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CAPÍTULO 5

Cada paso hacia la línea de árboles era demasiado rápido, demasiado ligero, demasiado pronto
llevándome al tormento y miseria que me esperaban. No me atrevía a mirar hacia atrás a la cabaña.
Entramos en la línea de árboles. La oscuridad hacía señas más allá.
Pero una yegua blanca estaba esperando sin amarrar, al lado de un árbol, pacientemente, su abrigo como
la nieve fresca en la luz de la luna. Sólo bajó la cabeza, casi con respeto , de todas las cosas, mientras la
bestia se hacía junto a ella.
Hizo un gesto con una pata hacia mí para que la montara. Aun así, la yegua se mantuvo en calma,
incluso cuando pasó lo suficientemente cerca para destriparla de un solo golpe. Habían pasado años desde
que había montado, y sólo había montado en un poni, pero saboreé el calor del caballo contra mi cuerpo
medio congelado mientras subía a la silla y se puso a caminar. Sin la luz para guiarme, la dejé seguir a la
bestia. Eran casi del mismo tamaño. No me sorprendió cuando nos dirigimos hacia el norte, hacia el territorio
de las hadas, aunque mi estómago se apretó con tanta fuerza que dolió.
Vivir con él. Podría vivir el resto de mi vida mortal en sus tierras. Tal vez esto era compasivo, pero
entonces, no se había especificado de qué manera exactamente, iba a vivir. El Tratado prohibía a las hadas el
tomarnos como esclavos, pero tal vez excluyera a los seres humanos que mataran a las hadas.
Probablemente iríamos a cualquier grieta en el muro que él hubiera usado para llegar hasta aquí, a
robarme. Y una vez que pasáramos a través del muro invisible, una vez que estuviéramos en Prythian, no
había manera de que mi familia me encontrara nunca. Sería poco más que un cordero en un reino de lobos.
Lobos… lobo.
Asesinado un hada. Eso era lo que había hecho.
Mi garganta se secó. Había matado a un hada. No me atrevía a sentirme mal por ello. No cuando dejé a
mi familia atrás a morir de hambre; no cuando eso significaba una criatura horrible y malvada menos en el
mundo. La bestia había quemado mi flecha de fresno, así que tendría que confiar en la suerte para conseguir
siquiera una astilla de madera de nuevo si iba a tener una oportunidad de matarlo. O de detenerlo.
El conocimiento de su debilidad, de su susceptibilidad al fresno, fue la única razón por la que habíamos
sobrevivido en contra del Alto Fae durante la antigua rebelión, un secreto traicionado por uno de los suyos.
Mi sangre se enfrió aún más mientras inútilmente escaneaba el área en busca de cualquier signo de un
tronco estrecho y explosión de ramas que había aprendido marcaba los árboles de fresno. Nunca había visto
el bosque tan quieto. Lo que sea que estuviera allá fuera tenía que ser manso en comparación con la bestia a
mi lado, a pesar de la facilidad del caballo a su alrededor. Con suerte mantendría otras hadas lejos después de
que entráramos en su reino.
Prythian . La palabra era una sentencia de muerte que hacía eco a través de mí una y otra vez.
Tierras… había dicho que tenía tierras, pero ¿qué tipo de tierras? Mi caballo era hermoso y su montura
estaba hecha a mano de rico cuero, lo que significaba que él tenía algún tipo de contacto con la vida
civilizada. Nunca había oído los detalles sobre cómo eran la vida de las hadas o de los Altos Faes… nunca
escuchamos mucho sobre eso, aparte de sus habilidades mortales y apetitos. Apreté las riendas para evitar
que mis manos temblaran.
Había pocos relatos de primera mano de la propia Prythian. Los mortales que cruzaban el muro, ya sea
como tributos por parte de los Hijos del Bendito o robados, nunca regresaban. Me enteraba más de las
leyendas de los aldeanos, aunque de vez en cuando mi padre había ofrecido un cuento o dos en las noches
cuando hacía un intento de recordar que existíamos.
Por lo que sabíamos, el Alto Fae todavía gobernaba la parte norte de nuestro mundo, de nuestras
enormes islas sobre el mar estrecho que nos separaba del continente masivo, al otro lado, fiordos sin fondo y
heladas tierras y desiertos con chorros de arena, todo el camino hasta el gran océano en el otro lado. Algunos
territorios de hadas eran imperios; algunos eran gobernados por reyes y reinas. Luego estaban lugares como
Prythian,
divididos y gobernados por siete Grandes Señores, seres con tal poder que la leyenda afirmaba que
podían nivelar edificios, romper los ejércitos y formar carnicerías antes de que pudieras parpadear. No lo
dudaba.
