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Desarrollo:
Las dos revoluciones industriales y el triunfo del sistema capitalista
Entre 1780 y 1850 Gran Bretaña se desarrolló según las nuevas pautas económicas y sociales.
Entre 1870 y 1914, la industrialización entró en un segundo período. Se habla de una Primera y
una Segunda Revolución Industrial como si a partir de los últimos treinta años del siglo XIX la
modernización simplemente se derramara sobre un escenario geográfico más extenso. Sin
embargo, lo que ocurrió en los últimos decenios del siglo XIX no fue sencillamente la extensión
del proceso de industrialización.
El historiador inglés Geoffrey Barraclough distingue ambas etapas denominando a la primera
“revolución industrial” y a la segunda “revolución científica”.
La industrial es la revolución del carbón y del hierro e implicaba el empleo creciente de
máquinas y de mano de obra (tanto hombres, como mujeres y niños) en las fábricas. Estos
trabajadores eran el resultado de la transformación de una mayoría de campesinos que se
habían instalado en las ciudades y convertido en obreros.
La revolución científica es denominada así porque dependió mucho menos del ingenio de los
hombres prácticos y mucho más de la ciencia. A la nueva industria le interesaba más que
mejorar e incrementar las comodidades existentes crear nuevas necesidades. Sus efectos no
sólo fueron más extendidos en el espacio (países de Europa como Bélgica, Francia y Alemania
y algunos extraeuropeos como los EE. UU. y Japón) sino también que su impacto fue más
rápido, sus resultados aún más prodigiosos y sus consecuencias en la vida cotidiana y en la
mentalidad de la gente más profundas.
Si la primera revolución había sido la época del hierro, el carbón y el acero, la que se abre
desde 1870 es la del acero, el petróleo y la electricidad.
Ahora bien, si el primer período de la industrialización termina cerca de 1850 y el segundo se
inicia alrededor de 1870, pareciera que en las dos décadas que van del fin de una al principio
de la otra no ocurrió nada importante. Sin embargo, en esa veintena de años se establecieron
las bases del triunfo mundial del capitalismo y las bases para la segunda revolución en la
industria.
Habíamos visto en la unidad uno que el mundo contemporáneo comenzaba a fines del siglo
XVIII con la “doble revolución”: la Francesa en lo político y la Industrial británica en lo
económico. Estos procesos que son las dos caras de la misma moneda y marcan los episodios
decisivos del ascenso de la burguesía de esos países en el control de sus sociedades, tiene un
final claro: las revoluciones de 1848. Salvo en Inglaterra (donde las protestas de los cartistas
terminan en ese año sin llegar a producir disturbios), en el 48 Europa parece incendiarse en
una serie de revoluciones políticas que comenzaron en Francia, se expandieron al resto del
Continente e hicieron trastabillar el orden establecido por los distintos reyes. El poeta Georg
Weerth escribía en esos momentos a su madre: “Lee por favor los periódicos con mucho
cuidado; ahora vale la pena leerlos... Esta revolución cambiará la hechura de la tierra -¡como
tenía que ser! -. ¡Viva la República!”
Pero luego de un éxito momentáneo, las revoluciones de 1848 fueron derrotadas en todas
partes y el mundo no cambió. Como dice Hobsbawm, fue sólo la realización momentánea de
los sueños de la izquierda y de las pesadillas de la derecha. Los movimientos del ’48 parecían
ser la consecuencia lógica de la “doble revolución” pero fracasaron universal, rápida y
definitivamente. El tono radicalizado que tomaron estas rebeliones hizo que la burguesía se
apartara de las clases populares y de allí en más tuviera miedo de las consecuencias de los
reclamos de los sectores bajos de la sociedad y verdadero horror ante la posibilidad de nuevas
rebeliones. En estas conmociones, los pobres y los burgueses actuaron como aliados contra de
la monarquía por última vez.
El otro aspecto de las revoluciones de 1848 que resulta de interés para nosotros es que, más
allá de las diversas circunstancias políticas que explican las revueltas en cada uno de los
países donde se produjeron, en todas partes la rebelión popular estuvo precedida por el mismo
factor económico: un ciclo de malas cosechas. La del ‘48 fue la última crisis económica “a la
antigua”, correspondiente a un mundo que dependía de manera dramática de la suerte de las
cosechas. Aún en ese momento, una crisis era determinada en el conjunto del Continente
(aunque ya no en Inglaterra) por las barreras tecnológicas que habían agobiado a los europeos
por milenios: la imposibilidad de producir de alimentos suficientes para las necesidades de la
población.
