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Autonomía privada

La autonomía privada (también denominada autonomía de la voluntad) es


un ámbito en el cual los sujetos tienen el poder de crear reglas que regulen sus
intereses; más allá de este ámbito es imposible. La ley es la encargada de
establecer sus límites. Muchos de estos límites son creados por las
necesidades de las cosas, otras por mera conveniencia de política legal, y
constituyen impedimentos a la creación de reglas. La noción de autonomía no
debe identificarse con la libertad de querer, sino que alude al poder de los
particulares para darse de por sí reglas en sus propias relaciones en el campo
económico social.

LA AUTONOMÍA PRIVADA:

La autonomía privada es la aptitud del individuo, en cierto sentido connatural a


él, para dar regla, por sí mismo, a sus propios intereses; el ordenamiento, en
sus disposiciones sobre los negocios, afronta y regula este fenómeno de la
autonomía, el cual pasa a constituir, así, el substracto material de tales normas.
La autonomía privada configura también una autorregulación y
específicamente, una regulación directa, individual, concreta, de determinados
intereses propios, por obra de los mismos interesados. Entre el interés
regulado y la voluntad reguladora (éste es el punto característico) existe aquí
inmediata coincidencia, porque son, interés y voluntad, de las mismas
personas.

La autonomía privada como licencia del ordenamiento jurídico. Sus titulares:


capacidad y legitimación

La autonomía privada es el poder o potestad, atribuido por el ordenamiento


jurídico a los particulares, de establecer normas jurídicas para satisfacer
intereses privados, particulares o individuales. [12]
Repárese que decimos "poder" y no "facultad". Es que la facultad es inherente
al derecho subjetivo, y el poder es, en rigor, una figura subjetiva distinta de
aquél, a saber: una potestad para crear o modificar reglas jurídicas que inciden
en los derechos subjetivos preexistentes. Por ello se ha dicho que mientras el
poder pertenece a la dinámica del derecho, el derecho subjetivo hace a
su estática.
Según lo expuesto, el poder, en que la autonomía privada consiste, no es un
poder originario o independiente sino derivado o heterónomo, en cuanto
conferido por el ordenamiento jurídico que regula su ejercicio, estableciendo
sus cargas y limitaciones. La voluntad privada no crea Derecho por sí o
por fuerza propia ; así que el poder propio de la autonomía privada consiste en
una fuerza o energía jurídica, no sólo en el sentido de creadora de derecho
sino también en cuanto concedida por el Derecho.
Ello explica que el ordenamiento jurídico pueda concederla aun a quienes
carezcan de la aptitud actual de entender y querer. De ahí que, dado el
fundamento preindicado de la autonomía privada, el Derecho la atribuya a toda
persona. Luego, el único presupuesto para ser titular de ella es la capacidad
jurídica, que el derecho sólo cercena en determinados supuestos como
"prohibiciones para contratar".
Ahora bien, el Derecho, en defensa del interés de los titulares de la autonomía
privada, exige que el acto por el cual se ejerce tal poder sea realizado por una
persona con aptitud actual de entender y de querer, esto es con capacidad de
obrar, y, cabría agregar, con voluntariedad.

En síntesis, mientras el poder (autonomía privada) presupone la capacidad


jurídica, el ejercicio del mismo presupone la capacidad de hecho y la
voluntariedad. Por ello, los incapaces de hecho pueden ser parte de un
contrato en tanto su incapacidad sea suplida por la representación legal.
A través de la autonomía privada no puede regularse cualesquiera intereses
privados. El límite de los intereses regulables viene dado por la figura subjetiva
de la legitimación, que debe distinguirse de aquélla.
La legitimación es el poder que tiene un sujeto determinado para disponer de
determinados derechos[13]Así, por ejemplo, hemos dicho que cualquier
persona tiene autonomía privada, mas carece de legitimación para vender una
cosa ajena o comprometer una conducta ajena sin su autorización (poder).
Entre autonomía privada y legitimación existe la misma diferencia que entre
jurisdicción y competencia: mientras la jurisdicción es el poder de administrar
justicia atribuido a todos los órganos que integran la autoridad judicial
indeterminadamente, la competencia es la cantidad de jurisdicción que cada
órgano en particular puede ejercitar. De igual modo puede decirse que la
legitimación es la cantidad de autonomía privada que un sujeto puede ejercitar
en determinada circunstancias.
La diferencia apuntada entre autonomía y legitimación no es simplemente
teórica, sino que se traduce en consecuencias prácticas: el traspaso de los
límites de la autonomía trae aparejado la ineficacia del negocio entre partes;
mientras que la falta de legitimación produce sólo una ineficacia relativa
respecto de las personas sobre cuyos intereses se contrató sin su autorización
previa, subsanable mediante la ratificación del interesado (autorización ex pos
facto).
Límites

 Licitud: La ley nos permite crear reglas pero nos prohíbe crear otras.
Por ejemplo, no se pueden establecer pactos en contra de las normas
imperativas que forman parte del ordenamiento jurídico. Este es un
primer límite: el límite de lo lícito; no se pueden violar ciertos mandatos
que la ley impone, ni la ley puede reconocer reglas de particulares que
transgredan las suyas.
 Posibilidad: Se deben crear reglas que se puedan acatar y cumplir, no
reglas imposibles de acatar. El ordenamiento no puede garantizar la
actuación de reglas inacatables e imposibles.
 Determinación: No se pueden crear reglas que no sean determinables.
Para poder actuar las reglas, se debe saber qué es lo que estas reglas
mandan. Si lo que mandan no es claro y no es determinable, entonces
no es posible saber qué actuar. Estas reglas son ignoradas por la ley,
pues tienen que ser determinada o determinable.
 Patrimonialidad: Únicamente pueden regularse relaciones jurídicas
patrimoniales. Es patrimonial aquello susceptible de valoración
económica en el mercado, dentro de un determinado contexto social.

En algunos ordenamientos, la ley establece como límites del objeto del negocio
jurídico, los mismos límites de la autonomía.

Existen límites en sentido más negativo: la imposición por parte del


ordenamiento de determinadas reglas que no nacen de la autonomía. En
algunos casos son la negación de la autonomía. Por ejemplo, la ley puede
imponer la creación de un seguro obligatorio de tránsito. Otro ejemplo es el
caso de la integración entre dos compañías telefónicas: cuando estas no
acuerdan sobre determinados aspectos, el Estado impone reglas entre ellas
(esto en virtud a la prestación del servicio público que ofrecen). Este es un
ejemplo de heteronomía: cuando es el Estado quien crea una relación jurídica
entre particulares. [Acto administrativo es la relación con un particular en base
a su soberanía, ius imperium].

Legislación peruana

La Constitución, en el artículo 62, reconoce la autonomía privada, y establece


que ni siquiera la ley puede modificar los términos contractuales. Sin embargo,
esta disposición puede entrar en conflicto con otras normas constitucionales.
Entonces, hay que determinar cómo se concilian ambas disposiciones,
mediante criterios de interpretación, para ver cuál prevalece. Así, en un
determinado caso es aplicable una norma u otra.

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