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RUBÉN DARÍO
Fue el primer hijo del matrimonio
formado por Manuel García y Rosa
Sarmiento, quienes se habían casado
en León (Nicaragua) el 26 de
abril de 1866. Sin embargo, la
conducta de Manuel, hizo que Rosa,
ya embarazada, tomara la decisión de
abandonar el hogar conyugal y
refugiarse en la ciudad de Metapa, en
la que dio a luz a su hijo, Félix Rubén.
Rosa abandonó a su marido para ir a
vivir con su hijo en casa de una tía
suya, Bernarda Sarmiento, que vivía
con su esposo, el coronel Félix
Ramírez Madregil, en la misma ciudad
de León. Rosa Sarmiento conoció
poco después a otro hombre, y
estableció con él su residencia en San
Marcos de Colón.
Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, uno de
mis tatarabuelos tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo
por don Darío; a sus hijos e hijas, por los Daríos, las Daríos. Fue así desapareciendo el
primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello,
convertido en patronímico, llegó a adquirir valor legal; pues mi padre, que era comerciante,
realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío [...]
La niñez de Rubén Darío transcurrió en la ciudad de León, criado por sus tíos abuelos
Félix y Bernarda.
Según su biógrafo Edelberto Torres, asistió a varias escuelas de la ciudad de León antes
de pasar, en los años 1879 y 1880, a educarse con los jesuitas.
Pronto empezó también a escribir sus primeros versos: se conserva un soneto escrito por
él en 1879, y publicó por primera vez en un periódico poco después de cumplir los trece
años: se trata de la elegía Una lágrima. Poco después colaboró también en El Ensayo,
revista literaria de León, y alcanzó fama como "poeta niño". En estos primeros versos,
según Teodosio Fernández, sus influencias predominantes eran los poetas españoles de
la época. Más adelante, sin embargo, se interesó mucho por la obra de Víctor Hugo. En
cuanto a su actitud política, su influencia más destacada fue el ecuatoriano Juan Montalvo.
En diciembre de ese mismo año se trasladó a Managua, capital del país, donde continuó
su actividad periodística, colaborando con los diarios El Ferrocarril y El Porvenir de
Nicaragua. Poco después, en agosto de 1882, se embarcaba en el puerto de Corinto,
hacia El Salvador. Allí conoció al poeta salvadoreño Francisco Gavidia, gran conocedor de
la poesía francesa. Bajo sus auspicios, Darío intentó por primera vez adaptar el verso
alejandrino francés a la métrica castellana. El uso del verso alejandrino se convertiría
después en un rasgo distintivo no sólo de la obra de Darío, sino de toda la poesía
modernista. Más tarde pasó penalidades económicas y enfermó de viruela, por lo cual en
octubre de 1883, todavía convaleciente, regresó a su país natal.
En Managua, donde encontró trabajo en la Biblioteca Nacional, y reanudó sus amoríos con
Rosario Murillo.
Probó suerte también con el teatro, y llegó a estrenar una obra, titulada Cada oveja..., que
tuvo cierto éxito, pero que hoy se ha perdido. Luego, optó por embarcarse para Chile.
En su etapa chilena, Darío vivió en condiciones muy precarias, y tuvo además que
soportar continuas humillaciones por parte de la aristocracia del país, que lo despreciaba
por su escaso refinamiento. No obstante, gracias al apoyo de algunas amistades logró
Darío publicar su primer libro de poemas, Abrojos, que apareció en marzo de 1887. En el
mes de julio, publicó Azul..., el libro clave de la recién iniciada revolución literaria
modernista. El libro no tuvo un éxito inmediato, pero fue muy bien acogido por el influyente
novelista y crítico literario español Juan Valera, quien publicó en el diario madrileño El
Imparcial, en octubre de 1888, dos cartas dirigidas a Rubén Darío. Fueron estas cartas de
Valera las que consagraron definitivamente la fama de Darío.
Esta fama le permitió obtener el puesto de corresponsal del diario La Nación, de Buenos
Aires, que era en la época el periódico de mayor difusión de toda Hispanoamérica. Poco
después emprendió el viaje de regreso a Nicaragua. Tras una breve escala en Lima,
donde conoció al escritor Ricardo Palma. Luego, se detuvo poco tiempo en Nicaragua, y
enseguida se trasladó a San Salvador. A finales de junio se trasladó a Guatemala, en
donde publicó la segunda edición de su exitoso libro de poemas Azul. Darío optó por
probar suerte en Costa Rica, y se instaló en la capital del país, San José.
En el viaje hacia España frecuentó diversos poetas: Gaspar Núñez de Arce, José
Zorrilla y Salvador Rueda, los novelistas Juan Valera y Emilia Pardo Bazán, el
erudito Marcelino Menéndez Pelayo, y varios destacados políticos, como Emilio
Castelar y Antonio Cánovas del Castillo.
