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CLÁSICOS

Modernidad de Montaigne
CARLOS GARCÍA GUAL
CATEDRÁTICO DE FILOLOGÍA GRIEGA
EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

E
studiosos y lectores coin- lectores, con la sinceridad y libertad cuerdan sus lectores. (Tampoco los
Michel de Montaigne
ciden desde un comien- que sólo el retiro permite4. políticos intercalan ya citas en sus
LOS ENSAYOS (SEGÚN LA
zo en advertir la mo- No insistiré más en esa moderni- discursos, como solían los más cultos EDICIÓN DE 1595 DE MARIE DE
dernidad de los escritos dad de nuestro autor; resulta un trazo de antaño.) En cambio, el texto de GOURNAY)
de Montaigne. «Como Shakespeare distintivo y evidente en su obra. Pero los Ensayos está plagado o alfombra- Trad. de Jordi Bayod Brau
Acantilado, Barcelona
–escribe Peter Burke1–, Montaigne sí quiero detenerme en otro rasgo no do de esas citas. No por mero afán de 1738 pp. 58 €
es, en cierto sentido, contemporáneo
nuestro. Pocos escritores del siglo XVI
son más fáciles de leer hoy, ni nos ha- cosecha más que el hilo para unirlas.
blan tan directa e inmediatamente Cierto, le concedo a la opinión pú-
como él». Es uno de sus evidentes blica que estos adornos prestados me
atractivos: es moderno en su prosa, su acompañan. Mas no entiendo por
pensamiento, su estilo y en la audaz ello que me cubran ni me oculten: es
invención de un género literario de lo contrario de mi intención, que no
diseño moderno: el ensayo. Nos re- quiere hacer gala más que de lo mío»
sulta hoy más cercano que otros pen- (III, 12). Si algunos de sus primeros
sadores posteriores, que pasan por ser lectores le hicieron ese reproche a
los grandes pioneros de la moder- Montaigne, otros lo elogiaron por
nidad, como Descartes y Newton, eso. Quevedo, uno de los primeros
como ha subrayado muy bien hace españoles que lo menciona y aprecia,
poco Stephen Toulmin2. Con su es- alaba los Essais porque son «un libro
critura ágil y fresca, sus reflexiones tan grande que quien por leerle de-
mundanas y flexibles, su escepticismo jara de leer a Séneca o Plutarco, leerá
y su tolerancia, contrastan con la ri- a Plutarco y Séneca».Todavía es más
gidez teórica y la tensión sistemática clara la sentencia francesa, anónima,
de esos otros maestros de la filosofía que precisaba: «Si vous avez lu Mon-
y la ciencia, empeñados en dar con tagne, vous avez lu Plutarque et Sé-
una certeza absoluta, una verdad só- nèque, mais si vous avez lu Plutarque
lida y tajante. Montaigne escribe en et Sénèque, vous n’avez pas lu Mon-
el otoño del Renacimiento, mientras taigne»7.
que Descartes, nacido tres años des- «Yo soy yo y mis lecturas», podría
pués de su muerte en 1592, pertene- haber dicho Montaigne; parodiando
ce ya a otra generación muy distinta, a Ortega. Ciertamente no lo dijo,
marcada por el fracaso de la toleran- pero es muy difícil imaginar cómo
cia religiosa, es decir, tras la muerte habría pensado el mundo y a sí mis-
de Enrique IV en 1610, fin de una mo sin esa continua apoyatura en sus
época, a la que sigue la desgarradora autores favoritos, antiguos clásicos la-
guerra europea de los Treinta Años. tinos y griegos, en su gran mayoría8.
Escepticismo y tolerancia avivan Autodidacta en buena medida, lector
nuestra simpatía actual, tanto como infatigable, no fue un erudito ni un
ese desenfadado estilo que evita la humanista profesional. No sabía grie-
pedantería y la rigidez profesoral. go, pero conocía a fondo el latín.