Pero a partir de 1850, puede decirse que algo en la vida económica había cambiado ya no sólo
para Inglaterra, sino también para algunos otros países. Es cierto que Gran Bretaña aceleraba
su crecimiento (si entre 1820 y 1850 había exportado 1.000 millones de metros de telas de
algodón, entre 1850 y 1860 exportó 1.200 millones; si entre 1820 y 1845 se habían creado
100.000 puestos nuevos en las fábricas de géneros de algodón, entre 1845 y 1850 se
emplearon a 200.000 obreros más) pero también que había síntomas de industrialización fuera
de la Isla. Veamos dos ejemplos. En Bélgica - el país que logró seguir más temprano que
ningún otro a Inglaterra en el camino de la industrialización - se habían duplicado las
exportaciones de hierro entre 1851 y 1857. En Prusia - el reino que pocos años después
conseguiría unificar a Alemania - se establecieron en el mismo período 115 sociedades
anónimas que reunían un capital muy importante para la época.
Otro dato es significativo: en la década de 1860, la palabra capitalismo comienza a escucharse
en los discursos de los políticos y en la voz de los hombres de negocios. ¿Qué significaba el
término en boca de estos personajes? Que el mundo iba en camino de un progreso económico
ininterrumpido gracias a la acción de las empresas privadas y de la competencia entre ellas.
Que la ampliación de la economía permitía comprar en el mercado más barato absolutamente
todo (incluido el trabajo de los hombres) y hacer buenos negocios al venderlo en el mercado
más caro. La inteligencia, el mérito y la energía eran los valores que iban a hacer triunfar a las
personas capaces de aprovechar las ventajas de este nuevo mundo donde todo se reducía a
precios y mercancías. Junto con el progreso de los individuos pensaban que correría parejo el
bienestar del país. Y todo parecía darles la razón: desde 1850 hasta entrada la década del ’70,
el mundo parecía marchar sin tropiezos por ese camino.
El resultado de la prosperidad se extendió fuera de la economía. No hubo nuevas revueltas en
Europa salvo la insurrección de la Comuna de París en 1871, que fue rápida y sangrientamente
reprimida. No sólo puede percibirse en este episodio el sentimiento contrario que producía la
alteración del orden en la burguesía y las clases medias, sino también cómo las barricadas que
los insurrectos levantaban y que todavía habían servido para enfrentar a la represión en 1848,
ahora eran rápidamente barridas por la nueva tecnología aplicada a los armamentos y el nuevo
trazado urbano de París.
Algo muy parecido podría sostenerse respecto a las guerras. Por ejemplo, los rápidos
combates con los que Prusia derrotó a Austria y a Francia entre 1864 y 1871 y que llevaron a la
unificación del imperio alemán. O el más sangriento de los enfrentamientos del período: la
Guerra de Secesión norteamericana entre 1861 y 1865, donde el Sur contaba con el mejor
ejército y los mejores generales pero el Norte tenía ferrocarriles y esa ventaja era ya imposible
de revertir. Los recursos económicos y tecnológicos son los que comenzaban a decidir también
quién vencería en los conflictos bélicos.
En política, como dijimos, no es época de revoluciones, pero después del ’48 se producirán
ciertos tímidos cambios porque los estados adelantados de Europa se democratizan aunque
muy lentamente. Las clases gobernantes comienzan a darse cuenta de que, contrariamente a
lo que habían pensado largo tiempo, un Estado con constitución, parlamento y sufragio no era
necesariamente la antesala del socialismo. Por el contrario podía servir para garantizar la
estabilidad política y el buen rumbo de los negocios como había pasado en Inglaterra y en una
república que les había comenzado a despertar la atención: los EE.UU.