Nadie me había dicho antes por qué los humanos optaron por quedarse en nuestro territorio, cuando era
tan poco el espacio que se nos había dado y situado tan cerca de Prythian. Tontos—cualquier humano que se
quedara aquí después de la Guerra debió de haber sido un tonto suicida como para vivir tan cerca. Incluso
con los siglos de antigüedad del Tratado entre los reinos mortales y las hadas, habían grietas en el muro que
separaban nuestras tierras, agujeros lo suficientemente grandes como para que esas criaturas letales cayeran
en nuestro territorio para divertirse al atormentarnos.
Ese era el lado de Prythian que los Hijos del Bendito nunca se dignaban en reconocer—tal vez un lado
de Prythian que estaría encantada de conocer muy pronto. Mi estómago se revolvió. Viv ir con él , me
recordé a mí misma, una y otra vez y otra vez. Vivir , no morir.
Aunque supuse que también podría vivir en un calabozo. Él probablemente me encerraría allí y se
olvidaría de que estuviera allí, olvidaría que los humanos necesitan cosas como la comida y el agua y el
calor.
Rondando por delante de mí, los cuernos de la bestia se espiraban hacia el cielo nocturno, y zarcillos de
aliento caliente se rizaban en su hocico. Teníamos que acampar en algún momento; la frontera con Prythian
estaba a días de distancia. Una vez que nos detuviéramos, me mantendría despierta durante la noche y nunca
lo perdería de vista. A pesar de que había quemado mi flecha de fresno, había metido sin que se diera cuenta
el cuchillo bajo mi capa. Quizás esta noche se me concediera la oportunidad de usarlo.
Pero no fue mi propia condenación la que contemplé mientras me dejaba caer en el temor y la rabia y la
desesperación. Mientras viajábamos— los únicos sonidos que se escuchaban eran la nieve crujiendo bajo
patas y pezuñas—alterné entre la miseria desagradable ante la idea de mi familia muriendo de hambre y en
darme cuenta de lo importante que era yo, y una cegadora agonía al pensar en mi padre pidiendo limosna en
las calles, con la pierna rindiéndose con él mientras tropezaba de persona a persona. Cada vez que miraba a
la bestia, podía ver a mi padre cojeando a través de la ciudad, pidiendo monedas de cobre para mantener a
mis hermanas con vida.
Peor aún, a lo que Nesta podría recurrir para mantener viva Elain. A ella no le importaría la muerte de
mi padre. Pero ella mentiría, robaría y vendería cualquier cosa por el bien de Elain, y el suyo propio.
Tomé nota en la forma en que la bestia se movía, tratando de encontrar cualquier—la que fuese—
debilidad. No pude detectar alguna.
—¿Qué tipo de hada eres? —pregunté, las palabras casi tragadas por la nieve y los árboles y el cielo
lleno de estrellas.
No se molestó en dar la vuelta. No se molestó en decir nada en absoluto. Bastante justo. Después de
todo yo había matado a su amigo.
Lo intenté de nuevo.
—¿Tienes un nombre? —O algo para maldecirlo.
Resopló aire de forma que podría haber sido una risa amarga.
—¿Tan siquiera te importa, humana?
No le respondí. Él podría muy bien cambiar de opinión acerca de perdonarme.
Pero tal vez me escaparía antes de que decidiera destriparme. Tomaría a mi familia y nos marcharíamos
en un barco y navegaríamos lejos, muy lejos. Tal vez trataría de matarlo, a pesar de la inutilidad, a pesar de si
ello constituía otro ataque no provocado, sólo por ser quien vino a reclamar mi vida, mi vida , cuando esas
hadas valoran la nuestra tan poco. La mercenaría había sobrevivido; quizás yo también podría. Quizás.
Abrí la boca para preguntarle de nuevo su nombre, pero un gruñido de fastidio salió de él. No tuve la
oportunidad de luchar, de devolver la pelea, cuando un cargado sabor metálico picó en mi nariz. El
agotamiento se estrelló sobre mí y la oscuridad me tragó por completo.
Me desperté con un sobresalto en lo alto del caballo, asegurada por lazos invisibles. El sol ya había
salido.
Magia… eso es lo que había sido, lo que estaba manteniendo mis extremidades apretadas,
impidiéndome ir por mi cuchillo. Reconocí el poder profundo de mis huesos, de algún recuerdo mortal y el
terror. ¿Por cuánto tiempo me mantuvo inconsciente? ¿Por cuánto tiempo él me mantuvo inconsciente, en
lugar de hablarme?
Apretando los dientes, pude haber exigido respuestas por parte de él, pude haber gritado hacia dónde
seguía moviéndose, haciendo caso omiso de mí. Pero los pájaros piaron y revolotearon junto a mí, y una
brisa leve besó mi rostro. Me fijé en una puerta de metal más delante.
Mi prisión o mi salvación, no podía decidir cuál.
Dos días, tomaba dos días desde de mi casa hasta llegar al muro y entrar en la frontera sur de Prythian.
¿Me había encantado para que durmiera todo ese tiempo? Bastardo.
La puerta se abrió de golpe y sin portero o centinela, la bestia continuó a través de ella. Ya sea que
quisiera o no, mi caballo siguió adelante.

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