxa como opinión intelectual o evaluación racional, difiere del clásico
sentido platónico reconocible en República, donde abarca la imaginación , la creencia y la percepción
sensible como inferiores a las actividades propiamente intelectuales.
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‘estado de cosas real’ (prágmata), i.e., si el remo está efectivamente quebrado el juicio
será verdadero, si no no” (Boeri, CLXVIII)
“¿Cómo sabe un sujeto percipiente que está en el error? Únicamente si dispone de
una facultad que le permita mediar entre las cosas o los estados de cosas (como
“realmente son”) y la percepción de que de tales cosas o estados de cosas tiene. Pero
para que esto sea posible debe traducir lo real (i.e., las cosas o estados de cosas) que se
da en la sensación al nivel de una estructura lingüística que sea descriptiva de aquello de
lo cual, como ser percipiente, tiene sensación. Este es, efectivamente el plano en el que
aparece el error. …. La falsedad o error aparece recién con la combinación de noémata,
la falsedad siempre se da en la composición, es decir, en el juicio” (CLXX)
“Hay un solo caso en que los sensibles comunes pueden …estar en el error
[suponiendo que los propios son infalibles]: cuando de lo que se trata es de establecer
qué es el objeto (coloreado, sonoro, etc.) y dónde está. La respuesta a la pregunta por el
‘qué’ ya es un juicio, una opinión, una proposición, es decir una aserción significativa
que para ser verdadera debe coincidir con el estado de cosas que describe. Pero en ese
caso ya estamos en el dominio de una facultad distinta de la sensitiva o perceptiva: la
‘opiniativa’, dice Aristóteles (doxastón) [otro modo de referirse al intelecto]”
(CLXXIII)
integrar el funcionamiento de los distintos sentidos para lograr una percepción óptima
de algo según el caso (cf. infra Parva Naturalia); g. desestima el rol de la percepción
para el conocimiento, que depende sólo de la relación del juicio y las cosas. Pero ¿cómo
se mediría la adecuación del juicio a las cosas descartando el recurso a la percepción
adecuada o verdadera de las cosas (es decir, si la percepción no fuera por sí misma
verdadera o falsa, y fuera por tanto irrelevante;)? ¿Con qué criterios el juicio o la
evaluación racional de las percepciones determinarían cuáles son verdaderas, si por sí
mismas no tuvieran ninguna señal intrínseca que permitiera distinguirlas por su validez
relativa?; h. el último párrafo parece dar pie a la idea de que no hay percepción de
cosas excepto por mediación de un juicio o una actividad sintética intelectual, de un
modo que evoca al kantismo pero que no necesariamente se lee en Aristóteles, quien
reiteradamente atribuye la experiencia de cosas a la aísthesis; i. De acuerdo con el
mismo párrafo, aparentemente, a pesar de lo que dice Aristóteles, ni siquiera en los
sensibles comunes se podría propiamente errar, sino solamente en el juicio acerca de los
sensibles comunes (¿Por qué entonces Aristóteles distinguiría la mayor propensión al
error en los comunes respecto de los propios, si en ninguno hay error? ¿Habría que
entender que Aristóteles está diciendo que el juicio se equivoca en mayor medida
respecto de los comunes que de los restantes?).
Se podría intentar explorar otra interpretación que diera cuenta en mayor medida
de esta variedad de aspectos problemáticos, y especialmente que tuviera en cuenta que,
como vimos, Aristóteles compara la percepción con el pensamiento (y aun con la
ciencia) en la medida en que ambos “disciernen alguna realidad”, captan formas,
discriminan y distinguen, poseen un cierto saber previo, etc. (y justamente se oponía de
este modo a Platón, quien negaba en Teeteto a la sensibilidad la capacidad de
discriminar y la restringía al pensamiento). Una interpretación tal debería hacer sentido
de las tesis aristotélicas de que la percepción es -en cierto sentido- siempre verdadera,
que sin embargo hay percepciones erradas -y en mayor grado en ciertos tipos de
sensibles que en otros-, y quizá incluso proponer que a nivel perceptivo es posible
reconocer o discriminar lo verdadero de lo errado por rasgos intrínsecos o inmanentes a
la percepción misma (y no sólo a nivel del juicio, o por mediación de un juicio, nivel en
que también obviamente hay verdad y error). La tesis de que a nivel perceptivo hay
verdad y error, y podemos distinguir la verdad del error, no es incompatible con otras
tesis, como las de que:
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Por último, aporto más allá de Bolton algunos pasajes dispersos del Tratado del
sueño que parecen adaptarse a esta interpretación:
“ … nosotros nos equivocamos fácilmente a propósito de nuestras sensaciones,
encontrándonos sumidos en nuestras afecciones, lo unos y los otros diversamente, por
ejemplo, el cobarde en su miedo, el enamorado en su amor; consiguientemente, el uno
cree ver enemigos con ocasión de un pequeño parecido y el otro, el objeto amado; y la
menor semejanza hace tanto más aparecer estas ilusiones cuando uno se encuentra más
bajo el golpe de la emoción” (Parva Naturalia 460b) (Menciona luego también los
accesos de fiebre que hacen ver animales en las líneas de los muros).
