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Historia de la Filosofía Antigua

Profesora: Ana María Vicuña

Los sofistas
(Traducido de: Murray, O. “Life and Society in Classical Greece”, p. 223 ss. y Edwards, P. The
Encyclopedia of Philosophy)

Alrededor del año en que la comedia “Las Nubes”, de Aristófanes, fue


compuesta (420 A.C), comienza a apreciarse el surgimiento de una forma de educación
sistemática, cuyo propósito es preparar a los jóvenes para la vida pública. Es así como
ya se ha hecho habitual en la vida del siglo V la presencia de un tipo de conferencista
viajero que exhibe sus conocimientos sobre temas esotéricos -tales como las
antigüedades, la antropología, las matemáticas o la lingüística- y, más específicamente,
hace gala de sus habilidades para hablar en público, mostrando su facilidad para la
comunicación y su excelencia para la presentación de un espectáculo intelectual.
El desarrollo de Atenas impulsaba a estos conferencistas a converger en la
ciudad, y Platón captura admirablemente bien la excitación causada por las visitas de
hombres como Gorgias de Leontini, Protágoras de Abdera, Pródicos de Ceos,
Anaxágoras de Lampsaco, Hippias de Elis, o (podríamos agregar) Heródoto de
Halicarnaso. Platón establece una antítesis entre estas figuras, los llamados “sofistas”, y
el ateniense Sócrates. Mientras ellos profesan conocimientos de todo tipo, él profesa
ignorancia. Mientras ellos pasean su destreza en la alocución pública, él sólo puede
formular preguntas, y rechaza la respuesta elegantemente preparada.
Mientras ellos ofrecen enseñar y hacer mejores a los hombres, él sólo ofrece
confirmar la ignorancia del hombre. Mientras ellos cobran elevadas sumas de dinero por
sus enseñanzas, Sócrates no cobra nada.
Pero esta antítesis y las grandes confrontaciones que Platón nos presenta en
diálogos como el Protágoras y el Gorgias, no reflejan la opinión contemporánea, que no
distingue las actividades de Sócrates de las de los sofistas. Como podemos apreciar en
la comedia “Las Nubes” de Aristófanes, que refleja los prejuicios del ateniense común,
todos estos hombres aparecen como muy semejantes en su escepticismo y su
relativismo moral, su amor al dinero y sus pretenciosas posturas intelectuales: hacían
que la gente se cuestionara los valores básicos de la sociedad, como la existencia de los
dioses y el deber de obedecer las leyes. Algunos de ellos parecen haber, incluso,
estimulado a sus discípulos a pensar que la constitución política era un asunto sin
importancia.
Si algo de utilidad enseñaron, esto fue “la habilidad para hacer que la peor
pareciera la mejor causa”. La habilidad para hablar en público implicaba el desarrollo de
una rudimentaria teoría de la argumentación y de una comprensión de los resortes
psicológicos de la persuasión, además de la voluntad de considerar el arte de la retórica
como separable de la creencia en la verdad. Los resultados de este conjunto de técnicas
podrían parecer moderadamente útiles, como, por ejemplo, las listas de argumentos y
contra-argumentos que aparecen en un texto anónimo de fines del siglo V, llamado
Dissoi Logoi (argumentos opuestos), pero, si un hombre aprende a argumentar a favor
de ambos lados de un caso, ¿cómo va a saber cuál es el correcto?
El impacto de los sofistas en la juventud aristocrática de fines del siglo V fue
enorme: toda una nueva generación de políticos emergió, más sofisticados y más
cínicos, para contrarrestar las actividades plebeyas de los demagogos. Sin embargo, el
que se vieran involucrados en diversos golpes oligárquicos del período, desacreditó el
intento de reclamar para la política el rango de arte, al menos en el mundo práctico.
El sistema educacional de los sofistas se desarrolló en dos dimensiones, bajo la
guía de dos grandes educadores del siglo IV: Platón e Isócrates. Detrás del mundo
informal de los diálogos de Platón, hay una institucionalidad educacional cada vez más
eficiente en el siglo IV que intenta crear líderes para una nueva era filosófica y que
estudia de manera más o menos sistemática las varias ramas de lo que hoy conocemos
como filosofía, desde las matemáticas hasta la metafísica.
Isócrates desarrolló el movimiento sofístico en la dirección de ofrecer un
entrenamiento en técnica sin contenido: la retórica se convirtió en un arte universal,
