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El país sin indios y la matanza de Salsipuedes: comentario en foro-debate

Para empezar, una premisa: Uruguay no es un país «sin indios», es un país que ha sido
representado sin indígenas y un estado nacional construido sin contemplar ni reconocer a los
grupos indígenas de su territorio. Desde el ámbito académico (conformado por historiadores,
antropólogos, docentes, estudiantes de las humanidades, de las ciencias sociales y de formación
docente, entre otros actores) debemos aproximarnos a la comprensión de los porqués de esta
realidad. Para desmentir esta creencia extendida en la cultura popular, solo hace falta
comprender la toponimia de buena parte de nuestro territorio.

El documental El país sin indios (2019), dirigido por Nicolás Soto y Leonardo
Rodríguez, es una pieza testimonial de notable valor. Se recoge el testimonio de quienes
reivindican a la cultura charrúa desplazada durante el proceso de construcción permanente del
estado-nación uruguayo no solo durante el siglo XIX sino aún en nuestros días. Rescatar y
prestar atención a las voces que mantienen viva una memoria histórica es fundamental si en el
ámbito académico queremos construir nuevos relatos historiográficos desde perspectivas
sostenidas a partir del aporte de modelos epistemológicos de hacer Historia tales como los
estudios poscoloniales, (de)coloniales y de la subalternidad. La profesora Ana Frega plantea
que los historiadores no tienen el monopolio del pasado y eso es verdad: la(s) memoria(s)
colectiva(s) son otras formas (no académicas) de comprender los acontecimientos pretéritos a
las que la Historia como disciplina siempre debe prestar debida atención por su riqueza
testimonial fuera de las fuentes canónicas, por ejemplo, de los archivos oficiales, que son
construidos en base a las necesidades ideológicas de las instituciones nacionales.

La presencia de grupos indígenas como minuanes, yaros y bohanes, charrúas


provenientes de la pampa a fines del siglo XVII (lo dice Juan Grompone en la tertulia de En
Perspectiva y hay bibliografía de Vidart, Barrios Pintos, entre otros, que lo sustenta) y
fundamentalmente guaraníes supo definir a los territorios de la región platense durante la etapa
colonial –en el encuentro de las culturas– y en los albores de los estados nacionales que hoy
conocemos. Estos grupos indígenas fueron desplazados durante el proceso fundacional del
naciente Estado Oriental del Uruguay como política gubernamental entre las décadas de 1830
y 1870, así como otros grupos indígenas lo fueron en Argentina (mapuches, ranquel,
tehuelches) por medio de las sucesivas campañas del desierto (aunque hubo operaciones
previas) llevadas a cabo por figuras políticas desde Juan Manuel de Rosas (1833-34) hasta Julio
Argentino Roca (1878-1885). Si miramos más allá de Latinoamérica, en los Estados Unidos
(pueblo Sioux o "indios dakotas") tenemos ejemplos desde la presidencia de Andrew Jackson
con la "Ley de traslado forzoso de los indios" (1830) y la conquista del oeste subsiguiente. Al
decir de Añón y Rufer (2018), la mayoría de los estados nacionales de América como los
conocemos se construyeron sobre la base de un genocidio fundandacional.

Sin embargo, la historiadora Ana Ribeiro, por su parte, pone en crisis el uso del
concepto de «genocidio» para categorizar a la matanza de Salsipuedes del 11 abril de 1831
argumentando que, en la concepción adoptada por Naciones Unidas, el concepto tiene críticas
notables de académicos de todo el mundo por la imprecisión que abre en las posibilidades de
su uso. Recuerda, también, que previo a ésta, hubo otras dos matanzas en las que murieron
cientos de charrúas, una registrada en 1712, entre charrúas y minuanes, y otra en 1749 gestada
por las tropas de la gobernación del Río de la Plata de José de Andonaegui.

A estos apuntes me gustaría compartir algunos tomados a partir de la lectura del libro
al que refieren los tertulianos que participaron de la Mesa de los Viernes de En Perspectiva
referida a la matanza de Salsipuedes, que es El mundo de los charrúas (2006) del antropólogo
e investigador Daniel Vidart.