Montaigne fue, en cierto modo, un Recordaba con pasión algunos pasa-
moralista, pero no predica una doc- jes de los grandes poetas latinos: Lu-
trina ni se engola nunca en sus sen- Plutón y Proserpina, hacia 1527
crecio, Horacio y Virgilio.Y Séneca
tencias. No tenía ningún afán peda- era su autor preferido por sus senten-
gógico, ningún credo eclesiástico: menos notorio, y que ahora ya no es erudición ni por adornar sus refle- cias; le encantaban sus prosas aguza-
«No formo al hombre; lo recito». Si usual, sino que puede parecer una re- xiones, sino porque se apoyan en das y su ingenio moral. Pero Plutar-
antes de los cuarenta años decidió re- liquia de otros tiempos, algo poco ellas. Parece que en sus amenas y va- co es el escritor a quien más apreció
tirarse «de la esclavitud de la corte y corriente entre los modernos: sus rias reflexiones «la voz propia del yo y utilizó. Sobre él dejó escrito: «Es mi
de los deberes públicos» (frase digna muy numerosas citas5. Los ensayistas va surgiendo progresivamente de una hombre» («C’est mon homme»).Tan-
de un epicúreo) a su torre entre sus actuales no suelen citar, o al menos coral polifónica de textos ajenos», se- to del autor de las Vidas paralelas co-
muchos libros y dedicarse a escribir no suelen hacerlo con frecuencia, ni gún dice Jesús Navarro6. mo de las Moralia, que leía en la mag-
sobre sí mismo, fue en definitiva para a los poetas latinos ni a los clásicos En varios lugares, Montaigne se nífica traducción de Amyot. Tam-
conversar consigo mismo y, paradóji- del pensamiento antiguo. La razón justifica de esos «adornos prestados»: bién le divertía, y lamentaba que no
camente, como va descubriéndonos, más clara es que no los han leído o «Alguno podría decir de mí que no fuera diez veces más extenso, el fa-
para conversar con muchos otros3, sus no los recuerdan, como suponen, con he hecho aquí sino un amasijo de moso texto de Diógenes Laercio: Vi-
autores antiguos y sus potenciales razón, que tampoco los leyeron ni re- flores ajenas sin aportar de mi propia das y opiniones de los filósofos ilustres,

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un tesoro de anécdotas sobre los vie- moderna, como tampoco quiso ser había hecho, y su libro, a su vez, ha
jos sabios. Las Vidas le gustaban más un sabelotodo. Lo que quiso ser fue conservado su imagen amistosa y sin-
que las Historias y las Anécdotas más Michel de Montaigne, y amó a los gular. Logró su propósito: lo recorda-
que las teorías físicas o metafísicas de clásicos porque ellos podían ayudar- mos tal cual era, sin falsías ni chismo-
los filósofos. No estimó mucho ni a le a realizar este propósito. De ma- rreos ni máscaras. De ahí, en gran
Platón ni a Aristóteles. Pero sintió nera que los asimiló, los utilizó y los medida, su modernidad.
