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SEÑORITA MARÍA: OTRAS FORMAS DE RESISTENCIA

“Señorita María, la falda de la montaña” es el tercer largometraje del cineasta


colombiano Rubén Mendoza. Él debutó como director de largometrajes en 2010 y
después de 3 películas y percibimos en su estilo una sensibilidad hacia los personajes
marginales que retrata de una manera digna y respetable en un panorama caótico de
Colombia, desigual , del rebusque, a la vez pintoresco y tradicional y siempre carente
de la institucionalidad del Estado. Tanto en la ficción como en el documental, su lente
se enfoca en la rebeldía, el valor y la inteligencia maliciosa colombiana (ver la
sociedad del semáforo y Tierra en la lengua), donde la voluntad de sus personajes se
erige y dando una vuelta de tuerca que afloja más el absurdo y desencuentro nacional.
La Señorita María bien podría ser su personaje más rebelde. Es incorregible y
obstinada, pero desde una posición distinta, tranquila, pacífica y sencilla: ella es capaz
de conjurar la timidez, la candidez y la bondad en la rebeldía misma, haciéndonos
dudar del ser y sentir trasgresor como algo necesariamente violento, impetuoso o
escandaloso.

Rubén Mendoza reconoce que tiempo atrás había escuchado rumores sobre ella y fue
en su búsqueda. Y lo representa al inicio del documental con una subjetiva de un
vehículo que transita por una trocha, adentrándose en una Colombia profunda y rural.
Después de varios obstáculos (una vaca, un xxxx, un xxx), que se atraviesan a su paso,
encontramos, de espaldas a la Señorita María. Luego, pacientemente, la acompañamos
en su cotidianidad: Rubén Mendoza nos invita a profundizar en la vida de María Luisa
y a lidiar con sus obstáculos que encontramos en ese trayecto.

La Señorita María es una mujer que fluye en su vida insubordinada, visible e


invisibilizada. A pesar de ser marginada en Boavita, un pueblo de Boyacá, siempre está
presente, casi enquistada, como un ser mítico y vernáculo. María es la vergüenza y la
burla del pueblo, pero también su gran temor. Vive solitaria en una desvencijada casa
en la montaña, pero allí, lejos de estar arrinconada por la discriminación y la pobreza,
encuentra su liberación en el paisaje boyacense. Es mujer a pesar de todo. Ella
transita en un territorio sígnico polivalente e incómodo. Sin máscaras, sencilla,
humilde, a quien no le importa el significado de ser transgénero. Se sabe mujer: se
siente e identifica como tal y posee una expresión de género femenina, encarnada en
su nombre, en su vestimenta y en sus gestos delicados, casi aniñados. Sus rasgos
físicos son bastantes masculinos, fuertes, prominentes, al igual que su actitud ante el
trabajo: es una mujer fuerte, que rompe los troncos y el suelo mismo con pesadas
herramientas. La Señorita María es una mujer hecha de tierra.

Para poder retratar esto, Rubén hace un ejercicio de honestidad con la imagen y la
palabra que lo deja en un punto vulnerable como realizador. Él nos revela imágenes
descarnadas asume las preguntas incómodas y nos confiesa su voz y sus palabras. Con
su cámara nos acerca a unas secuencias intimistas y privadas, que Rubén pudo captar
por su cercanía a María Luisa, y que son lejos de ser cálidas, se tornan perturbadoras.
Imágenes de la señorita afeitándose el vello facial, embelleciéndose, peinándose,
reafirmando su feminidad. María quiere verse bella, y para esto debe mitigar su
masculinidad acechante, vestigios que reafirman quien es. No hay recatos en estas
imágenes y puede resultarnos chocante, sobre todo ante el contraste con el candor de
la protagonista. Ahora, las intervenciones de Rubén también llegan a doler. Estas
talaran nuestra sensibilidad (no sabemos hasta que punto la de ella) con preguntas
incómodas, que nos sacan de la aparente tranquilidad de la cotidianidad del
personaje, a veces socarronas (“Dios no se va a volver cirujano y la va a operar”), a
veces impertinentes, que indefectiblemente nos retrotraen al ser masculino y al
pasado doloroso de María Luisa.
A pesar de que en cierto punto entendemos que a ellos dos los une una gran amistad
de años (6 en el proceso documental) que los lleva a ser cómplices y hermanos (el
mismo Rubén diría en una carta que su amistad “supera las montañas mismas del
cine”) nos preguntamos si estas imágenes y estas preguntas son necesarias. O son
estas intromisiones por parte del director una ratificación de la opresión que se ejerce
sobre la mezcla de subalternidades que encarna la señorita María?

Es evidente que la señorita María es una mujer valiente que ha resistido y sobrevivido
en un entorno agreste, a pesar de las burlas y los rechazos. Ella encarna el gran temor
a lo diferente, a lo ambiguo, a prohibido, al tabú (el mujer-animal, hombre-mujer). Y a
la vez resiente el abandono del Estado (insalubridad, desescolarización), pero que no
es una víctima indefensa. Es un ser que vemos fortalecerse en palabra e imagen a
través del documental y que se permite un ejercicio de memoria, de evocación de su
historia e identidad en el que libera toda la magma emocional callada por años y que
está impregnada de cólera y odio.
A su manera ella se revela contra el sistema religioso imperante, y nos revela un Dios
creado a su medida y que en su sencillez puede contener más amor y menos
intolerancia que el adorado por el pueblo católico: es puro, comprensivo y preocupado
por la belleza como ella. La señorita María no necesita de nuestra conmiseración y tal
vez esto trató de plasmarlo Rubén en esta película.

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