Vidart, que hace apreciaciones semejantes a las de Ribeiro, no niega la posibilidad de


utilizar el término «genocidio», pero ante todo sostiene que las comunidades charrúas
padecieron golpes mucho más fuertes devenidos de Salsipuedes que la matanza de,
aproximadamente, entre cincuenta y ciento cincuenta hombres de guerra (no hay consenso
académico en cuanto a la cantidad de murtos) de una etnia compuesta por unos quinientos
individuos hacia 1831. Esos golpes forman parte de un etnocidio –categoría que defiende
Vidart– acontecido por los procesos de aculturación y deculturación sufridos por otros
trescientos hombres, ancianos y, principalmente, mujeres y niños conducidos a pie desde el
sitio de la matanza hasta Montevideo para cumplir tareas de servicio en las casas señoriales de
europeos y de las familias criollas del patriciado montevideano.

Estos procesos de aculturación y deculturación ya venían siendo sufrido por integrantes


de la etnia charrúa desde tiempos de la colonia y continuaron extendiéndose aun después de la
matanza no solo por quienes huyeron de Salsipuedes asimilándose con poblaciones criollas de
otros puntos de la región platense, sino también por la minoría charrúa que no estuvo allí.
Razones por las cuales podemos considerar que hubo un etnocidio de la nación charrúa y que
éste comenzó mucho antes de Salsipuedes extendiéndose a lo largo de buena parte del S. XIX.
Es tal el efecto del etnocidio charrúa, que sus consecuencias afectan incluso a los
colectivos que reivindican la tradición de la etnia. Vidart recuerda, en este mismo libro citado,
que los colectivos indigenistas rescatan una imagen del charrúa sustentada en fuentes
historiográficas que parten de los relatos y descripciones hechas por europeos y por criollos;
fuentes que se encuentran cargadas de prejuicios y estereotipos peyorativos que, sin quererlo,
reproducen quienes buscan mantener la memoria de sus antepasados.

Para concluir, comparto mi consideración final:

Siendo que el concepto de genocidio es harto polémico cuando nos referimos a la


matanza de Salsipuedes, estimo necesario ponerlo en crisis y matizarlo con el debido cuidado,
pues, como señala A. Ribeiro, a veces el uso de un concepto que no es del todo acertado para
un acontecimiento en particular, puede degenerar en la construcción de un relato cargado de
falsedades. Es necesario que la ciencia antropológica y la Historia investiguen en profundidad
para determinar cuán acertado es el uso del término. No obstante, no podemos seguir pasando
por alto los reclamos de los colectivos que reivindican la nacionalidad charrúa –así como no
debemos hacerlo con ningún colectivo indigenista de América Latina– y se hace necesario que
desde los canales institucionales validos se lleven a cabo políticas en virtud del cuidado de la
memoria de los pueblos autóctonos. Vimos que el profesor D. Vidart consideró en El mundo
de los charrúas, así como en las exposiciones que hizo en varios encuentros académicos, que
los efectos del etnocidio fueron mucho más devastadores para las comunidades charrúas del S.
XIX que los de la matanza; quizá la adopción de este término, bastante más preciso para definir
los efectos de los hechos acontecidos en Salsipuedes, puede darse gracias a un consenso mucho
más amplio en el ámbito académico y el ámbito político-institucional. No desde el juicio de los
acontecimientos y de los sujetos que de ellos participaron, sino desde la comprensión de los
hechos históricos que nos permiten colocar también en crisis los relatos que dieron lugar a la
construcción de la nacionalidad oriental primero y uruguaya (desde 1851 en adelante) después.
Crisis que debemos extender también a la hora de estudiar a nuestros «héroes» patrios,
elementos fundamentales de estos relatos a reformular, sin olvidar algo señalado por J. Le Goff:
ningún sujeto escapa a su tiempo; razón por la cual ningún sujeto debería ser juzgado, tampoco,
por una sensibilidad y una cosmovisión que no es de su cultura ni de su época. No debemos
ignorar, tampoco, que todo estado-nación y toda nacionalidad, en tanto comunidad espiritual y
ciudadana, se encuentra cimentada por un conjunto de símbolos, representaciones,
instituciones, sujetos históricos, patrones culturales y postulados ideológicos que deben
adaptarse y reformularse para reconocer e integrar a sus miembros colectivos, para sobrevivir
como comunidad, pero sin los cuales tampoco podría existir.

Fuentes citadas

Añón, Valeria & Rufer, Mario. (2018). Lo colonial como silencio, la conquista como tabú:
reflexiones en tiempo presente. En Tabla Rasa, (29), 107-131.

Vidart, Daniel (2006). El mundo de los charrúas. Montevideo, Uruguay: Ediciones de la Banda
Oriental.

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