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La Política, Anthony Upton

La estructura política de Europa en 1600

Europa en el 1600 era una serie de entidades políticas independientes en estado de


permanente competencia, que impulsaba la cultura militar que había hecho de Europa el
escenario de una guerra incesante. La adquisición de nuevos territorios mediante la
guerra había sido siempre la máxima preocupación de los soberanos europeos. Europa
era una sociedad construida en torno a una cultura religiosa común que aún
denominaban Cristiandad. Por lo general, el soberano era asesorado y asistido por un
consejo.

En 1600, las instituciones feudales autogobernadas (ciudades, feudos, Iglesia) estaban


siendo modificadas por un generalizado desplazamiento hacia la concentración
oligárquica del poder. El poder se estaba concentrando cada vez más en manos de
grupos de la elite que constituían una fracción muy pequeña del total de la población.
Estaban sentando las bases para el desarrollo de una clase gobernante con conciencia de
sí misma y una cultura diferenciada que los separaba del pueblo llano.

La Reforma había dejado a las sociedades europeas frente al desafío del pluralismo
religioso. Los gobiernos europeos equipararon la disidencia religiosa con la oposición
política y pretendieron eliminarla. No hay mejor ejemplo que la guerra de los Treinta
Años para mostrar que la guerra es la mayor fuerza que mueve la historia y cómo una
vez iniciada adquiere su propia inercia. El sistema de librar la guerra mediante
contratistas privados desencadenaba fuerzas que los gobiernos eran incapaces de
dominar. La paz de Westfalia confirmó que no se podría anular la Reforma. El
pluralismo religioso iba a ser una realidad en la vida europea.

La guerra de los treinta años mostró que los sistemas políticos vigentes eran incapaces
de hacer frente a las exigencias de los progresos en el arte de la guerra, aumentaron
significativamente los costos de la guerra. A los soberanos les era difícil obtener de sus
súbditos dinero puesto que el sistema de delegación del poder exigía que se negociaran
todos los ajustes. La mayor parte de la gente pasaba toda la vida dentro del marco de su
comunidad local, las propuestas que conllevaban el sacrificio de los intereses e
inmunidades locales, a fin de reforzar la autoridad central, suscitaban respuestas
negativas. El cambio tendría que ser impuesto y la experiencia de los dos primeros
ministros de los dos principales protagonistas de la lucha europea por el poder: el
cardenal Richelieu en Francia y el conde – duque de Olivares en España, sirve para
ilustrar este proceso. Los privilegios sectoriales de los nobles feudales que se
interpusieran en su camino debían ser sacrificados por el bien común. El poder de
Richelieu devenía de sus relaciones personales con el rey Luis XIII. Su iniciativa más
famosa es el nombramiento de comisionados de la corono, los intendants, con poderes
plenipotenciarios para inspeccionar e imponer la voluntad del rey en las provincias. En
Francia no surgió ningún estado moderno: lo que se logró fue una triunfante
demostración del poder de la voluntad en manos de un político dotado y despiadado.
El conde duque de Olivares tuvo aún menos éxito, había puesto en marcha una serie de
medidas pensadas para mejorar la eficacia del gobierno y el bienestar de la comunidad.
En este programa iba la reforma moral, reforma de la educación, de la conducta
personal y del gasto excesivo. Es significativo que el programa se quedara en nada al no
existir la maquinaria que lo pusiera en práctica.
No existía un reino de España sino 3 reinos – Castilla, Aragón y Portugal, que estaban
gobernados por el mismo Habsburgo. Los reinos eran absolutamente soberanos, con sus
propios órganos de gobierno, leyes y monedas. Olivares concibió avanzar hacia la unión
con el objetivo último de una fe, una ley, un rey. Propuso crear un plan para contribuir
con hombres y dinero al común esfuerzo de guerra, cuya carga caía
desproporcionalmente sobre Castilla. El plan se llamó la Unión de Armas y se extendió
fuera de la Península Ibérica, a las colonias americanas, a las posesiones en Italia y a los
Países bajos. La idea de una plena unión tuvo a la larga, consecuencias negativas,
debido al rechazo de los súbditos. Después de las sucesivas derrotas hacia 1630,
Olivares estaba atrapado, no había forma de reducir los compromisos bélicos sin
humillantes reconocimientos de la derrota, trató de utilizar la fuerza para imponer la
unión de armas y finalmente fracasó.

