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Casi dos mil años más tarde, hacia el siglo XVI, con el renaci-
miento de las Bellas Artes, la equitación, caída en el olvido, toma
un nuevo impulso. Bajo el brillante sol de Italia y el cielo siempre
sereno del mediodía, apareció, al lado de los grandes maestros de la
pintura y de la escultura, el primer maestro de la resucitada equita-
ción: el noble napolitano Federico Grisone, a quien sus contempo-
ráneos le han dado el sobrenombre de “Padre de la equitación”.
Grisone estudió a fondo la obra de Jenofonte. Ante todo, estu-
dió las prescripciones del escritor griego concernientes a la posi-
ción y a las ayudas, que él casi literalmente adoptó. Mientras tanto,
su trabajo culminaba sobre todo en la sumisión del caballo obte-
nida por la fuerza, así mismo atestiguaba la cantidad de “bocados”
inventados por él.
Entre los numerosos alumnos de Grisone, el más notable
fue Pignatelli. Él dirigió la célebre Academia de Equitación
de Nápoles, de la cual fue alumno el francés Pluvinel. Pluvinel,
futuro profesor de equitación de Luis XIII, adopta seguramente
las enseñanzas de Pignatelli, pero las completa en seguida por
sus propias experiencias. Él llevó al primer plano el principio del
tratamiento individual apropiado a cada caballo, lo que le diferencia
esencialmente de su maestro y de sus predecesores, la renuncia de
los métodos violentos empleados hasta entonces -renuncia que él
formula, en particular, en su obra aparecida en 1623: “El Picadero
Real”- fue en seguida ridiculizada por sus compañeros. Pero, con
el tiempo, sus ideas prevalecieron y allanaron el camino que debía
recibir al más grande profesor de equitación de Francia: François
Robichon de La Guérinière.
Esta evolución se encontraba en oposición con los medios pre-
conizados por el Duque de Newcastle que, a pesar de su magnífica
obra publicada en 1657 sobre la equitación renaciente en Inglate-
rra -puede ser a causa de sus métodos brutales-, no tuvo más que
una autoridad pasajera. Pasó lo mismo en Alemania con Georg
Engelhart von Löhneysen, que había escrito en 1588 su libro “La
Escuela” recientemente abierta para la Equitación en la Corte y
para el Ejército. Sus tesis se resisten a ceder el paso a las de los pro-
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M. de La Guérinière (1751).
El caballista Max von Weyrother (1814).
Louis Seeger (1844).
El barón von Oeynhausen (1845-1865).
Robichon de la guérinière
François Robichon de la Guérinière, del que hemos hablado,
fue profesor de equitación del rey Luis XV. Por primera vez te-
nemos noticia de su actividad cuando en 1716, tomó la dirección
de una célebre academia de equitación en París, que anterior-
mente estuvo dirigida por su propio maestro Antoine de Ven-
deuil. Desde 1730 hasta su muerte en 1751 dirigió la Academia
de las Tullerías. Las academias reales eran creación de Pluvinel,
que cien años antes había sido maestro de equitación de Luis
XIII.
En 1733 apareció la primera edición de la obra de La Gué-
rinière bajo el título de “Escuela de Caballería”, conteniendo el
conocimiento, la instrucción y la conservación del caballo. Mu-
chas de las ediciones siguientes salieron con otros títulos, como
“Elementos de Caballería”, 1740-41-57 y 58; “Manual de Caba-
llería”, 1742, además de otras ediciones.
Por su claridad y su importancia fundamental, la obra de La
Guérinière fue impuesta por su excelencia von Holbein como
libro base para el adiestramiento practicada en la Escuela Es-
pañola de Viena. En su introducción, La Guérinière dice que
no solamente hay que exponer su propia enseñanza y sus prin-
cipios, y así él mismo ha extraído de las obras de los mejores
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Louis seeger
Nació de una familia de profesores de equitación, dirigió el
primer Instituto privado de equitación de Berlín, el “Seegerhof ”
(picadero Seeger). En 1844 apareció su sistema de equitación
dedicado al Príncipe Guillermo de Prusia, el futuro emperador.
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LA EQUITACIÓN CLÁSICA
Von oeynhausen
El barón Oeynhausen descendía de una vieja familia de
jinetes del norte de Alemania. Ex alumno de diferentes es-
cuelas de equitación alemanas, fue durante muchos años ins-
tructor bajo las órdenes del comandante en el Instituto cen-
tral Imperial y Real de equitación de Salzburgo.
Oeynhausen escribió varios libros de equitación, en los
cuales daba como bases las exposiciones teóricas de sus con-
ferencias en el Instituto central.
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Von holbein
Pasemos ahora a su excelencia von Holbein. Tiene el mé-
rito de haber fijado por escrito las primeras directrices con-
cernientes al adiestramiento en la Escuela Española. El 20 de
octubre de 1898 publicó su obra antes mencionada: “Directi-
vas para la conducta metódica del adiestramiento del caballo
en la Escuela Española de Viena”; el mismo año, después
de la jubilación del jinete jefe Gebhart, fue encargado de la
dirección de la Escuela Española, que ejercerá hasta octubre
de 1901.
En la introducción de sus Directrices, atrae la atención ha-
cia el hecho de un adiestramiento acelerado del hombre y del
caballo y que le han llevado a la decadencia de la equitación
en los diferentes ejércitos. También señala la necesidad de
mantener a los institutos, como la Escuela Española, donde
la equitación es practicada en un alto grado de perfección.
Sobre el sentido profundo de la Alta Escuela, su exce-
lencia von Holbein dice que ésta -sin pedantería o demos-
traciones inútiles- debe siempre proponerse defender los
principios de la equitación y el beneficio de las experiencias
adquiridas, además de mantener los medios a seguir para lle-
gar más pronto a adiestrar al jinete y someter al caballo a su
voluntad.
Todo profesor de equitación y jinete en función en la Es-
cuela Española debe hacerse una idea exacta de la razón de
ser y del objeto de este instituto y perseguir este objeto po-
niendo en juego todas las facultades intelectuales y todas las
fuerzas físicas disponibles. A fin de realizar plenamente este
ideal, haría falta que el personal de la Escuela Española no
olvidara jamás que la equitación no debe ser practicada úni-
camente por la Alta Escuela, sino que debe primero alcanzar
las tres disciplinas siguientes:
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