“La causa de estos fenómenos es que no es según la misma potencia como la
facultad maestra juzga en nosotros y como las imágenes se producen. La prueba de esto
es que el sol parece medir un pie, y algún otro hecho se opone a los datos de la
imaginación [es decir, aquí: a lo que aparece]; por el cruce de los dedos lo que es uno
parece ser dos, y sin embargo nosotros no decimos que hay dos objetos pues el
testimonio de la vista está por encima del tacto. Si dependiera solamente del tacto
nosotros juzgaríamos también que una sola cosa es dos” (PN 460 b).
“Es, en efecto, debido a que el movimiento se comunica de estos sentidos al
principio de la sensibilidad por lo que, aun en estado de vigilia, parece que uno ve, y
que uno oye, y que uno siente, y es porque la vista parece a veces estar movida, sin
estarlo, por lo que nosotros afirmamos que vemos; y es porque el tacto atestigua dos
movimientos por lo que una sola cosa parece ser dos. De una manera general el
principio de la sensibilidad indica lo que proviene de cada sentido, si otro sentido
superior no se opone a ello. La apariencia es pues completa, pero uno no cree
completamente en la existencia del fenómeno, salvo si la facultad que juzga es
obstaculizada y no tiene su movimiento propio. Y de la misma manera que podemos
equivocarnos, los unos por una pasión, los otros por otra, de la misma manera el que
duerme puede ser conducido a error por su dormir y por la sacudida de los órganos y
por varias otras circunstancias relativas a la sensación, por consiguiente, lo que presenta
una pequeña semejanza con el objeto parece ser el objeto” (PN 461a-b).
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La llamada “ilusión de Aristóteles” consiste en que al sostener un solo objeto entre los dedos mayor e
índice cruzados, sin ver, tenemos la sensación táctil de que son dos objetos.
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Ahora bien, en los casos recién mencionados (error o ilusión) se trata de una
confusión de algún rasgo de la cosa o de la cosa misma que es tomada por otra, pero
siempre a partir de algo que está ahí y que nos afecta. ¿Qué sucede con el caso de los
sueños o las alucinaciones, donde parece no haber nada sensible que nos afecte y que
sea “mal interpretado” por la facultad sensible? ¿Para dar cuenta de estos casos no
deberíamos apelar a una función propiamente mental, es decir, no se trata de
“pensamientos”? El hecho de que Aristóteles analice estos casos en continuidad y
trazando analogías con el error y las ilusiones sensibles muestra que no piensa que sea
así. Respecto de los sueños, afirma explícitamente que son funciones de la facultad
sensitiva: “Y puesto que se ha hablado de la imaginación en el tratado Del alma y que la
imaginación es idéntica a la sensibilidad, siendo su manera de ser diferente, … y que los
sueños parecen ser una especie de imagen …. es evidente que los sueños pertenecen a la
sensibilidad en tanto que ella está dotada de imaginación” (459 a).
Para entender estos casos Aristóteles apela a otra facultad sensible que
compartimos con muchos animales, la memoria, que consiste en un resto, una marca
que conserva la copia de lo percibido en la facultad sensible: “Se ha dicho cuál es la
naturaleza de la memoria y el recuerdo señalando que es la posesión de la imagen como
copia del objeto del cual ella es imagen, y se ha dicho a qué parte de nosotros pertenece,
que es al principio de la sensibilidad” (De la memoria y la reminiscencia, PN 451 a).
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