Las ocasionales protestas populares apuntaban contra problemas locales concretos y no


ponían en cuestión la legitimidad del orden establecido. Solían resolverse con
concesiones que más tarde se incumplían. Hacia 1630, las protestas populares llegaron a
niveles fuera de lo acostumbrado como en las revueltas de las provincias francesas que
acosaron a los ministeriales de Richelieu y Mazarino. Los desórdenes siguieron
respondiendo a circunstancias locales específicas. Las reivindicaciones de los rebeldes
no ponían en cuestión la legitimidad de los soberanos, sino que pugnaban la
restauración de normas consuetudinarias. La gravedad de las protestas dependía de la
actitud de las elites. Los rebeldes reconocían la legitimidad de sus gobernantes en tanto
que sancionada por Dios, por lo que estos estaban a salvo de derrocamientos
revolucionarios. Un ejemplo de esto fue la Fronda, que dio la impresión de ser una
amenaza para la monarquía francesa entre 1648 – 1653. Al cabo de cinco años de
violentas guerras civiles y confusión general, la monarquía borbónica emergió más
fuerte que nunca. El contexto era excepcional pues la autoridad real estaba debilitada
por la minoría de edad de Luis XIV, y el gobierno estaba dirigido por una reina madre
extranjera y un italiano. Los problemas comenzaron cuando las medidas fiscales dele
estado amenazaron seriamente los intereses del alto personal de las cortes, encabezadas
por el parlement de París. Los acontecimientos revolucionarios de Gran Bretaña que
culminaron en regicidio fueron vistos con horror por casi todos los participantes de la
fronda.

Los acontecimientos en las islas británicas hacia 1640 – 1660 son distintos. Las
circunsantancias eran excepcionales. Era necesario mantener un consenso político
general ya que la Cámara de los Comunes del parlamento inglés era electiva y daba a las
comunidades locales voz dentro de la gestión política. Además la monarquía inglesa
padecía graves carencias de fondos y dependía de provisiones suplementarias que sólo
podía aprobar el parlamento. El consenso prevaleciente se vio afectado hacia 1640. Es
evidente que el sistema político inglés presentaba problemas pero fueron negociables
hasta la ascensión de Carlos I en 1625, era un político inusualmente inepto, con un
programa personal opuesto a las opiniones de importantes grupos de elite. Esto fue la
causa de un agudo enfrentamiento entre un agudo enfrentamiento entre una amplia
fracción de la oposición (aristocracia rural, comerciantes y clero). Había además
peligrosos desacuerdos religiosos dentro de la sociedad inglesa. La crisis revolucionaria
fue el resultado de un cálculo erróneo. Carlos la provocó al extender sus reformas
eclesiásticas a Escocia con objeto de lograr la convergencia religiosa de los dos reinos.
Esto dio lugar a la rebelión de los covenanters escoceses en 1638 y como el parlamento
le negó el apoyo al rey para reprimirlos, el rey fue derrotado. El disparadero fue la
rebelión de los católicos irlandeses en 1641, que obligó a poner en pie el ejército, que
correspondía mandar al rey, los líderes parlamentarios no podían permitir que fuera así y
se desencadenó la guerra civil. Las guerras civiles británicas no tenían ningún programa
político revolucionario, ambas partes se comprometían a restaurar el gobierno
tradicional del rey, los lores y los comunes. En Inglaterra las dos partes presentaron la
guerra como una cuestión religiosa. Las circunstancias habían dado el control del
ejército a fundamentalistas religiosos como Oliver Cromwell. El convencimiento de que
debía garantizarse al pueblo de dios la plena libertad religiosa llevó en 1648 a depurar el
parlamento, ejecutar a Carlos I y establecer una república (commonwealth), sin rey ni
cámara de Lores. Los comunes, por ser los representantes del pueblo, tendrían todo el
poder soberano. El fracaso de la república se debió a estar sustentada únicamente por la
fuerza del ejército, cualquier consulta a la comunidad habría revelado un avasallador
consenso favorable a la restauración de la monarquía Estuardo. La revolución inglesa
demostró estar tan vacía como la fronda en cuanto a los cambios perdurables que supuso
para la sociedad.