apropiado a toda ocasión verbal, no sólo a la de hablar en público. Isócrates también
ofrecía educación en cultura general y se dice que gran número de notables oradores y
figuras literarias estudiaron bajo su tutela. Pero, a sus teorías les faltaba cualquier
incentivo que impulsara hacia el pensamiento serio. A partir del conflicto entre Platón e
Isócrates se desarrollaron las teorías sistemáticas de la lógica y la retórica que
encontramos en Aristóteles. También se desarrolló la polaridad entre la filosofía y la
retórica como dos formas diferentes de actividad mental que dominaría la cultura del
mundo antiguo de allí en adelante.
La palabra “sofista” (sophistés), emparentada con “sophós” (sabio) y sophía
(sabiduría), designaba generalmente a un hombre sabio, sin la connotación peyorativa
que adquirió posteriormente.
Históricamente se designa con esta palabra a un conjunto de profesores
itinerantes que se hicieron famosos en Grecia en el siglo V y principios de IV a.C. Se
caracterizaban por enseñar formas avanzadas de saber, especialmente la retórica, a
cambio de elevadas sumas de dinero.
La actitud negativa ante ellos surge de Platón, quien los presenta como
buscadores de dinero, que no están genuinamente interesados en la verdad, sino que
sólo quieren lograr el éxito en la argumentación por cualquier medio y les enseñan este
arte a sus discípulos, sin importarles el uso que éstos le darán.
Se distinguen dos movimientos sofísticos. El primero o antiguo, cuyo centro de
operaciones fue Atenas en el s. V y principios del IV e incluyó a personas como
Protágoas, Gorgias, Hippias de Elis, Pródicos de Ceos y Trasímaco; y el segundo o
nuevo movimiento sofístico que afectó a todo el mundo de habla griega en el s. II d.C. y
que intentaba revivir las glorias literarias del período clásico. Este segundo movimiento
no tiene interés para la historia de la filosofía. En este período el término “sofista”
significa simplemente “profesor de retórica”.
La verdadera naturaleza del movimiento sofístico ha sido muy disputada y no
hay una única visión clara sobre el tema. La visión negativa de Platón predominó en la
Antigüedad y fue seguida por Aristóteles, quien en sus “Refutaciones Sofísticas” se
refiere al sofista como “alguien que hace dinero por medio de su falsa sabiduría” (Sof.
Ref. 165 a 22).
Sobre la base de la autoridad de Platón y de Aristóteles se le dio al término
“sofista” el sentido peyorativo que tiene hoy, es decir, el de alguien que usa
subterfugios y engaños en la argumentación. Sin embargo, Platón y Aristóteles
estuvieron de acuerdo en que los sofistas sometieron a su poderosa crítica destructiva
muchas ideas tradicionales, especialmente en el campo de la moral y la política. Esto ha
llevado a comparar el movimiento sofístico con el de la Ilustración del s. XVIII y a
considerar que liberó la mente del hombre de las cadenas de la religión y la tradición.
Para entender mejor el problema de la valoración del movimiento sofístico, es
fundamental comprender correctamente el juicio que Platón hace de ellos. La postura
básica de todos los sofistas –que Platón consideró rechazable-, fue el intento de explicar
el universo sólo en términos de sus aspectos fenoménicos, sin apelar a principios
externos, a un mundo real diferente del de los fenómenos. Su rechazo no estaba dirigido
contra la tradición de los filósofos presocráticos en general. Todos los sofistas
retuvieron un considerable interés por la ciencia física. El rechazo de los sofistas se
dirigía contra la tradición eleática, que no sólo encontraba la verdadera realidad más allá
de los fenómenos, sino que negaba que el mundo fenoménico fuera real.
Este es el aspecto del pensamiento sofístico que Platón consideró intolerable,
puesto que ellos rechazaban justamente aquello que Platón consideraba de mayor valor
y realidad. Para Platón, el mundo fenoménico de los sofistas era un mundo falso y
cualquiera que hablara de él sin ir más allá en la búsqueda de su principio y explicación,
no podía estar genuinamente buscando la verdad. Y si los sofistas, además, les
enseñaban a otros a hacer lo mismo que ellos, no merecían sino el máximo desprecio
que Platón, con toda su potencia literaria, podía despertar en su contra.
Es paradojal que la condena platónica de los sofistas continúe en gran parte
