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Atención
Consiste en una continua vigilancia y presencia de ánimo, en una consciencia de uno mismo
siempre alerta, en una constante tensión espiritual. Gracias a ella el filósofo advierte y
conoce plenamente como obra en cada instante. Gracias a esta vigilancia del espíritu, la
regla vital fundamental, es decir, el discernimiento entre lo que depende y no depende de
nosotros, se encuentra siempre a mano. […] También puede definirse esta vigilancia como
una forma de concentración centrada en el momento presente.
[Ejemplo]
En cierto sentido, los juicios de valor que nos turban se refieren siempre al pasado o al
porvenir. Nos agitamos por las consecuencias que tendrá para nosotros en el futuro un
acontecimiento presente, pero también un acontecimiento pasado, o tememos un
acontecimiento futuro.
[…] Esta delimitación del presente tiene dos aspectos principales, Se trata, por una parte,
de hacer soportables las dificultades y las pruebas reduciéndolas a una sucesión de
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instantes breves; y se trata, por otro lado, de intensificar la atención dirigida a la acción o el
consentimiento en los acontecimientos que vienen a nuestro encuentro.
Meditación y memorización
[…]Conviene que uno mismo se formule la regla vital de la manera más dinámica y concreta,
debiéndose poner “ante los ojos” unos acontecimientos vitales contemplados a la luz de
esta regla fundamental. En esto consiste el ejercicio de memorización (mneme) y de
meditación (melete) [que] facilita el estar preparado para el momento en que una
circunstancia imprevista, quizá dramática, se presente. Uno debe representarse
anticipadamente los problemas propios de la existencia: la pobreza, el sufrimiento, la
muerte; hay que mirarlos de frente recordando que no son males, puesto que no dependen
de nosotros; en la memoria habrán quedado fijadas aquellas máximas contundentes que,
llegado el caso, nos ayudarán a aceptar esos acontecimientos que forman parte de la
Naturaleza.
[Ejemplo]
“Fijar y describir siempre el objeto cuya imagen se presenta al espíritu, de suerte que se le
vea lúcidamente, tal como es por naturaleza, desnudo, uno bajo diversos aspectos; y decirse
a sí mismo su nombre y los nombres de los objetos que lo forman y en los cuales se
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[Ejemplo]
Mirar las cosas desde arriba es verlas desde la perspectiva de los muertos;
considerarlas con desprendimiento, perspectiva, objetividad, situándolas en la
inmensidad del universo, en la totalidad de la naturaleza sin agregarles los falsos
prestigios que les atribuyen nuestras pasiones y las convenciones humanas.
[Ejemplo]
«Preciso es que quien hace discursos sobre los hombres examine también lo que acontece
en la tierra, como desde una atalaya [Torre de vigilancia]: manadas, ejércitos, trabajos
agrícolas, matrimonios, divorcios, nacimientos, muertes, tumulto de tribunales, regiones
desiertas, poblaciones bárbaras diversas, fiestas, lamentaciones mortuorias, reuniones
públicas, toda la mezcla y la conjunción armoniosa procedente de los contrarios» (Marco
Aurelio, Meditaciones VII, 48).
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D que el único bien es el bien moral, que el único mal es el mal moral?
Es aquí donde interviene el misterio de la libertad.
El yo que tiene la capacidad de juzgar y de elegir puede convertirse,
como apunta Marco Aurelio, en «fe, pudor, verdad, ley, buen daimón» o lo
contrario. Puede, si lo quiere, identificarse con la Razón Universal, con la norma
trascendente que plantea el valor absoluto de la moralidad.
[La Razón universal es indiferente, la humana es pasional (E) Dialogar
con la razón universal]
Hay una diferencia entre la libertad de elección, gracias a la cual el principio
director tiene la posibilidad de hacerse él mismo bueno o malo, y la libertad
real, gracias a la cual, escogiendo el bien moral y la Razón universal, el
principio director consigue que sus juicios sean verdaderos, que sus deseos se
realicen y que sus voluntades resulten eficaces.
El principio director es, por lo tanto, una ciudadela interior inexpugnable, que
no se puede forzar si se niega, pero mucho más inexpugnable en tanto que
libertad real si, gracias a identificarse con la Razón universal, se libera de todo
lo que podría servir a sus juicios, sus deseos y su voluntad»
(VIII, 48) (IV, 3) (IV, 49, I)