Los estadistas de la época eran personajes como Cavour, el artífice de la unidad italiana;
Lincoln, el presidente norteamericano que termina con la esclavitud; Bismark, el canciller que
establece el predominio alemán en el Continente y Napoleón III, el sobrino de Napoleón
Bonaparte que logra coronarse emperador y reina durante la transformación económica de
Francia. Un autor dijo que la clave del éxito de estas personalidades era tener opiniones
comunes y habilidades extraordinarias. El romanticismo en la política tendía a desaparecer.
Cuando Napoleón III hace repatriar los restos de su tío en medio de grandes ceremonias, un
diario opositor lo intenta ridiculizar comparando al grandioso general con el descolorido
gobernante y tituló: “El paraguas recibe a la espada”. Pero en realidad, esto resultaba más bien
un elogio. No era tiempo héroes sino de prudentes burgueses.
La verdadera batalla que se da en la época es en el campo económico y tecnológico: el tendido
de ferrocarriles, la construcción del canal de Suez, la emigración de miles de personas de un
continente a otro...
A pesar de todo, la ilusión de crecimiento ilimitado no dura mucho: en 1873 se desata una crisis
desconcertante para los contemporáneos. Uno de ellos la define como “el más curioso y, en
muchos sentidos, sin precedentes desconcierto y depresión en los negocios, el comercio y la
industria”. Se ha producido una nueva crisis pero esta ya no tiene que ver con el hambre sino
con la nueva dinámica que impone el capitalismo en forma irresistible.
El petróleo, por su parte, era una fuente de energía equivalente al carbón y la electricidad. Pero
además de su importancia directa, tuvo al menos tres efectos de gran trascendencia. El primero
es que promovió el desarrollo de la química con la elaboración de subproductos y la
petroquímica se transformará en un campo fundamental de la nueva industria. El segundo es
que impulsa nuevas formas de organización empresaria muy distintas a las de la Primera
Revolución Industrial. La fundación en EE. UU. de la Standard Oil por Rockefeller es un
símbolo de los nuevos tiempos. En 1897, esta compañía tenía una sucursal en cada pueblito
norteamericano desde el Atlántico al Pacífico y las bases para el desarrollo de la industria del
automóvil estaban echadas. Por último, porque la necesidad creciente de petróleo empujará a
buscarlo aún en los lugares más remotos y las consecuencias de ello también serán notables.
El impacto de la electricidad no fue menor. A mediados del siglo XIX nadie podría haber
anticipado que el uso de la energía eléctrica en gran escala sería posible pero una serie de
inventos se fueron encadenando hasta hacerlo posible pocos años después. En 1867 Siemens
inventó la dínamo; en 1879 Edison creó la lámpara incandescente; en 1882 se inaugura la
primera usina eléctrica en Nueva York. Cuando el uso de la nueva energía se difunda no
resultará exagerado decir que el mundo había cambiado.
Pero los progresos no se limitan a estos campos. La medicina, la higiene y la nutrición serán
otros aspectos donde la Segunda Revolución hace manifiesta la relación entre la ciencia, la
industria y la vida cotidiana. Aunque se habían descubierto bastante antes de 1870, tanto el
cloroformo como el uso de antisépticos comenzó a generalizarse alrededor de esa fecha. La
razón por la que la medicina se mantenía en un atraso relativo hasta ese entonces era (además
de los prejuicios que ponían obstáculos para tratar todo lo que estuviera relacionado con el
cuerpo humano) que la modernización de los productos farmacéuticos tenía que esperar a que
se produjesen otros adelantos en el campo de la química. La gran edad de la bacteriología
arrancó en 1870 y quedó ligada a los nombres de Pasteur y Koch. Su gran avance estuvo
relacionado con el de la industria: el desarrollo de nuevos tintes para las telas permitió
descubrir una amplia gama de bacterias por procedimientos diferenciales de coloración. La
microbiología, la bioquímica y la bacteriología surgieron con gran fuerza alrededor de 1900: las
vitaminas y las hormonas se descubren en 1902; el primer antibiótico se produce en 1909 y la
identificación del mosquito transmisor de la malaria se logra en 1897. En 1899 se pone en
venta la aspirina. Al mismo tiempo, la anestesia, el uso generalizado de las técnicas
antisépticas y asépticas revolucionaron la medicina.
También hubo importantes avances en la provisión de alimentos. Como subproducto de los
nuevos procedimientos para obtener acero aparecieron los primeros fertilizantes artificiales.
