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En defensa de la Comisión de la Verdad

Por Oscar Arnulfo Cardozo Cardozo

“Hay que hallar la identidad de los muertos y denunciar quienes fueron los culpables.
Emprender una minuciosa búsqueda de los sobrevivientes. Y poco a poco con la ayuda de
ellos, amontonando lágrimas y dolores nombrar a los masacrados. Otorgarles el rostro
que tuvieron, saber qué hacían y pensaban y cómo fueron ejecutados” Tríptico de la
infamia, Pablo Montoya, Pág. 183

193 hojas de vida fueron postuladas. Académicos, militares, artistas, clérigos, periodistas e
infinidad de perfiles más. Nadie puede decir que aquí no cupo el país, pues la variedad de
identidades salta a la vista. Como sociedad, los colombianos aún no hemos podido
establecer consensos sensatos que nos permitan avanzar cultural y socialmente en defensa
de garantías tan elementales como la consecución de la paz o la posibilidad de igualdad de
derechos entre minorías históricas. Aquí justamente, opera el nudo de la cuestión: Verdad
en singular, siempre como relato supremacista dentro de un colectivo o grupo social
determinado.

Con lo anterior, quiero recalcar el primer gran aporte de esta comisión, aún sin empezar: La
confluencia múltiple de identidades, puntos de vista, profesiones, generaciones y verdades.
11 Personas, 5 mujeres, 6 hombres; 5 antioqueños, 2 Bogotanos, 2 Vallecaucanos, 1
Risaraldense y un Español; Dos médicos, dos abogados, dos economistas, un sociólogo,
una arquitecta, un sacerdote y un mayor retirado; Una generación de los años 40-50, otra de
los años 60-70 y otra de los 80; Representantes de instituciones tan variopintas como
Universidades, ONGS, Iglesia, Ejercito, Museos, Centros de pensamiento, etc. Así pues,
reconocer este encuentro de opiniones, vivencias diferenciales, lecturas de la historia de
violencia en nuestro país, implica reconocer un aporte más dentro de la cadena narrativa
que históricamente ya han venido desarrollando comunidades y grupos populares a través
de expresiones tan diversas como canciones, pinturas, narraciones en viejos cuadernos,
relatos orales, fuentes primarias de la historia nacional.

Como segundo y valioso aporte de esta comisión, quiero mencionar la posibilidad real que
existe a partir de su tarea de establecer valiosas defensas de los Derechos Humanos a través
de los relatos que la historia nos plantee, las experiencias locales aún sin voz, los miles de
muertos anónimos llevados a la palabra, la no repetición como hecho y no como promesa.
Justamente, esto mismo, implica repensar la construcción de mecanismos distintos a nivel
jurídico y político que a la luz de una lectura de la historia, protejan integralmente a líderes
sociales, en el campo y en resguardos, para evitar sus desapariciones sistemáticas;
defiendan a trabajadores sindicalizados históricamente ubicados en el ala clásica de la
estigmatización “delincuencial”; y finalmente, posibiliten garantías para docentes y
profesionales en regiones que eviten sus persecuciones y asesinatos inscritos en lógicas de
miedo.

Claramente, 11 personas no son el relato fidedigno de 48 millones de experiencias distintas


de vivencia del conflicto, ni de 60 años de violencia inscritos en cuerpos, voces y miradas.
Sin embargo, son también experiencias validas, relatos inscritos en algunos códigos
comunes en los cuales nos podemos identificar bien sea leyendo el origen de las primeras
organizaciones insurgentes agrarias en el sur del Tolima planteadas por Molano o los
pormenores de las operaciones de los militares en el Caquetá descritas por el mayor retirado
Ospina. Así pues, aunque nos pese mas la duda, la supuesta parcialidad y el pesimismo por
lo aún no hecho, las contribuciones en donde converjan lo diverso, lo reflexivo y lo
múltiple siempre serán bien recibidas, y más aún, si su sustrato central recae en reconocer a
la memoria como un asunto del presente.

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