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Las dos maestras estaban muy felices con este comienzo entusiasta. Pero, al cabo de unas
semanas, Diana empezó a notar que cuando daba las lecciones sobre el área de ciencias
sociales, los alumnos, tanto los suyos como los de la sección de Luci, ya no estaban tan
entusiasmados. Hacían los trabajos y parecía que estaban aprendiendo la información más
importante… pero algo había cambiado, algo faltaba. Además, notó que cuando era la hora para
que Luci viniera a enseñar a su grupo, los chicos rápidamente se alistaban para la clase.
Y cuando Luci entraba en la clase, siempre había varios alumnos que querían mostrarle
algo que habían traído de casa o consultarle acerca de alguna pregunta que se les había ocurrido.
En cambio, cuando Diana iba a la clase de Luci, tenía que pedir a los alumnos que guardaran sus
otros trabajos y se alistasen para su clase, y casi nunca traían algo para compartir sobre el tema.
Confundida, Diana trató de entender cuál era la causa de esta diferencia; al fin y al
cabo, habían planificado juntas hasta cierto punto y compartían el mismo deseo sincero de
enseñar este importante tema a los alumnos. Al principio, pensó que podía ser que a los alumnos
les gustaba más las ciencias naturales que las ciencias sociales. Pero en realidad no pensaba que
fuera eso. Y aunque fuera así, no era razón suficiente para que en un área estuvieran tan
entusiasmados y participasen tanto, mientras que en la otra no demostrasen casi ningún interés.
Diana pensó que ella nunca tenía tiempo para esas cosas: cuando los alumnos traían algo
para compartir, siempre les decía que ese día no había tiempo para hacerlo, quizás otro
día; cuando querían hablar sobre algo que les interesaba, ella sólo permitía uno o dos
comentarios al respecto. ¡Había tanta información que cubrir que apenas le alcanzaban los
tres periodos semanales para avanzar lo que había planificado!