Rubén permaneció en Managua, donde renovó sus amoríos con Rosario Murillo, cuya
familia le obligó a contraer matrimonio con la joven. En abril viajó a Panamá, donde recibió
la noticia de que su amigo, el presidente colombiano Miguel Antonio Caro le había
concedido el cargo de cónsul honorífico en Buenos Aires. Pasó brevemente por Nueva
York, ciudad en la que conoció al ilustre poeta cubano José Martí.
En Buenos Aires, Darío fue muy bien recibido por los medios intelectuales y colaboró con
varios periódicos. Entre los personajes que trató allí se encuentran políticos ilustres,
como Bartolomé Mitre, pero también poetas como el mexicano Federico Gamboa,
el boliviano Ricardo Jaimes Freyre y los argentinos Rafael Obligado y Leopoldo Lugones.
El 3 de mayo de 1895 murió su madre, Rosa Sarmiento, a quien el poeta apenas había
conocido, pero cuya muerte le afectó considerablemente. En octubre, el gobierno
colombiano suprimió su consulado en Buenos Aires.
En 1896, en Buenos Aires, publicó dos libros cruciales en su obra: Los raros y, sobre
todo, Prosas profanas y otros poemas, el libro que supuso la consagración definitiva
del Modernismo literario en español.
En 1899, Rubén Darío conoció, en la Casa de Campo de Madrid, a Francisca Sánchez del
Pozo que se convertiría en la compañera de sus últimos años.
En los primeros años del siglo XX, Darío fijó su lugar de residencia en la capital de Francia,
y alcanzó una cierta estabilidad.
En 1902, Darío conoció en la capital francesa a un joven poeta español, Antonio Machado,
declarado admirador de su obra. En marzo de 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua.
En 1905 se desplazó a España como miembro de una comisión nombrada por el gobierno
nicaragüense cuya finalidad era resolver una disputa territorial con Honduras. Ese año
publicó Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, editado por Juan Ramón
Jiménez
A fines de año nació el cuarto hijo del poeta y Francisca, Rubén Darío Sánchez, apodado
por su padre "Güicho", y el único hijo superviviente de la pareja.
Después de dos breves escalas en Nueva York y en Panamá, el poeta llegó a Nicaragua,
donde se le tributó un recibimiento triunfal, y se le colmó de honores. Después de meses
de gestiones, consiguió otro nombramiento, esta vez como ministro residente en Madrid
del gobierno nicaragüense de José Santos Zelaya, sin embargo, cuando Zelaya fue
derrocado, Darío tuvo que renunciar a su puesto diplomático.
Darío se trasladó de nuevo a París, donde se dedicó a preparar nuevos libros, como Canto
a la Argentina, encargado por La Nación. Por entonces, su alcoholismo le causaba
frecuentes problemas de salud, y crisis psicológicas, caracterizadas por momentos de
exaltación mística y por una fijación obsesiva con la idea de la muerte.
En 1910, viajó a México como miembro de una delegación nicaragüense para conmemorar
el centenario de la independencia del país azteca. Sin embargo, el dictador
mexicano Porfirio Díaz se negó a recibir al escritor, aunque él fue recibido triunfalmente
por el pueblo mexicano.
Ante el desaire del gobierno mexicano, Darío zarpó hacia La Habana, donde, bajo los
efectos del alcohol, intentó suicidarse.
Tras el final de diversos viajes se dirigió a Mallorca invitado por Joan Sureda. En esta isla
empezó Rubén la novela El oro de Mallorca, que es, en realidad, una autobiografía
novelada. Se acentuó, sin embargo, el deterioro de su salud mental, debido a su
alcoholismo. En mayo se instaló en Barcelona, donde dio a la imprenta su última obra
poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas. Su salud estaba ya muy
deteriorada: sufría de alucinaciones, y estaba patológicamente obsesionado con la idea de
la muerte.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, partió hacia América, con la idea de defender
el pacifismo para las naciones americanas. Siguió viaje hacia Guatemala, donde fue
protegido por su antiguo enemigo, el dictador Estrada Cabrera, y por fin, a finales de año,
regresó a su tierra natal en Nicaragua. Llegó a León, la ciudad de su infancia, el 7 de
enero de 1916 y falleció menos de un mes después, el 6 de febrero. Las honras fúnebres
duraron varios días presididas por el Obispo de León Simeón Pereira y Castellón y el
presidente Adolfo Díaz Recinos. Fue sepultado en la Catedral de León el 13 de febrero del
mismo año, al pie de la estatua de San Pablo cerca del presbiterio debajo de
un león de concreto, arena y cal hecho por el escultor granadino Jorge Navas Cordonero.
El archivo de Rubén Darío fue donado por Francisca Sánchez al gobierno de España en
1956 y ahora está en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.