Como resultado de las investigaciones de Pasteur, la pasteurización de la leche para consumo
se hizo corriente desde 1890. La industria de conservas se vio favorecida por los nuevos
procesos para la fabricación de hojalata y la venta de vegetales en conserva aumentó de
cuatrocientas mil cajas en 1870 a cincuenta y cinco millones en 1914.
La posibilidad de mantener víveres aptos para el consumo y la baja de los precios de los
alimentos en general favoreció el crecimiento de la población mundial. El abastecimiento
estaba asegurado por la terminación de las grandes vías ferroviarias, el desarrollo de los
buques a vapor de gran tonelaje y el perfeccionamiento de las técnicas de refrigeración.
Aparecen los trenes frigoríficos (que permitieron, por ejemplo, llevar reses congeladas de
Kansas City a Nueva York) y los barcos frigoríficos que hacían posible transportar carne de un
continente a otro. Desde 1877 Argentina aprovechó este sistema y comenzó a abastecer a
Europa. A partir de 1874, los Estados Unidos proveyeron a Inglaterra de más de la mitad del
trigo que consumía. En 1869 se concluyó el canal de Suez y la distancia entre Europa y Oriente
se redujo sensiblemente. El té de la India y el café de Brasil aparecen en grandes cantidades
en los mercados europeos mientras que nuestro país se transforma en el primer exportador de
carne. La combinación de todos estos cambios va a producir una nueva revolución en los
métodos de alimentar a una población industrializada y urbanizada. También promoverá la
formación de un orden mundial para organizar la producción.
Desde puntos de vista antagónicos se advertía la importancia de los cambios que se estaban
produciendo. Marx y Engels decían en 1848 en el Manifiesto Comunista: “Mediante el rápido
mejoramiento de todos los instrumentos de producción y los inmensos medios de comunicación
facilitados, la burguesía conduce a todas las naciones, incluso a las más bárbaras, a la
civilización... En una palabra, crea un mundo a su propia imagen.” Por su parte, el Presidente
de los Estados Unidos, Gral. Ulysses Grant, subrayaba la magnitud de los cambios y los
interpretaba con un exceso de optimismo, en un discurso al Congreso en 1873: “Como quiera
que el comercio, la educación y la rápida transición del pensamiento y la materia lo han
cambiado todo mediante el telégrafo y el vapor, creo más bien que el gran Hacedor está
preparando el mundo para que sea una nación, hable un idioma y sea una perfección completa
que haga innecesaria los ejércitos y las armadas.”
“Llegó a ser evidente para mí que, entre dos países muy adelantados, la libre
competencia no puede sino reportar ventajas a uno y a otro si ambos se encuentran en el
mismo desarrollo industrial, poco más o menos, y que toda nación retrasada por destino
adverso, con relación a la industria, al comercio y a la navegación... debe, ante todo, extremar
sus esfuerzos a fin de llegar a ser capaz de competir con las naciones que se le han
adelantado.”
El Imperio Alemán
En el caso de Alemania todas estas formas de intervención pueden comprobarse. A
mediados del siglo XIX, Alemania no existía aún como entidad política sino que estaba dividida
en algunas decenas de pequeños reinos pero ya podía verse que la unificación (un reclamo
que los pueblos germánicos habían sostenido como bandera en la Revolución de 1848) sería el
resultado de quien pudiera imponerse entre dos grandes rivales: Austria y Prusia.
Los prusianos fueron los triunfadores y lograron su objetivo mediante una serie de
guerras, pero la principal clave de su victoria estuvo en su política económica. En 1843, crean
la Unión Aduanera (Zollverein), aboliendo el complejo número de aranceles que debían
pagarse en los límites de las ciudades y de las provincias sustituyéndolos por una tarifa
aduanera única para el interior de los reinos germánicos. Prusia logró que la mayoría de los
estados alemanes se unieran al Zollverein y se preocupó por dejar afuera de la unión a Austria.
El área de libre comercio creada de esta manera cubría aproximadamente las cuatro quintas
partes del territorio alemán y abarcaba a unos 33 millones de personas.
El Zollverein fue un ejemplo clásico de la creación de un mercado por parte del Estado
y estimuló en forma considerable la actividad privada. Tuvo también consecuencias políticas
muy importantes: la unificación del mercado precedió a la unificación de las instituciones,
fortaleció a Prusia y preparó la derrota de Austria en la década de 1860.