El modelo político de la Francia de Luis XIV, a partir de 1660, tenía dos propósitos
fundamentales: centralizar la toma de todas las decisiones en la persona del rey y hacer
que su autoridad fuese uniformemente eficaz en todo el reino. El núcleo era un consejo
ejecutivo, compuesto de ministros en funciones y presidido por el rey, que se elegía
entre la nobleza de toga (familias cuyo estatus procedía de haber comprado altos cargos
judiciales o administrativos de la corona). El rey y sus ministros estaban mejor
informados, los ingresos públicos se recaudaban y administraban de forma más eficaz y
se había fortalecido firmemente la autoridad de la corona. El rey no era sólo el jefe del
ejecutivo sino también el símbolo vivo de la autoridad legítima. Versalles era el lugar de
encuentro entre el monarca designado por Dios y la elite de sus súbditos, los cuales se
mantenían ocupados bajo la mirada del rey y sin ocasionar conflictos. El aristócrata
cultivaba su influencia dejándose ver en Versalles. Los monarcas podían mandar pero
no siempre se cumplían sus designios. Los intendants tenían que actuar paralelamente a
las instituciones locales existentes, lo parlaments, los Estados, las oligarquías urbanas,
las compañías, los gremios, y para conseguir sus fines había que negociar más bien que
ordenar. El ejército dependía de la disponibilidad de los nobles de espada y la estructura
financiera de las agrupaciones de banqueros que suministraban créditos al estado.
Hacia 1700 la máquina militar de Luis XIV era la más poderosa de Europa.

En el caso de la monarquía española, la decadencia de España bajo las presiones de la


guerra había sido real, marcada por la recesión económica y la caída del número de
habitantes. España tomó parte en todas las guerras que hubo en Europa occidental y
repetidas veces se demostró incapaz de organizar una defensa efectiva de sus territorios.
La explicación radica en el declive de la dinastía reinante. El rey Carlos II, deficiente
mental y sin hijos era incapaz de infundir fuerza al gobierno, su legitimidad estaba fuera
de duda, era imposible sustituirlo y España iba a la deriva. El gobierno central casi dejó
de funcionar pero las comunidades locales autónomas sobrevivieron, los reinos
españoles se estancaron pero sin desintegrarse.

Después de 1660, las dos monarquías bálticas, la de suecia – Finlandia y la de


Dinamarca – Noruega adoptaron el camino de remodelar sus estructuras de poder según
líneas absolutistas, con la diferencia de que en el proceso participaron las clases
inferiores de la sociedad. El rey dinamarqués logró bajo la amenaza de usar la fuerza,
que la nobleza aceptase la monarquía hereditaria. El rey y sus consejeros redactaron la
primera constitución formalmente absolutista de Europa. Las antiguas familias
aristocráticas perdieron sus privilegios y se desarrolló una nueva nobleza funcionarial.

Algunas regiones de Europa no siguieron el camino que conduce al absolutismo. En las


Islas Británicas la monarquía quedó reforzada tras el intento de república cromweliana,
por la confirmación formal de que los poderes ejecutivos eran exclusivos del rey, el cual
mandaba las fuerzas armadas, dirigía las relaciones internacionales, hacía todos los
nombramientos públicos, controlaba la Iglesia. Se restauró la autoridad exclusiva de la
Iglesia episcopaliana de Inglaterra y se ilegalizaron todas las desviaciones religiosas.
Cuando en 1673 el hermano del rey y heredero Jacobo reveló que se había convertido al
catolicismo, la facción de la corte que se oponía al monarca entendió que el hecho
estaba vinculado a una conjura papista para enardecer los sentimientos populares, influir
en el parlamento y obligar al rey a admitir a los católicos en la administración. Así se
creó el primer partido político nacional – el partido whig – cuyo propósito era presionar
al parlamento e influir en las elecciones. Los whigs atacaron los fundamentos de la
monarquía hereditaria al exigir que Jacobo fuera excluido de la sucesión. Fueron
procesados por sedición durante el reinado de Carlos II.
Cuando Carlos II murió en 1685, el nuevo rey Jacobo II no ocultó su deseo de que los
católicos fueran admitidos en los puestos públicos y de reforzar el gobierno de la corona
mediante la creación de un ejército permanente. El rey trató de organizar un programa
de libertad religiosa.

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