RELACIÓN DE OBRAS
Poesía Prosa
Cuentos La calumnia
La cartuja
El caso de la señorita Amelia Letanía de Don Quijote
El rey burgués Lo fatal
El rubí Los cisnes
El velo de la reina Mab Los motivos del lobo
La larva Marcha triunfal
Mis primeros versos Marina
Palomas blancas y garzas Nocturno
morenas Por un momento
Remember
Autobiografías Responso a Verlaine
Retorno
La isla de oro (1913)
Salutación del optimista
La vida de Rubén Darío (1914)
Sinfonía en Gris Mayor
Poemas individuales Sonatina
Soneto pascual
A Campoamor (Ese del cabello Un soneto a Cervantes
cano) Tarde del trópico
A Colón ¡Torres de Dios! ¡Poetas!
A Francisca Valldemosa
¡Aleluya! Venus
A Amado Nervo Yo soy aquel...
A Margarita Debayle Yo persigo una forma
A Antonio Machado
A Phocas el campesino Homenajes
A Roosevelt
A Rubén Darío poema de Ramón
A una estrella
de Campoamor.
A un poeta (Rubén Dario)
A Rubén Darío poema de Ramón
Ama tu ritmo
Molina.
Antes de todo, gloria a ti, Leda
Rubén Darío ensayo de Leopoldo
Ay, triste del que un día
Lugones
Canción de otoño en primavera
Canción de otoño a la entrada del
invierno
Canto a la Argentina (1912)
Canto de esperanza
¡Carne, celeste carne de la mujer!
Caupolicán
Cosas del Cid
Desde la Pampa
Dulce mía
El canto errante
El reino interior
Elogio de la seguidilla
Epístola (Rubén Darío)
Filosofía
Gaita galaica
Invernal
Jesús
POEMAS
Canción de otoño en primavera
Juventud, divino tesoro, Otra juzgó que era mi boca
¡ya te vas para no volver! el estuche de su pasión;
Cuando quiero llorar, no lloro, y que me roería, loca,
y a veces lloro sin querer... con sus dientes el corazón.
Venus
En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
Lo fatal
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
CONCLUSIÓN
Rubén Darío fue un gran renovador del lenguaje poético en letras hispánicas, quien
buscó la belleza y la armonía a su forma, abriendo paso a lo desconocido para
innovarlo con nuevas técnicas.
Desde niño fue alguien prodigioso, ya que como el mismo menciona en su
autobiografía, a los tres años ya sabía leer. Estuvo siempre involucrado en este mundo
literario, puesto que a una corta edad ya escribía versos y colaboraba con revistas
literarias por lo que se ganó la fama de “niño poeta”.
Rubén Darío fue un ser insatisfecho de su mundo, quien tuvo muchos problemas
desde la infancia, por lo cual combino los elementos de vida y muerte en sus obras.
Tuvo una vida errante, bohemia, inestable económicamente y con algunos tormentos
del pasado.
Ocupó cargos importantes en lo literario como en lo político, por lo que realizó diversos
viajes en el transcurso de su vida, incluso hizo escala en Perú en uno de sus viajes
conociendo al escritor Ricardo Palma.
Según fue avanzando en su largo caminar le permitió acrecentar su fama e influencia
en las obras de diversos autores en el mundo, por ejemplo, en España la prueba más
positiva del peso de la influencia es el impresionante y fidedigno testimonio de
escritores tales como Azorín, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel
Machado, Ortega y Gasset y Unamuno, así como Mariano Cavia.
Anderson Imbert declara: "Por su técnica verbal Darío es uno de los más grandes
poetas de todos los tiempos; y, en español, su nombre divide la historia literaria en un
"antes" y un "después". Pero no sólo fue un maestro del ritmo. Con incomparable
elegancia poetizó el gozo de vivir y el terror de la muerte"
Su fama adquirida fue gracias al influyente novelista y crítico literario español Juan
Valera, quien le dedicó dos cartas publicadas en el diario madrileño El Imparcial.
Rubén asumió el papel del Gran Poeta del Modernismo, cuando publicó su libro
titulado Azul, este fue el libro clave de la recién iniciada revolución literaria modernista.
El modernismo significo una innovación estética y ética, además de un compromiso
original con el lenguaje y la realidad social.
Para Darío la función del poeta es hacer accesible al resto de las personas el lado
oculto, inefable, de la realidad.
Nos ha dejado un legado sorprendente, puesto que cada creación es una verdadera
obra de arte, que no solo fue admirada en su tiempo, sino que al ver esos poemas
más sinceros escritos en nuestra lengua, no ha dejado de interesar y aun hoy ofrece
matices de reflexión que aún no han sido superados.
Darío fue una persona excepcional y brillante en el aspecto literario, pese a las
adversidades que tuvo que enfrentar en todo su sendero.
BIBLIOGRAFÍA