La otra pata en la que se apoyó el triunfo prusiano en el propósito de concretar la
unificación política estuvo en los ferrocarriles. Aunque en la región que luego sería Alemania
las líneas eran algunas de propiedad privada y otras de propiedad estatal, en lo que se refería
exclusivamente a Prusia no existió la propiedad del Estado sobre los trenes hasta la década de
1840. Pero cuando las dificultades financieras obligaron al gobierno a realizar inversiones y
conceder garantías a las compañías privadas, el reino de Prusia no dudó en hacerlo. El primer
ferrocarril prusiano de carácter estatal se inauguró en 1847 y a partir de entonces el gobierno
extendió rápidamente su control a amplios sectores de la red ferroviaria.
En 1870 nació el Imperio Alemán bajo la hegemonía de Prusia, cuyo rey se transformó
en el emperador de Alemania. Como una prueba de su poderío venció a Francia en la guerra
de 1870 - 1871. La creación del nuevo Estado tenía como base las fuerzas de su crecimiento
económico. El Zollverein y el ferrocarril (los dos prerrequisitos necesarios para unificar el
mercado) dieron forma al nuevo Imperio.
Pero una vez unificada, Alemania se lanzó a luchar por quitarle el predominio a Gran
Bretaña. Este objetivo no era fácil, considerando que los ingleses le llevaban cien años de
ventaja. Sin embargo, los alemanes se concentraron en las industrias más modernas,
especialmente en la de colorantes sintéticos hasta convertirse en los primeros productores y
exportadores mundiales. Hacia 1900 Alemania dominaba el 90 por ciento del total del mercado
de colorantes.
Esta industria era un signo de cómo habían cambiado los tiempos. Por una parte
porque requería de la concentración de grandes capitales, y los germanos llevaban la delantera
en esa tendencia: las seis firmas alemanas más importantes tenían inversiones de 2 millones y
medio de libras, en tanto que el total de la industria inglesa llegaba apenas a medio millón. Por
otra, porque no estaba al alcance de “hombres ingeniosos” sino que su desarrollo estaba en
manos de científicos. Desde mediados del siglo XIX los alemanes habían tomado la delantera
en el desarrollo de la química orgánica y esa ventaja se notaba en el desarrollo de su industria.
El liderazgo industrial se puso en manos de los científicos no de los financieros. Incluso los
bancos tenían sus propios consejeros científicos.
A partir de 1880, la industria de tintes sintéticos dio pie al desarrollo de la industria
química sintética en general. Se la fabricaron de fármacos como la aspirina, la novocaína, el
veronal (el primero de los barbitúricos), el salvarsan (el primer antibiótico), la sacarina (el primer
edulcorante sin calorías), y una multitud de otros descubrimientos. En todos los casos Alemania
tomó la iniciativa.
También hubo otros motivos para que el desarrollo económico alemán se viera
favorecido. Por una parte, los descubrimientos referidos al abaratamiento del acero como los
inventos de Bessemer y Siemens les resultaron útiles. Pero el procedimiento inventado por
Thomas y Gilchrist que hizo posible la utilización de los yacimientos con alto contenido de
fósforo le permitieron utilizar los yacimientos de Lorena y transformarse de esta manera en una
gran productora de acero. La banca alemana, por otro lado, se consideraba como un auxiliar de
la industria y el comercio y proporcionaba créditos baratos para fomentar su desarrollo.
Además, el Estado favorecía la formación concentraciones empresarias para acordar el reparto
de beneficios y formar grandes unidades productivas que eliminaran que de esa forma
eliminaban la competencia, a las que se denominó cárteles y que fueron características de
Alemania, como el Cártel Renano - Westfaliano del carbón. Por último, el sistema educativo
alemán en lo referido a la educación técnica fue el más adelantado de la época y un elemento
clave en el desarrollo germánico.
Un estudioso de los efectos económicos de la tecnología, Samuel Lilley, plantea la importancia
de la nueva relación entre ciencia, industria y educación , ejemplificándolo con el caso de la
modernización alemana: “...la historia de la industria de los colorantes dio una lección que se
ha venido repitiendo a menudo desde entonces: para mantener los progresos tecnológicos... la
industria no sólo tenía que echar mano generosamente de la ciencia... sino también del
sistema educativo que proporcionara los científicos e ingenieros experimentados que deben
establecerse con una generación de adelanto.”