singular simpatía por la teoría de los vivió». En efecto, gracias a sus lectu- Es un gozo poder leerlo en una
escépticos griegos, teoría que negaba ras, Montaigne se siente acompaña- buena traducción, actualizada en sus
la posibilidad de conocer la verdad, do. Sin su retiro y sus libros no ha- expresiones, basada en la última edi-
que conocía a través de los libros de bría sido libre para expresarse, retra- ción crítica y en el texto más com-
Sexto Empírico, traducido al latín tarse y conversar. Su riqueza interior pleto –el de 1595, al cuidado de Ma-
por Henri Estienne. (En su bibliote- viene de ahí; su sinceridad radical, su rie de Gournay–, y acompañado de
ca, Montaigne hizo grabar las más fa- libertad de opinión, se dibujan sobre numerosas y discretas notas, y dos
mosas máximas escépticas en griego, esas voces de fondo. «Sin los otros, prólogos atractivos. Jordi Bayod Brau
tal vez para no escandalizar a algu- sin sus lecturas y sus citas, Montaig- ha hecho su tarea con excelente
nos.) En fin, su arte de conversar im- ne no tendría nada que decir y ni si- gusto y seriedad. En España tardó
plicaba ese recurrir a las voces de los quiera se conocería», anota Antoine mucho en publicarse una versión
antiguos, no por amontonar citas y Compagnon en su prólogo citado.Y completa de los Essais, hasta finales
alardear de sabio, en una miscelánea la selección y las citas revelan su sa- del XIX. El libro había sido incluido
como la que escribieron otros auto- gaz criterio personal. No quiso ofi- en el Índice eclesiástico a mediados
res de la época, como algo antes fray ciar de filósofo, pero extrajo de los del XVII.Y tuvo ente nosotros muy
Antonio de Guevara en sus Epístolas maestros antiguos lecciones de largo pocos lectores –aunque algunos de
familiares9 y Pedro Mexía en su Silva alcance. De los estoicos (es decir, de excepción, como Quevedo y Feijoo,
de varia lección, o algo después el doc- Séneca), la independencia del yo quienes sí lo apreciaron– hasta ese fi-
to Robert Burton en su Anatomía de frente al azar, las servidumbres y el nal de siglo. Por fin, logró estima y
la melancolía. temor a la muerte; de Epicuro, la consideración y ejerció su influencia
Lo señaló muy bien Gilbert importancia del placer y el afecto al entre los grandes ensayistas del 98
Highet10: «Si Montaigne trae a cuen- cuerpo; de los escépticos, la toleran- (Unamuno, Azorín, etc.)11. Y varias
to y cita esos libros clásicos no lo cia y su amable relativismo (de ahí traducciones durante el siglo XX. En-
hace por simple afán de deslumbrar también su lado conservador en re- tre las recientes, debemos destacar,
a sus contemporáneos con su saber ligión y política). por su precisión y claridad, la parcial
[...]. Aportaba sus lecturas con natu- Al expresar sus ideas y opiniones de Marie-José Lemarchand, Ensa-
ralidad [...]. Su actitud hacia sus li- (sus fantaisies), en terso y coloquial yos I, Madrid, Gredos, 2002. Pero, sin
bros no fue mecánica, sino orgánica. estilo, con su acento amistoso, perspi- duda, ésta de Jordi Bayod, excelente
No imitó a los antiguos en la forma caz, irónico, sin prejuicios, Montaig- y editada con ejemplar cuidado, mar-
en que Ronsard imitó a Virgilio. No ne se mostró en la escritura entero, ca un claro hito en esa breve tra-
quiso ser un clásico con vestimenta desnudo y veraz como antes nadie lo dición. !

1 Así comienza Burke su claro libro Montai- filosofía moral puede asociarse a una vida lo, Madrid, Revista de Occidente, 1971,
gne (trad. de Vidal Peña, Madrid, Alianza, común y privada igual que a una vida de p. 103.
1985).Y agrega: «Antes de la Ilustración, más rica estofa. Cada hombre comporta la
fue un crítico de la autoridad intelectual; forma entera de la condición humana».Y, 8 André Gide hizo una selección de textos
antes del psicoanálisis, un frío observador en el capítulo siguiente: «Mi forma esencial de Montaigne expurgados de todas sus ci-
de la sexualidad humana; y antes del naci- es propicia a la comunicación y a la mani- tas. Está editada, en una buena versión
miento de la antropología social, un estu- festación.Yo soy del todo exterior y evi- castellana de Juan Gabriel López Guix,
dioso desapasionado de otras culturas. Re- dente, he nacido para la sociedad y la amis- bajo el título de Montaigne. Páginas inmor-
sulta fácil verlo como un moderno naci- tad. La soledad que amo y que predico, tales. Selección y prólogo de André Gide (Bar-
do fuera de época». consiste, sobre todo, en dirigir hacia mí mis celona,Tusquets, 1993). El prólogo es ad-
afectos y pensamientos, en restringir y es- mirable, pero la selección, amputada de las