incuestionada en el mundo actual, en el que la mayoría de los estudiosos ni son
platónicos, ni desean buscar la realidad donde Platón creía que estaba. Ya hace mucho
tiempo que el rechazo de una realidad trascendente podría ser tomado como evidencia
de que se ha abandonado la búsqueda de la verdad.
De hecho, hay bastante evidencia de que los sofistas estaban preocupados de
buscar la verdad, tal como ellos la veían.
Sus concepciones individuales acerca del status del mundo fenoménico variaban,
pero todos ellos parecen haber reconocido el carácter más bien contradictorio de la
experiencia fenoménica y haber estado preparados para aceptarlo o explicarlo como una
característica de la realidad.
Las doctrinas sociales, morales y políticas desarrolladas por los sofistas son muy
interesantes. Por ejemplo, antes de los sofistas no existía una noción de “progreso”. En
el siglo V estaba muy extendida la creencia de una “edad dorada” en el pasado, en la
cual todas las cosas eran mejores que en el presente. La única alternativa a esta creencia
era la del modelo cíclico de la historia. Sin embargo, Protágoras en un famoso mito
sobre el origen de la sociedad, presentó la historia humana en términos de un desarrollo
progresivo de las artes y los oficios que respondían a las necesidades del hombre y
señaló la vida organizada en comunidades establecidas y dotadas de un gobierno, como
un paso decisivo en este desarrollo.
La creencia en que la excelencia (areté) puede ser enseñada fue muy difundida
entre los sofistas. El efecto de esta doctrina en la sociedad ateniense fue revolucionario,
puesto que implicaba que cualquier persona, una vez instruida, podría estar calificada
para ejercer el poder. Esto dejaba fuera de lugar los privilegios de nacimiento, herencia
de una familia especial o de la clase tradicional.
Protágoras fue probablemente el primer pensador que exploró las bases teóricas
del gobierno democrático. Se sabe que fue amigo personal de Pericles, que produjo las
bases teóricas de su gobierno democrático, y que Pericles le encomendó la redacción de
la constitución para la nueva colonia de Thurií en 443 a.C.
Si la excelencia puede ser enseñada, entonces tiene que poder ser explicada, y
entonces lo que no puede ser explicado, puede no ser considerado excelente. Esta forma
de argumentar proporcionó un arma contra la moral tradicional que fue rápidamente
utilizada, especialmente por los jóvenes, en una época en que el cambio social requería
de la adaptación de gran parte de la moral tradicional.
A veces, este tipo de argumentación era utilizado sólo para obtener la victoria en
un debate (así, al menos, les parecía a los tradicionalistas). Este tipo de argumentos
fueron llamados “erísticos” por Platón. Otras veces, usaban la técnica llamada
“antilógica”, que consistía en sacar a la luz las contradicciones latentes en las creencias
populares o tradicionales.
De todos modos, los sofistas ejercieron una influencia permanente sobre el
debate político y forense al insistir en que las afirmaciones morales debían ser apoyadas
en razones y al mostrar cómo era posible hacer esto.
En los debates sofísticos sobre moral, fue de gran importancia la antítesis entre
naturaleza y convención como medidas de lo correcto y lo incorrecto. No está claro
quién fue el primero en introducir esta antítesis, pero figuró en forma prominente en los
debates sofísticos, a veces permitiendo una apelación a las leyes de la naturaleza como
superiores a las leyes humanas y otras colocando a las leyes humanas por encima de la
naturaleza. El mito de Protágoras, mencionado más arriba, sugiere que prefería una
primacía de las leyes humanas.
Los defensores más revolucionarios de las leyes de la naturaleza son Trasímaco
(en la República I de Platón) y Calicles (en el Gorgias de Platón) que defienden el que
cada persona persiga su propio interés y no obedezca la ley (impuesta por el más fuerte)
a no ser que sea forzada a hacerlo.
Referencias Bibliográficas

Kerfer, G.B. “Sophists”. En The Encyclopedia of Philosophy, Paul Edwards (Ed.) 1967.
Murray, O. “Life and Society in Classical Greece”, en Boardman, J. Griffin, J. and
Murray O. (Editors) Greece and the Hellenistic World, (The Oxford History of the
Classical World), Oxford University Press 1986.

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