Estados Unidos
Los Estados Unidos seguían siendo un país esencialmente agrícola hacia mediados del
siglo XIX, cuando se completa la expansión territorial que llevó sus fronteras al territorio que
ocupa actualmente. Después de una desastrosa guerra entre 1848 y 1853, México cedió una
gran parte del sudeste: California, Arizona, Utah y regiones de Colorado y Nuevo México. En
1867 Rusia vendió Alaska. El país que queda así conformado es potencialmente más rico que
cualquier otro por la extensión de tierras fértiles y por la cantidad y variedad de recursos
naturales.
Otro acontecimiento de gran importancia para la evolución posterior de los EE.UU. fue
la Guerra de Secesión entre 1861 y 1865. La guerra civil entre los estados del norte y del sur
no sólo fue un enfrentamiento entre propietarios esclavos y empleadores de mano de obra
libre. También se trató de la lucha entre el modelo exportador librecambista del sur y el
proyecto proteccionista centrado en el desarrollo del mercado interno de los norteños. El
resultado final fue que el proteccionismo predominó en el conjunto de los Estados Unidos y
marcó el compás de su posterior crecimiento.
Para que la producción se incrementara era necesario también que aumentara la
población. Los EE.UU. se transformaron en un polo de atracción de todos los desposeídos de
Europa que veían en esa república una tierra de oportunidades donde - según creían los que
allí emigraban - un hombre sin un centavo podía cambiar su suerte en una sociedad abierta.
¿En qué otro lugar una ciudad de 30.000 habitantes como era Chicago en 1850 podía llegar a
superar el millón de habitantes en sólo cuarenta años? Y no sólo esto había ocurrido sino que
era probable también que algo similar se repitiera. Los inmigrantes se multiplicaban y las líneas
férreas no paraban de crecer. La población se duplicó entre 1860 y 1890 y los ferrocarriles eran
los más extensos del mundo (79.200 kilómetros en 1870).
La combinación de proteccionismo y crecimiento geométrico de la población produjo un
fenómeno notable: un crecimiento económico basado en un mercado interno que permitía, sin
embargo, la perspectiva de producir en masa en casi todas las industrias. Detrás de sus tarifas
proteccionistas, los Estados Unidos conformaban dentro de sus fronteras la mayor área de
librecomercio del mundo. La rapidez de su industrialización se refleja en cualquier cifra que
tomemos para la comparación. Si se lograron sacar menos de 15 millones de toneladas de
carbón en 1860, en 1890 se extrajeron 160 millones y 500 millones en 1910. La producción de
hierro en lingotes se triplicó entre 1850 y 1870 y se quintuplicó entre 1870 y 1900. Si la
obtención de acero era todavía inferior a la de Gran Bretaña en la década de 1880, para 1913
producía cuatro veces más que los ingleses.
En 1913 los norteamericanos tenían el primer puesto en la producción mundial de
hierro, acero, carbón, cobre, plomo, cinc y aluminio y el segundo en la de oro y plata. Estos
recursos facilitaron el desarrollo de la industria mecánica en todo el país. Entre ellas se destacó
una que cambiaría la fisonomía primero de los EE.UU. y luego del mundo: la industria
automotriz, cuyo centro fue Detroit y que desde 1905 relacionó a distintos sectores (la madera,
el caucho, el acero) en una industria que creció explosivamente en los primeros años del siglo
XX. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos producía 485.000 autos por
año y Ford era una de las fábricas más modernas del mundo con nuevos sistemas, métodos de
trabajo y producción. En 1908, Ford lanza al mercado su famoso modelo T, que tendrá la
particularidad de producirse utilizando la línea de montaje, a través de la cual los obreros van
realizando una serie de operaciones simples hasta obtener la fabricación del automóvil en un
tiempo mínimo. El empleo de la “máquina de hacer máquinas” en la producción del Ford T
permitirá a la vez disminuir los costos de su fabricación, reducir el precio de venta y aumentar
el salario de los obreros por el incremento fabuloso de las ganancias debidas a la mayor
cantidad de autos que se fabricaban con los nuevos métodos de trabajo. El precio de venta de
este modelo bajó hasta 440 dólares, lo que permitió incorporar al mercado una cantidad notable
de clientes. Así, la innovación tecnológica inventa - como dijimos antes - a sus propios
consumidores.