2 En su libro Cosmópolis. El trasfondo de la citas, resulta desconcertante y narcisista.
trechar no mis pasos sino mis deseos y mi
modernidad (trad. de Bernardo Moreno (Fue un encargo para lectores norteame-
atención, renunciando a la preocupación
Carrillo, Barcelona, Península, 2001). ricanos. Es comprensible que Gide se mo-
ajena, y rehuyendo a ultranza la servidum-
Véanse especialmente pp. 51 y ss., 68 y ss. lestara cuando el libro se reeditó en
bre y la obligación, y no tanto la multitud
3 Eso está muy bien analizado, en profundi- de hombres como la multitud de asuntos. Francia.)
dad, como otros aspectos de su obra, en el La soledad local, a decir verdad, más bien 9 Sobre la relación de Montaigne con las
excelente estudio de Jesús Navarro Reyes, me extiende y ensancha hacia fuera». obras de Guevara he escrito en otros lu-
Pensar sin certezas. Montaigne y el arte de gares. El contraste con la figura y obra del
5 Lo señala con su franca agudeza Antoine
conversar, Madrid, Fondo de Cultura Eco- obispo de Mondoñedo (1480-1543), au-
Compagnon, en su fino y muy actualiza-
nómica, 2007. tor de éxito, predicador cortesano e ina-
do prólogo a la reciente versión españo-
4 Reiteradamente Montaigne insiste en la la de Los ensayos que aquí se comenta gotable amontonador de citas de los anti-
originalidad de su tema, un relato reflexi- (p. XXI): «El lector actual ya no sabe muy guos, a menudo de invención propia, es,
vo, en principio, de tema autobiográfico, bien cómo comportarse frente a esas citas. en mi opinión, muy interesante. Por otra
privado y familiar, pero que luego se revela Desde Villey conocemos sus fuentes, y los parte, es fácil ventear en las Epístolas de
universal, pues trata de la condición huma- editores nos facilitan la traducción. Esto ya Guevara aires precursores del género en-
na. Recordaré unas pocas líneas muy signi- es un punto ganado. Ello no impide que sayístico. .
ficativas.Al final de su primer Prólogo, escri- el lector común –yo mismo: me conoz- 10 Gilbert Highet en La tradición clásica, I
be: «Así, lector, soy yo mismo la materia de co– tenga tendencia a saltarse las citas, (trad. de Antonio Alatorre, México, Fon-
mi libro; no es razonable que emplees tu como si no formaran parte del pensa- do de Cultura Económica, 1951) dedica
tiempo en un asunto tan frívolo y tan miento del autor, como si fueran una so- unas páginas admirables (I, 295-305) a
vano. Adiós, pues». Escribe luego, en el ca- brecarga, algo que, por lo demás, en algún Montaigne. En ellas resume los estudios
pítulo segundo del tercero (titulado «El caso el mismo Montaigne sugiere, pero de Pierre Villey y ofrece una precisa y
arrepentirse»): «Los demás forman al hom- también ahí con un grano de sal». completa lista de los autores leídos y cita-
bre; yo lo refiero y presento a uno particu- dos en los Ensayos.
6 En el capítulo bien titulado «La autoría
lar muy mal formado, y al que, si tuviera
compartida», op. cit., p. 247.
que modelar de nuevo, haría en verdad 11 Véase, al respecto, el sugerente y fino libro
muy distinto de lo que es [...]. Expongo 7 Tomo las referencias del excelente artícu- de Adolfo Castañón, Por el país de Montai-
una vida baja y sin lustre.Tanto da.Toda la lo de Juan Marichal en La voluntad de esti- gne, México, Paidós, 2000.

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