Un desarrollo tan notable como el anterior lo tuvo la industria eléctrica en los años ’80,
después de diez años de investigaciones puramente científicas. En 1878 se crea en Wisconsin
la Edison Electric Company, que inició la producción de energía eléctrica para el alumbrado.
Más tarde se trasladará para aprovechar los saltos de agua en vez de los yacimientos de
carbón. La Edison Electric Company se extendió a Europa donde fundó varias filiales. En 1890
se constituyeron la General Electric Company y la Westinghouse Electric Manufacturing.
Japón
El Japón era un país de economía rural, dominado por una aristocracia feudal y
totalmente aislado desde 1603. En 1852 una escuadra norteamericana obligó por la fuerza a
que se autorizara el comercio con el exterior. El temor que produjo la intromisión extranjera
condujo a una revolución política que culminó con la restauración del imperio en 1868.
En el imperio restablecido reinó la dinastía Meiji, que inauguró un gobierno centralizado,
autoritario y eficiente que fue el encargado de emprender la modernización económica.
Este proyecto no está separado de las consideraciones políticas. En la década de
1860, los oficiales de baja graduación - los samurais - entendieron que la tecnología occidental
no sólo traía riqueza sino también que le permitiría a Japón aumentar su poder en el ámbito
internacional. Decidieron terminar con el orden feudal para organizar un estado moderno y
promover una industrialización que permitiera sostener un ejército y una armada grandes. En la
cabeza de los samurais, la industrialización era un medio para fortalecer a su país
preocupándose a la vez de preservar sus tradiciones.
El Estado intervino en la economía de diversas formas: creaba nuevas industrias con
impuestos sobre las rentas agrícolas desde 1873 y luego con empréstitos extranjeros. Una vez
en marcha, las industrias se transferían a capitalistas privados en condiciones muy ventajosas.
Se formaron así los Zaibatsu, concentraciones verticales y horizontales que dieron a la industria
japonesa características particulares de gran fortaleza y concentración que no podían
compararse con la estructura más débil de las empresas europeas.
El comienzo de la utilización intensiva de máquinas se dio también en Japón en la
industria textil algodonera. El Estado importaba directamente las maquinarias de Europa y las
vendía a compañías particulares, sin intereses y a largos plazos de pago. El rápido desarrollo
que tuvo la industria de telas de algodón desbordó el mercado interior (el otro pilar del
crecimiento japonés era los muy bajos salarios pagados a los obreros) e impulsó la búsqueda
de mercados externos. La solución al problema se obtuvo con el triunfo sobre China en 1895, lo
que aseguró las exportaciones de telas japonesas a ese país y a Corea.
La industria pesada se desarrolló más lentamente por la escasez de hierro y carbón.
Desde 1891 se comenzaron a utilizar recursos hidroeléctricos y en 1892, se establecieron las
Acerías Imperiales de Kiu - Siu, obviamente estatales, para la construcción naval y de
armamentos. La producción de hierro y acero subió en forma vertiginosa.
Dependiente de la siderurgia nació la industria de la construcción naval y en vísperas
de la Primera Guerra Mundial, Japón contaba con la sexta flota mercante del mundo.
Los últimos en entrar en la carrera fueron los Estados Unidos. Si bien antes de la
Guerra de Secesión ya miraban con interés el Pacífico, los primeros indicios de su expansión
se registraron en las islas Hawai, que a partir de 1875 se habían convertido en los hechos en
un protectorado norteamericano. En 1887 los EE.UU. compraron Pearl Harbor como base naval
y en 1898 anexionaron formalmente la República de Hawai. El pensamiento del gobierno de los
Estados Unidos sobre el problema fue resumido en 1895 por Henry Cabot Lodge: “Las grandes
naciones están devorando rápidamente todos los lugares desocupados de la tierra con vistas a
su futura expansión y a su defensa actual; como una de las grandes naciones del mundo, los
Estados Unidos no deben quedarse atrás”. La ocasión para comenzar esa expansión a gran
escala fue la guerra con España en 1898. Como consecuencia de ese conflicto se apoderaron
de Guam, de Puerto Rico, de las islas Marianas, de las Filipinas y establecieron un
protectorado en Cuba. A partir de este momento se establecen las dos líneas que seguirá su
colonialismo: el Océano Pacífico y el Mar Caribe y, con la participación de la nueva potencia,
1898 señala el triunfo definitivo del imperialismo.
Como dice Geoffrey Barraclough: “Desde el corazón de las nuevas sociedades industriales
brotaron fuerzas que modelaron y transformaron al mundo entero sin respeto a personas ni a
instituciones. Las condiciones de vida cambiaron fundamentalmente lo mismo para los
habitantes de las naciones industrializadas como para los extranjeros; surgieron nuevas
tensiones y empezaron a formarse nuevos centros de gravedad. Para fines del siglo XIX era
evidente que la revolución que había tenido epicentro en Europa era una revolución mundial y
que su ímpetu no podía frenarse ni detenerse ni en el terreno tecnológico, ni en el social, ni en
el político.”
CIERRE:
Con esta clase cerramos el estudio de los procesos económicos que se inician a mediados del
siglos XVIII y tienen su punto culminante en la Primera Guerra Mundial, en 1914. Su nota
distintiva es el surgimiento de una nueva manera de producir, la llamada industrial que alterará
el escenario mundial. Vimos cómo surgió este proceso en Inglaterra, cómo se desparramó
sobre la tierra y el importante giro que tuvo a mediados del Siglo XIX, en el mundo entero. La
pregunta abierta al final de la clase sería ¿cuándo terminó este proceso? Los historiadores
suelen hablar de dos grandes revoluciones, la del Neolítico, hace aproximadamente 10.000
años con la difusión de la agricultura; la industrial, a mediados del Siglo XVIII y hoy ya se habla
– a partir de los años noventa - de una nueva revolución, la genética.
Vimos el surgimiento de nuevas fuentes de energía, nuevos materiales en la producción de
inventos que cambiaran de raíz viejas costumbres y prácticas sociales. Grandes urbes,
concentración de empresas, grandes migraciones conforman un nuevo mundo dividido en dos
grandes zonas: las que producen alimentos y materias primas y los que producen bienes
industriales. ¿Dónde se ubicó lo que hoy es Argentina?
Cine e Historia.
Con esta actividad nos proponemos revisar los contenidos desarrollados en las clases
anteriores a partir de un eje: los cambios operados en el mundo del trabajo desde la Revolución
Industrial. En esta oportunidad hemos elegido el análisis de dos películas y un documental que
seguramente, muchos de ustedes deben haber visto en el cine o en la T.V. En caso contrario,
les recomendamos que las vean. Es nuestro propósito facilitar la reflexión de lo estudiado a
través de un tema específico, el trabajo, posibilitando de esta manera un abordaje distinto al
realizado hasta ahora.
2- Tiempos Modernos, USA, 1936, Dir. Charles Chaplin. En esta película, Charles Chaplin
interpreta a un obrero, Charlot, que trabaja en una fábrica de los años veinte. El control
permanente, el ritmo agobiante y la tarea monótona terminan enfermándolo y por eso
es internado en un hospital. Mientras tanto, estalla una grave crisis económica. Cuando
sale del hospital, accidentalmente aparece encabezando una marcha de protesta y la
policía lo detiene. Luego de evitar una fuga de presos le otorgan la libertad, pero no
puede conservar su nuevo empleo y pretende retornar a la prisión. Paralelamente se
desarrolla la historia de una joven a quien Charlot salva de ir a la prisión, haciéndose
responsable de un robo que ella cometió. A partir de allí las historias de ambos se
unen.
Teniendo en cuenta las historias narradas en las tres películas, les proponemos estas
preguntas:
Esperamos que en este receso invernal podamos seguir pensando juntos, profundizando el
diálogo dentro de esta comunidad virtual y construir propuestas para transmitir en las
bibliotecas de nuestras escuelas. Hasta nuestro próximo encuentro, cuando retomemos el hilo
de nuestras clases y ojalá puedan disfrutar de estas hermosas películas.